Revista Agora 17 Vol 1. La Política y Los Movimientos Sociales
Revista Agora 17 Vol 1. La Política y Los Movimientos Sociales
Revista Agora 17 Vol 1. La Política y Los Movimientos Sociales
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n 17
2007
Volumen I:
LA POLTICA Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Pablo Iglesias Turrin,
Raimundo Viejo Vias
Brbara Biglia
FUNDACIN CEPS
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REVISTA
DE
CIENCIAS SOCIALES
DIRECTOR
Antonio de Cabo de la Vega
COORDINADORAS
Fabiola Meco Tbar
Angela Muoz Ballester
CONSEJO DE REDACCIN
CONSEJO ASESOR
PRESIDENTA
VOCALES
Carlos L. Alfonso Mellado
Catedrtico de Economa
Tcnica de Proyectos
de la Universitat dEstiu de Ganda
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REVISTA DE
CIENCIAS SOCIALES
Nueva poca
n 17-2007
Edita:
Fundacin CEPS
C/ Carniceros n 8 bajo-izq.
46001 Valencia-Espaa
Tel. 963 926 342
Fax 963 918 771
www.ceps.es
E-mail: [email protected]
SUMARIO
La poltica y los movimientos sociales (Vol. I).
Pablo Iglesias Turrin
Raimundo Viejo Vias (coordinadores) . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Esta publicacin
no comparte
necesariamente
las opiniones firmadas
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Universidad de Barcelona
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0.0 Introduccin.
El desarrollo de la teora poltica en las ltimas dcadas no es deslindable del progreso de la poltica del movimiento. Desde los debates
sobre los modelos de democracia hasta la disputa entre liberales y comunitaristas, desde el feminismo y la teora queer hasta la ecologa poltica, el hilo multicolor del antagonismo ha suscitado numerosas controversias de las que el liberalismo en su formulacin clsica no ha salido
indemne. La conocida distincin entre liberalismo 1 y liberalismo 2
defendida por autores del peso de Charles Taylor o Michael Walzer da
buena cuenta de hasta qu punto el liberalismo poltico asume hoy una
ruptura interna. Esta cesura tiene lugar a raz de un cambio de paradigma que inaugura la crisis de la poltica de partidos e inicia la poltica del movimiento. Un antes y un despus que suele ubicarse en el paso
de los aos sesenta a los setenta y que, de manera simblica, suele identificarse con la publicacin de Teora de la Justicia de John Rawls1.
Nuestro cometido en este trabajo consiste en avanzar una primera
reflexin terica sobre qu es y qu implica la poltica del movimiento.
No se trata, pues, de realizar un anlisis sobre las ideas polticas de tal
o cual movimiento social (feminismo, ecologismo, pacifismo, etc.).
Por el contrario, se indaga en la comn base terica que caracteriza los
procesos de movilizacin social como forma de hacer poltica. En este
sentido, en las pginas que siguen se considera la hiptesis del trnsito
acelerado hacia la poltica del movimiento que tiene lugar hoy en la
*
Raimundo Viejo Vias, es profesor de Ciencia Poltica en la Universitat Pompeu
Fabra de Barcelona. Un elenco completo de sus publicaciones, as como su curriculum
vitae, pueden consultarse en: http://dcpis.upf.edv/directori/index.php?id=78.
1
Vid. RAWLS, John (1971): A Theory of Justice. Cambridge: Harvard University Press.
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2
Vid. TILLY, Charles (2007): Democracy. Cambridge: Cambridge University
Press; p. xi.
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An asumiendo la reversibilidad de la democratizacin, el concepto de ola de
democratizacin tal y como ha sido formulado por Samuel P. Huntington no explicita la conexin entre olas de movilizacin y democratizacin, renunciando con ello a la
explicitacin de una teora de la agencia distinta de la teora de las elites.
Vid. HUNTINGTON, Samuel P. (1994): La tercera ola. Barcelona: Paids (ed. original de 1991).
7
Vid. PAYE, Jean-Claude (2004): La fin de ltat de droit. Pars: La Dispute.
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Vid. NEGRI, Toni (1979): Dalloperaio massa alloperaio sociale. Milano: Multhipla
Edizioni.
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Una cultura poltica profundamente autoritaria rigurosa y lcidamente diseccionada por Theodor W. Adorno9 completaba este cuadro
desesperanzador para la poliarqua, a la par que alimentaba una Weltanschauung profundamente escptica, cuando no pesimista, respecto a
las posibilidades de la participacin poltica a gran escala. La obra de
ensayistas como Spengler10, Ortega y Gasset11 y tantos otros como ellos
vena a confirmar el pesimismo del pensamiento elitista respecto a su
propio tiempo. Se comprende por ello mismo que, ya en el contexto de
la Guerra Fra, tuviesen lugar las cazas de brujas y el recorte de libertades pblicas organizadas al amparo del dispositivo ideolgico del anticomunismo, esto es, el contramovimiento de respuesta a la ola de
movilizaciones de 1917.
As las cosas, todava en la consolidacin de la segunda ola de
democratizacin, el miedo de las masas segua marcando la reflexin
sobre la poltica del movimiento. En una Europa en ruinas tras la II
Guerra Mundial, la accin colectiva tenda ms a ser explicada en funcin de factores psicolgicos o de alguna modalidad de anomia que en
virtud de alguna modalidad de racionalidad, ya fuera esta instrumental (Zweckrational) o definida respecto a valores (Wertrational), de
acuerdo aqu con la conocida distincin weberiana. El recurso a la
explicacin de procesos de movilizacin como formas de enajenacin
colectiva encontraba fundamentacin terica en obras clave de autores
como Gustave Le Bon12 o Sigmund Freud13. Este inters en la dimensin psicolgica se combinaba con un reforzamiento del elitismo poltico, presente desde muy temprano en tericos de la poltica de honorables como Gaetano Mosca14, Vilfredo Pareto15 y Robert Michels16.
No es de sorprender, por consiguiente, la influencia que todava pudo
ejercer sobre las ciencias sociales la obra de Ted Robert Gurr y, ms en
general, la teora de la deprivacin relativa en su aplicacin al anlisis
9
Vid. ADORNO, Theodor W. (1950): The Authoritarian personality. New York:
Harper.
10
Vid. SPENGLER, Oswald (1918): Der Untergang des Abendlandes. Wien:
Braumller.
11
Vid. ORTEGA Y GASSET, Jos (1930): La rebelin de las masas. Madrid: Revista de
Occidente.
12
Vid. LE BON, Gustave (1905): Psychologie des foules. Paris: dition Flix Alcan
(escrito en 1895). Existe una edicin electrnica consultable en:
http://classiques.uqac.ca/
13
Vid. FREUD, Sigmund (2005): Massenpsychologie und Ich-Analyse. Frankfurt am
Main: Fischer (original de 1921).
14
Vid. MOSCA, Gaetano (1936): Elementi di Scienza Politica. Bari: Laterza (original
de 1896).
15
Vid. PARETO, Vilfredo (1901): Les systmes socialistes. Paris: Giard & Brire.
16
Vid. MICHELS, Roberto (1911): Zur Soziologie des Parteiwesens in der modernen
Demokratie. Leipzig: Werner Klinkhardt.
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17
Vid. GURR, Ted Robert (1970): Why men rebel. Princeton: Princeton University Press.
Op. Cit.
19
Vid. PATEMAN, Carole (1970): Participation and Democratic Theory. Cambridge:
Cambridge University Press.
20
Vid. MACPHERSON, Crawford B. (1962): The political theory of possessive individualism: Hobbes to Locke. Oxford: Clarendon Press.
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21
Vid. WHITE, Stephen K. (2002): Pluralism, Platitudes, and Paradoxes, Political Theory, 30/4: 472-481.
22
Vid. VIEJO VIAS, Raimundo (2006): Social Movements, Liberal Republicanism, and the Concept of Politics in the Global Age, ponencia presentada en la III conferencia anual de los Workshops in Political Theory, organizados por la Metropolitan
University of Manchester.
23
Vid. OFFE, Claus (1988): Partidos polticos y nuevos movimientos sociales. Madrid:
Sistema.
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conservadoras emprendidas por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, primero, y generalizadas ms adelante por las agencias
de la globalizacin (FMI, BM, etc.), fueron prefigurando las bases polticas sobre las que progres la poltica del movimiento24. Los diseos
institucionales del Estado reducido y fuerte, pero no intervencionista,
centrado en las labores del control social25, cercernaron buena parte de
la legitimidad de los partidos ante sus bases sociales26 a la par que desplazaron el terreno del antagonismo hacia la poltica del movimiento.
Dicho de otro modo, como respuesta a la ola de movilizacin de los aos
sesenta y setenta, las polticas neoliberales acometieron el reajuste de
institucional necesario para una conflictividad diferente a aquella que
haba sido propia de la segunda posguerra mundial. Este proceso entonces abierto, todava sigue su curso en la actualidad.
La poltica del movimiento no se despliega, por lo tanto, como respuesta conservadora o mera protesta ante la privatizacin del Estado de
bienestar, sino que antecede a la misma de suerte tal que la configuracin de las polticas conservadoras de los ochenta encuentra su particular genealoga en la ola de movilizaciones de las dcadas precedentes.
Este fue, de hecho, el momento en que dio comienzo el xodo de los
espacios de poder (exit en la conocida modelizacin de Albert O.
Hirschman27) que haban configurado el modo de mando durante los
aos posteriores a la II Guerra Mundial. Hasta la globalizacin, empero, esta estrategia del xodo no rebasar los lmites del Estado nacional,
cuestionando con ello las bases institucionales del propio gobierno
representativo y, por ende, de la poltica de partidos.
En rigor, el desplazamiento de la poltica de partidos hacia la poltica del movimiento tiene lugar a partir del preciso momento en que la
poltica del movimiento comienza a desarrollarse en una nica interficie global y de manera autnoma respecto al espacio-tiempo que predetermina el gobierno representativo (el horizonte de la legislatura
dentro de unas fronteras). Se traza as una lnea de tendencia que apunta a la subsuncin de la poltica de partidos en la poltica de movimiento y cuyo resultado es, a la par, el producto de la tensin entre
24
Vid. VIRNO, Paolo (2004): Do You Remember Counterrevolution?, Virtuosismo y revolucin. Madrid: Traficantes de Sueos; p. 127-153.
25
Para una discusin de las transformaciones que se operan en el terreno jurdicoinstitucional a raz de la puesta en marcha de los modelos actuariales que acompaan a
la implementacin de las polticas neoliberales e instituyen las consiguientes reformas
de los regmenes polticos, vid. BRANDARIZ, Jos ngel (2007): Poltica criminal de la
exclusin, Granada: Comares; DE GIORGI, Alessandro (2000): Zero Tolleranza, Roma:
DeriveApprodi.
26
Este conflicto de legitimidades atraviesa los debates tericos sobre el significado actual de la izquierda (por ende, de la derecha), la tercera va y otros semejantes que
tan intensos se hicieron en los aos noventa, a raz de la cada del Muro de Berln y la
crisis de la Socialdemocracia.
27
Vid. HIRSCHMAN, Albert (1970): Exit, Voice, and Loyalty: Responses to Decline in
Firms, Organizations, and States. Cambridge: Harvard University Press.
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Vid. http://multitudes.samizdat.net/Movement.html o http://caosmosis.acracia.net/?cat=86
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31
Vid. MARX, Karl y Friedrich ENGELS (1846/1932): Die deutsche Ideologie. MEW:
vol. 3, p. 35.
32
Vid. NEGRI, Antonio (1994): El poder constituyente, Madrid: Libertarias/Prodhufi; p. 42.
33
Vid. GERHARDS, Jrgen (1995): Framing dimensions and framing strategies,
Social Science Information, n 34/2, p. 225-248.
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ble al movimiento: ambas actividades son, por consiguiente, dimensiones simultneas de una misma prctica terica.
3.1 La fenomenologa del poder constituyente: los lmites del poder soberano
De todo lo visto hasta aqu se deduce, en primer lugar, la posibilidad de crtica de la soberana a partir de la evidencia emprica que se
rene en la fenomenologa del poder constituyente34. En este sentido,
cabe distinguir entre poder constituyente y soberana como conceptos
relativos a dos fenomenologas de extensin diferente. A diferencia, no
obstante, de la teorizacin de inspiracin schmittiana que fundamenta
la crtica de Agamben a la teora del poder constituyente desarrollada
por Negri35, podemos afirmar que es la fenomenologa del poder constituyente la que es irreductible a la de la soberana y no a la inversa. El
criterio que Agamben requiere, pero no encuentra en el anlisis negriano de la fenomenologa histrica del poder constituyente, no es otro
que aquel que distingue entre dominacin (Herrschaft) y emancipacin.
Un criterio terico, tanto emprico como normativo, que encuentra su
concrecin prctica en la poltica del movimiento y diferencia claramente entre (1) el ejercicio del poder soberano, entendido como poder
de vida y muerte (vitae necisque potestas), y (2) la sujecin a ste mediante el monopolio legtimo de la violencia; entre la poltica como praxis
efectiva del poder constituido y la poltica como necesidad y experiencia del poder constituyente.
En efecto, la emancipacin se efecta y verifica en el movimiento
como prctica antagonista, esto es, como serie concatenada y concreta
de decisiones polticas en las que se acomete la transformacin de lo
realmente existente y se realiza la liberacin de la sujecin al arbitrio
del poder soberano. El movimiento se ubica, por consiguiente, como el
concepto que resuelve la irreductibilidad del poder constituyente al
poder soberano o, si se prefiere, la condicin derivada de la fenomenologa de la soberana respecto a la del poder constituyente. Ciertamente, ello no niega que, por su propio carcter biopoltico, por fundarse
sobre el dominio de la vida misma, la soberana forme parte del punto
de partida sobre el que se emprende el movimiento (el presente estado de cosas, al decir de Marx y Engels). Sin embargo, all donde el
poder soberano se expresa mediante el dispositivo de trascendencia que
instituye el poder constituido, el poder constituyente se remite al plano
de inmanencia en que se despliega el movimiento. Es aqu donde
adquiere inters la siguiente definicin de Negri:
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Cuando decimos movimiento, indicamos aquella dimensin social que es constitutiva del poder36.
Si la fenomenologa del poder soberano se agota en el acto, la del
poder constituyente, sin embargo, se afirma en la potencia. La discordancia entre el poder soberano (poltica del acto) y poder constituyente
(poltica de la potencia) es, por lo tanto el desequilibrio sobre el que
pivota la puesta en marcha del movimiento.
36
Vid. NEGRI, Antonio (2006): Fabricas del sujeto/Ontologas de la subversin.
Madrid: Akal; p. 266.
37
Vid. VIEJO VIAS, Raimundo (2005): Del 11-S al 15-F y despus, en Jos
ngel BRANDARIZ y Jaime PASTOR (EDS.): Guerra Global Permanente, Madrid: Los libros
de la Catarata; p. 105.
38
Vid. DAHL, Robert A. (1957): The concept of power, Behavioral Science, n 2,
p. 201-215. Apud. GOODIN, Robert y Hans-Dieter KLINGEMANN, eds. (2001): Nuevo
manual de Ciencia Poltica. Madrid: Istmo; p. 27.
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el poder como capacidad de produccin de lo real o creatividad (potentia). John Holloway se ha referido a la primera como poder-sobre y a
la segunda como poder-hacer39. Una precisin, no obstante, es necesaria si no se desea excluir la contingencia de la definicin de la poltica del movimiento en beneficio de una concepcin determinista y productivista de lo poltico. De hecho, el poder-hacer requiere de la
situacin para intervenir de manera efectiva sobre lo real y el virtuosismo media en la efectuacin de la potencia40. Como es bien sabido, el
poder del movimiento no se limita a la movilizacin de los recursos,
sino que requiere tambin de una estructura de oportunidad poltica y
sta escapa a la libre determinacin en la misma medida en que, como
vimos, la dominacin (el poder soberano) es el punto de partida del
movimiento. Limitar por tanto la concepcin del poder como potencia
nicamente al poder-hacer supone erradicar la contingencia de la propia potencia y no ya slo al poder no-hacer que se incluye en la efectuacin de los posibles.
Llevado el argumento de Holloway hasta sus ltimas consecuencias
cabra afirmar que el concepto de potencia como poder-sobre no deja
de ser una particular forma de poder-hacer, a saber: el hacer el control sobre el otro o ejercicio efectivo del poder soberano. Esta especializacin funcional encajara bien con la transposicin institucional de la
lgica taylorista subyacente a la organizacin de la representacin en la
poltica de partidos. La particularidad de este poder-hacer-sobre radicara en que asegurara el gobierno del poder constituido y, por ende, la
reproduccin de la relacin de dominacin. Dicho de otra manera: toda
reproduccin autoritaria de la sociedad, requiere de la produccin de
(del hacer) un modo de mando. Por dems, erradicar la contingencia
permitira cerrar la conceptualizacin de poder como potencia en una
simetra complementaria respecto al poder como acto que, en rigor,
contradice al movimiento en s, por ms que sea necesaria al concepto
dialctico de anti-poder propuesto por Holloway41.
En el fondo nos encontramos ante el mismo paradigma moderno
cuya crisis expresa el progreso mismo de la poltica del movimiento y
que nos remite al problema de la teora de la agencia correspondiente.
Tal y como lo expresa Franco Berardi:
La democracia moderna sancion la separacin entre razn
social y ley natural, y crey en la capacidad de la voluntad poltica organizada de someter la accin ciega de la naturaleza.
39
Vid. HOLLOWAY, John (2001): Doce tesis sobre el Anti-poder, en VV.AA.
(COMPS.): Contrapoder, Buenos Aires: De mano a mano; p. 73-82.
40
Vid. VIRNO, Paolo. Op. cit.
41
La reflexin de John Holloway se reconoce directamente deudora de la obra de
Theodor W. ADORNO, Negative Dialektik. (Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1967).
Vid. HOLLOWAY, John (2002): Cambiar el mundo sin tomar el poder. Barcelona: El
Viejo Topo.
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42
Vid. BERARDI, Franco (2003): La fbrica de la infelicidad, Madrid: Traficantes de
sueos; p. 155.
43
Vid. BECK, Ulrich (1986): Risikogesellschaft Auf dem Weg in eine andere Moderne.
Frankfurt am Main: Suhrkamp.
44
Vid. KATZ, Richard S. y Peter MAIR (1995): Changing Models of Party Organization and Party Democracy: The Emergence of the Cartel Party, Party Politics, N
1/1, p. 5-28.
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45
Vid. COLECTIVO SITUACIONES (2001): Por una poltica ms all de la poltica,
en VV.AA. (COMPS.): Contrapoder, Buenos Aires: De mano a mano; p. 19-46.
46
Vid. AGAMBEN, Giorgio (2003): tat dexception, Paris: Seuil.
47
Vid. PAYE, Jean-Claude, Op. cit.
48
Un ejemplo paradigmtico del determinismo del desarrollo econmico capitalista a la hora de (no) elaborar una teora poltica de la agencia se puede observar en la
teora del sistema-mundo. Vid. ARRIGHI, Giovanni, Terence K. HOPKINS e Immanuel
WALLERSTEIN (1999): Movimientos antisistmicos. Madrid: Akal.
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poltica del movimiento no slo es posible en su condicin de (re)productor del mundo, sino en el ms amplio agenciamiento creativo del
acontecimiento que conlleva la poltica de la potencia.
Llegado a este punto, para ser del todo precisos, ms que de poder
(o de anti-poder, de acuerdo con Holloway) deberamos hablar ya de
contra-poder, de un poder que se despliega contra el proceso de desdemocratizacin, primero, como oposicin al mismo, esto es, como radicalizacin de la democracia; seguidamente, como desobediencia civil
contra el agotamiento de la potencia que se deriva de la perduracin del
poder constituido ante un contexto en cambio; finalmente, como produccin de una institucionalidad distinta, ms ajustada a las exigencias
normativas que resultan de la confrontacin antagonista, el reconocimiento mutuo de las singularidades y la exigencia de la cooperacin. No
se trata tan slo, por lo tanto, de un poder que se opone al poder soberano, sino que se le contrapone abriendo un horizonte diferente, la posibilidad de activar el movimiento, de participar en la accin colectiva
emancipadora. Dado que sta slo es realmente posible en la libre participacin de las singularidades, el contrapoder es necesariamente un
poder hecho de poderes que se contraponen; y se contraponen tanto exgena como endgenamente: hacia el exterior, en tanto que rebasa la limitacin del poder soberano; hacia el interior, en tanto que multiplicidad
de intereses singulares e irreductibles que se despliegan dentro de un
proceso de alineamientos y realineamientos permanentes sin los que el
movimiento periclitara49. En definitiva, podemos definir al contrapoder
como la capacidad efectiva de intervencin sobre lo real que se funda en
la cooperacin federativa de singularidades irreductibles entre s.
3.3 Foedus amoris: la organizacin del movimiento.
De lo visto hasta aqu no es difcil deducir que la modalidad de
estructura organizativa que informa la poltica del movimiento debera
fundarse en alguna forma de federalidad dinmica, cooperativa y recombinante, en contraposicin a la unilateral rigidez centralizada del poder
soberano. Al hablar de alguna forma de federalidad tal no nos referimos
a un primer momento de negacin opuesto de manera simtrica al
modelo organizativo estatal sobre el que articular un poder superador
de la democracia liberal (as, por ejemplo, del partido leninista y su dictadura del proletariado). Tampoco aludimos nicamente a un antipoder que, acorde a la propuesta de Holloway, se limite a desestructurar el poder estatal promoviendo el cambio social a la espera de descubrir
en que consiste el rgimen que resulte de la superacin dialctica de la
49
De ah que el concepto enjambre, tal y como ha sido enunciado por Hardt y
Negri sea el elemento nuclear de una teora de la organizacin adecuada a la poltica
del movimiento. Vid. HARDT, Michael y Antonio NEGRI (2004): Multitude. Nueva
York: Penguin Press; especialmente el epgrafe titulado Swarm Intelligence; p. 91.
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necesitado de la identificacin ntica del sujeto, el movimiento contrapone la proliferacin ontolgica de las singularidades. Y as, al mismo
tiempo que el devenir cualquiera hace que el centro ya no pueda
seguir siendo el punto de amarre del Estado al movimiento en su confrontacin antagonista, la cooperacin deviene vnculo federativo (foedus amoris) entre las singularidades sin el cual el movimiento declina a
manos de las pasiones tristes (Spinoza).
La rivoluzione finita, abbiamo vinto: excursus post-marxista.
Ciertamente, todo lo dicho no obvia la persistencia de organizaciones del movimiento que promueven estrategias de control en la perspectiva estratgica de reconstruir alguna modalidad de hegemona centralizada. La historia de la teora poltica producida al hilo de los
procesos revolucionarios nos brinda muestras inequvocas de ello. As,
por ejemplo, la clebre teorizacin gramsciana de la hegemona, tan
atenta a pensar la centralidad organizativa del Partido como a comprender la creciente complejidad de la composicin de clase en el seno
del movimiento, no deja de ser una conceptualizacin orientada articular un acotamiento primero del espacio de movimiento, siempre en la
perspectiva de la posterior reductio ad unum. De manera semejante, la
teorizacin del pluralismo limitado de Trotski, visible en sus conceptos de fraccin, tendencia, etc., enunciaba la necesidad de no ahogar
dentro de un proceso de centralizacin partidista excesivo la imprescindible cooperacin entre contrapoderes que impulsaba el movimiento. Fuese o no un planteamiento meramente tctico, fruto de las circunstancias concretas, lo que parece quedar fuera de lugar es que esta
modalidad de pluralismo interno a la organizacin slo poda ser concebida en el ms amplio contexto de centralizacin del poder bajo un
nico mando: el Partido. Lejos de profundizar en la democratizacin,
procuraba organizar la diversidad dentro de un marco institucional uniformizador cuya perspectiva segua siendo la instauracin de un rgimen fundado en el mando nico del Partido.
Ms relevante todava si cabe, por su elaboracin a raz de la experiencia directa de la Revolucin de 1917, es la explicitacin trotskista
de una teora del cambio de rgimen revolucionario entendida como
resolucin de una dualidad de poderes:
La dualidad de poderes no slo presupone, sino que, en
general, excluye la divisin del poder en dos segmentos y todo
equilibro formal de poderes. No es un hecho constitucional,
sino revolucionario, que atestigua que la ruptura del equilibrio
social ha roto ya la superestructura del Estado. (...)
Por su esencia misma, este estado de cosas no puede ser
estable. La sociedad reclama la concentracin del poder, y aspi33
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Vid. TROTSKI, Len (1985): Historia de la revolucin rusa. Madrid: Sarpe, p. 178
(ed. original de 1932).
58
Vid. DAHRENDORF, Ralf (1991): Reflexiones sobre la Revolucin en Europa.
Barcelona: Emec.
59
Vid. TILLY, Charles (1995): Las revoluciones europeas, 1492-1992. Barcelona:
Crtica.
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60
Vid. VIRNO, Paolo (2005): Cuando el verbo se hizo carne. Madrid: Traficantes de
Sueos; ms concretamente el epgrafe principio de individuacin, p. 80.
61
Vid. GUATTARI, Flix y Suely ROLNIK (2006): Micropoltica. Madrid: Traficantes
de Sueos; en especial el captulo subjetividad e historia.
62
Ibid., p. 47.
63
Vid. KLANDERMANS, Bert (1988): The Formation and Mobilization of Consensus, en Hanspeter KRIESI y Sidney TARROW (Eds): From Structure to Action. Greenwich:
Jai Press; p. 173-196.
64
Vid. NEGRI, Antonio (2006): Fbricas del sujeto/Ontologas de la subversin.
Madrid: Akal; p. 221.
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65
Vid. VIRNO, Paolo (2001): Grammatica della moltitudine. Roma: Rubettino Edi-
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tore.
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Vid. ALTUSIO, Juan (1990): Poltica. Madrid: Centro de estudios constitucionales (original de 1603); p. 6.
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De una u otra manera los distintos comunitarismos se han caracterizado por considerar la comunidad de manera orgnica, como un sistema cerrado (o subsistema semiabierto, pero autorreferencial en las sociedades multiculturales) de principios y valores
capaces de dotar de pleno sentido a la existencia del sujeto.
76
Recogemos aqu esta figura discursiva de acuerdo con la cual los enamorados
tienen un vnculo pactado (foedus) de mutua fidelidad que los dioses garantizan. El
incumplimiento de este acuerdo (foedus amoris violatum) conllevara alguna modalidad
de perjuicio al que lo infringiere.
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Introduccin
Puntos de partida de la reflexin terica sobre la accin colectiva
La institucionalizacin acadmica de la protesta y la movilizacin,
como objeto de estudio especfico de las ciencias sociales y polticas que
aparece en los programas de investigacin departamentales, comienza
en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, la reflexin terica
sobre la accin colectiva fue paralela a sus manifestaciones histricas
previas incluso al surgimiento del movimiento obrero europeo (el primer gran movimiento social) en el siglo XIX. Cabe destacar, de entre
ellos, para el caso de Europa, los clsicos de George Rud sobre la protesta en el siglo XVIII (Rud, 1978), de Edward Thompson (1979,
1989) sobre la economa moral del multitud y la formacin de la clase
obrera inglesa, o el citadsimo trabajo de Eric Hobsbawm Rebeldes
primitivos (1974). Para el caso de las reas perifricas del planeta
(subordinadas histricamente a los centros europeos primero y euronorteamericanos despus) hay trabajos importantsimos sobre las rebeliones etno-clasistas anteriores a los movimientos de liberacin nacional, como el clsico de C.L.R. James Los jacobinos negros sobre la
revolucin haitiana4.
Pero ser en el siglo XIX cuando las formas tradicionales de accin
colectiva comiencen a hacerse complejas dando origen a su forma ms
desarrollada: el movimiento social que se identificar inicialmente con
los movimientos obreros.
Efectivamente, desde 1848, las organizaciones de trabajadores
industriales en Europa adquirirn caracteres propios de un movimiento, a saber, organizaciones autnomas (sindicales y polticas en este
caso) y un conjunto de dispositivos para hacer actuar a esas organizaciones. Ese conjunto de dispositivos es lo que Tilly llamar repertorio
nuevo de accin colectiva (1984: 303-305). Desde entonces, el trabajo
terico respecto a esta nueva realidad ser continuo en especial por parte
de pensadores socialistas y revolucionarios en general.
Queremos dejar claro que identificar el origen de los movimientos
sociales no es ni mucho menos un capricho. En primer lugar porque la
misma nocin movimiento social naci como sinnimo de movimiento obrero con la publicacin en Alemania del libro Lorenz von
Strein La historia del movimiento social en Francia (1789-1850)
(Mess, 1998: 299). Como ha escrito Prez Ledesma el uso de esta
nocin no fue sino un ardid para esquivar la censura prusiana que no
hubiera permitido un ttulo referido a los movimientos socialistas
(Prez Ledesma, 1994: 59).
4
Respecto a las rebeliones esclavas, nos parece de extraordinario valor el reciente
nmero XXVIII de la revista del Centro Fernand Braudel de la Universidad de Stanford dedicado a los movimientos negros desde el siglo XIV hasta la actualidad. Sobre
las rebeliones indgenas en las primeras pocas de la conquista americana, vanse a su
vez los captulos de Silvia Rivera y Jess Espasandn en nuestro reciente trabajo de
compilacin Bolivia en movimiento (Espasandn Lpez/Iglesias Turrin, 2007).
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Melucci ironiz en su momento sobre este enfrentamiento en la Academia estadounidense hablando del modelo de actores sin accin de las teoras del comportamiento colectivo frente al modelo de acciones sin actores de la teora de la movilizacin de recursos (1989: 17-20).
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pensamos en los escritos de Franz Fanon o del ltimo Malcom X, sabremos mucho de la forma de actuar de los panteras negras.
En definitiva, no debe confundirse el estudio de los marcos, las
identidades o la ideologa con el estudio de los movimientos sociales y la accin colectiva que son, al fin y al cabo, realidades sociopolticas.
Del Neoutilitarismo a la Eleccin Racional
La emergencia de nuevos movimientos en los 60 regener los estudios sobre la accin colectiva y los movimientos sociales abriendo el
camino a nuevos enfoques de anlisis.
Quiz la crtica ms relevante a los enfoques del comportamiento
colectivo y la teora de los agravios en los Estados Unidos se plate
desde el individualismo metodolgico, oponiendo la racionalidad
individual del hombre liberal la tendencia natural/racional de los
individuos a maximizar beneficios y reducir costes a la irracionalidad
de masas que se presupona a los enfoques previos.
La preeminencia epistemolgica neoutilitarista en la academia estadounidense implicaba la aplicacin de tcnicas y teoras microeconomcas al conjunto de ciencias sociales. Ello afect sin duda a los estudios de la accin colectiva, en especial a partir del influyente trabajo de
Mancur Olson La lgica de la accin colectiva y su difundida teora
del gorrn o free rider y los incentivos selectivos (Olson, 1965).
El modelo de Olson se resume como sigue. La cuestin fundamental que plantea la accin colectiva es la de cmo agregar al mayor nmero posible de individuos en una accin dirigida al bien comn cuando
esos individuos tienden racionalmente a actuar de forma egosta,
como gorrones naturales que no se implicarn en una accin si entienden que los beneficios que puedan obtener son independientes de su
concurso individual. Para Olson, slo los dirigentes salvo en las organizaciones reducidas (Olson, 1965:43-46) tienen verdadero inters
individual en el beneficio colectivo. La funcin del dirigente/empresario/organizacin que promueve la accin colectiva habr de ser, por lo
tanto, la de crear incentivos selectivos para que participe el mayor
nmero de individuos posibles.
Los lmites de la teora de Olson han sido puestos al descubierto en
diversos trabajos (Pizzorno, 1989; Revilla, 1994b; Marx Ferree, 1994).
En el ltimo de ellos, se plantean tres conjuntos de problemas de la teora de la eleccin racional que pasamos a sintetizar.
El primer conjunto de problemas deriva de la consideracin implcita, por parte de la teora de la eleccin racional, de estimar todos los
comportamientos como racionales. Quedan as sin explicar los comportamientos de dudosa racionalidad, que la autora ejemplifica refirindose a la educacin para la no violencia como mecanismo de las organiza47
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Por otra parte, el modelo alternativo de racionalidad pluridimensional que propone Marx Ferree (1994: 175 y ss.) nos parece muy insatisfactorio. Si efectivamente se ha demostrado la imposibilidad de aislar las claves del comportamiento en una nocin de racionalidad
universal, difcilmente se solucionar el problema sumando unas cuantas racionalidades ms (racionalidades de mujeres, de indgenas, de
hombres negros, de obreros ). El problema fundamental de la accin
colectiva alude a la estructura social en sus distintas escalas como producto histrico y a sus relaciones con los dispositivos ideolgicos de
agregacin de sujetos identidades de naturaleza diversa en ltima instancia. Si el problema del neoutilitarismo es su incapacidad para comprender la dimensin holstica de los por qu y sobretodo, de los
cmo, no solucionaremos el problema sumando tres, cuatro o cien
teoras ms en trminos de eleccin racional.
Para aproximarse a los movimientos y en especial a los globales
habr de ir de lo global a lo particular (invirtiendo las premisas newtoniano-inductivas de los paradigmas liberales) desde una ptica interdisciplinar.
La Teora de la Movilizacin de Recursos
El intento de aplicar la lgica de la eleccin racional a los procesos
de movilizacin de los 60 y los 70 fue, en los Estados Unidos, la teora
de la movilizacin de recursos o teora de la movilizacin por empresarios polticos (McCarthy y Zald 1973, 1977; Oberschall, 1973). El
principal postulado de la teora es que los dispositivos organizativos de
los movimientos sociales son el factor fundamental que determina la
capacidad de movilizacin, sus pautas y formas de desarrollo y su xito.
La teora traslada la lgica de la eleccin racional de su mbito de actuacin por excelencia la empresa a las organizaciones de los movimientos sociales. Se reaccionaba as frente al carcter irracional, desorganizado y espontneo que las teoras del comportamiento colectivo y de la
psicologa social en general, haban atribuido supuestamente a los
movimientos sociales. Cul era la razn fundamental entonces de la
gran oleada de movilizaciones en los 60 y los 70 para estos autores? El
aumento de recursos disponibles en los pases centrales del Sistemamundo que haba permitido una cierta profesionalizacin de los movimientos. La teora ya no buscaba tanto un por qu de la accin colectiva sino un cmo. El objetivo fundamental de la teora era relacionar
el examen de los movimientos sociales con la sociologa poltica comparativa de los Estados y regmenes polticos (Jenkins, 1994: 41).
Esta teora despert numerosas crticas en Europa y entre los investigadores con experiencia militante, que la entendieron como un enfoque empresarial la propia terminologa de la movilizacin de recursos
va en esta direccin aplicable, en todo caso, para analizar lobbys o gru49
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Al respecto, nos ha resultado tambin de particular inters el captulo cinco de
la obra de Nick Crossley Making Sense of Social Movements (2002: 77-104).
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cin de los movimientos sociales de los aos 60 y 70, a saber, el cuestionamiento de la que hasta ese momento fue la lnea estratgica prioritaria de los movimientos antisistmicos clsicos, a saber, la conquista
del poder estatal (Wallerstein, 1990: 40; 2004 [2002]: 469) y la propia viabilidad de los instrumentos estatales para la transformacin. La
movilizacin de recursos presentaba aportaciones para el anlisis de las
organizaciones clsicas de los movimientos sociales en especial los sindicatos socialdemcratas quiz incluso en la lnea de los anlisis que
hiciera Robert Michels muchos aos antes, pero era incapaz de entender los nuevos movimientos.
La segunda consideracin de Jenkins (1994: 10) alude a la formacin
de los movimientos sociales. Frente a los modelos clsicos que aludan al
incremento de los agravios, la movilizacin de recursos plantea estos
ltimos como una realidad relativamente estable. Lo que para este enfoque cambia son las posibilidades de definir y actuar sobre esos agravios,
precisamente a partir de la mejora de la situacin de los sujetos y la apertura de nuevas oportunidades que haran posible la accin colectiva.
Basta comparar la relacin entre huelgas y ciclos econmicos o
medir la capacidad de los movimientos sociales en funcin del nivel de
desigualdad social en regmenes con libertades polticas similares, para
comprobar que las huelgas tienden a coincidir con los momentos de
expansin y que niveles ms altos de injusticia social no llevan necesariamente aparejados una mayor convulsin social en trminos de
movilizaciones.
Si bien el argumento que incide en el aumento de oportunidades no
basta para explicar los movimientos de los 60 y 70, es cierto que aporta ms luz que aquellos centrados en la imprecisa nocin de aumento
de los niveles de injusticia o de las expectativas defraudadas. Entre las
condiciones para que sea posible la accin colectiva parecen tener ms
peso tanto la existencia de unos dispositivos mnimos de organizacin
(no necesariamente centralistas y jerrquicos como en la mayor parte de
los modelos clsicos) como un contexto poltico oportuno.
La tercera consideracin refiere los procesos de movilizacin (Jenkins, 1994: 15). Los tericos de la movilizacin argumentan la importancia de la captacin de recursos institucionales frente al planteamiento clsico de la autofinanciacin por parte de los que habran de ser
beneficiarios de los cambios. Aqu es donde se plantea el problema del
free rider que no alude tanto a la criticada nocin de universalidad de la
lgica liberal o economicista como a un problema perfectamente
identificable de las organizaciones de los movimientos sociales. Respecto a los aos 60, el enfoque de la movilizacin de recursos insiste,
para el caso de Estados Unidos, en el importante papel de las clases
medias en la incorporacin de recursos a las organizaciones de los movimientos. El argumento nos parece estrecho y, llevado a nuestros das,
parece que apenas servira para referir los problemas organizativos propios de las ONGs o de lobbys.
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A pesar de su debilidad actual, la Confederacin Nacional del Trabajo ha apostado siempre por un modelo de autofinanciacin como alternativa al modelo de los sindicatos mayoritarios en Espaa.
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tas. De igual modo, nadie puede negar el xito de los movimientos del
68 en el sentido de transformar de manera irreversible toda la cosmovisin de la izquierda y los movimientos clsicos especialmente respecto tanto a la unidimensionalidad del sujeto de la transformacin (el proletariado industrial) como a la conquista del poder del Estado como
axioma estratgico clave para la transformacin social.
Sealaremos para finalizar que el principal problema de estos enfoques, como ha dicho Jean Cohen, es que en todas sus versiones analizan
la accin colectiva en trminos de lgica estratgica de interaccin y clculos de
coste-beneficio de modo que todas operan con una comprensin Clausevitziana de la poltica (1985: 675). En ltima instancia, como indica Raimundo Viejo, reducir el papel del movimiento al de lobby o mecanismo de
defensa de los sin poder, no deja de ser una simplificacin interesada destinada a evitar las dificultades tericas por parte de los enfoques acadmicos de
inspiracin liberal (2005: 93-94).
Las escuelas tericas europeas
Problemas planteados por los nuevos movimientos sociales (NMS)
Las movilizaciones de los 60 y los 70 en Europa significaron la revisin de buena parte de los esquemas estructuralistas e historicistas de
algunas corrientes del marxismo ortodoxo y sus organizaciones polticas de referencia. Paralelamente, como ha afirmado Ron Eyerman
(1998), el paradigma de la identidad o perspectiva de los nuevos movimientos sociales desafi la hegemona de los socilogos estadounidenses de la movilizacin de recursos. Este autor habla incluso de una especie de golpe de estado de la sociologa europea respecto al dominio de
la sociologa americana (1998: 140).
A pesar de las particularidades de las diferentes escuelas de los
NMS, los principios de anlisis de estos enfoques se podran sintetizar
como sigue: Los cambios operados en la sociedad capitalista son la clave
para entender la emergencia de nuevos movimientos de protesta de
caractersticas diversas a los movimientos tradicionales, esto es, el
movimiento obrero. Respecto al ltimo, pueden identificarse cuatro
dimensiones de ruptura: formas de organizacin y repertorios de accin,
valores y reivindicaciones, relacin con lo poltico e identidad de los
actores (Neveu, 2000: 94-95).
Las escuelas tericas sobre los NMS fueron bsicamente las siguientes. La francesa (Touraine y sus colaboradores), la alemana (Habermas,
Offe, Rucht) y la italiana (Melucci). Touraine desarroll la nocin de
lucha por la historicidad la capacidad de la sociedad de autoproducirse en la sociedad postindustrial o programada donde los movimientos
sociales representan un desafo a la reproduccin del propio sistema
social (Scott, 1991: 7) y donde los conflictos se generalizan y deslocali54
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zan (Touraine, 1988). Melucci, por su parte, se centr en los mecanismos de formacin de la identidad, en trminos de formulacin de
estructuras cognoscitivas, activacin de relaciones entre actores y la realizacin de inversiones emocionales (Melucci, 1994: 173).
Entre las principales referencias de estas teoras estn los trabajos de
Habermas (1981, 1987) que vea en el desarrollo opresivo de la
modernidad la clave del surgimiento de estos movimientos como reaccin a la colonizacin de la vida la accin comunicativa por parte del
Estado y el Mercado. Una de las consignas fundamentales de los NMS,
lo personal es poltico, deriva de estos planteamientos.
Otra de las referencia fundamentales es Claus Offe (1988) que
introdujo el concepto de crisis de gobernabilidad para ilustrar la incapacidad del Estado para responder a las expectativas de los ciudadanos
y el colapso de las formas partido y sindicato como dispositivos de
mediacin democrtica. Los NMS vendran a representar las demandas
sociales ante la incapacidad de las organizaciones clsicas. Las reivindicaciones ya no aludiran tanto a la distribucin de recursos y al poder
poltico como a lo que se ha llamado valores postmateriales.
Alain Touraine (1985, 1993) y Ronald Inglehart (1991) hablaron
respectivamente de transicin del industrialismo al post-industrialismo
y de trnsito epocal de los valores materiales a los inmateriales. Las
sociedades postfordistas habran generado una suerte de desafeccin
entre las nuevas clases medias que habra producido una tendencia a reivindicar elementos comunitarios, de auto-realizacin personal, de
armona con la naturaleza, etc.
Se trata de una nueva fase de la modernidad en la que el trabajo
cualificado aumenta su peso en los procesos productivos respecto al trabajo industrial de los monos azules de la cadena de montaje fordista. La
sociedad se terciariza y un sector de las clases subalternas empieza a
tener acceso a la educacin superior. Ello conlleva la crisis de los marcos tradicionales de socializacin (desde la familia y la iglesia hasta el
sindicato tradicional y el partido de masas).
El hecho de tomar al movimiento obrero en tanto que representativo de una clase social concreta con intereses material-distributivos
concretos como elemento de referencia sobre el que construir la idea
de la novedad, ha debilitado a nuestro juicio buena parte de los argumentos de estas teoras. Se supona que los nuevos movimientos eran
interclasistas y postmaterialistas10.
Aunque como explicaremos despus, no nos gustan demasiado los
trminos en los que se plante el debate sobre los NMS, creemos que
10
Ello, entre otros aspectos, ha limitado los anlisis a los movimientos de los pases centrales. Como ha sealado Boaventura de Sousa Santos, en Amrica Latina suele
hablarse de nuevos movimientos populares precisamente para diferenciar su base social
respecto a esas nuevas clases medias de Europa occidental y Estados Unidos (2001: 177).
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conviene resear los principales argumentos que han rebatido una novedad basada en las premisas sealadas.
De una parte, cabe sealar que las nociones manejadas respecto al
movimiento obrero son estrechas. Se adoptan los esquemas historicistas
y deterministas (Mess, 1998: 308) que ignoran la importancia de todo
un conjunto de trabajos sobre cultura, poltica, intelectuales y accin
colectiva como los de Thompson (1979, 1989) o Gramsci (1975,
1980), esenciales para la comprensin tanto de la formacin de la
clase obrera como de sus mecanismos de agregacin y dispositivos de
accin. La oposicin entre reivindicaciones materiales y post-materiales
pierde, por lo tanto, peso y una mnima aproximacin a las reivindicaciones de los movimientos de los 60 y los 70 deja claro que las cuestiones relativas a la justicia social seguan jugando un papel fundamental.
Respecto a la alusin que hacamos a propsito de la importancia de
la cultura hay que sealar que, si bien consideramos que las herramientas culturales son componentes dinmicos claves para la formacin de los
movimientos sociales, hay que guardarse de caer en la tentacin de un
nuevo unilateralismo culturalista (Mess, 1998: 308) que ignore los aspectos de tipo estructural o econmico. Un ejemplo de esta tentacin a evitar es el trabajo de Prez Ledesma sobre la formacin de la clase obrera
en Espaa. En este trabajo el autor entiende la explotacin econmica
ms como un trmino crucial en el lenguaje de clase (1997: 220) que
como una realidad objetiva de subalternidad en el proceso productivo; la
clase sera ms un invento (1997: 233) que una categora de estratificacin social objetivable en funcin de relaciones de produccin. A nuestro juicio, tal planteamiento equivaldra a afirmar que lo fundamental
de un dolor de muelas, de trabajar 12 horas seguidas o de los fenmenos
meteorolgicos en relacin a los seres humanos, es su verbalizacin, esto
es, el hecho de poder imaginar y conceptualizar el dolor fsico, el cansancio o el hecho de mojarse cuando llueve. Ir por este camino supone
entender finalmente la cultura como exclusivo producto de la arbitrariedad humana, desligndola de todo constreimiento material. Semejante apuesta epistmica, por desgracia tan de moda en los ltimos tiempos en la historiografa, ms parece una re-edicin a la inversa del
historicismo, que un modelo de estudio viable. De hecho, la reciente
emergencia de movimientos antagonistas de corte tnico (particularmente en Amrica Latina) debe mantenernos en guardia frente a las tesis
que desligan movilizacin social de subalternidad econmica11.
Volviendo al tema de los NMS, los argumentos a propsito de su
base no clasista tampoco resisten el examen de buena parte de los fenmenos de movilizacin poltica de los ltimos 150 aos. Como ha sealado Mess (1998: 309 y ss) desde los movimientos abolicionistas hasta
los diferentes tipos de nacionalismos, tenemos movimientos que se han
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articulado sobre bases pluriclasistas y que han hecho visibles y socializado sujetos no describibles estrictamente en trminos de clase sino
tambin mediante elementos como la tnia, el gnero o el grupo generacional. Tarrow ha relativizado tambin la importancia de la homogeneidad de clase en la formacin de los primeros movimientos del nuevo
repertorio con la aparicin de la imprenta y las asociaciones y las primeras redes informales (2004: 86). Pero incluso despus, la clase, como
categora objetiva de encuadramiento en un sistema econmico, histricamente demostr tener menos potencialidades movilizadoras de las
que esperaban los movimientos socialistas (Wallerstein, 1987 [2004]:
286) sin perder por ello su importancia central para el anlisis de los
movimientos.
Si bien compartimos buena parte de las razones, los estudiosos crticos con la novedad de los movimientos sociales, las transformaciones
de los dispositivos de gestin capitalista en Europa occidental y las consecuencias del fordismo, son claves para entender tanto las formas que
adopt la accin colectiva y el conflicto social desde los movimientos de
los 60 de tipo cultural en contraposicin a las revoluciones sociales
(Arrigi/Hopkins/Wallerstein, 1999) hasta el proceso de institucionalizacin de buena parte de los NMS en especial en Alemania durante
los 80, como la irrupcin planetaria de los movimientos globales que
signific adems una ruptura respecto a esa tendencia a la institucionalizacin que muchos estudiosos juzgaban inevitable. Y es que, si hay
alguna novedad en los MNS es que constituyen tanto una crtica de la regulacin social capitalista, como una crtica de la emancipacin social socialista tal
como fue definida por el marxismo vemos que el corte de tipo estratgico
respecto al poder y a la centralidad obrera. De hecho, su novedad no
reside en el rechazo de la poltica lo que muchos autores americanos entendan al hablar de movimientos de cambio personal sino, al contrario,
en la ampliacin de la poltica hasta ms all del marco liberal de la distincin
entre Estado y Sociedad civil (Sousa Santos, 2001: 178 y 181).
Aunque nos parezca infructuosa la diferenciacin entre viejos y
nuevos movimientos atendiendo a su base social, entender las transformaciones de los escenarios globales en los que se desarrollan los conflictos, es imprescindible. Los movimientos globales han recogido
buena parte de lo que Wallerstein (1989 [2004]: 350 y ss.) ha llamado
legados claves de los movimientos del 68, a saber, el fin de la concepcin del proletariado industrial como sujeto dirigente de la transformacin y el fin de la conquista del poder estatal como estrategia antisistmica nica y central.
Por mucho que identificar al movimiento obrero como viejo movimiento social prototpico peque de reduccionismo ahistrico (Mess, 1998:
307), la estrategia de las organizaciones polticas y sindicales socialistas se
fundamentaron, como decimos, en la centralidad obrera y la conquista del
poder estatal. Tales estrategias fueron hegemnicas en las luchas antisistmicas europeas precisamente hasta 1968. Las transformaciones del Capi57
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talismo, en trminos de trnsito del Fordismo al Postfordismo, provocaron replanteamientos de tipo estratgico en los movimientos.
Por lo tanto, an cuando la pregunta clave que deba hacerse a propsito de los NMS sea la relacin que existe entre las transformaciones
del Capitalismo y la accin colectiva, el debate debe ser replanteado en
trminos de estrategia antisistmica. La discusin sobre si elementos
como la composicin pluriclasista constituye una novedad o no, nos
parece un debate intil que impide adems un anlisis riguroso de las
relaciones entre la evolucin del Capitalismo, las estructuras de las clases subalternas y la accin poltica. De qu sirve argumentar que la
composicin pluriclasista del movimiento abolicionista britnico en el
XIX, del Partido Nazi en Alemania entre 1928 y 1933 y del nacionalismo vasco desde principios del siglo XX (Mess, 1998: 309 y ss.) invalida la tesis de que los NMS eran nuevos por tener una base inter-clasista? Es, sin duda, saludable que los historiadores an cuando hagan
entusiasmados llamamientos a la interdisciplinariedad ajusten cuentas
con la escasa formacin historiogrfica de algunos socilogos, pero no
estamos aqu para contemplar cmo se despellejan entre ellos socilogos, politlogos e historiadores. Mess tiene toda la razn y as lo
hemos expuesto en su tesis del vino viejo en odres nuevos para desacreditar muchos de los argumentos de los tericos de los NMS, pero no
responde a la pregunta fundamental: Qu es lo que cambia en los
movimientos sociales y la accin colectiva a partir de los aos 60?
Puede hablarse de un punto de no retorno como con el movimiento
obrero en 1848 o todo sigue ms o menos como siempre?
Hay que evitar lo que Melucci llam ajustando cuentas en la ya
sealada batalla historicismo ingenuo incapaz de percibir la significacin sistmica de los nuevos conflictos (1994: 163). Si bien los procesos psicolgicos de construccin de identidad que describe Melucci
(1994: 172 y 173) se nos escapan y no compartimos su percepcin respecto a lo que llama modelos leninistas o luxemburguianos (1994:
169), la redefinicin del sistema social es un buen punto de partida para
discutir sobre las formas que adoptarn los conflictos. Se trata de lo que
el autor italiano refiere como contexto sistmico distinto al del Capitalismo industrial para entender las nuevas formas de accin. Frente a la
miopa del presente, Melucci denuncia la miopa de lo visible propia de los enfoques que se concentraban slo en los aspectos mensurables de la accin colectiva infravalorando los aspectos referidos a la produccin de cdigos culturales (1994b: 125).
A nuestro juicio, el problema de ambos enfoques y de los intentos
eclcticos posteriores es que se han revelado incapaces de relacionar de
manera satisfactoria estructura, poltica y cultura. En este sentido, la
lectura de Gramsci nos parece un ejercicio imprescindible para los
investigadores de los movimientos sociales y un buen remedio para
superar algunos de los inconvenientes que los modelos eclcticos que la
movimentologa dominante genera.
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A este respecto, vase nuestro trabajo El hilo rojo (Iglesias Turrin, 2006).
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globales, debe asumir cuestiones tericas duras, aunque ello suponga renunciar a la viabilidad de todo eclecticismo.
Hace ya unos cuantos aos Gramsci escriba que cada revolucin
ha estado precedida de un intenso trabajo de crtica, de penetracin cultural, de permeacin las comillas son nuestras de ideas a travs de
agregaciones de hombres y sus vnculos de solidaridad (Gramsci,
1980: 100-101). Cuando en los Quaderni del carcere se refiere a que
el conjunto de los miembros de un partido deben ser considerados
como intelectuales (1975: 1523), no habla sino de su capacidad de
crtica respecto a las ideologas dominantes, entendiendo la cultura como proyecto poltico (Santucci, 2005: 38). Es esto tan distinto de la capacidad de los dirigentes para vincular culturalmente
a los potenciales movilizables con las reivindicaciones, a la que se
refiere McAdam?
Frame analysis
Nos referiremos ahora a una de las metodologas ms exitosas
derivada, de algn modo, del impacto de la cultura en los estudios
sobre los movimientos sociales: el frame analysis15.
Las races del anlisis de marcos hay que buscarlas en la obra de
Mead y en el interaccionismo simblico de Herbert Blumer que
inspiraron a Goffman (1974) para elaborar la nocin de marco
como el conjunto de los elementos con los que cuentan los individuos para dar sentido a una situacin16. A partir de la obra de Goffman, en los trabajos del grupo de David Snow se construy la teora de los marcos para el estudio de los movimientos sociales y la
accin colectiva.
Los marcos son formas de entendimiento negociadas para
actuar (Rivas, 1998: 190) organizadores de experiencia y guas de
accin (Snow/Rochford/Worden/Benford,1986: 464).
15
Otra de las teoras derivadas de la irrupcin de la cultura es el modelo de construccin social de la protesta. En este modelo se trata de establecer qu actores movimientos o sus oponentes determinan el significado de una situacin determinada. Los
significados seran, por tanto, el resultado de oponer diferentes interpretaciones de los
actores que compiten. Surge as la nocin de campos multiorganizativos que incluyen los sectores que apoyan a la organizacin de un movimiento, los que se oponen a
ella y los que son indiferentes (Klandermans, 1994: 215). La construccin social de la
protesta, como seala Klandermans, es una forma de llevar de nuevo a la psicologa
social al primer plano.
16
Puede consultarse el completo trabajo de Rivas sobre los orgenes del concepto
de enmarcamiento en algunos trabajos de antropologa sobre la comunicacin (1998:
182 y ss.) o en algunas investigaciones sobre la robtica (1998: 187 y ss.) as como sobre
la importancia de los trabajos de Gamson que aplicaron por primera vez, aun dentro de
la teora americana del proceso poltico, la nocin de marco en el estudio sobre movimientos sociales (Rivas, 1998: 190 y ss.).
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En un influyente artculo de 1986, el grupo de David Snow elabor las nociones de alineamiento de marcos y proceso de alineamiento y vincul los procesos micro y macro de movilizacin
(Snow/Rochford/Worden/Benford, 1986). Para afrontar los problemas del surgimiento, duracin y logros de los movimientos sociales plantearon la importancia del xito de los alineamientos (1986:
478) junto a las ya conocidas consideraciones de oportunidades y
recursos estructurales. El alineamiento es el vnculo e incluso la
retroalimentacin entre los participantes en el movimiento y el
discurso (entendido como visin de la realidad) de los grupos, dirigentes o intelectuales que tratan de movilizar a la gente. Si el alineamiento tiene xito, los marcos llamarn a la accin colectiva17.
La gran aportacin de estos autores ha sido a nuestro juicio volver a llevar al primer plano la lucha ideolgica y comprender las
claves de su intensificacin durante los procesos de movilizacin.
Los marcos o la ideologa son cualquier cosa menos estticos y estn
permanentemente sometidos a la accin de los oponentes a los
movimientos y de los mismos constreimientos contextuales. De
este modo, los medios de comunicacin, determinados ambientes
culturales o, ms especficamente, la accin poltica encaminada a
minar un movimiento a travs los contramovimientos (Hunt/Benford/Snow, 1994: 237)18 o de los mismos aparatos institucionaldecisionales, lo que en pocas palabras podramos llamar cultura
del poder juegan un papel esencial y permanente en la definicin
de la realidad, contribuyendo a configurar los marcos de entendimiento de las personas potencialmente movilizables. Esto es lo que
Rivas llama compromiso de los movimientos en la poltica de significacin, es decir, en la construccin del sentido en competencia con otros
actores sociales (1998: 194).
En una lnea muy pareja estn los trabajos de los historiadores
de los movimientos sociales de la ya citada nueva historia social,
que, de alguna forma, manejan una nocin de cultura equivalente
a la de ideologa como repertorio de herramientas con el que las personas
experimentan y expresan significados, permitindoles de esa manera pensar
sobre el mundo que les rodea y actuar en l (Cruz, 2001: 5).
En el mismo sentido, buscando tambin la complementarierdad entre las perspectivas de anlisis, Tarrow habla de combinacin
de fibras heredadas e inventadas para formar marcos de accin colectiva
sintticos en la confrontacin con los oponentes (2004: 171). Al hablar de
17
Sobre los diferentes tipos de alineamientos vase el texto de estos autores o la
sntesis de Rivas (1998: 193-194).
18
Generar identidad de oposicin a estos grupos, es lo que estos autores llaman
opositional identity framing (1994: 239). Estos autores lo ejemplifican con las experiencias de grupos pacifistas estadounidenses, pero para el caso europeo podramos pensar
en los movimientos antifascistas.
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Los autores sealados analizan diferentes casos. Tarrow analiza los casos del
movimiento pro-derechos civiles en EEUU (2004: 169-171) y del movimiento polaco
Solidaridad (173-175). Rafael Cruz, por su parte, trata las protestas en la RDA antes de
la cada del muro de Berln, la revolucin en Irn y el movimiento pro-amnista en
Espaa durante la llamada transicin democrtica (2001: 8 y ss.).
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En el mismo sentido, la movimentologa ignor la teora latinoamericana de
la dependencia que no slo enfrentara al estructural-funcionalismo de la teora de la
modernizacin, dominante en aquel momento, sino que tambin seal los lmites y
errores de un marxismo latinoamericano que haba aplicado torpemente las recetas
europeas. Al respecto, vase, por ejemplo, Cardoso y Faletto (1969) o Gunder Frank
(1967, 1969).
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BRBARA BIGLIA
Universidad de Barcelona
Resumen
Con este artculo se quiere evidenciar la necesidad de un giro epistemolgico para investigar desde/en/por los movimientos sociales. Para
hacerlo se propone en un primer lugar un repaso de las teoras sobre los
Movimientos Sociales (MS) con especial atencin a las que se han desarrollado en el seno de la psicologa. Seguidamente, se evidenciarn
algunas limitaciones y sesgos de estas teorizacines para pasar a proponer un enfoque que, en lugar de intentar explicar los MS, haga nfasis
en la necesidad de reconocer y aprender desde la produccin de conocimiento que se realiza. Esta propuesta, se enmarca dentro de la investigacin activista feminista (Biglia, Bonet, Mart, 2006; Investigacci,
2005) que encuentra muchas similitudes con la investigacin militante (Mal, 2005) y se ejemplifica, al final de este ensayo, con la prctica llevada a cabo en el desarrollo de mi tesis doctoral sobre Narrativas
de mujeres sobre las relaciones de gnero en los Movimientos Sociales.
Con este artculo se quiere evidenciar la necesidad de un giro epistemolgico para investigar desde/en/por los movimientos sociales. Para
hacerlo se propone en un primer lugar un repaso de las teoras sobre los
Movimientos Sociales (MS) con especial atencin a las que se han desarrollado en el seno de la psicologa.
El estudio de los MS ha pasado por diversas fases y escuelas (para
un anlisis: dalla Porta, Dani, 1997; Muoz, Vzquez, 2003) que, por
lo general, han intentado categorizarlos y analizarlos de una manera a
1
Este trabajo es la reelaboracin de una parte del anlisis producida en el marco
de mi tesis de Doctorado Narrativas de mujeres sobre las relaciones de gnero en los
Movimientos Sociales. Agradezco el soporte del Deparament dUnivesritat, Recerca i Societat de la Informaci de Generalitat de Catalunya y de la Fundacin Jaume Bofill para su
realizacin.
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Para una esquemtica explicacin de estas limitaciones en ingls, Biglia, Clark,
Motzkau, Zavos, (2005).
3
Para una resea y un anlisis ms completo: Moscovici (1981); Muoz y Vzquez (2003).
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Tal como explican Muoz y Vzquez (2003), hay varias pruebas que muestran
como esta teora no es originaria de LeBon, pero considerando que ha sido a travs de
su obra que se ha difundido en este ensayo se mantiene esta ficcin de autora.
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identidad estigmatizada (Kaplan, Liu, 2000)5. De todas maneras, afortunadamente, hoy en das estos enfoques estn casi completamente
superados.
Fase II: Explicando y entendiendo con ms o menos simpata
Las emergencias de nuevas formas de accin social en las sociedades
industrializadas a partir de los aos setenta, con la deslegitimacin
en la Europa de finales de los ochenta del sistema de partidos han estimulado nuevas conceptualizaciones de los MS que superen el anlisis
sociolgico que vea en las ideologas la base de las movilizaciones
(Johnston, Laraa, Gusfield, 1994).
Estas nuevas formulaciones, se han agregado principalmente alrededor de dos paradigmas de anlisis que, frecuentemente citados como
antagnicos, pueden ser por ciertos aspectos complementarios (Melucci; 1989): la teora de los nuevos movimientos sociales en base a la cual
las activista se agregan alrededor de un por y un para qu y la Resource
Mobilization Theory (RMT)6 que sostiene que nos activaramos alrededor
de un cmo.
La RMT, surgida bajo el paraguas funcionalista en Estados Unidos,
enfatiza el modelo de costes-beneficios en la participacin en los MS.
De acuerdo con Mueller (1992) la RMT emerge en el 1970 y se basaba en el trabajo realizado por los estudiosos de movimientos sociales
cmo McCarthy & Zald (1973), Gameson (1968), Obreschall (1973) y
Tilly (1978). Al comienzo de los ochenta se estim que tres cuartas partes de los artculos publicados en las revistas acadmicas mainstream se
basaba en la RMT (Mueller, 1992) que se haba trasformado en un paradigma dominante. [] al principio esta teora [] se fundaba en el
concepto de individualismo y en los ideales de las democracias liberales (Capdevila, 1999: 32). Desde el punto de vista psicolgico esta
aproximacin se acerca a una interpretacin cognitiva en la que los sujetos son identificados como seres racionales, que toman las decisiones en
base a un clculo previo a la accin. Estas teoras proponen una visin
del ida sujeto parecida a la de Kurt Lewin (1951-1988), segn el cual
a la hora de tomar una decisin estamos sometidos a fuerzas motivacionales, y nos decantan por una o otra opcin dependiendo de la suma
vectorial de estas fuerzas motivacionales. Por otro, se basa en la metfora del ordenador, segn la cual las activistas calcularamos todos los
pros y los contras de nuestras posibles actuaciones antes de decidir cul
nos convenga.
5
Es curioso que este artculo se encuentre en una resea que, en intencin de los
editores parece querer superar estas simplificaciones.
6
Mantengo el acrnimo en ingles en cuanto es todava el ms usado en literatura,
se puede traducir como Teora de movilizacin de recursos.
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Una aproximacin menos racional a la importancia de las emociones, pero tambin de la identidad en la participacin en los grupos activistas se puede encontrar en
un artculo de Taylor (2000).
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culturales en lugar de polticos. Prototipo de esto seran los ambientalistas que movilizan personas de diferentes reas polticas.
3. Participan del proceso de creacin o redefinicin de nuevas formas de identidades colectivas, as como hicieron los grupos feministas
y lsbicos-gays8.
4. Mantiene una relacin circular entre los activistas y el grupo, de
manera que este ltimo se considera como portador de la identidad del
individuo y las acciones de alguna manera sirven para fortificar y definir an ms la sensacin identitaria.
5. Los aspectos de la vida personal y afectiva de los activistas estn
directamente involucrados en la constitucin del MS. De alguna manera se reducira la divisin entre pblico y privado, lo colectivo y lo individual, las acciones y los quehaceres diarios.
6 Las metodologas de protesta radical son novedosas e incluyen
repertorios aprendidos de diferentes tipos de movilizaciones y teoras del pasado y de diferentes reas geogrficas y no slo del ms cercano movimiento obrero. La prctica, de acuerdo con Alex Plows
(2002) es la que aglutina a los que pertenecen a los grupos de accin
directa9.
7. Su proliferacin est relacionada con la crisis de la participacin
poltica en las sociedades occidentales. O sea, cuando los partidos polticos y los sindicatos son vistos como no representativos de las voluntades de las colectividades, algunas personas buscaran nuevas formas de
auto-organizacin.
8. Los NMS son difusos, descentralizados y segmentados. Por lo
tanto es difcil establecer donde empiezan, donde acaban y en que lugares se toman las decisiones. No hay estructuras fijas, y diferentes subgrupos o aglomeraciones espontneas pueden tomar iniciativas que
quizs sern seguidas, o no, por el MS en su conjunto
Encorsetando los MS?
A mi parecer lo que tienen en comn estas teoras omnicomprensivas es que tienden a encorsetar los MS dentro de unos patrones
interpretativos que influencian sus practicas sociales, polticas, culturales y que repercuten directamente en su formas de constituirse,
definirse y actuar. Vamos a ver cuales son los principales problemas
que esto conlleva.
8
Hay que notar como los estudiosos de los MS usan trminos como identidad
colectiva con una discusin mnima (siempre que haya alguna) sobre el efecto de estos
procesos en los activistas (Plows, 2002:107).
9
La auto-definicin de grupos de accin directa utilizada con mayor frecuencia
por los MS de los pases anglosajones es extremamente til para circunscribir el amplio
sentido que a veces adquiere el termino MS.
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a) Prcticas performativas
La voluntad de re-crear la realidad de los movimientos sociales
basndose en las propias gafas interpretativas, se me hizo particularmente evidente en el discurso pronunciado por Alain Tourain (2004),
uno de los ms reconocidos estudiosos de los movimientos sociales, en
un reciente congreso en Paris. En su trabajo propona identificar las
activistas como sujetos de clase media inspirado por proyectos culturales. Parafraseando a Enrique Santamara (1997), podramos interpretar esto como un desplazamiento en respuesta a la necesidad de deshacer la anterior interpretacin de las activistas como figuras de
subalternidad en un momento en el que: por una parte la protesta es
utilizada desde diferentes grupos de poblacin (dalla Porta, 2000) y se
desarrolla un alto grado de participacin en las movilizaciones10 que
han ido adquiriendo una consistencia que no permite su control social
a travs de la tcnica de la marginalizacin11; por otra, los activistas
tienden a re-apropiarse de manera poltica de las marginalizaciones (p.
Ej. Sandoval, 1995).
b) Continuidades o rupturas
Hay una tendencia que lleva a definir las nuevas olas de activismo
social como separadas de las precedentes organizaciones pero si El concepto de olas de movilizaciones es importante [] es igualmente
importante recordar que [entre una ola y la otra] los movimientos no
desaparecen lo que parece ser una nueva ola de movilizacin corresponde generalmente a la salida de un estado de semi-hibernacin de
redes pre-existentes con el catalizador agregado de nueva gente en el
rea, y del levantarse de nuevas quejas (Plows, 2002:113). Como se
insiste desde muchas prcticas feministas, es importante hacer genealoga de los movimientos para recordar los legados de nuestras hermanas
mayores (Biglia, Clark et all., 2005; Roseneil, 2000).
Esto nos ayudara a entender que la novedad de los NMS est ms bien
inscrita en el nuevo paradigma interpretativo adoptado por los socilogos,
que no en profundas transformaciones de los movimientos (Melucci,
1994). De hecho, no es la conciencia de clase, elemento aglutinante de los
clsicos MS una forma de identidad? (Cuninghame, 2004).
Una situacin anloga se vislumbra analizando el nfasis que al
final del pasado milenio se ha empezado a desarrollar para definir el
10
Por muestra un botn, el caso de las movilizaciones contra la guerra en Irak en
Barcelona (Bonet i Mart, Ubasart i Gonzlez, 2004a,b,c) y en el Estado espaol (Viejos Vias, 2004).
11
De la que las disciplinas (psico) sociales han sido histricamente cmplices
(Gordo Lpez, 2005)
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12
Tomo a prstamo el acrnimo desde el movimiento Italiano, Movimiento de
movimientos (MoMo) se refiere a muchas organizaciones, individuo, colectivos, grupos,
mediactivistas, sindicatos, sujetos en movimiento que desde Seattle 1999 han experimentado y practicado la mxima de otro mundo es posible (Magaraggia, Martucci,
Pozzi, 2005: 34, nota 14).
13
A este respecto es importante evidenciar como el anlisis de Melucci no solo es
etnocntrico sino italianocentrico. De hecho los MS italianos, por lo menos desde los
aos 70 han dedicado una cantidad de energa impresionante a la creacin de contracultura, experiencia que no se ha realizado con el mismo nfasis en otras realidades geogrficas.
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d) Oscureciendo generizacines
De acuerdo con Taylor (1998:674) podemos notar como los
modelos sociolgicos tradicionales de los actores de los movimientos
y de sus interacciones tcticas, limita nuestra comprensin de los
movimientos como generizados. Adherirnos a esta construccin
dominante oscurece las luchas y las demandas especficas de las activistas que trabajan por el cambio social en la arena poltica. As las
teoras sobre los MS, de la misma manera que las teoras generales
sobre poltica, tienden a oscurecer el activismo de las mujeres. Esto
es confirmado por la investigacin realizada por Auckland (1997)
que resalta como los discursos fraternos que operan para excluir la
participacin de las mujeres y la influencia del pensamiento feminista en la poltica (Biglia, 2006), son comunes tanto en una perspectiva terica como en la periodstica. Esta visin, refuerza adems
las resistencias de muchos protagonistas de los MS hacia el cuestionamiento de las prcticas discriminatorias generizadas en el propio
grupo (Biglia, 2003).
e) Sumergiendo agencias:
En su lectura crtica de los trabajos que tienden a enfatizar los
aspectos negativos de las acciones colectivas y en el intento de proponer teoras ms optimistas Reicher (2004) evidencia como Si la
tradicin de las identidades sociales es correcta si las identidades
sociales son constructos psicolgicos que hacen posible la accin
colectiva y si la naturaleza de estas identidades determina cuando
y como actuamos colectivamente es a travs del proceso activo de
construccin de las identidades sociales que los movimientos
colectivos que configuran nuestros mundo se activan. [en este sentido] la introduccin del futuro y por lo tanto la introduccin
de la agencia [en los discursos tericos alrededor de los MS] provee una base a travs de la cual la tradicin de las identidades
sociales puede tener cuenta de la flexibilidad de las acciones sociales no solo entre sino tambin en los contextos (Op. Cit: 935- 6
el nfasis es mo).
f) Generalizando y banalizando conceptos
Para explicar los MS y sus variaciones muchas teoras han utilizado
conceptos y modelos que, en el momento en que la teora ha adquirido
reconocimiento, se han diluido como una mancha de aceite perdiendo
su valor originario. As por ejemplo la metfora de la red para la comprensin de los MS ha adquirido en los ltimos decenios una aplicacin
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muy amplia (como ej: Kavada, 2003)14. Sin embargo, como declara
Bruno Latour (1999) uno de los padres de la Actor Network Theory
(ANT) el uso que se hace de este termino es reductivo en cuanto tiende a ser asimilado con el ciberespacio en el que la informacin, contrariamente a como ocurre en las redes humanas, tiende a trasmitirse sin
modificaciones sustanciales15. Esta simplificacin niega por un lado el
trabajo en red que se ha realizado con anterioridad (Por ejemplo No ha
sido una forma de colaboracin y movilizacin tpica de los grupos y
colectivos de mujeres?) y simultneamente reduce el MoMo a un conglomerado poco impermeable.
g) Limitando los efectos polticos del activismo
De alguna manera los tericos de los NMS tienden a resaltar la
matriz cultural y no poltica de los ms recientes movimientos sociales:
Su posicionamiento estructural indica que son bsicamente culturales
en lugar que polticos, empujan hacia cambios sociales a travs de trasformaciones de cdigos culturales e identidades colectivas (Charles,
2000: 31)16. Sin embargo, el interpretar los movimientos identitarios
como culturalistas es practicar una posicin de poder ya que, el pensamiento de una vida posible es solo una indulgencia para aquellas personas que se saben a ellas mismas como posibles. Para aqullas que
estn an intentando ser posibles, la posibilidad es una necesidad
(Butler, 2001: 19). As las reivindicaciones identitarias son un acto nopoltico solo para aquellas personas que se encuentran en una situacin
de privilegio, mientras las otras siguen en un complicado viaje para
reconocerse; como muestra este testimonio: Me torturaba a m misma,
no poda entender cmo las otras personas no me vean como yo me senta; no poda creer que no se dieran cuenta, no lo entenda, no lo poda
comprender (Biglia, Rodriguez, 2007).
Ms an el definir los NMS como proyecto cultural, lleva a una
reduccin del concepto de activismo y poltica a la arena pblica no
reconociendo que lo personal es poltico. Recientemente Zald (2000a),
14
No todas las personas que se dedican al anlisis de redes usan el ANT como
paradigma definitorio o comprensivo de los MS. Otra tendencia es el uso del anlisis de
redes como tcnica de estudio de los MS y de las relaciones con el entorno social tendiendo a difuminar las fronteras entre MS y otras formas organizativas ciudadana
(Diani; Mc Adam, 2003). Finalmente, y el trabajo que presento se enmarca en esta
lnea, hay quienes considera el network(ing) cmo elemento potenciador de los MS
(Biglia et all, 2005).
15
Para entender esta diferencia pensamos, por ejemplo, en como el contenido de
los cuentos que se transmitan de manera oral se transformaba en cada narracin mientras una historia difundida por e-mail, a travs de re-envos y corta y pega no tiende a
adquirir nuevos sentidos.
16
A este respeto hay una controversia abierta que trasciende el mbito terico;
especialmente en el seno del MoMo hay grupos que han ido asumiendo la etiquetaidentificacin cultural sin quererse reconocer como polticos.
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Una prctica parecida desarrolla Ghorashi (2005) en un interesantsimo articulo sobre una investigacin realizada con activistas Iranianas en exilio en el que explica
el sentido del uso del mtodo feminista para no recrear fronteras en las investigaciones.
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promiso para el cambio social; ruptura de la dicotoma publico/privado; Relacin de interdependencia entre teora y prctica; reconocimiento de la perspectiva situada; Asuncin de responsabilidades y reconocimiento de la propia a-neutralidad; valoracin y respecto de la
agencia de las subjetividades participantes; puesta en juego de las dinmicas de poder insitas en la investigacin; abertura a ser modificada,
actitud de reflexividad, autocritica; reconocimiento de los saberes
colectivos y apuesta por las lgicas no propietarias; la redefinicin de
los procesos de validacin del conocimiento (Biglia et all, 2006). Coherentemente con estos planteamientos el trabajo realizado, que en mis
primeras intenciones se diriga a analizar la reproduccin de las discriminaciones de gnero en los MS, se ha modificado ampliando el abasto
de los anlisis tericos. As acab postulando la necesidad de una redefinicin del sentido de poltica, transitando por las dificultades en las
construcciones identitarias de las activistas, analizando posibilidades y
lmites para el cambio y formulando hiptesis de networking a travs
de hibridaciones para superar las rupturas debida a acercamientos identitarios diferencialistas y, sobre todo, redefiniendo ontologas y metodologas de los procesos de investigacin.
Este cuidado se ha concretado, en un primer momento, en una nodefinicin cerrada de MS presentando pero unos limites descriptivos
que enmarcaban mi posicionamiento situado al respecto. As, la autoconstitucin de la muestra del trabajo cuantitativo (se colg un cuestionario de respuesta mltiple on-line) ha sido un intento de no encasillar desde arriba las mujeres en la categora de activistas sino la de
reconocer su propia opcin al respecto. Sin embargo, es importante
reconocer que las elecciones que se toman, aunque abiertas, no son neutrales. Por ejemplo, con el fin de ayudar las mujeres a decidir si se sentan ms activistas o menos, he ofrecido una definicin de MS amplia18
que, acorde con lo postulado por dalla Porta y Diani (1997) y en contraste con la eleccin de Capdevila (1999)19, exclua las organizaciones
formales20 y los partidos. Esta eleccin se ha tomado como opcin pol-
18
Grupos de presin social, ms o menos duraderos en el tiempo, que actan para
promocionar cambios culturales y/o polticos fuera del marco institucional-partidista.
19
Como muestra el debate en la lista Social-Movements a finales de agosto del 2004,
no hay acuerdo respecto a si deben incluirse los MS de derechas dentro de la disciplina
(especialmente por parte de los estudiosos que se enmarcan en el paradigma de los
NMS). La eleccin realizada en el trabajo emprico de mi tesis ha sido excluyente con
relacin a las mujeres a entrevistar pero no en relacin a las que podan rellenar el cuestionario on-line (no obstante ninguna mujer que ha contestado se ha declarado prxima a una visin de derecha
20
En realidad esta divisin no es tan ntida como parece; como he comprobado en
el curso del trabajo, hay varias activistas de movimientos sociales qu en algn momento constituyen una asociacin o un grupo reconocido como paraguas para el desarrollo
de determinadas actividades. Por ejemplo he entrevistado en Chile personas que estaban en movimientos vecinales con reconocimiento jurdico y que, no obstante, funcionaban de manera especular a los Movimientos Sociales.
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Agradecimientos
Este trabajo no representa un anlisis individual sino es el resultado de
debates, intercambios y aprendizajes colectivos. En este sentido debo en primer
lugar agradecer las enseanzas de las mujeres que han participado en la investigacin de mi tesis. Secundariamente soy deudora con todas aquellas personas y
colectivos con los cuales en estos aos he ido compartiendo espacios de activismo,
que han sido fundamentales para mi crecimiento emocional, terico y prctico.
En tercer lugar tengo que dar las gracias a las habitantes de los territorios fronterizos, las borderlines que conjugan activismo e investigacin, especialmente a
las integrantes de los grupos: Investigacci, Limes, Femact, Nextgenderation,
Casa, Knowledglab. Respecto a las personas conocida en espacios acadmico, por
este articulo, han sido fundamentales los intercambios mantenidos con Rose Capdevilla, Alex Plows, Lawrence Cox y Mario Diani.
Ms especficamente tengo que mencionar las atentas revisiones de estilo de
Toi Dorado Caballero y Jos Hernndez Mayor. Last but not least, han sido
fundamentales para el desarrollo de este escrito el apoyo continuo y los debates
frecuentemente animados mantenidos con Jordi Bonet i Mart.
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Resumen:
Se analizar la actuacin de diversas organizaciones de desempleados y de los movimientos sociales (piquetero y asambleas barriales) en
el contexto de la crisis poltica y econmica, entre los aos 2001 y 2002
en Argentina. La hiptesis es que la identidad y el rol poltico que stos
asumieron no se pueden ser explicados solo por variables internas como
sus demandas, reivindicaciones y propuestas generales. Ms bien, aquellos se pueden explicar por las interacciones con el sistema poltico y las
brechas que abrieron en las formas de legitimacin que las instituciones pblicas consolidaron sobre todo durante la dcada de los noventa.
Palabras clave:
movimientos sociales, lo poltico y la poltica, Rancire, Laclau.
1. Introduccin
Argentina resulta ser un escenario interesante, un laboratorio de
ideas para analizar las formas del quehacer poltico desde lugares y formas no convencionales. Entre los aos 1997 y 2002 el protagonismo
del movimiento piquetero, las fbricas tomadas, las asambleas barriales,
los cacerolazos y la consigna que se vayan todos, que no quede ni uno
solo despertaron de nuevo el debate acerca del status poltico de la
sociedad civil.
Durante la dcada de los setenta y ochenta, las luchas contra los
gobiernos autoritarios, tanto en Amrica Latina como en los pases de
Europa del Este, pusieron de relieve la importancia de la sociedad civil
como un espacio de resistencia y manutencin de valores democrticos.
Una vez superados los regimenes autoritarios, durante las transiciones
democrticas, los llamados nuevos movimientos sociales (NMS) se
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situaron en el centro de la escena poltica elevando demandas, disputando valores y cambiando las fronteras de lo pblico. Los NMS se convirtieron para la teora social en una especie de barrera de defensa frente a tendencias autoritarias, una especie de una trinchera poltica para
la consolidacin la vida democrtica.
Este giro en las prcticas sociales transform las formas de estudiar
a la sociedad civil en la teora poltica. Hasta el momento, las clases
haban organizado una importante parte de la teora social y poltica y
eran el espacio de referencia de gran parte de las estrategias desde la
izquierda. La aparicin de los NMS puso en jaque el papel central de
la clase social como categora analtica y como sujeto histrico. A partir de los ochentas, el post marxismo y el post estructuralismo se destacaron por romper con el escencialismo y economicismo sin abandonar
la idea del antagonismo como categora central de la poltica.
Tambin las concepciones liberales clsicas de la sociedad civil
tuvieron que ser revisadas. Aquellas visiones restringidas a la metfora
del mercado, las que la definan solo como reservorio moral o como una
instancia ms dentro del contrato social, fueron perturbadas por el reconocimiento de que se trataba de una esfera analticamente independiente (Alexander, 2000).
As, el auge de estas nuevas formas de accin colectiva impact
sobre la concepcin de la sociedad civil, la cul comenz a verse como
un terreno legtimo de accin poltica. Este proceso de renovacin de
las interpretaciones acerca de lo poltico no descart al Estado y a las
formas de gobierno representativo como concepciones centrales del sistema poltico. La mayora de las demandas y reivindicaciones de los
propios movimientos abraz el imaginario democrtico, las instituciones electorales y el respeto a las fronteras entre el mercado y el Estado.
El esquema conceptual, situaba a los movimientos sociales en convivencia no antagnica con los otros actores polticos. As como los
partidos polticos permitan administrar el conflicto y favorecer la unidad de la sociedad a pesar de sus divisiones, los movimientos sociales,
organizaciones no gubernamentales, redes sociales de ciudadanos tambin ofrecan formas de procesar y mediar entre las demandas sociales.
A la vez que controlaban, cooperaban y eran solidarios con la existencia
del Estado y el mercado. Aquellos resultaban ser otros mecanismos de
mediacin y visibilidad de los conflictos hacia el sistema poltico.
La experiencia de la dcada de los noventa, tanto en Argentina
como el resto de Amrica Latina represent un descenso en el protagonismo de los llamados NMS. Las reformas de Estado y mercado, guiadas por las propuestas realizadas por el llamado Consenso de Washington o el modelo neoliberal, descompusieron los lugares de referencia de
muchos actores y organizaciones. El protagonismo comenz a tenerlo
las acciones de protesta defensivas poco articuladas y aisladas (en
defensa de los puestos de trabajo, en defensa del salario, en defensa de
la educacin pblica, etc.)
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Este abordaje recupera el pensamiento de Lefort y la diferencia entre la poltica
y lo poltica, ya desarrollado anteriormente.
2
Los antagonismos presuponen la total exterioridad entre la fuerza antagnica y
la fuerza antagonizada; sino hubiera relacin de total exterioridad entre las dos, haba
algo en la objetividad social que explicara el antagonismo como tal, y en este caso, el
antagonismo podra ser reducido a una relacin objetiva... (Laclau, 1997: 130). No es
la objetividad social, la relacin de produccin, por ejemplo, la que explica el antagonismo, sino la relacin entre una objetividad social y otra objetividad social exterior a
ella. El antagonismo realmente est representando los lmites de la objetividad social,
y sin embargo, no se cierra en, ni expresa a una subjetividad social como tal. (Laclau,
1997: 132)
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En estricto sentido, Laclau no ira contra la idea de que un sujeto es menos poltico por la simple razn de que no logr reconstruir lo social a partir de un mito hegemnico, ya que para l hay poltica porque hay subversin y dislocacin de lo social
(2000, 77). No obstante, parecera que la nica manera de subvertir y dislocar es
a travs de la constitucin de identidades definidas por la construccin de cadenas de
equivalencias tras la constitucin de una demanda que ejerce de superficie de inscripcin y de mito suturador del espacio social dislocado. Sobre la constitucin de las identidades se volver ms adelante.
4
Tambin existe otra diferencia con Laclau. Para Rancire (2003) la poltica no
est basada en una ontologa, teora del lenguaje, en un fundamento lingstico comunitario o en una disposicin antropolgica hacia lo comn. [...] trato de mantener la
conceptualizacin de la excepcin, dao o exceso separado de cualquier tipo de ontologa. Hay una tendencia comn de que no se puede pensar poltica, a menos que uno
conecte sus principios con un principio ontolgico; la diferencia heideggeriana, la infinitud espinoziana del ser en la concepcin de Negri, la polaridad del ser y el evento en
el pensamiento de Badiu, la rearticulacin de la relacin entre potencia y acto en la teora de Agamben (Rancire; 2003; 8). Para Laclau, en cambio, las sociedades se fundan
sobre una diferencia que simultneamente la hace posible y la amenaza. Sobre esta
exclusin constitutiva de la sociedad, a que Zizek la denomina antagonismo, es que se
explican la aparicin de los antagonismos que subvierten los sentidos compartidos.
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La poltica se instituye entonces, sobre una lgica donde un universal se vuelve posible siempre de manera distorsionada e incompleta
ya que es, a travs de los dispositivos particulares del discurso pblico
de los sujetos polticos, que la igualdad se pone a prueba. La concepcin
de una comunidad fundada a partir del litigio dirigido por aquellos que
revelan un mundo comn de habla (donde la disputa no es acerca del
argumento sino que ste pueda contar como tal) reduce a lo poltico a
una forma particular de enfrentamiento.
3. Un caso de movimiento poltico no electoralista: los piqueteros.
A comienzos de la dcada de los noventa, con el gobierno de Carlos Sal Menem, el paisaje socio econmico argentino se transform
radicalmente. Simplificando el proceso, las polticas neoliberales se tradujeron en privatizacin de las empresas pblicas, cierre de pequeas y
medianas empresas productivas, altos porcentajes de desocupacin y
pobreza y un importante aumento en el gasto pblico dirigido a la asistencia social focalizada.
En un principio el consenso pblico de esta nueva orientacin poltica econmica era solo resistido por posiciones dbiles y asiladas, pero
pasada la segunda mitad de los noventa las voces crticas al modelo
comenzaron a ser odas con ms intensidad. A partir de 1996-1997, los
cortes de ruta (piquetes) y otro tipo de repertorios de protesta en las
provincias, la fuerte represin policial y la persistencia de los manifestantes marcaron al escenario poltico. stos fueron los primeros indicadores de que los efectos sociales de la orientacin econmica tomada por
el gobierno de Menem se convertan en un tema de debate poltico.
Aunque, por aquel entonces todava no exista el movimiento como
tal, esas fechas constituyeron el mito de origen del movimiento
piquetero, es decir, una referencia simblica creada retrospectivamente
una vez formado el movimiento (Massetti, 2004).
Por ese entonces, diversas organizaciones comenzaron a sistematizar ese tipo de repertorio y la ruta comenz a resignificarse como espacio pblico fsico para la confrontacin. En ese ao se registraron los
primeros cortes de ruta en la principal provincia del pas organizados
por asociaciones de desocupados impulsadas por sindicatos y partidos
de izquierda. La creacin de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs), de inspiracin autonomista y horizontalista, impulsaron tambin protestas en la zona sur del cono urbano. A pesar de que
eran pequeos en nmero de afiliados, la presencia de los medios de
comunicacin en casi todos los cortes de ruta, les otorg un canal por el
cual sus demandas y otros aspectos reivindicativos (como las asambleas
por las cules tomaban las decisiones) podan aparecer en la escena
nacional (Zibechi: 2003).
Que las demandas fueran impulsadas ahora por organizaciones y se
hicieran en la provincia de Buenos Aires, transform los elementos del
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Durante 1997 hubo 104 cortes de ruta, en 1998 uno por semana, en el 2000
hubo al menos un corte diario, y en el 2001 el promedio ascendi a cinco cortes por da
(Diario La Nacin 19-12-01).
8
La campaa de Duhalde haba insistido en un inicio en que haba que cambiar
de rumbo econmico ya que eran los parmetros escogidos por el gobierno de Menem
y no fallas en su aplicacin las que haba provocado el nivel de desocupacin y pobreza. No obstante, el enfrentamiento hacia el interior del Partido Justicialista, los giros
argumentativos y las supuestas relaciones de Duhalde con la mafia del conourbano
bonaerense hicieron poco creble su propuesta.
9
El dficit era la principal preocupacin gubernamental y el ajuste fiscal (menos
gasto social, reduccin del empleo pblico, etc. ) constitua la receta ya conocida dentro del esquema de la convertibilidad para combatirlo. Trabajo y mejores condiciones
sociales seran un derivado de estas polticas. Reducir el dficit, actuar con transparencia y
con sentido de responsabilidad, es abrir paso al crecimiento y a la inversin, multiplicar el trabajo de la gente, que es urgente frente al drama del desempleo, mejorar la calidad de la educacin
y de la atencin de la salud y afrontar los problemas de la pobreza que nos interpelan cotidianamente[...] Este presidente, que recin hoy asume, no quiere ms impuestos. Pero hay que bajar el
dficit. (Discurso de asuncin del presidente Fernando de la Ra, diciembre de 1999)
10
La demanda de transparencia tambin haca sido parte de la plataforma electoral de la Alianza. El gobierno de la Alianza cre una oficina Anticorrupcin que incluso tuvo la intencin de convertirla en Ministerio. Esto nunca sucedi y el presupuesto
para pagar sueldos fue retirado tras los sucesivos ajustes fiscales. La corrupcin poltica, denuncia que haba sido protagonista en la campaa de la Alianza, se convirti en
el arma de doble filo que min la legitimidad poltica no solamente del gobierno sino
tambin de la clase poltica. Las denuncias realizadas al gobierno y a la oposicin (en
febrero del 2001 se haba investigados al gobernador de la provincia de Buenos Aires
del PJ) permitieron abrir la posibilidad de rotular a la clase poltica como corrupta.
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ples. La renuncia del vicepresidente debilit la legitimidad del gobierno al perder uno de los aliados principales pero tambin al minar su credibilidad. lvarez abandon su mandato denunciando a sectores del
oficialismo de comprar votos en el senado. Esto provoc que muchos de
los votantes que haban sido entusiastas de las promesas de transparencia institucional quedaran abiertamente decepcionados. La respuesta
del presidente frente al quiebre de la alianza increment la fractura
interna y la percepcin negativa externa. En vez de pedido de investigacin y sancin de los corruptos se centr en pedir la renuncia de
ministros y realizar un recambio del gabinete. 11 Por otra parte, el dficit fiscal en combinacin con la imposibilidad de generar moneda (producto de la Ley de Convertibilidad), dejaba al Estado sin recursos para
poder tratar las demandas. Ni siquiera poda cumplir con los compromisos que el gobierno iba generando.
Aprovechando el contexto poltico y la debilidad del gobierno y ms
como clculo estratgico que por afinidad ideolgica, la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y la Federacin Tierra y Vivienda (FTV) formaron una alianza de tipo tctica. An manteniendo diferencias programticas (revolucin o reforma) generaron acciones compartidas. Esta
coalicin permiti entablar acciones masivas en el cono urbano bonaerense en contra de las polticas sociales y econmicas del gobierno.
El 28 de junio del ao 2000, en la ruta 3 (provincia de Buenos
Aires) se realiz un corte en contra de la reduccin de los gastos pblicos como forma de controlar el dficit. Adems, de esta demanda orientada a aumentar la funcin del Estado, se protestaba tambin en contra
del modelo neoliberal. En este contexto, el gobierno prometi otorgar subsidios para solventar la situacin de los manifestantes. Posteriormente, durante los meses de octubre y noviembre, se realiz nuevamente otro corte en protesta del incumplimiento de los acuerdos. Por
diciembre del ao 2000 el Ministerio del Interior, encargado de la
seguridad pblica y el orden interno, comenzaba a generar informes
sobre los piqueteros. Los medios de comunicacin comenzaban a filtrar sus declaraciones y expresar la incertidumbre generaba este sujeto
en el espacio pblico; ya no se trata de movilizaciones espontneas de
desocupados, sino de grupos polticos que quieren arrastrarlos.12
Al hacer un breve repaso de las definiciones acerca de que eran los
piqueteros segn los diarios se puede observar que su figura era difcil
de asir, materia de discusin pblica y objeto de polmica: los pique11
No obstante, Carlos lvarez tampoco pudo ser una figura de condensacin frente al crecimiento de las demandas en parte porque la ambigedad expresada en su posicin inicial progresista y el giro posterior de apoyo a las medidas del presidente, agregado a que parte de su partido todava segua siendo parte del gobierno, no permiti
marcar una diferencia poltica importante.
12
Declaraciones de un funcionario del Ministerio del Interior al Diario Clarn,
26.12.2000. La nota se titula Reunin de piqueteros en todo el pas. El gobierno en
estado de alerta.
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teros. La situacin social; historias de piqueteros. El rostro de la desocupacin,13 El que mat a Vern es un asesino disfrazado de polica o
de piquetero, y en eso trabaja la Justicia. Ahora est la hiptesis de que
hay tres piqueteros sospechosos, porque hay testimonios que los involucran14, Hieren a un joven por no querer darle dos pesos a piqueteros15 La situacin social: el reclamo de los aborgenes salteos. Cuando los indios se hicieron piqueteros16
Que eran los piqueteros pobres y desocupados? delincuentes? se
trata de una protesta que cualquiera puede realizar? La construccin de
un discurso piquetero como consecuencia y lmite de la hegemona
neoliberal no puede comprenderse solo por la aparicin y accin de las
organizaciones de desocupados como expresan gran parte de los anlisis
acerca de ste movimiento.
La construccin de los sentidos en torno a la pobreza y desocupacin
como injusticia, como ausencia de derechos, como dao a la sociedad,
fue posible por la produccin de ciertos argumentos, demostraciones,
comprobaciones, enunciaciones. Pero su productividad en el escenario
poltico tambin dependi de otras causas que no se pueden reducir a las
intenciones (egostas o no) de los diferentes sujetos. Las variables que
intervienen son mltiples: el contexto econmico (dficit fiscal, insuficiencia de circulante, fuga de capitales, etc.), el contexto institucional
(crecimiento de la desafeccin, transformacin en el tipo de polticas
pblicas, crisis de los partidos oficialistas y opositores, etc.) as como las
estrategias del gobierno, los partidos polticos, los sindicatos, etc.
3.1. El debate terico poltico sobre los piqueteros.
Los enfoques tericos polticos con los cules se ha tratado al movimiento piquetero a arrojado luz a diferentes dimensiones pero no han
logrado visualizar la importancia de su impacto sobre el escenario poltico. Algunos porque reducen a la poltica a la va electoral y procedimentalista y ubican al fenmeno en el plano de lo social. Otros porque
desmerecen su impacto al no ser un sujeto revolucionario. Finalmente,
otros se encargan de observar los repertorios de accin y la subjetividad
construida desde el movimiento y no interaccin con otros actores y
posiciones dentro de la poltica.
Desde la teora marxista clsica el movimiento piquetero no es ms
que un acto residual de la historia del movimiento obrero, individuos
que no poseen conciencia de clase y que actan tras demandas corporativistas (Iigo Carreras y Cotarelo, 2001). Debido a que el nico antagonismo legtimo es la relacin entre clase trabajadora y capitalismo se
13
Clarn, 07.12.2000.
Clarn, 12.11.2000.
15
Clarn, 18.06.2000.
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Clarn, 12.11.2000
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El incremento de las protestas fue evolucionando en forma exponencial y en relacin directa a la dureza de las medidas tomadas por el gobierno, as como tambin en
respuesta a la represin desatada por la polica en muchas jornadas sangrientas, que dejaron como saldo varios muertos, centenares de heridos arrestos y persecucin a militantes
y dirigentes piqueteros (Mirza, 2006; 80). En resumen, el crecimiento incesante de las
protestas piqueteras fue una respuesta espontnea a la exclusin social y poltica.
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Mariela, desocupada que participa del Movimiento de Trabajadores Desocupados Anbal Vern ,07.2004.
20
Ttulo del volante extrado de una convocatoria a movilizar por el Bloque Piquetero y la CCC ,07.2004.
21
Mariela, desocupada que participa del Movimiento de Trabajadores Desocupados Anbal Vern ,07.2004.
22
Reza el subttulo del diario El Corte que edita mensualmente el Movimiento
Teresa Rodrguez.
23
Manifestante en una protesta al norte de Argentina. Aparecido en una nota
periodstica del ao 2000 titulada Donde hay un piquetero.. falta Estado.
http://www.piketes.com.ar/www/documentos/kovacic.htm, fecha de consulta, 12 de
mayo del 2005.
24
Desocupado militante de la CCC (10.2004).
25
Eduardo, referente regional del Movimiento de Trabajadores Desocupados Anbal Vern (07.2004).
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de la hegemona neoliberal. No obstante, sus reivindicaciones sostenan una relacin de exterioridad e interioridad con la promesa hegemnica. Interioridad porque las reivindicaciones recurran a marco
democrtico que sus enemigos compartan. Se apelaba a derechos y la
soberana popular para re significar ciertas promesas de la democracia.
Menem haba apelado al bienestar y a la justicia del pueblo para sostener la transformacin de los mercados y el Estado. Pero lo piqueteros
reorientaban esos sentidos para poner a prueba si aquellas polticas eran
verdadera justicia. La relacin de exterioridad resida en que los particulares sentidos que se le daban a la estabilidad, institucionalidad, integracin mundial, modernidad, se traducan, para los piqueteros en dao
popular y por tanto haba que eliminarlos. No obstante los piqueteros
se oponan con un mito inacabado y variado, una especie de mltiple
futuros imaginados que existan en tanto existan las demostraciones
pblicas de los piqueteros.
Los efectos performativos fueron amplios. Los piqueteros tuvieron
la capacidad de ir encadenando una serie de demostraciones acerca de
las consecuencias negativas del modelo econmico y la complicidad de
los gobiernos. Estas fueron efectivas porque tanto partidos polticos,
gobiernos, sindicatos y medios de comunicacin respondieron de diferentes formas, rechazndolo, negndolo o apoyndolo y, finalmente,
distorsionando el campo de las representaciones acerca de la economa
y la poltica. Al final de ao 2001 la demanda de estabilidad ya no organizaba el discurso poltico. La escena se dividi entre aquellos que consideraban a exclusin social como una evidencia de la necesidad de cambiar la orientacin econmica y poltica y aquellos que sostenan que la
cuestin social era uno de los costos que haba que pagar hasta superar
el dficit fiscal.
4. Conclusiones.
La exploracin de conceptos provenientes de las teoras de Laclau y
Ranciere abre caminos nuevos para una comprensin diferente de la
dimensin poltica de los movimientos sociales, como puede ilustrar el
caso estudiado. Para comenzar permite analizar su actuacin sin tener
que hacer referencia a una topografa social que muchas veces es cambiante y no tiene fronteras fciles de asir.
Esta visin de la poltica permite pensar otras alternativas a los
movimientos tanto que devienen Estado en el sentido de Gramcsi
como los que permanecen en el plano de la sociedad civil. As, la
actuacin poltica de un movimiento no necesariamente tiene que poseer telos pro- o anti estatalista. Ms all de su retrica, es antiestatalista,
antipartidista, etc. en el sentido de que con su actuacin suspende por
un momento la distribucin del poder institucional y volverla a distribuir. Pero los movimientos pueden ser pro-estatalistas porque despus
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cosa que el enfrentamiento mismo, la contradiccin de dos mundos alojados en uno solo; el mundo en que son y aquel en que no son, el
mundo donde hay algo entre ellos y quienes no los conocen como seres
parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada (Rancire,
1996; 42).
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* Licenciada en Ciencias Polticas y de la Administracin por la Universidad Complutense de Madrid, y actualmente doctoranda en el programa Teora Poltica, Teora
Democrtica y de la Administracin de la Universidad Autnoma de Madrid. Desde
abril de 2006, becaria del Programa de Formacin de Profesorado Universitario (FPU)
del Ministerio de Educacin y Ciencia. rea principal de inters: teora poltica en tolerancia, derechos e inmigracin.
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Internacional sobre la Proteccin de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familias2 se desarrollan por lo que toca a
sus posibles mbitos de la siguiente manera:
En primer lugar, si quien agrede fsicamente a otro o quien discrimina en el acceso a la vivienda, respectivamente, son particulares o civiles, el mbito de las opresiones se circunscribe a la sociedad. En la sociedad espaola concretamente encontramos ejemplos de agresiones fsicas
y discriminacin en el acceso a la vivienda por motivos de origen. El
informe RAXEN Especial 2006 calcula que las agresiones protagonizadas por grupos racistas dirigidas contra personas inmigrantes, junto
a indigentes, homosexuales y prostitutas, superan las 4.000 agresiones
anuales3. Y el informe Racismo, xenofobia y antisemitismo en Espaa del Centro de referencia del Observatorio del Racismo y la Xenofobia de la Unin Europea da cuenta de las negativas sistemticas que
existen a alquilar pisos a inmigrantes4.
El contexto de las opresiones que nos ocupan da un salto a las instituciones pblicas, si en lugar de particulares son representantes o
agentes de las instituciones quienes agreden y discriminan respectivamente. Esto supone en realidad un medio salto al mbito institucional,
situndose a caballo entre ste y el anterior de la sociedad, en la medida que los agentes agredan y discriminan violando la legalidad establecida. As, imaginemos que en el Estado democrtico y social de Derecho policas o fuerzas de seguridad agraden a personas detenidas o, en
el caso de la discriminacin en el acceso a la vivienda, discrimina un
funcionario encargado de la aplicacin de un programa de acceso a
vivienda pblica protegida.
El verdadero salto o salto completo de la opresin al mbito institucional tiene lugar cuando precisamente las instituciones no garantizan
suficiente proteccin frente a lo anterior, frente a la opresin en general.
El mbito institucional de una opresin viene dado, pues, por toda omisin de la debida proteccin y garanta de los derechos humanos de las
personas (derechos civiles, polticos, sociales, econmicos y culturales).
Se contemplan diversas vas y grados de opresin de mbito institucional. Continuando con los dos ejemplos de opresin elegidos, existen casos de impunidad de torturas y malos tratos con un componente
racista a manos de las fuerzas espaolas de seguridad, y ello se debe a
un conjunto de factores: la falta de investigaciones independientes,
2
Aprobada en 1990 por la Asamblea General de la ONU, hasta 2003 no se
depositaron las 20 ratificaciones necesarias para entrar en vigor. Las ratificaciones son
todas de pases emisores de migrantes, no de receptores. Vase el Informe de Amnista
Internacional Vivir en las sombras. Una introduccin a los derechos humanos de las
personas migrantes (Living in the Shadows. A primer on the human rights of migrants),
2006. ndice AI: POL 33/007/2006.
3
Referencia tomada del Informe Espaa entre la desgana e invisibilidad. Polticas del Estado espaol en la lucha contra el racismo, abril 2008. p: 9.
4
Referencia tomada de Ibidem. p: 8.
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figuran en los ltimos puestos de las listas de espera6. Esto viola la Convencin Internacional sobre la Proteccin de los Derechos de Todos los
Trabajadores Migratorios y de sus Familias, de acuerdo a la cual al menos
los inmigrantes regulares deben gozar de igualdad de trato respecto de los
nacionales en relacin con el acceso a la vivienda, con inclusin de los planes sociales de vivienda y proteccin contra la explotacin en materia de
alquileres.
Pero ampliando ejemplos de opresin institucionalizada, en la
reforma del ao 2000 de la ley espaola de extranjera, se restringieron
los derechos humanos de reunin, asociacin, manifestacin, sindicacin y huelga de las personas indocumentadas. El Tribunal Constitucional sentenci a finales del 2007 la inconstitucionalidad de tales restricciones mas no las declar nulas o fuera del ordenamiento jurdico7.
Por otro lado, en las instituciones de la Unin Europea se est ahora
mismo gestando una terrible opresin institucional con respecto a las
personas migrantes si sale adelante el proyecto de directiva que prev
rebajar el control de las autoridades judiciales en los procesos de retencin de los llamados sin papeles y que, adems, establece el lmite mximo de detencin en 6 meses, ampliable a 18 en casos especiales.
Gobiernos como el francs defienden incluso poder expulsar a menores
con independencia de su situacin escolar8.
Toda opresin institucionalizada resulta muy especial cuando el
ordenamiento jurdico que legaliza la opresin en cuestin es elaborado
y aprobado de forma democrtica, es decir, por una mayora ciudadana.
El contexto de la opresin entonces va ms all de las instituciones. La
opresin presenta tambin otro mbito: la ciudadana. Antes de analizar, no obstante, al mbito ciudadano como contexto de opresin, no se
puede finalizar el examen del mbito institucional sin tener en cuenta
que resulta tambin muy especial aquella opresin en el mbito institucional que consiste precisamente en la violacin de los derechos polticos de las personas, sea por vas jurdicas o de facto. Tratamos en este
caso de regmenes dictatoriales o no plenamente democrticos, los cuales pueden tener un carcter u otro. Lo que es seguro es que todos violan ab initio los derechos polticos de las personas y por ello infligen una
opresin, anulando al mbito ciudadano.9
Finalmente, una opresin tiene por contexto la ciudadana o
dimensin ciudadana de las personas cuando stas apoyan programas
6
Informe de Amnista Internacional Vivir en las sombras. Una introduccin a los
derechos humanos de las personas migrantes (Living in the Shadows. A primer on the
human rights of migrants), 2006. ndice AI: POL 33/007/2006. p: 63.
7
Vase Ibdem. p: 17.
8
http://www.elpais.com/articulo/internacional/directiva/europea/papeles/depende/voto/Espana/elpepiint/20080507elpepiint_8/Tes, a 7 de mayo del 2008.
9
Es probable que la anulacin ciudadana que las dictaduras cometen conduzca a
la violacin de ms derechos de las personas, aparte de los polticos. Vara de un tipo de
dictadura a otra qu derechos son esos otros probablemente violados y con qu magnitud se produce la violacin en cuestin.
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polticos que aspiran a institucionalizar la opresin o, en el caso de existir la institucionalizacin, apoyan su mantenimiento. Cambian los
tipos y grados de apoyo a la institucionalizacin de una opresin. Al
respecto, podra discutirse si se puede considerar apoyo, an en su grado
menor, la falta de oposicin o condena al menos de la opresin. Como
fuere, en la medida que los sistemas democrticos afortunadamente se
afianzan o consolidan, el mbito ciudadano adquiere mayor importancia en el anlisis de los contextos de la opresin.
A modo de ejemplo de desnuda opresin en el mbito ciudadano,
crece en la actualidad el apoyo ciudadano a partidos fascistas, con programas de carcter xenfobo dirigido a la inmigracin (el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia, el Vlaams Belang belga, el Partido Liberal austriaco, los blgaros de Ataka...). Algunos de estos
partidos llegan a formar parte de los gobiernos de Estados europeos.
Ahora mismo se destacan la Liga Norte y Alianza Nacional en Italia,
ocupando un buen nmero de carteras ministeriales. El propio lder de
Alianza Nacional, Gianfranco Fini, preside la Cmara italiana de los
Diputados.
La opresin contextualizada en el mbito ciudadano se distingue
de la ejercida en el mbito social. Mientras en la sociedad una persona
cometera ella misma como particular la opresin as, por ejemplo,
recordemos, agrediendo fsicamente o discriminando en el acceso a la
vivienda por motivo del origen nacional del otro , en el mbito ciudadano lo que hara es desear o apoyar la propia institucionalizacin de
la opresin (es decir, apoyar la legalizacin misma de las agresiones o
discriminaciones en el acceso a la vivienda por motivo del origen
nacional).
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Escribo explotacin laboral ms all de la explotacin congnita en todo trabajo
organizado bajo las formas de produccin capitalistas. Esta forma de organizar la economa humana explota innatamente a quien vende su fuerza de trabajo, debido a la
razn de ser del capital. Para la extraccin de plusvala y cuestiones conexas, vase
GILL, Louis (2002): Fundamentos y lmites del capitalismo, Editorial Trotta, Madrid.
12
Informe Racismo, xenofobia y antisemitismo en Espaa, del Observatorio
Europeo de racismo y xenofobia. La referencia est tomada del Informe de AI Espaa
entre la desgana. p: 9.
13
El caso del ordenamiento britnico ha inspirado la ltima pelcula de Ken Loach
y Paul Laverty, En un mundo libre (Its a free World).
14
Vase BENHABIB, Seyla (2004): The Rights of Others, Princeton University Press.
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que las instituciones pblicas deben respetar, proteger y garantizar derechos. Todo lo que rodea pues al fenmeno de la opresin necesitamos
concretarlo para saber precisamente lo que debemos respetar como particulares y cmo lo respetado debe asimismo protegerse y garantizarse por
las instituciones pblicas. En este punto, dirijamos la mirada a la reflexin sobre lo ticamente exigible en el mbito ciudadano. Justamente
si se espera que haya algn mbito que pueda articular la convivencia16
en sociedad encontrando a la vez respuestas aceptables a las preguntas
anteriores sobre la opresin y derechos, se es el mbito ciudadano. Es
de hecho el mbito ciudadano de todas las personas, y as el mbito ciudadano-democrtico el concebido para operar como puente legtimo
entre la sociedad y las instituciones.
Antes vimos que una opresin tiene por contexto la dimensin ciudadana de la persona cuando sta apoya programas polticos que aspiran a institucionalizar la opresin en cuestin o, en el caso de existir ya
tal institucionalizacin, aspiran a mantenerla. Conviene recordar esto
porque justamente parece que evitar la opresin en el mbito ciudadano-democrtico quedara satisfecho con que la mayora no apoye programas polticos opresores. Sin embargo, esto supone una peticin de
principio en los casos donde se trata que la sociedad concrete y acuerde
qu deben respetar como particulares y de qu maneras deben proteger y
garantizar los derechos las instituciones pblicas. En otras palabras, evitar la opresin en el mbito ciudadano-democrtico no queda satisfecho
con que las personas no apoyen programas polticos opresores si precisamente la propia identificacin de esos programas est en juego (si precisamente no se tiene claro a todo lo que rodea al fenmeno de la opresin). Qu resultara exigible en consecuencia en el mbito ciudadano
para los casos de no claridad?
La certeza de las sociedades y sus instituciones acerca de lo que
constituye opresin y cmo evitarla y paliarla constituye desde luego un
proceso largo y penoso, ms o menos cumulativo. Aprendemos a nombrar como dao fenmenos que acaso antes no lo hacamos17. El aprendizaje es frgil en todo caso18. Lo que comparten no obstante todas las
opresiones cualesquiera que sean sus contenidos y mbitos es la anulacin o limitacin de las posibilidades que las personas merecen para
vivir sus vidas libremente y de una forma digna. Esto explicara que
resulte exigible en el mbito ciudadano si se trata de evitar la opresin escuchar y tomar en serio y, as, deliberar los posicionamientos pol-
16
Aunque obvio, vale la pena recordar que el asunto de la articulacin de la convivencia es vital en la medida que su ausencia o ruptura supone el enfrentamiento armado con la barbarie e implcitas violaciones de derechos de las personas que ello engendra.
17
Vase THIEBAUT, Carlos (1999): De la Tolerancia, La Balsa de la Medusa Visor:
Madrid. p: 99.
18
Ibdem.
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19
Sin nimo ni mucho menos de ser exhaustiva, vase COHEN, J. (1989)
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The Good Polity. Oxford: Blackwell. pp. 1734; DRYZEK, J. (1990): Discursive Democracy: Politics, Policy, and Political Science. New York: Cambridge University Press. ELSTER, J (ed.) La democracia deliberativa. Barcelona: Gedisa., HABERMAS, J (1992) Tres
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Gedisa.
20
YOUNG, Iris Marion (2000): Inclusion and Democracy, Oxford University Press.
p: 35. Cita traducida
21
Vase el asunto de la fundamentacin de los derechos politicos del individuo en
BALDWIN, Thomas (1985): Toleration and the right to freedom, in S .Mendus and
J.Horton (eds) Aspects of toleration
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Este texto se present en el VIII Congreso Espaol de Ciencia Poltica celebrado
en Valencia en setiembre de 2007. En l se exponan algunas ideas que formaban parte
de un proceso de investigacin doctoral ms amplio. El da 3 de marzo de 2008 la autora defendi su tesis doctoral titulada Conflicte i Estat: La construcci de la cultura de lemergncia a Europa. Un estudi comparatiu entre el cas itali i el cas espanyol en el Departamento de Ciencia Poltica y Derecho Pblico de la Universitat Autnoma de Barcelona.
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De las aportaciones que se formulan desde la sociologa jurdicopenal destacan dos que resultan tiles para plantear el modelo terico y
metodolgico del trabajo que nos ocupa. Se trata del concepto de control punitivo, de origen propiamente europeo y muy ligado a la idea
de monopolio de la fuerza del Estado. ste se diferencia claramente del
concepto de control social, desarrollado en el seno de la sociologa del
control, bsicamente norteamericana (MELOSSI, 1991). Y tambin
destaca el concepto de sistema penal dinmico que identifica como
objetos de estudio las dinmicas internas y externas de las diferentes
instancias del sistema penal: la polica, la jurisdiccin y la crcel.
Constatada la importancia de la ciencia jurdica y la sociologa jurdico-penal en el avance de la investigacin alrededor de la construccin
de la cultura de la emergencia, es preciso apuntar que para proceder una
investigacin politolgica no es suficiente la observacin de los cambios
que se producen en el sistema penal. Es preciso operar un cambio de
orientacin en el anlisis y poner al centro la conflictividad poltica. Y
eso es lo que se pretende en este trabajo: estudiar los impactos de la
movilizacin en las polticas y prcticas que desarrollan las diferentes
esferas del sistema penal. Afirmada la importancia de poner en el centro la conflictividad poltica, se ve la necesidad de elaborar un anlisis
que se enmarque en el campo de los estudios de los movimientos sociales, y en concreto de aquellos que analizan las repercusiones o consecuencias de los movimientos sociales. En este sentido, la conformacin
de una cultura de la emergencia como respuesta a la movilizacin social
puede analizarse a travs de un estudio de impactos no buscados de los
movimientos sociales en las polticas pblicas.
Para seguir desarrollando el argumento, es preciso dejar apuntadas
dos premisas que se encuentran en la base de este trabajos. En un primer momento, se considera que la violencia poltica, y su mxima
expresin que es la lucha armada, es un repertorio de accin de los
movimientos sociales utilizado en algunas olas de movilizacin. En un
segundo momento, se afirma que la naturaleza ltima de la relacin
movimientos sociales/Estado debe ser estudiada a travs de aquellos
casos en que aparecen los movimientos sociales ms radicalizados, que
llevan hasta las ltimas consecuencias la conflictividad poltica. En este
sentido, las olas de movilizacin en las que se hace recurso a un amplio
repertorio de accin incluida la violencia poltica, y en concreto, la
lucha armada son paradigmticas para analizar la naturaleza de la relacin movimientos sociales/Estado.
As, en este trabajo se discute con aproximaciones que se hacen
desde los estudios sobre terrorismo, ya que reifican este concepto y lo
estudian como una realidad independiente del contexto y las dinmicas
relacionales entre movimiento/Estado. Tambin se entra en discusin
con la mayora de estudios sobre movimientos sociales ya que no consideran, o dejan en un segundo trmino, la violencia poltica utilizada
por los movimientos sociales. En ambas perspectivas se observa una
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voluntad normativa y/o poltica, que coincide en ltimo trmino: subyace un cierto impulso de una criminalizacin hacia un repertorio de
accin de los movimientos sociales. En el primer caso, con una actitud
represiva frente a cualquier desafo que se haga al Estado desde la sociedad civil. En el segundo caso, con una voluntad de bonificacin de los
movimientos sociales, intentando establecer una limpia divisin entre
sectores buenos y sectores malos (que no formaran parte de stos,
que se conformaran en otra realidad).
Aceptadas estas dos premisas se puede deducir que es preciso considerar la conflictividad poltica en toda su complejidad si queremos
entender la relacin que se produce entre movimientos sociales y Estado, a la vez que es preciso escoger casos de estudio que precisamente
presenten un alto grado de radicalizacin para poder comprender la
naturaleza misma de la relacin.
Es preciso dejar apuntado, tambin, que la investigacin se enmarca en unas coordenadas espaciales y temporales concretas. En un primer
momento, el marco geogrfico objeto de nuestra investigacin son dos
estados de la Europa occidental (en concreto el Estado italiano y el Estado espaol), dos democracias liberales occidentales con un desarrollo
relativo del estado del bienestar. Las medidas iliberales, en estos casos,
dibujan una modalidad concreta de reaccin estatal propiamente europea. En un segundo momento, el marco cronolgico se fija a razn de
las olas de movilizacin que se analizan. Se trata de olas situadas en un
contexto de crisis del modelo fondista-keynesiano. El caso italiano es
paradigmtico de la crisis en que entra el modo de produccin capitalista fordista (desde medios de los aos sesenta hasta el 19772); el caso
espaol muestra un conflicto de organizacin territorial, del estadonacin moderno que entra en crisis (desde la aprobacin de la Constitucin al 19783 hasta la actualidad).
En definitiva, el objeto de investigacin es una modalidad de reaccin estatal frente el desafo de los movimientos que se caracteriza por
desarrollarse en democracias liberales europeas y durante los ltimos
veinticinco aos del siglo XX, y que responden a conflictos que se desarrollan a partir de la crisis del modelo fordista-keynesiano de organizacin poltica y social. De esta manera, se advierte que no se entrar a
tratar aquellas aproximaciones a la violencia poltica y al terrorismo
internacional que toman importancia en los aos noventa y sobre todo
2
El ao 1977, y ms en concreto el Convengo contro la repressione que se organiza en
Bolonia durante el mes de septiembre, es identificado por muchos autores como la fin
de la ola de movilizacin. Siendo coherentes con el criterio escogido de tener en cuenta la autopercepcin de los integrantes del movimiento en la definicin del objeto de
estudio, tomamos esta como fecha clave.
3
Es cierto que la ola de movilizacin en el Pas Vasco no empieza con la restauracin de la democracia. Cabe decir que nuestro objeto de investigacin, la cultura de la
emergencia, solo puede adquirir sentido en el contexto democrtico liberal. Por esos en
esta tesis solamente nos referiremos al periodo anterior como a realidad influyente para
la situacin actual pero no como espacio temporal donde situar el objeto de estudio.
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como tambin en la polity, el objeto de estudio de nuestra investigacin; es decir, la introduccin de medidas iliberales por parte del Estado italiano y del Estado espaol para hacer frente la conflictividad poltica de los movimientos se sita en este espacio.
El anlisis de los impactos no buscados ha sido poco desarrollado en
la literatura politolgica. Destaca la obra de TARROW (1990 y 1998),
pero sobre todo aqulla de Della Porta con el concepto de las policing of
protest5. Desde una perspectiva de estudio de los movimientos sociales,
y en concreto de los procesos polticos, la autora va ms all y se adentra en el anlisis de las polticas de control del orden pblico que se
activan para hacer frente a los movimientos sociales con el objetivo de
entender la relacin que se construye entre movimientos sociales y Estado. DELLA PORTA afirma que stas, al ocasionar un impacto directo
sobre los movimientos sociales, pueden actuar como barmetro de la
estructura de oportunidades polticas. De todo esto, lo que nos interesa en nuestro trajo es ver como se ha operado la introduccin de la variable de la represin estatal como objeto de estudio en las investigaciones
sobre movimientos sociales. Para Della Porta las politics of protest son
un factor explicativo importante de la escalada de violencia y de la radicalizacin del movimiento, pero a la vez es la radicalizacin del conflicto la que explica la emergencia de nuevas prcticas y culturas policiales. O sea, se trata de una relacin dialctica entre desafiantes y
polica, entre movimientos sociales y Estado.
La introduccin de la importancia de la dialctica movimientos
sociales-polticas pblicas del sistema penal (en el caso de Della Porta
las desarrolladas por el aparato policial) aporta nuevos elementos para
comprender mejor la interrelacin movimientos sociales-Estado. Es
preciso apuntar, pero, que en el presente trabajo se opera una redefinicin del objeto de estudio respeto con la agenda de investigacin de
Della Porta Mientras que para la agenda de investigacin de la autora
el objeto de estudio es explicar la radicalizacin de los movimientos
sociales en esta escalada de violencia represin-movilizacin; nuestro
trabajo pretende explicar la radicalizacin iliberal del Estado.
Como limitacin que se observa en el trabajo de la autora se identifica la centralidad que toma el anlisis del aparato policial, frente
otras instancias del sistema penal. Segn Weber, el Estado se caracteriza para tener el monopolio de la fuerza en un territorio dado. sta es
ejercida por el Sistema Penal que se conforma por diferentes instancias:
el aparato policial, la esfera judicial y el sistema penitenciario. Reducir,
por lo tanto, la reaccin estatal frente a los movimientos sociales a las
polticas policiales, a pesar de que permite avanzar en el conocimiento
de prcticas e ideologas policiales, no permite captar la complejidad de
la reaccin del Estado. Es por este motivo que en esta tesis se apuesta
5
Ver tambin DELLA PORTA/REITER (1998); DELLA PORTA/REITER
(2003); DELLA PORTA/ FILLIEULE (ed.) (2006).
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Macro
Deprivacin relativa
Desequilibrio de sistemas
Meso
Grupo
Ideologa
Organizacin
Micro
Aproximacin psico-sociolgica
Deprivacin relativa
Sociologa histrica
Estructura Oportunidad Poltica
Procesos Polticos
Ciclos de protesta
Estructuras de Movilizacin
Movilizacin Recursos
Interaccionismo simblico
Anlisis de marcos
Anlisis de ideologas
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En referencia a la cultura de la emergencia (la variable dependiente) sta ser analizada a travs de los impactos en los diferentes aparatos del sistema penal. Segn BERGALLI (1996) el sistema penal tiene
tres instancias de aplicacin que son la polica, la jurisdiccin y la crcel. Existe una cuarta instancia, que a pesar de no pertenecer estrictamente al sistema penal, cada vez se encuentra ms vinculada a l: los
medios de comunicacin.
3. A modo de ejemplo. El caso italiano:
entre las innovaciones democrticas y
las involuciones autoritarias.
Para ejemplificar a modo esquemtico el desarrollo emprico de la
investigacin, dejaremos apuntado esquemticamente el desarrollo del
caso italiano9; la interrelacin entre el desarrollo del ciclo de protesta y la
construccin de la cultura de la emergencia a partir de los aos setenta.
a) Rastros autoritarios en la gestin de los conflictos.
La fecha simblica del cambio de rgimen en el estado italiano que
sigue a la II Guerra Mundial se fija normalmente en el ao 1948, fecha
en que entra en vigor la constitucin. Esta aporta elementos muy innovadores, presentndose -junto a la francesa y la alemana- como iniciadora de lo que posteriormente se llam constitucionalismo social.
Segn RIVERA (2004) este movimiento puede caracterizarse como la
articulacin de la frmula del Estado social y democrtico de derecho,
la consagracin de amplios catlogos de derechos fundamentales y
garantas procesales junto a mecanismos de proteccin de ambos, la
plasmacin constitucional de la finalidad resocializadora de las penas
privativas de libertad, junto a otros elementos. Cabe sealar, lugar
comn en la ciencia poltica, que este cambio de rgimen no fue perfecto y que nos encontramos frente a una deffective democracy
(MERKEL, 1999). As pues, se perciben rastros autoritarios en el sistema poltico democrtico italiano. De manera destacada se citan el
inmovilismo de los aparatos que conforman el sistema penal, tanto en
referencia al no recambio de personal, como a la estructura organizativa o a actuaciones sustantivas concretas. Esta imperfeccin en la democracia va a provocar, entre otras, el diseo e implementacin de unas
polticas de orden pblico con ciertos rasgos autoritarios frente la protesta social - muy presente en el territorio italiano sobretodo a travs
del movimiento obrero y de la movilizacin campesina.
9
Existe una amplia literatura sobre la ondata rivoluzionaria italiana. La novela de
BALESTRINI (1988); las obras histricas y de ensayo de BALESTRINI/MORONI (1997),
BERARDI (1997 i 1998), CASTELLANO (1980), COMITATI AUTONOMI OPERAI
DI ROMA (1976), MONICELLI (1978); o las aproximaciones ms acadmicas de NEGRI
(1981), DELLA PORTA/TARROW (1986), TARROW (1990), DELLA PORTA (1996).
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Guerra Mundial, destacando los primeros aos de democracia, momento en que los sectores ms radicales de la oposicin antifascista se movilizan para conseguir una mayor democratizacin y/o el paso a un rgimen comunista, y que tambin adquieren gran importancia las luchas
campesinas en el sur para conseguir una reforma agraria. Posteriormente encontramos un pequea ola conflictual: las movilizaciones obreras
de 1960 - y sobretodo las luchas de Piazza Statuto de Turn en 1962.
Mencin a parte merece el incremento de conflictividad a partir de la
segunda mitad de los aos sesenta, momento en que empieza una gran
ola de protesta que durar hasta los aos ochenta. Las luchas obreras (y
tambin estudiantiles) de finales de los aos sesenta culminan en el
Autunno Caldo de 1969. Se produce una expansin de la protesta obrera, junto a una radicalizacin del repertorio de accin y la aparicin de
nuevas formas de organizacin de la lucha. En este periodo la conflictividad social aumenta con fuerza, no solo en las fbricas sino tambin en
las universidades e institutos, as como en los barrios obreros de las
grandes ciudades. Es en este contexto que se produce el nacimiento de
Potere Operaio (1967) y de Lotta Continua (1969), organizaciones que
adquieren gran protagonismo terico y organizativo en las luchas polticas hasta mitad de los aos setenta. Cabe sealar que estamos frente a
un progresivo distanciamiento de parte del movimiento obrero de las
tradicionales estructuras sindicales y de partido (sobre todo el Partito
Comunista Italiano, PCI)11.
Durante los treinta aos que se reflejan en estos grficos, las olas de
movilizacin coinciden con la tendencia del nmero de muertos producidos en el marco de enfrentamientos en la calle entre fuerzas del
orden pblico y poblacin civil. As nos lo muestra, por ejemplo, la
comparacin de los indicadores de protesta de TAYLOR/JODICE
(1983) con el indicador del nmero de muertes en enfrentamientos
entre fuerzas del orden y civiles en la calle (BERMANI, 1990). Cuando se produce un agumento del conflicto social, coincide con un
aumento de la represin, una represin muy violenta, capaz de provocar numerosas vctimas. Estamos frente a unas polticas de gestin del
conflicto social y poltico con dosis ms que considerables de violencia
y represin teniendo en cuenta que nos situamos en un contexto europeo democrtico.
11
Adems, este periodo descrito est caracterizado por las coaliciones gubernamentales de centro-izquierda (1963-1974), en las cuales la Democrazia Cristiana (DC)
mantiene alianza con republicanos, socialista y socialdemcratas.
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b) Emergencia ilegal
Frente al aumento de la protesta social que se produce a partir de
la segunda mitad de los aos sesenta, se ponen en marcha los mecanismos previstos por las distintas instancias del sistema penal (policial,
judicial y penitenciario) para aplicar el control punitivo, instancias que,
como ya se ha apuntado, sufren de unos importantes dficits democrticos (existen espacios del Estado en los que no se ha operado un verdadero cambio de rgimen). De esta manera, entre octubre de 1966 y
junio de 1968 la cifra de obreros, estudiantes y campesinos condenados
o que esperan condena alcanza los 10.000; registrndose un nmero
considerable de muertos y heridos (BALESTRINI/MORONI, 1997).
Pero no se trata solo de esto. Paralela a esta represin se empiezan a
desarrollar otro tipo de mecanismos y prcticas que constituyen, en
definitiva, una nueva cultura punitiva: la cultura de la emergencia.
En la primera fase de la cultura de la emergencia (1969-73), que
nosotros llamamos emergencia ilegal, no se producen cambios legislativos significativos. Las prcticas excepcionales se desarrollan desde la
ilegalidad, por parte de cuerpos separados del Estado u otros actores
como puedes ser los grupos de extrema derecha. Dos son las dinmicas
que cabe destacar en este periodo: el discurso y la prctica de la estrategia de la tensin y, en este contexto, el recurso reiterado a las stragi
di stato, operadas por fascistas pero con una implicacin de los servicios secretos del Estado relativamente importante (con diferente intensidad segn las interpretaciones). Se trata, pues, del desarrollo de un
excepcionalismo o emergencia en el marco de una democracia liberal
europea.
En este contexto, se registran atentados en distintas ciudades italianas, la mayora dirigidos indiscriminadamente contra la poblacin
civil, as como un aumento de las violencias de extrema derecha,
muchas de ellas dirigidas a integrantes de organizaciones de izquierdas.
Existe un amplio debate sobre la responsabilidad del Estado y de los
servicios secretos internacionales en referencia a la existencia de estas
violencias. No entrando en la discusin, lo que si que es cierto es que
estas fueron funcionales a la estrategia de tensin que intentaba construir el Estado: difundir la idea de que el conflicto social que se registraba en aquel momento responda a la lucha entre dos opuestos (iguales) la extrema derecha y la extrema izquierda-, lugar comn tambin
difundido en parte de la ciencia poltica. Tambin parece evidente que
la extensin del discurso de la tensin fue funcional para activar una
cultura punitiva que acabase con la conflictividad poltica y social de la
poca.
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Este grfico se ha elaborado con datos contenidos en el Rapporto sul terrorismo. Le
stragi, gli agguati, i sequestri, le sigle. 1969-1980 editado por Mauro GALLENI en 1981.
Se basa en fuentes del Ministerio de Interior y del propio PCI.
13
Informacin extrada del trabajo de campo realizado en nuestra tesis doctoral.
Tambin puede consultarse VVAA, Una sparatoria tranquila.
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investigaciones que el Estado, o ms concretamente los cuerpos separados del Estado servicios secretos, inteligencia extranjera, tuvieron
una intervencin ms directa de la que se ha reconocido formalmente
en las sentencias.
En definitiva, en este periodo, junto a la represin desencadenada
formalmente por el Estado vase actuaciones policiales, judiciales y
penitenciarias, ciertamente con importantes rasgos de autoritarismo
cabe destacar todas aquellas que forman parte de lo que hemos llamado
emergencia ilegal. Frente a unos episodios altamente conflictuales del
movimiento se recorre de una manera ms directa o indirecta (segn las
interpretaciones) a la estrategia de la tensin, dejando cierto margen a
las actuaciones fascistas, as como a las stragi di stato. Es cierto que no
estamos frente a una estrategia previamente definida ni explicitada por
el Estado, ya que este no es un todo uniforme que piense y que acte
coherentemente. Ms bien nos decantamos por una interpretacin en la
que las diversas instancias del Estado, y ms en concreto del sistema
penal, elaboran estrategias y llevan a cabo comportamientos diversos, a
veces aparentemente contradictorios, pero que el conjunto de todos
ellos fue la configuracin en la Italia de los aos setenta de una emergencia ilegal, el recurso a herramientas ilegales e ilegtimas para hacer
frente a la conflictividad.
Paralela a esta fase represiva, o ms en concreto, en dialogo con esta
fase, el conflicto sigue vivo en las fbricas, escuelas y barrios. El sujeto
protagonista de este periodo es el llamado operaio massa. Este es el trabajador de la cadena de los grandes complejos industriales, generalmente de origen meridional. Protagonista pasivo del boom econmico
de los aos 50-60, y activo en las grandes luchas del bienio 1968-69.
La crisis y la reestructuracin capitalista han deteriorado considerablemente, a partir de 1973, su protagonismo. No se trata de una categora exclusivamente italiana, sino que corresponde a toda una fase de
desarrollo capitalista (NEGRI, 1981:11). En este sentido, el repertorio de accin que se desprende de esta fase de luchas corresponde con el
sujeto social que las protagoniza. El conflicto radica en la fbrica, y el
nmero de huelgas polticas registradas es un buen indicador de esta
dinmica. As pues, entre 1968 y 1973 se identifica un sub-ciclo de
protesta, que protagoniza el obrero masa. Este repertorio de accin se
agota a partir de 1974, y sobretodo 1976. Como veremos ms adelante, pero, no podemos hablar de la existencia de dos ciclos, sino de una
modificacin del repertorio de accin. El conflicto sale de la fbrica, y
esto puede ser visibilizado con el paso de la centralidad de la huelga
poltica a la centralidad de otro repertorio de accin como los disturbios o sabotajes.
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Esta diferenciacin es relativa ya que como se ha expuesto anteriormente no
podemos delimitar claramente hasta donde llegan las responsabilidades en las stragi di
stato o en el aumento de las agresiones de extrema derecha.
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Para no caer en una confusin, se habla de Autonomia Operaia (en mayscula)
para hacer referencia a la organizacin que, a pesar de no ser partido, nace de la disolucin de diferentes grupos extraparlamentarios. Se habla de autonomia operaia (en minscula) al rea ms difusa de la militancia poltica que se reconoce con una identidad
comuna, an que no de manera organizativa, que la diferencia de los partidos o de las
organizaciones armadas.
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Ver Le parole scritte realizado por el ProgettoMemoria, en el que se hace una recopilacin de comunicados y propaganda de las distintas organizaciones armadas de la
poca en Italia.
17
Ver DELLA PORTA/TARROW, 1986; DELLA PORTA, 1990, 1995.
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