Hesíodo - El Escudo de Heracles

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As fue como Alcmena, hija del conductor de pueblos, Electrin dejando sus moradas y la
tierra de la patria, lleg a Tebas con el bravo Anfitrin. Y en verdad que superaba a la raza
toda de las mujeres; y ni en belleza ni en estatura podra competir con ella ninguna de las
mortales que haban parido despus de acostarse con hombres. De su cabeza y de sus
prpados azules emanaba un encanto parecido al de Afrodita de oro; y en su corazn
honraba a su marido ms de lo que hasta entonces hubiera honrado al suyo ninguna otra
mujer.
Sin embargo, Anfitrin, irritado a causa de unos bueyes, haba matado, domendole por
fuerza, al ilustre padre de Alcmena; y dejando entonces la tierra de la patria, haba, ido,
como suplicante, a Tebas para ver a los cadmeos portadores de escudos; y ah era donde
viva con su noble mujer, aunque privado de su amor, porque no le estaba permitido subir al
lecho de la hija de Electrin, la de hermosos tobillos, antes de vengar el asesinato de los
magnnimos hermanos de su mujer y antes de quemar las ciudades de los hroes tafenses y
teleboenses. Y se le impuso esta misin, poniendo por testigos a los Dioses; y por eso,
temiendo su clera, se apresuraba l a llevar a cabo rpidamente su gran empresa, tal y
como se lo haba ordenado Zeus. Y con l caminaban, pletricos del deseo de la guerra, los
beodos domadores de caballos, respirando por encima de sus escudos, y los locrienses, que
combatan con armas cortas, y los magnnimos procios. Y era su jefe el noble hijo de
Alceo, glorindose de estos pueblos.
Y el Padre de los hombres y de los Dioses urdi en su espritu otro designio, con el fin d
engendrar para los Dioses y los hombres industriosos un hroe que apartara lejos de ellos el
peligro. Al punto, urdiendo astucias, descendi del Olimpo, pletrico de deseos nocturno
por una mujer de hermosa cintura. Y lleg al Tifaonio. Luego, el sabio Zeus subi a la
cumbre ms alta del Ficio, en donde se asent meditando en su espritu sus designios
maravillosos. Y en esa misma noche, se uni de amor con la hija de Electrin, la de
hermosos tobillos, y satisfizo su deseo; y en esa misma noche, el prncipe de pueblos el
ilustre hroe Anfitrin, volvi a su morada despus de dar cima a su magna empresa. Y no
quiso ir en busca de sus servidores y de sus pastores sin haber subido antes al lecho de su
mujer: tan violento era el deseo que posea aquel pastor de pueblos. Lo mismo que un pobre
que escapa con jbilo la desdicha, a la enfermedad o a rudas cadenas, Anfitrin, libre de su
empresa, volvi lleno de gloria a su morada y se acost esa noche con su mujer venerable,
gozando de los dones de Afrodita de oro. Y as puesta encinta por un Dios y a la vez por el
ms bravo de los hombres, Alcmena pari, en Tebas la de las siete puertas, dos hijos
gemelos, pero desemejantes de espritu, aunque hermano; el uno de mal carcter, el otro el
ms irreprochable y el ms bravo de los hombres, el terrible y poderoso Heracles; y
concibi a ste d Zeus Cronin, que amontona las nubes, y a Ificle del prncipe de pueblos
Anfitrin. Eran desemejantes, porque al uno le haba concebido de un mortal y al otro de
Zeus. Cronin, que manda en todos los Dioses.
Heracles mat a Cieno, hijo magnnimo de Ares. En un bosque sagrado del Arquero Apolo,
se encontr con l y con su padre Ares, el insaciable de combates, resplandeciendo bajo sus
armas ambos con el esplendor del fuego ardiente, de pie en su carro de guerra. Y sus

caballos rpidos azotaban la tierra con sus cascos inquietos, y se arremolinaba el polvo en
torno a las ruedas y a los pies de los caballos impacientes de correr. Y el irreprochable
Cieno se regocijaba, esperando matar con el bronce al bravo hijo de Zeus y a su compaero,
y quitarles sus armas ilustres; pero Febo Apolo no accedi a su deseo y excit contra l a la
Fuerza
Heracleana.
Y todo el bosque sagrado y el templo de Apolo Pagaseano resplandecan al destello de las
armas de Ares y de este mismo Dios, y d sus ojos sala fuego chispeante. Qu mortal vivo
hubiese osado resistir su choque excepto Heracles y el bravo Yolao? Porque era mucha su
fuerza, y sus brazos indomables se alargaban desde sus hombros sobre sus miembros
robustos. Y entonces dijo Heracles al bravo Yolao:
Hroe Yolao, el ms caro de todos los mortales: ciertamente, Anfitrin se port mal con
los Dioses dichosos que habitan el Urano, cuando vino a Tebas la de hermosas murallas,
dejando la bien construida Tirinto, despus de matar a Electrin a causa de los bueyes de
ancha frente. Vino en busca de Cren y Henocia la del largo peplo, que le recibieron con
amistad, le ofrecieron todo lo necesario y le honraron como se debe honrar a los
suplicantes, y ms todava. Y as viva dichoso con su mujer, la Electrionida de hermosos
tobillos. Y en el transcurso de los aos, pronto nacimos tu padre y yo, desemejantes de
espritu y de cuerpo. Y Zeus turb la inteligencia de tu padre, quien, abandonando su
morada y a sus padres, fue a servir al injusto Euristeo. Por ello gimi ms tarde
lamentablemente el desdichado, condolindose de su falta, que era irrevocable. A m, un
Demonio contrario me infligi rudos trabajos. Oh caro! empua pronto las riendas
purpreas de los caballos de pies rpidos, e impulsa todo derecho y audazmente el carro
ligero y la fuerza de los caballos de pies rpidos, sin asustarte ante el furor del matador
de hombres Ares, que llena ahora con sus clamores el bosque sagrado del Arquero Apolo, y
que bien pronto estar harto del combate, aunque est pletrico de fuerza. Y el
irreprochable Yolao le contest:
Oh bienamado! ciertamente, el Padre de los hombres y de los Dioses y el Tauro que
conmueve la tierra y que guarda y defiende la ciudadela de Tebas honran en extremo tu
cabeza, porque empujan hacia tus manos a ese hombre alto y robusto, a fin de que logres
una gloria brillante. Vamos, ponte tus armas belicosas a fin de que combatamos,
acercndose con prontitud el carro de Ares y el nuestro. No espantar l al bravo hijo de
Zeus, ni al hijo de Ificles, sino que creo rehuir ms bien a los dos hijos del irreprochable
Alceida, que corren hacia l, deseosos del combate y de la carnicera, por los cuales son
ms ilustres que por los festines.
Habl as, y la Fuerza Heracleana sonri, regocijndose en su corazn, porque Yolao haba
hablado bien. Y le dijo estas palabras aladas:
Oh divino hroe Yolao! no est lejos la ruda batalla. Si has sido bravo siempre, dirige
bien ahora al gran caballo Arin de crines negras, y secndame cuanto puedas. Cuando
hubo hablado as li a sus piernas cnmidas de oreicalco blanco, ilustre obsequio de
Hefesto; despus envolvi su pecho en una hermosa coraza de oro, con adornos varios, que
Palas Atenea, hija de Zeus, le haba dado cuando se lanz l por vez primera a los combates
terribles. Colg luego a sus hombros el hierro que rechaza el peligro; despus el hombre
espantoso se ech a la espalda el hueco carcaj lleno de flechas vibrantes, dispensadoras de
la muerte silenciosa, llevando en sus puntas la muerte y el duelo, largas y pulimentadas por
en medio y revestidas de plumas de guila negra. Despus empu su lanza terrible,

afilada, armada de bronce; despus se puso en la cabeza un casco de acero, hermoso y bien
forjado, que se adaptaba a sus sienes y protega la cabeza del divino Heracles. Por ltimo,
cogi con sus manos el escudo de adornos varios, al que nada poda perforar ni romper,
admirable a la vista, rodeada de espejuelo y de marfil blanco, brillante de mbar y de oro, y
enlazado de crculos azules.
En medio de este escudo estaba el terror inenarrable de un dragn que miraba atrs con ojos
llameantes y cuyas fauces se hallaban llenas de dientes blancos, feroces e implacables.
Delante de l, volaba la detestable Eris, horrible y turbando el espritu de los guerreros que
osaban ofrecer combate al hijo de Zeus; y las almas de estos guerreros descendan debajo
de la tierra, al Hades, y sobre la tierra negra y bajo el ardiente Sirio se pudran sus
osamentas despojadas de carne. All estaban representados la Persecucin y el Retorno, el
Tumulto y el Terror, y el Exterminio furioso; ac se agitaban Eris y el Desorden; y la
muerte terrible se apoderaba de un vivo herido recientemente, o de otro sano y salvo, o de
un cadver que arrastraba por los pies en medio de la refriega. Su traje manchado de sangre
humana flotaba en torno a sus hombros; miraba ella con ojos espantosos y prorrumpa en
clamores.
Tena tambin el escudo doce cabezas horrendas de serpientes inenarrables que aterraban
sobre la tierra a las razas de guerreros que osaban ofrecer combate al hijo de Zeus; y
rechinaban sus dientes en tanto que el Anftrioniada combata. Y resplandecan todas estas
figuras maravillosas, y tena manchas el lomo azul de estos dragones horribles, y sus
mandbulas eran negras.
Haba adems jabales machos y leones que se miraban entre s, pletricos de furor y
deseando morder, y abalanzndose unos a otros en muchedumbre; y ni los unos ni los otros
temblaban, y erizaban sus cuellos. Y yaca muerto ya un len grande, y dos jabales estaban
privados de vida, y de sus cuerpos chorreaba sobre la tierra sangre negra, y yacan muertos,
con la cabeza vuelta bajo los leones feroces; pero por ambos lados los jabales machos y los
leones hoscos an aparecan pletricos de rabia y del deseo de combatir.
Estaba adems el combate de los guerreros lapitas armados de lanzas, alrededor del rey
Ceneo, de Dras, de Exadio, de Peiritoo, de Hopleo, de Palero, de Proloco, del titaresiano
Mopso Anficida, flor de Ares y de Teseo Egeida, semejante a los Dioses inmortales. Eran
de plata y estaban revestidos de armas de oro. Al otro lado, estaban reunidos los Centauros
alrededor del gran Ptreo, del adivinador Absolo, de Arelo, de Hurio, de Mimas el de crines
negras, y de los dos Peuceidas, Perimedeo y Drialo. Eran de plata y tenan en las manos
mazas de oro. Y todos parecan vivos y combatan de cerca con lanzas y mazas.
Forjados en oro estaban tambin los caballos de pies rpidos del terrible Ares. Y el feroz
Ares, raptor de despojos, estaba all, lanza en mano, comandando a los infantes, rojo de
sangre, despojando a los guerreros vivos todava, y en pie sobre su carro. Y junto a l se
mantenan los espectros Deimos y Fobo, pletricos del deseo de entrar en la refriega contra
los hombres.
Y all estaba la devastadora Tritogenia, hija de Zeus, simulando querer armarse para el
combate, con la lanza en la mano, el casco de oro a la cabeza y la gida en torno a los
hombros, y se arrojaba a la ruda batalla.
Tambin estaba ah el coro sagrado de los Dioses inmortales, y en medio de ellos, el hijo de
Latona y de Zeus haca resonar la ctara de oro. Y delante del pavimento de los Dioses se

alzaba el claro Olimpo en crculos infinitos alrededor del gora bienaventurada para premio
en esta lucha de los Dioses; las Diosas Piredes, las Musas, dirigan el canto y parecan
vivos cantores en la dulce voz.
Y all se abra un puerto del mar indomado, todo de estao, en forma circular y simulando
estar lleno de olas. En medio de este puerto, numerosos delfines parecan nadar aqu y all,
persiguiendo peces; y dos delfines de plata, echando agua por los nasales, cogan peces
mudos, y stos, que eran de bronce, se debatan entre los dientes de sus aprehensores. Y a la
orilla estaba sentado un pescador, mirndolos y sosteniendo una red que iba a lanzar.
Estaba tambin el jinete Perseo, hijo de Danae la de hermosa cabellera, sin tocar a su
escudo con los pies, pero sin hallarse lejos de l; y por un prodigio difcil de comprender,
no se lo sujetaba por ningn punto. Y el ilustre Cojo de ambos pies lo haba hecho de oro.
Tena Perseo en los pies sandalias aladas; y la espada de bronce pendiente del tahal que le
cea los hombros, estaba encerrada en la vaina negra; y volaba l como el pensamiento. La
cabeza del terrible monstruo Gorgo cubra su espalda, y alrededor, cosa admirable, flotaba
un saco de plata, de donde colgaban dos franjas refulgentes de oro. Y en torno a las sienes
del rey terrible estaba el casco de Edes, envuelto en la noche negra. Y l mismo, Perseo,
hijo de Danae, pareca darse prisa, alejndose, y detrs de l corran las Gorgonas,
inasequibles e innombrables, deseando cogerle; y delante de sus perseguidoras, el escudo
de acero claro resonaba con estrpito. De sus cinturas, dando silbidos agudos, colgaban dos
dragones que, levantando la cabeza y sacando sus lenguas, rechinaban los dientes y
lanzaban miradas feroces. Y sobre las cabezas horribles de las Gorgonas se cerna un
inmenso terror.
Y all combatan hombres cubiertos de armas guerreras. Unos rechazaban la ruina lejos de
su ciudad y de sus parientes; otros acudan con presteza; y haban cado muchos ya, y
combatan muchos otros. En las bien construidas torres, las mujeres prorrumpan en
clamores agudos, arandose las mejillas con las uas, y parecan vivas, siendo obra del
ilustre Hefesto. Los hombres abrumados de vejez estaban reunidos fuera de las puertas y
levantaban las manos hacia los Bienaventurados, temblando por sus hijos. En cambio los
otros varones combatan, y en torno a ellos, rechinando sus dientes blancos, las Keres
negras de voces broncas y rostro terrible, fatales e insaciables, se disputaban a los que
caan, y todas deseaban beber la sangre negra y coger al primero que cayera herido. Y
extendan sus largas uas sobre l, con el fin de llevarse el alma al Hades y hacia el Trtaro
helado. Luego, con objeto de saciarse de sangre humana, arrojaban el cadver detrs de s,
y se abalanzaban de nuevo a la refriega.
Cloto y Lacesis las capitaneaban. En cambio la ms dbil. tropos, no pareca una gran
Diosa, pero era, en verdad, la ms antigua y la ms poderosa de las tres. Y se disputaban
cruentamente un mismo hombre, mirndose con furor y entrelazando con audacia sus
manos y sus uas. Y cerca de ellas estaba en pie Aclis, la sombra de la muerte, lamentable,
horrible, descolorida, seca 25 por el hambre y con rodillas duras. Eran largusimas las uas
de sus manos; de su nariz flua la mucosa; y la sangre corra de sus mandbulas hasta la
tierra. Estaba en pie, rechinando los dientes, y un remolino de polvo espeso envolva sus
hombros, y este polvo estaba hmedo de lgrimas.
Al lado haba una ciudad de hermosas torres y llena de varones: siete puertas de oro bien
ajustadas sobre sus marcos, las defendan y disfrutaban all los hombres con festines y

danzas. En un carro bien construido conducan una joven a su marido; y por todos lados se
cantaba a Himeneo; y en las manos de las servidoras el esplendor de las antorchas tas
preceda y las seguan coros danzantes. Unos, con sus labios delicados hacan resonar su
voz armoniosa, al mismo tiempo que las flautas, y los sones se esparcan a lo lejos; otros
acompaaban el coro con sus ctaras, y otros jvenes se encantaban con la flauta, y otros se
complacan en la danza y en el canto, y otros sonrean al orlos y al verlos. Y los festines y
las danzas llenaban toda la ciudad, y en torno corran jinetes a lomos de sus caballos.
Y all abran la tierra divina unos labradores, despus de anudar sus tnicas. Y haba all
tambin una mies espesa; y unos segadores cortaban los tallos erizados de barbas agudas y
cargados de espigas, regalo de Demeter, otros los liaban en haces y llenaban la era. Otros
vendimiaban, sosteniendo podaderas en las manos; y otros se llevaban en los cestos las
uvas blancas o negras cogidas en las cepas grandes cargadas de hojas y en las ramas de
plata. Cerca haba un planto de oro, obra del hbil Hefesto, cubierto de hojas, con estacas
de plata, y cargado de racimos que se ponan negros. Y unos pisaban la uva y otros llenaban
las tinas, y otros combatan en el pugilato o en la lucha. Unos cazadores perseguan a las
libres de pies rpidos, y las queran coger dos perros de largos dientes; pero las liebres
huan. Cerca, dos jinetes rivalizaban en velocidad. De pie sobre sus carros bien construidos,
y aflojando las riendas, impulsaban a los caballos rpidos, y stos volaban dando saltos, y
los carros slidos y los cubos resonaban con ruido; y los jinetes continuaban su carrera, y la
victoria no se decida, y el combate permaneca dudoso. En medio de la arena, como
premio haba un gran trpode de oro, obra ilustre del hbil Hefesto.
Y el Ocano pareca empujar sus olas alrededor del escudo de adornos varios. Volando en
el aire, unos cisnes prorrumpan en altos clamores, y otros muchos nadaban en la superficie
del agua, y cerca de all jugaban los peces, cosa maravillosa hasta para Zeus retumbante,
quien haba ordenado a Hefesto hacer este escudo grande y slido que el vigoroso hijo de
Zeus cogi y agit, en sus manos, saltando a su carro, semejante a la centella del padre
Zeus tempestuoso. Y el robusto Yolao, sentado en su sitio, guiaba el carro curvo.
Y acercndose a ellos la Diosa Atenea la de los ojos claros, les dijo estas palabras aladas:
Salve, raza del ilustre Ligeo! Zeus que manda en los Bienaventurados os d ahora
fuerza para matar a Cieno y quitarle sus armas ilustres! Pero escucha las palabras que voy a
decirte, oh el ms bravo de los hombres! Cuando hayas privado a Cieno de la dulce luz,
djale con sus armas y vigila a Ares, azote de los hombres. Cuando por tus propios ojos le
veas sin resguardarse con su hermoso escudo, hirele entonces en el sitio descubierto con el
bronce agudo. Retrocede al punto luego, porque no est permitido por el destino coger sus
caballos ni llevarse sus armas ilustres.
Cuando hubo hablado as, la noble Diosa mont rpidamente en el carro, llevando en sus
manos inmortales la victoria y la gloria. Y al punto el divino Yolao excit a los caballos
con un grito terrible, y stos, espantados del grito, tiraron del carro rpido, alzando polvo en
la llanura, porque Atenea la de los ojos claros, blandiendo la gida, les haba redoblado las
fuerzas, y la tierra retemblaba alrededor.
Y avanzaban juntos, semejantes al fuego y a la tempestad. Cieno domador de caballos y
Ares el de los clamores espantosos. Y al encontrarse los caballos, prorrumpieron en
relinchos agudos, y el ruido repercuta alrededor. Y por lo pronto, les habl as la Fuerza
Heracleana:

Cieno, buen amigo, por qu impulsas a tus caballos rpidos contra nosotros, que somos
hombres experimentados en los trabajos y en los sufrimientos? Haz retroceder tu hermoso
carro y cdeme el camino, porque voy a Trekina a ver al rey Ceix, poderoso y respetado,
que manda en Trekina; y por ti mismo lo sabes, puesto que tienes por mujer a su hija
Temistonea la de los ojos azules. Oh buen amigo! Ares no apartar de ti la muerte, si nos
encontramos en el combate. Creo que ya prob l mi lanza cuando, furioso e insaciable, me
combati en la arenosa Pilos. Alcanzado tres veces por mi lanza, cay contra tierra, con el
escudo roto; y a la cuarta vez, le perfor el muslo, abrumndole con todo mi vigor, y cay
de bruces en el polvo bajo el choque impetuoso de mi lanza. Y deshonrado as entre los
Inmortales y domeado por mis manos, me dej sus despojos sangrientos.
Habl as; pero Cieno, hbil en el combate, no quiso ceder a su demanda y desviar los
caballos que arrastraban su carro. Y entonces desde lo alto de sus carros bien construidos
saltaron con presteza a tierra el hijo del gran Zeus y el hijo del rey Ares; y los dos
conductores de los carros impulsaron unos contra otros los caballos de hermosas crines, y
bajo los cascos inquietos tembl la vasta tierra.
Lo mismo que desde la alta cumbre de una gran montaa ruedan y saltan rocas al caer, y su
cada irresistible rompe las encinas de follaje elevado, y los pinos numerosos, y los laureles
de races profundas, mientras rpidamente van rodando hasta que llegan a la llanura, as,
con fuertes clamores, se embistieron los dos guerreros. Y toda la ciudad de los mirmidones,
la ilustre Yaolcos, y Ama, y Hlica, y la herbosa Antea, retemblaron a los clamores de
ambos guerreros mientras se golpeaban. Y el sabio Zeus tron fuertemente e hizo llover del
Urano gotas de sangre para dar a su bravo hijo la seal del combate. Lo mismo que un
jabal feroz de dientes curvos, lleno del deseo furioso de combatir a los cazadores, que en
las gargantas de una montaa afilara sus colmillos bajando la cabeza, en tanto que la
espuma chorrease de sus mandbulas prontas a desgarrar, sus ojos se asemejaran al fuego
ardiente y las cerdas de su lomo y de su cuello se erizasen, as salt de su carro el hijo de
Zeus.
Era cuando la sonora cigarra de alas negras, posada en una rama verdeante, comienza a
cantar al esto para los hombres, ella, que no tiene ms que el roco por bebida y por
alimento, y que durante todo el da, desde por la maana, canta n medio del ardiente calor,
mientras Sirio seca los cuerpos; era cuando se yerguen las espigas del mijo que se siembra
en esto, cuando enrojecen las uvas que Dionisos ha dado a los hombres para su alegra y
para su desdicha; era en esa estacin cuando combatan lanzando penetrantes clamores.
As es como, junto a una corza muerta, se arrojan uno sobre otro dos leones furiosos. Es
terrible su rugido y rechinan sus dientes. As como dos buitres de uas y pico curvos, en la
cumbre de una roca elevada, combaten gritando por una cabra que paca en las montaas, o
por una cierva gorda de los bosques que un arquero robusto ha herido con una flecha.
Mientras el cazador vaga al azar, los buitres que lo advierten se arrojan uno sobre otro. As
es como, prorrumpiendo en clamores, se abalanzaron uno a otro ambos guerreros.
Cieno, con el ansia de matar al hijo del poderossimo Zeus, dio con su lanza de bronce en el
escudo de Heracles; pero no pudo romperlo, porque era el don de un Dios lo que preservaba
al guerrero. Entonces, el Anfitrioniada, la Fuerza Heracleana, le alcanz rpidamente con
su larga lanza entre el casco y el escudo, all donde queda al desnudo el cuello; y el fresno
matador de hombres se hundi por debajo de la barba y cort los dos msculos, porque un

gran vigor haba abrumado a Cieno. Y ste cay como una encina o como una alta roca
herida por la ardiente centella de Zeus. Cay as y sus armas de bronce retemblaron en
torno a l. Y el hijo de Zeus, el de corazn inquebrantable, dej al punto el cadver, viendo
que Ares, el azote de los hombres, avanzaba mirndole con ojos terribles. Lo mismo que un
len que, habiendo encontrado una presa viva, le desgarra las carnes con uas encarnizadas
y le arranca al punto su cara alma, y cuyo corazn est lleno de negro furor en tanto mira
con ojos llameantes y terribles, azotndose con la cola los flancos y el lomo, escarba con
sus patas la tierra de suerte que ninguno osara hostigarle ni combatirle, as el Anfitrioniada,
insaciable de clamores guerreros, redoblando su audacia, corri al encuentro de Ares que se
aproximaba, lleno de dolor el corazn. Y se abalanzaron ambos dando gritos uno contra
otro.
Lo mismo que una roca que, cada de una alta cumbre, rueda a lo lejos, saltando con un
ruido inmenso, hasta que una roca ms elevada la detiene oponindose a ella, as el terrible
Ares que hace gemir a los carros se abalanz gritando; pero el Anfitrioniada le detuvo,
inquebrantable. Y Atenea, hija de Zeus tempestuoso, se puso delante de Ares con la negra
gida; y mirndole con ojos sombros, le dijo estas palabras aladas:
Oh Ares! reprime tu fuerza impetuosa y tus manos inevitables, porque no te est
permitido matar a Heracles, el hijo audaz de Zeus, ni quitarle sus armas ilustres. Vete,
retrate del combate y no resistas. Habl as, pero no persuadi el corazn magnnimo de
Ares, y ste, entre estridentes clamores y blandiendo sus armas semejantes a la llama del
fuego, se abalanz con presteza contra la Fuerza Heracleana, deseando matarle. Y como
estaba irritado por la muerte de su hijo, lanz su rpida pica de bronce contra el gran
escudo. Pero Atenea la de los ojos claros desvi el mpetu de la pica, asomndose fuera del
carro. Y se apoder de Ares un dolor violento, y sacando l su espada afilada, se arroj
sobre el bravo Heracles. Pero, cuando ya estaba cerca, el Anfitrioniada, insaciable de
clamores guerreros, hiri cruel y poderosamente, por debajo del escudo bien trabajado, el
descubierto muslo de quien lo acometa y le rasg largamente la carne con la bien
gobernada lanza. Y al punto Fobo y Deimos hicieron avanzar a los caballos y el carro de
hermosas ruedas, y alzndole de la tierra de anchos caminos, le colocaron en el carro bien
construido; y fustigando enseguida a los caballos alzaron su vuelo hacia el Olimpo.
Luego, tras de despojar a Cieno de sus hermosas armas, el hijo de Alcmena y el ilustre
Yolao partieron al punto, y arrastrados por sus caballos rpidos, llegaron a Trekina. Y
Atenea la de los ojos claros se remont al gran Olimpo y a las moradas de su padre.
Y Ceix sepult a Cieno. Y el pueblo innumerable que habitaba las ciudades del rey ilustre.
Antea, Hlica y la ciudad de los mirmidones, la rica Yaolcos, y Arna, todo ese pueblo se
reuni para honrar a Ceix, caro a los Dioses dichosos. Pero el torrente Anauro, acrecido por
las lluvias invernales, hizo desaparecer la tumba y el monumento. As, efectivamente, lo
haba ordenado el Latonida Apolo, porque Cieno, emboscndose, despojaba por la
violencia a cuantos traan ilustres hecatombes a Pito

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