Discurso Ingreso Jose Luis Sampedro
Discurso Ingreso Jose Luis Sampedro
Discurso Ingreso Jose Luis Sampedro
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Desde la frontera
DISCURSO LEDO EL DA 2
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Imprenta A g u i r r c . G r a ! . A l v a r e z de Castro, 3 8 . M a d r i d
DISCURSO
DEL
EXCMO. SR, D O N
SEORAS Y SEORES
ACADMICOS:
esa incapacidad nuestra para abarcar todas las dimensiones, determinando las cualidades de cada interpretacin
de la realidad. Por eso mismo, otra de las definiciones de
Dios podra ser el Ente que abarca simultneamente todas
esas dimensiones. Sin pretender conocimientos filosficos
que no poseo, me parece evidente que cualquier percepcin est filtrada ante todo por las limitaciones de nuestros
sentidos aun con los mayores auxilios de la tcnica y,
adems, por nuestros conceptos, prejuicios o deseos. Nos
atenemos, conscientemente o no, a una o a muy pocas dimensiones de lo real. Con eso nos situamos en un plano
fronterizamente separado de todos los posibles, que otros
observadores podran preferir para interpretar esa misma
realidad.
La realidad, adems de multidimensional, es un continuo y eso refuerza la imposibilidad de describirla: Natura non -fecit saltus, como advirti la sabidura clsica.
Las fronteras, incluso las ms obvias, las introducimos
nosotros, indispensablemente, con el fin de conocer, clasificando e identificando lo percibido. As como el economista interpreta la sociedad en trminos de dinero y costes, o el patlogo en funcin de enfermedades, cabe pensar
nuestro escenario como articulacin de fronteras en los
ms distintos planos. No es que yo pretenda ofrecer ahora
una visin fronterolgica del mundo, como aquella cocotolgica de Unamuno con sus pajaritas de papel, sino
sencillamente presentarme como soy mediante la interpretacin de mi circunstancia, mostrando la forma en que
la vivo. Pues en eso fundo la dignidad del hombre: en
dar sentido humano a cuanto le sobreviene. En s mismos
los acontecimientos que nos caen encima gozos o desventuras son ajenos a lo humano. Los humanizamos noso14
tros en la actitud al recibirlos; en nuestra manera de aceptar las cosas las creamos o vestimos de humanidad.
Mi mundo est como fronterado, que dira quizs un
maestro de armas, con los muros, las banderas, la piel, las
palabras. Las palabras, cierto: cada una puede ser frontera: el aqu se aparta del all; el gato es la divisoria
frente a todo lo no-gato. Pero sera desmedida tentacin
la de extenderme acerca de la palabra ante vosotros, que
tanto ms sabis de ella. Slo la reverenciar de pasada
como proeza suprema del hombre nico animal que habla y recordarla dotada, como todas las fronteras, de
precisin clarificadora y, a la vez, de ambigedad; pues en
el continuo de la realidad todo tajo conceptual es artificioso y no es tan clara la diferencia entre el gato y el nogato. Voces hay tan dudosas y ambiguas escriba el
Padre Sigenza encomiando al San Jernimo traductor
que hacen disentir unos de otros, y as es como cada
texto tiene varias lecturas y su valoracin cambia con el
tiempo.
Con palabras se construyen las fronteras en el mundo
de la literatura, donde se desenvuelve la novela, alzada
sobre el filo mismo de la realidad y la ficcin porque participa de ambas. Oponer lo novelesco a lo real, ya se ha
dicho, slo alcanza a ser una interpretacin, pues la novela despliega la inapelable verdad de su autor, que la ha
vivido al crearla, para que se haga verdad tambin en los
lectores. Por eso los grandes personajes de ficcin resultan ms reales e influyen ms en nosotros que muchos
seres de carne y hueso.
Fronteras, en fin, de todas clases: geogrficas, histricas, biolgicas, sociales, psicolgicas... Todas partiendo
y acuchillando el continuo multidimensional que nos en15
vencimiento nuestra superacin; ese es el encanto profundo del vivir fronterizo. Encanto compuesto de ambivalencia,
de ambigedad no son lo mismo, de interpenetracin,
de vivir a la vez aqu y all sin borrar diferencias. Ms
all nos tienta lo otro, lo que no tenemos: nos lo canta y
nos lo promete la frontera.
Los del centro, en cambio, viven la frontera de opuesto
modo. Esa aventura les repele o les inquieta y se retranquean de la frontera adentro como el mar en el reflujo.
Se repliegan al centro del espacio acotado, se instalan en
el negro o en el blanco, temerosos de los grises infinitos
y delicados. Encastillados en su centro, consolidan las fronteras como lmite de sus dominios, alzando murallas y
cerrando puertas. Si alguna vez las traspasan es abatindolas, para llevarlas ms aU y reducir implacablemente lo
otro a lo mo. Destruyendo para conservar. Endovertidos, centrpetos, fortificados dentro de su pas, de su casa,
de su piel, de sus ideas; negando y rechazando cualquier
otra bandera, otra lengua, otra interpretacin de lo real;
oyendo en las victorias cantadas por otro himno nacional
solamente aquellas que fueron sus derrotas. Su divinidad
no es Jano, sino la Nmesis reacia al amor, aunque Zeus
mismo la soUcitase y aunque acabase engendrando de l a
la Elena causante de la guerra de Troya; esa diosa que
algunos confunden con otra Nmesis abstracta, encargada
de castigar a los transgresores del orden profundo. Para
ellos la frontera no es invitacin sino amenaza; lo ultramuros es siempre enemigo. Y como no intentan siquiera
comprender lo otro, esa cerrazn les infunde a ellos mismos condicin de enemigos. Su vivir est anclado en el
centro, donde erigen palacios, templos, normas, dogmas.
Frente a la aventura del movimiento y la libertad se aferran
a la seguridad de la fijeza y lo establecido.
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tro es esencialmente conservador del Orden con mayscula. Goethe lo formul exactamente, y si es cierta su frase
de prefiero la injusticia al desorden, es de lamentar que
su genio de pensador cayera con esas palabras en grave
torpeza. Claro est que esa opinin es muy comprensible
en quienes, como l, se encuentran a salvo de injusticias
por su posicin social junto a los palacios, pero un hombre de su talla debi darse cuenta de que la injusticia es
el ms intolerable de todos los desrdenes.
Para explicarnos esas goethianas palabras, tan significativas, basta comprender que responden a una creencia
muy firmemente arraigada en la actitud central: la de que
su estilo de vida, recibido del pasado, no es un orden cualquiera, sino, precisamente, el Orden Natural de la sociedad.
Orden Natural, con maysculas, son las palabras imprescindibles en la bandera de todo centro, desde que la creciente secularizacin de la vida hizo que no pudiera imponerse a todos un orden revelado, del que antes derivaba
el natural. Con esa creencia se legitima la descalificacin
inmediata de cualquier otro estilo de vida como anti-natural; es decir, aberrante, condenable y extirpable por cualquier medio, en defensa del inters del centro. As, en
nuestro entorno, se declara Orden Natural de la familia
humana al matrimonio monogmico indisoluble, como si
no fueran igualmente humanas y naturales las dems instituciones familiares registradas por la historia o la antropologa. Y lo grave es que el Orden Natural como creacin
del poder tiene a su servicio razonadores y exgetas, armados con medios educativos y de comunicacin lo bastante fuertes como para acallar dudas, ahogar vacilaciones,
justificar represiones y descalificar a disidentes. La historia est llena de ejemplos.
Ambos modos de vida, el central y el fronterizo, coexis19
tad de elegir, olvidando algo tan obvio como que sin dinero
no es posible elegir nada.
Lo esencial del capitalismo no est en que utilice el
mercado mucho ms que el plan. Lo fundamental es su
creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto
ms egoistamente se comporte cada individuo, tanto ms
contribuir al progreso colectivo. Por tanto, es deseable
que cada uno aumente al mximo su beneficio a costa de
quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar tambin que en la vida slo importa lo que
produce ganancia monetaria. Asi se desprestigian todas las
actitudes cuyos mviles no sean los econmicos; es decir,
lo que no se cotiza en el mercado no tiene valor. Cualquier necio, escribi Machado, confunde valor y precio.
Hablando en general, nuestra civilizacin padece esa necedad. Y si en el siglo x v m , en que naci esa doctrina, la
prctica religiosa poda paliar los excesos del sistema, en
estos tiempos secularizados los valores no econmicos pasan a segundo plano y el texto sagrado es el Evangelio
segn San Lucro. En el altar mayor son adorados el Becerro de Oro y su pareja la Tcnica, santa madre de la
productividad multiplicadora de los beneficios, de la que
se espera la solucin de todos los problemas. Los capitalistas y sus tcnicos cuidan de ese altar, controlando los
medios de produccin y repitindonos a los fieles reducidos a meros productores/consumidores que lo que no
vale dinero no merece la pena.
El comunismo coincide plenamente con el capitalismo
en adorar la tcnica y la productividad y en confiarles la
solucin de todo aunque, como no cree en el mercado e
intent vanamente instaurar incentivos humanos distintos
del lucro, quienes all atienden el altar no son los capitalistas sino los funcionarios y tcnicos estatales. Tanto
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tinuidades. Para abarcar el problema ha sido preciso suponer que cada individuo slo consume dos bienes y muere
despus de una semana robertsoniana. Slo se emplean en
el anlisis, si bien constantemente, instrumentos matemticos elementales, como la topologa'.
Como todas las caricaturas, ese texto encierra verdades. Por un lado, refleja los grandes avances formales de
la teora, pero por otro muestra su distanciamiento de las
complejidades vitales, tendiendo a una ciencia que, si no
ficcin, podra llamarse nohelesca (escrita con 5). Ello se
debe a que la base de la teora sigue siendo la misma que
en el siglo x v i i i , como si las sociedades humanas y sus
relaciones mutuas no hubieran variado desde entonces. El
error est en pensar, por la creencia en un Orden Natural,
que con ideas e instituciones de hace doscientos aos se
pueden afrontar los nuevos problemas y encauzar la tcnica moderna en beneficio de todos. Para demostrar la necesidad de poner al da las ideas econmicas basta recordar que, a lo largo de este siglo, la fsica ha modificado
revolucionariamente sus modelos tericos, aun cuando la
estructura de los cuerpos que estudia sigue siendo la misma. Cmo puede pensarse entonces que no es urgente
reformar a fondo los supuestos bsicos de la ciencia econmica, a fin de actuar en unas sociedades que han cambiado tanto? Al capitalismo le debemos el gran progreso
que nos trajo desde las monarquas absolutas hasta las democracias surgidas de la Revolucin francesa: libertad,
igualdad, fraternidad. Pero si bien el liberalismo de mercado nos dio ms libertad, aun a costa de mayor desigualdad, y si el comunismo favoreci la igualdad, con merma
de la libertad, ningxmo de los dos ha progresado ni siquiera
hacia la solidaridad, ya que no a la lejana meta de la f r a ternidad. AI contrario, al poner el nfasis en el individuo,,
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el capitalismo mercantil socav los sentimientos de comunidad propios de las sociedades tradicionales y los sigue
socavando en el Tercer Mundo sometido a su influencia;
mientras el comunismo slo consigui imponer una solidaridad forzosa, triste simulacro de la que debe ser interna y autnticamente vivida.
El hecho es que la anacrnica ideologa legaliza los
intereses del norte y que as se frenan las iniciativas hacia
el progreso que podran surgir en el sur, donde sobrevive
el sentido comunitario y donde por eso caben impulsos
hacia una mayor solidaridad mundial. Solidaridad mucho
ms necesaria ahora, sobre un planeta empequeecido por
la tcnica de las comunicaciones, donde ninguna cultura
puede ya existir aislada.
Como siempre, el encastillado centro evoluciona menos que la fronteriza periferia, cuya catica apariencia se
debe precisamente a encontrarse en ebullicin. El norte
apenas concibe iniciativas importantes salvo en el campo
de la ciencia y de la tcnica, con lo que an se agrava ms
el desequilibrio creado por el anacronismo de las petrificadas ideas. Por eso hay muchos ms grmenes de futiu^o
social en la vasta periferia que en los pases avanzados.
El caduco modelo desarrollista del norte est agotado,
aunque slo sea porque su tendencia expansiva tropieza
por lo menos con dos lmites; uno, la natiu-aleza, cuya
explotacin no puede continuar mucho tiempo siendo tan
destructora como hasta hoy; y, otro, las reivindicaciones
polticas y econmicas del sur, cada vez ms consciente
de que sus problemas no tendrn solucin mientras el norte imponga las decisiones ms convenientes para su beneficio. Aunque el norte ya no habla de colonizacin, como
hace un siglo, sino de interdependencia, el delegado de
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dirlos con aqullas, como lo hace nuestra moderna civilizacin, a causa de que su racionalidad economicista le
permite creer que el incremento de la produccin puede
continuar ilimitadamente. Esta cultura no ha odo hablar
de la otra Nmesis, suprema y terrible guardiana de los
lmites, ante quien los mismos dioses se doblegaban y que
implacablemente castigaba a los transgresores de lo sagrado.
Las fronteras tienen puertas, cuyo dios era Jano. Pueden ser superadas, asumidas e incluso desplazadas, puesto
que son producto de la conveniencia humana y se establecen para mejor interpretar lo real o para comodidad
de la vida. En cambio, los lmites carecen de aberturas y
no es lcito franquearlos: quien a ello se atreva corre un
riesgo mortal para su cuerpo o para su espritu, por haber violado lo sagrado. Mi afirmacin parecer exagerada
porque no nos educan ahora en el respeto a lo sagrado,
pero no por eso es menos castigada la transgresin. Vulnerar el secreto orden del mundo acarrea la aniquilacin
del culpable, como ha sucedido siempre con las altas torres que despreciaron al aire.
Los antiguos, en cambio, vivan lo sagrado, y lo mostraban de manera sublime en la tragedia. Sentan la existencia de un plano vital misteriosamente superior al hombre, aunque, al mismo tiempo, presente tambin en las
ms hondas cavernas de su espritu. Sagrada era la belleza, la diamantina y cegadora belleza. Sagrado poda llegar
a ser el oscuro seno de una caverna, la magia del plenilunio, el sortilegio de una fuente, la palabra de un asceta.
En nuestro Gnesis, un rbol del bien y del mal constituy tan riguroso lmite que con la transgresin se acab
el Paraso. Sagrados eran los lmites de la ciudad antigua
y sus murallas no oponan slo a los ataques su solidez,
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sino adems el anatema contra el atacante. Nuestra civilizacin, en cambio, ha roto con lo sagrado y elevado a
sus altares lo ms opuesto; a saber; el dinero y la eficacia
material. Como no se vive lo sagrado no se escriben apenas
tragedias, y si alguna accede a la escena entre vosotros
est quien las ha escrito con tanto coraje como dignidad
el espectador no llega a estremecerse con el horror que
invada al pblico de Epdauro, pues tiene embotada la
sensibilidad para el misterio. Es imposible sentir lo sagrado en la Naturaleza cuando los tcnicos la degradan y
manipulan como mero recurso explotable, provocando as
el castigo de los desastres ecolgicos. No puede haber
lugares sagrados para el profanador turismo de masas
creado por nuestro tiempo, a diferencia de las antiguas
peregrinaciones. Tampoco el hombre es sagrado para el
sistema, que tritura su persona hasta degradarla a la mera
condicin de mercanca y mercader, acribillndola a diario
con una invasora y condicionante publicidad, inspirada
slo en el lucro. Por eso no estremece el hambre de pueblos enteros ni los muertos por bombardeos militares cuya
rentabilidad se planea cuidadosamente, comparando las
vctimas esperadas con el coste del material blico. Ni es
sagrado el cuerpo, mero instrumento incluso para quien
lo anima, invocando un supuesto derecho a hacer con l
lo que quiera, sin darse cuenta de que su cuerpo no es
una propiedad suya, sino que es l mismo.
Desde la famosa y archicitada frase cartesiana Pienso
luego soy, emparejando as raciocinio con existencia, la
racionalidad del sistema ha ido subestimando el sentimiento que, sin embargo, es primero que la razn, pues, apenas
nacido, el nio siente el pezn de la madre, aunque todava en su cerebro no hayan empezado a formarse las conexiones del raciocinio. Por eso, en la frontera ms cer29
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. y, 1 '<r
DISCURSO
DEL
EXCMO. SR. D O N
SEORAS
SEORES
ACADMICOS:
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florecimiento gracias, de una parte, a su versin cinematogrfica, y, de otra, a la consolidacin de su autor como
uno de nuestros novelistas ms conocidos, me indujo a m
a leer la novela anterior de Sampedro, Congreso en Estoeolmo, y luego, al tiempo de su aparicin, Octubre, octubre, en 1981, y La sonrisa etrusca, en 1985, obras de las
que luego hablar. El caso es que haba un Jos Luis
Sampedro escritor al que yo conoca y valoraba, ntimamente, esa maana de enero del 89 en que fuimos presentados. He de confesar que el conocimiento directo, en
persona, de cualquier escritor al que admiro, me produce,
de entrada, un cierto desasosiego, porque no siempre el
hombre responde a la imagen que uno se haya podido hacer de l, desde su obra, y no necesariamente la excelencia literaria va acompaada de la calidad humana que se
espera en quien ha sabido conmovernos, esttica o emocionalmente, con su pluma. Desde aquella fecha, yo he
tenido la fortuna de compartir mesa, una vez al mes, durante cuatro o cinco horas, con Jos Luis Sampedro, mesa
de trabajo primero, seguida de un almuerzo despus. Y
lo que supe muy pronto, una vez comenzada esta peridica
relacin, es que nuestro nuevo compaero es una persona con quien, precisamente, uno puede sentarse a la mesa.
Que no es poco, para venir a esta Casa, porque lo que
aqu hacemos es acomodarnos, cada jueves, alrededor de
una mesa oval, para discutir los asuntos del idioma, en
los que unas veces podremos estar de acuerdo y otras,
acaso, disentir, pero siempre amigablemente, desde los
buenos modales que toda comunidad, acadmica o no, debe
cultivar y mantener. Por eso, si yo haba odo hasta entonces, con prudente respeto, la mencin de Jos Luis
Sampedro como persona digna de entrar en la Academia,
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podr yo hacerlo as, porque tambin me compete esbozaros una semblanza del recipiendario y lo que l ha hecho, con hondura y con sinceridad admirable, ha sido una
especie de introspeccin, de anlisis de su propia personalidad y, si no se ha detenido en los detalles de su vida,
si no nos ha ofrecido exactamente su autobiografa, s que
nos ha trazado, de algn modo, su etopeya. Tratar yo de
completarla, desde fuera, con algunos datos consabidos de
curriculum o de hoja de servicios.
Jos Luis Sampedro naci en Barcelona el 1 de febrero de 1917. Accidentalmente. Su padre, mdico militar,
estaba destinado all. Pero cuando tena ao y medio, la
familia se traslad a Tnger y a su niez tangerina se ha
referido l en su discurso. No ha mencionado, en cambio,
una temporada que pas tambin, por esos aos, con unos
tos suyos, en Cihuela, provincia de Soria, en el lmite con
Zaragoza, en la comarca denominada Las Vicaras, que forma parte de la Tierra de la Recompensa, llamada as por
haber sido la que entreg Enrique II de Castilla, el de las
Mercedes, a Beltrn Du GuescUn. Eso era viajar desde el
cosmopolitismo de Tnger a la Edad Media castellana: un
pueblo pequeo, fro, perdido, donde acababan de instalar
la luz elctrica, pero slo la encendan un rato cada noche.
Recuerda la copla con que se definan los de Cihuela:
No somos aragoneses
ni tampoco castellanos;
somos de Las Vicaras
y nos llamamos rayanos.
Otra frontera, por consiguiente, en las tierras interiores
de la Pennsula. A lo mejor, querido Jos Luis, es que
todo es frontera, se est donde se est, y lo que es pura
entelequia es eso que t llamas el centro.
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de que Jos Luis Sampedro ha llegado a ser, esencialmente y sobre cualquier otra cosa, lo que l siempre haba
querido ser: un escritor.
El nos ha dicho en su discurso que por trochas y vericuetos, al margen de corrientes y cenculos, ha ido dejando su huella de escritor furtivo. Es cierto. En Santander
descubri la poesa, en la famosa Antologa de Gerardo
Diego y vislumbr en ella la cumbre casi inaccesible de la
literatura. Escribi poemas, por entonces, y se haca l
solo una revista, a imitacin de las que lea, escrita e ilustrada ntegramente por l, su nico lector, y la Uam Uno.
Volver ms adelante sobre la dimensin lrica de Jos
Luis Sampedro.
Por los aos cuarenta y cincuenta f u e publicando cuentos en diversas revistas: Proel, El Espaol, Insula, La Estafeta Literaria, y ha continuado luego. Estn pidiendo su
recopilacin en un volumen y l no se acaba de decidir.
Tal vez no se sienta igual de conforme con todos, lo que
es natural; pero yo, que los he ledo hace poco, puedo decir que los hay excelentes y pienso que su personalidad
actual de narrador obliga a hacer accesible toda su obra
a los lectores, igual lo bueno que lo menos bueno.
El escritor furtivo obtiene, no obstante, en 1950, el
Premio Nacional de Teatro Caldern de la Barca por su
obra La paloma de cartn. Avatares administrativos, dificultades de montaje, cualquiera sabe qu, impidieron el
estreno que le hubiera correspondido en alguno de los
teatros nacionales y slo subi a los escenarios en representaciones de teatro de cmara, sin que tampoco llegara
a publicarse. Y creo que hubiera podido ser un acontecimiento y que acaso pudiera serlo todava. Para empezar,
una frontera, que en l ha sido siempre nos lo acaba
de manifestar una obsesin, unos aduaneros en huelga
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les, histricos a que se ven sometidas, va creando un ambiente, cuya originalidad consiste en que todo se va
trabando por una cuerda de hilos intelectuales. Manuel
Alvar destaca entre estos aportes la presencia reiterada
de ideas msticas, las de Ramn LluU y las de Ibn Arabi,
y oculto el nombre, pero vivsima la presencia, las de
San Juan de la Cruz. Yo he de volver todava, aunque sea
un instante, sobre el lirismo de esta obra. Nuestro Director concluye su anlisis con estas palabras: se habla hoy
del contrato entre escritor y lector que se desenlaza en
una especie de confesin. La de Jos Luis Sampedro est
en las pginas de Octubre, octubre, justificacin del hombre y del escritor.
Despus de ser elegido, muy poco despus, el nuevo
Acadmico public su ltima y largusima novela. La vieja
sirena, que ha tenido tambin un extraordinario xito de
venta, pero con no pocas reservas de la crtica. Es un libro
bellamente escrito, con pginas de asombrosa calidad estilstica, una recreacin histrica, con entrevero mitolgico, como del propio ttulo se desprende, con no pocos
intencionados anacronismos y una no oculta intencin simblica. He de reconocer que es el libro de Sampedro que
menos me gusta. No he sido nunca aficionado a la novela
histrica y soy realista por naturaleza. El Quartel de Palacio de Octubre, octubre, f u e mi barrio, en cada venida
a Madrid, antes de vivir en esta ciudad, por los mismos
aos en que la narracin se desarrolla, y pude ir avanzando en su compleja lectura, porque me iba reconociendo
en el tiempo y en el espacio. Tengo incapacidad total, en
cambio, para situarme en Alejandra y en el siglo i n de
nuestra era. Con la actual aficin a los horscopos que
yo naturalmente no comparto y que acaso tampoco resulte ajena a nuestro nuevo compaero, que no descarta nin51
ayuntamientos limtrofes entre s, enmienda que se acept y que qued trascrita de este modo en las Actas del
Senado.
En ese artculo o
que para la agregacin
han de ser, por condicin
limtrofes entre s.
Tate!, dije para m,
ripio diablico es
que, al ser limtrofes, pues
por fuerza son entre s.
Porque jams conceb
que un hombre y una mujer
amor pudiesen hacer
ella en Lugo y l aqu:
que, si ha de haber himeneo
en su formas naturales,
deben los... corresponsales
gozar de limitrofeo.
Del mismo modo, o as,
lo limtrofe, sin ripios,
obliga a los municipios
a estar juntos entre s i
Retrese, pues, de ah,
esa expresin redundante:
quedar ms elegante
aqu y en Valladoiid
(o en Valladoiid y aqu).
53
57
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