La Amante Del Loco
La Amante Del Loco
La Amante Del Loco
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PROLOGO
La cada vez m‡s diestra y suelta mano literaria de Pilar Pedraza Perez
del Castillo nos entrega una nueva obra "La Amante del Loco", en la
cual nos introduce en el maravilloso y complejo mundo de la novela.
Universo real e irreal al mismo tiempo. Real, en cuanto es el marco en
donde acontece todo lo narrado por el autor. Irreal, porque los
episodios novelescos deben tener mucho de fantas’a `pura y algo de
ficcion arreglada por el escritor, que los ha observado en el ambiente
social y los manipula para convertirlos en relato literario.
"La Amante del Loco" es una historia de historias. Es una saga donde
vemos las peripecias de la familia de Francisca Acarrea, que comienza
en 1916 y se prolonga hasta nuestros d’as, teniendo siempre a las
mujeres como a sus protagonistas. Porque es una saga, comienza con un
brev’simo relato hist—rico de la esclavitud en el Perœ; continœa con
los episodios de las tres generaciones femeninas de esa familia; se
relaciona con el mundo m‡gico; es decir, nos muestra diferentes niveles
de la acci—n e interacci—n humana: Žste, el de la historia en la que
vivimos temporalmente y, ese otro, del m‡s all‡, donde viven las almas
de los difuntos, los cuales, en determinadas oportunidades, se juntan
con nosotros para interferirnos o ayudarnos; para ayudar a los elegidos
libremente por ellos, lo cual les permite ser o tener m‡s que el comœn
de los mortales. Novela plenamente inserta en la cultura andina, donde
esa peculiar cosmovisi—n es cotidiana.
Parece que Pilar Pedraza PŽrez del Castillo ha escrito esta novela como
una protesta, consciente o inconsciente, contra la forma de vivir del
ser humano de hoy en d’a, tan amoral, tan sin sentido, tan opaca y
falta de elegancia espiritual.
Era una calurosa ma–ana de aire sofocante y escaso de uno m‡s, de los
mon—tonos y envejecidos veranos de Ca–ete, del pueblo de Chincha. Los
habitantes de la hacienda de "El Carmen", ubicada muy cerca del puerto,
viv’an el ambiente aœn m‡s pesado. Corr’a el a–o de 1916 cuando la
hermosa negra (leg’tima mujer del negro Jerem’as Acarrea), la imponente
mulata Francisca Celina, se debat’a entre la vida y la muerte dando a
luz, con ayuda de la negra partera de la hacienda, a otra criatura
bastante m‡s blanca y menos mulata, a la que de inmediato bautizaron
con el nombre de Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea ya que era el
œnico apellido disponible, puesto que, Francisca Celina aunque ten’a,
adem‡s del tormento de un amor prohibido, a dos nombres, carec’a de un
apellido; incidente que no fue impedimento ni raz—n para no fornicar
por amor engendrando aquella hermosa criatura, como prueba m‡xima y
altruista de la creaci—n realizada por dos amantes que, para defender
su amor, desafiaron tanto a Dios como al demonio.
Algo de cierto debi— haber, Panchita era diferente desde ni–a, sus
facciones eran finas y, aunque su piel era oscura, ten’a unos hermosos
ojos verdes que siempre andaban echando chispas irradiando una fuerza
desconocida o sobre natural. Ella era intocable, nadie osaba molestarla
o hacerle da–o, ni siquiera su madre se atrev’a a llamarle la atenci—n,
tampoco era necesario, ella era de personalidad tranquila y viv’a semi
ausente con la mente en el infinito presagiando el acontecimiento de
cuanto evento bueno o malo estuviera por suceder. As’ fue como lo supo
de antemano. La muerte de su madre tendr’a lugar el Viernes Santo
durante la procesi—n que desfilaba dando vueltas incesante a la Plaza
Principal del pueblo de Chincha. Contaba doce a–os (cuarenta menos que
su madre), cuando qued— huŽrfana y bajo sus propios cuidados, no sinti—
pena ni volvi— a pensar en la difunta, es m‡s... ella la segu’a viendo
cada noche, le bastaba dirigir sus chispeantes ojos verdes al
firmamento, all’ yac’a su madre, en sus bacanales espirituales de
negros y blancos, alguno de aquellos esp’ritus ser’a con seguridad el
que la engendr—.
Pancha s—lo termin— la escuela primaria pues, los ni–os, al igual que
sus hermanos mayores, fueron enviados a la capital a proseguir sus
estudios. Por un par de a–os la hacienda se sumi— en un triste
silencio, œnicamente Pancha, que contaba los diecisiete a–os ya, segu’a
llena de vida. Si no estaba cantando alegremente en voz alta,
conversaba animadamente con sus esp’ritus en voz m‡s baja; ya estaban
acostumbrados a ella y la aceptaban y quer’an como era, nadie se
atrev’a a cuestionarle nada por temor a alguna represalia de sus
esp’ritus protectores adem‡s, era ella y s—lo ella, quien lo sab’a
todo, el pasado, el presente y el futuro. El œnico d’a de esa dŽcada en
que Panchita dej— de cantar, fue el fat’dico d’a del accidente en el
que el hijo mayor de sus patrones perdiera la vida . Ella lo supo con
tres d’as de anticipaci—n, es m‡s, estuvo presente en el lugar de los
hechos, vio como aquŽl hermoso caballo negro azabache tropezaba con una
roca rompiŽndose la pata izquierda, derribando a su jinete para caerle
encima mat‡ndolo aplastado. No lo coment— con nadie, nada sacar’a con
anticiparlo, era algo que suceder’a y, por supuesto,
sucedi— justo el d’a en que ella dej— de cantar, sus ojos chispeaban
sin poderlos contener, m‡s verdes que de costumbre. El patr—n lo not—;
notaba que siempre que Pancha dejaba de cantar y sus ojos chispeaban
sin parpadear suced’a algo diferente, a veces bueno y otras veces muy
malo; asustado y temeroso conmin— a Pancha a "desembuchar" el mal
presagio; no fue necesario, en ese preciso instante le informaron lo
ocurrido.
Sin pensarlo dos veces, se lanz— esa noche en pos de Pancha, no le fue
dif’cil hallarla, lo estaba esperando pues sab’a de antemano que
vendr’a trayendo con Žl la perdici—n para ella. Pancha retozaba
completamente desnuda en la hamaca de su habitaci—n, no solamente lo
escucho entrar, tambiŽn lo vio decidido cuando atraves— el umbral
LA PARTIDA
Me voy...
Y no quiero partir
pero me llevas
arrebatas
la carne a mi carne
ese unico y mio
eso tibio y amado
salido de mis entra–as
y transformado en ser
No dejo nada y
todo te llevas
mis iluciones y una mirada
la risa plena
la lagrima dulce
la estirpe orgullosa
fortaleza sin llanto
de la raza negra
tanto y tan poco a cambio
de una vida nueva.
Y a ti mi peque–a...
acostada en el follaje
de las ansias de una
agon’a incontenible
a merced del tiempo
las culpas y los pesares
mi vida que ya no siento
y la nada del desconsuelo
har‡n para ti un ma–ana
tan incierto y lejano
como la cercan’a
a nuestro cielo Chinche–o
LA INFANCIA...
Con tanto argumento no fue nada dif’cil para sor Catalina conseguir la
autorizaci—n y carta notarial de poder en favor del convento de Santa
Clara, para que Nieves Acarrea Acarrea, quede bajo la tutela y el
eterno cuidado de las buenas monjitas. Terminadas las gestiones, Sor
Catalina, muy entusiasmada, recogi— a la peque–a ante el asombro y
resignaci—n de sus t’os y emprendi— el viaje de retorno a la ciudad de
Lima en direcci—n a su convento de Santa Clara.
Durante las doce horas de viaje en el aquŽl coche tirado por seis
hermosos caballos, bastante agotados y viejos, Sor Catalina no se
cansaba de hablar como metralleta, exitada y muy convencida de haber
reclutado un alma al servicio del Se–or. A Nieves lo œnico que le
interesaba era que le repitiera aquella historia (para su infantil
intelecto, totalmente leg’tima y cierta) de la plebeya casada con un
pr’ncipe. Mientras acariciaba su medallita de oro, la mulata quer’a
saber los detalles, c—mo era el lugar de los hechos y si el convento
quedaba cerca de algœn castillo o si Sor Catalina conoc’a a algœn
pr’ncipe que fuera de su edad o algo mayorcito, pero bien parecido y
tambiŽn le preocupaba saber a quŽ edad deb’a ella comenzar a esperar
por su pr’ncipe. Estar’a siempre de acuerdo y con toda la buena
predisposici—n del mundo para iniciar los preparativos de su formaci—n
que la habiliten para conocer cuanto antes a su pr’ncipe y prometido.
Sor Catalina la escuchaba pero no le prestaba atenci—n, estaba en su
cavilaci—n muy cerca de nuestro Se–or Jesœs, pidiŽndole por el alma de
esta criatura, para que la acepte y le dŽ la vocaci—n necesaria puesto
que ante El, la raza y el color son uno solo, (prueba clara era la
existencia del mulato San Mart’n de Porras) no podr’a pues ser de otra
forma, Nieves deb’a tomar los h‡bitos y ser parte de la orden de Santa
Clara, hasta tal vez llegara a ser otra santa mulata dando gloria a la
orden de las clarisas.
AMOR...
OCƒANOS
QUE AGAZAPADOS
GOLPEAN MI INTERIOR
CON GIGANTESCAS OLAS
DE ENCRESPADAS COLUMNAS
DE ESPUMA EFERVESCENTE
Y BLANCA NUBE
ME SACUDO
Y
MI VOLUNTAD TIEMBLA
ANTE TU PRESENCIA
QUE SOMETE MI CUERPO
SALPICANDO LA LUJURIA
DE TUS DESEOS
A LOS PLACERES Y LA CARNE
EN TAL GRANDEZA
LA SED DESAPARECE
NO FLUYE MAS LA SANGRE
ME COLMA LA CALMA
Y ALCANZO LA PLENITUD
DE TU ALMA
ENTONCES
EN COMUN ABANDONO
UNIDA
JUNTO A LA TUYA
UNA SOLA
SOMOS LOS DOS
EL AMOR.....
Por fin... el ansiado d’a lleg— otra vez. Nuevamente enrumbaron las
tres en busca de limosnas y caridad. Esta vez, la madre superiora las
enviaba con una direcci—n precisa a un palacete alejado de los
suburbios, ubicado en Chorrillos, frente de la Costanera, muy cerquita
del mar. Para llegar hasta all’ era preciso hacer uso del tranv’a, para
disfrute y algarab’a del disparejo tr’o.
All’ fue que lo vio, pr‡cticamente sus miradas chocaron de frente, ella
perdi— el equilibrio y contuvo la respiraci—n... era su pr’ncipe, el de
sus interminables sue–os, sus ojos claros, su porte de rey, aquella
vestimenta real con el sable al cinto y la gorra en la cabeza; llevaba
los hombros adornados por los galones del uniforme de la Escuela de la
Fuerza Naval, que para ella era no era otra cosa que el uniforme de la
realeza. El cadete salud— atento, impresionado por la belleza ex—tica
de aquella mulata; no le pas— desapercibida la impresi—n que le causara
su porte a la pobrecilla mal vestida y zaparrastrosa, sientiŽndose
halagado en su vanidad. Sin darle mayor importancia les hizo una
reverencia y sigui— de largo en busca de Madam, su madre.
Por fin lleg— el d’a, se ba–— mas largo que de costumbre, revis— y
volvi— a planchar su œnico y envejecido traje de calle, lustr— sus
gastados botines que calz— junto a las mismas medias zurcidas; estaba
lista, ella y su paquete conteniendo las perfectas y hermosas toallitas
bordadas para Madam. Sor Angelina y la novicia regordeta tambiŽn
estaban listas y ansiosas por volver a degustar los "petit furs" en el
palacete de Madam; as’ pues emprendieron el largo viaje en tranv’a que
ya les parec’a un paseo rutinario. Sin embargo, la mulata volvi— a
sentir el mismo impacto que le produjera su anterior visita a la playa,
s—lo que esta vez, olvid— el paseo por el malec—n, la caminata descalza
por la playa y el sabor del agua salada de cuando la novicia regordeta
le salpicara la cara con los resabios de olas marinas. Como avalancha,
sus pensamientos se suced’an uno tras otro, en ellos œnicamente cab’an
"Žl", Madam, ella, Sor Catalina, Sor Angelina, la novicia. Todos c—
mplices aquiescentes de su amor. Mientras corr’a presurosa para jalar
el cord—n de la campanilla, juraba que estaba decidido y que ser’a tal
y como en su sue–o. Nuevamente apareci— el mismo moreno uniformado
quien muy solemne y serio, despuŽs de una reverencia como saludo, las
introdujo a la salita de estar.
Madam las esperaba enfrascada en la silenciosa lectura de una novela de
Flauber, "Madam Bobary", que apart— tan pronto las vio entrar. Igual
que hac’a una semana, entraron las tres y, al verlas, la escena, le
record— a una fotograf’a de aquellas tomadas por fot—grafos ambulantes
en los parques los d’as domingo; sonr’o distra’da y las salud— con un
suave y c‡lido apret—n de manos. Al instante y muy nerviosa, escudri–
ando cuidadosamente los rincones del sal—n, la ex—tica mulata hizo
entrega de su precioso trabajo envuelto con cuidado en papel de seda
blanco. Madam no disimul— su asombro y muy complacida elogi— la
perfecci—n lograda por aquellas manos de dedos delgados y largos
creadoras de tanta maravilla, jam‡s hab’a visto algo tan pulcro, ni
siquiera los bordados europeos m‡s costosos. Seguramente sus amigas
envidiar’an aquellas peque–as creaciones art’sticas que lucir’a durante
los diferentes banquetes y reuniones que ofrecer’a en el palacete por
las fiestas Navide–as y la celebraci—n de fin de a–o. Hecha la entrega,
intercambiada por emotivas expresiones de agradecimiento, gratific—
generosamente el trabajo a Nieves, entreg‡ndole adem‡s, un enorme
paquete que conten’a hermosos y fin’simos trajes que recolectara de sus
amigas de sociedad, explic‡ndole que se trataba de ropa poco usada que
ella, con su habilidad, lograr’a entallarla y adecuarla a su hermosa
figura; el paquete inclu’a varios pares de botines de fina cabritilla y
unos bolsos que le har’an falta para portar sus trabajos de bordado.
Nieves recibi— el obsequio muy agradecida y pregunt— si podr’a probarse
alguna de las prendas para estar segura de que podr’a arreglarlas o,
caso contrario, prefer’a dej‡rselas para que las aproveche otra
persona, no ser’a bueno a los ojos de Dios privar a alguna buena
persona de trajes tan hermosos y costosos. Con gesto de complicidad,
Madam pidi— disculpas a Sor Angelina y la novicia regordeta,
invit‡ndolas a servirse sodas con galletas navide–as mientras ella y la
mulata se ausentaban unos minutos. La esperanza de la mulata era que al
llegar su pr’ncipe (ella estaba segura que no tardar’a en aparecer, se
lo dec’a ese enloquecido coraz—n que no dejaba de palpitar
alocadamente), luciera atractiva y elegante como para llamarle la
atenci—n, al fin y al cabo, todos coincid’an en que era atractiva y
ten’a porte real, aunque fuera de la realeza Chincha. Cu‡nta raz—n
ten’a, ni bien termin— de probarse los siete diferentes atuendos, sinti
— sonar la campanilla de la puerta principal. Sin pensarlo dos veces y
agradeciendole a Madam, manifest— que se llevar’a puesto el conjunto
palo de rosa, de falda entallada con vuelo inferior, la blusa crema con
bastillas y la chaqueta de cuatro botones con cintur—n delgado, casi
todos los botines le quedaron peque–os, pues, lamentablemente sus pies
eran gruesos y muy grandes, como dos empanadas gigantes, tampoco le
ayudaba ese pelo negro azabache, demasiado encrespado para poderlo
convertir en un distinguido y aristocr‡tico mo–o; al notarlo, mand—
Madam a la mucama a traerle dos capelinas que obsequi— a la morena para
que completara la elegancia de su atuendo. De todos modos, calz— el
œnico par de botines que apenas si pod’an tolerar sus pies, eran color
crema con una hebilla dorada en un costado, sin cordones que trenzar,
un dise–o de œltima moda que no se le quejaba por las medias viejas y
zurcidas a las que deb’a encubrir. Satisfecha al verse tan cambiada,
dio un par de vueltas frente al espejo, empaquet— el resto de los
trajes regresando muy contentas al sal—n de estar, dentro del cual, su
apuesto pr’ncipe vistiendo el mismo uniforme que la paralizara,
dej‡ndola turulata la semana pasada, charlaba animosamente con sor
Angelina y la novicia regordeta quien ten’a la boca atorada con tanta
galletita que hab’a introducido en ella.
Avanzando a grandes zancadas y sin miramientos, el joven cadete, se
apresur— a besar la mano de su madre y hacer lo propio con aquella
mulata tan sofisticada como elegante que, por alguna raz—n, le
resultaba tan familiar, sin recordar que hac’an escasos ocho d’as se
cruzaron en el umbral de la entrada principal. No ocult— su interŽs ni
la curiosidad que le inspir— aquella visitante, curiosidad que su madre
satisfizo ipso-pucho cont‡ndole con, forzada candidez, de la habilidad
manual y la humilde "procedencia" de aquella morena chinche–a joven y
muy atractiva, cort‡ndole as’ cualquier intenci—n de cortejarla, puesto
que no ven’a al caso. Sin quitarle la vista de encima, el cadete de la
Fuerza Naval, no se apart— de Mar’a E. de las Nieves, el origen de la
joven pareci— interesarlo m‡s (claro que, al igual que Madam... no era
con intenciones matrimoniales ni nada serio, esto lo hab’a entendido
bien claro despuŽs del mensaje que, con forzada candidez, acababa de
enviarle su progenitora), le charl— de todo, le pregunt— que hac’a
aparte de bordar cosas tan prolijas, ella le puso al tanto de su
cotidiano y aburrido horario, que inclu’a una vida de semiclaustro,
canciones, misas, rezos matutinos y vespertinos que s—lo la hac’an
bostezar.
Otra noche sin pegar los ojos para Nieves, ÁquŽ guapo!, ÁquŽ elegante!,
era todo un pr’ncipe se repet’a una y otra vez, lo amaba con locura y
lo seguir’a hasta que la muerte los separe. Esta manera inmadura y
f‡cil de ver las cosas, no era otra que la visi—n del amor por la vida,
considerados desde el punto de vista de una ni–a de catorce a–os, que
desconoc’a cualquier tema relacionado con la sexualidad. A pesar de
todo y consciente como estaba del peligro carnal, Sor Angelina no se
atrevi— advertir a la pobre mulata el grave riesgo que ten’a en
puertas, prefer’a creer que trat‡ndose de una familia importante y rica
de un Cadete de la Marina de Guerra del Perœ, las cosas ir’an sobre
ruedas, ella desconoc’a los reparos que pone la sociedad en este tema
del color, raza, fortuna, procedencia y cuanto cabe; de todas formas,
se prometi— conversar con la mulata antes de su cita para ir al paseo
del s‡bado; tanto m‡s ahora, que se entero que estaba excluida del
mismo.
Los d’as avanzaban lentos pero ajetreados, la mulata no pegaba los ojos
esmer‡ndose en la pulcritud del bordado en el mantel de lino para
Madam. Adem‡s de este trabajo, la mulata se puso a entallar los
distintos y fin’simos trajes que recibiera aquŽl d’a como obsequio,
estaban primorosos y le quedaban estupendos, nadie dir’a que no fueron
confeccionados para ella originalmente. Sin pensarlo dos veces, eligi—
el que lucir’a para el paseo del d’a s‡bado, ser’a ese vestido celeste
pastel de falda amplia con encaje en el cuello y los pu–os, ten’a dos
hileras de botones forrados que le marcaban la cintura y resaltaban sus
protuberantes caderas, le quedaba regio y se sinti— satisfecha; como no
ten’a otro par de botines, se resign— a sufrir un poco usando aquellos
que Madam le obsequiara, junto con un hermoso bolso del mismo color.
Todo estaba listo, incluso el mantel de lino.
Por fin... lleg— el d’a S‡bado y antes de las once en punto Nieves ya
se hallaba sentada en el banco del hall de entrada del convento de las
reverendas madres clarisas, muy acicalada y ba–ada, escoltada por sor
Angelina, a la espera de su futuro "prometido". La monjita, muy
nerviosa, se apresur— a tocarle (muy de pasada y para acallar su
conciencia), el tema "aquŽl" tan desagradable, pero necesario ante las
circunstancias que se avecinaban, del peligro que conlleva la pr‡ctica
indecente del sexo. Poco entendi— la mulata por su estado de nervios,
su pr’ncipe ya llevaba diez minutos de retraso, pero la monjita repet’a
de paporreta: "-que no se deje tocar los senos, las piernas, las partes
’ntimas y dem‡s, que evite las zalamer’as exageradas, que no se quede a
solas con el cadete, que no permita que se propase en comentarios y
actuaciones etc. etc."-, del acto sexual en s’... nada se habl— esta
vez.
Eran pasadas las seis cuando con gran bullicio depositaron a la mulata
en la puerta del convento de Santa Clara. El pr’ncipe la volvi— a
invitar para la semana entrante, sugiriŽndole ser m‡s cari–osa y
condescendiente con Žl o se ver’a obligado a no convidarla otra vez.
Ella juro que as’ ser’a y se dej— acariciar las piernas (solo hasta las
rodillas), se dejo besar el escote y desapareci— llena de vergŸenza en
el zagu‡n de la entrada al convento. Nerviosa y desesperada Sor
Angelina caminaba de un extremo al otro del hall, al verla aparecer
suspir— aliviada y comenz— el bombardeo de preguntas que ella,
contenta, respond’a sin parar, derrochando caudales de felicidad. Por
supuesto omiti— los detalles de los besos y futuras promesas de amor
que, sin retractarse, cumplir’a a cabalidad, con premeditaci—n y
alevos’a la siguiente salida del d’a domingo.
Lleg— el ansiado domingo, Nieves, mas guapa y elegante que otras veces,
sali— al encuentro de "su novio" escoltada por sor Angelina que,
previas recomendaciones de: -no llegar mas tarde de las diez treinta,
portarse bien, no consumir m‡s vino del necesario y por supuesto...
enviando recuerdos y agradecimientos a Madam-, deposit— a la mulata en
poder del gallardo caballero que, por primera vez, no vest’a su
uniforme de gala. A la morena ya poco le importaba el uniforme o
cualquier atuendo que luciera el caballero, lo amaba tanto... le
produc’a extra–as sensaciones cada vez que le tomaba la mano o pasaba
su brazo enlazando su cintura. Una vez en el carruaje ella le agradeci
— el precioso broche de perlas que lucia orgullosa en el escote de su
vestido amarillo con marr—n. El, muy caballero, le dijo que Žste ser’a
el primer reconocimiento a la larga y hermosa relaci—n que iniciar’an
aquŽl d’a. Para corroborarlo, la invit— a almorzar en un restaurante de
mariscos, bastante alejado, poco frecuentado por amigos, familiares o
conocidos, pero con vista al mar y muy bien decorado. Para ella... era
el para’so, jam‡s estuvo en ningœn restaurante, ya sea de cinco o una
estrella. El almuerzo fue abundante, degust— camarones, cebiche mixto,
picante de mariscos y de postre pudo elegir varias cosas del carrito
que elegantemente le acerco el maitre. No falt— el vino en abundancia
que ella beb’a pensando que era inofensiva sidra. Se dio cuenta del
efecto en el momento que casi se cae al ponerse en piŽ.
A las diez treinta y cinco los recibi— sor Angelina en la puerta del
convento. Muy galante, el cadete ayud— a la morena a descender del
carruaje, se acerc— a la monjita y respetuosamente le pidi— permiso
para recoger a Nieves el jueves a las cinco pues la llevar’a a la
joyer’a Wells a escoger una preciosa sortija de brillantes; la monjita
accedi— de buena gana pensando que gracias al cielo el ajuar de la
morena estaba casi concluido. Bes‡ndole salameramente los dedos
delgados y ‡speros, el pr’ncipe se despidi— de su princesa
intercambiando largas miradas de inmoral complicidad.
Pasaron casi tres meses desde que la morena iniciara, adem‡s de sus
libertinas demostraciones amorosas, la confecci—n de su ya concluso
ajuar. DespuŽs de mas de 90 d’as de continuas salidas, visitas,
valiosos obsequios, revolcadas sexuales y dem‡s. Segœn Sor Angelina,
las cosas iban viento en popa. La morena, totalmente desubicada, juraba
que lo que viv’a era parte del noviazgo previo al matrimonio. Tan
ensimismada estaba con el tema, que no se percat— de la ausencia de su
menstruaci—n por dos per’odos consecutivos, hasta que se lo record— el
terrible malestar que le aquejaba, nauseas, mareos y rechazo a todo lo
que fueran alimentos sin saber lo que aquello significaba. Sor
Angelina, muy preocupada, hizo venir al mŽdico de cabecera. DespuŽs de
un breve examen mŽdico, el galeno confirm— el embarazo de 10 semanas
que portaba Nieves. Este ya era asunto de la abadesa, sin tiempo que
perder, se comunicaron con el palacete exigiendo de inmediato la
presencia de madam y su hijo a fin de fijar la fecha de la boda; el
asombro las dej— sin habla; Madam hab’a partido ese domingo hacia
Milano - Italia, en compa–’a de su esposo, su hijo y otros invitados,
para celebrar la boda de su hijo cadete, con Lady Leonora; estar’an de
regreso en aproximadamente seis meses. Sin embargo, hab’a dejado un
cheque por una muy buena suma de dinero, para aliviar y asegurar el
futuro de la morena chinche–a que supo hacer tan felices los œltimos
meses de solter’a de su amado hijo... el cadete de la escuela naval de
guerra.
SUFRO...
y si pudiera evitarlo
Àlo har’a?
renunciar a verte
no ser’a nada
pero nada
equivale a mi muerte
Prefiero
morir hoy en vida
pero haberte amado
ayer
que no amarte nunca
para vivir sin ti hoy
Me dejas...
lo tuve todo
riqueza y pobreza
felicidad con tristeza
pero de ti me llevo
me llevo
lo poco que me diste
que no ser‡ m‡s
de lo mucho
que hoy te doy
EL SUFRIMIENTO...
Naci— su hijo var—n... era un ni–o precioso, mucho mas blanco que ella
(y que el actual marido por supuesto), lo amaba m‡s que a nada en el
mundo. Era la œnica prueba real de esa felicidad de anta–o. El gamonal
debi— intuirlo. Ni bien nacido el angelito, la emprendi— a golpes con
la parturienta, so pretexto de haber parido un var—n blanco en lugar de
uno mestizo o mulato como ellos dos. Desde el d’a de su nacimiento, la
madre y su criatura fueron objeto del maltrato por parte del
desgraciado, tanto as’ que, enterada por un telegrama misericorde de la
vecina, Sor Catalina fue al rescate de la criatura para llev‡rsela a
Arequipa y criarla en el convento, igual que lo hiciera con su madre a–
os atr‡s. Muy espantada del estado de salud en el que encontr— a la
mulata, la monja amonest— al gamonal amenazando con llevarse a la
mulata tambiŽn y, por supuesto, retirarle la dote que las monjitas le
hicieran entrega el d’a de su boda. El marido entre arrepentido y
asustado prometi— no reincidir en los malos tratos y dedicarse de lleno
a su esposa morena y a sus fincas a orillas del lago.
Los d’as en la finca eran siempre iguales, ten’a siete hijos varones,
los criaba con monoton’a, sin afecto ni ternura, no sent’a nada, estaba
vac’a. Tampoco se compadec’a con el sufrimiento de los indios golpeados
constantemente por su marido. Su sufrimiento era mayor, œnico
inentendible y continuo. Cuando se entero de su octavo embarazo tampoco
se inmut—, ten’a los pechos ca’dos de tanto amamantar, las caderas
anchas. las piernas llenas de v‡rices y los cabellos prematuramente
canos. El viejo asqueroso de su marido, que cada d’a estaba m‡s viejo y
m‡s asqueroso, (para ella era igual) le comunic— que regresaban a vivir
a Ciudad de las Alturas, en vista de que la reforma agraria le quitar’a
mitad de sus haciendas y la otra mitad quedar’a a merced de las
circunstancias.
Don Juan JosŽ ten’a las mismas aspiraciones que su mujer para el futuro
de su hija, no escatim— dinero ni tiempo o recomendaciones influyentes
para que las monjitas del "Sacre Coeur" la aceptaran en el Kinder. Era
tan negra la pobrecilla que el racismo siempre la confund’a con la hija
de la empleada o de la dulcera del colegio. Sin embargo, era due–a de
una viveza extraordinaria y no se daba por aludida, consciente de su
inferioridad social y del color de su piel, sab’a mostrarse sol’cita
con todos, compart’a su merienda, invitaba golosinas y no se cansaba de
hacer favores a sus compa–eras de clase que, con el tiempo, la llegaron
a apreciar tom‡ndola en cuenta como a una m‡s del exclusivo grupo de
se–oritas de sociedad. Los padres de Celina Mar’a hac’an lo propio con
las monjitas del colegio, sol’citos, las llenaban de atenciones
envi‡ndoles semanalmente quesos, huevos, carne de cordero, papas de
primera y todo cuanto sacaban de sus fincas. As’, Celina se sent’a a
gusto y sus padres y las monjas tambiŽn.
Cuando Celina alcanz— los quince a–os, med’a un metro setenta, calzaba
40 y ya ten’a cuerpo de mujer; su tez era demasiado morena, sus pies,
al igual que los de su madre y su abuela muerta, siempre rebasaban de
sus zapatos; sus manos, a diferencia de las de su abuela y su madre,
eran de dedos cortos y gruesos que le imposibilitaron avanzar con las
clases de piano, ten’a p—mulos muy salidos, nariz ancha y corta, boca
de labios demasiado gruesos, un cabello espeso, oscuro y muy crespo
que, junto a su uniforme gris, le daban apariencia de dirigente de
algœn sindicato de vivanderas del mercado Central.
Los cambios en su vida eran mucho m‡s premonitorios durante los
solsticios de invierno o verano, cuando las fuerzas de los dioses
aymar‡s dejaban sus monta–as nevadas para asistir al convite de sus
pueblos aglutinados en diferencia de raza, cultura e idioma, que
fervorosos y entristecidos copaban las apachetas del altiplano con la
certeza de que Wirajkocha y Pachamama abrir’anan sus o’dos y henchir’an
sus corazones para escuchar las peticiones de sus yatiris y kallawayas,
brind‡ndoles resignaci—n y consuelo ante la lucha infructuosa, causada
por el libre albedr’o de la raza humana.
Sin pensarlo dos veces fue a comentar con su madre aquella irrevocable
decisi—n inducida, segœn ella, por los dioses de la Cordillera. Nieves
se felicit— de tener una hija tan perspicaz y ambiciosa, seguramente
sali— a su abuela (ojal‡ ella misma hubiese sido as’). No solamente
consinti— en ello, la solap—, ingenua e ignorante la encubri—, la ayudo
y, sin darse cuenta, la prostituy— mientras pudo. Comenz— a revivir su
vida a travŽs de la de su hija. El problema o tal vez ventaja, era que
Nieves era totalmente amoral por exceso de bondad, falta de educaci—n,
formaci—n, criterio y un inagotable sufrimiento a ra’z del ausentismo
total en su vida tanto de dioses del Norte como del Sur; en cambio
Celina se volvi— amoral por exceso de envidia y ante tanta frustraci—n,
conveniencia, comodidad, auto complacencia y voluntad propias. Ambas
conformaron un buen equipo de lidia entre los demonios del mal y sus
‡ngeles del bien.
Pero te tengo,
poseo tu mirada en mi mirar
abrazo la armon’a del anta–o
de nuevo beso tu rostro de milenio
y con esos mis besos
silentes de ancianidad
te cubro de m’
escondiendo tu pesar
por haberte perdido
sin dejarte de amar
EL REENCUENTRO...
Desde el accidente que dejara semi paraplŽjico a don Juan JosŽ, las
cosas hab’an mejorado incre’blemente en la vida de Celina; sus hermanos
que la cuidaron y protegieron (en medio de sus limitadas
posibilidades), de los abusos y malos tratos que recib’a de la torpeza
de su padre, considerando ya innecesaria su participaci—n en el tema de
la educaci—n y formaci—n moral de su hermanita menor, se declararon
pues, totalmente ajenos al tema, deslindando responsabilidades. Nieves
no ten’a el discernimiento necesario como para poder sentar normas de
conducta para su hija, estaba feliz y convencida de que nunca jam‡s, su
paraplŽjico marido podr’a volver a verdearle las piernas o azotarlas a
ambas como si fueran esclavas. Celina ten’a 17 a–os cuando sucedi— todo
esto. Con estas s—lidas bases de amoralidad y el total apoyo de su
espor‡dica clarividencia, dio rienda suelta a sus malas inclinaciones.
LA AMBICION...
LOS LOGROS...
No hubo quejas por parte de los clientes, el servicio era caro pero
bien lo val’a, inclu’a todos los arreglos para viajes de placer,
trabajo o negocios, los mejores hoteles, alquileres de limosinas,
organizaciones de eventos y cuanto cabe mencionar. Siempre innovadora,
ampliaba los servicios a cenas para ejecutivos, despedidas de solteros,
o simplemente banquetes para allegados o gobernantes; el asunto era
hacerlos sentir bien, importantes, encantadores, inteligentes y œnicos.
Entre los asiduos de "El Club de las 4" y, quiz‡ por cuesti—n de origen
ancestral, se contaba con la asistencia de varios empresarios del
vecino pa’s de Costa Morena a quienes les encantaba hacer alarde de su
boyante posici—n y magn’fica econom’a. Nunca regateaban, no escatimaban
y eran generosos; en especial aquel ostentoso "millonario", due–o de
una empresa textil en nuestro pa’s, productor masivo de lanas de
acr’lico y fibra sintŽtica. La m‡s impresionada por este individuo era
sin duda Celina, generalmente ella lo atend’a en persona y como
retribuci—n a su esmero recib’a valiosos regalos, tambiŽn en persona.
Nuestro ejecutivo buen mozo no carec’a de nada, aparentemente era
"millonario", bordeaba los 45 a–os, buen f’sico y para completar su
buena fortuna, era casado con una duquesa de origen alem‡n de apellido
Von Kšllnern, que sin ignorar las preferencias de su marido, ella
disfrutaba de las suyas como amante de su embajador, siendo Žsta su
conducta de conocimiento pœblico, pero pasada por alto e ignorada a
prop—sito por la sociedad de Las Alturas en comandita con Awicho que se
complacia en codearse con la seudo nobleza alemana y fortuna lim’trofe.
Era sabido el largo alcance de la "lengua viperina" de la condesa y que
sus comentarios (en competencia con las cr—nicas de Awicho), habr’an
causado grandes altercados matrimoniales adem‡s de tres divorcios y de
comentarios que no excluyeron ni a su propia madre, a la que involucr—,
(falsamente) con un conocido y distinguido caballero de nuestra
sociedad tan s—lo por el placer que le causaba la intriga.
Pas— un buen tiempo sin desatender sus sue–os, gui‡ndose por sus
presagios, hasta que recuper— su econom’a de la debacle en que la
dejara el industrial. Sin embargo algo le molestaba, aspiraba ser m‡s y
carec’a de audacia; esta agria sensaci—n no era otra cosa que aquellos
s’ntomas causados por sus demonios que volv’an al acecho. Al cabo de
tres a–os y medio de exitoso funcionamiento del negocio, a ra’z de una
denuncia sentada por un enardecido padre de familia, se arm— la
podrida. Intervino la prensa, hubo allanamiento a la sede del Club y
todas las integrantes, atemorizadas, salieron en estampida dejando a
Celina plantada y anonadada pero no liquidada, tal vez solo v’ctima de
las circunstancias.
Ef’mera gloria
de perseguidos
torturados en sacrificio
virtud de un honor transparente
intocable longevo y lontano
como realidad de
ideales rebeldes ind—mitos
ignorados a la postrer del abatimiento
Cuerpos
inertes y retorcidos
en medio del abandono
y la libertad
que cuando todo se ha perdido
arde escondida
con llamas de patriotas
trat‡ndo
de acallar la voz
Sobre cenizas...
festejos y algarab’a
cantos entremezclados
de sabores nuevos y a–ejos
del poder al vencedor
la riqueza y la gloria
al vencido...
ausencia de su intelecto
adioses y represi—n
expulsi—n de su paraiso
nada visto sera peor
LA POLITICA...
Aœn quedaban algunos fieles clientes de "El Club de las 4" que llamaban
de tanto en tanto para saludarla pregunt‡ndole si no re- inaugurar’a
los eficientes servicios prestados a la comunidad de varones felices e
infelices, reiter‡ndole sus incondicionales respetos y eterna gratitud.
Aunque dio por finalizada esa etapa de su vida, no se deshizo de los
"kardex" que atesoraba cual joyas de incalculable valor pensando que,
llegado algœn momento de necesidad, sin duda har’a buen uso de ellos.
Mientras su grupo izquierdista ya estaba convirtiŽndose en partido
pol’tico de oposici—n, Celina se contar’a entre una de las militantes
fundadoras.
LA ENVIDIA
Si yo pudiera ser tu
desandar’a las piedras
de tu caminar sinuoso
doblaria las esquinas de mi pasado tormentoso
para converger en los rios de tu ayer
Si yo fuese como tu
besaria la copa de la frondosidad
abrazando la humedad del roc’o
encontrando en el interior
de su cause
un mil y un rios
Mas hoy,
tu presencia me acongoja
me conmueve
y enfurece
porque aunque tanto lo desee
tu sigues siendo tu
y yo
debo conformarme con lo que soy
si tocas en el interior
de mi sangre
y palpas
en el Žbano de mi piel
si encuentras nostalgia
en mi alma
y logras sacudir mi ser
despertar‡s al
gigante dormido
por siglos de padecimiento
porque bulle
mi cuerpo por dentro
con deseo y exitaci—n
y la sed de revancha
hace inevitables mis ansias
e incontenible el deseo
de amarte y poseer
EL ADULTERIO...
CONFIANZA
Y siempre te dirŽ
lo que quiero que me creas
para que tu vista no vea
lo que quiero que mires
la profundidad de tus sue–os
en la superficie de mis ansias
Estamos
los dos creados
de defectos
tu alma y la m’a
plagados
como la mies de
placeres
que lo vanal y mundano
van sembrando
en las profundidades
de nuestras ansiedades
Y siempre me dir‡s
tœ a m’
aquello que sŽ pero ignoro
ya que para los dos
vivir as’
ser‡ estar siempre juntos
para poder morir separados
EL ENGA„O...
Ese d’a y sin mucho tr‡mite pero en gran intimidad, Celina se convirti—
en la leg’tima esposa del coronel, (mientras Žste a su vez, se
convert’a en b’gamo) despuŽs de una convivencia de cuatro a–os, con una
hija de tres a–os y otro hijo ajeno en el vientre. Dos d’as despuŽs de
transcurrida la ceremonia, Don. Juan JosŽ Reaves Salsas, sub oficial
retirado de ejŽrcito, a los 99 a–os de edad y habiendo sido cumplida su
œltima voluntad, dej— de existir para felicidad y benepl‡cito de toda
su familia. Por fin descans— y dej— descansar. La œnica persona que lo
apreci— dentro de ese entorno, fue el marido de Celina, al extremo de
arriesgarse cometiendo una bigamia por el solo hecho de cumplir la
œltima voluntad del moribundo y Žsto, porque intim— con Žl durante su
prolongada enfermedad sin ser testigo presencial de sus diarios actos
de violencia, temidos en su casa y escuchados por todo el barrio de Los
Olivares, aunque tambiŽn prim— el sentimiento de gratitud a la
incondicional lealtad, habitual en su mujer en tiempos dif’ciles. Hab’a
saldado la cuenta, toda retribuci—n estaba dada sin quedar nada
pendiente.
Celina fue madre por segunda vez, ella ya sab’a que ser’a un var—n. El
ni–o que le naci— era blanc—n y de ojos pardos, rasgados, se parec’a
mucho a su verdadero progenitor, pero s—lo ella se percato asustada,
temiendo que el parecido delatara su adulterio. Bautizaron de inmediato
al infante y no hubo objeci—n por parte del coronel, en nombrar como
padrino del ni–o a su buen amigo de exilio, amante de su mujer y
verdadero padre de la criatura, en honor a quien, bautizaron al ni–o
con su nombre. Parad—gicamente, el esp’ritu de Don Juan JosŽ la acompa–
aba tenaz, e incesante, durante sus visitas al cuarto de ba–o. Al
comienzo estaba mudo, ensimismado y dolido. Al cabo de unas semanas no
pudo resistir y le habl— como no lo hiciera en el transcurso de sus
quince a–os de convalecencia.
- Heme aqu’ y que quede bien claro que no es por mi voluntad, dec’a el
aparecido, -ante tus cotidianas acciones y malŽvolos actos, estoy
resignado a recibirte en el infierno en un futuro no tan lejano; aunque
desde ya, me preocupo por lo que puedas lograr estando all’ abajo
conmigo, tal vez no solamente consigas algunos "negociadillos" o hagas
un par de infernales estafas, o quien sabe si vuelvas a organizar otro
"Club de las 4" que m‡s bien y dada tu capacidad, ser’a el Club de las
1000 Diablas Putas que apocar’a hasta a "Pantale—n y las Visitadoras".
Capaz eres de todo con tal de escalar pelda–os suficientes que te
acerquen a Belcebœ con miras a enamorarlo para derrocarlo, hasta Žl
deber‡ cuidarse de ti en cuanto llegues, lo que es yo... me lavo las
manos, dime lo que deseas-
-Como ver‡s, todos los puntos a tus peticiones vienen con su precio ya
incluido, si no lo pagas... no se cumple; es m‡s, quedar‡ todo
revertido haciendo tu vida tan miserable en la tierra como en el propio
infierno. Tœ decides, yo no puedo verter ni opini—n ni advertencia, los
poderes infernales son nulos ante el albedr’o que Dios regal— al
hombre. Esto es todo, puedes pensarlo 48 horas. Te aclaro que tu alma
hace ya mucho que pertenece al demonio, por lo que no puede
considerarse dentro de la negociaci—n. Y una œltima advertencia...
cuidado con enamorarte con sentimientos reales de renuncia absoluta y
abnegaci—n total, ser’a el comienzo de su ruina y la tuya convirtiendo
la vida terrenal de ambos en infernal-
Si deseo
lo ajeno
s—lo me apodero
lo convierto en m’ misma
lo entierro y manipulo
lo utilizo y as’
... destruyo
Pero aœn
cuando no est‡s se que existes
en mis dos mundos vives
atorment‡ndome el ser
requiebras lo que no hay
escarbando
la inexistencia del sentimiento
evadiendo mi muerte
oculta
bajo la profundidad
de tu sinraz—n
LA ENVIDIA...
-Rodolfo Vallesteres de los R’os, ese soy yo, un canalla que alcanz— su
perfeccionamiento practicando maldades incesante desde la ni–ez. Soy
como quien dice "torcido de nacimiento" ;aunque quiera no puedo evitar
el goce con la desgracia ajena y mucho m‡s si yo puedo ser el autor de
cualquier sufrimiento premeditado. ÀA quiŽn debo culpar? Àa mis
progenitores, tal vez?, Àa la pol’tica que destroz— la vida de mis
padres con prisi—n y posterior exilio?, Àa la intempestiva muerte de mi
hermana mayor?, Àal alcoholismo de mi padre que luego se lo contagi— a
mi madre? o tan s—lo a las infidelidades de ambos; o m‡s bien a
circunstancias casuales e inmodificables; nunca lograrŽ saberlo. Tal
vez nadie tiene m‡s culpa que yo mismo.
Desde el d’a en que nac’ no fui bien recibido, mis padres concordaban
con que era demasiado feo pero abrigaban esperanzas de que con el
tiempo mejorar’a mi apariencia y ser’a "normal". No recuerdo el d’a en
que mi padre me hiciera ni la primera ni la œltima de ausentes caricias
que tanta falta me hicieron, tampoco recuerdo a mi madre amamant‡ndome
amorosa o d‡ndome un ins’pido beso de despedida o bienvenida. Lo que no
puedo olvidar aœn despuŽs de 50 a–os de existencia, son los castigos
aberrantes, atentatorios a mi salud f’sica y mental. Hasta hoy padezco
de los ri–ones porque mi madre sol’a obligarme a permanecer sentado
durante horas interminables de agon’a en una palangana de agua helada
congelando a mi pene junto a mis test’culos ( no sobrepasaba los diez
a–os). Sigo escuchando a mi padre llamarme tonto, inepto y bueno para
nada. Creo que el patito feo se hubiera sentido mejor conociendo mi
realidad. A pesar de tanta rudeza, de tanto rechazo y recriminaci—n
porque no era lo que deb’ ser, siendo que ellos me engendraron de esta
forma, yo segu’a tratando; trataba de agradarles, fing’a una estœpida
simpat’a, trataba de ser m‡s guapo y menos tonto, trataba de que me
amaran siquiera un poquito sin Žxito alguno. El peor momento de mi vida
fue cuando muri— mi hermana mayor, graduada con honores en la Sorbona
de Par’s, siempre sobresali— en sus estudios, era guapa, reciŽn casada
y madre de una ni–a de dos a–os. La noche del velorio, entre
incontenibles sollozos, mi padre, consolando a mi madre, recriminaba a
Dios en voz alta por esta injusticia cuestion‡ndole el que no fuera yo
el escogido, yo el tonto, yo el feo, el bueno para nada, Àpor quŽ era
yo el que segu’a con vida?. Como Dios evadi— la respuesta, mi padre
comenz— a beber, primero un poco, despuŽs m‡s y termin— induciendo a mi
madre hasta convertirse ambos en alcoh—licos. Ahora que lo recuerdo
todo, ya sŽ por quŽ soy como soy y quiŽn tuvo la culpa. --------------
Se inclina la plebe
ante el temor a mi presencia
Se esconden...
y cesan los murmullos
las pisadas de mi sigilante caminar
No hay atrevimiento
impune
al ejemplar castigo
para aquŽl que ose el desafio
de mirarme fijo
o hablar de mal
Due–a absoluta
soy
del instrumento preciso
de argumentos
y deseos
las —rdenes habr‡n de acatar
y es que poseo el poder
de los hombres de esta tierra
y de los esp’ritus del mal
EL PODER...
De hoy sŽ
del ma–ana presiento
sufro sue–os de tormento
veo estrellas del m‡s all‡
estoy cielo adentro
habitando la profundidad
Calmo vientos
arrullando tempestades
due–a soy
de la mortandad
me obedece el aire
el sol me somete
Voluntades domino
porque soy quien soy
LA IGNORANCIA...
- Satan‡s no est‡ contento contigo hija m’a- dec’a Don. Juan JosŽ, es
poco lo que has hecho hasta ahora, tienes pendientes de cumplimiento
varios puntos de lo acordado, es hora de que te apresures con lo
estipulado o el se–or de las tinieblas otorgar‡ a tus enemigos el poder
d‡ndoles las cosas que te prometi— a ti, no lo enfades, debes cumplir,
no te sometas a tu albedr’o puesto que ya no tienes salida y mientras
m‡s te demores... apresurar‡s tu muerte dejando inconclusa tu venganza.-
Tan pronto hubo retirado el dinero como lo pidi— Marcel, Rogelio Miri–
equez sali— por la puerta trasera, escuchando las sirenas de las
patrullas que, a pedido del vecindario, acababan de llegar. Til’n
rescat— a Jolie y, aœn inconsciente, la llev— al albergue de las
monjitas de la caridad para que la auxiliaran, mientras se debat’a por
ganarle la moral a su conciencia recorriendo lentamente la distancia
entre dos puntos y salvar su vida. Til’n fue en busca de la venganza,
nuevamente en sus calles, reclut— a viejos amigos y enemigos, les
ofreci— cien pesos y los llev— hasta la puerta de casa del agresor,
all’ hicieron guardia d’a y noche intercept‡ndolo una madrugada al
salir de su movilidad. De inmediato, los diez mozuelos (polillas) se le
echaron encima, lo maniataron, lo subieron a su mismo carro y
desaparecieron con Žl. Al d’a siguiente la polic’a anunci— haber
encontrado en un basural, el cad‡ver de un hombre cuya identidad aœn se
desconoc’a, brutalmente torturado, violado y asesinado. Parece que con
Žsta noticia, Jolie pudo vencerle a la muerte para comenzar una vida
nueva, protegida por el grandioso amor de su flamante esposo Rogelio
Miri–equez. Ambos partieron de all’ para iniciar su nueva vida, en paz
con Dios y alejados del demonio. Se sabe que fueron muy felices y
vivieron eternamente.
VICIO...
arena fr’a
de blancura impura
me penetras los sentidos
inundando
caudales
de ef’mera cordura
Quieta
permaneces pl‡cida
hasta que abrupta
te desvaneces
y partes tr‡nsfuga
dej‡ndome en la
intranquilidad que mata
y el desasosiego me aturde
al notar tu ausencia
mi piel se seca
se me dislocan los sentidos
y el ansia por aspirarte
es mucha y tan fuerte
que no me importa
perderlo todo
tan s—lo por volver a ti
a recuperar el placer
de so–ar y tenerte
EL VICIO...
Me places
cuando
exacerbas mis sentidos
y penetras mi interior
para ramificar en mi
tu cuerpo
dentro de un todo
redimidor
Te plazco
cuando al recibirte
me otorgo,
cobijo tu piel
en mi vientre
fundiendo tus r’os
con el caudal
de mi simiente
Propiciamos entonces
en conjunto
la uni—n
del torbellino
de un renacer apacible
por almas perturbadas de deseo
alcanzando el goce mœtuo
y la inmortalidad de sus sue–os
EL PLACER...
Edelmira vio la soluci—n del momento a sus problemas econ—micos con esa
reciente amistad, ya estaba cansada y aturdida con todas las piller’as
que se ve’a obligada a cometer con tal de lograr subsistir; como quiera
que ya se comentaba de los constantes "faltantes" en cucharillas de
plata, ceniceros de cristal de roca o de bohemia y uno que otro adorno
en plata o porcelana que se viera obligada a sustraer de las casas de
amigos o parientes adinerados del marido, Bubulina dej— de ser
convidada por los damnificados que despuŽs de breves conclusiones se
decidieron por proteger la conservaci—n de sus pertenencias, eludiendo
muy conscientes la compa–’a de la pareja.
Esta vez el drag—n enano, con pezu–as, cola con aguij—n y cuernos era
de color amarillo brillante, ya no llevaba la espada al cinto sino un
enorme trinche como el de el dios Neptuno. Sin mayores comentarios fue
directo al grano para reiterarle lo que ella ya se imaginaba:
EL MAL...
Aunque lo perdi— todo, Celina no desist’a; aœn le quedaba la tierra que
tratar’a de venderla cuanto antes, no quer’a saber nunca m‡s de pi–as
ni bananas ni de programas para el desarrollo alternativo. Rodolfo la
recibi— como si su ausencia fuese del d’a anterior, aparentemente ya
hab’a perdido la noci—n del tiempo y desvariaba con m‡s frecuencia.
Tanto es as’ que no se acordaba de sus tierras ni del proyecto de la
selva del oriente, ni, mucho menos, del negocio de las comunicaciones
que no se dio jam‡s. Esa noche la pesadilla volvi— a atacar sus sue–os.
Celina Mar’a Reaves Acarrea cumplir’a los sesenta a–os en dos semanas.
-Se–or padre- creo que ambas partes estamos contentas con nuestro
rendimiento, ahora debo pedirle que recoja a mi madre, pues se ha
convertido en un lastre muy pesado de arrastrar, llŽvesela y que espere
por m’, junto a usted, en el infierno, exoner‡ndola a cambio, por
cualquier falta que tuviera aœn pendiente de culpa-.
Y me dejaste ir
con el silencio
aunque estando all’ contigo
sola estaba
cual hoja seca a la deriva
de ningœn viento
y leve brisa
Y me sumerg’
en lo profundo
para ocultarte
y as’ perdernos
yo de t’
para siempre
y tu
tambiŽn,
tambiŽn de mi ya te perdiste
EL BIEN...
Distinguida se–orita:
Al igual que Vd., yo amaba a mi difunto esposo. Desde ni–os supimos que
ser’amos el uno para el otro, pasaban los a–os y mis deseos de
adolescente y mujer crec’an tambiŽn, con la contenida impaciencia de
llegar al momento de ser enteramente suya. Nuestro noviazgo fue
mayormente por carta, mis padres se fueron a vivir a Europa cuando
cumpl’ trece a–os y, aunque part’ con ellos, mi coraz—n lo dejŽ con Žl.
Le aclaro todo esto para que sepa disculpar mi ego’smo, no fui capaz de
entender su petici—n, no quer’a admitir que no me amara, no quise
devolver la palabra empe–ada y lo obliguŽ a casarse conmigo, sin saber
que lo estaba matando. As’ es Srta. Acarrea, su coraz—n se marchit— por
amor justo en el preciso momento en que se cas— conmigo. Nuestra
primera noche como esposos no la pas— conmigo, la pas— con Vd., al
igual que miles de noches en las que me am— con locura confundiŽndome
con su merced, repitiŽndome su nombre al o’do. Tuvimos una sola hija
que, de mœtuo acuerdo, fue bautizada con el nombre de Leonora de las
Nieves, ahora bien casada y madre tambiŽn.
Su hija de tres a–os le cont— que su abuelita habr’a partido para dar
alcance a las huestes de esp’ritus y ‡ngeles que la encumbrar’an a su
arribo otorg‡ndole las alas de la inmortalidad y que ella, al igual que
su abuela, partir’a tambiŽn en vista de la poca falta que les hacia a
los habitantes del conventillo.
Al cumplir Angeles sus cuatro a–os de vida e ignorada por sus padres,
comprendi— que ambos eran un caso perdido pues, de momento, como
arpegio lastimero, eran manipulados por el mal liberando sus
imperfecciones humanas. Aunque su estad’a en el mundo de los mortales
no fuera vana, el motivo principal de la misma era de por s’
irrecuperable. Unicamente el hijo de Celina abri— su lado bueno y
ciment— principios de fe, esperanza y caridad, gracias a los cuales (y
a pesar de otros grandes males que le aquejaron en determinado
momento), no lo abandonar’an para inclinar su balanza al lado bueno el
d’a del juicio final. Por tanto, decidi— darle alcance al esp’ritu
celestial de su abuela, dejando aquella batalla librada
infructuosamente en casa de sus padres. Ten’a otras cosas por hacer,
otras almas desdichadas a quienes salvar y no hab’a tiempo que perder
en esta vida sin principio y sin fin. DespidiŽndose de su hermano, la
presencia Divina la visti— con su traje de luz eterna y transcendente
para luego ver ascender su esp’ritu hasta convertirlo en un punto de
luminosidad conocido en el firmamento como una estrella.
CELINA...
Yo soy as’
capaz de tocar
nubes transparentes
de no sufrir
ni sentir
ni siquiera de morir
pero de amarte
Malo o bueno
bello o feo
claridad de mi ensue–os
visi—n que ciegas
los entornos
donde te busco
Me colma luego
el deseo de tu mirar
y la plenitud me llega
acompa–ando a tu locura
que una vez adentrada
en mis miedos
me hace sentirte
y as’ soy feliz
CELINA...
Cuando el buen p‡rroco de la iglesia del Campo Santo estaba dando por
concluida la ceremonia y exequias, irrumpi— en el lugar de los hechos
una mujer de condici—n humilde, bordeando los cincuenta, llevando de
las manos a dos adolescentes de unos catorce a–os quienes, luciendo
riguroso luto, se acercaron a depositar su ofrenda, consternados por un
dolor real f‡cil de entrever en sus rostros p‡lidos y compungidos. Cu‡l
no ser’a la sorpresa de los presentes al constatar el tremendo parecido
f’sico de esos gemelos que demostrando ser hijos leg’timos y
reconocidos por su difunto padre, ven’an en pos de su herencia, a
reclamar lo que por justicia les pertenec’a. Su madre, en confesi—n,
explic— al at—nito cura los amor’os que hac’an dŽcadas manten’a con
Awicho y ocultaba a la sociedad para proteger la salud mental de sus
hijos. Enterada de la cuantiosa herencia, consider— que la salud mental
de sus hijos estaba apta para disfrutar la bonanza que su padre jam‡s
les diera en vida.
Si te tengo y me tienes
es que ambos tenemos la luz interior
De quŽ me sirve la vida d’melo tu..
A m’ solo me sirve
me sirve si en ella
si en ella est‡s vos.
LA SEPARACION...
Hac’a muchos a–os que Celina estaba exhausta, demasiado pesada por su
gordura y su edad, tambiŽn ella se hab’a encogido, no solamente por
fuera, sino tambiŽn por dentro, se le encog’a el alma un poco cada d’a
pero nunca se le terminaba del todo, la sent’a marchita y acongojada
por el incumplimiento al acuerdo con Satan‡s, pero ÀquŽ pod’a ya ella
hacer para remediarlo?, se enamoraba con facilidad de sus amantes
pero... amar... s—lo a Vallesteres, a Žl lo am— desde el d’a en que lo
vio por vez primera en su matrimonio con Macarena Ahora se daba cuenta
del significado de sus terribles pesadillas, la mutilaci—n de sus
miembros eran sus pŽrdidas econ—micas, de poder y de amor, todo le fue
arrebatado por pedazos, igual que sus miembros; la decapitaci—n final
ser’a el alejamiento definitivo junto a la locura terminal de su amado.
Todo le sali— mal porque ella actu— siempre mal. Jam‡s debi— ser
causante del divorcio de su mejor amiga, jam‡s debi— obsesionarse con
Vallesteres, jam‡s debi— ser lo que fue, jam‡s debi— nacer. A estas
alturas de su abandono y miseria opt— por incumplir la promesa que le
hiciera al œnico amor de su vida en tiempos de felicidad. A la
siguiente ma–ana, muy serena, visti— de tristeza, se pein— de amargura
y calzando resignaci—n, en un corto vuelo de Lineas AŽreas, Celina
Mar’a Reaves Acarrea arrib— a Ciudad Sol, acompa–ada de un gnomo
gigante que apenas si sab’a ir al ba–o solo, para poder orinar o
defecar. Vallesteres fue depositado en el Manicomio local en definitivo
abandono y sin m‡s pertenencias que sus viejos pijamas, su bata, sus
pantuflas, su bufanda escocesa y sus medias de alpaca. Muri— seis meses
despuŽs a ra’z de su voluntaria inanici—n.
EL ADIOS...
No me duele la partida
ni halla remordimientos
mi conciencia
es mi coraz—n que
ya llevaste
el que parti— contigo
en ese d’a
ya no recuerdo ni el tiempo
si me dejaste solitario el ayer
s—lo tengo vivo
un presente
pero tu ausencia
habita en el
te imagino de estrellas
y cielos de mar
acaricio el espacio
y juntos
unidos en ellos
se que ma–ana
podremos
volvernos y amar
LA PARTIDA...
Con m‡s de setenta y siete gastados a–os, Celina serv’a a su hija como
a ella le sirvi— su madre. Se hac’a cargo de la mala educaci—n de sus
dos nietos y su nieta que ya eran adolescentes; apa–aba los romances
il’citos de su hija, aceptaba el reciente homosexualismo de su hijo ya
maduro, aprend’a a amarlos para poder tolerar esa vida que no era
desigual a lo que fue la suya. Revestida de insensibilidad ve’a pasar
los d’as hasta formar a–os, sus nietos perversos e intolerantes sol’an
mantenerla (al igual que a Nieves), encerrada en un obscuro armario a
veces hasta por dos d’as consecutivos, con el reconfortante consuelo de
su hija muerta quien retorn— trayŽndole otra oportunidad, mientras que
Carlota ya madura, viajaba por ah’ manteniendo a algœn nuevo amante
z‡ngano con el magro legado que le quedaba de la herencia de su padre.
De tanto en tanto evaluaba su vida desviando la mirada hacia su
interior y no sent’a sino otra cosa que un antagonismo incomprensible
entre lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo de su realidad humana,
realidad que, vanamente, se empe–aba en esconder para reiterar su
convencimiento... hac’an a–os que viv’a en el mism’simo infierno.
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àßàÿ enfrascada en estos pensamientos: " Dime crueldad de este mundo,
Àque da–o hice yo?, Àfue tan grave amar as’?, Àhice tanto da–o para
merecer lo que tengo?, y si dejara de amarlo... Àcesaria mi tormento?.
Ojal‡ pudiera ser tan f‡cil; pero si dejo de amar tu recuerdo pierdo la
fortaleza que me das y ni siquiera me muero, tendr’a que olvidarte y no
quiero, me aferro a la ef’mera felicidad de mi pasado, que es el aliento
que me da vida. C—mo ans’o volar al infinito paraes que la
dejaron¸Ó6adaoapcßcácð–(–+›ð›ú›ûº¾Ëwx@b@dNcNeaÈaÒc<c=cO¨ `
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fracci—n de segundo bastar’a para comprender, para entender lo que aœn
no logro aceptar, para saber si me amaste mucho, poco o de la manera en
que te amo yo a t’... Ay si pudiera volver atr‡s... ser’a todo tan
diferente "ener tantos hermanos hombres), a
,,, la atormentaba.do no cumpl’a su deber conyugalcon ,,,,,,
encubridora, se sent’a perdida;breves cÇíÐEВвÐØÐåÑXÑqÑsѓєѕії
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@b la conducta anormal de su yern;en dice "torcido de nacimiento" arŽ
saberlo. Tal vez nadie tenga-"", pudo lograr con sus consejos; como
Jefe de Prensa del gabinete, a Awicho las puertasar la gastronom’a o
hacerle nar o publicar reiteradamente sus fotograf’as piezas entre
lienzos y l‡minas;, PŽrez de Holguin en sus museos.uadro, la rŽplica y
el original;,utilidades hecho que no por onalmente de que as’
sucediera,lo que implicar’a que cumpliera coniempo durante el cual se
la pas—se. Macarena lo ayudar’a a fugar"""n, el pa’s se llen— de
extranjeros ella EdelmiraEdelmiraEdelmiraEdelmiraEse Viernes a œltima
hora,Edelmira EllaEdelmiraella,su falta de belleza y, es que, Edelmira
delante no ser’a nada halagador;Edelmirasu madreEdelmiraEdelmirando el
de la comida de su perra, con la cual, cada d’a ala abuela
"",,junto a la locura
el interior de izquierda, ayud‡ndola a partir. E-"ta carta el que,
secretamente, mpor muchos a–os, pero ahora, me lleg— el tiempo de
descansar, el del reencuentro con el ayer; es".Mar’a E. de las jos
verdes de su difunta madre.Ea los moradores del conventillo;fund’a con
su hermana la muerta: -"Nuevamente yregresas a joderme la vida. Fue por
t’ que mis padres nunca me, fue por t’e se alcoholizaron, fue por t’
que mi vida se convirti— en una mierda... y ahora, tienes el tupŽ de
regresarme las de Nieves, fugazllenandome la felicidad
, que,la aparici—n de .-"Ahora me doy cuenta del significado de mis
pesadillas, la mutilaci—n de mison misicas, de poder y de amor, todo
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3£$$.batado por pedazos, igual que mi se dar‡ conjunto a la locura
terminal de mi. Todo m actuŽ siempre mal. Jam‡s deb’ ser causante del
divorcio de mi‡s deb’ obsesionarme con Vallesteres, jam‡s deb’ ser lo
que fu’; jam‡s deb’"- pensaba silenciosa y con el alma adolorida-
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