Spanish 1858 Great Controversy
Spanish 1858 Great Controversy
Spanish 1858 Great Controversy
Entre
Cristo y sus Ángeles
Y Satanás y sus Ángeles
Por Elena G. de White
Battle Creek, Mich.
Publicado por Jaime White
1858
Índice
Capitulos
1 La Caída de Satanás
2 La Caída del Hombre
3 El Plan de Salvación
4 El Primer Advenimiento de Cristo
5 El Ministerio de Cristo
6 La Transfiguración
7 La Traición de Cristo
8 El Juicio de Cristo
9 La Crucifixión de Cristo
10 La Resurrección de Cristo
11 La Ascensión de Cristo
12 Los Discípulos de Cristo
13 La Muerte de Esteban
14 La Conversión de Saulo
15 Los Judíos Deciden Matar a Pablo
16 Pablo Visita Jerusalén
17 La Gran Apostasía
18 El Misterio de la Iniquidad
19 La Muerte No es un Tormento Eterno
20 La Reforma
21 La Unión del Mundo y de la Iglesia
22 Guillermo Miller
23 El Mensaje del Primer Ángel
24 El Mensaje del Segundo Ángel
25 El Movimiento Adventista Ilustrado
26 Otra Ilustración
27 El Santuario
28 El Mensaje del Tercer Ángel
29 Una Plataforma Firme
30 El Espiritismo
31 La Avaricia
32 El Zarandeo
33 Los Pecados de Babilonia
34 El Fuerte Pregón
35 El Cierre del Tercer Mensaje
36 El Tiempo de Angustia de Jacob
37 La Liberación de los Santos
38 La Recompensa de los Santos
39 La Tierra Desolada
40 La Segunda Resurrección
41 La Segunda Muerte
Capítulo 1
La Caída de Satanás
El Señor me ha mostrado que Satanás fue una vez un ángel honrado en el cielo, q
ue seguía en orden a JesuCristo. Su semblante era apacible, expresivo y lleno de felicida
d como el de los demás ángeles. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligen
cia. Su forma era perfecta, su porte noble y majestuoso. Pero vi que cuando Dios le dijo
a su Hijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, Satanás sintió celos de Jesús. Deseó qu
e se le consultara con respecto a la creación del hombre. Estaba lleno de envidia, de celo
s y de odio. Deseó ocupar la posición más exaltada en el cielo, estar cerca de Dios, y reci
bir los más altos honores. Hasta entonces, todo el cielo era orden, armonía y perfecta suj
eción al gobierno de Dios.
Rebelarse en contra del orden y de la voluntad de Dios era el pecado más grande.
Todo el cielo parecía estar en conmoción. Los ángeles estaban agrupados en compañías,
teniendo a su cabeza un ángel superior que los comandaba. Todos los ángeles estaban agi
tados. Satanás estaba haciendo insinuaciones en contra del gobierno de Dios, sintiendo la
ambición de exaltarse a si mismo, y renuente a someterse a la autoridad de Jesús. Alguno
s de los ángeles simpatizaban con Satanás en su rebelión, y otros contendían esforzadame
nte por el honor y la sabiduría de Dios al dar autoridad a su Hijo. Y hubo contienda entre
los ángeles. Satanás y los ángeles que simpatizaban con él, quienes estaban luchando por
reformar el gobierno de Dios, desearon penetrar en su inescrutable sabiduría para indagar
sus propósitos en exaltar a Jesús, y dotarlo con tan ilimitado poder y dominio. Se rebelar
on contra la autoridad del Hijo de Dios, y todos los ángeles fueron llamados a comparecer
ante el Padre, para decidir cada caso. Se determinó que Satanás fuese expulsado del cielo
con todos los ángeles que se le habían unido en la rebelión. Entonces hubo guerra en el c
ielo. Los ángeles se empeñaron en la batalla; Satanás deseaba vencer al Hijo de Dios, y a
aquellos que eran sumisos a su voluntad. Pero los ángeles buenos y verdaderos prevaleci
eron, y Satanás, con sus seguidores fueron echados del cielo.
Después de que Satanás fue arrojado del cielo, con aquellos que cayeron con él, él
se dio cuenta de que había perdido toda la pureza y la gloria del cielo para siempre. Ento
nces, se arrepintieron y desearon ser restaurados de nuevo en el cielo. Él estaba deseoso
de tomar su propio lugar, o cualquier otro lugar que le fuera asignado. Pero no, el cielo n
o podía ser colocado en peligro. Todo el cielo sería estropeado si lo volvieran a recibir; p
orque el pecado se originó con él y las semillas de la rebelión estaban en él. Satanás habí
a conseguido seguidores, aquellos que simpatizaron con él en su rebelión. Él y sus segui
dores se arrepintieron, lloraron e imploraron que los aceptaran de nuevo en el favor de Di
os. Pero no, su pecado, su odio, su envidia y sus celos habían sido tan grandes que Dios
no los podía borrar. Éstos debían permanecer para recibir su castigo final.
Cuando Satanás llegó a estar completamente consciente de que no había ninguna
posibilidad de ser reintegrado nuevamente al favor de Dios, entonces, su malicia y su odi
o comenzaron a manifestarse. Consultó con sus ángeles, y un plan fue puesto en efecto p
ara trabajar todavia en contra del gobierno de Dios. Cuando Adán y Eva fueron colocado
s en el hermoso huerto, Satanás estaba haciendo planes para destruirlos. Una consulta fue
efectuada con sus ángeles malos. No había manera de que esa feliz pareja pudiera ser pri
vada de su felicidad si obedecía a Dios. Satanás no podía ejercer su poder sobre ellos a m
enos que primero desobedecieran a Dios, y perdieran su favor. Ellos tenian que idear alg
ún plan para conducirlos a la desobediencia a fin de que incurrieran en el desagrado de Di
os y fueran colocados bajo una influencia más directa de parte de Satanás y sus ángeles.
Se decidió que Satanás debia asumir otra forma, y manifestar interés por el hombre. Él d
ebía hacer insinuaciones en contra de las verdades de Dios, crear duda acerca de sí Dios q
uiso decir lo que dijo, y entonces, estimular su curiosidad, y guiarlos a tratar de inmiscuir
se en los inescrutables planes de Dios, algo de lo cual Satanás había sido culpable, y cond
ucirlos a razonar acerca de la causa de sus restricciones en relación con el árbol del conoc
imiento.
Capítulo 2
Capítulo 3
El Plan de Salvación
El cielo se llenó de pesar cuando se dieron cuenta de que el hombre estaba perdid
o, y de que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la e
nfermedad y la muerte, y no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia de Adán
debía morir. Contemplé al amante Jesús, y vi una expresión de simpatía y dolor en su ros
tro. Pronto lo vi acercarse a la deslumbrante luz que envolvía al Padre. Dijo mi ángel ac
ompañante: Está en íntima comunión con su Padre. La ansiedad de los ángeles parecía se
r muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con su Padre. Tres veces lo encerró el
glorioso resplandor que rodea al Padre y la tercera vez, cuando él salió, su persona se pud
o ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con bondad y
con una amabilidad que las palabras no pueden describir. Entonces informó a la hueste a
ngélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que
había intercedido con su Padre y que había ofrecido su vida en rescate, para que la senten
cia de muerte cayera sobre él, de modo que por los méritos de su sangre, y como resultad
o de su obediencia a la ley de Dios, ellos pudieran tener el favor divino, volver al hermos
o huerto y comer del fruto del árbol de la vida.
Al principio, los ángeles no pudieron regocijarse, porque su Comandante no les oc
ultó nada, sino que abrió ante ellos explícitamente el plan de salvación. Jesús les dijo que
él se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la iniquid
ad y el escarnio, que pocos lo recibirían como el Hijo de Dios. Casi todos lo aborrecerían
y rechazarían. Dejaría toda su gloria en el cielo apareciendo sobre la tierra como hombre,
se identificaría, mediante su propia experiencia, con las diversas tentaciones con las que u
n hombre es asediado, para saber cómo socorrer a aquellos que fueran tentados; y que fin
almente, después de cumplir su misión como maestro, él sería entregado en las manos de
los hombres y soportaría toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pudi
eran inspirar a los impíos a infligir; que debía morir la más cruel de las muertes, colgado
entre el cielo y la tierra como un pecador culpable; que sufriría terribles horas de angusti
a, que ni los mismos ángeles podrían mirar, pues ocultarían sus rostros para no verla. No
sería sólo agonía corporal, sino que sufriría una agonía mental con la cual no se podía co
mparar ningún sufrimiento físico. El peso de los pecados de toda la humanidad caería so
bre él. Les dijo que moriría y resucitaría de nuevo el tercer día, y que ascendería a su Pad
re para interceder por el hombre culpable y extraviado.
Los ángeles se postraron ante él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que por su
muerte él salvaría a muchos, que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. Sólo su vid
a podía ser aceptada por su Padre como recompensa en favor del hombre.
Jesús también les dijo que ellos tendrían que desempeñar una parte, y en diferente
s ocasiones lo fortalecerían; que él tomaría la naturaleza caída del hombre y su fortaleza n
o se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación, de sus grandes sufrim
ientos. Y que cuando contemplaran sus padecimientos y el odio de los hombres hacia él,
se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, queriendo por amor a él, rescatar
lo y librarlo de sus asesinos; pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que contem
plaran, pues tendrían una parte que desempeñar en ocasión de su resurrección; que el plan
de salvación había sido ideado y su Padre lo había aceptado.
Con santa tristeza, Jesús consoló y animó a los ángeles y les informó que después
de esas cosas, los que él redimiera estarían y vivirían con él para siempre; y que por su m
uerte rescataría a muchos, y destruiría al que tenía el poder de la muerte. Y su Padre le d
aría el reino y la grandeza del dominio debajo de todos los cielos, y él los poseería para si
empre jamás. Satanás y los pecadores sería destruidos y no perturbarían nunca más el cie
lo ni la nueva tierra purificada. Jesús encareció a la hueste angélica que aceptara el plan
que su Padre había aprobado, y se regocijara en el hecho de que por medio de su muerte e
l hombre caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cie
lo.
Entonces el cielo se llenó de un gozo inefable. Y la hueste angélica entonó un hi
mno de alabanza y adoración. Pulsaron sus arpas y entonaron una nota más alta que ante
s, por la gran misericordia y condescendencia de Dios al entregar a su muy Amado para q
ue muriera por una raza de rebeldes. Tributaron alabanza y adoración por la abnegación
y el sacrificio de Jesús; por el hecho de que él consintiera en dejar el seno de su Padre, y
escogiera una vida de sufrimiento y angustia, y muriera una muerte ignominiosa con el fi
n de dar vida a otros.
Dijo el ángel: ¿Creéis que el Padre entregó a su amado Hijo sin lucha alguna? No,
no. El mismo Dios del cielo tuvo que luchar para decidir si dejaba perecer al hombre cul
pable o entregaba a su Amado Hijo para que muriera por él, los ángeles estaban tan intere
sados en la salvación del hombre que se podía encontrar entre ellos quien hubiese estado
dispuesto a abandonar la gloria y dar su vida por el hombre perdido. Pero, dijo mi ángel
acompañante: De nada valdría. La transgresión era tan grande que un ángel no podría pa
gar la deuda. Nada sino la muerte, y la intercesión de su Hijo pagaría la deuda, y salvaría
al hombre perdido del pesar y la miseria sin esperanzas. Pero a los ángeles se les asignó
una obra, la de ascender y descender con el bálsamo fortalecedor procedente de la gloria,
para suavizar los sufrimientos del Hijo de Dios y servirle.
También tendrían la tarea de guardar y proteger de los ángeles impíos, a los hered
eros de la gracia, y escudarlos de las tinieblas que Satanás constantemente arrojaría contr
a ellos. Vi que era imposible para Dios alterar o cambiar su ley para salvar al hombre per
dido, por eso, él permitió que su amado Hijo muriera por la transgresión del hombre.
Satanás se regocijó de nuevo con sus ángeles de que pudiera derribar al Hijo de D
ios de su exaltada posición al provocar la caída del hombre. Le dijo a sus ángeles que cu
ando Jesús tomara la naturaleza del hombre caído, podría dominarlo y estorbaría el cumpl
imiento del plan de salvación.
Se me mostró entonces cómo fue Satanás una vez, un ángel feliz y exaltado. Des
pués lo vi como es ahora. Todavía su aspecto sigue siendo principesco. Sus facciones aú
n son nobles, porque es un ángel caído. Pero la expresión de su rostro está llena de ansie
dad, preocupación, infelicidad, malicia, odio, de deseos de causar daño, de engaño, y de t
oda clase de mal. Observé particularmente esa frente que fue tan noble. A partir de sus o
jos comienza a retroceder. Vi que por tanto tiempo se ha inclinado al mal, que toda buen
a cualidad se ha rebajado, y todo rasgo maligno se ha desarrollado. Sus ojos son astutos,
irónicos y muestran profunda penetración. Su cuerpo es grande, pero la piel cuelga flácid
a de sus manos y de su cara. Al contemplarlo su barbilla descansaba sobre su mano izqui
erda. Parecía estar en profunda meditación. Una sonrisa se dibujaba en su rostro, que me
hizo temblar, estaba tan llena de maldad y astucia satánica. Esta es una de las sonrisas qu
e él esboza justo antes de apoderarse de su víctima, y cuando la entrampa en sus redes, es
a sonrisa se vuelve cada vez más horrible.
Favor hacer referencia a: Deuteronomio 6:16, 8:3; 2Reyes 17:35-36; Salmos Libro IV 91:11-12; Lucas capí
tulo 2-4.
Capítulo 5
El Ministerio de Cristo
Cuando Satanás terminó sus tentaciones, se retiró de Jesús por un tiempo, los áng
eles le prepararon alimento en el desierto para fortalecerlo, y la bendición de su Padre des
cansó sobre él. Satanás había fallado en sus más fieras tentaciones, pero esperaba el tiem
po cuando Jesús empezara su ministerio, entonces el trataría, en diferentes ocasiones de u
sar su astucia para vencerlo estimulando a quienes se resistieran a recibir a Jesús a que lo
aborreciesen y procurasen destruirlo. Satanás tuvo una reunión especial con sus ángeles.
Estaban desilusionados y llenos de ira al ver que no habían logrado nada contra el Hijo de
Dios. Decidieron que serían más astutos y que utilizarían todo su poder para inspirar incr
edulidad en las mentes de los de su propia nación, para que éstos no lo reconociesen com
o el Salvador del mundo, y de esa manera, desanimar a Jesús en el cumplimiento de su mi
sión. No importaba cuán exigentes fueran los judíos en sus ceremonias y ritos, si podían i
ncitarlos a mantener sus ojos ciegos con respecto a las profecías, y hacerles creer que ésta
s serían cumplidas por un rey poderoso y terrenal, podrían de esa manera, mantenerlos po
r largo tiempo esperando la llegada de un Mesías.
Se me mostró que Satanás y sus ángeles estuvieron muy ocupados durante el mini
sterio de Cristo, inspirando incredulidad, odio y desprecio en los hombres. A menudo, cu
ando Jesús presentaba alguna penetrante verdad que reprochaba sus pecados, la gente se l
lenaba de ira. Satanás y sus demonios los urgían a quitarle la vida al Hijo de Dios. En va
rias ocasiones tomaron piedras para arrojárselas, pero ángeles lo guardaron y apartándolo
de la airada multitud, lo llevaron a un lugar seguro. En otra ocasión, cuando la verdad pu
ra brotó de sus santos labios, la multitud le echó mano y lo llevó al borde de un risco con
la intención de despeñarlo. Luego surgió una discusión en cuanto a qué debían hacer con
él y entonces los ángeles lo escondieron de la vista de la multitud, y él, pasando por en m
edio de ellos, pudo seguir su camino.
Satanás todavía esperaba que el gran plan de salvación fracasara. Ejerció todo su
poder para endurecer los corazones y amargar los sentimientos del pueblo en contra de Je
sús. Esperaba que muy pocos lo recibirían como el Hijo de Dios, y que Jesús considerarí
a sus sufrimientos y sacrificios demasiado grandes para beneficiar a tan pequeño grupo.
Pero vi que si sólo hubiera habido dos personas que aceptaran a Jesús como el Hijo de Di
os y creyeran en él para salvar sus almas, él hubiera llevado a cabo el plan.
Jesús comenzó su obra quebrantando el poder de Satanás sobre los dolientes. San
aba a los que sufrían por el poder cruel del maligno. Restauró la salud del enfermo, sanó
al paralítico, induciéndolos a saltar de alegría a causa del gozo que había en sus corazone
s, y a glorificar a Dios. Le dio vista al ciego, mediante su poder, restauró la salud de aque
llos que habían estado enfermos y sometidos por muchos años al cruel poder satánico. Al
débil, acosado por el sufrimiento, le dio palabras de ánimo. Levantó a los muertos a la vi
da, y ellos glorificaron a Dios por la grandiosa demostración de su poder. Hizo obras extr
aordinarias en favor de los que creían en él. Y a los débiles y sufrientes a quienes Sataná
s retenía en triunfo, Jesús los arrancó de sus manos, y les dio, a través de su poder, salud
corporal y gran gozo y felicidad.
La vida de Cristo estuvo llena de actos de benevolencia, simpatía y amor. Siempr
e estuvo dispuesto a escuchar, y a aliviar a aquellos que venían a él. Multitudes llevaban
evidencias en sus propios cuerpos de su poder divino. No obstante, muchos de ellos, des
pués que las obras habían sido realizadas, se avergonzaron del humilde pero grandioso m
aestro. Porque los dirigentes no creían en el, no estaban dispuestos a sufrir con Jesús. Él
fue un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Pero pocos podían soportar el ser
gobernados por los principios manifestados en su vida sobria y abnegada. Deseaban goza
r de los honores que el mundo confiere. Muchos siguieron al Hijo de Dios, y escucharon
sus instrucciones, se regocijaron en las palabras tan llenas de gracia que brotaban de sus l
abios. Sus palabras estaban llenas de significado, sin embargo, eran tan claras que aun el
más débil las podía comprender.
Satanás y sus ángeles estaban ocupados cegando los ojos y oscureciendo el entend
imiento de los judíos, e impulsaron a la gente más prominente y a los dirigentes a que le q
uitasen la vida al Salvador. Enviaron oficiales a traer a Jesús, pero cuando se acercaron a
él fueron dominados por un gran asombro. Lo vieron lleno de amor y simpatía, hablándo
le a los débiles y afligidos. Los escucharon también dirigir palabras de autoridad reprend
iendo el poder de Satanás y liberando a los cautivos. Escucharon palabras de sabiduría sa
lir de sus labios y se sintieron cautivados, no pudieron echarle mano. Regresaron sin Jesú
s a los sacerdotes y ancianos. Cuando se les preguntó: ¿Por qué no lo habéis traído? Ello
s relataron lo que habían presenciado con respecto a sus milagros, y las palabras de sabid
uría, amor y conocimiento que habían escuchado, y concluyeron diciendo que nunca hom
bre alguno había hablado como él. Los principales sacerdotes los acusaron de haber sido
engañados, y algunos dignatarios se avergonzaron de no haberlo prendido. Los sacerdote
s preguntaron con burla si algunos de los dirigentes habían creído en el. Vi que muchos d
e los magistrados y de los ancianos creían en Jesús, pero Satanás impedía que lo reconoci
eran. Temían más el oprobio de la gente que a Dios.
Hasta entonces, la astucia y el odio de Satanás no habían logrado destruir el plan d
e salvación. Se acercaba el tiempo cuando debía cumplirse el propósito por el cual Jesús
había venido a este mundo. Satanás y sus ángeles se reunieron para consultar, y decidier
on provocar a la propia nación de Cristo a que demandara ansiosamente su sangre y acum
ulara crueldad y escarnio sobre él, deseando que Jesús, resintiendo semejante trato, no co
nservara su humildad y mansedumbre.
Mientras Satanás trazaba sus planes, Jesús revelaba cuidadosamente a sus discípul
os los sufrimientos por los que había de atravesar. Que sería crucificado y se levantaría d
e nuevo al tercer día. Pero el entendimiento de ellos parecía estar embotado. No podían
entender lo que él les decía.
Favor hacer referencia a: Lucas 4:29; Juan 7:45-48; 8:59.
Capítulo 6
La Transfiguración
Vi que la fe de los discípulos se fortaleció mucho en ocasión de la transfiguración.
Dios escogió darle a los seguidores de Jesús una prueba contundente de que él era el Mesí
as prometido, a fin de que en su amargo pesar y chasco, no perdieran completamente su c
onfianza. En el momento de la transfiguración, el Señor envió a Moisés y a Elías a habla
r con Jesús con respecto a sus sufrimientos y muerte. En vez de elegir ángeles para conve
rsar con su Hijo, Dios escogió a aquellos que tenían una experiencia en las pruebas en la t
ierra.
Elías había caminado con Dios. Su obra no había sido placentera. A través de él,
Dios había reprendido el pecado. Era un profeta de Dios, y tuvo que huir de lugar en luga
r para salvar su vida. Fue perseguido como una bestia salvaje para ser destruído. Dios tr
asladó a Elías. Los ángeles lo llevaron en gloria y triunfo al cielo.
Moisés fue un hombre honrado en extremo por Dios. Fue más grande que cuanto
s habían vivido antes de él. Tuvo el privilegio de hablar con Dios cara a cara, como cuan
do un hombre habla con un amigo. Le fue permitido ver la luz resplandeciente y la excel
ente gloria que rodean al Padre. A través de Moisés, el Señor liberó a los hijos de Israel d
e la esclavitud de los egipcios. Moisés fue el mediador entre Dios y su pueblo. Se interp
uso a menudo entre ellos y la ira de Dios. Cuando el furor del Señor se encendió grande
mente contra Israel por su incredulidad, sus murmuraciones y sus graves pecados, el amo
r de Moisés por ellos fue probado. Dios le propuso destruir al pueblo y hacer de él una p
oderosa nación. Moisés demostró su amor por Israel mediante una ferviente intercesión.
En su angustia, oró a Dios suplicándole que aplacara su gran indignación y perdonara al p
ueblo, o que borrara su nombre de su libro.
Cuando Israel murmuró contra Dios y contra Moisés porque no pudieron obtener
agua, lo acusaron de sacarlos para matarlos a ellos y a sus hijos. Dios oyó sus murmuraci
ones, y le permitió a Moisés que hiriese la roca para que los hijos de Israel tuvieran agua.
Moisés hirió la roca con ira, y tomó la gloria para sí mismo. La continua desobediencia y
murmuración de los hijos de Israel le causaron dolor intenso, y por un momento, se olvid
ó de lo mucho que Dios los había soportado, y que sus murmuraciones no eran contra él s
ino contra el Señor. En esa ocasión, él sólo pensó en sí mismo, en cuán profundamente lo
zaherían los hijos de Israel, y en cuán poca gratitud había recibido a cambio de su profun
do amor hacia ellos.
Al golpear la roca, Moisés falló en honrar a Dios y en magnificarlo ante los hijos
de Israel, para que ellos lo glorificaran. Y el Señor se disgustó con Moisés y dijo que él n
o entraría a la tierra prometida. Fue a menudo el plan de Dios probar a Israel colocándolo
en situaciones desfavorables, para entonces liberarlo de su gran necesidad exhibiendo su
poder, a fin de que lo tuvieran en sus mentes y lo glorificaran.
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de piedra, y vio a Israel ad
orando al becerro de oro, su indignación se encendió grandemente, y arrojó las tablas de
piedra y las quebró. Vi que Moisés no pecó al hacer eso. Se airó por Dios, tuvo celo por
su gloria. Pero cuando cedió a los sentimientos naturales del corazón, y tomó gloria para
sí mismo, la cual pertenecía a Dios, pecó y por ese pecado, Dios no le permitió entrar en l
a tierra prometida.
Satanás había estado tratando de encontrar algo de qué acusar a Moisés ante los á
ngeles. Se regocijó del triunfo que había logrado al inducirlo a disgustar a Dios, y le dijo
a los ángeles que cuando el Salvador del mundo viniera a redimir al hombre, él lo vencerí
a. Por ese pecado, Moisés cayó bajo el poder de Satanás-el dominio de la muerte. Si hub
iese permanecido firme, y no hubiese pecado en tomar la gloria para si, el Señor lo hubier
a llevado a la tierra prometida y lo hubiera trasladado al cielo sin ver la muerte.
Vi que Moisés pasó por la muerte, pero Miguel descendió y le dio vida antes de q
ue viera corrupción. Satanás reclamó el cuerpo como suyo, pero Miguel resucitó a Moisé
s, y lo llevó al cielo. El diablo trató de retener ese cuerpo, pretendiendo que le pertenecí
a. El enemigo se quejó amargamente contra Dios, acusándole de ser injusto al permitir q
ue se le arrebatara su presa. Pero Miguel no reprendió a su adversario, a pesar de que el s
iervo de Dios había caído como resultado de sus tentaciones. Mansamente remitió el cas
o a su Padre, diciendo: "El Señor te reprenda".
Jesús le dijo a sus discípulos que algunos no pasarían por la muerte hasta que vier
an descender el reino de Dios con poder. Esa promesa se cumplió en ocasión de la transfi
guración. El semblante de Jesús cambió, y resplandeció como el sol. Su túnica era blanc
a como la luz. Moisés estuvo presente en representación de aquellos que serán levantado
s de entre los muertos en ocasión de la segunda venida de Jesús. Elías, quien fue traslada
do sin ver la muerte, representa a los que serán transformados en seres inmortales a la seg
unda venida de Cristo y serán trasladados al cielo sin ver la muerte. Los discípulos conte
mplaron con asombro y temor la excelsa majestad de Jesús, y cuando la nube los envolvi
ó oyeron la voz de Dios con majestad terrible, diciendo: "Este es mi Hijo amado, oidle".
Favor hacer referencia a: Exodo capítulo 32; Números 20:7-12; Deuteronomio 34:5; 2Reyes 2:11; Marcos c
apítulo 9; Judas 9.
Capítulo 7
La Tración de Cristo
Se me llevó al momento cuando Jesús comió la pascua con sus discípulos. Sataná
s había engañado a Judas, y le hizo creer que era uno de los verdaderos discípulos de Cris
to, pero su corazón siempre fue carnal. Había visto las poderosas obras de Jesús, había es
tado con él durante su ministerio, y se había rendido a la poderosa evidencia de que él era
el Mesías; pero era calculador y codicioso. Amaba el dinero. Se quejó airadamente por e
l costoso ungüento derramado sobre Jesús. María amaba a su Señor. Él había perdonado
sus pecados, que eran muchos, y había resucitado a su amado hermano de los muertos, y
ella creía que nada era demasiado costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera el
ungüento, mejor podría ella expresar su gratitud al Salvador, dedicándoselo. Como excus
a para ocultar su codicia, Judas dijo que ese ungüento podría haber sido vendido para dar
el dinero a los pobres. Pero no era su preocupación por los pobres lo que lo impulsaba a
decir eso, porque era egoísta, y a menudo se apropiaba para su uso personal de lo que se l
e había confiado para los pobres. Judas no se había preocupado de la comodidad de Jesús
ni de sus necesidades, y excusaba su codicia refiriéndose a menudo a los pobres. Aquel a
cto de generosidad de parte de María constituyó una hiriente reprensión para su carácter c
odicioso.
El camino estaba preparado para que la tentación de Satanás encontrara fácil acog
ida en el corazón de Judas. Los judíos odiaban a Jesús; pero las multitudes se aglomerab
an para escuchar sus palabras de sabiduría y presenciar sus poderosas obras. Eso atrajo la
atención de los sacerdotes y ancianos, porque la gente se sentía impulsada por el más prof
undo interés y seguía ansiosamente a Jesús escuchando las instrucciones de ese maravillo
so maestro. Muchos de los dirigentes creían en Jesús pero tenían miedo de confesarlo, po
r temor a ser despedidos de la sinagoga. Los sacerdotes y ancianos decidieron que tenían
que hacer algo para apartar de Jesús la atención de la gente. Temían que todos los hombr
es creerían en él y no se sentían seguros. Habían de perder sus puestos o dar muerte al Se
ñor. Pero después de que le dieran muerte, todavía quedarían algunos que serían monum
entos vivientes de su poder. Jesús había resucitado a Lázaro de los muertos. Temían que
si mataban a Jesús, Lázaro testificaría de su poder. La gente se agolpaba para ver al que
había sido levantado de los muertos, y los dirigentes decidieron eliminar también a Lázar
o para sofocar ese entusiasmo. Entonces podrían lograr que el pueblo se volviera a las tra
diciones y doctrinas de hombres, a fin de que siguieran diezmando el eneldo y el comino,
y ejercerían nuevamente su influencia sobre él. Convinieron prender a Jesús cuando estu
viese solo, porque si intentaban arrestarlo en medio de una multitud, cuando las mentes d
e la gente estuviera concentrada en él, la multitud los apedrearía.
Judas sabía cuán ansiosos estaban de prender a Jesús y ofreció entregarlo a los pri
ncipales sacerdotes y ancianos por unas cuantas monedas de plata. Su amor al dinero lo i
ndujo a traicionar a su Señor entregándolo en manos de sus más acerbos enemigos. Satan
ás estaba trabajando directamente a través de Judas, y en medio de las escenas impresiona
ntes de la última cena, el traidor estaba trazando planes para entregar a su Maestro. Con
pesar, Jesús dijo a sus discípulos que todos ellos se escandalizarían en él aquella noche.
Pero Pedro afirmó con vehemencia que si todos los demás se escandalizaban, él no lo harí
a. Jesús le dijo: Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado p
or ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos.
Contemplé a Jesús en el huerto con sus discípulos. Con profundo pesar, les rogó
que velaran y oraran para que no cayeran en tentación. Sabía que su fe sería probada, que
sus esperanzas se verían frustradas, que necesitarían toda la fortaleza que pudieran obtene
r como resultado de una estricta vigilancia y ferviente oración. Con fuertes clamores y lla
nto Jesús oraba: Padre si quieres pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino l
a tuya. El Hijo de Dios oraba en agonía. Grandes gotas de sangre fluían sobre su rostro y
caían en tierra. Los ángeles se reunían en ese lugar, testigos de la escena, pero sólo uno f
ue comisionado para que fortaleciera al Hijo de Dios en su agonía. Los ángeles del cielo
se quitaron sus coronas, abandonaran sus arpas, y con el más profundo interés observaron
silenciosamente a Jesús. No había gozo en el cielo. Ellos hubiesen deseado rodear al Hij
o de Dios, pero los ángeles que estaban en comando no se lo permitieron, por temor a que
cuando contemplaran la entrega de Cristo se decidieran a librarlo; porque el plan había si
do trazado y tenía que cumplirse.
Después que Jesús oró, se acercó a sus discípulos. Estaban durmiendo. En esa ter
rible hora, no contaba siquiera con el aliento y las oraciones de sus discípulos-Pedro, tan
celoso un poco antes, dormía profundamente. Jesús les recordó sus declaraciones positiv
as, y les dijo: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Tres veces el Hijo de
Dios oró con agonía, entonces apareció Judas con su banda de hombres. Saludó a Jesús c
omo de costumbre. El grupo rodeó a Jesús quien entonces manifestó su poder divino, cua
ndo dijo: "¿A quién buscáis?" "Yo soy". Entonces cayeron de espaldas al suelo. Jesús hi
zo la pregunta para que pudiesen ser testigos de su poder, y tuvieran evidencias de que él
podía librarse de sus manos si quería.
Los discípulos comenzaron a tener esperanzas, al ver cuán fácilmente la multitud
armada de palos y de espadas caía en tierra. Al levantarse, rodearon nuevamente al Hijo
de Dios y Pedro desenvainó su espada e hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó un
a oreja. Jesús le ordenó que envainara su espada diciéndole: "¿Acaso piensas que no pue
do orar a mi Padre y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?" Vi que cuand
o pronunció esas palabras, el rostro de los ángeles se animó de esperanza. Querían en ese
momento y allí mismo, rodear a su Comandante y dispersar a la airada multitud. Pero nu
evamente, el pesar se apoderó de ellos cuando Jesús añadió: "¿Pero cómo entonces se cu
mplirían las Escrituras de que es necesario que así se haga?" Los corazones de los discíp
ulos también se hundieron en la desesperación y en amarga frustración cuando vieron que
Jesús permitía que sus enemigos se lo llevaran.
Los discípulos temieron por sus propias vidas y todos lo abandonaron y huyeron.
Jesús quedó solo en manos de una turba asesina. ¡Oh, qué triunfo fue ese para Satanás! ¡
Y qué tristeza y pesar para los ángeles de Dios! Muchas legiones de santos ángeles, cada
una encabezada por su caudillo, fueron enviados para presenciar la escena, con el propósi
to de registrar todo acto de crueldad, y todo insulto que fuera lanzado contra el Hijo de Di
os, así como toda la aflicción que Jesús sufriera; porque esos mismos hombres habrían de
volver a ver todas esas escenas en vívidos caracteres.
Favor hacer referencia a: Mateo 26:1-56; Marcos 14:1-52; Lucas 22:1-46; Juan capítulo 11, 12:1-11, 18:1-1
2.
Capítulo 8
El Juicio de Cristo
Cuando los ángeles dejaron el cielo, depusieron con tristeza sus resplandecientes c
oronas. No las podían usar mientras su Comandante estuviese sufriendo, y hubiera de lle
var una corona de espinas. Satanás y sus ángeles estaban ocupados en la sala del tribunal,
tratando de destruir todo sentimiento humanitario y de simpatía hacia Jesús. La atmósfer
a misma era pesada y estaba contaminada por su influencia. Los principales sacerdotes y
los ancianos eran inspirados por los malos ángeles cuando insultaban y maltrataban a Jes
ús en una forma sumamente dificil de soportar para la naturaleza humana. Satanás tenía l
a esperanza de que tantos insultos y sufrimiento arrancarían al Hijo de Dios alguna queja
o murmuración, o que manifestaria su poder divino liberándose de la multitud, con lo cua
l fracasaría el plan de salvación.
Pedro siguió a su Señor después de haber sido entregado. Estaba ansioso de ver q
ué ocurriría con Jesús. Y cuando fue acusado de ser uno de sus discípulos, lo negó. Tení
a miedo por su vida y seguridad, y declaró que no conocía al hombre. Los discípulos se d
estacaban por la pureza de su lenguaje, y Pedro, para engañar y convencer a sus acusador
es de que no era uno de los discípulos de Cristo, lo negó la tercera vez con maldiciones y
juramentos. Jesús, quien estaba a cierta distancia de Pedro, le dirigió una mirada de pesar
y reprobación. Entonces, él recordó las palabras que Jesús le había dicho en el aposento a
lto, y también su propia declaración categórica: "Aunque todos se escandalicen de ti, yo n
unca me escandalizaré." Había negado a su Señor con imprecaciones y juramentos; pero
la mirada del Maestro suavizó el corazón de Pedro y lo salvó. Lloró amargamente y se ar
repintió de su gran pecado, se convirtió, y entonces estuvo preparado para fortalecer a sus
hermanos.
La multitud pedía a gritos la sangre de Jesús. Lo azotaron cruelmente, lo cubriero
n con un viejo manto de púrpura, y ciñeron su sagrada sien con una corona de espinas. L
e pusieron una caña en su mano, se inclinaron ante él para burlarse y lo saludaron diciénd
ole: "¡Salve, rey de los judíos!" Entonces tomaron la caña que tenía en su mano, y le gol
pearon la cabeza de modo que las espinas penetraron en sus sienes y la sangre comenzó a
correr por su rostro y su barba.
A los ángeles les era dificil soportar la vista de ese espectáculo. Hubieran liberad
o a Jesús de sus manos, pero los ángeles comandantes se lo impidieron diciéndoles que er
a grande el rescate que había de ser pagado por el hombre; pero sería completo, y causarí
a la muerte del que tenía el imperio de la muerte. Jesús sabía que los ángeles estaban pre
senciando la escena de su humillación. Vi que el más débil de los ángeles hubiera bastad
o para hacer que la multitud burladora cayera inerte y libertar al Señor. Él sabía que si lo
solicitaba a su Padre, los ángeles lo libertarían instantáneamente. Pero era necesario que
Jesús sufriera a manos de hombres malvados para poder llevar a cabo el plan de salvació
n.
Jesús permaneció manso y humilde delante de la furiosa multitud, mientras comet
ían con él los abusos más viles. Escupieron en su rostro-ese rostro del cual un día querrá
n ocultarse, que dará luz a la ciudad de Dios y que resplandecerá más que el sol. Cristo n
o lanzó una mirada de enojo a sus ofensores. Cubrieron su cabeza con una vieja prenda d
e vestir para impedirle que viese y entonces le abofetearon el rostro mientras clamaban: "
Profetíza, ¿quién es el que te golpeó?" Hubo conmoción entre los ángeles. Ellos lo hubie
ran rescatado inmediatamente, pero el ángel que los dirigía no lo permitió.
Algunos de sus discípulos habían recuperado la suficiente confianza como para en
trar donde él se hallaba y presenciar el juicio. Esperaban que mostrara su divino poder, s
e liberara de las manos de sus enemigos y los castigara por su crueldad hacía él. Sus espe
ranzas ascendían y descendían según iban sucediéndose las distintas escenas. A veces du
daban, y temían haber sido engañados. Pero la voz que oyeron en el monte de la transfig
uración y la gloria que contemplaron, fortaleció su fe de que él era el Hijo de Dios. Reco
rdaron las escenas de las que habían sido testigos, los milagros que habían visto hacer a J
esús al sanar a los enfermos, abrir los ojos de los ciegos, reprender y echar a los demonio
s, resucitar a los muertos y hasta calmar el viento y la mar. No podían creer que tuviera q
ue morir. Esperaban que todavía se levantara con poder, y que con su voz llena de autori
dad dispersara a la multitud sedienta de sangre, como cuando entró en el templo y despidi
ó a los que estaban convirtiendo la casa de Dios en un mercado, y huyeron de su presenci
a como si los persiguiera un grupo de soldados armados. Los discípulos esperaban que Je
sús manifestara su poder y convenciera a todos de que era el rey de Israel.
Judas se llenó de amargo remordimiento por su infamia al traicionar a Cristo. Y c
uando presenció la crueldad que tuvo que soportar el Salvador, se sintió abrumado. Habí
a amado a Jesús, pero más aún al dinero. No creyó que el Señor permitiera que lo prendi
eran los hombres que él había conducido. Esperaba que realizara un milagro para librarse
de ellos. Pero cuando vio en la sala del tribunal a la multitud enfurecida y sedienta de san
gre, sintió profundamente su culpa; y mientras muchos acusaban con vehemencia a Jesús,
Judas avanzó impetuosamente por en medio de la multitud, para confesar que había pecad
o al traicionar sangre inocente. Ofreció a los sacerdotes el dinero que le habían pagado, y
les rogó que dejaran libre al Señor, declarando que éste no tenía culpa alguna. Por breves
instantes, el disgusto y la confusión mantuvieron en silencio a los sacerdotes quienes no q
uerían que el pueblo se diera cuenta de que habían sobornado a uno de los profesos segui
dores de Jesús para que lo traicionara y lo entregara en sus manos. Querían ocultar el hec
ho de que habían buscado al Señor como si fuese un ladrón y lo habían prendido en secret
o. Pero la confesión de Judas y su aspecto torvo y culpable desenmascararon a los sacerd
otes ante la multitud, demostrando que había sido el odio la causa de que prendieran al M
aestro. Mientras Judas afirmaba en alta voz que Jesús era inocente, los sacerdotes replica
ron: "¿Qué nos importa a nosotros¡" ¡Allá tú!" Tenían a Cristo en sus manos, y estaban
determinados a no soltarlo. Judas, abrumado por el pesar, arrojó el dinero que ahora desp
reciaba, a los pies de los que lo habían contratado, e impulsado por la angustia y el horror
salió y se ahorcó.
Jesús tenía muchos simpatizantes en el grupo que lo rodeaba y el hecho de que no
respondiera a las numerosas preguntas que se le hacían asombraba a la multitud. Se mant
enía en silencio frente al escarnio y la violencia de la turba, y ni un gesto, ni una expresió
n de molestia se dibujaban en su semblante. Tenía una actitud digna y compuesta. Los e
spectadores lo contemplaban maravillados. Comparaban su perfecta forma y su comporta
miento firme y digno con la apariencia de los que se habían sentado en juicio contra él. S
e decían unos a otros que tenía mucho más aires de un rey que cualquiera de los dirigente
s. No tenía señales de ser un criminal. Su mirada era bondadosa, clara y libre de temor; s
u frente era amplia y elevada. Cada rasgo de su rostro expresaba benevolencia y nobleza.
Su paciencia y tolerancia eran tan sobrehumanas que muchos temblaban. Aun Herodes y
Pilato se sintieron sumamente perturbados frente a su porte noble y divino.
Desde el principio, Pilato se convenció de que Jesús no era un hombre común. Cr
eía que era una persona excelente y totalmente inocente de las acusaciones que se hacían
en su contra. Los ángeles que contemplaban la escena notaron la convicción del goberna
dor romano, y para salvarlo de comprometerse en el terrible acto de entregar a Jesús para
que fuera crucificado, un ángel fue enviado a la esposa de Pilato a fin de que le dijera por
medio de un sueño que era al Hijo de Dios a quien su esposo estaba juzgando, y que éste
sufría siendo inocente. Inmediatamente, ella le envió un mensaje declarando que había p
adecido mucho en sueños a causa de Jesús, y para advertirle que no tuviera nada que ver
con ese santo. El mensajero, abriéndose paso apresuradamente entre la multitud, puso la
carta en manos de Pilato. Al leerla, éste tembló, se puso pálido, y decidió no hacer nada
para enviar a Cristo a la muerte. Si los judíos querían la sangre de Jesús, él no prestaría s
u influencia para que lo lograran, sino que trataría de liberarlo.
Cuando Pilato oyó que Herodes se encontraba en Jerusalén, sintió gran alivio, por
que esperaba deshacerse de toda responsabilidad con respecto al juicio y la condenación
de Jesús. Inmediatamente, lo envió con sus acusadores a Herodes. Ese gobernante se ha
bía endurecido en el pecado. El asesinato de Juan el Bautista había dejado en su concienc
ia una mancha de la que no se podía librar. Cuando oyó hablar de Cristo y de las poderos
as obras que estaba realizando, temió y tembló pues creía que se trataba de Juan el Bautis
ta que había resucitado de los muertos. Cuando Jesús fue puesto en sus manos por Pilato,
Herodes consideró ese acto como un reconocimiento de su poder, de su autoridad y de su
capacidad para juzgar. Previamente ellos habían sido enemigos, pero ahora se amistaron.
Herodes se alegró de ver a Jesús, pues esperaba que realizara un gran milagro para agrada
rlo. Pero no era la obra de Jesús la de satisfacer su curiosidad. Su poder divino y milagro
so era ejercido para la salvación de los demás, pero no en su propio beneficio.
Jesús nada respondió a las numerosas preguntas que le hizo Herodes; tampoco rep
licó a sus enemigos que lo acusaban con vehemencia. Herodes se enfureció porque apare
ntemente, Jesús no temía su poder, y con sus soldados lo denigró, se burló de él y maltrat
ó al Hijo de Dios. Pero se asombró del aspecto noble y divino de Jesús en medio de ese v
ergonzoso maltrato y temiendo condenarlo, lo envió de vuelta a Pilato.
Satanás y sus ángeles estaban tentando a Pilato y tratando de conducirlo a su propi
a ruina. Le sugirieron que si no quería tomar parte en la condenación de Jesús otros lo ha
rían, que la multitud estaba sedienta de su sangre, y que si no lo entregaba para ser crucifi
cado, perdería su poder y sus honores mundanales, y se lo denunciaría como creyente en
el impostor. Por temor a perder su poder y autoridad, Pilato consintió en dar muerte a Cri
sto. Y aunque colocó la sangre de Jesús sobre sus acusadores, y la multitud la recibió con
el clamor: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos". Pilato no estaba exento
de responsabilidad; fue culpable de la sangre de Cristo. Por sus intereses egoístas, por su
amor al honor de los grandes hombres de la tierra, entregó a la muerte a un inocente. Si P
ilato hubiera seguido sus propias convicciones, no habría tenido nada que ver con la cond
enación de Jesús.
El aspecto y las palabras del Señor durante su juicio causaron una profunda impre
sión en las mentes de muchos de los que estaban presentes, la cual se revelaría después de
su resurrección, y muchos serían añadidos a la iglesia cuya experiencia y convicción com
enzaron en el momento del juicio de Jesús.
Satanás se airó muchísimo cuando vio que toda la crueldad con que los principale
s sacerdotes había tratado a Jesús a instancias suya no había logrado que emitiera la más
mínima queja. Vi que aunque había tomado sobre sí la naturaleza humana estaba sosteni
do por un poder y una fortaleza divina, y no se apartó en lo mas mínimo de la voluntad de
su Padre.
Favor hacer referencia a: Mateo 26:57-75, 27:1-31; Marcos 14:53-72, 15:1-20; Lucas 22:47-71, 23:1-25; Ju
an capítulo 18, 19:1-16.
Capítulo 9
La Crucifixión de Cristo
El Hijo de Dios, fue entregado al pueblo, para ser crucificado. Se llevaron al ama
do Salvador. Estaba débil y agotado por el dolor y el sufrimiento causado por los golpes
que había recibido, sin embargo, cargaron sobre él la pesada cruz sobre la cual pronto lo
habían de clavar. Pero Jesús se desmayó bajo al carga. Tres veces colocaron sobre él la
pesada cruz, y tres veces se desmayó. Entonces, tomaron a uno de sus seguidores, un ho
mbre que no había profesado abiertamente su fe en Cristo, pero que creía en él. Colocaro
n sobre él la cruz, y la llevó hasta el lugar de la muerte. Compañías de ángeles se reunier
on en el aire y se dirigieron hacia el lugar. Un gran número siguió al Salvador hacia el C
alvario, muchos sufrían y repetían sus alabanzas. Los que habían sido sanados de diversa
s enfermedades, los que habían resucitado de entre los muertos, se refirieron en tono fervi
ente a sus maravillosas obras y manifestaron el deseo de saber qué había hecho para que s
e lo tratara como a un malhechor. Pocos días antes lo habían acompañado en medio de g
ozosos hosannas mientras extendían sobre el camino sus vestiduras y las hermosas ramas
de palma, cuando él entraba triunfalmente en Jerusalén. Creían que él tomaría el reino y r
einaría como un príncipe temporal sobre Israel. ¡Cómo cambió la escena! ¡Cómo se mar
chitaron sus planes! Siguieron a Jesús, no con gozo, no con corazones rebosantes de aleg
ría, ni con animosas esperanzas, sino con corazones llenos de temor y desesperación, lent
amente y con tristeza, siguieron a quien había sido deshonrado, humillado y quien estaba
por morir.
La madre de Jesús estaba allí. Su corazón estaba angustiado, como solamente una
amante madre puede sentirse. Su quebrantado corazón todavía abrigaba esperanzas, al ig
ual que los discípulos, de que su Hijo haría algún milagro y se liberaría de sus asesinos.
Ella no podía soportar el pensamiento de que él permitiera que lo crucificaran. Pero las p
reparaciones se hicieron, y clavaron a Jesús sobre la cruz. El martillo y los clavos fueron
traídos. El corazón de los discípulos desmayó dentro de ellos. Su madre contempló la es
cena con agonizante suspenso, casi mas allá del sufrimiento, a medida que extendían a Je
sús sobre la cruz y estaban a punto de clavar sus manos con los crueles clavos sobe los br
azos de madera, los discípulos se llevaron a la madre de Jesús de la escena para que ella n
o oyera el sonido de los clavos cuando éstos penetraban a través de los huesos y los músc
ulos de la tierna carne de sus manos y sus pies. Jesús no murmuró pero gimió en agonía.
Su rostro estaba pálido y grandes gotas de sudor perlaban su frente. Satanás se alegró de
los sufrimientos que el Hijo de Dios estaba experimentando, pero temía que su reino esta
ba perdido, y de que tendría que morir.
Levantaron la cruz después de que Jesús fue clavado a ésta, y la arrojaron con gra
n violencia en el hoyo preparado para ella en la tierra, rasgando su carne y causando al Hi
jo de Dios el sufrimiento más intenso. Hicieron que su muerte fuera lo más vergonzosa p
osible. Con él crucificaron a dos ladrones, uno a cada lado de Jesús. Tomaron a los ladro
nes por la fuerza y después de mucha resistencia, fueron empujados hacia atrás y clavado
s a sus cruces. Pero Jesús se sometió mansamente. No necesitó que nadie lo forzara. Mi
entras que los ladrones estaban maldiciendo a sus verdugos, Jesús, en agonía, oraba por s
us enemigos: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. No fue solamente agonía f
isica la que Jesús soportó, sino que los pecados de todo el mundo reposaban sobre él.
Mientras Jesús colgaba de la cruz, algunos de los que pasaban se burlaban de él,
moviendo sus cabezas, como si se inclinaran ante un rey, y le decían: tú, el que derribas e
l templo y en tres días lo reedificas, sálvate a tí mismo: si eres Hijo de Dios, desciende de
la cruz. El diablo usó las mismas palabras al hablarle a Cristo en el desierto: si eres Hijo
de Dios. Los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, escarneciendo con b
urla, dijeron: a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar: si es el Rey de Israel, desciend
a ahora de la cruz, y creeremos en él. Los ángeles que estaban suspendidos sobre la esce
na de la crucifixión de Cristo, se sintieron movidos con indignación cuando los dirigentes
le zaherían, diciendo: Si es el Hijo de Dios que se salve a sí mismo. Deseaban venir al re
scate de Jesús y librarlo; pero no les estaba permitido hacerlo. El objeto de su misión esta
ba casi cumplido. A medida que colgaba de la cruz, sufriendo esas horrendas horas de ag
onía no se olvidó de su madre. Ella no podía permanecer lejos de la triste escena. La últi
ma lección de Jesús, fue una de compasión y de humanidad. Miró a su madre cuyo coraz
ón estaba cargado de dolor, y a su amado discípulo Juan. Entonces le dijo a su madre: M
ujer he ahí tu Hijo, y luego a Juan: He ahí tu madre. Y desde aquella hora, Juan la llevó a
su propia casa.
En su agonía, Jesús tuvo sed. Pero lo insultaron todavía más al darle a beber vina
gre mezclado con mirra. Los ángeles habían presenciado la horrible escena de la crucifix
ión de su amado Comandante hasta que no pudieron ya contemplarla, y velaron sus rostro
s para no ver el espectáculo. El sol se negó a mirar la terrible escena. Jesús exclamó en u
na voz potente que llenó de terror a sus asesinos, diciendo: Consumado es. Entonces el v
elo del templo se rasgó de arriba a abajo, la tierra tembló y las piedras se hendieron. Fuer
on hechas grandes tinieblas sobre la faz de toda la tierra. La última esperanza de los discí
pulos pareció borrarse cuando Jesús murió. Muchos de sus seguidores presenciaron la es
cena de sus sufrimientos y muerte, y su copa de dolor estaba llena.
Satanás no se alegró entonces como lo había hecho antes. Él había esperado pode
r desbaratar el plan de salvación, pero éste había sido diseñado con fundamentos muy pro
fundos. Y ahora, con la muerte de Jesús, él sabía que finalmente tendría que morir y su r
eino le sería quitado y entregado a Jesús. Hizo un concilio con sus ángeles. No había log
rado nada en contra del Hijo de Dios, y ahora deberían redoblar sus esfuerzos, y con todo
su poder y astucia, volverse contra los seguidores de Jesús. Debían tratar en todo lo posib
le de impedirle a cuantos pudieran que recibieran la salvación comprada para ellos por Je
sús. Al hacer esto, Satanás podía aún trabajar en contra del gobierno de Dios. También l
e convendría alejar de Jesús a todos cuantos pudiera porque los pecados de aquellos que f
ueran redimidos por la sangre de Cristo, y vencieran finalmente, serán colocados sobre el
originador del pecado, el diablo, y él tendrá que llevar sus pecados, mientras que los que
no acepten la salvación a través de Jesús, llevarán sus propios pecados.
La vida de Jesús estuvo destituida de grandeza mundanal y de despliegue pompos
o. Su humilde y abnegada vida contrastaba grandemente con las vidas de los sacerdotes y
de los ancianos, quienes amaban la comodidad y los honores mundanales, y esa vida sant
a de Jesús era un continuo reproche para ellos, a causa de sus pecados. Lo despreciaron p
or su humildad, por su santidad y pureza. Pero aquellos que lo despreciaron aquí, un día l
o verán en la grandeza del cielo, con la insuperable gloria de su Padre. Él estaba rodeado
de enemigos en la sala del tribunal, los cuales estaban sedientos de su sangre, pero aquell
as personas endurecidas que gritaron: Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos,
lo contemplarán como un Rey lleno de honores. Todas las huestes celestiales lo escoltará
n en su viaje a la tierra, con cánticos de victoria, majestad y grandeza, al que fue inmolad
o, pero que vive nuevamente como un poderoso conquistador. El pobre, débil y miserabl
e hombre escupió en el rostro del Rey de gloria, mientras que un grito de triunfo brutal as
cendió de la turba ante el insulto degradante. Desfiguraron esa cara con bofetadas y cruel
dad que llenaron a todo el cielo de admiración. Ellos contemplarán ese rostro otra vez, re
splandeciente como el sol al medio día, y buscarán huir de éste. En vez de ese grito de tri
unfo brutal, aterrorizados, se lamentarán acerca de él. Jesús presentará su manos, con las
heridas de su crucifixión. Él siempre llevará las marcas de esa crueldad. Cada marca de l
os clavos contará la historia de la maravillosa redención del hombre, y del precio tan elev
ado que la compró. Los mismos hombres que traspasaron el costado del Señor de la vida
con la lanza, contemplarán la herida de esa lanza, y se lamentarán con profunda angustia
por la parte que jugaron en desfigurar su cuerpo. Sus asesinos estaban grandemente irrita
dos por causa de la inscripción EL REY DE LOS JUDÍOS, colocada sobre la cruz, encim
a de su cabeza. Pero entonces se verán obligados a verlo venir en toda su gloria y poder r
egio. Contemplarán en sus vestiduras y en su muslo escrito en vívidos caracteres. REY
DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Le gritaron burlonamente, mientras pendía de la
cruz: Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Lo verán ento
nces con poder real y autoridad. No demandarán evidencia de que él es el Rey de Israel,
sino que abrumados con el sentido de su majestad y extraordinaria gloria, estarán obligad
os a reconocerlo diciendo: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
La conmoción de la tierra, las rocas rompiéndose, la oscuridad que se extendía so
bre toda la tierra y la voz potente de Jesús clamando: Consumado es, al entregar su vida,
preocupó a sus enemigos e hizo temblar a sus asesinos. Los discípulos se maravillaron ac
erca de todas esas manifestaciones; pero todas sus esperanzas estaban destruidas. Temían
que los judíos trataran de destruirlos a ellos también. Estaban seguros de que el odio man
ifestado en contra del Hijo de Dios no terminaría allí. Los discípulos pasaron horas de so
ledad y dolor, llorando su desilusión. Habían tenido la esperanza de él reinaría como prín
cipe temporal; pero sus esperanzas murieron con Jesús. En su pesar y desilusión, llegaro
n a dudar si Jesús no los había engañado. Su madre fue humillada, y aun su fe titubeó, du
dando si él había sido el Mesías.
Pero, a pesar de que los discípulos habían sido chasqueados en sus esperanzas con
respecto a Jesús, todavía lo amaban, y respetaban, y honraban su cuerpo, pero no sabían c
ómo pedirlo. José de Arimatea, un honorable senador, tenía influencia y era uno de los v
erdaderos discípulos de Jesús. Él fue en privado pero osadamente a Pilato y le pidió que l
e entregara el cuerpo de Jesús para sepultarlo. No se atrevió a ir abiertamente, porque el
odio de los judíos era tan grande que los discípulos temieron que éstos harían esfuerzos p
ara impedir que el cuerpo de Jesús tuviera un lugar de descanso honorable. Pero Pilato c
oncedió su pedido, y con suavidad y reverencia bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús, su p
ena se renovó, y lloraron por su marchitadas esperanzas con profunda angustia. Envolvie
ron a Jesús en lino fino y José lo puso en su nuevo sepulcro. Las mujeres que habían sido
sus humildes seguidoras mientras él vivió se mantuvieron cerca de él después de su muert
e y no lo dejarían hasta que vieran su sagrado cuerpo colocado en el sepulcro, y que una p
esada piedra fuera puesta a la entrada para que sus enemigos no lograran obtener su cuerp
o. Pero no tenían que temer, porque yo contemplé a la hueste angélica cuidando con inde
cible interés el lugar de descanso de Jesús. Ellos guardaban el sepulcro esperando fervien
temente la orden de actuar su parte en la liberación del Rey de gloria de su prisión.
Los asesinos de Cristo temían que él aún volviera a la vida y escapara. Le rogaro
n a Pilato que pusiera una guardia para vigilar el sepulcro hasta el tercer día. Pilato les co
ncedió soldados armados para vigilar el sepulcro, sellando la entrada de éste con una pied
ra no fuera que sus discípulos lo hurtaran y dijeran que él había resucitado de los muerto
s.
Favor hacer referencia a: Mateo 21:1-11, 27:32-66; Marcos 15:21-47; Lucas 23:26-56; Juan 19:17-42; Apo
calipsis 19:11-16.
Capítulo 10
La Resurrección de Cristo
Los discípulos, entristecidos por la muerte de su Señor, reposaron durante el sába
do, mientras que Jesús, el Rey de gloria, permanecía en el sepulcro. La noche había trans
currido lentamente, y cuando estaba todavía oscuro, los ángeles que volaban sobre el sep
ulcro sabían que la hora de libertar al amado Hijo de Dios, su amado comandante casi ha
bía llegado. Y mientras esperaban con profunda emoción la hora de su triunfo, un fuerte
y poderoso ángel descendió del cielo, volando velozmente. Su rostro era como un relámp
ago y su vestidura blanca como la nieve. Su luz disipó las tinieblas de su camino, e hizo
que los ángeles malos que con voz triunfal habían reclamado el cuerpo de Jesús, huyeran
aterrorizados por el resplandor de su gloria. Uno de la hueste angélica que había sido test
igo de las escenas de la humillación de Jesús y que había montado guardia junto a su luga
r de descanso, se unió al ángel del cielo y juntos, descendieron al sepulcro. La tierra tem
bló cuando ellos se acercaron, y se produjo un gran terremoto.
El terror se apoderó de la guardia romana. ¿Dónde estaba su poder para conservar
el cuerpo de Jesús? No pensaron ni en su deber ni en la posibilidad de que los discípulos
se llevaran el cuerpo. Cuando la luz de los ángeles resplandeció alrededor de ellos con u
n fulgor mayor que el del sol, la guardia romana cayó al suelo como muerta. Uno de los
ángeles retíró la gran piedra que cubría la puerta del sepulcro y se sentó sobre ella. El otr
o entró en la tumba y desató los vendajes que cubrían la cabeza de Jesús. Entonces, el án
gel que había venido del cielo, con una voz que hizo temblar la tierra, exclamó: Tú, Hijo
de Dios, tu Padre te llama! Sal fuera! La muerte ya no podía ejercer más dominio sobre
él. Jesús se levantó de entre los muertos triunfante y vencedor. La hueste angélica conte
mpló la escena con solemne reverencia. Y cuando el Señor salió del sepulcro en majesta
d, esos resplandecientes ángeles se postraron en tierra y lo alabaron con himnos de victori
a y de triunfo, porque la muerte ya no podía retener a su divino cautivo. Satanás no había
triunfado ahora. Los ángeles de Satanás se habían visto obligados a huir ante la luz reful
gente y penetrante de los ángeles celestiales. Amargamente se quejaron a su rey, de que s
u presa les había sido quitada violentamente y que Aquel a quien tanto odiaban se había l
evantado de entre los muertos.
Satanás y su hueste se habían regocijado de que su poder sobre el hombre caído h
abía logrado que el Señor de la vida yaciera en la tumba, pero su triunfo infernal fue de br
eve duración. Porque cuando Jesús salió de su cárcel como majestuoso vencedor, Sataná
s supo, que en poco tiempo tendría que morir, y que su reino pasaría a Aquel a quien le c
orrespondía. Se lamentó con ira de que a pesar de todos sus esfuerzos, el Señor no había
sido vencido, sino que había abierto un camino de salvación para el hombre, de manera q
ue todo aquel que quisiera, podría avanzar por éste y salvarse.
Momentáneamente, Satanás pareció triste y mostró angustia. Se reunió en concili
o con sus ángeles para deliberar acerca de qué métodos podían usar a fin de seguir trabaja
ndo en contra del gobierno de Dios. Satanás ordenó a sus siervos que se pusieran en cont
acto con los principales sacerdotes y ancianos. Les dijo: "Tuvimos éxito en engañarlos, c
egando sus ojos y endureciendo sus corazones contra Jesús. Les hicimos creer que era un
impostor. Esa guardia romana llevará la desagradable noticia de que Cristo ha resucitad
o. Conseguimos que los sacerdotes y los ancianos aborrecieran a Jesús y le dieran muert
e. Hagámosles saber ahora que si se propaga el hecho de que Jesús ha resucitado, el pueb
lo los apedreará por haber enviado a la muerte a un hombre inocente".
Cuando las hueste angélica se fue al cielo y se disiparon la luz y la gloria, vi que l
a guardia romana se atrevió a levantar cuidadosamente la cabeza para ver si era seguro qu
e miraran a su alrededor. Estaban llenos de asombro al ver que la gran piedra había sido r
etirada y que Jesús había resucitado. Se apresuraron a ir a los príncipes de los sacerdotes
y a los ancianos para relatarles la asombrosa historia de lo que habían visto. Cuando esos
asesinos escucharon el maravilloso informe, sus rostros empalidecieron. El horror se apo
deró de ellos cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho. Entonces se dieron cuenta
de que si el informe era correcto, estaban perdidos. Por unos momentos se quedaron en si
lencio, contemplándose los unos a los otros sin saber qué hacer ni qué decir. Aceptar el i
nforme equivalía a condenarse a sí mismos. Se reunieron aparte para consultar en cuanto
a lo que se debía hacer. Argumentaron que si el informe de que Jesús había resucitado y l
a historia de ese despliegue de sorprendente gloria que hizo que la guardia cayera como
muerta comenzaba a circular entre la gente, el pueblo ciertamente se llenaría de ira y los
mataría. Decidieron sobornar a los soldados para que guardaran el secreto. Le ofrecieron
una gran suma de dinero diciéndoles: Decid vosotros: sus discípulos vinieron de noche, y
lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y cuando los guardias les preguntaron qué iba a
suceder con ellos por quedarse dormidos en sus puestos, los dirigentes judíos les prometie
ron persuadir al gobernador y asegurar de esemodo su tranquilidad. Por dinero, la guardi
a romana decidió vender su honra y estuvo de acuerdo en seguir el consejo de los sacerdo
tes y ancianos.
Cuando Cristo pendiendo de la cruz, exclamó: "¡Consumado es!" las rocas se hen
dieron, la tierra tembló y algunas tumbas se abrieron. Al levantarse como triunfador sobr
e la muerte y el sepulcro, mientras la tierra se sacudía y la gloria del cielo resplandecía en
torno del lugar sagrado, muchos de los justos muertos obedientes a su llamado, salieron c
omo testigos de que había resucitado. Esos santos favorecidos y resucitados salieron glor
ificados de la tumba. Eran escogidos y santos de todas las edades, desde la creación hasta
los días de Cristo. De manera que mientras los dirigentes judíos trataban de ocultar el he
cho de que Cristo había resucitado, Dios escogió resucitar una compañía de la tumba para
testificar que Jesús había resucitado, y para declarar su gloria.
Esos seres resucitados eran de diferente estatura y forma. Se me informó que los
habitantes de la tierra se habían estado degenerando en fortaleza y belleza. Satanás tiene
poder sobre la enfermedad y la muerte, y en todas las edades la maldición ha sido cada ve
z mas visible, y el poder de Satanás se ha hecho más evidente. Los que vivían en los días
de Noé y de Abrahán se parecían a los ángeles en su forma, su apariencia y su fortaleza.
Pero cada generación sucesiva se ha vuelto más débil, más susceptible a la enfermedad, y
su vida ha sido de más corta duración que la anterior. Satanás ha ido aprendiendo cómo p
erturbar y debilitar a la raza.
Los santos que salieron de sus tumbas después de la resurrección de Jesús, se apar
ecieron a muchos, diciéndoles que se había completado el sacrificio en favor del hombre,
que Jesús, a quien los judíos habían crucificado, había resucitado de los muertos, y como
prueba de sus palabras, declararon: Nosotros resucitamos con él. Dieron testimonio en el
sentido de que por el poder de Jesús habían sido llamados a salir de la tumba. A pesar de
los informes mentirosos que comenzaron a circular, la resurrección de Cristo no pudo ser
ocultada por Satanás, sus ángeles o los principales sacerdotes. Porque ese grupo santo, re
sucitado de la tumba, diseminó las maravillosas y gozosas nuevas. El mismo Jesús se ma
nifestó también a sus apenados y descorazonados discípulos, para disipar sus temores e in
fundirles gozo y alegría.
A medida que las nuevas se difundían de ciudad en ciudad, y de pueblo en pueblo,
los judíos a su vez temieron por sus vidas, y ocultaron el odio que acariciaban en contra d
e los discípulos. Su única esperanza era poder esparcir su relato mentiroso. Y los que de
seaban que esa mentira fuera verdad, la creyeron. Pilato tembló. Creyó el poderoso testi
monio dado de que Jesús había resucitado de los muertos, y de que él había levantado con
él a muchos otros, y su paz se apartó de él para siempre. Por el honor mundano, por temo
r a perder su autoridad y su vida, entregó a Jesús a la muerte. Ahora estaba completamen
te convencido de que no era tan solo de la sangre de un hombre común e inocente de la c
ual él era culpable, sino de la sangre del Hijo de Dios. Miserable fue la vida de Pilato, mi
serable hasta que llegó a su fin. La desesperación y la angustia quebrantaron todo sentimi
ento de gozosa esperanza. Rehusó ser confortado, y terminó en la muerte más trágica.
El corazón de Herodes se volvió más empedernido, y cuando escuchó que Jesús h
abía resucitado, no se preocupó mucho. Mandó a matar a Santiago; y cuando vio que eso
complacía a los judíos, arrestó también a Pedro, con la intención de matarlo. Pero Dios te
nía una obra para Pedro, y envió a su ángel y lo liberó. Herodes fue visitado por juicios d
ivinos. Dios lo hirió en presencia de una gran multitud mientras se exaltaba a sí mismo a
nte ella, y murió de una horrible muerte.
Temprano en la mañana, antes de que hubiera luz, las santas mujeres vinieron al s
epulcro trayendo especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús, cuando encontraron q
ue la pesada piedra que estaba a la puerta del sepulcro había sido removida y que el cuerp
o de Jesús no estaba allí. Sintieron en su interior que su corazón desmayaba, y temieron
que sus enemigos se hubieran llevado el cuerpo. Y, he aquí que dos ángeles en vestidos b
lancos se pusieron junto a ellas; sus rostros eran brillantes y relucientes. Comprendieron
la misión de la santas mujeres e inmediatamente les dijeron que ellas estaban buscando a
Jesús, pero él no estaba allí, había resucitado y podían ver el lugar donde él había sido pu
esto. Les ordenaron que fueran y les dijeran a los discípulos que el Señor iría delante de
ellos a Galilea. Pero las mujeres estaban asustadas y atónitas. Con gran prisa corrieron h
acia los discípulos quienes estaban de duelo y no podían ser consolados porque su Señor
había sido crucificado; apresuradamente les dijeron las cosas que habían visto y escuchad
o. Los discípulos no podían creer que él hubiera resucitado, pero, en compañía de las mu
jeres que habían llevado el informe, corrieron precipitadamente hacia el sepulcro y encon
traron que verdaderamente Jesús no estaba ahí. Allí estaban los lienzos, pero no podían c
reer que Jesús se había levantado de los muertos. Regresaron a la casa maravillados de la
s cosas que habían visto, y también del reporte que les habían traído las mujeres. Pero M
aría escogió demorarse cerca del sepulcro, meditando en lo que había visto y estaba triste
ante el pensamiento de que pudiera haber sido engañada. Sintió que le aguardaban nueva
s pruebas. Su pesar aumentó y prorrumpió en amargo llanto. Se inclinó a mirar dentro d
el sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco. Sus rostros eran brillantes y reluciente
s. Uno de ellos estaba sentado a la cabecera y el otro a los pies donde Jesús había descan
sado. Le hablaron tiernamente y le preguntaron por qué lloraba. Ella replicó: Porque se
han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.
Y como se retiró del sepulcro, vio a Jesús de pie cerca de ella; pero no lo reconoci
ó. Jesús le habló con ternura a María e inquirió acerca de la causa de su tristeza, preguntá
ndole a quién buscaba. Ella, pensando que era el hortelano, le suplicó que si él se había ll
evado a su Señor, le dijera dónde lo había puesto y ella entonces se lo llevaría. Jesús le h
abló con su propia voz celestial y le dijo: ¡María! Ella estaba familiarizada con el tono de
aquella voz amada y prestamente respondió: ¡Maestro! y con gozo y alegría estaba a punt
o de abrazarlo; pero Jesús se apartó y le dijo: No me toques, porque aún no he subido a m
i Padre; más ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios. Gozosamente ella se apresuró a dar las buenas nuevas a los discípulos. Jes
ús rápidamente ascendió a su Padre para oir de sus labios que su sacrificio había sido ace
ptado, que había hecho bien todas la cosas y a recibir de su Padre toda potestad en el ciel
o y en la tierra.
Una nube de ángeles rodeaba al Hijo de Dios, quienes ordenaron a las puertas eter
nas que se alzaran para que pudiera entrar el Rey de gloria. Vi que mientras Jesús estaba
acompañado de esa resplandeciente hueste celestial, en la presencia de su Padre y rodead
o de la excelsa gloria de Dios, él no olvidó a sus pobres discípulos que estaban en la tierr
a; sino que recibió poder de su Padre para regresar a ellos e impartirles de su poder. El m
ismo día regresó y se mostró a sus discípulos. Les permitió que lo tocaran porque ya habí
a ascendido a su Padre y había recibido poder.
Pero en ese momento Tomás no estaba presente. No recibió humildemente el info
rme de los discípulos; sino que con firmeza y lleno de confianza propia afirmó que no lo
creería, a menos que pusiera sus dedos en las marcas de los clavos y su mano en su costa
do donde la cruel lanza había sido enterrada. En esto él mostró falta de confianza en sus
hermanos. Y si todos ellos hubieran requerido la misma evidencia, muy pocos habrían re
cibido a Jesús y creído en su resurrección. Pero era la voluntad de Dios que el informe de
los discípulos fuera de uno a otro, y que muchos lo recibieran de los labios de quienes ha
bían visto y escuchado. Dios no se sentía complacido con una incredulidad tal. Y cuand
o Jesús se reunió de nuevo con sus discípulos Tomás estaba con ellos. En el mismo mom
ento que vio a Jesús él creyó. Pero había declarado que no estaría satisfecho sin que la ev
idencia del sentido del tacto se uniera a la de la vista, y Jesús le dio la evidencia que él de
seaba. Tomás exclamó: ¡Mi Señor y mi Dios! Pero Jesús le reprochó por su incredulida
d. Le dijo: Tomás, porque me has visto has creído; bienaventurados son los que no han v
isto y sin embargo han creído.
De esa manera vi que quienes no tuvieron una experiencia en los mensajes del pri
mero y segundo ángeles1, deben recibirla de aquellos que la tuvieron y seguir a la par de l
os mensajes. Vi que esos mensajes han sido crucificados, de la misma manera en que Jes
ús fue crucificado. Y que como los discípulos declararon que no había salvación en otro
nombre debajo del cielo dado a los hombres; así también deberían los siervos de Dios dec
larar fielmente y sin temor, que los que acepten solamente una parte de las verdades cone
ctadas con el tercer mensaje2 deben aceptar gozosamente el primero, el segundo y el terce
r mensajes de la manera que Dios los ha dado o no deben tener parte ni lote en el asunto.
Me fue mostrado que mientras las santas mujeres estaban llevando el reporte de q
ue Jesús había resucitado, la guardia romana estaba haciendo circular la mentira que los p
rincipales de los sacerdotes y los escribas habían puesto en sus bocas, que los discípulos h
abían venido de noche mientras ellos dormían, y habían robado el cuerpo de Jesús. Satan
ás había puesto esta mentira en los corazones y en los labios de los principales de los sace
rdotes, y el pueblo estuvo listo para aceptar su palabra. Pero Dios hizo que ese asunto fue
ra indiscutible y colocó este importante evento, sobre el cual descansa la salvación, más a
llá de toda duda, y donde fuera imposible que los sacerdotes y escribas lo ocultaran. Muc
hos testigos fueron levantados de los muertos para probar que Cristo había resucitado.
Jesús permaneció por cuarenta días con sus discípulos, proporcionándoles gozo y
alegría de corazón, y abriéndoles más plenamente las realidades del reino de Dios. Los c
omisionó para que llevaran un testimonio de las cosas que habían visto y oído, con respec
to a sus sufrimientos, su muerte y su resurrección; que él había hecho un sacrificio por el
pecado, para que todos los que quisieran, pudieran venir a él y hallar vida. Con tierna si
mpatía les dijo que serían perseguidos y afligidos; pero que encontrarían alivio al referirs
e a su experiencia y al recordar las palabras que se les habían dicho. Les dijo que él había
vencido las tentaciones del diablo y había mantenido la victoria a través de pruebas y sufr
imientos, que Satanás ya no tendría poder sobre él, sino que dirigiría sus tentaciones y eje
rcería su poder sobre ellos y sobre todos los que creyeran en su nombre. Les dijo que ello
s podrían vencer así como él había vencido. Jesús invistió a sus discípulos con poder par
a realizar milagros, y les dijo que aunque hombres impíos tendrían poder sobre sus cuerp
os, en cierta ocasiones él enviaría a sus ángeles para que los libertasen, que sus vidas no l
es podrían ser arrebatas hasta que su misión no hubiese sido cumplida. Y cuando su testi
monio hubiera llegado a su fin, podría ser que se requiriera que sellaran con sus vidas el t
estimonio que habían llevado. Sus ansiosos seguidores escucharon gozosamente sus ense
ñanzas. Ávidamente se deleitaban con cada palabra que salía de sus benditos labios. Ent
onces tuvieron la certeza de que él era el Salvador del mundo. Cada palabra penetraba co
n un profundo impacto en sus corazones, y se afligían al tener que separarse de su bendito
maestro celestial; que después de un corto tiempo ya no escucharían palabras consoladora
s y compasivas salir de sus labios. Pero nuevamente sus corazones se llenaron de amor y
gran gozo, cuando Jesús les dijo que él iría a preparar mansiones para ellos, y vendría otr
a vez y los tomaría a sí mismo, para que pudieran estar siempre con él. Les explicó que l
es enviaría el Consolador, el Espíritu Santo, para guiarlos, bendecirlos y conducirlos a tod
a verdad; alzó entonces sus manos y los bendijo.
1. Favor hacer referencia a: Apocalipsis 14:6-8. Explicación este libro capítulo 23 & 24.
2. Favor hacer referencia a: Apocalipsis 14:9-12. Explicación este libro capítulo 28.
Favor hacer referencia a: Mateo 27:52-53; capítulo 28, Marcos 16:1-18; Lucas 24:1-50; Juan capítulo 20, H
echos capítulo 12.
Capítulo 11
La Ascensión de Cristo
Todo el cielo estaba esperando la hora de triunfo cuando Jesús ascendería a su Pa
dre. Ángeles vinieron a recibir al Rey de gloria y a escoltarlo triunfalmente al cielo. Des
pués que Jesús hubo bendecido a sus discípulos, se separó de ellos y fue llevado hacia arr
iba. Y a medida que ascendía era seguido por la muchedumbre de cautivos que fueron le
vantados cuando él resucitó. Una multitud de los ejércitos celestiales le acompañaba; mie
ntras que en el cielo una innumerable cantidad de ángeles aguardaba su regreso. Mientra
s ascendían a la santa ciudad los ángeles que escoltaban a Jesús exclamaban: "Alzad, oh p
uertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotros puertas eternas, y entrará el Rey de gloria." Ar
robados, los ángeles en la ciudad que aguardaban su llegada, exclamaban: ¿Quién es este
Rey de gloria? Con voz triunfante el séquito de ángeles contestaba: ¡Jehová el fuerte y va
liente! ¡Jehová el poderoso en batalla! Alzad oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos voso
tras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. Nuevamente la hueste angélica exclamó:
¿Quién es este Rey de gloria? Con voces melodiosas la escolta de ángeles contestó: ¡Jeh
ová de los ejércitos, él es el Rey de gloria! Y la comitiva celestial hizo su entrada en la ci
udad. Entonces, todos los ejércitos celestiales rodearon al Hijo de Dios, su majestuoso co
mandante, y con la más profunda adoración se postraron ante él y depositaron sus brillant
es coronas a sus pies. Y enseguida tocaron sus arpas de oro, y con dulces y melodiosos a
cordes, llenaron todo el cielo con su música exquisita y con cantos al Cordero que fue in
molado y vive nuevamente en majestad y gloria.
Entonces me fueron mostrados los discípulos cuando llenos de pesar miraban haci
a el cielo tratando de vislumbrar por última vez a su Señor mientras ascendía. Dos ángele
s en vestiduras blancas se pusieron junto a ellos, y les dijeron: Varones galileos, ¿por qué
estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vend
rá así tal como le habéis visto ir al cielo. Los discípulos, con la madre de Jesús, presencia
ron la ascensión del Hijo de Dios, y pasaron esa noche recordando sus hechos, y las cosas
extrañas y gloriosas que habían ocurrido durante tan corto tiempo.
Satanás consultó con sus ángeles, y con un odio amargo en contra del gobierno de
Dios, les dijo que mientras él retuviera su poder y autoridad sobre la tierra, sus esfuerzos t
enían que ser diez veces más poderosos en contra de los seguidores de Jesús. No habían l
ogrado nada en su oposición hacia Jesús; pero de ser posible, debían destruir a sus seguid
ores, llevando a cabo su obra a través de cada generación, para engañar a quienes creían e
n Jesús, en su resurrección y en su ascensión. Satanás relató a sus ángeles que Jesús habí
a otorgado a sus discípulos poder para echarlos, reprenderlos y sanar a los que eran afligi
dos por ellos. Entonces, los ángeles de Satanás salieron como leones rugientes buscando
cómo podrían devorar a los seguidores de Jesús.
Capítulo 12
Capítulo 13
La Muerte de Esteban
Los discípulos se multiplicaron grandemente en Jerusalén. La palabra de Dios cre
ció, y muchos de los sacerdotes obedecieron a la fe. Esteban, lleno de fe estaba realizand
o maravillas y milagros entre el pueblo. Muchos estaban airados, porque los sacerdotes e
staban abandonando sus tradiciones, los sacrificios y las ofrendas, y estaban aceptando a
Jesús como el gran sacrificio. Esteban, con poder de lo alto, reprobó a los sacerdotes y a
los ancianos y exaltó a Jesús delante de ellos. Estos no pudieron resistir la sabiduría y el
poder con los cuales él habló, y como se dieron cuenta de que no podían vencerlo, contrat
aron hombres para que juraran falsamente que lo habían oído hablar palabras blasfemas e
n contra de Moisés y en contra de Dios. Instigaron al pueblo en contra de Esteban, y usan
do falsos testigos, lo acusaron de hablar en contra del templo y de la ley. Testificaron qu
e lo oyeron decir que ese Jesús de Nazaret destruiría las leyes que Moisés les había dado.
Todos los que se sentaron en juicio en contra de Esteban vieron la luz de la gloria
de Dios reflejarse en su semblante. Su rostro fue iluminado como la faz de un ángel. Se l
evantó lleno de fe, y, comenzando desde los profetas, los llevó al advenimiento de Jesús,
su crucifixión, su resurrección y ascensión, mostrándoles que el Señor no mora en templo
s hechos de manos. Ellos adoraban el templo. Cualquier cosa que se dijera en contra del
templo los llenaba de una indignación mayor que si fuera dicho en contra de Dios. El esp
íritu de Esteban fue conmovido por santa indignación mientras les increpaba por ser tan
malvados e incircuncisos de corazón. Siempre resistís al Espíritu Santo, les dijo. Observ
aban las ceremonias externas, mientras que sus corazones eran corruptos y estaban llenos
de maldad. Esteban les recordó la crueldad de sus padres al perseguir a los profetas, dicié
ndoles: Habéis matado a los que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros a
hora habéis sido los traidores y asesinos.
Los principales sacerdotes y los dirigentes se llenaron de ira al escuchar las claras
y penetrantes verdades, y se precipitaron contra Esteban. Una luz celestial resplandeció s
obre él, y puestos los ojos en el cielo, tuvo una visión de la gloria de Dios y ángeles estab
an a su alrededor. Él exclamó: He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que
está a la diestra de Dios. El pueblo no quería escucharlo. Dando grandes voces, se taparo
n los oídos y todos a una arremetieron contra él y echándolo fuera de la ciudad lo apedrea
ron. Y Esteban puesto de rodillas clamó a gran voz. Señor no les atribuyas este pecado.
Vi que Esteban era un poderoso hombre de Dios, levantado especialmente para lle
nar un lugar importante en la iglesia. Satanás se regocijó cuando fue apedreado, porque s
abía que los discípulos sentirían grandemente su pérdida. Pero el triunfo de Satanás fue c
orto, porque había uno en medio de esa compañía a quien Jesús se le revelaría. Aunque é
l no tomó parte en el apedreamiento de Esteban, sin embargo consintió en su muerte. Sau
lo era celoso en su persecución de la iglesia de Dios, siguiéndolos y arrestándolos en sus
casas, y entregándolos a los que los matarían. Satanás estaba usando a Saulo de una man
era efectiva. Pero Dios puede quebrantar el poder del diablo y liberar a quienes él lleva c
autivos. Saulo era un hombre educado, y Satanás estaba usando sus talentos triunfalment
e para llevar adelante su rebelión en contra del Hijo de Dios, y de aquellos que creían en
él. Pero Jesús seleccionó a Saulo como un "instrumento escogido" para predicar su nomb
re, para fortalecer a los discípulos en su obra, y para que lograse más que simplemente oc
upar el lugar de Esteban. Saulo era muy estimado por los judíos: Su celo y su erudición l
os complacía, y aterrorizaba a muchos de los discípulos.
Capítulo 14
La Conversión de Saulo
Mientras Saulo viajaba hacia Damasco llevando cartas que le autorizaban a prend
er a hombres o a mujeres que predicaban a Jesús y a llevarlos atados a Jerusalem, ángeles
malos se regocijaban a su alrededor. Pero mientras viajaba, repentinamente, una luz del c
ielo brilló en torno suyo, la cual ahuyentó a los ángeles malos e hizo que Saulo cayera al
suelo rápidamente. Oyó una voz diciendo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo p
reguntó: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura co
sa te es dar coces contra el aguijón. Y Saulo, temblando y lleno de asombro dijo: Señor,
¿qué quieres que yo haga? Y el Señor dijo: Levántate, y entra en la ciudad, y se te dirá lo
que debes hacer.
Los hombres que estaban con él se quedaron desconcertados, escuchando una voz
pero sin ver a ningún hombre. Cuando la luz se desvaneció y Saulo se levantó de la tierra
y abrió sus ojos, no vio a nadie. La gloria de la luz celestial lo había cegado. Lo conduje
ron de la mano y lo llevaron a Damasco; allí estuvo tres días sin vista y no comió ni bebi
ó. Entonces, el Señor envió su ángel a uno de los hombres mismos a quienes Saulo esper
aba capturar, y le reveló en visión que debía ir a la calle llamada la Derecha, y preguntar
en la casa de Judas por uno llamado Saulo de Tarso, porque he aquí, él ora; y ha visto en
visión un varón llamado Ananías, que entra y le pone la mano encima, para que reciba la
vista.
Ananías temía que hubiese algún error en ese asunto, y comenzó a relatarle al Señ
or lo que había oído acerca de Saulo. Pero el Señor le dijo a Ananías: Ve: porque instrum
ento escogido me es éste, para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reye
s, y de los hijos de Israel. Porque yo le mostraré cuánto le sea menester que padezca por
mi nombre. Ananías siguió las órdenes del Señor y entró en la casa, y poniendo sus man
os sobre él dijo: Saulo hermano, el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde v
enías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
Inmediatamente, Saulo recibió la vista, se levantó y fue bautizado. Luego predicó
a Cristo en las sinagogas, que él era el Hijo de Dios. Todos los que lo oyeron estaban aso
mbrados y preguntaron: ¿No es este el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este
nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero Saul
o se esforzaba aún más, y confundía a los judíos. Nuevamente estaban turbados. Saulo r
elató su experiencia en el poder del Espíritu Santo. Todos estaban familiarizados con el h
echo de la oposición anterior de Pablo en contra de Jesús, y su celo en perseguir y entrega
r a la muerte a todos los que creían en su nombre. Su conversión milagrosa convenció a
muchos de que Jesús era el Hijo de Dios. Saulo relató su experiencia, contando que cuan
do estaba persiguiendo hasta la muerte, arrestando y encarcelando tanto a hombres como
a mujeres, durante su viaje a Damasco, repentinamente una gran luz del cielo resplandeci
ó a su alrededor y Jesús se le apareció y le enseñó que era el Hijo de Dios. A medida que
Saulo predicaba osadamente a Jesús, ejercía una poderosa influencia. Tenía un profundo
conocimiento de las Escrituras, y después de su conversión, una luz divina resplandeció s
obre las profecías que concernían a Jesús, lo cual lo capacitó para presentar la verdad clar
a y valientemente, y para corregir cualquier perversión de las Escrituras. Con el Espíritu
de Dios descansando sobre él, conducía a sus oyentes de una manera clara y persuasiva, a
través de las profecías, hacia el tiempo de la primera venida de Cristo, y les mostraba que
las Escrituras que se referían a los sufrimientos, la muerte y la resurrección de Cristo se h
abían cumplido.
Capítulo 15
Capítulo 16
Favor hacer referencia a: Mateo 27:51; Juan 19:34; Hechos capítulo 24 & 26.
Capítulo 17
La Gran Apostasía
Se me mostró el tiempo cuando los idólatras paganos persiguieron cruelmente a lo
s cristianos y los mataron. La sangre fluyó en torrentes. Los nobles, los sabios y el puebl
o común fueron igualmente asesinados sin misericordia. Familias adineradas fueron redu
cidas a la pobreza porque no estaban dispuestas a renunciar a su religión. A pesar de la p
ersecución y de los sufrimientos que esos cristianos soportaron, se negaron a rebajar sus n
ormas. Mantuvieron pura la religión. Vi que Satanás se alegraba y triunfaba acerca de lo
s sufrimientos del pueblo de Dios. Pero Dios miraba a sus fieles mártires con gran aprob
ación, y los cristianos que vivieron en ese terrible tiempo eran muy amados por él porque
estaban dispuestos a sufrir por su causa. Cada sufrimiento soportado por ellos aumentaba
su recompensa en el cielo. Pero aunque Satanás se regocijaba porque los santos sufrían, a
ún no estaba satisfecho. Quería el control de la mente tanto como del cuerpo. Los sufrim
ientos que esos cristianos soportaban los acercaron al Señor, y los indujeron a amarse los
unos a los otros, y a tener un mayor temor de ofenderlo. Satanás deseaba llevarlos a desa
gradar a Dios; entonces perderían su fortaleza, valor y firmeza. Aunque miles de ellos fu
eron muertos, otros se levantaban para llenar su lugar. Satanás vio que estaba perdiendo
a sus súbditos, y a pesar de que sufrían persecución y muerte, quedaban asegurados para J
esuCristo, para ser los súbditos de su reino, y él trazó planes para pelear de una manera m
ás exitosa en contra del gobierno de Dios y para derribar a la iglesia. Condujo a los idólat
ras paganos a que aceptaran parte de la fe cristiana. Estos profesaron creer en la crucifixi
ón y en la resurrección de Cristo, sin experimentar un cambio de corazón, y se determinar
on a unirse a los seguidores de Jesús. ¡Oh! ¡Cuán terrible peligro para la iglesia! Fue un
tiempo de agonía mental. Algunos pensaron que si rebajaban las normas y se unían a eso
s idólatras que habían aceptado una porción de la fe cristiana, ese sería un medio de logra
r su conversión. Satanás estaba tratando de corromper las doctrinas de la Biblia. Finalme
nte, vi que se bajó el estandarte y que esos paganos se unían con los cristianos. Habían si
do adoradores de ídolos, y aunque profesaban ser cristianos, trajeron consigo la idolatría.
Cambiaron solamente los objetos de su adoración a imágenes de santos y aun la imagen d
e Cristo y de María, la madre de Jesús. Gradualmente, los cristianos se unieron a ellos, y
la religión cristiana se corrompió, perdiendo la iglesia su pureza y su poder. Algunos se n
egaron a unirse con ellos y estos preservaron su pureza y adoraron solamente a Dios. No
estaban dispuestos a inclinarse ante ninguna imagen de cosa alguna que estuviera en el ci
elo, o abajo en la tierra.
Satanás se regocijó por la caída de tantas personas, y luego incitó a la iglesia apóst
ata para que obligara a los que querían preservar la pureza de su religión, a que se someti
eran a sus ceremonias y a la adoración de imágenes o de lo contrario recibiesen la muerte.
Los fuegos de la persecución se encendieron nuevamente en contra de la verdadera iglesi
a de JesuCristo, y millones fueron muertos sin misericordia.
Eso me fue presentado de la siguiente manera: Una vasta compañía de idólatras p
aganos llevaba un estandarte negro sobre el cual habían figuras del sol, de la luna y de las
estrellas. El grupo parecía muy feroz y airado. Entonces, se me mostró otra compañía lle
vando un estandarte puro y blanco, y sobre éste estaba escrito: Pureza y Santidad al Seño
r. En sus rostros se observaba una firmeza y una resignación celestial. Vi a los idólatras
paganos acercarse a ellos, y se produjo una gran matanza. Los cristianos desaparecieron
delante de ellos, y sin embargo, el grupo cristiano estrechó sus filas aún más, y sostuvo la
bandera más firmemente. A medida que muchos caían, otros se reunían alrededor del est
andarte y llenaban sus lugares.
Vi la compañía de los idólatras consultando el uno con el otro. Habían fracasado
en hacer que los cristianos cedieran, y convinieron en seguir otro plan. Los vi bajar su ba
ndera, acercarse a esa firme compañía cristiana, y hacerles proposiciones. Al principio, s
us ofertas fueron rechazadas de plano. Entonces, vi al grupo cristiano consultando. Algu
nos dijeron que bajarían el estandarte, que aceptarían las proposiciones y salvarían sus vi
das, y al final, cobrarían fuerzas para enarbolar su bandera en medio de esos idólatras pag
anos. Pero algunos no estaban dispuestos a acceder a ese plan, sino que escogieron firme
mente morir sosteniendo su bandera, antes que arriarla. Entonces vi a muchos de entre es
a compañía cristiana arriar el estandarte y unirse con los paganos; mientras que los que er
an firmes y fieles la recogieron y volvieron a enarbolarla. Vi individuos abandonando co
nstantemente la compañía de los que llevaban la bandera pura, y uniéndose con los idólat
ras, y éstos se juntaron bajo la bandera negra para perseguir a los que estaban llevando el
estandarte blanco, y muchos fueron muertos; sin embargo, la bandera blanca fue manteni
da en alto, y se levantaron individuos para reunirse en derredor de ella.
Los judíos, quienes fueron los primeros en despertar la ira de los paganos en contr
a de Jesús, no habrían de escapar. En la sala del tribunal, mientras Pilato vacilaba en con
denar a Jesús, los enfurecidos judíos habían clamado: "Su sangre sea sobre nosotros, y so
bre nuestros hijos". La raza judía experimentó el cumplimiento de esa terrible maldición
que ellos se atrajeron sobre sí mismos. Los paganos y aquellos que se llamaban cristiano
s eran igualmente sus enemigos. Los profesos cristianos, en su celo por la cruz de Cristo,
porque los judíos habían crucificado a Jesús, pensaron que mientras más sufrimiento pudi
eran ocasionarles, mucho más agradarían a Dios; y muchos de esos judíos incrédulos fuer
on muertos, mientras que otros fueron empujados de lugar en lugar, y sufrieron casi toda
clase de castigos.
La sangre de Cristo y de los discípulos, a quienes habían dado muerte, estaba sobr
e ellos, y fueron visitados con terribles juicios. La maldición de Dios los seguía, y eran u
n refrán y un objeto de oprobio entre los paganos y entre los cristianos. Eran evitados, de
spreciados y detestados, como si la marca de Caín estuviera sobre ellos. Sin embargo, vi
que Dios preservó milagrosamente a esa raza, y los había dispersado por todo el mundo,
para que fuesen considerados como un pueblo visitado de manera señalada por una maldi
ción de Dios. Vi que Dios había abandonado a los judíos como nación; no obstante hay u
na porción de ellos que será capacitada para arrancar el velo de sus corazones. Todavía a
lgunos verán que la profecía acerca de ellos se ha cumplido, y recibirán a Jesús como el S
alvador del mundo, y se darán cuenta del gran pecado de su nación al rechazar a Jesús, y
crucificarlo. Miembros individuales del pueblo judío se convertirán; pero, como nación,
han sido abandonados por Dios para siempre. Miembros individuales del pueblo judío se
convertirán; pero, como nación, han sido abandonados por Dios para siempre.
Capítulo 18
El Misterio de Iniquidad
Ha sido siempre el plan de Satanás desviar de Jesús las mentes de la gente y cond
ucirlas hacia los hombres, destruyendo así el sentido de la responsabilidad individual. Sa
tanás falló en su propósito cuando tentó al Hijo de Dios. Tuvo un mayor éxito cuando se
acercó al hombre caído. La doctrina de la cristiandad fue corrompida. Papas y sacerdote
s se arrogaron una posición exaltada, y enseñaron a la gente a recurrir a ellos para obtener
el perdón de sus pecados, en vez de ir directamente a Cristo. Se les prohibió la lectura de
la Biblia, de manera que permanecieran ocultas las verdades que los condenaban.
La gente fue completamente engañada. Se le enseñó que los papas y sacerdotes er
an los representantes de Cristo, cuando en realidad eran los representantes de Satanás y c
uando se postraban ante ellos estaban adorando a Satanás. La gente pedía la Biblia; pero
los sacerdotes consideraron como algo peligroso que los fieles leyeran la Palabra de Dios
por sí mismos por temor a que fuesen ilustrados, y los pecados de sus instructores fuesen
expuestos. El pueblo fue enseñado a recibir las palabras de estos engañadores como si pr
oviniesen de la boca de Dios. Ejercían sobre las mentes un poder que solamente Dios de
bería tener. Y si alguien se atrevía a seguir sus propias convicciones, el mismo odio que
Satanás y los judíos habían manifestado hacia Jesús se encendía en contra de ellos, y los
que tenían autoridad se mostraban sedientos de su sangre. Se me mostró un tiempo duran
te el cual Satanás triunfaba en forma especial. Multitudes de cristianos fueron muertos de
una manera espantosa porque deseaban preservar la pureza de su religión.
La Biblia era odiada y se hicieron esfuerzos para hacer desaparecer de la tierra la
preciosa palabra de Dios. Su lectura fue prohibida so pena de muerte, y todos los ejempla
res del santo libro que se podían encontrar fueron quemados. Pero vi que Dios tuvo un cu
idado especial por su palabra. Él la protegió. En diferentes períodos solamente quedaron
muy pocas copias de la Biblia, sin embargo, Dios no permitió que se perdiese su palabra.
Y en los últimos días los ejemplares de la Biblia serían multiplicados de tal manera que c
ada familia podría poseerla. Vi que cuando había solamente unas pocos ejemplares de la
Biblia, los perseguidos seguidores de Jesús encontraban en ella precioso consuelo de valo
r inestimable. La leían secretamente y aquellos que disfrutaban de ese exaltado privilegio
sentían que tenían una entrevista con Dios, con su Hijo Jesús, y con sus discípulos. Pero
este bendito privilegio costó la vida de muchos. Si eran descubiertos, se los privaba de la
lectura de la sagrada Palabra y eran condenados al cadalso, a la estaca o al calabozo para
morir allí de hambre.
Satanás no podía impedir el plan de salvación. Jesús fue crucificado, y resucitó al
tercer día. Pero Satanás le dijo a sus ángeles que el obtendría ventajas de la crucifixión y
de la resurrección. Estaba dispuesto a que los que profesaban fe en Jesús creyeran, que la
s leyes judías que regulaban los sacrificios y ofrendas cesaron a la muerte de Cristo, y si p
odía llevarlos más lejos, les haría creer que la ley de los diez mandamientos también habí
a expirado con Cristo.
Vi que muchos cedieron fácilmente a este engaño de Satanás. Todo el cielo se ind
ignó al ver que la santa ley de Dios era pisoteada. Jesús y toda la hueste angélica estaban
familiarizados con la naturaleza de la ley de Dios; y sabían que era imposible alterarla o a
brogarla. La condición desesperada del hombre después de la caída había causado la trist
eza más profunda en el cielo, y movió a Jesús a ofrecerse para morir por los transgresores
de la santa ley de Dios. Si su ley hubiese podido ser abolida el hombre podría haberse sal
vado sin necesidad de la muerte de Jesús. La muerte de Cristo no destruyó la ley de su Pa
dre, sino que la magnificó, la honró, e impuso la obediencia a todos sus santos preceptos.
Si la iglesia hubiese permanecido pura y firme Satanás no hubiese podido engañarla ni in
ducirla a pisotear la ley de Dios. En ese atrevido plan, Satanás ataca directamente el fund
amento del gobierno de Dios en el cielo y en la tierra. A causa de su rebelión fue expulsa
do del cielo. Después que se rebeló, quiso salvarse pretendiendo que Dios cambiara su le
y, pero Dios ante toda la hueste celestial le dijo a Satanás que su ley era inalterable. Sata
nás sabe que si puede inducir a otros a violar la ley de Dios puede ganarlos para su causa,
porque todo transgresor de la ley debe morir.
Satanás decidió ir aún más lejos. Dijo a sus ángeles que algunos manifestarían ta
nto celo por la ley de Dios que no se dejarían prender en esta trampa, pues los diez manda
mientos eran tan claros que muchos creerían que todavía estaban vigentes; por lo tanto, d
ebía tratar de corromper el cuarto mandamiento, el cual revela al Dios viviente. Indujo a
sus representantes a intentar cambiar el sábado, y alterar el único mandamiento de los die
z que señala al verdadero Dios, el Hacedor de los cielos y de la tierra. Satanás presentó a
nte ellos la gloriosa resurrección de Jesús, y les dijo que por haber resucitado el primer dí
a de la semana él cambió el descanso del séptimo al primer día de la semana. Así se valió
Satanás de la resurrección para que sirviera su propósito. Él y sus ángeles se regocijaron
de que los errores preparados por ellos fuesen aceptados tan favorablemente por quienes s
e consideraban los profesos amigos de Cristo. Lo que alguno pudiera considerar como un
horror religioso, otro lo admitiría. Los diferentes errores serían recibidos y defendidos ce
losamente. La voluntad de Dios tan claramente revelada en su palabra fue cubierta con er
rores y tradiciones que eran enseñados como los mandamientos de Dios. Pero a pesar de
que este atrevido engaño, en desafio al cielo, había de ser tolerado hasta la segunda aparic
ión de Jesús, sin embargo, Dios no sería dejado sin testigos. Habían habido verdaderos y
fieles testigos que habían guardado todos los mandamientos de Dios a través de las tiniebl
as y del tiempo de persecución de la iglesia.
Vi que los ángeles se llenaron de asombro al contemplar los sufrimientos y muert
e del Rey de gloria. Pero también vi que a la hueste angélica no le sorprendió que el Señ
or de la vida y de la gloria, quien llenaba todo el cielo de gozo y esplendor, quebrantara l
os lazos de la muerte y saliera de la tumba como vencedor. Y si alguno de esos eventos h
ubiese de ser conmemorado por un día de descanso, habría de ser el de la crucifixión. Per
o, vi que ninguno de esos acontecimientos estaba destinado a alterar o abolir la ley de Dio
s; sino que constituían la prueba más poderosa de su carácter inmutable.
Estos importantes eventos tienen su conmemoración. Al participar de la cena del
Señor, al partir el pan y tomar del jugo de la vid anunciamos la muerte del Señor hasta qu
e él venga. Al observar este mandamiento, las escenas de sus sufrimientos y muerte vien
en frescas a nuestra memoria. La resurrección de Cristo es conmemorada cuando somos
enterrados con Cristo mediante el bautismo, y levantados de la tumba líquida a la semeja
nza de su resurrección para vivir una vida nueva.
Se me mostró que la ley de Dios permanecería para siempre, y que existiría en la t
ierra nueva por toda la eternidad. En la creación, cuando el fundamento de la tierra fue c
olocado, los hijos de Dios miraron con admiración la obra del Creador, y toda la hueste c
elestial se regocijó. Fue entonces cuando se estableció el fundamento del sábado. Al cier
re de los seis días de creación, Dios descansó en el séptimo día de toda su obra que había
hecho; y bendijo el día de reposo y lo santificó, porque en él había descansado de toda su
obra. El sábado fue instituido en el Edén antes de la caída, fue observado por Adán y Ev
a, y por toda la hueste celestial. Dios descansó en el séptimo día, lo bendijo y lo santific
ó; y vi que el sábado nunca sería abolido, sino que los santos redimidos y toda la hueste a
ngélica, lo observará en honor al gran Creador por toda la eternidad.
Capítulo 19
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 3; Eclesiastés 9:5; Lucas 21:33; Juan 3:16; 2Timoteo 3:16; Apoc
alipsis 20:14-15, 21:1, 22:12-19.
Capítulo 20
La Reforma
A pesar de toda la persecución y la condenación a muerte de los santos, se levanta
ban por doquiera testigos vivos de la verdad. Los ángeles de Dios estaban haciendo la ob
ra que se les había confiado. Por los lugares más oscuros estaban buscando y seleccionan
do de entre las tinieblas a hombres honestos de corazón. Estaban sumidos en el error, per
o Dios los había escogido como lo hizo con Saulo, para ser mensajeros que llevaran su ve
rdad y alzaran sus voces en contra de los pecados de su profeso pueblo. Los ángeles de D
ios movieron el corazón de Martín Lutero, Melancthon y de otros en diferentes lugares, p
ara despertar en ellos la sed por el testimonio viviente de la Palabra de Dios. El enemigo
había venido como un torrente, y el estandarte debía ser levantado contra él. Lutero fue e
scogido para enfrentar la tormenta, para estar en pie en contra de la ira de una iglesia caíd
a, y a fin de fortalecer a los pocos que eran fieles a su santa creencia religiosa. Siempre s
entía temor de ofender a Dios. Trató de obtener su favor a través de las obras; pero no se
contentó hasta que un rayo de luz del cielo quitó la oscuridad de su mente, y lo guió a con
fiar, no en las obras, sino en los méritos de la sangre de Cristo, y a ir a Dios por sí mismo,
no a través de los papas ni de los confesores sino por medio de JesuCristo solamente. ¡O
h, cuán precioso fue ese conocimiento para Lutero! Estimó esta nueva y preciosa luz que
se había encendido en su oscuro entendimiento y había desvanecido su superstición, más
que el mayor tesoro de la tierra. La Palabra de Dios era nueva. Todo estaba cambiado.
El libro que había temido porque no podía ver belleza en él, era vida para él. Era su goz
o, su consolación, su bendito maestro. Nada podía inducirlo a dejar su estudio. Había te
mido a la muerte; pero al leer la palabra de Dios, todos sus terrores desaparecieron y adm
író el carácter de Dios, y lo amó. Escudriñó la Palabra de Dios por sí mismo. Se deleitó
en los ricos tesoros contenidos en ella, y entonces la escudriñó para la iglesia. Estaba dis
gustado con los pecados de aquellos en quienes había confiado para obtener la salvación.
Vio a muchos envueltos en la misma oscuridad que lo había ocultado a él. Ansiosamente
buscó una oportunidad de mostrarles al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Alzó su voz en contra de los errores y pecados de la iglesia papal y ardientemente deseó r
omper la cadena de oscuridad que confinaba a miles y los hacía confiar en las obras para
su salvación. Ansiaba poder ser capaz de abrir ante sus mentes las ricas verdades de la gr
acia de Dios y la excelencia de la salvación obtenida a través de JesuCristo. Alzó su voz
celosamente, y en el poder del Espíritu Santo, clamó en contra de los pecados existentes e
n los líderes de la iglesia; y al enfrentar la tormenta de la oposición proveniente de los sac
erdotes, su valor no flaqueó, porque firmemente contaba con el brazo poderoso de Dios, y
confiadamente esperaba en él para lograr la victoria. A medida que él proseguía la batall
a, la ira de los sacerdotes se encendió en contra suya. No deseaban reformarse. Escogier
on ser dejados en la comodidad, entregados al placer disoluto, y en la impiedad. Deseaba
n que la iglesia permaneciera en las tinieblas.
Vi que Lutero era ardiente y celoso, valiente y audaz al reprobar el pecado, y al de
fender la verdad. No temía a los demonios ni a los hombres impíos. Sabía que tenía Uno
a su lado más poderoso que todos ellos. Lutero poseía fuego, celo, valor y osadía, y a vec
es se arriesgaba demasiado; pero Dios levantó a Melancthon cuyo carácter era completam
ente opuesto al de Lutero para que lo ayudara en la obra de la reforma. Melancthon era tí
mido, temeroso, prudente y poseía una gran paciencia. Dios le amaba grandemente. Tení
a gran conocimiento de las Escrituras, y su discernimiento y sabiduría eran excelentes. S
u amor por la causa de Dios era igual que el de Lutero. El Señor unió esos corazones; era
n amigos que nunca se separarían. Lutero fue una gran ayuda para Melancthon cuando él
estaba en peligro de ser temeroso y lento, y fue también una gran ayuda para Lutero a fin
de impedirle que se moviera muy rápido. A menudo Melancthon con su prudencia previs
ora, evitaba problemas que hubiesen sobrevenido a la causa, si la obra hubiese sido dejad
a solamente a Lutero; y con frecuencia la obra no hubiese podido ser impulsada hacia ade
lante si se le hubiese dejado solamente a Melanchton. Se me mostró la sabiduría de Dios
en escoger a esos dos hombres, de caracteres tan diferentes, para llevar adelante la obra d
e la Reforma.
Fui llevada entonces hacia los días de los apóstoles, y vi que Dios escogió como c
ompañeros al ardiente y celoso Pedro y al manso, sumiso y paciente Juan. Algunas vece
s, Pedro era impetuoso. Y el discípulo amado a menudo detenía a Pedro, cuando su celo
y ardor lo llevaban muy lejos, pero eso no lo reformaba. No obstante, después que Pedro
hubo negado al Señor, y se hubo arrepentido, y convertido, todo lo que necesitaba era una
suave advertencia de Juan para dominar su ardor y su celo. La causa de Cristo a menudo
hubiera sufrido si se la hubiese confiado solamente a Juan. Se necesitaba el ardor de Pedr
o. Su audacia y energía a menudo los libraron de dificultades y silenciaron a sus enemigo
s. Juan era de un carácter agradable. Ganó a muchos para la causa de Cristo mediante su
paciente benevolencia y profunda devoción.
Dios levantó hombres para que clamaran en contra de los pecados de la iglesia pa
pal, y llevaran hacia adelante la Reforma. Satanás trató de destruir estos testigos viviente
s; pero Dios puso un cerco alrededor de ellos. Se permitió que, para la gloria de su nomb
re, algunos sellaran con su sangre el testimonio que habían llevado; pero hubo otros hom
bres valerosos como Lutero y Melancthon, quienes glorificaron mejor a Dios viviendo, y
clamando a voz en cuello en contra de los pecados de los papas, sacerdotes y reyes. Ésto
s temblaron ante la voz de Lutero. A través de esos hombres escogidos, rayos de luz com
enzaron a disipar la oscuridad; y muchos recibieron la luz gozosamente y anduvieron en e
lla. Y cuando un testigo era muerto, dos o mas surgían para ocupar su lugar.
Pero Satanás no estaba satisfecho. Él sólo podía tener poder sobre el cuerpo. No
podía hacer que los creyentes renunciaran a su fe y esperanza. Y aun en la muerte, triunf
aban al sostener una brillante esperanza de inmortalidad a la resurrección de los justos. T
enían una energía que iba más allá de una fortaleza mortal. No se atrevían a dormir por u
n momento. Mantenían su armadura ceñida a su alrededor, preparados para el conflicto,
no simplemente con enemigos espirituales sino con Satanás, en la forma de hombres, cuy
o constante clamor era: Renuncien a su fe o mueran. Esos pocos cristianos hallaban su fo
rtaleza en Dios, y eran más preciosos a su vista que la mitad del mundo que llevaba el no
mbre de Cristo, y no obstante eran cobardes en lo que concernía a su causa. Mientras la i
glesia era perseguida, estaban unidos y se amaban unos a otros. Eran fuertes en Dios. No
se permitía que los pecadores se unieran a ella; ni el engañador ni el engañado. Sólo aque
llos que estaban dispuestos a renunciar a todo por Cristo podían ser sus discípulos. Amab
an ser pobres, humildes y semejantes a Cristo.
Favor hacer referencia a: Lucas 22:61-62; Juan 18:10; Hechos capítulo 3-4.
Favor hacer referencia a enciclopedia: "La Reforma".
Capítulo 21
Capítulo 22
Guillermo Miller
Vi que Dios envió su ángel para que moviera el corazón de un granjero que no cre
ía en la Biblia, y lo guiara a escudriñar las profecías. Los ángeles de Dios visitaron repeti
damente a ese varón escogido, guiaron su mente para que su entendimiento fuera abierto
a la comprensión de profecías que siempre habían estado veladas al pueblo de Dios. Se l
e dio el comienzo del primer eslabón de la cadena de verdades y fue guiado a buscar un e
slabón tras otro, hasta que contempló la sagrada palabra de Dios con admiración y asomb
ro. Allí vio una perfecta cadena de verdades. Esa Palabra que él había considerado sin in
spiración, fue abierta entonces a su visión en toda su belleza y gloria. Se dio cuenta de qu
e una porción de la Escritura explicaba otra, y cuando una porción estaba cerrada a su co
mprensión, encontraba en otra parte de la Palabra la explicación a ésta. Consideró la sagr
ada palabra de Dios con gozo, y con el más profundo respeto y admiración.
A medida que continuó siguiendo el curso de las profecías, se dio cuenta de que lo
s habitantes de la tierra estaban viviendo durante las escenas finales de la historia de este
mundo y no lo sabían. Contempló la corrupción de las iglesias y vio que su amor se habí
a apartado de Jesús para ser puesto en el mundo, y estaban procurando obtener honor mu
ndanal en vez de aquel honor que proviene de lo alto; codiciosos de riquezas mundanas, e
n lugar de acumular su tesoro en el cielo. La hipocresía, las tinieblas y la muerte podían s
er vistas por doquiera. Su espíritu se conmovió dentro de sí mismo. Dios lo llamó para q
ue abandonara su granja, al igual que Eliseo fue llamado a dejar sus bueyes y el campo de
labranza y siguiera a Elías. Tembloroso, Guillermo Miller comenzó a declarar ante la ge
nte los misterios del reino de Dios. Con cada esfuerzo que hacía iba fortaleciéndose. Me
diante la explicación de las profecías llevó a la gente hasta el segundo advenimiento de C
risto. Así como Juan el Bautista anunció el primer advenimiento de Jesús, y preparó el ca
mino para su venida, de igual manera Guillermo Miller y los que se le habían unido, procl
amaron el segundo advenimiento del Hijo de Dios.
Fui transportada a los días de los discípulos y se me mostró al amado Juan a quien
Dios había confiado una obra especial. Satanás estaba determinado a impedir esta obra e
indujo a sus siervos a que destruyeran a Juan. Pero Dios envió su ángel quien lo libró en
forma maravillosa. Todos los que fueron testigos del gran poder de Dios manifestado en
la liberación de Juan, quedaron atónitos, y muchos quedaron convencidos de que Dios est
aba con él, y que era verdadero el testimonio que daba con respecto a Jesús. Los que pro
curaban matarle se sintieron amedrentados de atentar nuevamente contra su vida, y le fue
permitido continuar sufriendo por Jesús. Fue acusado falsamente por sus enemigos, y po
co tiempo después fue desterrado a una isla solitaria, adonde el Señor envió su ángel para
que le revelara las cosas que iban a tener lugar sobre la tierra, y la condición de la iglesia
hasta el fin; su apostasía, y la posición que habría ocupado si hubiera obedecido a Dios y
finalmente hubiera vencido. El ángel que vino desde el cielo se acercó a Juan revestido d
e majestad. Su rostro relucía con la gloria excelsa del cielo. Reveló a Juan escenas de pr
ofundo y emocionante interés con respecto a la iglesia de Dios, y trajo ante él los peligros
os conflictos que habían de enfrentar. Juan los vio pasar por terribles pruebas, y ser embl
anquecidos y examinados, finalmente, los vio como victoriosos vencedores, salvados glor
iosamente en el reino de Dios. El rostro del ángel se volvió radiante de gozo, y lucía extr
aordinariamente glorioso mientras le mostraba a Juan el triunfo final de la iglesia de Dio
s. Juan estaba arrobado al comtemplar la última liberación de la iglesia, mientras se llena
ba de emoción con la gloria de la escena, con profunda reverencia y admiración se postró
a los pies del ángel para adorarlo. Inmediatamente, el ángel lo levantó, y lo reprendió tier
namente, diciendo: "Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que tien
en el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía." Entonces, el ángel le mostró a Juan la ciudad celestial con todo su esplendor y
refulgente gloria. Juan estaba arrobado y sobrecogido con la gloria de la ciudad. No reco
rdó la previa recriminación del ángel sino que se postró nuevamente para adorar ante los
pies del ángel quien le dio otra vez una tierna reconvención: "Mira, no lo hagas; porque y
o soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de e
ste libro. Adora a Dios."
Los predicadores y el pueblo han considerado misterioso al libro de Apocalipsis,
y de menor importancia que otras porciones de las Sagradas Escrituras. Pero vi que ese li
bro es ciertamente una revelación dada para el beneficio especial de aquellos que habían
de vivir en los últimos días, para guiarlos a discernir su verdadera posición y su deber. D
ios dirigió la mente de Guillermo Miller hacia las profecías, y le dio gran luz sobre el libr
o de Apocalipsis.
Si las visiones de Daniel hubiesen sido comprendidas, la gente habría entendido
mejor las visiones de Juan. Pero a su debido tiempo, Dios obró sobre su siervo escogido,
quien abrió las profecías con claridad y con el poder del Espíritu Santo, y mostró la armo
nía entre las visiones de Daniel y de Juan, así como con otras porciones de la Biblia, e inc
ulcó en los corazones de la gente las sagradas y temibles advertencias de la Palabra para q
ue se prepararan para la venida del Hijo del hombre. Una convicción profunda y solemne
se apoderó de la mente de los que lo escucharon, y los ministros, el pueblo, los pecadores
y los incrédulos, se volvieron hacia el Señor, buscando una preparación para estar en pie
en el juicio.
Ángeles de Dios acompañaron a Guillermo Miller en su misión. Él era firme e int
répido. Audazmente proclamaba el mensaje que se le había confiado. Un mundo sumido
en la impiedad, y una iglesia fría y mundana eran suficientes para llamar a la acción todas
sus energías y para conducirlo a soportar voluntariamente toda clase de penurias, privacio
nes y sufrimientos. Aunque sufriendo oposición de parte de los profesos cristianos y del
mundo, y atacado por Satanás y por sus ángeles, él no cesó de predicar el Evangelio etern
o a multitudes doquiera se lo invitaba, y de pregonar el clamor: "Temed a Dios, y dadle gl
oria, porque la hora de su juicio ha llegado."
Favor hacer referencia a: 1Reyes 19:16-21; Daniel capítulo 7-12; Apocalipsis capítulo 1, 14:7, 19:8-10, 22:
6-10.
Capítulo 23
Favor hacer referencia a: Daniel 8:14; Habacuc 2:1-4; Malaquias capítulo 3-4; Mateo 24:36; Apocalipsis 1
4:6-7.
Capítulo 24
Favor hacer referencia a: Mateo 24:36, 25:6; Juan 20:13; Apocalipsis 14:8.
Capítulo 25
Favor hacer referencia a: Daniel 8:14; Mateo 21:4-16, 25:6; Marcos 16:6-7; Lucas 19:35-40; Juan 14:1-3,
20:13; 2Corintios 6:17; Apocalipsis 10:8-11, 14:7-8.
Capítulo 26
Otra Ilustración
Se me mostró el interés que todo el cielo ha tomado en la obra que ha estado reali
zándose sobre la tierra. Jesús comisionó a un fuerte y poderoso ángel para que descendie
ra y le advirtiera a los habitantes de la tierra que se prepararan para su segunda aparición.
Vi al poderoso ángel irse de la presencia de Jesús en el cielo. Ante él iba una luz extraord
inariamente brillante y gloriosa. Se me dijo que su misión era iluminar la tierra con su gl
oria, y amonestar al hombre acerca de la inminente ira de Dios. Multitudes recibieron la l
uz. Algunos parecían muy solemnes, mientras que otros estaban alegres y deleitados. La
luz fue derramada sobre todos, pero algunos solamente cayeron bajo la influencia de la lu
z, y no la recibieron sinceramente. Pero todos los que la recibieron, volvieron sus rostros
hacia arriba, hacia el cielo, y glorificaron a Dios. Muchos estaban llenos de una gran ira.
Los ministros y el pueblo se unieron a los malvados, y resistieron firmemente en contra d
e la luz derramada por el poderoso ángel. Pero todos los que la recibieron se apartaron de
l mundo y se unieron.
Satanás y sus ángeles estaban muy ocupados, tratando de alejar de la luz las ment
es de todos los que podían impresionar. El grupo que la rechazó fue dejado en tinieblas.
Vi al ángel mirando con el más profundo interés al profeso pueblo de Dios, para registrar
el carácter que desarrollaban mientras el mensaje de origen divino les era introducido. Y
a medida que muchos que profesaban amor por Jesús se apartaron del mensaje celestial c
on desprecio, sarcasmo y odio, un ángel con un pergamino en su mano, registró el vergon
zoso reporte. Todo el cielo estaba lleno de indignación, porque Jesús había sido insultado
por sus profesos seguidores.
Vi el chasco de aquellos que confiaban. No vieron a su Señor en el tiempo espera
do. Era el propósito de Dios ocultar el futuro, y llevar a su pueblo a un punto de decisión.
Sin ese punto relacionado con el tiempo, la obra que Dios se proponía llevar a cabo no hu
biera podido realizarse. Satanás estaba guiando las mentes de muchos a remontarse muy
adelante en el futuro. Un período de tiempo proclamado para la aparición de Cristo debía
llevar la mente a buscar fervientemente una preparación en la actualidad. A medida que
pasaba el tiempo, los que no habían recibido la luz del ángel completamente, se unieron c
on los que habían despreciado el mensaje celestial, y se volvieron en contra de los que ha
bían sufrido el chasco, ridiculizándolos. Vi a los ángeles en el cielo consultando con Jesú
s. Habían notado la situación de los profesos seguidores de Cristo. El paso del tiempo de
finido los había probado, y muchos fueron pesados en la balanza y hallados faltos. Todos
ellos profesaban estruendosamente ser cristianos, sin embargo, fracasaron en seguir a Cri
sto en casi todo detalle. Satanás se regocijó acerca del estado de los profesos seguidores
de Cristo. Los tenía en su trampa. Había llevado a la mayoría de ellos a abandonar la sen
da recta, y estaban tratando de subir al cielo por otra parte. Los ángeles vieron a los puro
s, los limpios y los santos mezclados con los pecadores en Sión, y con el hipócrita que am
a el mundo. Habían velado sobre los que verdaderamente amaban a Jesús; pero los que e
staba corrompidos estaban afectando a los que estaban santificados.
A aquellos cuyos corazones ardían con el anhelo e intenso deseo de ver a Jesús, le
s fue prohibido por sus profesos hermanos que hablaran acerca de su venida. Los ángeles
contemplaban toda la escena, y simpatizaban con el remanente, que amaba la venida de J
esús. Otro poderoso ángel fue comisionado para descender a la tierra. Jesús colocó en su
mano un escrito y mientras él descendía hacia la tierra, clamó: ¡Ha caído Babilonia! ¡Ha
caído! Entonces vi que los que estaban chasqueados se alegraban nuevamente y elevaban
sus ojos al cielo, buscando con fe y esperanza la venida de su Señor. Pero parecía que m
uchos permanecían en un estado de estupor, como si estuvieran dormidos; sin embargo, p
odía ver el rastro de un profundo pesar sobre sus rostros. Los que habían sido chasquead
os vieron en la Biblia que estaban en el tiempo de espera, y que debían esperar pacientem
ente el cumplimiento de la visión. La misma evidencia que los guió a esperar a su Señor
en el 1843, los llevó a esperarlo en el 1844; vi que la mayoría de ellos no poseía ese entus
iasmo que caracterizó su fe en el 1843. Su chasco había menoscabado su fe. Pero a medi
da que los que habían sido chasqueados se unieron en el clamor del segundo ángel, la hue
ste celestial los contempló con el más profundo interés, y notaron el efecto del mensaje.
Vieron a los que llevaban el nombre de cristianos volverse con burla y desprecio en contr
a de aquellos que habían sido chasqueados. A medida que las palabras salían de los labio
s del burlador: ¡No habéis subido todavía! Un ángel las escribió. El ángel dijo: Se burlan
de Dios.
Se me señaló la traslación de Elías. Su manto calló sobre Eliseo, y niños impíos
(o gente joven) lo siguieron, burlándose, clamando: ¡Calvo sube! ¡Calvo sube! Se burlar
on de Dios, y enfrentaron su castigo allí. Lo habían aprendido de sus padres. Y los que s
e han mofado y burlado de la idea de que los santos asciendan, serán visitados con las pla
gas de Dios, y se darán cuenta de que no es algo sin importancia jugar con él.
Jesús comisionó otros ángeles para que volaran rápidamente a revivir y fortalecer
la debilitada fe de su pueblo, y a prepararlo para comprender el mensaje del segundo ánge
l, y el importante cambio que pronto había de ser llevado a cabo en el cielo. Vi a los ánge
les recibir gran poder y luz de parte de Jesús, y volar rápidamente a la tierra para cumplir
con su comisión de ayudar al segundo ángel en su obra. Una poderosa luz brilló sobre el
pueblo de Dios a medida que los ángeles clamaban: He aquí, el esposo viene; salid a reci
birle. Entonces, vi a los que habían sido chasqueados levantarse, y proclamar en armonía
con el segundo ángel: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle. La luz proveniente de lo
s ángeles penetró las tinieblas por todas partes. Satanás y sus ángeles trataron de obstacul
izar el avance de esa luz e impedir que tuviera el efecto deseado. Contendieron con los á
ngeles de Dios, y les dijeron que Dios había engañado al pueblo, y que con toda su luz y s
u poder, ellos no podrían hacer que la gente creyera que Jesús venía. Los ángeles de Dios
continuaron su obra, aunque Satanás se esforzó por obstruir el camino y alejar la mente d
e la gente de la luz. Los que la recibieron se veían muy felices. Fijaron sus ojos en el cie
lo y anhelaron la venida de Jesús. Algunos estaban en gran angustia, llorando y orando.
Sus ojos parecían estar fijos en sí mismos, y no se atrevían a mirar hacia arriba.
Una luz preciosa que provenía del cielo desvaneció las tinieblas alejándola de ello
s, y sus ojos, que habían estado fijos con angustia en sí mismos, fueron atraídos hacia arri
ba, mientras que sobre cada rasgo de sus rostros se expresaban gratitud y gozo santo. Jes
ús y toda la hueste angelical miraban con aprobación a los fieles que esperaban.
Los que rechazaron la luz del mensaje del primer ángel y se opusieron a ella, perd
ieron la luz del segundo, y no pudieron beneficiarse del poder y la gloria que acompañaba
n al mensaje: He aquí el esposo viene. Jesús se apartó de ellos con desagrado. Lo habían
menospreciado y rechazado. Los que recibieron el mensaje fueron envueltos en una nube
de gloria. Esperaron, velaron y oraron para conocer la voluntad de Dios. Temían grande
mente el ofenderlo. Vi a Satanás y a sus ángeles tratando de bloquear esa luz divina para
que no llegara al pueblo de Dios; pero mientras los que esperaban atesoraran la luz y man
tuvieran sus ojos apartados de la tierra y puestos en Jesús, Satanás no tendría ningún pode
r para privarlos de esa preciosa luz. El mensaje del cielo que fue proclamado enfureció a
Satanás y a sus ángeles, y a los que profesaban amar a Jesús, pero despreciaban su venida
y desdeñaban y mofaban a los fieles que confiaban. Pero un ángel registró cada insulto, c
ada ofensa, cada abuso que ellos recibieron de parte de sus profesos hermanos. Muchos e
levaron sus voces para clamar: He aquí el Esposo viene, y abandonaron a sus hermanos q
ue no amaban el retorno de Jesús, y quienes no les permitían espaciarse en su segunda ve
nida. Vi a Jesús apartar su rostro de aquellos que rechazaban y despreciaban su venida, y
entonces, ordenó a sus ángeles que guiaran a su pueblo a salir de entre los inmundos, para
que no se contaminaran. Los que obedecieron el mensaje salieron y estuvieron libres y u
nidos. Una luz santa y excelente brilló sobre ellos. Renunciaron al mundo, arrancaron su
s afectos de éste, y sacrificaron sus intereses terrenales. Renunciaron a su tesoro mundan
al; y su mirada ansiosa fue dirigida hacia el cielo, esperando ver a su amado Libertador.
Un gozo sagrado y santo brillaba sobre sus rostros y revelaba la paz y el gozo que reinaba
n en el interior. Jesús ordenó a sus ángeles que fueran y los fortalecieran, porque la hora
de la prueba se acercaba. Vi que los que esperaban todavía no habían sido probados com
o debían serlo. No estaban libres de errores. Y vi la misericordia y la bondad de Dios al
enviar una amonestación a la gente de la tierra, y mensajes consecutivos a fin de llevarlos
hasta un punto de tiempo, para conducirlos a un escudriñamiento diligente de sí mismos,
de manera que pudieran liberarse de errores que habían sido transmitidos de los paganos
y de los papistas. A través de esos mensajes, Dios había estado sacando a su pueblo haci
a donde pudiera obrar en su favor con mayor poder, y donde pudieran guardar todos sus
mandamientos.
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11-25; Daniel 8:14; Habacuc 2:1-4; Mateo 25:6; Apocalipsis 14:8, 18:1-
5.
Capítulo 27
El Santuario
Se me mostró el terrible chasco del pueblo de Dios. No vieron a Jesús al tiempo e
sperado. No sabían por qué su Salvador no había venido. No podían comprender por qué
el tiempo profético no había terminado. El ángel dijo: ¿Ha fallado la Palabra de Dios? ¿
Ha fracasado Dios en cumplir sus promesas? No; él ha cumplido todo lo que prometió. J
esús se ha levantado, ha cerrado la puerta del lugar santo del santuario celestial, ha abiert
o una puerta al lugar santísimo y ha entrado para purificar el santuario. El ángel dijo: To
dos los que esperen pacientemente comprenderán el misterio. El hombre se ha equivocad
o, pero no ha habido ningún fallo de parte de Dios. Todo lo que Dios prometió fue realiz
ado, pero el hombre mira hacia la tierra erradamente, creyendo que ésta era el santuario q
ue iba a ser purificado al final de los períodos proféticos. Las esperanzas del hombre han
fracasado; pero la promesa de Dios definitivamente no ha fallado. Jesús envió a sus ánge
les a dirigir a los que estaban chasqueados, a conducir sus mentes hacia el lugar santísimo
a donde él entró a purificar el santuario y para efectuar una expiación especial por Israel.
Jesús le dijo a los ángeles que todos los que lo habían encontrado comprenderían la obra
que él había de realizar. Vi que mientras Jesús estuviera en el lugar santísimo, se casaría
con la Nueva Jerusalén, y después de que su obra fuera terminada en el lugar santísimo d
escendería a la tierra en poder regio y tomaría a sí mismo a las almas preciosas que había
n esperado pacientemente su regreso.
Entonces se me mostró lo que tomó lugar en el cielo al tiempo en que terminaron l
os períodos proféticos en el 1844. Vi que cuando el ministerio de Jesús en el lugar santo
terminó y él cerró la puerta de ese apartamento, una gran oscuridad descendió sobre aquel
los que habían escuchado y rechazado el mensaje de la venida de Cristo, y le perdieron de
vista. Entonces, Jesús se vistió de vestimentas preciosas. Alrededor del ruedo de su túnic
a había una campana y una granada, una campana y una granada. Suspendido de sus hom
bros tenía un racional de primorosa obra. Y a media que se movía, éste brillaba como dia
mantes, resaltando letras que parecían nombres escritos o grabados sobre el racional. Des
pués de que él estuvo completamente vestido, con algo sobre su cabeza que parecía una c
orona, ángeles lo rodearon, y en un carro flameante, entró tras el segundo velo. Entonces,
se me ordenó que notara los dos apartamentos del santuario celestial. La cortina o puerta,
fue abierta, y se me permitió entrar. En el primer apartamento vi un candelabro con siete
lámparas, el cual se veía magnífico y glorioso; también la mesa en la que estaba el pan de
la proposición, y el altar del incienso y el incensario. Todo el mobiliario de ese apartame
nto parecía ser del oro más fino, y reflejaba la imagen de la persona que entraba en ese lu
gar. La cortina que separaba esos dos apartamentos se veía bellísima. Era de diferentes c
olores y materiales, con un hermoso borde con figuras de oro bordadas en ella, representa
ndo ángeles. El velo fue levantado, y miré dentro del segundo apartamento. Allí vi un ar
ca que tenía la apariencia del oro más puro. Como un borde alrededor de la parte superio
r del arca, había un hermoso adorno que representaba coronas. Eran de oro fino. En el ar
ca estaban las tablas de piedra que contenían los diez mandamientos. A cada extremo del
arca había un hermoso querubín con sus alas extendidas sobre ésta. Las alas de ellos esta
ban levantadas en alto, y se tocaban la una a la otra por encima de la cabeza de Jesús, mie
ntras él estaba en pie ante el arca. Sus rostros estaban vueltos el uno hacia el otro, y ellos
miraban hacia abajo al arca, representando a toda la hueste angelical, mirando con interés
hacia la ley de Dios. Entre los querubines había un incensario de oro. Y a medida que la
s oraciones de los santos ascendían a Jesús en fe, y que él las ofrecía a su Padre, una dulc
e fragancia subía del incienso. Parecía humo de los colores más hermosos. Encima del l
ugar donde Jesús estaba, ante el arca, vi una gloria extraordinariamente brillante la que no
podía contemplar. Se asemejaba al trono donde moraba Dios. Mientras el incienso ascen
día hacia el Padre, la gloria excelente se derramó desde el trono del Padre hacia Jesús, y d
e Jesús, se vertía sobre aquellos cuyas oraciones habían ascendido como dulce incienso.
Luz y gloria se derramaron sobre Jesús en rica abundancia, y cubrieron el propiciatorio, y
la estela de gloria llenó el templo. No pude mirar la gloria por mucho tiempo. Ningún le
nguaje puede describirla. Me sentí abrumada y me aparté de la majestad y gloria de la es
cena.
Se me mostró un santuario sobre la tierra conteniendo dos apartamentos. Se asem
ejaba al que estaba en el cielo. Se me dijo que era el santuario terrenal, una figura del cel
estial. El mobiliario del primer apartamento del santuario terrenal era como el del primer
apartamento del celestial. El velo fue levantado, miré dentro del lugar santísimo, y vi que
los muebles eran iguales a los del lugar santísimo del santuario celestial. Los sacerdotes
ministraban en ambos apartamentos del terrenal. En el primer apartamento, él ministraba
cada día en el año, y entraba en el lugar santísimo sólo una vez en el año, para purificarlo
de los pecados que habían sido llevados allí. Vi que Jesús ministró en ambos apartament
os del santuario celestial ofreciendo su propia sangre. Los sacerdotes terrenales eran rem
ovidos por la muerte, por lo tanto, no podían seguir por mucho tiempo, pero vi que Jesús
era un sacerdote para siempre. A través de los sacrificios y ofrendas llevadas al santuario
terrenal, los hijos de Israel habían de aferrarse a los méritos de un Salvador que había de
venir. Y en la sabiduría de Dios, los detalles de esa obra nos fueron dados para que pudié
ramos mirar hacia atrás a ellos y comprender la obra de Jesús en el lugar santísimo.
En la crucifixión, mientras Jesús moría en el Calvario, clamó: Consumado es, y el
velo del templo se rasgó en dos, desde arriba hasta abajo. Eso ocurrió para mostrar que l
os servicios del santuario terrenal habían terminado para siempre, y que Dios ya no se reu
niría con ellos en su templo terrenal para aceptar sus sacrificios. Entonces se derramó la
sangre de Jesús, la cual había de ser ministrada por él mismo en el santuario celestial. Co
mo los sacerdotes en el santuario terrenal entraban en el lugar santísimo una vez al año pa
ra purificarlo, Jesús entró en el santísimo del santuario celestial al final de los 2300 días d
e Daniel 8, en el 1844, para hacer una expiación final por todos los que podían beneficiar
se de su mediación y para purificar el santuario.
Favor hacer referencia a: Exodo capítulo 25-28; Levitico capítulo 16; 2Reyes 2:11; Daniel 8:14; Mateo 27:
50-51; Hebreos capítulo 9; Apocalipsis capítulo 21.
Capítulo 28
Favor hacer referencia a: Exodo 20:1-17, 31:18; 1Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 14:9-12.
Capítulo 29
Favor hacer referencia a: Mateo capítulo 3; Hecho capítulo 2; 2Corintios 11:14; 2Tesalonicenses 2:9-12; A
pocalipsis 14:6-12.
Capítulo 30
El Espiritismo
Vi el engaño de los golpes. Satanás tiene el poder de colocar ante nosotros la apar
iencia de formas que supuestamente son de nuestros familiares y amigos que ahora duerm
en en Jesús. Se hará aparentar que están presentes, se dirán las palabras que ellos hablaro
n mientras que estaban aquí, con las cuales estamos familiarizados y resonará en nuestro
oído el mismo tono de voz que tuvieron mientras vivían. Todo esto ha de engañar al mun
do y lo entrampará.
Vi que los santos deben tener una profunda comprensión de la verdad presente, la
cual tendrán que sostener basándose en las Escrituras. Deben comprender el estado de lo
s muertos; porque un día los espíritus de demonios se les aparecerán profesando ser amig
os y parientes amados, que les declararán doctrinas sin ningún fundamento bíblico. Hará
n todo lo que está en su poder para despertar su simpatía y realizarán milagros ante ellos,
para confirmar sus declaraciones. El pueblo de Dios debe estar preparado para resistir a e
sos espíritus con la verdad bíblica de que los muertos nada saben, y de que los aparecidos
son espíritus de demonios.
Vi que debemos examinar bien el fundamento de nuestra esperanza, porque tendre
mos que dar razón de éste basándonos en las Escrituras; porque veremos ese engaño prop
agarse, y tendremos que luchar contra él cara a cara. Y a menos que estemos preparados
para enfrentarlo, seremos entrampados y vencidos. Pero si hacemos lo que podamos, pon
iendo de nuestra parte para estar listos para el conflicto que se encuentra justo ante nosotr
os, Dios hará su parte, y su brazo omnipotente nos protegerá. Si fuera necesario, enviaría
todos los ángeles de la gloria para formar un círculo de protección alrededor de las almas
fieles para que no sean engañadas y desviadas por los milagros mentirosos de Satanás.
Vi la rapidez con la que ese engaño se estaba difundiendo. Se me mostró un tren
que viajaba a la velocidad del relámpago. El ángel me ordenó que mirara cuidadosament
e. Fijé mis ojos en el tren. Parecía que todo el mundo estaba a bordo. Entonces el (ánge
l) me mostró el conductor, quien parecía un personaje imponente y atractivo y a quien tod
os los pasajeros respetaban y reverenciaban. Estaba perpleja y le pregunté a mi ángel aco
mpañante quién era. Él dijo: Es Satanás. Él es el conductor en la forma de un ángel de lu
z. Ha cautivado al mundo. Éste se ha entregado a un engaño extraordinario a fin de creer
a la mentira para que sea condenado. Su agente, el que le sigue en rango, es el maquinist
a, y otros de sus agentes, están ocupados en diferentes cargos, según él los necesite, y tod
os están yendo con gran rapidez hacia la perdición. Le pregunté al ángel si no había qued
ado nadie. Él me ordenó que mirara en dirección opuesta, y vi a un grupo pequeño, viaja
ndo por una senda angosta. Todos parecían estar firmemente ligados y unidos por la verd
ad.
Esa pequeña compañía se veía agobiada por las inquietudes, como si hubiera pasa
do a través de severas pruebas y conflictos. Y parecía como si el sol hubiera justamente s
alido de detrás de la nube, y brillado sobre sus rostros, haciendo que se vieran triunfantes,
como si sus victorias estuvieran a punto de ser ganadas.
Vi que el Señor le había dado al mundo oportunidad de descubrir la trampa. Eso
era bastante evidente para el cristiano si no hubiese habido otra cosa. No se hace diferenc
ia entre el precioso y lo vil.
Satanás da a entender que Tomás Paine, cuyo cuerpo ya se ha demoronado hasta c
onvertirse en polvo y quien será llamado al final de los 1000 años, en la segunda resurrec
ción, para recibir su recompensa, y sufrir la segunda muerte, está en el cielo y que es muy
honrado allí. Satanás lo usó en la tierra por tanto tiempo como pudo, y ahora prosigue la
misma obra mediante pretensiones de que Tomás Paine está muy encumbrado allí; y que
es muy venerado y como él enseñó en la tierra, Satanás finge que continúa enseñando en
el cielo. Algunas personas en la tierra, que han considerado con horror su vida, su muerte
y sus enseñanzas corruptas mientras vivía, se someten ahora a ser enseñadas por él, quien
era uno de los hombres más viles y corrompidos; uno que despreciaba a Dios y a su ley.
El Padre de la mentira, enceguece y engaña al mundo enviando sus ángeles a habl
ar como si fueran los apóstoles, y hace que parezca que ellos contradicen lo que escribier
on cuando estaban en la tierra, y que fue dictado por el Espíritu Santo. Esos ángeles ment
irosos hacen que los apóstoles corrompan sus propias enseñanzas y que declaren que ésta
s están adulteradas. Al hacer eso, él puede sumir a los profesos cristianos, quienes tienen
nombre que viven y están muertos, y a todo el mundo, en incertidumbre acerca de la pala
bra de Dios; porque ésta se interpone directamente en su camino, y es capaz de destruir s
us planes. Por lo tanto, los induce a dudar del origen divino de la Biblia, y entonces ensal
za al incrédulo Tomás Paine, como si éste hubiera entrado en el cielo al morir, y unido a l
os santos apóstoles, a quienes odiaba en la tierra, estuviera enseñando al mundo.
Satanás le asigna a cada uno de sus ángeles el papel que ha de actuar. Les ordena
que sean astutos, ingeniosos y sagaces. Instruye a algunos de ellos a desempeñar el papel
de los apóstoles y a hablar por ellos, mientras que otros han de actuar el papel de incrédul
os y de hombres impíos quienes murieron maldiciendo a Dios, pero que ahora parecen ser
muy religiosos. No se hace ninguna diferencia entre los santos apóstoles y el incrédulo m
ás vil. Él aparenta que ambos están enseñando lo mismo. No importa a quién Satanás ha
ce hablar, si con ello logra su objetivo. Él estuvo tan íntimamente conectado con Paine e
n la tierra, y lo ayudó de tal manera que es muy fácil para él saber las palabras que él usa
ba, y la escritura misma de uno de sus hijos, quien le sirvió con tanta fidelidad, y logró su
s propósitos tan bien. Satanás dictó mucho de lo que éste escribió, y es fácil para él dictar
ahora, mediante sus ángeles, opiniones que parezcan venir de Tomás Paine, quien fue su
siervo devoto mientras vivió. Pero esa es la obra maestra de Satanás. Todas esas enseña
nzas que supuestamente proceden de los apóstoles, de los santos y de hombres impíos qu
e han muerto, emanan directamente de su majestad satánica.
Eso debería bastar para remover el velo de cada mente y revelarle a todos las obra
s tenebrosas y misteriosas de Satanás,-que él coloque a uno a quien él amó tanto, y quien
odió a Dios en forma tan completa, junto con los santos apóstoles y ángeles en gloria; prá
cticamente diciéndole al mundo y a los incrédulos: No importa cuán impíos seáis; no imp
orta si creéis en Dios o en la Biblia, o si no creéis; vivid como querrais, el cielo es vuestro
hogar,-porque todo el mundo sabe que si Tomás Paine está en el cielo, y está en una posic
ión tan exaltada, ciertamente, ellos también llegarán allí. Eso es algo tan manifiesto, que
todos pueden verlo, si quieren. Satanás está haciendo ahora lo que ha estado tratando de
hacer desde su caída, a través de individuos como Tomás Paine. Mediante su poder y sus
milagros mentirosos, él está destruyendo el fundamento de la esperanza del cristiano, y a
pagando su sol, el cual está supuesto a iluminarlo en el angosto sendero hacia el cielo. Es
tá haciendo que el mundo crea que la Biblia no es mejor que un libro de cuentos no inspir
ado, mientras que él ofrece algo para tomar su lugar, a saber, ¡manifestaciones espiritista
s!
Esa es una agencia totalmente suya, sujeta a su control, y él puede hacer que el m
undo crea lo que le plazca. El libro que lo ha de juzgar a él y a sus seguidores, lo coloca
en la sombra, justamente donde desea que esté. Hace del Salvador del mundo solamente
un hombre común, y como los guardas romanos que vigilaban la tumba de Jesús propagar
on el falso informe que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos pusieron en sus labi
os, de la misma manera, los pobres e ilusos seguidores de esas pretendidas manifestacion
es espiritistas, repetirán, y tratarán de dar a entender que no hubo nada de milagroso en el
nacimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Salvador; y después de relegar a Jesús
y a la Biblia a último término, donde quieren tenerlo, llaman la atención del mundo hacia
sí mismos y hacia sus prodigios y milagros mentirosos, los cuales, ellos declaran que exc
eden mucho a las obras de Cristo. De esa manera, el mundo es atrapado en el lazo, y es a
dormecido en un sentimiento de seguridad; para no descubrir su terrible engaño, hasta qu
e las siete postreras plagas sean derramadas. Satanás se ríe cuando ve que su plan tiene ta
nto éxito, y que el mundo entero está en sus redes.
Favor hacer referencia a: Eclesiastés 9:5; Juan 11:1-45; 2Tesalonicenses 2:9-12; Apocalipsis 13:3-14.
Capítulo 31
La Avaricia
Vi a Satanás y a sus ángeles consultando. Él ordenó a sus ángeles que fueran y co
locaran sus trampas especialmente para los que estaban esperando la segunda venida de C
risto, y que estaban guardando todos los mandamientos de Dios. Satanás le dijo a sus áng
eles que todas las iglesias estaban dormidas. Él aumentaría su poder y milagros mentiros
os y podría retenerlas. Pero (dijo) odiamos a la secta de guardadores del sábado. Está co
ntinuamente trabajando en contra nuestra, y arrebatándonos nuestros súbditos para que gu
arden esa odiada ley de Dios.
Id, haced que los poseedores de tierras y de dinero se embriaguen de cuidados. Si
podéis hacer que pongan sus afectos en esas cosas, serán nuestros todavía. Pueden profes
ar lo que quieran con tal de que logréis que se preocupen más por el dinero que por el éxit
o del reino de Cristo o la propagación de las verdades que odiamos. Presentad el mundo
ante ellos de la manera más atractiva, para que lo amen y los idolatren. Debemos conserv
ar en nuestras filas todos los medios que podamos, cuanto más sean los recursos que ellos
tengan, más perjudicarán nuestro reino al quitarnos nuestros súbditos. Cuando convoque
n reuniones en diferentes lugares, estaremos en peligro. Por lo tanto, sed vigilantes, caus
ad toda la distracción que podáis. Destruid el amor que se tengan el uno por el otro. Des
animad y desalentad a sus ministros; porque los odiamos. Presentad toda excusa plausibl
e ante los que tienen recursos, no sea que los entreguen. Si podéis, controlad los asuntos
monetarios, y llevad a sus ministros a la necesidad y a la angustia. Eso debilitará su valor
y su celo. Contended por cada pulgada de terreno. Haced que la avaricia y el amor a los
tesoros terrenales sean los rasgos predominantes de su carácter. Mientras que esos rasgos
dominen, la salvación y la gracia estarán lejos. Amontonad todo lo que podáis a su alrede
dor para atraerlos, y serán ciertamente nuestros. No sólo estaremos seguros de tenerlos, s
ino que su aborrecible influencia no será ejercida sobre otros para conducirlos al cielo. Y
poned en los que traten de dar una actitud mezquina, para que lo hagan en pequeñas canti
dades.
Vi que Satanás llevaba a cabo sus planes bien. Y cuando los siervos de Dios conv
ocaban reuniones, Satanás y sus ángeles comprendían lo que tenían que hacer, y estaban e
n el terreno para obstruir la obra de Dios, y estaba constantemente poniendo sugerencias
en la mente del pueblo de Dios. A algunos los conduce de una manera, y a otros de otra,
siempre aprovechándose de malos rasgos en los hermanos y hermanas, excitando y provo
cando sus tendencias naturales al mal. Si ellos se sienten inclinados a ser egoístas y codic
iosos, Satanás se complace en situarse a su lado, y entonces, trata de guiarlos con todo su
poder, para que manifiesten sus pecados acostumbrados. Si la gracia de Dios y la luz de l
a verdad disipan esos sentimientos codiciosos y egoístas por un tiempo, y ellos no obtiene
n una completa victoria sobre ellos, cuando no estén bajo una influencia salvadora, Satan
ás se les acerca y marchita todo principio noble y generoso, y ellos piensan que se exige d
emasiado de ellos. Se cansan de hacer el bien, y se olvidan del gran sacrificio que Jesús h
izo por ellos, para redimirlos del poder de Satanás y de una miseria sin esperanza.
Satanás se aprovechó del carácter codicioso y egoísta de Judas, y lo condujo a mu
rmurar en contra del ungüento que María le dedicó a Jesús. Judas lo consideró un gran de
sperdicio; éste hubiera podido ser vendido y dado a los pobres. A él no le importaban los
pobres, sino que consideraba que la ofrenda generosa hecha a Jesús era una extravaganci
a. Judas apreció a su Señor sólo lo suficiente como para venderlo por unas pocas piezas d
e plata. Y vi que había algunos como Judas entre los que profesan estar esperando a su S
eñor. Satanás los controla, pero ellos no lo saben. Dios no puede aprobar ni una partícul
a de avaricia o de egoísmo. Él las odia, y desprecia las oraciones y exhortaciones de los q
ue las poseen. Como Satanás ve que su tiempo es corto, los lleva a ser más y más egoísta
s, y a volverse más codiciosos, y entonces se regocija al verlos centrados en sí mismos, se
veros, avaros y egoístas. Si los ojos de esas personas pudieran abrirse, verían a Satanás r
egocijándose acerca de ellos en triunfo satánico, y riéndose acerca de la insensatez de aqu
ellos que aceptan sus sugerencias, y entran en sus redes. Entonces, él y sus ángeles toma
n las obras despreciables y codiciosas de esos individuos, y las presentan a Jesús y a los á
ngeles santos, y les dicen en tono de reproche: ¡Esos son los seguidores de Cristo! ¡Se est
án preparando para ser trasladados! Satanás nota su curso de acción desviado y lo compa
ra con la Biblia, con pasajes que reprenden claramente tales cosas, y entonces los present
a para molestar a los ángeles celestiales, diciéndoles: ¡Esos están siguiendo a Cristo y su
Palabra! ¡Esos son los frutos del sacrificio y de la redención de Cristo! Los ángeles se ap
artan con desagrado de la escena. Dios requiere de su pueblo que obre constantemente, y
cuando éste se cansa de actuar de una manera buena y generosa, él se cansa de ellos. Vi
que a Dios desagradaba grandemente aún la más pequeña manifestación de egoísmo de p
arte de su pueblo profeso, por el cual Cristo no estimó dar su propia vida preciosa. Cada i
ndividuo egoísta y avaro caerá a un lado del camino. Como Judas, quien vendió a su Señ
or, ellos venderán los principios buenos, y una disposición noble y generosa por un poqui
to de las ganancias de la tierra. Todos esos serán zarandeados fuera del pueblo de Dios.
Los que desean llegar el cielo, deben estar alentando los principios del cielo con toda la e
nergía que poseen. Y en lugar de que sus almas se marchiten en el egoísmo, deberían exp
andirse en la benevolencia, y se debe aprovechar toda oportunidad de hacer el bien el uno
al otro, en llevar a cabo y en cultivar mucho más los principios del cielo. Jesús me fue pr
esentado como el modelo perfecto. Su vida estaba libre de intereses egoístas y se destacó
por su benevolencia desinteresada.
Favor hacer referencia a: Marcos 14:3-11; Lucas 12:15-40; Colosenses 3:5-16; 1Juan 2:15-17.
Capítulo 32
El Zarandeo
Vi que algunos, con una fe robusta y con clamores angustiados, rogaban a Dios.
Sus rostros estaban pálidos, y mostraban una profunda ansiedad, la cual expresaba su luc
ha interna. En sus rostros se mostraba firmeza y una gran sinceridad, mientras que grand
es gotas de sudor empapaban sus frentes. De vez en cuando, sus rostros se iluminaban co
n las señales de la aprobación de Dios, y nuevamente, la misma apariencia solemne, fervi
ente y ansiosa se posaba sobre ellos.
Ángeles malos los rodeaban, agobiándolos con sus tinieblas, para apartar a Jesús d
e su vista, a fin de que sus ojos fueran atraídos hacia la oscuridad que los rodeaba, descon
fiaran de Dios, y que luego murmuraran en su contra. Su única seguridad consistía en ma
ntener sus ojos dirigidos hacia las alturas. Ángeles tenían a su cargo al pueblo de Dios, y
a medida que la atmósfera envenenada de esos ángeles malos circundaba a esas almas ans
iosas, los ángeles que estaban guardándolos batían continuamente sus alas para disipar las
densas tinieblas que había a su alrededor.
Vi que algunos no participaban en esa obra de agonizar y rogar. Parecían indifere
ntes y descuidados. No estaban resistiendo la oscuridad en torno a ellos, y ésta los encerr
aba como una espesa nube. Los ángeles de Dios los abandonaron, y fueron a ayudar a los
que oraban fervientemente. Vi a los ángeles de Dios apresurarse a asistir a todos los que
estaban luchando con todas sus energías para resistir a esos ángeles malos, y tratando de a
yudarse a sí mismos clamando a Dios con perseverancia. Pero los ángeles abandonaron a
los que no hicieron ningún esfuerzo para ayudarse a sí mismos, y los perdí de vista.
A medida que los que oraban continuaron sus fervientes clamores, de vez en cuan
do un rayo de luz de parte de Jesús llegaba hasta ellos, y los animaba, e iluminaba sus ros
tros.
Pregunté el significado del zarandeo que había visto. Se me mostró que sería caus
ado por el testimonio directo que exigía el consejo del Testigo fiel a los laodicenses. Este
tendrá su efecto sobre el corazón del que recibe el testimonio y lo llevará a exaltar el esta
ndarte y a pronunciar la verdad directa. Algunos no soportarán ese testimonio directo. S
e levantarán en contra de él, y eso causará un zarandeo entre el pueblo de Dios.
Vi que el testimonio del Testigo fiel no ha sido seguido ni siquiera a medias. El s
olemne testimonio del cual depende el destino de la iglesia, ha sido despreciado, si no ha
sido completamente descuidado. Ese testimonio debe producir un profundo arrepentimie
nto, y todos los que verdaderamente lo acepten, lo obedecerán, y serán purificados.
El ángel dijo: ¡Escuchad! Pronto oí una voz que sonaba como muchos instrument
os musicales, todos sonando con acordes perfectos, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a
cualquier música que yo jamás hubiera escuchado. Parecía estar tan llena de misericordi
a, de compasión, y de un gozo ennoblecedor y santo. Emocionó todo mi ser. El ángel dij
o: ¡Mirad! Mi atención fue guiada hacia el grupo que había visto antes, el cual estaba sie
ndo poderosamente zarandeado. Se me mostró a los que había visto anteriormente lloran
do y orando en agonía de espíritu. Vi que la compañía de ángeles guardianes que los rod
eaba se había multiplicado y que estaban revestidos de una armadura de la cabeza a los pi
es. Se movían en un orden exacto, firmes como una compañía de soldados. Sus rostros e
xpresaban el severo conflicto que habían soportado, la lucha agonizante por la que habían
pasado. Sin embargo, sus facciones, marcadas con una severa angustia interna, brillaban
ahora con la luz y la gloria del cielo. Habían obtenido la victoria, y eso inspiró en ellos la
más profunda gratitud, y un gozo sagrado y santo.
El número de ese grupo había disminuido. Algunos habían sido zarandeados y de
jados por el camino. Los descuidados e indiferentes que no se unieron a los que apreciab
an la victoria y la salvación lo suficiente como para agonizar, perseverar, y rogar por ella
s, no las obtuvieron, y fueron dejados atrás en las tinieblas y sus lugares fueron inmediata
mente ocupados por otros que aceptaron la verdad, y se unieron a las filas. Los ángeles
malos todavía se agrupaban a su alrededor, pero no podían tener ningún poder sobre ello
s.
Escuché a los que estaban vestidos con la armadura proclamar la verdad con gran
poder. Ésta tuvo efecto. Vi a los que habían estado atados, algunas esposas habían estad
o ligadas por sus esposos, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros que habían sido re
stringidos o impedidos de oír la verdad, ahora la aceptaban ansiosamente. Todo el temor
a sus parientes había desaparecido. Solamente la verdad era sublime para ellos. Ésta les
era más preciosa que la vida misma. Habían estado hambrientos y sedientos por la verda
d. Pregunté que había ocasionado ese gran cambio. Un ángel respondió: Es la lluvia tard
ía, el refrigerio de la presencia del Señor, el fuerte pregón del tercer ángel.
Un gran poder asistía a esos escogidos. El ángel dijo: ¡Mirad! mi atención fue gui
ada hacia los impíos o incrédulos. Todos estaban agitados. El celo y el poder que se hall
aba en el pueblo de Dios los había despertado y enfurecido. Había confusión, confusión
por doquiera. Vi que se tomaban medidas en contra de ese grupo que tenía el poder y la l
uz de Dios. Las tinieblas se volvieron más densas a su alrededor, a pesar de eso, se mant
enían firmes, bajo la aprobación de Dios y confiando en él. Los vi perplejos. Y entonce
s, los escuché clamar a Dios con fervor. A lo largo del día y de la noche su clamor no ces
aba. Escuché las siguientes palabras: ¡Sea hecha tu voluntad, Oh Dios! ¡Si puede glorifi
car tu nombre haz que haya una vía de escape para tu pueblo! ¡Líbranos de los paganos a
nuestro alrededor! Nos han sentenciado a muerte, pero tu brazo puede traer salvación. E
sas son las únicas palabras que puedo traer a la memoria. Parecían tener un profundo sen
tido de su indignidad y manifestaban una completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin e
mbargo, cada uno de ellos, sin excepción rogaba y luchaba fervientemente, como Jacob,
por liberación.
Poco después de que comenzaron su piadoso clamor, los ángeles, sintiendo compa
sión, querían ir a libertarlos. Pero un ángel de elevada estatura, que estaba al mando no s
e los permitió. Él dijo: Ellos deben beber de la copa. Deben ser bautizados con el bautis
mo.
Pronto oí la voz de Dios, la cual estremeció los cielos y la tierra. Hubo un gran te
rremoto. Por todas partes los edificios eran sacudidos y se derrumbaban. Escuché un triu
nfante grito de victoria, fuerte, armonioso y claro. Miré a esa compañía, la cual, poco ant
es había estado en tal angustia y opresión: Su cautiverio había terminado. Una luz glorios
a resplandecía sobre ellos. Cuán hermosos se veían entonces. Todo rastro de inquietud y
de fatiga habían desaparecido. En cada rostro se veían la salud y la belleza. Sus enemigo
s, los paganos a su alrededor, cayeron como hombres muertos. No podían soportar la luz
que brillaba sobre los santos libertados. Esa luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta
que se vio a Jesús en las nubes de los cielos, y la compañía fiel y probada fue transformad
a en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Y las tumbas fueron a
biertas y los santos resucitaron, vestidos de inmortalidad, exclamando: Victoria sobre la
muerte y el sepulcro. Junto con los santos vivos fueron arrebatados a encontrar al Señor
en el aire, mientras que hermosos y sonoros gritos de gloria y victoria salían de todo labio
santificado.
Favor hacer referencia a: Salmos Libro III capítulo 86; Oseas 6:3; Hageo 2:21-23; Mateo 10:35-39, 20:23;
Efesios 6:10-18; 1Tesalonicenses 4:14-18; Apocalipsis 3:14-22.
Capítulo 33
Favor hacer referencia a: Amós 5:21; Romanos 12:19; Apocalipsis 14:9-10, 18:6.
Capítulo 34
El Fuerte Pregón
Vi a los ángeles ir y venir apresuradamente en el cielo. Estaban descendiendo a la
tierra, y ascendiendo nuevamente al cielo, preparándose para el cumplimiento de algún ev
ento importante. Entonces vi a otro ángel poderoso comisionado para descender a la tierr
a, para unir su voz a la del tercer ángel y para darle poder y fuerza a su mensaje. Se impa
rtieron al ángel gran poder y gloria, y a medida que descendía, la tierra fue iluminada con
su gloria. La luz que iba delante y que seguía a ese ángel, penetraba por todas partes, mie
ntras él clamaba con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha
hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave
inmunda y aborrecible. El mensaje de la caída de Babilonia, como fue dado por el segun
do ángel se repite aquí, con la mención adicional de las corrupciones que han estado entra
ndo en las iglesias desde el 1844. La obra de ese ángel comienza en el momento adecuad
o, y se une a la última gran obra del mensaje del tercer ángel, a medida que éste se intensi
fica hasta llegar a ser un fuerte pregón. Y el pueblo de Dios es así preparado, en todas pa
rtes, para enfrentar la hora de la tentación, la cual pronto lo asaltará. Vi que una gran luz
descansaba sobre ellos, y que se unieron en el mensaje, que proclamaban valientemente, c
on gran poder el mensaje del tercer ángel.
Se enviaron ángeles para ayudar al poderoso ángel que había descendido del ciel
o, y oí voces que parecían resonar por todas partes: Salid de ella, pueblo mío, para que no
seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte en sus plagas; porque sus pecados han lle
gado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades. Ese mensaje parecía ser un c
omplemento del tercer mensaje y se unió a éste, como el clamor de medianoche se unió al
mensaje del segundo ángel en el 1844. La gloria de Dios descansó sobre los pacientes y e
xpectantes santos, y éstos dieron valientemente la última solemne advertencia, proclaman
do la caída de Babilonia, y exhortando al pueblo de Dios a salir de ella para que pudiera e
scapar de su terrible condenación.
La luz que fue derramada sobre los fieles que esperaban penetraba por todas parte
s, y los que habían recibido alguna luz en las iglesias, quienes no habían oído y rechazado
los tres mensajes, respondieron al llamado y abandonaron las iglesias caídas. Muchos ha
bían llegado a la edad de responsabilidad desde que esos habían sido dados, y la luz brilló
sobre ellos, y tuvieron el privilegio de escoger la vida o la muerte. Algunos escogieron la
vida, y tomaron su lugar con aquellos que esperaban a su Señor y que guardaban todos su
s mandamientos. El tercer mensaje había de hacer su obra; todos habían de ser probados
por él, y los que eran preciosos habían de ser llamados a salir de los cuerpos religiosos.
Un poder apremiante movió a los sinceros, mientras que la manifestación del poder de Di
os mantuvo con temor y restringió a los parientes y amigos, y no se atrevieron ni tuvieron
el poder para obstaculizar a los que sentían sobre ellos la obra del Espíritu de Dios. La úl
tima exhortación es llevada hasta alcanzar aun a los pobres esclavos, y los piadosos entre
ellos, con expresiones humildes, prorrumpieron en cánticos de arrobado gozo ante la pers
pectiva de su maravillosa liberación, y sus amos no pudieron contenerlos, porque un temo
r y asombro los mantenía en silencio. Se efectuaron grandes milagros, los enfermos sana
ban, y señales y maravillas seguían a los creyentes. Dios estaba en la obra, y cada santo,
sin temor a las consecuencias, seguía las convicciones de su propia conciencia, y se unía
a los que guardaban todos los mandamientos de Dios, y proclamaban por todas partes y c
on poder el tercer mensaje. Vi que el tercer mensaje concluiría con poder y fortaleza que
excederían grandemente a los del clamor de medianoche.
Siervos de Dios, imbuidos de poder de lo alto, con sus rostros iluminados y respla
ndeciendo con una santa consagración, salieron a cumplir su trabajo y a proclamar el men
saje del cielo. Almas que habían sido dispersadas a través de los cuerpos religiosos respo
ndieron al llamado, y los que eran preciosos se apresuraron a salir de las iglesias condena
das, como Lot se dio prisa a salir de Sodoma antes de la destrucción de ella. El pueblo de
Dios fue preparado y fortalecido por la gloria excelsa que se derramó sobre ellos en rica a
bundancia, ayudándolo para soportar la hora de la tentación. Escuché una multitud de vo
ces exclamando: Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús.
Favor hacer referencia a: Ezequiel 9:2-11; Daniel 7:27; Oseas 6:3; Amós 8:11-13; Apocalipsis capítulo 16,
17:14.
Capítulo 36
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 6-7, 32:24-28; Salmos Libro IV capítulo 91; Mateo 20:23; Apoc
alipsis 13:11-17.
Capítulo 37
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11; Isaías 25:9; 1Corintios 15:51-55; 1Tesalonicenses 4:13-17; Apocali
psis 1:13-16, 6:14-17, 19:16.
Capítulo 38
La Recompensa de los Santos
Entonces vi a un gran número de ángeles traer gloriosas coronas de la ciudad; una
corona para cada santo con su nombre escrito en ella, y a medida que Jesús pedía las coro
nas, ángeles se las entregaban, y el amable Jesús, las colocaba en la cabeza de los santos c
on su propia diestra. En la misma manera, los ángeles trajeron las arpas, y Jesús también
se las entregó a los santos. Los ángeles directores tocaron primero la nota, y entonces, ca
da voz se elevó en agradecida y feliz alabanza, y cada mano pulsó las cuerdas del arpa co
n destreza, produciendo música melodiosa llena de ricos y perfectos acordes. Entonces vi
a Jesús conducir a los redimidos a la puerta de la ciudad. Puso su mano sobre la puerta y
la hizo girar sobre sus relucientes goznes, invitó a las naciones que habían guardado la ve
rdad a entrar. En la ciudad había todo lo que pudiera agradar a la vista. Contemplaban gl
oria por todas partes. Entonces, Jesús miró a sus santos redimidos; sus semblantes irradia
ban gloria, y al fijar sus amantes ojos en ellos, dijo, en su voz rica y melodiosa: Contempl
o el trabajo de mi alma y estoy satisfecho. Esta excelsa gloria es vuestra para que la disfr
utéis eternamente. Vuestras angustias han terminado. No habrá más muerte ni llanto ni p
esar ni dolor. Vi a la hueste de los redimidos inclinarse y arrojar sus resplandecientes cor
onas a los pies de Jesús, y entonces cuando su bondadosa mano los levantó, pulsaron sus
doradas arpas y llenaron todo el cielo con su rica música y con cánticos al Cordero.
Entonces vi a Jesús conducir a la hueste redimida al árbol de la vida, y nuevament
e escuchamos su hermosa voz, mas dulce que ninguna música que jamás haya caído en al
gún oído mortal, diciendo: Las hojas de este árbol son para la sanidad de las naciones. C
omed de él todos. En el árbol de la vida había hermosísimos frutos, de los cuales, los san
tos podían comer libremente. En la ciudad había un trono muy gloriosos, y de debajo de
éste manaba un río puro de agua de vida, tan claro como el cristal. A ambas márgenes de
l río estaba el árbol de la vida. En las riberas del río había hermosos árboles que llevaban
fruto bueno para comer. El lenguaje es demasiado limitado para tratar de describir el ciel
o. Cuando la escena se presenta ante mí, me quedo llena de admiración y arrobada por el
extraordinario esplendor y por la excelente gloria, dejo caer la pluma y exclamo: Oh, ¡qué
amor! ¡qué maravilloso amor! El lenguaje más excelente no puede alcanzar a describir la
gloria del cielo ni la incomparable profundidad del amor del Salvador.
Capítulo 39
La Tierra Desolada
Entonces contemplé la tierra. Los impíos estaban muertos, y sus cuerpos yacían s
obre la faz de ésta. Los habitantes de la tierra habían sufrido la ira de Dios en las siete po
streras plagas. Se habían mordido sus lenguas de dolor y habían maldecido a Dios. Los f
alsos pastores fueron objeto especial de la ira de Jehová. Sus ojos se habían consumido e
n sus cuencas y sus lenguas en sus bocas, mientras estaban en pie. Después de que los sa
ntos fueron liberados por la voz de Dios, la ira de la multitud impía los volvió el uno en c
ontra del otro. La tierra parecía estar anegada en sangre, y había cuerpos muertos de un c
abo a otro de ésta.
La tierra se encontraba en una condición muy desolada. Ciudades y aldeas, desm
oronadas por el terremoto, eran escombros. Montañas fueron movidas de sus lugares, dej
ando grandes cavernas. El mar había arrojado pedazos de rocas a la tierra, y éstas se hall
aban desparramadas por toda su superficie. La tierra parecía un desierto desolado. Grand
es árboles habían sido arrancados de raíz y estaban esparcidos por todas partes. Aquí esta
rá el hogar de Satanás con sus malos ángeles durante los 1000 años. Aquí estarán confina
dos y vagará de arriba a abajo sobre la superficie agrietada de la tierra, y verá los efectos
de su rebelión en contra de la ley de Dios. Podrá disfrutar por 1000 años de los efectos d
e la maldición que causó. Limitado solamente a la tierra, no tendrá el privilegio de ir a ot
ros mundos para tentar y mortificar a los que no han caído. En ese tiempo, Satanás sufre
intensamente. Desde su caída sus características malignas han sido ejercitadas constante
mente. Entonces se verá privado de su poder, y dejado para que reflexione acerca del pap
el que él ha tenido desde su caída, y para esperar con temblor y terror el terrible porvenir
cuando deberá sufrir por todo el mal que ha hecho, y ser castigado por todos los pecados
que ha hecho que se cometan.
Entonces escuché gritos de triunfo provenientes de los ángeles y de los santos redi
midos, los cuales sonaban como diez mil instrumentos musicales, porque ya no serían mo
lestados ni tentados por el diablo, y porque los habitantes de otros mundos habían sido lib
erados de su presencia y de sus tentaciones.
Entonces vi tronos, y Jesús y los santos redimidos se sentaron en ellos; los santos
reinaron como reyes y sacerdotes para Dios, y los impíos muertos fueron juzgados, sus ac
ciones fueron comparadas con el libro de estatutos, la palabra de Dios, y fueron juzgados
de acuerdo a las obras realizadas en el cuerpo. Jesús en unión con los santos, le asignó a l
os impíos la porción que debían sufrir, de acuerdo a sus obras, y fue escrito en el libro de
la muerte, al lado de sus nombres. Satanás y sus ángeles también fueron juzgados por Jes
ús y los santos. El castigo de Satanás había de ser mucho mayor que el de aquellos que h
abía engañado. Excedía tanto al castigo de ellos que no se podía comparar con éste. Des
pués de que todos los que él engaño hayan perecido, Satanás habrá de vivir aún y sufrir p
or más tiempo.
Cuando terminó el juicio de los impíos muertos, al final de los mil años, Jesús aba
ndonó la ciudad, y una escolta de la hueste angélica lo siguió. Los santos también fueron
con él. Jesús descendió sobre un grande y alto monte, el cual, tan pronto como sus pies l
o tocaron, se partió en dos y se convirtió en una inmensa llanura. Entonces, elevamos nu
estra mirada y vimos la gran y hermosa ciudad, con doce fundamentos, doce puertas, tres
a cada lado, y con un ángel a cada puerta. Clamamos ¡La Ciudad! ¡La gran ciudad! ¡Está
descendiendo del cielo, de Dios! Y ésta bajó en todo su esplendor y magnífica gloria y re
posó en la extensa llanura que Jesús había preparado para ella.
La Segunda Resurrección
Entonces Jesús y toda su santa escolta de ángeles con todos los santos redimidos d
ejaron la ciudad. Los santos ángeles rodearon a Jesús y lo escoltaron en su camino y el sé
quito de los santos redimidos los siguió. Entonces Jesús, con una majestad imponente y t
errible, llamó a los impíos muertos, y a medida que resucitaron, con los mismos cuerpos
débiles y enfermizos con que descendieron a la tumba, ¡qué espectáculo presentaron! ¡qu
é escena! En la primera resurrección, todos despertaron en radiante inmortalidad, pero en
la segunda, las marcas de la maldición son visibles en todos. Los reyes y los hombres no
bles de la tierra resucitan con los rudos y los degradados, los eruditos y los ignorantes jun
tamente. Todos contemplan al Hijo del hombre, y los mismos hombres que despreciaron
y burlaron a Jesús, quienes lo hirieron con la caña, y pusieron la corona de espinas sobre
sus sagradas sienes, lo contemplan en su regia majestad. Los que lo escupieron en la hora
de su juicio, ahora se apartan de su penetrante mirada y de la gloria de su semblante. Aqu
ellos que enterraron los clavos en sus manos y sus pies, ahora ven las marcas de su crucifi
xión. Los que le hirieron el costado con la lanza ven las marcas de su crueldad en su cuer
po. Y se dan cuenta que él es Aquel mismo que crucificaron y a quien burlaron en su ago
nía moribunda. Entonces se levanta un largo y prologado lamento de agonía, mientras hu
yen de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores.
Todos tratan de esconderse en las rocas, y de escudarse de la terrible gloria de Aq
uel a quien una vez despreciaron. Todos están sobrecogidos y angustiados por su majesta
d y extraordinaria gloria, y al unísono elevan sus voces, y con terrible claridad exclaman:
Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Luego Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos entraron nuev
amente en la ciudad, y los amargos lamentos y las quejas de los impíos perdidos llenaron
el aire. Entonces vi que Satanás comenzaba su obra de nuevo. Se movía entre sus súbdit
os, fortaleció a los débiles y les dijo que él y sus ángeles eran poderosos. A continuación,
señaló los innumerables millones que habían sido resucitados. Entre ellos había poderoso
s guerreros y reyes diestros en batalla, y quienes habían conquistado reinos. Y había robu
stos gigantes, y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el or
gulloso y ambiciosos Napoleón cuya llegada había hecho temblar a reinos. Allí había ho
mbres de gran estatura y de porte digno y elevado, quienes habían caído en la batalla. Ca
yeron mientras estaban sedientos de conquista. Cuando salieron de sus tumbas, resumier
on la corriente de sus pensamientos donde éstos habían cesado en la muerte. Poseían el
mismo espíritu de conquista que los dominaba cuando cayeron. Satanás consultó con sus
ángeles y entonces, con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Luego observó
al vasto ejército y les dijo que la compañía que estaba en la ciudad era pequeña y débil, q
ue ellos podían subir contra ella tomarla, arrojar fuera a sus habitantes, y adueñarse de su
s riquezas y gloria.
Satanás tuvo éxito en engañarlos, e inmediatamente todos comenzaron a preparars
e para la batalla. Construyeron armamentos de guerra, porque en ese enorme ejército hab
ía muchos hombres hábiles. Y entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en
marcha. Los reyes y los guerreros seguían de cerca a Satanás, y la multitud iba detrás, en
compañías. Cada una de ellas tenía un capitán, y marchaban en orden a medida que avan
zaban sobre la agrietada superficie de la tierra hacia la ciudad santa. Jesús cerró las puert
as de la ciudad, y ese numeroso ejército la rodeó y se asentó en orden de batalla para ased
iarla. Habían preparado toda clase de pertrechos de guerra, esperando envolverse en un fi
ero conflicto. Se acercaron a la ciudad. Jesús y toda la hueste angélica, con sus relucient
es coronas sobres sus cabezas, y todos los santos con sus brillantes coronas, ascendieron a
lo alto del muro de la ciudad. Jesús habló con majestad y dijo: ¡Contemplad, pecadores, l
a recompensa de los justos! ¡Y mirad, vosotros mis redimidos, la recompensa de los impí
os! La innumerable multitud contempla a la compañía sobre los muros de la ciudad. Y al
ver el esplendor de sus resplandecientes coronas, y ver sus rostros radiantes de gloria, exp
resando la imagen de Jesús, y al contemplar la inexpresable gloria y majestad del Rey de
Reyes, y Señor de señores, su valor decayó. El sentido del tesoro y la gloria que han perd
ido los embargó y se dan cuenta de que la paga del pecado es muerte. Ven a la santa y fel
iz compañía a quien ellos despreciaban revestida de gloria, de honor, de inmortalidad y d
e vida eterna, mientras que ellos están fuera de la ciudad con todo lo más degradado y ab
ominable.
Capítulo 41
La Segunda Muerte
Satanás se precipitó en medio de ellos y trató de excitar a la multitud a la acción.
Pero llovió sobre ellos fuego de Dios desde el cielo, y los grandes, los poderosos, los hom
bres nobles, al igual que los pobres y los miserables, son consumidos conjuntamente. Vi
que algunos eran destruidos rápidamente, mientras que otros sufrían por más tiempo. Era
n castigados de acuerdo a las obras hechas en el cuerpo. Algunos demoraban muchos día
s para consumirse, y mientras todavía quedase una porción de ellos que aún no se hubiese
consumido, el resto conservaba el pleno sentido del sufrimiento. El ángel dijo: El gusano
de la vida no morirá ni su fuego se apagará mientras quede una pequeña partícula que ést
e pueda devorar.
Pero Satanás y sus ángeles sufrieron por mucho tiempo. Satanás no solamente lle
vó el peso y el castigo de sus pecados, sino también los pecados de toda la hueste redimid
a fueron colocados sobre él, y deberá sufrir por la ruina que causó a los que engañó. Ento
nces vi que Satanás y toda la multitud de los impíos, fueron consumidos y la justicia de D
ios estuvo satisfecha, y toda la hueste angélica y todos los santos redimidos, exclamaron e
n alta voz: ¡Amén!
El ángel dijo: Satanás es la raíz, sus hijos son las ramas. Ya han sido consumidos,
raíz y rama. Han muerto de una muerte eterna. Nunca tendrán una resurrección y Dios te
ndrá un universo limpio. Entonces miré; y vi que el fuego que había consumido a los imp
íos quemaba los escombros y purificaba la tierra. Nuevamente miré, y vi la tierra purifica
da. No había ni una sola señal de la maldición. La agrietada y desigual superficie de la ti
erra se veía ahora como una extensa y uniforme llanura. Todo el universo de Dios estaba
limpio, y la gran controversia había terminado para siempre. Doquiera mirábamos, todo
aquello sobre lo cual descansáramos la mirada, era hermoso y santo. Y toda la hueste red
imida, los viejos y los jóvenes, arrojaron sus resplandecientes coronas a los pies de su Re
dentor, y se postraron en adoración ante él, adorando al que vive para siempre jamás. La
hermosa tierra nueva, con toda su gloria, era la herencia eterna de los santos. El reino, y
el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, entonces fue dado al pueblo
de los santos del Altísimo, quienes lo poseerían para siempre jamás.
Favor hacer referencia a: Isaías 66:24; Daniel 7:26-27; Apocalipsis 20:9-15, 21:1, 22:3.