RLADI - La Democracia Frente A Los Crímenes Masivos (Gargarella)

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La democracia frente a los crmenes masivos: una reflexin a la luz del caso

Gelman1
Roberto Gargarella2
Abstract
Este artculo toma como punto de partida la sentencia de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos en el caso Gelman vs. Uruguay para reflexionar sobre los vnculos
entre democracia y crmenes masivos. A partir de esta sentencia, Gargarella discute la
relacin entre democracia y derechos, y analiza las tensiones que pueden surgir entre
decisiones tomadas por una comunidad democrtica y otras adoptadas por tribunales
internacionales. El caso Gelman ilustra este posible conflicto de un modo particularmente
claro, en tanto involucra un plebiscito celebrado libremente cuya decisin
inevitablemente afect derechos humanos fundamentales.
Keywords: Gargarella, Derechos Humanos, Sistema interamericano, crmenes masivos,
crmenes de lesa humanidad, Gelman, Uruguay, tribunales internacionales, democracia.
I. Introduccin
En este escrito, voy a ocuparme del modo en que la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (Corte IDH) decidi el caso Gelman y, de ese modo, intervino en las
discusiones acerca de cmo una comunidad democrtica puede enfrentar el drama de los
crmenes masivos. Sin lugar a dudas, el fallo en cuestin es de enorme relevancia poltica
y jurdica, y aborda cuestiones fundamentales para la teora constitucional
contempornea. En lo personal, me interesar examinar la decisin de la Corte IDH en el
caso Gelman, motivado no tanto por la pretensin de defender o criticar la sentencia, sino
por la importancia de las cuestiones tericas que la misma nos urge a explorar. Por
supuesto, los temas abarcados por el fallo, y que ameritaran un estudio especial, son
numerosos, pero aqu no podr brindarle a todos ellos la atencin debida. Me concentrar,
en cambio, en una lnea de cuestiones de las que el fallo se ocupa, y que tiene que ver con
preguntas tan centrales como las siguientes. Cmo pensar la relacin democracia y
derechos? Cmo pensar, ms especficamente, esa relacin, cuando involucra, como en
este caso, a derechos humanos fundamentales y plebiscitos libremente celebrados?
Cmo resolver la tensin posible entre las decisiones tomadas por una comunidad
democrtica y las adoptadas por organismos internacionales? Cmo pensar los alcances
y lmites del reproche estatal frente a las ms graves violaciones de derechos humanos?
II. La Corte Interamericana, las Amnistas y la Democracia
1

Este trabajo es una versin resumida y parcialmente corregida de mi trabajo Sin lugar para la soberana
popular. Democracia, derechos y castigo en el caso Gelman.
2
Agradezco especialmente a Gianella Bardazano, Alicia Lissidini, Carol Machado Cyrillo da Silva y Martn
Soto Florin, por la enorme asistencia que me brindaron para conocer mejor los casos de Uruguay, Brasil y
Per. Tambin quiero dar las gracias a Gustavo Beade, Alejandro Chehtman, Carlos Espsito y Leonardo
Filippini por su colaboracin en la discusin de algunos de los problemas tericos que aqu abordo.

El 24 de febrero de 2011, al resolver el caso Gelman vs. Uruguay, la Corte IDH conden
a Uruguay por la desaparicin forzada de Mara Claudia Garca Iruretagoyena de Gelman
y el nacimiento en cautiverio de su hija Macarena Gelman, durante la dictadura militar 3.
En su fallo, la Corte sostuvo que Uruguay deba remover todo obstculo que permitiera la
impunidad de los responsables del hecho. En tal sentido, consider que la Ley 15.848, de
Caducidad de la Pretensin Punitiva del Estado (Ley de Caducidad), promulgada el 22
de diciembre de 1986, que impeda que fueran llevados a juicio quienes haban cometido
graves violaciones de derechos humanos durante la dictadura militar, resultaba carente de
efectos jurdicos, dada su incompatibilidad con la Convencin Americana de Derechos
Humanos y la Convencin Interamericana sobre Desaparicin Forzada de Personas. Al
mismo tiempo, consider que no constitua un impedimento para dejar sin efecto a la Ley,
el hecho de que la misma hubiera sido aprobada democrticamente, y luego respaldada
popularmente a travs de dos consultas directas con la ciudadana.
La cuestin democrtica resulta central, entonces, en el marco de la causa Gelman. No
sorprende entonces que los jueces de la Corte IDH le dediquen al tema algunos de sus
considerandos ms importantes. As, en el apartado 238 de su decisin, la Corte
manifiesta que
[e]l hecho de que la Ley de Caducidad haya sido aprobada en un rgimen democrtico y an
ratificada o respaldada por la ciudadana en dos ocasiones no le concede, automticamente ni por
s sola, legitimidad ante el Derecho Internacional. La participacin de la ciudadana con respecto a
dicha Ley, utilizando procedimientos de ejercicio directo de la democraciase debe considerar,
entonces, como hecho atribuible al Estado y generador, por tanto, de la responsabilidad
internacional de aqul.

A rengln seguido, en su considerando 239, la Corte extendi y clarific su posicin en la


materia al sostener que
[l]a sola existencia de un rgimen democrtico no garantiza, per se, el permanente respeto del
Derecho Internacional, incluyendo al Derecho Internacional de los Derechos Humanos, lo cual ha
sido as considerado incluso por la propia Carta Democrtica Interamericana. La legitimacin
democrtica de determinados hechos o actos en una sociedad est limitada por las normas y
obligaciones internacionales de proteccin de los derechos humanos reconocidos en tratados como
la Convencin Americana.

De este modo, y en fuertes trminos, la Corte se apresur a restar validez a la Ley de


Caducidad4, E inmediatamente, y en el mismo prrafo, el tribunal hizo lo propio,
tambin, con las dos consultas directas hechas por el gobierno rioplatense a la
ciudadana del pas: en primer lugar, el recurso de referndum (prrafo 2 del
artculo 79 de la Constitucin del Uruguay), en abril de 1989; y ms luego, un
plebiscito (literal A del artculo 331 de la Constitucin del Uruguay), sobre un
3

Corte IDH, Caso Gelman vs. Uruguay. Fondo y Reparaciones. Sentencia de 24 de febrero de 2001. Serie C.
No. 221.
4

La Ley estableci la caducidad del "ejercicio de la pretensin punitiva del Estado respecto de los delitos
cometidos hasta el 1 de marzo de 1985 por funcionarios militares y policiales, equiparados y asimilados por
mviles polticos o en ocasin del cumplimiento de sus funciones y en ocasin de acciones ordenadas por los
mandos que actuaron durante el perodo de facto".

proyecto de reforma constitucional por el que se habran declarado nulos los


artculos 1 a 4 de la Ley, el 25 de octubre del ao 2009.
Una primera pregunta que genera lo decidido por la Corte se vincula con el lugar en
donde aparece la tensin denunciada entre las decisiones democrticas del caso, y el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Ms especficamente: cul era el
aspecto del Derecho Internacional de los Derechos Humanos que estaba siendo desafiado
por las decisiones democrticas tomadas en Uruguay? La respuesta haba sido anticipada
por la Corte, y era retomada ahora en la seccin F de su decisin, referida a Las
amnistas y la jurisprudencia de esta Corte. All, la Corte volvi a insistir sobre la idea
segn la cual las leyes de amnista, en casos de graves violaciones a los derechos
humanos, son manifiestamente incompatibles con la letra y el espritu del Pacto de San
Jos (de Costa Rica). Esta idea ya haba sido expresada por la Corte, de otro modo, en
casos como Barrios Altos vs. Per, del 2001, y su decisin se relacionaba tambin con los
dicho en sus fallos La Cantuta vs. Per, del 2006; Almonacid Arellano vs. Chile, del
2006; y Gomes Lund vs. Brasil, del 20105, Ello as, pues las amnistas (agreg el tribunal
en su decisin de Gelman, considerando 226)
impiden la investigacin y sancin de los responsables de las violaciones graves de los derechos
humanos y, consecuentemente, el acceso de las vctimas y sus familiares a la verdad de lo ocurrido
y a las reparaciones correspondientes, obstaculizando as el pleno, oportuno y efectivo imperio de
la justicia en los casos pertinentes, favoreciendo, en cambio, la impunidad y la arbitrariedad,
afectando, adems, seriamente el estado de derecho, motivos por los que se ha declarado que, a la
luz del Derecho Internacional, ellas carecen de efectos jurdicos.

Lo sealado por la Corte IDH en la materia resulta difcil de aceptar por varios motivos,
algunos de los cuales examinaremos en el marco de este trabajo. Por el momento,
llamara la atencin sobre una primera cuestin, que tiene que ver con lo siguiente.
Latinoamrica tiene una larga historia de amnistas y leyes de perdn, y esa historia se
torn especialmente densa y poblada en las ltimas dcadas a raz de dos motivos bien
conocidos: por un lado, la grave oleada de quiebras democrticas y masivas violaciones
de derechos humanos producidas, muy en particular, desde comienzos de la dcada del
70; y por otro, la desigualdad poltica y econmica que desde siempre ha afectado a la
regin, y que se ha manifestado tambin en la presencia de actores con enorme capacidad
de accin y presin sobre los poderes polticos democrticos.
Ahora bien, por una diversidad de razones (relacionadas por caso con el aprendizaje
mutuo que se dio en todos estos aos entre los distintos pases de la regin; los temores y
entusiasmos generados por las experiencias vecinas; las diferentes maneras en que se dio
la transicin en los distintos pases; y la mayor fortaleza o debilidad de sus actores
civiles), las amnistas que fueron apareciendo en la regin respondieron a motivaciones
diversas, y adquirieron formas y contenidos tambin diferentes. De all que la decisin de
5

Corte IDH. Caso Barrios Altos vs. Per. Fondo. Sentencia de 14 de marzo de 2001. Serie C. No. 75; Caso
La Cantuta vs. Per. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 29 de noviembre de 2006. Serie C No. 162;
Caso Almonacid Arellano y otros vs. Chile. Excepciones Preliminares. Fondo, Reparaciones y Costas.
Sentencia de 26 de septiembre de 2006. Serie C No. 154; Caso Gomes Lund y otros (Guerrilla de Araguaia)
vs. Brasil. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de noviembre de 2010.
Serie C No. 219.

la Corte de considerar igualmente carentes de validez jurdica a todas las amnistas


aparecidas frente a graves violaciones de derechos humanos, a pesar de sus diferencias
evidentes y relevantes, pueda resultar, en principio, poco sutil, y finalmente injusta.
Ello as, en particular, teniendo en cuenta un elemento especialmente importante y
diferenciador entre las diversas amnistas producidas: su diferente legitimidad
democrtica.
Quisiera ilustrar las diferencias que sealo haciendo referencia a cuatro amnistas segn
entiendo, muy diversas entre s aparecidas en la regin durante los ltimos 30 aos. Me
refiero a i) la auto-amnista dictada por el Proceso de Reorganizacin Nacional de la
Argentina, antes de abandonar el poder; ii) la auto-amnista dictada por el rgimen de
Alberto Fujimori, en Per, luego de producida la masacre de Barrios Altos; iii) las leyes
de perdn dictadas por el gobierno democrtico de Ral Alfonsn, en la Argentina, para
poner trmino a los juzgamientos contra los responsables de las graves violaciones a los
derechos humanos ocurridas en el pas desde 1976; y iv) la Ley de Caducidad dictada en
el Uruguay y respaldada a travs de dos procesos de consulta popular.
Teniendo en cuenta estas cuatro amnistas, es posible llamar la atencin sobre la diferencia
sustantiva que se advierte entre tales estrategias normativas de perdn. Podemos hablar
aqu de una clara gradacin entre las mismas, en lo relativo a su legitimidad democrtica6.
Podramos decir que la primera de las normas citadas, i) dispuesta por el General Bignone,
nos refiere a una amnista dispuesta por un cruento rgimen militar, a favor de s mismo, en
su peor momento de popularidad. Es decir, se trat en este caso de una norma situada en un
extremo de falta de legitimidad.
En segundo lugar tenemos a ii) una norma impulsada por el Presidente peruano Fujimori, y
aprobada por el (conocido como) nuevo Congreso Constituyente Democrtico en 1995, que
apareciera luego de que el Congreso fuera cerrado por el (auto)golpe del 5 de abril de 1992,
impulsado por el propio Presidente Fujimori (los miembros del nuevo Congreso unicameral
de Per an no haban tomado posesin de sus cargos), y en un contexto de fuertes
restricciones a los derechos civiles y polticos. Es decir, nos encontramos aqu con una ley
que goza de una muy baja presuncin de validez o, lo que es lo mismo para nuestros
propsitos, de una muy baja legitimidad democrtica.
Luego nos encontramos con iii) las leyes de perdn promovidas por el gobierno
democrtico de Ral Alfonsn, aprobadas por el Congreso nacional, y respaldadas luego por
la Corte Suprema. Y, aunque es siempre difcil medir la legitimidad de una norma, podra
decirse que las leyes de perdn alfonsinistas se dieron en un contexto de amplias libertades
civiles y polticas, movilizacin ciudadana en las calles y amplia disputa y debate pblico.
6

Asocio aqu la legitimidad (democrtica) de una norma, simplemente, con el grado de inclusividad y debate
pblico que haya rodeado a la misma, al momento de su dictado. Conforme con este criterio, una norma que
es producto de una dictadura, tpicamente, gozar del grado ms bajo de legitimidad, debido a los niveles de
exclusin social presentes en la redaccin y discusin de la misma (cierre de instituciones democrticas,
restriccin a las libertades civiles y polticas fundamentales, etc.). Sobre validez jurdica y los diferentes
niveles de legitimidad democrtica de una decisin, ver Nino (1987). Ver tambin Ackerman (1993).

Lo dicho, de todos modos, no debe impedirnos reconocer que, al mismo tiempo, tales
normas surgieron a partir de indebidas presiones militares, que culminaron en la fuerte
asonada de Semana Santa. De este modo, podramos decir que en este caso nos
encontramos con normas, en principio, democrticamente legtimas, aunque al mismo
tiempo golpeadas en su legitimidad por la presin ilegtima de los sectores militares7.
Finalmente llegamos a iv) el caso de Uruguay, en donde volvemos a encontrarnos con una
norma de amnista dictada dentro de un contexto de plenas libertades civiles y polticas,
aunque afectada tanto por los miedos esperables (y tpicos en cualquier democracia) que
poda generar el ejemplo argentino, como por presiones (en muchos casos inaceptables)
ejercidas por los militares uruguayos (aunque no en forma de asonada, como en el caso
argentino)8. La legitimidad de la norma en cuestin, por lo dems, result notablemente
reforzada por la presencia de dos consultas populares, entendidas naturalmente como
mxima expresin de la soberana popular. Podemos hablar aqu, entonces, de una norma
democrticamente legtima, en un grado significativo9.
Las diferencias que separan, por caso, la auto-amnista de la dictadura militar argentina, y
la Ley de Caducidad uruguaya resultan extraordinarias, y ameritan, cuanto menos, un
proceso de estudio y distincin trabajoso y cuidado. Como sostuviera Carlos Nino, en su
momento, no haba mayores razones para considerar vlida la auto-amnista, que luego (en
cierta medida siguiendo sus invocaciones) derogara el Congreso argentino (Nino 1996). Sin
embargo, debiera ser claro, el caso de la Ley de Caducidad planteaba un asunto por
completo distinto al de la auto-amnista militar en la Argentina un caso que involucraba a
un complejo, atribulado, conflictivo pero en todo caso deliberado proceso de reflexin
colectiva.

Esta posicin nos acerca a lo que sostuviera el juez de la Corte Suprema Argentina Carlos Fayt, en su voto
individual en Simn, cuando para diferenciarse de sus colegas Zaffaroni o Petracchi- mantuvo que no poda
tomarse al caso Barrios Altos como antecedente vinculante, dado que la amnista ocurrida en Per resultaba
incomparable con la que se haba dado en la Argentina, ya que en este ltimo pas las normas de perdn
fueron el resultado de la decisin de un congreso democrtico. De todos modos, la posicin que aqu defiendo
se distingue de la de Fayt por considerar, como l no lo hiciera, que la legitimidad de las normas argentinas se
vea afectada, a su vez, por las graves presiones militares existentes en el momento de su dictado.
8
Es habitual encontrar argumentos contra la fortaleza democrtica de tales expresiones populares en Uruguay
(se las encuentra en el propio caso Nibia Sabalsagaray, en sus referencias al hecho de la fuerza, es decir al
peso que habran tenido en esos aos las presiones militares sobre la sociedad democrtica). Tal lnea de
argumentos, sin embargo, se enfrenta a un inconveniente muy serio, cual es el plebiscito constitucional de
1980, convocado por el propio gobierno cvico-militar, con el objeto de legitimar su continuidad y dejar
definitivamente de lado la Constitucin democrtica de 1967. El hecho es que, contra todas las previsiones, la
ciudadana uruguaya, durante la dictadura, y enfrentada a las limitaciones a la libre expresin propias de un
rgimen de facto, no tuvo dificultades para rechazar, por ms de un 57%, la invitacin que le formulara el
gobierno militar. Es decir, an en las peores condiciones, la ciudadana uruguaya supo decirle que no a la
dictadura, a travs de una consulta popular.
9
Es muy importante resaltar, sin embargo, que el examen que merece hacerse en torno al lugar en el que se
encuentra una cierta decisin pblica, en trminos de gradacin democrtica, no termina ni encuentra su punto
ms interesante, necesariamente, en la aparicin de un acto plebiscitario. Siempre corresponder seguir
explorando las caractersticas particulares de ese plebiscito: quin y cmo lo convoca; cmo se enuncian las
consignas del caso; qu niveles de discusin e informacin rodean al acto; etc. Agradezco a Gustavo Beade
por algunos comentarios al respecto.

La Corte IDH, en su sentencia, debi haber hecho un especial esfuerzo argumentativo para
distinguir unas amnistas de otras, en su sentencia. Ello, no simplemente por pretensin
acadmica o terica, sino en respeto de lo que significa para la ciudadana lograr acuerdos
democrticos de nivel semejante. Si una norma goza de (cierta) legitimidad democrtica,
ella no puede ser, luego, simplemente desafiada como si se tratara de una norma emanada
de una dictadura. En otros trminos, existe un problema serio cuando se toman como
idnticas por caso- normas ilegtimas de un modo extremo, y normas democrticamente
legtimas, en un grado significativo.
Al respecto, es interesante recordar que, en el caso que aqu ms nos interesa, el de
Uruguay, encumbrados dirigentes y juristas vinculados con el gobierno del Frente Amplio,
supieron reconocer bien el significado de los reiterados pronunciamientos mayoritarios en
respaldo de la norma de perdn. Ello, ms all del hecho de que muchos de tales individuos
estuvieran convencidos de la necesidad de juzgar a todos los responsables de la comisin de
crmenes masivos y militaran, en consecuencia, en pos de tal objetivo10.
Lamentablemente, el enfoque adoptado por la Corte IDH en el fallo Gelman se mostr
esquemtico y carente de matices. Para la Corte, simplemente, las amnistas se encontraban
prohibidas en todos los casos. Los jueces de la Corte dejaron en claro que la
incompatibilidad con la Convencin de Derechos Humanos no se limitaba a las
autoamnistas sino que alcanzaba a todo tipo de amnistas, porque lo relevante no era el
proceso de adopcin de la norma o la autoridad que emiti la ley de amnista, sino su
ratio legis, es decir, dejar impunes graves violaciones al derecho internacional
(considerando 229). Ms gravemente an, y por si lo anterior no fuera suficientemente
claro, la Corte seal entonces que, para el caso especfico del Uruguay, el hecho de que la
Ley de Caducidad haya sido aprobada en un rgimen democrtico y an ratificada o
respaldada por la ciudadana en dos ocasiones no le concede, automticamente ni por s
sola, legitimidad ante el Derecho Internacional. Para la Corte, la incompatibilidad de las
leyes de amnista con la Convencin Americana "no deriva de una cuestin formal, como
su origen", sino de su aspecto material. Es decir, la expresin de un Congreso soberano,
tanto como la organizacin ciudadana de un referndum primero, y luego de un plebiscito,
representaban cuestiones meramente formales, que poco tenan que ver con la validez
sustantiva de la ley11.
10

Diario La Repblica, Uruguay, 20/3/2010. Ver tambin http://www.180.com.uy/articulo/14697; y Diario El


Espectador, Uruguay, 18/11/2010.
11
Aqu aparece una objecin que ms de una vez me ha formulado mi colega Vctor Abramovich, quien fuera
Vicepresidente de la Comisin Interamericana de Derechos Humanos objecin a la que llamar, por tanto,
objecin Abramovich. La objecin Abramovich parte de la idea de que los pases de la regin tambin han
afirmado democrticamente su pertenencia al Sistema Interamericano, y suscripto democrticamente los
tratados de derechos humanos que ahora, los Tribunales cuya autoridad han reconocido democrticamente
les obligan cumplir. Es decir, la objecin viene a llamarnos la atencin sobre el pedigree tambin democrtico
de las decisiones que aqu objeto usando argumentos del mismo calibre. La objecin, sin embargo, no me
resulta para nada persuasiva. Ello as (ms all del uso, otra vez plano e indiferenciado de la idea de
democracia), por la razn siguiente: Desde las primeras reflexiones pblicas que conocemos en torno al
control judicial pienso, en particular, en la batalla jurdico-poltico que se generara en torno al caso Marbury
v. Madison, en los Estados Unidos- tenemos en claro que la creacin y aceptacin de un rgano de naturaleza
jurisdiccional no cierra sino que abre la discusin en torno a los alcances, lmites y modalidades de su
actuacin. Es decir, cuando ponemos en funcionamiento a un tribunal superior no precluimos sino que
inauguramos el debate acerca de qu es lo que puede decidir ese tribunal, de qu modo, o con qu autoridad.

En definitiva, en menos de 10 renglones, y bsicamente sin dar argumentos, el


pronunciamiento de la Corte IDH en Gelman desautoriz sin atenuantes ni matices la
decisin del Congreso uruguayo, ratificada por la voluntad de ms del 50% de la poblacin
expresada de modo limpio y directo. El problema que identificramos como de la
gradacin democrtica quedaba de este modo expuesto, de la forma ms grave.
Ahora bien, algunos defensores de la decisin de la Corte IDH podran alegar, contra lo
dicho hasta aqu, que el tribunal simplemente- hizo lo que estaba obligado a hacer,
conforme al derecho que deba aplicar. En otros trminos, la Corte no tena ninguna opcin
alternativa a mano, para decidir de un modo diferente. Sin embargo, dicha afirmacin no
resulta atractiva, dado que el derecho, para ser aplicado, debe ser interpretado y
lamentablemente -como sostuviera el filsofo del derecho Jeremy Waldron- de modo
habitual disentimos, razonable y profundamente, sobre cules son esos derechos, y cules
sus contenidos y contornos: nuestra vida en sociedad se encuentra decisivamente marcada
por razonables y persistentes desacuerdos en materia de justicia y derechos (Waldron 1999).
Lo dicho no significa renunciar a la idea de derechos; ni implica colapsar a la misma,
simplemente, en la idea de democracia. Lo dicho pretende, ms bien, objetar la estrategia
contraria, esto es decir, aquella que pretende, simplemente, aislar a la idea de derechos de
todo contacto con la nocin de regla mayoritaria. En este punto, cabra sealar junto con
Waldron, nuevamente, que la pretensin de independizar la discusin de los derechos del
recurso a la regla de la mayora, se frustra apenas comienza a andar. Ello es lo que se
advierte, claramente, en casi cualquiera de las decisiones de tribunales como la Corte IDH.
Tales decisiones reflejan los dos aspectos que aqu se enfatizan: por un lado, un razonable
desacuerdo interno (entre los jueces, en este caso), y por otro, y a partir de all, el recurso a
la regla mayoritaria (en este caso, interna al tribunal) como mtodo para zanjar ese
desacuerdo.
Si la Corte uruguaya o la Corte IDH se niegan a dar este paso, ello se debe a dos supuestos
adicionales (tan difciles de sostener como el que niega el hecho del desacuerdo), que
parecen estar presentes en su razonamiento. El primero de tales supuestos es el que vincula
a la regla mayoritaria con una tendencia a la toma de decisiones irracionales e irrazonables;
y el segundo, que aparece como la contracara del primero, es el que vincula al Poder
Judicial con la toma de decisiones racionales y razonables.
En definitiva, este tipo de supuestos relacionados con la irracionalidad propia de las
mayoras y la necesidad (consiguiente) del control judicial, parecen ser los que han hecho
posible que tribunales como los citados afirmen, con la conviccin con que lo han hecho,
que las cuestiones de derechos deben ser de competencia exclusiva del Poder Judicial; o
que consideren bsicamente irrelevante que una amnista haya sido aprobada por un
rgimen democrtico y an ratificada por la ciudadana en dos ocasiones; o que califiquen
a la decisin del Congreso uruguayo primero, al referndum luego, y al plebiscito ms
Y, como sabemos, lamentablemente, luego de ms de 200 aos de reflexin sobre el tema, todava no hemos
podido saldar la discusin referida a la legitimidad (democrtica) y alcance de la autoridad de los tribunales
superiores.

tarde, como expresiones meramente formales, completamente carentes de importancia a


la hora de evaluar la validez de la ley.
Una excelente ilustracin de cmo es que el problema del desacuerdo sobre el contenido de
los derechos impacta en la prctica decisioria de los tribunales aparece, justamente, en el
caso Gelman que aqu nos ocupa. El ejemplo en el que pienso no se refiere a una cuestin
marginal al fallo sino a otra que se encuentra, ms bien, en su mismo centro. Pienso en una
de las razones centrales que alega la Corte IDH para justificar su decisin de considerar a la
Ley de Caducidad como contraria a lo dispuesto por la Convencin Americana de Derechos
Humanos. Si la Corte condena a Uruguay en su fallo por haber violadola Convencin a
travs del dictado de la Ley de Caducidad, ello se debe a que los Estados dice la Corte
tienen la obligacin de sancionar a los responsables de cometer crmenes graves. Dicho
deber se desprende, segn nos aclara la Corte IDH, de la obligacin de garanta
consagrada en el artculo 1.1. de la Convencin Americana" (prrafo 189 de Gelman). Tal
artculo agrega el tribunal- obliga a los Estados a prevenir, investigar y sancionar toda
violacin de los derechos reconocidos por la Convencin y procurar, adems, el
restablecimiento, si es posible, del derecho conculado y, en su caso, la reparacin de los
daos producidos por la violacin de los derechos humanos (ibid., prrafo 190).
Ocurre, sin embargo, que cuando uno lee el artculo 1.1. de la Convencin Americana, no
se encuentra en absoluto con esa frrea y detalladsima serie de obligaciones enunciadas
por la Corte IDH. El artculo 1.1. de la Convencin lee como sigue:
[l]os Estados Partes en esta Convencin se comprometen a respetar los derechos y libertades
reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que est sujeta a su
jurisdiccin, sin discriminacin alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religin, opiniones
polticas o de cualquier otra ndole, origen nacional o social, posicin econmica, nacimiento o
cualquier otra condicin social.

En suma, una de las principales razones alegadas por la Corte IDH para condenar a
Uruguay por su incumplimiento con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos
vigente, tiene que ver con un artculo de la Convencin que en ningn momento hace
referencia ms o menos explcita a los deberes de prevenir, investigar, sancionar,
restablecer y reparar los daos producidos por la violacin de los derechos humanos
deberes que, segn la Corte IDH, Uruguay no habra cumplimentado. Tales deberes se
derivan, en definitiva, de una interpretacin jurdica, cuanto menos muy polmica (y que,
por lo dems, se contradice con las expresiones democrticas del Congreso y la ciudadana
uruguayas), hecha por el tribunal. Con este ejemplo, entonces, podemos reconocer de un
modo claro qu es lo que significa y qu es lo que implica no tomar en cuenta el problema
del desacuerdo, cuando meditamos sobre el sentido, significado y alcance de los derechos.
III. Sobre el derecho democrtico a reflexionar sobre el castigo
En esta seccin, quisiera explorar, ms no sea de modo breve, los diferentes modos en que
una comunidad democrtica puede reaccionar frente al crimen. Me interesar reflexionar de
un modo ms especfico sobre el derecho de una comunidad democrtica de decidir de qu

modo quiere afrontar el drama de las ms grandes tragedias a las que se enfrenta tragedias
como las impuestas por las dictaduras que azolaron la regin en los aos 70s.
Segn la Corte IDH, La forma en que, por lo menos durante un tiempo, ha sido
interpretada y aplicada la Ley de Caducidad adoptada en Uruguayha afectado la
obligacin internacional del Estado de investigar y sancionar las graves violaciones de
derechos humanos [ocurridas en el pas] (caso Gelman, prrafo 230). Y tambin: [l]a falta
de investigacin de las graves violaciones de derechos humanos enmarcadas en patrones
sistemticos, revelan un incumplimiento de las obligaciones internacionales del Estado,
establecidas por normas internacionales. Dada su manifiesta incompatibilidad con la
Convencin Americana, las disposiciones de la Ley de Caducidad que impiden la
investigacin y sancin de graves violaciones de derechos humanos carecen de efectos
jurdicos y, en consecuencia, no pueden seguir representando un obstculo para la
investigacin de los hechos del presente caso y la identificacin y el castigo de los
responsables (ibid., prrafos 231 y 232).
Estas manifestaciones de la Corte sugieren no slo que hay una nica (y, conforme
viramos, muy polmica) manera de interpretar las palabras de la Convencin Americana,
en relacin con los deberes del Estado frente a las violaciones que eventualmente debiera
enfrentar en materia de derechos humanos. Lo dicho por la Corte implica adems que existe
bsicamente una nica manera en que el Estado puede responder frente a tales crmenes,
siendo sta la respuesta del castigo.
Ocurre, sin embargo, que la respuesta del castigo no slo no se deriva necesariamente de la
letra de la Convencin (ni de una interpretacin ms o menos obvia de ella), sino que
implica una opcin al menos doblemente problemtica. La primera dificultad en la que
pienso tiene que ver con una cuestin de teora de la democracia, y consiste en que una
comunidad democrtica debiera tener mrgenes de accin ms amplios, para decidir de qu
manera quiere vivir, de qu modo quiere organizarse, de qu forma quiere premiar o
reprochar determinadas conductas que por alguna razn considere especialmente
relevantes. La segunda dificultad, que es la que aqu ms me interesa, se relaciona con una
cuestin de teora del castigo, y se relaciona con el hecho de que el castigo penal puede
verse como una de las peores formas de respuesta imaginables, frente a la comisin de
crmenes dentro de una comunidad democrtica.
Quisiera concentrarme en esta seccin, algo ms, en el tema del castigo, pero para ello
debiera aclarar dos cuestiones previas. En primer lugar, la Corte IDH ha insistido en que la
condena a Uruguay se debe a que dicho pas ha incumplido con su deber de sancionar e
investigar. Aqu voy a ocuparme de la omisin en que habra incurrido Uruguay de
sancionar a los responsables de violaciones de derecho masivas, pero dejando anotado que
de los fundamentos del fallo no se deduce claramente lo que en su conclusin se afirma,
esto es, que Uruguay hubiera incumplido o no estuviera en condiciones de cumplir (a partir
de la ley de impunidad sancionada), tampoco, con sus deberes de investigar12.
12

Ver, por ejemplo, el trabajo de la Comisin de Paz creada durante el gobierno del Presidente Battle a travs
de
la
Resolucin
858
del
9
de
agosto
del
2000:
http://medios.presidencia.gub.uy/jm_portal/2012/mem_anual/presidencia/paz.pdf El trabajo continu otro
informe muy importante organizado por una ONG regional, el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ),

En segundo lugar, aclarara tambin que, para los propsitos de este artculo, no necesito
dejar probada la superioridad de las alternativas que existen frente al castigo penal. Me
basta con dejar en claro que la Corte IDH no slo no nos dice por qu la Convencin exige
sancionar, sino que adems aparece innecesariamente comprometida con la idea de
castigo, frente a otras alternativas posibles y a al alcance de toda comunidad democrtica.
Yendo entonces a cmo es que la Corte IDH trat la cuestin del castigo en el caso
Gelman, nos encontramos con lo que podemos llamar el problema de la diversidad del
reproche estatal posibles, en manos del Estado. El problema en el que pienso emerge
cuando no se reconoce que un Estado democrtico tiene, y debe tener, la posibilidad de
escoger de qu forma es que quiere reprochar ciertos crmenes (y, agregara, ms an, los
peores crmenes a los que se ha visto enfrentado); y que esa forma puede incluir, o no, la
modalidad del castigo tal cual hoy la conocemos y practicamos.
Lo dicho implica reconocer, ante todo, que existe una distincin entre reproche, sancin y
castigo, que merece ser analizada y explorada con ms cuidado (Gargarella 2008). Ello, en
lugar de simplemente colapsar todas estas categoras en la peor versin de una de ellas: la
privacin de la libertad. Por ello es que suscribo, por caso, lo sealado por Leonardo
Filippini quien se ha ocupado de la misma cuestin, a la luz del caso Gelman- cuando nos
recuerda de qu modo el discurso legal y el de la Corte IDH no es la excepcin contina
asimilando las ideas de reproche, sancin y castigo, naturalizando, en gran medida, que
la prisin es la forma de referencia para expresar la mxima reprobacin social en una
comunidad (Filippini 2012, 190).
Que la Corte IDH se comprometa con la idea del castigo del modo en que lo ha hecho es
preocupante, no slo porque su aproximacin se ha basado en citas autoritativas que, en
verdad, no le otorgaban el respaldo necesario para afirmar lo que afirmara, sino adems
porque la respuesta por la que ha optado no slo no era la nica disponible, sino que era
una respuesta demasiado poco atractiva como para ser asumida acrticamente.
Por supuesto, mi intencin no es la de afirmar la idea segn la cual el castigo penal es la
peor opcin a nuestro alcance, frente a la produccin de crmenes masivos. De lo que se
trata es, simplemente, de afirmar que la opcin en juego no es fcil de justificar y ello,
mucho menos, teniendo en cuenta que existen alternativas, que aparecen como igual o ms

presentado en diciembre de 1989. Ver tambin, por caso, el reporte de la Presidencia de la Nacin, sobre la
Investigacin
Histrica
sobre
Detenidos
Desaparecidos,
asi
en:
http://archivo.presidencia.gub.uy/_web/noticias/2007/06/tomo4.pdf. Ver asimismo las declaraciones del
Presidente Tabar Vzquez refirindose a los trabajos y bsquedas realizadas desde el gobierno, sobre el tema
(por ejemplo: http://www.sandiegored.com/noticias/8426/Expresidente-uruguayo-critica-un-fallo-de-la-CorteInteramericana-de-DD-HH/), y en particular las investigaciones promovidas por dicho presidente , con el
objeto de dar cumplimiento del art. 4 de la ley de amnista. En el ao 2007, y a resultas de tales
investigaciones, se publicaron 5 tomos conteniendo los resultados del Nunca Ms uruguayo. Finalmente,
llamara la atencin sobre las polticas de memoria y reparacin imperfectas pero significativas llevadas a
cabo por el gobierno uruguayo, que incluyeron la creacin de un Archivo Nacional de la Memoria y de un
Museo y una Biblioteca destinados al mismo fin (as como la creacin de monumentos, y el colocado de
placas conmemorativas), tanto como beneficios jubilatorios para los exiliados que regresaron al pas, y
compensaciones para los ex detenidos polticos (Errandonea 2008, 46 y sigs.)

10

razonables que la alternativa punitiva13. Cabe enfatizar, por lo dems, que tales alternativas
no son slo tericas o imagibables, sino que se trata de posibilidades exploradas en la
prctica concreta tpicamente en Amrica Latina como lo demuestran, por caso, las
Comisiones de Verdad y Reconciliacin, en Chile o El Salvador; la muy imperfecta Ley
de Justicia y Paz, en Colombia (Uprimny et al 2006); la Comisin de Paz uruguaya; o la
ms reciente Comisin de la Verdad instalada en Brasil por el gobierno de Dilma
Rousseff (ver, en general, Sikkink 2011). Smulovitz (2009), examinando slo el caso de la
Argentina, da cuenta de la enorme variedad de estrategias judiciales y no judiciales
seguidas en el pas, tratando de hacer frente a las injusticias del pasado, en tiempos en que
se limitaba la posibilidad de la sancin penal. Dichas alternativas incluyeron, por caso, i) la
bsqueda de reparaciones econmicas; ii) la apelacin a tribunales internacionales; iii) la
afirmacin de pedidos de perdn pblicos, por parte de instituciones e individuos
comprometidos con la represin pasada; iv) el establecimiento de fechas pblicas
conmemorativas; v) casos de ostracismo social; vi) la creacin de institutos oficiales
dedicados a honrar la memoria histrica; vii) la creacin de monumentos, espacios y fechas
conmemorativas, y ix) el establecimiento de los juicios por la verdad.
Experiencias como las citadas pueden haber resultado ms o menos exitosas respecto de los
fines perseguidos, pero ello no es lo que importa, en este punto. Lo que interesa es dejar en
claro, simplemente, que existen formas diferentes, y asimismo razonables, de responder
ante la afrenta impuesta por los crmenes masivos.
En definitiva, el problema sobre el que insistira, antes de concluir con esta seccin, es el
que se deriva de la incapacidad demostrada por la Corte IDH para lidiar con la cuestin de
la diversidad del reproche estatal un tema que aparece de la mano de su negativa a tomar
en serio la capacidad de una comunidad democrtica para decidir sobre los principios con
lo que va a organizar sus instituciones fundamentales14.
IV. Una conclusin provisional
A travs de su decisin en Gelman, la Corte IDH perdi una gran oportunidad para
contribuir al debate colectivo internacional en torno a temas de primera trascendencia,
como los referidos a la democracia, y la legitimidad de las decisiones que resultan del
debate pblico; los derechos constitucionales, y la complejidad propia de la interpretacin
jurdica; y el castigo estatal y la diversidad de formas con las que una comunidad cuenta
13

Sobre la existencia de respuestas alternativas al castigo, me contentara por el momento con hacer
referencia a la vasta literatura especializada en la materia (Braithwaite 1998 y 2000; Braithwaite & Pettit
1990; Braithwaite & Pettit 2000; Cunneen & Hoyle 2010), y a la vez citar la experiencia histrica comparada,
que tambin es rica. Esta experiencia comparada, en efecto, nos permite reconocer que otros pases han
optado por otras formas de respuesta distintas al castigo, frente a la violacin masiva de derechos (ver por
ejemplo, Baraine & Levy 1995). El ejemplo de Sudfrica suele ser el ms citado, en estos casos, a partir de su
prioritaria preocupacin por buscar, antes que al castigo penal, la verdad de lo sucedido.
14
Existen razones de igualdad, en cambio, que sensatamente pueden movernos a considerar que no sera justo
asegurar un tratamiento especial, por parte de la autoridad coercitiva, justamente a aquellos que han
cometido los peores crmenes ocurridos en la historia de la regin. En lo personal, concuerdo con este
argumento, aunque ello no me lleve a pensar que esas razones de igualdad justifican, finalmente, la necesidad
de generalizar las respuestas de punicin irracional que hoy, en mi opinin, se aplican al resto de la poblacin
carcelaria, en toda la regin.

11

para reprochar las conductas que rechaza. En lugar de desplegar una visin muchas veces
simplista, punitivista, y basada en la desconfianza hacia la ciudadana, la Corte IDH pudo
habernos ayudado a construir una teora ms rica en trminos democrticos; ms consciente
de las complejidades propias de la interpretacin legal; menos punitivista; y finalmente
capaz de integrar nuestras intuiciones sobre democracia, derechos y castigo en una teora
abarcativa.

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