Discurso Ingreso Jose Luis Sampedro

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A C A D E M I A

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E S P A O L A

Desde la frontera
DISCURSO

LEDO

EL DA 2

DE

JUNIO

D E 1 9 9 1 , E N SU R E C E P C I N P B L I C A , POR E L

EXCMO. SR, DON

JOS LUIS SAMPEDRO SAEZ

Y CONTESTACIN

EXCMO, SR. DON

DEL

GREGORIO SALVADOR CAJA

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1 9 9 1

Desde la f r o n t e r a

REAL

A C A D E M I A

E S P A N O

I-A

Desde la frontera
DISCURSO LEDO EL DA 2
D E 1991,

DE

JUNIO

E N SU R E C E P C I N P B L I C A , P O R

EXCMO, SR. DON

JOS LUIS SAMPEDRO SAEZ

Y CONTESTACIN

EXCMO. SR. DON

EL

DEL

GREGORIO SALVADOR CAJA

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MADRID
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C o p y r i g h t 1991, Jos I-uis Sanipedro S a e z y G r e g o r i o Salvador C a j a

Dep. L e g a l : M . - 1 7 . 3 0 6 - i i t i i

Imprenta A g u i r r c . G r a ! . A l v a r e z de Castro, 3 8 . M a d r i d

DISCURSO
DEL

EXCMO. SR, D O N

JOS LUIS SAMPEDRO SAEZ

SEORAS Y SEORES

ACADMICOS:

X^ UE un miembro de esta Casa, el gran novelista don Po


Baroja, para m adems entraable, quien en cierta ocasin
se defini a s mismo como hombre humilde y errante.
Sin querer parangonarme con su genio creador, hago ma
muy sinceramente aquella humildad al comparecer hoy
para expresaros, ante todo, mi profunda gratitud por la
generosidad con que habis querido acogerme entre vosotros. Gratitud acrecentada por el hecho de que, no obstante haber discurrido mi principal vida pblica por los campos de la economa, supisteis percibir que mi ms intensa
dedicacin estuvo siempre consagrada a la literatiira; y
que mis novelas, lenta y encarnizadamente elaboradas, no
eran un subproducto de mi trabajo, sino, al contrario, se
haban apoderado ya de m aos antes de que pensara
siquiera en cultivar las ciencias sociales.
Fueron necesidades de la vida las que me llevaron,
ciertamente con gozo y fruto para m, a la docencia universitaria. Pero al mismo tiempo, por trochas y vericuetos, al margen de corrientes y cenculos, iba dejando mi
huella de escritor furtivo en unos cuantos relatos, hasta
alcanzar, al cabo de casi medio siglo, un cierto renombre
que ahora consagra singularmente vuestra eleccin. Qui-

zs esa marginalidad me haya hecho el favor de dar a mi


obra por lo menos alguna autenticidad, valor que siempre
ambicion sobre todos; pero tambin haca menos esperable vuestra decisin al elegirme. Por eso a mi gratitud en
estos momentos se une un sincero asombro, pues no crei,
durante mi peregrinaje, que aquellas trochas y vericuetos
me trajeran a esta Casa. Pero en ella estoy, por merced
vuestra, y el honor que con ello recibo se redobla al considerar la figura literaria de mi predecesor en el silln F,
que me ha correspondido ocupar.
No podr precisar en tan breve espacio los mritos del
ilustre don Manuel Halcn Villaln-Daoiz mejor de como
los proclaman sus propias obras. Novelista excelente, de
una calidad literaria pblicamente reconocida al otorgrsele el Premio Nacional de Literatura, supo tambin atinar
en el anlisis de los hechos cotidianos al dirigir con mano
maestra una de las publicaciones periodsticas ms destacadas de su tiempo. En sus pginas novelescas resplandece
un arte cultivado y brillante, emanado de una sensibilidad
muy viva y capaz de la expresin ms eficaz y de la mayor penetracin psicolgica, gracias seguramente a arraigar en el mundo natal del autor. Sus Aventuras de Juan
Lucas nos presentan ese nativo mundo andaluz agitado por
el torbellino de la Guerra de la Independencia. El Monlogo de una mujer fra alcanza insuperable sutileza en el
conocimiento del alma femenina y de un cierto ambiente
social; mientras que los Recuerdos de Femando
Villaln,
su pariente poeta que mereci figurar en la famosa antologa de Gerardo Diego, consigue reflejar la estatura humana del personaje sin perder las calidades de la intimidad. Y siempre, sea en primer trmino o al fondo, ese
campo andaluz que tan entraablemente conoca don Ma-

nuel Halcn, y al que debemos su magistral discurso de


ingreso en esta Casa.
Para desgracia ma, y por haber sido marginales mis
andanzas literarias, no tuve ocasin de conocerle personalmente; pero quienes trataron a don Manuel Halcn siguen
hoy aorando su distincin, su caballeresca y escrupulosa
cortesa, su tolerancia sin concesiones indebidas y su afn
de comprender. Como muy bien expres el acadmico que
le contest en su discurso de ingreso, don Jos Mara Pemn, Manuel Halcn es uno de esos escritores "que caen"
en la Academia como un slido por la ley fsica de la gravedad.
Soy consciente de que ese no es mi caso; lo cual redobla mi gratitud y me obliga a ofreceros algo ms que un
mero ejercicio de estilo o un anlisis concreto, por muy
brillante o ingenioso que pudiera resultar. He de daros
cuanto soy; os debo la verdad de m mismo, en un acto
del corazn ms que del intelecto. Espero lograrlo exponiendo sencillamente el mbito de mis preferencias ms
autnticas, sin caer por ello en egolatra ni exhibicionismo,
puesto que es un campo existencial compartido por muchos.
Se trata del mundo de la frontera y voy a referirme a l
como hombre fronterizo que soy, ms que el errante de
le definicin barojiana. Lejos de caminar sin rumbo, la
frontera siempre f u e mi norte, aun antes de que las
circunstancias me llevaran a ejercer una profesin a ella
vinculada.
Curiosamente, la primera frontera que recuerdo surgi
all donde no pareca tener razn de ser. Aquel Tnger
de los aos veinte, donde transcurri mi infancia, era ciudad internacional, en la que convivan en igualdad todos
los pases. Los chicos llegbamos al colegio con diversas

lenguas maternas, comprbamos golosinas con monedas


diferentes, celebrbamos varias fiestas nacionales e incluso nuestro descanso semanal se reparta entre los das sagrados de tres religiones. Ahora bien, en medio de aquella
cosmpolis se alzaba una isla rodeada de muro y puertas:
el recinto donde los moros del campo vendan hortalizas
y otros productos frescos, bajo caizos con ramajes frecuentemente mojados para resguardarse del sol. Se venda y gritaba en rabe y slo se admita moneda hassani
del Imperio marroqu. Mi madre la obtena, antes de entrar en el zoco, de los cambistas judos sentados a la puerta, cada uno detrs de su cajn-mostrador, con una pizarra
anunciando las cotizaciones del da. As, en el corazn de
la ciudad moderna e internacional se pasaba de pronto a
casi la Edad Media y a lo que luego aprend a llamar el
Tercer Mundo. Entonces, claro est, yo no era consciente
de ello, pero atravesar la puerta me impresionaba siempre
y an recuerdo el rostro de un viejo cambista, de barba
blanca y cubierto con un negro sombrero, instalado a la
puerta como guardin de aquel mundo antiguo.
Poco ms tarde ya viv conscientemente otras fronteras cuando un cambio de residencia familar me llev,
en edad todava adolescente, a habitar en Aranjuez. El
Real Sitio fue decisivo para orientar mi vida y por
eso ha permanecido siempre en mi corazn, a pesar de
alejamientos geogrficos. All, a mis catorce aos, empec
a sentir doblemente la magia de lo fronterizo, porque en
Aranjuez existe una frontera temporal, entre el siglo x v i i i
de los palacios y el siglo x x de la villa, a la vez que otra
frontera espacial separando el mundo mtico del cotidiano.
En este ltimo transitan las gentes por calles y plazas,
mientras que en aqul habitan los dioses de mrmol, franqueando las avenidas o alzndose sobre fuentes o pedes10

tales en las glorietas. La frontera entre ambos espacios


era y es muy visible, formada por las grandes puertas cortesanas, entre jambas de piedra de Colmenar, o las largusimas verjas de los jardines. En uno de stos, el del Rey,
la mitologia se hacia an ms patente por el foso circundante, cuyas aguas tomadas del caudaloso Tajo venan a
reproducir aquel ro Ocano que, segn los griegos, envolva el orbe.
Algunos muchachos tenamos el privilegio de poder
penetrar bajo las frondas de los rboles centenarios y de
quedarnos a solas frente a los dioses, viendo cruzar el
sendero a xm faisn macho con el arco iris de su larga
cola, sintiendo la presencia de invisibles sombras y escuchando inaudibles voces que an me siguen acompaando.
La ltima de mis viviendas en Aranjuez tena ventanas al
Jardn del Prncipe, del que slo me separaba la arbolada
calle de la Reina, y de noche, en el verano, me gustaba
acercarme a la alta verja y permanecer largo rato con la
cara entre dos barrotes que mis manos aferraban. El mundo mtico se me mostraba entonces ms verdadero que
nunca, con sus fragancias, nmiores, voces de aves, crujidos de hojas cadas como rumor de pasos furtivos y ecos
de misteriosas profundidades. A veces la claridad lunar
encenda aquel mundo del tal manera, hacindolo a la vez
cristalino y fantasmal, que cuando regresaba a mi casa me
llevaba a mis sueos un tesoro de fantasas. Fue en mis
ltimos tiempos de Aranjuez cuando ya empec a imaginarme escritor, sin duda al impulso de tales vivencias y,
para acabar expresando lo que aquella doble frontera signific para riii, me limitar a decir que ya hacia 1950 empec a situar en el Real Sitio una novela, aunque slo
hace un ao he podido decidirme, venciendo mi respeto
por aquel lugar mgico, a trabajar definitivamente en ella.
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Entonces ignoraba que me estaba empezando a poseer ya


la adiccin a lo fronterizo. Lo barrunt poco despus, cuando mi primer destino en una aduana me convirti en habitante de una frontera. Y poco ms tarde, qu horrenda
frontera, en el tiempo y el espacio, en las ideas y en la
conducta, fue la mal llamada guerra civil! Salimos de ella
con el pas erizado de muros con cristales rotos en lo alto.
Desde entonces he detectado fronteras por todas partes,
aunque muchas no reciban ese nombre.
Es fcil comprobarlo sin salir de aqu. Los muros de
esta sala, qu son sino fronteras separndonos de la calle
y de la ciudad? Dentro, tambin este estrado presenta su
frontera en la barandilla y la escalerilla de acceso. Sigamos: cada uno de nosotros se envuelve en tomo a su persona, aun sin proponrselo, en un mbito propio, y aunque
la divisoria no sea tangible, todos resentimos como agresin ciertas voces o ruidos, ciertos acercamientos o gestos
no solicitados. Ms hacia nuestro centro tenemos, constituyndonos rigurosamente, la decisiva frontera de nuestra
piel, envolvindonos el cuerpo con sus varias funciones,
receptoras y defensivas a la vez, Ms adentro an estn
las innumerables fronteras de nuestra anatoma, las delimitaciones entre rganos y circuitos, hasta llegar a la pequeez de cada clula interdependiente, con su membrana tan
separadora como permeable a un tiempo. Finalmente, all
donde el anlisis no encuentra materia, en eso que llamamos el espritu o la psiquis con su base cerebral para su
inlocalizable riqueza, se alzan las innumerables fronteras
inculcadas o adquiridas, las prohibiciones conscientes o
inconscientes, las barreras o los estmulos al comportamiento. Y volviendo a nuestro exterior, considerndonos
como grupo humano reunido en este mbito, cuntas fron12

teras cruzndose y entrecruzndose para diferenciarnos


por la edad, el sexo, las actividades, los gustos y tantas otras
cualificaciones!
Si hubisemos procedido hacia fuera de estos muros
hubiramos hallado otras fronteras: en las divisorias materiales, en las leyes que prohiben o permiten, en los recintos, en los hbitos. Fronteras por todas partes, delatadas
por banderas, colores en el mapa, idiomas y otros signos
innumerables.
A mi juicio, una civilizacin puede entenderse como
una complejsima estructura de fronteras, determinantes
de actores y relaciones en el sistema social. Y no slo
fronteras en el espacio, como se ha mostrado, sino tambin en el tiempo. Cada acto y cada suceso se aparta con
una irreversible frontera de las alternativas simultneamente rechazadas o eliminadas, as como tambin de los
actos anteriores y de los posteriores. Todo perodo de
transicin es una frontera temporal entre dos pocas histricas.
La interpretacin fronteriza del mundo es tan lcita
como cualquier otra, y resulta acertada o no segn el problema que abordemos. La realidad tiene infinitas dimensiones y por eso no cabe describirla, aunque nos hagamos
cada da la ilusin de lograrlo. Slo podemos interpretarla.
Dime cmo miras y te dir quin eres en ese momento,
porque la retcula conceptual usada al mirar es decir,
nuestra manera de proyectarnos hacia el exterior es tan
reveladora de nuestra personalidad como el disfraz adoptado para el baile de mscaras que, por el mero hecho de
haberlo elegido, descubre nuestras secretas fantasas mejor que la apariencia habitual.
Nuestra relacin con el mundo est condicionada por
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esa incapacidad nuestra para abarcar todas las dimensiones, determinando las cualidades de cada interpretacin
de la realidad. Por eso mismo, otra de las definiciones de
Dios podra ser el Ente que abarca simultneamente todas
esas dimensiones. Sin pretender conocimientos filosficos
que no poseo, me parece evidente que cualquier percepcin est filtrada ante todo por las limitaciones de nuestros
sentidos aun con los mayores auxilios de la tcnica y,
adems, por nuestros conceptos, prejuicios o deseos. Nos
atenemos, conscientemente o no, a una o a muy pocas dimensiones de lo real. Con eso nos situamos en un plano
fronterizamente separado de todos los posibles, que otros
observadores podran preferir para interpretar esa misma
realidad.
La realidad, adems de multidimensional, es un continuo y eso refuerza la imposibilidad de describirla: Natura non -fecit saltus, como advirti la sabidura clsica.
Las fronteras, incluso las ms obvias, las introducimos
nosotros, indispensablemente, con el fin de conocer, clasificando e identificando lo percibido. As como el economista interpreta la sociedad en trminos de dinero y costes, o el patlogo en funcin de enfermedades, cabe pensar
nuestro escenario como articulacin de fronteras en los
ms distintos planos. No es que yo pretenda ofrecer ahora
una visin fronterolgica del mundo, como aquella cocotolgica de Unamuno con sus pajaritas de papel, sino
sencillamente presentarme como soy mediante la interpretacin de mi circunstancia, mostrando la forma en que
la vivo. Pues en eso fundo la dignidad del hombre: en
dar sentido humano a cuanto le sobreviene. En s mismos
los acontecimientos que nos caen encima gozos o desventuras son ajenos a lo humano. Los humanizamos noso14

tros en la actitud al recibirlos; en nuestra manera de aceptar las cosas las creamos o vestimos de humanidad.
Mi mundo est como fronterado, que dira quizs un
maestro de armas, con los muros, las banderas, la piel, las
palabras. Las palabras, cierto: cada una puede ser frontera: el aqu se aparta del all; el gato es la divisoria
frente a todo lo no-gato. Pero sera desmedida tentacin
la de extenderme acerca de la palabra ante vosotros, que
tanto ms sabis de ella. Slo la reverenciar de pasada
como proeza suprema del hombre nico animal que habla y recordarla dotada, como todas las fronteras, de
precisin clarificadora y, a la vez, de ambigedad; pues en
el continuo de la realidad todo tajo conceptual es artificioso y no es tan clara la diferencia entre el gato y el nogato. Voces hay tan dudosas y ambiguas escriba el
Padre Sigenza encomiando al San Jernimo traductor
que hacen disentir unos de otros, y as es como cada
texto tiene varias lecturas y su valoracin cambia con el
tiempo.
Con palabras se construyen las fronteras en el mundo
de la literatura, donde se desenvuelve la novela, alzada
sobre el filo mismo de la realidad y la ficcin porque participa de ambas. Oponer lo novelesco a lo real, ya se ha
dicho, slo alcanza a ser una interpretacin, pues la novela despliega la inapelable verdad de su autor, que la ha
vivido al crearla, para que se haga verdad tambin en los
lectores. Por eso los grandes personajes de ficcin resultan ms reales e influyen ms en nosotros que muchos
seres de carne y hueso.
Fronteras, en fin, de todas clases: geogrficas, histricas, biolgicas, sociales, psicolgicas... Todas partiendo
y acuchillando el continuo multidimensional que nos en15

vuelve, para facilitarnos nuestra instalacin en l, para


permitirnos una interpretacin de lo que sera un caos;
es decir, un orden que no comprendemos. Todas permitiendo diferenciar, pero sin que puedan confundirse con
los limites.
No, no confundamos fronteras y lmites, de los que
luego hablar, aun cuando haya quienes lo entiendan as.
Nunca ca en esa confusin, ni siquiera cuando la vida me
llev, en mi recin estrenada profesin, a una aduana martima. A primera vista parece no haber frontera ms evidente sobre el planeta, pues en las aguas el hombre perece, sin aire para su vida. Fins terrae se ha llamado ms
de una vez a esa frontera, como si fuera un lmite. Pero
a m, frente al ocano, los ojos y el pensamiento se iban
a la lejana, sobrepasando la orilla. El mar es como la dulce llama de la chimenea: nos lleva a un ms all, nos sorbe
la imaginacin, se disfraza de figuras y sugerencias. Como
en nuestra divisa columnaria, un Plus Ultra planeaba sobre
mis contemplaciones y as como la brisa marina penetraba
en la tierra adentro, as tambin mi nimo trascenda la
bien recortada lnea de la orilla, frontera pero no lmite.
El mar no era confn ni barrera sino la ms ancha de las
aperturas a la libertad.
Vengo diciendo, en otras palabras, que mi dios siempre ha sido Jano, el de un rostro a cada lado, el dios de
las puertas y las arcadas, invocado en la antigua Roma
antes que ningn otro numen, como supremo iniciador.
Mis fronteras son todas trascendibles, como lo es la membrana de la clula, sin cuya permeabilidad no sera posible
la vida, que es dar y recibir, intercambio, cruce de barreras. Y ms an que trascendible la frontera es provocadora, alzndose como un reto, amorosa invitacin a ser franqueada, a ser poseda, a entregarse para darnos con su
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vencimiento nuestra superacin; ese es el encanto profundo del vivir fronterizo. Encanto compuesto de ambivalencia,
de ambigedad no son lo mismo, de interpenetracin,
de vivir a la vez aqu y all sin borrar diferencias. Ms
all nos tienta lo otro, lo que no tenemos: nos lo canta y
nos lo promete la frontera.
Los del centro, en cambio, viven la frontera de opuesto
modo. Esa aventura les repele o les inquieta y se retranquean de la frontera adentro como el mar en el reflujo.
Se repliegan al centro del espacio acotado, se instalan en
el negro o en el blanco, temerosos de los grises infinitos
y delicados. Encastillados en su centro, consolidan las fronteras como lmite de sus dominios, alzando murallas y
cerrando puertas. Si alguna vez las traspasan es abatindolas, para llevarlas ms aU y reducir implacablemente lo
otro a lo mo. Destruyendo para conservar. Endovertidos, centrpetos, fortificados dentro de su pas, de su casa,
de su piel, de sus ideas; negando y rechazando cualquier
otra bandera, otra lengua, otra interpretacin de lo real;
oyendo en las victorias cantadas por otro himno nacional
solamente aquellas que fueron sus derrotas. Su divinidad
no es Jano, sino la Nmesis reacia al amor, aunque Zeus
mismo la soUcitase y aunque acabase engendrando de l a
la Elena causante de la guerra de Troya; esa diosa que
algunos confunden con otra Nmesis abstracta, encargada
de castigar a los transgresores del orden profundo. Para
ellos la frontera no es invitacin sino amenaza; lo ultramuros es siempre enemigo. Y como no intentan siquiera
comprender lo otro, esa cerrazn les infunde a ellos mismos condicin de enemigos. Su vivir est anclado en el
centro, donde erigen palacios, templos, normas, dogmas.
Frente a la aventura del movimiento y la libertad se aferran
a la seguridad de la fijeza y lo establecido.
17

Se configuran as dos diferentes estilos de vida; el


fronterizo y el central. El primero cuenta con lo ajeno,
que le provoca curiosidad con adhesiones o rechazos mezclados, le sugiere nuevas ideas y hasta las infiltra en l.
Pues las fronteras, por muy altas que sean las murallas
chinas, nunca impiden ignorar lo existente ms all, ni
envolverlo en la indiferencia; actitud en cambio bien propia del centro, donde suele vivirse como si su mundo fuese
el nico. El fronterizo es sustancialmente ambivalente es
decir, instalado en ambos lados de la divisoria, aun cuando
no en igual medida y es tambin ambiguo, porque oscila entre ambas identidades: la originaria y la tentadora.
Esa condicin originaria, aunque homognea con la de su
centro y dependiente de l, est impregnada y atemperada
por lo exterior. Su identidad es por eso menos ptrea, su
propensin al cambio es mayor; entendiendo esa propensin en el doble sentido del vocablo, pues se trata tanto
del intercambio con el exterior cuanto de la propia transformacin. Esa es la dualidad del fronterizo, asomado siempre hacia f u e r a a la vez que atirantado desde el centro del
poder. Pero, aunque dependa de ste, la tendencia al cambio hace a lo fronterizo ms dinmico, con una vitalidad
ms abierta al abigarramiento de lo imprevisible, ms propiciadora de vanguardias.
El centro, por el contrario, es ms estable, reacio y
hasta resistente a esa movidad, pues la juzga capaz de
socavar la esencia del conjunto, de la que se siente guardin tradicional. Cuando su podero rebosa y cede a la
tentacin de traspasar sus fronteras, lo hace para violarlas, para ampliar su jurisdiccin, para imponer en el territorio ganado su ley y su norma, que el centro defiende a
veces tan rigurosamente como para llegar a los extremos
del dogma, del rigor ortodoxo y hasta de la tirana. El ces

tro es esencialmente conservador del Orden con mayscula. Goethe lo formul exactamente, y si es cierta su frase
de prefiero la injusticia al desorden, es de lamentar que
su genio de pensador cayera con esas palabras en grave
torpeza. Claro est que esa opinin es muy comprensible
en quienes, como l, se encuentran a salvo de injusticias
por su posicin social junto a los palacios, pero un hombre de su talla debi darse cuenta de que la injusticia es
el ms intolerable de todos los desrdenes.
Para explicarnos esas goethianas palabras, tan significativas, basta comprender que responden a una creencia
muy firmemente arraigada en la actitud central: la de que
su estilo de vida, recibido del pasado, no es un orden cualquiera, sino, precisamente, el Orden Natural de la sociedad.
Orden Natural, con maysculas, son las palabras imprescindibles en la bandera de todo centro, desde que la creciente secularizacin de la vida hizo que no pudiera imponerse a todos un orden revelado, del que antes derivaba
el natural. Con esa creencia se legitima la descalificacin
inmediata de cualquier otro estilo de vida como anti-natural; es decir, aberrante, condenable y extirpable por cualquier medio, en defensa del inters del centro. As, en
nuestro entorno, se declara Orden Natural de la familia
humana al matrimonio monogmico indisoluble, como si
no fueran igualmente humanas y naturales las dems instituciones familiares registradas por la historia o la antropologa. Y lo grave es que el Orden Natural como creacin
del poder tiene a su servicio razonadores y exgetas, armados con medios educativos y de comunicacin lo bastante fuertes como para acallar dudas, ahogar vacilaciones,
justificar represiones y descalificar a disidentes. La historia est llena de ejemplos.
Ambos modos de vida, el central y el fronterizo, coexis19

ten desde luego dentro de cada estructura considerada y


entre ellos no hay un lmite tajante sino una zona intermedia, como la que aparece cuando se mezclan lentamente
dos lquidos de distinto color, mostrando matices y gradaciones. Pertenecientes ambos a una sola unidad, son ms
bien diferencias de grado las que los caracterizan. Los
centros no son del todo ajenos al cambio, pues arrastrados
tambin por el ro del tiempo, van evolucionando; aunque
ms lentamente que con el ritmo, a veces revolucionario,
de los avances fronterizos. En los centros aparecen herejes y vanguardias; as, en el Pars del Segundo Imperio
escandalizaban ya los primeros impresionistas y en la Viena de Francisco Jos pintaba Egon Schiele y enseaba
Freud. A su vez, tambin en las fronteras hay quienes recelan del exterior, encarnando actitudes centrales dentro
de la periferia. En suma, los dos estilos no son rivales,
sino complementarios: tan vital es conservar como cambiar. Convienen las bodas de Jano y Nmesis, o al menos
su armona. Los cambios generados en la frontera no seran posibles si el centro no contribuyera al soporte de lo
modificable. Tan vital es el cambio como la permanencia,
tan licita la actitud central como la fronteriza. Pero esta
ltima vive ms abierta a la innovacin y al progreso porque, como cant el gran fronterizo Pablo Neruda, no es
hacia abajo ni hacia atrs la vida. Por eso me declaro
fronterizo, pues si bien me llevaron a esa orilla las corrientes de la vida, muy pronto mi voluntad se instal a gusto
entre gentes alerta, con ganas de vivir. Hasta los contrabandistas que he conocido eran alegres, despiertos, cordiales y sanamente picaros. No vivan engaados: saban que
el contrabando solamente es delito porque lo impone la
ley al servicio de la extorsin fiscal. Es ms, para un creyente en el mercado libre, el contrabando no hace sino
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devolvernos la libertad de oferta que el Estado nos ha quitado.


Desde aquella frontera aduanera la vida me llev ante
otras ms graves y ms encubiertas, cuando me dediqu a
estudiar economa. Entre todas ellas recordar ahora dos,
como excelentes ejemplos de la actitud fronteriza f r e n t e
a la interpretacin del centro.
La primera es el llamado durante aos teln de acero, entre ambos polos de la estructura mundial de la
postguerra. Como es sabido ese teln se vino abajo al desaparecer el muro de Berln, y as se pas de un mundo
dominado por ima polaridad rival a otro bajo un solo poder hegemnico. El imperio central interpret entusiasmado el acontecimiento, segn la tesis del celebrado artculo
de Francis Fukuyama, titulado El fin de la Historia. Ese
ttulo no quiere anunciar que ya no le esperan nuevas
vicisitudes a la humanidad, sino afirmar que el fracaso
del comunismo demuestra la verdad del capitalismo y le
consagra como el Orden Natural definitivo, toda vez que el
comunismo era el sistema opuesto y no ha podido subsistir.
Vista desde la frontera esa interpretacin es errnea
y el teln de acero fue una falsa divisoria. El error consiste en creer que Occidente es el mercado Ubre mientras,
el comunismo es la planificacin. La verdad es que en el
comunismo funcionaban mercados, como necesariamente
ha de ocurrir en toda sociedad con divisin del trabajo,
mientras el capitalismo aplica tambin programas y previsiones estatales, condicionantes del mercado. Aparte de
que el mercado perfecto no ha existido ni podr existir
nunca, slo los ingenuos y algn premio Nobel de economa llegan a creer que nuestro mercado encarna la liber21

tad de elegir, olvidando algo tan obvio como que sin dinero
no es posible elegir nada.
Lo esencial del capitalismo no est en que utilice el
mercado mucho ms que el plan. Lo fundamental es su
creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto
ms egoistamente se comporte cada individuo, tanto ms
contribuir al progreso colectivo. Por tanto, es deseable
que cada uno aumente al mximo su beneficio a costa de
quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar tambin que en la vida slo importa lo que
produce ganancia monetaria. Asi se desprestigian todas las
actitudes cuyos mviles no sean los econmicos; es decir,
lo que no se cotiza en el mercado no tiene valor. Cualquier necio, escribi Machado, confunde valor y precio.
Hablando en general, nuestra civilizacin padece esa necedad. Y si en el siglo x v m , en que naci esa doctrina, la
prctica religiosa poda paliar los excesos del sistema, en
estos tiempos secularizados los valores no econmicos pasan a segundo plano y el texto sagrado es el Evangelio
segn San Lucro. En el altar mayor son adorados el Becerro de Oro y su pareja la Tcnica, santa madre de la
productividad multiplicadora de los beneficios, de la que
se espera la solucin de todos los problemas. Los capitalistas y sus tcnicos cuidan de ese altar, controlando los
medios de produccin y repitindonos a los fieles reducidos a meros productores/consumidores que lo que no
vale dinero no merece la pena.
El comunismo coincide plenamente con el capitalismo
en adorar la tcnica y la productividad y en confiarles la
solucin de todo aunque, como no cree en el mercado e
intent vanamente instaurar incentivos humanos distintos
del lucro, quienes all atienden el altar no son los capitalistas sino los funcionarios y tcnicos estatales. Tanto
22

coincide con el capitalismo que incluso reduce la historia


a lo econmico, todava con mayor rigor. No debe extraarnos porque Marx, europeo de su tiempo, aprendi ecomia en David Ricardo. Por estas y otras razones resulta
indudable que el comunismo es decir, el capitalismo de
Estado y el modelo americano son ramas del mismo
tronco: la civilizacin moderna. Por eso ya afirm Toynbee
que el sistema sovitico era xma hereja del capitalismo.
El fracaso comunista deja pendiente, por tanto, una grave
interrogacin, a saber: estaba muerta solamente esa rama
o acaso tambin el resto del rbol padece la enfermedad?
No es propio de esta ocasin intentar una respuesta y
paso por ello al segundo ejemplo de frontera mundial,
menos definida pero ms real y profunda. Me refiero a la
existente entre el norte y el sur; es decir, entre el centro y la periferia, denominaciones stas popularizadas
desde hace tres o cuatro dcadas para designar, entre economistas, a los pases ricos y pobres respectivamente. Es
una frontera cruel, es el permanente foso entre los que
derrochan y los que no tienen, entre los dueos del poder
y los sometidos a l. Un foso que adems se ahonda cada
ao, pues pese a las ayudas organizadas y los sucesivos
Decenios para el Desarrollo de las Naciones Unidas, en la
pasada dcada muchos pases han retrocedido en vez de
progresar.
Cuando, hace casi treinta aos, se convoc una magna
conferencia internacional para tratar el problema del subdesarrollo en el sur, los economistas de la periferia pusieron en evidencia que la actual situacin del escenario mundial, enteramente dominado en los mercados y en las
finanzas por los pases ricos, impeda al sur progresar siguiendo la mismas vas trazadas por las grandes potencias
23

europeas en el siglo x r x , cuando colonizaban el planeta


sin ningn rival de su talla. Sordos al argumento, aunque
esa situacin est a la vista, los expertos del norte y los
organismos internacionales siguen recomendando las recetas de antao, recordndoselas a sus interlocutores del sur
con la misma sonrisa de superioridad, entre el desdn y
la tolerancia, con que se habla a los nios o a los ignorantes. Incluso prometieron al sur un Nuevo Orden Econmico Internacional que no lleg a nacer ni hubiera podido
ser nuevo, porque tales promesas quedan sin cumplir cuando han de llevarlas a cabo quienes se estn aprovechando
del viejo orden, como le ocurre al norte. Visto desde mi
frontera, el resultado es hoy un mundo con medios tcnicos suficientes para alimentar a todos, pero en cuya mitad
sur persiste injustamente el hambre. Es decir, un mundo
viciado en el que presumir de racionalidad econmica es
un sarcasmo, porque las recetas econmicas impuestas
desde el norte estn desfasadas respecto del mundo actual
y perjudican a la periferia en beneficio del centro.
As y todo es justo reconocer que la ciencia econmica ha progresado mucho, especialmente en sus tcnicas
instrumentales. Pero, en qu direccin? Buscando nuevos caminos ante el fracaso o involucionando hacia una
torre de marfil? Dejar la respuesta a un prestigioso premio Nobel de economa, George Stiegler, que se expres
de este modo: Hace menos de un siglo, un tratado de
economia empezaba ms o menos as: 'La economa es el
estudio de la humanidad en los asuntos ordinarios de la
vida'. Hoy esas obras comienzan con frecuencia como sigue: 'Este tratado, inevitablemente extenso, est dedicado
a analizar una economa donde las segundas derivadas de
la funcin de utilidad poseen un nmero finito de discon24

tinuidades. Para abarcar el problema ha sido preciso suponer que cada individuo slo consume dos bienes y muere
despus de una semana robertsoniana. Slo se emplean en
el anlisis, si bien constantemente, instrumentos matemticos elementales, como la topologa'.
Como todas las caricaturas, ese texto encierra verdades. Por un lado, refleja los grandes avances formales de
la teora, pero por otro muestra su distanciamiento de las
complejidades vitales, tendiendo a una ciencia que, si no
ficcin, podra llamarse nohelesca (escrita con 5). Ello se
debe a que la base de la teora sigue siendo la misma que
en el siglo x v i i i , como si las sociedades humanas y sus
relaciones mutuas no hubieran variado desde entonces. El
error est en pensar, por la creencia en un Orden Natural,
que con ideas e instituciones de hace doscientos aos se
pueden afrontar los nuevos problemas y encauzar la tcnica moderna en beneficio de todos. Para demostrar la necesidad de poner al da las ideas econmicas basta recordar que, a lo largo de este siglo, la fsica ha modificado
revolucionariamente sus modelos tericos, aun cuando la
estructura de los cuerpos que estudia sigue siendo la misma. Cmo puede pensarse entonces que no es urgente
reformar a fondo los supuestos bsicos de la ciencia econmica, a fin de actuar en unas sociedades que han cambiado tanto? Al capitalismo le debemos el gran progreso
que nos trajo desde las monarquas absolutas hasta las democracias surgidas de la Revolucin francesa: libertad,
igualdad, fraternidad. Pero si bien el liberalismo de mercado nos dio ms libertad, aun a costa de mayor desigualdad, y si el comunismo favoreci la igualdad, con merma
de la libertad, ningxmo de los dos ha progresado ni siquiera
hacia la solidaridad, ya que no a la lejana meta de la f r a ternidad. AI contrario, al poner el nfasis en el individuo,,
25

el capitalismo mercantil socav los sentimientos de comunidad propios de las sociedades tradicionales y los sigue
socavando en el Tercer Mundo sometido a su influencia;
mientras el comunismo slo consigui imponer una solidaridad forzosa, triste simulacro de la que debe ser interna y autnticamente vivida.
El hecho es que la anacrnica ideologa legaliza los
intereses del norte y que as se frenan las iniciativas hacia
el progreso que podran surgir en el sur, donde sobrevive
el sentido comunitario y donde por eso caben impulsos
hacia una mayor solidaridad mundial. Solidaridad mucho
ms necesaria ahora, sobre un planeta empequeecido por
la tcnica de las comunicaciones, donde ninguna cultura
puede ya existir aislada.
Como siempre, el encastillado centro evoluciona menos que la fronteriza periferia, cuya catica apariencia se
debe precisamente a encontrarse en ebullicin. El norte
apenas concibe iniciativas importantes salvo en el campo
de la ciencia y de la tcnica, con lo que an se agrava ms
el desequilibrio creado por el anacronismo de las petrificadas ideas. Por eso hay muchos ms grmenes de futiu^o
social en la vasta periferia que en los pases avanzados.
El caduco modelo desarrollista del norte est agotado,
aunque slo sea porque su tendencia expansiva tropieza
por lo menos con dos lmites; uno, la natiu-aleza, cuya
explotacin no puede continuar mucho tiempo siendo tan
destructora como hasta hoy; y, otro, las reivindicaciones
polticas y econmicas del sur, cada vez ms consciente
de que sus problemas no tendrn solucin mientras el norte imponga las decisiones ms convenientes para su beneficio. Aunque el norte ya no habla de colonizacin, como
hace un siglo, sino de interdependencia, el delegado de
26

China en las Naciones Unidas objet en su dia que si la


relacin propuesta era la existente entre un jinete y su
caballo desde luego interdependientes, eUos no admiten ya ms tiempo el papel de caballo. Los pueblos del
sur se saben ms dbiles, pero ya no se resignan. Recurren a todos los medios y como la demografa Ies multiplica emigran como pueden a los pases adelantados: no
de otro modo acabaron los antiguos romanos descubriendo
que los llamados brbaros ya les haban invadido.
Las esperanzas del sur podrn parecer ilusorias precisamente cuando en la reciente guerra del golfo el emperador de Occidente ha advertido a todos de su podero
militar con el ms aparatoso despliegue de fuerzas jams
montado contra un enemigo sin resistencia. Pero para
hacerlo tuvo que conseguir ayudas econmicas, porque
quien fue el gran acreedor mundial hace cuarenta aos
es hoy el mayor deudor. Cuando ahora, en su soberbia,
proclama el fin de la historia, empieza a advertirse que
ha asumido un papel superior a sus fuerzas y que va a
encontrar su lmite. Quienes creemos que la humanidad
evoluciona en espiral, repitiendo su paso por los mismos
ejes, aunque a distancias crecientes del centro, recordamos que as cayeron antes todos los imperios. La afirmacin no es slo ma, sino tambin de historiadores y de
algn destacado estadista europeo. Lo proclam excelsamente, ante las ruinas de Itlica, el autor de estos versos,
admirables entre todos los de la poesa castellana:
Las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
La consideracin de dos fronteras me ha trado a ocuparme de lmites y ya hice notar que importa no confun27

dirlos con aqullas, como lo hace nuestra moderna civilizacin, a causa de que su racionalidad economicista le
permite creer que el incremento de la produccin puede
continuar ilimitadamente. Esta cultura no ha odo hablar
de la otra Nmesis, suprema y terrible guardiana de los
lmites, ante quien los mismos dioses se doblegaban y que
implacablemente castigaba a los transgresores de lo sagrado.
Las fronteras tienen puertas, cuyo dios era Jano. Pueden ser superadas, asumidas e incluso desplazadas, puesto
que son producto de la conveniencia humana y se establecen para mejor interpretar lo real o para comodidad
de la vida. En cambio, los lmites carecen de aberturas y
no es lcito franquearlos: quien a ello se atreva corre un
riesgo mortal para su cuerpo o para su espritu, por haber violado lo sagrado. Mi afirmacin parecer exagerada
porque no nos educan ahora en el respeto a lo sagrado,
pero no por eso es menos castigada la transgresin. Vulnerar el secreto orden del mundo acarrea la aniquilacin
del culpable, como ha sucedido siempre con las altas torres que despreciaron al aire.
Los antiguos, en cambio, vivan lo sagrado, y lo mostraban de manera sublime en la tragedia. Sentan la existencia de un plano vital misteriosamente superior al hombre, aunque, al mismo tiempo, presente tambin en las
ms hondas cavernas de su espritu. Sagrada era la belleza, la diamantina y cegadora belleza. Sagrado poda llegar
a ser el oscuro seno de una caverna, la magia del plenilunio, el sortilegio de una fuente, la palabra de un asceta.
En nuestro Gnesis, un rbol del bien y del mal constituy tan riguroso lmite que con la transgresin se acab
el Paraso. Sagrados eran los lmites de la ciudad antigua
y sus murallas no oponan slo a los ataques su solidez,
28

sino adems el anatema contra el atacante. Nuestra civilizacin, en cambio, ha roto con lo sagrado y elevado a
sus altares lo ms opuesto; a saber; el dinero y la eficacia
material. Como no se vive lo sagrado no se escriben apenas
tragedias, y si alguna accede a la escena entre vosotros
est quien las ha escrito con tanto coraje como dignidad
el espectador no llega a estremecerse con el horror que
invada al pblico de Epdauro, pues tiene embotada la
sensibilidad para el misterio. Es imposible sentir lo sagrado en la Naturaleza cuando los tcnicos la degradan y
manipulan como mero recurso explotable, provocando as
el castigo de los desastres ecolgicos. No puede haber
lugares sagrados para el profanador turismo de masas
creado por nuestro tiempo, a diferencia de las antiguas
peregrinaciones. Tampoco el hombre es sagrado para el
sistema, que tritura su persona hasta degradarla a la mera
condicin de mercanca y mercader, acribillndola a diario
con una invasora y condicionante publicidad, inspirada
slo en el lucro. Por eso no estremece el hambre de pueblos enteros ni los muertos por bombardeos militares cuya
rentabilidad se planea cuidadosamente, comparando las
vctimas esperadas con el coste del material blico. Ni es
sagrado el cuerpo, mero instrumento incluso para quien
lo anima, invocando un supuesto derecho a hacer con l
lo que quiera, sin darse cuenta de que su cuerpo no es
una propiedad suya, sino que es l mismo.
Desde la famosa y archicitada frase cartesiana Pienso
luego soy, emparejando as raciocinio con existencia, la
racionalidad del sistema ha ido subestimando el sentimiento que, sin embargo, es primero que la razn, pues, apenas
nacido, el nio siente el pezn de la madre, aunque todava en su cerebro no hayan empezado a formarse las conexiones del raciocinio. Por eso, en la frontera ms cer29

cana a la vida, preferimos otra sentencia distinta, a saber:


Siento, luego existo. Pero hasta los sentidos son manipulados por el mercado, sustituyendo el goce directo de
las cosas mismas por el simulacro de imgenes. Civilizacin de la imagen, se repite hoy orgullosamente, y se
vive entre espejismos, como si la imagen televisiva de un
crepsculo no empobreciera el patetismo de los campos
recogindose en la noche. Ah! pero es que la imagen nos
domestica para la pasividad y es mucho ms disfrazable
por el poder que la visin personal.
No hace falta continuar porque un solo aspecto los
resume todos: hasta el amor deja de ser sagrado, reducido
a contacto y a sexo o tcnica, cuando es pura vida en xtasis, en vilo, en lo ms alto del surtidor, all donde es,
pero ya se quiebra y desintegra en el aire, al borde del
no ser. No osar decir nada del amor porque no soy un
gran poeta, pero s pondr de manifiesto cmo se le maltrata, con slo recordar dos frases tan habituales como
reveladoras. Pues resulta que no provoca escndalo una
expresin tan repulsivamente mercantil y degradante
como la de dbito conjTigal, y, en cambio, muchos se
sobresaltan cuando oyen hablar de amor libre; siendo
lo cierto que el amor forzado no es amor y que no cabe
amor sin libertad ni autntica libertad sin amor. Pero es
que el centro se escandaliza al revs, por miedo a la ambivalencia y la ambigedad, cualidades tan vivas en el
amor y en la frontera.
Y si el amor no es sagrado, cmo va a serlo la muerte? Hoy no se la recibe en su madurez, sino que a veces
la apresuramos desatinadamente y otras la aplazamos,
manteniendo una vida carente ya de dignidad humana.
No se acepta la muerte, aunque nos acercamos a ella cada
da, como lo hago ahora mismo mientras hablo, sin entris30

tecerme por estar muriendo, puesto que es la prueba de


estar vivo. Pues la muerte no es lo contrario del vivir,
sino el horizonte que lo confirma y contra el cual gana la
existencia en intensidad, como el retrato sobre un fondo
acertado. Si conscientemente dejamos a la muerte que nos
acompae, hace milagroso cada instante, retoca voluptuosamente el irrecuperable pasado, hace incierto el futuro
y asi ms deseable. No es enemiga, sino amiga, quien nos
salva de la decrepitud; pero esta civilizacin no lo entiende y escamotea la presencia de la muerte en nuestro escenario social.
Muy colmado de ciencia est Occidente, pero muy pobre de sabidura. Es decir, del arte de vivir, ms abarcante
que la ciencia porque, contando con ella, incluye adems
el misterio. Ahora no se procura alcanzar la iluminacin,
sino sentir el latigazo del deslumbramiento. Se busca el
estrpito, lo aparatoso, los focos publicitarios; no el silencio, lo autntico, ni el resplandor tranquilo de la lmpara.
Un smbolo de nuestro tiempo es preferir la ducha, rpida, ruidosa y acribillante, en vez de envolverse voluptuosamente en la liquida seda del bao, lento y sosegado. Los
pases de la periferia conservan, aun en su atraso tcnico, ms sabidura y eso es una esperanza para todos, porque cada da es ms urgente compensar el desajuste esencial de esta civilizacin: el de tener muchos medios sin
saber ponerlos al servicio de la vida.
Al luchar contra ese desajuste evitemos, sin embargo,
el desafuero de los extremismos que lo agravan. Tambin
el de la frontera, aunque sea la avanzadilla del cambio,
porque el centro tiene sus razones y sus valores. Lo importante, sea en el centro o en la frontera, es ser lo que
se es con dignidad, entendiendo la dignidad ajena. Unos
31

y otros tenemos nuestras razones y motivos. Hace muchos


aos, con juvenil y dramtico apasionamiento, pensaba yo
que todos ramos culpables de todo. Hoy creo que, salvo
en actos concretos, somos todos inocentes. Las ideas genricas de culpa o de pecado colectivo no son ms que
instrumentos del dogma o del poder para dominar mejor.

No hay convivencia sin tolerancia mutua, y as vuelvo


a mis palabras iniciales, para rogaros tolerancia hacia el
hombre que soy, humilde y fronterizo; aunque acaso no
sea tanta mi humildad, puesto que vengo envanecindome
de ella. O quizs en el fondo la humildad tiene tambin
su orgullo? Llaneza muchacho, y no te encumbres, que
toda afectacin es vana, recomienda el maestro de todos
por boca de maese Pedro, el del retablo. En todo caso,
me sosiega saber que mis venideros pasos hacia mi ltima
frontera los dar en vuestra compaa y al amparo de
vuestro saber. Me esforzar por no desentonar en esta
Casa y, por si en alguna ocasin no lo consigo, permitidme
justificarme de antemano concluyendo con una leyenda
japonesa:
En un antiguo monasterio el monje jardinero llevaba
varias semanas preocupado. Haba anunciado su visita el
abad de otro cenobio cuyo jardn era reputadsimo, e importaba no desmerecer ante sus ojos. Para eso el monje
vena perfeccionando el pequeo microcosmos de su jardn, repasando las ondas de arena finsima que representaban el ocano, tallando el boj delimitador, aclarando el
musgo y los liqenes que envejecan la roca central, smbolo de la montaa sustentadora del cielo. La vspera de
la anunciada visita su propio abad acudi a felicitarle, pero
el monje se senta inquieto ante su jardn: algo faltaba.
32

De pronto tuvo una inspiracin. Se acerc al cerezo que


descollaba entre los arbustos y sacudindolo con cuidado
logr desprender de una rama la primera hoja del otoo.
La hoja oscil despacio en su cada y se convirti en una
mancha amarillenta sobre el verdor impoluto del csped.
El monje sonri: el jardn perfecto quedaba completado
con la imperfeccin. Ahora s representaba el cosmos.
Quisiera poder desempear aqu, al menos, la misma
funcin que aquella hoja. Y quisiera creer, adems, que
mis palabras no han disonado demasiado en la serena armona de esta solemnidad.
Muchas gracias.

33

. y, 1 '<r

DISCURSO
DEL

EXCMO. SR. D O N

GREGORIO SALVADOR CAJA

SEORAS

SEORES

ACADMICOS:

\ 4 C H O OS agradezco que hayis asentido a la decisin


de nuestro Director de delegar en m la voz de la Academia para recibir, en nombre de todos, a nuestro nuevo
compaero. Es la primera vez, desde mi ingreso en esta
Casa, que se me encomienda esta misin, solemne y siempre gozosa, de dar la bienvenida al que llega. Bien es
verdad que fue tambin la candidatura de Jos Luis Sampedro la primera que yo he firmado y hasta ahora la
nica en los cuatro aos largos que llevo ya sentado
entre vosotros y esa ha debido ser la razn que os ha movido a cederme, hoy, este lugar honroso y la oportunidad
de contestar al discurso del nuevo Acadmico. Casi todos
vosotros conocais a Jos Luis Sampedro desde mucho
antes que yo, algunos erais viejos amigos suyos, podriais
haber hablado, con ms conocimiento, de tareas y afanes
compartidos, de comunes anhelos y esperanzas, de historia convivida, de esos complicados caminos de su existencia que nos lo han trado, finalmente, hasta aqu. Podriais
haberle puesto a este rito la emocin del recuerdo, la
evocacin melanclica del pasado, como suele hacerse en
estas ocasiones, pero habis preferido que sea yo, el ltimo de sus amigos en el tiempo, quien explique los motivos de su eleccin, la dimensin de sus valores, la profunda razn de este acontecimiento que celebramos.

37

Cuando digo que soy, cronolgicamente, el ltimo de


sus amigos no estoy expresando un enunciado vago, que
admita adverbios de duda. Yo conoc personalmente a Jos
Luis Sampedro el martes 24 de enero de 1989, es decir,
hace menos de dos aos y medio, y cuando, al tener que
proveerse la vacante dejada por el inolvidable don Manuel
Halcn, pronunci su nombre entre vosotros como un posible candidato a esa silla, no haba transcurrido un ao
todava desde la fecha precisa de nuestro primer encuentro personal. Naturalmente, yo lo conoca a l desde mucho antes de ese modo unilateral, pero algunas veces hondsimo y frecuentemente amistoso, con que un lector
annimo, pero constante, conoce a los autores que le van
proporcionando ese otro mundo paralelo, ese otro vivir
complementario con que la literatura nos ensancha y nos
ilumina la propia existencia.
Le por primera vez a Jos Luis Sampedro en las
Navidades de 1964: su novela El rio que nos lleva, que
haba publicado tres aos antes. La le a continuacin de
la Vida y hechos de Alexis Zorba de Nikos Kazantzaks.
Curiosamente, el libro de Sampedro llevaba al frente un
lema del autor griego: Todos los hombres, durante un
minuto, son Dios. No era entonces yo lector despreocupado, entregado sin ms al simple placer de la lectura.
Enseaba literatura en un Instituto y aspiraba a ensear
critica literaria en la Universidad, cosa que hice luego,
durante nueve cursos, en la de La Laguna. Haba introducido, por aquellos aos, unos mtodos de anlisis estructural de textos literarios, basados en las doctrinas
hngsticas de la escuela de Copenhague. Tomaba notas
de mis lecturas y comparaba lo que iba leyendo para aprovecharlo en las clases y en posibles estudios. Esto escrib
de la novela de Sampedro en el cuaderno con tapas de
38

ule negro en que conservo las anotaciones de aquellas


fechas: Esta novela ofrece una sustancia de contenido
muy semejante a la de Kazantzakis, pero una forma de
contenido ms convincente. El ro que nos lleva es a la
par, en smbolo bismico, el ro de la vida y el alto Tajo
por donde descienden los gancheros con su maderada.
Ms este, el real, que aquel, el simblico, sirve para darle
una forma lineal, sucesiva, a la narracin, a la cual obviamente pese a lirismos descriptivos y el evidente ingrediente sustancial 'libro de viajes' no podemos negarle
su condicin de novela. La funcin del escritor est aqu
ms disimulada que en la obra del autor griego, en el
personaje Shannon, aunque finalmente se confiesa. El personaje Zorba es aqu mltiple, aunque el ms prximo le
es, claramente El Seco, que tal vez le sea inferior en intensidad, dentro del conjunto, pero ganndole en realidad,
en el contraste con los dems gancheros. La novela de
Sampedro podra haber resultado una gran novela y desde luego se lee con gusto e inters. Pero le sobran ingredientes y le sobra principalmente literatura. En este aspecto, sus defectos son anlogos a los de Zorba. Es el
escritor quien habla y no ya por boca de Shannon, sino de
todos los personajes. Filosofan demasiado los gancheros
y, lo que es peor, no paran de poetizar. El autor pretende
disimular esta tendencia con vulgarismos fonticos, dialectalismos y tacos disimulados, pero no lo consigue. En
cualquier caso, no me parece Sampedro un profesor de
economa que ha escrito una novela para entretenerse,
sino un escritor consciente y eficaz, que maneja con habilidad las tcnicas narrativas y del que se puede esperar
mucho.
He querido reproducir, tal cual, lo que anot en 1964,
porque El ro que nos lleva, que ahora ha tenido un re39

florecimiento gracias, de una parte, a su versin cinematogrfica, y, de otra, a la consolidacin de su autor como
uno de nuestros novelistas ms conocidos, me indujo a m
a leer la novela anterior de Sampedro, Congreso en Estoeolmo, y luego, al tiempo de su aparicin, Octubre, octubre, en 1981, y La sonrisa etrusca, en 1985, obras de las
que luego hablar. El caso es que haba un Jos Luis
Sampedro escritor al que yo conoca y valoraba, ntimamente, esa maana de enero del 89 en que fuimos presentados. He de confesar que el conocimiento directo, en
persona, de cualquier escritor al que admiro, me produce,
de entrada, un cierto desasosiego, porque no siempre el
hombre responde a la imagen que uno se haya podido hacer de l, desde su obra, y no necesariamente la excelencia literaria va acompaada de la calidad humana que se
espera en quien ha sabido conmovernos, esttica o emocionalmente, con su pluma. Desde aquella fecha, yo he
tenido la fortuna de compartir mesa, una vez al mes, durante cuatro o cinco horas, con Jos Luis Sampedro, mesa
de trabajo primero, seguida de un almuerzo despus. Y
lo que supe muy pronto, una vez comenzada esta peridica
relacin, es que nuestro nuevo compaero es una persona con quien, precisamente, uno puede sentarse a la mesa.
Que no es poco, para venir a esta Casa, porque lo que
aqu hacemos es acomodarnos, cada jueves, alrededor de
una mesa oval, para discutir los asuntos del idioma, en
los que unas veces podremos estar de acuerdo y otras,
acaso, disentir, pero siempre amigablemente, desde los
buenos modales que toda comunidad, acadmica o no, debe
cultivar y mantener. Por eso, si yo haba odo hasta entonces, con prudente respeto, la mencin de Jos Luis
Sampedro como persona digna de entrar en la Academia,
40

en la oportunidad ya aludida fui yo quien se apresur a


mencionar su nombre.
Y quiero recordar esto, de nuevo, porque las elecciones acadmicas suelen ser seguidas, desde fuera, con expectacin que nos honra y dan lugar, a veces, a controversias legitimas, pero tambin a juicios apresurados y
errneos, que son agravio que se hace a la verdad. No han
sido escasos en la historia de esta Corporacin ni resultan
inslitas las referencias a estos hechos en los discursos de
recepcin que la Academia ha ido publicando. En 1890,
don Juan Valera solicit ser l quien diera la bienvenida
a don Francisco A. Commelern, por haber sido uno de
los acadmicos que ms briosamente se haban opuesto a
esa eleccin y dar as pblico testimonio de nuestra fraternal avenencia, segn dijo.
Al da siguiente de la eleccin de Sampedro se lea,
en algunos titulares periodsticos, que haba triunfado el
candidato de la Moncloa frente al candidato de la calle.
Pues bien, no. Jos Luis Sampedro era el candidato de
don Rafael Lapesa, de don Antonio Buero Vallejo y de m
mismo, que fuimos los tres firmantes de su presentacin.
Y peatones somos, por la calle andamos, en la calle hablamos y a la calle omos. De m puedo decir que jams he
pisado el palacio de la Moncloa. Y con palabras de
don Juan Valera, en ese discurso ya centenario al que me
he referido, pero plenamente actual, puedo decir que la
Academia es meramente una modesta reunin de hombres
de letras, bastante autonmica para que sea ella misma
quien elija los individuos que la componen y para que no
se someta a caprichos inestables de la multitud ni a decretos de otros poderes. Y dejemos ya esta cuestin.
Acabis de or el discurso del nuevo Acadmico. Suele
aplazarse, en este trance, hasta el final su comentario. No
41

podr yo hacerlo as, porque tambin me compete esbozaros una semblanza del recipiendario y lo que l ha hecho, con hondura y con sinceridad admirable, ha sido una
especie de introspeccin, de anlisis de su propia personalidad y, si no se ha detenido en los detalles de su vida,
si no nos ha ofrecido exactamente su autobiografa, s que
nos ha trazado, de algn modo, su etopeya. Tratar yo de
completarla, desde fuera, con algunos datos consabidos de
curriculum o de hoja de servicios.
Jos Luis Sampedro naci en Barcelona el 1 de febrero de 1917. Accidentalmente. Su padre, mdico militar,
estaba destinado all. Pero cuando tena ao y medio, la
familia se traslad a Tnger y a su niez tangerina se ha
referido l en su discurso. No ha mencionado, en cambio,
una temporada que pas tambin, por esos aos, con unos
tos suyos, en Cihuela, provincia de Soria, en el lmite con
Zaragoza, en la comarca denominada Las Vicaras, que forma parte de la Tierra de la Recompensa, llamada as por
haber sido la que entreg Enrique II de Castilla, el de las
Mercedes, a Beltrn Du GuescUn. Eso era viajar desde el
cosmopolitismo de Tnger a la Edad Media castellana: un
pueblo pequeo, fro, perdido, donde acababan de instalar
la luz elctrica, pero slo la encendan un rato cada noche.
Recuerda la copla con que se definan los de Cihuela:
No somos aragoneses
ni tampoco castellanos;
somos de Las Vicaras
y nos llamamos rayanos.
Otra frontera, por consiguiente, en las tierras interiores
de la Pennsula. A lo mejor, querido Jos Luis, es que
todo es frontera, se est donde se est, y lo que es pura
entelequia es eso que t llamas el centro.
42

Desde los trece aos vive en Aranjuez, como tambin


nos ha dicho y, a los diecisis, entra en la Academia
Oficial de Aduanas, donde estudia durante dos aos hasta
ingresar en el Cuerpo pericial y ser destinado a Santander.
AI comenzar la guerra civil es movilizado y va al frente.
Lucha primero en un bando y luego en otro, la mitad del
tiempo con cada uno y en ambos con la misma graduacin: cabo interino. En 1940 retorna a Madrid, con destino
en la Direccin General de Aduanas. Se crea la Facultad
de Ciencias Polticas y Econmicas y se matricula en ella.
Sus preferencias universitarias lo hubieran encaminado a
la Facultad de Filosofa y Letras, porque su vocacin era
la literatura, desde siempre, pero en la nueva Facultad
se daban las clases por la tarde, lo que las haca compatibles con su trabajo, y, adems, algo tenan que ver estos
estudios con su profesin. Pertenece a la primera promocin de economistas espaoles. Es un universitario tardo,
por los propios avatares de su vida y de nuestra historia,
que se licencia a los treinta aos; eso s, con Premio extraordinario, calificacin que repite en el doctorado, pues
su carrera de economista se hace fulgurante: profesor de
la Facultad, economista del Banco Exterior de Espaa,
asesor econmico del Ministro de Comercio, hasta que, en
1955, gana por oposicin la primera Ctedra de Estructura e Instituciones Econmicas de la entonces Universidad Central. Incorporado a la Secretara Tcnica del Ministerio de Hacienda, particip de modo muy activo en
el famoso y eficaz Plan de Estabilizacin de 1959. Desalentado por la situacin universitaria espaola, de 1969 al
71 ensea en las Universidades inglesas de Salford y Liverpool. Regresa a Espaa, pero a la Universidad Autnoma de Barcelona, y de nuevo al Ministerio de Hacienda,
como asesor econmico de la Direccin General de Adua43

as, al tiempo que dicta diversos cursos en la Escuela


Diplomtica, el Bryn Mawr Hispanic Center y el Instituto de Estudios Fiscales. En 1976 vuelve al Banco Exterior de Espaa, como economista asesor y, despus, como
Vicepresidente de la Fundacin Banco Exterior, hasta que
en 1984 retorna a la Direccin General de Aduanas, donde se jubila un ao ms tarde, a la par que lo hace en la
Universidad Complutense como catedrtico imiversitario.
Su ndice bibliogrfico profesional es amplio y de extraordinaria importancia, segn aseveran los expertos. Es
un economista espaol con presencia en el mundo. Su voz
se ha odo en importantes foros internacionales y ha sido
consultor del Banco Mundial y de la OCDE. Un libro suyo.
Las fuerzas econmicas de nuestro tiempo, ha sido traducido al francs, ingls, alemn, italiano, sueco y holands
y recomendada su lectura, en 1970, por la Open University de la Gran Bretaa. Su Realidad econmica y anlisis
estructural, de 1959, f u e un libro que brill por su originalidad en el anlisis sincrnico de las estructuras econmicas. Su Estructura econmica, en colaboracin con el
profesor Martnez Cortia, discpulo suyo, es libro de texto
en muchas Universidades de Espaa e Iberoamrica. Obras
ms recientes, como Conciencia del subdesarrollo y La inflacin en versin completa, han tenido notable repercusin, si me remito a la opinin de los entendidos. Y una
caracterstica comn parecen tener todas ellas: estn muy
bien escritas. El escritor ha refrenado al economista y ha
atemperado la tendencia jergal de esa materia, se ha exigido a s mismo claridad y buen castellano. Eso s debemos destacarlo aqu. Como asimismo el hecho de que
Sampedro f u e el traductor al espaol, por los aos cuarenta y cincuenta, de obras fundamentales de Economa y a
l se le debe, en buena parte, la creacin de un vocabula44

rio espaol para esa disciplina, hoy tan difundido, tan


generalizado a los medios de comunicacin, tan esencial
para el entendimiento de muchas de las cosas que pasan
y que irremediablemente nos afectan. Yo puedo decir que
he ledo el primero de los libros que he mencionado y
algunos otros trabajos, ms breves, del Sampedro economista, y que, por primera vez, en tales temas, me he enterado de algo y hasta me he permitido reflexionar e incluso, en algn aspecto, disentir.
Hubiera existido razn suficiente, acaso, para llamar a
Sampedro como economista a esta Academia, que cuida,
fija y da testimonio de los vocablos que van entrando,
con los nuevos saberes, en la corriente del idioma. Nos
va a ayudar en esa parcela, qu duda cabe!, pero conviene
dejar muy claro que nuestro nuevo compaero llega a
esta Casa como escritor, como pulcro y cuidadoso escritor, como novelista consagrado, como artfice de un estilo
elaborado, terso y limiinoso, observador atento, adems,
de la lengua que emplea y de sus posibilidades expresivas.
Como economista, su maestro ms entraable f u e
don Valentn Andrs Alvarez, que lo nombr ayudante al
terminar la carrera y con quien se senta particularmente
identificado, al compartir ambos no solo las mismas ideas
econmicas, sino tambin la aficin literaria, pues don Valentn, como es bien sabido, hizo incursiones en el campo
de la Uteratiu-a y lleg a estrenar alguna comedia. Pero
lo que en este f u e quiz solo aficin y entretenimiento,
en Sampedro era una fuerza avasalladora, fundamento de
su propio ser, volimtad inexorable de creacin de mundos
literarios. Y esa voluntad se ha impuesto a su alta y brillante personalidad de economista, sin mengua de esta, y
aqu lo tenemos hoy, en el instante del reconocimiento
solemne, con su ingreso en la Real Academia Espaola,
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de que Jos Luis Sampedro ha llegado a ser, esencialmente y sobre cualquier otra cosa, lo que l siempre haba
querido ser: un escritor.
El nos ha dicho en su discurso que por trochas y vericuetos, al margen de corrientes y cenculos, ha ido dejando su huella de escritor furtivo. Es cierto. En Santander
descubri la poesa, en la famosa Antologa de Gerardo
Diego y vislumbr en ella la cumbre casi inaccesible de la
literatura. Escribi poemas, por entonces, y se haca l
solo una revista, a imitacin de las que lea, escrita e ilustrada ntegramente por l, su nico lector, y la Uam Uno.
Volver ms adelante sobre la dimensin lrica de Jos
Luis Sampedro.
Por los aos cuarenta y cincuenta f u e publicando cuentos en diversas revistas: Proel, El Espaol, Insula, La Estafeta Literaria, y ha continuado luego. Estn pidiendo su
recopilacin en un volumen y l no se acaba de decidir.
Tal vez no se sienta igual de conforme con todos, lo que
es natural; pero yo, que los he ledo hace poco, puedo decir que los hay excelentes y pienso que su personalidad
actual de narrador obliga a hacer accesible toda su obra
a los lectores, igual lo bueno que lo menos bueno.
El escritor furtivo obtiene, no obstante, en 1950, el
Premio Nacional de Teatro Caldern de la Barca por su
obra La paloma de cartn. Avatares administrativos, dificultades de montaje, cualquiera sabe qu, impidieron el
estreno que le hubiera correspondido en alguno de los
teatros nacionales y slo subi a los escenarios en representaciones de teatro de cmara, sin que tampoco llegara
a publicarse. Y creo que hubiera podido ser un acontecimiento y que acaso pudiera serlo todava. Para empezar,
una frontera, que en l ha sido siempre nos lo acaba
de manifestar una obsesin, unos aduaneros en huelga
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de celo, hecho que por entonces solo poda caber en la


fantasa desatada de un economista, alegoras casi calderonianas, la difcil convivencia de la paz y la verdad, un
dilogo gil y no poco humor daban lugar a una comedia
bien trabada y, cuando menos, inslita. Cinco aos despus, sin premio, pero sin tantas trabas, estrena en el teatro Mara Guerrero Un sitio para vivir, que sera publicada en 1958 en la Coleccin Teatro. Se ha escrito en algn
lugar que, con esa obra se anticip en veinte aos a los
movimientos ecologistas, al creciente desencanto por el
desarrollo industrial. Es posible. Pero tambin se pueden
rastrear en eUa muchos viejos temas literarios: el de la
vida idlica en un mundo en su estado natural, la historia
del buen salvaje y hasta el tradicional menosprecio de
corte y alabanza de aldea. Un eslabn ms de una larga
e inacabable cadena. De las dos incursiones teatrales de
Sampedro, me quedo con la primera, que me parece ms
real, pese a su carcter alegrico, ms viva y ms aleccionadora. No es poco hallazgo descubrir que la paloma de la
paz es simplemente de cartn.
Pero se supone que Jos Luis Sampedro, como escritor,
es esencialmente un novelista. Porque son seis las novelas
que ha publicado y dos de ellas rondan las setecientas
pginas, que es extensin no usual en la narrativa que hoy
se estila. Tres de las seis, incluidas las dos ms largas, se
han publicado en la ltima dcada y son las que lo han
alzado a la fama literaria, las que han popularizado su
nombre, al aparecer con mucha frecuencia, en los ltimos
aos, en los ndices semanales de libros ms vendidos.
Conseguir, desde la indudable calidad literaria, tal xito
editorial, no es asunto fc y requerira una explicacin
que escapa a la medida y a las posibilidades de este discurso. Yo tendr que limitarme a apuntar lo que han sido
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para m, sucesivamente, como lector, cada una de las novelas de Sampedro.


De mi impresin sobre El ro que nos lleva, ya habl. Su
lectura me llev, en cuanto tuve oportunidad, a la de Conr
greso en Estocolmo, su primera novela, publicada en 1952,
y que yo conoc con trece o catorce aos de retraso. La le
con facilidad y con gusto, disfrutando de la naturaleza
bltica, como un congresista ms, a travs de una prosa
descriptiva que me pareci admirable en su nitidez. La
conclu en un vuelo, dicho esto en sentido recto y figurado, pues f u e lectura de viaje, que me lo hizo corto, y llegu
a su Final en Gotemburgo mientras volaba de Madrid a
Tenerife; pero alguien que se sentaba a mi lado, un jurista, me cont, cuando yo le habl de mi complacencia
con el libro que acababa de cerrar, que Sampedro nunca
haba estado en Estocolmo y que escriba sus novelas informndose de los lugares en los que iba a transcurrir la
accin en guas, mapas, planos y enciclopedias. Como no
tena razones para dudar de mi interlocutor, me sent un
poco estafado y, quizs por eso, no me preocup de leer
El caballo desnudo en el momento de su publicacin, en
1970. He de decir que, cuando hace ao y medio, visit
yo por fin Estocolmo y sus alrededores, haba cosas que
iba reconociendo desde mis recuerdos de aquella vieja lectura sampedriana y, al volver, rele la novela. Milagroso
me pareci que aquello se pudiese haber escrito sin estar
en los lugares reflejados y, para salir de dudas, se lo pregunt al autor. Mi informacin era falsa: s que haba
estado en Suecia, en un congreso de economa financiera,
y la novela no era ms que un testimonio, con personajes
de ficcin o no tan de ficcin de aquella experiencia suya. Pero me explic que s que utiliza planos y mapas e informacin de todo tipo cuando escribe sus nove48

las, que no quiere dejarse llevar de su simple impresin


de los lugares, acaso superficial o sesgada, que coordina
los tiempos y los espacios, que establece previamente el
plan de la accin que se va a desarrollar, es decir, que no
escribe a la buena de Dios, que prepara muy cuidadosamente la urdimbre antes de acometer la trama.
Y, finalmente, me confes que donde no haba estado
era en Miln y en Catanzaro, lugares donde se desarrolla
La sonrisa etnisca. Me trocaba, pues, as lo que yo haba
considerado milagro sueco de adivinacin por su equivalente italiano. Porque yo me la haba Uevado en un viaje
a Miln, como lectura ajustada a la ocasin, y no hall
desacuerdo entre lo descrito y lo visto; pero es que, adems, se la acab regalando a una amiga italiana, que se
entusiasm con ella. Bien es verdad que hay un nieto tambin en su vida, como en la de Jos Luis Sampedro y como
en la novela. Esta nueva versin, original en su planteamiento, equilibrada en su desarrollo, del antiguo tema del
viejo y el nio se ha convertido en la novela ms leda
de todas las de nuestro autor, la de ms amplia aceptacin
popular. Me pasma comprobar la cantidad de gente que
la conoce, que se ha emocionado con ella, que la ha incorporado a su recuerdo y se ha identificado con sus sentimientos. Algo podran decirnos al respecto, si es que son
capaces de superar la trivialidad, los actuales especialistas
en esttica de la recepcin.
Anterior en el tiempo, de 1981, es Octubre, octubre, la
mxima novela de Sampedro, segn la propia estimacin
de su autor. Un libro de seiscientas veinticuatro pginas de
apretadsima letra de cuerpo 9, no apta, en absoluto, para
vistas cansadas, con diversos relatos entrelazados, novelas
dentro de la novela, tiempos superpuestos, mltiples acciones y gran cantidad de personajes, no es precisamente
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obra de fcil lectura. No es libro para un viaje, sino para


una temporada de sosiego y descanso, para unos das continuados de vacacin. Y es, a mi juicio, una novela singular en nuestro panorama literario, distinta de cualquier
otra, no comparable con la narrativa habitual. Complejsima obra, que le ha llevado diecinueve aos de trabajo. l
nos ha dicho, en su discurso, que sus novelas han sido
lenta y encarnizadamente elaboradas. Y creo que, cuando afirma eso, est pensando sobre todo en Octubre, octubre, la ms trabajosa, la ms trabajada, que ha constituido
una parte sustancial de su vida y donde, posiblemente, se
ha puesto l mismo en toda su integridad.
Nuestro Director ha delegado en m su voz para este
recibimiento. Pero l ha escrito, no hace mucho, analtica
y lcidamente, sobre esta importante novela. Creo que si
me ha concedido la palabra, podr permitirme ahora que
os hable, con palabras suyas, de esta obra excepcional.
Seala, por ejemplo, su modernidad, su originalidad y
su desvio de lo que suele ser el quehacer del narrador por
estos pagos. Advierte el poder de su tcnica narrativa y
el riguroso entramado de relaciones que da unidad al
libro. Lo ve ms cerca de la visin barojiana del relato
que de la unamunesca, relato que no es fcil (porque es
muy complejo), ni simple (porque su complejidad es abigarrada) , ni frivolo (porque est lleno de infinitos saberes), ni trepidante (porque el novelista no se deja ganar
por la accin), ni superficial (porque demasiados entresijos nos abligan a leer despacio). Es la novela entendida
como un universo de saberes que acompaa los pasos de
de cada personaje y que, al mismo tiempo, acta sobre
el lector en funcin de la pluralidad de estilos con que se
manifiesta. La morosidad que crea la presencia fragmentada de sus criaturas y los asaltos intelectuales, doctrinaso

les, histricos a que se ven sometidas, va creando un ambiente, cuya originalidad consiste en que todo se va
trabando por una cuerda de hilos intelectuales. Manuel
Alvar destaca entre estos aportes la presencia reiterada
de ideas msticas, las de Ramn LluU y las de Ibn Arabi,
y oculto el nombre, pero vivsima la presencia, las de
San Juan de la Cruz. Yo he de volver todava, aunque sea
un instante, sobre el lirismo de esta obra. Nuestro Director concluye su anlisis con estas palabras: se habla hoy
del contrato entre escritor y lector que se desenlaza en
una especie de confesin. La de Jos Luis Sampedro est
en las pginas de Octubre, octubre, justificacin del hombre y del escritor.
Despus de ser elegido, muy poco despus, el nuevo
Acadmico public su ltima y largusima novela. La vieja
sirena, que ha tenido tambin un extraordinario xito de
venta, pero con no pocas reservas de la crtica. Es un libro
bellamente escrito, con pginas de asombrosa calidad estilstica, una recreacin histrica, con entrevero mitolgico, como del propio ttulo se desprende, con no pocos
intencionados anacronismos y una no oculta intencin simblica. He de reconocer que es el libro de Sampedro que
menos me gusta. No he sido nunca aficionado a la novela
histrica y soy realista por naturaleza. El Quartel de Palacio de Octubre, octubre, f u e mi barrio, en cada venida
a Madrid, antes de vivir en esta ciudad, por los mismos
aos en que la narracin se desarrolla, y pude ir avanzando en su compleja lectura, porque me iba reconociendo
en el tiempo y en el espacio. Tengo incapacidad total, en
cambio, para situarme en Alejandra y en el siglo i n de
nuestra era. Con la actual aficin a los horscopos que
yo naturalmente no comparto y que acaso tampoco resulte ajena a nuestro nuevo compaero, que no descarta nin51

gn ingrediente mgico o esotrico en la composicin de


la vida, alguien a quien le comentaba este rechazo mo
de La vieja sirena, aunque me maraville la prosa en que
est escrita, me dijo: es que Sampedro es acuario y t
eres cncer. No se hable ms.
Lo que sorprende, sobre todo, de Sampedro como narrador es su capacidad fabuladora y su variedad temtica.
No hay dos novelas de nuestro autor que se parezcan. Ni
se repiten los asuntos, ni los motivos, ni los planteamientos. Cada una de ellas se constituye en su propio mundo.
Me queda una todava por comentar; la que me haba dejado sin leer en su momento y que he ledo ahora, hace
apenas un mes, para poder hablar de ella: El caballo desnudo. Una delicia de novela, que es todo un ejercicio de
humor, resuelto con admirable virtuosismo. Humor en las
situaciones, en la trama y en el estilo, un estilo creado
especialmente para la ocasin y que sustenta, con singular
eficacia, este relato tan diferente de cualquier otro de los
suyos, que tiene lugar propio en el conjunto de nuestra
literatura satrica y que nos muestra una cara ms y
no la menos importante de este siempre sorprendente
escritor que es Jos Luis Sampedro.
Os lo he ido presentando en sus quehaceres y en sus
obras. Primero, someramente, como economista, porque
ah poco poda yo decir y, ese poco, sin ninguna autoridad;
con ms amplitud, aunque no toda la que yo hubiera deseado, en lo que representa como escritor, en la dimensin
que ha ido adquiriendo su obra literaria, ya no tan furtivamente como l dice, en nuestras letras contemporneas.
Pero quiero an recordaros que f u e Senador real, al igual
que algunos de vosotros, en la primera legislatura. Y una
correccin de estilo en verso hizo a un artculo de la Constitucin, donde se hablaba de la posible agregacin de
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ayuntamientos limtrofes entre s, enmienda que se acept y que qued trascrita de este modo en las Actas del
Senado.
En ese artculo o
que para la agregacin
han de ser, por condicin
limtrofes entre s.
Tate!, dije para m,
ripio diablico es
que, al ser limtrofes, pues
por fuerza son entre s.
Porque jams conceb
que un hombre y una mujer
amor pudiesen hacer
ella en Lugo y l aqu:
que, si ha de haber himeneo
en su formas naturales,
deben los... corresponsales
gozar de limitrofeo.
Del mismo modo, o as,
lo limtrofe, sin ripios,
obliga a los municipios
a estar juntos entre s i
Retrese, pues, de ah,
esa expresin redundante:
quedar ms elegante
aqu y en Valladoiid
(o en Valladoiid y aqu).
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No son muchos los poemas de Sampedro que se han


publicado y, aunque en este caso se trate de unas simples
redondillas festivas, casi una broma convertida en documento, las he querido recoger aqu porque, con ellas, el
nuevo Acadmico Ubr de un pleonasmo a la Constititucin
y a nosotros nos muestra tres cosas: su preocupacin por
la correcta expresin lingstica, su garbo versificador y
el humor, ya referido, con que sabe tratar, frecuentemente,
determinadas cuestiones.
Habl de su entusiasmo juvenil por la lrica, de aquella revista Uno, que l escriba para s mismo, porque ha
tenido, creo, el pudor de la poesa, la ha considerado un
gnero tan alto que, si bien no ha sentido reparo en mostrarse literariamente en cuentos, en novelas, en obras dramticas y en ensayos que lo son y esplndidos, algunos
de sus trabajos de economista, ha ido guardando celosamente, al parecer, sus versos. No s si en l ha influido,
como en m, una frase de Antonio de Capmany, que deca,
all por los finales del siglo x v m , que en poesa, todo lo
que no es excelente es despreciable. Seis poemas, escritos hace muchos aos, ha publicado en 1988, ilustrados
por su amigo el pintor Josep Mara Mir Llull, en una
carpeta con ocho hojas de papel Michel, con estampacin
serigrfica realizada por este. Se titula el conjunto Ventanas de viento y se tiraron cincuenta ejemplares, casi en
secreto. Una joya artstico-bibliogrfica. Pues bien, de los
seis poemas de Sampedro solo he de decir que no son, ni
mucho menos, despreciables.
Pero rae vais a permitir que recite aqu esta tarde
otro poema suyo que, a lo mejor, no recuerda. Es una silva,
porque mezcla endecaslabos con heptaslabos, sin rima,
con alguna espordica consonancia:
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Ha transcurrido un tiempo planetario.


En menos de una hora.
Puedo ver la Verdad. Gracias Te doy;
beso, humilde, Tu mano conductora.
Ahora entiendo el sentido del viaje
con todas sus etapas.
La ola de soberbia
me exasper ante el reto;
mi desrtica ciencia
me enred en las razones,
el rio de mi sangre
confundi con Amor aquel deseo.
Para llegar a la Verdad ms alta
hay que pasar por todas las mentiras.
Pero, por fin, la prueba ha terminado.
Con mis ojos abiertos,
con mi abismo desnudo,
de humildad me revisto
y en tu amor busco asilo,
abrazado al marfil de tus rodillas.
No tengo miedo. S que t no ignoras
que nunca te perd en mis confusiones.
Que, si segu adelante,
f u e buscando tu faro all en lo oscuro,
llevado de deseos de tu cuerpo,
de la sed de morir sobre tu pecho
derramando en tu sexo mis entraas.
Porque mi vida pasa y me destroza
la espera de morir para encontrarte.
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Este poema s que lo ha publicado Jos Luis Sampedro.


Y otros muchos como este. Pero ocultndolos, disimulndolos entre los esplendores de su prosa. Los versos que os
acabo de recitar, con su ritmo riguroso y bien medido,
estn tomados de la pgina 311 de Octubre, octubre, sin
hacer otra cosa que cambiar una voz extranjera por una
locucin adverbial castellana y suprimir unos cuantos nombres propios y una frase que liga el texto con la narracin,
amn, claro est, de transcribir en cortos renglones, a sabas contadas, lo que en el original es texto seguido. Y
pequeas operaciones, como esta que he llevado a cabo,
pueden hacer brotar poemas en muchas pginas de ese
libro y tambin en muchas de Lo vieja sirena. Las dos extensas novelas de Sampedro encierran una primavera lrica, que nos florece, a cada instante, en su lectura: decenas
y decenas de poemas intachables. Si el nuevo Acadmico
hubiera escrito en renglones truncados muchos de sus textos en prosa, esos excursos lricos en que abunda su narrativa, bien en la rigidez del verso blanco, tal como el
recin ledo, o en la mayor holgura rtmica que permite
el verso bre, seran varios los libros de versos que hubiese publicado y tendra yo ahora la obligacin de glosar,
todava, una obra potica considerable. Veladamente, recatadamente, con un respeto profundo por la poesa, que
le ha impedido declararse poeta, Jos Luis Sampedro posee
ms obra lrica genuina que muchos de los poetas que
son tenidos por tales. Cualquier lector de su obra lo intuye.
Yo he querido hoy demostrarlo.
Se incorpora, pues, a esta Institucin, seoras y seores acadmicos, un hombre ntegro y un escritor de cuerpo entero. Va a poner su reconocida diligencia y su mucha
sabidura al servicio de las tareas que aqu se llevan a
cabo. Lo ha hecho siempre, en todo aquello a lo que se ha
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comprometido. Muchos son los honores, las dignidades y


los nombramientos que se le han otorgado. El declara que
prefiere los dos que estn ms ligados a circunstancias de
su obra creadora: Ganchero Mayor de Peralejo de las Truchas, en el Seoro de Molina, y Amotinado Mayor de
Aranjuez. Su obra literaria lo ha trado tambin hasta
nosotros. S que se siente honrado por nuestra eleccin
y, a la par, hondamente emocionado e inmensamente feliz
por este reconocimiento. l, que ha rehusado, en algn
momento de su vida, ocupar una poltrona ministerial, mxima esperanza de una buena porcin de espaoles, va a
sentarse en la silla F mayscula de esta Corporacin, la
que inaugur el Padre Bartolom Alczar en 1713, con la
misma ilusin por la literatura con que, aquel joven aduanero que fue, empez a escribir versos, que solo l conoce,
en 1935.
Has llegado a tu sitio, Jos Luis Sampedro, acaso a
otra frontera. En nombre de la Academia, que se complace en recibirte, bienvenido a esta Casa, que ya es la tuya.

57

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