0% encontró este documento útil (0 votos)
183 vistas212 páginas

Ejecucion Inminente

Descargar como txt, pdf o txt
Descargar como txt, pdf o txt
Descargar como txt, pdf o txt
Está en la página 1/ 212

Andrew Klavan Ejecucin Inminente

Este libro est dedicado


a Bob y Adriana Hartman

La gente buena siempre est convencida de que tiene razn.


Barbara Graham en el momento de entrar en la cmara de gas de California, donde fu
e ejecutada, injustamente, segn afirman algunos, el 3 de junio de 1955.
(Cita de Until You Are Dead: The Book of Executions, de Frederick Drimmer)

Le contar brevemente lo que pienso de los periodistas: introduciendo la mano en e


l lodo, Dios no podra elevar a ninguno de ellos a las profundidades de la degrada
cin.
Nothing Sacred, obra teatral de Ben Hecht

Prlogo

Quiero dar las gracias a las personas que me ayudaron a remontar este libro, des
de el primer bosquejo a la conclusin.
sta no es una de esas novelas que mezcla realidad y ficcin. He sido testigo de tod
os los acontecimientos y conversaciones descritos en este libro, a excepcin de aq
uellos que me refirieron una o varias de las personas implicadas. Una vez dicho
esto, el lector se apercibir de que no me he limitado nicamente a describir aconte
cimientos y conversaciones. Esta historia no sera completa sin hacer alguna refer
encia -y a veces muchas- a los pensamientos intrnsecos, los sentimientos y los mo
tivos de las personas, y debo confesar que, al hacerlo, he tenido que recurrir e
n buena parte a la deduccin. A veces, ha sido preciso adivinar lo que pasaba por
las mentes de esas personas.
La razn es obvia: exceptuando quizs a Dios, slo hay un testigo de la vida interior
de un ser humano. Cuando ese testigo no es consciente de s mismo, no es Fidedigno
o ha fallecido, resulta muy difcil conocer la verdad de su mundo emocional. As pu
es, en el caso de los ciegos, los poco honrados y los difuntos -y encontr los tre
s arquetipos en mi bsqueda- he narrado mis propias impresiones. Algunas veces est
as deducciones han sido explcitas y a menudo he esperado que el contexto las pusi
era de manifiesto. Al final, corresponder al lector medir el grado de partidismo
o imperfeccin de mi entendimiento sobre la naturaleza humana individual.
Todo ello constituye, a mi parecer, una violacin seria de las reglas del periodis
mo. Yo soy periodista, un reportero diario. Mi trabajo, tal como yo lo percibo,
consiste en consignar y dar fe de lo que las personas me cuentan. Intento reserv

ar mis brillantes intuiciones y percepciones para la hora de las copas, momento


en el que puedo impresionar a los miembros del sexo opuesto con mis comentarios
profundos y mi sensibilidad. No obstante, escribir un libro difiere mucho de esc
ribir una noticia. Un libro debe tratar sobre algo y dondequiera que me haya des
viado de mis mtodos habituales de informador (dondequiera que haya jugado con la
verdad estricta) siempre ha sido en funcin de lo que yo creo que el libro trata y
de lo que no.
En primer lugar, el libro no gira en torno a la cuestin de la pena de muerte. Mi op
inin al respecto -y sobre el concepto de cuestiones en general- queda manifiesta de
forma clara al principio del texto, as que no la repetir de nuevo aqu. Baste decir
que dejo el tema en toda su amplitud a aquellos escritores que han dejado de im
presionar al sexo opuesto y a los que todava les quedan intuiciones brillantes.
En segundo lugar, este libro tampoco examina la ley. Los entresijos legales del
caso Frank Beachum se describen con detalle en los dos libros escritos por los a
bogados implicados. The Jaws of Death (Las fauces de la muerte) de Tom Weiss y H
ubert Tryon ofrece una descripcin apasionada de los esfuerzos de los autores para
llevar a cabo la defensa. El libro The Thirteenth Juror (El decimotercer Jurado
) del fiscal Walter Cartwright adopta un enfoque distinto y acusa al periodismo
americano en general, y a un servidor en particular, de usar sentimentalismo bar
ato a fin de distorsionar la opinin del pblico acerca de los hechos en un intento
de suplantar a los tribunales en la funcin que les corresponde. Dejando de lado m
is propios sentimientos para con Cartwright, debo admitir que su argumento es ex
celente. En cualquier caso, los tres autores citados conocen las leyes mucho mej
or que yo, y los tres vivieron esta parte de la historia mucho ms de cerca de lo
que yo nunca estuve.
Finalmente, y lo ms importante, este libro no constituye un examen detallado del
asesinato de Amy Wilson. La serie de artculos que redact para el St. Louis News, y
la obra que escrib para The New Yorker basada en los artculos del News me han dej
ado suficientemente exhausto en esos temas. Tampoco pretendo rebatir los recient
es ataques a mi carcter (lean lo que sigue y les prometo que se forjarn una idea muy
clara), pero mis numerosos defectos no cambian en lo ms mnimo los hechos del caso
.
Bien, hasta ahora hemos visto de qu no trata el libro. De qu trata? Del lunes 17 de
julio del pasado ao, un da brutalmente caluroso, y de lo que ocurri ese da, el da en
que Frank Beachum fue empujado a la sala de la muerte en la Penitenciara de Osag
e.
Posiblemente el lector se pregunte por qu, cuando hay temas que tratar tan import
antes como la pena de muerte, la ley y el asesinato, se me antoja narrar una his
toria tan simple y una historia (la de las ltimas horas antes de la ejecucin de un
convicto) tantas veces contada tanto en el periodismo como en la ficcin. En part
e se debe al hecho de que es una historia real, yo estaba all y me pagaron por el
lo. Pero tambin, en ese da, en esas horas y en esas circunstancias, fui testigo de
una confrontacin importante entre un grupo de personas, sus ideas, sus teoras, su
s sentimientos y sus percepciones, y una realidad externa indiscutible: la Muert
e, destructora de mundos, la alegre devoradora de nuestras filosofas. En un negoc
io (en una sociedad) tan abrumada de imgenes y palabras, con eruditos, pseudoespe
cialistas, expertos y presuntuosos intrpretes culturales, me parece importante re
cordar que dicha realidad exterior existe, que esas confrontaciones ocurren y qu
e incluso nuestras mejores ideas, teoras, percepciones y sentimientos pueden no v
aler absolutamente nada en el viejo esquema de las cosas.
Por consiguiente, como comentaba, he intentado entender las ideas y percepciones
de tantos participantes en este drama como he podido a fin de mostrar cmo se les
pona a prueba. Evidentemente, Frank Beachum era entre todos el rey. Era l, con su
fe en la cristiandad tradicional y sus nociones anticuadas sobre la humanidad,

quien fue llevado directamente al crisol. Pero tambin su mujer, Bonnie, el alcaid
e, Luther Plunkitt, su confesor, Harlan Flowers, polticos y abogados y periodista
s diversos y yo, por supuesto, por ltimo y, a mi conocer, el menos importante.
Una vez ms, corresponder al lector decidir cmo cada uno de nosotros hicimos frente
a nuestra confrontacin de medianoche con el innegable.

Deseo agradecer a todas las personas que tan generosamente accedieron a entrevis
tarse conmigo para este libro, tanto las mencionadas en el texto como las dems, d
emasiado numerosas para nombrarlas, pero que ayudaron a comprender la situacin.
Quisiera dar las gracias a mi agente, Barney Karpfinger, por su inagotable apoyo
.
As mismo, expreso mi agradecimiento a la Ford Motor Company.

Steven Everett

Primera parte

EN LA CURVA DEL MUERTO

Frank Beachum despert de un sueo del Da de la Independencia. Su ltima imagen antes d


e la hora, una ficcin cruel en un sueo que haba sido extraamente profundo, teniendo
en cuenta las circunstancias. Haba vuelto al patio trasero de su casa, antes de i
r a la tienda de ultramarinos, antes del picnic, antes de que la polica aparecier
a para llevrselo. Se haba impregnado otra vez con el calor de la maana estival. Haba
vuelto a or el ruido del cortacsped. Haba notado la presin del mango de la mquina co
ntra la palma de la mano e incluso olido la hierba. Tambin haba odo su voz, la voz
de Bonnie, llamndole a travs de la puerta mosquitera. Haba visto su cara, la cara q
ue haba sido, respondona y compacta, debajo de su pelo corto y leonado, plida y na
da guapa. Nunca haba sido guapa, pero sus grandes ojos azules, tiernos y alentado
res, le daban un halo de sensualidad. La vio sosteniendo la botella, la de la sa
lsa A-1. La haba estado agitando de arriba abajo para mostrar que estaba vaca. l ha
ba permanecido en el traspatio bajo el sol caliente, y su hija pequea, Gail, volva
a ser un beb. Sentada en su caja de arena, junto al molde de plstico en forma de t
ortuga. Golpeando ruidosamente la arena con su pala y rindose escondida, riendo a
l mundo en general.

A Frank le haba parecido estar all. No se asemejaba en absoluto a un sueo.


Durante unos momentos antes de levantarse, permaneci inmvil, de lado, con los ojos
cerrados y de cara a la pared. Su mente se aferraba al sueo, lo retena con terrib
le nostalgia. Pero el sueo se fue disipando lenta y despiadadamente y la celda de
la muerte volvi a l. Not el catre debajo de su hombro y observ la pared blanca de p
iedra delante de su cara. Se volvi, esperando que Pero haba barras en la puerta de
su jaula. Y un guardia al otro lado, sentado frente a su amplia mesa, mecanograf
iando la ficha cronolgica: 6.21 El prisionero se despierta. El reloj colgaba de l
o alto de la pared encima de la cabeza inclinada del guarda. Quedaban diecisiete
horas y cuarenta minutos para que le sujetaran con correas a la camilla, antes
de que le condujeran a la cmara de ejecucin para recibir la inyeccin.
Frank se recost en el catre y parpade mirando el techo. El sabio hombre chino dice
que cuando un hombre suea ser una mariposa, en realidad, podra ser una mariposa s
oando ser un hombre. Pero el sabio hombre chino se equivoca. Frank conoca la difer
encia, sin lugar a dudas; siempre la haba conocido. Ese peso de plomo que se pega
ba a l como una doble piel, toneladas de tristeza y terror: todo aquello era lo r
eal, era la vida misma. Cerr los ojos y durante un par ms de segundos dolorosos to
dava pudo oler el csped recin cortado. Pero no como poda sentir el movimiento de las
agujas del reloj, no del modo que sus terminaciones nerviosas perciban el paso d
el tiempo.
Apret los puos contra los costados. Si al menos Bonnie no viniera, pens. Todo ira bi
en si Bonnie no viniera a despedirse. Y Gail. Ya no era ningn beb. Tena siete aos. D
ibujaba para l rboles y casas con sus lpices de colores.
Hey! -le dira-. Esto est realmente muy bien, corazn.
Eso iba a ser lo peor, consider. Estar sentado con ella, con ellas, viendo pasar
el tiempo. Tema no ser capaz de soportarlo.
Poco a poco, se sent en el extremo del catre. Se llev las manos a la cara como si
fuera a frotarse los ojos y permaneci inmvil durante unos momentos. Ese maldito su
eo le haba llenado el corazn de dolor y nostalgia de los viejos tiempos. Deba recomp
onerse o la nostalgia le hara flaquear. Esa era su mayor inquietud. Sentirse desf
allecer. Si Bonnie lo viera derrumbarse al final, o, Dios mo, si Gail lo viera el
recuerdo las acompaara a lo largo de sus vidas. Sera la imagen que conservaran de l p
ara siempre.
Se incorpor y respir hondo. Era un hombre de metro ochenta, delgado y musculoso, c
on anchos pantalones verdes de prisin, y camiseta de bisbol estarcida con el nmero
CP-133. El abundante pelo oscuro le caa sobre la frente como una descarga desigua
l. Tena el rostro enjuto y arrugado, y los ojos muy juntos, de color marrn, profun
dos y tristes. Se pas el pulgar por los labios, secndolos.
Sinti los ojos del vigilante fijos en l y se volvi para mirarle. El guardia haba lev
antado la vista de la mquina de escribir en direccin a Frank. Su nombre era Reedy.
Un muchacho delgado pero fuerte con una cara blanca muy severa. Frank record el
comentario de alguien diciendo que haba trabajado en la farmacia del pueblo antes
de irse a Ostage. Hoy pareca nervioso y azorado.
Buenos das, Frank -dijo.
Frank salud con la cabeza.
Te apetece tomar algo? Quieres desayunar?
Frank senta el estmago revuelto, pero aun as estaba hambriento. Carraspe para que la

voz no sonara ronca.


Tomar un bollo y un poco de caf, si hay -respondi. Su voz tembl un poco al final.

El vigilante hizo una pausa para anotar la peticin en su informe cronolgico. Luego
se levant y habl con el guardia que estaba al otro lado de la puerta de la celda,
y ste mir a travs ella. Tambin pareca nervioso y plido y recibi las instrucciones s
e el desayuno de Frank con gran respeto y solemnidad. Haba un cierto aire de cere
monia en todo el procedimiento. Frank sinti nauseas: un paso tras otro en un ritu
al inevitable. Igual que un minuto sucede a otro.
Ahora mismo te lo traemos -declar Reedy solemnemente. Volvi a su mesa y se sent. An
ot la transaccin en su informe: 6.24 Pedido de desayuno retransmitido al oficial D
rummer.
Sentado en el extremo de su catre, Frank se mir los pies. Intent no pensar en el p
obre y nervioso Reedy. Procur centrarse en sus pensamientos, abstraerse de todo h
asta conseguir sentirse como si estuviera solo. Puso las manos entre las rodilla
s, apretndolas. Cerr los ojos y se concentr. Empez a rezar su plegaria matinal.
Eso lo tranquilizaba. Siempre era consciente, en cada momento, del ojo de Dios o
bservndole, pero cuando rezaba poda sentirlo ah, junto a l, con toda claridad. El oj
o permaneca inmvil, sin pestaear, y oscuro, como esa cmara en las esquinas de los as
censores que te observan justo cuando te sientes ms solo y apartado. Al rezar, Fr
ank record que no estaba solo y sinti esa mirada atenta. Tras ella, se dijo, habra
otro mundo distinto, un sistema judicial completamente diferente, distinto del E
stado de Missouri. A ese sistema, y a su juez, suplicaba en sus plegarias.
Rezaba para cobrar fuerzas. No para l mismo, coment, sino para su mujer, para Bonn
ie, y para su hijita pequea. Pidi a Jess que las tomara en consideracin ahora, en su
ltimo da. Y suplic que le diera toda la fuerza para decirles adis.
Al rato empez a sentir aliento. El sueo estaba medio olvidado. Levant la vista haci
a el reloj de la pared y sinti que el ojo de Dios no se separara de l.

Ahora bien, a menudo, el ojo de Dios y el de los medios de comunicacin se confund


en, o as lo hacen sobre todo los medios de comunicacin. Pero tanto si Frank Beachu
m era observado por el primero como por el segundo, un miembro de este ltimo lo t
ena bien presente en su corazn y en su mente.
Michelle Ziegler, del St. Louis News, era un personaje formidable. Joven, una cra
en realidad, tena slo veintitrs aos. Pero sus inseguridades no se evidenciaban, aun
que s su altanera encantadora, atractiva e inteligente que provocaba terror en los
corazones de los hombres y un desdn envidioso en las mentes de las mujeres. A m,
por ejemplo, me gustaba bastante. Tena una cara oval y suave, una nariz romana y
grandes ojos castaos que vean lo suficiente como para hacerte sudar. Vesta como lo
que era: una universitaria potente suelta por el mundo. Blusas escotadas que rea
lzaban su figura -una forma que se habra llamado graciosa cuando la gracia todava
era un concepto-, y faldas tan cortas que algunos de los machos menos maduros de
l News mantenan una apuesta permanente sobre el color de sus bragas. Yo gan cuaren

ta dlares una vez que acert que el color era el rosa tres veces seguidas.
Era una buena reportera, o iba a serlo algn da. Tena autoridad y la gente hablaba c
on ella; creo que le daba miedo no hacerlo. Es ms, una visin social amplia e intra
nsigente de su enorme cerebro borraba cualquier escrpulo que hubiera podido tener
sobre sus mtodos. Estaba dispuesta a ligar, mentir, chantajear, aterrorizar y ro
bar para hacerse con la informacin. Cualquier tipo de informacin: cuando iba detrs
de una historia, recababa cualquier detalle, cualquier documento, cualquier come
ntario de cada una de las personas implicadas que pudiera encontrar, a pesar de
que en la mayora de los casos no hiciera referencia posterior alguna a esa inform
acin sino que la guardaba en cajas de cartn apiladas en el excntrico desvn donde viva
. No saba escribir muy bien, y sus ideologas universitarias eran tan ntimas y apasi
onadas sobre el papel que los editores que tenan que volverlas a redactar haban ap
odado sus historias con el nombre de El ascendente fuego Michelle. Pero dejando al
margen todo esto (y afortunadamente los editores solan hacerlo), Michelle siempr
e conoca los hechos, absolutamente siempre.
Le haban asignado el caso Beachum unos seis meses antes: una muestra del respeto
de Bob Findley hacia su talento. Tena un pase de prensa para presenciar la ejecuc
in y, de algn modo, se las haba agenciado con algn truco para lograr una entrevista
de ltima hora cara a cara con el convicto. Esa entrevista, debo confesarlo, inspi
r todo mi respeto. Violaba el protocolo de la prisin, que limitaba cualquier conta
cto de la prensa con el prisionero, incluso telefnico, pasadas las cuatro de la t
arde del ltimo da. Yo haba tratado con el alcaide de Osage, Luther Plunkitt, y me h
aba parecido tan flexible respecto a ese tipo de normas como un muro de ladrillos
. Michelle deba haberse quedado en cueros delante de l para conseguir la autorizac
in de tal entrevista -lo que sin duda hubiera hecho, pues no tena escrpulo alguno.
Y a m eso me gusta.
La noche anterior a la de su visita a la prisin, el domingo por la noche, Michell
e se acerc a grandes zancadas a mi despacho para hablar profesionalmente de algun
os aspectos del caso. Golpe con su elegante puo la superficie de mi mesa y sonri co
n ese tipo de furia irnica que amedrentaba a cualquier gran editor.
Que se jodan -dijo humorsticamente.
Yo suspir aliviado. Haba sido un fin de semana muy largo (la gente se mataba sin p
arar) y deseaba vivamente tomarme el da siguiente libre. Me haba quedado apoyado c
ontra el respaldo de la silla para violar una ltima vez la poltica antitabaco del
peridico, antes de irme a casa con mi mujercita. Me baj las gafas y me pellizqu el
puente de la nariz. No me quedaban energas para mantener una discusin periodstica s
eria.
Se acab -prosigui Michelle-. Hablo en serio -coment mientras se paseaba con aire pr
eocupado, una y otra vez, detrs mo-. Voy a volver a la universidad para obtener mi
doctorado en filosofa. Estoy harta de tanta mierda. Voy a escribir sobre cosas i
mportantes.
Michelle -dije-. Odio decirte esto, pero tienes veintitrs aos: no tienes ni idea d
e lo que es importante.
De nuevo esa sonrisa llena de irona, pero se ri a pesar suyo.
Jdete t tambin, Ev -respondi.
Yo tambin me re a pesar suyo. Michelle me gustaba de verdad.
De acuerdo -asent-. Qu han hecho?
l. Alan. Mann. -Tres palabras para un mismo tipo. Estaba fuera de s-. El Gran Mach

o Blanco del Universo. Se ha cargado mi crnica del caso Beachum. He trabajado en


esa crnica durante dos semanas. Ha pasado de Bob. Simplemente, ha pasado de l. Era
lo mejor de la historia.
Intent mostrarme comprensivo, pero no era fcil. Haba echado una ojeada a su crnica e
n el ordenador. Un tpico y fantico texto de Fuego Michelle. El enfoque era que slo
estbamos cubriendo la ejecucin de Beachum porque el era blanco, as que estbamos deja
ndo de lado a la larga serie de hombres negros en la fila de la muerte, al tiemp
o que deificbamos a la vctima embarazada de Beachum a fin de enmascarar la cultura
patriarcal que haba dado lugar a la violencia que la haba matado. No me miren, es
e era el enfoque. Personalmente, pens que Alan se haba reprimido al anularlo sin ms
. Personalmente, yo primero lo hubiera torturado.
Michelle estaba ah, de pie, mirndome, esperando una respuesta, con su puo de nuevo
apoyado firmemente sobre mi mesa. Finalmente, para animarla, dije:
Bueno, al menos todava podrs presenciar la ejecucin. Suele ser bastante emocionante
.
Enrojeci de repente. Cerro los ojos y abri la boca: seal inequvoca de que haba sobrep
asado los lmites del entendimiento humano.
Estoy hablando en serio insist-. Una vez vi una en Jersey. Son emocionantes. Adems
, qu diablos, considerando el tipo de personas a quienes se ejecuta, bueno, es di
vertido.
Su boca permaneca cerrada, sus nudillos aferrados a mi mesa.
No s por qu. No se por qu sigo hablando contigo -replico como si hubiera tomado la
resolucin de contener ese placer-. No s por que narices continuo esta conversacin.
Acto seguido, respirando profundamente para contener su ira, se fue movindose en
zigzag por las mesas de la gran sala.
Puse los pies sobre la mesa continu fumando. A decir verdad, yo tampoco saba por q
u continuaba hablando conmigo. Pero lo hacia. Supongo que es otro de los muchos m
isterios de la vida.

Esa noche. Michelle


e nimo. Se ech en
ntras caa la noche
relajar sus nervios

se fue a casa en lo que deba ser unir de sus peores estados d


la cama de su desvn durante tres horas, meditando tristemente mie
de ese da de verano. Al cabo de un rato, se fumo un porro para
agarrotados.

Su desvn, como explicaba, era un lugar excntrico, enorme, sombro, amueblado como su
habitacin de la universidad, con cajas y bolas de polvo, pilas de peridicos viejo
s y libros y tratados a medio leer. Estaba situado en el tercer piso de un almacn
de ladrillo blanco que haba sido sede del Globe-Democrat antes de que quebrara.
El letrero del perodo con su logotipo todava colgaba de la puerta exterior. Slo haba
otro desvn ocupado, y la calle en la que se encontraba el edificio era un pasill
o industrial: gasolineras, zonas de aparcamiento y restaurantes baratos de cocin
a rpida que se multiplicaban en los barrios bajos del norte de la ciudad. Pero Mi
chelle amaba ese desvn intensamente, lo senta muy suyo: por el logotipo del globo
y porque se encontraba a una manzana del Post-Dispatch y a una y media del mismo
News. Porque para ella el hedor era fragancia, brillaba con el aura de los perid
icos. Peridicos, el gran romance de su poca universitaria. Agentes para el cambio
social, historia en el instante, campos de batalla de las crnicas de opinin. Ella
se haba credo toda esa tontera. Amaba los peridicos. Incluso ahora. A pesar de todo,
los amaba.

Hoy, sin embargo, el lugar no haca ms que acrecentar su depresin. A medida que las
franjas amarillas del sol cansado se retiraban por las hendiduras de las persian
as y se desdibujaban. Dio una calada al porro y mir a travs del humo las cajas esp
arcidas por todas partes. Cajas llenas de papeles sueltos, bloques de notas y do
cumentos arrugados. Rebosantes de detalles, historias, explicaciones minuciosas
y olvidadas de las historias en las que haba trabajado. Pedazos de informacin que
haba recabado con el instinto intil de una ardilla otoal. La tenan enterrada en todo
aquello, se dijo a s misma. Alan Mann, Bob Findley. La tenan ahogada en detalles
insignificantes y hechos de poca monta. Cuando pensaba en las cosas que haba escr
ito en la universidad Grandes cosas sobre temas realmente importantes. Teoras que
la haban convertido en la estrella del Departamento de Estudios para la Mujer en
Wellesley. La universidad de la bruja y el eunuco, sola llamarla yo cuando quera q
ue perdiera los estribos. All se haba sentido alguien brillante. Diseccionando el
racismo y el patriarcado; poniendo de manifiesto el carcter opresivo de la cultur
a europea; comentando Foucault (el dulce Foucault!), y la tirana interna de las so
ciedades libres. En esos das pasados, haba sentido esa oleada intelectual de compr
ensin conocida slo por los adolescentes, los psicpatas y los profesores de universi
dad. Y ahora estaba agobiada, atascada y ahogada entre esas cajas, pedazos de in
formacin y detalles insignificantes e intiles.
Y lo que ms la deprima, lo que de verdad la pona enferma mientras permaneca reclinad
a sobre la cama, era que se haba empezado a dar cuenta (o, al menos, haba empezado
a sospechar) que sa era la razn por la que haba aceptado el trabajo en el News. Ha
ba comenzado a confesarse a s misma que amaba esas cajas, con sus trozos de papel
arrugado, sus hechos insignificantes y disparatados -esas historias- mucho ms de
lo que haba amado al Departamento de Estudios para la Mujer en su querida univers
idad de la bruja y el eunuco.
Permaneci echada en la cama del desvn durante unas tres horas, meditando tristemen
te y fumando hasta que sinti la frente inmensa y el cerebro flotando por su inter
ior. Entonces, no menos nerviosa que antes, se levant y sali hacia la puerta en di
reccin a los territorios urbanos vacos del domingo por la noche.

Condujo su pequeo Datsun rojo hacia Lacledes Landing bordeando el ro, esperando enc
ontrar actividad y movimiento. Durante la media hora siguiente, ms o menos, anduv
o por las avenidas empedradas entre los edificios de ladrillo rojo, vagando por
las calles, yendo de una farola anticuada a otra, mirando altanera y con desdn la
s sombras de los turistas y de sus hijos que pasaban a su lado: el Gran American
o Ignorante que no conoca todo lo que ella conoca. Al final se detuvo en un club d
e jazz que permaneca abierto justo para ese oficio degradado. Se sent sola junto a
una pequea mesa redonda y empez a beber whisky diluido con una cierta dosis de me
lancola. En la entrada de la sala, un tro de viejos blancos pareca tocar St. LouisB
lues una y otra vez. Les mir con un movimiento negativo de la cabeza, con sobrada
superioridad, y sigui bebiendo.
No estuvo mucho rato sola. Un joven la reconoci, un mdico interno que haba estado d
e caza toda la noche. Se apoy en la barra del bar, con un whisky en la mano, y se
la qued mirando. Michelle se haba desabrochado el escote de la blusa. Su falda ma
rinera terminaba en la parte superior de sus muslos. El interno conoca bien su tr
abajo e intent ver de qu humor estaba. Abandon el pasamanos de metal de la barra de
l bar y se lanz hacia donde ella estaba cruzando la sala casi vaca.
Su nombre era Clarence Hagen. Era bastante atractivo, con una abundante cabeller
a bien peinada y una sonrisa elegante que deca: Seguro que no valgo nada, pero a qu
e soy un encanto?. Se sent a la mesa junto a Michelle, pidi una copa y empez a menos
preciar la clientela de cara flccida hasta que Michelle empez a relajarse. Entonce
s, con mucha habilidad, empez a escuchar y alternativamente frunca el ceo con inters

y se apoyaba en su silla impresionado por la claridad de sus ideas. Animada y b


ebida, ella liber toda su sabidura, le explic la cultura de un continente con el pa
rloteo seguro, impaciente y ambicioso propio de sus viejos das de universidad. Po
r supuesto, Michelle saba que era un hijo de puta. Era lo bastante inteligente pa
ra darse cuenta de ello. Pero pens que saberlo pona las cartas de su lado. Se senta
cnica, sofisticada e indiferente, poderosa en su libertad mientras jugaba con aq
uel hombre. Se senta mucho mejor de lo que se haba sentido desde que Alan se haba c
argado su crnica, eso seguro.
Ella y Hagen salieron juntos del bar, el brazo de l sobre los hombros de ella, la
cadera de ella rozando cmodamente el muslo de l. Tomaron coches distintos y parti
eron hacia la Ciudad Universitaria donde viva Hagen. Michelle segua despacio detrs
del Trans Am en su propio Datsun. Tena que luchar para mantener el volante recto
y los ojos abiertos mientras conduca. Despus de unos veinte minutos aparcaron fren
te a un edificio de tres plantas estilo Tudor de pacotilla que el interno compar
ta con otros dos mdicos. El joven Clarence escolt a Michelle adentro.

Y all, se la foll, como si de un pistn se tratara, rpidamente, en una habitacin del p


iso de abajo. Para entonces, Michelle estaba tan bebida que empez a desvanecerse
cuando l todava estaba en plena actuacin. Se dej llevar hacia el ocano de su propia m
ente y se qued ah con algn otro hombre, en algn da futuro, cuando la vida fuera ms se
cilla y alguien la amara. Al cabo de un rato, se percat de que Clarence, que ya s
e haba corrido, estaba roncando encima suyo. Sali como pudo de debajo de su cuerpo
y se acurruc en la parte superior de la cama, tan lejos de l como pudo. Se dijo a
s misma que se senta cnica, sofisticada e indiferente y que Alan Mann se poda ir al
infierno y pudrirse all. Se dijo a s misma que as era la Vida y perdi el conocimien
to.
Y as fue cmo la reportera del St. Louis News pas la noche anterior a la entrevista
en la galera de la muerte con Frank Beachum.

Sobre las seis y media de la maana siguiente -justo cuando Beachum se despertaba
de su sueo- Michelle forz sus prpados pegados y dese, al igual que Beachum, estar en
otro lugar. Se apart de Hagen, que dorma, como si fuera una babosa, y avanz dando
traspis hacia el cuarto de bao, para mear y lavarse la cara. Permaneci recostada so
bre el lavabo durante unos instantes creyendo que iba a vomitar. Al ver que no,
se levant y empez a temblar violentamente. No era una llorona, pero ahora tena que
contenerse para no llorar.
Hagen se despert mientras ella se vesta. Se sent en la cama, con la cabeza entre la
s manos. Michelle se abroch rpidamente. No poda imaginar algo que l pudiera decir y
que no le diera ganas de asesinarle.
Te apetece tomar un caf? -murmull.
Cierra la boca -respondi.
Ey! -replic-. Qu he hecho? -Mientras se iba, l mascull algn insulto y un gesto de
pudras. Luego se ech de nuevo sobre la cama con los brazos extendidos y la lengua
fuera.
Michelle sali por la cocina, donde los compaeros de piso de Clarence la saludaron
con un par de miradas impdicas y soolientas que la sacaron de madre.
Dio un portazo y ech a andar tambalendose hasta el coche.
Condujo hasta encontrar un McDonalds cercano. Pidi un caf y se lo tom en el aparcami
ento, pasendose de extremo a extremo del Datsun. Maldijo a Hagen y a su sexo, per

o no sirvi de nada. Estpida! Se dijo finalmente a s misma. Cmo puedes ser tan intelig
nte y tan estpida a la vez? Un camionero que pasaba ruidosamente por la carretera
le solt un grito obsceno, algo sobre poner la cabeza debajo de su minifalda. Se
sinti sucia y horrible y se escondi detrs del volante de su coche.
All, finalmente, empez a llorar. Su cara se deshizo como la de un nio y, al igual q
ue un nio, se desesper. Llor a mares gimi en voz alta, con la garganta contrada hasta
que se sinti ahogada en sus propias lgrimas. Se cogi la cabeza con las manos, agitn
dola y movindola adelante y atrs, azotando su cara con la cabellera. Desaliento, d
esesperacin. Sola, tan terriblemente sola. Ningn novio desde el instituto. Sin ami
gos desde los tiempos de la universidad. Y ya entonces sin amigos verdaderos, pu
es estaba demasiado por encima de ellos. Su vida social estaba colmada de errore
s de criterio. Su carrera, en la que confiaba para respetarse a s misma, estaba e
n un pozo. Lo saba todo sobre todo y nada sobre nada y no tena la menor idea de cmo
deba vivir su vida. Al menos en eso crea, en su sabidura.
Mi vida es una mierda -escupi con rabia, hirindose as misma, llorando-. Mi vida es
realmente una mierda.

Sobre las 7.05 de la maana se haba desahogado y se senta mejor. Intentando sobrepon
erse, lanz el vaso de caf al asiento trasero del coche, al vertedero trasero de va
sos de caf vacos, embalajes de comida rpida y peridicos sensacionalistas y bloques d
e notas y crnicas de prensa. Con un suspiro de alivio se estremeci y arranc el moto
r del coche. Haba tomado una decisin, se haba dicho a s misma. Saba qu iba a hacer. E
coche chirri al entrar en la carretera, serpenteando con violencia.
Probablemente, alguien habra debido detenerla. Dios sabe que la polica est saturada
de trabajo; no pueden estar en todas partes. Aun as, alguien habra podido hacerla
volcar la noche anterior, con la borrachera que llevaba. Y esta maana no estaba
mucho mejor. Senta la cabeza febril y pesada. La nariz taponada. El estmago era co
mo un volcn vuelto al revs. La vista cansada y borrosa, y con todo el alcohol y la
droga que llevaba en la sangre, y el hartn de llorar que se haba pegado. Ella saba
que estaba pensando con el engranaje oxidado, pensando lentamente, reaccionando
lentamente. Pero qu diablos! Ya haba vuelto a casa en ese estado antes. Lo haba hec
ho un montn de veces. Y nunca haba sufrido accidente alguno. Imagin que esa vez no
sera una excepcin.
Todo iba bien, al principio, por el ancho bulevar que conduca al otro extremo de
la ciudad. El trfico del lunes por la maana era rpido, pero poco denso. Michelle pe
g sus ojos a las luces rojas traseras del coche que estaba justo delante, dej que
la arrastraran como si se tratara de la mirada fija de un vampiro, corri tras ell
as como si estuviera en trance. Pensaba en su decisin. Se asenta a s misma, con los
labios apretados con fuerza. Pens que se quedara en el peridico. Para eso haba naci
do; lo saba y no iba a permitir que nadie la obligara a renunciar. Ella era mucho
ms inteligente que ellos -Alan, Bob, yo mismo-, era ms lista que todos nosotros e
iba a ser mucho mejor que todos nosotros. No era preciso que les gustara, se di
jo a s misma, bastaba con que publicaran sus crnicas.
Hizo una mueca al sentir su vientre sulfurado. Necesitaba con urgencia ir al lav
abo, pero no quera detenerse. Deseaba llegar a casa y ducharse para sacarse de en
cima toda esa idiotez, empezar de nuevo, hacer las cosas bien y hacer que Alan M
ann se tragara todas y cada una de sus palabras. Luego se dirigira a Everett, pen
s. Everett le enseara. l era el mejor de todos ellos, por bastardo que fuera, y ella
conseguira que le enseara todo lo que saba. Entonces el hara una de sus bromas estpi
das, pero ella acabara ganando. Pis el acelerador. Pas colinas, la llanura, gasolin
eras, pequeos cafs pintorescos. Todo pas como un torbellino confuso, como una embro
llada lejana. Los grandes ojos de Michelle brillaron con determinacin. Sus labios
se perfilaron hacia arriba, en una sonrisa decidida. S, pens.
Y entonces entr en la Curva del Muerto.

As la denominaba la gente del lugar. los peridicos, a veces, tambin. No era un nomb
re original, supongo, pero s suficientemente preciso. Aqu, en el extremo de la ciu
dad, la carretera daba un giro a la izquierda, en un arco largo, repentino y amp
lio. El trafico acelerado giraba por l, en un viraje sin fin hacia la gran va flan
queada de rboles, sin nada ms que un rea de servicio a la derecha, donde la curva a
lcanzaba su pice. Muchos coches haban perdido el control en este punto. En los ltim
os dieciocho meses haba habido dos accidentes mortales. Michelle entr en la curva
con el gas a fondo y su mente ausente. Tena los ojos casi cerrados y una sola man
o al volante, mientras con la otra se acariciaba el estmago con un suave masaje.
En plena curva, las ruedas traseras del Datsun perdieron el agarre al asfalto. M
ichelle sinti cmo la parte posterior de su coche se desprenda del suelo. Recibi una
sacudida y, asustada, gir el volante en sentido opuesto, justo lo contrario de lo
que debera haber hecho. El coche empez a zigzaguear violentamente y, a pesar del n
gulo de la curva, el Datsun sali disparado en lnea recta. Omiti el viraje y pas rosa
ndo la acera hasta incrustarse en el aparcamiento. El tramo de asfalto resbalaba
por la grasa del combustible. El Datsun empez a dar vueltas. Pareca ganar velocid
ad. Michelle luchaba desesperadamente con el volante, pero sin xito. El coche dio
varias vueltas de campana y la pared blanca del garaje de la gasolinera se creca
desde el otro lado del parabrisas.
Michelle profiri un grito quebrado:
Socorro!
El coche choc de frente contra la pared.
Michelle sali despedida de su asiento como un cohete. Dio de lleno contra el para
brisas y el cristal explot. Su carne se desgarr con el impacto, sus huesos se queb
raron como lea, sus tripas y su vejiga se vaciaron, y perdi el conocimiento. El cu
erpo cay con un ruido sordo sobre el cap plegado como si de una bolsa de ropa suci
a se tratara. La blusa azul se ti rpidamente de rojo.
Y all permaneci, inmvil, mientras el humo y el vapor silbaban a su alrededor.

Eran casi las diez de la maana cuando Bob Findley recibi la llamada en el departam
ento de informacin local. Colg el telfono y permaneci sentado unos instantes, mirand
o la sala tranquila. Era un extenso laberinto de mesas de oficina marrones con t
erminales de ordenador color canela. La sala estaba iluminada con una luz suave
y vaga procedente de los fluorescentes escondidos tras los paneles de plstico del
techo.
Bob respir profundamente, recomponiendo su yo interior. Al principio, no estaba s
eguro de cmo quera reaccionar. Findley tena la reputacin de poseer un gran autocontr
ol y esa reputacin era muy importante para l. Era joven y responsable del lugar, y
quera que el personal lo considerara capaz de mantener la calma hasta el final.
Nunca alzaba la voz, ni hablaba ms rpido de lo que era capaz de razonar, especialm
ente en caso de emergencia y pasado un plazo lmite. Le gustaba hacer observacione
s serenas e irnicas en medio del caos, para que cualquier persona en estado frenti

co sintiera que la situacin estaba bajo control. Y la mayora de las veces, estaba
bajo control. Era un buen redactor encargado de las noticias locales. Inteligent
e, erudito. Un poco inexperto, pero dispuesto a escuchar un consejo. Si algo neg
ativo tena, supongo, era que todos considerbamos que se contena demasiado. Tena una
cara redonda, rosada y juvenil, y se sonrojaba violentamente cuando se enfadaba,
a pesar de continuar hablando en tono sosegado. A veces, algunos de nosotros no
s preguntbamos si un da el rostro no le saldra disparado del cuello como un baln pin
chado.
Pero adems de su aspecto tranquilo, a Bob tambin le importaba ser amable, atento,
deca l. Era muy atento; de hecho, se esmeraba en serlo. E incluso se las agenciaba
para tener un aspecto atento, delgado, indefinido, con facciones suaves bajo un
a bola de pelo castao. Siempre con la camisa planchada, de color azul u otra ms fo
rmal de color rosa: con una corbata alegre, sin americana y con pantalones de ve
stir. informal pero serio, considerado, solcito. Atento. Su postura en el peridico
, al igual que sus opiniones, se encontraba siempre del lado humano y liberal de
cualquier tema. Pensaba que todo el mundo sera humano y liberal si se tomara tie
mpo suficiente para pensarlo a fondo. As era nuestro Bob.
As que ahora, al
eaccin adecuada.
ostraba demasiado
pensativamente a

colgar el telfono, le resultaba un poco complicado encontrar la r


Si se mostraba demasiado sereno, no estara siendo atento. Si se m
atento, no estara sereno. Al cabo de un momento, se llev la mano
la barbilla.

Vaya una! -murmur enarcando las cejas.


La ayudante de redaccin, Jane March, alz rpidamente la mirada de su terminal. Conoc
iendo a Bob, oyendo un comentario como se, imagin que un avin se haba estrellado con
tra el Busch Stadium o algo parecido.
Ha llegado Alan? -le pregunt en voz baja.
Llena de curiosidad, gir la cabeza hacia el vestbulo.
Acaba de salir a tomar un caf -explic.
Bob asinti lentamente, analizando la situacin. Se levant con cautela. Atraves la sal
a de redaccin a un ritmo controlado, hacia el vestbulo y en direccin a la cafetera.
Se encontr con Alan Mann en el pasillo. Alan volva tranquilamente a su oficina, co
n una vaso de caf solo y un buen pedazo de pastel escondido en una bolsa en el bo
lsillo de la americana. Cuando Bob le detuvo, la mano libre de Alan se dirigi con
instinto protector hacia el bolsillo.
Alan era nuestro redactor jefe, un hombre de unos cincuenta aos. Con casi metro n
oventa, superaba a Bob Findley. Tena las espaldas anchas y el resto del cuerpo de
lgado y en forma, excepto su barriga, que pasaba por encima de su cinturn y hacia
abajo, como si fuera un tumor, redonda como una pelota de baln volea. La cara er
a estrecha y picuda, su frente ancha y las cejas pobladas. Como un halcn, as era A
lan.
Bob se qued cerca de l y habl muy bajo mirando su ceja amenazadora.
Acabo de recibir una llamada del hermano de Michelle Ziegler. -Gesticul con la ma
no derecha, como sola hacer, como si previniera a todo el mundo de que deba manten
er la calma-. Michelle ha sufrido un accidente de coche.
Ha sido grave? -pregunt Alan, frunciendo el ceo.

S -respondi Bob, gesticulando un poco ms-. Est en estado crtico. Los mdicos no cree

ue salga de sta con vida.


Durante unos largos instantes, Alan se le qued mirando como si no hubiera dicho n
ada. Luego, sacudiendo con disgusto la cabeza, sigui andando, atravesando el vestb
ulo sin hacer ningn comentario ms. Bob le sigui despacio por la sala de redaccin.
Jane March observ atentamente a los dos hombres entrar en el despacho de Alan. Cu
ando Bob cerr la puerta, murmur:
Dios santo!
Alan tena las persianas bajadas tras las paredes de cristal. Habra querido volver
y comerse el pastel sin que nadie le viera. Desde su mesa, Jane slo poda vislumbra
r sombras que se movan al otro lado de las persianas blancas.
En el interior del despacho, Alan Mann fue hasta el otro lado de la mesa. Todava
no haba dicho nada. Pos la taza de caf encima del escritorio y a continuacin sac el p
astel del bolsillo y tambin lo deposit sobre la mesa con fuerza manifiesta: los pr
oblemas, pens, haban sido ms graves que pequeas decepciones de ese tipo. Se dej caer
en su silla giratoria y frunci el entrecejo misteriosamente.
Esa estpida zorra. Qu, haba bebido? -pregunt al fin.
Bob hizo una mueca afligido. Alan lo haba contratado. Alan era su mentor y habien
do visto redactores jefe cascarrabias por televisin, Bob generalmente asuma que Al
an tena un corazn de oro como ellos. Por eso, Bob se dijo que poda ser lo suficient
emente generoso como para no despreciar a Alan. A pesar de ello, secretamente, p
ens que el mundo sera un lugar ms civilizado cuando se extinguieran dinosaurios com
o Alan Mann y todo el mundo fuera ms o menos atento como el.
No lo s -respondi con amabilidad-. Fue en esa horrible curva del rea de servicio. R
ealmente deberan hacer algo al respecto.
Por supuesto, Alan saba lo que Bob pensaba de l, as que desempeo a fondo su papel.
Esa estpida zorra -repiti-. En qu estaba trabajando?
Bob no comprendi la pregunta.
Tenemos que cubrirla? -inquiri Alan- Estaba tras algo importante?
Oh! -exclamo Bob desconcertado. No es que no hubiera considerado la cuestin, sino
que haba imaginado que Alan expresara su dolor durante unos momentos antes de abo
rdarla-. Tena la entrevista con Frank Beachum en Osage.
Ah, s! Es cierto. Esta noche enchufan a Frank a la corriente, verdad? -ri Alan entre
dientes.
Levant la tapa de la taza de caf y se reclin con ella en su gran silln de cuero. Apo
y la cabeza en el reposacabezas y contemplo con fijeza el techo blanco, pensando.
Tena Ziegler reserva para el espectculo? -prosigui.
S. Iba a bajar hasta all para hacer la entrevista, volver aqu y acercarse de nuevo
para presenciar la ejecucin.
Dios! Por qu a m?
Me parece que la situacin de Michelle es bastante peor, Alan -ri Bob.

Alan se limit a refunfuar tomando su caf.


No s si el alcaide estar dispuesto a aceptar una sustitucin para la entrevista. O s
i lo estar Beachum. Pero la presencia al acto se otorg al peridico, as que podemos e
nviar a quien nos plazca. He pensado en sacar a Harvey de la historia del fraude
y poner a -dijo Bob.
Pon a Everett en el caso -lo ataj Alan-. La entrevista y la ejecucin, las dos cosa
s. Ponlo en las dos.
Alan bebi a sorbos su caf, intentando asimilar el golpe. Alargando el momento. Saba
lo que Bob pensaba de m.
Steven no est -dijo Bob rpidamente, pero sin demasiadas esperanzas-. Ha estado ocu
pado con los de la polica todo el fin de semana, y se ha tomado el da libre.
Pues ya no lo tiene libre. Le necesitamos. Cmo se llamaba? S, hombre, en Osage, el
alcaide, Plunkitt. Steve ya lo conoce y yo puedo hacerle entrar. Adems, a Beachum
le importar un comino con quin hable.
Tom otro sorbo de caf. Le encantaban las discusiones de ese tipo. Pero Bob tena sus
dudas y saba que tena que ser cauto. Saba que no era muy diplomtico dejarme de lado
. Alan Mann y yo ramos amigos, buenos amigos, y nos conocamos desde tiempo atrs. Al
an trabajaba como profesor cuando llegu a Columbia por primera vez. Ms tarde, dej s
u puesto en la universidad para entrar en el peridico como redactor jefe y, cuand
o me licenci, me ayud a conseguir un empleo en el peridico donde l trabajaba. Estuvi
mos juntos cinco aos hasta que l volvi a su Missouri natal. Cuando se enter de que m
e haban despedido y de que no poda encontrar nada en Nueva York, me llam e insisti e
n que fuera con l al News. Siempre nos habamos llevado bien a pesar de la diferenc
ia de edad. A veces nos bamos a tomar una copa despus del trabajo y organizbamos co
midas los domingos con nuestras familias. Con todo, Bob estaba decidido y nunca
se echaba atrs en una confrontacin con alguien a quien temiera tanto como Alan. Er
a una cuestin de honor.
Estoy seguro de que puedo hacer que Plunkitt tambin acepte a Harvey -dijo con su
tono de voz suave y razonable-. Plunkitt siempre se enorgullece de sus relacione
s con la prensa.
Y t crees que Everett es un hijo de puta -replic Alan.
No creo que sea un hijo de puta
Pues te equivocas. Lo es. Confa en m, le conozco. La mayora de los que hacen bien s
u trabajo son unos hijos de puta, Bob.
Lo s, Alan -aclar Bob con un gesto tranquilizador.
Si tuviera que dirigir este peridico sin hijos de puta, no sera ms que una circular
.
Bob esboz una sonrisa para calmar los nimos, pero no dio su brazo a torcer.
Simplemente, es que Everett me parece mejor para cubrir el aspecto informativo.
Pero la entrevista es una crnica de impresiones. Michelle buscaba algo emotivo pa
ra acompaar su historia.
Su historia? -pregunt Alan alzando la voz-. El ascendente fuego Michelle? -Dej su va
so de plstico en la mesa. Ahora s que se estaba metiendo de lleno en la historia-.
Escucha, est ms claro que el agua que Michelle la va a palmar. Una muchacha de vei

ntipocos aos? Si yo dirigiera el mundo esto nunca pasara, creme. De todos modos, co
noces las crnicas de Michelle tan bien como yo. No reconocera una noticia bomba ni
que le mordiera el culo de universitaria que tiene. Everett, s.
Una noticia bomba, pero esto es un tema controvertido. Alan se ech hacia atrs con
los ojos desorbitados.
Un tema controvertido? Uff! Cielo santo! Un tema controvertido!
Venga, Alan
Y cul es el tema?
El tema es la pena de muerte. Quiero decir que esta noche el Estado lleva a un h
ombre a la muerte, Alan.
Un tema controvertido. Vaya hombre!
Y Harvey es mucho mejor en ese tipo de crnicas. Si Plunkitt no le deja entrar par
a la entrevista, la haremos por telfono.
Un tema controvertido -Alan se inclin hacia atrs, sin apenas poder contener su ale
gra.
Bob empezaba a desesperarse y a enfadarse un poco. Tena sus propios motivos para
no darme el caso, la mayora de ellos emocionales. Pero las discusiones siempre so
n as. Se haba inventado algunas excusas lgicas para explicar sus sentimientos y aho
ra crea en ellas. Le parecan evidentes y consideraba que quien no estuviera de acu
erdo no saba de qu se hablaba.
Y explicar ese tipo de cosas a alguien como si se tratara de un nio era una de la
s flaquezas de Bob.
Y as lo hizo, deliberadamente, levantando de nuevo la mano derecha con la palma a
bierta.
Mira, ese tipo, Beachum, no nos dar ninguna noticia. No aportar ninguna informacin
que no hayamos odo antes. Y sta no es la cuestin. La cuestin, en una historia como st
a, es que la gente sepa qu se siente al esperar que el Estado te inyecte veneno e
n el brazo. Quiero decir que, en este Estado, se ejecuta a gente cada par de mes
es y normalmente aparece en la tercera pgina de la seccin regional, o quizs en la p
ortada de la seccin metropolitana. Esta es una historia de St. Louis, lo que la h
ace ms substancial para nosotros. Pero la nica manera de justificar que le demos t
anta importancia, es humanizar a ese hombre, llegar a la esencia humana de este
asunto inmundo. Queremos que el lector comprenda que esto es la pena de muerte:
es matar a otro ser humano. Y s, creo que es un tema importante.

Lo crees, eh? -pregunt Alan, alzando su espesa ceja oscura-.Y qu pasa con Amy cmo se
llame, la fulana preada que el viejo Frankie se carg con un disparo en la garganta
? Qu pasa con su humanidad? Eso tambin forma parte del tema?
Pues s.
Everett se ha pasado el fin de semana trabajando porque alguien dispar a diecisis
personas en dos das, diecisis, y cuatro de ellas murieron. Qu pasa con ese tema?
De acuerdo, eso tambin es un tema.

Michelle no daba al tema la importancia que mereca, no s en qu coo pensaba. Bueno, q


in va a tener que tratar el tema en esta cuestin de fondo? -Con una sonrisa malici

osa, Alan se inclin hacia delante. Le encantaba todo esto. Le encantaba. Cogi la b
olsa grasienta y la puso sobre la mesa. No poda resistir ni un instante ms-.Te apet
ece un trozo de pastel?
No -respondi Bob-. No.
Alan sac el pedazo de pastel y le peg un mordisco.
Deja que te diga algo -murmur en pleno bocado-. Los temas son cosas que nosotros
inventamos para tener una excusa para contar buenas historias. Un juez le toca l
os pechos a una fiscal y la cuestin se convierte en el tema de la discriminacin se
xual. Un nio de nueve aos dispara a su hermano con un Uzi, y el tema es la violenc
ia infantil. A la gente le gusta leer artculos sobre sexo y sangre y nosotros inv
entamos los temas para darles una excusa. Esto es lo que nos convierte en un per
idico de calidad en lugar de en un ejemplo de prensa sensacionalista: la hipocresa
.
Bob levant los brazos y dio rienda suelta a su irona suave. -Bien, creo que debera
llamar a Steve -dijo en voz baja-. Lo que acabas de decir describe perfectamente
su actitud.
Alan se apoy de nuevo en su silla, cmodamente, masticando, con el trozo de pastel
hecho migajas en la mano. Su cara melanclica, de halcn, se ilumin desde las cejas h
asta la barbilla. Un segundo desayuno, una discusin periodstica, una oportunidad p
ara dominar a Bob, dejando de lado el hecho de que uno de sus reporteros estuvie
ra a punto de perder la vida, sta se estaba convirtiendo en una maana gloriosa.
Djame decirte algo sobre Steve Everett -coment sacudindose las migas de la corbata
con la mano que le quedaba libre-. Sabes por qu le echaron de Nueva York? Conoces l
a historia?
Bob admiti que no.
Desenmascar al alcalde -dijo Alan-. Durante los escndalos. El alcalde de la jodida
ciudad de Nueva York. Steve descubri un memorndum secreto acerca de comisiones so
bre contratos entre el responsable de la poltica urbanstica y un ex presidente del
distrito. El presidente estaba dispuesto a respaldarle. No le importaba, va le
haban condenado. Steve present su artculo en la columna. Y al da siguiente, no haba c
olumna. El peridico se la haba cargado. Steve se sali de madre y, acto seguido, se
encontr delante de los grandes en el piso de arriba. Sorpresa, sorpresa. Qu ocurri?
Resulta que el propietario del peridico estaba liado con el alcalde. Algo relacio
nado con inmobiliarias o poltica urbanstica, no lo s exactamente. Steve se cabre. Le
s dice que o la columna se publica o l se va. Y as fue cmo el alcalde se retir con t
oda la dignidad y la ciudad de St. Louis ha sido agraciada con la augusta presen
cia de Everett hasta ahora.
Alan se meti el ltimo pedazo de pastel hecho migajas en la boca y se relami los ded
os como un gato grande y satisfecho. Aparte de bailar con su mujer, jugar con la
s mentes de sus subordinados era uno de los mayores placeres de su vida. Y, cuan
do se trataba de Bob, todava ms. Supongo que por su carcter serio y formal. Esta hi
storia sobre m, por ejemplo, la del reportero honesto que se ve obligado a huir p
or culpa de unos polticos corruptos, son cosas que slo ocurren en las pelculas. Lo
que se suele llamar la historia personal del hroe, lo que sucede antes de que comie
nce la pelcula. El redactor jefe se lo revela al redactor de sucesos locales quin
ce minutos antes de empezar y entonces todos saben que es un buen tipo, a pesar
de sus peculiaridades, un tipo en quien se puede confiar.

Desgraciadamente, en mi caso, era pura farsa. Nunca sucedi. Alan se lo invent porq
ue saba que mortificara a Bob pensar as de m, como un hroe de pelcula. Saba que le h
sufrir.

Y Bob sufri. All de pie, frente a la mesa, con su cara redonda y rosada ahora plida
. Por inteligente y perspicaz que fuera, le encantaban las pelculas, y esa imagen
heroica ma le doli, le corroy, le dej sin habla. Meti las manos en los bolsillos de
sus pantalones color caqui. A veces, Alan era un verdadero bastardo.
De acuerdo -observ Bob al cabo de unos momentos, y Alan casi no pudo contenerse a
l ver cmo se atragantaba al claudicar-. De acuerdo, lo que t quieras. Intentar loca
lizar a Everett en su casa.

Sin embargo, dio la casualidad de que yo no estaba en casa. Dio la casualidad de


que estaba en casa de Bob y, ms concretamente, en la cama de Bob. Estaba fumando
un cigarrillo y analizando el trasero desnudo de su mujer.
Se llamaba Patricia. Y tena una trasero encantador. Redondo y rosado. Como la car
a de Bob, ahora que caigo. En ese momento, observ un morado largo y oval en su na
lga derecha. Supongo que fui yo el responsable cuando le di el manotazo. La verd
ad es que me arrepiento. Al fin y al cabo no la haba pegado en un momento de rabi
a. Ella me lo pidi. Le gustaba que la pegara y que le tirara de los pelos cuando
hacamos el amor. A decir verdad, a mi no me entusiasmaba demasiado, pero era lo s
uficientemente excitante y diferente de cuando estaba con mi mujer. Pero ese mor
ado supongo que me dej llevar, y ahora me arrepiento.
Se dio la vuelta. Me quit el aliento. Despus de slo seis semanas con ella, la vista
de su cuerpo todava me haca ese efecto. Alta y robusta y con la piel rosada, las
caderas anchas y los pechos grandes que caan abiertos cuando se apoyaba sobre la
espalda. Imperturbable como una estatua, su cara era como la de una esfinge: enc
ajada en su cabello castao rojizo, cincelada, distante, penetrante y tambin algo b
urlona. Patricia era un tipo de mujer absolutamente imperturbable.
Parpade medio dormida mirndome desde el otro lado de la cama.
Te gusta realmente? -pregunt.
Tu cuerpo? -aclar-. S, le dara un nueve coma siete, sin dudarlo.
Sonri y se ech el pelo hacia atrs con la mano.
Perdona, creo que me he quedado dormida. Es tarde?
Se estir y dej caer la mano suavemente por mi pecho. Arrastr sus dedos por el pelo
negro hasta la mancha en forma de pala justo debajo del esternn y se puso a jugar
con ella.
Qu es? -murmur.
No lo s. Siempre lo he tenido.
Parece una cicatriz. Algo que te ocurri.

Supongo que s.
Tus padres nunca te lo explicaron?
No. Mis padres adoptivos no lo saban. Ya lo tena cuando me recogieron -observ sus d
edos y el esmalte rojo oscuro de las uas-. Siempre lo he tenido.
Ella se ech hacia atrs, se estir de nuevo alzando majestuosamente los brazos hasta
que las manos entrelazadas tocaron la cabecera de la cama.
Hablaba del peridico -replic bostezando.
Qu?
Al preguntarte si te gustaba de verdad. Estbamos hablando del peridico antes de qu
e me quedara dormida, no es as?
S, s, creo que s.
Baj los brazos.
Te gusta? De verdad te gusta
o-. Me parece tan repetitivo Al
mismas historias una y otra vez,
descarrilamiento de un tren, un
a?

trabajar ah? -Se gir hacia m y apoyo la cabeza en la ma


cabo de un tiempo, quiero decir. Siempre son las
verdad? Cuntas veces puede resultar interesante el
asesinato, unas elecciones o cualquier otra cos

Se trataba de Bob. Cuando estaba conmigo, en realidad siempre se trataba de Bob.


Permanec en silencio unos instantes. Observ el humo vacilante de mi cigarrillo asc
endiendo hacia el techo. El fuerte ritmo de las cigarras de los rboles cargados d
el exterior lleg hasta m a travs de la ventana abierta. Del mismo modo, sent el calo
r de julio y el olor de los arces y los sicomoros. Patricia, desnuda, a mi lado,
la habitacin oscura con toda nuestra ropa esparcida por el suelo, toda la escena
, mitigada e imprecisa sin mis gafas: todo ello me hizo anhelar algo. Pero no sa
ba qu. Era un sentimiento de dulce nostalgia, triste y agradable. No me apeteca hab
lar de Bob.
Estoy licenciado en literatura inglesa -respond, al fin-. No estoy cualificado pa
ra hacer nada ms.
Se ech a rer. Una risa amagada, una especie de Ummhh, siempre imperturbable.
Bob se lo toma tan en serio -coment.
Bueno, al fin y al cabo, Bob es un hombre serio.
Sus labios se arquearon maliciosamente.
Sabes lo que dice de ti?
S, ms o menos.
Dice que ests en el peridico por una especie de emocin enfermiza. Dice que encuentr
as un placer morboso en el sufrimiento de los dems: juicios por asesinato, incend
ios, escndalos y ese tipo de cosas. Dice que incluso la vista de una mujer chilla
ndo mientras sus hijos mueren en un edificio en llamas te excita. Que para ti no
es ms que una historia.
Para m y para los lectores -repliqu-. Eso es justamente lo que venden estos peridic

os.
Dice que no te importa el sufrimiento humano. Que no te importan los temas funda
mentales.
Sonre a las sombras.
Temas -repet.
Se queja mucho de ti, sabes? No le gustas. Dice que Alan Mann slo te contrat porque
eres amigo suyo.
Mi sonrisa se desvaneci al igual que mi aoranza melanclica. Haba llegado a mi nivel
de saturacin respecto a Bob. Me gir, alargu la mano y la puse en el pecho de su muj
er. Volv a sentir el movimiento tranquilizador de la carne voluptuosa.

Quiz deberamos limpiar el cenicero -coment en voz baja-. Y tambin airear la habitaci
, u oler el humo cuando vuelva a casa.
Oh, no! De qu va esto? -dijo levantando la barbilla con arrogancia.
Nada. T tienes que trabajar y yo tengo que volver a casa. Con mi mujer y mi hijo.
No vas a empezar a decirme lo malos que somos, verdad?
No lo s. Quiz s. Bob es un buen hombre, Patricia.
Venga, Ev! No! Ya s que es un buen hombre. Por qu te crees que me cas con l?
Alej la mano de su pecho y la mov alrededor de su ombligo.

Tambin es un buen periodista -observ-. Algn da ser alguien importante. Simplemente v


mos las cosas de diferente manera, eso es todo.
Frunci el entrecejo. Sus labios temblaban como si fuera a deshacerse en lgrimas. P
ero no lo hizo. Supongo que pens que debera.
De acuerdo -asinti-. As que lo que estamos haciendo apesta, no?
Sonre distradamente, hipnotizado por la espiral descendente de mi mano.
No lo s -respond-. Somos dos simples individuos arrastrados por un torbellino de p
asin.
Patricia volvi a pronunciar su Hmmm.
Algo as -insist.
Me cogi la mano y la detuvo al tocar los primeros rizos pelirrojos. Me mir fijamen
te.
Mira, no pasa nada. No se trata de amor ni nada parecido.
Gracias. Yo tampoco te quiero -dije sonriendo.
Sostuvo mi mano entre las suyas. Empez a jugar con los dedos pensativamente y vi
cmo desaparecan los intentos de llenarse de remordimientos. Recuper esa mirada burl
ona y perversa y se le arque la comisura de los labios.
Pero por qu te fuiste de Nueva York?

Dios! -exclam.
Me ech a rer. Bob de nuevo. Me dej caer sobre la espalda, suspirando y me resign a s
eguir el juego.
En serio -insisti Patricia-. Por qu? Bob siempre se lo pregunta.
Ah, bueno! Si Bob siempre se lo pregunta
Le dijeron que te haban despedido. Dice que nadie te hubiera contratado en toda l
a ciudad.
Es cierto. Nadie lo hubiera hecho.
Qu ocurri?
Me rindo. Pero no se lo contars, verdad?
Se ri con una risilla tonta, mordisquendome las yemas de los dedos.
Cmo podra?
Se torn hacia m. Poda sentir su mejilla contra mi pecho y sus pechos contra mi cuer
po. Poda oler su pelo y dese no s qu dese, pero dese algo.
Cuntame -dijo.
Me cogieron en la sala de material tirndome a una administrativa de diecisiete aos
.
No! -exclam, levantndose.
Era la hija del propietario del peridico.
Abri la boca horrorizada.
Bestia inmunda!
Me vet.
No le culpo. Qu dijo tu mujer?
Me estremec al recordarlo. No hay nada peor que la primera vez que tu mujer descu
bre que la has engaado. En cierto modo, uno siempre cree que ella sabe o sospecha
algo. No te das cuenta de hasta qu punto ella confiaba en ti hasta que ves la mi
rada fra y herida del desengao en sus ojos.
Bueno -respond-. Acabbamos de tener el nio. Fue muy duro para ella, pero quera que p
ermaneciramos juntos. Y cuando Alan dijo que me contratara supongo que imagin que e
n otra ciudad tendramos otra oportunidad. Esa es mi historia oculta.
T, bestia inmunda -repiti Patricia. Moviendo la cabeza, volvi a apoyarla contra mi
pecho. La abrac y respir el aire de verano-. No s qu pensar de ti -prosigui al cabo d
e un momento-. Primero la hija del propietario, y ahora la mujer del redactor.
Te has dejado unas cuantas.
No lo dudo. La hermana del alcalde, tal vez? La secretaria del jefe de polica?

Del fiscal.
Empiezo a detectar una cierta hostilidad para con la autoridad.
S. Adems de una ereccin que no cesa. Es una combinacin peligrosa.

Ri con su Hmmm caracterstico y murmur. Pas la mano por mi cuerpo y se volvi para mir
e a la cara.

Es eso lo que vas a decir de m? -pregunt-. En la prxima ciudad, con alguien ms. -Hiz
que su voz sonara profunda, imitando a la de un hombre-. Oh! Me cogieron tirndome
a la mujer del redactor. Ya sabes cmo son esas cosas. Ja, ja, ja.
Me puse de lado, apoyndome en el hombro para rodearla con los brazos y acercar mi
cara a la de ella.
Escucha -dije-, si me cogen en la cama contigo no s cuntas ciudades me quedarn.
Ohh! -exclam con voz ronca, frotando su nariz contra la ma-. Haces que suene muy pe
ligroso.
El telfono son como un trompetazo de alarma desde la otra mesita, la que correspon
da a su lado de la cama. Ella suspir y se volvi para coger el auricular. La solt. Se
apoy sobre la espalda y se llev el telfono al odo.
Dgame?
No dijo nada ms, no dio ningn grito sofocado ni nada parecido. Era demasiado imper
turbable para algo as. Sin embargo, poda percibir el desastre igualmente. Haba un c
ierto ritmo de indecisin, una impaciencia desesperada en su propia voz que lo dej
aba traslucir.
De acuerdo -dijo al fin-. S, s, de acuerdo.
Colg el telfono sin despedirse. Se qued acostada a mi lado y cerr los ojos. La pausa
era suficientemente dramtica; quizs era lo que pretenda. En este tipo de situacion
es emocionales nunca s qu parte es real y qu parte es un golpe de efecto.
No te lo vas a creer -manifest. Y a continuacin pronunci la declaracin con un tono s
ubido de sorpresa-. Era mi marido.
Bob? -pregunt tontamente.
Gir la cabeza en la almohada y me mir fijamente.
Te estaba buscando.

Segunda parte

PATATAS FRITAS

Sobre las diez y media, Luther Plunkitt, el alcaide del centro penitenciario de
Osage, se adentr en la celda de la muerte. El oficial de guardia se puso de pie d
etrs de su mquina de escribir. Desde las ocho haba un nuevo guardia: Benson, de ms d
e treinta aos, un veterano en este tipo de procedimientos. Un buen hombre que se
tomaba su trabajo en serio. Luther le hizo un gesto de asentimiento con la cabez
a y se volvi en direccin a la celda, en direccin al prisionero.
Beachum estaba sentado ante la pequea mesa detrs de la pared de barrotes. Una imag
en solitaria, pequea y severa en contraste con el muro blanco de bloques de hormi
gn. Varias hojas de papel en blanco yacan sobre la mesa debajo de un bolgrafo Bic e
n posicin oblicua. Las manos de Beachum se encontraban en el extremo del papel y
sostena un vaso desechable de caf. Un cigarrillo, que aguantaba con dos dedos, env
iaba humo zigzagueante hacia el techo. Alz la mirada hacia Luther, ojeroso y afli
gido. Los ojos, profundos y serenos, se clavaban en los de Luther.
Curiosa, pens Luther, contemplndole a travs de los barrotes. Es curiosa la expresin
de sus caras.
Reconoca la expresin del prisionero. La recordaba, siempre igual, de otras ejecuci
ones, como en Vietnam, en Hue. El alcaide haba conocido a muchos hombres que haban
muerto en Hue y, cada uno de ellos, antes de que ocurriera, incluso antes de mo
rir, tenan esa expresin. Sus bocas ligeramente entreabiertas y algo en sus ojos, a
lgo muy profundo, algo lento y aletargado y, sin embargo, misteriosamente compla
ciente. Como si la muerte ya hubiera mordido sus mentes como una cobra y los hub
iera hipnotizado. Despus de haber visto esa expresin en la cara de un hombre, todo
lo que se pudiera hacer por l no tena importancia alguna. Podas intentar cubrirle,
retirarle de la avanzadilla, rodearle, mandarle a la retaguardia. El obs ya le h
aba encontrado, o la mina, o lo que fuera. Un muchacho incluso pereci ahogado en u
n viejo crter que haba llenado de lodo.
Luther Plunkitt y Frank Beachum se miraron fijamente a travs de los barrotes. Lut
her saba tan bien como que estaba all de pie que a Beachum no le iban a dar el ind
ulto esa noche.
Luther sonri, con una sonrisa suave, su tpica sonrisa suave. Era un hombre de ms de
sesenta aos. Un hombre pequeo, vestido con su elegante traje negro de domingo, no
meda ms de metro setenta o setenta y dos, pero era fornido y robusto y, si cabe,
con algn kilo de ms. Su cara era cuadrada y pastosa, coronada por cabello canoso.
Esa sonrisa sin sentido no le abandonaba casi nunca. La sonrisa alejaba la atenc
in de sus ojos grises como el mrmol asentados profundamente en los pliegues esponj
osos debajo de las cejas. De hecho, con su sonrisa, con su gesto afable y amisto
so, la gente a menudo no llegaba a percibir esos ojos marmreos. Sin embargo, tras
quince aos en el ejrcito, diez aos en la polica nacional, diecisiete aos trabajando
en una prisin u otra, Luther, cranme, poda ser como una estatua de mrmol.
Buenos das, Frank -salud.
Sr. Plunkitt -dijo Beachum en voz baja. Permaneci inmvil. No se llev el cigarrillo
ni el caf a los labios. Los sostena ligeramente, como si no tuviera energa para agu
antarlos o levantarlos.

Puedo traerte algo? Necesitas algo? -pregunt Luther.


No respondi Beachum-. Nada que se me ocurra.
Luther tena una mano en el bolsillo de los pantalones. Sostena con fuerza el juego
de llaves. Con la otra, gesticulaba con facilidad mientras hablaba. Saba perfect
amente que nadie podra adivinar lo que estaba sintiendo.
He odo que tu mujer y tu hija vendrn a verte hoy.
S -asinti Beachum.
Eso est bien. Tu mujer se llama Bonnie, verdad?
S.
Y la pequea?
Beachum tosi y se aclar la garganta.
Gail.
Gail. Un nombre bonito, muy bonito.
Beachum no respondi y Luther no poda culparle. Apret los labios con fuerza.
Bueno, si hay algo que necesites para ellas, hzmelo saber -aadi-. Se lo comunicas a
l oficial jefe y nos ocuparemos de ello por ti.
Se lo agradezco, Sr. Plunkitt -respondi Beachum en voz baja-. Gracias.
Durante un instante, en la pausa que sigui al comentario, la mirada de Luther se
dirigi al cigarrillo del prisionero. La ceniza haba aumentado y cay en ese momento
sobre la mesa por su propio peso. A pesar de ello, Beachum no alz el cigarrillo,
no movi las manos en absoluto.
En cierto modo, todo ello inquiet a Luther. Tuvo que apartar la mirada. Se esforz
para que su voz sonara activa y formal. Avanz en direccin a los barrotes de la cel
da, con su fina sonrisa bien colocada y la mano gesticulando.
Hay algunas cuestiones que me gustara tratar -manifest-. Lo mejor ser que lo hagamo
s ahora mismo, y as ya olvidamos el tema.
De acuerdo -asinti Beachum.
La cena de esta noche, para empezar. Deseas algo especial? Podemos traerte cualqu
ier cosa que te apetezca.
Un bistec -respondi Beachum aclarndose la garganta-. Un bistec con patatas fritas,
creo -aadi-. Y una cerveza estara bien. Luther inclin la barbilla.
Ningn problema, veremos qu puedo hacer.
Dio otro paso hacia delante. Ahora poda tocar los barrotes con la mano. Una dista
ncia ms ntima. Baj el tono de voz.
En cuanto a los efectos personales y las pertenencias
Los ojos de Luther se desviaron de nuevo hacia las manos del prisionero al ver cm
o caa otro resto de ceniza de su cigarrillo, sin reaccin. Su maldito caf ya debe de

estar fro, pens Luther, molesto consigo mismo por sentirse tan inquieto.
Mi mujer se los llevar -especific Beachum.
Y tus restos? -pregunt Luther-. Si no se puede permitir los gastos del funeral
No, no. Su parroquia ha reunido un poco de dinero. No hay problema.
As que tu mujer reclamar los restos.
Tomando aliento, Beachum se incorpor lentamente en la silla de plstico. Era la pri
mera seal de lo que poda estar pasando por su mente. Ese ligero movimiento tambin d
esconcert a Luther, que sinti un peso en el estmago, revuelto y pesado.
S, seor. Eso es -respondi el prisionero.
De acuerdo.
Luther repar en que su mano, la que tena en el bolsillo, con las llaves, estaba hme
da y sudorosa. La sac y la junt con la otra, pendiendo delante de l como si fuera u
n sacerdote delante de una tumba.
Quisiera explicarte lo que ocurrir aqu esta noche para que no haya sorpresas -anun
ci.
Era la parte tpica del protocolo. En una de las reuniones que mantenan despus de ca
da procedimiento, el equipo de ejecucin de Osage haba decidido que mantener al con
victo bien informado facilitara mucho las cosas. En caso contrario, y habida cuen
ta del nerviosismo creciente a medida que se acercaba la hora de la ejecucin, cua
lquier pequea variacin respecto a lo que el prisionero esperaba tendera a asustarle
y podra causar problemas.
Tendremos que pedir a las visitas que se vayan a las seis en punto -prosigui Luth
er-. Quiz prefieras informarles en caso de que tengan previsto quedarse hasta las
diez. Te traern la cena y ropa limpia. Hay una especie de ropa interior de plstic
o que debers ponerte. Nadie lo ver ni nada parecido, pero es preciso utilizarla po
r razones de higiene. Nos aseguraremos de que te la quiten antes de entregar el
cuerpo a tu mujer. Sobre las diez y media podrs recibir a tu consejero espiritual
tal como has solicitado, si no me equivoco.
El prisionero intent responder pero no pudo. Cerr los ojos un instante y trag saliv
a. Luther continu.
Bajaremos la camilla aqu, a la celda una media hora antes del procedimiento. Te ll
evarn a la sala en cuestin y te pondrn el electrocardiograma y las sondas intraveno
sas en ese momento. Pero no ocurrir nada antes de lo previsto. Empezaremos a las
12.01 horas y justo hasta entonces estaremos controlando los telfonos. Mantendrem
os las lneas abiertas con el fiscal general y el gobernador y las vigilaremos con
stantemente para garantizar que todo funcione como debe. Alguna pregunta?
Beachum solt la respiracin como si hubiera estado conteniendo el aire.
No.
El alcaide dej que su peso recayera sobre el otro pie.
Bien, hay algo ms. Luego te dejar en paz. Se trata del sedante.
Beachum se puso rgido. Sus labios menguaron, y el hilillo de humo que sala de su c
igarrillo se desdibuj con el temblor de su mano.

No quiero ningn sedante.


El sedante es completamente opcional -aadi Luther rpidamente-. Pero te recomiendo e
ncarecidamente que lo tomes porque te tranquilizar mucho -Plunkitt adopt un tono ms
abierto, de hombre a hombre. Haba pronunciado estos discursos las veces suficien
tes como para que los cambios de inflexin se produjeran automticamente-. Cielos, F
rank, lo digo tanto por ti como por m -insisti-. Hacer que todo vaya bien va en in
ters de todas las personas implicadas. El sedante que te darn har que
No lo quiero -respondi Beachum secamente. A continuacin, y dado que en una celda u
no no tiene demasiado poder, pareci contenerse y proseguir en un tono ms razonable
- Aprecio su oferta, seor Plunkitt, pero deseo tener la mente despejada -desvi la
mirada y aadi-: Quiero poder ver a mi mujer, entiende? No voy a poner problemas, si
mplemente quiero estar bien para verla.
De acuerdo -Luther saba cundo desistir-. Es tu decisin. Si cambias de opinin, dselo
l oficial de guardia o a m mismo. Yo slo quera darte unos consejos, eso es todo.
El prisionero mantuvo la mirada baja, observaba sus manos. El cigarrillo ya casi
se haba consumido hasta el filtro y haca que Luther se pusiera muy nervioso. Fina
lmente, Beachum alarg la mano y lo apag en el cenicero de papel de estao detrs suyo.
Luther suspir aliviado.
El alcaide se levant un momento, observando al condenado a travs de los barrotes.
Haba cumplido. Ya no tena nada ms que decir. Permaneci indeciso unos instantes, mien
tras la mano de Beachum alcanzaba de nuevo el vaso de caf. Beachum se lo trag como
si tuviera mal aliento y levant la cara hacia el alcaide.
Plunkitt hizo un gesto rpido con la cabeza y se volvi. Se march en direccin a la pue
rta, sintiendo los ojos del prisionero en su espalda. Esos ojos de un hombre mue
rto, esa cara.
Bajando por el pasillo hacia su oficina, Luther segua molesto consigo mismo. Toda
va poda ver la cara del prisionero. La imaginaba, esa noche, mirndole desde la cami
lla. Pens que era un asco hacer tales reflexiones. Pronto empezara a hablar como e
sas monjas misericordiosas que acudan de vez en cuando a las celdas de la muerte.
O como uno de esos solemnes mentecatos de los telediarios que crean ser los prim
eros en descubrir que los convictos tambin eran seres humanos. Cielos!, anunciaran
ante la cmara porttil, esas personas tienen inteligencia, algunos de ellos, y pers
onalidad y problemas y sentido del humor; y van a matar a uno de ellos. Cielos! L
a pelcula empezar a las once de la noche.
Luther salud con la cabeza y gui el ojo a una secretaria que pasaba. Andaba con pas
o relajado y tranquilo. Esbozaba una sonrisa, suave. Nadie habra podido adivinar
lo que senta. Pero l lo saba. Notaba el peso en el estmago. Era como si le hubieran
colgado un plomo del nmero siete en las tripas con un hilo de seis quilos de resi
stencia. Tena esa sensacin desde que lleg la orden de ejecucin de Beachum. Y haba hec
ho que se enfadara consigo mismo.
Haca aos que trabajaba con criminales. Con hombres realmente peligrosos. Saba que p
odan ser personajes atrayentes. Algunos de ellos inteligentes, divertidos, medita
bundos. Podan iniciar un milln de juegos contigo, utilizarte como un instrumento,
tomarte el pelo con un milln de estratagemas. Por supuesto, eran hombres como l mi
smo, y algunos de ellos haban sufrido mucho en su vida. Pero esa era justamente l
a cuestin: eran hombres. Y los hombres toman decisiones. Eso es lo que hace un ho
mbre. Un hombre es un ser que puede decir no. Y si decides asesinar, acabar con
la vida de la madre de algn nio, con tormento y dolor, cargarte una docena de vida
s ms con rabia y odio, entonces es tu misma humanidad la que te est condenando. Po
rque habras podido decir no. Un hombre siempre puede decir no.

Luther miraba hacia delante mientras andaba y sus gestos se suavizaron un poco.
Arnold McCardle, gordo como una vaca, le estaba esperando en la puerta de su ofi
cina.
McCardle se sent despachurrado en el sof de cuero de Luther. Su camisa blanca sobr
esala ampliamente por la abertura de la chaqueta gris. El arco de su vientre haca
que la corbata roja quedara tan alejada de la hebilla de su cinturn que pareca, o
as lo pens Luther, la corbata de un payaso. Evidentemente, el alcaide adjunto era
un tipo muy alegre, de ojos brillantes y cara amplia, la nariz de patata, que de
jaba traslucir las venas, y las mejillas hinchadas mientras soplaba por el borde
de la taza de caf. La taza quedaba escondida detrs de la manaza que la sostena. Co
n la otra mano golpeaba distradamente una carpeta de papel manila contra la rodil
la.
Con otra taza de caf, Luther se reclin detrs de su gran mesa de color caoba. Hundi s
u sonrisa blanda en el vapor del caf.
Tengo la impresin -coment de que el da de hoy ser una mierda.
No veo por qu -respondi Arnold con un guio.
Alguna sorpresa ayer por la noche?
No seor, ninguna. El prisionero mir una pelcula, concili el sueo alrededor de media
oche y durmi profundamente hasta las seis de la maana. No creo que nos d ningn probl
ema.
Espero que no -dijo Luther. Seguidamente cambi de tema-. Ha llegado Skycok?
Creo que se ha quedado en el bloque de ejecucin. Para alimentar a su beb -aadi Arnol
d con su peculiar sentido del humor.
Reuben Skycock era el ingeniero de mantenimiento de la prisin. l era el responsabl
e del equipo de inyeccin letal y sola mimarlo como una gallina clueca. El da anteri
or haba ensayado todo el procedimiento, utilizando al oficial Allen en el lugar d
el prisionero porque encajaba perfectamente con el peso y la estatura de Frank B
eachum. Allen hizo los tpicos chistes nerviosos mientras permaneci atado a la cami
lla, pero Reuben no esboz ni la ms mnima sonrisa. Verific los cazonetes, el cronmetro
, las luces de alarma. Su cabeza no paraba examinando cada instrumento como si d
e un hijo se tratara.
Pero el ensayo fue bien -inquiri Luther, pensando en voz alta.

Oh, s! -Arnold volvi a hacer uno de sus guios caractersticos-. Le promet a Allen qu
e haramos un entierro cristiano.
La sonrisa de Luther se hizo ms amplia. Arnold movi las nalgas a un lado y a otro
del sof procurando aliviar la comezn que senta en el trasero.
Qu pasa con la ceremonia? -pregunt Luther al cabo de un momento-. Han conseguido org
anizarlo todo?
Arnold sac una hoja de su carpeta de papel manila y la desliz encima de la mesa.
La lista de invitados est completa. Los pases de seguridad hechos. Whelan pidi que
le liberaran de la lista de oficiales de guardia, te lo haba dicho?
S.

Dice que a su mujer no le gusta.


Arnold se sonri satisfecho, pero Luther, mirando la lista de invitados, agreg:
Me parece bien. A Daisy tampoco le entusiasma.
Bajarn los pases de autorizacin a las nueve en punto -prosigui Arnold-. Ya tenemos
la lista de testigos. Qu ms? Hemos puesto barreras. Habrn algunos manifestantes, tan
to en favor como en contra, pero slo lo normal.
Luther dej caer la hoja encima del secafirmas y levant los ojos.
Se ha tomado alguna decisin respecto al camino de la mina?
S -contest Arnold-. Tenas razn. Se ve al ampliar el permetro. Ahora ya est seguro.
Permanecieron sentados y en silencio durante unos momentos. La montaa McCardle se
ensanch al respirar a fondo de manera contemplativa, mirando la carpeta que sost
ena medio abierta con una mano.
Creo que lo tenemos todo controlado, seor P -dijo finalmente-. Incluso tenemos De
bbie Does Dallas para la tropa -concluy cerrando la carpeta de golpe.
Luther solt un bufido. Debbie Does Dallas! El procedimiento operativo estndar en la
s noches de ejecucin consista en poner una pelcula porno suave en las celdas. Dar a
los presos algo en qu pensar, evitar que se volvieran locos. La pelcula en cuestin
no era Debbie Does Dallas, pero a Arnold le gustaba decirlo. Crea que el ttulo so
naba bien. Deca que era para partirse de risa.
Y qu pasa con los telfonos? -pregunt entonces Luther.
Lo dijo secamente y no escuch la respuesta. Su mente haba vuelto al prisionero. Se
lo imaginaba, en lugar de Allen, atado a la camilla. Se figuraba la cara afligi
da y nudosa de Beachum.
Arnold todava hablaba de las comprobaciones telefnicas cuando Luther lo interrumpi:
Tenemos el reconocimiento mdico y todo lo dems? Me refiero al del prisionero.
Oh, s! Lo hicimos anoche. Doc dice que est como un roble.
Y las visitas controladas.
Esposa, hija y sacerdote. Y tu novieta del peridico tambin; vendr a las cuatro.
Luther levant ligeramente la barbilla y la comisura de los labios.
Mea culpa -reconoci, no por primera vez a ese respecto-. No s qu me ocurri.
Dio media vuelta en su silla de respaldo alto hasta que alcanz con la mirada una
foto de su hijo Fred, en la vitrina detrs de l. Sonriendo bonachn, con un corte de
pelo al rape y delgado como un palo. Pareca brillar con su uniforme, con su traje
blanco de gala.
Debe de haber sido el amor -agreg Arnold.
Fue muy persuasiva. Me miraba como si conociera mi secreto ms ntimo y fuera a reve
larlo a todo el mundo si no aceptaba.
Arnold coment algo, pero Luther no le escuch. Lo de los visitantes es triste, pens.

Adems no suelen reconfortar demasiado al hombre que va a morir. De hecho, llegad


o el momento, las visitas finales son la parte ms difcil de soportar para el prisi
onero. Una vez, no haca ni dos aos, Luther vio a un hombre, William Wade, Billy el
Nio Wade, ponerse de rodillas y sollozar al irse su madre despus de hacerle la lti
ma visita. Cay de rodillas y tendi las manos hacia ella como un nio en su primer da
de escuela. Las lgrimas caan por sus mejillas mientras gritaba:
Mam! Mam!
Cinco horas ms tarde, cuando entraron la camilla, volva a ser el vaquero de siempr
e, volva a ser Billy el Nio. Le dio la mano a todo el mundo, le dio la mano a Luth
er e incluso chasque con la lengua. Subi de un salto a la mesa para que le ataran
como un hombre saltara una valla. Lo peor no era la muerte, pens Luther. Al final,
cuando cualquier esperanza es vana, la muerte era algo que un hombre poda acepta
r. La muerte no era ni la mitad de dura que el hecho de decir adis.

Luther bebi un sorbo de caf, mientras contemplaba la foto de su hijo. Esperaba con
todas sus fuerzas que Fred obtuviera permiso el mes de noviembre. Brenda y los
nios vendran. Celebrar juntos el da de Accin de Gracias! Hacer una excursin a los bos
ues, Fred y l, a cazar algn ciervo. Luther era el hombre ms feliz del mundo cuando
poda salir a cazar o a pescar con su hijo.
Djame preguntarte algo, Arnold -se oy decir de repente antes de poder contenerse.
Se volvi para mirar la cara del hombre gordo del sof-. Qu opinas de ese tipo, Beachu
m?
Arnold se ech hacia atrs, casi con un gesto cmico. Su cara gorda pareca replegarse c
omo una de esas mscaras de goma cuando se chafan. Esa pregunta era tan impropia d
e Luther pero Arnold se consideraba un hombre de mundo y pens: Qu diablos! Todos tene
mos momentos ms emotivos en ese trabajo, incluso t, Luther. No podas ser tan duro y
llevar siempre la procesin por dentro. Te habra dado un maldito ataque al corazn.
As que, frunciendo el ceo con actitud sensata, el hombre consider la respuesta dura
nte un momento.
Yo no pienso en Frank Beachum en absoluto, Plunk. A veces pienso en la chica emb
arazada a la que dispar por unos cincuenta dlares. Pero, sobre todo, pienso en cum
plir con mi trabajo.
Por primera vez esa maana, Luther sonri con suficiente satisfaccin como para mostra
r algunos dientes. S, pens. Evidentemente. Eso es.
Siempre podas contar con Arnold para que te tranquilizara.

Durante un buen rato despus de que se marchara el alcaide, frank permaneci sentado
frente a su mesa, con las hojas en blanco delante de l. Le temblaba la mano lige
ramente cuando consigui sostener el bolgrafo. Las palabras de Plunkitt (tus restos
el procedimiento tu funeral) martillaban su cabeza. El reloj en la pared encima de
l oficial Benson segua avanzando, y Frank lo senta avanzar. Desperdiciando los min
utos como pan comido. Resultaba difcil concentrarse, resultaba difcil pensar.

Pero tena que hacerlo. Pronto llegaran. Su mujer y su hija. Ya casi eran las once
y ellas estara all a la una. Tena que hacer esto y tena que hacerlo antes de que lle
garan. Acerc la punta del bolgrafo al papel, como ya lo haba hecho otras veces en l
a maana. Y como las otras veces, permaneci inmvil. Haba escrito esa carta en su ment
e una y otra vez, la haba estado componiendo durante seis aos. Pero no era sencill
o plasmarla en el papel. Era demasiado importante para l. Las palabras reales no
podan surtir el efecto que l deseaba. En su mente las frases eran elocuentes, incl
uso sabias. Sobre el papel eran como ceniza. Lo mismo habra dado quemar la hoja y
dejarla as a su hija pequea.
Alz la mirada, con el estomago contrado y la mente presa del miedo por el paso del
tiempo. Benson le mir con optimismo. Frank saba que el guardia se haba sentido con
trariado porque el no quera ver el video como la mayora de los presos convictos. P
ero las pelculas empeoraban la situacin. Los actores simulaban tener problemas o e
star enamorados, pero el era demasiado consciente de la cmara que les observaba.
Independientemente de lo que dijeran o hicieran, l era demasiado consciente de lo
s actores slo simulaban, hacan su trabajo, el trabajo que les gustaba, esperando p
ara llegar a casa para encontrarse con sus esposas o sus maridos, sus casa y sus
jardines. Le hacan sentirse mal. Le hacan recordar la otra cmara, la que le estaba
mirando, el ojo de Dios. Al mirar una pelcula, poda verse a s mismo a travs de ese
otro ojo, en su cama, contemplando la televisin a medida que los segundos se esca
paban. Frank gir de nuevo la vista hacia el papel. Finalmente, empez a escribir.

Querida Gail:
Esto es un poco difcil para m, porque no estoy escribiendo a la nia pequea que conoz
co, sino a la joven mujer que nunca llegar a conocer. Durante mucho tiempo he est
ado pensando lo que iba a decirle, a ella, a ti, porque deseara darte algunas de
las cosas que no podr ofrecerte a lo largo de los aos. Pensaba que podras leer esta
carta cuando fueras mayor y entenderla, tener una idea de quin era tu padre y de
cunto te quera. Sin embargo, s que no puedo hacerlo, y por eso cuesta tanto empeza
r. Tuve la idea de escribirte todos los consejos, todas las palabras sabias que
tal vez habra podido decirte mientras crecas en casa, conmigo a tu lado, las cosas
con las que hay que tener cuidado, las experiencias que he vivido y que podran a
yudarte a vivir, las cosas que vers y por las que pasars. Supongo que siempre me h
aba imaginado que eso formaba parte de la funcin de padre; yo mismo siempre tuve q
ue aparmelas, pues no tuve un padre que me enseara a hacerlas. Pero quise hacerlas
bien, cario. Espero que lo sepas, aunque ya no est contigo. Quera hacer las cosas b
ien con todas mis fuerzas, porque te quiero a rabiar. Pero el hecho es que lo qu
e pienso mientras escribo estas lneas no tiene nada que ver con lo que hubiera di
cho de todas formas. Y no me refiero a las palabras. Un hombre desea que sus exp
eriencias, las cosas en las que piensa y cree, sean importantes para alguien, y
sobre todo para su hijo, pero yo ni siquiera s si lo son. Lo que realmente es imp
ortante es quin eres, toda tu persona, incluso tu olor, tu risa y tus cosas, y qu
e ests ah, pase lo que pase, que la gente de tu alrededor sepa que puede contar co
ntigo, y eso es exactamente lo que yo no podr hacer. Debes saber que el hecho de
no poder darte todo lo que hubiera querido me est matando. No pienses nunca, ni p
or un solo instante, que no quise estar ah, cada da, en cada momento. Lo quera, per
o las cosas resultaron de otro modo. Eso es lo primero que deseo que sepas.
No quiero pasar mucho tiempo contndote que no hice lo que ellos afirman, me refie
ro a lo de asesinar a Amy. Muchos tipos aqu se pasan el da comentndolo, dicindolo, d
eclarndose inocentes: eso los corroe y se vuelven locos. Espero que tu madre te c
uente la verdad y que la creas porque es una mujer que no miente, como probablem
ente ya habrs descubierto cuando leas esta carta. Pero deseo que lo sepas por m mi
smo; nunca la her ni le hice nada y nunca lo habra hecho. Fue un terrible error qu
e la ley cometi, eso es todo. Tuve algn comportamiento violento cuando era joven y

eso forma parte de mi vida, pero cuando conoc a tu madre cambi completamente. No
deseaba otra cosa que amarla y cuando t llegaste no tena motivo alguno para herir
a nadie. Esto es algo que quiero decir, porque una de las peores cosas de estar
aqu y saber que voy a morir esta noche es la incertidumbre de lo que te ocurrir a
ti, cmo vivirs la experiencia de no tener un padre como yo tampoco lo tuve a pesar
de todo mi amor por ti, y si te sentirs estafada y pensars en el dao que te han he
cho policas, abogados y jueces. Lo que yo quiero, si pudiera salir de aqu y decirt
e algo sobre todas las cosas, es que no ests enfadada por eso todo el tiempo. La
Biblia cuenta que llueve tanto sobre los justos como sobre los pecadores y as ha
sido durante miles de aos; creme cuando te digo que nada cambiar, no en este mundo.
Y cuando ests en un extremo de la historia y eres la parte perjudicada de algo q
ue es un error, te puedes enojar y pensar que todo est trucado y que nunca te dan
un respiro. Y habr gente a tu alrededor, Gail, en todo momento, dicindote que deb
eras estar rabiosa y que adems es bueno sentir rabia porque mira lo que hicieron a
tu padre y que el mundo se debe cambiar de esta manera y de la otra, etctera. Co
n esta carta sabrs que eso no es en absoluto lo que yo habra querido. A mi modo de
ver, Gail, mi pequea Gail, Dios nos da un trozo de tierra, el pequeo trozo de tie
rra que se encuentra justo debajo de los pies. T puedes ver claramente el trozo d
e tierra hasta el final y no debes dejar que nadie se entrometa con sus chismes
y habladuras. Debes asegurarte de que las personas que entren en tu parcela sean
gente de bien, ser buena con ellas y ocuparte de ellas y cuando llegues a mi eda
d, estoy completamente seguro que dirn s, cario, s, y abrirn la puerta para ti. Y nos
otros tambin estaremos ah, celebrndolo contigo, te lo prometo, ms que cualquier otro
. No digas a los dems cmo hacer las cosas bien, ni pienses lo que deberan hacer. Mi
ra en tu interior y busca la manera adecuada de hacerlo, y si eres buena con la
gente que est en tu pequea parcela, ellos tambin lo sern contigo, y eso es un billet
e directo, eso lo es todo. S que las cosas malas duelen, pero debes creer que Dio
s sabe lo que hace. Yo lo creo incluso ahora y eso es lo que te dira si estuviera
aqu contigo.

Pero hay muchas cosas ms. Todas vienen a mi mente de golpe y no puedo escribir co
n la suficiente rapidez. Quiero que escuches a tu madre en todo lo que te diga,
que vayas a la iglesia y que no causes problemas en la escuela. Lee todos esos l
ibros, cario, tal vez ahora no te parezca importante pero a largo plazo lo son to
do, creme. Todo. Los chicos, debes tener cuidado con los chicos sabes? No debes cr
eerte lo primero que te digan. Pero como he dicho, lo escribo y no parece import
ante. No parece tan importante como yo lo veo en mi cabeza y, sin embargo, lo es
. Seguramente mam tambin te lo dir, apostara lo que fuera a que s. Incluso es posible
que te vuelva medio loca con esas cosas. Supongo que siempre ocurre as. Pero no
dejes que eso te aleje de ella. Descubrirs la magnfica persona que es y eso tambin
es importante; no es algo que yo te pueda contar en una carta. De todos modos, i
magino que a estas alturas ya te habrs dado cuenta si no has tomado un camino errn
eo en un momento dado. Tal vez haya una mujer que salga en las noticias que te p
arezca importante, una artista de cine, un cantante de rock o alguien as. Pero re
cuerda: esa gente, Gail, est hecha de papel, slo son imgenes de la televisin. Quiz se
an buenas personas, quiz no, pero t no lo sabes y, de un modo u otro, lo cierto es
que cmo sean o lo que hagan no cambiar nada en tu vida. Da igual que acten de una
forma o de otra. Pero ella s, mam s que importa para ti y para m. No s ni cmo te lo p
dra decir. Para m ella era como la Gracia Divina: estaba perdido y ella me salv. Y
no fue porque dijera algo determinado, sino simplemente porque ella estaba all y
me amaba -Dios sabr por qu- y vi que siempre intentaba hacer lo mejor. Los ltimos s
eis aos, Gail, sin que apenas te dieras cuenta, tu madre ha pasado por un infiern
o, no slo porque su marido estuviera en la crcel, condenado a pena de muerte y tod
o eso, sino porque ha estado enferma, ha perdido la casa, ha tenido que buscar u
na nueva parroquia y muchos amigos la han dejado de lado por culpa ma. Ha pasado
un calvario. Y no estaba en ningn programa de televisin en el que la gente la apla
udiera porque hubiera conseguido superar una adiccin en una clnica magnfica o algo
parecido. Simplemente vena los das de visita y deca, perdona cario, no me he podido
poner aquel vestido tan bonito porque tena una mancha Cielos! Gail, ella no tena nin
gn vestido bonito, yo lo saba. Y ni siquiera nos dejaban tocarnos demasiado tiempo

, nos separaban si nos vean abrazndonos demasiado tiempo. Lo nico que poda hacer era
sentarme a la mesa con ella, cogindole la mano, viendo su sufrimiento sin poder
hacer nada para ayudarla. En cualquier caso, si en algn momento de tu vida dudas
sobre el camino que has de seguir, piensa en todo esto y pregntate si en algn mome
nto ella te ha decepcionado, te ha tratado mal o no ha escuchado lo que decas. Si
alguna vez piensas que todo es un infierno y que no podrs superarlo, piensa en e
lla, cuida de ella Cristo Dios en el nombre de Dios.

No s, Gail. No s si todo esto tiene sentido o significa algo para ti. En el mundo
hay gente mucho ms inteligente que yo, y t seguramente ya sabes cosas que yo ni ta
n slo sospechaba que alguien podra saber. Tal vez el da que leas estas lneas seas un
a catedrtica o una cientfica del espacio o algo parecido y habr palabras mal escrit
as, y vers todos estos consejos y pensars que t sabes ms que ese mecnico que muri ao
trs y que estuvo en la crcel. Y sabes qu?, seguramente sabes ms. Pero no seas tan dur
a. Los cientficos del espacio tambin pasan malas noches, seguro. As que, si todas e
stas palabras no tienen ningn sentido para ti, tal vez lo importante sea que cog e
stas hojas de papel y escrib para ti y que ahora t las coges y las miras y, si pue
des leerlas, o tocarlas, o simplemente olerlas y saber que hubo un tiempo en que
yo estuve aqu, querindote, querindote con toda mi alma, es posible que si alguna v
ez la vida se vuelve difcil, todo sea ms sencillo cuando pienses en esto. No lo s.
No s qu tipo de cosas pasarn ni cmo sers. Este es mi mensaje, Gail, tanto si ests en
a cima del mundo como si alguna vez las cosas no van tan bien. S que despus de hoy
estar en un lugar donde no hay dolor ni sufrimiento, que el Seor Jesucristo me es
tar esperando en la puerta, y estoy convencido de que dir, vamos, Frank, has tenid
o un par de los ah abajo, pero vamos, pasa. Lo que realmente espero, lo que le pid
o a l desde ahora, es que deje lo suficiente de m en este mundo, en esta carta, pa
ra que pueda ayudarte cuando lo necesites y tanto si las palabras importan como
si no, ser como si estuviera contigo y te dijera: Estoy aqu, Gail. Tu padre est aqu.
Tu padre

Frank dej el bolgrafo y levant los brazos, cruzados encima de su cara. Son un gruido
ronco en el fondo de su garganta y su cuerpo tembl como si luchara por mantener e
l control. Benson, desde su mesa, se lo qued mirando.
Frank baj de nuevo los brazos y se sent inmvil en la silla mirando a su alrededor n
erviosamente.

Cuando entr, la sala de redaccin no tena un aspecto muy alentador. Titube en la puer
ta y me qued mirando desdichado las mesas marrn claro coronadas por los monitores
de color blanco, casi gris. Los trabajadores ms madrugadores ya haban fichado. Haba
un par de reporteros tecleando frente a sus ordenadores y la editora de ecos de
sociedad estaba repasando unos textos en su escritorio de la esquina. Poda or el
sonido de los teclados y el murmullo suave de las pantallas de TV en las estante
ras justo encima de ellos. A m, sin embargo, en aquel momento, la sala me pareca in
mensa y cualquier cosa menos vaca, cualquier cosa menos silenciosa. Slo un detalle
del paisaje me llam la atencin, amenazante como una colina rocosa, negra y ceuda e
n la distancia: era la figura de Bob Findley. El redactor jefe del peridico, mi j
efe y el marido de mi amante.

Estaba sentado frente a la larga mesa al otro extremo de la sala. Finga que estud
iaba los papeles que sostena en la mano, pero en realidad observaba la puerta de
entrada. Me estaba mirando a m.
Y qu era lo que vea? Odiaba pensar en ello, pero no poda evitarlo. Imaginaba lo que
deba de pensar de m. No soy alto, pero s de talle delgado y de espaldas anchas y mu
sculosas debido al levantamiento de pesas. A los treinta y cinco, todava tengo la
cara de un avispado estudiante universitario, juvenil y picaruelo, con el pel co
rto y rizado de un negro azulado, las cejas angulosas de aspecto malvado y una s
onrisa aguda. Mis ojos, discretos tras las gafas de fina montura metlica, son de
color verde. Segn dicen, dan la impresin de estarse riendo de la persona a la que
miran, y creo que es bastante cierto. En definitiva, tengo el aspecto del tpico h
ijo de puta que deseas ver alejado de tu mujer. Bob, pens, deba querer lanzarme un
buen puetazo directo a la cara.
O quizs estuviera siendo injusto con l. Tal vez eso fuera lo que yo habra hecho en
su lugar. En cualquier caso, su expresin debi de transformarse al verme entrar, o
cambi el color de sus mejillas porque, un segundo ms tarde, Jane March sigui su mir
ada subrepticia, se gir y me mir por encima del hombro. Frunci las cejas y yo casi
poda orla preguntndose qu diablos pasaba.
Tragu saliva y solt un silbido suave. Resulta imposible guardar un secreto en una
sala de redaccin.
Con las manos en los bolsillos, de manera tan despreocupada como pude, avanc, ser
penteando de un lado al otro del pasillo, hacia el despacho de redaccin. Me parec
i un camino muy largo. Bob, fingiendo que estudiaba unos papeles, no apartaba la
mirada de m. Sus ojos azules mostraban las enojadas profundidades de las mazmorra
s, pens, aunque su cara nunca perda la compostura acerada.
El camino sin fin termin y me plant delante de su mesa. Bob levant la mirada y me c
astig con sus ojos de mazmorra. Jane March alz la vista hacia m, luego hacia Bob y
finalmente de nuevo hacia m sin pronunciar una sola palabra. A pesar del aire aco
ndicionado de la habitacin, not que el sudor descenda por la espalda empapando la c
amisa. Not que la angustia se esparca por mi columna vertebral como una mancha.
Buenos das a todos! -exclam soltando una risita-. Ey! -aad como un idiota.
A continuacin me aclar la garganta.
Durante un buen rato no obtuve respuesta alguna. Bob me miraba. Jane le miraba a
l y luego a m. Era una mujer bajita, con la espalda encorvada, de unos cuarenta ao
s y con una cara ansiosa y pasada. Haba trabajado en el News durante muchos aos. E
ra como un muerto viviente y una especie de ancla para aquellos jovenzuelos que
pretendan subir con demasiada rapidez.
Bob respir profundamente, tomndose su tiempo.
Has recibido mi mensaje -dijo al fin.
S -respond asintiendo con la cabeza tan compungido como pude.
Dej los papeles en la mesa delante de l.
Michelle Ziegler ha sufrido un accidente de coche -explic.
Lo expuso de un modo terminante, cruel, como si lo tuviera bien merecido, como s
i no hubiera ocurrido si yo no hubiese estado en la cama con Patricia. Sin embar
go, al principio no me caus ninguna impresin. Estaba tan obsesionado con el proble

ma que tenamos los dos que Adems, durante un segundo insensato, pens que poda tratars
e de una de sus bromas estpidas por despecho.
Qu? Michelle?
Est en coma -prosigui Bob framente-. Los mdicos creen que morir.
Oh, no! Dios! -En ese momento lo sent. Mis rodillas flaquearon, sent un estremecimie
nto de horror en las ingles-. Slo tiene veintitrs aos, ms o menos. Acaba de salir de
la universidad. Acaba de acaba de salir de la universidad.
S -afirm Bob. Su voz sonaba triste, ahora, resueltamente decente como era en reali
dad-. Supongo que eso no importa demasiado cuando chocas a toda velocidad contra
una pared.
La curva del hombre muerto -aadi Jane March.
Oh, no! -exclam-. En el aparcamiento? En ese giro? Dios!Y creen que no se salvar?
Ahora mismo eso es lo que parece -observ Bob.
Dios, oh Dios! Esa zorra estpida. Pobre criatura! Acaba de salir de la universidad.
As, por un momento, el pequeo percance desagradable entre mi pene y la mujer de Bo
b qued relegado a segundo trmino por la imagen de Michelle. Poda ver su gracioso cu
erpo explotar contra el parabrisas. Poda sentir el impacto entre mis muslos helad
os. Qu diablos haba estado haciendo?, pens. Bebiendo con sus amigos intelectuales. R
iendo con ellos, ironizando sobre sus ignorantes colegas hasta el amanecer. Dema
siado segura de s misma como para no entrar en su coche. Demasiado terca para dej
ar la carretera. Quera zarandearla por ser tan terca, tan segura de s misma. Dese h
aberlo hecho la noche anterior. Vete a casa, es lo que le debera haber dicho. Quda
te en casa y escribe una historia mejor. Haz algunas llamadas, concreta los hech
os. Escrbelos tan bien que no les quede ms opcin que publicarlos. Me hubiera escuch
ado. No s por qu, pero siempre lo haca. Y acababa maldicindome y tachndome de fascist
a, cerdo y no s cuntas cosas ms, pero siempre me escuchaba. Habra tenido que atrapar
la por su blusa estpida y sacudirla hasta que los ojos se le salieran de las rbita
s.
Pero ahora era demasiado tarde. Bob y Jane me miraron fijamente, y toda la situa
cin se cristaliz en mi mente. Me levant las gafas con una mano y me frot el puente d
e la nariz. Comprend toda aquella historia ridcula y me sent mal.
De acuerdo -dije con un suspiro-. Todo esto apesta. Apesta de verdad.
Bob asinti con la cabeza y frunci el ceo.
Yo me ergu.
Bueno, qu necesitas?

Sigui mirndome, absorto en sus pensamientos ocultos tras su expresin impasible. Me


dio asco. Cmo se haba enterado? Por qu tena que enterarse? Dese que me maldijera por
lo. Dese no haber visto nunca a su miserable mujer. Habra querido volver a la poca
en la que se poda salir fuera y batirse en duelo. Pistolas al amanecer en un bois
de Bologne. Hubiera sido ms fcil de soportar que todo aquello.
Michelle tena una entrevista programada con Frank Beachum -explic Bob al fin.
Frank Beachum -repet.

Estaba pensando de nuevo en las piernas esbeltas de Michelle, en sus huesos queb
radizos; en el cuerpo alto y fuerte de Patricia, en su pecho bajo mi mano. Entre
tanto, la mirada inmutable de Bob me consumi e hizo que las imgenes se desvanecier
an.
De acuerdo -respond pestaeando-. De acuerdo. Frank Beachum. El tipo al que van a c
argarse hoy. S, lo recuerdo. Michelle tena reserva para el espectculo.
Tambin tena una entrevista con l. A las cuatro, cara a cara, en la celda de la muer
te.
S, s, lo recuerdo.
Alan quiere que hagas el reportaje en lugar de Michelle -dijo Bob.
Alan. De acuerdo -asent.
Empezaba a concentrarme de nuevo. Recib el mensaje. Alan quera que yo sustituyera
a Michelle. Alan me quera, Bob no. Lo que Bob quera era verme hervir como alquitrn
caliente en el fondo de su mirada inquebrantable. Permanec de pie delante suyo co
mo un estpido durante un par de segundos. Intent pensar en la respuesta adecuada.
Intent pensar en lo que habra dicho si no hubiese estado durmiendo con su mujer. S
i slo fuera un reportero a quien se le diera un caso en su da libre.

As que Beachum -coment-. Qu hizo? Yo no estaba en aquel entonces. Mat a una chica o
go parecido.
A una mujer embarazada -aclar Bob con su voz tranquila y controlada-. Una estudia
nte de universidad, Amy Wilson. Durante el verano trabajaba en una tienda de ult
ramarinos en Dogtown. Le deba dinero a Beachum, unos cincuenta dlares ms o menos, p
or unas reparaciones que ste le haba hecho en el coche. La mat de un tiro.
Bien. Algo que deba saber sobre l?
Bob levant el hombro ligeramente.
Trabajaba como mecnico en la estacin de Amoco, en Clayton. Eso es todo.
Es uno de esos locos renacidos -se entrometi Jane March inesperadamente.
Me sent aliviado (y encantado) de tener un excusa para escapar de Bob y prestarle
atencin a ella. Sin embargo, todava poda percibir su mirada, sus ojos, como dos fi
nas hileras de dientes royendo mi perfil mientras la miraba.
S, todos parecen renacer ante la galera de la muerte -observ-.Ese lugar parece tene
r la tasa de natalidad ms elevada del pas.
Eh, eh, no tan de prisa -replic Jane-. No seas tan cnico. Ya haba renacido antes de
que todo esto empezara. En el pasado haba tenido profesiones varias, sin domicil
io fijo. Naci en Michigan, creo. Familia rota y madre alcohlica. Haba estado en la
crcel antes por asaltos violentos, disputas en bares y ese tipo de cosas. Y luego
me parece que pas tres aos en la prisin del estado por golpear a un polica porque i
ntentaba multarle.
Parece un tipo razonable.
Pero estaba completamente limpio desde haca unos cuatro aos antes del asesinato de
Wilson. Sali de ese mundo y conoci a su mujer, Bunny o Bonnie o Bipsy o algo as. E
lla tambin es una renacida. Me parece que fue ella quien le llev hasta Jess.

S, conozco ese tipo de gente que forma clanes -coment-. Chico conoce chica, chica
salva alma de chico, chico y chica se van de juerga asesina interestatal.
Cnico, cnico -Jane March frunci los labios remilgadamente-. Eran muy majos. Tuviero
n una hija y compraron una casa en Dogtown. El tena su empleo como mecnico y ella
se ocupaba del beb. Formaban la familia americana perfecta. El hombre estuvo comp
letamente limpio durante tres o cuatro aos. Luego, un cuatrode julio, entr en la t
ienda de ultramarinos, la tienda de Pocum en Dogtown. Amy Wilson estaba en la ca
ja, le dice que no tiene el dinero que le debe
Y el viejo Frank simplemente pierde esos asquerosos estribos suyos.
Eso parece.
Ts, ts. Espero que al menos haya mostrado su arrepentimiento.
Bueno, no. La verdad es que en eso ha sido un poco lento -aclar Jane March-. Insi
ste en que slo fue a la tienda a comprar salsa A-1 para la carne para poder hacer
el picnic del 4 de julio.
Ya! Una historia muy convincente.
S, eso es lo que pens el jurado. El hecho de que un tipo que estaba en la tienda l
o viera salir con la pistola an humeante no le ayud mucho. Y luego una pobre mujer
que no tena ni idea de lo que pasaba casi lo atropell en el aparcamiento.
Salsa A-1! Me gusta! Muy bueno! -me re.
Lo que Michelle quera con su historia era -La voz baja, contenida y penetrante de
Bob hizo que me volviera hacia l y me record el ambiente nauseabundo que haba entre
nosotros y la conversacin que no estbamos teniendo cuando Jane March empez a habla
r-. Lo que quiero con esta historia -prosigui con la mano en alto, explicando las
cosas con su tpico estilo de profesor de escuela- es el inters humano, de acuerdo?
Qu es lo que se siente al estar en la galera de la muerte el ltimo da. No lo sobrec
argues con detalles sobre el caso. Ya hemos hablado suficientemente del tema, la
s apelaciones y todo eso. Quiero saber el aspecto de la celda, la pinta de Beach
um y lo que le ronda por la cabeza. Una crnica de inters humano, eso es lo que qui
ero. Entendido?
S, por supuesto -respond.
Me sub las gafas que se me haban deslizado por el sudoroso puente de la nariz. Est
o casi ha terminado, me dije a m mismo. No ser demasiado horrible. Todava no, ahora
no. Primero hablaramos de la historia. As era como Bob haca las cosas. Profesional
, ordenado, tranquilo. Primero hablaramos de la historia y lo dems vendra a continu
acin. De momento, lo nico que tena que hacer era mantener la boca cerrada y la cabe
za gacha; hacer el trabajo, cumplir con el encargo y conseguir pasar el da sin en
carar el terrible desastre que sin duda se avecinaba. Pasaramos el da de hoy, y maa
na quiz se acabara el mundo. Quin sabe? Tal vez tendra suerte.
Crnica de inters humano -repet-. Entendido.
Me pareci adivinar una mueca de aversin en la boca de Bob durante un segundo, pero
su cara redonda y juvenil recobr la impasibilidad, la expresin tranquila y los oj
os azules de nuevo en sus profundidades.

Siento haberte llamado en tu da libre -puntualiz sin la ms mnima inflexin en la voz.


Eh S claro bueno, ningn problema. Era una emergencia -respond.

S -aadi Bob-. Lo es.


Jane March le mir, me mir a m, y de nuevo a l. Se enterara de la verdad antes de que
pasara mucho tiempo, estaba seguro de ello. Todo el mundo en el maldito edificio
se enterara de la verdad antes de que pasara mucho tiempo. Y tambin lo sabra mi mu
jer, Barbara. No quera ni pensar en ello.
Bien. Perfectamente. De acuerdo -dije-. Estar me pondr manos a la obra.
Silenciosamente, cant un aleluya cuando, al fin, pude girarme y dirigirme hacia m
i mesa. Senta el basilisco a mi espalda, pero saba que si continuaba caminando tod
o ira bien. Llegara hasta mi silla. Enterrara la cabeza en la historia. Entregara la
copia al final del da, volvera a casa y desaparecera sin dejar ninguna direccin. Al
go. Ya pensara en algo. Sent que la boca del estmago empezaba a relajarse a medida
que me apresuraba a salir de la sala.
Tres pasos. Me quedan tres pasos. Entonces podr detenerme.

Mierda!, pens. Se me haba ocurrido una pregunta. En un da normal habra resultado sen
lo dar media vuelta y hacer la pregunta al redactor jefe. Pero hoy no me pareca n
ada fcil. Mi estmago se volvi a contraer inmediatamente. Imagin el sudor de la espal
da tiendo de gris mi camisa blanca con la mirada de Bob. Supuse que l quera que yo
apareciera de nuevo tan poco como yo volverme a presentar. Me dije a m mismo que
era mejor no ir. Me dije a m mismo que olvidara la pregunta, volviera a mi mesa y
me pusiera a trabajar.
Entonces me gir. Vi los labios de Bob apretados con fuerza.
Mmmh, por qu no oy los disparos? -pregunt.
Los labios de Bob palidecieron.
Los disparos -repiti en voz baja.
Not que la cara se me acaloraba, sent un escozor debajo del lmite del pelo.
Perdn, yo slo La mujer de en el -en el no s qu- en el aparcamiento. Jane dijo que
jer no tena ni idea de lo que pasaba, pero Quiero decir que si estaba fuera debera
haber odo los disparos no? -Mi voz se desvaneci poco a poco. Un nudo de temor nausea
bundo subi en espiral del estmago hasta la garganta.
Las mejillas de Bob haban enrojecido.
Todo tiene una explicacin. El enrojecimiento de las mejillas de Bob Findley era u
n fenmeno observado con terror por cada uno de los miembros del personal de redac
cin. Y haba razones para ello. Cuando las mejillas de Bob enrojecan, quera decir que
lo habas enfurecido. A pesar de su vida laboral tranquila, su carcter atento, sus
esfuerzos permanentes de justicia y decencia, t y slo t habas conseguido echar una
cerilla en el depsito de gasolina de su ira. Y no era un evento feliz. Haba histor
ias. Historias sobre lo que l haba hecho a las personas que haban conseguido hacerl
e rabiar. No eran historias de explosiones o diatribas. Bob no explotaba. No gri
taba ni lanzaba muebles. Pero si conseguas encolerizarle, hacerle rabiar lo basta
nte a menudo o con suficiente intensidad, te haca pagar por ello. Con paso lento
pero seguro. Te borraba del libro de la vida. Cuenta el saber popular del peridic
o que ocurri una vez, con una mujer dura y veterana que pona continuamente en entr
edicho su joven criterio. Los enterados del peridico dicen que ahora trabaja como
crtico de televisin en Milwaukee, aunque quizs exageraron con el golpe de efecto tt
rico que le dieron a la historia. Nadie quera descubrir la verdad y yo todava meno
s, habida cuenta de las circunstancias. Cuando las mejillas de Bob se pusieron e
scarlata de furia, mis dientes se cerraron con fuerza y mi cabeza tuvo una sacud

ida hacia atrs como si una granada hubiera explotado a mis pies.
Y Bob, tranquilo, enrojecido, casi vibraba en su silla. Despacio, muy despacio,
dijo:

No lo s, Steve. No s si habra odo los disparos o no. Quiz los oyera. No lo s. Lo qu


e gustara que hicieras, por favor, es conseguir una entrevista con Frank Beachum
sobre sus sentimientos en el da de hoy. Luego deseara que transcribieras esa entre
vista como una crnica de inters humano. Crees que puedes limitarte a hacer eso, por
favor?
Sss, claro, por supuesto, sin duda Bob, claro -contest.
Gracias -dijo Bob.
Cogi los papeles de su despacho de nuevo y se puso a estudiarlos, dando por concl
uido el tema. Jane March, con los ojos como platos, hinch los carrillos y respir c
on fuerza como diciendo Uuauhh!
Gir sobre mis talones y cruc de nuevo el umbral como un rayo.
De acuerdo -murmur mientras avanzaba en lnea recta hacia mi despacho-. Una crnica d
e inters humano. S, claro, no faltara ms, en seguida, por supuesto.

Me dej caer aliviado en mi silla giratoria y conect el terminal. Mientras se encen


dan las luces, mi mano se dirigi al bolsillo de la camisa. Ya casi haba sacado un c
igarrillo cuando me acord de la norma. La poltica antitabaco. Bob haba colaborado e
n su aplicacin y lo cierto es que nuestro Bob se preocupaba mucho por nuestra sal
ud. Pens que hoy no era un buen da para violar la norma.
Escrib Beachkil en el teclado y el archivo apareci en la pantalla. Se trataba de u
na seleccin de historias, desde el primer da hasta la vista de la causa. Las oje rpi
damente, cogiendo slo lo fundamental. La historia que compuse fue la siguiente:
El cuatro de julio, hace seis aos, una estudiante universitaria de veinte aos de e
dad llamada Amy Wilson recibi el impacto de una bala del 38 en la garganta mientr
as despachaba detrs del mostrador en la tienda de ultramarinos Pocum, en Dogtown.
En aquel entonces, estaba embarazada de seis meses y tanto ella como el beb pere
cieron. Era una estudiante becaria de segundo ao en la Universidad de Washington
y estaba casada con un estudiante de derecho, Richard Wilson. Durante el verano,
trabajaba en la tienda de ultramarinos para contribuir a la economa familiar.

Justo antes de que tuviera lugar el tiroteo, Dale Porterhouse, un asesor fiscal
que pasaba por la zona, pidi permiso para utilizar el aseo de la tienda. Ms tarde,
testific en el juicio contra Frank Beachum. Segn su versin, al entrar en el aseo o
y cmo Amy Wilson le deca a Beachum que no le poda pagar los cincuenta dlares que le d
eba por la reparacin del carburador de su vieja Impala. Momentos despus, desde el b
ao, segn prosigui Porterhouse, oy a Amy que chillaba diciendo No, por favor! Eso no!
s el grito, oy un nico disparo. Porterhouse se cerr la cremallera de los pantalones
y sali corriendo hacia la entrada, al fondo de la tienda, justo a tiempo de ver

cmo Frank Beachum se alejaba corriendo. Beachum, dijo, sostena una pistola en la m
ano derecha. Porterhouse le identific en la comisara de polica ese mismo da.
Porterhouse explic que se haba acercado a toda prisa hasta la mujer embarazada que
vaca en el suelo. Sufra convulsiones y gorgoteaba, content, aunque el mdico forense
testific que lo ms probable era que en ese momento ya estuviera muerta. Porterhou
se afirma que la sangre sala a borbotones por la herida de bala de la garganta y
que tena los ojos abiertos de par en par. Segn su declaracin, pareca aterrorizada.
Nancy Larson, ama de casa y madre de tres nios, tambin testific en el proceso. Iba
de camino a un picnic, manifest, y haba aparcado su Toyota azul para comprar una b
otella de gaseosa en la mquina apoyada justo contra la pared de la tienda de ultr
amarinos. Testific que casi atropell a Beachum cuando ste se diriga hacia su coche.
Ella sac la cabeza por la ventana para disculparse, pero l ni siquiera se gir y se
limit a hacer un gesto con la mano. La seora Larson no vio la pistola de Beachum,
pero la polica la encontr ms tarde en la curva, como si alguien la hubiera lanzado
desde la ventana de un automvil. No estaba registrada y tampoco tena ninguna huell
a. Result imposible descubrir su procedencia.
Pareca que el caso haba sido cubierto ampliamente por los medios de comunicacin. A
la gente del barrio le gustaba Amy. Era atractiva, educada e inteligente. Todas
las historias sobre su asesinato adoptaban un tono de indignacin moral. A los per
iodistas les encantan los escndalos morales. Creen que indignndose demuestran su m
oralidad, y los polticos igual. Wally Cartwright, el ayudante de la fiscal que ll
ev el caso, haba puesto en evidencia su indignacin anunciando que pedira la pena de
muerte. Hizo el anuncio con su jefe, Cecilia Nussbaum, delante de los viejos juz
gados donde empez el caso Dred Scot. Cartwright y Nussbaum queran demostrar que la
pena de muerte era vlida para todo el mundo, blancos o negros. No haca mucho tiem
po que el Tribunal Supremo haba destacado la existencia de un predominio de negro
s condenados a la pena capital. Los votantes de raza negra tambin insistan en ello
. De un modo u otro, los fiscales se las agenciaron para mostrarse vilipendiados
por l caso Frank Beachum y el caso Dred Scot al mismo tiempo.
Eso era todo, todo lo que necesitaba saber. Diez minutos despus de encender mi or
denador, cerr el archivo Beachkil y me reclin en la silla. Pens en Amy Wilson. Atra
ctiva, inteligente y educada, record. No eran palabras muy interesantes. No evoca
ban realmente a la nia pequea educada por sus padres o el tipo de mujer que se acu
rrucaba junto a su marido por la noche. Muerta con un disparo por cincuenta pavo
s. No, por favor! Eso no! Pens en Michelle y en sus frgiles huesos y en el parabrisa
s y en cmo el electrocardigrafo mostrara una lnea plana mientras las enfermeras luch
aban en vano para mantenerla con vida. Me pregunt lo que escribiramos sobre ella.
Pequea universitaria pesada. Sonre pensando en su forma de ser y mi mirada se fij o
ciosamente en el punto contra el que haba golpeado el puo la noche anterior. Bob F
indley haba puesto el trasunto sobre el juicio de Beachum en una caja justo por a
qu, al lado del teclado del ordenador. Vagamente, estir un dedo, cog la caja por el
extremo y me la puse sobre las rodillas. Cmo pudo ser que aquella mujer, Larson,
no oyera los disparos?, pens.
Quieres un caf, Ev? Vuelve a estar de moda como reconstituyente matinal.
Bridget Rossiter, la redactora de sociedad, pas justo detrs de m. Era un torbellino
compacto de energa, con una maraa de pelo rojizo que rodeaba su cara pecosa. Los
pantalones de vestir y el jersey que llevaba ponan en evidencia su figura: tena lo
s pechos lo suficientemente grandes como para inspirar toda una serie de comenta
rios en la sala de redaccin. Avanzaba en direccin al vestbulo.
Dios te bendiga, Bridge -respond-. Que sea grande.
Ahora las mujeres podemos ir a buscar caf en la oficina porque la mejora en las o
portunidades laborales nos ha dado confianza en nosotras mismas -replic.

Maravilloso -observ-. Bien cargado, por favor.


El trabajo de Bridget la haba vuelto loca.
Estaba a punto de empezar a mirar el trasunto sobre el juicio cuando me percat de
la hora que marcaba el reloj de la sala de redaccin. Cielos! -murmur. Eran casi las
11.30 horas-. Mi mujer! Mi mujer! Ella pensaba que estaba en el gimnasio. Seguro q
ue ya se estaba preguntando dnde estara a estas horas.
Cog el auricular del telfono, marqu el nmero de mi casa y encaj el telfono debajo de
i odo. Con una mano atrap la copia de la caja, apilando las hojas bruscamente por
grupos sobre la mesa. El voir dire, los argumentos iniciales Con la otra mano, si
n pensar, como cuando uno habla por telfono, saqu el paquete de cigarrillos del bo
lsillo y me puse uno en la boca. Empec a buscar el encendedor cuando me acord de B
ob y cuando la lnea empez a sonar todava tena el cigarrillo entre los labios.
Dgame? -La voz de Barbara era suave y profunda. Siempre pareca ajetreada cuando con
testaba el telfono. Sonaba molesta, como si la hubieran interrumpido. Poda or la vo
z de nuestro hijo, Davy, al fondo. Estaba cantando una cancin que haba aprendido e
n Barrio Ssamo sobre cmo todos los miembros de la familia tenan que trabajar juntos
.
Soy yo, cario -respond.
Steve? Dnde ests?
Solt un suspiro, la tpica espiracin de hombre trabajador y cansado.
Estoy en el peridico. Me han enredado.
Oh, no! Cmo te encontraron? Llamaron aqu, pero yo no supe decirles dnde estabas.
Cmo haba descubierto Bob dnde estaba?, pens.
Me detuve a recoger algo al volver del gimnasio -dije-. Me atraparon.
La facilidad que tena para inventar mentiras era increble. Ya ni tan slo tena que pe
nsarlas, parecan el lenguaje natural de la conversacin conyugal.
Hubo una pausa. Poda imaginrmela, a ella, a mi mujer, con la mano en la cadera y l
a cabeza ladeada hacia el auricular. No sospechaba, simplemente estaba molesta p
orque haba vuelto al trabajo despus de haberme pasado todo el fin de semana en el
peridico.
Durante la pausa, desvi la mirada hacia la copia que tena sobrelas rodillas. Me qu
it el cigarrillo de los labios con un movimiento brusco y empec a pasar las pginas,
hojendolas, buscando algo sobre la testigo del aparcamiento.
Bien -continu Barbara al fin-. Deja que te diga algo. Prometiste a Davy que le ll
evaras al zoolgico.
Cielos! El zoolgico. Lo olvid -lament con una mueca de dolor.
Ha estado hablando de ello toda la maana.
No hice ningn comentario. Mi atencin estaba dividida entre el amargo bao de culpabi
lidad que acababa de sentir y las palabras que mis ojos haban captado:
Testigo: Me iba del aparcamiento. Slo haba entrado en l para comprar un refresco en

la mquina. Hay una mquina expendedora.


Tiene que ser ella, pens.
Steve? Me has odo? Te est esperando. Ha estado hablando de ello toda la maana.
Qu? -pregunt-. Ah, s, s, lo s. Cielos, lo siento de verdad.
Adems has estado trabajando todo el fin de semana. Hace das que no te ve.
Lo s, lo s
Fiscal: Yen aquel momento vio al acusado, seora Larson?
Testigo: S, casi lo atropello cuando iba marcha atrs.
S, ya s que es tu trabajo, pero me parece una idea psima que le dejes plantado otra
vez -replic Barbara.
De acuerdo, de acuerdo, tienes razn.
Mis ojos seguan avanzando por la pgina. Automticamente, mi mano cogi el encendedor d
e plstico de mi bolsillo y, sin pensar, acerqu la llama al cigarrillo mientras seg
ua leyendo.
Testigo: De repente se encontraba all, justo detrs mo. Supongo que debi de salir de
la tienda.
Defensa: Protesto.
Juez: Se acepta. Por favor, no suponga seora Larson. Dganos simplemente lo que sab
e.
Vers, ha habido un accidente -creo que dije-. Te acuerdas de Michelle Ziegler? La
conociste en Navidades.
Oh, s aquella universitaria que te segua a todas partes.
S. Bueno, se estrell con el coche contra una pared cerca de la curva del hombre mu
erto.
Fiscal: Pudo darse cuenta de si el acusado iba corriendo en ese momento?
Testigo: S, s. Iba corriendo.
Fiscal: Y sigui corriendo despus de que casi le atropellara? Testigo: S. Le llam, per
o apenas se detuvo. Ni tan slo se gir.
Oh, no! -exclam Barbara con un tono como si lo sintiera de verdad. Saba que se lo t
omara as; Barbara es una mujer muy compasiva-. Est herida?
S, parece ser que tiene fracturas por todas partes. Los mdicos no creen que salga
de sta.
Dios santo! Es terrible! Pero si era una nia
Mmmh, s -murmur, leyendo la copia-. Es horrible.
Fiscal: Seora Larson, pudo ver si el acusado llevaba algo en la mano?

Testigo: S, llevaba algo. Algo en la mano.


Fiscal: Y podra decir qu era?
Testigo: No, no pude ver exactamente qu era.
Pareces muy triste -prosigui Barbara.

Qu? -Levant la cabeza un momento. Triste por qu? De qu demonios estbamos hablando
taba concentrarme en la conversacin. Los disparos, pens-. Bueno, ya sabes, me gust
aba esa chica -dije-. En fin, me gusta. Era como una nia es una nia. Era una buena
chica.
Qu quieren que hagas? Que cubras algn reportaje en su lugar?
Di una calada profunda al cigarrillo y entonces record que no habra debido encende
rlo. Pero era demasiado tarde, me estaba sentando de maravilla: ese humo balsmico
dentro de m mientras se me secaba el sudor de la espalda. Exhal agradecido. A tra
vs de la nube de humo vi a Bob sentado inmvil en el despacho de redaccin. Me estaba
mirando. Permanec clavado en mi silla y desvi la mirada.
S, exacto -respond-. Tena una autorizacin para la ejecucin de Osage esta noche.
Tras el comentario hubo otra pausa. Una pausa ms enojada que si yo fuera el juez.
Cmo poda ser que no hubiera odo los disparos?, reflexion. Estaba en el aparcamiento
justo al lado de la tienda. Volv a dirigir la vista hacia la copia. Arranqu de un
tirn otra hoja y la dej sobre la mesa.
Bueno, al fin y al cabo eso es lo que te gusta, no? dijo Barbara secamente. Era u
na mujer muy seca tambin, mi esposa-. Supongo que pensars que es demasiado diverti
do como para perdrtelo.
Qu? -pregunt, buscando el testimonio de Larson.
Bueno, quiero decir que podran llamar a otra persona, Steve. T has estado trabajan
do todo el fin de semana.
Mira, no se
Esto no iba bien. As me resultaba imposible concentrarme. Necesitaba tiempo para
leer el trasunto con detalle.
Oye prosegu, te dir lo que vamos a hacer. No tengo que ir a la penitenciara hasta l
as cuatro y de hecho ya tengo toda la informacin que necesito. Podra venir y recog
er a Davy ahora para llevarlo al zoolgico y volver a casa sobre las tres, de acuer
do?
Y qu pasa con su siesta?
Qu?
Se supone que tiene que dormir un poco justo despus de comer.
Me llev la mano que sostena el cigarrillo hasta la frente y me frot la cara intenta
ndo pensar. Mis ojos se haban desviado una vez ms hacia el documento.
Su siesta -repliqu.
Fiscal: Seora Larson, antes de que Frank Beachum se pusiera detrs de su coche, se a
percibi de algo que le pareciera poco comn?

Testigo: No, de nada.


Ya est, pens, el fiscal le har la pregunta directamente para cargarse el argumento
de la defensa.
Se pone muy nervioso por la tarde si no echa una siestecilla -coment Barbara.
S, ya, bueno. No puede tomar un poco de caf o algo?
Steve, tiene dos aos, recuerda.
S, s, era una broma.
Ah -Barbara no tena ningn sentido del humor. Suspir. Era la tpica madre pesada y obs
esionada-. De acuerdo, mira
Fiscal: No oy ningn disparo, ningn grito?, le.
Mir hacia arriba mientras mantena el dedo marcando el punto. El cigarrillo, pintad
o ahora entre mis labios, envi una lnea de humo directa hacia arriba que me oblig a
entornar los ojos.
Cmo? pregunt.
Deca que vuelvas a casa tan pronto como puedas. Se acostar ms temprano esta noche y
ya est.
Bien, perfecto. Estar ah dentro de media hora.
No s por qu tenas que ir al peridico en tu da libre.
Lo siento, ha sido un error estpido.
De acuerdo -dijo Barbara severamente-. Dentro de media hora estar listo.
Magnfico. All estar.
Colgu el auricular del telfono.
Al fin pude reclinarme tranquilamente en la silla, poniendo los pies encima de l
a mesa. Me puse a estudiar la copia con los ojos entornados y mordisqueando el c
igarrillo.
Es la hora del caf! -grit Bridget.
Entr como Pedro por su casa con una endeble bandeja de cartn llena de donuts y vas
os de plstico. Deposit una taza enorme encima de la mesa justo detrs de mis zapatos
.
Oh! -exclam, ladeando la cabeza en direccin al cigarrillo-. Cada vez hay ms trabajad
ores en la oficina que insisten en no inhalar humo de segunda mano.
S, bueno, tambin hay cada vez ms escoria a la que le importa un bledo -repliqu-. Gra
cias por el caf, eres un encanto.
Acoso sexual? Has olvidado las normas? pregunt moviendo el dedo que apuntaba hacia
m.
Nunca se sabe.

Odio mi trabajo, Ev.


Lo s, cario.
Con una sonrisa tirante reanud su camino llevndose la caja del desayuno.
Pensaba que era tu da libre dijo por encima del hombro.
Lo era. No ves los pies encima de la mesa?
Eso la hizo rer. Sus mejillas pecosas se sonrojaron de repente pareci diez aos ms jo
ven, pobrecilla. La mayora de las veces, su presencia frentica y hostil esparca tal
dolor de estmago a su alrededor que nadie poda soportarla. Incluso a m me haca sent
ir mal algunas veces. Y eso era porque no saba absolutamente nada de la naturalez
a humana. Crea que yo era un slido hombre de familia y un buen marido y padre. Com
o estaba soltera crea que la probidad matrimonial era la principal de las virtude
s y, si alguien le hubiera dicho que Winston Churchill haba echado una cana al ai
re, hubiese querido devolver Polonia a los nazis. Me iba a saber mal cuando se e
nterara de lo mo con Patricia.
Finalmente, solt una bocanada de humo y abr un poquito el cajn del escritorio para
rescatar mi cenicero secreto. Mientras aplastaba el cigarrillo con la mano que t
ena libre ya estaba leyendo la copia de nuevo.
Fiscal: Seora Larson, antes de que Frank Beachum se pusiera detrs de su coche, se a
percibi de algo que le pareciera poco comn?
Testigo: No, de nada.
Fiscal: No oy ningn disparo, ningn grito?
Testigo: No. De todos modos no habra podido or.
Fiscal: Dice que no habra podido or pero usted estaba justo al lado, en el aparcam
iento. No cabe duda de que habra podido or si alguien gritaba o el ruido de los di
sparos, no cree?
S, pens, claro que s.
Testigo: No. Era un da muy caluroso. Tena puesto el aire acondicionado y todas las
ventanas estaban cerradas. Adems llevaba la radio encendida. Hubiera podido or la
bocina de un coche en la calle o algo parecido, pero dudo que hubiera podido or
lo que pasaba dentro de la tienda, fuera lo que fuese.
Fiscal: Gracias, seora Larson.

S, pens, muchas gracias. La silla chirri estrepitosamente cuando puse de nuevo los
pies en el suelo. Volv a dejar el trasunto en la caja y le di una palmadita satis
fecha. Mir el reloj, me levant y alc la mano en direccin a la sala de redaccin.
Me voy a casa un rato -grit-. A las cuatro estar en la penitenciara.
Otro misterio incomprensible quedaba resuelto, pens, y todava me quedaba un montn d
e tiempo para llevar a Davy al zoolgico.

Faltaban menos de noventa minutos para que Bonnie y Gail hicieran su ltima visita
. Frank las esperaba en su celda. Haba terminado la carta a Gail y la haba metido
en el sobre sellado. Para mi querida Gail, en el da de su 18 cumpleaos, haba escrit
o en el sobre antes de guardrselo en el bolsillo trasero de los pantalones. Poco
despus, uno de sus abogados, Hubert Tryron, haba llamado y haban hablado un rato au
nque todava no se haba recibido noticia alguna sobre la apelacin. A Frank no le que
daba ms que esperar la llegada de su mujer y su hija.
As que esper, sentado a la mesa, fumando cigarrillos. A veces se levantaba y pasea
ba de arriba abajo frente a los barrotes de la celda. Otros momentos se limitaba
a echarse en la cama y contemplar el techo blanco. Tambin rezaba. Sin embargo, l
a mayor parte del tiempo permaneca sentado. Sentado a la mesa con un cigarrillo h
umeante en la mano, mirando el reloj a pesar de intentar no mirarlo. Pensando: Oh
, Dios! Dios! No creo que pueda soportarlo.
Se senta como si las arrugas de la piel le fueran a estallar, como si su piel no
pudiera contener el frgido ozono de suspense que lo llenaba, las mareas de dolor
que lo invadan y que nunca acababan de retroceder. Se senta como si su piel se man
tuviera unida por fuerza de voluntad. La cara le haca muecas por el esfuerzo, y e
l puo se le cerraba como si l mismo se instara a hacerlo. Por amor a Bonnie, por a
mor a Gail. Llegaran pronto y era la ltima vez que las vera. Sera el recuerdo que le
s quedara de l para siempre, lo nico que tendran. Se dijo a s mismo que ese era el de
stino de un hombre. Deba mostrarse fuerte para que la gente a la que amaba no sin
tiera miedo. Haba de mostrarse sin miedo para que la gente que l amaba se sintiera
segura. Eso, se dijo a s mismo, es exactamente lo que significa ser un hombre.
Le distrajeron de sus pensamientos cuando la puerta se abri. Demasiado temprano,
pens como si un relmpago le atravesara la mente. Tema no estar preparado para ellas
. Pero quien entr no fueron Bonnie y Gail, sino el capelln de la prisin, el reveren
do Stanley B. Shillerman.
Frank not que la garganta se le estrechaba de indignacin al pensar que uno de lo p
reciados minutos que le quedaban iba a ser malgastado con ese pequeo sapo engredo.
El reverendo Shillerman, el reverendo Gilipollas, como le llamaban los internos
de Osage, se acerc al oficial de guardia, Benson, que se levant para saludarle. Sh
illerman apret con fuerza el hombro de Benson y le susurr algo al odo. Frank pudo or
la risita sofocada del capelln. A continuacin, Shillerman se alej del guarda y Ben
son volvi a su mesa para introducir los datos de esta ltima visita en el diario.
Entretanto, Shillerman se acerc a los barrotes de la celda del prisionero y perma
neci all con las manos entrelazadas, al igual que haba hecho Luther Plunkitt, como
si fuera a elogiar a alguien. A diferencia de Plunkitt, con su traje austero y f
unerario, el reverendo llevaba pantalones tejanos y una camisa blanca abierta. T
ena rasgos plcidos de clrigo y ojos vidriosos, y una voz, con un suave tono perento
rio de plpito, llena de alusiones melanclicas a las nimas errantes.
Ahora su voz sonaba esponjosa, con una pena compasiva.
Buenos das, Frank.
Capelln -murmur Frank entre dientes.

Cmo va todo, hijo?


Frank sinti un sabor amargo en la boca y casi se le escap una sonrisa de desprecio
. En su mente, comparta una broma privada con Jess. Que le den morcilla, le deca a
Cristo. El chiste era que le habra gustado acercarse a los barrotes y convertir e
n morcillas esa cabeza de mierda.
Estoy bien -dijo en voz baja.
Bien, me alegra or eso. De verdad que s -respondi el capelln-. He pensado que tal ve
z en fin, si hay algo que pueda hacer por ti, si hay algo que deseas contarme Quera
que supieras que estoy aqu, a tu disposicin.
Frank se llev el cigarrillo a la boca lentamente. La mano abierta le cubra la part
e inferior de la cara.
No -replic sacando el humo por la nariz-. Gracias, pero no necesito nada.
Shillerman lade la cabeza y cloque como si estuviera afligido. Frank, sin embargo,
estaba seguro de que haba visto una especie de asquerosa decepcin en sus ojos. No
conoca a ningn prisionero, ni a uno solo, que hubiera acudido al capelln en busca
de consuelo o de consejo. El capelln! El hombre de Dios! En Osage se deca que el rev
erendo Gilipollas estaba de parte de los guardias. Andaba como los guardias, agr
esivo, contonendose, descaradamente receloso. Por supuesto, lea la Biblia y celebr
aba misas los domingos, pero sobre todo le encantaba sentir el peso del walkie-t
alkie colgado del cinturn, y se senta especialmente orgulloso cuando el ambiente s
e enrareca y le permitan llevar una porra antidisturbios. Igual que un guardia.
Shillerman se haba pasado doce aos como pastor en una pequea iglesia de un barrio o
brero en St. Charles. Doce aos de seoras de cabellos de oro que preparaban cacerol
as llenas de atn para montar picnics y recoger fondos. Hausfraus gordas y coqueta
s, vestidas sin gusto y dispuestas a contarle todas sus necias moralidades. Y lo
s hombres, sus maridos, sonrindole. Shillerman haba disfrutado de doce aos con esos
hombres y sus sonrisas disimuladamente burlonas. Los hombres le trataban con la
misma galantera despreciativa con la que trataban a sus mujeres: usted, padre, h
abla de conceptos dulces y tiernos, pero ah fuera, en el mundo real, nosotros ten
emos asuntos de los que nos hemos de ocupar. Doce aos con ese trato en la pequea y
sofocante capilla de St. Charles. Despus utiliz la influencia de un familiar para
conseguir el puesto en Osage.
Frank slo saba parte: de la historia, pero no tragaba a Shillerman, y el sentimien
to era mutuo. Frank saba lo que ese bastardo deseaba para l y por qu haba venido hoy
a la galera de la muerte. No era para reconfortarle o darle consejo espiritual,
estaba convencido de ello. A Shillerman le gustaban ese tipo de cosas. El buen r
everendo. Quera formar parte del espectculo, oler la solemne emocin de la ejecucin.
Quera historias para poderlas contar a sus fantsticos amigos. Cmo es, Stan?, le preg
untaran. Cmo se sienten antes de que les conduzcan al momento final? Sentado en su
catre, mirando al predicador entre los barrotes, a travs del humo del cigarrillo,
Frank poda imaginrselo movindose en el silln de su sala de estar, dejando caer pens
ativamente unos cubitos en su whisky, considerando seriamente la cuestin pontific
ando ante sus amigos sobre su amplia experiencia. Saba perfectamente lo que ese b
astardo estaba haciendo all, por supuesto.
El reverendo Shillerman inspir con fuerza y dej caer los hombros. Se estaba prepar
ando para dar su discurso.
Frank dijo con la mayor formalidad y el ceo fruncido, me han dicho que lees la Bi
blia. Es cierto?

El reloj colgado en la pared de hormign detrs de l sigui avanzando, la aguja minuter


a en su crculo sin fin, y Frank quera dispararle a los pies, gritarle: Venga, vamos
, lrgate de aqu. Sera fcil hacerlo. Dejarse llevar. Resultaba sencillo pensarlo: por
u no? Adelante. Qu tengo que perder? No haba duda de que Benson se apresurara a echar
al capelln si el prisionero empezaba a mostrarse contrariado.
Pero Frank no salt ni grit. Tena miedo. Se contuvo con todas sus fuerzas. Bonnie es
taba a punto de llegar, Bonnie y Gail, y lo nico que deba mostrarles era una expre
sin calmada, serena, para que pudieran recordarla de vez en cuando y sentirse tra
nquilas. Si suba el tono de voz ahora, si perda el control, no saba si podra volver
a controlarse de nuevo. No poda permitir que ese charlatn acabara con lo ltimo buen
o que le quedaba. Le tembl la mano al acercarse el cigarrillo a los labios, pero
no pronunci ni una palabra.
A pesar de ello, Shillerman prosigui como si hubiera respondido a la pregunta en
sentido afirmativo.
Eso est bien -dijo-. Eso est muy bien, Frank. La lectura de la Biblia te ser muy til
hoy y para siempre. Pero sabes Frank? -Se apoy sobre los talones, preparndose para
el gran sermn, mientras adoptaba una expresin contemplativa-. No basta con leer la
Biblia. No puede ser suficiente. Lo sabes tan bien como yo. Un hombre no puede
volver a su Creador con sus pecados o con su alma sin haberse arrepentido, con e
l dao que haya podido hacer a sus semejantes ya sabes sin remordimientos.
Sentado ah, odindole, luchando por contener la rabia y el pnico, Frank se percataba
de todo. El clculo atento en el fondo de los ojos del capelln. Sus cejas, seguro
que se las depilaba para mantenerlas tan arregladas. La manera en que utilizaba
tres palabras cuando una bastaba y la forma en que pretenda sonar importante y bbl
ico sin conseguir de hecho pronunciar palabras eruditas.
Shillerman dio un paso hacia los barrotes.
Nadie puede culparte por defender tu inocencia. Aqu ests luchando por tu propia vi
da. Es natural y lo entiendo, todo el mundo lo hace. Pero no necesito decirte qu
e el tiempo se est terminando. Y hay mucha gente ah afuera que se sentira mucho mej
or si supiera que estabas lleno de remordimientos por el dolor que les causaste.
Podras hacer mucho bien con slo unas palabras, Frank. Lo estoy diciendo por ti, po
r tu bien. Te lo estoy pidiendo porque no quiero que vayas con Dios sin hacer bi
en las cosas que se pueden hacer bien.
Frank dirigi su ojo interior al Dios que siempre le estaba mirando. Saca a este p
ayaso de aqu, por favor, pens.
Shillerman levant la mano y apunt al reloj.
Mira la hora, Frank, y aljate del diablo -prosigui-. Eso es lo que dice el Libro.
Gracias -La voz de Frank era como un susurro ronco-. No tengo nada que decirle.
Frank
Quiero que me deje en paz -espet Frank.
La sonrisa en los labios de Shillerman no se desvaneci en ningn momento. Sin embar
go, un sutil ensombrecimiento de su expresin -y Frank se percat de todo- revelaba
el verdadero grado de desprecio del predicador. Desprecio hacia Frank, desprecio
hacia todos los prisioneros a los que pisoteaba con su inmensidad moral. Deba de
saber hasta qu punto se rean de l a sus espaldas. Deba de saber cmo le llamaban. Org
ulloso como estaba de su walkie-talkie y de sus pantalones tejanos, el hecho de
no ser un verdadero guardia deba de inquietarle. No tena poder real para hacer que

los internos cumplieran con la disciplina, y todos se rean de l. Tal vez en su pa


rroquia de St. Charles los hombres le hablaran como si fuera una mujer, pero al
menos lo hacan como si de una dama se tratara. Frank se imagin al reverendo Shille
rman narrando sus historias sobre la galera de la muerte a sus amigos llenos de a
dmiracin y pens que esos cuentos necesitaran una buena dosis de adornos para que pu
dieran dar la talla.
Mira hijo -dijo Shillerman moviendo la cabeza con pesar-. Hijo, no hace falta que
te diga que llegar un da, y ese da no est muy lejos, en el que quiz desees haber tom
ado una decisin diferente, pero entonces ser demasiado tarde. No te pido que lo cu
entes todo, pero no tiene sentido andarse con remilgos. Soy tu capelln y no quier
o que te eches a la muerte con este crimen terrible en la conciencia.
La indignacin corroa a Frank, dejndole un gusto cido. Dios santo, si perdiera el con
trol. Cuando llegara Bonnie, cuando Gail
Soy tu capelln, ya lo sabes, y cualquier cosa que puedas decir
Benson -le interrumpi Frank en voz baja antes de proseguir con un tono ms subido-.
Ey! Benson.
La silla del oficial de guardia ray el suelo al levantarse con impaciencia.
Qu puedo hacer por ti, Frank?
Los ojos de Frank se cruzaron con los del reverendo Stanley. Se aclar la garganta
y midi el volumen de su voz antes de volver a hablar. Luego, en voz baja y tensa
, dijo:
Puedes sacar a este jodido hijo puta de aqu.
Frank levant el cigarrillo de nuevo y su mano le temblaba tanto que la ceniza cay
por su propio peso.
Reverendo Gilipollas -murmur.
El capelln le oy. S, por supuesto, saba perfectamente que ese era su apodo declarado
en toda la prisin. Claro que s. Y Frank habra apostado cualquier cosa a que el rev
erendo omita ese pequeo detalle en sus tertulias con sus amigos. De hecho, estaba
convencido de que el apodo le sacaba de quicio. Por supuesto. Le estaba sacando
de quicio en ese momento. Frank poda verlo, con cierta satisfaccin poco cristiana,
al ver cmo la boca de Shillerman se torca y su garganta empezaba a trabajar para
poder tragarse el insulto.
Cuando el guardia se puso detrs suyo el capelln consigui continuar con ese tpico ton
o lento, suave y pesado del tipo Dios te bendiga.
Bien Frank, yo estoy siendo sincero contigo. A m no me gustara nada que me ataran
esta noche a esa camilla sin haber hablado y haberme arrepentido de
Venga reverendo, vamos -dijo Benson colocando la mano en el hombro del predicado
r.
Porque cuando te claven esa aguja en el brazo
Dios! Reverendo! -volvi a interrumpir Benson. Su ojos se dirigieron a Frank y de nu
evo al capelln-. Le estoy diciendo que ya basta.
Sin oponer resistencia, pero sin moverse, con las manos todava entrelazadas delan
te de el, el reverendo Stanlev B. Shillerman mir al oficial Benson de arriba abaj

o con gran aire de superioridad.


Puede resultar molesto, pero tengo que cumplir con mi trabajo.
S, bueno, pero ya conoce las normas. El consejo espiritual depende exclusivamente
del consentimiento del prisionero.
Que se largue de aqu espet Frank.
Lo siento por ti respondi Shillerman.
Yo tambin lo siento -dijo Frank con voz apagada-. Crame.
Vamos, reverendo prosigui Benson, muy nervioso al or el tono de voz de Frank-. Est
oy hablando en serio. No quiero ningn problema.
Benson incluso le tir ligeramente la manga.
De acuerdo, de acuerdo -contest Shillerman. Levant ambas manos como si fuera a dar
una bendicin e imparti su gracia altanera sobre todos ellos.
Benson mantuvo el brazo extendido detrs del capelln mientras avanzaban hacia la pu
erta, como si temiera que Shillerman se girara de repente y se acercara de nuevo
al calabozo. Sin embargo, ste slo se permiti una ltima mirada de pena y lamento hac
ia el prisionero. Luego, el guardia de la puerta la abri a peticin de Benson y Shi
llerman se fue.
Benson se pas los dedos por el cabello negro al volver a su mesa.
Vamos, olvdalo, Frankie -grit hacia la celda-. Ese tipo es un cabronazo.
Movi la cabeza y se sent.
Aqu todo el mundo quiere meterse en el ajo, ya lo sabes -murmur.
Frank asinti. El pulso le lata intensamente mientras intentaba tranquilizarse. Apl
ast el cigarrillo con fuerza para liberar la energa de su mano temblorosa. Se frot
los labios con el puo para secarlos y al hacerlo dirigi la mirada hacia el reloj.
Eran las doce y media y slo faltaban treinta minutos para la hora de las visitas.
Se senta agobiado, tal como haba temido. Ahora que su rabia empezaba a atenuarse,
senta la imperiosa necesidad de liberar hasta los ltimos remanentes, todo. Una gr
an presin de angustia le oprima, y senta deseos de desgarrarse la piel para liberar
la. Deseaba levantarse y aullar, llorar y gritar al cielo, golpear los barrotes,
el aire. Todo aquello no estaba bien. El no lo haba hecho. No era justo. Y una p
erniciosa voz interior le susurr: nadie podra culparte. Es lo que cualquiera hara.
Frank cerr los ojos. Sus labios se movan lentamente, apelando a su Dios omnipresen
te. Evoc la cara de Bonnie y de Gail. Si entraran ahora, si le vieran, luchando d
esesperadamente contra su destino, llorando desconsolado por la injusticia de to
do aquello. Dios! Aquello las torturara, en su cama, por las noches. As le veran par
a siempre, su marido y padre respectivamente, sollozando impotente. Su amargura
y su dolor las acompaara durante toda la vida. Cerr el puo y golpe ligeramente la mes
a repitiendo una y otra vez en su mente: si me dieras la fuerza, si pudiera apar
entar tener la fuerza, para que ellas me recordaran as, con la imagen de la fuerz
a
Ach! -dijo.
Abri los ojos, molesto, amagando toda la pasin en una esquina. Sac un cigarrillo de
l paquete que haba sobre la mesa, se lo llev a los labios y encendi una cerilla con

rabia. Se sent a la mesa detrsde los barrotes de su celda con la cara triste y la
rga completamente inmvil. El humo del cigarrillo entre los dedos iba subiendo. Si
n expresin alguna en su rostro, esper la llegada de su mujer su hija.
Esto, al fin y al cabo, se dijo, es lo que hace un hombre.

En mi juventud era corredor de coches, un dragster, quiero decir. El terror adol


escente de las carreteras comarcales de Long Island. Lo haba visto en las pelculas
y era una forma de rebelin tan buena como cualquier otra. Mis padres, mis padres
adoptivos, eran fiscales reflexivos, educados y sin sentido del humor. Mi padre
trabajaba para una firma de activistas medioambientales y mi madre para un grup
o que luchaba por conseguir viviendas para los pobres. No se me ocurra mejor mane
ra de irritarles que patearme estpidamente las calles y carreteras de Guylando co
n el motor a fondo y los pistones al lmite. De hecho, creo que funcion, porque ya
hace tiempo que mis padres y yo apenas nos hablamos.
Lo menciono nicamente porque la costumbre permaneci. En esos das conduca un Tempo es
cacharrado. Un coche azul absolutamente destartalado que poda pasar de cero a cin
cuenta en una generacin, si tenas tiempo para esperar. Y aun as, haba conseguido sac
arle el mayor partido. Haba alcanzado velocidades imposibles, haciendo chirriar l
os neumticos en las curvas, haciendo frivolits por el trfico como si fuera la aguja
de un sastre. Nunca tena tiempo de afinar la pobre mquina, ni siquiera de lavarla
. Estaba negra de suciedad. En sus esfuerzos, el coche crepitaba, cruja y emita to
do tipo de ruidos, pero yo no me apiadaba de l en absoluto y lo haca funcionar.

Lo saqu del aparcamiento del News, lo sumerg en el trfico del medioda y me apunt a la
carrera que iba por el bulevar. Todava quedaban veinte minutos para las doce. Ha
ba prometido a mi mujer que llegara a la hora en punto, y eso no iba a ser ningn pr
oblema teniendo en cuenta mi forma de conducir. Llegar a casa puntualmente me pa
reci una buena idea. Saba que el da no se acabara sin que mi ltima indiscrecin llegar
a odos de Barbara, y ella haba jurado que me abandonara si la engaaba otra vez. Por
mi parte, estaba bastante seguro de que lo haba dicho en serio. Aun as, la primer
a vez que le supliqu descaradamente funcion, as que esa tctica tambin podra funcionar
otra vez. En definitiva, quera que estuviera del mejor humor posible.
Llegar a casa a la hora en punto y llevar a Davy al zoolgico: esa era la buena es
trategia. Girar a la derecha en Skinker-De Baliviere, eso habra sido lo propio de
un plan inteligente. Lo que habra sido estpido, por otra parte (lo que se podra ll
amar la estrategia del zoquete), habra sido dar la vuelta al parque y salir en Do
gtown para echar una ojeada a la tienda de ultramarinos de Pocum. Para echar un
vistazo a la escena del crimen, quiero decir. Inspirarse un poco en la coreografa
del asesinato, si se quiere. En una historia como sta, la de la crnica de inters h
umano sobre un tipo condenado a muerte, habra sido innecesario e incluso obsesivo
. Me atrevera a decir cruel, si se piensa en Barbara, esperando, martirizada, y e
n todo lo que le esperaba en el da de hoy. Era una pena que hubiese dejado su emp
leo porque iramos a St. Louis y empezaramos tranquilamente de nuevo. Como digo, Ba
rbara era una mujer austera y le haba costado Dios sabe cunto educarse para volver
a confiar en m. Cuando se enterara de lo de Patricia, todo su sacrificio, su con
fianza, se volvera contra ella y le dara un bofetn estilo vodevil en plena cara. En
definitiva, tomar Skinker-De Baliviere, llevar a Davy al zoolgico eterno y marav

illoso, dar a mi mujer la sensacin de estar ah, luchando en el frente conyugal, he


ah los primeros pasos en el camino de mi salvacin, suponiendo que la posibilidad
de la salvacin existiera. Con el cuentarrevoluciones al mximo y marchas cortas, in
crement la velocidad de mi destartalado Tempo. Pasando de un carril a otro, sorte
ando los coches. Dibujando una estela como una onda sonora en la carretera. Dela
nte, el centro de la ciudad emerga ante la tierra balda del bulevar sur. Los rasca
cielos estrechos sobresalan por entre la mezcla de ladrillo rojo y piedra gtica. P
or un instante entrev el viejo edificio de los juzgados, su reflejo, reluciente,
verdoso, en las ventanas de espejo del edificio Equitable. El gran arco, a la iz
quierda, en direccin al Mississipi, reluca destellando en la superficie del cielo
blanco y caluroso.
Al cabo de un momento, todo qued detrs de m y con el Tempo pidiendo clemencia, me e
ncontr en la autopista ladeando el ro inmenso.
Era un medioda de verano y la ciudad pareca un horno. El aire acondicionado del Te
mpo no era ms que una pieza del salpicadero. Me encontraba pasando el reloj de la
torre de la Union Station, y el viento que entraba por la ventana abierta me hi
nchaba las mangas de la camisa y me refrescaba el rostro. El Tempo tosa como un h
ombre viejo, pero aguantaba el tipo como un nmero uno. De esa forma lo poda hacer
volar. Yo era una bala, un colibr. Chicos maravillados en sus Jaguares inhalaban
los gases de mi tubo de escape como si fuera cocana. En pocos minutos (que me par
ecieron segundos) sal disparado por la rampa de salida y me catapult en el centro
de Dogtown. Una pasada rpida por la tienda de Pocum, pens, y todava podr llegar a ca
sa ms o menos a tiempo.
Bueno, confieso que la sangre se me espes con el sentimiento de culpa. Mientras a
vanzaba por la avenida ruinosa, pas por las tiendas rancias de color marrn oscuro
en direccin a la vieja glorieta que yaca aburrida en el paseo y me sent absurdo y d
eprimido. Qu importa ya, llegado este punto?, me pregunt. Sin embargo, dese no haber
lo hecho. Dese haber ido directamente a casa. Cuando la calle torca, a media dista
ncia, vislumbr la seal oval con el nombre Amoco que indicaba la gasolinera en la q
ue Frank Beachum trabajaba. El lugar en el que el asesino haba trabajado, en el q
ue haba trabajado el convicto, y me emocion. A m me encantan las escenas del crimen
, as que me dije a m mismo: Ey! Aqu estoy, y me perd explorando el terreno de lo que
yo ya consideraba mi asesinato, mi ejecucin.
Y luego vi Pocums, justo a mi derecha.
La tienda de ultramarinos era una nave de ladrillo rojo con un toldo del mismo c
olor en un tono ms oscuro que sobresala por encima de la acera. Era el ltimo de una
serie de pequeos comercios, una tienda de electrodomsticos, una peluquera, una tie
nda de animales, y todas tenan un aspecto similar. El aparcamiento estaba en el e
xtremo, en la esquina con Art Hill. Gir ah y reduje la velocidad del Tempo.
El coche chisporrote cuando me encontraba cruzando el aparcamiento. Esto es, pens.
Me senta como si ya conociera el lugar. Por ah, a mi derecha, Frank Beachum sali d
isparado por la puerta. Haba cruzado corriendo el extremo del aparcamiento, justo
detrs de m, en direccin a su coche. All, contra el costado del edificio, una pared
sucia de ladrillo con ventanas ennegrecidas, se encontraba la mquina de refrescos
que Nancy Larson haba utilizado. Me acerqu con el Tempo y me par Aqu est.
En el momento en que el coche se detuvo, el calor del da me envolvi. Inmediatament
e, el interior del vehculo se torn agobiante. El sudor se me extendi debajo de los
brazos y me goteaba por las sienes hasta mojarme cl cuello de la camisa. Mir por
la ventana la mquina de refrescos.
Estaba sola contra la pared. La parte frontal, convexa, mostraba imgenes de burbu
jas chispeantes y botellas con tapones que saltaban por todas partes. Cerca de l
a mquina un pequeo cartel de Budlite destacaba desamparado en rojo, blanco y azul.

Aparte de eso y de las ventanas, la pared deslucida estaba pelada.


Me frot las palmas de las manos en el pantaln. Nancy Larson deba de haber bajado la
ventana para utilizar la mquina, imagin. Estaba pensada para ello, as podas comprar
el refresco sin bajar del coche. Luego maniobr hacia atrs justo cuando Beachum, m
ientras Amy Wilson nadaba en su propia sangre detrs de l, sali de la tienda, gir a l
a derecha y se top con ella.
Avanc con el Tempo hasta encontrar una plaza en el aparcamiento y par el motor. Sa
l fuera del vehculo y sent el calor del sol causando estragos, forzndome a entornar
los ojos detrs de las gafas. Me pas la mano por la frente y cruc el aparcamiento ha
sta llegar a la tienda.
Por el momento, todo mi sentimiento de culpabilidad se haba desvanecido. Mi mujer
y el desastre inminente haban quedado ocultos en algn lugar de mi mente y me senta
emocionado. Me entusiasman los escenarios del crimen. De verdad. Sobre todo cua
ndo se trata de un asesinato. Es como el plat de una pelcula y en cierto modo resu
lta tan familiar como una estrella del cine. Has ledo cosas sobre las personas qu
e mataron y murieron aqu. Has sufrido con la vctima y llorado viendo a sus pobres
familiares sollozando por televisin. Has mirado con ceo al villano y te has pregun
tado qu est ocurriendo en el mundo en que vivimos. Y de repente lo ves, el lugar d
onde tuvo lugar la tragedia.
Pas por delante del escaparate y me detuve un instante en la acera mientras el trf
ico sibilante de la avenida estaba detrs de m. All, en la vitrina de la tienda de u
ltramarinos, justo delante de una serie de cajas de naranjas y tomates marchitos
, al lado de una hilera de botellas polvorientas de aceite de oliva, haba una seal
, escrita a mano con un rotulador en una hoja de papel para mquina de escribir. Oj
o por ojo!, rezaba la nota. Beachum debe morir. Haba un dibujo debajo de las pala
bras: una jeringa goteante con una calavera en el tubo. Not la emocin en mis ojos
al mirarlo, pues poda sacar algunos buenos comentarios para mi crnica de todo aque
llo. En serio: me entusiasman estas cosas.
Entr en la tienda.
Una serie de brillantes campanillas tintinearon desde el dintel de la puerta de
cristal al empujarla y retieron de nuevo cuando la puerta se cerr detrs de m. Not que
el frescor viciado del aire acondicionado me envolva y me refrescaba. Ech una oje
ada al pasillo mal iluminado, a las estanteras repletas de potes y cajas. El most
rador quedaba a mi izquierda. Un estante de golosinas penda del mismo junto a una
pecera repleta de tubos de locin solar que yaca sobre el mostrador. Ella haba esta
do aqu de pie, pens, justo detrs del mostrador. Amy Wilson. Su vientre curvado por
la presencia del beb, las manos levantadas intilmente. No, por favor! Eso no! Y se d
esplom tras ese mostrador con una bala en la garganta.
Ahora, otra joven ocupaba su lugar. Decepcionantemente poco atractiva, no se aju
staba en absoluto a la descripcin de Amy. Era obesa, tena el rostro malhumorado e
hinchado. Sus pechos inmensos y su vientre sobresalan por la camiseta blanca de a
lgodn. Alz la mirada dejando de lado el diario sensacionalista que estaba leyendo:
Un hombre da a luz a un alien a travs de sus fosas nasales.
Puedo ayudarle en algo?
Al or su voz, otra mujer me mir desde el fondo del pasillo. Bajita, plida, con el p
elo deslustrado sujeto con un pauelo coloreado, y unos pantalones verdes que le a
pretaban demasiado el vientre. Merodeaba por la estantera de los detergentes con
una bolsa de plstico roja colgando del brazo.
Brind a la mujer del mostrador la mejor de mis sonrisas.

Soy periodista -expliqu-. Trabajo en el News.


Fueron las palabras mgicas, tal como haba sospechado. La dependienta abandon defini
tivamente el diario sensacionalista y anade hacia m, respirando profundamente mien
tras avanzaba. La mujer del pauelo empez a acercarse cautelosamente.
Entonces me percat de que la dependienta llevaba una aguja en la camiseta, con un
as letras maysculas de color rojo que decan: Recuerda a Amy.
ste es el lugar en el que asesinaron a la seora Wilson, no? -pregunt sealando el reco
rdatorio.

Y tanto que s -respondi la mujer orgullosa. Su papada se despleg y qued colgando cua
ndo se acerc. Seal la aguja y la gir para que fuera ms visible-. Estaba justo detrs d
este mostrador, hace casi seis aos exactamente.
Uff! -exclam moviendo la cabeza.
Ech una ojeada atenta a la tienda, desde el techo hasta el suelo mugriento, como
si fuera un monumento artstico.
Pero esta noche nos tomaremos la revancha -prosigui la dependienta-. Bueno, si lo
s malditos abogados no se entrometen.

S -observ acercndome despacio hacia ella, hacia el mostrador. No, por favor! Eso no!
pens-. Como dice la nota del escaparate.
Por supuesto -afirm la mujer-. Fue el mismo Sr. Pocum quien puso el letrero. Dice
que la aguja es demasiado poco para l, para Beachum. Hacer que se duerma es dema
siado poco para l. Amy no tuvo tanta suerte. Deberan volver a utilizar la silla, e
so es lo que yo creo, darle una buena sacudida o algo as.
Escuch esos pensamientos filosficos con el ceo contemplativo.
Estaba usted aqu cuando ocurri?
No. Nosotros nos vinimos aqu hace un par de aos -aclar moviendo la cabeza con pesar
.
Yo s!
Era la otra mujer que sala del pasillo. Se uni a nosotros detrs del mostrador morta
l, con la emocin iluminndole la cara plida.
Quiero decir que en aquel entonces yo viva en el barrio. Mi casa no est ni a tres
manzanas de la de la familia Wilson. Viven justo detrs de Fairmount, ni a tres ma
nzanas. Siguen viviendo en el mismo sitio. Vea a Amy en la calle todos los das Era
una chica tan encantadora
En ese instante les brind una expresin de lamento. Pobre chica encantadora! Por sup
uesto, me pregunt cmo se puede saber si una chica es encantadora vindola de vez en
cuando por la calle. Pero qu diablos! A todo el mundo le gustan estas cosas. Todo
el mundo desea formar parte del asesinato. De no ser as, yo no tendra trabajo.
Ella tambin estaba embarazada -dijo la dependienta misteriosamente-. Puede imaginrs
elo? Qu tipo de persona?
Puede imaginar cmo se deben sentir sus padres? -aadi la otra mujer.
Vi a su marido hablando por televisin -prosigui la dependienta-. La otra noche. Un

tipo realmente encantador. Si quiere saber mi opinin, deberamos volver a la silla


elctrica y conectarla a poca intensidad para que durara ms tiempo.
Elimin deliberadamente cualquier expresin facial que pudiera demostrar aprecio, la
mento, contemplacin o escndalo. Empec a alejarme de ellas lentamente, examinando el
lugar de arriba abajo. Met las manos en los bolsillos y di unos cuantos pasos de
manera despreocupada en uno de los pasillos. Analic los paos para sacar brillo, l
as cajas de cereales y los potes de salsa para espagueti como si fueran obras cu
riosas y exquisitas en un museo.
Delante mo, en la pared posterior de la tienda, vi una serie de congeladores repl
etos de comida precocinada.

El aseo est justo detrs -grit la dependienta, jugando a gua turstica-. El hombre est
ba all cuando ocurri, sali y lo vio todo.
Ummh de verdad? -pregunt.
Con una autorizacin tal, segu curioseando hasta el final. Pas los congeladores hast
a llegar a una puerta en la pared del fondo. Era la entrada desde donde el testi
go (haba olvidado su nombre por completo) haba visto a Frank Beachum salir por la
puerta corriendo con la pistola. Avanc otro paso y curiose por la esquina hasta ll
egar a una pequea galera que conduca al asco. La puerta del mismo estaba entreabier
ta. Poda ver el extremo del inodoro y la pila. Aqu es donde ese tipo -el testigoestaba cuando oy el grito desesperado de Amy y el ruido del disparo. Bien, pens, a
qu est, de acuerdo. El bao. Efectivamente es un bao.
En aquel momento, por supuesto, me senta muy sofisticado con todo aquello, muy irn
ico. Por las dos mujeres de la tienda, por su vido deseo de formar parte de la hi
storia, parte del asesinato. Toda su visita guiada y sus sentimientos sobre algo
que no tena nada que ver con ellas en absoluto. Su indignacin moral. Son ridculas,
pens, as que me sent sofisticado e irnico comparado con ellas. Debido a su vido dese
o y su curioseo horripilante eran muy distintas de mi vido deseo y de mi curioseo
horripilante. Porque mi vido deseo y mi curioseo horripilante eran muy sofistica
dos, por no hablar de irnicos. Y cuando uno es sofisticado e irnico, bueno, entonc
es todo es muy diferente.
As que, de pie en la entrada trasera y con una sonrisa satisfecha en mi cara irnic
a, volv a adentrarme en la tienda.
Y la sonrisa satisfecha se congel en mis labios.

Odio que esto ocurra pareces tan estpido! Pero lo que vi frente a m me cort la respir
acin, me dej seco. Era ms que nada una sensacin de pnico. Recuerdo una vez que tena p
isa porque haba quedado con el lder de una banda en el Bronx, una entrevista muy d
ura. Necesitaba ir a esa entrevista, as que me met en el coche y puse la llave en
el encendido. El eje de la llave se rompi y con la llave rota, el encendido bloqu
eado. No pude hacer ms que quedarme sentado pensar: Bueno, viejo, y ahora, qu pasar?
Era una sensacin muy parecida. Estaba en la puerta, sonriendo estpidamente, parpad
eando estpidamente detrs de la fina montura metlica de mis gafas. Intentando no ace
ptar lo que vea delante de m.
Vi bolsas de patatas fritas.
Un expositor repleto de bolsas. Bolsas de patatas fritas llenas a rebosar a un l
ado y otro, brillantes y sobresalientes. Estaban all, todas juntas, en la estante
ra superior de un expositor metlico con rosquillas y am-ams y pica-pica o lo que dia
blos fueran, llenando las estanteras hasta llegar al suelo.

Pero lo que de verdad me llam la atencin fueron las bolsas de patatas. A un metro
ochenta y cinco del suelo, de modo que los ltimos precintos de las bolsas de plsti
co estaban varios centmetros por encima de mi cabeza. De modo que los centros de
las gordas bolsas de patatas estaban de lleno en mi campo visual y la lechuza di
vertida que la marca tena como mascota miraba victoriosa y fijamente a mi cara bo
quiabierta.
De modo que resultaba imposible ver la puerta. De pie en la pequea galera que daba
paso al aseo. Donde el testigo declar haber estado cuando vio a Frank Beachum sa
lir corriendo de la tienda. Era imposible ver la puerta y era imposible ver el m
ostrador. Cielos! Con esa enorme estantera repleta de frusleras para picar, no se p
oda ver ni un pijo excepto el estrecho pasillo junto a la pared trasera. Habra ten
ido que avanzar hacia la derecha, puesto que a la izquierda la puerta segua estan
do fuera del alcance de la vista detrs de las cajas de pasta. Habra sido necesario
retroceder hasta donde estaban los congeladores antes de siquiera poder ver el
mostrador donde tuvieron lugar los disparos. E incluso entonces, era necesario d
ar un paso o dos ms antes de poder ver la puerta por encima de la estanteras de es
pecias.
Pero desde donde yo estaba, desde donde el testigo haba dicho que estaba, resulta
ba imposible ver a alguien disparando a quien fuera. Y sin duda alguna era impos
ible ver a ese alguien saliendo por la puerta delantera.
No se poda ver nada ms que las bolsas de patatas.
No, pens. No, no puedo hacer esto. Es absurdo. Ocurri hace seis aos. Seguramente de
splazaron el expositor, seguramente han cambiado toda la tienda. El testigo deba
de medir dos metros diez. Cmo podra saberlo? No, no puedo hacer esto. Tena que irme
a casa. Tena que contentar a mi esposa. Tena que llevar a Davy al zoolgico. Era la
hora. La hora de irme a casa. Y ya era tarde.
Aun as, durante el minuto que sigui, durante los largos sesenta segundos que pas co
n la maldita lechuza, la larga hilera de lechuzas, sonriendo ti sonrindome desde
las bolsas amarillas, no pude hacer ms que permanecer inmvil. Sonriendo estpidament
e. Parpadeando.
Y pensando: Bueno, viejo, y ahora, qu pasar?

Tercera parte

HIPOPTAMOS Y PASTOS VERDES

Bonnie Beachum estaba sentada en el borde de la cama del motel cuando entr el rev
erendo Harlan Flowers. Sentada, con las manos enlazadas sobre el regazo, mirando
a su hija Gail sin comprender. Gail estaba arrodillada sobre la alfombra en el
pequeo espacio que quedaba entre las camas y la silla almohadillada. Estaba dibuj
ando en un papel de peridico, con su caja de lpices de colores abierta y los lapic
eros esparcidos a su alrededor. A la edad de siete aos, Gail era bajita, delgada
y frgil como su madre, con el pelo marrn opaco recogido con una cola de caballo. D
ibujaba violentamente, apretandolos lpices con fuerza y con la lengua pintada ent
re los clientes.
Bonnie levanto los ojos al or los golpes suaves de Flowers en la puerta. Cuando e
mpuj la puerta entrecerrada, ella le sonri dbilmente. Le pareca que vea a Flowers a m
ucha distancia, en otra galaxia muy lejana.

El pastor era un hombre atractivo, con una cara fina esculpida en un cuerpo alto
, amplio y gordo. Casi nunca sonrea y a lo largo de los aos haba desarrollado esa a
pariencia de dignidad ceuda que tanto gustaba a los fieles de su comunidad. Sin e
mbargo, esa dignidad tambin era real y sincera y Bonnie lo saba mejor que nadie. P
ese a ello, hoy, su cara e incluso el color de su rostro (era negro, de un tono
muy oscuro) hizo que Bonnie se sintiera distante respecto a l, enajenada y sola,
an ms sola. Quin era ese hombre, ese hombre negro? Se preguntaba en tono de hasto. Qu
elacin tena con ella? Por qu toda esa gente no se limitaba a dejarla en paz?
Se alej de l o, ms bien, alej la mirada para observar de nuevo a Gail y se qued ausen
te. Ese sentimiento hacia Flowers no era correcto, se dijo a s misma en tono dbil
y sordo. No era propio de ella. Era desagradecido. l y la congregacin se haban ocup
ado de ella estos ltimos aos. La haban acogido con verdadero espritu cristiano. Cuan
do la gente de su antigua parroquia haba condenado a Frank y la haban rechazado, c
uando perdi la casa de Dogtown y la obligaron a trasladarse al lmite de los barrio
s bajos del norte, Flowers la haba amparado en su iglesia aun sabiendo quin era el
la y quin era su marido. Cuando le descubrieron el cncer de mama, la mujer de Flow
ers, Lillian, se ocup de Gail. Acompa a Bonnie antes de la operacin, y el propio pas
tor haba hablado con los mdicos. Le proporcion empleos como contable, bajo el nombr
e de soltera para que no los perdiera, y en negro para que pudiera seguir cobran
do el subsidio estatal. Y tambin haba ido a la prisin y se haba convertido en el pas
tor de Frank. Y a Frank le encantaba. Y Bonnie lo saba.
Pero hoy le pareca una persona desconocida. Negra y desconocida. Y no le quedaban
fuerzas para sobreponerse a esa sensacin. Slo deseaba, cansadamente, que todo pas
ara. Igual que, a veces, se sentaba en la iglesia los domingos. Se sentaba ah, pli
da, en un banco al fondo. Y el pastor agitaba las almas de la congregacin con una
voz parecida a un trueno controlado, con invocaciones rtmicas y apasionadas, pro
vocando los gemidos y los gritos de los rostros vueltos hacia arriba. Aleluya! S,
Seor. Aleluya. Amn. Todas esas caras morenas, con acentos distintos del suyo, labi
os distintos de los suyos. Todo era tan extrao y ella se senta tan distante, a mil
leguas. A veces deseaba con toda su alma quedarse a solas con sus cosas. Aoraba
con locura los viejos tiempos y la vida que haba llevado junto a Frank.
El pastor cruz el umbral y cerr la puerta suavemente detrs de l. Gail sigui dibujando
, presionando con fuerza, apretando el lpiz en su puo. No mir hasta que Flowers emp
ez a hablar.
Ests lista? -pregunt-. Ser mejor que nos vayamos. -Aun hablando normalmente tena el
ismo tono grave y bajo.
Gail alz la mirada rpidamente, una cara pequea y plida, con los ojos marrones, grand
es y profundos.
Es hora de ir a ver a pap? -pregunt emocionada.

Flowers intent sonrerle, pero sus rasgos oscuros slo se encogan incmodamente.
Por supuesto que s, corazn.
Bien! -exclam Gail, ponindose de pie-. He dibujado un prado verde para l, te gusta?
Sostena el papel de peridico por un extremo, de modo que se doblaba y penda oblicua
mente. Flowers slo poda ver una ringlera diagonal del dibujo pero se dio cuenta de
que se trataba de sus tpicos garabatos terriblemente ineptos. Manchas violentas
de colores turbios, rboles en forma de pirul, barracas rotas, personas de espaldas
anchas pero sin brazos. A Gail le encantaba dibujar, se pasaba las horas pintan
do, pero Flowers haba visto nias de cinco aos que lo hacan mejor que ella, incluso h
aba visto a artistas modernos que podan hacerlo mejor, as que le dola el corazn cuand
o la pequea le mostraba esos dibujos.
Esboz otra sonrisa forzada.
Est muy bien, Gail. A tu padre le encantar. -Se volvi hacia Bonnie en cuanto se sin
ti capaz y la falsa cordialidad desapareci de su voz-. Deberamos irnos ya, Bonnie.
Bonnie ya se haba puesto de pie y recogi el bolso.
Recoge tus cosas, Gail -dijo, por encima del hombro. Habl con voz aguda, ronca y
jactanciosa, como una viejecita cansada.
Abri la hebilla del bolso y sac el lpiz de labios. Se inclin hacia el espejo que se
encontraba sobre la mesa, iluminado levemente por una lmpara cercana. Su imagen l
a angusti. Su cara, observ, haba perdido la dulzura, le haban robado la dulzura. Pen
s que nunca haba sido guapa, pero ahora sus rasgos pequeos y respondones estaban ta
n arrugados, las mejillas tan pasadas, que pareca tener cincuenta aos en lugar de
treinta y tres. No quiso ver el reflejo demasiado cerca, as que se pint los labios
con trazos automticos.
Meti de nuevo el lpiz de labios en el bolso y lo cerr. En el espejo vio a su hija a
rrodillada en el suelo de nuevo, inmvil. Bonnie se dio la vuelta.
Vamos, Gail. Tenemos que darnos prisa.
Gail haba guardado los lpices en la caja y sostena la caja con una mano. Con la otr
a todava aguantaba el extremo de su dibujo de prados verdes.
Dnde est el verde? -pregunt-. No encuentro el color verde, mam.
Bonnie y Flowers se miraron. Los dos bajaron la cabeza examinando el suelo, pero
no pareca haber ningn lpiz perdido. Bonnie se frot la frente.
Me temo que tendremos que prescindir del color verde, corazn. Tenemos que irnos.
Gail alz la mirada. Sus labios empezaban a temblar.
Necesito el color verde. Son pastos verdes. Tengo que encontrar el verde.
Los dos adultos intercambiaron otra mirada, ms seria. Bonnie trag saliva.
Bueno, bscalo, tiene que estar

Quizs yo pueda -interrumpi Flowers. Se agach y empez a examinar lentamente el suelo.


Ha desaparecido -dijo Gail con voz cavernosa-. Se ha perdido. No puedo encontrarl
o en ningn lado!

Su voz se agudiz y rompi a llorar. Las lgrimas rodaban por sus mejillas.
Ya no est aqu!
Estoy seguro de que a pap le gustar cualquier color que utilices -observ Flowers.
Todava estaba buscando por la moqueta cuando, de repente, Gail abalanz sobre l. l re
trocedi con un sobresalto, alarmado, cuando ella empez lanzar improperios a voz en
grito.
No entiendes nada, no entiendes nada! Sin el color verde ser un desastre, son pasto
s verdes, todo es un desastre!
Las lgrimas descendan con ms fuerza por sus mejillas. Gema, con la cara retorcida y
fea.
Bonnie se incorpor y se la qued mirando. No poda ni hablar. Odiaba esa mirada. Odia
ba a Gail cuando se pona as. La sacaba de quicio. Encenda una llama de rabia conten
ida dentro de ella. Acaso las cosas no iban lo bastante mal? Por todos los santos!
Dio un paso hacia delante y se qued junto a la nia. Su cuerpo temblaba como una c
uerda desplomndose. A un lado abra y cerraba el puo con fuerza.
No obstante, cuando habl, su voz era suave. Suave, nasal y agradable.
No trates al reverencio as, corazn. Todo ir bien. Estamos intentando encontrar junt
No podemos encontrarlo! No entiendes nada! Se ha perdido, perdido, y ya no podr dib
ujar los pastos verdes. Todo es un desastre!
La nia sigui sollozando y gimiendo angustiosamente. Chillaba con tanta fuerza que
Bonnie pens en las otras personas del motel que estaran oyendo aquello. Qu pensaran?
Cogi con fuerza el bolso delante de ella. Por un lpiz, por todos los santos. Por n
ada, pens, y tena que ser ahora. Le entraron ganas de darle un bofetn bien dado y e
nviarla al otro extremo de la habitacin.
Por favor, Bonnie -prosigui con una voz todava ms melosa que la de antes-. Tranquilz
ate, por favor. Encontraremos el lpiz.
No entiendes nada, no entiendes nada! No est en ningn sitio, no est!
Espera un momento -la interrumpi Flowers. En ese momento se encontraba a gatas, a
nduvo en esta posicin hacia delante y levant el extremo de la colcha de borlas. El
lpiz verde estaba ah, justo debajo. Lo alcanz y se lo acerc a Gail.
Aqu tienes -dijo.
Gail lo cogi con la mano temblorosa. Todava sollozaba y las lgrimas le surcaban las
mejillas, pero la histeria haba cesado al instante.
Gracias -respondi de mala gana.
Bonnie respir profundamente, pensando: Gracias, Seor, gracias.
Gail la mir con el ceo fruncido, con rabia. Entrecerr los ojos forzando una mirada
enfadada y maliciosa que haba aprendido en las pelculas.
Y no es por nada, mam -dijo malhumorada-. A pap le gustan mis dibujos.
Gail mene la cabeza ligeramente.

Ya lo s, cario. Le encantan tus dibujos -consigui decir.


No le quedaban energas para sentirse culpable por las cosas que pensaba o por las
cosas que Gail oa aun cuando lograba contenerse y no pronunciarlas. Ni tan slo po
da disculparse ante Dios. Era demasiado miserable. Desear un descanso era incluso
un sentimiento excesivo. Simplemente agradeci sordamente el hecho de haber sabid
o refrenar su genio una vez ms. Y el hecho de que hubieran encontrado el lpiz.
Ya lo se repiti con un suspiro-. Ponte los zapatos para que podamos irnos.
Flowers se puso en pie lentamente al lado de Bonnie. Cantando en voz baja para s,
Gail corri hasta el otro lado de la habitacin para ponerse los zapatos. Los dos a
dultos la miraban.
Flowers rode el hombro de Bonnie con el brazo y se lo oprimi.
Cristo est aqu, Bonnie -murmur casi con un susurre. Incluso en esta habitacin. No lo
olvides.

Lo mir de reojo, casi con enfado. Observ el color chocolate oscuro de sus mejillas
, la nariz chata de negro, las amplias fosas nasales y los gruesos labios justo
debajo. Quin era ese hombre?, se pregunt. Por qu estaba ah? Qu tena que ver con el
ginaba que le crea cuando hablaba de Cristo y le aseguraba que estaba all. Por sup
uesto que estaba all.
Trag saliva, alejando esa mirada ofendida. Cristo estaba ah, de acuerdo, pens. Pero
era ella misma, Bonnie, quien estaba en algn otro lugar. Estaba en otra galaxia.
Estaba a mil leguas de Cristo y de Flowers, y de su propia hija y de todos los
extraos que la rodeaban,de todo el mundo.
De todo el mundo excepto de Frank.

Cuando el Tempo derrapaba en la ltima curva antes de llegar a mi casa, yo ya haba


descartado el factor Patatas Fritas por considerarlo ridculo. Ni siquiera haba ledo
el testimonio del testigo. Quiz haba estado en cualquier otro lugar de la tienda.
Adems, era muy probable que hubieran hecho cambios en esos seis aos. O tal vez es
e da apenas les quedaran patatas fritas. O quiz pasaran un milln de cosas a las que
no pensaba dedicar mi tiempo en un da en que mi obligacin era ser amable con mi m
ujer y llevar a mi hijo al maldito zoolgico. Al fin y al cabo no era como si yo p
ensara que Frank Beachum era inocente. No era inocente, estaba convencido de ell
o. Dispar a esa chica, eso no lo dud ni un instante. Haba cubierto muchos arrestos
y muchos juzgados y la triste verdad es que novecientas noventa y nueve de cada
mil personas que van a juicio acusadas de algo son tan culpables como el diablo.
Y la razn es que los policas arrestan a criminales, se es el motivo. Si se trata d
e un crimen por drogas, arrestan a un camello; si hay una mujer asesinada y su m
arido es un delincuente, lo meten en el calabozo. Cogen a ladrones de bancos en
atracos a entidades bancarias y a miembros de bandas en tiroteos callejeros. Es
posible que no sean como Hrcules Poirot, pero los polis han visto todo tipo de crm
enes, reconocen a los criminales aciertan en un noventa y nueve por ciento de lo

s casos (casi tan a menudo como se equivocan los reporteros que juegan a ser pol
is). Frank Beachum era un hombre impulsivo y violento, Amy Wilson le deba cincuen
ta dlares por eso la mat. Patatas fritas y un huevo!
Apagu el motor del Tempo y escuch el traqueteo final. Sal del coche y di un portazo
. Me senta molesto conmigo mismo. Saba dnde me estaba metiendo con esa historia de
las patatas fritas. Toda esta patraa del por-qu-Nancy-Larson-no-oy-los-disparos. No
era preciso acudir a un psiquiatra para ver hacia dnde desvariaba mi mente. Nece
sitaba desesperadamente marcarme un buen tanto, narrar una gran historia para co
mpensar de algn modo el hecho de haber engaado a mi mujer otra vez y que me hubiera
n descubierto. Seguramente la perdera a ella y a mi hijo, y mi trabajo tambin, tal
como sucedi en Nueva York. Me haban asignado una crnica de inters humano sobre un h
ombre convicto y yo intentaba transformarla en el rescate de urgencia de un inoc
ente de las fauces de la muerte. Me convertira en un hroe. Bob no podra despedirme.
Barbara no se divorciara y Davy me admirara.
Patatas fritas! Avanc con paso airado por delante del coche en direccin al paseo. E
l edificio donde vivo est situado en una esquina, un montn ceudo de ladrillos enneg
recidos con un prtico de columnas impuesto agresivamente sobre el csped. Unos arce
s de ramas anchas lo flanqueaban, y el sonido agudo de las cigarras en las hojas
envolva el aire caliente. Nuestra casa se encontraba en el segundo piso y, al ac
ercarme a la puerta, mir hacia arriba y vi a Barbara en la ventana de nuestra hab
itacin.
Haba corrido la cortina y me miraba a travs de ella, entre las hojas del arce. Nue
stras miradas se cruzaron. No sonri. Tampoco movi la cortina. Llegaba con veinte m
inutos de retraso.
Suspir, entr en el edificio y sub por las escaleras.
Barbara abri la puerta del apartamento justo cuando llegaba al rellano. Permaneci
all sin pronunciar palabra, mostrndome los labios apretados los profundos ojos azu
les. A llegar al otro extremo del descansillo levant los brazos en seal de disculp
a, pero no hubo ninguna reaccin por su parte.
Suspir de nuevo avanc hacia ella.
Lo siento -me excus-. Me han retenido.
Hizo un gesto poco cordial. Le di un beso en el cuarto derecho de sus labios com
primidos. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo y ella se volvi.
Cuando nos casamos era una preciosidad. De hecho, todava era guapa. Bajita, delga
da y bien formada. Con algunas canas plateadas en el pelo negro y corto, y las p
rimeras arrugas de preocupacin por la maternidad suavizando lo que haba sido un ro
stro patricio y altivo. Era de Nueva York, nacida en Manhattan; zona noreste y e
scuelas adecuadas. Sus padres se haba divorciado cuando ella tena diez aos, pero su
padre era un experto en inversiones de alto postn, as que siempre le suministraba
mucho dinero. Cuando la conoc, hace cinco aos, diriga un programa de formacin para
madres solteras subvencionado por el estado. Tutelaba a unas doce personas, muje
res elegantes y apasionadas y hombres apacibles, dulces y benevolentes, la mayora
de ellos como ella, supongo, con ideas brillantes, buenas intenciones y fondos
de fideicomiso. Tuvo que dejar todo aquello cuando nos trasladamos a St. Louis.
Creo que en aquel entonces ya no la amaba. De hecho, no estoy seguro de haberla
amado nunca. Supongo que pens que deba quererla, querer a alguien, hacer que algo
en mi vida tomara el camino correcto. Y ella era inteligente, amable y trabajado
ra (tanto como severa y parca en sentido del humor), y fui el primer hombre que
consigui satisfacerla en la cama, lo cual hizo que me sintiera orgulloso. Crea que
poda ser capaz de amarla, todava lo creo. Era una persona que vala la pena y no qu

era perderla, ni ahora tampoco. Y el nio. Si amaba a alguien, era al nio. No quera p
erderle.
Estaba sentado en la sala de estar frente al televisor. Tan pronto como pas el um
bral de la puerta, levant la mirada y me vio. La cara redonda y mofletuda se le t
ransform en una guirnalda de sonrisas. Rpidamente, levant del suelo su cuerpo de do
s aos de edad y se puso en pie.
Vamos vamos vamos -grit, demasiado emocionado como para pensar en las palabras. Corr
i hacia m y se puso a saltar, moviendo los brazos de arriba abajo.
Davy! -exclam-. Davy Crockett, el Rey de la Frontera Salvaje!
Vamos vamos vamos al zoolgico? -consigui preguntar al fin.
Tend la mano y le acarici el pelo rubio.
Claaaaro! -respond.
Hay un hipoptamo.
No! De verdad?
S! S! De verdad!
Pues vmonos. Estoy impaciente! -dije.
Con sus dos manos cogi la ma.
Vmonos -grit.
No te vas a poner los zapatos primero?
Oh! S.
Me solt y se puso a correr alocadamente por la habitacin, esperando encontrar los
zapatos, supongo. Alc los ojos y vi a Barbara observndole. Con esa expresin dispers
a, esa sonrisa extraa y soadora que reservaba nicamente para Davy.
Luego, levantando la barbilla, hizo un esfuerzo y me dirigi la palabra por primer
a vez.
Estn en el cuarto del nio -explic-. Voy a buscarlas.
Cuando sali de la habitacin sin mirar atrs, me pregunt si ya saba algo de lo de Patri
cia. Si saba, sospechaba o si haba adivinado. Pero no, pens. Todava no. Slo era que h
aba llegado tarde, slo eso.

Dave! Davester! McDave! -llam dando unas palmadas. Dej de girar en crculos y levant
brazos al aire.
No encuentro los zapatos en ningn sitio! -exclam.
Mam ha ido a buscarlos. Apaga el vdeo, vale?
Vale.
Le gustaba hacerlo, se senta orgulloso de saber cmo se haca. Se puso en cuclillas d
elante del aparato de vdeo y dirigi el dedo regordete hacia el botn de encendido/ap
agado con sumo cuidado. Con un flash, la cara chillona de Peggy desapareci. En su

lugar, al salir la cadena de televisin, apareci la cara de Wilma Stoat, la reina


de las charlas matinales.

La pena de muerte! -grit con fuerza-. Se trata de una cuestin urgente. Cul es su opi
in? Estamos hablando con el padre de una vctima de asesinato, Frederick Robertson,
y con el presidente de la Asociacin contra la Pena Capital, Ernest Tiffin.
Di un bufido. Era curioso que aquello ocurriera en ese momento, pens. Pas otro seg
undo antes de que me percatara de que el hombre que estaba frente a la cmara era
el padre de Amy Wilson.
Frederick Robertson. Visto en primer plano era una figura impresionante: tena la
cara gruesa ovalada, el ceo fruncido gastado como el granito, el rostro duro y ca
nsado de un trabajador de toda la vida. El ttulo Padre de una victima de asesinat
o apareca superpuesto a la corbata barata que llevaba mientas escuchaba severamen
te la pregunta que formulaba el pblico.
Davy, en cuclillas, estaba hipnotizado como siempre por las imgenes de la pantall
a. Yo me qued donde estaba, pensando: Filete, Solomillo, Chuletn.
A mi parecer -observ Frederick Robertson con voz bronca y pausada- la ley hace un
pacto con el publico.
Porterhouse, pens. se era el nombre del testigo. Dale Porterhouse.
La ley nos dice a nosotros, al pblico: no seis violentos, no os tomis la justicia p
or vuestra mano. A cambio, el gobierno se asegurar de encontrar a la parte culpab
le y el gobierno har justicia en vuestro nombre.
Me acerqu al extremo de la mesa al lado del sof y descolgu el auricular antes de ni
siquiera pensar en hacerlo. Puls los botones. Davy gir la cabeza y abri la boca co
n preocupacin.
No, papi, no! -chill-. No hables por telfono. Vaymonos al zoolgico!
Iremos al zoolgico tan pronto como te hayas puesto los zapatos
Informacin. Ciudad, por favor?
St. Louis -respond-. Dale Porterhouse.
Yo he cumplido con mi parte del trato -prosigui Frederick Robertson en la pantall
a de televisin-. He sido un trabajador implacable y un ciudadano honesto toda mi
vida. Pero no habra aceptado el trato si pensara que Frank Beachum no iba a pagar
por la vida de mi hija con la suya propia.
Escuch una voz grabada que me indicaba el telfono de Dale Porterhouse. Susurr el pr
efijo para m mismo, retenindolo en mi mente mientras pulsaba los botones de nuevo.
Mi mujer entr en la habitacin con las zapatillas deportivas de Davy y un par de ca
lcetines. El nio ech a correr hacia ella, con los brazos en alto.
Y ahora qu? -espet Barbara, mirndome.
Levant un dedo hacia ella.
David se puso de puntillas.
Ponme los zapatos, mam pidi-. As pap dejar de hablar por telfono.

No creo que nadie que no haya pasado por ello -prosigui Frederick Robertson (Padr
e de una vctima de asesinato) dirigindose al pblico pueda entender lo que le sucede
a una familia cuando se le llevan a un hijo, no por una enfermedad ni por volun
tad de Dios, sino por culpa de otro ser humano que acta por motivos diferentes, u
n asesino.
Dgame?
Qu? -dije.
Dgame?
Ah! Hola. Podra hablar con el seor Porterhouse, por favor?
Moviendo la cabeza con exasperacin, Barbara avanz hacia la butaca junto a la venta
na. Sus ojos oscuros continuaron lanzndome improperios mientras se sentaba, ponind
ose a Davy sobre el regazo.
Mi vida, mi vida familiar ha sido destrozada profiri el padre de Amy Wilson-. Cad
a da est lleno de rabia. Lleno de odio.
Il sior Putterhus no est -respondi la mujer al otro lado del telfono-. A ista hora e
s in il trahaju.
Mira, papi -dijo Davy alegremente-. Hoy llevo calcetines de Snoopy.
Fantstico -contest.
Oiga?
S, oiga me podra dar su nmero? En el trabajo. Tiene su numero?
Oooooh -exclam la mujer -, nooooo. No tiiingu su nmero aqu.
Bueno, de acuerdo. Gracias.
No tena sentido dejar un mensaje, as que colgu. En la televisin, un pblico formado po
r amas de casa y Jubilados escuchaba pensativamente la voz ronca de Frederick Ro
bertson.
Tengo otros hijos. Tengo una esposa que depende emocionalmente de m. Y econmicamen
te tambin. Trabajo como capataz en una fbrica de cerveza. Tengo trabajadores que d
ependen de mis decisiones, un jefe que depende del trabajo que haga, etctera. Y d
urante seis aos todo esto ha sido trastornado por la ira, esa rabia terrible que s
iento por lo que ocurri.
Mi mujer haba puesto los calcetines a Davy y ahora desataba los cordones de las z
apatillas deportivas. l esperaba paciente, sentado sobre sus rodillas, rindose de
vez en cuando al or las melodas que ella le cantaba en voz baja. La voz desafinaba
y la cancin era una historia tonta de su propia invencin. Durante el rato que est
uvo cantando, Barbara sigui mirndome por encima de la cabeza de nuestro hijo.
Es ridculo, pens, patatas fritas! Vamos, hombre, djalo correr.
Alcanc el listn de telfonos del fondo de la estantera contigua ala mesa.
Esa rabia que siento slo desaparecer con la muerte del asesino de mi hija -declar R
obertson-. Y no creo que alguien que no haya vivido la situacin, alguien que no h
aya pasado por lo que yo he pasado, tenga derecho a decirme que eso no debera ser
as.

Aqu estaba, en el listn. Al menos, esperaba que fuera el. Porterhouse amp; Stein,
Asesores fiscales y financieros. O el carraspeo de Barbara cuando marqu otro nmero
de telfono. Abri de un tirn una de las zapatillas deportivas de Davy e introdujo el
pie del nio.
La rabia del seor Robertson, por supuesto, es comprensible -manifest Ernest Tiffin
(activista contra la pena de muerte), pero es preciso que la sociedad adopte un
a vision ms abierta, menos apasionada
Porterhouse amp; Stein.
Si -respond con impaciencia. Podra hablar con Dale Porterhouse, por favor?
Lo siento. El seor Porterhouse ha salido a comer- explic lenta y pesadamente la seo
ra al otro lado del hilo.
Mierda, pens.
De parte de quien? -pregunt.
Ummh s -conteste-. S.
Ya tengo los zapatos puestos, pap -Davy se puso de pie de unbrinco y corri por la
alfombra hasta cogerme la pierna de los pantalones-. Ya podemos irnos al zoolgico!
Le di una palmadita distradamente en la cabeza.
Mi nombroes Steve Everett. Soy un reportero del St. Louis News. Sera tan amable de
decirle al seor Porterhouse que me llame en cuanto pueda? Se trata del caso Beac
hum.
No hables por telfono ahora, pap -me dijo Davy tirndome del pantaln.
Oh, s -asegur la recepcionista. Pude percibir un cierto inters en el tono de voz-.
Se lo dir inmediatamente cuando llegue.
Le di el nmero de mi buscapersonas y colgu.
No irs a llevarte el busca, supongo -advirti Barbara.
Nos vamos ya?

Dejen que les diga algo -arguy el padre de Amy Wilson-. A mi hija le dispararon a
sangre fra sin motivo alguno. Ya le haba dado a Beachum el dinero de la caja. l ya
haba cobrado su dinero. Y mientras yaca en el suelo, saben? Ahogndose con su propia
sangre, ese animal, ese hombre, le sac la alianza y le arranc el medalln que penda d
el cuello, el medalln que le regal a los diecisis aos de edad -Robertson no poda cont
nuar. Trag saliva y sus ojos se empaaron. Prosigui forzando las palabras-: Y entonc
es la dej ah en el suelo para que muriera. Lo entienden? No se trata de un debate m
oral en televisin o de una historia periodstica, ni de ningn experto ni de sus magnf
icas ideas para la sociedad. Se trata de un hecho real como la vida misma, de mi
vida, y quiero que se haga justicia, en mi vida.

Uf! -exclam-. Bien, pequeo Davy, all vamos. -Lo cog en brazos-. Djame coger algo de
habitacin y ya est.
Zoolgico, zoolgico, zoolgico! -chill Davy.
No lo hars -espet Barbara.

Ya estaba de camino al recibidor.


Slo tengo que hacerle una pregunta a ese tipo -alegu mirando hacia atrs. Me frot la
nariz contra la de Davy-. Sobre patatas fritas! -le dije, y se ech a rer.
Las cortinas de color rosa estaban bien puestas en la habitacin. El sol del atard
ecer penetraba por las ventanas, adornado con las hojas de los rboles. La cama es
taba recin hecha y los pjaros y pias de la colcha tenan un aspecto clido y acogedor c
on la luz. Barbara no slo era bella, sino que haca que todas las cosas a su alrede
dor tambin lo fueran. Recuerdo domingos, antes de que el nio naciera, en los que y
aca acostado debajo de esa colcha con ella en mis brazos y yo me preguntaba cmo po
da ser tan afortunado.
Davy dio una palmadita en mi cabeza con la palma de la mano bien abierta, como s
i tocara un tambor.
Papi, papi, papi -canturre.
Desee que le hubieran subido unas dcimas de fiebre para no tener que llevarlo al
maldito zoo.
Qu es eso, pap? -pregunt.
Haba sacado la pequea caja gris de la mesita de noche.
Es el busca de pap -aclar-. Hace bip, bip, bip. Lo colgu en el cinturn.
Bip, bip, bip -repiti Davy, y volvi a darme palmaditas en la cabeza.
Lo llev por el pasillo hasta la puerta de la entrada. Barbara estaba en el umbral
de la sala de estar con los brazos cruzados furiosamente debajo del pecho.
Adis, mami! Adis! -Davy la salud, moviendo la mano por encima de mi hombro.
Adis, cielo, psatelo bien! -respondi.

Al fondo, pude or la solicitud melosa de Wilma Stoat goteando desde el televisor.


Abr la puerta. Mir hacia atrs y le gui el ojo a mi mujer. Ella frunci los labios con
fuerza y se dio la vuelta.
Uf, chaval! -murmur.
No habra debido detenerme nunca en esa maldita tienda de ultramarinos.

Un hipoptamo! -grit Davv.


Mierda!, pens.
Se encontraba justo tras la entrada del zoolgico, en un espacio cubierto por troc

itos de madera iluminado por el sol y situado debajo de unos rboles verdes: una e
statua de metro veinte de altura, un hipoptamo con una boca inmensa abierta. Haba
dos o tres chavales escalndolo, gateando por la boca del animal, patinando por la
espalda, serpenteando entre las patas rollizas. Davy me solt la mano y ech a corr
er hacia l, agitando los brazos por la emocin. Era capaz de pasar media hora en es
a cosa antes de ni siquiera pensar en entrar a ver a los animales de verdad.
Mir el reloj. Era la una y cuarto. Tena que llegar a la crcel sobre las tres, ms o m
enos, tal vez un poco ms tarde. Seguramente poda olvidarme de hablar con Porterhou
se antes de eso. Met las manos en los bolsillos y me acerqu tranquilamente a Davy
dando puntapis a las astillas. Intent minimizar la importancia del hecho. De todos
modos, no era nada importante. Como lo de Nancy Larson los disparos. Simplement
e se trataba de un cabo suelto que podra atar tan pronto como analizara la cuestin
ms de cerca.
Davy acababa de introducir la cabecita rubia dentro de la boca del hipoptamo. Esc
udriando las negras profundidades mientras se balanceaba sobre las puntas de los
pies. Esperando a que el nio que estaba dentro saliera y as poder entrar l. Poda or e
l zumbido de mi estmago mientras le miraba. Malditas patatas fritas. Seguramente
no era nada importante, pero chisporroteaban en el estmago como si se tratara de
una chispa elctrica saltando de polo a polo. Por supuesto, en aquel momento oa tan
tas chispas y chisporroteos que me senta como el laboratorio del doctor Frankeste
in en la gran noche.
Pero aquello era distinto y dese que Porterhouse hubiera salido a correr un poco
ms tarde. Y dese no haber llevado a mi maldito hijo al maldito zoolgico.
Davy sac la cabeza por la boca del hipoptamo cuando me acerqu. Su cara estaba radia
nte e iluminada.
Mira pap, es el hipo -dijo.
Me esforc en esbozar una sonrisa bonachona.
Caramba! S, eso es.
Por qu es un hipo? -me pregunt.
Bueno hijo, esa es una pregunta existencial.
Oh.
El nio que estaba en la boca del hipoptamo sali a gatas y Davy, que conoca perfectam
ente las leyes de la selva infantil, empez a abrirse paso antes de que algn listil
lo intentara colarse. Puso la rodilla en la mandbula inferior del animal y empez a
subir. Tena el otro pie suspendido en el aire, pero se detuvo y me mir por encima
del hombro.
Voy a meterme en la boca del hipo -explic- porque no me morder.
Ests seguro?
Titube unos instantes, inseguro y luego afirm:
S, s, porque es un hipo de mentira.
Exacto.
Escal hasta la boca, con la parte inferior de los pantalones cortos que avanzaban
serpenteando. Yo permanec de pie, azogado, en la sombra rota de los robles recin

plantados. Era un alivio despus de soportar la luz deslumbrante del sol, pero el
calor del da todava sofocaba la arboleda del hipoptamo y notaba como si la piel se
convirtiera lentamente en pegamento. Como efecto secundario, el sndrome del estmag
o elctrico pareca aproximarse a la superficie y esparcirse hasta el punto de que l
as chispas se marcaban un baile drmico desde las ingles hasta las cejas.
Yo esperaba apoyndome en un pie y luego en el otro, impaciente e irritable, mient
as las mams y las nieras permanecan junto a sus cochecitos, observando cmo los retoos
luchaban sobre la bestia y debajo de ella.
La voz de Davy lleg a mis odos cavernosa y resonante.
Mira papi, estoy en la boca del hipo!
Seguro que le sabes la mar de bien.
Por qu?
Porque eres muy dulce murmur con indiferencia. Saba que nunca escuchaba las respue
stas a sus preguntas.
Le mir a distancia mientras meneaba la cabeza, intentando salir de all. Me volva lo
co de aburrimiento, de frustracin. Saqu la mano del bolsillo y me la pas por el cog
ote para secarme el sudor. Porqu soy as? Porque nunca puedo parar?, pens.
Por qu soy muy dulce? -pregunt Davy, mirndome con ojos de miope desde la boca del hi
poptamo.
No hay una razn precisa -respond esbozando una sonrisa-. Simplemente naciste as.
El busca de mi cinturn emiti tres notas musicales.
Ha hecho bip, bip, bip -exclam Davy alegremente al tiempo que serpenteaba para sa
lir del hipoptamo.
S murmur.
Mi mano temblaba al manosear el aparato. Le di la vuelta en el cinturn para poder
leer el mensaje y reconoc el nmero de Porterhouse. La primera reaccin fue: Cielos! N
o! Ahora no!, pero ya estaba explorando el lugar con la vista en busca de una cab
ina telefnica.
Davy baj hasta el suelo.
Ahora voy a subir por la espalda! -anunci.
Haba visto una antes, lo recordaba. En la entrada. Justo delante de las taquillas
.
Escucha, Dave -expliqu.
Luchaba cmicamente por la quijada del animal. Era demasiado pequeo para escalarlo
y levantaba los brazos para asir los lados suaves y grises dando tumbos.
Aydame, pap! grit.
Dave, escucha, tengo que ir un momento a hacer una llamada.
Aydame con el hipoptamo.

Dave segua escarbando y resbalando hacia abajo.


Ven, tengo que ir un momento a llamar por telfono, Dave. En seguida volvemos.
De inmediato sospech que aquello no era ms que una mentira piadosa.
Davy mir a su alrededor, sorprendido. Baj los brazos y permaneci de pie sobre las a
stillas, mirndome con tristeza, desamparado.
Pero yo quiero subir al hipoptamo ahora -replic.
De acuerdo, de acuerdo, pero primero tenemos que hablar por telfono.
Frunci el ceo y patale con fuerza el suelo.
No quiero hablar por telfono. Quiero subir al hipoptamo.
Venga hijo -insist.
Me agach para cogerle en brazos.
No! -Empez a llorar-. Quiero quedarme con el hipoptamo!
Se puso a gimotear, arrug la cara y enrojeci de rabia. Se resista en mis brazos y s
e gir apuntando al hipoptamo. Las madres y las nieras fingan no darse cuenta. Me lle
v a Davy de ah.
Slo tenemos que -tena que sujetarlo con fuerza pues no cesaba de revolverse para vo
lver a jugar-. Tenemos que
Quiero el hipo-po-ta-moooooo! -solloz como si su madre hubiera muerto, presionando
contra mi pecho-. Quiero ir al zoolgico!
Volveremos al zoolgico. Volveremos -respond desesperadamente, avanzando cada vez ms
rpido por entre los setos en direccin a la entrada.
Impotente, Davy hundi el rostro en mi hombro, presionando con fuerza en busca de
consuelo.
Quiero ir al al zoolgico, ahora -chill tristemente.

Seguramente tendra que quedar con l, pens. Con Porterhouse. Ya saba que sucedera as.
l hombre no iba a replegarse por telfono y gritar: S, s, mi testimonio fue una menti
ra absoluta. De hecho, nunca cedera ni admitira algo as. Tendra que sentarme con l, f
ente a l y observarle mientras daba sus explicaciones. Y debera hacerlo ahora, si
poda. Antes de entrevistarme con Beachum. Quera que el cosquilleo de la duda se di
sipara antes de ir a la prisin. Quera saber cul era realmente el fondo de la cuestin
.
Con Davy llorando desconsoladamente en mis brazos, el sudor gotendome por la cara
y el estmago revuelto por la culpabilidad y la emocin, pas por la vistosa filigran
a de la verja. El telfono pblico estaba justo detrs de la pared de ladrillos del zo
olgico, con el signo azul centelleante bajo la luz del sol.
Sshh -susurr a Davv, mecindolo suavemente-. Ssshhh.
Vamos al zoolgico -grit pegado a mi camisa.
Sosteniendo al nio con un brazo, el izquierdo, saqu unas monedas del bolsillo con
la derecha. Con esa misma mano descolgu el auricular, introduje el dinero por la

ranura y puls los botones.


Sshh, Davy, sshh -repet.
Porterhouse amp; Stein -salud la recepcionista.
Davy levant la cabeza.
No hables por telfono! -exigi, al tiempo que daba una ligera manotada al auricular.
Con el seor Porterhouse, por favor -dije-. Soy Steve Everett del News. Sshh -masc
ull a Davv. Intent darle un beso, pero gir la cara-. Lo siento, cario. Tengo que hac
er esto.
Frunciendo el ceo, se esforz en contener los sollozos.
Pero volveremos al zoolgico en seguida -asegur resueltamente.
Dgame-profiri una voz al otro lado del hilo-. Soy Dale Porterhouse.
Era una voz humilde, aguda y suave que pretenda, pens, sonar rimbombante y ms profu
nda y firme de lo era en realidad.
Buenos das, seor Porterhouse. Soy Steve Everett del St. Louis News. Estoy cubriend
o la ejecucin de Frank Beachum y s que usted fue uno de los principales testigos e
n su contra
S. -Casi poda or cmo se envaneca al otro lado-. S, lo fui.
Me preguntaba si tendra tiempo de hablar conmigo sobre el caso.
Bueno repuso utilizando un tono altanero y engredo-. Desgraciadamente en estos mom
entos estoy en una reunin. -Pareca lamentarse.
Me preguntaba
Tuve que mover el brazo porque Davy se gir hacia mi cadera. Mir tristemente por en
cima del hombro en direccin a la verja y rompi a llorar otra vez.
Estaba escalando el hipo -reiter, frotndose los ojos. Empezaba a estar cansado. No
haba dormido la siesta.
Me preguntaba si podramos vernos unos minutos. Slo para saber su opinin sobre el as
unto.
S que quera. El tono de voz delataba su deseo. El ritmo de la respiracin, o alguna
emanacin que sala por el auricular, no lo s. Pero saba reconocer a los que les gusta
ver su nombre en los peridicos.

Zoolgico -prosigui Davy para s, desconsolado. Con el corazn destrozado, volvi a apoy
r la cabeza en mi hombro.

Si, supongo -aclar Porterhouse-. Aqu no sera un buen lugar. Mejor ser que nos veamos
abajo. En Bread Company, el restaurante. Lo conoce?
En Pine Street. S, claro.
Dentro de una media hora.
Perfecto.

Davy empez, a gimotear de nuevo al ver que me lo llevaba del zoolgico, al percatar
se de la direccin en la que me alejaba.
Pero volveremos al zoolgico en seguida -sigui sollozando.
El rostro se empapaba de sudor mientras corra hacia el coche.
Volveremos, te lo prometo. Otro da, otro da Davy, te lo juro por Dios.
Se rebel contra m mientras lo ataba a la silla para nios, dando patadas con las pie
rnecitas, debatindose intilmente con los brazos. Yo continu en silencio, Forzando s
u pequeo cuerpo contra el cojn, colocandole el cinturn de seguridad entre las piern
as, cerrando el seguro. Cuando me sent tras el volante, ya le haba cogido una rabi
eta de padre y muy seor mo. Poda observarle por el retrovisor, con el rostro lvido y
el cuerpo retorciendose comvulsivamente contra las correas del cinturn. Chilland
o sin palabras, ms all de las palabras.
Dios! Davy, para. Por favor.
Sin embargo, contuve mi rabia y la escond con amargura en mi garganta. Encend el m
otor del Tempo. Davy mir por la ventana, en direccin al zoolgico, suspirando por l m
ientras nos alejbamos.
Rec para que se durmiera por el camino, pero no lo hizo. Qu diablos pasaba con su f
amosa siesta? Se limit a seguir llorando y llorando, cada vez con menos fuerza, a
medida que pasbamos por debajo de los rboles, el lago y las carreteras sinuosas d
el parque. Ya haba superado la etapa del zoolgico y ahora slo quera estar con su mad
re.
Quiero ir con mam -sollozaba.
De acuerdo, de acuerdo -respond yo entre dientes.
Barbara debi de orle cuando llegamos al rellano de casa, porque una vez ms abri la p
uerta antes de que llegara a ella. Davy tendi los brazos hacia ella, lloriqueando
, y ella lo arranc de los mos. Se me qued mirando, con los labios entrecerrados, mi
entras el encajaba la cabeza en el cuello de ella.
Yo quera quera ir al zoolgico -explic-. Quera quera subirme al al quera
Alc las manos, pero no se me ocurri nada que decir.
Barbara trag saliva, meciendo a nuestro hijo suavemente en sus brazos. Yo permane
c ah, de pie, con las manos en alto, mirando a sus imperturbables ojos azules.
Qu -intervino al fin, poniendo la mano en el cuello del nio, apoyando la cara contr
a el pelo de l-. Qu tornillo te falta?
Empec a responder, pero me cerr la puerta en las narices.

Antes de que Bonnie y Gail llegaran, son el telfono en la galera de la muerte. Bens
on lo cogi.
Frank Beachum lo observaba. Estaba sentado a la mesa, tomando el almuerzo. Un bo
cadillo de jamn. Jamn sobre una rebanada de pan blanco con mostaza. Lo masticaba,
mirando a Benson, pero no le saba a nada.
Frente a su escritorio, fuera de la celda, Benson permaneca sentado con el auricu
lar al odo.
De acuerdo -asinti.
Se levant y avanz hacia los barrotes, acercando el auricular a Frank. EI hilo vibr
aba como si estuviera tendido a lo largo de la habitacin.
Frank tuvo que levantarse y poner la mano a travs de los barrotes para coger el t
elfono. Tuvo que ladear la cabeza y pegarse a los hierros para poder escuchar.
Tu abogado -aclar Benson, Volviendo a su mesa.
Frank asinti secamente.
S -dijo en voz baja.
Intent fortalecer su nimo, pero sin xito. Saba que, de hecho, no haba esperanza algun
a, pero cuando el telfono sonaba, cuando el abogado llamaba, senta que un nudo ace
lerado de terror le suba por la garganta y la lengua, y la espalda le dola y le ti
raba. Entonces saba que se abrazaba a una esperanza.
La voz tensa, juvenil y -Frank pens- desventurada de Hubert Tryon surgi al otro la
do de la lnea.
Frank?
Frank cerr los ojos y no respondi. No pregunt. No quera saber.
Todava no ha llegado -prosigui Tryon-. Pero el escribano dice que tiene que llegar
de un momento a otro. No quera que pensaras que me haba olvidado de ti.
Frank mir el reloj de la pared. Era casi la una, pero eso no surti efecto alguno e
n l. Simplemente se qued mirando reflexivamente el reloj, sin ver nada.
Frank? -inquiri Tryon.
S, s, estoy aqu.
El dolor de la espalda empeoraba cuando se relajaba, pero se sinti aliviado al en
terarse de que todava no haba respuesta a la apelacin. An quedaban esperanzas. O, al
menos, se poda sentir como si an quedaran esperanzas.
Cmo lo llevas? -pregunt el abogado.
Bien, bien, ya sabes -contest Frank.
S -asinti Tryon-. Bueno, mira, tengo que decrtelo, Frank. Tom me pidi que te lo dije
ra. Tengo que ser honesto. No hay mucho que esperar por aqu. Entendido? Bueno, sie
mpre queda alguna oportunidad, pero los del departamento ya han odo todo estoy no
tiene buena pinta. Tom quera que estuvieras prevenido.

S, lo s -observ Frank tragndose el gusto amargo.


Tom est citado con el gobernador a las cinco en punto.
De acuerdo.
Hubo una pausa y Frank pudo percatarse de la inquietud de Tryon al otro lado del
hilo.
Finalmente, Tryon explot.
Frank, esto no tiene buena pinta. Ni con el gobernador. Tienes que estar prepara
do para ello. Tienes que mentalizarte para lo peor.

S -consinti Frank de nuevo. Le resultaba difcil decir mucho ms. Le habra gustado pod
r hacerlo, pero cada palabra pareca pesar una tonelada-. Estoy preparado. Todo lo
preparado que puedo estar.
Hubo otra pausa mientras el pobre Hubert se concentraba para poder continuar.
Tom dice Tom dice que el gobernador se encuentra en una posicin difcil. Ya sabes tod
o lo que piensa la gente sobre la pobre chica. Y, adems bueno siempre ha prometido
ser duro con el crimen. No hay mucho que hacer. T no ests Tom dice que si le pudier
a decir hasta qu punto ests arrepentido -Tryon suspir. Al fin lo haba soltado.
Frank pronunci las palabras fatales.
Yo no lo hice.
Lo entiendo, lo entiendo, y Tom tambin lo entiende -prosigui Tryon rpidamente. Tryo
n, observ Frank, andaba con pies de plomo para no decir que le crea. Todos los abo
garlos haban tenido cuidado con eso-. Pero el gobernador analizar la cuestin as: Ey,
ese hombre ha sido condenado, no? Cul es el problema ahora?. Bueno, ya sabes. Yo slo
pretendo explicarte su posicin. Nadie quiere que confieses algo que no has hecho,
pero yo te explico a lo que Tom va a tener que enfrentarse.
Al da siguiente, l estara en casa, pens Frank. Cuando todo esto se hubiera acabado.
Hubert Tryon estara en Jefferson City, en casa con su mujer. Se llamaba Melinda,
y se sentaran a la mesa de la cocina iluminada por la luz que entraba por la vent
ana. Hablaran de ello, de l, o de cmo Hubert se senta al respecto. Dios! -exclamara
ert-. Cuando se pierde uno es realmente una pena. Y su mujer se acercara y le toma
ra la mano. Y, as, poco a poco, dejaran de hablar de l. Poco a poco olvidaran su muer
te, con el tiempo, a medida que pasaran las horas. La muerte quedara relegada en
el espacio por el correo diario y las llamadas de cada da y los programas de tele
visin y las dudas sobre qu preparar para comer. Al or su voz, la voz de Tryon, Fran
k poda percibir todo aquello, poda descubrir el mundo de Tryon, una extensin verde
y luminosa, conectada con l mediante el cable en espiral del telfono. Y poda observ
ar la espantosa celda que le rodeaba, escueta y blanca, y cmo cada tomo de la mism
a encadenaba, como hombres a la rueda de un molino, a las manecillas del reloj q
ue giraban implacables sin cesar. Cuntos metros haba entre un lugar y otro, entre d
onde estaba Tryon y donde estaba l? No demasiados. Si no hubieran paredes, la dis
tancia sera bastante corta.

Al escuchar la voz del abogado, Frank poda sentir cun cerca estaba aquel hombre de
su vida y de su libertad. Y si hubiese credo que poda pronunciar alguna palabra,
verdadera o falsa, y as cruzar la frontera del mundo tapiado de su celda mortal h
asta la mesa de cocina iluminada por una ventana abierta, seguramente lo habra he
cho. Confesar? Expresar remordimientos? Por todo los santos! Claro! Qu diablos le imp
rtaba a l si lo que deca era verdad o mentira? Qu era aquello comparado con diez min
utos sentado a la mesa de la cocina con Bonnie? Viendo cmo ella serva una taza de

caf o cualquier otra cosa. Hablando sobre el papel de la habitacin o sobre algo pa
recido.

Pero Frank saba, porque le haba dado muchas vueltas en la cabeza, y estaba casi co
nvencido de que, dijera lo que dijese, el gobernador le dejara morir de todos mod
os. Una vez habl sobre el tema con el abogado principal del caso, Tom Weiss, y ha
sta l haba reconocido que el gobernador no era el tipo de persona que condonaba la
pena de un asesino por el hecho de que ste pidiera perdn. Y si Frank confesaba y
le mataban, qu le quedara entonces? Qu les quedara a Gail y a Bonnie? No slo su conf
, sino tambin su cobarda. El intento lastimoso de salvarse a s mismo. La incertidum
bre de su hija sobre si era cierto o
Yo no lo hice -declar por telfono-. No puedo decir que siento algo que no hice.
No dijo ms. El peso de las palabras le resultaba excesivo para continuar. Por otr
a parte, si explicaba sus razones al abogado, ste poda intentar discutir con l, per
suadirle de que aceptara la oportunidad principal, la nica que tenan. Eso era lo q
ue hacan los abogados; lo hacan maquinalmente, por instinto. Y Frank no saba si era
capaz de oponerse a algn tipo de persuasin en ese momento. As que no dijo ms.
No, por supuesto, de acuerdo respondi Tryon. Escucha, te llamar cuando sepa algo d
e la apelacin. Ser dentro de una media hora, como ya te he comentado. Mientras tan
to, si necesitas algo tienes el nmero de mi busca y
Tryon continu hablando, pero Frank ya no le escuchaba. Miraba a Benson. Benson se
haba levantado de nuevo y miraba la puerta de la galera de la muerte. La puerta d
e la galera de la muerte empez a abrirse. Frank sostena el auricular del telfono con
una mano y oa la voz del abogado, pero no tena sentido; era incapaz de captar el
sentido de su voz. La puerta se abri un poco ms y Gail entr en la sala, sus ojos le
buscaban con ansia. A continuacin, Bonnie y el reverendo Flowers cruzaron el umb
ral.
Frank dese haber tenido ms tiempo para prepararse para ellas, para verlas, para pr
eparar su mente. Sin embargo, a pesar de haberlas visto ayer y anteayer, no saba
si alguna vez habra conseguido prepararse lo suficiente para aquello, para el sen
timiento de aquella ltima vez. Gail esboz una sonrisa emocionada al verle y se ech
a correr hacia los barrotes de la celda. Bonnie la sigui con pasos inestables, mi
rndole a los ojos, intentando sonrer y, sin embargo, llorando ya en su fuero inter
no.
De acuerdo -mascull Frank por telfono sin saber qu deca-. De acuerdo.
Y alej el auricular pasndolo por entre los barrotes.
Estar fuera si me necesitis -indic Flowers.
Nadie le presto atencin. Se dio la vuelta y sali.
Bonnie y Gail se acercaron a la celda.
Hola, pap! Te he trado un dibujo -salud Gail.
Frank no se percat del momento en el que Benson recogi el auricular, pero al cabo
de un instante agarraba los barrotes de la celda con ambas manos mirando con ojo
s de miope a sus dos chicas, luchando por contener las lgrimas y pensando resiste
, resiste, resiste, intentando contenerse y diciendo:
Ey! Eso es magnfico, genio! Espera un minuto a que os dejen entrar para que lo vea
bien.

Benson se movi penosamente despacio, o esa fue su impresin. Desconect el cierre elct
rico de la pared, y se acerc lentamente a los barrotes para desbloquear el cerroj
o mecnico. Bonnie no alej la mirada de los ojos de Frank en ningn momento y l suspir
aba por ella en la celda sin dejar de pensar resiste, resiste, resiste. Si se de
jaba llevar, las lagrimas no tendran fin.
Finalmente, los barrotes se abrieron y Gail entr como un relmpago, abrazando con f
uerza las piernas de Frank. Bonnie segua sonriendo al entrar, pero por dentro se
deshaca en lgrimas, conteniendo los labios, con la cara cansada y congestionada.
Frank puso las manos sobre la cabeza de su hija y, durante unos instantes, se si
nti aturdido con olores imaginados: olor a hierba, a carbn vegetal y a aire fresco
. Casi poda or al beb Gail golpeando el cubo de arena con su pala. La nia le solt las
piernas y dio un paso hacia atrs.
Mira mi dibujo, pap -profiri.

Bonnie se acerc a l, le abraz, apoy la cara contra su hombro y rompi a llorar. l la o


llorar. Gail, mostrando su dibujo, interrumpi:
Mira. Son pastos verdes, papi. Lo ves? Y esto es el cielo azul. Lo he hecho en el
motel, pero todava no est acabado.
Pic de pies impacientemente mientras Frank abrazaba a su madre, que segua llorando
. Frank apart unos momentos la voz de su hija en la distancia mental para abrazar
con fuerza a su esposa, con las manos en los hombros suaves de ella. Poda sentir
cmo su cuerpo se tranquilizaba y su corazn palpitaba al llorar. Saba que slo lo haca
con l, slo se abandonaba cuando estaba con l. El resto del tiempo utilizaba toda s
u fuerza para mantener las riendas de sus vidas juntas, la de ella y la de Gail.

Todo mejorar, pens Frank, cogindola con fuerza. Todo mejorara para ella cuando aquel
lo hubiese acabado. El suspense terminara. Y la distraccin. Ya no tendra que import
unar a ms abogados, ni escribir a los senadores, ni al departamento del gobernado
r. La tensin de mantener vivos los lazos del matrimonio a travs de los barrotes se
disipara. Tras la noche de hoy, en las prximas semanas, poco a poco todo habra con
cluido. En ciertos momentos le haba preocupado e incluso desesperado que ella tuv
iese que vivir, tuviera que continuar viviendo despus de su muerte. Pero ahora ya
no le enojaba. Al igual que con el abogado Tryon, poda imaginarla durante un seg
undo en su vida futura. En alguna sala de estar bien iluminada, en un futuro sin
l, diciendo: Mi difunto marido. Llevndose una taza de caf a los labios. Diciendo: M
rimer marido, sin llorar ms por ello. Eso sera mejor, pens. Alej sus propias lgrimas
n una fuerza casi salvaje, con una plegaria salvaje deja que se comporte de form
a que el recuerdo que a ella le quede sea bueno, no importa lo que l sienta. Deja
que se comporte de forma que, cuando todo haya acabado, ella se sienta mejor.
Vamos, nia grande, vamos -observ, dndole unas palmaditas en la espalda.
Mira, pap. Mira mi dibujo -interrumpi Gail-. Todava no est terminado.
Frank forz un guio por encima del hombro de su mujer.
Venga,
todo. No
rando al
s adnde

venga. Slo me voy a la tierra de los sueos. Y pondr la mesa para ti, eso es
vamos a ponernos tristes por eso, verdad? -minti Frank en voz baja, murmu
odo de Bonnie-. No vamos a tener miedo, de acuerdo? Porque los dos sabemo
voy. Voy a guardaros un lugar en la mesa. Entendido?

Sigui dndole nimos, con un murmullo constante. Conoca a su mujer. Saba que, en cuanto
pudiera, intentara sentir lo que se supona que deba sentir en lugar de lo que senta
en realidad. Se supona que deba sentir que l se iba al cielo y que, por lo tanto,
todo ira bien, y l saba que ella intentara con todas sus fuerzas sentir lo que l le r

ecordaba. Imagino que eso le llenara todas las podridas horas que quedaban, as que
le murmur las palabras una y otra vez. Poda sentir que eran las palabras adecuada
s. Pens que Dios le dictaba lo que deba decirle. Pero se senta terriblemente solo.
Tenerla ah, abrazarla, querer decirle todo lo que guardaba en su corazn y, sin emb
argo, estar consolndola de aquella manera. Era peor que antes de que ella llegara
. La soledad. Era insoportable tenerla entre sus brazos. Estaba en una celda con
las nicas personas que haba amado en este mundo, y hablar de ese modo haca que se
sintiera tan distante de ellas como un astronauta a la deriva. Negro, un vaco neg
ro en su interior. Como un mar negro. Nada que hacer excepto esperar en la inmen
sidad vaca que pasara el aire. La abraz con fuerza. Si hubiera podido llorar en su
hombro, si hubiera podido abrazarlas a las dos y sollozar y decir cunto las amab
a y hasta qu punto estaba aterrorizado y encolerizado por la injusticia de todo a
quello Si hubieran podido llorar a mares y estallar sinceramente todos juntos, ta
l vez hubieran traspasado la intolerable distancia entre su cuerpo condenado y s
us cuerpos en vida. As, al menos habra podido disfrutar de verdad esos ltimos momen
tos.
Sin embargo, as le recordara, desesperado, llorando, y eso no sera bueno para ellas
. No habra paz. Aquello era mejor, pens. Y continu.
Ey! No estemos tristes -repeta sin cesar-. Voy al lugar ideal, Bonnie, t lo sabes.
No estemos tristes.
Al fin, el sistema funcion. Al cabo de unos instantes, el cuerpo de Bonnie pareci
recobrar energa. Poda sentirlo. Bonnie dej de abrazarle con tanta intensidad, se ec
h un poco hacia atrs e intent sonrer a travs de las lgrimas.
Podemos estar un poco tristes? -pregunt.
Frank emiti un ruido que esperaba sonara como una risa natural.
Bueno, slo un poco. Porque soy un tipo tan magnfico que seguro que me echarn de men
os durante un tiempo.
La respuesta hizo que ella moviera la cabeza, que luchara para hacerle comprende
r con la mirada el hombre magnfico que sin lugar a dudas ella crea que era. Pero e
so no era bueno. Si continuaba as, ella cedera de nuevo. As que se separ un poco de
ella, rodendole an el hombro con el brazo y se gir para mirar a Gail. La cara plida
y preocupada de la nia miraba hacia arriba mientras sostena el dibujo frente a ell
a con ambas manos.
Bueno, veamos este dibujo -indic-. Qu has dicho que era?

Son pastos verdes. Todava no lo he acabado -respondi Gail, ensendole la hoja de peri
ico mostrando los horribles garabatos.
Frank iba a ponerse en cuclillas para mirar el dibujo atentamente, paro el telfon
o son de nuevo en la mesa de Benson. Frank y Bonnie se giraron para mirarlo, con
los labios tensos. Gail sigui sus miradas.
Dejar que mi secretaria lo coja -coment Frank con voz severa.
Quiz sea la apelacin -observ Bonnie. El tono de su voz estremeci a Frank. Como si la
apelacin lo solucionara todo, como si fuera lo nico que estuvieran esperando-. Se
guro que s -prosigui-. No crees? Debe ser Weiss o Tryon. Quiz sea la apelacin, el apl
azamiento de la sentencia. No crees?
No, no, Bonnie. Bonnie, escucha -arguy Frank.
Tu abogado otra vez, Frank -interrumpi Benson. Avanz hacia la celda con el auricul

ar en la mano tendida.
Frank se torn hacia su hija.
Aguanta el dibujo un momento, genio. Tengo que hablar un minuto con mi abogado.
Este lugar bueno, la accin nunca cesa.
La nia esboz una sonrisa por la broma de pap. Bonnie permaneci inmvil, mirando el aur
icular, mirando como lo hara un nufrago ante lo que podra ser un movimiento entre l
a niebla. Frank se acerc a los barrotes, al aproximarse para coger el telfono, sus
ojos se encontraron con los de Benson. El oficial de guardia era un hombre duro
y sus rasgos permanecan impasibles, pero Frank conectaba con l. Por un momento tu
vo la impresin que los dos comprendan, comprendan la situacin, el procedimiento, la
forma en que todo pasara, metdica, paso a paso, cada uno cumpliendo con su trabajo
. Benson y l estaban all, juntos. Pero Bonnie y Gail no.
Se inclin hacia los barrotes y se llev el telfono al odo.
S -dijo.
Soy Hubert, Frank. Hemos perdido.
A pesar de saber lo que iba a ocurrir, su estmago se desplom como el de un ahorcad
o. Carraspe un momento.
Entendido -contest.
Nos lo comunicaron justo despus de hablar contigo. No han aceptado ningn argumento
, y el fallo de Herrera nos ha cortado las alas por todas partes -Frank oy el sus
piro de Tryon. Cerr los ojos, apoyando el hombro contra los barrotes-. Estamos bu
scando la frmula para apelar al Supremo, pero Y Ted est citado con el gobernador de
ntro de pocas horas.
S -fue todo lo que Frank pudo pronunciar-. Entendido.
S -respondi Tryon con su voz aguda-. Lo siento, Frank. Vas a tener que prepararte
para lo peor. No te voy a engaar.
No -contest Frank secamente.
En medio de una oscura confusin, intentaba convencerse de que era real, de que ib
a a ocurrir, tragarse lo que le acababan de decir. Pero al mismo tiempo pensaba:
Todava nos queda el gobernador. Todava nos queda el gobernador. No porque lo crea,
sino porque el peso de la muerte era imposible de soportar.
De acuerdo -manifest tras un largo silencio-. Gracias.
Lo siento de verdad, Frank.
S.
Devolvi el telfono a Benson y permaneci aferrado a los barrotes, dando la espalda a
su familia. Observ cmo el oficial de guardia llevaba el telfono despacio por la sa
la, mientras el cable enrollado se aflojaba y se arrastraba por el suelo. Espera
ba que le subiera la sangre a la cara antes de girarse, pues se haba sentido pali
decer cuando Tryon le haba comunicarlo la noticia.
Entonces se gir. Bonnie estaba ah, mirndole, con los ojos hmedos. esperanzada. La mi
rada pequea y preocupada de su hija iba de uno a otro sin cesar, presintiendo un
acontecimiento. Frank volvi a desear que nunca hubieran venirlo, que nunca se hub

iera casado, no haber tenido ninguna hija y pasar solo por todo aquello. Paso a
paso. Cada uno cumpliendo con su trabajo. Pasar por todo aquello solo, le pareca
ms sencillo. Frunci los labios.

Lo siento -se disculp con voz ronca. Soy un tipo muy conocido por aqu, qu ms puedo d
cir?
Hay algo? -pregunt Bonnie.
Frank hizo un movimiento con la mano.
No, todava no se sabe nada. Ya sabes cmo son estas historias legales. Tardan una e
ternidad.
Bonnie se mordi los labios y asinti. Frank se acerc a ella, esbozando una sonrisa f
orzada. Se puso en cuclillas frente a su hija. Se puso derecha y levant el rostro
. Movi la mano en el extremo del dibujo, sostenindolo frente a l.
Bueno -anunci Frank-, echmosle un vistazo a esa obra de arte.

El Hombre Chocho estaba esperando en la esquina de Pine Street. Una figura oscur
a arrastrando los pies por entre los callejones, del centro de la ciudad, entre
ladrillo rojo, hormign blanco y cristal antirreflejante. Un negro de mediana edad
con un gabn sucio de color gris, a pesar del clima, un gabn manchado y desgastado
. Apestaba a vino y a orina. Tena cara de pocos amigos, con barba de tres das, y l
os ojos amarillos y con las venas rojas muy visibles. Pero estaba atento y vigil
ante de modo feroz: mova la cabeza, la mirada, rpidamente de un lado a otro. Y man
tena un parloteo constante dirigindose a todos y cada uno de los ltimos peatones de
l medioda.
Cuando se acercaban hombres, les peda dinero.
Dame pasta -espetaba-. T tienes pasta. Cantidad de pasta. Yo no tengo pasta, dame
algo de tu pasta, tienes pasta mogolln to, veo que tienes pasta -prosegua.
Y cuando las mujeres pasaban, cuando huan de l apretando los labios con rabia y di
sgusto, les peda sexo del mismo modo.
Dame un poco de ese chocho, cielo, quiero un poco de ese chocho que tienes, tien
es chocho mogolln, para quin guardas todo ese chocho, necesito ese chocho con pan,
cielo, dame tu chocho con pan.
Haba aparcado en un garaje cercano y me diriga hacia Bread Factor, a toda prisa. E
l Hombre Chocho me abord al acercarme a la esquina con la boca abierta y una sonr
isa de rapia, mostrando los dientes grises.

Steve! -grit-. Steve! Eres t, viejo periodista? Eres el viejo periodista? S que t
mi dinero, Steve. S que tienes dinero mogolln. Dame algo de ese dinero.
Pude sentir el hedor cuando se acerc, con la cabeza mirando al suelo y la mano te

ndida. Todava tena el llanto miserable de mi hijo en la memoria, y un malestar que


me resultaba demasiado familiar se arremolinaba en mi interior como si fuera un
a bomba de gas. No estaba de humor para el Hombre Chocho. Por el hedor a meados
que desprenda y la nube de vmito y alcohol en su aliento. Por la mirada de las muj
eres al pasar, y no slo las muecas de rabia y disgusto, sino tambin el miedo que s
e deduca al ver cmo aceleraban el paso. Odiaba al vagabundo. Me daba nuseas.
Dame algo de ese dinero, Ste -pidi. Pero entonces una chica con un vestido de topo
s trat de escabullirse por el otro lado. Agarr el bolso, acelerando el paso hacia
el restaurante. Pero el Hombre Chocho la descubri en seguida.

Ey, hermana! -grit (la llam hermana porque tambin era negra)-. Ey, hermana! S que t
es un chocho muy dulce, tienes un chocho dulce con pan, dame un poco de ese choc
ho.
Toma -dije-. Cierra ese jodido pico.
Se gir hacia m y su hermana se escurri con la boca encogida. Yo haba sacado mi carte
ra y ojeaba rpidamente los billetes. Siempre le daba un billete de cinco a ese ba
stardo cuando le vea, porque as se largaba a otra parte. En el mismo instante en q
ue reciba los cinco pavos se iba a buscar una botella y desapareca durante horas,
tragando y engullendo detrs de algn contenedor en un callejn cualquiera.
Aqu est la pasta gru, husmeando alrededor de mi cartera cono un buitre nervioso-. Da
me cinco, dame diez, dame veinte, veinte dlares, Steve, veinte dlares con pan.
Saqu uno de cinco se lo lanc, girando la cara para evitar su aliento.
No lo gastes en comida, cara de culo -espet.
La mano que tena en el bolsillo hizo un gesto rpido y el billete desapareci.
Cinco dlares? -pregunt-. Eso es todo lo que vas a darme?
Cinco podridos dlares? Podras darme veinte. Podras darme cien, tienes mucho dinero.
Tienes dinero con pan, Steve.
Pero ya se alejaba poco a poco, hablando de espaldas a m por encima del hombro. D
oblando el billete por la mitad y luego en cuartos y deslizndolo en el bolsillo d
e su abrigo aferrado en su puo. Unos segundos ms tarde andaba por la acera, cabizb
ajo y concentrado, ignorando a los transentes, ignorndolo todo excepto el sueo dora
do de la tienda de licores al Final del da. Dese que se emborrachara lo suficiente
como para caer de bruces delante de un camin.
Avanc unos pasos, haciendo una mueca, hasta llegar a Bread Factory.
Era un pequeo restaurante de comida rpida muy vistoso, emplazado en la esquina rod
eado de cristales. Empuj la puerta con el hombro y me llego el olor de la pasta f
ermentada, que me hizo olvidar el mal olor del hombre Chocho. La cola propia de
la hora de comer haba mermado, pero la gente detrs del mostrador todava reparta pane
cillos redondos y platos de ensalada. Los clientes se sentaban aqu y all masticand
o entre las mesas ribeteadas con linleo. Explor la sala con la vista y localic a Po
rterhouse en una esquina. Estaba sentado solo en una mesa para dos, con una taza
vaca delante de l. Me vio y me salud con gesto tmido.
Su aspecto era como su voz. Lo cual no suele ser as (eso es algo que se aprende a
l trabajar como periodista, por telfono, gran parte del tiempo). Sin embargo, l er
a la viva imagen de su propio trmolo titubeante. Unos cuarenta y pocos aos. Bajito
, calvo y con una cabeza redonda como una moneda de cinco centavos. Llevaba un p
equeo bigote que esconda una boca delgada y plida, y sus ojos parecan los de una vcti

ma, inquietos y asustados tras la gruesa montura cuadrada de las gafas. A primer
a vista no me gust. Pero en ese momento, y con mi estado anmico, seguramente nadie
me habra gustado.
Le hice una seal levantando el dedo, indicndole que esperara un instante. Estaba h
ambriento como un lobo y, cuando el ltimo cliente retir su bandeja del mostrador,
me detuve y ped un panecillo y un caf.
Llev el pedido hasta la mesa de la esquina, dej la bandeja y le tend la mano. l tend
i la suya. La palma de su mano estaba hmeda. Me sent frente a l.
Disclpeme por comer mientras hablamos me excus, moviendo ligeramente el panecillo. No he tenido tiempo de almorzar.

Sin embargo, era una mentira. No lo senta. No me importaba. Qu ms le daba a l si yo c


oma mientras hablbamos? Maldito capullo de mierda que me haba separado de mi hijo c
uando estbamos en el zoolgico. S, claro, era culpa ma, pero culparle a l me haca sent
r mejor y no pareca lo suficientemente grande como para impresionarme. Cog el pane
cillo y le pegu un bocado, masticando ruidosamente, bebiendo un poco de caf para h
acerlo bajar.
Porterhouse intent no mirarme. Agitaba nerviosamente los dedos alrededor del vaso
. Miraba de un lado a otro.
Supongo que la vida de un periodista es muy agitada -content al cabo de un moment
o.
Yo tragu el caf y le mir con expresin reprobadora.
S, y este es mi da libre -seal.
Me mir como si pidiera disculpas. Se pas la lengua por los labios. El borde inferi
or de la taza de caf de plstico emiti un rudo al rozar el linleo. Seguramente entonc
es se le ocurri que deba imponerse. Pareca la clase de to al que se le ocurran esas c
osas de vez en cuando.
Bueno, yo yo tambin tengo un programa bastante apretado, seor Everett -resolvi con f
irmeza-. En qu puedo ayudarle?
Le lanc otra mirada amenazadora a travs del caf, pero poda or a mi hijo otra vez en m
i cabeza. Vaymonos al zoolgico! Poda or su gemido lastimero. El disgusto luchaba cont
ra la rabia en mi interior y lo cierto es que venci en tres asaltos consecutivos.
Me reclin en el respaldo de caa de la endeble silla de marco metlico. Suspir. Pobre
bastardo, pens al mirar a Porterhouse, al observar la nuez de su garganta agitad
a.
Bien -anunci al fin, colocando el portavasos delante de m. Me sub las gafas de mont
ura metlica y enlac los dedos encima del ribete de linleo. Respir hondo-. Le agradez
co que haya venido. De hecho, slo quera tener una idea de cmo se siente hoy ya sabe,
ahora que Beachum va a ser ejecutado. Teniendo en cuenta que fue condenado en f
uncin de su testimonio. Le preocupa?
Supongo que era el tipo de pregunta que estaba esperando o, al menos, pareca prep
arado para ella. Lade la barbilla y mir con ojos pensativos e inquietos durante un
instante. Entonces empez a recitar un discurso que haba compuesto, imagino, en el
mismo momento en que recibi mi mensaje. Pegu otro bocado al panecillo mientras l h
ablaba, beb otro sorbo de caf Probablemente tendra que haber sacado el bloc de nota
s y fingir que escriba algo, pero todo aquella informacin era bastante ridcula, e i
magin que si era preciso podra reconstruirla en la oficina sin ningn problema.

Un hombre tiene una responsabilidad para con sus vecinos -prosigui Porterhouse-.
No se pueden tener en cuenta slo los sentimientos personales. Es importante que s
e haga justicia de acuerdo con las leyes del pas Etctera, etctera. La porquera habitu
al.
Al acabar, volvi a mojarse los labios y gesticul nerviosamente con una de sus dos
pequeas manos rosadas.
No piensa tomar notas o grabar la conversacin o algo por el estilo? -pregunt-. En
general, cuando me ha entrevistado algn periodista quiero decir que
S, bueno, tengo memoria fotogrfica -respond.

La verdad es que me pareci una respuesta estpida incluso a m, as que saqu un pequeo b
oc de notas del bolsillo trasero. Lo puse sobre la mesa al lado del panecillo y
lo abr por una pgina en blanco. Saqu un bolgrafo del bolsillo y lo destap.
Y no duda nunca? No duda nunca de su testimonio? No piensa nunca que tal vez se hay
a equivocado? -inquir.
Porterhouse se movi con aire fanfarrn sentado en la silla. Hizo un gesto con sus p
equeos hombros debajo del traje gris de rayas y esboz una sonrisa jactanciosa con
la comisura de los labios.
Supongo que se podra decir que no soy el tipo de persona que se ahoga en un mar d
e dudas con demasiada facilidad -asegur-. Asegrate de que tienes razn y sigue adela
nte, se es mi lema.
Anot el lema en el cuaderno.
Como Davy Crockett -aad.
Ri en voz baja y se frot las manos lentamente.
S, creo que se podra decir as.
Se estaba imaginando el titular del da siguiente: Asesor Fiscal, El Nuevo Crocket
t. Yo, por mi parte, imaginaba a Davy, mi hijo. Saltando cuando entr en casa, dem
asiado emocionado como para pronunciar palabra alguna. Vamos vamos vamos al zoolgico
! No quera seguir all ni un minuto ms, hablando con ese tipo sobre nada. Para nada.
Una conversacin vana, y la verdad es que ya saba que iba a ser as antes de venir.
Alc la mirada. Me senta cansado y deprimido.
As que no tiene la ms mnima duda de que Frank Beachum fue el hombre que usted vio sa
lir de la tienda ese da?
Esboz la misma sonrisa jactanciosa e hizo un gesto viril con su cabeza circular.
Exactamente. Ni la ms mnima duda.
Usted le vio la cara y vio la pistola en su mano.
S, lo vi -contest con orgullo-. Se puede decir que estoy tan seguro de eso como de
cualquier cosa en este mundo.
Desde la entrada al fondo de la tienda, donde est el bao.
Correcto.

Asent lentamente, mirndole. Sus rasgos redondos, rosados y seguros, y esa sonrisa
afectada, pagada de s. Era una pregunta estpida, pens. Estaba seguro? Por Dios! Claro
que s! Por supuesto que estaba seguro. Tena que estarlo. Para convencer a la pasma
, para ir al tribunal. Para defenderse en un interrogatorio severo. Para enviar
a alguien a la casa de la muerte. Era un pequeo hombre engredo, pero no era un mal
tipo, al fin y al cabo. No era un malvado. Por supuesto que estaba seguro. No p
oda recordar por qu me haba parecido tan urgente hablar con l.
Vamos al zoolgico!
Porterhouse se aclar la garganta y ech una ojeada a mi bloc de notas.
Animado, escrib rpidamente. Tan seguro copio de cualquier cosa en este mundo. Delan
te de m, el asesor se hinch como un pavo real, satisfecho. Se llev la mano a la boc
a y se acical ligeramente el pequeo bigote.
Cmo pudo ver algo por encima de las bolsas de patatas fritas? -le pregunt.
La pregunta me sali del alma, de repente, cuando ya casi haba renunciado a hacerla
. No me pareca que tuviera ningn sentido. Pero se la hice a pesar de todo, sin pen
sar.
Quiero describir lo que ocurri justo despus con tanto detalle como pueda. Porque,
de hecho, no ocurri nada. Nada en absoluto. Porterhouse no se ech hacia atrs, ni se
llev la mano a la frente con gesto horrorizado ante el descubrimiento. No derram
su taza de caf, ni invent mentiras tartamudeando, ni se puso a jugar con el cuello
almidonado de manera reveladora. No parpade.
Simplemente, al cabo de un momento de pausa, dijo:
No le entiendo. Qu bolsas de patatas? Tena una visin muy clara.
Y yo saba que no estaba diciendo la verdad.

Cmo lo saba? Cmo podra explicarlo? No fue nada de lo que vi, ni nada de lo que dijo
e resultaba imposible decir qu seal, qu fuerza elctrica, que entonacin inaudible, qu
ustancia qumica o qu olor me convenci de ello. Lo nico que s es que estaba sentado de
lante de l, al otro lado de la mesa de linleo en Bread Factory, y en el instante d
e la pausa antes de que respondiera, not -algo- cmo podra definirlo? -su espritu-, no
t que su espritu temblaba como una vela. Y supe que no haba visto a Frank Beachum s
alir corriendo de esa tienda.
No menta. De eso estaba casi seguro. Pero era un hombre pequeo que deseaba con tod
as sus fuerzas que la gente le considerara un gran hombre. Eso tambin fue algo qu
e comprend, o cre comprender, sin que pronunciara una sola palabra. Quera ser un gr
an hombre, y durante un tiempo, hace unos seis aos, lo Fue. Haba estado en una tie
nda en el momento del asesinato de una joven. Haba visto a un hombre entrar en la
tienda y charlar con la joven que estaba detrs del mostrador. Y tal vez ella lle
g a disculparse porque le deba algn dinero. O quizs l dijo: Amy no olvides que me deb
es una pasta. Y entonces Dale Porterhouse entr en el bao para echar una meadita. Y
oyo el grito: No, por favor! Eso no! Y el disparo.
Y ms tarde lleg la polica. Los policas altos y duros con sus pesados cinturones y su
s armas. Le haban preguntado lo que saba, lo que haba visto. Y quera que fueran amab
les con l. Quera que le dieran una palmadita en el hombro y le dijeran: Bien hecho
, amigo, con sus voces graves y profundas. Y haba muchachas en su oficina a las q
ue quera deslumbrar, y hombres que le envidiaran, y el juicio En el momento en que
el juicio empez, imagino que l mismo se lo crea. No considero que cometiera perjuri
o. No creo que hubiera superado un interrogatorio detallado si no hubiese tenido
las cosas claras en su mente. Opino que l ya se haba convencido en aquel entonces

, y que estaba convencido ahora. Pienso que lo crea hasta el momento en que le pr
egunt lo de las bolsas de patatas fritas. Entonces, por un momento, durante la pa
usa que hubo antes de que empezara a hablar, entonces, creo, record la verdad. Su
memoria se entreabri en ese instante y la luz de su espritu tembl en el aire. Eso
es lo que vi. Y record que no poda ver, que no haba visto nada por encima de las bo
lsas de patatas fritas.
Sin embargo, a mi parecer, un segundo despus, volvi a creerse su propia historia.
Todo sucedi as de rpido.
Lo vi todo, exactamente como he explicado -aclar-. Evidentemente, informara a las
autoridades inmediatamente si tuviera la ms mnima duda.
Asent. La fuerte luz de la lampara barata que yaca sobre la mesa se reflej en el ex
tremo de mis gafas. Observndole a travs del destello luminoso, pens:
No, no le vio. No tienen nada, nada de nada, contra ese tipo, Beachum. Nadie le
vio. Nadie oy los disparos. Nadie puede encontrar ninguna referencia de la pistol
a. No tienen ni una maldita pista. Y esta noche se lo cargarn.
Muchas gracias, seor Porterhouse indiqu, cogiendo la taza de caf.
Y qu pasa Si es inocente?, pens.

Cuarta parte

ORIENTACIN EDITORIAL

Para quin es el bocadillo de roast beef?


Para m -respondi Luther Plunkitt.
Qu ponen ah, salsa rusa? -le pregunt Arnold McCardle, pasndole el bocadillo.
Eso dicen -respondi Luther.
Pero eso no es antiamericano? -murmur el reverendo Stanley B. Shillerman. Siempre
haca esos chistes malos en un esfuerzo por convertirse en uno ms.
Luther slo consigui esbozar su sonrisa blanda, pero tanto Reuben Skycok como Pat F
laherty respondieron al unsono:

No, ya no.
Estaban sentados alrededor de una mesa grande de madera en la sala de reuniones.
Fotos oficiales del gobernador y del presidente colgaban de las paredes desprov
istas de ventanas. El equipo de ejecucin en pleno estaba presente: Luther, Arnold
y el otro subdirector, Zachary Platt, los dos responsables de mantenimiento, Re
uben y Pat, y el capelln. Arnold y Zach estaban sobando las bolsas de papel, dist
ribuyendo los bocadillos y los refrescos. Se oa un murmullo apagado de conversacin
y el sordo masticar, el traqueteo propio de abrirlas tapas de los envases y de
la comida al desenvolverla.
Luther se apoy contra el respaldo de cuero y los observ, sosteniendo el bocadillo
desenvuelto en una mano. Se senta mejor ahora, con los muchachos, hablando de sus
cosas. El peso de su estmago se haba aligerado un poco. La imagen de Frank Beachu
m en la camilla se borr de su memoria. Slo quera que el da pasea sin incidentes, com
o haba ocurrido con los dems. Para eso le pagaba el estado de Missouri.
Arnold McCardle mir con ojos de miope debajo de una mitad de pan de centeno a la
ternera medio rancia.
Parece que cada vez hay ms grasa y menos carne -seal. Masticando, y sacudiendo las
migas de su bigote mexicano, Luther dijo:
Acaso no es as como lo pides, Arnold? Qudese con la carne y djeme la grasa.
Las enormes mejillas de McCardle se sonrojaron, pero aun as forz su guio caractersti
co.
Es la mejor parte -explic en voz baja. Levant el bocadillo, lo empequeeci con su man
o enorme y le peg un bocado. Luther notaba cmo se relajaba.
Ahora Arnold se siente mejor -observ-. Cuanto ms mejor.
Estoy completamente de acuerdo -aadi Reuben.
Los ojos hmedos del reverendo Shillerman se esforzaban para encontrar una broma y
entrometerse. Al observarle por el rabillo del ojo con esa camisa vaquera, esos
pantalones tejanos, Luther pens: Cielos! hasta Reuben y Pat llevan corbata en un da
como hoy.

Qu os parece, trabajamos un poco mientras comemos o qu? pregunt Luther. Dej su bocad
llo sobre la mesa y empez a doblar el papel encerado-. No quiero ser aguafiestas
ni nada por el estilo.
Acta como el alcaide de prisin ironiz Reuben.
McCardle masticaba un bocado, para demostrar que no estaba resentido por el come
ntario sobre la grasa.
Luther peg un mordisco de roost beef y se reclin en la silla mientras mascaba.
Simplemente quiero revisar el programa del resto del da -explic-. Asegurarme de qu
e nadie est donde no tiene que estar.
Ah, pero yo tena que estar? inquiri Reuben.
Los dems empezaban a calmarse y a escuchar. Masticaban y escuchaban. Luther prosi
gui, volviendo a dejar el bocadillo sobre la mesa despus de ese nico bocado.
En primer lugar, debis saber que ha habido un cambio en lo que respecta a la entr

evista de las cuatro con Beachum. La chica que tena que venir ha sufrido un accid
ente o algo parecido, as que la han sustituido por otro tipo, Steve Everett.
Arnold McCardle, con las mejillas llenas a rebosar, movi la cabeza y sonri tristem
ente. A su parecer, al enterarse de lo del accidente de Michelle, Luther debera h
aber aprovechado la oportunidad para zanjar todo ese estpido asunto de la entrevi
sta inmediatamente. Sin embargo, a Luther le importaba mantener buenas relacione
s con la prensa. De un modo u otro, Michelle lo haba enredado y l no iba a escurri
r el bulto ahora.
Supongo que el News nos debe una por esto -declar-. Y los otros peridicos no se da
rn cuenta de que hemos roto el protocolo hasta la prxima ocasin. En lo que respecta
a Everett, he tratado con l un par de veces anteriormente. Es un listillo gilipo
llas. Pero casi siempre capta los hechos tal como son, as que sus historias resul
tan bastante equilibradas en conjunto, dira yo. De hecho, en cierto modo hemos me
jorado. Bueno, en cualquier caso -pas rpidamente a cuestiones ms familiares-. A las
dieciocho horas, todo el mundo, todo el personal de procedimiento, nos reuniremo
s aqu para recibir las ltimas rdenes. En ese momento revisaremos las posiciones, pa
ra comprobar que cada uno sabe dnde tiene que estar. Quiero que todo el mundo est
a punto a y cuarto en punto.
Eh rdn alcaide.
La impaciencia brillaba en los ojos de Luther, pese a que su sonrisa blanda perm
aneca impasible. El que haba hablado era el capelln, Shillerman.
De acuerdo, de acuerdo le interrumpi Luther-. El capelln quisiera hacer una plegar
ia al final de la reunin que es opcional para todo el que desee quedarse.
Es decir, para nadie, si se repeta el panorama de la ltima vez. Luther se gir estra
tgicamente y Shillerman se quedo callado, picoteando con gesto hurao la corteza de
su bocadillo de tocino, lechuga y tomate.
A las diecinueve horas, Reuben y Pat comprobarn todos los telfonos de la cmara, y v
erificarn que todas las lneas estn abiertas y funcionando -prosigui Luther.
Para que si llama el gobernador, la lnea nos comunique -aclar Reuben.
Exacto. T, Arnold, t te ocupars de que los relojes estn sincronizados, incluido el d
e la sala de prensa. Parece ser que la ltima vez nos olvidamos de ello y algunos
de nuestros amigos ejercieron a fondo el derecho a la discrepancia.
Los dems asintieron, masticaron, escucharon, y Luther continu.
A las diecinueve treinta horas le llevaran ropa limpia a Beachum, explic, y los paa
les especiales que tena que ponerse para no manchar la camilla. Reuben comprobara
la mquina de inyeccin letal y el equipo responsable de las correas preparara la cam
illa bajo la supervisin de Arnold. Comprobaran los relojes y los telfonos de nuevo
y la mquina tambin, prestando una atencin especial al mecanismo manual en caso de q
ue los dos sistemas elctricos fallaran. A las veinte horas, los seis se dirigiran
a la cmara de ejecucin, donde Reuben cargara la mquina con tres tipos de frmacos: pen
total sdico para dormir a Frank Beachum, bromuro de pancuronio para paralizarle e
l corazn y cloruro de potasio para que dejara de respirar. Inyectaran una solucin s
alina en el brazo de Beachum una media hora antes del procedimiento a fin de dil
atarle las venas y prepararlas para recibir el veneno. La solucin incluira un anti
histamnico que evitara que Beachum tosiera y se ahogara durante el procedimiento,
ya que ello sera desagradable no slo para l, sino tambin para la prensa y los testig
os.
El prisionero estar con su capelln despus de las 20.30 horas seal Luther.

A continuacin hubo una pausa incmoda; incmoda porque todo el mundo se dio cuenta de
que el capelln del prisionero no sera Stanley B. Shillerman. Nunca era Stanley B.
Shillerman. Ni uno solo de los condenados haba pedido nunca un encuentro con l. L
uther carraspe y aadi:
Se trata de un tipo negro de St. Louis. Parece un buen hombre y no creo que nos
cause ningn problema.
Estaba a punto de continuar, pero, Shillerman fue incapaz de no entrometerse.
S bueno yo mismo tuve un encuentro privado con el prisionero esta maana. Hizo un ges
to de lamento con la cabeza al recordarlo-. No puedo decir que sintiera remordim
ientos espirituales, pero por mi experiencia con los hombres, creo que ha acepta
do su destino. Estoy en posicin de confirmar que no nos causar ningn problema.
Todos asintieron silenciosamente, apartando la mirada de l. El viejo Reuben pareca
contener la risa. Luther se haba enterado del desarrollo de ese encuentro privad
o con el prisionero. Segn el oficial de guardia, Shillerman haba puesto a Beachum
a cien. Luther aguante la respiracin. Reverendo Gilipollas, pens. En sueos, poda ver
cmo el extremo de su bota daba un puntapi directo a ese capullo intil. Sin embargo
, en la vida real, no poda hacer gran cosa para cambiar la situacin.
Shillerman, percibiendo la consideracin general, aadi en tono rimbombante:
Por supuesto, Sam Tandy, de la oficina del gobernador, me ha pedido que mantenga
el contacto personal con el prisionero a lo largo de todo el da.
La sonrisa de Luther fue ms blanda que nunca. Sus ojos centellearon desde las pro
fundidades en su cara pastosa con una luz que era declaradamente metlica. sa era l
a clave. Sam Tandy. El asistente del gobernador, casualmente, el cuado de Shiller
man. No caba duda de que el seor Tandy se senta orgulloso de s mismo por haber coloc
arlo a su pariente en un puesto tan bueno, es decir, en un puesto tan bueno para
observar el procedimiento de la prisin en accin. Y para informar directamente a l
a oficina del gobernador. Todo el personal saba que Shillerman era el espa del gob
ernador.
Los dems se mantenan ocupados con sus almuerzos, mientras Luther, siempre sonrient
e, luchaba contra el impulso de aplastar a su santo residente como la sabandija
que era. Instantes despus, cuando ya se haba controlado, continu.
En cualquier caso, el capelln, que se llama Flowers, estar en la celda a las 20.30
horas. Por ahora el prisionero ha rechazado el sedante, pero Luther suspir como
acaba de decir el reverendo aqu presente, no creo que oponga resistencia.
Nadie ms le interrumpi hasta que hubo acabado. Les explic toda la operacin, a pesar
de que ya la conocan tan bien como l. Los peces gordos del Departamento de Institu
ciones Penitenciarias llegaran poco despus que el capelln. El propio director del d
epartamento volvera a comprobar todo el equipo los telfonos, e incluso llevara un t
elfono mvil en caso de que hubiera un fallo elctrico. Un coche fnebre estara a su dis
posicin para trasladar el cuerpo de Beachum al tanatorio local donde su mujer, Bo
nnie, podra recogerlo para el entierro.
Poco despus de las 21.30 horas, empezara el procedimiento de atar al reo a la cami
lla. Beachum quedara sujeto a la camilla y lo conduciran a la cmara de ejecucin. Tra
s comprobaciones regulares de los telfonos, relojes y dems -y despus de que el dire
ctor del departamento llamara al representante del gobernador para asegurarse de
que no haba indultos de ltima hora-, se subiran las persianas para que los testigo
s pudieran ver a travs del cristal. Luther leera el mandato de la pena de muerte e
n voz alta. Le pediran al prisionero que pronunciara unas ltimas palabras. A las 0

0.01 horas, la mquina de inyeccin letal se pondra en funcionamiento.


Luther dio otro mordisco a su bocadillo. Estaba bueno, el pan de centeno estaba
fresco y haba la cantidad justa de salsa rusa, la salsa cctel que a l le gustaba. M
astic despacio, trag y sigui hablando. Explic con detalle el proceso de limpieza des
pus de la ejecucin, los encuentros con los funcionarios del estado, etctera. Aunque
conocan perfectamente el protocolo, los hombres que estaban sentados alrededor d
e la mesa mostraban sus semblantes ms serios y formales. Asentan casi al unsono a m
edida que Luther hablaba, Shillerman igual que los dems.
S, pens Luther, mirando a todos y cada uno de ellos. sa era la forma de hacerlo. Ig
ual que en el ejrcito, igual que en una batalla. El sistema te ayudaba a consegui
rlo, el equipo te ayudaba a conseguirlo. Eras parte de ellos, todos trabajaban j
untos y el trabajo se cumpla.
La imagen de la cara de Frank Beachum haba dejado de inquietarle casi por complet
o. Todo ira bien, pens. Seguro que conseguira llegar al final.

Eran aproximadamente las dos y media cuando llegu al St. Louis News. Me encontr co
n Bridget Rossiter en la puerta de la sala de redaccin. Su rostro lleno de pecas
indicaba urgencia.
Has odo lo de Michelle? Ha sufrido un terrible accidente.
Como editora de sociedad, Bridge siempre se enteraba de las noticias un poco ms t
arde que los dems. Asent y le di una palmadita en el hombro. Ella hizo un gesto de
lamento con la cabeza.
Sabes? el alcohol es el responsable de ms del cincuenta por ciento de los accident
es de trfico -observ.
Michelle todava est en coma?
Est en coma? Oh, Dios mo! -murmur mientras yo segua mi camino.
La sala de redaccin rebosaba actividad. Los periodistas estaban sentados en disti
ntos lugares del laberinto de presas, inclinados hacia sus respectivas pantallas
de ordenador, escribiendo en sus teclados o reclinados en las sillas con un caf
en la mano y un peridico abierto sobre el regazo. En el despacho de redaccin, Jane
Marsh y William Anger, el editor de temas de minoras, estaban junto a la silla d
e Bob Findley, encorvados como si estuvieran en una conferencia. Por un momento,
pens que podra entrar y salir sin que Bob reparara en m. Pero no iba a suceder as.
Apenas haba avanzado tres pasos en la sala cuando Bob levant la cabeza como si hub
iera sonado la alarma de un radar. Me observ desde el otro lado de la sala con es
a mirada sin expresin que evidenciaba hasta qu punto su corazn me haba borrado del L
ibro de la Vida.
Forc una mirada angustiada y pas de largo el despacho, tan cerca de la pared como
pude. La puerta de la oficina de Alan Mann estaba cerrada, pero pude verle en el
interior a travs de las persianas. Estaba hablando por telfono, gesticulando de f

orma expresiva y sosteniendo una barrita de chocolate con la mano que le quedaba
libre.
No llam a la puerta. Simplemente la empuj. Poda sentir los ojos de Bob a mi espalda
, taladrndome la espalda, mientras entraba y cerraba la puerta detrs de m.
De acuerdo -consenta Alan por telfono-. Haremos un editorial de peso para maana sob
re ese tema. Que cul es mi opinin? -pregunt moviendo su cabeza de halcn hacia delante
y hacia atrs mientras me peda que me esperara con un gesto de la mano en la que s
ostena la barrita de chocolate-. S, lo entiendo -asinti entonces-. Claro, seor Lowen
stein -se inclin hacia delante en la silla y colg el telfono. Me mir por debajo de s
us cejas espesas-. Deja de joder con la mujer de Bob -especific-. A l no le gusta.
Dios! -exclam-. Qu ha hecho? Publicarlo en la hoja informativa?
Alan me apunt con la barrita de chocolate. Era un Snickers, el que est relleno de
frutos secos.
Si viene a m y me pide tu culo, se lo voy a tener que dar. Y entonces sers slo un a
gujero sin culo alrededor.
Saqu mis cigarrillos y me llev uno a los labios. Me escond detrs de la llama de la c
erilla al encenderlo.
Ella lo empez todo -murmur sin conviccin con la llama al rojo.
Eso no cuenta. T tienes ese no s qu. -Si cuerpo inmenso se apoy en el respaldo de la
silla. Peg un bocado a la barrita y mastic las nueces con rabia. Me mir ferozmente
-. Sabes qu?
S, vale, vale.
Eres un jodido mujeriego, eso es lo que eres. Y eso te jodi en Nueva York y volve
r a joderte aqu. Vas a joder toda tu carrera vas a joder tu matrimonio si no eres
capaz de guardar tu maldita polla dentro de tus pantalones y yo no voy a poder p
rotegerte, maldita sea. Cmo es?
No es de tu maldita incumbencia -respond-. No est mal.
Maldito bastardo afortunado. A m siempre me gust.
Cllate, Alan. Por Dios!
Ey! No la pagues conmigo. Eres t quien jur ante Dios y ante los hombres.
Me alej y me dirig hacia la pared. Estaba repleta de placas y certificados, premio
s y reconocimientos. Era lo que tena en lugar de ventanas. Tambin haba fotos, fotos
de Alan con el gobernador, con el presidente, con el seor Lowenstein, propietari
o del peridico. Les ech el humo a la cara.
Escucha, Everett -dijo Alan-. Te he hablado alguna vez de la ayudante del fiscal
del distrito de la que me enamor en Nueva York?
No, y si me lo cuentas ahora, me echar encima tuyo y te arrancar la garganta con m
is propias manos.
Es un cuento muy edificante.
Te matar.

Lo dejar para otra ocasin.


Me di la vuelta. Haba dado otro mordisco al chocolate y mantena la barrita justo d
elante de su cara, mirando con afecto una gota de caramelo que se deslizaba.
Tengo un problema confes.
Oh! Finalmente ha llegado la hora de la verdad. -La nariz picuda se le corvaba an
ms al hacer muecas-. Por todos los santos! Acaso no sabes que Bob va a por ti desde
que llegaste? Con esas formas tan tranquilas, formales y morales tan propias de
l. Seguramente se alegra de que hayas jodido con su mujer, as tiene una razn tica p
ara destruirte.
Perfecto. Vivo para hacerle feliz. Pero se no es mi problema.
Cmo puedes ser tan endiabladamente destructivo?
Es la costumbre, Alan. Pero se no es mi problema.
Deberas haber jodido con mi mujer. Te habra partido la cara.
Jod con tu mujer.
Se ech a rer.
Bastardo afortunado. Y qu tal?
Te enva recuerdos. Pero se no es mi maldito problema, Alan.

De acuerdo, y cul es tu maldito problema? Cuntaselo a pap. Cabrn desalmado. Se tra


ltimo trozo de la barrita.
Frank Beachum repliqu.
El tipo que la va a palmar?
S.
Arrug el papel del tentempi y lo lanz al aire con un movimiento rpido de la mueca. Ca
s dentro del bote metlico que estaba junto a la pared.
Dos puntos! -exclam.
Se supone que debo entrevistarle esta tarde -explique.
Una suerte y una esperanza gracias a m. No la eches a perder.
Creo que podra ser inocente.
Es se tu problema?
Si.
Bueno, pues no lo es -opin Alan-. Me alegro de que hayamos tenido esta pequea conv
ersacin.
Se estir en la silla de respaldo alto, enlazando las manos sobre su barriga promi
nente. Hice caer la ceniza del cigarrillo en la papelera con un gesto enojado. A
lan suspir, molesto.

Estoy hablando en serio prosegu.


No, no lo ests.
Lo estoy. Mrame a la cara. Esta es mi cara seria, Alan. Seguro que la reconoces.
Steven -manifest-. Joven Steven Everett. Escchame un momento. Escucha a tu mentor
y gua. La vida es menos misteriosa de lo que solemos pensar. Las cosas son casi s
iempre lo que parecen. Al to lo cogieron, lo juzgaron y lo condenaron. Esto no es
televisin. T has estado en los tribunales. T sabes que es culpable.
Esboc una sonrisa burlona apretando los dientes. El humo se escap entre ellos.
De acuerdo asinti al fin-. Qu tienes?

Levant la mano que sostena el cigarrillo como si fuera a hablar. Pero luego, al no
pronunciar palabra, puse el filtro entre los labios y aspir con fuerza. Qu diablos
le iba a decir? Que seis aos despus de los hechos haba bolsas de patatas fritas en
mi lnea de visin? Que mir en los ojos de Dale Porterhouse y supe que menta? Que me in
uietaba que Nancy Larson no hubiera odo los disparos pese a que haba declarado ten
er una magnfica razn para no haberlos odo?
Oh -suspir Alan tristemente-. Vamos, Eve.
No, no, espera -manifest.
Ev, Ev, Ev
Escchame.
Ev No tengo que escucharte. Te estoy mirando, Ev. Te estoy mirando y estoy viendo
a un reportero que va a decirme que tiene una corazonada.
Alan, he estado haciendo algunas comprobaciones
Sabes cul es mi opinin sobre los reporteros que tienen corazonadas?
He hablado con uno de los testigos.
No hay pedo en el mundo lo suficientemente sonoro como para expresar mi opinin.
Hay discrepancias.
Avanz la silla con un estallido agudo. Se me qued mirando con los ojos como platos
, azorado.
Discrepancias? Te he odo decir que has discrepancias? -Sus cejas espesas se agitaba
n hacia arriba y hacia abajo-. Despus de una investigacin de la polica? De un juicio?
De una condena? De seis aos de apelaciones? Di has descubierto discrepancias? Cunto
as tardado, media hora?
Venga, hombre. Conoces el sistema de apelaciones. Su primer abogado deba de ser u
n abogado de oficio de lo mas novato, y si no protest sobre algo durante el juici
o, los sustitutos no pueden utilizarlo despus para la apelacin. Ni siquiera se pue
den argumentar pruebas de inocencia.
Eve
Alan, por todos los santos, van a matar a ese tipo.

Ev.
Te estoy diciendo
Oh, oh, seor Everett replic ladeando su enorme cabeza hacia m.
De acuerdo, de acuerdo acept, levantando las manos-. Tengo una corazonada.
Ya -Alan se sent de nuevo.
Le apunt con el cigarrillo.
Pero t conoces mis corazonadas, Alan. Se basan en
Un intento desesperado de cubrir la vileza de tu comportamiento personal con una
muestra de habilidad profesional.
Exacto. Y esto es un bombazo. Hay algo en este caso que apesta.
Ese soy yo. Me he comido uno de esos bocadillos de ternera para almorzar.

Maldita sea! -Avanc un paso en direccin a la papelera. Me inclin y aplast el cigarri


lo contra el borde-. Maldita sea! Maldita sea! -repet.
Haba una silla al otro lado de su mesa. Me acerqu y me hund en ella. Me ech hacia de
lante y me llev las manos a la cara. Al cabo de unos minutos, supongo que Alan se
apiad de m. Le o moverse en la silla con un gemido sordo.
De acuerdo -acept-. Deja que entienda lo que est pasando. Si consigues que esta ej
ecucin rutinaria se convierta en una gran historia de luchemos-por-la-justicia, q
uizs, y quiero decir quizs, amigo mo, quiz pueda defenderte cuando Bob intente despe
dirte.
Asent incluso antes de levantar la cabeza.
Si -afirm- Supongo que esa es la idea.
Me mir con ojos que, para Alan, expresaban compasin.
De todos modos perders a tu mujer y a tu hijo, lo sabes. Se acabar enterando.
Lo s, lo s.
Y sers como una mierda callejera ah fuera -declar, inclinando la cabeza en direccin
a la sala de redaccin-. Les encanta Bob, to. Andaran sobre fuego por l. Te pisotearn
hasta reducirte a cenizas.
Lo s. Creme.
Alan se encogi de hombros.
Pero qu diablos! Yo no soy tu padre. No creo que sea tu padre. Soy tu padre?
No, que yo sepa.
Bien. Porque ningn hijo mo utilizar este peridico por sus propios y asquerosos motiv
os personales.
No, no, jugar limpio.

Alan dio un bufido de enojo.


No pretendas presumir de integridad conmigo, joven.
Perdona.

Quin sabe? -pregunt, levantando las manos con ademn filosfico. En todo caso criminal
siempre hay algn error. Podras convertirlo en una especie de cruzada periodstica o
alzo as. Luego, cuando Bob entre aqu y me pida que te traslade al lavabo, por ejem
plo, podr decir: Pero Bob, mira esa magnfica historia sobre Beachum que Steve sac prc
ticamente de la nada. Le importar un comino, pero yo podr decirlo.
Creo sinceramente que puede haber algo detrs de todo esto -repliqu con tanta convi
ccin como pude.
Alan lanz una risita ahogada. Evit que nuestras miradas se cruzaran. Todava estaba
encorvado, los hombros tocando los muslos.
Bueno, qu debo hacer?
Se encogi de hombros una vez ms.
No tengo ni idea. Pero haz que suene bien, camarada. Te apoyar slo si suena bien.
Si, pero qu pasa si realmente encuentro algo?
Se apoy contra el respaldo de la silla.
Quieres decir alguna prueba? Hoy? Quedan nueve horas antes de que lo revienten.
S, s, pero qu ocurre si la encuentro? No es algo que pueda dejar para maana.
Alan hizo una mueca mientras pensaba.
No lo s. Supongo que deberas consultarlo con el seor Lowenstein.
T crees?
Por qu no? Es amigo del gobernador. Si llama a su oficina y dice que es importante
, el gobernador le har caso, no me cabe la menor duda.
De acuerdo. El nico problema es que el seor Lowenstein me detesta.
Alan solt un fuerte eructo. Su cuerpo dio un empuje para arriba y se le hincharon
las mejillas.
Todo el mundo te detesta, Eyerett continu-. Incluso yo te detesto y soy tu amigo.
Pero te dir algo: si acudes al seor Lowinstein ms te vale que la historia sea geni
al. Y ms slida que una roca; si no, no slo no llamar al gobernador sino que se comer
tu corazn y arrojar tu cuerpo a los perros. No es necesario que te acuestes con su
mujer, te despedir directamente.
Respir profundamente y me levant apoyndome en las rodillas.
De acuerdo, gracias -respond.
Ey! No me des las gracias. Pienso que eres un canalla. Bob quiere a esa mujer y,
nos caiga como nos caiga, no merece esto. Y Barbara dej su trabajo y su jodida ca
sa y todo lo que tena para que pudieras venir aqu y convertirte en un hombre de bi
en despus de haberte tirado a la hija del propietario en Nueva York. Ella tampoco

merece esto. Y qu pasa conmigo? Soy una persona magnfica y ahora vas a utilizar mi
peridico para salvar lo que queda de tu existencia miserable y servil? Djame decir
te algo: he perdido el poco respeto hacia ti que me pudiera quedar. As que Estuvo
bastante bien, eh?
Me ech a rer.
Jodete espet.
Bastardo afortunado.
Alan se puso a silbar cuando entr de nuevo en la sala de redaccin.

No mir a Bob, sino que me fui derecho a la sala de suministros. Ni siquiera mir de
reojo al despacho de redaccin. Lo ltimo que deseaba era toparme con el marido agr
aviado. Entre otras cosas, ya eran las tres menos diez, y tena que ponerme en cam
ino al cabo de diez minutos si quera llegar a tiempo a la prisin. Luther Plunkitt
se haba tomado molestias para complacernos con la entrevista, pero si llegaba tar
de, tal como estaban las cosas, me negara la entrada.

El plan era coger unos cuantos cuadernos de notas y salir de all tan deprisa como
pudiera. Atraves la sala, bordeando la pared. Mark Donaldson, otro mercenario ca
zanoticias, alej la vista del peridico al verme pasar y empez a hacerme seas para qu
e me detuviera y contarme no s qu rumores sobre Michelle. Hice una mueca nerviosa
y segu mi camino. Poda ver a Donaldson mirndome, mojndose los labios, preguntndose qu
ocurra. Imagin que no pasara mucho tiempo antes de que se enterara, antes de que to
do el mundo se enterara.
Unos segundos ms tarde, empuj la puerta de la sala de suministros y entr. La sala n
o era mucho ms grande que un aseo. Un espacio estrecho con estanteras metlicas a ca
da lado. Llegaban al techo y estaban repletas de cuadernos y cajas de bolgrafos,
cintas para las impresoras, papel y dems. No crea que me dejaran entrar con una gr
abadora en la casa de la muerte, as que quera llevar suficientes cuadernos para to
do el da. Cog dos de una hilera y me los guard en el bolsillo trasero. Tambin tom un
par de Bics de una caja y los pinc en el bolsillo de la camisa.
Fue entonces cuando me di la vuelta y me encontr cara a cara con Bob Findley.
Oh, oh, pens.
Haba entrado en la pequea habitacin silenciosamente. Estaba de pie en el umbral de
la puerta. Su rostro rosado permaneca rgido y sin expresin y yo estaba muerto en su
s ojos, poda verlo. Tena la mano apoyada en el picaporte de la puerta de suministr
os. Entr y la cerr. Haba aproximadamente un metro entre nosotros y no quedaba espac
io para pasar por ningn lado.
De hecho, durante un par de segundos, tem que Bob se abalanzara sobre m. Habra sido
una escena divertida: dos adultos educados, con estudios universitarios, luchan
do a brazo partido en la sala de suministros mientras caan los bolgrafos de las es
tanteras y los papeles volaban. Sin embargo, rpidamente pude darme cuenta de que n

o se trataba de eso. Bob era un hombre civilizado, moderno y atento. No iba a ap


orrearme. No cuando poda torturarme lentamente hasta la muerte.
Se sonroj, pero esboz una sonrisa. Una sonrisa triste de desconfianza, de estupefa
ccin moral. Movi la cabeza y habl en tono suave y controlado, propio de l.
Sabes, no s qu decirte -explic-. Todo el da, toda la noche, he estado pensando en lo
que quera decirte.

Y tena que decirlo ahora? Pero qu poda hacer yo? Levant una mano la dej caer a un la
Lo siento mucho, Bob, de verdad.
Una risa silenciosa explot a travs de sus labios.
Mira, no creo que lo sientas. De hecho, no creo que seas capaz. De sentirlo. De
sentir algo por los dems.
No, no, de verdad. Me sabe mal, me siento mal -me excus.
Frunci el labio, convirtiendo la sonrisa en un ademn de desprecio. Me mir como si o
liera mal. Permaneci de pie, con sus pantalones caquis, su camisa azul y su alegr
e corbata de color rosa. Una mano en el bolsillo y la otra a un lado, abriendo y
cerrando el puo. Dese que me atestara un golpe. Sera ms rpido, y yo tena prisa.
Bien, me alegro de que te sientas mal, Steve -profiri en tono amargo-. Pero no cr
eo que lo entiendas. Me refiero a que quiero saber por qu.
Estas ltimas palabras le salieron del alma, se le escaparon -si alguna vez se le
escapaba algo-; si alguna vez permita que se le escapara algo sin previa consider
acin, esas palabras lo haban hecho.
Por qu? -repet.
Alej la mirada, moviendo de nuevo la cabeza. Creo que lamentaba haberlo preguntad
o.
Pero yo hice lo que pude para darle algn tipo de respuesta.
Estas cosas, bueno, ya sabes. Son cosas que pasan. Me senta solo. No reflexion. Fu
e una especie de impulso, como
Dios!
Con un gesto tpicamente juvenil, se apart un mechn grueso de la frente y, al hacerl
o, con el poco espacio que haba, toc con el codo una de las estanteras, que vibr ame
nazadora, sacudiendo una caja de bolgrafos. No haba subido el tono de voz, pero de
repente sus ojos parecan atormentados y hmedos.
Creas que me refera a ti? -inquiri-. Crees que quiero saber por qu lo hiciste t?
No s, yo
Una gota de sudor se desliz por la parte posterior de mi cuello. Qu hora deba ser? N
o me atreva a mirar el reloj.
Quiero saber por qu lo hizo ella. Contigo. Dios! No puedo imaginar en qu debera esta
r pensando. Fue slo por sexo?
No respond. Aguantaba mi propio peso con un pie y luego con el otro. Me senta aver

gonzado, a decir verdad. No poda decirlo, como siempre, no estaba seguro, no saba
qu parte de su emocin era real y qu parte slo un montaje, un espectculo dramtico, una
manera de maltratarme con su dolor. Era posible, me pregunt, que estuviera realmen
te perdiendo el control?

Le observ durante un par de segundos ms y pens que quiz s. Que tal vez se haba pasado
todo el da y toda la noche sentado pensando en ello, contenindolo, y ahora, ahora,
maldita mi suerte, cuando ms prisa tena por salir, ya no poda aguantarse. Quera sab
er. Por supuesto. Esa era la cuestin. Tena que serlo. Deba de odiarse por hacer aqu
ello, por preguntrmelo tan a las claras, pero quera saber, tena que saber. La base.
La clave. Estuvo bien? Nos fue bien a Patricia y a m en la cama? Fue mejor que con l
? Acaso ella haba hablado de l? Acaso ella me haba contado las pequeas fantasas que
gustaban a l? Nos remos de l antes de que la penetrara y la volviera loca de placer?
No ment-.No, por todos los santos. No fue nada apasionado. No fue nada de eso.
Vi la sombra del alivio cruzar su rostro, pero desapareci rpidamente.

Entonces? pregunt, con ms urgencia, con ms desesperacin de la que habra deseado-. E


no te quiere.
No, por supuesto que no.
Volvi a esbozar una sonrisa triste, pero sus labios temblaban.
No puede pensar que seas bueno para ella, por el amor de Dios. O que le seas fie
l. Que pudieras estar all para ella, o que la ayudaras con su trabajo, o interced
ieras con sus padres, o que tuvieras hijos con ella, o la ayudaras a educarlos.
Es imposible que piense que pudieses ayudarla a crecer y a desarrollarse como se
r humano.
Me ech a rer antes de poder contenerme.
No, supongo que no podra pensar algo as -dej de rer al ver su expresin. Carraspe-.
dije en voz baja-. No lo piensa. Estoy seguro.
Me mir con una especie de vaco que rozaba la inocencia, que pareca inocencia, en ci
erto modo. Sus ojos estaban secos. Oscuros. No me reflejaban, como si yo no estu
viera ah. Y sent, con claro malestar, cun estpido, cun peligroso era convertir a un h
ombre como Bob en tu enemigo.
T tienes una esposa. Ella no? -empez a decir con una voz que sonaba apagada, como si
estuviera en trance-. Se limita a tolerarlo? Le gusta que sea as? -Esa sonrisa ter
rible destell en sus labios-. Quiero decir que, quiz, la tomo demasiado al pie de
la letra. Eres como su padre? Acaso debera de comportarme como ese bastardo se comp
ort con ella? Ella dice que quiere algo
Mi esposa? -pregunt-. Lo siento, no
Me refiero qu es lo que quieren?
Quines? Ah!
Se refera a las mujeres. Habamos llegado a ese nivel de conversacin. Afortunadament
e, sin embargo, yo no estaba lo suficientemente bebido como para empezar a espec
ular sobre lo que queran las mujeres. As que me limit a alzar una mano indefensa ot
ra vez.
Mira, Bob, tengo que irme.

La rabia le atraves el rostro como un rayo y desapareci como un rayo.

Es por la entrevista. En la prisin -aclar rpidamente. Mir el reloj-. Dios! -Eran ms


las tres-. Voy a llegar tarde si no me apresuro.
Al cabo de un momento, Bob asinti y respir profundamente. No dijo nada. Me miraba
de una manera fantasmal, me borraba del mapa de una forma escalofriante con su m
irada. Pero no dijo nada en absoluto.
Bueno -indiqu.
Se gir sin decir palabra, apoyando la espalda contra las estanteras. Dejando la va
libre hasta la puerta. Pas, a pesar del poco espacio que haba, por delante de el y
empuj la puerta mientras l permaneca inmvil y en silencio.
Pero no poda dejar las cosas as. Por mucho que tuviera que irme,por mucho que quis
iera irme, no poda dejar las cosas de aquella manera.
Me di la vuelta, aguantando la puerta.
Cmo lo descubriste? -pregunt.
Ella me lo dijo -respondi.
Ella?
Dej tus cigarrillos en un cenicero junto a su mesita de noche. Fue su forma de co
ntrmelo.
Creo que me qued mirndole boquiabierto. Me senta como si me hubieran chantajeado y
creo que, durante unos instantes, me qued ah embobado. Yo mismo haba limpiado los c
eniceros todas y cada una de las veces. Siempre los haba vaciado en el lavabo. Pa
tricia haba tenido que recuperar las colillas de alguna forma, esconderlas, y vol
verlas a poner en el cenicero ella misma. Lo que encajaba perfectamente, por sup
uesto. Porque se trataba de Bob, siempre haba sido cuestin de ella y de Bob. Habra
podido utilizar a cualquiera para hacerle esto. Para enviarle el mensaje, fuera
cual fuese. Habra podido utilizar a cualquiera. Pero me haba tocado a m.
Cuando dej de mirarle boquiabierto, asent. Bob permaneci inmvil, con la espalda apoy
ada contra las estanteras, sus ojos mirando a la nada. Le dej ah y cruc corriendo la
sala de redaccin, cerrando la puerta de la sala de suministros detrs de m.

Aproximadamente a esa hora, las tres en punto, se le permiti la entrada al revere


ndo Hallan Flowers a la galera de la muerte. Permaneci de pie junto a la puerta, c
on las manos enlazadas delante de l, y se qued observando a los Beachum a travs de
los barrotes de la celda.
Frank y Bonnie estaban sentados uno al lado del otro sobre la cama, cogidos de l
a mano. Gail estaba sentada a la mesa, dibujando con los lpices de colores. Haba c
uencos de palomitas en la mesa y en el suelo, unas tazas de plstico que contenan r

efrescos y un plato con un perrito caliente a medio comer. Mientras la nia dibuja
ba, mantena un monlogo en voz baja sobre esto y sobre aquello, sus amigos en la es
cuela, lo que los profesores haban dicho, y Frank responda y le haca preguntas.
Al cabo de un par de minutos, Bonnie alz los ojos vio a Flowers.
Es hora de que Gail se vaya susurr a Frank.
Lo haban dispuesto de esa manera, para que Bonnie y Frank disfrutaran de unas poc
as horas juntos antes de las seis de la tarde, hora en que finalizaba el tiempo
para las visitas. Ms tarde llegara a Osage la mujer de Flowers para ocuparse de Ga
il durante la ejecucin, a la que tanto Bonnie como Flowers asistiran como testigos
.
No quiero irme replic Gail de inmediato.
Lo oa todo, por supuesto. Y le empezaron a temblar los labios al mirar a sus padr
es por encima del hombro.
Frank se levant de la cama se acerc a ella.

Podemos volver maana? -pregunt Gail-. Nos podemos volver a quedar en el motel? Tenem
s que volver a St. Louis?
Frank le puso la mano en la mejilla. La palma de la mano estaba hmeda.
Volvers a casa maana por la maana explic.
La cara pequea y severa de Gail pareca descomponerse.
No quiero volver-profiri, llorando-. Quiero quedarme contigo.
Frank se agach apoyndose sobre la rodilla, al lado de ella. Sus ojos estaban prctic
amente al mismo nivel.

Ey! -exclam. Le acarici el pelo castao, sujeto por detrs, frgil y quebradizo debajo
sus dedos. Ella suspir-. Mira, Gail, ya eres una nia mayor. T sabes lo que est pasa
ndo, verdad?
S -respondi con voz humilde.
Pero l saba que no lo tena claro. En cierto modo ella lo haba apartado de su mente.
Cuando Frank la miraba a los ojos, a las oscuras profundidades de sus ojos, vea u
na especie de aturdimiento, una cierta conmocin, un mundo de dolor confuso, como
si fuera una nia vagando por las calles entre el humo de una ciudad bombardeada.
Haba sido tan feliz, pens, jugando con su cubo de plstico en forma de tortuga, golp
eando la pala contra la arena.
Mira -prosigui, mojndose los labios-. Despus de hoy Despus de hoy, ya no podrs ver
pap
Ella se ech sobre l con los brazos abiertos, con la cara enterrada en el hombro de
l. Frank la abraz, apretando los dientes, cerrando los ojos.
Pero yo estar aqu -continu, con voz temblorosa-. Escuchame, cario. Escucha a tu padr
e. T no podrs verme, pero yo estar aqu. Te lo juro por Dios. Siempre podrs hablar con
migo. Entendido? Podrs hablarme siempre que quieras y yo te escuchar. En cualquier
momento, siempre que quieras. T me cuentas lo que te pasa por la mente y yo estar
ah escuchando. Te lo prometo. Siempre que me necesites.

Golpeando la arena con la pala de plstico, pens. Gorjeando y balbuceando alegremen


te cuando Bonnie sali a la puerta mosquitera con la botella vaca de salsa.

Mira, te he escrito una carta -comenz a decir, pero no pudo continua-. En ese ins
tante le pareca algo completamente estpido e intil. Una maldita carta. Qu bien le pod
hacer?
Te lo prometo -repiti.
Permaneci abrazado a ella, la mejilla de l contra el cabello de ella. Pudo oler el
champ para nios y la piel de su cuello, la piel suave de una nia, no como su cara
que se haba tornado preocupada, aturdida y vieja. Poda or el sonido, el clap, clap,
clap de su pala contra el cubo de arena. Poda sentir el calor del sol en su pequ
eo jardn.
Le dio una palmadita en la espalda y empez a separarse de ella. -Y ahora tienes q
ue irte -profiri-. Todo ir bien.
Pero ella no le dejaba ir. Flowers se haba acercado y Benson avanzaba hacia la ce
lda con la llave. Al or que la puerta bloqueada se abra, apart el rostro del hombro
de su padre y le mir fijamente.
Por qu no puedes simplemente venir a casa? -inquiri.
Frank abri la boca.
No puedo
Deberas matar a toda esta gente y venir a casa. Conseguiramos un helicptero y nos e
scaparamos y ellos no podran encontrarnos nunca.
Frank volvi a acariciarle la mejilla. Flowers le puso la mano en el hombro.
Deberas matarlos a todos! -grit la nia.
Frank se incorpor lentamente mientras Flowers la ayud a bajar de la silla. Ella si
gui mirndole fijamente mientras el predicador se la llevaba de la celda. Al gritar
, su cara se retorca y enrojeca.
Por qu no lo haces, pap? Se torn hacia Benson y le grit-. Y a ti tambin! chill-.
Espera y vers. Os matar a todos y nos iremos con un helicptero!
Flowers cruz la habitacin tirando de ella. Ella andaba tras l, mirando hacia atrs. Sl
o se detuvo un instante, en la puerta.
Os matar a todos! -insisti.
Frank le hizo un gesto con la mano. La nia solloz. Flowers cruz con ella el umbral
de la puerta.
Adis, papi! -grit. Adis, papi!

Flowers se la llev al vestbulo. Benson cerr la puerta detrs de el. Se gir hacia Frank
, que todava miraba con la mano alzada. El oficial de guardia hizo un gesto breve
y simptico como si dijera: Pobrecita, y volvi a su mesa, se sent y empez a teclear e
suceso en el informe cronolgico.
Frank, ah de pie, se estremeci y sinti un escalofro por todo su cuerpo. Movi la mano
como si fuera a cubrirse el rostro, pero el brazo que tena levantado permaneci inmv
il y la mano tembl delante de l. Finalmente, lo dej caer. Se desplom, cabizbajo, con

los hombros hundidos. As, con la espalda encorvada, arrastrando los pies como un
viejo, levant la cabeza cansadamente y mir a Bonnie.
Ella segua sentada en la cama, como antes. Inmvil, con las manos sobre los muslos,
y la cabeza ligeramente ladeada. No lloraba y su rostro pareca tranquilo. Pese a
que tena arrugas profundas en la frente, las mejillas y la comisura de los labio
s, no estaba frunciendo el ceo. Caan por su propio peso y eso la haca parecer mucho
mayor. Cuando mir a su marido sus ojos haban envejecido.
Esto es ms de lo que puedo soportar -dijo en voz baja y clara. Avanz arrastrando l
os pies hasta la silla y se abandon a ella, buscando el respaldo como apoyo.
Crea que Dios nunca te enviaba ms de lo que podas soportar coment mirando el suelo-.
Esto es demasiado.
Frank se sent en silencio, divagando con los ojos, sin ver nada. Se frot los labio
s con la palma de la mano. Expuls el aire lentamente a travs de los labios fruncid
os, como cm hombre que se recupera de un golpe.

Todo ir -su voz se apag. Volvi a pasarse la mano por los labios-. Todo ir bien -afir
al fin.
Bonnie ri, con un sonido desgarrado. Una expresin de disgusto le atraves el rostro.
Luego, movi la cabeza y alej la vista de l, mirando las telaraas.
Tal vez la apelacin -coment en voz baja para nadie-. Tal vez esta vez hagan caso.
Quiero decir que no pueden continuar y asesinar a un hombre inocente. Tal vez
No hay ninguna apelacin -declar Frank, con la vista perdida por la sala.

escuchen en el ltimo minuto. Esto sigue siendo Amrica, por el amor de Dios. O no? T
slo ibas a la tienda. Yo te ped que fueras a la tienda. No van a llevarse a un hom
bre, un hombre bueno, honesto
Han desestimado la apelacin, Bonnie.
y ejecutarlo. No tendra sentido alguno. Todos esos detalles tcnicos de los que hab
lan. Al final, no crees t que al final, dirn
Frank se puso derecho en la silla, mirando directamente a Bonnie.
Bonnie dijo en voz baja.
cedern, ya vers.
Bonnie, por todos los santos.
Tendrn que ceder. No se trata de un detalle tcnico. Es una injusticia. Una injusti
cia. Los abogados les harn comprender
Bonnie, no hay ninguna apelacin interrumpi Frank alzando el tono de voz-. La han d
esestimado.
que han cometido un terrible -Bonnie call. Movi los labios durante un momento, como
si fuera a continuar, pero no fue as. Cerr los ojos.
Por eso llam Tryon antes -aclar Frank.

Bonnie no respondi. No se movi. No abri los ojos. Frank la mir. Ya lo saba, pens. Por
supuesto que ya lo saba.

Durante un rato continuaron como estaban, sentados donde estaban, separados, mir
ando a la nada. El reloj avanzaba y ellos sentan el movimiento implacable de las
agujas, la carga del movimiento, pesado, a sus espaldas y en sus entraas. Finalme
nte, Frank, incapaz de soportar la soledad ni un minuto mas, hizo el esfuerzo de
ponerse de pie. Anduvo lentamente los pasos que le separaban de la cama y se se
nt junto a su mujer. Al cabo de un momento, la rode con el brazo. Bonnie apoy la ca
beza en su hombro.

Quinta parte

TEMPO FUGIT

Oh! T, Tempo de los Dioses! T, coche! Coche de los coches! Yo te pregunto: acaso hay
go en este mundo que un hombre no pueda conseguir cuando l y su automvil se convie
rten en uno? Ese viaje a la prisin de Osage fue, sin lugar a dudas, lo mejor que
me ocurri en todo el da. Era la primera cosa buena que me haba sucedido desde que h
aba dejado a Patricia por la maana. El aire por las ventanas. La msica en la radio.
Los cigarrillos, uno detrs de otro y cada uno me saba mejor que el anterior. Y la
velocidad. Sobre todo la velocidad. Dispona de menos de cincuenta minutos para r
ecorrer un camino de una hora de duracin y, cuando entr en la autopista, simplemen
te arras. Y el viejo pjaro vol. Tard un poco en calentarse, lo reconozco, pero luego
vol. El trfico no importaba. Haba bastante trfico a la salida de la ciudad, muchos
camiones retumbando, pegados como elefantes, desfilando. Pero no import. Los adel
ant, pas entre ellos, implacable, sin aminorar en ningn momento la velocidad, siemp
re acelerando, tan deprisa que a veces senta que me vaporizaba y viajaba a travs d
e todos ellos, que los tomos del Tempo vibraban entre los dems. Y la polica tampoco
importaba. Dnde estaban los polis? Eran noventa kilmetros de carretera, con detect
ores de velocidad por todas partes, supongo. Pero dnde estaban? Dnde estaban los pol
is con sus galas negras, con sus radares? Yo no los vi por ningn lado. Porque no
podan verme. He ah el porqu. Los radares no podan detectarme. Slo podan registrar un
umbido cuando yo pasaba, un pequeo suspiro verde de luz electrnica. Debe de haber
sido el viento, se decan los unos a los otros, debe de haber sido polvo llevado p
or el viento.
Conect una emisora de msica ligera. Esa msica es uno de mis vicios secretos. Como m
elaza, como un estofado caliente y pesado en un da de ventisca. Me encanta. Andy
Williams, s; Perry Como, Edie Gormet. Yo cantaba con ellos. Cant I Wish You Love a
pleno pulmn. Sala de m. El humo y las canciones salan de m al mismo tiempo, llenando
el coche. Love Is Funny, cant. Y el pblico se volvio loco. Kilmetro tras kilmetro,
cigarrillo tras cigarrillo, cancin tras cancin. It Must Be Him. Close To you. Los
clsicos. Y nadie me dijo no. Nadie estaba ah para preguntarme cmo poda or esa msica.

cuntos van con ese cigarrillo? Uff! No! Tampoco haba nadie para preguntarme eso. O cm
o poda conducir a tanta velocidad. O cmo poda engaar a mi mujer y abandonar a mi hij
o. O si Frank Beachum era realmente inocente o si el matrimonio de Bob estaba de
strozado por mi culpa. Es posible que la gente que andaba junto a la carretera s
e hubiera preguntado ese tipo de cosas, tal vez les habra gustado hacerme esas pr
eguntas, quiz levantaran las manos para llamar mi atencin. Pero yo ya estaba lejos
. Veloz. Ya era recuerdo. No tuvieron ocasin.
Y de todos modos era imposible que los hubiera visto. Habran formado parte del co
ntorno borroso, la impresin imprecisa del borde de la carretera, del paisaje, una
simple textura cambiante, una mancha inconstante y variable de colores en la ve
ntana, barrios bajos, suburbios, tierras de labranto desdibujndose las unas en las
otras. Apenas era paisaje. No tena tiempo ni de ser paisaje. Era pai y luego hist
oria. A lo lejos, slo la carretera enmaraada y las marcas de la calzada engullidas
vidamente por el parachoques delantero de mi automvil se hacan visibles, aguantaba
n el ritmo del ojo conductor.
Finalmente, en el fuego de la estela, todo se fundi y yo qued envuelto por una aus
encia continua suave los edificios blancos que rodeaban la prisin. La primera bar
ricada apareci inesperadamente del punto de fuga y llen el parabrisas un instante
ms tarde. Haba llegado. Mientras Jack Jones y yo terminbamos nuestra interpretacin d
e Polca Dots And Moonbeams, ech una ojeada rpida al reloj. Eran las cuatro menos d
iez. Haba hecho el viaje en cuarenta minutos. Una media, a mi parecer, de setenta
y dos mil kilmetros por hora. Aunque quiz se trataba de una de esas cosas de Eins
tein: tal vez llegu incluso antes de salir de la ciudad.
En un primer momento, la penitenciara apareci en la lnea del horizonte como una sil
ueta de piedra blanca, una de esas formaciones entre un milln. Las paredes bajas
y grises, las torres altas. Como si la roca hubiese creado un castillo embrujado
de la Europa de fantasa. De pronto, las paredes me rodeaban. Los guardias en sus
torres desfilaban encima de m con sus miradas lentas y giratorias. Los caones de
sus pistolas me sobrevolaban. Haba llegado.
Aparqu en la zona acondicionada para los visitantes, en la esquina reservada para
la prensa y dej el busca personas en la guantera para no tener que cargar con l e
n el interior. Sal del coche y un hombre vestido con un traje negro se acerc a m. U
n hombre alto con un bigote espeso. Se present como el responsable de la visita y
dijo que me acompaara hasta la celda.
Le segu. Me senta emocionado. El viaje me haba despejado la mente y senta la misma e
mocin que en la tienda de Pocum. Eso es, me dije a m mismo mientras pasaba por el
centro de control de visitantes. Esto va en serio. La prisin. La casa de la muert
e. De la muerte. Ejecucin. Brrrrrrrrr. Dios! Me encanta el periodismo!
No cruzamos los bloques de las celdas. Anduvimos por vestbulos blancos y pasamos
por delante de despachos, pero poda sentir la crcel a mi alrededor de todos modos.
Notaba que las paredes gruesas me encerraban. Senta que me adentraba en aquel lu
gar como un hombre en aguas profundas. Entramos en un pasillo severo. Una puerta
de barrotes se abri delante de nosotros cuando el guardia nos vio llegar desde u
na cabina cercana. Al franquearla, los barrotes se deslizaron a nuestra espalda
con un ruido sordo y metlico y sent una sacudida en el estmago. Cada vez ms honda. S
in aire fresco para respirar, sin ninguna salida rpida. La prisin pareca cerrarse s
obre nuestras cabezas. Intent mostrarme impasible, pero todo aquello me resultaba
estremecedor.
El gua me condujo a travs de ms barrotes y luego traspasamos una puerta muy pesada
hasta llegar a un pequeo patio envuelto por el calor de la tarde. Cruzamos el pat
io hasta penetrar en otro edificio. La Casa de la Muerte, pens. La Galera de la mu
erte. El Ultimo kilmetro. Brrrrrrrrr.

Pasamos por un vestbulo de ventanales y otra serie de barrotes. Seguimos avanzand


o y bajando hasta otro vestbulo, y cada puerta me agitaba el pulso con fuerza. No
t que tena necesidad de ir al bao, pero no quise preguntar, no quera interrumpir el
momento. Llegamos delante de una puerta, al otro lado de la cual se encontraba u
n guardia sentado. Hemos llegado, pens. La Galera de la Muerte. Intent parecer algo
cansado e impasible.
Lanc una mirada irnica a mi gua bigotudo.
Un lugar agradable -coment-. Recurdeme que nunca cometa un crimen violento.
Mi compaero me mir sin ninguna expresin.
Mienten, sabe usted? -observ.
Qu?
Los prisioneros. Eso es lo que hacen. Cada palabra es una mentira.
Todo el mundo miente, amigo -asent-. Yo slo estoy aqu para hacerlo constar.
El guardia se puso en pie y abri la puerta de la galera de la muerte.

Dispone de quince minutos, seor Everett -advirti el guardia de la galera de la muer


te. Por orden del seor Plunkitt. Quince minutos, ni uno ms ni uno menos.
No respond. Mir a mi alrededor. Observ la pared de hormign rebozada con pintura blan
ca manchada y cuajada en su superficie spera. La larga mesa del guarda y el reloj
que penda encima de ella, girando sin cesar. La celda y el destello sombro de los
barrotes bajo los fluorescentes. La mesa emplazada en su interior, cubierta con
vasos de papel vacos y un cenicero de papel de estao. La cama chafada y arrugada.
La desnudez manifiesta del lavabo metlico pegado a la pared posterior. Y el homb
re y la mujer. De pie dentro de la celda. Se haban levantado del catre para recib
irme, el brazo de l rodeando los hombros de ella. Finalmente, mi vista se detuvo
en ellos.
Esto es, me dije a mi mismo. La Galera de la Muerte. Pero no tena que repetrmelo ms
veces. La tristeza enfermiza, el miedo enfermizo, era como gas agobiante en la h
abitacin mal iluminada, como miasma que se perciba al respirar.
Estudi la cara de Frank Beachum a travs de los barrotes. Debera describir su aspect
o en mi historia -una crnica de inters humano-, as que estudi su rostro. Ms que nada,
percib abatimiento. Abatimiento, y un terror amortiguado por una incomprensin atu
rdida. Pero sobre todo abatimiento. O, al menos, as le recuerdo. Rasgos delgados,
nudosos y acentuados que haban sido enrgicos pero que estaban agotados, sin fuerz
as, sin nada, excepto abatimiento. Con su largo cuerpo que se mantena erguido por
un esfuerzo casi palpable de voluntad, pareca un enfermo de cncer, una vctima del
hambre, un peregrino insomne que supera otra pequea ascensin en un valle sin fin.
Abatimiento corporal, abatimiento del alma, abatimiento ms all de los lmites de la
imaginacin. Eso es lo que recuerdo cuando pienso en Frank Beachum, esa primera im

presin, ms que cualquier otra cosa, ms que cmo estaba la ltima vez que le vi.
Permaneca inmvil, rodeando a su mujer con el brazo mientras ella tena las manos enl
azadas por delante. Habran podido ser cualquier pareja treintaera saliendo de misa
en un domingo constitucional. Hasta que se apreciaban los nudillos de ella abso
lutamente plidos y la fuerza con que apretaba las manos. Su rostro pequeo y gastad
o, envejecido como una falsa antigedad, a base de golpes, iluminado artificialmen
te por la emocin febril de sus ojos. Una claridad horrible, de esperanza insana,
pens, de desamparo.
El guardia, Benson, cogi una silla y la puso para m delante de la celda. Yo me ace
rqu lentamente. Beachum tendi la mano a travs de los barrotes. Yo le tend la ma. Su p
alma estaba seca y fra. No me gust tocarle.
Seor Everett salud-. Soy Frank Beachum. Por favor, tome
Pronunciaba las palabras pesada y dolorosamente. Caan como fragmentos de arcilla.
Incluso hablar supona un esfuerzo para l, estaba completamente agotado. Seal la sil
la con un gesto de la mano.
S, gracias -respond.
Me sent y saqu el cuaderno de notas y el bolgrafo. Beachum se separ suavemente de su
mujer y se sent ante la mesa en otra silla que haba frente a m. La seora Beachum se
qued atrs, sentada de nuevo encima de la cama. Sus ojos brillantes no me abandona
ban en ningn momento.
Yo me puse a jugar con mis cigarrillos entresaqu uno del paquete para ofrecrselo a
Beachum. l levanto la mano.
Ya tengo -afirm.
Sac uno del bolsillo de su camisa. Yo poda or el latido de mi corazn mientras los do
s encendamos nuestros respectivos cigarrillos a cada lado de los barrotes.
Levantamos la mirada y llenamos el espacio blanco que haba entre nosotros con hum
o gris.
Cmo cmo est esa chica? -pregunt.
Yo no le entend, pero l hizo un esfuerzo para continuar.
La otra. Michelle algo. Me dijeron que haba sufrido un accidente.
Oh, oh, s -contest-. Un accidente de coche, bastante grave. Lo ltimo que he sabido
es que est en coma. -Me di cuenta de que haba olvidado preguntarle a Alan los ltimo
s detalles. Estaba demasiado concentrado en mis propios problemas.
Lo siento -lament Frank Beachum.
S -asent ligeramente avergonzado. S, est bastante mal. Hubo un silencio y los dos fu
mamos. Poda sentir el movimiento de las manecillas del reloj detrs de m, y ello hiz
o que se me erizaran los pelos de la nuca. Dios, pens. Pobre bastardo. Dios. Fuer
on unos segundos muy intensos. La emocin, la necesidad de orinar, la pena y el mi
edo contagioso: me resultaba difcil ordenar mis pensamientos. Qu era lo que le quera
preguntar? Mi cometido era hablar de sus sentimientos, ofrecer a los lectores u
na impresin del lugar, emociones ajenas e intensas sobre la Casa de la Muerte par
a distraerlos a la hora del desayuno. No sobrecargarlo con detalles sobre el cas
o. Ya lo hemos cubierto suficientemente. Eso era lo que Bob me haba dicho. Por lo
dems, mis propias sospechas estaban repentinamente confusas e inarticuladas. Cru

c las piernas, intentando que mi vejiga se tranquilizara, intentando concentrarme


.
El convicto rompi el hielo.

La chica -coment-. Esa chica Michelle ella dijo que, bueno, no s, creo que quera hab
ar conmigo sobre mis sentimientos. Aqu. Aqu dentro.
El rostro alargado, triste y cansado continuaba empujando las palabras y lanzndom
elas al otro lado de la mesa, a travs de los barrotes, a travs de humo. Lo vi parp
adear pesadamente debajo del mechn de pelo lacio que caa por su frente. Supongo qu
e habra debido de sentirme culpable por conseguir emociones gracias a su agona, em
ociones para mis lectores. Y as lo hice. Me sent culpable y asent.
S, eso es -aclar-. Se trata de una crnica de inters humano.
Beachum dio una calada profunda al cigarrillo. Continu hablando, cuidadosamente,
como si hubiera preparado lo que deseaba decir.
Lo que quera lo que deseaba contarle a todo el mundo es que es que creo en Jesucrist
o. Nuestro Seor y salvador.

Asent otra vez, mojndome los labios. Entonces, estirndome en la silla, volviendo en
m, me di cuenta de que deba anotar lo que estaba diciendo. Apunt en el cuaderno. C
reer en JC Se + salvad Slo quince minutos, pens frenticamente. Slo me quedaban quinc
inutos. Slo le quedaban ocho horas. Beachum respir hondo para recuperar fuerzas y
prosigui.
Y creo creo que voy a ir a un lugar mejor y que hizo una pausa porque su mujer emi
ti un sonido. Un sollozo de estremecimiento. Vi cmo cerraba los brazos contra s, fo
rzndose a permanecer en silencio. Beachum no se gir- y que all habr una justicia mejo
r y me juzgarn inocente. No digo que no tenga miedo porque creo creo que todo el m
undo tiene miedo de morir, a menos que est loco. Bueno, ya sabe. Pero no tengo mi
edo de que las injusticias que se hayan cometido aqu en la tierra no se resarzan.
Las faltas se repararn, eso es lo que dice la Biblia y yo creo en ello. Quiero t
estificar todo esto a la gente antes de que ocurra. As as es como me siento.

Yo segu asintiendo y anotando. Injusticias resarcirn torcido enderezar Asent y anot.


o es lo que quera decir, supongo. Era la razn por la que haba accedido a la entrevi
sta. Pero con el reloj en la pared, con la mirada en sus ojos, con la angustia i
nflamando la mirada imperturbable de su mujer, las palabras emborronadas en la h
oja de papel me hicieron sentir nuseas. Las manecillas del reloj seguan avanzando
implacables detrs de m, girando y girando. Pobre bastardo, pens. Pobre bastardo asu
stado.
Dej de escribir, pero no alc la vista. Apret el Bic con fuerza. Clav la punta en el
papel. Segu sin mirar. No quera toparme con los ojos de Frank Beachum en ese momen
to. Me senta violento. Aquel hombre all sentado en su celda con su mujer aterroriz
ada. Hablando de Jess. Era embarazoso. La verdad es que siempre me siento as cuand
o alguien habla de Jess. Cuando alguien pronunciala la palabra, la palabra Jess como
si la sintiera de verdad, me pone la piel de gallina, como cuando alguien habla
de vsceras o tripas. Me hace sentir como si hablara con un enfermo. Un enfermo menta
l al que se debe proteger del choque entre la contradiccin y la cruda realidad. C
uando oigo a un hombre rezar a Dios, s que estoy tratando con un corazn lisiado, u
n corazn cansado de penas y de duras verdades, harto de un mundo en que los fuert
es y los afortunados sobreviven y los dbiles quedan rezagados sin recompensa algu
na. Hastiados y temerosos de morir, aferrndose a Jesucristo.
Me senta violento. Y cuando alc la mirada, su imagen me dio lstima. Ese pobre hombr
e, que en algn momento deba de haber sido valiente y activo, esperando en su celda

que se lo llevaran a ninguna parte, reducido a abrazar su osito de peluche reli


gioso, chupndose su pulgar cristiano, repitindose a s mismo ese cuento de hadas bbli
co para poder bajar a la Casa de la Muerte sin gritar, para soportar su ltimo med
io da de vida sin volverse loco. Tal vez yo habra hecho lo mismo en su lugar. No h
ay muchos ateos en un garito como ste. Quiz por eso me molest tanto verle as. Y me m
olest de verdad. Sent cmo me quemaba el estmago revuelto.
Para evitar sus ojos hastiados, mir por encima del hombro al reloj. El oficial de
guardia, sentado a su amplia mesa, me estaba observando. Levant la barbilla como
si me retara.
Le quedan nueve minutos -refunfu.
Me volv hacia Beachum y esboc una sonrisa embarazosa. Por dentro, me senta inquieto
y turbado.
En la celda, el condenado movi ligeramente las manos, sus labios temblaron y sus
ojos vacilaron. Haba pronunciado su discurso, y ahora esperaba algn comentario.

Le parece le parece bien, seor Everett? -pregunt en voz baja-. Es lo que usted quer

Un hilo tambaleante de humo sali de mi boca. Me inclin hacia delante en la silla,


hacia los barrotes. Le mir fijamente, senta mis ojos arder al mirar a aquel hombre
a travs de los barrotes. Tena la sensacin de contemplar un abismo martilleante y p
lomizo que se abra en el tumulto indescriptible de su interior, la misin de vivir
sus ltimas horas. Le parece bien, seor Everett? Es lo que usted quera? Poda sentir la
mirada brillante de su mujer en mi visin perifrica. Not que mis labios se tensaban
hacia atrs dejando los dientes a la vista.
Seor Beachum -dije con voz ronca-. Me importa un huevo Jesucristo. Y no me import
an sus sentimientos. No me importa la justicia, ni en esta vida ni en la prxima.
A decir verdad, tampoco me importa demasiado lo que est bien y lo que est mal. Nun
ca me ha importado. -Ech el cigarrillo al suelo. Lo aplast con la suela de mi zapa
to, mirando cmo iba de derecha a izquierda. Apenas poda creerlo que le estaba dici
endo, pero no poda detenerme-. Lo nico que me importa, seor Beachum -prosegu- son la
s cosas que pasan. Los hechos, los acontecimientos. Ese es mi trabajo, mi nico tr
abajo. Las cosas que ocurren. Seor Beachum, tengo que saberlo, mat usted a esa muje
r o no?
A su mujer se le escap otro sonido y se llev la mano a la boca.
Qu? -espet Beachum. Me miraba anonadado desde el otro lado de los barrotes, con los
ojos apagados, abatido, la boca entreabierta.
Qu ocurri, maldita sea? -Tragu saliva con fuerza-. Qu ocurri?
Qu? Qu ocu?
En esa tienda. Aquel da. Cuando dispararon a Amy Wilson.
Abri la boca y la cerr otra vez. Me miraba y yo le miraba a l.
Yo yo fui a comprar una botella de salsa A-1.
Solt un bufido. Dios!, pens. Salsa A-1. Dios. Y sin embargo era cierto. Estaba segu
ro de que era cierto.
Y le pag la salsa a Amy en el mostrador -continu.
S.

La mano se me fue automticamente al paquete de cigarrillos. Saqu uno.


Y ella mencion lo del dinero, no? El dinero que le deba. Lo mencion?
En un primer momento, pareca incapaz de responder, de hablar. Abra la boca y gesti
culaba, pero no haba palabras. Entonces:
Dijo que estaba bueno que intentaba conseguirlo. El dinero.Yo le dije le dije que n
o se preocupara por eso. Saba que andaban justos de dinero. Por eso les repar el c
oche. Slo les cobr las piezas de recambio. Lo cont todo en el juicio. Pero no me cr
eyeron. Ni siquiera mi abogado -Su voz fue desapareciendo hasta perderse por comp
leto. Movi la cabeza.
Pero yo le cre. Haba hablado con Amy sobre el dinero. Eso fue lo que Porterhouse o
y antes de entrar en el lavabo.
Me llev el cigarrillo a los labios. Suba y bajaba mientras yo segua hablando.
Bueno, pues alguien la mat, amigo. Eso es cierto, eso es un hecho. Esa chica est m
uerta y alguien le dispar. As que si no fue usted, fue otro.
Le quedan cinco minutos -comunic Benson detrs de m. Su tono era spero, amenazador, p
ero no le prestamos atencin. Continuamos como si no hubiera dicho nada.
S, claro -asinti Frank, aturdido.
Claro -repliqu. Levant el encendedor-. Quin?
Qu?
Quin pudo haberlo hecho?
No no lo s.
Porterhouse no fue -aclar-. No es un asesino. Habl con l. l no hizo nada, pero le di
r algo ms: tampoco vio nada. Y es el nico testigo que tienen.
La seora Beachum dio un grito sofocado. Esa es la palabra. Un grito sofocado, bre
ve y soso. No la mir. Rechac el calor de su mirada.
No lo s, no lo s -replic Beachum cansadamente. Miraba a lo lejos, con tristeza, der
rotado.
Venga, amigo -susurr-. Y qu pasa con la mujer? La mujer del coche.
El condenado hizo un ademn rpido con la cabeza como si yo le estuviera molestando.
No no
Por qu no oy los disparos?
Yo no
Por qu no vio que no llevaba ninguna pistola? Lo que tena enla mano era la salsa ba
rbacoa, no es cierto?
Por Dios! -grit la seora Beachum.
La ignor por completo.

Era la botella, verdad? La llevaba en la mano? Dgamelo. Beachum pareca un hombre med
io dormido, un hombre al que se ha despertado con un sobresalto.
S -respondi de modo apagado-. S, la botella. Ya se lo dije. La llevaba en la mano d
erecha, por eso ella no pudo verla. Ella dio marcha atrs por el otro lado. El lad
o izquierdo. No la vio, no tena una visin clara.
De acuerdo. As que no fue ella. No fue Porterhouse. No fue usted. -O cmo la seora Be
achum rompa a llorar. No me import. No soy una persona a la que le importen estas
cosas. Soy un reportero. Y esa era mi historia. Era lo nico que saba hacer-. Quin ms
estuvo all? Eso es lo que quiero saber. Quin diablos estuvo all?
Frank estaba demasiado cansado, sus hombros se desplomaron. Mir a la mesa y aplas
t la colilla que arda lentamente en el cenicero.
Nadie.
Alguien, eso es un hecho -repliqu arrancando el cigarrillo todava sin encender de
mis labios.
Estaba vaco. Slo estaba yo. Aquel tipo, el contable, y Amy. Tir el cigarrillo. Dese
aba cogerle por la solapa de la camisa y gritarle a la cara.
Pero no estaba vaco -insist-. No se dispar ella sola, verdad?
Entreabri la boca y mir miserablemente hacia abajo, a la mesa.
Alguien -continu-. Deba de haber alguien. Tal vez alguien entr al salir usted. Eso
explicara por qu la mujer no oy los disparos. Ocurri justo cuando usted se fue. No vi
o a nadie?
No, yo no lo s. No vi nada. Yo fui a comprar salsa barbacoa. Para el picnic. bamos
a hacer un picnic. Bonnie se qued sin salsa. Era el Da de la Independencia.
O el chirrido de una silla detrs de m.
Bueno -interrumpi Benson decididamente-. Eso es todo.
No!
Era la seora Beachum. Se haba levantado de la cama, de un salto. Se lanz contra los
barrotes de la celda, agarrndolos hasta que los nudillos de sus manos pequeas y e
nrojecidas palidecieron.
No. Por favor! -chill otra vez. Las lgrimas le resbalaban por las mejillas y tena el
rostro abigarrado y feo-. Usted nos cree, verdad? Verdad que nos cree?
Finalmente, tuve que mirarla a la cara. Pero su dolor, su desesperacin me cort el
aliento. Benson se acerc por el lado izquierdo y me puso la mano en el hombro. Un
hombre acostumbrado a acompaar a la gente como le daba la gana, as era nuestro Be
nson. No me empuj, pero sent la presin y no me mov.
De acuerdo, de acuerdo -respond.
Vmonos -espet-. Aqu perturbando a la gente
De acuerdo.
La seora Beachum se aferr a los barrotes sin moderacin, sin dignidad. Tena los dient

es al descubierto, como los mos antes, como si fuera un animal. Pronunci unas pala
bras como un gruido desdeel fondo de la garganta.
Nos nos cree?
No, Bonnie -murmur Beachum-. No.
Venga, vamos, maldita sea -insisti Benson.
Mir el rostro desfigurado de la mujer en la celda. Pareca luchar conmigo a travs de
los barrotes.
S -confes al fin-. Les creo. Por el amor de Dios, no hay ms que verle.
Cerr los ojos. Afortunadamente! No los poda soportar ni un minuto ms. Apoy la frente
contra las barras de hierro y rompi a llorar con tal fuerza que los hombros le te
mblaban.
Nadie. Ni tan slo los abogados solloz-. Nadie ms.
Benson me tiraba de la manga en direccin a la puerta, y yo me solt con un gesto rpi
do.
De acuerdo, ya voy. Maldita sea!
Viniendo hasta aqu, perturbando a la gente -dijo secamente-. No cree que esta pobr
e gente ya tiene bastante? Qu se ha credo que es esto?
De acuerdo -repet.
Avanc hasta la puerta y Benson se apresur a hacer una seal al guardia que se encont
raba al otro lado. La puerta se abri, pero yo me detuve en el umbral y mir hacia a
trs a la celda. Beachum segua igual que antes, sentado, mirando la mesa, con los l
abios entreabiertos en un gesto distante y ausente. Pero su mujer haba alzado la
cabeza otra vez, mostrando las marcas blancas de los barrotes en la frente. Me m
iraba a travs del acero, a travs de las lgrimas, como se mira a un cro que ha hecho
algo absolutamente impensable, impensablemente cruel.
Dnde estaba usted? -pregunt en voz baja, con la voz rota-. Ahora ya es demasiado ta
rde -solloz sorbiendo por las narices-. Dios! Dnde estaba? Todo este tiempo
Benson volvi a ponerme la mano en el brazo, pero durante un par de segundos resis
t la presin hacia la puerta.
No era mi historia -respond-. Hubo un accidente La curva del muerto No tena que ser
mi historia.
Y me empujaron hacia el vestbulo.

Luther Plunkitt me esperaba al volver al vestbulo de entrada para las visitas. A

mi entender, no era una buena seal. En un da de ejecucin, la vida se torna tensa en


una prisin. Los prisioneros estn irritables, los guardias, nerviosos, la segurida
d, severa, y los estmagos, revueltos. Plunkitt habra sido informado inmediatamente
del pequeo disturbio que acababa de provocar en la Galera de la Muerte. Haba hecho
preguntas, las voces se haban alzado. Seguramente eso no le haba encantado.
Pero eso era lo ms fantstico sobre Plunkitt. Nunca podas saber realmente si estaba
contento o no. Me salud tendindome la mano, con una sonrisa tmida y los labios apre
tados. Su rostro arrugado pareca afable y cada uno de sus cabellos plateados esta
ba en su lugar. Slo esos ojos grises, bien asentados debajo de su frente amplia,
eran metlicos y sin expresin. No saba si me iba a dar la mano o a arrancarme el cue
llo. En cualquier caso, no dud ni un instante de que era capaz de hacer cualquier
a de las dos cosas.
En esa ocasin me estrech la mano.
Everett -salud.
Alcaide -respond-. Encantado de volver a verle.
Le acompao hasta su coche.
Meti las manos en los bolsillos del pantaln con aire despreocupado. Traspasamos la
s puertas de cristal el uno junto al otro hasta el aparcamiento. El calor del so
l me caus estupor y la inmovilidad sofocante del aire me envolvi lentamente, aunqu
e la sensacin de salir de la prisin era placentera. Poda or las cigarras que cantaba
n con fuerza alrededor del aparcamiento, y un par de golondrinas se precipitaron
sobre el muro, por encima de la alambrada. Resultaba agradable.
Plunkitt sonri al cielo claro, habl al azul despejado.
Siento lo de la seorita Ziegler. Se sabe algo?
No -contest-. No, que yo sepa. Todava est en coma.
Es una pena, realmente una pena. Estos coches Basta con meterte en uno y
Asent. Cruzamos el camino de asfalto hirviendo en direccin al Tempo.
Todo bien con la entrevista? -me pregunt.
S, s, muy bien. Gracias. Se lo agradezco. El peridico se lo agradece.
Pareci reflexionar atentamente sobre esta ltima observacin, midiendo la distancia,
supervisando las paredes grises de la prisin, las puertas, las torres viga.
Sabe -dijo con aire pensativo- la seorita Ziegler me dio a entender que estaba in
teresada en hablar con Beachum sobre, bueno, sus sentimientos, sus emociones ant
es de la ejecucin. Cuestiones de inters humano. Eso es lo que habamos acordado. Por
que si no hubiese sido as, ya sabe, la mayora de las entrevistas de prensa las hac
emos por telfono. Hay menos riesgo de importunar al prisionero.
Asent. Haba captado el mensaje. Me acababan de censurar, pero con delicadeza. Plun
kitt era un hombre que meda las palabras con mucho cuidado. Deseaba mantener buen
as relaciones con la prensa, y no me habra hablado de esa forma si no estuviera l
egtimamente molesto. Slo poda esperar que no llamara a Bob para quejarse.
Senta el calor del sol golpear mi cabeza y subir en espiral desde los pies. El su
dor se acumulaba en mis patillas debajo de la montura metlica de las gafas. Me la
s sub para que no se me deslizaran por elpuente de la nariz.

Bueno, ya sabe, me dieron la historia en el ltimo minuto -argument-. Con el accide


nte y todo eso prosegu, exprimiendo hasta la ltima gota de caridad- seguramente no
estaba lo suficientemente preparado. Espero no haberlo estropeado.
No, no -profiri en tono bastante afable.
Al llegar al extremo del coche me puso la mano en el hombro y medio un apretn ami
stoso. Nos quedamos frente a frente delante del parachoques del Tempo.
Pero ya sabe cmo son estas cosas -continu en tono familiar, sonriendo-. La gente e
ntra aqu, la prensa. Los prisioneros les cuentan cosas. Estn en posicin, bueno, en
posicin de decir todo tipo de cosas angustiosas. Y nosotros, nosotros tenemos un
trabajo que hacer y pasamos por los malos de la pelcula. Y eso es lo que aparece
publicado en los peridicos al da siguiente. Puede llegar a ser bastante frustrante
, eso es todo. En momentos como ste, todo el mundo est un poco ms sensible de lo no
rmal, eso es todo. -Su sonrisa delgada y vaca se ensanch ligeramente, como una taj
ada de sanda-. Tampoco es fcil para nosotros. Tenemos que hacer lo que nos dice el
Estado y el Estado tiene que hacer lo que la gente quiere que haga.
S, claro -asent-. Por supuesto.
Adems, como sabe, el proceso pasa por muchos juicios, tribunales, apelaciones, et
ctera, antes de llegar a nosotros. No es demasiado justo que aparezcamos en el pe
ridico como asesinos vidos de sangre o algo parecido -se ri secamente.
No, no, por supuesto que no -respond.
En cualquier caso, s que usted es un hombre inteligente, Steve -prosigui-. Leo sus
crnicas y siempre se ajusta a la realidad, as que no estoy demasiado preocupado.
Haca tiempo que no le vea, as que pens en salir un momento a saludarle.
De acuerdo, entendido. Me alegra que lo hiciera -ment-. Encantado de verle.
Permanecimos all un par de segundos ms, sonriendo, mientras el calor converta nuest
ra carne en pasta. l tambin estaba sudando,observ satisfecho. Gotas de cristal relu
ciendo en los pliegues de su frente, en las sienes.

Una bandada de patos sobrevol el aparcamiento, graznando, pero ninguno de los dos
alz la vista. Empezaba a percatarme de que ese silencio duraba demasiado tiempo.
Tena algo ms que decirle?, me pregunt. Pero no haba ninguna pista en el vaco brillan
e de su mirada.
Bien -indic al fin.

Y el pensamiento me invadi de repente, sin saber de dnde vena: Lo sabe! Dios! l tambi
lo sabe.

Era una idea espantosa, as que me deshice de ella. Me dije que todo era pura imag
inacin. Cmo podra saberlo? Cmo podra soportarlo si lo supiera? Si lo supiera y tuvie
que apretar el gatillo de todos modos.
Plunkitt me dio otra palmadita en el hombro.
Y ahora conduzca con cuidado -aconsej.
Yo me qued ah de pie, mirando, con los labios entreabiertos mientras su espalda se
alejaba de m en direccin a las puertas de la prisin.

Plunkitt volvi andando a la Casa de la Muerte. Avanz por el pasillo hasta la galera
de la muerte, pero no se detuvo all. Continu andando hasta llegar al otro extremo
. Gir y cruz otro vestbulo, donde haba otra puerta y otro guardia. Su nombre era Hag
gerty. Un hombre mayor y barrigudo. Un irlands de tez plida. Un duro veterano que
haba venido aqu despus de los despidos de Jeff City.
Ev -salud Luther con voz tranquila-. Parece que ests en forma.
Haggerty esboz una sonrisa cida con la comisura de los labios, era la nica mueca qu
e saba hacer. Desbloque la puerta para el alcaide y la dej abierta, sonriendo bonac
hn. Luther se adentr en la sala.
La habitacin pareca un consultorio mdico, que, de hecho, era lo que haba sido. Las p
aredes blancas de hormign estaban limpias a relucir. Haba un barreo de color blanco
en la esquina y un biombo del mismo color apoyado en la pared de la izquierda.
A la derecha,una puerta de metal llevaba a un pequeo trastero. Y una camilla empl
azada en el centro.
La camilla estaba dotada de correas, correas resistentes de cuero. En la pared d
el fondo haba una ventana con persianas de color blanco que se podan bajar. A la d
erecha, un espejo. Un falso espejo que permita ver a travs desde el trastero. Y de
bajo del espejo, un orificio en el muro. Unos tubos surgan del orificio desde el
trastero contiguo y estaban conectados a un soporte para el intravenoso acoplado
a un extremo de la camilla.

Luther cruz el umbral y se detuvo. Permaneci all de pie con las manos en los bolsil
los y esboz una sonrisa blanda mirando la camilla. Oy la puerta cerrarse a sus esp
aldas, pero no se movi. La expresin de su rostro no vari. Mir la camilla y, al cabo
de un momento, sac una mano del bolsillo. Sujetaba un pauelo. Se lo pas por la cara
y sali hmedo. Observ el pauelo y el sudor empapado en l. Este calor, pens. Odio este
maldito calor.
Pero la sala estaba suficientemente refrigerada y Luther pensaba en Arnold McCar
dle. Una media hora antes, Arnold McCardle haba irrumpido en su oficina. Ese homb
re gordo y enorme se haba arqueado en la puerta, con la mano apoyada en el marco
de la misma.
Tu amigo del News acaba de provocar un pequeo altercado en la Galera de la Muerte
-haba declarado Arnold-. Le dijo a Beachum que cree en su inocencia y se dira que
participar en una cruzada en su favor. La mujer est desolada.
De acuerdo -haba asentido Luther con un suspiro-. Me encargar de ello.
As que haba ido al vestbulo de llegada de visitas para encontrarse conmigo. Y me ha
ba hablado. Se haba encargado del tema.
Y ahora, ah solo, en la cmara de ejecucin, pens en Arnold McCardle apoyado en su pue
rta, y pens en m. Volvi a dejar el pauelo en el bolsillo y mir de nuevo la camilla. S
orbi por las narices. Tena que admitir que se senta molesto. Inocente, pens. Dios mo.
Este Everett estos periodistas algunos Tipos asquerosos e insignificantes. Sin lug
ar a dudas llamara al peridico y se quejara de lo ocurrido. Movi la cabeza. Inocente

. Pero qu se crea Everett que era aquello? Un show televisivo? Una pelcula? Estos re
teros! Al cabo de un tiempo siempre acababan confundiendo las historias que escr
iban con la vida real. Porque de eso se trataba. De una vida. Una vida humana. El
personal de Osage estaba sudando tinta para hacerlo todo de la manera ms profesi
onal posible, ms humanamente posible. Angustiar al prisionero o infundirle falsas
esperanzas no ayudaba a nadie. Tal vez ayuda a su historia. Pero no ayudaba al
prisionero en absoluto.
Malditos reporteros, pens Luther Plunkitt. Se esforzaba tanto en tratarlos decent
emente. Nadie poda culparle por enojarse de vez en cuando. Al fin y al cabo, ello
s siempre se crean que sus historias eran ms importantes que la vida real.

Permaneci de pie con las manos en los bolsillos un buen rato. Mirando la camilla.
Al cabo de unos instantes, imagin la cara de Frank Beachum. Su rostro alargado y
afligido mirndole a l. Inocente, pens. Sac de nuevo el pauelo y se lo pas por la fre
te.
Dios!, pens. Este maldito calor.

En la celda de la muerte, Frank Beachum no se movi. Permaneci sentado tal como est
aba cuando me hube ido, con la mano flccida sobre la mesa, la boca torcida en un
rictus abatido, los ojos cados y la mirada fija y vaca.

Bonnie, de pie a su lado, segua aferrada a los barrotes de la celda. Poco a poco,
relaj los puos. Una sensacin extraa la haba invadido. Un extrao sosiego, extraament
lctrico. De repente, vea con claridad todos los elementos de la habitacin. Con clar
idad y nitidez. El reloj, el guardia, las sillas, los barrotes. Su marido sentad
o ante la mesa. Los pensamientos de su propia mente. Todo le pareca mucho ms claro
que en las ltimas semanas.
Porque de repente supo que era intil. De repente comprendi, asumi de forma visceral
, que no haba ninguna posibilidad de perdn o de indulto. En cierto modo, el hecho
de que yo creyera en la inocencia de Frank la haba tranquilizado. Nadie antes haba
credo en su inocencia. Ni el jurado, ni sus propios abogados, ni la prensa. Ni t
an siquiera el reverendo Harlan Flowers, que simplemente se limitaba a no juzgar
. Y ahora haba aparecido yo, y les haba credo y ella haba gritado: Es demasiado tarde
! Y al gritar, se haba dado cuenta de la cruda realidad. De que era demasiado tar
de. Ya nadie poda salvar a su marido. Ella le perdera. Iban a inyectarle veneno en
el brazo e iban a matarle. Morira.
Las lgrimas cesaron. Dej caer los brazos a los costados. Con esta nueva claridad,
mir a su alrededor, casi asombrada. Vio al oficial de guardia al otro lado de los
barrotes. Benson la estaba mirando. Mientras volva a su mesa y se pasaba la mano
por su cabello brillante, la miraba de reojo como si pensara que iba a hacer al
go terrible. El guardia se sent en la silla y descolg el telfono. Habl con un murmul
lo bajo, frunciendo el ceo peligrosamente mientras la observaba. Con esa extraa au
reola de sosiego misterioso, fulminante y desesperado, Bonnie le sonri. Me tiene
miedo, pens. Ese hombre grande y fuerte de ah fuera. Tiene miedo de una mujer de m
enos de cincuenta kilos encerrada en una celda. Y con la lucidez de sus pensamie
ntos le pareei entender por qu. Se senta casi como si la mente de Benson se le hubi

era revelado mientras ella estaba ah de pie. Y tena miedo de ella, pens, porque est
aba siendo perverso delante de sus ojos. Matar a otra persona, a una persona ind
efensa, era perverso. Sin excusas. Perverso. En el corazn de cualquier ser humano
, ah donde la mente tranquila puede or, hay una voz que dice que es perverso, y es
a voz nunca se equivoca. Bonnie lo saba y crea que el guardia tambin lo saba y que p
or eso le tena miedo. Porque el guardia quera hacer su trabajo sin saber. Quera cob
rar su paga, dar de comer a su familia y hacer su trabajo. El alcaide, su jefe,
le haba ordenado que as lo hiciera. Los tribunales se lo haban dictaminado al alcai
de. Los legisladores del estado de Missouri se lo haban impuesto a los tribunales
. Y la mayora de la gente de los Estados Unidos de Amrica estaba de acuerdo con lo
s legisladores y los haban elegido para que hicieran lo que haban hecho. As que el
guardia quera pensar: debe ser lo correcto. Pero saba que no era verdad. Verdad!, p
ens Bonnie en su sosiego elctrico, la verdad no es una democracia. Ni toda la gent
e del mundo gritando al unsono en favor de un hecho perverso poda aplacar a esa ot
ra voz, esa voz suave y constante que habla en un corazn en paz. As que el guardia
lo saba. Todos lo saban. Y tenan miedo delante de ella.
Lentamente, Bonnie le dio la espalda al guardia y mir a su marido.
No se mova, segua inmvil. Continu mirando distradamente la mesa, con la mano flccida
obre la misma. Y Bonnie pens que ahora poda verle, con ms claridad de lo que haba po
dido en mucho, mucho tiempo. Tan cansado, pens, parece tan terriblemente cansado.
Dios! Dios! Qu le han hecho? Era como si no se hubiera dado cuenta hasta entonces.
Y cuando se acord de cmo haba sido en los viejos tiempos. Llegando a casa con la car
a llena de grasa, mostrando la blanca dentadura por entre las manchas negras. Sa
cndose la camisa mientras suba pesadamente las escaleras, tirando casi siempre la
camisa al suelo sin pensar y escuchando las reprimendas de ella cuando tena que r
ecogerla para echarla al cesto de la colada. El modo en que temblaba el suelo cu
ando suba de aquella manera los escalones. El modo en que tintineaban las chuchera
s encima de la repisa de la chimenea. Era como tener una bestia en casa, un oso
grande y salvaje. Lo mejor que le haba ocurrido en toda su vida. Hasta entonces,
los hombres como Frank siempre la haban asustado, e incluso disgustado ligerament
e. Grandes y sucios como bestias. Pero cuando la bestia estaba en casa con ella,
se senta viva absolutamente llena de vida. Siempre se haba considerado una persona
tranquila e incluso insignificante. Saba que ella no tena esa fuerza interior. Fra
nk, convivir con Frank, haca que la energa aflorara a su piel y le provocara una s
ensacin de hormigueo. l era toda su vida. Era la vida de su vida. Y le necesitaba.
Cerr los ojos un instante. Se sinti aturdida y dbil. Le necesitaba. Por eso no lo h
aba visto con claridad, pens. Porque no poda admitir que no hubiera esperanza. Ao tr
as ao, haba seguido ofuscada, sin ver. Ella haba continuado, como siempre haba hecho
, inspirndose en su fuerza, en su vida, y se haba cegado. Y ahora comprenda que no
haba esperanza alguna.
Abri los ojos.
Lo siento se lament.
Frank la mir repentinamente, desconcertado, como si acabara de despertarse.
Qu? Oh, no, Bonnie! Por qu?
Armar un escndalo como ste -apret los nudillos a un lado y al otro de la nariz. Se s
ec las lgrimas que le resbalaban por las mejillas con la palma de la mano-. No cre
o que ayude mucho, verdad?
No, no. Yo te quiero, Bonnie -respuso distradamente-. No pasa nada.
Ella asinti sin decir palabra. Benson empez a teclear encarnizadamente en su mquina
de escribir. Frank levant la vista hacia l y luego hacia la puerta.

Un tipo extrao -observ al cabo de un momento.


Ella sigui su mirada.
Quin? El reportero?
Frank no respondi inmediatamente. Estaba absorto mirando la puerta.
Lo que ha dicho. Todo aquello de que no le importa nada. De lo que est bien y lo
que est mal o -La mir y esboz una sonrisa breve, nerviosa e incmoda-. Debe de ser una
vida bastante vaca, creo yo.
Bonnie estudi el rostro de su marido. Le pareca no comprender lo que intentaba dec
irle. Se trataba de algo. Pero no del reportero. Se trataba de algo ms. Lo poda ve
r en sus ojos, pero no comprenda.
No lo s -respondi-. No pareca muy agradable, ahora que lo dices.
Su marido volvi a mirar hacia la puerta con el mismo gesto ceudo y distrado.
Creo -prosigui tras una larga pausa-. Creo que prefiero estar aqu dentro que ah fuer
a, viviendo de esa manera.
Bonnie, en el estado anmico en que se encontraba, tuvo una sensacin de enorme tris
teza al escuchar esas palabras. Era como si le hubiera odo decir dos cosas distin
tas al mismo tiempo. Como si hubiera dicho lo que haba dicho, y tambin exactamente
lo contrario.
Se le escap un ligero gemido y se acerc a l rpidamente. Le abraz y apoy la cabeza de
contra su cuerpo.
Te quiero tanto -susurr-. No lo olvides. No dejes de repetrtelo, todo ir bien.
Mientras le abrazaba, Frank sigui mirando ms all de ella, ms all de sus manos, mirand
o hacia la puerta por la que me haba ido. Bonnie dese morir antes de mostrar el ms
mnimo indicio de debilidad delante de l.
El telfono son en la mesa de Benson. Ella sinti la tensin de Frank entre sus brazos,
contra su pecho. Le abraz con fuerza. El oficial de guardia sigui tecleando duran
te unos segundos.
Debe de ser Weiss -coment Frank en voz baja.
Bonnie apoy la mejilla contra el pelo de Frank.
Todo ir bien -murmur. Cerr los ojos con tanta fuerza que las lgrimas empezaron a bro
tar de nuevo.
El telfono sigui sonando. Benson dej de escribir y cogi el auricular.
Debe de ser del despacho del gobernador -aclar con voz apagada-. Para decirnos qu
e el gobernador rechaza el indulto.
Te quiero, te quiero -solloz Bonnie-. No pienses en nada ms y todo ir bien.
Benson escuch un momento y luego, dando un suspiro, se levant.
Frank grit acercndose a la celda-. Es tu abogado. Llama desde Jeff City.

Me alej de la prisin conduciendo lentamente. Pasando por los inmuebles blancos, ha


cia el blanco horizonte, mientras los edificios de color blanco se desvanecan en
el retrovisor. Me dej caer pesadamente en el asiento, relajando mi cuerpo, sujeta
ndo el volante con atencin. El vinilo me abrasaba la espalda, y la camisa se me p
egaba a la piel. El interior mal ventilado me haca sentir como si flotara. Estaba
agotado.

Encend un cigarrillo y le di una calada profunda. Oa el chasquido de las bujas del


Tempo y el silbido del ventilador. Mir a travs del parabrisas al cielo vaco. Usted
nos cree, verdad? Yo yo fui a comprar una botella de salsa A-1 l sabe Jesucristo, nu
ro Seor Ella dio marcha atrs por el otro lado Dnde estaba usted? No tena una visin
Todo este tiempo Nos cree? Las voces que haba escuchado durante la ltima hora zumbab
an, resonaban y retumbaban confusamente en mi cabeza: como moscas en la brisa de
una puesta de sol. Entremezclndose las unas con las otras, zumbando en un odo y l
uego en el otro, runruneando, aleteando juntas, insistentese insensibles. Usted
nos cree, verdad? Fui a comprar una botella de salsa A-1 l sabe
Me ech a rer en tono de hasto, en el coche hmedo y caluroso. Me re echando un anillo
de humo al parabrisas. Vaya cosas, pens. Es una locura. Apenas poda creer que estu
viera sucediendo de verdad. Pero lo estaba. Lo estaba, sin lugar a dudas. Realme
nte van a matar a ese hombre. En ocho Mir el reloj del salpicadero -eran las cinco
menos cinco- en siete horas. Ese hombre, Beachum, ese desventurado hijo de puta
. Haba ido a la tienda a comprar una botella de salsa barbacoa y ahora iban a ata
rlo a una camilla y a inyectarle veneno por orden judicial. Me volv a rer y mov la
cabeza. Vaya pesadilla. Vaya locura.

Un hilo delgado de sudor se me col en las galas, gote y empap las lentes. Me las qu
it y las limpi rpidamente con la pierna del pantaln, mientras miraba la carretera bo
rrosa y el espacio vaco impreciso. Dnde estaba usted? No tena una visin clara Todo es
e tiempo Nos cree? Me puse las gafas y mir con ojos de miope siguiendo la linea del
cap del Tempo hasta el horizonte carente de rasgos distintivos. Realmente van a
matarle, pens. Y yo lo se. Yo lo s.
Hablar de una pesadilla. Eso era una pesadilla: el hecho de saberlo. Saber que F
rank Beachum iba a morir pese a ser inocente y ser consciente de ello a cada seg
undo. Yo era consciente de ello ahora, antes de que ocurriera. Iba a ser conscie
nte de ello durante todo el da. Cuando le ataran a la camilla y le clavaran la ag
uja en la vena, seria consciente de ello, plenamente consciente Y me despertara a
l da siguiente por la maana y el siguiente, y el siguiente, y el siguiente, sabindo
lo. Era inocente. Lo saba, siempre lo sabra.
Dios!, pens, repantigado en el asiento de mi coche. Dios! Por qu a m? Por qu tena
erlo? Nancy Larson haba explicado por qu no haba odo el disparo. Dale Porterhouse ha
ba afirmado tajantemente que su campo de visin era claro, con patatas fritas o sin
ellas. El condenado haba pregonado su inocencia, claro est, pero los condenados m
ienten, todos lo hacen. Yo no tena ninguna prueba. No tena por qu saber nada. Nadie
saba nada. Nadie haba sabido nada durante seis largos aos.
Pero yo s. Yo lo saba.

Y saba ms cosas aparte de la inocencia de Frank Beachum. Mientras la voces que haba
escuchado aquella hora se apaciguaban, saba incluso cmo haban asesinado a Amy Wils
on y por qu. Saba exactamente qu le haba pasado en ese Da de la Independencia, cuando
Frank haba ido a la tienda a peticin de su mujer. Lo saba. Lo sabra. Todo el da, maa
a, y cualquier otro da de mi vida.
Me puse el cigarrillo en la comisura de los labios. Un escalofro me subi por la nu
ca. Jesucristo, nuestro Seor Salsa A-1 El sabe Ella dio marcha atrs por el otro lado
e estaba usted todo este tiempo? Me re entre dientes sujetando el filtro. Vaya cos
as, pens. Vaya locura.
Con un gemido hastiado, me incorpor en el asiento, frotando mis hombros sudorosos
contra el vinilo. Una hora de camino para volver a la ciudad, me dije. Para ent
onces seran las seis y slo quedaran seis horas. Realmente iba a ocurrir. Nadie poda
detenerlo. De hecho, no haba tiempo material para detenerlo. Al pensar en todo aq
uello de forma lgica, me percataba de que ni tan slo haba un buen motivo para inten
tarlo. No podra conseguirlo. No me convertira en un hroe para mi hijo. Ni tampoco s
alvara mi matrimonio o mi trabajo. Como mucho, con el tiempo, tal vez consiguiera
un artculo en una revista. Quizs incluso un libro. O ir de un programa de televis
in a otro, suponiendo que alguien se interesara. Ganar algn dinero. No se me ocurra
ni una sola razn lgica para intentar hacer algo ms.
Y, evidentemente, saba que tena que hacerlo de todos modos. Tena que intentar imped
irlo. Ahora, hoy. Aunque no lo consiguiera, tena que probarlo. Seguro, sin duda a
lguna. Simplemente no se me ocurra ningn motivo concreto, eso era todo. Pero tena q
ue intentarlo porque porque s. Eso era todo. As son las normas, y yo no las invento
. Cuando uno sabe, no puede dejar de saber, as que tiene que arriesgarse. As son l
as normas.
Vaya cosas, pens. Vaya locura.
Me saqu el cigarrillo de los labios y lo ech por la ventanilla a la carretera. Me
ech a rer otra vez.
Mierda! exclam.
Y los neumticos del Tempo chirriaron cuando pis a fondo el acelerador.

Sexta Parte

EL TIPO

Encend otro cigarrillo mientras anunciaban las noticias de las seis. Estaba senta
do en mi coche, aparcado delante de los juzgados. El largo da de verano an resplan
deca, y el calor segua atestando el coche como agua estancada. El sol del oeste caa
con fuerza desde Market Street, convirtiendo los aguilones y los capiteles del
ayuntamiento en sombras amenazadoras frente a m. La luz deslumbraba a travs del pa
rabrisas, obligndome a torcer la vista y tornando mi piel hmeda y pegajosa. Me que
d fumando con el codo apoyado en el marco de la ventana.
Fuera, el trfico en Market Street era rpido, constante y ruidoso. Cuando el semforo
de la esquina cambiaba y los coches se detenan, las cigarras posadas en los rbole
s que bordeaban el paseo hacan la competencia al traqueteo de los motores ociosos
y su canto se haca ms audible a medida que caa la tarde. Al mismo tiempo, el locut
or de la radio pareca parlotear de modo ininteligible y estridente a lo lejos, co
mo si fuera Pulgarcito metido en una lata.
Esper, observando los grandes escalones que conducan al arco rodeado de columnas q
ue remataba la puerta del palacio de justicia. El edificio pareca mirarme con ojo
s de miope, un bloque elevado de piedra blanca, imperioso y arrogante.
La historia Beachum apareci al cabo de unos cuatro minutos en el noticiario. En l
a seccin de sucesos locales.
El gobernador se cit hace aproximadamente una hora con los abogados de Frank Beac
hum, el vecino de St. Louis condenado a morir esta noche por asesinar a tiros a
una dependienta embarazada de una tienda de ultramarinos hace seis aos
Me llev el filtro del cigarrillo a los labios al or por antena la voz de un abogad
o. Mir el palacio de justicia sin prestarle demasiada atencin. Pens en Bonnie Beach
um, aferrndose a los barrotes de la celda, gritndome a travs de ellos. Dnde estaba us
ted todo este tiempo?
Le hemos explicado al gobernador que, hhhmm, se est a punto de cometer una grave
injusticia y, hhmm, le hemos expuesto el caso -declar el abogado con voz de lata.
Se poda apreciar la lasitud en su voz, incluso desde ah. Estaba claro que el gober
nador haba desestimado el indulto.
Anteriormente, durante el da de hoy -prosigui el locutor- el gobernador se entrevi
st con los padres de la vctima de asesinato, quienes le instaron a que no otorgara
el perdn a Beachum. El asistente del gobernador, Harry Mancuso, hizo unas declar
aciones para nuestra emisora tras el encuentro
Esta administracin est decidida a tener mano dura con el crimen -manifest el asiste
nte del gobernador, Harry Mancuso y estamos decididos a que se haga justicia por
la familia de Amy Wilson y por todos los ciudadanos de este estado.
Resopl como un caballo y apagu la radio cuando el locutor prosigui con otras histor
ias. Bueno, pues as estn las cosas, pens. Tanto si acuda a Lowenstein como si no, ta
nto si llamaba al gobernador como si no, mi nica oportunidad de que la oficina de
l gobernador cambiara de opinin era encontrar a algn luntico empapado en la sangre
de Amy Wilson despus de seis aos gritando: Soy yo, Yo soy el tipo que est detrs de t
odo esto
Estaba sentado en el asiento del conductor cuando la puerta de cristal del palac
io de justicia se abri con un vaivn. A travs de la ventana del coche, vi a Wally Ca
rtwright aguantando la puerta con mano firme. Cecilia Nussbaum cruz la puerta por
debajo de su brazo.
Los dos comenzaron a descender juntos por la escalera. Nussbaum era la fiscal de
l distrito, una mujer menuda y fea de unos cuarenta y tantos aos. Una prominente

nariz de patata sobresala de su rostro, que pareca una coleccin de arrugas de vieja
chismosa pegadas las unas encima de las otras. Llevaba un vestido infausto de c
olor marrn decorado con una serie de cadenas de oro colgadas del cuello. Cartwrig
ht destacaba detrs de ella, un bloque de hormign sobrepiernas, con ojos pequeos de
pajarillo resaltando en su cabeza de mortero. Vestido con un traje de color gris
cemento, tena aspecto de edificio, pero un poco ms grande. Era el ayudante de la
fiscal que haba llevado el caso Beachum y tena que inclinarse hacia delante para p
oder hablar con Nussbaum mientras bajaban por la larga escalera de piedra.
Tir el cigarrillo y sal rpidamente del coche. Pas por delante del mismo mientras el
trfico pasaba junto a m como una exhalacin. O los tacones gruesos y pesados de Nussb
aum retumbar en la piedra mientras yo suba los peldaos de la escalera para hablar
con ella, y o la voz profunda de Wally murmurarle algo al odo, aunque con el ruido
del trfico me result imposible adivinar las palabras.
Me qued delante de ellos en las escaleras. Nussbaum se detuvo al levantar la mira
da y verme. Cartwright se detuvo cuando ella se detuvo y me mir desde su altura.
Esboz una sonrisa de burla y de desprecio.
Aqu huele a mierda -solt.
Tena una voz vibrante de bartono con un ligero deje pueblerino. Le sonre estpidament
e y me pregunt si Patricia no estaba en lo cierto al decir aquello de mis problem
as con la autoridad. En cualquier caso, quedaba bastante claro que habra tenido q
ue mantenerme alejado de la secretaria de Cartwright.
Hola, Wally -salud.
Ahora no es un buen momento, Everett -observ Cecilia Nussbaum. Su voz era ms profu
nda que la de Cartwright. Era montona y quebrada-. Tenemos prisa.
Baj otro escaln como si fuera a pasar a travs mo.
Espere -exhort-. Se trata de algo urgente.
La mano de Cartwright sali disparada en direccin a mi hombro. Era una mano grande.
Grande y fuerte.
No es un buen momento -retumb su voz. Me apart con un empujn y yo me tambale hacia u
n lado.
Me pareci ver que Cecilia Nussbaum sonrea ligeramente entre dientes al pasar por d
elante mo.
Cecilia, le estoy diciendo que -insist.
Cartwright, situado detrs de ella, me clav el dedo salchichero en el pecho.
Mire
Oh, mierda! -le apart el dedo con un manotazo, mirndole directamente a los ojos de
mirlo-. Usted es un jodido fiscal de distrito y yo soy un periodista -gru-. Piensa
darme un puetazo o quiere conservar su trabajo?
El gorila haba empezado a exaltarse y a esbozar una sonrisa sdica bastante lograda
, pero al or aquello vacil. Me alis la pechera de la camisa.
Qu coo se ha credo que es esto, una pelcula? -mascull. Tqueme un pelo y le pondr
anda que se acordar toda su vida.

La fiscal estaba ya un peldao ms abajo que yo, pero se detuvo ah y, a juzgar por el
movimiento de sus hombros, dira que suspir. Se dio la vuelta y mir a Cartwright.
Por qu no vas a buscar el coche, Wally? -gru.
S! Por qu no vas a buscar el coche, Wally? -espet. Permaneci inmvil delante de m
gundos. No era una vista agradable, un bloque de hormign paralizado. Paralizado y
con cara de burla y de desprecio. Finalmente, se alej apuntndome con su enorme de
do.
Nos veremos en privado amenaz-. Los dos solos.
Una idea maravillosa -repuse-. Me doy por avisado. Mis padrinos llamarn a los suy
os. Me toma por un idiota, o qu? Jdase. Lo dije porque ya estaba bajando los escale
ras de piedra con su paso fuerte; bum, bum, bum, como un monstruo que vuelve a l
as profundidades.
Neoyorquino de mierda -farfull mientras bajaba pesadamente.
Me frote la camisa para limpiar el punto donde me haba tocado y descend un peldao p
ara hablar con Cecilia Nussbaum.
Ha elegido un personal magnfico, Cecilia -observ-. Ese tipo es un pisapapeles con
patas.
Qu quiere, Everett? -pregunt con su voz montona y gutural.
Un tope de puerta con patas -murmur.
Tengo que irme. Tengo que asistir a unas reuniones antes de ir a la prisin. Qu quie
re?
Respir hondo para calmar los nimos. Cecilia me mir con sus ojos marrones y turbios,
con esa cara llena de arrugas. Esos ojos y esa cara ponan en evidencia que no te
na ni un pelo de tonta. Pero tampoco lo tena de afable. Con ella no haba segundas o
portunidades.
De acuerdo respond, todava molesto-. Frank Beachum. El caso de Amy Wilson.
Me mir con impaciencia, sin decir nada.
Quin ms estuvo all? -le pregunt.

No se movi ni contest. Se qued analizndome. Y seguramente estudiara la ejecucin de es


a noche con los mismos ojos, pens. Mirara a Beachum en la camilla con esa misma ex
presin y, un poco ms tarde, en la sala de las visitas, bebera unos sorbitos de vino
blanco en un vaso de papel con los otros dignatarios. Escuchara los chistes sobr
e poltica local y si la persona que los contaba era lo suficientemente importante
incluso reira, mostrando sus dientes torcidos. Reira mientras el cuerpo de Beachu
m sera transportado por la puerta trasera al coche fnebre. Era una fiscal jodidame
nte buena.
Qu quiere? -gru de nuevo.
Quiero saber quin ms estaba en la tienda de Pocum el da en que dispararon a Amy Wil
son -aclar-. Estaban Porterhouse, Nancy Larson fuera y Beachum. Quin ms? Alguien ent
r en el aparcamiento justo cuando Beachum se iba, justo cuando Nancy Larson se ib
a. Por eso tuvo que dar marcha atrs, para dejar paso al que llegaba. Si hubiera d
ado marcha atrs desde la mquina de refrescos, lo habra hecho por el lado derecho de
Beachum. Pero lo hizo por el izquierdo. Dio marcha atrs porque alguien le bloque

aba el paso, alguien que entraba cuando ella sala del aparcamiento.
Hubo una larga pausa. Y frente a m, sus ojos, sus arrugas. Haba cigarras cantando
en el aire inmvil. Cuando el semforo de la esquina cambi, el trfico sigui retumbando
y avanzando como una exhalacin. Hubo una pausa muy larga.
Y eso qu importa? -inquiri finalmente Cecilia Nussbaum. Y supe que estaba en lo cie
rto.
Avanc un paso hacia ella. La tensin hizo que sintiera como si la piel me estuviera
pequea.
l es el asesino, Cecilia declar-. Fuera quien fuese, l dispar a Amy Wilson. No fue B
eachum, fue l.
Una bocina son dos veces debajo de nosotros. Wally Cartwright haba dado la vuelta
en un Cadillac oficial de color marrn y se detuvo justo detrs de mi Tempo. Frunci e
l ceo inexorablemente desde el volante.
Cecilia Nussbaum le mir lentamente, durante unos segundos, y volvi a prestarme ate
ncin. Su voz montona y gutural result tan desapasionada como antes.
Ha aparcado el coche ilegalmente.
Quin era, Cecilia? Venga.
Qu es esto? -pregunto-. Qu es lo que pretende escribir? Esto es un caso slido.
S, excepto que el convicto es inocente.
Si eso es lo que piensa escribir, se equivoca. Si est desarrollando alguna teora s
obre una conspiracin
No, no es nada parecido.
Yo no envo a un hombre inocente a la casa de la muerte.
Lo s. De verdad -puntualic-. Pero ha cometido un error. Cartwright dio otro bocina
zo. Esta vez, Nussbaum ni siquiera le mir.
Ese hombre fue a comprar salsa barbacoa -prosegu-. Eso es lo que la seora Larson v
io en su mano. Todo ocurri cuando ella ya se haba ido, por eso no oy los disparos.
Todo eso se discuti durante el juicio. Lea los informes. Un testigo vio como Beac
hum sala corriendo. Todo concuerda, Everett.
El testigo no le vio. -La tensin hizo que el volumen de mi voz subiera demasiado.
Intent contenerme. Gritar a Cecilia no era una buena idea-. Haba una hilera de bo
lsas de patatas fritas en su campo visual. He estado all. Lo he visto.
Cundo?
Hoy.
Esto ocurri hace seis aos. De todos modos, el testigo avanz por el pasillo. Poda ver
desde all. Est todo en los informes. -La impaciencia tambin haca aumentar el timbre
de su voz.
Pero no lo vio -insist, controlndome cuanto me era posible-. Habl con l. No lo vio,
Cecilia.

Me est diciendo que l lo dijo?


No. Pero lo pude leer en su cara. Lo s.
Al or aquello, se ech hacia atrs. Todas sus arrugas carnosas parecan concentrarse en
una expresin de desdn.
Es decir, que no tiene usted ninguna prueba -profiri educadamente.
All haba alguien ms. No es cierto?
No tiene ni un puetero indicio.
l no lo hizo, as que qu otro puetero indicio necesito?
Me mord el labio, contenindome, controlando mi genio. Cecilia sigui observndome dura
nte unos segundos. Luego se gir y empez a bajar por la escalera. Yo fui tras ella.
Cecilia, por favor.
Sus tacones martilleaban los peldaos.
Haba alguien ms, no es cierto? -inquir.
Un chaval -gru sin darse la vuelta-. Compr una coca-cola en la mquina de refrescos,
pero ni siquiera entr.
l le dispar.
Le interrogamos. Me acuerdo de ello. Pusimos en circulacin una descripcin de su co
che y se present por voluntad propia. No vio nada.

Lleg hasta la acera y continu en direccin al coche. Yo avanc dando traspis detrs de e
la.
Ya se haba efectuado el arresto. Usted lo entrevist como testigo -prosegu-. l no era
un testigo, era nuestro hombre.
Wally Cartwright abri la puerta del conductor y sali fuera. Me mir severamente desd
e el otro lado del techo del vehculo. Cecilia puso la mano en la manecilla de la
puerta del acompaante. Yo me interpuse.
Dgame su nombre. Djeme hablar con l.
No s cmo se llama. No tena nada que ver con el caso.
Lo tendr en los archivos, en los informes, en las notas. En algn lugar. l fue el as
esino, Cecilia.
Abri la puerta.
Mi oficina est cerrada todo el da. Llmeme maana, ver si puedo encontrarlo.
Empez a entrar en el coche y yo sent cmo me herva la sangre. Agarr con fuerza la puer
ta del copiloto y la abr de golpe, arrastrndola a ella al mismo tiempo. Esos ojos
y esas arrugas se tornaron hacia m. Le habl apretando los clientes.
Si deja el caso hasta maana, ser mejor que duerma jodidamente bien est noche -encas
quet-. Porque a partir de maana, voy a ir a por usted, seora. Me convertir en el pro

tagonista de todas sus pesadillas.


La fiscal solt la puerta. Se gir y se qued frente a m. Su rostro menudo pareca relaja
do, pero su mirada estaba anublada, como un torbellino.
Estpido, pens. Estpido bocazas, estpido.
Cecilia Nussbaum habl en voz baja, en tono inexpresivo y montono.
Yo no soy Wally -solt.
Cerr los ojos.
Soy mucho ms grande que Wally -aadi-. Y si vuelve a amenazarme, nadie podr juntar lo
s pedazos que quedarn de usted. El resto se lo habr llevado el viento.

Permanec inmvil, con los ojos cerrados. Estpido, pens. Estpido bocazas, estpido. Ceci
ia Nussbaum, entretanto, se inclin para sentarse en el coche y cerr la puerta con
un golpe seco. Abr los ojos justo cuando el Cadillac se adentraba en el trfico baj
ando por Market Street.

Entr en la sala de redaccin y Bob Findley sonri. Mala cosa, esa sonrisa. Una especi
e de tirantez satisfecha en sus labios, un destello en los ojos azules y relajad
os. Lo pude apreciar con claridad desde el otro lado de la sala antes de que baj
ara la cabeza para continuar con sus papeles.
Saba lo que significaba esa sonrisa. Luther Plunkitt haba llamado al peridico para
quejarse. Haba fastidiado la entrevista con Beachum. Profesionalmente hablando, e
ra como si le acabara de pasar una hacha a Bob.
Contuve la respiracin y segu hasta mi despacho. Me sent y conect el ordenador; escri
b mi nombre. La mquina emiti un pitido y la seal de mensajes apareci en la pantalla.
Me reclin en la silla fui llamando los mensajes uno a uno. Un tipo del ayuntamien
to, un poli con el que haba estado trabajando y una mujer de estadstica en Washing
ton. Historias en las que estaba trabajando. Nada que no pudiera esperar hasta q
ue Frank Beachum estuviera muerto.

Por el camino, me haba detenido a comprar un bocadillo de jamn. Abr la bolsa de pap
el y la dej junto al teclado. Mir el panecillo rebosante de mostaza. Me quemaba el
estmago. No haba comido nada desde mi encuentro con Porterhouse lo cierto es que
ahora tampoco me apeteca demasiado hacerlo. Pese a ello, cog el bocadillo con una
mano. Con la otra, abr el cajn de mi escritorio y saqu el listn de telfonos. Lo ech a
la mesa al tiempo que le daba un buen bocado al panecillo.
Ey, Ev!
Era Mark Donaldson, mi nuevo compaero de despacho. Su rostro enjuto, agudo y cnico
me mir inclinndose hacia la pantalla de mi ordenador, adoptando una expresin de co
mplicidad. Levant la barbilla, masticando.

Qu pasa entre t y Bob? -dijo en voz baja-. Te ha estado echando el mal de ojo todo
el da.
Tragu el pedazo de bocadillo.
He jodido su vida y est cabreado -respond.
Ja, ja. Muy divertido. No te culpo.
Se sabe algo de Michelle?
Donaldson asinti.
Est mal. Han aconsejado a sus padres que la desconecten.
El siguiente bocado me supo pastoso e inspido. Mi estmago borboteaba y acumulaba p
resin.
Eso es duro -coment.
S -respondi Donaldson-. Pobre chica. Ahora me arrepiento de haberla llamado mocosa
.
Olvdalo. Era una mocosa pero era una de los nuestros.
Lo era?
S.
Es una pena.
Se inclin todava ms e hizo un gesto con la mano encima de mi terminal, un movimient
o de venga, adelante, con los dedos, como un polica municipal indicando a los pea
tones que ya pueden cruzar.
Vamos -prosigui-. Cuntame lo que pasa entre Finley y t.
Es una cuestin privada -aclar, moviendo la cabeza.
Ah! -observ, molesto-. Desde cundo tienes t una vida privada?
Tragu la bola de pasta, carne y mostaza y cay sonando a hueco dentro del estmago, c
omo una piedra al despearse en el interior de un volcn.
Hubo una poca en la que yo tambin tuve una vida privada -aadi Donaldson-. Mi mujer m
e la regal por Navidad. Y yo la cambi por una corbata -explic mostrando la corbata. Qu te parece?
Eres un hombre inteligente. Est Rossiter por aqu?
No lo s, por qu?
Quera hablar con ella a ver si poda hacer un trabajo de investigacin para m. Parece
que las mujeres se sienten cada da ms seguras.
No, creo que se fue a su casa. A colgarse, lo ms probable.
Me ech a rer cansadamente.
Cmo ests tan seguro?

Donaldson se encogi de hombros.


Te traigo una taza de cal si me la chupas.
Podras hacer una par de llamadas para m?
S, claro.
Intenta localizar a alguno de los detectives que trabajaron en el caso Beachum.
Averigua si alguien oy hablar de otro testigo que estaba en el escenario del crim
en. Un tipo joven. Un chaval. Alguien que entr en el aparcamiento, compr un refres
co y no vio nada. Slo necesito el nombre y la direccin.
De acuerdo.
Y podras traerme una taza de caf?
Me lanz un beso y se fue.

Dej el bocadillo sobre la mesa, a medio terminar. Mi estmago no poda ms. Cog el listn
telefnico y lo abr por la seccin del estado. Asesora jurdica, Divisin de Pena Capital
Acababa de encontrar el nmero cuando de reojo capt un movimiento fugaz. Tambin lo n
ot en el estmago, una tralla abrasadora de cido. Era Alan, que haba abierto la puert
a de su oficina para echar un vistazo. Para buscarme. Y Bob estaba de pie en el
despacho de redaccin, dispuesto a unirse al ataque. Iban a cazarme.

Rpidamente cog el listn y marqu el nmero. Me llev el auricular al odo, me balance e


silla y salud a Alan. Alan mir a Bob. Bob mir a Alan. Alan volvi a meterse en su ofi
cina. Bob se sent.
Ufff! -exclam.
Asesora jurdica -indic una voz masculina al otro lado del telfono. Pareca un hombre
oven. Un hombre joven y muy cansado.
Soy Steve Everett del News -me present-. Quin podra hablar conmigo sobre Beachum?
Cualquiera de nosotros -respondi con voz soolienta-. Cualquiera que est por aqu.
Qu tal si hablo con usted? Usted ya est aqu.
De acuerdo.
Bien. Nancy Larson -seal-, la testigo del aparcamiento.
S, qu ocurre con ella?
Cuando se iba, alguien ms entr en el aparcamiento. Otro tipo, un chaval, otro test
igo.
No.
Qu quiere decir, no?
No hay nada sobre eso en los archivos -explic el hombre con un suspiro exhausto-.
Nada -murmur sooliento-. Nada
Est seguro? Cmo puede estar tan seguro?

Emiti un ruido. Una risa, creo que era. Algo parecido a una risa.
Porque estoy seguro, seor Everett. Crame -insisti-, aunque no hubiese trabajado nun
ca antes en este caso, me habra aprendido todos los archivos de memoria en las do
s ltimas semanas. Pero no hay nada parecido. No hay ningn otro testigo.
Dud. Escuch el silencio de la lnea.
Gracias -repuse al fin. Y colgu el auricular.
Mirando nerviosamente de reojo a la puerta de Alan, me levant y avanc por el pasil
lo hacia Donaldson. Segua hablando por telfono. Me mir mientras se apoyaba en su or
denador y movi la cabeza.
Mierda! -exclam.
La puerta del despacho de Alan se abri de nuevo y Alan sali.
Mierda!
Donaldson colg.
Era Benning. Haba trabajado en la investigacin. Dice que le suena, pero que no rec
uerda ningn nombre. Que en cualquier caso se trataba de un detalle sin importanci
a.
Mierda!
Y Ardsley, el que diriga la investigacin, se ha jubilado. Vive en algn lugar de Flo
rida.
Mierda! Y qu pasa con los archivos?
Dice que estn todos en la oficina del fiscal.
Mierda!
Everett! -Alan me llamaba desde el otro lado de la sala. Bob estaba de pie en el
despacho de redaccin.
Everett, ven aqu.
Mierda!
Donaldson frunci los labios.
Pero, bueno, qu diablos est pasando aqu?
Dej su mesa y me acerqu andando lentamente hacia Alan.
Bob ya estaba junto a l en la puerta de su oficina. Alan me pidi que entrara.
Haga el favor de pasar, seor Everett. -Bob entr detrs de m y cerr la puerta. Segua
ozando la misma sonrisa.
No hace falta que parezcas tan contento -endilgu.
No estoy contento -respondi en voz baja-. Por qu lo dices?

Alan se sent en su butaca y se dio un masaje en la frente con las yemas de los de
dos.
Debera estar en casa bailando con mi mujer -profiri.
Cog el paquete de cigarrillos y me llev uno a los labios.
Mirad, no tengo tiempo para esto. As que Plunkitt est cabreado Pues es una pena. -E
ncend el cigarrillo y le di una calada profunda.
Oh, s -asegur Bob con los ojos resplandecientes-. Est cabreado. Y no se puede fumar
en este edificio.
Alan dio un largo suspiro.
Chicos, chicos, chicos Venga. Se acab. Esto no puede ser. Tengo a diez reporteros
ah fuera cubrindoos a vosotros y a nadie vigilando la ciudad. Everett, disclpate. B
ob, tranquilo. Vamos a acabar con esto.
Bob pareci sorprendido.
Mira, esto no es una cuestin personal su voz era sosegada y razonable-. Era una h
istoria importante.
Si, ya, ya.
Estoy hablando en serio, Alan. Le di a Steve instrucciones muy precisas sobre es
to. Quera una crnica de inters humano, exactamente, ni ms ni menos. El peridico se ha
ba comprometido con Plunkitt
Ese tipo es inocente! -reiter, apuntndolo con el cigarrillo.
Oh! -exclamo Bob.
Con una sonrisa satisfecha, Bob puso los ojos en blanco y me dio la espalda.
Me senta hervir la sanare.

Lo es! le grit a la espalda-. Bob, esto no es una crnica de inters humano. Es una
ci-jodida-fixin. Qu queras que le dijera, eh? Qu tal el tiempo por ah, seor Cristo?
Saqu el cuaderno de notas de mi bolsillo trasero y lo lanc encima de la mesa de Al
an.
Mira, aqu tienes toda esa basura personal que queras. Cree en Dios. Se va a ir al
cielo. Se siente tan feliz como un cerdo entre la mierda, est bien? No puede ni es
perar a ser juzgado. Ah est todo. Lo puedes usar en la crnica.
Esa no es la cuestin -lament Bob moviendo la cabeza con gesto afligido.
Ya! Apuesto algo a que no.
Bueno -le indic Alan-. Mira, Everett no ir a la ejecucin. De acuerdo? Everett quedas
apartado de la ejecucin. Harvey ir en tu lugar. Eso es lo que queras en un princip
io, no?
S -respondi Bob, pero sigue sin ser la cuestin.
Si, bueno, todos sabemos cul es la cuestin -observ Alan.

Bob se dio la vuelta. Sus mejillas se haban sonrojado de nuevo, pero las oscuras
profundidades de sus ojos estaban encerradas en s mismas. Slo se apreciaba la supe
rficie, categrica y dura. Empez a hablar de forma deliberada, sin ningn asomo de pa
sin.
La nica cuestin -manifest lentamente- es que no puedo trabajar ms contigo, Steve. He
mos tenido este problema desde el principio, pero ahora se ha salido de madre. T
al vez seas un buen reportero. Todo el mundo lo dice. Pero tambin hay otros repor
teros que trabajan bien sin tener tu actitud, y adems cumplen las instrucciones.
No puedo trabajar contigo. Mir a Alan. Me mir a m otra vez, y no dijo ms.
A continuacin, slo se escuch el silencio. Alan solt un gemido. Di una calada al ciga
rrillo estudiando el suelo. Poda sentir cmo pasaban los segundos. Bob me mir frament
e, sin moverse. Haba hecho su jugada. Haba dicho lo que tena que decir. Si forzaba
realmente a Alan a elegir entre los dos, no haba la menor duda de que perdera ni e
mpleo.

Mi estmago segua atormentndome. Vaya lo, pens. Vaya lo que haba montado. Y qu hora
asi las siete menos cuarto segn el reloj de la mesa de Alan. Cecilia Nussbaum est
ara en alguna de sus reuniones ahora mismo, seguramente con la gente de la oficin
a del gobernador en algn hotel o en el edificio Waimwright. Luego, supuse, iran to
dos juntos a la prisin. All, en la penitenciara, Plunkitt estara pidiendo a la seora
Beachum que abandonara la celda de la muerte y las lgrimas brotaran a mares y los
dientes rechinaran. El cocinero estara preparando la ltima comida del convicto. Dio
s, pens, vaya lo.
Alan -intervine.
Bob me interrumpi.
No, no. Tenemos que solucionar esto. Se trata de un problema muy simple. No pued
o trabajar contigo, Steve. No puedo trabajar ms contigo.
Apret los dientes y levant la barbilla hacia el, expulsando el humo por la boca y
la nariz al mismo tiempo.

Por qu no me das un puetazo? -le pregunt-. Por qu no me rompes la cara, maldita sea
o merezco, to. Me caera, sangrara Seguro que te sentiras mejor. Sera fantstico. -Hab
ebido callarme en ese momento, pero no poda detenerme-. Luego puedes irte a casa
y golpear tambin a tu mujer -murmur-. A ella le gusta.
Vi cmo su cabeza retroceda ligeramente, absorbiendo el golpe de ese ltimo comentari
o. Durante un segundo, cre realmente que iba a darme un tortazo. Y hasta cierto p
unto incluso lo dese. Paro slo torci ligeramente el gesto y sus ojos permanecieron
impasibles y glidos.
Creo -profiri en voz baja-. Creo que no todos podemos vivir en el mundo de tu imag
inacin, Steve. No voy a golpear a nadie, por mucho que lo quiera. Si Patricia nec
esita otro tipo de relacin, tendr que buscrsela. Si quiere luchar para mantener uni
do nuestro matrimonio, entonces estoy dispuesto a luchar. Pero pase lo que pase,
mi matrimonio no es en absoluto algo de tu maldita incumbencia. Lo nico que tien
es que saber sobre m ahora mismo es que pienso que eres un hombre hortera, machis
ta, irreflexivo y mentalmente desequilibrado. Y no puedo trabajar ms contigo.
Alan gimi de nuevo, cubrindose los ojos con la mano.
Me gir hacia l en un arranque de desesperacin, y me inclin apretando los puos contra
su mesa. Por qu nunca me planteaba cunto necesitaba un trabajo hasta que estaba a p
unto de perderlo?

Alan, escucha -alegu-. Tengo al asesino.


Que qu? -baj la mano.
Bob hizo su gesto predilecto, ese ademn de mantengamos la calma con la mano y pas
al tpico estilo de instrucciones tan escolstico.
No creo que debamos confundir dos cuestiones distintas
S quin es -endilgu.
Quin? -pregunt Alan.
El tipo, el tipo que lo hizo. El que dispar a Amy Wilson.
Tienes al asesino?
Mira, aunque sepa quin mat a Kennedy -consider Bob.

Cllate, Bob -interrumpi Alan. Se me qued mirando, frunciendo el ceo-. Y hasta qu pu


lo tienes?
Me separ de su mesa y me llev el cigarrillo a los labios. Al cerrar el puo, se haba
partido a la altura del filtro, as que tuve que aspirar con fuerza para que el hu
mo pasara.
S quin es -afirm.
Bien. Y quin es?
Eh?
El asesino. Quin es?
Es un tipo. Un tipo que estaba all.
Conteniendo la respiracin, Alan se pint la punta de la nariz con los dedos. Cerr lo
s ojos y los abri de nuevo.
Me ests diciendo que el asesino era un tipo que estaba all? Bien, bien. Buen trabaj
o, Steve. Pero no saquemos conclusiones prematuras. Quiero la confirmacin de dos
fuentes annimas antes de reservar la primera pgina del peridico o hacer algo pareci
do.
Te lo estoy diciendo! -recalqu levantando los brazos-. La fiscal tiene su nombre,
pero no quiere drmelo.
Y qu pasa con la defensa?
Esto es ridculo -arguy Bob.
No -prosegu-. No est en sus archivos.
La polica?
No se acuerdan. O no quieren soltarlo.
Has probado las pginas amarillas en la S? -pregunt Bob.
Emit un sonido que me sorprendi incluso a m. Un rugido gutural, como un animal acor

ralado. Me acerqu a la pared y apagu el cigarrillo partido contra el lado de la pa


pelera. Me qued de espaldas a ellos, mirando una placa de la Prensa Asociada por
excelencia periodstica. Las cosas no pintaban demasiado bien para nuestro protago
nista, o al menos para el mo.
Detrs de m, Bob solt un suspiro hastiado y lastimero.
Alan -mascull-. Lo siento. De verdad. S que esto est causando problemas a todo el m
undo, pero quiero dejar las cosas claras. Estoy dispuesto a irme. Te debo mucho
y adoro este peridico, pero no voy a pasar mi vida en un ambiente que se ha vuelt
o insoportable.
Alan gimi.
En estas, repentinamente, lleg la inspiracin. Me estaba pasandola mano por el pelo
en ese momento, notando cmo el sudor se pegaba en la palma. Estaba pensando en B
arbara y en lo que le dira cuando volviera a casa otra vez sin empleo. Me pregunt
aba cunto tiempo pasara antes de que imaginara la verdad. Cinco minutos? Diez? Poda i
maginarla en la puerta de la entrada, mirando severamente a lo lejos. Y yo, marc
hndome con todas mis pertenencias, con el hato a cuestas, sujeto con un palo al h
ombro, y avanzando penosa y miserablemente por la nieve. Afuera la temperatura e
ra de treinta y cinco grados, pero tal como yo vea las cosas, la nieve representa
ba una muerte certera.

Y entonces se me ocurri. As, sin ms. Como un aleluya. Sonaron las campanas, los cor
os cantaron, el presupuesto nacional se tambale. Un sol glorioso apareci en el cie
lo despuntando por el este, bendiciendo con sus beneficiosos rayos esta magnfica
tierra nuestra. Oh!, pens. oh, oh, oh! Qu final es muerte, qu puerta se cierra, qu c
no no tiene salida para un hombre jodidamente desesperado por conservar su traba
jo?
Me di la vuelta. Bob me clav su mirada. Si el odio fuera un rayo lser, habra tenido
una vista a travs de mi cabeza hasta el otro lado de la habitacin.
Lo siento, Steve -lament suavemente-. De verdad que s.
Tienes que darme un preaviso, Alan -advert.
Preaviso? -pregunt Alan, con un gemido.
Lo dice mi contrato. No puedes echarme sin ms. Tienes que darme un preaviso.
Incluso la calma inexpresiva de Bob, incluso las capas de hielo que haban cado sob
re sus ojos no bastaban para contener la radiacin del triunfo que desprenda su ros
tro. Haba ganado.
Cunto tiempo deseas de preaviso, Steve? -pregunt educadamente.
Mir rpidamente el reloj mientras avanzaba hacia la puerta de la oficina.
Cinco horas y siete minutos -repuse.

El sol no haba perdido su color en absoluto y brillaba radiante pese a ponerse al


oeste sobre las desiertos de sal que rodeaban Osage. Debajo, tras las clidas lnea
s temblorosas que surgan de la autopista, las siluetas oscuras de los policas esta
tales se desplazaban apiadas junto a sus coches. Aparte de stos y de las patrullas
que no cesaban de controlar el permetro, el gran complejo cuadrado de la prisin p
areca muy tranquilo. Era necesario acercarse antes de apreciar los hombres en las
torres, antes de verles girar la cabeza lentamente supervisando las enormes lla
nuras.
En el interior de los muros, tambin reinaba la calma. Los prisioneros haban recibi
do la cena ms pronto de lo habitual y les haban encerrado en sus celdas para el re
sto de la noche. Un doble turno de guardias vigilaba cada bloque. Los guardias s
upervisaban las secciones inexorable y cautelosamente. Podan or a los prisioneros
en sus celdas voceando y con alguna explosin de rabia ocasional. Y podan or, ms all d
e ese murmullo, ms all de ese zumbido incesante de movimiento y maquinaria, la msic
a animada de los monitores de televisin junto a las paredes. En las pantallas, Mi
chael J. Fox y Christopher Lloyd iban de Regreso al futuro por tercera vez. Era
el vdeo post-cena y a lo largo de la noche pasaran otros vdeos. Arnold McCardle haba
programado las pelculas porno para ms entrada la noche, para que captaran la aten
cin de los presos durante la ejecucin de Frank Beachum.

Haba ms actividad en el centro de visitas. El personal de cocina estaba en plena o


cupacin. Limpiaban suelos y mesas y luego las colocaban unas al lado de las otras
. Trabajaban rpidamente, pues queran que el olor del desinfectante se disipara ant
es de la llegada de los dignatarios y los testigos. A continuacin, serviran todo t
ipo de refrigerios en las largas mesas: caf, refrescos y patatas fritas antes de
empezar, y vino y bocadillos despus para quienes les apeteciera tomarlos.
La sala de conferencias principal de la prisin tambin estaba ocupada, llena de gen
te. Luther, Arnold, Reuben Skycok -todo el equipo de ejecucin- estaban presentes,
as como los ingenieros que tenan que velar por el buen funcionamiento de los telfo
nos y de la maquinaria, el doctor que se ocupara de supervisar el corazn del prisi
onero, la enfermera que le buscara la vena en el brazo y los guardias que le atara
n a la camilla. Todos los que iban a participar de un modo u otro en el procedim
iento final estaban reunidos en torno a la mesa o apoyados en las paredes, escuc
hando atentamente mientras Luther les informaba sobre sus respectivas misiones u
na ltima vez.

Ellos escuchaban y Luther se senta satisfecho al ver sus rostros solemnes. Inclus
o Reuben Skycok se reservaba su conocido sentido del humor en aras de un cierto
decoro. Los ojos de Luther pasaban de uno a otro mientras hablaba. Saba lo que se
ntan, cada uno de ellos. Estaban emocionados, y avergonzados de estar emocionados
; asustados, y avergonzados de estar asustados. Vio a algunos en el grupo que nu
nca haban pasado por aquello anteriormente, y tambin saba cmo se sentan. Hasta qu pun
o queran hacerlo bien delante de los veteranos. Hasta qu punto queran mantener el ni
mo desesperadamente, que no les consideraran el eslabn dbil. Luther continuaba su
discurso. Sus ojos se detuvieron un instante en Maura OBrien, la nica mujer de la
sala. Su rostro mofletudo estaba inmvil y serio como el de los dems. Sus labios pli
dos formaban una lnea fina. A Luther no le agradaba la idea de tener a una mujer
en el equipo, pero conoca a Maura y admiraba su firmeza. Nunca haba soportado los
comentarios crticos de los hombres de la crcel, as que seguro que esta vez tampoco
iba a dejarse vencer.
Los ojos de Luther se movan y l continuaba hablando. Finalmente, supo que todos le
miraban a el. Todo el personal de ejecucin contaba con su carcter serio y formal,
su sonrisa resuelta. Aprovechaba su liderazgo natural para ganar fuerza, as que

prestaba mucha atencin -como siempre haba hecho- a su aspecto imperturbable. Habla
ba lenta y pesadamente, repantigado en su silln con las piernas extendidas, gesti
culando cmodamente con una mano. Y sonriendo. Esa sonrisa blanda. Como si estuvie
ra contando una historia sobre la trucha que se burl de l el pasado mes de junio e
n Quentons Brook. Eso era lo que necesitaban y eso era lo que l les daba. No poda p
ermitirse, ninguno de ellos poda permitirse, ni el sistema judicial del estado de
Missouri poda permitirse tener un responsable capaz de vacilar en el ltimo moment
o.
As que Luther Plunkitt sigui hablando sin dar muestra alguna del peso que le corroa
implacable en su interior, o de cun molesta, cun pesada se haba vuelto la carga pa
ra entonces.
En el patio pequeo y cuadrado que se encontraba justo al exterior del edificio mdi
co no haba nadie. Nada se mova. El aire era espeso y clido. El pedazo de cielo que
quedaba a la vista estaba inexorablemente despejado. Los grillos cantaban desde
las grietas de la pared, y las cigarras cantaban en las escasas parcelas de hier
ba cobriza que surga por entre el asfalto. Pero los insectos permanecan invisibles
y todo pareca tranquilo.
Al otro lado de la puerta, en el vestbulo de la unidad hospitalaria, no haba pacie
ntes, no haba nadie. Una enfermera sola andaba silenciosamente detrs de la ventana
a prueba de balas. El guardia de la cabina al final del vestbulo observaba sin e
xpresin el monitor de circuito cerrado. Era un guardia nuevo, contratado slo duran
te una hora, mientras tena lugar la reunin en la sala de conferencias.
En la puerta de la celda de la muerte tambin haba un guardia nuevo y en el interio
r un nuevo oficial de guardia, porque Benson tambin haba asistido a la reunin. El n
uevo oficial de guardia era un musculitos de pelo blanco llamado Len. Estaba enc
antado de haber podido conseguir esa media jornada pagada como una entera, pues
necesitaba el dinero porque su nuevo amante era el tpico rey de las fiestas y que
ra pasarse prcticamente cada fin de semana en los clubes de homosexuales ms caros d
e St. Louis. El trabajo, a primera vista, pareca bastante fcil. Todo lo que tena qu
e hacer era sentarse en la larga mesa debajo del reloj y teclear una nota en el
informe cronolgico cuando algo suceda. Y no suceda prcticamente nada. El prisionero
y su mujer parecan muy agradables, gente tranquila, lo que a Len le pareca estupen
do.

De hecho, Frank y Bonnie apenas se haban movido en la ltima media hora. Estaban se
ntados a la mesa detrs de los barrotes de la celda. Sentados uno frente a otro co
n las manos cogidas, los ojos de uno clavados en los del otro. Una profunda sens
acin de placidez y serenidad les haba embargado. Saban que Bonnie tendra que irse pr
onto y eso les sosegaba. Tenan una sensacin de admiracin triste, una especie de pav
or y respeto por la inevitable separacin. Se sentan muy cerca el uno del otro, ms d
e lo que haban podido sentir en mucho tiempo.
En voz muy baja, ntima y ronca, la pareja hablaba sosegadamente. No tenan que pens
ar en qu decir, simplemente les sala de dentro.
Lo que me preocupa -murmur Frank a los ojos de su mujer-, lo que me preocupa ms qu
e nada es Gail.
Ella te quiere, Frank. Ama a su padre -respondi Bonnie.
No quiero que piense nunca que, bueno
No lo pensar. Te conoce.

No permitas que llegue a pensarlo nunca jams. Se lo dirs, de acuerdo?


Se lo dir, cario, te lo juro.
Dselo.
Lo har.
Me preocupa, sabes? -observ Frank en voz baja, apretando las manos de ella entre l
as suyas sobre la mesa-. A veces la gente se harta de or algo, aunque sea cierto.
Se cansa de or siempre la misma historia.
Nunca creer
Sobre todo los nios. Les dices algo y
Lo s.

y slo porque siguen oyendo lo mismo, creen que no es as. -Lo s. Pero nunca creer qu
fueras capaz de herir a nadie, Frank. Ama a su padre ms que a nada en el mundo.
Frank asinti. Luchaba contra el impulso de mirar el reloj. No faltara mucho, eso e
ra todo lo que necesitaba saber. Pronto vendran por ella. Sigui mirndola a los ojos
.
Le he escrito -murmur tragando saliva.
Qu?

Le he escrito una carta. Algo Pens que tal vez le gustara tener algo. Quera drselo m
entras estuvo aqu, pero
Ser un tesoro para ella. Su tesoro ms preciado.
Me pareci una bobada, sabes? La forma en que me miraba cuando se la llevaban. Slo e
ra una maldita carta.
tesoro -Era todo lo que su mujer consigui pronunciar.
Yo quera estar all para ella.
Lo s.
Quera que lo supiera.
Lo sabr.
Frank apret los labios con fuerza.
Da igual -repuso-. Lo importante ahora es superar todo esto.
No tengas miedo, cario. Yo estar aqu. Y Jess estar contigo.
Odio tener que hacerte ver esto.
Estar contigo.
Frank asinti.
Si al menos pudiera verte Si pudiera ver tu cara

Me vers.
Eso me ayudara.
Me pondr en un lugar donde puedas verme.
Apret sus manos con ms fuerza, sin mirar el reloj. Faltara poco. Mirndola a los ojos
, las palabras brotaban de l.
Yo no quera que te ocurriera algo as, Bonnie.
Lo se, lo s.
Esto no es lo que yo haba planeado para nosotros.
No le des ms vueltas, Frank.
Movi ligeramente la cabeza.
Dios! Dios! Esta vida Te lo digo de verdad. Esto no ha resultado como hubiera debid
o No me lo explico, Bonnie. Cuesta comprender para qu ha servido toda nuestra vida
, qu ha pasado. Lo nico que de verdad ha tenido sentido en mi vida eres t, t y Gail.
Eso daba sentido a mi vida. Pero fue tan breve No s. Quiz no se pueda pedir ms, no
lo s, quiz debera estar agradecido, probablemente, no lo se. Me pareca como, no s, co
mo si fuera un sueo. Como si lo hubiera soado. Y entonces esta maldita historia.
A m tampoco me ha importado nada en esta vida, excepto t y Gail. No he amado a nad
ie ms que a ti. Desde el da en que te vi -asegur Bonnie.
Maldita sea. Y qu sentido tiene?
Tienes que tener fe, Frank. Tienes que tenerla. Slo s que Dios tiene algn plan para
ti. S que l tiene algo que ver en todo esto.
Es difcil de ver, sabes? Difcil de comprender. Ojal tuviera tiempo, ms tiempo. Pero
o parece que a nosotros nos quede mucho.
No, no. Pero yo te quiero, Frank. Te quiero tanto. Siempre estaremos juntos, te
lo prometo.
Maldita sea. Parece una broma. No llego a entender
Tienes que tener fe. Jess no te abandonar.
Lo s -suspir.
Y la puerta de la celda se abri.
Bonnie se qued sin respiracin. Apret las manos con fuerza. No separ los ojos de los
de Frank. l intent aferrarse a ella, a su mirada, pero, finalmente, se gir y vio a
Luther Plunkitt de pie junto a la celda. Benson entr despus.
El alcaide levant la mano con un gesto de disculpa. Su sonrisa tambin peda perdn.
Lo siento, Frank. Tenemos que pedirle a la seora Beachum que se vaya ahora.
Frank asinti.
Slo un minuto, por favor.

Claro -acept Luther.


Frank se gir hacia Bonnie. Sus ojos empezaban a llenarse de lgrimas y los labios l
e temblaban.
Oh, Dios! -exclam Bonnie.
No, no, no! -susurr l.

Te prometo que no s cmo voy a -No termin la frase. Apret las manos de l con fuerza.
Despus no podr bueno no podr decir adis.
Ella slo poda mover la cabeza.
Cuida de nuestra hija, Bonnie.
Lo har. Sabes que lo har.
Sac la carta que haba escrito del bolsillo y la apret en las manos de su mujer.
Dsela cuando sea mayor No s hasta que punto sera bueno que
Se la dar. Para ella esta carta lo ser todo.
Cuida de ella, Bonnie.
Te lo prometo.
Y cudate t tambin. Cudate mucho.
Bonnie rompi en sollozos, las lgrimas le resbalaban por las mejillas. Frank no cre
y que pudiera soportarlo.
Nos volveremos a encontrar, cario, -profiri-. Y ser para siempre. Nos volveremos a
encontrar.
Lo s -intent decir Bonnie.

Hblame y escucha -explic. Yo estar all. Estar escuchando. Cuntame cmo van mis chic
Lo har. Te lo prometo.
Frank se levant, sosteniendo las manos de ella, empujando la silla hacia atrs con
su cuerpo. La ayud a levantarse. Permanecieron de pie, mirndose el uno al otro, co
gindose las manos.
Oh, Dios! Frank! -exclam Bonnie-. Cmo ha podido ocurrirnos esto?
Frank sinti que iba a perder el control, as que la abraz con fuerza para que no vie
ra cmo sus ojos se empaaban.
Dios te bendiga -le susurr al odo-. Dios te bendiga, Bonnie. T me has dado la nica v
ida que ha valido la pena.
Ella continu susurrando una y otra vez que le quera mientras mantena la cabeza apoy
ada en su hombro y l le acariciaba el pelo.
Fuera de la celda, Luther asinti mirando a Benson, quien se acerc a la celda. Intr

odujo la llave en el interruptor de la pared y los barrotes de la celda empezaro


n a retroceder.
Frank solt a su mujer. Llorando, estudi su cara, cada centmetro. Frank se mordi los
labios intentando no perder la calma. La tom del brazo, y la gui en direccin a los
barrotes. Not que la manga de su blusa se le escapaba de los dedos cuando ella tr
aspasaba la puerta. Los barrotes traquetearon al cerrarse, separndoles.
Luther y Benson esperaban a un lado respetuosamente, para dejar paso a Bonnie. A
vanz cabizbaja hacia la puerta de la celda y cuando lleg a ella, se volvi para mira
rle, pero fue incapaz de decirle adis.
Adis, Bonnie -se despidi Frank.
Luther y el levantador de pesas de pelo blanco la acompaaron fuera.
Benson se qued ms atrs. Mir a Frank un momento y lentamente dio la espalda a la celd
a.
Frank miraba a travs de los barrotes a la puerta de entrada. Sinti una angustia sa
lvaje y terrible de alivio. Se ha acabado, pens. Haba hecho todo lo que estaba en
sus manos por ella.
Dejo caer la cabeza entre sus manos y empez a sollozar, ruidosamente, dolorosamen
te, mientras su cuerpo temblaba de forma incontrolada.

Mientras tanto, yo intentaba entrar en el apartamento de Michelle Ziegler.


No resultaba una tarea fcil. Haba estado en ese apartamento unas cuantas veces ant
eriormente y saba que no iba a serlo. Las teoras de Michelle sobre la violencia ma
sculina la haban trastornado y haba convertido aquel lugar en una fortaleza. Tres
cerrojos, una cadena y una barra de polica en la pesada puerta de la entrada. Des
pus de aparcar fuera del viejo edificio del Globe, abr el portaequipajes del Tempo
y me arm con una barra de hierro para el intento.
De entrada, la puerta exterior, la puerta de madera y cristal que daba paso al g
ran almacn de ladrillo blanco, me retuvo algunos minutos. Primero intent los timbr
es. Haba visto esa tctica en televisin. Haba cinco botones debajo del de Michelle, y
los puls todos. Desgraciadamente, si alguien estaba en casa, tambin haba visto el
truco en televisin, as que nadie me abri.
Intent empujar el pestillo con una tarjeta de crdito. Maniobrando entre el extremo
de la puerta y la jamba; mirando constantemente por la ventana superior de cris
tal y echando vistazos al trfico del bulevar por encima del hombro; controlando l
os alrededores como si fuera una especie de ratero, que, de hecho, supongo que e
s lo que era. La calle empezaba a oscurecer, y tal vez el calor empezaba a merma
r, pero la humedad segua siendo muy densa y mi camisa estaba empapada de sudor mi
entras yo mova el rectngulo de plstico por la ranura de madera. Finalmente, o un cli
c. Era mi tarjeta Visa que se acababa de partir en dos. La saqu y examin los extre
mos desgastados antes de meterla en el bolsillo de mis pantalones, disgustado.

Respirando con fuerza, volv a mirar por encima del hombro. Entonces lanc la barra
de hierro por la ventana superior. La idea era perforar un extremo pequeo de la v
entana de cristal, pero todo el panel estall en pedazos, con un ruido absolutamen
te desconcertante, como una orquesta de xilfonos afinando antes de empezar el esp
ectculo. Con el corazn palpitando con desesperacin, sub y gir el pomo interior. Haba
onseguido entrar. El cristal crepitaba debajo de mis pies mientras me apresuraba
hacia la escalera.
Sub los escalones de dos en dos. Tres pisos. A pesar de las sesiones en el gimnas
io, tres veces por semana, la respiracin alterada agitaba mi cuerpo mientras el a
lquitrn acumulado de diez aos de cigarrillos borbotaba speramente en mis pulmones.
Cuando alcanc la puerta de Michelle, me apoy contra la pared contigua, jadeando. A
siendo con fuerza la barra de hierro con la palma de la mano, grasienta y sudoro
sa, mir con ceo funesto la columna de cerrojos robustos. La barra de polica estaba
en la parte inferior y saba que las posibilidades de romperla eran escasas. Sin e
mbargo, estaba dispuesto a forzar todas las bisagras de la puerta si tena que hac
erlo. En cualquier caso, estaba all y no haba tiempo que perder.
Mi pecho segua agitado, pero me incorpor. Con un gruido, clav el extremo de la herra
mienta metlica en la jamba. La puerta se abri lentamente.
Traspas el umbral y me qued ah, anonadado. Michelle nunca habra dejado su guarida ab
ierta de aquella manera. Estaba demasiado convencida de que la violencia acechab
a en cualquier lugar, lea demasiado los peridicos. De pie, en la antesala de la ha
bitacin, con la barra de hierro aferrada en el puo, no poda ms que mirar perplejo la
estancia oscura e indefinida.
Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la oscuridad. Las persianas bajad
as de los enormes ventanales impedan el paso de la luz. El olor a polvo lleg a m a
travs de las sombras grises, a travs del calor sofocante. A continuacin, percib las
formas de las cajas y las pilas de papeles en el suelo, esparcidas por todas par
tes. Y la mesa desvencijada apoyada contra una pared. Y la cocina abierta, con u
na escultura de platos sucios y mangos de sartenes despuntando por el fregadero.
Un televisor en miniatura en el extremo ms lejano. La puerta del bao. Su cama, co
ntra la pared a mi derecha, un inmenso colchn circular cubierto con almohadas eno
rmes.
Y en el extremo de la cama, sentado, un hombre. Un hombre viejo.
Poda ver su figura con claridad, sentado frente a las persianas, contra la luz ag
onizante que trasluca a travs de las rendijas de las persianas. Poda verle la cabez
a y los hombros hundidos, los brazos pendiendo entre las rodillas, y las manos e
nlazadas. Su presencia explicaba por qu la puerta no estaba cerrada o, al menos,
por un instante, no se me ocurri ningn otro motivo que pudiera justificarla.
Entonces me mir. Lentamente. Sin levantar la cabeza, la gir en direccin a m. Hundido
, encorvado y abatido, me mir con ojos miopes a travs de la oscuridad.
Robe lo que quiera -profiri.
Oh! Mierda!, pens, cuando la idea me vino a la mente.
Seor Ziegler?
No hubo respuesta alguna. El hombre suspir y dej caer la barbilla contra el pecho.
Di un paso hacia delante en la habitacin, cerrando suavemente la puerta detrs de
m. El ambiente espeso de la entrada me rode, se peg a m, gomoso viciado.

No soy ningn ladrn, seor Ziegler-aclar, con la respiracin todava agitada, sudando e

tentando conseguir aire fresco-. Soy un amigo. Un amigo de Michelle. Trabajo con
ella en el peridico.
Levant los hombros y los dej caer de nuevo.
Ha sido una confusin lgica -repuso con voz apagada-. Mis amigos siempre llaman a l
a puerta.

S, claro. Lo siento. -Inclinndome, dej la barra de hierro en el suelo y me qued mirn


ole, rascndome la cabeza. Y ahora qu?, pens-. Siento lo de Michelle -aad-. Me gustaba
me gustaba mucho. Puedo?
Me acerqu a la pared y busqu el interruptor de la luz en la oscuridad. Sobre nosot
ros se encendi una bombilla desnuda, que colgaba del hilo elctrico. La calva del h
ombre se ilumin. Las sombras se retiraron de su alrededor hasta los extremos de l
a habitacin.
El seor Ziegler gir la cabeza para mirarme otra vez. Era imposible predecir su eda
d: setenta, ochenta tal vez, o quiz menos pero haba envejecido en las ltimas veinti
cuatro horas, o en los ltimos veinticuatro aos. Prcticamente no le quedaba pelo, ex
cepto un flequillo esculido. Su rostro menudo y redondo estaba arrugado y amagado
tras el bigote canoso. Sudor -o lgrimas- resbalaban por los surcos profundos de
las mejillas. Tena los ojos legaosos y amarillentos. El cuerpo era pequeo y frgil co
mo el de Michelle.
Usted era -pregunt toscamente- un amigo?

S, s -respond-. Trabajbamos juntos. En el peridico. Est? Hay alguna? Me refiero


algo?
Una vez ms, suspir, levantando su pequeo cuerpo y desinflndose de nuevo. Movi la cabe
za.
Las mquinas la mantienen -Su voz se quebr.
Ya -coment-. Es triste, muy triste.
Mir la habitacin, el montn de platos en la cocina, y durante un buen rato no dijo n
ada ms. Me resist al impulso de mirar el reloj. S que iba a decir algo. No s exactam
ente qu, cuando el anciano volvi a hablar en tono distante y reflexivo, como si ha
blara para s.
Ahora tenemos que decidir. Su madre y yo tenemos que decidir si las desconectamos
o no. Las mquinas.
Dios, Dios, pens.
Ah, s -respond. Nunca saldr de aqu.
As que estoy decidiendo prosigui el seor Ziegler-. Estoy aqu sentado y estoy decidie
ndo.
Volvi a quedarse en silencio, mirando la cocina con ojos ausentes. Mientras esper
aba, me pareca ver que la luz del da menguaba a travs de las rendijas de las persia
nas. Los ojos se me fueron por el suelo, recorrieron el suelo, y vi las pilas y
pilas de papeles que emergan de las capas de polvo, cajas rebosantes de papeles y
cuadernos de notas. Estaban por todas partes, en cada esquina, contra cada pare
d. Cinco horas, pens. Para encontrar una nica pgina, un nico nombre que tal vez ni s
iquiera est aqu. Y con este maldito calor.

El sudor resbalaba por las lentes de mis gafas mientras tena la cabeza ladeada. M
e las quite y las sequ con el trozo de tela interior del bolsillo del pantaln.
Siento -repet, hablando incluso antes de pensar lo que iba a decir-. Siento molest
arle, importunarle en un momento como ste.
El anciano asinti distradamente.
Michelle era una periodista magnfica declare sin corregir el tiempo verbal. Me vo
lv a poner las gafas. Las lentes manchadas enturbiaban mi vista-. Una reportera d
e primera -prosegu torpemente-.Cuando se meta en una historia lo tena todo, hasta el
ltimo detalle. Y lo guardaba todo aqu. Hay un hombre, un hombre inocente, y van a
ejecutarlo esta noche, entiende? Y creo que puede haber algo por aqu, algo en est
os papeles que podra salvar su vida.
Sorprendentemente la cuestin pareci interesarle. Sali de su trance y me observ con a
tencin.
Algo que hizo Michelle?,
Si -repuse-. S, y yo he venido a buscarlo. Por eso -hice un gesto apuntando la pue
rta.
Pareca estudiar mis palabras, acariciando sus labios inertes, moviendo su rostro
marchito, con los ojos desenfocados. Poda or el trfico en el exterior. Incluso me p
areci or mi reloj haciendo tictac, pero funciona con pilas y no hace tictac.
Pues mire -respondi al fin.
Bien. Bien, gracias.
Me puse manos a la obra. Poda sentir su mirada mientras me arrodillaba entre las
bolas de polvo. Aturdirlo en un principio por la cantidad de cajas y pilas de pa
peles que me rodeaban, me pase por la habitacin de un lado a otro, buscando por dnd
e empezar. Finalmente, opt por coger un montn de peridicos que yaca junto a m. Eran p
eridicos viejos, as que los empuj a un lado. El sudor se deslizaba de nuevo por mis
gafas. Me las saqu y las met en el bolsillo de la camisa. Me pas la manga por la c
ara a medirla que las gotas de sudor tamborileaban en la capa de polvo que cubra
el suelo. Alcanc una caja de cartn y la acerqu a m. Indagu en ella, quitando de un ti
rn los cuadernos de notas, hojendolos, mirando con ojos de miope la escritura de M
ichelle, menuda y apretada, pero legible. La mayora de las notas tenan que ver con
un antiguo juicio por asesinato, una mujer que haba disparado a su marido un tir
o en la nuca mientras dorma. Me acordaba del caso. Michelle insista en que se trat
aba de defensa propia. Casi me rompe la crisma cuando me re de ella. Devolv los cu
adernos a la caja original y la empuj junto a los peridicos. Tena el rostro empapad
o en agua y los pulmones me dolan al avanzar a gatas por el suelo, mientas las bo
las de polvo se dispersaban por el suelo y se me pegaban a las palmas de las man
os como una pelcula de arena.
Y durante todo el tiempo, senta a aquel hombre, como si estuviera encima mo, anali
zndome con esos ojos hmedos y amarillentos. Agarr otra caja.
El se aclar la garganta.
Usted es su amigo -irrumpi entonces-. Usted dijo antes que es su amigo.
Le mir. Sin las gafas, me pareca una figura borrosa.
S, me gustaba mucho.

Mir hacia abajo y continu escudriando la caja.


Eso est bien prosigui al cabo de un rato-. Usted parece un hombre agradable. Algun
os de sus novios
No, yo no era su novio.
La caja pareca contener una coleccin aleatoria de artculos sobre atrocidades divers
as, atrocidades cometidas por Amrica contra otros pases, atrocidades de blancos co
ntra negros, atrocidades de hombres contra mujeres.
Nunca fuimos novios. -Met bruscamente las atrocidades en la caja y la apart.
Pareca impresionado.
Quiere decir que slo eran amigos?
S.
Cog otra pila de papeles y la repas brevemente antes de dejarla junto a las dems. S
enta la cabeza cargada. Necesitaba abrir una ventana, respirar un poco de aire fr
esco, pero no quera perder tiempo. Me acerqu a la cama donde el anciano estaba sen
tado.
Est muy bien eso de que tenga un amigo manifest-. Es una chica tan inteligente, ta
n guapa, pero nunca Nunca tuvo muchos amigos.
Estaba a punto de decir que gustaba a todo el mundo, del modo en que se dicen es
as cosas, automticamente, pero la mentira se me encallo en la garganta y me limit
a coger otra caja y a seguir rebuscando.
A m siempre me pareci -explic el seor Ziegler lentamente- una muchacha enfadada.
Me detuve un momento y tos a causa del polvo. Ahora que estaba ms cerca de l le vea
con ms claridad. Poda verle suplicndome a travs del agotamiento manifiesto en su ros
tro.
Si respond. -Supongo que buscaba una confirmacin de sus palabras-. S, supongo que s.
Era una persona enfadada. Secndome la cara, rebusqu en el fondo de la caja.
Por qu? pregunt por encima de m. Por qu estaba tan tan enfadada todo el tiempo?
Bueno, ya sabe. Tena muchas teoras. Supongo que pensaba que el mundo deba de ser un
lugar mejor.
Qu le haca pensar algo as? -inquiri el seor Ziegler.
No lo s, seor. A m siempre me ha parecido tan bueno como cada uno se merece.
Todo lo que haba en esa caja no me serva de nada. Cuadernos diversos, hojas de pap
el. La dej a un lado y cog la siguiente.
Todo el mundo parece tan tan enfadado hoy en da-coment el anciano tristemente.
De veras?
Todo el mundo.
Quizs. Pero eso es slo por los peridicos. Uno no puede creerse todos esos chismes.
Nos gusta escribir sobre gente enfadada. Ya sabe, es emocionante y provoca contr

oversia.
Esa caja estaba llena de libros. Bsicamente patraas feministas. Muchos libros con
las palabras Sndrome y Trampa en los ttulos. Saqu algunos de la caja y vi la bolsa
de plstico llena de marihuana al fondo. Rpidamente, volv a meter los libros para es
conder la bolsa.
La mayora de la gente intenta sobrevivir -mov la cabeza intentando despejarla. Las
paredes parecan cercarme por todos lados. Me levant.
Tengo que abrir una ventana -indiqu.
Vacil unos instantes mientras la sangre bajaba de mi cabeza. Tem desmayarme, pero
la sensacin pas. Cruc la sala y levant la persiana del ventanal central. La luz no m
e deslumbr. El cielo al este, encima de los edificios bajos, se tornaba de color
ail intenso. El sol se estaba poniendo y la noche estaba al caer.
Levant con fuerza la ventana. El aire y el ruido del trfico penetraron en la habit
acin al mismo tiempo. El calor de la habitacin haca que el aire resultara casi fro.
Sent el fro en la cara, secndome la piel. Not el bienestar en mis pulmones. Mi cabez
a empez a despejarse al respirar el aire fresco. Me saqu las gafas del bolsillo, l
as puse a contraluz, saqu la camisa de los pantalones y limpi los cristales de las
gafas antes de ponrmelas de nuevo. Me apeteca con locura un cigarrillo, pero ence
nderlo en aquel momento me pareca una falta de respeto.
Detrs de m, el seor Ziegler se aclar la garganta ruidosamente.
No creo -asegur-, no creo que le gustaran los hombres. A veces escriba cosas y se l
as enviaba a su madre. No creo que le gustaran los hombres.

Dios mo, pens, pero qu quiere este hombre de m? Me pas las dos manos por el pelo, exp
lsando el exceso de agua.
S, bueno -expliqu a la ventana abierta. Los hombres y las mujeres ya sabe cmo son es
tas cosas. Ella estaba enfadada. Como le deca, ella tena muchas teoras, y todava era
muy joven.
Volv a mirar la sala, repleta de pilas y cajas desalentadoras. La recorr con la mi
rada.
Cuando las chicas cuando odian a los hombres de esta forma, cuando los meten a to
dos en el mismo saco como haca ella -indic el seor Ziegler, asintiendo para s -en re
alidad se refieren a sus padres, no cree?
Uff! Dios! -me re tenuemente.
Si supiera algo sobre la naturaleza humana, estuve tentado de decir, cree usted q
ue sera periodista? En lugar de eso, respond:
Bueno, ya sabe usted la gente Todos generalizamos. Pero no son ms que chismes. Crame
, seor, yo escribo todas esas cosas para ganarme la vida, pero todo eso es basura
.
De repente, se me ocurri una idea y mir a la mesa que se encontraba a mi derecha.
Inmediatamente, mi ojo capt el titular: Beachum al patbulo.
Por supuesto! Era la historia en la que estaba trabajando. Estaba en la caja ms ce
rcana a la mesa que le serva de escritorio. La caja se encontraba junto a las pat
as de la mesa, semicubierta por el cable enrollado que conectaba el ordenador po
rttil. Desde donde estaba al entrar, no habra podido verla antes, pero ah de pie, j

unto a la ventana, el recorte de peridico sobresala de la caja, y se vea con sufici


ente claridad desde el otro lado de la habitacin.
Al verlo, volv a tambalearme, me senta vaco y vacilante. Avanc despacio y me arrodil
l junto a la caja. Empec a mover rpidamente los dedos hojeando los papeles que cont
ena. Todo estaba all. Todo lo relativo al caso Beachum: peridicos, cuadernos de not
as, hojas sueltas, memorandos fotocopiados. Y muy cerca haba otra caja repleta de
lo mismo.
Michelle, pens, lo tena todo. Lo guardaba todo. Se habra convertido en una de las b
uenas.
Me instal en el suelo y empec a vaciar las cajas, analizando los papeles con atenc
in antes de dejarlos a un lado. Quera leerlo todo, sin omitir detalle, buscando pi
stas, pero no haba tiempo. Slo poda dedicar un segundo a cada artculo, a cada imagen
de cada memo, a cada pgina de cada cuaderno de notas, a cada historia en cada pa
pel, hojendolas vidamente, buscando un nombre en el que tal vez Michelle ni habra r
eparado, un nombre que yo ni siquiera conoca.
Estaba llegando al nivel raso de la primera caja cuando el seor Ziegler grit. Es d
ecir, puso las manos sobre las rodillas con fuerza y emiti un sonido desapacible,
como si le acabaran de arrancar fsicamente un pensamiento de la mente.
Cmo le pueden pedir a su padre?
Le mir. El sudor se agolpaba de nuevo en mi frente y me pas
que volviera a empaarme las gafas. Maldita sea, maldita sea,
Nunca acabar con esto. Pero un instante ms tarde, dej caer
nclinando la cabeza. Volv a la caja. Prosegu con mi trabajo
notas.

la manga para impedir


pens. Va a explotar.
los puos en los muslos, i
y cog otro cuaderno de

Intentas hacer bien las cosas pensando en ellos explic detrs de m. Pareca estar disc
utiendo con un adversario invisible-. Pero cmo sabes lo que necesitan? Acaso crees
que vienen con instrucciones? -Baj el tono de voz-. Desconecte la mquina, te dicen
-murmur. Yo no le mir. Segu con los papeles-. A su propio padre.
Despus de aquello, permaneci un buen rato en silencio. El susurro y el ruido sordo
del trfico se col con el aire por la ventana. El papel cruja mientras avanzaba reb
uscando en la caja de Beachum, mientras hojeaba las pginas, pgina a pgina, pgina tra
s pgina.
Aun as, pese a lo concentrado que estaba, casi me pas por alto. Habra sido fcil omit
irlo. Estaba apuntado rpidamente en la contraportada de un cuaderno de notas. Pro
bablemente, algo que Michelle habra anotado confidencialmente del archivo de algn
polica. Posiblemente, ni tan slo tena la intencin de seguir esa pista, pero Michelle
anotaba todo lo que encontraba, siempre. As era ella. El cincuenta por ciento de
las veces, no tena ni idea de lo que haba descubierto.
Pero yo s. Lo saba. Era l. El asesino.
Warren Russel. 17 aos. 4331 Knight Street. Entrvdo 7 julio peticin propia. Entrado
en apcmto. de Pocum cuando NL sala. Vio nada.
Durante unos segundos permanec all arrodillado, con el cuaderno de notas pegado a
ni mano, con los dedos sudorosos que corran la tinta al final de las pginas.
Michelle, maldita sea, pens. Idiota. Estpida. Tonta de capirote. Habras sido tan bu
ena. Habras sido una de las mejores.
Volv a leer la nota manuscrita. Warren Russel. Diecisiete. Era l, sin duda. Tena qu

e serlo. Nadie ms estuvo all. Si Frank Beachum era inocente, entonces Russel tena q
ue haber entrado justo despus y apretado el gatillo. Mir el nombre escrito en la h
oja, mientras la letra se tornaba borrosa. Warren Russel, pens. Warren Russel. Le
he encontrado. He encontrado al bastardo que se carg a Amy Wilson.
Respir profundamente, intentando tranquilizarme. El aire estaba atestado de polvo
, poda notarlo impregnndome la trquea. Intent pensar con lucidez. Knight Street, pen
s. Knight Street. Cerca de Olivette. Poda llegar all en quince minutos, veinte a lo
sumo.
Poco a poco, baj la mano. Mis ojos recorrieron la habitacin sin propsito fijo hasta
que se toparon con el seor Ziegler. Estaba hundido de nuevo en el extremo de la
cama, con la cabeza gacha, los hombros encorvados y las manos enlazadas entre lo
s muslos. Mova los labios, en silencio. Estaba hablando consigo mismo. Me qued mirn
dole sin verle realmente.
Y luego qu?, pens. Cuando llegue a Knight Street. Qu hago entonces?
Estaba claro que no iba a llamar a la polica. Tena algunos amigos en las fuerzas d
el orden, pero ninguno de ellos iba a perder su empleo por m. No iban a mojarse c
on algo as sin el consentimiento del fiscal. Pero ir all, solo, enfrentarme a ese
tipo, un pistolero, un asesino, solo.Qu podra hacer? Apuntarle con el dedos decirle
: Vamos muchacho, la justicia es la justicia. Y, adems de todo esto, aquella direcc
in tena seis aos de antigedad. Cuntos chacales de diecisiete aos se quedaban en una
ma direccin durante seis aos?
Me levant con el cuaderno de notas todava empuado en la mano. Da igual, decid. Sea l
o que sea, tengo que intentarlo. Qu ms poda hacer? Tena que echarme a la calle y espe
rar que todava rondara por ah, esperar que no me disparara un balazo, esperar que
confesara. O algo as.
Eran las siete y media pasadas. Slo me quedaban cuatro horas media, lo cual no me
dejaba mucho tiempo para ser creativo. Tena que intentarlo.
Lo encontr -anunci, con la voz tan apagada que apenas se oy algn sonido.
Aun as, el seor Ziegler levant la cabeza.
Acaso es pedir demasiado? -pregunt, siguiendo con su conversacin silenciosa en voz
alta-. Con su educacin de lujo, sus artilugios. Mdicos de alto postn. Si al menos c
onsiguiera que me escucharan un minuto. Al menos podra decrselo.
Me saqu las gafas un segundo y me di un masaje en las sienes con la mano. Me esta
ba entrando dolor de cabeza.
Tengo que irme -indiqu.
La energa que le quedaba se esfum y dej caer la cabeza de nuevo.
Avanc hasta la puerta, despacio, inclinndome para recoger la barra de hierro antes
de irme. Me incorpor, mirando en direccin a la cama, en direccin al anciano. No se
me ocurra qu decir, as que hice un gesto con el cuaderno.

Encontr lo que necesitaba expliqu. -No respondi-. Saba que lo tendra. Habra sido un
ran reportera algn da, ella -Mi voz se quebr.
Me qued ah de pie en vano. Levant la mirada al techo, enlucido, sucio y agrietado. D
ios!, pens. Y pens en Luther Plunkitt. En el aparcamiento al exterior de la prisin.
Con esa sonrisa pegada a su cara, con ese conocimiento terrible enterrado en su
s ojos. Nadie sabe nunca lo que realmente es correcto, pero siempre hay alguien

que tiene que pulsar el botn. As son las cosas.


Creo que ella lo entendera, seor Ziegler -opin al fin.
Las palabras me supieron a ceniza. Cmo iba yo a saber si lo entendera o no? Y sin e
mbargo era lo nico que fui capaz de decirle.
Creo que lo entendera.
El hombre solt un bufido spero.
Tan enfadada -murmur mirando el suelo-. Las cosas ocurren en esta vida. No podemo
s controlarlo todo, Michelle.
Empec a hablar de nuevo, pero no creo que estuviera escuchndome. Me call y, unos se
gundos ms tarde, me fui.

Sptima parte

LA CONFESIN DE FRANK BEACHUM

De repente, la Casa de la Muerte se llen de vida. Los hombres corran de un lado a


otro de los vestbulos al exterior de la celda del prisionero. Entraban y salan de
la cmara de ejecucin. La cmara, donde yaca la camilla, estaba repleta de gente. Tamb
in lo estaba la sala contigua, el trastero, donde Arnold McCardle -quien por s sol
o ya podra ocupar una habitacin- estaba verificando los telfonos. Haba cuatro en la
estantera situada en la pared del fondo de la sala. Cada uno era de diferente col
or y cada uno tena una etiqueta Dymo pegada en la base. El telfono rojo corresponda
a la lnea exterior, el blanco estaba conectado directamente con el Departamento
de Rectificaciones y el de color canela con la sala de comunicaciones. El telfono
negro era la lnea abierta con la oficina del gobernador. Al final de la estantera
haba un sistema de intercomunicacin que estaba conectado a un aparato de radio en
la cmara de la muerte.
Arnold levant enrgicamente el auricular de cada uno de los telfonos, hinchando sus
gordos carrillos como si tocara la tuba y entonara una pequea meloda al mismo tiem
po. Sin embargo, la chispa de humor propia de l haba desaparecido de sus ojos. Los
tena concentrados y ntidos, toda su atencin dedicada a la tarea que tena entre mano
s. Hablaba durante unos instantes en cada uno de los telfonos, comprobando la lnea
, colgaba y pasaba al siguiente.
Detrs de l, Reuben Skycock se encontraba en el mdulo de salida de la mquina de inyec

cin letal: una caja metlica en la pared de la sala de suministros. La puerta de la


caja estaba abierta y mostraba las tres jeringuillas contenidas en su interior.
Cada una de ellas estaba fijada a un soporte metlico del cual emerga un tubo que,
a su vez, pasaba por un orificio a travs de la pared de hormign hasta la cmara de
ejecucin. Reuben estaba comprobando el sistema manual: el tercer sistema de reser
va en caso de que fallaran tanto el elctrico como el de batera. Eso no haba ocurrid
o nunca en Osage, y sin embargo Reuben prosegua con su trabajo con silenciosa min
uciosidad. Tir de los pernos metlicos que sujetaban los mbolos en su lugar. Mir desd
e la mquina en direccin al cronmetro mientras los mbolos se vaciaban lentamente en l
as jeringuillas. Cada vez que tiraba del perno metlico, se oa un sonido estridente
: clanc! Cada vez que oa aquel clanc, Arnold se giraba hacia Reuben mirndole por en
cima del hombro, llevndose el auricular al odo, hinchando los carrillos y entonand
o una meloda.
Pat Flaherty estaba al lado de Reuben, de pie, mirando por el falso espejo. Esta
ba lanzando un chorro de limpiacristales y secndolo con una toalla de papel. El da
anterior haba hecho exactamente la misma operacin. El cristal estaba ntido e inmac
ulada al igual que el espejo al otro lado.
La cmara de ejecucin se poda ver con claridad a travs del cristal. All, dos miembros
del equipo de sujecin estaban atando las correas a la camilla. A su derecha, se e
ncontraba la ventana de la sala de testigos. Haban levantado las persianas tempor
almente y se poda ver a los dos guardias que estaban en el interior. Estaban colo
cando los bancos de plstico donde se sentaran los testigos. Dos bancos en el suelo
justo en Frente de la ventana y los otros dos justo detrs en una tarima de mader
a.
Frente a la camilla, Luther Plunkitt estaba hablando con Haggerty, que estara apo
stado al exterior de la cmara de ejecucin. Luther gesticulaba tranquilamente con u
na mano, mientras la otra descansaba en su bolsillo. Esbozaba una sonrisa blanda
.
Comprueba dos veces la puerta personalmente -explicaba-. Y asegrate de que la sban
a de cobertura est puesta antes de que entre en la habitacin, para que los testigo
s no vean las correas.
Los ojos de Luther eran marmreos y sin expresin. Pensaba en Frank Beachum, imagina
ba su rostro mirando hacia arriba mientras le ataban a la camilla. Inocente, pen
s.
Dio una palmadita de nimo en el hombro del guardia y continu con otras cosas.

Frank Beachum estaba tomando su ltima cena. Bistec con patatas fritas y una cerve
za servida en un gran vaso de plstico. Se sent a la mesa y empez a comer con rapide
z. Poda or el nmero creciente de pasos en el vestbulo. Mir el reloj.
Eran ms de las siete. Le quedaban menos de cinco horas de vida. Sigui comiendo. El
bistec era grueso y poco hecho, pero lleno de nervios en el centro. Las patatas
estaban crudas. Nada le saba a nada y masticaba sin ganas, mirando el plato con
brillo apagado. Slo le reconfortaba la cerveza. No estaba fra, pero s lo suficiente

mente fresca y espumosa. El sabor pareca transportarle a la taberna de Sal en Dog


town. De vez en cuando se paraba en el bar de Sal a tomar una cerveza rpida al vo
lver del trabajo. Cuando la cerveza le llegaba a los labios, la madera oscura de
la taberna, los colores de las botellas en las estanteras, el olor del humo y el
sonido de la msica country le envolva con una precipitacin visceral, borrosa pero
categrica. Le reconfortaba. No quera que la cerveza se terminara.
Sus pensamientos, por otra parte, eran un embrollo. Pasajes breves de memoria in
terrumpidos por el miedo. Los escalofros y el temblor incesante de terror en su p
echo exigan atencin. Cuando su mente erraba, el miedo le devolva a su angustiosa re
alidad. Se forzaba a mirar de nuevo al reloj, y el minutero que avanzaba marcand
o el paso de la hora haca que el conducto de su garganta fuera cada vez ms angosto
. Luego miraba el plato y coma, y las imgenes volvan a su mente, y los recuerdos. Y
el terror volva a devorarle como una seal de alarma.
Y as comi, y pens en su madre. Echando el humo del cigarrillo a la mesa de la cocin
a, en casa. Frank supuso que ella sabra lo que le estaba ocurriendo. Le haba envia
do una postal tras la condena, pero no haba tenido ms noticias suyas. Tampoco espe
raba tenerlas ahora Mir el reloj.
Sigui comiendo, y pens en su padre. Saliendo decidido por la puerta y adentrndose e
n la nieve de Michigan. Le habra gustado saber lo que le haba ocurrido. Lo deseaba
con todo su ser. Intent imaginar pero el terror le invadi de nuevo y mir el reloj.
Volvi a su plato, tragando con fuerza. Y pens en m. El reportero que se sent al otro
lado de los barrotes frente a l. Mis palabras flotaban en su mente. Me importa u
n huevo Jesucristo. No me importa la justicia, ni en esta vida ni en la prxima. N
i lo que est bien y lo que est mal. Despus de irme, Frank le haba dicho a Bonnie que
prefera estar en aquella celda que fuera viviendo de aquella manera, como yo. Si
n embargo, vagamente, sinti en su corazn que aquello no era ms que una mentira. Mir
el reloj.
Me haba envidiado. Sigui comiendo. Las patatas fritas estaban fras e inspidas. Esa e
ra la pura verdad: me haba envidiado mi libertad, mi indiferencia, mi vida. Sin n
ingn ojo de Dios, negro y vidrioso mirndome, persistente. Sin ningn mundo de justic
ia perfecta pendiendo sobre m. A veces, ese otro mundo, el eminente pas desconocid
o de Dios, le pareca tan real, tan presente en la celda como ste Mir el reloj. Las s
iete y veinte. Avanzaba tan rpido Se estremeci.
Al intentar tragar, se percat de que tena la boca seca. Se llev el vaso a los labio
s y, al mirar por el borde superior, los bloques de hormign de la pared opuesta y
el reloj se tornaron borrosos. S, pens. Me haba envidiado. Le habra gustado estar e
n mi lugar. Porque yo estaba ah fuera, por supuesto, y l estaba dentro. Porque yo
vivira maana por la maana y l no. Por supuesto. Y porque a m no me importaba nada.
Lo saba, pero no poda asumirlo con claridad. Me haba envidiado porque no me importa
ban las cosas que a el le atormentaban. Porque yo no me habra torturado cmo l se ha
ba torturado para ayudar a su mujer, para ahorrarle mayor tormento, para mostrars
e fuerte y con entereza delante de ella. Yo no habra soportado la agona de comport
arme bien. Habra gritado, lucharlo, llorado, o al menos eso crea Frank. No me habra
atormentado buscando el mensaje de Dios en esta muerte miserable y sin sentido.
Ni habra pensado en complacer a Dios, ese Dios cuyo ojo le miraba impasible vela
ndo por su destruccin. Ese Dios que no iba a interceder. Yo no estara sumiso a ese
Dios, Frank pens, ni permanecera all sentado en actitud santa, quieta y sosegada a
nte esos guardias, alcaides y abogados, esos hombres que slo esperaban zanjar el
tema de su muerte, esos bastardos que con l haban jodido toda su vida lo estaban j
odiendo directamente hasta la tumba.
Y quin de nosotros estaba mejor?, se pregunt, l o yo?

Como en un espasmo, cogi el vaso de cerveza con un gesto brusco de metro y se lo


llev a los labios. Tom un gran sorbo y, una vez ms, el sabor le evoc el aura de la t
aberna de Sal: la madera oscura, los colores de las botellas en las estanteras, e
l olor del humo y el sonido de la msica country. El alivio desolado.
Dej el vaso encima de la mesa. Mir el reloj.
Quin de nosotros estaba mejor? Se sec los labios con el dorso de la mano. Dios!, pen
s, hay hombres en esta prisin, hay hombres en la calle, que han matado a nios mient
ras lloraban llamando a sus madres, que han violado y torturado a mujeres, que h
an matado a hombres sin ms sentimiento que una sonrisa soadora, y que estaban mejo
r que l, en una situacin mucho mejor. No estaban all. Algunos ni siguiera haban sido
condenados a ir all. Algunos viviran en libertad y moriran en el gozo de su crueld
ad. Y les dara igual. Como a m me daba igual.
Y qu pasara si?, pens Frank. Y antes de que la idea finalizara, le ocurri algo. Algo
errible, violento revelador. Lo sinti de esa manera, le sorprendi casi como un hec
ho fsico.
Ah sentado, rodeando con la mano el vaso de cerveza, le pareci que ese ojo de Dios
se cerraba. Durante unos segundos. Desapareci. Tal vez fueran varios segundos. P
ero durante esos instantes, Frank sinti su ausencia con toda certeza. Y, al mismo
tiempo, sinti como si hubiese emergido desde las aguas profundas al aire libre.
Durante esos breves instantes, le pareci ver las cosas con claridad. Vio que esta
ba all, absolutamente all, incontestablemente all. Estaba all solo, en esa celda, con
esa situacin demencial, sin ms testigos que unos hombres egostas, sin ms sistema pa
ra juzgarle que el que le haba condenado injustamente a morir. No haba ningn Dios p
ara apaciguar ese sufrimiento. No haba cielo para que todo cuadrara. Durante esos
segundos, los barrotes relucientes, las paredes mates de hormign, el reloj con l
a segundera roja en incesante movimiento, todo se transform con una claridad dura
y rutilante y estaban all, all incontestablemente, esos barrotes, esas paredes, es
e reloj. Y no haba nada ms. Aquello era la realidad. Aquello era la nica realidad d
e su vida. Las cosas que realmente ocurran. Y no haba nada ms.
Durante aquellos instantes, poda ver todo aquello junto, en una nica visin. Y poda v
er ms. Tambin poda ver las cosas que iban a ocurrir. Poda ver el momento en que iran
a buscarle. Aquellos guardias, aquellos hombres. Para ganarse el pan de cada da,
le ataran a la camilla. Le inyectaran veneno en el brazo mientras el yacera impoten
te. Y ningn Dios estara mirando. Ningn cielo le acogera. Lo apagaran, como si fuera u
na luz, completamente. Y dejara de existir. Y su mujer, su querida Bonnie, no est
ara mejor, como se haba dicho a s mismo. No se volveran a encontrar, como se haba dic
ho a s mismo. Ella sera pobre Habra envejecido prematuramente. Andara por el mundo a
rrastrando los pies, asumiendo su sino, confusa y desabrida. Rezando con frenes a
l Seor como una luntica desesperada para no sospechar la verdad: que el Seor no est
aba all, que nada de aquello importaba, que no serva de nada. Y su hija, su hija n
o encontrara descanso. Quedara marcada para siempre. Slo mantendra vivo el recuerdo
de su padre en la amargura. Herida por la rabia, lacerando a sus hijos con su ra
bia y al mundo desinteresado con su rabia. Y a largo plazo, por supuesto, ellas
moriran, Bonnie y Gail, las dos, moriran y todo quedara olvidado, excepto las cicat
rices que habran infligido en otras personas por culpa de las cicatrices que en e
llas otros haban infligido, que otros
Est escrito con tinta, pens Frank. Nada podr borrarlo. Est escrito con tinta.
Y la visin desapareci. Los segundos llegaron a su fin. El ojo de Dios se abri de nu
evo sobre l. Apenas haba tomado conciencia de todo el proceso mental cuando experi
ment un espasmo de revulsin, un claro en su interior dentro de un pozo de terror y
pena sin fin, y en ese espasmo la visin se desvaneci. Inmediatamente su mente se
abri clamorosa a sus propias exhortaciones. Espera, muchacho. Dudas, eso es todo.
Aguanta. Mantn la fe. Hazlo por Bonnie. Por Gail. No te vuelvas loco. Resiste. R

esiste.
Pero, por supuesto, no era igual que antes. Cuando has visto algo, no puedes dej
ar de verlo sin ms. La visin persisti, pese a estar enterrada, ardiendo lentamente
ms all de su autoestmulo con un fuego azul blanquecino de claridad y desesperacin.
Frank Beachum se llev la cerveza a los labios con la mano temblorosa. Bebi y dej el
vaso tambaleando sobre la mesa. Mir la mesa. Pens en su mujer. La haba amado tanto
, tanto
Mir el reloj.

Tengo una supersticin sobre el desastre. A mi parecer, el desastre siempre te cog


e por sorpresa. De ello se deduce que si eres capaz de imaginar cualquier forma
posible de desastre, quedars protegido. Si temes que ocurra un desastre y piensas
en todas cada una de sus formas posibles, no dejas lugar para la sorpresa, por
lo que el desastre permanece alejado. Este mtodo ha demostrado ser efectivo mucha
s veces, y las muchas veces que no ha demostrado su eficacia yo lo achaco a m mis
mo o a circunstancias atenuantes, por lo que en cualquier caso sigo creyendo en
dicha teora. La puse en prctica cuando iba de camino a Knight Street para encontra
rme con el hombre que haba matado a Amy Wilson.
Ya haba anochecido, o, al menos, el crepsculo de verano, con el cielo cristalino t
an oscuro y tan profundo encima de los edificios bajos del condado haca que uno a
nsiara ver la aparicin de las primeras estrellas. El calor haba perdido por fin su
intensidad, y con todas las ventanas del Tempo bajadas, el aire me refrescaba a
gradablemente, secndome la camisa, secndome la cara, ayudndome a respirar de nuevo
con facilidad. Apestaba, y tras el bao de vapor en el piso de Michelle, una costr
a de mugre pareca habrseme pegado a la piel. Pero la brisa me sent bien, me alivi li
geramente el dolor de cabeza, me calm el estmago y empez a despejarme la mente.
Pas delante de los cafs de ladrillo rojo, bordeando las aceras cubiertas de rboles
en el ancho bulevar, el mismo bulevar por el que Michelle haba conducido esa maana
antes de tener el accidente. Con una parte de la mente, controlaba las emisoras
de radio, buscando informacin sobre Frank Beachum. Con la otra, imaginaba posibl
es situaciones de desastre esperando evitar la sorpresa.
No estar, me dije a m mismo. Era lo ms probable. Warren Russel, mi principal sospec
hoso, se habra mudado sin dejar ninguna direccin. O nadie me indicara su paradero.
O estara, pero se negara a hablar conmigo. O hablara conmigo y, al or la primera pre
gunta pertinente, sacara un AK-47 de su cinturn y me cosera a balazos desde la fren
te hasta el ombligo, mientras yo me tambaleaba por la escalinata de entrada de s
u casa hasta morir en la calle. Entonces -y esto lo aad por aquello de echar un po
co ms salsa al drama- escupira encima de mi cadver y hara un visaje de burla y de de
sprecio antes de alejarse dando un portazo.
O sera inocente. Era otra posibilidad. Me contara lo que cont a la polica hace seis
aos y me quedara claro como les haba quedado claro a ellos que ese da se limit a entr
ar con su vehculo en el aparcamiento de Pocum para comprar un refresco y punto.

Uff, s!, pens, acercndome al cruce con la autopista. Haba contemplado todas las posib
ilidades. Las haba considerado desde todos los ngulos. El desastre debera despertar
se bastante temprano para llevarle la delantera al seor Steven Everett.
Llegu a Knight Street, una avenida larga y antigua junto a la autopista. De hecho
, pareca el ltimo vestigio desmoronado de un barrio que la autopista se haba cargad
o. Pareca una calle en el extremo de un foso, y sus miserables casas de ladrillo
rojo parecan lpidas mortuorias para una comunidad enterrada debajo del asfalto de
la autopista. Las ventanas ennegrecidas por la muge y los gases de los tubos de
escape miraban tristemente el ajetreo de los coches. Las caras asomadas por las
ventanas miraban con ojos de miope, caras viejas, caras negras. inmviles. La ropa
limpia, tendida en las cuerdas dispuestas entre los edificios, tambin permaneca i
nmvil, porque no haca viento. Y abajo, alrededor de los patios sucios rebosantes d
e viejas latas de cerveza y de cristales rotos esparcidos por todas partes, vall
as blancas de estacas yacan inclinadas como si estuvieran doblegadas inexorableme
nte hacia la tierra.
Aparqu el Tempo en la cuneta repleta de trastos viejos y sal del coche. Un par de
chavales que se lanzaban un baln de uno a otro en la acera se giraron hacia m al v
erme cruzar la calle. El nmero 4331 era como cualquier otro de los edificios circ
undantes: cinco pisos y ladrillo rojo ennegrecido por la suciedad Una pequea esca
linata astillada conduca a una puerta de madera con un panel de cristal roto.
Sub las escaleras y le los nombres de los buzones. Mis nervios, el dolor de cabeza
y el del estmago atacaron de nuevo cuando lo vi: Russel, escrito penosamente con
tinta azul, medio tachado por un trazo de pintura marrn con la que alguien haba p
intarrajeado un graffitti en toda la serie.
No habr respuesta, pens, siguiendo con la idea de ahuyentar el desastre. Se tratara
de otro Russel. 0 alguien habra olvidado cambiar el nombre al trasladarse. Casi
deseaba que fuera as. Aquello acabara con la tensin, con el suspense. Tendra una exc
usa para abandonar esa contrarreloj de mal agero. Llam al timbre y esper.
Un momento despus, o la voz de una mujer encima de mi cabeza.
Quin anda ah?
Tuve que retirarme un poco y bajar unos escalones
r verla. Su rostro oscuro y sus mejillas fornidas
l tercer piso, explorando la semioscuridad debajo
eramente protuberantes. Frunci el ceo al verme:
o arrastrando los pies desventuradamente en pleno
n la acera haba cesado, y poda sentir la mirada

de la escalinata antes de pode


me miraban desde la ventana de
de ella con ojos grandes y lig
un blanco abotonado de arriba abaj
anochecer. El sonido del baln e
atenta de los dos chavales.

S? -pregunt la seora.
Seora Russel?
Sss-? -repiti con ms cautela.
Seora Russel, me llamo Steve Everett. Soy periodista y trabajo para el St. Louis
News. Estoy buscando a Warren Russel. Pareci echarse ligeramente hacia atrs.
A Warren?
S, seora. Est por aqu?
No respondi, al menos no de inmediato. En algn lugar detrs de m, la pelota de balonc
esto golpe el suelo una vez clac- y luego se call.

Un momento -repuso la mujer-. Ahora bajo.


Meti la cabeza dentro del apartamento y desapareci.
Con las manos en los bolsillos, me gir cono quien no quiere la cosa para controla
r qu hacan aquellos dos chavales detrs de m. Se haban acercado un poco y estaban casi
al pie de la escalera. No se andaban con rodeos, me miraban resueltos de arriba
abajo, contemplando osados cada centmetro. Dos muchachos vestidos con pantalones
cortos muy anchos y camiseta. Deberan tener unos nueve aos, tal vez diez. El de l
a derecha sostena el baln contra la cadera. Era el de la izquierda el que llevaba
la pistola. No poda estar seguro de ello, pero no me gustaba la forma en que su m
ano descansaba en el bolsillo de sus pantalones holgados, la casi imperceptible
inclinacin de su cuerpo hacia un lado, como si deseara desenfundar con ms bro. Me h
aba pasado todo el fin de semana cubriendo casos de vctimas muertas a escopetazos,
as que me dije a m mismo que deba estar algo trastocado. En cualquier caso, si me
pedan cambio, se lo dara sin rechistar un segundo.
La puerta se abri detrs de m y me gir para ver a la seora Russel desde la escalera. E
ra una mujer enorme, de unos cincuenta aos, supongo, aunque a veces es difcil de d
ecir, cuando se trata de negros. Tena brazos gruesos y piernas como columnas, las
dos al descubierto. De hecho, pareca que estuviera casi desnuda, tremendamente g
orda y desnuda. Llevaba una bata estampada de flores sin forma definida que term
inaba en los hombros y en las rodillas, y zapatillas en los pies. No tena ningn an
illo en los dedos, y el nico adorno que llevaba era un corazn de oro que penda de s
u cuello. El pelo recogido hacia atrs severamente pona en evidencia un rostro enor
me y amenazador. Era una visin impresionante, con el ceo fruncido y destellos de r
abia contenidos detrs de esos ojos saltones. Aun as, sent una especie de bondad bru
sca y muscular en ella. Al menos eso esperaba. Esperaba poder contar con eso.
A casa -espet.
Iba a abrir la boca para responder, cuando me di cuenta de que se diriga a los ch
avales que estaban detrs mo.
No os quedis ah pasmados mirando al hombre, es hora de cenar, iros a casa.
Me arriesgu a mirar hacia atrs por encima del hombro. Los dos chicos se alejaban p
or la acera mirando con ceo resentido en direccin a m. Sub los peldaos para colocarme
frente a la mujer. Me sorprendi ver que era unos diez centmetros ms baja que yo.
Es usted la seora Russel? -pregunt.
Angela Russel -contest en voz baja.
Y Warren
Mi nieto. Para qu le busca un peridico?
Seora Russel, es muy importante que hable con l -declar-. Es urgente. Necesito verl
e esta noche.
Se retir y dio un bufido enojado por la nariz ancha y chata.
Qu es tan urgente para que usted tenga que hablar con Warren?
Vacil. Esos ojos saltones y turbulentos me fulminaban. Mantena la puerta abierta c
on su enorme brazo y su cuerpo inmenso bloqueaba el paso. Imagin que abrirme paso
a su costa podra resultar mucho ms duro que intimidar a su nieto asesino para que
confesara.

Creo -respond lentamente-, creo que Warren preferira que lo hablara con l directame
nte.
El rostro imponente se mova hacia delante y hacia atrs mientras agitaba la cabeza.
Tendr que hablar conmigo.
Seora Russel
Tendr que hablar conmigo, seor.
Levant la mano en gesto de protesta.
Creo que
Warren est muerto -profiri la mujer tajantemente-. Hace tres aos que Warren est en s
u tumba.

Warren Russel estaba muerto. No haba pensado en ello. Busqu torpemente el paquete
de cigarrillos, con las manos temblorosas. Hace tres aos, l tena veinte. No se me h
aba ocurrido que pudiera estar muerto. Prueba positiva de mi supersticin, pero en
cualquier caso, un golpe bajo. Cog el encendedor de plstico e intent encenderlo tre
s veces antes de conseguir la llama. La acerqu al mximo al cigarrillo para mantene
rla recta.
Ahora estbamos en el apartamento de la seora Russel. La noche saludaba por las ven
tanas abiertas. Las lmparas de pie iluminaban con una claridad amarillenta y apag
ada una habitacin bastante parca en muebles. Haba una mesa junto a la cocina antig
ua. Y una mesilla repleta de fotografas enmarcadas. Fotografas y postales pegadas
en las paredes blancas. Paredes blancas con un montn de grietas en el yeso.
Me sent sobre un cojn de color difuso en un silln que tena los muelles rotos. Me sen
t en el borde, con los pies sobre una vieja alfombra oval, escrupulosamente limpi
a, como el tejido del asiento, pero tan gastada que pareca de papel. Tir del cigar
rillo con fuerza.
Angela Russel dej una taza de caf en el extremo de la mesita que estaba junto a m.
Una galleta de chocolate estaba cuidadosamente colocada entre el platillo y la t
aza. Dej un cenicero junto a ella y luego se retir. Se sent en la mesa del comedor
con otra taza para ella. Se repantig en su silla y tom un sorbo de caf. Me mir framen
te, esperando. Su nieto estaba muerto. Cmo iba yo a demostrar ahora la inocencia d
e Beachum? Cmo le iba a contar a este mastodonte de mujer lo que sospechaba?
Un pequeo despertador en la cocina marcaba los segundos con fuerza. Eran las ocho
y diez.
Y cmo? -consegu pronunciar mientras expulsaba el humo del cigarrillo.
Lade la cabeza.

Bueno, ya sabe. Drogas. Le apualaron una noche. En el parque.


La polica vino a darme la noticia y me ense la foto de mi nieto en su carnet de con
ducir. Es este su hijo? Como si se tratara de un perro extraviado. Saba que haba oc
urrido algo y esper que slo se tratara de un arresto. Pero lo haban encontrado muer
to en el parque.
Lo cont en tono montono, tan cargado de tristeza, pens, que la expresin se haba desva
necido. Movi la cabeza, mirando al suelo.
Estaba me refiero Consuma drogas? -pregunt.
Volvi a dar un bufido y se reclin en la silla. Mir de reojo a un lado como si fuera
a compartir un chiste con algn espectador invisible.
S -respondi (imbcil de mierda, habra podido aadir)-. S, tomaba drogas.

Con el cigarrillo en la boca y los ojos entornados por culpa del humo, alcanc la
taza de caf en el extremo de la mesa. Pas el dedo por el asa y, de repente me vi a
h sentado de aquella manera, mirando atontado mi mano, el asa, la taza. Mirando e
l dibujo del borde de la porcelana de baratija. Mi mente pareca pesimista e inmvil
. Tena momentos de lucidez y de buenos pensamientos, pero estaba demasiado cansad
o como para concentrarme en ellos y desarrollarlos. Consuma drogas? Tena una pistola
? Dnde estaba el cuatro de julio de hace seis aos? Cmo poda ella saberlo? Y de qu p
rvir si el muchacho en cuestin no estaba all para confirmarlo? Tal vez algn da aquel
lo se convertira en una buena entrevista, dentro de un tiempo, una buena base par
a llevar a cabo una investigacin. Podra escribir un artculo en la seccin de crnicas y
Bonnie Beachum lo pegara en su lbum de recortes. Podra agitarlo delante de las cmar
as de televisin para pedir al gobernador que limpiara el nombre de su marido. A tt
ulo pstumo.
Dnde estaba usted?, me haba gritado, aferrndose a los barrotes de la celda de la mue
rte. Ahora ya es demasiado tarde. Dnde estaba? Todo este tiempo
Creo que su nieto mat a una mujer -me o decir mientras miraba la taza. Me saqu el c
igarrillo de los labios y me di un masaje en los ojos con los dedos-. Creo que m
at a una mujer hace seis aos.
Cuando alc la mirada, la seora Russel no se haba movido. Segua repanchigada en su si
lla, con un brazo apoyado sobre la mesa y el otro sobre el muslo. Mirndome. Con u
n visaje de mofa y desprecio, pens, con una media sonrisa.
Hay un hombre condenado a pena de muerte -prosegu-. Van a ejecutarlo esta noche p
or haber disparado a la cajera de una tienda de ultramarinos. Una mujer llamada
Amy Wilson. Creo que su nieto lo hizo.
En aquel momento sonri hastiadamente. Se encogi de hombros y respir. Su voz haba dej
ado de ser montona y adopt un tono irnico.
Y qu le hace pensar algo as?
Porque era la nica persona que estuvo all repuse, pese a saber que estaba mintiend
o, pese a saber que ella descubrira la mentira. Y creo que el hombre al que van a
matar es inocente.

Y apuesto algo -puntualiz la seora Russel, corrjame si me equivoco, seor Everett, pe


o apuesto algo a que ese hombre inocente es blanco.
Suspir. Saba que lo dira e imaginaba lo que estaba por venir.

Si -confirm-. Es blanco.
Y no haba nadie ms en esa tienda de ultramarinos aparte de ese hombre inocente y de
mi Warren?
Asent. Mov la cabeza con un gesto de rendicin.
Dos testigos. Tambin haba dos testigos.
Y tambin eran blancos.
Probablemente. Al menos uno lo era. Un asesor fiscal.
Oh! Un asesor fiscal
El otro era una ama de casa.
Y ellos no matan a gente.
No suelen atracar tiendas, no.
Pero los chicos negros s -profiri la seora Russel.
Mire, yo
Negros colgados de la droga, no les queda tiempo para nada mas
Abr las palmas de las manos.
Oiga, s cmo suena
Bien, eso est bien. As lo sabemos los dos.
Qu puedo decirle?
Me parece increble, seor Everett. Qu puede decir? -volvi a fruncir el ceo, con ms
nacin que antes y aunque no me estaba mirando, poda ver la rabia inundando aquello
s ojos saltones.
Lo intent de nuevo.
Tena su nieto una pistola? -le pregunt.
Respondi rpida y secamente.
Oh! Todos tienen pistolas, seor Everett. No lo saba? Todos esos negros colgados de l
a droga tienen pistolas.
Me qued callado.
Djeme preguntarle algo aadi-. Tiene alguna prueba? Tiene alguna prueba para venir a
ecirme lo que ha dicho sobre ese pobre muchacho muerto?
Empec a responder, pero me detuve.
No -confes al fin-. Una prueba no, no realmente.
No realmente -repiti con lentitud, pasando la ua por el borde de la taza, mirndome
con sus enormes rasgos desnudos directamente-. Y entonces qu? Ese hombre blanco le
llam y le dijo: Soy inocente.

No, habl con el. Fui a la prisin.


Fue a la prisin.
Hoy estuve all. S.
Y mir a ese hombre a la cara. No es eso? Mir su cara. S.
Y su cara era como la de usted, as que pens, bueno, ese hombre debe de ser inocent
e. Tal vez lo hizo algn joven negro.
Yo no he sabido que su nieto era negro hasta llegar aqu. Pero hay fallos, en esa
historia hay muchas cosas que no cuadran.
Esta vez se ech a rer abiertamente, con una risa funesta y terminante.
A un primo mo lo electrocutaron el ao pasado en Florida, seor Everett. Y haba muchas
cosas en esa historia que no cuadraban.
Cerr los ojos. Los volv a abrir. Apagu el cigarrillo contra el cenicero.
Puede que las hubiera. Yo no cubr ese caso. Este hombre es inocente.
Mm consider la seora Russel-. Usted no cubri ese caso. Nadie cubri ese caso.
Levant la mano que tena en el regazo y apunt al medalln que penda de su cuello, lo ac
arici suavemente, pensativamente. Bajo la luz de la lmpara pude ver sus iniciales
grabadas en la superficie de oro, con letras floridas, enmarcadas por una especi
e de cordn decorativo.
As que tampoco vio la cara de mi nieto, verdad? Y por lo tanto la cara de mi nieto
no era como la suya. Eso es todo. Es este su hijo? Como si hubieran encontrado u
n perro abandonado en la calle. -Apret con fuerza el medalln-. Bien, permtame que l
e diga algo, seor Everett. Era un muchacho encantador. Mi Warren. He visto muchos
tipos de chicos, y mi Warren era un muchacho encantador.
Solt el medalln haciendo una mueca, lo dej caer contra su piel. Apoy la mano en su r
egazo y mir al trozo de moqueta que haba entre nosotros.
Tiene algo ms que decirme?
Yo me qued ah sentado en el extremo del sof, sintiendo que un muelle que estaba rot
o se me clavaba en el culo. Tena algo ms que decirle?

Entonces creo que ser mejor que vuelva a su peridico aadi la seora Russel-. Este bar
io puede ser peligroso de noche.
Durante unos segundos, segu all sentado. Con las manos a cada lado de la nariz y l
a boca, formando bocina, respir profundamente, aspirando el olor a tabaco. Estaba
cansado. Mi mente estaba espesa y poco optimista, estaba agotado, y no saba si t
ena algo ms que preguntar o decir. Me levant apoyndome en las rodillas. La seora Russ
el se repantig en su silla con los pies calzados con las zapatillas frente a ella
. Saqu una tarjeta de visita de la cartera y la dej sobre la mesa junto a su plati
llo. No la cogi, ni la mir. Tampoco me mir a m.
Creo que es es un tipo legal -declar-. Si es que le importa. Tiene esposa e hija.
No creo que lo hiciera. Pienso que quiz su nieto lo hizo. Si estoy en lo cierto,
es posible que usted lo sepa. Y si usted lo sabe, no puede permitir que esto ocu
rra.

Levant los ojos mirndome con rabia y amargura.


Vyase a casa, seor Everett -espet.
Van a matarle a medianoche. Es inocente, seora Russel. En la tarjeta tiene mi nmer
o.
Avanc en direccin a la puerta.
Detrs de m, la seora Russel profiri:
Todo el mundo es culpable de algo.
Oh, vamos! Por el amor de Dios! -Me gir hacia ella-. Por el amor de Dios! -exclam.
Al poner la mano en el tirador de la puerta, volv a or su voz. Montona como al prin
cipio. Aplastada por su propio peso.
De todos modos, he visto morir a un montn de tipos inocentes en esta parte de la
ciudad -solt-. Y es curioso, a usted nunca le haba visto por aqu.

Al volver a la ciudad por el bulevar, pens en todas las cosas que habra podido dec
irle. Habra debido contarle lo de las patatas fritas y que mi instinto me deca que
Porterhouse menta. Habra debido explicarle que el coche hizo marcha atrs por la iz
quierda de Beachum. Habra debido dibujarle un mapa y enserselo. Algunas veces, es p
reciso fiarse del instinto, habra tenido que decir. Y, en cuanto a los pecados de
la sociedad, blancos y negros, la intolerancia y la injusticia lo nico que s son l
as cosas que ocurren, habra tenido que decir. Alguien empu la pistola, alguien apre
t el gatillo. Esos fueron los hechos. Amy Wilson fue asesinada y otro hombre iba
a pagar por ello. Eso era lo que saba. Eso es lo que habra tenido que decirle.
Pasaba por la ciudad universitaria, a travs de la oscuridad. Conduciendo despacio
, tratndose de m, sobrepasando ligeramente el lmite de velocidad, sin rumbo fijo. L
a radio estaba encendida, era la emisora informativa, y el locutor murmuraba en
voz baja marcando el ritmo engredo de las noticias. Pasaba frente a un McDonalds d
onde -segn descubr posteriormente en el informe de la polica- Michelle Ziegler se h
aba tornado el caf aquella maana, se haba sentado y haba gritado algo sobre una noche
asquerosa, antes de evadirse en direccin a la Curva del Muerto.
Habra tenido que decir algo, pens al pasar por delante. Habra tenido que decir cual
quier cosa que me hubiese pasado por la mente. Seguramente no habra cambiado nada
, pero ahora, tal como estaban las cosas, todo estaba perdido. No quedaba nada ms
que hacer, nadie ms con quien hablar, no ms pistas que seguir. Eran las ocho pasa
das. Faltaban menos de cuatro horas para la ejecucin y yo no tena ni la ms mnima pru
eba para presentarme ante el propietario y director del peridico, el seor Lowenste
in, ningn argumento de peso para que llamara por telfono a la oficina del gobernad
or y comprar a Beachum un poco de tiempo, tiempo suficiente.
Supongo que debera de haber profundizado en el tema. Estrujarme los sesos, intent

ar descubrir un nuevo ngulo, una pista nueva. Pero no lo hice. No poda. No ame que
daban fuerzas. Ni tan slo poda pensar en ello durante un segundo. Cuando lo intent
aba, mi mente se despistaba con otras cosas. Mi trabajo, por ejemplo. Sin esa hi
storia para crecer mi reputacin cmo diablos iba conseguir que Bob me dejara en paz? C
o iba a convencerle de que me permitiera conservar mi trabajo? Y Barbara. Cuando
me despidieran, descubrira la verdad. La descubrira de un modo u otro. Y desapare
cera. Y Davy con ella. Y yo amaba a Davy, si de verdad amaba a alguien, y no quera
envejecer solo. Si al menos hubiera conseguido esta historia, pensaba sin cesar
. Si hubiera podido convertirme en hroe y sobrevivir al drama inminente, tal vez
habra podido cambiar las cosas, tal vez habra podido defenderme presentando argume
ntos convincentes. En el peridico. Con mi mujer. Tal vez. De alguna manera.
La luces del bulevar me deslumbraban, brillaban delante de mis ojos. Pas por el p
arque y frente a la serie de garajes bajos, restaurantes de comida rpida y aparca
mientos. Llegu al extremo de la ciudad y vi la Curva del Muerto a lo lejos. Me ac
erqu a ella en el trfico escaso de aquel lunes por la noche. Al pasar, ech un vista
zo por la ventana en direccin a la gasolinera. Se haban llevado la carrocera destro
zada del Datsun rojo de Michelle, pero la marca negra del choque todava manchaba
la pared blanca del garaje. Poda verlo por las luces de sodio de la gasolinera. C
on la luz, los fragmentos de cristal todava centelleaban sobre el asfalto.

Niata estpida -murmur, y mi corazn se estremeci pensando en ella, pensando en Beachu


, pensando en m mismo.
Sala de la curva cuando o su nombre: Beachum. Era el locutor de la radio. Sub el vo
lumen y escuch mientras la carretera se enderezaba delante de m.
Frank Beachum -anunci el locutor en tono solemne-, el vecino de St. Louis condena
do a morir mediante inyeccin letal a medianoche, acaba de confesar presuntamente
su crimen.

Aparqu el tempo en el arcn de la carretera.


La cadena de televisin KSLM est informando en estos momentos que una fuente cercan
a a la oficina del gobernador ha declarado que Beachum ha expresado remordimient
os por el asesinato de Amy Wilson, la mujer embarazada a la que dispar hace seis
aos -prosigui el locutor.
Agarr el volante con fuerza, con la boca abierta. Me inclin hacia delante, hasta a
poyar la frente contra el plstico duro del volante.
La confesin todava no ha sido confirmada por los funcionarios de la penitenciara, p
ero la fuente, que ha preferido guardar el anonimato, ha manifestado a KSLM que
Beachum confes lamentar el dao causado a la familia de la vctima. El padre de la seo
ra Wilson, Frederick Robertson, ha declarado que no basta con sentirlo.
Me apoy contra el volante, mirando el suelo, sin ver nada. Frederick Robertson ha
bl por la radio.
Por supuesto que lo lamenta. Ahora tiene que enfrentarse al castigo y estoy conv

encido de que lo siente en lo ms profundo de su ser. Pero con eso no nos va a dev
olver a mi hija. Ni nos devolver a su hijo, mi nieto.
El gobernador -aadi el locutor- va ha confirmado que no suspender la ejecucin.

Levant la cabeza. Mir a mi alrededor, aturdido. Confesado? pens. Vi la gasolinera do


nde Michelle Ziegler haba tenido el accidente detrs de m. Di marcha atrs con el Temp
o y me dirig hacia la cuna en el aparcamiento. Me senta mareado y confuso. Como si
estuviera invadindome un cieno negro. Depresin. Nuseas. Invadindome. Y tambin algo m
. Odio tener que admitirlo, pero sent alivio. Un gran alivio. El hombre haba confe
sado. Todo haba terminado. Se acab.
Reduje la velocidad del Tempo hasta llegar a una hilera de coches aparcados dond
e me detuve. El locutor del noticiario haba pasado a otras temas. Apagu la radio.
Permanec sentado, aferrado al volante, moviendo la cabeza, volvindome a tragar el
contenido de mi estmago. Confesado, pens. Confesado. Todo se haba acabado.
Me llev un cigarrillo a los labios, esperando calmar mis tripas. Por extrao que pa
rezca, lo cierto es que me cre completamente aquella historia, me la cre sin el ms
mnimo atisbo de duda en el momento en que la o. Beachum haba confesado. Era culpabl
e. Me pareci que aquello lo explicaba todo. Como si de repente encajaran todas la
s piezas de ese largo da. No se haba condenado a ningn inocente a la pena de muerte
. Fuera las carreras de ltima hora en pro de la justicia. Todo haba sido un sueo. E
n el fondo de m, en algn lugar recndito e insondable, siempre lo haba sabido. Pero h
aba seguido soando. Y ahora l haba confesado.

Golpe el volante con el lateral de la mano. Cmo haba sido capaz de engaarme a m mismo
de aquella manera? Cmo, pese a saber que podra decepcionarme, me haba decepcionado i
gualmente? Sin embargo, conoca las respuestas a esas preguntas. Poda seguirles el
rastro con claridad a lo largo de todo el da. Haba empezado con la llamada de Bob.
Su llamada a Patricia. Desde ese instante fui consciente de las consecuencias:
el fin de mi trabajo y de mi matrimonio. Tal como haba sucedido en Nueva York, pe
ro peor. Y estaba desesperado porque no quera volver a pasar por todo aquello. Me
haba aferrado sin vacilar a aquella historia -la historia de Beachum- desde el m
ismo segundo en que cay en mis manos. Haba aprovechado ferozmente la oportunidad,
con el deseo desesperado de salvar mi vida. Detalles insignificantes, estpidos, c
omo los disparos que Nancy Larson no oy, la hilera de bolsas de patatas fritas, l
os ojos dubitativos del asesor fiscal y un muchacho negro comprando un refresco
en al aparcamiento fuera de la tienda, haban absorbido toda mi atencin y yo los ha
ba transformado en un enorme drama dentro de mi mente. Los haba convertido en un s
ueo, un sueo de salvacin, en un indulto de ltima hora para m y para Beachum, para los
dos.

Pero el sueo se haba terminado. l haba confesado. Ahora poda verlo todo con claridad.
Poda ver que no tena nada. No tena ni un maldito indicio que me hiciera pensar que
Beachum fuera inocente del crimen. Cmo haba podido? En un nico da! Despus de una i
igacin de la polica! Despus del seguimiento periodstico. Despus de un juicio y de sei
s aos de apelaciones. Acaso podra alguien -alguien menos desesperado por salvar su
miserable vida- creer de algn modo que el sistema de justicia americano podra come
ter un error fatal tan sencillo que sera enmendado por un hombre solo en un nico da
?
Me re al pensarlo. Tena que rerme. Encend el cigarrillo, me tragu el humo y re. Vaya
ilipollas que era. Treinta y cinco aos sobre la faz de la Tierra y sin embargo ta
n iluso sobre los temas de la vida como un colegial.
Apagu el motor. Abr la puerta, sal del coche y la cerr de un portazo. Cruc el aparcam
iento hasta llegar a una cabina telefnica contigua a la pared de la gasolinera.

Primero llam al peridico, pero Alan ya se haba ido. Le llam a casa. Respondi al telfo

o sin aliento. Poda or a Louis Amstrong y a Ella Fitzgerald cantando como msica de
fondo. Stompin At The Savov. Poda or a la mujer de Alan cantando con ellos a todo p
ulmn.
Qu? -pregunt Alan, sofocado.
Soy Everett.
Ev! T, capullo de mierda! Ha confesado!
S, lo acabo de or.
Hasta Bob se ech a rer.
Espero que hicieras fotos.
Mira -repuso, tosiendo ligeramente mientras recuperaba el aliento-. Tal vez no s
ea tan grave. La mujer de Bob llam cuando te fuiste. Bob se fue a casa a hablar c
on ella. Es posible que estn arreglando las cosas. Quiz te perdone.
Saqu el humo apuntando a la pared de cristal de la cabina.
No creo que Bob haya perdonado nada a nadie en toda su vida.
S, bueno. Tambin es verdad -respondi Alan-. Lo siento.
Ests jodido.
Supongo que s.
No puedo perderle.
No.
A Lowenstein le encanta. A todo el mundo le encanta.
S, ya.
Tal vez podras presentar una queja. Quiero decir que todos sabemos que se trata d
e una cuestin personal. Est sacando de quicio lo de la entrevista de Beachum.
No, no. Eso lo alargara -consider-. Y no quiero hacerle eso a Barbara.
Hubo una pausa.
Bueno, amigo mo
No te preocupes.
Te dar un preaviso de un mes. Llamar a algunos amigos de otros peridicos. Har todo l
o que est en mis manos para echarte un cable.
Lo s, amigo. Sigue bailando.
Amn, hermano.
Cort la comunicacin, puse otra moneda en la ranura y llam a mi mujer. Contest al telf
ono igual que siempre: seca y molesta, como si la hubiesen interrumpido en medio
de un milln de tareas.

Soy yo -salud-. Se ha acostado ya el nio?


Todava no -respondi bruscamente-. Justamente lo estaba cambiando.
Espera unos quince minutos, vale? Para que pueda darle las buenas noches.
Durante unos instantes permaneci callada, y yo sent como si me hubiesen estrujado
el corazn con un puo.
De acuerdo -asinti al fin en voz baja-. Quince minutos. Estars aqu?
S, estar all -confirm-. He acabado. Se ha terminado. Vuelvo a casa.

Cuando el reverendo Stanley B. Shillerman entr en la oficina de Luther Plunkitt,


el alcaide estaba sentado en el silln de cuero de respaldo alto detrs de su mesa.
Luther no poda evitar mirar al hombre de arriba abajo, desde su rostro beatfico ha
sta sus mocasines marrones deportivos, pasando por la camisa blanca abierta y lo
s tejanos. Lo examin todo con mirada de acero.
El alcaide no era un hombre que odiara a mucha gente. Se enorgulleca de su tolera
ncia, de considerar toda la comedia humana desde un punto de vista irnico y miser
icordioso. Tena un sentido estricto de lo que est bien y lo que est mal y haba descu
bierto que, si uno se lo propona, poda pasar por la vida tranquilamente siendo hon
esto. Haces tu trabajo, proteges tu terreno y dejas a los criminales y a los loc
os que se apaen por su cuenta. sa era su filosofa. Pese a ello, no estaba preparado
para el ataque de rabia que le provoc la presencia del reverendo Stanley B. Shil
lerman y que se le qued atragantado. Sinti cmo la rabia afloraba, centelleante como
una luz, por cada uno de los poros de su piel, atacando en oleadas. Poda imagina
r las olas, rompiendo contra el hombre que tena frente a l, golpendolo, engullndolo,
arrastrndolo al fondo del mar. No recordaba la ltima vez que se haba sentido tan e
nojado.
Reverendo -salud, inclinndose hacia delante, cruzando las manos elegantemente sobr
e el papel secafirmas del escritorio.
Shillerman adopt una expresin de sobria benevolencia pero, cuando se toparon las m
iradas de los dos hombres, Luther observ que un ligero rubor iluminaba las mejill
as fofas del predicador. Las suaves arrugas de su piel parecan fras y hmedas. Luthe
r se alegr. Shillerman poda sentir las olas de rabia que emanaban de l, y asinti sat
isfecho. Esboz una sonrisa blanda.

Cmo va todo por aqu? -pregunt Shillerman, con voz ronca-. Hay algo que yo pueda hace
? He estado, bueno, ya sabe, he ido a visitar a los prisioneros, dispuesto a pre
star mi odo para acoger sus preocupaciones, pero bueno, si me necesitan, si algun
o de los hombres precisa un odo dispuesto, soy su hombre. Ya sabe, aqu estoy. Shil
lerman habl en voz baja, pero deprisa, con un ligero temblor al final de sus fras
es.
Luther continu asintiendo, continu sonriendo.

Reverendo -respondi-. Parece ser que la televisin ha anunciado que el prisionero B


eachum ha confesado. Y parece ser que la informacin procede de una fuente cercana
a la oficina del gobernador.
El reverendo levant la barbilla y apoy su peso en el pie derecho, doblando la rodi
lla izquierda. Abri la boca y gesticul con la mano, pero no dijo nada. Luther le m
iraba, sintiendo que las olas de rabia se volvan incontrolables.
Finalmente, Shillerman se aclar la garganta.
S, bueno, por supuesto, de vez en cuando, los asistentes del gobernador me llaman
para tratar sobre temas de la incumbencia del gobernador.
Es decir que Sam Tandy, su cuado, le llamaba para que diera parte de sus informes
de espionaje. Luther asinti y sonri, con las manos enlazadas delante de l.
Y, evidentemente -prosigui Shillerman, creo que ello forma parte del importante p
apel de enlace que puedo desempear, en beneficio de todas las partes, y, en un mo
mento como ste, cuando hay mucha humm mucha gente que acude al gobernador pidiendo
clemencia y dems, humo cualquier informacin que afecte la decisin personal del gober
nador podra ser crucial.
Luther asinti. Sonri. Las olas de rabia empezaban a aflorar. Shillerman se moj los
labios y continu.
Por consiguiente, si mi servicio y las discusiones espirituales que mantengo con
un prisionero pueden, sin violar el principio de la confidencialidad, claro est,
evidentemente, en fin, huelga decirlo pueden aportar algo a la informacin de que
dispone el gobernador, pues creo creo que ello constituye un aspecto importante d
e mi funcin como pastor en una prisin, y humm
Luther mova la cabeza de arriba abajo. Segua esbozando la misma sonrisa y sus ojos
seguan tan duros como diamantes azules, increblemente brillantes.
Pero yo no apruebo las filtraciones a la prensa! -se apresur a aadir Stanley Shille
rman-. Yo no y si en algn momento he cometido Si he interpretado mal algo que me ha
ya dicho el prisionero en el transcurso de mis consejos espirituales, por supues
to pero si me dice, me refiero al prisionero, si me dice Lo siento con estas palabr
as, en estas condiciones extremas, entonces, cuando el ayudante del gobernador,
en nombre del propio gobernador, acude a m esperando que haya, como corresponde a
mi trabajo y usted mismo sabe, que haya estado ayudando espiritualmente a ese h
ombre y de esta forma le puedo comunicar al gobernador lo que resulta necesario
e incluso urgente para su conocimiento en un momento en que la gente acude a l, c
uando, bueno -El reverendo se ruboriz un poco ms y Luther poda ver cmo el sudor se le
agolpaba en los pliegues de la cara-. Pero, por supuesto, si en algn momento he
interpretado mal, bueno Y podra ver el dao causado -profiri Shillerman-. Y podra ver
el dao que, humm, sera, humm, de naturaleza Y si le ha parecido -hizo un gran gesto s
obre la mesa hacia Luther-, si a usted le pareciera que algo que yo hubiese hech
o O que el sentido de lo que yo entend hubiera podido perjudicar de algn modo -Shill
erman trag saliva. La mano con la que gesticulaba empez a temblar, as que la baj y l
a apret con fuerza contra la pernera de los tejanos-. Y s que al gobernador no le
gustara que usted pero si comprendiera que en el tipo de comunicacin espiritual esa
s cosas van y vienen entre el prisionero y yo y, claro, en circunstancias extrem
as se puede interpretar de muchas maneras o si Humm, si usted quisiera -Shillerman
intent soltar una risita amistosa y movi la cabeza, sudando. Luther le mir, asinti
endo, esbozando su blanda sonrisa-. Bueno, ni por un minuto, eso est ms claro que
el agua -aadi Shillerman-. Y si usted sintiera de algn modo que, bueno, sabiendo ha
sta qu punto este trabajo es importante para m y para mi familia y que yo he inten
tado comunicar, una y otra vez, Dios lo sabe, quiero decir que, Dios sabe, Luthe
r, con los elementos que vienen a este lugar, s claro, es una prisin, como, por su

puesto, usted sabe perfectamente, y yo no quisiera en modo alguno que usted tuvi
era la impresin de que mi actuacin a ese respecto ha sido tal que se viera obligad
o a decir a alguien que pudiera afectarme que haba sido perjudicial. Y usted sabe
que cada da le pido a Dios que me oriente, y s que tambin es su Dios y eso es algo
entre nosotros que podemos comprender, bueno, si pudiera dirigirme a usted en e
se sentido, entonces me costara pensar que no pudiera decir a, por ejemplo, la pr
ensa o a los asistentes del gobernador o al gobernador o, de hecho, a cualquier
futuro empleador que pudiera estar dispuesto a considerar mi sacerdocio con la i
mportancia que usted sabe tiene para mi mujer y mi familia y todo aquel que me c
onoce y comprende mi posicin, yo espero sinceramente que usted pueda decirle a to
da esta gente con toda caridad y misericordia, Luther, que soy un hombre que, co
mo comprender, un hombre que se puede tomar en consideracin de tal modo que podra a
cabar diciendo, con total tranquilidad de conciencia que, bueno, como digo, soy
un hombre. Uh. Un hombre que
Con lo cual, Shillerman se call. Se moj los labios otra vez y se qued con la boca a
bierta, pero sin pronunciar palabra. Tena el rostro sonrojado y hmedo, y el sudor
le caa desde la frente hasta la pechera de la camisa y hasta el suelo. Apoy su pes
o sobre el otro pie y volvi a cambiar, mirando a Luther por encima de la mesa con
ojos vidriosos. Luther poda ver que le temblaba todo el cuerpo, desde la cabeza
hasta la punta de los pies. Y se alegraba de ello.
El alcaide sigui asintiendo durante mucho tiempo. Sigui esbozando su sonrisa bland
a. Ahora tendra que llamar a la oficina del gobernador, pens. Aclarar ese malenten
dido. Enviar una nota a la prensa: no haba habido ninguna confesin. No iba a haber
ninguna confesin. Luther no cesaba de pedir a Dios que la hubiera, pero no la ha
bra. Una parte de l saba que ese era el motivo de su enojo: que no habra confesin. No
en el caso de Beachum. Nunca. Las olas de rabia no iban a cesar.
Maana por la maana a primera hora, pens, se
dy o sin l, se asegurara de que el reverendo
blo a mil leguas de all. Se asegurara de que
tucin penitenciaria entre San Andreas Fault y

librara de ese hijo de puta. Con Sam Tan


Stanley B. Shillerman se fuera al dia
no trabajara nunca ms en ninguna insti
Jpiter.

Asinti. Esboz su blanda sonrisa.


Eso ser todo por ahora, reverendo -repuso.

Me dirig a casa, con la radio apagada, la mente vaca. Estaba cansado y harto de m m
ismo. Pero al mismo tiempo estaba contento, la carrera para salvar la vida de Fr
ank Beachum haba terminado.

Octava parte

CONVERSACIONES FILOSFICAS

Davy-Davy-Davy-Dave, Davy-Davy-Davy-Dave -cantaba acompaado por la msica de la obe


rtura de Guillermo Tell-. Davy-Davy-Davy-Dave. Dave-Y-Davey-Davey-Dave. Davy-Dav
y-Davy-Davy-Davy-Davy-Dave
Y as continu, ms o menos con el mismo estilo. Mientras cantaba, sostena a mi hijo po
r la cintura, de espaldas a m, zarandendolo de un lado a otro mientras corramos por
la sala de estar, por el recibidor y por la habitacin, de nuevo al recibidor, a
su cuarto, y a la cama. l gritaba y se rea con una risa tonta mientras le daba el
paseo.
Me voy a la cama! -gritaba encantado. Lo levante por encima de la barandilla y lo
acost en el cmodo colchn con un rebote de lo ms saludable. Luego me inclin, y empec
presionar el colchn para que rebotase una y otra vez. Mi corazn era una piedra, t
an duro como una piedra.
A dormir! -exclam.
Me cogi del brazo profiriendo gritos agudos. Me separ un poco, dejando que se tran
quilizara. Su risa se transform en un murmullo sin palabras. Se abraz a m y se puso
a observarme el antebrazo, sonriendo. Me cogi con sus manos menudas y tir de los
pelos con fuerza.
Por qu ests aqu? -pregunt.
Sonre como un idiota. Dios mo, pens. Dios mo.

Dnde ms podra estar, hijo? -contest, soltando una risa. Se qued analizando la respu
a y luego me solt el brazo.
Ahora me voy a dormir -dijo. Se dio la vuelta y cerr los ojos.
Bien hecho -le dije.
Casi me atragant con las palabras. Me qued unos instantes mirndole desde el umbral
de la puerta.

Gir la cabeza sobre el colchn y me mir a hurtadillas. Sonri al descubrirme todava all
Durmete ya, genio -espet.
Apagu la luz.

En el pasillo, me detuve otro instante. Quemado, hundido, destrozado, vencido. M


e qued ah con la cabeza inclinada hacia delante y me di un masaje en las sienes co
n la mano. Qu haba hecho? En qu lo me haba metido? Ahora poda ver las cosas con tod
ridad.

Me asustaba haber sido tan iluso durante todo el da. Y dejar de serlo. Me senta de
sconcertado y vaco porque la historia Beachum haba desaparecido, se haba resuelto s
in ms. La misin de ltima hora se haba vaporizado, el esfuerzo heroico se haba convert
ido en una bagatela, el grial, en un espejismo, y mi trabajo, caput. No quedaba
ms que el recuerdo memorable de haber pasado el da de caza intentando demostrar qu
e una hilera de bolsas de patatas fritas convertan a un hombre culpable en un ino
cente en el momento de su muerte. Ay, Seor! La mente humana vaya bromista.
Respir profundamente y avanc por el pasillo.
Mi mujer estaba sentada en la mesa del comedor, una mesa oval. Haba retirado los
platos de la cena, el de Davy y el suyo, y estaba sentada a la cabecera de la me
sa, frente a una taza de caf vaca, frotndose los dedos de la mano izquierda con la
derecha.
Me acerqu torpemente a la mesa y me sent frente a ella. Empec a tamborilear en la m
esa con los dedos. Badum, badum, badum. Siento lo del zoolgico?, pens. Siento lo de
todo el da? Siento lo de nuestra vida juntos? Badum, badum, badum, seguan tabaleand
o mis dedos en la madera de roble. Lo siento, lo siento, lo siento. Badum, badum
, badum.
Barbara no me mir. Los rasgos majestuosos de su rostro estaban tristes pero firme
s. Mova la mano izquierda hacia delante y hacia atrs entre los dedos de la derecha
. Lentamente, de ese modo, tir de su alianza hasta el nudillo y se la quit.
Dej el anillo encima de la mesa, incorporndose para dejarlo tan lejos de ella como
pudo, tan cerca de m como pudo. Se sent de nuevo y se llev la taza vaca a los labio
s para que yo no pudiera verlos temblar y se sent, nerviosa, haciendo que el plat
o pequeo de la taza tintineara.
Mirando el anillo de boda hizo un ademn con la cabeza.
Si fuera una bala, estaras muerto -ironiz.
Creo que fue el nico chiste espontneo que le o nunca.
Permanec sentado un buen rato, sin pronunciar palabra. Me escocan los ojos. Observ
aba cmo el aro de oro se enfocaba y se desenfocaba, se prolongaba en forma de ray
os al mirar el reflejo de la luz y desapareca. Y eso es todo?, pens, dejando de tam
borilear con los dedos. De eso haba tenido tanto miedo durante ese da eterno? Miedo
de perderla, simplemente. A ella, a quien no amaba. Y separarme de Davy, a quie
n apenas vea. Esa era toda la motivacin oculta tras la fantasa Beachum? Esa larga y
alucinante tctica dilatoria, no quera sino evitar aquello?
Los dos nos quedamos un rato mirando la alianza, Barbara tambin. Cuando la mir, el
la segua concentrada en el anillo. Con la espalda erguida y la cabeza alzada, una
de sus expresiones ms altaneras y aristocrticas. Lo de la alianza era algo que se
tomaba muy a pecho, eso de desprenderse de la alianza. Aunque, pensndolo bien, s
e lo tomaba todo muy a pecho. Siempre lo haba hecho.
Bien -solt al fin, con la mano reposando inmvil en el extremo de la mesa. Djame adi
vinar te ha llamado Bob?
Y qu ms da quin me haya llamado? -pregunt con un bufido de enojo.
Mov la cabeza.
Ella me llam, si tanto te interesa. Tu Patricia.

Bien -asent-. Bien, bien, bien.


Al igual que la confesin de Frank Beachum, aquello me cuadr al instante. Patricia
haba llamado. Ella haba querido que la hiciera sufrir y ahora se vengaba por haber
accedido a sus deseos. Y la verdad es que lo mereca, lo cual era, probablemente,
lo ms extrao de todo.
Intent enviarte un mensaje al busca -aadi Barbara.
Ya -repuse.
Me haba olvidado de sacarlo de la guantera al salir de la prisin.
Estaba llorando. Quera que supieras que todo se haba acabado y que senta que Bob fo
rzara tu despido.
Muy amable de su parte dejar un mensaje -me re.
Barbara me mir despectiva desde su altitud moral.
Realmente pensabas que yo no lo saba?
Esa loca de Patricia -murmur.
Lo cierto es que crea que la haba engaado por completo, pero decid no confesarlo.
Le dije que no se preocupara -prosigui Barbara-. Le dije que era propio de ti. Qu
e forma parte de tu personalidad.
S, claro.
Aunque, que me maten si me equivoco, pero no parece que te satisfaga mucho.
Me encog de hombros. La satisfaccin tambin era otro de los temas importantes para B
arbara.

Tras un momento de silencio, me levant y cog el anillo. Lo cog entre el pulgar y el


corazn, girndolo de un lado a otro, mirando cmo se reflejaba en l la luz de la pequ
ea araa de luces que penda del techo. En la cara interior haba una inscripcin. Slo su
nombre: Barbara Everett. En aquel momento era su nuevo nombre y pareca muy romntic
o.
Cerr el puo en torno al anillo.

duro para el nio -coment. Me aclar la garganta-. No crees que ser bastante duro pa
el nio?
Enarc las cejas.
Buena hora para pensar en eso, Ev.

Intent responder, pero esa piedra, mi corazn, me lo impidi. Algn bracero en mis mald
itas entraas se empeaba en hacerlo subir hasta la garganta y dejarlo caer de nuevo
, bang!, hasta el pecho. Pobre Davy, pens miserablemente. Pobre chaval. Con Barbar
a pendiente de l a cada momento, cuidndolo, huraa y decente. Quin le iba a ensear aho
a a hacer el loco? A desobedecer? A tirarse pedos en silencio y hacer que todo el
mundo culpe al chaval que est sentado a su lado? Quin le iba a ensear que la mejor m
anera de tratar con un matn es comprender sus incertidumbres y luego lanzarle el
codo con toda rapidez al puente de su nariz horrible? O cmo decir que s a las mujer
es cuando te dicen cmo hacer las cosas para poder meterte en sus bragas sin demas

iada palabrera?Cmo aprendera a negar de vez en cuando la importancia de los dbiles y


a rerse con disimulo del sufrimiento humano? Pobre cachorro. Barbara, con sus gra
ndes instintos en aras de la compasin y de la moralidad, con su gran alma. Dios! S
in m, lo enterrara por completo.
Oye -profer con voz temblorosa-. Es por las mujeres? Es lo de las mujeres lo que te
molesta tanto?
Me mir, perpleja.
Quiero decir que no tenemos por qu ser un matrimonio como los dems. Puedes ir con
otros hombres de vez en cuando -prosegu-. Los matara, claro est, pero antes podras a
costarte con ellos. Quiero decir que, qu diablos, hace dos mil aos que Jesucristo
muri, ahora podemos dictar nuestras propias normas.
Una proposicin fastuosa.
Tal vez esa es tu idea del matrimonio, Ev -respondi, tal como habra podido suponer
-, pero no es la ma.
Y por qu no? -espet desesperadamente-. Al fin y al cabo, no me quieres.
Esa mirada perpleja segua esculpida en su rostro, pero tena los ojos vidriosos y l
os labios le temblaban de nuevo.
Dios, t eres imbcil -observ en voz baja-. No sabes nada de nadie que no seas t. Te i
nventas a la gente en tu cabeza, decides lo que piensan y, hagan lo que hagan, s
implemente los metes en el formato que has decidido para ellos. No entiendes nad
a.
Oh! -exclam.
Y ahora, lrgate de aqu.
Pero me qued sentado un poco ms. Abr la mano y jugu con el anillo durante unos minut
os. Apret los labios para evitar que temblaran.
Finalmente, me met la alianza en el bolsillo de la camisa, me levant y me fui.

Eran aproximadamente las nueve y veinte, creo, cuando sal de casa. Ms tarde, Mark
Donaldson me dijo que haba llamado justo entonces. Imagino que el telfono son cuand
o yo bajaba por la escalera con aire lbrego y con pisadas fuertes, pero no lo o y,
si lo hice, no le prest ninguna atencin. Barbara tampoco respondi.
Al final, Donaldson colg. Ya haba intentado localizarme mediante el busca, pero to
dava yaca olvidado en la guantera del coche. Se reclin en la silla y suspir.
Para entonces haba pasado todo el da en el peridico y todava le quedaba una historia
por escribir. Era el relato de una mujer enfurecida que haba intentado quemar la
coleccin de cmics de su marido y muri en el incendio que se declar como consecuenci

a de ello. Donaldson tena prisa por terminar la historia para poderse ir a casa a
hacer el amor con su propia mujer antes de acostarse. No estaba de humor para p
erseguirme y, de hecho, se pregunt si el intento vala la pena.
El motivo de su llamada era el siguiente:
Estaba sentado ante la mesa, elaborando trabajosamente la historia del cmic cuand
o recibi una llamada del despacho de redaccin. Bob ya se haba ido a casa, as que Ann
a Lee Daniels, la responsable del turno de noche, ocupaba su lugar.
Mark grit, desde el otro lado de la sala-, un imbcil borracho por la tres.
Gracias -respondi Donaldson antes de coger el auricular. Una voz gutural eruct su
nombre.
Shusht Donaldson?
S?
Shtrata duno de vusstros gilipollas tene razn del negro.
Donaldson apoy cmodamente el auricular entre el oclo y el hombro y sigui escribiendo
su historia en el teclado. Le gustaba que de vez en cuando algn loco suelto le t
elefoneara, resultaban historias de lo ms divertido.
Bien, gracias por compartir sus pensamientos conmigo -repuso-. De qu me est habland
o exactamente?
Nossh ussht el Benny del uuuuhhh caso Beachum? -pregunt el tipo al telfono.
Donaldson dej de escribir y se reclin en la silla.
Exactamente -respondi-. Quin es usted?
Yo? Yo? Soy Arsley. Qun coo ssshhe cree qushos?
Arsley qu?
Teniente Arsley. Yosstaba a cargo de la investi-cosha. Gacin. Shtoy jubilado. -Es
to ltimo lo pronunci julado y termin con un ataque de tos flemtica.
Ardslev -repiti Donaldson-. Desde Florida?
El hombre al otro lado del telfono resoll ruidosamente unos momentos luego dijo:

Sarasota, s. Asss que simagin lo del negroo, eh?. Habeish tardado mucho timpo, mmon
Donaldson alcanz un cuaderno de notas y un bolgrafo. Su rostro empezaba a dibujar
la expresin propia de cuando se senta fastidiado, como si los prpados le pesaran. N
o crea que el resultado de aquella llamada fuera una historia divertida, en cuyo
caso, se inclinaba a pensar que ese pelotillero asqueroso se poda ir ms o menos al
infierno.
Estamos hablando del caso Beachum -puntualiz en voz baja.
S, s, s, negro punk, drogata d mieeerda. Warn Russsel. Ssssel.
Qu?
Ssel! -grit Ardsley-. Esht sordo, oqu?

Sssel, se repiti Donaldson a s mismo.


Es l?
S, prqu creeshh que yamo? Pra shber comsts? Warn Russel.
Warn qu?
Russel. Warn. Ssshu nombre. Neegro drogata d mieeerda.
Me est diciendo que fue l quien dispar, cmo se llama, a la mujer de la tienda?

S, s, s. Le dispar. Seguro, l le dispar. Qu shea credo? Lo shupe desdel principi


fiscal yya loba organishado todo, porquel blanc dmostrara cmhasa justicia. Demasiaos
negratas con laguja. Esho dicel jodido Supremo. Shtena quhacer husticia. Ya haba liad
ocon, uuuuuuhhhh, pridicos. Prensa. Gran discurso en el trigunal. Dred Scot. -Ard
slev impresion a Donaldson con su imitacin de la mujer quejumbrosa y afligida: Cons
eguir la pena de muerte. Soy tan dura. Se har justicia. S, s, s-. Yntr Russel y yod
ssel! Ssssel! Pero ella mdice De qu hablas?. Y vodgo Ssssel! Y ella dice Dond sht
?. Yodigo Mralo! Neegro d mieeerda. Neegro drogata d mieeerda. No shoy ngn fantico in
olrante, pero s kel loissso. Esosh todo. Ella dijo: basura. Ella dijo: No hay lugar
para gte comzu enl jodido kerpo dla polisha. Zorra. Yo dije Vale. Dije Vte almirda, z
orra. Mata al hombre kvocado. Shr tu funeral. Pfffttt.
Aparentemente, ese ltimo sonido era una especie de risa curiosa, a la que sigui ot
ro ataque de tos gorgoteante. Luego, de repente, el tono de voz del ex polica cam
bi. Se torn ms serio. De hecho, pareca preocupado.
Tngo qu irme.
Qu? Espere un momento.
Oh, oh tngo quirme.
Espere
Pero Donaldson oy los golpes que reciba el auricular mientras Ardsley intentaba en
contrar su lugar en la horquilla del telfono. A continuacin, la lnea continua.
Mierda -espet Donaldson.
Colg el auricular y se limpi las manos en la pechera de la camisa. Se reclin en la
silla.
Anna Lee?
La responsable de la sala de redaccin alz la barbilla mirndole. Era una obra de art
e elegante, bien hecha, alta, delgada y vestida con un traje a la moda. Tena el p
elo negro y corto, y el rostro como el de un duende. Haca meses que intentaba aco
starme con ella, pero tena ciertos prejuicios cuando se trataba de hombres casado
s. Era una esposista.
Oye, el tal Beachum condenado a pena de muerte -pregunt Donaldson- no ha confesado
hoy?
Mmmhh, s -repuso Anna Lee-. Espera un momento.
Las uas largas, encantadoras y pintadas con esmalte blanco empezaron a teclear bu
scando informacin sobre las historias en el terminal.

No, aqu lo tengo, espera -aclar-. Se han retractado. La oficina del gobernador ha
declarado que ignoran el origen de la informacin y niegan haber recibido dato alg
uno al respecto.
Fantstico. El poli que diriga el caso acaba de llamar diciendo que Beachum es inoc
ente.

Uauuhh! -Anna Lee se anim al orlo-. Te pareci fiable? Donaldson imit la pronunciaci
rracha de Ardsley: -Disse que debd aber shido el neegro d mieeerda.
Anna Lee volvi a aguzar el odo, animada.
Fantstico. Resrvale la primera pgina.
Por supuesto -respondi Donaldson-. Lo mejor de St. Louis.
Pero me llam de todos modos. Primero al busca y luego por telfono a casa. Al no ob
tener respuesta, se reclin en la silla, mirando la pantalla del ordenador, observ
ando el parpadeo del cursor al final dela historia de la mujer quemada.
No era el tipo de persona que dejara las cosas as, sin ms. Quera irse a casa y acos
tarse tranquilo. Y pens que el teniente Ardsley era un cabrn de mierda que no poda
ni contar una versin contaminada de la verdad. Pero tambin saba que la vida de un h
ombre estaba en juego y pens que sera prudente llamar a Bob a casa y contarle lo s
ucedido. Incluso lleg a considerar hacer el seguimiento l mismo.
Pero eso fue cuando oy que Anna Lee rompa a llorar.
Mir en direccin al despacho de redaccin y la vio sentada con la mano en el telfono c
omo si acabara de colgar. Sus rasgos compuestos, irnicos y dotados de la magia pr
opia de los elfos estaban descompuestos y deformados. Se protega los ojos con la
otra mano y las lgrimas se escapaban por debajo de ella, mostrando las manchas ne
gras del rmel en las mejillas.
Cuando Donaldson se levant de la silla ya haba dos reporteros ms del turno de noche
dirigindose hacia ella, adems del adjunto a jefe de redaccin y el crtico de cine qu
e se acercaban desde el otro lado de la sala. A todo el mundo le gustaba Anna Le
e.
El personal se reuni en torno al despacho de redaccin y se qued mirando perplejo mi
entras la responsable lloraba. Excepto Harriet McConnel de la seccin de condados,
todos eran hombres y permanecieron all en silencio y confusos durante unos largo
s instantes, mirando el cuerpo delgado de Anna temblar con los sollozos.
Finalmente, Donaldson, fastidiado, mir a Harriet.
Por el amor de Dios, Harry, pregntale qu ocurre -inquiri.
Qu te ocurre, Anna Lee? -pregunt Harriet McConnel.
Pasaron unos cuantos segundos ms antes de que la responsable del turno de noche p
udiera tragarse las lgrimas y bajar las manos y borrar completamente la historia
Beachum de la mente de Donaldson simplemente al decir:
Michelle ha muerto.

Cinco aos antes, un funcionario de segundo orden del partido Demcrata del estado s
e haba acercado al reverendo Harlan Flowers en la iglesia del sur de la ciudad do
nde el reverendo estaba labrando su reputacin como joven revolucionario. El funci
onario era un hombre bajito, calvo y con el rostro rosado, una sonrisa roja y hme
da y una risita sofocada, seca y triste que a Flowers le resultaba particularmen
te desagradable. El funcionario explic en trminos bastante claros que deseaba cont
ribuir con una cantidad substancial de dinero a los fondos discrecionales de Flo
wers. A cambio de la donacin, Flowers deba de asegurarse de que los miembros de su
congregacin se inscribieran como votantes demcratas, fueran a votar el da de las e
lecciones y optaran por el candidato del partido a la oficina del gobernador tal
como estaba dispuesto. El funcionario, amagando rpidamente su sonrisa con un paue
lo, seal que, de esta manera, estara sirviendo por partida doble a su pueblo -la ge
nte de color-: al recibir fondos que podran utilizarse para la mejora del vecinda
rio (o no, como Flowers gustara), por un lado, y al impulsarles a votar un parti
do que histricamente ha estado en la vanguardia de la lucha de su pueblo, por el ot
ro. A pesar de este doble aliciente, Flowers rechaz la donacin. Para ser justo con
el reverendo y con los demcratas, lo cierto es que tres das ms tarde un funcionari
o republicano se present para ofrecer sumas substanciales para que los fieles de
la congregacin no fueran a votar, y Flowers lo rechaz del mismo modo. Finalmente,
un grupo de clrigos compaeros de Flowers aparecieron manifestando que les pareca qu
e Flowers estaba siendo ingenuo con respecto al proceso poltico adems de entorpece
r el camino hacia algo muy interesante. Cuando Flowers explic que le pareca inmora
l vender su voto, por no hablar del de sus feligreses, los otros reverendos se m
archaron en tropel con los semblantes muy serios.
Unas seis semanas despus de las elecciones, uno de estos reverendos subi al plpito
anunciando en tono de lamento atronador que haban llegado a l noticias desalentado
ras. Se haba acusado, explic, a cierto servidor del Seor que se haba alejado del cam
ino de la honradez hasta el punto de malversar fondos de la iglesia para uso pro
pio, patrocinar diversos locales de pecado y abusar de la confianza de como mnimo
una joven que haba acudido a l en busca de consejo espiritual. Se inventaron a la
chica, se avis a la prensa y una serie de investigadores municipales y estatales
publicaron sus comunicados con lo que algunos pensaron era notable presteza. El
reverendo Harlan Flowers se enfrentaba a problemas graves, muy graves.
El escndalo ulterior fue tanto ms doloroso y debilitador para Flowers cuanto que e
ra inocente. La imagen de su nombre en los peridicos relacionado con chanchullos
financieros que era incapaz de imaginar e indecencias sexuales que jams haba pensa
do cometer, era como una grgola de piedra clavada en su corazn y devorando la sust
ancia interior del mismo da tras da, cada uno ms miserable que el anterior. Durante
esa poca haba noches en las que Flowers se arrodillaba y rogaba a Dios que le mat
ara por piedad. Haba maanas en las que se levantaba casi sin fe al ver que sus ple
garas no haban sido atendidas y que una vez ms haba despertado plenamente consciente
.
Fue nuestra amiga gutural Cecilia Nussbaum quien finalmente le salv del desastre
de un procesamiento. La fiscal del distrito comprendi en seguida la verdadera nat
uraleza de los cargos y no slo no se limit a ahuyentar a los tunantes locales sino
que se desplaz hasta Jefferson City, donde convirti muchos traseros de polticos en
papilla. En cuanto a los reporteros, a la aproximadamente quinta vez que Flower
s jur que haba profesado una rigurosa fidelidad a su mujer en los diecisiete aos qu
e llevaban de matrimonio, se les ocurri que al fin y al cabo se trataba de una de
fensa bastante original para un personaje pblico. De hecho, empez a parecerles tan

ridculo que dedujeron que deba de ser cierto. Y en el mismo momento en que se eva
poraron los cargos por acoso sexual, los pecadillos financieros que se haban desc
ubierto en los libros contables de la iglesia resultaron milagrosamente ser lo q
ue eran: el resultado de los procedimientos contables descuidados y poco sistemti
cos de Flowers. Los medios de comunicacin dejaron el caso con unas cuantas editor
iales autoexculpatorias que cubran su retirada.
Pas un ao entero antes de que Flowers se recuperara por completo en la parroquia d
e Florissant en la que le encontr Bonnie Beachum. Aqu, el nmero de sus feligreses a
ument progresivamente, y los funcionarios de los dos partidos polticos, temerosos
de habrselas con la Nussbaum de nuevo, decidieron buscar los votos en otro lugar.
Sin embargo, aunque el escndalo no caus un dao permanente a su carrera, s tuvo un ef
ecto profundo y duradero en su personalidad. En su antigua parroquia en el sur d
e la ciudad era un reconocido activista, un luchador acrrimo en campaas contra los
barones de la droga en el barrio, un tbano para el alcalde y una cara conocida e
n los noticiarios locales cuando acosaba al gobierno municipal y al estatal para
conseguir fondos y programas para ayudar a los suburbios. En el norte, tras el
escndalo, desvi su atencin de estas grandes cuestiones y algunos dijeron que haba pe
rdido valor para la lucha. Se convirti en la figura seria y pausada que Bonnie co
noca. Cuando no estaba en la parroquia, se dedicaba a visitar clnicas y hospitales
, presida funerales y confortaba a las personas que llevaban luto; y llamaba ince
santemente a las crceles donde residan varios hijos y maridos de sus fieles. Dej de
declamar contra los demonios del crimen y la pobreza y abandon su guerra de guer
rillas contra las injusticias de la sociedad en su conjunto. De hecho, pareca hab
er perdido el gusto por los juicios morales concentraba su atencin en recordar a
todo aquel que quisiera escucharle que Dios se preocupaba por el ms nimio de los
problemas como lo haca por el ms pequeo de los gorriones. Los medios de comunicacin,
por supuesto, perdieron todo inters en l. Y de este modo, a medida que se granjea
ba el apoyo y el cario de su pequea parroquia, se alejaba del gran pblico.
Si menciono todo esto es para explicar su actitud respecto a la inocencia de Fra
nk Beachum. Es decir, que no tena actitud alguna. Nunca pens en ello -o si lo hizo
, fueron pensamientos perdidos, a los que no otorgaba ninguna importancia-. Haba
llegado a preocuparse mucho por Frank, y por Bonnie, aunque notaba que l -la gent
e de color- le hacan sentirse incmoda. Esperaba que Frank no tuviera que responder
ante Dios por haber asesinado a Amy Wilson pero, finalmente, se senta a medio ca
mino entre Frank y Dios. Su tarea, la tarea de Flowers, era, a su parecer, ayuda
r a Bonnie y a Gail en la medida de sus posibilidades, y asegurarse de que Frank
no muriera sin consuelo humano, solo.
En ese ltimo final, entr en la celda de la muerte cuando faltaban cinco minutos pa
ra las diez para realizar la ltima visita a Frank antes de la ejecucin. En seguida
observ que el prisionero no estaba bien. Frank estaba sentado en el borde de la
cama, inclinado hacia delante, mirando al suelo, frotndose las manos entre las ro
dillas. Mova la boca, tena el rostro amarillento y los ojos con un brillo poco nat
ural. Su imagen conmocion ligeramente a Flowers, quien le haba visto por ltima vez
al ir a recoger a Gail. En aquel momento el prisionero le haba parecido afligido
por el dolor, pero compuesto y con fuerza interior. Ahora, nada irradiaba de esa
figura inclinada y encogida, excepto pnico, desdicha, temor y abatimiento. El pr
edicador adivin inmediatamente lo ocurrido: Frank haba puesto toda su voluntad en
demostrar valor a Bonnie y la nia, y ahora que se haban ido, padeca la inevitable r
eaccin.
Beachum salt cuando se abrieron los barrotes: no haba odo entrar a Flowers en la ce
lda. Asustado por el ruido cuando estaba absorto en sus pensamientos, lanz una mi
rada fugaz al reloj, trag saliva y respir de nuevo: no, todava no; todava no era la
hora.
Cuando Benson cerr la celda de nuevo, Flowers se acerc a la cama y se qued de pie j

unto al convicto. Beachum se pas la mano por el pelo y Flowers observ que estaba e
mpapado por el sudor.
Se est haciendo tarde, eh? -pregunt Frank con una risa nerviosa mirando a Flowers e
sperando que le contradijera. Volvi a mirar a lo lejos y prosigui-: S, tarde, muy t
arde.
Mirando al hombre cabizbajo, con el cabello lacio, el reverendo sinti una pena pr
ofunda por Frank. Tambin por Bonnie y por la nia. Por todos: una carga terrible de
afliccin. Pero entonces se dio cuenta de que ltimamente lo senta con mucha frecuen
cia -pena, tristeza- y lo senta por gente tan distinta que no se trataba tanto de
una emocin del momento como de una sensacin permanente, un filtro en su modo de v
er las cosas. Incluso senta dolor por su propio sentimiento de agradecimiento y v
italidad: la ola de nimio placer que le invada al saber que l no era Frank, que su
muerte no estaba prevista para medianoche. Como el segundo pajarillo en una ram
a cuando el halcn arremete y se precipita contra su hermano, pensaba: Dios es bue
no, hoy Dios ha sido bueno conmigo. Flowers senta lstima de s mismo, por ser tan mi
serable e insignificante.
Las cosas se estn poniendo feas, eh, Frank? -observ.
Feas. S, feas, muy feas.
Y entonces, Beachum se levant de un salto, avanz rpidamente hacia los barrotes y di
o marcha atrs. En ese corto trayecto, dio muestra de toda una serie de tics nervi
osos: se pas la mano por el pelo, se frot las palmas, se llev la mano a los labios
y mir varias veces el reloj. Al acercarse de nuevo a la cama, se detuvo de repent
e y se qued mirando a Flowers con esos ojos brillantes, como si acabara de darse
cuenta de que el reverendo estaba all.
Quiero decir que bueno, yo no hice nada -profiri-. Lo juro por Dios, Hallan. Yo no
Se volvi hacia los barrotes, se acerc a ellos y los agarr dbilmente, cabizbajo, con
ambas manos-. Lo siento -se excus-. Lo siento, no lo estoy llevando demasiado bie
n.
Flowers avanz hacia Frank y le puso la mano en el hombro.
Es horrible tener que enfrentarse a ello.
Dgamelo a m, reverendo -espet Beachum-. Usted no tiene que enfrentarse a ello.
En un primer momento, Flowers no respondi. En conversaciones como aquella, sola se
guir su instinto. Intentaba no pensar demasiado y esperaba que Dios pusiera en s
u boca las palabras adecuadas. Y, de hecho, Dios pareca acudir en su ayuda, porqu
e iba a decir: Al final, todos tenemos que enfrentarnos ello, Frank, pero no lo hi
zo, las palabras murieron en su garganta. Aparentemente, a Dios no le pareci el m
omento oportuno para ser falso y sentencioso. Tanto Flowers como Frank saban qu pa
jarillo de la rama eran y ambos saban que Flowers no poda sino alegrarse por ello.
No repuso Flowers al fin-. Yo no tengo que enfrentarme a ello.
Frank se dio con la cabeza contra los barrotes. Silenciosamente, pero hizo que F
lowers se amedrentara.
Lo siento -repiti-. Lo siento, lo siento.
Flowers le tir del hombro con suavidad. Dbilmente, con los brazos cados, el convict
o se alej de los barrotes. Avanz arrastrando los pies hasta la cama y se sent. Flow
ers cogi la silla y se sent frente a l, con el cuerpo inclinado, buscando sus ojos
alicados. Esper que Beachum hablara de nuevo. La situacin era difcil: viendo en sile

ncio cmo el terror inundaba el cuerpo del otro hombre sin tregua, arrimndose a s mi
smo, a su seguridad relativa. Adems de pena y tristeza, haba muchos ms elementos qu
e entraban en juego en aquellos momentos, muchos sentimientos que calaban hondo.
No slo el gozo irreprimible de la existencia, sino tambin el orgullo de hacer las
cosas bien, la satisfaccin personal, la emocin de presenciar un drama, como si es
tuviera viendo un programa de televisin y no el dolor de un semejante. Adems de la
pena, de la que fue consciente en casi todo momento, Flowers haba vivido los ltim
os cinco aos -y tal vez ms- afligido por otro sentimiento, ms secreto para s mismo,
que se revelaba nicamente en oleadas amargas que le haca desear alejarse de la ima
gen de su propia alma: senta que haba algo putrefacto dentro de l, algo podrido y b
ajo. Algo indigno.
El ser humano es malo -solt Frank moviendo la cabeza y mirando al suelo-. El homb
re
Has sido muy fuerte ante Bonnie -respondi Flowers.
S, lo s. Por Bonnie y por Gail.
Y ahora se han ido.
S. Ido -Frank volvi a menear la cabeza y empez a frotarse las manos, una contra otr
a. Tena las palmas de las manos rojas, como en carne viva.
No cabe duda de que se han ido todos. Nos hemos quedado ms solos que la una -aadi c
on otra risa espantosa.
Flowers se acerc al convicto y le apret el brazo con fuerza.
Y qu me dices de Dios, Frank? Tambin te resulta difcil comunicarte con Dios?
Le he perdido! -grit Beachum como un nio, con un grito ahogado. Se pas las manos por
la cabeza en un ademn de frustracin-. Le tena. Le tena, pero
Flowers se inclin hacia delante, hablando sin pensar, siguiendo su instinto.
Dios no te ha perdido, Frank. No te ha olvidado.
Con un ruido enojado y colrico, Beachum se puso en pie otra vez, se acerc a los ba
rrotes y ech otra ojeada fugaz al reloj. Se abraz as mismo. Esta vez, sin embargo,
al envolverse con los brazos, permaneci inmvil. Mir al techo, la lmpara fluorescente
y cerr los ojos.
Todo el mundo quiere algo de m -murmur. Y el tono de su voz continu subiendo-: Incl
uso ahora. Dios! Dios! Qu estoy haciendo aqu? Me estoy muriendo, me estoy jodidamente
muriendo, y todo el mundo quiere algo, una parte de m.
Las fosas nasales de Flowers se dilataron al aspirar con fuerza. Haba comprendido
lo que Frank quera decir y lo senta, senta la verdad de sus sentimientos, otra car
ga contra s mismo.

Gail -prosigui Frank con la voz empaada por la emocin-. Tengo que sonrer por Gail. C
ee que no me doy cuenta de lo que le est ocurriendo? Y yo tengo que sonrer y decir
: Es un dibujo precioso, Gail. Pap te quiere, cario. Al menos le queda algn pedazo de
algo. Ella no es una jodida caja de cartn, aunque seguramente lo acabar siendo, H
arlan. Dios! Y Bonnie. Oh, s, s fuerte por Bonnie, que no se d cuenta de lo mal que
lo ests pasando. Porque no podra soportarlo, vaya infierno, vaya infierno negro y
abismal. Dios, Dios!
Se volvi para mirar al reverendo, sin dejar de abrazarse, con la boca contorsiona

da y los ojos ardiendo. Flowers sinti el calor de aquellos ojos y sinti una de esa
s gotas cidas de malestar consigo mismo.
El alcaide viene hasta aqu -continu Frank. El alcaide, lo juro por Dios, entra aqu
y yo me lo quedo mirando. Y s perfectamente lo que quiere or. Yo le perdono alcaide
, usted se limita a cumplir con su trabajo, alcaide. No le guardo rencor, alcaid
e. No le guardo rencor. Y el reportero quiere su maldita historia
Frank volvi la cabeza para poder secarse la boca con la mano sin soltar su cuerpo
. Permaneci con los labios apretados, apoyados contra su mano, hablando a su prop
ia carne.
Y ahora usted ha entrado aqu, Harlan. Lo siento, pero ha entrado. Y tambin voy a t
ener que darle algo de m.
Flowers saba desde el comienzo que Frank dira algo parecido, pero aun as le doli.
No -repuso. Y supo que era una mentira.
S, s. Usted tambin quiere algo de m. Tengo que decir: Oh, s, Harlan, claro que s,
endo, s que creo. O no? Creo en el Seor Jesucristo y voy a ir al cielo, todos vamos a
l cielo -Frank apret el rostro con fuerza contra la mano, manteniendo los ojos cer
rados-. Y as usted no tendr nada que temer. He ah el porqu. Tengo que decirlo para q
ue usted no se preocupe. Van a sujetarme con correas y me van a llevar a la sala
de la aguja mientras canto himnos y rezo a Dios para que usted no tenga que orme
en su cama por la noche, en su corazn, dicindole: Aqu no hay nada, viejo. Toda mi f
amilia est destrozada. Han arruinado mi vida. Y yo me la pas viviendo decentemente
, yo no hice nada. Dios! Y aqu no hay una puta mierda.
Flowers se esforz por mantener los rasgos graves de su rostro, aquellos rasgos qu
e las ancianas de su congregacin tanto admiraban, inexpresivos e inmviles. Se sent
con las manos apoyadas en las rodillas, los dedos quietos, entrelazados y los oj
os graves fijos en Beachum. No mostr ningn indicio -procur no mostrar ningn indiciodel estremecimiento que le conmova todo el cuerpo a medida que el convicto prose
gua su elocucin. Porque l tambin viva, al igual que Beachum, con el ojo observador de
Dios. Apenas recordaba cundo empez a sentir la presencia de ese ojo constante e i
mperecedero, cuando era un nio. Como un pblico invisible, un segundo juicio en tod
os y cada uno de sus pensamientos y acciones. Y qu ocurrira si se desvaneca -pens-, c
omo le haba ocurrido a Frank? Qu sucedera si de repente quedaba abandonado en la tie
rra seca y marchita con todo su dolor y sin nadie que le observara? Tal vez libe
rara el peso de la culpabilidad, acallara la voz de la conciencia, le hara sentirse
en forma, como sola estar, o como pensaba que sola estar. Pero cerrar un pacto de
esas caractersticas, entregarlo todo, a cambio de nada ms que la soledad y la ris
a csmica Frank tena razn: el pensamiento le sorprendi como algo desolador, aunque no
poda imaginar la situacin con claridad. As que seguramente Frank tena razn al decir q
ue l estaba all para ver la confirmacin de la fe en los ojos de un hombre muerto.
Lo cierto es que refugiarse en las escrituras no hizo que Flowers se sintiera de
masiado bien consigo mismo al evitar los ojos de Frank.
Jess tambin se sinti como t, Frank -afirm con mucha ms seguridad en el tono de voz
la que realmente senta-. Se arrodill y rez, en el huerto, para que el trance pasara
cuando iban a por l, cuando se acercaban para llevrselo a su ejecucin al igual que
te sucede a ti.

S, bueno, pero l saba que volvera -murmur Frank-, es una diferencia significativa, j
der.
Tal vez, pero eso no impidi que exudara sangre. Lo dice la Biblia. Jess llor y el s
udor le sali por los poros de la piel en forma de sangre, y afirm que se sinti afli

gido y pesaroso hasta la muerte. Lo que quiero decir es que l no sabe ms o menos cm
o te sientes. Lo sabe con toda exactitud.
Frank permaneci donde estaba, encogido, abrazndose. Flowers vea avanzar el minutero
del reloj por el rabillo del ojo, pero no se arriesg a que Frank le viera mirar
la manecilla. Dese que otro hombre estuviera all ocupando su lugar, un hombre mejo
r, ms sabio y acertado. Por qu Dios lo haba llevado a pronunciar su Palabra, si no e
ra lo bastante bueno para hacerlo?
Como si hubiera perdido todas sus fuerzas, Beachum se solt los hombros. Su cuerpo
se convulsion como si estuviera riendo. Tena la boca abierta y los ojos entrecerr
ados como si estuviera riendo.

Eh -anunci-, le dir todo lo que quiera or. Tengo tanto miedo Cantar el Gloria, Alelu
a por el ojete si quiere. Le juro a Dios que tengo tanto miedo -Emiti un ruido, un
gruido, un gemido imposible de describir, y apret las palmas de las manos contra
la frente, haciendo rechinar los dientes-. Qu hay de bueno en todo esto? Qu hay de b
ueno en todo esto?
Avanz de nuevo hasta la cama y se sent en ella, pero Flowers no gir la cabeza, sino
que continu mirando el lugar preciso en el que Frank haba estado, los barrotes le
janos y el reloj omnipresente ms all de los mismos. Jess llor, pens. A las once le pe
diran que se fuera, ms o menos a las once, al cabo de unos cuarenta y cinco minuto
s. Cuarenta y cinco minutos. Y Jess llor, cmo lo estaba esperando. Era demasiado ho
nesto consigo mismo para no saberlo. Deseaba que fueran a buscarle y le pidieran
que se fuera, deseaba que todo aquello se acabara, la ejecucin, y las lgrimas de
Bonnie y las largas horas de lamentaciones y los sentimientos de culpa de ella y
el reconocimiento de la propia insuficiencia de l. Suspiraba por el momento en q
ue llegara a casa, con su mujer, Lillian, para contarle cun triste era todo aquell
o y sentarse con una copa de brandy en la mano, junto a ella en el sof de la sala
de estar y sentirse vivo, escondiendo de nuevo el secreto del disgusto que senta
hacia s, lejos de aquel convicto y de las acusaciones de su sufrimiento.
Y, por supuesto, ese deseo haca que se sintiera tanto ms fuerte cuanto que era un
ser miserable, y un fracaso lamentable como pastor. Y la tristeza de ser tan peq
ueo, de ver que todos eran tan miserables e insignificantes, era abrumadora.
No tienes por qu cantar el Gloria, Aleluya por m, Frank -manifest, mirando hacia ab
ajo, estudiando las palmas rosadas de sus manos-. Te estoy oyendo.
Beachum gimi de nuevo, frotndose tambin las palmas rosadas y encendidas como si est
uvieran en carne viva.
Y tienes razn -prosigui Flowers. Porque crees en lo que sientes, eso es todo. Y ta
l vez, como dices, yo quiero que t creas en ello para que me parezca ms real No lo
se. Pero no tengo ningn derecho a pedrtelo, eso es cierto.
Flowers respir profundamente. Se senta cansado. Los pensamientos que pasaban por s
u mente eran confusos y embrollados. Ni tan slo saba si lo que deca tena algn sentido
, pero pens que se supona que tena que decirle algo a aquel pobre hombre.
Sin embargo, no creer tambin es un sentimiento. Lo que ests sintiendo es lo que Je
sucristo sinti, lo que cualquier persona sentira. Porque ests asustado, como dices,
porque van a venir a por ti. Si alguien apareciera tras esos barrotes y te dije
ra: Vamos Frank, puede salir, eres libre es probable que me confesaras: Sabe, rever
endo, all arriba hay un Dios al fin y al cabo. Mire, me ha sacado las castaas del
fuego. Debe de estar all. Pero los hechos siguen siendo los mismos. Te sueltan, al
gn otro hombre, no tiene por qu ser en Amrica, puede ser en frica, en Irn, otro hombr
e pasando por lo mismo, enfrentndose al paredn por nada, abatido a tiros por nada.
Porque deja que te diga una cosa, Frank. La vida es triste. Quieres volver a en

contrar a Dios, quieres creer en Dios, pues tendrs que creer en un Dios del mundo
triste; el mundo feo, lleno de injusticias y de dolor. Porque eso es lo que hay
en todos los corazones que laten, Frank. Injusticia, fealdad, dolor. Eso es lo
que hay en todos los corazones y en todas las manos. Y estaba ah ayer, y est aqu ho
y, y estar aqu maana. Y as hasta la eternidad.
No quiero morir, Harlan -replic Frank Beachum.
Y entonces rompi a llorar. Sepult el rostro entre las manos y empez a temblar. Las
lgrimas se escurran por entre sus dedos.
No permita que me maten, no! No he hecho nada. Lo juro por Dios. Lo juro por Dios
, no quiero morir.
El reverendo Flowers rode con el brazo al hombre sollozante y apoy la mejilla cont
ra el cabello hmedo de Frank. Cerr los ojos y rog a Dios que diera a Beachum fuerza
, consuelo y paz. Deseaba ser l mismo ms fuerte, ms capaz de desempear la funcin que
le haba sido encomendada.
Y deseaba que aquella noche terminara. Se odi a s mismo por ello, pero Dios saba la
verdad; deseaba que aquella noche terminara.

En lo que a m respecta, me estaba emborrachando. Justo a esa hora, ms o menos las


diez y veinte. Mi culo estaba plantado slidamente como el tronco de un rbol en un
taburete del Gordons y me estaba puliendo una de esas bellezas como si la Prohibi
cin estuviera a punto de instaurarse de nuevo. La verdad es que no tard mucho en c
oger un buen punto. Apenas haba comido nada en todo el da. Despus de haberme bebido
la mitad del cuarto whisky doble, empec a sentir que la taberna se mova bajo mis
pies como el pndulo del reloj de pared de un abuelo.
El Gordons era un bar-restaurante en una esquina sombreada por rboles en Euclid Av
enue. La fachada de ladrillo descolorida bajo el toldo exterior de color verde,
el clido interior de madera iluminado con fanales y una amplia seleccin de cerveza
s actuales haban convertido aquel lugar en una guarida de jvenes ejecutivos y de l
as mujeres que ellos esperaban amar. Sola estar bastante lleno y algunas veces el
trasiego y el hedor de la cacera sexual llegaba a ser un espectculo distrado para
un hombre cuya mente estaba empapada en alcohol. Pero los lunes de verano, el am
biente estaba bastante tranquilo, con un suave murmullo de conversacin que emanab
a del comedor, y el bar vaco si no fuera por m y por un tipo que miraba los Cardin
als en el televisor colgado de la esquina superior en la pared del fondo.
Neil! -grit. Di unos golpecitos con la base del vaso contra la madera de roble-. Ne
il! Neil-o-rama!
Neil regentaba el local, pero ante todo era barman y hoy estaba sirviendo en la
barra. Era un hombre delgado y plido con un rostro fino y agradable escondido det
rs de la montura metlica de unas gafas. Se pareca un poco a Jean-Paul Sartre, pero
con una coleta y una camisa de flores. Abandon su posicin estratgica debajo del tel
evisor y atrap una botella de Johnnie Walker al acercarse.

Cuando oigas ese tintineo del hielo, tienes que venir corriendo. Por compasin -pr
ofer.
Inclin la botella encima de mi vaso y sirvi una dosis generosa.
Te lo ests currando bien, Ev -repuso con su voz tranquila e impertubable-. Espero
que hayas dejado el coche en casa.
Eh, Neil! -repliqu. Levant el vaso, movindolo como un remolino debajo de la nariz-.
Soy el mejor conductor de todo el continente.
Oh, oh!
De cualquier continente.
Estoy hablando con un hombre muerto -respondi Neil-. Me dejars tu coleccin de sellos
?
Beb un sorbo y dej el vaso sobre la barra. Puse el dedo en el borde del cuenco ya
vaco de galletas saladas.
Ms msica y ms galletas -exig. Y segu bebiendo.
Se llev el cuenco vaco y lo reemplaz por uno lleno. Me llev un puado de galletas sala
das a la boca.
No he comido casi nada en todo el da -expliqu.
Neil mir con ansia el partido en televisin. Luego, resignado, se apoy en la barra y
puso todo su empeo en concentrarse en m.
Demasiado ocupado, he ah el porqu -aclar-. Demasiado ocupado desgraciando a mi muje
r, mi vida quiero decir. Bueno, mi mujer y mi vida. Y mi trabajo.
Todo en un solo da? Realmente eres un tipo ocupado.
Podra suceder una tragedia dentro de las murallas de una nica ciudad en un solo da
-puntualic-. Lo dijo Aristteles.
Ah, s, siempre est por aqu repitiendo lo mismo. El viejo y zumbado Aristteles, le ll
amamos. El loco A.
La vida imita al arte.
S. Y tambin imita muy bien a Sophie Tucker.
Estoy de acuerdo -confirm.
No tena ni idea de lo que estbamos hablando pero asent convencido. A continuacin enc
end un cigarrillo y beb un poco ms de whisky.
Has odo el tintineo del hielo?
No.
Me pareci or un pequeo tintineo metlico Quiz no. Qu iba a decir?
Ibas a decirme que las mujeres no son como los hombres.
Ah, s. Las mujeres y los hombres son completamente distintos.

De verdad? -pregunt Neil-. Nunca haba odo esa frase antes.


De verdad -respond-. Completamente -y mov el cigarrillo en el aire para demostrar
cun diferentes eran-. Vers, un hombre tiene la verga dura y la cabeza enterrada en
el suelo. Eso es lo nico que le importa. Dentro y fuera. Sin ms. Pero las mujeres
creen que todo tiene que significar algo.
Probablemente porque ellas tienen hijos -puntualiz Neil, ahogando un bostezo con
la mano.
Es porque ellas tienen hijos -repet, apuntando con el cigarrillo-. Hashe que she
pocupe todol tiempo. Hashe que clean que todotene que ssser duna manera. Correcto
e incorrecto, bueno y malo. Quimporta? Qu importa. Todos mrimos de toos modosh. Qui
z muramos maana.
Echando un vistazo al televisor, Neil asinti.
Eres un tipo profundo, Ev. He estado sirviendo en un bar la mayor parte de mi vi
da y nadie me ha dicho algo parecido desde las nueve y media.
He follado con la hija del jefe no! Esta vez ha sido con su mujer. No, espera, con
su hij no, s, con su mujer. Y qu significa eso? Por eso tengo que perder mi trabajo?
Eso significa que mi mujer tiene que echarme de casa?
Pues s.
Nooo -repliqu-. Esoshh moralista. -Vaci el vaso y lo dej con fuerza sobre la barra
para que el hielo tintineara-. Otra vez.
S, lo he odo.
Sac una cuchara repleta de hielo del recipiente que se encontraba debajo de la ba
rra. Ech el hielo en el vaso y al mismo tiempo verti el contenido de la botella. M
e llev el cigarrillo a los labios y observ la operacin a travs del humo rizado.
Moralista -repet-. Todo el mundo piensa ste acta bien, ste mal. Has matado a alguien
, pues te pincharn. Has follado con alguien, pues fuera. Todosh mierda. Pura mier
da. Neil. Hace que todo el mundo sea desgraciado. Nada es bueno o malo, sino que
el pensamiento lo hace as. William Shakespeare. Incluso Billy el Nio dijo algo as.
S, saba un par de cosas de ese estilo.
No juzguis, y no seris juzgados. Fue Jesucristo quien lo dijo, o no? Por el amor de
Dios!
El viejo J. ltimamente no ha venido mucho por aqu.
Ya. Ese era el problema con mis padres. Mish pares doptivos. Grandesh abogados. G
randes cerdos asquerosos y liberales. Cerdos. Siempre saban lo que se deba hacer,
siempre saban quin era el malo de la pelcula y quin era el santo. Siempre de parte d
e los ngeles. Pero cmo lo saban? Me entiendes? Qu es lo que est bien y lo que est
pueden saberlo? Quin se lo ha dicho?
Mmmhh Platn?
Relinch como un caballo.
Era un intento -aclar Neil-. No llegamos a estudiar a Platn.

Inger otra dosis de nicotina, pero ya haba perdido su capacidad de divertirme. Me


abras la garganta y yo aplast el cigarrillo suavemente en el cenicero de cristal,
dejndolo doblado y humeante. Inclin la cabeza sobre el vaso y me puse a estudiar e
l hielo que flotaba en el lquido de color mbar. Asent mientras lo miraba con aire p
esimista. Haba alcanzado el nivel de embriaguez en el que se empiezan a tener Ide
as sobre la Vida. Vida con mayscula, Ideas con mayscula. Haba llegado al punto en q
ue esas Ideas parecen enlazarse formando una cadena que encaja perfectamente o,
lo que es lo mismo, en la que los vnculos forjados en la herrera de la creacin se v
uelven claros a travs del velo de la mortalidad y el tiempo. O algo parecido. En
cualquier caso, ah sentado, con el cuello lnguido y la barbilla movindose suavement
e por encima de la nuez, se me ocurri la Idea con toda claridad: la vida es un ma
l arreglo en el que los hombres raramente resultan ganadores. Situaciones azaros
as hacen que, a lo largo de generaciones, desde tiempos inmemoriales, se hayan c
ombinado en una historia casi desconocida, que se funde en el momento de tu conc
epcin en un aparato de relojera inexorable. Lo que te parecen decisiones, opinione
s, revelaciones, desarrollo, no son ms que el tictac del mecanismo, aliviado por
el accidente ocasional, o por dos -en el caso de que se trate de accidentes-, so
noro y lastimero por la sospecha omnipresente de que la mquina del destino no des
cansa. Bueno, en aquel momento todo eso pareca tener sentido. Y cuando impuse esa
Idea a los distintos hechos de mi existencia -como cada uno suele imponerse sus
propias ideas-, esos hechos fueron forzados -como suele ocurrir- a alinearse co
n la Idea que, por consiguiente, pareca explicarlo todo a la perfeccin.
As que eruct miserablemente. Levant el vaso de whisky hasta mi cabeza colgante y so
rb el licor con un ruido sonoro.
Aaaaaaaah -suspir, al dejar el vaso encima de la barra-. Por qu zienen que dejame t
irao? Qun she loa pedido? Qvoy asher, por mor dDios?
Mis ojos se llenaron de lgrimas y me pregunt, se lo pregunt a toda la arena repleta
del pblico de mi imaginacin, quin en el mundo poda ser ms miserable que yo.

Shempre mponindome shush cosas. Dishndome lque sht bien y lque sht mal. Dulces tru
ess -Levant el dedo pulgar y el ndice para mostrar cun miserables eran esa instrucc
iones morales-. Queos discursos sore cada cosha. S amable, s bueno. Y Dios era una
carga insoportable. Casi vea en sus ojos qu libro estpido haban estadyendo, qu artcu
estpido en qu revista estpida. Y, para empezar, quin les haba pedido que me adoptaran
Dnde estaba mi verdadero padre? Eh? Eso esh lo que quiero saber. Qu estoy haciendo a
qu? Dnde est mi jodido padre? Alguien tiene que decrmelo, por qu no ellos.
Por el amor de Dios, Everett -suspir Neil Gordon-. Vete a tu casa de una puta vez
quieres?
Me ech a rer amargamente, levantando la cabeza, que me pesaba como un muerto.

No tengo casa, Neil-O -expliqu-. Neil-o-rama. No tengo mierda casa. -Con cierta d
ificultad consegu llegar al bolsillo de la camisa y sacar la alianza de Barbara.
La cog entre los dedos, sostenindola contra la tenue luz del bar-. Lo ves? Y mi hij
ompoco. No tiene padre. Mi nio, mi pequeo, mi beb Qu diablos va a hacer? Destrozar s
ida. Su destino, de eso estoy hablando. No sh culpa suya, slo
Sorb por las narices lamentablemente. Neil frunci los labios como si oliera algo h
orrible. Le ense el anillo.
Vesh shto? -pregunt-. Qui ntro? Shu nomre. Nustro nomre. Barbara Everett. Tna kser n
a milia. Tna kser ntos. Ehos sh, esha sh la clave dtodo. Un nomre. Ella canvia shu
nomre a uno. Ntos.Una mmilia.
Sostener la alianza empezaba a resultarme demasiado pesado y, como si se tratara
de una especie de dispositivo mecnico en el que todas las partes estn conectadas,

mi otra mano se alz, acercndome el vaso a los labios. El whisky me hizo jadear. M
e qued mirando con ojos de miope la camisa floreada de Neil. No cre que pudiera ag
uantar las lgrimas mucho ms tiempo.
Hice grabar ese nombre en el anillo -farfull con la voz entrecortada-. Para que es
tuviera all para que estuviera all.
Y as permanec sentado, con los labios fruncidos, embobado, los ojos llenos de lgrim
as, parpadeando estpidamente frente a la serie vertiginosa de flores estampadas.
Y una vez ms, al sentarme, pareca tener lugar un levantamiento del velo mortal o,
en todo caso, una desviacin ebria del mismo, para revelar, de forma borrosa, impr
ecisa, alejndose y acercndose a m, la cadena oculta del sentido que se esconde tras
los acontecimientos. Abr la boca todava ms. La lengua se me trababa al intentar fo
rmular palabras y expresar mi revelacin.
Duuuuuuuuhhh -profer.
Neil mene la cabeza, echando un vistazo al televisor otra vez. -Medalln -logr decir
al fin.
Qu? -pregunt Neil poco interesado, si lo estaba en alguna medida.
Duuuuuuuuhhh -murmur-. El medalln. Ese medalln. Y con esa observacin me levant del
urete, incorporndome con la ayuda de los codos y permaneciendo as unos instantes,
con la barbilla ligeramente por encima del nivel de la madera, antes de araar la
barra con las manos y escalar las alturas hasta conseguir una posicin erguida. La
cada me refresc la memoria, la ilumin de alguna forma durante unos pocos segundos.
Lanc una mirada a las estanteras repletas de botellas brillantes, ms all de los uni
formes rojos que se movan en el campo televisado, y de nuevo a los fros ojos marro
nes escondidos detrs de las gafas de Neil, intentando desesperadamente concentrar
me en mis propias lentes.
No lvesh? -le pregunt-. Todava lleva el puto medalln.
De quin ests hablando? De quin estamos hablando?
Dla seora Russel. La abuela de Russel. Es posible? Tengo razn?
Me pas la mano por el rostro, frotndome los ojos con fuerza. Pero la idea no se ev
apor. Me qued mirando a Neil con ojos fijos y apoy la mano firmemente en su hombro.
El medalln, Neil-o. Dios! Dios!
Tranquilzate, Ev.
Tengo que irme, tengo que irme. Dnde estoy?
Espera, espera, ests borracho.

Mierda! Ya s que estoy borracho! Pero, yo qu soy, gilipollas? Estoy como una puta cu
a. Por eso la mat, entiendes?
A la abuela de Warren?
A Amy Wilson!
Qu?

No lo ves? Yo le vi. A su padre. En televisin. Le vi. Dijo, dijo que el asesino le


arranc el medalln. El que l le regal a los diecisis aos. Lo dijo. -Atnito, la fuerz

on la que me aferraba al hombro del barman se fue debilitando. Le solt, y me sent


de nuevo en el taburete-. Eso es lo que ocurri -prosegu-. Ella ya le haba dado el d
inero a Russel, pero l quera el medalln, y por eso le dispar en la garganta. Todo en
caja. Tienen que darse cuenta. Qu hora es? Qu coo hago aqu?
Espera un momento, te har un caf.
No, no, no! -grit, agitando enrgicamente la mano frente a l-. Neil, Dios! Escucha!
cha! Todo es cierto.
Seguro que s, muchacho. Todo es cierto. Todo depende del punto de vista.
S, pero esto no. Esto es as, es as.
Ni siquiera yo poda creer lo que estaba diciendo. Intentaba razonar, asegurarme d
e que no se trataba de una fantasa producto de la desesperacin. Pero resultaba muy
difcil pensar con claridad. El bar se mova arriba y abajo, y mi estmago con l.
l estaba atracando la tienda, de acuerdo? Y ella le dio el dinero -expliqu sin diri
girme a nadie en concreto-. Pero cuando repar en el medalln, lo quiso por las inic
iales que llevaba grabadas. Para su abuela. Porque eran sus iniciales, las misma
s iniciales. Angela Russel. Y Amy dijo: No, por favor, eso no!. El medalln no. Porte
rhouse la oy. Y Russel le dispar en la garganta porque apuntaba al medalln con la p
istola. -De nuevo me puse en pie-. Y ella todava lleva el puto medalln. La abuela.
Por l. Por Warren. Para acordarse de l. Dios Santo! Qu hora es?
Las once menos cinco.
Dios Santo! Mteme en mi coche!
Di un paso hacia delante y tropec con algo, una bolsa de aire muy espesa, probabl
emente, y un segundo ms tarde yaca en el suelo, apoyado sobre las manos y las rodi
llas, con las gafas de lado cruzndome el rostro y el estmago borbotando como si el
contenido fuera lava. Neil estaba junto a m, arrodillado a mi lado. El otro tipo
tambin estaba all, el tipo que haba estado mirando la televisin. Ambos me agarraron
por los hombros y me ayudaron a incorporarme.
Era su nombre de soltera -farfull, babeando por el extremo de la boca-. Su padre
se lo regal cuando cumpli los diecisis aos. El seor Robertson. Era su nombre de solte
ra. AR. Y Russel lo quera para su abuela.
Me aferr a Neil con ambas manos en el momento en que los dos hombres me pusieron
de pie.

Podra conseguirlo con el medalln, Neil -inquir-. Podra demostrrselo a Lowenstein. Si


pudiera probar que era el medalln de Amy, podra demostrar que Warren se lo dio a s
u abuela. As lo lograra. Con eso bastara.
De acuerdo, compaero, de acuerdo, pero ahora tendrs que sentarte.
Neil me tena cogido por un brazo y el otro tipo por el otro. El suelo debajo de l
os pies me pareca una alcantarilla abierta en el fondo de la cual se encontraba e
l bar girando confusamente.
Aun as, logr soltarme. Hice un movimiento violento que les cogi desprevenidos y mis
msculos de gimnasio lograron deshacerse de ellos. Avanc dando traspis y me volv par
a mirarlos de frente. Los dos hombres se acercaron, dispuestos a abalanzarse sob
re m, pero me alej en direccin a la puerta y me enderec las gafas.
Es cierto -espet casi sin aliento.

No puedes conducir as -repuso Neil.


He de intentarlo -respond.
Te matars.
Inocente. Ese tipo es inocente. Van a matarlo, Neil-o Tengo, tengo que

Ev, escucha -profiri Neil. Avanz hacia m. El otro tipo intent cogerme el brazo, pero
yo se lo imped rpidamente.
Si no, no soy nadie -farfull-. No soy nadie.
Les di la espalda y llegu a la puerta en dos zancadas. Agarr el tirador y la abr. E
l extremo de la puerta me dio de lleno en la frente.
Oh, mierda! -exclam tambalendome hacia atrs, cubrindome la cara.
Ev! -grit Neil.
Pero no permit que me alcanzara. Agarr de nuevo la puerta, con una mano en la fren
te y la otra en el tirador.
Sent la sangre, caliente y viscosa, descender por la frente y entre los dedos, mi
entras cruzaba el umbral haciendo eses y me tambaleaba adentrndome en la noche.

Novena parte

LAS CORREAS

Cuatro guardias escoltaban la camilla hasta la puerta de la galera de la muerte.


Luther Plunkitt diriga el pelotn. Cuando lleg a la puerta hizo una pausa y una sea d
e que esperaran. Los guardias permanecieron donde estaban, dos a cada lado de la
camilla. Eran hombres fuertes y cada uno de ellos llevaba un escudo antidisturb
ios de plstico en el brazo as como una porra de goma que penda del cinturn. Los homb
res formaban el llamado equipo de las correas. Estaban all para vestir a Beachum,
acostarlo en la camilla y atarlo; y llevarlo hasta la cmara de la muerte.
El jefe del equipo llevaba un paquete envuelto en papel marrn. En la puerta, Luth
er lade la cabeza y golpe el pecho del guardia con el nudillo. A continuacin, hizo
un gesto al guardia que vigilaba en la galera de la muerte y la puerta se abri. Lu

ther entr y el guardia responsable del paquete le sigui. Los otros tres esperaron
fuera junto a la camilla.

Frank Beachum estaba sentado en el borde de la cama, cabizbajo. El reverendo Flo


wers estaba en la silla junto a l, inclinado hacia l, casi sobre l, murmurando sin
cesar en un tono de voz bajo y lgubre.

Voy a poner tu mano en la mano de Dios -rezaba el reverendo-. El Seor est contigo,
mira a Jesucristo y vers cmo logrars sobrellevar todo esto. l andar contigo, andar c
ntigo hacia la gloria
Murmuraba sin pensar, parloteando desde la angustia alquitranada que le invada, u
na letana estpida con la que casi logr hipnotizarse a s mismo.
Beachum se llevaba las manos al rostro para humedecerse los labios secos una y o
tra vez, lo esconda entre las rodillas y se incorporaba de nuevo. Tena los ojos cl
avados en el suelo y meneaba la cabeza.
Juro por Dios que yo no hice nada, Hallan -repeta sin cesar-. Nada. Lo juro. Tien
e que decrselo. Dios! Mi Bonnie. Gail. Mi pequea. Yo no he hecho nada.
Haca un buen rato que ambos haban traspasado la frontera de la razn.

La puerta se abri de repente y Beachum emiti un ruido tmido y aterrorizado. Se puso


rgido como si la corriente le hubiese sacudido el cuerpo. Cuando Luther Plunkitt
entr, lanz una mirada fugaz y llena de pnico a la puerta y al reloj, al reloj y a
la puerta. Las once, slo las once. Todava no era la hora, pens furiosamente. Faltab
a una hora, un hora entera.

Tras hacer un pequeo ademn con la cabeza a Benson, Luther se acerc a la celda. Su p
aso era firme y su expresin imperturbable, con aquella sonrisa sin sentido tan pr
opia de l. Estaba decidido, conoca sus obligaciones, y su mente haba entrado en una
zona en la que slo haba accin. Saba que poda contar con ello en momentos como sos: e
una batalla, bajo presin, en un ataque. Durante la prxima hora, se transformara en
las cosas que deba decir y hacer. Se convertira en un trabajo y cumplira con su co
metido.
Se acerc a los barrotes. Vio cmo Beachum se pona en pie y el reverendo junto a l. Pr
onunci las palabras que tena que pronunciar en el tono de necesidad compasiva que l
consideraba la voz del estado de Missouri.
Frank. Voy a pedirle al reverendo que salga un momento para que puedas cambiarte
de ropa y ocuparte de algunas cosas. Luego podr volver a entrar.
Hizo una sea al reverendo sin dejar de esbozar su sonrisa blanda. Sin embargo, en
alguna parte remota de su cerebro, tom nota de los ojos brillantes y aterrorizad
os del prisionero y de su boca, inquieta como la de un insecto: el semblante mis
teriosamente dcil, plido y asustado de todos y cada uno de los muertos que haba vis
to. Y era confusamente consciente del lento hervor de terror que borbotaba en lo
ms hondo de su ser. Pero lo ignor, pues saba muy bien cmo hacerlo.

Los barrotes de la celda se deslizaron hacia atrs. Flowers puso la mano en el hom
bro de Beachum.

Estar fuera, Frank. Volver en cuanto pueda.


Las palabras sonaron tranquilizadoras, pero Frank apenas las comprendi.
Beachum se torn hacia l, como un invidente, se gir siguiendo el sonido de su voz. L
os ojos del convicto estaban tan brillantes, tan llenos de splicas desesperadas q
ue parecan retener a Flowers con la simple fuerza de la mirada. Flowers estaba im
paciente por salir de all, slo un minuto, slo para respirar. Se odiaba a s mismo por
ello, pero se alegraba de la necesidad de alejarse de la mirada de Beachum y sa
lir de la celda.
Avanz rpidamente hacia la puerta y tuvo que obligarse a detenerse un instante y vo
lverse a mirar hacia atrs con una sonrisa tranquilizadora. Luego, la puerta se ab
ri y l sigui su camino.
Salir de la celda fue como despertar de su propia tumba: el alivio fue inmenso.
Y, sin embargo, en el mismo momento en el que entr en el vestbulo, vio la camilla,
con las gruesas correas de cuero, su presencia sofocante, y el equipo de las co
rreas, los tres guardias relajados, profesionales e implacables. No pudo permiti
rse flaquear o dar ningn grito sofocado al aire del vestbulo. El reverendo Flowers
intent pasar por delante de aquellos hombres con toda la dignidad de la que fue
capaz.
Sigui andando por el pasillo hasta el punto de control, donde le permitieron pasa
r a la seccin mdica. Pregunt por el aseo de caballeros, y una enfermera le indic el
camino.
Hasta que no estuvo en el urinario no pudo liberar la tensin que guardaba dentro
de l. Apoy la cabeza contra la pared de hormign, se cogi el pene con los dedos y se
puso a orinar. Cerr los ojos y respir con la boca abierta.
Seor! Seor! Seor! -susurr-. Por qu permites que nos hagamos esto los unos a los

En la celda, el guardia del equipo de las correas dej el paquete sobre la mesa. A
Beachum le pareci que al caer haba provocado un estruendo: pam!, y se alej del paqu
ete en una especie de horror mstico, mirando el suave papel marrn como si se trata
ra de un paquete bomba.
El alcaide le estaba hablando, pero para Frank slo era un sonido, un murmullo ine
xorable, como el tictac del reloj, empujndole suavemente a la siguiente etapa de
los procedimientos. l no haba hecho nada, pero eso no iba a cambiar las cosas.
Frank -explic el alcaide-, te hemos trado una muda, tal como te haba explicado. Te
voy a pedir que te pongas esta ropa, sin olvidar los calzoncillos especiales que
se facilitan por motivos higinicos. Es preciso que te los pongas y debo pregunta
rte si piensas oponerte a ello.
El sentido de las palabras pareca llegar a Frank momentos despus de haber sido pro
nunciadas, como una traduccin a travs de auriculares. Cuando comprendi el significa
do de las mismas, se le ocurrieron tantas respuestas y reacciones posibles que l
e pareca imposible que un nico segundo pudiera contenerlas todas: era el tiempo co
ndensado de los sueos. Se imagin rebelndose, gritando, abalanzndose sobre el guardia
, quiz matndole, tal vez forzando a los guardias a atarle desnudo por pura fuerza,
tal vez saltando sobre ellos, corriendo en la noche para encontrarse con Bonnie
y huyendo con ella, cogidos de la mano Y al mismo tiempo, como en un sueo, se sen
ta demasiado dbil para moverse, incluso para hablar, con los msculos lnguidos por el
miedo, con la voluntad marchita y cobarde. Y, pese a todo, en ese instante, ant
es de haber decidido lo que iba a hacer, antes de notar que tena fuerza suficient

e, dio un paso hacia delante y cogi el paquete. Slo era una muda, eso era todo; to
dava no era la cosa, la cosa en s.
Con la mano agarrando el papel marrn, not como si hubiera hecho un pacto entre s mi
smo y esa etapa, slo con esa etapa, el cambio de ropa. Aceptaba cambiarse de ropa
, pero eso no lo comprometa con la etapa siguiente, con el siguiente paso. Saba, a
unque no quera ser consciente de ello, que as sera hasta el final: el juego no cons
ista en aceptar el proceso en su conjunto sino slo una de las etapas, cada paso, p
aso a paso, con la esperanza de que el siguiente trajera consigo la rebelin o el
rescate pese a que, de hecho, las decisiones ya estaban tomadas. Y as hasta el fi
nal.
Cogi el paquete, con la mirada clavada en Plunkitt.
Bien -oy decir al alcaide.

Era lo mejor que Luther Plunkitt poda hacer; lo mnimo y lo mximo que poda hacer. El
protocolo oficial exiga que los cuatro guardias del equipo de las correas entrara
n en la celda, rodearan al prisionero y se aseguraran de que pensaba ponerse las
ropas limpias y los paales higinicos. Se supona que el mensaje deba ser claro y con
tundente: o te vistes o te vestimos. Pero a Luther no le gustaba hacerlo de aque
lla manera. Un hombre necesitaba cierta dignidad, aunque ello conllevara un ries
go para la seguridad. Debemos dejar que un hombre tome sus propias decisiones si
empre que sea posible. Luther haba tomado la decisin profesional de que Beachum, a
l final, se comportara como un hombre y hara lo que tena que hacer.
Luther empez a hablar de nuevo, no maquinalmente, sino con fluidez, sin apenas te
ner que pensar en las palabras, simplemente diciendo lo que tena que decir.
Me parece que sera oportuno, Frank, que aprovecharas la oportunidad para ir al bao
. Por tu propia comodidad, ya que tal vez no puedas hacerlo ms tarde.
Frank, sosteniendo el paquete, mirando al vaco, asinti.
Luther hizo una sea al guardia del equipo de las correas. ste sali de la celda y la
puerta de barrotes se cerr.
Esperar fuera -indic Luther-. El guardia me avisar cuando hayas terminado.
Frank Beachum se sent en el vter de acero en un rincn de la celda. Se dej los pantal
ones puestos, bajados hasta los tobillos: si se los hubiera quitado se habra sent
ido demasiado desnudo e indefenso. Tampoco quera verse a s mismo. Aun entonces, se
ntado como estaba, cuando se mir el pene, se sinti mal. Lo tena arrugado, del tamao
de una falange del pulgar, y el escroto tan tenso que sus testculos eran prcticame
nte invisibles. Aquella imagen hizo que se odiara a s mismo.
Corran todo tipo de historias en Osage, en las celdas, en el patio, sobre cmo te d
ejaban follar con tu mujer en la celda de la muerte. Al menos te dejan echar un
buen polvo antes de irte, decan los prisioneros. Frank no saba si aquello era cier
to o no. Ni cuando Bonnie haba estado all, nunca haba tenido menos ganas de hacer e
l amor en toda su vida. Y ahora la necesidad haba desaparecido por completo, hiel
o gris donde antao haba habido una ascua firme e incandescente. Poda recordar con l
ucidez, como si le hubiera sucedido a otro hombre, su propio pasado, rostros de
mujeres empapados por el sudor, los pliegues grises y blanquecinos de las sbanas,
las formas de las cabeceras de las camas, los colores de las paredes. Se record
aba a s mismo penetrando a una vaquera de Kansas con placer eufrico, o follndose a
una zorra de las Badlands como un torbellino de furia desenfrenada, o inclinado
sobre Bonnie como un cielo slido, como si nada pudiera llover a travs de l y herirl

a: pareca que todo haba sido bueno, una buena vida. Pero ya no quedaba nada, todo
lo palpable se haba esfumado. La imagen de su verga arrugada hizo que se odiara a
s mismo por no tener nada, por ser un trozo de carne dbil, flccida y castrada obli
gada a arrastrarse por las distintas etapas de su propia muerte. Incluso su imag
inacin haba perdido el poder visceral. La capacidad de pensar en el olor, en el sa
bor de un coo, uno de los placeres de su tiempo libre, era superior a l. Le daba a
sco, le haca enfermar de fiebre, como una nusea de impotencia. La forma en que la
orina caa, gota a gota con esfuerzo -para describirlo de algn modo-, le martilleab
a la mente y haca que se sintiera an ms repugnante.
Al igual que un hombre ardiendo de fiebre, dbilmente, se levant y se subi los panta
lones. Se sac la camisa por encima de la cabeza y desdobl la camiseta blanca y pla
nchada del paquete que yaca sobre la mesa. Se la puso y se quit los pantalones. Tu
vo que tragarse un halo de repugnancia y humillacin al ponerse los calzoncillos d
e plstico. El ltimo artculo, unos pantalones verdes anchos, se los puso tan rpida y
torpemente que casi se cay. En cualquier caso, y con los pantalones puestos, poda
sentir el plstico en contacto con su piel, recordatorio de cun indefenso, desvalid
o y desamparado estaba, y de su virilidad perdida.
Cuando termin de vestirse, se qued de pie con los hombros hundidos, la barbilla ba
ja, la boca entreabierta y los ojos mirando el suelo con brillo apagado. La puer
ta se abri, y el alcaide entr. Se acerc a los barrotes de la celda y asinti mirando
al prisionero.
Bien -repiti.

A las once y cuarto, ms o menos, Luther sali de la celda y anunci a Flowers que poda
volver a entrar. Flowers estaba en el vestbulo detrs de la camilla, intentando no
mirarla pero sin poder evitarlo de vez en cuando, y estremecindose con una sensa
cin odiosa y macabra. Rode la camilla para llegar a la puerta, y l y Luther se cruz
aron justo en el umbral. El reverendo, alto, de rostro negro e impresionante, gr
avedad monumental y ojos tristes y amarillentos, mir al hombre bajito de cabello
canoso, rostro de masilla y ojos pequeos y marmreos. El alcaide se gir. En ese mome
nto, Flowers se sinti ms prximo a Plunkitt que a Beachum, que a cualquier otra pers
ona. Reconoci a un compaero en la desgracia, descubri en la mirada del alcaide un s
entimiento que l amagaba en su propio corazn: gracias, Seor, porque todo estaba a p
unto de terminar. Ya casi haba terminado.

Flowers haba sacado la Biblia del bolsillo de la americana y se haba sentado en la


cama de Beachum para leerle unos prrafos.
El Seor es mi pastor -rez con voz profunda de bartono-. Nada me falta. / Me hace re
costar en verdes pastos / y me lleva a frescas aguas. / Recrea mi alma
Le sorprendi, como sola suceder, el gran consuelo que ese salmo le produca. A veces
pensaba que ello se deba nicamente a su ritmo o al sonido de las palabras tanto c
omo a su significado. Al leerlo, su mente se baaba en l como en agua caliente, y l
a agitacin de su estmago se suavizaba. Lo lea con emocin sincera.
Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, / no temo mal alguno, / porque t ests
conmigo
Procur modular la voz para transmitir el consuelo por el espacio existente entre
sus labios y el odo del convicto. Ese pequeo espacio infinito.
A Beachum las palabras le alegraron, el sonido de una voz humana, aunque toda la

concentracin de su alma estaba en el cigarrillo. El semblante cansado y ojeroso


inclinado hacia aquel cigarrillo y el mechn de cabello suspendido sobre la frente
. Dio una profunda calada con un silbido, inspirando el humo como si de vino dul
ce se tratara. Cuando lleg a la colilla, encendi otro cigarrillo con ella y lo fum
de la misma forma, con la misma intensidad. No quera que esos ltimos instantes se
perdieran sin darse ese placer.
Y entretanto segua mirando el reloj, alzando la cabeza a intervalos cada vez ms co
rtos, deseando que el cambio no fuera demasiado grande desde la ltima mirada, tem
eroso de que le cogieran desprevenido, pero asqueado por la imagen del movimient
o incesante del minutero.
Cuando mir a otra parte, se perdi durante unos instantes soando despierto en el pas
ado: el olor del csped recin cortado, el calor del verano en la piel, el beb en la
caja de arena, su mujer a la puerta con la botella vaca de salsa A-1. Pero no por
demasiado tiempo. El reloj avanzaba con ms rapidez cuando no le prestaba atencin,
as que lo mir de nuevo y dio otra calada al cigarrillo. Y pens que l no haba hecho n
ada, que haba de encontrar la forma de hacrselo comprender, y entonces empez de nue
vo a soar despierto mientras el salmo lo arrullaba.
El humo, el reverendo, el sueo, el reloj.
A las once y media entraron con la camilla.

Luther, por supuesto, comprenda la importancia de la camilla. Era lo ms importante


. En las reuniones de protocolo, l fue el primero en sugerir que se atara al pris
ionero en la misma celda y que fuera conducido de esta forma hasta la cmara de ej
ecucin, en lugar de ir andando hasta la cmara y atar en ella al convicto. El momen
to ms difcil para los prisioneros era la primera vez que vean la larga mesa con las
gruesas correas de cuero. Era el momento en que las probabilidades de que se as
ustaran y cayeran en el pnico eran mayores. En cierto modo, los prisioneros no se
consideraban a s mismos completamente indefensos. Simplemente era algo que no po
dan imaginar. Podan tener fantasas sobre una posible huida o imaginarse resistindose
y cogiendo a un rehn. Pero la imagen de la camilla con las correas, la estructura
metlica y las ruedas gruesas les devolvan de golpe el sentido de la realidad. Una
vez atado a ella, un convicto saba que no quedaban ms alternativas. Nadie le pedira
por favor que se vistiera o fuera aqu o all. Sencillamente lo transportaran de un
lugar a otro, lo llevaran por los pasillos hasta la cmara final, tan fcilmente como
quien lleva un carro de la compra. Ni tan slo podra alejar el brazo cuando le cla
varan la aguja.
Luther saba que era preciso pasar por ese trance lo ms rpidamente posible. Tena que
suceder en un espacio restringido pero con una presencia importante de guardias.
Cuando el prisionero estaba atado a la camilla, lo peor del procedimiento haba pa
sado.

As que esto sucedi con la mayor diligencia y sigilo.


En el momento en que la camilla entr en la galera, la puerta de barrotes se abri. B
eachum apenas tuvo tiempo de ponerse de pie, de mirar aterrorizado el reloj cuan
do la cosa ya estaba en la celda a su lado, entre l y Flowers, acorralndole. Y los
guardias le rodeaban, empujndole hacia la mesa.
Y, sin embargo, en el tiempo condensado de los sueos, hubo un instante interminab
le, antes de que el grupo de guardias se ciera en torno a l, antes de que la prime

ra mano poderosa le rozara el brazo, en el que Frank an imagin un amplio abanico d


e situaciones posibles: la huida hacia la libertad, el asesinato del guardia, la
huida planeada desde tiempo atrs y retrasada hasta ese momento inesperado, o sim
plemente despertar en su propia cama con el olor fresco del roco de las hojas de
verano llevado por el aire hasta la ventana de la habitacin.
Y de nuevo, antes de decidir qu camino tomar, antes de consentir en el proceso, a
ntes de decidir que les acompaara, accedi, girando su cuerpo para que les fuera ms fc
il subirle a la mesa, levantndose con el tierno apoyo de la mano de un guardia, a
costndose sobre la sbana spera, mirando los fluorescentes e incluso pensando: slo es
esto, slo es la camilla, no es la cosa, no es la cosa en s misma; mientras las co
rreas de cuero le cruzaban el cuerpo con toda rapidez, con mano experta, y luego
las ajustaban con fuerza, hasta que qued bien atado.

Venga ya, maldito trozo de hojalata -chillaba yo mientras tanto-. Montn de mierda
asada, venga!
Pero no era culpa del pobre Tempo. Pese al carburador amordazado por aos de sucie
dad, el aceite inerte tan negro como un remordimiento y las bujas marcndose un rit
mo peor que el coro de un cabaret de cuarta categora, el coche an consegua avanzar
como un cohete por el corazn tranquilo de la noche y hacer chirriar los neumticos.
Pero la maldita carretera La maldita carretera segua serpenteando delante mo, desv
anecindose, desparramndose y desdibujndose detrs de los bamboleos ondulantes de la n
eblina del whisky. A veces, todo aquello desapareca cuando la cabeza se me caa hac
ia delante y los prpados se me cerraban lentamente. Y cuando consegua abrir bien l
os ojos, cuando me ergua en el asiento, el Tempo se desplazaba para coger las cur
vas y chirriar por la presin de los neumticos o incluso llegaba a rozar la hierba
que bordeaba la carretera hasta que lo enderezaba y volva al asfalto, chirriando,
jurando como un condenado, corrigiendo el exceso de velocidad durante un rato,
hasta que volva a desmoronarme.
Tan borracho, estaba tan borracho Eran casi las once de la noche y yo iba tan cie
go que apenas poda mantenerme despierto. En mi cabeza, un yunque embrutecido por
el alcohol pareca hundirme sin piedad hacia la tierra. Casi las once: la sensacin
de pnico impotente pareca abandonarme. Y yo estaba como una puta cuba

Pasaba por Forest Park. Avanzaba con gran estruendo por charcos de luz entremezc
lndose con cuestas ondulantes de oscuridad que se abran ante m. Sintiendo cmo el tie
mpo pasaba, sintiendo su avance inexorable. A veces, en las profundidades y los
mrgenes de la neblina del whisky, vislumbraba grupos de chavales negros y vea sus
caras, vea cmo sus ojos se abran de par en par cuando el Tempo se desviaba bruscame
nte hacia ellos, oa sus risotadas y abucheos cuando retornaba el camino y me alej
aba haciendo eses por la carretera. Y las carcajadas parecan seguirme y envolverm
e mientras mi cabeza se hunda an ms. Por qu era tan tarde? Por qu tena que estar ta
racho, joder? Impotente, impotente.
Y llegu al puente que atraviesa el sinuoso lago del parque. Para m fue casi el fin
al, un final lamentable. Aturdido por los rizos brillantes del agua debajo de la
s luces, tom el giro demasiado cerrado y casi choqu contra la baranda del puente.
Enderec el volante en el momento crtico y centr la criatura entre las paredes del p

uente, lo cual, a esa velocidad en ese estado, me pareci algo as como enhebrar una
aguja con un avin a reaccin.
Pero entonces ya estaba bajando por el otro lado de la cuesta, mientras el agua
se alejaba de m como si tuviera alas y la carretera se restableca mientras yo empu
jaba enrgicamente el volante hacia delante, gritando, completamente ebrio: Venga,
venga, venga, pedazo de mierda, y la baba se me escapaba de la boca y me resbal
aba y se escurra por el rostro.
Mientras, en lo alto de la colina, desde un prado baado en la luz de los locos, l
as nobles columnas romanas del museo de arte me miraban pasar con altivez.
Entonces, en un momento dado, vi el trfico de la autopista, a lo lejos, luces roj
as traseras entraban en mi campo visual, y desenfocadas, desaparecan. Con los ojo
s lacerados, sent el corte de la frente donde me haba golpeado la puerta de la tab
erna, que me dola con una intensidad pungente. Cerrando los ojos, apret los diente
s y me lanc hacia las luces de detencin en el paso superior, girando la vista a un
lado y al otro, aunque mi cabeza segua columpindose momentos ms tarde. Unas bocina
s sonaron por algn lado, alguien grit, pero yo ya haba pasado, atravesando el cruce
con un chirrido de neumticos y dirigindome hacia la oscuridad profunda de Dogtown
.
Dios, borracho, tarde, Fairmount -farfull.
Fairmount. Porque la mujer de Pocum me lo haba dicho. Esa misma tarde, cuando haba
ido a la tienda y haba visto el expositor de patatas fritas. La familia haba vivi
do en Fairmount, haba especificado; y an vivan all. Y yo tena que verles. A los Rober
tson. Tena que ver al padre de Amy Wilson. No saba si podra conseguir el medalln, no
saba si se lo podra llevar a Lowenstein a tiempo. Pero si lo consegua, saba que ten
dra que probar que era el de Amy. Slo entonces bastara. Tal vez. Tal vez bastara.
Tuve que reducir la velocidad del Tempo. Slo un poco. Los coches aparcados en las
calles estrechas de Dogtown parecan cerrarse ante m. Aun as, al doblar la esquina,
not cmo el viejo trasto se inclinaba a la derecha. Di un brinco mientras el yunqu
e que tena anclado en la cabeza se ladeaba de modo peligroso y se hinchaba el cor
te de la frente. Dios, qu dolor. Qu mareo. No lo conseguira. Saba que no lo consegui
ra y deseaba llorar y gritar en voz alta de frustracin y de rabia.
Y pens: Fairmount. Oh Dios, borracho, enfermo, borracho. No hay tiempo. Las once.
Las once pasadas. Bien pasadas
Vi la casa. Una casa blanca bien cuidada de dos pisos. Una extensin inclinada de
csped. Un Chevrolet en el camino de entrada. Y un enorme polica en la puerta.
Y ms gente, all fuera, en la noche: reporteros con cmaras de televisin, periodistas,
fotgrafos; un pequeo grupo de ellos en la acera ms all del csped. El chirrido de los
neumticos hizo que todos se giraran hacia m. Los dos reporteros cuchicheando en l
a calle dieron un salto y subieron al csped. Los dems se apiaron, mirndome cautelosa
mente mientras yo avanzaba hacia ellos.
Apretando con fuerza el volante para mantenerme erguido, pis el freno con fuerza.
Las ruedas se bloquearon. El Tempo se desliz en direccin a los coches aparcados y
me vi empujado hacia el volante. Entonces el Tempo se detuvo.
Eruct.
No aparqu el coche sino que lo dej en medio de la carretera. Sal como pude por una
puerta abierta y haciendo un esfuerzo me puse en pie, dando tres pasos hacia un
lado antes de seguir hacia delante.

O las risitas sofocadas de los periodistas mientras me tambaleaba por el aire sof
ocante. Vi dientes en las sonrisas y destellos en las lentes de las cmaras y en l
as gafas.
Eh, Ev! -grit un tipo- has shtdo ne carvenson?
Al menos eso es lo que entend, pero hizo que los dems se echaran a rer. Tropec con e
llos y sent la presin de sus cuerpos a mi alrededor, contra m. Ol el perfume de algu
na mujer, intenso y nauseabundo al mismo tiempo.
Tengo que hablar con los Robertson -espet abrindome paso.
No reciben a nadie ms -repuso una mujer.
Van a recibirme a m -mascull.
Eh, Ev!
Avanc dando empujones a travs de la pequea multitud. Not manos en las mangas y cmo me
deshaca de ellas al avanzar hacia el csped.
Han dicho que haran una declaracin cuando todo haya acabado -grit alguien a mis esp
aldas.
Me van a recibir ahora -grit, andando sobre la hierba en direccin a la casa.
Me acerqu al guardia tan firmemente como puede. Su amplia silueta creca y se oscur
eca mientras yo avanzaba. Estaba borracho, s seor, pero una parte de mi mente inten
taba concentrarse con decisin. Su voz era imponente, muy fuerte. Da un paso ms, de
ca, y luego deca, un paso ms, eso es todo. Hombre; borracho, le responda. Menos de u
na hora. No puedo hacerlo, no puedo hacerlo todo en menos de una hora. Si consig
ues superar esto, responda la voz, podrs descansar un rato. Van a matarle, no pued
o impedirlo, van a matarle, deca yo. No hay tiempo para descansar, otro paso Y lle
gu hasta el guardia y me plant delante de l.
O ms bien debajo de l, porque l estaba sobre la acera, era muy alto y me miraba ame
nazadoramente. Un soldado negro bien fornido con un bigote enorme y la mano apoy
ada en la porra que penda de su cinturn.
Tengo que ver a los Robertson -anunci.
Hice todo lo que pude para que la voz fuera clara y las palabras inteligibles, p
ero sali demasiado clara y las palabras demasiado inteligibles, como las de cualq
uier borracho.
El oficial alz los brazos en un gesto amistoso.
Ahora no reciben a nadie.
Estosh, esto es una emergencia -puntualic.
Haba empezado a tambalearme. Y entonces -de repente hice lo que me pareci una buen
a idea- me puse a gritar.
Una emergencia! Emergencia! -Me llev las manos a la boca, formando bocina, y grit a
las ventanas iluminadas de la casa-. Tengo que ver a los Robertson! Es una emerge
ncia!
Eh! -intervino el guardia, levantando la mano en un gesto ya no tan amistoso-. Vu
elva con sus amigos. Los Robertson saldrn a hacer una declaracin dentro de un rato

.
Oiga -advert respirando con dificultad, parpadeando con fuerza para aclararme la
vista. Me acerqu a l mientras me miraba, meneando la cabeza-. S que desearan hablar
conmigo si -Puse en marcha una estrategia: le hice una finta, sub el peldao, alc la
mano y apret el timbre de la puerta con el dedo, gritando-: Emergencia! Una emergen
cia! Seor Robertson!
El poli me empuj hacia atrs, me forz el brazo contra el pecho y me oblig a retrocede
r. Baj del peldao rpidamente, con los brazos doloridos. Me tambale, intentando mante
nerme en pie, y cuando consegu recuperar el equilibrio, ah estaba de nuevo el poli
ca. Iba a por m.
Nos quedamos cara a cara en el borde del csped y me puso el dedo en el pecho.
Adivina, adivinanza -indic en voz, baja. Tena los ojos difanos y fijos-. Yo soy un
oficial de polica y t un gilipollas borracho. Si nos peleamos, quin crees t que perde
r?
Tengo que hablar con los Robertson! -grit, formando de nuevo bocina con las manos.
Tienes ganas de apostar?

Oficial -respond con voz entrecortada. Segua tambalendome, pero la excitacin me hab
espejado un poco el cerebro-. Ya veo que usted es un buen hombre, pero no hay ti
empo para
La puerta de entrada se abri. El seor Robertson se asom. Le reconoc por el programa
de televisin en el que haba participado aquella tarde. Ya no llevaba corbata, y el
maquillaje haba desaparecido, vesta un polo azul claro que le marcaba la barriga,
pero reconoc el ceo fruncido bajo el nacimiento del cabello blanco.
Cuando el poli se gir al or la puerta, aprovech la oportunidad para fintarle de nue
vo. Sub el peldao con tanta rapidez que Robertson se ech hacia atrs, entrecerrando l
a puerta, reduciendo el espacio.
Pero llegu antes de que la cerrara. Me qued justo frente a l.
Por favor -profer. Arrug la nariz al oler la vaharada de alcohol-. Describa el med
alln.
Qu? Qu diablos quiere?

El medalln de Amy. El que rob el asesino. Un corazn? De oro? Con las iniciales AR r
adas por una pequea orla?
Palideci, sorprendido.
S, s -confirm automticamente-. Y las iniciales AW en el interior. Hizo que grabaran
las iniciales de casada en el interior.
Ella
Me qued con la boca abierta, pero sin pronunciar una sola palabra. AW en el inter
ior. Haba hecho que grabaran las iniciales de casada en el interior. O sea que la
seora Russel lo saba. La abuela de Warren. Tena que saberlo. Si no lo saba antes, a
hora s, porque haba hablado conmigo.
Una mano fuerte me atrap por el hombro.

Lo siento, seor Robertson -o que deca el guardia detrs de m mientras me obligaba a r


troceder, alejndome de la casa.
Frank Beachum no mat a su hija, seor Robertson -declar.
Inmediatamente, el rostro del hombre se ensombreci, casi poda ver la sombra sobre l
como un eje cruzado.
De qu est hablando?
l no

Bobadas. Sandeces -enjaret-. Quin es usted? Lrguese de aqu. Saque a este borracho de
mi casa.
El poli tir de m con ms fuerza, pero yo me aferr al marco de la puerta mirndole direc
tamente a los ojos implacables.
Le estoy diciendo -asegur.
Con un movimiento seco y rpido, Robertson me cerr la puerta en las narices pillndom
e los dedos -pam- y la volvi a abrir de un tirn. Grit. Me llev la mano al pecho. Ret
roced obligado por el guardia a bajar el peldao.
Esta vez, me tambale y ca. Sent el golpe retumbar en mi cabeza. Sent la humedad del
csped a travs de los pantalones. Me levant en un segundo, tan deprisa como pude. Ap
retando la mano contra mi cuerpo. Ahora ya tena la mente bastante clara. Estaba l
o bastante sobrio.
Jdase! -espet Robertson, apuntndome con el dedo desde la puerta. Su imagen desapare
ci al interponerse el enorme polica.
De acuerdo, de acuerdo -asent-. Ya me voy.
Agazapado y dispuesto, con la mano en la porra, el polica segua avanzando hacia m.
He dicho que ya me voy, pero es inocente.
Largo de aqu! -grit Robertson.
Les di la espalda a los dos y ech a correr por el csped. Delante de m, el grupo de
periodistas. Pasmados, mirndome, con los ojos de par en par. Una cmara sobrevol sus
cabezas. Un flash se dispar en la noche. Faros azules giraban en espiral en mi c
ampo de visin mientras yo segua hacia delante.
O que el poli me llamaba -no grit en ningn momento-, sin alzar el tono de voz fro y
seguro.
Y deje el vehculo, seor -advirti-. Si conduce ese coche en estado ebrio tendr a toda
s las unidades de St. Louis pegadas a su trasero.
Gir sobre los talones temerariamente, gritando:
Acaso son aviones a reaccin? Porque si no lo son, colega, no van a pillarme.
Y me di la vuelta de nuevo, a ciegas en un primer momento, pero fijando mi traye
ctoria en el puado de periodistas, abrindome paso a travs de ellos, en direccin a mi
coche.
Pero, qu le pasa, est loco? -o decir al polica-. Si lleva un Tempo de mierda.

Ech la cabeza hacia atrs y me puse a rer como un loco.

Nunca supe los nombres de los verdugos. Por razones de seguridad, nunca se daban
a conocer. Eran dos hombres que trabajaban en el departamento de instituciones
penitenciarias. Voluntarios, formados para manejar el equipo de inyeccin letal. U
no de ellos, llammosle Frick, era un oficinista de algn tipo: encorvado, con el pe
lo cortado al rape y ojos de microbio; un demente insensato pero intelectual. Me
enter de que imparta unos cursos algo pedantes sobre la pena de muerte: la histor
ia, los mtodos y los efectos biolgicos de los distintos instrumentos; y que animab
a dichos cursos con un fervor jadeante que aparentemente no poda disimular. Los o
tros dos hombres del equipo de ejecucin parecan detestarle, aunque lo peor que me
dijeron de l era que se trataba de una buena pieza. As era Frick.

Por otra parte, el verdugo Frack responda ms al gusto general. Yo dira que era un a
ntiguo guardia. Un hombre grande y divertido de unos cincuenta y tantos aos que s
ola ponerse a hablar de bisbol con los dems antes de apretar el botn. No siento escrp
los al respecto, era su nica observacin cuando le preguntaban. Es como borrar un err
or.
Los dos haban recibido la formacin sobre la mquina de la mano de Reuben Skycok, a q
uien haba enseado el propio fabricante del aparato. Su trabajo consista bsicamente e
n apretar un botn, pero la cosa no era tan sencilla como pudiese parecer. La mquin
a tena dos botones en el panel de control. Llegada la hora, cada hombre pona el pu
lgar en uno de los botones. Cuando Luther asenta con la cabeza, el verdugo Frack
poda contar en voz alta hasta tres. A la de tres, ambos hombres deban pulsar los b
otones simultneamente. Cuando los botones emitan un clic, tenan que retirar lentame
nte los pulgares hasta que los botones volvan a su posicin inicial. De hecho, slo u
no de los botones era operativo. Slo uno de ellos iniciaba la secuencia automtica
y calculada en funcin de la cual los mbolos de acero inoxidable en el mdulo de sali
da descendan hasta los contenedores de los productos qumicos, empujando los fluido
s por los tubos hasta la vena de Frank Beachum: pentotal sdico en primer lugar, b
romuro de pancuronio un minuto despus y cloruro de potasio un largo minuto ms tard
e. Un ordenador integrado en el mdulo cifraba aleatoriamente los circuitos, de mo
do que ninguno de los dos verdugos saba realmente cul de los dos botones haba desen
cadenado el proceso.
A las once y media exactamente, cuando ataban a la camilla con toda diligencia a
Frank Beachum en su celda, el ayudante del alcaide, Zachary Platt, acompaaba a l
os dos hombres a la cmara de la muerte al final del vestbulo. El doctor Smiley Cha
udrhi y la enfermera Maura OBrien estaban all, as como los dos guardias que no part
icipaban en el procedimiento de sujecin a la camilla. Los cuatro alzaron la mirad
a cuando Platt y los verdugos entraron, y los cuatro desviaron la mirada con la
misma prontitud hacia los paneles y las luces en las paredes blancas. Platt hizo
pasar a Frick y a Frack rpidamente por la sala de suministros donde se encontrab
a el equipo mortfero.
Arnold McCardle ya estaba all, junto a la estantera de los telfonos. El hombre gord
o salud a los dems cuando entraron, pero no sonri ni les tendi la mano. Reuben Skyco
ck estaba junto al mdulo de salida en la caja de acero contigua a la pared. Los v

erdugos
eda por
endo la
tctica
:

y l se dieron la mano. El verdugo Frick, el inteligente, desliz la palma hm


la mano de Skycock y luego apret las dos manos hmedas frente a aquel, movi
cabeza y sonriendo neciamente sin parar como si intentara pensar en una
para iniciar la conversacin. El verdugo Frack choc palmas con Skycock y dijo

Eh, Reuben, cmo va todo? Has visto a los Cardinals?


Skycock, cuyo rostro bigotudo se haba tornado algo rgido en la ltima hora, slo asint
i tmidamente. A continuacin les dio la espalda a los dos.
Ms o menos a esa hora, sobre las once y media, yo estaba doblando la esquina de K
night Street otra vez. El viaje en coche haba sido frentico, frentico e intenso. El
parachoques delantero devorando el asfalto. Semforos verdes, semforos rojos, desv
anecindose en lo alto. Sin freno bajo el pie, imaginando que los dems coches haban
dejado de existir, imaginndome volando en el espacio, concentrando mi atencin en l
a noche ms all del parabrisas y con una voluntad frrea que me protega de la polica.
Y as lo hice. Dobl la esquina en Knight Street. Mareado. Exhausto. Indispuesto, at
urdido y sin fuerzas. Senta el latido del pulso incesante y doloroso en la cabeza
. La mano derecha rgida e inflamada.
Apenas poda mantener la cabeza derecha y los ojos abiertos. La embriaguez se adue d
e m en oleadas verdosas que me provocaban arcadas. Y, sin embargo, a pesar de tod
o, ahora era capaz de pensar con mucha ms lucidez que antes, mucha ms. No hay nada
como que te pillen la mano con una puerta para aguzar los sentidos con la mayor
prontitud.
Dobl la esquina y aminor la velocidad. Avanc por la sombra de aquellos barrios bajo
s. Las farolas no funcionaban, y pareca que la hilera de edificios de ladrillo mu
griento se encorvara en la noche desde la autopista. Hojas de papel y latas de r
efrescos crujan bajo los neumticos del Tempo al girar.
Apagu el motor. La calle estaba vaca pero resultaba amenazadora de todos modos. Ca
llejuelas y escondrijos oscuros. Msica con ritmos machacones inundando la calle d
esde los pisos superiores. Una imagen observndome en alguna parte, en algn lado, e
n una ventana encima de m. Y voces desde un callejn contiguo, voces de jvenes, rien
do duramente, speramente, en secreto. Rastros de reuniones de difamacin. Y todo el
mundo excepto yo era negro en esas calles, y yo estaba asustado.
Ech una ojeada al reloj del tablero de instrumentos. Fue entonces cuando me perca
t de que eran las once y media. Lowenstein viva -relativamente cerca de mi casa- e
n una mansin situada en Washington Terrace. A unos veinte minutos para cualquier
Ford mortal, y a quince, tal vez diez, para m y para mi Tempo. Con el estmago dest
rozado y la mente temerosa y desesperada, me dije a m mismo que poda llamarle por
telfono si realmente tena que hacerlo. Poda llamar a Alan para que me facilitara el
nmero secreto y luego llamar a Lowenstein para explicarle la situacin. Casi me ec
h a rer al imaginarme la escena: convencerle de mi propsito, de que arriesgara su a
mistad con el gobernador, hacer que suplicara un aplazamiento de la ejecucin Saba q
ue era completamente imposible a menos que me presentara a su puerta con el meda
lln e incluso acompaado de la seora Russel.
Me inclin hacia delante y mir por la ventana del acompaante para observar el edific
io donde viva. Las luces estaban apagadas en todas y cada una de las plantas.
Me arm de valor. Senta que mi cuerpo era como un peso muerto llevado a hombros de
mi voluntad. Saqu el peso por la puerta del coche y sal a la calle.

Por entonces, a las once y media, Bonnie Beachum estaba, supongo, tcnicamente dem
ente. Sentada sola en la sala de espera de las visitas, una sala blanca y auster
a en el edificio principal de la prisin, sentada en una de las sillas metlicas alr
ededor de la mesa de madera, con las manos enlazadas en el regazo, y los ojos oj
erosos y hundidos mirando al vaco.
Desde que haba salido de la celda de Frank aquella tarde, haba pasado la mayor par
te del tiempo rezando en la habitacin del motel. Primero en voz alta, en tono sua
ve, de rodillas junto a la cama, los codos sobre el colchn y las manos enrojecida
s enlazadas debajo de la barbilla. Haba rezado hasta tener la voz en carne viva y
luego continu en un suave susurro. A las once de la noche haba vuelto a la crcel y
para entonces slo mova los labios, las palabras resultaban inaudibles. Y ahora, s
entada, inmvil, mirando a lo lejos, haba entrado en una especie de histeria, un ti
po de locura, un delirio silencioso de splica.
Ms tarde, cuando todo hubo acabado, cuando consigui recuperarse ms o menos del cola
pso emocional que sigui, apenas recordaba nada de esos ltimos minutos. Le pareca qu
e la haban transportado, incorprea, a lo largo de enormes distancias en un torrent
e de palabras salvajes. Haba vuelto a ser nia, haba vuelto a los lugares de su infa
ncia, escondindose en la hierba de la granja y rindose con una risilla sofocada y
tonta, trabajando en la cocina con su madre displicente, durante la pubertad o d
esnuda bajo el cielo de Missouri y el sol sagrado e incandescente al que rezaba.
Otras veces -o tal vez fue simultneamente-, haba permanecido de pie casi desnuda
ante la franja nubosa de cielo con nubarrones grandes y tenebrosos suspendidos s
obre ella mientras clamaba hacia ellos con gritos primitivos y guturales. Cuando
se sentaba, con la mano apoyada vagamente sobre el pecho, se rascaba suavemente
debajo y entre los pechos, porque mentalmente se rasgaba el cuerpo con ambas ma
nos, arrancndose el alma de esposa de las costillas para lanzarla ensangrentada a
l altar del Seor que no poda, de ello no caba duda alguna, matar a su marido, dejar
que su marido muriese, si viera que, si supiera que, si supiera
A veces haba oscuridad, un discreto lloriqueo de splica, casi sosegado y sin embar
go terrible, porque aun entonces era consciente del paso de tiempo, como lo era
en las visiones interiores que estaba sufriendo. Y, a veces, con una claridad pa
ralizada y mortal, vea el reloj, el reloj real suspendido en la pared. Las once.
Las once y veinte. Las once y veintisiete. Y entonces volva a rezar, si aquello e
ra una plegaria, y de nuevo se dejaba llevar a ese pas, que no es nuestro pas, a e
se mundo, que no es nuestro mundo, donde el amor y la inocenciason argumentos en
favor de una vida mejor.
Cuando Tim Weiss, uno de los abogados de Frank, entr en la salade espera a las on
ce y treinta y uno, su imagen hizo que se echara hacia atrs, que un escalofro le r
ecorriera la espalda, y que la boca se le secara. Haca seis semanas que no la vea,
y el cambio le estremeci. Bonnie estaba ojerosa, demacrada y enloquecida. No tar
d ni un segundo en percatarse de ello y palideci.
Weiss tena ms o menos mi edad, unos treinta y cinco, pero estaba calvo y slo le que
daba un flequillo ensortijado de cabello canoso. Su rostro le haca parecer mayor.
La carne flccida, los labios inertes y hmedos, los ojos tristes. Puso una mano te
mblorosa en el hombro de Bonnie. Ella le mir. Weiss intent tragar, pero no pudo. Ci
ega, fue la palabra que le vino a la mente.
Cmo va eso, Bonnie? -pregunt Weiss.
Torn la vista de nuevo al vaco y si dio alguna respuesta, no se la dio a l.
Weiss se sinti aliviado cuando, a las once y treinta y cinco, el guardia entr y le
s dijo que era hora de pasar a la sala de los testigos contigua a la cmara de la
muerte.

Yo cruzaba la calle desierta. Sub la escalinata que llevaba a la puerta de la seor


a Russel. Ah estaba de nuevo el graffitti en el buzn. El nombre azul inscrito cuid
adosamente bajo la pincelada de pintura marrn. Puls el timbre y esper parpadeando a
turdido. O una lnea de bajo retumbando desde una radio a lo lejos. Volv a pulsar el
timbre y levant la cabeza. A pesar de que no poda ver su ventana desde esa posicin
, me qued un momento mirando los ladrillos mugrientos en la oscuridad de la noche
. Volv a pulsar el timbre una vez y otra ms, apretando con fuerza el pulgar contra
el botn. Una y otra vez, respirando con ms intensidad a cada momento. De repente,
una efusin de rabia me invadi. Golpe la puerta, le di un golpe al marco con el lad
o del puo inflamado. El dolor me sacudi el brazo y el cuello. Lanc una serie de imp
roperios, todava ms enajenado. Di una patada en la parte inferior de la puerta y l
uego la golpe con la palma de la mano izquierda.
Abra! -grit.
Le di otra patada, asest otro golpe con la mano hinchada, ignorando el dolor, lue
go con la palma de la mano izquierda, martilleando la base una y otra vez, lanza
ndo mi cuerpo contra la puerta, con la cara deformada, los labios medio rotos, l
os gritos de frustracin ahogados en la garganta, saliendo de ella con gritos gutu
rales entrecortados mientras golpeaba, martilleaba y daba patadas contra aquella
cosa. Esa cosa maldita y endemoniada
Y con ello me desplom. La rabia se disip, se esfum en el aire caliente de la noche.
De qu serva? Me apoy en la puerta, con los hombros hundidos y las piernas flojas. A
poy la frente contra la madera del marco y not la presin del mismo en la herida, en
la sangre medio seca y pegajosa. Sent el tacto de la superficie spera y astillada
en la piel. Me qued all, respirando nervioso y cerr los ojos con fuerza. Gem. Una ni
ca lgrima se me escap, se desliz por la mejilla y cay. Solloc un instante, por frustr
acin ms que por cualquier otra cosa, y me qued all, hundido, con los ojos cerrados y
el cuerpo recostado en la puerta.
Estaba acabado y lo saba.

Porque todo tiene sus lmites. O no? Acaso no llega un momento en el que has llegado
al mximo? Pese a toda la voluntad del mundo, pese a todo el poder de la desesper
acin inspirndote, acaso no hay, de todos modos, un final para esa cosa, un final pa
ra cualquier cosa? Cuando has hecho todo cuanto podas? Cuando nadie puede acusarte?
Acusarte? Qu diablos iban a poder decir? Eh! Todava te quedaban veinticinco minutos!
enas que haber encontrado otra pista? Tenas que haber encontrado otro sospechoso? Q
uiero decir que esa ni siquiera tena que ser mi jodida historia. Se supona que tena
que ser mi da libre, vale? Qu, no te gusta cmo trabajo? Pues chame de una puta vez,
lipollas! Mamn! Ni tan slo sabes cmo llegu hasta aqu, ni qu coo hago aqu! Todo f
ente! Una mujer en un coche. Demasiado rpido. Una curva peligrosa.
Con otro sollozo sofocado, alc la mano, asest otro golpe a la puerta y la dej caer
lnguidamente a un lado.
No era mi historia, joder.

El que habita al amparo del Altsimo / y mora a la sombra del Todopoderoso


El reverendo Flowers cruz el vestbulo bordeando la camilla. Sostena el libro abiert
o con ambas manos, pero no poda leer las palabras, as que las recitaba de memoria.

diga a Dios: T eres mi refugio y mi ciudadela, / mi Dios, en quien confo, pues l t


ibrar de la red del cazador / y de la peste exterminadora; te cubrir con sus pluma

s, / hallars refugio bajo sus alas, / y su fidelidad te ser escudo y adarga.


El salmo, los ritmos del salmo, ya no le reconfortaban. Parecan deshacerse en el
malestar sulfurante que le consuma el estmago. No basta, pens con una urgencia pere
ntoria mientras lea, mientras pasaba por detrs de la camilla. Esto no basta. Y no
quedaba tiempo. No haba tiempo.
Delante de l, los cuatro guardias del equipo de las correas empujaban la camilla,
dos en la parte delantera y dos en la trasera. Avanzaban rpida, suavemente. Luth
er Plunkitt avanz a pasos largos para adelantarse y abrir la puerta de la cmara de
la muerte.
No tendrs que temer los espantos nocturnos, / ni las saetas que vuelan de da -pros
igui Flowers-, ni la pestilencia que vaga en las tinieblas, / ni la mortandad que
devasta en pleno da. / Caern a tu lado mil, / y a tu derecha diez mil; / a ti no
te tocar -Aquello no bastaba.
Cuando mir por encima del libro pudo ver a Frank Beachum entrelos cuerpos de los
guardias. Una sbana le cubra el cuerpo, escondiendo las correas que le mantenan suj
eto, cubrindole hasta la barbilla. Slo su rostro quedaba visible, el rostro enjuto
y alargado, que ahora pareca incluso ms delgado, las mejillas hundidas y chupadas
, los ojos abiertos, en blanco y saltones. Mir hacia delante y hacia atrs rpidament
e cuando la camilla cruz el umbral de la puerta. Hacia las luces fluorescentes de
l techo, a las paredes de hormign, esforzndose por ver las caras de los guardias y
del reverendo que les segua. Cuando top con los ojos de Flowers, el pastor sinti cm
o la urgencia perentoria se converta en desesperacin y el tono de voz subi.
Con tus mismos ojos mirars, / y vers el castigo de los limpios. /Teniendo a Dios p
or refugio, / al Altsimo por tu asilo
El alcaide Plunkitt se detuvo junto a la puerta de la cmara, hacindose a un lado p
ara permitir el paso de la camilla. Sonriendo blandamente, asinti a uno de los gu
ardias principales.
Acompae al padre a la sala de los testigos -orden.
El guardia se dio la vuelta rpidamente y se dirigi a Flowers.

no te llegar la calamidad -espet Flowers salvajemente, y luego se le quebr la voz y


alz la mirada. Alz la mirada y vio al guardia que se le acercaba. La camilla ya es
taba en la puerta. Se haba acabado. Su tiempo se haba terminado. No quedaba ms tiem
po y aquello no bastaba. La revelacin pareca irrumpir en l, extenderse en l, denigra
rle y empequeecerla. Haba fracasado, haba fracasado por completo. Fuera cual fuese
su misin, su sacerdocio en este caso, no se haba hecho, no se haba cumplido. Por su
propia culpa, por su gran lamentable culpa, no haba hecho lo suficiente. Mir con
arrepentimiento desesperado a aquel hombre echado en la camilla.
Antes de saber lo que estaba haciendo, agarr con la mano el pie de Beachum debajo
de la sbana.
Dselo por m, Frank! -exclam con voz apagada-. Diles que intento seguir el camino!
El guardia le cogi el brazo suavemente. El pie de Beachum le escap de la mano cuan
do la camilla termin de cruzar el umbral de la cmara de la muerte.

Y la puerta se abri. O el clic del picaporte y me puse en pie un instante antes de


que se abriera. Me qued en la escalinata de entrada mirando con ojos de miope en
la oscuridad de la entrada de ladrillo.

La seora Russel estaba ah, de pie, asomada a la puerta.


Ese rostro enorme, negro e imponente estaba surcado de lgrimas. Tena una mano en l
a garganta, aferrada al medalln. La otra sostena el pomo de la puerta. La misma ba
ta informe de antes le cubra el cuerpo inmenso, dejando los brazos gruesos al des
cubierto, las piernas a la vista. Frunci el ceo desde la oscuridad hacia m, con los
ojos tormentosos llenos de rabia y todo su ser temblando y vibrando con emocin.
Me qued en la entrada-escalinata como un mendigo, los hombros hundidos, las mejil
las hmedas y la boca entreabierta.
Habl con una voz dura y rotunda, nada temblorosa.
Esperaba que volviera -confes-. Se lo juro por Dios. Esperaba que volviera.
Levant la mano. Mi voz no era tan firme como la suya, era poco ms que un susurro.
Pues vaymonos -repuse-. No tenemos mucho tiempo.
Avanz, sin mirarme, mirando al vaco. Dej que la tomara del brazo y sent la piel spera
de su codo mientras bajbamos por la escalinata en direccin a la calle.
Andaba a mi lado enrgicamente hacia el coche, dando zancadas, mirando a lo lejos.
Le abr la puerta del Tempo y esper hasta que estuviera sentada en el asiento del
acompaante. La cerr y di la vuelta por delante del vehculo.
Ya no me senta tan denodado. Las piernas an me flaqueaban. El corazn palpitaba frent
ico. No me atreva a pensar. Respirar constitua casi un esfuerzo. Abr la puerta del
conductor y me sent frente al volante.
La seora Russel estaba a mi lado, erguida, tensa, inmvil. Mir hacia delante por el
parabrisas y, con un fuerte movimiento de hombros, las lgrimas volvieron a surcar
le el rostro.
Van a matar a ese hombre a las doce -observ en voz baja-. Cmo espera poder hacer al
go ahora?
Puse la llave de contacto y le di un cuarto de vuelta. El motor del Tempo chispo
rrote, chispe y se llen de vida.
Pngase el cinturn -profer.

Dcima parte

NOVENTA Y SIETE MALDITOS SEGUNDOS DEMASIADO TARDE

Luther Plunkitt observaba cmo Frank Beachum era conducido hasta el centro de la cm
ara de la muerte. Asinti, y los dos guardias del equipo de las correas abandonaro
n la habitacin. Luther cerr la puerta tras ellos. Ahora haba seis personas en la pe
quea sala: el ltimo guardia, un pelirrojo de mediana edad llamado Highgate, que fo
rmaba en una esquina con las manos entrelazadas delante de l; el ayudante de Luth
er, Zachary Platt, que estaba en el extremo ms alejado y llevaba unos auriculares
con un micrfono. En el rincn opuesto, haba una pantalla plegable blanca, detrs de l
a cual se encontraba el doctor Smiley Chaudrhi y la enfermera Maura OBrien con el
electrocardigrafo. La Asociacin Mdica Americana no permita que los mdicos participar
an en las ejecuciones, as que Chaudrhi permaneca detrs de la pantalla a lo largo de
todo el proceso y se limitaba a controlar el corazn de Beachum hasta su paro com
pleto. Y luego estaba Luther, a los pies de la camilla, y Frank, debajo de los f
luorescentes, con el rostro tenso limitado por la sbana y los ojos movindose sin c
esar de un lado a otro.
Todos permanecan en silencio y, en ausencia de voces humanas, cada sonido se ampl
ificaba. Luther poda or los latidos de su propio corazn. Poda or el susurro de los au
riculares de Platt, y el murmullo flemtico de la respiracin del guardia Highgate.
La enfermera OBrien sali de detrs de la pantalla, y Luther oy la goma de sus suelas
chirriar en contacto con el suelo. Su rostro redondo y pecoso permaneca inexpresi
vo mientras avanzaba hacia la camilla. Se mova con gestos rpidos y resueltos. Luth
er contuvo la respiracin cuando baj la sbana que cubra el cuerpo de Frank desde la b
arbilla hasta la cintura. Observ el cuerpo tenso del prisionero y sinti la tensin d
el suyo. El corazn le palpitaba con ms fuerza. Vio los ojos de Frank clavarse en e
l rostro de la enfermera.
Esto es slo para el electrocardiograma anunci Maura framente.
Introdujo las manos blancas por el escote de la camiseta de Frank y le coloc las
ventosas en el pecho; los cables pendan por el lado de la camilla y llegaban hast
a la mquina por el suelo. Luego, con los mismos movimientos decididos, la enferme
ra retrocedi un paso y cogi el dispositivo intravenoso. Las ruedas chirriaron con
tanta fuerza al acercar el sistema a la camilla que Luther empez a apoyar alterna
tivamente cl peso de su cuerpo en un pie y en otro. Hubo un estampido metlico cua
ndo Maura afianz el soporte con la abrazadera en el extremo de la camilla.
La enfermera desapareci detrs de la pantalla; Luther pareca sosegado, pero se senta
como si hubiera tragado cido: le pareca que todo aquello duraba una eternidad. De
hecho, Maura reapareci al cabo de un instante. Sostena una bola de algodn entre los
dedos pulgar e ndice. Hbilmente, levant la aguja intravenosa del gancho, y Luther
oy el crujido del papel cuando la sac del envoltorio. Se inclin sobre el brazo de F
rank y ste mir hacia otro lado, hacia el techo, mientras le temblaba la comisura d
e los labios. La enfermera frot vigorosamente el pliegue del codo para prevenir la
infeccin.
Le doler menos si cierra el puo explic.
Luther se moj los labios secos cuando vio a Frank apretar la mano debajo de la co
rrea que le sujetaba la mueca. Venga, hermana, pens, acaba de una vez. Bendijo en
silencio la habilidad de Maura cuando sta introdujo la aguja en la vena azul bajo
la piel de Frank. Cuando la tuvo bien sujeta en el brazo, con la sonda ascenden
te para llegar a la bolsa de solucin salina en el soporte y descendente para pasa
r por el orificio previsto en la pared de hormign, Maura se incorpor. A Luther le
pareci ver un gesto claro de alivio en su rostro. Se guard el algodn usado en el bo
lsillo de la camisa y sac un rollo de cinta adhesiva del mismo lugar. La cinta em

iti un chasquido cuando tir de ella para cortar dos bandas. Rpidamente, las coloc en
el brazo de Frank, formando una X sobre la aguja para sujetarla de forma defini
tiva. Cuando hubo terminado, subi secamente la sbana hasta el cuello de Frank. Fra
nk gir la cabeza y la mir con aquellos ojos tan brillantes. Tena el aspecto de cual
quier paciente asustado y acostado en una camilla que miraba a la enfermera busc
ando un signo tranquilizador. Maura apart la mirada de inmediato frunciendo los l
abios. A Luther le pareci que se tambaleaba un poco al andar mientras volva detrs d
e la pantalla.
Pero el alcaide respir profundamente. Ya estaba hecho. Todo iba bien. Mir el reloj
de la pared. Slo eran las once y treinta y ocho. Luther casi se ech a rer. Dios, p
ens, no hay nada tan lento como esto. Ni tan slo la espera en una batalla. Nada en
su vida era tan lento. Poda sentir la tensin frentica del silencio, la tensin del a
ire, la tensin de la pequea sala que pareca crecer segundo a segundo.
Y senta su propia tensin reaccionando a todo aquello, como si no fuera un ente fsic
o separado sino una especie de densidad en la atmsfera general, un pedazo grueso
de la tensin que le envolva. Y, sin embargo, mentalmente se encontraba bien. Efect
u un chequeo silencioso de s mismo y comprob que tena la mente ntida y despejada. Los
nervios no podan sino ayudarle a mejorar en su trabajo. Estara ms alerta, reaccion
ara con ms rapidez.
Asinti de forma imperceptible. En el silencio profundo, le pareci or el crujido de
los bancos de plstico detrs de las persianas que cubran el cristal insonorizado mie
ntras los testigos entraban en la sala contigua.
S. Eso era lo que sucedera a continuacin.
Todo iba viento en popa.

bamos deprisa, no s cunto, pero deprisa. No poda despistarme ni medio segundo. Tena l
os ojos tan pegados a la carretera como el zapato al acelerador. No fren. No me d
etuve en los semforos. Avanc en zigzag por el trfico impetuoso, mientras los neumtic
os chirriaban debajo de mis pies, adelantando las luces escarlatas que se aparta
ban al ver el destello deslumbrante de las luces delanteras. Las bocinas retumba
ban y se desvanecan un segundo despus. El bulevar quedaba atrs en una efusin borrosa
de colores. Y el motor cantaba en una nica nota, una msica aguda e incesante, exp
lotando sus recursos al lmite. El viento era un rugido a travs de las ventanas abi
ertas, pero yo oa ese zumbido estridente por todas partes. Ese sonido y el ruido
sordo y elstico de mi propio pulso parecan invadirme por todas partes al mismo tie
mpo.
En el asiento del acompaante, la seora Russel estaba rgida. Como un acantilado inme
nso. Tena las manos cerradas en un puo a cada lado de su cuerpo y sus ojos eran li
nternas que emitan seales de alerta desde el otro lado del parabrisas. No se gir pa
ra ver el parque, las torres de ladrillo ni cmo los aparcamientos se sucedan unos
a otros segundo a segundo. Parecamos una presencia nica -o, al menos, me lo pareca
a m-, su presencia era como la ma, contenido y envoltorio de un vehculo del ms all. P
oda sentirla all, poda sentir su terror -o pensaba que poda-, pero no distingua su te
rror del mo. Apenas era consciente de su presencia como persona independiente y s
eparada de m hasta que, al cruzar a mil por hora el corazn de la ciudad universita
ria, rompi el silencio.
Conozco al chico que le vendi la pistola -anunci.
Qu? -grit entre rugidos y zumbidos mientras segua aferrado al volante.
Conozco al chico que le vendi la pistola -repiti a gritos-. Est en la crcel. Tal vez

hable con ellos si le rebajan la condena.


Delante de m, un Volkswagen se detuvo en un semforo. Los coches atravesaron el cru
ce y se interpusieron en mi camino. No fren. No aminor la velocidad. Me zambull en
el reducido espacio que quedaba entre un Jaguar y una camioneta. O rechinar los f
renos. Una bocina. Y luego los dos desaparecieron mientras el Tempo se alejaba d
esbocado.
La pistola, pens, apretando todava ms el acelerador. S, con eso bastar. Bastar.
Y en aquel momento, el mundo se torn rojo, rojo y blanco y lleno de aullidos, una
sirena aull como un lobo salvaje a la luna, ahogando el estruendo del motor, el
viento y mi nocin del tiempo, ahogndolo todo excepto el aterrorizado aullido de re
spuesta que sali de lo ms profundo de mi ser.
No poda mirar por el retrovisor. No me atreva a desviar la vista de la carretera.
Pero vea las rfagas de luz por el rabillo del ojo, las vea centellear y girar verti
ginosamente en el espejo, por todas las ventanas.
Saba que la polica iba a por m.

De repente, Luther se percat de que haba llegado la hora. La hora que haba temido d
urante todo el da. Estaba de pie junto a la camilla. Eran las once y treinta y nu
eve y cuarenta y dos segundos. Le pareca que haca una hora que eran las once y tre
inta y nueve y cuarenta y dos segundos. El minutero del reloj pareca haberse enca
llado en el espacio gris que haba entre un trazo negro de la esfera del reloj y o
tro. Peor an, esa estrecha caja rectangular con paredes blancas de hormign que le
aislaban del mundo exterior pareca haberse soltado de las amarras del planeta. Lu
ther saba que Arnold McCardle estaba slo a una habitacin de distancia, observando l
os procedimientos por el falso espejo de la derecha. Saba que los testigos se est
aban reuniendo detrs de las persianas de la ventana, delante de l. Y, sin embargo,
tena la impresin de que ellos y el resto de la unidad mdica, el resto de la prisin,
el resto de la tierra se haba desmoronado, que la cmara de la muerte haba despegad
o y se haba lanzado al espacio sideral y flotaba dando tumbos de un extremo a otr
o, completamente inconexa. Se sinti mareado y vaco mientras la sala navegaba y gir
aba sobre su eje. Y se sinti solo. Solo, a las once y treinta y nueve y cuarenta
y dos segundos, con el convicto, Frank Beachum.

Vio el rostro de Frank Beachum. Eso era lo que haba temido, lo que haba soado. Se e
nfrentaba al rostro del hombre en la camilla y, pese a todo ese temor, la imagen
le cogi desprevenido. No era lo que haba esperado. En cierto modo era mucho peor.
Haba imaginado que vera al hombre tal como lo haba visto a lo largo de aquellos se
is aos, aunque saba que no poda ser as. Haba imaginado que vera al hombre fuerte, tri
te, los rasgos controlados, los ojos pensativos, los labios delgados, expresivos
e inteligentes, el rostro que durante todo ese tiempo le haba comunicado el pens
amiento prohibido con lenta insistencia. Haba imaginado y temido que vera ese rost
ro, a ese hombre acusndole con su inocencia evidente. Pero ese rostro, ese hombre
, haba desaparecido por completo.
El hombre de la camilla no era ms que un contenedor, un recipiente rebosante de t
error mortal. La boca de Frank estaba muerta, se haban borrado las lneas de sus ra
sgos, de las mejillas y de la frente: la piel pareca la de un beb, tan blanca, tan
limpia Debajo del nacimiento del pelo, los ojos brillantes de Frank se movan y se
movan como si estuvieran desconectados del resto de su ser y lo nico que le queda
ra de vida se escondiera en esos ojos, toda la energa blanca, todo el temor.
Pero fue su pelo, por sorprendente que parezca, lo que ms impresion a Luther como
el rasgo ms horrible: el mechn de pelo garboso, desenfadado y masculino que le pen

da en la frente mientras yaca all clavado y cubierto hasta la barbilla. Resultaba fc


il imaginarle peinndose por la maana, apartndose el pelo de los ojos con un giro rpi
do de la cabeza, rindose tras l. Todo aquello pareca ahora misteriosamente extrao. E
ra como si alguien le hubiera puesto una peluca, para mofarse de l, para burlarse
de l en su impotencia.
Pese a toda su experiencia y expectacin, la imagen del rostro de Frank cogi a Luth
er desprevenido. Le hizo estremecer. Perfor su sentido profesional, penetr en las
profundidades de su fachada hasta la conciencia humana que se esconda debajo. Era
como un actor, completamente inmerso en un papel, que de repente se da cuenta d
e que el teatro est en llamas. Se dio cuenta de que tena que hablarse a s mismo, el
alcaide al hombre, para mantenerse en pie, para combatir esa sensacin de desmayo
.
Escucha, pens, gesticulando con los labios espasmdicamente mientras miraba al homb
re en la camilla. Tambin haba una chica. Una chica joven a la que la gente quera. U
n padre, una madre, un marido, que la amaban. Llevaba un hijo en las entraas -una
hija, un hijo, un nieto-, que ella habra mecido en sus brazos, contra su pecho,
que la habra mirado a los ojos. Y ese hombre -ese Frank tuyo, el viejo Frank- la
mat, asesin todo eso. Le dispar a la garganta y la dej sangrando, muriendo. Por algn
dinero, por una miserable deuda, no importa el motivo. Ni cmo era su vida antes,
ni el estado mental del momento. No tena ningn derecho, maldita sea. Es un hombre
como yo. Pudo elegir, como yo. No tena que hacerlo pero lo hizo. Eso es lo que es
un hombre, al fin y al cabo. Un hombre es un ser que puede decir no. Un hombre mal
dita sea.
Para su sorpresa, Luther not que la mano derecha, recostada en la pernera, le emp
ezaba a temblar. Nunca le haba ocurrido antes. Se meti la mano en el bolsillo. Por
algn motivo, al parecer, ese pequeo discurso no haba hecho ms que empeorar las cosa
s. Ahora tena que abrir la boca para respirar. Sinti que la habitacin daba vueltas
a su alrededor, entrando en barrena por oscuras profundidades. Los dedos se enco
gieron en el bolsillo cerrando el puo mientras intentaba mantenerse en pie, repit
indose a s mismo, luchando decididamente contra la vertiginosa sensacin:
Un hombre es un ser que puede decir no.

Nooooo! -grit, cuando los coches patrullas empezaron a pisarme los talones.
En ese momento eran dos: el segundo haba salido derrapando del aparcamiento de un
McDonalds como si el primero lo hubiese advertido. Los dos estaban tras de m, ace
rcndose por la derecha y por la izquierda. Apret el acelerador con tal fuerza que
todo mi cuerpo se incrust en el respaldo del asiento y tuve que estirar los brazo
s con fuerza para coger el volante. Mi cara deba de parecer una calavera, la piel
tensa sobre los huesos y la boca abierta llena de desesperacin y pavor. Delante
de m, el trfico desapareca cuando los coches se desmarcaban a cada lado para dejar
paso al aullido de las sirenas y las luces delirantes. El Tempo vol por la autopi
sta negra como una flecha, como una bala. Y aun as, esos bastardos iban ganando t
erreno.
Pare! Por el amor de Dios! -grit la seora Russel-. Deje que nos ayuden!
Pero yo no crea que fueran a ayudarnos, y no tenamos tiempo de dar explicaciones,
as que no me detuve.
Segu adelante y, durante unos segundos que se me antojaron una eternidad, no o ms q
ue el sonido de las sirenas y los destellos de luz roja y el cap del Tempo retumb
ando incesantemente por el muro de la noche.

Una sirena cambi de posicin y el primer coche patrulla me adelant en un zigzag.


Detngase! Detngase en la cuneta!
La voz del altavoz del coche patrulla era como la del dios del trueno. Gir la cab
eza y vi el lateral del coche muy cerca del mo. Si intentaba adelantarle, me cort
ara el paso. Si intentaba torcer rpidamente a un lado y despistarle, perdera el con
trol y morira. No haba alternativa alguna. Levant el pie del acelerador.
El Tempo aminor rpidamente la velocidad. El coche patrulla pas delante de m. Se acer
c sigilosamente, invadindome el parabrisas con luz roja. Vi el destello de las luc
es del freno y ech una ojeada al segundo coche patrulla que se detena en la cuneta
justo detrs de m.
Gracias a Dios! -exclam la seora Russel con un suspiro de alivio.
Gir el volante a la izquierda y pis muy fuerte el acelerador. Dispar el Tempo como
una lanzadera. El parachoques delantero se separ del trasero del primer coche pat
rulla, encontr un hueco vaco y se zambull en l, pasando junto al costado izquierdo d
el coche patrulla. Fuimos absorbidos por la negra carretera y de nuevo me encont
raba delante de ellos. Alejndome como el viento.

Mierda! Usted est loco! -farfull la seora Russel. Volv a llevar el Tempo al lmite.
coches patrullas volvieron a rugir y a aullar en su persecucin tras de m.
Est completamente loco!
Nos detendrn! -grit.
Y sin pensar gir la cabeza para mirarla.
Estaba tan incrustada en el asiento que pareca que quera confundirse con l. Su rost
ro, iluminado por las luces de las sirenas, estaba tenso, envuelto en un grito a
gudo.
Cuidado, cuidado, cuidado!
Ya me estaba girando otra vez hacia el parabrisas siguiendo la lnea blanca de su
mirada alucinada. Pero ese giro pareci eterno. Sent el movimiento de mi cabeza y e
l lento palpitar del dolor en su interior, el peso del alcohol usurpndome el cere
bro y la fatiga en los brazos y en las piernas, y el dolor detrs de los ojos; tod
o esto lo sent en el breve trascender de un segundo. Era consciente de la presenc
ia del primer coche patrulla pisndome los talones y de la del otro persiguindome a
corta distancia. Vi una mancha de brillo abrasador. O cmo la seora Russel profera u
n alarido estpido.
Y fue entonces cuando el Tempo se lanz por la ltima recta del bulevar a toda pasti
lla y se precipit, chirriando, en la Curva del Muerto.

Habra sido bonito pensar que Frank Beachum haba tenido alguna visin al final. En es

e ltimo cuarto de hora, es decir, cuando el minutero iniciaba su camino para cerr
ar el arco del crculo de la hora. Sera bonito pensar que tuvo alguna revelacin, un
indicio que le ayudara a comprender. Cristo, por ejemplo, flotando debajo de los
fluorescentes con los brazos abiertos. El cielo dispuesto para la acogida y los
ngeles cantando. O, ms creble, en los ltimos quince minutos, en las fauces de la mu
erte, una calma de fe y un entendimiento incomprensibles pero perfectos que habra
n lavado su alma como un bao de agua caliente. Aunque, en ese caso, supongo, algu
ien habra adivinado una sonrisa dibujada en su rostro.
Tal vez tuvo una visin ms moderna, ms literaria, pero Frank no era un hombre modern
o y literario. Bueno, creo que ya saben a qu me refiero: los momentos podan habers
e alargado hasta que comprendiera que cada persona es eterna, o la Vida se habra
podido revelar en forma de claridad prstina hasta que resolviera que todo era per
fecto tal como era, y todo iba bien, si uno as lo vea. En fin, no s, toda esa mierd
a est en los libros, ustedes pueden leerlos.
Pero si estn interesados en las impresiones de este reportero, y supongo que la r
espuesta es afirmativa si han llegado hasta aqu, dira que no tena ninguna de esas v
isiones, ninguna de esas conclusiones, escritas en los ojos ni expuestas en la m
ente. Creo que al final haba alcanzado esa fase de temor en la que la conciencia
de uno mismo desaparece y el cuerpo entero -y el alma, si ustedes quieren- se co
nvierte en un rgano de percepcin, sensaciones que meditan sobre sensaciones. Frank
no se haba vuelto loco ni nada parecido. La vida no haba sido lo suficientemente
compasiva con l para permitir que enloqueciera. Pero tampoco pensaba, o al menos
no de la manera en que se suele pensar. Simplemente, vea: vea las juntas rugosas e
ntre los bloques de hormign en la pared, vea el reloj y el movimiento de las manec
illas en la esfera, los rostros que planeaban a su alrededor, Luther, Maureen, e
l guardia, la solucin salina escurrindose invisible por la sonda clavada en el bra
zo; desviaba la mirada de uno a otro, incapaz de quedarse observando a uno solo,
porque cada imagen sucesiva provocaba en l esa sacudida de horror que avivara una
serpiente, por ejemplo, si de repente la encontrara en el bol del desayuno. As m
iraba, y senta miedo, ah acostado en la camilla de la sala blanca y pequea. Y, al m
ismo tiempo, o en los breves y minsculos intersticios, recordaba. No eran palabra
s ni impresiones, sino explosiones de sensacin: el olor de la hierba, las arrugas
de sufrimiento en la comisura de los labios de Bonnie, el torrente de sangre y
lquidos en el que su Gail se haba abierto paso entre las piernas de su madre, el c
alor del verano, el sabor de la cerveza esos recuerdos florecan y marchitaban en s
u mente en dcimas de segundo entre una imagen y la siguiente y, con cada una de e
llas, se suma en un pozo de afliccin sin fin, una vasta llanura subacutica de soled
ad y lamentacin.
Y eso fue todo para l. El alcaide, tras un breve comentario al guardia, sali de la
habitacin para acoger a los testigos que se encontraban al otro lado de la pared
. Su ayudante, Zach Platt, segua en la esquina, murmurando en el micrfono de los a
uriculares. El guardia permaneci de pie con las manos enlazadas en el pecho, obse
rvando especulativamente al convicto debajo de la sbana. Y Frank yaca ah esperando
que se cerrara el crculo de la hora, con los ojos raudos e inquietos, el cuerpo o
bligado a permanecer inmovilizado por las gruesas correas de cuero. Fueran cuale
s fuesen los intentos que antao hubiera hecho para comprender su vida, su muerte,
ahora ya no pretenda nada. Y a las once y cuarenta y cinco de ese lunes por la n
oche, a Frank Beachum, no le quedaba nada ms que el recuerdo, el terror y la tris
teza, y todo lo que estaba ocurriendo.

A Lowenstein, por otra parte, le quedaba Debussy. Clair de Lune, respecto al que
siempre haba sido muy parcial. Sonaba suavemente en el CD y los compases claros
y melodiosos del piano llenaban con un sonido meloso de fondo la pequea sala de e
star donde le gustaba trabajar por la noche. Era un buen lugar para trabajar. Al
l tena su silln de orejas, tapizado con un estampado de flores, y una pequea otomana

antigua donde reposar los pies calzados con las zapatillas. En el suelo haba una
pequea alfombra persa, bastante descolorida, y un exquisito escritorio junto a l
a ventana con casillas para guardar los tiles de escritura. Haba libros, con marav
illosas encuadernaciones de diversos colores en cada pared. Y la seora Lowenstein
sentada all, inclinada sobre sus labores de costura en una silla de coser anticu
ada y sin brazos, silenciosa pero afable.
El propietario y editor del St. Louis News era un hombre alto y esbelto de unos
sesenta y tantos, y abundante cabello canoso y bien dispuesto. Tena un rostro atr
activo, grave e inteligente, cejudo pero sin dejar de ser agradable. En esos mom
entos estaba trabajando en su silln de orejas con un Montblanc en un bloc de pape
l legal de color crudo. Nunca en su vida haba utilizado un procesador de textos y
tampoco tena la intencin de hacerlo. Estaba escribiendo una nota a sus empleados,
explicando sus pensamientos y sentimientos sobre la trgica muerte de Michelle Zi
egler, una de los suyos. Ya haba escrito una carta a la familia y una nota especi
al para la editorial. Ambas le haban llevado mucho tiempo.
Esa carta no era tarea fcil. El seor Lowenstein era un hombre escrupulosamente hon
esto y Michelle nunca le haba gustado demasiado. Formaba parte de la plantilla, a
l igual que yo, porque Alan la defenda, y l confiaba en Alan hasta la mdula. Person
almente crea que Michelle era una persona arrogante y desagradable, demasiado seg
ura de s misma para ser tan joven. Por otro lado, consideraba que sus gustos y op
iniones personales no contaban en ese momento pstumo. As que escoga las palabras co
n afabilidad y generosidad aunque con una nimia consideracin por la verdad.
Clair De Lune le ayudaba a pensar, as como aquella sala, y su bella y tranquila e
sposa que le miraba y le sonrea de vez en cuando. Pero haca ms o menos un minuto qu
e algo le preocupaba, algo penetraba su conciencia, interrumpiendo el flujo de i
deas.
Sirenas. Tard unos instantes en levantar la mirada de la hoja de color crudo y da
rse cuenta de lo que era. Mir el reloj del abuelo en el rincn opuesto de la habita
cin. Las doce menos cuarto, y en el ltimo minuto haba odo el aullido de las sirenas,
acercndose, una media docena, o al menos esa era su impresin.
Debe de pasar algo -murmur, mirando a su mujer por encima de las lentes de lectur
a.
Tal vez un incendio -repuso ella, volviendo a sus quehaceres-. O quizs otro accid
ente en la curva.
El seor Lowenstein permaneci atento. En realidad, no era periodista -haba amasado s
u fortuna en hoteles-, pero despus de comprar el peridico le gustaba considerarse
un periodista, as que escuch atentamente durante un par de segundos con lo que l se
le antojaba curiosidad periodstica.
Estaba a punto de volver a la carta cuando repar en otro sonido, distinto del de
las sirenas, ms cercano a aquellas y cada vez ms audible y ruidoso. Era como un re
tumbo, como una estridencia envuelta en un chisporroteo algo ms grave. No poda ima
ginar lo que era ni aunque le fuera la vida en ello.
Hmmmph -susurr el seor Lowenstein.
Dej el bloc de papel en el pequeo soporte de la lmpara junto al silln. Se levant y se
anud el batn de color oporto sobre el pijama de seda. Se acerc a la ventana junto
al escritorio y se inclin para mirar con ojos de miope por encima del montculo de
csped a la calle vaca ms abajo.
Contrariamente al sonido de las sirenas que se iba desvaneciendo, el otro sonido
era cada vez ms evidente. El retumbo se convirti en un estruendo. El martilleo se

torn un estallido metlico infernal. El chisporroteo se transform en un silbido tor


tuoso. Fue entonces cuando el seor Lowenstein, estirando el cuello y colocndose la
s gafas en la punta de la nariz, descubri exactamente de qu sonido se trataba.
Era el sonido propio de un coche que avanza a gran velocidad cuando el silenciad
or se ha soltado pero es arrastrado por el suelo, escupiendo dos grandes oleadas
de chispas por cada lado del chasis.
O, para hablar claro, era el Tempo.

Esos pobres polis. No tenan la ms mnima posibilidad en ese viraje letal. Realmente
resultaba imprescindible hacer algo con esa curva.

Los tres habamos entrado al mismo tiempo. Los dos coches patrulla escoltndome, las
luces y las sirenas palpitando a cada lado. Pero slo yo saba que nunca lo consegu
iramos. As que ni tan slo lo intent. Retir el pie del acelerador y lo apoy en el fren
sin accionarlo. En ese mismo instante, los dos coches me adelantaron como blidos
en la curva. Intent controlar el volante despacio, esperando el derrape, y cuand
o lleg, continu girando en el mismo sentido, mientras los neumticos chirriaban y el
coche rotaba sobre su propio eje. Por el parabrisas, por encima del grito de la
seora Russel, vi el mundo como un tiovivo. O el chirrido de los frenos, el pitido
de los clxones mientras el Tempo giraba y giraba, deslizndose de lado sobre el ma
cadn. Pis el freno en un intento de controlar el Tempo. Entrev los dos coches patru
lla levantndose en el aire al chocar contra el bordillo. El primero derrap por el
espacio abierto del aparcamiento. El segundo lo sigui, empotrndose de lado en el m
aletero del primero. Ambos vehculos se detuvieron, humeando. Y entonces el Tempo
sali de la curva y perd de vista los coches. Frente a m, de nuevo la carretera. End
erec el volante y pis el acelerador.
Y me fui, adis muy buenas, ah os quedis. Mir por el retrovisor mientras los neumticos
se adheran de nuevo al pavimento y vi que los polis, cuatro de ellos, salan de su
s vehculos humeantes y los rodeaban dando tumbos viendo cmo me alejaba. Y entonces
apret los dientes y me concentr en la carretera.

No perd el silenciador hasta llegar a la verja de la finca, un pequeo castillo pri


ncipesco de ladrillo rojo que guardaba la entrada del camino particular de Lowen
stein. En el centro del tejado de tres picos se vea un gran campanario. Mir el rel
oj al pasar junto a l y vi que el minutero marcaba menos cuarto pasadas. Por ello
no vi el primer badn y top con l a demasiada velocidad. Son un rasgo idiosincrsico
de los ricos de St. Louis, esos bultos en la carretera que impiden a los reparti
dores y dems chusma hacer el Fittipaldi delante de las mansiones ms elegantes de l
a ciudad. El Tempo choc contra el badn y se elev en el aire para aterrizar justo en
cima del siguiente. El silenciador cruji sonoramente y el Tempo empez a emitir un
ruido parecido al de un gigante atragantndose con las gachas. Mientras conduca por
los siguientes badenes, numerosas chispas empezaron a brotar de ambos lados del
coche.
A travs de aquellos fuegos artificiales, la espiral de humo negro y la oscuridad,
vislumbr la mansin de los Lowenstein, un bloque de ladrillo rojo de estilo georgi
ano y dimensiones inconmensurables, con dos chimeneas que se recortaban contra l
a luna creciente y el prtico de columnas con el balcn de hierro forjado cernindose
sobre m con aire austero. Dirig el Tempo hasta el bordillo, pis el freno de forma s
ostenida pero rpida, haciendo caso omiso del chirrido de los neumticos, del canal
del silenciador y de la ltima lluvia de chispas que cay sobre el bordillo y la ace
ra.

El Tempo se detuvo y el motor se extingui as, sin ms, sin rechistar, incluso antes d
e que tuviera tiempo de tocar la llave.
Dios mo! -exclam la seora Russel.

Hmmmph -farfull de nuevo el seor Lowenstein.


Me vio a los pies de la escalinata de piedra que iba desde la parte frontal del
jardn hasta la acera. Di la vuelta al coche tambalendome, apoyndome en el cap para n
o caerme, rodendolo por delante mientras la seora Russel sala por la puerta del aco
mpaante intentando ponerse en pie. Me vio coger a la mujer negra del brazo. Nos v
io a los dos subir los peldaos y correr por el csped hacia la puerta principal.
Se incorpor, retirando las gafas de lectura de la nariz, doblndolas y deslizndolas
en el bolsillo del batn.
Qu ocurre, cario? -pregunt su esposa sentada detrs de l.
Es Steve Everett, del peridico -repuso, volvindose hacia ella con una sonrisa dist
ante y pensativa.
Ah -dijo ella-. Uno de tus reporteros?
Hum -asinti el seor Lowenstein-. Un cabronazo de cuidado -explic en voz baja-, pero
est claro que sabe conducir.

Medianoche. A las doce en punto el telfono de color canela son en la sala de sumin
istros. Arnold McCardle descolg y oy la voz de Robert Callahan, el director del de
partamento de instituciones penitenciarias.
He hablado con un representante acreditado del gobernador -anunci Callahan, habla
ndo en un tono almidonado y artificial que no pegaba en absoluto con su deje del
medio oeste-. Y no se ha concedido el aplazamiento de la sentencia. Deben prose
guir con la ejecucin.
Arnold McCardle asinti con un gesto de su pesada cabeza.
Entendido -respondi.
Volvi a colocar el auricular en la horquilla. Hizo una sea afirmativa a Reuben Sky
cok, quien se volvi hacia los dos verdugos, Frick y Frack. Apoyando la mano en el
codo de cada uno de ellos, Skycok les acompa hasta el panel de control de la mquin
a de inyeccin letal. Para entonces, McCardle se haba vuelto hacia el pequeo interco
municador situado en la estantera junto a los telfonos. Puls el botn y dijo con voz
firme:
Autorizado.

La voz de McCardle lleg a los auriculares de Zachary Platt. El ayudante del alcai
de hizo un gesto afirmativo con la cabeza a Luther Plunkitt. Luther consigui mant
ener la mano serena gracias a la fuerza de su frrea voluntad mientras sacaba la s
entencia de muerte del bolsillo interior de la americana. Al mismo tiempo, Zacha
ry Platt se gir hacia la ventana detrs de l y, tirando del cordn, levant la persiana.

Bonnie Beachum se sobresalt en el banco donde estaba sentada, temblando, mientras


la persiana iba subiendo. La sala blanca y radiante estaba delante de ella. Y a
ll estaba su marido, con el rostro al descubierto tocando la sbana. Estaba tendido
de espaldas a ella, torciendo el cuello hacia atrs, forzando la vista para mirar
hacia atrs, buscando desesperadamente el rostro de ella al otro lado de la venta
na. Ella se inclin hacia el grueso cristal que los separaba.
Frank -susurr, temblndole la voz.
Verlo tumbado en la camilla la sumi en un estado de histeria visionaria de plegar
ia. De inmediato qued inmersa en un esfuerzo para que l pudiera verle el rostro, p
ara telegrafiarle su amor, su nico apoyo. Las lgrimas le surcaban las mejillas mie
ntras se inclinaba con fuerza hacia delante y tuvo que luchar para reprimir las
imgenes explosivas que invadan su mente: la sonrisa de Frank en la puerta de la co
cina, sus pasos de gigante en la escalera, la mano de Frank cogindola a ella por
el hombro Tena miedo de que esos pensamientos la mataran antes de mostrarle lo que
tena que mostrarle, que su mujer estaba all.
Frank -repiti entre sollozos.
Hartan Flowers avanz rpidamente y le envolvi la mano con la suya. Bonnie se aferr a
ella y la sostuvo con todas sus fuerzas.

Frank Beachum, el estado de Missouri le declara culpable de asesinato y le sente


ncia a morir mediante inyeccin letal.
Luther peg la vista en las palabras escritas en el papel, en cada una, una a una,
para que la voz no le temblara al leer. Acabemos con esto de una vez, pens. Y pr
egunt:
Tiene algo que decir?
Luther trag saliva y mir por encima de la sentencia al rostro de la camilla. Frank
forzaba el cuello intentando mirar a la ventana situada detrs de l, buscando la c
ara de su mujer. Luther pens que no hablara. No crea que pudiera pensar con la sufi
ciente lucidez, que fuera capaz de traducir en palabras cualquiera de los pensam
ientos que le quedaban en la mente.
Pero lo fue.
Te quiero, Bonnie! -grit Frank-. Siempre te he querido!
Luther vio cmo Bonnie Beachum apretaba con fuerza la mano contra el cristal. Le d
evolvi las palabras emocionadas a su marido:
Te quiero.
Luther trag de nuevo, esta vez con ms fuerza. Dobl el documento de la sentencia y s

e lo meti en el bolsillo. Mir el reloj. Faltaban veinte segundos para las doce y u
n minuto.

Durante esos veinte segundos Arnold McCardle permaneci quieto, mirando por el fal
so espejo, esperando que Luther Plunkitt se diera la vuelta y le diera la seal pa
ra empezar. Nadie se movi en la cmara de la muerte. A Arnold le pareca un cuadro: L
uther junto a la camilla, Frank estirando la cabeza hacia atrs, la nuez palpitant
e, el guardia y Zach Platt rgidos en sus rincones respectivos. Arnold no respir. H
asta el obeso y flemtico Arnold poda sentir la banda de tensin que se cerna en su ga
rganta y slo deseaba que el viejo Luther diera carta blanca, que hiciera una sea,
veinte segundos antes o no.
Pero entonces el segundero rojo lleg a la parte superior de la esfera y el cuerpo
inmenso de Arnold se hinch al inspirar esperando que Luther se girara hacia l. Pa
s otro segundo, y otro, y el cuadro pareca congelado: Luther miraba el suelo, Fran
k se estiraba hacia atrs, Platt en su rincn, lanzando miradas nerviosas al reloj y
el guardia en la otra esquina levantando una ceja.
Vamos, vamos -murmur Arnold en voz baja.
La segunda manecilla se desplaz hasta el primer arco del nuevo minuto. Arnold mir
a los verdugos. Frack, el fornido, se le qued mirando con la mano apoyada serenam
ente sobre el botn plateado de la mquina; Frick, el verdugo menudo, encorvado y co
n cara de insecto, era el que estaba ms cerca, medio de espaldas a l, casi de punt
illas y con el brazo vibrando ligeramente mientras mantena el pulgar en su lugar.
Arnold volvi a mirar al otro lado del espejo y se sobresalt al ver que el segunder
o del reloj empezaba a subir por la segunda mitad de la esfera, imparable. Y, si
n embargo, Luther segua sin girarse, sin girarse, y todo estaba congelado y todo
el mundo contena la respiracin.
Y entonces Luther se volvi.

un hombre es un ser que puede decir no, pens, y volvi a tomar conciencia de s mismo
.
El alcaide de la Institucin Penitenciaria de Osage qued consternado al ver cmo haba
dejado que su atencin se distrajera. Volvi a tomar conciencia de la situacin como s
i hubiera permanecido all de pie dormido, soando. No saba por dnde haba deambulado su
mente, en qu haba estado pensando, pero cuando alz la cabeza se percat de que el mi
nutero haba dado una vuelta completa a la esfera y segua avanzando hacia las doce
y dos minutos y treinta segundos, implacable.
Era una cuestin de orgullo, eso era todo. Esas cosas no tenan que ser exactas, tena
n todo el da para proceder con la ejecucin legalmente. Pero todo haba funcionado co
rrectamente, todo el mundo le esperaba y se supona que deba dar la seal a las doce
y un minuto en punto. Qu haba sucedido? Se haba dejado llevar en el instante crucial
, llevado a la deriva en alguna lnea de razonamiento o de fantasa, no lo saba, no p
oda recordarlo exactamente. Repar en que toda la mquina, de la que l constitua una pi
eza central, estaba en suspenso, paralizada porque su mecanismo se haba olvidado
de girar. Se senta absolutamente molesto consigo mismo.
Eran las doce y dos minutos y treinta y siete segundos cuando Luther se acord de
cumplir con sus obligaciones. En cualquier caso, por lo que respecta al alcaide
de la prisin, eran noventa y siete malditos segundos demasiado tarde.

Se dio la vuelta e hizo un gesto profundo con la cabeza en direccin al espejo.

Pero, en ese momento, el telfono negro empez a sonar.


Desde entonces, Reuben Skycock puede soltar una buena carcajada al describir cun
rpidamente y con cunta gracia el paquidermo Arnold McCardle poda moverse cuando tena
que hacerlo. Porque Luther asinti y el telfono son casi simultneamente, y McCardle
no slo alcanz el auricular del telfono con una mano sino que se estir como si fuera
de goma en la pequea sala para alejar al nervioso Frick de la mquina con la otra.
Frack fue ms rpido y se apart del botn en el instante mismo en el que oy el timbre, l
anzando las manos al aire como si acabaran de arrestarle.
Arnold McCardle se qued escuchando en el telfono negro durante largos instantes.
Entendido -repuso entonces. Y, sin colgar el telfono, puls el botn del intercomunic
ador.
Tenemos una orden de suspensin del gobernador -aclar con voz firme-. Se suspende e
l procedimiento.

Se suspende el procedimiento! Se suspende el procedimiento! -grit Zachary Platt, le


vantando las manos, con las palmas hacia fuera como si intentara impedirles a to
dos que se tiraran de un acantilado.
Durante un momento, Luther Plunkitt no reaccion. Se qued donde estaba y esboz su so
nrisa blanda. Luego, lentamente, levant el pulgar y se lo pas por los labios, enju
gando una gota imperceptible de saliva.

Lo curioso, segn me cont luego -o una de las cosas curiosas-, fue lo interminable
que se le antoj ese momento. Tuvo la impresin de que ocurrieron muchsimas cosas y d
e tener tiempo para verlo todo. Vio a Zachary Platt mostrndole las palmas abierta
s, saliendo del rincn como un loco y barboteando: Suspensin del gobernador, suspens
in del gobernador, suspensin. Vio la cabeza de Frank Beachum precipitarse hacia dela
nte, y su cuerpo convulsionarse violentamente debajo de la sbana; y cmo su cabeza
se desplom a un lado cuando el cuello perdi toda su fuerza, cmo cerr los ojos y se c
onvulsion. Entonces solt un sollozo amargo y rompi a llorar, y las lgrimas se le ago
lparon bajo los prpados, escapndose por cada lado de la nariz hasta la boca.
Y, sin embargo, el momento continu. Luther mir hacia arriba, en direccin a la venta
na de los testigos. Y vio a Bonnie. Se puso en pie. De un salto, abandon el banco
y se puso en pie. Se empotr contra el cristal. Luther oy el ruido sordo del golpe
. Vio cmo las palmas de las manos se le tornaban blancas por la fuerza, la vio de
bruces contra el cristal y ste empaado con su aliento. Incluso a travs del cristal
aislante, Luther oy su grito: Frank, Frank. Y luego la vio desmoronarse. Sus rodil
las cedieron y se derrumb, cayendo a un lado. El predicador negro que haba permane
cido a su lado tambin se haba levantado, la cogi entre sus brazos y la ayud a incorp
orarse en el banco.
Luther gir la cabeza hasta quedarse frente al falso espejo a su derecha. Sus ojos
pasaron por el reloj al girar, slo eran las doce y dos minutos y treinta y ocho
segundos. Y entonces vio su imagen reflejada, los ojos grises marmreos incrustado
s en la cara de masilla, la sonrisa inexpresiva.
Lo que realmente result extrao en lo que respecta a Luther era la sensacin que tuvo

, esa sensacin tan clara de que no estaba solo en ese momento. No crea en telepatas
, percepciones extrasensoriales ni mierdas parecidas. Y, sin embargo, tuvo que a
dmitir que sinti como si alguien ms se hubiera apoderado de su mente. Sinti que poda
comunicarse con esa otra persona, por grande que fuera la distancia entre ellos
, por simple pensamiento.
As que asinti, esbozando una sonrisa blanda, y pens, sin saber demasiado bien por q
u: Bien, Everett. Bien.
Bueno, creo que se suspende el procedimiento -profiri entonces en voz alta, lenta
y pesada.

Eplogo

La ltima vez que vi a Frank Beachum fue ese diciembre. Haca fro, un fro que pelaba,
me acuerdo de ello. Incluso el recuerdo del calor de verano se haba desvanecido.
Haba estado nevando intermitentemente durante una semana, y las calles eran un ca
os, con los bordillos llenos de montculos de nieve y las esquinas inundadas de ba
rro.
Yo no estaba de buen humor, de hecho estaba de muy, muy mal humor. Acababa de di
sputar tropecientos mil asaltos con el abogado de Barbara y no consegua que ella
me explicara cmo iba yo a pagar por los pecados de toda la humanidad y llegar a f
inal de mes al mismo tiempo. Al abogado pareca importarle un comino, y Barbara, q
ue se haba mostrado bastante razonable al principio, pareca estar flotando en la a
varicia y la amargura del abogado y seguir al pie de la letra todas sus propuest
as. Empezaba a quedar claro que el nuestro no iba a ser un divorcio amistoso.
No faltaba mucho para Navidades, creo, porque recuerdo que fui al centro comerci
al de Union Station a comprar un regalo para Davy. Volva a nevar, con intensidad,
y mi pobre Tempo reconstruido estaba prcticamente ahogndose en el fango que le ll
egaba hasta el motor.
El centro comercial estaba atestado de gente. Tuve que aparcar en el ltimo extrem
o del aparcamiento, lo que no mejor mi estado de nimo. Me sub el cuello del imperme
able para protegerme las orejas y me encorv en l mientras andaba por el fro insidio
so y la nieve incesante. La estacin, con su fachada amplia rematada por un tejado
de dos aguas y un alto y esbelto campanario de dos torres deba parecer alegre, s
upongo. Las luces, las guirnaldas y los oropeles multicolores pendan de ella. Y l
os nios se divertan dando vueltas en un tiovivo con caballos de color pastel que g
iraban en el extremo del aparcamiento, y canciones alegres sacadas de un rgano zu
mbaban sobre el susurro hmedo del trfico.
Con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha para protegerme las gafas de la
nieve, cruc el amplio aparcamiento hasta la entrada. Ah tambin haba nios, un coro de
nias pequeas cantando villancicos, las bocas en forma de o y las mejillas sonrosada
s. Y un poco ms all, un Santa Claus algo desmelenado, un tipo negro vestido con un
gabn de color indefinido y un gorro de duende cado a un lado.
Al acercarme le o importunar a los transentes, ponindoles una lata delante de las n
arices y girando con ellos cuando aquellos seguan su camino, haciendo caso omiso
de l.

Por caridad -farfullaba-. Dame un poco de caridad con pan. Es para los nios o alg
o parecido. Caridad oficial. Dame un poco de esa caridad. Tienes dinero. Tienes
dinero con pan. Da un poco de ese dinero a la caridad.
Eh, espera un momento -espet.
Al acercarme a l por la nieve me lleg la vaharada de meado y alcohol en el aire gl
acial. Sent que el lento hervor de la rabia contenida empezaba a desbordarse. Ava
nc hacia el tipo y le di un empujn en el hombro con la palma de la mano.

Eh! -exclam-. Pero qu es esto? T no eres Santa Claus, t eres el hombre chocho. Qu
crees que haces?
Asustado, tambalendose, se dio la vuelta hacia m. Su rostro marchito y sin afeitar
se ilumin.
Steve! -grit-. Viejo periodista, tu tienes dinero. T tienes dinero con pan. Dame alg
o de ese dinero, Steve!

Pero qu coo te pasa? -solt, sealando al coro-. Esto est lleno de nios y es Navidad
s tu problema? Una colecta para la caridad, eh? Y una mierda! Y encima pretendes s
er Santa Claus, Dios!
Venga, Steve -repuso en tono ms lastimero-. Dame un poco de dinero. T tienes diner
o con pan. Dame algo de ese dinero.
Apunt con un dedo directamente a ese apestoso y mugriento abrigo suyo.
Escchame, so capullo -advert-, ahora voy a entrar a comprar. Si cuando salgo todava
ests aqu, llamo a la polica, entendido?
Pero Steve
Llamo a la poli, capullo de mierda, estoy hablando en serio. Y encima pretendes
ser Santa Claus Pero de qu coo vas? Dios!
Lo apart de un empujn y entr en el centro comercial.
Dios! No hay nada sagrado en este lugar de mierda -mascull.
Al entrar en el centro o ms msica dndome la bienvenida. Avanc mosqueado por el pasill
o de ladrillo, bajo las tiras de oropeles que colgaban de la pasarela y de los s
oportes metlicos. Intent abrirme paso entre la marabunta de gente que estaba de va
caciones, compradores con abrigos abiertos, con las manos repletas de bolsas y c
ajas apiladas contra el pecho. Me abr camino pasando por delante de los tenderete
s de bisutera y me dirig a la tienda que venda toda la parafernalia de Walt Disney.
Empuj la puerta y entr agobiado.
La chica estaba all de pie, una mocosa ridcula vestida con un uniforme Walt Disney
de color azul celeste. Recuerdan aquello de que los viejos hroes griegos eran los
hijos de las mujeres que copulaban con los dioses? Pues bien, esa muchacha era
la hija de alguna dama que haba pasado la noche con Mickey Mouse. En el mismo ins
tante en que me vio cruzar el umbral, toda su persona granujienta se ilumin como
una bombilla. Los dientes de conejo destellaron y los ojos se le abrieron como p
latillos volantes.
Buenas tardes tenga usted. Cmo est usted hoy? -grit.
Qu? -profer.

Tiene usted un buen da?

Un da fantstico -repuse-. El mejor da de toda mi vida. Y ahora dme un dlmata de pelu


he, por favor.
Oh! Desea usted uno de nuestros dlmatas? Tenemos a Pongo y a Perdita y a Lucky y
El grande. Dme el ms grande. Qu vale? Mil quinientos dlares?
Oh, no seor. Ni mucho menos -respondi, rindose alegremente.
Dio un par de brincos alborozados para llegar a unas cajas amarillas al fondo de
la sala. All haba un televisor enorme, o mejor dicho, nueve televisores juntos qu
e formaban una sola imagen. Los siete enanitos andaban por las pantallas montada
s cantando a-hiboo, a-hi-boo. Una pelota resaltaba rebotando las palabras en la
parte inferior.
La muchacha atolondrada pas su dedo jaranero por la brillante papelera y por la c
aja de Pinocho hasta llegar a la de los dlmatas. Cogi uno de los grandes y se lo l
lev alegremente al alegre mostrador.
Cmo desea usted pagar, seor? -canturre.
Con sangre me parece apropiado -contest-. Pero una tarjeta de crdito tendr que bast
ar.
Cogi la tarjeta y la introdujo en la mquina. Iba tarareando la cancin de los enanit
os para s misma.
Alguien se va a poner pero que muy contento la maana de Navidad -observ.
La tarde de Navidad -sonre rechinando los dientes-. Mi ex no me dejar ir a casa ha
sta la hora de comer.
Su pelo rizado se mene durante un instante y vi cmo sus ojos se apagaban.

Me ech de casa porque me foll a otro bombn y todava est mosqueada por ello -expliqu
Minnie respir profundamente por la nariz y se qued cabizbaja, escribiendo rpidament
e en el recibo de la tarjeta de crdito.
Habra podido ser peor -aclar-. Podra haber perdido mi empleo porque a la que me est
aba tirando era la mujer de mi jefe. Afortunadamente, di en el blanco justo ante
s de que pudieran hundirme, as que me salv. De hecho, incluso consegu un jugoso con
trato para escribir un libro, y con un poco de suerte incluso gane un Pulitzer y
un billete de ida para salir de este agujero inmundo y volver a los buenos tiem
pos. Qu le parece? Quiere acostarse conmigo?
Me entreg alegremente el dlmata en una bolsa con un empujoncito decididamente coqu
eto.
No creo que a nadie le apetezca acostarse con usted, seor -enjaret.
Puede pensar lo que quiera, hermana, pero se equivocara de medio a medio -respond
riendo-. Felices Navidades.
Sal de la tienda sintindome algo ms aliviado. Encend un cigarrillo mientras avanzaba
por el suelo de ladrillo y di una calada profunda, sonriendo. Todava esbozaba la
misma sonrisa cuando sal del centro comercial y me adentr en el fro.

Y segua all. El hombre chocho. El coro de chiquillas segua cantando sus canciones,
con los rostros rosados entornados hacia la nieve que caa incesante y desviando i
ncmodamente la mirada de vez en cuando hacia donde el mendigo peda dinero con pan.
Me encoleric de nuevo.
Arremet contra l mientras persegua con la lata a uno de los transentes. Le di un emp
ujn en el hombro.
Bien, bien -indiqu-. Eso es todo. Estoy harto. Voy a llamar a la polica. Te he dic
ho, estpido ca
Entonces o una voz detrs de m que gritaba:
Papi! Venga, vamos!
Me gir instintivamente y, mirando al otro lado del aparcamiento, vi a Frank Beach
um.
Haca ms o menos un mes que no le haba visto, desde que terminamos las entrevistas p
ara el libro que estaba escribiendo. Las habamos empezado cuando todava estaba en
la crcel, y continuamos unas cuantas semanas despus de que le soltaran. En realida
d no tena muchas cosas que contarme puesto que yo haba entrado a formar parte de l
a historia muy tarde y slo pretenda contar esa parte de la misma. Le costaba expre
sarse y, lgicamente, sus sentimientos sobre ese ltimo momento en la camilla eran u
n embrollo. Me coment que no recordaba gran cosa de lo que haba ocurrido. Slo vi lo
que estaba pasando, eso es todo. Todo aquello pona los pelos de punta, crame, me ha
ba dicho. As que esa fue una de las cosas que tuve que intuir.

Al cabo de un tiempo me di cuenta de que no poda sacarle nada ms. Aun as volv unas c
uantas veces. Para mantener la relacin, supongo. bamos a algn bar y nos tombamos una
cerveza juntos. Le preguntaba por Bonnie y me responda que haba dejado la medicac
in, que se encontraba mejor y yo le deca que eso era fantstico mientras asentamos es
tpidamente el uno frente al otro all sentados. Lo cierto es que no tenamos mucho de
qu hablar, l y yo. No tenamos casi nada en comn. l arreglaba coches y yo los conduca
En un momento dado fue un buen chiste, pero no nos llev muy lejos.

Saba que planeaba irse de St. Louis pronto. Cuando la historia sali a la luz le ll
ovieron ofertas de trabajo y acept una en un garaje del estado de Washington, en
algn lugar a las afueras de Seattle. Quera esperar a que Bonnie terminara la terap
ia con el psiquiatra y esperaba que el Estado le indemnizara con algo de dinero
antes de irse. Pens que pasara algn tiempo antes de que el Estado tomara una decisin
al respecto, pero estaba bastante convencido de que al final sera una buena inde
mnizacin. El juez del caso era Evan Walters, un cristiano muy recto y honrado cas
ado con una cristiana muy recta y honrada y con tres hijos cristianos muy rectos
y honrados. Durante los ltimos dos meses yo haba ido a la misma casa de putas que
l, y yo lo saba, y l saba que yo lo saba, y sera una buena indemnizacin, estaba seg
de ello.
As que Frank debi de abandonar la ciudad poco despus de aquel da en la Union Station
porque, como digo, no le he visto desde entonces. Y, de hecho, esa ltima vez no
nos acercamos ni hablamos ni nada de nada. Simplemente, me lo qued mirando desde
la entrada del centro comercial. l estaba en la acera junto al aparcamiento. Su h
ija Gail le tena cogido por los dedos e intentaba tirar de l, pero al verme l se qu
ed ah, inmvil. Bonnie estaba junto a l, con la cabeza envuelta en un pauelo. Por lo q
ue vi, pareca cansada, pero rea y sonrea abiertamente, y al parecer gozaba de buena
salud.
Vamos, papi, vamos! -grit de nuevo Gail.

Tir de l con fuerza, pero Frank se qued donde estaba unos instantes ms. Poco a poco,
mientras le miraba, levant la mano. Se llev el dedo hasta el mechn de cabello que
le penda sobre la frente y luego baj la mano para apuntarme. Un saludo, podra llama
rse, o tal vez una despedida.

Levant el cigarrillo y le devolv con l el saludo. Se ech a rer. Gail segua tirando de
por la acera. Pas el brazo por el hombro de su mujer, la abraz y los tres siguier
on su camino hacia el tiovivo.
Les observ avanzar por la nieve hasta que los perd de vista cuando doblaron la esq
uina del edificio. Entonces mir a mi alrededor.
Los ojos inyectados en sangre del hombre chocho me miraban desde debajo del fleq
uillo peludo que sala de la gorra Elf.
Mierda -espet.
Me llev la mano al bolsillo y saqu la cartera. Agarr un billete de diez y lo embut b
ruscamente en la lata.
Al fin y al cabo, para que se lo lleve mi mujer, tambin te lo puedes llevar t -pro
fer-. Y ahora lrgate de aqu y emborrchate hasta reventar.

Eh! -respondi el hombre chocho-. Uno de diez? T tienes ms dinero, tienes dinero con
Le lanc una mirada feroz.
De acuerdo, de acuerdo -consinti. Sac el billete de la lata, lo apretuj en su puo y
se llev la mano al bolsillo del abrigo-. Gracias, periodista. Llevo dos horas aqu
y me estaba quedando con el culo helado.
Asent con la cabeza.
Qu diablos! A lo mejor s que eres Santa Claus.
Ech el cigarrillo a la cuneta y me dispuse a cruzar el aparcamiento en direccin a
mi coche.
Qu diablos, pens. A lo mejor lo es.

Agradecimientos

La investigacin para escribir esta novela fue muy amplia; me vi obligado a hablar
con gran cantidad de gente y a leer innumerables libros y artculos sobre el tema
. Los agradecimientos siguientes son, sin embargo, esenciales para m. Le estoy es
pecialmente agradecido a Richard Lowenstein por su experta bondad al mostrarme l
o que est de moda y lo que no en St. Louis. Varios abogados del Centro de Informa
cin de Missouri sobre la Pena Capital fueron muy generosos con su tiempo. Del mat
erial que he ledo, hay dos libros que me fueron particularmente tiles: Execution P
rotocol, de Stephen Trombley, ofrece abundantes detalles sobre los procedimiento
s de ejecucin en Missouri y Pena de muerte, de Vicien Prejean, es una conmovedora
descripcin de los sentimientos de las personas que se encuentran en el corredor

de la muerte, as como de los que administran sta. Recomiendo estos libros a cualqu
iera que necesite conocer aspectos de este tema, como yo mismo, aunque despus me
considere libre de cambiar los pensamientos segn las necesidades de la accin. Como
dijo Steve Everett, esta no es de esas obras modernas que mezclan la realidad c
on la ficcin. Esta es toda ficcin, cada palabra.

Andrew Klavan

This file was created


with BookDesigner program
[email protected]
14/01/2009

También podría gustarte