70 Semanas
70 Semanas
70 Semanas
Hace unos ocho años estaba dando conferencias en Ucrania durante las noches sobre
los eventos finales, y durante el día un seminario sobre el evangelio del santuario a
pastores y laicos líderes. En la última etapa de mi gira estuve en la capital, Kiev, sin
sospechar la sorpresa que iba a tener. El presidente de la Asociación me preguntó si iba
a incluir en mis exposiciones a los pastores el tema de la fecha inicial de los 2.300 días.
Le dije que no había traído material sobre ese punto porque nunca me pedían que tocase
el tema. Lo más que pude prometerle fue tocar al final, en forma general, algunos de los
problemas de los calendarios diferentes que se usaban entonces.
Cuando llegó el último día, al concluir dije que, a pedido del presidente de la Asociación
de Kiev podía tocarles algunos problemas en el uso de los calendarios, pero que no iba a
tocar el tema de la fecha en sí del año 457 AC porque no había traido material. Luego
de una corta exposición les referí la respuesta de nuestra iglesia a través del Biblical
Research Institute, en especial el trabajo del Dr. William Shea en el último número de la
serie sobre Daniel y Apocalipsis, además del primero que fue escrito enteramente por él.
El presidente de esa Asociación pasó entonces para cerrar el seminario y, en lugar de
agradecerme los servicios que habían alegrado en gran manera a los pastores y laicos
prominentes al enseñarles los rituales hebreos, se puso a explicar con una energía y
convicción impresionantes cómo nuestra iglesia se había equivocado y estaba enseñando
el error con respecto al inicio de los 2300 días. Cuando terminó me paré y le dije que si
tenía problemas con la fecha de partida, estaba el cumplimiento en la época de Cristo
que había sellado la profecía de las 70 semanas, así como la de los 2300 días como
terminando en 1844. Me respondió categóricamente que no se puede arreglar un error
de partida por un acierto de llegada. Le pedí entonces la fuente de su exposición. Se
negó a dármela. Entonces me enojé, siempre en público, y le dije que si no había leído la
respuesta de nuestra iglesia, era un irresponsable al presentar la crítica como si fuera
verdad. Prometí entonces que al regresar a los EE.UU. iba a buscar la documentación
que había leído someramente en su momento, e iba a resumirla y enviársela.
Al día siguiente me llevaron a conocer el nuevo colegio que estaban levantando a unos
30 kms. de Kiev, en una zona boscosa. De la noche a la mañana nuestra iglesia se quedó
con una propiedad de grandes edificios que había pertenecido al ejército y que había
servido por años para la instrucción comunista. Guardaban una pared cubierta por una
cortina con las insignias del comunismo, un valor histórico sin duda, ahora sirviendo
para instruir a muchos en el evangelio de Cristo. Sorpresivamente ví de nuevo al
presidente de esa Asociación quien se acercaba donde estaba y sonreía, algo nervioso e
incómodo. Pensé que le había afectado algo la confrontación del día anterior por lo que
amigablemente volví a preguntarle: “¿De dónde obtuvo la información que usó ayer
para atacar la fecha inicial de las 70 semanas y los 2300 días?” Me contestó cualquier
cosa menos lo que le pregunté, por lo que el traductor no quiso traducirme la misma
pregunta otra vez, haciéndome una seña de no darle importancia.
Se me informó después que había un grupo de ucranianos en los EE.UU. que mandaba
información y propaganda disidente a Ucrania, y que eso estaba confundiendo a
muchos, inclusive a ese presidente. Me sentí en parte responsable de la situación del día
anterior por no haberme preocupado antes por dominar a fondo el tema. En todos lados
a donde había ido se había dado por sentado la exactitud de la fecha, y no sentí la
necesidad de llevar material extra para tratar ese punto allí.
Al volver a los EE.UU. leí el artículo de William Shea, lo resumí y agregué algunos
datos adicionales que había recogido mientras enseñaba en Francia. Luego lo mandé a
ese presidente, a la traductora (una gorda rusa maciza que hizo creer a mi hija, cuando
la abrazó, que abrazaba un colchón: habrá sido sin duda de tanto comer papa con tanto
almidón, como los rusos), y a un pastor que hablaba inglés pidiéndole también que lo
tradujera. Cuando cuatro años más tarde fui otra vez a Kiev, lo ví a ese presidente flaco
con una barbita en el mentón y le pregunté si había recibido el material. Ya no era
presidente, tenía otro cargo. Me dijo que no, que nunca lo había recibido (al recibirlo en
inglés tal vez ni se enteró de qué se trataba, ni se preocupó porque alguien se lo
tradujera).
Otra confrontación
Aunque entendí los argumentos principales de William Shea, basados en gran parte en el
arqueólogo adventista ya fallecido, Siegfried Horn, había algunas preguntas que me
quedaban y para las que no había encontrado una respuesta satisfactoria. Al verlo poco
después en la Asoc. Gral. en un pasillo, aproveché para preguntarle una de ellas. A
pesar de que había salido de su oficina para ir al baño, se detuvo a explicármela y me
hizo un gráfico pequeño, sin dar apariencias de apuro. Le agradecí la atención y le pedí
que no se detuviera más conmigo. Mi pregunta tuvo que ver en esa oportunidad con la
sincronización de la profecía de los 2300 días con la de los 1335 días. Otra pregunta
crucial me quedaba sobre la razón por la que los milleritas escogieron el Día de la
Expiación de 1844 y no el de 1843, dado que el año civil hebreo expiraba el día anterior
al primero de Tishri (Fiesta de las Trompetas), y no el décimo (Día de la Expiación).
Poco tiempo después me encontré con un hermano brasileño a quien había conocido
cierto tiempo atrás, entusiasmado al extremo según había yo interpretado, con la fecha
de los 2300 días. Criticaba a muerte a todos los teólogos adventistas. En una reunión
que pidió en la Asoc. Gral. con el Dr. William Shea y otros dirigentes, incluyendo del
Centro White, terminó diciéndole que iba a llegar el día en que iba a tener que pedirle
perdón a la Iglesia Adventista por haberla engañado. Me interesé en su material, aunque
para mis adentros pensé, “¿de Brasil podrá salir un teólogo, tan luego uno que ni
siquiera hizo los primeros cuatro años elementales de teología?” No obstante, dejé la
puerta abierta por ver si alguien que se expresaba tan decididamente tendría algo que
ofrecerme. Esta vez, la crítica provenía de alguien que presumía defender el enfoque
tradicional sostenido por los milleritas y los pioneros de la Iglesia Adventista, y acusaba
a los dirigentes actuales de haber descarriado a la iglesia en ese tema tan importante.
Un tercer y cuarto empujón para estudiar el tema
Mi correspondencia con ese hermano laico brasileño no me sirvió demasiado. El
material que me envió me pareció confuso por falta de metodología. De una cosa saltaba
a la otra y no entendía la razón de sus reacciones contra la posición de nuestros
teólogos actuales. Por esa época leí una breve declaración de un profesor de Andrews,
adonde ese hermano brasileño había ido a pelear también, diciendo que la posición de
William Shea y de otros teólogos adventistas era sólida y no débil como nuestro hermano
del país del fútbol y de las bananas arguía. Enterado de que una comisión en Brasil,
dirigida por el Dr. Alberto Timm (medio pariente mío por parte de mi abuela brasileña,
y único teólogo brasileño elocuente que conozca junto con Siegfried Shwantes ya
jubilado hace tiempo), le había prometido a ese hermano estudiar su material, decidí
esperar. Le prometí entonces estudiar su material cuando dispusiera de más tiempo, más
definidamente, para cuando preparase mi tercer seminario sobre el santuario (pienso
incluirlo porque se trata de un problema que explotan algunos para confundir y hacer
perder la fe de nuestro mensaje profético a muchos hermanos).
Ese día llegó el año pasado, y se incrementó con el folleto de la lección del último
trimestre que se basó en el libro de Daniel. Estaba contento de haber comprado una tesis
doctoral sobre el tema preparada en la Universidad de Andrews. Basado en esa tesis y
en otros documentos adicionales que había estado juntando con el tiempo, preparé un
comentario sobre las 70 semanas. Confiadamente dí la fundamentación bíblica y
extrabíblica allí expuesta. Pero ya casi el último día de mis vacaciones ví por casualidad
en la biblioteca de la Universidad Adventista del Plata un libro sobre esa cronología
editado en Brasil. Vi que se trataba de ese hermano, y la recomendación decidida del
doctor tocayo mío del Brasil me interesó más. Con el perdón de todos los que tienen
posiciones ya tomadas sobre el tema, creo que el material del hermano Juárez Rodríguez
de Oliveira es el mejor que se haya escrito hasta ahora sobre la cronología de las 70
semanas y de los 2300 días (salvando su estilo polémico que no lograron quitarle del
todo hasta ahora).
De esta introducción se desprende que no soy especialista en cronología bíblica. Mi
especialidad tuvo y tiene que ver con la teología del santuario de Israel y, debido a su
relación especial con los eventos finales, extendí esa especialización hacia los libros de
Daniel y Apocalipsis. Poco a poco, sin embargo, voy avanzando en el conocimiento y
profundización de la cronología bíblica que requiere el concurso de varias ciencias
como la arqueología, la historia, la astronomía, las matemáticas y la teología. Esta serie
que estoy compartiendo con Uds. por internet es una manera también de obligarme a
meterme más en el tema, para organizar mejor los conocimientos que ya adquirí. Por lo
cual, si alguien se siente inclinado a criticar alguna posición asumida, tal crítica será
bienvenida y servirá para enriquecer más su comprensión. Soy conciente que se requiere
un esfuerzo de simplificación como el que se verá aquí, pero a su vez, tal esfuerzo puede
dejar aspectos de lado que son necesarios para satisfacer a mentes más inquisitivas. Por
lo que si en este foro se puede contar con observaciones críticas de quienes también
pusieron su cabeza en el tema, alabado sea el Señor por ello.
Origen de los calendarios
Antes de entrar en el tema mismo de la cronología de las 70 semanas y los 2300 días,
será útil dar una mirada rápida a la historia de algunos calendarios. El tema de los
calendarios me había interesado ya mientras preparaba mi tesis doctoral sobre el Día de
la Expiación en la Universidad Protestante de Estrasburgo, Francia. Ezequiel recibió su
visión del Nuevo Templo en un Día de la Expiación (Eze 40:1)—mi tesis versó sobre ese
día especial—y el hecho no parece ser fortuito. El significado de ese día proyectado en
la visión que Dios le dio a Ezequiel debía, sin duda, arrojar luz sobre el mensaje que
Dios quiso dar a su pueblo entonces. Lo llamativo en Ezequiel es que se refirió a ese día
diez como dándose “al principio del año”, en referencia probable al año otoñal (véase
A. R. Treiyer, The Day of Atonement and the Heavenly Judgment, 124ss, 318ss).
Posteriormente me interesé algo más en el tema debido a que un alumno de teología en
Francia, Francois DuMesgnil D’Engente, llegó a convencerse al leer a Siegfried Horn
que se había equivocado en un artículo de Ministry recién aparecido en esa época. Una
mejor comprensión sobre los distintos calendarios y la manera de contar de los judíos
los años de los reyes, fue suficiente entonces (tal vez en parte), para resolver el problema
que suscitó en una de mis clases.
En tiempos modernos surgió la teoría promovida por teólogos liberales, de que los
israelitas copiaron el calendario solar de los Egipcios que comenzaba en el mes Toth
(diciembre), y posteriormente, bajo la influencia babilónica, adoptaron su calendario
lunar que comenzaba en el mes Abib (marzo-abril). Esta teoría ha sido fuertemente
rechazada por muchos teólogos, inclusive judíos, que argumentan que el calendario
hebreo fue siempre lunisolar ya que fue instituído en el día mismo de la creación (Gén
1:14; Sal 104:19). Lo que es motivo real de discusión, sin embargo, es determinar cómo
se las arreglaban al principio para sincronizar el calendario lunar con el solar que
medían por las cosechas. Dos autores judíos, S. Safrai y M. Stern, llegaron a afirmar en
1976 que “el contraste entre la pobreza de nuestras fuentes y la abundancia y riqueza de
detalles de las teorías” es sorprendente.
¿En qué época o estación debía comenzar el año solar que, quiéranlo o no, estaba
presente regularmente con la maduración de las cosechas y el movimiento del sol?
Pareciera ser en la época en que el sol llegaba a su período más débil o corto del año o,
por decirlo de otra manera, cuando el sol comenzaba a permanecer más tiempo a la
vista de los antiguos. En otras palabras, el año debía comenzar cuando los días
comenzasen a extenderse. De allí que los Egipcios lo hiciesen comenzar en nuestro
diciembre, una práctica que siguieron los romanos al llamar al primer mes Jano (de allí
January, Enero). Ese mes estaba representado por un dios, Jano, que tenía dos caras
pegadas por la nuca, mirando una hacia el pasado y la otra hacia el futuro. Por eso, en
torno al 25 de diciembre, los romanos hacían fogatas anunciando el nacimiento del dios
sol, ya que en torno a esa fecha el sol comenzaba a extenderse durante el día en el
hemisferio norte.
Los cristianos de Roma, por su parte, decidieron más tarde festejar en esa fecha la
Natividad, el natalicio del Sol de Justicia, Cristo Jesús, aunque ese día no hubiese tenido
nada que ver con la fecha real en que nació Jesús (en Navidad los pastores de Belén no
hubieran pasado toda la noche en el campo con los animales porque era invierno). Esa
misma práctica de encender fogatas se perpetúa en las luces artificiales que se prenden
en tantas ciudades cristianas para las fiestas de Navidad y Año Nuevo que comienzan
también en el mes de diciembre y se apagan luego del primero de enero.
La sincronización de los calendarios lunisolares
Los israelitas también hicieron comenzar los meses con la luna creciente, y hubiera sido
de esperarse que comenzasen el año de una manera semejante, con el mes en el que
supuestamente el sol comenzaba a alargarse. Sorprendentemente, el calendario civil o
solar lo hicieron comenzar en el otoño, en la época en que expiraba el año religioso y
lunar, y en ocasión de la cosecha final del año. Fue en la declinación del sol, y no en su
nacimiento, que hicieron comenzar el año civil. ¿Habrá tenido ese hecho como propósito
evitar que se tentasen a honrar al sol como lo hacían los demás paganos, festejando su
natalicio el día en que presumían comenzaba a resurgir? Tampoco tenían fiestas de
germinación, sino sólo de cosecha, en reconocimiento a Dios por sus dones, algo
contrastante con las fiestas de la fertilidad que tenían los paganos con diosas como
Astarté que contenía siete senos.
[Un estudio que no he podido hacer y sería positivo hacerlo un día es comparar la
ubicación de los días festivos anuales de los pueblos paganos en contraste con la
ubicación de los días festivos en Israel, sus motivaciones y teología especial. Hasta
ahora sólo expuse en mi tesis doctoral tales contrastes en relación con el Día de la
Expiación y la purificación del templo del dios Nebo en la antigua Babilona. A lo que me
refiero es a hacer una comparación de los calendarios festivos religiosos entre los
pueblos antiguos y el de Israel].
El calendario hebreo puede definírselo fácilmente como agrícolo-ganadero porque se
festejaban las fiestas en determinados días del mes ligados a las cosechas, y se los
celebraba en el templo junto con ciertos sacrificios de animales definidos (Lev 23; Núm
28-29). Ahora bien, las cosechas no se ajustan a la luna, sino al sol. ¿Cómo podían
determinar, entonces, el día exacto del mes en que debían traer las gavillas o los frutos
al templo, en gratitud a Dios por sus bendiciones materiales y espirituales? Más aún,
¿cómo podían llamar a esos meses de fiesta “primer mes”, o “séptimo mes”, en
referencia a los meses más cargados de fiesta, si los doce cambios de luna del año no
coincidían con los cambios anuales de rotación de la tierra en torno al sol?
Se sabe que los pueblos antiguos, incluyendo el pueblo de Israel, tenían un año solar de
360 días, lo que corresponde a 12 meses de 30 días cada uno. Eso se ve confirmado por
la profecía de los 1260 días de Daniel, y su definición más clara del Apocalipsis como
42 meses (Apoc 11:2; 13:5), 1260 días (Apoc 11:3; 12:6) o “tiempo (1), tiempos (2), y la
mitad de un tiempo” (1/2 año) (Dan 7:25; 12:7; Apoc 12:14). ¿Qué pasaba con los cinco
días y algo restantes que no se computaban? Se sabe también que algunos pueblos
tenían algunos días extras que entre los romanos llevó a ciertos emperadores a competir
entre sí para que el mes que honraba su memoria se quedase con mayor número de días.
Entre los israelitas es probable que cada seis años arreglasen su calendario solar con un
mes extra que hiciesen coincidir con la víspera del año sabático. El año sabático mismo
podría haber servido como medio regulador de todo desajuste que se hubiese dado hasta
esa fecha, permitiendo recomenzar el primer año del nuevo ciclo en armonía con la
cosecha, correspondiente también a la rotación de la tierra en torno al sol.
Una prueba indirecta de un mes extra se percibe, por ejemplo, en la profecía de los 1290
días de Dan 12:11. Tal vez con el propósito de evitar cualquier especulación, Dios
previó dos hechos históricos remarcables sobre el levantamiento del anticristo romano
futuro, que permitirían reconocerlo de manera doble, reforzada, y nadie sintiese la
necesidad de discutir si esos tres años y medio anticipados en Dan 7:25 tendrían en
cuenta un mes adicional o no.
Si nos quedamos aquí, todo parecería fácil. Pero debemos recordar que el calendario de
Israel no fue únicamente solar, sino también lunar, esto es, lunisolar. [Los esenios
tuvieron un calendario puramente solar, pero no he tenido la oportunidad de estudiarlo
todavía]. Más definidamente, Dios indicó que debían ofrecer sacrificios especiales cada
cambio de luna equivalentes a los del sábado semanal y los de las otras fiestas anuales
(Núm 28:11-15). El séptimo mes debía considerárselo, además, como un sábado anual,
festejándolo con sonido especial de trompetas que anunciaban la inminencia del juicio
diez días más tarde, en el Día de la Expiación (Lev 23:23-32). ¿Cómo hacían los
hebreos para sincronizar esos cambios de luna con el año solar de 360 días y aún, con el
año astronómico que según sabemos, duraba algo más de 365 días?
Para ser más precisos, el mes lunar dura entre 29 y 30 días, y 12 meses estrictamente
lunares dan 354 días y 8 hs., no 360 ni 365 días. Esto requería que cada tres años se
diesen trece cambios de luna en el año, en lugar de doce, y en algunas ocasiones cada
dos años. De lo contrario, la fiesta de las primicias de la cebada iban a tener que
celebrarla con el correr del tiempo en pleno invierno, cuando ni siquiera había plantas y
era la época de la siembra. ¿Cómo podrían en tal caso llamar a ese primer mes Abib,
esto es, “cebada”, si ese mes terminaba cayendo en cualquier época del año sin tener
nada que ver con la cebada? Y si se partía mal, un problema semejante lo hubieran
tenido con la fiesta de las primicias del trigo cincuenta días más tarde. También la fiesta
final de la cosecha hubiera caído en el tiempo cuando las frutas estaban demasiado
verdes, y las vides estuviesen muy lejos de colorear.
Una suposición basada en los años sabáticos
Así como había un séptimo día especial y sagrado, y un séptimo cambio de luna también
especial y sagrado que los israelitas festejaban con sonido de trompetas, también había
un séptimo año sabático y un año 49 más especial aún que completaba el período de
siete años sabáticos (Lev 25). Luego de la sexta cosecha, los israelitas habrían
comenzado a festejar el año sabático que, antes de comenzar la primavera, en el caso de
un calendario anual de 360 días, requería un mes adicional o intercalario o
décimotercer mes. El año sabático, según esta teoría, podría haberse encargado de
arreglar los problemas de sincronización del calendario lunar con el solar. Como
podemos recordar, el año sabático comenzaba en el Día de la Expiación (Lev 25:9-10),
luego de lo cual todos los israelitas debían comparecer en el templo para agradecer a
Dios por la cosecha final en la Fiesta de las Cabañas o Tabernáculos (Deut 31:11; cf.
Lev 23:33ss).
Llama la atención también el hecho de que el mes intercalario lunar (el décimo tercero),
lo agregaron los israelitas en tiempos posteriores al concluir el calendario litúrgico-
religioso, después del mes de Adar (el doce), y lo llamaban Ve-Adar o “segundo Adar”
(el trece). Esto coincide con la orden indicada por Dios para iniciar los años sabáticos
luego que se había juntado la cosecha final, en el séptimo mes. En este contexto,
debemos recordar también que durante los años sabáticos los israelitas no cosechaban
sus mieses, ni recogían sus frutos (Ex 23:10-11; Lev 25:2-7,20-22). ¿Qué pasaba
entonces con sus fiestas de cosecha en tales ocasiones? ¿Las celebraban? ¿Usaban ese
año para recompensar la inexactitud de su calendario anual, como ocurría con todos los
otros desajustes sociales que en ese año debían recomponerse? (Ex 21:2-6; Deut 15:1-
18).
El primer año del nuevo ciclo del calendario solar, luego del año sabático, podían
comenzar a contarlo de nuevo eligiendo como primer cambio de luna el que anunciaba
la maduración de la cebada, como lo hacían siempre con el calendario lunar. De esa
forma podían arreglar la diferencia de días de su calendario solare, regulándolo cada
siete años con su calendario lunar. Como dato adicional podemos traer a colación que
al cabo de 19 años, los cambios de luna volvían a cuadrar otra vez con la posición de la
tierra en torno al sol que habían tenido al principio (es decir, con las estaciones del año
solar), completando un ciclo metónico, nombre éste dado al griego Metón que descubrió
el hecho (la diferencia es de alrededor de hora y media). [Se me ocurre una pregunta.
Siendo que los datos astronómicos hoy son exactos aún en retrospectiva, ¿no podría este
hecho ayudar a reforzar la fecha aproximada en que los israelitas comenzaron a cumplir
con las leyes mosaicas que fueron establecidas específicamente para cuando entrasen en
la tierra prometida? (Lev 25:2). ¿Qué ciclo metónico habría cuadrado mejor con el
calendario solar y el comienzo de la implementación de tales leyes en Palestina que
pudiese ser ideal?]
Un calendario de cosecha
Es en las leyes bíblicas sobre los años sabáticos y de jubileo que podemos encontrar la
primera mención a un doble calendario en el antiguo Israel, uno de primavera y otro de
otoño. Había un calendario lunilitúrgico o religioso cuyo comienzo era a su vez histórico
porque recordaba la liberación divina de Egipto (Ex 12-13), y otro que comenzaba
medio año después. Mientras que el primero comenzaba en la primavera marcando el
comienzo de la cosecha, el segundo comenzaba en el otoño marcando el final de la
cosecha (Lev 23; 25). En otras palabras, mientras que un calendario iba de comienzo a
comienzo, el otro iba de fin a fin. Al segundo se lo conoce hoy también como calendario
civil porque posteriormente contaron el comienzo del reinado de los reyes a partir de ese
calendario otoñal.
Es evidente que la cosecha iba a ser el mejor medio para determinar el cambio de época
ya que, por más conocimientos que tuviesen de astronomía, la medición exacta de
rotación en torno al sol en una época en que la hora era el período de tiempo más corto
iba a ser más difícil de determinar. La cosecha era, en esencia, el principio regulador
por excelencia del calendario lunisolar. Aunque los cambios del sol y de la luna se
tenían en cuenta, la cosecha era el centro de la atención a la hora de determinar el
comienzo y el final, como motivo de agradecer a Dios por la vida, los dones y toda
bendición que les otorgaba.
Los registros históricos bíblicos acerca de las fechas de los años sabáticos son magros y
difíciles de determinar (2 Rey 19:29; Isa 37:30). Supuestamente, la destrucción de
Jerusalén por los babilonios habría tenido lugar durante un año sabático (véase 2 Crón.
36:21). Cierta discusión puede darse a la hora de determinar si esa destrucción se dio al
comienzo o al final del año sabático. La cuenta posterior de los rabinos de tales años
sabáticos es cuestionada aún hoy inclusive dentro del judaísmo. Su celebración tuvo que
ver sólo con la shemittah o abandono agrario de la tierra, ya que en muchos respectos el
contexto social había cambiado (véase A. R. Treiyer, Jubileo y Globalización. La
Intención Oculta, cap 13).
Sección 3:
Por: Dr. Alberto R. Treiyer
Registros históricos
Es lamentable que no tengamos registros históricos que nos muestren cómo los israelitas
guardaron los años sabáticos antes de la primera destrucción de Jerusalén en el año 586
AC. Los únicos registros que nos llegan son básicamente las declaraciones de los
profetas condenando el reinado por no cumplirlos (Isa 58:6ss; 2 Rey 19:29; Isa 37:30;
Jer 34:8-22; Eze 7:13), y revelando el castigo divino que haría descansar la tierra por
todos los años que no le permitieron descansar conforme a lo predicho (2 Crón 36:21).
Tampoco conozco ningún dato histórico preciso sobre la manera en que intercalaron los
décimotercer meses extras durante la vida del segundo templo, el de Zorobabel que más
tarde llegó a ser identificado también con Herodes y que fue destruido en el año 70 DC.
La manera de contar luego los meses y los años alteró la práctica antigua y original,
según puede verse en las discusiones rabínicas posteriores. Esto lo consideraremos al
discutir la experiencia millerita que descubrió que en 1844, el verdadero Día de la
Expiación caía el 22 de Octubre.
Otro de los problemas que tenemos para comenzar a contar se da con nuestra
imposibilidad para determinar el año en que los israelitas comenzaron a contar su
calendario de cosecha. Es probable que al haber entrado en la tierra prometida en la
primavera, cuando comenzaba la siega y el Jordán desbordaba por el deshielo de las
montañas (Jos 3:15; PP, 517), hubiesen comenzado a computar ese año como el primero
en la serie de siete. La ley levítica era clara para decir que “cuando entréis en la tierra
que os doy, y cosechéis [la cebada], traeréis al sacerdote la primera gavilla, primicia
del primer fruto de vuestra cosecha” (Lev 23:10). Siendo que en la creación Dios no
comenzó descansando, sino que el descanso se dio en el séptimo día, es lógico suponer
que la primera cosecha al entrar en la tierra prometida hubiese correspondido al primer
año. Aunque los israelitas no sembraron, otros lo hicieron y ellos entraron en sus
labores para la cosecha, y lo recibieron como un don de Dios.
En tal contexto histórico que marcó la entrada del pueblo de Dios a la tierra prometida,
es de suponer que para cuando comenzaron a celebrar la pascua en su primer mes de
primavera, y a comer los panes sin levadura, hubiesen contado con una buena cantidad
de días en su favor en relación con la cosecha (Jos 5:10-12). De lo contrario hubieran
podido encontrar muy pocos granos maduros para todo un pueblo recién llegado del
desierto. No ignoremos que, a diferencia del año que seguía al sabático, los israelitas no
contaron para entonces con el producto superbendecido y almacenado de un sexto año
(Lev 25:20-22). [No descarto la posibilidad de que Dios hubiese hecho un milagro con
la cosecha semejante al del maná, y al que Jesús hizo luego al alimentar a los 5000
hombres que fueron a escucharlo, con cinco panes y dos peces].
En la actualidad, los cálculos históricos que se hacen con respecto al calendario hebreo
y los décimotercer meses ofrecidos, se basan en los informes babilónicos y los papiros de
Elefantina que documentaron la costumbre de algunos judíos que vivieron en esa colonia
egipcia. Aunque la manera en que lo hacían no garantiza que los judíos de Jerusalén
habrían comenzado el año en el mismo momento que en la Mesopotamia y en el delta del
Nilo, sirve como referencia adicional útil ya que todos ellos desarrollaron un calendario
lunar semejante.
Lamentablemente, los judíos que volvieron del cautiverio babilónico reiniciaron los años
sabáticos, pero su implementación encontró grandes obstáculos porque las
circunstancias y condiciones eran diferentes. Nunca se pusieron de acuerdo sobre
cuándo debían comenzar los años sabáticos, ni tampoco en su interpretación de cuándo
habría comenzado antes del cautiverio. Al no descender la gloria de Dios sobre el nuevo
templo ni estar en posesión de toda la tierra ni existir todas las tribus de Israel, sintieron
muy probablemente que la imposición de un año sabático era arbitraria. Por tal razón
tampoco festejaron jubileos, con la restitución de la propiedad inmueble al dueño
original. La tierra no había sido repartida después del cautiverio por Dios, como lo hizo
a través de Josué, en forma ideal, por lo cual nadie sentía que debía devolver ninguna
propiedad al primero que habría tomado posesión de la tierra al regresar del cautiverio,
ni a su familia posteriormente. Para evitar tener que cancelar las deudas en el año
sabático, los judíos inventaron además el prosbul, que consistía en un documento en
donde el deudor renunciaba a la liberación de su deuda en el año de la libertad.
Tampoco cumplieron con la liberación de los esclavos.
La septuagésima semana
Algunos han querido sugerir que en la última semana profética de años, en cuya mitad
murió el Señor según lo profetizado por Daniel (9:27), debe encontrarse una proyección
tipológica basada en los años sabáticos que se habría cumplido en forma literal al
comenzar Jesús su ministerio terrenal. Nuestro problema consiste en saber cuál año
correspondería con ese año sabático. Si aceptamos que el punto de partida de esa
semana final de años fue el otoño del año 27 AC cuando, como lo veremos luego en
detalle, Jesús fue bautizado y comenzó su ministerio profético, entonces el año sabático
tendría que haber comenzado en el año anterior, el 26 AC, y el siguiente año sabático
hubiera correspondido al año 34 AC con el que esa semana profética llega a su fin. Esto,
si queremos incluir en la última semana de años un cuadro tipológico que culmina con
un año sabático. De ser así, el primer año de esa última semana no podía ser computado
como el séptimo.
Poco después de ser bautizado y haber ayunado por 40 días, Jesús fue a Nazaret donde
se había criado, y declaró que en ese día se había cumplido lo prometido por Dios a
través del profeta Isaías (Luc 4:16-21). Con su venida y ministerio público había llegado
“el año favorable del Señor” (Isa 61:1-2). Si se quiere vincular literalmente ese año con
el comienzo del ministerio de Jesús, quedamos descolocados con respecto a la última
presunta semana tipológica, ya que cuando Jesús se expresó así estaba en el primer año
de esa semana final de años. Por consiguiente, debemos descartar un simbolismo
adyacente escondido adicional en el primer año de esa semana de años profética si
queremos hacer cuadrar la declaración de Jesús con un año sabático literal o, a la
inversa, debemos interpretar esa declaración de Jesús como puramente simbólica.
Lamentablemente, las elucubraciones rabínicas posteriores no nos ayudan demasiado en
la determinación de los años sabáticos, ya que nunca estuvieron de acuerdo. Por
ejemplo, el Talmud afirma que tanto para la destrucción de Jerusalén por los Babilonios
como por los Romanos más de medio milenio después, los enemigos del pueblo de Dios
escogieron el final de un año sabático, cuando se habrían comido la mayor parte de las
reservas obtenidas durante el sexto año. De acuerdo a los datos históricos de los que
dispongo (586 AC y 70 DC), no puede encontrarse una cifra divisible en siete entre esas
dos destrucciones.
Si la afirmación talmúdica fuese verdad, resultaría obvio que para comenzar a celebrar
de nuevo los años sabáticos (al menos en lo referente al abandono agrario), debían
hacerlos partir luego de siete años de haber regresado de Babilonia. Siendo que el
cautiverio duró 70 años, tal cifra debiera haber concordado con la destrucción de
Babilonia. Pero, ¿cuándo correspondería que iniciasen los años sabáticos?
¿Correspondería que tal recuento comenzase con la inauguración del templo de
Zorobabel en el año 516 AC, aunque ni se encontró el arca ni descendió la gloria de
Dios por la cual todos debían mirar hacia adelante? (Ag 2:6-9; Zac 2:5,10,12; Mal 3:1).
¿Podría inferirse que, más bien, tal recuento debiera darse en relación con la orden
anunciada proféticamente para restaurar a Jerusalén, y la resurgiente nación pudiese
comenzar a operar oficialmente como una entidad político-religiosa? (Dan 9:25). ¿Qué
decir del hecho de que los repatriados judíos nunca más tuvieron rey, y no lo tendrían
hasta que viniese el prometido mesías y le quitasen la vida? (Dan 9:26; véase Eze 21:25-
27; PR, 332).
Nehemías nos cuenta, con todo, que prometieron después de un tiempo guardar las leyes
divinas, inclusive las del año sabático (Neh 10:31). Esto tiene que ver con un deseo que
implícitamente revela cierta dificultad para cumplirlo. The Jewish Encyclopedia (605),
nos informa, sin embargo, que “el año exacto de la shemittah (“abandono agrario”)
está en disputa, y se han dado diferentes fechas”. Para muchos judíos, tanto el abandono
agrario de la tierra como la cancelación de las deudas después del cautiverio
babilónico, descansaban únicamente en la autoridad de los rabinos, no en la Biblia, ya
que no estaban en posesión de toda la tierra. Tampoco fueron capaces de determinar
cuándo habrían hecho comenzar el año sabático en la época del primer templo (véase
detalles en A. R. Treiyer, Jubileo y Globalización, cap 13).
Del relato del evangelio de Juan se puede ver que justo antes de comenzar la primavera
del año 29 DC—o a lo sumo el año anterior (el 28) pero cuyos efectos se podían todavía
percibir en el siguiente año—los judíos habían agregado un décimotercer mes o segundo
Adar, ya que los campos habían madurado en forma prematura para ese entonces (Juan
4:35). Esa historia de Juan nos lleva a suponer que, dos o a lo sumo tres años más tarde,
debían tener otro décimotercer mes agregado o segundo Adar (“a la mitad de la
semana” final de años de la profecía de Dan 9:27), más definidamente, en el año 31 DC.
Esto en relación con un calendario lunisolar fundamentado en las cosechas.
Gracias a los relatos precisos de los evangelios en relación con los días de la semana en
que se dieron los hechos relativos a la Pascua y la crucifixión, hoy se puede saber
astronómicamente si para esa tercer Pascua se dio un décimotercer mes o segundo Adar.
De acuerdo a la posición de la luna y el sol (en relación con el equinoxio de primavera),
se puede determinar con bastante precisión cuándo debían haber comenzado el primer
mes en el año de la crucifixión. El SDABC (V, 252), llega a la conclusión de que en el
año 31 DC, la Pascua debe haber caído el 27 de abril, algo que únicamente podía
suceder con un décimotercer mes adicional en ese año. A una conclusión semejante llega
nuestro hermano brasileño, Juárez Rodríguez de Oliveira, pero sobre la base de que la
Pascua hubiese caído en ese año en jueves, como lo confirman los Sinópticos, y no en
viernes (como se lo habría deducido erróneamente malinterpretando a Juan).
Estos aspectos los consideraremos en la siguiente sección donde abordaremos los
aspectos relacionados con las fechas proféticas de las 70 semanas y de los 2300 años.
Concluyamos aquí que, lo más que podría indicarnos tipológicamente la última semana
profética de años, con un sentido adyacente o escondido, es que Jesús, siendo rico, dio
su vida en ofrenda por el pecado, para que nosotros, siendo pobres, por su riqueza
fuésemos enriquecidos (2 Cor 8:9; 9:9ss). Esto estaba en consonancia con lo que debía
ocurrir luego de tres años con el diezmo u ofrenda especial para los desheredados (Deut
26:12-15). Con su muerte el Señor nos aseguró una herencia incorruptible e
inmarcesible que ni la polilla ni el óxido podrán corromper (Mat 6:20).
Otras profecías nos llevan también a ver en su muerte, el cumplimiento inicial del año
sabático de liberación que Jesús mismo hizo partir ya en el primer año de su ministerio,
pero que se concretó al morir sobre la cruz (Isa 60:1-2; Luc 4:16-22). Nada sugiere un
cumplimiento literal que debía caer en un año sabático vigente en sus días.
Nuevamente parecemos encontrarnos ante una decisión predeterminada por la
Providencia de evitar que su pueblo especulase con la fecha de un año sabático que
marcase el jubileo final. Así como la profecía de los 1290 días-años no debía
interpretársela como cayendo en un año sabático literal; tampoco la última semana
profética debía vérsela necesariamente en términos literales de años sabáticos. Nuestra
misión es predicar el evangelio del reino hasta que nuestro Señor vuelva, apreciando las
señales que anuncian su pronto regreso, pero sin vivir bajo fechas definidas con respecto
a ese evento final.
LAS 70 SEMANAS DE AÑOS
Cuando estudiaba alemán en la ciudad de Estrasburgo, Francia (ciudad bilingue que
linda con Alemania y cuyo territorio siempre estuvo en disputa entre las dos naciones),
nos hicieron leer en alemán una leyenda sobre un conejo y un puerco espín. Los dos
decidieron apostar para una carrera. El premio iba a ser un cajón con botellas de
cerveza. Luego de establecer el punto de partida y el punto de llegada, declararon que la
carrera iba a darse 70 veces ida y vuelta. Cuando se lanzó la carrera, el conejo pensó
que se iba a ganar fácilmente ese cajón de cerbeza. ¡Cuál no fue su sorpresa al llegar y
ver que el puerco espín estaba ya allí diciéndole: “Ich bin schon da” (“ya estoy acá”).
Decidido a ganarle el regreso corrió con más fuerza para otra vez sorprenderse con el
puerco espín diciéndole de nuevo: “Ich bin schon da”. Más desesperadamente aún fue
por la segunda vuelta con el mismo resultado. Con todas sus energías volvió a
emprender el regreso, y así sucesivamente hasta cumplir la septuagésima vuelta y caer
muerto, súbitamente, sin poder llegar antes que el puerco espín que anticipadamente le
repetía, riéndose: “Ich bin schon da”. Entonces el puerco espín agarró la botella de
cerveza y, llamando a su esposa que estaba en el otro extremo le dijo: “vamos de fiesta”.
El propósito fundamental de nuestro estudio es el de las 70 semanas de años de la
profecía de Dan 9:24-27 que daba el punto de partida del servicio del nuevo templo con
su inauguración en los cielos, y la de los 2300 días de Dan 8:14 que daba su conclusión
o cierre en un Día de la Expiación antitípico en el “tiempo del fin”. Como el puerco
espín de la leyenda, podemos decir desde la perspectiva de la llegada: “Ich bin schon
da”. Nuestra mirada a esa profecía es, por consiguiente, retrospectiva. Claro está, no
hemos recibido el premio aún, porque la venida del Señor no se ha consumado todavía.
Pero el hecho de que estamos en una recta final que no tiene cómputo profético no
significa que ese premio no esté a las puertas. En lugar de un cajón de cerveza, nos
concederá el Señor el fruto del árbol de la vida, y el maná o “pan del cielo” que los
ángeles prepararon para los errantes hijos de Dios en el pasado (Apoc 2:7,17; 22:1-2).
La larga introducción que dimos a la cronología profética más extraordinaria podrá
habernos ayudado a familiarizarnos con los problemas de computación de los diferentes
años. Consideremos, en primer lugar, los datos históricos correspondientes al punto de
partida de ambas profecías, anunciado en Dan 9:24.
El punto de partida
Comencemos ahora con el punto de partida para la cronología de las 70 semanas y los
2300 días-años. Los milleritas, los pioneros adventistas, E. de White y los teólogos
adventistas historicistas hasta el día de hoy fueron y son unánimes en afirmar que el
punto de partida de esas dos profecías, es el año 457 AC. En lo que respecta a la
profecía de las 70 semanas de años, la única que da el punto de partida en forma
precisa, los adventistas no estuvieron ni están solos. Otros autores antiguos y modernos
llegaron y llegan a la misma conclusión. En lo que respecta al punto de llegada al cabo
de los 2300 días-años, fuera de la Iglesia Adventista después del chasco millerita en
1844, no conozco a nadie que le de a esa profecía un significado equivalente
representado en años, y ligado a la profecía de las 70 semanas.
Antes del chasco de 1844, diferentes intérpretes historicistas entendieron que esa fecha
llegaba a la década del 40 en el S. XIX, así como otras profecías relacionadas como las
de los 1335 días-años y los 391 días-años de la sexta trompeta (a la que hicieron llegar
a 1844 también, partiendo de la caída de Constantinopla en el año 1453). Véase A. R.
Treiyer, The Seals and the Trumpets. Biblical and Historical Studies (2005) [Saldrá de la
prensa el mes que viene, con mucha mayor documentación que su primera versión en
castellano, y con un capítulo adicional sobre la historia de la interpretación preparada
por mi tío, Humberto Raúl Treiyer, que extrajo en forma resumida de la obra voluminosa
de Leroy Froom].
El decreto decisivo
Los judíos debían esperar la puesta en marcha (“salida”) del decreto de un rey persa
que permitiese la restauración y reconstrucción de la ciudad de Jerusalén para conocer
el punto de partida de la profecía de Daniel (Dan 9:25; cf. Dan 8:2,13: “la visión”
comenzó en la época persa). El libro de Esdras da cuenta de tres decretos que los reyes
medo-persas emitieron para que los judíos pudiesen regresar a su tierra. Esos decretos
aparecen resumidos en Esd 6:14: “Y los ancianos de los judíos edificaron y
prosperaron, conforme a la profecía de los profetas Ageo y Zacarías... Edificaron y
acabaron por orden del Dios de Israel, y por el mandato de Ciro, Darío y Artajerjes,
reyes de Persia”.
Los dos primeros decretos tuvieron que ver con la reconstrucción del templo (Esd 1:2-4;
6:6-13), que se terminó e inauguró en el año 516/15 AC, exactamente 70 años después
de haber sido destruido por los babilonios (2 Crón 36:21-23; Zac 1:12-16). La ciudad de
Jerusalén, sin embargo, continuaba en ruinas, y se requería el tercer decreto que emitió
el rey Artajerjes medio siglo después para reconstruírsela. Ese tercer decreto no podía
referirse, por consiguiente, a la reconstrucción del templo, porque Esdras declara
categóricamente que “la casa fue terminada... en el sexto año del reinado de Darío”
(Esd 6:15). ¿Qué “edificaron y acabaron” los judíos, entonces, según el pasaje citado
más arriba, por “mandato de... Artajerjes”? La ciudad de Jerusalén.
La orden anunciada por el ángel Gabriel a Daniel tendría que ver no solamente con la
reconstrucción de Jerusalén, sino también con su restauración civil, jurídica y
administrativa. Esto es lo que se ve en el decreto de Artajerjes que dio autoridad a
Esdras no sólo sobre Jerusalén, sino también sobre las personas y el territorio fuera de
Judea (Esd 7:21-22). Esa autoridad, así como el dinero que pudieron obtener según el
decreto, les permitió comenzar la reconstrucción de la ciudad (Esd 4:7-16), como se ve
por la carta de protesta que escribieron los que quisieron detener la obra: “Sea notorio
al rey, que los judíos que partieron de ti a nosotros, vinieron a Jerusalén, y edifican la
ciudad rebelde y mala. Ya han levantado las murallas y reparado los cimientos” (Esd
4:12; cf. v. 7).
Artajerjes otorgó a Esdras, además, autoridad legal y judicial para establecer cortes de
juicio (Esd 7:25-26). Esto involucraba el establecimiento de lugares de juicio en las
“puertas” de las murallas de la ciudad, donde los jueces se reunían para resolver los
litigios que se les presentaban (véase Deut 21:19; 22:15; 25:7; Prov 31:23). En otras
palabras, la autoridad legal y jurídica que Artajerjes le dio a Esdras implicaba la
reconstrucción de Jerusalén y sus muros.
El decreto de Artajerjes dio lugar al segundo regreso oficial de largo alcance de los
judíos, desde que los persas habían conquistado Babilonia. El primero tuvo lugar bajo
Ciro (Esd 1:1-2, 7-8). Así como un decreto oficial de regreso dio lugar al inicio de la
reconstrucción del templo, el segundo decreto oficial de repatriación alentó el comienzo
de la reconstrucción de Jerusalén. Así como hubo un decreto inicial de Ciro para
reconstruir el templo (Esd 1), que requirió una autorización adicional del rey Darío (Esd
6); así también el primer decreto de Artajerjes para restaurar y edificar la ciudad de
Jerusalén sirvió para dar inicio a esa obra, y reforzarla con otra orden suplementaria
posterior dada por el mismo rey (Neh 2). [En Isa 44:24-27 se profetiza de Ciro que diría
de Jerusalén que fuese reconstruida, en referencia más específica al templo, pero no dice
que su tarea sería “restaurar” Jerusalén tal como se describe en Dan 9:25. Su decreto
dio lugar, de todas maneras, a la reconstrucción futura de Jerusalén así como a su
restauración jurídica que se cumplió bajo el rey Artajerjes. Pero no predice Isaías que
Ciro iba a restaurar un estado político autónomo en Jerusalén].
Cuándo comenzar
Mientras que los milleritas y los pioneros adventistas, incluyendo E. de White,
interpretaron en el S. XIX que la profecía de Daniel se refería a la puesta en efecto del
decreto del rey Artajerjes por Esdras una vez llegado a Palestina, los teólogos
adventistas a partir del arqueólogo alemán, Siegfried Horn, hicieron comenzar la fecha
desde el momento en que Esdras con los judíos que lo acompañaron, partieron de
Babilonia para Palestina o apenas llegaron a Jerusalén. Para nuestro hermano
brasileño, Juárez Rodrígues de Oliveira, ese es un gran error que, en lugar de afirmar el
cumplimiento profético de las dos profecías de Daniel que estamos estudiando, lo
debilita. Consideremos el texto bíblico:
Esd 7:7-9: “En el séptimo año del rey Artajerjes, vinieron con él a Jerusalén algunos
israelitas, incluyendo sacerdotes, levitas, cantores, porteros y servidores del templo.
Esdras llegó a Jerusalén en el quinto mes del séptimo año del rey. El primer día del
primer mes partió de Babilonia, y el primer día del quinto mes llegó a Jerusalén, porque
la buena mano de su Dios estuvo con él”.
¿Dice el pasaje que el rey emitió su decreto el primer día del primer mes de su séptimo
año de reinado? No. Es más, puede haberlo escrito antes de ese primer mes. La tarea de
promulgar oficialmente ese decreto fue confiada a Esdras quien, luego de celebrar una
fiesta que los milleritas entendieron referirse al Día de la Expiación, entregó “los
despachos del rey a sus gobernadores y capitanes del otro lado del río” (Esd 8:35-36;
véase Núm 29:7-11). Fue entonces que tales gobernadores y capitanes obedecieron el
decreto del rey que les entregó Esdras, y que llevaba implícita una pena de muerte en el
caso de no cumplirla (Esd 7:25-26).
“Lo que condujo a este movimiento [el millerita] fue el haberse dado cuenta de que el
decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén, el cual formaba el punto de
partida del período de los 2300 días, empezó a regir en el otoño del año 457 AC, y no a
principios del año, como se había creído anteriormente. Contando desde el otoño de
457, los 2300 años concluían en el otoño de 1844” (CS, 450).
Según esta declaración, la puesta en marcha o en efecto del decreto de Artajerjes no
tuvo lugar en su séptimo año de reinado, sino al comenzar su octavo año. Recordemos
que la numeración de los meses tenía siempre que ver con un calendario de primavera
(Ex 12:1), mientras que los años comenzaban a computarse a partir del otoño
(compárese Neh 1:1—quisleu: diciembre—con Neh 2:1—nisán: marzo, en el mismo año
20 del rey). En tal caso, Esdras con los judíos que lo acompañaron salieron el primero
de Abib o Nisán (primer mes de privamera) de Babilonia, y llegaron cinco meses
después hacia el fin del verano del año 457 AC. (Esd 7:7-9).
¿Por qué dedujeron los milleritas que la fiesta mencionada en Esd 8:35 tenía que ver
con el Día de la Expiación? Porque el decreto no se puso en efecto enseguida, ya que
primero celebraron una fiesta (Esd 8:35). Luego del Pentecostés que caía al comienzo
del verano, esto es, bastante antes de la llegada de Esdras de Babilonia, los israelitas no
tenían otra fiesta hasta que comenzaba el otoño en el primer día del séptimo mes
(Tishri). Los sacrificios que ofrecieron Esdras y los suyos entonces entran dentro de las
características señaladas para las fiestas que debían celebrarse a partir de entonces
(véase Núm 29:1-11). Más definidamente, pueden haber celebrado la Fiesta de las
Trompetas en el primer día del mes o el Día de la Expiación a los 10 días siguientes. No
podemos saber a cuál de esas dos fiestas se habrá referido Esdras. Pero por cumplirse el
punto de llegada de la profecía en un Día de la Expiación antitípico al final de los 2300
días, dado su vínculo con la “purificación del santuario” (Dan 8:14), los milleritas y
pioneros adventistas dedujeron que el punto de partida debía ser el mismo, en un Día de
la Expiación.
Nuestro hermano de Oliveira concuerda con los milleritas en el sentido de que el punto
de partida de la profecía de Dan 8:14 debía ser exactamente el mismo que el de llegada.
E. de White no confirma que el punto de partida hubiese sido en un Día de la Expiación,
pero tampoco lo niega. Ella menciona simplemente el “otoño”. Esdras dice que luego de
participar de esa fiesta, que puede haber sido la de las Trompetas diez días antes del Día
de la Expiación, o el Día de la Expiación mismo, “entregaron los despachos del rey a
sus gobernadores y capitanes del otro lado del río”, induciéndolos de esta forma a
obedecer la ley medo-persa inalterable de aquellos días (Esd 8:36).
Sobre este punto volveremos al final al considerar esta fecha profética. Anticipemos que
estamos de acuerdo con de Oliveira en que el punto de partida indicado por la historia
Bíblica en corfirmación con la profecía de Daniel, se dio en el otoño del año 457 AC y
no antes. Pero ni durante la Fiesta de las Trompetas ni durante el Día de la Expiación
pueden haber entregado el decreto del rey con las demás órdenes a los gobernantes del
otro lado del río, porque ambos días eran sábados ceremoniales, y la pena de muerte
pesaba para el violador (Lev 23:24-25,28,30-31). En todo caso, el día siguiente a
cualquiera de esas dos fechas podía haberse cumplido con esa misión. Y siendo que en el
Día de la Expiación el pueblo de Dios reconsagraba su vida y reiniciaba un nuevo año
renovando el pacto con Dios, es probable que hubiesen esperado hasta ese momento
decisivo antes de iniciar la restauración nacional por la que había venido Esdras.
El séptimo año de Artajerjes
El pensamiento científico comenzó con el filósofo francés René Descartes. Descubrió su
método haciéndose la pregunta sobre si realmente existía. Lo que quería era encontrar
una manera de dar con conocimientos claros y distintos sobre los que no pudiera dudar.
Para poder hacerse tal pregunta sobre la posibilidad de su existencia, razonó, debía
poder pensar. Y si podía pensar, entonces podía probar sin lugar a dudas que existía. De
allí su primer paso para obtener informaciones sólidas e inamovibles. “Pienso, luego
existo”.
Aunque los demás pasos que dio no iban a satisfacer a todos para llegar a
conocimientos inalterables y seguros, su “duda metódica” sirvió para que otros
desarrollasen su principio y la ciencia se aumentase considerablemente. Ya bien entrado
el S. XX, aparecieron los existencialistas que quisieron negar ese principio científico
racionalista. Acusaron a Descartes de desvirtuar y hasta de arruinar la existencia por
relegarla al pensamiento, a un segundo lugar. El principio debe ser, para los
existencialistas, “existo, luego pienso” si quiero.
En su búsqueda de datos históricos y astronómicos inamovibles en la larga cadena
profética de Dan 8 y 9, Juárez Rodríguez de Olivera pensó encontrarla en la muerte de
Cristo en el año 31 DC. Según él, tal fecha confirma y afirma las demás fechas, tanto
desde la perspectiva de la partida de la profecía como de la llegada y de sus
especificaciones intermedias.
Personalmente creo que de Oliveira exagera cuando relativiza la solidez del año 457
AC. como punto de partida para la profecía de las 70 semanas y de los 2300 días. Si
termina reconociendo categóricamente que no conoce ningún documento que pueda
presentarse para negar que el séptimo año de Artajerjes se dio entre el otoño del 458 AC
y el otoño del 457 AC., sino que por el contrario, los documentos que poseemos
concuerdan en afirmar que esa es la fecha correcta, ¿qué necesidad tendría de
relativizar la fundamentación del año 457 como no estando suficientemente
documentada para hacer partir los dos períodos anunciados? De Oliveira destaca la
terminología usada por Siegfried Horn que puede ser equiparada a la duda metódica
científica, para concluir que sus deducciones se basan en supuestos. Pero tal
terminología no implica necesariamente falta de solidez y fundamentación, sino un
análisis deductivo que permita seguir el razonamiento en forma objetiva, sin dar saltos
bruscos que atropellen la inteligencia del lector.
No parece captar de Oliveira que, así como para muchos el punto de partida filosófico
debe ser “pienso, luego existo”, para otros puede resultarles más determinante
comenzar diciendo “existo, luego pienso”. No veo mal que ponga todo su énfasis en la
solidez que él encuentra en la fecha de la pasión, a “la mitad de la semana”, la última
de las 70. Pero al querer poner más énfasis en la llegada o en el punto medio de la
profecía que en el punto de partida, puede terminar involuntariamente debilitando la
convicción de otros que tienen otra manera de razonar.
Esto es algo que sabemos todos los que vivimos pendientes de la lucha que se entabla
entre la verdad y el error en nuestros esfuerzos evangelísticos. No todos se convencen
con el mismo argumento, ni las evidencias presentadas en favor de la verdad satisfacen
a todos de la misma manera. A menudo tenemos que admirarnos por la manera en que el
Espíritu Santo trabaja en las mentes humanas, despertando el interés mediante puntos o
aspectos de la verdad que a nosotros no nos tocan tanto. Mi testimonio personal como
pastor, después de haber sido doctor en teología, es que si nos volvemos demasiado
selectivos en la manera de presentar la verdad, exigiendo que las cosas se digan de tal o
cual forma que pueda parecernos más atractiva, y quitando valor a los argumentos que
para nosotros no tengan tanto peso, vamos a echar a perder innecesariamente en mucha
gente la semilla de la verdad.
Documentación histórica
Varios documentos tenemos hoy para fechar con admirable precisión los años de
reinado del rey Artajerjes. En este sentido, tenemos más fundamentación histórica que
los milleritas y los pioneros de la Iglesia Adventista. Es lamentable que, con el propósito
de fundamentar la cadena profética en la semana de la pasión, de Oliveira busque
relativizar la solidez histórica que confirma que Esdras partió con su gente de Babilonia
en la primavera del año 457 AC. El hecho de que había diferentes maneras de computar
entre los antiguos no debe hacernos vacilar a la hora de determinar, mediante el sistema
de cómputo hebreo claramente atestado en la Biblia, sobre la exactitud de la
información que nos dejó Esdras.
a) El Canon de Ptolomeo en El Almagest.
Entre los documentos más autorizados está el Canon de Ptolomeo que preparó en el S. II
DC el astrónomo Griego-Egipcio Claudio Ptolomeo, con los eclipses que tuvieron lugar
durante los reinos de Babilonia, Persia, Macedonia y Roma, así como su
correspondencia con los reyes que gobernaron esos imperios. Ptolomeo tuvo el
privilegio de vivir en el lugar donde se estableció la biblioteca más significativa del
mundo antiguo. Cuando en la ciudad de Pérgamo se quiso establecer otra biblioteca, los
alejandrinos boicotearon la venta de papiros para evitar perder la hegemonía del
conocimiento, y en su lugar los habitantes de Pérgamo inventaron los pergaminos,
escritura en cuero fino. Lamentablemente la biblioteca de Alejandría fue destruida
sucesivamente hasta desaparecer completamente.
En su obra El Almagest, Ptolomeo fechó los años de los reyes de la mesopotamia basado
en el calendario egipcio que hacía comenzar el año en Diciembre. Gracias a los datos
que agregó sobre los eclipses que ocurrieron en tal o cual año del reinado de tales o
cuales reyes, se puede precisar astronómicamente la fecha de esos reyes antiguos. Por
consiguiente, su obra continúa siendo de gran valor.
Lo que no nos dice Ptolomeo, sin embargo, es si Esdras y su pueblo usaban para
entonces otro calendario que computase los años a partir del otoño, y cuyo primer mes
se daba en primavera. Esto ha llevado a muchos intérpretes a deducir que, por provenir
Esdras de un reino medo-persa que contaba los años de primavera a primavera, los
datos históricos que suministró en su libro debían seguir un cómputo semejante, no el de
otoño a otoño. Bajo este criterio, tales intérpretes han fijado la fecha del séptimo año de
Artajerjes para el año 458 AC, y no para el 457 AC como lo hicieron los milleritas y lo
entendieron siempre los adventistas.
¿Cómo podemos saber hoy cuál calendario usaron Esdras y sus acompañantes para
fechar los momentos de su histórico viaje a Jerusalén? Como veremos luego, por el
testimonio de la Biblia misma que se vio a mediados del S. XX reforzado aún por el
descubrimiento de unos papiros de Elefantina. Ni los milleritas ni los pioneros
adventistas tuvieron esos documentos tan fortuitos que aparecieron hace unos 50 años
atrás. Pero creyeron en la Biblia y la usaron como norma para sus cómputos, razón por
la cual llegaron a la fecha adecuada. De acuerdo al cómputo semita y bíblico, el primer
mes del séptimo año de Artajerjes en el que Esdras partió de Babilonia correspondió a
la primavera del año 457 AC. ¿Por qué habría de relativizarse, entonces, la solidez de la
datación histórica ofrecida?
b) Una tableta de Ur
Entre 1930 y 1931, en una excavación que se llevó a cabo en Ur se encontró una tableta
que confirmó la muerte de Jerjes, padre de Artajerjes, como habiendo ocurrido en torno
a diciembre del año 465 AC. Este descubrimiento dio un soporte adicional a la
interpretación millerita original, mostrando que estaban en lo correcto en sus cálculos.
Al haber muerto el padre de Artajerjes después del mes de Tishri (septiembre/octubre),
significaba que lo que nosotros contaríamos como primer año de su hijo sucesor
Artajerjes, los judíos que viajaron a Jerusalén iban a computárselo como año
ascencional. Y no antes de Tishri (otoño) del siguiente año, 464 AC, podría comenzar a
contarse su primer año de reinado.
Siendo que en 1953, una tableta cuneiforme posterior correspondiente al período
helenístico, fue interpretada como indicando que Jerjes habría muerto en agosto,
algunos han dejado de insistir en el valor de esa tableta de Ur. Pero la tableta del
período helenístico es muy posterior y, hasta donde sepa, nunca se publicó. Lo que hizo
el arqueólogo adventista Siegfried Horn fue, correctamente, desmerecer ese documento
cuneiforme por ser muy tardío. Con el descubrimiento ese mismo año de los últimos
papiros de Elefantina que faltaban, se confirmó que Jerjes no puede haber muerto antes
del otoño ni después del 17 de diciembre del año 465 AC. [Lo más que puede revelar la
tableta cuneiforme del período griego, si es que se la puede tomar como referencia seria
siendo tan posterior, es que el escriba de Elefantina no computó el año ascensional de
Artajerjes hasta que el tumulto que provocó la muerte de Jerjes terminó en la
implantación de su hijo Artajerjes no antes de Diciembre de ese año].
Lo que para nosotros tiene más valor es un documento contemporáneo como el
encontrado en Ur, y otros más que aparecieron luego y veremos seguidamente,
confirmando el testimonio de esa tableta. De nuevo, ¿por qué relativizar la solidez de la
datación bíblica y su confirmación histórica?
b) Los papiros de Elefantina
Así como Dios se adelanta al movimiento de los millones y millones de galaxias, soles,
planetas y satélites con tantos años luz que ni las computadoras más poderosas que los
hombres hayan inventado pueden contabilizar y controlar para que no se choquen entre
sí y se forme un caos generalizado en todo el universo; así también Dios se adelanta a
las necesidades que su pueblo vaya a tener en épocas futuras, inclusive en la
información histórica que iba a necesitar para afirmar su fe. Una reserva fortuita que el
Señor tenía preparada para que su pueblo pudiese probar en esta era científica, la
manera de computar los años aún de los reyes paganos que los judíos usaban en los días
de Esdras, apareció a mediados del S. XX.
- Los hallazgos
En 1893, un negociante norteamericano y colector de antigüedades egipcias, llamado
Carlos E. Wilbour, compró nueve rollos enteros de papiros, más algunos fragmentos, a
tres mujeres nativas de la isla del Nilo conocida como Elefantina. Esa isla está ubicada
a 600 millas al sur de El Cairo, en el centro del Nilo. Ocho de los rollos estaban todavía
doblados y sellados. Al mostrarle uno de los fragmentos a un profesor llamado A. H.
Sayce, Wilbour se enteró que tales papiros estaban escritos en arameo.
Lamentablemente Wilbour guardó esos papiros en el fondo de uno de sus baúles. Al
morir poco después, ese secreto iba a permanecer un buen tiempo guardado.
Posteriormente se envió el baúl a Norteamérica y se lo almacenó en un depósito de
Nueva York. Mientras tanto, la gente de Elefantina encontró más papiros y los fue
vendiendo en el mercado, sin revelar el secreto del lugar, ya que lo consideraron una
buena fuente de negocio. Un agente de la Biblioteca de Estrasburgo compró el primero
de esos papiros en Luxor, en 1898. El profesor Sayce consiguió otro rollo en 1900, y la
Lady William Cecil compró tres rollos en Aswan en 1904. Sir Robert Mond consiguió
cinco más. Todos estos papiros fueron publicados en 1906, asombrando al mundo
erudito de entonces con el conocimiento de una comunidad judía de mercenarios
militares que protegían la fortaleza de la Isla de Elefantina durante el período persa.
El entusiasmo de los eruditos llevó finalmente a un equipo arqueológico alemán a hacer
excavaciones bajo la dirección de Otto Rubensohn del Museo de Berlín. Esas
excavaciones se dieron entre 1906 a 1908. Luego de ganar la confianza de la gente del
lugar, Otto Rubensohn descubrió la ubicación y logró desenterrar 62 rollos de papiros
adicionales, amén de muchos fragmentos e inscripciones. Todo esto se publicó en 1911,
dando inicio a una disciplina casi nueva, ya que hasta entonces, nadie conocía la
existencia de una comunidad judía en Egipto que fuese contemporánea con Esdras y
Nehemías.
- Los judíos de Elefantina
La Isla de Elefantina, llamada así por los griegos y Yeb por los antiguos egipcios, sirvió
como la fortaleza más al sur que tuvieron los egipcios en el medio del Nilo, cerca de su
límite con Nubia (la bíblica Kush mencionada en Est 1:1; Isa 11:11). Era un lugar de
comercio con importación de marfil, pieles de león y animales exóticos que traían del
Africa. Algunos judíos que emigraron del reino de Judá hacia Egipto durante la
vigésimosexta dinastía egipcia (663-525 AC), fue forzada a trabajar como mercenarios
para defender la frontera más al sur de Egipto. Estos soldados construyeron un templo
que dedicaron a Yahveh, aunque sirvieron también a otros dioses como sus compatriotas
preexílicos lo habían estado haciendo en Judá.
Cuando el rey persa Cambises conquistó Egipto en el año 525 AC,destruyó el templo
Khnum de Elefantina pero no tocó el templo judío de Yahvé en la misma isla, tal vez
porque como zoroastrista monoteísta estuvo mejor dispuesto hacia los judísos que
también eran, en principio, monoteístas. Durante el dominio persa, los judíos de
Elefantina pudieron manejar por su cuenta sus propios negocios y asunttos civiles. Sin
embargo, mantuvieron siempre un rango inferior ya que eran simples soldados bajo las
órdenes de los oficiales babilónicos y persas. El comandante general era persa.
En el año 410, algunos soldados egipcios aprovecharon que el gobernador persa de esa
región, Arsames, había viajado para entrevistar al rey, cruzaron el río desde Aswan y
destruyeron el templo judío en el año 410 AC, sin duda disgustados por el favoritismo
que gozaban esos judíos bajo las autoridades persas. Cuando Arsames regresó, los
judíos de Elefantina le pidieron permiso para reconstruir el templo. Se cree que Arsames
estaba enterado de la posición centralista de dos conservadores de la religión judía
como lo fueron Esdras y Nehemías, por lo que, en lugar de concederles lo pedido, les
requirió que pidiesen permiso a las autoridades de Jerusalén para reconstruirlo. De esa
manera, lograría que la negativa proviniese de Jerusalén mismo y, al mismo tiempo,
dejaría algo más tranquila la enemistad contra ellos que había entre los egipcios.
Esos pobres judíos de Elefantina no tuvieron más remedio que escribir, finalmente, a los
dos oficiales de más alto rango de Jerusalén, el gobernador persa Bigvai y el sumo
sacerdote Johanan mencionado en Neh 12:22-23. Aparentemente, las autoridades de
Jerusalén en esa época ignoraron su pedido, por lo que, luego de dos años de espera,
volvieron a insistir esta vez dirigiéndose más definidamente a Bigvai, ofreciéndole una
coima (soborno) y notificándole también que habían escrito a los hijos de Sanbalat,
governador de Samaria, el enemigo principal de Nehemías (Neh 6:1ss). Dramáticamente
insistieron ante Bigvai advirtiéndole que si las autoridades de Jerusalén no les
respondían, los samaritanos que también poseían un culto rival, podían otorgarles tal
autorización.
Bigvai se reunió con Delaiah, hijo de Sanballat, luego de lo cual les otorgó el permiso
requerido de reconstruir su templo en Elefantina, pero con la expresa indicación de que
no ofreciesen sacrificios. No hay registros de que Arsames les hubiera finalmente
autorizado a reconstruir ese templo, ni de si fueron finalmente masacrados con la
revuelta egipcia poco tiempo después, que terminó con la expulsión y muerte de todos
los extranjeros que habían vivido en ese lugar.
Los papiros escritos por esos judíos de Elefantina terminaron conformando el número
más grande de documentos conocidos de la lengua aramea oficial usada durante esa
época. También sirvieron para fortalecer los estudios lingüísticos de las secciones
escritas en ese idioma en los libros de Daniel y Esdras. Permitieron conocer más acerca
de la historia, cultura y religión de esa comunidad judía. Por ejemplo, podemos
enterarnos gracias a esos papiros sobre casamientos, ventas de propiedades, contratos,
decretos gubernamentales, liberación de esclavos, cartas privadas y oficiales y aún algo
de piezas literarias que se desarrollaron en esa comunidad judía. También permitieron
conocer más acerca de como computaban los judíos de entonces los años de los reyes de
Babilonia y de Persia, en relación con la clase de calendario que usaban.
Por: Dr. Alberto R. Treiyer
Conclusión
El año de la crucifixión, según el relato de los evangelios y la confirmación astronómica
disponible hoy, no pudo ocurrir en el año 30, sino en el año 31. Según los evangelios, el
jueves correspondió al 14 de Nisán, día en que debía ofrecerse el sacrificio del cordero
pascual, y el viernes de la crucifixión al 15 de Nisán, día que comenzó con la puesta del
sol del jueves y la celebración de la Santa Cena en reemplazo de la Pascua judía. Ese
viernes 15 de Nisán comenzó la fiesta de los Panes Sin Levadura, fecha en que Cristo
murió.
Los datos astronómicos confirman que la Pascua en ese año 31 debió tener lugar luego
de un segundo Adar o décimotercer mes que concluía el invierno y precedía a la
primavera. Metódicamente, la rotación de la luna coincide con el año 457 AC cuando
también debió darse un mes intercalario, según los datos astronómicos e históricos
suministrados por la Biblia. Aunque el año 1844 no entra dentro de la secuencia
metódica de 19 años, corresponde de todas maneras a un año en que, de haber
continuado computarizando los meses y años según la costumbre antigua, los judíos
hubieran tenido que agregar igualmente un segundo Adar o décimotercer mes.
La confirmación del pacto
El hecho de que la profecía de Daniel no diga que la confirmación del pacto se daría
con el pueblo de Israel, sino con “muchos”, muestra que el Cristo Príncipe vendría para
salvar a un remanente, no a toda la nación. Por supuesto, las 70 semanas estaban
“cortadas” y “determinadas” para el pueblo judío más específicamente. Pero la nación
como tal rechazó el último mensaje que Dios le envió en forma directa, como lo había
hecho vez tras vez en lo pasado con severas advertencias a través de los profetas en la
antigüedad. Esta vez, el mensajero escogido por Dios fue Esteban, a quien terminaron
apedreando al concluir la última semana profética (Hech 8).
Al concluirse las 70 semanas simbólicas o 490 años literales, la visión que preocupaba a
Daniel de los 2.300 años sería sellada, es decir, asegurada o confirmada por el
cumplimiento inicial. Una vez cumplida esa profecía no podría ser removida ni
cambiada. Este es el significado del sello que sería puesto sobre la profecía (Dan 9:24),
según lo vemos en otro pasaje del mismo libro de Daniel Al ser arrojado al foso de los
leones, se trajo “una piedra, y puesta sobre la entrada del foso, el rey la selló con el
anillo de sus príncipes, para que no se cambiase el acuerdo acerca de Daniel” (Dan
6:17).
Esto ocurrió cuando Esteban se dirigió al pueblo de Israel de la misma manera en que lo
habían hecho los profetas en lo pasado. Como mensajero del tribunal celestial, Esteban
fue el último en dirigirse al pueblo judío en los términos que usaban los profetas en la
antigüedad para dirigirse a ellos como pueblo escogido especialmente por Dios (véase
Eze 16). Les evocó la historia de Israel, haciendo ver que Moisés anunció la venida de
un profeta que, en relación con su confirmación del pacto divino, sería equivalente a
Moisés (Hech 7:37).
Al apedrear a Esteban con furia infernal, la nación judía silenció la voz profética que
desde antaño se había dirigido al pueblo del antiguo pacto. Desde entonces, nunca más
Dios se dirigiría a esa nación mediante un mensajero suyo. En su lugar, el Señor se
dirigiría de allí en adelante a la iglesia, formada por judíos y gentiles que se
convirtiesen al Señor. Felipe es llamado entonces a predicar en Samaria y bautiza a un
etíope. Pablo recibe la misión de ser apóstol de los gentiles (Hech 9). Pedro recibe la
visión de que los gentiles son aceptados también en el reino de Dios (Hech 10). Todo
esto debió ocurrir a partir del año 34 DC. Si la primera parte de la larga profecía de
2.300 años fue cumplida en las 70 semanas iniciales, también lo sería su culminación.
Aunque hasta Esteban, los apóstoles continuaron confirmando el pacto divino con la
nación judía de parte del Señor, sólo un remanente de esa nación concertó ese “nuevo
pacto”. Desde entonces, los llamados divinos a los judíos serían dirigidos en forma
individual, ya no como a una nación. Lo mismo ocurriría con todo otro pueblo de entre
los gentiles a quienes el evangelio se extendiese. De acuerdo a la profecía, el pueblo
judío o la nación como tal se haría responsable de entregar a la muerte a ese Príncipe
que había sido prometido, acarreando la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del
santuario, ambos reconstruidos al comenzar las 70 semanas decisivas (Dan 9:26).
¿Cuándo murió Esteban bajo la opresión del joven rabino Saulo? Según el significado
que tuvo su muerte en relación con la conclusión de la profecía de las 70 semanas, debió
haber muerto en torno al otoño del año 34. Sin embargo, no poseemos fechas muy
definidas que lo confirmen. Algunos autores, sin tener en cuenta la profecía que estamos
estudiando, fechan su muerte en el año 34. Otros calculan que puede haber muerto por
el año 36 ó 37. El problema está en cómo interpretar los datos que dio el apóstol Pablo
acerca de la época en que perseguía a los discípulos del Señor.
El apóstol Pablo comenta su experiencia en el año 49 DC, cuando junto con otros
hermanos se reunieron en Jerusalén para considerar el problema judaizante que dividía
a la flamante iglesia cristiana. En este respecto, los autores parecen concordar con la
fecha escogida, 49 DC, para esa reunión (Gál 2). En Gál 1 Pablo cuenta la historia de
su conversión, desde la época en que perseguía a la iglesia. En Gál 2:1 menciona que
habían pasado ya 14 años, los que se restan de los 49, llevándonos al año 34/35 AC. La
discusión se levanta cuando se quiere determinar si los 3 años adicionales que pasó en
Arabia se dieron aparte de los 14 años, o si debía incluírselos en los 14. Algunos, como
William Shea, cuentan los 3 años separadamente y en forma retrospectiva como años
inclusivos, obteniendo un resultado semejante.
La proclamación del pacto al mundo
La profecía indicaba que el tiempo profético de 70 semanas anuales estaban “cortadas”
para el pueblo de Daniel, el pueblo judío. La última semana tenía que ver con la
confirmación divina del pacto prometido. Hasta la muerte de Esteban, los apóstoles
dirigieron sus mensajes especialmente a la nación judía. Desde entonces la voz profética
iba a dirigirse a la iglesia constituida por “una nueva creación” formada por judíos y
gentiles convertidos al Señor (2 Cor. 5:17; Gál. 6:15-16; Efe. 2:11-18). Pablo hablará
luego de “endurecimiento” y “rechazo” de los judíos, como la oportunidad que trajo “la
reconciliación del mundo” con Dios, es decir, de los que no eran judíos, mediante la
predicación del evangelio (Rom 11).
Mediante el llamado de Pablo como “apóstol de los gentiles”, el centro de atención se
dispersó de Jerusalén hacia el mundo entero (Hech 1:8). Aunque desde la perspectiva
judía, el llamado a un hombre como Saúlo de Tarso que había sido educado para ser un
prominente rabino judío, para que fuese “apóstol de los gentiles”, podía ser
malinterpretado y considerado como el ministerio más miserable y bajo que se podía
recibir, Pablo reiteró más de una vez que honraba “su ministerio” (Rom 11:13; cf. Hech
9:15). La voz profética llegó primeramente de Judea a Samaria, luego penetró el mundo
griego y el mismo corazón del imperio romano. Con la persecución judía y la
destrucción de Jerusalén, nunca más la atención del mundo se centró en la Jerusalén
terrenal, sino en la Jerusalén celestial.
Una interpretación teológica e históricamente equivocada afirma que con la misión
apostólica de Pedro y Pablo, la voz divina se desplazó de Jerusalén a Roma, para
quedarse allí. El mundo debía escuchar la voz divina desde Roma. Con tal propósito, el
Vaticano organizó para el año 2000, un viaje internacional con gente que proviniese de
todo el mundo, que seguiría la ruta seguida por el apóstol Pablo hasta que llegó a Roma
y murió allí. Conflictos muy serios en Palestina cerraron la entrada a Israel por un
tiempo por razones de seguridad, lo que terminó abortando ese planeado viaje.
El apóstol de los gentiles no se detuvo en Roma, Sus sueños estaban en poder llegar
también a la otra península mediterránea, España misma, y según una tradición, llegó
hasta allí luego de su primera comparecencia ante el emperador romano. La mirada de
los apóstoles no se debía dirigir a Roma para estancarse allí. El cometido evangélico
por el Señor ni siquiera mencionó a Roma. Por el contrario, Roma sería el epicentro de
la obra del anticristo futuro, según las visiones que el Señor le reveló a los apóstoles
Pablo y Juan (2 Tes 2; Apoc 13 y 17). Los apóstoles debían llegar con el mensaje del
reino “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8), y entonces vendría el fin (Mat 24:14).
Toda iglesia que se centre en sí misma en lugar de tener su mira en el mundo entero está
destinada al fracaso. La tendencia al nacionalismo, al racismo, al intelectualismo, al
laicismo, será siempre perjudicial. La amplitud de miras que Dios dio a la mensajera del
último remanente es asombroso y único en la historia moderna de las misiones. Nuestro
mensaje debe llegar a todo nivel, todo estrato de la sociedad en cada rincón del planeta.
No se trata de llegar a cada montaña y a cada río y a cada golfo de la tierra con el
mensaje del evangelio, sino a todo corazón que late sobre la tierra. Por consiguiente,
todo ministerio que restrinja la predicación del evangelio a las clases más pobres en
detrimento de las clases más educadas no podrá revelar sino miopía vocacional. Lo
mismo podrá decirse a la inversa. La adoración y culto a los títulos produce a menudo
desdén al ministerio ejercido entre las clases más humildes de la sociedad.
La misión de todo dirigente de la iglesia de Cristo hoy deberá ser como la del apóstol
Pablo, honrar todo ministerio despreciado o malinterpretado, siempre teniendo en vista
un apostolado universal. Nuestro ministerio es igualmente universal (Apoc 14:6-7).
Cuanto más universal sea la mirada, tanto más amplia y abarcante será la obra que
podrá ser ejercida, y tanto más divina será la misión.
El pacto que debía ser confirmado
Pero, ¿qué pacto debía ser confirmado con muchos, según la profecía de Daniel? Era el
pacto que Dios había hecho en promesa a su pueblo mediante Moisés (Ex 24:7-8). Ahora
se llamaría “nuevo pacto” porque no sería ratificado mediante la sangre de animales
simbólicos, sino mediante el sacrificio del mismo Mesías prometido (Heb 9:15-20).
Moisés dio el pacto de Dios a su pueblo Israel desde el Monte Sinaí. Jesús lo confirmó
desde el Monte de las Bienaventuranzas (Mat 5:1), dándole una aplicación más
espiritual que legal. Con esto dio a entender que el juicio divino se basará en algo más
profundo que una ley externa grabada en piedras. Penetrará también las intenciones del
corazón (Heb 4:12).
Jesús confirmó el pacto con su pueblo en los siguientes términos. “Oísteis que fue dicho
a los antiguos [por Moisés]; mas yo os digo [Jesús]...” (Mat 5:21ss). Aunque cuando se
expresó así, no anuló la ley que Moisés había dado en el monte, sino que profundizó su
aspecto espiritual, ningún otro profeta se atrevió jamás a expresarse de esa manera.
Todos procuraron, como Jesús, hacer volver el pueblo a la ley del Señor. Pero ninguno
lo hizo expresándose de esa manera, haciéndose igual y mayor aún que Moisés. Con esto
dio a entender que él era el Profeta que Moisés había anunciado, y que sería en rango
equivalente a Moisés quien fundó la fe de Israel (Deut 18:15). En el caso del Profeta
prometido, “confirmaría” ese pacto que Moisés había hecho, y fundaría así, la fe de la
Iglesia.
El fin de los 2300 días-años (Dan 8:14)
El procedimiento divino para revelarle a Daniel la obra que se llevaría a cabo en el
templo del Nuevo Pacto, el celestial (véase Heb 8:13; 9:1,11-15), deja expectante al
profeta y a todo el que estudia su visión. Le revela anticipadamente la historia de ese
templo celestial en su relación con los adoradores, así como su ministración ante un
poder impostor y competitivo en la tierra que buscaría contrahacer la intercesión
celestial (Dan 8:11-12; Heb 7:25; Apoc 13:5-7), hasta su conclusión final que consiste
en la vindicación del santuario y del gobierno divino (Dan 8:14; Apoc 4-5). Pero no le
dice cuándo ese nuevo templo va a ser inaugurado. Esto lleva a Daniel a afligirse, como
se ve en el capítulo 9 de su libro, y a rogar a Dios que no se tarde en cumplir su promesa
(Dan 9:19). Sus sueños están ligados a su pueblo Israel y se pregunta qué relación va a
tener el templo que los cautivos ya están comenzando a reconstruir en la tierra
prometida, con la historia de ese templo futuro que recibió en el capítulo 8 y que iba a
ser ultrajado por tantos años.
Es entonces que el mismo ángel intérprete, Gabriel, viene a explicarle “la visión” que
Daniel no había podido entender, en especial la parte que tendría que ver con su pueblo
judío y el papel inaugural del templo del Nuevo Pacto que, suponía Daniel, debía darse
en sus días (compárese Dan 8:16; 9:21). Por tal razón también, cuando Gabriel viene
por segunda vez comienza diciéndole: “Entiende, pues..., la visión”, la visión de Dan 8
que según Daniel mismo confesó, no había podido entender (Dan 9:23; cf. 8:27).
Mientras que la visión de la purificación y vindicación final del santuario está puesta
para tiempos muy lejanos, para el tiempo del fin (2300 años: Dan 8:14,17,19,26); la
inauguración de ese mismo santuario del Nuevo Pacto tendría lugar—para sorpresa de
Daniel—al final de 70 semanas de años o 490 años.
Cerca de medio milenio duró en servicio el Tabernáculo del Testimonio que Moisés
levantó en el desierto. Otro tanto duró en operación el grandioso templo de Salomón. Y
poco más de medio milenio duró el templo que levantaron los repatriados judíos al
regresar de Babilonia. ¿Cuánto tiempo iba a durar en actividad el templo del Nuevo
Pacto, esto es, el celestial que inauguró el Hijo de Dios en la última semana profética de
las 70 que le había señalado Gabriel a Daniel? (Heb 8:1-2). Si restamos a los 2300 días-
años los 490 años (70 semanas de años) que Dios asignó a la nación judía (Dan 9:24),
nos quedamos con 1810 años. Si a esos 1810 años le sumamos los tres años y medio que
nos llevan a la crucifixión de la mitad de la última semana profética, tenemos 1813 años
y medio. Y si a esos 1813 años y medio le agregamos 31 por la fecha en que tuvo lugar
la crucifixión, llegamos al otoño de 1844.
Algo debía ocurrir en 1844, o la profecía dada por el Señor habría fallado. El único
evento que encontramos es el del gran chasco del 22 de octubre de 1844, cuando más de
100.000 personas esperaron anhelantes la Segunda Venida de Cristo sin que ésta tuviese
lugar. Ese chasco fue equiparable al chasco de la cruz, cuando miles de creyentes
creyeron que Jesús iba a asumir el reino, pero en su lugar lo vieron morir en el
Calvario, ante las burlas y condenación de su propia nación. Así como el gran chasco de
la cruz, que había sido profetizado por la profecía de las 70 semanas, dio lugar al
levantamiento de la iglesia cristiana (Dan 9:26; véase 1 Cor 1:18,22-23), así también el
gran chasco de 1844 que había sido profetizado por Dan 8 y Apoc 10, dio lugar al
levantamiento del pueblo remanente (Apoc 12:17), el pueblo que levantó el Señor para
dar el mensaje final al mundo, anunciando su juicio y su pronto regreso (Apoc 14:6-12).
Un período completo
Si habría una mitad de semana al concluir la última semana, es forzoso que el comienzo
y el fin de los 2300 días no se diese en cualquier fecha del año. Si comenzaba en otoño,
debía terminar en otoño. Es tal vez por esa razón que la profecía fue dada no con el
término común de días, sino de “tardes y mañanas”, indicando períodos completos de
24 hs. como lo fueron los días así expresados en la creación (Gén 1). Aunque la
expresión “tres días y tres noches podía implicar dos días no completos (Mat 12:40), no
conozco ningún caso en el que la expresión “tardes y mañanas” se refiriese a un día no
completo. Si los judíos querían referirse a un día completo, esa era la expresión que
quitaba toda duda con respecto a su duración.
Siendo que la conclusión de los 2300 días proyectaba la vindicación y purificación del
santuario del Nuevo Pacto, con el pase de ministerio de Jesús del lugar santo del templo
celestial al lugar santísimo, es lógico suponer que su comienzo debía darse en un
antiguo Día de la Expiación, cuando el sumo sacerdote de Israel pasaba al lugar
santísimo para purificar el santuario de todos los pecados del año, representando así el
juicio final. El comienzo de la profecía proyectaba en tipo, figura, parábola o sombra, lo
que iba a cumplirse como antitipo, realidad y cumplimiento en el templo celestial al final
de la misma profecía.
La promulgación y divulgación del decreto de Artajerjes que autorizaba la restauración
nacional no podía darse en mejor época que en tal Día de la Expiación, cuando el
pueblo ayunaba y se humillaba ante Dios para ser acepto ante él (Lev 23:27), y
renovaba de esa manera su pacto con su Creador y Rey. Por tal razón, la purificación
del santuario en el Día de la Expiación terminaba en el altar exterior (Lev 16:19), en el
mismo altar en el que había comenzado la inauguración (Lev 8:15). ¡Qué mejor
momento, pues, para los repatriados judíos, que el del Día de la Expiación para hacer
valer el decreto de Artajerjes que tenía que ver con la autorización medo-persa de
restauración nacional! Con esto daban a entender que creían que por encima de toda
autoridad terrenal estaba la autoridad de Aquel que pone y quita reyes (Dan 4:32; véase
Rom 13:1-2). Es por esa razón que esperaron hasta comenzar el otoño, después de
sacrificar los animales que solían sacrificar en las fiestas, para divulgar el decreto del
rey (Esd 8:35-36).
El Día de la Expiación en 1844
¿Hay alguna razón para tratar de conocer cuándo debía caer el Día de la Expiación en
el año 1844? Si los milleritas se reunieron en el día adecuado o no, equivocadamente
para esperar al Señor, sin entender lo que realmente debía tener lugar en ese día
¿cuenta para algo en relación con una profecía que debía cumplirse en el cielo, en el
santuario del Nuevo Pacto? Sí, y por dos razones fundamentales.
En primer lugar, porque las primeras fiestas se habían cumplido no sólo en cuanto al
acontecimiento, sino también en cuanto al tiempo. Así también debía esperarse que
ocurriese para las fiestas finales. En segundo lugar, porque el evento del Pentecostés
que marcó la inauguración del santuario celestial con la coronación y entronización del
Hijo de Dios como sacerdote y rey se vio confirmada en la tierra. Así también debía
darse una confirmación en la tierra de lo que acababa de ocurrir en el santuario
celestial, con el pase de Jesús al lugar santísimo para concluir su obra de expiación.
“Lo que condujo a este movimiento fue el haberse dado cuenta de que el decreto de
Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén... empezó a regir en el otoño del año
457 AC y no a principios del año, como se había creído anteriormente... Los argumentos
basados en los símbolos del Antiguo Testamento indicaban también el otoño como el
tiempo en que el acontecimiento representado por la ‘purificación del santuario’ debía
verificarse. Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo en que los
símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo se habían cumplido...
“Estos símbolos [de la Pascua, los Panes Azimos y las Primicias de la Cebada] se
cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento sino también en cuanto al tiempo. El día
14 del primer mes de los judíos, el mismo día y el mismo mes en que quince largos siglos
antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido la
pascua con sus discípulos, estableció la institución que debía conmemorar su propia
muerte como ‘Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. En aquella misma
noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado e inmolado. Y como
antitipo de la gavilla mecida, nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos al tercer
día, ‘primicias de los que durmieron’, cual ejemplo de todos los justos que han de
resucitar, cuyo ‘vil cuerpo’ ‘transformará’ y hará ‘semejante a su cuerpo glorioso’” (1
Cor 15:20; Filip 3:21).
“Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben cumplirse en el
tiempo indicado por el ritual simbólico” (CS, 450-1), y tener una confirmación celestial
en la tierra. Esto fue lo que sucedió con la experiencia del movimiento millerita que
predicó en los mismos términos bíblicos la venida del Señor, y en el mismo día en que el
Hijo de Dios debía comparecer, no a la tierra, sino ante Dios mismo en el lugar
santísimo del templo celestial (Dan 7:9-10,13-14).
Cómo saber cuándo debía caer el Día de la Expiación en 1844
Esta pregunta es necesaria a la hora de determinar si los milleritas estuvieron en lo
correcto al intercalar un mes adicional en el año 1844. A simple vista, esto sería fácil
simplemente mirando a la luna en ese año. El problema se levanta, sin embargo, al
momento de tener que determinar si en ese año hay que agregar un mes intercalario o
no. ¿Qué criterios usar para determinar si se requería un mes bisiesto en ese año? ¿El
de la cosecha? ¿El astronómico?
Información histórica del calendario
Los dos profetas más notables que nos trajeron una información más definida con
respecto al calendario, fueron Moisés educado en la corte egipcia, y Daniel en la corte
babilónica. A pesar de eso, Moisés no implementó el calendario solar que usaban los
egipcios. Tampoco Daniel, ni los que volvieron del cautiverio babilónico, utilizaron el
calendario babilónico para contar los años de los reyes de la época. Daniel, sin
embargo, reveló conocer, en términos generales, un calendario anual de 360 días que
requería un décimotercer mes al cabo de 6 años, lo que coincide con un período
sabático. Aunque es probable que a este cómputo hubiesen llegado ya desde la época del
rey Acaz que contaba con un reloj solar especial (2 Rey 20:11).
Del profesor de matemáticas Adolfo Lista, astrónomo por vocación y pasión personal,
recibí la siguiente información.
“Moisés parte de la cultura egipcia y de un nivel muy elevado en ella, atemperado por
cuarenta años de vida pastoril. Los conceptos astronómicos que constituían su acervo
eran los del sacerdocio egipcio. La astronomía de aquella nación tenía como
instrumentos el gnomon (los obeliscos) y construcciones arquitectónicas que permitían,
mediante orificios, observaciones más finas que la de la posición del sol mediante la
sombra que arrojaban, como ser la aparición helíaca de un astro (por ejemplo la
primera observación visible de Sirio en el crepúsculo).
“Nada de eso se encuentra en Israel, salvo la referencia al reloj de Acaz (2 Rey 20:11).
Era un calendario agrícola el indicado por Dios para ellos. La agricultura tiene un ciclo
anual regido por el sol. La maduración de la cebada que les permitiría asegurar la
ofrenda del omer catorce días después determinaba en forma sencilla y práctica la
iniciación del año. Incluso, esa misma práctica y sencillez que hace concluir a muchos
que el pueblo hebreo carecía del conocimiento de las ciencias, supera hasta un grado de
sincronización del período anual en largos períodos de tiempo maravillosamente exacto.
“Aún la iniciación del año era diferente de la que regía en Egipto y en los pueblos que
ocupaban el territorio conquistado, estos últimos relacionados con la civilización
caldea. Esto fue probablemente indicado por Dios como una manera de diferenciarlos y
preservarlos de influencias idolátricas. En el momento de considerar la determinación
de fechas producidas por calendarios ajenos al indicado por Dios y la contaminación
pecaminosa a la cual tuvo una tendencia manifiesta el pueblo israelita, ya sea en el
período comprendido entre la esclavitud en Egipto y el cautiverio en Babilonia, y aún en
e inmediatamente después de este cautiverio, debemos tener en cuenta que no es mucho
el progreso en el conocimiento astronómico. Aquí nos encontramos, además de con
Moisés, con Daniel en la cima de su cultura contemporánea.
“La novedad caldea astronómica después de Nabonasar es simplemente el astrolabio.
La capacidad de predecir eclipses a que llegaron puede ser fácilmente entendible si se
considera que los eclipses de luna ocurren en series que vuelven a repetirse. El interés
astrológico adquiría cierta solidez en esa capacidad. Una acumulación de datos en
período suficiente les permitía saber que, después de un eclipse, cada seis lunaciones,
volvía a producirse un eclipse en cuatro o cinco oportunidades.
“Y aquí aparece un elemento cultural que provoca diferencia de opiniones: los
conocimientos astronómicos con que se manejaban en la época bíblica que nos interesa
a los fines proféticos, son totalmente ajenos a los que se iniciaron por los griegos y
crecieron en el correr de los siglos hasta alcanzar la información sobre el movimiento de
los astros que poseemos hoy. Recién con ellos apareció el conocimiento de la Geometría
y de la Trigonometría que permitieron afinar los cálculos de una manera adecuada.
“El descubrimiento de que 235 lunaciones difieren aproximadamente en una hora y
media de 19 años julianos se le reconoce a Metón, astrónomo griego del siglo V A.C.. Es
de esa época el conocimiento de que las lunaciones se repiten en el mismo día del año
con un adelanto de aproximadamente una hora y media respecto al ciclo anterior. La
determinación de fechas durante aquel período queda supeditada a la documentación
arqueológica a la cual se tenga acceso y su posible sincronización con eventos históricos
coincidentes con el resultado de cálculos astronómicos dirigidos hacia el pasado”
(mensaje personal enviado por Internet).
El cambio rabínico introducido en el S. IV DC
A partir del S. IV DC, los rabinos judíos comenzaron a fijar la fecha del comienzo de sus
años lunares por su acercamiento al equinoxio de invierno que, en el hemisferio norte,
corresponde más o menos al 21 de marzo cuando el sol pasa por el ecuador del sur
hacia el norte, cambiando la estación del invierno por la de primavera, y la noche y el
día tienen el mismo tiempo de duración. En lugar de regirse por la cosecha, los judíos de
entonces decidieron iniciar el primer mes del año por el cambio de luna más cercano al
equinoxio vernal o de primavera (el que marcaba la terminación del invierno y el
comienzo de la primavera). De esta forma, cuando el cambio de luna se daba antes del
equinoxio, la fiesta de las primicias poco más de medio mes más tarde caía también
antes de la maduración adecuada de la cebada. Esto hacía que, a partir de entonces,
terminasen a menudo celebrando la fiesta de las Primicias muy temprano, cuando la
cosecha no había madurado suficientemente, y el resto de las demás fiestas de cosecha
quedaba igualmente descolocado.
Al querer fijar así su calendario por el sol y no por el cambio de luna que estuviese más
cerca de la maduración de la cebada, los rabinos medievales cambiaron el método
bíblico de computación y se encontraron muchas veces comenzando el año demasiado
temprano. Mientras que la ley divina determinaba que la estación de la cebada debía
preceder a la celebración de las “primicias”, los rabinos judíos de Jerusalén a partir del
S. IV DC terminaron celebrando a menudo la estación de la cebada antes que ésta
aparezca.
Por tal razón, una secta del judaísmo conocida como Caraítas, decidió rechazar el
Talmud (interpretación rabínica de la Mishnah y de la Biblia posterior al S. III DC), así
como al método de computación de los rabinos medievales, y adoptar el que les pareció
más acorde con el que indica la Biblia. El problema para muchos de estos judíos de la
dispersión se dio con el hecho de que la cosecha y la visibilidad de la luna no se daban
al mismo tiempo que en Jerusalén. Por lo cual, con el tiempo, fueron igualmente
abandonando su enfoque bíblico y terminaron por adoptar el sistema rabínico que, a
menudo, por comenzar mal, terminaba desajustando todo el resto de las fiestas judías en
relación con las diferentes cosechas del año.
Los milleritas se enteraron de esta confrontación judía, porque un converso rabino judío
expuso el problema en abril de 1840, en el American Bible Repository. Esto llevó a los
milleritas a no hacer caso de la celebración judía determinada por los rabinos, ni a lo
que muchos caraítas de la dispersión estaban haciendo también al ajustar sus
calendarios al rabínico de Jerusalén, por vivir lejos de Palestina y resultarles más
complicado estar averiguando siempre si la cosecha había madurado ya lo suficiente
como para saber si intercalar o no un mes bisiesto el año en consideración. Al enterarse
de ésto, los milleritas decidieron regirse por el método más simple determinado por Dios
en la Biblia. Decidieron basarse en testimonios de viajeros que provinieron de Palestina
sobre el estado de la cosecha al comenzar la primavera de 1844, lo que los llevó a
concluir que en ese año debían intercalar un mes bisiesto. Astronómica e históricamente,
se puede probar hoy que estuvieron en lo correcto.
Los datos con los que contamos hoy de los judíos de Elefantina, contemporáneo de
Esdras y Nehemías, más los de Babilonia desde el S. VII AC hasta los días de Cristo, no
dan evidencias de comenzar el primer mes del año religioso antes del equinoxio vernal
(o de primavera). El 1 de Abib o Nisán, fecha en que debían iniciar el calendario de
primavera y de cosecha, cayó siempe después del equinoxio, es decir, en principio
después del 21 o 22 de marzo (dependiendo del año), según las referencias que
consignaron en sus documentos. Esto es importante porque, de acuerdo a los datos
astronómicos, si en 1844 no se intercalaba un mes bisiesto, la celebración iba a caer un
día antes de ese equinoxio. Esta es una prueba adicional de que los milleritas estuvieron
en lo correcto cuando decidieron no hacer caso a la computación rabínica de entonces, y
agregar un mes adicional que los llevó a determinar que en 1844, el Día de la Expiación
correspondió al 22 de octubre en los EE.UU.
De acuerdo a lo que ya consideramos sobre el año 457 AC y las referencias históricas
dejadas por Esdras y escaneadas por las computadoras astronómicas actuales, en ese
año se debió agregar un mes intercalado, y el Día de la Expiación debió caer, por
consiguiente, en ese año también en octubre. Esto encuentra una confirmación también
en el calendario babilónico y en el que consignaron los judíos de Elefantina, con un mes
agregado en años que se corresponden astronómicamente con el año 457 AC.
Al aplicar el principio introducido por Metón en relación con los movimientos de la luna
y su relación con la tierra (cada 19 años vuelve aproximadamente a su posición
original), descubrimos que se corresponde también con el año 31 DC. Ese es el único
año que para entonces, con un mes intercalado adicional, permitía astronómicamente
que el jueves cayese en el 14 de Nisán (la Pascua), y el viernes 15 (primer día de los
Panes Ázimos) en viernes, de acuerdo al testimonio de los evangelios. Y aunque el año
1844 no entra dentro del mismo ciclo de años metónicos, astronómicamente se
corresponde con los años que requerían agregar también un mes bisiesto.
Todos estos datos históricos, bíblicos y astronómicos, nos permiten ver que el período de
70 años y de los 2300 días se corresponde en tiempos completos hasta en los años que
requerían un mes bisiesto. El cuadro traducido a nuestro calendario romano es Octubre
(457 AC) – Abril (31 DC) – Octubre (1844 DC).
La confirmación celestial
Teniendo en cuenta un mes bisiesto para el año 1844, el Día de la Expiación debía caer
el 23 de octubre en Jerusalén. ¿Por qué eligieron los milleritas, entonces, el 22 de
octubre de 1844 como el día que correspondía al de la Expiación en ese año?
¿Observaron mal el cambio de luna? ¡No, en absoluto! Ellos sacaron la cuenta de la
diferencia de horas entre Jerusalén y Boston, y dedujeron que mientras en Jerusalén el
Día de la Expiación debía caer el 23 de octubre, en Boston iban a estar todavía en el 22
de octubre. Por esa razón, muchos esperaron la venida del Señor hasta la media noche.
Hiram Edson, uno de los milleritas que esperaron hasta pasada la media noche la
venida del Señor, pasó junto con otro grupo de creyentes toda la noche, llorando
desconsolados, aún más afligidos que si hubiesen perdido un ser querido, según
testificaron luego. Al amanecer sintió que “debía haber luz y ayuda” para su angustia, e
invitó a algunos hermanos a ir al granero para orar por esa luz. “Continuamos en
sincera oración hasta que el testimonio del Espíritu fue dado diciéndonos que nuestras
oraciones eran aceptadas, y que se nos daría luz, se explicaría nuestro chasco,
haciéndolo claro y satisfactorio”.
Después del desayuno, Hiram Edson invitó a los que habían ido a orar con él al granero,
a salir para alentar a otros con esa confirmación del Espíritu que habían tenido.
“Mientras pasábamos por un extenso campo, fui detenido por el medio del campo. El
cielo pareció abrirse ante mi vista, y vi distinta y claramente que en lugar de que nuestro
Sumo Sacerdote saliese del lugar santísimo del santuario celestial a esta tierra en el día
diez del séptimo mes, al final de los 2300 días, El, por la primera vez, entró en ese día en
el segundo apartamento de ese santuario, y que tenía una obra que llevar a cabo en el
lugar santísimo antes de volver a la tierra; que El vino a la boda, o en otras palabras, al
Anciano de Días, para recibir un reino, dominio y gloria; y que nosotros debíamos
esperar su regreso de la boda” (P. A. Gordon, The Sanctuary, 1844, and the Pioneers
[Washington, DC, Review and Herald, 1983], 24-25).
Nuestro hermano de Oliveira concluye de la siguiente manera. “¿En qué momento tuvo
Hiram Edson esa experiencia, en la mañana del 23 de octubre? ¿Entendió esta verdad
en el mismo momento en que Jesús entró en el segundo apartamento del santuario
celestial? No lo sabemos con precisión. Pero lo que podemos decir es que a las 7 de la
mañana, en Port Gibson, donde Edson vivía o a las 8 de la mañana en Boston, el centro
del adventismo, debía ser equivalente a las 3 de la tarde, la hora del sacrificio
vespertino en Jerusalén, y que las 10 u 11 de la mañana de Boston sería equivalente a la
puesta del sol en Jerusalén.
“La experiencia de Hiram Edson sincronizaba con la hora del sacrificio de la tarde el
10 de Tishri=22/23 de octubre en Jerusalén. Su experiencia fue similar a la que tuvieron
Jesús y Esteban en el comienzo, mitad y fin de la septuagésima semana” (de Oliveira,
104). El cumplimiento tanto de la profecía de las 70 semanas como de la profecía de los
2300 días-años tuvieron confirmación celestial en la tierra.
En el otoño del año 27, “tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese
momento, el cielo se abrió, y Jesús vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y
venía sobre él. Y una voz del cielo dijo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco’” (Mat 3:16-17).
En la primavera del año 31, Jesús vio a su Padre que ocultó de él el rostro mientras
pendía de la cruz y exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
(Mat 27:46). Luego de dar un fuerte grito de victoria dirigiéndose a su Padre, diciendo
“consumado es”, expiró y “el velo del templo se rasgó en dos, desde arriba hacia abajo.
La tierra tembló, y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros de muchos santos
que habían muerto, y volvieron a la vida después que Jesús resucitó. Y salidos de los
sepulcros fueron a la ciudad santa, y aparecieron a muchos” (Mat 27:48-53).
En la mañana del 23 de octubre hora de Boston, Hiram Edson recibió la confirmación
del Espíritu que le traería la aclaración del chasco que habían sufrido. Tuvo una visión
del santuario celestial con la puerta abierta al lugar santísimo en torno a la la hora en
que, en Jerusalén, terminaba el Día de la Expiación con el sacrificio de la tarde (Lev
16:24; Núm 29:11). De una manera equivalente, Esteban tuvo una visión de Cristo en el
santuario celestial al concluir la profecía de las 70 semanas.
En el año 34 Esteban, luego de dirigir su último llamamiento a la nación judía como en
el estilo en que lo habían hecho los profetas en lo pasado, fue apedreado sellando así la
nación judía su rechazo al evangelio y abriendo la puerta a la proclamación del
evangelio a los gentiles. Antes de morir “Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los
ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios. Y dijo: ‘Veo
los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios’” (Hech 7:55-57). Al
morir apedreado se expresó como Jesús al ser crucificado diciendo: “¡Señor, no les
atribuyas este pedado!” (Hech 7:60).
Poco después Felipe es llevado por el Espíritu para bautizar a un etíope (Hech 8), Saulo
de Tarso tiene una visión semejante a la de Esteban y es llamado como apóstol a los
gentiles (Hech 8), y Pedro tiene la visión de los alimentos inmundos a los que Dios
limpió, en referencia a la aceptación de los gentiles en su reino (Hech 10-11). Habían
concluido las 70 semanas que Dios había “cortado para” el pueblo judío, y el
movimiento del evangelio se desplazaba de Jerusalén y Judea hacia Samaria, hacia
Grecia, hacia Roma y finalmente, “hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8). Era la
confirmación del “poder” del “Espíritu Santo” que debían esperar para cumplir con el
plan trazado por Dios y anticipado cronológicamente por la profecía.
En el otoño de 1844, más precisamente en la mañana del 23 de octubre, cuando debía
concluir el Día de la Expiación correspondiente en Jerusalén en ese año, Hiram Edson
recibió el testimonio del Espíritu y vio, en forma clara y nítida, abrirse el cielo y el
cambio de ministerio que debía llevarse allí del lugar santo al lugar santísimo para
concluir la obra de intercesión celestial en el juicio final (Dan 7:9-10,13-14; 8:14). Una
visión semejante la proyectó el apóstol Juan para la séptima trompeta en los siguientes
términos, sugiriendo de antemano que la atención de la gente sería dirigida desde
entonces hacia el lugar santísimo del templo celestial. “Entonces fue abierto el templo
de Dios en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su templo” (Apoc 11:19).
Dos meses más tarde E. de White recibe su primera visión y ve al pueblo adventista
dirigiéndose hacia la ciudad de Dios.
La entronización de Jesús en el santuario celestial en el año 31 DC, en ocasión del
Pentecostés, fue confirmada en la tierra mediante el don de lenguas que Dios dio a los
apóstoles para capacitarlos para predicar el evangelio (Hech 2). Ese era el don que más
necesitaba la naciente iglesia cristiana para poder llegar al mundo conocido de aquel
entonces con el cometido evangélico. Con el llamado al don profético que Dios extendió
a E. de White ese mismo año de 1844, se dio la confirmación celestial de que Jesús había
pasado al lugar santísimo del templo celestial, y que había ido allí para concluir su obra
de intercesión en el juicio previo a su venida. Ese juicio tenía como propósito coronarlo
Rey de la Nueva Jerusalén, y determinar quiénes serían admitidos en su reino y en su
Santa Ciudad. El don de profecía prometido al remanente final en Apoc 12:17 (cf. Apoc
19:10), era el don que más necesitaba el naciente último remanente para ir a todo el
mundo y preparar un pueblo que estuviese en pie para la venida del Hijo del Hombre.
Qué grados de estudios se requieren para estudiar estos temas
El presidente venezolano Chávez, en sus conflictos con la Iglesia Católica, respondió a
los sacerdotes católicos en determinada ocasión que ellos—los sacerdotes—no tenían el
monopolio de la Biblia. Esto lo afirmó como réplica a la acusación que un sacerdote
estaba haciéndole de manchar la Palabra de Dios al citarla, siendo indigno de ello. El
trasfondo de la declaración del sacerdote era el de la Iglesia Católica que tiene un
Magisterio que se considera infalible, y puede desautorizar o autorizar cualquier
interpretación de la Biblia. Tal criterio está en pugna con la clara declaración del
apóstol Pedro quien dijo que “ninguna profecía de la Escritura vino por una
interpretación privada”, ni “por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped 1:19-21). Tal concepto está en pugna
con el principio bíblico confirmado por el Hijo de Dios de que la Biblia debe ser su
propio intérprete (Mat 4:6-7), y que aún los más simples pueden, siguiendo ese principio
bajo la dirección del Espíritu de Dios, asombrar aún a los que pretenden ser más sabios
(1 Cor 1:25-29).
Con criterios a veces prestados por la Iglesia Católica, otros por la adoración a los
títulos que se dan en los centros educativos nuestros al igual que en los del mundo,
algunos doctores en teología se han erigido en una especie de norma absoluta de lo que
es verdad y no lo es. Cierto doctor en teología de Andrews University le dijo a una
ancianita que vive cerca de 3 ABN, y da sus servicios a esa entidad laica, que los
doctores en teología ocupan el primer lugar, luego vienen los pastores que se instruyen
con ellos y, finalmente, en tercer y más bajo lugar, los hermanos laicos como esa
ancianita y los que trabajan en 3 ABN que lo ignoraban en sus intentos de aparecer en
algún programa de ese canal dirigido por laicos adventistas.
Debe reconocerse que se requiere hoy cierta capacitación especial para poder responder
con conocimiento de causa muchas cosas relacionadas con la fe. Esto es más cierto aún
en algunos temas que requieren conocimientos no solamente bíblicos y teológicos, sino
también históricos, matemáticos y astronómicos, como lo es más definidamente el tema
que estamos considerando. Pero la posibilidad de obtener ese conocimiento no está
restringido a los que obtienen cartulinas blancas con la mención de doctor. En otras
palabras, los doctores no tienen tampoco el monopolio de la Palabra de Dios. Ellos
también deben ajustarse al principio bíblico de dejar que la Biblia se interprete a sí
misma. Y ellos también se equivocan—digámoslo mejor, tienen el derecho de
equivocarse—como cualquier otro, ya que como me dijo cierta vez mi director de tesis en
la Universidad de Estrasburgo, nadie nació sabiendo.
Es un laico ahora, brasileño, a quien Dios le dio la locura o pasión de estudiar ese tema
(en el sentido de 1 Cor 1:18,22-23), y lo que ha escrito requiere el mismo respeto que lo
que escribieron tantos otros antes de él y a quienes critica. Su mérito no está en ser un
laico, como tampoco en otros el ser doctor, sino en que su pasión lo llevó a hacer un
estudio serio de todos los temas básicos y tan diversos involucrados en la cronología de
las 70 semanas y los 2300 días anuales. Yo, doctor en teología, puedo decir que ninguno
me enseñó tanto sobre ese tema, y me permitió entender en forma tan definida varios
aspectos en discusión al respecto, como ese hermano industrial luso-americano. Aunque
mucho de lo que expresé aquí tiene que ver con una investigación y propuesta personal
mía, un buen número de los argumentos los tomé de él en su evaluación de los análisis
de los teólogos adventistas del S. XX sobre ese tema.
Este hecho me alegra grandemente, porque en la contienda final, Dios se valerá mucho
más de instrumentos humildes que se dejen enseñar por él que por eminencias que han
estudiado en grandes centros del saber. No se trata de un culto a la ignorancia, tan
perjudicial como el culto a la sapiencia, sino de un reconocimiento al esfuerzo bereano
de alguien que tuvo motivación divina para interesarse en conocer a fondo un tema que
toca a su fe, y sin buscar codearse con los grandes del saber aún de su propia iglesia.
Si es que un título de doctor Honoris Causa debe darse a alguien, ese título le
corresponde al hermano Juárez Rodrígues de Oliveira más que a una buena cantidad de
gente a la que se lo han dado. Se trata de alguien que no se transformó en un
recalcitrante disidente radical como muchos movimientos que sin fundamentación
buscan justificar su misión destruyendo las bases de la fe adventista y su organización.
Alguien a quien nadie le pidió que hiciese tal investigación, y se preocupase en hacerla a
fondo sin esperar recibir una recompensa personal. Alguien que tuvo el valor suficiente
de no venerar “sabios” o doctores a tal punto de no atreverse a mostrarles a un buen
número de ellos cuán equivocados estaban. Sólo ante gente así, con tal pasión y
honestidad intelectual que no es muy común en los círculos teológicos científicos (según
me lo confirmó en mi defensa doctoral uno de los profesores de Estrasburgo que formó
parte del jurado), me sacaré el sombrero y con todo placer.
Juárez Rodrígues de Oliveira, un industrial y traductor oficial del inglés al
portugués, trabajó también para compañías de hierro y acero. Tal vez tal
oficio lo volvió tan acérrimo como esos metales en su tenacidad para obtener
conocimiento sobre el tema de su pasión, así como en la defensa de sus
convicciones y martilleo de la posición contraria de doctores, teólogos e
historiadores que se aventuraron antes que él en ese tema. En su crítica a los
teólogos adventistas de la segunda mitad del S. XX, de Oliveira no parece
haber perdonado, en efecto, ningún detalle que estuviese en contradicción
con sus propios descubrimientos acerca de cómo creyeron los pioneros
milleritas y adventistas, ni con sus descubrimientos astronómicos. Aunque
ese estilo apologético y polémico de abordar un estudio sezudo no parezca
cristiano para algunos, suele ser académicamente aceptable y común
especialmente entre judíos. A su vez, ayuda a entender mejor algunos
aspectos algo más difíciles.
Tal vez por una razón semejante declaró la pluma inspirada en relación con la gran
confrontación final entre la verdad y el error, que “hay una belleza y una fuerza en la
verdad que nada puede hacer tan evidente como la oposición y la persecución” (EÚD,
144). Nadie que no sea dominado por una pasión tan grande por la verdad que Dios nos
dio para estos últimos días, podrá gozar de esa belleza y de esa fuerza en medio de la
crisis final en la que pronto entraremos en pleno.
“Entre los habitantes de la tierra hay, dispersos en todo país, quienes no han doblado la
rodilla ante Baal. Como las estrellas del cielo, que sólo se ven de noche, estos fieles
brillarán cuando las tinieblas cubran la tierra y densa oscuridad los pueblos. En la
pagana Africa, en las tierras católicas de Europa y Sudamérica, en la China, en la India,
en las islas del mar y en todos los rincones oscuros de la tierra, Dios tiene en reserva un
firmamento de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas para demostrar
claramente a un mundo apóstata el poder transformador que tiene la obediencia a su
ley... Y en la hora de la más profunda apostasía, cuando se esté realizando el supremo
esfuerzo de Satanás para que ‘todos...’ reciban... la señal de lealtad a un falso día de
reposo, estos fieles, ‘irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa’, resplandecerán
como ‘luminares en el mundo’ (Filip 2:15). Cuanto más oscura sea la noche mayor será
el esplendor con que brillarán” (Ev, 512; véase Isa 60:1-2).