La Oración Contemplativa
La Oración Contemplativa
La Oración Contemplativa
CONTEMPLATIVA
Thomas Merton
PRLOGO
Entre lo escrito por William Blake, creo que se puede
destacar una frase: Hemos sido colocados en la tierra
para vivir en ella durante un breve periodo de tiempo. As
podemos aprender a asimilar los "rayos luminosos del
amor". Una expresin perfecta, acabada, como lo es lo
escrito por Thomas Merton sobre la oracin monstica.
Porque en esta frase de William Blake se nos da la clave
de la grandeza humana, totalmente traspasada por los
rayos del amor. Y al mismo tiempo nos recuerda lo
que le falta al hombre para convertirse en vehculo de
esos rayos luminosos del amor. Aqu, en esta
afirmacin casi apodctica, hay dos rasgos, ambos con el
mismo valor, sobre el deseo que tiene el hombre de
verse sumido en los rayos luminosos del amor. Y al
mismo tiempo se nos habla de su miedo a correr el
riesgo de verse expuesto a su poder transformante.
Porque si rezar significa cambiar, no es extrao que los
hombres, incluso los consagrados a esa tarea, se
apresuren a ponerse vestiduras protectoras, a llevar
delantales que les eviten toda radiacin, que incluso
lleguen, en los momentos de su oracin comunitaria, a
buscar la seguridad de los refugios para escapar a los
efectos de esos rayos luminosos del amor y seguir
como estn.
En este libro, que sin quererlo se ha convertido en el
testamento de Thomas Merton, ste no intenta otra cosa
ms que sealar los rayos luminosos del amor y
empujarnos al conocimiento de nuestros lugares de
refugio contra ellos, asumidos de una forma ms o
menos consciente y voluntaria. Podra parecer una tarea
negativa intentar despojar a los hombres de todas sus
LA ORACIN CONTEMPLATIVA
Aunque camine en tinieblas, sin hallar una luz, que
confe en el nombre del Seor y se apoye en su Dios.
(Is 50,10)
Les dar inteligencia para que reconozcan que yo soy
el Seor; ellos sern mi pueblo y yo ser su Dios.
(Jr 24,7)
INTRODUCCIN
El monje es un cristiano que ha respondido a una
llamada especial de Dios y se ha retirado de las
preocupaciones ms activas del mundo, para dedicarse
enteramente al arrepentimiento, a la conversin, a
lametanoia, a la renuncia y a la oracin. En trminos
positivos, debemos entender la vida monstica, sobre
todo, como una vida de oracin. Los elementos
negativos, la soledad, el ayuno, la obediencia, la
penitencia, la renuncia a la propiedad y a todo tipo de
ambiciones, todos esos elementos se orientan a dejar
expedito el camino de tal modo que la oracin, la
meditacin y la contemplacin puedan llenar el espacio
creado por el abandono de otras preocupaciones.
Lo que se ha escrito sobre la oracin en estas pginas,
va dirigido en primer lugar a los monjes. Pero, lo mismo
que un libro de psicoanlisis escrito por un psicoanalista
y para los de su misma profesin puede tambin, si no es
demasiado tcnico, llamar a las puertas de los profanos,
pero que tienen un cierto inters por esos temas, lo
I
El clima en el que florece la vida monstica es el del
desierto 9, donde est ausente la comodidad del hombre.
En ese desierto desaparecen las rutinas en las que se
apoya el hombre de la ciudad, y siente que le dan una
aparente seguridad. En este clima, la oracin debe
apoyarse en Dios, en la pureza de la fe. Aun viviendo en
comunidad, el monje se ve obligado a explorar el yermo
interior de su propio ser en solitario. La Palabra de Dios,
que es siempre su consuelo, representa al mismo tiempo
su afliccin. La liturgia, que es su gozo y que le revela la
gloria de Dios, no puede llenar el corazn que
previamente no haya sido humillado y vaciado de todo
miedo.Aleluya es el cntico del desierto.
9 Isaas 35,1-10.
II
En esta forma de oracin, tal como ha sido descrita por
los escritores primitivos de la vida monstica,
la meditatiodebe ser vista en su estrecha relacin con
la salmodia, lectio, orado y contemplatio. Es una parte de
un todo continuo, la vida entera unificada del
monje, conversatio monastica, su nueva orientacin
desde el mundo hacia Dios. Separar la meditacin de la
oracin, de la lectura y de la contemplacin es falsificar
nuestra concepcin de la forma monstica de oracin. A
medida que la meditacin se va haciendo cada vez ms
contemplativa, vemos que no se trata solamente de un
medio para conseguir un fin, sino que tambin tiene algo
de la misma naturaleza de un fin. Por eso, la oracin
11 Citado por W. G. Hanson en Early Monastic Schools of Ireland, Cambridge, 1927, p. 23.
Tambin san Beda describe la constante meditacin de los monjes celtas y de los seglares que
acompaaban a san Aidan en su misin en Northumbria en el siglo sptimo. Une la vida de oracin
vital de los monjes al fervor del mismo Aidan.
Su vida era tan diferente del aburrimiento de nuestros tiempos que todos los que lo
acompaaban, ya fueran monjes tonsurados o seglares, se ocupaban de la oracin, ya
sea leyendo las Escrituras o hablando sobre los salmos. Era su ocupacin diaria y la de
los que lo acompaaban, en cualquier sitio en el que estuviesen. 12
Hay que sealar el amplio sentido que Beda da a la palabra meditacin, identificndola con
la lectio y con la salmodia. Tambin hay que fijarse en que no ve diferencia alguna entre monjes y
seglares, que vivan de una forma muy parecida la misma clase de oracin continua, basada en la
Biblia.
En estos textos tradicionales encontramos no slo una visin muy sencilla, amplia y saludable de la
vida de oracin, sino adems una que est completamente unificada, an siendo diversa, en
perfecta armona con la naturaleza. Esto quiere decir, para empezar, que cada uno reza como
quiere, ya sea vocalmente o en su corazn. La oracin vocal significa aqu, en primer lugar, la
recitacin o el cntico de los salmos. Esta forma de oracin no exige una lucha para estar
recogido a pesar del trabajo, los viajes o cualquier otro tipo de actividades, sino que fluye de la vida
diaria y est de acuerdo con el trabajo y cualquier tipo de obligacin. Es, pues, un aspecto del
trabajo del monje, un clima en el cual el monje trabaja, porque supone un reconocimiento
consciente de la dependencia respecto a Dios. Tampoco aqu las formas que adopta ese
reconocimiento estn definidas o prescritas. No hay ni un solo instante en que el monje pueda
considerar a Dios ah fuera o en cualquier parte.Pero cada uno proceder de acuerdo con su fe y
su capacidad. El clima de su oracin es, pues, de reconocimiento, gratitud y amor totalmente
obediente, que slo busca agradar a Dios. Encontramos la misma sencillez en el captulo 52 de
la Regla, donde san Benito nos habla de la oracin personal y privada. Si alguno desea rezar en
secreto, djale que se vaya y rece, no en voz alta, sino con lgrimas y fervor en su corazn. El
clima de oracin que se sugiere en esta expresin tradicional, lgrimas y fervor del corazn, es
el del arrepentimiento y del amor.
III
Segn estos textos, vemos que en la meditacin no debemos buscar un mtodo o sistema,
sino cultivar una actitud, una visin general, hecha de fe, apertura, atencin, reverencia,
expectacin, splica, confianza y gozo. Todas estas realidades embeben nuestro ser de amor, en la
medida en que nuestra fe nos dice que estamos en presencia de Dios, que vivimos en Cristo, que
en el Espritu de Dios vemos a Dios nuestro Padre sin verle. Lo conocemos en lo
desconocido. La fe es el vnculo que nos une a l en el Espritu que nos da la luz y el amor.
Algunas personas, sin duda, tienen un don espontneo para la oracin meditativa. Esto no es
corriente hoy. La mayor parte de los hombres tienen que aprender a meditar. Hay formas para
aprender a meditar. Pero no debemos esperar encontrar mtodos mgicos, sistemas que hagan
evaporarse en el aire todas las dificultades y todos los obstculos. La meditacin es a veces muy
difcil. Si aguantamos los tiempos difciles en la oracin, y esperamos con paciencia los tiempos de
la gracia, podemos llegar a descubrir que la meditacin y la oracin constituyen unas experiencias
gozosas. Pero no debemos juzgar el valor de nuestra meditacin por cmo nos sentimos. Una
meditacin difcil, y aparentemente infructuosa, puede de hecho ser mucho ms vlida que otra
que es fcil, feliz, luminosa y aparentemente, un gran xito.
Hay un movimiento de la meditacin, que expresa el ritmo bsico pascual de la vida cristiana,
el paso de la muerte a la vida en Cristo. A veces, la oracin, la meditacin y la contemplacin son
muerte, algo as como descender a nuestra nulidad, un reconocimiento de sentirnos sin ayuda,
una frustracin, infidelidad, confusin, ignorancia. Fijaos lo comn que es esto en los salmos ". Si
necesitamos ayuda en la meditacin, podemos acudir a los textos de la Escritura que expresan
esta profunda tristeza del hombre en su nada y en su total necesidad, dependencia de Dios. Por
eso, cuando decidimos enfrentarnos a las duras realidades de nuestra vida, cuando reconocemos
que necesitamos orar mucho y con absoluta humildad para entrar totalmente en los caminos de la
fe, l nos arranca de las tinieblas a la luz, nos escucha, responde a nuestras oraciones, se da
cuenta de nuestras necesidades y nos concede la ayuda que le pedimos, aunque no sea ms que
dndonos ms fe para creer que l puede y quiere ayudarnos cuando lo considere oportuno. Ya es
una respuesta suficiente.
Esta alternancia entre la oscuridad y la fe constituye una especie de dilogo entre el cristiano y
Dios, una dialctica que nos lleva hacia profundidades cada vez mayores en nuestra conviccin de
que Dios es nuestro todo. Por estas alternancias crecemos en el desapego de nosotros mismos y
en la esperanza. Debemos darnos cuenta del gran bien que podemos conseguir solamente por
esta fidelidad a la meditacin. Un nuevo reino se abre ante nosotros, que no puede descubrirse de
otra manera. Llamadlo el reino de Dios. Hay que hacer todo esfuerzo y sacrificio para entrar en
ese reino. Tales sacrificios son ampliamente recompensados por sus resultados, incluso cuando
stos no nos son claros, mucho menos evidentes. Pero se necesita un esfuerzoiluminado, bien
dirigido y apoyado.
Por esta razn, la humildad y aceptacin dcil de un sano consejo son muy necesarios en la vida
de oracin. Aunque la direccin espiritual no es totalmente necesaria en la vida del cristiano
corriente, y aunque un religioso podra ser capaz de avanzar solo hasta un cierto punto sin ella
(muchos tienen que hacerlo as), se convierte en una necesidad moral para el que intenta
profundizar en su vida de oracin. De ah la tradicional importancia del padre espiritual, que
puede ser el abad o bien otro monje experimentado, capaz de guiar al que se inicia en los caminos
de la oracin, y de detectar inmediatamente cualquier signo de celo mal orientado o de un esfuerzo
con direccin equivocada. A una persona as hay que escucharla y obedecerla, especialmente
cuando previene contra el uso de ciertos mtodos y prcticas que esa persona ve que estn fuera
de lugar y son perjudiciales en un caso particular, o cuando se niega a aceptar ciertas
experiencias como evidencias de progreso.
El recto uso de los esfuerzos est determinado por las indicaciones de la voluntad de Dios y de su
gracia. Cuando uno obedece sencillamente a Dios, un pequeo esfuerzo lleva muy lejos. Cuando
alguien, de hecho, le est resistiendo (aunque diga a voz en cuello que no intenta otra cosa ms
que cumplir su voluntad) ninguna modalidad ni calidad en el esfuerzo puede producir buenos
resultados. Por el contrario, la terquedad que impulsa a seguir adelante en el camino de la
resistencia a Dios, a pesar de las claras indicaciones de su voluntad, es una seal de que uno se
encuentra en un grave peligro espiritual. A menudo, quien est metido en el problema es incapaz
de darse cuenta de ello. Es otra razn por la que un padre espiritual puede ser realmente
necesario.
El trabajo del padre espiritual no consiste tanto en ensearnos un secreto o un mtodo infalible
para entrar en un mundo de experiencias esotricas, sino en mostrarnos cmo reconocer la gracia
de Dios en su voluntad, cmo ser humilde y paciente, cmo conseguir una visin adecuada de
nuestras propias dificultades, y cmo apartar los principales obstculos que nos impiden
convertirnos en hombres de oracin.
Estos obstculos pueden tener races muy profundas en nuestro carcter, y de hecho podemos al
fin aprender que toda la vida ser apenas suficiente para liberarnos de ellos. Por ejemplo, muchas
personas que tienen pocos dones naturales y poco ingenio tienden a imaginarse que pueden
aprender muy fcilmente, por su propia inteligencia, a dominar los mtodos podra hablarse ms
bien de trucos, de la vida espiritual. El nico problema es que en la vida espiritual no hay ni
trucos ni atajos. Los que se imaginan que pueden descubrir tcnicas especiales y tratan de
asimilarlas para eludir los autnticos problemas de su vida espiritual, normalmente llegan a ignorar
la voluntad de Dios y su gracia. Sufren de exceso de confianza y de autocomplacencia en ellos
mismos. Se convencen de que van a conseguir esto o aquello, e intentan alcanzar un nivel
importante de vida espiritual por unos mtodos absolutamente personalistas. Incluso podra
parecer que, hasta cierto punto, aciertan. Pero algunos sistemas de espiritualidad especialmente
el zen budista, ponen un acento enorme en un estilo de direccin severo, a veces sin sentido
aparente, que le arrancan a la persona toda esa autosuficiencia. Nadie puede empezar a encarar
las dificultades reales de la vida de oracin y meditacin si no se encuentra perfectamente
satisfecho de ser un principiante y verse a s mismo como a alguien que conoce poco o nada, y
tiene una necesidad absoluta de aprender los rudimentos de todo. Los que desde el principio
piensan que saben, jams llegarn, en realidad, a saber nada de nada.
Las personas que intentan orar y meditar por encima del nivel que les corresponde, que estn
demasiado ansiosas por alcanzar lo que ellas piensan ser un alto grado de oracin, se apartan
de la verdad y de la realidad. Observndose a s mismos e intentando convencerse de sus
avances, se convierten en prisioneros de ellos mismos. Luego, cuando se dan cuenta de que la
gracia los ha abandonado, se sienten presos de su propio vaco y futilidad y se ahogan en la
desesperanza. La acedia sigue al efmero entusiasmo del orgullo y de la vanidad espiritual. El
remedio est en un largo periodo de humildad y de arrepentimiento.
No queremos ser principiantes. Pero tenemos que convencernos del hecho de que en toda nuestra
vida jams pasaremos de la condicin de aprendices.
IV
Otro obstculo y quiz ste sea ms comn es la inercia espiritual, la confusin interior, la
frialdad, la falta de confianza. ste puede ser el caso de los que, despus de haber empezado de
forma satisfactoria, experimentan el inevitable bajn que tiene lugar cuando la vivencia de la
meditacin empieza a ser ms seria, ms exigente. Lo que al principio parece fcil y gratificante, de
repente se convierte en algo totalmente imposible. La mente deja de funcionar a su ritmo normal.
Se experimenta una imposibilidad casi absoluta de concentracin. La imaginacin y las emociones
viven su propio ritmo de enorme dispersin. Hasta se vuelven totalmente indmitas a los mandatos
de nuestra voluntad. En esta situacin, en medio de una oracin, que es de gran sequedad,
desolada y que nos repele, la vida interior se convierte en puro desierto, carente de todo atractivo.
Este fenmeno tiene su explicacin. Es una prueba que hay que pasar, la noche de los sentidos.
Pero tampoco podemos perder de vista que, a menudo, es algo ms serio que eso. Puede ser el
resultado de un comienzo equivocado, en el que, debido a la terminologa, que nos resulta familiar,
de los libros de oracin y de la vida asctica, ha aparecido una fisura, una profunda fosa, que
divide la vida interior del resto de la propia existencia. En ese caso, la supuesta vida interior
puede reducirse a un intento valiente y absurdo de evasin de la realidad.
Bajo el pretexto de que lo que est dentro es de hecho real, espiritual, sobrenatural, etc., se
cultiva el abandono y el desprecio de lo externo, tachndolo de mundano, sensual, material y
opuesto a la gracia. Es un mal anlisis teolgico de la realidad exterior y un mal principio para una
vida asctica. Es una doctrina totalmente equivocada, sin justificacin posible por cualquier ngulo
por el que se la enfoque, porque en vez de aceptar la realidad tal como es, la rechazamos para
tratar de encontrar algn tipo de reino perfecto, de ideales abstractos, totalmente inexistente. Muy a
menudo, la inercia y la repugnancia que caracteriza la llamada vida espiritual de muchos
cristianos podra quiz curarse con un sencillo respeto por las realidades concretas de la vida
diaria, de la naturaleza, del cuerpo, del trabajo que uno desempea, de sus amigos, de todo lo que
le rodea, etc. Un falso sobrenaturalismo, que imagina que lo sobrenatural es una especie de
reino platnico de esencias abstractas, totalmente apartadas y opuestas al mundo concreto de la
naturaleza, no ofrece un apoyo real a la autntica vida de meditacin y de oracin. La meditacin
se ve sin punto de apoyo alguno y no responde a ninguna realidad, si no est firmemente
enraizada en la vida. Sin estas races no puede producir ms que frutos perdidos en la nada del
disgusto, la acedia, e incluso una introversin morbosa y peligrosa, el masoquismo, el dolorismo, la
negacin. Nietzsche expuso sin compasin esa masa humana desesperanzada, resultante de la
caricatura de lo que en realidad debera ser la cristiandad 15.
Los principiantes pueden caer en otra clase de falso comienzo, que se convierte en una extraa
mezcla de presuncin e inercia. Despus de haber aprendido a gozar de algunos frutos de la vida
espiritual, y de haber saboreado algn pequeo xito, cuando todo eso para ellos ya no es ms
que un mero recuerdo, algo que consideran perdido para siempre, empiezan a mirar a su alrededor
en busca de razones lgicas que puedan explicarles tal fenmeno. Estn convencidos de que hay
que echar la culpa a alguien, y puesto que no encuentran razn alguna para culparse ellos mismos
es posible que no se pueda echar la culpa a nadie y a nada en concreto, buscan la explicacin
de lo que les pasa en la comunidad monstica en la que viven. Adems, tenemos que admitir que
con el monaquismo en plena crisis de renovacin, con todas las observancias e incluso ideales
cuestionados a diario, no hay dificultad en encontrar cosas que criticar. El hecho de que las crticas
puedan tener alguna base, no las convierten, sin embargo, en todos los casos en perfectamente
razonables. Especialmente cuando las crticas son puramente negativas, y surgen principalmente
como un desahogo de la frustracin y el resentimiento.
Muchos de los obstculos para la vida del pensamiento y del amor, que es la autntica meditacin,
provienen del hecho de que las personas insisten en encerrarse ellas mismas en los muros de su
castillo interior para complacerse en sus propios pensamientos y en sus propias sensaciones,
como en una especie de tesoro privado. Malinterpretan la parbola evanglica de los talentos, y
como resultado, entierran su talento, protegindolo antes con un pao, en vez de ponerlo a trabajar
y obligarle a rendir frutos. Aun entregados, viviendo plenamente una vida contemplativa, el amor y
la apertura a los dems sigue siendo, como en la vida activa, la condicin para una autntica y
fructfera vida interior, hecha de interiorizacin y de amor. El amor a los dems es un estmulo para
la vida interior, no un peligro para ella, como algunos creen equivocadamente.
Monchanin, un gran contemplativo de nuestro tiempo, un sacerdote francs, que fue a fundar un
santuario cristiano en el sur de la India, dijo:
Mantengamos viva la llama del pensamiento y del amor. Las dos son una y misma llama.
Comuniquemos a los que viven a nuestro alrededor el deseo de comprender, de dar (y
tambin de recibir). Hay demasiadas conciencias encerradas en los muros que ellas
mismas han levantado alrededor de su propio ser. 16
V
Dice Ammonas, unos de los Padres del Desierto,
discpulo de san Antonio:
Tened en cuenta, amados mos, que os he
enseado el poder del silencio, cun
perfectamente cura y hasta qu punto es agradable
a Dios. Es lo que me ha movido a escribiros todo lo
que os he escrito, para que os mostris fuertes en
este trabajo que habis empezado, para que as
sepis que, ayudados por el silencio, crecen los
santos, que por el silencio el poder de Dios mora
en ellos, que conocieron los misterios de Dios por
medio del silencio. 18
La oracin del corazn nos introduce en el profundo
silencio interior, de tal forma que podamos aprender a
experimentar su poder. Por esta razn la oracin del
corazn tiene que ser siempre muy simple, reducida al
ms sencillo de todos los actos, y a menudo, sin
necesidad de palabras ni pensamientos.
Si, por otra parte, cuando nos referimos a la meditacin,
la confundimos con la oracin mental, que consiste en
actos discursivos llenos de actividad, un razonamiento
lgico complejo, una imaginacin activa y una deliberada
provocacin de afectos, encontramos, como nos dice san
Juan de la Cruz, que esta clase de meditacin tiende a
entrar en conflicto con nuestro silencio y atencin
receptiva al trabajo interior del Espritu Santo,
especialmente si intentamos continuar con el mismo
ejercicio, cuando ya ha dejado de ser til. El esfuerzo mal
VI
La tradicin cristiana primitiva y los escritores de
espiritualidad de la Edad Media no conocan conflicto
alguno entre la oracin pblica y privada, o entre la
liturgia y la contemplacin. El conflicto es un problema
VII
Uno de los primeros benedictinos que empez a mirar la
vida contemplativa como un problema fue san Gregorio
Magno. En sus Dilogos, present, por supuesto, a san
Benito como el modelo carismtico de la oracin
perfecta, como el padre de la comunidad monstica,
quien con sus oraciones y su visin proftica, gui a los
monjes, protegindolos tanto espiritual como
materialmente contra el poder de las tinieblas. San
Gregorio da a la muerte de san Benito, de pie en la
iglesia del monasterio, sostenido por las manos de sus
hermanos mientras reciba el Cuerpo de Cristo, una
relevancia especial. Lo mismo hace toda la tradicin
benedictina despus de l. Esta muerte, que la tradicin
benedictina moderna cree haber tenido lugar el da de
Jueves Santo, es considerada tradicionalmente por todos
como un acontecimiento que corona una vida dedicada
al culto litrgico.
Sin embargo, no debemos olvidar la incidencia en el
recuerdo, algo muy significativo de lo que pensaban los
benedictinos, de la acostumbrada oracin solitaria de san
Benito, en su habitacin de la torre, durante las primeras
horas del nuevo da, a partir de medianoche, antes de
que los dems monjes se levantaran para cantar el oficio.
Para ellos, este hecho tambin tiene un valor simblico,
ensendole al benedictino el tipo y modelo de oracin
monstica solitaria. Cualquiera que est familiarizado con
la tradicin monstica reconocer inmediatamente que
VIII
En la vida monstica la persona puede encontrar, de
acuerdo con san Bernardo, tres vocaciones: la de
Lzaro, el penitente; la de Marta, la servidora entregada
al cuidado del monasterio; y la de Mara, la
contemplativa. Mara ha escogido, deca san Bernardo,
la mejor parte, y no tena por qu envidiar a Marta o
dejarle a ella la contemplacin, cosa que no se le pide,
para compartir los trabajos con Marta. La parte de Mara
es, por naturaleza, preferible a las otras dos y superior a
ellas. Se siente, leyendo entre lneas de lo que escribe
san Bernardo, que eso tiene que decirse, porque en el
Evangelio se intuye una cierta envidia de Mara por
Marta. La parte de Mara no era de hecho siempre
deseada por la mayora.
San Bernardo mismo resuelve el problema diciendo que
despus de todo Marta y Mara son hermanas y deben
vivir en paz en el mismo hogar. Pero, en realidad, la
verdadera perfeccin monstica consiste, sobre todo, en
la unin de las tres vocaciones: la del penitente, la del
trabajador activo en el cuidado de las almas sobre todo
y la contemplativa. Pero cuando Bernardo habla del
cuidado de las almas, se refiere a la obligacin de instruir
y guiar a los otros monjes, ms que al trabajo apostlico
fuera del monasterio. La necesidad de predicadores y de
trabajadores apostlicos era aguda en el siglo doce.
Para san Bernardo, la vida contemplativa es la normal
para el monje, es decir, la que debe desear, preferir
siempre, aunque la vida activa tenga tambin sus
exigencias. La contemplacin debe ser siempre deseada
y preferida. La actividad debe ser aceptada, pero nunca
buscada. Finalmente la perfeccin de la vida monstica
se encuentra en la unin de Marta, Mara y Lzaro en
IX
Vamos a consultar finalmente a otro testigo benedictino
del siglo doce, Pedro de Celles, uno de los escritores
ms encantadores de la Edad Media.
De nuevo aqu, como en el caso de san Gregorio y san
Bernardo, nos enfrentamos cara a cara con una
personalidad contemplativa, con un hombre lleno de
talento, de calidez de corazn, inteligente, que a pesar
de sus claras preferencias por el silencio y la meditacin
del claustro, fue llamado a ser, no slo abad, sino obispo.
Debe decirse, para empezar, que aunque Pedro de
X
Echando una mirada retrospectiva a esta visin general
de algunos escritos caractersticos de los siglos
benedictinos, encontramos, como podamos esperar,
que la oracin es el autntico corazn de la vida
monstica. En ninguna parte se da un conflicto explcito
entre la oracin litrgica y la privada. Las dos forman
parte de una unidad armoniosa. Pero hay, sin embargo,
un conflicto entre las vidas contemplativas y las
activas, aunque este conflicto haya sido resuelto ms
o menos completamente por escritores como Pedro de
Celles. Ellos ven, de una manera muy realista y, al
mismo tiempo, en el espritu mismo de san Benito, que
toda vida en la tierra debe necesariamente combinar
elementos de accin y de reposo, de trabajo corporal y
de iluminacin mental. A veces es necesario practicar
una forma de oracin laboriosa, rida, y sin consuelo. En
otras, la persona puede recibir gracia y luz casi sin
esfuerzo, con tal de que est suficientemente bien
dispuesta. Esta vicisitud el trmino es de san Bernardo
o variacin entre el trabajo y el descanso se halla
exactamente en la lnea divisoria entre la oracin comn
y la privada y se encuentra, muy claramente, en ambas.
Por eso, aunque la oracin litrgica es, por su misma
naturaleza, ms activa, puede ser iluminada, en
cualquier momento, por la gracia contemplativa. Y
aunque la oracin privada puede tender, por su
naturaleza, a una espontaneidad personal mayor, puede
tambin ser, accidentalmente, ms rida y laboriosa que
el culto comunitario, que es, en cualquier caso,
XI
Cul es el objetivo de la oracin en el sentido de
oracin del corazn?
En la oracin del corazn buscamos en primer lugar el
mayor campo de nuestra identidad en Dios. No
razonamos sobre los dogmas de la fe, o sobre los
misterios. Ms bien buscamos conseguir un
conocimiento existencial, una experiencia personal de las
verdades ms profundas de la vida y de la
fe, encontrndonos a nosotros mismos en la verdad de
Dios. La certeza interior depende de la purificacin. La
noche oscura rectifica nuestras intenciones ms
profundas. En el silencio de esta noche de la fe, nos
volvemos hacia la sencillez y la sinceridad del corazn.
Aprendemos el recogimiento que consiste en escuchar
para ver la voluntad de Dios, en una atencin simple y
directa a la realidad. El recogimiento es el conocimiento
de lo incondicional. La oracinentonces significa el
anhelo de la sencilla presencia de Dios, la comprensin
personal de su palabra, el conocimiento de su voluntad y
la capacidad para escucharle y obedecerle. Es algo
mucho ms que peticiones formuladas en favor de
nuestras ms profundas preocupaciones.
XII
Sin intentar hacer de la vida cristiana un culto al
sufrimiento por l mismo, debemos admitir que la
negacin propia es absolutamente esencial a la vida de
oracin.
En la vida de oracin se da la nica posibilidad de
transformar nuestro espritu y de hacernos hombres
nuevos en Cristo. Luego la oracin debe ir acompaada
de la conversin, la metanoia, ese cambio profundo
del corazn en el que morimos en un cierto nivel de
nuestro ser para encontrarnos vivos y libres en otro, en
un nivel ms espiritual.
San Aelred de Rievaulx, escribiendo a su hermana, una
solitaria en Yorkshire, nos explica con claridad la relacin
ntima entre la meditacin y el ascetismo.
XIII
Para entender lo que sigue, el lector tendr que recordar
que las profundidades interiores de la vida espiritual son
misteriosas, inexplicables. Pueden difcilmente ser
descritas con detalles ajustados en lenguaje cientfico.
Por esta razn ni siquiera la teologa toca apenas el
tema, excepto con el lenguaje potico y simblico de los
Padres de la Iglesia y de los Doctores Msticos.
John Tauler, por ejemplo, dice que el conocimiento
mstico y unitivo de Dios es inefable y es luz esencial.
Se llama un desierto incomprensible y solitario.
Verdaderamente lo es. Nadie puede encontrar su
camino a travs de l o ver ningn mojn, porque
no tiene seales que el hombre pueda reconocer.
Por oscuridad aqu debes entender una luz que
nunca iluminar una inteligencia creada, una luz
que nunca puede ser entendida de forma natural. Y
se llama desolada porque no hay camino alguno
que lleve hasta ella. Para llegar all el alma debe
ser dirigida por encima de ella misma, ms all de
toda comprensin. Puede beber del torrente en sus
autnticas fuentes, de esas aguas verdaderas y
esenciales. Aqu el agua es dulce y fresca y pura,
XIV
La meditacin no es slo un esfuerzo intelectual para
dominar ciertas ideas sobre Dios o incluso para imprimir
en nuestras mentes los misterios de nuestra fe catlica.
El conocimiento conceptual de nuestra verdad religiosa
tiene un lugar definitivo en nuestra vida, y ese lugar es
importante. El estudio juega una parte esencial en la vida
de oracin. La vida espiritual necesita unos fuertes
fundamentos intelectuales. El estudio de la teologa es
un acompaamiento necesario para la vida de la
meditacin. El objetivo de la meditacin no es
meramente adquirir o profundizar el conocimiento
objetivo y especulativo de Dios y de la verdad revelada
por l.
En la meditacin no buscamos saber acerca de Dios
como si fuese un objeto como otros que sometemos a
nuestro raciocinio y que puede ser expresado en ideas
cientficas claras. Buscamos conocer a Dios mismo, ms
all del nivel de todos los objetos que l ha hecho, y que
se nos aparecen como cosas aisladas las unas de las
otras, definidas, delimitadas con lmites claros. El
Dios infinito no tiene lmites y nuestras mentes no
pueden ponerle lmites ni a l ni a su amor. Su presencia
es pues captada en el conocimiento general de la fe
amorosa, se realiza sin ser conocida de una forma
cientfica, con precisin, como conocemos un espcimen
con la ayuda del microscopio. Su presencia no puede ser
comprobada como podemos comprobar un experimento
de laboratorio. Aunque podemos darnos cuenta de ella
espiritualmente, si no insistimos en verificarla. Tan pronto
como intentamos verificar la presencia espiritual como un
objeto de conocimiento exacto, Dios nos elude.
Volviendo a algunos pasajes clsicos de san Juan de la
Cruz en la noche oscura de la contemplacin, vemos
que su doctrina acerca de la fe es a menudo mal
interpretada. A algunos lectores les parece que est
diciendo sencillamente que si damos la espalda a los
objetos sensibles y visibles, llegaremos a ver los objetos
invisibles. Esto es puro neoplatonismo, no la doctrina de
san Juan de la Cruz. Al contrario, l ensea que el alma
XV
La oracin contemplativa es, en cierto modo,
simplemente la preferencia por el desierto, el vaco, la
pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la
contemplacin, intuitiva y espontneamente busca el
sendero oscuro y desconocido de la aridez con
preferencia a ningn otro. El contemplativo es el que ms
bien desconoce que conoce, ms bien no goza que
goza, y el que ms bien no tiene pruebas de que Dios le
ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafo a toda
evidencia aparente. sta es una condicin necesaria, y
muy paradjica, para la experiencia mstica de la realidad
de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros.
Slo cuando somos capaces de dejar que salgan
todas las cosas de nuestro interior, todos los deseos de
ver, saber, gustar y experimentar la presencia de Dios,
entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de
experimentar la presencia con una conviccin y una
realidad abrumadoras, que revolucionan toda nuestra
vida interior.
XVI
XVII
Ahora podemos ver qu es lo que hace que una
meditacin sea buena y qu es lo que la echa a perder.
Todos los mtodos de meditacin que son meros ardides
con los que nos aliamos para aliviar la experiencia del
vaco y del miedo, son, en definitiva, evasiones que no
nos prestan ayuda alguna. Efectivamente, pueden
confirmarnos en nuestras ilusiones y endurecernos
respecto a ese conocimiento fundamental de nuestra
condicin real, contra la verdad por la que nuestros
corazones gritan desesperadamente.
Lo que necesitamos no es una falsa paz que nos
capacite para evadirnos de la luz implacable del juicio,
sino la gracia de aceptar valientemente la amarga verdad
que nos es revelada; abandonar nuestra inercia, nuestro
egosmo y someternos enteramente a las demandas del
Espritu, rogndole con insistencia que venga en nuestra
ayuda, y entregndonos generosamente a todo esfuerzo
que nos pida Dios.
Un mtodo de meditacin o una forma de contemplacin
que se limite a producir la ilusin de haber llegado a
alguna parte, de haber conseguido seguridad y
preservado la situacin que nos es familiar, por tener la
sensacin de hacer algo, ser finalmente un tipo de
conocimiento que el miedo borrar de nuestra mente, o
bien viviremos seguros en la arrogancia propia del
fariseo. Nos convertiremos en seres incapaces de llegar
a las verdades ms profundas. Estaremos cerrados a
todo el que no participe de nuestras ilusiones.
Llevaremos unas vidas buenas, que bsicamente son
inautnticas, buenas solamente en la medida en la
que nos permiten seguir instalados en nuestras propias
entidades, respetables e impermeables. El bien de
esas vidas depende de la seguridad que les ofrecen una
salud a toda prueba, la diversin, el bienestar espiritual y
una buena reputacin por su piedad. Semejante bien
XVIII
Hasta ahora nos hemos concentrado en la experiencia
personal de vaciedad que acompaa a la profundizacin
de la fe vivida con seriedad. Ahora la pregunta podra ser
la siguiente: Es eso importante para el verdadero
espritu de la oracin monstica? Todo lo que hemos
hablado sobre el miedo, el desierto, la nada, la pobreza,
es sencillamente una excusa para el negativismo y la
inercia de un espritu subjetivo? En el fondo, no se
tratar de una coartada que favorezca la esterilidad
espiritual? No sera ms honrado olvidarse de ese
nfasis sin inters alguno, puesto en la oracin personal
y meditativa, y concentrarse en la adoracin objetiva de
la liturgia de la Iglesia en la que supuestamente no hay
problema alguno?
Se podra llegar a razonar de esta forma: la participacin
objetiva en los misterios de Cristo, tal como los celebra la
comunidad cristiana, arranca a la persona de su centro,
XIX
La vida cristiana de oracin es sencillamente una
evasin de los problemas y ansiedades de la existencia
contempornea? Si lo que hemos dicho se ha entendido
adecuadamente, la respuesta a esta pregunta tiene que
ser totalmente evidente. Si oramos en espritu,
ciertamente no nos apartamos de la vida, negando la