Libro de Cepa Criolla (Martiniano Leguizamón)
Libro de Cepa Criolla (Martiniano Leguizamón)
Libro de Cepa Criolla (Martiniano Leguizamón)
C E P A
C R I O L L A
M A R T I N I A N O
L E G U I Z A M N
Ediciones elaleph.com
Editado por
elaleph.com
DE
CEPA
CRIOLLA
A
ROBERTO J. PAYR
FRATERNALMENTE
ADVERTENCIA
HA IMPRESO UNIDAD a las diversas pginas
agrupadas en este libro, un sentimiento sincero y
entusiasta que ojal me sea disculpado en gracia del
fervor que le da vida en mi ser.
Acertado o errneo -no me incumbe apreciarlocreo, sin embargo, que tiende a una noble y alta finalidad al nutrirse en un firme amor hacia las cosas
de la tierra materna, libre de prejuicios cavilosos por
el entrevero cosmopolita de la hora presente.
Y si a pesar de las deficiencias de algunos trabajos que conservan el impulso del arranque oca3
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No todo es spero, instintivo y brutal en las pasiones que agitaron el alma tempestuosa del hombre
agreste; ni fue su tosco rancho aduar de barbarie
donde vivi "la edad del cuero crudo", como se ha
dicho recientemente con ligereza -sin asomos de
duda- y con un total desconocimiento de las tradiciones del pas.
No lo pensaron as Sarmiento, Lpez, Juan
Carlos Gmez, Ricardo Gutirrez, Pedro Goyena,
Joaqun V. Gonzlez o Paul Groussac al escudriar
con amoroso inters los sentimientos y las costumbres caractersticas de ese original tipo tnico, en
pginas rebosantes de sabor de nuestro suelo.
Guiado mi espritu en esa orientacin, con las
indelebles simpatas que avivan las memorias de la
infancia, en que me fue dado admirar de cerca al
hombre en su selva, grano a grano he ido acumulando en la mayor parte de estos escritos un aporte
de notas e impresiones criollas que, al revisarlas hoy,
no las creo desdeables para el estudio de los orgenes nacionales.
Y espero que no se ver transparentada en las
siguientes pginas una apologa tendenciosa del
criollismo, sino una contribucin en la medida modesta de mis fuerzas al estudio de un tipo tan genui5
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HIDALGO
Entre nosotros, casi toda la literatura destinada a vivir ms all del
da, est destinada a la poesa: en ella
est nuestra historia, en ella nuestras
costumbres, en ella nuestras creencias, ideas y esperanzas. Lo dems
que ha producido el genio americano, ha pasado como el humo de los
combates que han constituido
nuestra ocupacin y aun nuestra
existencia.
FLORENCIO
VARELA, Comercio del Plata,
Montevideo, 1846.
Los dilogos de Hidalgo y los de
sus imitadores, fueron el germen de
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I
LA TRMULA vislumbre del fogn debi
alumbrar el modesto escenario, cuando la encintada vihuela del payador annimo rim las primeras
palpitaciones de la musa popular bajo la forma de
un cielito patritico, para enardecer la fibra nativa
con el relato de las hazaas de nuestras armas en su
lucha por la independencia.
La danza, la msica y la palabra aunadas en las
reuniones populares, desde los tiempos ms remotos tienen entre nosotros el nombre simptico de
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Conf. La Epopeya Americana, 18io-1825, coordinada y anotada por A. J. C., Buenos Aires,
MDCCCXCV. Slo se publicaron 320 pginas de
gran formato. Cancionero Popular, compilado y
reimpreso por Estanislao S. Zeballos, Buenos Aires,
1905.
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de ultramar, con la pretensin de que se le reconociera por medio de su enviado especial ante la Corte
de Ro de Janeiro, el conde de Casa-Flores.
La ocasin era propicia, y 'Un gaucho de la
Guardia del Monte contesta al manifiesto zahiriendo al inepto monarca que ni haba sabido conservar
su corona y que, a pesar de las derrotas infligidas a
sus orgullosos veteranos, todava pretenda se le
rindiera vasallaje.
Al recorrer hoy los irnicos conceptos de este
nuevo Cielito, la fcil imaginacin adivina el efecto
que deban producir cuando se escuchaba su recitado en la rueda de los fogones del campamento, en
las reuniones de las pulperas y en las animadas tertulias del caf y los hogares de la ciudad, porque a
travs de su brusca urdimbre se siente palpitar la
protesta inquebrantable como un juramento supremo de ser libres o morir, condensado en su estribillo imperfecto, pero, sin duda, de mayor eficacia
para la causa que muchas ampulosas proclamas de
las gacetas oficiales:
All va cielo y ms cielo,
Libertad y muera el tirano;
O reconocernos libres,
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III
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Y la mosca?... No se sabe,
El Estado la perdi,
El preso sale a la calle
Y se acaba la junsin.
Y a esto se llama iguald?
La perra que me pari...
Ha transcurrido un siglo desde que aparecieron
estos versos y al leerlos hoy despiertan la duda de si
no habrn sido escritos en la hora presente. Es que
pocas veces la crtica intensa de un concepto jurdico en boca del vulgo, se ajust ms ntimamente a
una verdad dolorosa. Por eso la sonrisa rstica y
amarga del viejo Chano seguir resonando a travs
de los tiempos y de los cdigos como la protesta
reivindicatoria de una casta desheredada!
Y a pesar de su forma de sencillez casi primitiva
-para amoldarse al modo verbal de los rudos protagonistas- un pensamiento noble y altruista embebe
la crtica social del Dilogo; la visin serena de la
patria redimida y prspera por la paz y la unin, sin
fronteras banderizas para que no se escuchara ms
que una sola frase fraternal -hijos de esta tierraexalta y enardece la inspiracin del cantor, y de sus
sencillas trovas se esparce un ambiente sano de ver24
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IV
La Relacin de las fiestas mayas celebradas en
Buenos Aires el ao 1822, es en efecto la ltima
produccin de Hidalgo que conocemos y tal vez la
ms celebrada. A partir de esta fecha el cantor criollo enmudece para perderse en la sombra de un
misterio impenetrable, legndonos ese romance
descriptivo henchido de espontaneidad y de prestigiosos aromas de la tierra materna.
Verdadera piedra sillar de un nuevo gnero
potico, de cuyo grmen han brotado las obras ms
originales de la literatura sudamericana -como ha
dicho el crtico Marcelino Menndez y Pelayo al
incorporarla en su antologa de poetas hispanoamericanos-, jams ha sido igualada por cuantos quisieron imitarla. Tal ocurre con el espiritual Hilario
Ascasubi que pretendi superarla cantando el mis-
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V
Seal ya la imitacin un tanto servil de Ascasubi, que no necesitaba de semejantes recursos, porque a travs de su abundosa produccin fluye el
raudal de esa sabrosa trova gauchesca rebosante de
la gracia retozona del retrucano agudo y del colorido local de sus imgenes pintorescas.
En cuanto al autor del Fausto10 la influencia del
primitivo trovero tiene que ser naturalmente menos
visible por la absoluta disparidad de asuntos: el uno
hizo hablar al gaucho con las aspiraciones vehementes del patriotismo; el otro emple la jerga
campesina para hacer rer con el relato espiritual de
una imaginaria interpretacin del oscuro drama de
Goethe, que el paisano Laguna oy cantar una noche en italiano en el teatro de Coln.
Sin embargo, en aquella deliciosa pgina descriptiva -la ms rutilante del captulo III que se instala para siempre en la memoria una vez leda- se ve
asomar la lejana reminiscencia del modelo.
10
ESTANISLAO DEL CAMPO, Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representacin de esta pera, Buenos Aires, 1866.
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-Sabe que es linda la mar? -La viera de maanita, Cuando agatas la puntita Del sol comienza a
asomar.
Y bien: en la sabrosa y colorida Relacin de las
fiestas mayas de Buenos Aires el ao 1822, encontramos usada la mismsima imagen para describir el
amanecer, si bien en forma ms grfica y genuinamente gaucha, segn su modo de ver y pintar las
cosas de la naturaleza que rodea y satura aquellas
almas primitivas como una emanacin misteriosa
del medio ambiente. Dice as el payador Contreras:
Al dir el sol coloriando Y asomando la puntita...
Hidalgo es siempre justo y verista en la pintura
local y sencillamente admirable en la verba de sus
rsticos protagonistas. El viejo patriota Chano y su
camarada el payador Contreras son fuertes creaciones que vivirn, porque llevan el soplo artstico de la
realidad. Por eso se le escucha siempre con agrado
sin que el espritu crtico ms descontentadizo encuentre una rendija en su spera coraza para hincarle el diente.
As haciendo hablar a "un paisano del Bragao" vale decir de plena pampa- no hubiera empleado la
palabra "mar", que el gaucho no conoce ni figura en
su reducido lxico, ni poda emplearla por tanto pa34
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Hidalgo que hace cabalgar a Chano en un redomn azulejo, arisco y espantador", como son cabalmente los animales de esa clase, cuando desde las
islas del Tordillo se viene a la Guardia del Monte
para sostener con su amigo Contreras esa jugosa
charla del primer Dilogo patritico.
Estos detalles menudos de la vida rural, que
acusan falta de conocimiento del medio descripto,
no se encuentran en los relatos de Ascasubi, que
eligi para su Chano un "picazo volador", ni menos
en Hernndez, que hace vagar por las soledades temerosas del desierto a su Martn Fierro en aquel
"moro de nmero, sobresaliente el matucho!" que
pint diestramente en dos versos de trazo seguro y
evocador12.
La impropiedad en la pintura de los tipos, escenas y usos regionales son lunares en toda obra de
ambiente local. En Hernndez -es necesario reconocerlo como una de sus cualidades ms excelentesno se encuentran esas impropiedades; domina la
materia, se ha compenetrado con ella ntimamente,
sin preocuparse slo del idioma, que es lo accesorio,
ha visto las cosas, las ha sentido y las ha expresado
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COSTUMBRES POPULARES
I
ORIGEN DE LA BOTA DE POTRO
COMENTBAMOS entre varios aficionados al
cultivo de las tradiciones de nuestra tierra, la aparicin de un libro con caracterizado sabor criollo y,
como sucede a menudo, la conversacin se hizo al
pronto retrospectiva y evocadora de los hombres y
cosas de antao.
El tema principal, como podr suponerse, era el
gaucho, la prestigiosa figura que se va tras los postreros revuelos de su amplio poncho, dejando en el
ambiente aquel estrepitoso rumor de:
La brillante cabalgata
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ISIDORO DE MARA, Revista del Archivo General Administrativo, Montevideo, 1885, Lib. IV,
pg. 398, y Montevideo antiguo, Lib. IV, pg. 25.
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TOMS FALKNER, Descripcin de la Patagonia y de lar partes adyacentes de Sud Amrica, pg.
120.
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II
LA TABA
Es la taba un juego americano?
Es bien posible que a muchos se les antoje
ociosa la interrogacin, y contesten sin trepidar:
"Pues, quin lo duda?, si es ms criolla que la mazamorra y el mate amargo esa diversin campera de
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El origen de este juego tan popular entre nuestros campesinos tiene, pues, rancio y hasta noble
abolengo, y es de notar que los descubrimientos
grecorromanos, si bien prueban acabadamente su
antigedad, se refieren siempre a un hueso pequeo
de carnero y de cabra o a su imitacin en bronce,
piedra o cristal, pero nunca se han encontrado, que
yo sepa, tabas autnticas de vaca o de buey ni imitaciones de stas, que es cabalmente la nica usada
por los criollos rioplatenses.
Y lo que se dice respecto de este juego entre los
griegos y romanos puede decirse tambin de Espaa. En efecto, el novsimo diccionario de la Academia escribe para definirla: "Juego en que se tira al
aire una taba de carnero, y se gana, si al caer, queda
hacia arriba el lado llamado carne; se pierde si es el
culo, y no hay juego si son la chuca o la taba".
De lo cual puede concluirse que el empleo de la
taba de animales vacunos es una invencin criolla
que modific con ven-taja el juego primitivo, pues,
por su mayor peso, es ms adecuada, y de ah esa
admirable destreza que lograron algunos paisanos
para clavar tiro a tiro el hueso, como se dice en la
jerga popular.
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Y no solamente han perfeccionado el juego, sino hasta inventado un expresivo vocablo para designarlo, concretando la forma verbal castiza a una
sola voz: tabear.
Por de contado que la Real Academia, tan reacia
a estas voces nuevas que le llegan de Sud Amrica,
con olor a insurgentes -por ms que las usen en la
conversacin algunos millones de habitantes-, no le
ha dado cabida an en su discutido lxico oficial
que sigue escribiendo con su forma arcaica: "jugar a
la taba".
As como en el lenguaje figurado y familiar se
dice en castellano "tomar la taba.", -por empezar a
hablar con prisa despus que otro lo deja; mientras
aqu con el gracioso e intencionado decir campesino, para designar las charlas de mero pasatiempo
nuestros criollos dicen sencillamente y hasta me parece que con ms elegancia: tabear.
Y cun grata suena al odo esa palabreja para
todos los que sabemos de cosas criollas y quin no
las sabe entre nosotros- puesto que evoca dulces
recuerdos y reminiscencias de las horas ya idas para
siempre. Cul de los hijos de esta tierra no se encorv alguna vez poniendo el mayor empeo para
clavar el hueso sobre una cancha polvorienta?...
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LA SELVA DE MONTIEL
I
NO S SI EL PROPSITO que ha inspirado
el presente trabajo obedece al espritu de curiosa
investigacin preconizado por Saint-Beuve, al decir:
-Cuando entro a un paraje clebre me place ante
todo averiguar cul es su historia-. O si slo ser
fruto de esa plcida mana que el erudito don Juan
Mara Gutirrez tan incisivamente caracteriz as: A ms del cigarro y del mate, hemos de tener otros
vicios, para completar el tringulo de nuestra perdicin; y ese tercer lado flaco, es la mana de embarrar
papel que nadie lee. . .
Salvando el talento y el buen gusto de ambos
maestros, espero que me ser permitido poner bajo
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dades -un alcalde y un cura-, vale decir, por la espada y la cruz, esos dos smbolos de la conquista en
Amrica.
La perpetuidad de los nombres de los primeros
ocupantes del suelo es un hecho abundantemente
comprobado; y basta recorrer el mapa del territorio
de esa provincia para seguir los pasos del conquistador y del misionero a lo largo de las corrientes
rumorosas de sus ros y arroyos, de sus montes y
cuchillas, donde han quedado sus nombres evocadores, como si hubieran sido grabados con caracteres indelebles para perpetuar el recuerdo de sus
cruentas hazaas.
Ah estn los nombres de Hernandarias, Carballo, Alarcn, Alcaraz, Sandoval, Almirn, Vergara,
Monsalvo, Montoya, de fray Diego, fray Feliciano,
San Alejo, San Cristbal y el cerro de la Matanza
que seala una de las etapas ms sangrientas de la
extincin de dos pueblos indmitos: los charras y
minuanes...
II
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empecinado y bravo de resistencia contra los invasores de su terruo, el da en que su caudillo Ramrez agit al viento de las verdes cuchillas la bandera
de fajas blancas y azules, como un pedazo de cielo y
su rojo color de batalla26.
En el Atlas de la Confederacin Argentina publicado por el doctor Martn de Moussy, encontramos otro dato importante respecto del nombre que
nos ocupa y el cual viene a comprobar la persistencia con que la tradicin lo ha perpetuado sobre el
suelo de aquella regin. Vese, en efecto, que el autor
denomina "Vuelta de Montiel a la desembocadura
del Paran-Pavn frente a San Nicols27.
Y este otro nombre indgena-espaol, no recordar acaso al teniente alguacil mayor don Juan
Pavn, el inseparable compaero de aventuras de
Ruiz Galn, en 1539?28.
El dato consignado por de Moussy, sugiere
adems la idea de que tal vez la primitiva posesin
de vaqueras del alcalde Marques Montiel se exten26
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III
Recorriendo, en efecto, los anales de la conquista, el apellido Montiel aparece con frecuencia a
partir del ao 1580, en que uno de los compaeros
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de Juan de Garay, Alonso Fernndez Montiel, autentica la firma del bravo conquistador en el acto de
discernir el cargo de escribano de la ciudad de Santa
Fe, y toma despus parte activa en el primer movimiento insurreccional de los criollos por ejercer el
gobierno de lo propio, el cual fue ahogado en sangre31.
Y es, sin duda, de ese tronco vigoroso de la raza
conquistadora de donde arranca el histrico apellido
que ha llegado hasta nuestros das exhibiendo vstagos tan prolficos.
As el Alonso Fernndez Montiel, escribano de
Garay, reaparece cinco aos despus, en 1585, en
otro escribano don Juan Romano de Montiel, que
suscribe el acta de fundacin de la villa de la Concepcin del Bermejo, y figura entre varios capitanes
en los bandos y revistas de armas de Santa Fe para
combatir a los indios en 1659, aunque mezclado ya
con los Marques, Arias, Ortiz y Alzugaray; en 1725
entre los fundadores del Rosario, y, en 1728, en los
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expedicionarios al valle Calchaqu, vuelve a reaparecer llevado por el sargento mayor don Jos Marques
Montiel, de la misma familia -dado el ao y la procedencia -que el alcalde don Antonio Marques
Montiel que ha dado su nombre a la selva entrerriana32.
A partir de esta poca es frecuente encontrar
representantes del apellido que se expande por todo
el litoral argentino, se entronca a las familias del interior, salva los fronteras y llega hasta el Paraguay,
para surgir all con una aureola trgica de herosmo
y martirio.
En efecto, entre los conjurados de la revolucin
de 1821 contra el tirano Gaspar Francia, que fomentaba desde Corrientes el caudillo Francisco
Ramrez, una vez terminada la guerra con Artigas,
figuran varios oficiales Montiel que fueron fusilados
con setenta y tantos compaeros despus de ser
azotados por indios guaycures, en aquella mazmo-
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Finalmente en la batalla de Cepeda, en 1859, segn el parte del jefe de estado mayor general don
Benjamn Virasoro, fue muerto durante la accin
uno de los edecanes del general Urquiza, el teniente
coronel don Juan P. Montiel.
IV
Se ve, pues, que en el transcurso de tres siglos
los representantes del apellido que motiva esta investigacin se haban generalizado profusamente,
ofreciendo la particularidad de que, como en la remota fuente, los hombres ms representativos que
lo llevan pertenecen a la milicia de la espada o de la
cruz.
Es posible que a ms de uno se le antoje frvolo
el asunto, pero me excusar del pecado de haberlo
ensayado repitiendo las palabras de un eminente
americano que no lo hubiera desdeado: don Andrs Bello, quien dice en sus Opsculos literarios:
"No es slo til la historia por las grandes y comprensivas lecciones de sus resultados sintticos; las
especialidades, las pocas, los lugares, los individuos
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RAMIREZ Y MANSILLA
EN UNA DE ESAS fluentes y sabrosas "Pginas breves" con que desde las columnas de El Diario suele expandirse a menudo el espritu
eternamente in-quieto y vivaz del seor general Lucio V. Mansilla, acaba de formulrseme un cargo
que, por venir de quien viene, me interesa levantar.
Despus de haber borroneado tantas cuartillas
ocupndome de la obra ajena, me ha de ser permitido esta vez, por excepcin, el que me ocupe de una
obra naturalmente muy querida: sub parvo sed
mea...
Declaro desde luego que, al ensayar esta breve
rplica, no me mueve un sentimiento de vanidad
herida por disidencias de rumbos literarios, sino el
culto por la verdad de un concepto gramatical e
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Fue en aquella tremenda hora cuando el prepotente caudillo se irgui bravo sobre las barrancas
del Paran, y sealando con un gesto heroico el
abismo, dio a sus soldados la famosa voz de carga:
"Muchachos, de aqu no hay retirada!", que consigna Vicua Mackenna en el Ostracismo de los Carreras, lanzndose contra el cerco de infantes y jinetes
de La Madrid, que una vez ms deba ceder el terreno al impetuoso rival.
Pero aquel fugaz lampo de victoria conquistado
por la implacable lanza de doble media luna deba
ser el ltimo. Dos das despus empezaron los desastres y la persecucin a travs de las pampas que
seal un largo reguero de sangre durante cuarenta
y cuatro das, hasta que el arrogante dominador de
muchedumbres -que poda decir como el Cid CampeadorPor necesidad batallo;
Y una vez puesto en la silla,
Se va ensanchando Castilla
Delante de mi caballo,
rinde el postrer aliento cual un paladn medieval en
defensa de su dama gaucha...
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He aqu explicado el secreto de esa falta de popularidad ante las gentes de una tierra que Ramrez
dominaba desde diez aos atrs; de la revolucin del
23 de septiembre que le dio el gobierno de la provincia, empresa para cuyo logro fue ayudado eficazmente por los santafecinos de Lpez y por las
fuerzas de Buenos Aires mandadas por el general
Jos Matas Zapiola, hecho que est confirmado por
el mismo Mansilla en la comunicacin del 4 de octubre de 1821 al gobernador de Buenos Aires, general don Martn Rodrguez.
He aqu explicado el origen del levantamiento
encabezado por los principales jefes de Ramrez:
Lpez Jordn, Anacleto Medina, Juan Jos Ovando
y el valeroso Lucas Piris, cuyo cadver mand colgar en una horca en la plaza del Paran para "escarmiento de criminales invasores", el 19 de junio
de 1822, y al cual alude mi episodio de Alma Nativa.
Invasores? No defendan acaso el predominio
de su terruo contra la invasin de tropas enemigas
de Buenos Aires y Santa Fe para sostener a un intruso?...
Sin embargo, Entre Ros jams se mostr ingrato a la memoria del gobernante que dict su estatuto constitucional, aunque es sabido que Ramrez
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EL GENERAL URQUIZA
LUGAR Y FECHA DE SU NACIMIENTO...
. . .Y la otra ciudad entrerriana, la del Uruguay, se halla
consagrada por el nacimiento
y por las cenizas del hroe
cuyo recuerdo llena hoy el corazn de todos los argentinos.
J. V. GONZLEZ, Ideales y
Caracteres, Pg. 187.
I
DESPUS DE LA reproduccin facsimilar de
la partida bautismal extrada de los libros parro83
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vincia en 1805, como comandante de todos los departamentos al Este del ro Gualeguay"35.
Y pudo aadir an que el erudito y verdico
Zinny segn el propio calificativo del doctor Lpez- haba publicado prolijos pormenores respecto
del origen de la familia de Urquiza y el lugar de su
nacimiento en el Uruguay, en la Historia de los gobernadores, t. 1, Pg. 440; los que fueron corroborados por Rivas en las Efemrides americanas y
Benigno T. Martnez, uno de los escritores bien informados sobre los orgenes de esa provincia, en
sus Anales de la provincia de Entre Ros, y El Investigador, ao 1, nm. 3.
Ante aquella falta de consideracin hacia un documento serio presentado por nosotros como un
aporte de investigacin histrica, me apresur a pedir al joven profesor que tuviera la deferencia de
comunicarme cules eran las pruebas con que poda
apoyar la aseveracin del historiador Lpez. Hubo
una vaga promesa, no cumplida hasta el presente, y
sospecho que jams se cumplir...
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El otro hecho me lo sugiere una efemrides publicada en La Nacin el da 118 de octubre, la cual
dice textualmente: -1801- Nacimiento de Urquiza En la Concepcin del Uruguay (Provincia de Entre
Ros), segn la partida copiada ms abajo, nace el
general don justo Jos de Urquiza, pues no falta
quien la haya impugnado con documentos oficiales
y autnticos".
Como la partida transcripta es la publicada por
m en el Libro del centenario, y es, sin duda, un documento insospechable; puesto que hasta est escrita sobre el papel sellado del ao 1821, ostentando
en su cabecera aquel curioso sello de la repblica de
Ramrez con una pluma de and, tuve inters especial en averiguar en qu consistan esos documentos oficiales, con fuerza bastante para
impugnarla.
Fue con ese motivo que o mencionar el antecedente dubitativo de que: Urquiza no debi nacer el
18 de octubre sino el 9 de agosto, pues siendo Presidente de la Confederacin Argentina, alguna vez
perdon la vida a reos condenados a sufrir la ltima
pena en virtud de ser aqul el da de su santo.
Como se ve, ya la tan anunciada impugnacin
documental ha descartado la conseja del lugar del
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II
Vengamos ahora al documento oficial vagamente citado de memoria, porque no conozco ningn otro que tenga atingencia con el punto
debatido. Es un decreto de agosto Lo de 1854 firmado por el vicepresidente de la Confederacin,
doctor Salvador M. del Carril, y el ministro de Guerra, general don Rudesindo Alvarado, en el cual se
manda sobreseer en la causa seguida por faltas graves contra la disciplina militar al capitn don Pedro
Espndola, invocndose en el primer considerando
como motivo de la gracia: "que es hoy el feliz natalicio del Excmo. seor Presidente de la Repblica"37.
Me parece que no ha menester gran perspicacia
el lector para darse cuenta de los garrafales dislates
contenidos en ese decreto --obra de algn tinterillo
ministerial-, por el cual se hace nacer a Urquiza cincuenta y tres aos despus de haber venido al mundo, y en un da que ni es siquiera el de su
onomstico, pues lleva fecha del 10 de agosto... No
tiene tampoco la firma del presidente Urquiza sino
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anales este nombre y esta fecha: Justo Jos de Urquiza - 18 de octubre de 1801.
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aferrada en el oscuro cerebro del pobre campesino que desprecia el progreso porque viene de los gringos- contra la idea nueva de la civilizacin que
avanza arrollando como una ola invasora a cuanto
se opone a su paso.
Don Pedro, un viejo estanciero enchapado a la
antigua, encarna el espritu terco y rutinario, contra
el cual se estrellan las solicitaciones cariosas de su
hija Leonor y su sobrino Martn, dos de los suyos
atados an por la sangre al comn linaje gaucho,
pero que ya han evolucionado abriendo sus ojos a la
luz del progreso. En vano le predican que hay que
hacer desages porque el nivel de las aguas ha cambiado y que una inundacin puede arrasarlo todo.
Es intil; el viejo no quiere salir de su condicin, no
quiere contramarcarse, ansa vivir y morir en su ley
a lo que te criaste!
Con estas palabras sencillas y tan hermosamente
reales que el espectador al orlas, al ver el gesto de
hurao desdn con que se pronuncian, vuelve con
el recuerdo los ojos al pasado creyendo estar frente
a uno de esos rsticos hogares campestres de los
que ya no quedaron ni los horcones, el autor sintetiza con sobria y segura pincelada de maestro el alma
impermeable del viejo criollo:
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escena de tan tocante realismo que humedece involuntariamente las pupilas con porfiadas reminiscencias del terruo, el teln desciende lentamente
entre irradiaciones de sol y de amor sobre las ruinas.
..
El asunto, como se ve, no tiene grandes complicaciones; y, sin embargo, mantiene el inters en sus
cuatro actos, triunfando serenamente por el sabor
de las cosas nuestras, por su colorido regional, por
la pintura' con colores duraderos de los caracteres y
por la luz de la verdad expresada sin ambages ni
prejuicios a que llega naturalmente el autor en pos
del ideal concebido, dentro de un vigoroso y dramtico argumento, ejecutado con arte admirable; el
cual si no resulta en ciertos pasajes ms verista, no
es por culpa del escritor, sino de la deficiente decoracin escnica que no lo revisti del ambiente
apropiado, de todo el perfume del paisaje campesino, como ocurre en el esplndido cuadro del primer
acto, que quedar como algo de lo ms hermoso de
la produccin teatral argentina.
Yo de m s decir, que pocas veces he experimentado una evocacin ms sentida y deliciosa que
haya despertado en mi corazn las melanclicas
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II
EL GAUCHO
Insensiblemente ha corrido la pluma, trotando
con la rienda suelta -como aconsejaba madame Stel
para que la idea encuentre sola su paso y su caminosin apercibirme de que al empezar promet ocuparme de otro acontecimiento literario que, si bien no
ha alcanzado la resonancia ni el xito franco del
drama de Payr, es digno de sealarse por las circunstancias en que se ha producido, y por tratarse
de un legtimo triunfo de la causa criolla.
En la brillante fiesta de los juegos florales realizados por la asociacin patritica espaola en el
teatro de la pera, caus gratsima impresin el
premio discernido por la hermosa reinal del torneo una morocha de ojos garzos, todo un prestigio de
nuestra tierra- a un joven hasta entonces desconocido que surga desde la penumbra provinciana para
recibir ante aquel selecto concurso la simblica consagracin.
Horacio B. Oyhanarte, laureado con la medalla
de oro del gobierno de Chile por su canto El Gaucho, es un adolescente, casi un nio. Nacido en la
campaa de Buenos Aires, ha entrevisto en las bri102
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FRAY MOCHO
LOS AMIGOS de Caras y Caretas me imponen
la dolorosa tarea de dar la ms triste de las despedidas, la que enturbia de lgrimas las pupilas y pone
sollozos en la palabra que tiembla al modularla, y no
encuentra respuesta... Cumplo el piadoso deber con
el alma destrozada por esta absurda ley de la vida,
que nos arrebata de improviso momo si se gozara
en hacer la desgarradura muy honda- a los seres ms
caros, cuando tras dura brega han pisado la meta de
los vencedores y la mirada columbra despojados
rumbos.
Ah, qu cruel es el emboscado destino que
trunca as las esperanzas, las visiones del xito cercano que ya auguraba el consenso popular, y la aureola del renombre indiscutido, para venir a colgar
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pero el libro fue saludado por la crtica, que le concedi de buen grado lo que antes le negara, y hasta
s de un viajero que daba fe en mi presencia de haberlo visto por aquellas soledades. . .
Cmo se rea socarronamente Fray Mocho de
todas estas cosas que le daban tema para bordar
alguno de esos admirables cuentos verbales en que
era una especialidad!
Causeur de buena cepa, con un arsenal inacabable de anecdtica criolla, saba pintar con un rasgo,
con una frase feliz, un carcter, una poca, una accin generosa o una ruindad; manteniendo suspenso al auditorio de su palabra pintoresca, irisada de
chispas de talento, de gracia fluente, expansiva, saturada de esa velada malicia retozona que le inundaba el pecho y haca brillar sus ojos pardos y
traviesos que la muerte ha helado para siempre...
Y aquel ser que pareca tan feliz, tan alegre como las burlonas calandrias del amado terruo al que
volvamos siempre con el pensamiento en nuestras
animadas charlas, sufra; haba dolores fsicos que
labraban su organismo enfermizo, que lo hacan
palidecer de repente interrumpiendo el relato con
un golpe de tos, pero en seguida renaca la alegra
para terminar la picante historia con una de esas
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pas que le inspir algunas de sus obras ms celebradas, como Una tapera, premiada con medalla de
oro en la exposicin artstica de 1903, amaba los
asuntos nacionales cuya belleza senta, soando poder alguna vez -libre de los reatos de la enseanza a
que viva consagrado- fijar en la tela algunas de las
obras que iban revelando ante sus ojos vidos las
pginas de la historia nacional, y nuestras animadas
charlas sobre las pintorescas escenas de la vida de
antao.
-La paleta vigorosa de la Valle est envuelta en
fnebres crespones; yace olvidada y cubierta de polvo como el arpa en la rima de Becquer. No habr
un artista de esta tierra que prosiga su hermosa
obra! -me dijo alguna vez vibrante de ardoroso entusiasmo.
Noble anhelo que la muerte brutal viene a truncar dejando inerte la diestra mano todava maculada
con los colores de la ltima labor...
Y lo -que son las coincidencias con que el emboscado destino combina sus lgubres dramas. De
la Valle cay fulminado en la sala de la academia de
bellas artes al pie de su Maln, como si en aquella
postrera mirada al cuadro famoso hubiera querido
sealar a sus discpulos el derrotero. As muere del
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UN LIBRO DE CUENTOS
DEBE SER usted muy desocupado porque lo
veo escribiendo artculos literarios -me deca das
pasados un seor a quien mucho aprecio, mientras
echaba una mirada casi compasiva a la revista que
hojeaba sin curiosidad y en la cual se haba publicado un artculo mo.
-Ni tanto, ni tan poco. Simple cuestin de saber
distribuir el tiempo, de hbito en la disciplina mental que permite descansar de una tarea acometiendo
otra distinta. As como otros juegan al domin o se
entretienen con la lectura de la vida social de los
diarios. . .
La flecha haba dado en el blanco. Hubo un ligero encogimiento de hombros, una sonrisita irnica asom a sus labios y cerrando la revista empez a
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referirme con menudos detalles un "caso nuevo que lo tena preocupadsimo" a fin de convencerme,
sin duda, de que las tareas del cargo pblico le absorban todo su tiempo.
Y mientras hablaba esforzndose por dar a su
palabra un acento de sinceridad, segua observando
aquel caso psicolgico en que vea reflejarse una
modalidad de nuestro ambiente de la cual podra
inferirse: que la adquisicin de un ttulo profesional
el desempeo de un cargo pblico de cierta importancia, trae aparejada para muchos una excesiva gravedad que les inhibe de ocuparse de cosas de arte,
sobre todo de literatura...
Y el autor de la solapada crtica es, sin embargo,
un hombre inteligente, de palabra vivaz y expresiva,
versadsimo en los enredijos de la politiquera que
por pereza no ha hecho otra cosa -como dice Ramos Meja en Los simuladores de talento- que seguir la rutina honorable de su empleo, en un
ininterrumpido sonambulismo que lo sustrae a todas las especulaciones del espritu y de la voluntad.
Sin embargo, se puede ser abogado, mdico, ingeniero, eximio funcionario y a la vez cultivar las
bellas letras. Una cosa no excluye la otra; por el
contrario, debieran aunarse realizndose as aquella
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utilidad preconizada en los manuales de literatura que se aprende en el colegio para olvidarla despus
en la brega de la vida- sobre la conveniencia de no
menospreciar como cosa balad el cultivo de la expresin del pensamiento, el cuidado del estilo, la
seleccin del gusto que tanto sirve para opinar, para
convencer, para imprimir inters a cuanto se dice o
escribe, desde que la palabra es instrumento natural
y propio de la accin.
La teora de que la pulidez del estilo slo revela
una anemia mental, no suele ser en muchos casos
ms que una careta falaz para hacer pasar como
moneda de buena ley o como rasgos de originalidad,
los tropezones de una prosa amorfa y sin substancia
medular...
Bastara para demostrarlo -circunscribiendo el
caso a lo nuestro- recordar aquellos maestros del
bello estilo que, a pesar de ocuparse en asuntos profesionales, cuidaron de animarlos con la palabra
lmpida y el giro de la frase artstica convirtiendo en
alegato magistral lo que en otros es slo desmaada
e inerte chapucera. Avellaneda, Juan Carlos Gmez, Del Valle, Lucio Lpez y Miguel Can son
ejemplos elocuentes; y, especialmente el primero,
que nunca pens que la investidura presidencial le
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vedara ocuparse de asuntos literarios, desde el mensaje y el discurso oficial de corte acadmico hasta el
vibrante parabin al Prometeo de Andrade, la justa
literaria sobre los mritos del poeta colombiano
Jorge Isaacs o el entusiasta proemio a las Primaverales de Enrique Rivarola, donde saludaba a los escritores de la nueva generacin con este grito lrico:
Paso a los poetas!
Encina, Gutirrez, Wilde, Ramos Meja, Ingenieros, Sicardi y Podest -profesionales de nota- no
desdearon tampoco el cultivo de la poesa o la
obra puramente literaria, afanndose en pulir su
prosa con pasin de orfebre para estampar en ella
los secretos de la originalidad y del sello personal.
Se argir tal vez que el caso no es idntico. No
lo niego, puesto que slo he presentado tales modelos para sustentar la tesis; y puedo agregar que
alguno de ellos se sinti molestado con los alfilerazos del mote despectivo para su profesin, segn la
generalizada creencia, y hasta protest de "no ser
literato" en una pgina de fresca y bella factura que
era la prueba plena del calificativo.
Es necesario tener entonces la sinceridad y el
coraje de defender nuestras aficiones contra la corriente hostil, y proclamar bien alto que, en el culti127
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NEOLOGISMOS CRIOLLOS
I
CHARAMUSCA
PARA EL LECTOR espaol, como para los
pocos versados en neologismos criollos, me imagino que de entrada en estas minucias de lenguaje les
va a surgir la primera duda.
Charamuscas?... Palabreja insurgente, barbarismo criollo, exclamar el primero con desdn; a
los otros tal vez se les antoje una charada. Y si acuden en busca de luz al diccionario de la Real Academia -que, segn su altiva divisa, limpia, fija y da
esplendor- sospecho que los va a dejar tan a oscuras
como antes.
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Confitura en forma de tirabuzn hecha de azcar ordinaria; voz mejicana -les ensear el libro de
los graves acadmicos de la calle de Valverde.
Pero que se interrogue a cualquier criollo viejo,
y ya sentirn su ruidosa carcajada. -No, mi amigo;
las ramitas y las hojas secas que sirven para prender
el fuego! -les responder sin vacilar, dando as la
acepcin consagrada en estas tierras desde que existieron gauchos que hicieron fuego para tomar mate
y churrasquear.
Por qu la ilustre Academia, que ha prohijado
el neologismo' mejicano -totalmente desconocido
para nosotros-, no habr incorporado an al lxico
un vocablo de uso tan generalizado en el Ro de la
Plata, Chile y Per?
Y si bien es cierto que el diccionario castellano
llama chamarasca a la lea menuda, briznas o ramas
secas para quemar, quin la ha odo pronunciar as
alguna vez entre nosotros?...
Acaso nuestro neologismo es ms apropiado y
lgico, desde que encarna la idea de chamuscar,
quemar rpidamente, hacer llama, para que ardan
los tizones.
En el moderno diccionario enciclopdico de
Elas Zerolo y otros escritores espaoles y america134
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II
RAMADA
Versando la cuestin sobre acepciones de voces
del lenguaje americano, la autoridad de la Real Academia no ha de servirnos para resolverla sino de
una manera subsidiaria.
Ella sigue encastillada en sus vetustas interpretaciones, sorda a toda voz que venga de ms all de
las fronteras peninsulares; mientras nosotros, desde
que nos independizamos -dando vida a este verbo
insurgente, como dice con no poca gracia Ricardo
Palma- no nos cuidamos mucho en averiguar si tal o
cual locucin est en el diccionario, bastndonos
saber que es de uso corriente y que responde a una
necesidad idiomtica, para emplearla.
Lo dems ya vendr, como vino lo otro, porque
la costumbre es una formidable legisladora. Lo dijo
Platn: en materia de lenguaje, el pueblo es un
maestro excelentsimo.
Ahora bien, cmo debe decirse, enramada o
ramada?
La Academia define la voz enramada, con tres
acepciones: 1 El conjunto de ramas espesas entrelazadas naturalmente; 2 El adorno formado por
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bosque virgen, en la que se elevaban unos chirimoyos y guayabos copudos, protectores de un naranjal,
que a su vez daba sombra a un largo rancho techado de palmera y a una ramada escueta donde estaba
el trapiche".
Una antigua tonada de las selvas santiagueas,
que debe tener anotada en su archivo folklrico el
poeta Ricardo Rojas en el ndice de las melanclicas
vidalitas de su tierra, dice:
Con guitarra y mate,
Vidalitay
Bajo la ramada,
Son las santiagueas
Vidalitay
Las mejor amadas...
Y Anbal Marc. Gimnez, uno de los ms vigorosos escritores de la nueva generacin, que ha interpretado con tanta gallarda los asuntos de su
terruo entrerriano, ha dicho en el sugeridor soneto
La siesta:
En la ramada descansa, bien cuidado el parejero
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dola al lenguaje llano y corriente, y la cual ser necesario emplear, si es que pretendemos evocar con
verdad su perfil ya casi perdido.
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UN POETA BOHEMIO
RECORRA DAS PASADOS un diario sin
mayor curiosidad, cuando al pronto mis ojos se detuvieron ante esta breve informacin transmitida
por el telgrafo con su lacnico frigidsimo: "Ha
muerto en Mrida, Mjico, el joven escritor argentino Martn Goycoechea Menndez".
El diario no agregaba ningn comentario sobre
aquella muerte prematura. Quiz pas desapercibida
la noticia, o bien no le conocan en la redaccin y
no se tomaron la molestia de averiguar de quin se
trataba.
Y, sin embargo, qu vida ms curiosa y accidentada la de ese bohemio peregrino, condenado
quin sabe por qu secreta fatalidad a cruzar melan-
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clico la tierra tras la sombra de una dicha quimrica que no deba alcanzar jams!. . .
Nacido en Crdoba -en la tranquila ciudad
montaesa de las iglesias y los conventos vetustos-,
un buen da, siendo an casi un adolescente, empez a hacer sonar su nombre como un ruidoso cascabel con los primeros escritos, donde al
decadentismo de la forma se mezclaban audaces
ideas libertarias, lo que le oblig a abandonar el nativo terruo para emprender su peregrinaje de eterno forastero, en medio de las ciudades indiferentes,
a que la muerte acaba de poner piadoso trmino.
Hoy en Buenos Aires de cronista ganndose
penosamente la vida; de marinero maana en un
buque de la armada en viaje de turista hacia los mares australes; de vigilante rural otro da para nutrirse
de sol y de pampa; de revolucionario uruguayo despus a fin de estudiar la guerra gaucha; de yerbatero
en las selvas guaranes en seguida, rastreando las
huellas del indio y del jesuita; enamorado ms tarde
de la figura del autcrata Francia, cuya imagen quera evocar sobre el polvo -que holl su calcaar de
dictador por cerca de treinta aos, sin un estremecimiento misericordioso ni siquiera para su anciano
padre moribundo...
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Aquella extraordinaria y frrea energa del brbaro que tentara el humorismo de la pluma del gran
Carlyle, debi seducir poderosamente la fantasa de
Goycoechea a fin de burilarla en un soneto, su forma potica favorita. Ignoro si concluy algn trabajo sobre el particular, pues a su regreso del
Paraguay slo estuvo de paso en Buenos Aires y
desapareci nuevamente para cruzar con su sombra
extraa de bohemio por el asfalto de los bulevares
de Pars, emprendiendo al da siguiente su vagabundaje a travs de los mares, hasta arribar a la tierra
esplendorosa de recuerdos y de leyendas de aquel
soberbio prncipe Moctezuma, con que lo deslumbraron las rimas extraas de Rubn Daro.
Tutecotzimi, Guaucmichin y las cobrizas mujeres toltecas; los bosques de esmeraldas, la montaa
que guarda los ignorados tesoros, el indio cubierto
de mticos tatuajes y los combates de los rudos flecheros, fueron tal vez el postrer ensueo del nmade soador.
Y all ha quedado inmvil para siempre aquel
pequeo cuerpo, inquieto y vagabundo, que pareca
eternamente empujado hacia un misterioso ms
all...
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EL CASAMIENTO DE LAUCHA
EL AUTOR Y EL LIBRO
SE HA OBSERVADO que, a semejanza del cerebro en el cuerpo humano, existe en toda sociedad
un grupo selecto de intelectuales que marcha a la
vanguardia en las especulaciones del espritu para
juzgar, sentir y expresar las cosas bellas. Y quiz no
sea ocioso hacerlo notar aqu, donde en medio del
engrandecimiento material de que tanto nos enorgullecemos, en esta poca de spera brega por el
lucro, suelen ser necesarias esas voces que nos hablan de cosas bellas, de cosas pequeas al parecer,
de armonas que andan por ah vagando en torno
nuestro y los distrados ojos no ven...
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DE LOS ULTIMOS
TAL ES EL EXPRESIVO ttulo de un nuevo
soneto -de inconfundible cuo criollo- con que el
joven poeta Anbal Marc. Gimnez, rindiendo homenaje a la tierra de sus amores, evoca el perfil ya
casi borrado de sus antiguos moradores.
Gimnez es entrerriano, hijo de Gualeguaych,
la cuna de Olegario Andrade, Gervasio Mndez y
Fray Moho, y como ellos ha recibido al nacer el
precioso don de sentir y expresar la bellezas.
Con un espritu libre de prejuicios y esa independencia de los fuertes, no imita servilmente ni
sigue los cnones de determinada escuela literaria.
Es un escritor nativo cuya fuerza reside en la espontaneidad y en la naturalidad, y de ah la gracia
subyugadora de su hermoso verismo.
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LAURACHA.
A SU AUTOR.
SOLICITA USTED amablemente mi franca
opinin sobre su novela Lauracha40, y para complacerlo no incurrir en el difundido error de aplaudir
sin mesura porque se trata de un libro nuestro, que
alguna vez seal Paul Groussac.
Procurar, al contrario; ser muy franco, como
usted lo desea, al expresarle mi pensamiento sin
atenuaciones, aunque su temperamento de escritor
anheloso de triunfos no es de los que se marean con
el aplauso banal, carente de sinceridad, ni la altivez
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Hay detalles en el libro que acusan un total desconocimiento de los usos y costumbres camperas,
que ha sido, sin embargo, su principal preocupacin, como lo indica el subttulo -la vida en la estancia-, lo cual le obligaba a darnos cuadros sentidos
con todo el rudo y fuerte sabor de esas escenas del
pasado.
Y para demostrarle el inters con que lo he ledo, copio algunas de las anotaciones marginales que
fui trazando con el espritu de un criollo que se regocija ante estas descripciones que despiertan las
dulces aoranzas del pago lejano...
As la atada de la yegua madrina con su cencerro
entre los caballos que arrastran la pesada galera, por
ejemplo, y en la cual se me antoja que confunde el
ruido de los cascabeles de las colleras de las cabalgaduras con el repiqueteo del cencerro de la madrina. O la parada de rodeo "de la novillada para
recibir la seal que indica el paso de la adolescencia
a la edad viril".
Lo que se marca en tales casos no son novillos,
sino terneros, y no de la manera con que la describe
hasta producirles "una llaga obscura, sanguinolenta". La sangre que se ve asomar en las faenas de la
hierra es la de la seal de las orejas o de los terneros
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entre los arreboles de uno de esos admirables crepsculos del atardecer, rindiendo a sus pies al presuntuoso adorador con una sola mirada de reina, no
deba, no poda caer a semejanza de una campusa
cualquiera!
Es demasiado brusca la transicin para que el
benvolo lector acepte semejante desenlace de aquel
tierno y romntico idilio. O el autor ha exagerado la
seleccin de la mujer espiritual, toda gracia y armona, o ha recargado las sombras en el bosquejo de la
hembra carnal; y del desequilibrio de dos estados
psicolgicos tan diversos dentro del mismo ser, de
ese violento choque de colores antagnicos en la
pintura de un solo personaje, ha resultado fatalmente un tipo extrao e irreal, simple creacin de la
fantasa, por ms que el autor enamorado de su
quimera se afanara por inyectarle vida, sangre ardorosa, pasiones quemantes e insaciados anhelos de
bajo sensualismo...
Tal vez ms de un lector encuentre excesiva esta
manera de aquilatar los mritos de una obra literaria.
No es as, sin embargo, porque entiendo que la tarea del crtico no consiste exclusivamente en adjudicar premios o azotes al autor. Adems, son
conocidas mis predilecciones por esta clase de pro178
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ducciones, y el seor Cione debi ser el primer convencido de que el asunto iba a interesarme al solicitar que le expresara con absoluta franqueza mi
opinin sobre su novela.
He cumplido la tarea sintiendo no haber podido
ser totalmente amable con un escritor que mucho
estimo, pero creo que no se tildar de injusta y apasionada la crtica. Podr ser errnea, pero no carece
seguramente de serena sinceridad.
Cuando un escritor joven, que ha dado ya al libro y al teatro producciones de mrito, se nos presenta con una nueva obra, los que aplaudimos las
primeras, los que como yo contribuyeron a su triunfo -como ocurri con su novela Maula, premiada
por un jurado del cual tuve el honor de formar parte-, tenemos el derecho de exigirle que esa obra sea,
si no mejor, por lo menos de mrito igual a las anteriores.
El autor pertenece al grupo de los valerosos, de
los que bregan por crear la obra regional de cuo
inconfundible. Tiene, sin duda, la forma colorida y
bella, pero ha olvidado que slo es perdurable la
expresin del sentimiento humano cuando entierra
sus races en la verdad. En sus manos est el contribuir eficazmente a la realizacin de tan loable idea, y
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no dudamos que lo conseguir con el estudio reposado y la prctica de su arte, porque aduna al entusiasmo ardoroso de la juventud los acicates de la
emulacin para triunfar.
La espontaneidad es atrayente, pero engaosa
como una sirena...
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TIERRA DE MATREROS
ME ARRELLAN en el rincn ms solitario
del vagn, abr el volumen que conservaba ese olor
hmedo y atrayente de los libros recin impresos
disponindome a saborearlo, cuando vino a ocupar
un asiento frontero al mo uno de esos individuos
de color indefinido, con ojos verdosos, pequeos y
fros que no cambian nunca de expresin como los
ojos de las vboras.
Le conoca apenas, pero saba que gozaba de
fama abrumadora por la monotona de sus charlas
inspidas; y si es cierto que cada hombre tiene la fisonoma interna reflejada en el rostro, mi vecino
llevaba en el suyo un estigma realmente repulsivo.
-Mal augurio -exclam en un soliloquio y poniendo ceo adusto respond secamente al saludo y
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Y sin darle tiempo para reponerse de la encomistica embestida, aad: -Escuche que esto es
nuestro, genuinamente nuestro y para usted, como
para cuantos lo lean, ser; -sin duda, una verdadera
revelacin. Son cuadritos copiados del natural en el
pleno aire del paisaje selvtico, con pinceladas rpidas y seguras, rebosantes de colorido y espiritualidad.
"Cinematgrafo criollo", lo ha titulado el autor,
y es as en realidad. Los tipos exticos por sus costumbres y la indumentaria que gastan, las escenas de
aquella vida librrima, ms curiosa an, y los paisajes variados de las islas y riachos de la regin van
desfilando ante la mirada del lector en graciosas y
vvidas evocaciones, a tal punto que cuando a vuelta
de una pgina se esfuma la figura que titil un instante para ver aparecer otra ms all, queda grabada
en la memoria la imagen por mucho tiempo.
Aquellos son tipos campesinos, criollos autnticos por su vestimenta y modalidades propias; por su
lenguaje tan rudo y extrao que parece dialectal; por
el aire hurao y siempre alerta para el desconocido
que llega a su miserable ranchada y a quien se mira
como a un posible enemigo del que es necesario
precaverse; por sus credulidades absurdas, sus tradi184
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vida a Mireya y Calendal, nosotros llevamos adherida a las fibras ms ntimas esos porfiados y resistentes carios de la tierruca.-Todava no ha surgido
el Mistral que la cante, pero ya vendr porque existen all temas lricos tan originales e interesantes
como los de su tierra solar del Crau y la Camarga.
En breve el silbato de la locomotora turbar la apacibilidad de aquellas selvas que el hacha empieza a
desmontar, y los vagones se llevarn a prisa las riquezas de la tierra; pero ya lo dijo un poeta: al sol
no lo transportan, ni transportan las estrellas...
Por eso puedo afirmarle que con todas sus imperfecciones de estilo, estas descripciones dejan en
el espritu del lector una visin ntida y real. La imaginacin y la fantasa no informan ni dan carcter a
los episodios y escenas descriptos, con un afn tan
sincero de verdad que la pluma no ha hecho ms
que ir esbozando recuerdos e impresiones, en croquis ligeros, sin preocuparse mayormente del retoque artstico que les hubiera impreso toda la
originalidad de su belleza selvtica...
Hay en este autor algo de la manera de tratar los
asuntos regionales a lo Rueda y Pereda, con verismo
crudo pero sin grosera. Se me antoja que los autores de La Reja y del Sabor de la Tierruca deben ser
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-Ojal se escribieran muchos libros como ste le respond- Es tan rica nuestra tierra en asuntos
artsticos! Y pensar que desdeamos los panoramas
vrgenes para ir a copiar los extraos! . . .
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CHARLA LITERARIA
GENTILMENTE invitado a tomar la palabra
por la ilustrada redaccin de este diario41, que ms
de una vez tuvo un aplauso generoso para las modestas producciones mas, no he podido menos de
acceder a tan honroso pedido, lamentando que el
esfuerzo de mi voluntad no alcanzara a saldar una
deuda d gratitud; pero confo en que vuestra deferente benevolencia atenuar las deficiencias del desempeo.
Y ante todo debo deciros que sta no es una
conferencia sobre literatura nacional, como amablemente se ha anunciado. No: ser apenas una
charla ntima a propsito de cosas de nuestra tierra,
que viene a haceros uno de sus hijos, que ama y
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cultiva las tradiciones del terruo, creyendo firmemente que no hay en ello nada frvolo ni vulgar, sino, por el contrario, una meritsima empresa, digna
de ser tratada por ms esclarecidos ingenios.
Hecha esta salvedad, procurar expresar ahora
lo que pienso de la produccin literaria actual y cul
debe ser verdadera orientacin.
Y bien: mi entusiasmo por todo lo que es genuinamente argentino no me arrastra hasta la obcecacin de proclamar que tenemos ya un caudal
literario tan netamente caracterizado que pueda reflejar todas las modalidades de nuestra naturaleza.
Poseemos apenas ensayos ms o menos felices
en que la originalidad, la fusin de las razas, el medio ambiente, el colorido, el paisaje y los rasgos
enrgicos de un pueblo viril, palpitan y se condensan en algunas pginas admirables que conviene sealar a las nuevas generaciones como un ejemplo y
un derrotero, en estas horas de momentnea desviacin del ideal artstico, en que, persiguiendo un
exotismo irreflexivo o un decadentismo estril, se
estn malogrando tantas jvenes inteligencias.
Ser, pues, oportuno advertirles que, en vez de
cantar asuntos polares en florilegios extraos, ta41
El Da de La Plata.
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solloza armonas desconocidas en los lentos crepsculos pampeanos; esa voz que, desde los octoslabos
de La cautiva hasta las toscas trovas del Martn Fierro, nos est relatando tan hondas y hermosas leyendas de herosmo y abnegaciones desconocidas.
Que demanden asuntos para la estrofa, el lienzo, el bronce o la pgina musical, al Facundo, ese
gran cuadro rudo, vigoroso y potente, donde el desborde magnfico y bravo de las cleras y odios de
Sarmiento esculpi todo un sangriento perodo de
nuestra historia.
Que lean con amor a ese otro hijo de la regin
montaosa que ha bajado a la llanura, trayndonos
como ofrenda de hermandad en el arte, tres obras
genuinamente argentinas: La tradicin nacional, Mis
montaas y Cuentos.
Con placer me detengo a sealar esta produccin intelectual, porque creo que es Gonzlez el
primer escritor que, sintiendo hondo y amando sin
sonrojos el suelo natal, ha sabido encontrar inspiracin para sus obras en las fuentes inexhaustas y virginales de una tierra tan rica en asuntos artsticos.
Y es por eso que su amor al rinconcito andino
que sustentara su cuna, se expande por toda la obra,
hasta fundirse en el ms ferviente culto a la patria; y
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EL VIEJO CALISTO
I
NOS LLEGA de Montevideo una triste noticia.
Ha muerto ayer en su ciudad natal, tras lenta y cruel
enfermedad, un escritor modesto, pero de positivo
mrito. Don Alcides De Mara -el popular Viejo
Calisto de los regocijados bordoneos de El Fogn,
que tenan aromas y ambiente campestre- era indiscutidamente el ms antiguo y el ms altivo mantenedor de las tradiciones con puro sedimento criollo
en ambas mrgenes del Plata.
Y no fueron propsitos de mero entretenimiento espiritual para halagar aficiones de un determinado grupo, ni menos el afn de medrar, los
que guiaron la pluma de este escritor festivo, sino
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era propicia y el poeta Elas Regules rompi el fuego con un hermoso cuadrito campero que remataba
la siguiente dcima:
Qu hermosa! Qu linda est
Esa triguea cantora
Con su frescura de aurora
Y entonacin de sabi!
Es flor de mburucuy
Que donde toca se aferra,
clavel de la sierra,
Es cuadro sobresaliente
Esa morocha que siente
Las ositas de la tierra.
A mi vez escrib a continuacin:
Yo la vi y entusiasmado
Escuch su voz sentida,
Que a mi alma estremecida
Trajo un eco del pasado.
Como en conjuro soado
Cre sentir en derredor,
Sobre los cardos en flor
Que cubren triste tapera,
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II
En uno de los ltimos nmeros de El Fogn,
como si hubiera tenido el presentimiento de la eter204
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na partida, el viejo poeta, enfermo y dolorido, publicaba uno de esos cantares sentidos y sencillos que
parecen brotar del corazn del pueblo.
Eran estas cadencias la quejumbre rimada de un
alma que sufra y cantaba mezclando a las lgrimas
las sonrisas para engaar sus dolores.
Guitarra que tantas veces
A mi voz acompaaste
Haciendo ms grato y tierno
El eco de mis cantares.
Por qu como en otro tiempo
Ya no vibra tu cordaje,
Ni mis cantos acompaas,
Ni suenas para alegrarme?
Es que mi mano, crispada
Por el tiempo inexorable,
Tiembla dbil e insegura
Cuando quiere acariciarte,
Y ni se templan tus cuerdas
Ni armoniza tu lenguaje.
Y sin embargo es preciso,
Guitarra que me acompaes,
Como acompaas al ciego
A quien obliga a que cante
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Y, sin embargo, era preciso que cantara, que hiciera vibrar el cordaje de la guitarra para acompaar
los cantos festivos de otros das, aquellos fciles y
regocijados bordoneos que tenan aromas y ambiente de nuestros campos, tan celebrados por los
lectores de la revista, con que a costa de indecibles
fatigas el poeta enfermo gan su pan cotidiano. Era
preciso que cantara sorbindose las lgrimas amargas, como aquel gaitero de Gijn en la tierra dolora
de Campoamor.
Que cantara y riese ocultando la pena que le laceraba las entraas, bajo la faz de una careta. Triste
condicin!
As lo vimos all en una casita de la calle
Vzquez, en Montevideo, sonriendo bondadoso y
lleno de entusiasmos por la causa de nuestros comunes amores, que iba traduciendo la palabra apagada por la fatiga de una cruel enfermedad, junto a
la mesa de trabajo, donde la inspiracin, que no le
abandon hasta el postrer instante, acababa de revelarse en una dcima festiva.
Pero la profesin de escritor de revistas, all
como aqu, no produce -salvo contados casos- sino
escasos rendimientos, lo necesario apenas para vivir
como un condenado aferrado por la ms absor208
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bente de las tareas; y cuando se piensa en las deplorables condiciones de salud con que tuvo que realizarla, la imagen del penoso suplicio se nos presenta
con toda su punzante realidad . . .
Y as luch mientras tuvo alientos, con rara
energa, aquel valeroso portaestandarte de las tradiciones criollas, y slo abandon el puesto de combate a uno de su sangre cuando sinti llegar la
muerte, con el presentimiento de que no han de
borrarse las huellas de su labor literaria, ni brotarn
flores de extraos climas sobre la tierra donde l
abri el surco para derramar las simientes nativas...
III
Saba de cosas criollas. La vida de periodista
errabundo que llev durante la juventud, componiendo l mismo los artculos que trazaba su pluma
gil e incansable -hoy en Mercedes del Estado
oriental, maana en Gualeguaych, Gualeguay o
Victoria en Entre Ros- le pusieron en contacto con
los hombres y las costumbres de aquellos tiempos.
Estudi as el medio ambiente y se satur el espritu
con ese sedimento inapreciable de experiencia y de
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CUADROS DE ANTAO
LA CARRERA
I
BAJO EL TTULO de La Carrera llega a mis
manos una poesa con acusado ambiente nuestro de
la cual es autor el estimable escritor uruguayo don
Pedro Erasmo Callorda.
La he ledo con mucho agrado reconstruyendo
con la imaginacin viejos cuadros de un pasado a
que siempre vuelve placentero mi pensamiento. El
amor a la querencia!, dira un criollo, y es la verdad.
Todas estas producciones que tienen el prestigioso
aroma de las evocaciones lejanas -por ms vago que
sea su perfume y a pesar de los naturales defectos
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cuando no se trata de una obra de impresin directa-, despiertan de improviso mi espritu para llevarlo
all, lejos, al rinconcito de mi tierra donde cantan las
nostalgias de la juventud y de la selva nativa...
Pero as como es grande e inalterada la pasin,
es tambin celosa y exigente para no permitir que se
adultere o pervierta la aejez de las tradiciones. Si es
que merecen conservarse deben serlo ntegramente,
de otro modo ms valdra dejarlas reposar en el olvido. As entendemos el apego misonesta, que no
tiene nada de retardatario en su mstica reverencia
hacia los queridos antaares, y no porque los supongamos mejores a otros cuadros y escenas de la
hora presente, sino por ser genuinamente nuestros,
porque tienen la substancia medular exenta de las
impurezas de toda extraa mezcla, y por eso las
sentimos adheridas tan tenazmente a las fibras ms
secretas.
Tal es el criterio con que juzgamos siempre toda
obra de asunto nacional -acertado o errneo, pero
sincero-, porque alentamos la creencia de que slo
as, paso a paso, iremos trazando los lineamientos
de la literatura del pas, con asuntos y sentimientos
que reflejen las caractersticas genuinas de cada regin, sinceramente, con todas las brusquedades y
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asperezas de los rsticos protagonistas, pero pintados con escrupulosa verdad. Lo dems es extraviar
l criterio del lector dejndole una impresin de arte, que podr resultar muy hermosa, pero que lleva
en la entraa, como una herida oculta, la sentencia
fatal que la condena a no sobrevivir. . .
Es lo que ha ocurrido ya con los escritores de la
poca romntica que pintaron al gaucho rioplatense
con luz artificial, sin observarlo en el pleno aire del
escenario en que desarroll sus instintos, y cuyas
descripciones leemos hoy sin admiracin ni entusiasmo porque no surge de esas pginas olvidadas
ningn soplo de vida ni despiertan una sola emocin interna.
Entre el viejo Chano y el payador Contreras, de
Hidalgo -que vivirn eternamente-, y el Celiar amanerado y romntico de Magarios Cervantes, por
ejemplo, media un abismo.
Era slo defecto de la escuela literaria? No. Es
la falta de compenetracin con el alma colectiva,
con los sentires y la mentalidad de la poca y con la
accin que proyecta la obra a travs de los tiempos.
Cabalmente el Celiar contiene una plida descripcin de una carrera a campo abierto, que ms de
una vez hemos odo citar con admiracin. Pues
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La vista no alcanza,
Pues vence ligera
La lumbre que lanza
El rayo al pasar;
Pero con no humana
Rapidez gigante,
La meta cercana
Primero triunfante
Pis Celiar!
Vase en cambio la pintura que el joven poeta
nos ofrece del mismo asunto, y que transcribimos
ntegra a fin de sealar los reparos marginales que
fuimos anotando mientras saboreamos esta hermosa composicin de tpico sabor americano.
LA CARRERA
Va a empezar la carrera. Todo el gauchaje
En torno de las "sendas" se agolpa y mira,
El sol quiebra sus lampos en el "herraje
Y un bochorno de fraguas la turba aspira.
De la brida florean los "parejeros"
Al ritmo perezoso de un paso lento,
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II
En los Cantos de lea Tierra de Carlos Roxlo,
existe tambin una hermosa poesa titulada "La Carrera", pintada la luz de la tarde estival en una
campestre pulpera, donde el gauchaje se agita bullanguero, mientras rueda la taba y circula el mate y
gime una guitarra con arpegios de sabi, y en la que
una morocha encantadora tiene su mirada de pasin
para el rstico cantor, que resulta el vencedor en la
carrera.
Sin embargo, a pesar de esta semejanza de
asunto y de ambiente; a pesar de la soberana armona de las artsticas dcimas de Roxlo que cantan al
odo sus clusulas sonoras, preferimos con todas
sus deficiencias la primera composicin porque nos
da una emocin ms real.
Los versos de Roxlo podran ser suscriptos por
Nez de Arce, porque tienen su mismo acento y
mucho sabor de la tierra espaola. En cambio las
cuartetas de Callorda no pueden escribirse sino con
la impresin directa y sentida del paisaje y del
asunto regional...
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Para cuantos sabemos de cosas criollas, les habrn resultado falsas las siguientes voces que el seor Callorda da como gauchescas, porque en
realidad no lo son.
As la palabra enramada -voz castiza y potica
que el gaucho no emple jams-, puesto que siempre llam ramada al complemento de su rancho,
formado, como es sabido, con horcones y ramas.
De ah la voz ramada, igualmente castiza, que se
encuentra usada por los escritores de la poca colonial - Azara entre otros- y por los poetas gauchescos
que podemos llamar clsicos en el gnero, como
Ascasubi y Hernndez.
Tampoco las carreras se corren en sendas, sino
en la cancha del andarivel, o en el camino, o a campo abierto si se quiere. La palabra senda trae la idea
de algo tortuoso y estrecho, lugar inapropiado por
lo tanto para desarrollar el juego libre de una carrera. Al trmino del tiro o distancia que se corre no se
le denomina meta -palabreja desconocida en el decir
campero-, se le dice la raya, y de ah rayero o juez de
raya, como se llama al encargado de decidir quin ha
ganado la carrera en los casos dudosos. Hacerle decir meta a un gaucho en vez de raya, es tan impropio como poner en su boca la palabra estadio por la
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CLARINADAS
Se engaan los que van a
buscar inspiracin en climas lejanos, los que persiguen lo bello
revolviendo afanosamente libros
polvorosos; como la felicidad, la
poesa est a menudo a nuestra
puerta; brilla en todas partes, para
quien tiene ojos y corazn de
poeta...
FLIX
F.
CASEMAYOR.
LA FRMULA intensa y exacta del maestro
inolvidable, viene a mi memoria al terminar la lectura del pequeo volumen de versos, Clarinada, de
Leandro Arrarte Victoria, que despert en mi esp226
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en su lira -sera tal vez ms propio decir en su guitarra campera- la bordona vibradora para cantar glorias y exaltar entusiasmos patriticos; para reflejar
las alegras, los dolores, los anhelos y ensueos de
un ser humilde, pero bien digno de todas nuestras
simpatas: el soldado.
Ha dado el autor una nota original y feliz, nica
me parece en ambas mrgenes del Plata, al tomar
como asunto de inspiracin el alma del soldado; y
no dudo, como lo augura el prologuista, que ms de
una de sus composiciones llegar a ser popular en
las veladas del campamento. Y qu mayor galardn
que verse revivir as, en medio de ese ambiente
hombruno, estremeciendo corazones toscos y viriles
con las melodas de sus estrofas.
Cuntos autores de primorosos e historiados
volmenes de versos hueros, con todas sus ridculas
pretensiones de originalidad atormentadora de la
rima y del recto decir, cuntas de esas anmicas flores de ingenio muertas al nacer, no envidiarn la
fortuna de algunas de las vibrantes y sentidas clarinadas, como las que inspiraron "El Cuartel", para
m el ms bello y animado de sus pequeos poemas.
El triunfo de lo vulgar, exclamar quiz ms de
un desdeado del xito, alguno de esos exticos
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rimadores de empalagosas exquisiteces, sin apercibirse que, cabalmente, uno de los fines principales y
el triunfo de la poesa es desentraar lo bello de los
asuntos sencillos y vulgares.
Tal fue el secreto del xito de Campoamor, de
Trueba y de Vicente Medina, el cantor de las almas
humildes y lugareas, que vivir vida duradera en
los rsticos y sentimentales versos de sus Aires
murcianos. No tema, pues, el autor a semejantes
desdenes; y, mientras siguen ellos cincelando sus
estatuas en deleznable hielo a la luz de extraos horizontes, contine el animoso cantor modelando
con el sedimento nativo las figuras de esos bravos
chinos curtidos de sol y pampero, que saben ser
grandes "cuando el lamento de la patria suena".
Son de nuestra raza, y por lo mismo que son
oscuros y humildes necesitan quien comprenda y
sienta sus penas, quien ensee a quererlos narrando
los episodios de esas rudas vidas, con las imgenes
familiares de la tierra natal.
Esa es su cuerda, no la abandone ya que tuvo el
noble pensamiento de nutrir su estro en una fuente
virgen, encontrando el acento y el ritmo adecuado
para interpretar el herosmo, los sufrimientos y las
bruscas ternuras del humilde soldado.
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Tal hizo Hidalgo -su legendario compatriotaall en los albores del pasado siglo cantando por
boca de Chano los recuerdos de la patria vieja. Y
cual si aquel piadoso sentimiento se hubiera transmitido como un legado a los de su estirpe, Ricardo
Gutirrez esculpi en el Libro de los Cantor este
admirable medalln del alma del soldado:
Yo soy la carne de can que alfombra
sangrienta y palpitante,
rota y hecha girones,
el camino triunfante
que conduce la gloria sus legiones.
Yo soy la abnegacin desconocida
y la pena ignorada.
Soy la sangre vertida
con todo el sacrificio de la vida,
y sin otra ambicin en su carrera
que un girn de bandera
que sepulte mis miembros en la nada!...
Leandro Arrarte Victoria es un poeta joven y
modesto que acaba de hacerse conocer con el pequeo volumen de Clarinadas, y sta es la razn, sin
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alfrez: cuando en el bautizo de fuego apareci como por encanto entre la humareda del combate,
porfiando por cubrir con su estatura de titn la delicada de tu amito. Todos, de ah en adelante, todos
los recuerdos de la vida militar: muchos, innumerables lances de herosmo: aquella vez que lo levant
herido y desmayado y galopando a toda rienda, lo
llev en brazos desde la lnea de fuego hasta el hospital de sangre, donde le vend la herida con su pauelo colorado, y le frot las sienes con el ltimo
trago de aguardiente que su cantimplora atesoraba;
esa otra tarde del entrevero a lanza, en que le quit
de encima el caballo recin muerto, para ofrecerle
uno aperadito y todava encabritado por la cada de
su jinete, desmontado al efecto por uno de sus lanzazos fulminantes; aquellos arrestos correspondientes a otras tantas reverendas borracheras con
que siempre celebr cada triunfo y cada ascenso de
su amito...
He conocido algunos criollos de esa laya, bronceados por el sol y el pampero, sin otras insignias
que las anchas cicatrices conquistadas en aquellos
brbaros entreveros a sable y a lanza en los tiempos
de Ramrez, Facundo, Urquiza o La Madrid.
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Tal vez en sus correras por los valles del Neuquen tropez usted con alguna de esas valerosas
compaeras de glorias y penurias de los soldados
que conquistaron la pampa, y para quienes parece
escrito el admirable verso de Ricardo Gutirrez:
Yo soy la abnegacin desconocida.
Perdidos en medio de la broza de los partes oficiales de algunas acciones de aquel largo guerrear
con los salvajes del desierto, y en tal cual relato de
episodios militares, suelen encontrarse datos brillantes sobre la actuacin de esas menospreciadas
heronas de los viejos fortines, donde se jugaba la
vida a cada instante y sobre cuyos terrones que ha
dispersado el arado brotan hoy las mieses de las
colonias o se alzan villas opulentas.
Tambin los tiene muy hermosos la guerra del
Paraguay, como aquel de una pobre china -Rosa la
Tigra- que en medio del horrendo estrago del desastre de Curupaity va a salvar los despojos de su
amante para darles piadosa sepultura.
No fue ms grande la accin de Editha -la del
cuello de cisne- yendo a buscar al campo de batalla
en Hasting's, el cadver del rey Haroldo, que el de
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Araujo, son, en efecto, libros rarsimos desaparecidos hace ya muchos aos del comercio en las libreras de viejo -conocindose apenas en la actualidad
uno que otro ejemplar trunco o deteriorado por la
polilla- y en los que, al inters sustancial de su contenido se ana el atractivo peculiar de ser productos
de nuestras primitivas imprentas -por lo menos el
segundo, que lleva el cuo de la Real Imprenta de
los Nios Expsitos, fundada por el virrey Vrtizpues, en cuanto al Lazarillo, si bien aparece impreso
en Gijn, es opinin corriente entre los americanistas como Mitre, Ren-Moreno, Brunet y Ballivian y
Roxas, que sin duda se trata de una estampa clandestina hecha en Lima.
Autoriza tal suposicin la pobreza de su factura,
el tipo empleado y la forma de paginacin sin nmeros, as como la falta de un ndice y, finalmente,
ese pie de imprenta "La Rovada que parece estar
denunciando la incontenida travesura del socarrn
autor, al pretender hacer pasar por liebre autntica
de Asturias su modesto ckoy limeo...
Este espritu chancero del cholo burln, que
empieza por mofarse de la autenticidad de su origen, de su raza, de su familia; -oh, aquellas pobres
primitas collas vrgenes de un convento del Cuzco!247
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II
LA GULA DE FORASTEROS
No menos rara y curiosa que el Lazarillo -a pesar de ser ms moderna su impresin y de haberse
editado en esta ciudad-; pero con igual importancia
histrica y bibliogrfica, por las numerosas noticias
y datos que brinda al investigador de los orgenes
nacionales, es la Gua de forasteros del Virreinato
de Buenos Aires, publicada el ao 1803 en la real
imprenta de los Nios Expsitos.
Y si bien es cierto que en la portada se dice que
fue dispuesta con permiso del superior gobierno
por el seor visitador general de la real hacienda
don Diego de la Vega, consta en el texto que es su
compositor el oficial de contadura don Jos Joaqun de Araujo, uno de los escritores criollos de la
colonia ms versados en la historia del pas, segn lo
comprueban sus colaboraciones en el Telgrafo
Mercantil, de Cabello, y un erudito examen crtico
sobre la primera fundacin de Buenos Aires, que
est reproducido en el tomo nico de la Biblioteca
de la Revista de Buenos Aires, y el cual cita con encomio Domnguez en su Historia Argentina.
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En los tomos IV y XXIII de la revista mencionada se registran tambin varios trabajos del distinguido escritor investigando el origen de algunos
pueblos de su provincia natal y de las ciudades de
Santiago del Estero, Tucumn y San Juan, as como
una serie muy interesante de apuntamientos de la
jurisdiccin de los curatos en la metrpoli, los cuales destinaba para una segunda edicin de su Gua
cuando le sorprendi la muerte, a los 73 aos, en
esta ciudad, el da 10 de mayo de 1835.
Respecto de la fecha precisa del deceso, hay alguna divergencia entre los que se han ocupado de
Araujo. As don Juan Mara Gutirrez dice que falleci en Buenos Aires el 10 de mayo de 1834 (Revista de Buenos Aires, IX, Pg. 472) y don Vicente
Q. Quesada da el 1o de mayo de 1835 (Revista cit.,
iv, Pg. 531). El Diccionario bibliogrfico argentino,
de Molina Arrotea, Garca y Casabal, indica el i 8 de
mayo de 1834; las Efemrides Americanas, de Rivas, dan tambin esta ltima fecha. En cambio don
Angel Justiniano Carranza -a quien perteneci el
magnfico ejemplar de que nos servimos para esta
reimpresin- ha consignado en una nota: "El compositor de esta Gua falleci en Buenos Aires el 9 de
mayo de 1835." Hemos adoptado la fecha indicada
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por Quesada, por ser la verdadera, segn constancias del expediente testamentario de Araujo, que
puede verse en el legajo 124 del ndice general del
Archivo de los Tribunales.
Penetrados de la importancia de esta obra, que
los amantes de la historia patria consultarn siempre
con sumo inters, por los datos y noticias en ella
contenidos -y de la cual existen contados ejemplares- los seores Flix F. Outes y Luis Mara Torres
emprendieron hace algunos aos su reimpresin en
la revista Historia, pero desgraciadamente la publicacin no pas de la pgina 47.
Se satisface entonces una aspiracin de largo
tiempo sentida al exhumar hoy un libro de forma
modesta -como su autor que lo public sin dar su
nombre- pero rico en informaciones histricas, y
del cual ha hecho don Juan Mara Gutirrez el honroso elogio a que es forzoso referirse, no slo por la
indiscutida autoridad de su palabra en estas materias, sino tambin porque muy poco nuevo podra
agregarse a la breve biografa de un escritor cuya
modestia le hizo publicar todos sus trabajos bajo el
annimo, habindose extraviado adems la coleccin de papeles sobre las invasiones inglesas y otros
acontecimientos importantes del pas que, en su afi258
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cin por los estudios histricos, haba ido atesorando Araujo con esa meritsima labor benedictina de
los papelistas de antao, que a manera de inextinguible lmpara ha de guiarnos en las investigaciones
de la oculta verdad.
Las primeras guas del virreinato -dice Gutirrez- aparecieron en los aos 1792 y 1793, estando
su cabeza el teniente general don Nicols Arredondo47. Pero estas guas, aunque contienen algunos
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la administracin desde 1779 -segn afirma Quesada (Revista de Buenos Aires, t. IV, Pg. 528)- bien
pudo escribir a los diecinueve aos las sencillas
Guas de 178r-82, que ampli considerablemente
despus en la de 1803.
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I
EL ESCUDO DE ENTRE RIOS
BERNARDO L. PEYRET -distinguido normalista del Paran- ha concebido la buena idea de procurar el restablecimiento del verdadero escudo
entrerriano, que, a semejanza de nuestro smbolo
nacional, viene siendo adulterado por la fantasa o la
ignorancia de los artfices que lo interpretaron en
numerosas obras oficiales. Con tal propsito solicit mi opinin; y estimando el asunto de no escaso
inters para la investigacin de nuestros orgenes
constitucionales, he procurado en la medida modesta de mis fuerzas aportar algunos antecedentes a
su esclarecimiento.
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embrionaria no se fundira con simples declaraciones, y fue menester regar el suelo argentino con
mucha sangre y muchas lgrimas para consolidarlo.
La bandera de la republiqueta de Ramrez
muerto en un entrevero romancesco por los soldados de su antiguo aliado el caudillo santafecino Estanislao Lpez- cay arrollada por la resolucin del
congreso de 1822, pero volvi a surgir en breve en
la nueva insignia provincial. As aparece pintada en
la banda que cruza el pecho del general Urquiza en
el cuadro de Penutti de 1851, y yo recuerdo haberla
visto durante mi niez al lado de la nacional en las
fiestas cvicas de mi pueblo natal.
Pero volvamos al escudo. Por su forma y emblemas caractersticos es evidente que la creacin se
inspir en el modelo del sello de la asamblea constituyente del ao 1813, aunque no sean iguales, como era natural. La forma ovalada de ambos
corresponde al tipo conocido en herldica por de
nobleza italiana. En el nacional, los dos cuarteles
que lo dividen horizontalmente son de color plata el
inferior y azul el superior; en el entrerriano son de
color grana o gules, y verde o sinople; en el primero
dos brazos desnudos levantan una pica coronada
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II
Veamos ahora las diferencias. stas consisten,
principalmente, en la sustitucin del color de los
cuarteles, en la supresin de la pica y el gorro frigio,
y en la posicin del sol; y no obedecieron, sin duda,
a otro objeto que al de diferenciarlos introduciendo
en el segundo algo nuevo, caracterstico y local. La
diferencia sustancial est en el cambio del azur, representativo del aire o del cielo, en el del ao 1813,
reemplazado por sinople, que significa el agua. Entre Ros puede ostentarlo en su blasn, para simbolizar las grandes corrientes que circundan su suelo y
lo fecundan con esa red intrincada de ros y arroyos
que un poeta llam los caminos de Dios.
En la pureza estricta del arte del blasn, el verde
o sinople significa siempre el agua, por ms que en
la herldica francesa para timbrar los escudos de la
nobleza se haya hecho extensivo su primitivo emblema, al amor, la juventud, la belleza y la libertad;
siendo la esmeralda entre las piedras preciosas, y el
laurel y la siempreviva entre las plantas y flores, las
que lo representan simblicamente.
No es aventurado imaginar que los congresales
de 1822 slo tuvieron en vista la interpretacin in271
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En una monografa sobre el escudo y los colores de la bandera, publicada por Estanislao S. Zeballos en la Revista de derecho, historia y letras, del
ao 1900, se reproducen en facsmil las ms pintorescas de esas arbitrarias variantes, impresas en
obras de origen oficial, con vituperable menosprecio por los expresivos y hermosos smbolos de
nuestro escudo.
Qu extrao, pues, que haya ocurrido cosa semejante con el escudo provincial de Entre Ros.
Conservo en mi coleccin varias piezas antiguas de
aquella provincia, donde pueden notarse esas adulteraciones. Tal, por ejemplo, su papel sellado para
los aos 1840-1852, en que la palabra "Unin" del
lema del cuartel inferior se substituye por "Federacin". En un sello de plata del Tribunal de Medicina
de 1848, que se ajusta con admirable propiedad al
patrn histrico, se ha suprimido, sin embargo, toda
la leyenda: "Unin, Libertad y Fuerza", para reemplazarla con el nombre de aquel tribunal.
Otro ejemplar no menos interesante lo constituye la medalla acuada en Inglaterra el ao 1851,
conmemorando el pronunciamiento del general Urquiza contra Rosas, y en cuyo troquel se acuaron
esos botones que nuestros numismticos denomi276
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confirmando as con esa interpretacin consuetudinaria, que fue estrella y no medalla el atributo sealado por los constituyentes de 1822.
De acuerdo entonces con estos antecedentes
histricos y las reglas tcnicas representativas de los
colores en el arte herldico, el escudo debe blasonarse de la manera siguiente:
En forma oval con un cordn por el canto y
dos ramas de laurel adentro en sinople; el cuartel
superior, de menor extensin, en campo de grana o
gules con una estrella de plata de cinco picos y la
inscripcin: 'Provincia de Entre Ros" distribuida en
la parte de arriba; en el cuartel inferior, de mayor
extensin, un sol de oro flamgero en campo verde
o sinople con el lema:
"Unin, Libertad y Fuerza", distribuido de igual
manera que el anterior; la divisin de los cuarteles la
harn dos manos entrelazadas fraternalmente con
su carnacin natural.
La representacin grfica de los colores no
ofrece dificultad porque el escudo se ajusta a las
reglas del arte herldico, salvo el detalle de la palabra grana que est empleada como sinnimo de rojo
o gules y cuya interpretacin se encuentra explicada
en los tratados uniformemente: para el gules, lneas
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Y as como es admirable por su crudo y punzante realismo la escena del suicidio en Sin rumbo
de Cambacrs, cuando el hombre refinado por todas las culturas de la educacin y la fortuna pone fin
al hasto de su intil existencia, abrindose el vientre
en cruz y rompindose las tripas de un tirn, como
quien rompe una piola, all en la lejana soledad de
una estancia; nos resulta falso el desenlace del Primitivo de Reyles o del Barranca abajo de Snchez,
aunque se trate de uno de esos trgicos dramas que
colman el corazn de odios y amarguras, por -que
en ambas obras, de alto mrito artstico, su finalidad
es idntica: la muerte espontnea del protagonista
gaucho. No. Porque las bravas virilidades del alma
gaucha, templada contra todos los reveses de la adversidad, le vedan buscar la salvacin por el camino
de la muerte voluntaria.
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ELAS REGULES
I
ES, SIN DUDA, una de las figuras literarias
ms atrayentes y curiosas entre los actuales escritores uruguayos, la del doctor Elas Regules: mdico
distinguido, profesor en la Facultad de Medicina y
presidente ad vitam de "La Criolla", de Montevideo,
una sociedad de jvenes consagrada a perpetuar las
tradiciones nativas, que ha levantado su edificio sobre la cumbre de una cuchilla en los alrededores de
aquella ciudad, para celebrar fiestas y veladas literarias con la nota pintoresca de los bailes y cantares
de antao y los aperos y trajes de usanza campera.
Naturalmente no han faltado opositores, y en
ms de una ocasin se lanzaron desde las columnas
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en todos los momentos alerta para cantar el romance de las luchas, las penas, las alegras y las rudas
ternuras del antiguo morador de las campias uruguayas.
Fruto de esos carios hondos es el tomito de
Versos Criollos, que sus amigos y admiradores acaban de editar colocando en- la portada el retrato del
autor precedido de este hermoso dstico, que semeja
una de aquellas altaneras divisas que grababan en
sus espadas los antiguos caballeros:
Siempre se encuentran en primavera
Los viejos cardos de mi tapera.
El poeta de la tierra est retratado en cuerpo y
alma, con sus inextirpables amores natales, en esa
sincera profesin de fe que perfila con acentuado
rasgo su personalidad literaria.
El sentimiento de la naturaleza y la inspiracin
juguetona y maliciosa de Ascasubi y del Campo,
mezclados a la honda observacin del genial Hernndez sobre el alma gaucha, forman la ntima urdimbre de la poesa de Regules, que tiene, sin
embargo, su acento personalsimo, como se nota en
"Rumbo" y en "Mi tapera", dos de sus composicio293
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II
Para que no se piense que por afinidad de ideales exageramos el mrito de esta obra, digna en realidad de alabanza, he aqu algunas muestras de la
manera como siente e interpreta los asuntos campestres.
Pinta en "Rumbo" -con que se abre el volumenuna de las caractersticas del gaucho rioplatense que
sabe orientarse para seguir su camino en medio de
las tinieblas nocturnas, sin ms gua que los golpes
de su aguda mirada:
Pisa lomas, cruza el llano,
Pasa el arroyo y la sierra,
Como arreglando la tierra
Con la palma de la mano.
Y es tan seguro baqueano
Aquel resuelto jinete
Que, cual si fuera un juguete,
Abras, sendas y picadas
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Y en el bajo y el repecho,
Cuando su cara levanta,
Muestra un nudo en la garganta
Y una esperanza en el pecho.
Escuchad ahora la evocacin de la vuelta del escolar a la estancia paterna, tan sencilla y tan tierna,
que la he ledo muchas veces con las pupilas nubladas por dulces lgrimas, porque me trae esas memorias siempre despiertas en mi corazn de la vieja
heredad de mis padres, perdida all entre las soledades boscosas de Montiel.
Cuntos como yo no leern estremecidos por
los recuerdos de la niez, la sugerente estrofa de
este poeta que sabe objetivar sin quejumbres, en
forma tan sentida y artstica, las imgenes familiares
de los hogares de antao!
El final sobre todo es de una naturalidad realmente deliciosa:
Pisa de nuevo el terreno
Donde sano y vivaracho
Corri descalzo el muchacho
Con natural desenfreno.
Respira en el pago ameno
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III
He vuelto a recorrer con deleite mental las diversas composiciones agrupadas en este pequeo
volumen, para borrar la ingrata impresin dejada en
mi espritu por la reciente lectura de un libro argentino, en que se abomina de todas estas cosas que
constituyen la fusin tnica del criollo con los orgenes nacionales, llegando hasta afirmarse que ese
grosero perodo de la vida nacional no vale la pena
ser recordado.
Y sin hacer gala de estrechos localismos, con
sincera y firme conviccin confesamos que la brusca arremetida no ha entibiado el fervor de nuestras
simpatas hacia las producciones que entierran su
honda raigambre en las tradiciones nativas y que
constituirn, a pesar de las inmotivadas depreciaciones, el basamento de la poesa del Plata.
Regules -momo nuestro Obligado que acaba de
merecer tambin los honores de la diatriba de uno
de estos rabiosos iconoclastas- pertenece a la estirpe
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de los peregrinos artistas que saben darnos la impresin de lo que han visto y sentido en toda su
realidad.
Su obra queda de pie, noble y altiva -con las altiveces de la raza que canta-, sin temor al prejuicio
ni al desdn de cuantos hacen gala de proclamar su
desvinculacin con los tiempos pasados, sordos a la
voz de la sangre y de la historia que les ensea que,
sin Gemes y sus gauchos serranos, no se hubiera
salvado la causa de la independencia; que sin Urquiza y sus rudos lanceros no hubieran resonado las
clarinadas de Caseros, ni tendramos las bases de la
organizacin y la unidad nacional.
Son, sin duda, muy dueos de alimentar tales
sentimientos; y, con igual derecho, nos ha de ser
permitido manifestar nuestro franco cario por las
producciones de esencia genuinamente criolla, como la que motiva estas reflexiones, cuya lectura ha
hecho reverberar como una brillazn de la pampa
toda la luz, y los verdores del pago lejano.
Encuntranse, en efecto, esparcidas con derroche en las breves pginas de este libro de versos
sencillos y sentidos, una serie de notas e impresiones rebosantes de vida, con el sabor y la dulcedumbre de las cosas nuestras, amorosamente cinceladas
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IV
Hace un cuarto de siglo que escrib la precedente semblanza de Elas Regules, el buen camarada
en nuestras campaas por el mantenimiento de los
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cardos . . . Entonces escribi "Mi tapera", derramando en sus estrofas toda la ternura de las dulces
memorias con que teji la ms celebrada de sus
poesas.
"Este aroma del recuerdo va adquiriendo tonalidades tristes", me escriba envindome "Mi Pago",
y agregaba con aquella su letra limpia y cuidada:
"Ah va ese ramito de flores viejas. No tengo mejores".
Con los frvidos amores que le imprimieron sello inconfundible y su manera de decir, grab su
divisa al pie de su estampa de jinete criollo:
Siempre se encuentran en primavera
Los viejos cardos de mi tapera.
Y con esa bandera, con la albura de sus cabellos
nevados que; no le envejecan, como los viejos caudillos gauchos de su tierra, se fue inesperadamente
para no volver.
Buenos Aires, 6 de noviembre de 1929.
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