Colombiaausencia de Relato y Desubicaciones de Lo Nacional
Colombiaausencia de Relato y Desubicaciones de Lo Nacional
Colombiaausencia de Relato y Desubicaciones de Lo Nacional
Jess Martn-Barbero
Civilizacin y violencia, fue publicada en ingls y est siendo editada por Norma- es
aquella violencia estructural a partir de la cual se construy el Estado en Colombia: un
Estado en cuyos discuros fundacionales la exclusin de los indgenas, los negros y las
mujeres fue radical. Y lo fue en la medida misma en que la diferencia era afirmada
nicamente en su irreductible y negativa alteridad. En un seminario sobre Colombia,
organizado por el Instituto de estudios latinoamericanos de la universidad de
Stanford en el mes de abril, que significativamente se titul Pensar en medio de la
razas inferiores. Pues civilizar esas razas significaba que los negros dejaran de ser
negros y los indgenas dejaran de ser indgenas. El no blanco o se transmutaba en lo
ms parecido a un blanco macho o desapareca. Y en tercer lugar, la violencia de la
representacin marc a fuego la constitucin misma de los partidos liberal y
conservador. Segn C. Rojas ambos partidos se concibieron a si mismos como
mutuamente excluyentes, ya que cada partido era el doble del otro, lo que vino a
hacer imposible, a anular, el espacio comn en el que puede adquirir sentido la
diferencia entre liberal y conservador. Si cada partido era la negacin del otro, no
haba un terreno comn que compartieran y slo a partir del cual se diferenciaban.
Cada partido naci, y durante muchos aos fue, la negacin del otro,con lo que aqu
tambien la representacin del otro implicaba la justificacin de su exclusin.
Hoy dia, la ausencia de un relato nacional incluyente de los
ciudadanos del
comun se expresa en una imagen de Colombia, propuesta tambien por D. Pecaut, y que
me resulta tan expresiva como estremecedora: la de un pas atrapado entre el
blablabla de los polticos y el silencio de los guerreros . Pocas imgenes tan certeras de
la complicidad y correspondencia entre las dos trampas que moviliza la guerran. Los
polticos atrapados en su habladuria incapaz de hacerse cargo de la complejidad de los
conflictos que vive el pas, de la envergadura sociocultural de sus demandas y de los
modos como el pas quisiera ser reconocido regional, racial y psquicamente. Y junto a
esa inflacin de la palabra poltica y a
palabra hueca, se alza el silencio de los guerreros. Ese que manifiesta el hecho de que
la inmensa mayora de los miles de asesinatos que aqu se produce cada ao no sean
reclamados, no merezcan la pena de ser reivindicados, es decir no tengan relato. Se
tiran los cadveres en el campo, al borde de las carreteras, o en las avenidas urbanas,
y lo nico parecido a una palabra son las marcas de la crueldad sobre los propios
cuerpos de las vctimas. Silencio tenaz de los guerreros de un bando y de otro, y del
otro tambien. Silencio tanto o ms sintomtico que la impunidad, pues el que no haya
una palabra que se haga cargo de la muerte inflingida tiene quiz una resonancia ms
ancha que el hecho de que no se juzgue al asesino, ya que habla del punto al que ha
llegado la ausencia de un relato mnmo desde el que podamos dotar de algun sentido la
muerte de miles de conciudadanos.
Cmo responsabilizarnos entonces de nuestros errores y nuestros fracasos si
no compartimos el discurso en que podriamos nombrarlos?. Como compartir duelos si
ni siquiera podemos llorar juntos? que es aquel mnimo sin el cual no hay comunidad que
subsista. Ah radica la gravedad ltima de una situacin en la que hasta la lectura que
de ella hace la clase pensante, los intelectuales y las ciencias sociales, en lugar de
contribuir a tejer convergencias tiende aun a fragmentar y polarizar la sociedad, ya
que no hemos logrado poner en comun una lectura en la que sea posible dirimir hasta
donde llega
proporcionando a este pas una lectura de la situacin a no confundir con coyunturaque ayude a la gente a ubicar su cotidiana experiencia de dolor tanto como los retazos
de sentido que alientan nuestra esperanza.
Y que este pas vive una sitacin-lmite, en la que el papel de las gentes de la
cultura debera estar dedicado a tejer un mnimo relato del sentir comun, lo
demuestran hechos como ste. Julio Snchez Cristo entrevist esta misma semana en
su programa matinal de radio a un representante de la Coca Cola colombiana y a un
representante del sindicato del acero de Estados Unidos. Yo saba por informaciones
de la cadena de televisin CNN que hay una acusacin de que varios sindicalistas de
Coca Cola han sido perseguidos, chantajeados, e incluso asesinados por paramilitares
en complicidad con la empresa. Y quien ha puesto esa denuncia ha sido el sindicato del
acero de los Estados Unidos, uno de los ms poderosos de ese pas. Cuando el
periodista pregunt al sindicalista norteamericano Y por qu un sindicato tan fuerte
de Estados Unidos se pone a pelear por unos humildes trabajadores de una planta de
Coca Cola en Colombia? La respuesta indignada del director del sindicato fue Porque
de cada cinco sindicalistas que mueren asesinados en el mundo, tres lo son en
Colombia. Le parece suficiente la razn? . Y me pregunto: qe nos va a parecer a
nosotros, intelectuales, acadmicos, artistas, trabajadores todos de la cultura,
suficiente razn para volcar nuestro trabajo en la articulacin de discursos que tejan
un relato comn?.
las muy colombianas redes del narcotrfico , que ha sido nuestra peculiar forma de
entrar en la escena mundial y de poner a Colombia en la economa global. Por eso no
podemos pensar lo que pasa en este pas ni entender las guerra que estamos viviendo,
o estas guerras, sin ubicar el narcotrfico en las particularidades de nuestra cultura
mafiosa, esa que Alonso Salazar describe en La parbola de Pablo y la que encuentra
sus raices tanto en la cultura del contrabando como en cierta cultura empresarial y
poltica del pas. Indispensable libro el de Salazar pues es de los
pocos que
entretejiendo discursos muy diversos pone en relacin muchas cosas que parecian
aisladas y dispersas, contribuyendo as a la construccin de ese relato en que nos
veamos juntos los colombianos.
La globalizada des-ubicacin de lo nacional y lo cultural
La ausencia de relato nacional remite a su vez a la fragilidad y desligitimidad
que a
en Colombia, un Estado
globalizacin. Voy a partir de un texto que sali hace muy pocos das en el peridico El
Pas de Madrid, firmado por uno de los pensadores centroeuropeos ms lcidos,
Zigmun Bauman, una especie de Max Weber polaco exilado en Inglaterra, quien
escribe Globalizacin significa que todos dependemos ya unos de otros. Las distancias
cada vez importan menos, lo que suceda en cualquier lugar, puede tener consecuencias
en cualquier otro lugar del mundo. Hemos dejado de poder protegernos tanto a
nosotros como a los que sufren las consecuencias de nuestras acciones en esta red
mundial de interdependencias. Pues asi como el estado nacin fue una ruptura con las
anteriores formas de organizacin poltica, econmica, y cultural, un quiebre en lnea
de continuidad entre la comunidad orgnica de las culturas locales y la sociedad del
estado nacional, lo global hoy no hace continuidad con lo internacional pues, como
pioneramente ha venido planteando en Latinoamrica ese gran pensador que muri
hace dos semanas, el gegrafo brasileo Milton Santos, ante lo que estamos no es una
mera forma de integracin de las naciones-estado sino la emergencia de otra realidad
histricosocial, el mundo, constituido en el nueva realidad a pensar, y en la nueva
categora central de las ciencias sociales.
Y ah se sita tambin, la reflexin de un pensador hind que lleva muchos aos
en Nueva York abrindonos algunas de las perspectivas ms esperanzadoras sobre la
globalizacin, Arjun Appadurai. Appadurai ha escrito ltimamente que los flujos
financieros, culturales o de derechos humanos, se producen en un movimiento de
vectores que hasta ahora fueron convergentes por su articulacin en el estado
nacional pero que en el espacio de lo global son vectores de disyuncin. Es decir que
aunque son coetneos e isomorfos en cierto sentido, esos movimientos potencian hoy
sus diversas temporalidades con los muy diversos ritmos que los cruzan en muy
diferentes direcciones. Lo que constituye un desafo colosal para unas ciencias
sociales que siguen todavia siendo profundamente monotestas, creyendo que hay un
principio organizador y compresivo de todas dimensiones y procesos de la historia.
Claro que entre esos movimientos hay articulaciones estructurales pero la
globalizacin no es ni un paradigma ni un proceso, es una multiplicidad de procesos que
se cruzan y se articulan entre s pero que no caminan en la misma direccin. Lo que
lleva a Appadurai a plantear la necesidad de construir a escala del mundo lo que el
llama una globalizacin desde abajo: un esfuerzo por articular la significacin de esos
procesos justamente desde sus conflictos, articulacin que ya se est produciendo en
la imaginacin colectiva ya actuante en lo que l llama las formas sociales
emergentes desde el mbito ecolgico al laboral, y de los derechos civiles a
las
mera posibilidad esttica, para convertirse en una facultad de la gente del comn que
le permite pensar en emigrar, en resistir a la violencia estatal, en buscar reparacin
social, en disear nuevos modos de asociacin, nuevas colaboraciones cvicas que cada
vez ms trascienden las fronteras nacionales. Appadurai dice textualmente: Si es a
travs de la imaginacin que hoy el capitalismo disciplina y controla a los ciudadanos
contemporneos, sobre todo a travs de los medios de comunicacin, es tambin la
imaginacin la facultad a travs de la cual emergen nuevos patrones colectivos de
disenso, de desafeccin y cuestionamiento de los patrones impuestos a la vida
cotidiana. A travs de la cual vemos emerger formas sociales nuevas, no predatorias
como las del capital,formas constructoras de nuevas convivencias humanas.
Es concebida como entrelazamiento de multiples y muy diversos procesos
-velocsimos como los de las finanzas, lentsimos, como los de las culturas, a mediano
ritmo como los de los derechos
yo acudo a
una
imagen propuesta hace muchos aos por Peter Berger, un crtico de cultura ingls:
cuando en la Inglaterra y la Francia del siglo XVIII emerge la burguesa hay un lapso
de tiempo en el que ella sigue imitando ciertas costumbres de la aristocracia, as por
ejemplo los burgueses se hacan pintar delante de sus palacios, con sus mujeres
luciendo vestidos de enormes escotes, cuya funcin era mucho menos ertica que
econmica exhibiendo mltiples y lujosos collares y joyas lo que el escote haca era
hablar de la riqueza de su esposo y seor-, pero hubo un momento en el que la
burguesa quiso dejar de ser el objeto pintado para llegar a ser el lugar desde que
mira el pintor. Esa imagen de Berger nos pone en perspectiva el cambio que atraviesa
un capitalismo que al tornarse mundo ya no ve en la cultura tanto y slo un objeto a
rentabilizar sino el lugar del sentido, que es el lugar que el que mercado pretende
ocupar al ponerse a s mismo su lgica y su escenografia, esto es sus figuras de
produccin y sus imgenes de consumo- como fuente de significacin de la vida en
comun. Castells lo ha escrito muy claro, ahora es que vamos a saber lo que es el
capitalismo, la vocacin mundial del capitalismo que Marx ya entrevi: el capitalismo
se hace mundo cuando
conocimiento o de la informacin. Lo que no tiene nada que ver con la facilona y falaz
afirmacin o pseudoprofecia de que vamos hacia una cultura homognea y global . Ni
ha escrito que si
culturales. Lo cual no quiere decir que sean slo culturales sino que el hecho culturalidentitario articula razones histricas de no reconocimiento a largas situaciones de
inferioridad social, subdesarrollo econmico y exclusin poltica.
Para entender esta revolucin en la cultura debemos asumir que hoy identidad
significa a la vez dos cosas completamente distintas, y hasta ahora radicalmente
opuestas. Hasta hace muy poco decir identidad era hablar de races, raigambre,
mejor raices en movimiento. Para mucho del imaginario subtancialistas y dualista que
todavia permea nuestra antropologa, nuestra sociologa y nuestra historia, esta
metfora resultar inaceptable, y sin embargo en ella se vislumbra alguna de las
dimensiones ms fecundamente desconcertantes del mundo que habitamos. Otro
antroplogo, Eduard Delgado, apunta en esa direccin cuando afirma que sin raices
no se puede vivir pero muchas raices impiden caminar.
El nuevo imaginario relaciona identidad
historias como ser tenidos en cuenta por los otros . Lo que significa que para ser
reconocidos necesitamos contar nuestro relato, pues no existe identidad sin narracin
ya que sta no es slo expresiva sino constitutiva de lo que somos. Tanto individual
como colectivamente, pero especialmente en lo colectivo, muchas de las posibilidades
de ser reconocidos, tenidos en cuenta, contar en las decisiones que nos afectan ,
dependen de la veracidad y legitimidad de los relatos en que contamos la tensin
entre lo que somos y lo que queremos ser. Que nadie confunda esto con la maldita
obsesin por la buena imagen que tanto preocupa a los politicos
y a muchos
aos de soledad o en la Virgen de los sicarios que en la mayoria de los manuales que se
estudian en las escuelas.
Lo complicado, y a la vez maravilloso, es que hoy da, nuestras identidades se
ven atravesadas por, y se expresan en, una heterognea multiplicidad de narrativas. Y
esa multiplicidad de narrativas tiene mucho que ver con la multiplicidad de redes en
las cuales las propias identidades se insertan ahora. Nuestras identidades estan
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televisin, de internet. Porque por ah pasa la otra diferencia que tensiona y dinamiza
la relacin entre las redes del mercado y las redes de la sociedad. Que por las redes
gobierno, necesitamos que desde cada pas se tracen polticas de Estado esto es de
largo plazo y articulables en proyectos de integracin cultural y poltica. Ah se
concreta el desafo de hacer unas polticas culturales capaces de entender que los
flujos globales producen problemas que se manifiestan en formas locales, pero cuyos
contextos desbordan los espacios nacionales. Y pensando estas cosas me encontr en
estos das releyendo un texto de Estanislao Zuleta en su libro Democracia, violencia y
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resistencias,
afirme tambien la
reciprocidad y la solidaridad. Pues como lleva aos planteando Ernesto Laclau, no hay
posibilidad de exigir respeto para uno mismo sin que el respeto cubra a la vez al otro
al que se lo exigimos. Por eso, insiste Laclau, una cosa es el universalismo etnocntrico
de las instituciones, incluidas a veces la ONU y la propia UNESCO, y otra la
imposibilidad de afirmar los derechos de un grupo particular sin que esos derechos se
inserten en algun horizonte de universalidad de lo humano . Los ingleses, que han tenido
una de las concepciones
ms profundamente democrticas
de la cultura nacional,
comn. Desde que llegu a Colombia me encant el uso que se ha hecho en la historia
colombiana del comn que encarnaban los comuneros Y es rescatando hacia el futuro la
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la
de
Polticas
Culturales
pasa
en
gran
medida
por
crear
una
institucionalidad mestiza del Estado con la academia pblica y privada y con sectores
independientes, una especie de fundacin que libere al Obsevatorio de los contnuos
avatares a que lo sometera la sola adscripcin al ministerio, y le permita dotarse de
hacen parte de la cultura comun. Y que despues se graben en la oralidad del castellano
para que podamos escuchar las diferencias de ritmos y cadencias. Slo despus
debera convertirse en libro. Slo abiertos al desafio de la expresividad oral
podremos entender lo que el ao pasado des-cubri la antroploga coordinadora de los
proyectos de radio del ministerio, Jeanine ElGazi, a travs de una encuesta sobre el
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Bibliografia
Daniel Pecaut, Guerra contra la sociedad, Planeta, Bogot, 2001
Cristina Rojas, Civilizacin y violencia, Norma, Bogot, en prensa
Marco Palacios, Entre la legalidad y la violencia, Norma, Bogot, 1995; La
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