Al Final Del Tunel - Miguel Angel Casau
Al Final Del Tunel - Miguel Angel Casau
Al Final Del Tunel - Miguel Angel Casau
El nico modo de salvarse de una tentacin es ceder a ella. Nada queda entonces ms que la satisf accin o la voluptuosidad del arrepentimiento.
ALEJO CAVALIER
Alejo Cavalier aguantaba el tipo como poda agarrado a la taza del retrete. No tena intencin de perder el equilibrio ni baarse en su propio vmito. Al
menos pona todo el empeo. Otra cuestin es que luego resbalara y se abriese la cabeza contra aquel apestoso chisme. Esa maana las contracciones de su estmago
eran demasiado violentas y cada bocanada de vmito sala acompaada de estras sanguinolentas. Que Alejo se levantara en ese deplorable estado fsico no era nada
novedoso, a decir verdad. La ltima semana vena despertndose de la misma manera: encogido de dolor, tembloroso y con escalofros que le recorran el espinazo de
arriba a abajo. Si todo este conjunto de sntomas se adereza con sudor rancio embadurnando las sbanas, tendremos la seal inequvoca de que su salud no anda
excesivamente bien.
El alcohol lo estaba destrozando. Pero lo ms curioso de aquella situacin es que lo saba, consciente de que su estado en absoluto iba por buen camino. No
estaba siendo un chico bueno, no, aunque le importaba un carajo. Se haba propuesto acabar con su vida, bebindosela a sorbos, trago a trago de suicidio intencionado,
entre litros de ginebra, ron, whisky o cualquier otro licor de alta graduacin desde que cinco meses atrs fallecieran su mujer y su hija en un accidente de trfico.
Todo ocurri un doce de febrero. Alejo andaba despidindose de Patricio Beltrn, un cargo influyente del colegio farmacutico provincial. Acababan de cerrar
una operacin econmica que reportara suculentos beneficios por ambas partes, cuando son el telfono de su despacho: era su esposa recordndole que deba
recogerlas para irse juntos al "M arinos Club", el restaurante donde haban reservado mesa. Celebraran el dcimo aniversario de boda en familia. Cavalier pensaba
tomarse el resto del da libre. A eso de media tarde, iran al cine a ver una estupenda reposicin de ciencia ficcin: "La guerra de las galaxias", pues Susana, su hija, era
una seguidora incorregible de ese tipo de pelculas.
Pero muchas veces el destino se confabula con la desgracia y hace que nazcan impedimentos que son hijos del mismo Satn. Por esta razn, instantes despus de
la conversacin con Victoria, su mujer, surgi una complicacin de ltima hora, un asunto relacionado con la venta de una partida de medicamentos mal embalada para el
Hospital de Santa Fe, uno de sus principales compradores, contratiempo que fue imposible de eludir, dejando recado a la secretaria de llamar a su esposa para verse
directamente en el restaurante.
Al trmino de la reunin fue cuando recibi aquella llamada de consecuencias fatales. Un primo hermano de Victoria fue quien lo llam nada ms enterarse de la
luctuosa noticia. Al parecer, un conductor de camin se haba quedado dormido al volante y haba arrollado a numerosos vehculos en el puente norte de la autova,
ocasionando un accidente de dimensiones considerables. Se produjeron algunas vctimas, entre ellas Victoria y la nia. Los nombres haban trascendido por mediacin de
una de las cadenas locales de televisin que estaba emitiendo imgenes en directo.
Cavalier se qued fro, atnito, el corazn inmvil, el tiempo ausente. Intent reaccionar de algn modo, pero, en aquel momento y aunque pareciera ridculo, no
saba qu hacer: si ponerse a gritar, llorar desconsolado o aporrear el telfono una y otra vez hasta destrozarlo en mil pedazos. Al final, no fue ninguna de esas tres
soluciones, sino una cuarta posibilidad no contemplada an. Cay al suelo y se golpe la cabeza contra el archivador metlico. En medio de explosiones de luz, de
estrellas que se precipitan desde todas direcciones en la oscuridad de unos prpados entrecerrados, de olas encrespadas y furiosas que suben y bajan, se sinti morir.
Era pura locura. Su mujer, su hija. Las dos muertas. Eso era imposible. A l no poda sucederle eso, eso no... "Por favor, Dios, si existes aydame...", balbuca en medio
del delirio. Pero Dios nunca est para esas ocupaciones, y menos si se trata de los muertos que ms le incumben a uno.
Su secretaria, que estaba junto al organizador de carpetas en la habitacin contigua, se acerc rauda al escuchar aquel ruido grotesco que le dio tan
mala espina, encontrndose con el deplorable estado de un cuerpo medio doblado sobre el gres granate del piso, el cuello rgido, la boca abierta y babeante. Y pidi
ayuda.
Dos compaeros que andaban por los alrededores de la oficina sacando caf de la expendedora automtica se acercaron de inmediato, la ayudaron a incorporarlo
del suelo y lo arrastraron como buenamente pudieron hasta el sof, dejndolo tumbado con la cabeza apoyada en el reposabrazos y las fosas nasales despidiendo aire
agitadas, algo as como un fuelle que se va a resquebrajar de un momento a otro, pero que no termina de romperse nunca. Al poco tiempo, pareci restablecerse del
golpe, igual que en las escenas bblicas el enfermo tullido sana milagrosamente, y, sin mediar palabra alguna, cegado por el sufrimiento y el dolor, se march de la oficina
arrastrado por mil diablos.
-Seor Cavalier, seor Cavalier! Pero, qu le ocurre? A dnde va?... -insista la secretaria, que corra tras el jefe sin comprender su actitud. Sin
embargo, a l nada pareca importarle.
Consigui llegar hasta el aparcamiento situado en el primer stano del edificio. M ont en el reluciente Jaguar metalizado de su propiedad, que
pareca esperar sumiso en la plaza de garaje cuarenta y dos, asignada a su nombre, pues para eso haba, sobre la columna de la derecha, una placa dorada con el Alejo
Cavalier grabado con pulcra caligrafa. En otro tiempo haba estado orgulloso de su coche, y tambin de su maravillosa casa, un moderno tico en el centro de la ciudad,
y de su apartamento de lujo en la playa. Sus bienes podan ser incontables, para eso estaba el dinero que posea, que no era escaso en absoluto. Pero ahora, senta
nuseas, o un profundo e intenso asco, no sabra bien discernir una cosa de la otra; ya que todo aquello se le antojaba recuperable. Pero su familia, no. No haba dinero
en el mundo capaz de recuperar a las dos personas que ms amaba, que ms quera, que ms adoraba. Las lgrimas brotaron de sus ojos, dos caos de agua tibia
desplazndose ro abajo, llorando igual que un chiquillo indefenso, sin pudor ni vergenza. Lloraba de pura y llana desolacin.
En el camino puso las noticias locales. El conductor del triler, que haba resultado ileso, conduca a excesiva velocidad, an no se saba con
seguridad si se haba quedado dormido, como se aseguraba en la primera versin, o iba ebrio, que eran los rumores ms extendidos en esos momentos. El camin se llev
por delante una decena de coches, incluido un autobs de cercanas. Los accesos a la zona norte y al puente estaban cortados. Se rogaba a los ciudadanos que evitaran en
la medida de lo posible esa zona metropolitana. Volvieron a repetir la lista de fallecidos. No haba dudas: los nombres de Victoria y Susana estaban incluidos. Las
esperanzas de un posible error eran cada vez menores. Y la angustia creca a medida que se iba acercando al lugar.
Pudo aproximarse hasta donde le permiti el monumental atasco. Efectivamente, tal y como comentaban por radio, las carreteras estaban cortadas en ambas
direcciones y el desconcierto ocasionado haba degenerado en caos circulatorio. Dej el automvil cruzado en mitad de la va, no le preocupaba lo ms mnimo lo que
hicieran con l y se march en direccin al puente, sorteando los vehculos con toda la rapidez que le permitan las piernas.
En el lugar del accidente se agolpaba una gran muchedumbre. Rostros donde la desgracia activa la curiosidad morbosa. Se acerc y abri paso, alterado,
ayudndose con los brazos, con los codos, metiendo las piernas en cada hueco libre hasta lograr alcanzar la primera lnea de fuego. Unos cincuenta metros ms adelante,
empotrado contra la mediana de la carretera, estaba el camin. La puerta del conductor abierta, la cabina prcticamente intacta a pesar de los estragos ocasionados. A
diferencia del camin, varios de los coches aparecan destrozados, algunos a duras penas reconocibles, amasijos de hierros aplastados contra el asfalto, rastros de sangre
esparcidos en el suelo. El triler se ceb bien con ellos. No haba seal del camionero por ningn sitio. "Dnde estara ese hijo de la gran puta?", se pregunt con odio
encarnizado hacia un hombre que ni siquiera conoca, pero de colocarse enfrente sera capaz de matarlo.
La polica acordonaba la zona. A escasos metros, vio la fila de cadveres tapados con sbanas inmaculadas que preservan del pecado a los ms infelices. A la
izquierda, sobre el arcn, atendan a los heridos. Por desgracia, a l no le importaba ese grupo. An as, detuvo su atencin en ellos, en un ltimo intento por aferrarse a
una esperanza incierta. Y la esperanza se esfum del todo. Volvi la mirada hacia las sbanas alineadas, reconoci el bulto de su mujer merced a la mano que sobresala
de entre la cubierta, llevaba colocada la pulsera de oro y brillantes, regalo por su cuarenta cumpleaos. Slo se la pona para acontecimientos especiales. Y ese da dej
de ser uno de ellos, ignorante de que la muerte la iba a joder de pleno. Al lado de ella, haba un cuerpo de menor volumen. No haca falta ser muy listo para suponer de
quin se trataba. Una oleada de amargo calor penetr en las tripas de Alejo. Sus mejillas estaban enrojecidas, sofocadas, iracundas.
-Cabrn! Hijo de perra! Ven, que te voy a matar! -gritaba al aire, conmocionado, entre fuertes sollozos.
Antes de que los policas pudieran reaccionar y sujetarlo, Alejo salt la zona de demarcacin y se acerc hasta los cadveres, alcanzando a levantar
las sabanas. Las reconoci, sin lugar a dudas. Ah estaban los dos cuerpos, con los ojos entornados y vidriosos. Aquellos ojos que tantas veces le haban mostrado
afecto, ternura, amor; que le haban proporcionado inmensas alegras y emociones; esos mismos ojos, ahora, se mostraban vacos, inertes, faltos de vida. Una vida que se
haba escapado en slo unas dcimas de segundo, el tiempo que se tarda en chasquear los dedos, por el descuido de un imprudente.
-Te matar! Juro que te matar! -volvi a chillar.
Dos agentes se acercaron a sujetarlo. Alejo los empuj, cargado de violencia, de rencor, como si ellos hubiesen sido los responsables de las dos
muertes. Y sali huyendo, escapando de todo y de todos. Sin dar tiempo a nada. Quera evadirse del mundo. Perderse, ocultarse, sin saber dnde.
Y sobre todo, olvidar.
Alejo ech mano a la botella. La alz sobre su boca y engull un trago con pasin enfermiza. El lquido se derram por la barbilla, continu a lo
largo del cuello hasta desplegarse sobre su pecho como un torrente. Le vendra bien refrescarse. Haca un calor pesado, trrido. Apart las cortinillas y se asom a la
ventana. Los caminos desprendan fuego. El aire estaba opaco, cargado de polvo amarillento que no dejaba entrever la lnea del horizonte. Un automvil negro pas
despacio, renqueante, dando la impresin de estar aquejado por las altas temperaturas.
Llevaba tres semanas en Cantina Blanca, un condenado lugar de treinta mil habitantes, situado en una zona desrtica en mitad de ninguna parte. Haba llegado
hasta all despus de vagar de un lugar a otro, sin rumbo determinado. Aunque, a decir verdad, le daba igual el sitio donde acabara, todos constituan una pesadilla para
l.
Cavalier era un hombre entrado en la madurez, que haca pocos das haba cumplido los cuarenta y tres. Todo un feliz acontecimiento que celebr en compaa
de su marca favorita de Bourbon y de una anodina soledad. Slo que ese da y los posteriores al cumpleaos, an bebi ms para poner a prueba su resistencia. Quera
beber hasta reventar, caer de bruces al suelo. Hay momentos en que no se precisa pensar, o es mejor no hacerlo. Cada cual tiene su vlvula de escape, unas ms
peligrosas que otras, y el seor calavera, que no Cavalier, se dedica a esperar paciente con las puertas abiertas a todo aquel que desee entrar. Siempre hay invitaciones
para los interesados, nunca se agotan.
Se mir al espejo: una leve sonrisa brot de sus labios. Tal vez se ri de s mismo. Los espejos no engaan, las imgenes no mienten. Se traicionan las personas,
que prefieren excusarse con artimaas baratas a ver la realidad tal y como es. Pero la realidad resulta a veces muy dura para quienes son dbiles. Alejo en ese aspecto
estaba curtido en batallas, haba entrado en la dinmica de la autodestruccin y no tena ningn miedo. La ausencia de temor es difcil en muchos casos, hay que tener
madera de hroe. O cojones. Incluso, para matarse. Slo hay un problema, que no es balad ni menospreciable, que los recuerdos se enquistan en el cerebro y no hay
manera de quitrselos de encima.
l haba sido un alto ejecutivo, director general de una multinacional de medicamentos, un ejemplo a seguir para los yuppies de su empresa, que pretendan
imitarlo a toda costa, puesto que era el hombre de moda, el referente a seguir. Nada que ver con la piltrafa humana en la que se haba convertido, que slo buscaba
encontrarse las caras con la muerte.
Alejo se abri paso en el mundo a base de esfuerzo, de constancia. Y supo luchar por encontrar el camino adecuado en la difcil jungla de asfalto en que acaban
convertidas las grandes urbes. Como l deca: Hay que ser listo para sobrevivir, ser el mejor, saber cundo empujar y cundo aplastar para alcanzar el xito, y nunca,
nunca, dejarse embaucar por la ingente cantidad de charlatanes, tramposos e hijos de puta que pululan por la vida buscando un pedazo de carroa inocente donde clavar
los colmillos. La desgracia de unos constituye la felicidad de otros. Eso es indudable, si no de qu, de algo hay que vivir. Aquella premisa la conoca muy bien. Por
suerte o por desgracia, saba lo que era pasar necesidad desde pequeo. Su padre haba sido cartero en una poca en la que el sueldo que se ganaba siendo repartidor
de correspondencia no daba para muchos excesos. Su madre, ama de casa; de vez en cuando con algn que otro trabajillo eventual de costurera en el propio hogar. Por
todos esos motivos, y algunos ms que se quedaban incrustados en la recmara de su cerebro, al recordar a sus amigos de colegio comprarse bonitas mochilas para
los libros o nuevos zapatos o uniforme de estreno, mientras l portaba una vieja cartera perteneciente a su hermano mayor, porque no poda ser de otra manera, se
jur a si mismo que en el futuro sera alguien grande, capaz de tener cuantas cosas le diera la gana. Y as fue como ese cctel de ingredientes desafortunados
fermentaron el amor propio de Cavalier produciendo un violento cambio, una transformacin radical, incluso, desagradable, pues a veces hay que hacer cosas que no le
gustan a uno para aspirar al podio, no hay ms remedio, es cuestin de supervivencia, sacrificio y valenta. Para Cavalier toda accin cotidiana se convirti en objetivo
bsico de superacin: los estudios, el deporte, los juegos. Se transform en un luchador nato, en un trabajador infatigable. As, cuando sus amigos realizaban una tarea, l
ya la haba previsto, adelantndose a ellos casi siempre. Su lema era el lema de un tipo belicoso hasta la mdula: Todo se consigue si uno se lo propone, es cuestin de
voluntad.
Y, poco a poco, fue adquiriendo un carisma especial. Los alumnos que estaban por encima de su curso lo respetaban, saban que despeda chispa,
que sus huevos andaban bien plantados en los calzoncillos a pesar de ser un mengajo todava. Aquel chico no tena un pelo de tonto.
Al cabo, termin los estudios de instituto como primero de su promocin y decidi estudiar medicina gracias a una beca que le concedi el estado
por mediacin del director del centro. Pero, tras cuatro aos de machacar sus sesos entre libros, de rescribir folios propios y ajenos, de acudir sin falta a clase, se
produjo un giro inesperado en su carrera, un cambio de rumbo imprevisto, y fue que, cuando sus compaeros de facultad pensaban que en el futuro lograra ser un
eminente mdico, eligiendo la especialidad que le viniera en gana, Alejo decidi abandonar la universidad para siempre.
Pero, a qu se deba ese cambio tan drstico?
Cavalier se haba percatado de un detalle importante durante las prcticas en el hospital, y era que, mientras los universitarios recorran las
habitaciones realizando sus tareas de aprendizaje con los profesores interinos, los mdicos titulares que ejercan en el sanatorio eran visitados por una serie de
individuos que, con maletn en mano y bien trajeados, se dedicaban a la venta de productos medicamentosos y material sanitario, al tiempo que se paseaban por los
corredores con una familiaridad descarada y saludaban a todo el personal como si fueran ntimos conocidos. Estos visitadores se dedicaban a presentar los nuevos
productos salidos al mercado y a machacar los que ya estaban funcionando. Los facultativos slo deban limitarse a recetarlos para su consumo en las farmacias. As de
sencillo. El gasto corra por parte del estado o del paciente, y los mdicos obtenan un buen beneficio, puesto que, a cambio de esas recomendaciones teraputicas, las
grandes empresas comerciales les pagaban con viajes de placer, con asistencias a congresos nacionales e internacionales, incluso, se les remuneraba bajo mano
con determinadas cantidades de dinero, a veces bastante importantes. Estas operaciones que, en apariencia, eran slo una mera transaccin comercial sin importancia,
una charla desinteresada entre amigos cordiales de diferentes ramos de trabajo, presentaban dos vertientes bien diferenciadas, ya que, por un lado, los mdicos no se
comprometan a nada de manera directa, ellos no vendan los productos, eran los farmacuticos, claro est; pero por otro, y de manera muy sutil, era una forma de
chantajearlos, pues quien aceptaba tan suculentos regalos" quedaba pringado para siempre. Todo eso funcionaba en una aparente legalidad. Todos lo saban, todos
extendan la mano, pero cerraban los ojos ante la evidencia.
Alejo decidi dejar los estudios en el transcurso de un descansillo entre prcticas, mientras desayunaba en la cafetera del hospital. Esa maana las mesas estaban
abarrotadas de personal, convertida en uno de esos das que parece que todo el mundo se pone de acuerdo para desayunar a la misma hora. La falta de mesas libres hizo
que se acercara hasta donde l estaba un hombre de mirada picarona y gesto afable, y pidiera permiso para sentarse. El individuo se llamaba Jons Garca. Tena treinta
y cinco aos. Ejerca como vendedor de material diagnstico para grandes hospitales. Se vea un sujeto ambicioso a todas luces, acostumbrado al trato con gente. Su
porte elegante y sus ojos inquietos lo delataban. Ambos trabaron amistad en seguida. Era como si dos tiburones se vieran en un acuario repleto de pececillos inocentes,
por lo que la conversacin enseguida se vio encauzada hacia donde tena que desembocar, estaba claro: La codicia.
-En esta profesin, si te lo sabes montar bien, en seguida ganas dinero, chico; ms que cualquiera de esos matasanos -le dijo a Alejo, mientras
posaba el caf sobre el platito de cermica blanca-. Corren buenos tiempos en este pas para el negocio de la medicina, comenzamos a estar en la vanguardia, y se
desgajan los primeros trozos de una suculenta tarta. Aqu el que no corre, vuela -se le levant una ceja de manera inconsciente-. Lo nico que tienes que saber es cmo
camelarte a esos sabelotodos que creen estar por encima de ti, slo porque ellos han estudiado una carrera y alguno de nosotros no -Jons recapacit un instante y puso
cara de nio bueno-. Con esto no quiero que pienses que me burlo de ti, o que te estoy tomando el pelo, o que te menosprecio por ir para doctor, ni mucho menos, hay
que saber valorar a un hombre en su justa medida -le gui un ojo amigo de repente-. Hay muchos que han estudiado y son listos como zorros; pero hay otra gran
mayora que no, que lo nico que hacen es limitarse a sus estudios y al trabajo, centralizando en ambos asuntos toda su puetera vida, sin nimo de superacin; y es que
son de otra madera, no les gusta el dinero, no tienen ambicin, estn despersonalizados. Y si me apuras, hasta te dira que follan como robots con la parienta, sin
ninguna imaginacin -aadi en tono despectivo-. T, sin embargo, por la percha que tienes, y tus ademanes, pareces estar encuadrado en el grupo de los avispados, de
los triunfadores, de los buscavidas. S reconocer a la legua a un individuo impaciente que posee el gusanillo del dinero. T valdras para este trabajo, chaval; estoy
seguro de ello, totalmente seguro.
Aquellas palabras quedaron registradas de manera inmediata en el disco duro de Alejo, resonando dentro de su cabeza una y otra vez. Caminaba
por las aulas como si estuviera ausente, absorto en lo que le haba dicho Jons. En realidad todo lo que fuera empezar a ganar dinero le produca un agradable cosquilleo,
y si poda ser mucho dinero, con mayor razn an. "Esta es mi ocasin", pens. "Las buenas oportunidades se presentan una sola vez en la vida. Y la ma se acaba de
presentar. O la agarras con fuerza o la dejas escapar. En encrucijadas as es donde se diferencia un hombre vulgar de un buen olfateador de negocio, de un hacedor de
dinero. Aunque lgicamente, un cambio tan radical comporta un elevado riesgo que puede dar al traste con mi vida; pero si de antemano se conociera el triunfo, todo el
mundo sera rico. Y eso, por supuesto, es algo utpico, ficticio. He de aprovechar la ocasin. Ahora o nunca..."
Transcurrida una semana del encuentro, Jons y Alejo volvieron a coincidir en la cafetera del hospital. Alejo se fue directo hacia l, igual que un misil
autodirigido.
-Jons, quiero que me busques un empleo!
-Dios mo! No tan rpido, muchacho. Vas demasiado acelerado.
-Lo tengo decidido. He estado dndole vueltas a lo que me dijiste y al final me he convencido de que es la mejor opcin para encaminar mi futuro Alejo hizo una seal al camarero para que le trajera un botelln de agua mineral-. Habra posibilidad de que me encontraras algo?
-Djame pensar un poco. M e has pillado fuera de juego -se qued cavilando, ensimismado unos instantes-. Hay varias cosillas por ah. Pero dame
unos das para que te vea un trabajo que quiz pueda resultar interesante. Un amigo del ramo me coment que necesitaban a alguien emprendedor, con empuje y ganas
de trabajar para llevar la zona centro del pas. Es una empresa con buena proyeccin y futuro en el mercado. Le preguntar si todava anda vacante el puesto, y que
tengo a la persona indicada. Pero eso s: tendrs que entrevistarte con ellos y persuadirlos para hacerte con el cargo -Jons le dio una calada al cigarrillo y luego lo estruj
en el cenicero con la fuerza de una apisonadora-. Aunque estoy convencido de que te lo darn. Tengo buen olfato para estas cosas.
Entr a trabajar en Zolten Antibiticos a los tres meses de que Jons le comentara el asunto laboral. Pero antes tuvo que solventar unas cuantas
entrevistas. Alejo pis el acelerador a fondo y arras con cualquier tipo de obstculo o suspicacia, sin que nadie lo pudiese detener en su empeo, era consciente de su
ambicin. Y cabezota a ms no poder. Hasta el punto de que los propios entrevistadores pensaron que poda resultar embarazoso para alguno de los jefazos de la
empresa, puesto que aquel muchacho corra demasiado deprisa. Y correr en exceso entraa su peligro. En particular, con aquellos directivos que ostentaban una ingenua
superioridad, slo por estar en el cargo unos peldaos ms arriba. Superioridad, no exenta de frustracin, pues la carga ms molesta, en muchos de ellos, vena a ser la de
una edad avanzada. A partir de los cincuenta los trabajadores tienen los das contados en las grandes empresas multinacionales, acaban por acomodarse en los sillones de
los despachos y no ser rentables. Y precisamente por estar demasiado acomodados, esos mismos directivos, al igual que la pescadilla que se muerde la cola, necesitan
sangre nueva, revestida de espritu emprendedor, para que les resuelvan los trabajos ajetreados de calle que ya no se ven con fuerzas de realizar ellos mismo ni con ganas
suficientes. Todo un dilema.
Alejo cumpla los requisitos con sobresaliente. Haba, por tanto, que correr el riesgo de contratarlo. Los objetivos de venta deban aumentar ese ao un cinco por
ciento si queran hacerse con un buen hueco en el mercado.
Tras seis meses de formacin empresarial donde le explicaron el sistema de funcionamiento de la compaa y las tcnicas de venta ms efectivas (y agresivas)
para lograr los resultados apetecidos, le dieron luz verde en su nuevo trabajo. Le facilitaron un vehculo para sus desplazamientos y un listado informtico con las
direcciones de los mdicos a los que visitar.
Cavalier se tom a pecho su tarea, tan en serio, que los objetivos de venta los pulveriz a los doce meses de empezar. La venta de antibiticos aument siete
puntos por encima de lo esperado. Aquello era comenzar con buen pie.
Alejo frunci el ceo; los recuerdos le traan una angustiosa desesperanza, un profundo pesar. Se llen el vaso con pulso vacilante. El lquido
rebos los bordes. "M e cago en la puta de oros", exclam furioso al ver que se extenda por la mesa y salpicaba el suelo. Se sacudi la mano del pringoso whisky y la
restreg por la pierna desnuda. Las lgrimas asomaron a sus ojos, surcando aprisa las mejillas, con vergenza de saberse descubiertas. Cogi la sbana por un extremo y
se los sec. Por ms que beba, no alcanzaba a olvidar. Slo cuando consegua estar aturdido y medio grogui por el alcohol lograba un ligero efecto anestsico. El pasado
pesaba demasiado. Era su castigo, su lacra. Algo difcil de erradicar, que le acompaara toda la vida.
Dios, otra vez los recuerdos! Ya estn aqu!
La primera vez que vio a Victoria ocurri en unos grandes almacenes. Fue mera casualidad lo que hizo que se conocieran. Una cursilada si se piensa
en fro un instante, porque sucedi algo similar a como ocurre en los anuncios publicitarios de perfumes, en la que la pareja queda embriagada por la atraccin nada ms
conocerse. Ella iba detrs de l, ambos bajaban por las escaleras mecnicas; al llegar al suelo, trastabill y perdi el equilibrio, empujando sin querer a Alejo. Ruborizada,
pidi disculpas por el suceso. Su voz sonaba torpe y azarosa. A Cavalier le gust aquella manera inocente de excusarse. Aquella mujer poda pasar por completo
desapercibida, no llamaba la atencin en absoluto; tampoco era atractiva, no tena un cuerpo especialmente bonito ni vesta demasiado sugestiva. "Si no me hubiera cado
encima ni siquiera me habra dado cuenta de que exista", pens; sin embargo, posea una mirada noble que inspiraba frescura e ingenuidad, algo de lo que estn alejados
muchos de los seres humanos. Alejo no quiso desperdiciar la oportunidad, por lo que decidi invitarla a tomar algo en la misma cafetera del centro comercial. Quera
conocerla, necesitaba conocerla a toda costa. No era se el mtodo preferido para presentarse ante alguien, estaba fuera de sus pautas de fingido comportamiento social,
puesto que lo nico que llamaba su atencin eran los planes bien calculados, la meditacin y las argucias, pero aquella situacin se haca distinta y arda en deseos de
averiguar quin era esa mujer que le originaba tan singular fascinacin.
Victoria trabajaba de empleada en una tienda de regalos. Llevaba cuatro aos viviendo en la capital desde que un da decidiera marcharse de su
pequeo pueblo natal asfixiada por la falta de oportunidades y el aburrimiento. Recin llegada, se aloj en casa de unos familiares. Sali adelante a costa de pequeos
trabajos que le permitieron cierto desahogo econmico. M s tarde se mud a un reducido apartamento de alquiler. No era gran cosa (los alquileres eran excesivamente
caros en la capital), pero se apaaba de buena manera. No era una muchacha que se relacionara mucho; al contrario, tena una vena solitaria, taciturna y algo despistada.
Tan slo algunos amigos, vinculados a su mbito profesional, lograban sacarla los fines de semana a tomar una copa, al cine, al teatro o a escuchar un concierto de
msica, su pasin preferida junto con la lectura.
-La timidez me pesa demasiado -le dijo con aquel mirar pudoroso.
Alejo se pregunt si esa mujer no enamorara acaso a todo hombre que pasara por su lado y se apercibiera de sus ojos, si no lo hechizara con
aquella mirada ingenua. M irada que al propio Alejo, con el transcurrir del tiempo, le hara recapacitar y ser consecuente consigo mismo, para llegar a la conclusin de
que su interior atesoraba una gran ruindad. Victoria arrastraba con su personalidad y su forma de ser todo un mundo de honestidad, sencillez y gratitud. Cavalier se
sinti transformado desde que hablara la primera vez con ella, y ya no pudo dejar de verla. Resultaba una droga para l. Y descubri que, adems de su propia persona
(orgullosa y egosta a ms no poder) estaba Victoria; y que ella era capaz de dar sin pedir a cambio, de preocuparse sin buscar otro objetivo que su sola disponibilidad,
de mostrar verdadero afecto sin esperar nada. El amor lo inund bruscamente y ya no lo abandon ni un segundo; ech races en sus arterias, en sus tripas, en su
corazn. A los siete meses se casaron. Fue una boda ntima, ausente de lujos de ningn tipo. Slo los ms allegados fueron invitados a la recepcin.
La luna de miel fue en Roma por deseo expreso de Victoria que, desde chica, haba anhelado visitar la antigua capital del imperio. Al contrario que
en la ceremonia, el viaje fue todo lujo y placer. Se alojaron en los mejores hoteles, fueron a comer a los restaurantes ms importantes, no dejaron un monumento por
visitar. Cavalier no escatim en gastos; le prepar las rutas tursticas ms completas, sin faltar de nada. Quera sorprender (y lo consigui) a Victoria. Y que aquellas
cortas vacaciones fueran inolvidables para ella.
Alejo vivi su poca ms dulce y cautivadora. Se haba convertido en otro hombre, mucho ms humano y encantador. Nada quedaba ya de la bestia
devoradora de conciencias de meses atrs. Al cabo, vino Susana, su querida hija, una nia preciosa, de ojos azules y grandes como dos lunas llenas. Las atenciones para
con ella y su esposa eran constantes; ambas constituan una combinacin de familia perfecta. Susana creci rodeada de cario. Su madre le dedicaba casi todo su tiempo;
haba dejado el trabajo das antes de la boda; y Cavalier, aunque pasaba gran parte de la semana fuera, ocupado en menesteres comerciales, en cuanto dispona de un
hueco se reuna con su familia para divertirse juntos.
Todo pareca ir sobre ruedas. Constituan una familia feliz. Una familia realmente feliz y dichosa.
Hasta que qued truncada por ese maldito accidente.
Fue entonces cuando decidi huir, dejndolo todo tras de s, abandonando cuanto posea, rompiendo con su vida de una forma radical. El corazn se le qued
vaco, lleno de nada, como si se lo hubieran arrancado de cuajo. Alejo se transform en un muerto en vida, en alguien que deambulaba sin reparar en lo que tena enfrente.
Slo la nostalgia, que quiz era an peor que ese vaco, lo invada de cuando en cuando, y entonces le pasaba por la mente tirarse desde una azotea, colgarse de un rbol
o arrancarse la cabeza. Cualquier cosa era mejor que aquella horrible sensacin de angustia que le minaba el alma.
Comenz a beber sin parar; una costumbre que para nada lo haba acompaado hasta entonces, tragando una copa tras otra, hasta que caa anestesiado al suelo.
Algunas veces, las menos, haba almas caritativas que lo ayudaban a incorporarse y lo atendan, o lo llevaban al hospital; otras, las ms, lo tiraban a la calle, o en medio
de la carretera, u, oportunamente, junto a un cubo de basura:
-se es tu lugar, hijoputa! A ver si aprendes a beber y no das ms por culo, cabrn!
Y all se quedaba tendido, rodeado de porquera, al tiempo que su boca se entreabra y liberaba un lquido espeso y amargo con el olor enrarecido de la bilis y el
alcohol. Buscaba la muerte, encontrarse con ella cara a cara para poder decirle que se lo llevara de una puetera vez, que no quera seguir viviendo sin su familia. Y que
ya no poda ms.
Un estruendo rompi el silencio de la habitacin. El viento soplaba recio y se precipitaba por la ventana, refrescando el interior, de por s cargado
y seco. En otras circunstancias, las tormentas de verano le haban gustado, pero aqulla no le agradaba lo ms mnimo. Ni los truenos ni los violentos rayos que caan en
la tierra llamaban su atencin. Alejo permaneca ausente de la tempestad, ajeno a cuanto le rodeaba, igual que un hipnotizado no puede ni quiere despertar del sueo
profundo. Poda sucumbir en un terremoto o caerse por un precipicio sin que en ese momento tuviera conciencia de ello.
En un momento de lucidez, se dirigi al lavabo, abri los grifos, picados por el xido, el tiempo y el descuido, y se lanz agua sobre la cabeza, salpicando el
suelo en todas direcciones. Necesitaba refrescarse, quitarse el bochorno de encima, espabilar un poco ese cuerpo castigado al que cada vez costaba ms poner en marcha.
Y no era para menos, pues slo tena que echarse un vistazo, aunque fuera de pasada, para darse cuenta de lo desmejorado que andaba ltimamente: el rostro
abotargado, dos bolsas violceas afianzadas bajo los prpados, una barba rala, de seis o siete das, y el cabello, entrecano, que comenzaba a escasear. No era ya, ni por
asomo, la sombra de hombre moderno y con encanto de otros tiempos. Sinti lstima de si mismo. Todo aquello resultaba lamentable, impropio de quien haba
saboreado las mieles del triunfo.
A tientas, recogi la toalla para secarse. Junto al lavabo haba un perchero de madera. Agarr la camisa de tonos mostaza plida, su color preferido; tambin es
cierto que la nica que estaba colgada. A pesar de la lluvia, saldra a tomar una copa. El cutrero de la habitacin se le vena encima, lo asfixiaba. Sus paredes de papel
pintado con ramos de flores descoloridas, pasadas de moda, no poda soportarlas. Baj y dej las llaves en recepcin. La cincuentona de morros carnosos, coloreados de
carmn putonero, le lanz una mirada lasciva a la entrepierna. Cavalier hizo caso omiso del mensaje.
En la calle caa una tromba de cojones. Las gotas se amontonaban en el asfalto y producan un sonido agudo e insistente al percibirlas el odo. Extendi uno de
los brazos para humedecer su piel. No se vea un alma a derecha e izquierda. Pareca haber desaparecido todo el pueblo de golpe, salvaguardndose del diluvio
amenazador. Deambul durante algn tiempo de un lado para otro. Eso de deambular sin rumbo fijo saba hacerlo muy bien estos meses atrs. Al final, termin en un
callejn sin salida, estrecho, de casas viejas y ruinosas, posiblemente, abandonadas. Dos balcones se haban desprendido y sus escombros se esparcan amontonados
por el suelo. Los contenedores estaban atestados de desperdicios, con pinta de llevar all ms tiempo de lo debido. Olan a ratas muertas. No obstante, Alejo se
sorprendi al divisar, entre tanto descuido, un cartel luminoso, azul violceo, que parpadeaba intermitentemente a pesar de no haber oscurecido todava. Pareca un oasis
entre pura inmundicia, un paraso en medio de tanta miseria:
Bar Escorpin
El letrero, sin embargo, no pareca hacer referencia al nombre, puesto que apareca una serpiente que se introduca dentro de una manzana y sacaba su lengua
bfida por el otro extremo del agujero.
Corri hasta aquel lugar como si fuera el nico habitado del mundo. Lleg a la puerta con las ropas empapadas. En el local sonaba un tema de M iles Davis,
Summertime. Dentro, la luz era tenue. Unos focos de color amarillento descargaban resplandores rectilneos sobre la barra. La atmsfera infunda intimidad, refugio. El
camarero levant el rostro. Tena una barba larga griscea que le colgaba hasta el pecho. A Cavalier le record a uno de esos motoristas de los ngeles del infierno que se
exhiban en sus pesadas y aparatosas Harleys por las carreteras del estado. Estaba anotando algo en una libreta; cuando termin, se coloc el lpiz tras la oreja y lo mir
discretamente de pies a cabeza. Apoy las manos en el mostrador y dio unos golpecitos con los dedos. En el bar slo estaban ellos dos y una mujer que no alcanzaba a
ver con claridad, en el otro extremo de la barra. Era una barra sinuosa, que formaba varios semicrculos, colocndose en una de las concavidades. Se sinti as ms
protegido.
-Le sirvo algo, caballero?
-Quiero un Four Roses en vaso largo hasta arriba, sin hielo, por favor; y despus, otro con mucho hielo en vaso de boca ancha, gracias.
El camarero no inmut el gesto al orlo. Los prepar con rapidez, tal y como le haba indicado. Alejo agarr el primero y lo levant sobre su boca nerviosa y
excitada, bebindoselo de un trago. Cualquier hombre se hubiera quemado la garganta. l pareca tenerla dormida. Las luces brillaban ahora con ms intensidad, llenas de
un resplandor mgico; es muy posible que fuese el whisky lo que le haca ver mejor. Haba diez mesas con sus correspondientes sillas colocadas boca abajo, seal
inequvoca de que estaban todas libres. Una lmpara colgaba sobre cada una de ellas, apagada. Ech un vistazo a la mujer de enfrente: Una buena mata de pelo caa sobre
sus hombros. El color no alcanzaba distinguirlo. La mujer lo estaba mirando. Una sonrisa se dibujaba en el rostro. Ella cogi su vaso y se acerc hasta Cavalier.
Contoneaba la cintura, armoniosa e incitante, era una yegua templada, a la que no le hace falta doma. Distingui por fin el color del cabello, que era de un negro brillante.
La sonrisa cada vez se haca ms amplia, ms amigable.
-No eres de por aqu, verdad? -le pregunt la morena al colocarse a su lado.
Poda notar la respiracin clida de ella. Permaneci en silencio, miraba los cubitos de hielo. No haba tenido ningn contacto con el sexo opuesto desde la muerte
de Victoria. Tampoco se senta con ganas. Sigui callado.
-Oye, que no te voy a comer! Slo quera charlar contigo, eso es todo -la chica no hizo amago de marcharse; al contrario, se sent sobre el taburete ms cercano.
El camarero estaba junto al fregadero. Con un trapo sacaba brillo a los vasos, luego los miraba al trasluz y soplaba. Andaba concentrado en la operacin. La
conversacin no iba con l. Dej un momento lo que estaba haciendo para subir el volumen del aparato. Ahora lo que sonaba era Kenny Barron, el tema: Drew Drop.
-No. No soy de aqu -dijo con sequedad. La voz de Alejo sala quebrada, ronca, producto de unas cuerdas vocales curtidas por los desmanes.
-Ya lo imaginaba. Conozco a los hombres de este lugar. Nunca olvido una cara. M e llamo Livia, y t?
Alejo jugueteaba con el vaso de boca ancha. Agit el hielo, que, en su tintineo, sonaba a msica celestial y luego se volvi para mirarla con ms detalle. Era una
chica joven. No tendra ms de veintids aos, muy atractiva. Sin embargo, los ojos los tena tristes. Ojos de haber vivido demasiado rpido, de haberla baqueteado
mucho la vida, de haber pasado lo indecible. Ojos de desencanto y desengao. Cavalier tena un sexto sentido cuando vea a una persona, una especie de fogonazo que le
iluminaba el cerebro de sbito. Y al verla supo que era una infortunada de la vida, una desgraciada como l.
-M e llamo Alejo. Alejo Cavalier.
Ella solt una carcajada al orlo. Le sonaba algo cmico.
-Disculpa. No estoy acostumbrada a or ese nombre.
-El tuyo tampoco es que sea muy comn -aadi sin tono de reproche.
-Lo s. Aunque no es mi autntico nombre. El verdadero no me gustaba en absoluto. Un da decid cambiarlo por las buenas. Nadie me puede obligar a no
cambiarlo, verdad? -agit la copa en direccin al barman-. Ponme otra de lo mismo, quieres, corazn?
Asinti con la cabeza, igual que un robot. Alejo apur la suya de manera mecnica y la pos con un golpe seco sobre la tarima.
-Tambin para m. Pago yo
-Puedo preguntarte qu haces en este pueblo, olvidado de la mano de Dios?
-No. No puedes preguntarme. Lo que haga o deje de hacer es cosa ma -la contestacin fue tajante. Pero no lo dijo de una forma censurable o crtica. Simplemente
no quera que se metieran en su parcela ms ntima. Protega con celo su terreno. Era suyo, de nadie ms. Levant el whisky en seal de brindis-. Quiz pueda parecerte
una persona poco sociable, y con razn. Hace tiempo que no hablo con nadie, o por lo menos no ms de lo imprescindible -Alejo le pas un dedo por las mejillas,
rozndolas suavemente. Era su forma de dar las gracias, de comunicarse sin mediar palabra.
Livia agradeci ese gesto carioso, exento de sexo. Estaba acostumbrada a que los hombres la sobaran con grosera a la primera de cambio, o le palparan el culo,
tanteando la mercanca. Aquel hombre la respetaba, guardaba las distancias, y eso le gustaba. Estaba harta de que la trataran como a una vulgar puta.
Ella se mereca algo ms.
LIVIA
Con anterioridad haba sido Carmela Estevill, pero odiaba ese nombre terriblemente. La hera en lo ms profundo de su ser con slo pronunciarlo en voz alta. Le
recordaba una parte de su existencia que la dej marcada para siempre.
Livia haba sido una nia bien, bastante caprichosa. Proceda de familia acomodada, con unos padres encantadores y maravillosos; tanto, que se podan
considerar modlicos. A todo ello se unan unas amigas estupendas, de buena extraccin social. Y, como guinda coronando la tarta, estaba Livia, convertida en la chica
mimada por las circunstancias, el entorno y los billetes de pap. La guapa de la pandilla, la que se llevaba de calle a los chicos ms interesantes. Por aquel entonces era
alguien con estrella, que no estrellada. Y su primera etapa de vida transcurri, como suele decirse, entre vastos colchones de algodn, sin nada ms que resaltar que no
fuera que tena cuanto quera.
Hasta que cumpli los diecisiete aos.
Ese ao celebraban una fiesta en los salones del colegio privado. Normalmente se realizaba todos los fines de semana, de ese modo sacaban dinero para el viaje de
estudios. Queran ir a Pars. En realidad, no les haca ninguna falta el dinero, para eso estaban los paps, pero siempre quedaba bien eso de sacarse un dinerillo extra
buscndose la vida.
All fue donde por vez primera vio a Sergio. Vena con cuatro chicos ms a los que tampoco conoca. Era el muchacho ms atractivo que haba visto en su vida.
Su prncipe azul. El chico con el que haba soado siempre.
-Ese es mi hombre ideal -le dijo a sus compaeras algo ruborizada, viendo que l tambin haba posado la mirada en ella, justo en el momento que haca el
comentario.
Esa noche, Livia y Sergio se convirtieron en dos imanes de polos puestos que se buscan en la distancia hasta entrar en contacto. Algo inevitable. A partir de ah
permanecieron juntos el resto del baile. Sergio tena veintids aos y viva con sus padres. Trabajaba en una cadena de electrodomsticos y productos multimedia, por
lo que se poda permitir una relativa independencia.
Livia comenz a salir con Sergio al siguiente da de la fiesta; enamorndose perdidamente desde el inicio. Ya la noche en que se conocieron no pudo conciliar el
sueo como debiera. Los indicadores de febrilidad amorosa haban tocado mximos, y eso que apenas saba nada del chico, pero su imaginacin, desbordada, idealizaba a
Sergio como la persona ms maravillosa del universo. Y ese amor, con el transcurso de las semanas, fue transformndose en fe; en confianza ciega en l, en religiosidad
apasionada y devota, en dependencia enfermiza. Llmese como se quiera, pero el resultado siempre era el mismo: Sergio. Sergio como nico centro de atencin en el que
radicaba la vida de Livia. Dej, como consecuencia, de ir con sus amigas, de ir al instituto. Se olvid por completo de los estudios. Por su casa paraba lo imprescindible.
Aprendi a engaar a sus padres, cosa que nunca haba hecho con anterioridad. En cuanto tena ocasin preparaba una excusa para no ir a dormir. Sergio alquil un
apartamento barato en un barrio de las afueras que les serva para los devaneos amorosos. All fue donde Livia conoci el sexo en su totalidad y en su complejidad. No
quera ser una remilgada con su chico ni defraudarlo por nada del mundo, por eso se afan an ms en aprender sexo. l era un buen amante, a pesar de su corta edad y
contaba con bastante experiencia a sus espaldas. El tpico hombre en el que se fijan las mujeres en cuanto se lo cruzan por la calle, lanzndole miradas de admiracin y
de lo que no es admiracin. Gracias a esa facilidad con la que contaba para ligar haban sido muchas las hembras, tanto jvenes como adultas, con las que se haba
acostado.
Segn le dijo a Livia (a l no le importaba contar sus aventuras erticas; al contrario, alardeaba de ello con pasmosa facilidad), la primera experiencia la tuvo con
catorce aos. Fue con una divorciada que viva dos pisos ms arriba. Ella contaba treinta y seis aos, y unas ganas impresionantes de follar. Sin poner trabas a nada.
Para ella no exista agujero en su cuerpo que se le resistiera. "Los orificios los puso all Dios para algo", deca la muy cabrona; luego, soltaba una risotada socarrona y
descarada. El sexo era para la divorciada su modus vivendi para alcanzar la plenitud. "Vivirs ms si follas ms", le deca. Por eso Sergio aquella frase se la tom al pie de
la letra y aprendi a follar; no a hacer el amor, se negaba con rotundidad a esa cursilera, aquello quedaba relegado a las pelculas americanas en donde los gemidos de los
protagonistas servan de acompaamiento a la banda sonora original para bordar la escena y que quedara perfecta. La aventura de la divorciada termin cuando su familia
se mud de casa, que fue un ao ms tarde. A partir de ah, conoci a otras muchas mujeres. Y Sergio tom para s la sugerente frase de la divorciada. Quera llegar a los
cien aos.
Al cabo de un tiempo, decidieron vivir juntos en aquel pequeo apartamento de las afueras. Livia haba cumplido los dieciocho aos y, pese a la negativa de sus
padres, no pudieron hacer nada por impedirlo. El da de su marcha, Sergio fue a recogerla con el coche de segunda mano recin comprado la semana anterior. Se qued
abajo esperndola. Prefera guardar las distancias estando las cosas caldeadas como estaban. El padre baj hecho una furia y se puso a discutir con Sergio que, engredo y
presuntuoso como era, no consinti en escuchar ni un segundo ms las protestas y le asest un puetazo en un instante de calentura que le parti la nariz. Ya tumbado,
lo pate con fuerza: en la cabeza, en el pecho, en el estmago. La sangre flua de boca y odos, formando un espeso charco en el asfalto. Acababa de reventarle los
tmpanos a ese hijo de puta.
-Ests muerto, cabrn, como se te ocurra volver a acercarte a m! -le gritaba, mientras coga de la mano a su chica con la seguridad de un salvador de almas.
Salieron cagando leches de all. Y ella nunca ms volvi a saber de sus padres.
Al principio, Sergio y Livia crean amarse. Sobre todo Livia, que nunca lo dud, aunque fuera un amor que bordeara la locura. En cambio, lo de Sergio era ms
bien un juego como tantos otros, pese a que creyera por propia irresponsabilidad inicial que iba en serio. Slo que ese juego de convivencias a diario poda convertirse
en algo peligroso. La diversin iba cediendo paso al compromiso, a la regularidad de horarios, a la imposicin de normas da tras da, y eso a Sergio no le agradaba en
absoluto, pues se encontraba con el hndicap aadido de que a partir de ahora ya no slo era l mismo de quien se deba ocupar, sino que haba que contar con otra
persona diferente. Y eso daba al traste con sus "otros planes, ya fueran mujeriegos ya de amigotes. Progresivamente, las atenciones de Sergio se fueron diluyendo. La
impetuosidad inicial se transform en dejadez, luego en aburrimiento y, ms tarde, en algo con tintes ms escabrosos, pues la relacin comenz a tomar visos de
vejacin.
Sergio llegaba con desgana a casa. Otras noches ni llegaba. Livia, acurrucada en la cama, esperaba impaciente todas las noches, sufriendo en silencio, padeciendo
la soledad. Lo quera, no poda evitarlo y aguantaba las inconveniencias de su relacin contra viento y marea. Las discusiones comenzaban a ser moneda de cambio
habitual. Y las peleas. Un da le peg, y le puso el ojo izquierdo como una pelota de goma negra. Fue la gota que colm el vaso, la que abri la caja de los truenos.
Porque, a partir de ah, Sergio le perdi el respeto por completo. Las palizas se sucedieron en el tiempo y en el espacio, y se hicieron ms frecuentes.
Un sbado por la noche apareci con otra mujer, llevaba la cara maquillada en exceso y dejaba en el aire un rastro plmbeo a perfume. Vesta una camiseta roja
con falda muy ajustada y corta. Pareca una prostituta, otra pobre vctima de las circunstancias como ella. Las oblig a acostarse juntas, mientras l miraba lujurioso. Iba
borracho. Los instintos encendidos. Babeaba igual que un verraco cuando lo trasladan al potro de inseminacin. La prostituta se coloc encima de ella. Comenz a
lamerle el cuerpo. Tena la lengua reseca, spera, con un leve olor agrio. Livia aguantaba estoica. Las lgrimas reflejaban la humillacin en silencio. Sergio se masturbaba
frentico, arriba y abajo, arriba y abajo, sin conseguir empalmarse del todo. A los veinte minutos, la mujer se levant de la cama y se fue hasta l para chuprsela. El
muy imbcil fue incapaz de eyacular. Cuando se desesper de que la chica bregara con su polla, la apart de un manotazo, quitndosela de encima. Luego, le dio un
billete. La puta se lo guard en el sujetador y se march sin mediar palabra.
La relacin entre ambos (si se poda llamar de algn modo a aquel infierno) se transform en una forma de sumisin y esclavitud. Sergio haca lo que le vena en
gana, sin contemplaciones ni miramientos. Y ella se convirti en una autmata, en una mujer de reflejos condicionados. Perdi el amor propio, incapaz siquiera de
reflexionar o argumentar ideas coherentes. Dej de cuidar su bonita figura, su bella cara, para qu?... Si a ese monstruo al que irremisiblemente amaba o crea amar le
daba igual. Pasaba hora tras hora encerrada en aquella crcel de cuatro paredes y muebles desvencijados, tumbada en cualquier rincn, vegetando; condolida y quejosa
casi siempre por las palizas propinadas. Slo quera que el tiempo transcurriese montono, aburrido, eso por lo menos significaba que el monstruo andaba lejos. La
suciedad comenzaba a hacer acto de presencia en la casa, arremolinndose por las esquinas, igual que las bolas de rastrojo salpican el desierto. En rigor, las habitaciones
estaban hechas una pocilga. Y Livia no tena ganas de nada. Por no tener, no tena ni ganas de vivir.
Un sbado por la noche, Sergio trajo a tres desconocidos. Livia dorma en la alcoba del fondo. Se despert nada ms or las voces irrumpir en casa,
arrinconndose en un extremo de la cama, hecha un ovillo, con las sbanas a modo de escudo protector. Tena miedo. O ms bien pnico. O puro terror. Qu ms da?
La puerta tena el pestillo colocado. La forcejearon. Al final, pegaron una patada y los goznes saltaron de la madera. Ella dio un alarido. Pidi ayuda. Daba lo
mismo. En aquel barrio de mala muerte estaban acostumbrados a escndalos mayores. Otra pelea ms en el vecindario. Acaso le importaba a alguien?
Los hombres iban peor que cubas. Alientos pestilentes a tabaco y alcohol. Entre dos de los individuos la sujetaron con firmeza, haciendo intil los intentos por
escapar. Uno le tap la boca para que dejara de chillar. Otro la agarr de los brazos. El tercero, un gordo repugnante, de barriga untuosa y blanda, se despoj de los
pantalones vaqueros y los dej tirados en el suelo. El cabrn llevaba colocados unos calzoncillos ajustados rojos con dibujitos de estrellas amarillas. Pensara que as
resultaba ms atractivo. Tras aferrarla por las piernas, exclam con obscenidad:
-La puta de tu mujer est hecha un bombn. Vaya tetas que tiene la condenada. Si que mereca la pena venir -se relami los labios de gusto-. Y son slo para m!
Slo para m! Para eso he ganado la mano!
Livia se alarm ms an cuando oy las palabras del energmeno aquel. Constituan una aberracin. Esa bestia atroz de compaero afectivo se la haba jugado al
pker. Sergio, para colmo, sumido en el mayor de los silencios, permaneca a los pies de la cama, sentado en una silla, que haca las veces de perchero, indiferente,
sereno, como si aquel asunto no fuera con l.
"Seguro que el cabrn disfruta mirando", pas por su aterrada cabeza.
Quiso gritar y no pudo. Luego vendran los otros dos a repartirse el pastel. La tenan bien trincada de las extremidades. Intent zarandearse, escapar. Imposible.
Opt finalmente por quedarse quieta y dejarse hacer, cuanto antes terminaran con aquellas embestidas cobardes, mejor. Antes concluira la pesadilla.
Livia encendi un cigarrillo. El humo zigzagueaba hacia los focos instalados sobre la barra. Por instantes, la humareda pasaba de la tonalidad blanca
a la amarilla hasta que lograba superar las luces, desdibujndose entonces en el techo en delicados filamentos.
-Por lo menos tiene un destino -dijo Livia sealando hacia arriba en referencia al humo desvanecido-. Nosotros ni eso. Es su forma de tocar el cielo.
Le ofreci el paquete de tabaco para que fumara. Alejo se colg uno de la boca y le prendi fuego. Seal los vasos vacos al de la barba para que pusiera una
nueva ronda.
-El mundo es cruel. Quiz demasiado -aadi Cavalier con la voz algo quebrada-. Pero si el hombre supiera adnde va tras su muerte, este juego no tendra
gracia. Dejara de ser un juego, entonces -le dio un golpe al cigarrillo y un puado de ceniza resbal al suelo-. No se puede apostar siempre a caballo ganador.
-Y, entonces, todos los grandsimos hijos de perra que hay sueltos por ah, qu? -pregunt irritada-. Creo que nos merecemos un cielo y un infierno. Que quien
la haga la pague para los restos. Eso es! Ojo por ojo, diente por diente!
-Por desgracia no opino as. Si te mueres, te vas a tomar por culo. Lo nico que cuenta son los gusanos que se ceban con tu carne, y luego adis. Si te he visto no
me acuerdo.
-Pues yo creo que Dios est ah arriba observndonos con lupa. Y que nos pasar factura por cada una de las faltas cometidas -se call unos segundos,
meditando, con la copa entre las manos. Se estaba poniendo melanclica. Le cambi el tono de voz, se hizo ms suave, como arrepentido-. Bueno, la verdad es que me
gustara creerlo. No hay nada malo en ello, no es cierto?
-Claro que no, mujer. Cada uno es libre de pensar lo que le venga en gana. Porque nadie tiene ni pajotera idea acerca de Dios.
Tras aquellas palabras, Livia pareci alterarse, agitndose nerviosa en el taburete, como si hubiera recordado algo importante y le hubiera venido de pronto a la
mente. Se incorpor con brusquedad del asiento.
-Si no te importa, disclpame un momento, voy al bao.
Alejo asinti con la cabeza, sin mostrar extraeza alguna por aquella precipitacin tan repentina.
La chica se dirigi al aseo y de su bolso extrajo una pequea cajita de plata. En el interior haba una cucharilla y una navaja en miniatura. Con una meticulosidad
cercana a la perfeccin, se prepar una raya de coca que ocupaba todo lo largo del espejito que haba en la cara interna del estuche. Cada vez que se pona triste,
necesitaba meterse un tiro de cocana por la nariz. No poda remediarlo. Era su vicio oculto. M s que eso: un objeto de veneracin. La nica alegra que an le quedaba
en el mundo.
La nica.
En una de las escasas salidas que realizaba del claustrofbico apartamento decidi comprar en el mercado de abastos. Llevaba colocadas unas gafas
oscuras de montura exagerada, que le circundaban gran parte de la cara, disimulando as los moratones del ojo izquierdo y la zona superior de la mejilla.
Senta temor cada vez que bajaba a la calle, se haba acostumbrado a permanecer escondida en el agujero, aislada entre las cuatro paredes de su habitacin, sin ver
ms gente que su propia presencia frente al espejo. Salir al exterior era como salir a otro planeta.
Le acecharon vagos recuerdos de sus amigas. Y de sus padres. Vivencias de cuando era una cra. Todas escenas gratas y divertidas. Qu bien que lo haba pasado.
Livia, una chica alegre y simptica, y en cierta manera alocada e infantil. Cmo echaba de menos todo aquello. Pese a que no haba transcurrido mucho tiempo desde su
marcha, vea aquel mundo tan distante, tan lejano, tan imposible, que se difuminaba como vapor de agua.
En rigor, ya no era la misma, ni mucho menos. Haba cambiado por completo, situndose a aos luz de su anterior forma de vida y de ser. Aunque en el fondo,
an quisiera aferrarse al melanclico pasado y pensar que no era as. Pero ya era demasiado tarde. Y si no ah quedaba el ejemplo de lo que le sucedi en la anterior
incursin que llev a cabo al exterior (era su manera de definir el salir a pasear o ver qu se coca en el mundo), cuando se cruz con una antigua amiga. Se llamaba Julia.
Vena en direccin contraria, por la misma acera. Fue imposible evitarla, la vio cuando estaba a cinco metros de ella. Livia se sinti indecisa, avergonzada. Qu pasara
ahora? Se cruzaron las miradas. No haba duda alguna: Se reconocieron. Su amiga, sin embargo, hizo un gesto inconsciente de contrariedad, de fastidio. Torci la cabeza a
un lado, evitndola, como si Livia fuera una apestada que contagiara el virus desde la distancia. Experiment odio y abochornamiento al mismo tiempo. Despus de
tantas ofensas recibidas, de tantas humillaciones, slo le faltaba que los dems la trataran con desprecio. Se dio la vuelta. Estuvo a punto de injuriarla. Se contuvo. No
quera, encima, tener que darle la razn a aquella zorra.
Entr en un puesto de verdura. Se qued mirando unos tomates. La alimentacin de las semanas ltimas haba sido desastrosa. Una autntica porquera. Sergio
portaba a duras penas por casa (y cuando lo haca tocaba paliza, como la del da de antes). Y ella no se senta con ganas de comer. Estaba adelgazando con una rapidez
extrema. Se lo notaba sobre todo al colocarse los viejos vestidos, que le quedaban demasiado holgados de pecho y cintura. A ese ritmo tendra que comprarse trapos
nuevos. De dnde sacara el dinero? Tendra que aprovechar para cuando el hijo de puta llegara borracho y se quedara sobado y medio inconsciente en la cama;
entonces tendra ocasin de cogerle algo de pasta. A la maana siguiente ni se acordara.
Cogi un tomate y lo apret suavemente con la mano; los prefera de tacto firme, que no estuviesen muy maduros. Pens en hacerse una ensalada. Algo ligero y
refrescante que entrara suave en el estmago.
-Yo de ti escogeras estos de aqu -se oy tras sus espaldas.
Livia se dio la vuelta sorprendida. Quien se haba dirigido a ella era una mujer joven de unos treinta y pocos aos, muy atractiva. M ostraba una sonrisa abierta,
amigable.
-Disculpa mi atrevimiento. Pero creo que esos que ibas a coger no tienen calidad suficiente. Prueba esos de la otra caja.
-Gracias. Te lo agradezco -aadi cohibida por el hecho de que una persona ajena a su mundo se hubiese dirigido a ella, mostrando un mnimo de inters por lo
que haca. Es ms, le result tan extrao que su respiracin se volvi agitada. Tante nerviosa los tomates que le haba indicado. Parecan mejores, cierto. Cogi unos
cuantos y los ech en la bolsa. Se los tendi a la mujer del puesto para que los pesara.
-Eh? Pero qu veo? Ese pmulo tiene muy mal aspecto -la mujer la miraba con cordialidad, al tiempo que mantena un tono de voz melodioso, igual que si se
estuviera dirigiendo a un pariente querido. Livia, en un acto involuntario, se cubri la mejilla con los dedos. Le doli al hacer presin y solt un lamento. En otras
circunstancias, quiz hubiese salido por la puerta asustada, huyendo, pero aquella vez no, era diferente, como si se conocieran de tiempo atrs. Le resultaba agradable de
veras-. Te tienes que haber hecho mucho dao en la cada. No es cierto?
-Oh, claro que s! -minti de pronto-. M e resbal en la baera. Y M enos mal que la cosa qued ah. Pude haberme roto la cabeza.
-En el fondo tuviste suerte -la mujer hablaba sin romper la armona de la escena. No haba exabrupto ni precipitacin en las maneras de comportarse que
pudieran ahuyentar a Livia-. Ah, perdona! Todava no nos hemos presentado, qu despiste el mo. M e llamo Raquel. Y t? Puedo saber tu nombre, si no es mucha
indiscrecin?
-Soy Carmela -Livia todava usaba su antiguo nombre. Lo cambiara ms adelante cuando, en un libro de novela histrica, el cual no termin nunca de leer, lo vio
y decidi hacerlo suyo.
-Carmela... Carmela... qu buena sonoridad posee, no? -Raquel iba elegantemente vestida con un traje oscuro ceido que insinuaba una bonita figura. A eso
haba que aadirle una melena rizada, castaa; una mirada afilada e intensa; una nariz pequea y unos labios gruesos y carnosos que a ojos de extraos se convertan en
sensuales y apetecibles-. Qu te parece si tomamos un caf juntas y me cuentas ms cosas sobre ti.
Se sentaron en una soleada plaza, donde confluan numerosas cafeteras y bares de la ciudad, cerca del mercado de abastos, bajo una sombrilla de tonos verdes
relajantes. La temperatura era primaveral, casi pecaminosa. Al acomodarse en los asientos provocaron la mirada de varios hombres que estaban en mesas prximas.
Raquel se dio cuenta enseguida, estaba acostumbrada a ese tipo de miradas.
-Quiz pueda parecerte una osada el haberme dirigido a ti con tanta desfachatez, pero es que al verte de espaldas cre por un instante que eras una chica a la que
conoc hace algn tiempo y de la que no tena noticias. Por eso me acerqu con tanta decisin. Luego, al ver que estaba equivocada, decid de todas maneras darte mi
modesto consejo sobre los tomates, que, dicha sea de paso, no tenan buen aspecto. Soy una persona a la que le gusta con locura las verduras y hortalizas y eso me
anim a decrtelo.
Raquel tena una saludable verborrea, adems de poseer otras cualidades muy ventajosas: belleza, educacin, don de gentes. Livia, sin embargo, prefera no
hablar, pero no porque no tuviera ganas, sino porque no saba realmente qu decir, ni cmo expresarse. Se vea tan insignificante, tan poca cosa comparada con Raquel
Adems, qu podra decirle?... Que tena un novio que la maltrataba y la humillaba, y que dejaba que unos desconocidos la violasen sin el menor resquicio de
humanidad? Que siempre estaba encerrada y que ya no tena amigos? Que haba perdido totalmente la dignidad como individuo?
Le dira eso?
Su existencia estaba vaca, hueca; convertida en una especie de tnel oscuro que se adentraba en la ms terrible de las miserias.
No obstante, la personalidad de Raquel le infunda una creciente confianza, nunca experimentada hasta entonces. Sin saber bien los motivos, se senta
extraamente protegida, cobijada con aquella mujer. Hasta el punto que esa radiante maana fue abrindose su corazn, igual que el azul del cielo se abra, inmaculado de
nubes, sobre sus cabezas, desapareciendo ese recelo primario que la mantena atemorizada las veinticuatro horas del da, impidindole comunicarse con los dems. Por
fin se rompi aquella coraza inflexible que la atrapaba. Y en poco rato termin por confesarle a Raquel muchas de las humillantes vivencias de los ltimos meses: los
golpes, los improperios, las degradaciones a las que fue sometida. Livia se confes como quien se confiesa ante un sacerdote: con la necesidad de recibir la absolucin. Y
lo ms curioso fue que, conforme ms en profundidad hablaba y ms detalles escabrosos proporcionaba, ms desahogada se senta, ms liberada al fin de los fantasmas
internos, y de los miedos, y de las frustraciones que vena arrastrando en las ltimas fechas. Haca mucho tiempo, mucho quiz, que no hablaba con nadie como lo
estaba haciendo ahora.
Raquel, con esa confianza inslita que pareca emanar por los poros de la piel, le dijo que no volviera a casa, que ella tena un lugar donde refugiarse y estar
segura.
Livia acept, sin detenerse a pensar un instante en futuras consecuencias. Sus ilusiones estaban rotas y nada poda perder ya.
-Y si lo deseas te puedo dar un trabajo -termin por decirle.
-No me digas! Y qu clase de trabajo es?
-Tiempo al tiempo, Carmela. Te lo explicar ms adelante, en cuanto te instales en tu nuevo hogar -Livia se alegr mucho al or esas esperanzadoras palabras,
aunque un oscuro destello atisb en la mirada de Raquel que la hizo alarmarse breves segundos. Luego, dej de darle importancia, y volvi a relajarse, emocionada de su
futura situacin, que prometa ser interesante. Se abra una puerta al optimismo. La suerte iba a cambiar para ella.
Livia se son varias veces seguidas. La sensacin de adormecimiento de la nariz y el labio superior la entusiasmaba, le provocaba un vivaz
cosquilleo que se deslizaba por el pecho hasta asentarse en el estmago. Sac un lpiz de ojos y se los pint ligeramente, luego aplic colorete sobre las mejillas. Los
aseos del Escorpin eran amplios, limpios, iluminados, proclives a entretenerse un tiempo con el maquillaje. Despus, se lanz un beso en el espejo. Haba un alacrn
rojo con el aguijn a punto de picar grabado en la esquina de la derecha. "Te lo mereces todo, nena. Eres la ms grande", dijo dndose nimos, al tiempo que se lanzaba
un guio provocador.
La coca la pona a cien. La haca encontrarse ms atractiva, interesante y ocurrente con los clientes. Todo un cctel de explosividad para poder trabajar con mejor
pie. O por lo menos eso crea ella. Porque slo as poda tener luego la sangre fra suficiente para acostarse con los tipos que la rondaban en las esquinas de las calles o
los bares. Tena que mantenerse viva de alguna manera en ese ocano de mezquindades, de usuras, de infamias. Los hombres, en su totalidad, eran unos puercos
mentirosos. Ninguno se escapaba, ni el ms educado en apariencia. Y haba que hacer de tripas corazn, y poner buena cara al mal tiempo, actuando contra ellos con sus
mismas armas: las del engao y la falsedad. Con todos operaba as, con idntica filosofa barata e hipcrita; desde el fulano ms repugnante, al guaperas narcisista que
las conquista a todas, o al feo que se cree con derecho a todo por el mero hecho de pagar, o al viejo rijoso que slo utiliza la boca, incapaz de enhebrar otras armas. La
calle la haba aleccionado bien, constitua una buena escuela y, gracias a ello, conoca las diferentes personalidades de los hombres que enredaban la fauna social,
emplendose con todos ellos de la misma manera: gimiendo simuladamente en cada cpula, estremecindose hasta la saciedad. Si la vida era una mentira, ella iba a
convertirse en la ms mentirosa del mundo, con el nico objetivo de ganar dinero y continuar enganchada en la coca.
"Conmigo se ha corrido dos veces. Y no ha fingido En serio, to. A esa puta le ha gustado lo que le he hecho", decan muchos de los clientes, recin acabados
de follrsela. Qu infelices, no es cierto? La mayora de hombres piensa que son magnficos, que su aparato es fulminante, irresistible, una mquina de hacer gozar a las
mujeres. Qu mejor receta que sa para satisfacer su ego, cuquitas vacilantes y pendulonas, cuando la realidad es otra: pura basura y degradacin. Pero los billetes son
los billetes, y la vida no est para ir con remilgos, que piensen lo que quieran o lo ms conveniente, mucho mejor para ella. Livia ya no era la pajarita infeliz de antes, la
nia ingenua e inexperta que no haba roto un plato. Se tuvo que endurecer a costa de recibir palos y ms palos. Estaba cansada de que se aprovecharan de ella infinidad
de veces.
Si bien, de cuando en cuando, muy de cuando en cuando, se cruzaba con alguien que mereca la pena, alguien que tena cosas que ofrecer o que decir. Personas
interesantes, a veces enigmticas, que ayudaban a una a expandirse interiormente. Gentes que llevaban el conocimiento sin saberlo. Que eran libros de la vida, relatos
abiertos que estaban an por descifrar o comprender. Como Alejo Cavalier, que sin decir nada, deca mucho. Y eso la animaba un poco. Cosas as eran las que le
ayudaban a seguir en el desagradecido camino de la existencia.
Y es que Livia, en lo ms ntimo de su alma, quera que el mundo fuese mejor, lo deseaba infinitamente.
Pero el mundo era una pocilga.
Examin a Alejo mientras regresaba a la mesa. Sujetaba el vaso con devocin, sin desprenderse de l un segundo. "Ese es su objeto de adoracin,
igual que el mo es la coca", pens irnica. Echaba humo por la boca como una vieja locomotora, con la mirada perdida a un lado de la barra, meditabundo, pensativo.
Qu pasara por su cabeza? Por qu no le quera contar nada sobre su vida? Ella, que consegua normalmente que los hombres tomaran pronto confianza y le contaran
sus contrariedades, tanto cotidianas como personales, penetrando en su crculo ntimo, casi de corrido. ste sin embargo no quera hablar. Guardaba con gran celo sus
problemas para l mismo. Qu le habra ocurrido?
Le apeteci de pronto retomar la breve conversacin que haban dejado colgada con anterioridad. Temas de los que muy rara vez sola hablar, puesto que no
tena oportunidad. Y el caso es que le gustaba hablar de ello, le preocupaba el destino, o mejor dicho: su destino. Era tan desalentador, que alguna vez tena que mejorar
o... Es que esto iba a ser siempre as? La vida no puede ser tan cutre, tan deprimente y hueca. Tiene que haber algo ms. Y si no es que Dios es un cabronazo hijo de
puta por permitir todas estas desgracias, por lo menos la mas".
Livia se arrepinti por el insulto. "Si existe me castigar", pens. En realidad, le preocupaba su mundo, y no el de los dems. Era una egosta, como lo haba sido
Alejo. A los dems que los partiera un rayo.
Raquel la llev a un extrao y recndito lugar. Un lugar que resultara sospechoso para cualquiera que tuviese los pies en la tierra. Pero para Livia
no fue as, no pregunt nada al principio. Quiz se debiera al entusiasmo que supona el cambio drstico de su situacin, tan novedoso y emocionante al principio, como
la causa principal de que no percibiera ningn detalle anmalo.
Sin duda, si se hubiera detenido a reflexionar por unos instantes, hubiera intuido algo. Lo que planteaba ser una simple casa, tena ms posibilidades de parecer
una fortaleza carcelaria que otra cosa, puesto que el recinto estaba blindado por un cerco de hormign de varios metros de altura, en el cual destacaba una puerta de recia
madera, con un ventanuco de barrotes cruzados por el que se poda asomar la cabeza. Atravesaron el portaln, penetrando en un corredor transversal que lo separaba de
una vivienda de tres pisos de altura. Haba dos entradas. Raquel y Livia se adentraron en la ms alejada y subieron al piso superior.
La habitacin era espaciosa, confortable, con las paredes revestidas de madera hasta los techos, sobre los que colgaban varios cuadros con imgenes de cuerpos
desnudos. Haba tambin grabados orientales con hombres y mujeres en diferentes posturas sexuales o lamindose el sexo. Sobre la cama haba un espejo cuadrangular.
Y, anexo al dormitorio, un gran cuarto de bao con baera redonda de hidromasaje y amplios ventanales por los que penetraba la luz del sol.
-Bueno, t dirs. Qu te parece la habitacin? -pregunt Raquel, sin darle mayor importancia al decorado.
Livia se qued en una esquina petrificada, pues ahora s que comenz a plantearse interrogantes. La decoracin era demasiado alusiva al respecto. Raquel la haba
llevado a una casa de citas, a un lupanar, a una maldita casa de putas. El nombre daba lo mismo. La haba engaado. Se puso a llorar de pronto, incapaz de gesticular una
palabra.
-Pero bueno... Qu te pasa?... Por qu lloras de esa manera?... Anda! Estate tranquila, tonta. Aqu no se te va a obligar a nada que t no quieras. Te he trado
hasta aqu para proporcionarte alojamiento y cobijo. Nada ms. No tienes por qu preocuparte. Ests en buenas manos.
El poder de conviccin de Raquel pudo con la desconfianza inicial de Livia. Y sta, aunque senta en el fondo un poso oscuro de temor, se enga a s misma,
convencindose de que aquel sitio era mejor que estar en compaa del monstruo de Sergio.
Se qued a solas en lo que pareca iba a ser su futuro hogar por un tiempo, sentada en los pies de la cama. Rompi de nuevo en aparatoso llanto. Eso consigui
tranquilizarla un poco. En el rincn de la esquina haba una estantera con un nico volumen. Se acerc hasta l. Su ttulo: Yo, Claudio. Comenz a hojearlo. Sera la
novela inacabada por Livia, la que nunca termin de leer. Le pareci demasiado confusa por la cantidad de personajes que aparecan en la historia. Pero una cosa s sac
en claro: el nuevo nombre. "A partir de ahora me llamar Livia. Carmela ha muerto para siempre".
Permaneci encerrada en aquella habitacin mucho tiempo, tanto que perdi la nocin de los das y las noches. Raquel iba a visitarla todos los das a la hora del
desayuno, la comida y la cena. Ella misma le llevaba la bandeja con los alimentos, que resultaban ser siempre de su gusto. Livia pronto comenz a ganar peso. No tena
otra cosa mejor que hacer. Raquel, adems, se empe en curarle ese ojo hinchado. Le compr una pomada especial que ella le aplicaba personalmente.
-A que ahora te duele menos, corazn? -le preguntaba en tono afectivo.
La razn por la que deba mantenerse recluida, segn Raquel, era porque Sergio la estaba buscando. Y si daba con ella podra ser bastante
perjudicial para su integridad fsica. Los ratos en que Raquel le haca compaa hablaban de cantidad de cosas. Ella era el nico contacto que mantena con la civilizacin
(sala de un encierro para meterse en otro. El destino siempre da las mismas vueltas de rosca cuando se trata de la misma persona). Aun as mereca la pena, por lo
menos poda hablar con alguien, contarle cosas, desahogarse. Y eso Raquel lo saba hacer muy bien, ella era una excelente oyente y una no menos conversadora. Le
explic en qu consista ese lugar. Era ciertamente un lugar de citas. No tena por qu ocultarlo.
A travs de la ventana enrejada, Livia vea pasar a chicas jvenes por el corredor de abajo. Se introducan en la otra entrada, que conduca a una barra americana,
de la misma manera que si vinieran de un patio de colegio y se incorporaran a las clases. El alborozo que producan en el trasiego de un lugar a otro era ensordecedor,
hablaban en voz alta, unas veces eran chillidos y otras risas estruendosas y procaces. No entenda casi nada de lo que decan, por el acento dedujo que la mayora eran
brasileas.
-Yo no hago nada malo, Livia (Raquel la llamaba ya por su nuevo nombre). Solamente les proporciono un trabajo. Ellas en su pas se mueren de hambre. Y aqu
ganan dinero, mucho dinero. Al menos le pueden enviar una parte a sus familias para que puedan vivir mejor -Livia asinti con la cabeza, convencida, encima de todo, de
que cumpla con una buena labor, labor altruista y desinteresada. Raquel se sac una papelina del bolsillo, la abri y ech el contenido sobre la mesa de cristal-. M ira lo
que te he trado -dijo sealando el contenido, cortndolo meticulosa con una tarjeta de crdito-. Por si quieres un poco: Es coca. Prubala. Te quitar el aburrimiento de
tantas horas de encierro, y te har ver las cosas desde una mejor perspectiva. Ya vers lo mgico que te resulta. Hazme caso y no seas tonta, te har sentir bien. Esto es
el mejor invento del mundo.
Livia accedi sin trabas de ningn tipo. Era increble la facilidad con la que se dejaba manejar por esa mujer. Pareca estar embrujada, poseda por su misteriosa
personalidad, como ya le sucediera con Sergio. Hay cosas que no cambian. Los errores se suceden, atrapados en los mismos corredores y salidas de un laberinto
denominado existencia.
Aquel da, al aceptar de buena gana la coca, conoci su perdicin. Y lo que empez como un juego divertido y alegre, un rerse entre ellas de forma amigable e
incondicional, se transform en una transaccin comercial y especuladora. Crea que se lo estaban regalando todo, que era un acto de buena fe. Pero no, Livia estaba muy
equivocada. Raquel le pasara factura ms adelante. Todo eso costaba dinero, mucho, y deba pagarlo de algn modo. Pobre desgraciada! Tena que empezar a trabajar.
Y no saba hacer nada.
Cogi dos sillas y las coloc formando ngulo de noventa grados entre ellas. Llam a Alejo para que se sentaran en la mesa donde haba llevado a
cabo la determinacin geomtrica. Era manitica en algunos aspectos y cada cosa deba estar en el lugar adecuado. A otros les daba por no pisar las rayas de las baldosas.
Sonaba un tema de John Coltrane: Locomotion. Livia no quiso encender el foco de luz que gravitaba del cable que naca en el techo. Tendran una mayor intimidad. Su
gran obsesin era sentirse protegida, amparada, mimetizada otras veces, pasar inadvertida cuando lo deseara. Por eso dej en paz el foco perturbador. Alejo trastabill al
acercarse hasta la mesa. Saba aguantar el alcohol, habituado a consumirlo en exceso, pero en esta ocasin comenzaba a surtir ms efecto de la cuenta. Cuando logr
sentarse, Livia le acarici la mano. Alejo la mir con los ojos entornados y brillantes.
-No deberas meterte esa mierda por la nariz. Algn da tus neuronas terminarn por estallar. Eso si antes no te arruina el bolsillo.
Se sinti sorprendida por las palabras de Alejo. Debi de observar algn gesto anmalo en ella que le hiciera sospechar de su adiccin a la cocana.
-Y t me hablas de que deje esto. T que te ests matando con tanta bebida. No te entiendo en absoluto. Tienes los ademanes de un hombre seguro de s mismo,
sin embargo te comportas como un suicida, como un individuo al que ya nada parece importarle.
Alejo entrecerr an ms los patticos ojos y lanz una sonrisa spera al aire. Pareca estar midiendo sus prximas palabras.
-Hay una diferencia muy simple entre los dos -comenz a decir con lentitud, arrastrando la lengua en cada slaba-, pero que nos distancia todo un abismo. T
eres an una persona joven y te queda mucho por recorrer, por hacer, por luchar. Otra cosa muy distinta es que luego pelees por lo tuyo o, en cambio, no quieras hacer
nada -Cavalier le dio una intensa calada al cigarrillo que sujetaba entre los dedos. Livia se qued mirando la brasa incandescente-. Yo, sin embargo, aunque no soy ni
mucho menos un viejo, s que me siento viejo: viejo de dolor, de sufrimiento, de hasto. Porque estoy desengaado de la vida, decepcionado y, sobre todo, cansado. Y,
por qu? te preguntars. Es muy sencillo Livia, todo en esta puta existencia es sencillo, aunque a priori pueda parecer complicado. Cuando una persona ha vivido todo
lo que quera vivir, y ha logrado lo que quera alcanzar, y ha cumplido las metas que se haba propuesto realizar; cuando una persona ha luchado hasta la saciedad, y al
fin, ha credo encontrar la felicidad, tocarla, agarrarla con fuerza entre sus manos, y, de repente, todo eso le es arrebatado y arrancado de raz, perdindose en una dcima
de segundo lo que constitua su mundo, su universo, su verdadero paraso... -se interrumpi para carraspear, debido a que su tono de voz, cada vez ms elevado,
denotaba una tremenda angustia. Los recuerdos estaban a flor de piel-. Cuando eso te sucede, slo te queda un deseo, Livia: M orir. M orir como sea, a toda costa.
Porque el hombre se queda vaco, y esa vacuidad ingrata, que genera angustia, es imposible de extraer, por mucho que uno d coletazos de rabia o de inconformismo. Y
esa clera al final se enfra, y queda un sedimento estancado, una esencia de puro sufrimiento que siempre te acompaa. Por eso ya no lucho. M i contienda ha
terminado. Slo me queda esperar a que llegue la muerte. Ella se convertir en mi mejor amiga.
Livia no se movi un milmetro de su asiento, escuchaba con atencin, absorta. Las palabras de ese hombre reverberaban en sus odos, desprendan una
inmensurable amargura. Y Livia sufri por ella misma, por el camino que an no haba recorrido. Al menos, l pareca haber conocido el xito, la fortuna, la felicidad,
aunque somera y efmera. Pero ella, qu haba logrado en su vida? Qu le quedaba por hacer? Estaba en el primer peldao de la escalinata. Ni siquiera haba comenzado
a ascender. Y dudaba de que lo consiguiese. Siempre dudaba. Se senta derrotada desde el principio.
Livia entr en la coca con la misma naturalidad que se echa una meada, se come, se bebe o se caga. M eterse polvillo intranasal se haba convertido en un acto
fisiolgico ms. Quiz fuese la necesidad de autoengao ante tantas situaciones ingratas con las que se tropez, o quiz por la creencia errnea de conseguir una vida
mejor, de alcanzar un cielo en la tierra lo que aceler el proceso de enganche. Raquel, que era una zorra curtida en batallas, que se las saba todas, le fue proporcionando
las dosis necesarias, aprovechando sus particulares charlas en la habitacin, para que se sintiera ms aligerada de mente y abierta de carcter, ms esplndida y generosa.
De esta manera, Livia esperaba ansiosa la llegada de su amiga y le contaba en muchas ocasiones intimidades que seran difciles de contar en circunstancias normales y
corrientes.
La factura pendiente fue incrementndose hasta cantidades exorbitantes. En eso tuvo mucho que ver Raquel, desde luego, y trat de convencerla de que deba
ponerse a trabajar en la prostitucin si quera saldar la deuda contrada. No caba otra salida.
-No seas tonta. Se ganan grandes sumas de dinero en un corto perodo de tiempo. T misma, una vez que hayas pagado, decidirs cundo irte. Pero seguro que
deseas quedarte, cario. Ninguna quiere abandonar este lugar; a todas les resulta al final cmodo y agradable. No ves que resulta un trabajo fcil? Todas hemos hecho lo
mismo y, mira por dnde, despus de tanto tiempo, aqu me tienes, trabajando an y ganando una buena pasta.
As fue como se vio envuelta por los suburbios marginales del sexo. Y comenz a trabajar en su lujoso cuarto, puesto que, de momento, no le permitan las
salidas de la habitacin.
-El hombre para el que trabajas, que es un buen hombre, y el que te proporciona estos costosos caprichos, todava no confa en ti, le debes mucho dinero al
negocio. Y ms de una ha intentado irse sin costearse sus gastos Que aqu todas son muy listas... Y eso no est bien. Adems ese novio tuyo te sigue buscando. Y
quin sabe si un da no aparece por aqu e intenta de nuevo hacerte dao.
-Quin es ese hombre? -inquiri entre la duda y la curiosidad.
-Pues el dueo de todo esto. Quin iba a ser si no! Aunque l nunca viene por aqu, tiene cosas ms importantes que hacer, otras actividades de mayor
envergadura. Yo soy la que est a cargo de todo, la responsable inmediata de que el negocio vaya bien -dijo muy segura, mientras le preparaba una raya a Livia-. Poner
en marcha este negocio cost mucho esfuerzo, adems de una fortuna, y hay que amortizarlo. Pero descuida, aqu el dinero sobra, hay para todos en cantidades
universales.
En sus inicios, los hombres suban a la habitacin. La mayora tenan una edad que rondaba entre los treinta y los cincuenta aos. Todos gente de empresa,
individuos pudientes, con buenos recursos econmicos, que se desmarcaban de vez en cuando de sus familias para echar un polvo lo ms relajado y tranquilo posible.
Livia no tena idea de lo que cobraba por el servicio, Raquel no se lo dijo nunca, pero deba cotizarse cara por los comentarios que hacan los clientes. "Con lo
que me has costado debes de montrtelo de miedo". Ella era la nica chica blanca del club, adems de ser una preciosidad. Raquel sabedora del tesoro que posea, la tena
apartada a buen recaudo. Constitua un servicio especial de la casa. Y Livia se esforzaba, como buena alumna que era, por hacerlo bien, independientemente del asco que
senta por dentro. Slo as podra salir de ese lugar lo antes posible. Haba que pagar la deuda y de paso marcharse con unos buenos ahorros en el bolsillo.
M uchas veces, cuando estaba trabajndose a un cliente, ambos recostados en la cama, en la baera o acomodados en cualquier otro lugar de su grato apartamento,
cerraba los ojos y pensaba en los buenos momentos que haba pasado con Sergio, aquellos instantes que, aunque fugaces en el tiempo, haba disfrutado de verdad,
cuando todava el amor y el sexo se entrecruzaban y daban la mano. Livia entonces se dejaba llevar por aquellos recuerdos repletos de carne y lujuria, actuando con sus
clientes de igual manera. Saba ponerlos a cien durante esas representaciones. Era su tcnica secreta.
De manera gradual, la clientela se fue haciendo ms numerosa. La publicidad de sus trabajos bien hechos corra de unos a otros: "En el Status hay una perita en
dulce que se lo hace de miedo".
El Status. As se llamaba el lugar donde trabajaba.
Viendo Raquel que la chica pona de su parte, trabajaba bien y dejaba bastante complacida a la clientela, se fue ganando la confianza de la madona hasta el punto
de permitirle el traslado a la zona de abajo, lugar en el que se ubicaba la barra americana.
No obstante, segua sin poder salir del puticlub. No se lo permitan. Y Livia empezaba a desesperarse. Por qu no la dejaban salir? Hasta cundo continuara
esa situacin? Las dudas se multiplicaban con cada da que pasaba. Comenz a sospechar que aquel encierro iba ms all de la simple proteccin y del propio asunto de
negocio. An no haba visto un euro. Siempre la misma historia de que deba dinero. Si bien Livia se meta bastante por la nariz, ella saba que las ganancias de su trabajo
rebasaban con creces el desembolso econmico que haba de efectuar por el consumo de cocana. Dnde estaba entonces el dinero que le perteneca? Cundo se lo
daran? Y si estaba secuestrada o, peor an, era una especie de esclava en los tiempos actuales?
Las aparentes buenas palabras e intenciones de Raquel ya no terminaban de convencer a Livia. Era evidente que aquella situacin resultaba ser una gran farsa,
por lo que deba de urdir con rapidez un plan para poder escapar. All estaba prisionera y no saldra mientras interesara al negocio y, por desgracia, sus curvas sensuales
eran objeto de gran inters por parte de ste.
La primera idea que se le ocurri fue la de decrselo a alguno de los asiduos que la visitaban, pero pronto descart esa solucin, sera cometer un grave error.
Ninguno de aquellos tipos se metera en complicaciones. En el fondo eran todos demasiado pusilnimes como para querer ayudarla o meterse en los. Al Status iban a
echar un polvo, a olvidarse de las preocupaciones del trabajo, de los problemas y asuntos del da a da, y no a involucrarse en lo que poda resultar un tema muy
delicado. Ellos!, honrados padres de familia que nada tenan que ver con el corrompido mundo de los bajos instintos. Pobres desgraciados! Ellos, que se crean al
margen de esa miseria que es la prostitucin, eran todava peor que ella por utilizarla. "Ojal sus esposas les pusieran unos grandes cuernos. Se lo merecan por puteros
y por cobardes.
Tras darle muchas vueltas a la cabeza, decidi que la solucin para escapar de all se la tena que proporcionar alguien que tuviera una ocupacin dentro del
mismo club de alterne, una persona de mucha confianza y peso en la empresa, que dispusiera de las llaves del portaln principal y, por supuesto, que fuera un hombre.
Descart a los camareros: no tenan autoridad suficiente; eran simples empleados, sin voz ni voto. Quin poda ayudarla entonces? Quin?
-Bingo! -exclam Livia de pronto, embargada por la emocin-. Ya lo tengo! -aadi. Qu tonta haba sido! Cmo no haba cado antes! El elegido sera Carlos,
el encargado de la seguridad del club y lugarteniente de Raquel las escasas veces que ella se ausentaba. l tena las llaves de todas las dependencias y podra sacarla de
all. Pero antes tendra que engatusarlo muy bien. Seguro que a Carlos le pagaban bastante dinero por hacer su cometido. Se trataba de la tpica persona que, en
apariencia, jams se involucrara en asuntos de faldas con las chicas del local. Livia, al menos, no lo haba visto con nadie de all ni escuchar de su boca algn comentario
grosero sobre alguna de ellas.
Carlos dorma normalmente fuera de las instalaciones, salvo algn que otro da, que se haba quedado all por circunstancias diversas. Era joven y soltero. Y no
estaba mal. Por lo menos no era el tpico asqueroso sacamantecas que actuaba con prepotencia y altivez por el solo hecho de pagar con visa oro y creerse con derecho a
cualquier cosa. se sera su nuevo objetivo.
Alejo tena los ojos emborronados de lgrimas; espejos enturbiados, producto del llanto contenido, del sufrimiento, de las alucinaciones, del
alcohol. Le pareci de pronto ver la cara de Victoria, su mujer, asomar por la puerta del Escorpin y levantar la mano envindole un carioso saludo: "Susana est bien.
No te preocupes por nosotras, estamos a salvo y en buenas manos. Te queremos."
Se frot los ojos y volvi a mirar. La imagen haba desaparecido.
Pero, por un momento, fue tan real
Todo esto ocurra en silencio, un silencio desangelado, anodino. Un solo de saxo rompi la fra soledad del ambiente. Livia lo miraba. l estaba ausente, a miles
de kilmetros de all, perdido en las sombras del recuerdo. El camarero continuaba fregando vasos, imperturbable, los remiraba bien y de nuevo le pasaba el trapo, luego
los colgaba en ganchos que pendan a un metro de altura en el aparador de la barra. Lo haca con un automatismo digno de la mejor tecnologa japonesa.
A Livia le hubiera gustado darle nimos, aunque se senta incapaz, torpe. Para ella, representaba, a pesar del aspecto desaliado, un ser todava fuerte, y
justamente la fortaleza que manifestaba aquel hombre era la causante de hacerle desear la muerte, de buscarla sin descanso. l por lo menos saba lo que quera con una
certidumbre digna de elogio. Haba sido capaz de alcanzar la lucidez al saber que la balanza de su vida estaba desequilibrada hacia el lado de la adversidad, porque quera
aceptarlo as. Podra haber elegido otros caminos. Pero no los quiso. Otros no pueden elegir. Livia decidi romper el mutismo de alguna manera. No saba cmo. As que
comenz a hablar de lo primero que se le vino a la mente.
-Sabes una cosa, Alejo? A veces sueo que estoy en una playa desierta, rodeada de agua y arena hasta donde me alcanza la vista. Y me tumbo junto a la orilla, y
el mar me acaricia y refresca. Y entonces mi cabeza arrincona todos mis pensamientos, se queda en blanco y me olvido de que existo. Y mi cuerpo entra a formar parte
de la naturaleza. M e convierto en agua, en arena, en piedrecilla, en espuma de mar. Pierdo el uso de la razn. Soy parte de la tierra. El universo y yo. Yo y el universo Livia se lo contaba como si en realidad lo sintiera, como si estuviese hecha de cualquier cosa menos de carne, hueso, nervios y tendones-. Te preguntars seguramente a
qu viene que te cuente esto. Pues porque a veces me gustara ser un objeto inerte, sin vida, una partcula que no fuera consciente del entorno. Y para qu? Para no
depender de nadie ni de nada. Desde bien pequea hasta hoy siempre he dependido de alguien: de mi madre, de mi padre, de mis amigos, de la embaucadora de Raquel y,
sobre todo, de Sergio, mi gran amor. Ah, disculpa! No te he hablado an de ellos... tal vez lo haga en otro momento -aadi tratando de justificarse. Se pas la mano
por la frente para quitarse el sudor, los nervios le estaban jugando una mala pasada-. Quiero ser libre, Alejo. Y lo peor es que no puedo. No soy capaz. O no s. M e
gustara tener carcter, capacidad de decisin, de reaccin, pero me es imposible. Es una cuestin que no me deja tranquila y me agobia, odio el estar siempre a expensas
de otra persona. Sabes lo que es que te cuenten mentiras, y lo sepas, y an as te dejes manejar? O no saber decir no? Te imaginas, corazn, lo malo que puede llegar
a ser todo eso? -El pulso le temblaba. Se sac otro cigarrillo y se lo llev a los labios. El anterior todava humeaba en el cenicero de latn-. Es un terrible castigo
depender de lo que te diga el compaero que en ese momento est a tu lado, porque no sabes lo que hacer ni cmo actuar, ests limitada y eso te hace vacilar an ms. Y
siempre espero al da siguiente, y me digo que todo va a cambiar. Pero el da siguiente es igual al anterior. Y as un da tras otro. Y lo nico cierto que me queda al cabo
del tiempo es que soy una puta buscavidas que se acuesta con quien puede para sobrevivir, y que se mete rayas de coca para liberarse de la infructuosa realidad. Eso es
lo nico cierto que me queda.
Se le hizo un nudo en la garganta. Trag saliva para descomprimir aquella vlvula orgnica que le incomodaba en exceso.
-Livia... M i joven Livia. No soy ningn baluarte de ejemplaridad ni tampoco el ms indicado para darte consejos. Un borracho alcohlico como yo -Alejo
acarici dulcemente el rostro de Livia, todo un gesto conmovedor, lleno de ternura-. Pero te dir algo que quiz pueda servirte como consejo. Seguro que han debido de
ser muchas las decepciones que has encontrado, a todos nos ha pasado en un determinado momento, pero no por ello debes adoptar una postura fcil y desear por tanto
evadirte de la realidad. Eso sera lo ms cmodo. No, no debes hacer eso, hazme caso. Enfrntate a la vida de una vez por todas, no le temas a nada, imponte ante los
dems, trtalos de t a t, porque sino vivirs siempre con el miedo pegado al culo, y esa es una mala compaa, pues no te dejar vivir ni hoy ni maana ni nunca. Eres
an joven y maleable, y puedes cambiar. Ests a tiempo Livia.
Enfrentarse a la vida? Ella?
Una vez lo hizo: cuando plane huir del Status. Pero ms que un enfrentamiento fue una artimaa, una jugada engaosa, en cierto modo cobarde, por
aprovecharse de Carlos de mala manera. Qu poda hacer? Era cuestin de supervivencia. Aunque bien pensado por qu sentir pena de Carlos. Tampoco l haba hecho
nada por ayudarla, aun a sabiendas de que estaba all encerrada.
Livia se consideraba una persona medianamente bondadosa. Y eso no era
verdad, estaba equivocada. Esa bondad que crea poseer era en realidad debilidad de carcter, conveniencia, comodidad y mnimo esfuerzo ante circunstancias adversas.
Livia funcionaba como puta porque ni ms ni menos le resultaba fcil vivir as. Ella haca bien su papel y punto. Los clientes pagaban y no hacan preguntas. Se
limitaban a dejarse hacer, luego follaban y, finalmente, pagaban avergonzados (aunque ese sentimiento de culpa durara milsimas de segundo, pero todos se arrepentan
en su fuero ms interno), cabizbajos, con ganas de marcharse, como arrepentidos por haber cometido una falta grave. Probablemente muchos recordaran a sus esposas e
hijos instantes despus de la breve eyaculacin, o tuvieran la vergonzosa sensacin de que sus familias estaban en la puerta de la calle esperando a que saliesen. Otros
saldran con el sentimiento oculto de haber cogido una enfermedad venrea o lo que era peor: el Sida. Y se marchaban con la idea de no aparecer nunca ms. Pero siempre
regresaban. Siempre. Cuando les picaba de nuevo la polla. Es como el drogadicto que vuelve a necesitar su dosis.
A Livia le resultaba paradjico esos hechos en si mismos, pero la vida es un juego con casillas blancas y negras, de nmeros pares o impares. Haban sido
muchas las personas que haban abusado de ella, que se haban aprovechado, pero, si se paraba a pensar un instante, tambin Livia haba realizado su propio juego, el
que ms le convena. La vida era un juego entre unos y otros, una serie sucesiva de jugadas a la ruleta. Por un lado estaban los ganadores y por otro los perdedores.
Triunfadores y vencidos. Conquistadores y conquistados. sos eras los resultados, ltimos y definitivos.
Se dedic a vigilar los pasos de Carlos, a seguirlo con la mirada. Se fij en sus maneras, sus costumbres, su forma de actuar, de ser, de hablar. Carlos era su
pasaporte hacia la libertad y no se le poda escapar. Ni se le ocurri siquiera mencionarle a Raquel particularidad alguna sobre la persona de Carlos o preguntarle
cualquier detalle de ste. Era demasiado lista y en seguida sospechara algo. Tena que enterarse de los pormenores ella sola, sin ayuda de nadie, mediante una detenida y
elaborada observacin.
Carlos apenas se relacionaba con la gente del Status, pareca poco hablador; pero no por antipata o estupidez, sino porque era as: reservado. Con quien s se
vea a menudo era con Raquel. Se reunan todas las semanas. M uchas veces los vea subir a un saloncito situado en el piso de arriba. Igual estaban enrollados. Pero lo
dudaba. Esos los siempre terminan por descubrirse y esos dos parecan tomarse el negocio muy en serio.
Carlos y Livia mantenan poco contacto, prcticamente el nico que llevaban a cabo era cuando ella se trasladaba de la habitacin a la barra americana. Eran
breves instantes, de slo unos segundos de duracin. Alguna vez, de manera muy espordica, Carlos haba entrado en el local donde estaban las mujeres, y se haba
puesto a hablar con alguno de los camareros; peda una cerveza sin alcohol y se daba la vuelta, dando la espalda a las chicas. Quiz lo hiciera por no poner a prueba su
instinto ms primario y caer en la tentacin. Porque, desde luego, l saba que poda tirarse a quien quisiera con slo proponrselo, tena potestad suficiente para hacerlo
y a las chicas seguro que no les amargaba un dulce con alguien de semejantes caractersticas.
Livia despleg todo el potencial, usando para ello las mejores armas: su fsico, su mirada y su buen hacer. Aun as lo tendra complicado. Aquel hombre, que se
mantena a la expectativa tras la ventanilla de la puerta principal, dejando pasar a quien le viniera en gana (no todo el mundo poda entrar en el Status, el ambiente
requera ser "selecto" y poco conflictivo. "Reservado el derecho de admisin", se poda leer en un cartel junto a la entrada). Era un tipo demasiado sensato y cumplidor,
que no se dignaba a mirarla un instante, sin darle una mnima oportunidad siquiera. Ella mantena la vista fija en l cada vez que entraba en el local, deseando mostrarle
su sonrisa ms seductora y atrayente. Imposible! No haba manera! Carlos pareca ignorarla por completo, como si no existiese. Tras varias tentativas infructuosas
comenz a desesperarse. Tom entonces la decisin de que haba que entrarle de manera directa a ese hombre, ganrselo como fuera.
Una noche que Livia estaba de faena en la barra americana, se le ocurri la idea de sentirse indispuesta, mareada, con ganas de vomitar. Le pidi permiso a Raquel
para salir a tomar el aire en el corredor. Raquel se lo dio, ligeramente molesta. Livia estaba con un cliente de los importantes, poseedor de una empresa de exportacin
que manejaba mucho dinero. El sujeto se enfad en un principio. Tena que follarse ese joven y delicado cuerpo ahora que se haba tomado varias copas e iba caliente.
Pero pronto se olvid de ella, ya que Raquel, atenta y hbil de reflejos, le prepar un numerito con dos brasileiras que tenan un cuerpo de volverse loco. "Ests en
todo, Raquel. Qu sera del Status sin ti", le dijo satisfecho mientras los ojos se le disparaban hacia los dos protuberantes traseros que se movan ya en direccin a las
habitaciones. Raquel dio un suspiro de satisfaccin por haber contentado al ricachn y hacerle olvidar el incidente.
-Espero que sea la ltima vez que te ocurre una cosa as. Si te encuentras mal que sea fuera del horario de trabajo, me oyes bien? Y si no tendrs que joderte y
aguantar! Esta noche no has hecho caja. Pero, qu demonios te ocurre hoy? Ests tonta perdida. Si continas as, no saldrs en la vida del Status. Cmo vas a pagar la
pa que debes? -dijo enrabietada, llena de clera. Raquel cuando se enfadaba se converta en una mujer de cuidado, muy peligrosa. Deba andarse con cautela. Ella haba
visto cmo abofeteaba a alguna de las brasileas cuando intentaban quedarse con dinero extra de servicios que, a priori, no estaban concertados con los clientes y lo
proporcionaban secretamente en la intimidad de los dormitorios. Pero tarde o temprano Raquel terminaba por enterarse. Las chicas a la ms mnima rencilla se solan
vengar entre ellas hablando claro por esa boca. Era la frmula ms sencilla para hacerse dao.
Livia, muy sumisa, le pidi disculpas y se march afuera. Eran las dos de la madrugada y pocos clientes vendran ya. La hora de cierre se produca a las dos y
media. En el portal quiso encenderse un cigarrillo. El mechero, qu casualidad, no funcionaba; slo saltaban infructuosas chispas del pedernal. La luz en el corredor era
demasiado tenue para verle la cara a Carlos, que se mostraba de perfil mirando hacia otro lugar.
-Eh, Carlos! -lo llam de lejos, sin levantar en exceso la voz, como no queriendo molestar-. Puedes darme fuego? M i encendedor se ha quedado sin una gota de
gas -aadi muy correcta.
-S? -pregunt desconcertado, como si aquellas palabras que sonaban en la oscuridad de la noche no fuesen con l-. Pero, quin es? -continuaba aturdido, sin
saber de quin se trataba. Se dio la vuelta y se dirigi despacio hacia ella, intentando reconocerla-. Ah, eres t, Livia! -dijo dndose un golpecito en la cabeza para entrar
en razn-. Perdona, es que a veces estoy demasiado ensimismado, sabes?
-Digo que si llevas fuego. M i encendedor no funciona.
-Claro que s -dijo con cortesa mientras sacaba el mechero del bolsillo de la chaqueta.
Nunca haba mantenido una conversacin de ms de tres palabras con Carlos. Aquella era la primera vez y no result desagradable, en absoluto, como pens en
un principio; y no por nada, sino porque tema que reaccionara con tirantez, rompiendo el tono de cordialidad que era fundamental mantener para que sus planes
evasivos no se fueran al traste. Los nervios de Livia se apaciguaron. Haba dado el paso ms difcil y la cosa no pareca ir del todo mal.
-Hace una noche realmente bonita, no te parece? -dijo Livia, al tiempo que exhalaba humo por la boca. No saba qu decir, y se le vino esa frase hecha a la
cabeza. "Que estpida soy. Lo voy a estropear todo", pens para sus adentros. Carlos levant los hombros sin decir palabra-. Algunos dicen que eres un antiptico,
pero yo s que no es verdad, que estn equivocados -quiso tragarse las palabras que se le haban venido a la lengua sin quererlo. "Ahora s que la he cagado hasta el
fondo. No volver a dirigirme la palabra y se marchar a su puesto".
-Antiptico?... S, es posible que pueda parecerlo. Soy algo tmido, y eso hace que parezca un presuntuoso cuando no se me conoce bien. A la gente no le gusta
hablar conmigo por ese motivo -Carlos dijo todo aquello como si tal cosa, sin molestarse para nada por el comentario de Livia; al contrario, pareca estar agradecido de
que se lo hubiera dicho con sinceridad. Lanz una sonrisa amistosa.
"Parece que ha tragado el anzuelo", se dijo Livia. Carlos sera un tmido; s claro... pero un tmido hijoputa cuando saba que la mantenan recluida desde meses
atrs y no haba movido un dedo por evitarlo. "T ests en el ajo como todos los que trabajan aqu. Y no les importo una mierda a ninguno". Cuntas chicas habran
pasado por aquella misma situacin antes que ella? Y qu habra sido de ellas? Una sombra oscureci su pensamiento. Temi de forma inconsciente por su vida.
Rpidamente lo desech, lo apart a un lado y recobr la serenidad de golpe, se estaba jugando mucho en ese momento y no poda fallar.
-Quieres un cigarrillo? -pregunt Livia, preocupada en ser amable y que sus verdaderas intenciones no se conocieran.
-No gracias. Siempre llevo fuego en el bolsillo, pero no fumo, nunca he fumado, es un mal hbito que debes dejar -aadi con un deje de inocencia.
A Livia le extra que, despus de tanto estudiarlo das atrs, de tantas cavilaciones sobre su persona y sus maneras, al final se viera sorprendida por
la poca complicacin que se estaba presentando. Aquel tipo estaba resultando demasiado crdulo y fcil de ganar. Y si fuera una treta de Carlos? Pero, por qu diantre
iba a serlo? Y, para qu? Si solamente le haba pedido fuego. No poda sospechar nada el muy julandrn.
-Haces bien en no fumar. Si yo pudiera hacer lo mismo lo dejara cuanto antes.
-Slo es cuestin de voluntad.
Alargaron la conversacin unos minutos ms, hasta que fue interrumpida por Raquel, que haba ido en su busca. En ese corto espacio de tiempo no hablaron de
nada interesante, las tpicas formalidades que se dicen para pasar el rato y poco ms. Pero lo importante es que se haba producido un primer acercamiento, fundamental
para los planes de Livia.
A partir de aquel encuentro nocturno, se gan una pequea parte de su confianza. Carlos, por lo menos, saba que Livia exista, que no era una ms del montn,
que tena un nombre y que era diferente a las otras chicas. As, cuando Livia se diriga del dormitorio a la barra para realizar su trabajo, las miradas de ambos se cruzaban
buscando el saludo, la sonrisa amable. Livia descubri en el tono de voz de Carlos, en la fugaz forma de saludarse que haba algo ms que simpata, llmese afecto, cario
o buenas vibraciones. Adems, por esas fechas, la suerte la acompa, pues la fortuna quiso que Raquel se marchara una semana de viaje por temas de negocio,
seguramente para traerse una nueva remesa de chicas. Y Carlos, por lo tanto, tendra que quedarse a dormir all.
En cuanto Carlos se qued a cargo del Status, Livia sinti una mayor proximidad afectiva por su parte, un nexo de unin prendido en el aire. Ambos se hablaban
con la mirada. Se desfogaban con la pasin contenida de lo que todava era simple pensamiento, fantasa y sensualidad. Livia haba perdido el miedo, rotas las barreras
represivas impuestas por la bruja de Raquel, y tuvo la absoluta conviccin de que Carlos era una presa cazada. Slo era cuestin de espera y de disimulada provocacin.
Una noche, al fin, termin por presentarse en la habitacin. Llam primeramente a la puerta, esper unos segundos, educadamente, y luego abri con la llave.
Carlos se senta tan confiado que no ech siquiera el cerrojo una vez dentro. Livia haba sido precavida y unos das antes le haba comentado a Carlos que no poda
dormir, que se desvelaba cada dos por tres de madrugada y le resultaba imposible conciliar el sueo, dando vueltas en la cama sin cesar. Ni mil palabras ms. Esa misma
tarde, Carlos le proporcion una caja de cierto medicamento que la ayudara a dormir, un ansioltico de rpido efecto.
Livia siempre tena preparadas varias cpsulas disueltas con un poquito de agua en uno de los vasos de bebida. A diario cambiaba el brebaje y volva a repetir la
mezcla, esperando la inevitable visita de l.
Lo primero que hizo cuando lo vio aparecer fue besarlo con desatada pasin, haba que dar la impresin de que los das de instintos contenidos llegaban a su fin.
Luego, fue a preparar una copa, la que le proporcionara la salvaguardia. Se dirigi al minibar, cogi el vaso que contena el brebaje y lo mezcl con una cerveza, la nica
bebida que soportaba Carlos fuera del horario de trabajo. Ella se prepar un dedo de JB sin hielo y una quilomtrica raya de coca que coloc encima del cristal de la
mesa. Quera estar despejada para poder actuar con claridad. Le ofreci un poco. Carlos neg con la cabeza; le peg un gran trago a la cerveza y le dio una breve
disertacin sobre los efectos nocivos de la cocana en el sistema nervioso central. Ella le dijo que lo haca porque se encontraba sola y sin ayuda de nadie, pero que ahora
que estaba l, se vea con fuerzas de dejarlo.
Carlos la agarr por la cintura, la elev del suelo con suma ligereza y la bes. Las lenguas se encontraron, batindose en una especie de pulso de fuerza,
entrelazndose como serpientes apareadas, gozosas por estar unidas. Ese to saba besar, pero Livia no estaba receptiva, no en ese momento. Su mente slo pensaba en
escapar de aquella prisin en la que llevaba meses sin salir. Lo nico que quera ahora era que ese tipo se desmoronara de sueo.
"Ojal le hagan pronto efecto", pens esperanzada.
La llev hasta la cama, pero una vez all, se limit a abrazarla y quedarse apoyada sobre su pecho. Carlos pareca desinflarse por momentos. El mpetu del
futuro revolcn disminua gradualmente.
-En mi vida me he sentido tan bien, Livia. No tengo ganas de nada. Slo me apetece estar abrazado a ti -le asegur. Y no era para menos. Las cinco cpsulas
comenzaban a ser absorbidas por las paredes del estmago, surtiendo los resultados apetecidos.
Ella le acariciaba el pelo, le masajeaba paciente la cabeza, con la seguridad de que no tardara mucho en quedarse dormido.
-Deja que te quite la ropa. Estars ms cmodo, cario -insinu, mientras se incorporaba sobre la cama y le desabotonaba la camisa-. M e encanta el pecho
musculoso que tienes; se nota que eres un hombre fuerte y haces ejercicio, eh? -asinti con un leve y lejano susurro. Sus horas de gimnasio le haban costado y estaba
orgulloso por ello. Livia Comenz a frotrselo muy despacio-. Ests tranquilo, verdad? Te sientes relajado? Pues preprate que te voy a dar un masaje espectacular,
como nunca has probado otro.
Antes de comenzar, se fue al extremo de la cama y le quit el pantaln. Con disimulo tante el bolsillo al colocarlo sobre el silln. Ah estaban el resto de las
llaves. Carlos se dio la vuelta. M urmur varias palabras, apenas imperceptibles al odo de ella. A los pocos segundos comenz a orse un suave ronquido. Livia mir al
cielo, agradecida. Todo marchaba segn sus planes. Esper un cuarto de hora para estar segura de que Carlos iba entrando en un profundo sopor, del cual no despertara.
Lo miraba y remiraba de pie junto a la cama por si acaso abra un ojo. Pero no. No iba a despertar. Cada vez aumentaban ms la duracin de los ronquidos, se hacan
ms cavernosos, ms guturales. Le pas la mano por el rostro. No se inmut. Seguidamente, se acerc hasta el pantaln y busc las llaves. Parecan estar esperando a
que las recogiera. Tanto tiempo esperando este momento. Las tante con alegra, orgullosa de su victoria. No estaba soando, ni mucho menos. La escena era real. Livia
agarraba las llaves nerviosa, tema perderlas o que se le cayeran y no las encontrara. Eran su pasaporte para un viaje que estaba a punto de iniciar, de descubrir.
M ir por ltima vez el rostro de Carlos, que permaneca imperturbable sobre la cama, roncando, con la boca entreabierta, apoyada sobre el almohadn. Del otro
bolsillo sac un fajo de billetes. Los que nunca le haban dado y que se los mereca de sobra. Carlos result ser tan imbcil que llevaba la caja de ese da en el pantaln.
Exceso de confianza, pens. Que te jodan.
-Y a ti tambin Raquel: que te jodan! Que os jodan a los dos! Que os pudris de por vida en este asqueroso agujero! Yo me voy! -acab de decir con saa y
rencor.
Y Livia sali por aquella puerta del gran portaln igual que un caballo desbocado. Sinti un escalofro recorrerle la espalda justo al atravesar la barrera fronteriza
que la separaba del exterior, como si a ltima hora fuera a sonar una alarma que daba aviso de fuga, o alguien fuese a retenerla del brazo, impidindole marchar. M ir
hacia atrs atemorizada y vio que estaba sola. Dej la puerta abierta a conciencia, por si alguien ms quera escapar de esa cueva de los horrores. Y sali corriendo.
Agitada. Nunca ms volvera all, se jur a si misma.
-Que os den por el culo, hijoputas!
Una vez libre no quiso acudir a la polica y poner una denuncia. Para qu? El mundo era de los seores influyentes, muchos de los cuales se haban revolcado
con ella en algn momento de sus vidas y a buen seguro hasta le habran contado sus problemas ms ntimos. La pasma no le hara el menor caso. Y encima, se reiran de
ella. Estaba claro: era slo una puta solitaria. Pero, al fin y al cabo, una puta libre.
A la sazn, vag de ciudad en ciudad, dando bandazos de un lado para otro, rodando de bar en bar, de hotel en hotel, de hombre en hombre. Quera ser
independiente, autnoma. Aunque ella saba que no poda ser as, porque en el fondo dependa de cualquier extrao que mostrase firmeza de carcter y mano ligera. Era
una mujer dbil, se achicaba enseguida y terminaba por ahogarse en su propia resignacin. Cuando ya no poda aguantar ms, y la convivencia con su pareja se haca
insoportable, volva a escaparse como una fugitiva. La nica forma de verse liberada durante un corto perodo de tiempo, hasta que caa cautiva en las redes de otro
nuevo pendenciero.
Pero, al margen de esas historias con sus adorados hombres, chuloputas, mantenidos o como se quieran nombrar, lo cierto es que Livia realizaba con destreza su
ardoroso trabajo, sacndose una buena pasta. Era evidente que no le iba a faltar dinero para vicios ni tampoco para caprichos. El comercio de la carne, si tenas un buen
cuerpo, como era su caso, proporcionaba bastante desahogo en cuestin de pasta. Y as, cuando llegaba a una nueva ciudad, alquilaba casa, y lo primero que haca era
contactar con el camello de turno para que le pasara coca de buena calidad. Luego, una vez resuelto el pequeo escollo de la droga, venan las citas con los clientes, que
las realizaba en la misma casa alquilada, previa concertacin telefnica, siempre y cuando Livia diera su particular visto bueno. El tono de voz por telfono deca mucho
de la persona que estaba al otro lado de la lnea. Un sexto sentido la acompaaba en esos casos y no se sola equivocar a la hora de ahuyentar problemas.
Al cabo, se dio cuenta de que su vida tristemente era un ciclo cerrado, que se repeta de forma irremisible: nueva ciudad, nuevos clientes, nuevo hombre,
sometimiento temporal por su parte, sentimiento de temor, asfixia sicolgica, nueva evasin. Consciente de que su existencia se perda en infinitas vueltas de
circunferencia, siempre pasando por los mismos puntos, siempre tropezando con los mismos obstculos, convertida en una desgraciada.
Quiz, pens, slo aquellos que descarrilan de una vez por todas y consiguen salir del crculo, bien por valenta, bien por accidente o bien porque estn
hartos de todo y les da lo mismo reventar de una puetera vez, se vean de pronto inmersos en un mundo diferente, que no haban advertido antes, incapaces de
imaginarlo antes. Porque cuando se ha cruzado la barrera de los miedos y las represiones, sa que impeda ver, or o tocar la realidad de las cosas, uno termina por
descubrir las grandes miserias del ser humano o las grandezas, depende de los monstruos que cada cual lleve dentro. Cielo o infierno. Pero para que algo as ocurra, el
paso a dar puede resultar excesivamente costoso. Tanto, como el pago de la infelicidad ms absoluta o de la propia muerte. Y Livia no estaba dispuesta a llegar a esos
extremos. No tena valor suficiente. Ni siquiera estaba preparada para ello.
Livia se encontraba ahora en ese periodo de espera entre hombre y hombre hasta que se top con Cantina Blanca. Llevaba un mes escaso en el lugar. Conoca
todos los lugares ms frecuentados del pueblo, excepto el Escorpin. Era la primera vez que iba a ese tugurio. Todava estaba sin compaa masculina. Y ahora, al
conocer a Alejo, pareca haber terminado la pesadilla. Se senta abrigada, unida a aquel dichoso borracho de tez cetrina y ojos entrecerrados azules, al que la vida no le
importaba en absoluto.
La puerta del bar emiti un chirrido al abrirse de forma precipitada. Bajo el vano apareci la figura de un hombre grandulln. Se sacuda el agua de
la chaqueta con el dorso de la mano. Iba embutido en un traje azul marino de dimensiones enormes debido a la voluminosa envergadura del tipo. Llevaba la corbata
descolgada y fuera de lugar. Las gotas de lluvia, absorbidas por la tela delgada, se marcaban en el traje como disparos de escopeta. Emiti un saludo tibio y corts
mientras se diriga a la mesa que haba a un metro escaso de donde estaban Livia y Alejo.
Tena el rostro regordete y resultaba gracioso, como si acabara de contar un chiste; con un flequillo pegado a la frente que lo haca ms cmico an y un
carcomido en la mejilla que se introduca irregularmente entre la carne, formando un agujero crateriforme. Los ojos cados le daban aspecto de perro bonachn. Slo le
faltaba sacar la lengua y jadear. Sus gestos eran escurridizos. M iraba sin cesar la puerta, como si huyera de algo o de alguien. Pidi un ponche. Despacio, le dio un sorbo.
Al cabo de unos minutos pareci tranquilizarse. Dej de mirar hacia la salida del local y les envi una tmida sonrisa a los dos.
Livia le devolvi el saludo con mucho agrado. Haca su trabajo. Y aunque no pensaba de momento ocuparse de esos menesteres, prefera tener el terreno
abonado. Nunca se sabe. Pens en ir al aseo a meterse otra raya. La coca de Cantina Blanca era de buena calidad, se la haba pasado un tipo joven que trabajaba en un
taller mecnico. Esa coca la pona muy espitosa. El mecnico saba cuidar a sus clientes vendiendo cosita buena, y si la pasma no se lo impeda antes, a buen seguro que
se hara rico y podra montar el taller que le diera la gana.
Alejo levant el brazo y mand un brindis al gordo.
-A su salud, amigo. Por qu no viene a sentarse con nosotros? Esto est muy abandonado.
-De... de... verdad que no les im... impooorta? -pregunt con voz renqueante y tartajosa.
-Pues claro que no, hombre.
Se sent junto a Livia y Alejo. Parpadeaba nervioso, abra y cerraba los ojos muy rpido. El individuo hua la mirada directa y ladeaba la cabeza a derecha e
izquierda. Sac un pauelo arrugado del bolsillo y se sec el sudor de la frente, dndose ligeros golpecitos.
Se llamaba Isidro Gonzlez. Tena veintitrs aos. Estaba de paso en Cantina Blanca e iba en busca de su mujer.
IS IDRO GONZLEZ
Se senta extrao por estar acompaado de dos personas a las cuales acababa de conocer, pero lo que an le resultaba ms chocante era que haba
aceptado con total naturalidad, sin sonrojarse apenas, como si tal cosa. Sin embargo, aquella intrpida seguridad se transform en algo efmero, puesto que a
continuacin comenz a turbarse gradualmente, pasando del naranja butano al rojo intenso, como tantas otras veces le ocurriera. Pero esta vez, segn crea Isidro, con
mucha razn: Aquella atractiva chica que tena enfrente no dejaba de acosarlo con los ojos. Sera por lo elegante del traje, imagin. Ese da llevaba puesta su mejor
vestimenta. Pensaba visitar a su adorada esposa para intentar llevar a cabo una nueva reconciliacin. Se haban enfadado dos das atrs y ella se haba marchado a casa de
su madre. Al parecer esta vez era definitiva, segn su mujer.
Pero a mitad de camino empez a caerle aquel aluvin veraniego, imposible para una correcta y segura conduccin, de modo que tuvo que adentrarse en ese
pueblucho perdido y aventurarse entre sus calles, sin saber exactamente por qu y para qu, hasta que en una va perdida de no saba dnde ni cmo, vio el cartel
luminoso del Escorpin encenderse y apagarse en la profundidad del callejn y decidi cobijarse all mismo mientras durase la tormenta. Haba que hacer tiempo de
alguna manera hasta que amainara. Lo malo era que casi con toda seguridad tendra que hacer noche en algn hotelucho de mala muerte. Qu iba a pensar su mujer!
Isidro le haba dejado un mensaje en el contestador dicindole que iba para all sin perder un segundo de demora, con el deseo expreso de hacer las paces. "Ahora no
querr regresar conmigo. Estoy seguro". Con lo que amaba a su mujer! Se quedara solo, y eso Isidro no lo deseaba por nada del mundo. Vaya suplicio! Eso s que no!
"Le dir que me arrepiento de todo corazn, aunque tenga que ponerme de rodillas e implorar al cielo.
M anda cojones, la tontera. Todo por un arranque de genio. El nico en toda su vida, la primera vez que le haba ocurrido algo semejante. Pero claro, haba
sucedido con el odioso de su cuado, el hermanito preferido (y nico) de su esposa, y eso Braulia no se lo perdonara nunca. Demasiado grave el asunto. La gota que
colm el vaso. Pero resulta que Isidro estaba cansado de aguantar a ese energmeno de cuado, a ese bruto cejijunto y apopljico mental, carente de un gramo de materia
gris, que lo nico que haca era rerse de l a todas horas, ridiculizndolo sin parar. Ganas tena que se muriera ese cafre que le tena amargada la existencia. Hasta que
antes de ayer, Isidro, llevado por la ira, rompi en un ataque de rabia compulsiva y comenz a correrlo a palos con el bastn que fuera de su padre. Le peg uno tras
otro, sin darle tiempo a reaccionar. Esa inconsciente paliza era la causante de haber provocado la separacin espacio-temporal del matrimonio Gonzlez. Y ahora Isidro
se vea en la necesidad de intentar aunar su matrimonio, de recomponerlo de nuevo, pero lo tena muy difcil y complicado. Casi imposible. Su querida Braulia no quera
hablar con l. Nunca se pona al telfono y las pocas veces que lo coga le colgaba nada ms iniciar la conversacin, sin mostrarle ningn respeto.
Bien pensado, tampoco era para tanto la tunda que le haba propinado a ese trozo de carne con ojos, a esa rata inmunda de cloaca que tena por cuado. Porque
la verdad, no haba llegado a romperle ningn hueso, slo le haba ocasionado moratones y magulladuras diversas en espalda, brazos y piernas, acudiendo al hospital
simplemente para una revisin convencional. Las lesiones no revestan mayor gravedad. Eso s, en cuanto salieron de all, fueron directos a poner la correspondiente
denuncia a comisara. Y los dos hermanos, igual que una pareja recin avenida, se marcharon a casa de mam. El cuado, por cierto, viva con ellos, mantenido por su
dinero, el que Isidro llevaba todos los meses a casa con esfuerzo y trabajo.
A Isidro nunca le haba acompaado la fortuna, el pobre siempre tuvo mala suerte, desde pequeo. Y estaba convencido de que se deba a su personalidad
tmida, oscura e impenetrable, y a ese fsico tan desproporcionado y voluminoso que le caracterizaba. Y es que a Isidro nadie lo tomaba en serio.
Isidro Gonzlez era hijo nico. Sus padres lo engendraron siendo ya algo mayores: su madre tena cuarenta y cuatro aos por aquel entonces, y su padre
cuarenta y ocho. Fue un nacimiento inesperado, ya que despus de tantsimos aos de infecundidad manifiesta, la posibilidad de un neonato haba sido descartada. As
que cuando a su madre no le lleg ese mes la menstruacin, pens simplemente que haba sobrevenido la menopausia. Pero con el devenir de los meses, la barriga fue
tomando cuerpo y volumen, por lo que el mdico tuvo que certificar, no sin gran perplejidad y asombro, que aquella mujer de edad avanzada estaba en estado de buena
esperanza, y que no se trataba de una hidropesa, como sospechaba en un principio el cuerpo facultativo.
Naci Isidro un veinticinco de Diciembre, a las dieciocho horas y veintisiete minutos. El regocijo por parte de M aruja y Genaro no poda ser mayor, rebosaban
satisfaccin por todos los poros de la piel. Fue un parto algo complicado, ms que complicado lento de llevarse a cabo, dada la edad de la paciente. Se tuvieron que
utilizar frceps para su extraccin, como si Isidro se negara a salir del interior de aquella clida barriga que le proporcionaba una gran proteccin. El mismo cobijo que
luego le suministraran sus padres hasta la saciedad, malcrindolo y consintindole todo lo que necesitaba. Ambos defectos hicieron que, con el transcurrir del tiempo, se
convirtiera en un ser ablico, aptico, carente de decisin y bastante apocado.
Lo de su gordura se deba a la fijacin de sus padres por la comida. Isidro tena que comer hasta reventar, slo as iba a ser un muchacho sano y fuertote. De
manera que las papillas, los zumos, los potitos, las comidas trituradas, las galletas, el bizcocho, los flanes, los trozos de pan se los tena que comer sin protestar. Pero lo
mejor de todo era que Isidro no se quejaba, coma y coma sin parar. Y a veces prefera ahogarse, y ponerse de un intenso color morado, a verse en la necesidad de
detener la masticacin.
Acabado de cumplir el ao, Isidro comenz a dar sus primeros pasos. Sus piernas se mostraban firmes y decididas para mantener el equilibrio de aquella
aglomeracin de kilos que se acolchonaban en muslos, pantorrillas, bajo vientre, y brazos.
El primer incidente grave se produjo al poco de que comenzara a caminar. Genaro, que tena una expendedura de tabaco, acudi al recibimiento de su hijo en
cuanto lo vio aparecer acompaado de su madre. Para ello sali de detrs del mostrador con los brazos levantados, alzndolo en el aire, rebosante de orgullo, como si
fuera la nica criatura en el mundo capaz de realizar la proeza de moverse sobre dos piernas. "ste es mi hijo!", gritaba lleno de alegra. Y M aruja los miraba con
eufrica satisfaccin. Genaro, en un exceso de confianza, lo solt para que fuera en carrerilla hasta su madre, pero Isidro se desvi repentina y trgicamente, cambiando
la trayectoria de direccin hacia a la luna de cristal del estanco, rompindola en pedazos, con la desgracia de que uno de los fragmentos le reban un trozo de mejilla, lo
que le dejara una severa cicatriz. A consecuencia del susto, el corazn de M aruja comenz a debilitarse y sent las bases de una arritmia ventricular que la dejara
imposibilitada para los excesos fsicos. Pero lo importante era que el nio haba sobrevivido y que el mal no haba sido mayor. Eso era lo importante.
A los veinticuatro meses vinieron las primeras palabras, los intentos de frasecitas hechas con dos o ms vocablos, independientes ya de los sonidos guturales
que Isidro profera con una voz que, para lo pequeo que era el cro, parecan de ultratumba. Pero haba una cosa que no terminaba de encajar bien, una anomala que los
padres detectaron enseguida, y era que las palabras se hacan eternas en boca de su hijito, inacabables en su pronunciacin. La tartamudez que siempre lo acompaara
se haca evidente.
-Ests de paso, no es as? -dijo Alejo en tono irnico, para luego aadir:- Aqu todo el mundo parece estar de camino hacia otro lugar. Esto es un
purgatorio ms que un pueblo.
-Shh... S..., estoy de... paso, pero no po... por gusto -contest Isidro, aferrndose con fuerza al vaso de ponche, a punto de triturarlo con sus gruesas manazas
de carne.
-Claro que no, amigo. Las cosas no se hacen por gusto, se hacen porque hay que hacerlas y nada ms -repuso Alejo.
-Es so me digo yo. Pe pero no no mee vale ni me consu... suela.
Isidro estaba a punto de desmoronarse. Y todo por la angustia de verse sin la compaa de su mujer, abandonado en un pueblo desconocido, absolutamente solo.
Un nudo en la garganta le sobrevino de repente, los ojos se cubrieron de lgrimas. Vio a Alejo y Livia pendientes de l. Y termin al final por romper en llanto. No logr
evitarlo. Un riachuelo de lgrimas corra por las mejillas, algunas se introducan en el crter accidentado, formando una piscina diminuta para baistas diminutos.
-Lo lo siento. De ve veras que lo sieento. Qui quiz pueda pa parecer un nio, pe pero es que mi mu mujer me ha a abandonado y no
puedo re remediar la angustia -Isidro emita entre frase y frase, sonoros sollozos. La cara se le puso completamente encarnada. Livia sac un Kleenex y se lo tendi
para que se secara. Isidro se son la nariz, dando un estrepitoso resoplido y luego se lo llev a los ojos para limpirselos.
-Venga hombre, no llores ms. Las cosas no suelen ser como a uno le gustaran, pero ya vers como todo se soluciona y tu mujer vuelve contigo en cuanto hables
con ella. Y por Dios! No llores ms, que a m tambin se me est poniendo un nudo en la garganta que no s si lo podr resistir, hombre! -exclam Livia, intentando
reponerse para que aquello no terminara por parecer un velatorio.
-En se... serio cre... es que... que mi mu... mujer regre sar con... conmigo? -pregunt Isidro, creyendo ver una luz en tan negros pensamientos-. La qui...
quiero tanto.
Alejo al or aquella ltima frase se le rompi el corazn y sufri en silencio el golpe encajado sin que ninguno se diera cuenta. l s que no volvera a ver a su
mujer por mucho que lo deseara. Apur el vaso y llam al camarero para que le sirviera otro. Isidro, al percatarse, hizo lo mismo. No estaba acostumbrado a beber, pero
aquel ambiente extrao le provocaba una intensa sed. As que aprovech y se pidi otro ponche.
-La... La cul...pa de todo la ti... tiene mi cuado -las palabras irradiaban odio-. Es... Ese gandul vividor, se ha estado apro... vechando de m desde que me cas co
co... con su hermana. Si no hubiera sido po po... por l, ahora todo seguira igual y ella est... estara conmigo.
Alejo levant la mirada hacia l y le dijo:
-Por qu no pusiste fin a esa situacin si lo sabas? Por qu la dejaste estar?
-Es que mi mu... mujer deca que... que su hermano era un po... pobre indefenso y que haba que... que hacerse cargo de l. Hasta que un da explo... plot y le
di u... una paliza.
-Qu edad tiene ese pobre indefenso, como t dices? -volvi a preguntar Alejo. Sospech que el pobre era Isidro y no su cuado.
-Trein... ta y cinco aos.
-Pues creo casi con toda seguridad que ese cuadito tuyo estaba viviendo a tu costa y que es un gorrn. As que hiciste muy bien en arreglarle el cuerpo a ese
hijo de puta. Si lo hubieses matado tampoco hubiera pasado nada -esgrimi eufrico-. Hay gente que merece no haber nacido o estar muerta antes de tiempo. Y se
cabrn es uno de ellos.
-Pues claro que s! Bien hecho, amigo! Se lo tena merecido! -exclam Livia, soliviantada al or los consejos de Alejo.
Isidro se alegr al ver que los dos amigos apoyaban su decisin. La sangre comenz a hervirle en las venas y dio un respingo en la silla, emocionado. Siempre le
haban tratado igual que a un cobarde, pero esta vez no iba a consentirlo. Se senta extraamente fuerte.
Ya nada le detendra.
Cuando alcanz edad suficiente, no tuvo ms remedio que ir al colegio. La educacin a la sazn era obligatoria para todo el mundo. Fue una pesadilla verse
rodeado de tantos nios desconocidos, que parecan mirarlo como quien mira a un hipoptamo. Su madre lo acompa hasta la misma puerta del parvulario,
integrndose ella tambin en las filas de los pequeos como una alumna ms. Era un espectculo ridculo y grotesco, pero lo haca por el nio, no fuera a perderse, o
sufrir cualquier percance subiendo las escaleras, mxime teniendo en cuenta los antecedentes de cadas graves como era el caso. A M aruja le cost una gran discusin con
los profesores, pero consigui convencerles de que deba quedarse en las filas hasta que subieran al primer piso, lugar donde estaba el aula. El chico haba estado a punto
de quedarse invlido y no quera correr riesgos innecesarios. Y como vieron que la loca era insistente, la dejaron salirse con la suya. O eso, o llamar a la polica. Y no
queran escndalos el primer da de curso.
Comenzadas las clases, Isidro sufra en silencio, un silencio sepulcral, nunca mejor dicho, porque Isidro no quera hablar. El tartamudeo se volva delante de sus
cuarenta y pico compaeros todava ms exagerado an. Y en cuanto lo sacaban a la pizarra, una oleada de sudores fros y nauseas perpetuas se apoderaba de su cuerpo.
Pronto sus compaeros le pusieron un mote, largo e inacabable: el gordo ametralladora.
A causa de todas esas desventuras, se convirti en un ser solitario y retrado. Y decidi crearse un mundo dentro de su mundo, amparado y refugiado gracias a
sus propias fantasas. Isidro mostraba falta de inters en las tareas de aprendizaje, se volvi pasivo en cualquier actividad escolar, no digamos ya en gimnasia. Todo le
daba igual. Viva en el interior de un cascarn, su propio cascarn, que l mismo se haba construido. Y no quera que se rompiera por nada del mundo. Constitua su
escudo protector frente a las injurias o amenazas externas.
Si bien, cabe destacar una excepcin a tanto ensimismamiento: tuvo un amigo, el nico en toda su vida. Se llamaba Fernando. Ocurri a la edad de nueve aos. Un
chaval que lleg a mitad de curso a la escuela. Su padre era militar y haba sido destinado en aquella regin. Fernando era un tipo alto, feo y desgarbado, con el crneo
ms o menos cuadrado si se le miraba de perfil, y un acento norteo que resultaba antiptico a los compaeros de clase. Adems, haca un ruido escandaloso con la boca
y la nariz, una especie de resoplido animal. Deba de padecer vegetaciones. A consecuencia de los ruidos, le colocaron el mote de el caballo.
La amistad surgi una maana de recreo, fue a los pocos das de llegar Fernando. Isidro, como era habitual en l, estaba apoyado en el muro del patio, pensando
en las musaraas. Fernando tampoco haba hecho ningn amigo an y, a diferencia de Isidro, que se plantaba en cualquier lugar y se quedaba quieto, siguiendo las leyes
del mnimo esfuerzo o del menor gasto energtico posible, l se dedicaba a recorrer el recinto, dando vueltas sin parar, hasta que sonaba el timbre para hacer filas y subir
a clase. Sin embargo, aquel recreo fue diferente. Isidro sinti que le tocaban el hombro, tomando sbitamente consciencia del lugar donde se encontraba, dejando
aparcados los mundos habitados por seres raros con dos cabezas, cuerpos de dragn o serpiente, que nada tenan que ver con el planeta Tierra, el mismo que pisaba con
sus gruesos pies. Fernando se coloc enfrente y le sonri. Le mostr unos dientes blancos y grandes, semejantes a los equinos (el gracioso de turno que pona los motes
estaba en todo, no dejaba escapar detalle). Congeniaron al momento, eran dos gotas de aceite en un vaso de agua, y se hicieron grandes amigos. Seres solitarios inmersos
en un lugar que no les corresponda. Es posible que Dios se equivocara, confundiendo el autobs de destino para aquellos dos desahuciados. Si alguna vez Isidro dej de
tartamudear fue con su amigo; hablando con l no se atrancaba; su lengua se deslizaba en el hueco de la boca con un desparpajo y una agilidad desacostumbrada.
Fueron meses felices para Isidro, quiz los mejores de su vida. Pero todo lo bueno es frgil, quebradizo, mas suele durar poco; y, en su caso, con mayor razn
todava. Su sino no iba a cambiar para mejor. Una maana, Fernando no apareci por clase. Isidro not el ambiente del colegio enrarecido, alarmado; pero no tena idea
de por qu. Slo se dio cuenta de que entre el profesorado haba un ajetreo desacostumbrado, un ir y venir de un despacho a otro sin cesar. Corrieron rumores entre los
estudiantes de que un alumno haba muerto, pero no se saba con seguridad quin era. Comenz a sospechar que se trataba de Fernando, mucha casualidad era que
hubiera faltado a clase, precisamente ese da. Sus temores se vieron funestamente confirmados cuando lleg uno de los profesores muy alterado y, subindose al estrado
con mucha afectacin y dolor, dijo que el alumno Fernando Gmez de Salazar haba fallecido la noche anterior como consecuencia inmediata de una meningitis galopante
que se haba apoderado de su frgil cuerpo mientras dorma de manera apacible, sin tan siquiera sospecharlo sus propios padres, que se lo encontraron muerto esa
misma maana al ir a su cama a despertarlo. Tras el fatdico mensaje, Isidro no pudo recordar ms, se desmay repentinamente y estuvo as durante das. Fue un duro
golpe para l. La depresin hizo que permaneciera en cama tres meses, en cuyos largos e inacabables das, fue incapaz de articular palabra alguna.
Jams pudo olvidar el suceso. Abandon los estudios con el consentimiento de sus padres. Algo que, en cierto modo, su madre celebr y apoy, con la falsa
excusa de que el profundo decaimiento lo haba dejado incapacitado para el aprendizaje lectivo. A partir de entonces, comenz una nueva etapa de su vida:
Echarle una mano a su padre en las labores del estanco.
-Amigos os lo di... digo de verdad: esto que est sucediendo es in... increble; apenas tartamudeo! -deca Isidro, fuera de si, pues senta su lengua
moverse con ms ligereza de lo acostumbrado. Desde su infancia con Fernando no haba vuelto a pasar por desenvolvimiento semejante. Quiz fuese el ponche que
estaba tomando, pero no, no era ese el caso. Era aquella ridcula sensacin de haber soado esas mismas escenas en cierta ocasin, incluso el haberlas vivido. Como si
estuviese a punto de saber lo que iba a pasar ms adelante y no alcanzara a recordarlo por muy poco. Una especia de deja vu.
Isidro posaba su vista en Alejo y Livia, y los contemplaba con curiosidad. Los vea darles sorbos al vaso, hablar entre ellos, soltarse bromas, igual que una pareja
de enamorados, pero sin haber ms cera que la que arde de por medio. Isidro tena el convencimiento de que el prximo pensamiento iba a ser sobre sus padres, o ms
bien le pareca a l que tena que pensar en ellos por obligacin. sas eran las reglas del juego, un juego diferente, que se escapaba de la normalidad.
El juego... El juego... Las reglas del juego extrao... Tmalas o djalas! Pinsalo bien antes!
Pero qu enigmtico juego era se que haca a Isidro suponerse que todo estaba dirigido por alguien ajeno a ellos tres, alguien que no estaba sentado a la mesa y
que pareca conducir la situacin del mismo modo que si se estuviese filmando una pelcula para la pantalla del cine?
Lo que estaba ocurriendo: Estara premeditado? Tendra alguna relacin con la llegada a ese insustancial lugar que era "El Escorpin"? Si no a cuento de qu un
bar tan nuevo en una calle decrpita.
No quiso preguntarse ms. No, de momento. Porque en el fondo, Isidro senta miedo. Verdadero terror. Entonces se acord de que, segn las reglas del juego,
deba evocar nuevos recuerdos sobre Genaro y M aruja. Pero antes de las evocaciones, sobrevino algo milagroso, algo que no vena a cuento y para lo que no haba una
explicacin inicial. Y fue que Isidro, de pronto, exclam en voz alta y clara:
-El cielo est enladrillado, quin lo desenladrillar? El desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador ser.
Alejo y Livia se quedaron atnitos, de una pieza, desconociendo a qu se deba la prodigiosa curacin. Slo se les ocurri aplaudir como dos prvulos. Isidro no
se lo acababa de creer, lo haba dicho con su propia boca. Ella solita. Eufrico, se incorpor de la silla, que cay derribada al suelo, desplazada unos metros ms all. La
primera vez en su vida que haba hecho algo semejante. Se sinti un superhroe, como en los tiempos de antao.
-Es posible que me suceda esto? Ya no tartamudeo! -se subi encima de la mesa y comenz a dar saltos-. M ilagro, milagro! Ya no tartamudeo!
El barman, lejos de enfadarse o sorprenderse, dej lo que estaba haciendo por unos instantes, arrug el ceo y dirigi una sibilina sonrisa hacia los tres que
estaban en la mesa. Luego, baj la vista y sigui a lo suyo: fregando vasos.
Isidro entr en el estanco tericamente para aligerar un poco la faena de sus padres. Pero no fue as. Planificada la estrategia desde el primer da, decidi campar a
sus anchas. Ya que ah, en aquel lugar de paso estrecho y mostrador no demasiado alto, tras el que se situaban varias estanteras de madera vieja y oscura, en las que se
agolpaban bien clasificados los paquetes de tabaco y las cajas de puros, recin trados de Sudamrica, se limitara a realizar lo que le ordenaran los clientes, sin mediar
palabra alguna. As, si le pedan un paquete de tabaco, l acertaba a darse la vuelta y cogerlo de los estantes. As de sencillo, Isidro sealaba el precio, colocado
justamente bajo los cigarrillos, y poco ms. Eso cuando su padre y su madre, por inevitables circunstancias, deban salir a hacer la compra o realizar un recado. Si no,
permaneca sentado en el viejo taburete de la trastienda y todo su alrededor se converta en su isla privada, en la fortaleza medieval donde recreaba sus particulares
historias y cuentos.
Estos pequeos detalles no pasaban desapercibidos entre la clientela, pero, como la mayora conoca al chico desde pequeo, no lo tenan por antiptico ni
desagradable, sino ms bien por un ser extrao e introvertido, poseedor de una leve tara psquica, consecuencia conjunta de unos padres algo mayores y de la depresin
ocasionada por la muerte de su ntimo amigo.
A Isidro le daba igual lo que pensasen, no le interesaba en absoluto. Su vida interior estaba plagada de historietas y fantasas, y mientras fuera de esa manera, no
le importaba otra cosa. Para el trabajo, ya estaban Genaro y M aruja, que eran los que tenan que sacar el negocio adelante y encargarse de todo. l se limitaba a estar de
cuerpo presente, que era mucho y grande, y cumplir lo justo. La ley del mnimo esfuerzo.
Pero ocurri que un da, a la edad de catorce aos recin cumplidos, se produjo un desafortunado incidente; y fue que su padre, estando en la expendedura,
sufri un brusco ataque de apopleja, desplomndose en el suelo todo lo largo que era. No hubo ms remedio que ingresarlo en el hospital ante la gravedad del incidente.
A raz del ingreso, la madre pas ms horas de las debidas atendiendo al padre, dejando, por imposibilidad absoluta, un poco ms de lado a Isidro y al negocio. En tanto
que estos avatares sucedan, y de una manera enlazada, gradual y consecutiva, Isidro, cosa curiosa, descubri otro mundo que quizs resultase ms interesante que el de
las infantiles ensoaciones y los blandos superhroes de tebeo que imaginaba, un mundo que haba permanecido dormido y que ahora haba aflorado con la llegada de la
pubertad: El sexo femenino. Era como si durante toda su vida hubiera llevado una venda en los ojos y no acertara a saber que existan esos seres tan hermosos. Y, ahora,
desde que se situara igual que un hombrecillo valiente tras el mostrador, con la cara regordeta, llena de granos purulentos, el flequillo aplanado en la frente, algo
grasiento, viendo cmo entraban seoras y jovencitas con el pelo suelto, largo o corto, rubio o moreno, daba igual, poseedoras de unos cuerpos armnicos, esculturales
y erticos, a ms no poder, se le rebelaran las hormonas, antes aletargadas y dormidas, y comenzaran a rebullir en la sangre conforme las mujeres traspasaban la puerta.
De tal modo que, nada ms quedarse solo en el estanco, corra con urgencia a la trastienda y, a expensas de que pudieran pillarlo in fraganti, se masturbaba
frenticamente hasta conseguir la tan ansiada expulsin de semen.
Al cabo de cuatro aos de seguir haciendo lo mismo con respecto a la masturbacin, porque as se lo exiga su naturaleza adolescente, vino a morir su padre, que
en realidad l apenas sinti. No es que le importara demasiado, el padre haba pasado por su vida sin pena ni gloria, la verdad. Pero con lo que no contaba Isidro ni por
asomo, era que la maltrecha salud de su madre, despus de tantos aos de cuido esmerado hacia el padre, ms las constantes preocupaciones y atenciones para poder
llevar adelante la casa y la economa familiar, se resintiera ms de lo debido. Y una maana de invierno, el corazn de M aruja se cans de seguir latiendo. M uri tres
meses despus del enterramiento de Genaro. En este caso, el fallecimiento de su madre s que vino a sentirlo Isidro, aunque no por amor o afliccin hacia la figura de la
difunta, sino por puro egosmo, porque a partir de ese instante se avecin ms trabajo del deseado. Ahora tendra que hacerse las comidas, ocuparse de la limpieza de
casa y, encima, gestionar l solito el negocio. Demasiada faena para una persona como l.
No obstante, dentro de las desgracias, no todo iba a ser tan malo, pues contaba al menos con una ventaja aadida: que ahora los gastos eran menores, haba dos
bocas menos que mantener, menos medicamentos que consumir, menos ropa que comprar y eso se notaba en el bolsillo, ahora ms incrementado. Se quiso, por tanto,
permitir el lujo de contratar una sirvienta, vindose as liberado de la esclavitud que le suponan las labores domsticas.
Esta osada idea, por supuesto, no fue producto de la mente de Isidro, sino de una ntima amiga de su difunta madre, que, apiadndose del mozalbete, le busc
una chica para los trabajos de casa. Algo que resultaba impropio y vergonzoso para un hombretn como l.
Las casualidades de la vida haran el resto. Pues quien se puso a trabajar en la casa fue Braulia. La futura esposa.
Isidro not cierta opresin placentera en el bajo vientre, como si unos dedos invisibles masajearan su pubis. Con la emocin todava reciente del inexplicable
suceso, no se haba percatado de que estaba en ereccin. Y de la euforia consabida de poder hablar con toda naturalidad haba pasado a la de una tremenda excitacin
sexual. La visin de Livia, sonriente y alegre, apoyando las manos bajo su delicada barbilla y pendiente de l, lo estaba matando. No poda crerselo. Con disimulo se
dio ligero un apretn en la entrepierna. Ahora, sus ojos se dirigan, sin poder evitarlo, hacia el pecho de ella. Lo tena bien puesto, la condenada, y encima, el traje negro,
que se le cea al cuerpo como una segunda piel, le realzaba el pecho que daba gusto, pareciendo ms grande an de lo que en realidad era. Livia, que enseguida captaba
las seales de cortejo masculinas, para eso cobraba y de eso viva, se apercibi de que Isidro se estaba poniendo caliente a ms no poder, pero no le disgust en
absoluto, y quiso seguir la broma, provocarlo ms todava, levantndose un momento de la silla para ajustarse el vestido: "Ahora te vas a enterar t", pens. Con las dos
manos agarr el extremo de la falda, a un palmo por encima de las rodillas, y empez a bajrselo insinuante, mientras cimbreaba la cintura a un lado y a otro. Saba que
cuando haca esto se le marcaban las braguitas de encaje que usaba. Livia se lo estaba pasando divinamente, le gustaba el ritual de la provocacin en los hombres porque
se eriga en protagonista, en duea y seora del escenario. Cada vez que lo llevaba a cabo, resultaba fantstico. Al final, haba decidido que se tirara a ese tipo. Le
gustaba apiadarse de los dbiles de vez en cuando. Y el pobre aquel, con esa cara de palomino y el cuerpo inflado como un globo, tena toda la pinta de haber follado
poco.
Alejo se mantena al margen, como mero espectador, a sabiendas de que esos dos no tardaran en dar rienda suelta al torbellino de sensaciones que llevaban
dentro. Se palpaba en el ambiente, imposible pasar por alto lo que vendra a continuacin.
Livia se acerc hasta Isidro, lo cogi de la mano, mientras que con la cara sealaba en direccin a los servicios. Isidro no acababa de crerselo cuando le hizo
aquella mueca, le estaba sucediendo a l, no era un sueo, y si lo fuera, no quera despertar. Para colmo, aquella mujer no era M aruja, la nica con la que haba practicado
sexo, si se le poda llamar as a lo que haban llevado a cabo en escasas y desganadas ocasiones.
Se metieron en la toilette de seoras a toda prisa. Livia lo sent en el vter. "Espera y vers. Vete bajando los pantalones, que te vas a enterar", le dijo. Y
mientras, prepar dos rayas de coca. Una se la meti ella y la otra se la ofreci a Isidro, que asinti sin saber muy bien lo que era ese polvo blanquecino, tan bien
alineado sobre el pequeo espejo, pero que, al poco de esnifarlo, como ella le indic, experiment una mayor seguridad en s mismo. Livia se mostraba maliciosa en sus
gestos, picarona. De un solo movimiento, se levant el vestido y, como quien se quita un guante de cuero, lo desliz por encima de la cabeza, estirando los brazos hacia
arriba, insinundose de una manera felina. Isidro mientras tanto permaneca estupefacto contemplando ese cuerpo tan perfecto, tan provocador, lleno de curvas
exuberantes, que slo pensaba que exista en las revistas pornogrficas americanas que numerosas veces haba hojeado a escondidas en la trastienda del estanco. Se
pellizc una mejilla para convencerse de que lo que le suceda era real. Livia se agach y comenz a practicarle una felacin. No le disgustaba en absoluto, senta que
estaba haciendo una buena obra, se vea tan infeliz al chico. A Isidro le fue imposible contener el aluvin de gemidos articulados por su garganta. Jams haba
experimentado un placer similar, ni siquiera imaginarlo. Debido al subidn originado por la cocana, se notaba fuerte, seguro de s mismo. No pensaba eyacular an, se
perdera lo mejor si as fuera. Instantes despus, Livia se incorpor y mont sobre l a horcajadas, cabalgando en acompasados movimientos hacia delante y hacia atrs.
Ella tambin se estaba dando gusto y eso que en absoluto era su tipo. Resultaba sorprendente. "Contina as, no pares", le deca. E Isidro como buenamente pudo la
enganch por las caderas, siguiendo el ritmo frentico impuesto por Livia. "Que te jodan Braulia, que te folle tu hermano." Era una venganza personal por lo que haba
sufrido y por lo que haba tenido que pasar. "Que te jodan, bruja."
Al `principio, cuando Braulia comenz a trabajar como asistenta domstica, Isidro se senta molesto, incmodo. Todos los rincones de su casa,
junto con sus objetos ms ntimos (vase por ejemplo la coleccin de cintas de vdeo erticas que guardaba bajo el mueble del televisor, compradas a hurtadillas en el
kiosco de la esquina y disimuladas detrs de unas cajas inservibles), estaban siendo manipulados, desempolvados y usurpados en manos de una perfecta desconocida.
Braulia se estaba comiendo su espacio personal a marchas forzadas, y eso lo pona nervioso. En particular, los das que llegaba muy temprano, pues segn entraba por
la puerta de casa, iba como poseda por los demonios alzando persianas, incluidas las de su dormitorio, y meneando el plumero igual que un florete.
Braulia resultaba, a todas luces, una mujer desagradable; la miraras por donde la miraras era fea, fea. Tena veinticinco aos; probablemente con visos de quedarse
soltera de por vida de no haber dado con Isidro. Gorda, bajita, con el pelo tiznado de negro, exceptuando una banda canosa que recorra su cabeza desde la frente hasta el
occipital, como Cruela de Vil, la de 101 dlmatas. Y vesta horriblemente mal, con trajes pasados de moda, flores estampadas y colores chillones. Adems, siempre iba
oliendo a maquillaje y polvos para la cara, intentando disimular esos horribles granos que nacan en el rostro, igual que una cadena montaosa.
Ahora bien, una cosa s que tena a favor Braulia, pues no todo iban a ser contrariedades tanto en apariencia como en personalidad, y es que poda ser fea a ms
no poder, pero era pcara e inteligente, y estaba claro que un pipiolo como Isidro no se le iba a escapar. La ocasin que se brindaba era la oportunidad de su vida. Al fin
y al cabo contaba con dos bazas importantes: ser la nica mujer cercana en su entorno y estar al corriente de su deficiente (o ms bien nula) relacin con el sexo opuesto.
Factores ambos fundamentales para llevar a cabo su maquiavlico plan, que consista en trincar un marido, con algo de dinero, que la sacara de matarse a trabajar
fregando escaleras, barriendo suelos y limpiando muebles.
Braulia conoca bien los horarios de entrada y salida de Isidro en casa. Y un medioda, quiso la casualidad que, retornando de la expendedura, encontrara la
puerta del antiguo dormitorio de sus padres ligeramente entreabierta, con Braulia vistindose en su interior, dispuesta casi para marcharse. Isidro se qued paralizado y
se dispuso a contemplarla, hecho un manojo de nervios, viendo cmo se colocaba la combinacin blanca sobre unas bragas de espesor considerable y un tosco sujetador,
de color beis. Aquel cuadro, para otro pattico y deprimente, le produjo un profundo azoramiento. Braulia, que saba perfectamente que Isidro andaba a sus espaldas,
se dio de pronto la vuelta y, hacindose la sorprendida, cerr la puerta con rapidez, simulando vergenza y engorro, rompiendo a llorar escandalosamente. Isidro, muy
alterado, le pidi perdn como pudo, atrancndosele la lengua, que pareca maniatada a un poste de madera. Entonces, la puerta se abri de repente y ella se le ech,
lloriqueante y a medio vestir, en sus brazos. Isidro no pudo reprimirse y, mientras intentaba reconfortarla, le lanz un beso en los labios. Belfos sudorosos, llenos de
carmn barato.
Ah fue donde sell su perdicin, porque, al poco tiempo de aquel incidente, se produjo el primer disparo de alarma: comenzar a intimar ms de lo debido.
Conoci por fin lo que era estar dentro de una mujer. Si bien Isidro, se sorprendi en primera instancia de que Braulia no sangrara en su desfloracin, como haba odo en
alguna ocasin cuchichear a las amigas de su difunta madre relatando su noche de bodas. Segn la versin de Braulia, ella no haba conocido ms pene que el suyo. "Hay
casos en que se rompe sin darse una cuenta. Tal vez fue montando en bicicleta, de pequeita", le dijo. E Isidro se dio por contento con las aclaraciones, tal era su
desconocimiento sobre el asunto, y dej de recelar con respecto a la ausencia de sangrado.
Con todas estas nuevas, estaba deseando retornar del trabajo, pues se le calentaba el pensamiento con lo que le aguardaba, y dejaba incluso mal atendido el
estanco para adelantarse as a los requerimientos carnales que su obeso y joven cuerpo exiga. Braulia lo esperaba con la casa impecablemente pulcra, aseada y con la
sonrisa de una mujer que aguardaba con deseo ardiente a su hombre.
No obstante, ese estado de felicidad libidinosa dur pocos meses, en concreto tres. Una maana, nada ms llegar al hogar, se encontr con Braulia llorando. Le
pregunt la causa, Braulia le contest que estaba embarazada. Esa misma maana se haba realizado el test de diagnstico rpido y haba dado positivo. La noticia le
rompi el corazn, pero Isidro que era una persona de poca experiencia y entereza, viendo el problema que se le avecinaba, le dijo, entre fuertes accesos de tartamudez,
que no se preocupara, que la pedira en matrimonio, como hacen los hombres que de verdad son hombres. A Braulia se le quitaron los pesares al momento y, en seguida,
empez a organizar los preparativos de la boda, pues mujer de su virtud tena que limpiar la afrenta de verse con un hijo y clibe. Tristemente, lo que desconoca Isidro
era que Braulia se haba acostado con ms de uno, y ms de dos, y ms de tres. Era la fea del barrio con la cual muchos de los adolescentes se haban iniciado. Pero l
La pareja sali de los aseos del Escorpin cogida de la mano, bien apretadas las palmas, alargando el contacto de los cuerpos una vez han terminado de acoplarse,
no as de desearse, lo mismo que recin casados. Isidro la solt un instante para terminar de recolocarse la camisa dentro de los pantalones. Livia le dio un beso en la
mejilla cavernosa, e Isidro, envalentonado, le dio un apretn en el culo, lleno de picarda.
-Eh, barman, pon una ronda para los tres, que estoy sediento, y supongo que los dems tambin! -requiri Isidro, sin atrancarse, en tanto se acercaban a la
mesa.
-Veo que lo habis pasado bien all dentro, eh? -agreg Alejo, que jugueteaba con el vaso, casi vaco, haciendo tintinear los cubitos de hielo. Termin de apurar
la copa al escuchar a Isidro.
-No ha estado mal del todo -dijo Livia, orgullosa. Le dio entonces una palmadita de reconocimiento a Isidro en la espalda-. Y eso que pareca un mosquito
muerto, el mozalbete.
El barman lleg con los tres vasos bien cargados, recogi los restantes, ya vacos, y se retir por ensima vez a la barra. Isidro se qued mirndolo de pronto,
perplejo primeramente, aterrorizado un segundo despus. Alejo y Livia, por el contrario, seguan distrados, ajenos al gesto brusco experimentado por su amigo,
sentados junto a la mesa, distendidos. Isidro hubiera sido capaz de jurar que haba visto al barman, mientras se marchaba, darse la vuelta rpido y sonrer malicioso, con
las cejas enarcadas y una siniestra mirada. Envuelta la figura en un resplandor encarnado. La imagen misma del miedo. Isidro no alcanzaba a estar seguro. Se frot los
ojos. No poda ser cierto lo que acaba de ver, pero lo haba visto, aunque de una manera muy fugaz. "Sern figuraciones mas", se dijo intentando encontrar una
explicacin. Luego, ms reposado del susto, aunque no del todo sereno, se volvi hacia ellos y les dijo:
-A ver si fuera capaz de explicaros una cosa, por si os sucede lo mismo. Aunque no s bien qu palabras emplear o por dnde comenzar... En fin all voy, que
sea lo que Dios quiera -dijo chasqueando la lengua-: Se trata del hecho de estar aqu sentado, en este remoto bar No s -Isidro se qued en silencio unos segundos-,
pues que me resulta anormalmente raro todo esto. Extrao. Igual que un cuento de terror. Nada de esto me encaja. Cmo me va a encajar, la cosa, si esto parece un
disparate! Si tenemos en cuenta que, hace escasas horas, antes de llegar a aqu, manifestaba ser un individuo tartamudo, amedrentado, cobarde, y para colmo enamorado
de una masa infecta, a la que senta como mi mujer, que me ha estado martirizando desde que nos casamos. Qu decs a eso! Y resulta que, de golpe y porrazo, me
encuentro con que soy una persona radicalmente opuesta, otro hombre diferente, que nada tiene que ver con el ablico y despreocupado Isidro de antes -se detuvo para
tomar aire y proseguir-. Perdonad si no termino de explicarlo con claridad. Pero es que todo este discurso previo viene al caso para deciros que siento un inexplicable y
poderoso influjo, una presencia incmoda a nuestro alrededor, como si alguien estuviera vigilndonos, controlando cada movimiento que hacemos. No s si lo habis
notado, o es que tal vez soy yo el nico que percibe esa impresin. No me la puedo quitar de encima, me entendis?... Es que no os dais cuenta de que soy totalmente
distinto y que esto no es normal para nada? Los cambios radicales no existen, son un fraude, un engao! -se fue enfadando conforme ms nfasis daba a sus
explicaciones. Su rostro se inund de clera, dando un puetazo sobre la mesa- Lo notis, podis notarlo en el ambiente? Algo est ocurriendo, que rebasa los lmites
de nuestra propia compresin!... Pero, no alcanzo a saber qu es!... Esto, me va a volver loco! Por Dios!
-Sernate, Isidro! Por favor! No s si entiendo bien lo que quieres decir, pero clmate! -contest Alejo, autoritario, para acallar ese acceso de clera repentina-.
En este tipo de casos, si algo tiene que ocurrir, ocurrir; si algo tiene que pasar, pasar. stas son las leyes que rigen el lado ms incomprensible y oscuro de la
naturaleza y del universo. As que no le des ms vueltas a la cabeza y estate tranquilo. No es quiz bueno para ti el que te hayas tirado a una ta de bandera, como es
Livia, y que hables ahora como un descosido, despus de aos de abrir torpemente la boca? Pues eso es lo que te tiene que importar y hacerte feliz. O acaso habas
sido antes tan dichoso como lo ests ahora, aunque pueda ser algo efmero o circunstancial? Cmo si te mueres dentro de un minuto! A ti que ms te da, no seas
gilipollas! Al fin y al cabo, eres un hombre nuevo, diferente, y te sientes rebosante de sensaciones que con anterioridad desconocas. No busques ms explicaciones,
porque, en estos casos, intentar aclarar las ideas podra asustarte de veras. Dime acaso si es normal que miles de criaturas mueran cada da de hambre en la tierra,
mientras nosotros estamos aqu, sentados, tan a gusto. Entindeme bien lo que quiero decirte: De-ham-bre -aadi, vocalizando slaba por slaba-, esto quiere decir que
no pueden llevarse a la boca ni su puta mierda por comida, porque tienen los intestinos secos. O es normal que se cometan los atropellos ms sdicos en guerras donde
un mes antes hombres y mujeres convivan con total camaradera, y luego esos mismos ilustres vecinos y compaeros del alma agarran cuchillos y se rajan las barrigas
con odio encarnizado? Isidro, si hay algo que he aprendido de esta cochina existencia es que no tiene pies ni cabeza, que hace aguas por todos lados y por mucha agua
que recojas, siempre habr una va abierta en otro lugar. Hay que sobrevivir como sea. Y si no te pegas un tiro o como yo: que me arropo en el alcohol hasta que el
cuerpo aguante, comprendes?... se es el destino!; el triste destino que tenemos! Lo dems son cuentos, pamplinas baratas! -Alejo hizo aspavientos para enfatizar
las ltimas frases, y luego se calm.
El aire qued rasgado. Roto por el silencio repentino. Los tres tomaron aire. Reflexionaban.
-Tal vez tengas razn -repuso Isidro, en tono ms sereno-. Tal vez sea como t dices.
Pero Isidro no se senta del todo convencido. Continuaba con la impresin de que sus vidas estaban siendo programadas de la misma forma que las marionetas
son movidas por hilos. "Pero qu tontera!", pens de pronto. "M e meto donde no me llaman. Aunque esa mirada... esa mirada del camarero, dnde la he visto yo
antes?"
Y quiso olvidarlo, dndole un beso a Livia.
EL BARMAN
El barman sali de repente de aquella especie de letargo que lo mantena pegado al fregadero, secando vasos y jarras de cerveza. Baj el volumen de
la msica y se dirigi hasta la puerta del local. La abri de par en par para que entrara el viento renovador de la calle. El sonido de la lluvia contra el suelo era parecido al
de una caja de cartn cuando se agujerea con un cuchillo infinidad de veces. Estaba diluviando. Un fogonazo ilumin el callejn. El agua serpenteaba calle abajo. Haca
una hora que haba sobrevenido la oscuridad, adelantada ese da por negros nubarrones situados sobre el pueblo.
-Espero que no tengamos que salir a nado -dijo irnico, el de la barba-. M e gusta ver cmo llueve, es tan escasa la lluvia en esta tierra; pero esto empieza a pasar
de claroscuro -era la primera vez que haca un comentario personal, fuera del contexto de su profesin. Ya no se limit a nombrar marcas de Whisky, vodka o cerveza-.
Parece que vamos a estar poco acompaados esta noche. De continuar as, esto va a transformarse en una velada familiar. Y, en cierto modo, no viene mal que un
hombre como yo se tome un ligero descanso, aunque sea aprovechando ocasiones de este tipo. Aqu no se cierra ni en das festivos. Y uno no est ya para tanto trote aadi jocoso, mientras encajaba las puertas con sendas cuas de madera.
-Por qu no se sienta con nosotros, amigo, y nos tomamos un trago los cuatro? -exclam Alejo, levantando la vista hacia l.
-Excelente idea. S seor. Ir a por otro vaso y una botella. Esto hay que celebrarlo.
Las mejillas del barbudo mostraban dos representativos coloretes bajo una piel cetrina y apergaminada. Posea la mirada afilada de un gato, y se clavaba en cada
uno de los personajes de forma muy particular. Era un rostro viejo, curtido, de muchos aos, con una nariz delgada y picuda.
-A esta ronda invita la casa -volvi a aadir el barman.
-Se lo agradecemos, amigo.
Alejo se detuvo un segundo para observarlo con mayor detenimiento. De pronto le pareci familiar, sin saber con exactitud de qu o por qu. Poda haberlo visto
en cualquier parte. Alguna que otra vez le haba sucedido una cosa similar, pero esta vez la corazonada cobraba mayor consistencia. Quiso preguntrselo. El barman
llegaba con la botella, un vaso y la cubitera de hielo. Todo en un viaje. Se sent enfrente de los tres, colocando la botella en el centro de la mesa.
-Disculpe amigo, s que es muy tpica la pregunta, pero, ahora que me fijo, no es posible que nos conozcamos de algo? Que nos hayamos visto en otra parte?
Su cara me resulta conocida.
De fondo se oy el fragor de un trueno, aprovechando la circunstancia de que la msica apenas se oa. A Livia se le eriz la piel sin venir a cuento y se frot los
antebrazos en busca de calor.
-Pues, a decir verdad, puede ser que nos hayamos visto con anterioridad, quin sabe, el mundo es tan pequeo.
-Qu extrao -exclam Livia de repente-. A m me ha ocurrido lo mismo al insinuarlo Alejo. Llevo toda la tarde aqu sentada y es justamente en este preciso
momento cuando su cara me resulta conocida.
-M e sucede a menudo con la gente. Debe de ser que tengo unas facciones muy expresivas y a todo el mundo le recuerdan a alguien, aunque nunca consiguen
recordar.
A Isidro le temblaban las manos. Se le cay el vaso al suelo y estall en mil pedazos. Estaba acojonado, sin motivo aparente.
-Oh, lo siento mucho! -dijo levantndose de la silla, sobresaltado-. Pero qu estpido soy!
-No se preocupe -contest el barman-, que traigo otro vaso ahora mismo y problema arreglado. Adems, fjense por dnde, creo que a partir de ahora nos vamos
a divertir, tenemos mucho tiempo por delante para hablar -y se fue hacia la barra soltando una carcajada profunda y gutural.
Cuando se el barman se alej, Isidro se dirigi hacia Livia y Alejo, y, murmurando en voz baja, dijo:
-Veis lo que os deca? No tena razn? Ahora resulta que a este hombre parecis conocerlo todos, qu casualidad. Y encima yo metera la mano en el fuego a
que hace un instante nos ech una mirada que era la maldad personificada. Ese to nos es humano, os lo digo yo, y si no, por qu estamos de repente tan inquietos y
alarmados? M rate t, Livia, ests temblando de miedo, y t Alejo, que lo persigues con la mirada con total desconfianza. A qu se debe entonces?
-Bueno el da tampoco es que acompae mucho -dijo Alejo, intentando salir del paso-, y esta mezcla de truenos, rayos y lluvia favorece que la imaginacin se
dispare por derroteros que nada tienen que ver con la realidad. Creo que nos estamos dejando llevar por los nervios, que no conducen a nada bueno, desde luego.
-A lo mejor tiene razn, Isidro -interrumpi Livia-, este lugar no es muy normal que digamos. En el tiempo que llevo en Cantina Blanca no lo haba visto antes, y
hoy, de pronto, voy y lo descubro en medio de un callejn ruinoso, entre un montn de basura y escombros Cuando yo siempre estoy al tanto de todos los garitos al
llegar a un nuevo sitio... Y, para colmo, mirad el tiempo que llevamos aqu y no entra un alma, no resulta chocante?
-M s que chocante, me resulta sobrenatural. sa es la palabra! -dijo Isidro, buscando la mejor definicin, mientras que un estremecimiento recorra su espina
dorsal.
El barman, enfrascado tras la barra en la tarea de coger un vaso para Isidro, dejaba transcurrir el tiempo, saba que ahora mismo los tres estaban hablando de l.
Siempre ocurra lo mismo, desde las pocas ms remotas. Por eso, cuando le decan que su cara resultaba familiar, l afirmaba que probablemente. Su rostro encerraba el
mal de muchos hombres, el pasado de infinitud de ellos, y era normal que se vieran reflejados en l. Dejara, por tanto, un tiempo prudencial para que los tres debatieran
sobre su persona y se fueran habituando.
Luego, abrira la tapa del juego de los deseos.
El barman no tena nombre, lo haba olvidado por completo haca ya mucho muchsimos aos. Con anterioridad, haba ejercido en casi todo tipo de
profesiones: posadero, marinero, comerciante... dependiendo de la poca en la que estuviera sumergido, pues, aunque pudiera resultar fantstico, lo cierto es que el
barman era inmortal. Y haba vivido a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. Quiz por esa circunstancia haba relegado de su memoria tantos hechos pasados.
Generalmente, su oficio favorito consista en trabajar tras un mostrador vendiendo bebida, debido a que era en lugares como sos donde se destapaban los
instintos y deseos ms bajos de los individuos. Y, as, l poda darles rienda suelta a la imaginacin y satisfacerlos. Slo as poda seguir viviendo, puesto que necesitaba
del mal de los dems para alimentarse y ser inmortal.
Que por qu?
No lo saba con certeza, haban transcurrido tantos siglos desde entonces. Quien lo pusiera en ese cargo debi de decirle que sa era su misin, que se limitara a
ella si quera continuar con vida. En cierta manera, al barman le resultaba muy fcil contentar a los dems, no se trataba ms que de deseos. Y cuando lo consegua, senta
saciado su apetito, era como si una brisa clida y reconfortante lo inundara de pronto. Pasado un tiempo, tena que cometer nuevas fechoras para compensar de nuevo
esa hambre de vida.
Y all enfrente tena a esos tres personajes, que temblaban de miedo. M iedo ante lo desconocido, ante el desconcierto de lo que se avecinaba. Pronto les pondra
las cosas claras. Las cartas en su sitio. Seguro que aceptaban las condiciones. Todos cedan, pues era un arreglo ventajoso, cruel y muy provechoso. Slo que antes de
llevar a cabo sus deseos, ellos deban estar seguros de que queran aceptar. Era como cerrar un pacto, sellar un acuerdo tcito, beneficindose ambas partes: l lograba
aumentar el tiempo de supervivencia y los otros complacer sus bajos instintos. Luego, lo que les suceda lo desconoca, le traa sin cuidado. A lo mejor iban al infierno,
si es que exista tal lugar (l ya estaba dejando de creer en casi todo), o no les pasaba nada. A l eso le traa sin cuidado, haca su trabajo y punto.
Record un caso all por el siglo XVIII en el que haca la vez de posadero en una venta cercana a un cruce de caminos, lugar donde se reunieron cuatro hermanos
para resolver qu se poda hacer con su padre, que haba enviudado, vuelto a casar con una joven mujer y concebido un hijo con sta, que ahora resultaba ser el favorito,
el que se llevara la mayor parte de la hacienda y de los bienes, pues el padre iba a preparar una nueva resolucin de ltimas voluntades. Ellos, lgicamente, se oponan a
tal decisin, pues tenan las de perder a buen seguro.
El barman se lo puso en bandeja a los cuatro, tan slo deban darle de beber, mezclado con el vino, un extracto de plantas que l mismo saba preparar. As de
simple. El bebedizo tardara unos das en hacerle mortal efecto, por lo que despus de tomarlo, lo ms indicado era que se marcharan a otro condado durante un tiempo
prudencial, as nadie podra sospechar lo ms mnimo de ellos. Los cuatro hermanos preguntaron qu les costara el misterioso brebaje. El barman les contest que no
tendran que pagar nada, corra por cuenta de la casa. Ellos aceptaron entusiasmados y guardaron la pcima.
A los pocos das el barman sinti que se alargaba su vida. As supo que lo del brebaje se haba llevado a efecto. Aquel pobre muri envenenado gracias a su
apoyo. Caso cerrado.
En otra ocasin, esto fue a principios del siglo XIX, se trat de un rico caballero que, atrado ciegamente por una bella dama, mujer casada y muy virtuosa, no
poda satisfacer el deseo de acostarse con ella. Tal pensamiento no le dejaba vivir y le tena sorbido el seso a todas horas. El caballero, que estaba en estado de
embriaguez, se lo cont esa tarde. El barman le dijo que su deseo poda verse satisfecho, slo que antes le tena que contestar que s, que estaba seguro de que quera
hacerlo. De ese modo podra regresar al da siguiente y hacer con la pareja, tanto al hombre como a la mujer, lo que le viniera en gana. Cerraron el trato. Al otro da, se
present en la posada, encontrndose nicamente con el matrimonio sentado a la mesa y la figura del misterioso barman tras el mostrador. Al pasar junto a los dos, sac
un cuchillo de grandes dimensiones que portaba bajo la levita y cosi a pualadas al marido hasta que cay fulminado al suelo en medio de un charco de sangre. La
esposa, igual que una hipnotizada, esperaba impasible en la silla, sorbiendo una copa de vino. Una vez que hubo acabado de darle muerte, cogi a la mujer y,
precipitndose hacia una de las habitaciones, saci los apetitos carnales. Ella se prest lujuriosa, como una perra en celo, lejos de sentirse apenada por el brutal
asesinato del marido, que yaca en el piso de abajo con el cuerpo destrozado y exange. Satisfecho el caballero, se march, sin querer saber nada de la mujer, que
permaneca profundamente dormida, ni del cadver del marido.
"Otro ms en la lista!", pens el barman, que notaba enriquecer su vitalidad.
El barman haba escogido estos dos ejemplos como poda haber tomado cientos. Despus de tantsimos aos de convivencia con el hombre saba que los
humanos podan ser capaces de cualquier atrocidad con su propia especie y tambin de lo contrario. Incluso llevar a cabo hechos misericordiosos mezclados con
brutalidades extremas. Haba combinaciones para todos los gustos. Como una vez le sucediera con un misionero en frica, no haca ms de veinte aos, que dndolo
todo por sus semejantes y despojado de todas sus pertenencias con una humildad digna de elogio, no hiciera los mismo con un pobre individuo del poblado que en cierta
ocasin le mostrara su repulsa al evangelizador por no querer aceptar las creencias cristianas que le quera inculcar, y ste, ni corto ni perezoso, acept el compromiso
con el barman (que en aquella ocasin actuaba como cantinero en una pensin de mala muerte) para que, al poco, el negrito apareciera ahogado en el caudaloso ro Congo
que bordeaba el territorio. El barman, que no ejerca como juez, se limit a ejecutar el deseo del religioso, y ah se las apaara cada uno con su conciencia. Si bien es
verdad que, al poco, el misionero apareci colgado en un rbol, arrepentido por la terrible felona efectuada.
As era el hombre. As de extrao e imperfecto. Y el barman no se paraba a razonar el por qu de esas actuaciones. l poda comprender al hombre como
individuo generador de sentimientos muy diferentes, pero no entender por qu llevaba a cabo acciones tan antagnicas. El ser humano era una dualidad impredecible.
Lleno de contrariedades.
El barman hoy se encontraba en el Escorpin. M aana poda estar en cualquier otra parte. Y como sujeto fiel y trabajador, su obligacin consista en no hacer
esperar ms a aquellos tres, se estaba retrasando demasiado y eso no era bueno para el negocio.
Comenzaba a estar hambriento.
Regres a la mesa con ellos, y sin ms prembulos ni circunloquios, quiso descubrir las cartas, ponerlas boca arriba y dejarlo todo claro, como
personas maduras que eran: Qu haras t, Alejo, si entrara por esa puerta el mismo hombre que atropell a tu mujer y a tu hija? Y t, Livia, no te gustara vengarte de
Sergio, el chico que ech a perder tu vida? O t, Isidro, qu te gustara hacerle al cabrn de tu cuado si te lo pusieran enfrente?
Al principio, se quedaron mudos, sin aliento. Creyeron que aquel to de barba luenga y mirada desgarradora estaba loco de atar. Pero no, ese tipo no menta.
Tenan la profunda y arraigada conviccin de que lo que les estaba proponiendo iba en serio, muy en serio; y que podran ver satisfechos sus ms firmes deseos de
venganza. No se trataba de dar marcha atrs en el reloj biolgico y volver a empezar, eso era materialmente imposible, estaba prohibido por no se saba quin, pero s
dar rienda suelta a los instintos, hacer lo que quisieran con aquel personaje, ruin y miserable, que en un momento de sus historias les oblig a cambiar de carril, entrando
en una ruta equivocada, que nada tena que ver con lo que ellos esperaban en el futuro. Un futuro ms prometedor.
sa era la propuesta. Slo tenan que contestar con una afirmacin, no haba que firmar papeles ni documentos. Simplemente manifestar que estaban de acuerdo.
Ya est, as de fcil.
Aceptaron de buena gana los tres, como hacan todos.
M uy pocos se resistan a las excelentes propuestas del barman, a excepcin de aquella ocasin en el desierto que, tentando a un hombre, ste se negara por tres
veces, y eso que le puso ciudades enteras a sus pies y hombres esclavos para que le sirvieran a su plena voluntad. Todo fue intil. No hubo manera. Cualquier otro
hubiera mordido el anzuelo. Un hombre ntegro ese julandrn; un to duro, con esa mirada tan desacostumbrada e inusual en un mortal, que incluso le hizo dudar a l
mismo. En un tris estuvo de abandonar el trabajo de las tentaciones y dejarse arrastrar por la seductora personalidad del individuo. Aqul fue un caso especial. All no
hubo trueque que sirviera de algo. Al otro no le obsesionaba nada ni ambicionaba nada. Lo tena crudo por tanto cuando recibi la orden (no saba de quin ni cmo pero
lleg a su mente con claridad meridiana) de que tena que ofrecerle lo ms sugestivo y atrayente para intentar conquistarlo. Hacer cuanto pudiera o estuviera en su mano.
Si lo consegua se alargara su vida casi al infinito. Y el barman presenta que as era, que no era una vulgar mentira, y que aquel trabajo tena su peso en oro como
recompensa.
Pero fall. Haba sido la nica vez.
El barman les dijo a los tres que esperaran un poco, que su hombre deba de estar al caer. M ientras, se tomaran otro trago, volva a invitar la casa. Esa noche, el
de la barba, se mostraba generoso.
-Eso s -exclam tajante-, tened una cosa muy presente: No tocadle un pelo a ese hombre hasta que yo lo ordene.
Al poco de decir la frase, un rayo ilumin la entrada del Escorpin, una luz plateada que dej sombras en la puerta. Cuatro segundos despus, retumb el trueno,
haciendo vibrar las paredes y el suelo. Justo en ese instante, entr en el local un tipejo empapado de agua. Enjuto, cabizbajo, de corta estatura, con el rostro muy
moreno y sin afeitar. Llevaba un mono azul, manchado de grasa. Atraves la puerta y se dirigi hacia la barra. Dio las buenas noches con voz tmida, tan flojo el tono
que los otros ni siquiera lo oyeron. Al barman se le achinaron los ojos, mostrando la ms abiertas de sus sonrisas. Ojos achinados, ceudos, de los que traman algo. Se
fue tras el mostrador para servirle una copa al recin llegado. Iba frotndose las manos.
A pesar del aspecto vulgar y corriente que el hombre posea, los otros tres creyeron ver en ese tipo a su ms feroz enemigo, a aqul que les haba usurpado la
felicidad, la persona que cambi el rumbo de sus destinos y los llev en direccin a un lugar maldito, un lugar cuyo nombre es tragedia. As Livia vea al sdico Sergio,
Isidro al inepto conspirador de su cuado y Alejo al descuidado y loco conductor que atropell a su mujer y a su hija. Era una imagen ntida la que tenan. Los tres
estaban seguros de que era l. Sin embargo, el aparente enemigo no pareca reconocerlos. "Est disimulando", pensaron. El odio de los tres era una energa contenida,
situada a flor de piel, sin poder darle salida. M iraron al barman, pero ste les hizo seal de que esperaran, an no haba llegado el momento.
-Le pongo algo seor?
El fulano levant la cabeza, retrep el taburete hasta colocarse encima y pidi un brandy. Las piernas le colgaban como a un mueco de trapo en lo alto de una
estantera. Todava conservaba algo de dinero y haba pensado gastrselo en priva; las tormentas le daban pnico, era un marchamo que guardaba desde cro, y quera
ponerse ciego a copas, la noche sera as ms llevadera. Despus, buscara algn puente o un techado cualquiera, que sirviera de cobijo para echar un sueo. Estaba
calado hasta los tutanos, necesitaba restablecerse con algo de alcohol. M aana pensara en arreglrselas como bien pudiera. Onofre Garca nunca se preocupaba por el
maana, se limitaba al da a da.
Ech un vistazo general al bar. Por qu lo miraban tanto aquellos tres? Se sinti ridculo y ech un repaso a sus propias ropas. "Sera por el mono de currante
que llevaba", supuso. Estaba habituado a que lo miraran con desprecio, como a un apestado, y tener que aguantarse. En el fondo no era ms que un vagabundo que se
ganaba el sustento lo mejor que poda. En algunos lugares no le dejaban pasar. All, en cambio, pareca que no iba a tener problema, por lo menos el barman le estaba
sirviendo el brandy que acababa de solicitar. De seguir en la buena direccin, se pedira todas las copas que su apretado bolsillo le permitiera.
Onofre era un fracasado. Y los sueos de una vida mejor haban pasado de largo. Ahora slo le preocupaba que su estmago estuviera contento, bien de comida
bien de alcohol. Lo dems, sobraba. Porque Onofre no aspiraba a ms.
ONOFRE GARCA
Onofre haba nacido en el seno de una familia modesta. Bueno, ms que modesta, comida por las deudas, que era an peor. Su padre, persona
irascible, de mal temple, haba sido capataz de construccin. Pero, debido a su aficin empedernida al vino y al aguardiente, lo mand todo al carajo un da que tuvo una
trifulca con uno de los chavales que trabajaba en la plantilla. Las desavenencias llegaron no porque el chico fuera mal trabajador o persona poco disciplinada, sino por
ser el hijo de quien era: el vstago de un carpintero, vecino del barrio de Juan de Dios (as era como se llamaba el padre de Onofre) con quien se llevaba a matar, ya que el
artesano de la madera, de joven, haba sido novio de la Adelaida (la mujer de Juande y madre de Onofre) y el primero que se la beneficiara. Y eso Juan de Dios no haba
conseguido asimilarlo del todo; lo que le ocasion, desde que se casara con ella, un serio retintn de poco hombre y mal follador. As que un buen da salt la chispa que
complicara un poco ms, si cabe, su torturada existencia. Y todo porque el chico lleg con cierto retraso al trabajo, y el hombre, que se la tena guardada a la ms mnima
que hiciera por lo anteriormente expuesto, comenz a insultarlo y a soltarle improperios de mala estofa, de tal modo que, mientras las deca, se le fue subiendo la ginebra
recin ingerida a la cabeza y, sediento de venganza como estaba, le propin tal paliza, que dej baldado al chiquillo alrededor de tres semanas. Aquello le cost el
puesto, y el que nadie lo quisiera contratar en otra obra. Desde entonces estuvo parado y sin un chavo que echarse al pantaln. A partir de ah, se consagr a la bebida
en exclusiva, convirtindose en un borrachuzo las veinticuatro horas del da. Adelaida, cuya inocente desvirgada supondra una cruz impuesta desde el cielo, se dedic
como buenamente pudo a fregar escaleras y limpiar casas por horas. M as no le dur mucho la alegra del trabajo porque, debido a lo horrible de su penitencia, tambin
se le peg eso de empinar el codo para sentirse aliviada de las palizas del Juande y de las preocupaciones familiares, hurgando en las casas donde faenaba en busca del
codiciado lquido, perdido el norte cuando la encontraban, bien en un vaivn continuo, como barco en medio de la tormenta, bien en estado vegetativo, tumbada en
cualquier parte. Por lo que se vio pronto en la calle, sin otra asignacin ni oficio que seguir dndole al frasco a costa de pedir y mendigar por ah.
Debido a la nefasta constancia con el alcohol, a la pareja se le fue agriando la leche de manera demonaca y malvada, y slo la violencia desatinada e irracional con
el bueno de Onofre daba cierta salida a las frustraciones arrastradas por el matrimonio, de tal modo que el cro, unas veces amaneca con quemaduras de cigarrillo en el
vientre o con moratones y lisiados en la cabeza. Por eso, desde bien pequeo las palizas que recibiera se haban convertido en costumbre, como el comer y el beber, y el
da que no le pegaban, Onofre senta como que le faltaba algo. Pero a la larga, un da y otro y otro se hacan muy cuesta arriba, hasta que una noche, que contaba l con
doce aos, lleg el padre totalmente ebrio, con la cara machacada de hostias, y no se le ocurri otra cosa mejor que pagarla con l, pero esta vez no iba a ser con las
manos, a base de sencillas bofetadas o ligeros puetazos, ni con los pies como en anteriores ocasiones, sino que cogi un cuchillo de la cocina y le reban un trozo de
oreja, porque le sali de los huevos. Su madre, que lleg cinco minutos despus de sucedido el percance, ni siquiera se dio cuenta de los terribles gritos que su hijo
profera por el dolor y el acojono, y se fue directamente al catre de la curda que arrastraba, hacindose un lado como pudo junto al energmeno de Juan de Dios.
Acto seguido, Onofre se puso un trapo en el odo para intentar detener la hemorragia. Y sali por la puerta, horrorizado, para nunca ms volver.
"Esos tipos me miran demasiado. Qu querrn de m?", pens, escamado. Una sombra intuicin comenz a nublar sus pensamientos. Los ojos
que le echaban esos tres eran ojos de fieras rabiosas, hambrientas de no saba qu. "M e dar la vuelta y evitar as sus miradas". Por hacer algo y distraer la atencin, se
puso a contar las jarras de cerveza que colgaban de los ganchos hasta que consigui calmarse; cada una de las jarras llevaba dibujado el smbolo de una marca diferente de
cerveza. El barman le rellen la copa sin que l se lo pidiera: "Invita la casa", dijo. "M enos mal que hay alguien que se enrolla aqu". Y le dio las gracias.
-Sabe dnde puedo encontrar trabajo? Acabo de llegar al pueblo y no conozco nada -le pregunt Onofre, agradecido todava.
-Amigo, creo que no debe preocuparse por el trabajo, en Cantina Blanca no suele faltar. Desde luego, ha venido usted al lugar idneo. As que lo mejor que puede
hacer es disfrutar de su copa, sin ms complicaciones. Por aqu viene mucha gente que tiene negocios propios y que est deseosa de contratar a gente nueva. Es posible
que trabando conversacin con ellos pueda encontrar algo que le interese. Confe en m, ya ver cmo lo que le digo es cierto.
El poder de persuasin del barman y lo extremado de su magnetismo lo convenci por completo. Onofre se sinti arropado y dej de intranquilizarse. El trabajo
le llegara solo. "Qu cojonudo que es este sitio", pens el infeliz, "presiento que este lugar ser el definitivo. Aqu es dnde voy a quedarme para siempre".
Onofre se haba pasado los ltimos meses buscando un trabajo con desesperacin, una ocupacin que pudiera sacarlo de la indigencia absoluta, aunque an no
hubiera sido capaz de encontrarlo, porque su corta edad, dieciocho aos, y su aspecto frgil, escuchimizado y ridculo, haca que lo trataran como a un pelele, y la
mayora de los que le contrataban terminaban por no pagarle. Pero esta vez, las cosas iban a cambiar, estaba seguro de ello...
Onofre, al huir aquella noche de casa, tom conciencia de que acababa de convertirse en un vagabundo. Err por calles oscuras, el cuerpo dolorido
y atolondrado, sin saber qu hacer. Hacia esa direccin confusa iban encaminadas sus ideas, cuando, al doblar la avenida a la derecha, se top de golpe con un parque. En
medio, haba una pequea fuente con forma de cabeza de len. De la boca manaba agua. Cogi el trapo ensangrentado y lo lav repetidas veces. La sangre embadurn las
aguas embalsadas que fluan del incansable surtidor. Al colocrselo otra vez en la oreja sinti alivio, el agua estaba tan fra que le hizo olvidar el dolor. Ahora pareca que
sangraba menos la herida. Onofre no tena idea de dnde se encontraba. Deba de estar en la otra punta de la ciudad, a juzgar por la cantidad de pasos que haba dado, y
aunque quisiera regresar a casa, no saba muy bien cmo hacerlo. De todas maneras, no pensaba volver, eso significara su muerte, ms tarde o ms temprano. Esta vez
haba sido, simplemente, la amputacin de un trozo de oreja. Quin le garantizaba a l que la prxima vez no fuese una pualada en el vientre. Senta por sus padres un
profundo odio, pero al mismo tiempo, y sin saber por qu, los necesitaba. Quiz fuera por el estado de abatimiento en que se encontraba, quiz por pura necesidad, o
quiz porque no conoca otros seres humanos que no fueran sus padres.
El sueo lo estaba venciendo, molido como estaba, los prpados eran pesadas losas de mrmol. Vio un barracn a la izquierda del parque en el que seguramente
se llevaban a cabo conciertos musicales durante fechas veraniegas. Se dirigi hasta all. Entre medio del entarimado, por uno de los laterales, haba una trampilla sin
candado. Tir de ella y vio que haba un pequeo espacio con tiles y herramientas. Caba dentro perfectamente, as que se acurruc y se qued dormido en seguida.
M aana pensara en algo.
Se despert al amanecer, tiritando de fro. Al incorporarse tropez la cabeza con el bajo techo del cobertizo. Record que se encontraba en una especie de
madriguera, a oscuras por completo. Tanteando, consigui encontrar la portezuela y sali al exterior. Naturalmente, a esas horas, el parque estaba vaco. Se oa el trino
de los gorriones. La oreja le dola bastante ms que ayer. Fue de nuevo a la fuente y termin de quitarse los restos de sangre. Esta vez con mucho cuidado, pues se haba
adherido la costra.
Las tripas se contorsionaban en su vientre del hambre que senta, y lo peor era que no haba nada que echarse al estmago. Se puso a caminar sin direccin fija.
Al atravesar una calle se encontr con un chusco de pan enmohecido y se lo ech a la boca. Saba a rayos, pero no le import, el hambre era mala consejera, y quera
acallarla para pensar con ms calma. Sigui caminando, perdido entre calles y ms calles, hasta terminar en el extrarradio, en una de las carreteras de salida de la gran
ciudad. Se coloc junto al arcn y se puso a hacer autoestop. La cosa estaba un poco complicada puesto que, a las cinco y media de la madrugada, pocos coches
transitaban la va. Al cabo de una hora se detuvo un trailer de gran tonelaje. El camionero le pregunt hacia dnde se diriga. Onofre dijo que a ningn lugar en concreto,
que se iba a recorrer mundo. Le dijo que subiera. "Cuando quieras bajarte, vas y me lo dices, de acuerdo? Yo voy al extranjero, as que bajndote del camin antes de
llegar a la frontera, me da igual donde te quedes". Asinti con un encogimiento tmido de hombros y se puso a curiosear la cantidad de botones y palanquitas que llevaba
el cuadro de mandos. A la media hora de haber emprendido el viaje se dio cuenta de que el camionero no le quitaba ojo de encima. A lo mejor son figuraciones mas",
pens. Pero era evidente que no, que el conductor lo miraba de reojo, sin parar.
-Ser mejor que paremos en el primer peaje que encontremos y comamos algo. Seguro que debes de estar hambriento, a que s, muchacho?
Or la palabra comida son a msica celestial. Record que sus tripas seguan rabiosas y desangeladas.
-M uy bien, como usted diga -contest Onofre, muy modoso.
-Oh!, no tienes que hablarme de usted, eso me hace parecer an ms viejo. Llmame si quieres M arco, se es mi nombre. En la litera llevo un par de bocadillos
de tortilla de patatas, en cuanto nos detengamos nos sentamos atrs y nos los tomamos con dos coca colas, ok? -el camionero acerc la mano hasta la pierna de Onofre
y le dio un suave apretn en el muslo. ste se encogi, arredrado-. Eres muy valiente viajando slo por estos mundos de Dios, sabes? Pero conmigo no tienes que
sobresaltarte. Soy un buen tipo -el camionero solt una mano del volante y se dio un apretn en la entrepierna, que estaba bastante abultada y, sin quitar la vista del
chico, se relami los labios con fruicin. Onofre se puso a temblar de manera inconsciente. Tena la mosca pegada a la oreja, y no precisamente por la sangre costrosa.
Comenz a olerse que algo no iba bien.
El conductor se desvi en el primer peaje que encontr en la autova. Aparte de su vehculo, no haba ningn otro aparcado. Cuando se detuvo, Onofre intent
abrir la portezuela y salir corriendo, por si acaso, pero no saba cmo demonios hacerlo, pues la puerta se resista con tenacidad. Las lgrimas asomaron a los ojos. Y le
dijo al camionero, entre ligeros sollozos, perdida la serenidad, que por favor le abriera, que se estaba orinando y no poda aguantarse por ms tiempo. Pero ste
manifest que antes de eso tena que hacerle a l un pequeo favor y que luego podra salir a orinar cuantas veces quisiera. Terminado de decir aquello, el camionero se
sac el pene, enhiesto de pura lujuria, de una horrible coloracin entre violcea oscura y negra, semejante al color de las morcillas recin hechas, y, cogiendo al pequeo
Onofre del pelo, se abalanz sobre l, obligndolo a situarse en la litera que haba tras los asientos; y, all mismo, desatado el instinto de la depravacin, lo puso boca
abajo, le aplast la cabeza contra el colchn, mientras que con la otra mano le bajaba los pantalones y se colocaba luego encima, dejando caer el pesado cuerpo contra el
suyo, ensartndole con precipitacin y brutalidad el miembro por el culo, llegando a desgarrar las paredes del ano. El camionero menospreciaba los lamentos del chico,
que gritaba a rabiar por el suplicio y la tortura a que estaba siendo sometido, rompiendo el sdico silencio del interior de la cabina del camin.
Una vez que hubo eyaculado, abri la puerta y lo sac de un empelln.
-Ya puedes mear todo lo que quieras. Es tu turno -le dijo con chulera y desdn al tiempo que se suba la cremallera del pantaln, salpicado por unas cuantas
gotas de esperma-. Ahora me debes un favor t a m: Si tenas problemas de estreimiento, ya sabes que se te han acabado -y solt una maliciosa carcajada, lanzando el
hatillo de Onofre a sus pies, al mismo tiempo que se sentaba sobre el asiento del camin. Arranc rpido y se march, sin volverse siquiera hacia el chiquillo, que
permaneca mirando sus pertenencias en el suelo, totalmente ido, abatido por un horrible dolor en el trasero y con miedo de tocrselo, pues tena la sensacin de que le
haban insertado un pual afilado.
Ni pudo ni quiso permanecer por ms tiempo paralizado en el peaje, como un simple espantapjaros, y, muerto de miedo, se larg por entre medio del campo.
Estuvo vagando varios das, pasando un hambre atroz, robando comida cuando pasaba cerca de un casero o por los alrededores de un pueblo. Aprovechaba el ms
mnimo descuido para colarse en las cocinas y arramblar con lo primero que pillaba. M s de una vez tuvo que salir corriendo al pillarlo in fraganti, pero era demasiado
veloz y nunca conseguan atraparlo debido a su complexin delgaducha y al pavor que insuflaban las piernas.
As transcurri la aventura de su xodo campestre, hasta que lleg a una nueva ciudad. All pens que resultara ms fcil buscarse la vida que deambulando por
entre medio de caminos solitarios y campos de cultivo.
Los primeros das se dedic a pasear por calles cntricas, en los lugares ms frecuentados por los turistas, donde la concurrencia se sentaba a tomar tapas y
bocadillos. Onofre esperaba entonces a que terminaran de levantarse de sus asientos para recoger los bocados sobrantes, salir a toda prisa y devorarlos en una esquina
con el mpetu inagotable del que est en crecimiento y falto de alimento. Estaba convencido de que era menudo como consecuencia de la hambruna, las palizas y las
penalidades varias que haba pasado desde el nacimiento. Prefera robar comida a mendigar dinero por miedo a acabar en un correccional de menores. Eso le produca un
miedo irracional. Haba odo que en lugares de esa ndole maltrataban a los chavales con ltigos y despus los metan en grutas oscuras, los encadenaban a las paredes y
dejaban que se pudrieran de hambre y necesidad. Y a l le sobraban esas espeluznantes crceles, fruto sobre todo de pesadillas solitarias y nocturnas. Adems, contaba
con la ventaja de que haba encontrado un refugio en las afueras. Se trataba de una casa abandonada y ruinosa, pero al menos le proporcionaba cobijo y proteccin los
das de lluvia y fro.
Al cabo de un tiempo de merodeos frecuentes por el entramado de callejuelas de la ciudad, de conocer los ms escabrosos lugares de vicio y vejacin, pens que
tena que ganar un dinero si quera sobrevivir, que no era slo cuestin de llenar el estmago y mantenerlo acallado. As fue como se percat de que haba numerosos
fulanos que salan a las calles a la hora en que la poblacin comenzaba a bostezar. Se dedicaban a buscar cartones, papeles, metales; cualquier tipo de desperdicio en los
contenedores de basura. Un oficio de desahuciados, un submundo marginal de pobreza y miseria al que no le quedaba ms remedio que acceder. En dicha labor re
recogida andaba un viejo enjuto, desgastados los huesos de tanto chupar calle y con pinta de loco, cuando Onofre lo abord para preguntarle qu haca con todos esos
desperdicios que, en apariencia, carecan de utilidad. "Se los llevo a Pedro 'El Usura' que tiene un almacn de cosas inservibles en la calle del Cristo desamparado", le
contest el viejo. "Yo, la verdad, que no s qu hace con ellos, igual los colecciona, pero a m al menos me proporciona unas perras p vino, tabaco y p calentarme el
estmago si me da la gana", repuso orgulloso, igual que un ejecutivo de ventas, mientras se rascaba un verruga sangrante que tena en la sien.
Al da siguiente, se fue hasta una gran superficie de comestibles y, en un descuido, se llev un carrito de la compra, herramienta imprescindible para comenzar a
trabajar y pilar fundamental en su utilizacin como vehculo de carga pesada. Esa misma noche se puso a revisar, curioso, los contenedores de basura que le pillaban al
paso; en especial los de las zonas comerciales e hipermercados, que era donde ms abundaban los papeles, embalajes y cajas de cartn. Los iba prensando y colocando
de manera ordenada, atndolos con cordeles que encontraba en la misma basura para aprovechar mejor el espacio del carrito, representara ms dinero cuando se los
llevara al "Usura". Acabada la jornada aquel da, se senta extenuado de tanto andar buscando contenedores, de ir alargando el cuello para meter la cabeza dentro y de
tragarse los olores nauseabundos de restos en descomposicin, pero cuando le entreg el material a Pedro "El Usura" y ste le dio sus primeros emolumentos se le quit
de repente la incomodidad de las cervicales, la irritacin de nariz y se march radiante a su guarida. Aunque no era mucho dinero lo percibido, podra ir ahorrando para
comprarse algunas latas de conserva, embutido, pan y algo de ropa, pues la poca que llevaba consigo estaba hecha polvo. Adems, se le estaba quedando chica.
Desde entonces, sala a diario a la busca y captura del cartn abandonado, contabilizando los contenedores ms ricos en el codiciado material y buscando en las
horas ms adecuadas del atardecer o de la noche, segn horario del comercio. El carrito de la compra se convirti en una especie de prolongacin de sus brazos, en una
costumbre diaria, de tal modo que se senta extrao cuando no lo iba empujando. Con el transcurrir de los das, se apercibi enseguida de que, "El Usura", cada vez le iba
dando menos dinero, a pesar de recoger lo misma cantidad o ms de materiales de desecho que al principio: "Esto es lo que hay hoy", le deca con gesto austero y
apenado, "realmente lo de los cartones y papeles se est poniendo pero que muy difcil. Esto ya no es lo que era", y se sacaba unas monedas, depositndolas
sopesadamente sobre la mano de Onofre, como si de esta manera pareciera que le estaba dando un considerable capital.
La ilusin con que haba emprendido la aventura empresarial fue disminuyendo en proporcin directa a como aminoraba el capital percibido. Onofre se resignaba
por saberse dbil y no ver ms salida que sa para su mejor mantenimiento.
No obstante, la fortuna quiso que dejara el trabajo de los desperdicios el da en que conoci al Bitn, un gitanillo de su misma edad, despierto y espabilado. Todo
lo contrario a l. Sucedi a raz de una disputa que tuvo con un borracho que quera sisarle las pertenencias de un contenedor. "Te voy a matar como no te largues de
aqu", balbuceaba colrico, en una especie de trabalenguas pegajoso, enigmtico y violento. Onofre ya estaba reculando debido a las amenazas proferidas cuando
apareci repentinamente el Bitn y le dijo al embriagado que se largara de all ahora mismo o llamaba a sus hermanos para que le dieran una buena somanta de hostias. El
borracho, que no saba si crerselo o no, opt por escabullirse de all, dado el aspecto agitanado y choricero del presunto.
Entre el Bitn y Onofre surgi pronto una camaradera sustentada por la necesidad de dinero, porque el gitanillo tambin se buscaba la vida por esos mundos de
Dios, aunque de una forma ms eficiente, y le propuso a Onofre formar un tndem de negocio. l era el segundo mayor de cuatro hermanos de una familia cal. A su
padre lo haban matado en una reyerta gitana como consecuencia de rivalidades con otra familia, y su madre estaba impedida de cintura para abajo debido a un atropello
cuando vena de pedir limosna. En vista de las desdichas y el estado precario en el que se situ la familia, el hermano mayor, que contaba con tan slo diecinueve aos
por aquel entonces, tuvo que sacar a la familia adelante, metindose a trapicheador de hachs y marihuana. El Bitn haba pasado as a convertirse, con catorce aos, de
chaval haragn y perezoso las veinticuatro horas del da, a camello de poca monta y brazo derecho de confianza de su hermano Gervasio, que era el que le
proporcionaba el gnero drogodependiente. Y su cometido sera la distribucin y reparto de material por lugares como institutos, colegios, salas de juegos y reas de
esparcimiento diversas. "Ahora seremos dos y podremos repartirnos las zonas mejor. Luego, a poner la mano, que el Gervasio se enrolla", le explic.
El gitanillo le fue mostrando los puntos de venta calientes donde deba proceder al reparto, le present a los clientes ms asiduos para que se conocieran y
tomara confianza. A partir de ahora, l sera el nuevo distribuidor de estupefacientes en ese sector.
Cada maana el Bitn pasaba a despertarlo por la chabola en ruinas y le pasaba el gnero a repartir ese da. M aterial que llevaban dividido en posturas de
diferentes pesos y tamaos. "Si seguimos as pronto nos haremos ricos y dejaremos de dar bandazos como unos colgaos por la calle", le deca. Onofre se mostraba
encantado de ganar dinero de una manera tan sencilla. Por cada postura o fraccin vendida el Gervasio les garantizaba un pequeo tanto por ciento, y como se venda
bien, pronto Onofre fue capaz de ir ahorrando una cantidad suficiente de dinero. Cuando daban por finalizada la jornada, normalmente a media tarde, los dos amigos se
reunan en una sala de videojuegos, y despus de tomarse unas latas de cerveza, se marchaban a casa del cal, donde el Gervasio los aguardaba para cerrar la caja del da,
siempre a espaldas de la madre, que prefera cerrar los ojos ante la evidencia de que sus propios hijos estaban realizando un trabajo fuera de la ley. Luego, tras el reparto
econmico, volvan a marcharse, esta vez para dar una vuelta por ah y entretenerse. "Vente que te voy a presentar a dos chorbas que son ms putas que las gallinas y
se dejan meter mano por cuatro perras", le dijo un da a Onofre, hecho un gallito.
A las dos chicas, que tendran unos diecisis aos, no ms, se las encontraron sentadas en la puerta de una conocida hamburguesera. El Bitn las llam con un
silbido y ellas, conocedoras de la seal, acudieron solcitas. "Hola, os presento a mi amigo Onofre", dijo, sonriente, mientras coga a una de ellas por la cintura. Decan
llamarse Vanesa y Nancy, pero el gitanillo le dijo a Onofre al odo que esos no eran sus verdaderos nombres, que como todas las putas se lo haban cambiado para darse
mayor importancia. "sta es la tuya", aadi sealndole a la morena, que llevaba unas mallas azul metalizado que se ajustaban a piernas y caderas como si le fueran a
cortar la sangre. Decidieron irse a celebrar la fiesta a la casa cochambrosa de Onofre, all nadie los molestara para llevar a cabo sus voluptuosos desmanes. Antes se
acercaron hasta el supermercado y compraron un par de botellas para calentar motores, siempre sentaban bien unos traguitos, sobre todo de Whisky, le retrasaban a uno
la eyaculacin. Era un truco que se tena bien aprendido el gitanillo.
El Bitn se situ en un colchn sin sbanas, lleno de suciedad y porquera. La chica, al igual que una profesional, comenz a besarlo y meterle mano por encima,
desabrochndole luego el pantaln con mucha urgencia para llevar a cabo una follada. M ientras, en la otra habitacin, Onofre se mantena tenso y angustiado, incapaz de
que su miembro se levantara. Vanesa, por el contrario, se mostraba hacendosa trajinndole el paquete, pero era imposible enderezar aquel instrumento. Onofre lo achac
a que era la primera vez que se enrollaba con alguien del sexo contrario; pero luego, al ver que acudan a su mente imgenes en extraas circunstancias erticas con su
amigo, donde se imaginaba a los dos morrendose y tocndose, se dio cuenta de que lo que en rigor le gustaba eran los seres de su misma naturaleza, sacando en claro
que era poseedor de la condicin homosexual, y que la sodoma llevada a efecto aquel espantoso da por el camionero lo haba marcado para siempre.
Fue toda una sorpresa descubrir que estaba enamorado de su amigo. Tuvieron que darse aquella serie de factores ambientales para que se le abriesen los ojos.
Onofre temi que su amigo se pudiera enterar, y decidi entonces llevarlo por dentro, en atormentado silencio. M uchos das fueron los que se mantuvo as, con el
ocultamiento y la incertidumbre ante la posible prdida de un ser querido.
Una maana de primavera, en la que corra una temperatura ms veraniega que primaveral, Onofre aguardaba, como cualquier otra jornada, a que llegara el Bitn e
irse juntos de trapicheo. Pero esa maana se estaba retrasando demasiado. Y no era normal. Su amigo era de una extremada puntualidad para el tema de los negocios y ya
eran las doce del medioda. Nervioso, aguard un poco ms, no fuera a ser que llegara por otro camino, cosa que le extraara mucho. Al cabo de un rato largo, viendo
que no se presentaba, decidi ir a buscarlo. Se lo encontr a medio camino, en lo alto de un montculo. Lloraba desconsolado. "Qu te ocurre?", le pregunt, al verlo en
ese estado de congoja. "Es por el Gervasio, lo ha trincao la pasma esta madrug y han requisao t el material que haba en la casa. Y ahora no s de qu vamos a vivir."
Onofre sin saber qu hacer ni cmo actuar, invadido por un sentimiento repentino de amor, ternura y erotismo, quiso darle merecido consuelo a su amigo, y no se le
ocurri otra cosa mejor que abrazarlo y lanzarle un deseado beso en la boca. El gitanillo, confuso y desorientado al principio, termin finalmente por levantarse irritado
y, muerto de asco, se frot los morros, como queriendo quitarse el virus de la peste bubnica, escupi en el suelo varias veces y comenz a gritarle: "maricn, que eres
un maricn", soltndole numerosas patadas en la cabeza con el desconcierto y la rabia de un trastornado mental. "Pero cmo estaba yo, p no darme cuenta, hijoputa" y
continuaba con las patadas. Onofre permaneca en el suelo hecho un ovillo, encogido, sangrando por los pmulos, los ojos, las orejas. No haba zona que no estuviera
lesionada. Se llev las manos a la cara para intentar amortiguar los golpes hasta que perdi el sentido. El Bitn estaba fuera de si, enfurecido: "No quiero verte el pelo
ms, so maricn; si te vuelvo a ver otra vez te mato", mascull mientras se alejaba del all. Dejando abandonado a su suerte al bueno de Onofre, que yaca inconsciente y
medio muerto en lo alto del montculo.
-Aprovechando que estamos hablando de empleo, le dir una cosa, si me lo permite, que quiz le pueda interesar: Por aqu viene mucho un cliente de los ms
potentados del pueblo -le comentaba el barman a Onofre, mientras ste, atento, apuraba la copa de brandy de un trago-. Empez hace veinte aos vendiendo huevos por
las casas. Los reparta en una vieja bicicleta, heredada de su abuelo, pues no tena ni para comprarse una. Cada da, se recorra prcticamente todo el pueblo, llamando de
puerta en puerta. Y gracias a su mucho esfuerzo y tesn logr alcanzar su sueo dorado, que era poseer una cadena de joyeras -Onofre puso gesto de no acabar de
entender el mensaje. El barman se dio cuenta de ello y continu hablando-. Usted, caballero, me dir qu tienen que ver las joyas con los huevos. Pues muy simple. En
cuanto se lo explique, lo entender. El individuo, en cuestin, hombre habilidoso y despierto donde los haya, al mismo tiempo que aprovechaba las visitas para vender
los huevos, decidi hacerse de un muestrario de baratijas y bisutera de poca monta, compradas por cuatro perras, en la capital. Imagino que usted, a quien tambin se le
ve una persona despierta -Onofre se sinti reconfortado de orgullo y contento ante el comentario del barman-, ya debe haber intuido que la mayora de la clientela eran
amas de casa. Y como se tena ganada la confianza de todas ellas, result muy sencillo ensearle el muestrario de joyas, sin ningn tipo de compromiso. La curiosidad de
las mujeres por ver sortijas, cadenas y pendientes lograba que mordieran el anzuelo y terminaran comprando alguna que otra cosa. Y poco a poco fue ampliando el
muestrario. Pero aqu no se acaba la cosa -continu el barman-, sino que, como esta persona tena fino olfato comercial, daba facilidades de pago para que pudieran
obtener alhajas de mayor cuanta. As pas de las baratijas a poseer anillos y pulseras de oro de gran pureza y, de ah, a llevar piedras preciosas y relojes de alta gama.
Pasado el tiempo logr dejar las agotadoras visitas a domicilio de una vez por todas para montar su primera joyera. Luego vendran ms.
Onofre suspir de envidia. l siempre haba deseado ser alguien as, alguien hecho a s mismo. Puf, eso sera lo mximo. Salir de la nada y hacerse de oro sin
tener que rendir cuentas a un superior, pens. Pero esa idea estaba tan lejana, a tantos aos luz de sus circunstancias personales, que la haba desechado por
resignacin. Los palos recibidos, aun siendo su vida demasiado corta, haban sido muchos, y, slo en sueos, fantaseaba con historias de ese tipo. Onofre haba sido
despreciado por el destino, vapuleado y maltratado, y por todo ello buscaba con insistencia una salida a tanto horror. El horror del abandono, de la soledad, del castigo,
de la pobreza. Quin era Dios para tratarlo de esa manera; quin se crea que era para que todo le saliera mal. Alguna vez pens en suicidarse, pero no tena valor
suficiente ni agallas para hacerlo, porque en el fondo era un perdedor.
Ahora crea poder alcanzar ese estado de equilibrio que tanto ansiaba, al menos el barman as se lo haba asegurado: Aquel era un pueblo agradecido, acert a
decirle.
Onofre divis una minscula rendija de luz entre tanta desesperanza.
"Quiz ahora cambie mi suerte, por qu cojones no puede cambiar?"
En uno de los emplazamientos previos a su llegada a Cantina Blanca, consigui encontrar trabajo en una chatarrera. El dueo, persona
hipocondraca, de unos cincuenta aos, aquejada de mltiples dolencias imaginarias, le compraba a Onofre cuantos cartones, papeles, hierros oxidados y dems desechos
industriales encontraba al paso. El chico haba regresado a sus inicios, a sus races primigenias. La idea de traficar con drogas la descart por completo, resultaba
peligroso no poseer buenos contactos con el mundo el hampa que pudieran facilitar la tarea.
Enrique, que as se llamaba el chatarrero, se iba haciendo mayor para las labores pesadas de carga y descarga, ello supona una dificultosa traba para la artrosis
galopante que, segn crea, vena padeciendo en los ltimos meses. Cuando vio aparecer con cierta frecuencia a aquel muchacho que, aun siendo desgarbado y poquita
cosa, poda muy bien ajustarse a sus planes, le propuso la posibilidad de convertirse en su asistente, obteniendo as un trabajo estable en una poca difcil como aqulla,
donde los oficios escaseaban. A Onofre la idea le pareci estupenda. "M aana mismo te quiero aqu", le dijo Enrique. "Adems, si lo prefieres, puedo ofrecerte
alojamiento en el cobertizo, de esta manera la chatarrera estar vigilada. Algunas veces me han entrado a robar, pero si saben que hay alguien viviendo aqu, no creo que
se atrevan".
La primera noche que se qued a dormir en la chatarrera dio saltos de alegra. Por fin haba encontrado algo digno, que pareca ser serio y que pondra el punto y
final a tantas penurias y lamentaciones. Se meti en el camastro, que no era tan incmodo como le pareci en principio, rodeado de ruedas de bicicleta, hierros
retorcidos, trozos de chapa de coches y fragmentos de motores. M ir el mono de trabajo que le aguardaba al da siguiente. Se lo haba probado con antelacin y le
quedaba perfecto, un poco holgado, quiz. Al poco, se qued dormido. So que la habitacin se llenaba de una espesa bruma de color rojo. En medio del sueo, Onofre
se despertaba sobresaltado y se incorporaba sobre el camastro. M iraba extraado a su alrededor, no reconoca el lugar. De repente, una puerta se abra y apareca el
Bitn sonriente y, sin decir nada, se acostaba a su lado, apartando las sbanas, y le acariciaba el cuerpo, muy carioso. "Perdona lo de aquel da. No fue mi intencin", le
deca mientras sus dedos exploraban los testculos de Onofre y jugueteaba con ellos, delicadamente. Sinti que la lujuria se apoderaba de l. "Date la vuelta y djame
hacer", le dijo el gitanillo. Onofre pareca navegar en el espacio, en medio de la gravedad cero, ligero, gil. El Bitn lo penetr despacio, sin hacerle el ms mnimo dao,
empujando suave, una y otra vez. "Ya nada nos separar", le susurraba al odo, "Ya nada nos separar..."
Se despert justo cuando estaba eyaculando. Golpeaba el miembro contra el colchn. Su esperma brotaba de forma compulsiva, en breves borbotones, dejando
un reguero de manchas en los calzoncillos. "Te quiero, te quiero", deca Onofre, despertando del sueo. Abri los ojos y no pudo ver nada. A tientas, busc el
interruptor, que colgaba de un cable junto al cabecero, y mir descorazonado la chatarra, que acaparaba todo el espacio, exceptuando los alrededores de la cama. El Bitn
haba sido un sueo. Un sueo bonito que nunca se hara realidad. Entristecido, se tumb boca abajo, con lgrimas en los ojos. Y as estuvo un buen rato hasta que
volvi a dormirse.
Pasados los das, a Onofre se le vea trabajar con dedicacin y ahnco. Enrique se vio as ms relajado, con tiempo suficiente para llevar adelante las gestiones de
comercializacin importantes que demandaba el negocio. A la chatarrera llegaba mucha gente buscando objetos de segunda mano que comprar. Adquiran cualquier cosa
por absurda que pudiera parecer: tornillos oxidados, clavos retorcidos, aparatos electrodomsticos inservibles, carburadores de coches accidentados, parachoques
abollados, rejillas para las ventanas, colaas de casas derruidas o viejos rales de tren. M ientras Enrique cerraba tratos con los clientes de mayor envergadura, Onofre
cargaba y descargaba el material que traan los camiones y las furgonetas. Siempre haba que estar colocando y recolocando objetos. Un da, esto aqu; otro da, esto all.
El caso es que no se paraba un minuto. "Onofre lleva cuidado con esa cmoda. Es de madera de buena calidad y luego se puede vender bien", le vociferaba desde el otro
extremo. Enrique no es que le pagara mucho, pero como Onofre apenas gastaba, estaba a gusto en su trabajo.
A las pocas semanas lleg por all la esposa de Enrique. Hasta entonces, Onofre no haba tenido ocasin de conocerla, si bien Enrique le haba hablado con
frecuencia de ella, elogindola y ponindola por las nubes. "Tengo una mujer que muchos la quisieran. Es lo ms bonito que ha parido madre", deca orgulloso. "Un da la
conocers. Ya me dirs ya me dirs Si no tengo yo razn."
Y ese da, termin por llegar.
-Te presento a Silvia, mi mujer.
Enrique no caba en s de gozo, exultante por lo afortunado que se senta por estar al lado de esa mujer. Daba la impresin de no crerselo bien del todo, de estar
casado con una estrella del cine hollywoodiense. Cuando la realidad era otra muy distinta. Silvia, la mujer de Enrique, era ni ms ni menos que una madurita
presuntuosa, engreda de su propia belleza, aunque esa belleza estuviera ausente por completo, y fueran ms bien las adulaciones que le brindaba su esposo a cada
momento las que le hicieran crerselo de verdad. Llevaba un vestido inapropiado para su edad, fuera de tono y lugar: Rojo chilln, de dos piezas, con la falda por encima
de las rodillas y unas medias negras con bordados de rombos, haciendo relieve. Adems iba por entero maquillada, intentando disimular las arrugas y las patas de gallo.
La definicin de Onofre al verla fue la de tener delante de s a un adefesio escapado de un centro de salud mental. Silvia, tras la presentacin, le dio dos besos en la
mejilla, uno de ellos le roz la boca. Onofre apreci el sabor del carmn, dulce y empalagoso. "Encantado de conocerte", dijo con un embriagador tono voz. Onofre se
percat enseguida de que una mirada furtiva se desviaba a su entrepierna, contemplando deseosa el abultamiento que se le originaba bajo el mono de trabajo.
Desconcertado, se meti las manos en los bolsillos, intentando que la mujer se olvidara de aquel detalle. Enrique, ajeno a la hojeada de la esposa, comenz a toser de
repente.
-Es esta cochina bronquitis, que no me deja ni a sol ni a sombra- dijo a modo de disculpa-, uno ya no est para estos achaques.
-Ni para esos ni para otros que yo me s -le reprendi Silvia con desdn.
-Hay que ver cmo eres, querida -repuso Enrique con entonacin borreguil.
A partir de entonces, las apariciones de Silvia en la chatarrera aumentaron en frecuencia, riesgo y peligrosidad. Aquella mujer desequilibrada lo perseguira a
cada momento, sin darle tregua. Aprovechaba la ms mnima ocasin para meterle mano, sin importarle la zona. Tocaba a bulto, a ciegas. El caso era tocar carne de otro
costal, y punto. "Seora Silvia, por favor, djeme trabajar", le deca Onofre, mientras la esquivaba, como perseguido por los demonios. Y se marchaba a paso ligero,
siempre disimulando para que Enrique no pudiera apercibirse de los despropsitos de su esposa. "Es que ests tan bueno, cabronazo", aada la loca.
El neurastnico de Enrique era incapaz de ver anomala alguna en las prcticas lascivas de Silvia. Por su cabeza no pasaba la posibilidad de un adulterio. En varias
ocasiones la pill haciendo algn que otro movimiento extrao, pero la disculpaba pensando que jugueteaba amigablemente. "Yo he perdido el bro de la juventud y ella
todava es fuerte e impetuosa, necesita relacionarse con gente ms joven que ella para quemar tanta salud y vitalidad. Y es que en el fondo contina siendo una
chiquilla."
Enrique, una maana, sintindose generoso, le regal una motocicleta que le haban llevado al desguace y todava estaba en buen estado: "Toma es para ti, con
ella podrs moverte libremente por la ciudad. Ya no tendrs que depender de caminatas ni de tomar el autobs cuando quieras darte una vuelta". Onofre se lo agradeci
y pens para sus adentros que no defraudara nunca a su jefe.
Pero las visitas de Silvia se sucedan sin parar. Lo que llevaba a cabo esa mujer era acoso y persecuciones implacables. Onofre intentaba esquivarla en vano,
porque le era materialmente imposible detener aquel torbellino libidinoso. De seguir as la cosa, Enrique terminara por enterarse de que la buena de su esposa era una
ninfmana, violadora de jvenes. El pobre Onofre no daba pie con bola a la hora de trabajar, se equivocaba con los fardos, colocndolos en lugares en los que tena que
depositar otros. "Pero qu es lo que te pasa esta maana, ests tonto o qu! Que ah van los marcos de las puertas, joder. Que te lo tengo dicho una y mil veces", le
recriminaba su jefe. "Silvia, haz el favor de no darle juego al chaval, hombre! Que me lo distraes". "T a lo tuyo", le contestaba la esposa, "y a velar por el negocio, que
es lo nico que sabes hacer medio bien". Enrique agachaba la cabeza y se marchaba humillado a atender a los clientes que, sofocados por la escena, comenzaban a
entender que all haba gato encerrado, adems de cuernos florecientes. En una de esas veces que Enrique sali a atender una gestin de derrumbe, Silvia y Onofre se
quedaron solos. Era una maana lluviosa. Onofre, mal que le pesase, tuvo que permanecer en la oficina, ahogndose en su propio encierro, porque vea que iba a ser
asaltado y violado en un descuido. Sus pensamientos no iban muy desencaminados. Silvia en un momento de decisin senil se abalanz sobre Onofre con la intencin de
sacar el pjaro de la jaula. Los dos cayeron al suelo. Onofre se resista entre lamentaciones y gritos: "Por favor djeme tranquilo, seora Silvia, que nos pueden
descubrir". "Ahora, ahora, cuando libere el polln que escondes bajo el mono". Silvia actuaba presa de una locura histrica, encarnizada con la bragueta del mono, con la
que pareca tener una batalla campal. Onofre intentaba resistirse, pero la mujer se haba colocado encima y no dejaba libertad de movimientos. Ahora sers mo, slo
mo!, gritaba fuera de s. Los ojos de Silvia se movan excitados, orgsmicos, en una especie de nistagmo nervioso, y sus mandbulas se abran y cerraban, una y otra
vez.
De repente se abri la puerta de la oficina y apareci Enrique, que haba regresado antes de lo previsto debido a la torrencialidad de las lluvias, encontrndose el
pastel, o sea, a su esposa y Onofre debatindose en el suelo como dos fieras encarnizadas. Pero qu sucede aqu?, exclam alterado.
Silvia, al verse descubierta, quiso quitarse el muerto de la vergenza y el deshonor y comenz a gritar como una histrica: "Es Onofre Onofre, quen ha
intentado violarme" y lo sealaba acusndolo con el dedo ndice.
"sta es la confianza que puedo deparar en ti, perro sarnoso?" Enrique, encolerizado, cogi lo primero que tuvo a mano, un rastrillo de grandes dimensiones
apoyado sobre la pared, y se fue directo hacia el pobre Onofre para darle un escarmiento. "Ahora vas a saber t lo que es bueno", vociferaba. Onofre, ante lo
disparatado de la situacin, supo que no valdran razonamientos de ningn tipo, por lo que decidi salir corriendo como un poseso hasta la verja del desguace, donde le
esperaba la motocicleta que semanas atrs le regalara el mismo sujeto que ahora le persegua para ensaarse con su cuerpo. Enrique le gritaba que se detuviera si era
hombre, echndose mano al pecho en la carrera como si padeciera un angor pectoris. Onofre arranc y sali despavorido. Lloraba a lgrima tendida por encontrarse en
un mundo al que no acababa de encontrarle sentido. La lluvia arreciaba, pero no quera detenerse. Estaba seguro de que su ex-jefe haba avisado a la polica. Suerte que
llevaba algo de dinero en los bolsillos. Podra echar gasolina, al menos.
Al cabo de varias horas de navegacin, ms que de circulacin por la carretera, sobrevino la oscuridad y se top con Cantina Blanca. Pareca un lugar tranquilo.
Parara por lo menos a tomar una copa y entrar en calor.
AKELARRE
-El destino de los hombres no est indicado en las estrellas como algunos pretenden asegurar -explicaba el barman a Onofre-, sino que est escrito
en sus propias acciones. Las aspiraciones, las metas se alcanzan si uno las persigue con tenacidad, si se empea en buscarlas. Usted por ejemplo, qu es lo que ms
anhela en estos momentos? Eso s -dictamin a continuacin-, dgame lo que ms le apetece ahora, lo que le venga a la cabeza en este preciso instante. No lo que deseara
maana, pasado maana o el mes que viene. Eso no me vale.
Onofre, engatusado por el alcohol y la amena conversacin que le brindaba aquel extrao individuo, le coment que nicamente ambicionaba continuar bebiendo
algunas copas ms y seguir hablando. Se senta a gusto. "Lo del trabajo lo dejara para ms adelante", pens, perezoso. Nadie haba tenido una charla atenta y agradable
con l en toda su vida. Sin embargo, el camarero al otro lado de la barra, le estaba explicando cosas interesantes las cuales nunca haba tenido ocasin de hablar. Era como
haberse tropezado con un padre afectivo, el padre que siempre haba estado esperando. Necesitaba cario, estima, atencin y eso era lo que estaba obteniendo de ese
hombre. Onofre flotaba sobre un halo de bienestar, algo a lo que no estaba acostumbrado. "En qu haba consistido su vida hasta ahora?", se pregunt. Pues
bsicamente en nada. Slo haba sido una gran prdida de tiempo. Vegetar en el mundo. Pasar desapercibo, sin dejar una mnima huella. Eso era todo. Se asombr l
mismo por plantearse cuestiones de calado como sas. Jams se las haba sugerido. Por qu entonces se las estaba haciendo? Era como si su mente explosionara de
pronto, se abriera al mundo y viera las cosas con mayor lucidez. Por qu vivir muchos aos si no se conseguan las metas apetecidas? Cul era su fin y qu sentido
tena? Cul su propsito en la tierra?
Ninguno. Ninguno. Ninguno...
Busc entonces el refugio y la proteccin de los ojos abrumadores del barman, unos ojos sugerentes que inevitablemente lo atraan, que lo llamaban a gritos,
dicindole:
"Adntrate en ellos. Adntrate en ellos. Sumrgete y djate llevar.
A partir de ah, sucedi una cosa terrible. Fue como un paso a otro lugar. Cruzar la frontera de lo desconocido. O de lo prohibido. Nunca se sabe.
El rayo de esperanza que Onofre crey ver proyectado en la mirada del barman, la bondad del padre recin encontrado, la felicidad efmera del instante, toda
aquella magia se disolvi ipso facto, y fue sustituida por un universo de tinieblas, por una oscuridad que lo ahogaba. Onofre se vio abocado a realizar un funesto
examen, un cuestionario muy especial que versaba sobre su propio yo. Quiso ser realista consigo mismo, no adulterar las respuestas, pero no fue capaz ms que de
percibir que era un ser inservible, un trasto intil, una pieza carente de valor. Qu absurdo era todo. Qu irracional. Y para una mierda as tena l que pasar por todo lo
que haba pasado y sufrir de esa manera? A tomar por culo el mundo, el cielo, el infierno, Dios si era necesario! Y su puta madre tambin! Anhel entonces la muerte
como nica salida a tanto infortunio. Su situacin se haba vuelto insostenible, catica; era caer en el pozo de las lamentaciones una y otra vez mientras continuara vivo;
cometer los mismos errores. Por una vez en su vida se negaba a tocar fondo en el abismo de sus miedos, de sus terrores a lo largo de otros tantos aos, sin posibilidad
alguna de salir a flote. No le daba la gana. M aldita sea! No lo quera! No! Y dese cambiar su destino, modificar los acontecimientos hacia una trgica solucin final.
Como ya le dijera el barman: el destino est escrito en las propias acciones. Y Onofre llevaba escribiendo su malogrado sino desde el mismo da en que naci. Qu razn
tena el barman!
-Retiro lo anterior! -dijo exaltado-: Quiero la muerte. M orirme ahora mismo. Desaparecer cuanto antes. sa es mi voluntad! M tame, hijo de puta! Aqu y
ahora, si tienes cojones! -Onofre gritaba fuera de s, envalentonado, despojado de toda compasin hacia su propia persona. La piedad se la poda meter en el culo. Ahora
empezaba a esclarecerse su destino, a disiparse el nubarrn que no le dejaba ver. Haba perdido la fe, su fe, para dar la bienvenida al descreimiento. Lo suyo era morir.
Onofre haba nacido en el infierno de Ssifo y no quera continuar en ese infierno, prefera que acabasen con l de una puetera vez, terminar con todo. Se puso a
vomitar. El cuerpo arqueado. La boca abierta hasta casi descoyuntarse. Era un vmito bilioso, abundante, entremezclado con el brandy recin ingerido. Ola
desagradable, como putrefacto. Unos filamentos pegajosos colgaban de su boca, desplazndose despacio siguiendo las lneas de la gravedad. Pura ley fsica, pura
atraccin gravitatoria. Onofre senta agotarse el nimo entre arcada y arcada, perder la vida con cada bocanada. Sus bateras de larga duracin se agotaban. Y es que las
haba comprado en un chino-. M tame! M tame si est en tu mano hacerlo, jodido cabrn! -alcanz a decir, entre espasmo y espasmo.
El barman, como esperando aquel mandato proferido por boca de Onofre, solt entonces una carcajada que hizo que el sonido de los truenos pareciera una
simple broma a su lado. Luego, levant la cabeza hacia el techo, alz los brazos invocadores y profiri un aullido desgarrador que nada tuvo de terrenal. El eco qued
atrapado entre los muros, rebotando en paredes, trechos y suelos, sin querer marcharse de all. Los cuatro se taparon sus odos intentando que el dolor se hiciese ms
soportable. Los tmpanos vibraban igual que cuerdas de guitarra a punto de partirse por la tensin.
-Hgase segn tu voluntad! -anunci el barman. Las arrugas de su rostro se acentuaron de una forma exagerada hasta deformarlo completamente. Eran las
arrugas de toda una eternidad. Las sienes, hinchadas, a pique de saltar reventadas. Los ojos apenas visibles, comprimidos entre la carne. La boca babeaba saliva espesa,
rabiosa, y se aferraba a las comisuras de los labios y a los pelos cercanos de la barba. Estaba sediento de vida. Su dulce momento haba llegado. Era cuestin de ir
poniendo los cubiertos de cocina. M eti la mano bajo la barra y sac tres enormes cuchillos-. Cogedlos, son vuestros! -le indic a los tres que estaba sentados.
Agarr del cuello a Onofre y lo levant del taburete con la misma facilidad con la que se manipula un maniqu en el escaparate de una tienda de modas. Brazos
fuertes, poderosos, los del barman. En una fraccin de segundo le dio la vuelta y lo coloc de espaldas contra la barra, a merced de aquellos tres que venan a cobrar su
deuda. Los ojos de Onofre eran globos desorbitados, pelotas salientes de ping pong. Su cabeza era incapaz de pensar, de razonar. No haba tiempo para desdecirse de
frases anteriores. Y para arrepentimientos, menos an. M ala suerte, amigo. Onofre vea a tres lobos hambrientos ir hacia l. Odios acrecentados, sangre clamando sangre.
Aquel pobre agitaba los brazos arriba y abajo sin lograr zafarse del barman, dando infructuosas patadas al aire. "Esto que me sucede es real?", se pregunt en un
momento de lucidez. "S, s que es real", se contest. "Ahora entiendo esas miradas al entrar. M e estaban esperando".
Alejo fue el primero en acercarse, aferrar el cuchillo y con un movimiento seco clavarlo en el abdomen, profundizando hasta llegar al tope de la empuadura.
"sta por mi hija, hijo de mala madre. No esperaba tanta facilidad de penetracin. M ir un segundo su mano: estaba roja y haba calor en ella. Era el calor de otro, la
sangre de otro. Sac el cuchillo y volvi a hundirlo. sta por mi mujer. Y una tercera vez. sta por m". Adentro, adentro, ms adentro. Onofre boqueaba sangre igual
que una carpa de ro recin pescada. Los labios contorsionados, deformes. La respiracin jadeante.
Isidro, prisionero de la ira, se lo clav en el pecho, en un movimiento compulsivo de arriba hacia abajo. Se top con las costillas, que las sinti astillarse en su
bienvenida con la afilada hoja. Presion la mueca con ms fuerza y gir a derecha e izquierda, buscando los espacios intercostales. Al llegar al pulmn, no hubo
resistencia. El globo se deshinch. "M urete de una vez cuadito. Por todas las que me has hecho pasar, maricn".
Livia, no quera ser menos en su venganza. Rasg la parte de abajo del mono sin ningn tipo de cuidado, no le preocupaba que el cuchillo se clavara en los
muslos de Onofre mientras manipulaba la entrepierna, total el final iba a ser el mismo o peor, porque el objetivo no era otro que sus genitales. Y consigui acceder a
ellos. Sac entonces la polla, la agarr con una mano, estirndola, y con la otra dio un tajo certero y rpido hasta desprenderse del cuerpo. Despus, no satisfecha del
todo con lo que haba hecho, en un espeluznante gesto de brutalidad, se la meti en la boca, la mastic varias veces, como quien mordisquea chicle con el sabor de la
carne humana, y la escupi. La polla dio contra la pared hecha un amasijo de carne irreconocible, dejando un rastro encarnado sobre la pintura. "Ah quedan tus
pertenencias, Sergio. Espero que hayas disfrutado con la misma intensidad conque te gustaba verme sufrir", ironiz mientras se relama los labios.
Onofre chillaba con todas sus fuerzas, igual que un cerdo el da de ritual de matanza sabe que se aproxima su muerte en cuanto ve al carnicero con el cuchillo en
la mano acercarse hacia l. Luego vendr la pualada en el cuello y a esperar que se desangre. Cuando eso ocurre, los alaridos del cerdo se hacen ensordecedores. Y en
Onofre ocurra un tanto de lo mismo. Haba una mezcla de dolor, rabia, impotencia y miedo en sus sentimientos. Pero sobre todo dolor, un dolor corporal insoportable
una vez que tom conciencia de cada pualada que le asestaban esos salvajes, y no digamos cuando esa zorra le cort la polla. M ir hacia abajo unos segundos, en una
de las contorsiones de su cuerpo por intentar librarse de los brazos del barman y vio un espectculo atroz: Las tripas se columpiaban trmulas fuera del vientre, salan
humeantes por los orificios recin abiertos. No pudo verse el hueco dejado por la polla, las tripas se lo impedan. Fue horrible. Pero cuando las cosas pueden empeorar,
empeoran. Y los pulmones se estaban encharcando de lquidos, dificultando una respiracin cada vez ms dbil. "Que se acabe de una vez, por favor", pens. Esto fue
lo ltimo que dijo consciente, aunque su corazn siguiera latiendo unos segundos ms en un ltimo intento por aferrarse a la vida con uas y dientes. Es ley de
supervivencia en los organismos vivos. Aunque se desee la muerte.
M ientras, los otros tres, encendido el interruptor de los instintos ms depravados, se ensaaban con aquel cuerpo que an presentaba estertores imprecisos,
bandose en la sangre caliente que manaba a borbotones del desgraciado. La cara de Onofre, aunque ya inerte, mantena una inslita mueca de desvaro. Nada quedaba
ya de actividad en ese rostro amoratado, desgajado de vida. Aunque no acab ah la cosa en cuanto a seguir ensandose, no parecan tener suficiente con aquel pobre.
Isidro salt la barra y agarr un hacha contra incendios que se hallaba justo debajo de las bebidas. Apoyaron la cabeza de Onofre sobre la barra, y mientras el barman
tensaba de los brazos por atrs, Isidro lanz un tajo certero a la altura de la garganta. Otro ms. Y un tercero. La cabeza se desprendi como una ua recin cortada. A
Isidro le dio tiempo a agarrarla del pelo y se puso a increparla. La boca entreabierta, la lengua desprendida, las mejillas flccidas. La cara ya no era la de una carpa de ro
sino la de un besugo muerto, acabado de pescar y descamado a navaja. "Cabrn!... Cabrn!... Cabrn!...", chillaba sin tartamudear, mirndole a los ojos turbios. Ojos
mortecinos, apagados.
-Psame ahora el hacha a m. M e toca. Yo tampoco he acabado an -grit excitado Alejo. Y se li a hachazos contra el trax de Onofre, chocando contra los
huesos que enfundaban la caja torcica. Su mueca sufra, senta un agudo dolor, pero quera a toda costa el corazn de aquel cuerpo, recuperar lo que le haba sido
arrebatado por el camionero, hijo de puta. Tras varios intentos, termin quebrando las costillas, las separ ayudndose de las manos, tirando al mismo tiempo hacia
atrs para arrancar algunos trozos de huesos, los suficientes para dejar un hueco en el que poder manejarse; despus, con el cuchillo, cort los grandes vasos sanguneos
que lo mantenan sujeto al resto de rganos y lo extrajo. Lo sopes con la mano y se lo restreg sobre la cara. Su contacto era clido, agradable, apetitoso. Lo mordi, lo
mastic y se trag un trozo. La manzana de Eva en el jardn prohibido. Saba algo salado y estaba duro, muy duro, ese hijo de mala madre. Alejo no tuvo suficiente con
aquello, su odio no terminaba de aplacarse, as que se le ocurri aplastarlo sobre la barra, dndole violentos manotazos, una y otra vez. En unos de stos, el corazn
sali rebotado, como si saltara de un trampoln, volando sobre su cabeza. Tras caer al suelo, remat la faena machacndolo con el tacn de su zapato derecho. Punto y
final.
El barman, viendo su obra resuelta, ajustada a los requerimientos de protocolo, por fin satisfechos los tres, afloj sus manos y dej libre lo que quedaba del
cuerpo del pobre Onofre. Hecho un guiapo, una puta mierda. Hizo un ruido amortiguado en la cada al suelo, un sonido desprovisto de energa y calor, y resbal sobre
su propio reguero de fluidos, deslizndose como una embarcacin el da en que se inaugura.
Alejo, Livia e Isidro contemplaron el cadver sin mover el gesto. Vaciadas las fuerzas. Exhaustos. Ahora todo haba acabado y cada uno sinti que su afrenta
estaba conclusa. El novio de Livia, el camionero imprudente y el cuado aprovechado estaban muertos al fin. La venganza se haba llevado a efecto. El resto pasara a
formar parte de sus conciencias. Los acompaara para siempre.
El barman les dio de beber un ltimo trago, el que en teora restablecera la normalidad y apaciguara los nervios de tanta locura desatada. Se
bebieron la copa de un tirn y aplacaron la sed, gargantas resecas que pedan ser regadas de alcohol tras una jornada agotadora.
Ninguno hablaba con el otro, sino que permanecan de pie con la vista clavada en el despojo. Entonces se dieron cuenta de que estaban manchados de sangre,
sucios, la ropa desastrada. Un sentimiento de incomprensible pudor y vergenza los invadi. Haban comido del fruto maduro. Los tres corrieron al bao. Queran
limpiarse, borrar toda huella de la brbara actuacin.
-Eh, no corris! He de despedirme de vosotros an -dijo el barman, mesndose las barbas. Dieron media vuelta, pero sin acercarse hasta l. Aquel hombre les
provocaba ahora miedo, pnico, terror. No era humano. M ejor mantenerse a raya-. Nuestro pacto se ha cumplido. Espero que estis satisfechos. Al fin y al cabo era
vuestro deseo. Yo me he limitado a cumplirlo -se puso a rer a carcajada limpia, el rostro saturado de malevolencia. Dej escapar un clamoroso adis entre medias. Y se
march.
Alejo, Livia e Isidro corrieron despavoridos a lavarse con agua fresca y jabn, frotndose manos, caras y brazos insistentemente, rascndose con las uas hasta
lacerarse la piel. Los tres advertan un sentimiento de repulsa en ellos mismos. Cmo haban sido capaces de tamaa brutalidad? La soledad se apoder del tro, les
golpeaba las conciencias, recordndoles a cada momento lo que haban hecho, la horrible pesadilla llevada a cabo. Quin era en realidad el barman? Cmo era posible
que los tres vieran a la vez a la persona a la que tanto haban odiado en sus vidas? Que explicacin tena todo? Cada una de esos interrogantes se paseaba por la mente
de aquellos tres personajes, de uno a otro, sin conseguir una contestacin definitiva o razonable. Luego, sin explicacin aparente, les venci el cansancio,
experimentando un irresistible sueo. Y se dejaron caer entre medio de las mesas para poder reposar.
Dormir. Dormir. Dormir.
sa era la necesidad principal. Quiz cuando despertasen, el cadver destrozado, estacionado junto a la barra, ya no estara. Y habran comprendido que lo vivido
en las ltimas horas no fue otra cosa que un mal sueo. Una simple pesadilla, dejada atrs.
Dormir. Dormir. Dormir.
Y que todo terminase, por fin.
3 y final
Los primeros rayos de la maana se colaban en la habitacin. Alejo luchaba por abrir los ojos, pesados y legaosos. El dolor de cabeza lo estaba
matando, era como si un taladro le estuviese horadando ambas sienes. Gradualmente, sus pupilas fueron aclimatndose a la luz que se deslizaba por la ventana, abierta
de par en par. Con las manos se frotaba la cabeza, las mejillas, la frente. Estaba pegajoso y necesitaba una ducha urgente.
Le lleg de pronto un penetrante olor a perfume barato. A su lado reposaba desnuda la cincuentona de labios carnosos que trabajaba en la recepcin. Yaca con
los pechos desnudos, desbordados de flaccidez. Qu coo hace esta ta aqu?, se pregunt, sin comprender muy bien. Intent poner orden a sus ideas, si bien no
acababa de lograrlo.
Pero entonces... Dnde est Livia e Isidro? Y el barman? Y el cadver despedazado?
Busc a tientas una botella que anduviera a sus pies. La encontr. Era de vodka ruso. Le dio un trago largo. El dolor se adormeci por un instante. Todo pareca
indicar que los sucesos del Escorpin haban sido producto de una mente enturbiada por el alcohol y el sueo. Sin embargo, no estaba tan seguro, aquellas escenas las
recordaba tan vvidas y reales que le resultaba difcil creer que se tratase de una fantasa.
Zarande a la mujer para despertarla. Las carnes del vientre se desplazaron blandas, haciendo temblar el ombligo a un lado y a otro.
-Hey! Hey! Hey!, -exclam malhumorada-, que me vas a matar.
Era innegable que tena mal despertar. Sobre todo estando de resaca, como aparentaba estar. Bien es cierto que Alejo tampoco puso mucha delicadeza de su
parte. La mujer se rasc la cabeza, pensativa, como si se contara los piojos uno por uno. La pintura de ojos se haba corrido y acentuaba las ojeras.
-Debo tener un aspecto desastroso, verdad? -aadi.
Alejo ni siquiera contest. Le pregunt qu diantre haca all. Ella se levant y se dirigi al lavabo, dispuesta a renovar un poco ese demacrado aspecto. Despus
de echarse agua, mientras se acicalaba el pelo frente al espejo, le explic que l haba llegado al hotel sobre las tres de la madrugada. Le impresion su manera de caminar,
tan envarada, y con la mirada puesta en ninguna parte, totalmente ida. Aun as se decidi a preguntarle si poda acompaarlo hasta el dormitorio. Al no articular palabra,
lo interpret como una afirmacin.
-Ya sabes el dicho ese de quien calla otorga -repuso irnica-.
As que me decid a subir. Imagino que sabrs que tu fsico resulta atractivo para las mujeres, a pesar de estar algo castigado -dijo sealando las botellas tendidas
en el suelo-. No es que me moleste que bebas, eh? -volvi a aadir-, que a m tambin me va el triqui, pero si no lo hicieras tan a menudo lo llevaras mucho mejor.
Bueno, M ara, a lo que ibas -se dijo en una especie de monlogo televisivo-, el caso es que me sub a la habitacin para intentar pues eso jugar un poco con
nuestros bodis -se pas las manos por la cintura-, pero lo extrao es que no intentaras nada conmigo, no moviste un dedo hacia m. Y te pusiste a beber hecho un loco.
As que opt por acompaarte en el juego de la bebida hasta que termin por caer rendida en la cama. Eso es todo.
-Y no pronunci algn nombre o te coment algo?
-No dijiste ni mu. Ya te lo he dicho antes: estabas inexpresivo, recostado en el extremo de la cama, con la vista fija en la pared. Tan slo bebas y bebas sin
parar.
Alejo determin vestirse rpido, sin ducharse siquiera y salir de la habitacin lo ms pronto posible. De hecho, se march obviando a la cincuentona, no le dijo ni
adis, envuelto en la confusin de quien es incapaz de pensar con naturalidad. Una vez en la calle, anduvo buscando el callejn. Le cost algn tiempo, pero al fin dio
con l. A la luz del sol, no resultaba tan ttrico. S, en cambio, continuaba ruinoso, deplorable y en mal estado. Un perro vagabundo meaba en la esquina. En cuanto vio a
Cavalier se fue huyendo a toda prisa, cabizbajo. Se acerc hasta el rincn donde recordaba el bar, movi la cabeza en una y otra direccin, mir en la acera contraria por
si su mente le estaba jugando una mala pasada, pero all no haba rastro del escorpin ni de nada que se le pareciera. Lo nico que encontr en su lugar fue un viejo
recinto abandonado, con pintadas nazis en las paredes, el suelo cubierto de cascotes, los rincones salpicados de jeringas y un olor nauseabundo a excrementos. Eso era
todo. No haba barman ni barra ni sangre ni cadver de por medio. "Todo ha sido fruto de una mal sueo, de un delirium tremens por mi parte", se dijo. Pero un sueo
tan lcido que atesoraba el convencimiento de haber sido real. Dio media vuelta y se march.
De regreso al hotel, pas por una Snacks Burguer y pidi unas salchichas para engaar al estmago. No tena ni pizca de hambre, pero le ayudaran a soportar
mejor el alcohol ingerido y el venidero. No se acordaba de cundo fue la ltima vez que se ech algo slido a la boca. Los das se juntaban uno con otro y terminaba por
confundirlos; ayer, hoy y maana eran un revoltillo, ingredientes entremezclados sin solucin de continuidad. Se sinti ms reconfortado con los perritos dentro del
vientre. Luego, pas por una tienda de licores y compr varias botellas. Por el camino pensaba en los sucesos de la noche anterior. Dnde haba estado? Qu pas
durante esas horas muertas prendidas en el subconsciente? Su cabeza era una laguna de incertidumbre, un disco duro formateado, una pizarra con la escritura recin
borrada. Tal vez fue a un bar cualquiera a ponerse hasta el culo de bourbon y lo echaran, como en infinidad de ocasiones, optando seguidamente por dormir la mona en
el suelo, imaginando aquella extraa historia tan abigarrada, sdica y vengativa. No le caba otra posible explicacin. El sol empezaba a pegar fuerte. El sudor asomaba
bajo las axilas. Alejo aceler la marcha, ahorrara minutos de calor sofocante. Ya en la habitacin, se sirvi una copa. No pensaba demorar por ms tiempo su estancia en
Cantina Blanca. Aquel lugar se le antojaba maligno y perverso. Se quit los zapatos y se tumb en la cama. Esa misma tarde cogera el primer autobs que saliera del
pueblo.
Al cabo de un rato llamaron a la puerta. "Qu demonios querrn?" Esperaba que no fuera la cincuentona dispuesta a solicitar batalla, porque de lo contrario la
echara a patadas. Contrariado, abri la puerta. Se encontr con un muchacho joven y sonriente que traa un paquete, envuelto en papel rojo.
-Es para usted, seor. Si es tan amable de firmar aqu -le tendi un bolgrafo.
Un mal presentimiento se abati de inmediato en su cerebro. Nadie conoca su paradero. Era imposible, por tanto, que le pudieran enviar un paquete.
-Quin te lo ha dado? -se atrevi a preguntar, rubricando de manera inconsciente la nota.
-No lo s, seor. M e lo entregaron en la agencia junto con otros muchos paquetes. Yo slo me limito a su entrega. Para eso soy el repartidor -se prest a decir
solcito, sin perder la sonrisa en ningn momento.
-Est bien chaval. Toma, aqu tienes el resguardo -aadi Alejo, mientras le daba la nota y una propina.
-M uchas gracias, seor. Que tenga un buen da.
Cogi el bulto y lo deposit sobre la mesita de noche. Lo miraba de reojo, con miedo, casi horrorizado. Antes de desenvolverlo se sirvi otro trago, tratando de
calmarse. "Quiz se trate de una broma de la recepcionista", pens para restarle importancia al asunto. "Si es as se lo tirar a la cara a esa fulana. No me gustan las
tonteras". Alejo dudaba entre abrirlo o no. Continuaba mirando de soslayo la caja, con mucho respeto. Pero, en el fondo, poda ms la curiosidad de ver lo que contena
su interior. Aunque Espera An no De nuevo, surgieron dudas. M e estar quieto Acaso no era mejor tirarlo al contenedor e ignorar el contenido?
-Pero qu tontera! Pues claro que voy a ver de lo que se trata! -dijo en voz alta, tratando de envalentonarse.
La decisin estaba tomada: No iba a evitar la tentacin de ignorar el contenido, por supuesto que no. La caja llevaba una cuerda alrededor, anudada de igual
manera que los cordones de zapatos. El pulso temblaba. Las manos no queran permanecer quietas. Respir profundo varias veces. Intentar sacar temple a sus nervios
era cosa difcil. Debo calmarme. Se puso a desatar el cordel. Despacio. Su cabeza revoloteaba pensando lo que podra encontrarse. Consigui quitar el nudo. Una cosa
menos. Se puso a desplegar el papel, que tena la tonalidad del color de la sangre. El envase era una vulgar caja de zapatos. Qu mal gusto, no? De pronto, su cuerpo
sufri una sacudida desde los pies hasta los hombros, para instantes despus quedarse paralizado. Un inmenso ahogo lo invadi. Estaba asustado. La caja de zapatos
permaneca apoyada sobre sus piernas, todava sin destapar. Hubiera jurado que algo se mova ah dentro. Y si tiene que ver con la pesadilla? Imposible. No puede
ser. Volvi a llenarse el vaso. Pidi un descanso, un tiempo muerto. Sudaba copiosamente. Se empin la copa de un tirn. Le vino a la mente las pualadas que le
propin al tipo aquel en la barriga, una tras otra, hasta machacarlo por completo. Pero aquello no haba sido real. l mismo haba sido vctima de sus propias
alucinaciones. No haba que darle ms vueltas al tema, as que tom la decisin de desentraar el misterio ya mismo. Salir de una puta vez de dudas. Cogi la tapa y la
levant, cauteloso. Poco a poco. Varias gotas de sudor cayeron sobre la tapa. El miedo. El miedo, otra vez. Chorros de miedo entremetidos en sus venas. Ya queda
menos para salir de sta. Al fin descorri la tapa por completo. El estmago se comprimi. Las salchichas saltaron catapultadas de su interior. Varios pedazos hicieron
impacto sobre las piernas y en uno de los brazos. Las lgrimas saltaron de sus ojos, abocadas al abismo del infierno.
-Dios, no puede ser! No puede ser! Esto es una locura!, -gimi con desesperacin.
Dentro de la caja haba un corazn en movimiento. Las paredes del rgano se contraan y relajaban. Sstoles y distoles. Como los tentempis cuando se
bambolean hacia los lados. Presentaba una muesca en el borde inferior, consecuencia de una mordedura. La que l mismo le infligi con tanto odio.
Reposaba sobre un jirn de tela. Casualmente la de un mono azul de trabajo.
En el reverso de la tapa vena un mensaje, trazado con rotulador rojo. Deca lo siguiente:
En recuerdo de nuestro encuentro de anoche.
Feliz deseo...
El Barman.