Rose Corral, Entre Ficción y Reflexión, Ricardo Piglia y Juan José Saer

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de la indefinicin de trama, argumento o intriga; provoca efectos de


inestabilidad e indeterminacin; rompe con la ficcin lineal pues cada
relato introduce cambios bruscos de tiempo y espacio, varios personajes asumen el papel protagnico e incorpora mltiples puntos de vista;
transforma el orden secuencial lgico de la novela decimonnica;
exige una mayor participacin del lector; es posible eliminar o agregar
a ella nuevos relatos sin que cambie esencialmente su sentido y, por
ltimo, obvia la nocin de final.
Toda antologa conlleva alguna omisin. Para una teora del ciclo
de cuentos hispanoamericano, de Miguel Gomes, es una aportacin
terica muy valiosa que enriquecera sobremanera la primera sec
cindel libro. Citado en la Breve bibliografa sobre textos integrados
en Latinoamrica, valga esta acotacin simplemente para reconocer
la importancia de dicha referencia.
En sntesis, El ojo en el caleidoscopio sobresale porque cubre un nicho
que, por emergente, ha sido poco atendido por la crtica literaria hispanoamericana; adems, sus ensayos destacan por la originalidad y la
lucidez de sus propuestas, el acopio de informacin, el anlisis agudo
y, sobre todo, por la sugerencia de lneas de investigacin hasta ahora
inditas. No queda ms que agradecer la labor realizada por los coordinadores y por cada uno de sus colaboradores.
Jos Snchez Carb

Rose Corral (ed.), Entre ficcin y reflexin: Juan Jos Saer y Ricardo Piglia.
El Colegio de Mxico, Mxico, 2007; 312 pp.
El dilogo que mantuvieron, durante algunos aos, Juan Jos Saer y Ricardo Piglia no se interrumpi con la muerte de Saer, el 11 de junio de
2005, en Pars. Haba comenzado, tal vez, con sus conversaciones memorables en la Universidad del Litoral, en Santa Fe, para continuar en
la Universidad de Buenos Aires y, de manera un tanto inesperada (por
cuanto Saer no pudo estar presente en las dos ocasiones en que estuvo
a punto de venir), aqu, en El Colegio de Mxico gracias a los oficios
de Rose Corral, organizadora del coloquio internacional dedicado a
estos dos autores argentinos y editora de este libro impecable. Es un
dilogo en el que Saer y Piglia practican una revisin crtica (como
no acostumbramos hacerlo en Mxico) del pasado y de la tradicin
olas tradiciones literarias que, como dice Rose Corral en su prlogo,
se construyen y reconstruyen desde el presente (p. 12). Un dilogo
en que los conceptos de ficcin y verdad, de mundo y narracin, de
mito e historia, de arte e industria cultural, se profundizan o rechazan
polmicamente, como en el seno de un trabajo crtico preparatorio,

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previo a la inmersin en el abismo de la creacin literaria. Un dilogo


en persona o en obra, directo o a travs (como ahora) de los crticos.
Un dilogo extraterritorial: ajeno a una nocin estrecha de lo nacional, que permite salir de los confinamientos y pone en contacto
como hizo Saer en La narracin-objeto, conectando la obra de Juan
Rulfo con la de Onetti y el mendocino Antonio di Benedetto diversas
zonas culturales (p. 11), en esa tierra de nadie (sin propiedad y sin
patria) que es [en palabras de Piglia, citadas por Rose Corral] el lugar
mismo de la literatura (p. 13).
El volumen abre con la conferencia inaugural de Ricardo Piglia: El
escritor como lector. Y aqu aparece un tercero en discordia, pues est
dedicada a otro escritor a quien tambin admir Saer polaco o, en
realidad, argentino: Witold Gombrowicz, un completo desconocido
en aquel entonces, arraigado involuntariamente en Buenos Aires, que
viva en oscuras piezas de pensin y en la indigencia, a pesar de que
afirmaba provenir de una familia aristocrtica (pp. 17-18). Gombrowicz
va a pronunciar, el 28 de agosto de 1947, en una oscura librera de
Buenos Aires (p. 19), una conferencia titulada, provocadoramente,
Contra los poetas. Y este es el texto que aprovecha Piglia para ofrecer
su leccin de lectura. La cual comienza por afirmar su lengua como el
idioma de la desposesin: el castellano de los bares del puerto, los
obreros y los marineros, mal aprendido; la lengua spera, de gramtica incierta, que hablar siempre, cercana a la circulacin sexual y
al intercambio con desconocidos a la recova, los bares de mala vida,
los piringundines (pp. 19-20). Bastaba el contacto con ese mundo
para que el lenguaje de la Cultura comenzara a sonar a Gombrowicz
falso y vaco (p. 20). La lengua como expresin de una forma de
vida, comenta Piglia (p. 21). Y aade, en una serie de frases igualmente
provocadora: La conferencia en castellano dicha por Gombrowicz en
Buenos Aires debe ser vista como ungran acontecimiento, casi invisible
pero extraordinario. Uno de los grandesacontecimientos de nuestra
historia cultural. Un gran paso adelante en la historia de la crtica literaria. Un panfleto legendario, una de las grandes provocaciones artsticas
contra el arte (p. 23).
La conferencia de Piglia es, por ltimo, un magnfico ensayo de ficcin crtica. El pequeo escndalo de la conferencia gombrowicziana y el hecho de que el presidente del Banco Polaco de Buenos Aires
le haya ofrecido trabajo despus de escucharla, lo conduce a elaborar
una teora de las relaciones entre poesa y dinero, entre escritores y
banqueros (p. 26). Money is a kind of poetry, concluye Piglia, y cita,
adems de Wallace Stevens, a Eliot, a Joyce, a Kafka y a Pound el antibanquero (pp. 26-27). En el fondo de este pasaje de crtica-ficcin,
y de la revisin de aquel panfleto, Contra los poetas, se escucha la
frase de Brecht que sirve de epgrafe a Plata quemada: Qu es robar
un banco comparado con fundarlo?.

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Dos testimonios suplen la ausencia de Saer en el libro compilado


por Rose Corral. En primer sitio, el testimonio de Laurence Gueguen,
que vivi con l treinta aos. Nada en la vida lo dejaba indiferente,
nos cuenta: Todo lo transformaba, lo elaboraba para que se volviera
materia para su literatura. De hecho, dice, Juani no se dedic a la
literatura: sta formaba parte de su persona hasta tal punto que me
pregunto, con un poco de asombro si incluso l mismo no se habr
dejado superar, de vez en cuando, por su escritura (p. 36).
El segundo testimonio es el de Hugo Gola, cuya amistad con Saer
se prolong, como dice l mismo, por casi cincuenta aos (p. 37).
Hugo, impulsor persistente de uno de los proyectos ms duraderos de
difusin o contagio de la inquietud potica en nuestro pas, comparti con Saer y un grupo de amigos una experiencia a la que el autor
santafesino vuelve siempre de manera irremediable: la experiencia mtica, presente, profundamente real en la zona de la ciudad de Santa
Fe y los pueblos de Rincn y Colastin. Hugo narra, de una manera
intensa, contenida, emocionada, las diferencias y las proximidades,
las lecturas entusiastas y comunes; la dura experiencia del exilio, que
sumergi a Saer en un riguroso trabajo experimental dentro de un
aislamiento completo (p. 38); el reencuentro solitario de ambos y
luego con otros escritores de nuevo, Antonio di Benedetto en su
departamento de Pars y en un poblado espaol, con asados y vinos en
abundancia (p. 39); el recuerdo del maestro Juan L. Ortiz gran poeta
entrerriano, an desconocido entre nosotros. Hugo Gola destaca el
lenguaje, la entonacin particular, los registros de la oralidad y la
sintaxis de la lengua hablada que caracterizan la obra de Saer desde el
principio (pp. 42-43); habla de su poesa El arte de narrar, donde se
olvida de su intencin narrativa y escribe poemas lricos puros (p. 43).
Pero, sobre todo, muestra el trasfondo potico de su narrativa: Saer,
dice, no era un escritor metdico (p. 44); escribir, para l, no era un
simple trmite (p. 45); la construccin de sus novelas, tan racional en
apariencia, slo comienza a materializarse por una decisin no voluntaria y por la intensidad de las pasiones una inspiracin [que]
coloca su obra en el mbito de la poesa y de la poesa como visin
(pp. 45-46): Su vida fue plena y gozosa, aunque no por ello menos dramtica. Se interrumpi antes de acabar el ltimo libro. No obstante su
obra, pienso, qued totalmente cumplida Se podra decir de l algo
que dice Valry de Mallarm: Su obra fue la justificacin de su existencia, fin nico y nico pretexto del universo que habitaba (p. 48).
Cruce de lecturas, la primera parte del libro que tenemos entre
manos, comienza con una intervencin de Arcadio Daz Quiones
inspirada en unas lneas de Kafka: La memoria de una nacin pequea no es menor que la memoria de una nacin grande (p. 51).
Piglia y Saer hijos, ambos, de inmigrantes y crecidos entre dos idiomas, como Arlt (p. 53) son los constructores de un canon personal

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y heterodoxo (p. 54), a travs de un dilogo velado en sus ensayos.


Ambos subvierten el orden jerrquico y los prejuicios de la tradicin
nacional institucionalizada (p. 57), afirma Daz Quiones, y ambos
asumen una posicin provocadora. Piglia: Toda verdadera tradicin
es clandestina y se construye retrospectivamente, y tiene la estructura
de un complot (p. 62); Saer: Hay tradiciones electivas y otras obligatorias. Un escritor no puede ignorar las obligatorias, aunque sea para
atacarlas (p. 68).
El dilogo de Piglia y Saer se produce, con frecuencia, a travs
de otros escritores, como los casos que analiza Jorgelina Corbatta en
su trabajo: Faulkner, Borges (y El Aleph), Joyce. La locura y el psicoanlisis tienen un lugar importante en la triangulacin de ambos con
el autor del Ulises y Finnegans wake. Piglia piensa que Joyce vio en el
psicoanlisis un modo de narrar y una tcnica narrativa (p. 79), y
Saer descubre un vnculo profundo entre narracin y alucinacin
(p. 78). Chandler y la novela negra, el enigma y la evasin, lo policial
como modelo crtico y pretexto de la ficcin tambin aparecen en los
dos (p. 85).
En ese mapa imaginario de lecturas, hay convergencias y divergencias, seala Ana Rosa Domenella en Los poetas de la tribu
(p.102). Como en El largo adis, otra vez, cuyo valor atribuye Saer a la
melancola y a la poesa de un detective como Marlowe, en el que Piglia descubre al hombre de letras que, secretamente, constituye la lnea oculta del gnero (p. 105). Y divergencias ms profundas: Piglia se
inspira en la serie negra y Saer abomina de la industria cultural (p. 109);
Piglia relee a Manuel Puig y a Rodolfo Walsh; Saer, a otros marginales,
como Felisberto Hernndez, Di Benedetto o Juan L. Ortiz (p. 102).
El concepto de marginalidad reaparece en el anlisis que hace Karl
Kohut de dos conferencias impartidas por Saer y Piglia, en 1987, en la
Universidad Catlica de Eichsttt, en el contexto de un coloquio dedicado a la literatura argentina tras la dictadura y el exilio. Saer opone
el escritor marginal a lo nacional y las necesidades del mercado
(p.119), y lo define por su libertad radical y su transgresin permanente a las normas oficiales (p. 116). Kohut seala las debilidades
del discurso de Saer: vaguedad, imprecisin, generalidad, contradiccin, carcter individualista y abstracto debido, quiz, a su vida fuera
del pas (p. 132), y aplica el concepto de marginalidad a la obra de
Piglia (p. 131). El discurso de ste, en cambio Ficcin y poltica en la
literatura argentina, recorre el camino inverso: es la descripcin
de una lucha (p. 124); entreteje realidad y contra-realidad (p. 127);
surge de una experiencia vivida de la dictadura (p. 132). Ambos auto
res, sin embargo, rechazan el compromiso y coinciden en un punto
central: la literatura como memoria (p. 132).
Cinco estudios forman la seccin dedicada a Ricardo Piglia y pueden revisarse como un ciclo de variaciones sobre distintos temas. Adria-

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na Rodrguez Prsico aborda, por ejemplo, por medio de El ltimo


lector, el tema de la memoria y el archivo (p. 138), estableciendo que
el gusto del archivo corresponde a una visin utpica de la literatura
que produce rplicas y dobles (pp. 139-140) utopa privada, utopa
lingstica que se expresa en el espacio de la isla (p. 140) y encuentra
su expresin ms emblemtica en Robinson Crusoe: el hroe del ascetismo protestante, que reproduce la economa capitalista en un aislamiento perfecto, escribe Piglia, es antes que nada un lector solitario
(p. 147). El ltimo lector es el punto de partida, asimismo, del trabajo de
Jorge Fornet, un texto que juega con las formas empleadas por Piglia
para construir su lectura: el eplogo (p. 149), el prlogo (p. 154) y el
epgrafe (p. 158); la estructura dispersa y nmada de los fragmentos
(pp. 150, 154); la trayectoria seguida por los libros (p.152) y las escenas de lectura como en el pasaje de W. H. Hudson en la pampa: No
tenamos novelas. Cuando llegaba una a la casa era leda y prestada a
nuestro ms prximo vecino, a unas dos leguas de casa, y l, a su turno,
se la prestaba a otro, siete leguas ms lejos, y as sucesivamente, hasta
que desapareca en el espacio (p. 151).
En La mquina de escribir, esa herramienta de trabajo del crtico-detective que abunda en lugares tan distantes como las viejas
editoriales y las comisaras (p. 163) sirve a Liliana Weinberg para
analizar el modo en que Piglia relee el formalismo: vnculo entre
formas y prcticas, historia y evolucin literaria (papel de los gneros menores: noticias policiales, folletines, aguafuertes), y extraamiento: emancipar las palabras, los objetos, los gneros, de su
significado tradicional para restaurar su perceptibilidad la materialidad de los sonidos la opacidad de la forma la tcnica (p. 167).
Una nocin que Piglia vincula al complot y lo clandestino: la poltica,
el terror, el crimen, el mercado, adoptan mecanismos propios de la
ficcin (p.170), y la literatura se convierte en complot secreto, en
una sociedad secreta sin Estado (p. 172). Laurette Godinas, por su
parte, relee la filologa de Piglia: la voz y el tono (p. 179), las actas del
juicio (p. 182), la transcripcin de grabaciones (Qu es jadeo robar jadeo un banco jadeo comparado jadeo con jadeo fundarlo, p.180) y el archivo como murmullo de la historia: tejido de
ficciones, de historias privadas, de relatos criminales de cartas secretas, delaciones, documentos apcrifos (p. 183), que exige una averiguacin que entrelace el crimen y la fonologa (p. 185). Rose Corral
describe, por ltimo, los espacios de esa investigacin: la ciudad como
mapa y texto una red de historias que circulan (p. 196); el laboratorio de sus diarios, ensayos y novelas taller del escritor, lugar
secreto (p. 199), y finalmente, los lugares de encierro y reclusin
que forman otro itinerario de la obra de Piglia, y que, como dice Rose
Corral, podran ser un elemento clave y persistente de la maquinaria
secreta de su ficcin (p. 201). La forma [misma] del enigma en la

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novela policial involucra la nocin de lo cerrado, dice Rose Corral,


y no se refiere solamente a la crcel como espacio fsico, sino a la teora
de la novela como novela carcelaria una novela que avanza hacia
la perfeccin paranoica (p. 203).
Una cadencia, un ritmo, una continuidad que se prolonga, un
movimiento continuo, de cuadra en cuadra, como en una caminata (p. 209): eso es la prosa de Saer segn Julio Premat. Todo parece
previsto desde el inicio, en un movimiento hacia una escritura por
venir, tan indefinida como ineluctable, y sin embargo, cada novela produce un cambio de reglas, funciona como una anomala
(p.210). Y es que la cadencia de escritura es, en s, el proyecto y la
muerte, la inconcebible interrupcin de la cadencia (p. 211). Lo que
Saer reivindica es la dimensin involuntaria, cuando no inconsciente,
de la creacin (p. 216): no hay nada [ms] que mostrar, el escritor
es un hombre como todos, el autor es ese nadie del que nada puede
saberse (p. 218). Rechazo radical de las poses, los mitos, los rituales,
que restaura la autoridad del escritor y [pone] sus relatos en primer
plano (p. 220).
Daniel Balderston propone, en su texto, que la perpectiva de El
arte de narrar es la del umbral (p. 232) y la de los momentos liminares (p. 229). Al parecer, Saer le dijo a Nora Catelli que La grande
iba a terminar en un poema (p. 231). Y quiz termina en un poema: de una sola lnea, y puramente liminar. Silvana Rabinovich lee
El entenado, como apunta ella misma, en clave de la tica heternoma de Levinas (p. 235). Sujeto de alteridad, hurfano habituado
a la intemperie(p. 118), el entenado es narrador: da la palabra al
otro, les cede a [los indios] la palabra (p. 239): como les debo la
vida, es justo que se la pague volviendo a revivir, todos los das, la de
ellos (p.245). La androfagia saeriana representa la imposibilidad
deasimilar al otro: el otro (mejor dicho, la otra), inasimilable, es andrfaga (p.241). Dardo Scavino, por su parte, invoca al griot senegals
deTraor para rastrear el modo en que se elevan ciertos fragmentosde la vida cotidiana al estatuto de mitos, articulando los rituales
mgicos y la lgica delirante del crimen, la lgica policial de La pesquisa y el autnomo mundo mtico de los indios colastin en El entenado (pp. 250-251). Los relatos mticos de Saer parten de un desarraigo
violento de la naturaleza cuerpo materno para acceder al orden
de las ficciones simblicas y perder la familiaridad con el mundo, a
travs de la violencia originaria festn antropofgico de los colastins u otros sacrificios rituales compulsivos (p. 255). La barbarie, la
locura y el crimen se encuentran, dice Dardo Scavino, en el centro o
en el origen de la civilizacin, la razn o la ley (p. 257), y constituyen
lo inexpresable de la experiencia potica (p. 261). La figura del sacrificio en serie no se reduce al serial killer: su conjuncin de crimen,
repeticin y delirio es propia del acontecimiento mtico (p. 263).

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Bordeando el mismo espacio imaginario de La pesquisa y El entenado, Csar A. Nez indaga las representaciones errneas y los
espacios invadidos de Paramnesia, rastreando una zona de significacin compuesta de sugestiones y anticipaciones (p. 273), de
relatos guardados en otros relatos que construyen un lugar, un
espacio que invadir, o en palabras de Piglia, una memoria personal
a partir de experiencias y recuerdos ajenos (p. 282). Y en el ltimo
trabajo del libro, a partir de una revisin de la estructura de las sagas
medievales y el estatuto mtico de la ficcin, Enrique Foffani analiza,
detenidamente, los vnculos que unen las sagas de Faulkner, Onetti y
Saer; el territorio narrativo imaginario de cada uno (p. 291); la comunidad de personajes que transmigran de relato en relato (p. 301),
creando la ilusin de una realidad viviente (p. 304) y construyendo
el espacio de un dilogo en torno al ritual de la comida (p. 305):el
asado que como en El entenado es la creacin de este espacio interlocutivo o dialgico, investido de la charla entre amigos y poblado
de innmeras mesas compartidas que se construye a partir de la
interrogacin acerca de lo real (p. 306). Una suerte de materialismo
a la vez trgico y hednico clausura con el ritual del asado de La
grande una obra narrativa que vuelve siempre al origen, desmintiendo
su carcter inconcluso y abrindose, dice Foffani, a un final preado
de inminencias (p. 307).
Concluido este recorrido por el magnfico volumen coordinado
por Rose Corral, volvemos a la cuestin del dilogo. O en trminos ms
coloquiales: al asunto de la conversacin. Y lo que podemos concluir es
que, entre estos dos escritores hay lneas que se aproximan y otras que se
separan, pero que sus obras surgen de un rigor semejante y poseen un
mismo espritu de crtica y provocacin; que ambos revisan con fiereza
la tradicin y reivindican la ficcin; que articulan poltica y potica sin
concesiones a ningn poder ni autoridad que no sea la de la escritura.
Pero, dentro de cada uno, ms all de la conversacin, hay un dilogo
interno y contradictorio que Dardo Scavino llama (citando a Saer) la
hospitalidad a lo antagnico: Saer conjetura que si Sarmiento era un
escritor y no sencillamente un poltico, un idelogo o un polemista, se
debe a la capacidad de dejarse maravillar por todo lo que en la realidad
diversa y adversa las contradice. De esta hospitalidad a lo antagnico
nace su literatura (p. 265).
Enrique Flores
Universidad Nacional Autnoma de Mxico

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