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El tamao de mi esperanza
ePub r1.0
Moro 24.10.13
El tamao de mi esperanza
A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se
sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna estn
en Europa. Tierra de desterrados natos es sta, de nostalgiosos de
lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorcelo o no
su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con
los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le
achican la realid a este pas. Mi argumento de hoy es la patria: lo
que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que
lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. Bendita seas, esperanza,
memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios!
Qu hemos hecho los argentinos? El arrojamiento de los
ingleses de Buenos Aires fue la primer hazaa criolla, tal vez. La
Guerra de la Independencia fue del grandor romntico que en esos tiempos convena, pero es difcil calificarla de empresa popular
y fue a cumplirse en la otra punta de Amrica. La Santa Federacin fue el dejarse vivir porteo hecho norma, fue un genuino organismo criollo que el criollo Urquiza (sin darse mucha cuenta de
lo que haca) mat en Monte Caseros y que no habl con otra voz
que la rencorosa y guaranga de las divisas y la voz pstuma del
Martn Fierro de Hernndez. Fue una lindsima volunt de criollismo, pero no lleg a pensar nada y ese su empacamiento, esa su
sueera chcara de gauchn, es menos perdonable que su
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lo siento por el criollismo. Es verdad que de enancharle la significacin a esa voz hoy suele equivaler a un mero gauchismo sera
tal vez la ms ajustada a mi empresa. Criollismo, pues, pero un
criollismo que sea conversador del mundo y del yo, de Dios y de la
muerte. A ver si alguien me ayuda a buscarlo.
Nuestra famosa incredulid no me desanima. El descreimiento, si es intensivo, tambin es fe y puede ser manantial de
obras. Dganlo Luciano y Swift y Lorenzo Sterne y Jorge Bernardo
Shaw. Una incredulid grandiosa, vehemente, puede ser nuestra
hazaa.
Buenos Aires. Enero de 1926
El Fausto criollo
Hace ya ms de medio siglo que un paisano porteo, jinete de un
caballo color de aurora y como engrandecido por el brillo de su
apero chapiao, se ape contra una de las toscas del bajo y vio salir
de las leoninas aguas (la adjetivacin es tuya, Lugones) a un
oscuro jinete, llamado solamente Anastasio el Pollo y que fue tal
vez su vecino en el antiyer de ese ayer. Se abrazaron entrambos y
el overo rosao del uno se rasc una oreja en la clin del pingo del
otro, gesto que fue la selladura y reflejo del abrazo de sus patrones. Los cuales se sentaron en el pasto, al amor del cielo y del
ro y conversaron sueltamente y el gaucho que sali de las aguas
dijo un cuento maravilloso. Era una historia del otro lado del
mundo la misma que al genial compadrito Cristbal Marlowe le
inspir aquello de Hazme inmortal con un beso y la que fue incansable a lo largo de la gloria de Goethe y el otro gaucho y el
sauzal riberano la escucharon por vez primera. Era el cuento del
hombre que vende su alma a Satans y el narrador, aunque hizo
algn hincapi en lo diablico del asunto, no intim con tales
faroleras ni menos con la universal codicia de Fausto que
apeteca para s la entereza del espacio y del tiempo. Ni la ambicin ni la impiedad lo atarearon y mir slo a Margarita que era
todo el querer y hacia cuyo pattico destino su corazn fue
volvedor. Ya cumplido el relato con mucho entreacto de
aguardiente, ocurrencias y de recordacin de la pampa se
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una siesta que desvelaron dos imaginarios paisanos que hoy han
subido a dioses y te franquean su media hora inmortal!
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anteriormente. Algo, como dijo uno que no era criollo (Ben Jonson, The Poetaster):
That must and shall be sung high and aloof.
Safe from the wolfs black jaw and the dull asss hoof.
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Tanto es as que las palabras arrabal y Carriego son ya sinnimos de una misma visin. Visin perfeccionada por la muerte y la
reverencia, pues el fallecimiento de quien la caus le aade piedad
y con firmeza definitiva la ata al pasado. Los modestos veintinueve aos y el morir tempranero que fueron suyos prestigian ese
ambiente pattico, propio de su labor. A l mismo le han investido
de mansedumbre y as en la fabulizacin de Jos Gabriel hay un
Carriego apocadsimo y casi mujerengo que no es, ciertamente el
gran alacrn y permanente conversador que conoc en mi infancia, en los domingos de la calle Serrano.
Sus versos han sido justipreciados por todos. Quiero enfatizar,
sin embargo, que pese a mucha notoria y torpe sensiblera, tienen
afinaciones de ternura, inteligencias y perspicacias de la ternura,
tan veraces como sta:
Y cuando no estn durante
cunto tiempo an se oir
su voz querida en la casa
desierta?
Cmo sern
en el recuerdo las caras
que ya no veremos ms?
Quiero elogiar enteramente tambin su prosopopeya al organito, composicin que Oyuela considera su mejor pgina, y que
yo juzgo hecha de perfeccin.
El ciego te espera
las ms de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
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La tierra Crdena
Los alemanes (cuando entienden) son entendedores grandiosos
que todo lo levantan a smbolo y que sin miedo categorizan el
mundo. Entienden a otra gente, pero slo sub especie aeternitatis
y encasillndola en un orden. Los espaoles creen en la ajena
malquerencia y en la propia gramtica, pero no en que hay otros
pases. Tambin en Francia son desentendedores plenarios y toda
geografa (fsica o poltica entindase, que de la espiritual ni
hablemos) es un error ante su orgullo. En cambio los ingleses
algunos, los trashumantes y andariegos, ejercen una facult
de empaparse en forasteras variaciones del ser: un desinglesamiento despacito, instintivo, que los americaniza, los asiatiza, los
africaniza y los salva. Goethe y Hegel y Spengler han empinado el
mundo en smbolos, pero mejor hazaa es la de Browning que se
puso docenas de almas (algunas viles como la de Calibn y otras
absurdas) y les versific una serie de apasionadas alegaciones,
justificndolas ante Dios. Al que me pida otros ejemplos, le recordar la vida del ajaponesado Lafeadio Hearn y la del capitn
Ricardo Burton que fue de ceca en meca literalmente sin que
los peregrinos agarenos que lo acompaaron hasta la Caaba notasen nada en l que fuese impropio de un musulmn y la de Jorge
Borrow el agitanado que chamullaba y chanelaba el cal como
cualquier chaln de Crdoba y la de este gran Hudson, ingls
chascomusero y hombre de ciencia universal, que en pleno siglo
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antenoche en la pgina ciento trece de su segundo y aun intraducido volumen El sentimiento criollo de Hudson, hecho de independencia baguala, de aceptacin estoica del sufrir y de serena
aceptacin de la dicha, se parece al de Hernndez. Pero Hernndez, gran federal que milit a las rdenes de don Prudencio Rozas,
ex-federal desengaado que supo de Caseros y del fracaso del
agauchamiento en Urquiza, no alcanz a morir en su ley y lo desminti al mismo Fierro con esa palinodia desdichadsima que
hay al final de su obra y en que hay sentencias de esta laya: Debe
el gaucho tener casa / Escuela, Iglesia y derechos. Lo cual ya es
puro sarmientismo.
Otra diferencia que media entre el Martn Fierro y La tierra
crdena es la insalvable que se alza entre un destino trgico inevitabilid del penar y un destino feliz, que a pesar de odios y
tardanzas, jams depone su certidumbre de amor. Esto es, la gran
desemejanza entre los veinticinco aos fervientes de Lamb y los
cuarenta sentenciosos de Fierro.
La tierra crdena es el libro de un curioso de vidas, de un gustador de las variedades del yo. Hudson nunca se enoja con los interlocutores del cuento, nunca los reta ni los grita ni pone en duda
la verdad democrtica de que el otro es un yo tambin y de que yo
para l soy un otro y quiz un ojal no fuera. Hudson levanta y
justifica lo insustituible de cada alma que ahonda, de sus virtudes,
de sus tachas, hasta de un modo de equivocarse especial. As ha
trazado inolvidables destinos: el del montonero Santa Coloma, el
de Candelaria, el de la inglesada inmigrante muy charladora de su
obligatoria energa y muy quebrantada de ron, el del infeliz Epifanio Claro y el ms triste y lindo de todos: el de Mnica, la chinita del Yi que a un forastero le da todo el querer, sencillamente,
como quien da una mirada. Esos vivires y los que pasan por la fila
de cuentos que se llama El omb, no son arquetipos eternos; son
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El idioma infinito
Dos conductas de idioma (ambas igualmente tilingas e inhbiles)
se dan en esta tierra: una, la de los haraganes galicistas que a la
rutina castellana quieren anteponer otra rutina y que solicitan
para ello una libertad que apenas ejercen; otra, la de los casticistas, que creen en la Academia como quien cree en la Santa
Federacin y a cuyo juicio ya es perfecto el lenguaje. (Esto es, ya
todo est pensado y ojal fuera as.) Los primeros invocan la independencia y legalizan la diccin ocuparse de algo; los otros quieren que se diga ocuparse con algo y por los ruiditos del con y el de
faltos aqu de toda eficacia ideolgica, ya que no aparejan al
verbo sus dos matices de acompaamiento, y de posesin se
arma una maravillosa pelea. Ese entrevero no me importa: oigo el
ocuparse de algo en boca de todos, leo en la gramtica que ello
equivale a desconocer la exquisita filosofa y el genio e ndole del
castellano y me parece una zonzera el asunto. Lo grandioso es
amillonar el idioma, es instigar una poltica del idioma.
Alguien dir que ya es millonario el lenguaje y que es intil atarearnos a sumarle caudal. Esa agera de la perfeccin del
idioma es explicable llanamente: es el asombro de un jayn ante
la grandeza del diccionario y ante el sinfn de voces enrevesadas
que incluye. Pero conviene distinguir entre riqueza aparencial y
esencial. Derecha (y latina)mente dice un hombre la voz que rima
con prostituta. El diccionario se le viene encima enseguida y le
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b) La separabilidad de las llamadas preposiciones inseparables. Esta licencia de aadirle prefijos a cualquier
nombre sustantivo, verbo o epteto, ya existe en alemn,
idioma siempre enriquecible y sin lmites que atesora
muchas preposiciones de difcil igualacin castellana. As
hay, entre otras, el zer que indica dispersin, desparramamiento, el all universalizador, el ur que aleja las palabras con su sentido primordial y antiqusimo (Urkunde,
Urwort, Urhass). En nuestra lengua medra la anarqua y
se dan casos como el del adjetivo inhumano con el cual no
hay sustantivo que se acuerde. En alemn coexisten ambas
formas:
unmenschlich
(inhumano)
y
Unmensch
(deshombre, inhombre).
c) La traslacin de verbos neutros en transitivos y lo contrario. De esta artimaa olvido algn ejemplo en Juan
Keats y varios de Macedonio Fernndez. Hay uno mentadsimo (pienso que de don Luis de Gngora y por cierto,
algo cursiln) que as reza: Plumas vestido, ya las selvas
mora. Mejor es este de Quevedo que cambia un verbo intransitivo en verbo reflejo: Unas y otras iban reciennacindose, callando la vieja (esto es, la muerte) como la
caca, pasando a la arismtica de los ojos los atades por
las cunas. Aqu va otro, de cuya hechura me declaro culpable: Las investigaciones de Bergson, ya bostezadas por
los mejores lectores, etc., etc.
d) El emplear en su rigor etimolgico las palabras. Un
goce honesto y justiciero, un poquito de asombro y un
mucho de lucidez, hay en la recta instauracin de voces antiguas. Aconsejado por los clsicos y singularmente por algunos ingleses (en quienes fue piadosa y conmovedora el
ansia de abrazar latinidad) me he remontado al uso
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primordial de muchas palabras. As yo he escrito perfeccin del sufrir sin atenerme a la connotacin favorable que
prestigia esa voz, y desalmar por quitar alma y otras aventuritas por el estilo. Lo contrario hacen los escritores que
slo buscan en las palabras su ambiente, su aire de familia,
su gesto. Hay muchas voces de diverso sentido, pero cuyo
ademn es comn. Para Rubn, para un momento de
Rubn, vocablos tan heterogneos como maravilloso, regio, azul, eran totalmente sinnimos. Otras palabras hay
cuyo sentido depende del escritor que use de ellas: as, bajo
la pluma de Shakespeare, la luna es un alarde ms de la
magnificencia del mundo; bajo la de Heine, es indicio de
exaltacin; para los parnasianos era dura, como luna de
piedra; para don Julio Herrera y Reissig, era una luna de
fotgrafo, entre aguanosas nubes moradas; para algn
literato de hoy ser una luna de papel, alegrona, que el viento puede agujerear.
Un puadito de gramatiqueras claro est que no basta para
engendrar vocablos que alcancen vida de inmortalidad en las
mentes. Lo que persigo es despertarle a cada escritor la conciencia
de que el idioma apenas si est bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo. Toda consciente generacin literaria lo ha comprendido as.
Estos apuntes se los dedico al gran Xul-Solar, ya que en la
ideacin de ellos no est limpio de culpa.
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mil solamente. Quiere decir acaso este censo que un hablista hispnico tiene 29.000 representaciones ms que un francs? Esa
induccin nos queda grande. Sin embargo, si la superioridad
numrica de un idioma no es canjeable en superioridad mental,
representativa, a qu envalentonarnos con ella? En cambio, si el
criterio numrico es valedero, todo pensamiento es pobrsimo si
no lo piensan en alemn o en ingls, cuyos diccionarios acaudalan
cien mil y pico de palabras cada uno.
Yo, personalmente, creo en la riqueza del castellano, pero
juzgo que no hemos de guardarla en haragana inmovilidad, sino
multiplicarla hasta lo infinito. Cualquier lxico es perfectible, y
voy a probarlo.
El mundo aparencial es un tropel de percepciones barajadas.
Una visin de cielo agreste, ese olor como de resignacin que alientan los campos, la acrimonia gustosa del tabaco enardeciendo
la garganta, el viento largo flagelando nuestro camino, y la sumisa
rectitud de un bastn ofrecindose a nuestros dedos, caben aunados en cualquier conciencia, casi de golpe. El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esa enigmtica abundancia del mundo.
Dicho sea con otras palabras: los sustantivos se los inventamos a
la realidad. Palpamos un redondel, vemos un montoncito de luz
color de madrugada, un cosquilleo que nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogneas son una sola y que se
llama naranja. La luna misma es una ficcin. Fuera de conveniencias astronmicas que no deben atarearnos aqu, no hay semejanza alguna entre el redondel amarillo que ahora est alzndose con claridad sobre el paredn de la Recoleta, y la tajadita
rosada que vi en el cielo de la plaza de Mayo, hace muchas noches.
Todo sustantivo es abreviatura. En lugar de contar fro, filoso,
hiriente, inquebrantable, brillador, puntiagudo, enunciamos
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La adjetivacin
La invariabilidad de los adjetivos homricos ha sido lamentada
por muchos. Es cansador que a la tierra la declaren siempre
sustentadora y que no se olvide nunca Patroclo de ser divino y que
toda sangre sea negra. Alejandro Pope (que tradujo a lo plateresco
la litada) opina que esos tesoneros eptetos aplicados por Homero
a dioses y semidioses eran de carcter litrgico y que hubiera
parecido impo el variarlos. No puedo ni justificar ni refutar esa
afirmacin, pero es manifiestamente incompleta, puesto que slo
se aplica a los personajes, nunca a las cosas. Remy de Gourmont,
en su discurso sobre el estilo, escribe que los adjetivos homricos
fueron encantadores tal vez, pero que ya dejaron de serlo. Ninguna de esas ilustres conjeturas me satisface. Prefiero sospechar
que los eptetos de ese anteayer eran lo que todava son las preposiciones personales e insignificantes partculas que la costumbre pone en ciertas palabras y sobre las que no es dable ejercer originalidad. Sabemos que debe decirse andar a pie y no por
pie. Los griegos saban que deba adjetivarse onda amarga. En
ningn caso hay una intencin de belleza.
Esa opacidad de los adjetivos debemos suponerla tambin en
los ms de los versos castellanos, hasta en los que edific el Siglo
de Oro. Fray Luis de Len muestra desalentadores ejemplos de
ella en las dos traslaciones que hizo de Job: la una en romance
judaizante, en prosa, sin reparos gramaticales y atravesada de
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escribi 3 y en seguida tres y al rato III y, finalmente, raz cuadrada de nueve. La representacin no ha cambiado, cambian los
signos.
Diestro adjetivador fue Milton. En el primer libro de su obra
capital he registrado estos ejemplos: odio inmortal, remolinos de
fuego tempestuoso, fuego penal, noche antigua, oscuridad visible, ciudades lujuriosas, derecho y puro corazn.
Hay una fechora literaria que no ha sido escudriada por los
retricos y es la de simular adjetivos. Los parques abandonados,
de Julio Herrera y Reissig, y Los crepsculos del jardn incluyen
demasiadas muestras de este jaez. No hablo, aqu de percances
inocentones como el de escribir fro invierno; hablo de un sistema
premeditado, de eptetos balbucientes y adjetivos tahres. Examine la imparcialidad del lector la misteriosa adjetivacin de esta
estrofa y ver que es cierto lo que asevero. Se trata del cuarteto
inicial de la composicin El suspiro (Los peregrinos de piedra,
edicin de Pars, pgina 153).
Quimrico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina
con mstica quietud de ave marina
en una acuacin escandinava.
T, que no puedes, llvame a cuestas. Herrera y Reissig, para
definir a su novia (ms valdra poner: para indefinirla), ha recurrido a los atributos de la quimera, trinidad de len, de sierpe y de
cabra, a los de las ondinas, al misticismo de las gaviotas y los albatros, y, finalmente, a las acuaciones escandinavas, que no se
sabe lo que sern.
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Es evidente la delectacin del poeta con la frondosid y tupidez de los sustantivos que enfila y con el campo embosquecido
que ellos suponen. Ascasubi, muy al contrario, se deleita ascticamente con el despejo de la noble llanura donde el anegadizo
corazn puede sumergirse a sus anchas y la compara con el mar.
Semejanza es sta que aunque muy trada y llevada, no es por eso
menos verdica y se arrima al lenguaje criollo que llama playa al
escampado frente a las casas y da el nombre de isla a los bosques
que tachonan el llano. (No de la pampa, sino isleos, fueron los
dos primeros gauchos conversadores que se metieron al tranquito
en la literatura y los imagin un oriental: Bartolom Hidalgo).
Hasta aqu, slo he tratado del rbol como sujeto de descripcin. En escritores ulteriores en Armando Vasseur y paladinamente en Herrera y Reissig adquiere un don de ejemplarid y
los conceptos se entrelazan con un sentido semejante al de los
ramajes trabados. El estilo mismo arborece y es hasta excesiva su
fronda. A despecho de nuestra admiracin no es por ventura ntimamente ajena a nosotros, hombres de pampa y de derechas
calles, esa hojarasca vehementsima que por Los parques abandonados campea? Claro est que hablo de un matiz y que el criollismo a todos nos junta, pero el matiz no es menos real que el color y en este caso basta para dilucidar muchas cosas. Por ejemplo,
la forasterid de Lugones hombre de sierras y de bosques en
nuestro corazn.
En los actuales uruguayos en Juana de Ibarburu, en Pedro
Leandro Ipuche, en Emilio Oribe, en Mara Elena Muoz el rbol es un smbolo. La tierra honda de Ipuche no es sino un entraarse con el rbol en una suerte de figuracin pantesta que
hace de las ramas un anhelar y que traduce su raigambre profunda en origen divino. En La colina del pjaro rojo de Oribe, la
noche misma es un fuerte rbol que se agacha sobre la tierra y de
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cuya altivez han de desgajarse los astros como en San Juan Evangelista se lee. Para Mara Elena Muoz, el rbol es un templo y
una inquietud de almacigo alza y conmueve su diccin.
El rbol duro surtidor e inagotable vivacid de la tierra es
uno de los dioses lares que en la poesa de los uruguayos presiden.
S tambin de otro dios, largamente rogado por Mara Eugenia
Vaz Ferreira y hoy por Carlos Sabat Ercasty. Hablo del Mar.
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Ya estamos orillando el casi milagro que es la verdadera motivacin de este escrito: lo que podramos denominar la supervivencia del ngel. La imaginacin de los hombres ha figurado tandas
de monstruos (tritones, hipogrifos, quimeras, serpientes de mar,
unicornios, diablos, dragones, lobizones, cclopes, faunos, basiliscos, semidioses, leviatanes y otros que son caterva) y todos ellos
han desaparecido, salvo los ngeles. Qu verso de hoy se atrevera a mentar la fnix o a ser paseo de un centauro? Ninguno; pero a
cualquier poesa, por moderna que sea, no le desplace ser nidal de
ngeles y resplandecerse con ellos. Yo me los imagino siempre al
anochecer, en la tardecita de los arrabales o de los descampados,
en ese largo y quieto instante en que se van quedando solas las cosas a espaldas del ocaso y en que los colores distintos parecen recuerdos o presentimientos de otros colores. No hay que gastarlos
mucho a los ngeles; son las divinidades ltimas que hospedamos
y a lo mejor se vuelan.
La aventura y el orden
En una especie de salmo cuya diccin confidencial y pattica es
evidente aprendizaje de Whitman Apollinaire separa los escritores en estudiosos del Orden y en traviesos de la Aventura y
tras incluirse entre los ltimos, solicita piedad para sus pecados y
desaciertos. El episodio es conmovedor y trae a mi memoria la
reaccin adversa de Gngora que, en trance parecido, sali a
campear resueltamente por los fueros de su tiniebla, y ejecut el
soneto que dice:
Restituye a tu mudo Horror divino
amiga Soledad, el Pie sagrado.
Es verdad que entrambos saban con qu bueyes araban e invocaron faltas bienquistas. Confesar docta sutileza durante el mil
seiscientos era empeo tan hbil y tan simptico de antemano
como el de confesar atrevimiento en este nuestro siglo de cuartelazos y de golpes de furca.
La Aventura y el Orden A la larga, toda aventura individual enriquece el orden de todos y el tiempo legaliza innovaciones y les
otorga virtud justificativa. Suelen ser muy lentos los trmites. La
famosa disputa entre los petrarquistas y los partidarios del octoslabo rige an entre nosotros y, pese a los historiadores, el verdadero triunfador es Cristbal del Castillejo y no Garcilaso. Aludo
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Y otra:
Soy de la plaza e Lorea
donde llueve y no gotea;
a m no me asustan sombras
ni bultos que se menean.
Vayan dos coplas de Andaluca, de palabras diferentes y de
alma igual:
Del barrio del Picn sernos
y lo que digo no marra:
si hay alguno que es valiente
que salga por la guitarra.
Esta noche ha de llover
que est raso, que est nublo:
ha de llover buenos palos
en las costillas de alguno.
Las que no tienen parangn espaol son las coplas de hombra
serena, las coplas en que se manifiesta el yo totalmente, con valor
profundsimo:
El que de firmeza es firme
lleva consigo un caudal:
lo tnesmo afirma una cosa
que se le afirma a un bagual.
Yo soy como el parejero
que solito me levanto.
Ande no hallo resistencia
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ya esparte de habilid.
Sucede igual con el refranero. Ya sabemos lo que son los refranes: consejos que la muerte le da a la vida, abstenciones y astucias de las personas ejercitadas en dejarse vivir y en alardearse
terratenientes del tiempo. El criollo no les cree demasiado. El
aconsejador espaol, ese filsofo sedicente cuya barba cansada y
cuyas pedaggicas charlas desanimaron tantas pginas de
Quevedo, se ha hecho un viejo Vizcacha en este pas y no sabe de
solemnismos. El adagio Ms sabe el loco en su casa que el cuerdo
en la ajena ha sido aligerado en Ms sabe el ciego en su casa que
el tuerto en la ajena; aquel de Ms vale llegar a tiempo que rondar un ao, en Ms vale llegar a tiempo que ser convidado, y ha
llegado tambin a mis odos en esta ciud: Ms vale pjaro en
mano que afeitarse con vidrio. He aqu empezada la reformacin
de proverbios que oyeron pregonar en una calle dos afantasmados
protagonistas de El criticn (Tercera parte, crisi El saber reinar).
En cuanto a las coplas burlescas, hay que separar las coplas
rencorosas, satricas, que son de tradicin o espritu peninsular,
de las meramente retozonas que son bien criollas. En Espaa son
infinitas las coplas hechas a base de rencor; he aqu algunas:
Ms all del infierno
doscientas leguas
hay una romera
para las suegras.
Se lamentaba un fraile
de dormir solo.
Quin pudiera en la celda
meterle un toro!
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le di con Vhacha.
Y sta, de los malevones antiguos, en que lo porteo se re de
lo francs, y el pauelo de seda, del cuello duro:
Puro cuellito parao,
puro yaquecito abierto,
puro voulez-vous con soda,
puro que me caiga muerto!
Pero las coplas criollas de hoy son aquellas en que se desmiente la especulacin, en que al oyente le prometen una continuid
y la infringen de golpe:
Seores, escuchenmn:
Tuve una vez un potrillo
que de un lao era rosillo
y del otro lao, tambin.
Orillas de un arroyito,
vide dos toros bebiendo.
Uno era coloradito
y el otro sali corriendo.
En la orilla de la mar
suspiraba una carreta
y en el suspiro deca:
esperate que estn cuartiando.
Autorizan alguna conclusin estas fragmentarias y atropelladas razones? Pienso que s: la de que hay espritu criollo, la de que
nuestra raza puede aadirle al mundo una alegra y un
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punta de un verso, de un largo verso suyo que antes de arrebatarnos a todos, se lo ha llevado a l. Macedonio, detrs de un cigarrillo y en tren afable de semidis acriollado, sabe inventar entre
dos amargos un mundo y desinflarlo enseguidita; Rojas Paz y
Bernrdez y Marechal casi le prenden fuego a la mesa a fuerza de
metforas; Ipuche habla en voz honda y es una mezcla de mano
santa y de chasque y trae secretos urgentsimos de los ceibales del
Uruguay. Ramn, el Recienquedado y Siemprevenido, tiene tambin supuesto y hay una barra de admirables chilenos que han atorrado con fervor por unos campos medanosos y ltimos y
hmedos que a veces raya un viento negro, el negro viento que
adjetiv Quinto Horacio, hecho tintorero del aire. Somos diez,
veinte, treinta creencias en la posibilid del arte y la amist. Qu
lindas tenidas las nuestras!
Y sin embargo Hay un santsimo derecho en el mundo:
nuestro derecho de fracasar y andar solos y de poder sufrir. No sin
misterio me ha salido lo de santsimo, pues hasta Dios nos envidi
la flaqueza y, hacindose hombre, se aadi el sufrimiento y
rebrill como un cartel en la cruz. Yo tambin quiero descenderme. Quiero decirles que me descarto de Proa, que mi corona de
papel la dejo en la percha. Ms de cien calles orilleras me
aguardan, con su luna y la soled y alguna caa dulce. S que a Ricardo lo est llamando a gritos este pampero y a Brandn las sierras de Crdoba. Abur Frente nico, chau Soler, adis todos. Y
ust Adelina, con esa gracia tutelar que es bien suya, dme el
chambergo y el bastn, que me voy.
Julio del novecientos veinticinco
Acotaciones
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Guas voy a transcribir unos versos, donde el anhelo de inmortalid se agarra a cualquier cosa, al rumor de un ro, para en l
perpetuarse:
Paran Guas
yo soy tuyo, tuyo desde que nac
y mis cantos estn
cantados para ti.
Paran Guas
si amor con amor se paga
el da en que yo me muera
t me cantars a m.
Una apuntacin tcnica. He censurado siempre las comparaciones visuales, las que aprovechan meramente una semejanza de
formas, hecho sin importancia espiritual. Sin embargo, en Silva
Valds hay muchas figuras visuales que me agradan del todo. En
ellas vive el Tiempo, ese dramtico Antes y Mientras y Despus
que es la vida y que premisa toda accin:
Mi caballo al galope
va dejando una siembra de pisadas sin cuento
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la levantan
como si fuera una custodia,
se anestesian de siesta
y de repiqueteo de campana.
(El Tren Expreso)
Es achaque de crticos el prescribirles una genealoga a los escritores de que hablan. Cumpliendo con esa costumbre, voy a
trazar el nombre, infalible aqu, de Ramn Gmez de la Serna y el
del escritor criollo que tuvo alguna semejanza con el gran Oliverio, pero que fue a la vez menos artista y ms travieso que l.
Hablo de Eduardo Wilde.
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atareados a pensar en su raza y a definir su pensamiento en extraordinarias imgenes. Yo debo confesar que esas imgenes son
para m el primer decoro del libro y que, a mi juicio, Rafael Cansinos Assns metaforiza ms y mejor que cualquiera de sus contemporneos. Cansinos piensa por metforas y sus figuras, por asombrosas que sean, jams son un alarde puesto sobre el discurso,
sino una entraa sustancial. Basta la frecuentacin de su obra
para legitimar este aserto. Yo mismo, que con alguna intimidad lo
conozco, s que de su escritura a la habitualidad de su habla no va
mucha distancia y que igualmente son generosas entrambas en
hallazgos verbales. Cansinos piensa con belleza y las estrellas, una
sombra, el viaducto, lo ayudan a ilustrar una teora o a realzar un
sofisma.
Sobre el imaginario argumento de Las luminarias de Hanukah, sobre la pura quietacin en que Cansinos inmoviliza sus
temas, quiero adelantar una salvedad. Se trata de un consciente
credo esttico y no de una torpeza para entrometer aventuras.
Cansinos, en efecto, no sufre que en la limpia trama de su novela
garabateen inquietud las errtiles hebras de la casualidad y del
acaso. El mundo de sus obras es claro y simple y un ritualismo
placentero lo rige, slo equiparable al orden divino que ha dado al
Tiempo dos colores el color azul de los das y el negro de las
noches y que reduce el ao a slo cuatro estaciones como una
estrofa a cuatro versos. Lstima grande que esto motive en l la
imperdonabilidad de hacer de sus hroes personas esquemticas,
sin ms vida que la que el argumento prefija. Es verdad que toda
poesa es finalmente convencional y simblica. El t en los versos
siempre es alusivo a una novia, la aurora es fielmente feliz, la estrella o el ocaso o la luna nueva salen a relucir en el remate del ltimo terceto.
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Ejercicio de anlisis
Ni vos ni yo ni Jorge Federico Guillermo Hegel sabemos definir la
poesa. Nuestra insapiencia, sin embargo, es slo verbal y podemos arrimarnos a lo que famosamente declar San Agustn
acerca del tiempo: Qu es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo
s; si tengo que decrselo a alguien, lo ignoro. Yo tampoco s lo
que es la poesa, aunque soy diestro en descubrirla en cualquier
lugar: en la conversacin, en la letra de un tango, en libros de
metafsica, en dichos y hasta en algunos versos. Creo en la entendibilid final de todas las cosas y en la de la poesa, por consiguiente. No me basta con suponerla, con palpitarla; quiero inteligirla tambin. Si quieres ayudarme, tal vez adelantaremos algn trecho de ese camino.
El de hoy es cosa tesonera: se trata del anlisis de dos versos
hechos por autorizadsima pluma y tan inadmisibles o admisibles
como los de cualquier verseador. La correntosa inmortalidad del
Quijote los sobrelleva; estn en su primera parte, en el captulo
treinta y cuatro y rezan as:
En El Silencio De La Noche, Cuando
ocupa el dulce sueo a los mortales
Y en segunda viene una anttesis, cuyo segundo trmino es el
desvelado amador que se pasa la santa noche entera pensando en
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torres. Plinio el Antiguo se vali de la palabra silencio para designar la lisura de la madera. San Juan Evangelista, docto en toda
gran diosa farolera yen toda canallada literaria, cuenta que tras
de la luna sangrienta y del sol negro y de los cuatro ngeles en las
cuatro esquinas del mundo, fue hecho silencio en el cielo casi por
media hora. Esos alardes no estn mal, pero hay que llegar al
siglo pasado gran baratillo de palabras y smbolos para que al
silencio lo exalten y le aadan mayscula y nos atruenen vociferndolo. Muchos conversadores vitalicios como Carlyle y
Maeterlinck y Hugo no le dieron descanso a la lengua, de puro
hablar sobre l. Solamente Edgardo Alian Poe desconfi de la palabreja y escribi aquel verso de Silence, wich is the merest word
all contra la ms palabrera de las palabras.
De la. stos son otros dos balbuceos y no me le atrevo al
examen.
Noche. El diccionario la define de esta manera: Parte del da
natural en que est el sol debajo del horizonte. Es una definicin
cronomtrica, practicista. Qu noche es sa sin estrellas ni anchura ni tapiales que son claros junto a un farol ni sombras largas
que parecen zanjones ni nada? Esa noche sin noche, esa noche
de almanaque o relojera, en qu verso est? Lo cierto es que ya
nadie la siente as y que para cualquier ser humano en trance de
poetizar, la noche es otra cosa. Es una videncia conjunta de la
tierra y del cielo, es la bveda celeste de los romnticos, es una
frescura larga y sahumada, es una imagen espacial, no un concepto, es un mostradero de imgenes.
Cundo empez a verse la noche? No podemos averiguarlo,
pero es lcito suponer que no la levantamos de golpe. Ni vos ni yo
dimos con el sentido reverencial que tenemos de ella: para eso
han sido menester muchas vigilias de pastores y de astrlogos y
de navegantes y una religin que lo ubicase a Dios all arriba y
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existido nunca ese hombre magnfico y que aqu no hay otro milagro que el de la gradual sinonimia de placentero y dulce. La imagen (si hay alguna) la hizo la inercia del idioma, su rutina, la
casualid.
A los mortales. Alguna vez estuvo implicado el morir en eso de
mortales. En tiempo de Cervantes, ya no. Significaba los dems y
era palabra fina, como lo es hoy.
Pienso que no hay creacin alguna en los dos versos de Cervantes que he desarmado. Su poesa, si la tienen, no es obra de l;
es obra del lenguaje. La sola virtud que hay en ellos est en el
mentiroso prestigio de las palabritas que incluyen. Idola Fori, embustes de la plaza, engaos del vulgo, llam Francisco Bacon a los
que del idioma se engendran y de ellos vive la poesa. Salvo algunos renglones de Quevedo, de Browning, de Whitman y de
Unamuno, la poesa entera que conozco: toda la lrica. La de ayer,
la de hoy, la que ha de existir. Qu vergenza grande, qu
lstima!
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regirlos el consonante. Con entera justicia, varios excelentes poetas italianos y castellanos han rechazado la
rima en composiciones largas y breves, segn la suprimieron hace tiempo nuestras mejores tragedias inglesas,
como a cosa trivial para los odos juiciosos, y de ningn
deleite musical verdadero: deleite que reside solamente en
medidas aptas, en la oportuna cantidad de slabas y en el
sentido desarrollndose variadamente de verso en verso,
no en el sonsonete de terminaciones iguales falta
evitada por los clsicos, en la poesa y en toda buena oratoria. Esta mi omisin de la rima no debe ser tomada por
un defecto, aunque tal vez haya lectores vulgares que as
lo juzguen; antes debe ser estimada como un ejemplo, el
primero en ingls, de antigua libertad restituida al poema
heroico, emancipndolo de la trabajosa y moderna sujecin de rimar. (Paradise Lost, The verse.)
Tal es la advertencia de Milton. La he trasladado ntegramente
por su forma no atropellada y lacnica y por hallarse formulados
en ellos los tres argumentos que podemos inferirle a la rima: el argumento histrico, el hednico y el intelectual.
El argumento histrico es evidente. A los mil y un continuadores de Banville, para quienes la rima es lo sustancial en poesa,
basta recordarles que literaturas enteras la han ignorado, que los
griegos emplearon en su lugar la cantidad silbica y los escaldas la
aliteracin. Schopenhauer, en unas anotaciones a la potica que
volvern a aconsejarme en esta escritura, dice con palabras parecidas y con intencin idntica a la de Milton: El ritmo es herramienta mucho ms noble que la rima, que fue despreciada por los
antiguos y se engendr de los idiomas imperfectos que, por
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Para nosotros, hombres al fin casi contemporneos de Whitman, s que lo son. Para el toledano Garcilaso, atento a la leccin
de Petrarca, parece que no lo fueron, pues entorpeci con rimas
su msica, continundolos de este modo:
Aves que aqu sembris vuestras querellas.
Yedra que por los rboles caminas
torciendo el paso por su verde seno,
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento
que de puro contento
El tercer argumento, el intelectual, es el ms certero de todos y
acusa a los rimadores de no seguir la correlacin y la natural simpata de las palabras, sino la contingencia del consonante: esto es,
de suicidarse intelectualmente, de ser parsitos del retrucano, de
no pensar. No es ridcula obligacin la de imaginarse el color del
cielo y en seguida un atorrante y despus un rbol que nadie ha
visto y acto continuo una especie de tejido de punto? Sin embargo, all est la popularsima rima de azul, gandul, abedul y tul
que nos inflige esa incongruencia y lo mismo puede afirmarse de
muchas otras, salvo de las palabras en ado. Verdad es que a stas
suelen menospreciarlas por fciles, cosa que ni siquiera es cierta,
pues entre quinientas o seiscientas voces hay posibilidad de eleccin (lo que ya es acto intelectual) y entre cuatro o cinco, no hay
sino ripio obligatorio.
Esta conciencia de lo extravagante del rimar no es privativa de
nuestro siglo. Ya lo hemos escuchado a Milton; escuchemos ahora
a Quevedo, eterno madrugador y anticipador de toda novedad
literaria:
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Hernndez nos escriba la epopeya del compadraje y plasme la diversidad de sus individuos en uno solo. Es una fiesta literaria que
se puede creer. No estn preludindola acaso el teatro nacional y
los tangos y el enternecimiento nuestro ante la visin desgarrada
de los suburbios? Cualquier paisano es un pedazo de Martn Fierro; cualquier compadre ya es un jirn posible del arquetpico
personaje de esa novela. Novela, novela escrita en prosa suelta o
en las dcimas que invent el andaluz Vicente Espinel para mayor
gloria de criollos? A tanto no me llega la profeca, pero lo segundo
sera mejor para que las guitarras le dieran su fraternidad y lo
conmemorasen los organitos en la oracin y los trasnochadores
que se meten cantando en la madrugada.
Qu lindo ser habitadores de una ciudad que haya sido
comentada por un gran verso! Buenos Aires es un espectculo
para siempre (al menos para m), con su centro hecho de indecisin, lleno de casas de altos que hunden y agobian a los patiecitos vecinos, con su cario de rboles, con su tapias, con su Casa
Rosada que es resplandeciente desde lejos como un farol, con sus
noches de sola y toda luna sobre mi Villa Alvear, con sus afueras
de Saavedra y de Villa Urquiza que inauguran la pampa. Pero
Buenos Aires, pese a los dos millones de destinos individuales que
lo abarrotan, permanecer desierto y sin voz, mientras algn smbolo no lo pueble. La provincia s est poblada: all estn Santos
Vega y el gaucho Cruz y Martn Fierro, posibilidades de dioses. La
ciudad sigue a la espera de una poetizacin.
Pero esa novela o epopeya aqu barruntada, podra escribirse
toda en porteo? Lo juzgo muy difcil. Hay las trabas lingsticas
que seal; hay otra emocional. El idioma, en intensidad de cualquier pasin, se acuerda de Castilla y habla con boca sentenciosa, como buscndola. Esa nostalgia suena en estos versos del
Martn Fierro:
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Profesin de fe literaria
Yo soy un hombre que se aventur a escribir y aun a publicar unos
versos que hacan memoria de dos barrios de esta ciudad que estaban entreveradsimos con su vida, porque en uno de ellos fue su
niez y en el otro goz y padeci un amor que quiz fue grande.
Adems, comet algunas composiciones rememorativas de la poca rosista, que por predileccin de mis lecturas y por miedosa
tradicin familiar, es una patria vieja de mi sentir. En el acto se
me abalanzaron dos o tres crticos y me asestaron sofisteras y
malquerencias de las que asombran por lo torpe. Uno me trat de
retrgrado; otro, embusteramente apiadado, me seal barrios
ms pintorescos que los que me cupieron en suerte y me recomend el tranva 56 que va a los Patricios en lugar del 96 que va
a Urquiza; unos me agredan en nombre de los rascacielos; otros,
en el de los rancheros de latas. Tales esfuerzos de incomprensin
(que al describir aqu he debido atenuar, para que no parezcan inverosmiles) justifican esta profesin de fe literaria. De este mi
credo literario puedo aseverar lo que del religioso: es mo en
cuanto creo en l, no en cuanto inventado por m. En rigor, pienso
que el hecho de postularlo es universal, hasta en quienes procuran
contradecirlo.
Este es mi postulado: toda literatura es autobiogrfica, finalmente. Todo es potico en cuanto nos confiesa un destino, en
cuanto nos da una vislumbre de l. En la poesa lrica, este destino
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A veces la sustancia autobiogrfica, la personal, est desaparecida por los accidentes que la encarnan y es como corazn que
late en la hondura. Hay composiciones o lneas sueltas que
agradan inexplicablemente: sus imgenes son apenas aproximativas, nunca puntuales; su argumento es manifiesto frangollo de
una imaginacin haragana, su diccin es torpe y, sin embargo, esa
composicin o ese verso aislado no se nos cae de la memoria y nos
gusta. Esas divergencias del juicio esttico y la emocin suelen engendrarse de la inhabilidad del primero: bien examinados, los
versos que nos gustan a pesar nuestro, bosquejan siempre un
alma, una idiosincrasia, un destino. Ms an: hay cosas que por
slo implicar destinos, ya son poticas: por ejemplo, el plano de
una ciudad, un rosario, los nombres de dos hermanas.
Hace unos renglones he insistido sobre la urgencia de subjetiva u objetiva verdad que piden las imgenes; ahora sealar
que la rima, por lo descarado de su artificio, puede infundir un
aire de embuste a la composiciones ms verdicas y que su actuacin es contrapotica, en general: Toda poesa es una confidencia,
y las premisas de cualquier confidencia son la confianza del que
escucha y la veracidad del que habla. La rima tiene un pecado original: su ambiente de engao. Aunque este engao se limite a amargarnos, sin dejarse descubrir nunca, su mera sospecha basta
para desalmar un pleno fervor. Alguien dir que el ripio es
achaque de versificadores endebles; yo pienso que es una condicin del verso rimado. Unos lo esconden bien y otros mal, pero
all est siempre. Vaya un ejemplo de ripio vergonzante, cometido
por un poeta famoso:
Mirndote en lectura sugerente
llegu al eplogo de mis quimeras;
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Posdata
Confieso que este sedicente libro es una de citas:
haraganeras del pensamiento; de metforas;
mentideros
de la emocin; de incredulidades; haraganeras de
la esperanza. Para dejar de leerlo, no es obligacin
agencirselo: basta haberlo ido salteando en las hojas
de
La Prensa, Nosotros, Valoraciones, Inicial, Proa.
J. L. B.
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