Diaz Esther "La Ciencia y El Imaginario Social"
Diaz Esther "La Ciencia y El Imaginario Social"
Diaz Esther "La Ciencia y El Imaginario Social"
Esther Daz
(editora)
Editorial Biblos
ISBN 950-786-104-1
NDICE
Palabras previas ........................................................................................................................................ 9
1. El imaginario social y las caractersticas de la ciencia ......................................................................... 11
Qu es el imaginario social?, por Esther Daz ........................................................................................ 13
La diferencia entre el yo y el sujeto, 15. La incidencia de los discursos y de las prcticas
sociales, 17. Espacio y tiempo imaginarios, 18.
[Denis Wood: El imaginario y los mapas] ................................................................................................ 21
La ciencia y el imaginario social, por Esther Daz.................................................................................... 22
El imaginario posmoderno, 23. Administracin de la verdad, 24. La pantalla en lugar del
panptico, 25.
[Enmanuel Lizcano: Las matemticas y el imaginario social] ................................................................. 28
La clasificacin de las ciencias y su relacin con la tecnologa, por Eduardo Laso ................................ 29
Saber cotidiano y saber cientfico, 30. La ciencia, el arte y la religin, 32. Ciencia pura, ciencia
aplicada y tecnologa, 34. Clasificacin de las ciencias, 38.
[Jrgen Habermas: Legitimacin por medio del xito] ........................................................................... 40
[Nstor Restivo: La universidad de la hamburguesa] ............................................................................... 41
La historia de la ciencia: sus motores, sus frenos, sus cambios, su direccin, por Javier Flax ................ 43
Los obstculos epistemolgicos, 44. La insuficiencia de una historia interna de la ciencia, 47.
Del conocimiento prctico a la ciencia: una continuidad, 49. Externa e interna, la historia es una
sola, 51. El motor de la historia contempornea, 53.
II. El conocimiento: del sujeto trascendental a los sujetos histricos ....................................................... 57
Las prcticas sociales y el surgimiento de la ciencia moderna,
por Elba Coleclough, Claudia Mora y Juan Gabriel Wille ...................................................................... 59
Los fundamentos metafsicos de la ciencia moderna, 59. Un nuevo mundo, un nuevo hombre, 64.
La ciencia en la modernidad, 68.
El conocimiento en Kant, por Juan Jos Colella y Silvia Diana Maeso .................................................. 76
El sujeto de conocimiento, 76. Kant y el esquematismo, 83.
Sistemas caticos y azar: los lmites de la ciencia moderna, por Alejandro A. Cerletti ........................... 87
Introduccin, 87. Un mundo ordenado y reversible, 88. El orden a partir del caos, 90.
Nietzsche y los sujetos histricos de conocimiento, por Ana Mara Checchetto, Gabriel Genise y
Rubn H. Pardo ........................................................................................................................................ 93
Nietzsche, crtico del positivismo en el siglo XIX, 93. La problemtica del conocimiento en la
filosofa de Nietzsche, 96. Nietzsche y el nihilismo futuro: una filosofa de la finitud en la poca
de la tcnica. 101.
[Esther Daz: Enigmas del eterno retorno] ............................................................................................... 109
Un nuevo kantismo, Foucault, por Esther Daz......................................................................................... 111
El esquema kantiano-foucaultiano de conocimiento, 112. La militancia microfsica, 116.
III. El imaginario social y los mtodos cientficos .................................................................................... 117
Orden, progreso y objetividad cientfica, por Mara Cristina Campagna ................................................ 119
[Pierre Thuillier. La cuestin del cientificismo] ....................................................................................... 125
Verdad y validez, por Mara Cristina Campagna..................................................................................... 128
Las funciones del lenguaje, 129. Las proposiciones, 129. Los razonamientos, 133.
El empirismo y la induccin, por Mara Elena Garca, Eduardo Laso y Amalia Tocco .......................... 138
El pensamiento empirista, 138. El mtodo inductivo, 145.
2
En este trabajo trataremos de mostrar que la filosofa de la ciencia, metaciencia o epistemologa no puede
prescindir de la historia de la ciencia. Por supuesto, cuando hablemos de historia no nos referiremos a la
mera crnica de los descubrimientos cientficos, sino ms bien a las claves de su desarrollo y a los diferentes
obstculos que detuvieron su marcha. Como dice Gastn Bachelard (1884-1962), mientras el historiador de
las ciencias debe tomar las ideas como hechos, el epistemlogo, en cambio, debe tomar los hechos como
ideas. 1 Lo cual no significa otra cosa que la expresin de la necesidad de atender a la produccin histrica
de los conceptos cientficos, en tanto estos conceptos son la clave de interpretacin de los problemas y
fenmenos investigados.
La historia de la ciencia, por otra parte, seria incompleta si se limitara a estudiar la historia de las
diferentes disciplinas cientficas y la lgica de sus descubrimientos historia interna separndolas de las
condiciones culturales en las que emergieron y en las que se desarrollaron. Un ejercicio de la ciencia que no
tenga en cuenta las condiciones sociales y econmicas y los condicionamientos ideolgicos de su desarrollo
historia externa no slo seguir tropezando con obstculos innecesarios, sino que lo que es ms grave no
dispondr de la ms mnima autoconciencia de la propia prctica cientfica y de sus efectos y consecuencia,
debido a lo cual seguir incurriendo en un cientificismo que por omisin ser responsable de muchos de
los efectos indeseables, aunque previsibles de las implementaciones cientficas en la era tecnolgica.
LOS OBSTCULOS EPISTEMOLGICOS
No es necesario alcanzar el desarrollo de la realidad virtual para comprender que en muchos casos la
realidad supera la ficcin. Basta encender la televisin para observar cmo se hallan imbricadas ficcin y
realidad: Willie, Willie, grit Alf. Qu te pasa?, respondi Willie asustado. Willie, dijo Alf jadeante,
mientras llegaba corriendo, Willie, acabo de luchar en el jardn con una largusima serpiente que se sacuda
a uno y otro lado mientras echaba una especie de espuma por la boca. Pero no te preocupes porque la acabo
de matar a machetazos. Alf, de qu color era esa serpiente?, inquiri Willie. Era toda roja con la cabeza
dorada, respondi Alf.
Cayendo de espaldas suspir Willie: Mi manguera nueva...! Oye Willie, no hay problema!.
Si hay problema, pero esta vez Alf no tuvo la culpa. Su confusin la hubiera sufrido cualquier
extraterrestre o cualquier terrcola, incluidos los cientficos, quienes pueden superar holgadamente a este
personaje de ficcin.
Cualquiera podra pensar que sta es una ms de las fechoras que cometi el extravagante Alf. Pero
si en esta oportunidad de nada se lo puede culpar es porque las mangueras no se hallan en su campo de
significados. Es por ello que su percepcin asimil el objeto que tena enfrente a alguno de los objetos
conocidos. La pregunta es si hace finita ser un extraterrestre que desconoce los objetos de la cultura en la que
aterriza para producir esa operacin cognitiva de asimilacin. La respuesta, en trminos generales aunque
modificables, ya la dio Immanuel Kant: nuestra experiencia no se nutre pasivamente de los datos sensibles,
sino que estos datos son asimilados y ordenados por los conceptos y categoras que pone el sujeto. Si
ampliamos a Kant, sabremos que la percepcin depender en gran medida de la cosmovisin y los prejuicios
que se tengan y que no es posible dejar de tener. Ellos forman el campo significativo cdigo o lenguaje en
el cual caen los objetos para asumir su sentido. Este campo significativo por un lado nos permite reconocer
los objetos de nuestra cultura, y por el otro se constituye en un velo que impide o dificulta enormemente la
percepcin de todo aquello que le resulte extrao, a tal punto que frecuentemente se negar a ver hasta lo
ms evidente.
Bachelard halla en este mecanismo de asimilacin uno de los obstculos ms serios para el
conocimiento cientfico. Mientras la opinin tiende a manejarse con los que l denomina objetos designados,
el conocimiento requiere eludir ese mecanismo cotidiano de reconocer ese algo que tengo enfrente para
poder conocerlo sin prejuicios. A esta otra instancia de objetivacin la denomina objeto instructor. Mientras
el objeto designado es meramente reconocido y se le da la forma de lo ya sabido, el objeto en tanto instructor
1
ya no se nos aparece con la obviedad de lo que nos resulta familiar, sino como algo con problemas, lo cual
posibilita modificar o ampliar nuestro conocimiento. 2
Ilustraciones las hay de todo tipo, y en la historia de los obstculos que suponen los hbitos
culturales, la realidad supera la ficcin. En otras palabras, cualquiera puede cometer peores desastres que los
de Alf. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, un avin de reconocimiento francs sac una serie
de fotos de las montaas. En esas fotos uno de los oficiales crea ver una hilera de tanques que avanzaban
sobre Francia. Sin embargo, se desestim su observacin porque exista la opinin arraigada de que era
imposible que pasaran vehculos por ah. Al da siguiente tenan encima a los tanques alemanes.
Como puede observarse, no slo a Galileo (1564-1642) le decan que las manchas solares eran
defectos del telescopio. Sin realizar un anlisis de los diferentes actores e intereses que interpretaron la
tragedia de Galileo, podemos afirmar que toda la historia de sus dificultades no es sino una tragedia
arquetpica para un destino inexorable como lo es el de la negacin de todo lo que resulte extrao por parte
de un common sense que no admite que le muevan el piso. Eppur si muove!
S conocer no es meramente reconocer, se conoce contra un conocimiento anterior destruyendo
conocimientos mal hechos. No se puede basar nada sobre la opinin: antes hay que destruirla. 3 Es por ello
que el conocimiento es en gran medida crtica. Pero Bachelard sabe que no es tan fcil borrar los
conocimientos habituales y las resistencias culturales en general. A su juicio, en pleno siglo XX resulta tan
difcil como siempre debido a la formacin estandarizada de los estudiantes mediante libros aprobados
oficialmente: Los libros de fsica, pacientemente copiados unos de otros; desde hace medio siglo,
proporcionan a nuestros hijos una ciencia socializada, muy inmovilizada y que, gracias a una curiosa
permanencia del programa de los exmenes universitarios, llega a pasar como natural; pero no lo es en
absoluto; ya no lo es. 4
Sin atenerse a los obstculos epistemolgicos que examina Bachelard, se analizar un excelente
ejemplo brindado por Jean Piaget (1896-1980) y nuestro compatriota Rolando Garca (1919) en Historia y
psicognesis de la ciencia. En ese texto donde reconocen a Bachelard como antecedente exhiben los
obstculos que establece una cosmovisin dominante y sealan las dificultades de su desarraigo. En otras
palabras, se ve cmo distintas concepciones del mundo conducen a explicaciones fsicas diferentes, aun
cuando parezca inadmisible suponer que la Ciencia con mayscula pueda sufrir tales interferencias y
distorsiones.
Antes de entrar en el texto mencionado liaremos una breve referencia al rgimen dominante en torno
a la verdad que se impone en la Grecia clsica. Cualquiera que conozca la filosofa antigua sabe que la
corriente que iniciara Parmnides (VI a.C.) y alcanzara su culminacin en Platn (c. 427-347 a.C.) se
constituy en la dominante del pensamiento griego. Es verdad que hubo pensadores como Herclito (c. 500
a.C.) quien en cierto modo halla una continuidad en filsofos-sofistas congo Protgoras (c. 480-410 a.C.) y
Gorgias (c. 487-380 a.C.) para quienes lo real no es sino que deviene, es decir, se halla en continuo
movimiento. Sin embargo, para el pensamiento griego dominante, lo natural era el reposo y el movimiento
una mera apariencia. Lo autnticamente real permanece inmvil porque es perfecto. Slo lo imperfecto y
aparente tiene movimiento. A tal punto esto era as que Zenn de Elea (490-430 a.C.) invent varios
argumentos llamados aporas para demostrar la imposibilidad del movimiento. Como ejemplo podemos
referir una. La aporta de la flecha dice algo as: todo lo que est en reposo ocupa un lugar igual a s mismo.
Entonces, cuando lanzamos una flecha, en cada momento de su trayecto la flecha ocupa un lugar igual a s
misma. Por lo tanto, durante todo su trayecto la flecha est en reposo. Y de una suma de reposos no deriva el
movimiento. Obviamente, lo que podemos observar en este ejemplo es precisamente la dificultad de la
racionalidad griega para concebir el movimiento.
Mientras para los griegos lo natural era el reposo, por el contrario afirman Piaget y Garca, para
los chinos de la misma poca (alrededor del siglo V a C.) lo natural era el movimiento. Estas cosmovisiones
opuestas los condujeron a desarrollar fsicas diferentes, al punto de que lo que era absurdo para los griegos
era evidente para los chinos, y viceversa. Mientras los chinos necesitarn explicar el reposo, los griegos
necesitarn explicar el movimiento. Y la primera explicacin relevante del movimiento la brinda Aristteles,
quien explica el movimiento cualitativamente en trminos de pasaje de lo que est en potencia a lo que est
en acto, es decir, entre lo que no es todava a lo que es plenamente.
Pero toda la mecnica occidental, desde Aristteles hasta Galileo, no llega a concebir el principio de
inercia, sino que considera absurdo aquello que es evidente para un chino del siglo V a. C.: La cesacin del
2
Ibdem, pp.147-152.
Ibdem, p. 188.
4
Ibdem, p. 194.
3
movimiento se debe a una fuerza opuesta. Si no hay fuerza opuesta, el movimiento nunca se detendr. Esto
ser aceptado en Occidente dos mil aos ms tarde. Pero dentro de la concepcin aristotlica del mundo, para
la cual lo natural es el reposo, el principio de inercia resultaba sencillamente inconcebible. Para los chinos el
estado natural de las cosas era el flujo continuo. Por lo tanto no se necesita explicar el movimiento sino el
reposo y, en todo caso, el cambio de movimiento. Al respecto dice el texto de Piaget y Garca:
Difcilmente pueda encontrarse un ejemplo ms claro de cmo dos concepciones del mundo diferentes
conducen a explicaciones fsicas diferentes. La diferencia entre un sistema explicativo y otro no era
metodolgica ni de concepcin de la ciencia. Era una diferencia ideolgica que se traduce por un marco
epistmico diferente. De aqu surge tambin, claramente, que lo absurdo y lo evidente es siempre relativo a
un cierto marco epistmico y est en buena parte determinado por la ideologa dominante. No puede explicarse
de otra manera el destino del principio de inercia en el mundo occidental: absurdo para los griegos;
descubrimiento de una verdad inherente al mundo fsico para el siglo XVII; evidente y casi trivial para el siglo
XIX; ni absurdo, ni obvio, ni verdadero, ni falso para el siglo XX, cuando es aceptado solamente en virtud de
la funcin que cumple en la teora fsica.
El estatismo de los griegos fue uno de los mayores obstculos para el desarrollo de la ciencia
occidental. Fue un obstculo ideolgico, no cientfico. La ruptura definitiva con el pensamiento aristotlico en
los siglos XVI y XVII ser, pues, una ruptura ideolgica, que conducir a la introduccin de un mareo
epistmico diferente, y finalmente a la imposicin de un nuevo paradigma epistmico. 5
Es por ello que, en la misma lrica de pensamiento abierta por Bachelard, Louis Althusser (19181990) considera en la tesis 20 de su Curso de filosofa para cientficos que la filosofa tiene como funcin
primordial trazar una lnea de demarcacin entre lo ideolgico de las ideologas, y lo cientfico de las
ciencias. 6 Lo cual, si ya tiene sentido por lo que se ha expuesto, cobrar mayor importancia en la ltima
seccin de este trabajo.
Jean Piaget y Rolando Garca, Historia y psicognesis de la ciencia, Mxico. Siglo XXI, 1994, p. 233.
Louis Althusser, Curso de filosofa para cientficos, Barcelona. Planeta-Agostini, 1985, p. 26.
7
Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones cientficas, Mxico, FCE, 1991, p. 97.
6
que no obstaculizan el desarrollo cientfico son tolerables y se las asimila. El inconveniente surge cuando son
tantas las anomalas que las explicaciones se vuelven cada vez ms complejas y se multiplican las hiptesis
ad hoc, es decir, las ficciones fabricadas al efecto de hipar los agujeros de la teora para que sta no se hunda.
Un claro ejemplo de ello fue la astronoma ptolomeica. Cuando llega un punto en el cual conservar esa teora
resulta insostenible y paralizante para el desarrollo cientfico, las dificultades se transforman en una crisis de
la ciencia normal, por cuanto ya carece de valor explicativo. Sin embargo, el nuevo sistema explicativo que
se construya no ser una mera correccin del viejo sistema conceptual, sino su reemplazo. De manera tal
que, si se mantienen algunos conceptos, objetos y palabras del viejo sistema conceptual, cobrarn nuevo
sentido en el actual contexto del nuevo paradigma. Al mirar la Luna, donde Ptolomeo (100-170) vea un
planeta, desde Nicols Coprnico (1473-1543) se ver un satlite.
Por qu se demora tanto en reemplazar el sistema geocntrico por el heliocntrico? No fue porque
hasta Coprnico nadie pudiera imaginar mejores soluciones. Entre otras explicaciones resulta relevante
aquella que muestra cmo todas las caractersticas de los investigadores que resultan virtudes en tiempos de
ciencia normal, en tanto posibilitan el desarrollo de la ciencia, pueden convertirse en defectos
obstaculizadores en tiempos de cambio. Ocurre que los miembros de una comunidad cientfica constituyen
una suerte de escuela que comparte una misma matriz disciplinaria (creencias, concepciones, mtodos) y los
mismos ejemplares o soluciones tpicas de los problemas que el grupo cientfico acepta como propios de la
teora. Por supuesto, esa matriz y esos modelos ejemplares posibilitan y facilitan enormemente el trabajo
colectivo en tiempos de ciencia normal, que son la mayora. Pero se convierten en obstculos prcticamente
insuperables para los miembros de esa comunidad en tiempos de ruptura. Por eso, los que producen los
cambios suelen ser sujetos que provienen de otras formaciones. 8
por ejemplo. Sin embargo, todo esto, aunque parezca evidente, no lo es. La idealidad de la geometra
euclideana no era completa, sino que tena un componente emprico "externo" tan difcil de percatar como el
agua para los peces. Efectivamente, la mayor parte de su historia interna transcurri bajo el supuesto del
espacio plano, es decir, el espacio natural a nuestra percepcin. Este supuesto del sentido comn fue tambin
un obstculo "externo" a la geometra que impidi, hasta el siglo pasado, concebir las geometras no
euclideanas. Si stas fueron imaginadas y construidas, fue posible por la superacin del lmite del supuesto
del sentido comn de concebir al espacio tal cual se lo percibe, es decir, como un espacio plano, cuando en
rigor los espacios cncavo y convexo no slo son posibles como objetos ideales sino que se adecuan en
muchos casos ms a los objetos que el espacio plano.
Si atendemos al ejemplo de la geometra, vemos que existe una doble influencia, a saber, la de la
gnesis de la disciplina a partir de las exigencias de la realidad socioeconmica del siglo VI a.C. en Grecia.
Pero, como contrapartida, existe una influencia obstaculizadora brindada por el sentido comn o
cosmovisin dominante. El ejemplo brindado no corresponde a aquellos procesos histricos mediante los
cuales Piaget y Garca exponen en su epistemologa gentica las relaciones entre la psicognesis y la historia
de la ciencia. Sin embargo, ilustra perfectamente su concepcin, segn la cual existe una continuidad entre el
desarrollo cognitivo precientfico mediante la accin cotidiana construido por un sujeto que compara y
relaciona y un conocimiento cientfico que presupone unos estadios anteriores de constitucin de la
subjetividad:
Si nuestra posicin es correcta debemos convenir en que el conocimiento cientfico no es una categora
nueva, fundamentalmente diferente y heterognea con respecto a las normas del pensamiento precientfico
y a los mecanismos inherentes a las conductas instrumentales propias de la inteligencia prctica. Las
normas cientficas se sitan en la prolongacin de las normas de pensamiento y de prcticas anteriores,
pero incorporando dos exigencias nuevas: la coherencia interna (del sistema total) y la verificacin
experimental (para las ciencias no deductivas). 9
10
reflejo." 11 Inmediatamente viene a nuestra mente una serie de contraejemplos a la crtica visin de Lakatos:
sin ir ms lejos, la importancia que muestra Kuhn que tuvo el hecho de que a Coprnico le encargaran un
nuevo calendario ms preciso en funcin de fijar con exactitud las fechas de los contratos comerciales. Ello
no explica la teora copernicana pero sin duda es el desencadenante de su revolucin. El propio Kuhn, que en
sus trabajos tuvo en cuenta fundamentalmente la historia interna de la ciencia, no deja de referirse y de
afirmar la enorme importancia de la historia externa. 12 Lakatos, en cambio, incorpora a la historia interna
todo aquello que puede convertirse prescriptivamente en metodologa, y deja afuera todo aquello que no se
amolde a esa racionalidad. Pero, como lo seala Mar, si bien le cierra la puerta a la historia externa, la deja
entrar por la ventana en sus abundantes notas al pie de pgina. Creemos interpretar correctamente a Enrique
Mari si afirmamos que la membrana que separa lo interno de lo externo no es otra que la que establece un
criterio prescriptivo previo dado por el propio Lakatos, debido al cual lo que queda afuera aparece como
irracional en tanto no se amolda al criterio de Lakatos. A pesar de lo cual, el propio Lakatos sostiene la
necesidad de complementar la metodologa de sus programas de investigacin con una historia emprica
externa. 13
Si tradujramos esta cuestin a los trminos que le adjudican Piaget y Garca, deberamos decir que la
ciencia se produce en el contexto de un marco epistmico, que incluye tanto al paradigma epistmico cuanto
al paradigma social:
Una vez constituido un cierto marco epistmico, resulta indiscernible la contribucin que proviene del
componente social o del componente intrnseco al sistema cognitivo. 14
Enrique E. Mar, Elementos de epistemologa comparada, Buenos Aires, Puntosur, 1991, cf. pp. 71-73.
T.S. Khan, ob. cit., cf. p. 16.
13
13. E.E. Mar, ob, cit., cf. p. 85.
14
J. Piaget y R. Garca, ob. cit., p. 234.
15
T.S. Khun, ob. cit., p. 284.
12
10
las polticas de investigacin y de sus efectos al modo cientificista supone avalar por omisin y acrticamente
una ideologa que envuelve a nuestra sociedad de una manera cada vez ms frrea.
Las afirmaciones anteriores apuntan a sealar ya no la importancia de la historia de la ciencia para su mejor
desenvolvimiento, sino que pretenden exceder el marco metodolgico de los aportes de una historia interna
de la ciencia para una lgica del descubrimiento cientfico. Nuestro objetivo, adems, es sealar la necesidad
de integrar a la denominada historia externa de la ciencia para alcanzar ese mismo objetivo, y,
prioritariamente, para alcanzar un objetivo complementario y seguramente ms valioso: el de un ejercicio
responsable de la investigacin cientfica.
Actualmente resulta ilusorio pretender desligar la investigacin cientfica de sus externalidades, en
la medida en que hasta la investigacin ms bsica se ve condicionada por las necesidades sociales y el
mercado. Hasta parece ridculo tener que seguir discutiendo esas cuestiones. Las lneas de investigacin que
se desarrollan se hallan en gran medida condicionadas por actores y factores que no constituyen la propia
comunidad cientfica. Y aunque la comunidad cientfica dictamine qu problemas son relevantes y hasta
"cientficos", lo hace atendiendo a esos condicionamientos. Al respecto existen evidencias que eximen de
mayores comentarios. Est claro que la investigacin aplicada se halla condicionada por ciertas urgencias y
por las necesidades del mercado. Pero lo mismo ocurre con la investigacin bsica, la cual es hoy
difcilmente escindible de la tecnologa, la industria y el mercado. 16 Incluso muchos de los desarrollos
cientficos tienen como impulsora a la industria militar. Tal es el caso de gran parte de la mecnica, la cual se
desarroll en funcin de los requerimientos de la artillera, tal es el caso de la mecnica de Euler. Otro tanto
ocurre posteriormente con la energa nuclear, cuya investigacin comienza, es cierto, impulsada por los
problemas tericos de la propia fsica. Pero jams hubiera llegado donde lleg sin el apoyo de varios
gobiernos. Al respecto dicen Piaget y Garca:
Es fcilmente concebible que si los estmulos hubieran sido diferentes, otros campos de la ciencia
pudieron haber recibido mayor atencin por parte de un gran nmero de los mejores cerebros de nuestro
tiempo; otros descubrimientos hubieran tenido lugar, otras teoras cientficas hubieran surgido para dar
cuenta de ellos. Que se haya decidido invertir tanto esfuerzo en la energa nuclear y no se haya hecho lo
mismo con el problema de la conversin de la energa solar es una decisin en favor de ciertos temas en
virtud de sus aplicaciones prcticas, y no por razones epistemolgicas. 17
Es por ello que Lorenz Krger (1941-) sostiene que la investigacin cientfica reviste inters econmico y
estratgico y requiere de una poltica cientfica explcita o implcita en un doble sentido. En primer lugar, en
tanto es un medio para solucionar problemas econmicos y militares. En segundo lugar, porque es necesaria
su planificacin por las inversiones que supone y porque de ella depende la supervivencia de la humanidad.
Enrique Mar sintetiza y saca las consecuencias de estas ideas de Krger de la siguiente manera: Se trata de
un claro problema poltico que pone en nexo la sociedad global con la historia de la ciencia. Cuando la
investigacin cientfica tiene por objeto prctico la planificacin o la poltica de la ciencia, entonces deber
fundamentarse y proyectar representaciones tericas del mecanismo del desarrollo cientfico. 18 Es por
ello que hoy por hoy es ms necesario que nunca hallar los vnculos entre la investigacin cientfica y sus
externalidades, por cuanto el motor de la historia contempornea de la ciencia no se halla meramente en
las motivaciones tericas de los sujetos que hacen ciencia, sino que estas motivaciones genuinas slo pueden
realizarse en el marco de las polticas cientficas que no queden libradas al mercado. Si la guerra es algo
demasiado serio como para dejarla en manos de los militares, y si la poltica es algo demasiado importante
como para dejarla en manos de los polticos, la ciencia nos involucra demasiado como para dejarla en manos
de los cientficos.
16
Al respecto nos referimos con mayor extensin en Ciencia, poder y utopa, en Esther Daz y Mario Heller (comps.),
Hacia una visin crtica de la ciencia, Buenos Aires, Biblos, 1992.
17
J. Piaget y R. Garca, ob. cit., p. 320.
18
E.E. Mar, Elementos, cit., p. 91.
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