Ginzburg Que Aprendi de Los Antropologos

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

Redalyc

Sistema de Informacin Cientfica


Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

Ginzburg, Carlo
Qu he aprendido de los antroplogos
Alteridades, vol. 19, nm. 38, julio-diciembre, 2009, pp. 131-139
Universidad Autnoma Metropolitana - Iztapalapa
Mxico
Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=74714814009

Alteridades
ISSN (Versin impresa): 0188701-7
[email protected]
Universidad Autnoma Metropolitana - Iztapalapa
Mxico

Cmo citar?

Nmero completo

Ms informacin del artculo

Pgina de la revista

www.redalyc.org
Proyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

ALTERIDADES, 2009
19 (38): Pgs. 131-139

Qu he aprendido de los antroplogos*

Carlo Ginzburg**

gradezco a la Universidad Autnoma Metropolitana, en la persona de su rector, el profesor Jos


Lema Labadie, por el honor que me fue conferido; y
agradezco al profesor Enzo Segre por haberme invitado
aqu hoy. Con gusto acept de inmediato la invitacin
por dos razones. La primera, porque me daba la posibilidad de reflexionar sobre un tema la relacin con
la antropologa que ha tenido gran importancia para
mi trabajo a lo largo de los aos, pero en el que nunca
me he concentrado de manera especfica. La segunda,
porque el profesor Segre es coordinador de una ctedra
dedicada a Ernesto De Martino. Y justo a partir de De
Martino empezar mi reflexin.

I
Ante todo, quiero disculparme por el espacio indebido
que el pronombre yo tomar en mi exposicin. Es
cierto, el yo que habla aqu es, desde el ttulo, un yo
que cuenta lo que ha aprendido (digo a menudo que
ensear me gusta, pero aprender me gusta mucho
ms). Pero quien se presenta en calidad de testigo a
menudo corre el riesgo de caer en el narcisismo.

Nac en 1939, en una familia de intelectuales judos.


Los libros han estado presentes en mi vida desde los
primeros aos de mi infancia: una condicin privilegiada que por mucho tiempo me pareci absolutamente normal. Un sinfn de esos libros eran editados por
Einaudi: la editorial que mi padre, Leone Ginzburg,
haba planeado con Giulio Einaudi en 1936. En aquel
entonces, mi padre tena 27 aos; acababa de salir de
la crcel, tras cumplir una condena de cuatro aos
(que se haba reducido a dos) por actividades antifascistas; muri cuando tena 35 aos, en la seccin de
la crcel de Roma controlada por los nazis.1 Despus
de la guerra volvimos a Turn, mi ciudad natal. Mi
madre, Natalia Ginzburg, trabajaba en la editorial Einaudi como traductora, correctora de traducciones de
terceros y novelista. Llevaba a la casa los libros recin
editados: objetos misteriosos y coloreados que yo miraba con intensa curiosidad. Entre stos, los libros
morados de la Coleccin de estudios religiosos, etnolgicos y psicolgicos, fundada por Cesare Pavese y
Ernesto De Martino, que se haba inaugurado en 1948
con un libro del mismo De Martino: Il mondo magico.
Prolegomeni a una storia del magismo.2
A este libro, de gran originalidad, debo mi primer
encuentro con la antropologa. Pero a la lectura de De

* Conferencia Magistral dictada por Carlo Ginzburg el 12 de noviembre de 2008 durante el Coloquio Internacional Archipilagos de la Antropologa, celebrado en la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, y donde recibi, por
parte de esta institucin, el nombramiento de doctor honoris causa. Traduccin de Davide Scalmani, Istituto Italiano di
Cultura de Madrid <[email protected]>. Recibida el 18/06/09 y aceptada el 20/10/09.
** Profesor de la Escuela Normal Superior de Pisa. Piazza dei Cavalieri, 7. 56126, Pisa, Italia <[email protected]>.
1
L. Ginzburg, Scritti, pref. de N. Bobbio, bajo la direccin de D. Zucaro, nueva edicin bajo la direccin de L. Mangoni, Turn,
2000; L. Ginzburg, Lettere dal confino, bajo la direccin de L. Mangoni, Turn, 2004.
2
1952; 1954.

Qu he aprendido de los antroplogos

Martino haba llegado por medio de Pavese: el primer


inspirador de la coleccin morada (como se sola llamar
en la editorial), ligado a De Martino en una relacin
tempestuosa, llena de tensiones a veces soterradas y
otras declaradas. De Pavese haba ledo, todava adolescente, Dialoghi con Leuc, un libro que habla del
mito, de mitos y a travs de los mitos, en transparencia, de la violencia de la guerra. En el frontispicio
de una copia de Dialoghi con Leuc, Pavese escribi sus
ltimas palabras, antes de quitarse la vida en 1950.
l haba sido amigo ntimo de mi padre y de mi madre
(quien luego escribi sobre l un bellsimo recuerdo).3
De Pavese tengo pocas, vvidas memorias.
Pavese era un poeta, un novelista, no un antroplogo. Pero tena inquietudes intelectuales vastsimas y
un gran talento editorial. Adems, el proyecto de la
coleccin morada haba sido alimentado por su prolongada reflexin sobre el mito como raz de la expresin potica. En una nota escrita durante la guerra,
Pavese defini su propia imagen de mundo clsico
acercando el tema de la infancia como edad auroral
a las Gergicas de Virgilio y a DAnnunzio, enriquecidos por los estudios de etnografa (Frazer, LvyBruhl) as como, se puede agregar, por la contempornea relectura de la Ciencia Nueva de Vico.4 En los
mismos meses, como testimonia una libreta de apuntes hallada tras su muerte, Pavese miraba con aturdida fascinacin a los mitos nazis de la sangre y del
suelo.5 Puede ser que sucesivamente l haya olvidado por completo esta fase de desconcierto: pero hasta
una eventual remocin podra haber contribuido de
manera soterrada a la propuesta de una coleccin
enfocada en el mito, en sus implicaciones religiosas
y psicolgicas.
La coleccin morada se volvi realidad gracias a la
decidida intervencin de Ernesto De Martino, un estudioso de historia de las religiones, discpulo de Benedetto
Croce, animado por un inters de naturaleza filosfica
para la antropologa, que de ah a unos aos impulsara una serie de investigaciones de campo realizadas
en Apulia, en Lucania y en otras zonas del sur de Italia. En 1941 De Martino haba hablado, en una carta

al filsofo Antonio Banfi, de un proyecto de historia


del magismo primer anuncio de Il mondo magico relacionado con un programa de lectura de envergadura
decididamente europea, que inclua, adems de LvyBruhl y los psiclogos franceses, a Cassirer y a los
estudiosos reunidos en torno al Instituto Warburg, que
con la llegada del nazismo haba sido trasladado de
Hamburgo a Londres.6 Algunos de estos nombres (no
Cassirer, por imposibilidad de carcter prctico) estaban destinados a reaparecer en la coleccin morada.
Era una coleccin que muchos, en el interior de
la editorial Einaudi, miraban con hostilidad, como una
astilla irracionalista, tal vez peligrosamente cercana a
ideologas reaccionarias, hasta racistas, como en el
caso de Mircea Eliade. La propuesta de Pavese de traducir Le mythe de lternel retour (en mi opinin, el
nico libro relevante de un autor sumamente sobrevalorado) fue rechazada debido a la intervencin determinante de Ambrosio Donini, historiador de las
religiones y dirigente del Partido Comunista Italiano,
que inform a la editorial sobre los vnculos de Eliade
con la Guardia de Hierro, el movimiento antisemita
de Codreanu. Pero unos aos despus, dos libros de
Eliade (Tecniche dello Yoga y Trattato di storia delle
religioni) aparecieron, tal vez porque eran considerados
menos connotados ideolgicamente, en la coleccin
morada con la introduccin de De Martino.7
Estas rpidas observaciones pueden dar una idea
del contexto, no inmediatamente descifrable, en el que
De Martino public Il mondo magico.8 Cuando lo le, en
1958 (acababa de entrar a la universidad), tena una
idea vaga de aquel contexto. Despus de 50 aos, trato de reconstruir mis impresiones de aquel entonces.
De Martino (ya miembro de la sociedad de metapsquica, pero esto yo todava lo ignoraba) comenzaba
hacindose la siguiente pregunta: los poderes mgicos son reales? Un cuestionamiento escandaloso. Pero
tambin el lector escptico (como era yo, y todava soy)
era cautivado por el vigor de la argumentacin y obligado en primer lugar a tomar en serio la pregunta inicial
de De Martino y luego a seguir el vaivn de su investigacin hasta su conclusin, es decir que la presencia

N. Ginzburg, Ricordo di un amico, en Le piccole virt, Turn, 1962, pp. 26-34; N. Ginzburg, Lessico famigliare, Turn,
1963.
4
C. Pavese, Il mestiere di vivere. Diario 1935-1950, edicin realizada en el autgrafo, bajo la direccin de M. Guglielminetti
y L. Nay, introduccin de C. Segre, Turn, 2000, p. 254 (3 de junio de 1943). Vanse tambin en el apndice las pertinentes
observaciones de G. Pampaloni (1952).
5
C. Pavese, La Stampa, 4 de agosto de 1990 (bajo la direccin de L. Mondo). L. Mondo, Quellantico ragazzo, Miln, 2006,
pp. 105-117 (pero el comentario es superficial). C. Dionisotti, Per un taccuino di Pavese (1991), luego en C. Dionisotti,
Ricordi della scuola italiana, Roma, 1998, pp. 511-522.
6
Momigliano y De Martino, Rivista storica italiana, 100, 1988, pp. 400-413 (Momigliano and De Martino, History and Theory,
Beiheft 30, 1991) (The Presence of the Historian. Essays in Memory of Arnaldo Momigliano), pp. 37-48.
7
Para todo el asunto vase L. Mangoni, Pensare i libri. La casa editrice Einaudi dagli anni Trenta agli anni Sessanta, Turn,
1999, pp. 532 y ss.
8
E. De Martino, Il mondo magico. Prolegomeni a una storia del magismo, Turn, 1948.
3

132

Carlo Ginzburg

del hombre en el mundo no es un dato, sino una conquista histrica operada por el magismo. En un pasado lejansimo, la magia ha permitido al hombre superar la angustia de la prdida de la presencia que
corra el riesgo de disolverlo en el mundo.
De esta argumentacin me llamaron la atencin
sobre todo dos puntos, relacionados entre s. El primero era el rechazo al eurocentrismo: los chamanes
siberianos eran presentados por De Martino como hroes culturales, protagonistas y testigos al mismo
tiempo de una largusima trayectoria histrica que
ha contribuido a hacer que el mundo se volviera, para
ellos pero tambin para nosotros, un mundo en el
sentido verdadero y completo del trmino, habitable
y garantizado. El segundo punto era la radical reformulacin de los propsitos tcitos de lo que definimos
historia: la unidad del yo, las relaciones del yo con el
mundo. De Martino relea e interpretaba informes de
misioneros y etngrafos a la luz de preguntas llanamente filosficas. Parta de Croce pero se alejaba de
l implcitamente, sugiriendo una radical historizacin
de las categoras crocianas del Espritu. Retomaba
temas de Heidegger, insertndolos en una perspectiva no metafsica sino histrica aunque se trataba de
una historia no documentada ni documentable.9 Muchos aos despus propuse inscribir el libro de De
Martino, por la radicalidad de su impostacin, en una
pequea constelacin de textos muy diversos entre
s, escritos en el lapso de 1939 a 1944. Evocando el
ttulo de una famosa pelcula de Roberto Rossellini,
habl de libros del ao cero. El conjunto comprende
Dialctica de la Ilustracin de Adorno y Horkheimer,
las tesis sobre la historia de Walter Benjamin, Paura
della libert de Carlo Levi (menos conocido, pero tambin muy significativo), Une histoire modle de Raymond Queneau, el Mtier dhistorien de Marc Bloch, e
Il mondo magico de De Martino. (A este grupo se puede agregar un libro escrito unos aos despus, en una
perspectiva opuesta: el ya recordado Mythe de lternel
retour del filonazi derrotado Mircea Eliade.)10 Todos

estos textos, escritos (a excepcin del ltimo) ante la


difusin que en un momento dado pareci imparable
de los ejrcitos nazis en Europa, plantean implcita
o explcitamente ciertas preguntas bsicas: cmo
ha sido posible llegar a esto? Qu debemos pensar
de la historia si nos ha llevado a esto? Cules son
las condiciones de pensabilidad de la historia? Marc
Bloch, el nico historiador de profesin en este grupo,
se cuestion: cules son las condiciones de pensabilidad de la historiografa?11
Casi inmediatamente despus de la publicacin de
Il mondo magico, De Martino desminti sus implicaciones radicales. En esta marcha atrs debi pesar
mucho un ensayo muy crtico en el que Benedetto
Croce reafirm, contra las conclusiones de De Martino, los puntos fundamentales de su propia filosofa.12
Poco despus De Martino se transform en etngrafo,
y escribi un buen libro dedicado a los tarantati* de
Apulia: La terra del rimorso. Pero, para m, su libro
ms importante fue (y sigue siendo) Il mondo magico.

II
En 1959, a los 20 aos, escog el tema de mi tesis de
licenciatura: los juicios por brujera. En esta decisin,
aparentemente repentina, confluan, como entend cada
vez ms al paso del tiempo, elementos de naturaleza
muy distinta, conscientes y no conscientes.13 Entre los
conscientes estaba la lectura de Il mondo magico de un
ao atrs.
En ese momento, a finales de los aos cincuenta,
los juicios por brujera, que haban sido celebrados
por siglos en Europa, eran considerados por la comunidad internacional de los historiadores un tema marginal, un poco excntrico, pero aceptable. Sin embargo,
la posibilidad de analizar los juicios por brujera, como
documento de las actitudes y de los comportamientos
de los acusados era, para un historiador, inadmisible
o hasta impensable. En cambio, para un antroplogo

Vase la significativa nota intitulada Polemica antiesistenzialistica, publicada por R. Pstina (Le note sullesistenzialismo
en Ernesto De Martino e la formazione del suo pensiero. Note di metodo, bajo la direccin de C. Gallini, Npoles, 2005, pp.
180-181).
10
Sobre este punto me remito a uno de mis ensayos, de prxima publicacin en las actas de un congreso sobre Mircea Eliade,
que tuvo lugar en Chicago, Ill. del 2 al 4 de noviembre de 2006.
11
Retomo aqu casi al pie de la letra un pasaje de mi ponencia La fine del mondo di Ernesto De Martino, en Quaderni
storici, 40 (1979), pp. 238-242. Mi definicin ha sido retomada por P. Cherchi, Il signore del limite. Tre variazioni critiche
su Ernesto De Martino, Npoles, 1994, pp. 9 y ss.
12
La cuestin ha sido reconstruida por C. Cases en la introduccin a una nueva edicin de Il mondo magico (1973), luego
recopilada en C. Cases, Il testimone secondario, Turn, 1985, pp. 132-167. Lo contradictorio de las posiciones de De Martino haban sido subrayadas enrgicamente por R. Solmi, Ernesto De Martino e il problema delle categorie (1952), ahora en R. Solmi, Autobiografia documentaria. Scritti 1950-2004, Macerata, 2007, pp. 51-61.
* Personas picadas por tarntulas y curadas con rituales de msica y danzas. [N. del T.]
13
Streghe e sciamani (1993), ahora incluido en Il filo e le tracce. Vero falso finto, Miln, 2007, pp. 281-293.
9

133

Qu he aprendido de los antroplogos

se trataba de un tema de investigacin de importancia


reconocida, ms bien obvia. Semejante divergencia da
una idea del prejuicio etnocntrico en aquel entonces
dominante en el mbito historiogrfico. El fin del colonialismo europeo y sus repercusiones intelectuales
entre ellas, los intercambios cada vez ms asiduos
entre historiadores y antroplogos modificaran poco
a poco esta situacin. Por lo que me concierne, estoy
seguro que Il mondo magico de De Martino contribuy
de manera decisiva a hacerme entender que lo que
me interesaba en los juicios por brujera era la posibilidad de reconstruir las actitudes y, eventualmente,
los comportamientos de las mujeres y de los hombres
sujetos a juicio. La eleccin hecha en aquel entonces
instintiva ha orientado de forma irreversible, ms
all de la variedad de los temas enfrentados, toda mi
investigacin sucesiva.
En ese mismo ao (1959) me top con otro antroplogo, muy diferente de De Martino, que tuvo para
m una importancia no menor: Claude Lvi-Strauss.
Siguiendo el consejo de mi amigo Giulio Lepschy, que
estaba preparando un libro sobre la lingstica estructural, posteriormente traducido a muchos idiomas,14 le la recopilacin de ensayos de Lvi-Strauss
14

intitulada Anthropologie structurale. Empec con el


ensayo Le sorcier et sa magie y luego pas a otros.
De vez en cuando me topaba con elementos o referencias que me eran familiares; pero por lo general tena
la sensacin de adentrarme en un terreno intelectual
desconocido. Despus de poco tiempo, Lvi-Strauss
se puso de moda hasta en Italia; todos hablaban de
l, y en peridicos y revistas eran publicadas entrevistas con l. No obstante, un sentimiento de ajenidad
intelectual hacia Lvi-Strauss jams me ha abandonado, ni siquiera cuando la deuda de gratitud intelectual
hacia l ya se haba vuelto muy fuerte.
En 1965, pocos meses antes de morir, enfermo pero
bastante lcido, De Martino habl de Lvi-Strauss
con el amigo Cesare Cases. Expres admiracin por
el estudioso pero critic su orientacin irracionalista,
declarando brutalmente (el adverbio es de Cases):
Hay que destruirlo.15 Jams he compartido una actitud de este tipo. La obra de Lvi-Strauss me parece
caracterizada no por el irracionalismo sino, quiz, por
un exceso de racionalismo. Lvi-Strauss considera
que las culturas son el resultado de la interaccin de
elementos necesarios y de elementos contingentes:
los primeros corresponden a constricciones formales

G. Lepschy, La linguistica strutturale, Turn, 1966.


C. Cases, Un colloquio con Ernesto De Martino (1965), ahora en C. Cases, Il testimone secundario, pp. 48-55, en particular p. 49.

15

134

Carlo Ginzburg

radicadas en la mente humana, los segundos a factores impredecibles relacionados con el entorno, entre
otros. Esta posicin, que Paul Ricoeur defini (con el
consenso de Lvi-Strauss) kantismo carente de sujeto
trascendental, establece las coordenadas de la relacin
entre historia y antropologa. Hace muchos aos LviStrauss reinterpret la famosa frase de Marx los
hombres hacen la historia, pero la hacen sin saberlo,
sosteniendo que la primera parte (los hombres hacen
la historia) justifica la historiografa, y la segunda la
etnologa (o antropologa). Lvi-Strauss admita que
las dos perspectivas pudieran converger, citando como
ejemplo de historia antropolgica el libro de Lucien
Febvre sobre la incredulidad en el siglo xvi.16 Pero se
trataba de una excepcin: de hecho, la historiografa
era relegada al mbito de lo contingente. En la antropologa, en cambio, el elemento contingente acababa por tener un lugar marginal, principalmente por
la carencia de documentos (un punto en el que LviStrauss ha evitado, me parece, detenerse). Todo se
reduce, segn l, a dos determinismos: el ambiental
(contingente) y el formal (necesario), ligados a las estructuras de la mente humana. Estas ltimas interactan con lo contingente, mas se trata de algo contingente fuertemente circunscrito.17 El exceso de
racionalismo de Lvi-Strauss se origina aqu.
Definir esta perspectiva como antihistrica me parece ilegtimo, pero sin duda ha sido entendida como
un desafo hacia la historiografa. No han faltado historiadores ilustres que hayan reaccionado positivamente a los apremios de Lvi-Strauss: pienso ms que
nada en antigistas como Vernant, Vidal-Naquet y el
primer Detienne.18 Pero las relaciones entre historiadores y antroplogos, particularmente asiduas en los
aos setenta (despus un poco menos), se desarrollaron por lo general bajo un signo diferente, si no es que
opuesto: buscando un terreno de convergencia entre
las dos disciplinas. Esta convergencia no me ha interesado tanto. Pero, para explicar por qu, tengo que
volver a hablar de mi trabajo.
Me ha tocado comparar el periodo de investigacin
en archivo desarrollado por muchos historiadores (en
los que me incluyo) con el trabajo de campo de los

antroplogos. Se trata de experiencias a menudo concentradas en el tiempo (en mi caso, cerca de 15 aos)
que pueden alimentar de manera impredecible la reflexin posterior. El trabajo de campo que haba llevado a cabo sobre los juicios por brujera conservados
predominantemente en el Archivo de la Curia Arzobispal de Udine, lo inclu en I benandanti, publicado
en 1966 (sali una traduccin de esta obra en Mxico
casi 40 aos despus, un retraso que me alegra, porque tal vez significa que el libro an est vivo).19 En
este texto, mostr cmo, a travs de una serie de juicios celebrados entre los siglos xvi y xvii, los benandanti hombres y mujeres que cuatro veces al ao soaban
con combatir en espritu contra brujas y brujos por
la fertilidad del campo se hubiesen transformado
poco a poco, bajo las presiones de los inquisidores,
en brujos que participaban en el aquelarre diablico.
En una nota declar que deba mucho a los libros de
De Martino, sobre todo a Il mondo magico.20 El nombre de Lvi-Strauss nunca haba sido mencionado. Pero
recuerdo que, mientras escriba el libro, empec a
entretenerme con la idea de presentar dos versiones
del mismo: una breve, concisa, en la que la transformacin de los benandanti sera presentada a manera
de diagrama; y la otra extendida, en forma narrativa.
Al final dej caer la primera alternativa, inspirada por
supuesto en Lvi-Strauss, y opt por la segunda. Claro que no se trataba slo de una alternativa entre
tcnicas expositivas diferentes. La presentacin diagramtica suprime la dimensin temporal, el devenir que,
en cambio, est en el centro de la narracin histrica.
La existencia de una homologa formal entre benandanti-combatientes por la fertilidad y benandantibrujos me pareca innegable, pero qu se perda (y
eventualmente qu se ganaba) describiendo un sistema de creencias en estos trminos?
Hacerse una pregunta de este tipo significaba dejar caer la contraposicin ideolgica en nombre de
una actitud experimental. Estoy convencido de que,
para ir en busca de la verdad, hay que inspirarse en
el proceso de canonizacin adoptado por la Iglesia
catlica a principios del siglo xvii, introyectando la
figura del abogado del diablo: alguien que critique

C. Lvi-Strauss, Historie et ethnologie (1949), en C. Lvi-Strauss, Anthropologie structurale, Pars, 1958, pp. 3-33, en
particular p. 31. El ensayo fue ledo por el viejo Croce, quien aprob el modo intrnseco y objetivo en el que destacaba
el contraste entre historia y prehistoria: Considerazioni sulla prehistoria, en Quaderni della Critica, VI (1950), pp. 22-28,
en particular p. 22, nota 1.
17
C. Lvi-Strauss, Structuralism and ecology, en Social Science Information, XII (1973), pp. 7-23.
18
J.-P. Vernant, Religion grecque religions antiques, Pars, 1976; P. Vidal-Naquet, Les jeunes. Le cru, lenfant grec et le cuit,
en Faire de lhistoire, bajo la direccin de J. Le Goff y P. Nora, III, Pars, 1974, pp. 137-168; M. Detienne, Les jardins
dAdonis. La mythologie des aromates en Grce, pref. de J.-P. Vernant, Pars, 1972.
19
I benandanti. Ricerche sulla stregoneria e i culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Turn, 1966 (Los benandanti. Brujera y
cultos agrarios entre los siglos xvi y xvii, Guadalajara, Editorial Universitaria, 2005).
20
I benandanti. Ricerche sulla stregoneria e i culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Turn, 1966, p. 24 nota.
16

135

Qu he aprendido de los antroplogos

continuamente nuestras argumentaciones, ponindonos en dificultades.21 A lo largo de ms de 15 aos


mi abogado del diablo ha sido Lvi-Strauss. Explico,
de la manera ms concisa posible, por qu.
Durante mi investigacin sobre los benandanti, me
haba llamado la atencin la semejanza entre la documentacin friulana y la concerniente a los chamanes
de Liberia, los que se me haban acercado por primera
vez a travs de la evocacin inolvidable de De Martino.
Las similitudes entre benandanti y chamanes me parecan muy grandes, pero no lograba interpretarlas.
Se trataba de semejanzas genricas, de carcter tipolgico, o de semejanzas especficas, que remitan a
relaciones histricas? Marc Bloch, en su gran libro
Les rois thaumaturges, se haba planteado una pregunta similar, a propsito de los rituales de curacin
de los escrofulosos celebrados en el Medioevo (y ms
all) por los reyes franceses e ingleses. Pero haba
decidido desechar la que haba definido como comparacin etnogrfica, basada en la categora de soberano-mago propuesta por Frazer, optando decididamente por una comparacin histrica referida a
dos reas conectadas por relaciones histricas documentadas, es decir, Francia e Inglaterra. Medio siglo
despus, mi interlocutor polmico (mi abogado del
diablo) no poda ser Frazer, sino otro antroplogo muy
diferente: Lvi-Strauss. Era lcito ignorar las semejanzas entre Friuli y Siberia simplemente porque
entre estas reas no existan nexos histricos documentados? Lo que ha paralizado durante mucho
tiempo mi investigacin sobre los orgenes de la imagen del aquelarre ha sido la incapacidad de contestar
a esta pregunta aunque en el prefacio a I benandanti
haba hablado con audacia de conexin [,] indudable
entre benandanti y chamanes.22 Pero la posibilidad de
que estas semejanzas pudieran ser reconducidas a
oposiciones formales del tipo de las investigadas por
Lvi-Strauss se me apareca obstinadamente, de modos diferentes. En mi libro Storia notturna. Una decifrazione del aquelarre, que apareci en italiano en
1989, adopt una estrategia expositiva copiada del
camino de mi investigacin, poniendo la morfologa

acrnica (una morfologa inspirada en Propp y en


Wittgenstein) al servicio de la reconstruccin histriconarrativa. En otras palabras, me serv de la morfologa
como de una sonda, un instrumento capaz de sealar
nexos histricos desconocidos: morphologia ancilla
historiae.23 Pero el tema es inagotable. Sobre la oposicin (y la recproca traducibilidad) de los dos modelos explicativos, el morfolgico-diagramtico y el gentico-narrativo, segu quebrndome la cabeza hasta
concluir un ensayo intitulado Somiglianze di famiglia
e alberi genealogici. Due metafore cognitive, publicado como traduccin en la revista mexicana Contrahistorias.24 Pero tambin sobre la traducibilidad recproca
de los dos modelos hay mucho que discutir. Arnaldo
Momigliano, en una entrevista que apareci en Le
Monde poco antes de su muerte, observ que el contraste entre la narracin de los historiadores y la
presentacin sincrnica de los anticuarios (y de sus
herederos, socilogos y antroplogos) era tal vez insuperable.
Por dcadas, entonces, Lvi-Strauss ha acompaado mi investigacin. Muchas de las preguntas que l
haba formulado me parecan traducibles en investigaciones histricas que habran podido ofrecer respuestas distintas de las suyas. Considero que un
ejemplo caracterstico de esto es un ensayo intitulado
Lalto e il basso, publicado en 1976, en el que mi
deuda hacia Lvi-Strauss (y hacia un antroplogo de
la generacin anterior, Robert Hertz) es declarada.25
Oposiciones elementales, ligadas a la estructura fsica de la especie humana (alto/bajo, derecha/izquierda), pueden viajar impunemente de una cultura a
otra, al punto de poder ser definidas universales culturales, aunque a m me interesaba sobre todo el modo
en que esas oposiciones, segn los contextos histricos, eran modificadas o hasta subvertidas. Pero si se
sale de este mbito, circunscrito (aunque fundamental), nacen dificultades imprevistas, relacionadas con
la recoleccin de los datos y, por tanto, con la traduccin. Qu malentendidos puede provocar la dependencia lingstica de un antroplogo de su informante o hasta de ms informantes? Me haba hecho una

C. Ginzburg, entrevista con L. Vidal y Ch. Illouz, Lhistorien et lavocat du diable, Genses, 63, dcembre 2003, pp. 113138; (serie), 64, enero 2004, pp. 33-37.
22
I benandanti, pp. XV-XVI.
23
Storia notturna. Una decifrazione del sabba, Turn, 1989 (Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre, Madrid, 1991;
nueva edicin: Historia nocturna: las races antropolgicas del relato, Barcelona, 2003).
24
Somiglianze di famiglia e alberi genealogici. Due metafore cognitive, en Ai limiti dellimmagine, bajo la direccin de Cl.-C.
Hrle, Macerata, 2005, pp. 227-250 (Semejanzas de familia y rboles de familia: dos metforas cognoscitivas, en Contrahistoria, 7 de septiembre de 2006, pp. 17-36).
25
High and Low. The Theme of Forbidden Knowledge in the Sixtenth and Seventeenth Centuries, Past and Present, 73, noviembre de 1976, pp. 28-42, luego recopilado en Miti emblemi spie. Morfologia e storia, Turn, 1986 (Mitos, emblemas e indicios. Morfologa e historia, Barcelona, 1989).
21

136

Carlo Ginzburg

pregunta de este tipo, justo a propsito de Lvi-Strauss,


en un pasaje crucial de la investigacin sobre el aquelarre.26 Una reflexin ulterior sobre este tema me revel la existencia de un mbito de investigacin respecto al cual, una vez ms, los antroplogos me han
enseado algo importante.

III
En los juicios friulanos contra los benandanti haba
notado una profunda diferencia cultural. Los inquisidores encontraban los discursos de los acusados
absurdos o incomprensibles, comenzando por la palabra con la que ellos obstinadamente se autodefinan:
benandanti. Varias veces los inquisidores preguntaron
su significado, sin obtener respuestas que los satisficieran. Y, en cierto sentido, la puesta en juego era
precisamente sta.
La ausencia de comunicacin entre jueces y acusados me pareci de pronto preciosa, porque indicaba
que los primeros no haban logrado imponer sus preconceptos (sus interpretaciones) sobre los segundos.
Con toda evidencia, las confesiones de los benandanti emergan de un nivel cultural no contaminado por
las expectativas de los inquisidores: de aqu su carcter excepcional. Por lo general, en los juicios por
brujera las cosas iban de otra forma. Los jueces (eclesisticos o laicos) interpretaban las confesiones de
los acusados y las traducan a la luz de sus presupuestos. Pero a lo largo de la investigacin sobre el
aquelarre, en la que trataba de insertar la documentacin friulana en un marco temporal y espacial infinitamente ms amplia, me di cuenta de que en algunos casos las interpretaciones de los inquisidores
haban terminado por modelar las mas (as como las
de las confesiones de los imputados). Mi identificacin
emocional con los perseguidos se acompaaba, pues,
de una contigidad intelectual con los perseguidores.
Este descubrimiento me incomod tanto en el plano
moral como en el cognitivo; liberarme de las categoras
mentales de los inquisidores era tal vez menos fcil
de lo que haba credo. Pero este malestar termin por
abrir un nuevo frente de investigacin. El ensayo
Linquisitore come antropologo, publicado en la vs-

pera de la aparicin de Storia notturna (y luego traducido por la revista mexicana Historias), parta de esa
contigidad embarazosa para reflexionar sobre la
relacin entre categoras de los jueces y categoras de
los acusados.27 Es una relacin que vemos manifestarse, a menudo dramticamente, en la misma aula
del tribunal, o bien, a travs de la comparacin con
documentos diversos en tiempos y lugares lejos entre
s. En uno y otro caso nos encontramos ante un problema de traduccin: a veces en sentido amplio, en
ocasiones en sentido literal. Los jueces, eclesisticos o
laicos, traducan en su propio lenguaje las confesiones
de los acusados. Pero, qu hacen diferente el historiador y el antroplogo cuando tratan de interpretar
(interpres es en latn el traductor) un texto escrito,
una imagen, un video?
A estas alturas se entender por qu los juicios por
brujera, en los que haba trabajado al principio de
mi vida de estudioso, me obligaron en un momento
dado a reflexionar (una reflexin que se ha prolongado, en diversas formas, 20 aos) sobre mi profesin
y sus implicaciones. De manera retrospectiva me parece posible identificar la conexin entre las dos fases
en una bsqueda que se desarroll al margen del
trabajo sobre el aquelarre, a finales de los aos ochenta, en el ltimo periodo de mi enseanza en Bolonia.28
Propuse a mis estudiantes analizar un fenmeno curioso: los saqueos y la violencia que se manifestaban
sobre todo en Roma, en el periodo comprendido entre
la muerte de un papa y la eleccin del siguiente. En
particular, se tomaban por asalto los palacios del cardenal que haba sido elegido papa; pero la violencia
se extenda tambin a otros blancos, como los talleres
de los prestamistas judos. Estos acontecimientos,
registrados en crnicas y actas sinodales en un rango

Storia notturna, pp. 206-207.


Linquisitore come antropologo, en Studi in onore di Armando Saitta dei suoi allievi pisani, bajo la direccin de R. Pozzi e
A. Prosperi, Pisa, 1989, pp. 23-33 (El inquisidor como antroplogo, Historias, Mxico, 26, abril-septiembre de 1991, pp.
15-24).
28
Saccheggi rituali. Premesse a una ricerca in corso, seminario bolos coordinado por Carlo Ginzburg, Quaderni storici, 65,
1987, pp. 615-636 (Saqueos rituales. Premisas para una investigacin en curso, en Tentativas, introduccin de Carlos
Antonio Aguirre Rojas, Rosario, 2004, pp. 210-214).
26
27

137

Qu he aprendido de los antroplogos

de tiempo ms que milenario, haban sido estudiados


hasta entonces de manera fragmentaria. Propuse integrar un expediente que incluyera otras formas de
violencia cometidas por multitudes urbanas en ocasiones excepcionales: muerte del emperador (como en
1024 en Pava), elecciones de obispos, entradas solemnes de soberanos, etctera. Descubrimos que acontecimientos similares haban ocurrido tambin en Bolonia en 1621, cuando el cardenal Ludovisi, miembro
de una noble familia citadina, fue elegido papa con el
nombre de Gregorio XV. Una investigacin en el archivo de Estado de Bolonia sac a la luz una serie de
juicios contra individuos principal, pero no exclusivamente, hombres quienes haban participado en los
saqueos. Cul era el nexo entre el vaco (sobre todo
simblico) de poder y la violencia perpetrada por la
multitud? De qu manera los saqueadores haban
justificado sus actos violentos? Era posible encontrar
huellas de una idea de justicia popular, de redistribucin simblica de la riqueza?
Me formulaba estas preguntas hablando con los
participantes del seminario, y mientras tanto pensaba
en mi investigacin sobre el aquelarre, que estaba por
concluir. Me pareca que los dos fenmenos tenan
algunos razgos comunes: la largusima duracin, la
transmisin encargada nicamente a la tradicin oral,
el carcter estereotipado, etctera. Claro, en el caso
del aquelarre la difusin abarcaba un rea geogrfica
muchsimo ms vasta. Pero tambin esta divergencia
desapareca si los saqueos rituales (ste era el nombre
convencional que habamos elegido) eran interpretados como rituales de pasaje: el concepto formulado por
Robert Hertz y luego generalizado, sistematizado y
empobrecido, por Arnold Van Gennep. La escala de la
comparacin se ampliaba enormemente. Brotes de
violencia a la muerte de soberanos o jefes haban sido
registrados por misioneros y etngrafos en una zona
vastsima y culturalmente heterognea: en las islas
Fiji, en Hawai, en las islas Marianas, en Guinea. Pero
cul era la relacin entre las categoras de los observadores (misioneros, etngrafos) y las categoras, por
lo general no documentadas, de los actores, es decir,
de los que realizaban esos actos de violencia?
Como se habr entendido, haba descubierto con
trabajo la distincin, familiar a los antroplogos, entre
nivel emic (el del actor) y el nivel etic (el del observador).
Cabe recordar que el antroplogo y misionero esta-

29
30

dounidense Kenneth L. Pike, quien por primera vez


propuso estos trminos, tomados respectivamente de
phonemic y phonetic, los refiri no slo al lenguaje sino
a la cultura en general.29 Dije que la distincin es
familiar a los antroplogos, lo cual no implica que su
significado sea aceptado por todos. Para no perderme
en la selva de las interpretaciones, empezar con explicar por qu la distincin propuesta por Pike me
pareci de inmediato muy til, es ms, iluminante.
Con demasiada frecuencia los historiadores, pens,
pasan como categoras emic las que en realidad son
categoras etic, es decir, atribuyen a los actores palabras y conceptos que en realidad son suyos. Los ejemplos de este inconsciente (pero todo lo contrario de
inocente) ventrilocuismo son numerosos. La distincin
trazada por Pike de manera tan clara impedira consider confusiones de este tipo.
Pero en este punto me di cuenta de que estaba cayendo justamente en el error que quera combatir, es
decir, estaba atribuyendo a Pike una posicin que en
realidad era ma. Para el lingista y misionero Pike, la
perspectiva emic en que se mueve el actor es subjetiva
e intrnsecamente limitada. Hablar de una lengua, ser
partcipe de una cultura, significa poner en prctica
un sistema (fonolgico o cultural) de manera instintiva.
El conocimiento cientfico, obtenido gracias a la comparacin y a la objetividad de la fontica, es patrimonio
exclusivo de la perspectiva etic del observador.
Mencionar de forma rpida las crticas de otros
antroplogos a estas ideas de Pike. Por lo que me concierne, me limitar a una objecin obvia: la superioridad que Pike atribuye al observador suprime, sin resolverla, la dificultad puesta por la distancia cultural,
lingstica, etctera. Como ejemplo de una estrategia
de investigacin por completo diferente, me remitir a
la obra de un historiador que tuvo una conciencia sin
precedentes de la distincin entre el lenguaje del intrprete y el de los actores: Marc Bloch. l not que
en las fuentes medievales nunca se habla de clases
sociales: es un trmino que no exista, que no perteneca a esa cultura. Acaso esto nos impide hablar de
las relaciones de clase en el Medioevo?, se pregunt
Bloch. Su respuesta fue: no. Es lcito hacerlo, pero con
la condicin de jams olvidar un dato decisivo, esto
es, que las clases, entendidas en un sentido subjetivo
(que Bloch llama psicolgico) no existan en el Medioevo.30 Esta observacin permite poner en trminos

K.L. Pike, Language in Relation to a Unified Theory of Structure of Human Behavior, 2a. ed. rev., La Haya-Pars, 1967.
Vase, por ejemplo, M. Bloch, Libert et servitude personnelles au Moyen Age, particulirement en France: contribution
une tude des classes (1933), en M. Bloch, Mlanges historiques, bajo la direccin de Ch.-E. Perrin, I, Pars, 1963, pp.
286-355.

138

Carlo Ginzburg

diferentes la cuestin planteada por Pike, partiendo


de sus categoras. No se trata de elegir entre el nivel
etic y el emic: el conocimiento puede ser slo el fruto
de un vaivn, de una interaccin entre el idioma del
observador y el idioma de los actores. Las preguntas
que hacemos al pasado se formulan inicial e inevitablemente a partir de nuestra experiencia de observadores, por ende, en un lenguaje anacrnico, burdamente etic (Pike jams habra aceptado una formulacin
de este tipo). Slo de esta manera lograremos poco a
poco, con trabajo, identificar el nivel emic, el lenguaje de los actores.
Haba llegado a este punto en mis reflexiones cuando por fin logr leer una recopilacin de ensayos, cuyo
ttulo me haba llamado la atencin desde haca tiempo: Emics and Etics. The Insider/Outsider Debate
(1990).31 Entre los participantes, adems de Pike y
muchos otros antroplogos, se encontraba el filsofo
Quine. Las objeciones ms speras a las tesis de Pike
fueron reformuladas por Marvin Harris, quien propuso identificar el punto de vista etic, es decir cientfico,
con el behaviorismo. A los ojos de Harris, la distincin
de Pike pareca frgil e insuficientemente fundada.
Casi 20 aos antes, la superacin de la distincin
entre emic y etic haba sido auspiciada desde un punto de vista opuesto con respecto al de Marvin Harris,
y en un nivel infinitamente ms complejo por LviStrauss. l haba enunciado una tesis paradjica en
apariencia: el as llamado emic es etic, el as llamado
etic es emic. El nivel emic, escribi Lvi-Strauss, es
el nivel en que pueden converger las operaciones materiales de los sentidos y las actividades ms intelectuales de la mente, y que corresponde a la ntima
naturaleza de lo real. Mientras que la fontica se de-

tiene en la superficie, la fonologa nos da una descripcin cercana a la naturaleza de las cosas que es emic.32
El antroplogo, quien en su exilio en Nueva York haba obtenido de Roman Jakobson la revelacin decisiva de la fonologa y del estructuralismo, no poda
expresarse de otra forma. Lvi-Strauss despachaba
la dicotoma de emic y etic como manifestacin de un
dualismo pasado de moda:
ideal y real, abstracto y concreto, emic y etic ya no
pueden estar contrapuestos. [Y segua:] Lo que nos
aparece como un dato, no es ni uno ni otro, sino algo
que est entre uno y otro (betwixt and between), es decir un texto, ya codificado por los rganos sensoriales y
por el cerebro, que como cualquier texto debe ser antes
decodificado para ser traducido en el lenguaje de otros
textos.33

A travs de la discutible metfora del texto para


codificar la distincin entre emic y etic, punto de vista del observador y punto de vista del actor, ya echada por la puerta, volva a entrar por la ventana. El
actor (el hablante) domina perfectamente el sistema
fonolgico de la lengua, pero sin saberlo; hay lugar
para el intrprete, para el lingista, para el antroplogo. Afirmar que la realidad es una no significa afirmar que la realidad es transparente. La realidad es
opaca; por eso, la investigacin cientfica es necesaria.
Es una tarea que no conoce lmites disciplinarios; stos
existen, pero exigen ser superados cada vez que la investigacin lo solicite (es decir, casi siempre). Los historiadores, por ejemplo, pueden aprender de los antroplogos, como espero haber demostrado; y tal vez, en
ocasiones, tambin ocurra a la inversa.

Emics and Etics. The Insider/Outsider Debate, ed. por Th.N. Headland, K.L. Pike y M. Harris, Newbury Park, Ca., 1990.
C. Lvi-Strauss, Structuralism and Ecology, en Social Science Information, 12 (1973), pp. 7-23, en particular p. 21: the
nature of things is emic, not etic and [] the emic approach is the one which brings closer to it.
33
C. Lvi-Strauss, Structuralism and Ecology, p. 22.
31
32

139

También podría gustarte