NOAM CHOMSKY - La Cultura Del Miedo
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LA CULTURA
DEL MIEDO
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Este ensayo es la introducción de "Colombia: La Democracia Genocida", volumen de
125 páginas, escrito por Javier Giraldo S. J., en 1996. Dos hechos debieran resonar en la
conciencia de los estadounidenses, en su lectura de la documentación del Padre Giraldo,
acerca del reino de terror en el que se vio sumida Colombia durante la "Guerra Sucia"
perpetrada por las fuerzas de seguridad del estado y sus paramilitares asociados, desde
principios de los años 80. El primero es que la "Democra-tadura" de Colombia, como
Eduardo Galeano denomina el actual laberinto de formas democráticas y terror
totalitario, ha pasado a encabezar el índice de vulneración de los derechos humanos en
todo el hemisferio, en los últimos años, lo cual es sin duda toda una proeza, vista la
competencia. El segundo es que Colombia ha contado para sus crímenes con ciertos
cómplices, de entre los cuales, el gobierno de EE.UU. se lleva la palma, si bien, Gran
Bretaña, Israel, Alemania y demás han colaborado en el adiestramiento y el
aprovisionamiento de armas a los asesinos y torturadores que forman la red de
terratenientes narco-militares que gestiona la "estabilidad" de un país rico en promesas,
que se tornan en pesadilla para mucha gente. En julio de 1989, el Departamento de
Estado de EE.UU.A. anunciaba sus planes de subvencionar la venta de armamento
militar a Colombia con supuestos "fines contra el narcotráfico". La venta se
"justificaba" en el hecho de que "Colombia cuenta con una forma de gobierno
democrático que no presenta indicios permanentes de violación de derechos humanos
reconocidos universalmente.
Unos meses antes, la Comisión de Justicia y Paz, presidida por el Padre Giraldo, hacía
público un informe documentando las atrocidades cometidas en el primer semestre de
1988, que incluían 3000 asesinatos de carácter político y 273 campañas de "aniquilación
social". El peaje humano era de ocho asesinatos políticos al día, de los cuales siete
personas eran asesinadas en sus propios hogares o en plena calle y una desaparecía. En
su alusión a este informe, la Oficina de Asuntos Latinoamericanos en Washington
(WOLA) añadía que "la gran mayoría de los desaparecidos en los últimos años son
organizadores de base social, campesinos y dirigentes sindicales, militantes de izquierda
y activistas pro derechos humanos y demás actores sociales", un total de más de 1.500
personas, en el momento en el que el Departamento de Estado elogiaba a voces la
democracia Colombiana y su consideración por los derechos humanos. Durante la
campaña electoral de 1988, 19 de los 87 candidatos a alcalde del único partido político
independiente, el UP, fueron asesinados, junto con más de 100 del resto de sus
candidatos. La Organización Central de Trabajadores, coalición de sindicatos instituida
en 1986, había perdido ya a más de 230 de sus miembros afiliados, quienes aparecían
muertos tras haber sido salvajemente torturados. Pero el "sistema de gobierno
democrático" colombiano salía airoso, sin tacha ni "indicios consistentes de graves
violaciones" de derechos humanos. Para cuando el Departamento de Estado de los
EEUUA publicara su informe, los tan encomiables métodos, según el informe, se
llevaban a la práctica con extraordinaria eficacia. El índice de asesinatos políticos entre
1988 y 1989 ascendía a 11 personas al día, según un informe de la sucursal colombiana
de la Comisión de Juristas Andinos. Entre 1988 y principios de 1992, 9.500 personas
resultaban asesinadas por motivos políticos, 830 personas desaparecían y se perpetraban
313 matanzas (1988-1990) de campesinos y gente humilde.
A lo largo de todos estos años las principales víctimas del terrorismo de estado han sido,
cómo no, los campesinos. En 1988 las organizaciones sociales de uno de sus
departamentos sureños denunciaban una "campaña de aniquilación total y tierra
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quemada, al estilo Vietnam," llevada a cabo del modo más vil por las fuerzas del
ejército, "aniquilando a hombres, mujeres, ancianos y niños. Hogares y cosechas eran
arrasadas y los campesinos eran expulsados de sus propias tierras." También fue en
1998 cuando el gobierno de Colombia estableciera un nuevo régimen judicial llamando
a la "guerra sin cuartel al enemigo interno," autorizando la "máxima criminalización de
toda suerte de oposición social y política," según un informe Europeo - Latino
Americano presentado en Bruselas, en el que se examinaba la "consolidación del
terrorismo de estado en Colombia". Cuando se hizo público el informe del
Departamento de. Estado Norteamericano, un año después de estos sucesos, el Ministro
de Defensa colombiano reincidía en la doctrina de la "guerra sin cuartel" desde todos los
poderes del estado "en el ámbito político, económico y social". La Guerrilla era el
objetivo oficial, pero como ya observara un alto mando militar en 1987, sus
organizaciones eran de escasa importancia: "el peligro real," explicaba, es "lo que los
insurgentes han venido a denominar la "guerra política y psicológica," sus esfuerzos por
"controlar a los agentes sociales" y la "manipulación de masas". Los "rebeldes" buscan
influencia en los sindicatos, las universidades, los medios de comunicación y un largo
etcétera, y el gobierno debe atajar esta "guerra" con su propia "guerra sin cuartel en el
ámbito político, económico y social." Vista la doctrina y la práctica, el estudio de
Bruselas concluye, con los pies en el suelo, que el "enemigo interno" del aparato
terrorista del gobierno se extiende a "organizaciones laborales, movimientos populares,
organizaciones colectivas indígenas, partidos políticos de oposición, organizaciones
agrarias, sectores intelectuales, corrientes religiosas, colectivos de jóvenes y estudiantes,
comunidades de vecinos," de hecho, cualquier sector o colectivo susceptible de verse
indeseablemente influenciado. "Todo individuo que, de una u otra forma, comulgue con
los objetivos del enemigo debe ser considerado un traidor y tratado como tal," según un
manual militar colombiano. El manual data de 1963. Por aquel entonces, la violencia en
Colombia se veía "exacerbada por factores externos", escribía el Presidente de la
Comisión Permanente de Derechos Humanos colombiana y antiguo Ministro de
Asuntos Exteriores, Alfredo Vásquez Carrizosa, unos años atrás, en un repaso de sus
consecuencias. "Durante el mandato de Kennedy," continuaba, Washington " se las
ingenió para transformar nuestros ejércitos regulares en brigadas de contrainsugencia,
integrando la nueva táctica de los escuadrones de la muerte." Estas iniciativas
"indujeron a lo que actualmente se conoce en América Latina como la "doctrina de la
Seguridad Nacional,... no un sistema de defensa contra el enemigo externo, sino el
medio de hacer de la institución militar amo y señor de la jugada... [con] derecho a
actuar contra el enemigo interno, doctrina introducida por Brasil y adoptada en
Colombia: es el derecho de maniobra y aniquilación de los agentes sociales, miembros
de sindicatos, hombres y mujeres que no apoyan el sistema y son, por tanto, extremistas
comunistas." La "Guerra Sucia" se potenció a principios de los años 80 -- no sólo en
Colombia -- conforme la administración Reagan fue extendiendo sus programas por
toda la región, dejándola devastada y repleta de cientos de miles de cadáveres de
personas torturadas y mutiladas, que cabe no apoyaran lo suficiente al sistema o,
incluso, estuvieran bajo la influencia de los "subversivos." Los norteamericanos no
debieran permitirse el lujo de olvidar los orígenes de la doctrina de Brasil, la de
Argentina, la de Uruguay, la de Colombia," y algunas otras. Fueron diseñadas y
aplicadas por alumnos adiestrados y equipados aquí mismo. Las nociones básicas
provienen de los manuales norteamericanos de contrainsurgencia y "conflictos de baja
intensidad".
"Estos agentes terroristas del estado reciben adiestramiento de EE.UU. para garantizar
su debida asimilación y orientación para con los objetivos norteamericanos",
comunicaba el Secretario de Defensa Robert McNamara al Asesor del Consejo de
Seguridad Nacional, McGeorge Bundy en 1965. Este es un asunto de particular
relevancia "en el ámbito cultural de la América Latina, donde se reconoce al ejército el
poder de destituir a los gobernantes de sus cargos, si, a juicio de los militares, su
conducta es injuriosa para con el bienestar de la nación. Es derecho del ejército, y de
aquellos que se encargan de proporcionarle la debida orientación, el privilegio de
determinar el bienestar de la nación, y no de las bestias de carga que duramente
trabajan, sufren y mueren en sus propias tierras.
Durante estos espeluznantes años, no ha habido nada tan inspirador como el coraje y la
dedicación de todos aquellos que han luchado por superar la cultura del miedo en sus
atormentados países. En el camino han caído abatidas las voces de las víctimas
silenciadas por el poderoso -- un crimen tras otro. Pero han recogido el testigo de la
lucha y la excelente labor del Padre Giraldo, cuyas elocuentes palabras no sólo debieran
servirnos de aliento, sino de fuerza de inspiración para actuar y poner fin a estos actos
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de terror en la medida de lo posible. Su testimonio aquí constituye una "urgente
petición". Debiera hallar una respuesta, pero no ha de quedar sólo en eso, porque
nuestras responsabilidades van mucho más allá. El destino de los colombianos y de
mucha otra gente depende de nuestra disposición y capacidad para reconocer y atajar
este tipo de actuaciones.
Noam Chomsky
Cambridge, MA
Mayo de 1995
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