1.2.3-DeL MOLINO-Historia y Memoria

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HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN, DOCENCIA Y

DIVULGACIN DEL PASADO


Ricardo del Molino Garca*
Resumen
En este texto se comparten algunas reflexiones generales en torno a los desafos surgidos en
la investigacin, la docencia y la divulgacin de la Historia, en su calidad de disciplina acadmica,
a partir del actual auge de la memoria. Aunque, sin duda alguna, muchos otros han tratado con
anterioridad, el tema que aqu se presenta, no obstante se hace una sencilla propuesta, selectiva
y no exhaustiva, surgida de la experiencia como docente universitario preocupado por la situacin
de asedio de los relatos de la memoria en el quehacer histrico.
Palabras claves: Historia, memoria, docencia, investigacin histrica.

HISTORY AND MEMORY IN RESEARCH, TEACHING


AND DISCLOSURE OF THE PAST
Abstract
This article presents some general reflections about the challenges encountered in research,
teaching and dissemination of history, as an academic discipline, from the current boom in memory. Although, no doubt, many others have tried before, the issue presented here, however it
is a simple proposal, selective and not exhaustive, emerged from the experience as a university
lecturer concerned about the situation of siege of the stories of memory in the historical task.
Keywords: History, memory, education, historical research.

Doctor en Humanidades, Universidad Carlos III de Madrid, Espaa. Miembro Correspondiente Extranjero de la
Academia Colombiana de Historia. Correo electrnico: [email protected]. Fecha de recepcin:
21 de marzo de 2013; fecha de aceptacin: 24 de mayo de 2013.

BOLETN DE HISTORIA Y ANTIGEDADES - VOL. C NO. 856 - JUNIO, 2013, PP. 77-99

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Introduccin
En la sociedad actual del siglo XXI se dan las dos habituales posturas de cualquier grupo humano ante su pasado. Por un lado, una
parte de la ciudadana no tiene ningn inters hacia lo acontecido
en el tiempo anterior a su existencia y, por otro lado, el resto de la
sociedad s muestra algn tipo de sensibilidad. La novedad es que
en un tiempo privilegiado para el acceso al conocimiento histrico
como el actual, aquellos que poseen alguna inquietud hacia el pasado
prefieren aproximase a lo acontecido por medios ajenos a la disciplina
de la Historia Por qu se da esta situacin?
En cuanto al desinters de buena parte de la ciudadana por su
pretrito cabe exponer varias causas no concluyentes. Por un lado,
es una realidad que el sistema acadmico actual ha relegado a la
historia a los mrgenes de la formacin del ciudadano. Es un hecho
que la Historia en la formacin bsica de los colegios prcticamente
se ha eliminado y en la educacin superior est en verdadero retroceso. Estos son, en parte, los efectos prcticos ms inmediatos
de la crisis de las ciencias sociales y humanas que intelectuales
como Martha C. Nussbaum analizan, explican y combaten.1 Pero el
desinters y el desconocimiento de la historia por una parte de la
sociedad no slo pueden achacarse a una crisis cultural y educativa
sino que deben ser entendidos en el marco de la sociedad global
tecnolgica e hipervisual actual. En 1969, John H. Plumb adverta
en su obra La muerte del pasado que el mundo contemporneo se
perciba a s mismo sin relacin con el pretrito ya que los mtodos
nuevos, los nuevos procedimientos y las nuevas formas de vida de
la sociedad cientfica e industrial no tienen precedentes prestigiosos
ni echan racen en el pasado.2 Con estas palabras Plumb inauguraba
un diagnstico acertado que hoy contina con enunciaciones como
la de Ricardo Garca Crcel, cuando hace un par de aos en su libro
La herencia del pasado planteaba que el presente lo invade todo, lo
explica todo.3 Lo cierto es que los ciudadanos ya no perciben causas
profundas de media o larga duracin en su realidad presente, hoy
todo parece inmediato.

2
3

Martha C. Nussbaum, El cultivo de la humanidad. Una defensa clsica de la reforma en la educacin liberal (Barcelona: Paids, 2005).
John H. Plumb, La muerte del pasado (Barcelona: Barral, 1974), 14.
Ricardo Garca Crcel, La herencia del Pasado. Las memorias histricas de Espaa (Madrid: Galaxia Gutenberg,
2011), 15.

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

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Pero el hecho de que exista esa percepcin ahistrica en nuestra


sociedad, incluso entre nuestros alumnos, no implica que la Historia
como disciplina deba ceder ante ella. El historiador siempre debe
defender, al decir de Luis Surez, que las races de la cultura han
de buscarse muy arriba, remontando la corriente del ro,4 y, en consecuencia, parafraseando a Carbonell, la explicacin histrica ha de
volver a remontar sin cesar cada vez ms arriba sus fuentes, como
el torrente obstinado adherido a los flancos de la montaa.5
Sin embargo, no debemos caer en el desaliento. Los historiadores
an estamos a tiempo de reivindicar y divulgar la presencia del Pasado
en esta sociedad global, tecnolgica e hipervisual. Permtanme recordar, como un ejemplo vivo de conciencia histrica, la inauguracin de
los Juegos olmpicos de Londres del pasado ao, cuando millones de
televidentes aceptaron con agrado que las chimeneas decimonnicas
de la revolucin industrial inglesa, surgidas del suelo del estadio, se
erigieran como las columnas del siglo XXI. S, an estamos a tiempo.
Centrmonos entonces, por ahora, en los ciudadanos con inquietudes
histricas y preguntmonos qu posibilidades de acceso al Pasado
poseen. Con tal fin, David Lowenthal determina que la memoria, la
historia y las reliquias son las tres posibles aproximaciones al pretrito en el tiempo judeocristiano.6 Un primer acceso es la memoria.
Definida como un proceso cognitivo no emprico, surgido a primera
vista, inmediato, ineludible e indudable, producto de los recuerdos
individuales o colectivos, la memoria est dada y por tanto no precisa
de crtica ni de prueba y puede ser moldeada o ajustada a las necesidades del momento. En contraposicin, una segunda posibilidad de
aproximacin a lo acaecido es la Historia. Definida como un proceso
cognitivo emprico e inferencial en tanto que el conocimiento de lo
acontecido se adquiere por medio de inferencias racionales, vlidas
y coherentes, surgidas de datos empricos.7 La historia no viene
dada, a diferencia de la memoria, sino que es contingente porque
depende de las inferencias deducidas a partir de la existencia, o no,
de datos empricos, de su aceptacin o rechazo. Cabe advertir que su


6

7

4
5

Luis Surez, Grandes interpretaciones de la Historia (Pamplona: Universidad de Navarra, 1985), 228.
Charles-Olivier Carbonell, La Historiografa (Madrid: Fondo de Cultura Econmica, 1993), 16.
David Lowenthal, El pasado es un pas extrao (Madrid: Ed. Akal, 1985), 271-375.
Es importante aclarar la habitual confusin en las aulas entre empirismo y positivismo. En trminos muy generales, el empirismo debe ser entendido como el trabajo con fuentes primarias tangibles, como ya enunci Droysen,
discpulo de Ranke, diferente al positivismo como corriente historiogrfica que trata de encontrar leyes generales
en el pasado para poder predecir el acontecer futuro.

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contingencia no es arbitraria sino que responde a criterios de validez


y coherencia, algo radicalmente opuesto a la memoria que no posee
premisas empricas convertidas en habitualmente en referencias
infrapaginales-,8 o si las posee stas son vagas, estn en funcin del
presente o, incluso, son ficticias. Finalmente, junto a la memoria y
a la historia, Lowenthal indica que el tercer acceso al pretrito son
los residuos tangibles procedentes del pasado que perviven en el
presente, denominados reliquias.
A pesar de que la Historia y la Memoria sean diferentes procesos
cognitivos de acceso al pasado en ocasiones dialogan y comparten
conocimiento,9 pero no por ello deben ser confundidas y mucho
menos deben tornarse en sinnimos tal y como ocurre en ciertos
usos discursivos en la actualidad.10 Esta errnea identificacin es
alimentada por ciertas polticas pblicas de gestin del pretrito, por
el mercado de la cultura y por algunos medios de comunicacin que
ofrecen productos radiofnicos, televisados o novelados propios de
la memoria bajo el rtulo de historia. Esta confusin debe ser desenmascarada ya que desde las primeras aproximaciones cognitivas
racionales al pretrito los dos accesos se diferenciaron. No debe
obviarse que en el siglo V a.C. Herdoto ya distingua entre la opsis
(observacin) y la acoe (voz que corre)11 y que a continuacin Tucdides propuso la necesaria mirada escptica ante lo inmediatamente
dado y no probado que conllevaba a no aventurar un hecho que no
se encontrara apoyado por una o varias pruebas.12
Establecida la diferencia entre historia y memoria, regresemos a
nuestra preocupacin inicial y cuestionmonos por qu en la actualidad, cuando poseemos ms y mejor conocimiento histrico, los
ciudadanos interesados en el pasado prefieren aproximarse a l por
medio de la voz que corre y no a travs de la disciplina de la Historia
Qu es lo que lo que ha ocurrido en el seno de la disciplina histrica
para que aquellos con inquietudes por el pasado no acudan a ella?

Carbonell, op. cit., 118.


Es importante sealar que en esta disertacin se parte de una divisin radical entre Memoria e Historia, fundamentada en los dos accesos propuestos por David Lowenthal, para forzar un horizonte ms claro de discusin.
No obstante, del mismo modo que hace Lowenthal, tal separacin en muchas ocasiones no es tan clara e incluso
dialogan y conviven ambos accesos. Este sera un aspecto a tratar en otra disertacin.
10
Vale citar la constante alocucin memoria histrica presente en los medios de comunicacin, en debates polticos
actuales, en una amplia bibliografa e incluso en la proliferacin de museos de memoria histrica.
11
Herdoto propone la opsis y la acoe como las fuentes esenciales, pero no las nicas de su averiguacin.
12
Herdoto, Historia (Madrid: Gredos, 1999); Tucdides, Historia de la Guerra del Peloponeso (Madrid: Gredos, 1990).
8
9

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Podramos responder con vlidas explicaciones externas, ajenas a


nuestro quehacer disciplinar, pero creo que es el momento de responder desde el seno acadmico.
Cabe recordar, a aquellos que piensen que no debemos prestar atencin al auge de la memoria,13 que sta afecta a la esencia
misma de la disciplina de la Historia en tanto que comparte objetos
de estudio, contamina los mtodos y confunde resultados (el auge
de la historia oral y la etnohistoria son un testimonio de los lugares
liminales surgidos en la actualidad entre la historia y la memoria).
Adems, dificulta la labor docente desde el momento en el que los
alumnos llegan a las aulas con memorias radiofnicas, televisadas
o noveladas fuertemente arraigadas -ensear historia hoy exige la
previa destruccin de una fuerte memoria preliminar, santificada por
medios de comunicacin y polticas pblicas de gestin del pasado
irresponsables. Tal vez siempre fue as, en tanto que aprender es
desaprender lo aprendido para volver a aprender, pero en la actualidad
nos enfrentamos ante slidas construcciones mediticas y polticas
producto de en una memoria acrtica y ahistrica-. Y finalmente, la
memoria afecta a la divulgacin del conocimiento histrico puesto
que el pblico general ingiere masivamente los relatos prefabricados,
sencillos e inmediatos de la memoria. En consecuencia, he aqu mi
humilde propuesta basada en una introspeccin preliminar y la consiguiente apertura de la disciplina histrica.
En primer lugar propongo un repliegue en nuestra disciplina histrica magullada, que no herida- que permita pensarnos en este
nuevo mundo del siglo XXI. Por tanto, la primera tarea que debemos
hacer en la introspeccin es debatir las cuestiones fundamentales
de nuestra esencia con el nico fin de saber quines somos en el
nuevo milenio. Hoy tienen plena vigencia las palabras de Edward H.
Carr cuando a mediados del siglo XX propuso que antes de estudiar
historia se debera estudiar al historiador.14 Consecuentemente, no
debe parecernos arriesgado volver a reflexionar en torno a tres aspectos bsicos de nuestra disciplina: primero, la utpica intencin de
Reitero que con el trmino Memoria la presente disertacin acoge a todos aquellos accesos al pasado que no
comparten la definicin de Historia, es decir todos aquellos accesos que no son procesos cognitivo empricos e
inferenciales sino que son el resultado de un conocimiento inmediato, ineludible e indudable, producto de los
recuerdos y por tanto no precisa de crtica ni de prueba.
14
Edward H. Carr, Qu es Historia? (Barcelona: Ariel Historia, 2003). A partir del debate propuesto por Carr acerca del
determinismo en los historiadores propongo una reflexin acerca de quines son los historiadores en la actualidad,
sin defender necesariamente una postura determinista.
13

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verdad (quimrica certidumbre); segundo, el respeto a la construccin


acumulativa de nuestro conocimiento (historiografa) y, tercero, el
orden temporal de nuestros escritos (cronologa). Inmediatamente
despus de esta introspeccin propondr la apertura de la disciplina al
resto de las Ciencias Sociales y Humanas, as como a la Sociedad en
su conjunto, con el espritu de transformacin y cambio que siempre
la caracteriz. Los historiadores sabemos bien que las sociedades
cambian rpidamente, que se transforman a una velocidad de vrtigo
y que el Congreso de Viena en 1815 nunca logr restaurar el Antiguo Rgimen. S, debemos ser conscientes del cambio de nuestra
sociedad y, despus de habernos pensado, debemos aceptar, como
se nos dijo en El Gatopardo, que todo tiene que cambiar para que
nada cambie.15

El repliegue (o la introspeccin)
El primer aspecto del repliegue es el ms polmico en tanto que
apuesta por reabrir el debate acerca del ideal utpico de la aproximacin histrica a lo realmente acontecido,16 a partir de la reflexin
en torno a si podemos seguir construyendo conocimiento histrico
desde la desilusin de saber que nuestro trabajo no posee intencin
de verdad. En contestacin a esta pregunta, y aun sabiendo que la
certidumbre en la historia es un imposible categrico, propongo el
regreso a la senda utpica del conocimiento histrico porque la intencin de verdad es constitutiva del propio discurso histrico, como
Chartier nos recuerda.17 En consecuencia debemos reflexionar en
torno a cmo podemos construir conocimiento histrico en la senda
de la intencin de verdad caracterstica que nos alejara radicalmente
de la memoria- aun sabiendo que el concepto de objetivismo es una
falacia superada, el mito de un historiador objetivo se ha desvanecido, la historia objetiva ya no existe,18 y que el noble sueo de la
objetividad est superado.19
En mi opinin, Edward H. Carr tuvo la respuesta en 1950 cuando
a la vez que sentenci que la historia objetiva ya no exista inmedia

17

18

15
16

19

Giussepe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo (Madrid: Alianza editorial, 2004).


En clara alusin a la frase de Ranke Er will bloss zeigen wie es eigentlich gewesen.
Roger Chartier, La Historia o la lectura del tiempo (Barcelona: Gedisa, 2007), 25.
La figura del historiador objetivo es un mito en tanto que est mediado por su subconsciente, por sus estructuras
de pensamiento y por su sociedad.
Trmino tomado de Fontana cuando habla de Charles A. Beard, vase Josep Fontana, La Historia de los Hombres
(Barcelona: Crtica, 2001), 211.

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tamente aada que intentar conseguirla estaba lejos de constituir


una empresa vana.20 Esta es la cuestin. Los historiadores debemos
recuperar el ideal regulativo de la intencin de verdad en nuestra
disciplina, aun sabiendo que el pretrito es incognoscible, pero no
por ello debemos abandonar el noble sueo de encontrarla y seguir
defendiendo la posibilidad de conocimiento histrico, como John
Elliott plante el ao pasado en su libro Haciendo Historia.21
La consecuencia directa de esta quimera es la propensin hacia la
imparcialidad y la neutralidad ideolgica en el quehacer de la historia.
Por tanto, este es el momento de la reivindicacin de los librepensadores despolitizados, fieles nicamente al conocimiento histrico
construido por medio de procesos cognitivos empricos inferenciales.
El historiador no debe estar sujeto a nada (religin, destino nacional,
moral, etc.), ni a nadie y mucho menos a las verdades a priori de una
ideologa poltica.22 Pero no nos engaemos esta propuesta utpica
de despolitizacin del quehacer histrico no es nada diferente a la
hermenutica clsica de interpretacin por inferencia lgica y exgesis
razonada a partir de las pruebas disponibles.23
La despolitizacin de la historia implica la construccin de una
historia no adjetivada y el honesto compromiso de aceptacin de los
resultados inferidos, aunque sean contrarios a las demandas de nuestra propia ideologa poltica. Esta condicin enlaza con las propuestas
de autores como Max Weber, cuando enfrentndose al problema
de la objetividad en las Ciencias postul la neutralidad tica-,24 o
Lord Acton que afirm que nada deba revelar el pas, la religin o el
partido al que pertenecen los escritores ya que la imparcialidad es la
caracterstica del trabajo de investigacin que se realiza con el nico
objeto de aumentar el conocimiento exacto.25
El segundo aspecto del repliegue debe ser historiogrfico y ha
de comenzar por la propia valoracin temporal de la disciplina de la


22

20
21

23
24

25

Carr, op. cit., 12.


John H. Elliott, Haciendo Historia (Madrid: Taurus, 2012).
Es importante aclarar que una historia despolitizada no implica una historia apoltica; es decir, un historiador socialista,
un conservador, un liberal, todos ellos pueden construir relatos histricos vlidos sobre un mismo acontecimiento
o proceso histrico siempre que sigan el proceso cognitivo emprico e inferencial propio de la historia, ajeno a la
memoria.
Enrique Moredielos, El oficio del historiador (Madrid: Siglo XXI, 2008), 15.
La neutralidad tica deba llevar al investigador social a separar su trabajo de investigacin de sus juicios de valor,
en tanto que estos pertenecen a otro dominio. Vase Fontana, op. cit., 183-4.
Ibd., 173.

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historia. Debemos re-conocer los aportes historiogrficos anteriores a


la segunda mitad del siglo XX y re-valorarlos. No podemos defender y
reivindicar la conciencia temporal ante la sociedad y al mismo tiempo
olvidar que nuestra disciplina es un constructo acumulativo de conocimiento. Si observamos las investigaciones actuales nos encontramos
con una historia amnsica en tanto que las referencias bibliogrficas
en la mayora de los casos no sobrepasan los veinte aos. Cmo
podemos reivindicar unas races temporales de larga duracin en la
sociedad presente cuando en nuestras propias narraciones citar obras
anteriores a la II Guerra Mundial es algo excepcional?
Propongamos, por tanto, siempre desde una perspectiva crtica,
la recuperacin del corpus historiogrfico precedente y la valoracin
del conocimiento acumulado. La cuestin no es volver a argumentos
de autoridad, a hroes culturales, a dogmas y honras historiogrficas
acrticas de literaturas cannicas, ni siquiera debe alimentarse una
visin nostlgica del quehacer histrico erudito. Lo que debemos hacer
es releer a los que nos precedieron valorando lo que ellos construyeron con esfuerzo pues no podemos seguir ignorando explicaciones
histricas potencialmente vlidas slo por el hecho de ser antiguas.26
No podemos continuar accediendo al pretrito desde la inmediatez
del presente, tal y como hace la memoria, obviando el conjunto de
referencias estables construidas durante aos.27 Propongo, por tanto,
desde esta tribuna el abandono del quehacer historiogrfico amnsico
e inmediato, el respeto en nuestras investigaciones al trabajo acumulado, la transmisin de las soluciones encontradas a momentos de
cambio por aquellos que nos precedieron y la divulgacin de nuestra
gnesis corporativa. Si lo logramos contribuiremos a la construccin
de una narracin histrica slida frente al relato inmediato y superficial
de la memoria.
El tercer aspecto del repliegue es metodolgico y consiste en el
regreso a la cronologa, como eje vertebrador del pensamiento histrico, frente al desorden ahistrico de los relatos construidos desde la
memoria. Como defiende Pierre Vilar, pensar histricamente implica
situar, medir, fechar, sin cesar28 por lo que, consecuentemente, los

26
27

28

Argumento que nos hara regresar a la querella barroca entre antiguos y modernos durante la Edad Moderna.
Permtanme adems aadir que criticar a los historiadores pasados bajo el argumento de estar superados (muchas
veces sin haberlos ledo) es creer en el progreso superador y no acumulativo de la ciencia histrica. Paradjicamente,
muchos de aquellos que consideran que es innecesario un repliegue historiogrfico hacia el propio pretrito son
historiadores que no creen en la idea occidental de progreso Paradoja? Contradiccin?
Pierre Vilar, Pensar la Historia (Mxico: instituto Mora, 1992), 21.

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relatos de la memoria sin estructura cronolgica debe ser sustituidos,


permtanme el juego retrico, por una historia sea, vertebrada por una
cronologa, que permita la adhesin de un msculo crtico revestido
con una impecable narracin. Defiendo, por tanto, el repliegue hacia
una historia sea que facilite el pensamiento histrico, que mejore
el dilogo entre diacronas alternativas y que permita orientarnos
en el tiempo (pudiendo imaginar el pretrito de un acontecimiento
e inmediatamente recordar su futuro). No podemos seguir construyendo conocimiento histrico sin un tiempo ordenado porque eso
nos llevara a fundirnos con la memoria. Pero cuidado, es preciso
advertir que la defensa de una historia sea no significa el regreso a
una historia memorizada y meramente erudita sin ms. Desde finales
del siglo XVIII ya sabemos, como bien enunci August Ludwig von
Schlzer, que la historia es algo ms que una narracin y algo ms
que la memorizacin del pasado es tambin la capacidad de poner en
relacin las consecuencias con las causas.29 Por tanto, debe aclararse
que si bien la erudicin cronolgica por s misma es estril, ms an
en un mundo actual donde el acceso a la informacin es inmediato,
el historiador debe conocer la cronologa para poder ser capaz de
seleccionar crtica y jerrquicamente los acontecimientos con el fin
de facilitar las inferencias de las investigaciones, el aprendizaje de
los alumnos y la divulgacin del conocimiento histrico.
Una vez que hayamos realizado la introspeccin crtica y reflexiva en
torno a los tres aspectos sealados que ahondan en la diferenciacin
de la Historia respecto a la memoria (el ideal utpico de la intencin de
verdad, la quimrica certidumbre de la historiografa y el vigor temporal
de la cronologa en la narracin) es necesario preguntarnos hacia dnde
debe abrirse nuestro quehacer histrico en el siglo XXI para poder lidiar
con el auge del pensamiento no histrico. En consecuencia, propongo
a debate las siguientes aperturas en la investigacin, en la docencia y
en la divulgacin de la Historia.

La apertura de la investigacin histrica


En el ao 2000, uno de los principales temas del XIX Congreso
Internacional de Ciencias histricas celebrado en Oslo propona discutir
el rechazo del marco del Estado-nacin en el quehacer histrico.30

29
30

John Lukacs, El futuro de la Historia (Madrid: Turner Noema, 2011), 15.


Chartier, op. cit., 74.

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Hoy, trece aos despus, a pesar de que una parte de la sociedad


global consume -luego reclama- contenidos que se escapan claramente a los lmites del estado-nacin, continuamos construyendo
conocimiento histrico con intencin de verdad, o sin ella, en este
marco poltico nacional. Parece que nada ha cambiado. Los temas
locales, regionales o estatales, tratados desde perspectivas nicamente nacionales, siguen siendo los ms numerosos en las revistas
y monografas especializadas. Incluso John Elliott, uno de los grandes
hispanistas britnicos de nuestro tiempo, certificaba en 1997 el final
del hispanismo angloamericano y propona su relevo a manos de los
historiadores espaoles31 Cunto lamento contradecir a John Elliot
en dicha aseveracin!
Como apertura de la disciplina histrica a la sociedad del siglo XXI
propongo la posibilidad de quebrantamiento de los lmites del estadonacin en la investigacin, primero, por medio de la valorizacin de
las nuevas temticas tratadas por la Gran Historia y la Historia de la
especie; segundo, a travs de la contextualizacin supranacional de
nuestros objetos de estudio, sean o no tradicionalmente de mbito
nacional; y tercero, defendiendo una cosmopolita aprobacin de que
cualquier historiador pueda aproximarse a cualquier pasado independientemente de su nacionalidad.
Respecto al primer quebrantamiento propuesto cabe recordar
que durante el corto siglo XX se anexionaron en cada dcada nuevos
temas de investigacin que respondan a las nuevas demandas de la
sociedad.32 Por tanto cabe preguntarnos en este momento cul ser

31
32

El pas, 11 de septiembre de 1997


En 1929, la editorial de la publicacin Anales de historia econmica y social, dirigida por Lucien Febvre y Marc Bloch,
propona potenciar los campos de la economa y la sociologa y as ocurri en los aos 30. La historia econmica,
convertida en el terreno privilegiado de los historiadores marxistas, proporcion nuevos horizontes temticos
mientras que la historia social renov los objetos de estudio de la historia tradicional, ampliando sus temticas
a la clula familiar, las comunidades rurales y urbanas, los crculos de sociabilidad (academias, salones, cafs,
sociedades deportivas), las minoras, los marginados, etc.. (Carbonell, op. cit., 141). Tras la segunda Guerra Mundial, junto al impulso del marxismo britnico de la historia econmica y social a travs de medios como la revista
Past And Present, en los aos 50 y 60 aparecern distintos enfoques que anexionarn nuevos temas de estudio
al quehacer histrico, de este modo, la historia demogrfica se hizo cualitativa y ampli sus temas a la muerte,
los comportamientos sexuales, los partos, la madre, el nio (Ibd., 141); la geo-historia, anunciada por Febvre y
adoptada por Fernand Braudel y Pierre Vilar, tras integrar la dialctica del espacio y del tiempo en la historia, ampli
las temticas histricas a los fenmenos naturales, incluido el clima; por su parte, la Historia de las mentalidades
se abri a los sentimientos y pasiones colectivas (el amor, el miedo), a las representaciones, a los sueos, a los
mitos (Ibd., 141-142); la historia del cuerpo estudi la salud y las enfermedad; y la historia de lo cotidiano, traslad
la curiosidad de los lugares clebres a los lugares cotidianos, de la ciudad y del palacio al pueblo y a la casa, del
objeto de arte al instrumento (Ibd., 142). Avanzado el siglo, en los aos 70, surgieron nuevas aperturas temticas
lideradas por la historia economtrica, cliometra, o cuanto-historia as como por la Historia cultural, fruto de la

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la contribucin temtica de la historiografa de principios del siglo XXI


en una sociedad que dada da se reclama ms global. No ser yo quien
d una respuesta categrica y por tanto slo propondr abrir el debate
en torno a las actuales y exitosas propuestas de la Gran Historia y
la Historia de la especie, con las que nuestra disciplina se ha abierto
a una escala temporal mayor a la de la larga duracin braudeliana.
La Gran historia, al decir de Fred Spier, es un enfoque de la disciplina histrica en el que el pasado humano queda contextualizado en el
marco de la Historia csmica, desde el comienzo del universo hasta
la aparicin de las formas de vida que actualmente conocemos en la
tierra.33 Ante estas palabras cabe preguntarse si estamos preparados
los historiadores actuales para incorporar en nuestras investigaciones este nuevo horizonte macrotemporal. Independientemente de
la decisin que se tome, lo cierto es que como el mismo Spier se
encarga de recordarnos, el enfoque no es novedoso en tanto que
contamos con una tradicin historiogrfica importante de grandes
sntesis histricas desde finales del siglo XVIII.34 El reto de esta apertura macro-temporal consistir en cmo sintetizar histricamente tan
vasto lmite temporal sin caer en la superficialidad de la memoria o en
una historia generalista o simplificada. Pronto veremos la respuesta
de los historiadores y cmo transcurre esta nueva propuesta de gran
acogida de pblico.35
Junto a esta apertura macro-temporal, cabe tambin reflexionar en
torno a la tendencia historiogrfica actual del estudio del conjunto de
la humanidad como especie. Un enfoque que, tal vez, ya reclamaba el
mencionado John Plumb cuando decidi terminar su libro La muerte
del pasado con el deseo de que la historia contribuyese a devolvernos
nuestra verdadera identidad, no de americanos, de rusos, de chinos
o de ingleses, no de blancos o negros, de ricos o de pobres, sino
de hombres.36 Cabe aclarar que esta apertura no supone volver a las
tradicionales historia universal o historia de las civilizaciones como

33
34

35

36

ligazn de la Historia con Ciencias Sociales y Humanas como la antropologa. En los aos 80, el auge de la historia
cultural llev a una eclosin temtica, bajo la etiqueta del multiculturalismo, que se populariz hasta los albores
del nuevo milenio.
Fred Spier, El lugar del hombre en el Cosmos (Madrid: Crtica, 2011), 9.
Segn Fred Spier la acuacin del trmino se debe al historiador David Christian en los 80, sin embargo podemos
ver esta sensibilidad desde Alexander von Humboldt. Vase Spier, op. cit.
Vase los exitosos libros de John Robert McNeill y William Hardy McNeill, Redes humanas: una historia global del
mundo (Barcelona: Crtica, 2004) y David Christian, Los mapas del tiempo: introduccin a la Gran Historia (Madrid:
Crtica, 2005).
Plumb, op. cit., 123.

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las de Jacob Burckhardt, Oswald Spengler o Arnold Toynbee,37 sino


que propone tomar como objeto de estudio el homo sapiens sapiens
como una comunidad de destino,38 por encima de culturas y civilizaciones, por encima de la aterradora distincin entre pueblos con o
sin historia. Esta propuesta ya est siendo trabajada por antroplogos
(el equipo de Atapuerca)39 y socilogos (Edgar Morin)40, as como por
historiadores como Felipe Fernndez-Armesto.41
La segunda propuesta de ruptura del marco del estado-nacin en
la construccin del conocimiento histrico es la contextualizacin
supranacional de nuestros objetos de estudio.42 Dicha accin, ms
all de la comparacin tal y como se limita cierta historia comparada-,
no nos aleja de la historia nacional sino simplemente la complejiza al
situar las historias nacionales en un contexto mucho mayor.43 Valga
citar para el caso hispano la propuesta de John Elliott de abrir la historia
de los territorios de la Corona espaola a Europa y al Atlntico en sus
libros Espaa en Europa e Imperios del mundo atlntico.44 No obstan Arnold Toynbee, Historia de las Civilizaciones (Barcelona: Labor, 1971); Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la
Historia Universal (Barcelona: Fondo de Cultura Econmica, 1999); Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente
(Madrid: Espasa, 2013).
38
La idea de la especie humana como comunidad de destino es defendida en Edgar Morin, La Va. Para el futuro de
la Humanidad (Madrid: Paids, 2012), 147.
39
El grupo de Atapuerca ha generado una amplia bibliografa de gran aceptacin de pblico, valga como ejemplo:
Eudald Carbonell, La conciencia que quema (Barcelona: Now Books, 2008), El nacimiento de una nueva conciencia
(Barcelona: Now Books, 2007); Juan Luis Arsuaga, La Especie elegida. La larga marcha de la evolucin humana
(Madrid: Temas de hoy, 2011).
40
Morin, op. cit.
41
Felipe Fernndez-Armesto, Breve Historia de la Humanidad. Un apasionante viaje por la evolucin del gnero
humano (Barcelona: Ediciones B, 2005), Civilizaciones. La lucha del Hombre por controlar la Naturaleza (Madrid:
Taurus, 2002).
42
Abandonar el marco del estado-nacin en nuestras investigaciones histricas no significa obviar tal realidad histrica
presente en Occidente desde el siglo XIX sino que defiende su contextualizacin en un marco mayor.
43
Expliqumoslo con un ejemplo. La crueldad con la que los espaoles trataron a los indios a su llegada a Amrica
es una realidad histrica que no puede ser negada. Sin embargo, en la memoria colectiva e incluso en cierta
historiografa dicha violencia de los peninsulares aparece como una forma especfica y nica reservada a los
pueblos originarios. Sin embargo, si abrimos el relato histrico y lo contextualizamos en un marco supranacional
mayor veremos que tal violencia no era exclusiva hacia los americanos sino que era la misma que se utiliz contra
la propia ciudad eterna en el cruento saqueo de Roma por las tropas de Carlos I en 1527, en Flandes contra los
calvinistas en la guerra de los ochenta aos o en la propia pennsula ibrica contra los moriscos en la rebelin de
las Alpujarras. En este orden de ideas cabe preguntarse, a modo de ejemplo Deberamos entender la dinmica de
conquista del imperio azteca diseada por Hernn Corts, autnoma a la Corona espaola, como una consecuencia
de la poltica europea de Carlos I provocada por las expansiones luterana y la turca? O incluso podemos invertir
la pregunta y formularla en los siguiente trminos Deberamos explicar la poltica europea de Carlos I contra los
protestantes y los turcos como una consecuencia de una retaguardia americana en manos de gentes como Hernn
Cortes? Sea como sea, estoy convencido que Lutero y la conquista de Mxico pueden explicarse juntos.
44
Referencia bibliogrfica. John H. Elliott, Espaa, Europa y el mundo de Ultramar: 1500-1800. (Madrid: Taurus,
2011); Imperios del mundo atlntico. Espaa y Gran Bretaa en Amrica (Madrid. Taurus, 2006); Espaa en Europa.
Estudios de historia comparada (Valencia: Universidad de Valencia, 2002).
37

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

89

te, a pesar de sus posibles beneficios, la apertura del conocimiento


histrico a lo supranacional mantiene sus opositores. Por un lado,
la tradicional historiografa nacionalista se opone a deslocalizar sus
explicaciones patrias, y por otro tanto las miradas eurocntricas como
las decoloniales se resisten a abandonar su enunciacin regional.45
Como tercera posibilidad de ruptura del marco del estado-nacin
en el quehacer histrico cabe proponer el simple quebrantamiento
de los lmites de la correccin poltica, impuesta por el nacionalismo
as como por otras ideologas polticas, formalizada habitualmente en
la memoria colectiva. Hoy tiene absoluta validez la enunciacin de
Roger Chartier, cuando en su libro La Historia o la lectura del tiempo, defiende que el lugar social donde los historiadores ejercen su
actividad tiene efectos en la prctica.46 Dicha afirmacin tiene plena
vigencia en los momentos actuales donde lo polticamente correcto
es condicin obligada de cualquier discurso en el espacio pblico del
estado-nacin.47 No es un secreto que en los albores del siglo XXI
la opinin pblica, las polticas de gestin de la memoria y el medio
acadmico han impuesto, consciente o inconscientemente, legtima
como ilegtimamente, la tirana de lo polticamente correcto sobre el
historiador pero no podemos plegarnos a dicha restriccin.48
Ya defend que el historiador debe aproximarse utpicamente al
pretrito de una manera despolitizada, ajena a los designios valorativos del presente, en tanto que su nico inters debe ser esclarecer
-que no es justificar49- y comprender -que no significa disculpar50- el

45

46
47

48

49
50

Desde el respeto absoluto a todas estas tendencias, permtanme decir que no puedo resistir la tentacin de identificarlas como los nuevos prusianos decimonnicos historicistas. Recordemos que la escuela historicista germana
se opona al positivismo en tanto que se negaba a aceptar la existencia de leyes histricas generales por encima
de las realidades nacionales (Fontana, op. cit., 172). Hoy algunos historiadores eurocentristas y poscoloniales
se oponen a las explicaciones histricas supranacionales reemplazndolas, como hacan los historicistas con el
positivismo, por una visin en la que cada regin es considerada como una totalidad orgnica con sus propias leyes
de evolucin. Ni siquiera, Ranke, el padre del historicismo, se sinti tan constreido en unos lmites nacionales o
regionales, prueba de ello es su obra sobre la Historia de Espaa titulada La Monarqua espaola del siglo XVI y
XVII.
Chartier, op. cit., 31.
A este respecto, De Certeau afirma que la institucin histrica se inscribe en un completo que le permite solamente un tipo de producciones y le prohbe otras, vuelve posibles algunas investigaciones, gracias a coyunturas y
problemas comunes, a otras las vuelve imposibles. Vase Michel de Certeau, La escritura de la historia (Mxico:
Universidad Iberoamericana, 1993), 81.
En el caso especfico de las universidades debemos debatir las palabras enunciadas por John M. Ellis, el ms
incorrecto de los polticamente incorrectos cuando en 1997 afirm que las universidades no pueden servir a dos
seores: el conocimiento y las causas polticas y sociales. Vase John M. Ellis, Literature Lost. Social agendas
and the corruption of the humanities (New Haven: Yale University Press, 1997), 229.
Vilar, op. cit., 23.
Ibd.

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BOLETN DE HISTORIA Y ANTIGEDADES - VOL. C NO. 856 - JUNIO, 2013, PP. 77-99

pasado a travs de un proceso cognitivo emprico e inferencial. En


consecuencia, el historiador debe romper, al decir de Chartier, con las
restricciones incorporadas colectivamente y siempre ocultadas en el
discurso histrico,51 la mayora de ellas relacionadas con la memoria
colectiva nacional.52 Hoy, el historiador debe convertirse en un forastero del consenso social y de la memoria colectiva nacionalistas en
tanto que, como ya defendieron James Harvey Robinson y Charles
A. Beard en 1907, la historia no debe quedar subordinada de forma
coherente a las necesidades del presente.53 La historia no puede
ser servicial y por lo tanto no puede institucionalizase en virtud de
la memoria colectiva dominante al servicio del estado nacin (ni de
ninguna otra ideologa poltica).54
Por ltimo, respecto a la ruptura del marco del estado-nacin en la
investigacin histrica, cabe destacar un tercer aspecto relativo a la
defensa de la no necesaria vinculacin nacional entre el historiador y
el objeto de estudio.55 La no coincidencia nacional entre el observador
y el objeto de estudio puede propiciar un acercamiento no teleolgico
que enriquece el proceso o acontecimiento analizado -valga como
ejemplo el trabajo desarrollado por Franois Xavier Guerra relativo al
proceso de independencia de la Nueva Granada56- y puede facilitar
el ideal de objetividad y neutralidad en tanto que se convierte en una
obligacin del historiador no nacional la abstraccin de sus posibles
prejuicios hacia el tema elegido. De no hacerlo, dichos prejuicios in

Chartier, op. cit., 32.


Por ejemplo, Por qu es preferible estudiar a una mujer de la memoria colectiva con historia difusa como Policarpa
Salavarrieta que un personaje sin memoria pero histrico como Manuela Sanz de Santamara?
53
Lukacs, op. cit., 20.
54
De no haber sido as Qu hubiera pasado si Edward E. Gibbon o el barn de Montesquieu no hubieran criticado al
despotismo ilustrado porque lo hubieran considerado polticamente incorrecto hacerlo? O ms lejos en el tiempo, Qu
hubiera pasado si Lorenzo Valla no hubiera desafiado en 1440 el pensamiento polticamente correcto y no hubiera
analizado filolgicamente la Donatio Constatini? A todo lo que llevamos expuesto hagmosle una puntualizacin.
La apertura de la investigacin histrica a lo polticamente incorrecto puede ser un rico horizonte de apertura para
el historiador pero con el lmite del negacionismo o revisionismo de hechos histricamente probados.
55
Permtanme completar esta idea con una ancdota personal ocurrida durante uno de mis aos de investigacin doctoral
en Colombia cuando un departamento de historia de una universidad pblica me invit a socializar mis avances. Todo
march correctamente hasta que, tras concluir la exposicin de mis hiptesis en torno a la recepcin y apropiacin
del legado clsico en la primera repblica colombiana, se abri el turno de preguntas. En ese momento, uno de los
asistentes levant la mano y observ pblicamente lo que para l consideraba mi imposibilidad de elaborar conocimiento histrico de Colombia debido a mi condicin de descendiente de los enemigos de la patria colombiana. He de
confesar que an me sorprende el recuerdo.
56
Franois-Xavier Guerra defenda el estudio del proceso de emancipacin desde una dimensin diacrnica o
cronolgica, alejado de concepciones teleolgicas y de aquellas otras que lo conciben como un entreacto entre
dos estados conocidos el inicial y el final. Franois-Xavier Guerra, Las revoluciones hispnicas: independencias
americanas y liberalismo espaol (Madrid: Editorial Complutense, 1995).
51
52

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

91

validaran la posibilidad utpica de acercarse con intencin de verdad


al objeto de estudio.57 Lo cierto es que si no somos capaces de mirar
el pasado de los otros con objetividad Cmo ser posible el dilogo
con ellos desde el presente? No obstante debemos dejar claro que la
propuesta de la apertura de las historias nacionales de ningn modo
defiende enunciaciones privilegiadas sino nicamente reclama la
libertad epistemolgica que permitir no slo a un historiador alemn
adentrarse a la historia de Colombia, como Hans-Joachim Knig,58 sino
que alentar a los historiadores colombianos a enfrentarse a nuevos
horizontes, por ejemplo, a la historia de Alemania.

La apertura docente
Todos aquellos que cada da se enfrentan con los alumnos universitarios de pregrado saben cun difcil es llegar a ellos en buena
parte por la memoria colectiva que han adquirido. No voy a tratar aqu
los nuevos mtodos didcticos tecnolgicos y visuales necesarios
para empatar con la juventud global, tecnolgica e hipervisual, ya
ampliamente aceptados por la mayora de los profesores de historia
en esta nueva era grfica. Lo que me interesa en esta disertacin es
plantear la posibilidad de hacer pensar histricamente de una forma
activa, crtica y profunda a los alumnos frente a la propuesta ahistrica,
pasiva e inmediata que les ofrece la memoria Cmo conseguirlo?
Mi experiencia me indica que es posible a travs de la recuperacin
en clase de la imaginacin histrica y de la historia no pragmtica.
Vayamos por partes.
Cuando hablo de la imaginacin histrica no me refiero de ningn
modo a ucronas o historia contrafactual y mucho menos a memoria
Qu debemos entender por imaginacin histrica en la docencia?
A ese respecto permtanme mostrar mi adhesin pblica a algunos
postulados neoidealistas de Heinrich Rickert y de R.G. Collingwood.
El primero de ellos, en 1924, desde el neokantismo ya defendi que
ante la mltiple realidad emprica la historia es una construccin
mental. Dos dcadas ms tarde, en 1946, R.G. Collingwood defendi
la imaginacin histrica como un acto de pensamiento por el que el

57

58

Recordemos cuando los hispanistas ingleses y franceses del siglo XX se acercaron a la Historia de Espaa lo primero
que tuvieron que hacer fue superar los prejuicios dados por su memorias colectivas, entre las que se encontraba
la popular Leyenda negra.
Hans-Joachim Knig, En el camino hacia la nacin. Nacionalismo en el proceso de formacin del Estado y de la
Nacin de la Nueva Granada, 1750 a 1856 (Bogot: Banco de la Repblica, 1994).

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historiador ha de revivir el pasado en su propia mente.59 Collingwood


lleg incluso a la posicin radical de que slo puede haber conocimiento
histrico de lo que puede ser revivido en la mente del historiador y
consecuentemente No puede haber historia de cualquier otra cosa
que no sea pensamiento.60 En coherencia con mi disertacin, cuando
en el repliegue habl de posibilitar la recuperacin de la historiografa
no inmediata, desde aqu propongo llevar a R.G. Collingwood a nuestras aulas compatibilizndolo con la historia como proceso cognitivo
emprico.
A partir de la propuesta de Collingwood se debe plantear la posibilidad de abrir la docencia a la imaginacin histrica e intentar conseguir
que los alumnos lleven a cabo en sus cabezas una reactualizacin
hermenutica del Pasado, siempre a partir de los datos empricos
que han estudiado previamente. El propsito no es otro que hacer
que la primera competencia que adquieran los alumnos de historia
sea la imaginacin del pretrito para ms tarde poder narrarla, aun
sabiendo que lo imaginado no puede ser atrapado por lo escrito pero
que sin ello no se puede escribir. Estoy seguro de que habr mtodos
ms eficaces, sin embargo les comunicar que personalmente he
comprobado que a travs del cine se pueden alcanzar buenos resultados para fomentar la imaginacin histrica, eso s haciendo que
el alumno est activo histricamente. Esta actitud no es otra que la
de imaginar el pasado representado por el texto flmico y al mismo
tiempo recordar activamente el futuro de ese tiempo imaginado,
conocido por el estudio previo.61
Pero la imaginacin histrica en la didctica de la Historia tambin
tiene problemas. Sabemos que el acto de imaginacin es relativo,
provisional, contingente y muy personal. He aqu el desafo. El punto
de partida de la imaginacin es el propio individuo por lo que hay un
alto riesgo de caer en el relativismo. Pero incluso reconociendo esta
deficiencia, el valor de la imaginacin histrica es ms necesario que
nunca en tanto que se opone a los recuerdos dados por la memoria
no inferidos por un proceso emprico.


61

59
60

R. G. Collingwood, La idea de la Historia (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1952), 249-254, 278.
Fontana, op. cit., 187.
Un ejemplo perfecto es la visualizacin de la pelcula la Cinta Blanca dirigida por Michael Haneke en 2009. Esta
pelcula posibilita adems de imaginar un pueblo centroeuropeo alemn antes de la I Guerra Mundial tambin
permite al alumno entender la Alemania de los aos 20 y 30 sin estar vindola. La clave est en que el alumno se
da cuenta que est visualizando la infancia de muchos alemanes futuros votantes de Hitler. Una buena pelcula,
por tanto, nos permite imaginar el pasado mientras recordamos el futuro Acaso no es pensamiento histrico?

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

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La segunda propuesta de apertura en la docencia es la aceptacin


y valoracin de la historia no pragmtica como consecuencia de la
aceptacin de la imaginacin histrica. S, en las aulas de Historia
podernos acudir a la imaginacin slo por el mero hecho de aprender
a formular soluciones o explicaciones conceptuales. Sin embargo,
muchos docentes a la vez que critican la supresin de ctedras de
ciencias sociales y humanas de las universidades, por razones que
obedecen al pragmatismo neoliberal de la rentabilidad, por otro lado
exigen una justificacin social o pragmtica del objeto de estudio
elegido por los alumnos.
En clara oposicin a esta actitud, creo que debemos dejar de preguntar a nuestros alumnos Y eso para qu sirve? Por el contrario
deberamos defender el desarrollo de la imaginacin histrica independientemente de su utilidad presente. Imagnense qu hubiera
sido de mi trayectoria profesional si mi director de tesis doctoral
hubiera objetado De qu le sirve al estado espaol que te pague
una beca, para estudiar la tradicin clsica en Colombia en su primera
Repblica? Siempre agradecer a mi maestro Jaime Alvar Ezquerra
que no enunciara tal cuestin. La historia tiene valor por s misma y
no en funcin de otra cosa como ya se enunci en el libro VII de la
Repblica de Platn donde se defiende que el saber ha de ser buscado en vista no slo al bien sino tambin a la belleza. Es ms, mi
experiencia me dice que los alumnos ms sagaces son los menos
pragmticos porque el presente les coarta. Aquellos que aman la
historia se sumergen en el pasado, en las races del pasado, incluso
en las races de las races del pasado, y remontan la corriente del ro
hasta llegar a contracorriente a los torrentes de la historia adheridos
a los flancos de la montaa.

La apertura divulgativa
No podemos afirmar con Lukacs que el conjunto de la sociedad
tiene hambre de historia pero s decir que una buena parte.62 Sin
embargo, como dije al principio de esta disertacin, la mayora de los
ciudadanos con inquietudes hacia el pasado sacian su hambre con
aproximaciones propias de la Memoria. En palabras del citado autor
la gente sabe menos historia que sus antepasados, pero probablemente hay ms gente interesada en saber historia de la que hubo

62

Lukacs, op. cit.

BOLETN DE HISTORIA Y ANTIGEDADES - VOL. C NO. 856 - JUNIO, 2013, PP. 77-99

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en ningn momento del pasado y esa hambre se puede saciar, y


de hecho se est saciando, con abundante comida basura.63 Lukacs
utiliza un duro smil con la comida que yo prefiero matizar con una
expresin ms retrica de Camille Jullian. El hambre de Historia se
est saciando con abundante historia a lo Pompadour, es decir novelada, eso s, mal novelada. Hoy estamos ante una prctica general
vulgarizadora del pasado que contiene un conocimiento vago, sin
soportes empricos, sin crtica, e incluso anacrnico en ocasiones
(todo aquello que hemos englobado bajo el trmino de Memoria) Si
al menos se hiciera un historia novelada a lo Walter Scott! Y no nos
engaemos, los historiadores an no hemos sabido contestar a la
demanda del pretrito del ciudadano del siglo XXI Cmo responder?
En primer lugar debemos alejarnos de la crtica fcil no constructiva. Soy el primero en mostrar mi oposicin a algunos intentos de
divulgacin literaria, televisiva y radial del conocimiento del pretrito
basados en la memoria. Sin embargo, debemos reconocer a alguno de
ellos su esfuerzo de transmisin al pblico general no especializado.
En segundo lugar, los historiadores tenemos el deber profesional
de proponer modelos de divulgacin y en consecuencia el deber
de explorar nuevas modalidades de construccin del conocimiento,
publicacin y divulgacin de los discursos histricos. No podemos
seguir batallando desde las murallas de la academia arrojando palabras
contra las nuevas torres de asalto de aquellos productos radiofnicos,
televisados y novelados que englobamos bajo el trmino memoria.
Tenemos que inventar estrategias, salir al campo abierto, equivocarnos, perder y vencer en este mundo global, tecnolgico, hipervisual
y democrtico.
ste es el tercer aspecto sobre el que tenemos que reflexionar. S,
no nos engaemos, uno de los problemas de fondo de la divulgacin
de nuestra disciplina es que an no sabemos qu lugar ocupamos
hoy los historiadores en la era democrtica masiva. Ya se adelantaron
a nosotros autores como Tocqueville cuando en 1840 en el segundo
volumen de La democracia en Amrica aadi un captulo acerca de
cmo se escribira la historia en la era democrtica (claro que una
cosa era la democracia de Tocqueville y otra es la nuestra), o Jacob
Burckhardt cuando a mediados del siglo XIX afirmaba que tema el

63

Ibd., 63.

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

95

paso de la historia a las manos de las masas,64 o Frederick Jackson


Turner cuando en 1891 en su libro El significado de la Historia proclamaba que el objeto real del historiador era el presente y su trabajo
haba de dirigirse a un pblico amplio.65
Tal vez aqu est la clave. Quizs an no nos hemos dado cuenta de que la Historia ha pasado a manos de todos los ciudadanos,
interesados y no interesados por ella, algo que s parece que han
entendido algunos medios de comunicacin masiva. Es con ellos,
por tanto, con quien en buena medida tenemos que comenzar a
trabajar para recuperar el espacio perdido, abandonado a la suerte
de la memoria. La disciplina ha cedido la divulgacin de la historia a
la literatura y a vagos productos mediticos en parte porque se ha
alejado de la sociedad. Por tanto, acerqumonos a la sociedad a travs
de las nuevas posibilidades que ofrecen los medios de comunicacin
y ofrezcmosles nuestras narraciones histricas, aprovechndonos
del beneficio que el giro lingstico nos concede al posibilitar el enriquecimiento de las tcnicas del relato y la narracin histrica como
hicieron Georges Duby, Martin Guerre o Carlo Ginzburg.

Conclusin
Todo cuanto se ha defendido en esta disertacin no es ms que la
conocida reflexin en torno a la naturaleza de la historia. Dije en el inicio
que otros con anterioridad ya haban tratado el tema expuesto, entre
ellos Germn Arciniegas cuando en su discurso de recepcin como
acadmico de nmero el 11 de junio de 1946 disert en este mismo
espacio sobre la novela y la historia. Estoy seguro que 67 aos despus de su discurso, con el conocimiento del giro lingstico, Germn
Arciniegas tal vez hubiera coincidido con algunos de los repliegues y
ciertas aperturas o hubiera polemizado con ellos, pero fuese la que
fuese su opcin lo cierto es que hubiera tomado posicin ante el auge
del conocimiento del pasado no emprico, no inferencial y sin intencin
de verdad actual que he venido denominando como memoria.66


66

64
65

Fontana, op. cit., 171.


Ibd., 177.
La postura de Germn Arciniegas era anterior al giro lingstico Qu hubiera dicho Arciniegas despus de White?
No puede obviarse que fue en los aos 70 a partir de la atribucin de cualidades narrativas a la historia cuando
algunos autores comenzaron a igualar la disciplina histrica a la narracin literaria obligndose a los historiadores
a abandonar la certidumbre de una coincidencia total entre el pasado tal como fue y la explicacin histrica que lo
sustenta. (Chartier, op. cit., 21) Fue as como el giro lingstico proporcion la coartada y las energas necesarias
a aquellos que defienden el acceso al pasado a travs de canales no histricos. He aqu nuestra tragedia. Algunos

96

BOLETN DE HISTORIA Y ANTIGEDADES - VOL. C NO. 856 - JUNIO, 2013, PP. 77-99

Es por ello que hoy el relato construido desde esa memoria rodea
al conocimiento histrico, auxiliado por ciertas polticas pblicas as
como por algunos productos mediticos televisivos y radiofnicos, y
se erige desafiante ante las puertas de la comunidad acadmica como
el caballo de los aqueos ante Troya. Ante esta situacin no debemos
conformarnos con alertar a la sociedad, como Laocoonte, sino debemos
actuar ante la penetracin progresiva de procesos cognitivos que hemos
englobado bajo el trmino memoria (dados, inmediatos, indudables,
producto de los recuerdos individuales o colectivos, sin crtica ni de
prueba) en la labor investigativa, docente y divulgadora de la historia.
Ante ese panorama, y desde el respeto y reconocimiento de
la memoria como aliada (por ejemplo, la Nmemohistoria de John
Assmann)67 o auxiliar en ocasiones, me opongo a aquellos que accediendo al pretrito a travs de procesos no empricos ni inferenciales,
as como carentes de intencin de verdad, otorgan validez histrica a
sus relatos (pseudohistricos). S, memoria e historia son narraciones
que nos aproximan al pretrito pero cada una est construida a partir
de un proceso cognitivo radicalmente diferente, como vimos al inicio
de esta disertacin. Por tanto, no solo me uno a Laocoonte y denuncio el riesgo de la memoria, sino que arengo a la Troya acadmica
para que mantenga cerradas sus puertas, se asle por un momento,
se repliegue en s misma para, inmediatamente, abrir sus puertas,
verse cara a cara con el caballo de la memoria y convertirse contra
todo pronstico en un Hctor victorioso.
He defendido ante ustedes la especificidad de la Historia frente al
cerco actual de diferentes accesos al pasado en la investigacin, la
docencia y la divulgacin del conocimiento histrico comprendidos
bajo el trmino de Memoria. No he defendido ms paradigma ni ms
postura metodolgica que la del quehacer histrico como un proceso
cognitivo emprico, inferencial, con intencin de verdad. Los debates
en torno a paradigmas y metodologas se los dejo a las grandes discusiones acadmicas, yo simplemente he explicitado y socializado mi
sencillo quehacer opuesto al crecimiento y solidificacin de constructos
pseudo-histricos, construidos en y desde la memoria, como historiador
profesional universitario en la Universidad Externado de Colombia.68


68

67

han igualado la historia a una narracin literaria dinamitando el conocimiento acumulado y la intencin de verdad.
Jan Assmann, Moiss el egipcio (Madrid: Oberon, 2003).
Como expuse al inicio de esta disertacin, decid dirigirme a ustedes desde mi quehacer profesional que exiga la
exposicin pblica ante ustedes de mi posicin como investigador y docente universitario de historia ante el asedio

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

97

Todo lo dicho hasta este momento no es nada nuevo. La introspeccin que he defendido no es ms que la revaloracin de la Historia
como ciencia (palabra que no pronunciado hasta el momento) y la
apertura no es ms que la reivindicacin de la historia como arte
(palabra que tampoco he pronunciado hasta este instante). Por tanto,
replegumonos como cientficos y mostrmonos como artistas para
combatir el auge de aquellos accesos al pasado actuales no empricos,
no inferenciales y carentes de intencin de verdad, englobados bajo la
etiqueta de la memoria, convertida en el refugio de un conocimiento
epidrmico, amnsico, vago, confuso, convertido en una tierra frtil
para la manipulacin. Cerrmonos y abrmonos para poder pronunciar,
con la mirada puesta en el futuro, las palabras de Vernica Wedwood
cuando afirmaba que la Historia es un arte, como las dems Ciencias.

de la memoria. S, conscientemente hablo de profesin, y de hecho reclamo la re-profesionalizacin de la historia


-no gremial- entendida como la consecuencia irremediable de una vocacin absoluta, como la de un mdico, con la
diferencia de que en el caso de la historia la profesionalidad no la concede un ttulo universitario sino un quehacer
cognitivo emprico cientfico. A este respecto, cabe enunciar que respeto profundamente a los especialistas en
historia no profesionales, pero tambin quiero que vuelva a valorarse la vocacin y la profesionalidad. De hecho hoy
en da la historia rodeada por la memoria tiene pocos historiadores profesionales que la defiendan mientras que s
muchos burcratas, que al decir de Lukacs, cuyo deseo de conseguir una posicin social a partir de su condicin
de historiador supera con mucho su inters por la historia (Lukacs, op. cit., 26). Nos encontramos por tanto con
un ejrcito mal armado ya que una de las consecuencias de esta creciente burocratizacin de la profesin es
la recompensa de la mediocridad (Ibd., 27). En consecuencia, reclamo la valoracin no solo de la investigacin
universitaria sino la noble tarea de la docencia y de la divulgacin.

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Bibliografa
Documentos y seriados
El pas, 11 de septiembre de 1997

Artculos y libros
Arsuaga, Juan Luis. La Especie elegida. La larga marcha de la evolucin humana. Madrid:
Temas de hoy, 2011.
Assmann, Jan. Moiss el egipcio. Madrid: Oberon, 2003.
Burckhardt, Jacob. Reflexiones sobre la Historia Universal. Barcelona: Fondo de Cultura
Econmica, 1999.
Carbonell, Charles-Olivier. La Historiografa. Madrid: Fondo de Cultura Econmica, 1993.
Carbonell, Eudald. La conciencia que quema. Barcelona: Now Books, 2008.
Carbonell, Eudald. El nacimiento de una nueva conciencia. Barcelona: Now Books, 2007.
Carr, Edward H. Qu es Historia? Barcelona: Ariel Historia, 2003.
Certeau, Michel de. La escritura de la historia. Mxico: Universidad Iberoamericana, 1993.
Chartier, Roger. La Historia o la lectura del tiempo (Barcelona: Gedisa, 2007.
Christian, David. Los mapas del tiempo: introduccin a la Gran Historia. Madrid: Crtica,
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Collingwood, R. G. La idea de la Historia. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1952.
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Ellis, John M. Literature Lost. Social agendas and the corruption of the humanities. New
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Fernndez-Armesto, Felipe. Breve Historia de la Humanidad. Un apasionante viaje por
la evolucin del gnero humano. Barcelona: Ediciones B, 2005.
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Garca Crcel, Ricardo. La herencia del Pasado. Las memorias histricas de Espaa.
Madrid: Galaxia Gutenberg, 2011.

RICARDO DEL MOLINO GARCA: HISTORIA Y MEMORIA EN LA INVESTIGACIN...

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