Prologo A La Cautiva
Prologo A La Cautiva
Prologo A La Cautiva
E C H E V E R R A
LA C A U T I V A
EL MATADERO
FIJACIN DE LOS TEXTOS,
PRLOGO, NOTAS Y APNDICE DOCUMENTAL
E ICONOGRFICO DE
N G E L J.
BTTISTESS
SEGUNDA
EDICIN
ILUSTRACIONES DE
E L E O D O R O E. M A R E N C O
EDICIONES
PEUSER
BUENOS
AIRES
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LA
CAUTIVA
EL MATADERO
PRIMERA
ATALAYA
E
DE
R
LO
ARGENTINO
A L
C H E V E R R A el Echeverra pensador ha sido suficientemente comentado. Lo han sido tambin el poeta y el cuentista,
y en este aspecto las contribuciones caen en redundancia.
Ms
que de la cantidad, el exceso procede de algunos juicios que se
repiten casi siempre con olvido de lo que el autor asent en sus
pginas y de las circunstancias en que stas fueron
compuestas.
Algo semejante puede decirse de la edicin de las obras.
Con escasas excepciones, como la del texto bien reimpreso de su ms notorio libro de doctrina, a las vueltas del primer centenario de su muerte se
haca sensible la jaita de un volumen que aspirase a proponer una versin
depurada de los dos relatos, el de corte poemtico y el de corte pintoresco, en
los que apuntan los rasgos iniciales, ya carcterizadores, de nuestras letras.
Es tal el descuido de las ediciones corrientes, y el de las que aparentan
no serlo, que al cabo algo debe intentarse enjavor del mayor ajuste de esos
y otros escritos.
En sus das, Juan Mara Gutirrez los compil generosamente, pero
con leve recaudo selectivo y con perspicuidad tipogrjica dudosa. Sin desestimar la contribucin de las O B R A S COMPLETAS y la labor de otros colectores,
puestos ahora a la tarea hemos prejerido remontarnos a las primeras ediciones y a los escasos manuscritos
disponibles.
Entre las reliquias de esa clase, en el A P N D I C E rescatamos dos jragmentos importantes de L A CAUTIVA, con el texto cuidadosamente
conformado
y firmado por el propio animador del Romanticismo
rioplatense.
La edicin del poema y del boceto costumbrista abre oportuno margen
para un concertado estudio de conjunto.
La poca, el contorno, el retrato jsico, la silueta moral e Intelectual,
la revisin de los propsitos, el sealamiento de las ideas, los temas y tas
fuentes, la conducta expresiva, con sus mritos y demritos, y el anlisis,
sin prevenciones, y la sntesis humana e integradora, todo puede, todo debe
tener cabida en la Presentacin de un escritor relevante.
XIII
PROPOSICIONES
I N I C I A L E S
P a r a nosotros debe ser u n a verdad reconocida q u e la imitacin en poesa es u n elemento infecundo; que slo la originalidad es bella, grande y digna de ser admirada, y que slo
ella importa progreso en el desarrollo de nuestra literatura
nacional.
ESTEBAN ECHEVERRA
GUTIRREZ
P a r a determinar bien el mrito d e este autor, h a y que considerar separadamente lo q u e intent realizar y lo q u e efectivamente realiz, porque-Echeverra, adems de ser u n poeta
de todas suertes notable, se h a convertido en u n a especie de
smbolo d e la poesa argentina emancipada.
MARCELINO MENENDEZ Y PELAYO
SAINTE-BEUVE
CLAUDEL
crtico, que
marcado y
q u e en las
h a y en tal
AZORN
XIV
a) Proponerle al lector una apreciacin del talento y de a significacin de Echeverra, no sin especial referencia a las intenciones y
a los recursos expresivos de sus dos obras de mayor rango literario.
b) Ofrecerle una versin fidedigna y adecuadamente situada de
las paginas de esas obras.
M u c h a s razones aconsejan esta apreciacin conjunta.
El renombre de Echeverra resalta en dos rasgos incuestionables.
Uno, valioso pero sumario, coincide con el comportamiento cvico de
toda la generacin argentina llamada de los proscritos. Como tantos
contemporneos suyos, Echeverra acert a defender los principios de
la libertad y el buen decoro del individuo frente a los excesos del gobierno rosista.
El otro rasgo es privativo y caracterstico. N o basta sealar en
Echeverra al introductor del romanticismo entre nosotros. A pesar
de los desfallecimientos de su Musa, evidentemente harto ms dormilona
que la de Homero, al autor de La cautiva le corresponde mrito mayor
que el de esa ventaja cronolgica en el traslado a estas tierras de unas
maneras intelectuales y artsticas aprendidas en comarcas lejanas, pero
m u y a tono, despus de todo, con su temperamento profundo y con la
peripecia espiritual que entonces conllevaba su patria. 1
Los lineamientos biogrficos del poeta indican en qu medida, desde
antes de su viaje trasocenico, el joven del por tesimo barrio del Alto
era u n romntico anticipado.
Lo haban sido tambin, desde temprano, el paisaje y la textura
social de America, y no menos, claro est, el panorama y el medio social
argentinos. Dnde, en efecto, una t a n fuerte y sugeridora correspondencia entre la desmesura de ese panorama y la salvaje o la hosca y retrada individualidad del indio y el gaucho, sus dos habitantes tpicos?
Dnde un cmulo tal de contrastes? Dnde, sobre todo, semejante
riqueza de materia indita y laborable?
E n verso y prosa la obra de Echeverra marca el despunte de la
conciencia esttica argentina. Casi todos sus escritos, aun los menos
a c e r t a d o s y hasta los lamentables, afirman u n a tentativa en demanda de esa conciencia. D e ah la mucha ventaja que en el itinerario apenas
secular de nuestra literatura consiguen sus dos escritos m s valiosos si,
a cambio de considerarlos por separado, como con frecuencia se hace,
se los sita en la perspectiva total de Echeverra hombre de letras.
Por encima de los aciertos y desaciertos de la obra de u n autor, la
sola actitud crticamente aceptable consiste en no fragmentar de un
modo arbitrario las manifestaciones de una actividad espiritual indivisible.
Aunque en materia de apreciacin literaria no se haga memoria
de ello, a nadie se le oculta que se puede cambiar de opinin varias ve-
xv
ees en la vida, sin que por eso se modifique el carcter o la ndole personal profunda; es posible cambiar de gnero sin que s trueque, al
menos esencialmente, el peculiar sesgo expresivo. Casi todos los escritores Sainte-Beuve lo seala con buena oportunidad en alguno de sus
Nouveaux tunds poseen un solo y nico procedimiento que se limitan
a trasportar cuando m u d a n de asunto. Los espritus superiores lucen
u n sello que se marca en u n rincn; en los dems es un molde que indiferentemente se aplica e indiferentemente se repite.
Vale la pena completar ese aserto. Cada obra cifra u n m o m e n t o ;
supone tambin, de uno u otro modo, todos los momentos y casi todas
las modalidades de los escritos anteriores del autor. Adems, cada obra
prefigura cuando no por continuidad, s por contraste todas o casi
todas las modalidades de las obras que habrn de seguirla. Con logro
pleno o slo mediocre, toda obra de arte, como todo artista, supone u n
estilo, u n modo singular de ver el mundo y una forma igualmente personal de querer expresar esa visin con los elementos del lenguaje. Si el
artista ha compuesto varias obras, dicha actividad propone al crtico
un interrogante que se desdobla en estos trminos:
I o , en qu consisten o a qu t i e n d e n las peculiaridades expresivas de cada obra particular;
2, en qu consiste o a qu tiende la caracterstica expresiva
comn de las diversas obras.
Ambas cuestiones se aunan. 2 L a s particularidades expresivas o las
meras intenciones de las obras de u n autor constituyen la modalidad
estilstica del artista. P o r otra p a r t e , las particularidades de cada obra
estn condicionadas decimos condicionadas, no decimos determinadas
por la ndole entera del artista> de donde, al menos de primera intencin,
no se sabe si el artista deba explicarse por medio de sus obras, o a la
inversa. E s t e crculo sin escapatoria es sin embargo aparente. Puesto
que el artista crea y <forma sus obras, cada rasgo particular de stas
procede de u n imperativo comn, y la obra ntegra se explica as por
la ndole entraable y cultural del artista. Por otra parte, slo obtenemos
una idea de la ndole del artista en razn de la modalidad de sus distintas obras: el conjunto resulta de los detalles particulares, y cada artista
concluye por explicrsenos a travs de sus escritos.
U n poeta sutilsimo, pero avezado en las cautelas del scholar es
quien mejor puede sugerimos el procedimiento expositivo adecuado
en el presente caso. A Thomas Stearns Eliot pertenecen estas palabras,
cuya limpia eficacia metdica place acrecer volcndolas al castellano:
Una introduccin crtica a la poesa contempornea debe tomar u n a
de estas dos formas, de acuerdo con el grado de conocimiento que del
material respectivo pueda atribuirse al pblico al que se destina esa
introduccin. Si los poetas sobre quienes se discute son casi desconocidos,
XVI
Mstevan SZcteewes
BTJENOS -AIRES.
I X R T A
AKOENTIA,
*837.
R E P R O D U C C I N EACSIMILAR DE LA PORTADA DE LA
EDICIOis
PRIMERA
CAUTIVA".
el principal servicio del crtico consiste en dar a conocer las obras a los
lectores capaces de apreciarlas; y su acumen de comentarista podr
mostrarse ms apropiadamente con citas copiosas y bien elegidas. Su
tarea fundamental consiste en persuadir a los lectores de que los poetas
merecen su atencin, y en remitirlos ampliamente a la poesa misma.
Si, en cierto modo, los autores son y a conocidos, el crtico debe t r a t a r
de ayudar a los lectores que tienen algn conocimiento de las obras
a leerlas con m s inteligencia y sentido analtico, para modificar las
primeras opiniones y percibir ms exactamente los mritos y los defectos
de los escritores importantes y a aceptados como importantes. 3
Procedemos atentos al segundo criterio. Los dos trabajos fundamentales de Echeverra se presentan aqu en cuanto resultados felices,
o plausibles, de una serie de tentativas interdependientes. Copioso es
lo y a reunido sobre este autor y su obra, pero importa no repetirlo en
bloque y conviene rectificarlo en lo errado y aumentarlo en lo falto. 4
Sin desdear la tarea aclaradora de nadie, en atencin al criterio propuesto,, lo ms de las observaciones que siguen, de propsito y casi exclusivamente, se basan en los textos del mismo Echeverra. 5
Aqu importa decirlo , la semblanza h u m a n a y literaria se dibuja con sus propias palabras. 6 Ello explica la frecuencia, nada ociosa,
de las pginas aducidas. Esas pginas se intercalan, segn conviene,
dentro de la perspectiva que le fu connatural, y se trascriben sin desatender el trance o las circunstancias que puedan precisar su sentido. E n
el caso de Echeverra, como en el de muchos otros autores, conviene
no olvidar las afectaciones involuntarias y las restricciones y los excesos
opuestos a la misma naturaleza del escritor. E s siempre prudente reparar en la contraparte de las actitudes aisladas. E l mejor recurso, en
estos casos, consiste en no desdear los precisiones y los contrastes que
parezcan necesarios.
Con desarrollo proporcionado a la configuracin del presente volumen, en estas pginas tiene sitio oportuno una respetuosa pero no
supersticiosa revisin de los valores poticos y en general literarios de
la produccin de Echeverra. Si su significado histrico est naturalmente fuera de duda, no lo est todava el alcance o la irradiacin de
su tarea de artista. Un mal entendido procedimiento crtico que se demora en la fijacin de juicios sumarios, o en la repeticin rutinaria de
ciertos "trozos escogidos", ha logrado esfuminar ese alcance a n t e la mirada
de los comentaristas. E n t r e nosotros, tal circunstancia se agrava a causa
del tardo cultivo de la actividad literaria, y en particular potica, como
quehacer independiente. Casi todos los escritores argentinos del siglo X I X
han tenido u n a actuacin descollada en el orden civil, institucional y
militar. Arquetipo el general Mitre, cuyo talento de l a t i t u d cesrea le
permiti hacer historia y escribirla al mismo tiempo. E n esa centuria
XVII
XVIII
LINEAMIENTOS
BIOGRFICOS
LOS P R I M E R O S A K O S
Jos E s t e b a n Antonino Echeverra naci en Buenos Aires el 2 de
setiembre de 1805, en el barrio del Alto de S a n Pedro, en la p a r t e sur
de la ciudad, ms all de Santo Domingo, y hacia el lado de la Concepcin y de San Telmo. 0 Su padre, don Jos Domingo Echeverra, espaol,
de Vizcaya; su madre, doa M a r t i n a Espinosa, argentina, de Buenos
Aires. A Esteban, el tercero entre nueve hermanos, lo bautizaron en
la m e n t a d a parroquia de la Concepcin. 10 L a s primeras letras las hizo
con ayuda de don Juan Alejo Guaus, en la escuela dependiente del
Cabildo, en el mismo barrio de San Telmo.
XIX
XX
XXI
dnde iba?
Desde los veintisis aos h a s t a hoy, no existe el tiempo para m.
Noche y dolores todo lo que veo; dolor y noche, despierto o durmiendo;
noche y dolor, aqu y all, y en todas partes. E l universo y y o y las criaturas son para m i espritu u n abismo de noche y de dolor.
Pero hoy, hoy s que vivo an. S que he peregrinado treinta aos
en la tierra, porque quiero desde hoy poner en este papel m i corazn a
pedazos. M i corazn dolorido, ulcerado, gangrenado; mi corazn soberbio e indomable. . .
iOh T u , Dios m o ! . . . [Blasfemia! Cerradas estn las puertas del
cielo p a r a el . . . reprobo. 1 8
XXII
XXIII
figura de u n joven que, hastiado de goces sensuales y de liviandades pueriles, busca en la cultura de la inteligencia y en las indagaciones cientficas pbulo a la actividad de la mente y del corazn, y un empleo digno
de las facultades del hombre, cuya noble misin en la vida acaban de
revelarle l a razn y el infortunio con la claridad sbita de un relmpago.
Nacido en u n pas que a m a con delirio, pero en donde ni la historia
suministra experiencias, ni el a r t e ostenta sus prodigios; en donde son
pobres las escuelas y carecen los maestros del prestigio de la fama, toma
el camino del viejo mundo creyendo hallar all los elementos de saber
de que carece en su patria, y una fuente a b u n d a n t e y pura en que saciar
la sed de ciencia que le devora. 24
LAS A N D A N Z A S E S T U D I O S A S
E n el Joven Matilde, enhiesto bergantn fletado en direccin a Burdeos, Echeverra embarc para Europa el 17 de octubre de 1825. ss Luego
de algunos altos recaladas en Baha y Pernambuco , y de un cambio de embarcacin y de rumbo, en la fragata Aquilea, nada ligera a
pesar d l a corredora prestancia de ese nombre, el joven prosigui su
viaje, enderezando hacia El Havre, adonde lleg el 27 de febrero de 1826.
Lo ms de su equipaje lo haban constituido unos pocos libros las
lecciones de aritmtica y lgebra de Avelino Daz, una gramtica y u n
diccionario del idioma francs, la Retrica de Blair, la Lira argentina y
un m a p a de la Repblica. 2 6
E s t a noticia, como otras asentadas en los apuntes de Gutirrez, ha
sido m u y repetida por los comentaristas. Antes que la reiteracin del
dato, sin duda atendible, importa su significado, mucho ms preciso
que el que insina el noticioso bigrafo.
Descontadas las lecciones de aritmtica y lgebra, disciplinas que
le interesaran a Echeverra hasta en sus ltimos tiempos, lo que resta
cierra tres indicios valiosos:
U n a gramtica y u n diccionario p a r a perfeccionar los conocimientos
del francs; u n medio, en consecuencia, para asimilarse los contenidos
culturales de Francia y aun, al travs de su idioma difusivo, los de la
E u r o p a culta.
U n a retrica atenta, como la de Blair, a los fenmenos generales de
la expresin literaria, y rica, en la versin espaola, de ejemplos referidos a la propia lengua. 27 A pesar del desapego que los hombres de su
generacin sintieron por Espaa, sin duda premedit el viajero lo indispensable que para su vocacin latente le sera el mejor conocimiento de
la lengua madre. E n otras fechas, sus cuadernos de notas daran cumplidas pruebas de ello. 28
XXIV
XXV
XXVI
a n t e s de la partida. Los sntomas de la enfermedad cardaca que lo haban aquejado en Buenos Aires parecan concluidos. Aunque a ratos la
nostalgia le atenaceaba el alma, en su propsito m u y trasparente en
las anotaciones y las cartas estaba el designio de continuar en E u r o p a
para consolidar el perfeccionamiento de sus estudios. E n esto insiste reiteradamente. Tena el deseo de adelantar sus conocimientos en cuestiones
de matemticas y de qumica; de completar, de u n a manera formal y
edificadora, sus cursos de legislacin y economa poltica. Todos los problemas sociales y literarios que por entonces exaltaba el romanticismo
le apasionaban. L a falta de medios y sin duda otras razones apenas insinuadas en la correspondencia lo obligaron a desistir de esos propsitos. 3 8
A fines de 1829, despus de mes y medio en Inglaterra, grata escapada casi reducida a un alto en Londres, Echeverra se traslad al continente. E n la fragata Correo de las Indias, embarc en E l H a v r e , rumbo
a Buenos Aires, a principios de mayo de 1830. S9
EL REGRESO
E n su tierra, a la que lleg por los comienzos de julio, le aguardaban
inesperadas desilusiones. Los primeros poemas que public en La Gaceta
Mercantil no hallaron asentimiento, 4 0 y pronto intuy que el mismo destino del pas empezaba a ensombrecerse. En pocos das haba podido
sondar hasta las entraas la situacin poltica en que se encontraba su
patria. Sus esperanzas y proyectos se desvanecieron como u n sueo: l
no poda tomar p a r t e en la accin directiva del pensamiento gubernativo, n como escritor, ni como representante del pueblo, y mucho menos
como funcionario de u n a administracin que m s que mrito en sus
empleados comenzaba y a a exigir de ellos las ciegas sumisiones que prepararon el franco advenimiento del despotismo. 41 Despus de aquellas
aspiraciones y de su denuedo estudioso, no era en las pulperas orilleras,
ni en el cntrico <Caf de la Victoria, ni en el de Marcos, donde sus
inquietudes podan encontrar correspondencia.
Ante lo que consideraba vr, retroceso degradante, Echeverra se
confin en s mismo. Busc refugio en u n apartadizo grupo de amigos y
se entreg al afn literario. D e esa poca es el poema Elvira o la novia
del Platal E l escrito gan alguna atencin en el corto pblico de entonces, pero no en la prensa. Unos annimos reporteros con pujos d e aristarcos de aldea se empearon en lucir su erudicin a costa de ese relato
en verso, y hasta ensayaron sus cabeceos protectores. E l cronista de
The British Packet and Argentine News, al comentar el poema escrito by
a native of this country, se recrea en discutir el epgrafe ingls utilizado
por Echeverra. 4 3 E l crtico de El Lucero prefiere explayarse en escolares
observaciones de mtrica. 4 4 J u n t o a algunos detalles que se anotan en
XXVII
otro sitio, no es intil completar lo que dice Gutirrez con lo que todava hoy puede entresacarse directamente en los viejos peridicos. Cosa
curiosa, que vale la pena destacar de paso! A modo de conclusin, la
gacetilla de The Br'dtsh Packet [en lengua inglesa, en la lengua augural de las brujas de MacbeihX - trae este pronstico, el primero sin duda
que puede registrarse sobre la carrera y el porvenir literario del primer
v a t e resueltamente argentino: A perusal qf Elvira has convinced us that
its author has poetlc talent, that he has made a succesjut wooing to the Muses
and may hereafter deserve a niche Ln the temple at Parnassus.u Una
lectura de Elvira nos ha convencido de que su autor tiene talento
potico, h a hecho u n eficaz galanteo a las Musas, y puede en lo futuro
merecer u n nicho en el templo del Parnaso.
Echeverra slo parece haber percibido el irnico tornasol de ese
voto. Su sensibilidad no tard en exacerbarse; sus dolencias fsicas lo
aquejaron de n u e v o :
Mi corazn es el foco de todos mis padecimientos. . . T o d o cuanto
pienso, siento, sufro, nace y muere en mi corazn. Mi corazn est enfermo, y l solo absorbe casi toda la vitalidad de mis rganos.
Va para doce aos que se manifest, por violentas palpitaciones,
un afecto nervioso en mi corazn. E m b a r q u m e , y a poco de estar en
Francia desapareci. Despus por intervalos sola a t a c a r m e ; pero no con
la misma violencia. A los tres meses de mi vuelta empec a sufrir dolores
vagos en la regin precordial: meses despus el mal se declar; dolores
insoportables y palpitaciones irregulares y violentas desgarraban mi corazn. El ms leve ruido, la menor emocin hacan latir fuertemente mi
pecho y todas mis arterias. M i cerebro herva y susurraba como u n torrente impetuoso. . . E r a n los nervios o la sangre la causa de este
tumulto? 4 5
Acompaado de u n amigo que le estimaba mucho el mismo
J u a n M a r a Gutirrez, presumiblemente , en los primeros das de noviembre de 1832 remont el curso del Uruguay, hasta la ciudad de Mercedes, en goleta. Busc mejora en las costas del Ro Negro, pero el alivio
fu nulo:
Adis digo a tus orillas,
hermoso ro, y me alejo
com'o vine, atribulado,
triste, abatido y enfermo.
Ni tus benficas aguas,
ni tu clima placentero,
ni tu aire puro han podido
darme un instante consuelo,
y a mi patria y mis hogares
hoy sin esperanza vuelvo.. . i7
XXVIII
XXIX
XXX
de Alejo B. Gonzlez Garao, asoma ahora entre los libros del autor de
estas lneas.
Los halagos del xito no lograron mitigar en el escritor la tristeza
en que lo suma la poltica de su tierra. Los festejos mundanos mal podan compensar las inquietudes de u n hombre joven desvelado por lev a n t a d a s preocupaciones cvicas. P r o n t o advirti Echeverra que el
pensamiento de M a y o estaba siendo grotescamente y h a s t a trgicamente
desvirtuado. Comprendi que era preciso difundir conceptos orientadores
y formar clara opinin colectiva en torno a los problemas del gobierno
y de la convivencia democrtica. E l trance no era dudoso. H a b a llegado
la hora de actualizar en la patria aquellas ideas de libertad poltica y
literaria, antes aprendidas en el viejo m u n d o . L a j u v e n t u d argentina, la
que se formaba en las aulas universitarias y la que actuaba en los crculos representativos de la vida urbana, peda esa orientacin y buscaba
ese gua. E l ambiente estaba p r e p a r a d o : contribuan a animarlo la Asociacin de Estudios Histricos y Sociales, fundada en casa de Miguel
Ca, y sobre todo el Saln Literario de Marcos Sastre. Rpidamente la
actividad de Echeverra efundi su influencia. Las ideas que propugnaba
se concretaron, procuraron concretarse, en las manifestaciones doctrinales que dieron origen a la Joven Generacin Argentina y luego a la
Asociacin de M a y o . Los principios liberales y democrticos de los allegados entusiastas no tardaron en provocar dificultades, primero esquinadas, y casi en seguida directas, con la polica de Rosas, y a entonces
todopudiente.
E L E X I L I O Y LA M U E R T E
El momento de la emigracin haba llegado. Echeverra se resisti
a tomar una actitud extrema. Los nobles titubeos constan en una hoja
suelta, que sin duda data de esa fecha y que merece ser trascrita por
extenso: No hay cosa ms triste que emigrar. Salir de su pas por satisfacer u n deseo, por realizar una esperanza, para estudiar la naturaleza y
el hombre en una tierra distante de aquella en que nacimos, es sentir
una conmocin indefinible de dulce melancola en ese viaje voluntario.
Dejamos atrs nuestros hogares, nuestra familia, nuestros amigos; pero
en cambio vemos u n a perspectiva lejana, una esperanza que nos alienta
y estimula, m cosas nuevas que ocuparn aunque momentneamente
el vaco que h a n dejado la ausencia de nuestras afecciones queridas.
Pero salir de su pas violentamente, sin quererlo, sin haberlo
pensado, sin ms objeto que salvarse de las garras de la tirana, dejando
a su familia, a sus amigos, bajo el poder de ella, y lo que es ms, la P a t r i a
despedazada y ensangrentada por una gavilla de asesinos, es un verda-
XXXI
dero suplicio, un tormento que nadie puede sentir, sin haberlo por s
mismo experimentado.
Y dnde vamos cuando emigramos? N o lo sabemos. A golpear la
p u e r t a al extranjero; a pedirle hospitalidad, buscar una patria en corazones que no pueden comprender la situacin del nuestro, ni tampoco
interesarse por u n infortunio que desconocen y que miran tan remoto
para ellos como la muerte.
La emigracin es la m u e r t e : morimos para nuestros allegados,
morimos para la patria, puesto que n a d a podemos hacer por ellos. 61
Como la permanencia en Buenos Aires se volva peligrosa, el escritor se retir a Los Talas, la estancia que en la Guardia de Lujan, hacia
el lado noroeste de la provincia, posea con uno de sus hermanos. 62
E n un ambiente rustico y reparador como se, Echeverra no cej
en el empeo de avivar la conciencia cvica de sus compatriotas. E n
dolientes estrofas evoc el trnsito de Juan Cruz Vrela, muerto en la
expatriacin, y enfatiz sus versos con un lirismo agorero, como si presintiese el destino que a l mismo le esperaba:
Pobre al fin, desterrado
de su patria querida,
el poeta argentino
dijo adis a la lira,
dijo adis ai vivir!
Triste destino el suyo]
En diez aos, un da
no respirar las auras
de la natal orilla,
no verla ni al morir.61
Cuando tuvo noticias del levantamiento de los hacendados de Chascoms inici el valiente poema Insurreccin del Sud, al que slo alcanzara a dar trmino aos despus, y en tierra extranjera. 64
El fracaso de La valle en el norte de la provincia no tard en consolidar ei afianzamiento de Rosas. Sin fuerzas fsicas para seguir al ejrcito
de aquel veterano sin estrella, Echeverra comprendi que le era forzoso decidir.
Con apenas la excepcin de los libros m s queridos, hizo abandono
de sus Vienes y , a\ caer e Yo4fy en u n Vareo rances se a\ej e Buenos
Aires por los puertos del Paran. E n la vecina orilla se refugia en la Colonia del Sacramento. Alberdi, l tambin expatriado, lo invita desde
Montevideo: La falta de usted es notablemente sensible: mucho h a y
que hacer aqu, inmensamente, todo, el campo est desierto; pide iniciadores, y los jvenes pueden contar llegada su hora. Jvenes maduros
y de alguna representacin hacen mucha falta; no s para qu se detiene
XXXII
u s t e d por alia. Usted, no debe pensar en recuperar sus bienes sino por
medio de la revolucin; por cualquier otro camino v a usted a ser infeliz
toda su vida, porque a la reivindicacin de su fortuna va usted a
sacrificar lo que forma el encanto de la vida la dignidad, la independencia, el honor personal. E s mejor la guerra, y si ello nos conduce
al infortunio iremos j u n t o s por ah a trabajar y vivir como hermanos.
Vngase, Echeverra. 6 5 H a c i a el promedio de 1841 el poeta se radica
en la capital uruguaya, donde d u r a n t e dos lustros le toc consumirse en
medio de ininterrumpida nostalgia. E l primer canto en el destierro fu
para celebrar el 25 de M a y o y deplorar el empobrecimiento a que haban
sido sometidos sus principios. 66 E n Montevideo, en das d e resistencia y
alarde blico, conllev, sin u n claro, las horas dramticas de la Nueva
Troya. 6 7 Aunque no quiso h u r t a r s e a las responsabilidades que impona el vivir en la ciudad sitiada por Oribe, su salud le rest intervencin
directa. 68 Alejado del periodismo, no le interesaban las guerrillas de la
pluma: En la lucha contra Rosas observa Gutirrez slo tena fe
en las grandes batallas y en los sistemas levantados sobre principios
probados por la experimentacin, capaces de producir por sus resortes
vitales un cambio radical en la sociedad. 69
Con sano criterio, tampoco esperaba n a d a de la ayuda de otros
estados para la solucin de las cuestiones internas. E l mismo Echeverra
lo precisa en la posdata de u n a de sus c a r t a s : Es necesario desengaarse, no h a y que contar con elemento alguno extranjero para derribar a
Rosas. L a revolucin debe salir del pas mismo, deben encabezarla los
caudillos que se h a n levantado a su sombra. D e otro modo no tendremos
patria. Veremos lo que hacen Urquiza y Madariaga. 7 0
N o se t r a t a b a de u n problema de restauracin, s de regeneracin.
Poco confiaba Echeverra en la ventaja de suplantar unos hombres con
otros hombres. Entenda que era preferible apoyar la accin en la dignidad de las ideas. E s t e lcido intento educativo, este afn de basar la
conducta ciudadana en una doctrina informa todos sus escritos de carcter social, sntesis o reelaboracin de los que haba abocetado en Buenos
Aires en los das del Saln Literario y de la Joven Generacin Argentina.
Slo educando al pueblo y a sus dirigentes sera posible salvar al pas del
riesgo, y a presentido por Moreno, de que la revolucin se convirtiera,
despus de todo, en u n triste cambio de tiranos. E n la tarea de precisar
su doctrina de gobierno, de llevar adelante algunos trabajos menores
sobre educacin y civismo, entre achaques y penurias se le fueron
escurriendo las jornadas de la madurez. E n el grvido y gravoso otoo
y a no le urgen sino los ideales patriticos. E n u n todo se desentiende
de la lrica intimista. Ahora pone su empeo en la realizacin de vastos
poemas que desbordan el cerco de lo individual. Completa el viejo texto
de Insurreccin del Sud; medita y redacta su Avellaneda11 y lleva a buen
XXXIII
XXXIV
XXXV
N o menos macabra, y con claroscuro a lo E d g a r Poe, es la explicativa versin que hacia la fecha de aquel centenario dio a conocer el
general M i t r e , en el curso de un reportaje. Tiene inters reproducir los
prrafos fundamentales: El general entr inmediatamente en materia,
diciendo poco m s o menos:
E n el c e m e n t e r i o usted conoce el cementerio de Montevideo? , pues en el cementerio mismo, j u n t o a los nichos, estaba instalada una batera. Aquello era u n campamento, naturalmente, con todo
su carcter de t a l : la casa de los muertos se haba convertido en el vivac
d e los combatientes* que, sin muchos escrpulos, t r a t a b a n de pasarlo
all de la mejor m a n e r a posible, y , con el ingenio y la despreocupacin
soldadesca, utilizaban para su comodidad cuanto encontraban al alcance
de la mano.
Los nichos vacos comenzaron por servir de dormitorio a los ms
atrevidos; luego vino la costumbre: este hecho comenz a parecer lo
m s n a t u r a l del mundo, y y a no slo se utilizaron para abrigarse de la
intemperie los nichos que quedaban desocupados, sino que se desocuparon muchos depositando los atades en otros sitios, con el descuido
y la indiferencia consiguientes.
Basta esto p a r a darle una idea del desorden en que debi quedar
todo aquello, y la dificultad que habra para encontrar luego los restos
de una persona, a u n sabiendo en qu tumba haban sido depositados.
Yo mismo tropec con grandes dificultades cuando quise recoger
los restos de mi padre, y los encontr gracias a que haba tomado mis
precauciones y m e haba provisto de documentos respecto del sitio en
q u e se le haba inhumado, tal era el trastorno que reinaba en el cementerio.
Ahora bien, cuando muri Echeverra, y o no me hallaba en Montevideo. N o presenci por lo t a n t o sus exequias, ni puedo decir dnde ni
cmo se efectuaron.
No creo que nadie llegue a saberlo tampoco, por las circunstancias
a que me he referido y a , y porque en el cementerio no se lleva registro
ni libro alguno, y los atades se ponan d o n d e q u i e r a . . . Puede imaginarse lo que es un campamento de soldados que se baten todos los das,
y pensar si andaran con muchos reparos respecto de los muertos annimos para ellos, que llegaban a acompaarlos o a indicarles el camino
que luego habran de seguir. . .
Insistimos preguntando al general si a su juicio no quedaba probabilidad alguna de encontrar los restos del poeta.
Ninguna contest. E s t a vez, s, puede decirse que la muerte
no ha tardado en igualar y confundir a todos. . . Despus del sitio, nadie
o m u y pocos saban en Montevideo adonde haban ido a parar las cenizas de sus d e u d o s . . . N o quedaban ni lpidas, ni epitafios, ni menos
XXXVI
XXXVII
LAS INTENCIONES
Y LAS OBRAS
de los momentos constructivos las promisorias horas parisienses, el xito de algunos de sus escritos, y m s a n la conciencia de
sentirse adalid doctrinario de la j u v e n t u d mejor ilustrada de su tiempo,
la vida de Echeverra trasunta la impresin d e algo realizado slo a medias y u n poco como incumplido. Cuando parece que sus tentativas v a n
a henchirse de significacin y d e acierto, todo, o lo ms, se apoca de
pronto, o se debilita e invalida: si no los titubeos d e su pluma, los estorbos d e la poltica, l a enfermedad, el exilio y hasta la caduquez saudamente prematura. Siempre bracea Echeverra como en vsperas de algo
definitivo, pero es lo cierto que el gran da no llega. E l casi que antes de
ahora hemos desarrollado como motivo cntrico d e la sinfona vital de
Mariano Jos de Larra, tambin esta vez parece haber constituido el tema
conductor de toda u n a existencia argentina. 8 6
Ese quedrsele las cosas a medias se observa paralelamente, y hasta
se exagera, en lo que toca a la produccin literaria.
[Cuidado con las falsas perspectivas, sin embargo!
Dbase a l a desventaja d e haber sido el primero en intentar las
cosas ciertas cosas , dbase a la amplitud del designio, o a que para
m s n o le dio el talento, en l a produccin d e Echeverra n o faltan altibajos. Su espritu alerta y su inteligencia rectora n o conocieron en cambio n i intermitencias ni claudicaciones. L a preocupacin capital del
poeta, su asomo inicial a lo argentino, ni siquiera sufre los ocultamientos
de u n Guadiana ideolgico. E s a preocupacin discurre, espejante, y esclarecedora, a lo largo d e todos sus esfuerzos.
N o es inoportuno verificarlo.
La primera composicin d e cierta importancia, por l a extensin si
no por el logro literario, a p u n t a coii el poema Elvira o la novia del Platal
N o quiebra aqu, todava, l a intencin localista. Menendez y Playo h a
destacado y a por qu en esta -obra todo carece de fisonoma americana...
Elvira dice - puede ser l a N o v i a del P l a t a como la de cualquiera
otra p a r t e , o m s bien, m ella n i su a m a n t e Lisardo son ms que fantasm a s sin consistencia. 88 L a observacin del insigne crtico puede completarse agregando que el ttulo procede d e otros, forneos e incmodamente ilustres para la obrita argentina: La novia de. Jfesina, d e Schiller,
1803; La novia de Abydos, d e Byron, 1813, y La novia de Lammcrmoor,
de Walter Scott, 1819.
E n distinto trabajo hemos indicado en qu forma en las pginas de
Echeverra el mencionado relato entrevera, sin fundirlos poticamente,
las figuraciones y los recursos romnticos menos finos. 89 Queda dicho lo
propio del intempestivo sentimentalismo del poema, con sus trances fanFUERA
XXXVIII
YYYTY
2LLJ
falsos rumores que Rosas haca divulgar, h u b e de dejarlo inacabado hasta t a n t o adquiriese informaciones exactas sobre el suceso y me hallase
en situacin de publicarlo.
En septiembre de 1840, la retirada del Ejrcito libertador, habindome puesto en la necesidad de emigrar por el Paran, con lo encapillado,
qued en u n pueblo de campo este canto entre otros papeles; los que,
gracias a la cintura de una seora patriota, lograron escapar de las rapaces uas de los seides de Rosas y llegar a mis manos cuando los consideraba perdidos y los tena olvidados.
Revisando poco ha el manuscrito, m e pareci bosquejar con colores
propios la situacin de Buenos Aires en aquel entonces y expresar algo
del repentino entusiasmo y de la noble indignacin que produjo en los
patriotas la nueva de la insurreccin y el funesto desenlace que le preparaban los traidores, por cuyo motivo m e determin a darlo a la prensa. 1 0 5
E n el curso del relato el a n a t e m a contra el tirano y sus secuaces
restalla casi de continuo, pero con u n a digna y equilibrada contencin,
en contraste con el tonante denuesto que poco despus, guiados por nuestro Arqufloco Jos Mrmol, se apresurarn a descargar los escritores
antirrosistas. Distinto es el tono de Echeverra:
Llora, Patria querida: los soldados,
los hroes, los patriotas esforzados
que independencia y libertad te dieron,
o con su espada conquistar supieron
el laurel inmortal en cen batallas,
hoy en tu desamparo no los hallas.
Al pual asesino unos cayeron
o en el campo de honor, do tu tirano
lema de muerte y de baldn ha inscripto;
otros, gimiendo por tu mengua en vano,
comen el pan amargo del proscripto.106
E l lento discurso elegiaco asume en ocasiones la despaciosa prosopopeya de las alegoras neoclsicas:
Llora, Patria querida:
hurfana, viuda ests y desvalida,
esclava y sin honor; la mano impura
de un enjambre de brbaros se goza
en destrozar tu regia vestidura,
tu corona de lauro,
y en la torpe embriaguez que lo alboroza
de tus mejores hijos las cabezas
corre a ofrecer al fiero Minotauro.107
XLI
XLII
terada pereza repiten casi todos nuestros crticos , este poema se reduce a u n buen acopio de imitaciones bastante desgraciadas de la
Parisina de Byron. 111 El comentarista espaol no precisa cules son esas
imitaciones, que no parece sean tan evidentes.
Como en otros poemas de Echeverra, la atmsfera es byroniana,
pero con excepcin de alguna coincidencia de detalle todava ms
claro parece el influjo de los Coates a" Espagne et d Italie de Alfred de
Musset, 112 y h a s t a el de alguno de los relatos fantsticos de E . T. A.
Hoffmann. 113
E n La guitarra Echeverra retoma u n a de sus trasposiciones biogrficas m s frecuentes: la historia del joven que despus de los desrdenes
afectivos vuelve sus entusiasmos hacia la accin y el pensamiento ciudadanos.
Arde en el relato alguna llamarada ertica, pero la herona u n a
mujer casada no parece que quiebre sus obligaciones. A la pobre, lo
nico que cabra reprocharle es el terrible prosasmo con que las afirma:
El himeneo me liga.. .
A otro hombre pertenezco...
Oh, si yo pudiera amarte!
Qu dicha! El amor que siento,
este amor que sofocado
es de mi vida el infierno,
tuyo sera; sera...
tuyo cuanto yo poseo...
Con qu gusto y qu delicia
te estrechara en mi seno!...
Mis halagos, mis caricias,
m vida... Ven, que me muero...
Escucha... mi esposo, el lazo
sacrosanto de himeneo,
el deber, la virtud, mira,
son obstculos eternos
que entre yo y t se interponen...
Dios mo! . . . Ven, que me muero!1W
XLIII
A v e c e s , as en el a p a r t a d o I V d e la p r i m e r a p a r t e , l a vieja f o r m a
e s p a o l a d e l r o m a n c e se e n r i q u e c e c o n u n reflexivo t r a s l a d o al m a r c o
de estas mismas orillas:
En un bizarro alazn,
que Ubre, ufano y soberbio
cuando joven en la P a m p a
paci la grama y el trbol,
sali una tarde Ramiro,
solo con su pensamiento,
a recorrer las campias,
cuyos jardines y huertos
en el florido verano
brindan holganza a aquel pueblo,
que en las famosas o r i l l a s
d e l P l a t a tiene su asiento.
Lleg a una quinta, cansado,
cuando ya mustio y sereno
el crepsculo esparca,
sobre la tierra y el cielo,
aquella luz misteriosa
cuyos plidos reflejos
llevan al alma agitada
tristeza y recogimiento;
y all encontr reunido,
como en un jardn ameno,
de la b e l l e z a p o r t e a
lo ms gracioso y perfecto.
Una de ellas, cuya frente
sombreaban con misterio
el pudor y la congoja,
entonce al son hechicero
de la guitarra cantaba
tristes y amorosos versos.117
XLIV
Y as de pasiones^ lleno,
de deseos temerarios,
p a r a aturdirse u n m o m e n t o ,
m o n t a u n a tarde a caballo.
E r a u n a tarde de aquellas
deliciosas d e verano,
cuando el viento de l a
Pampa
templa del calor los rayos
y a las orillas del
Plata
trae los aromas del c a m p o ;
cuando el aire es t a n vital,
t a n trasparente y liviano
que expansin indefinida
parece quiere elevarnos,
y deseos infinitos
b r o t a n en la mente vagos;
cuando la vida rebosa,
hierve en todo lo animado.
y fermentan las pasiones
en el corazn lozano.
Y e n esa t a r d e Ramiro,
en u n tordillo bizarro,
por l a c a l l e d e
Barracas
cruzaba a galope largo,
envuelto en nube de polvo
que levantaban ios cascos
del animal, que fogoso,
impaciente como el amo,
anchas narices abra
para sorberse el espacio.
Grupos varios de jinetes,
d a m a s a pie o cabalgando,
arboledas, caseros,
todo a t r s iba dejando
Ramiro, sin que u n momento
n a d a pudiera distraerlo,
porque en su m e n t e hormiguea
informe, pero animado,
u n m u n d o . Lleva el sombrero
sobre la vista inclinado,
porque lastima la luz
su ardiente pupila acaso,
o porque ella de la noche
de su espritu es sarcasmo;
pistoleras al arzn,
frac azul, p a n t a l n blanco
lleva, y espuelas que dan
XLV
XLVI
E n t r e los poemas de Echeverra, El ngel cado121 es el de m s aliento, y tambin fay, dolor! el de lectura ms desalentadora. P o r lo
que tiene de traslado autobiogrfico, sus once partes o cantos se proponen
como una continuacin de La guitarra y era deseo del poeta que la
accin, por lo menos la accin de algunos de los personajes, cundiese b a s t a
el Pandemonio, otro poema. 123
Por los aos de 1843 a 1846, en vano procur nuestro autor gratificar la trayectoria pico-dramtica de ese ngel, desde entonces irremisiblemente cado en la historia de nuestras letras. E n el fragoso volumen
unas quinientas pginas con versos no siempre transitables , Echeverra (vale la pena transitarlos para advertirlo) intenta no menos que
entrar en el fondo de n u e s t r a sociabilidad, sorprendida a travs de
las reacciones del protagonista del relato. Tampoco en este trance le falt
clara idea del intento. Con este poema dar fin al vasto cuadro picodramtico en el cual m e propongo bosquejar los rasgos caractersticos de
la vida individual y social en el Plata, es decir, en las ciudades, porque
en las campaas, como usted sabe, las costumbres son completamente
diversas. 124
N a d a le pareci mejor p a r a la empresa que proponerse la aclimatacin artstica de la figura de D o n Juan, prestndole nuestras maneras
y apostndola en el marco de nuestras cosas:
Frivolo, veleidoso, enamorado,
a veces vate y pensador profundo;
pero siempre el Don Juan que me imagino,
v i v i e n d o e n t r e a r g e n t i n o s y a r g e n t i n o .155
XLVIII
XLIX
copia de desaciertos. Ya en los finales del siglo X I X , el mayor de los crticos peninsulares, tan ecunime al juzgar otros aspectos de la obra del
poeta, no titubea en decir con desentono azorante: Echeverra no tena
genio pico,y sus poemas largos son otros tantos abortos. Si alguno puede
citarse como peor que los restantes, es el ms largo y ultimo de todos,
aquel en que precisamente fundaba mayores esperanzas, El ngel cado,
del cual puede decirse, con mucha ms razn que de La chute d un Ange de
Lamartine, que no es la cada de u n ngel, sino la cada de u n poeta. 1 2 9
Nada interesa en El ngel cado: ni la fbula que es insulsa y desatinada;
ni la construccin del poema, que es informe y sin ningn gnero de
unidad orgnica, ni las ideas filosficas, que son u n barullo catico y
pedantesco, ltimo residuo de lecturas mal digeridas; ni la diccin potica, que es arrastrada, dbil, palabrera. 1 3 0
Si se atena la crespa perentoriedad del comentarista, abiertamente afectado por el desvo de Echeverra a n t e muchas manifestaciones
de las letras castellanas y de la cultura general espaola, el juicio de M e nndez y Pelayo acierto nada extrao en el gran maestro parece
incontrovertible.
Pero ni tanto, ni tan poco. Algo h a y que reconocer en justicia. Sobre la p a u t a siempre vigente del personaje espaol, lo que Echeverra
se propuso, sin llegar a realizarlo, es la obtencin, precisamente, de una
nota argentina dentro de la l a t i t u d extrageogrfica del t e m a :
Porque el Don Juan que pinto, a u n q u e c o m o
en p a s i o n e s i d n t i c o y en n o m b r e ,
no es el hidalgo de Sevilla, ateo
que sacaron a luz con buen arreo
las de Tirso y Zamora audaces plumas,
ni el de Moliere, Byron, Babiac y Dumas,
ni el de Mozart, armnico y profundo,
que slo el genio de Hoffmann fecundo
pudiera interpretar, y su igual queda;
ni el de Corneille, Zorrilla ni Espronceda,
todos hijos de un padre y parecidos
en el rostro, la mente y los sentidos;
retoos vivos de robusto tronco,
de bulto acicalado a par que bronco,
piedras de un monumento de gigantes,
que el sol ver de siglos muy distantes;
Proteo sin igual que se transforma,
sin que se altere su sustancia y forma,
almas y corazones que se engranan,
se funden, se completan y se humanan:
carcter que en uno se armonizan
y gigantesco tipo simbolizan.131
hombre
LI
LII
Lili
es el q u e e n m a r c a sus deli-
LIV
LV
E n a l g n p a s a j e d e Insurreccin
del Sud, e n la p a r t e r e d a c t a d a ent r e 1839 y 1840, a p u n t a , d i r e c t a , e s t a a l u s i n h i s t r i c a :
Al pual asesino unos cayeron
o en el campo de honor do tu tirano
lema de muerte o de baldn La inscripto:
otros, gimiendo por tu mengua en vano,
comen el pan amargo del p r o s c r i p t o . 1 5 2
E s m s . T o d a la fuerza d e l t t u l o del p o e t a ingls Childe
Harold's
pUgrimage a n t e s se calca e n u n o l v i d a d o p e r o i n t e r e s a n t s i m o a p u n t e
a u t o b i o g r f i c o d e E c h e v e r r a , el Peregrinaje
de Guatpo,lu
y en u n b o s 1H
q u e j o d e c a r c t e r p a r e c i d o , Peregrinacin
de Don Juan,
q u e en los Canios del
peregrino.
H a s t a en u n m o t i v o d e circunstancia, 1 5 5 i g u a l m e n t e c o r r o b o r a d o r e s
s o n estos c u a r t e t o s escritos p o r E c h e v e r r a , y a c o r r i d o el a o 40, E n
el l b u m d e la s e o r a D a . . . al r e g r e s a r a B u e n o s Aires, s u p a t r i a :
Hurfanos de la patria, p r o s c r i p t o s caminamos,
sin saber si maana la luz veremos de hoy;
si hallaremos almohada do reclinar la frente,
o si del P l a t a oiremos el mgico rumor.
[Felices si encontramos en la penosa marcha
guien nos haga una ofrenda de amistad o de amor,
quien cambie con nosotros simptica mirada,
o nos d al despedirnos un generoso adis!
Dichosa t que vuelves a respirar la vida
del aura embalsamada que tu cuna arrull,
y llevas para alivio de congojosas horas
tesoros de recuerdos como el que yo te doy.166
A o s m s t a r d e , en 1847, el t e m a f u n d a m e n t a l se e n r i q u e c e c o n
nuevos armnicos autobiogrficos:
El viento de l a P a m p a
cruzando velozmente,
tiene para e l p r o s c r i p t o
magntico poder. . .
Recuerdos de la Patria,
venid, venid veloces,
en alas del P a m p e r o
a refrescar mi sien;
venid, traedme esperanzas,
el hlito de vida,
de amor y gloria ensueo,
la inspiracin del bien.157
LVI
Siempre en Montevideo c a s i dos lustros despus de su expatriacin, segn se desprende del contexto el verso de Echeverra persiste
en apostrofes de este corte;
[Oh Patria amada! En extranjero clima
suspirar largo tiempo
por el hermoso celo que te anima,
por el paterno hogar y la ribera;
y as que riendo desde el mar la viera
te salud gozoso
creyendo en ella, cual so algn da,
encontrar libertad, dicha y reposo.
Pero [ah! fu una ilusin de fantasa:
diez aos de retiro'
solitario y molesto
de tu gloria y honor sent la mengua,
y otros tantos mi lengua
a tu destino por dems funesto
silencioso respeto ha consagrado.
S hoy eco desmayado,
voz sin fe y medio yerta
a la lira inarmnica concierta,
es para deplorar tu desventura,
despedirse de ti desconsolada
y dejarte el adis de un alma pura,
como a la tierra de su hogar amada
echa el p r o s c r i p t o la postrer mirada.158
Aqu la cronologa importa. Los Adioses todava byronianos del
comienzo se h a n trocado en estos sinceramente afligidos de la hora ltima. Con el cauterio del tiempo, lo que fu literatura se ha vuelto vida,
o por lo menos vida y literatura.
D e casta le viene al galgo. Como todos los grandes temas la idea
del proscripto o la del peregrino es originariamente bblica . . . advena
ego mm apud te, et peregrinas
sicut omnes paires meh ( Salmo
X X X V I I I , 13). E n sentido propio, y con alcance traslaticio, la asercin
discurre desde el Gnesis hasta las Epstolas paulinas. Remtase el lector a las concordancias. E n cuanto a la contraparte a Dios gracias,
oracin vale ms que erudicin , ah estn las palabras de la Salve. . .
e x u l e s jilii Heveae. .. post hoc exiium...A
imagen de casi todos
los temas egregios, este doble motivo es tambin de noble linaje platnico, segn lo es el del hombre, criatura reminiscente pero sumida en el
simulacro de lo real y privada de la alta visin de las esencias ( %& QV xa).
Lo es tambin el del alma que se sabe prisionera o sepultada en el
cuerpo. 159
Claro que a Echeverra las cosas no le llegaban de t a n lejos. Lo
que en la Biblia y en Platn vale en el orden metafsico el hombre
LVII
LVIII
Aqu va Carlos p r o s c r i p t o
y
p e r e g r i n o
sobre la popa del n a d a n t e p i n o . . .
L a arpa en las manos, con el alma herida,
sin patria, sin hogar y sin querida,
a merced de las ondas y los vientos;
fijos en Dios sus altos pensamientos,
y con la fe del corazn cristiano
esperando del mal el bien lejano.
Pasad, nubes p a s a d . Pasad serenas
para aliviar las escondidas penas
de mis tristes hermanos en el P l a t a .
Y del p r o s c r i p t o
bardo
que vaga
peregrino
y os canta [oh, nubes! desde el frgil pino,
revelad a su dulce patria bella
cunto suspira el corazn por ella:
que por ella en el m u n d o errante llora
y , cuanto ms padece, ms la adora. 161
LIX
LX
LXI
LXII
estn mejor vistos que los blancos. P a r a Echeverra los indios no eran
sino paisaje, nota de color tambin elJo
Todava menos crdito merece otro reparo frecuente: el que declara
floja y slo genrica esa descripcin de la p a m p a , contemplada como
el mar y sin detalle pintoresco que la singularice. Precisamente, esa
vaguedad la palabra va empleada aqu en su acepcin etimolgica
es el nico recurso capaz de sugerir de algn modo el desierto aludido
por Echeverra, el que, como tal desierto, no es la p a m p a alambrada,
plantada, sendereada y edificada que sobrevendr ms tarde. Orbe virtualmente inconmensurable, casi sin ms contenido que la pura sustancia
del aire, hecha excepcin de sus lmites, siempre aparentes y siempre
huidizos, esa pampa, y ms en el primer tercio del siglo pasado, slo poda hacerse visible, o caracterizarse, en razn de las infinitas ausencias
aposentadas en su mbito.
L a presentacin que Echeverra ofrece de nuestro paisaje es en todo
caso ms abarcadora y arquetpica que las que en forma difusa se haban
intentado antes de aquella fecha.
Sin hacer inventario de las impresiones de los viajeros, en especial de
los ingleses que sobre los fines del siglo X V I I I y los comienzos del X I X
visitaron estas tierras, frente a la amplitud panormica y temtica de
La cautiva, poco adelantan los toques insinuados por Lavardn al acotar
el escenario de su Siripo, en 1789, o el canto al P a r a n en la Oda todava neoclsica de 1801. D e simple afirmacin patritica frente a Espaa,
ms que de meditado arresto esttico localista, son asimismo las tmidas
connotaciones que, sin trascendencia ulterior, ensayaron por entonces
E s t e b a n de Luca y J u a n Cruz Vrela. Comparativamente, ni siquiera
las pinceladas y a romnticas que en 1834 Juan Bautista Alberdi yuxtapuso en su Memoria descriptiva de Tucumn pueden ser tenidas en cuenta.
N o hay escritor a quien le falten precursores, pero la iniciativa de
Echeverra presenta casi todos los visos de ser precisamente eso: una
iniciativa.
Ancdota, psicologa, lengua y versificacin se enriquecern ms
tarde bajo otras plumas, pero hasta la hora de los novelistas del tipo de
Payr, o de Giraldes y de Lynch, el paisaje de la p a m p a presentar
siempre el mismo vaco inicialmente captado por Echeverra en su poema:
. . . y mira adelante
ilimitado
horizonte,
llanura y cielo brillante,
desierto y campo doquier.
{Qp. cil, IX, 7 3 - 7 6 ) .
LXIII
LXIV
LXV
LXVI
LXVII
LXVIII
LXIX
1JJ\.JV
Sin excluir los toques del localismo pintoresco, el lxico y los giros
de La cautiva asentaron la legitimidad de una poesa argentina desentendida de la cerrada fraseologa lugarea, casi siempre de autenticidad
dudosa. 211
Lo que a su modo emprendi don Rafael Obligado al retomar sin
dejos dialectales la leyenda del payador del T u y , otros lo han afinado
luego con procedimientos expresivos menos sumarios. Vase esta Pampa,
espaciosamente avizorada desde u n soneto de Enrique Larreta. Poco
cuentan aqu la apreturas prosdicas. Por abarcadores, y segn el clsico
requerimiento, los catorce versos valen u n largo poema :
Anhelosa llanura, desmaterializada.
Fantasma de ese mundo que el mundo me esconda;
metafsica paz, divina geometra
de abstractos horizontes y tierra despojada.
El cautivo color y la forma cansada
hallan aqu su fuga y el alma, se dira,
reconoce sus vrtigos y reconocera
tambin aquella msica que alguien llam callada.
Torbellino de potros o espanto de plumajes
animan, rara vez, su quietud, un momento.
Slo arriba aparecen y pasan los paisajes.
Paisajes del espacio. Sueos del firmamento.
Gloria de soledad en mbitos salvajes.
Clines, alas y nubes, para goce del viento.212
LXXI
XJ2.2\.L
JL/-A.-A.J-1X
LXXIV
LXXV
LXXVI
C R I T E R I O
DE
LA
E D I C I N
L o s azares de la vida intelectual en el siglo X I X , ms el poco cuidado de buen nmero de las impresiones hechas entonces, en muchos
casos aconsejan establecer los textos iniciales de nuestra literatura de
acuerdo con la tradicin manuscrita. Preterida, hermosa tarea que no
deberan postergar ni los institutos universitarios ni las casas editoriales
atentas a lo argentino.
Cierto que ello no es siempre posible. Con la produccin de Echeverra esa imposibilidad se ha vuelto tpica. Todava abundantes en 1870,
cuando Juan Mara Gutirrez inici la publicacin de las Obras completas,
los manuscritos ralean hoy, si existen, en un enojoso escondimiento. N o
todos son inaccesibles, pero los investigadores deben resignarse a manejar
la mayora de esos textos en transcripciones imperfectas.
Real o aparente, la prdida de muchos manuscritos, cuando no las
fallas de la trasmisin mecnica, vuelve casi inalcanzable el rigor de una
edicin crtica de conjunto.
Las dos creaciones echeverrianas fundamentales pueden sin embargo
ser saneadas filolgicamente. Urge intentarlo. Los yerros y las trocatintas con que corren en el grueso de las ediciones las estropean y desfiguran. E l escritor aparece as disminuido ms de lo justo. 234
A falta del manuscrito, en este volumen La cautiva se reproduce
segn el texto incluido en la primera edicin de las Rimas.235 E n el traslado de dos pasajes de El desierto y La alborada se tiene tambin en
cuenta el texto conformado por el poeta. 236
El matadero, de cuyos originales no hay noticia, se reitera segn la
versin que Gutirrez insert en la Revista, del Ro de la Plata.
P a r a aclarar puntos dudosos, los textos de ambos relatos van acotados teniendo a la vista los que Gutirrez recogi ulteriormente en el
cuerpo de la Obras completas}**
N o cuadraba u n a trascripcin pasiva, de esas que se encomiendan
a la buena voluntad del tipgrafo.
E n las ediciones que el autor cuid en vida, lo mismo que en las que
Gutirrez repiti o public por primera vez, los textos impresos muestran
irregularidades de ortografa, y aun de vocabulario y de sintaxis, que en
muchos casos slo deben atribuirse al colector o al operario. Mientras la
primera edicin de La cautiva trae formas como ligereza, muyeres, gimen,
magestad, agena, ginete, los fragmentos del manuscrito conformado por
Echeverra a p u n t a n en cambio, lijereza (/), mujeres, jimen (/), majestad,
ajena, jinetes, etctera. 239
Aun admitiendo que no pocos deslices puedan achacarse al escritor,
salvo en algunos detalles de inters lingstico, como los que se sealan
LXXVII
LJJS*J\.
V111
Eliot.
JUJ\>J\.XJ\.
mentarlo. N a d a m s prescindible que los honores del cuerpo 10, sobre todo en las estrecheces de u n a nota.
6
Tomo V, p . I-CI.
LXXX
cuentan entre los sitios histricos de la ciudad. Apuesta a m a n o izquierda del atrio,
u n a placa recuerda los motivos:
Iglesia
de
Nuestra Seora de Beln
asiento
de la parroquia de
San P e d r o Gonzlez Telmo.
D e aqu arranc la traza de la primitiva ciudad.
Los P P . de la Compaa de Jess
iniciaron esta obra en 1734.
A fines del siglo X V I I I los Padres Betlemias
se hicieron cargo del hospital anexo.
E n la defensa de Buenos Aires
fu baluarte contra el invasor ingls.
Elevada a Parroquia el 31 de mayo de 1800,
F u testigo de grandes hechos de la emancipacin
y de la organizacin nacional.
Declarada monumento nacional por decreto
del P . E . de la Nacin de 21-V-1942.
21 de noviembre 1945.
Con el de Santo Domingo, y a t a n trasformado, el de San Telmo es el barrio
de Buenos Aires que conserva mayores restos de la edificacin colonial espaola,
sobre todo en los t r a m o s evocadores de las calles Balcarce, San Juan, Defensa y
H u m b e r t o I la antigua calle del Comercio, y antes de Bethelen y de Nez, donde
se encuentra la iglesia. Aparte el revestimiento moderno, las torres de sta son las
mismas que en las estampas porteas de comienzos del siglo X I X emergen a la distancia, casi como bordeando el ro, con las de las Catalinas, la Merced, San F r a n cisco y Santo Domingo.
Todava hoy, las tiendas y los almacenes, los ltimos con despacho de bebida,
no carecen de cierto dejo inconfundible, y los muros suprstites recuadran su lisura
encalada entre el nfasis italianizante y seudoclsico de las casonas del ltimo tercio de la pasada centuria. N o t a distinta dan las in efinidns fachadas estilo Luis X . . .
y pico, como deca Ricardo Giraldes de otras muestras de parecidos remedos arquitectnicos. H a y tambin fealdades recientes, r e r o el barrio, sin mengua de su dinamismo, conserva el pausado encanto de a n t a o .
Compone esta p a r t e de la ciudad u n rincn edilicio en el que lo templadamente
burgus congenia con las formas de u n p o p u l a r m o simptico y a veces pintoresco.
P a r a algunos, ser de San Telmo constituye circunstancia dichosa que se pregona
en los tangos, se alardea en los sainetes y toma color en las inscripciones de los carritos de reparto.
LXXXI
10
pan!
pan!
pan!
pan!
Est-cc ma brue?
Qu Jrappe en bas?
Cesi la Fortune.
Je n'ouvre pos.
(J. P. BRANGER, Oeuvres completes, edicin ilustrada
con 104 vietas sobre acero. Pars, Perretin, 1834).
L/Jv.yv^A.11
25
LXXXIII
s9
LXXXIV
el
APNDICE.
46
LXXXV
50
P a r a Echeverra, M a r i q u i t a Snchez era una de las porteas que ms honran a nuestra patria. Lneas del 21 de setiembre de 1838. (Cf. Cartas de Mariquita
Snchez, compilacin, prlogo y n o t a s de Clara Vilaseca. Buenos Aires, Ediciones
Peuser, 1952, p . 329). L a posteridad ha confirmado tal juicio.
51
C a r t a del 5 de julio de 1836. {Obras completas, t. V, p . 452).
5i
Cf., p a r a la referencia bibliogrfica, la n o t a n 98.
53
(Cf. nota n 98). E n la edicin de 1837, La cautiva ocupa las pginas 1-146.
E n las Obras completas, el mismo poema aparece por separado, t. I, p . 33-136.
54
V I C E N T E F I D E L L P E Z , Autobiografa,
be. cit, p . 347.
50
LXXXVI
reconoce con simpata: El H i m n o Nacional en la sala de Mara Snchez de T h o m p son, donde se cant por primera vez, 1813. (Museo Histrico Nacional, n 3068).
Aunque con cualidades plsticas distintas, el difundido cuadro de P e d r o Subercasseaux concluye por constituir para nosotros algo semejante a lo que p a r a los franceses la tela de Isidore Pils, Rouget de Lisie cantando La Marsellesa.
69
Con referencia a la estancia Los Talas pueden verse las noticias y el material
ilustrativo del A P N D I C E .
63
A D . Juan Cruz Varea, muerto en la expatriacin. Poesas carias, Obras
completas, t. I I I , p . 475.
64
Echeverra inici ese relato en Los Talas, en noviembre de 1839. Lo retom
en Montevideo, y el 28 de enero de 1849 lo remiti al editor del Comercio del Plata.
Gutirrez lo recogi en 1870. {Obras completas, t. I, p , 227-279).
65
Carta del mismo Alberdi, d a t a d a en la capital uruguaya el 27 de
enero de 1841.
6B
. El 25 de M a y o , Colonia, m a y o de 1841, poema luego reproducido por
Gutirrez en Poesas varias. {Obras completas, t . I I I , p , 365-391). E s t a composicin,
con otra de equivalente ttulo redactada en m a y o de 1844, fu enviada por Echeverra
a Andrs Lamas, en esa ltima fecha. Al celebrar el gran aniversario argentino, se quera infundir nuevos nimos a los defensores de la ciudad sitiada. {Obras completas,
he. cit.; vanse, adems, en el mismo tomo, las pginas 391-400).
97
Obras completas, t. V, p. L X X I X .
LXXXVII
70
D a t a d o en Montevideo, setiembre de 1849. E l C a n t o I se imprimi inicialm e n t e en el Sud Amrica, de Santiago de Chile. (Obras completas, t. I, p , 281-444).
73
LXXXVIII
84
99
103
Obras completas,
t. I, p . 229.
LXXXIX
104
110
xc
Avl
tambin ensayo ridculo y malogrado. (Ensayo sobre Echeverra, Buenos Aires, Jacobo
Peuser, 1894, p . 184).
120
Obras completas,
i. I, p . 169-171.
121
. . {Obras
completas,
t. II, p. 7).
123
130
133
134
Las Ideen zar Philosophie der Geschichte des Menschhe, de t a n honda resonancia en el pensamiento romntico por lo que a t a e a la nocin de u n a conciencia
nacional y al influjo y proyeccin del medio ambiente en las realizaciones literarias
de los pueblos, d a t a n de 1784-1791. L a irradiadora primera traduccin francesa fu
publicada por E d g a r Quinet en 1827, en el curso de las jornadas parisienses del mismo Echeverra. (Cf. nota n 226).
135
Singularmente el I y el I I de la Primera p a r t e .
136
Existe, pues, u n fondo de poesa que nace de los accidentes naturales del
pas y de las costumbres excepcionales que engendra. (Facundo, Primera p a r t e ,
cap. I I ) . Del centro de estas costumbres y gustos generales se levantan especialidades notables, que u n da embellecern y darn tinte original al drama y al romance
nacional. (Obra citada, loe. cit.).
m
Obras completas t. I I , p . 7 1 .
1JS
XCII
139
Cantos del peregrino, por Jos Mrmol. Primera entrega. Cantos primero y
segundo. Montevideo, 1847.
151
Los consuelos, ed. del ao citado, p . 9. Obras completas, t. I I I , p . 15.
155
Obras completas, t. I, p . 231.
153 0yras completa.?, t. V, p . 1-20.
154
Cf. nota n 126.
isa Muchos de esos motivos h a y en Poesas varias: A u n a joven en la m u e r t e
de su amiga, En el lbum de la seorita A. Rodrguez, En u n lbum en cuya primer hoja cubierta se lea esta inscripcin: Pido que no se toque, Versos escritos en
u n a pizarra, Para el lbum de u n a seorita sordomuda, Enviando u n a flores,
A la sociedad filantrpica de d a m a s orientales . . . y otras del mismo tono. Pasemos.
us
Poesas varias, Obras completas, t. I I I , p . 241.
157
Estrofas p a r a canto. Poesas varias. Obras completas, t. I I I p . 449-451.
158
Parte Indita del poema titulado Insurreccin, del Sud. {Poesas varias,
Obras completas, t. I I I , p . 289-290). L a mencionada circunstancia cronolgica indica
que esta composicin, de la que slo se ha trascrito u n pasaje, es u n a de las ltimas
que escribi el poeta. Acaso ese detalle explique su fuerte entonacin elegiaca.
^
XCIII
169
Fila
nuoi>a, JL.A., o.
lm
173
XCIV
15
XCIV
versar con usted, pero como no h a y n a d a ms difcil que hacer apartes en nuestra
sociedad, porque ignora los placeres de la libertad social, se qued m u y callandito.
E s t e seor es u n admirador de usted y es voto. E s un hombre de alta concepcin.
Conoce nuestra Amrica, se ha identificado con ella, es u n americano indulgente y
a m a n t e d e nuestro pas. Tengo el placer d e hablar con l de todo y m e ha contado
que h a hecho dos cuadros, tomando sus Rimas de usted por asunto. D e modo que
usted tendr este lauro sin sospecharlo. Le he dado u n ejemplar de sus Rimas, le he
hablado de sus ltimas composiciones de usted que a n no h a n visto l a luz. Tiene
u n a alta idea del saber de usted y le admira y le quiere por la opinin que sus poesas le h a n dado de su corazn y sensibilidad. Considera perfecta la p i n t u r a que usted
hace d e las p a m p a s . Cree l que usted concibi primero el paisaje y despus tom
sus figuras como accesorios para completar aqul. (De la citada seora al mismo
Echeverra, con fecha 17 de abril de 1845. Cartas de Mariquita
Snchez, ed.
cit., p. 330).
176
182
186
Ibd, n 4694.
E l primero en ponerlo al descansado aprovechamiento de muchos fu M a r t n
Garca Mrou, en el y a mencionado y profuso pero fino Ensayo sobre Echeverra (ed.
citada, p . 164). Dgase de paso que, a despecho de cierta redundancia divagadora,
ese estudio es u n o de los que mejor contemplan los valores propiamente literarios del
poeta. F a l t a a veces proporcin en el juicio, pero la amplia cultura general del mismo
Garca Mrou respalda todava hoy el acierto de sus observaciones. Buen tema de
tesis universitaria sera u n trabajo monogrfico sobre la actividad de quien, a pesar
de la orla de olvido en que actualmente se ofusca su silueta, colm con Juan M a r a
Gutirrez u n o de los ms atendibles momentos de la historia de nuestra crtica.
Is7
xcv
183
139
pesimismo de las horas amargas nunca le hizo desentenderse de ese magisterio de ejemparidad y de incitacin generosa. E n sus mismas postrimeras, y
puesto y a el pie en el estribo, a u n atinaba a encontrar frases de aliento p a r a sus
aficionados y seguidores. E n t r e muchas, valga u n a m u e s t r a ; Trabaje, amigo mo,
preprese p a r a el porvenir, porque el reino del mal no puede ser eterno. Sus temas
favoritos, emigracin, cristianismo, son tambin los mos; pero agregando escuelas
primarias, educacin popular. (En la carta a Flix Fras, del 8 de abril de 1850. Cf.
las notas n M 55 y 121).
190
Goethe, autor al que Echeverra admiraba t a n vivamente, alcanz a proclamarlo en trminos explcitos. Como el escritor alemn compuso y public muchos
libros, su opinin no puede ser sospechada de exculpacin vergonzante: . . . u n
hombre tiene importancia no slo por lo que deja tras s, sino tambin por lo que
hace y goza r espiritualmente, por lo que incita a hacer y gozar espiritualmente a
otros. (Cf. N G E L J. B A T T I S T E S S A , Breviario goetheano, Verbum Homenaje
a Goethe, Buenos Aires, 1932, p . 172).
191
M u e s t r a s de valor equivalente: el galopante pasaje Entonces el grito "Cristiano, c r i s t i a n o . . ., en la C u a r t a p a r t e ; o el crescendo de La quemazn, en la
Sptima, donde no falta algn efecto rtmico aprendido en Les djinns, e Las
orientales de Vctor H u g o . (Cf. nota n 110).
192
N o se t r a t a de hacer un inventario de unas y otras. L o que interesa es su
ndole y su alcance. Ntase, a veces, falta de adecuacin semntica en el empleo de
ciertos vocablos (un torrente impetuoso. . . .susurra); construcciones incorrectas,
aunque aqu todava usuales (el recin no articulado con las formas del participio
pasivo; el sud por sur, cuando no va en compuestos de tipo de sudamericano, sud~
oeste, etctera). N o siempre parece certero el uso de los nexos gramaticales, aunque
el sentido de la dependencia de las palabras es bastante seguro.
E n esta suma de incorrecciones h a y que excluir lo que en puridad, sobre todo
en verso, es licencia retrica: entonce por entonces, p a r a rimar con bronce, etctera.
T i t u b e a n t e y por momentos abiertamente defectuosa es en cambio la p u n t u a cin. N o puede ello atribuirse en u n todo a Echeverra, y s al editor o al corrector
de pruebas. Una circunstancia lo advierte; la puntuacin de Los consuelos y de las
Rimas, y aun la de los trabajos en prosa editados en vida de don Esteban, se muest r a ms cuidada y correcta que la puntuacin de El matadero. P o r eso y por faltar
el manuscrito y por conocer el reclamo del propio interesado , lo nico sensato es
regularizar esa puntuacin, segn lo hacemos guindonos por el sentido y el orden
de las oraciones. La posibilidad de practicarlo sin violencia ni trueques, gracias a la
aceptable construccin de los prrafos, revela que Echeverra fu mejor escritor
de lo que se supone. Slo en casos excepcionales el sentido queda confuso o anfibolgico. (Cf., a este propsito, lo dicho en C R I T E R I O D E LA EDICIN, y vase el facsmil
del prrafo aclaratorio reproducido en el A P N D I C E ) .
103
E n La cautiva y El matadero, y tambin en los dems escritos, son por lo
comn del tipo corriente, fciles para el a n a t e m a de los manualistas: suceso por
xito; golpe de ojos*, por ojeada o vistazo, etctera. Tampoco faltan expresiones calcadas espritus foletos, esprits follis y, y a en lo puramente sintctico, la mala construccin del gerundio y algn que galicado, de esos que entre nosotros tienen todava t a n buena prensa, . .
134
Ya Gutirrez conviene rescatar el aserto supo percatarse de la relativa
pureza e incluso del afectado esmero de algunos escritos de Echeverra: A pesar de
su continuo contacto con los libros extranjeros remedaba felizmente, cuando quera,
XCVI
el decir castizo de los buenos hablistas castellanos, aunque caa con frecuencia en el
arcasmo t a n t o en la frase como en los vocablos, usando de u n a expresin que le era
familiar. ( J U A N M A R A G U T I R R E Z , Breves apuntamientos biogrficos y crticos
sobre D o n E s t e b a n Echeverra, inicialmente publicados en La Nacin
Argentina
del 6 de diciembre de 1862y recogidos luego en Obras completas, t. V, Juicios crticos,
p . X X X I X ) . E s evidente que las lecturas espaolas frecuentadas con t a n buen empeo, a pesar de los reparos que l opona a la cultura de la Pennsula, mucho le ayudaron, de ao en ao, al mejoramiento de su capacidad expresiva. Que por veces
incurriese en galicismos de construccin y de lxico no debe extraar demasiado si
se piensa en su directa familiaridad con libros franceses, eso sin contar que p u d o
aprenderlos, como de soslayo, en no pocos escritores espaoles del siglo X V I I I . Por
otra p a r t e , tales galicismos, q u e n o son sino unos pocos repetidos, a u n se hacen
presentes en estimados autores actuales, y no faltan en varios crticos que los reprenden en el propio Echeverra. Contrariando nuestro hbito, para que nadie se enoje,
tampoco esta vez intercalamos muestras. Y a en otra oportunidad, en el curso de
u n a entrevista en E l Escorial, hacia 1929, pero publicada en Pars en uno de los
cuadernos de Le Monde Nouveau tuvimos ocasin de observar q u e acaso slo
Groussac [un francsl fu el nico que hasta no hace mucho acert a escribir aqu
en castellano libre de^ g a l i c i s m o s . . . (Cf. R A C H E L B E R E N D T , Sarah Bernhardt en mi
recuerdo. Prlogo de ngel J. Battistessa, Buenos Aires, Viau, 1945, p . 25).
195
XCVII
IS
so
201
Por la distinta manera de ser de ambos escritores, no parece que las espaciadas coincidencias personales de Echeverra y Sarmiento hayan sido particularmente
efusivas. Sin embargo, en cartas y otros escritos, este ultimo no dej de reconocer
los mritos de quien en cierto modo era como el heraldo de todos los argentinos atentos a lo argentino. N a d a ms demostrativo que este pasaje de la obra fundamental
del maestro cuyano: No de otro modo nuestro joven poeta Echeverra h a logrado
llamar la atencin del m u n d o literario espaol con su poema titulado La cautiva.
E s t e bardo argentino dej a u n lado a Dido y Argia, que sus predecesores los Vrelas
t r a t a r o n con maestra clsica y estro potico, pero sin suceso y sin consecuencia,
porque n a d a agregaban al caudal de nociones europeas, y volvi sus miradas al desierto, y all en la inmensidad sin lmites, en las soledades en que vaga el salvaje,
en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los campos se incendian,
hall las inspiraciones que proporcionan a la imaginacin el espectculo de u n a naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada, y entonces el eco de sus
versos pudo hacerse or con aprobacin aun por la pennsula espaola. {Facundo,
Primera parte, cap.II).
204
Amalia
306
XCVIII
207
su
Cf. pasajes cual el del baile, con las mironas y el bastonero; la representacin de u n drama lacrimoso en uno de nuestros teatros; el apostrofe nocturno y byroneano al Ro de la P l a t a ; la escena en la comisaria, con m a t e y t o d o . . . Por lo que
hace al baile, conceba Echeverra particulares esperanzas de acierto: En la 2 a p a r t e
he entrado de lleno en el fondo de nuestra sociabilidad y todo el poema n o saldr
de ella. Representa o ms bien bosqueja u n gran baile nuestro en el cual aparecen
de bulto las principales figuras del poema. (De u n a carta a Juan Mara Gutirrez,
Montevideo, 3 de abril de 1843). Me parece ser cosa nueva la pintura de u n baile
nuestro con todas sus hablillas y peculiaridades. (De otra carta al mismo Gutirrez,
Montevideo, 21 de marzo de 1844).
ls
XCIX
era posible disponer de u n a versin al castellano o al francs. Indicio de ello lo proporciona su anlisis de The training system, established in the Glasgow Normal
Seminary
and the Model Schools, by David Stove, esq. Dicho anlisis que seguramente no fu
el nico que efectu el empeoso argentino se completa con una transcripcin
de prrafos tomados directamente del original ingls y copiados por Echeverra en
este idioma.- (La observacin entre comillas es de Gutirrez. Cf. Obras completas,
t. V, p . 403-406).
F a l t a u n estudio ajustado de los influjos ingleses en la formacin intelectual
y literaria de Echeverra. Algo poco hemos dicho en otro sitio. (Vase N G E L
J. BATTISTESSA, Echeverra, Byron y Goethe; Echeverra y Wordsworth, en los ensayos recordados en las notas n 3 89 y 32, respectivamente). L a influencia byroniana
deja margen para nuevas observaciones. Ecos difusos, pero b a s t a n t e perceptibles,
i n d i c a n j u n t o a las menciones e x p l c i t a s buena lectura y pertinente noticia
de pensadores y doctrinarios como Bacon, Locke, Newton, Berkeley, Addison,
Adam S m i t h y B e n t h a m . Despus de Byron, Shakespeare, al que Echeverra menciona repetidas veces y del que muestra conocer varias obras (singularmente Hamlet,
Macbeth, telo, Enrique IV y Ricardo III), es sin d u d a el poeta ingls q u e m s
frecuent nuestro romntico. Milton, con su Paraso perdido, parece haberle ido a
la zaga. Lugar asimismo honorable ocupan Wordsworth, Coleridge, Burns, Walter
Scott y T h o m a s Moore.
E l anlisis y la ponderacin de elementos t a n varios quedan tambin para u n a
de nuestras series de Temas y motivos argentinos.
317
Vase lo que indicamos, con numerosas precisiones textuales, en Ecos de la
cultura alemana en Echeverra. (Cf. n o t a n 32),
ils
Echeverra haba escuchado en la Universidad dos cursos de latn, en la
clase eficaz, a u n q u e ms llorada que dicha, de don Mariano Guerra. P o r su propio
empeo guard despus distinguida aficin a la lengua del Lacio. E n sus obras doctrinales a p u n t a n bastantes nombres de escritores romanos, y con significativa frecuencia los de Virgilio y Horacio. Los epgrafes en latn sin olvido de los versculos
de Job, el Salterio, el Eclesiasts y el Apocalipsis en la versin de San Jernimo
fueron tambin de su agrado. Reminiscencias clsicas b a s t a n t e precisas, aunque de
previsible sesgo escolar, se observan en sus poemas y sus prosas. (Cf. Los consuelos,
las Rimas, etctera).
Echeverra el detalle n o ha sido indicado, e importa parece haber tenido
alguna curiosidad incluso por el griego. E n t r e los libros que hubo de m a l b a r a t a r en
Montevideo (la indicacin consta en el citado nmero de El Nacional del 22 de julio
de 1841), j u n t o al tomo de la Gramtica latina de Lhomond campea el de la Gramtica
griega de Bournouf, u n a y otra segn la redaccin francesa primigenia. A travs de
versiones francesas y espaolas, el escritor argentino muestra haber tenido noticias
ms o menos amplias de Homero, Platn, Aristteles, Epicteto, Epicuro, P n d a r o ,
Tecrito, Sfocles, Plutarco, etctera. Posey, asimismo, discretas nociones acerca
de la mitologa y el arte griegos. (Por razones de fecha y de procedencia conoci sin
d u d a la Mitologa para el uso de las escuelas de la Compaa de Jess. Buenos Aires,
I m p r e n t a del E s t a d o , 1837).
iI9
CI
423
CU
229
CU I
229
CIII
238
Cf. la nota n 5.
Cf. el texto de la edicin de 1837 con los pasajes del manuscrito reproducido en el APNDICE.
340
E n la carta, y a varias veces mencionada, a Flix Fras. (Cf. las notas n oS 55,
121 y 189). Vanse, adems, los datos adicionados en el A P N D I C E y el folio ah facsimilarmente reproducido.
2il
Algo conviene observar a ttulo complementario. E n el texto de El matadero en el que con t a n t a frecuencia se lo hace no h a y por qu paliar demasiadamente la crudeza de ciertas palabras y la salacidad de algunas frases interjectivas.
J u a n Mara Gutirrez, en el curso de la Advertencia que recuperamos en el A P N DICE (vase ms adelante en pgina 191), supo asentar u n a prevencin m u y atendible,
si bien b a s t a n t e desoda. El criterio de saltear ciertas inconveniencias expresivas
es sin duda plausible en las ediciones escolares (en el supuesto, claro est, de que El
matadero pueda ser materia para los estudios de la primera enseanza). E n las dems
ediciones, en cambio, la supresin de determinados trminos o las abreviaciones
que pro pudore los atenan sin escamotearlos deslen p a r t e del color y la intencin
misma del boceto echeverriano. Pinsese que el a u t o r no emplea tales dicharachos
por personal complacencia, y s porque los sabe connaturales a individuos raheces,
y por eso caracterizadores de unos tipos y del ambiente que los enmarca. Los dicharachos aludidos condicen con la tcnica directa, realista, de la que el boceto da u n
anticipo en pleno romanticismo. Suele resultar fcil entrever antecedentes en la vieja
novela picaresca, mas hacia 1840 n a d a parecido puede encontrarse en E s p a a por
mucho que nos asomemos a las lindas pero todava poco resueltas pinceladas de u n
Estbanez Caldern, u n Mesonero Romanos o u n a Cecilia Bhl de Faber. Con u n
m s amplio salto cronolgico y aun geogrfico sera preciso sobrevolar los
Pirineos y hablar incluso de naturalismo. All p o r el 80, en el debido momento, el
"anticipo" no pas inadvertido: "Los actuales partidarios de M . Zola no hallaran
nada que reprochar en las pginas de El matadero, c u y a pintura naturalista, demuestra el profundo talento de observacin de su autor, de que y a haba dado pruebas
en La cautiva"
( R A F A E L OBLIGADO, Obras selectas de Esteban Echeverra,
Buenos
Aires, Pedro I r u m e editor, 1885, pg. 12). Forzoso es pues que c a d a texto quede
en su registro. A veces importa andar con cautela en esto de suprimir palabras y
aun letras. E n cierto casos y ste es uno , quitarlas supone desbaratar toda u n a
perspectiva literaria o desfigurar u n a atendible posicin esttica. Al editar esos
textos y a a salvo los escrpulos pedaggicos ni fillogos ni eruditos deberan
olvidarlo.
339
242
As la acentuacin prosdicamente m s adecuada a su verso, o la que reflej a b a , acaso, el habla usual del poeta. E n lo primero: cndor, y no cndor; crel y no
cruel. . . ; en lo segundo: paraso, y no paraso; va, y no vea; creanla y n o creanla,
etctera.
CIV