Howard P. Lovecraft - El Sabueso 1922
Howard P. Lovecraft - El Sabueso 1922
Howard P. Lovecraft - El Sabueso 1922
HOWARD P. LOVECRAFT
En mis torturados odos resuenan incesantemente un chirrido y un aleteo de pesadilla, y un breve ladrido
lejano como el de un gigantesco sabueso. No es un sueo... y temo que ni siquiera sea locura, ya que son
muchas las cosas que me han sucedido para que pueda permitirme esas misericordiosas dudas.
St. John es un cadver destrozado; nicamente yo s por qu, y la ndole de mi conocimiento es tal que
estoy a punto de saltarme la tapa de los sesos por miedo a ser destrozado del mismo modo. En los oscuros
e interminables pasillos de la horrible fantasa vagabundea Nmesis, la diosa de la venganza negra y
disforme que me conduce a aniquilarme a m mismo.
Que perdone el cielo la locura y la morbosidad que atrajeron sobre nosotros tan monstruosa suerte!
Hartos ya con los tpicos de un mundo prosaico, donde incluso los placeres del romance y de la aventura
pierden rpidamente su atractivo, St. John y yo habamos seguido con entusiasmo todos los movimientos
estticos e intelectuales que prometan terminar con nuestro insoportable aburrimiento. Los enigmas de los
simbolistas y los xtasis de los prerrafaelistas fueron nuestros en su poca, pero cada nueva moda quedaba
vaciada demasiado pronto de su atrayente novedad.
Nos apoyamos en la sombra filosofa de los decadentes, y a ella nos dedicamos aumentando
paulatinamente la profundidad y el diabolismo de nuestras penetraciones. Baudelaire y Huysmans no
tardaron en hacerse pesados, hasta que finalmente no qued ante nosotros ms camino que el de los
estmulos directos provocados por anormales experiencias y aventuras personales. Aquella espantosa
necesidad de emociones nos condujo eventualmente por el detestable sendero que incluso en mi actual
estado de desesperacin menciono con vergenza y timidez: el odioso sendero de los saqueadores de
tumbas.
No puedo revelar los detalles de nuestras impresionantes expediciones, ni catalogar siquiera en parte el
valor de los trofeos que adornaban el annimo museo que preparamos en la enorme casa donde vivamos
St. John y yo, solos y sin criados. Nuestro museo era un lugar sacrlego, increble, donde con el gusto
satnico de neurticos dilettanti habamos reunido un universo de terror y de putrefaccin para excitar
nuestras viciosas sensibilidades. Era una estancia secreta, subterrnea, donde unos enormes demonios
alados esculpidos en basalto y nice vomitaban por sus bocas abiertas una extraa luz verdosa y
anaranjada, en tanto que unas tuberas ocultas hacan llegar hasta nosotros los olores que nuestro estado de
nimo apeteca: a veces el aroma de plidos lirios fnebres, a veces el narctico incienso de unos funerales
en un imaginario templo oriental, y a veces cmo me estremezco al recordarlo! la espantosa fetidez
de una tumba descubierta.
Alrededor de las paredes de aquella repulsiva estancia haba fretros de antiguas momias alternando con
hermosos cadveres que tenan una apariencia de vida, perfectamente embalsamados por el arte del
moderno taxidermista, y con lpidas mortuorias arrancadas de los cementerios ms antiguos del mundo.
Aqu y all, unas hornacinas contenan crneos de todas las formas, y cabezas conservadas en diversas
fases de descomposicin. All podan encontrarse las podridas y calvas coronillas de famosos nobles, y las
tiernas cabecitas doradas de nios recin enterrados.
Haban all estatuas y cuadros, todos de temas perversos y algunos realizados por St. John y por m
mismo. Un portafolio cerrado, encuadernado con piel humana curtida, contena ciertos dibujos atribuidos a
Goya y que el artista no se haba atrevido a publicar. Haba all nauseabundos instrumentos musicales, de
cuerda, de metal y de viento, en los cuales St. John y yo producamos a veces disonancias de exquisita
morbosidad y diablica lividez; y en una multitud de armarios de caoba reposaba la ms increble coleccin
de objetos sepulcrales nunca reunidos por la locura y perversin humanas. Acerca de esa coleccin debo
guardar un especial silencio. Afortunadamente, tuve el valor de destruirla mucho antes de pensar en
destruirme a m mismo.
Las expediciones, en el curso de las cuales recogamos nuestros nefandos tesoros, eran siempre
memorables acontecimientos desde el punto de vista artstico. No ramos vulgares vampiros, sino que
trabajbamos nicamente bajo determinadas condiciones de humor, paisaje, medio ambiente, tiempo,
estacin del ao y claridad lunar. Aquellos pasatiempos eran para nosotros la forma ms exquisita de
expresin esttica, y concedamos a sus detalles un minucioso cuidado tcnico. Una hora inadecuada, un
pobre efecto de luz o una torpe manipulacin del hmedo csped, destruan para nosotros la extasiante
sensacin que acompaaba a la exhumacin de algn ominoso secreto de la tierra. Nuestra bsqueda de
nuevos escenarios y condiciones excitantes era febril e insaciable. St. John abra siempre la marcha, y fue l
quien descubri el maldito lugar que acarre sobre nosotros una espantosa e inevitable fatalidad.
Qu desdichado destino nos atrajo hasta aquel horrible cementerio holands? Creo que fue el oscuro
rumor, la leyenda acerca de alguien que llevaba enterrado all cinco siglos, alguien que en su poca fue un
saqueador de tumbas y haba robado un valioso objeto del sepulcro de un poderoso. Recuerdo la escena
en aquellos momentos finales: la plida luna otoal sobre las tumbas, proyectando sombras alargadas y
horribles; los grotescos rboles, cuyas ramas descendan tristemente hasta unirse con el descuidado csped
y las estropeadas losas; las legiones de murcilagos que volaban contra la luna; la antigua capilla cubierta de
hiedra y apuntando con un dedo espectral al plido cielo; los fosforescentes insectos que danzaban como
fuegos fatuos bajo las tejas de un alejado rincn; los olores a moho, a vegetacin y a cosas menos
explicables que se mezclaban dbilmente con la brisa nocturna procedente de lejanos mares y pantanos; y,
lo peor de todo, el triste aullido de algn gigantesco sabueso al cual no pudimos ver ni situar de un modo
concreto. Al orlo nos estremecimos, recordando las leyendas de los campesinos, ya que el hombre que
tratbamos de localizar haba sido encontrado haca siglos en aquel mismo lugar, destrozado por las zarpas
y los colmillos de un execrable animal.
Recuerdo cmo excavamos la tumba del vampiro con nuestras azadas, y cmo nos estremecimos ante
el cuadro de nosotros mismos, la tumba, la plida luna vigilante, las horribles sombras, los grotescos
rboles, los murcilagos, la antigua capilla, los danzantes fuegos fatuos, los nauseabundos olores, los
gemidos de la brisa nocturna y el extrao aullido de cuya existencia objetiva apenas podamos estar
seguros.
Luego, nuestros azadones chocaron contra una sustancia dura, y no tardamos en descubrir una
enmohecida caja de forma oblonga. Era increblemente recia, pero tan vieja que finalmente conseguimos
abrirla y regalar nuestros ojos con su contenido.
Mucho sorprendentemente mucho era lo que quedaba del cadver a pesar de los quinientos aos
transcurridos. El esqueleto, aunque aplastado en algunos lugares por las mandbulas de la cosa que le haba
producido la muerte, se mantena unido con asombrosa firmeza, y nos inclinamos sobre el descarnado
crneo con sus largos dientes y sus cuencas vacas en las cuales haban brillado unos ojos con una fiebre
semejante a la nuestra. En el atad haba un amuleto de extico diseo que, al parecer, estuvo colgado del
cuello del durmiente. Representaba a un sabueso alado, o a una esfinge con un rostro semicanino, y estaba
exquisitamente tallado al antiguo gusto oriental en un pequeo trozo de jade verde. La expresin de sus
rasgos era sumamente repulsiva, sugeridora de muerte, de bestialidad y de odio. Alrededor de la base
llevaba una inscripcin en unos caracteres que ni St. John ni yo pudimos identificar; y en el fondo, como un
sello de fbrica, apareca grabado un grotesco y formidable crneo.
En cuanto echamos la vista encima al amuleto supimos que debamos poseerlo; que aquel tesoro era
evidentemente nuestro botn. Aun en el caso que nos hubiera resultado completamente desconocido lo
hubiramos deseado, pero al mirarlo de ms cerca nos dimos cuenta que nos pareca algo familiar. En
realidad, era ajeno a todo arte y literatura conocida por lectores cuerdos y equilibrados, pero nosotros
reconocimos en el amuleto la cosa sugerida en el prohibido Necronomicn del rabe loco Abdul Alhazred;
el horrible smbolo del culto de los devoradores de cadveres de la inaccesible Leng, en el Asia Central.
No nos cost ningn trabajo localizar los siniestros rasgos descritos por el antiguo demonlogo rabe; unos
rasgos extrados de alguna oscura manifestacin sobrenatural de las almas de aquellos que fueron vejados y
devorados despus de muertos.
Apoderndonos del objeto de jade verde, dirigimos una ltima mirada al cavernoso crneo de su
propietario y cerramos la tumba, volviendo a dejarla tal como la habamos encontrado. Mientras nos
marchbamos apresuradamente del horrible lugar, con el amuleto robado en el bolsillo de St. John, nos
pareci ver que los murcilagos descendan en tropel haca la tumba que acabbamos de profanar, como si
buscaran en ella algn repugnante alimento. Pero la luna de otoo brillaba muy dbilmente, y no pudimos
saberlo a ciencia cierta.
Al da siguiente, cuando embarcbamos en un puerto holands para regresar a nuestro hogar, nos
pareci or el leve y lejano aullido de algn gigantesco sabueso. Pero el viento de otoo gema tristemente,
y no pudimos saberlo con seguridad.
Menos de una semana despus de nuestro regreso a Inglaterra comenzaron a suceder cosas muy
extraas. St. John y yo vivamos como reclusos; sin amigos, solos y en unas cuantas habitaciones de una
antigua mansin, en una regin pantanosa y poco frecuentada; de modo que en nuestra puerta resonaba
muy raramente la llamada de un visitante.
Ahora, sin embargo, estbamos preocupados por lo que pareca ser un frecuente roce en medio de la
noche, no slo alrededor de las puertas, sino tambin alrededor de las ventanas, lo mismo en las de la
planta baja que en las de los pisos superiores. En cierta ocasin imaginamos que un cuerpo voluminoso y
opaco oscureca la ventana de la biblioteca cuando la luna brillaba contra ella, y en otra ocasin cremos or
un aleteo no muy lejos de la casa. Una minuciosa investigacin no nos permiti descubrir nada, y
empezamos a atribuir aquellos hechos a nuestra imaginacin, turbada an por el leve y lejano aullido que
nos pareci haber odo en el cementerio holands. El amuleto de jade reposaba ahora en una hornacina de
nuestro museo, y a veces encendamos una vela extraamente aromada delante de l. Lemos mucho en el
Necronomicn de Alhazred acerca de sus propiedades y acerca de las relaciones de las almas con los
objetos que las simbolizan y quedamos desasosegados por lo que lemos.
Luego lleg el terror.
La noche del 24 de septiembre de 19... o una llamada en la puerta de mi dormitorio. Creyendo que se
trataba de St. John le invit a entrar, pero slo me respondi una espantosa risotada. En el pasillo no haba
nadie. Cuando despert a St. John y le cont lo ocurrido, manifest una absoluta ignorancia del hecho y se
mostr tan preocupado como yo. Aquella misma noche, el leve y lejano aullido sobre las soledades
pantanosas se convirti en una espantosa realidad.
Cuatro das ms tarde, mientras nos encontrbamos en el museo, omos un cauteloso araar en la nica
puerta que conduca a la escalera secreta de la biblioteca. Nuestra alarma aument, ya que, adems de
nuestro temor a lo desconocido, siempre nos haba preocupado la posibilidad que nuestra extraa
coleccin pudiera ser descubierta. Apagando todas las luces, nos acercamos a la puerta y la abrimos
bruscamente de par en par; se produjo una extraa corriente de aire y omos, como si se alejara
precipitadamente, una rara mezcla de susurros, risas entre dientes y balbuceos articulados. En aquel
momento no tratamos de decidir si estbamos locos, si sobamos o si nos enfrentbamos con una
realidad. De lo nico que s nos dimos cuenta, con la ms negra de las aprensiones, fue que los balbuceos
aparentemente incorpreos haban sido proferidos en idioma holands.
Despus de aquello vivimos en medio de un creciente horror, mezclado con cierta fascinacin. La mayor
parte del tiempo nos atenamos a la teora que estbamos enloqueciendo a causa de nuestra vida de
excitaciones anormales, pero a veces nos complaca ms dramatizar acerca de nosotros mismos y
considerarnos vctimas de alguna misteriosa y aplastante fatalidad. Las manifestaciones extraas eran ahora
demasiado frecuentes para ser contadas. Nuestra casa solitaria pareca sorprendentemente viva con la
presencia de algn ser maligno cuya naturaleza no podamos intuir, y cada noche aquel demonaco aullido
llegaba hasta nosotros, cada vez ms claro y audible. El 29 de octubre encontramos en la tierra blanda
debajo de la ventana de la biblioteca una serie de huellas de pisadas completamente imposibles de
describir. Resultaban tan desconcertantes como las bandadas de enormes murcilagos que merodeaban
por los alrededores de la casa en nmero creciente.
El horror alcanz su culminacin el 18 de noviembre, cuando St. John, regresando a casa al oscurecer,
procedente de la estacin del ferrocarril, fue atacado por algn espantoso animal y muri destrozado. Sus
gritos haban llegado hasta la casa y yo me haba apresurado a dirigirme al terrible lugar: llegu a tiempo de
or un extrao aleteo y de ver una vaga forma negra cuya silueta se recortaba contra la luna que se alzaba
en aquel momento.
Mi amigo estaba murindose cuando me acerqu a l y no pudo responder a mis preguntas de un modo
coherente. Lo nico que hizo fue susurrar:
El amuleto..., aquel maldito amuleto...
Y exhal el ltimo suspiro, convertido en una masa inerte de carne lacerada.
Lo enterr al da siguiente en uno de nuestros descuidados jardines, y murmur sobre su cadver uno de
los extraos ritos que l haba amado en vida. Y mientras pronunciaba la ltima frase, o a lo lejos el dbil
aullido de algn gigantesco sabueso. La luna estaba alta, pero no me atrev a mirarla. Y cuando vi sobre el
marjal una ancha y nebulosa sombra que volaba de otero en otero, cerr los ojos y me dej caer al suelo,
boca abajo. No s el tiempo que pas en aquella posicin. Slo recuerdo que me dirig temblando hacia la
casa y me prostern delante del amuleto de jade verde.
Temeroso de vivir solo en la antigua mansin, al da siguiente me march a Londres, llevndome el
amuleto, despus de quemar y enterrar el resto de la impa coleccin del museo. Pero al cabo de tres
noches o de nuevo el aullido, y antes de una semana comenc a notar unos extraos ojos fijos en m en
cuanto oscureca. Una noche, mientras paseaba por el Malecn Victoria, vi que una sombra negra
oscureca uno de los reflejos de las lmparas en el agua. Sopl un viento ms fuerte que la brisa nocturna y,
en aquel momento, supe que lo que haba atacado a St. John no tardara en atacarme a m.
Al da siguiente empaquet cuidadosamente el amuleto de jade verde y embarqu hacia Holanda.
Ignoraba lo que poda ganar devolviendo el objeto a su silencioso y durmiente propietario; pero me senta
obligado a intentarlo todo con tal de desvanecer la amenaza que pesaba sobre mi cabeza. Lo que pudiera
ser el sabueso, y los motivos para que me hubiera perseguido, eran preguntas todava vagas; pero yo haba
odo por primera vez el aullido en aquel antiguo cementerio, y todos los acontecimientos subsiguientes,
incluido el moribundo susurro de St. John, haban servido para relacionar la maldicin con el robo del
amuleto. En consecuencia, me hund en los abismos de la desesperacin cuando, en una posada de
Rotterdam, descubr que los ladrones me haban despojado de aquel nico medio de salvacin.
Aquella noche, el aullido fue ms audible, y por la maana le en el peridico un espantoso suceso
acaecido en el barrio ms pobre de la ciudad. En una miserable vivienda habitada por unos ladrones, toda
una familia haba sido despedazada por un animal desconocido que no dej ningn rastro. Los vecinos
haban odo durante toda la noche un leve, profundo e insistente sonido, semejante al aullido de un
gigantesco sabueso.
Al anochecer me dirig de nuevo al cementerio, donde una plida luna invernal proyectaba espantosas
sombras, y los rboles sin hojas inclinaban tristemente sus ramas hacia la marchita hierba y las estropeadas
losas. La capilla cubierta de hiedra apuntaba al cielo un dedo burln y la brisa nocturna gema de un modo
montono procedente de helados marjales y frgidos mares. El aullido era ahora muy dbil y ces por
completo mientras me acercaba a la tumba que unos meses antes haba profanado, ahuyentando a los
murcilagos que haban estado volando curiosamente alrededor del sepulcro.
No s por qu haba acudido all, a menos que fuera para rezar o para murmurar dementes
explicaciones y disculpas al tranquilo y blanco esqueleto que reposaba en su interior; pero, cualesquiera
que fueran mis motivos, ataqu el suelo medio helado con una desesperacin parcialmente ma y
parcialmente de una voluntad dominante ajena a m mismo. La excavacin result mucho ms fcil de lo
que haba esperado, aunque en un momento determinado me encontr con una extraa interrupcin: un
esqueltico buitre descendi del fro cielo y picote frenticamente en la tierra de la tumba hasta que lo
mat con un golpe de azada. Finalmente dej al descubierto la caja oblonga y saqu la enmohecida tapa.
Aqul fue el ltimo acto racional que realic.
Ya que en el interior del viejo atad, rodeado de enormes y soolientos murcilagos, se encontraba lo
mismo que mi amigo y yo habamos robado. Pero ahora no estaba limpio y tranquilo como lo habamos
visto entonces, sino cubierto de sangre reseca y de jirones de carne y de pelo, mirndome fijamente con
sus cuencas fosforescentes. Sus colmillos ensangrentados brillaban en su boca entreabierta en un rictus
burln, como si se mofara de mi inevitable ruina. Y cuando aquellas mandbulas dieron paso a un sardnico
aullido, semejante al de un gigantesco sabueso, y vi que en sus sucias garras empuaba el perdido y fatal
amuleto de jade verde, ech a correr; gritando estpidamente, hasta que mis gritos se disolvieron en
estallidos de risa histrica.
La locura cabalga a lomos del viento..., garras y colmillos afilados en siglos de cadveres..., la muerte en
una bacanal de murcilagos procedentes de las ruinas de los templos enterrados de Belial... Ahora, a
medida que oigo mejor el aullido de la descarnada monstruosidad y el maldito aleteo resuena cada vez ms
cercano, yo me hundo con mi revlver en el olvido, mi nico refugio contra lo desconocido.
FIN
Ttulo Original: The Hound 1922.
Digitalizacin, Revisin y Edicin Electrnica de Arcnido.
Revisin 3.