La Patria Es Un Bar. Notas Sobre Un Bar Imaginario - Ernesto Guajardo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

LA PATRIA ES UN BAR:

notas sobre un bar imaginario1


Y libamos y libamos y libamos.
(Armando Roa Vial)
Bienvenidos. Este lugar es el espacio de los intercambios.
El humo se desplaza en el vaco, se apoza sobre las cabezas, se
aferra a los tejidos. Las gargantas colaboran a la celebracin que
inunda las vsceras, las risas se destazan sobre la manchada
madera, buscan con cierta angustia el universo que existe ms all
de las ventanas, pero restallan en los vidrios y se disuelven en otro
humo, esta vez ms turbio, que retorna a las bocas, a las palabras
que se exhalan en la dispersin.
Este es el espacio de los intercambios de mercancas.
Unos traen el cansancio, otros la euforia, alguno la angustia o el
desprecio, pero todos ingresan con la moneda en sus bolsillos,
aquel invento de los lidios, anidado en las entrepiernas. Ninguna
circulacin de los efluvios noctmbulos es posible sin ella. Lo
metlico antecede a lo espiritual. Incluso en el caso de quien se
aproxima de una mesa a otra, como nufrago torpe en las arenas.
Todo eso se sabe, pero no estorba los pasos que
descienden con cierta prisa las escaleras que escurren desde los
cerros, impregnadas ya con cidos hedores. Se desciende mientras
se palpan los bolsillos y el cerebro comienza a devorarse a s
Ernesto Guajardo, La patria es un bar: notas sobre un bar imaginario,
texto incluido en Elogio del Bar: bares y poetas de Chile, edicin de Gonzalo
Contreras, 1 ed., Santiago, Editorial Etnika, 2014, 493 pginas.
1

mismo, en el anhelo de la confusin, de la estimulacin estudiada


en El Molino del Ingenio. Porque que se piensa que es distinta,
que es otra; debe creerse en ello, es la condicin primigenia que
sostiene la direccin de los pasos para ingresar en la bruma del
tabaco, abandonando el extenso, cncavo techo que parpadea.
El aire de la noche que se abandona es el de otros aos,
que los cursis harn Cancin de otoo en primavera. Se abandona la
escalera, el universo de las ruinas mordiendo los pies de la crcel,
las arenas hmedas y fras, la blanca luz entre los rboles. Porque
ya no. Deja de ser tiempo, espacio, cuerpo posible. Ahora es el
momento inaugural de la luz de artificio, televisin y wurlitzer.
Otras maneras de relacin, otras figuras de lo que intercambiamos.
Eso justifica los rasgos comunes en los rostros, la manera en que
se sostienen los cigarrillos o en que se arregla el vestido. Nadie
parece advertirlo, pero son los primeros instantes, los momentos
previos a la permanencia definitiva en la misma silla, la misma
mesa, cada vez ms rgida, ms amarga, ms ausente.
O bien se advierte, pero invirtiendo los espejos, en la
creencia que esos antiguos rostros ajados correspondern por
siempre a los otros, a aquellos que se quedaron ya hace mucho bajo
este cielo de ampolletas y tubos fluorescentes. Cansados cuerpos
que sostienen dedos que se encuentran con el mundo solo en
vasos, fichas y naipes. Agotados ya de todo, por eso el silencio en
aquellas mesas; solo los cristales, el golpe sordo de los huesos
rectangulares o el vibrar de las cartulinas entre los dedos.
Estas paredes niegan la existencia de otros bares: los de
escaleras y ruinas, y veredas, o patios de casas, comedores,
dormitorios, incluso. El pas es un gran bar en donde se intenta
sembrar el rbol del olvido, pero siempre, siempre, se termina
recordando, retozando en la memoria, aunque esta sea espesa,
oleaginosa.

El otro bar, el inexistente, el que se diluye por todos los


intersticios de la ciudad, no puede asirse, menos an en el hlito.
Solo el bar es estable, solo el bar es permanente. Otorga la seguridad que
obsequia el intercambio, la tranquilidad de que aqu nadie
solicitar los documentos, o que alguien degelle su reflejo en el
bao. Al menos en este bar, en esta puesta en escena, en esta
situacin de cmodo sopor, de risotadas, de trastabilleos y
entrechocar de vasos. Solo el bar es permanente, por eso opera
como centro de gravedad en el plan: estrella mayor del deambular
eufrico o agujero negro de las desolaciones. El bar se pretende
faro, destino, norte, oasis, ruptura, parntesis. Otro tiempo,
espacio diferenciado, suspensin de los cuerpos subsumidos,
ilusin, ilusin, ilusin: solo ejercicio del ocio mediado por la
mercanca.
Espacio que identifica, pero que no puede ofrecer
territorio; identidad de paso, trnsito que va de labio a vaso, de
cenicero a mesa, de barbilla a voluta. Desplazamiento en las
hendiduras, definido por el encierro. El bar como tumba de esa
antigualla romntica del flneur; sepulcro encubierto: blanqueado
como espacio de distensin, de libertad. Nos refugiamos en l,
como si todo lo que le rodea ya no nos perteneciera. Nos
refugiamos como fugitivos, ausentes del mundo en la derrota de
las calles, de las escaleras, de las plazas; expulsados de lo pblico,
sin grandes alamedas ni otras lontananzas, salvo las desesperadas
alegras de ao nuevo, o los fervores de la patria.
Sublimamos porque necesitamos creer que existen en
verdad estos reductos, estos cotos de caza, estas musas
fermentando al interior de los vidrios. A pesar de que ms de
alguna vez la bsqueda solo deviene en orines y vmito.
Sublimamos porque no aceptamos la condicin del intercambio,
porque es odiosa la comprensin de mercanca situada, de

territorio cartografiado, de ser sujeto a una silla, una mesa, una sed
que fundamenta todas las excusas.
El bar captura cierta zona de lo real, la sinuosidad de la
vida que inunda los vasos y escurre en los mingitorios. El bar es
un fragmento de la vivencia, aquella que existe en plenitud en el
fluido que rueda por las calles. La bsqueda de ese fluir debiera ser
el destino de los hombres. El bar es solo su abrevadero. Cantamos
solo para convencernos de que pertenecemos a algo, pero lo que
aqu nos ocurre podra suceder en cualquier parte. Lo que aqu
acontece, a cualquiera. Y sin embargo, insistimos, insistimos, en la
triste conviccin de que estos son los mejores momentos que
podemos brindar.

También podría gustarte