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Cuanto ms progresa la tcnica del cine en color, con tanta mayor claridad se
desvela su problemtica. No se trata de que las insuficiencias que todava se le
adhieren aparezcan como dudosas; al contrario, lo estticamente cuestionable
est justamente all donde el aspecto tcnico merece admiracin. Esta observacin podra fcilmente seducir por el hecho de que se dictara sobre l el mismo
veredicto con que muchas cabezas crticas hace apenas diez aos, y fundndose
en argumentos no balades, trataron la novedad del cine sonoro. Pero esos celosos polemistas hace mucho tiempo que debieron revisar su juicio condenatorio y
aprender entretanto que el alcance de un invento no puede ser calibrado en su
plenitud desde lo existente.
Hasta la fecha, en las pelculas en color sobre todo en aquellas que se comportan en trminos realistas, como el El jardn de Al2 el color acta como un
peso muerto. Estoy pensando en imgenes del desierto, floridas praderas o escenas de montaa: as como es cierto que la pelcula ofrece la variopinta naturaleza con apenas menor fidelidad que la de la afortunada reproduccin de una pintura respecto de la original, tambin lo es que en estos casos la lleva a la depravacin. El azul de la lejana cordillera, que emerge en la superficie de la imagen,
despierta la fatal impresin de ser una naturaleza pintarrajeada de azul; y el
Sahara bajo el sol rojo es una reproduccin al leo, por mucho que sea por ensima vez el clich de frica. Puros juegos de colores que portan el carcter del
ignominioso ingrediente aadido. Por qu? Porque no pueden decir nada de lo
que el cine en blanco y negro esto se sabe por el trato ntimo con l desde hace
largos aos puede decir sin su ayuda. Este ha conjurado ya la azul lejana con
mayor delicadeza de la que se tiene ahora mediante la injerencia del azul; ha conjurado en imgenes la luz deslumbrante, el ardor y los poderosos contrastes del
paisaje desrtico, cuyo cromatismo supera ampliamente el de las coloridas imgenes del El jardn de Al. En los mencionados ejemplos, el color no lleva a la
realidad nuevas posibilidades, sino que ms bien impide la formacin de lo exis-
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los fenmenos, registran en realidad una confusa mezcla azarosa que nada significa y con la que nada se significa.
En tanto que Pudovkin habla de la palabra montaje, se posiciona a favor de una
forma de concebir el cine que, en inters de la conformacin del correspondiente contenido de las cosas, rasga la superficie del contexto en que se encuentran.
Hay que hacer estallar las habituales imgenes cotidianas para que a partir de sus
fragmentos puedan ser montadas las imgenes a las que les es inherente el significado. Pero esto implica que el montaje se propone lo contrario de las aparentes imitaciones de la naturaleza. No aspira a ninguna semejanza con los llamados
objetos, sino que, al revs, lo que pretende es aniquilar las irrelevantes semejanzas y, a partir de los elementos que surgen de esa aniquilacin, construir configuraciones que, en todo caso, son del todo diferentes de aquellos objetos, ms
que copias en el sentido habitual. As pues las construcciones del montaje no se
asemejaran a nuestro mundo representacional? Cuando Pudovkin presenta las
columnas de la fachada de un Palacio de Justicia del zar, estas aparecen efectivamente bajo un aspecto tan extrao, que nadie podra identificar la fachada sin
ms con una postal de la misma. Pero la fachada de Pudovkin cobra fuerza expresiva justamente porque no se deja llevar a un comn denominador con el clich
de tales fachadas. Alejadas de la perspectiva de tarjeta postal, estas suntuosas
columnas se denuncian a s mismas, de manera perceptible para cualquiera, como
smbolos de la arbitraria justicia zarista.
La exclusin del color ha sido una ventaja para el cine en blanco y negro en la
medida en que le ha asegurado de antemano una cierta independencia respecto
del objeto. Cuantos menos lazos existen con la superficie, tanto menor es el
esfuerzo necesario para abstraerse de ella a los fines del montaje. Ahora irrumpe
el color, y con l una nueva peculiaridad de los objetos que en adelante ya no
puede ser desatendida. Aqu se hace inteligible por qu razones los mencionados
elementos de color gravan tanto al cine. A diferencia de la pintura que hace
honor a su nombre, no cometen ningn acto de sabotaje contra la conexin convencional de los fenmenos, sino que ponen en juego su ambicin de reproducirlos en todo su contorno. El pintor lleva a cabo la tarea de arrancar significacin al material cromtico, y sus imgenes hablan exactamente en la medida en
que no son copias. El cine en color, por el contrario, se esfuerza por de pronto, desde una suerte de alegra infantil en lo tcnicamente alcanzable, en pos de
la exacta restitucin de lo que es conforme al trivial concepto de la naturaleza.
Su orgullo es el clich. Pero en tanto que suministra filmes que dan la impresin
de imitaciones de un presunto mundo en s, omite la penetracin de su material
y adquiere una difusa diversidad. No conquista los objetos, sino que se esclaviza
a su gastado sello. El paisaje desrtico filmado en el El jardn de Al se asemeja
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a una reproduccin al leo porque, de hecho, el ser humano medio hace frente
a los paisajes desrticos originales como una reproduccin al leo, y el azul arriba mencionado no dice nada porque fija una impresin que nada dice. El hechizo de las tarjetas postales! No obstante, las tarjetas postales no falsean el mundo:
este es realmente un lbum de postales cuando es visto de manera banal.
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3. Presumiblemente, se trata de
Toby Tortoise Returns (Wilfred
Jackson, EE.UU., 1936), de la
serie Silly Symphonies.
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