Fray Bartolomé de Las Casas - DUVM
Fray Bartolomé de Las Casas - DUVM
Fray Bartolomé de Las Casas - DUVM
Texto:
De todo lo que antecede [sobre San Pablo] pueden colegirse las
cinco partes que integran o constituyen la esencia de la forma de
predicar el Evangelio, de acuerdo con la intencin y el mandato de Cristo.
La primera, segn el Crisstomo, es que los oyentes, sobre todo
infieles comprendan que los predicadores de la fe no tienen ninguna
intencin de adquirir dominio sobre ellos con la predicacin.
Y por eso dijo que nunca us del lenguaje de adulacin, ni hubo en su
predicacin ningn engao, cosa propia de seductores que pretenden
invadir y dominar. Pues no puede decirse que adulamos para dominar, que
es a lo que se refiere aquello: Ni buscando gloria humana, ni de vosotros, ni
de nadie; pues poda despertar sospechas a esta alabanza. As que dice
todo esto para alejar cualquier sospecha, segn el Crisstomo.
La segunda parte consiste en que los oyentes, y sobre todo los
infieles, entiendan que no los mueve a predicar la ambicin de tener.
Por eso dice: Ni con pretextos de codicia; esto es, segn san
Anselmo72, no hemos predicado con la intencin u ocasin de apropiarnos
de vuestros bienes, teniendo presente la palabra del Seor con que prohibi
a los apstoles que poseyeran oro, plata o dinero, arrancando la raz de
todos los males. Porque como dice Jernimo Super Matthaeum, si hubieran
llevado estos bienes, podra parecer que no predicaban por la salvacin de
los hombres, sino por enriquecerse y como consecuencia, se despreciara
su doctrina, tenindola por una verdad sospechosa. Sobre este punto dice
el Crisstomo: En virtud de este precepto no era fcil, en primer lugar, que
sus discpulos se hicieran sospechosos; en segundo lugar, tos libra de toda
solicitud, la cual, por el contrario, debe consagrarse del todo a la palabra de
Dios; y por eso dijo: Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valenta de
predicar el evangelio de Dios con mucha solicitud. Y en tercer lugar, les
ensea a ellos su poder, lo que les record despus con estas palabras:
Acaso os falt algo? (Lc. c. 32).
La tercera parte consiste en que los predicadores se comporten de
tal manera dulces y humildes, afables y apacibles, amables y benvolos
al hablar y conversar con sus oyentes, sobre todo infieles, que estos
quieran orlos gustosamente y tengan su doctrina en la mayor reverencia.
Por eso dice: Nos hicimos pequeos, o segn el Crisstomo, como
dije, apacibles: No ordenamos nada oneroso, nada molesto, nada pesado,
sostener a los firmes, levantar a los que yacan por tierra, sanar a los
contritos, reanimar con el leo de la exhortacin a los aturdidos, hablar con
energa a los enemigos, plantar cara intimidando al adversario; y al modo
de un excelente capitn o mdico que lleva consigo los instrumentos de su
arte, ahora es el protector de los que batallan, ahora el diligente servidor de
los enfermos, y l slo desempeaba todos estos oficios, ponindolos en
prctica por todas partes.
No slo en las cosas espirituales se mostraba tan egregio gua, sino
que tambin en las cosas corporales daba muchas muestras de solicitud y
providencia. Oye cmo, aun tratndose de una sola mujer, le escribe a todo
el pueblo cristiano dicindoles.~ Os recomiendo a nuestra hermana Febe,
la cual esta en Cencreala; recibidla en el Seor de una manera digna de
santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros (Rom., uit.).
Porque esto es lo propio y usual en el amor de los santos.
Cuando encontraba a quienes por su contumacia y dureza no poda
persuadirles la fe con sus palabras, se entregaba entonces a oraciones
asiduas: Hermanos, dice, el anhelo de mi corazn y mi oracin a Dios es
por la salvacin de ellos (Rom. c. 10). Pablo, dije, aquel insaciable
adorador de Dios, Padre comn y progenitor de los siervos de Cristo; aqul
custodio del orbe de la tierra salv a todos los pueblos por su oracin
continua y exhortacin dicindonos siempre estas palabras: Por esto doblo
mis rodillas ante el Padre de Nuestro Seor Jesucristo, de quien procede
toda familia o paternidad en el cielo y en la tierra, para que segn las
riquezas de su gloria os conceda que seis vigorosamente fortalecidos por
la accin de su Espritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en
vuestros corazones.
Ves cunta virtud tienen la oracin y el ruego? De los hombres hace
templos Cristo. Y de aqu puede entenderse cunta sea la fuerza de las
santas oraciones, porque Pablo, recorriendo toda la tierra como alado,
morando en crceles, aguantando azotes, soportando cadenas viviendo con
vigor en medio de peligros; y ms todava arrojando demonios, resucitando
muertos, curando enfermedades; en ninguna de estas cosas, sin embargo,
puso su confianza para salvar a los hombres, sino fortaleciendo el orbe con
sus oraciones. As que, tras los milagros, tras los muertos resucitados,
acuda al auxilio de la oracin, no de otra forma que un atleta que,
alcanzada la corona, vuelve a la palestra; puesto que la oracin es la que
proporciona la resurreccin de los muertos y todo lo dems. Con esta,
Pablo, durante la noche, impregnando su alma, pudo fcilmente soportar las
aflicciones, por acerbas que fueran, presentando las espaldas a los azotes,
no de otra manera que si fuera una estatua. Y aunque estaba situado en la
Y para que aprendas que es as, Pablo, siendo uno slo, pudo llevar
tan grande nmero de almas al conocimiento de Dios. Si todos furamos
as, cuntos mundos podramos atraer? Hay ms cristianos que gentiles.
En las otras artes uno slo es suficiente para ensear simultneamente a
cien nios. Pero aqu, habiendo muchos maestros, y debiendo haber en
consecuencia, mucho mayor nmero de discpulos, ninguno se acerca,
ninguno es atrado. Los discpulos siempre observan la conducta de los
maestros; por donde, si vieran que nosotros apetecemos lo mismo que
ellos; que ambicionamos lo mismo; que buscamos lo que proporciona honor
y preeminencia, qu religin cristiana podran admirar? Si contemplan la
vida reprensible de los cristianos; si ven los corazones apegados a la tierra
y abajados hasta la abyeccin; si advierten que los cristianos admiran las
riquezas no menos que ellos, sino bastante ms; que se horrorizan del
mismo modo ante la muerte; que temen la pobreza lo mismo que ellos; que
soportan las enfermedades con la misma impaciencia; que aman no menos
que ellos la ostentacin y el poder; que a causa de la avaricia se destrozan
entre ellos, cmo, pues, podrn creer? Acaso por los milagros? Pero es
que ya no los hay. Acaso por la santidad de vida?, Pero es que tal vida ha
desaparecido II del todo. Por ventura en vista de la caridad? Pero sucede
que por ninguna parte se encuentra rastro de ella. Por lo cual, no solamente
habremos de dar cuenta de nuestros propios pecados, sino tambin del
dao ajeno cuya causa somos. Entremos dentro de nosotros; despertemos,
os ruego; llevemos en la tierra una conducta celestial; digamos con el
Apstol: somos ciudadanos del cielo (Fil. c.3); afrontemos en la tierra la
lucha y el combate. Pero quizs digas: hubo entre nosotros grandes
varones; vendr entonces el gentil y dir: Cmo lo creer? porque no os
veo realizar lo que vosotros decs que hicieron aquellos. Y si hay que creer
sin otra razn tales relatos, podramos tambin nosotros presentar filsofos
grandes y admirables por la gravedad de su vida y de sus costumbres. Por
lo dems, mustrame un Pablo, y otro Juan; porque por ahora veo que
todos vosotros estis prontos para morir o matar por un simple bolo; por
una heredad terrenal excitis disputas sin cuento; por la muerte de un hijo lo
revolvis y confunds todo. Estas cosas dice Crisstomo comentando el c.3
de la 1 a Timoteo, en su homila 10.
Y sobre la 1 a los Corintios, c.1, homila 4, el mismo Crisstomo
dice: De este modo los abatiremos si entramos en batalla con ellos; y con la
rectitud de nuestra vida, mucho ms que con nuestras palabras,
doblegaremos sus almas. Este es el mayor combate, este es el silogismo
ms concluyente: el que se realiza por medio de las obras. Porque, aunque
con nuestras palabras filosofemos a menudo, si no ofrecemos
consecuentemente una vida mejor, no lograremos ninguna ganancia;
puesto que los hombres no atienden a las palabras, sino que examinan las