Helú Cuentos

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El texto trata sobre una serie de asesinatos ocurridos en una administración y las teorías de Carlos Miranda para resolverlos.

Carlos Miranda teoriza que don Pascual y el mozo eran cómplices del administrador en los asesinatos y que este último los mató para deshacerse de ellos.

Carlos Miranda se echa a un lado asustado, convencido de que el gendarme ha notado su movimiento.

La

OBLIGACION

de

ASESINAR

Prlogo
de Xavier Villaurrutia

Antonio Hel
~

Una nueva seleccin de los narradores,


poetas y ensayistas que han forjado la
literatura mexicana del presente siglo

38
LECTURAS
MEXICANAS
Tercera

Serie

Con..o N-.:lonal
PI<~I.

Cultura y l Art

NDICE
Prlogo .........................................

Un clavo saca otro clavo .............. ,..........

13

El hombre de la otra acera ...... . . . . . . . . . . .. . . . . .

23

El fistol de corbata ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

33

Piropos a medianoche ...........................

45

Cuentas claras ..................................

53

Las tres bolas de billar ..........................

63

La obligacin de asesinar ........................

73

Primera edicin: 1957, Editorial Novaro


Primera edicin en Lecturas Mexicanas: 1991
Produccin: Direccin General de Publicaciones del
CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA
Y LAS ARTES
D.R. 1991, para la presente edicin
Direccin General de Publicaciones
Av. Revolucin 1877, 10 piso
San ngel, CP 01000
Mxico. D.F.
ISBN 968-29-3506-7
Impreso y hecho en Mxico

PRLOGO
Si yo fuera novelista o cuentista escribiria novelas o cuentos
policiacos. Las novelas y cuentos policiacos tienen,al menos,
un sector definido de lectores fieles a las emociones que les pro
duce un gnero tan bien definido como ellos. Lo malo, en mi ca
so particular, es que no he escrito an una novela ni siquiera
un cuento propiamente dichos. Cuando algn critico, ms ma
licioso que justo, alude a Dama de Corazones considerndola
como una novela, y ms an como una novela frus~rada, se
equivoca. El texto de Dama de Corazones no pretende ser el
de una novela ni alcanzar nada ms de lo que me propuse que
fuera: un monlogo interior en que segua la corriente de la
conciencia de un personaje durante un tiempo real preciso, y
durante un tiempo psquico condicionado por las reflexiones
conscientes, por las emociones y por los sueos reales o inven
tados del protagonista que, al pesar de expresarse en prime
ra persona, no es necesariamente yo mismo, del modo que
Hamlet o Segismundo -para citar dos ejemplos tan grandes
como conocidos- no son' necesariamente Shakespeare ni Calde
rn. Dama de Corazones pretendia, a la vez, ser un ejercicio
de prosa dinmica, erizada de metforas, gil y ligera, como la
que, como una imagen del tiempo en que fue escrita, cultiva
ban Giraudoux o, ms modestamente, Pierre Girard. La ver
dad es que, por la razn expuesta en las primeras lineas, si
algn da cedo a la tentacin de escribir una novela o una serie
de cuentos, pienso que sern novela o cuentos policiacos.
La novela poJi(!ia.c.a es~ U1.l~a.}.:~I!-gy._4<i~_Ia..novela de aven
turas. gnero tan definido como la legin de~sus VidoslecCO:
-res -de todas partes del mundo. 'pe ella ~od~:rno~ulecirl(L~
Remy de Gourmont decia de las novelas"pornogr-fiCs.:"..qmLti.&,

~~3a~~. :~~!~~~~~~::f},i~~~~~~:1~~%~~~~crii~ra~f!
a l"novela~ensy.o:--aT-iiOvela-biografia, a las biografias
novelas, las novelas policiacas tienen la ventaja de ser, al me
nos, policiacas, lo que equivale, de una vez por todas. a
asegurar un alimento ms o menos rico en las sustancias que

el lector busca para su nutricin. Y lo que busca el lector de


novelas de aventuras y, ms concretamente, de novelas poli
ciacas -que ahora nos preocupan- es, ante todo, diversin e
inters. La primera depende del segundo. Si la novela interesa,
el lector ya no la dej ar caer de las manos. Pero el inters que
debe despertar el novelista del gnero policiaco no es el mismo
que deben tener todas las novelas, sino un inters sui gneris,
basado en el emgma, en el misterio. Enigma, misterio. He aqui
dos cosas que interesan al hombre desde que el mundo es mun
do y que lo interesarn siempre. El enigma devora al hombre
en tanto que ste no alcanza la solucin, del mismo modo que
el lector devora la novela enigmtica hasta llegar a ese momen
to en que el autor da la solucin del misterio, del enigma que
ha puesto en pie delante del lector y que ha vestido de sombras
para hacerlo ms compacto. pero que habr de desnudar sabia
mente en el momento victorioso de la solucin. La misin del
novelista policiaco es intrigar al lector, despertando su curiosi
dad hasta el punto de enfermarlo, crendole una especie de in
toxicacin anhelante en que el lector pugna por mantenerse
lcido a fin de adivinar o resolver por su cuenta la solucin del
misterio. Esta solucin deber llegar a su tiempo y nunca an
tes, a fin de constituir. en un momento dado, una cat8l1Jis, una
purificacin del lector que deber experimentar una sensacin
de alivio y descanso.
Los efectos de una novela policiaca debern estar an ms
y mejor calculados que los de una obra de teatro. Por otra par
te, la presentacin o la narracin de los hechos debern obrar
magntieamente sobre el lector. Sin estas dos cualidades la
obra resultar. pobre y el lector la abandonar o,loque es peor.
la arrojar lejos de sl cuando, una vez alcanzado el punto de
llegada. la solucin no corresponda a la tensin de que ha sido
vlctima durante la trayectoria.
Cuando un autor logra imantar, magnetizar al lector, bien
puede darse el gusto de filtrar en su obra y, en consecuencia.
en la mente de la vctima, que es el lector mismo, las ideas que
quiera difundir o, simplemente, expresar sobre las ms varia
das cosas. El gran novelista Gilbert K. Chesterton, que domi
naba al lector gracias a la sabia disposicin de los efectos y al
magnetismo de su narracin, no hizo otra cosa. Gracias a ello,
sus cuentos policiacos, adems de grandes breves cuentos, son
agudos. insensibles instrumentos de penetracin y deliciosos
veh1culos de expresi4n de las ideas catlicas que le interesaba
10

plantear, discutir y, sobre todo, propagar. Este claro ejemplo


hace pensar en la injusticia y en la necedad de quienes se atre
ven an a mirar el gnero de la novela de aventuras, y particu
larmente el gnero policiaco, por encima del hombro. U~a v~
dominados los medios de expresin, un cuento"'policiaco puede
_~f =comc:fenetcaso de-Che!~ftQ~':::"::::un iipo~1cin te9lgi
_ca;1)~-~CbiilQ-e'::~ge1~lli~~Q~~~t=JmJlO8ma o un
prob1em&metaft si co...
-MS de una vez me he preguntado por qu razones nuestros
escritores no cultivan el gnero de novelas y cuentos policia
cos. Existen, sin duda. otrS razones que no son ya la8 del sim
ple desdn con que, en gener81,lo miran. E~ponet aqUi estas
razoneS 8~r1a largo y tedioso y equivaldria a dete~erse a consi
derar el de$ierto sin advertir que, para la sed de los lectores de
novelas policiacas, existe ya el pequefo oasis de los cuentos
policiacos de Antonio Hel. Porque Antonio Hel ha cultivado
desde hace algunos afios, modesta y silenciosamente. esta for
ma de expresin.
"
Otros escritores mexicanos empiezan a dar sefales de inte
rs en el mismo campo; pero Antonio Hel tiene entre nosotros
una categoria de precursor. Sus cuentos nos llegan ahora tra
ducidos al ingls en las revistas norteameric8l\as que se han
especializado en el gnero policiaco. El protagonista de la
mayora de ell'?s viene a ser el primer detective mexicano que
se instala en la numerosa legin extranjera, o, dicho de otro mo-"
do, en el nutrido santoral en que el padre Brown es mi favorito,
como Ar~lio Lupin parece ser Uno de los san.tos laicos de la
devocin de Ahtonio Hel.
El protagonista de una serie considerable de cuentos de An
tonio Hel tiene un nombre claro, sencillo y amigo de la memo
ria. Se llama Mximo Roldn. No he encontrado en los cuentos
que he tenido la suerte de leer; yen que Mximo Roldn apare
ce, una descripcin fisica, una ficha de identificacin con sus
sefas particulares. Tal vez su inventor no se ha preocupado o,
lo que es m(ls probable, no ha querido preocuparse por retra
tarlo de UI18 vez por todas, concreta y definitivamente, ante
sus lactores, en SU aspecto fsico. En cambio, resulta fcil de
cir que Mximo Roldn es ingenioso, agudo y, sobre todo, rpi
do; que Mximo Roldn es a un tiempo ladrn y policla, a su
modo; qu tiene un particular sentido de la justicia, y que pro- .
cede por aparentes intuiciones fulminantes que, en el momento
de la explicacin, descubrimos que no son tales intuiciones, si
,11

no reflexiones, deducciones, inducciones de una rapidez extra


ordinaria, slo que han obrado en su mente con la velocidad del
relmpago.
El estilo de Antonio Hel no lo pone en peligro de instalarlo
en un silln de la Academia de la Lengua ni en el de ninguna
otra academia, cosa que, estoy seguro, no slo no le preocupa,
sino que le haria temblar. Tiene, a cambio de una correccin es
tilistica, otros mritos menos frecuentes: desde luego, la eco
nomia tan necesaria en el gnero que cultiva; el desenfado; la
gracia coloquial y una nerviosidad que corresponde muy preci
samente a la persona de Antonio Hel, de lo cual podemos afir
mar que es como su manera de escribir, y como imaginamos a
su protagonista, Mximo Roldn: delgado, inteligente, nervio
so y ... explosivo.

x. v.

12

UN CLAVO SACA OTRO CLAVO


1

Si a Mximo Roldn le hubiesen jurado que al da siguiente


habra de convertirse en un ladrn, de seguro que tomara tal
cosa como injuria, sin ms objeto que el de provocar ria con
l. y si la misma persona hubiese aadido que se convertira
en asesino, habra tomado algunas precauciones contra quien
tal dijera que, de seguro, fuera un loco. Ni en sueos crey ja
ms hacer lo que hizo. Y la cosa fue muy sencilla:
El administrador de las propiedades de doa Juana Fernn
dez de Serrano acababa de abrir la caja fuerte donde, conver
tidas en billetes de banco, se iban acumulando las rentas del
mes, que giraba cada treinta das a las rdenes de doa Jua
na, en Pars a la sazn. Era lo que mes a mes haca, en ese
mismo sitio, en ese mismo da, a la m~sma hora casi, y siempre
delante de Roldn, el administrador de las propiedades de do
a Juana Fernndez de Serrano. Slo que esta vez el espritu
travieso de Roldn se permiti una pequea chanza. No de
ca Proudhon que la propiedad constitua un robo? Y pro
nunci, cuando el administrador sac los billetes de banco y
se dio a la tarea de hacer fajos con ellos:
-Caray, don Pancho, cmo roba usted!
Fue eso tan rpido y sencillo ...
Como si le picaran, el administrador dio un brinco y se
qued parado frente a Mximo Roldn. Lo mir espantosa
mente, horriblemente, desesperadamente. Y sin previo aviso
-para cundo son las buenas formas, seor?- sac del bol
sillo un revlver y dio con la culata un formidable golpe sobre
la frente de Mximo Roldn, quien apenas tuvo 'tiempo de
darse cuenta de algo. Vio al administrador venir hacia l; vio
el movimiento rpido que hiciera para sacar el revlver, y le
13

pareci, entonces, que algo extraordinario aconteca. Fue to


do porque un instante despus sinti el golpe que lo hizo caer
al suelo sin sentido.
Lo recobr() uno o dos minutos ms tarde. El caftn de un re
, vlver onf~b. hacia 61. Hizo un movimiento para adquirir
. comodidad. Y oy quele decan:
-Ya te habas dado cuenta, eh?
No comprendi. Volvieron a decirle:
-Bueno. No s cmo habr sido; pero lo cierto es que a m
no me conviene. A menos que quisieras ayudarme, y enton
ces, "a gananCia sera para los d.os ...
Mximo Roldn hizo otro movimiento, sin contestar.
-La cosa no se nota -sigui el otro-o No hay quien se
pa, excepto t y yo, la cantidad que se recoge cada mes. Es
mucho dinero. De eso, la tercera parte ser para nosotros ...
Ya tena pensado asociarte a mi negocio ... Como la i<,lea es
ma, y yo me encargar de casi todo, me tocar un poco ms
que a ti... T te encargars de los libros ... Entiendes de eso
mejor que yo.
.
Mximo Roldn se incorpor6ligeramente. Haba r;:ompren
dido lo que se le propona, pero no trataba de discernir. Escu
chaba automticaIlente.
-T sabes. S610 nosotros dos ... En realidad, no necesito
de tu ayuda... Yo solo puedo hac~rlo todo. Pero, si t te en
cargas de los libros, quedar mejor la cosa ... Ahora, que si
no quieres...
Mximo Roldn se estremeci. El administrador amenazaba.
-T dices... Estamos solos, y no vendr ya nadie hasta
maftana... Recuerdas que en el patio, alguna vez hemos tira
do al blanco ...? Puedo vaciar los seis tiros que tiene la pistola
sin que nadie se d cuenta ... Eh, te fijas ...? Es tan fcil... Y
luego, con hacer un hoyo en el patio... Ya ves qu bien resul
ta. Maftana, mi Mximo Roldn, ni el dinero de las rentas
-ni un slo centavo del dinero de las rentas-, fjate bien,
aparecen por ninguna parte ... Claro est que Mximo Roldn
se rob el dinero y se escap ... Eh, qu te parece?
Ahora s, Mximo Roldn empezaba a discernir.
- Tal v~z sea eso lo mejor -continu el otro-o Con lo que
14

poseo, ms el dinero de estemes, tengo bastante ... Y como el


ladrn vas a s,er t...
-Oiga, don Pancho...
-Qu?
-Yo le ayudo.
-S, eh? Te parece bien ... Pero, mira: pensndolo mjor,
me parece a m ms bien lo otro.
Mximo Roldn sinti un ligero temblor por todo el cuerpo.
-Usted no har eso, don Pancho.

-No? Por qu?


~Porque no le conviene. Tarde o temprano llegara a sa
berse. Si deja ustedJa administracin inmediatamente, y se va
a disfrutar del dinero, entrarn en sospechas y lograrn averi
guar la verdad: Y si, para disimular, sigue usted uno o dos me
ses aqu, encontrarn muy raro que Mximo Roldn no d
seftalesde vida por ninguna parte, y acabarn por averiguar
tambin.
.
Mximo Roldn se puso en pie. Continu:
-Mientras que si yo le ayudo ... Fjese usted, don Pan
cho... Si yo le ayudo, nunca se sabr de lo que hasta ahora ha
venido usted haciendo. Pongo al corriente todo: los cobros"
los recibos, los libros, las cartas ... Todo... Podremos apartar
la mitad de las ganancias. Tres cuartas partes para usted y la
otra para m... En pOcos meses ser U$ted tan rico como la pa
trona, don Pancho... Tan rico como ella.
Hubo una pausa. El administrador haba dejado de apun
tar con el revlver.
-Ahora -continu Mximo Roldn-, hagamos una co
sa. Firmar un ppel comprometindome a ayudarle en to
do... Le parece ...? No, usted no; pierda cuidado, que usted
no habr de comprometerse a nada... Me basta su palabra.
-Bueno, vamos a ver. Yo tampoco quiero que me firmes
nada.
.
-No; yo s lo firmo. Quiero que tenga usted completa con
fianza en m.
-Ya la tengo, hombre, ya la tengo.
-Dme usted un papel, don Pancho.
-Bueno, en fin, si lo quieres .. Pero conste que no hay ne
cesidad.
15

--------~._

.. _._ ... _-

.~---_._

..

_..__ .

Mximo Roldn se aproxim a la mesa, y se apoder del re


vlver que acababa de soltar el administrador. Luego,
apuntando:
-Y qu me dice usted ahora, don Pancho ... ? Levante us
ted las manos ... Me va a hacer el favor de salir delante de m,
bajar las escaleras y acercarse a un gendarme ... Ande.
El administrador, con las manos en alto, a duras penas con
tena la rabia que lo ahogaba. Mximo Roldn adquiri todo
su aplomo.
-Pero ande, hombre ... Qu le pasa... ? A ver: dgame us
ted otra vez eso de los seis tiros de la pistola ... Conque se
puede vaciar sin que se oigan los disparos ... ? No me parece
mal. Aunque, bien mirado, no me importara que se oyeran ...
Es usted un ladrn, y ello bastar. para exculparme ... Porque,
sabe usted, don Pancho?, siento ganas de matarlo aqu mis
mo, por bandido.
-Pero... pero todos creern que me has asesinado ... para
asaltarme.
-Asaltarlo a usted, a un ladrn como usted? Bueno. Qui
z tenga razn. Despus de todo, es usted el administrador, y
lo ms natural sera que lo hubiesen asaltado. Y, claro, la cul
pa la... No se mueva ... ! Levante usted bien los brazos, don
Pancho ... ; la culpa la tendra yo ... Pero siento unas ganas ... !
Dice usted que no se oyen los disparos ...? Eh? No se
oyen ... ? No se mueva ... ! Dgame usted cunto dinero se ha
robado hasta ahora ... Poco ms o menos, claro est... a ver ...
Recuerde... Que no se mueva, desgraciado! Si vuelve usted
a ~overse, dispa ... !
Sonaron dos detonaciones seguidas.
El administrador, herido en pleno pecho, se desplom de
bruces. Tuvo una ligera convulsin y qued inerte. Estaba
muerto.
Mximo Roldn no hall, al pronto, qu hacer. No espera- .
ba ese desenlace, por ms que haba bromeado en torno de l.
Y ahora ...1 Llamaba a la polica1 O escapaba... ? Escapar
era denunciarse. Pero llamar, no era ent(egarse, encarcelar
se, por ms que fuera inocente? Despus de todo ...
Mir a la mesa. Quince o veinte fajos de billetes, de mil pe
sos cada uno, yacan ah... Quince o veinte mil pesos ...
16

Cuntos eran quince o veinte mil pesos ... 1 Eran muchos.


Quince o veinte mil pesos era toda esa bola de billetes de ban
co que vea sobre la mesa ... Y con cada uno de esos billetes l
era capaz de hacer cada cosa... Qu bola de cosas se podan
hacer con ellos!
.
Acababa de matar a un individuo en legtima defensa ...
En legtima defensa1 Era lo mismo ... Le haba dado muerte
por bandido. Slo que lo importante para l, en el momento,
era no ir a la crcel. Noticiando a la polica, iba, de seguro. No
habra hombre bien intencionado capaz de creerle que el ad
ministrador era un bandido y que l le haba dado muerte por
eso. No dara aviso.
Huir. El cadver podra permanecer all toda la noche, sin
que nadie se enterase. Hasta el da siguiente a las diez de la
mafiana, no llegara el primer empleado. En diligencias y ne
cedades transcurriran dos horas ms. En ese momento eran
las cuatro de la tarde. Tena, pues, dieciocho o veinte horas
disponibles para elaborar un plan y ponerse en salvo. Provi
sionalmente, desde luego, en tanto se aclaraba todo.
Mir a la mesa ... Caramba... ! Haba ah veinte mil pe
sos ... ? Qu poco bulto hacen veinte mil pesos ... ! Casi, casi,
podran guardarse todos los billetes en una pequea caja de
cartn ... En una maleta de mano, ni se diga. Habra espacio
todava para algunas cosas ms... Para ropa blanca, por
ejemplo.
Bueno. El caso era que habra de decidirse a tomar una
determinacin para ocultarse algunos das ... Para ocultarse;
pero, dnde ... 1 El bandido ese lo hubiera matado a l impu
nemente, y lo habra hecho pasar como ladrn, por aadidu
ra. Y no se hubiera visto obligado a permanecer oculto ...
Vaya un bandido ... ! Y fue se quien estuvo a punto de
disfrutar de aquellos veinte mil pesos? Si el mundo est he
cho al revs, sefiorl l, vamos, hombre!, l mereca aquel di
nero cien veces ms ...
Con veinte mil pesos ... Diablos ... ! Con veinte mil pesos
poda ocultarse perfectamente. Poda ... ; poda, por ejemplo,
tomar esa misma noche el nocturno para Veracruz y embar
carse al da siguiente para La Habana, o para Nueva York,
o para Europa.
17

A Rusia. Que lo buscaran en Rusia ... Eso era; que lo bus


caran en Rusia.
Mximo Roldn-asesino ... Qu ms daba ahora ser la
drn ... ? Una maleta, una pequea maleta! Dnde habia
una maleta ... ?
Vaya, estaba tonto ... ! El dinero en una maleta, slo para
salir de aquel despacho? En los bolsillos, hombre, en los
bolsillos; no faltaba ms!
Cogi febrilmente los fajos de billetes y los introdujo en
los bolsillos del pantaln, en los del saco, en donde caban.
Las cuatro y media. Ira a casa, a proveerse de lo ms in
dispensable para emprender un viaje. Abri el cajn de su es
critorio y sac una gua de ferrocarriles. El nocturno para
Veracruz sala a las 19:30. Tena tiempo. Lo importante en
las horas que le quedaban de permanecer en la ciudad era
conducirse naturalmente, como si nada hubiese acontecido.
Ir a su casa primero. Luego, hacer lo de costumbre: ver a la
novia a las siete ... Ver a la novia a las siete ... ? Caramba!
Eso ... Echara un volado ... guila, iba. Cay sol. No ira.
Esa misma noche no hara ella nada por averiguar la causa
de su ausencia. Al da siguiente, cuando toda la ciudad se en
terase de que era un ladrn y un asesino ...
Bueno. Haba algo que hacer, an, en el despacho ... ? Cu
bri el cadver con un abrigo que colgaba del perchero. Se
asegur de que su traje, su peinado y su aspecto todo estaban
en orden. Cerr tras de s la puerta del despacho dando dos
vueltas a la llave que, una vez en el patio, arroj a la azotea,
y baj las escaleras que conducan a la puerta de salida a la
calle. Ya en sta, torn a cerrar con llave, como haca ordina
riamente, y emprendi el camino de su casa.
La cosa fue tan rpida y sencilla ...
Mximo RoldAn, quien el da anterior poda considerarse
entre los hombres ms honorables que existan en el mundo,
acababa de convertirse en un ladrn y un asesino.

11
Una ligera llovizna empez a cae!. El suelo se fue humede
ciendo poco a poco, hasta quedar completamente cubierto de
18

agua. Las suelas de goma de su calzado dificultaban la mar


cha. Resbalaba. A duras penas lleg a la esquina e hizo que
parara un camin. Se aproxim, tanteando el suelo, mate
rialmente, con los pies, y los brazos extendidos, pronto a
asirse. Viendo su actitud y la dificultad con que marchaba,
el cobrador y un pasajero le tendieron las manos, ofrecindo
le su apoyo.
-Se siente usted mal, seor?
-No. Por qu?
-Est usted tan plido, que cre...
Demonio! Si le fueran a notar ahora en la cara lo que
acababa de hacer? Inclin la cabeza, tratando de ocultar el
rostro. Luego, se llev la mano al bolsillo del pantaln, para
sacar el importe del pasaje, y su mano tropez con los fajos
de billetes. El portamonedas haba quedado abajo ... Sacaba
los billetes para alcanzar el monedero ... ? Caramba! Era un
contratiempo. Con algn tacto podra sacar un billete solo y
pagar con l. .. Pagar con un billete? Y si ste resultaba de
veinte, o de cincuenta, o de cien pesos ... ? El ms ingenuo, si
no llegaba a sospechar algo, creera, por lo menos, que esta
ba loco. Trat de hacer un esfuerzo por alcanzar el monede
ro ... Pero el bolsillo, bien atestado de billetes, no dejaba ya
cabida para nada. Al fin se decidi:
-Perdone. He olvidado el dinero en casa. Me bajo en esa
esquina.
La expendedora de jaletinas lo vio bajar del camin. Lo
vio adelantar un pie, retrocederlo, adelantar el otro, juntar los
dos, y extender los brazos para guardar equilibrio. Lo vio de
dicado a un baile original. Tan ridculo, tan grotesco, que la
expendedora de jaletinas inici una sonrisa. De pronto lo vio
que patinaba sobre el suelo totalmente mojado. Y lo vio ve
nir, patinando, derechamente hacia la mesa que contena las
jaletinas.
-Eh! Oiga! -grit la expendedora.
No le hizo caso. Ahora, ms rpidamente, se dej venir el
otro, con la cabeza gacha y dando traspis, en direccin al
puesto.
19

-Siquiera djeme quitar la mesa! -alcanz a gritar an


la expendedora.
Pero su tentativa de retirar la mesa fue intil. Con todo el
peso de su cuerpo fue a dar el otro contra los vasos de jaleti
nas, que saltaron como proyectiles para ir a estrellarse y ha
cerse aicos contra el suelo.
Mximo Roldn se sinti ir de bruces contra la mesa, vol
car su contenido, y caer l luego sobre algo gelatinoso. Y sin
ti en el acto dos garras que lo asan de los hombros y lo
zarandeaban, al mismo tiempo que una voz le gritaba en los
odos:
-Ahora me paga ust las jaletinas!
Logr ponerse en pie y desasirse, y se volvi de frente hacia
la voz.
-Me va ust a pagar las jaletinas, o llamo a un gen
darme!
Los transentes se a~lomeraban ya, detenidos por la curio
sidad. Una mujer -probablemente la expendedora de todo
aquello que yaca en el suelo- se haba puesto en jarras y lo
miraba retadoramente.
-Conque, me paga ust, o lo mando a la comisara.
Mximo Roldn sinti un escalofro.
-Clmese, sefiora.
y quien debera tener calma era l. .. Se llev la mano a un
bolsillo. Habra que sacar un billete y pagar, antes de que las
proporciones del escndalo aumentaran. Y, por si el billete
resultaba de cincuenta o de cien pesos, habra que advertir a
la mujer de que no llevaba ms dinero. Logr coger uno y sa
carlo poco a poco
-Extendi el brazo y alarg el billete, sin mirarlo.
-Es todo lo que tengo. Va usted a hacerme el favor de co
brar y darme el vuelto.
Cogi la otra el billete que le tenda Mximo Roldn, y lo
examin un segundo.
-Faltan cinco, sefior.
-Eh?
-Que me da ust un billete de cinco, y son diez pesos.
Y ahora ... ? Qu atolladero, sefior ... ! Le quedaba el re
curso de regatear:
20

-Cmo diez? No llega a cinco pesos. Se puede usted que


dar con el billete.
Necesitaba de toda su entereza para no exaltarse. A las cla
ras se vea el propsito de aquella mujer de aprovechar la
situacin para obtener ms dinero. Dio media vuelta y se dis
puso a marchar. Pero la mujer se puso enfrente, atajndole
el paso.
-Oiga, sefior; son diez pesos.
-Pero eso que le di es todo lo que tengo.
-Pues faltan- cinco.
Mximo Roldn no pudo ms. Su indignacin, largamente
contenida por una elemental prudencia, estall al fin:
-Es usted una vieja sinvergenza!
-Lo ser ust, ladrn!
La expendedora de jaletinas solt la palabra ladrn con la
mayor naturalidad del mundo, sin cambiar de entonacin,
sin darle mayor nfasis, sin intentar decir otra cosa que la
drn. Pero se percat de que, al orla, el otro se haba demu
dado. Lo vio entremecerse y empalidecer. Y oy su voz tem
blante de ira:
-Cllese, desgraciada!
La expendedora de jaletinas se regocij. Haba dado con
el lado flaco del individuo aquel. Esto le arde, se dijo. Y,
ahora s, llenndose la boca, pronunci con todas sus ganas:
-Ladrn!
y se arrepinti en el acto. Porque algo horrible, espantoso,
se dej ir sobre ella. Algo que la golpe brutalmente en pleno
rostro, que la cogi del cuello, y que empez a gritar, dicien
do al mismo tiempo:
-Cllese, cllese, cllese!
Hasta que sinti que la soltaban bruscamente, dejndola
en plena libertad de movimientos.
y vio al otro sujetado por dos agentes de polica.
Cuando Mximo Roldn se dio cuenta de que 10 que estaba
haciendo era perderse, fue demasiado tarde. Dos policas lo
haban cogido, uno de cada brazo, impidindole cualquier
tentativa de fuga. Se le present, con toda claridad, su situa
cin comprometida. Los golpes a la mujer lo conducan a la
crcel. Y los veinte mil pesos en billetes de banco que llevaba
21

en los bolsillos no podan ser ms acusadores. Veinte mil pe


sos se llevan as, en los bolsillos del traje? Ya dnde? Y
por qu? Y para qu ... ? Y era se, adems, quien se haba
negado a pagar diez pesos?
Mximo Roldn sinti deseos de rer. La polica, que igno
raba an que en tal calle, un momento antes, se haba cometi
do un crimen, acababa de apresar al "asesino... Al asesi
no ... ? Al asesino no lo hubiera aprehendido nunca. Acababa
de aprehender a un individuo que haba destruido un pues
to de jaletinas, y golpeado a la propietaria... Pero, psh!, era
lo mismo.
El tren nocturno para Veracruz... ? La Habana...?
Nueva York, Europa, Rusia ... ? La crcel; no haba ms
que la crcel. . .! A menos que ... ; a menos que en el camino
se le ocurriese algo ... Pagar a la mujer y sobornar a los agen
tes ... O deshacerse, en cualquier forma, del dinero que lleva
ba en los bolsillos ...
Bueno. De aqu a la crcel haba algn trecho.
Mximo Roldn empezaba, en ese momento, su vida de la
drn profesional.

22

EL HOMBRE DE LA OTRA ACERA


No iba sujeto Mximo Roldn por los dos agentes. Bastaba
con que fuera entre los dos para que no tuviera medio alguno
de escapar. De escapar corriendo, por supuesto. Que otro
medio, poniendo en juego su ingenio, s podra facilitarle su
libertad, as se viera l rodeado de toda una legin de policas.
Algo atrajo, de pronto, su inters. Algo que se desarrolla
ba en la banqueta frontera. Y al cabo de dos o tres minutos
de observacin, empez a decir, en voz alta:
-Uno, dos, tres, un paso a la izquierda; 'uno, dos, un paso
a la derecha; uno, dos, tres, un paso a la izquierda; uno, dos,
un paso a la derecha.
Los agentes abrieron la boca y se lo quedaron viendo. Uno
de ellos se llev la mano al sitio donde guardaba la pistola.
El otro se conform con sujetarlo fuertemente por uno de los
brazos. Mximo Roldn continu:
-Uno, dos, tres, un paso a la izquierda; uno, dos, un paso
a la derecha ...
Uno de los agentes no pudo ms.
-Oiga, amigo! Qu es lo que usted quiere?
-Uno, dos, tres, un paso a la izquierda...
-Bueno, vamos a ver: dganos ust de qu se trata -dijo
el otro agente, que no haba conseguido cerrar la boca.
-Uno, dos, un paso a la derecha ...
Mximo Roldn segua hablando en esa forma, sin apartar
la vista ni un solo instante de la acera que tena a la derecha.
Los dos agentes renunciaron a seguir interrogndolo. E ins
tintivamente, con la mirada siguieron la de Mximo Roldn.
Y entonces presenciaron un espectculo extraordinario que
bast para aclararles todo:
Por la acera de enfrente, a algunos pasos de ventaja, cami
naba un individuo en la forma extravagante ya descrita por
Mximo Roldn. Los dos agentes pudieron percatarse de que
23

avanzaba tres pasos hacia adelante, daba ~ paso, luego, ha


cia la izquierda, otros dos hacia adelante y uno a la derecha,
para volver a avanzar tres pasos, a dar otro a la izquierda,
dos ms hacia adelante y el otro a la derecha, y continuar su
marcha en esa forma, repitiendo los pasos hacia adelante y a
los lados, en la misma cantidad siempre, sin perder la cuenta.
Los dos agentes se contemplaron, y contemplaron a Mxi
mo Roldn. Luego tornaron a observar al individuo aquel.
Un paso a la derecha, tres hacia adelante, y...
Y, de pronto, volvi la cara y se dio cuenta de que era ob
servado por los agentes y por Mximo Roldn. Sonri. Hizo
un ligero movimiento de aprobacin con la cabeza y volvi
a sonrer. Pero esta ltima sonrisa se troc repentinamente en
una mirada de terror. Una mirada que no se diriga precisa
mente a ellos, sino a algo que se encontraba a alguna distan
cia por detrs de ellos. Y entonces pudieron comprobar que
la extravagante manera de caminar de aquel individuo sufra
un~ ligera modificacin: tres pasos hacia adelante, uno a la
derecha, tres hacia adelante ...
Los dos agentes se contemplaban atnitos. No se preocu
paban ya del prisionero. De haberlo querido, Mximo
Roldn hubiera escapado en ese instante mismo. Pero las
evoluciones de aquel individuo le haban interesado ms que
su propia libertad.
Los pasos a derecha e izquierda continuaban, pero altera
da la regularidad de antes. Ya no eran alternativamente dos
y tres pasos hacia el frente: eran ahora de tres en tres, con in
termedios de pasos laterales.
- Alguno de ustedes quiere volver la cabeza hacia atrs
para ver lo que sucede? -dijo entonces Mximo Roldn.
Uno de los policas obedeci. Dirigi una mirada escudri
adora y penetrante a todo el espacio que abarcaba su vista,
y torn a enderezar la cabeza.
-Vio usted algo? -interrog Mximo Roldn.
-No, seor.
-No vio usted nada?

-No vi nada!

-Pero, hombre!, fjese usted bien: no viene nadie detrs

de nosotros?

24

-Detrs de nosotros ... ? Caramba ... ! Espere usted ...


Viene un seor cerca de la esquina.
-Nada ms?
- Y un poco ms adelante est un seftor parado frente a
un aparador.
-Lejos de nosotros?
-A unos diez metros de distancia.
-Muy bien. Muchas gracias, tcnico.
Lo que no dilucidaba el tcnico era si Mximo Roldn esta
ba hablando en serio o mofndose de l. No obstante, cuan
do un poco despus torn a suplicarle que volviera la cabeza,
el tcnico obedeci.
-Qu ve usted?
-Nada.
-Otra vez? Bueno. Vamos a ver. A quin ve usted?
-Al mismo individuo del aparador.
-Muy bien. Pero no me vaya usted'a decir que todava se
encuentra parado frente a un aparador.
-S, seor. Todava, no; pero s est parado frente a un
aparador.
-Eh? Cmo ... ? A ver. Todava no qu?
-Digo, que 'no es que todava est parado frente al mismo
aparador. Est parado frente a un aparador.
-Frente a otro aparador?
-Eso es: frente a otro aparador.
-Lejos de nosotros?
-A unos diez metros de distancia.
-Es decir, a la misma distancia que hace un momento.
-S, seor.
-Muy bien. Muchas gracias, tcnico.
Esta vez el polica s se escam un poco. Mir resueltamen
te a Mximo Roldn con deseos de soltarle una picarda. Pe
ro la cavilosa seriedad de ste lo ataj. Un segundo despus
se dej or la voz de Mximo Roldn:
-Bueno, vern ustedes: all enfrente, por la acera de la de
recha, va un individuo entregado a la ms extraa forma de
caminar que pueda concebirse. No est borracho. Un borra
cho caminara haciendo eses. Por lo menos, ira tambalen
dose. Y ese seor no: avanza tres pasos en lnea perfecta

25

mente recta. da un paso hacia la izquierda. y avanza otros


dos hacia adelante, rectamente. Cuando va del lado derecho,

avanza tres pasos; cuando se coloca en el lado izquierdo a


vanza dos. Si no est borracho debe ser monomaniaco. Debe
de estar loco. Pero un loco, por muy inofensivo que sea. no
suele escapar de un manicomio con pistola ni sus familiares
lo dejaran salir tranquilamente a la calle portando un arma.
y ese seor que va ah lleva pistola, como pueden ustedes
comprobar viendo la punta del cafin que asoma por debajo
del saco. Se dan ustedes cuenta?

-S, sefior.

-No se trata, pues, de un borracho ni de un loco. Y un


hombre cuerdo slo se conduce en esa forma cuando quiere
atraer la atencin de algUien. Ha mirado framente a todos
los que van por esta calle. Los ha mirado sin darles importan
cia. Pero apenas fija su vista en nosotros -en ustedes-,- son
re, parece adquirir tranquilidad y da mayor impulso a sus
movimientos extravagantes y ... y sospechosos. Y un hombre
cuerdo sabe que, en estos casos. el deber de ustedes, los poli
cas, consiste en vigilar a toda persona cuya actitud parezca
sospechosa. De donde resulta que ese sefior que va del otro
lado tiene inters en que la polica lo siga.
-Y para qu hemos de seguirlo?
-Eso es lo que tendremos que averiguar. Por lo pronto,
quiere usted hacerme el favor de ver si a diez metros de dis
tancia. detrs de nosotros, se encuentra un hombre parado
frente a un aparador ...? S...? Muy bien. Muchas gracias,
tcnico... Pero, diga usted: es el mismo que vio antes?

-El mismo. s. sefior ... Pero frente a otro aparador.

Sin dejar de caminar entre los dos agentes, Mximo Rol

dn prosigui:
-Tengo el presentimiento de que sern ustedes ascendidos
y condecorados. Vamos a ver: aquel seor que se mueve en
forma tan extraa ha conseguido su propsito, que era el de
llamar la atencin de la polica para que lo siga. Y con ese
fin ha estado en un continuo movimiento que se ha traducido
en pasos laterales, y pasos hacia adelante. Avanzando siem
pre, ha logrado atraer la curiosidad de ustedes con los pasos

26

laterales. Y si stos tuvieron su objeto. los pasos hacia adelante


deben tener tambin el suyo. He ah la primera incgnita.
Mximo Roldn no perda de vista, mientras hablaba, al
misterioso personaje que provocara todo aquello. Los dos
agentes se hallaban desconcertados. Atendan con el mismo
ardor a las palabras de su aprehendido y a los movimientos
del otro.
-Esa es la primera incgnita. Para resolverla tendremos
que echar mano de todos los elementos conocidos. Estudian
ustedes matemticas antes de graduarse como tcnicos?
-Un poco.
-Pues deberan ensearles mucho. Porque esta es cues
tin de matemticas. Bueno. Cuando ese seor vuelve la cara
y nos ve, sonre, se tranquiliza y camina ya con mayor seguri
dad; pero. de pronto. se le ocurre mirar un poco ms atrs
de donde nosotros venimos. a unos diez metros detrs, y dis
tingue algo que lo hace perder la tranquilidad y la sonrisa. Es
algo de tal inters, y tan ntimamente ligado con su actitud,
que aun sus movimientos. regularmente repetidos hasta en
tonces, sufren una modificacin: antes avanzaba tres pasos
cuando iba del lado derecho, y dos pasos cuando se colocaba
en el izquierdo; y a partir del instante en que vio lo que haba
detrs. avanza tres pasos cuando va del lado derecho, y otros
tres pasos cuando se coloca en el izquierdo. Lo que est de
trs de nosotros lo ha hecho aumentar un paso. Qu es,
pues, lo que est detrs de nosotros? DETRS DE NOSOTROS.
A UNOS DIEZ METROS DE DISTANCIA. EST UN INDIVIDUO PA
RADO FRENTE A UN APARADOR. Van ustedes entendiendo?

-S, seor.
-Tenemos, pues, que si un paso equivale a un individuo
-de acuerdo con el procedimiento que emplea ese seor-,
los otros dos pasos equivaldrn a otros dos individuos que
van caminando por esta misma acera. Y, sustituyendo ms
an, los tres pasos que avanza cuando se coloca del lado de
recho equivalen a tres individuos ms que caminan por la
acera de la derecha. Luego ese seor que tan inteligentemente
nos ha hecho comprender lo que hace y lo que quiere, va en
persecucin de cinco individuos, o sea la acera por donde va
mos caminando, y tres del lado derecho, que es por donde l
27

va. De all que se viera obligado a Ilamar la atencin de quienes


pueden prestarle ayuda, sin dejar de caminar un solo instante
para no correr el riesgo de perder de vista a sus perseguidos.
y la mejor forma que hall fue la de caminar extravagan
temente.
-y esa es la incgnita resuelta.
-Muy bien! AIl queda la incgnita resuelta. Pero sucede
que nosotros, a nuestra vez, estamos siendo vigilados por un
sexto individuo, que se ha percatado de nuestra persecucin,
y que trata de disimular cada vez que uno de ustedes mira ha
cia atrs. Y a ese sexto individuo, segn la discreta adverten
cia de nuestro buen informador, debe inclursele entre los
perseguidos, y no considerrsele como a un perseguidor.
Comprendido?
-S, seor. Ver usted: ese caballero que camina por la
acera de la derecha va en persecucin de una cuadrilla de
bandidos ...
-Hombre! Tanto como bandidos ...
-Bueno, en persecucin de cinco o seis individuos. Pero
como stos son muchos para uno solo, el que los persigue tra
ta de obtener auxilio, y para eso se le ocurre caminar en una
forma extraa que acaba por llamarnos la atencin. y como
ese seor es muy inteligente, al mismo tiempo que consigue
esto nos va indicando, por medio de los pasos, a cuntos per
sigue por el lado derecho y a cuntos por el lado izquierdo.
-Es usted muy inteligente, tcnico.

-Muchas gracias, seor. Entonces, nosotros echamos ma


no de las matemticas y averiguamos que: del lado derecho

-por donde l va- caminan tres de los perseguidos; y que

del lado izquierdo -por donde vamos nosotros- caminan

otros tres: dos adelante y uno atrs. No?

-S.

- y una vez averiguado esto, no nos queda ms que acer


carnos al caballero, y preguntarle en qu podemos servirlo.

-y se habrn ganado ustedes el ascenso.

-'-Eh?
-y se habrn ganado el ascenso, porque, quin les dice
a ustedes que ese seor no es agente de las comisiones de segurid/id?
'

28

Ninguno de los dos policas haba calculado esto, segura


mente. Porque slo entonces fue cuando mostraron vehe
mentes deseos de ponerse a las rdenes del hombre de la otra
acera.
-Todava hay ms -continu Mximo Roldn-. Se han
ganado ustedes el ascenso; pero an les queda por obtener la
condecoracin.
Los policas contuvieron su anhelo de atravesar la calle. Lo
que dijera Mximo Roldn era ya, para ellos, artculo de fe.
y si Mximo Roldn no consideraba preciso que desde luego
se pusieran a las rdenes del otro, era que todava sobraba
tiempo para hacerlo. Se contuvieron, pues, y siguieron mar
chando alIado de Mximo Roldn. ste prosigui:
-Conocemos a uno de los seis individuos en cuestin. Pe
ro, y los otros cinco? Dnde estn, y quines son? Vamos
a tratar de investigarlo.
Mximo Roldn escudri ambas aceras a todo lo largo de
la calle. Los agentes tuvieron la impresin de que no haca si
no comprobar alguna cosa ya observada de antemano. Y con
los odos, con los ojos y con la mente siguieron los razona
mientos de Mximo Roldn:
-Por esta acera marchan seis parejas; por la de enfrente,
otras tantas; un gran nmero de individuos solos, adems, y
un solo grupo compuesto por tres hombres. Ese debe ser el
nuestro, puesto que no hay otro. Ahora, ser preciso com
probarlo: si se fijan ustedes un poquito, notarn que de cuan
do en cuando se paran, cuchichean, examinan las puertas, las
ventanas, las azoteas mismas, y vuelven la vista hacia esta
acera, para ponerse en comunicacin con alguien, a quien ha
cen una ligera seal con la cabeza. Este alguien, para ir de
acuerdo con nuestra hiptesis, debe ser una de las parejas que
marchan por el lado nuestro. Cul? Siguiendo la direccin
de esa mirada, veremos que sta abarca a las parejas tres y
cuatro, contando desde aqu, las cuales casi marchan juntas.
Examinemos, pues, a estas dos parejas. La pareja cuatro ca
mina indiferente a todo, conversando, y solamente preocupa
da de no ir a chocar contra las personas que vienen en sentido
contrario. La pareja tres, en cambio, se conduce en forma
ms significativa: examina las puertas, las ventanas, las azo
29

teas, y corresponde con la cabeza a las cOmunicaciones que


envan los otros tres.
Los agentes haban ido comprobando, con sus observacio
nes, todo cuanto estaba diciendo Mximo Roldn. La actitud
de los personajes citados por ste, ,si no era precisamente sos
pechosa, s difera de la de todos los dems caminantes: era
la actitud de quienes andan en busca de una casa por arren
dar. El smil, hecho por uno de los do~ agentes, le pareci
perfecto a Mximo Roldn.
-Ahora s -continu diciendo- pueden ustedes ir a po
nerse al servicio de este seor. Ya saben ustedes quines son
los perseguidos. Y pueden decirle qu clase de individuos
son.
-Pero si no los conocemos ...
-Nada les cuesta, sin embargo, asegurarle que son conspi
radores, o anarquistas. Vamos a ver: una banda de ladrones
prepara sus golpes con extrema precaucin. Est siempre vi
gilante, a la expectativa, cuidndose las espaldas y pendiente
de que no los siga nadie. Cada uno de sus miembros es la des
confianza en persona; procura ocultar el ms pequeo de sus
gestos, el movimiento ms ligero, el detalle ms insignifican
te. Una banda de ladrones, adems, cuando ya est en mar
cha para actuar, ha determinado el sitio donde debe hacerlo.
Estos cinco individuos no: estn buscando el sitio; marchan

descuidados de s mismos; no han vuelto la cara una sola vez

para ver si alguien los persigue; es tan ntima la labor que van

a desempear, tan fuera de lo comn, tan decisiva, que no

pueden concebir que exista alguien que conozca sus propsi

tos. Estn obrando como gente que no espera ninguna con

tingencia ajena a su propia actuacin. Y, sin embargo, existe

alguien, ese seor que va enfrente, que ya sabe quines son

y cules son sus propsitos. Y otros, nosotros, que creemos

haberlo adivinado, y que nos aprestamos a dar auxilio a ese

seor.
Si los agentes entendieron o no lo que dijera Mximo
RoIdn, fue cosa que nunca confesaron. Pero su atencin a
lo que oan no decay ni un momento.
-Supongamos ahora -sigui Mximo Roldn- que he
mos descartado la posibilidad de que se trata de una banda
30

.. --"-=.'""'-.=....~.

se

de ladrones. Y consideremos que


trata de un grupo de
conspiradores o de anarquistas. Lo primero que se nos ocu
rrira, entonces, sera preguntarnos qu inters puede tener
para ellos esta calle. Buscar un refugio donde conspirar? O
bien cometer un atentado? Y esta ltima probabilidad nos re
cuerda que el da de maana atravesarn por aqu, camino
del Bellas Artes, los dos presidentes de la Repblica. el nuevo
y el saliente, para efectuar el acto oficial de la entrega del po
der. Se han fijado ustedes? POR AQU TRANSITARN MAA
NA MANUEL VILA CAMACHO y MIGUEL ALEMN. Ustedes y
yo nos preocuparamos por encontrar una casa deshabitada
para presenciar desde ella el paso de los presidentes. Pero cin
co individuos vigilados por la polica es indudable que se in
teresan por esa casa para un propsito menos sano que el
nuestro. Y la hiptesis de que se trata de un grupo de conspira
dores, que anda en busca de un lugar propicio para atentar
contra la vida de uno de los presidentes, o de los dos, con al
guna probabilidad de xito, no es descabellada. Por lo me
nos, resulta ms plausible que la de una banda de ladrones.
-Entonces...
-Entonce$, el deber de ustedes -interrumpi Mximo
Roldn- consiste en alcanzar a ese seor y ayudarle a salvar
la vida del presidente de la Repblica, aprehendiendo a esos
cinco. Y se habrn ganado ustedes una condecoracin. Yo
me encargo del individuo que nos sigue. Les parece? Me doy
media vuelta y lo obligo a levantar las manos; lo conduzco
hasta la esquina, lo dejo al cuidado del agente ya arreglado.
A ustedes les queda la parte ms difcil. Buena suerte.
Los policas, sin saber si despedirse o no, bajaron la ban
queta y se encaminaron hacia el hombre que iba por la otra
acera. Uno de ellos regres, de pronto, y dijo a Mximo Rol
dn:
-Tiene usted empleo?
-Eh... ? Hombre... ! Empleo ... ? En este momento,
precisamente, no.
-Pues usted dice si quiere que le consigamos una chamba
como tcnico.
Mximo Roldn se ech a rer. Luego, estrech la mano
del agente.
31

-Muy agradecido -dijo-o Pero pienso dedicarme a otra


cosa.
-Es lstima ... ! Bueno t de todos modos ... , si algn da.
Bueno ... Gracias por todo, y hasta luego.
Mximo Roldn lo contempl un instante. Lo vio agregar
se a su compaftero, y ya los dos, abordar al de la otra acera.
Dio media vuelta y empez a buscar. No haba nadie que se
acercara solo. Nadie parado frente a algn aparador. Cuatro
o cinco parejas de hombre y mujer. Un grupo de individuos
en animada conversacin. Y nada ms. Por el otro lado na
die, tampoco, que marchara solo. El hombre que los vena si
guiendo haba desaparecido.
-Bueno -murmur Mximo Roldn-. A lo mejor resul
tan, en realidad, conspiradores. -Se encogi de hombros-o
Ya lo dirn maftana los peridicos.
Se toc los bolsillos del pantaln, de la chaqueta, del
chaleco.
-Veinte mil pesos. Llevo veinte mil pesos en el bolsillo, y
mi libertad.

Y ech a andar filosficamente.

32

EL FISTOL DE CORBATA
Bien es cierto que fueron dos los detalles que en aquella oca
sin dieron la clave a Mximo Roldn: el fistol de corbata,
que no perteneca a nadie, y la liga de calcetn, que pertene
ca al sobrino .. Pero -y esta pregunta se la hizo en diversas
ocasiones, despus- de no ser por aquellos diez mil pesos en
alhajas, hubiera l parado mientes en la liga de calcetn y
en el fistol de corbata?
Si el lector ha ido alguna vez por la calle de los Millones,
de la colonia Roma, habr podido ver que la componen no
menos de veinte casas en un todo semejantes. Habr visto el
jardn que rodea cada una de ellas por sus cuatro costados.
y habr notado que slo una de aquellas residencias rompe
la uniformidad de los jardines y de las fachadas. Una que, en
vez de la verja que circunda a las otras, tiene alrededor un pa
redn altsimo, que la oculta casi totalmente, vista desde fue
ra. y le habr chocado, no que esta casa tenga un paredn
que la haga inaccesible, sino que no lo tengan las otras que,
perteneciendo a millonarios, slo estn rodeadas por una simple
verja que ofrece un escalo fcil. Y ms le chocara an saber
que la casa del paredn es quiz la nica que no est habitada
por personas millonarias.
Pero es seguro que el lector no conoce tal calle. Porque en
ella residen millonarios exclusivamente (excepcin hecha de los
de la casa del paredn) y no admiten relaciones sociales con
nadie que no est, pecuniariamente, a la altura de ellos. Yel
lector, que yo sepa. ni posee millones ni est en va de poseerlos.
As que, cuando se habl del crimen de la calle de los Mi
llones, muy pocos, si acaso hubo alguno, se dieron cuenta
exacta del sitio y de las circunstancias en que se cometiera.
y todos hubieron de conformarse con los detalles que, el mis
mo da deIsuceso, public la prensa de la tarde. Por lo de
ms, ni sta fue lo suficientemente explcita.

33

Se concretaron, pues, a informar que, en la casa del


dn -un paredn de cinco metros de altura, prolongado
pas de acero de un metro, colocadas a diez centlmetros
distancia una de otra-, que en la casa del paredn se
muerto al jefe de la familia que la habitaba; que en unin
ste vivlan su hermana, su ha Isabel, su sobrino, un
de llaves y su chofer llamado Alfredo,' que elsobrino y el
fer ten(an por costumbre pasar algunas noches fuera de la
sa, habiendo sido aquella una de esas noches; que el jefe
la casa fue hallado en su lecho con el corazn atravesado'
de una pualada; que en la habitacin del crimen no se
ron seales de que hubiese habido lucha,' que, adems
al, que pertenecfa al anciano, quien acostumbraba colocar-.
lo, antes de acostarse, sobre la mesita de noche, se
en la habitacin: un par de mancuernaspara los pulfos de
misa, pertenecientes al sobrino,' un cinturn y una corbnfn
que pertenecfan al chofer, y un fistol para corbata, que
pertenecfa ni al chofer, ni al sobrino, ni al anciano asesinado:

y, por ltimo, que ditz mil pesos en alhajas que guardaba

anciano dentro de la mesita de noche, y que an segu(an

demostraban que no habla sido el robo el mvil del crimen.

Eso era todo.


Pero entre todo eso haba dos cosas que llamaron la
cin de Mximo Roldn, no bien hubo ledo los detalles.
cosas que lo impulsaron a descolgar el audifono, pedir la
municacin y solicitar al jefe de las comisiones de
para decir, a riesgo de pasar por loco:
-Bueno... El jefe de las comisiones de seguridad ... ? Por
favor, seftor: tienen perro en la casa ... ? Qu si hay perro en
la casa donde se cometi el crimen ... S, perro ... Es en serio,
completamente en serio... Hay perro en la casa ... ? i Bue
no ... ! Bueno ... !!
Cortaron la comunicacin. Volvi a llamar.
-Es el jefe de las comisiones ...? Escuche usted, seor: es
preciso, para que yo descubra al asesino, que me diga si hay
perro en la casa... No me conoce ... Seguro, no me conoce...
Hay perro en la casa... ? Por favorl Todo depende de eso.
Porque ES NECESARIO QUE NO HAYA PERRO EN LA CASA,
comprende usted ... ? Le digo a usted que no me conoce ... S;
34

puedo decirle quin es el asesino, pero fjese usted: NO DEBE


IIABER PERRO EN LA CASA ... Ir ah mismo a decrselo ... En
Hcguida... Hay perro ... ? No... ? Bravo! Corro a decirle quin
es el asesino.
y all se fue Mximo Roldn.
Era una de las habitaciones de la planta alta de la casa del
crimen donde el jefe de las comisiones de seguridad escucha
ba a Mximo Roldn:
-Desde luego, jefe, note usted lo extrao del hallazgo:
una liga de calcetn no tiene, lgicamente, porqu aparecer
en el sitio donde se ha cometido un crimen, y como objeto
acusador. Generalmente, los objetos acusadores se dejan a
consecuencia de una lucha, de un olvido, de la nerviosidad
del momento. Pueden olvidarse los guantes, pueden despren
derse las mancuernas y aun la corbata; pero no existe razn
alguna para que se desprenda una liga de calcetn y caiga al
Huelo. Slo puede explicarse en una forma: fue puesta inten
cionalmente. Y as como la liga de calcetn, todos los dems
objetos. Se da usted cuenta, jefe?
-S; contine usted.
-Pero una liga de calcetn es, quiz, la nica prenda que
no puede ser usada indistintamente por un hombre y una mu
jer. Es algo que denota claramente la procedencia masculina.
Las mancuernas, la corbata, el fistol, los guantes, objetos to
dos abandonados en en lugar del crimen, colocados, mejor
dicho, para alejar las sospechas que pudieran recaer sobre el
verdadero asesino, no eran suficiente prueba para: infundir la
conviccin de que ste era un hombre; la liga de calcetn s,
no dejaba lugar a duda: el criminal tena que ser un hombre.
-pero, slo hay dos hombres en esta casa, y las sospechas
habran de recaer sobre ellos.
-A eso voy. Tenemos, pues, que el autor del crimen trat
de alejar sospechas abandonando objetos, cogidos al azar,
que pertenecan al sobrino, al chofer, o que no pertenecan
a ninguno de ellos, como el fistol de corbata, pero cuidando
siempre que fuesen prendas de hombre y no de mujer. Pren
das que, al pronto acusaban a los propietarios de ellas. Pero
la acusacin era tan dbil, resultaba tal cantidad de presuntos
culpables de un asesinato, que debi haberse efectuado con
35

la mayor sencillez, que el autor no vacil en desviar momen


tneamente la atencin de la polica dejando huellas falsas,
pero que no constituan por s solas prueba suficiente
estab1'ecer la culpabilidad de quienes resultaban sospechosos.
No se trataba, pues, de acusar a una persona determinada.
Se trataba de acusar a un sexo. Un hombre, en cambio, en
las mismas circunstancias y con igual propsito hubiera aban
donado objetos de mujer. Comprende usted?
-S.

-Salta a la vista, entonces, que el asesino es una mujer.

-Una mujer?

-Una mujer, jefe.

El jefe de las comisiones medit un momento. Luego, dijo:

-Ser, sin duda, una mujer que tena fcil acceso a las ha
bitaciones del sobrino y del chofer.
-Tal vez.
-O, claramente, el ama de llaves -que es quien hace el
aseo diario de las habitaciones- se apoder de los objetos
del sobrino y del chofer para abandonarlos en la habita~
cin del crimen y despistar a la polica.
-Es posible.

-Quiere usted decir que no es seguro?

-Si me permite usted examinar la habitacin a m solo, sin

que nadie me moleste, e interrogar a las tres mujeres que viven


en la casa, podra contestarle y decirle quin fue el asesino. _
El jefe mir a Mximo Roldn, entre dudoso e incrdulo.
Inici un paseo por el cuarto, en actitud meditativa, y al fin
se decidi:
-Puede usted hacer lo que guste.
-Gracias, jefe. Regreso en seguida.
Mximo Roldn abri la puerta y sali.
-Eh, seftora! -llam al ama de llaves, que atravesa
ba por el pasillo-o Dnde est la seftorita ... ? Pronto!
Llveme usted... Es cuestin de vida o muerte.
La vieja ama de llaves se le qued mirando, espantada.
Luego musit. temblorosa la voz:
-Venga usted. Por aqu.
Recorri todo el pasillo y se detuvo, al fin, frente a la lti
ma puerta.
36

- --~_". __,.w._,.

-Aqu.
-Muchas gracias. Puede usted retirarse.
La vieja no se movi.
-No tema, seftora. Es en beneficio de ella. Se lo juro.
Con cierta desconfianza fue reculando el ama de llaves.
Cuando hubo desaparecido, Mximo Roldn llam a la puer
ta, y sin esperar contestacin hizo girar el picaporte y abri.
Isabel se hallaba de pie, con la vista fija en la puerta que aca
baba de abrirse.
-Qu desea' usted? -pregunt un tanto alarmada.
Mximo Roldn sac una tarjeta del bolsillo y dijo, ten
dindola a la muchacha:
-Esta es mi direccin. Si tiene usted confianza en m, pre
sntese en mi casa y entregue esta tarjeta. La dejarn pasar.
Escndase hasta que yo llegue.
La muchacha palideci. Mir a Mximo Roldn, tratando
de penetrar en las profundidades de su ser.
-Huya, huya usted. Aqu tiene un billete de cien pesos.
Elija: la tarjeta o el billete ... En cualquiera de las dos formas
podr usted ponerse a salvo ... Pero huya pronto; lo ms
pronto que le sea posible.
Isabel, sin contestar, volvi a clavar su mirada sobre la de
Mximo Roldn, que se sostuvo firme. Extendi el brazo y
cogi la tarjeta. Pronunci:
-Gracias. Tengo confianza en usted.
El joven se inclin y roz con sus labios los dedos de la ma
no de Isabel. Murmur:
-Por qu ... '? Por qu lo hizo?
La muchacha se aproxim lentamente a l, le sostuvo am
bas manos con una de las suyas, pequeftita, y le ayud a ce
rrarlas sobre un objeto que haba depositado en ellas.
-Una libreta... escrita por m ... Lala. Adis.
Mximo Roldn sali corriendo y penetr en la habitacin
del crimen. No haba nadie. Se aproxim a la mesita de no
che, abri el cajn y sac las alhajas. Las envolvi en un pa
ftuelo, que at por sus cuatro puntas. Guard el paquete en
su bolsllo trasero del pantaln y torn a salir. esta vez con
direccin al sitio donde se encontraba el jefe de las comisio
nes de seguridad.

37

-Y bien? -pregunt ste apenas 10 vio entrar-o


usted averiguar algo?
-Creo que s -contest Mximo Roldn, yendo a
carse de frente a la ventana, a travs de la cual se vea la puer-
ta de salida a la calle-o Creo que puedo decir a usted quin
es el asesino.
.
-Veamos -dijo el otro, impaciente.
Mximo Roldn, sin apartar la vista del jardn, continu:
-Recuerde usted, jefe, que adems de los objetos pertene
cientes al sobrino y al chofer, existe un fistol de corbata que
no pertenece a ninguno de ellos. Recuerda usted?
-S.
-Bien -sigui Mximo Roldn, golpeando nerviosamen
te con los nudillos de los dedos contra un vidrio de la ven
tana-. El-fistol de corbata tampoco pertenece a la vctima.
-Y... ?
-Pues que no perteneciendo a ninguno de los tres hom
bres que habitaban dentro de la casa, el fistol de corbata ...
- Tuvo que venir de fuera -interrumpi el otro. Una fi-
gura de mujer atraves corriendo el jardn, abri la puerta
que comunicaba con la calle y desapareci. Mximo Roldn
lanz un suspiro y se volvi al jefe de las comisiones de segu
ridad.
-Eso es: tuvo que venir de fuera.
-Entonces, el asesino es un hombre.
-Nada de eso. Habamos quedado en que era una mujer.
Aqu hay tres mujeres: la hermana del desaparecido, su hija
Isabel y el ama de llaves. Todas tres, la noche del crimen 1\1
vieron fcil acceso a las habitaciones del sobrino y del chfer,
pues ninguna de ellas ignoraba que el chofer y el sobrino se
encontraban fuera de la casa. Alguna de ellas es la culpable.
Pero es una que tena en su poder un fistol para corbata,
prenda de lujo que usan, generalmente, los jvenes que de
sean ir bien presentados y agradar a las muchachas.
-Caramba! Entonces ...
-S, jefe. Ni la hermana del muerto ni su ama de llaves
estn ya en edad de tener relaciones con un muchacho joven,
que les deja un fIStol en prenda, o en recuerdo, o que se lo
deja quitar por travesura. Slo hay ...

38

-Slo hay ... ? -interrog ansiosamente el jefe.


-Slo hay una mujer en esta casa, que se encuentre en
esas condiciones. La ms joven, que tiene novio, o que tiene
un amigo, joven tambin, de ntima confianza.
- i La hija Isabel!
-Muy bien, jefe. La nija Isabel, precisamente.
El silencio que sigui a esta declaracin fue imponente. El
jefe no os formular comentario alguno. Pareca medir la
enormidad de la- acusacin que haca aquel desconocido. Al
fin, abri la puerta que daba acceso a la habitacin; ech una
ojeada al pasillo, enteramente desierto; sac del bolsillo un
silbato que se puso entre los labios, y produjo tres toques se
guidos. Luego, torn a cerrar la puerta y se aproxim a M
ximo Roldn.
-Hay algo que no entiendo todava. Quiere usted decir
me por qu me preguntaba por telfono si haba perro en la
casa?
-Es muy sencillo. La existencia del perro echaba por
tierra todos mis razonamientos. Quin poda asegurar, en
tonces, que no hubiera sido el perro el que, jugueteando, aca
rreara la liga del calcetn, la corbata, los guantes y dems
objetos, al lugar del crimen? Esta hiptesis hubiera sido in
fantil; pero era preciso descartar, ante todo, cualquier proba
bilidad de que existiera. Y en todo caso, quedaba el fistol de
corbata, que no hubiera pOdido acarrear el perro, y el asunto
se complicaba ms an. Desechada, pues, la posibilidad de
que un perro hubiera llevado los objetos hasta la habitacin
del crimen, mis deducciones resultaban exactas.
Se abri la puerta y penetr un hombre.
-Desea usted algo, jefe? -pregunt, dirigindose al je
fe de las comisiones de seguridad.
-S. Llame usted a todas las mujeres que se encuentren en
la casa.
-Muy bien.
-Que alguien vigile la puerta de la calle e impida la salida
a la mujer que intente hacerlo.
-Muy bien.
-Es todo.
-Muy bien, jefe.
39

El agente se retir.
El jefe de las comisiones de seguridad se acerc a Mximo
Roldn. Lo contempl breves instantes. Luego, extendiendo
los brazos y las manos hasta tocar los hombros de su interlo
cutor:
-Sigue usted obstinado en no querer.darme su nombre?
-pregunt.
-Es intil, jefe; no ganara usted nada ... por lo pronto.
-Y despus?
-Despus... Ya 10 sabr usted algn da.
-Como guste. Pero me hubiera agradado que fuese ahora
mismo.
Callaron un momento. Mximo Roldn dijo, de pronto:
-No le parece extrao, jefe, el hecho de que la hija Isabel
sea la autora del crimen? Tienen ustedes alguna idea de cul
pudo haber sido el mvil?
El jefe se qued un momento pensativo.
-Tiene usted razn -dijo, algo asombrado-o Es te
rrible!
Luego, despus de recapacitar breves instantes:
-Y es imposible!
Mximo Roldn sonri:
-Cre que mi razonamiento le haba parecido lgico.
-S; pero ...
-Pero ahora no lo ve usted muy claro, no es eso?
El jefe de las comisiones de seguridad pregunt brus
camente:
-Puede usted explicar el mvil del crimen?
-Si usted me lo permite, creo que s.
-Veamos -dijo el otro.
Mximo Roldn sac del bolsillo la libreta que le haba da
do la muchacha.
-Siempre, en todos los momentos, por todos lados, en la
nota de los peridicos, en las declaraciones del ama de llaves
Y'en las de la hermana de la vctima, habr usted odo nom
brar a la muchacha como la hija Isabel, hasta el punto de ha
berse acostumbrado usted mismo a llamarla as; ni una sola
vez habr odo que la mencionen como la hija del asesinado,
o simplemente su hija. Todos, sin excepcin, y los peridicos

mismos, influenciados an por la forma en que rindi su de


claracin el ama de llaves, han dicho, refirindose a los pa
rientes: la hermana, el sobrino; Yhan aadido: la hija Isabel,
el chofer Alfredo. Esa omisin de nombres en el primer caso,
tratndose de parientes sobre los que no cabe lugar a duda
-fjese usted que esto es desde el punto de vista de quienes
conocan las intimidades del desaparecido, como el ama de
llaves-, esa omisin de nombres en el primer caso, marca
una diferencia notable con la necesidad de adjuntar el nom
bre de los otros a continuacin del cargo que desempeaban
alIado del jefe de la casa: Alfredo desempeaba el cargo de
chofer; Isabel desempeaba el cargo de hija. El ama de llaves
dice, sealando a cada cual: "esa seora es la hermana del
muerto; ese seor es el sobrino"; as, sencillamente, sin que
sea menester dar el nombre; pero llega a los otros y dice: "ese
seitor es el chofer Alfredo, esa seorita es la hija Isabel" .
El jefe de las comisiones de seguridad escuchaba atenta
mente. No se mova, no respiraba. Beba las palabras que
fluan de los labios de Mximo Roldn. ste continu:
-El muerto mismo nos hace reparar en ello. Examine us
ted bien el libro de cuentas que hall en la habitacin del
muerto, y que me mostr usted cuando llegu aqu. Dice. so
bre poco ms o menos: "Diario a mi hermana", "Mensuali
dad de mi sobrino", "Gastos de mi hija Isabel". y conste
que no haca esto para distinguir entre una hija y otra, pues
to que no se le conoca ms hija que la que pasaba como tal,
o sase Isabel. Ha entendido usted, jefe?

-S. Pero an no veo ...

-El mvil?

-S. Creo, por el contrario, que Isabel deba agradeci


miento al muerto. Acaso no la haba escogido, y educado,
y querido como si fuese hija suya?
-Pero es que no hubo tal cosa. Ni Isabel fue recogida por
el viejo ni tena por qu estarle agradecida. Todo lo hacia
por cubrir las apariencias.
-No comprendo.
--Aqu princpia el verdadero drama, jefe. Hace diez o
doce aos que un seor procurador de justicia expidi una
circular autorizando, en nombre de la legtima defensa del
41

40

honor, los dramas pasionales. De acuerdo con la circular, un


marido asesinaba a su mujer y al amante de sta sin contraer
responsabilidad alguna. No se le castigaba; no se le juzgaba.
Antes bien, se le instigaba, casi, a cometer el crimen. y los
asesinatos, en nombre de la legtima defensa del honor, me
nudearon. Usted debe recordarlo.
-Perfectamente. Pero usted no presenci eso. Sera un
chiquillo por aquella poca.
-Era yo un chiquillo, jefe. Pero ltimamente me he inte
resado por hojear los peridicos de entonces y leer los relatos
de los crmenes ms clebres. y por aquella poca se cometi
uno de esos crmenes pasionales amparado por la circular del
seor procurador. Fue en esta calle, en esta casa. En vez del pa
redn exista una verja rodeando el jardn. El dueo de la
casa lleg una noche de improviso, cuando nadie lo esperaba,
y sorprendi a su esposa en los brazos de un hombre, senta
dos al amparo de uno de los naranjos que hay en el jardn~
No perdi su ecuanimidad; no se exalt. Con un absoluto do
minio de sus nervios, con una asombrosa sangre fra, sac el
revlver del bolsillo y apunt. La primera en caer fue su es
posa. El amante trat de escalar la verja y huir, pero un se
gundo disparo lo hizo caer tambin. Ms tarde, el dueo de
la casa hizo tirar la verja y levantar ese paredn, para evitar
que los curiosos siguieran aglomerndose e hicieran comenta
rios frente al sitio donde haban cado los dos amantes. Hasta
ah es todo 10 que se sabe por la informacin de los peridi
cos. Pero, segn parece, el esposo logr averiguar que la pe,..
quea nia, a quien crea hija suya, no 10 era en realidad. y
en parte por evitar mayor escarnio del que ya vena sufrien
do, y en parte por continuar su venganza, no dej que eso
trascendiera al pblico. y fue as como tuvo viviendo cerca
de l a la hija Isabel, humillndola, hacindola padecer, sa
ciando poco a poco su venganza, que, al parecer, no estaba
satisfecha todava.
-Cualquiera dira que usted presenci todo eso -comen
t el jefe de seguridad.
-La nia, por su parte, fue cayendo en la cuenta de que
aquel hombre no era su padre. Y empez a odiarlo. An era
pequea cuando ya se senta injustamente tratada. y una vez,

al saber que no tena por qu guardarle el cario que un


hijo debe al padre, sinti tal gozo que slo hall un medio
para exteriorizarlo sin correr riesgo alguno: escribir varias
veces esta frase en una libreta que encontr a mano: "mi
pap no es mi pap", como hacen los nios cuando descu
bren que un salto les produce placer. y repiten ese salto hasta
saciarse.
El jefe de las comisiones de seguridad fij su vista en la pe
quea libreta que Mximo Roldn haba sacado del bolsillo
cuando empezara a hablar, y en la que l no haba reparado
hasta,.entonces. Mximo Roldn sigui diciendo:
-Esta es la libreta, jefe. Puede usted notar la transforma
cin que se fue operando en la joven conforme transcurran
los aos. A la primera frase sigui otra: "No lo quiero por
que no es mi pap", y luego otras que iban marcando su esta
do de nimo: "el no es mi padre"; "Ese hombre no es mi
padre"; "No es mi padre"; y ms tarde estas otras ms terri
bles an, y que sealaban un nuevo descubrimiento de la
joven: "Fue l quien mat a mis padres"; "Debo odiarlo";
hasta llegar a .esta ltima, que decidi la suerte del viejo:
"Debo matarlo". Todas ellas repetidas constantemente, ha
ciendo que se apoderaran de ella, que se infiltraran en ella,
acrecentando su odio y su decisin de matar al hombre que
asesinara a sus padres, y que la trataba mal. Y sobrevino el
desenlace.
-Dnde hall la libreta? -pregunt el jefe.
-En la habitacin de la muchacha, cuando fui con la in
tencin de interrogarla.
-Logr usted apoderarse de ella sin que la joven se diera
cuenta?
-La joven no estaba.
-Eh? -pregunt el jefe de las comisjones de seguridad.
-La joven no estaba -repiti Mximo Roldn.
El jefe de las comisiones de seguridad se lanz de un brinco
hacia la puerta. Mximo Roldn lo detuvo un momento:
-Espere usted, jefe. Quera decirle, tambin, que las alha
jas han desaparecido. .
-Cmo!
-S. No estn ya en la mesita de noche.

42
43

Esta vez, el jefe de las comisiones no esper ms. Abri la


puerta y se lanz corriendo a travs del pasillo.
Mximo RoldAn sali a su vez. Baj tranquilamente las es
caleras, lleg al jardn, que atraves paso a paso, y se detuvo
frente al agente que estaba de guardia en la puerta de salida
a la calle.
.
-Dice el jefe que no abandone usted un solo momento este
sitio.
-Est bien, seilor.
-Que no deje salir, bajo pena de arresto, a ninguna mu
jer, por ningn motivo.

-S, seilor.

-Cmo s?

-Digo que est bien, seilor.


-Bueno. y que en caso necesario, pida auxilio. Ha en
tendido usted?
-S, seilor.
-Muy bien... Ah.. .! Apenas vea al jefe, dgale usted que
llevo las alhajas.
-S, seilor.
-Que no se preocupe... Hasta luego.
y Mximo Roldn se lleg a la esquina, dobl y desapa
reci.

PIROPOS A MEDIANOCHE
-AdiS, monada!
Mximo Roldn se volvi, asombrado.
Un piropo en plena prohibicin? Habra que ser exce
sivamente tonto para exponerse en esa forma a ser encarce
lado. Mximo Roldn volvi la cabeza a uno y otro lado, sin
distinguir a nadie. Sin embargo, haba odo bien. El piropo
fue pronunciado con toda claridad, a unos cuantos pasos de
distancia. Y el ms cercano a donde l se hallaba era el polica
de punto en su esquina.
Continu avanzando. A los dos pasos:
-Qu chulos ojos!
Esa vez el piropo fue dicho en tono ms alto y con toda la
intencin que requera la frase. Ni al polica pudo habrsele
escapado. Y no se le escap. Mximo RoldAn se dio cuenta
de que coga su linterna y se aproximaba a l, con pasos
lentos.
Se oy decir:
- i Vaya un salero!
El policia se lleg hasta Mximo RoldAn, y levant su lin
terna a la altura de los ojos.
- A quin le dice usted eso?
-Yo... ? A nadie.
Mir el polica a uno y otro lado. Prolong las miradas a
todo lo largo de la calle, la pase de una acera a otra, y slo
all, a veinte o treinta metros, distingui a algunas gentes.
Se oy otra vez:
-Por una mirada de tus lindos ojos ...
-Oiga... ! -exclam, indignado, el polica. Pero se per
Un decreto del departamento de gobierno ae la ciudad de Mxico prohiba que
se lanzaran piropos en la calle, bajo pena de multa o de crcel.

44

45

-""---,,,,~

..

Cit en se8uida de que no pudo haber sido Mximo Roldn.


y mir hacia atrs, hacia adelante, hacia arriba. Nadie. Ni
una ventana, ni un balcn, ni una puerta siquiera que estuvie
ran cercanos. La azotea misma se elevaba a unos ocho me
tros. y los piropos, o lo que fueran, se oan ah mismo, a dos
pasos de distancia, claros y precisos.
-Bueno, yeso? -dijo al fin, estupefacto, renunciando
a inquirir con la mirada.
y malhumorado, cogi la linterna y de nuevo se encamin
a la esquina, a su punto.
Entonces cambi la cosa. En vez de un piropo, se oy
decir:
-Oiga, tcnico!
y como la alusin ya era directa, torn ste a donde estaba
Mximo Roldn.
-Bueno -dijo el polica-o Me parece que ...
-Me parece que -interrumpi Mximo Roldn- estn
robando en sus propias barbas, y usted no se da cuenta.
-Eh?
-Que estn robando! No oye usted ... ? Saque la pistola
y venga conmigo ... Deje usted la linterna... ! La linternaaaa!
No ve que le estorba... ? Djela y corra. Aunque la en
cuentre usted hecha pedazos ahora que regrese, pero dje
la ... ! Eso ... Ya sac usted la pistola? Venga ... Espere, no
haga ruido ... ! De puntitas.

Doblaron la esquina lentamente

-Tiene usted garrote?

-S.

-Dmelo.

El polica tendi a Mximo Roldn el rompecabezas. Con

una mano sostena la pistola en alto y obedeca maquinal

mente lo que le ordenaba el otro.


-No deje usted de apuntar hacia adelante ... Aqu, hacia
laventana y la puerta ... Eso as. .. Cuidado, eh? Algo se
mueve en la ventana ... De prisa, que salen!
Apenas doblaba la esquina, Mximo Roldn percibi la in
mediata ventana y la puerta, de las que careca el edificio por
el otro lado. Dos hombres se deslizaban a travs de la venta
na, haciendo intentos por tocar el suelo con los pies. En ese

Instante se abra la puerta a un metro escaso de distancia, y


"pareca otro hombre, saliendo de espaldas y sujetando algo
que traa en peso.
De un salto lleg Mximo Roldn al pie de la ventana. De
otro, el polica qued entre sta y la puerta.
-Dgales usted que levanten las manos ... Si quieren co
rrer, dispare usted, eh ... ? Eso; bien levantadas ... Y usted,
"migo, deje ese bulto en el suelo ... Muy bien ... Levante aho
ra las manos ... acrquese un poco ms. Aqu, con sus dos
compafteros .. .
Los tres hombres, con los brazos en alto, se alinearon uno
al lado de otro.
-Les apunta usted bien, vecino? -pregunt Mximo
Roldn.
-S.
-Si se mueven, dispara, verdad?
-Claro.
-Muy bien. Ahora voy a registrarlos.
-Mximo Roldn se aproxim y procedi al registro mi
nucioso, uno por uno. Los bolsillos fueron vueltos del revs,
los sombreros y las ropas, perfectamente examinados.
-Caramba! Nada... ? Por fuerza habrn cogido ustedes
algo ... A ver ... En el bulto, acasdi .. ? Vamos... ! pongan el
dinero en un bulto, junto con las dems cosas ... Porque no
ser dinero todo eso, creo yo ... !
Fue en ese momento cuando apareci el otro polica. Se in
clin Mximo Roldn sobre el bulto que descansaba cerca de
la puerta y oy que, exactamente detrs de l, alguien deca:
-En qu puedo ayudarles, compaeros?
Fue la primera seftal de la presencia del otro polica. Del
otro polica, porque el primer acompaftante de Mximo Rol
dn continuaba mudo frente a los otros tres, apuntndoles
con el revlver y sin sorprenderse ya de nada. Era la encarna
cin perfecta de aquel a quien todo le da igual.
Se sinti un momento de silencio anhelante, que disip
Mximo Roldn.
-Hombre! Cae usted llovido del cielo ... Ayudarme ... ?
Vaya! Para qu? No ve usted que son tres solamente? Y
el compaero, mire usted qu bien apunta!, se basta solo pa

46

47

ra ellos ... En fin; como usted quiera ... ; o, espere, mire ...

r preciso que entre yo a ver si queda algn otro en la casa..

Trae usted pistola ... ? S...? Permtamela... Un momento

slo un momento, mientras entro y busco.

Mximo Roldn haba ido acercndose mientras hablaba,

extendi el brazo en solicitud de la pistola. El otro apenas tu

vo tiempo de iniciar un movimiento para evitarlo, pues ya

mano de Mximo Roldn empuaba la culata, y tiraba de

ella, sacando la pistola de su funda.


-Bueno -sigui el charlador empedernido_o Quin
el que sac el bulto ... ? Vaya una fuerza de usted amigo ... !
Y solo, no?; usted solo pudo sacarlo ... Lo felicito ...
no ... Vecino?

-Mande.

-Antes de entrar a la casa quiero explicarle alguna Cosa.


Se fija?

-S.

-Muy bien. Pero va usted a poner todos los sentidos para


entender lo que le digo. Sera una cosa terrible que no me
entendiera!
-No tenga cuidado, jefe.
-Bueno. Se acuerda usted del momento en que se oyeron
los piropos?

-S.

-En la calle no haba nadie que pudiera haberlos dicho,


verdad?
-Slo usted y yo.
-Pero ni usted ni yo los decamos. No haba puertas ni

ventanas por donde pudiera haber salido la voz. y a menos

que se estuviera produciendo un milagro ... Cree usted en los

milagros?
-Y usted, jefe?

;-Yo, no.

-Pues ni yo tampoco.

-Bueno. Entonces, no se trataba de un milagro. Sin em


bargo, los piropos se oan cerca de nosotros. Y si bien cerca
de nosotros no haba nadie, no haba ninguna persona, exis
ta, en cambio, una cosa. Recuerda usted qu cosa era la que
estaba cerca de nosotros?
48

., .....,.:;::;;;.=--;;;., ..";;;.;;.~.""

-No, jefe.
-No recuerda sobre qu cosa descans usted la linterna?
-La linterna? .
-S. Sobre qu cosa puso usted la linterna?
-Pues, jefe, sobre ... sobre ... sobre el bote de la basura.
-y dentro del bote de la basura, vecino, cabe perfecta
mente una persona. De all sali la voz. Un agujero practica
do en el bote permiti que se oyera la voz con toda claridad.
-Caramba, jefe! Y cmo no se nos ocurri buscar all?
-Para qu? Lo importante era saber con qu propsito
hablaba el de la voz. Se oa demasiado clara, demasiado so
nora, demasiado firme y segura, para que hubiese perteneci
do a un hombre en estado de embriaguez. Ahora bien: en el
momento de orse, yo era el nico que transitaba por ese lu
gar. Me resista a suponer que los piropos me los dirigieran
a m. Y la otra nica persona que estaba en posibilidades de
orlos era usted. Luego, no siendo por m, los piropos eran
por usted.
-Por m? -pregunt el polica un tanto alarmado.
-No se asuste, vecino. Eran por usted, pero no porque
realmente tuviera lindos ojos ni por su salero al andar. Se tra
taba simplemente de llamarle la atencin, de distraerlo, de
hacerlo abandonar la esquina. Cuando se suscita una ria en
la calle, usted tiene el deber de intervenir; y el mismo deber
tiene usted cuando escUcha que alguien pronuncia un piropo.
La intencin, pues, empez a parecerme clara: era cuestin
de atraerlo a un sitio desde el cual no pudiera dominar el mis
mo radio que abarcaba colocado en su punto. Situado cerca
del bote de la basura, poda usted distinguir perfectamente
toda la calle que segua en lnea recta; en cambio, quedaba
enteramente oculta a sus miradas la que segua perpendicu-.
lar, a la derecha. Era razonable suponer que por all se prepa
raba la cosa.
-Cul cosa, jefe?
-El robo, hombre! Es que no me entiende lo que estoy
diciendo?
-S, cmo no; siga usted.
-Cuando usted trat por un momento de regresar a su lu
gar, la voz dijo: "Oiga, tcnico."

49

caftn de la pistola... Cualquier movimiento que haga me


-S, es cierto.
obligar disparar ... Entendido...? Bueno ... Dgame usted
-Ya no me cupo duda, entonces, de que los piropos
ahora por qu tuvo la desdichada ocurrencia de salir en ese
con el propsito de atraerlo a usted e impedir que viera 10
momento ... Para salvar un bulto? Ya vio qu poco me im
aconteca en esta calle que quedaba oculta. Por eso se
portaba el bulto ... Acaso lo hizo usted con la esperanza de
ocurri decirle que estaban robando en sqs propias h", ..h",,,
lIalvar
a sus compai\eros ... Con uniforme de polica se pue
y ya ve cmo era cierto.
den
hacer
muchas cosas, claro. Pero no calcul usted bien.
El polica continuaba apuntando con la pistola. No era
Un
polica
es precedido siempre por el mayor escndalo posi
el nico atento a las palabras de Mximo Roldn. El otro
ble.
Y
usted
se apareci all silenciosamente, como cado del
lica y los tres asaltantes escuchaban tambin, con gran
se
lo
haba hecho notar: como cado del cielo ... Pe
cielo.
Ya
sidad.
ro
amigo
mo,
ya vio usted que ni el otro polica ni yo cree
-y ahora, vecino, recuerde usted que dej su
mos
en
milagros.
Y el cielo no arroja policas, de modo que
sobre el bote. Vaya usted a ver... Debe de estar hecha
para
aparecerse
como
lo hizo tuvo usted que haber salido por
dazos.
la
puerta.
Y
para
m,
todos
los que salieron por la puerta sigi
-Hecha pedazos?
losamente,
como
usted,
eran
ladrones. Ya ve que ni por un
-Claro! Se cree usted que la persona que estaba
momento
dej
de
darme
cuenta
de que era usted un ladrn
iba a permanecer all toda la vida? Al levantar la tapa
disfrazado de polica.
salir, debe de haberse ido al suelo su linterna ... Vaya usted ..
Marchaban los dos con la mayor naturalidad. El acompa
Aqu lo espero, aqu lo esperamos cuidando a estos hom
nante
de Mximo Roldn, olvidado en absoluto de su situa
bres ... Quiere dejarme su pistola ... ? Gracias.
cin,
beba
las palabras que iba escuchando. Se atrevi a
El polica alarg el revlver a Mximo Roldn y se encami
decir:
n a la esquina. Lleg, dobl, y de pronto oyse una
-Diablo! Habr que 1tmer mucho cuidado con usted.
macin de sorpresa y el ruido de pasos que se alej
Gente
as, en la polica, nos va a dar mucho trabajo.
emprendiendo una carrera.
-Pero,
hombre! Quin le ha dicho a usted que yo soy
-Lo siento -dijo Mximo Roldn dirigindose a los
de
la
polica'?
Todo lo contrario, todo lo contrario! Acaso
hombres que permanecan con los brazos en alto-. Creo
no
vio
usted
cmo
hice que escaparan sus compafteros'? No
si logra dar alcance al compai\ero de ustedes desquita lo
se
fij
cmo
hice
que
se fuera el otro polica desarmado, sin
la linterna ... Bueno; ah se queda ese bulto ... Ustedes pueden
pistola,
para
evitarles
a
ustedes un contratiempo'? De la poli
irse ... S, hombre, en serio ... Pueden irse ... Derecho ...
ca
...
!
Vaya
...
!
Va
usted
a ver ... Cuando me convenc de
esta calle derecho y sin volver la cabeza ... Antes de que
que
tambin
usted
era
un
ladrn,
comprend inmediatamente
se el otro ...
por
qu
no
llevaban
los
otros
el
dinero
encima ... Ya me ex
Los tres hombres ni siquiera intentaron bajar los brazos.
traftaba:
cmo
iban
a
ponerlo,
\80
fcil
de llevar en los bol
Dieron un flanco a la derecha, iniciaron la marcha, apretaron
sillos,
dentro
de
un
bulto
incmodo,
estorboso
y peligroso
el paso y decidieron correr. Mximo Roldn, mientras tanto
por
ai\adidura'?
A
meflos
de
que
hubieran
sido
unos
solemnes
se' aproxim al otro polica.
majaderos
no
podan
haber
hecho
eso.
Sin
embargo,
intent
-Usted se queda, amigo mo ... Es decir: se ir conmigo ...
de
una
cosa
no
me
caba
du
buscar
dentro
del
bulto.
Porque
Venga usted.
da:
de
que
adems
de
los
objetos
empaquetados,
ustedes
de
Introdujo la mano armada dentro del bolsillo y peg sta
bieron
de
sustraer
dinero.
As,
pues,
me
dispuse
a
buscar
el
a la cintura del polica.
contenido
del
bulto,
cuando
se
apareci
usted
como
llovido
- Venga usted ... Tenga presente que le voy tocando con el
50

51

del cielo. Indudablemente que es de un ladrn disfrazado de


polica, de quien menos se sospechaba; en todo caso l es
quien mayores posibilidades tiene de escapar, y en conse~
cuencia, aquel en cuyas inanos est ms seguro el dinero I'o~
bado ... Usted comprender que no me cost mucho trabajo
hacerme esas reflexiones y ver la cosa con toda claridad, in~
mediatamente despus... Como primera providencia, hice
que me diera usted la pistola que llevaba. La segunda ser la
de obligarlo a que me d el dinero.
En ese momento pareci despertar el otro de un suefto. La
primera manifestacin fue un estremecimiento que recorri
todo su cuerpo. Luego se volvi a Mximo Roldn y 10 con~
templ algn tiempo. Dijo, al fin:
-,Pero se ha credo que voy a darle el dinero? No faltaba
msl
-Es que olvida usted que le estoy apuntando con un revl~
ver -contest rpidamente Mximo Roldn-. Olvida usted
eso, que es muy importante ... Nada me cuesta descerrajarle
un tiro ... Ni siquiera contraigo responsabilidad alguna ... Un
polica tcnico, y yo, capturamos a unos ladrones, y como in
tentaran escapar, dispar el revlver hiriendo o matando a
uno de ellos, al capitn, quiz. eMe sera muy fcil explicarlo.
Sin contar con que me sera igualmente fcil apoderarme del
dinero y usted ira a parar a la crcel. En tanto que as, pacfi~
camente, por la buena, me da el dinero, desaparezco, y podr
usted irse a donde le venga en gana ... Le parece?
Todava luch el otro algn instante consigo mismo. Len
tamente flexion el brazo seftalando un punto de su pecho y
pronunci:
-En esta bolsa estn los billetes; en las de atrs, del panta
ln, hay oro.
-Muy agradecido -manifest Mximo Roldn-. Y: aho~
ra le extender un recibo, que mostrar a sus compafteros.
Escriba usted: "Recib del seftor (aqu ponga usted su nom
bre) todas las utilidades obtenidas en los trabajos de esta no
che;" Ahora la fecha, yen seguida mi firma.

52

CUENTAS CLARAS
-Trescientos setenta y cinco, y veinticinco ... cien .. Setecien
tos cuarenta y sesenta ... doscientos. .
Mximo Roldan se detuvo sorprendido. A travs de los ba
rrotes de la ventana abierta se escuchaba la voz que pronun
ciaba tales blasfemias contra la aritmtica ms elemental.
Continu escuchando:
-Mil ciento cincuenta, y cincuenta... trescientos. Quinicm
tos ochenta, y veinte... ciento cincuenta.
Otro transente se haba detenido. La pieza inmediata esta~
ba a oscuras. La voz deba de venir desde la siguiente, cuya
puerta se hallaba ligeramente entornada.
La voz continu:
-Cuatro por nueve, treinta y seis.
Los que estaban fuera sintieron un alivio.
- Tres mil seiscientos, entre cuatro, toca a novecientos.
-Vaya! -dijo eltransente a Mximo Roldn-. Al fin
estn acertando.
Pero de pronto:
- Trece por ocho, veinte.
Y los dos que estaban fuera se miraron nuevamente, sor
prendidos.
.
-Once por doce, veintiuno ... Siete por nueve, veintitrs.
Uno por siete, veinticuatro. -Mximo Roldn se ech a rer.
El otro lo mir un momento y sigui su ejemplo.
-Carambal -exclam-o Por fuerza debe de estar loco
quien hace tales cuentas. No le parece a usted?
-Hombre, no tanto; quiz est cuerdo como usted o co
moyo.
-Pero, no ha odo usted? La voz pertenece a un hombre;
de modo que no podta suponerse que se trata de un chiquillo
que est aprendiendo a sumar y a multiplicar.
-Claro; la voz es de un homb.re. Crea usted que un chi
53

quillo no hara los clculos que ese hombre acaba de hacer.


-Pero...
El otro contempl, asombrado, a Mximo Roldn. Pru
dentemente retrocedi algunos pasos. Luego, dijo:
-Pero, cmo explica usted la mezcla desatinada que ha
hecho de las cantidades? Trece por ocho, por ejemplo, en
ninguna parte son veinte, como tampoco once podrn ser ja
ms veintiuno. Me agradara saber de qu modo ligara usted
lgicl1I1lente esas cantidades, expuestas en la misma fOrl.11a en
que las hemos escuchado.
-Es muy sencillo. Ah dentro hay cierto nmerO de alum
nos que reciben clase de aritmtica. El profesor, para dejarles
grabadas en la memoria las operaciones que estn haciendo,
ha ordenado que escriban trece por ocho, veinte veces; once
por doce, veintiuna veces; siete por nueve, veintitrs veces ...
El transente mir a Mximo Roldn sin saber qu decir.
Luego se aproxim, ya tranquilizado.
-Tiene usted razn. No se me haba ocurrido.
-Pues vea usted: ah dentro hay una reunin de arquitec
tos que estn trazando planos y anotando medidas. Uno de
ellos dice a los otros que la caSa nmero veinte de una deter
minada calle tiene trece metros de profundidad por ocho de
frente; once de profundidad por doce del frente, la nmero
veintitrs.
El otro ya no coment. Se conform con abrir los ojos de
sorbitadamente. Mximo Roldn prosigui:
-Ah dentro hay un grupo de fotarafos que est anotan
do las medidas de algunos retratos que habr de entregar:
veinte de trece centmetros por ocho centmetros; de once
centmetros por doce, veintiuno; de siete por nueve, vein
titrs.
El otro sac un paHuelo del bolsillo y empez a limpiarse
el sudor que le corra por la frente. Pudo exclamar:
-Bueno; pero, qu hay, por fin, all dentro?
-Es lo que no s. Es decir: no estoy todava seguro de que
sea 10 que pienso.
-Sin embargo, alguna de las tres explicaciones que usted
ha dado debe ser la cierta.
-Precisamente ninguna de las tres es la verdadera. De eso
54

s estoy absolutamente seguro. Slo trat de explicarme 1611


camente la relacin que podran tener entre s esas cflIltidades
que a usted le parecan desatinadamente expuestas:"Note us

ted que en todas mis versiones omitf la ltima expresin que


omos: uno por siete, veinticuatro. Si se tratara de una clase

de aritmtica, no habra razn justificada para imponer a los


alumnos, mayor nmero de veces, la operacin ms simple
de todas. En cuanto a los arquitectos, resulta absurdo supo
ner que exista una casa de un metro de profundidad por siete
de frente, o de uno de frente por siete de profundidad; e igual
mente absurdo sera que los fotgrafos pretendieran hacer vein
ticuatro retratos de un centmetro de ancho por siete de largo.
Se fija usted?
El otro miraba a Mximo Roldn con cierto recelo. Sin
contestar a la pregunta que le dirigiera ste, interrog a su
vez:
-Perdone, es usted de la polica? .
.
-Hombre, muy bien. Cuando oye uno habUu de nme
ros, lo primero que imagina es que se trata de dinero. Y cuan
do se trata de dinero, slo la polica o los ladrones pueden
interesarse. Es ese el razonamiento que.se ha hecho? Muy
bien. Pues no soy de la polica. Como no soy de la polica,
yo, claro, soy un ladrn ... Yusted?
-Eh?
-Y usted?
-Hombre, yo ...
-Usted tampoco es de la polica, claro ...
-Caramba, pero ...
-No; si no he querido decir que sea usted un ladrn. Lo
que quiero decirle es que ah se ha estado tratando de dine
ro ... Ah dentro hay dinero. Se ha estado distribuyendo un
botn, y si no me equivoco, se han estado dando instrucciones
para repartirse ms,tarde otrO botn. Comprende?
El otro se haba aproximado a Mximo Roldn y escucha
ba vidamente.
-Esto puede ser provechoso para nosotros dos ... Dga
me a cmo estamos hoy. No estamos a ms de dieciIl:ueve,
verdad?
-A diecinueve.

55

-Muy bien. A diecinueve. Eso es. El da veinte, trece por


ocho; da veintiuno, once por doce ... Es preciso, fjese usted,
es preciso entrar ah. Hay cuatro personas, y nosotros somos
dos. Pero es preciso entrar ah, porque CADA UNO DE ESOS
CUATRO TIENE NOVECIENTOS PESOS EN ESTE MOMENTO. Le
conviene...? Usted solo nunca ha logrado.tanto con tan poco
riesgo. Entramos ... ? Vea usted: yo me basto solo para ha
cerlo ... Yo solo ... he hecho cosas mejores y menos fciles que
sta. Pero necesito ... necesito un amigo. Quiere usted ser mi
amigo? Trabajaremos juntos de hoy en adelante. Le con
viene?
-Dme usted la mano. Tambin yo estoy solo y necesito
un amigo. Y con un amigo como usted soy capaz de ir a cual
quier parte.
-Bueno. Le voy a dar un abrazo. Luego hablaremos mu
cho, mucho! Si viera usted qu ganas tengo de hablar! No
he podido hacerlo desde que ... Bueno, dejemos eso.
El otro lo escuchaba conmovido. Le estrech la mano nue
vamente y luego se acerc a la puerta.
-Voy a tratar de abrir sin hacer ruido -dijo a Mximo
Roldn.
ste lo dej hacer. De pronto se aproxim a l y lo detuvo.
-Escuche usted: cuando entremos, mientras yo apunto
con el revlver, usted buscar cuerdas para atarlos. Luego,
nos apoderaremos del dinero y trataremos de averiguar.
fjese usted, trataremos de averiguar quin es el nmero tre
ce, quin el once, quin el siete i quin el uno. Todos esos n
meros ... Bueno, yo me encargar de eso ... Ahora entremos.
El otro maniobr un momento con la ganza que haba sa
cado y logr que funcionara eficazmente. La puerta se fue
abriendo poco a poco, C9n gran sigilo. Mximo Roldn en
tr, pistola en mano, atravesando la oscuridad, seguido por
el otro. Una pequefta filtracin de luz dejaba adivinar ellu
gar que ocupaba la otra puerta. Frente a sta se detuvieron
ambos. Se escuchaba un rumor, ligero, apenas perceptible.
Mximo Roldn dio un empelln a la puerta, que se abri de
un golpe, y entr con la pistola en alto, apuntando.
-Que nadie se mueva, hagan el favor ... y tengan la bon
dad, tambin, de levantar las manos.
56

En la habitacin, alrededor de la mesa, se hallaban senta


dos cuatro individuos, en mangas de camisa, enrollando, pa
ra formar paquetes cilndricos, monedas de plata y de oro,
que luego iban colocando a un lado. Colgados de mltiple
perchero se hallaban los sombreros y los sacos. Correspon
diendo a cada uno de stos, colgaba tambin una cartuchera
y la pistola. Sobre una silla, en el fondo, haba relojes, cade
nas, pulseras de oro, una gran cantidad de joyas, formando
cuatro grupos.
El ms formidable cataclismo no hubiera causado la sor
presa y el espanto que produjo la irrupcin de Mximo Rol
dn y su acompaftante. Los cuatro individuos volvieron la
cabeza, estupefactos, y permanecieron as, sin que les fuera
dado mover uno solo de sus msculos.
-Bueno. Tengan la bondad ... Me agradara ms que se
pusieran en pie y levantaran las manos ... No quisiera ... es de
cir, no quisiramos ser demasiado bruscos ... No cuesta nin
gn trabajo ponerse en pie... A ver... Se puede hacer por
tiempos ... Uno ... dos ... Compaftero! Dles usted una mani
ta, por favor.... Eso, as ... Uno, dos, tres. Muy bien ... Ahora
las manos ... Eso pueden ustedes hacerlo en un solo tiempo ...
Muy bien.
Mximo Roldn fue aproximndose al sitio del que colgaban
las pistolas. Sin dejar de apuntar, procedi a sacarlas de su fun
da y a examinarlas una por una conforme iba hablando:
-Caramba! Cuarenta y cuatro especial ... Colt, calibre
treinta y ocho ... y esta escuadra... ! Slo que stas tienen el
inconveniente de embalarse con gran facilidad... Ot,a cua
renta y cuatro especial. .. Demonio! Acaso son ustedes di
putados?
-Oiga usted!
-Perdone... No quise ofenderlos ... Pero se han conse
guido ustedes cada pistola... ! Bueno ... Compaftero! Quiere
usted guardarse dos..:.? Escoja las que ms le agraden ...
Qu? Ah, vamos! Las cuerdas ... Mire usted los cinturo
nes... Puede usted trar de la hebilla hasta donde sea preci
so... Con las manos hacia atrs, claro... Para los pies ...? Los
pies... Los pies ... Los pies puede usted atarlos con los sacos ...
con las mangas de los sacos. Ver usted qu bien quedan.
57

Los cuatro individuos haban sido sujetados por las mue


cas, con los brazos hacia atrs, y derribados sobre el suelo.
-Bueno, ahora ... quin de ustedes es el Nmero Uno?
El ms robusto de los cuatro hombres volvi la 'Cara hacia
Mximo 'RQldn, reflejando su estupor.
-Usted? Hombre, mucho gusto! Ya lo supona ... Y el
Siete, y el Once, y el Trece?
Uno tras otro fueron mirndolo sin poder disimular la sor
presa. Mximo Roldn se aproxim a donde colgaban los sa-:
cos y principi un registro minucioso.
-Diga usted, Nmero Uno ... Quiere sealarme cul es su
saco ... ? No ... ? Bueno. Debe de ser, seguramente, el ms an
cho de todos ... A ver. .. ste ... ? ste.
De uno de los bolsillos interiores sac una cartera y un pe
queo cuaderno de apuntes, que empez a hojear febrilmen
te, hasta que pareci hallar lo que buscaba.
-Hombre, hombre ... ! "A las OCHO el Mexicano para
Veracruz ... " Trece por OCHO, veinte... Conque usted, que
rido Nmero Trece, tena que trabajar el da veinte en la va
del Mexicano ... ? Es una excelente lnea. Lo felicito ... "A las
NUEVE, directo para Laredo, estacin Cplonia ... " Esto para
el da veintiuno, no es as...? "A las DOCE, tren de Colo
nia." "A las SIETE, Ferrocarril Interocanico, nocturno para
Veracruz ... " Muy bien ... Conque al Nmero Uno le gusta
trabajar de noche ... ? Pero qu lnea ha escogido usted, hom
bre de dios .. .! La ms mala, la menos productiva ... Aposta
ra que la jornada ms mala es siempre la de usted, como
corresponde a un buen capitn ... Bueno. Esto ya est ...
Compaero ... ! Puede usted hacer un bulto con las joyas
esas y echrselas al bolsillo? Yo har otro tanto con el dine
ro ... Eso; as. .. Ahora, cuando usted guste ... Muy buenas no
ches. Siento que no puedan ustedes hacer lo que pensaban los
das veinte, veintiuno, veintitrs y veinticuatro ... Qu<fIe va
mos a hacer!
Los dos amigos salieron y cerraron tras de s la puerta. Ya
en la calle, Mximo Roldn mir el nmero de la casa y lo
anot en una hoja de papel.
-'-Qu piensa usted hacer ahora? -pregunt su compa
ero.
58

-Avisar a la polica. Estos hombres necesitan desahogar


su ira, y slo en la crcel se les pasar un poco.
-Me permite hacerle una observacin? Cree usted que
sea digno avisar a la polica?
-Creo esto, amigo mo: si se deja a esos individuos gue
continen maana cometiendo fechoras lo harn ya sin es
crpulo alguno, deseosos de tomar una revancha; sern capa
ces de matar por la cosa ms ftil. En cambio, si los apresan,
por dos d tres das cuando menos -tenga usted la seguridad
de que por muy rateros conocidos que sean, no habrn de
probarles nada-, si los apresan por dos o tres das, saldrn
de la crcel un poco prudentes ... Ahora, busquemos un tel
fono ... Vamos a llamar en la esquina.
Mximo Roldn penetr a la tienda y pidi comunicacin
con la Inspeccin de Polica. Luego dirigindose al depen
diente, pidi:
-Dme usted cien gramos de dulces surtidos.
Y mientras el dependiente se alejaba para despachar los
dulces, pronunci a media voz:
-Bueno... ? Inspeccin de Polica ... ? Aqu, en el nme
ro 36 de la calle... de... he logrado aprehender a cuatro ban
didos. Necesito auxilio ... abierta la puerta.
Colg el audfono, pag el importe de los dulces que le ten
da el empleado y sali a reunirse con su compaero. Ya en
la calle, enton "La feria de las flores" con un tenue silbido,
se colg del brazo de su amigo y emprendi la marcha.
A los pocos pasos oy que le preguntaba el otro:
-Quiere Usted decirme, ahora, cmo supo que all haba
dinero, y que haba alguien que era el Nmero Uno, y
otro ... ?
-Y otro el Nmero Siete, y otro el Once, yel otro el Tre
ce... ? ~ire usted: no cree que la noche est bellsima para ocu
parse de esas cosas? No cree usted que sera ms agradable
que me dijera cul es su nombre, que correspondiera yo di
cindole el mo y que hiciramos un paseo, luego?
-Yo lo estoy deseando, tambin. Pero'confieso que siento
gran curiosidad por saber ...
-Se lo voy a decir, hombre impaciente ... Pe~o, resulva
me antes una pequea duda: se llama usted Xavier?
59

El otro lo mir asombrado.


-No; me llamo Carlos.
-Carlos; muy bien. Y su apellido no ser... no ser ... es
pere usted... no ser...?
El otro se ech a rer.
-Carlos Miranda, para servirle -dijo.
-Vaya, hombre. Me hizo usted sudar obligndome a que
adivinara su nombre. El mo es Mximo Roldn. Claro
que tambin para servirle. Dme usted la mano, Carlos ... Si
viera qu feliz me siento ... ! Y qu buenos amigos vamos a
ser!, eh?
La emocin se haba apoderado de los dos. Continuaron
caminando en silencio, prendidos del brazo, durante largo
tiempo. Hasta que Mximo Roldn rompi el silencio:
-Bueno, mire usted: recuerde cuando mencionaban las
primeras cantidades que exponan en esta forma: trescientos
setenta y cinco, y veintincinco, cien; setecientos cuarenta, y
sesenta, doscientos; mil ciento cincuenta, trescientos. Men
talmente iba yo haciendo el clculo conforme escuchaba las
cantidades. As, cuando o las primeras: trescientos setenta y
cinco, y veintincinco, sum en seguida. CUATROCIENTOS.
Crea usted que sufr un rudo golpe cuando en vez de esta can
tidad que estaba yo esperando o que decan CIEN. Igual cosa
debe de haberle pasado a usted. Cre que rectificaran inme
diatamente, pero no fue as. La segunda suma tambin me
desconcert: setecientos cuarenta y setenta, OCHOCIENTOS.
Pero en vez de esta cantidad obtuvieron DOSCIENTOS como
resultado. Y luego las otras, que segufhaciendo mentalmen
te: mil ciento cincuenta, y cincuenta, TRESCIENTOS, en vez
de MIL DOSCIENTOS; quinientos ochenta, y veinte, CIENTO
CINCUENTA, en vez de SEISCIENTOS. Claro que todo ello
deba de tener una relacin. El intervalo que mediaba entre
la enunciacin de ambas cantidades y el resultado me pareci
largo, pues yo tena tiempo sobrado para hacer el clculo y
para repetir el resultado varias veces, en espera de que lo oira
luego desde adentro. Esto me hizo reflexionar: en ese lapso
de silencio poda efectuarse otra operacin intermedia, co
mo, por ejemplo, una divisin. Y ca en la cuenta inmediata
mente de que los resultados que se oan desde d~ntro equi

60

valan exactamente a la cuarta parte de los que obtenlamos


nosotros. En vez de cuatrocientos, cien; en vez de ochocien
tos, doscientos; en vez de mil doscientos, trescientos, yen vez
de seiscientos, ciento cincuenta. Es decir, dividlan entre
cuatro. De modo que cuando la voz dijo: Tres mil seiscientos
entre cuatro, toca a novecientos, ya no me cupo duda alguna:
se habla estado distribuyendo dinero entre cuatro personas,
que deba ser el nmero de las que estaban ah dentro. Digo
dinero, porque lo indicaban as las mismas proporciones de
las cantidades ... Se ha fijado usted?
-S; pero, cmo supo usted que los nmeros eran para
designar a los bandidos?
-De eso ho qued muy seguro hasta que ellos mismos lo
confirmaron. Desde luego not la coincidencia de que fueran
cuatro las nuevas operaciones. Tantas como individuos haba
all. No era difcil, pues, suponer que cada una de esas opera
ciones estuviese dedicada a cada uno de ellos. Me choc, en
primer lugar, la sucesin de las cantidades ltimas: veinte,
veintiuno, r veintitrs y veinticuatro. Faltaba el veintids.
Por qu? Esas cantid'ades podan referirse a un horario, por
ejemplo. Pero se acostumbra tan poco, todava, decir "las
Veinticuatro" en vez de "las doce de la noche u , que desech
inmediatamente esa idea. Podan referirse a los das del mes.
Y entonces record que los das 22 de cada mes son de mal
agero para los rateros. No hay ladrn que no tenga pavor
a esos dos doses reunidos. Y acept, como buena, la hiptesis
de que esas cantidades se referan a los das del mes, con ma
yor razn si an no haba llegado la primera de esas fechas.
Segn eso, los d{as veinte, veintiuno, veintitrs y veinti
cuatro, deberla efectuane algo. Qu eran, pues, el trece por
ocho, y las otras cantidades? Separ las primeras de las se
gundas y obtuve: treceJ once, siete y uno, por un lado, y
ocho, doce, nueve y siete, por el otro. Estas ltimas no me
decan nada; las primeras s: las cuatro constituan nmeros
cabalsticos, y lo ms natural era que se aplicaran cosas
determinadas. Desde luego, los nmeros eran cuatro; los
individuos que estaban dentro eran tambin cuatro. Se
designaran entre s en esa forma? Slo era cuestin de pro
bar. Por 10 pronto, admitiendo que eso fuera. resultaba, sus
61

tituyendo. que el compaero Trece ida por la cosa


o por el objeto Ocho, el dla veinte, o sea;, trece
ocho, veinte. Cuando~~ hicimos la prueba, allf dentro,
vio usted, querido Carlos, cul fue el resultado ...
s~ncillsimo.

LAS TRES BOLAS DE BILLAR


Una calma absoluta, una calma chicha en la YMCA, no es al
go extraordinario. Slo quienes jams hayan estado ah po
drn asombrarse de que en un centro de young men no reine
alboroto. Pero as es. Se respira un aire beatfico, que hace
pensar inmediatamente en los treinta aftos de paz que se atri
buyen al machete de Porfirio Daz. Ningn ruido perturba el
ambiente. Hasta el ascensor es silencioso; hasta los pasos de
los meseros son silenciosos. Apenas si las mesas de boliche,
instaladas en la parte baja del edificio, se atreven a protestar
con un sonido que se inicia bruscamente, y se prolonga, y
acaba en una explosin dbil, desabrida, seca.
Donde mejor se siente esta calma, donde ms claramente
se escucha este silericio, es en el pequefto hall que sirve para
los ajedrecistas, alrededor de 19s cuales se agrupan ocho o
diez espectadores~ Nada perturba los clculos de los jugado
res ni distrae la atencin de los mirones - ' 'los mirones -son
de palo"-, y slo se percibe el ruido que produce la trayec
toria del brazo al trasladar la pieza de un lugar a otro del ta
blero a cuadros.
Cuando Mximo Roldn y Carlos Miranda penetraron en
el pequefto hall, acababa de terminarse la partida de ajedrez
ms sensacional que se haba jugado en la semana.
-Bien que cantabas, dije ... 1 -haba exclamado uno de
los jugadores, moviendo su dama y dando jaque al rey.
- j ... mas no que cantaras bien! -haba contestado el otro
comindose la dama y seftalando mate.
Claro que despus de esto ninguno de los espectadores se
atrevi a comentar el juego. Y los que no quedaron con la mi
rada fija en el tablero, idiotizados, tuvieron la osada de des
doblar un peridico y comentar las ltimas noticias.
Mximo Roldn extenda los brazos para desperezarse y
deshacerse en un bostezo interminable, cuando fue interrum- .

62

63

pido por un tremendo grito que reson en todo el edificio del


casino, seguido de dos o tres golpes secos, dados sobre el sue
lo, y de una carrera que atraves todo el gran hall para ir a
detenerse a la entrada del hall de ajedrecistas.
Los que haban permanecido sentados se pusieron en pie .
de un salto. Y en la entrada del pequeo hall apareci una
visin: una cara espantada, un pecho jadeante, unos brazo~
extendidos en cruz.
y en seguida, una voz que pronunciaba
-Mue... mue ... muerto! Est muerto!
El lector comprender que una cosa de stas, donde no hay
costumbre de verlas, se toma como una guasa. Y una guasa
repentina, en un sitio tan serio como es donde hay ajedrecis~
tas, y en un local donde la jovialidad y el buen humor apare:
cen de tarde en tarde, tiene la virtud de contagiar a todos y
de enloquecerlos en un segundo.
De modo que, cuando la aparicin balbuce aquello, un
desbordamiento general de risas oblig al pobre hombre -por
que era un hombre....:.. a abrir los ojos desorbitadamente, ami
rar de un lado para otro, a tambalearse y a caer redondo sobr.e
el suelo.
Las guasas siguen un procedimiento delimitado por la mis
ma razn del que las hace y de quienes las presencian. Y el
que adopt el aparecido estaba fuera de todo lmite y de toda
razn. Porque las guasas se llevan a la prctica con menosca
bo del prjimo, pero no con menoscabo propio.
-Muerto! Est muerto! -exclam alguien repitiendo lo
que dijera el otro.
-Est muerto!
y todos a una se abalanzaron sobre el cuerpo del cado,
palpndolo de pies a cabeza. ste volvi en s.
-Est muerto! -dijo incorporndose lentamente-o Tie
ne l"ota la cabeza.
Luego, ya completamente en pie:
-Fue de repente. Acababa yo de tirar cuando o el golpe,
y lo vi dar una vuelta y caer. Tiene rota la cabeza.
-Pero... qu es, qu pasa, de qu est usted hablando?
-interrog al fin alguien.
Fue una seal, porque todos a la vez comenzaron a inte
64

rrogar. Hasta que, calmados un tanto, logr el otro hacer


se or.
-Estbamos jugando carambola ...
-Quin? -interrumpi, imperioso, uno de los all pre
sentes.
-Don Pascual y yo.
-Pero, quin es el que est muerto? -volvi a decir el
de la voz recia.
- Don Pascual.
-Eh?
-Don Pascual. Tiene rota la cabeza.
-Caramba! Y hasta ahora se le ocurre a usted decirlo?
-Pero si lo estoy diciendo desde hace .. .!
-Se cay?
-No, seor: lo mataron.
-Qu? -exclamaron tres o cuatro voces a la vez.
-Lo mataron. Estbamos jugando carambola ...
-Quin?
-Don Pascual. Tiene rota la cabeza.
-S, hombre; ya lo dijo usted! Pero, quines estaban ju
gando carambola?
El pobre hombre pareca vuelto loco. A la ltima pregunta
contest casi gritando, por temor a ser interrumpido nueva
mente:
-Don Pascual y yo ... ! Don Pascual y yo... ! Estbamos
jugando carambola... !
Ahora fue l quien se detuvo, amenazador, dispuesto a
romper la crisma al primero que osara interrumpirlo. Pero
ninguno se atrevi a chistar. Continu:
-Estbamos jugando carambola, y me tocaba tirar ... Co
g el taco, me agach ... La carambola era de bola a bola, sen
cillsima... En ese momento volvi a decirme don Pascual:
"-No hay nadie ..... Bueno, creo que me lo deca a m, por
que realmente no haba nadie ms que nosotros dos ... Me lo
haba dicho ya ms de veinte veces. Y siempre sin mirarme ...
Al fin me fastidi. Le pregunt: "-No hay nadie en dn
de?" Entonces me mir muy asombrado, pero contest en
seguida: "-No hay nadie capaz de hacer esa carambola."
Lo creern ustedes ... ? Estaba loco. De seguro estaba loco,
65

porque la carambola era de bola a bola, y yo me senta capaz


de hacerla con los ojos cerrados ... Me indign. Y para de
mostrarle que s poda hacerla, me agach y tir ... Fue es
pantoso ... ! En ese momento ... prac!, o un golpe seco y vi
a don Pascual con la cara llena de sangre y dar una vuelta y
caer ... Caer sin metar las manos, como si fuera una piedra, o
un rbol que se derrumba... Y saben ustedes lo que haba
en el suelo, junto a l? Una bola de billar llena de sangre
y... y untada de sesos; s, de sesos, de los de la cabeza de
Pascual! All est todava ... Cre que mi bola haba saltado,
y haba ido a dar contra l. Pero sobre la mesa estaban tres
bolas, comprenden ustedes?, y con la del suelo se hacan,
entonces, cuatro... y en el saln slo jugdbamos nosotros

dos.
Call un momento para pasear su mirada sobre todos los
presentes. Luego prosigui:
-Slo nosotros dos estbamos jugando. No habla mds

bolas en ninguna mesa y no haba nadie mds en el saln. Na


die! Nadie! SLO NOSOTROS DOS, Y SLO TRES BOLAS Y
AHORA HAY CUATRO, Y DON PASCUAL EST MUERTO!

Un silencio imponente acogi las palabras del que relata~


bao Ninguno se mova. Ninguno se daba cuenta exacta de qu
era lo que se les estaba refiriendo ni qu era lo que debera
hacerse. Entonces se dej or una voz tranquila que pregunta
ba ingenuamente:
-Y el asesino? Es""nadie el sesino?
Mximo Roldn haba hecho la. pregunta ms natural del
mundo, con la mayor sencillez que hubi~ra podido haberse
hecho. Y tuvo la virtud de hacer reaccionar a todos los pre"
sentes. El de la voz recia exclam:
-Eso! Y el asesino?
-Y el asesino?-repitieron otros.
Mximo Roldn se adelant:
......Diga usted, seftor: no estaba el mozo en los billares?
-Le digo a usted que ... ! Qu ...? Ah... ! El mozo ...?
-Bueno, vamos a ver. Por fuerza debi estar alguien
ms... Usted no es el asesino, creo yo ... Fjese usted: elmozo'
siempre est a la puerta de entrada del saln ... Recuerde, re
cuerde ... No estaba all el mozo, mientras ustedes jugaban?

66

El otro se cogi la cabeza con ambas manos, y empez a


tirarse de los pelos.
-El mozo, seftor --continu Mximo Roldn-. Recuerde.
El mozo no se aparta nunca de la puerta... Es muy fciL .. Es
una parte integrante del billar... Como una mesa, como una
silla, como los tacos y las bolas... No es nadie... Por eso do
usted que no haba nadie. Pero, si ya no estuviera all una de
las mesas de billar, no hubiera usted notado que faltaba?
-El mozo, el mozo! -grit desesperado el pobre hom
bre-. S, all estaba el mozo, parado en la puerta, cuando
yo sal! Pero...
El de la voz recia interrumpi:
-El mozo! Hay que buscar al mozo! Dnde est?
y sali, seguido de tres o cuatro ms, que a duras penas
haban contenido su impaciencia.
Mximo Roldn no se movi.
-De modo que el mozo... -insisti.
-S, estaba all, pero en la puerta. Estaba demasiado

lejos.

-Ya lo s ... Demasiado lejos ... Pero tambin estaba de

masiado cerca.. .
-Eh?
-Nada. Que el mozo estaba demasiado lejos. Y, en conse
cuencia, no es l...
-El mozo no fue el asesino -exclam, aparecindose en
la puerta, uno de los que haban salido poco antes. Mximo
Roldn se volvi de un salto hacia el que hablaba.
-Cmo sabe usted eso?
-Porque tambin el mozo ha sido asesinado ... Tiene rota

la cabeza!

Un profundo estupor paraliz a todos los que se encontra


ban en el pequefto hall. Mximo Roldn fue el primero en re
ponerse:
-A verl Cmo! Caramba!
-Est ah, frente a la puerta, tendido en el suelo, con la
cabeza rota. Y junto a l estd una bola de billar llena de san..

gre...

Mximo Roldn se dej caer sobre una silla. Recarg la ca


beza contra el respaldo, cerr los ojos y empez a hablar:

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-El zagun de entrada se cerr desde el primer momento.


Desde antes que muriera el mozo ... El elevador ... funciona
el elevador? Alguno de ustedes sabe si funciona el elevador?
-No funciona -contestaron varias VOces.
-Muy bien. Y la escalera de servicio, que est all, enfren
te, no la he perdido de vista un solo instante ... Vamos.
Quieren ustedes decirme si voy bien? Los dos crmenes se
cometieron con bolas de billar... y bolas de billar s610 habla
en la mesa de carambola, yen la administraci6n que es donde
las guardan. Pero la bola con que fue muerto don Pascual no

era de las tres que habla en la mesa de billar. Era una de esas
que se guardaban en la administraci6n. El mozo es quien las
saca de ah, verdad? Pero el mozo estaba demasiado lejos ...
Estaba en la puerta de entrada al saln... y la mesa de caram
bola est frente a la puerta de la administracin::: ~Uesde all
arrojaron la bola contra la cabeza de don Pascual... Hayal
guien ms, aparte del administrador, dentro de la administra
cin ... ? Nadie, nadie .. .! Qu hacen, pues. que no cogen al

administrador?

Fue UD"estupefaccin general. Se atropellaron unos a


otros, intentando salir. En ese momeJlto apareci en la puer
ta la figura del director del establecimiento.
-Es intil -dijo pausadamente-o El administrador est
muerto ... TIENE ROTA LA CABEZA ...
Slo Mximo Roldn no se volvi loco. Dios sabe a costa
de qu esfuerzo. Pero no se volvi loco.
Se puso en pie. Mir fijamente al director y se acerc a l.
-De modo, seor, que lleg -usted a tiempo? -dijo con
la mayor naturalidad del mundo.
-S.

-Y el dinero?

-Ah est, en la ...

Lleno de espanto, el director se interrumpi. Retrocedi

algunos pasos, fuera del pequeo hall, en actitud defensiva.

Mximo Roldn sigui aproximndose.


-No tenga usted cuidado -lo tranquiliz-o Slo yo s.
Quiere usted darme la mano ... ? No tiene usted la culpa .. .
No ha hecho sino evitar que ese ladrn se llevara el dinero .. .
Bien merecido lo tena, adems ... Pero le aconsejo que se va

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ya... No tardarn en ,saber que usted lo ha matado, y lo pon


drn preso. Ande usted, coja su sombrero y sus cosas,
mientras yo los entretengo ... Pero, pronto, hombre!
-Gracias!
El director general desapareci. Mximo Roldn torn al
pequeo hall. Su presencia apacigu un tanto la expectacin
de todos. Aprovech el momento:
-Es preciso guardar todas las salidas... La escalera de ser
vicio ... pronto, l escalera de servicio especialmente .. Quie
ren ir ustedes cuatro a cuidarla? No dejar pasar a nadie!
Entendido ... ? Ustedes tres al piso superior ... La puerta de
entrada ya est vigilada. All est el director ... Ustedes quie
ren hacerme el favor de buscar en el gimnasio ... ? Yo voy a
la administracin ... Venga usted tambin, Carlos ... Creo que
hara usted bien acompaando al director, all, abajo ...
Vamos.
Obedecieron todos. Carlos Miranda sigui a Mximo Rol
dn.
'
-Escuche usted, Catlos -dijo aqul cuando llegaron a la
escalinata-o Baje usted, abra y salga. Colquese exactamen
te debajo de la ventana de la administracin, que yo desde
all he de arrojarle algo.
Mximo Roldn abri la puerta de la administracin y pe
netr. El cuerpo de un hombre se hallaba tendido en el suelo,
sobre un charco de sangre. Cerca de l haba Una bola de bi
llar. Sobre el escritorio se vea una pequea maleta de cuero,
La existencia de la maleta era el nico detalle que, dentro del
arreglo natural de un despacho, se haca chocante a primera
vista. Mximo Roldn se aproxim al escritorio, abri la ma
leta y mir su contenido. Dinero. Billetes de banco y mone
das de oro. Volvi a cerrarla. La levant con una mano y
not que no pesaba. Se acerc a la ventana. Carlos Miranda
estaba ab~o, con la cabeza vuelta hacia l. Sac la maleta y
la suspendi un momento en el aire. Luego la dej caer.
Atraves nuevamente la pieza, abri la puerta y se encon
tr en el gr~ hall. Con estudiada calma lleg a la escalinata
y empez a baJar, al tiempo que exclamaba, dirigindose a
una persona imaginaria:
-Cierre usted bien la puerta, seor director ... Vea usted:

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colquese ah .. Un poco ms a la derecha... Voy a decirle


cmo ... Espere usted.
Lleg al pie de la escalinata. Tir del picaporte de la puerta
e hizo el espacio suficiente para pasar el cuerpo. Cerr en se
guida~ y cogindose del brazo de Carlos Miranda emprendi
la marcha...
-Qu le parece a usted? -pregunt a su amigo cuando
se instalaron en el coche.
-Realmente, no he entendido nada. De dnde cogi us
ted ese dinero ... ? Y, sobre todo, dgame: supo usted quin
fue el asesino?
-Pero no lo oy usted, hombre? El asesino era el admi
nistrador.
-Pero... Caramba! No va usted a hacerme creer que
uno de los asesinados fue el asesino!
-Claro que no tratar de hacrselo creer. Pero s voy a ha
cer que est usted seguro de eso. Pareca tan complicada la
cosa
eh, Carlos? Estaba claro, clar!
. ... ! Y qu fcil result,
,
Slmo...

nadie en dnde, dio la respuesta ms absurda, y la nica, sin


embargo, que poda dar en ese momento: "-No hay nadie
capaz de hacer esa carambola." y LA CARAMBOLA ERA DE
BOLA A BOLA. Fue pues, esa, en realidad. su idea? Claro
que no. De modo que el "no hay nadie" se refera a otra co
sa. A otra cosa ajena al juego de billar y ajena al otro juga
dor, puesto que no se lo deda a l, ya que Uno lo miraba".
Se lo deca a otro. Y ese otro no era el mozo, tampoco: ste

se hallaba en la puerta y estaba en condiciones de darse cuen

ta de que no ha"a nadie. como no fueran los dos jugadores.

Por otra parte. se dio el caso de que don Pascual recibiera en

la cabeza un trem.endo golpe con una bola de billar, que lo

hizo caer muerto. No fue el mozo quien lanz la bola. Estaba

demasiado lejos para haber sido l. Luego exist(a otra perso


na. Y slo quedaba una suposicin: haba sido la misma a
quien don Pascual dijera: "-No hay nadie."
- y esa otra persona. dnde estaba? .
-Slo habia un sitio donde poda estar oculta: la adminis
tracin. A dos metros de distancia de la mesa de carambola.
En la administracin, donde poda disponer de las bolas que
quisiera y lanzarlas contra la cabeza de don Pascual sin que,
por lo corto de la distancia, corriese el riesgo de fallar el
golpe.
. -Caramba! Creo que tiene usted razn!
-y resultaba, amigo Carlos, que en la administracin, a
esa hora, nunca est nadie ms que el administrador, quien
hallndose en su despacho, era libre de hacer lo que le viniera
en gana, cualquier cosa. excepto ...

-Excepto?

-'-Abrir la caja de caudales y sacar eldinero. Esta tarea co


rresponda. al cajero, .que se presentaba. a desempeftarla por
las nOChes. No estando facultado el administrador , necesita
ba de alguna.petsona que le advirtiese si habia alguien que
pudiera sorprenderlo. Comprende usted por qu deca don
Pascual, con tanta frecuencia: "No hay nadie"?
-Entonces, don Pascual era el cmplice ...
-Don Pascual, Y. tambin el mozo. Este se hallaba dema

Carlos Miranda arroj la maleta contra el piso del coche


y se volvi furioso a mirar de frente a Mximo Roldn:
-Slo eso me faltaba! Que venga usted ahora burlndo
se de m!
Mximo Roldn lo mir con estupor. Luego, echndose a
rer:
-Perdneme -dijo-o Cre que haba usted adivinado to
do. Se lo voy a explicar.
.
Y despus de un momento de silencio:
-Aquel buen hombre que haba jugado carambola con
don Pascual lo dijo todo, sin darse cuenta y sin que nos fij
ramos nosotros al principio.
-Sin que se fijara usted -rectific Carlos Miranda.
-Bueno. Sin que me fijara yo. Pero despus... Cuando
aquel seftor asegur que don Pascual le haba dicho ya ms
de veinte veces: "-No hay nadie", y siempre sin mlTarlo,
no le choc a usted la frase? A m s. Acab por concentrar
mi atencin en ese "no hay nadie" inopinado que tantas ve
siado lejos para haber sido el asesino, pero estaba demasiado
ces pronunci don Pascual sin causa alguna aparente, y siem
cerca para no haber ordo lo que deda don pascual. De modo
pre sin mirar al otro. Cuando ste le pregunt que no haba
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que este seor no se preocupaba de que lo escuchara el mozo,


tanto ms cuanto que era precisamente el mozo quien le indi
caba por seas, vigilando desde la puerta, si se acercaba al
guien o no. Era, por lo dems, una actitud tan natural
-puesto que siempre estaba parado a la puerta- que no ha
ca sospechar a nadie.

- y el asesino?

-El asesino? Ah, amigo Carlos! Qu instintos tena ese


administrador! Eh? Romper la cabeza a sus cmplices con
una bola de billar! Era la nica manera de deshacerse de
ellos. A don Pascual primero, al mozo despus ... y luego, el
tiempo suficiente, apenas, para correr hacia la administra
cin y ocultarse, porque en ese momento fue cuando salieron
en busca del mozo creyendo que l era el asesino.
-Pero, quin mat al administrador?
-E~director general. Cuando regresaron a darnos la noti
cia de la muerte del mozo decid contar lo que haba adivina
do, y encamin las sospechas sobre el administrador. El
primero en darse cuenta fue el director general, esa excelente
persona que corri hacia la administracin y sorprendi al
asesino con la maleta del dinero en la mano, dispuesto a em
prender la huida. Algn ademn sospechoso debe haber he
cho ste, que oblig al director a coger lo primero que le vino
la mano Y arrojarlo contra el otro en un movimiento de de
fensa. y lo primero que hall a mano fue una bola de billar. \
Recuerda usted que ni yo mismo escap al desconcierto que
prOdujo la noticia de la muerte del administrador? Era inau
dito, despus de los razonamientos que me haba hecho! Pero
reaccion en seguida, creyendo comprender lo que suceda.
Por eso pregunt al director sIhabla llegado a tiempo de evi
tar el robo, como si estuviera yo en el secreto de lo que acaba
ba de hacer. y l, con toda ingenUidad, cogido de sorpresa,

me contest que s. Comprender usted que despus de eso

y~ no poda dudar ...

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LA OBLIGACIN DE ASESINAR
1

"""

El crculo de luz recorri toda la pared. Se estrell contra el


techo. Baj rpidamente hasta el piso y se desliz de un lado
para otro, con suavidad, hasta tropezar con el escritorio.
Carlos Miranda fue aproximndose lentamente, sostenien
do la linterna en una mano, mientras el crculo de luz se en
sanchaba iluminando ahora todo el escritorio. De pronto, la
luz cambi de rumbo: rpidamente baj, torn a subir, a re
correr el m\,l!o ya detenerse en un rincn. Una caja fuerte se
alzaba a un metro del suelo. Esta vez, Carlos Miranda se d.i.ri
gi sin vacilar hacia el rincn donde se hallaba la caja, hasta
quedar a un paso de distancia. Recorri lentamente todo el
contorno de la caja con el crculo de luz que despeda la linter
na, y afoc sta en el centro, donde se hallaba la cerradura.
y en ese preciso momento aconteci la cosa. Un disparo
sonoro, que hizo estremecer los muros, y que desgarr el si
lencio inconmensurable de la noche, retumb en la casa. Na
da ms. Ni un solo grito,ni un solo ruido sigui al disparo,
cuyo eco an repercuta.
Carlos Miranda apag la linterna. Una tenue claridad se
filtraba por el cuadro de la ventana, que haba dejado abier
ta. Tuvo un momento de suspenso y luego se movi con rapi
dez. A tientas fue salvando obstculos.
Un estremecimiento incontenible se apoder de l. Frente
a la ventana abierta, a dos pasos de distancia, se hallaba un
gendarme con una pistola en alto, apuntndole. Carlos Mi
randa se eh a un lado, con la conviccin plena de que no
haba pasado inadvertido su movimiento para el que se halla
ba afuera. Y pronto tuvo la comprobacin. Dos manos, una
de ellas blandiendo todava la pistola, se agarrotaron en el
dintel de la ventana. Luego asom una cabeza. Y, por lti
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