Educación y Democracia
Educación y Democracia
Educación y Democracia
relacionarse con la educacin, siempre y cuando se d por supuesto que esta relacin no es consustancial, sino que nicamente se plantea
como problema.
En cambio, desde el concepto fuerte, rousseauniano, de democracia, cabe fijar un primer sentido de educacin democrtica, como aqulla
que se imparte a todos por igual, y de ah que se entienda por democratizacin de la enseanza abrir las instituciones educativas a todos
los miembros de la sociedad, lo que desde los supuestos antropolgicos y polticos enunciados -implicacin recproca de libertad e
igualdad parece evidente. Ya la burguesa revolucionaria, consciente de la contradiccin existente entre su consigna de libertad, igualdad
y fraternidad -fundamento intocable de toda nocin fuerte de democracia- y la existencia de una propiedad repartida muy desigualmente,
establece, por boca de Condorcet, la educacin como el principal factor compensatorio de la desigualdad social, que, gracias a una
educacin igual para todos, podra limitarse a trminos razonables. De ah proviene el derecho a una enseanza igual para todos, que
elimine o reduzca al mximo el sentido aristocrtico de la enseanza, en el doble sentido de impartirse slo a unos pocos, o con unos
contenidos que pretendan perpetuar el status especial de unos pocos.
Esta universalizacin de la enseanza, como criterio principal de democratizacin, a partir de la Revolucin francesa ha arrastrado
consigo el carcter pblico, entendido como equivalente a estatal, de la enseanza. Frente a la educacin privada, tradicionalmente
eclesistica, la democratizacin de la enseanza se ha hecho coincidir con su estatalizacin.
Por educacin democrtica entendemos, en tercer lugar, una enseanza que prepare para la convivencia democrtica. Ya no es slo su
universalidad -enseanza igual para todos- ni su carcter pblico responsabilidad del Estado en el campo educativo- sino que por
educacin democrtica se entiende el empleo de determinados mtodos y contenidos educativos. Sin ellos, una educacin para todos,
llevada a cabo por el Estado, podra servir ms bien a fines que podran calificarse de totalitarios. La democratizacin de la enseanza ha
de comportar, por tanto, estos tres caracteres: enseanza para todos, enseanza estatal, y enseanza con mtodos y contenidos
democrticos. Ahora bien, sobre la oportunidad y hasta compatibilidad de cada uno de estos elementos se han mantenido opiniones muy
diversas.
Ni que decirse tiene que en una concepcin semejante de la enseanza pblica, tan directamente vinculada al Estado democrtico
moderno, se traslucen valores muy discutibles desde otras escalas valorativas, por lo que resulta incompatible con el principio de
neutralidad que este mismo Estado postula. El Estado proclama su neutralidad valorativa, pero comprensiblemente no est dispuesto a
dejar de incluir en sus actividades educativas la legitimacin del orden social y del rgimen poltico establecidas. La interiorizacin de los
valores dominantes es uno de los fines bsicos de la educacin.
La apora no se resuelve apelando a la tolerancia como el fin primordial de la educacin. La tolerancia es un fin subsidiario que puede
derivarse de concepciones religiosas o agnsticas muy diferentes, pero que en s no disea un objetivo suficiente para el educador. No se
puede configurar la personalidad del educando exclusivamente desde el principio de la tolerancia. El paradigma educativo tiene que ser
positivo, basado en una idea concreta de lo que debe ser el ciudadano. La tolerancia, a lo sumo, podra servir de criterio para tratar de
debilitar las ideologas sociales que no supieran asumirla y propagarla. No se puede educar para la tolerancia como nico fin, hay que
educar para fines que se describen positivamente, eso s, todos ellos compatibles con la tolerancia. Al fin y al cabo se es realmente
tolerante, no desde el vaco moral e ideolgico, sino slo desde la fortaleza que proporciona una verdadera identidad. En la
Ilustracin, Nathan el sabio predic la tolerancia entre cristianos, judos y musulmanes, no desde la supresin o confusin de las tres
religiones, sino, al contrario, desde la recia identidad de cada una.
Habr que cuestionar la neutralidad ideolgica del Estado y sustituirla por la obligacin de defender, cuando no imponer, los valores
democrticos? Pero acaso los valores democrticos pueden subsistir cuando se trasladan de la sociedad al Estado? Puede la sociedad
delegar en el Estado algo tan propio y constitutivo de su libertad? Puede tolerarse una imposicin del Estado sobre la sociedad? Existe,
qu duda cabe, el peligro de que la democracia se convierta en una ideologa al servicio del orden social y poltico establecido, en cuanto
el Estado se constituya en el marco de referencia de los valores que han de configurar la educacin. Pero, vistas las cosas por el otro lado,
el Estado democrtico que predica la neutralidad ideolgica difcilmente puede ser neutral frente a valores e ideologas que cuestionen los
valores esenciales de la democracia. Cmo conseguir un cierto equilibrio entre estas dos tendencias?
A la hora de terminar estas reflexiones sobre la enrevesada pero imprescindible relacin entre educacin y democracia, mi intencin no es
resolver sino exclusivamente plantear problemas y dificultades. Pero, con todo, no quiero dejar de mostrar una lnea de argumentacin
que probablemente nos permitira avanzar en esta cuestin y que consiste en afirmar que la educacin no pertenece en exclusiva al mbito
privado-familiar ni tampoco al estatal. Tanto la privatizacin de la enseanza como su estatalizacin conllevan no pocos peligros, ya que
la una suele tender a desprenderse de su relacin con la democracia y la otra a convertir esta relacin en una ideologa. Para salir de este
dilema es preciso plantear la educacin en una dimensin pblica que no se confunda con la estatalizacin. Pero, con ello, no hemos
hecho ms que trasvasar los problemas a otro orden, no menos cuestionable, ya. que habra que empezar por hacer plausible que no hay
democracia verdadera sin esta dimensin pblica de la existencia.