Marea Rosa
Marea Rosa
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Marc Zimmerman
Luis Ochoa Bilbao
coordinadores
GIROS CULTURALES
EN LA MAREA ROSA
DE AMRICA LATINA
www.alternativas.osu.edu
Edicin y diseo: Abril Trigo
Portada: David Keyser
2014
Abril Trigo
GIROS CULTURALES EN LA
MAREA ROSA DE AMRICA LATINA
GIROS CULTURALES EN LA
MAREA ROSA DE AMRICA LATINA
Marc Zimmerman y Luis Ochoa Bilbao
Coordinadores
Esta publicacin ha sido subvencionada por The Small Grants Program of the
University of Houston, la Vicerrectora de Investigacin y Estudios de Posgrados
de la buap y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la buap
978-1-4675-2777-4
Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes,
ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni
por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electropico, por fotocopia, o
cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial
A la memoria de
Carlos Monsivis
David Vias
Eduardo Rosenzvaig
Fernando Coronil
Adolfo Snchez Vzquez
Hctor Nieves
ndice
9 PREFACIO
El contexto intelectual
Marc Zimmerman
14 INTRODUCCIN
35 PRIMERA PARTE
Isidoro Cheresky
119 SEGUNDA PARTE
culturales
Situaciones particulares
Eduardo Rosenzvaig
164 Entre la religin y la poltica:
Anadeli Bencomo
309 AUTORES
Prefacio
El contexto intelectual
EL CONTEXTO INTELECTUAL
Este libro surge de un esfuerzo inicial dentro de la Latin American Studies Association
(lasa) teniendo en cuenta los cambios del neoliberalismo a las nuevas formaciones
populistas de izquierda en Amrica Latina. Entre algunas de las sesiones del grupo
de estudio de investigacin sobre Cultura, Poltica y Poder (cpyp) sobresalen los
ensayos de John Beverley y (en ausencia) Jess Martn Barbero, presentados en una
sesin especial del cpyp. A partir de este punto, la publicacin del artculo del miembro del cpyp, Benjamn Arditi, sobre los giros a la izquierda en el peridico LARR de
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MARC ZIMMERMAN
lasa, seguido por una intervencin ma sobre Arditi, Jon Beasley-Murray y otros en
una sesin presidida por Cynthia Steele en la reunin de la lasa en Brasil en 2009,
condujo a la decisin de seguir la exploracin de las dimensiones culturales de los
giros hacia la izquierda, realizando otra sesin de lasa, esta vez bajo el auspicio del
cpyp, para la reunin de lasa en Toronto en 2010. Junto con esa decisin vino otra
que signific exhortar, no slo a los miembros del cpyp, sino tambin a una amplia
gama de acadmicos de alguna u otra forma conectados con proyectos de ste, o
las metas y publicaciones del programa y el grupo editorial que yo dirijo, la Latin
American/Latino Cultural Activities and Studies Arena (lacasa), a participar en
uno o ms volmenes lidiando con los actuales giros a la izquierda y las reacciones
de la derecha a travs de Amrica Latina.
Respecto al panel del cpyp lasa, Arditi y yo redactamos un breve aviso para
permanecer con la conferencia general de lacasa. En aras de este llamado, yo me encargu de pedir ensayos para una publicacin de lacasa y Arditi se me uni haciendo
un llamado solicitando ensayos, dirigido a miembros y amigos del cpyp y lacasa:
Se buscan trabajos sobre la cultura, poltica y poder en Amrica Latina. Sera fascinante
recibir trabajos de pases en particular o que se acercan a temas como el populismo, el
clientelismo contemporneo, sobre la pertinencia (o no) de la nocin de multitud de Hardt
y Negri para pensar procesos polticos en la regin, de la pertinencia (o no) de la teora de
hegemona y populismo de Laclau para entender procesos polticos, acerca de la relacin
entre poder y proyectos culturales latinoamericanos [] Se tiene que pensar en las nuevos
giros a la derecha tambin como en la nueva situacin chilena, etc. No excluimos nada
de antemano cuestiones de derechos humanos, de gnero, raza, etc. No lo piensen dos
veces: Mndenos algo!
Como podra esperarse, las respuestas que recibimos a este llamado fueron variadas, tanto como lo fueron los ensayos presentados. Mientras que la mayora fueron
interesantes de una forma u otra, varios de ellos se salieron de nuestros requerimientos y no formaron un cuerpo de trabajo muy coherente; al principio pareca
que ningn libro redondo sobre el tema a la mano se lograra. En verdad, Arditi
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EL CONTEXTO INTELECTUAL
MARC ZIMMERMAN
agradecer a todos aquellos que presentaron ensayos o consideraron en algn momento presentar ensayos en atencin a este esfuerzo.
Finalmente queremos agradecer la lectura, los comentarios y las correcciones que nos hicieron la maestra Luisa Fernanda Grijalva Masa, el maestro Ral
Vzquez de Lara, colegas de la buap. Igualmente fue muy valioso y enriquecedor
contar con los estudiantes de esa institucin que se involucraron como asistentes en
la revisin de los textos y su traduccin: Dana Snchez Mayorga, Rafael Serrano
Hernndez y Ana Karen Bautista.
Marc Zimmerman
Houston / San Juan / Chicago
Referencias
Arnson, Cynthia. (2007) The New Left and Democratic Governance in Latin
America. www.wilsoncenter.org/sites/.../NewLeftDemocraticGovernance.
pdf
Cameron, Maxwell A., y Eric Hershberg. eds. (2010) Latin Americas Left Turns:
Politics, Parties, and Trajectories of Change. Boulder: Lynne Rienner Publishers.
Escobar, Arturo. (2010) Latin America at a Crossroads. Cultural Studies, 24, 1:
1-65. http://dx.doiorg/10.1080/0950380903424208
Garca Canclini, Nstor (2009). De qu hablamos cuando hablamos de resistencia?, Estudios Visuales, No. 7: 16-37.
. (2011) La sociedad sin relato: Antropologa y esttica de la inmanencia. Madrid: Katz
Editores.
Mignolo, Walter, y Arturo Escobar. eds. (2010) Globalization and the Decolonial
Option. London: Routledge.
Moraa, Mabel. ed. (2008) Cultura y cambio social en Amrica Latina. Verveurt:
Libros Ibericanas. Madrid: Verveurt.
Theory, Culture, and Society. (2007) Theory, Culture, and Society 24.3.
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Introduccin
LOS GIROS TERICOS Y CULTURALES FRENTE A LOS RUMBOS DE
LA IZQUIERDA POLTICA EN AMRICA LATINA
Marc Zimmerman
Luis Ochoa Bilbao
Orientaciones preliminares
Las discusiones recientes sobre los giros hacia la izquierda y la derecha en Amrica
Latina han llevado a muchos especialistas en estudios culturales, post-coloniales
y subalternos a sealar la distincin pionera que sobre el tema hiciera Jorge
Castaeda en su polmica y criticada discusin sobre el asunto en 2006 y que
sigue persiguiendo a dichas discusiones como el padre de Hamlet y el espectro
de Marx. Para ser precisos, hubo una gran resonancia acerca de los nuevos giros
hacia la izquierda, pero entre los tericos de la izquierda cultural ha existido un
cauteloso silencio, exceptuando a Jon Beasley-Murray y unos pocos ms. Algunos
de los pocos tericos culturales y latinoamericanistas ms activos en las polticas
de izquierda en dcadas anteriores han marcado su distancia de una discusin que
ha sido incapaz de clarificar qu se entiende por izquierda o derecha, y que mezcla
procesos de manera arbitraria. Alguien coment, incluso, que al menos uno de los
nuevos lderes de los giros hacia la izquierda le recordaba ms a Mussolini que a
Gramsci.
Hay una impresin real de un relativo silencio, de inseguridad u hostilidad
respecto a los giros. Hay acaso entre aquellos de la izquierda cultural que se comprometieron a viejas insurgencias ciertas sospechas o dudas respecto a las nuevas
izquierdas? Habr algunos de aquella izquierda cultural que ahora debieran ser
llamados neoconservadores, como lo hace John Beverley? Ser que muchos son
incapaces de percatarse del nuevo juego en el horizonte? Ser que aquellos que
identificamos con las olas tempranas de la izquierda se rompen en la costa del
pasado y nos repelan porque vemos en ellos una farisea, descolorida versin de
izquierdismo que se ha vuelto repugnante para nosotros? Apagado por Sendero
Luminoso, las farc, Fidel y ahora por Chvez, los Kirchner y el retorno de Daniel
Ortega y su esposa? Ser que algunos de nosotros no tengamos estmago para
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estos nuevos giros hacia la izquierda, que tememos lo peor de ellos, presintiendo
que los movimientos sociales que ayudaron a emerger y que vieron capitalizar
sern traicionados y que esos nuevos giros hacia la izquierda terminen siendo
ilusorios y decepcionantes, como los viejos giros hacia la izquierda en el pasado?
Por tanto, el discurso entre aquellos como nosotros que practicamos una
versin u otra de los estudios culturales se ha enfocado considerablemente en las
preguntas sobre la sociedad civil, los movimientos sociales y las divergencias y
convergencias subalternas en relacin con lo que alegremente referimos como la
declinacin de los estados nacionales. Ahora, con personajes deslumbrantes como
Chvez, Morales, Lula y otros nos vemos obligados a preguntarnos por la relacin
entre los gobiernos y su base social. En este sentido, en qu grado ellos representan o no lo que Negri y Hardt han definido y desarrollado como multitud o lo que
Laclau llama el pueblo? En qu grado estn los del sector cultural respondiendo a
los giros a la izquierda en funcin de una lgica que es negri-hardtiana, laclauniana u otra en la constitucin de oposiciones o movimientos populares? Acaso los
nuevos lderes los representan a ellos, o no? En qu grado los nuevos giros a la
izquierda enarbolarn o traicionarn al sujeto/objeto post-proletario, que somos
capaces de mencionar sin especificar qu es el pueblo o la multitud?
Para nosotros, y muchos ms, la caracterizacin que hizo Jorge Castaeda
(2006) de las dos izquierdas latinoamericanas nos dejaron grandes y resplandecientes interrogantes. Parece que hay algo de verdad en lo que tenemos que decir,
al menos para quienes deseamos aferrarnos a la libertad, as como la igualdad,
fraternidad o solidaridad, siguiendo la modificacin que hiciera Benjamn Arditi
en esa trada de trminos. Y, por supuesto, con la condicin de ser escpticos,
burgueses, o por lo menos revisionistas pusilnimes.
Todo esto nos hace recordar un momento anterior cuando leamos el poema
de Mario Benedetti, lamentndose del colapso de la Unin Sovitica y su efecto
negativo en las luchas de liberacin latinoamericanas. Es cierto, escribi, que el rgimen sovitico era terrible, pero nosotros en Latinoamrica no experimentamos las
encarcelaciones, los gulags, los cargos ficticios, y el terror que alcanzaba a las familias
y a aquellos otros forzados al silencio. Leyendo el poema, uno piensa que no se tiene
que ir a Siberia para saber acerca del to Josef (Stalin) y sus sobrinos. Por supuesto,
Benedetti saba. Simplemente, no era conveniente pensar seriamente acerca de esto
cuando la Unin Sovitica te daba la ilusin de que t eras parte del nuevo bloque.
Y esto es, desafortunadamente, donde varios de nosotros hemos considerado que
se trata de una versin incorrecta e inaceptable de la izquierda. No puede haber
otro sistema de clasificacin de los fenmenos contemporneos que no caiga en
esta oposicin binaria y que se base en una nueva forma de evaluar las prioridades?
Muchos artculos, siguiendo a Castaeda, ofrecieron crticas similares y generaron
sistemas de clasificacin divergentes. En esta introduccin nos concentraremos en
algunas de las respuestas hacia los giros a la izquierda en Latinoamrica, desde el
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reseando la historia del populismo y otras respuestas a los problemas latinoamericanos, argumentando que actualmente los populistas y marxistas estn combinndose y oponindose a la lenta aparicin de la democracia social (de hecho,
bersteiniana) hacia una ms adecuada representacin del pueblo y sus necesidades
ms all del populismo y el marxismo. Ha sugerido que una sociedad igualitaria,
desilusionada por las reformas orientadas hacia el mercado, naturalmente buscar
reformas redistributivas diseadas por el Estado, mientras que Hctor Schamis
sealara: necesitamos caracterizaciones ms refinadas y clasificaciones precisas
para ilustrar las complejidades actuales que slo una tipologa de dos es capaz
de explicar. Necesitamos diferenciaciones ms claras para contabilizar las varias
izquierdas emergentes, entendiendo que el sistema de partidos puede ir de rangos
institucionales y funcionales a experiencias disfuncionales o colapsadas.
Marcelo Leiras (2007) argumenta que las clasificaciones dicotmicas de las
corrientes de izquierda eran defectuosas. Las mayoras quiz voten por candidatos
de izquierda para expresar su insatisfaccin con las polticas neoliberales, pero lo
causal entre lo social, lo econmico y sus resultados, las percepciones ciudadanas y
el comportamiento electoral no es fcil de establecer. Generalmente, los candidatos de izquierda no slo ganan elecciones porque fracasen las reformas econmicas;
y la dicotoma bueno/malo sobreestima la influencia poltica de los presidentes y
sus partidos; y las dicotomas no ofrecen una clasificacin consistente y completa
de los gobiernos de izquierda: algunos pases van hacia lados malos y otros a lados
buenos, pero aun as no hay acuerdos a la hora de clasificar a otros pases.
Finalmente en 2007, durante el congreso de la lasa, en una sesin del
grupo Cultura, Poltica y Poder (cpyp), conducida por Arditi y Panizza, sta se
centr en la rudimentaria caracterizacin ideolgica del artculo de Castaeda,
sealando que la divisin de la izquierda y la centroizquierda latinoamericanas,
considerndolas como socialdemcratas y populistas, era una forma comn de
buscar entender la diversidad. Mientras que Castaeda contrastaba las diferencias
entre demcratas y populistas, otros rechazaron la categorizacin de populista o,
aceptando que ciertos gobiernos de la izquierda latinoamericana son populistas,
celebran el poder transformador del populismo radical. Panizza subraya la naturaleza problemtica del populismo y de los giros a la izquierda contemporneos.
Aquellos quienes defienden la naturaleza democrtica del populismo sostienen que
ambos conceptos (democracia y populismo) estn basados en la soberana popular,
y por lo tanto, el esfuerzo para distinguirlos se vuelve problemtico. Al darle voz
e incluir a los excluidos en un nuevo orden radical donde la plebe se convierte en
el pueblo (demos), el populismo tienen una slida lgica democratizadora, si no es
que toda forma populista es democrtica por naturaleza.
Aquellos quienes sostienen que el populismo es fundamentalmente democrtico, necesitan tomar en cuenta esos casos que demuestran lo contrario.
Pero quienes ven al populismo como inherentemente antidemocrtico necesitan
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explicar el apoyo popular del que gozan los lderes populistas sin apelar a la ignorancia e irracionalidad de las masas. Para Panizza, populismo y democracia estn
tan entremezclados que determinan la naturaleza de su relacin. En determinadas
circunstancias, el populismo es incompatible no slo con las formas liberales de la
democracia sino con la democracia misma; pero Panizza no coincide con quienes
sostienen que populismo y democracia nunca son compatibles, acercndose a
Laclau cuando la relacin populismo/democracia se ve determinada por un grado
populista de articulacin con una estructura de democratizacin.
La conferencia en Vancouver:
Beasley-Murray y Hardt/Negri con y contra Laclau
Estas perspectivas recientes han resonado y se han desarrollado hacia diferentes caminos desde 2007, culminando en la conferencia en la British Columbia University
coorganizada por Jon Beasley-Murray y Eric Hershberg, en cuyo seno las discusiones
siguieron centradas en las crticas y alternativas a la dicotoma simplista propuesta
por Castaeda. Un sumario de las discusiones est disponible (ver http://weblogs.
elearning.ubc.ca/leftturns/2007/05) y varios artculos aparecen en el libro editado
por Hershberg y Maxwell Cameron (2010). Pero aqu, en un intento de establecer el
contexto para la vinculacin de cuestiones culturales con las polticas de la izquierda, vamos a explorar las perspectivas desarrolladas por Jon Beasley-Murray y en sus
relaciones con Hardt y Negri, por un lado y Laclau por el otro.
Beasley-Murray (2003: 122-123) fue uno de los primeros en popularizar
el trmino post-hegemona proponiendo un vnculo entre la multitud y su representacin. Tan pronto como en 2003 l mantena que somos testigos de la
aparicin de la multitud auto-potica como coleccin de singularidades con una
tendencia a sumar ms singularidades hacia la meta de unirlas todas [] en una
relacin de variaciones continuas, l tambin habl de la clausura de una era
de agrupaciones pseudo-hegemnicas organizadas en trminos de equivalencia
que inevitablemente fracasan. Esta idea sirve a Beasley-Murray para introducir
su gran tema de la posthegemona y su afirmacin de que la era de la hegemona
(o su ilusin) haba terminado. Es tambin una expresin de la perspectiva sobre
el concepto imperio/multitudes que, para l, parece superar el nfasis de Laclau y
Mouffe en la cuestin gramsciana de la hegemona (Beasley-Murray, 2010).
En la conferencia de 2007 y tambin en Hershberg y Cameron (2010),
Beasley-Murray seala que las palabras de Castaeda representan el sentido comn
de la izquierda antes del alzamiento zapatista. Para Castaeda, la democracia social es generalmente definida como una revolucin moderada. Es ste el caso con
los crecientes giros a la izquierda? Estamos viendo esto a pesar de las tendencias
populistas o las socialdemcratas de los gobiernos de izquierda? Beasley-Murray
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argumenta que los giros a la izquierda no son ms que una serie de reacciones a
las insurgencias del pasado. Los partidos de izquierda se han visto beneficiados
por xitos electorales en los ltimos diez aos y, por lo tanto, se encuentran en una
posicin ambivalente respecto a los movimientos sociales. Su rol ha sido como
una suerte de administracin de crisis, dependiendo de la crisis y su promesa de
controlarla. Las insurgencias de los movimientos sociales son ms autnomas que
nunca antes de los partidos que se supone los representan, y por lo tanto todo el
mecanismo de representacin se ve fracturado.
Como muchos otros antes que l, Beasley-Murray considera al Caracazo
como la primera insurgencia de un nuevo tipo, directa e irreductiblemente
vinculada al vehculo electoral que le sigui. l seala que los lderes que se posicionaron en y a favor de los arranques sociales [] llegaron tarde. El Caracazo
es la primera insurgencia post-neoliberal e inaugural de los giros a la izquierda.
Este acontecimiento fue violento, desorganizado y radical, como forma de
accin poltica que marca un exceso que demuestra la obsolescencia del consenso
democrtico social venezolano de la post-guerra, un consenso basado en las premisas del contrato liberal y la subalternizacin radical. Insurgencias como sta
son instancias del poder constituyente que descubre de pronto el descrdito de su
capacidad de representacin.
Hay una clara brecha entre la insurgencia y la izquierda organizada que
clama representarla. Para Beasley-Murray el punto es si los lderes de los giros a
la izquierda pueden reconstruir los modelos usados para contener la energa roja
en una insurgencia sin forma. En muchas partes de Amrica Latina, los viejos
modelos resultan ahora inservibles. La gobernabilidad contina siendo un tema
importante, los partidos polticos estn en crisis as como la separacin clsica
entre sociedad civil y el Estado ya no se sostiene ms.
Beasley-Murray parece estar en lo correcto cuando argumenta que la izquierda organizada arrastra y representa mal las crisis de los movimientos sociales,
las cuales a su vez crean y responden a crisis econmicas e ideolgicas. Pero,
cmo se constituye y reforma el poder? Ms especficamente: podemos hablar de
democracia nicamente en trminos de poder constitutivo? Para Beasley-Murray
cualquier discusin del constitucionalismo debera encargarse de diferenciar entre
poder constituido y constitutivo. Hasta qu grado son las asambleas constituyentes o los cambios constitucionales la expresin del poder de abajo y el resultado
del poder creativo, generativo y constitutivo de la propia gente?
En todo esto, Beasley-Murray plantea sus argumentos partiendo de Hardt
y Negri. Esos giros a la izquierda, dice, no son slo un fenmeno naciente de
la poltica post-neoliberal, tambin y siempre una poltica post-liberal y post-hegemnica excesiva. Es por esto que la dicotoma populismo/socialdemocracia
es intil; esto asume que experimentamos un regreso al caudillismo populista o a
una correccin de la excesiva fe neoliberal en el mercado. Pero estos movimientos
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que Hardt y Negri no tienen bases tericas para articular cmo la opresin se vuelve en coalicin constituyendo oposiciones polticas viables. Ellos estn fascinados
por el teatro de la rebelin, pero su visin del poder reduce los procesos complejos
a una estructura bipolar Imperio/multitud y le otorga un matiz de imposibilidad a
cualquier anlisis poltico imposible.
Uno de los atractivos de Hardt y Negri es que no han sobre-semantizado las
combinaciones de grupos y acciones que pudieran constituir a la multitud de ah
el inters de Beasley-Murray en el destello de la emergencia de lo impredecible, es
decir, el poder creativo de la multitud. Sin embargo, Laclau pregunta: dnde est
esa creatividad de la multitud si cada una de sus acciones pareciera pre-estructurada
por el Imperio mismo? Para l, no hay nada en la formulacin sobre el binomio
Imperio/multitud que teorice cmo la multitud pudiera conquistar articulaciones
y evadir un descenso hacia las versiones fascistas y corporativistas del populismo.
Por lo tanto, Laclau sostiene que la constitucin del pueblo requiere una complejidad interna que le es otorgada por la pluralidad de demandas que forma su
concatenacin. ste es un aspecto de la heterogeneidad radical, porque nada en esas
demandas anuncia un manifiesto de identidad que les permitiera fusionarse en
ninguna clase de unidad. Por lo tanto, Laclau insiste: En contra de los autores de
Imperio, yo propondra que el momento de la articulacin, considerando que es ciertamente ms complejo que en el pasado, no ha perdido su relevancia y centralidad.
l argumenta que la conceptualizacin del antagonismo social y las identidades
colectivas son importantes, y la necesidad de ir ms all de los estereotipos y de las
formulaciones insignificantes [] es una preocupacin importante.
Al final, Laclau ve a la multitud como una manera desarticulada de conceptualizar a los sujetos revolucionarios. La tarea poltica e intelectual [] en la
actualidad es ir ms all del horizonte trazado por la previsin contempornea en
sus alabanzas y condenaciones [] El regreso del pueblo como categora poltica
es una contribucin a este horizonte en expansin, porque ayuda a presentar otras
categoras [] como formas contingentes y particulares de articular demandas, no
como un ltimo conjunto del cual las demandas pudieran ser expresadas.
Es as que para Laclau, su primera oposicin a Hardt y Negri es naturaleza
pre-construida del tipo ideal que constituye a la multitud de alguna forma; ampliar
los horizontes y la modificacin del futuro por cualquier pre-concepcin es una
condicin para pensar las formas de compromiso poltico bajo el capitalismo global. Las dislocaciones inherentes a las relaciones sociales son ms profundas que
en el pasado, por lo tanto, las categoras que sintetizan la experiencia social pasada
se vuelven cada vez ms obsoletas. Es necesario re-conceptualizar la autonoma de
las demandas sociales, la lgica de sus articulaciones y la naturaleza de las entidades colectivas y sus prcticas. Estos necesarios esfuerzos colectivos representan
la verdadera agenda por venir; implican re-pensar todas las conexiones sociales,
entre ellas las que hoy constituyen la cultura en relacin con las generalidades
21
El giro cultural
La acumulacin flexible, la cultura del consumo, y el nuevo orden mundial de la informacin son producidos y distribuidos (hechos para fluir) globalmente, para ocupar el espacio
de la nacin, pero no se ven ms motivados por ninguna conexin esencial con el Estado
que pudiera expresar, por ejemplo, una formacin nacional-popular. Sus motivaciones
son tanto infra como supranacionales. Podramos decir que, desde el punto de vista del
proscenio estatal, se mantiene la situacin post-hegemnica. Esto es, la solucin comprometida de la cultura proporcionada por Gramsci ya no es ahora algo que concierna a los
niveles nacionales pero s a lo local y lo trasnacional. En su lugar, la cultura ideolgica del
consumismo sirve para naturalizar el capitalismo global por doquier. (1995: 4)
Los artculos
Sobre todo, los cambios culturales y literarios son el foco de inters en este libro a
travs de una serie de ensayos que confirman, cuestionan y a veces van ms all de
la discusin desarrollada hasta el momento sobre esos cambios polticos, culturales
y literarios en Amrica Latina.
25
bajo el yugo del Banco Mundial (bm) y el Fondo Monetario Internacional (fmi).
Irnicamente, en vista de su propia muerte, el texto de Rosenzvaig finaliza con un
apndice sobre la carencia de intelectuales latinoamericanos capaces de superar la
lgica del mercado-democracia.
Elvira Beatriz Narvaja de Arnaux y Juan Eduardo Bonnin ofrecen un trabajo
cuyo objetivo es analizar el funcionamiento de la dimensin religiosa en los discursos de campaa y asuncin del presidente paraguayo Fernando Lugo. El captulo
se centra en evaluar sus potencialidades y lmites en el campo poltico, particularmente a partir de preguntas sobre los elementos que le permitieron interpelar a
un colectivo amplio y heterogneo, recurriendo a rasgos de una identidad comn
y sin comprometerse con demandas particulares. El anlisis de los discursos de
campaa y asuncin al poder de Lugo van de lo estilstico y la retrica hasta poner
en duda el xito poltico de la estrategia que privilegi el uso del discurso religioso.
El captulo de Guillermo Delgado se concentra en el concepto de mesianicidad y busca explicar un fenmeno propio de los discursos que se confrontan
con las retricas apocalpticas (el fin de la historia de Fukuyama) y la aplastante
presencia del mercado como ente todopoderoso. Es un trabajo que tambin
recorre las reflexiones sociolgicas, literarias y filosficas que dan pistas sobre el
derrumbe de las expectativas de las sociedades desarrolladas y en vas de desarrollo, particularmente del mundo andino boliviano tras la llegada de Evo Morales
al poder. El texto tiene una narrativa propia de los trabajos tericos densos de la
posmodernidad que gustan de las composiciones conceptuales.
Angela Marino Segura rescata el uso que se le diera durante la campaa
de revocacin del mandato del presidente Hugo Chvez Fras en Venezuela, a la
conocida historia de Florentino y el Diablo con el objetivo de inspirar al movimiento
social y poltico bautizado como la Revolucin Bolivariana de Venezuela. El captulo analiza un discurso de Chvez y un cartel que muestra cmo la campaa
activ un repertorio de smbolos populares que sirvieron para afianzar la poltica
estatal. Dicho anlisis no deja escapar la oportunidad de plantear preguntas sobre
el rol de la sociedad civil y la funcin de la democracia, y muestra cmo los performances populares, como la msica y la danza, tteres y rap urbano, no slo evocan
la historia de Florentino sino ante todo hacen expresos los cambios en los roles del
Estado y del pblico masivo en una revolucin del siglo xxi.
Ya pasando a Centroamrica, vemos como Leonel Delgado Aburto aborda
el tema de las polticas culturales en la Nicaragua post-sandinista, destacando
que para tal empresa es necesario rescatar la historia del rol que han jugado
intelectuales e idelogos en la construccin de la denominada cultura nacional.
Indica cmo precisamente durante la revolucin sandinista, los comandantes e
idelogos mantuvieron perspectivas culturales reaccionarias formuladas por los
escritores vanguardistas pro-franquistas y somocistas de los aos treinta y entonces
fallaron en su acercamiento a los problemas y esperanzas de los grupos tnicos
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Reflexiones finales
ayudar a mantener las nuevas polticas, pero tambin pueden implicar cambios para
que sigan siendo de izquierdas en nombre solamente. Podemos identificarnos con
la insistencia de Beasley-Murray sobre lo que es nuevo en los giros a la izquierda.
Pensando en el ensayo de Forster, la historia no se puede repetir como si fuera una
farsa porque la globalizacin hace la relacin entre cada Estado y el mundo (y, claro,
la gente que supuestamente se representa claramente diferente). Como nos recuerda
Beverley, existe un miedo entre muchos que fueron considerados de la izquierda
respecto a que los nuevos giros a la izquierda repetirn el rechazo a la democracia,
incluso si en algunos casos la gente, bajo la proteccin de la multitud, el pueblo
o alguna otra designacin, exijan libertad, as como igualdad y solidaridad.
Aqu estamos evocando otra vez la reescritura de Arditi de la trada de la
Revolucin Francesa, para subrayar que debemos preguntarnos hasta qu grado los
giros a la izquierda en cuestin son o pueden empezar o seguir siendo democrticos,
dado que los ciudadanos que apoyan la democracia parecen haber decado en muchos pases. Graves violaciones de los derechos humanos elementales siguen siendo
frecuentes y golpean a los socialmente desaventajados. El clientelismo extendido
sigue impidiendo a muchos ejercer sus derechos polticos. Con el fin de mantener
el poder, algunos lderes han manipulado reglas electorales y otras constitucionales,
restringido la libertad de prensa, y disuadido a los polticos de la oposicin de montar retos serios. De esta manera, fortalecer las instituciones democrticas y todas las
dems sigue siendo una meta vital. Y por supuesto, muchas veces el debate sobre
la democracia est conectado a esas versiones supraizquierdistas del populismo,
las cuales por supuesto ahora estn implicadas en la globalizacin y los procesos
trasnacionales. Por eso Lomnitz (2007: 24-25) escribe que el giro a la izquierda
de Amrica Latina est lleno de contradicciones. Es ste un giro hacia polticas
democrticas que [] reta los preceptos medulares de la democracia liberal? Es
una rebelin contra una globalizacin desenfrenada que [] se arriesga a caer de
nuevo en el nacionalismo y el estado de desarrollo? La izquierda busca fortalecer
la intervencin y regulacin del Estado, pero debe confiar en formas flexibles de
redistribucin que comparte con los partidos neoliberales; busca adems producir
modelos alternativos de desarrollo, pero ha invertido insuficientemente en ciencia,
tecnologa y ambientalismo. Estas contradicciones son [] reconocidas, pero son
muy raramente atradas a los debates polticos urgentes. Hasta que sean tomadas
seriamente, la izquierda de Amrica Latina permanecer [y no ms que eso] como
un ideal prometedor de resistencia global.
Uno necesita no ser demasiado pesimista respecto a los giros a la izquierda.
Pero no tenemos idea de hacia dnde irn. No compartamos del todo lo que vemos
como la fe, esperanza o apuesta de Beasley-Murray en la conjuncin de algo que
podramos llamar despus de todo la multitud, y no sabemos si la resistencia,
subalternidad o hibridez resolvern todo, a menos que pasen por un proceso de articulacin, diferenciacin y desplazamiento a la Laclau o como otros pensadores.
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los derechos humanos en relacin a todo eso? un problema que, si bien tal vez
no es esencial para el liberalismo, termin atado a ello a travs del siglo xix. Esto
no significa sino arriesgarse a las crticas del neoconservadurismo al insistir en
una cierta cautela crtica sin la cual podramos encontrarnos en la posicin de
un Benedetti que afirmaba no conocer sobre los gulags, o la posicin de un gran
intelectual como Lukcs, quien tuvo que reconocer, mientras las tropas soviticas
marchaban sobre Budapest, que Kafka y no Mann era el escritor ms realista de
su siglo.
Para nosotros, la legitimacin de los derechos humanos permanece como el
ncleo difcil de establecer de cualquier crtica dirigida a los giros a la izquierda,
como aspectos de la descolonizacin y modernidad de Amrica Latina en nuestro
tiempo. Esto apunta a la coyuntura particular que como intelectuales pagados
para disentir y seguir anhelando y cambiando a la izquierda, podemos tratar de
ayudar a hacer posible y defender mientras tratamos de criticar los nuevos giros a
la izquierda, pero tambin promover sus aspectos ms positivos mientras se abren
en cultura, ideologa, da con da y sus polticas en verdad amplan el horizonte de
nuestro tiempo. Por encima de todo, el predominio de la cultura permanece an
amorfo, impredecible, nomdico y hasta esquizofrnico en la coyuntura actual.
Pero argumentaramos que para comprender qu es lo poltico y qu surgir de las
polticas culturales en los prximos aos, se debe articular lo que queda de la cultura
sin importar cul sea la tendencia particular de los gobiernos de izquierda por venir.
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34
PRIMERA PARTE
Introduccin
36
*1
Artculo publicado inicialmente en Latin American Research Review (LARR), Vol. 43, No. 3, pp. 59-81. La traduccin al castellano es ligeramente
diferente a la versin publicada en ingls, sea porque se actualizaron y agregaron referencias bibliogrficas o porque se reforzaron algunos argumentos. Agradezco a Rafael Muiz por haber hecho la primera versin de la traduccin y a Eduardo Crdoba Eguvar por haber identificado los
anglicismos que quedaron en la versin en castellano.
BENJAMN ARDITI
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limitaciones impuestas por los recursos disponibles, las relaciones estratgicas con
otros y un horizonte temporal dado.
No disponemos de un referente absoluto o de un tercero autorizado capaz
de juzgar a ciencia cierta qu cuenta como igualdad, solidaridad o participacin en
debates crticos, para determinar cmo las distintas corrientes de izquierda han de
concebir y combinar cada uno de estos elementos o para especificar cunta tensin
entre dichas concepciones y combinaciones puede ser tolerada. Todo lo que tenemos
es una pltora de casos singulares. Es precisamente por eso que debemos introducir
el tercer y ltimo de los criterios de razn terica. Es como sigue: la igualdad, la
solidaridad y la participacin son operadores de la diferencia que forman parte de la
jurisprudencia cultural y afectiva de la izquierda, pero carecen de existencia poltica
relevante fuera de los esfuerzos por singularizarlas en casos mediante un desacuerdo
o polmica. El desacuerdo busca establecer si y hasta qu punto estos operadores de la igualdad o de la solidaridad efectivamente hacen una diferencia o si slo
son seuelos utilizados por los aparatos polticos para aplacar a sus seguidores.
Quienes conocen el trabajo de Jacques Rancire notarn que estoy utilizando desacuerdo en el sentido que l le da a este trmino. Para Rancire un desacuerdo
describe una situacin de habla en la que uno de los interlocutores entiende y a la
vez no entiende lo que dice el otro: no es el conflicto entre quien dice blanco y
quien dice negro, sino uno en el que ambos dicen blanco pero entienden de un
modo diferente la blancura (Rancire, 1996: 8; vase tambin Rancire, 2004). Es
por eso que el desacuerdo supone una polmica acerca de qu est hablando uno,
el reconocimiento de que la verdad del asunto de cualquier asunto no puede
ser establecida al margen de la argumentacin y una aceptacin de que lo nico
que tenemos a nuestra disposicin para hacerlo es una serie de casos en los cuales
ponemos a prueba la universalidad de principios o valores para una discusin ms
detallada (ver Arditi, 2007b: 111-118). Diremos adems que un desacuerdo ocurre
dentro de las coordenadas de un cierto horizonte de posibilidades, de fuerzas
antagnicas y de proyectos y polticas alternativos a los nuestros. Es por ello que
el desacuerdo o la polmica crean un escenario de verificacin continua que le
imprime un carcter contingente al lugar de enunciacin denominado izquierda y
tambin a las identidades de quienes ocupan ese lugar. Por lo mismo, la lgica del
desacuerdo pone en evidencia que no existe una izquierda unitaria y que cuando
hablamos de una poltica de izquierda debemos tener presente que ella es en gran
medida dependiente de su contexto de aparicin.
Criterios de razn prctica
Ahora podemos ocuparnos de lo que describ como un suplemento de razn prctica. La izquierda latinoamericana sea como concepto, identidad o conjunto
de prcticas inventariadas bajo ese nombre ha sido moldeada por tres factores
41
interconectados. Uno es la experiencia histrica resultante de los aciertos y errores o de los xitos y (principalmente) derrotas del ltimo medio siglo. Otro es
la relacin estratgica con un afuera cambiante que establece el contexto para la
accin y quines han de ser considerados y tratados como enemigos. La figura
del enemigo se ha transmutado de una poca y contexto a otro. En un momento
fue la oligarqua minera, ganadera y terrateniente, luego fue el imperialismo y los
regmenes militares y, ms recientemente, el neoliberalismo. El tercer factor se refiere a las representaciones de lo que es la izquierda tal y como ellas se plasman en
manifiestos, panfletos y escritos tericos que intentan darle sentido a los otros dos
factores y responder a las preguntas clsicas de quines somos y por qu luchamos.
Estos tres factores se entrelazan en el itinerario que ha llevado a la izquierda
de la poltica insurreccional a la electoral y de los frentes populares a las coaliciones amplias. Si la dcada de 1960 fue la poca de gloria en la que el entusiasmo
generado por la Revolucin Cubana y la experiencia guerrillera del Che Guevara
en Bolivia auguraba un futuro socialista, la de 1970 y buena parte de la de 1980
fueron las dcadas perdidas para la izquierda. Luego de un xito inicial en Chile
con la eleccin de Salvador Allende en 1970 la seguidilla de golpes de Estado y la
subsecuente militarizacin de las respuestas del Estado a las protestas populares
marcaron un periodo de derrota poltica, persecucin, desmovilizacin y exilio.
El efecto inesperado de esta derrota es que hizo que un nmero apreciable
de grupos polticos reconsiderara sus reservas acerca de la democracia electoral y
ampliara sus destinatarios ms all de las clases populares. Este cambio cognitivo
en la izquierda fue acompaado por esfuerzos para deshacerse de los gobiernos
militares y construir o reconstruir regmenes democrticos. El nuevo enemigo ya
no eran tanto las clases dominantes o el imperialismo sino los gobernantes autoritarios, y el acuerdo tcito era que las relaciones de propiedad no seran tocadas
en una transicin. Esto explica por qu en esos aos la agenda socialista de los
grupos de izquierda fue minimizada o relegada a un futuro lejano. El caso es que
la ola del cambio arrastr a la regin hacia la democracia multipartidista. En parte,
esto es el fruto de los esfuerzos de coaliciones contrarias al autoritarismo, pero
tambin se debe a que ya para mediados de la dcada de 1980 los regmenes represivos enfrentaban un creciente aislamiento y oprobio: el anticomunismo estaba
virtualmente en bancarrota como moneda ideolgica para justificar la brutalidad
de los gobiernos o para obtener apoyo de Estados Unidos y la aquiescencia de la
comunidad internacional. La ola de transiciones se extiende desde la eleccin de
Jaime Rolds en Ecuador en 1979 hasta la derrota del Partido Revolucionario
Institucional (pri) en Mxico en el 2000.
Sin embargo, la revolucin conservadora desatada por Ronald Reagan y
Margaret Thatcher en la dcada de 1980 rebas a la izquierda por el flanco econmico con ideas y polticas que eventualmente se convertiran en el referente obligado de gobiernos y agencias multilaterales. Esto volvi a generar cambios. Ya para
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BENJAMN ARDITI
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reduce el precio de los servicios, las polticas de ajuste son duras pero inevitables, la
derrama econmica del crecimiento eventualmente propiciar mayor prosperidad
para todos, y as por el estilo.
La gente suele olvidar que sus polticas pblicas fueron desarrolladas sobre
la marcha despus de que ambos polticos llegaran al gobierno. Tambin se suele
pasar por alto que ellas no siempre fueron consistentes o siquiera exitosas. Las
muchas vctimas de las polticas de ajuste de las dcadas de 1980 y 1990 siguen
esperando la realizacin del tan pregonado efecto de goteo hacia abajo y los economistas han sealado que, a pesar de su insistencia en las virtudes de mantener el
gasto pblico bajo control, durante la administracin de Reagan Estados Unidos
registr el mayor dficit pblico de su historia antes de que ese dudoso cetro le
fuera arrebatado por George Bush, otro adalid del neoliberalismo.
Los giros con o sin xitos electorales
Alternativamente, si medimos el xito en trminos de su capacidad para ganar
elecciones, a la izquierda le fue muy bien en pases como Chile, Bolivia, Ecuador,
Paraguay, Uruguay, Venezuela, Nicaragua y ahora tambin El Salvador a pesar de
las diferencias entre sus respectivas fuerzas polticas, polticas pblicas y estilos de
gobierno. Algunos incluiran a Argentina bajo los gobiernos de Kirchner y Cristina
Fernndez de Kirchner en esta lista. Tambin le fue bien en Mxico y Per, donde se
ha posicionado como un actor poltico de peso a menudo indispensable para obtener mayora legislativa a pesar de no haber logrado llegar al gobierno. Gobernar es
un indicador fundamental del xito de una fuerza poltica, dado que abre un nuevo
horizonte de posibilidades y provee importantes recursos a los titulares de las oficinas
de gobierno. Es por ello que la izquierda deber abocarse a la tarea de ganar comicios.
Pero, qu hay de aquellos lugares donde a la izquierda no le ha ido muy bien
en trminos de formar gobierno o de lograr tener presencia significativa en las legislaturas? Deberamos excluirlos del debate acerca del giro a la izquierda? El sentido
comn dicta que la respuesta a estas preguntas debera ser que s, dado que las victorias
electorales funcionan como el criterio predominante para juzgar estos giros. Coincido
con esto, pero no del todo, pues el sentido comn que no es ms que el lugar comn
convertido en juicio sensato y contundente a menudo puede estar en lo cierto pero
tambin puede ser una limitante para imaginar alternativas a lo dado. Debemos tratar
de pensar fuera de los marcos establecidos y dejar de lado por un momento el criterio
electoral mientras examinamos otros indicadores conceptuales y empricos. Esto nos
permitir incluir experiencias que habitualmente no califican como indicadores de
giros a la izquierda y nos brindar una imagen ms compleja de dichos giros.
Antes de abordar esto, quiero dejar en claro que no pretendo minimizar la
importancia de las elecciones sino ms bien llamar la atencin al hecho de que
ellas no son el nico medio democrtico para impulsar cambios. Hay siempre
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BENJAMN ARDITI
BENJAMN ARDITI
quienes ayer defendan la libre competencia hoy ejecutan la mayor de las intervenciones del Estado en la historia econmica contempornea, y que en el caso
especfico de Amrica Latina esto es an ms marcado (Latinobarmetro, 2008:
6). El pensamiento nico de la narrativa neoliberal en materia econmica con
su nfasis desmedido en la poltica monetaria, el mercado y la eliminacin del
dficit pblico est siendo desplazado a medida en que se reivindica el Estado
como instancia capaz de regular los mercados y se acepta que una poltica fiscal
expansiva, incluso si sta genera dficit, es un mecanismo de corto plazo para
impulsar el crecimiento y reducir las desigualdades. Al mismo tiempo, ha existido
una demanda por ms democracia y no por el retorno del autoritarismo, aunque
los piqueteros, las asambleas barriales y otras experiencias nos muestran que la
democracia no siempre es entendida en su formato electoral. Esto no se debe slo
a su cara simblica de participacin sino tambin a su lado material de justicia
social. Como seala Latinobarmetro (2008: 7): hay amplia evidencia de que el
significado de la democracia en Amrica Latina tiene un componente econmico
que no tuvieron otras democracias en otras partes del mundo cuando surgieron.
La conclusin que podemos extraer de todo esto es que en un escenario
caracterizado por los nuevos referentes culturales y el repliegue de la ortodoxia del
mercado, la derecha se ve ahora obligada a acercarse a la narrativa de la izquierda
para expandir su base social y electoral. Esta re-significacin del centro poltico
nos permite interpretar el giro a la izquierda en Amrica Latina no slo como consecuencia de victorias electorales sino tambin como la produccin de un nuevo
sentido comn poltico e ideolgico. Tal como el proyecto neoliberal de Thatcher
y Reagan logr desencadenar un cambio cognitivo antes de que fuera capaz de
formular polticas pblicas concretas, la izquierda est logrando transformar las
coordenadas de lo que es polticamente razonable y deseable y ahora debe usar
su imaginacin para capitalizar ese xito desarrollando polticas e instituciones
visionarias para enfrentar los desafos y anhelos de los pueblos de la regin.
Los llamados giros a la izquierda pueden fracasar en su intento por mejorar
la distribucin de la riqueza y los privilegios en beneficio de los pobres y excluidos,
pero incluso si ello ocurre, ya habrn logrado cuando menos dos cosas. Primero,
haber vuelto a colocar la discusin de la igualdad, la redistribucin y la inclusin
en la agenda poltica. Esto abre una oportunidad para impulsar una capacidad de
invencin poltica capaz de darle sustento a lo que la Comisin Econmica para
Amrica Latina sola llamar crecimiento econmico con equidad. Y segundo, si
tenemos razn en asociar estos giros con la fuerza generativa de la performatividad
poltica dentro y fuera del gobierno y con la re-significacin del centro poltico en
vez de hacerles depender exclusivamente de las vicisitudes de procesos electorales
y de la suerte de candidatos exitosos, entonces podemos suponer que sus efectos
continuarn despus que los Chvez, Morales, Correa, Fernndez, Funes, Lula y
otros hayan abandonado la escena poltica.
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BENJAMN ARDITI
BENJAMN ARDITI
sentido. Este por venir tambin lleva las huellas de la utopa escenificada de
i ek que us para ilustrar la dimensin perfomativa de la poltica. Como hemos
visto, esto es precisamente lo que ocurri en el curso de la resistencia a los regmenes autoritarios en el Cono Sur: la ciudadana no era un derecho estatutario pero
muchos actuaban como si ya fueran libres y ciudadanos.
Lo por venir de Derrida y la utopa escenificada de i ek nos permiten
entender la peculiar futuralidad del post-liberalismo por venir como algo que ya
est sucediendo: es una invitacin a participar en un futuro que ha comenzado a
ocurrir. No hay una relacin de exterioridad pura entre ellos: el post-liberalismo es
receptivo a las elecciones y la representacin y el Estado liberal debe coexistir con
el presupuesto participativo, los municipios autnomos y los usos y costumbres.
Usando de manera libre la nocin de dispositivo de Foucault (dispositif), que para
Deleuze consta de dos elementos, el archivo y el diagnstico, diremos que en el dispositivo llamado giro a la izquierda el liberalismo es lo que somos pero tambin
lo que gradualmente estamos dejando de ser, mientras que el post-liberalismo es
un sntoma de lo que estamos en proceso de convertirnos, un indicador de nuestro
devenir-otro (Arditi, 2005 y 2007a). En lo que sigue describo brevemente algunos
aspectos de este devenir-otro post-liberal.
Poltica electoral y supranacional y el empoderamiento
a travs de la ciudadana social
El locus clsico de la ciudadana democrtica en el pensamiento liberal, se caracteriza por tres rasgos bsicos: el reconocimiento de las personas como iguales
en la esfera pblica, la naturaleza voluntaria de la participacin y la demanda
poltica de empoderamiento ciudadano entendida como un derecho a participar
en la seleccin de las autoridades pblicas dentro de las fronteras territoriales del
estado-nacin. El post-liberalismo desafa esto de distintas maneras.
Una de ellas tiene que ver con la modificacin de algunas coordenadas de la
participacin electoral. Schmitter (2005: 257) propone una serie de reformas que
sirven como pinceladas de lo que sera una democracia post-liberal. Entre ellas,
ofrecer un pequeo pago por votar, algo que va en contra del carcter voluntario de
la participacin. No debemos confundir una recompensa por votar con la compra
de votos. Lo que se pretende con ella es aumentar la tasa de participacin electoral
y a la vez introducir un mnimo de igualdad de oportunidades asunto central
para la izquierda al compensar a los ms pobres por los gastos personales en los
que incurren para poder participar en comicios.
El autor tambin propone una representacin recproca en el caso de pases
con altos niveles de intercambio comercial y flujos migratorios. Cada uno elegira
dos o tres representantes con plenos derechos en la cmara alta del otro para promover proyectos de legislacin e introducir asuntos de inters para su pas de origen
55
en la agenda poltica del otro (p. 258). Schmitter tambin sugiere un mecanismo
ingenioso para asignar financiamiento pblico a los partidos polticos. Aparte de
seguir el criterio habitual para estos menesteres un monto dependiente de la votacin y el nmero de cargos de representacin popular obtenidos en los comicios
anteriores los ciudadanos tendran un pagar que ellos mismos asignaran al
partido de su preferencia. Si no estn satisfechos con las opciones disponibles, sus
pagars se destinaran a un fondo comn para financiar la creacin de nuevos partidos (p. 259). Estas tres propuestas son factibles sin incrementar necesariamente el
monto del financiamiento pblico actualmente destinado a los partidos.
Otro desafo al liberalismo es la expansin y legitimacin de la poltica
fuera del espacio fsico del estado-nacin impulsada por actores que se ubican por
debajo del nivel gubernamental. La literatura sobre esto es abundante. Gente como
Richard Falk, Robert Keohane, Stephen Krasner, R. B. J. Walker y otros hablan
de las dificultades para mantener la soberana westfaliana, mientras que Ulrich
Beck, David Held y Andrew Linklater han impulsado la tesis de la democracia y la
ciudadana cosmopolitas como marco terico para pensar la poltica supranacional.
De momento, este cosmopolitanismo no consiste en un conjunto de
instituciones realmente existentes sino que describe prcticas informales que sirven de antecedentes para un proyecto de reforma poltica. No hay una instancia
reconocida para validar los derechos ciudadanos fuera del Estado, por lo cual la
variante cosmopolita de la ciudadana se encuentra en un limbo legal y poltico
parecido al del derecho a tener derechos al margen de la membresa a un Estado
que propuso Hannah Arendt hace ms de medio siglo. Pero ya hay un ejercicio ad
hoc de la poltica supranacional por parte de actores no gubernamentales que no
esperan a que los gobiernos les autoricen o concedan derechos para actuar fuera
del territorio de sus respectivos estados-nacin.
Sus iniciativas tienen una dimensin performativa anloga a la que identificamos en las resistencias a los regmenes autoritarios del Cono Sur: ya han
comenzado a transformar la idea de ciudadana al embarcarse en intercambios
polticos transfronterizos. Hay abundantes ejemplos de esto las
redes de defensa internacional en Amrica Latina estudiadas por Margaret Keck y Kathryn
Sikkink (2000), iniciativas de comercio justo que buscan introducir un mnimo de
igualdad en el comercio Norte-Sur, el activismo de quienes se sienten cercanos al
espritu del Foro Social Mundial y las protestas contra la Organizacin Mundial
de Comercio como las ocurridas en Seattle y Cancn. El cosmopolitanismo
de estas iniciativas es congruente con el internacionalismo de la izquierda y
reverbera en el lema de la solidaridad ahora transfronteriza heredado de la
Revolucin Francesa.
Un tercer aspecto del post-liberalismo tiene que ver con acciones, demandas
y propuestas de empoderamiento social. Los ejemplos que vienen a la mente aqu
son experiencias como la Guerra del Agua en Cochabamba en el ao 2000, el
56
BENJAMN ARDITI
movimiento de fbricas recuperadas en Argentina, las iniciativas de ongs y organizaciones sociales que buscan modificar la agenda y el debate acerca de las polticas
pblicas para desarrollar un Mercosur Solidario o las propuestas para un presupuesto participativo en ciudades desde Porto Alegre hasta Rosario y Buenos Aires, por
mencionar slo algunas.
Al igual que en el caso de la consigna: Que se vayan todos, el comn
denominador de todos ellos es la oposicin al neoliberalismo y la bsqueda de
canales de participacin por fuera de los que ofrece el liberalismo. La ciudadana
social es uno de ellos. No me refiero a ella en el sentido socialista clsico del
autogobierno de los productores o como los derechos de tercera generacin que
propona T. H. Marshall a la salud, la educacin o la vivienda y que son
prcticamente inoperantes a pesar de haber sido entronizados en la mayora de
los textos constitucionales en Amrica Latina. La ciudadana social se refiere ms
bien a la manifestacin de la voluntad popular un empoderamiento en trminos
de voz y capacidad de decisin en la asignacin de recursos pblicos en vez de la
seleccin de las autoridades. Constituye un modo de ser poltico y democrtico al
margen de la ciudadana electoral. La relacin entre ambas ciudadanas no implica
un maniquesmo de lo uno o lo otro, dado que la social es un suplemento de la
electoral. Claus Offe (1984) y Schmitter (2005) hablan de ciudadana secundaria
o segundo circuito de la poltica para referirse a este tipo de empoderamiento y
lo asocian con el quehacer de los grupos de inters organizados. Estos grupos eluden la representacin electoral, pero no pueden ser reducidos a una representacin
funcional o una corporativa (Schmitter, 2005; ver tambin Arditi, 2005 y 2007a).
Poltica hbrida:
multitud, ciudadanos, Estado
Un ltimo aspecto de la poltica post-liberal se refiere a intervenciones que no
tienen al Estado o el sistema poltico como sus objetivos primarios. La poltica
fuera del mainstream electoral no es algo nuevo. No me refiero a los ejemplos
obvios de insurgencias armadas o experiencias de partidos y movimientos extraparlamentarios, sino de la sociedad civil a menudo un nombre errneo como
mbito de agencia e intervencin poltica.
Guillermo ODonnell y Philippe Schmitter (1986) describen su historia
reciente en el tomo de conclusiones de Transiciones desde un gobierno autoritario.
Hablan de una resurreccin de la sociedad civil como resultado de las movilizaciones llevadas a cabo por movimientos y organizaciones sociales (ODonnell y
Schmitter, 1986: 26-30). Puede que estas movilizaciones no basten para precipitar
un cambio de rgimen, y los autores parecen pensar que as suele ser, pero su
importancia radica en que ellas contribuyen a expandir las libertades y legitimar
a grupos independientes. Las acciones de estos colectivos no partidistas nos dicen
57
que la poltica en el sentido que Carl Schmitt le da a ese trmino, el de la capacidad que tiene una agrupacin para distinguir amigos de enemigos y su disposicin
a enfrentar a estos ltimos va ms all de los sitios y actores designados por la
tradicin liberal aunque slo sea porque en los rdenes autoritarios a menudo hay
sistemas electorales y de partidos que no funcionen como tales.
Para ODonnell y Schmitter el apogeo de lo social es un estado de cosas
temporal porque los partidos vuelven a asumir un papel protagnico tan pronto
como hay una oportunidad para su retorno a la escena pblica. Pero estos eventos
dejan huellas un palimpsesto de memorias, inscripciones y experiencias de
la robustez de pulsiones polticas que se manifiestan fuera del terreno de la representacin territorial. Y no se desvanecen respetuosamente con la llegada de las
maquinarias electorales de los partidos y su pretensin de ser los verdaderos conocedores de cmo funcionan la poltica y el Estado. Todo lo contrario: los actores
extra-partidistas han pasado a ser parte componente habitual de la poltica gracias
a la terca presencia de movimientos e iniciativas urbanas, campesinas, indgenas y
de otro tipo en la esfera pblica, lo cual demuestra que lo que la literatura acerca
de las transiciones llama resurreccin de la sociedad civil es mucho ms que un
simple interregno entre un rgimen autoritario y uno democrtico.
Como seala Latinobarmetro, hoy Amrica Latina est movilizada como
nunca antes. La movilizacin, sin embargo, es no convencional, y no sigue los
canales regulares de participacin establecidos en la sociedad [] La participacin
no se da en los partidos, ni en reclamos institucionales, ni en formacin de asociaciones, que han sido los tipos tradicionales de participacin de otras sociedades
en otros momentos del tiempo (Latinobarmetro, 2008: 75, 77). No es que haya
desaparecido la participacin en procesos electorales sino que las movilizaciones
se estn dando, afirma el informe, de manera creciente por fuera de este tipo de
canal. Esto constituye un recordatorio ms de que la pretensin de equiparar a la
poltica electoral con la poltica en cuanto tal es simplemente errnea, incluso si
uno desconfa como efectivamente creo que debemos desconfiar de las narrativas embellecidas de activistas que piensan que la poltica que se hace por fuera del
mainstream es inherentemente ms cercana al espritu democrtico.
Veamos algo ms acerca de una poltica extra-electoral que incluye pero tambin rebasa los momentos de transicin. Carlo Donolo (1982) se refiere a ella como
poltica homeoptica aquella en la que lo social es curado por lo social y
la contrasta con la poltica alpata habitual en la que las demandas hechas por la
sociedad son procesadas por una instancia formalmente externa a ella el sistema
poltico y tratadas mediante legislacin o polticas pblicas. La poltica homeoptica tiene un parecido de familia con el xodo y la poltica de la multitud. Tambin
hay diferencias: quienes abogan por la multitud creen en la necesidad de desarrollar
opciones estratgicas por fuera del Estado porque ste y la representacin son contrarios a la singularidad de la multitud o pueblo o multitud, dice Virno (2003: 23).
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BENJAMN ARDITI
multitud es siempre un hbrido como tambin lo es, claro est, cualquier otra
forma poltica, incluyendo el liberalismo. Un indicio del carcter hbrido de estas
insurgencias es el giro dado por muchas asambleas barriales y grupos de piqueteros
que irrumpieron en la escena poltica argentina a partir de 1997-1998 y fueron
protagonistas de los sucesos de diciembre de 2001. Para algunos observadores, sus
acciones coincidan con lo que sera una poltica de la multitud: cuando coreaban
la consigna Que se vayan todos estaban afirmando una estrategia de xodo de la
representacin. Pero ya vimos que el grueso de los piqueteros y participantes en las
fbricas recuperadas termin formulando demandas al Estado y en las elecciones
generales de 2003 fueron a las urnas para apoyar a Nstor Kirchner y en 2007
votaron por Cristina Fernndez. El hecho de que la crtica de la representacin
cohabitara con acciones electorales y partidistas confirma el carcter hbrido de la
prctica poltica de estas insurgencias.
Adems est la cuestin del Estado. Es cierto que en Amrica Latina el
Estado suele ser demasiado grande y a la vez mucho ms dbil de lo que querramos que fuera. Los recursos de que dispone son usualmente modestos y tiene
una capacidad limitada para ejecutar sus decisiones, ms an en un mundo de
interdependencia compleja donde hay tantas variables que se sustraen de su voluntad y del alcance de las polticas formuladas por actores domsticos. Esto impone
restricciones importantes a lo que la izquierda o cualquier otra fuerza poltica
puede lograr simplemente accediendo al poder del Estado. Pero ste cuenta a pesar
de todo, y cuenta mucho. No me refiero a sus funciones policiales y migratorias
sino a su papel como instancia de regulacin y de redistribucin de la riqueza.
La necesidad de contar con una instancia coactiva parece insalvable, aunque
slo sea porque el pago de impuestos progresivos no es voluntario y los acuerdos
vinculantes no siempre funcionan con base en la buena fe. El Estado tiene ventajas
comparativas en relacin con otras instancias societales en asuntos tales como la
recaudacin de impuestos, la contratacin de crditos o la emisin y validacin
de medios de pago. Sin l es poco probable que uno pueda impulsar iniciativas
como el Impuesto Tobin, diseado para castigar la especulacin financiera, generar
fuentes de ingreso alternativas para proyectos de desarrollo y proteger a los mercados financieros domsticos de los efectos desestabilizadores de la fuga de capitales.
Tampoco sera fcil frenar la carrera por firmar tratados comerciales bilaterales y
buscar acuerdos regionales para negociar mejores tratados. Y ni qu decir de las
perspectivas de separar los derechos de propiedad de los acuerdos comerciales y
rechazar los Agrements on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights
(ms conocidos como trips) cuando stos incluyen clusulas que obligan a pagar
derechos de propiedad por medicamentos que son cruciales para la salud pblica. El
Estado est mejor equipado que otras instancias para manejar ese tipo de asuntos.
i ek destaca esta importancia del Estado en una serie de observaciones
mordaces acerca de intelectuales que se muestran renuentes a tomar el poder
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BENJAMN ARDITI
del Estado y proponen una estrategia de repliegue hacia lo social para crear
espacios que se sustraen del control estatal. Dice: Qu le deberamos decir a
alguien como Chvez? No, no tome el poder del Estado, confrmese con replegarse, deje al Estado y a la situacin actual tal como est? ( i ek, 2007).
Todo lo contrario. Alega que debemos usar el Estado para promover una agenda
progresista e impulsar nuevas formas de hacer poltica. Y tiene razn, aunque su
descalificacin de las alternativas no estatales es miope e injusta pues se sustenta
en un maniquesmo de lo uno o lo otro. Como he insistido a lo largo del artculo,
las pulsiones que se agitan por fuera del mbito estatal tambin brindan opciones
para transformar lo dado.
Para decirlo de una buena vez, la poltica post-liberal de izquierda no considera que la contaminacin entre multitud y representacin sea algo problemtico.
Si lo hiciera, estara arrojando por la borda el supuesto de que toda forma poltica es
un hbrido. Adems, no podemos olvidar que la multitud contempornea difiere de
su antecesora del siglo xvii en un aspecto crucial: ha dejado de ser una experiencia
de resistencia al proyecto centralizador de los nacientes estados nacionales dado
que surge en el marco de aparatos estatales ya existentes. Dicho de otro modo, a
diferencia de la multitud teorizada por Spinoza, la actual ya nace con las huellas
del Estado y por consiguiente una estrategia que pretendiera establecer un juego de
suma cero entre multitud y Estado sera simplista y equivocada. Beasley-Murray
(2007) reconoce esto indirectamente cuando describe las insurgencias sociales como
precedente directo de los giros a la izquierda en Amrica Latina. El Caracazo, dice,
es el punto de partida de un nuevo tipo de insurgencias directamente relacionadas
con el vehculo electoral que vino despus, pero invariablemente autnomas y no
reducibles a dicho vehculo.
Interpreto esto no simplemente como una constatacin de la discontinuidad
existente entre una causa originaria y las consecuencias de sus acciones, sino ms
bien como una manera de explicar la manifestacin y la permanencia de la causa
en sus efectos. Si estas insurgencias pueden resguardar su autonoma mientras se
relacionan de distintas maneras con la representacin y, adems, como hemos
visto, si esa relacin ha incidido al menos parcialmente sobre los giros a la izquierda, entonces no podemos afirmar que la novedad y especificidad de la poltica
insurgente requiere de una supuesta exterioridad con el Estado, los partidos y las
elecciones. La experiencia reciente nos muestra que se contaminan entre s a pesar
de seguir caminos diferentes. Los antecedentes tericos tambin. Hay un gran entusiasmo por la idea de rizomas entre los defensores de la multitud, pero a menudo
se olvidan de algo que Deleuze y Guattari decan acerca de la relacin entre formas
arborescentes y rizomticas: hay rizomas con regiones arborescentes y sistemas
arborescentes que engendran rizomas en su seno. Mutatis mutandis diremos que la
pretendida pureza de la multitud o de la representacin es un mal mito pues ellas
se contaminan mutuamente y engendran una variedad de formas hbridas.
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BENJAMN ARDITI
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63
64
1
La historia no se repite. O al menos, y ms all de los dichos cannicos de ciertos historiadores inclinados a ofrecer una visin simplificada, casi nada de lo que aconteci
en el pasado regresa en el presente manteniendo su lozana ni manifiesta tendencias
continuas, agazapadas desde el fondo de los tiempos esperando siempre la hora de
su retorno triunfal. Cada poca, en este sentido, reinicia la marcha de la sociedad
sabiendo, sin embargo, que lo nuevo que lleva dentro de s, lo sepa o no, lo quiera
o no, deja marcas profundamente talladas en su cuerpo. En la historia la repeticin
implica necesariamente la diferencia, el giro inesperado, la ruptura con algunos de
los ncleos decisivos de esos otros tiempos que han quedado a las espaldas, incluso
de aquellos que constituyeron momentos fundamentales y que acabaron por transformarse en mitos. Para decirlo de otro modo: cada presente se inventa su propio
pasado, lo adapta a sus necesidades, lo inscribe en los imaginarios que atraviesan las
formas de visin y comprensin que dominan la trama de sus dispositivos. Aunque lo
deseemos con fervor, con una nostalgia que a veces nos arrasa el alma, es imposible
regresar al pasado del mismo modo que nuestra infancia ha quedado para siempre
encerrada, en el mejor de los casos, en una dulce melancola o en un alivio nacido de
saber que ya no podr seguir mortificndonos del mismo modo.1
Que la historia no se repita, y que ni siquiera sea verdadera en toda su extensin aquella frase tallada por Marx al comienzo del Dieciocho brumario de Luis
Bonaparte, frase tantas veces citada como si fuera la verdad revelada, y que el propio
Marx deca haber ledo en algn libro de Hegel, aquello de que la historia primero
1 En Utopa y revolucin, libro clsico y estupendo, Melvin Lasky destacaba que a menudo estamos condenados a repetir el pasado, no simplemente porque no lo recordamos, sino porque los recuerdos no logran funcionar bien en la profunda estructuracin de nuestra imaginacin
(Lasky, 1985: 11). Tal vez matizando la afirmacin del inicio de este ensayo, la repeticin en la historia se desliza, casi siempre, por las grietas
de lo que falla en el presente, se vuelve, anhelante, hacia el pasado tanto para recuperarlo en su frescura inmaculada como para rechazarlo; y en
esos movimientos nada de lo acontecido vuelve a funcionar del mismo modo pero est all, en los intersticios de lo actual, para recordarnos sus
labernticas persistencias.
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se da como tragedia y luego como farsa, no significa, por supuesto, que uno no
vaya a la bsqueda, para intentar entender su poca, de aquellos otros momentos
de la historia que pueden servir de espejo invertido. Para algunos periodistas y
tambin para ciertos divulgadores del pasado es sumamente atractivo, y altamente
funcional a sus intereses, destacar una y otra vez de qu manera las cosas se repiten, haciendo de la historia una suerte de escenario en el que en definitiva nos
volvemos testigos de una eterna lucha entre buenos y malos, adaptndose cada
uno a los gustos del periodista o historiador de turno.
Estas frenticas bsquedas de relaciones especulares con el pasado se han
convertido en una moda particularmente activa en nuestros das, en los que en
la Argentina y en gran parte de Latinoamrica parecen regresar los inolvidables
aos setenta. Con el triunfo de Bachelet en Chile, mujer, divorciada, socialista e
hija de un general asesinado por la dictadura pinochetista, y la indita asuncin
del primer presidente indgena y de izquierda en Bolivia, que se suman a Lula en
Brasil, a Chvez en Venezuela, a Tabar en Uruguay y a Kirchner en la Argentina
(y recientemente a Correa en Ecuador),2 el sur de Amrica parece haber regresado
a los primeros aos setenta, esos que se han vuelto mticos y que llevaron los
nombres propios de Salvador Allende, de Velasco Alvarado, de Juan Jos Torres,
de Hctor Cmpora y que estuvieron signados por las utopas revolucionarias de
una generacin que intent tomar el cielo por asalto y que, como se encargara de
mostrarlo la segunda mitad de esa dcada, terminaran en el infierno y la desolacin. La tentacin es, sin embargo, demasiado grande, tanto para la derecha que,
entre nosotros, habla desde las columnas de prestigiosos matutinos del regreso
del populismo estatizante, como para algunas izquierdas que creen estar viviendo
nuevamente en una etapa revolucionaria. Para los primeros la antigua amenaza
comunista se ha transmutado en la bestia negra de la actualidad que lleva el
2 Este ensayo fue escrito, en su primera versin que preferimos mantener pero haciendo algunas salvedades, entre el 2006 y el 2007; es decir,
antes de la derrota del candidato de la Convergencia en Chile a manos del neopinochetista Piera pero tambin antes de los triunfos de Lugo en
Paraguay y, ms cerca en el tiempo, de Jos Pepe Mujica en Uruguay. Por un lado el agotamiento de la experiencia de casi dos dcadas de una
alianza poltica democratacristiana-socialista que no quiso ni supo desmontar el ncleo del modelo econmico neoliberal forjado en los tiempos
de la dictadura de Pinochet, volvindose funcional, en cierto sentido, a la lgica de los sectores econmicos dominantes y clausurando cualquier
alternativa de radicalizacin popular como inviable y anacrnica. En todo caso, el progresismo chileno pag un precio equivalente al que en su
momento tambin pagaron los grandes partidos socialdemcratas europeos que fueron funcionales al giro neoliberal del capitalismo de las ltimas
tres dcadas. Chile constituy, para las derechas continentales espantadas ante las experiencias caracterizadas como populistas, el ejemplo
inmaculado y el espejo en el que deberan mirarse el resto de las naciones de una Latinoamrica contaminada por el virus maldito del populismo.
La Convergencia chilena particip activamente de los relatos dominantes asociados al fin de la historia y la muerte de las ideologas, al mismo
tiempo que incorpor sin inconvenientes la matriz consensualista y neutralizadora de la poltica propia del capitalismo neoliberal. Por el otro lado,
la diversidad de experiencias polticas en la regin que se enriqueci con la llegada de Lugo, un exobispo forjado en la tradicin de la Teologa de
la Liberacin, al gobierno de uno de los pases ms lastimados del continente, y de alguien como Mujica que proviene de la antigua militancia
tupamara aunque en la actualidad su discurso se haya moderado significativamente. Queda por reflexionar, tal vez ms adelante, la complejidad de
la escena poltica argentina a partir del triunfo electoral de Cristina Fernndez y de la agudizacin del conflicto con las principales corporaciones
econmico-mediticas que viene signando la primera mitad de su gobierno, dndole forma a una coyuntura marcada por la excepcionalidad y la
fuerte politizacin de amplios sectores de la sociedad. Lo cierto es que, y sa es la tesis de este ensayo que sigue sostenindose, Latinoamrica est
viviendo un proceso histrico extraordinario en contramarcha a lo que sucede en la mayor parte del planeta; un proceso que vuelve a proyectar con
fuerza las tradiciones emancipadoras, populares e igualitaristas.
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RICARDO FORSTER
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duda de que Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina, con sus particularidades y sus diferencias, aparecen como el lado maldito, mientras que
Brasil, Uruguay y Chile (al menos mientras gobernaba Bachelet) son mostrados como aquellos que han elegido un rumbo racional y perfectamente
adecuado con las seales que emanan del capitalismo contemporneo. A nosotros nos interesa sobremanera dar cuenta de esta condicin maldita que vuelve extraordinariamente rica la actualidad sudamericana, destacando tanto sus potencialidades como los desafos evidentes de una
derecha continental que intenta, con distintos mtodos, horadar esos procesos de matriz popular y democrtica. El ejemplo hondureo est all
como expresin de las nuevas estrategias de usurpacin utilizando los recursos de la retrica y las prcticas de las instituciones democrticas (un
golpe legal avalado por los poderes legislativo y judicial y sostenido por las fuerzas armadas y, claro, por la poltica diletante de Obama que acab
por legitimar a los golpistas). Cierta semejanza es posible encontrarla en lo que viene sucediendo en Argentina, el intento de la oposicin poltica
RICARDO FORSTER
Y sin embargo algo est sucediendo en las tierras calientes de un continente pauperizado por polticas econmico-sociales que aceleraron los conflictos en nombre de
promesas siempre incumplidas. No casualmente, entonces, vemos cmo algunas
experiencias re-semantizan antiguas tradiciones mientras que otros se encargan
de demonizar aquello que amenaza, hoy, con reinstalar en nuestro continente el
espectro del populismo.
Los vientos de cambio que no dejan de sorprender en esta regin del sur
del mundo se enfrentan a sus propios desafos y, claro est, a sus propios lmites.
No en vano pas entre nosotros la dcada de los noventa; sus marcas, sus envilecimientos, sus traumas, sus brutalidades e incluso sus seducciones no pueden
ser borradas de un plumazo como quien gira el almanaque desprendindose, en
ese gesto, de todo su pasado. Si bien la historia no se repite, la farsa es siempre
una amenaza latente all donde la propia sociedad prefiere hacer borrn y cuenta
nueva, creyendo que de ese modo lo brutal del pasado, sus propias complicidades y
bajezas, se volatilizarn como minsculas partculas de polvo llevadas por el nuevo
viento de la poca.
Pensar tanto la globalizacin como interpelar las actuales condiciones
sociales que, entre otras cosas, han modificado hondamente no slo la realidad
de la pobreza sino tambin nuestra percepcin de ella y de los imaginarios que
se constituyen a su alrededor, significa, entre otras cosas, poner en cuestin las
frmulas admonitorias, los prejuicios que esconden muchas veces un agudo plegamiento del pensamiento progresista a lgicas de la resignacin o, ms grave an,
a la aceptacin del dominio planetario de un discurso monocorde adherido a las
leyes del mercado y de un liberalismo estrecho y enceguecido con sus propios
triunfos. Latinoamrica ha pagado un altsimo costo durante las ltimas dcadas
como para seguir sosteniendo conceptos vacos y teoras arbitrarias en nombre de
la gran quimera de una entrada definitiva a las promesas emanadas de un tiempo
capitalista que desea, de un plumazo y con extraordinaria torpeza, homogeneizar
sociedades e identidades, culturas y tradiciones apelando a esas mismas promesas
que, entre nosotros, han apuntalado la fragmentacin y el empobrecimiento. De
ah que lejos de sentir temor ante la aparicin de fenmenos polticos no siempre
compatibles con las buenas costumbres declamadas por democracias fallidas,
creo que el retorno del conflicto y de la heterogeneidad constituye una ms que
interesante oportunidad para sacarnos de encima la parlisis poltica que atraves
nuestro continente en los aos anteriores.
y corporativa de doblegar al gobierno llevndolo a una debilidad estructural y paralizante. Sin embargo, la respuesta del kirchnerismo ha sido en
parte inesperada porque ha decidido doblar la apuesta profundizando los cambios sin plegarse al chantaje del poder econmico y meditico. Una
de las consecuencias visibles es la repolitizacin de amplios sectores de la sociedad y la clara emergencia de una conflictividad de alto voltaje que
va unida a una intensa recuperacin de la movilizacin social.
69
2
Los giros de la historia nunca dejan de sorprendernos. Hacer la prueba de instalarse en la dcada de los noventa para intentar pensar la actualidad, sus movimientos
inesperados, la emergencia de lo insospechado, es ms que interesante; supone un
ejercicio del que seguramente nadie hubiera podido extraer, como posibilidad que
se abrira en el horizonte ms prximo, los cambios profundos y las novedades
inquietantes del escenario latinoamericano. Lo que hoy est sucediendo en nuestros pases, con diferencias y matices, con perspectivas no siempre encontradas,
constituye un rotundo mentis a ciertos enunciados agoreros que destacaban sin
dobleces la desaparicin definitiva de discursividades y prcticas asociadas a los
antiguos fantasmas de polticas populistas, estatalistas o francamente inclinadas
a hacer pie en la cuestin social y en la abrumadoramente olvidada distribucin
de la riqueza. Pensar la actualidad latinoamericana supone, desde un comienzo,
recoger los hilos de un pasado que sigue insistiendo, aunque en el interior de
realidades que han mutado vertiginosamente. Tal vez lo equvoco sea la utilizacin de categoras que presuponen contenidos que han quedado vacantes o se
han modificado en la percepcin de los actores contemporneos, exigiendo un
esfuerzo duplicado que nos conduzca a una genuina deconstruccin de algunos
de esos trminos a la hora de intentar comprender mejor y ms intensamente el
cuadro de situacin.
Pienso, fundamentalmente, en conceptos muy en boga y dominantes que
giran, hoy por hoy, alrededor de ese constructo retrico tan problemtico que llamamos globalizacin. Me interesar, en todo caso, romper ciertos esquemas interpretativos, salirme de lo que el supuesto sentido comn viene diciendo respecto
a este fenmeno que domina el imaginario de la poca y, desde ese gesto crtico,
leer de otro modo aquellos otros ncleos de las sociedades latinoamericanas que
resultan difciles de abordar sin prejuicios. Me refiero, entre otros, a la cuestin de
la democracia, del populismo, de las identidades colectivas, de los nuevos caudillismos polticos que se relacionan con el pasado y que a su vez lo subvierten, de
las inditas subjetividades estalladas que surgen de la nueva marginalidad urbana,
de las transformaciones que se han operado en la pobreza hasta configurar un
mapa muy distinto de los lenguajes que buscan dar cuenta de ella o que tienden a
arrojarla a la oscuridad de lo maldito. Lo sucedido en las ltimas dcadas ha dinamitado el edificio de nuestras certezas y nos exige abordar con nuevos arsenales
interpretativos fenmenos de extraordinaria originalidad.
Sin caer en falsos exitismos ni afirmar que Amrica Latina ha entrado definitivamente en una nueva etapa de su tumultuosa historia (las seales evidentes de
un giro anmalo e inesperado estn all como para ahorrarnos ms comentarios),
s creo necesario prestar atencin a las seales que vemos surgir por doquier y que
se expresan, sobre todo, en la reintroduccin de palabras y conceptos olvidados o
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RICARDO FORSTER
despreciados pocos aos atrs junto con un cierto retorno (cada vez ms intenso
y significativo), sobre el que me gustara volver ms adelante, de la poltica, ahora
desprendida, despus del dominio de las retricas neoliberales, de su reduccin mercantilista o de su neutralizacin tecnocrtica. Claro que este retorno de la poltica,
la reaparicin de un escenario conflictivo y la visibilidad de actores sociales antes
despreciados u olvidados como partes claves de la escena cultural, poltica y social,
no significa que estemos instalados, de un modo ya decisivo y como una inflexin
superlativa, en un tiempo atravesado por demandas genuinamente polticas o que
lo que hoy est aconteciendo en Latinoamrica constituya un abandono radical y
decisivo de las matrices que vienen dominando las discursividades y los imaginarios
de las ltimas dcadas, en especial aquellos que se instalaron fuertemente a partir de
los aos ochenta y de la mano con la profunda crisis de los ideales emancipatorios,
por un lado, y de los restos de voluntad transformadora que habitaba ciertas perspectivas que por comodidad denominamos populistas, por el otro.
Instalados en otra coyuntura histrica descubrimos, no sin cierto azoramiento, que las relaciones con el pasado continan perturbando una actualidad
que, sin embargo, sigue por caminos que ya no conducen, ni pueden hacerlo, hacia
la reaparicin de aquellos espectros que si bien parecen fugarse del museo al que
supuestamente haban ido a parar, se presentan profundamente transformados.
En todo caso esos retornos vienen a condicionar la aparente homogeneidad que
le imprime a la sociedad actual la gramtica globalizadora, all donde las recurrencias del pasado, el regreso de ciertos debates aparentemente clausurados, la
insistencia de identidades desvanecidas y esa otra vuelta extraa de un populismo
anacronizante nos colocan en un laberinto del que no se sale afirmando modos
del pensar y del hacer anclados en aquellos discursos que dominaron la escena
en los ltimos veinte aos. Quiero decir que la discusin en torno a los efectos de
la globalizacin en Amrica Latina ya no puede hacerse eludiendo esas marcas
espectrales ni pasteurizando la memoria o ese otro laberinto todava ms complejo
de definir y de pensar que constituyen las identidades.
Es por eso imprescindible recuperar un cierto marco histrico para abordar
crticamente los fenmenos contemporneos, en particular los que se asocian con
la globalizacin y sus decisivas transformaciones de las esferas tradicionales que
supuestamente articulaban nuestras sociedades. No cabe duda que frente a la proliferacin de alternativas y de experiencias diversas en el interior de la geografa
latinoamericana propias del pasado, las ltimas dcadas se caracterizaron por
un irresistible proceso de homogeneizacin que atraves no slo la dimensin
econmica sino que se ampli a las esferas de la cultura, la poltica y lo que otrora
se denominaba con el concepto, algo vago y abstracto y no carente de una cierta
lgica esencialista, de identidad. En este sentido, fue principalmente la dcada
de los noventa la que tendi a dinamitar las estructuras del pasado, no las que
articularon los mecanismos de dominacin (sas permanecieron intocadas), sino
71
aquellas que tenan que ver con lo que genricamente podra denominarse las
formas del vivir o las identidades culturales. Lo que se vino aparentemente
abajo, lo que se derrumb de acuerdo al discurso hegemnico del periodo, fueron
esas tramas que entrelazaban ideales emancipadores, resistencias culturales,
polticas sociales entramadas con el reconocimiento de la diversidad y particularidades resistentes a los procesos de homogeneizacin propios del tiempo del
capitalismo global.
No casualmente desde las ciencias sociales fueron transformndose las
perspectivas de anlisis al ir abandonando antiguas categoras para adentrarse
en nuevos territorios. Con la crisis del marxismo se desvaneci, casi como por
encanto, la venerable categora de clase social que fue reemplazada, desde los
ochenta, por los rutilantes nuevos movimientos sociales que, a su vez, tambin
caeran en la picota del aceleramiento posmoderno que prefiri, en los ltimos
aos, trabajar con formas ms huidizas e inestables que giraron alrededor de esa
ficcin transformada en ideal tipo por Nstor Garca Canclini de hibridacin
cultural. Con esa palabra casi mgica se busc dar cuenta de los fenmenos que
iban emergiendo en el interior de los traumticos encuentros del impulso globalizador y las formas locales de identidad y resistencia. Entre la homogeneidad
y la heterogeneidad, entre el dominio creciente de un discurso aplanador y la
persistencia de las diferencias, la teora de la hibridacin cultural alcanz algo as
como un equilibrio inestable.
Los noventa produjeron una suerte de cisma en el interior de nuestra historia, como si de un da para el otro se hubieran desvanecido prcticas y creencias,
ideologas e identidades, palabras y experiencias absorbidas por un huracn que
termin por reducir a escombros gran parte de aquellas ideas desde las que, de
distintos modos, se haba pensado nuestro continente. Confluyeron en ese periodo
crucial y traumtico acontecimientos mundiales y circunstancias locales, entremezclados con una crisis colosal de las identidades poltico-ideolgicas vinculadas, en general, a tradiciones de izquierda y/o populistas. La cada de la Unin
Sovitica constituy un punto de inflexin, no porque se hubieran mantenido las
expectativas en las promesas del socialismo real, sino porque vino a sealar de un
modo aplastante la crisis radical de las izquierdas y el avance prodigioso de un
discurso articulado alrededor del capitalismo triunfante convertido en el rbitro
absoluto de la poltica, en el dueo de la nueva escena histrica.
Lo que se haba anunciado a sangre y fuego a travs de las dictaduras sudamericanas en la primera mitad de los setenta y que se prolong hasta bien entrados los aos ochenta, termin por consolidarse con el retorno de la democracia: el
abandono de las agendas sociales, la desaparicin de mundos poltico-conceptuales
que, durante casi todo el siglo xx, haban girado en torno al igualitarismo y a la
integracin. Parecieron derrumbarse tradiciones enteras junto con la entronizacin de la nueva ideologa reinante que vena del norte y que ira desplegndose
72
RICARDO FORSTER
alrededor del sacrosanto mercado. Los procesos de transicin democrtica ampliaron la esfera de las libertades en el mismo instante en que profundizaron las
desigualdades econmico-sociales.
Tal vez la condicin trgica de aquellos aos, el sino de los procesos abiertos
principalmente en Sudamrica con la cada de las dictaduras (en circunstancias
bastante diferentes pero que por el espacio dejo sin aclarar) haya sido precisamente
el hiato que se manifest entre el retorno del estado de derecho, la reconquista de
las libertades y de la democracia con la brutalizacin econmica que se despleg
impiadosamente durante los ltimos veinte aos y en nombre de la integracin
al mercado mundial de pases que haban permanecido ajenos a ese gran marco
de referencia de las democracias occidentales. Dicho ms breve y crudamente:
la recuperacin democrtica se desarroll con total independencia de la cuestin
social y se hizo de espaldas a los reclamos de equidad de aquellos sectores de la
sociedad que veran, a lo largo de esos aos post-dictatoriales, profundizarse su
marginacin y empobrecimiento.
Es ste uno de los problemas centrales a la hora de pensar la relacin,
traumtica de los pases latinoamericanos y los fenmenos de globalizacin. Del
mismo modo que se tendi a disociar democracia y conflicto, a reducir cada vez
ms intensamente la prctica y la idea de la democracia a sus formas institucionaljurdicas, lo que tuvo como consecuencia inmediata el vaciamiento de lo poltico,
su reduccin a sede tribunalicia en muchos casos, y la expropiacin ideolgicoconceptual de la dinmica del conflicto como ncleo enriquecedor de la democracia reducindolo a lgica del resentimiento o a retorno fantasmagrico del
populismo que, precisamente y de acuerdo a este discurso dominante, exacerbaba
el conflicto reduciendo la calidad institucional.
Lo llamativo de los aos finales del siglo xx, y especialmente en nuestro
continente, es que en nombre de la democracia y las libertades recuperadas se
profundiz su vaciamiento y su ahuecamiento en casi todos los sentidos, incluyendo por supuesto el propiamente republicano que no dej de pagar el precio de la
devastacin tica que atraves el mundo de la poltica en la mayora de nuestros
pases, all donde una clase dirigente aggiornada a los nuevos tiempos neoliberales
se convirti en agente de una depredacin monstruosa de esos mismos estados
que supuestamente venan a recuperar y a sanear despus de los aos negros de
las dictaduras. La Argentina de Menem tal vez constituya el paradigma de ese
desbarrancamiento, de esa reduccin de la poltica a ejercicio gansteril en nombre
de las leyes del mercado, de la entrada al mundo global y de la propia democracia.
Queda por pensar, tambin, el maridaje que se dio entre la perspectiva liberal-conservadora y cierto populismo que segua utilizando una retrica y unos smbolos
que, si bien pertenecan a otro momento histrico, no entraban en conflicto con el
giro antiestatista y aperturista que domin el discurso y la prctica durante los aos
noventa. Las crticas que hoy dominan los medios de comunicacin provienen por
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mercado y los costos sociales que se deban pagar, asociando todo eso con una profunda y decisiva despolitizacin de la propia tradicin progresista
que crey que era posible refundar la poltica desde un set de televisin y plegndose a la lgica de la sociedad del espectculo. Creyendo que la historia
ya estaba saldada y clausurada y que los nuevos aires de poca venan a demostrar lo inmodificable de una realidad impiadosa, los progresistas fueron
asumiendo casi sin darse cuenta los usos y las costumbres del neoliberalismo. Una perturbadora transformacin cultural que acompa los cambios
estructurales de la economa y de la sociedad fue naturalizando los valores de una ideologa que pareca dominar la totalidad de la escena histrica. Una
de sus primeras vctimas fue el progresismo que, travestismos de por medio, termin asocindose, como haba sucedido con gran parte de la socialdemocracia europea, a las corrientes conservadoras. En la actualidad latinoamericana es comn ver cmo muchos de los antiguos progresistas de los noventa
se han convertido en furiosos adversarios de los procesos populares que se han abierto en varios de los pases del continente.
RICARDO FORSTER
al populismo, ya que creo que all se manifiesta un eje clave para intentar comprender
lo que est sucediendo en Latinoamrica en el contexto de una discusin ms amplia
sobre las consecuencias de la globalizacin y las distintas estrategias no slo para
combatir la pobreza sino para aprender crticamente las nuevas condiciones que se
vienen desarrollando y que involucran, a su vez, la ardua cuestin de las identidades
culturales, polticas y sociales, tanto en sus continuidades como en sus rupturas e
hibridaciones. De la misma manera que es tambin importante incorporar al debate
las nuevas perspectivas que giran alrededor de la cuestin crucial del giro biopoltico
de la modernidad anunciado, primero por Michel Foucault y ahora recuperado
en un sentido ms amplio y complejo por pensadores como Giorgio Agamben y
Roberto Espsito. Seguramente que a la luz de algunas de estas reflexiones se podrn
interpelar mejor las significaciones actuales de la exclusin, de la pobreza, de la
marginalidad y de la injusticia, como tambin situar el debate en torno de lo poltico
en otra encrucijada que sea capaz, a un mismo tiempo, de hacer dialogar entre s a
problemas centrales de nuestras sociedades como lo son la violencia, el conflicto, la
heterogeneidad, la fragmentacin social, las demandas identitarias, etctera.
3
No se trata, por lo tanto, de abordar el populismo como una excrecencia del pasado,
como una frmula anacrnica que intenta desviar el curso de la historia anclndose
en un arcasmo reaccionario, sino de pensarlo como un factor que reinstituye en
nuestras sociedades despolitizadas a lo largo de las ltimas dcadas, la dimensin
propiamente poltica reintroduciendo, entre otras cosas, la gramtica del conflicto
y del pueblo5 en un tiempo que slo desea el dominio de la lgica neutralizadora y
que relega el problema de las identidades a neofolclorismos pasteurizados, desactivados y absolutamente espectrales frente al avance prodigioso y definitivo de la
globalizacin. Por qu no leer, quizs, el debate en torno al populismo como una
discusin ms amplia que abarque en un sentido ms profundo las formas actuales
de la representacin democrtica y de reinvencin o clausura de lo poltico?
5 Es oportuno aclarar la utilizacin que hago del concepto de pueblo, ya que a lo largo del ltimo siglo adquiri distintas connotaciones, siendo
muchas de ellas vehculo para prcticas totalitarias que no debemos pasar por alto, ya que las cristalizaciones histricas de un concepto son marcas
que permanecen, nos gusten o no, en su posterior utilizacin que nunca puede reclamar la ingenuidad o la virginidad. De todos modos, me resulta
interesante, aunque no menos problemtica, la aproximacin que realiza Ernesto Laclau a ese concepto. Lo cito: Pensar el pueblo como categora social requiere una serie de decisiones tericas que hemos tomado en el curso de nuestra exploracin. La ms importante de ellas se vincula,
quizs, al rol constitutivo que hemos atribuido a la heterogeneidad social. Sin este rol, lo heterogneo, en su opacidad, podra ser concebido como
la forma apariencial de un ncleo ltimo que, en s mismo, sera enteramente homogneo y transparente, es decir, que sera el terreno en el cual
pueden florecer las filosofas de la historia. Si, por el contrario, la heterogeneidad es primordial e irreductible, se mostrar a s misma, en primer
lugar, como exceso. Este exceso [] no puede ser controlado con ninguna manipulacin, ya se trate de una inversin dialctica o de algo semejante.
Sin embargo, la heterogeneidad no significa pura pluralidad o multiplicidad, ya que esta ltima es compatible con la completa positividad de sus
elementos constitutivos. Uno de los rasgos definitorios de la heterogeneidad, en el sentido en que la concebimos, es una dimensin de ser deficiente
o unicidad fallida (Laclau, 2005: 277). Si bien Laclau contina con su anlisis del problema de la heterogeneidad, el centro ya ha sido perforado al
evidenciar que la nocin de pueblo debe pensarse por fuera de toda perspectiva esencialista y en el interior de una dinmica de la diferencia y el
conflicto, lo que le otorga su enorme potencial de apertura a lo poltico.
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RICARDO FORSTER
Tal vez, y esto es algo que habra que meditarlo ms hondamente, la salida
de las pocas dictatoriales tuvo como una de sus consecuencias ms inmediatas
la mistificacin de la democracia, la apuesta casi unvoca por un formalismo que
pareca divorciado de las antiguas cuestiones sociales y que se enemistaba a ojos
vistas con las tradiciones igualitaristas para atrincherarse en una naturalizacin de
la democracia que, con el tiempo, acab por debilitarla, reducindola a escenario
en el que la clase poltica se disputara, como ave de rapia, los despojos de los
estados y los restos de riqueza de naciones cada vez ms arrojadas a la intemperie y
la pobreza. Queda todava por analizar descarnadamente la terrible depreciacin de
la poltica y de las clases dirigentes en el periodo inmediatamente posterior al de la
transicin democrtica, periodo vinculado, a su vez, con la inauguracin, primero
en Estados Unidos y Europa, y luego en Latinoamrica, de las polticas neoconservadoras, que entre nosotros se profundizaron a partir del Consenso de Washington.
La transformacin del mpetu democrtico y participativo en formas vacas
de representacin, termin siendo el sntoma de la mayora de nuestros pases que
vean cmo se realizaba una frmula paradjica y terrible: a mayor ampliacin
de la democracia, del estado de derecho y de las libertades pblicas, menor decisin poltica para combatir la creciente pobreza y la profundizacin indita de
la desigualdad. En nombre de la alquimia de mercado y democracia, todo bien
condimentado por la ideologa del fin de la historia y del triunfo de la razn liberal,
se plegaron las antiguas banderas distribucionistas y se abandonaron, en el interior
de las fuerzas progresistas, los impulsos bienestaristas. La paradoja de esta historia
fue, precisamente, que en el mismo momento en el que se retiraban de escena las
dictaduras, las corrientes que tradicionalmente haban reclamado la defensa de los
sectores ms sumergidos, en nombre de un nuevo realismo poltico afirmado en
los dictmenes de la economa de mercado y de sus ideologemas, acabaron por
convertirse en funcionales al giro neoliberal.
Lo preocupante seala Nicols Calluso siguiendo los hilos complejos de
la discusin es cmo ciertas posturas que hoy se sienten o se dicen progresistas
han perdido todo contacto con ese legado de los desencuentros entre polticas
populares que sostuvieron tales debates sobre el populismo [se refiriere a los que
se desplegaron en el interior de la tradicin marxista y de izquierda en general
hasta los aos ochenta del siglo pasado], para deslizarse como muchas otras
cosas hacia el campo ideolgico del neoliberalismo y de la cultura conservadora,
y seguir tratando la cuestin del populismo como si fuese la misma pero desde
las antpodas ideolgicas. Desde una actualidad donde vuelve a hacerse presente
perdn por el anacronismo una lectura distinta y rotunda de clase social.
Hoy se describe el populismo de los Kirchner, Chvez, Evo Morales, Lula,
Lpez Obrador, Correa, desde un claro hegemonismo argumentativo reaccionario
que vuelve bastante pattico a cierto progresismo opositor, en cuanto a que borr
toda la elaboracin que las izquierdas (las ms y las menos radicalizadas) haban
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6 Hoy podemos ver de qu modo la poltica, sus espacios de significacin, han sido desplazados por una fiebre moralizadora, por el aplanamiento del conflicto a discurso moralista. Desde la crtica frepasista a la corrupcin menemista, a la cruzada por una nueva virtud republicana
de Lilita Carri (atrincherada en una retrica liberal conservadora que gira en torno a un mesianismo moralizante), se viene profundizando la
tendencia, de cierto progresismo, al abandono de las tradiciones igualitaristas y su reemplazo por un legalismo vaco. Imaginar el destino de la
izquierda reducido a lgica bienpensante de clase media asustada es, en el mapa argentino, ms que una ficcin. Pareciera que la izquierda, sus
restos dispersos, tiene como realidad del presente y como horizonte el refugio en dogmatismos arqueolgicos o su conversin en reservorio moral
del capitalismo triunfante. Ser de izquierda, hoy, y entre nosotros, significa, si seguimos estos ejemplos, perseverar en los agusanados lenguajes de
vanguardias anacrnicas o erigirse en depositario de un genuino y nunca realizado republicanismo.
RICARDO FORSTER
4
En el final de estas apretadas reflexiones quisiera volver la mirada ms detenidamente sobre las transformaciones que ha ido sufriendo ese otro sobre el que
se han dicho muchas cosas y al que se lo ha nombrado de diferentes maneras,
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adaptando el decir a los giros de la historia. Fue, en el relato mtico de las diversas
construcciones nacionales, el pueblo annimo que acompa las gestas independentistas guiado por los patriotas ilustrados; tambin fue la plebe guerrera de multitud de caudillos que disputaron a sangre y fuego el poder poniendo en evidencia
la necesidad, emanada de la lgica del progreso y del orden, de someter y vigilar a
esa masa semibrbara que recordaba el atraso latinoamericano; sera, a su vez, y ya
entrado el siglo xx, la promesa de un nuevo horizonte social en el que ese pueblo
oscuro acabara por volverse ilustrado y portador genuino de las ideas avanzadas,
el pueblo transformado en clase social, dueo de una conciencia forjada en los
talleres de las nuevas ciudades industriales, mundos obreros y socialistas capaces,
tambin, de atraer a esas otras masas atrasadas que habitaban la penumbra campesina. Con la llegada de los populismos volvi, aunque modificada, la idea de
pueblo entramado con el reclamo de una comunidad que abarcaba la totalidad
del ser nacional y que se ofreca como ncleo fundacional de una patria recobrada
y garante del cumplimiento de su destino histrico; afirmada la presencia del
pueblo desde una lgica afincada en un esencialismo identitario capaz de inventar
un relato unificador e integrador, dndole forma de crisol al proceso complejo y
atomizante de las modernizaciones que sacudieron a nuestras sociedades en el
corazn del siglo xx.
Durante algunas dcadas convivieron conflictivamente el relato de las
izquierdas que imaginaban al pueblo como clase revolucionaria y el de los populismos que lo pensaban como barrera de contencin de esas ideas subversivas
y extraas a la gramtica de la nacin, pero diferencindose de la concepcin
liberal-conservadora en que la llegada de las masas populares a la escena poltica
implicara su integracin y no su simple reduccin a masa de votantes annimos.
Lo cierto es que hasta bien entrados los aos ochenta el lugar del pobre, enunciado
de diversos modos, fue el de un actor significativo de la historia como bisagra entre
el presente y el futuro; fue, digmoslo as, fuente de esperanzas para algunos y de
miedo para otros; es decir, un genuino sujeto capaz de plantarse slidamente en el
escenario conflictivo de una Latinoamrica imaginada, todava, como el continente de la promesa. Lejos de estos imaginarios, la entrada en las dcadas finales del
siglo xx significaron, para los oprimidos, para los nombrados de diferentes modos,
la entrada en la penumbra, su invisibilizacin poltico-cultural, su transformacin
de pobre en pobrecito, el vaciamiento de su lenguaje o su silenciamiento al dejar de
ser portador de lo propio, de aquellos relatos que le otorgaban un lugar decisivo en
la travesa de la historia acontecida y por acontecer. Simplemente se desactiv su
presencia, su voz, se lo devolvi al silencio de quien carece de subjetividad, de quien
es apenas objeto de conmiseracin y caridad, pero ya no de expectativa o temor,
dueo de un habla fecundada por el humus de la memoria y de las resistencias.
Esta metamorfosis sorprendente est en la base, a su vez, de las sospechas
casi histricas que se lanzan contra los nuevos populismos que parecen querer
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RICARDO FORSTER
resucitar a aquel otro que haba sido reducido a inanidad, y explican, tambin,
la proliferacin de aquellos discursos que, de distintos modos y con diversas justificaciones, adhieren, lo digan o no, sean claramente de derecha o esgriman un
discurso progresista, a una suerte de democracia patrimonialista y pseudo-ilustrada
que sea capaz de enfrentarse a los caudillismos plebeyos que vuelven a amenazar la
construccin en Amrica Latina de un orden jurdicamente intachable, afianzado
en instituciones que funcionen de acuerdo a las leyes y a un verdadero republicanismo. En este relato muy en boga no hay, no puede haber lugar, para ese otro oscuro, irreflexivo, brbaro, plebeyo, anrquico, atrasado, reducido a plebe fascinada
por el discurso del populismo de turno. La nacin democrtica se construye con
individuos autoconscientes, con ciudadanos y no con multitudes.
Ser en relacin con este debate que estamos forzados a pensar el lugar
y el papel del Estado en la actualidad latinoamericana, salindonos tanto de las
frivolidades antiestatistas heredadas, por derecha o por izquierda, de la tradicin
liberal que, sin embargo, casi nunca abandon, en estas latitudes y cuando fue
poder, la centralidad del Estado; como, as tambin, articular una indispensable
sospecha ante las nuevas promesas que surgen del renacimiento de la mquina
estatal de la mano del retorno de aquellas otras tradiciones enraizadas en el populismo estatalista. Cmo pensar la poltica sustrayndonos al espectro del Estado
en sus versiones ya conocidas? Cmo impedir que nuevas y poderosas fuerzas
centrpetas absorban y homogenicen la pluralidad de voces y experiencias que se
han desplegado en el interior de ese otro cuya reduccin a mero pueblo que
acompaa es uno de los mayores peligros que provienen de las actuales formas
que va adquiriendo el populismo? O, y siguiendo algunas de las reflexiones de
Giorgio Agamben, cmo escapar a la matriz soberana de la poltica moderna que,
girando alrededor de la mquina estatal, cre las condiciones para el despliegue
sistemtico de las diversas formas de la exclusin que acabaron dndole su gramtica a las violencias genocidas que se cebaron en el cuerpo del Homo sacer? Con
palabras de Walter Benjamn, cmo impedir que, en nuestro continente, sigamos
nadando a favor de la corriente, subindonos, de nuevo, al tren del progreso?
En los ochenta y los noventa, cuando rein inmisericorde el neoliberalismo, cuando los amos de la economa ocuparon la totalidad del paisaje poltico
y declararon la liquidacin del Estado como rmora de un pasado de atraso, los
pobres fueron apilados en la ms radical de las subalternidades, convertidos en
masa desarrapada, indigente, marginal, analfabetizada en casi todos los sentidos,
reducidos a una nada poltica, a un vaco identitario. Fue, esto hay que decirlo, el
tiempo de las ongs, la poca de otra forma de asistencialismo, muy distinto al tan
criticado por populista; ste fue un asistencialismo fragmentado, desacompasado,
humillante, caritativo y radicalmente alejado de cualquier intento de reconocimiento del otro. Ya ni masa irredenta, ni multitud popular, ni clase revolucionaria, ni
siquiera un nombre propio a la hora de pensar la escena poltica contempornea;
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apenas algunas palabras para describir su infortunio, un mapa verbal para sealar
el nuevo horizonte de una pobreza raqutica, marginal, infecunda, restos arrojados
al vertedero de la historia y, en el mejor de los casos, nmero estadstico en el
discurso del interminable decadentismo latinoamericano.
Ya no se habl de sujetos activos, de actores decisivos en la construccin de
la historia; ahora ese otro regres al lugar del que nunca debiera haber salido, el del
anonimato y el de la pobreza, el de la humillacin de ni siquiera ser portador de
una memoria reivindicable. Los aos ochenta y noventa intentaron clausurar las
crnicas que insistan en recordarnos otro pasado, se ocuparon de transformarlo
en la ltima metfora de la indigencia que slo podra ser abandonada cuando en
nuestras naciones acabara de hacer pie la economa de mercado. Y en ese horizonte
globalizado y hegemnico, articulado desde un sentido unidireccional e inexorable
el debate abandon el territorio de la poltica para apoltronarse en el mbito de
las nuevas reingenieras sociales, acompaando, ahora, las filigranas de diversos
especialistas capaces de resolver, desde los escritorios y en el interior de una lgica
de la gestin empresarial, los ingentes problemas heredados de las pocas en las
que la racionalidad institucional y econmica no dominaba la escena. Al entrar
en el mbito de las estadsticas y en el interior del discurso de los tecncratas, ese
otro fundamental de la historia laberntica de Amrica Latina pareci iniciar el
camino de su definitivo crepsculo. Por eso, quizs, la sorpresa que despierta la
reaparicin en la geografa latinoamericana de aquellos supuestamente destinados
a ocupar un lugar en las vitrinas de los museos, pero que, sin embargo, estn aqu,
entre nosotros, para recordarnos que el pasado sigue reclamando sus derechos,
que en el filo de la memoria se juega el drama de un presente amenazado por
aquellas fuerzas adheridas al huracn del progreso que sopla arrastrando hacia
el futuro las ruinas que los dominadores dejaron a su paso. Detenerse y recoger
esos fragmentos constituye, dira nuevamente Benjamin, un gesto de resistencia
construido ms all de toda garanta.
5
La crisis de la izquierda es ms, mucho ms que una puesta en cuestin de algunos postulados tericos o el relevamiento de ciertas experiencias concretas. Es
la evidencia de una profunda mutacin civilizatoria, la emergencia, en nuestras
sociedades, de condiciones histricas inditas que, entre otras cosas, pusieron de
manifiesto la pobreza conceptual y poltica de la izquierda para estar a la altura
de esas transformaciones. Pero implica, tambin, regresar sobre algunos ncleos
duros del pensamiento emancipatorio, aquellos que tendieron a naturalizar ideas
y conceptos como si permanecieran, desde siempre, fuera de la conflictividad de
la historia. Volver a interrogar con espritu crtico, recuperando una de las fuentes
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RICARDO FORSTER
Marx, su anclaje en la lgica del progreso como ncleo irreductible de una concepcin del mundo que acab por favorecer tanto el ascenso del fascismo como, a
posteriori, la consolidacin y expansin planetaria del universo de la mercanca. Es
en este sentido que una parte de la izquierda, en nombre de esos ideales duramente
criticados por Benjamin, ha hecho una opcin socialdemcrata, aquella que la
vuelve a colocar a favor de la corriente pero ahora todava ms recostada sobre
un liberalismo estrecho, formalista y apegado a un republicanismo vaco; y otra,
el resto arqueolgico, persiste en sus cegueras y dogmatismos, en sus prcticas
sectarias y en su visin empobrecida de la contemporaneidad burguesa, apelando,
como siempre, a categoras devastadas por una historia que la ha jaqueado permanentemente sin que, sin embargo, se haya enterado de ello. Simplemente, quiero
decir que hoy, entre nosotros, la izquierda deambula sonmbula dejndose llevar
por los aires ftidos de una actualidad que sigue mostrando la colosal fuente de
injusticias que, por definicin, constituye el sistema capitalista.
En una poca que desea destituir las significaciones ideolgicas, que proclama el triunfo de discursividades ahuecadas y pragmticas, resulta imperioso
recobrar la semntica de ciertas palabras que acompaaron, desde hace un par
de siglos, la lucha de los oprimidos. Olvidar esta genealoga en nombre de la
adaptacin a las lgicas dominantes, implica no slo abandonar una tradicin (lo
que no sera necesariamente algo malo) sino, ms grave, dejar de lado aquello que
articul una historia irresuelta que sigue insistiendo entre nosotros all donde la
injusticia permanece instalada en el centro de nuestras sociedades. La izquierda,
su recorrido laberntico y pleno de contradicciones y escndalos, permanece, sin
embargo, como ncleo semntico de un lenguaje que dirige su estilete crtico contra el orden de la dominacin, del mismo modo que se instala, o debera hacerlo,
en una poltica de la memoria, en una bsqueda de rememoracin de los anhelos
incumplidos de una humanidad irredenta. Pero reapropiarse de estos contenidos
no realizados implica, a su vez, revisar una historia, la de la izquierda, que carga
sobre sus espaldas no slo el peso de las derrotas sino la responsabilidad de violencias homicidas que amenazaron y amenazan su legitimidad como tradicin
de los oprimidos. Tal vez por eso no resulta sencillo, ms bien todo lo contrario,
afirmar y afirmarse en esa tradicin fracasada. Si la izquierda no se hace cargo
de su propia tragedia continuar por el camino de su anquilosamiento, persistir
en la ceguera y apuntalar su lado oscuro y terrible, ese que en el siglo que acaba de cerrarse condujo hacia la violencia y la muerte, hacia la radical puesta en
cuestin de los propios ideales emancipatorios. Lo monstruoso permanece all y
sigue manifestndose en las voces de quienes se desentienden olmpicamente de
la barbarie cristalizada en nombre del socialismo. Antes que nada, entonces, se
trata de quebrar una continuidad acrtica, de abandonar la obsecuencia poltica y
terica, aceptando la imperiosa necesidad de refundar una tradicin amenazada
por las fuerzas que ella misma ha producido.
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RICARDO FORSTER
RICARDO FORSTER
del mal. Durante mucho tiempo prefiri negar esta marca de origen, este sino
trgico, para ocuparse de profundizar sus propias aspiraciones polticas.
Hoy, cuando la noche ha cado sobre la tradicin de los vencidos, la izquierda no sabe muy bien en qu lugar situarse, cmo recoger los restos de una herencia
malgastada y permanecer en la vigilia ante la perpetuacin de la injusticia. Pero
hoy tambin, cuando en Latinoamrica se despliegan proyectos populares que
marchan a contramano de lo que sigue siendo la hegemona neoliberal, se abren
perspectivas impensadas poco tiempo atrs, perspectivas refundacionales para la
tradicin de los oprimidos que supone, entre otras cosas, reabrir las interpelaciones
crticas hacia el interior de las izquierdas afirmando la idea de un giro sorprendente
e inesperado que viene a romper la continuidad montona de una historia de la
dominacin.
Entre la continuidad de la barbarie y la excepcionalidad de una coyuntura
anmala que atraviesa la hora latinoamericana se juega, aqu, ahora y entre nosotros, el porvenir de lo emancipador-popular.
Referencias
Calluso, Nicols. (2006) Populismo: el regreso del fantasma. Buenos Aires. http://
www.rayandolosconfines.com.ar/reflexiones.html
Laclau, Ernesto. (2005) La razn populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Econmica.
Lasky, Melvin. (1985) Utopa y revolucin. Mxico: Fondo de Cultura Econmica.
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1 Una aproximacin al tema, que ha sido parcialmente retomada en este artculo, se encuentra en Cheresky (2006a). La revisin y edicin del
presente artculo fue realizada por Gabriela Mattina.
ISIDORO CHERESKY
en las sociedades democrticas, son denominaciones que deberan ser reexaminadas en sus antecedentes y novedad pues son prioritarias para la comprensin de
la mutacin en que se halla encaminado el rgimen poltico.
Esta centralidad de los individuos, de sus pronunciamientos y de su vida
asociativa, se deriva de dos circunstancias relativamente recientes y de transformaciones que estn desenvolvindose todava ante nuestros ojos.
La democracia ha adquirido una vigencia y un valor universal, y ello pese
a los desafos de las tradiciones antiseculares que reniegan del principio segn el
cual el orden poltico y social est librado a la voluntad de los hombres o al menos
de lo que los hombres puedan hacer segn su libre arbitrio de los legados de la
historia y de la naturaleza. Ello quiere decir que el principio que hace a los seres
humanos iguales y partcipes resuena en los confines del planeta como nunca antes
sucedi. Al menos el requisito primero, elecciones libres y libertades civiles, est
en expansin. Cierto es que el alcance de estas prcticas bsicas no es el mismo en
todas las latitudes y su vigencia es muy variable segn la condicin social. Tambin
hay aspectos heredados, realidades corporativas y vnculos de sometimiento que
persisten en el desafo a la expansin democrtica, y nuevas desigualdades que
emergen, pero el cuestionamiento llega a todos ellos. Por cierto, la universalizacin
de la democracia no ha deshabilitado los reclamos de un orden socialmente ms
justo y de grandes reformas pero, en lo esencial, estas aspiraciones se han canalizado en el marco de las sociedades democrticas y no de un providencial orden
alternativo, como era el caso hasta hace poco tiempo.
La expansin del orden poltico democrtico considerado como resultado
de la actividad de los hombres librados a su propio juicio y sin ser agentes de un
sentido trascendente conlleva como consecuencia la centralidad de la ciudadana. Este trmino, ciudadana, condensa una gama de variaciones, pero pone el
acento en lo que es cada vez ms frecuente: un espacio de individuos dotados de
derechos o que los reclaman, y que constituyen vnculos asociativos e identitarios
cambiantes. La experiencia de su vida pblica y sus opciones presentes prevalece
sobre lo que en ese mbito han heredado. La desinstitucionalizacin o quizs
los cambios institucionales a los que asistimos son el resultado de esa actividad
ciudadana, que es la fuente de sentido de la vida pblica.
Es decir: la democracia se expande, pero simultneamente se transfigura.
Los formatos de la igualdad y la libertad que los estudiosos de la poltica daban con
frecuencia por adscritos a determinadas instituciones o leyes, estn en cuestin.
Las clasificaciones o las tradicionales mediciones para distinguir los regmenes
polticos en su calidad, segn el grado de aproximacin a paradigmas clsicos, se
revelan irrisorios.
La expansin ciudadana extensin de derechos de sus titulares y de la
autonoma respecto a quin pretenda tutelarlos tiene como correlato un cuestionamiento de los lazos de representacin en los diferentes rdenes de la organizacin
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social. El sistema institucional est sujeto a mutaciones tales que el equilibrio entre
los principios caractersticos de la democracia igualdad, libertad, solidaridad
parece alterarse, aunque las evoluciones no son las mismas en las diferentes latitudes del mundo democrtico. En todo caso, un rasgo comn desde la perspectiva
aqu expuesta es lo que podramos llamar la emancipacin del mundo poltico.
No es que las desigualdades y las diferencias sociales hayan desaparecido; por el
contrario, en muchos casos se han acentuado y en consecuencia, amplias franjas de
individuos se hallan en la bsqueda ya no de mejorar su condicin social sino de
alcanzar algn reconocimiento y proteccin pblica.2 La modernizacin tecnolgica en la economa, la comunicacin y los procesos de globalizacin lo que s han
hecho es favorecer vnculos efmeros e informales, y en consecuencia, debilitado
las identidades sociales no tan slo de los trabajadores y de los excluidos, sino de
muchos sectores que en el pasado tenan una condicin solvente, estable y continua. Y con ello se ha desvanecido la pretensin de que la vida pblica y la poltica
fueran la mera expresin de esas realidades y de las conflictividades que en ellas
se originan. Los intereses y los ideales se constituyen en el espacio pblico junto a
las identidades ciudadanas que los sustentan, y ello parece ser cierto tambin para
los reclamos que se refieren al mundo del trabajo o a otras realidades sociolgicas.
Por otra parte, la emancipacin del mundo poltico no lo coloca fuera del
alcance de intereses, de sus formas organizadas o de los privilegios que se cristalizan
en su propio mbito, pero s favorece cambios, el principal de los cuales consiste
en que ha dejado de ser el mbito reservado al predominio de ciertas lites. Ello
conlleva tambin a su reconfiguracin: si el mbito pblico y las instancias de poder
no son simplemente la expresin de los intereses organizados en una realidad que las
precedera, la propia vida poltica adquiere asimismo una fluidez diferente de la que
le atribuyeron las concepciones hiperinstitucionalistas. Es decir: no se trata de pensar
la existencia de canales y normativas que equiparen la vida pblica con un sistema
o una organizacin, cuyo desenvolvimiento estara esencialmente reglado. No es
que la vida pblica pueda desarrollarse sin un ordenamiento de la expresin cvica
y sin el reconocimiento de la autoridad legtima, pero la evolucin contempornea
pone en evidencia que el propio sistema institucional-normativo est en revisin
y renovacin permanente, y que en ese sentido la democracia debe ser concebida
como un rgimen inestable, sin que con ello se est adjetivando su debilidad sino su
movimiento resultante del conflicto y la competencia entre los actores polticos y sociales, y sus capacidades adaptativas a lo que proviene de la deliberacin ciudadana.
De modo que la ciudadana no est confinada a un rol de electorado o a
su expresin a travs de las organizaciones partidarias, corporativas o sociales. El
momento electoral es crucial pues se consagran en l gobernantes y representantes.
2 ODonnell (1993) evoca una gama territorial sobre el alcance del estado de derecho en Amrica Latina, sealando zonas marrones, en las que
la vigencia de la ley y los derechos es dbil o nula.
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ISIDORO CHERESKY
Pero los derechos que amplan, desdicen lo establecido precedentemente o enuncian novedades imprevistas y cambian la condicin ciudadana, no se derivan
siempre de la iniciativa del poder instituido, sino que emergen con frecuencia de la
vida pblica, buscan ser convalidados y rutinizados por medio de un sustento legal
e institucional. Por cierto: representantes y gobernantes devienen enunciadores y
hasta pueden estar en el origen de enunciados de derechos. Pero lo caracterstico
de la mutacin en la democracia contempornea es que los gobernantes legales
estn sometidos a la revalidacin de la legitimidad en cada una de sus decisiones
significativas. La ciudadana autnoma mantiene una posicin distante del poder,
constituye un electorado que se divide en sus opciones y luego permanece alerta,
vigilante ante las decisiones de gobierno. Si stas son objeto de una argumentacin
pblica y de una maduracin en sintona con las opiniones que prevalecen, la
legitimidad del poder el vnculo representativo mayoritario se refuerza.
La existencia de una ciudadana fluctuante e instalada en la desconfianza
(Rosavallon, 2006) no es una novedad completa, pero en los tiempos actuales
adquiere una centralidad que nos permite definir al rgimen poltico como democracia continua. La vida ciudadana es, en ese sentido, la esencia de la poltica
democrtica; esta vida no podra transcurrir sin un dispositivo institucional, pero
ella no se desenvuelve en su interior y, en consecuencia, ese dispositivo no es
definitivo y universal sino que est sujeto a las mutaciones propias que requieren
los principios democrticos.
Del pueblo a la ciudadana. Ciudadana electoral
3 C. Mouffe (2007) afirma que cuando en lugar de ser formulada como una confrontacin poltica entre adversarios, la confrontacin nosotros/
ellos es visualizada como una confrontacin moral entre el bien y el mal, el oponente slo puede ser percibido como un enemigo que debe ser destruido, y eso no conduce a un tratamiento agonista. De ah el actual surgimiento de antagonismos que cuestionan los propios parmetros del orden
existente. Refirindose a las posiciones que pregonan la democracia consensual, post-poltica, J. Rancire (1998) afirma: Ah donde la poltica
est llamada a que se actualice, para que abandone los dogmas y tabs, lo que aparece delante de la escena no es lo que se esperaba: el triunfo de la
modernidad sin prejuicios, sino el retorno de lo ms arcaico, de lo que precede a todo juicio, el odio desnudo del otro.
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6 Un ejemplo entre otros es el de Francia, donde la volatilidad electoral sigue siendo muy fuerte y los partidos, incluso los ms importantes,
siguen siendo muy frgiles, particularmente el ps (Grumberg, 2007).
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7 En la regin, como promedio un 59% sostiene que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno y aun quienes afirman que
la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno alcanzan al 76%. Entre esos mismos un 57% sostiene que no puede
haber democracia sin Congreso y un 60% sostiene: sin partidos polticos no puede haber democracia. Estas instituciones necesarias no son
confiables para la gran mayora. A la pregunta: Cunta confianza tiene en la institucin?, un 24% contesta que algo o mucha (respuestas sumadas) respecto a los partidos polticos y un 34% responde positivamente respecto al Congreso (Corporacin Latinobarmetro, 2009).
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La popularidad de los lderes coexiste y alterna con la desconfianza, y esa capacidad de veto ha alejado del poder en poco ms de una dcada a catorce presidentes
y, en algunos casos, ha forzado a adelantar la transmisin del mando.8
Ello no es bice para que se instalen liderazgos de popularidad, pero stos
generan un vnculo representativo pues encarnan un reclamo y con frecuencia un
rechazo, pero es ms infrecuente que esa popularidad sedimente en una organizacin que perdure. Quizs la excepcin en Amrica Latina la constituyan Luiz
Incio Lula da Silva,9 quien fue reelecto exitosamente y parece poder asegurar su
sucesin, y los presidentes fundacionales de Bolivia, Ecuador y Venezuela. En este
ltimo caso de extrema polarizacin el sustento electoral de Hugo Chvez parece
fluctuante, como lo muestran las recientes elecciones legislativas.10
Los procesos electorales en las condiciones indicadas han aparejado una
marcada personalizacin poltica. El presidencialismo en Amrica Latina se ha
reforzado al introducirse la posibilidad de la reeleccin inmediata de los mandatarios en catorce de dieciocho pases de Amrica Latina, por obra de reformas
constitucionales recientes impulsadas por presidentes que buscaban beneficiarse
con esa clusula (Zovatto, 2009). En la regin, esta concentracin y personalizacin aparecen con frecuencia asociadas a reformas polticas y sociales de signo
progresista, pero incluye tambin a gobernantes de otros signos polticos que simplemente encarnan una gestin exitosa ante crisis institucionales graves. Lo que
parece comn a todos ellos, es la intensidad poltica que suscitan en su entorno,
en muchos casos como emergente de escenas polticas antagnicas o bipolares que
estos mandatarios alientan.
Mutacin democrtica en el mundo
En Estados Unidos, la eleccin de Barack Obama pareci inscribirse, pese a un contexto sociopoltico muy diferente, en la tendencia apuntada: ciudadana fluctuante
que sustenta un liderazgo de popularidad, siendo el dispositivo organizacional
subsidiario al liderazgo personal. El sentido poltico asociado a ese liderazgo ha
estado connotado por un alto componente de negatividad, de rechazo al presidente
saliente George W. Bush y de reticencias hacia los polticos de Washington.11
8 Se percibe que la desconfianza persiste. A la pregunta si se gobierna para el bien de todo el pueblo, en slo dos pases (Uruguay y Panam)
la respuesta positiva es elegida por al menos el 50%, en tanto el promedio regional de respuestas positivas alcanza al 33% (Corporacin Latinobarmetro, 2009).
9 Aunque ha mantenido de modo continuo altos ndices de popularidad y triunfado en dos elecciones consecutivas, su gobierno es coalicional,
pues su partido (el pt) alcanz un caudal electoral muy inferior a la de su lder. En las elecciones de 2002 Lula haba conquistado la presidencia,
pero el pt haba consagrado solo 91 diputados sobre 513 y 14 senadores sobre 81. Aun contando las bancas de quienes lo apoyaron en la segunda
vuelta, no alcanzaba la mayora en ninguna de las dos cmaras. En las elecciones de 2006 volvi a ganar en la primera vuelta (48.61%) y en la
segunda (60.83%), pero a su partido le fue peor que cuatro aos antes obteniendo 83 bancas de diputados.
10 Las listas legislativas de Hugo Chvez fueron emparejadas por las oposiciones en nmero de votos, pero el oficialismo obtuvo una proporcin
de bancas mayor gracias a una asignacin territorial de escaos que le favorece.
11 La eleccin de Obama como presidente de Estados Unidos ha sido un acontecimiento propiamente poltico, es decir excepcional, y podra ser
abordado desde diferentes perspectivas. En este punto interesa destacar la medida en que ello fue posible por un vnculo de institucin poltica, un
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Por cierto, en 2008 el ao de las elecciones presidenciales las identificaciones partidarias eran mayores que en el pasado: 39% de los estadunidenses se
decan demcratas y 32% republicanos (Sbato, 2010). Pero si esa identificacin
hubiese seguido los cnones de la estructura partidaria en los orgenes de la competencia, la candidata demcrata y probablemente la presidenta, hubiese sido
Hillary Clinton. En ese entonces inicios de 2007, Obama era un outsider en trminos de las tradiciones polticas. Haba sido senador estadual por Illinois durante
ocho aos y dos aos senador nacional, habiendo tenido una actuacin pblica que
le dio una importante pero fugaz notoriedad en la convencin partidaria de 2004.
Pero Obama, a diferencia de la mayora de sus colegas en el Senado, haba votado
contra la guerra de Irak y an antes se haba pronunciado abiertamente al respecto.
El signo de su emergencia era el de la renovacin poltica, y su estilo y formato
de campaa parecen haber estado en consonancia. Segn D. Balz y H. Johnson
(2009), ya en enero de 2007 al lanzar su postulacin afirmaba: Reconozco
que hay una cierta presuncin una cierta audacia en este anuncio. S que no
he pasado mucho tiempo aprendiendo los caminos de Washington. Pero he estado
ah suficiente tiempo para saber que los caminos de Washington deben cambiar.
Estos autores tambin describen que al finalizar su discurso desde el otro lado
de la sala llegaron el clamor de la multitud y el aplauso sordo de miles de manos
cubiertas por gruesos guantes, y concluyen: Un nuevo movimiento poltico
estaba surgiendo. Sentido de diferencia poltica que el candidato mencionara
a lo largo de su campaa por las primarias y luego por la presidencia, como en
Waterloo-Iowa: El mayor desafo que enfrentamos no es solamente la guerra en
Irak. El mayor desafo no es solamente el sistema de salud. No es solamente la
energa. De hecho, es el cinismo. Es la creencia de que no podemos cambiar nada.
Lo que espero ms que nada durante el curso de esta campaa es que todos ustedes
decidan que la misma puede ser vehculo de sus esperanzas y sueos. No puedo
cambiar Washington por mi cuenta (citado por Balz y Johnson, 2009).
El jefe de la campaa de Obama indica este objetivo explcito: Cuando
entramos en carrera, conversamos mucho sobre realizar un tipo de campaa
diferente. Los pronsticos de la eleccin presidencial nos eran adversos, nuestra
nica esperanza de xito dependa de liberarnos del paradigma poltico estndar y
convertirnos en un movimiento (Plouffe, 2009). Como es sabido, esta campaa fue
indita en dos registros complementarios: la movilizacin de activistas que trabajaron en los distritos por todos los medios de contacto buscando al elector por fuera
de las mediaciones tradicionales, y la incorporacin masiva de nuevos electores:
liderazgo construido sobre el fondo de un malestar ciudadano, lo que permiti generar un movimiento que se desenvolvi en buena medida en los
mrgenes de los dispositivos partidarios. Por cierto, la promesa de cambio hubiese necesitado de un poderoso movimiento de sociedad, pues no
bien comenz a emprender las reformas prometidas se encontr con una dura oposicin social, en Washington, en el Congreso o incluso, en parte,
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Queramos llegar a los votantes individualmente ms que esperar que algn grupo o persona los trajese [] Dado que estbamos intentando expandir el electorado y atraer votantes
nuevos y ms jvenes, junto con los independientes y los republicanos, no podamos permitirnos utilizar el tiempo en eventos donde tan slo habra una audiencia muy limitada de
activistas demcratas tradicionales [] Cuantos ms eventos realizbamos en los estados
cuyas elecciones se celebraran primero, ms atraamos a multitudes sustanciales, diversas
y llenas del tipo de gente que tradicionalmente no asista a eventos polticos. (Plouffe, 2009)
12 Las elecciones presidenciales de 2002 haban deparado la sorpresa de una dispersin en el voto que llev al ballotage a Jacques Chirac (que buscaba la reeleccin) y al candidato de la extrema derecha, Jean Marie Le Pen, que haba superado en votos al candidato socialista (Perrineau, 2007).
13 Para las elecciones europeas de 2009, el oficialismo (ump) alcanz el 27.88% de los votos, el ps el 16.48% y Europa Ecologa el 16.28%. El
oficialismo haba retrocedido fuertemente respecto a las elecciones precedentes y, aunque en menor medida, tambin el ps en provecho de los
ecologistas. Las elecciones regionales mostraron una recuperacin del ps con el 29.14%, que para la segunda vuelta se ali exitosamente con los ecologistas (quienes haban obtenido el 12.18%). La mayora presidencial obtuvo respectivamente el 26.02% y el 35.38%, mostrando que su captacin
de votos de la extrema derecha haba disminuido. El fn obtuvo 11.42% y 9.17%, respectivamente. Para las elecciones presidenciales, la candidata
Marine Le Pen aparece entre los presidenciables y aun encabezando algunas encuestas de opinin, sostenida en una imagen nacionalista ms
sutil que la de su padre, pues si bien mantiene la discriminacin hacia los extranjeros, hace hincapi en los reclamos de los trabajadores franceses
y de los excluidos. Esta extrema derecha social pone en dificultades a los partidos tradicionales y en particular a los socialistas modernizantes que
procuran una integracin del pas en la economa globalizada, lo que implica reestructuraciones y revisin de derechos adquiridos de antigua data.
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14 Basta recordar que en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del ao 2000, fue Al Gore y no G. W. Bush quien obtuvo la mayora
de votos, y que si este ltimo fue consagrado presidente en el Colegio Electoral, fue merced a los disputados electores de Florida, luego de que se
efectuara en ese estado un escrutinio preado de irregularidades y cuyo resultado fue definido por la Corte Suprema. En las elecciones presidenciales francesas de 2002, la dispersin del voto en la primera vuelta hizo que hubiese tres candidatos preferidos por poca diferencia de votos y que
sorprendentemente el candidato del Frente Nacional disputara en el ballotage contra el presidente saliente, Chirac, que se presentaba a la reeleccin.
ste fue electo finalmente en esa oportunidad, pese a su muy magro resultado inicial en una suerte de plebiscito contra la extrema derecha, pero
en el contexto de una competencia desviada por el avatar electoral de la primera vuelta. Las elecciones presidenciales de 2006 en Mxico, dieron
un resultado con un margen muy reducido y sospechado en su veracidad que dio lugar a un cuestionamiento con consecuencias prolongadas en la
escena poltica. Las elecciones legislativas de 2010 en Venezuela mostraron una paridad en los sufragios obtenidos por oficialistas y opositores, pero
ello se tradujo en un nmero de escaos muy superior para el oficialismo en razn del modo arbitrario en que se disearon las circunscripciones y
se le asignaron nmero de bancas.
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peso de las estructuras partidarias y los afiliados en provecho de una relacin entre
lderes de popularidad y electores.
Pero no son slo, ni principalmente, los aspectos incidentales de las contiendas electorales lo que genera una distancia de los ciudadanos con la representacin.
El creciente desapego de los ciudadanos con los gobiernos y las instituciones representativas se origina en la percepcin del carcter mixto del rgimen democrtico,
es decir, el que sea tributario del principio igualitario traducido imperfectamente
en el postulado: un ciudadano, un voto y, a la vez, del acceso elitista a los
resortes de poder y a las posiciones gubernamentales la identificacin por el
comn de un mundo de los poderosos y en particular de una clase poltica que
goza de privilegios. Como el ejercicio del poder deriva slo parcialmente de la
lgica democrtica que coloca a los individuos en igualdad de condiciones, las
expectativas de los contemporneos que tienen una mayor visibilidad sobre
la vida poltica respecto a la representacin resultante de los procedimientos
institucionales son limitadas, y se registra incluso una tendencia que es un universal a disminuir la participacin en el acto poltico elemental.
Un mbito diferenciado de eleccin es el local, que parece regirse por
parmetros propios. El ciudadano deviene vecino, y sus necesidades del hbitat
y la cotidianidad que en nuestro tiempo, naturalmente, no se derivan slo de
factores locales gravitan en la seleccin de representantes. Es un espacio regido
por el contacto personal, la pertenencia a redes y asociaciones donde cuenta ms
la lealtad. En las elecciones a este nivel es frecuente una mayor actividad cvica
y asociativa, y por momentos la frontera entre eleccin y participacin se hace
difusa. Pero tambin aqu los emprendimientos pblicos suelen adquirir un carcter neutro, incluso apoltico, por lo que las redes partidarias que aparentemente
reviven al mismo tiempo pierden su diferencia entre s y respecto a otras fuerzas
actuantes, al menos en los temas estrictamente locales. Por cierto, a este nivel se
traslada la tensin entre coaliciones y movimientos nacionales portadores de una
identificacin y su instalacin en un mbito que las relativiza o las opaca.
Elecciones y ciudadana fluctuante conforman el sustento primero de la vida
democrtica, pero no constituyen el eje nico de la democracia contempornea.
Las elecciones se han consagrado como un acto decisivo que ofrece la oportunidad
para que se definan rumbos polticos resultantes a la vez de corrientes profundas
de la sociedad y de la accin de lderes que intervienen en la configuracin de un
sentido. Evidencian tambin la incapacidad o al menos los lmites de aparatos
y poderes fcticos para modular y dominar la expresin ciudadana. El electorado es as la arena ciudadana por excelencia, el mbito al que rinden tributo las
fuerzas y los lderes que aspiran a constituirse y a adquirir predicamento. Pero la
ciudadana, el comn, para decirlo en trminos descentrados respecto a la nocin
jurdico-poltica, no agota su expresin en la eleccin de representantes.
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16 P. Rosanvallon (2006) recuerda que para Jules Michelet ya en el siglo xix el periodismo se impona como una funcin pblica, y agrega: Si
estos hombres de pluma pueden sin sorpresa pretender ser la expresin de la opinin pblica, hacen en verdad mucho ms. Ejercen a la vez una
tarea de representacin y retienen una parte de la soberana. Esta visin fue cuestionada en nombre de la exclusiva legitimidad surgida de las urnas. Rosanvallon concluye que: El desarrollo de los poderes de vigilancia en los albores del siglo xxi invita a reabrir intelectualmente este tema de
la legitimidad si no se quiere permanecer atado a esas visiones jacobinas y decisionistas, que se perciben como desfasadas respecto a la experiencia
contempornea.
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18 E. Dagnino, A. Olvera y A. Panfichi (2006 y 2010) sostienen: Dotadas de competencia tcnica e inclusin social, interlocutoras confiables entre los varios
interlocutores posibles en la sociedad civil, las ongs son vistas frecuentemente como aliadas ideales por los sectores del Estado empeados en la transferencia
de responsabilidades hacia el mbito de la sociedad civil [] La autonomizacin poltica de las ongs cre una situacin peculiar donde estas organizaciones son
responsables ante las agencias internacionales que las financian y el Estado que las contrata como prestadoras de servicios [] Por mejor intencionadas que sean,
su actuacin expresa fundamentalmente las intenciones de sus cuadros directivos.
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segn lo establecido por la Constitucin. La protesta result ser un estallido con gran
capacidad en el cuestionamiento a las fuerzas y dirigentes polticos tradicionales,
pero su sedimento institucional en asambleas vecinales fue limitado en cuanto a la
participacin ciudadana y en la sobrevivencia de las mismas. Pese a lo esperado, no
hubo un renacimiento duradero de la sociedad civil ni una recomposicin poltica
con lderes venidos desde abajo de la protesta (Cheresky, 2006a y 2006b).
Esta configuracin del espacio pblico, de su entidad propia condicionada,
por cierto, por las estructuras de la economa y del Estado, pero no determinada por
ellas, puede favorecer la politizacin de las sociedades democrticas e incrementar
el peso de la lgica igualitaria, aunque no es forzoso que ello suceda. Al pesar ms
la condicin ciudadana, y en algunos casos popular, prevalece la lgica igualitaria
respecto a las diferencias jerrquicas de variada fuente. Se ha hecho hincapi en la
evolucin contempornea hacia una democracia de lo pblico (Manin, 1995)
para poner de relieve esta primaca de la lucha poltica, y de lo que se puede instituir
como diferenciaciones y subjetivizaciones especficas en el espacio pblico.
Polticos y gobernantes son tributarios de esta arena. Algunos pueden no
buscar la sintona inmediata con la gente y procurar una accin ms estratgica,
pero ninguno ignora este espacio.
Se pone nfasis aqu en la autonoma ciudadana, es decir, en percibir a la
sociedad como compuesta cada vez ms por individuos que tienen pocas y dbiles
identificaciones permanentes, salvo en los casos en que justamente la expansin
del principio democrtico ha despertado o contribuido a reconstituir identidades
sumergidas, como es el caso en Amrica Latina de las comunidades indgenas
en Bolivia y en menor medida en Ecuador. Pero los sujetos colectivos no han
desaparecido, aunque tienen caractersticas distintas a los del pasado. Por cierto,
emergen identidades tnicas que constituyen un desafo a la comunidad poltica
universalista, pero pese a la resonancia de estas identidades re-emergentes, ellas no
parecen denotar la tendencia dominante.
Como se ha recordado ms arriba, la representacin legal es reconocida por
los ciudadanos, sin pretensiones de su desplazamiento, salvo en los momentos de
crisis como los que se precipitaron en Argentina con el Cacerolazo, en Per con
la corrupcin en el gobierno de Fujimori y en Ecuador por las protestas de los
excluidos. E incluso en los momentos de crisis, elegir nuevos representantes es
una aspiracin compartida, y es sta, la creencia esencial de que es la resolucin
mayoritaria por el voto la que permite reconocer el afincamiento de la democracia
en amplias regiones del mundo y en particular en Amrica Latina. Los poderes fcticos persisten y se renuevan, la desconfianza ciudadana permanece, pero el acceso
al poder resulta de elecciones libres. Se pueden formular muchas acotaciones sobre
los condicionamientos al ejercicio de la voluntad popular y las restricciones que
enfrentan los gobernantes, pero puede afirmarse que la capacidad y en muchos
casos, primaca de los poderes fcticos ha decado.
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La ciudadana, al desagregarse el sistema de pertenencias y creencias que la contena, ha evolucionado en dos direcciones. Por una parte, es proclive a reconocer
liderazgos de nuevo tipo, con frecuencia ms efmeros que los del pasado y en todo
caso sujetos a los vaivenes de la popularidad. Y por otra parte, tiene propensin a
representarse por s misma eludiendo, al reclamar o protestar, toda representacin
o bien dndose una que dura tanto como el tiempo de su movilizacin.
Abordar los nuevos liderazgos y las condiciones de su emergencia puesto el
foco en Amrica Latina requiere an constatar algunos comportamientos y creencias
ciudadanas en relacin con la institucionalidad poltica. Como se ha sealado, la
disposicin a votar es constante pese a los altibajos, as como lo es la creencia en la eficacia del voto y su prioridad ante otras alternativas de expresin cvica. Pero tambin
la aceptacin de la protesta social y poltica est muy extendida, aunque expresiones
ms agresivas (como el corte de ruta y los escraches) han perdido legitimidad.21
20 Iglesia (68%), radio (56%) y TV (54%) se hallan entre las instituciones ms confiables, en tanto que otras padecen una estima minoritaria: la
administracin pblica (34%), Polica (34%), Congreso/Parlamento (34%), poder judicial (32%), sindicatos (30%), partidos polticos (24%) (Corporacin Latinobarmetro, 2009).
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21 A la pregunta: Qu es ms efectivo para cambiar las cosas?, el 64% opta por el voto (2009), en tanto que tres aos antes ese porcentaje era del
57%. Asimismo, un 67% se pronuncia afirmativamente ante el enunciado la manera en que uno vota puede hacer que las cosas sean diferentes en
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26 Como lo seala A. Rouqui (2009): Los gobiernos que se inscriben en el modelo nacional-popular no son antidemocrticos. No solamente fueron consagrados por el sufragio universal, sino que buscan ms que otros la consagracin electoral; y con ms frecuencia toman la va plebiscitaria.
Pero en nombre del principio de mayora o de los intereses nacionales, consideran con laxitud las reglas jurdicas y los preceptos constitucionales.
Los clivajes polticos bipolares que ellos producen desembocan paradjicamente en que asuman la defensa de la democracia los sectores sociales
conservadores, que nunca han sido partidarios entusiastas de una participacin poltica libre y ampliada.
27 Las fluctuaciones electorales en Bolivia son ilustrativas de los lmites en la cohesividad del voto oficialista; segn los cargos en juego se vota
diferentemente. Evo Morales lleg a la presidencia en 2005 con una mayora absoluta indita de ms del 52% de los votos, pero luego, a partir
de 2007 debi gobernar sin mayora en el Senado. El 6 de diciembre de 2009, la renovacin de su mandato se produjo por un impresionante 64%
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un porcentaje menor (6.21%). Si se sumaran los votos del candidato de la Concertacin y de quienes abandonaron sus filas, se llegara al 55.95% del
total. Pero en la segunda vuelta, ese electorado no convergi sobre el candidato oficialista. Cerca de un tercio de los votos a los candidatos outsiders
no se volc a Frei. En Colombia A. Mockus, exalcalde de Bogot, ingres junto con otros dos exalcaldes al Partido Verde, que hasta entonces haba
tenido poco impacto electoral, y fue consagrado candidato presidencial en elecciones primarias tan exitosas que lo proyectaron como un desafiante
de talla. Aunque el resultado no satisfizo las expectativas creadas, se gener una alternativa de peso en la escena poltica y probablemente en el
rumbo que el nuevo presidente Santos d a su gobierno. En Brasil, pese a la polarizacin en las elecciones presidenciales, la candidatura de Marina
Silva (exministra de Medio Ambiente del gobierno Lula y actualmente crtica), postulada por el Partido Verde, alcanz el 20% de los sufragios.
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las autoridades con delegados de los actores demandantes, devienen letra muerta
ante el pronunciamiento de instancias deliberativas informales.
El asamblesmo tambin se ha transformado, junto a otras formas de presencia pblica, en un recurso de sensibilizacin ante la comunidad poltica virtual
constituida por la audiencia de las mass media, y como un modo de exhibir autenticidad contrarrestando el frecuente descrdito de las organizaciones corporativas.
Puede tambin constatarse que en muchas circunstancias la autorrepresentacin real o potencial est detrs y condiciona la representacin, o aun la desbarata.
Las iniciativas de origen ciudadano pueden reconvertir los encuadres institucionales. La abstencin, el voto en blanco o el voto anulado son, a veces, la
expresin de una apata o un desinters, pero pueden ser tambin una forma de
reaccionar ante la oferta electoral insatisfactoria, incorporando una opcin no
prevista que adquiere sentido, que representa otra cosa.
Los candidatos emergentes pueden en ciertas circunstancias operar como un
significante vaco (Laclau, 2007). Es decir, expresar algo que est ms all de lo
que formulan o representan literalmente. Pueden ser los portadores ocasionales de
un voto negativo ante gobiernos o candidatos tradicionales, recogiendo descontentos
diversos. Su consolidacin como representantes de esa identidad negativa es eventual.
La tendencia a seleccionar los candidatos a cargos electivos segn la popularidad indicada por las encuestas o efectuando elecciones primarias para seleccionar precandidatos dan al elector no partidario intervencin en la conformacin
de la oferta, revelando una tendencia opuesta a la de la accin instituyente de los
lderes de popularidad, mencionados precedentemente, los cuales se relacionan
inicialmente con la ciudadana fluctuante de un modo opuesto: procuran instalar
un clivaje o una diferencia poltica ocupando un campo dentro de ese delineamiento que crean. Por supuesto que una diferenciacin poltica ya esbozada puede
expresarse o confirmarse en las encuestas o en las elecciones primarias, pero en estos casos se trata de reconocer identificaciones ya producidas y adaptarse a ellas.30
Pero, en las prcticas en expansin mencionadas, se busca conformar una
representacin con una lgica de proximidad, estableciendo un compromiso
con las tendencias que se configuran por fuera de los mbitos partidarios.
Esta centralidad ciudadana y sus efectos atraviesan las sociedades contemporneas. Y llevan a interrogarse sobre su significacin para el rgimen democrtico.
D. Schnapper (2002) observa que [e]l homo democraticus tiende a pensar que
no puede ser representado sino es por s mismo. Ello sera consecuencia de la
decadencia del ideal republicano que comportaba construir una voluntad general,
que no era de ningn modo concebida como la suma de voluntades individuales
o particulares, a travs de las instituciones polticas. De modo que en los tiempos
30 Las elecciones primarias, as como la aceptacin del veredicto de las encuestas, acentan el carcter subordinado e instrumental de los aparatos
y redes polticas.
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Esta movilizacin ciudadana desencuadrada, incomparable con las movilizaciones de masas del pasado, encuadradas y convocadas organizacionalmente
por liderazgos, ha dado lugar a una idealizacin de la buena sociedad, que tendra
una cualidad reparadora o sera portadora de un principio de justicia. No se ve que
ella no sea necesariamente fuente de politizacin, de reforma o de progreso que le
fuera consustancial, y que incluso puede albergar en sus acciones el regodeo en los
intereses inmediatos individuales o particulares y en las pasiones identitarias y que,
en definitiva, pueda en sus desbordes destruir los sustentos institucionales de su
propia existencia. Pero, pese a las advertencias que puedan hacerse sobre la ilusin
engaosa de considerar a la ciudadana y a su movilizacin como dotadas por
naturaleza de virtudes cvicas, lo que s parece propio de la democracia es la expansin de la vida ciudadana. Y sus formas ms espontneas y desinstitucionalizadas
tienen en s un sentido compatible con la democracia y la mejora de su calidad, en
la medida en que aun siendo particularistas o identitarias, comportan un desafo
a que se desarrolle la pluralidad potencial que conllevan y que, al suceder eso, se
conviertan en demos. En un mundo donde se han consolidado las rutinas, los dispositivos institucionales a la par que los poderes fcticos, la espontaneidad ciudadana
junto con otras expresiones cvicas que la llevan al centro de la escena y alcanzan
una presencia continua, deberan ser recibidas como una promesa.
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117
SEGUNDA PARTE
Puntos de referencia
y orientaciones culturales
ngulos y narrativas desde las cuales pensarla y contarla. De ese renovador pensamiento son muestra cierta las lecturas mayores que del contexto nos han legado,
antes de morir ya iniciado el nuevo siglo, dos de nuestros ms grandes cartgrafos
de la poltica: el gegrafo brasileo Milton Santos, ayudndonos a pensar las transformaciones del espacio y el politlogo chileno Norbert Lechner, invitndonos a
descifrar las mutaciones que atraviesa nuestro tiempo.
Lcido como pocos entre nosotros, Milton Santos nos traz en su ltimo
libro, publicado antes de morir, Por uma outra globalizaao (2000), el esbozo de un
mapa poltico en el que nuestras sociedades se hallan tensionadas, desgarradas, y
a la vez movilizadas, por dos grandes movimientos: el de las migraciones sociales
de un tamao estadstico y una envergadura intercultural nunca antes vistos y
el de los flujos internacionales cuya densidad est trastornando tanto los modos de
produccin como los de estar juntos. A esa luz la globalizacin aparece al mismo
tiempo como perversidad y como posibilidad, una paradoja cuyo vrtigo amenaza
con paralizar tanto el pensamiento como la accin capaz de trasformar su curso.
Pues la globalizacin fabula el proceso avasallador del mercado, un proceso que
uniforma el planeta pero profundizando las diferencias locales y por tanto desunindolo cada da ms. De ah la perversidad sistmica (Santos, 2000: 46) que implica y produce el aumento de la pobreza y la desigualdad, del desempleo tornado
ya crnico, de enfermedades que, como el sida, se tornan epidemias devastadoras
en los continentes no ms pobres sino ms saqueados.
Pero la globalizacin tambin representa un conjunto extraordinario de posibilidades, cambios ahora posibles que se apoyan en hechos radicalmente nuevos: la enorme y densa mezcla de pueblos, razas, culturas y gustos que se producen hoy aunque
con muchas diferencias y asimetras en todos los continentes, una mezcla posible
slo en la medida en que emergen con mucha fuerza filosofas, otras poniendo en crisis la hegemona del racionalismo occidental; tambin una fuerte reconfiguracin de
la relacin entre poblaciones y territorios: la mayor parte de la poblacin se aglomera
en reas cada da menores imprimiendo un dinamismo desconocido al mestizaje de
culturas y filosofas pues las masas de que hablara Ortega y Gasset a comienzos
del siglo xx cobran ahora una nueva cualidad en virtud de su aglomeracin y diversificacin (Santos, 2000: 118); y el otro hecho profundamente nuevo, y sobre todo
innovador, se halla en la apropiacin creciente de las nuevas tecnologas por grupos
de los sectores subalternos posibilitndoles una verdadera revancha sociocultural,
esto es, la construccin de una contrahegemona a lo largo del mundo.
Ese conjunto de posibilidades abre a la humanidad por primera vez en la historia
a una universalidad emprica y a una nueva narrativa histrica. Pero la construccin
de esa narrativa pasa por una mutacin poltica, un nuevo tipo de utopa capaz de
asumir la envergadura de sus desafos. Primero: la existencia de un nuevo sistema tcnico a
escala planetaria que transforma el uso del tiempo al producir la convergencia y simultaneidad de los momentos en todo el mundo. Y con eso, el atravesamiento de las viejas
121
tecnologas por las nuevas nos lleva de una influencia puntual por efectos de cada
tcnica aislada, como lo fue hasta ahora a una conexin e influencia transversal que
afecta directa o indirectamente al conjunto de cada pas, y de los pases. Segundo: la
nueva mediacin de la poltica cuando la produccin se fragmenta como nunca antes por
medio de la tcnica, lo que est exigiendo una fortsima unidad poltica que articule
las fases y comande el conjunto a travs de la unidad del motor que deja atrs la
pluralidad de motores y ritmos con los que trabajaba el viejo imperialismo. El nuevo
tipo de motor que mueve la globalizacin es la competitividad exponencial entre empresas de todo el mundo, exigiendo cada da ms ciencia, ms tecnologa y mejor
organizacin. Y tercero: la peculiaridad de la crisis que atraviesa el capitalismo reside
entonces en el entrechoque continuo de los factores de cambio que ahora rebasan las viejas
gradaciones y mensurabilidades desbordando territorios, pases y continentes. Pues al
hallarse conformado de una extrema movilidad de las relaciones y una gran adaptabilidad
de los actores, ese entrechoque reintroduce la centralidad de la periferia (Santos, 2000:
149), no slo en el plano de los pases sino de lo social marginado por la economa y
ahora re-centrado como la nueva base en la afirmacin del reino de la poltica.
Pasando de la reflexin del gegrafo sobre el espacio a estudiar las tramas
del tiempo, Norbert Lechner tambin nos dej poco antes de morir una preciosa
y anticipadora meditacin sobre los contornos que Las sombras del maana (2002)
proyectan ya sobre nuestro tiempo. Instalados como estamos en un presente continuo,
en una secuencia de acontecimientos, que no alcanza a cristalizar en duracin,
y sin la cual ninguna experiencia logra crearse, ms all de la retrica del momento, un horizonte de futuro (Lechner, 1995: 124). Hay proyecciones pero no
proyectos, insista Lechner, pues algunos individuos logran proyectarse pero las
colectividades no tienen de dnde asir proyectos. Y sin un mnimo horizonte de
futuro no hay posibilidad de pensar cambios, con lo que la sociedad patina sobre
una sensacin de sin-salida. Si la desesperanza de la gente pobre y de los jvenes
es tan honda es porque en ella se mixturan los fracasos de nuestros pases por
cambiar con la sensacin, ms larga y general, de impotencia que la ausencia de
futuro introduce en la sensibilidad del cambio de siglo. Asistimos entonces a una
forma de regresin que nos saca de la historia y nos devuelve al tiempo del mito, al
de los eternos retornos, aquel en el que el nico futuro posible es entonces el que
viene del ms all, no un futuro a construir por los hombres en la historia sino
un futuro a esperar que nos llegue de otra parte. Que es de lo que habla el retorno
de las religiones, de los orientalismos Nueva Era y los fundamentalismos de toda
laya. Un siglo que pareca hecho de revoluciones sociales, culturales termin
dominado por las religiones, los mesas y los salvadores: el mesianismo es la otra
cara del ensimismamiento de esta poca, concluye Lechner. Ah est el reflotamiento descolorido pero rampante de los caudillos y los pseudo-populismos.
A partir de ese foco, Lechner otea las implicaciones convergentes de la globalizacin sobre el espacio dislocacin del territorio nacional en cuanto articulador de
122
economa, poltica y cultura, y su sustitucin por un flujo incesante y opaco que hace
casi imposible hallar un punto de sutura que delimite y cohesione lo que tenamos
por sociedad nacional, con lo que la globalizacin hace del tiempo: su jibarizacin
por la velocidad vertiginosa del ritmo-marco y la aceleracin de los cambios sin
rumbo, sin perspectiva de progreso. Mientras toda convivencia o transformacin
social necesitan un mnimo de duracin que dote de orden al porvenir, la aceleracin del tiempo que vivimos las sustraen al discernimiento y a la voluntad
humana, acrecentando la impresin de automatismo (Lechner, 2000). Que diluye
a la vez el poder delimitador y normativo de la tradicin sus reservas de sentido
sedimentadas en la familia, la escuela, la nacin y la capacidad societal de disear
futuros, de trazar horizontes de sentido al futuro. En esa situacin, no es fcil para
los individuos orientarse en la vida ni para las colectividades ubicarse en el mundo. Y
ante el aumento de la incertidumbre sobre dnde vamos y el acoso de una velocidad
sin respiro, la nica salida es el inmediatismo, ese cortoplacismo que permea tanto la
poltica gubernamental como los reclamos de las maltratadas clases medias.
Lechner afina su anlisis potenciando las metforas: la sociedad no soporta
ni un presente sin un mnimo horizonte de futuro ni un futuro completamente
abierto, esto es, sin hitos que lo demarquen, lo delimiten y jaloneen, pues no es posible que todo sea posible (Lechner, 2000: 77). Y es entonces que las dolorosas experiencias vividas por la inmensa mayora de los latinoamericanos necesitan ser ledas,
primero, ms all de su significacin inmediata, esto es, en sus efectos de sentido a
largo plazo, esos que acotan el devenir social exigindonos una lectura no lineal ni
progresiva sino un desciframiento de sus modos de durar, de sus tenaces lentitudes
y de sus subterrneas permanencias, de sus sbitos estallidos y sus inesperadas
reapariciones. Y segundo, ms all de lo que de esas experiencias es representable
en el discurso formal tanto de las ciencias sociales como de la poltica, esto es, en
las representaciones simblicas mediante las cuales estructuramos y ordenamos la
experiencia de lo social (Lechner, 2002: 25), la densidad emocional de nuestros
vnculos y nuestros miedos, de las ilusiones y las frustraciones.
mostrar como de velar, de dar a ver como de ocultar; y es esa profunda, constitutiva
ambigedad en el sentido que le da Zygmunt Bauman la que desafa nuestros
modos de usar, de trabajar con la red categorial que configuran imagen, imaginario,
visibilidad y visualidad. A tejer esas categoras, sin escamotear las tensiones que las
entraban y dinamizan, est dedicada la segunda parte de este texto.
Nuestras sociedades se hallan hoy desgarradas y movilizadas a la vez por dos
grandes movimientos: el de las migraciones sociales de un tamao estadstico y
una envergadura intercultural nunca antes vistos y el de los flujos internacionales
cuya innovadora densidad est trastornando tanto los modos de produccin como
los de estar juntos en el mundo. Redes sociales y redes cibernticas se entrelazan
tan inextricablemente que resulta imposible deslindar con plena claridad dnde
termina la perversidad sistmica que produce el actual aumento de la pobreza,
la desigualdad y el desempleo y dnde empieza la posibilidad epocal que, segn
Milton Santos, le abre al planeta por primera vez la reconfiguracin de la relacin
entre poblaciones y territorios por la aglomeracin de una gran masa de poblacin
en reas cada da menores, y la apropiacin creciente por grupos de los sectores
subalternos de las nuevas tecnologas posibilitndoles una verdadera revancha sociocultural, esto es, la construccin de una contrahegemona a lo largo del mundo.
Es por eso que la visibilidad que ms nos interesa escudriar hoy en Amrica
Latina es la que emerge de la conflictividad y el entrelazamiento entre ciudadanas y
urbanas, entre experiencia ciudadana y experimentacin urbana, entre ciudadanos
y cibernautas. Y para ello voy a narrar sucinta y analticamente algunas experiencias y experimentos colombianos referidos a la innovadoramente visibilidad de la
ciudad de Bogot y a las peculiares visualidades de los jvenes en Colombia.
Bogot: las ciudadanas dan forma al caos urbano
Si las narrativas del origen identifican a la ciudad con el caos en el relato bblico el caos se ve caracterizado por la violencia que seala que el fundador de las
ciudades sea el fratricida Can, y por la confusin, que es lo que significa Babel,
la primera gran gesta que protagoniza la ciudad, Bogot puso una de las ms
alta tallas de caos del mundo a comienzos de los aos noventa. A fines del siglo
xix Soledad Acosta de Samper, una de las primeras feministas de Colombia, que
vivi gran parte de su vida entre Pars y Lima, escribi un cuento titulado Bogot
en el ao 2000: una pesadilla, en el que relata la pesadilla de una seora de la
alta sociedad que regresa a Bogot en el ao 2000 y se encuentra con que las
sirvientas son universitarias la cocinera es filsofa, la empleada domstica es
graduada en la Academia de Bellas Artes, ateas y anarquistas y se vestan en
formas deslumbrantes, y la ciudad que acaba de crear el Instituto de la Alegra, cuyo
eslogan es Viva la emancipacin y la libertad. La premonicin es paradjica
y certera: Bogot en el 2000 sera caos, violencia y confusin, slo que ese caos
126
Y la ciudad comenz a hacerse visible cuando una serie de estrategias comunicativas callejeras sac a sus habitantes del tnel por el que la atravesaban
provocndoles mirar y ver. La primera consisti en los ms de cuatrocientos mimos
y payasos estratgicamente ubicados en mltiples lugares de la ciudad especialmente congestionados, sealando las lneas de cebra para el paso de peatones
y acompandoles, con el consiguiente revuelo, protestas y desconciertos que ello
caus tanto en los conductores de automviles como entre los asombrados transentes. Lo que en principio se tom como un mal chiste del alcalde, se convirti
pronto en una pregunta acerca del espacio pblico, pregunta que encontr muy
pronto su traduccin en gesto y conducta: la alcalda regal a miles de conductores
un tarjetn en el que se vea, por una cara, el grfico de un dedo pulgar hacia
arriba, y por la otra el pulgar hacia abajo, que muy pronto aprendieron a usar para
aplaudir las conductas respetuosas de las normas y solidarias o para reprochar las
infracciones y violencias. A los pocos meses se abri un concurso para que Bogot
tuviera himno, pues una ciudad sin himno no se oye. Y despus fue la aparicin de
la zanahoria como signo de la muy polmica implantacin de una hora-tope para
los establecimientos de bebidas alcohlicas. Y despus los rituales de vacunacin
contra la violencia, la instalacin en los barrios ms pobres de casas de justicia para
que la gente dirimiera sus conflictos localmente y sin aparato formal, o la creacin
de la noche de las mujeres, etctera.
Se trata de un rico y complejo proceso de lucha contra la explosiva mezcla
del conformismo con la acumulacin de rabia y resentimiento, y ello reinventando
a la vez una cultura poltica de la pertenencia y una poltica cultural de lo cotidiano. De ah que fueran dos los hilos que entrelazan las mltiples dimensiones
de esa experiencia: una poltica cultural que asume como objeto a promover, no
tanto las culturas especializadas sino la cultura cotidiana de las mayoras, y con
un objetivo estratgico: potenciar al mximo la competencia comunicativa de los
individuos y los grupos como forma de resolver ciudadanamente los conflictos y
de dar expresin a nuevas formas de inconformidad que sustituyan la violencia
fsica. Con una heterodoxa idea de fondo, la de que lo cultural (el nosotros) media
y establece un continuum entre lo moral (el individuo) y lo jurdico (los otros), como
lo ponen de presente los comportamientos que, siendo ilegales o inmorales son sin
embargo culturalmente aceptados por la comunidad. Fortalecer la cultura ciudadana equivale entonces a aumentar la capacidad de regular los comportamientos de
los otros mediante el aumento de la propia capacidad expresiva y de los medios
para entender lo que el otro trata de decir. A eso lo llama Antanas aumento de la
capacidad de generar espacio pblico reconocido (Mockus, 1998: 18). Armada
inicialmente de ese bagaje conceptual, la alcalda de Bogot contrat una compleja
encuesta sobre contextos ciudadanos, sentido de justicia, relaciones con el espacio
pblico, etctera. Dedic a su campaa de Formar Ciudad una enorme suma, el
1% del presupuesto de inversin del Distrito Capital, emprendiendo su lucha en
128
Veedura es una palabra cuyos lazos con el ver y lo visible no son nicamente fonticos. Pues si lo propio de la ciudadana es hoy su estar asociada al reconocimiento
recproco, ello pasa decisivamente por el derecho a ser visto y odo, ya que equivale
al de existir/contar social, poltica y culturalmente tanto en el terreno individual
como el colectivo, en el de las mayoras como de las minoras.
La relacin entre lo pblico y lo comunicable pasa cada vez ms densa y
contradictoriamente por la mediacin de las imgenes, presente y actuante a lo largo
y lo ancho de la vida cotidiana en la ciudad desde las vallas a la televisin, pasando
por las mil formas de afiches, graffitis, etctera. Esa presencia constante y delirante
de las imgenes en nuestra vida es casi siempre asociada, o llanamente reducida, a
una especie de mal inevitable, una incurable enfermedad del mercado y la poltica
contemporneas, y casi nunca a los fenmenos y dispositivos de la visibilidad, idea
sta asociada predominantemente a su otra cara: la de la vigilancia a la que nos
somete el poder cada da ms descaradamente. Y es cierto: todo hacerse visible
es al mismo tiempo tornarse vulnerable al acoso vigilador del poder, cuya figura
ms extrema se halla en internet: no puedes existir/estar en la red sin ser visto
detectado/observado por miles de ojos y sin hacerte vulnerable a miles de
virus. Pero as como esa vulnerabilidad aleja a muy pocos de internet, pues lo que
moviliza y posibilita la red contrarresta los riegos, as tambin la visibilidad social
y poltica significa ir ms all de la obsesin panptica, incluso ahora, despus del
11/S, cuando toda ciudad amenaza convertirse en aeropuerto por la cantidad de
ingenios electrnicos de chequeo automtico y de vigilancia agresiva.
Las nuevas visualidades urbanas
Lo que en las imgenes se produce es, en primer lugar, la salida a flote, la emergencia,
de la crisis que sufre, desde su interior mismo, el discurso de la representacin. Pues
si es cierto que la creciente presencia de las imgenes en el debate, las campaas
y aun en la accin poltica, espectaculariza ese mundo hasta confundirlo con
el de la farndula, los reinados de belleza o las iglesias electrnicas, tambin es
cierto que por las imgenes pasa una construccin visual de lo social, en la que esa
visibilidad recoge el desplazamiento de la lucha por la representacin a la demanda
de reconocimiento.
En segundo lugar, en las imgenes se produce un profundo des-centramiento
de las instituciones y las formas que mediaron el funcionamiento social de las artes.
Es verdad que en las contradictorias dinmicas de ese descentramiento el mercado
juega un papel clave al funcionalizar y en no pocos casos cooptar a los nuevos
actores y los modos de experimentacin y de comunicacin esttica, tambin lo
es que como apuntamos anteriormente la expansin y proliferacin de las
performatividades estticas desborda las estratagemas del mercado. Y hablo de
performatividades porque me parece la categora que mejor permite entender los
130
ese desecho social que conforman las bandas juveniles, esas que desde los barrios
populares llevan la pesadilla en las formas del sicario en moto, pero tambin
en las del rock y el rap hasta el centro de la ciudad y sus barrios bienhabientes y
bienpensantes. La visualidad de los jvenes emerger cada da ms fuerte de las
voces de esos nmadas urbanos que se movilizan entre el adentro y el afuera de la
ciudad montados en las canciones y sonidos de los grupos de rock, como Ultrgeno
y La Pestilencia, o en el rap de las pandillas y los parches de los barrios de invasin,
vehculos de una conciencia dura de la descomposicin de la ciudad, de la presencia
cotidiana de la violencia en las calles, de la sin-salida laboral, de la exasperacin y
lo macabro. En la estridencia sonora del heavy metal y en las barrocas sonoridades
del concierto barrial de rap los juglares de hoy hacen la crnica de una ciudad en
la que se hibridan las estticas de lo desechable con las frgiles utopas que surgen
de la desazn moral y el vrtigo audiovisual.
Siguiendo esa pista, pero ensanchndola para dar cabida a la ms desconcertante de las paradojas que dinamizan las visualidades jvenes, Pilar Riao nos
des-cubre en una larga investigacin lo siguiente: mientras vivimos en uno de los
pases donde hay ms muerte, la sociedad busca sin embargo compulsivamente
borrar sus signos, sus huellas sobre la ciudad, los jvenes de Medelln hacen de la
muerte una de las claves ms expresivas de su vida. Primero visibilizndola con
barrocos rituales funerarios y formas mltiples de recordacin que van de las marchas y procesiones, de los grafittis y monumentos callejeros, a las lpidas y collages
de los altares domsticos; y segundo, transformndola en hito y eje organizador de
las interacciones cotidianas y en hilo conductor del relato en que tejen sus memorias.
He ah el rostro ms oculto de una juventud machaconamente acusada de frvola y
vaca. Pues en un pas donde son tantos los muertos sin duelo, sin la ms mnima
ceremonia humana de velacin, es en la juventud de los barrios pobres, populares,
con todas las contradicciones que ello conlleve, donde encontramos por ms
heterodoxas y excntricas que ellas sean verdaderas ceremonias colectivas de
duelo, de velacin y de recordacin. Entre los jvenes de barrio en Medelln lo que
ms se recuerda son los muertos, y ello mediante un habla visual que no se limita
a evocar sino que busca convocar, retener a los muertos entre los vivos, poner rostro
a los desaparecidos, contar con ellos para urdir proyectos y emprender aventuras.
Y lo ms sorprendente: las prcticas de memoria con las que los jvenes significan a
los muertos en el mundo de los vivos son las que otorgan a la vida diaria un sentido
de continuidad y coherencia (Riao, 2006: 101).
Y una segunda paradoja que recupera los yacimientos narrativos de esa
nueva visualidad: la recuperacin por parte de los jvenes urbanos de los ms
viejos y tradicionales relatos rurales de miedo y de misterio, de fantasmas, nimas
y resucitados, de figuras satnicas y cuerpos posedos, en tenaz amalgama con
los relatos que vienen de la cultura afrocubana y la de los medios, del rock y del
merengue, del cine y del video. Evocadores de mapas del miedo, esos relatos y
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Cuando ni el esencialismo ni el constructivismo nos permiten comprender la envergadura de la crisis que hoy atraviesan nuestros pases, bienvenida la vuelta sin
que ello suponga perder nada de lo ganado a ese viejo sendero que, segn el
historiador E. P. Thompson, constituye el desciframiento de la experiencia comn, ya
que es en ella donde yace el sentido de los procesos de desmoralizacin de la multitud,
esa que hoy es retomada por el pensamiento social (Negri y Hard) como una de sus
ms polmicas y sugestivas categoras. Hay una lnea del pensamiento crtico que
me ha parecido siempre medular: la que de Gramsci conduce a Thompson, y de
ste a la versin francesa en Michel de Certeau y a la argentina de Jos Nun, en su
reivindicacin epistmica, y no slo metodolgica, de pensar los conflictos sociales
desde su ser experimentados por las colectividades y en la sedimentacin que de esa
experiencia se configura en el sentido comn (De Certeau, 1980; Nun, 1989). Cmo
resulta de significativo hoy el que Thompson tematizara mucho ms la experiencia
que la conciencia de clase, con lo que ello implica de desafos a nuestro racionalista
instrumental de investigacin, pero tambin con la sintona que introduce nuestro
desconcierto cognitivo ante la des-figuracin que atraviesa la poltica y la perversin
133
Por extraa y escandalosa que nos parezca la victoria electoral de Menem en la primera vuelta seala el triunfo de la memoria del miedo a la inflacin sobre la memoria
del genocidio; o es que Menem no fue quien indult a muchos de sus ms altos
134
la historia y con l construir futuro. Frente al historicismo que cree posible resucitar
la tradicin, Benjamin piensa la tradicin como una herencia pero no acumulable
ni patrimonial sino radicalmente ambigua en su valor y en permanente disputa
por su apropiacin, reinterpretada y reinterpretable, atravesada y sacudida por los
cambios y en conflicto permanente con las inercias de cada poca. La memoria
que se hace cargo de la tradicin no es la que nos traslada a un tiempo inmvil sino
la que hace presente un pasado que nos desestabiliza.
La imbricacin de los movimientos de desposesin econmica en los de
des- (y re-) organizacin de la temporalidad y la cultura cotidiana, se nos hace
metfora aun ms densa de la experiencia del movimiento piquetero de Jujuy: El
piquete es ms que un lugar donde se va a protestar. Es un espacio pero tambin el
tiempo que reemplaza al del trabajo (Da Silva Catela, 2003: 123-144). Y entonces el
tiempo del piquete no es el de la desocupacin, el del vaco que deja el sin-trabajo,
sino un tiempo-otro, un tiempo-accin de solidaridad y apoyo mutuo, de compartir
tristezas y organizar protestas, un tiempo para recrear pertenencias y revivir valores colectivos, para construir smbolos horizontales y quebrar jerarquas, para
llenar de movimiento un presente aparentemente inmvil y retejer memorias de
desaparecidos y antepasados: los que lucharon en el cordobazo o las puebladas.
Cmo vimos, N. Lechner afina su anlisis potenciando nuestras metforas:
la sociedad no soporta ni un presente sin un mnimo horizonte de futuro ni un
futuro completamente abierto, esto es, sin hitos que lo demarquen, lo delimiten
y jalonen, pues no es posible que todo sea posible. Y es entonces que la dolorosa
experiencia compartida en la oclusin poltico-cultural producida por la hiperinflacin argentina, o la gozosa experiencia de apertura de futuro operada por la
reapropiacin simblico-poltica del movimiento indgena ecuatoriano, necesitan
ser ledas ms all de su significacin inmediata, esto es, en sus efectos de sentido
a largo plazo, esos que acotan el devenir social exigindonos una lectura no lineal
ni progresiva sino un desciframiento de sus modos de durar, de sus tenaces lentitudes
y de sus subterrneas permanencias, de sus sbitos estallidos y sus inesperadas
reapariciones, de la persistencia de estratos profundos de la memoria colectiva
sacados a la superficie por las bruscas alteraciones del tejido social que la propia
aceleracin modernizadora comporta (Marramao, 1989).
Cuando el espacio de la calle cambia de signo en varios sentidos
Despus de que la televisin invadiera la poltica en nuestros pases hasta descentrarla de su lugar tradicional, calles y plazas, los ltimos aos han visto a la protesta
poltica de todo signo retornar a la calle, desde las grandes manifestaciones antisecuestro en Colombia, y los cacerolazos argentinos, hasta las largas marchas
venezolanas, pasando por las gigantescas multitudes anti-guerra que han tejido una
nueva figura de sociedad mundial, un novsimo modo de estar-juntos-en-el-mundo.
136
Que el lugar de la poltica fuera la calle significaba la potenciacin de lo pblico como espacio, como cuerpo-gesto: el militante de cualquier partido se defina por
sus convicciones y una relacin pasional (cuasi corprea) con la causa, al mismo
tiempo que el tono y la retrica de la poltica en la calle se basaba en una fortsima
identificacin pueblo/lder como la que se exaltaba al grito de un carajo! en el
discurso del colombiano Gaitn en medio de la plaza de Bolvar. Y es que tanto la
conviccin, como su reforzamiento por la retrica discursiva del lder, se hallaban
ligadas a la muchedumbre que se reuna en la plaza conformando una colectividad de pertenencia. Pero tanto o ms que el tiempo, hoy el sentido del espacio
atraviesa mutaciones de largo aliento. De la compresin del espacio, que acelera el
ritmo de la vida a la vez que tiende a emborronar los linderos espaciales, hace parte
el impulso racionalizador del espacio urbano tanto en su expresin pblica como
en su apropiacin privada. Convertido en objeto de produccin por los trficos,
transportes y comunicaciones el espacio pasa a ser mbito estratgico de entrelazamiento entre racionalizacin inmobiliaria e innovacin esttica. El propio espacio del centro de nuestras ciudades se ha ido vaciando de posibilidad de expresin
poltica y llenndose de sentido patrimonial, esto es, transformndose en un espacio
ms museogrfico que histrico (Monguin, 1994: 24). Baudrillard fue de los
primeros en leer precipitadamente ese cambio que sustitua al pueblo por la masa al
ligar la implosin de lo social en la masa al fin de lo poltico, pues ya no es posible
hablar en su nombre (el de las masas), ya que no son una instancia a la que nadie
pueda referirse como en otro tiempo a la clase o al pueblo (Baudrillard, 1978: 29).
Sin los radicalismos de Baudrillard, la reflexin de Richard Sennet (1978) sobre el
declive del hombre pblico acaba con otra proclama: el espacio pblico es un rea de
paso, ya no de permanencia. La crisis de lo pblico es, por un lado, la razn del
repliegue hacia la privacidad de la familia y la intimidad del individuo, y por otro
de una transformacin general de las relaciones sociales.
Del pueblo que se toma la calle al pblico que va al teatro o al cine la transicin es transitiva y conserva el carcter colectivo de la experiencia. De los pblicos de cine a las audiencias de televisin el desplazamiento seala una profunda
transformacin: la del des-centramiento de la ciudad y de la sociedad toda pues
ni el Estado ni la Iglesia, ni los partidos polticos, pueden ya vertebrarla y su
reestructuracin meditica: lo que nos queda de opinin pblica es fabricada por los
medios con sus encuestas y sondeos. Y sondeada sometida a un montn de sondeos diarios, semanales, mensuales la sociedad civil pierde su heterogeneidad y
su espesor conflictivo para adoptar a una existencia meramente estadstica, lo que
confirma la mirada antropolgica: la desaparicin del nexo simblico, la falta del
dispositivo capaz de constituir alteridad e identidad conducen a la acentuacin del
carcter abstracto y desencarnado de la relacin social (Aug, 1995: 88). La atomizacin
de los pblicos trastorna no slo el sentido del discurso poltico sino aquello que le
daba sustento, al sentido del lazo social.
137
racionalista que arrastramos desde la lgica aristotlica y la epistemologa cartesiana, y cuya huella ms honda marca el dualismo poltico que an identifica el
espacio pblico con el propio del hombre y el privado-domstico con el propio de la
mujer. O es que no es el machismo poltico el que emerge en esa identificacin de los
sectores populares con las armas y sus destrezas, y con el modelo militar/machista
del pas que Chvez se ha empeado en construir?
Pero la imagen ms potente de la conversin de la calle en espacio de batalla
es la que pasa por la tambin antagonizada reapropiacin de los smbolos: mientras el gobierno y sus partidarios visten sus marchas, manifestaciones y discursos
del color de la revolucin, el rojo, y manejan como enseas el librito azul de la
Constitucin bolivariana y el Cristo, la oposicin viste sus cuerpos de nacin
literalmente hablando: se hace vestidos, camisas y sombreros con los colores de la
bandera nacional. Puestos a antagonizarlo todo, incluidas las denominaciones
patriotas/traidores, chavistas/golpistas, bolivarianos/corruptos los venezolanos
parecieran querer inaugurar una revolucin sin nacin y un nacionalismo sin pueblo.
Lo que en ltimas no es nicamente un juego de signos sino un serio desafo a
unas ciencias sociales que siguen sin pensar los dislocamientos temporales y espaciales
que en Amrica Latina han sufrido, y siguen sufriendo, las relaciones constituyentes
entre Nacin y Estado, entre Pueblo y Nacin, entre Populismo y Estatismo, entre
Estado y Religin, Populismo y Revolucin, etctera (las maysculas corresponden al carcter sagrado que esas categoras, todas y desde casi todas las vertientes
ideolgicas, tienen entre nosotros).
Pero no slo de perversiones est hecha la trama de sentidos que cargan
las tomas de la calle por las muchedumbres venezolanas. Hay tambin, como
lcidamente indica Yolanda Salas, mucho de espritu carnavalesco que sopla
a travs de una ciudadana que desparrama por las calles sus demonios, para
de alguna manera poder transitar por un mundo al revs (Vich, 2004: 63-80).
Cmo voltearon del revs el significado de la gallina al identificar al poder al
gobierno y al propio presidente con la cobarda, lo que retorciendo la tuerca
llev a los chavistas a degollar no pocas gallinas reales para simbolizar lo que
les esperaba a los opositores por creerse muy gallitos! Y en esa lnea de accionesgesto carnavalesco va el uso de los colores de la bandera para vestirse durante las
marchas, y el hecho de que quienes marchen no sean los adultos y los jvenes sino
familias enteras con abuelos y bebs, y hasta con sus mascotas. Lo que no deja
de resultar sintomtico tanto del lugar que la familia juega como clula fundadora de lo social entre las clases medias y altas como de la transformacin que
atraviesa la idea de manifestacin poltica asociada hasta hace relativamente poco
tiempo con marcha mayoritariamente de hombres y de sectores obreros. Al salir a
la calle no por unas horas sino por das enteros y recorriendo amplios territorios
de la ciudad, las muchedumbres venezolanas sacan de quicio muchos resortes
de nuestra acostumbrada cultura poltica, y al removerlos y desestabilizarlos nos
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Referencias
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140
141
142
EL GIRO NEOCONSERVADOR
EN LA CRTICA CULTURAL LATINOAMERICANA1
John Beverley
143
estas posiciones a menudo se desdibujan en formas concretas de hegemona reaccionaria. Los neoliberales creen en la eficacia del mercado libre y en un modelo
utilitario y racional de agencia humana, basado en la maximizacin de la ganancia
y la minimizacin de la prdida a travs del mercado. En teora, el neoliberalismo
no propone otra jerarqua de valor a priori ms que el principio del deseo del consumidor y la efectividad del mercado libre y la democracia formal como mecanismos
para ejercitar la libertad de eleccin. Desde esta perspectiva da lo mismo si uno
prefiere la cultura popular a la alta cultura, la salsa a Schoenberg, para decirlo de
cierta manera. Esta desjerarquizacin implcita en la teora y la poltica neoliberal
entraa un fuerte desafo a la autoridad de las lites intelectuales tradicionales
para determinar los estndares de valor cultural, y permite cierta convergencia
entre estudios culturales y neoliberalismo, sobre todo en relacin con los temas del
mercado y sociedad civil. Creo que esto es ms o menos lo que expresa la famosa
consigna de Nstor Garca Canclini: el consumo sirve para pensar.
Por contraste, los neoconservadores s creen que hay una jerarqua de valor
epistemolgico, esttico y moral imbuida en la civilizacin occidental y en las
prcticas artsticas y las disciplinas acadmicas; una jerarqua vinculada esencialmente al paradigma de la Ilustracin. Piensan que es importante defender e
imponer pedaggica y crticamente. Este papel requiere de la autoridad y el trabajo
del intelectual tradicional, en el sentido que Gramsci le da al concepto; es decir, el
intelectual que habla en nombre de lo universal y que opera a travs de la religin,
o el mundo del arte y la cultura, la universidad y el debate de las ideas en la esfera
pblica, el intelectual-crtico. Los neoconservadores favorecen las humanidades,
especialmente el arte, la filosofa y la literatura, mientras que la economa es, como
se sabe, por contraste, la disciplina modelo para los neoliberales.
En este sentido, el texto neoconservador paradigmtico podra ser The Cultural
Contradictions of Capitalism del socilogo norteamericano Daniel Bell, publicado a
principios de la dcada de los setenta. En ese famoso libro Bell identifica la creciente escisin entre el sujeto altamente edipalizado y autodisciplinado necesario para
la produccin capitalista, y el sujeto narcisista y hedonista inducido por la cultura
de consumo capitalista. Esta distincin, que para Bell fue tambin una distincin
entre regmenes culturales modernos y posmodernos, le permiti decir que
en poltica econmica l era un liberal, pero que en materias culturales era conservador. Con afn ilustrativo, podramos decir que en un contexto latinoamericano,
los Vargas Llosa (padre e hijo), o los as llamados escritores McOndo o Manifiesto
Crack, o la tendencia en los estudios culturales que pone primordialmente el nfasis en los medios y el consumo cultural, constituyen una aceptacin, implcita o
explcita, de una posicin neoliberal. Pero esas tendencias y las que se relacionan
con ellas son algo diferente de lo que yo entiendo por el giro neoconservador.
En cierto sentido el giro neoconservador est dirigido contra estas tendencias de
la teora y produccin cultural, que tendan a dominar la escena en el periodo
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JOHN BEVERLEY
JOHN BEVERLEY
ve sin simpata, como si les faltara legitimidad, o como si de algn modo fueran
demasiado ingenuos.
Tercero: a pesar de un rechazo explcito o implcito de las polticas identitarias, basadas en un supuesto esencialismo binario, se reafirma paradjicamente
una subjetividad criolla latinoamericana contrapuesta a lo que es percibido
como el carcter anglo-americano de la teora posmodernista o post-colonial. Este
nfasis en lo nuestro hace del giro neoconservador una variante del arielismo: el
supuesto de que los valores y la identidad cultural de Latinoamrica estn vinculados de una manera especialmente significativa a su expresin literaria y artstica.
En cuarto lugar: el rechazo del multiculturalismo, el testimonio y las
nuevas modalidades de la teora como los estudios subalternos o post-coloniales,
ayuda a que, aunque se asume en principio lo que Anbal Quijano ha llamado
la colonialidad del poder en Amrica Latina, en la prctica hay una resistencia
notable a reconocer las demandas de autonoma y las nuevas formas de agencia
desarrolladas por los movimientos identitarios indgenas o afrolatinos, o de las
mujeres y las minoras sexuales. Se trata en cierto sentido de un enfrentamiento de
intelectuales y artistas tradicionales, identificados sobre todo con la academia, las
revistas, el mundo del arte y los centros de investigacin e intelectuales orgnicos
de los movimientos sociales.
Quinto: hay un rechazo general, aunque no unnime, del proyecto de la
lucha armada revolucionaria de los aos sesenta y setenta, a favor de una posicin
poltica ms cautelosa, con la advertencia de que una equivocacin (la caracterizacin es de Sarlo) similar acecha en el corazn de las nuevas polticas identitarias
y de empata. Este rechazo conlleva una narrativa implcita, biogrficamente
especfica, de desilusin personal similar al modelo autobiogrfico de la picaresca
barroca, en que se asocia la juventud con las ilusiones del periodo revolucionario de los sesenta y setenta, y la madurez con una posicin ms desengaada y
sensata. (Hasta cierto punto, se podra decir que el guerrillero arrepentido, como
la figura del matn en la tercera parte de la pelcula Amores perros, es el pcaro
contemporneo.)
Sexto: en esta narrativa de desengao est implcito el paso hacia la profesionalizacin e institucionalizacin de la generacin de los sesenta en Amrica
Latina. Por lo tanto, en el giro neoconservador se produce una reterritorializacin
y defensa de las disciplinas acadmicas del mundo del arte, contra los disturbios
de lo que Nstor Garca Canclini sola llamar ciencias sociales nmadas y lo
que el escritor estadunidense David Stoll caracteriza despectivamente como antropologa posmoderna; disturbios, por supuesto, provocados inicialmente por
esa misma generacin. En el caso de la literatura y el arte en particular, como ha
insistido Sarlo entre otros, esto involucra una afirmacin del llamado valor esttico y del canon; un canon moderno-vanguardista, por supuesto, no el canon de
las oligarquas tradicionales, pero tambin normativo, disciplinado, jerarquizado.
147
JOHN BEVERLEY
nuevas formas heterogneas de gestin neopopulistas. Despliega para ese fin una
doble estrategia de interpelacin:
Primero, hace un llamado a sectores de la burguesa nacional y a las clases
profesionales a crear una nueva forma de hegemona cultural, entendida en el sentido
de lo que Gramsci llama el liderazgo moral intelectual de la nacin, que incorpore
sus propios criterios disciplinarios de autoridad, profesionalismo y especializacin;
segundo, al mismo tiempo hace un intento de redefinir (y confinar) los proyectos
emergentes de la (o las) izquierda(s) latinoamericana(s), dentro de lo que continan
siendo parmetros dominados por los intelectuales y las clases profesionales.
Al decir esto, de ningn modo intento cancelar el debate dentro de la izquierda, o sobre la izquierda. Ese debate, y las prcticas concretas de creacin y
pedagoga que fluyen de ello, ha estado al centro de este evento. Acepto que hay
mucho que criticar en el radicalismo de nuevo tipo de los movimientos sociales y
en los nuevos gobiernos de centro-izquierda, como los llama Ernesto Laclau. Sin
embargo, me declaro partidario de esos gobiernos, que representan a mi manera
de ver una apertura hacia una nueva poca histrica en las Amricas. Tengo la
impresin de que implcita en lo que estoy llamando el giro neoconservador hay
una variante de la distincin nociva entre izquierda respetable e izquierda popularista la marea populista, como suele decir Jos Aznar, el poltico espaol de
derechas; es decir, Bachelet, Tabar y Lula (si contina portndose bien) contra
todos los dems, especialmente Chvez; pero tambin Kirchner (esposo y esposa),
un blanco frecuente de la crtica de Beatriz Sarlo; Morales, Correa, los sandinistas,
los cubanos En Chile o Brasil, la izquierda respetable est en el poder. Pero en
Argentina, Bolivia, Venezuela la izquierda respetable forma a veces parte de la
oposicin a los gobiernos de izquierda en el poder. (Dicho aparte, para el propio
Aznar la tarea principal de la gente de bien en nuestro tiempo, es decir la derecha
internacional, es detener esta marea populista.) Se podra argumentar que estoy
exagerando, y que la operacin crtica y poltica representada por figuras como
Beatriz Sarlo es algo completamente distinto del tipo de neoconservadurismo propugnado por los actuales asesores del presidente Bush en las guerras culturales en
los Estados Unidos. Ms bien, se podra decir de esa operacin, o dice de s misma,
que representa la reaccin de una izquierda ilustrada, consecuente consigo misma,
ante la proliferacin de posiciones lites posmodernistas y el neopopulismo de los
medios, como lo nombra Sarlo. De all que sera interesante discutir su posible
entronque o no con la crtica del relativismo y multiculturalismo hecha por Alain
Badiou en Francia. Sin embargo, si bien mi propia posicin no es completamente
desinteresada, no creo estar exagerando el caso. Lo que estoy tratando de hacer es
captar una tendencia emergente que todava no ha tomado total conciencia de s
misma y que, como tal, podra desplazarse en distintas direcciones.
Creo que lo que llamo el giro neoconservador continuar siendo una tendencia dentro de la izquierda y la intelectualidad progresista en Amrica Latina.
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Pero tambin es posible que si la situacin poltica se polariza ms, esta tendencia
se alinee polticamente con una posicin ms conservadora o de centro-derecha,
como sucedi en los casos de los New York Intellectuals en los Estados Unidos
(muchos de los cuales terminaron en el Partido Republicano de Reagan) o los
llamados Nuevos Filsofos o el historiador Franois Furet en Francia. Los ejemplos de Jorge Castaeda en Mxico, o Elizabeth Burgos y Teodoro Petkoff en
Venezuela hacen alusin a esta posible consecuencia en un contexto contemporneo latinoamericano.
Como he procurado sugerir aqu, una de las caractersticas del giro neoconservador en Amrica Latina, as como en lo que se llam en Estados Unidos las
guerras culturales, es hacer de la reflexin crtica sobre valor esttico y literario
un orden crucial del pensamiento, no algo que sea suplementario o secundario. Su
objetivo es vigilar las fronteras de lo que es y no es permisible dentro del mbito de
la crtica cultural latinoamericana, en un momento en que muchos de sus supuestos fundamentales han sido puestos en duda interna y externamente, incluyendo la
idea de Latinoamrica como tal. En su crtica del giro subjetivo en la poltica y el
arte a la cual hizo referencia antes, Sarlo habla despectivamente de una izquierda
testimonial, que se refugia en la reafirmacin moral-formal de sus valores. A esa
izquierda ella opone la idea de una izquierda poltica en alianza con una izquierda cultural anti-mimtica, capaces ambas de [refutar] los pactos de mimesis
que son pactos de complicidad o resignacin.
Volvemos aqu a la utopa frakfurtiana y vanguardista de la relacin entre
arte de vanguardia y poltica de izquierda. Pero en la prctica, la posicin de
Sarlo se dirige contra lo que podramos llamar la izquierda actualmente existente.
Termino entonces con la pregunta: es esa utopa la utopa de Sarlo todava
nuestra utopa? El signo de esta intencin suele ser una apelacin tcita o explcita
(en el ensayo de Moraa en Crtica impura, 2004, por ejemplo) a la figura de Borges.
Borges, por supuesto, nunca desapareci completamente del horizonte de la crtica
literaria latinoamericana, y las razones de esto no son difciles de comprender:
con su lucidez desilusionada y su capacidad de invencin literaria, sigue siendo
uno de los intelectuales latinoamericanos ms interesantes del siglo xx. Adems,
esa lucidez desilusionada parece encajar bien con el fin de una era de ilusiones
utpicas. Hace de su propia escritura una especie de Aleph que nos permite leer
en su interior los temas candentes del da: el Otro, la deconstruccin, la tica, el
testimonio, lo subalterno, los estudios culturales y post-coloniales, la dialctica de
la modernidad perifrica, la iluminacin benjaminiana, las caras de la multitud,
pero en una clave especficamente latinoamericana, criolla si se quiere. Pero leer
estos temas a travs de, o en, o con Borges es tambin limitarlos en cierto sentido
a Borges, es decir, al espacio de la literatura y la crtica.
Creo que lo que est funcionando aqu es una especie de neutralizacin terica de la fuerza actual de las clases y los grupos populares en Amrica Latina en
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JOHN BEVERLEY
Referencias
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151
TERCERA PARTE
Situaciones particulares
An siendo dichosos bajo los dictados del Fondo Monetario, nos batiramos.
Sobre este alegato, se podra ir ms lejos: Bajo los dictados del Fondo Monetario
slo se puede ser desgraciado.
Los dos alegatos advierten de una instancia. Argentina y buena parte de
Latinoamrica se encontr en los noventa ante una refundacin cultural. La compresin mxima de esta malla sobre el cuerpo social ocurri durante 2001, en la operacin
llamada Corralito, cuando los bancos en Argentina advirtieron que la paridad un
peso igual a un dlar sancionada por ley tampoco poda soportarse por simple compresin legal mientras la expansin inflacionaria haba ocurrido en una dcada desde
su sancin. Antes de estallar todo, los bancos se llevaron miles de millones de pesos
reconvertidos a dlares al exterior, aconsejaron secretamente a sus grandes clientes a
hacer lo propio y cuando los ahorristas medios fueron a sacar su dinero no hubo ms
y el ministro de Economa decret el acorralamiento de los depsitos bancarios.
En veinticuatro horas el peso se desvaloriz a la tercera parte, los salarios
cayeron a la mitad de su valor; en algunos casos a un tercio. La gente sali a la
calle. El gobierno decret el estado de sitio. Multitudes asaltaban los supermercados. Hubo muertos y heridos. El presidente De la Ra y su gobierno renunciaron.
Las asambleas populares gestionaban la direccin poltica de los territorios bajo la
consigna: Que se vayan todos, y tomaban por horas o das la direccin de los
asuntos locales. La clase poltica integral deba irse, se era el reclamo.
No se fue nadie. Pero abandonaron el neoliberalismo y se vistieron de democracia asistencial y Estado benefactor. El pragmatismo fue sorprendente. En unos
das los mismos que crearan el ms profundo pas neoliberal del mundo pasaban
a militar en el antiliberalismo consecuente. Pero unos lo hicieron mejor que
otros. En particular, lo hicieron mejor aquellos actores polticos modlicos con
experiencia en las luchas estudiantiles contestatarias, revolucionarias y guerrilleras
de la generacin 1965-1975. El gobierno del matrimonio Kirchner, ambos presidentes, proviene de esta etapa. Haban gobernado durante los noventa neoliberales
154
EDUARDO ROSENZVAIG
a una provincia patagnica gigante con una poblacin tan escasa como para llenar
una ciudad pequea. Sus parlamentarios votaron todas las leyes neoliberales, pero
desde el 2001 el grupo advirti que ya no se poda gobernar como antes.
La ley nacional de Convertibilidad de 1991, ese plan econmico de shock antiinflacionario con un tipo de cambio fijo por tiempo indeterminado se bas en un
contrato entre el Partido Justicialista y las megaempresas/bancos: se estabilizaba
la divisa norteamericana a condicin de que se importara todo; las poblaciones
recuperaban la estabilidad luego de dcadas con hiperinflaciones a condicin de
que se privatizara todo; se controlaba el dficit fiscal a condicin de que se achicara
el Estado; se bajaba el costo empresarial a cambio de derogar la legislacin laboral;
se modernizaba el mercado a cambio de que el rgimen de jubilaciones, educacin
y salud entraran al mercado. Pero la convertibilidad fija de la divisa, luego de los
estallidos sociales de 2001, provoc la metamorfosis de convertibilidad de los
actores polticos desde el neoliberalismo a un keynesianismo retardado.
La Argentina del matrimonio Kirchner tom medidas congruentes con la
salida de la catstrofe neoliberal para millones de personas; oblig a arrodillarse
a las Fuerzas Armadas por primera vez desde 1930, haciendo que su comandante
en jefe retirara delante del presidente Kirchner los retratos de generales represores
de las paredes de la clsica escuela militar. La presidente Kirchner nombr como
ministro de Defensa a una mujer que, adems, haba sido guerrillera. Pero ello no
alcanz y las debilidades de apoyarse en el partido protagonista de las destrucciones sociales y la concentracin de riqueza de los noventa, provoc vacilaciones,
marchas atrs, reconfiguracin del cuadro de las derechas que pareca derrotada
hacia 2003. La lacerante paradoja kirchnerista: cmo hacer un gobierno de izquierda con un partido de derecha?
El Corralito, idntico en Uruguay que en Argentina, llev al triunfo del
Frente Amplio en dos presidencias. Pero en aquel pas el ncleo poltico transformador no tuvo memoria de haber sido el ncleo del establishment neoconservador,
de manera que el Frente Amplio se nutri de los movimientos sociales. Se democratiz profundamente el pas, mejoraron radicalmente los ndices de pobreza,
cambi el territorio hacia un progreso incluso desconocido, lo pblico empez a
llenar los vacos del viejo Estado quebrado.
En ningn pas latinoamericano como en Chile el proyecto neoliberal captur tanto la subjetividad de las masas. Incluso durante los periodos de gobierno
de la Concertacin, conglomerado poltico que se mova alternativamente entre la
profundizacin del modelo exclusivo y un atrapar en el aire variantes de inclusin.
La modernizacin y remodelacin liberal atenaz la imaginacin de las bases
electorales. Finalmente en 2010 volvi a triunfar el proyecto Pinochet, con las
bases sociales antiguas de Pinochet, en la cara sonriente, juvenil, empresarial y millonaria de un agasajado por la desigualdad. Los movimientos sociales empezaron
a actuar de una manera no convencional respecto a la forma poltica tradicional.
155
La combinacin dialctica y como esperada durante dos siglos entre movimientos sociales y poltica se produjo en Bolivia. El primer indio en ser presidente
de un pas mayoritariamente indgena surgi de dirigir a los campesinos cocaleros
de Bolivia. Con ello no slo se demostraba que la hoja de coca forma parte de la
cultura de pueblos originarios y no del uso que el narcocapitalismo hace de ella,
sino que adems el dirigente de sus plantadores asuma como presidente el proceso
transformador ms radicalmente democrtico y pluricultural de Amrica Latina,
reflejado en su nueva Constitucin con derechos iguales para los antiguamente
desigualados, ms un programa de proteccin ambiental basado en la antigua
ecologa andina, salud pblica y jubilaciones universales, fin del analfabetismo,
cambios estructurales en el pas, participacin masiva en la democracia.
Los aos noventa dejaron dos campos minados en Argentina: desintegracin
social y corrupcin de arriba abajo. De hecho el neoliberalismo no puede funcionar
sin estos dos presupuestos: la conversin del ciudadano en un maximizador de
beneficios, y la corrupcin como palanca para izar la filosofa de la desigualdad
por consenso y leyes. La desintegracin social se adelant mediante las crceles,
desapariciones y masacres de la dictadura militar de 1976-1983. Estaba en los
considerandos de la escuela econmica de Chicago que, con tanta sociedad organizada y empresas bajo direccin estatal en Amrica Latina, sera difcil imponer
las privatizaciones y otras reformas vinculadas a la subsidiariedad del Estado. Los
partidos polticos fueron atravesados asimismo por estas demoliciones y corrupciones. No qued en el horizonte de los pobres y desposedos ms que la constitucin de movimientos locales y federaciones de movimientos autogestionados y
de sobrevivencia. Los gobiernos que se sucedieron al 2001 adoptaron diferentes
actitudes respecto a estos movimientos: captarlos, neutralizarlos, rechazarlos.
El gobierno de Cristina Kirchner, sin embargo, trat de rodearse de movimientos sociales polticamente antineoliberales, radicalmente posicionados contra
las corporaciones mediticas y financieras, as como contra los Estados Unidos de
la poltica imperial. Pero la relacin con estos movimientos siempre es de contradictoria negociacin. En algunos pasa por la ideologa, en otros por la transferencia de planes sociales a repartir por los propios adjudicados. Ambos presidentes
Kirchner optaron por una profunda revisin de los derechos humanos en cuanto al
juzgamiento de los sindicados como criminales de lesa humanidad de la dictadura
1976-1983. Abolieron las leyes de perdn dictadas durante Alfonsn y Menem,
cambiaron la Corte Suprema de Justicia que el neoliberalismo haba instalado
como ttere jurdico, y se apoyaron en las Madres de la Plaza de Mayo y Abuelas
de la Plaza de Mayo para recuperar a los nios capturados durante la dictadura
militar-financiera. Ello se fortaleci con medidas de profunda reconversin, como
la reestatizacin de los fondos de las empresas y jubilaciones, una ley democrtica
de medios audiovisuales enfrentada visceralmente a los intereses de los megamedios, la jubilacin universal, la renacionalizacin de algunas grandes empresas de
156
EDUARDO ROSENZVAIG
poblaciones como aquellos indios de 1880 sobre las fronteras militares modernas.
Los llamados malones sobre las fronteras. Matar o morir. Robar o morir. Son
los nuevos indios. El fundamento de un movimiento social anticolonial constituye
alianzas con los nuevos indios en torno a una cultura propia: trabajo, educacin,
belleza, visibilidad real. El rock es parte de la ideologa de este movimiento social.
Los viejos indios tambin bailan rock.
Para el liberalismo colonial, el invisible slo adquiere visibilidad cuando vota,
es decir, en la eleccin de otro colono. En tal caso, seguira la conducta del esclavo
negro norteamericano: odia el sistema de esclavitud, pero ama al seor esclavista
(porque ste puede abrirle una ventanita para pasearle un momento por la sociedad
civil). El nuevo indio (joven) que participa activamente del proyecto poltico de un
colono, odia al sistema que lo transfiere a raza de invisible (sin color, ni siquiera
negro) y ama al colono que es el nico que puede sacarlo de la raza, pero que,
a un tiempo, es el primer reproductor de las condiciones de existencia de la raza.
El asco del nuevo indio por la poltica sistmica atraviesa las clases y las
culturas. A diferencia de los setenta argentinos, los jvenes ms imaginativos y con
valores sociales del 2010 huyen de los partidos polticos. Un partido es advertido
como una atadura a la milicia, al dogma o a la corrupcin.
Tercera hiptesis. Los colonos estn aislados, y por la misma razn no les
queda otro recurso que mantener por la fuerza su sistema poltico abullonado al
neoliberalismo, y su sistema electoral como herramienta disuasoria. Sin embargo,
en la primera dcada del siglo xxi hubo un enigma de la voluntad social. El agotamiento de la filosofa de la desigualdad rompi la vlvula de seguridad electoral, y
volc las masas hacia programas transformadores y revolucionarios a travs de las
urnas. Se inicia por ende otra etapa del Consenso de Washington inaugurada con
el golpe de estado hondureo de Porfirio Lobo Sosa como la continuidad de un
rgimen controlado por militares, grupos liberales y represin.
La deuda externa acta en alianza. Despus de inventar el ndice riesgo pas,
o la decisin de los acreedores de la Metrpolis indicando la magnitud del castigo
que aplicarn a un pas por estar endeudado, inventaron el peligro default, la
gravedad de dejar de pagar un solo da la deuda externa castigado con la fuga
posible de capitales. Manipulaciones coloniales. La Argentina del 2002 entr en
default y los capitales jams se fueron, continuando el clsico drenaje hacia la
bsqueda de oportunidades financieras.
Cuarta hiptesis. Los movimientos sociales contracoloniales tienen a su favor
no tener historia. Ello no significa no tener memoria, significa no tener derrotas.
Las poblaciones estn demasiado agobiadas como para jugarse por nuevas derrotas.
Quinta hiptesis. Los movimientos sociales no tienen nada que perder, salvo
las nuevas ataduras de sus partcipes. No entran a competir en terrenos donde el
colono lleva toda la ventaja. Lo ideal, lo imaginativo, es crear el terreno nuevo
para iniciativas por la justicia y la igualdad. Terreno nuevo contra viejas ataduras.
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EDUARDO ROSENZVAIG
EDUARDO ROSENZVAIG
est dispuesto a cualquier traicin. As como el poltico colono sabe que ser
traicionado por ese adscrito, si acaso deja de inyectar recursos financieros a la
poltica colonial.
El poltico colono no quiere competidores. Los movimientos sociales
necesitan toda vez ms agrupaciones de carcter innovador y solidario. En el
mercado libremente colonial, la poltica inherente es tambin una mercanca.
Consecuentemente, un buen poltico destruye a cualquier talento de su propio
partido, antes que sea su competidor. Sin haber ledo jams a Tayllerand hacen
suyo eso de Desconfiar del primer impulso que es el moral, o bien enseando a
los jvenes diplomticos en eso de que La palabra ha sido concedida al hombre
para disimular su pensamiento.
Undcima hiptesis. La poltica colonial posmoderna es una escuela de corrupcin, como ocurre en toda la historia colonial. Triturando voluntades, dignidades y
calidades deja, como ruinas en la subjetividad del resto, la indiferencia.
El movimiento social recupera la pasin, actividad, el ser social del individuo
desintegrado, el propio lenguaje del no, y la inteligencia colectiva en la creacin de
otro estado de cosas. Devuelve la unidad en pensamiento, palabra y accin.
La indiferencia es la contrautopa propuesta por 1984 para las vastas multitudes.
Duodcima hiptesis. Toda lucha anticolonial es penosa, larga, porque la idea
colonial su razn de inevitabilidad se halla instalada en las conciencias.
El movimiento social est creando la lgica de otro pensamiento, de otra
voluntad. Frente a la libertad de las mercancas, la libertad de la mismidad del ser.
Una ecologizacin de los hombres de los cuchillos de vidrio. La contracara pobre
de Hollywood dice que esto del cuchillo es una humorada. No sirve para comer y
no sirve para matar. Sirve para asustar a los colonos asustados.
Los movimientos sociales son el comienzo emocional de otra realidad.
Es el subcomandante Marcos en Chiapas contando las penurias coloniales y sus
contrarrestos indios mediante cuentos, mitos y epopeyas legendarias.
Empezar por el susurro, seguir por el grito, concluir en la obra. El movimiento social esclarece: Quieren hacer de nosotros monstruos o idiotas. El programa
quimrico del colonialismo es un Gran Hermano que controle, mire, premie
y sobre todo cree un Estatuto en cuya aceptacin pertenecers y slo un
tiempo al habitculo del circo, o quedars invisible. Para entrar al modelo de
sociedad circo, es decir de gladiadores exterminndose hasta que viva uno solo,
el premiado, aceptars antes la regla nmero uno del Estatuto: ausencia de rebelin.
Ausencia del no, es decir ausencia de sociedad histrica. En segundo lugar, ausencia del gesto solidario.
Desde las ruinas dejadas por la desintegracin, con ladrillos viejos los movimientos sociales y sus proyectos polticos construyen edificios nuevos. El Estatuto
colonial, con ladrillos nuevos edifica el mismo edificio de siempre.
Quieren hacer de nosotros idiotas.
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EDUARDO ROSENZVAIG
163
El giro poltico actual en Latinoamrica se caracteriza por las trayectorias atpicas de muchos de sus lderes, quienes no provienen de la clase poltica sino de
otros sectores el militar en Hugo Chvez, el agrario-sindical en Evo Morales,
el sindical en Lula da Silva, el acadmico en Rafael Correa o el eclesistico en
Fernando Lugo que constituyen los mbitos que les han dado el impulso inicial
para una participacin pblica extendida. Tal vez sea tambin esa procedencia la
que los ha hecho ms atractivos para una porcin del electorado agobiado por las
representatividades tradicionales asociadas con manejos turbios, hipocresa, falta
de dedicacin a la tarea, que se expres en la repetida frase, proferida en Argentina
en el comienzo del nuevo siglo: Que se vayan todos.
Esta proveniencia de un lugar distinto al de la poltica profesional implica
que han frecuentado otras discursividades desde las cuales han construido su voz
de polticos. Si bien toda voz es polifnica en tanto inscrita en el heterogneo universo social cuyas huellas de una u otra manera expone, en estos casos es previsible
una presencia ms marcada de ese espacio social de pertenencia. En este marco
164
1 Discurso de inscripcin de la candidatura de la Alianza Patritica para el Cambio, 31/01/2008. Tomado del diario digital de noticias Somos
Paraguay: http://www.somosparaguay.com.py/despachos.asp?cod_des=15345&ID_Seccion=52 [con acceso el 24/07/2008].
campaa electoral, sumando algunos textos anteriores, que nos permiten destacar
algunas discontinuidades producidas durante el periodo de proselitismo. Tambin
incluimos el discurso de asuncin a la presidencia, texto privilegiado por reunir
de manera programtica una serie de contenidos y propiedades formales que,
generalmente, se encuentran dispersos y a veces simplemente insinuados en otros
textos semejantes. A su vez, el carcter fuertemente subjetivo y emotivo de la situacin nos permite observar las vacilaciones y variaciones entre el texto escrito y el
efectivamente pronunciado, dando lugar a la emergencia de muchas de las dudas y
tensiones que configuran la especificidad del discurso poltico-religioso de Lugo.2
Fernando Lugo, actual presidente del Paraguay, proviene por va materna de una
familia tradicional paraguaya, Mndez Fleitas, con una activa presencia en la
vida poltica dentro del Partido Colorado. Su to, Epifanio Mndez Fleitas, fue un
intelectual opositor a la dictadura de Alfredo Stroessner (1955-1989) que, luego
de sufrir la crcel y la tortura, se exili en Uruguay, Estados Unidos y Argentina,
donde falleci en 1985. Precisamente, Lugo decide presentar su candidatura presidencial en continuidad con un linaje poltico simbolizado en la figura de su to:
No oculto que, cuando se trata del pueblo colorado, me proyecta una singular inquietud,
atendiendo que se trata de una agrupacin poltica de varios de mis antepasados de sangre,
como mi to Epifanio Mndez Fleitas, quien, en circunstancias difciles, luch y perdi
todos sus privilegios en homenaje al reinado de la justicia y la dignidad en el partido de sus
amores y en su patria paraguaya. (Mensaje a la opinin pblica nacional, 17/1/2008)3
166
su ingreso al clero regular, puesto que las congregaciones, que gozan institucionalmente de una autonoma relativa dentro de la iglesia catlica, proveyeron durante
los aos sesenta y setenta de cuadros militantes de la renovacin posconciliar.
Los misioneros del verbo divino, en particular, son una congregacin nacida
en Holanda en 1875, con una fuerte vocacin proselitista destinada originalmente
a la predicacin combativa en un pas mayoritariamente protestante. Rpidamente,
y al igual que otras congregaciones ad gentes en una poca de agresiva reaccin
catlica (quizs los ms famosos de este movimiento sean los salesianos), se expanden hacia Amrica Latina, creando sus misiones en Argentina (1889), Ecuador
(1893), Brasil (1895), Chile (1900) y, finalmente, Paraguay en 1909. Aunque no
hay investigaciones sobre el tema, un somero examen de los documentos de la svd
muestra un fuerte compromiso con los movimientos de renovacin posconciliar
latinoamericana, reivindicando especialmente las reuniones de Medelln5 (1968)
y Puebla (1979)6 y, con una mayor moderacin, las expresiones de la Teologa
de la Liberacin7 (tl) latinoamericana. En ese contexto de efervescencia polticoreligiosa Fernando Lugo pasa sus aos de formacin entre su ingreso al noviciado
(1970) y su ordenacin sacerdotal (1977).
Despus de vivir seis aos en Ecuador viaj a Roma, realizando estudios en
espiritualidad y ciencias sociales en la Pontificia Universidad Gregoriana. Al tiempo
de su regreso a Paraguay, el 17 de abril de 1994, el papa Juan Pablo II lo consagra obispo de la dicesis de San Pedro, una de las ms empobrecidas del pas. All establece
vnculos con organizaciones polticas y ongs como la cooperativa indgena-campesina
Teko Joja. En noviembre de 2004 es designado obispo emrito y, ya con menos responsabilidades institucionales, acta de manera ms abierta y dedicada en el campo de
la poltica a raz de su oposicin pblica al gobierno del entonces presidente Nicanor
Duarte Frutos. En marzo de 2006 encabez el movimiento Resistencia Ciudadana,
5 La ii Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Celam) fue celebrada en 1968 en Medelln, Colombia, como una forma de poner
en prctica del Concilio Ecumnico Vaticano II (1962-1965) en Amrica Latina. Participando del interdiscurso de la poca, y con una fuerte
presencia de sectores contestatarios en aquel entonces emergentes en el catolicismo, sus Documentos finales se detienen en los procesos sociales y
polticos del capitalismo y el imperialismo en el subcontinente y en la necesidad de apoyar los movimientos de liberacin. Estos textos fueron luego
reivindicados por grupos de izquierda confesionales y no confesionales, desde el comunismo cubano, hasta el Frente Sandinista de Liberacin
Nacional nicaragense, pasando por el Ejrcito de Liberacin Nacional colombiano (con el sacerdote Camilo Torres) y los Montoneros en la
Argentina. Ver Lwy (1995).
6 La iii Celam, reunida en Puebla, Mxico, en 1979, se propona explcitamente revisar los diez aos transcurridos desde Medelln. Este revisionismo crtico procur desautorizar las visiones liberacionistas y las interpretaciones en clave insurreccional del magisterio catlico, con un fuerte respaldo del papa Juan Pablo II, por aquel entonces recientemente electo, que dictaminaba en su Discurso inaugural: Esta iii Conferencia [] deber,
pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medelln, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones
a veces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crtica y claras tomas de posicin [ en Medelln] se han hecho interpretaciones, a
veces contradictorias, no siempre correctas, no siempre beneficiosas para la Iglesia. Muchos telogos de la liberacin han considerado que Puebla
fue una traicin a Medelln, no obstante lo cual permiti a algunos sectores contestatarios apoyarse, por ejemplo, en su condena a los regmenes
de seguridad nacional en Amrica Latina.
7 La Teologa de la Liberacin fue un movimiento poltico-religioso surgido en Amrica Latina en la dcada de los sesenta, que reconoce en
Medelln su antecedente ms prestigioso y que tuvo su primera formulacin programtica en el libro homnimo del sacerdote y telogo peruano
Gustavo Gutirrez en 1972. A partir de una sntesis entre marxismo y cristianismo, se propuso realizar una praxis teolgica especficamente latinoamericana y una reinterpretacin doctrinal desde la opcin por los pobres como lugar hermenutico para una liberacin simultneamente
histrica y escatolgica de los oprimidos. Durante el papado de Juan Pablo II hubo una fuerte censura eclesistica hacia las manifestaciones de la
tl, incluyendo condenas individuales a sus exponentes y globales a su doctrina. Para una historia de este movimiento, ver Tamayo Acosta (1989).
167
A partir de la trayectoria social de Lugo y de algunos de los rasgos ms caractersticos del funcionamiento del discurso episcopal, podemos ubicarlo en una doble
168
8 La suspensin a divinis es una pena cannica que prohbe todo acto de potestad de orden, es decir, la capacidad de ejercer todas las formas del
sacerdocio, investida indeleblemente por el sacramento del orden sagrado. En consecuencia, sigue siendo sacerdote y obispo, atado formalmente
a la institucin eclesistica, pero no puede actuar como tal.
9 El texto utilizado combina la versin entregada previamente a diversos medios de prensa (accesible en diferentes sitios, por ejemplo http://
www.agenciapulsar.org/nota.php?id=13459) con la versin oral difundida por ABC Digital en Youtube (http://www.youtube.com/watch?v=oIY
N2Dq9cxM&feature=channel, http://www.youtube.com/watch?v=iuvUahsDnbE&feature=channel, http://www.youtube.com/watch?v=fHM7
yi6uO4E&feature=channel [con acceso 16/08/2008]). Para las traducciones del guaran utilizamos la versin oficial, ofrecida en http://www.
presidencia.gov.py/discurso.html [con acceso el 19/08/2008].
169
sino como una articulacin de demandas sociales que, a partir de un proceso equitativo, permite la construccin de una identidad colectiva. De este modo invierte la
perspectiva ms extendida sobre el fenmeno populista: no intenta describir la manipulacin del pueblo por parte del lder y su aparato, sino definir las condiciones
sociales y discursivas que hacen posible la equivalencia poltica de las demandas
particulares en la construccin histrica de la nocin de pueblo. En este sentido,
lo que algunos crticos fundamentalmente ligados al marxismo denominan
ambigedad o inconsistencias ideolgicas del trmino pueblo no es otra cosa que su
lgica discursiva especfica: un significante vaco que permite articular demandas
diversas e incluso heterogneas. De este modo, es la ausencia de contenido especfico del trmino pueblo lo que permite proyectar en l la representacin de la
totalidad social. Cuando esto se logra, se ha construido una identidad colectiva
nueva, englobadora y capaz de representar a la sociedad en su conjunto (Cuevas
Valenzuela, 2006).
La dimensin totalizadora-homogeneizadora del pueblo no debe concebirse
como un dato social sino poltico, puesto que no designa a un grupo dado sino
a un acto de institucin que crea un nuevo actor a partir de una pluralidad de
elementos heterogneos (Laclau, 2005a: 278).
Lugo no es, al respecto, la excepcin. Siguiendo el patrn habitual en los discursos populistas, en su discurso el pueblo se desplaza entre el pueblo de la nacin,
los trabajadores y los pobres en general o los pobres organizados que constituyen
los grupos o movimientos sociales actuales. En esos trayectos retoma tambin
hilos referenciales de pueblo en la tradicin revolucionaria.11
En el fragmento siguiente, Lugo hace referencia a todos ellos en una gradacin que culmina con el colectivo ms amplio (todos los paraguayos), cristalizando simblicamente en nuestro Paraguay, asociado a la etapa fundacional
(nuestros grandes prceres) y a la utopa (el sueo) no realizada todava de
alcanzar los grandes valores nacionales (soberana, justicia, igualdad, dignidad):
Tengo un compromiso con los grupos sociales, de los grupos campesinos, de obreros. Por
eso el sueo de las grandes mayoras del Paraguay, el sueo de un pas soberano, de un
pas ms justo, el sueo de todos los paraguayos por un pas mejor, sin distincin para
que nuestro Paraguay tenga la dignidad perdida y pueda seguir como lo soaron nuestros
grandes prceres (Discurso a los campesinos del Departamento de Caazap, Loc. cit.).
170
11 No olvidemos que en la etapa de conformacin y consolidacin de los estados nacionales, pueblo ha sido objeto de diversos desplazamientos
referenciales: vecinos, poblacin, ciudadanos, sectores populares, la nacin, etc.
De este modo, Lugo ofrece una traduccin no confesional de la opcin por los pobres en la cual las resonancias del discurso religioso se legitiman por el patriotismo:
fueron los pobres (sujeto religioso) los que defendieron la patria (entidad poltica).
Esta articulacin entre lo religioso y lo poltico se muestra menos explcitamente en otros casos. Por ejemplo, en el prximo segmento, pueblo, notablemente reiterado, tiene la amplitud propia del discurso poltico (el pueblo
paraguayo) y se vincula con los valores iniciales del Estado nacional (dignidad,
soberana, independencia). Pero la isotopa religiosa asocia pueblo con los que
sufren (es sacrificado), aunque tienen el don de la esperanza. El articulador entre
lo religioso y lo poltico es el estar de pie:
12 Fernando Lugo: No es hereja hablar de Jesucristo y socialismo del siglo xxi, Agencia Bolivariana de Noticias, 14/04/2007: http://www.
aporrea.org/internacionales/n93285.html [con acceso el 27/07/2008].
171
En el momento de la asuncin, en cambio, la identificacin con la tradicin liberacionista de la opcin por los pobres es asumida de manera explcita en su
doble vertiente institucional y contestataria, es decir, aludiendo simultneamente
al documento episcopal de Puebla (opcin preferencial por los pobres) y a la
Teologa de la Liberacin. Volveremos sobre ello en el siguiente apartado.
Si bien los entornos de pueblo permiten operar los desplazamientos referenciales que hemos sealado y que estn inscritos, en general, en una memoria
discursiva amplia, un discurso electoral debe referirse a otras parcialidades, lo
que lleva a enumeraciones como la siguiente: Estamos para la dignificacin de
los hermanos indgenas, por la dignificacin de los obreros, de los campesinos,
polticos tambin, de las Fuerzas Armadas, de la Polica, de los profesionales, de
los sin trabajo, estamos por la educacin del pas.13
En los casos en los que el discurso de Lugo es penetrado por sintagmas
provenientes de la izquierda, se opera otro desplazamiento de pueblo y emerge
el pueblo militante, incluso a travs de sintagmas cristalizados de la tradicin
discursiva de la izquierda latinoamericana:
Porque ms que nunca el pueblo est unido. Y el pueblo, unido, jams ser vencido!
As unidos nos tendrn siempre. Unidos los que querrn torcer la voluntad popular, nos
encontrarn unidos los partidos polticos, hombres y mujeres, grupos sociales, sectores
campesinos, culturales y ciudadana en general. Una vez ms el pueblo unido no ser derrotado en las prximas elecciones del 20 de abril. Fuerza compaeros, y hasta la victoria
final! Ah venceremos todos los paraguayos.14
13 Discurso en el Acto de Presentacin de Candidaturas del Partido Pas Solidario, 04/02/2008, tomado de http://fernandolugo.blogspot.
com/2008/02/patritica-para-el-cambio-est-para-la.html [con acceso el 27/7/2008].
172
En ese marco identitario amplio se definen linajes creyentes que se asumen como
legtimos. As, en Amrica Latina, las ltimas dcadas vieron surgir dos grandes
identidades en competencia, la Renovacin Carismtica Catlica (rcc) y la Teologa
de la Liberacin (tl), que A. J. Soneira (2001) ha caracterizado a partir de su
apelacin a hitos de memoria diferentes pero dentro de un marco institucional
compartido. Ambas reivindican ser herederas del Concilio Vaticano II, pero la
primera privilegia Lumen gentium (1964) y la segunda Gaudium et Spes (1965); 15 del
mismo modo, se legitiman en el Episcopado Latinoamericano pero en reuniones
diferentes: Santo Domingo (1992)16 y Medelln (1968), respectivamente.
El discurso de Lugo, claramente, no se identifica con la rcc y muestra constantemente sus simpatas por la tl; sin embargo, no hay una identificacin plena,
en buena medida por su experiencia episcopal, que lo coloc inevitablemente
en un lugar institucional. En consecuencia, observamos que la tensin entre el
15 Lumen Gentium es una constitucin dogmtica del Concilio Vaticano II, promulgada por Paulo VI el 21 de noviembre de 1964. Refirindose a
la iglesia catlica, se inspira parcialmente en la encclica Mystici Corporis Christi, promulgada por el papa Po XII el 29 de junio de 1943, que fij el
concepto de Iglesia como cuerpo mstico de Cristo. Esta eclesiologa del cuerpo de Cristo entra en competencia con la del pueblo de Dios,
consagrada por Gaudium et Spes, constitucin pastoral del mismo concilio, promulgada por el mismo papa el 7 de diciembre de 1965. Aunque ambas
designaciones no son, en principio, contradictorias, ha habido una preferencia histrica por diversos grupos en cuanto al empleo de una u otra; en
particular, la rcc se identifica con el primero (y lo convierte en hito de una tradicin) mientras que la tl reivindica el segundo.
16 La iv Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Santo Domingo, fue convocada por el papa Juan Pablo II en el
marco de la Nueva Evangelizacin de Amrica Latina. Si bien los grupos ms cercanos al pontfice han celebrado el documento producto de
esta Conferencia, los sectores ms crticos, reunidos en torno a Medelln e incluso a Puebla rechazaron en buena medida este texto. Las crticas,
especialmente desde la tl, fueron globales, impugnando desde la celebracin del aniversario de la conquista espaola hasta la censura a los telogos
de la liberacin o el silencio en torno a las muertes de sacerdotes y obispos en manos de gobiernos militares, como el caso de los salvadoreos scar
A. Romero (1981) o los sacerdotes jesuitas que, junto a Ignacio Ellacura, fueron asesinados en 1989.
173
linaje propio y la identidad eclesial atraviesa sus textos. Por otra parte, el juego de
desplazamientos entre el discurso religioso y el poltico encuentra en la figura del
pueblo, fuente de legitimidad en uno y otro, un espacio propicio.
En virtud de su carcter fuertemente subjetivo y emotivo, el discurso de
asuncin se muestra especialmente sensible a esos aspectos y las vacilaciones
exponen en la materialidad discursiva los trnsitos de un lugar de enunciacin a
otro. As observamos que, al justificar su identidad catlica y, hasta poco tiempo
antes, institucional realiza una serie de adiciones que desplazan sintcticamente
el sujeto, predicando del pueblo paraguayo los atributos que, en el escrito, le correspondan a l como individuo. As: La vida de este humilde pueblo paraguayo
de un bello rincn del Sur de donde viene mi vida tiene en la fe una construccin
muy importante (Discurso de asuncin, Loc. cit.).17
Quizs como consecuencia de designarse a s mismo por medio de la tercera
persona, la adicin pueblo desplaza el foco hacia otro actante, que ya no es l
como individuo sino el colectivo de los paraguayos, en medio de los cuales se sita
mediante la adicin de un complemento de lugar. De esta manera, la fe que era
un atributo de su ethos aparece ahora como un atributo de todos los habitantes,
en un desplazamiento tpico de estos discursos. El reemplazo de contribucin
por construccin, producto tal vez de un error de lectura, puede ser visto tambin
como la verbalizacin del esfuerzo de construir ese colectivo anudado por la fe.
A continuacin se produce una fusin semejante (Lugo-pueblo), pero ms
acentuadamente en el registro del catolicismo: En este instante me parece importante rescatar el paisaje social que me inspir un da al sacerdocio en los albores
de una Iglesia nueva que se comprometa a calzar esas sandalias que caminan con
las tribulaciones y alegras de la gente las gentes ms normales de nuestro pueblo
(Discurso de asuncin, Loc. cit.).
Al omitir el pronombre en primera persona, el locutor generaliza las motivaciones de su sacerdocio a todos los sacerdotes de su generacin. De esta manera,
propone como general a todos los sacerdotes las opciones poltico-religiosas de un
sector dentro del catolicismo latinoamericano, el liberacionismo (Lwy, 1995). La
valoracin, en el segmento final, ms normales, reemplaza posiblemente a ms
comunes. La opcin ha buscado, por un lado, suprimir un segmento con marcas
de la discursividad religiosa (tribulaciones y alegras); y, por el otro, apreciar positivamente a aquellos que simblicamente calzan sandalias, los pobres, y marcar
su identificacin, que es tambin una posicin poltica.
En efecto, este pasaje de su discurso de asuncin construye una memoria
poltico-religiosa que toma algunos de los hitos del liberacionismo. En primer
lugar, en el fragmento citado anteriormente, identifica el momento de su ingreso al
seminario (1970) con los albores de una Iglesia nueva, que podemos identificar
174
17 Para la transcripcin utilizamos: cursivas: adiciones orales sobre el texto escrito; tachado: omisiones orales sobre el texto escrito. En todos los
casos, las maysculas se encuentran en el escrito original.
175
este caso mediante una valoracin altamente positiva de la cultura indgena. Pero al
mismo tiempo debe exponer el gesto estatal (la aplicacin de la ley) y las dos leyes,
la religiosa y la del Estado se articulan gracias a la reiteracin del adjetivo sagrado.
Ms all de este caso, significativo en su singularidad, la campaa tambin
explot de manera recurrente el motivo de la siembra con sus tres componentes:
el sembrador, la semilla y el terreno frtil donde la semilla prende. El paso del
registro religioso al poltico se activa gracias a la semilla; y los que van a sembrar
un nuevo proyecto de Paraguay son sacralizados por su identificacin con el
Gran Sembrador: Hoy vienen a cultivar con nosotros la semilla de un nuevo
proyecto de Paraguay (Discurso de asuncin, Loc. cit.).
La justicia social es la otra semilla, a la que alude metonmicamente, en el
siguiente fragmento, con la expresin surcos de la tierra. Va a prender en los lugares dispuestos a recibirla: el mundo campesino, el obrero y los hogares patrios,
siendo el patriotismo lo que le permite extender a otros sectores sociales los lugares
primeros asociados con las clases populares: La justicia social caminar por los surcos
de la tierra y por los tejados de nuestras fbricas, oficinas, talleres y hogares patrios.21
En el ltimo pasaje, el elemento temporal del futuro aparece especialmente
enfatizado. Si bien toda siembra tiene esperanza de futuro, no deja de incluir la
incertidumbre del xito ya que el terreno puede no ser frtil. La siembra de futuro
reduce esa incertidumbre ya que el futuro no est inscrito como posibilidad en la
semilla sino que es la semilla: Qu otro punto de partida puede ser ms auspicioso que la siembra de futuro? (Discurso de asuncin, Loc. cit.).
Sintagmas fijos: los signos de los tiempos
En el discurso de asuncin observamos tambin la emergencia de algunos trminos clave o sintagmas cristalizados del discurso religioso cuya funcin es
introducir preconstruidos, es decir, sentidos y representaciones previas y exteriores
al enunciado que son dadas por supuestas y que, en tanto tales, no se ponen en
cuestin (Pechux, 1975: 88). De esta manera, el empleo del sintagma cristalizado
contribuye a un conjunto de significaciones religiosas sin que necesariamente se
cuestione su origen confesional (Amossy y Herschberg Pierrot, 1997: 112-117).
En consecuencia, en tanto segmentos bi-isotpicos pueden ser ledos en los dos
registros sin que uno anule al otro.
Son numerosas, en este sentido, las irrupciones del discurso jerrquico de
la iglesia catlica, en particular el concepto teolgico de persona humana y la
designacin continente de la esperanza para referir a Amrica Latina. Ambos
sintagmas se encuentran ampliamente sostenidos en el discurso del magisterio
catlico, el primero en torno a la constitucin pastoral Gaudium et Spes (1965),
21 Mensaje de Fernando Lugo a la juventud, 19/03/2008, tomado de http://fernandolugo.blogspot.com/2008/03/mensaje-de-fernando-lugolos-jvenes.html [con acceso el 27/7/2008].
177
del Concilio Vaticano ii, y el segundo acuado por el papa Paulo VI durante la ii
Celam, de Medelln.
Un tercer sintagma cristalizado introduce, sin embargo, la disrupcin: los
signos de los tiempos tensan el lugar de enunciacin legtimo del sacerdote y lo
aproximan a la figura discursiva del profeta, la cual se caracteriza precisamente por la
distancia institucional, por un tipo de autoridad basado en el carisma y por presentar
su interpretacin de la realidad los signos de los tiempos como una norma de accin que debe seguirse a pesar, e incluso en contra, de los enunciados institucionales.
El concepto de signo de los tiempos, heredero del lugar teolgico definido
por Toms de Aquino, fue formulado por el papa Juan XXIII en su encclica Pacem
in Terris (1963) y sistematizado en la constitucin pastoral Gaudium et Spes, promulgada por el Concilio Vaticano II en 1965 (Cortez Morales, 2008). Algunos autores
consideran que representa un verdadero cambio de paradigma con respecto
al pensamiento teolgico anterior (Costadoat, 2007), puesto que supone que los
creyentes y, en particular, los telogos y los intrpretes legtimos de la revelacin deben comprometerse con las exigencias histricas de su tiempo para realizar mediante su accin la dimensin escatolgica de la historia.22 Esto supone
que los sujetos deben leer en los hechos de la historia humana las exigencias de la
divinidad; interpretar o discernir cmo se realizan (y, en consecuencia, se deben
realizar) los signos del reino de los cielos en la historia humana. De este modo,
los signos de los tiempos adquieren dos dimensiones mutuamente implicadas: por
una parte, un aspecto descriptivo, que requiere de una correcta interpretacin de
los signos del reino de Dios en la tierra; por otra, un componente normativo que
compromete a los cristianos a actuar en consecuencia (Cortez Morales, 2008).
Una concepcin de este tipo, enraizada histricamente y que exige un compromiso activo de los creyentes, fue apropiada rpidamente por la Teologa de la
Liberacin, la cual no slo retom la tradicin de Gaudium et Spes, sino tambin
la reelabor activamente en funcin de las opciones polticas contestatarias de las
dcadas de los sesenta y setenta (Costadoat, 2007).
Lugo, habituado a este lxico, utiliza el sintagma cristalizado o uno de sus
trminos, que, por el entorno en que se ubica, lo activa como una forma de dotar
de trascendencia a sus decisiones de gobierno, de manera que, desde los enunciados
genricos acerca del destino de la Patria hasta las decisiones administrativas concernientes a las fuerzas de seguridad se encuentren justificadas y, a la vez, constreidas
por la doble dimensin descriptivo-normativa de los signos de los tiempos. En los
lineamientos de su programa poltico resuena, entonces, el lugar teolgico tal como
178
22 Rgent-Susini (2009: 66-67) seala al respecto: El concilio restaura la antigua homila litrgica poniendo el acento en el ntimo vnculo existente entre la palabra y el sacramento y en la necesidad de actualizar la Palabra de Dios por la predicacin, lo que implica para el predicador una
presencia cada vez mayor en el mundo que lo rodea: Para cumplir con esta tarea, la Iglesia tiene el deber, en todo momento, de examinar a fondo
los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de tal forma que pueda responder, de una manera adaptada a cada generacin, a
las cuestiones eternas de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre sus relaciones recprocas. Esto implica entonces conocer
verdaderamente y comprender el mundo en el que vivimos (Constitucin sobre la liturgia).
es retomado por el Concilio Vaticano ii, lo que a la vez que asigna a aqullos una
dimensin religiosa le otorga al que enuncia el valor de intrprete privilegiado. El
signo de los tiempos se reconoce en el presente que es, adems, el espacio de la
accin; de all el anclaje que operan los decticos: Ahora es tiempo, es tiempo de
mirar hacia delante y trabajar denodadamente (Discurso de asuncin, Loc. cit.).
En el fragmento siguiente, el doble valor de leer el signo de los tiempos y el
de posicionarse y actuar se despliega en un sintagma ms amplio (ACTITUD ante
los desafos de su tiempo) que privilegia el segundo: Paraguay debe inaugurar
una ACTITUD ante los desafos de su tiempo (Discurso de asuncin, Loc. cit.).
En el texto que sigue, la reiteracin de este tiempo, que se centra claramente en el presente, se expande con el adjetivo nuevo. El tiempo nuevo es el
tiempo de la revelacin y de la salvacin. La austeridad aparece simultneamente
como un valor fundado en la memoria histrico-poltica, como criterio de polticas
pblicas en materia econmica y, por aadidura, se encuentra permeado por el
discurso teolgico como gesto derivado del signo de los tiempos:
Queremos recobrar ese valor de los gobiernos que conjugaron honestidad y austeridad
como ecuacin del supremo sacrificio por la patria []
Un signo, un signo de este tiempo y de este tiempo nuevo ser la austeridad.
Pondremos especial nfasis en el control de los bienes pblicos evitando la eternizacin
del despilfarro que unos ostentan mientras la gran mayora, el gran pas sufre diversas
carencias. Los ajustes, la racionalizacin de los recursos acompaarn este proceso y sern
parte del plan de austeridad que proponemos. (Discurso de asuncin, Loc. cit.)
179
Este texto posee una alta densidad intertextual que combina la apelacin emotiva
a la juventud (que en su discurso de asuncin llamar, en guaran, con el afectivo
Chera-a) con las referencias al magisterio catlico y a las representaciones magisteriales de los jvenes. As, el sintagma angustias y esperanzas funciona como una
alusin a Gaudium et Spes: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discpulos de Cristo
(Gaudium et Spes, Ed. cit.: No. 1).
Y, literalmente, es una cita del Documento de Puebla: en los mltiples
encuentros pastorales con nuestro pueblo percibimos tambin [] el profundo
clamor lleno de angustias, esperanzas y aspiraciones del que nos queremos hacer
voz (Documento de Puebla, Ed. cit.: No. 24). [] el pueblo latinoamericano va
caminando entre angustias y esperanzas, entre frustraciones y expectativas (Cfr.
GS 1, Documento de Puebla, Ed. cit.: No. 72).
Asimismo, la juventud es caracterizada tambin a partir de la rebelda y
la capacidad, presentes ya en el mismo documento como virtudes de los jvenes
latinoamericanos, a los cuales los obispos atribuyen:
182
En el discurso de Lugo las operaciones de actualizacin muestran una visin tpicamente catlica de la juventud, a la cual busca interpelar con un formato que supone
compartido y que es a la vez afectivo y doctrinal, subjetivo y dogmtico. Los temas
evocados en este credo la juventud, la emigracin, las elecciones se presentan espiritualizados por el formato religioso, lo cual busca garantizar su eficacia persuasiva.
diversas interpelaciones a las que se refiri en sus discursos: los pobres, los nios
de la calle, los indgenas, las mujeres, los jvenes, los emigrados.
Los anlisis de los primeros cien das de gobierno sealan la agenda de
demandas insatisfechas que, recibidas y apropiadas heterogneamente durante
la campaa, se vuelven tareas incluso contradictorias en la instancia de gestin
poltica del Estado. Brugnoni (2009) seala el fuerte condicionamiento a la gobernabilidad que significa la fragmentacin parlamentaria que, fundamentalmente,
reproduce el status quo previo en esa esfera y el carcter tambin atomizado del
gabinete de ministros, cuyos cargos se reparten entre un Partido Liberal cada vez
ms hostil y agrupaciones menores sin poder poltico real, ninguno de los cuales
termina de aceptar como legtima ni su propia alianza ni el reparto de cargos
(Abente Brun, 2009: 152). El propio vicepresidente, Federico Franco, busca proyectar su figura, incluso en contraste con la de Lugo, amenazando de forma velada
con reemplazarlo en un escenario de eventual acefala (Brugnoni, 2009: 586).
La capacidad de gobierno del Ejecutivo, entonces, se ve comprometida por su
necesidad de crear alianzas constantes que amenazan con inmovilizarlo en pactos
contradictorios (Fassi, 2009: 30): la promesa de una reforma agraria se topa con las
garantas a la tenencia latifundista de la tierra; el anuncio de austeridad y lucha contra
la corrupcin es desafiado por las denuncias de malversacin de fondos en su propio
gabinete; la demanda de soberana energtica y renegociacin de Itaip es frustrada
por una posicin diplomtica dbil frente a Brasil (Abente Brun, 2009: 152-155). Ya
desde sus primeros das de gobierno el malestar se hizo sentir por alianzas inconsistentes como la que lo uni temporalmente a la Unace, del golpista Lino Oviedo, que
cuenta con un tercio de la bancada bicameral, lo cual signific prdida de legitimidad
para Lugo y aumento de poder para Oviedo (Vera, 2008). La demanda, de parte de
sectores polticos e intelectuales progresistas, de que asuma una posicin ms decidida y convierta sus niveles de popularidad, todava altos, en poder efectivo de gestin
no ha sido an escuchada. En tanto, su capital poltico decae y su inmovilismo
conciliador deja el gobierno en las mismas viejas manos de la poltica paraguaya a
las que se lo arrebat en las elecciones. En sntesis, la discursividad poltica asentada
en la religiosa es una fuerza con la que Lugo cuenta y que le ha sido particularmente
favorable en la campaa electoral. Lo que todava resta por evaluar es si con ella
puede responder adecuadamente a los requerimientos polticos que se le presentan.
Y, en este caso, si va a optar por acentuar su propio linaje poltico-religioso, para
efectuar la distincin amigo-enemigo que le permita agrupar fuerzas para definir y
combatir a un adversario, o si va a desplegar las estrategias universalistas del discurso
episcopal, cuya efectividad poltica est lejos de ser garantizada.
184
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Tiempos mesinicos
por la cultura popular con la eleccin de Barack Obama, de quien se dijo era la
esperanza misma).
En los ocho aos que dur el gobierno de George W. Bush, fueron democrticamente elegidos alrededor de diez gobiernos de centroizquierda en Amrica
Latina, los mismos que, desafiando directamente las metas ofrecidas por el llamado
Consenso de Washington y el neoliberalismo ya que ambos temas conllevan un
elemento de mesianicidad porque tienen al mercado cual arrivant(e) provenan
de otro momento apocalptico, aquel de 1989, cuando se canta al derrumbe de
muros que Francis Fukuyama llam El fin de la historia y el ltimo hombre.1
En referencia al colapso del mercado de 2008, otro momento apocalptico,
George Soros (2008: 63) dijo que: Para entender lo que pas y qu es lo que hay
que hacer para evitar tal crisis catastrfica en el futuro se requerir una nueva manera de pensar acerca de cmo funcionan los mercados, pero el mercado, en su
mejor momento, retratado cual mesas a deconstruirse, impuso un autoritarismo
violento para poder implementarse, tal como fue el caso de Pinochet en Chile entre
1973-1987 probablemente el primer caso de prueba neoliberal que, al implantarse a la fuerza, exili a un milln y medio de personas, aquella vez ms o menos
entre el 10 y el 15% de la poblacin nacional.
Despus del ao 2000 los grandes cambios polticos en la vida de los pueblos
latinomericanos fueron vistos como manifestaciones tangibles de su autoafirmacin por la va del retorno de los espectros de Marx y el socialismo. Al entrar
en el espacio del imaginario de la mesianicidad, el presidente Hugo Chvez de
Venezuela condujo un exorcismo en el proscenio de la Asamblea General de las
Naciones Unidas en Nueva York para espantar la presencia del diablo encarnado
por Bush y el olor a azufre (20 de septiembre de 2006). Lo mesinico no podra
verse sin el giro apocalptico que se reproduce en 9/11, el choque de civilizaciones,
calentamiento del planeta, la crisis del presupuesto californiano, el financista
Madoff, retratado cual diablo (aunque recuerden que el diablo recibe libaciones
de los mineros quechuaymaras en Bolivia y Per), la cada de la Bolsa de Valores
o el meltdown de Wall Street en el 2008, las llamadas pestes de fin del mundo
(Pennington, 2005: 39) y aun otras formas de apocalipsis meditico, tal como las
entiende Julia Ioffe (2009: 25), columnista de la revista The New Yorker.
188
1 Sin embargo, este libro no es tan malo o cndido como uno podra estar influido a pensar debido a la frentica explotacin que lo exhibe como
la muestra ideolgica ms fina del capitalismo triunfante en una democracia liberal que ha llegado finalmente a la plenitud de sus ideales, sino
de su realidad (Derrida, 1994: 56-63). Habiendo recibido sustancial crtica, El choque de civilizaciones y la reconstruccin del nuevo orden, de Samuel
Huntington (1996) constituye un ejemplo similar de la mesianicidad.
GUILLERMO DELGADO-P.
2 Lo escatolgico significa el eskhaton, el fin, o ms bien el extremo, el lmite, el trmino, lo ltimo, aquello que viene in extremis a clausurar una
historia, una genealoga o simplemente una serie nombrable (Derrida, 1994: 21).
189
Durante los noventa, dcada del aniversario del descubrimiento de las Amricas,
muchos eventos apuntaban la mesianicidad de la poca, aparicin de lo aparente como lo considera Derrida, generando eventos mnemohistricos de reconstitucin o re/membramiento entre militantes indgenas (Rivera Cusicanqui,
1986: 34-35, 41; Varese, Delgado, Meyer, 2008: 382). Este preciso momento ya se
haba delineado en la Declaracin de Tiwanaku (1973), el primer intento andino
quechuaymara de reconstitucin como poder constituyente, porque esa primera
reunin resonara a travs de las Amricas.
Michel de Certeau, quien observ y escribi sobre estos eventos de re-membramiento hacia 1976, ya haba citado los documentos que llamaban a la reconstitucin, mientras los indgenas con los que trabaj le decan de la situacin: Las
recientes acciones han cambiado nuestra perspectiva, ms que una reaccin contra
la extincin futura, nuestros objetivos hoy en da tienen que ver con el crecimiento
y el desarrollo. Contina De Certeau (1989: 226): La meta de la reunin de las
tribus y de la asamblea de jefes es nada menos que la re-conquista. Lo que est
formndose en efecto y en conciencia es una revolucin campesino-indgena: ya
est agitando el profundo silencio de Amrica Latina. El artculo, publicado en
1976 en Francia, fue traducido al ingls cuatro aos ms tarde. Naturalmente, De
Certeau haba trabajado con los indgenas del Gran Chaco quienes legendariamente estn en busca de Yvymaraey (= La Tierra Sin Mal), y estaba informando sobre
hechos que ocurran in situ. Derrida (1994: 168) piensa que: Lo mesinico, incluyendo sus formas revolucionarias (y lo mesinico es siempre revolucionario, tiene
que serlo), debera tener un aspecto de urgencia, inminencia aunque de irreducible
190
GUILLERMO DELGADO-P.
Imago, mnemohistoria
El evento primordial de la decapitacin fue registrado por vez primera hacia 1614,
utilizando la tecnologa de la escritura y el dibujo presumiblemente transmitido
por misioneros a indgenas nefitos que ya imitaban la escritura de libros. El imago
de la decapitacin (vase el dibujo inserto), cual espectralidad fantomtica fue
registrado y compilado en uno de los primeros documentos (utilizando recursos
tecnolgicos europeos) por Felipe Guaman Poma de Ayala, quien reclamaba
orgenes nobles y escriba sobre el proceso de destructuracin (Wachtel, 1971: 135)
en vez de la destruccin de las sociedades andinas. De hecho, el libro de Guaman
Poma se considera una especie de Carta al Rey enviada por un descendiente noble
191
La sustancia del mensaje de La Tragedia, empero, adquiri ribetes de la mesianicidad al proclamar que el Inca decapitado unir su cabeza a su cuerpo, y que ese
cuerpo re/membrado de Inkarri, retornar como nuevo. Hacia 1780 Tupac Amaru
es desmembrado (en Cusco, Per) as como Tupac Katari (en Peas, Bolivia), antes
de ser descuartizado por cuatro caballos que parten en direcciones opuestas, alude
al Nayaw jiwtxa nayxarusti, waranq waranqanaqaw kutanipxani (Ahora me matan, pero
volver en la forma de miles). Franklin Pease (1973: 448-449) sugiere que: [] la
respuesta o visin del vencido no es necesariamente realizada bajo modelos histricos, su visin del pasado est inmersa dentro de un contenido ahistrico, sin las
precisiones temporales y categoras personales que la historia maneja, es siempre
una visin del pasado, pero de un pasado que es (puede ser) simultneamente
futuro []. Asimismo, James Clifford (2003: 113) nos recuerda que:
el presente que se hace futuro es un intento de convencer a los pueblos tribales de salir
de la asociacin automtica con el pasado [] Es importante tener en mente que ese
presente que se hace futuro est completamente conectado a algunos pasados que son
demasiado viejos. Existen afiliaciones, races, de tradiciones antiguas, y especialmente a
lugares antiguos, lugares especficos en la tierra que tienen cualidades duraderas.
Las primeras tomas fotogrficas imago de aquellas re/presentaciones callejeras aparecieron en los andes bolivianos slo a partir de los aos noventa del siglo
xix; pero se sabe que existan cuadernos de ensayo como observa Husson
en forma de manuscrito, primero, y luego un mecanografiado que circulaba y
192
GUILLERMO DELGADO-P.
adems del escribir Jess Lara (1942) recogi y compil el texto que la gente
conoce por Atawallpa Wauninta, existen otras formas de reproducir el imago, el
text-il. Diana Taylor en su estudio del Teatro de la Memoria, Yuyachkani (= yo estoy
recordando), apunta respecto al teatro peruano de la memoria y la reconciliacin
de los noventa del siglo xx:
Detrs de las nociones de lo efmero hay una poltica de larga tradicin que en las Amricas
se remonta a la Conquista, de pensar el conocimiento encarnado como aquel que desaparece porque no puede contenerse o recuperarse a travs del archivo. Sin embargo, hay formas
mltiples de encarnados actos siempre presentes que se reconstituyen transmitiendo memorias comunales, historias, y valores de un grupo o generacin a otra. (Tayler, 2003: 193)
GUILLERMO DELGADO-P.
Y Evo est ligado a otras imgenes del espectro de la mesianicidad, tales como Eva
Pern, inmortalizada por el novelista y escritor Toms Eloy Martnez en su obra
Santa Evita (1995). Eva, la Argentina y el Che vienen al caso por ser Buenos Aires
la residencia de miles de qollas que rearticulan la idea de las mitades complementarias: los mundos csmicos hanan y los mundos hurin. El histrico desplazamiento
andino hacia la Argentina constituye memoria del hecho que el Inkario se extendi hasta lo que hoy es Santiago del Estero, donde an se habla el quechua. La
memoria indgena resguarda el hecho de que el hermano menor de Tupac Amaru,
Juan Bautista Condorcanqui, muri en Buenos Aires el 2 de septiembre de 1827,
despus de haber servido treinta y cinco aos en prisin, y su cuerpo descansa en
el cementerio de La Recoleta. Juan Bautista habra sido el ltimo inca que intent
195
196
GUILLERMO DELGADO-P.
Traslape de escatologas
campesinos dijeron del Pachakuti que todava no era su tiempo. Como es sabido,
en la memoria de los trabajadores mineros, que son quechuas y aymaras en su
mayora, el Manifiesto comunista haba llegado ya en traduccin a los campamentos
de las exhaustas minas de plata, ya depreciadas en la Bolsa de Valores, en los
momentos en que otra onda de las exigencias del mercado mundial asignaban a
Bolivia la tarea de producir estao. Entrbamos al siglo xx y las noticias frescas de
la Revolucin Rusa, como las de la mexicana, insinuaban las primeras apariencias
de que el siglo xx incoaba el tiempo del Pachakuti, no un momento sino un
proceso de ciclos. El llegar y expresarse ese telos milenarista, que sobrevivi como
subtexto o escondido libretto, tomara todo el mismo siglo xx.
Despus del primer lustro del nuevo siglo, en diciembre del 2005 la eleccin
de un presidente aymara, Evo Morales Ayma, provoc una especie de brusca
inestabilidad ontolgica entre autoproclamados blancos quienes, en un lapsus de
paranoia e histeria, no vacilaron en izar la bandera nazi y apertrecharse detrs de
la esvstica con un discurso de pureza racial, sevicia y secesin. ste puede ser el
nico caso en que blancos (aunque el ms lcido de los socilogos bolivianos,
Ren Zavaleta Mercado, afirm que blanco, en Bolivia, es un decir) recogen
una identidad camba (supuestamente los indgenas de Santa Cruz, que repentinamente son rescatados del pasado usable para ser redimidos por quienes los
haban precisamente esclavizado, para decir lo menos). Naturalmente, esta oportunista y sorpresiva etnognesis no fue casual sino una tctica impulsada por una
embajada no vale la pena decir cul y poco despus su expulsado embajador,
coincidentemente de rancias asociaciones con el trmino ethnic cleansing, ya que
habra servido en Kosovo, dej el pas.
Un poco antes, y en Cochabamba, el antroplogo Jos Antonio Lucero document un enfrentamiento trgico entre juventudes urbanas y habitantes rurales que
termin en muertes violentas de militantes asociados con ambas regiones ahora
enfrentadas (rural/urbano; Andes/Amazonia) el 11 de enero del 2007 (Lucero).
En este caso, y luego de que cada secta homenajeara a sus cados, vndalos pagados destrozaban altares de homenaje construidos en los espacios donde ocurrieron
los hechos, incitando revanchas mutuas. En septiembre de 2007 surgen enfrentamientos similares y un poco despus, el 24 de mayo del 2008, en su desesperacin y
soberbia, citadinos blancos procedieron a castigar y abusar fsica y pblicamente
a todos aquellos que no tuvieran rasgos europeos (i.e. quechuas y aymaras) que
vivan en Sucre, Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija el rea de la Media Luna, los
llamados departamentos lunticos. Poco despus en Pando, acaeci una masacre
de militantes masistas inspirada en previos actos repulsivos, el 11 de septiembre del
198
GUILLERMO DELGADO-P.
2008 (Delgado-P., 2009). Los hechos de septiembre de 2007 fueron filmados por
cmaras in flagrante bello y luego editados en el documental de Emilio Cartoy Daz
bajo el ttulo Bolivia para todos (2008, 95m). Basados en los mismos eventos, el equipo de cineastas mujeres de la Cooperativa La Taguara Humana lanz una premier
con un nuevo documental titulado Guerreros del arcoiris (2008, 60m), premiado en
el Festival Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (2008) y el Festival de Cine
y Video de Berkeley (2009). Los eventos de 2008 todava esperan el veredicto de la
ley y por el momento su exprefecto, Leopoldo Fernndez, est acusado de haber
instigado los hechos y aguarda penas legales.
Sin duda, estos castigos pblicos de cuerpos quechuas y aymaras reiteran los
abusos y decapitaciones primordiales. La fuerza del cuerpo violado cual testigo del
ejercicio del poder se transfiere a la psique violada, junto a sus cicatrices invisibles
y anlogas (Douglass y Vogler, 2003: 12). Es extremadamente importante apuntar que el pueblo afectado describe los crueles eventos como una reactualizacin
de la soberbia, el mismo trmino que fue utilizado en similares circunstancias hace
cinco siglos: Desde su perspectiva andina, Guaman Poma comienza acusando
a los colonizadores de traicin al traducir el lenguaje del crimen poltico dentro
de la retrica cristiana del pecado. Luego condena la ejecucin del prncipe Inca
Tupac Amaru, hijo de Manco (1572) como un acto por el que el virrey usurpa
las prerrogativas de su propio rey. Siendo un comn sbdito, Toledo no tena la
autoridad de matar al soberano Inca; Guaman Poma llama a esto un acto de pura
soberbia (Adorno, 1986: 73; el nfasis es mo). Y el dolor de la re/membranza
deviene otro paso en el proceso de la reconstitucin de la mesianicidad del cuerpo,
en este caso el cuerpo poltico moderno de la sociedad civil; la espectralidad de
la mesianicidad se liga aqu con el famoso dictum de 1781: Hoy me matan, pero
volver en la forma de miles.
Empero, aqu hemos traslapado des/membramientos y decapitaciones y entrecruzadas mesianicidades ateolgicas. Por un lado, se re/presenta el topos del
desmembramiento y su imago como acto reafirmativo. El grfico de arriba circul
recientemente en un afiche convocando a una conferencia de Historia, coyuntura
y descolonizacin en La Paz, Bolivia (marzo 2010), y puede considerarse como
199
200
documentales que menciono en este artculo y tambin en Cocalero (2007), de Alejandro Landes.
5 La masiva Marcha de los Cuatro Suyus-Tawantinsuyu condujo a la eleccin de Alejandro Toledo como presidente del Per en el ao 2000. En el
rea andina lo consideraron una inca-rnacin del Inca. Los comuneros interpretaron su eleccin como el retorno del Inca Pachakuti, quien, antes
de la Conquista fue el responsable de la expansin del Estado inca. Cuando le preguntaron sobre esta asociacin de tiempos con la espectralidad
mesinica andina e investido ya como Inca, Toledo expres que tena la esperanza de que no lo decapitaran como a Atahuallpa. Sin embargo,
colonizado por el neoliberalismo, sucumbi ante su propia duda identitaria y no pudo articular un proyecto alterno que inicialmente se gestaba
dndole la oportunidad de redefinir el Per. La Marcha de los Cuatro Suyus constitua otro smbolo del re/membramiento que llegaba a Lima para
devenir un cuerpo poltico. El trmino Cuatro Suyus se relaciona con el nombre del estado inca Tawantinsuyu.
GUILLERMO DELGADO-P.
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206
En septiembre del 2006, cuando Hugo Chvez Fras atac al presidente George W.
Bush durante su comunicado a las Naciones Unidas, la audiencia estadunidense
qued perpleja ante lo que algunos consideraron era una alusin denigrante de
un jefe de Estado como el diablo. Como respuesta, el entonces embajador de
Estados Unidos en las Naciones Unidas, John Bolton, le quit importancia a dicha alusin diciendo: no vamos a contestar a esa manera de pensar las relaciones
internacionales propia de tiras cmicas (cnn, 2006). Sin importarle que el mismo
George Bush haba encasillado a Irn, Irak y Corea del Norte dentro del eje del
mal (Axis of Evil), Bolton afirm la idea de que la poltica y las tiras cmicas han
de mantenerse separadas una de la otra, idea que ignora que la cooptacin de la
cultura popular es una de las herramientas ms poderosas para la persuasin.
Sin importar si se habla de una democracia liberal, directa o participativa,
es comn que candidatos y representantes atraigan la atencin mediante la bulla
y fanfarria visual o ilustrativa. La publicidad poltica en carteles, eslogans y entretenimiento ha servido al inters de los polticos en las campaas electorales,
lo que nos provoca concluir fcilmente, como explica John Street (1997: 59), que
la poltica ha sido empacada de maneras en las cuales daa a la democracia.
Pero, como Street (Idem.) contina: A esta conclusin slo puede llegarse en la
medida que hayamos estudiado con atencin el carcter y la calidad del proceso de
empaquetamiento, los sentidos que ste provee y la respuesta que obtiene. Para ello
necesitamos reconocer las maneras en que la comunicacin poltica toma prestado
elementos de la cultura popular y cohabita con ella.
1 La autora expresa sus agradecimientos, por sus comentarios, a los miembros del grupo de trabajo Gods Elect: Elections, Religion and Media,
dirigido por Diana Taylor y perteneciente al New York University Center for Religion and Media, Juan Carlos Guerrero Hernndez y Alejandro
Velasco.
207
El presente artculo examina los modos en los que los performances populares, tales como los corridos o las baladas, los tteres, el rap urbano y los carteles
contribuyen al empaquetamiento poltico del Estado revolucionario venezolano.
Cuando el performance poltico incluye la participacin de un pblico
masivo de millones de venezolanos que tomaron las calles a favor de las distintas
posiciones en disputa durante las ocho elecciones que tuvieron lugar entre 1998 y
2004, esta nocin de empaquetamiento tiene que ver no slo con lo que es transmitido por los medios oficiales, sino tambin con cmo el pblico transmite su voz
colectiva en la escena nacional. Por lo tanto, un objetivo que en sentido amplio
se propone este artculo, aunque limitado en alcance, es matizar la interseccin
entre lo que Antonio Negri (1999: 101, 39)2 teoriza como dos formas distintas de
poder: el poder constituyente, entendido como una fuerza de constante ruptura,
explosiva y desestabilizadora, y el poder constitutivo, entendido como una funcin organizadora. El performance realizado por el Estado y sus partidarios, tal
como se examina en este artculo, afirma pero tambin desestabiliza las normas o
sistemas sociales y polticos por medio de los cuales el Estado mantiene su poder.
Con el fin de mostrar esto examinar la produccin de una campaa poltica
en la cual Chvez posiciona al diablo como figura central del performance cultural y como carcter cmico que representa tanto a la oligarqua venezolana como
al imperialismo norteamericano. La campaa de Chvez durante las elecciones de
2004 puso en escena una de las leyendas ms populares y un performance tradicional: la historia de Florentino y el Diablo, la historia de un llanero humilde que vence
al diablo en un duelo de ingenio.
Despus de una breve revisin de la historia de Florentino y el Diablo y del
referndum del 2004, analizar un discurso en el cual Chvez compara su campaa con una reconstruccin de la historia de Florentino, con el fin de representarse
como un movimiento antiautoritario en el siglo xx. Posteriormente, realizar un
anlisis de un poster que circul tanto en las calles como en internet, en el cual se
representa a Chvez como Florentino.
Una exploracin cercana de los elementos visuales del poster subraya las
formas en las que la campaa se construye dentro de una lnea de tiempo vasta, la
cual retoma la memoria histrica del pasado colonial. Adems, se contextualiza
como parte de un rango de representaciones populares. Estas diferentes formas en
las que la campaa reanima y activa la leyenda de Florentino y el Diablo demuestran
cmo esta balada popular figura como la raz central de una de las campaas ms
significativas de la historia venezolana. Identifica al concepto del diablo tanto
como el oponente externo a la democracia, como con el enemigo conocido
dentro del discurso poltico en Venezuela. Aunado a lo anterior, estos performances demuestran las formas en las que Chvez y sus seguidores buscaron alinear la
Revolucin Bolivariana con la lucha para democratizar al pas en el siglo xx.
208
2 Esta traduccin fue realizada por la autora, igual que las dems de las citas tomadas de su original en ingls.
Florentino y el Diablo
209
Mucho antes de que Chvez saltara a la escena internacional, l ya haba desarrollado un movimiento de base y ya era visto por muchos como un hroe debido a
su intento por quitarle el poder presidencial a Carlos Andrs Prez (ad). En 1989
Prez promulg un paquete de reformas neoliberales que causaron protestas y
210
4 La primera publicacin de la primera versin de Florentino y el Diablo, que estaba compuesta por 224 versos, apareci en 1940 bajo el ttulo de El
reto, en el volumen titulado Glosas al Cancionero.
5 La segunda edicin de Glosas al Cancionero fue publicada en 1950 bajo el ttulo de Florentino el que cant con el Diablo, y estaba compuesta de 477
versos. La versin definitiva, a saber, la tercera, publicada en 1958, se titula Florentino y el Diablo y tiene 1219 versos (Araujo, 1974: 55, 83).
6 Fernando Coronil (1997: 204-212) concluye que la revolucin en 1958 fue el resultado de una cristalizacin del descontento colectivo generado
por una combinacin de distintas clases y sectores sociales.
descontento general y que l llamo el gran viraje. Ante estas protestas, respondi
rpida y violentamente: orden al ejrcito suprimir toda manifestacin y disparar
contra todos los sospechosos. Se decret un toque de queda y el ejrcito llev a cabo
una masacre conocida como el Caracazo, en la que segn datos oficiales fallecieron
cerca de trescientos residentes de los barrios principalmente por el oeste de la ciudad,
aunque organizaciones de derechos humanos hablan de un nmero mucho mayor.7
La dolorosa memoria del Caracazo impuls dentro de las fuerzas armadas
un movimiento decidido con el fin de oponerse a Prez y llevar a cabo un plan para
derrocarlo en 1992 (Lpez, 2003; Ellner y Tinker, 2007; McCoy y Myers, 2004:
56). Sin embargo, el plan fall y Chvez, como principal autor del mismo, fue capturado y puesto en prisin hasta que en 1996 obtuvo perdn de parte del gobierno
de Rafael Caldera. Durante ese tiempo Chvez fue reconocido por muchos como
hroe nacional. Hacia 1990 l fue capaz de crear un movimiento poltico debido a
sus muchos aos de experiencia como profesor de historia dentro del ejrcito (era
entonces teniente coronel) y gracias a su habilidad para consolidar las demandas
de cambio provenientes de los moderados y de los radicales. Durante su estada
en prisin, sus seguidores improvisaron en su apoyo muchas versiones del contrapunteo de Florentino (Di Benedetto, 2000). Por esto mismo, aunque muy pocos de
estos performances fueron documentados, es importante subrayar que esta forma
de comunicar el apoyo a Chvez haba sido practicada por sus seguidores mucho
antes de que se convirtiera en presidente.
En 1998, bajo las credenciales de un partido de coalicin, Chvez venci en
las elecciones presidenciales y, adoptando la figura del libertador Simn Bolvar,
plante la Revolucin Bolivariana con el fin de llevar a cabo una revolucin
contra las polticas fiscales neoliberales que haban sido aplicadas profundamente
por la administracin de Prez. Tal y como Fernando Coronil (1997: 378) afirma,
estos eventos [como el Caracazo] marcaron una crisis del proyecto populista que
[hasta ese entonces] haba definido las relaciones entre el Estado y el pueblo desde
1926. Con el cambio dirigido hacia polticas del mercado libre [], los discursos
dominantes comenzaron a mostrar al pueblo no como la fundacin virtuosa de
la democracia, sino como una masa desordenada y parsita que deba ser disciplinada por el Estado y deba ser convertida en productiva por el mercado. En
respuesta a esto, el movimiento revolucionario se opuso claramente a la agenda de
los partidos dominantes, ad y copei, y reclam atencin poltica a las necesidades
que los pobres tienen en salud, vivienda, desarrollo microeconmico, reforma
agraria, analfabetismo y educacin.
7 Andrs Prez fue acusado de corrupcin y se le imputaron cargos en 1994, cinco aos despus de autorizar el Caracazo. Un testigo que en el
momento del Caracazo era un nio y a quien entrevist en 1998, ao en que Chvez fue elegido, cuenta que en 1989, a pesar de los ruegos de su
madre por no asomarse debido a los disparos, vio a travs de la ventana que en la calle un grupo de soldados sacaron a su vecino de la casa, lo acostaron en el pavimento con la cara hacia el suelo y le dispararon en la cabeza a quemarropa. Si la pretensin de estas acciones violentas del gobierno
era restaurar el orden, evidentemente fallaron. De hecho, estas revueltas de 1989 dejaron una marca indeleble en la conciencia nacional, que har
temblar el orden neoliberal y dar forma a lo que mucha gente vio como un nuevo intento por llegar a la democracia bajo el liderazgo de Chvez.
211
212
12 Vanse las afirmaciones de hrw en A Decade Under Chvez del 18 de septiembre del 2008 en http://www.hrw.org/en/reports/2008/09/18/
los jefes y estrategas del golpe de estado estaban Pedro Carmona, presidente de
la Federacin Venezolana de Cmaras de Comercio (Fedecmaras), Gustavo A.
Cisneros, director de Venevisin, y Marcel Granier, director de Radio Caracas
Television (rctv), quienes en 2003, junto con Mara Corina Machado a la cabeza,
se reunieron en una coalicin contra Chvez conocida como Smate con el objetivo de sacarlo del poder mediante canales legales. Para ello deban aprovechar una
ley constitucional, apoyada por Chvez en las reformas constitucionales de 1999,
que permite llamar a un referndum de revocacin del mandato del presidente si
se consigue un suficiente nmero de firmas de apoyo.
Hacia mayo del 2004 y luego de varios intentos, Smate afirm haber
alcanzado el nmero de firmas necesario y haberlas enviado al Comit Nacional
de Elecciones (cne).13 Poco tiempo despus, Chvez acept la peticin (negociada en parte por el Centro Carter) y decidi l mismo liderar la campaa contra
el referndum, declarando en la radio nacional que las elecciones habran de
mostrar al mundo dnde realmente est la mayora. El 8 de junio Francisco
Carrasqueo, presidente de la cne, anunci los resultados oficiales: Smate haba presentado 2 541 636 firmas, que superaban por poco los requerimientos para
impulsar la votacin de referndum. Las elecciones fueron programadas para el
25 de agosto del 2004, justo dos meses despus de la ratificacin de la peticin.14
Gracias a una entrevista con Jesse Chacn Escamillo, ministro de
Comunicaciones y de Informacin en 2004, sabemos que en una conversacin
que Chvez tuvo con sus ministros unos das antes del anuncio del cne, se haba
esperado que el referndum pasara (Francia, 2005: 52). Chvez dijo que planeaba
anunciar las elecciones fuera del Palacio de Miraflores, en la Plaza de Bolvar. Sin
embargo, fue persuadido de realizar un discurso en su oficina para facilitar lo que
Chacn describi como su deseo por hacer efectivos los lazos entre la gente y el
presidente (Francia, 2005: 53). Chacn organiz e instal una cmara y una gra
en la oficina del presidente de modo que se pudieran hacer amplios movimientos
de cmara. Pantallas grandes y andamios con equipos de sonido fueron instalados
frente al palacio para transmitir el discurso en toda la Plaza Bolvar.
Como veremos, este discurso de Chvez ilustra los modos en que las formas
populares son tomadas por el oficialismo e impulsan una recoleccin improvisada de personas, objetos, lugares con el fin de, en trminos empleados por Chvez,
rescatar la historia. De acuerdo con Chacn, la misma tarde de la alocucin,
decade-under-ch-vez y los contraargumentos hechos por Tinker-Salas Wilpert y Grandin del 13 de enero del 2009, en http://www.venezuelanalysis.com/analysis/4106 [recuperados en: 1/23/09].
13 Hubo conflictos en ambos lados sobre la verificacin de las firmas, y hubo incluso acusaciones de que algunas firmas eran de personas ya
muertas. Posteriormente se supo que 15 863 de las firmas eran en efecto de personas muertas. Tambin generaron conflictos algunos cambios de
las reglas de juego hechos por el cne, entre ellos los criterios que determinaron que de cerca de un milln de firmantes se hayan negado 375 241
sin justificacin clara (Kornblith, 2005: 10).
14 Las elecciones en Venezuela se hacen mediante voto electrnico y requieren que los votantes registren su voto secretamente, lo verifiquen en una
impresin autorizada mediante huella digital y posteriormente introduzcan el voto impreso en una urna. Las elecciones fueron reportadas por el
Centro Carter, la oea y la Unin Europea como un modelo ejemplar.
213
214
se preguntaban si tal vez Chvez haba realizado algn acuerdo con la oposicin. Otros
pensaban que simplemente el Comando Ayacucho haba sido incompetente. En una serie
de asambleas locales en La Vega, 23 de Enero y otros barrios, los lderes de la comunidad
hicieron hincapi en la necesidad de desarrollar una auto-organizacin, planteando que
los residentes del barrio no podan confiar en el gobierno ni en los comits designados
oficialmente para representar a la gente.
Caracas 2008: En la esquina opuesta al Palacio de Miraflores, carpas de campaa como sta facilitan la
discusin y el debate (Foto: ngela Marino Segura)
frente al
del gobierno los atacaran. La idea era que cada lnea de defensa se retraa para
atraer a los oponentes hacia el interior de la zona en que los rebeldes eran ms
fuertes. Ante lo que pareca en principio ser una clara victoria para los conservadores, stos se encontraron prcticamente atrapados al interior de la zona rebelde
sin poder penetrar las largas lneas de trincheras que haban sido cavadas al azar
por los pobladores de la ciudad. Obligados a tomar parte en una lucha frente a
frente, sin la capacidad de atacar blancos mediante la artillera de medio alcance,
las fuerzas conservadoras se vieron desbordadas y rodeadas en nmeros absolutos
en las trincheras. Al igual que el Diablo que desafa a Florentino, las tropas conservadoras carecan de los conocimientos locales y de la fuerza de largo alcance
para, en este caso, luchar en las acequias, razn por la cual se vieron finalmente
obligadas a retirarse. La batalla lleg a ser considerada como la victoria clave, pues
la mayora popular haba superado a un enemigo que estaba mejor equipado y
entrenado no de otro modo que atrapndolo en su propia casa.
En su discurso, Hugo Chvez reconoce lo hecho por Zamora como un
modelo de cmo una fuerza adversaria es conducida (Francia, 2005: 75) dentro
del mbito que le es ms propio a la otra fuerza. De all que afirme a continuacin
que la campaa del referndum, [s]e me parece tanto a la campaa de Santa Ins
[], que hoy anuncio a los venezolanos que me convierto en el comandante de la
campaa de Santa Ins; a partir de hoy hasta el da del referndum revocatorio
(Ibid.: 75-76). El efecto performativo de esta historia no pudo ser ms fuerte.16
La campaa de Santa Ins haba sido as lanzada oficialmente, planteando la
direccin de la movilizacin de un ejrcito de personas hacia el voto final en
la fecha que el cne habra de anunciar y que sera entonces la fecha definitiva
de la batalla del referndum revocatorio. En trminos polticos, Chvez haba
cautivado y dirigido la oposicin dentro del territorio del referendo revocatorio
de 2004 es decir, dentro del territorio democrtico y lejos de las ansias de un
golpe de estado para infringirle a la oposicin una devastadora victoria el da
de votaciones (Blough, 2006). La Batalla de Santa Ins se convirti en un modo
estratgico para lanzar la campaa.
A continuacin Chvez pasa del campo de batalla de Santa Ins a Alberto
Arvelo Torrealba, quien supuestamente, segn el mismo Chvez, se inspir en
Zamora para escribir Florentino y el Diablo. Por esto mismo, en pleno discurso,
Chvez invita a la audiencia a escuchar a Arvelo Torralba diciendo: Oigan entonces que el diablo [] le lanza un reto [a Florentino] y le dice: Amigo por si se
atreve agurdeme en Santa Ins, que yo lo voy a buscar para cantar con usted.
Chvez sigue contando: El catire Florentino se queda sintiendo la fuerza del
espanto, el diablo, que lo est retando; lo est retando para Santa Ins. Pero luego
el catire se recupera, se hace la Seal de la Cruz cuenta la leyenda. Chvez mismo
16 Uso el trmino performativo como J.L. Austin lo define: palabras que actan en virtud de su propia indicacin; palabras que producen una
accin determinada o la accin en s.
217
calle o edificio por edificio. Otras, en vez de enfocarse en las reas donde vivan,
optaron por hacerlo en las reas donde trabajaban. Las ube demostraron ser un
eficaz instrumento electoral: se estima que 1.2 millones de personas o el 4% de la
poblacin se uni a alguna ube. Muchos fueron activistas de movimientos sociales
de larga data o movimientos sociales en pro de la reforma agraria y de la salud.
Para la mayora de ellos sta fue su primera experiencia de activismo poltico
(Jones, 2007: 410).
El Estado no tena el control de los grandes medios durante las elecciones de
2004. Cuatro de las cinco redes nacionales eran propiedad de la oposicin y de feroces crticos del gobierno (rctv, Globovisin, Venevisin y Televen). Como lo indica
un excorresponsal de cnn para Amrica Latina: Durante aos los propietarios y
gerentes de las estaciones de televisin privadas en Venezuela han estado abiertamente alineados con la oposicin a Chvez.17 Estos sesgos, clara y ampliamente,
generaron tergiversaciones. La empresa encuestadora ms importante, Datanlisis
infl los resultados a favor de la oposicin por ms de un 20%. Los medios de comunicacin de Estados Unidos en algunos casos violaron flagrantemente toda parcialidad razonable (Lendman, 2007). Con el virtual cierre de medios de televisin,
la campaa busc medios eficaces para maximizar su visibilidad. Publicidad de
corta duracin, barata y eficaz fue necesaria con el fin de alcanzar un gran nmero
de personas dentro de los lmites del poco tiempo asignado en televisin. Una serie
de clips de video de animacin se desarrollaron inspirndose en el Wile E. Coyote y el
Correcaminos, donde el diablo asumi el rol del Coyote mientras que el Correcaminos fue
reemplazado por un Florentino serio y ligero de ropas, que represent la posicin de
Chvez en las cuestiones polticas que rodeaban la eleccin. Adems, hubo miles de
pequeos grupos de apoyo a Chvez que generaron sus propias versiones de carteles
oficiales, hicieron volantes, pintaron murales y desarrollaron otros esfuerzos locales
clave para la propagacin de la campaa.
A las pocas semanas de comenzada la campaa la participacin hizo
erupcin bajo mltiples formas de interpretacin de la cancin popular de
Florentino, nuevos lanzamientos de pelculas de cine, grandes eventos pblicos
e incluso jingles para el telfono celular. La gente comenz a cantar las coplas
tanto empleando versos conocidos como tambin haciendo improvisaciones en
manifestaciones y reuniones pblicas.18 En varias ocasiones los manifestantes
en las calles hicieron teatro de tteres representando Florentino y el Diablo. Por su
parte, una cancin de rap hip hop hecha por MC Arena y Robex MC, puso la
batalla contra el demonio dentro de un contexto urbano, y dicha cancin alcanz
la cima de las listas musicales de Venezuela (ver imagen 2 y http://www.youtube.
com/watch?v=5MdbznVxyJI).
220
17 Ronnie Lovler fue director de noticias y asuntos pblicos de la Universidad de Florida, corresponsal para cnn en Latinoamrica (http://news.
ufl.edu/2004/08/23/venequela-oped/).
18 Vase la pelcula Venezuela Bolivariana (2006), realizada por Calle y Media Colectivo.
Imagen 2
19 Fernandes (1999) presenta la discusin en torno al concepto de sociedad civil, trmino ampliamente adoptado por los contradictores de
Chvez, quienes buscan distanciar las formas institucionales de organizacin social establecidas en los regmenes anteriores a Chvez, y las formas
emergentes de organizacin social en la Revolucin Bolivariana. Para Fernandes, las tensiones continan existiendo entre los tecncratas empleados por el Estado y las organizaciones de base, y dicha tensin y oposicin caracteriza lo que ella llama el Estado hbrido.
20 Sez es conocida por ser Miss Universo en 1981 y alcaldesa de Chacao, una municipalidad exclusiva dentro de Caracas.
21 Ver la Coleccin Sam L. Slick en el Center
222
Santiago mata-indios
contra una diminuta figura del diablo que tiene cuernos de fiesta y viste un traje de
porrista con las iniciales del partido de oposicin (cd), mientras agita una bandera
de los Estados Unidos. Junto con esa bandera, aparece adems otra bandera que
reemplaza los globos de dilogo tpicos en las tiras cmicas, en los que aparece la
pregunta ZI?, con la que el diablo aparentemente reivindica la revocacin del
mandato de Chvez, y a la vez insina una postura colonialista, toda vez que la
Z sustituye la S y hace referencia al ceceo espaol.
En julio de 2004 el cartel haba sido distribuido por internet como parte de
una crtica en contra de Chvez. De acuerdo con un blog22 se indicaba que Chvez,
o ms concretamente la campaa, bajo la figura del diablo, imitaba el modo de
hablar de los homosexuales y ofreca, en la figura de Florentino, una evidente y
enfatizada encarnacin masculina que recuerda algunos rasgos del mismo Chvez.
Para este blog la imagen masculina de Chvez, frente a la imagen feminizada de
la oposicin, representaba un claro ejemplo de una postura intolerante e incluso
peligrosa, propia de una poltica cultura de persecucin de lo queer.
De hecho, la imagen se parece a una imagen del libro de estampas de
Santiago el Matamoros: la figura del apstol y del Santo/Estado patriarcal que
cabalgando sobre un caballo blanco carga contra un sujeto disminuido y diablico (imagen 4). Pero, no se supona que ste era el mismo escenario del humilde
Florentino? En la historia contada por Arvelo Torrealba, el joven Florentino
slo blande su voz defendindose contra una fuerza aterradora y nefasta y vence
en virtud de su humildad y talento autctono. Pero en el cartel de la campaa,
Florentino ha ido demasiado lejos? Cmo puede caber el escenario colonial
del Matamoros (y mataindios) dentro del marco de una campaa que aparentemente buscaba erradicar el legado colonial de injusticia social y econmica? Sin
entrar a discutir a fondo la posible persecucin queer ni el espritu machista que
se develara en el cartel, es claro que provoca una serie de preguntas acerca de
los lmites del escenario colonial de dominio, los modelos de la liberacin y el
bro del Estado revolucionario y popular venezolano. La inversin, representada
entre los papeles coloniales de vencedores y vencidos, expresa lo que algunos crticos consideran como el verdadero papel de la revolucin, a saber, la expulsin
de la disidencia.
En el escenario de dominio colonial que vemos en el cartel, el santo
conquistador/caballero mata a una forma abyecta, con el fin de expulsar de la
Iglesia/Estado los elementos no deseados. stos son, como Diana Taylor (2003:
31) escribe, estructuras formuladas que hacen referencia a los repertorios culturales especficos de imaginacin. Sin embargo, al examinar ms detenidamente
el cartel, vemos que la personificacin de Chvez es muy diferente a la del caballero colonial que pisotea el dragn/moros/indios. La persona que monta sobre
el caballo se parece poco al conquistador tpico; el dedo del pie al descubierto
224
22 http://daniel-venezuela.blogspot.com/2004/07/homophobia-and-chavismo-check-one-more.html
225
226
Imagen 5
La representacin del demonio en el cartel de la campaa (a la izquierda) se parece a la del demonio festivo
en los Diablos Danzantes de Yare en Venezuela (a la derecha)
227
Imagen 6
En la parte superior del cartel vemos un arcoiris que pasa por la letra O del NO,
y que reitera el derecho de Chvez a mantenerse en la presidencia mediante el voto
contra la iniciativa del referndum. La afirmacin de una negacin merece una
discusin atendiendo a los modos como las disputas aparecen en la campaa y en
la medida que son expresin del lenguaje popular. Adems de aparecer en el cartel,
el No tambin y con frecuencia apareci pintado y escrito en color rojo sobre
un fondo blanco, y dentro de un globo rojo como los empleados para los dilogos
en las tiras cmicas (ver imagen 6).24 El globo contenedor del No hizo tres cosas
principales. En primer lugar, evidenci el No y llam la atencin del pblico. En
segundo lugar, el dilogo de tipo tira cmica permiti que el No articulara una
negacin de la cultura oficial, pues como bien indica Bakhtin (1968: 6), [t]odas
las formas cmicas fueron transferidas, tarde o temprano, a un nivel no oficial. Y
no obstante, en este caso, la forma cmica pas a formar parte de oficialismo. El
lenguaje de la tira cmica provey un particular y efectivo vehculo para comunicar el mensaje no oficial dentro de una empresa de apoyo estatal. Visualmente
sugiri el acto de decir No como un acto de habla en vivo. Decir el No en la
burbuja fue como ubicar la expresin hablada dentro del campo visual. El acto de
expresar, implcito en el dilogo, se convierte en la nueva poltica de la revolucin.
24 En diciembre del 2007, durante la asamblea constitucional en la que Chvez perdi por pocos votos, la coalicin opositora circul precisamente
el mismo diseo a fin de invitar a votar No contra la iniciativa de Chvez.
228
Pero al decir (y no slo escribir) No, el mensaje no slo ensaya este acto poltico
de hacer escuchar su propia voz, sino que adems provee la pretensin sustancial
de una resistencia contra el establecimiento poltico anterior y actual que se haba
unido para revocar el mandato de Chvez.
La idea de recurrir a lo negativo ya se haba distribuido antes de la campaa
de revocacin. Uno de los temas principales de la campaa a favor de Chvez fue
el estribillo Uh, ah, Chvez NO SE VA, omnipresente en toda la campaa y
fuera de sta, as como la exclamacin No Volvern, refirindose al regreso a
formas anteriores de Estado. Asimismo, y tal vez ms importante para nuestros
propsitos, el No afirm la resistencia ante a una lite poderosa y ahora opositora, y afirm un desafo al status quo de los partidos polticos dominantes en
el periodo posterior a la dictadura y evidente incluso durante el primer periodo
presidencial de Chvez. Como Chacn dice: Nosotros somos contestatarios,
siempre nos oponemos a algo (risas), le decimos no a las cosas (Francia, 2005:
55). Y luego aade: Claro, quienes manejan tcnicas publicitarias consideraban
que era muy difcil deslastrar al No de su conotacin negativa, convertirlo en
algo positivo. Pero asumimos que sera as y simplemente haba que trabajar en
el asunto (Idem.: 55). Convertir el No en algo positivo significa algo ms que
buscar un resultado positivo para el presidente, significa un cambio e inversin que
estaba teniendo lugar dentro de la propia revolucin.
Al igual que la historia de Florentino y el Diablo, la profusin generalizada
de la campaa por el No contribuy a su propio xito. El No apareci en
carteles, vallas publicitarias, sombreros, imgenes y grficos televisivos y se convirti, para el chavismo en todo el pas, en un smbolo de visibilidad. El flexible
juego de palabras VenezolaNo y FlorentiNo se convirti en el centro de una
de las piezas promocionales emitidas en televisin y en un motivo comn en casi
todo los materiales impresos, carteles y pancartas de la campaa. Haba enormes
murales con las palabra NO impresa en la parte ms alta de uno de los proyectos
de vivienda ms grandes en Caracas. En la ciudad de Mrida, las letras NO las
hicieron visibles los campesinos mediante bultos de cal puestos en un claro de una
montaa vecina y visible desde la ciudad. Cada regin adopt el No y aadi lo
que consider relevante y propio de su realidad e idiosincrasia (Francia, 2005: 57).
La sencillez del NO cuadraba con la gran creatividad de nuestro pueblo, y
aunque nuestro comando de campaa era centralizado, queramos combinar eso
con una amplia libertad en la calle para que la gente construyera sus proprios
desarrollos (Idem.). Y, en efecto, lo hizo. El tradicional y caracterstico dilogo
de tira cmica se convirti en un globo pintado con brocha en paredes y ventanas.
Graffitis del No fueron pintados y grabados en paredes de la ciudad y en superficies del paisaje urbano. Sombreros, camisetas y otros materiales fueron producidos
en enormes cantidades de modo que, como lo reporta Francia, el presidente de la
Federacin de Cmaras de Comercio y Produccin, Albis Muoz, anunci que
229
el pas estaba teniendo una inesperada escasez de material de color rojo. Segn
Francia, la abrumadora respuesta incluso sorprendi a los miembros del equipo de
campaa Maisanta, donde la proliferacin de objetos e imgenes se debi en gran
parte a organizaciones e individuos que produjeron esos objetos e imgenes por
motivacin propia o con una mnima asistencia copiando grficos de la campaa
en internet y en impresos. Lo importante del modo como se desarrollaron todas
estas imgenes y afirmaciones del No, no slo fue la habilidad que tuvieron los
creativos de la campaa para impulsar el No, sino que esto se llegara a combinar
fcilmente, como Francia haba esperado, con la abierta libertad de la calle en la
que la gente desarrollara sus propias ideas.
La eleccin hecha por la campaa para identificarse con el No fue expresin de lo que ya haba sido considerado como una especie de marca social del
chavismo. A pesar de que en las elecciones inmediatamente anteriores, as como
en las posteriores Chvez tena a su favor el S, no obstante, y entendido como
un ismo y lo que representa, en 2004 el No tuvo su ms clara afirmacin.
Sin embargo, ms all del producto de esta marca social est el empaque que
nos ayuda a entender qu signific llegar all. En lugar de coercin, y aqu sigo la
propuesta de Laclau (2007), considero que las formas populistas llevan consigo su
propia razn idiomtica y medios para negociar, cambiar y continuar la competencia en el terreno poltico. El pblico demuestra su familiaridad con la historia y sus
creencias polticas, cuestin que le permite interpelar su voz hacia la produccin
semitica de la campaa. De esta manera la campaa en su conjunto produce un
compromiso local visible (en voz y accin) con los temas en discusin y las elecciones; slo que esta vez la gente lo hace como protagonista de un proceso electoral
dentro del que ejercita, hasta cierto punto, el control operativo de la campaa.
Por otra parte, si consideramos, por ejemplo, la reactivacin de las figuras
histricas desde Bolvar hasta Zamora, se deduce que el discurso de campaa
ampla la genealoga de una lucha popular (y hecha por la clase popular) dentro de
las perspectivas del chavismo en 2004. Chvez y sus partidarios pretendan alinear
la Revolucin Bolivariana con una lucha por la democratizacin del pas en el siglo
xx, a fin de incluir las voces que haban sido excluidas en los regmenes anteriores.
Adems, la constante recontextualizacin de la poltica actual con relacin al
trasnacionalismo neoliberal, abre el espacio para que cuestiones que se limitan a
las fronteras nacionales pasen a ser pensadas y vistas desde una perspectiva global
de las relaciones de poder. De lo local a lo global, el No ha sido una de las
expresiones que ms acertadamente concuerda con la idea de la resistencia ante
estos santuarios del poder, y sigue en pie desde la dcada de 1990. El No sita
a esta resistencia para justificar o legitimar el movimiento revolucionario, como
dependientes de un marco histrico ms amplio y geogrfico.
En mayo de 2010, durante las conversaciones de unasur entre los lderes
de las naciones latinoamericanas, Chvez tom la palabra y mencion lo que l
230
llama una estrategia insistente, por parte de Europa, Amrica del Norte y algunos
intereses dentro de Amrica Latina, para dividir o frenar el creciente movimiento
hacia una unificacin del Sur mediante la afirmacin de la existencia de una
izquierda buena y una izquierda mala. Haba un empeo en presentar a
Lula como el izquierdista bueno y Chvez como el diablo pues una campaa
sistemtica en Europa, Amrica Latina y Norteamrica. Bueno, Lula me dijo,
Chvez, vamos a vernos cada tres meses, y lo mismo estamos haciendo con
Kirchner (Chvez, 2010). En este caso, la visibilidad es el antdoto esencial a la
demonizacin poltica. Para afirmar insistentemente la cuestin de Florentino y el
Diablo, es importante subrayar que la confrontacin hecha mediante la campaa
del No y la produccin popular de la poltica ofrece una tendencia hacia una
modificacin del lenguaje de la poltica misma. En lugar de una poltica a puerta
cerrada, estas tcticas de la izquierda chavistas han prestado y creado (mediante
mltiples actores que suelen traslaparse) una poltica de visibilidad en las calles, en
las plazas y en las ondas radiales, reclamando los espacios pblicos de la nacin.
La figura inconfundible de Hugo Chvez Fras cruza caminos con los medios
comunicativos internacionales. Ya sea denunciado como la amenaza izquierdista en una emisin de cnn o aclamado por las multitudes en el show de televisin
Al Presidente! que l mismo dirige, Chvez ha presentado un ritmo inequvoco de
reformas populares que han provocado lo que los crticos y seguidores por igual
describen como un huracn. Desde que asumi el cargo en 1998, gracias a la
fuerza de un electorado en gran parte inexplorado, el movimiento lleg a lo que algunos reconocen como su mxima intensidad durante la campaa presidencial del
referndum revocatorio de 2004, que tuvo lugar en la mitad de su primer mandato
y que gan con uno de los mayores mrgenes en la historia electoral de Venezuela.
La campaa en sentido amplio, ha restaurado y activado de distintas maneras la
leyenda de Florentino y el Diablo, mostrando a su vez cmo la cultura popular no slo
se convirti en cuestin poltica en un momento crucial de la historia venezolana,
sino tambin cmo las nuevas formas de participacin reformaron y construyeron
los trminos de una poltica revolucionaria en el siglo xxi.
Referencias
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234
El foro reuni a un grupo significativo de creadores, grupos y organizaciones, polticamente plural, preocupados por una eventual redefinicin de la poltica cultural
que podra esperarse tras la llegada del Frente Sandinista de Liberacin Nacional
(fsln) al gobierno ese mismo ao. En cierto sentido, el foro incitaba a la apertura
de un dilogo entre la organizacin civil de la cultura y los responsables de la
poltica cultural oficial. Estos ltimos, aunque invitados, no estuvieron presentes.
De todas maneras, se advertir en el texto una especie de amago dialgico frente
al Estado, el que se hizo patente tambin en los debates del foro. En general, se
enfatiz la necesidad de una intervencin estatal que recolocara la cultura como
elemento fundamental del quehacer nacional. Este debate sigue pendiente. Al
parecer el crecimiento de la polarizacin poltica en los ltimos aos ha impedido
que tal debate florezca de verdad.
A cambio de confrontar este aspecto decisivo, sin embargo, mi texto trata de
pensar en la articulacin de la cultura nacionalista/vanguardista con las polticas
culturales tcitas y las posibles. Para esto propone la urgencia de un estudio
disciplinado (por la Universidad sobre todo) de los fenmenos, contextos y actores
involucrados. Este estudio disciplinado se ve amenazado en el presente por la
escasa importancia que las ciencias sociales y las humanidades tienen para las mismas universidades del pas, las que han focalizado sus quehaceres en mbitos ms
tecnocrticos. Cierta partidizacin de los mbitos acadmicos en los ltimos aos
implica el mismo desdn por los saberes, esta vez por razones ms explcitamente
ideolgicas. El notabilismo (la funcin iluminista del intelectual tradicional
que pretende ejercer el saber de manera autoritaria) es otra instancia que opera en
contra de una apertura crtica de los saberes. Cmo entender genealgicamente
esta situacin? Es la pregunta que intenta plantear mi texto.
1 La base de este texto es mi intervencin en el Foro Movimientos culturales y la poltica del Estado nicaragense. Anlisis crtico y propositivo
(Managua, 2 de junio de 2007), organizado por la Red Nicaragense de Escritoras y Escritores (Renies).
235
La parte final del ensayo es un aadido reciente que intenta explicar el nacionalismo sandinista como fragmento (des)localizado frente a (o dentro de) dos
lgicas predominantes: el mercado y la razn estatal.
De forma tarda con respecto a otras experiencias latinoamericanas, la cultura nacional se define en Nicaragua como cohesin comunitaria ideal a partir de la
tercera dcada del siglo xx. Siendo un proyecto paralelo a la dictadura de Somoza
Garca, el proyecto vanguardista impone lo que son, de hecho, polticas culturales
hegemnicas. Hay que insistir en la importancia que tiene en estas experiencias
la autonoma, y tambin en sus fundamentos: se trata de la accin de un grupo
intelectual proveniente de la oligarqua, que se va a proponer la tarea de inventariar
la cultura nacional en todos los mbitos posibles, desde el folklore hasta el dialecto,
la msica y las tradiciones. Ese inventario es fundacional, y es en gran parte lo que
todava entendemos como cultura nacional. Tambin son notables los intereses
ideolgicos de esta conformacin, su fijacin regional, homosocial, androcntrica e hispnica (Blandn, 2003) con ese sentido de ultraderecha que este ltimo
trmino adquiere sobre todo a partir de la dictadura de Franco. La Hispanidad
dice Rojas Mix (2000: 46) se activa en un mito: el de Cruzada, la Cruzada del
Occidente cristiano contra el Oriente brbaro. Este aspecto misionero y militar
impregna en cierta medida las figuraciones de lo que entendemos como cultura
nacional (en campaa de civilizacin o de alfabetizacin los intelectuales son casi
siempre cruzados que llevan luz a las tinieblas).
Pero el proyecto vanguardista no es simplemente una imposicin ideolgica,
que puede funcionar en sentido paralelo al proyecto del Estado somocista, sino tambin posee una elaboracin intelectual de distincin y singularizacin (por eso hay
que hablar de autonoma). El gesto retrico fundamental al respecto puede ser el de
Jos Coronel Urtecho cuando se retira a Ro San Juan a escribir. Hay algo ms que
una ancdota en ese gesto: se trata del momento en que el intelectual (sin desligarse
necesariamente del proyecto cultural hegemnico) se distancia de la poltica como
tal (cultural u otra) e inaugura un espacio de autonoma conocido tambin como
escritura. En el mbito de la poltica nacional, los intelectuales son los que legislan
sobre el inventario de lo nacional. Pero, paralelamente, la produccin escritural es
un mbito que los protege del devenir histrico. Se forja un hombre nacional, con
el inventario de los objetos culturales, y se le da un acento universal cuando se le
impone el orden de la escritura. La autoridad intelectual aparece as articulada por
un cdigo doble que designa lo que es particular y lo que es universal.
Las generaciones intelectuales posteriores, aunque pueden ser muy crticas
de los vnculos polticos de los vanguardistas con la ideologa de Somoza y con la
de Franco, retoman, sin embargo, las dos enseanzas fundamentales: 1) heredan el
inventario de la cultura nacional, en cierto sentido nunca cuestionado ni siquiera
por la revolucin sandinista (Blandn, 2003: 56-63); 2) deciden que la autonoma
literaria es el smbolo trascendente de la autonoma nacional (los escritores son la
avanzada de esa cultura nacional que hay que construir). Este ltimo es el tema de
Balcanes y volcanes de Sergio Ramrez (1985), y de esa propuesta surge mucho de la
poltica cultural del Estado revolucionario (Ministerio de Cultura, 1982).
237
Plantear esto implica, en realidad, preguntarse cul es la historia de los vnculos entre
clases dominantes, ideologa cultural (nacionalista u otra) y polticas culturales del
Estado. ste es tema de una investigacin que ojal alguien lleve a cabo algn da.
En este caso, voy a sealar nicamente cuatro caractersticas que resultan visibles:
1) El desarraigo de las clases dominantes, con base en la ideologa liberal,
universalista, sobre todo a partir del predominio de la agroexportacin a finales del
siglo xix (Ramrez, 1985). El desarraigo es hoy muy evidente en las clases tecnocrticas, en la concepcin meramente tcnica de la educacin universitaria, y en la
manera en que la globalizacin influye en los valores de diversos grupos. Incluso
los ms nacionalistas reciben esta influencia: ya somos demasiado desarraigados
con respecto a lo que nosotros mismos entendemos como nacional.
2) El arraigo nacionalista ideologizado, desde arriba u oligrquico (articulado, como dice Sergio Ramrez, 1986: 59-62, por el folklore y el anticomunismo).
El rubendarismo, la exaltacin provinciana de la amistad y el sentido familiar en
el mbito intelectual, la falta de disciplina en la produccin artstica, son marcas
protegidas por este tipo de folclorismo (Ramrez, 1986: 69-73). Este tipo de arraigo
impide la construccin cultural, pues limita el desarrollo de las tareas de recopilacin y resguardo de lo nacional, as como de las discusiones en torno a lo que se
entiende como tal. Al mismo tiempo vulnera la articulacin de lo universal, en el
modo tradicional de entenderlo (es decir, en torno a la subjetividad del creador).
No hay que olvidar que esa subjetividad exaltada del creador es en su aspecto
tico ideal una versin sublime de la ciudadana. Y, en Nicaragua, la ciudadana,
incluso de los creadores, ha devenido fabulosa, onrica o legendaria, en el sentido
peyorativo que puedan tener estos trminos.
3) El arraigo nacionalista elaborado por la inteligencia, que adquiere en
este sentido un aspecto utpico (en el buen y mal sentido de la expresin). De hecho
la revolucin sandinista fue una especie de laboratorio para probar si por medios letrados se poda refundar la nacin. Esto implicaba la interrelacin entre literatura y
poltica en torno a tareas pedaggicas y ticas, que se amparara por la construccin
de lmites y fronteras (el territorio liberado y su versin en el espacio de la subjetividad: el hombre nuevo) (Franco, 2002: 111-115). La tecnologa y la globalizacin
parecen impedir esta alternativa, pues no es ya ms la literatura la disciplina cultural
central, no es tampoco el libro el instrumento hegemnico de la cultura, y, como se
sabe, los lmites nacionales son cada vez ms relativos y paradjicos. El hombre
239
240
Tener una percepcin general para el actuar cultural en el presente no es, sin embargo, tarea fcil. El panorama poltico y cultural de las ltimas dcadas requiere
unas estrategias de interpretacin y actuacin que respondan de manera efectiva a
un medio caracterizado por la sinuosidad. La llamada transicin democrtica (considerada como tal sobre todo por la realizacin peridica de elecciones para cargos
pblicos) se entrelaza con el desmontaje del proyecto revolucionario, la imposicin
del neoliberalismo y el predominio de la globalizacin. Sin una infraestructura y
una organizacin adecuadas, la modernidad de mercado (o, algunos prefieren, postmodernidad) provoca distorsiones angustiantes y fragmentacin en grandes sectores
de la poblacin. No se alcanza, por ejemplo, la educacin bsica universal o una
atencin en salud general, pero hay telefona mvil para todos. La emigracin,
el trabajo informal, el subempleo y el desempleo crecen. La educacin pblica se
deteriora hasta niveles insospechados. Una mnima clase, generalmente bancaria, se
beneficia de tales distorsiones. La poltica se vaca de contenido, la religin prospera.
El Estado deviene botn para los diversos grupos que llegan al poder.
En tales circunstancias, la institucionalidad democrtica corre el riesgo de
ser vista como un relato marginal del mercado. Sobre todo porque, siguiendo la
ortodoxia neoliberal, se practica el Estado mnimo y se intenta pasar al mercado la
educacin, la salud y los servicios bsicos. Se vuelve casi irrelevante la distincin
entre transicin poltica y realismo de mercado (la racionalidad que hay que
tener para ubicarse y competir en la globalizacin debe gobernar a la poltica).
El vocabulario poltico del sandinismo resulta rebasado. Soberana, pueblo e
242
el final de la Revolucin. Se podra postular como hiptesis que estas representaciones conservan una potencialidad poltica que se debera medir con respecto
a los puntos en que se quiebra, durante el gobierno sandinista, la posibilidad de
una nueva ciudadana. Entre estos puntos sobresale el conflicto del sandinismo
con sectores subalternos, campesinos del norte y pueblos indgenas de la costa del
Caribe, as como con grupos urbanos de los que progresivamente se distanci al
optarse por la razn de Estado y la negociacin con la clase poltica tradicional.
El gesto autobiogrfico del notable, en memorias como las de Gioconda
Belli, Sergio Ramrez o Ernesto Cardenal, no deja de ser sintomtico de la crisis subjetiva e ideolgica. Especialmente, en el caso de Belli es notorio cmo la
Revolucin es narrada en clave de triunfo individual, instaurando as la presencia
de la personalidad que sutura las distancias y la fragmentacin nacional. En Belli
(2001) es incluso rastreable la instauracin de una especie de ciudadana global
capaz de pensar de la forma ms general las problemticas humanas (ecolgicas,
de derechos humanos, de diferencia cultural e identidad), lo que implica la potenciacin del lugar sublime (y tradicional) del intelectual latinoamericano. Este
tipo de gesto marca un punto lmite en que la representacin de una subjetividad
unitaria desplaza a los fragmentos en donde se ubicaron (y se ubican todava) los
problemas ms arduos de la revolucin sandinista en torno a la ciudadana.
Los conflictos que surgen en el entrecruce de la subjetividad revolucionaria
y la memoria, explorados en un acorde totalmente distinto, y ms crtico, pueden
ser ilustrados con dos pelculas que exploran los sueos revolucionarios tal y como
son rearticulados en espacios menos sublimes que la subjetividad del intelectual
orgnico. Por una parte, el documental de Susan Meiselas, Pictures from a Revolution
(1991); por otra parte, el cortometraje de Jos Wheelock, Pedro Chatarra (2007).
En su documental, Meiselas revisita los sujetos y lugares de su conocida serie
de fotografas sobre la insurreccin sandinista de 1978-1979. La general pauperizacin de la poblacin, la realidad de la migracin y la falta de correspondencia
de los discursos de la Revolucin y el Estado con la realidad social, implican una
actualizacin del sentido histrico de los conos originales (muchos de ellos, smbolos utilizados por el gobierno sandinista en sus campaas de propaganda). Las
fotografas son recolocadas o resemantizadas en una especie de nueva coyuntura
testimonial en que las voces anuladas por la retrica estatal (y, podra argumentarse, por la retrica autobiogrfica del notable) se vuelven audibles. Podra sugerirse
que la repeticin (el volver a contar la historia) devuelve algo del aura originaria a
las fotografas, cargndolas de sentido poltico nuevo.
En el caso de Pedro Chatarra, se trata de una ironizacin de la lgica del
mercado que ha penetrado profundamente el tejido social y la memoria. El protagonista es un marginal que compra cadveres en lo que parece ser un sector
semirrural de Managua. Como se puede percibir por el drama que implica vender
los muertos, stos representan una herencia memorstica y afectiva que no se
244
puede entregar de manera tan fcil. Sin embargo, los muertos no son productivos,
y la ley del mercado tiende a imponerse. De esta manera el cortometraje medita en
la tendencial lgica capitalista (acumulativa, quiz) que adquiere el legado revolucionario, y el quiebre de la sentimentalidad de los hroes y mrtires, y, con ellos,
de la amalgama de la nueva nacin. Lo que se tienta en este tipo de representacin
es la posibilidad de un discurso crtico que, por lo general, no est presente en las
corrientes de pensamiento del sandinismo.
De hecho, al pensar una poltica cultural capaz de resemantizar la herencia de
la Revolucin (en el entendido de que lo nacional no sea consumido por su posicin
arcaica) se debe pensar y establecer crticamente la naturaleza estatal o gubernamental que posee el sandinismo, recordando con Rancire (2006: 18) que toda
polica [es decir, proceso de gobierno] daa la igualdad. Esa razn gubernamental
rompe las posibilidades heterolgicas de la poltica, esas que, por el contrario, daa[n]
la distribucin policial de lugares y funciones (Idem.). Esta diferenciacin (una especie
de dialctica entre una razn policial y una autonoma popular) se puede aplicar a
los actuales gobiernos de izquierda de la regin latinoamericana para subrayar que
en ellos opera la razn estatal en tensin con la poltica popular. Curiosamente, el
gobierno sandinista de los ochenta podra iluminar de manera paradigmtica cmo
la polica da la igualdad, asunto que no ha sido ni debatido ni resuelto. Tanto los
sandinistas institucionalistas como los nostlgicos o los orteguistas piensan ms
en trminos de polica (y, por tanto, alianzas con la clase poltica tradicional) que
de poltica popular.3 Esta posicin permite la cercana del actual gobierno sandinista
con los gobiernos izquierdistas, en especial el de Hugo Chvez. Es decir, la alianza
en el espacio de la razn estatal no implica automticamente una representacin en
el espacio de las polticas populares, aunque sera errneo tambin suponer que la
poltica policial anula totalmente las alternativas populares.4 La sensacin general
que da este tipo de contradicciones es que el pensamiento gubernamental alcanz
una profundidad dramtica en el sandinismo en general, y que es difcil rearticular
una poltica popular desde arriba, sublimando una institucionalidad radicalmente
daada por el mercado y el uso patrimonial del Estado. Pensar la cultura, quiz no
tanto la poltica cultural, puede significar en estas circunstancias mapear planos
en que los fragmentos adquieran nuevos significados y se coloquen en posicin de
retar el predominio casi mtico de un pensamiento estatal/tradicional.
3 Aunque al fsln (orteguista) lo sigue todava la mayor parte de la base sandinista, hay otros dos grupos de importancia simblica, bien sea
porque se juntan ah intelectuales o comandantes guerrilleros disidentes: el Movimiento Renovador Sandinista (mrs), ms institucionalista y
neoliberal, y el Movimiento por el Rescate del Sandinismo ms nostlgico de la agenda original de la Revolucin.
4 Este tipo de contradicciones parece operar tambin en las posiciones de los intelectuales orgnicos de la Revolucin. Sergio Ramrez, por ejemplo,
se distancia del gobierno de Chvez y de la Revolucin Cubana. Sin embargo, Ernesto Cardenal se declara chavista y procubano, aunque ambos
(Ramrez y Cardenal) aparezcan en una misma corriente de oposicin al gobierno de Daniel Ortega (ver Cardenal [2005] sobre Chvez, y Cherem
[2004], cuando se refiere a la relacin de Ramrez con la Revolucin Cubana). Propondra que los intelectuales estn tambin ubicados dentro del
razonamiento policial de la poltica, antes que en un mbito popular.
245
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Filmografa
246
Introduccin
socioeconmico, cultural y/o poltico es una sociedad estructuralmente desintegrada. Ahora bien, una cosa es esa desintegracin estructural y otra la erosin del
sentido de pertenencia a una sociedad y, junto con ello, la erosin de los vnculos
simblicos (jurdicos, ticos, religiosos, polticos) que unen tanto a individuos como
a grupos especficos con un todo social mayor, llmesele patria, nacin o pas.
Y esto ltimo remite a otro campo problemtico, el que se refiere a situaciones
en las que se tiene una crisis abierta en la integracin social. Porque, ciertamente, para
que una situacin de crisis de esa naturaleza se d no basta con que materialmente
la sociedad est desintegrada; el complemento imprescindible para ello es que los
miembros de la sociedad que padecen exclusiones materiales en rigor, sectores
significativos de la misma asuman personalmente (en los afectos y emociones, en
sus creencias e ideas) esa exclusin y no vean otra salida ms que ponerse al margen
del orden (legal, poltico, tico) establecido. En la sociologa clsica situaciones como
stas fueron calificadas como anmicas; lo propio de ellas es la percepcin, por parte
del individuo, de la ausencia de reglas o normas por las cuales regir su conducta
(Del Acebo, 2006: 30). Y ello, en situaciones extremas, se puede traducir en la prdida
(o erosin) del sentido de pertenencia por parte de actores significativos de la sociedad.
Dicho de otro modo, la integracin social se ve socavada no slo cuando se
generan exclusiones materiales intolerables, sino cuando se erosiona el sentido de
pertenencia del individuo a la sociedad. Y es que, en sntesis, una sociedad puede
tener graves problemas de integracin en razn de las exclusiones que genera su
modelo socioeconmico o su modelo poltico, sin que esos problemas se traduzcan
en una abierta fractura social, en la cual haya sectores sociales significativos no
slo en cantidad, sino en calidad que desafen, desde fuera de la normatividad
vigente, el orden social establecido. Desde la sociologa se pudo plantear el asunto
con bastante claridad; sin embargo, lo que no se pudo fue resolverlo.
Para eso se requera una aproximacin al tema de la integracin no desde
el lado de la realidad social que es lo propio de la sociologa sino del lado
del imaginario de los actores, de su subjetividad, de los valores y creencias que la
nutren, y que moldean sus opciones y comportamiento individual y colectivo. La
antropologa cultural lleg en auxilio de la sociologa que, por su parte, incorpor
a su acervo conceptual nociones antropolgicas esenciales que le permitieron
entender de mejor manera el problema de la integracin social.
Vista desde la antropologa y desde los aportes que sta ha hecho a la sociologa de la cultura la integracin social es tambin, si se parte de los sujetos,
integracin cultural. Y es que para que haya integracin social los miembros de la
sociedad deben sentirse integrados a ella. A esto se le llama sentido de pertenencia,
249
250
las amenazas provenientes del exterior. La razn de ello es que lo que est en
juego en esa lucha no es slo la identidad individual, sino la identidad colectiva.
Puede verse con facilidad la conexin existente entre esta nocin de cultura y
el nacionalismo que surge a su amparo. Nacionalismo de distinto carcter y connotaciones, segn fueron los contextos histricos particulares en el que el mismo se fue
concretando. En Amrica Latina es Jos Mart quien mejor recoge esta concepcin
de cultura, junto con sus implicaciones nacionalistas. Para l lo ms autntico de
la civilizacin americana (su alma propia) fue alterado por la injerencia de una
civilizacin extranjera; esa alma est llamada a ser restaurada cuando los pueblos
americanos reconquisten su libertad. Tal como lo dice el intelectual cubano:
Interrumpida por la Conquista la obra natural y majestuosa de la civilizacin americana,
se cre con el advenimiento de los europeos un pueblo extrao, no espaol, porque la savia
nueva rechaza el cuerpo viejo; no indgena, porque se ha sufrido la injerencia de una civilizacin devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso;
se cre un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad desenvuelve y
restaura su alma propia. Es una verdad extraordinaria: el gran espritu universal tiene una
faz particular en cada continente. As nosotros, con todo el raquitismo de un infante mal
herido en la cuna, tenemos toda la fogosidad generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de
una a raza original fiera y artstica. (Mart: 5-6)
La segunda acepcin de la palabra cultura es de carcter instrumental, inspirada en la tradicin del funcionalismo antropolgico. El principal animador de
esta concepcin es Bronislaw Malinowski, para quien la cultura cumple cuatro
imperativos instrumentales: organizacin econmica, sistema normativo, organizacin de la fuerza, y mecanismos y agencias de educacin. Con todo, dice
Malinowski, esos cuatro imperativos instrumentales no agotan todo el significado
de la cultura, ya que la maquinaria material de la cultura y el comportamiento
humano que se asocia a ella [] son reguladas y preservadas por el cuerpo del
saber tradicional. Este hecho es posible gracias al lenguaje, el instrumento que permite al hombre formular reglas de validez universal y comprimirlas en conceptos
verbales (Malinowski, 1971: 315).
En este sentido, la cultura es una realidad instrumental porque tambin
lo es el lenguaje, soporte fundamental de las creaciones culturales. Y la instrumentalidad de la cultura y el lenguaje son coherentes con el carcter prctico
de las relaciones del hombre con su entono: el hombre sostiene Malinowski
(Idem.) se enfrenta a la naturaleza y a los seres semejantes mediante una manipulacin constructiva e imaginativa en cada situacin que surge. Pero esta accin por
previsin est siempre basada en la experiencia de xitos y fracasos anteriores.
Es indudable que la cultura posee contenidos instrumentales. El asunto es
si la cultura se reduce, en lo esencial, a esos contenidos. Adems, si se acepta
251
una vida interpretada. A travs del sentido que damos a la vida, interpretamos sta y
obtenemos, en vez de una maraa de sucesos, un ovillo ordenado y estructurado. Nos
encontramos con una identidad en la vida, es decir, con la posibilidad de reconocer un
sujeto. Pero ste no aparece dado desde un principio, sino que tiene que construirse
[] La vida individual aparece as como una historia que debe ser narrada.
La identidad es, entonces, una narracin que se construye. En esa construccin hay algo que se mantiene eso que hace que a lo largo de su vida el
individuo se sienta el mismo, pero hay algo que cambia eso que hace que el
individuo a lo largo de su vida no se sienta lo mismo. Ser el mismo, pero no ser
siempre lo mismo: en esto consiste el dinamismo de las identidades individuales.
A esto fue a lo que apunt Xavier Zubiri con su distincin entre personeidad y
personalidad. La primera tiene que ver con realidad humana en tanto que sustantividad, mientras que la segunda tiene que ver con el hacerse de la existencia. O,
en palabras de Zubiri (1982: 84), la personalidad es algo que se va haciendo, que
se va adquiriendo y formando, que incluso se puede ir deformando y perdiendo a
lo largo de la vida, y que desde luego se va modificando en todo instante de ella
[] En cambio, la personeidad [] es algo que se posee desde el primer momento
de la concepcin, y que jams vara: siempre se es el mismo.
La identidad de cada cual lo que cada cual es y la forma como cada cual
construye narrativamente su identidad se juega en una lgica de permanencia y
de continuidad, pero tambin en una lgica de mutabilidad que, aunque insensible
en la cotidianidad de cada cual, se hace notar en momentos clave de las trayectorias
personales. En no pocas situaciones esas mutaciones se viven como una verdadera
crisis, como resultado de la cual se producen no slo renuncias importantes, sino
cambios drsticos en las opciones y compromisos que hasta el momento se haban
asumido. Pero, adems, el problema de la identidad no atae slo a los individuos,
sino tambin a grupos y sociedades. Y en todos los casos se trata de un proceso
de construccin que depende en palabras de Manuel Antonio Garretn (2000:
27) tanto de procesos internos como de las relaciones e imgenes externas a
ellos. El proceso de construccin de identidades es enteramente distinto a nivel individual, grupal o societal, y es un abuso intentar definir las identidades colectivas
a partir de categoras individuales o psicolgicas: por ejemplo, la idea de bsqueda
del padre aplicada a las colectividades. Y tambin lo es trasladar categoras colectivas a nivel de las identidades individuales: por ejemplo, definir a una persona slo
a travs de categoras de clase social.
En la actualidad, la construccin (y redefinicin) de la anarqua no es ajena
a los influjos de la globalizacin. Porque esta ltima ha generado y est generando
dinmicas culturales que afectan universos simblicos (culturas) establecidos en
distintas sociedades y, en ese sentido, impactan las identidades forjadas al calor de
esos universos simblicos. Para el caso, la principal fuente de identidad en Amrica
Latina, a lo largo del siglo xx, fue la identidad nacional-estatal, que serva de base a
253
los otros tipos de identidades que quedaban en general subordinadas a ella. Este tipo
de identidad se refiere a la elaboracin de sentidos comunes frente a la naturaleza,
el tiempo, la trascendencia, los otros, la imagen propia, la historia y su proyeccin,
todo ello en referencia al mbito del estado-nacin (Garretn, 2000: 28).
En el contexto de la globalizacin, esa matriz identitaria est siendo drsticamente socavada, lo cual no quiere decir que haya sido abolida totalmente o que
los influjos globalizadores se estn imponiendo sin resistencias. Por un lado, estn
las reacciones nacionalistas y tnicas que significan un rechazo en ocasiones
extremo a la globalizacin. Por otro, estn las hibridaciones en virtud de las
cuales los influjos de la globalizacin se tejen con tradiciones culturales de carcter
local o territorial. En esta segunda direccin, las identidades se constituyen ahora
no slo en relacin con territorios nicos, sino en la interseccin multicultural de
objetos, mensajes y personas procedentes de rumbos diversos (Garca Canclini,
2004a: 789). Y es que la globalizacin tiene una dimensin cultural de la cual
conviene hacerse cargo, en tanto que la misma incide no slo en las culturas establecidas sino en las identidades fraguadas a partir de ellas.
Identidad, referentes simblico-culturales y pertenencia
Ante todo, hay que decir que, desde siempre, las sociedades han generado referentes simblico-culturales que no slo han servido para dar respuesta a las preguntas
ltimas de sus miembros preguntas por el sentido de la vida, los orgenes, la
muerte, la felicidad, etc., sino para cosas menos existenciales, pero no menos
importantes para los seres humanos, como la orientacin prctica en la vida cotidiana, el respeto a la autoridad, la identificacin y reconocimiento de las jerarquas
sociales, econmicas y polticas, etctera; es decir, para mantener integrada y
cohesionada a la sociedad en torno a una determinada lgica de poder.
En este sentido, muchos de los referentes simblico-culturales vigentes en
una sociedad determinada son construidos desde las instancias de poder econmico y poltico (o en beneficio de ellas) no slo para legitimarlas, sino tambin para
orientar las pautas de comportamiento de los individuos que sean convenientes al
orden establecido. Tambin puede haber referentes que desafan la lgica del poder, pero stos suelen ser, cuando no son asimilados a la lgica del poder, relegados
a la marginalidad, donde grupos sociales minoritarios los mantienen vivos. Como
quiera que sea, los referentes simblico-culturales lo son porque son puntos de referencia a los cuales se remiten consciente o inconscientemente los individuos para
nutrir su imaginario personal, esto es, su propio y particular universo de smbolos
desde el cual se configura su identidad, se relacionan con otros, orientan su vida y
toman sus decisiones cotidianas.
Identidad es pertenencia a una comunidad (imaginada e imaginaria);
una pertenencia que se rehace permanentemente a partir de los nexos que los
254
Por lo dicho, los referentes simblico-culturales desde los que se configura la identidad son construidos socialmente, esto es, no surgen por generacin espontnea
ni obedecen a designio divino alguno. Por ser sociales, son histricos, esto es,
cambian y evolucionan en el tiempo, no son inmutables ni eternos. En la misma
lnea, no son los mismos ni para toda sociedad a la que impactan de distinta
manera, segn los intereses y la condicin de individuos y segmentos sociales ni
para una misma sociedad a lo largo del tiempo.
2 El argumento que se acaba de formular es de claro corte individualista metodolgico (Gmez Rodrguez, 2003: 80).
255
Distintos individuos e instituciones, trascendiendo su materialidad y temporalidad especficas, han adquirido en el transcurso de la historia de la humanidad el
estatus de referentes simblico-culturales. Cundo es que ello ha sucedido? Ha sucedido cuando esos individuos o instituciones se han convertido en modelos a seguir,
en referentes, a los cuales hay que referir los propios valores y la propia conducta.
Guerreros, hroes militares y lderes religiosos fueron los primeros en trascender su
carnalidad y limitaciones humanas, para convertirse en smbolos culturales.
Contemporneamente, deportistas, artistas y magnates de los negocios
son los nuevos referentes simblico-culturales. Desde el lado de las instituciones,
tradicionalmente fueron la Iglesia y los ejrcitos los que dotaron a sociedades e
individuos de un modelo ideal de vida. Posteriormente, vinieron los partidos polticos por ejemplo, los partidos comunistas o la socialdemocracia europea que
no slo aspiraban al poder poltico, sino que proponan un modelo de hombre y de
sociedad anclados en valores ticos como la justicia, la solidaridad y la renuncia al
egosmo. En la actualidad, son los bancos, las fundaciones empresariales, las ongs
y los grandes medios de comunicacin los que ofrecen a los individuos valores,
opciones y estilos de vida determinados.
No es la materialidad de un individuo o institucin la que lo convierte en
referente simblico-cultural, sino la conversin de ese individuo o institucin en un
modelo a seguir por amplios grupos sociales. Hroes militares, lderes religiosos, deportistas, artistas, empresarios, fundaciones, marcas Todas estas figuras individuales o instancias institucionales se han convertido en referentes simblico-culturales
para diferentes sociedades tanto en el pasado como en el presente. Tradicionalmente,
fueron los fastos religiosos o las celebraciones fundacionales los que sirvieron de
escenario y plataforma para la ereccin de personas o instituciones en referentes
simblico-culturales. En esas ocasiones se haca pblico se expona a la vista de
todos la magnificencia de tal o cual persona o institucin, no slo resaltando sus
virtudes sino vinculndolas a un mandato divino. El invento de la palabra escrita
se convirti en un instrumento privilegiado para fijar esas virtudes y ese vnculo
divino. Las nuevas generaciones pudieron leer las narraciones sobre los hroes e
instituciones convertidos en smbolos, en referentes de conducta individual y social.
En suma, la identificacin de los individuos con quienes expresan esas
virtudes afianza su identificacin con la sociedad y con el orden imperante en ella.
Esto es, cuando se configura la identidad individual a partir de la asimilacin/
interiorizacin de un conjunto de referentes simblico-culturales se fragua tambin el sentido de pertenencia individual a un todo mayor, del cual son hijos e hijas
privilegiados quienes han sido convertidos en modelos a seguir, pues encarnan los
mejores atributos, aspiraciones e ideales de ese todo que, como realidad imaginada
e imaginaria, trasciende a cada individuo en particular.
Quizs en los primeros tiempos del recorrido humano sobre la tierra los
dinamismos de integracin social y cultural referidos fueron dejados al azar; sin
256
dominacin moral y cultural. De ah que toda nueva clase que aspire a imponer
su hegemona como sucede en la perspectiva de Gramsci con la clase obrera
deba generar el clima cultural que le permita apuntalar culturalmente su propio
proyecto histrico. En este punto, la labor educativa adquiere un lugar estratgico.
Es por ello sostiene Graciela Hierro (en lnea) que Gramsci seala la necesidad de estar
consciente de este hecho con el objeto de lograr el propsito central de la labor educativa
que se propone: la creacin de la cultura proletaria. En esta forma se intenta constituir un
nuevo clima cultural. Este ltimo concepto se define como la homogeneidad del inters
comn entre las masas y los intelectuales, en una misma concepcin del mundo que es preciso reconstruir con base en la educacin. El bloque cultural no slo es intelectual, tambin
es moral. Por ello el intelectual debe sostener una relacin maestro-alumno, donde: cada
maestro es siempre un alumno y cada alumno un maestro. Esta relacin debe extenderse a
todas las relaciones sociales convirtindose al conjunto social en una gran escuela, por decirlo as, donde pueda surgir el verdadero progreso de las masas, y no slo de un escaso grupo
de intelectuales, como hasta ahora ha sido el caso. La revolucin educativa que propugna
Gramsci se logra en la medida en que se universaliza el mismo clima cultural para todos.
Entiende claramente Gramsci que el problema pedaggico es el problema de una estructura
social en su conjunto, y slo considerndolo en sus dimensiones reales, la educacin puede
promover el desarrollo efectivo, tanto de la masa como del individuo que la forma.
deterioro cultural. No se tiene que ser sabio para percibirlo; slo basta con tener la
suficiente sensibilidad y no haberse dejado atrapar del todo por la frustracin,
el desarraigo y la prdida de sentido. Y es que la cultura en el sentido amplio de
creencias, valores, costumbres y hbitos cotidianos es la que orienta las prcticas
individuales y colectivas; es la cultura la que sostiene la subjetividad individual,
dotndola de los referentes simblicos que establecen entre otras muchas cosas lo que se debe o no se debe hacer. Cultura es cultivo: de valores, creencias,
normas, estilos de vida, hbitos cotidianos. Se cultiva y por eso la palabra cultura
est ligada al agro: agricultura para vivir, para que la vida individual y colectiva
se pueda realizar sin precariedades y amenazas que la pongan en peligro. Por
extensin, la cultura es debera ser cultivo de smbolos, creencias, costumbres
y modos de ser que doten de contenido humano a las relaciones sociales. Es decir,
el sentido de la cultura como cultivo es fortalecer los vnculos sociales, dotarlos de
significado, anclarlos en aquellos valores humanos que permitan que la vida de los
hombres y las mujeres sea feliz y segura.
Por supuesto que la cultura puede ser el cultivo de creencias, (anti)valores,
modos de ser y de obrar que atenten contra la vida, que la desprecien y que vean
en todo que lo se le asocia algo a destruir. O sea, puede haber y de hecho la ha
habido y la hay una cultura de la muerte, para la cual la vida es lo que menos importa. No otra cosa es la cultura de la violencia que ha echado races en El Salvador
desde hace casi tres dcadas y que, a estas alturas, ha moldeado la cosmovisin y
los hbitos de amplios sectores de la sociedad.
Si por cultura entendemos el cultivo de la realidad, cultivamos la muerte y, por lo tanto, cosechamos ms muerte. Es una cultura tan universalizada que la muerte violenta se vuelve
algo normal e inevitable, con lo cual se aprende a convivir, tal como la sociedad aprendi
a hacerlo con la guerra durante ms de una dcada. Aceptar este planteamiento equivale a
pactar con la muerte. De hecho, casi el 60% de los encuestados en el rea metropolitana de
San Salvador, como parte del estudio ACTIVA [en 1997], afirma el derecho a matar para
defender a la familia. Cerca del 40% matara a quien viol a su hija y otro porcentaje igual
no lo hara, pero lo aprobara. El 21.6% aprobara que se diera muerte a quien asusta a la
comunidad y el 47.4% lo comprendera. Reacciones parecidas se encontraron en el caso de
la limpieza social: el 15.4% aprobara matar a los indeseables y otro 46.6% lo comprendera. (Instituto Universitario de Opinin Pblica, Boletn de prensa, Ao xii, No. 5)
La transicin de post-guerra con sus carencias y limitaciones ha contribuido a generar las
circunstancias que alimentan la persistencia de la cultura de la violencia, pero a ello hay
que agregar el individualismo neoliberal, las conductas sociopticas, la dbil institucionalidad estatal, la circulacin no controlada de armas, el abuso del alcohol y las drogas,
y la pobreza. Ninguna de estas razones da cuenta del fenmeno de la violencia por s
sola, sino que todas ellas contribuyen a conformarlo, unas ms que otras, por supuesto. El
264
fenmeno tiene entidad suficiente para considerarlo en s mismo, tanto que la Organizacin
Panamericana de la Salud define la violencia como una epidemia, puesto que es una de las
causas principales de muerte en El Salvador. (Gonzlez, 1997a)
Esa cultura de la violencia que tie el conjunto de las relaciones sociales con
la mancha oscura del miedo y la incertidumbre corre pareja con una cultura
globalizada que promueve un estilo de vida consumista, dominado por las marcas,
individualista, inmediatista y del xito fcil. Asimismo, la cultura globalizada se
tamiza con la cultura de la violencia, reforzando sus dinmicas ms perniciosas,
as como con resabios de la cultura oligrquico-autoritaria que, pese al paso del
tiempo, an se mantienen presentes en la conciencia colectiva. Y es que, en efecto,
tal como se sostiene en un editorial del semanario Proceso:
Muchos de los influjos de esa cultura de la globalizacin se hacen sentir en El Salvador
actual. De hecho, no hay que probar que la sociedad salvadorea es una sociedad invadida
por las marcas. Eso es ms que evidente. Lo interesante es explorar cmo algunos de los
valores culturales globalizados se cruzan con otros valores ms arraigados en el universo
simblico de los salvadoreos y salvadoreas. Uno de estos valores ms tradicionales es
el valor de la viveza del salvadoreo o, en otras palabras, esas caractersticas de hacelotodo y vendelotodo que el poeta Roque Dalton destac en su famoso Poema de
amor. La viveza es un valor porque, en el imaginario del salvadoreo, ser vivo es algo
bueno, en oposicin a ser lento, a quedarse rezagado, a no rebuscarse. Dalton supo ver
que esa viveza coexista con una tristeza radical, porque los salvadoreos son los tristes
ms tristes del mundo.
El poeta capt dos elementos bien afianzados en la identidad cultural del salvadoreo: el querer siempre ser los primeros ser los ms vivos en todo junto con una
tristeza que se traduce fcilmente en pasividad y conformismo. Pues bien, ese valor de
la viveza ha sido reforzado de manera brutal por la cultura del xito fcil. De manera
que bajo el influjo de ese aspecto de la cultura globalizada la viveza del salvadoreo ha
sido alentada pero en la lnea de hacerse de bienes que simbolicen prestigio, comodidad
y haber triunfado en la vida. La bsqueda del xito fcil no conoce lmites ni legales ni
ticos, porque es una especie de bien superior. Los salvadoreos y salvadoreas buscan
frenticamente las llaves de ese xito, al cual creen acercarse, algunos y algunas, con el
celular robado al primero que se cruza en su camino. Pero ese activismo desenfrenado en
pos del xito un xito que no es tan fcil como se pinta en las marcas y en la vida de
deportistas y artistas coexiste con valores que alientan el conformismo, la pasividad y la
renuncia a compromisos colectivos.
Es decir, la cultura del xito fcil fuertemente individualista y privatizada coexiste con un conformismo de races profundas, alimentado por valores religiosos y polticos totalmente conservadores. Son las dos caras del ser salvadoreo actual: por un lado,
un activismo frentico en pos del xito fcil (de los bienes que lo simbolizan); y por otro,
265
Los salvadoreos y salvadoreas de esta segunda dcada del siglo xxi expresan en
su vida individual y en sus vnculos colectivos familiares, comunitarios y sociales esa mezcla de referentes, valores y modos de ser generados por esas diversas
lgicas culturales no siempre coherentes entre ellas. Esto es fuente de tensiones
personales, familiares y sociales, en tanto que, en muchas ocasiones un influjo
cultural determinado por ejemplo, el que promueve el xito a cualquier precio puede chocar con otro por ejemplo, uno proveniente de la matriz cultural
oligrquico-autoritaria, que llama a la aceptacin pasiva del destino, generando
severos conflictos tanto en el mbito de la identidad como en el de las opciones.
Qu papel juega la educacin en este escenario? Pues bien, visto en su conjunto
el proceso educativo, en las ltimas tres dcadas no ha tenido la fuerza ni la visin
ni la creatividad para contener el curso de las dinmicas culturales predominantes.
Sus mejores esfuerzos en verdad excepcionales por dar cabida a la cultura como
cultivo de la vida y sus valores fundamentales se diluyeron, como algo marginal e
irrelevante, en el envolvente mar de la cultura de la violencia, la cultura globalizada
(neoliberal) y los resabios culturales del autoritarismo oligrquico tradicional. En su
quehacer normal y cotidiano, la educacin salvadorea desde la parvularia hasta la
universidad hizo sus propios aportes a las dinmicas culturales predominantes, dando carta de ciudana en las aulas a valores, creencias, estilos de comportamiento y
hbitos proclives al uso de la fuerza, el abuso sobre los ms dbiles, el consumismo, el
individualismo, la ambicin personal, las ansias de xito a cualquier precio, la superficialidad, el inmediatismo, la indiferencia y la falta de un espritu crtico.
Como reconocen las personalidades ms crticas de este pas y lo revelan
los datos, en los ltimos treinta aos la educacin salvadorea no slo sigui
siendo excluyente como en el pasado por ms que se avanzara en la cobertura en
algunos de sus niveles, sino que su calidad cay muy por debajo de lo tolerable.
Uno de los sntomas del deterioro cultural de El Salvador es, sin duda alguna,
la debacle de la educacin pblica, de la cual no se salva o slo se salva por
muy poco la educacin privada. El mercadeo de la educacin privada podr
decir lo contrario, pero el fracaso cultural de la educacin en razn de su baja
calidad afecta al conjunto de la educacin nacional. A estas alturas, la apuesta por
la privatizacin de la educacin cuya condicin fue el abandono de la educacin
pblica se ha revelado como uno de los grandes fracasos de la gestin educativa
de la derecha; un fracaso que se llev de encuentro a las generaciones (nios, nias
y adolescentes) que quedaron en manos de facilitadores, consultores y administradores de la peor especie, anuentes con la mediocridad intelectual y con la
formacin de consumidores y consumidoras en vez de ciudadanos y ciudadanas.
266
Contra todo esto tienen que batallar quienes, en el Ministerio de Educacin, estn
comprometidos con la creacin de una praxis educativa distinta: una praxis educativa fundada en los derechos humanos y la democracia.
Educar en derechos humanos es imposible si se plantea hacerlo desde la fortaleza inexpugnable del que se considera superior a los otros, desde el castillo de una autoridad mal
entendida, asumida como autoritarismo, como fuerza y como poder. Para ser educadores
en derechos humanos y en democracia no basta que tengamos ideas claras o conocimientos
tericos sobre estos temas, es fundamental cumplir con una serie de condiciones indispensables que son, entre otras: el sentirnos afectivamente convencidos de su decisiva utilidad
para la construccin de una sociedad ms humana; que nos comprometamos afectivamente
tanto con el proyecto de sociedad que queremos construir como con las personas con las
que trabajamos; que creamos en su capacidad de impacto transformador en las vidas de las
personas; que tengamos fe en que todos los seres humanos, hasta el ltimo da de nuestras
vidas, podemos cambiar, podemos ser mejores personas, mejores sujetos, mejores humanos.
Los educadores en derechos humanos debemos revisar a fondo nuestros pensamientos, sentimientos y actitudes. Esto implica desarrollar la capacidad de mirarnos a nosotros
mismos crticamente y la disposicin a cambiar aquellos pensamientos, sentimientos o
actitudes que hemos ido asimilando en nuestro propio proceso de formacin y que son un
obstculo no slo para lograr nuestro propio desarrollo integral, sino que tambin son un
obstculo para el desarrollo de las personas que nos rodean, con las que vivimos o con las
que trabajamos. (Mujica, 2002: 3-4)
Reflexin final
Referencias
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Cultura Econmica / Flacso.
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Mxico: Editorial Grijalbo: 89-125.
Del Acebo Ibez, Enrique y Roberto J. Brie. (2006) Diccionario de sociologa.
Buenos Aires: Claridad.
Garca Canclini, Nstor. ed. (1987) Polticas culturales en Amrica Latina. Mxico:
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Garretn, Manuel Antonio. (2000) La sociedad en que vivimos. Santiago de Chile:
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Gmez Robledo, Antonio. (1986) Platn. Los seis grandes temas de su filosofa. Mxico:
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armada a la violencia social. Realidad, septiembre-octubre: 441-258.
. (1997b) La cultura de la violencia (Editorial). ECA, No. 588: 16.
270
271
LA IZQUIERDA EVANESCENTE:
MONSIVIS, MONTEMAYOR, ECHEVERRA
Ignacio M. Snchez Prado
Escribir sobre la intelectualidad mexicana de izquierda en el verano del 2010 significa ante todo ponderar las tremendas prdidas sucedidas en el primer semestre
del ao. A la muerte de Carlos Montemayor en febrero, siguieron las de Bolvar
Echeverra y Carlos Monsivis en junio. Ms all del luto y del homenaje, el
fallecimiento de esas tres figuras significa la potencial prdida de tres formas del
ejercicio crtico de la izquierda en Mxico, tres pautas fundamentales para comprender formas de la poltica, la ideologa y la cultura que los vehculos partidistas
(el Partido de la Revolucin Democrtica, el Partido del Trabajo, Democracia
Social, Convergencia) no han sabido o querido articular.
En este ensayo me interesa plantear en qu consisten esas tres prcticas del
intelectual de izquierda, en un momento en que las manifestaciones polticas, tras
el presunto fraude electoral del 2006 y el gradual desvanecimiento del zapatismo,
se encuentran sumidas en una crisis amplia. Afirmar a Monsivis, Echeverra y
Montemayor como intelectuales representativos de la izquierda en Mxico es, en
estos das, un lugar comn. Esta afirmacin, sin embargo, dista de ser autoevidente
en un pas cuya izquierda ha tenido, a lo largo del siglo xx y lo que va del xxi, una
historia llena de transformaciones e irregularidades.
Qu significa ser de izquierda en Mxico, donde el significado mismo
de dicha ubicacin se ha modificado constantemente? Difcil precisarlo. Si bien el
siglo xix se caracteriz por un conjunto importante de movimientos campesinos
e indgenas que resistieron dramticamente los intentos de construccin nacional
del Estado liberal decimonnico, resulta plausible posicionar el nacimiento de
la izquierda moderna, enmarcada en un proyecto ideolgico afn al marxismo
y al socialismo, en el movimiento de los hermanos Flores Magn antes de la
Revolucin y las primeras manifestaciones sindicalistas que llevaran a la constitucin de la Casa del Obrero Mundial en la dcada de los aos diez y, eventualmente,
al aparato sindical que se mantiene hasta nuestro das. Desde esta gnesis, la izquierda mexicana ha sufrido profundas transformaciones y ha ocupado distintos
272
territorios dentro del mapa poltico de Mxico: hegemona durante los aos del
socialismo cardenista; movimiento radicalizado de resistencia en el contexto de los
alzamientos sindicales de los cincuenta y las protestas estudiantiles de los sesenta;
ideologa proscrita y guerrillera en los setenta; motor de la transicin democrtica
en los ochenta y movimiento dividido entre la institucionalizacin y la resistencia
armada en los noventa (Carr, 1996; Martnez Verdugo, 1985).
274
3 Hay que decir tambin que la idea del Estado mexicano como represor no era nada nuevo en los sesenta. Es una interpretacin que se vena
cocinando en la izquierda desde el ingreso de Miguel Alemn al poder y la represin contra el movimiento sindical (Carr, 1996; Agustn, 1990).
275
276
4 Adems de esto, el partido segua estancado en los mismos debates de siempre. En un documento presentado por el entonces presidente del
partido, Arnoldo Martnez Verdugo, se observa que en 1971 el movimiento comunista segua preocupado por problemas que se remontaban a los
aos cuarenta (Martnez Verdugo, 1985: 336). Jos Luis Concheiro los resume en tres puntos: 1) La falta de tradicin terica del movimiento
obrero y revolucionario [algo que suena absurdo si uno considera la enorme cantidad de escritos polticos producidos por la militancia del pcm a
lo largo de su historia]; 2) El dogmatismo [que regresa a los cuadros despus de la represin del 68] y 3) Las acciones divisionistas y las prcticas
antidemocrticas y formas despticas de direccin, que existieron en el pcm (Martnez Verdugo, n.d.: 336). Es importante enfatizar esto porque
la recurrencia de los mismos problemas en el seno del comunismo mexicano permite ver por qu el trabajo de Monsivis representa un cambio tan
importante en la izquierda de los setenta.
(unin de los contrarios: crtica igual a enjuiciamiento de una realidad personal), la confesin autocrtica que declara un vaco, la oquedad interminable de este pas que debe
ataviarse, que debe amueblarse, que debe erigirse y constituirse en decoracin para as
cerciorarse de su propia existencia. (1970: 179)
Mara Eugenia Mudrovcic (1998: 33) ha ledo en estos pasajes un ejercicio tico
de liberacin que consiste en desenmascarar el vaco dejado por un repertorio
de formas cuyos contenidos originarios ya no existen, desgastados por el tiempo
y los usos retricos a los que los someti en la esfera pblica. Esta revelacin del
vaco retrico, para Mudrovcic (Idem.) es parte de una tarea violenta de higienizacin simblica que no podra entenderse debidamente sin hacer mencin al
68. El camp, sin embargo, debe verse tambin como parte del problema que el
propio Monsivis subraya. Las citas anteriores muestran una evaluacin negativa
del camp, evaluacin que se repite constantemente en el libro. Monsivis (1970:
147) seala inequvocamente que el tiempo libre es la reafirmacin unnime del
Sistema; lo que la burguesa demanda del tiempo libre es la consagracin, el
refrendo de una conducta invariable.
Si bien el cronista tiene la capacidad de desenmascarar los vacos de la
cultura popular y del nacionalismo estatal, tambin es cierto que la mayora de la
poblacin, especialmente esa clase media que Monsivis ataca sin reservas en el
libro, habita el territorio de la cultura meditica. El pueblo no es slo la entidad
glorificada por el pensamiento de izquierda. Tambin es el conjunto de personas
que desfallece ante presencias como la del cantante Raphael en la Alameda Central.
Dentro de la crnica sobre este ltimo, Monsivis (1970: 48) ridiculiza el potencial
emancipador de la cultura meditica que se comenzaba a postular en esas pocas:5
Y entonces el Terico Sbito explicaba el hecho como consecuencia de la realidad del pueblo
de Mxico: or a Raphael gratis era vengarse o recobrarse del cerco de una burguesa exclusivista que ha llevado la plusvala hasta el exceso de captar nada ms para ella Cuando t no
ests (o cualquier otro hit que suene incesante por la radio). El pueblo, febril y desbordado
en ms de cincuenta mil de sus manifestaciones individuales, concretaba una mnima expropiacin. Y como las dems exgesis, tambin la del Terico Sbito resultaba incompleta
porque no haba nada que hacer, no era posible entretenerse descifrando el bizantismo de
cuntos proletarios oiran a Raphael en la punta de un alfiler y menos en ese instante, cuando
la presin brutal de la multitud, adems del clich verbal era una realidad angustiosa.
277
sirven para redondear los elementos que componen al primer Monsivis. En primer
lugar, el texto apunta a la insuficiencia del discurso analtico para dar cuenta de los
nuevos fenmenos de masas. En este punto es que ingresa otro factor significativo:
si el pensamiento de izquierda consiste en el anlisis de las circunstancias polticas
y culturales de la nacin en el sentido amplio y si las herramientas tericas son
insuficientes, es necesario el desarrollo de un nuevo gnero crtico. Este gnero
ser la crnica, al que dedicar el siguiente apartado. El segundo elemento, al que
me referir con profundidad al hablar de la relacin entre Monsivis y los estudios
culturales, es el hecho de que la cultura de masas, para l, no es necesariamente la
instancia emancipadora que muchos de sus exegetas han subrayado: ms bien, el
imaginario mismo se encuentra sumido en las contradicciones del capitalismo.
Antes de pasar a Echeverra y Montemayor, es importante cerrar la lectura
de esta seccin recapitulando y conectando las ideas que han surgido en este
apartado. Una de las primeras novedades introducidas por Monsivis al debate
de la izquierda es el hecho de que la crtica no debe dedicarse slo al movimiento o, mucho menos, a la teora: es necesaria la comprensin de la contingencia
histrica y las condiciones materiales especficas de la poltica del momento. En
Monsivis,esto se da a partir de una reivindicacin de la nacin como espacio de
lo poltico, por lo cual una comprensin amplia de la nacin, no slo en su composicin poltica, sino en sus imaginarios, resulta esencial. La importancia de la
cultura popular como objeto de anlisis se debe precisamente al hecho de que esta
cultura media la percepcin incluso de los acontecimientos polticos. Esto es muy
claro en Amor perdido. El proceso que el libro critica queda claro en la introduccin:
De la Fuerza Histrica a la Fuerza Sentimental. La visin habitual de la grandeza tiende
a agotarse, los hroes ascienden o descienden a la mitologa de la escuela primaria y la
educacin moral administra otro macizo montaoso, el de los sentimientos, entonado y
moldeado por el tro bolerstico de cine, radio y cancin popular, en cabal anticipo de la
televisin. [] La grandeza sentimental se mueve entre dos polos que son uno solo: la
inmanencia de la familia y la exaltacin del macho. (1977: 30)
Si bien la Onda parece apuntar sus bateras contra el enemigo comn de Monsivis,
su pecado es el mismo que el de los jvenes que admiraban a Revueltas sin
conocerlo: el desconocimiento profundo del devenir poltico del pas. El nacionalismo, entendido como la exaltacin de las tradiciones polticas del pas,7 es,
para Monsivis, el antdoto contra el olvido y el arma esencial de la poltica. Por
ello, la apuesta contracultural de la Onda no es una postura legtima, puesto que
contribuye, al igual que la cultura popular del bolero y el melodrama, al olvido de la
tradicin poltica, un olvido que en 1977 no slo era el del devenir de la izquierda
mexicana representada por Revueltas, sino el del 68, considerado como el punto
de quiebre de la historia mexicana (Monsivis, 1970: 16). Este olvido sucede de
distintas maneras, igualmente reprobables para el cronista: se da tanto en los intentos oficialistas de caracterizar Tlatelolco como la salvacin de la patria (Monsivis,
1970: 55) como en los onderos dedicados a los hongos alucingenos y la filosofa
ocultista (Monsivis, 1970: 242). Para Monsivis (1970: 54) el recuerdo doloroso
en la conciencia crtica es la amarga premonicin. El olvido, sea cual fuere su
6 Evodio Escalante (1998: 80) ha sealado ya esto, cuando recoge una cantidad importante de citas de Amor perdido que apuntan a un desprecio
de la Onda por parte de Monsivis, desprecio que apunta precisamente al hecho de que es antinacional.
7 Nacionalismo, tal y como lo refiero aqu, es una recuperacin de la narrativa nacional desde su devenir poltico. Dentro del trabajo de
Monsivis, como desarrollar ms adelante, los mitos de la nacin expresados en la cultura popular y meditica son obstculos para alcanzar el
nacionalismo reivindicado aqu.
279
281
prominente de la izquierda mexicana, a la que pertenecen el Monsivis culturalista, los textos de Luis Villoro en torno al indigenismo (1996) y al concepto de
ideologa (2007) o los trabajos de Roger Bartra (2004) en torno a la nocin de
melancola (Monsivis, 2001) centrada en la comprensin de las formas de vida
material en medio de las contradicciones de la modernidad. Este punto es central
porque ratifica dos caractersticas centrales de la izquierda intelectual de Mxico,
manifiestas en Monsivis y en Echeverra, y, en cierto sentido, en Montemayor: la
fuerte articulacin de la izquierda a tradiciones intelectuales nacionalistas y latinoamericanistas y la importancia de la cultura como espacio de accin y anlisis
en la izquierda mexicana. En estos trminos, si Monsivis comprende a la cultura
como el espacio en el cual es necesario discernir lo hegemnico de lo resistente,
para Echeverra la cultura, en tanto valor de uso y modo de vivir, es un punto ciego
de la teora marxista tradicional esencial para comprender las formas de resistencia
cotidiana y las contradicciones sociales inherentes a la modernidad capitalista.
Es importante recordar aqu que, sin embargo, mientras Monsivis emerge
como intelectual de izquierda desde cierto grado de ruptura con los legados marxistas de los aos sesenta, Echeverra (1997: 133) siempre se sustenta a s mismo
como un pensador marxista, cuyo objetivo es suplementar el anlisis marxiano
de la modernidad con la nocin de vida. Echeverra reconoce en su primera tesis
(1997: 138) la clave econmica de la modernidad, definiendo modernidad
como una forma histrica de totalizacin civilizatoria de la vida humana y
capitalismo como forma o modo de reproduccin de la vida econmica.
Aunque estas definiciones puedan parecer superficialmente evidentes, en realidad
se encuentran en la base de un revisionismo radical de cierto marxismo cultural. Echeverra rompe con lneas amplias del pensamiento tanto marxista como
moderno, como las descritas por Jameson (2002), que plantean la identificacin
plena de modernidad con capitalismo, as como con formas del pensamiento
latinoamericano que entienden la modernidad como una y la misma (Rama,
1982) o como un espacio nico de la existencia del que es posible entrar y salir
(Garca Canclini, 1989). El giro clave viene en la segunda tesis, cuando Echeverra
(1997: 140) plantea a la modernidad como el juego de dos niveles de presencia
real: el posible o potencial y el radical o efectivo. En estos trminos, l entiende
al capitalismo como una actualizacin de la potencialidad moderna, lo cual, por
supuesto, abre la posibilidad de encontrar otras formas de modernidad, en la medida en que la actualizacin del proyecto moderno no tiene relacin necesaria con
el capitalismo. Esto alinea de manera sorpresiva a l con ciertas lneas recientes del
pensamiento continental (sobre todo la teora del acontecimiento de Alan Badiou
y ciertas lneas del pensamiento deleuziano) al convertirse en el primer y nico
terico mayor en Latinoamrica del problema de la potencialidad.
Aqu viene a cuento otra genealoga central del trabajo de Echeverra
(Snchez Prado, 2010b), quien es probablemente el lector ms importante en
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283
funcin especficamente cultural. Nos referimos a una dimensin del conjunto de todas
ellas, a una dimensin de la existencia social con todos sus aspectos y funciones, que
aparece cuando se observa a la sociedad tal como es cuando se empea en llevar a cabo su
vida persiguiendo un conjunto de metas colectivas que la identifican o la individualizan.
Carlos Montemayor fue una figura casi nica en la izquierda mexicana y latinoamericana. Se trata de un intelectual pblico que combina de manera inusitada un
rol amplio de hombre de izquierdas, manifestado ampliamente en su novelacin de
la guerrilla, en su reflexin amplia sobre la violencia de Estado y su defensa de los
derechos indgenas, con una fidelidad amplia al paradigma clsico del hombre de
letras, un conocedor y traductor de las literaturas grecolatinas, cantante de pera
con dos discos de arias y protagonista de un medio literario que, como el mexicano, sostiene una fuerte defensa de lo literario frente a los vientos de la modernidad
cultural. Cuando pensamos en l como intelectual de izquierda, vemos en l una
forma de pensamiento que complementa y supera a Monsivis y Echeverra en una
dimensin particular. Mientras estos dos, como muchos pensadores de la cultura
mexicana de cualquier parte del espectro ideolgico, son ante todo pensadores del
problema de la modernidad, los dos espacios principales de intervencin de la obra
de Montemayor, las culturas indgenas y los movimientos armados, corresponden
a aquellos excedentes del discurso moderno, elementos que el sistema nacional
mexicano ha sido incapaz de integrar y simbolizar, pese al establecimiento y larga
duracin de una maquinaria de cooptacin y modernizacin poltica el pri de
antao sin paralelo en el hemisferio occidental.
Carlos Montemayor es, al igual que Monsivis y Echeverra, un intelectual
de izquierda que concibe el espacio de la cultura como fundamental a la comprensin y articulacin de alternativas polticas. Su forma de interpretar esta cuestin
radica en la idea de que la ciudadana cultural es un elemento fundamental para la
participacin de sujetos y colectividades en la polis. Al aproximarse a las culturas
indgenas, Montemayor articula conscientemente un proceso de ruptura con los
estereotipos heredados del indigenismo oficial, cuyo punto culminante es el cuestionamiento de la otredad como categora puramente ontolgica y el asumir a los
indgenas como otro pas cuya diferencia no se encuentra en su exotismo sino en
su opresin histrica. Montemayor (1995: 68) describe este proceso abiertamente:
Los muchachos con los que he hablado no son indgenas fantsticos, mgicos,
ingenuos, sino personas excepcionales que han llegado al dominio de una lengua
ajena mejor de lo que yo podra hacer en los idiomas que como traductor me veo
obligado a estudiar. Contina adems planteando la idea de que las escalas de
valor, tanto despreciativas como idealizadoras son falsas (su mundo no es mejor
ni peor, ni ms mgico o menos realista), para concluir su proceso de descubrimiento con una declaracin contundente que estar en la base de su prctica crtica: Cre que los indios eran algo distinto. Pero son como cualquier otro hombre
(1995: 68). Aqu hay que tener claro que Montemayor no plantea su punto de vista
al momento de escribir el texto, sino que reconstruye, en retrospectiva, el proceso
que signific a un joven intelectual de izquierdas de los aos sesenta romper con
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encabezado por Lucio Cabaas en los aos setenta. La novela se caracteriza por
su uso sin ambages de los nombres y apellidos reales de los personajes pblicos
imbricados en la masacre, en un momento en el cual muchos de los responsables
ocupaban cargos pblicos de alto perfil. Destaca Fernando Gutirrez Barrios, a
quien Montemayor ha sealado repetidamente como figura clave de la represin
poltica en los aos sesenta y setenta, y quien, al momento de aparicin del libro,
encabezaba la Secretara de Gobernacin, el segundo puesto de mayor poder poltico en el pas. Tambin destaca Rubn Figueroa, entonces senador por el estado
de Guerrero, quien fue secuestrado por la guerrilla, y cuyo hijo, siendo gobernador,
ha sido sealado por varias organizaciones civiles como responsable de la masacre
de Aguas Blancas en 1995, masacre que paradjicamente result en la resucitacin
de la guerrilla en la regin. Publicar una novela as en dicho clima no es trivial,
sobre todo si consideramos que, hasta la fecha, muchos ciudadanos mexicanos no
conocen la existencia de la guerrilla de los aos setenta, y que los primeros intentos
por investigarla, tanto jurdica, como acadmicamente, no vendran sino hasta una
dcada ms tarde. En estos trminos, siguiendo los lineamientos trazados en su crtica a Garca Mrquez, Montemayor usa el gnero novelstico no slo para abordar
un tema que desde perspectivas no literarias hubiera sido sujeto a la censura, sino
tambin para reconstruir y repensar las densidades polticas y sociales de un movimiento social con reclamos legtimos, pero completamente borrado del imaginario
nacional.
Lo que llama la atencin de la narrativa de Carlos Montemayor radica en
que, a pesar de su fuerte enfoque documental, es difcil caracterizarla como narrativa de tesis, ya que el autor apela a un estilo polifnico que, con el respaldo de
una cuidadosa investigacin de todas las perspectivas, busca representar de manera
justa a todos los actores en juego, incluidos aquellos sealados como responsables
de crmenes de Estado.
Esta estrategia se repite en novelas como Los informes secretos, en torno a la
represin poltica en la dcada de los cincuenta, o Las armas del alba, que recupera
un movimiento guerrillero organizado en Chihuahua en los aos sesenta y considerado precursor de los conflictos armados de los aos setenta (Castellanos, 2007).
La investigacin es central aqu, puesto que, si la novela es el nico vehculo posible
para rememorar estos eventos, es la responsabilidad tica del escritor articular un
cuerpo investigativo serio y riguroso para respaldar las acciones de la trama.
De hecho, la detallada investigacin detrs de las novelas (que, por cierto,
est disponible en los archivos de Montemayor en la Universidad Autnoma de
Ciudad Jurez y ha sido utilizada repetidamente en los estudios histricos y jurdicos de la poca) es de tal magnitud que, cuando escribe ensayos sobre el tema,
refiere a las novelas como si fueran prcticamente libros de historia. Aun as, para
Montemayor, la calidad esttica de sus novelas era parte central de su trabajo, as
como lo es en su valoracin de las literaturas en lenguas indgenas.
288
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291
292
En la primera plana del Houston Chronicle del domingo 18 de abril del 2010, resaltaba el titular sobre los feminicidios de Ciudad Jurez. El amplio despliegue
fotogrfico, seguido por un extenso artculo de tres pginas, recalca lo que se ha
convertido en noticia reiterada a la hora de cubrir los sucesos del vecino Mxico:
violencia, narcotrfico y corrupcin poltica. La revista The New Yorker, por su
parte, inclua en su nmero del 31 del mayo un amplio y agudo reportaje sobre el
cartel michoacano conocido como La Familia, donde se documentaban las coordenadas actuales de la industria del narcotrfico en relacin con el desborde de
los aparatos represivos tradicionales. En el mbito mexicano, la entrevista al capo
Zambada del cartel de Sinaloa publicada por Julio Scherer Garca en Proceso (abril
2010) gener a su vez una polmica que sealaba las posiciones encontradas en relacin con un problema que interpela de manera definitiva a la sociedad mexicana
actual. Frente a este panorama denunciado copiosamente por la prensa nacional
e internacional, se ha venido gestando desde hace ms de una dcada todo un
corpus de obras literarias y periodsticas encargadas de relatar los contornos de esta
situacin a todos visos indetenible.2 Es dentro de este marco que la obra de Sergio
Gonzlez Rodrguez se ha ubicado como referencia imprescindible a partir de
ttulos como Huesos en el desierto (2002), El vuelo (2008) y El hombre sin cabeza (2009).
Cada uno de estos textos aborda de manera particular este tema ineludible y
mi intencin es deslindar estos libros como tres momentos particulares dentro de
la obra de este autor que pueden hablarnos a su vez de las direcciones del discurso
1 Este ensayo fue publicado originalmente en la revista Andamios. Revista de Investigacin Social, No. 15, 2010.
2 Un buen ejemplo de este tipo de produccin aparece recogido en el volumen colectivo Viento rojo. Diez historias del narco en Mxico (2004).
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El inters del libro de Gonzlez Rodrguez por ofrecer otras versiones sobre el
Estado de violencia en la ciudad fronteriza de fines de siglo, contrasta con la actitud
oficial y transita esos otros senderos tradicionalmente ignorados por la representacin institucional de este fenmeno sociocultural. En su intento de ofrecer una
panormica ms diversa y problemtica de los crmenes en contra de las mujeres,
la escritura de Gonzlez Rodrguez entra en sintona con ciertos objetivos de la
crnica urbana mexicana que se caracteriz en su momento por un afn cvico
y crtico que logr sus mejores expresiones en la obra de Elena Poniatowska (La
noche de Tlatelolco, Nada, nadie) y Carlos Monsivis (Das de guardar, Entrada Libre).
Sin embargo, las representaciones de las crnicas urbanas en torno al movimiento
4 El Estado de violencia involucra ciertas condiciones institucionales y estructurales que, en el caso de las llamadas sociedades latinoamericanas,
tiene que ver con un modo de organizacin social caracterstico de los pases del tercer mundo y de su hipertrofia del poder centralizado y burocrtico. En el caso particular mexicano, Sergio Gonzlez Rodrguez presenta las coordenadas del Estado de violencia y su incidencia particular en el
ejemplo de Ciudad Jurez en las primeras pginas de Huesos en el desierto: 28-32.
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ANADELI BENCOMO
que rodea a los crmenes en contra de las mujeres, el texto de Gonzlez Rodrguez
se figura como relato reparador y, al mismo tiempo, como documento que inculpa
y seala responsabilidades: En este libro lo narrativo es primordial, y tiene su
propia importancia como mtodo expositivo en el mbito jurdico (Gonzlez
Rodrguez, 2002: v).
La narracin cronstica como explicacin de los hechos, apunta no slo a la
naturaleza reveladora de sus hiptesis y sus acusaciones, sino igualmente al carcter intencional que priva dentro de este gnero particular de periodismo crtico: El
verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que
intenta provocar algn tipo de cambio (Kapuciski, 2002: 38). Sin embargo, hay
que dejar claro que la intencionalidad del autor no lo convierte necesariamente en
juez que dicta un veredicto absoluto frente a la materia compilada. En Huesos en el
desierto lo que se hace evidente es el recurso narrativo del expediente o sumario de
acciones y personajes relacionados con el delito. En este sentido, el mayor aporte
de este libro es el de reconstruir ese expediente escamoteado por las fuerzas policiales y las institucionales judiciales que han armado una versin cuestionable de
los crmenes, del perfil de las vctimas y de las causas de los feminicidios.
La crnica en cuanto gnero hbrido, que recurre a distintos estilos discursivos genricos, a una perspectiva mltiple, a un saber interdisciplinario, no convoca
a una conclusin del sentido. En su lugar, la crnica instaura su propia mutabilidad
narrativa como principio en contra de la razn monolgica y la clausura del final
concluyente. La narrativa de la crnica es por naturaleza abierta, pues en tanto
gnero de intervencin simultnea interroga a las circunstancias que relata, al
tiempo que interpela al sujeto lector. Si continuamos con la metfora jurdica, se
trata entonces de situar al lector en el escao del tribunal para involucrarlo dentro
del proceso de reconstruccin del delito social.
Es precisamente esa sensacin de encontrarnos dentro de una sala de juzgado
la que impera en buena parte de este libro, que nos convierte en testigos de primera
lnea de los entretelones de los feminicidios de Jurez y, ms all, dentro de las
entraas de un sistema que ha hecho que esta cadena depredadora se prolongue
bajo el manto de una impunidad tan criminal como los propios homicidios.
Como ejemplo de la intencional textual, podemos referirnos al captulo final,
que incluye una extensa lista de vctimas, organizada con el lenguaje objetivo de las
cifras y la descripcin escueta del reporte policial, subrayando su efectividad como
modo expositivo que invita a leer de manera distinta, a contracorriente, el lenguaje
fantasmagrico de las estadsticas.5 En lugar de una recepcin que alimente an
ms el imaginario del miedo social, lo que convoca el captulo final en relacin
con las pginas precedentes de Huesos en el desierto es una respuesta crtica por
5 Por narrativas fantasmagricas la crtica alude a ciertos lenguajes, como el de las estadsticas y las cifras, que conforman un imaginario de la
violencia asociado al incremento del miedo en el ciudadano que recibe aterrado estos partes de guerra que alimentan la ansiedad lectora.
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parte de su lector. De esta manera, el recorrido por los nombres y detalles de las
vctimas no puede dejarnos, de ninguna manera, indiferentes, pues ese anonimato
encubierto por los modos estadsticos ha cobrado rostro y cuerpo a medida que
vamos avanzando en el relato de los crmenes.
En Huesos en el desierto Gonzlez Rodrguez va ms all de su trabajo anterior
sobre los bajos fondos de la sociedad mexicana, para emprender un verdadero tour
de force del periodismo de investigacin. A este respecto, ciertos pasajes de su crnica
se inscriben dentro del gnero del reportaje investigativo, ese que busca descubrir la
verdad al identificar las lagunas y omisiones de los expedientes policiales, los reportes oficiales y la cobertura meditica. Su trabajo est, por tanto, emparentado con
otros recuentos periodsticos, como el de Vctor Ronquillo en Las muertas de Jurez
(1999) o los reportajes de Diana Washington Valdez, quien a partir de sus piezas
en El Paso Times concibiera su libro The Harvest of Women (2006). Al ao siguiente
The Daughters of Jurez (2007), de Teresa Rodrguez, denunciara la complicidad
de altos funcionarios policiales y ciertos ciudadanos prominentes de la zona en el
caso de los feminicidios. Este periodismo de investigacin se tradujo igualmente en
algunos documentales cinematogrficos, como la cinta de Lourdes Portillo, Seorita
extraviada (2001), la de Alejandra Snchez, Ni una ms (2001) y La batalla de las cruces
(2005), a cargo de Rafael Bonilla Pedroza y Patricia Ravelo Blancas.
El rasgo que Huesos en el desierto comparte con esta produccin documental y
periodstica, es la labor de interpelar al presente en crisis, un presente tan alarmante
que clausura casi por completo las lneas de fuga discursivas menos relacionadas con la
situacin de urgencia que se denuncia. De acuerdo a este rasgo, la escritura cronstica se
apega al afn de inmediatez que reconocemos en buena parte de la temtica abordada
por este gnero. No obstante, el libro de Gonzlez Rodrguez es mucho ms que una
crnica periodstica, al menos dentro de lo que se considera el formato ms o menos
tradicional de sta en las dcadas finales del siglo xx. La apertura genrica de Huesos
en el desierto va ms all de la factura hbrida del gnero, al alternar los modos ms
propiamente cronsticos con los recursos de las ciencias sociales, la narrativa alegrica
y ensaystica. Esta apertura del gnero en el caso de Gonzlez Rodrguez anunciaba
en cierto modo los contornos discursivos que su prosa explora en trabajos posteriores.
En las pginas siguientes nos ocuparemos en delinear las nuevas inflexiones
que el discurso acerca de la violencia mexicana ha explorado en la novela El vuelo
y en el ensayo/crnica El hombre sin cabeza.
Los vuelos de la ficcin
300
6 Palaversich se refiere a este fenmeno de popularizacin de la narconarrativa en los siguientes trminos: La creciente visibilidad y comercializacin de la cultura narco mediante los narcocorridos y el narcocine a partir de los aos setenta, y a partir de los noventa a travs de la narcoliteratura es prueba fehaciente de que en las ltimas dcadas hemos sido testigos no slo de la normalizacin gradual del tpico narco, sino tambin
de su consagracin y mitificacin: lo narco es comercial, incluso trendy, (se) vende. (9)
7 Valdra la pena recordar en este punto las observaciones que el Mayo Zambada ofreciera a Scherer Garca en su entrevista, pues con sus cuarenta
aos de experiencia en la industria del narcotrfico mexicano, el capo afirmaba que el estadio actual de la narcoviolencia es el resultado de una
cultura que se ha ido fraguando a lo largo de varias dcadas de corrupcin oficial. An ms, a estas alturas, la narcocultura forma parte indiscutible
de la sociedad mexicana, segn el propio Zambada.
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se asocia, de acuerdo a Muniz Sodr (2001: 18), con un efecto de inercia sobre los
individuos, impuesto por el orden del Estado con sus aparatos y articulaciones
sociales. De este modo, la novela de Gonzlez Rodrguez se correspondera con
esa agenda de los estudios culturales que privilegiaba la nocin de la cultura social
y poltica de Mxico como un estado de cosas y un imaginario propio de la historia
institucional en Mxico.
Cuando me refera a retroceso, quise entonces dar a entender que la razn
representativa de esta novela se abocara a una lgica un tanto fatalista en el sentido
de entender la industria del narcotrfico en Mxico como una suerte de destino
inevitable dentro del desarrollo del Estado moderno mexicano y su correspondiente violencia institucional. En cambio, Huesos en el desierto desafiaba esta visin
determinista al representar no slo un Estado de violencia y su consecuente inercia
social, sino el fenmeno de los feminicidios como actos de violencia que delatan otras
fuerzas sociales. Por actos de violencia me refiero a los crmenes que desafan a la
inercia del Estado de violencia al instaurar una ruptura del orden jurdico-social
representado por un Estado desbordado por la irrupcin de una violencia que manifiesta un (des)orden social y se constituye como respuesta ante la crisis de ciertos
paradigmas obsoletos de ciudadana. Para ponerlo en otros trminos, mientras que
Huesos en el desierto puede leerse como una representacin del estadio post-poltico
de la sociedad mexicana y la posibilidad de pensar sus realidades emergentes en
trminos de una biopoltica, El vuelo se presta a su lectura en cuanto relato de un
momento poltico del Estado y la cultura nacional.
304
12 Por estado de derecho nos referimos a ese concepto doble de un Estado que, por un lado apunta a la centralizacin y concentracin del poder
poltico bajo la figura de un gobierno democrtico con su inherente divisin de poderes y que, por otro, se refiere a un marco colectivo de leyes que
regula el comportamiento ciudadano.
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13 A este retorno a una suerte de jurisdiccin primaria se refiere el autor en los siguientes trminos: vuelven, en diversas culturas y sociedades, los
usos y costumbres premodernos, que son acciones que no atraviesan por los sistemas de valoracin contemporneos, y que pueden ser vistos como
instrumentos de una forma emergente de participar en las sociedades actuales. La entrevista con Ariel Ruiz Mondragn, de donde extraigo esta
cita, puede consultarse en el sitio: http://biblialogos.blogspot.com/2010/02/la-decapitacion-de-la-razon-entrevista.html
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nios y menores, la brujera sacrificial, los homicidios en serie, las mutilaciones, las decapitaciones. Lo pnico: la potencia depredadora que retorna. (Gonzlez Rodrguez, 2009, 104)
Dentro de lo pnico confluiran igualmente dos fuerzas contradictorias y paradjicamente complementarias para la comprensin del sensorium correspondiente a
las sociedades globalizadas. De un lado, tendramos la fuerza disolutiva del miedo
como pulsin primaria que regresa en los individuos y las comunidades que se
sienten inermes frente al auge exponencial de la violencia y que desdibuja las
coordenadas de lo real, lo histrico y la memoria. El terror global traza entonces
su propia cartografa expansiva que nos incluye a todos como miembros de esta
sociedad aterrada e incontenible:
En nuestros tiempos, el miedo es el sndrome, conjunto de cosas concurrentes, de una fatalidad cumplida en las sociedades planetarias, lo mismo metropolitanas que intermedias o
rezagadas, o bien aquellas que pertenecen a una clase diferente: las que incrustan asimetras
y anacronas dentro de cada una de las otras. El dibujo de su geopoltica interconectada
admite puntos insoslayables. (Gonzlez Rodrguez, 2009, 81)
14 Por razn tanatolgica de la violencia me refiero al impulso de muerte (tanatos) que signa no slo el ejemplo de las decapitaciones, sino tambin
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Autores
Arqueologas del centauro. Ensayos sobre Alfonso Reyes. Es autor de ms de cuarenta artculos crticos en revistas de Amrica Latina, Estados Unidos y Europa.
Actualmente termina un libro sobre cine mexicano y neoliberalismo.
Eduardo Elas Rosenzvaig (fallecido en 2011) fue escritor, profesor de la
Universidad Nacional de Tucumn, Argentina, director del Instituto de
Investigaciones sobre Cultura Popular de dicha universidad y autor de ms de
cuarenta libros (novelas, cuentos, ensayos) y ms de 300 artculos en distintos medios nacionales e internacionales. Obtuvo, entre otros premios, el Internacional de
Novela Luis Berenguer (San Fernando, Espaa), el premio Casa de las Amricas en
1996 y 2009 (La Habana), el Premio Internacional de Novela Felipe Trigo (2009),
accsit premio Internacional Miguel de Unamuno (Salamanca), el Premio Jorge
Sbato a la historia de la tcnica (Conicet), primer premio literario Fundacin
Crislida (2010), y otros ms. Algunas obras suyas han sido traducidas al francs,
ingls y griego. Ha sido incluido por la Universidad de Cambridge en la biografa
internacional 2000 intelectuales sobresalientes del siglo xxi. Sobre su obra novelstica
han escrito crticos literarios como David Vias, Nicols Rosa y escritores como
Osvaldo Bayer, Roberto Fernndez Retamar, Horacio Gonzlez, etc. Entre los
jurados que premiaron sus obras figuran Paco Ignacio Taibo II, Jos Luis Abelln,
Joel Rufino Dos Santos, Juan Eslava Galn, Ana Mara Shua, Luis Gregorich,
Gregorio Weinberg. Doctorado en la Universidad de Salamanca, vivi en Espaa
durante varias oportunidades.
Marc Zimmerman es profesor emrito en Latin American and Latino Studies de
la Universidad de Illinois en Chicago y director de Global casa y lacasa Books,
as como de lacasas series on globalization and culture. Ha escrito numerosos libros
sobre Centroamrica, El Caribe y la cultura y literatura latinoamericanas. Ha
escrito y editado para lacasa los siguientes ttulos: El momento fugaz: Posiciones
posmodernas en el mundo latinoamericano (2006) y Amrica Latina en el nuevo [des]orden
mundial (2007). Tambin ha coeditado Estudios culturales y cuestiones de globalizacin:
Latinoamrica en la coyuntura trasnacional (2005) y Estudios culturales centroamericanos
en el nuevo milenio (2009).
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