Para Contener Al Pueblo: El Hospicio de Pobres de La Cd. de México (1774-1871) de Silvia Marina Arrom
Para Contener Al Pueblo: El Hospicio de Pobres de La Cd. de México (1774-1871) de Silvia Marina Arrom
Para Contener Al Pueblo: El Hospicio de Pobres de La Cd. de México (1774-1871) de Silvia Marina Arrom
ISSN: 0185-0172
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El Colegio de Mxico, A.C.
Mxico
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siglo xviii en la ciudad de Mxico: una metrpoli que por entonces tena las calles tapizadas de gente estirando la mano. En aquel
entonces se prohibi pedir limosna al tiempo en que se abrieron
las puertas del hospicio de pobres. Despus de todo, esa era la finalidad: que ya no se mendigara el sustento a los transentes, a los
que salan de las iglesias, a los que pasaban en un carro tirado por
caballos, a los que se dirigan al trabajo, a los que venan de arreglar un asunto importante. Es decir, a los que tenan algo verdaderamente provechoso que hacer con su vida: la clase privilegiada.
Algunos mendigos entraron por voluntad propia; otros fueron
forzados a internarse. En un principio se admita a cualquiera que
no tuviera la posibilidad de sustentarse por s mismo; aunque si
algn familiar se haca cargo y con ello dejaba la mendicidad, se
salvaba del encierro.
Los mtodos para elegir quin se quedaba y quin no, iban
ms all de la prohibicin de pedir caridad: dependan del juicio
de los que dirigan la institucin. Si estos ltimos consideraban
que la gente no poda sostenerse por s misma y que por lo tanto
estaba orillada a sobrevivir por medio de limosnas, era internada independientemente de su deseo personal.
Durante las dos primeras dcadas de apertura del asilo, que
inici en 1774, se tuvo claro el propsito de ayudar a los pobres y
evitar que pidieran ddivas. La institucin sobreviva de impuestos, caridades y la Lotera Nacional con intermitencias. Desde
el principio tuvo problemas econmicos y se manej en nmeros rojos. Las peores pocas llegaron cuando no se tena ni para
pagar a los empleados: una situacin comn, que sola prolongarse durante meses. Aun as, el hospicio de pobres sobreviva
con una poblacin que creca o disminua peridicamente.
El requisito o la obligacin de permanencia era la insuficiencia para sostenerse por s mismo y tener que recurrir a la mendicidad; esto presupona igualdad dentro del edificio. Sin embargo
suceda lo contrario, principalmente haba diferenciaciones de
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Los cambios econmicos y sociales de la independencia llevaron desventuras al hospicio de pobres. La salida del gobierno
ante la falta de dinero fue gravar nuevos impuestos, entre los que
se contaba el de esposarse. El hospicio de pobres no fue abandonado, pero el gobierno virreinal no sigui sostenindolo como
antes. Si bien el lugar siempre se haba manejado con nmeros
rojos, ahora era ms difcil sostenerlo: la guerra fue cara, los
recursos menguaron, y lleg el tiempo en que los trabajadores
no percibieron 14 meses de sueldo.
En el final del primer tercio del siglo xix, la institucin acarici la estabilidad de otras pocas. Super la crisis que le haba
heredado la guerra de independencia. Sobrevivi a instituciones
de beneficencia que cerraron sus puertas temporal o definitivamente: fueron los casos de las instituciones para nios expsitos
y de mujeres recogidas.
La estabilidad fue temporal pese a la ley de desamortizacin de
la propiedad comunal, que mandaba que las propiedades que no
usaran las asociaciones cotidianamente seran confiscadas. Esto,
aunque al principio no tuvo gran repercusin en el hospicio de
pobres, despus fue dandolo pues se vio forzado a vender las
propiedades que lo sustentaban, desapegarse de la caridad religiosa y depender de la beneficencia pblica creada por la segunda administracin de Jurez.
Si bien el gobierno de Maximiliano aport en gran medida a
la armona econmica del hospicio de pobres, la guerra de Reforma origin estragos irreversibles: el descuido de las instalaciones; la falta de mantenimiento, el retorno de la crisis econmica
institucional y el uso de emergencia del edificio para curar a los
heridos de guerra.
Lo que describo se puede observar con mayor precisin y
abundancia en el libro de Silvia Arrom: un viaje que nos aleja de
la historia oficial, nos muestra ratos y rincones distintos de los
que describe normalmente la historiografa mexicana. Un paseo
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matutino por las sombras de la ciudad de Mxico: los pobres desabrigados que pedan limosna y un edificio que intent cubrirlos.
Julio Morales Rodrguez
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disciplina en los colegios siempre fue frrea, pero parece reforzarse al final del siglo xviii (p. 130). Pero los colegiales eran los
afortunados: la mayora caa en el aprendizaje (tejedor de seda,
gorrero, platero si eran espaoles), o peor an en el infierno de
los obrajes. En 1788 hay en la capital 9 962 aprendices entre 1 644
talleres, sobre un total de 13 mil adolescentes (p. 138). Al otro
extremo estn los viejos: es otro concepto subjetivo, distinto para
hombres (a partir de los 60 aos) y mujeres (a partir de los 50),
pero tambin en relacin con la capacidad de mantener su podero (jefe de familia) (p. 155).
Estamos por lo tanto en un mundo donde el parecer gua
al ser. Esto resulta evidente en otros dos signos exteriores de
riqueza (visuales por lo tanto), la casa y el vestuario. Estamos
en el corazn de la cultura material que domina perfectamente la autora, entablando sobre la ropa un dilogo con el libro de
Daniel Roche, La culture des apparences. Une histoire du vtement (xvi-xviiie sicle).3 El alojamiento es por supuesto altamente discriminatorio, aunque todava no existen guetos sociales:
los altos se reservan para el propietario o el rico, mientras los
pobres viven en los bajos, covachas y otros jacales. Para quien
tiene un verdadero techo, la situacin no es tan desesperada hay
en Mxico, en 1777, 6% de mansiones, 26% de casas confortables, 51% de cuartos y accesorias, siendo lo dems alojamien Pars, Fayard, 1989. Sobre el tema ms amplio de la cultura material en
el mbito urbano tambin sera bueno referirse a Annick PardailhGalabrun, La naissance de lintime. 3 000 foyers parisiens, xvii-xviiie
sicles, introduccin Pierre Chaunu, Pars, puf, 1988, 523 pp. Es til
tanto por su metodologa (utilizacin de inventarios) como por coincidencias o desfases entre las actitudes de poblaciones tan apartadas (por
ejemplo la supervivencia de objetos que hoy se daran por totalmente
fuera de uso), o la aparicin fechada de ciertas cosas como la ropa
ntima femenina que delatan cambios fundamentales en algunas preocupaciones (higiene, confort, decencia).
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Y es que todo se pone en tela de juicio, hasta lo ms inquebrantable: la relacin con la divinidad, el equilibrio entre religin y vida profana. Una de las demostraciones ms claras aqu
se refiere a la lectura. Con mucho tino Pilar Gonzalbo dedica
sobre todo su atencin no a la produccin de obras (52% son religiosas) o a los catlogos de bibliotecas conventuales, sino a los
libros entre manos de libreros y del publico seglar. Con esta perspectiva, entre los siglo xvii y xviii hay una tendencia hacia una
mayor separacin del espacio religioso y del secular, y la creciente inclinacin de los novohispanos hacia las lecturas de informacin y de distraccin. Acabamos con 69% de libros profanos
(p. 343). Otro cambio significativo, que traduce toda una remodelacin de la percepcin y de la relacin con la divinidad es el
giro que se manifiesta en los nombres de pila: la Sagrada Familia
se impone, y Jos, casi desconocido en los registros bautismales
del siglo xvi, se da a 86% de los nios por 1800! (p. 346).
Es decir que esta vida cotidiana, con el fluir de los tiempos,
con todo y su rutina, es un formidable actor y testigo de todos
los cambios que intervienen, ms si se asocia con la historia cultural (fiel a sus lealtades Pilar Gonzalbo habla aqu de de las
mentalidades). 5 Esos cambios (un continuo movimiento,
p.366) pertenecen a una sociedad en la cual se superan orden
y desorden, por la fluidez que nace de un universo que hay que
reconstruir desde la Conquista, con ordenamientos procedentes
de varios horizontes, pero tambin gracias a las bases de consenso
que dieron las religiones a ambas majestades (tal vez en esa rutina no se tom lo suficiente en cuenta la que se liga a la terrenal
del rey). Aunque, dice la autora, cada da ms gritos primero
aislados (mujeres maltratadas) se oyeron contra un mundo
cuya base descansaba sobre la injusticia.
Poner en prctica un modelo explicativo mixto que logre la historia
cotidiana con la evolucin de las mentalidades, p. 16.
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biopoder en cualquiera de sus formas: los abortos voluntarios en aras de la causa, la maternidad que tiene que ser delegada en otras no combatientes, la circulacin de parejas que impide
la creacin de vnculos a largo plazo, el acoso sexual que est a la
orden del da. Es decir, la permisividad sexual femenina opera en
funcin de las necesidades de la doble moral revolucionaria, sin
compromisos, sin responsabilidades ni cuestionamientos ticos,
para ellos; acatando y resolviendo las consecuencias y el desapego, para ellas. Y en ambos casos, como afirma Rayas, la dominacin sexualizada es parte de la construccin ideolgica de lo
militar (p. 204). De ah que, no obstante que las mujeres realicen
con xito acciones transgresoras a su papel de gnero, e incluso
se cubran de gloria, como es el caso del pelotn femenino Silvia
del fmln, que abati a batallones de lite del ejrcito salvadoreo, sus quince minutos de fama y reconocimiento no alcanzan a
cristalizar en estructuras verdaderamente equitativas.
Qu obtienen, entonces, las mujeres con su incorporacin a
las fuerzas armadas? Una aportacin fundamental del texto es
dar una explicacin coherente del porqu, a pesar de desenvolverse en un ambiente altamente jerarquizado que exige de ellas
la negacin de su feminidad, y que al mismo tiempo las enfrenta cotidianamente a las concepciones sometidas de gnero, las
mujeres se insertan en el escenario de la guerra. Por un lado, un
denominador comn pareciera ser la pobreza: para las salvadoreas, la liberacin de la dictadura significa ser partcipes de una
patria mejor, ms generosa e igualitaria para todos. Para las estadounidenses se traduce en la oportunidad de obtener un empleo,
avanzar en aspiraciones educativas, lograr una ciudadana de primer orden, en tanto se pertenece a un cuerpo prestigioso y con
prerrogativas frente al resto de la sociedad.
Por otro lado, el uso de los cuerpos femeninos confiere una
ptina de legitimidad a los horrores blicos: las mujeres, como
dadoras de vida, cuidadoras, vigilantes del bienestar de los suyos,
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no pueden enfrascarse en una guerra injusta. El espritu sacrificial femenino es una prueba esgrimida para dotar de sentido
cualquier cantidad de crmenes genocidas o atentados. Ello no
impide, sin embargo, que la guerra se torne para las mujeres en
un poderoso vehculo en el proceso de concientizacin al permitirles trascender, al menos temporalmente, las constricciones de
gnero de los tiempos de normalidad y del resto de la sociedad. Al
poner frente a ellas de manera patente su ciudadana de segunda
al participar de los espacios masculinos de poder, evidencia los
quiebres susceptibles de incidir en la transformacin del orden
social.
Estos resquicios abiertos son de gran importancia para la vida
de las mujeres, ya que pueden repercutir directamente en las condiciones que favoreceran o impediran obtener espacios de mayor
libertad y poder de decisin, derivados de una presencia ms evidente e incisiva en la esfera pblica. Es claro que, para las mujeres
salvadoreas, la vuelta a la domesticidad les anul el terreno ganado en la contienda, pero no as su certeza del importante papel que
desempearon en la victoria. Para las estadounidenses, la profesionalizacin de las soldadas ha conducido, de manera lenta y forzada, a la consecucin de puestos de mando medio en el aparato
militar de su pas. Est por verse si estas transformaciones tendrn trascendencia en el cambiante equilibrio de poder entre los
sexos, y si nos encaminamos a un proceso de aceleracin hacia
una mayor simetra entre los gneros,4 que pueda cristalizar en
las estructuras profundas de la sociedad.5
Norbert Elias, El cambiante equilibrio de poder entre los sexos. Estudio sociolgico de un proceso: el caso del antiguo Estado romano, en
Conocimiento y poder, Madrid, La Piqueta, 1994, pp. 121-193.
5
Roso Crdova, Gnero, epistemologa y lingstica, en Sara Pog
gio, Montserrat Sagot y Beatriz Schmukler (comps.), Mujeres en
Amrica Latina transformando la vida, San Jos, lasa, Universidad de
Costa Rica, University in Maryland, 2001, pp. 1-31.
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Mndez tendramos que mencionarla como la maestra, la poetisa, la incomprendida, la rebelde y siempre nos quedaramos a
mitad de camino porque, como todos los seres humanos, como
todas las mujeres y como las mujeres que tuvieron inquietudes
intelectuales, Laura Mndez tuvo una personalidad conflictiva,
que Mlada Bazant refleja en este libro.
La primera pregunta que queda pendiente se refiere al feminismo, real o imaginario, de Laura Mndez y, ampliando la pregunta, a la posibilidad de que la doctora Bazant haya pretendido
escribir un texto que pueda integrarse a la literatura feminista.
Porque cuando se refiere al feminismo de Laura es evidente que
considera los mltiples significados del feminismo, palabra cuyo
contenido ha cambiado a lo largo de los aos. Podramos referirnos a lucha poltica, independencia econmica, rechazo de los
papeles tradicionalmente femeninos, libertad sexual? Una lectura cuidadosa puede darnos algunas respuestas.
En las primeras pginas confiesa la autora su admiracin por
aquellos bigrafos que han logrado el ideal de Andr Maurois de
reflejar conjuntamente la vida y la poca de un personaje. Con
esta aspiracin podra hacerse la biografa de cualquier hombre o
mujer identificado con la cultura de su tiempo. Y con este enfoque, el bigrafo y el biografiado dan testimonio de unas circunstancias sin las que no tendran sentido los acontecimientos que se
relatan. Sin duda esta meta ha influido en la forma en que Bazant
ha contemplado a su protagonista dentro de los ambientes en los
que discurri su azarosa vida.
Adems apreciamos que Mlada Bazant pretende hacer una
lectura amena, porque cree en la historia compaera de la literatura. De este modo recuerda el ideal griego representado por
Clo, que no en vano era una de las nueve musas. As que la figura de Laura Mndez fue la inspiracin que le permiti dar vida
a la serie de retratos del montono ambiente provinciano, de las
inquietudes polticas y literarias de una generacin, de la siem-
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pre fallida confianza en la educacin como redentora de miserias, y de las incompetencias y envidias de una burocracia capaz
de arruinar las mejores intenciones. Muchos personajes, muchas
situaciones y una poca de grandes cambios dificultan la tarea
de mantenerse imparcial ante los hechos; sin embargo, y pese a
su clara actitud de simpata hacia lo que Laura represent, repetidamente muestra la autora que no se ha dejado enredar en las
trampas de las fuentes. Advierte la imposibilidad de que una
informacin sea cierta cuando contrasta con otra debidamente
comprobada. Como el insidioso relato de Rosario de la Pea acerca del encuentro de Laura con Manuel Acua. Por otra parte, ya
que es un libro de historia y no de historia literaria, no procede
discutir si Laura Mndez fue una poetisa insigne o una discreta
representante de las corrientes poticas de su tiempo; un tiempo
de inquietudes en los que pudo ser romntica?, parnasiana?,
simbolista?. No era fcil escalar la altura en que se movieron sus
contemporneos; primero Acua y despus Ramn Lpez Velarde, Amado Nervo o Manuel Gutirrez Njera. Los fragmentos de
sus poemas que se reproducen en el libro permiten apreciar una
tcnica impecable y una fina sensibilidad. Y me queda la curiosidad de saber si la nica novela que public fue realmente algo
notable. Esperemos que la obra de Laura Mndez se publique en
fecha prxima y nos permita juzgar sus mritos literarios. Lo
que podemos leer entre lneas es que a Laura le atrajo la poesa
romntica tanto como el mismo Manuel Acua que la representaba, pero su entrega sin reservas y el embarazo inoportuno eran
incompatibles con la imagen de amores imposibles y finales desdichados ideales del romanticismo.
El ambiente en que naci Laura Mndez no era favorable al
desarrollo de inquietudes intelectuales, sino que, por el contrario,
pudo haberle proporcionado un cmodo bienestar dentro de una
sociedad que cuidaba las apariencias. Su abuelo materno, el francs mile Lefort, tuvo negocios de panadera, pastelera y fondas,
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que comenzaban a llamarse restaurantes. Su padre, Ramn Mndez, hijo del propietario de una cadena de tiendas de telas, fue
contratado como administrador de una hacienda cerca de Amecameca. Nacida en 1853, Laura pas los primeros aos de su vida
en espacios pueblerinos, hasta que sus padres regresaron a la ciudad de Mxico. Ya como alumna de una escuela pblica yalojada
en una modesta vecindad, la autora sugiere que comenz a gestarse el feminismo de Laura. Sin duda se trata de una licencia de
la imaginacin histrica, avalada por el comportamiento posterior de la inquieta protagonista, aunque no tanto por sus opiniones, ya que si bien es cierto que en algunos aspectos Laura vivi
como convencida feminista, su permanente lucha por la supervivencia no le dej mucho espacio para reflexiones tericas o luchas
sociales. Entre el comportamiento tradicional de la mujer cada
y el atrevimiento combativo de la creadora brillante, a Laura le
falt la astucia y la sutileza propias de la cultura femenina, que
han utilizado como armas las mujeres a lo largo de la historia.
En una sociedad mayoritariamente conservadora, anticuada,
y restrictiva en cuanto a la formacin femenina, la ley de educacin de 1867 cambi el panorama escolar y abri posibilidades
a las mujeres dentro de la vida intelectual. Aunque su programa
no era idntico al de los varones, s tenan igual acceso a la educacin. A los 17 aos Laura ingres a la Escuela de Artes y Oficios,
donde tuvo por maestro a Enrique de Olavarra y Ferrari, con
quien tambin llev cursos de teatro. Segn su bigrafa, para leer
a los poetas en su lengua original aprendi, adems del francs,
ingls y alemn. Lenguas que le fueron de gran utilidad durante
sus largas estancias en Estados Unidos y Alemania; incluso en
sus ltimos aos inici el aprendizaje del latn, un inters probablemente inspirado por su experiencia, tras haber dedicado
la mayor parte de su vida a la educacin de la infancia. En plena juventud debi romper relaciones con su familia y se traslad
con su hermana a vivir en un piso alquilado. Sin ingresos fijos ni
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cuatro. Consigui una plaza de maestra de knder, aunque careca de ttulo acadmico, lo que no era grave inconveniente porque
pocas maestras lo tenan. Complet los estudios de magisterio
y obtuvo el ttulo cuando tena 32 aos, en 1885. Como maestra y directora de escuela recibi quejas por su excesivo rigor y
numerosas ausencias, hasta que solicit licencia. Quiz en busca de un ambiente ms libre y progresista, se traslad a Estados
Unidos y durante unos aos residi en San Francisco y fund la
Revista Hispanoamericana, mientras sus hijos completaban sus
estudios.
Un nuevo fracaso la esperaba cuando regres a Mxico para
hacerse cargo de la subdireccin de la escuela normal de Toluca,
donde le result intolerable el rgimen escolar, el anticuado reglamento y la mojigatera del ambiente. Pero pronto se pudo sentir
compensada con una nueva oferta de trabajo, el mayor reconocimiento que recibira en su vida, cuando Justo Sierra la envi a
Estados Unidos con la comisin de investigar el sistema educativo. En este periodo envi mensualmente informes de escuelas,
recibi varios premios por sus poemas, public la novela El espejo
de Amarilis y, segn nos informa Mlada Bazant, particip como
promotora de movimientos feministas. Esta afirmacin queda un
tanto en el aire, porque no parece corresponder a lo que las citas
textuales demuestran. Mientras tanto, su hijo Horacio muri de
tifo en 1902 y su hija Alicia comenz a tener accesos de locura,
por lo que ya no se separ de ella.
Es indudable la actitud conservadora en su informe sobre la
educacin femenina, en el que se refiere a la libertad que, segn
ella, no beneficia a las mujeres sino que las hace sufrir. Concluye que la educacin americana produce buenos artesanos, hombres de empresa y profesionales, pero ni esposas, ni madres,
ni amasde casa, ni siquiera criadas de servicio, pues oficios son
stos a cargo, por ahora, de las mujeres extranjeras.
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En vez de americanizar a la mujer mexicana, emancipndola enteramente, estoy por que se le instruya liberalmente, se le habilite para
luchar por su pan []; no creo que debamos arrancarla del hogar,
como aqu se ha hecho, pues ni ella es feliz en medio de tanta libertad, ni siente por ello gratitud hacia el hombre que se la otorgado
sino odio profundsimo, cuando no desprecio (p. 276).
Desde mediados del siglo xix, en el mundo occidental se generaliz el inters por la educacin y los gobiernos asumieron la
responsabilidad de crear sistemas educativos; los nuevos pases
americanos confiaron en que sera el recurso que necesitaban para
lograr la unidad nacional. Los educadores decimonnicos idearon
modelos pedaggicos y compartieron sus experiencias mediante reuniones internacionales, que se realizaron peridicamente
durante varias dcadas. Laura asisti como comisionada especial
de educacin al cuadragsimo tercer Congreso Internacional de
educacin en San Luis, donde tuvo un altercado con el encargado
de la exposicin, lo que suscit la crtica de Porfirio Daz, quien
consider indecorosa la conducta de Laura. Justo Sierra la disculp, pero reconoci que ella tena un carcter mordaz e intolerante
(p. 283). Poco tiempo despus se quejaba el mismo Justo Sierra de
una carta de ella, violenta y spera como todas las suyas.
El informe de Laura de lo que se habl en las sesiones es muy
interesante y muestra el predominio de opiniones conservadoras:
el peligro de que los maestros alentasen la actividad de los sindicatos; que la educacin de la raza negra (inferior) deba ser limitada; el xito en Filipinas gracias a la erradicacin de la lengua
local y del espaol en la escuela pblica gratuita; se deploraban
los funestos resultados de la coeducacin; la escuela superior para
las mujeres trastornaba las leyes de la naturaleza porque ellas se
masculinizaban con el ideal de parecer hombres. Claro que nada
de esto son opiniones de ella, pero una vez ms queda en duda su
feminismo cuando declara, ahora s con conviccin, que la eman-
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Daz. Y as fue cmo con cerca de 70 aos y su salud deteriorada, le toc ser inspectora de las escuelas de Xochimilco y Milpa
Alta e impartir clases de espaol para los adultos que slo hablaban nhuatl. Ms tarde fue ayudante en una escuela elemental,
y mientras imploraba por un puesto acorde a su nivel intelectual
le exigan impartir clases de labores manuales y le pedan documentos imposibles de conseguir. La mala voluntad de la directora de la escuela y el desdn de las autoridades educativas pueden
atribuirse a recelos polticos y al difcil carcter de Laura. Por fin
se jubil en 1926, con 73 aos.
La agitada biografa de Laura Mndez da oportunidad a M.
Bazant para exponer la situacin de Mxico antes y despus de la
revolucin, el ambiente literario, las pugnas polticas, los esfuerzos por difundir la enseanza escolar y las trabas impuestas por
la creciente burocracia. Si bien la personalidad de Laura domina todos los captulos, no deja de apreciarse en ellos la capacidad
de reflexin y la sensibilidad histrica de la autora, para destacar los momentos sobresalientes en el mundo de la poltica y de
las letras, las circunstancias crticas, el impacto de novedades e
influencias extranjeras y los choques entre figuras pblicas y actitudes antagnicas. Ms que leer una biografa, disfrutamos una
historia de las entretelas de la vida de un pas convulso y de una
sociedad indecisa entre la tradicin y la modernidad. Sin la pretensin de presentar un estudio literario de la poca ni un anlisis de la poltica nacional, el libro nos ofrece los datos necesarios
y los comentarios pertinentes para comprender la vida en Mxico en el difcil paso del porfiriato a la revolucin y posrevolucin. Hay erudicin pero, sobre todo, domina la capacidad para
entender la importancia del ambiente en situaciones aparentemente irrelevantes de la vida cotidiana. No importa tanto enumerar nombres, fechas o acontecimientos como encontrar los
detalles que nos permitan, a la vez que disfrutar con la lectura,
tener la satisfaccin de comprender mejor nuestra historia.
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Gustavo Garza y Jaime Sobrino (coords.), Evolucin del sector servicios en ciudades y regiones de Mxico, Mxico, El
Colegio de Mxico, Centro de Estudios Demogrficos, Urbanos y Ambientales, 2009, 875 pp. ISBN 978-607-462-034-4
A pesar de la creciente hegemona de las actividades de servicios
y de su alta concentracin en zonas metropolitanas, en Mxico
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terminales extremas y los mismos trayectos, aproximadamente, de los viejos caminos reales y carreteros de la poca colonial,
que servan a una matriz de circulacin interna de los sistemas
de intercambio que ubicaban a la ciudad de Mxico como predominante en el territorio.3 A esto debe agregarse la revolucin
mexicana como un fenmeno clave para explicar el proceso de
terciarizacin del pas, ya que entre 1910 y 1920 fren el potencial ferroviario y a la vez permiti la entrada de nuevos medios y
operadores de transporte que modelaran los espacios urbanos
y las tecnologas de los servicios. Durante el conflicto los bandos en pugna emplearon como ejes de movimiento los troncales
ferroviarios, movilizndose desde el norte y sur hacia la ciudad
de Mxico, la frontera de Estados Unidos, el Golfo de Mxico
y las regiones occidentales.4 Pero tambin surgi el transporte
automotor de pasajeros y de carga en estrecha alianza con el sistema poltico en formacin; tempranamente se dio un ensamble
aproximacin socioeconmica, fines de la colonia y principios de la vida
independiente, Mxico, Secretara de Comunicaciones y Transportes,
Fondo de Cultura Econmica, 1994; Clara Elena Surez Argello,
Camino real y carrera larga: la arriera en la Nueva Espaa durante el
siglo xviii, Mxico, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropologa Social, 1997; Emilia Velzquez, Cuando los arrieros perdieron sus caminos: la conformacin regional del Totonacapan, Zamora,
Michoacn, El Colegio de Michoacn, 1995; Orpani Garca Rodrguez (coord.), Nueve ensayos de caminera, San Nicols de Hidalgo,
Michoacn, Universidad Michoacana de San Nicols de Hidalgo, Escuela de Historia, 2000.
3
Vase Alejandra Moreno Toscano, Cambios en los patrones de urbanizacin en Mxico, 1810-1910, en Historia Mexicana, xxii:2(86) (oct.dic. 1972), pp. 160-187; Gustavo Garza Villarreal, El proceso de industrializacin en la ciudad de Mxico, 1821-1970, Mxico, El Colegio
de Mxico, 1985.
4
Vase Guillermo Guajardo Soto, Tecnologa y campesinos en la
Revolucin Mexicana, en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 15:2
(1999), pp. 291-322.
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Bernardo Navarro, Ciudad de Mxico: el metro y sus usuarios, Mxico, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Departamento
del Distrito Federal, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1993;
Bernardo Navarro (coord.), Los taxis de la ciudad de Mxico, Mxico,
Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, 2004.
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tablas, mapas y planos, provenientes de varios archivos, nacionales e internacionales. Celebro la complicada labor que desarrollaron los editores y los autores, de localizar, recopilar y reproducir
estas imgenes con el propsito de enriquecer los textos con
registros visuales poco explorados. El compromiso del libro con
lo visual rebasa, sin embargo, la mera reproduccin de imgenes preexistentes. Mediante Sistemas de Informacin Geogrfica (sig) orientados a la representacin y anlisis geogrficos
de eventos y objetos se prepararon 35 mapas que incorporan
informacin proveniente de folletos, reportes y peridicos, hasta planos y mapas del siglo xix.
El valor del anlisis espacial no es exclusivamente representacional sino sobre todo heurstico: el anlisis del espacio sirve
no slo para integrar datos a mapas del siglo xix, sino para imaginar nuevas preguntas y articular relaciones antes no previstas.
Para Mario Barbosa, por ejemplo, una serie de mapas sobrepuestos permite reconocer de un vistazo cambios en los contornos
de la ciudad a lo largo del siglo xix y concluir que al crecimiento
urbano le correspondi tambin una mayor densificacin demogrfica en algunas zonas, o sea, que la ciudad se expandi espacialmente porque las lites llegaron a vivir en fraccionamientos
con manzanas holgadas y amplias en el poniente, mientras los
sectores populares experimentaron una mayor aglomeracin. En
su artculo que cierra el libro, Barbosa nos presenta un mapa de
principios del siglo xx donde ubic mercados, lugares de trabajo
en la calle, habitaciones de trabajadores callejeros, para exhibir
la presencia de rumbos y desmentir algunos de los supuestos con
los cuales se han estudiado las ciudades modernas: la forma de
vivir la ciudad no corresponda a categoras funcionales o administrativas, sino a usos sociales especficos. Asimismo, el anlisis espacial refuerza el argumento de Hugo Betancourt Len, de
que la llegada del ferrocarril a Mxico implic tambin una nueva
concepcin del tiempo, del trabajo, de la ciudad y sus alrededo-
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res: a principio del siglo xix, el espacio vivido por los habitantes
se reduca a unas cuantas calles; el tren y el tranva hicieron posible que los trabajadores viajaran desde sus vecindades a fbricas
como la de Loreto y que los acomodados tuvieran sus casas en
Tacubaya.
El giro espacial en la historia y en las ciencias sociales, reza
la introduccin, resalta la especificidad y las particularidades de
los lugares y renuncia a las grandes generalizaciones. Pero, aun
cuando se interesan por momentos y coyunturas particulares, los
ocho ensayos de este libro no esquivan las visiones de conjunto:
Mara Eugenia Terrones Lpez abre la coleccin con una visin
secular de la cuenca de Mxico, reseando los diferentes proyectos desde la poca prehispnica hasta el siglo xx para desecar
los lagos que circundaban la ciudad. Otros autores, Ernesto Archiga Crdova, Mario Barbosa, Hugo Betancourt Len, Mara
Dolores Lorenzo Ro, siguen procesos de larga duracin caminos y transportes, reglamentacin del ocio y del espacio pblico,
obras hidrulicas que se escapan a las cronologas rgidas y no
coinciden con fechas cannicas (a pesar de que el ttulo del libro
insiste en celebrar los centenarios). Las historias abarcadas por
los autores no son tanto historias de rupturas sino de continuidades, de obstinacin, resabio, resistencia, de difcil convivencia
de la tradicin y la modernidad. Ernesto Archiga encuentra, por
ejemplo, la presencia de viejos sistemas coloniales de consumo del
agua y de canalizacin de desechos, como atarjeas, acueductos,
zanjas, que sern reemplazados por el sistema actual de desage
hasta finales del siglo xix. En la ciudad de Mara Dolores Lorenzo persisten los espectculos callejeros de todo tipo algunos
heredados de las formas de diversin y entretenimiento coloniales, cuando la moral pblica dictaba encerrar los espacios de
entretenimiento para controlarlos mejor. La ciudad de Mxico
de 1910, que pretenda ser metrpoli moderna, conservaba sus
rasgos de centro comercial con un alto porcentaje de poblacin
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rituales de tal forma que resulta casi imposible pensar que la vida
sera posible sin ellos. La moderna red de alcantarillas, triunfo
del porfiriato, nos explica Ernesto Archiga, por ejemplo,
[] fue una base material para la difusin de dos innovaciones introducidas en las viviendas de la ciudad: el bao de ducha y el agua de
la taza de bao [] ambos aparatos significaron nuevos hbitos de
higiene entre la poblacin, nuevos gestos cotidianos para la limpieza
del cuerpo, cierto grado de despreocupacin en torno a las aguas residuales.
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Marco Antonio Samaniego Lpez, Nacionalismo y Revolucin: los acontecimientos de 1911 en Baja California, Mexicali, Centro Cultural Tijuana, Universidad Autnoma de Baja
California, 2008, 648 pp. ISBN 9789707351035
Durante un largo tiempo, ha existido la impresin entre los historiadores de que los estudios realizados en torno a la revuelta
magonista en Baja California en 1911 haban sido efectuados con
una visin desde afuera, sin indagar lo bastante sobre las caractersticas de la regin en donde tuvieron lugar muchos de los
acontecimientos. Tambin se consider que no se haban analizado con suficiente detalle los diversos grupos de esta zona
cuyos miembros se haban involucrado en la campaa de una u
otra manera.
El libro reciente de Marco Antonio Samaniego Lpez, Nacionalismo y Revolucin: los sucesos de 1911 en Baja California, es
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cuanto a Baja California, dado que la idea de anexar la pennsula haba echado races en la mente de muchos estadounidenses,
sobre todo de aquellos que vivan en el suroeste, cerca de la frontera. Haba muchas personas dentro de la sociedad estadounidense en general, e incluso en el gobierno, que habran querido que
su pas ejerciera el control o la soberana sobre Baja California
y otras regiones del noroeste de Mxico. Crean que estos territorios tenan poco valor para los mexicanos y que, en cambio,
podan ser de gran beneficio para la futura grandeza y prosperidad de su propia nacin. Propuestas formales en torno a la adquisicin de la pennsula por parte del gobierno de Estados Unidos
surgieron de vez en cuando hasta bien entrado el siglo xix.
Era natural, entonces, que cuando los magonistas iniciaron su
revuelta en Baja California a finales de enero de 1911, con fuerzas que llegaron a contar con un alto porcentaje de extranjeros,
los habitantes locales lo tomaran como una repeticin de los ataques filibusteros del pasado y, por ende, reaccionaran en contra
de lo que percibieron como una invasin y amenaza externa. Esta
percepcin de un movimiento filibustero, enfatiza Samaniego
Lpez, es importante para comprender la reaccin de muchos
bajacalifornianos con respecto a la revuelta as como su renuencia de unirse a los insurrectos. Este factor, junto con los actos
de robo o confiscaciones de tributo, como los magonistas
los llamaban y destruccin de propiedad cometidos contra la
poblacin local, contribuyeron a que los bajacalifornianos se alejaran del movimiento rebelde.
Los bajacalifornianos no pudieron comprender el razonamiento detrs de los argumentos proporcionados por Ricardo Flores
Magn para permitir que extranjeros se enrolaran como voluntarios en el ejrcito liberal. Todava estaban vivos en la memoria colectiva del pueblo peninsular y del noroeste de Mxico en
general los estragos provocados por las invasiones filibusteras de
medio siglo atrs, todos los cuales haban sido, como la revuelta
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Laura Giraudo, Anular las distancias: los gobiernos posrevolucionarios en Mxico y la transformacin cultural de indios y
campesinos, prlogo de Marcello Carmagnani, Madrid, Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, 2008, 382 pp.
ISBN 9788425914294
Hasta fines de los aos ochenta, la historiografa del Mxico
moderno sola retratar al Estado surgido de la revolucin (19101920) como un leviatn. Su control sobre campesinos y obreros
pareca casi completo, y su partido oficial, el pri, domin las
elecciones durante dcadas. Sin embargo, los aos noventa trajeron consigo cambios importantes. A medida que los historiadores revisaban los archivos nacionales, regionales y locales en
busca de las armas de los dbiles, entre otras cosas, y a medida que el campo de los estudios de la subalternidad les enseaba
a los historiadores a leer los documentos oficiales entre lneas,
comenz a dibujarse una imagen diferente, mucho ms matizada, del Estado mexicano posrevolucionario. Ya no pareca capaz
de imponer su voluntad sobre un populacho sumiso. Quizs no
sea una coincidencia que, ms all del mundo de la investigacin histrica, a menudo autnomo, el otrora invencible Estado
mexicano monopartidista comenzara a doblarse bajo el peso de
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y nacin durante la segunda mitad del siglo xix. Algunos pensadores mexicanos reconocieron una relacin entre el mestizaje y
la mexicanidad, mientras que otros negaron la supuesta inferioridad racial innata de los indgenas. Durante la segunda dcada
del siglo xx, muchos mexicanos llegaron a aceptar la nocin de
una nacin mestiza. Los artistas e intelectuales que haban pasado los aos de la guerra en la Europa bohemia regresaron a Mxico y vieron su pas bajo una nueva luz. Luego de estar expuestos
en Europa al primitivismo y a la celebracin del campesinado,
buscaron valorizar a los pueblos indgenas e incluirlos en la nueva y mejorada nacin mexicana. La revisin que hace Giraudo de
esta literatura es en particular til porque ubica la bsqueda de
Mxico de una integracin nacional en un contexto internacional ms amplio, perspectiva que suele faltar en otros trabajos de
este subgnero.
Giraudo apunta que en la dcada de 1920, [e]n lo que podra
parecer una paradoja, junto al proyecto de modernizacin de la
poblacin indgena se estaba planteando la edificacin de una cultura nacional que valorizaba precisamente aquellas tradiciones
indgenas y campesinas (p. 58). El primer secretario de la sep,
Jos Vasconcelos, encarnaba esta paradoja: por un lado, celebraba las antiguas culturas indgenas que construyeron las grandes
pirmides, pero por el otro buscaba incorporar a los indgenas
contemporneos mediante programas de mestizaje cultural que
no contemplaban la necesidad de preservar ciertos aspectos de su
cultura. Este enfoque predominara en la sep hasta muchodespus de la partida de Vasconcelos en 1924.
En los captulos IV al VI, Giraudo presenta sus contribuciones ms originales, fruto de su ambicioso trabajo en los archivos
de educacin estatales y federales. Los maestros e inspectores de
la sep solan ver el campo y a los campesinos mestizos e indgenas como tradicionales, uniformes y completamente atrasados,
contrarios a cualquier accin revolucionaria, mientras que a s
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ficos sociales y pedagogos mexicanos abogaron por la integracin y llamaron a la conservacin de las lenguas indgenas.
Traduccin de Adriana Santovea
Stephen E. Lewis
C a l i f o r n i a S t a t e U n i v e r s i t y, C h i c o
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Esguerra que reseamos aqu1 gira en torno a esta problemtica. El autor intentar responder a varias cuestiones: Qu tipo
de relacin se establece entre el historiador europeo de la segunda mitad del siglo xviii, por un lado, y la Amrica ibera en tanto
objeto de estudio, por el otro? En qu difiere esta relacin de la
que exista en los siglos xvi y xvii? Cmo reaccionan los subalternos de los europeos (tanto los espaoles como los americanos) ante el establecimiento de esta nueva relacin? Y, finalmente,
segn lo escribe el propio Caizares, upon whose sources and
authority to write the history of the Americas?2
La revaloracin del documento en el siglo xviii, segn la argumentacin de Caizares, tendr como consecuencia una reestructuracin radical de la funcin de la historia en Europa. La
historia, que hasta entonces cumpla la funcin de ser maestra
de vida y gua para la accin, tendr ahora como objeto el estudio del desarrollo de las facultades mentales de los hombres:
European historians [] had long relied on indigenous writings [].
Over the course of the eighteenth century, however, these sources lost
most of their previous appeal in Europe and began to be collected for
what they had to say about the development of the human mental faculties []. European scholars now became interested in sources in
nonalphabetic scripts as evidence from which to piece together the
history of progress of the mind.3
Su consecuencia ms inmediata ser la agudizacin delas caracterizaciones negativas de los americanos por parte de loseuropeos.
1
Jorge Caizares-Esguerra, La traduccin al espaol es reciente:
Cmo escribir la historia del Nuevo Mundo. Historiografas, epistemologas e identidades en el mundo del Atlntico del siglo xviii, Mxico,
Fondo de Cultura Econmica, 2008.
2
Caizares, How to Write, 6.
3
Caizares, How to Write, 2.
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El caso de William Robertson es quizs el ms controvertido. En 1777, siendo rector de la Universidad de Edimburgo y
Caizares, How to Write, pp. 29-30.
Caizares, How to Write, p. 27.
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With the development of modes of production from hunting to herding to agriculture to commerce, individual needs and desires multiplied, and, with them, sociability. As the division of labor increased, so
too did mutual dependency, which in turn cause people to refine their
social skills and to put their reason to work in the pursuit of their own
self-interest. In the course of creating commercial societies, violent
passions gave way to politeness and prudence.
This view of history encouraged Robertson to see the world as a
living museum in which different peoples occupied different levels in
a great tableau of emotional and economic development. It became a
truism at Roberstons time that the European expansion of the previous two centuries had made possible access to types of human experience never before catalogued.10
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Paradoxically, the search for alternatives to traditional literary sources of information led European scholars to assume that Amerindians
were peoples without history [] as ethnography gradually replaced literary sources as evidence for reconstructing Europes obscure ages, Amerindians came to be perceived as early humans, literally
frozen in time.12
En 1810 Alexander von Humboldt public sus Vues des cordillres et monuments des peuples de lAmrique. In Vues, escribe
Caizares, Humboldt set out to address critics like de Pauw and
Robertson, who had denounced flawed and unreliable histories
of the New World based on false classical analogies. Humboldt
moved the debate forward by offering a solution to the impasse.13
Y la solucin no fue poco sugestiva: The Orient, not Rome,
advierte Caizares en la introduccin del texto, became the preferred model for interpreting the past of the highland polities of
Mesoamerica and the Andes.14 La referencia a la antigedad clsica era equvoca por varias razones: Roma era una referencia que
pasaba por el horizonte de expectativas europeo sobre el final de
los tiempos; esto es, no refera a una otredad. Oriente, en cambio, era la alteridad por antonomasia. Lo que hace Humbodt es
demostrar el ineludible vnculo que una a Amrica y Oriente:
According to Humboldt, Amerindian and Asian societies were of a
monastic type that had effaced individual expression and personal
freedom [] Asians and Amerindians were unchanging Orientals,
linked both racially and historically, whose myths, calendars, and religious institutions, seemed to have stemmed from common originals.15
Caizares, How to Write, p. 49-50.
Caizares, How to Write, p. 56.
14
Caizares, How to Write, p. 13.
15
Caizares, How to Write, pp. 56-57.
12
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El argumento es casi tramposo. La crtica de Clavijero a Torquemada difcilmente puede ser entendida como un acto de
herosmo patritico, de la misma manera que la cortedad crtica y
el comedimiento de la modernidad cristiana en la Nueva Espaa
no pueden ser considerados como una suerte de ilustracin local.
No obstante, la obra de Caizares no deja de ser sugestiva.
La pregunta inmediata es: qu hay detrs de las caracterizaciones negativas que hacan los europeos de los americanos? Esta
es la gran ausencia del texto de Caizares. Segn sugiere Reinhart Koselleck, la aparicin del acontecimiento como un evento singular e irrepetible lo insina un acontecimiento (el primer
acontecimiento, si hemos de creer a la historia) en el orden del
discurso. Se trata de la sustitucin de la palabra Historie (historia) por la palabra Geschichte (Historia). Mientras que la Historie
refera a una pluralidad de relatos sobre el pasado (a Historien),
la palabra Geschichte se emplea como un singular colectivo que
no refiere a un relato o a un informe sobre el pasado, sino que
refiere a la Historia en s (al pasado en s mismo). Es esta nueva
Caizares, How to Write, p. 243.
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