M. DROUZY, O. P.

JESS COME CON LOS PECADORES

Jsus mange avec les pcheurs, La Vie Spirituelle, 112 (1965) 276-299.
Ato largo del conflicto que en el Evangelio se desarrolla entre Cristo y los fariseos, uno
de los mayores reproches que stos hacen a Jess, o ms exactame nte a sus discpulos,
es que su Maestro "come con los publicanos y pecadores". Lo encontramos en los tres
evangelios sinpticos (Mt 9,11; Me 2,16; Le 5,30 y 15,2) y es el mismo Cristo quien en
Mt 11,19 pone la expresin en boca de sus adversarios: "Vino Juan que ni coma ni
beba y dicen: est posedo del demonio. Vino el Hijo del hombre que come y bebe, y
dicen: es un comiln y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores".
Esta insistencia de los evangelistas atestigua la importancia que los fariseos daban a la
acusacin. Cristo se comportaba de manera realmente escandalosa. Y el escndalo
consista, no en que tuviese trato con los publicanos, cosa que en la vida corriente era
prcticamente inevitable, sino precisamente en el hecho de comer con ellos, de hacerse
invitar a su casa, como ms tarde se reprochar a san Pedro despus de la conversin de
Cornelio (Act 11,3).
Porqu este compartir el pan y comer a la misma mesa poda parecer a los
contemporneos de Cristo, no slo anormal, sino revolucionario y escandaloso?

LAS COMIDAS DE LOS HOMBRES

En toda la Biblia, y en especial en el AT, la hospitalidad aparece como uno de los
rasgos fundamentales de la vida social de Israel. Al principio era una necesidad de la
vida en el desierto, pero como nota el P. de Vaux "esta necesidad se convirti en una
virtud". As en la poca patriarcal vemos a Labn apresurndose a acoger al anciano
servidor de Abraham (Gn 24,28-32) y al mismo Abraham recibiendo en Mambr a los
tres mensajeros de Yahv, y yendo a buscar para ellos un pedazo de pan y otros
manjares preparados a toda prisa por Sara (Gn 18,1-8).

El placer de comensal
En realidad no son slo los hebreos, sino todos los hombres de todos los tiempos y
latitudes, quienes se han invitado mutuamente a compartir sus comidas. Porque el
hombre es un animal social. La necesidad de vivir en sociedad con sus semejantes
marca todas sus actividades, aun las ms elementales. Qu cosa ms profundamente
terrena que comer y beber? Lo mismo hacen los animales, aunque no del mismo modo.
Van al abrevadero cada uno por s, se lanzan sobre el alimento, los perros se disputan el
hueso. Slo el hombre comparte. Comer, para l, no es slo llenar el estmago; es
comulgar con sus prjimos en el compartir un mismo alimento. "La mesa, escribe Jos
de Maistre, es la mediadora de la amistad. No hay tratados, ni acuerdos, ni fiestas, ni
ceremonias de ninguna especie, aun las lgubres, sin comidas en comn...". Y SaintExupry nota que incluso para los salvados del desierto, el verdadero placer en l
momento de ser salvados no es el de beber sino "el del pan compartido". La palabra
latina convivium, expresa bien este lazo entre la mesa y la amistad, y Cicern haca
notar que, mejor que compotatio o concenatio, esta palabra desentraa el significado del

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convite, que es propiamente una "vida con". Como las palabras compaero y compaa
derivadas etimolgicamente de "comer el pan con...".
Por eso, segn la Biblia, no se puede comer con cualquiera. Los egipcios no comen con
los hebreos (Gn 43,32). La misma idea reaparece referida a los gentiles y pecadores, Y
san Pablo dir a los Corintios: "No os mezclis con ninguno que, llevando el nombre de
hermano, sea fornicario, avaro, idlatra, maldiciente, borracho o ladrn; con stos, ni
comer" (1 Cor 5,11). Y todo ello no por motivos arbitrarios, sino porque una comida es
smbolo de amistad, de comunin, expresin de nuestros sentimientos interiores. Este es
un punto que la Biblia seala igualmente: la unin entre comer y beber, por un lado, y
amar y odiar, por otro.

El sacramento de la amistad
La comida compromete no slo el presente, sino tambin el porvenir. No es slo signo
de comunin, es igualmente, y en la misma amplitud, factor de comunin, cimiento de
una amistad que por ella se expresa.
Para comprenderlo nos basta acudir a la experiencia corriente. Al reunirnos en torno a la
misma mesa se crea una armona entre nosotros. Y l alimento que compartimos nos
sustentar hasta maana. Este ser colectivo, que continuar hasta la prxima comida,
ser recreado y reforzado si nos volvemos a encontrar. El "poner la mano en un mismo
plato" como los Apstoles, traduce as nuestra intencin de configurarnos en cierto
modo segn un modelo comn. La madre de familia siente instintivamente que algo
anda discorde cuando uno de los invitados rehsa comer o no puede comer del plato
comn. Y a una casa en donde todos comen aprisa, cada uno por s solo, a horas
diferentes, le falta un elemento esencial de cohesin. Si no es que estas comidas rpidas
y aisladas son ya el indicio mismo de un amor que se deshace.
Porque, en efecto, la comida es tanto signo como promotor de comunin. Es como un
sacramento natural: crea lo que expresa. Expresa una amistad ya existente y crea un
deseo renovado de esa misma amistad. La Biblia lo expresa con fuerza. Es muy
probable que la palabra hebrea berit, que designa una alianza, venga del verbo "comer
en comn". Por lo menos la ligazn real existe. No es raro en el AT el que una comida
selle un pacto (Gn 26,30; 31,46). Y an ms: en el libro de Josu, el hecho mismo de
gustar de las provisiones de los Gabaonitas, funda la alianza con ellos (Jos 9,14). Y en
otros casos, como el de Lot en Sodoma (Gn 19,1-8) o el del crimen de Gueba (Jue
19,16-25), la fidelidad a los huspedes con quienes han comido y bebido puede llegar al
extremo de sacrificar el honor de una hija.
Y porque la comida lleva consigo un pacto, Pablo luchar con violencia en Antioquia
para impedir que coman separados los cristianos venidos del judasmo y de la
gentilidad. Sera romper la unidad de la Iglesia (Gl 2,11 ss). Y por lo mismo, toda
traicin venida de un comensal se siente con un dolor particular: "Aun el que tena paz
conmigo, aquel a quien yo me confiaba y coma mi pan, alz contra mi su calcafial"
(Sal 41,10); texto que Juan recoger (13,17) a propsito de Judas y su traicin,
expresada por san Mateo en boca de Cristo con estas palabras "el que conmigo mete la
mano en el plato, ese me entregar" (Mt 26,23).

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LAS COMIDAS CON DIOS
Hasta aqu hemos examinado la realidad de la comida en su dimensin "horizontal",
como realidad natural, fuera de toda consideracin religiosa. Vamos a examinarla ahora
segn la dimensin "vertical", estudiando el lugar de Dios en la comida de los hombres,
para abordar as mejor despus la comida de Cristo con los pecadores.

El alimento recibido
Notemos en seguida que toda comida, y , no slo las sacrales, es en cierto. modo un acto
de culto. Porque este alimento que tomamos lo recibimos, por creacin y conservacin,
de Dios. Por eso la accin de gracias es una componente normal de toda comida
humana. La misma comida es ya una accin de gracias (1 Cor 10,31). Una fiesta, una
alegra, es inconcebible para la Biblia sin una comida (Neh 8,12; Le 5,29). La vuelta del
hijo prdigo se celebrar con un festn (Lc 15,23).
El alimento ofrecido
Pero si es expresin de gratitud y alegra, el hombre experimenta tambin que el pan
que come es el pan del sufrimiento y del dolor, ganado con su sudor (Gn 3, 17). En su
laboriosa conquista del pan, el hombre conoce prcticamente que es necesaria una
colaboracin, un encuentro, entre su esfuerzo humano y la gracia gratuita de un
dispensador todopoderoso.
Y precisamente porque el alimento es el resultado de una colaboracin entre el hombre
y Dios, va a servir de natural intermediario entre ellos. Para manifestar su bondad hacia
su creatura, Dios le otorga el beneficio del alimento. Para manifestar su dependencia
hacia Dios, el hombre le entregar su alimento y le ofrecer un sacrificio.
Aqu es muy importante notar que Dios no va a sentarse a la mesa del hombre como un
comensal humano. Dios es el amo soberano, el dispensador de todo bien. Es normal, por
tanto, que el hombre, como tributo, le ofrezca o consagre algo. Lo esencial del sacrificio
-al menos en la concepcin bblica- no es, pues, la destruccin sino el don. Es digno de
notarse por ejemplo que en el AT siempre se ofrecen a Dios alimentos preparados: no
graso; sino harina o pan, no uvas, sino vino, no animales salvajes, sino domsticos. La
mayor parte de las veces se aade sal a la oblacin (Lev 2,13). As queda en plena luz
que el hombre se priva para dar. Ofrece a Dios su alimento, el que hubiera servido para
su mesa, reconociendo que todo viene de Dios (1 Cor 29,14).

El alimento compartido
Pero una vez reconocida por el hombre la grandeza de Dios, he aqu que, por una nueva
iniciativa divina, el acto que expresaba la dependencia del hombre se va a volver en su
provecho. Dios no poda por su Majestad venir a sentarse a la mesa del hombre: pero
nada puede impedir ahora a su bondad el invitar al hombre a su propia mesa y darle
parte de sus bienes. Es la comida sacrificial, manifestacin esencial del culto en el A. T.
(Dt 12,5-7). Tambin sta es signo y factor de comunin a la vez: su fin es expresar y
reforzar la alianza entre Dios y sus fieles. Tambin aqu la mesa es "mediadora de la

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amistad". Y precisamente por ser comida de alianza, no puede invitarse a ella a
cualquiera. Para participar hace falta ser miembro del pueblo de Dios. El extranjero y
asalariado no puede tomar parte en ella. Ni el husped. S, en cambio, el esclavo,
"domstico", que es parte de la familia (Dt 12,12-18).
Por razones semejantes, el fiel no debe participar en el culto de los dolos con sus
festines sacrificiales. En esta comensalidad se establece una unin semejante a la del
encuentro sexual. Por eso se la compara con frecuencia a la prostitucin (Os 1,2). En
esta perspectiva se sita la prohibicin de san Pablo a. los Corintios sobre el comer las
carnes inmoladas a los dolos (1 Cor 10,20-21).

LAS COMIDAS DE CRISTO

Tenemos ya los elementos necesarios para comprender mejor el significado de las
comidas de Cristo con los pecadores. Procuraremos precisar, para captar en su misma
fuente, el asombro y el escndalo de los fariseos.

Cristo come con los pecadores

En el AT los pecadores son excluidos del convite; Cristo, sin embargo, come con ellos.
Es un hecho. Con pecadores que lo son de veras, incluso con pecadores pblicos. Entre
ellos estn los publicanos, esos aduaneros que se enriquecan un poco demasiado
fcilmente a expensas de sus compatriotas. Uno de ellos, Zaqueo, no ha reconocido
implcitamente sus fraudes?
Por qu sta conducta de Jess? Por dos razones. La primera, del todo negativa, porque
no quiere excluir a nadie. "Dios no hace acepcin de personas" (Act 10,34). Jess como
con los fariseos (Lc 7, 36; 11,37; 14,1). Por qu no lo har con los publicanos? La
segunda razn es ms sutil y profunda. Isaas haba anunciado "un festn de carnes
grasas, un festn de buenos vinos" (Is 25,6) para todos los hombres. Abundancia de
manjares y diversidad de comensales seran las caractersticas de esa comida. En cuanto
a la abundancia, Cristo la ha traido ya, al menos en arras. Los milagros de la
multiplicacin de los panes (Mc 6,35-44; 8,1-9), como una vuelta a la poca paradisaca
anterior a la maldicin de la tierra y una renovacin del man del xodo (Ex 16, 18),
son ya una realizacin de la profeca de Isaas. En cuanto a la invitacin universal,
Cristo no slo la describe en la parbola en que los invitados son recogidos de las calles
y plazas (Lc 14,21), sino que la muestra con su propia conducta, partiendo el pan con
los publicanos y pecadores.

Cristo se sienta a la mesa de los pecadores

Cristo no se contenta con comer con los pecadores. Va a sentarse a su mesa, busca su
compaa, y parece incluso preferirla a la de otros judos como los fariseos. Es la
impresin que sacamos de la comparacin de la atmsfera reinante en las comidas con
unos y con otros. Con los pecadores la atmsfera es cordial y corre el vino (Mt 11,19).
No ayuna a su mesa, cosa que escandaliza a los escribas y fariseos (Lc 5,33). Donde
Jess se encuentra incmodo es ms bien a la mesa de un Simn (Lc 7,36 ss) o de sus

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semejantes (Lc 13,37). La acogida es poco cordial: se olvidan las ms elementales
muestras de hospitalidad (Lc 7,44-46) y Jess aprovecha la ocasin para decirles cuatro
verdades (Lc 11,39 ss).
Para comprender bien esta preferencia de Jess importa sin embargo no reducirla tan
slo a sus componentes psicolgicas. Notemos que toda la Revelacin y la historia de la
salvacin se desenvuelve entre dos comidas: la primera, catastrfica, la de Adn y Eva
rebeldes que comen solidariamente del fruto prohibido, comida contra Dios en que
pierden su amistad, y la segund a, la: ltima, la comida del Reino, en que del levante y
del poniente, del norte y medioda, vendrn a sentarse en el festn del Reino de Dios"
(Lc 13,29). En sta se restablecer la armona del Paraso, todos los hombres sern
reconciliados entre s y con Dios, Dios ser todo en todos, y l mismo les servir a la
mesa (Lc 12,37). Entre estas dos comidas se sita todo el largo caminar del Pueblo de
Dios, antes y despus de Cristo. Las comidas innumerables que refiere la Biblia lo
jalonan. Pero las comidas de Cristo, juegan un papel privilegiado, nico. El ha venido a
reconciliarnos con el Padre, es decir: a abolir las consecuencias de la primera comida y
conducirnos al festn escatolgico. En esta perspectiva, las comidas con los pecadores
no son episodios secundarios: son aquello para lo que ha venido: a buscar lo perdido, a
recuperar la dracma o la oveja (Lc 15,4-10). Pero no basta hablar de reconciliacin, de
destruccin de barreras entre el hombre y Dios, de un acto aislado y sin proyeccin al
futuro: Cristo viene, adems, a ofrecer al hombre la amistad de Dios; el perdn no se
concibe sino en funcin de esta comunin.
Aqu volvemos a encontrar el rico simbolismo sacramental de la comida, que realiza lo
que expresa. Y qu expresa aqu? De parte del hombre -caso de Levi- el deseo
impaciente y alegre de una vida nueva. De parte de Cristo una como predileccin
secreta por los pecadores. Cristo quiere, por el convite, concluir un pacto con el
pecador, un pacto que compromete el porvenir. En qu consiste? Cristo lo dir:
"Misericordia quiero y no sacrificio" (Mt 9,13). Dios se compromete a la misericordia,
dispuesto a perdonar no slo setenta veces siete, sino aun por adelantado (Lc 15,20),
como el padre del prdigo. El pecador, por su parte, se compromete a cambiar de vida, o
ms exactamente a dejar hacer al mdico. El hijo ha de volver. La pecadora ha de amar
mucho, porque ha sido perdonada (Lc 7,47).

Cristo se invita a la mesa de los pecadores

Cristo toma el pecado, se hace pecado por los pecadores, y les propone a cambio nada
menos que entrar en la santidad de Dios. Aun sin comprender esta profundidad, los
fariseos, al ver a Cristo a la mesa de los pecadores, han comprendido al menos que un
pacto de solidaridad iba a sellarse. Esto bastaba para su asombro. Para comprender
ahora por qu su asombro se muda en escndalo y odio, hemos de considerar dnde y
cmo se realiza este pacto.
En todo el AT es Dios quien invita su mesa tomando la inciativa. La comida
sacrificial, comida sagrada, con su complicado ceremonial que recuerda al fiel la
majestad de Dios, tendr lugar en sitio sagrado, de ordinario en el Templo de Jerusaln
(Dt 12,5-7). Pero Cristo vuelve del revs todas las reglas e ideas recibidas. l, que
pretende ser Dios, deja al hombre la iniciativa de invitar a Dios, y rompiendo toda
distincin entre sagrado y profano, instala lo sagrado en el mismo corazn de lo

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profano. Dios mismo viene a sentarse a la mesa de los hombres. Lev organiza un festn.
Jess acude como lo ms natural. En rigor podra haber buscado un sitio "neutro" para
el encuentro, por ejemplo Betania, en casa de Lzaro. Pero no: l har todo el camino:
va a buscar a los pecadores, a veces sin ser invitado, como en el caso de Zaqueo. El
colmo de la audacia. Los fariseos protestan: "ha ido incluso a alojarse en casa de un
pecador" (Lc 19,1-7). Protestan porque no comprenden lo que pasa en el corazn de
Dios, cuando la oveja corre a su perdicin. Har todo el camino. No importa la
distancia. Del rango de Dios bajar a ser esclavo, se har semejante a los hombres (Flp
2,6-8).

Cristo paga el festn por los pecadores.

Porque Cristo pagar la deuda, substituyndose hecho pecado en su lugar, los pecadores
podrn ser admitidos al Reino sin otra condicin previa. Este es el punto ms grave del
conflicto con los fariseos, el que conducir a Cristo a la muerte. Tratemos de
comprenderlo bien para una justa comprensin del Evangelio.
En el AT Dios no entraba en comunin sino tras un sacrificio. Aparentemente el
proceso era lgico: Dios no se da sino a quienes le buscan, hay que merecer la gracia de
su intimidad. Esta era la perspectiva mental de los fariseos. Pero Cristo viene a afirmar
exactamente lo contrario. Sin ello el Evangelio no seria el Evangelio. Por sus obras y su
doctrina viene a proclamar que lo primero no son las buenas obras ni los mritos del
hombre, sino la iniciativa misericordiosa de Dios, la salvacin gratuita ofrecida al
pecador (Is 55,1). Festn gratuito que se realiza ahora en Cristo. Para ilustrar esta verdad
fundamental bstennos dos textos. El primero el episodio de Zaqueo. Segn la
concepcin farisea, y en buena lgica, la salvacin no deba haber entrado en casa de
Zaqueo, sino tras la reparacin de sus faltas, la restitucin del dinero. Pero Cristo no
sigue esa lgica. Para l la salvacin es lo primero, l la lleva consigo: es l mismo:
"hoy ha venido la salud a tu casa". Y por ello Zaqueo decide "dar la mitad de sus bienes
a los pobres y devolver el cudruplo de lo defraudado" (Lc 19;1-10). Esta escena se
aclara puesta en relacin con la parbola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). El
fariseo tiene toda clase de buenas acciones en su activo, a diferencia de Zaqueo, para
quien no son an sino promesas. El publicano no osa ni examinar sus acciones, que no
son sino pecado. Para ser justificado, como Zaqueo, normalmente habra de cumplir las
condiciones de restitucin y sacrificio del Levtico (Lev 5,20). Pero de ellas no se habla
en la parbola... Y sin embargo, Cristo concluye: "El publicano baj a su casa
justificado, el otro no".
Estamos aqu en el nudo mismo del conflicto entre Cristo y los fariseos. Para stos la
justicia -reducida a la obediencia y a la ley- era una condicin para entrar en el Reino,
una recompensa a sus mritos. Para Jess, al contrario, es la entrada en el Reino la que
justifica; su bondad no espera el primer movimiento de arrepentimiento, lo provoca. Las
obras meritorias no son lo primero; son un fruto de la fe. Los fariseos estn tan repletos
de su propia justicia, que no saben qu hacer del pan que se les ofrece. Esforzndose en
prepararse, han extinguido en sus corazones el deseo de lo que Dios les preparaba. Por
eso "los publicanos y las prostitutas entrarn antes que ellos en el Reino de Dios" (Mt
21,31).

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LAS COMIDAS DE LA IGLESIA
Al final de estas pginas podra extraar que no hayamos hablado an de la comida
central del NT, el convite eucarstico de Cristo con sus apstoles. Pero sin nombrarlo,
no hemos hecho sino hablar de l. Todas las comidas del AT no hacan sino figurarlo y
anunciarlo. Comida de reconciliacin, de alianza, de amistad, es el convite por
excelencia de Cristo con los pecadores. Es verdad que para participar en l no hay que
haberse vuelto hacia los dolos ni renegado de Cristo (1 Cor 10,21). Pero dejado aparte
el caso extremo, hemos de reconocer. que la mesa eucarstica ha sido preparada
precisamente para nosotros pecadores, que necesitamos gracia y perdn para salir de
nuestro pecado y entrar en amistad con Dios. Cristo nos la ofrece en la eucarista, nos
hace comulgar en su intimidad, y lo que es totalmente nuevo y admirable, no se
contenta con comer o presidir, sino que se da a s mismo en manjar y pan partido. Su
carne y su sangre; su propio cuerpo, crean la unidad de todos los comensales entre si y
con Dios.
Tradujo y extract: IGNACIO VELASCO