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Amigos y amigas de alma republicana.
Hablar de la historia que
origin esta Monarqua y de la accin que la podr transformar pacficamente en Repblica Constitucional. El presidente de la Junta Directiva de esta Asemblea me ha rogado que, dada la vivencia que tuve de los acontecimientos que sucedieron desde la muerte de Carrero hasta finales de 1976, os cuente el proceso original de la Transicin, as como los mviles y causas que la impulsaron y la encauzaron. En fin, todo lo que los historiadores y los medios silencian, sea por ignorancia de los hechos, sea por adulacin a los resultados objetivos del trnsito, sea por complicidad con los partidos que se apropiaron del poder sin control de la dictadura, para poder detentarlo, tambin ellos, sin control. No conozco un solo libro de historia que narre con objetiva imparcialidad, y sin grandes lagunas, el proceso histrico de Transicin, desde la Dictadura de un solo partido estatal a la oligarqua de varios partidos estatales, en una Monarqua de Partidos. Aunque publiqu en el peridico La Razn una serie de artculos sobre la Transicin, con un breve retrato de los principales agentes de la oposicin a la dictadura, para dejar constancia de algunos hechos histricos relevantes e incluso decisivos, silenciados o deformados por los historiadores -artculos que se pueden leer en mi pgina Web-, confieso que soy refractario a escribir las Memorias que muchos editores me piden, y os dir por qu, aunque tal vez pueda rectificar cuando chochee. No siendo escritor de bellezas literarias, como lo era el autor de las Memorias de Ultratumba, donde lo que importa, ms que la verdad de los hechos causantes de los cambios polticos, es la belleza de la narracin de los sentimientos que producen, carezco de justificacin para escribir mis Memorias. Adems, en el Prlogo al libro de Manuel Garca Vi titulado El Pas, la cultura como negocio, defiendo la tesis de que no son los historiadores ni los memorialistas, sino los novelistas geniales, quienes descubren las causas de los acontecimientos histricos. Y pongo de ejemplos deslumbrantes a Goethe y Stendhal. El memorialista se toma demasiado en serio a s mismo, sin saber que casi siempre es una marioneta del destino. Conociendo que la memoria guarda mejor el recuerdo de los sentimientos que el de los hechos que los causaron, el espritu cientfico me empuja a desconfiar de la fidelidad de mis recuerdos respecto de los hechos de que fui actor o protagonista. Incluso de aquellos que registr por escrito. El embarazo que causa hablar de uno mismo me hace ser reservado sobre las acciones que emprend para lograr la unidad de la oposicin
a la dictadura, la movilizacin de masas antifranquistas y la
aceptacin mundana del partido comunista, por los sectores sociales de la clase dirigente. Los jefes provinciales de este partido decan que yo lo vesta de largo y lo presentaba en sociedad. Pero puedo narraros la historia original de la Transicin, sin hablar de m mismo, desde una perspectiva que desvela la razn por la que los partidos clandestinos pactaron con la dictadura tanto eludir la libertad constituyente, como repartirse el poder por cuotas electorales. El pacto de los principales partidos de la clandestinidad con la dictadura comenz a fraguarse a primeros de marzo de 1976. El gobierno de Carlos Arias haba abierto la ventanilla al PSOE, y este partido dirigido por el izquierdsimo Felipe Gonzlez, se dispona a entrar en la legalidad de la dictadura. As lo expres en mi propio despacho el Sr. Mgica, en presencia de Gmez Llorente. El que entonces era Comisario francs en Bruselas y luego Ministro de Asuntos exteriores con Mitterrand, Claude Cheysson, me inform de que Kissinguer haba pedido al canciller Helmut Schmidt que patrocinara el pacto de Felipe Gonzlez con el Gobierno de Carlos Arias, para evitar que, a travs de la ruptura democrtica que promova la Platajunta, el PC alcanzara la hegemona que obtuvo en Portugal. Dos hechos ocurridos casi simultneamente en el mes de marzo de 1976, y protagonizados por Fraga, confirmaron esta informacin. Este energmeno fascista me encarcel sin proceso y se entrevist con Felipe Gonzlez en el chalet del Viso propiedad de los suegros de Miguel Boyer. Estoy informado de lo que trataron. Parece ser que se pusieron de acuerdo en todo, incluso en la necesidad de mantenerme encarcelado, menos en el sistema electoral. Juzgad vosotros los hechos. Felipe Gonzlez pidi a los comisarios del Mercado Comn, decididos a suspender las negociaciones de ampliacin del acuerdo con Espaa mientras yo permaneciese encarcelado, que no hicieran nada para sacarme de la crcel porque yo mismo le haba comunicado que mi encarcelamiento favoreca la causa de la oposicin. A la semana de estar en Carabanchel, me visita el Decano del Colegio de Abogados de Madrid, Antonio Pedrol, para trasmitirme el siguiente mensaje de Fraga: si Trevijano promete darme patadas en las espinillas como hacen los dems, pero no en los huevos, lo pongo en libertad ahora mismo, si no lo tendr encarcelado mientras sea ministro. Cumpli su palabra y sal de Carabanchel a la vez que Fraga del Ministerio y Carlos Arias del Gobierno.
Inmediatamente convoqu una reunin de la Platajunta para
reprocharle que, durante los cuatro meses de mi encarcelamiento, ni este organismo ni los partidos que lo integraban haban realizado accin alguna de oposicin. Y tuve la humorada de leer el acta de la sesin anterior, donde Mgica haba anunciado la intencin del PSOE de pasar por la ventanilla de Carlos Arias. Ante el asombro de todos, el propio Mgica, dijo que no haba peor ciego que el que no quiere ver. En las hemerotecas podris comprobar como todos los partidos interpretaron en sentido reaccionario y fascista el nombramiento de Surez. Solo mis declaraciones advirtieron de que este joven falangista, iniciara una apertura para deshacer la unidad de la oposicin y meter sangre fresca en el franquismo. Conocis que la oposicin perdi la iniciativa a partir de la Reforma Poltica. Pero no conocis que otra vez Felipe Gonzlez pact con el gobierno de la dictadura, esta vez con Surez, para que levantara la materia reservada sobre Guinea, y el PSOE, a travs de Mgica, pudiera eliminarme de la escena poltica mediante una difamacin a la que yo no pudiera responder en la prensa, como as sucedi. Esta difamacin tuvo lugar cuando Carlos Ollero, de modo oficioso, estaba preparando un encuentro de la oposicin con Surez, a la que yo me opona porque en tan solo unos meses de resistencia y de accin pblica estaramos en condiciones de imponer al gobierno los puntos irrenunciables de la ruptura democrtica. Sin la promesa de abrir un periodo de libertad constituyente y sin el compromiso de legalizar simultneamente a todos los partidos, incluso los republicanos, era una inmoralidad poltica el solo hecho de reunirse con Surez. Todos los miembros de la Platajunta saban que yo no cedera. Por eso ninguno reaccion ante la difamacin del PSOE, aunque todos me manifestaron en privado su indignacin. La oposicin clandestina se rindi al franquismo nada ms pisar las alfombras de Palacio. El indocumentado Surez obtuvo todo lo que se propuso: salvar la continuidad de la Monarqua y de los gobernantes franquistas, convirtiendo a todos los partidos en estatales, como su querida falange, y sirviendo caf para todos, como el que dio a Tarradellas. Una ancdota me viene a la memoria. Tarradellas me invit a cenar en la Generalitat para explicarme su acuerdo con Surez. Y me dijo que l no se haba rendido como los dems. A lo que repliqu: reconozco que Vd. ha tenido ms sabidura poltica, ha sido el ltimo en rendirse. El PSOE y el Partido Comunista renunciaron en 24 horas a todo lo que durante tantos aos haban defendido en la clandestinidad. Solo
fueron firmes, y ganaron, en una sola materia poltica. Precisamente
en algo que no tuvieron en la II Repblica. A ese algo nuevo, pero sagrado para ellos, sacrificaron su propio ser. Nada vala tanto como eso. Ni la Repblica, ni la libertad poltica ni la democracia. Me refiero, como habris imaginado, al sistema electoral. Este fue el nico asunto que motivo la discrepancia en la reunin de Fraga con Gonzlez. Y la discrepancia se reprodujo con Surez. No estuvo causada por razones doctrinales, sino por puras conveniencias personales. Los franquistas defendan las elecciones uninominales por el sistema mayoritario, porque siendo los nicos candidatos conocidos de la opinin pblica, pensaban tener una ventaja decisiva sobre los que salan de la clandestinidad. Los Jefes de los partidos de izquierda se aferraron al sistema proporcional porque era el nico modo de evitar los riesgos de la libertad de eleccin, y de asegurar sus jefaturas de partido. Si hasta el ms tonto de los suizos hace un reloj, hasta el ms idiota o ms granuja de los espaoles puede hacerse jefe de un partido con siglas histricas, si lo dejan designar a los diputados de lista. Y con esto llego al punto crucial de mi discurso, al mensaje que deseo transmitir no solo a todos los republicanos, sino a todos los espaoles que adems de ser inteligentes sepan lo que es decencia y decoro Si los partidos socialista y comunista sacrificaron la Repblica, la libertad y la democracia en el altar de las elecciones de listas de partido, es decir, si la Transicin ha consistido en el paso de la dictadura de un partido estatal a la oligarqua de varios partidos estatales, por medio de elecciones de cuotas de partido, son los propios partidos quienes reconocen as que el taln de Aquiles de esta Monarqua est en el sistema electoral, o sea, que el punto vulnerable del Rgimen monrquico est en la falsedad representativa de su sistema electoral. Esta confesin de los partidos estatales nos indica que la mejor tctica para cambiar la Monarqua por una Repblica Constitucional, consiste en evidenciar el fracaso del sistema electoral, es decir, en promover su rechazo masivo mediante una abstencin sistemtica en todas las convocatorias, sean municipales, autonmicas o generales. En Espaa, a diferencia de Blgica, nadie est obligado a votar. All, el voto blanco o nulo es la nica forma de expresar el rechazo del sistema electoral. Aqu ese rechazo solo puede manifestarse por medio de la abstencin. El voto blanco desprecia todas las candidaturas, pero aprecia el sistema electoral por listas de partido. La abstencin, que no rechaza las personas candidatas, sino el modo autoritario y partidista de meterlas en un parlamento ficticio e
innecesario, no atenta directamente contra la forma del Estado, sino
contra el sistema electoral. Dejar de votar no es, por ello, un privilegio de los republicanos, sino un derecho de las personas coherentes, sean republicanas o monrquicas, que no quieren votar sin elegir, ni ratificar partidos irresponsables sin escoger representantes responsables; que no pueden verse como menores en una representacin legal, sino como mayores en una representacin voluntaria; que les repugna participar en una farsa electoral cuyos resultados jams sern representativos de la sociedad civil; que no sern cmplices de un fraude que otorga apariencias de representacin a lo que solo es doble presentacin de los partidos en el Estado; que no quieren financiar con sus impuestos a los partidos adversarios de su ideologa personal; y que no aprueban que los partidos estatales se repartan el poder segn las cuotas obtenidas en las urnas. Cuando es consciente de su naturaleza activa y de la negatividad que expresa, la decisin de no acudir a las urnas constituye un acto colectivo de gran trascendencia poltica y de un gran valor cvico. Pues lo consciente tiene mayor calado que lo simplemente voluntario, y la negatividad crtica, si no es actitud permanente como en el anarquismo, es un requisito indispensable de la creacin o innovacin poltica. La abstencin es el enemigo esencial de los partidos de integracin de las masas en el Estado. Pero no lo es de los partidos de representacin, como en EEUU, Gran Bretaa y Francia. Pues mientras que en estos pases una pequea participacin electoral no priva a los partidos de su carcter representativo, en Espaa una participacin inferior al 50 por ciento del censo electoral, priva a todos los partidos estatales de su potencial integrador de las masas, en virtud del cual se justific su conversin en rganos permanentes del Estado. Diga lo que diga la propaganda masiva de los medios de comunicacin, sea cual sea la capacidad de la clase dirigente para vivir de espaldas a la realidad poltica, los partidos estatales que no logran elevar la participacin electoral por encima de la mitad del censo, dejan de ser necesarios al Estado y tiles a la Sociedad. Aunque sigan viviendo de las rutinas o inercias de su pasada identificacin con las masas, estn heridos de muerte en su razn de ser. No se trata de que pierdan legitimidad, pues esa condicin social nunca la tuvieron, sino que dejan de ser eficaces. Lo peor que le puede suceder a una maquinaria. Hemos de civilizar a los partidos sacndolos del Estado y devolvindolos al seno de la sociedad civil. Como me aburre repetir lo escrito en otros lugares, una vez
anunciada aqu la diferencia de naturaleza de la abstencin en los
sistemas mayoritarios o proporcionales, me concentrar en dos aspectos de la abstencin que no han sido tratados por la doctrina. Uno, de carcter terico, se refiere a la capacidad creadora de la negatividad inherente a la abstencin transitoria, y otro, de carcter prctico, a la autocondena que implica para un Rgimen atribuir el xito de la abstencin a factores extrapolticos. El aspecto filosfico de la abstencin, a pesar de su importancia social y poltica, no ha merecido la atencin del pensamiento. Pero no era necesario esperar a Hegel para saber que la negatividad es un elemento constitutivo de toda realidad. La maravillosa fbula de Tcito ilumina la filosofia positiva del No. Un pueblo asitico no poda salir de la tirana porque en su idioma no exista la partcula No. La resistencia del miedo a decir no a la vigencia de realidades polticas desagradables, explica que los dictadores mueran en la cama y que sus herederos oligarcas gobiernen con servidumbre voluntaria. Pero sin el poder de la negatividad nada estara determinado. Omnis determinatio est negatio (Spinoza). La abstencin es una de esas negatividades, como la ausencia o las preguntas sin respuesta, a las que Sartre no consider nadas sino partes integrantes de la realidad. La abstencin electoral es una privacin que pide ser colmada tan pronto como la libertad poltica y un sistema electoral de sentido comn permitan votar en conciencia, y elegir entre opciones electorales diferentes. Sin potenciar hoy la abstencin, la incompetencia de los partidos seguir maana decidiendo por nosotros en cuestiones vitales. Y llego por fin a la estupidez de todos los gobiernos que, sin conciencia de la autoinculpacin en que incurren, culpan al sol, al mar o a la lluvia de los altos porcentajes de abstencin que vienen padeciendo la Monarqua, el Estado de Partidos y las Autonomas. Tienen que reconocer que los gobernados prefieren cuatro horas de sol a participar una hora cada cuatro aos en unas elecciones insignificantes. Si esto fuera verdad, sera la prueba del fracaso absoluto de la finalidad integradora de las masas en el Estado, que asumi esta Monarqua de Partidos, segn palabras textuales de la Constitucin, as como la comprobacin definitiva de que estas Autonomas del gasto suntuoso y de la vanidad nacionalista no le interesan ms que a los que viven de ellas. El significado profundo de lo que nos dicen los gobiernos, para quitar importancia a la abstencin consciente, es que la indiferencia de los gobernados hedonistas no mover un dedo para salvarlos, en el caso de que la parte ms inteligente y decidida de la sociedad civil se
movilice para sustituir la Monarqua de los Partidos por la Repblica
Constitucional de la libertad y la democracia poltica. Pero la abstencin no es la sola manera de provocar la deslegitimacin popular de la Monarqua de Partidos, sino una ms de las variedades de resistencia pasiva, desobediencia civil y objecin de conciencia, a las que recurrir el MCRC para conquistar la libertad de elegir al poder ejecutivo y, en eleccin separada, al representante de cada distrito electoral o mnada republicana, o sea, para llegar a la democracia mediante la instauracin de la Repblica Constitucional.