Educación y Democracia

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EDUCACIN Y DEMOCRACIA

Autor: Ignacio Sotelo


No es tarea cmoda poner en relacin los conceptos de educacin y democracia, claves en la cultura europea y cargados adems de
mltiples significados; pero, si el vincularlos ha sido siempre un reto tan atrayente como fructfero, adquiere hoy un inters muy especial.
En efecto, la crisis profunda por la que pasa nuestra civilizacin se manifiesta en desencuentros y conflictos en la convivencia que
revelan una confusin considerable respecto a los valores que rigen o deben regir nuestras vidas, lo que necesariamente ha de influir en la
educacin; pero tambin en que en el mbito poltico crece la distancia que separa las reglas establecidas de los comportamientos reales:
los principios que consagra la Constitucin, de la conducta de gobiernos e instituciones. Despus de la cada del comunismo, al dejar de
operar los elementos ideolgicos propios de la "guerra fra", muy rpidamente los pueblos de Europa han tomado conciencia de la
gravedad del trance por el que pasa la democracia establecida. Tanto la educacin como la democracia instaladas en la Europa actual
muestran sntomas claros de encontrarse en un estado que, con el eufemismo al uso, solemos calificar de preocupante.
Quiz esta visin un tanto sombra sea producto de mi actividad como profesor de ciencia poltica, con un pie en la educacin y otro en la
poltica, y pudiera ser que no expresase ms que una deformacin profesional, pero en ningn otro campo observo con tanta diafanidad
las seales de crisis generalizada como en las instituciones polticas y educativas. Los educadores, por nuestra parte, y los polticos, por la
suya, no nos libramos de la impresin de pisar terreno muy resbaladizo, conscientes del abismo que separa la experiencia diaria del
discurso que nos legitima. Una cosa son los principios, pedaggicos o polticos, que se proclaman, y otra muy distinta la prctica que se
observa en las aulas o en los parlamentos. Cierto que parece inevitable que se produzca alguna diferencia entre los principios, que
reflejan un modelo ideal, y lo que luego se lleva a cabo en la prctica; pero la crisis se manifiesta en toda su pujanza cuando este trecho se
convierte en abismal y ya nada tiene que ver lo que se dice con lo que se hace.
Dos tareas tan eximias y fundamentales como son la del educador y la del poltico -incluso, de alguna forma estrechamente ligadas, como
queda patente cuando se subraya el contenido pedaggico de la poltica- no slo han perdido gran parte de su prestigio, sino que los que
las ejercen no tienen ms remedio para sobrevivir que resguardarse en una hipocresa que haga pasar lo que es por lo que debiera ser; lo
que ya de por s revela un enorme malestar de fondo. Aunque no fuera ms que por la experiencia comn de crisis profunda por la que
pasan la educacin y la poltica, no me parece ocioso que planteemos algunas de las cuestiones que conlleva poner en relacin la
educacin con la democracia.
Una sola advertencia para terminar un exordio que est quedando demasiado largo. Sabido es que no cabe entrar de frente a los temas
sobraran la filosofa y la ciencia si as fuera- sino que hay que acercarse a ellos, como los hebreos a la ciudad de Jeric, dando al menos
siete vueltas. Y como no podemos contar siempre con que Jehov derrumbe las murallas, habr que esforzarse en encontrar un hueco por
el cual colarnos y, por tanto, antes de preguntarnos por las relaciones entre educacin y democracia parece inevitable decir algo sobre
cada uno de estos conceptos, delimitando as un terreno comn desde el que quepa cuestionar la relacin entre ambos. Porque pudiera
ocurrir que, como resultado de nuestra averiguacin, ambos conceptos se mostrasen compatibles entre s y hasta complementarios. Por
tanto, una estrecha relacin entre educacin y democracia habra que considerarla un desideratum o, por el contrario, el anlisis mostrar
la incompatibilidad de estos conceptos y hablar entonces de una educacin democrtica supondra una contradiccin insostenible; en el
mejor de los casos, tan slo cabra una educacin para la democracia, que no es lo mismo que una educacin democrtica.

Educacin democrtica y la democratizacin de la educacin


Si ponemos en relacin la idea de educacin con la de democracia, en lo primero que habr que caer en la cuenta es que para este fin no
sirve en rigor ms que el concepto fuerte, rousseauniano, de democracia, como el gobierno de todos, una vez que todos han alcanzado la
libertad moral. La democracia en este sentido fuerte conlleva tambin otro amplio, al extenderse a todos los mbitos de la vida social. La
democracia poltica precisa, para sostenerse desarrollndose, de formas de convivencia democrtica en todas las esferas de la sociedad.
La democracia poltica tiene as su complemento indispensable en el desarrollo democrtico de los dems mbitos sociales: en este
sentido, como factores coadyuvantes al desarrollo poltico, entendido como un proceso de participacin creciente de cada vez un mayor
nmero. Hay que desplegar la democracia en la familia, en las relaciones entre los sexos y las generaciones, en la eliminacin de las
diferencias sociales, as como en el mbito laboral y, por supuesto, en el de las instituciones, incluidas las educativas.
En cambio, desde la comprensin liberal -garanta de los derechos fundamentales y mecanismos de control del poder- el concepto de
democracia se limita al mbito poltico, rechazando el que se extrapole a otros sociales: en consecuencia, la democracia nada tendra que
ir a buscar en las relaciones familiares, fundadas en la autoridad de los padres, o en las laborales, ya que una democratizacin de las
relaciones de trabajo, no slo pondra en cuestin el derecho de propiedad, sino que acabara por suprimir la eficacia en la esfera
productiva, y, desde luego, es tema harto discutible el que la democracia tenga algo que ver con la educacin. Por lo general, los
defensores de un concepto liberal de democracia tienden a restringir su uso a una esfera poltica propia, y no gustan de extenderlo a otras.
Ello no implica que no quepa defender una nocin restrictiva de democracia y preguntarse, sin embargo, por el modo en que podra

relacionarse con la educacin, siempre y cuando se d por supuesto que esta relacin no es consustancial, sino que nicamente se plantea
como problema.
En cambio, desde el concepto fuerte, rousseauniano, de democracia, cabe fijar un primer sentido de educacin democrtica, como aqulla
que se imparte a todos por igual, y de ah que se entienda por democratizacin de la enseanza abrir las instituciones educativas a todos
los miembros de la sociedad, lo que desde los supuestos antropolgicos y polticos enunciados -implicacin recproca de libertad e
igualdad parece evidente. Ya la burguesa revolucionaria, consciente de la contradiccin existente entre su consigna de libertad, igualdad
y fraternidad -fundamento intocable de toda nocin fuerte de democracia- y la existencia de una propiedad repartida muy desigualmente,
establece, por boca de Condorcet, la educacin como el principal factor compensatorio de la desigualdad social, que, gracias a una
educacin igual para todos, podra limitarse a trminos razonables. De ah proviene el derecho a una enseanza igual para todos, que
elimine o reduzca al mximo el sentido aristocrtico de la enseanza, en el doble sentido de impartirse slo a unos pocos, o con unos
contenidos que pretendan perpetuar el status especial de unos pocos.
Esta universalizacin de la enseanza, como criterio principal de democratizacin, a partir de la Revolucin francesa ha arrastrado
consigo el carcter pblico, entendido como equivalente a estatal, de la enseanza. Frente a la educacin privada, tradicionalmente
eclesistica, la democratizacin de la enseanza se ha hecho coincidir con su estatalizacin.
Por educacin democrtica entendemos, en tercer lugar, una enseanza que prepare para la convivencia democrtica. Ya no es slo su
universalidad -enseanza igual para todos- ni su carcter pblico responsabilidad del Estado en el campo educativo- sino que por
educacin democrtica se entiende el empleo de determinados mtodos y contenidos educativos. Sin ellos, una educacin para todos,
llevada a cabo por el Estado, podra servir ms bien a fines que podran calificarse de totalitarios. La democratizacin de la enseanza ha
de comportar, por tanto, estos tres caracteres: enseanza para todos, enseanza estatal, y enseanza con mtodos y contenidos
democrticos. Ahora bien, sobre la oportunidad y hasta compatibilidad de cada uno de estos elementos se han mantenido opiniones muy
diversas.

La apora de una educacin democrtica


Con la primaca indiscutible del cristianismo, al menos en la cultura europea en la que nos movemos, hemos perdido, tal vez
definitivamente, una visin unitaria del hombre y del mundo. Lo que caracteriza a las sociedades contemporneas es el pluralismo de las
concepciones del mundo y de los sistemas de valores. Frente al monotesmo del pasado, incluido el monotesmo secularizado de la
preeminencia de la razn, tenemos que habrnoslas con el politesmo de las muy variadas concepciones del mundo, de la multiplicidad de
la idea de razn y de los sistemas de valores.
Pues bien, la apora fundamental que pesa al respecto en nuestro tiempo consiste en que, por lo menos como paideia, tal como la hemos
entendido desde sus orgenes griegos, la educacin precisa de un paradigma ideal del ser humano que se propone realizar, y justamente lo
que caracteriza a nuestras sociedades contemporneas es la multiplicidad de modelos y de ideales no compatibles entre s. En principio,
en una sociedad pluralista coexisten distintos modelos educativos que corresponden a ideas muy diferentes del hombre y del universo. El
que desde el despotismo ilustrado el Estado aspire a controlar el proceso educativo hasta haberlo convertido, de hecho, en un monopolio,
choca directamente con el pluralismo que caracteriza a la sociedad civil, ya que no es fcil que en nuestro mundo podamos ponernos de
acuerdo en un concepto de educacin universalmente aceptado.
El Estado moderno se reclama de dos principios, en s mismos incompatibles. Por un lado, afirma su neutralidad ante las distintas
cosmovisiones, pues identificarse, como hizo en el pasado, con una determinada religin o ideologa, pone en cuestin el pluralismo que
subyace en la sociedad civil y quebranta uno de los supuestos bsicos de la convivencia libre. Por otro, asume como una parte esencial de
su responsabilidad financiar, organizar e impulsar la educacin en sus diferentes niveles, desde el jardn de infantes hasta la universidad,
diseando las lneas maestras del sistema educativo.
El Estado democrtico, en razn de su deber de neutralidad, por un lado, no sirve como institucin encargada de la educacin (no cabe
educar sin tener presentes los fines a los que se aspira, y el Estado no puede establecer fines, sin recurrir a un sistema de valores
determinado, traicionando su neutralidad); por otro, en las sociedades contemporneas resulta inconcebible que el Estado democrtico
pueda renunciar a un derecho que ha arrebatado a la Iglesia en un largo proceso de secularizacin, que implica el deber de mejorar la
formacin de los ciudadanos que, en cuanto motor decisivo de la capacidad productiva de un pas y elemento compensador de las
desigualdades que impone el sistema de produccin, apoya el conjunto de la sociedad.
Por un lado, la riqueza y bienestar de un pas dependen en muy buena medida, del nivel de educacin que haya alcanzado; por otro, como
ya propuso Condorcet en los mismos orgenes revolucionarios de la sociedad moderna, frente a la desigualdad creciente que comporta el
sistema de produccin, la enseanza se revela instrumento principal para conseguir la tan mentada igualdad de oportunidades. En la
escuela deberan desaparecer, o por lo menos aminorarse, las diferencias sociales, de modo que prevalezcan las nicas que requiere una
sociedad para ser realmente competitiva: las que provienen de la inteligencia y del carcter.

Ni que decirse tiene que en una concepcin semejante de la enseanza pblica, tan directamente vinculada al Estado democrtico
moderno, se traslucen valores muy discutibles desde otras escalas valorativas, por lo que resulta incompatible con el principio de
neutralidad que este mismo Estado postula. El Estado proclama su neutralidad valorativa, pero comprensiblemente no est dispuesto a
dejar de incluir en sus actividades educativas la legitimacin del orden social y del rgimen poltico establecidas. La interiorizacin de los
valores dominantes es uno de los fines bsicos de la educacin.
La apora no se resuelve apelando a la tolerancia como el fin primordial de la educacin. La tolerancia es un fin subsidiario que puede
derivarse de concepciones religiosas o agnsticas muy diferentes, pero que en s no disea un objetivo suficiente para el educador. No se
puede configurar la personalidad del educando exclusivamente desde el principio de la tolerancia. El paradigma educativo tiene que ser
positivo, basado en una idea concreta de lo que debe ser el ciudadano. La tolerancia, a lo sumo, podra servir de criterio para tratar de
debilitar las ideologas sociales que no supieran asumirla y propagarla. No se puede educar para la tolerancia como nico fin, hay que
educar para fines que se describen positivamente, eso s, todos ellos compatibles con la tolerancia. Al fin y al cabo se es realmente
tolerante, no desde el vaco moral e ideolgico, sino slo desde la fortaleza que proporciona una verdadera identidad. En la
Ilustracin, Nathan el sabio predic la tolerancia entre cristianos, judos y musulmanes, no desde la supresin o confusin de las tres
religiones, sino, al contrario, desde la recia identidad de cada una.
Habr que cuestionar la neutralidad ideolgica del Estado y sustituirla por la obligacin de defender, cuando no imponer, los valores
democrticos? Pero acaso los valores democrticos pueden subsistir cuando se trasladan de la sociedad al Estado? Puede la sociedad
delegar en el Estado algo tan propio y constitutivo de su libertad? Puede tolerarse una imposicin del Estado sobre la sociedad? Existe,
qu duda cabe, el peligro de que la democracia se convierta en una ideologa al servicio del orden social y poltico establecido, en cuanto
el Estado se constituya en el marco de referencia de los valores que han de configurar la educacin. Pero, vistas las cosas por el otro lado,
el Estado democrtico que predica la neutralidad ideolgica difcilmente puede ser neutral frente a valores e ideologas que cuestionen los
valores esenciales de la democracia. Cmo conseguir un cierto equilibrio entre estas dos tendencias?
A la hora de terminar estas reflexiones sobre la enrevesada pero imprescindible relacin entre educacin y democracia, mi intencin no es
resolver sino exclusivamente plantear problemas y dificultades. Pero, con todo, no quiero dejar de mostrar una lnea de argumentacin
que probablemente nos permitira avanzar en esta cuestin y que consiste en afirmar que la educacin no pertenece en exclusiva al mbito
privado-familiar ni tampoco al estatal. Tanto la privatizacin de la enseanza como su estatalizacin conllevan no pocos peligros, ya que
la una suele tender a desprenderse de su relacin con la democracia y la otra a convertir esta relacin en una ideologa. Para salir de este
dilema es preciso plantear la educacin en una dimensin pblica que no se confunda con la estatalizacin. Pero, con ello, no hemos
hecho ms que trasvasar los problemas a otro orden, no menos cuestionable, ya. que habra que empezar por hacer plausible que no hay
democracia verdadera sin esta dimensin pblica de la existencia.

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