Bello Joaquin Edwards - La Chica Del Crillon (Doc)
Bello Joaquin Edwards - La Chica Del Crillon (Doc)
Bello Joaquin Edwards - La Chica Del Crillon (Doc)
Hace poco lleg a La Nacin una dama joven, de tez triguea, boca bien dibujada
y ojos de indefinible hermosura oriental; en toda ella haba algo de palmera y de
turpial; sin embargo, era chilensima, y lo extico de su aspecto vena a ser una de
esas rarezas comunes en la naturaleza chilena, donde al pie de Los Andes se dan
paisajes sevillanos.
Dejando un rollo de manuscritos sobre la mesa, dijo:
-Me han ocurrido cosas extraordinarias, las que confieso en este diario. No soy
poetisa. Creo que mis confesiones constituyen una novela ms interesante que
aquellas que las nias del Crilln leen en la cama, comiendo chocolates.
Estdiela, y si la cree buena, publquela.
Iba a decir algo, cuando la bella desapareci. No la vi jams, ni la he vuelto a ver.
Es verdad que no frecuento los sitios donde va el gran mundo.
Despus, le el diario y qued sinceramente estupefacto. Si la novela est ligada a
la ciencia y a la sociologa, sta contiene un valor inapreciable. Se trata de nuestra
poca, vista en su entraa, aparte de la aridez de la estadstica, del grisceo
abanderamiento de la poltica y de la confusin de pretensiones literarias. Tengo el
deber de publicarlo, y lo hago sin reservas, desde el momento que la autora
disfraz su nombre y el de las personas que intervinieron directamente en su vida.
De otra manera, el caso sera motivo de escndalo.
JOAQUN EDWARDS BELLO
Santiago, 1934.
MIS MEMORIAS?
Para el caso dir que me llamo Teresa Iturrigorriaga, y ser la nica mentira de mi
narracin. Uso un apellido vinoso y sin vino, es decir: soy aristcrata y sin plata.
Vivo con mi padre enfermo y una vieja cocinera, a quienes mantengo.
Antes ramos ricos y habitbamos un palacete de la calle Dieciocho, en cuyo
jardn cantaban los pjaros; ahora vivimos en el extremo de la calle Romero, y los
arpegios areos han sido reemplazados por las actividades de los ratones en el
entretecho. Nos rodean los cits y conventillos; las casas de adobes tienen
parches, grietas, y se apoyan unas en otras como heridos despus de la batalla.
De noche se escucha el tamboreo de la cueca, pulso del arrabal. Yo no puedo
decir a mis amigas dnde vivo y me veo impulsada a ocultar este domicilio. Se
vive de apariencias, y la pobreza va estrechamente unida al prestigio. Esta calle
tiene una parte buena y otra dudosa; nosotros vivimos justamente donde termina
la una y comienza la otra, hacia la parte de Matucana. Decir que sufro de nuestra
pobreza sera falso; la oscuridad es una prueba segura de que luego saldr el sol.
Vivir es esperar. Por las maanas hago la compra, mezclndome a regatear entre
las comadres. Despus voy a zambullirme en los chismes asoleados del centro.
Ningn santiaguino dejar de injuriar al centro, ni de ir dos veces al da. Nos
conocemos desde pequeos, hasta saber cuntos lunares tenemos, y an
queremos conocernos ms, hasta hastiarnos mutuamente y destruirnos. De tanto
verse la gente cambia miradas rabiosas y saludos como escupos. Las seoras con
hijas casaderas se vuelven jabales. El centro es la selva, el campo de batalla, el
infierno o el cielo. Pero no dejamos de ir jams. Yo morir centrera. Me quedo
como boba mirando escaparates, donde los gneros son lindos y suaves, las
blusas leves y aladas, los zapatos como bombones, y los sombreros tan pequeos
y graciosos que parecen tapas de polveras; maquillaje hay tanto como para
estucar la Universidad Catlica. Se habla de crisis, pero al mismo tiempo se abren
candromos y bares, donde cabros y veteranos desafan al venenoso gin nacional.
Este verano habr flores a montones. Las epidemias se pegan como lapas a esta
tierra de clima hostigoso de puro bueno; el cementerio florido se abre para tragar
montones de apestados; es uno de los cementerios ms hermosos del mundo, y
se muestra a los turistas, as como el Teatro, el Hpico y el Club de la Unin. Con
sus porteros, sus anchas puertas llenas de pblico, sus carritos para las maletas
de cadveres, y sus buzones para las tarjetas, parece una estacin ferroviaria.
Nunca se vio tanta gente en los teatros, en la Bolsa, en los bares y en el
cementerio. Esto ltimo proviene de que el piojo es apoltico: lo mismo ataca a un
Errzuriz que a un Verdejo.
Mi vida se divide en dos fases: en la maana salgo a comprar, de bata; despus
hago la comida o remiendo tiras. Las vecinas conocen mi escasa ropa y, cuando
me ven pasar, hacen guios y me llaman: la de la bata crema. No saben quin soy
en la calle Romero. Al atardecer me quito la bata, me pongo el traje caf o el
negro y salgo de estos cits y conventillos para penetrar en el centro. Habr
muchas falsas seoritas como yo, que no quieren perder el bro del mundo y las
todo cuanto ella dijo se sabe y es mucha verdad. Me escabull por la puerta y
llegu a mi cuarto. El primer impulso de echarme en la cama y llorar fue pronto
refrenado. Para qu? Hace bastantes meses que resisto esta clase de
bochornos, viviendo mi vida mixta de seorita y de pobretona. Es preciso tomar
una resolucin. La Rubilinda apareci en la puerta del comedor; una de sus manos
estaba apoyada en la cintura y la otra en la mejilla derecha, lo cual denota en ella
el mayor grado de consternacin. No osaba interrogarme; me adivina. Nos
conocemos demasiado para que el menor gesto valga por docenas de
explicaciones.
Limpi mis zapatos? A verlos. Mi vestido, mi sombrero.
En un periquete qued lista; me puse rimmel y rouge hasta decir basta, sin
escrpulos, recordando que la princesa de Mnaco se puso colorete para ir a la
guillotina.
Miredije a la Rubilinda. Dgale al pap que no llegu de las compras; srvale
un desayuno de leche sola, en tanto yo salgo por ah. Me han negado el crdito en
el almacn. Voy a casa de mi ta Carmela, y si no llego a las doce, prepare un
almuerzo como pueda...
Buena cosa, seorita! No hay ms que pan de ayer.
Lleve algo al Nuevo Tigre, aunque sean las tacitas de porcelana, y hgale un
plato de carne, fuera de la sopa. Yo traer lo que pueda.
Al decir esto ltimo se debi notar en mi cara un gesto de angustia o de tristeza, o
de ambas cosas a la vez. Penetrada de la verdad de nuestra situacin, era intil
cavilar. Mi padre est baldado, incapaz de buscar nada y en malas relaciones con
los parientes ricos. Adems de esto, es indolente y orgulloso; lo fue siempre.
Cuando tuvo plata la gast de manera enftica, como si eso fuera a durar toda la
vida, y ahora su orgullo y sus achaques le impiden rebajarse a salir a la calle. A
pesar de mis cortos aos, la orfandad de madre y esta vida a salto de mata me
han aguzado las tendencias combativas que dormitan en todo ser viviente: salgo a
buscar, afilndome las uas, como saldr de su guarida la pantera, y despus,
qu felicidad ser presentarme vestida con una seda ms fina todava, con
pulseras y aros, y toda la batera femenina, para tirarle sus cien pesos a la
bachicha repugnante del almacn! No s por qu odio a estos extranjeros, cuya
fuerza consiste en la paciencia, en la falta de nervios, en esa frialdad de bueyes
que tienen para limitarse y someterse a sus reglas: la vida nerviosa que producen
los Andes no se ha despertado en ellos, y por eso nos dominan y estrujan de
manera montona y glacial, cebndose en nuestros defectos. Y aqu vienen
despus a drselas de caballeros, con el fruto de nuestra inquietud! Pensando as
me lanc a la calle,
dispuesta a la lucha. Pero no bien hube llegado al pavimento cuando una ola de
desesperanza producida por la luz fuerte del sol indiferente y del pblico que pasa
este maestro siente remotas afinidades. Un cursi que lleg al estudio le ofreci
doscientos pesos por la copia. Entonces nuestro pintor encontr su camino. Se
dedic a falsificar; segn expresin propia: "explota la inagotable mina de la
ignorancia y la vanidad humanas". Desde entonces pinta maestros antiguos;
siempre tiene un stock de Goyas, Grecos, Morales, Watteaus, Corots. Su fuerte es
copiar a Goya; por eso, los ntimos lo llaman Goyita. l se pone furioso si se lo
dicen en su cara; a ese sobrenombre areo y evocador, prefiere su terrestre
nombre de pila: Terrado. Se hizo un especialista. Desde las verdes frondas de
Providencia hasta las lneas clsicas de las avenidas del Club Hpico, no hay
palacete de figurn ni hay gabinete de diplomtico que no tenga su Terrado, digo,
su Goya autntico, o por lo menos, atribuido. Con esto satisface l la terrible y
antigua costumbre de comer dos veces al da y de dormir en buen colchn y al
mismo tiempo da a los nuevos ricos y a los nuevos diplomticos la sensacin de
creerse expertos y sibaritas, aunque confundan un tapiz de petit point con una lata
de petits pois .
El estudio de Goyita es una mezcla de riqueza y de bohemia; al lado de un
infiernillo se ve un jarrn de Svres; cerca de una peineta de pocos dientes, un
saco de mujer proveniente de la Casa Cori. Junto a una ventana grande, que da al
patio, estaba el atril, donde se notaba el diseo de una capea, o corrida de toros
en un pueblo. El centro de la pieza lo ocupaba una cama turca, cubierta con una
linda tela escocesa nueva. Goyita me mir con su aire de perdonavidas; ech la
cabeza para atrs y, golpeando la pipa contra el atril, dijo:
Perdone este desorden en que la recibo, seorita Iturrigorriaga. Qu puedo
ofrecerle?
Tendra algn cuadro, algn cliente nuevo?
Ay! La mina se ha broceado exclam.
Me pareci que estaba oyendo a mi propio padre; no he odo decir otra cosa en
toda mi vida que esas cinco palabras cabalsticas del desastre: La mina se ha
broceado.
Ah, s! sigui diciendo Goyita. Todo hubiera ido de perillas si no fuera por
los inescrupulosos y los tontos que estiraron demasiado la cuerda. Hace pocos
das, fui a visitar al diplomtico Carpintero, uno de nuestros compradores ms
acreditados. Lo encontr envuelto en un terrible olor a trementina, sucio y con las
manos metidas en algodones; pareca un genio infernal. Estaba limpiando un
Divino Morales, y debajo, en la tela, haba aparecido un paisaje de Peaflor,
firmado: Lidia Prez. Comprende la cosa? Yo iba a venderle un Goya y un
Greco. Me puso hecho un trapo, me dijo que este era un pas de brigantes.
Qu es eso? pregunt.
ROTTING-SOUR-DANCING
Venga lo que venga, seguir paseando. Todo, menos darme por vencida.
De los parientes, el nico fiel que nos queda es el to Manuel, de la parte paterna.
Los otros murmuran y me citan de mal ejemplo. Una prima grandota, a quien llamo
prima Carnera, asegur que deban meterme en la Preciosa Sangre; otras me
quitaron el saludo. Es que saben mi condicin de pobre.
Yo me resigno a haber perdido la plata, lo cual no es tan grave como perder el
trato social que no se recupera nunca.
Anoche fui al Crilln a los ocho. Los chilenos somos los mismos en todas partes:
la Tot, la Pirula, la Yale, la Cotoca, la Chich, la Rinrn, el Chaado, el Pocholo, el
Pipo... Entremedio de nosotras, las viejas (aqu les decimos viejas desde los
veinticinco) y algunas viudas que han puesto K.O. a varios maridos, y cuyos
corazones son plantas admirables que florecen todas las semanas. Ojos
terriblemente grandes y hrillantes nos miran guardando lejanos rencores o deudas
misteriosas, que nos harn pagar cruelmente; polticos que han desertado de sus
partidos: gordos, ricos y cnicos; las lindas hijas de un funcionario chino, con sus
cabellos tiesos como garras de laca, sobre las orejitas diminutas. Yanquis felices
de poder tomar toda clase de tragos, como nios que hicieran la cimarra. Se ven
polticos y especuladores enriquecidos demasiado rpidamente; nuevos ricos de
turbia mirada comprenden que la buena sociedad de ayer se escandaliza de
verlos solicitados de todas partes; las damas encopetadas los llaman para pedirles
datos seguros de Bolsa, y luego bailan con ellos, apoyando sus mejillas en sus
hombros de cargadores.
El ansia de goces ha destruido las barreras y jerarquas sociales. No se requiere
otra cosa que plata y desplante. Se bebe whisky o gin, cuya calidad de no
importado slo llega a saberse por las enfermedades fulgurantes que desata. Se
falsifica de todo; los inteligentes se defienden tomando el rotting-sour, compuesto
de pisco y limones.
Se ven trajes virados, con el bolsillo pauelero a la derecha; hay nias que se
prestan vestidos unas a otras para variar. Mi ideal sera tener un vestido lam
argent y un novio diplomtico, cuando no de la milicia. Me mira sin parar un joven
chiquito, medio negro, que hered de su padre y se est construyendo una
garonnire, o mejor dicho guarisapire, porque garonnire quiere decir garon, y
l no es garon, sino guarisapo. Todos tienen apodos; a un pechoo que se arm
lo llaman el Buen Ladrn. Si le quitaran el pelambre a Santiago no quedara nada;
sera peor que las ruinas de Pompeya.
El peso a un penique y el control de cambio nos han hecho industriales. El pas
produce artculos buenos, especialmente de construccin: cemento, fierro, piedra;
por eso se van las casas antiguas y los ranchos que parecan hechos de barro,
zunchos de catres y tarros de parafina.
El aprendizaje de la industria no es tan fcil como parece: los cueros nacionales
son curtidos con cidos baratos, que hinchan los pies cuando toman la forma de
calzado; los puros de a cuarenta y sesenta, lo mismo que los licores fuertes,
producen intoxicaciones fulgurantes; los polvos de talco sacan ronchas; el rimmel
destruye las pestaas; los productos farmacuticos aceleran la marcha a la
Avenida de la Paz.
A todo esto, sigue la danza. Funcionarios hay que ganan trescientos mil por ao;
se abren candromos y pollas de Beneficencia. La mezcla constante de miseria y
riqueza alarma a los extranjeros; un elegante, vestido con paos de Tom, parece
que se acostara vestido... No deja de ir al Casino de Via para darle su obligado
tributo a Escudero . No se crea que me escandalizo; al contrario, una vida as me
entusiasma; la humanidad es como el paisaje: variedad, torrentes, precipicios,
ventisqueros y valles; abismos debajo de los colmillos de la cordillera; volcanes
esperando su turno, como bandoleros solapados. Hace poco, todo el pas se
cubri de cenizas; entretanto, las murallas trepidaban. En el verano voy a la
estacin a despedir a una que otra amiga que va para el mar, y solamente de ver
a ese mundo feliz se me inflama la sangre; en el coche-saln se ven trajes como
guantes, sombreros de Pars, maletas-neceseres; se me revela una vida
quimrica; despus, llego a mi cuarto y me pongo a suspirar. Por otra parte, creo
estar en vsperas de ser feliz, sin que tenga el menor indicio. La seora Rubilar
asegura que Pars es ahora ms aburrido que Chile. Lo creo, y esas ricas, tan
farsantes con su Europa, se pasaban en Pars leyendo El Mercurio, y aqu vienen
a decir que somos un pas plomo.
El patriotismo ha prescrito tragos nacionales a causa de la crisis. Se baila todo el
tiempo y en cuanto hay un espacio libre: tango, paso doble, carioca. La msica del
jazz parece hecha de quebrazones en la cocina, de explosiones de gas y
derrumbes de murallas; despus nos tiramos pelotillas de celuloide como salvajes.
El tango es ms serio, es un rito: se disminuyen las luces, y, como por arte de
magia, comienzan a funcionar los pies; los hombres bailan apretando los dientes;
aquellos que saben tomar a las mujeres y hacer linda pareja pueden llegar muy
lejos. Los ms sonados matrimonios salen de la pista de baile. Expertos bailarines
dedicados a las viejas ricas suelen heredar fortunas de fbula. De repente se
desaparece una cigarrera de oro de una mesa, cuando no un anillo de brillantes
de un lavabo. Echan la culpa a los mozos, y aqu no ha pasado nada. A la salida
los cesantes piden, y si no les dan, suelen hacer cui! cui! llevndose los dedos al
cogote, amenazndonos con el degello.
En el Crilln se habla de Europa, de amor y de piojos. La msica del jazz es como
el tambor de Santerre, que hace ruido para impedir que se oigan las palabras
intiles. Pipo es un muchacho que conozco desde los cinco aos. Jugbamos en
la Alameda, y a veces cree que este antecedente le da derechos para humillarme.
Me mira tambin con ojos de tenorio, pero no ser l "ese pecho fuerte donde
LA SEORA RUBILAR
Anoche me ocurri algo que no podra explicarme ni en cien aos, y que todavia
me tiene intrigada. Fui al Lido, y me invitaron a la mesa donde estaba un
diplomtico chiriguano, la viuda B. y la seora Rubilar. El chiriguano es simptico,
aunque algo cnico; anoche deca que ingres a la diplomacia por dos razones:
por ocio y para que no lo maten. Gastn es ms grave e interesante que este
chiriguano.
La seora Rubilar llevaba un traje color amarillo canario, collar de perlas y
pulseras de zafiros. No me cansara de orla: sus palabras caen precisas y
redondas como monedas de oro sobre mrmol; su sonrisa discreta, su
indulgencia, sus citas en idiomas extranjeros, que maneja a la perfeccin, me
hacen pensar en un mundo nunca visto, en ciudades lejanas y en una vida donde
todo ser amable y regalado. Para cada tema tiene expresiones nuevas y no
pedantes, sino tan naturales y originales como sus trajes, sus joyas y su peinado.
Encuentra algo bonito en lo neto de un cuello (as dice ella), en las pestaas
rectas de una morena, en los tobillos finos, en la expresin de los ojos; detalles
que nunca nos llamaron la atencin, cobran relieve, y aun a la seora viuda, que
se aburre en Chile, le ha descubierto una belleza de odalisca.
Se acercan siempre a ella, la saludan y se quedan atrados, engarzados en sus
ardientes ojos. Uno de los muchachos asegur que el seor arzobispo haba
condenado al Lido. La seora Rubilar, sin que denotara la menor sorpresa,
declar:
Debe ser por las exageraciones que oye. Si l viniera aqu, cambiara de
opinin: no hay nada ms inocente.
Cenar s me gusta. Precisamente, la seora Rubilar pidi jamn y pollo fro.
Trajeron en gran cantidad, tanta, que pens en el pap. Si pudiera llevarle algo!
Despus de dar unas vueltas de baile, la seora se ofreci a acompaarme en su
auto hasta mi casa. Yo deseaba salir con ella, por el gusto de orla y verla en otra
intimidad ms personal, pero me hubiera dado vergenza que supiera dnde vivo.
Qu dira ella si llegara a los rascatierras de la calle Romero, hasta la puerta de
mi rancho, donde a veces hay chiquillos durmiendo, como pajaritos helados?
Ande, acompemevolvi a decir.
Despus de unos segundos, aadi:
Le agrada Gastn?
El diplomtico? Mucho.
Usted sabe lo que son. Como el picaflordijo ella, suspirando. Ande, vamos a
casa.
Por primera vez not en esos ojos suaves y envolventes algo ms que esa bondad
universal: sent en ellos un poder difcil de resistir, y acced, pensando que podra
hacerla quedarse en alguna calle prxima, para evitarme la vergenza de que
viera donde vivo. No s por qu me di cuenta de que una vida nueva comenzaba
para m desde aquel instante; mi impresin fue de que me zambulla en dulces
regiones submarinas, sobre todo cuando ella pag y me hizo acompaarla. Mis
ojos debieron despedir rayos de felicidad durante el corto trayecto desde nuestra
mesa hasta la puerta, donde el portero nos salud quitndose la gorra. Entonces
vi que un poderoso auto se deslizaba como un cisne por el asfalto bruido.
Me hizo subir primero y, una vez dentro, me tom la mano como a una criatura.
Yo he ledo pocos libros, y en especial Las Mil y Una Noches. Pues bien: el estado
de mis nervios debe de haber sido parecido al de Simbad cuando el pjaro Roc lo
levantaba en sus alas para llevarlo a la isla encantada, y no me equivoqu, porque
la seora Rubilar, con su voz de cfiro, dijo:
Antes, vamos a ir a mi casa un momento, y despus pasar a dejarla.
Entorn los ojos al decir esto, llena de una gracia nueva; a cada instante
descubra en ella desconocidos aspectos. Se apoy familiarmente en mi brazo
izquierdo.
Las calles cambiaron de pronto, y not que el auto ya no se deslizaba como cisne,
sino, al contrario, saltaba a ratos en un terreno desigual. Su cara, que a intervalos
brillaba, de perfil, por algn foco de luz, se pareca en su alba fineza a una
madona italiana. Sus labios halagadores y puros estn casi siempre abiertos y
sonrientes. Sin que hubiera motivos visibles, no puedo negar que yo iba presa del
inquietante misterio, al punto que ella me pregunt si estaba molesta. Qu poda
temer, en efecto? Basta or a la seora Rubilar para comprender que se ha rozado
no solamente con las personas ms conocidas de la sociedad, sino con la espuma
de la vida. Ella est en todas las comidas de las Embajadas. Sin embargo, mis
manos estaban ardiendo, y un fluido nervioso recorra mis piernas y me daba calor
en las mejillas. No atinaba a comprender para qu me querra esa mujer: acaso
esperaba de m un servicio para apuros de orden particular. bamos en direccin
del barrio norte, por Independencia, en un sector de la ciudad apropiado para las
aventuras. Recuerdo que pasamos por una calle al borde de la Escuela de
Medicina, donde est la cantina "Quita Penas". De ah seguimos poco ms all,
siempre por un pavimento ms rugoso que en el centro, y al fin llegamos. Yo baj
la primera, y not que mis piernas estaban acalambradas, como si bajara del
caballo despus de un largo galope. Ella baj luego, y dijo al chofer, que estaba de
pie, con la gorra en la mano, que nos esperase.
Estbamos frente a un jardn, cerrado por una reja alta y oscura, al centro del cual
se divisaba una poderosa casa de dos pisos, en cuyo extremo haba un mirador.
Se vea que no se trataba de un chalet, sino de esos palacios antiguos, de la
poca Concha y Toro. No recordaba haberlo visto antes. Era slido y seorial. Ella
me hizo acompaarla por el jardn. Ya estaba abierta la puerta de la casa, y
adentro, en un vestbulo amplio, de piso brillante, una empleada serva el t en
tacitas de porcelana. Conforme a la costumbre santiaguina, despus de elogiar las
proporciones y la belleza del vestbulo, me invit a conocer la casa, sin vanidad,
ms bien a disgusto, como una persona que estuviera preocupada de otra cosa.
Pasaba delante de los biombos de laca y los cuadros, dicindome cosas que yo
misma no podra retener, pendiente de algo vago y distante. Entramos en muchas
estancias decoradas con un gusto exquisito, solitarias y enormes, en cuyos pisos
de parquet yo tem resbalar, como una huasa. Me llev hasta su dormitorio, se
quit el vestido, diciendo que iba a ponerse otro, y, entonces, vi su busto gracioso,
de chiquilla. Tom una botella de Zonite, y con un algodn se moj bajo los
brazos. Me invit a quitarme el vestido y hacer lo mismo, dicindome que era el
ltimo invento de tocador, para evitar la transpiracin de las axilas. Este
refinamiento era totalmente nuevo para m, y me intimid. Ella misma se ofreci
para desvestirme, pero a m me dio una gran vergenza la idea de que viera mi
pobre ropa interior y mi vestido gastado bajo las mangas.
Tenga confianza en m; me recuerda a una hermanitame dijo, sonriendo de la
manera ms tierna.
Pero yo, colorada de vergenza, evit que viera mis tiras. Despus de ponerse un
traje de lana, me llev al balcn de su alcoba, desde donde vimos el cementerio.
Al mismo tiempo, un aroma de flores, de humo de yerbas y tierra mojada flot en
el aire. Me asegur que era un barrio entretenido y variado. No la asustaban los
muertos, sino al contrario.
"Las rosas de cementerio son las ms perfumadas"... La vista era admirable. Parte
del San Cristbal se divisaba, plateado por la luna; ms lejos, los techos de tejas y
los patios dormidos, de esas casas de un solo piso, floridas y verdes, de un plido
verde luna. Ms all, los monumentos funerarios, dilatndose hasta perderse al
pie de los cerros. Yo me hubiera quedado all. Pensaba en el contraste de la
podredumbre de los muertos con esa victoria de la carne que era ella en su
belleza lechosa y vibrante. La distancia que mediaba entre la casa de la seora
Rubilar y el Lido me la haca doblemente amiga y casi hermana. Me hubiera
quedado toda la noche acodada en ese balcn, al lado de ella, escuchando los
rumores de la ciudad, mezclados con el aullido lejano del campo, pero ella no
poda retener su deseo de mostrarme la casa, y me sac de la contemplacin,
tomndome del brazo y llevndome a ver otras cosas.
Llegamos frente a otra puerta de dos cuerpos, que ella abri suavemente, como si
temiera despertar a alguien y, en efecto, vi una pieza con muchas camas, de las
cuales solamente dos estaban ocupadas. Una lamparilla de aceite, tamizada con
pantalla celeste, iluminaba las caritas de dos chiquillas, como de dieciocho aos,
quiero, y mi mayor placer ser verlas triunfar en sociedad. Tienen la base primera,
que es la forma humana: el molde.
Cmo le agrada la belleza!
Lo nico feo que tolero cerca de m es el marido. Un marido se acepta como
una caja de fierro, como una carabina.
Diciendo esto, la seora Rubilar me apret las manos y solt la risa.
La hallo nica! exclam, sin poderme contener.
Vamos abajo, a la biblioteca aadi ella, dejando de rer.
En un extremo del pasillo, entre dos columnas de mrmol, adornadas de
estatuillas, estaba la biblioteca. Abri ella, y no pudo reprimir una exclamacin de
sorpresa, porque dentro haba un hombre sentado. Yo misma me sorprend, y
hasta tuve miedo, por la cara desagradable de ese individuo. Sin embargo, la
seora Rubilar lo salud como a un viejo conocido. La biblioteca era enorme, toda
de madera laborada, y se vean centenares de libros; el hombre debe de haber
estado leyendo, porque haba levantado la cabeza, y segua mirndonos con su
cara furiosa, sin saludarnos. Era un hombre pequeo, feo, de ojos pelados y de
tufos canosos. Sus ojos, fros y groseros, se revolvan en las rbitas, como los de
un perro cuando otro le quita la comida. Su labio inferior, glotn y ordinario, qued
colgando.
La seora Rubilar se esforz para disimular un comienzo de turbacin; hizo ruido
con los pies y procur apaciguar a ese hombre, que era su marido,
presentndome con todos mis ttulos. Mis apellidos suenan siempre bien, pero
esta vez no aplacaron la tempestad, y esa fiera mir para otro lado, rechaz la
presentacin y dijo a su esposa:
Hasta cundo me pones en ridculo?
Diciendo esto, desapareci sin mirarnos.
Poco despus, la seora Rubilar pidi el auto y me acompa hasta la esquina de
Alameda y Libertad, donde me desped y part corriendo a la casa. El barrio a esa
hora da miedo; los autos de la Estacin Central parecen bandoleros esperando la
ocasin. Dorm pesadamente, y a las diez me present a saludar a pap.
Qu tienes? Dnde estuviste? No me gusta tu cara. Ese cine hace mal a los
nervios me dijo, observndome atentamente.
Yo estaba an bajo la obsesin de la seora Rubilar, y soy franca con mi padre, es
decir, miento solamente cuando es til. En esta ocasin le cont parte de mis
LA CASA
Hoy vino la patrona a cobrar la casa. Es molesto no estar seguro ni en el rancho
donde se vive; el conejo tiene su agujero, el pjaro su nido, pero una no cuenta ni
con el aplomo para dormir en lo propio. No pude negarme, porque me vio en la
ventana. No me asustaran ms diez forajidos que esta patrona; la sangre se me
fue al estmago y me tirit la espalda. Es una dama delgada y plida, viuda de
prestamista; no se le sacara un peso con cloroformo.
Yo no soy la Beneficencia dijo, casi sin saludar. Necesito saber cundo va a
pagarme.
La hice pasar al comedor, saludndola tan amable como pude. Comenc a hablar
de minas; le cont el asunto de los pleitos y del alemn que nos compr los
derechos. Poco a poco not que se interesaba en mis razones. Fing estar muy
nerviosa, y exclam:
Porque, ya ve usted. Mi padre vendi la mina, pero no los derechos submarinos,
de manera que todo el carbn yacente debajo del agua nos pertenece, y tendrn
que pagarnos una indemnizacin.
Al or esto, los labios de prestamista de la patrona se ablandaron. Entonces se me
ocurri darle el golpe de gracia. Le ofrec una copa. En el armario hay dos botellas
inditas de gin: reliquias de la calle Dieciocho. Hice un menjurje con azcar, agua
y caf fro, asegurndole, a ella, que no prob jams los licores condenados, que
era un cocktail. La pobre se pavone antes de sorber esa picarda a la moda. Era
la primera vez en su vida. Cuando apur todo el contenido no pudo retener un
gesto de repugnancia, pero estaba domesticada. Era mitad gin puro, como
dinamita.
En todo caso, me pagar el sbado dijo antes de salir. No puedo esperar
ms.
Bueno, quedamos en eso le respond, vindola cmo se iba medio cucarra,
agarrndose al filo de la pared con brazadas de nadadora.
En la otra puerta haba dos vecinas, que escucharon algo de conversacin y
simpatizaron conmigo al saber que debo plata. La obrera que hace cajas de cartn
conversa a veces y me cuenta sus pesares. Debe creerme bataclana, a juzgar por
ciertas preguntas. En todo caso, saben que un misterio envuelve a mi persona y
me miran con simpata y curiosidad.
Vino a cobrarle? me pregunt.
S. Pero no pude. Estoy a dos velas...
Quin tiene plata ahora? se dijo tristemente.
Nada hay ms conmovedor que una seorita que estuvo remendando en la noche
su mejor par de medias y sale en la maana a pedir plata, que no ser para ella,
con una alcanca. Este es mi caso en la colecta para los tuberculosos. Me
correspondieron las calles centrales, pero no dej de pasar algn obrero de la
calle Romero que me reconociera, diciendo: "Esa es la de la bata crema". La
gente conoce de memoria mi triste plumaje: en la calle Romero, la bata crema; en
el centro, el vestido caf. Empec a conocer a amigas, a conversar, a bromear. Es
bastante curiosa la impresin de una seorita, que la gente supone rica,
recibiendo chauchas de los obreros. Son mejor educados que los jvenes
decentes, siempre en el mismo puesto de las esquinas como si no se hubieran
movido desde la vspera. Dan deseos de pasar listas a voces cuando entramos en
el crculo asoleado y vibrante del centro. Los vestidos claros de las mujeres, sus
expresiones chillonas que caen al pasar, y la audacia de los hombres para mirar
dan bros internos. Hay un espritu de centro,
como lo hay de plazas y alamedas. Una escucha piropos a las pantorrillas y
tambin alusiones maliciosas. El ms extrao sentimiento me embargaba al sentir
que la alcanca se iba llenando de plata.
A las diez estaba borracha de sol, de palabras, de risas; haba encontrado a una
cantidad de conocidos.
A las once fui al Hotel Crilln, donde vive mi amigo el diplomtico. Estaba
precisamente en el vestbulo y me pidi que lo acompaara hasta su cuarto. Por
qu no? Acaso soy una tonta para tener miedo? Desde luego, es un hombre
distante y muy preocupado de s mismo para comprometerse en escndalos. l
iba adelante con paso ligero. Los pasadizos del hotel, lustrosos y blandos, donde
se ven maletas de todos tamaos, incitan a viajar, a pensar en el ancho mundo y
sus maravillas. Por fin entramos. Su habitacin es amplia, confortable como un
nido; sbanas de hilo, cortinas, paquetes, libros, sala de bao, salita de ropa.
Muchas maletas pequeas, un chal escocs, los bastoncillos del golf, y una
maleta-armario enorme, toda llena de etiquetas internacionales: Berna, Madrid, El
Cairo, Buenos Aires, Pars, Roma, todo mezclado. Abri un cofrecillo y sac un
billete de cincuenta y lo meti en mi alcanca, "para los tuberculosos". En realidad
dan para una, por cuanto las calles estn plagadas de tuberculosos y nadie les da
un cobre.
Qu precioso tipo oriental tiene usted! La debieran llamar Zoraida o Azufaifa!
Dicho esto, as, por afn de generosidad verbal, se puso a ir de un lado a otro de
la pieza, temeroso de encontrarse frente a frente conmigo, y abri sus muebles, de
donde comenz a sacar porcelanas, esmaltes, lmparas, tapices, cubiertos,
comprados en remates famosos, porque los diplomticos aprovechan nuestra
crisis. Se ve que es de esos hombres para quienes nuestra sociedad no es ms
importante que un paisaje visto al pasar, como una montaa o puesta de sol.
Cuando se aleje, escribir impresiones de Santiago, a la ligera, en un diario fro y
lejano, recordando como un favor a estas chiquillas como yo, medio huasitas, que
toman rotting-sour y se queman los ojos con rimmel nacional. Entre l y yo senta
crecer la distancia, la distancia triste y humillante. Me daban deseos de llorar; me
vi obligada a mirar la calle y pensar en otra cosa. Por qu me enamor de este
hombre?
Est usted divina dijo, tomndome la mano.
Por qu me dice eso? Sulteme! exclam, sin poderme contener. Yo s
que usted se va pronto.
Se retir de mi lado, intimidado y correcto. Mir la calle tambin. Se escuchaba el
ruido rutinario y mortal de la vida: los autos, los tranvas, la gente. Sus ojos se
hicieron tmidos y fros; es de esos hombres que prefieren un paraguas bonito, una
cmoda colonial o un caballo de carreras antes que una mujer.
Teresita! Yo la recordar siempre.
No es verdad le dije. No es cierto lo que usted dice. No podr quererme
nunca; no me ha querido nunca.
Yo le habl, encendida y fogosa, haciendo las cosas a la inversa, porque yo era
fuego, y l ni siquiera estopa, pero tuvo un sobresalto sbito, una sorpresa de todo
su cuerpo. Me mir de una manera muy curiosa, dando a entender que mi
pregunta lo sorprendi sobremanera, como si el hecho de que yo lo amara fuera la
mayor rareza del mundo. Me miraba todava, con cierta humildad satisfecha de
hombre amado, cuando le dije:
Acaso cree usted que las chilenas no tenemos aqu, al lado izquierdo, una
cosa que se llama corazn? Por qu me llev a Apoquindo y me dijo que me
quera?
Se ri superiormente, y yo sent fro por la espalda.
S te quiero, Teresita! exclam.
Mentiroso! Usted no puede querer a nadie, usted va y viene, usted...no quise
seguir.
Golpean la puerta.
Qu me importa a m? Eso le interesa a usted dije sollozando. Pero su facha
tan fra, tan calculadora, me cort el llanto de golpe. Fui al bao y me lav la cara,
mientras l reciba a un mozo. Cuando parti ese mozo me pregunt de una
manera correcta y banal:
Se va usted?
Sal sonndome fuertemente. No le contest, y detrs de m quedaron el vestbulo,
el cuarto, la diplomacia... Al llegar a la luz de la mampara cre que me desmayaba.
Un vahdo. El sol, el ruido de la calle. Luego todo volvi a su giro habitual y segu
pidiendo "para los tuberculosos". Ya eran cerca de las doce. Me son varias
veces. Ser amiga de Gastn, pero nada ms; esos hombres no pueden querer a
nadie, a nadie; tomar mujer algn da, no lo dudo; tomar mujer as como compra
lmparas. Fui al Banco, y el director, solo en su oficina, me puso un billete de cien
en la alcanca, el que no alcanz a pasar y qued asomado. Cuando sal, la
tentacin pareca decirme: "Anda, tonta, cgeme, nadie te ve!". Pero yo lo empuj
para dentro, haciendo el tic de la familia, que consiste en suspirar y morderse el
labio; ese tic lo hace mi pap todava, y el to Manuel, cuando algo les sale muy
mal. Yo no cog el billete: soy Iturrigorriaga, soy vinosa, soy soberbia. Es plata
para los tuberculosos, y yo la gastara en medias de seda; hay una mujer en su
rancho que espera este billete. "Anda, adentro, Satans!", exclam empujndolo
en la alcanca. Sonaron las doce; fui a entregar la plata y un cesante me escupi.
Me escupi y dijo: "Oligarca!". Segu a la calle Romero, en carro.
Despus fui a ver a mi padre en su cama. Aunque es el causante de la miseria en
que nos encontramos, aseguro que no le guardo rencor; al contrario, lo considero
igual a un nio. Dice que volver a ser rico y me promete porvenires principescos,
porque todo chileno tiene una mina de oro... en la mollera. No se le puede hablar
en serio, ni mencionar sus prodigalidades; una sola vez lo hice y sent que lo her
profundamente, terminando por arrodillarme y llorar en sus brazos.
Com cualquiera cosa, y enseguida a trabajar, pensando en la manera de salir del
despeadero, porque estoy al borde de la cada al hoyo donde me espera el
trabajo a jornal que chupa la sangre. Si no me salva un milagro, tendr que
aceptar un empleo de dactilgrafa en esos Departamentos sociales que inventan
los novelistas para tener papel del Gobierno y oficinas con calefaccin para
escribir sus leseras. Todo, menos aceptar las limosnas de parientes ricos; antes
me casara con un carabinero: desde que tienen piscina son buenos mozos. A
pesar del esfuerzo que hago para demostrar holgura, noto que me miran con
malicia, porque la pobreza es algo que irradia y se nota hasta en el cutis, como la
viruela. En Santiago no hay secretos: ya saben algo de m: las parientas me
llaman loca y las amigas me aceptan en sus mesas, pero no me convidaran a sus
casas. Es muy distinto de antes. A veces, voy a saludar a una seora, y, al llegar a
dos pasos de m, hace un corcovo y esquiva la cara. Fuera de mi diplomtico,
nadie me saca a bailar. Y llega el verano eterno con sus calores que marchitan.
No puedo dejar de pensar en el billete de la colecta, cuando qued asomado y
pareca decirme: "Tonta, por ti lo hago! Cgeme! ".
DA SIGUIENTE
Despert alegre esta maana, bajo la impresin de un sueo; acto seguido pens
en la patrona y en mis asuntos. La alegra se transform en negro pesar. Sin
embargo, despus de almuerzo la esperanza ha venido a asomarse de la manera
ms imprevista. Sal un rato; iba en direccin a la Casa Gemmelsmann, a buscar
algo para vender, cuando encontr a la seora Rubilar. Me pregunt que a dnde
iba y no pude mentirle.
Cuando me encuentra, sus ojos se animan, asimismo como el fuego cuando se
propaga a una parte propicia. Me qued mirando su vestido, su sombrero, su piel
lisa y su boca de fino dibujo.
Entremos aqu me dijo, sealando una pastelera solitaria a esa hora.
La verdad. Tengo tanto que hacer.
Ella pareci atisbar en mi acento alguna resistencia, basada en algo grave. Volvi
la cara y pareci querer mirar algo lejano, as como un recuerdo desagradable.
Usted busca algo. No es verdad? Usted persigue algn negocio.
No lo niegorespond.
Ande, venga. Voy a proporcionarle uno.
Entramos en la pastelera, por entrar. Ella pidi panimvida; yo, papaya. Tom una
posicin cmoda y me dijo:
Acaso la actitud de mi marido, la noche que estuvo en mi casa, la molest.
Antes de que pudiera excusarme de esa suposicin, ella prosigui:
Es un buen hombre; algo neurastnico. Todos los hombres lo son. Yo le admito
esos rasgos de mal carcter y los olvido enseguida. Pocas veces recuerdo las
cosas que dice. l va al campo, trabaja en el campo. Un marido es el gerente de la
mujer, es el trampoln.
Aunque ella es tan familiar, yo estaba turbada y responda con monoslabos. En su
rostro vagaba un airecillo zumbn. Ms fuerte se vea ah, bajo la luz del da; ms
fuerte; menos irreal que en sus hermosos trajes de noche. aunque no menos
segura de s misma. Continu:
Tenemos un chalet, en Providencia; es moderno y est situado en una de esas
poblaciones que son los conventillos de los ricos. Yo no vivira ah por nada.
Por qu?
repisitica; llegar a su casa con un peinado liso que valore mis orejas
evolucionadas, y dir: "Tengo un chalecito que es el sursum corda de lo elegante".
EL NEGOCIO
Pero en ese mismo instante son la puerta y cruji la escalera. Era el marido.
Suba lentamente, cuando de pronto casi doy un grito: el marido de la seora
Cepeda era el mismo mamfero, el mismo insolente que esa maana, en la calle
Compaa, me ech un piropo invitndome no s dnde. Cuando me vio, se le
demud el semblante; no atinaba; su sorpresa era tan grande como su miedo.
Comprend que lo tena en mi poder, pero al mismo tiempo era indispensable
temperar sus nervios, demostrndole que yo no me encontraba en su casa para
confundirlo ni para delatarlo. Entonces, con mi tono ms apaciguante y fino, le dije:
Vine a proponer a su seora la compra de un chalet: ya lo vimos, y creo que
est encantada. Yo soy Teresa Iturrigorriaga Iturrigorri.
Mucho gusto de conocerla dijo l, temblndole todava la mano. Yo conoc
mucho a don Juan de Dios Iturrigorri, gran caballero, gran poltico, muy preparado.
Despus aadi:
S, s. Hace mucho que desebamos mudarnos a Providencia; a sta no le
prueba el temperamento de aqu.
Sonremos. l estaba ya recuperando su audacia, aunque yo lo miraba fijamente,
dando a entender que deba sometrseme.
Es un regalo dije. Ciento ochenta y tres mil.
La seora Cepeda lo llam a su escritorio, excusndose de dejarme sola un
instante. Despus volvieron y not que el marido haba tomado alguna resolucin.
Ciento ochenta y dos mildijo
No, no salt su esposa.
Yo di un corto paseo por la alfombra (estaba de pie) y, mirndolo frente a frente,
recalcando la cifra, insist:
No puedo. La firma que represento es muy seria: ni un centavo menos de ciento
ochenta y tres.
Como ella intentara otra vez una rebaja, l le dijo en tono de dignidad herida:
No regatees, hija. Voy a echarle un vistazo, y queda terminado.
Sal de esa casa toda saturada de terminachos raros, como embelequia, barroco,
sincronisanto, sndrome, telefuncia, retelrica, en fin, qu s yo! Y con qu gusto
una habla con la cocinera cuando sale de la casa de una filsofa! Qu descanso!
Almorc rpidamente. No estar segura hasta que no vea la platita. Todas esas
oficinas de Bandera y Bolsa Negra son cuevas de Al Bab. Tres billetes de mil,
treinta de cien, tres mil de uno! Al fin voy a poder comprar cosas nuevas, cosas
lindas y suaves como lleva la seora Rubilar. Sin olor a pobre.
Por fin, por fin, soy rica. Lo primero en mi programa consiste en sacar las prendas
del empeo.
Habr muchas personas para quienes el acto de empear rebaja y denigra; sin
embargo, yo las hara reflexionar. Los objetos ms hermosos y queridos, en una
casita pequea como la nuestra, se convierten, despus de mucho palparlos y
mirarlos, en simples objetos; nos fatigan; nos dan deseos de cambiarlos o de
moverlos, como hacemos con nuestra cama. Cuando la pobreza nos obliga a
empearlos sufrimos un poco, aunque sin dejar de comprender la necesidad que
esos objetos, como las personas, tienen de viajar.
Un mes, dos meses o tres permanecen alejados de nosotros, y luego... qu
estremecimiento voluptuoso cuando vamos a rescatarlos o a esperarlos en la
estacin central del empeo! Llegan un poco molidos del viaje, impregnados de un
olor a polvillo del camino de las cosas. Con el atado de papeletas, yo misma llegu
a la "estacin" del Nuevo Tigre, en la calle San Pablo, siempre atestada de
viajeros y de deudos en calurosa despedida. Nos vuelven ms gordos, ms
hermosos que cuando los dejamos. Las prendas que volvan de veranear eran:
Un espejo antiguo, de marco dorado; una guitarra; dos pares de sbanas; un
tapado negro, usado; una docena de cuchillos de plaqu; una sobrecama en mal
estado; cuatro tacitas de porcelana.
En el espejo, cruzado de antiguas vetas oscuras, se mir mi madre el da de su
boda y poco antes de su muerte; mi padre se contempl la lengua y yo tambin
mir mis rizos negros, mis ojos virginales y mis velos blancos de Primera
Comunin; las tacitas, miradas al trasluz, tienen retratos de Napolen y Josefina.
Son de Svres. Soy rica. Ahora ir de un lado a otro, rodando, sin gastar zapatos
ni transpirar. Qu absurdo es el mundo! Los que van en auto son los que no
tienen apuro. He comprado muchas cosas: una trampa para ratones, en primer
lugar, porque la otra noche un ratn que se come las puertas me qued mirando
sin moverse. Tambin compr una tela color llamarada y una bolsita; medias color
vino; jabn, peineta. No tena nada ya. Y zapatos! Cuando me saqu los que llevo
hace cuatro meses, me dieron ganas de llorar, pensando en los trotes que dimos
juntos. Adis pobres chancletas! A las seis y media me puse en la puerta,
esperando a la mujer de abajo para hacerle un regalito. Es la hora de su llegada,
cuando viene acezando con sus tres pesos de las cajas de cartn. Su niita est
en casa: le han dado permiso, y esta maana la vi jugando con el gato, muy
abrazado a su cuello, porque el gato es la mueca de las chiquillas pobres. En fin,
yo tengo todava de dnde sacar billes.... en cambio para ellas todo ha terminado!
LO PRIMERO ES COMER
muy rico, quiso darles educacin inglesa; los mand a Cambridge, en Inglaterra,
despus de haberlos preparado en el Mac Kay, de Valparaso. El resultado, segn
mi criterio, es que los convirti en intiles, por cuanto a su llegada a Chile haban
dejado de ser chilenos, sin alcanzar a ser ingleses; ambos se haban
acostumbrado a la vida de capitales europeas y se demostraron incapaces para la
administracin del caudal y la mina que heredaron. El to Manuel vendi su parte
en la mina para comprar fundo y palacio en Santiago; despus vendi el fundo y
compr bonos hipotecarios del ocho. Nunca supo a qu atenerse. En cuanto a mi
padre, puedo decir que cas algo viejo y medio arruinado; la mina estaba ya
hipotecada hasta el mximum. Mi idea es que despus de tomar algunas clases
en Inglaterra se fueron a vivir en Pars. Ms tarde, a su regreso en esta capital,
fueron los hombres a la moda y los amigos terminaron por corromperlos. De esto
hace buenos aos. La mayora de sus conocidos murieron. Lo cierto es que a m
no me seduce el tiempo pasado que l cree tan seductor.
Como notara en mis facciones que sus chistes no me producan alegra, dijo,
tartamudeando:
Eres de otra poca.
Suspir, desvi la vista y aadi, dirigindose al to Manuel:
Hace poco la llev a la zarzuela, a La Verbena de la Paloma, y no le gust. Con
decirte que se puso a bostezar.
S, es verdad, pap le respond. No me agradan esas historias de chulos
que viven en conventillos. La msica s es alegre.
Y la pera?
Es muy arbitraria, pero no me desagrada.
Si hubieras visto la sala del Teatro Municipal en esos aos. El pblico tena
importancia entonces, y a las actrices podamos verlas en la calle. Las
conocamos a ellas, y ellas nos conocan a nosotros tambin. En cambio, ahora!
El cine!
Yo no respond. E1 pap agreg, despus de un rato:
Nunca pude tragar a ese repulsivo Chevalier. Triste cosa es sobrevivirnos,
cuando tuvimos una magnfica oportunidad de morir con gloria en La Placilla!
Se sentaron a la mesa, conversando efusivamente, y apareci el triunfal congrio
en su azafate, esparciendo un olorcillo capaz de resucitar a Lzaro. Era
dominguero y sencillo el almuerzo; el sol jugaba en la mesa, dando colores de oro
al mantel relavado; sencillo y limpio todo, porque yo cocin, y a m no se me cae el
pelo en la sopa como a esos cocineros anmicos del centro. Despus puse el
azafate de criadillas en sus canaps tostados.
Cuando lleg el cordero, rodeado de porotitos y callampas, ya eso pareci un
derroche. El to Manuel se haba aflojado la camisa y la corbata. Se escuchaban
los pasos de la cocinera, que estaba toda asustada de ver visita; acostumbrada a
la pobreza, no saba qu hacer con la mantequilla.
Mi pap es un hombre que se desdobla y, quitndole lo enamorado, es el
moralista ms serio del mundo. Levantaba el tono recordando sus tiempos, como
un poltico que infla la voz para pegrsela a todos, y deca:
Qu decadencia! Ahora llaman a las novias cabras. Cabras! ha visto
indecencia igual? En mi poca las llambamos prendas, y, antes de hablar con
ellas, nos perfumbamos la boca y nos aprendamos el Pentateuco.
Hoy todo es chabacano dijo el to Manuel, vaciando una copa de vino, que es
la leche de los viejos.
De este tema desvi la conversacin a lo poco que vala la vida del mundo actual
con sus inventos e impuestos.
Yo creo dijo mi padre que ocurrirn cosas terribles y vendr el fin del
mundo. No sera raro que llegaran habitantes de otro planeta, cuando menos lo
pensemos hizo el tic. Desembarcarn de un dirigible desconocido y se
pasearn por todas partes, saltando como araas sobre nosotros, comindonos
vivos.
En efecto exclam el to Manuel, alarmado.
Habamos terminado de comer; las botellas eran ya cuerpos sin alma. Despus
del caf cay el silencio pesado de la digestin. Les di puros y los vi chupando de
manera desesperada, porque el nico defecto de los puros de Valparaso es que
no echan humo. Cuando se fue el to Manuel, abrac al pap y le ofrec plata con
muchas precauciones, para no humillarlo. Es muy difcil hacerlo aceptar, porque
fue esplndido y crey haber nacido para esparcirla. Cuando acepta algo de m,
asegura sinceramente que es para capitalizarla y drmela el da de mi boda. En
todo caso, el mejor remedio de los mdicos no le hara tan saludable efecto como
esas inyecciones de congrio y de plata. Es otra ventaja de ser pobres: los ricos
todo lo tienen y no se les puede hacer regalos. Lo abrac, no encontrando qu
decirle, y me saltaron lgrimas al sentir sus manos fras en mi frente; esas manos
paternas me recordaron la niez, cuando tuve el tifus y me tomaba la temperatura.
Al mismo tiempo me pareci ver mi pieza de la calle Dieciocho, con mi camita de
Muzard, adornada de rosas y angelitos, que una tarde se llevaron en una
golondrina.
Te pagaron la traduccin?me pregunt.
VOL EL PAJARITO
La cocinera vino a decirme que el pap estaba muy agitado y se haba levantado.
Su enfermedad es de esas que daan a los nervios motores y obligan a andar a
paso de parada, como si los pasara en revista el general. Es penoso ver a mi
padre, tan flaco y marcando el paso prusiano. Cuando se levanta, su estado se
pone de relieve.
No es que se encuentre agitado, como cree la cocinera. Lo que hay es que se
siente mejor y una oleada de recuerdos ha venido a removerlo en su parlisis, as
como el viento salobre de alta mar ir a estremecer el casco de un buque varado.
La ventana est abierta; en la calle los chiquillos pillaron una langosta y la
amarraron de un hilo; se escucha cantar un canario y el cielo brilla como papel
plateado. "No sean crueles", grito a los nios que martirizan a la langosta, pero no
me hacen caso. Es un da enervante, ms embriagador que diez cocktails,
mirando al cielo, recuerdo los cerros; quisiera ver un cerro donde suba cuando
era guagua en las vacaciones. Cada vez que veo un cielo as, como el de hoy,
hinchado de salud, recuerdo esos cerros de la niez, olorosos a arbustos y donde
un viento suave nos invita al ensueo. Es este cielo el que altera al pap. Lo
comprendo. Ya se cree capaz, y no sabe cunta gana de llorar me da verlo con
esa camisa pasada de moda, esa corbata plastrn y su traje negro. Al verlo
vestido as, despus de tanto tiempo que estuvo en la cama, me trae recuerdos de
viejos das domingos en que salamos a comprar empanadas despus de misa. El
pap se ha sentado en una silla baja y su boca se ha regodeado como siempre
cuando dice sus chistes medio pavos. Lo curioso es que cuando va a hacer una
diablura se acuerda de Inglaterra.
Yo vi el entierro de la reina Victoria. Qu gran pas! Lo que hizo su fuerza fue el
respeto a Dios, al rey... y el espritu prctico.
Me dio miedo orlo hablar as. Despus se puso de pie. mirndome bastante
nervioso, y aadi:
Voy a calafatearme.
Se tom las solapas del chaqu corte aguilucho que se hizo para el Centenario,
pero en ese mismo instante sus piernas flaquearon, sus ojos se empaaron, un
profundo desaliento se grab en sus labios y volvi a caer en la silla. Yo hice como
que no me daba cuenta y fui a la ventana; ni siquiera me sent capaz de mirarlo
frente a frente. Entonces, a mis espaldas, comprend que l haca otro esfuerzo
para ponerse de pie, lo que consigui al fin. Me puse el sombrero para salir,
comprendiendo cunto poda molestarle mi presencia, y me desped, procurando
no demostrar la pena que me embargaba.
QU ES LA ELEGANCIA?
EL COCKTAIL-PARTY
Me hago dirigir las cartas al Crilln, y ayer tuve la sorpresa de recibir un convite de
las seoritas Cepeda. Son las nias de moda, por su belleza y su plata. La tarjeta
en que estaba escrito mi nombre me trajo una rfaga de pensamientos
contradictorios, entre los cuales domin el asombro de ser invitada. En efecto:
desde que le vend el chalet de Providencia, la seora Cepeda dej de saludarme,
lo cual no s a qu atribuir; sus hijas, igualmente, han cambiado de maneras
respecto a m; a veces me acerco a su grupo y noto, en la suspensin sbita de
sus palabras, que era yo el objeto de su conversacin. Ya sabemos que las
seoritas Cepeda son nuevas en nuestro gran mundo; su padre entr
violentamente en sociedad, gracias a la especulacin, y ellas llevan impresas en
sus caras las etapas de la escabrosa ascensin. Sus dientes agudos, sus barbillas
afiladas, conservan rasgos de pasiones violentas y de luchas solapadas. La
sociedad moderna no resiste contra la gente que tiene plata para comprarse la
entrada: primeramente, los acepta en el Club de la Unin; despus, en el Golf, y
ms tarde en los salones donde se juega bridge. El seor Cepeda sabe hacerse
til a la gente aristocrtica: les presta plata o les da buenos datos para especular,
porque l juega en la Bolsa con naipes marcados; la seora fund su Gota de
Leche y sabe arrimarse por el lado de la terrible seriedad nacional, asistiendo a
conferencias soporferas y halagando a los pilares sociales, cuyo trato da un brillo
especial. Adems, el seor Cepeda juega bridge admirablemente. Es el nico
juego en que no hace trampa, y a veces se deja ganar por educacin. Ya sabemos
lo susceptible que es su familia; es frgil como el cristal; la menor alusin frente a
ellas puede adquirir una frondosidad extraordinaria; tampoco se pueden gastar
bromas, por cuanto la gente, en su primera etapa, no sabe conocer el buen humor
o la crtica impersonal: en toda expansin verbal cree adivinar imgenes alusivas o
burlas directas.
La familia Cepeda es muy sentida: una sonrisa o una palabra que puedan
prestarse a esta clase de dudas, provoca en su espritu dramas profundos y
reclaman venganzas terribles. El temor a sentirse menospreciadas es atvico y
proviene del largo perodo de decadencia, donde incubaron el rencor. Ellas creen
que yo experimento el orgullo de tener parientes oligarcas de buena cepa; creen
que porque soy Iturrigorriaga debo despreciarlas y experimentar respecto a ellas la
fuerza de mi grado social superior, como ellas experimentaran por m, si ellas
fueran Iturrigorriaga y yo fuera ellas, todo lo cual es falso, a menos que, sin
quererlo, tenga yo arrestos de una oligarqua agonizante en m.
El caso es que me invitaron, y, en el momento de leer su tarjeta, pens en todo,
menos en que pudiera haberlas herido en su vanidad de iniciadas. Tontas!
Ignoran que soy sol poniente y que su ayuda me hara elevarme de nuevo. Por
qu ira a provocarlas?
Aun cuando su boca, al hablar, permeneca casi junta, sus palabras me mordieron
como si fueran colmillos que se clavaran en mi carne. Intent retirarme, pero l me
tom por la manga, dicindome:
Sintese.
Una onda de miedo recorri mi cuerpo, porque su cara se puso tan repulsiva y fra
como la del muchacho que ha cogido una mosca para sacarle las alas. Un deseo
antiguo de destruccin no puede ocultarse cuando vuelve a habitar el espritu. El
caso es que no pude salir.
Qu es lo que pasa? -pregunt, mirando a todos lados.
He dado mi palabra de que se lo dir replic.
Estaba pillada sin remedio, y era forzoso escuchar lo que iba a decir. Mir otra vez
alrededor y vi a la seora Rubilar, calmosa, magnfica en su colorido inalterable de
mrmol trigueo. El diplomtico, siempre fro, pareca ajeno a todo, en su rincn.
Yo los miraba, buscando en ellos la nica ayuda posible.
Bueno, termine de una vez.
As me gusta dijo l. Usted es valiente. Voy a decrselo.
En su voz y ademanes haba algo del mdico, preparado para hacer una
operacin.
Termine, por favor.
Es que, bailando algunas veces..., no se trata de un defecto grave, sino de algo
subsanable...Es decir, hay personas que traquetean, se agitan, transpiran, y luego,
sin darse cuenta, despiden un olorcillo...que, en sociedad... pueden prestarse a
interpretaciones nada halagadoras... Es este defecto el que...
Yo no oa nada ya; estaba vaca, sin sentir. Mis ojos quedaron slidos, fijos en l,
convertidos en vidrio. Sus ltimas palabras me arrancaron al nica ala que me
quedaba.
Y contra esto dijo el remedio est en la mano, Teresita. A nadie le hace
falta un poco de agua para lavarse. Agua y polvos de talco. Hay desodorantes.
Qued destruida, consciente apenas de mi cuerpo y mis movimientos por una
onda de vida, aparte de la voluntad. El asunto era tan inesperado como
denigrante, y probaba un refinamiento de maldad. No se puede ultrajar a una nia,
que recin empieza, de una manera ms cobarde; porque otros ultrajes se
eso. Ya cubra la muralla. En el quiosco jugu muchas veces con las amigas, unas
hijas de general. Jugbamos a las visitas, metindonos bajo los asientos como
conejos en sus agujeros. Las cortinas permanecan corridas, pero la amplia
ventana del comedor, abierta en esa noche clida, permita ver la silueta de las
personas que en ese momento engullan sin demostrar otra cosa que la ms
plcida bonanza. Qu desgraciada soy! Sola, sin padre ni madre, vagando a la
ventura, en tanto la gente, los pobres y los ricos, terminaban de comer en
agradable sobremesa. Tuve deseos de ir al otro lado de Santiago, donde vive
Gastn. Al pensarlo sent un gusto amargo en la boca. Y para qu? Anduve
vagando por otras calles, mirando ms el cielo que la tierra. La noche era
estrellada, sin nubes; estrellas, estrellas, estrellas, y ms lejos, polvareda de
astros. Esta contemplacin me reconfort. Las ideas ms extraas, que no
recordaba haber tenido jams, comenzaron a afluir a mi cabeza cansada; en la
plaza donde est la estatua de Ercilla, mir la bveda estrellada, inclinando
violentamente la cabeza hacia atrs, hasta sentir vrtigo, y pens: "Si todo fuera
ilusin, si no hubiera nada, nada, nada". Pero una duda me asaltaba, dicindome:
"Siempre habra algo, porque hasta la nada es algo". Y eso no tiene fin, por cuanto
detrs de las estrellas hay otra cosa, y ms all otra, y otra, hasta no acabar
jams. Para qu sufrir si no sabemos el objeto de tanto trabajo y miseria? Si me
suicidara! El suicidio es el fin y sirve para dignificarse y explicarse. Si fuera al
canal San Carlos, donde se zambullen las penas santiaguinas y me arrojara a
esas aguas barrosas?
Al da siguiente todo Santiago hablara de m y nadie podra pensar en un
accidente, por cuanto dejara una carta a la Rubilinda, advirtindole que ocultara la
noticia al pap. La gente comentara el caso de mil maneras, y ya no me veran
ms, nunca ms; el centro no vera pasar ya ms este cuerpo anhelante y
afiebrado. Cuando el jazz del Lido electriza a las parejas yo estara hinchada y
verdosa en las aguas del canal. Al da siguiente, un arriero descubrira mi cuerpo;
llegaran los carabineros: "Una mujer joven y al parecer decente". Despus
sabran mi nombre y los diarios publicaran mi retrato, el retrato de Sivar, y debajo
las frases hipcritas y falsas de siempre: "Nuestra sociedad est de duelo con el
fallecimiento de la seorita Teresa Iturrigorriaga, ocurrido ayer. La nobleza de su
corazn, su extremada juventud y las bellas prendas de carcter que la adornaban
hacen doblemente cruel esta muerte. Los funerales se efectuarn hoy". El coche
fnebre saldra balancendose, como he visto tantos, por la calle Romero. La
cartonera, la Rubilinda, quedaran llorando, y detrs ira, en el coche negro, el to
Manuel solo, mordindose el labio con el tic de la familia. Los hombres, al pasar mi
atad, se sacaran el sombrero. ltimo paseo por Santiago, pasando por la
Avenida de la Paz!
Al saber mi muerte las chiquillas Cepeda sentiran remordimiento. Toda la gente
sentira compasin por m, al saber que alimentaba a un padre y a una sirvienta en
el rancho de la calle Romero abajo. No tenamos bao por falta de plata.
Animada por este pensamiento, no dej de vagar de un lado a otro durante la
noche. Estaba segura de que nadie me hara dao al ver mi cara llena de algo as
algn signo humano; me puse a mirar a las palomas y a los chercanes, esas
ratitas del aire, que pasan rampando entre las enredaderas. Una hora me estara
as.
A eso de las ocho sali una empleada; le pregunt si acaso estaba el marido de la
seora Rubilar, porque, en caso de estar, no hubiera entrado. Me dijo que l no,
pero su seora s estaba. El marido "andaba" en el campo.
-Urgentemente deseo hablar con ella -agregu.
Qu me daba el valor para hacer esa locura? No lo s: fue algo automtico. A
veces una se vuelve loca, y es preciso aprovechar; soy muy joven, pero ya s que
todo lo grande proviene de las decisiones tomadas en estado de locura. Cuando la
empleada me dijo que pasara, no sent ningn deseo de escaparme. Fui al loco
destino.
Y la seora Rubilar estaba de pie en la puerta de su dormitorio, vestida de pijama
verde sujeto a la cintura. No era la misma que viera pocos das antes, de noche,
es decir, estaba tal vez menos bonita, aunque sin perder ese algo irreal. de mujer
de pera.
Su color era ms marcado, su cuello ms firme. Por descuido me vi en un espejo
que estaba tras ella y encontr en mi cara afiebrada un aspecto vulgar y de
payaso. Un rayo de sol jugaba a los pies de la seora Rubilar; una risa
ligeramente irnica vag en sus labios finos.
-Teresa Iturrigorriaga! -exclam con su voz llena de tolerancia y de ilusiones,
dando a entender que me esperaba y que era feliz de verme.
Nunca o pronunciar mi nombre de manera tan redonda, tan firme y completa, que
daba todo su magnfico valor tradicional a un apellido. Al sentir retumbar de esa
manera mi apellido me cre resguardada y confortable. Fue algo mgico,
magnfico. Pronunci mi nombre demostrando esa complicidad gustosa con que
se tratan gentes de la misma clase, cuando algo fatal les ha separado por una u
otra causa. Para ella era yo una Iturrigorriaga ante todo, aunque llegara medio
deshecha. Pens en algn misterio de su carcter, en algo oculto de su vida que
llevara prendido en el alma as como el imperceptible pliegue de preocupaciones
en su frente. Por eso mi padre me prohibira hablar con ella. Pero no quise pensar
en mi padre. Me daba mucha pena y temor. Borr ese pensamiento.
Le ped perdn por haberla molestado; le cont la burla de que fui objeto por parte
de Pipo.
-Criatura! exclam.
Por la ventana se vean el jardn, la calle, el cerro y los campos inmensos.
-Lo que me ocurri es tan absurdo e imprevisto, que me ha desconcertado -le dije.
-Pobrecita! Eres demasiado joven y no ests habituada a sufrir. Eso que te pas
no es nada -me tute sin querer.
-Sin embargo, es todo. No olvidarn nunca eso y quedar con la fama -repliqu,
mirando por la ventana al jardn.
-No diga eso. Por qu no vino a verme antes? La esperaba -me dijo, visiblemente
conmovida.
-Verdad?
El jardn era esplndido a esa hora, fresco, vibrante. Un picaflor permaneci
esttico frente a una campanilla; todo convidaba a mi vida nueva, fuera de mis
angustias.
-Supo lo que me ocurri? -pregunt, temblando de vergenza.
-Tontita! S lo supe. Fue una de esas bromas estpidas del tal Pipo.
Al decir esto su rostro era tan hermoso y tolerante, que me hizo recordar un
grabado de Las Mil y Una Noches, donde se lee: "Camaralzaman se arroj a los
pies de la princesa Badoure".
-Fue una broma?-le pregunt.
-S, de las ms comunes o estpidas; usted la tom en serio. Es muy susceptible.
-No. Soy como todo el mundo -dije, y me derrumb llorando.
La seora Rubilar llor un poquillo tambin; me tom por la cintura y comenz a
besarme bajo los brazos, en las puras axilas, demostrando lo poco que las cosas
de Pipo le importaban. Estaba entera en sus brazos; la bes conmovida de
agradecimiento y vi sus ojos casi al blanco de la emocin, mojados y firmes al
mismo tiempo.
-Criatura! Criatura! Tan encantadora que eres, tan tierna; es la primera vez que
has sufrido. La primera vez.
La puerta estaba cerrada. Golpearon en ella. Slo entonces not en los ojos de la
seora Rubilar destellos de impaciencia cercanos al mal genio. Se levant para
dar una excusa con una voz de mayor volumen que haca cambiar a sus ojos,
volvindolos duros como el acero. Segn he notado, estas maneras las usa con
sus empleadas. De pronto, cogindome la mano izquierda, como si fuera a
decirme cosas que tuvo guardadas, me atrajo hacia ella.
En ese instante entr una sirvienta vieja que me mir de arriba abajo, algo
agresiva. (Acaso crey que yo era una nueva pupila) . Coloc la bandeja en la
mesa.
Haba jamn, ensalada, un pollo asado entero y frutas. La bandeja era de plata o
de plaqu muy fino, antiguo.
-Caf no voy a darle, porque despus va a dormir. Eso s, se tomar media botella
de vino. Eso le har bien. Saldr de aqu como nueva y djese de pensar
tonteras.
Me arrebuj en la bata y le dije:
-Y usted no come? Esto es para dos.
-No. Esto es para usted sola. Yo voy al comedor. Queda con toda confianza.
Sali. Nunca he comido mejor en mi vida. As comen las estrellas del cine.
Servilletas de encaje, mantel de hilo, copas verdes y platos Imperio. La habitacin,
de paredes pintadas, tena lmparas de cristal y muebles llenos de cosas
admirables. Me com todo el pollo, y luego de hacerlo me dio vergenza; me
tomaran por hambrienta.
Despus de almorzar lleg la seora Rubilar, siempre en pijama, acompaada de
tres pupilas; dos eran las que vi la primera noche que estuve en su casa. Vestan
muy bien; se inclinaron graciosamente para saludarme, como si estuvieran en la
corte. Eran muy jovencitas, con tipo de muecas.
Poniendo una cara que nunca le vi antes, la seora Rubilar se despidi de ellas
diciendo:
-No dejen de ir a esa pelcula; despus vayan un rato al Zoo; el ejercicio de subir
es muy saludable; maana les har la clase de maintien.
Se despidieron, haciendo igual reverencia Ias tres juntas, como coristas en el
teatro.
-Qu encantadoras son! -exclam.
La seora Rubilar baj la voz:
-A veces me fastidian. Carecen de raza. Por ejemplo, usted, Teresa Iturrigorriaga,
tiene la maquette, la materia prima. Qu fcil ser hacer de usted algo bueno! En
cambio ellas! Se ha fijado en sus pescuezos, en sus tobillos? Es difcil hacer una
dama de mundo cuando no hay esqueleto.
Esta manana, desde las siete, esperaba una seora para hablar conmigo.
Cre que sera la seora Rubilar, quien ha venido otras veces con el pretexto de
instalar un bao a gas, pero no era ella y qued intrigada.
Cmo es? pregunt a la Rubilinda, que trajo el recado,
As dijo, poniendo las manos a lo largo de sus caderas.
Fui a la puerta y vi a una dama gruesa y vulgar, no obstante estar vestida con el
fondo del bal. Su piel, sus carnes apelotonadas, de color subido, me recordaron
la carne de frigidaire. La hice pasar y not que estaba frente a una mujer muy
nerviosa y que el acto que la trajo a mi casa constitua para ella una hazaa largo
tiempo meditada.
Comenz por hacer un discurso pattico, entrecortado de suspiros como
maullidos. Ese discurso penetr aceradamente en mis entraas, por cuanto cada
palabra revelaba la vida oculta del pap. Fue algo tan absurdo y angustioso como
conmovedor. La existencia del autor de mis das iba quedando al desnudo, en
forma inconcebible. Ella le deca "Pancho" a mi pap. No poda darse nada ms
teatral. Yo no saba qu cara poner, pero ella estaba tan realmente conmovida que
agach la cabeza y las lgrimas corrieron por mis mejillas. Adems, esa escena
me revelaba que el pap, o "Pancho", alojaba en su casa y que sus males haban
empeorado.
Fue una tarde de otoo continu ella. Yo era joven y tena pololos por
docenas. Pancho me agrad por su aspecto, su cara tan perfilada, su risa, que
siempre fue inimitable, y su educacin. Porque a educado nadie se la gana.
Para una hija, las revelaciones de esta clase son sorprendentes; por primera vez
una piensa que el viejito tambin fue cabro ligador. Lo que ms turbacin produca
en mi nimo era el pensar que la risa de mi padre que para m fue siempre una
manifestacin de buen humor familiar en sus das feliceshubiera tenido para las
mujeres un valor de simpata amorosa. La evocacin de su risa, trada por primera
vez en tal forma, me recordaba que, al fin, era mi propia risa que yo hered y que
vena a ser una virtud de familia. Ella continu:
Ah seorita Teresa! Verlo y adorarlo fue todo uno. Nos comprendimos; l me
salud muy serio, refrenando esa risa, y me dijo: "No ser cosa pasajera; ser
para siempre". Estbamos frente a la Casa Ortopdica Alemana y eran las cuatro
de la tarde del 3 de octubre de 1920; un obrero gritaba: "Viva Arturo Alessandri
Palma!". Lo recuerdo todo, hasta en sus menores detalles. Despus, delante de la
gente conocida que circulaba a esa hora, se fue conmigo; me llev a la tienda de
flores en la calle Ahumada, y me regal un ramo de rosas blancas, tan lindas
como no he vuelto a verlas nunca. Guardo el canastillo. Era tan respetuoso, tan
correcto; nunca me vio en la calle sin quitarse el sombrero; siempre me daba la
vereda. Cuando hacan postre de membrillo en su casa me guardaba la mitad. He
sufrido mucho con sus prdidas, lo mismo que si fueran mas..., y tambin sufr de
no poder cuidarlo cuando le dio el paralis. Yo la conozco a usted, seorita Teresa;
la quiero como cosa ma, la he seguido siempre en sus pasos; tengo sus retratos
del Zig-Zag y del Mundo Social... Claro que mi posicin ahora no me permita
darme a conocer, pero yo hubiera dado tanto por verla de cerca... Por eso..., por
eso... ahora estoy aqu... Si su pap supiera que he venido... no me lo
perdonara...
Al decir esto sollozaba; se puso fea, roja, inflada; su cabellera se movi de sitio;
sin embargo, su pena era tan de veras que me conmovi, y, sollozando junto con
ella, presa de una duda punzante, pregunt:
El pap..., cmo est?
Ay seorita Teresa!
iQu! Vive? Cmo est? exclam, ponindome de pie.
Est vivo, pero algo mal. Perdi el habla.
Otro ataque?
No s.
Est en su casa?
S, seorita Teresa dijo ella, bajando la cabeza y llevndose el pauelo a los
ojos. No crea que gasta nada aadi. Yo corro con los gastos. Vivo en la
calle Camilo, en casa propia.
Ha visto mdico?
Un practicante, y tambin en tono ms bajo y avergonzada, y tambin le
llam el confesor...
Y qu?
Estuvo fiel a las creencias de toda su vida, porque l cree en Dios, pero no en la
confesin... usted sabe. Entonces le grit al confesor: "He hecho de todo, menos
asesinar y robar!". Despus pidi al curita que se retirara, y l lo absorbi detrs
de la puerta. Ha sido milagro, porque desde ese instante perdi el habla.
Hay esperanzas?
transmitir ideas tan lindas con los tipos de imprenta. Las nias de esta casa, tan
pulcras para hablar, tan respetuosas y tmidas delante de m, me intrigan de
verdad. Cmo es que, siendo tan educadas y bonitas, yo no las conoca? Se
levantan tarde, eso s, y tienen color lvido de Colombinas, superior a todo
maquillaje. La seora Ismenia comienza a servir de enfermera solamente despus
de las cuatro. No he salido, ni pienso hacerlo; mand pedir mi diario a la casa,
junto con algo de ropa. Despus de una aparente mejora, el pap sigue
decayendo. El da es delicioso; pero de noche esta casa se vuelve un castillo de
nimas y aparecidos; en sueos creo percibir una actividad sorda, como de un
teatro o de un mar. Oigo ruido de ovaciones y gritos de guaguas enfermas.
Anoche, como sintiera constante ruido en la calle, abr la ventana, no sin cierto
trabajo, y un espectculo extrao se ofreci a mi vista: la calle estaba iluminada
por faros de automviles, y en las casas cercanas, al frente y al lado, se vean
muchachas jvenes asomadas; pianolas y orquestas funcionaban alegremente.
Un chofer se puso a llamarme, de manera familiar, como si fuera mi hermano, lo
cual me oblig a cerrar rpidamente. Por lo dems, duermo bien y nadie me
molesta. Esta tarde, a las seis, llamaron por telfono desde un Ministerio, y o a
una de las muchachas que conversaba en camarada con uno de los funcionarios.
Cuando estaba comiendo, la mayordoma entr en el comedor, y, pidindome
perdn, abri la alacena, de donde sac la ms opulenta ponchera de plaqu que
vi en mi vida, llevndola en alto y con cuidado, como una alhaja.
Da siguiente
Me levant al alba y entr en el comedor. La mesa estaba desordenada; en el
suelo vi multitud de colillas de tabacos selectos; en el mantel, restos de comida y
copas sucias, algunas a medio vaciar; una silla estaba cada. Es seguro que hubo
cocktailparty; la seora Ismenia, no obstante el cario que exterioriza por el pap,
recibe visitas de mucho programa. Es una gente especial. Encontr al practicante
algo contrariado porque no pudo hacer comer al pap; creo que se acerca el fin.
Ya no me conoce; sus ojos han perdido la expresin humana; su color es terroso,
y la barba blanca, enmaraada, le hace otra cara, como la del abuelito, segn vi
en un antiguo retrato.
*
Pobre pap! Sigue mal. Anoche entraron personas en la pieza contigua y no pude
dejar de enterarme de una escena increble. Una mujer, a juzgar por las voces,
comenz a insultar a un caballero, y a darle de varillazos. l peda perdn. Sal
para implorar auxilio en el mismo instante en que la mujer que le pegaba al
caballero apareci en la puerta de su pieza, sonriendo, aunque algo excitada, del
brazo de un joven nada mal parecido. Ya eran amigos. Al notar mi turbacin, ella
me pregunt:
Se ha asustado? No hay para qu. Son caprichos.
Jurara que he visto en el Lido al joven que iba sonriendo del brazo de la mujer
que acababa de insultarlo y azotarlo. Estaba algo avergonzado, aunque no por
eso dejaba de sonrer.
Estar viviendo en un manicomio?
Desenlace
Esta maana, a las ocho, lleg la seora Rubilar. Vesta un traje sastre azul; sin
joyas ni afeites. Su rostro denotaba profunda ansiedad. Miraba de un lado a otro,
demostrando un desprecio cercano al asco. La mayordoma, que era la nica
persona en pie a esa hora, permaneca cerca de ella. Paseando por el vestbulo,
en tanto esperaba que yo acudiese, la seora Rubilar mostraba un continente
desdeoso a todo lo que vea a su alrededor; los muebles, la mayordoma y cuanta
cosa estaba cerca se volvan vulgares y feos. Eso mismo he notado que ocurre en
nuestra casa cuando ella llega: todo se empequeece y vulgariza. A m me daba
vergenza bajar a saludarla. Comprenda algo de mi situacin ridcula, pero no
hubo ms remedio.
Teresa! exclam. Qu nia es usted! Vamos pronto de esta casa y
llevmonos al pap.
Se arm un gran barullo, y la mayordoma corri a despertar a la seora Ismenia,
en tanto yo segua sin entender, conversando con la seora Rubilar.
Qu? le pregunt, sbitamente iluminada respecto a todo lo ocurrido, como
si me despertara un rayo. Qu pasa? Qu hay en esta casa?
Comprend mi situacin en un momento, pero procur disimular para no demostrar
mi candidez. Estaba tan preocupada de mi padre y de m misma, que no fui capaz
de entender el misterio de esa casa. La seora Rubilar volvi a gritar implacable.
Vamos! No s cmo su padre pudo hacerla llegar hasta aqu!
Mi padre est privado de voz le dije.
Vamos pronto!
Luego, inclinndose, me susurr al odo:
Es la casa de las Pecho de Mrmol, muy conocidas. Casa mala!
Al hablar as, la seora Rubilar demostraba el ms absoluto dominio de la
situacin, sin pensar un instante que yo pudiera negarme. Sin embargo, para
evitar que me creyera en situacin demasiado ridcula, y asimismo para que no me
tomara por tonta, le repliqu:
S donde estoy, y sern ellas lo que quieran, pero malas no. Eso no!
Me mir sin poder ocultar su asombro, y, al ver la serenidad en mi cara, continu
en la tarea de probarme que deba abandonar esa casa en el acto. No quera
explicaciones y ya se dispona a la mudanza inmediata, arrastrndome a su
automvil que la esperaba en la puerta. No haba manera de resistir. Entre las dos
sacamos al pap y lo colocamos en el coche, aprovechando que a esa hora no
estaba en pie la patrona, pero nos equivocamos. Sentimos ruido, y la vimos
aparecer andando a toda prisa. Era ella; vena demudada, dndose instantnea
cuenta de que nos llevbamos a su amor.
Estaba vestida con una bata de casa, bastante vieja, y quizs por esto mismo
perdi la compostura. Su rostro matinal, sin afeites, era horrible a la vista, todo al
natural de su dolor. Apostrof secretamente a la seora Rubilar. Cuando
comprendi que todo estaba perdido, puesto que yo, la hija, tena mayores
derechos que ella, se rindi, sin dejar de lanzar miradas de fuego a la culpable.
Antes de salir, no poda menos que agradecerle las atenciones prodigadas en su
casa, atenciones y exquisiteces inolvidables. La abrac, dicindole:
Despdame de las nias. Un abrazo a cada una... y... muchas, muchas gracias...
Entonces la seora Ismenia, fea y lacrimosa, me dijo una sola frase que me hizo el
efecto de nuestra muela cuando el dentista que la sac la exhibe delante de
nuestros ojos de manera orgullosa:
La seora Rubilar es mala. Cuidado con ella!
La ms insoportable duda se oper en mi nimo: En qu quedbamos? Quin
era mala? Quines? Era mala la seora Rubilar o lo eran las chiquillas plidas y
sentimentales que lean El Sitio de la Rochela?
El camino en auto hasta la calle Romero fue penoso. No podamos hablarnos ni
mirarnos. El pap iba medio vertical, inmvil y empaquetado como momia, en una
especie de camilla. El auto avanzaba muy suavemente. Al llegar a la casa y
meterme en mi cuarto, donde las moscas zumbaban, la seora Rubilar se puso a
acariciarme, as como la gata que est criando se pone a lamer al cachorrito que
le devuelven manoseado. Sin dejar de abrazarme, dijo:
Estuviste sumamente expuesta.
Qued en casa hasta la una de la tarde y me pidi que no dejara de verla,
ofrecindome al mismo tiempo los cuidados de su mdico. Cuando se march, la
casa me pareci rara, como si se hubiera empequeecido.
DICIEMBRE VEINTICUATRO
Los celos muerden mis entraas. Acaso me parezco a mi pobre madre. Muri de
amor como la desdichada Elvira... Quin ser esa Mara a quien tanto recuerda?
Gastn no me quiere.
LUTO
Mi padre muri hace cuatro das. No he tenido tiempo de escribir. Sigo haciendo
este diario absurdo, en parte por aburrimiento y en parte para dar escape a mis
dolores. Estaba en la cocina preparando un remedio, cuando me salt el corazn.
Adivin que mi padre haba muerto por un gran grito agudo, as como ruptura de
locomotora que silbara antes de estallar. Fui en el acto y vi a la seora Ismenia
postrada a los pies del lecho; despus de gritar, palpaba el cadver; lo estrujaba,
si puede decirse, y luego morda las sbanas, gritando: "No te mueras, mijito!"
Despus comenz a hacer y a decir cosas tan excntricas, que tem se hubiera
vuelto loca. "Cuntas veces me decas que haras una seal desde el otro
mundo!... Llvame contigo... s..., llvame... Yo quiero irme..." As deca la pobre
mujer, andando de un lado a otro, sin coquetera de ninguna clase. Abandon sus
afeites y pelucas, dejando caer de golpe diez o quince aos sobre su pobre
cuerpo. Levantaba los brazos y se retorca las manos. Yo tena vergenza de no
poder demostrar un dolor tan hondo. No soy buena actriz de m misma; el golpe
me produjo dao; sin embargo, fui incapaz de exteriorizar ni una muestra de l.
Dicen que corre por las venas de los Iturrigorriaga sangre de la cacica impvida de
Talagante. De todas maneras, mi dolor es diferente al de la seora Ismenia. Para
demostrar que no tena miedo se acost al lado del cadver como un perro; no ha
querido comer nada. Eso s, a ratos, bebe de mi terrible gin nacional.
No se mate le dije.
Ella me abraz estrechamente, diciendo:
T no sabes, atita. He perdido la ilusin de la vida.
No puedo negar que me siento, en parte, hija suya.
Dos horas despus de muerto mi padre, llegaron agentes de funerales. Ya lo
saba todo Santiago. Comenz para m el suplicio protocolar de recibir a la gente,
a los parientes que, a l y a m, nos tienen por locos y desplazados. Los parientes
ricos llegaban, sin poder ocultar la mucha cautela, con caras de perros
apedreados. Los neumticos domesticados de sus lujosos autos no haban rodado
antes por la calle Romero. Los vecinos salan a mirar en las puertas. Ya
conocieron el secreto: somos ricos arruinados. En la tarde lleg una corona
enorme, escandalosa. La seora Ismenia hizo grabar en la cinta su nombre
dorado, desafiante.
Una de las primeras personas de la familia que llegaron a la casa fue la prima
Lucha, esa gorda, enorme y cuadrada, a la que llamo "mi prima Carnera". Pobre
prima Carnera! No puedo negar que comienzo a quererla. Entre ella y la seora
Ismenia vistieron el cadver de mi pap. Pobre papito! Se le contaban los huesos.
Yo no hubiera sido capaz de vestirlo. La prima Carnera se puso a rezar en alta
voz, hincada junto al cadver. Estamos comenzando a reconciliarnos. No me dice
ni una palabra, pero se nota que le gusta verme vestida de negro, sin afeites, triste
y rezando con el rosario en las manos. Es seguro que le agrada verme adolorida,
y pensar que as soy chilena tradicional. Chile est ms a tono con el dolor y la
muerte. La felicidad es perseguida como traicin. Basta que muera alguno en la
familia para que descubramos la existencia de un vasto mundo funerario y
adivinemos el enorme sentido que la muerte tiene en esta ciudad, donde todo
predispone para emprender el paso del ro Aqueronte. Dicen que somos pas de
hospitales, de asilos, de asistencias, de boticas, de operaciones y de camillas. Por
eso, el algodn, el olor a yodoformo, las cataplasmas y las vendas nos animan en
forma extraordinaria. Adems, nos reconcilian.
El pap qued vestido con uno de los trajes que se usaron en su juventud. Le
coloqu una cruz y un retratito de mi madre en el pecho.
Poco a poco la pieza mortuoria se llen de gente. Cuando lleg el to Juan de Dios
Iturrigorriaga se produjo un revuelo de expectacin. Nunca un hombre me ha
mirado de manera tan glacial y escrutadora. Me atrincher, armndome de todo mi
valor para responder de manera calmosa. La casa es tan pequea que estbamos
amontonados unos sobre otros y no haba manera de substraerse a sus miradas
inquisidoras.
El to Juan de Dios estaba preocupado en saber si mi padre haba muerto como
cristiano, lo cual era la condicin para enterrarlo en el mausoleo de familia.
Aunque rehus la confesin, yo le dije que s haba muerto como cristiano,
pensando que no menta gran cosa y que, a veces, las mentiras, como ocurre en
la medicina, son paliativos necesarios. Despus l aadi:
Le daremos entierro de primera. Yo arreglar eso; usted no tiene de qu
preocuparse.
La pompa es innecesaria y antinatural para una persona que vivi tan
pobremente le repliqu.
Esta respuesta pareci contrariarlo. Mi to Juan de Dios no hallaba dnde poner
los ojos que no se sintiera herido: los paseaba del armario al techo, cuando no a la
base de la puerta. Por fin los repos en sus propios zapatos y pareci quedar ms
tranquilo. Yo estoy resuelta a no acceder a sus deseos de darle un entierro de lujo.
Ser una leccin para esta gente que lo abandon en vida y el da de la muerte se
acerca sin otro objeto que mantener la farsa del pabelln de familia.
En ese mismo instante, y como para confundirme, se escuch la carrera de un
tropel de ratones en el entretecho. Qued humillada y reaccion, pensando
responder a cualquier pregunta con cinismo y violencia. El to Juan de Dios
comenz a rascarse las piernas a causa de las pulgas.
Las velas daban a la casa un aspecto ttrico. Algunas parientas se pusieron a
rezar, hincadas a los pies del atad, y otras se dedicaron a conversar,
EL ENTIERRO
En Santiago se hablan pestes de todo el que no sea viejo figurn o nulo, de tal
manera que algunas veces experimentamos las mayores sorpresas, topndonos
con personas buenas y simpticas, a las que tenamos por malvadas. Yo crea
que mi prima era hipcrita o malintencionada, y ahora creo comprender que es
buena y sencilla. Si creyramos bueno a todo el mundo, nos equivocaramos
menos que creyndolo malo. La prima es buena y servicial. Por qu la odiaba
yo? Me ha trado la Imitacin de Cristo, un molde de dulce de membrillo y el
Almanaque Cristiano. Todo lo que digo le hace gracia. Me puse a arreglar las
cosas en el cuarto del pap, en lo cual ella me ayud. Not que alguno de los
concurrentes se llev los gemelos de oro y un paraguas. Toda la herencia que
recibo consiste en un chaqu de Pinaud, unas polainas, un Buda, tres pares de
zapatos, una caja de pldoras Hrcules, y el libro de mi to, titulado Anotaciones
para un proyecto de codificacin del Derecho Internacional.
Qu libro es se? me pregunta la prima.
Es un libro hipntico. Cuando padezco insomnio leo dos pginas y me duermo a
puos cerrados.
Es posible que tenga un Buda en su dormitorio?
Es de cartn le digo y, adems, en religin soy eclctica.
Esta frase de mi pap la hace rer.
No s qu tengo, pero no puedo decir nada sin que la prima Carnera se retuerza
riendo.
Despus le digo que vayamos al cementerio, y ella decide acompaarme. Quiero
ver cmo qued el pap. Esto no me impidi que me pusiera colorete y rimmel. La
prima Carnera no se pone nada. Siempre de negro, siempre gorda y fresca, como
esas huasas zapallonas que vienen a servir en los palacios de la Alameda. No le
importa un bledo cultivar sus curvas desafiantes. No se avergenza de estar a la
moda de 1860. Se deja vivir como un vegetal lleno de oxgeno, que no se comer
nadie.
Hemos salido a la calle hacia la estacin, donde tomamos el tranva. Me agrada
llevar a la prima Carnera por estos barrios pobres, llenos de ojos atrevidos. En el
centro, tal vez nadie la mirar con deseo, a ella, tan conocida y vctima del
prejuicio. Aqu, los obreros admiran sus redondeces.
Muchas veces, en la calle, yo tambin he sentido el deseo annimo que pasa y me
roza, que se infla como una harina amasada, vergonzante; es el piropo callejero,
es el estmulo a esta flor humana necesitada de riego. Pero este sol, esta agua de
arrabales, no sirven para las flores del centro, condenadas a marchitarse en su
envase, por el convencionalismo. Las convenciones de sociedad nos ordenan no
escuchar los piropos del arrabal, o rechazarlos como ultrajes; sin embargo, crecen
SE ARRIENDA PIEZA
Continu hablando en el mismo tono un buen rato, hasta las doce pasadas.
Adivin que eran las doce por los ruidos rutinarios del barrio: sent los pasos ms
apresurados de los obreros que vuelven a almorzar; del vendedor de helados con
su carrito y su timbre, que llegaba vaco; de la cartonera, cuya puerta se cierra con
un ruido especial, y el largo sonido de las sirenas en las fbricas. La convid a
compartir mi almuerzo y ella acept como otras veces, sin dar aviso alguno a su
casa, lo cual me comprueba el abandono en que la tienen su madre y hermanos.
Qu misterio cruel encerrar su vida!
Fui un instante hasta la cocina, y a mi regreso la encontr dispuesta a seguir
inculcndome sus bondadosos sentimientos. Desde luego, comenz a decirme
que la vida era una prueba para nuestras almas, pero se trabuc, las palabras le
faltaron y sac un papel de la cartera, que no soltaba. Era un sermn del Padre A.,
y se puso a leerlo:
"No ven el sentido de penitencia que tiene la vida? La frase valle de lgrimas
no es figura literaria; la emplean los filsofos y poetas en una u otra forma. Todo
nos empequeece en el mundo: Cun presto se va el placer, cmo despus de
acordado da dolor!... Cuanto ms aprendemos, ms humillados nos sentimos. Lo
nico cierto es nuestra condicin de castigados. Tenemos algunos miserables
sentidos, tan slo los indispensables para darnos la sensacin de nuestra
pequeez. Desde luego, nuestra posicin en el espacio ilimitado; el planeta donde
nacimos, frente a las estrellas, a las nebulosas y los soles, es tan insignificante
que el pensarlo produce vrtigo. Ahora, si la posicin de los millones de seres que
pueblan la tierra es insignificante, qu decir de nosotros los chilenos, colocados al
pie de un abismo, limitados por un desierto al norte y las desoladas montaas de
nieve al sur; por frente un ocano sin fin, y a nuestras espaldas una cordillera cuyo
solo aspecto produce espanto espiritual! Nos sentimos asaltados por el poder
aterrador de lo infinito ms que ningn otro pueblo de la tierra; Chile es el Finis
terrae. Por eso, con ms fuerza que otros pueblos, detestamos la petulancia y
buscamos en la paz cerrada de los claustros un blsamo para huir del terror a los
abismos que nos circundan, atemorizndonos y probando nuestra condicin
prenatal de pecadores. En los tiempos antiguos nuestra capital era un solo
convento: de ah los nombres de las calles: Claras, Monjitas, Teatinos, Compaa,
Merced...".
Este discurso me anonadaba; me pareca enfermizo y senil, y el mismo rostro
plcido de la prima, que lo repeta, era como un desmentido a la amargura que
pretenda inculcarme. Pero ella prosigui, doblando una hoja:
"Existe humillacin mayor que la necesidad de comer?"
Por qu? le dije, recobrando mi carcter festivo y oliendo el tufillo a papas
fritas que llegaba de la cocina.
Son mentiras de los reporters dijo ella con firmeza. Aunque no necesitaban
inventar, por cuanto, si no es verdad eso, en cambio fue hroe de otras hazaas
mucho mayores, que nadie conocer nunca. Las hazaas que el pblico celebra
son hazaas de pblico, en salsa de mentiras; las verdaderas hazaas personales
no se saben nunca.
Despus de decir esto con ojos vagos, de loca, aadi:
Rase, Teresita! Rase! Tiene la misma risa del pap.
Yo me re. La vi que ocultaba la cara entre las manos y dos gruesos lagrimones
resbalaban por su carne roja de frigidaire.
Rase otra vez!
Entonces me sali una risa de conejo y ella se calm. Se sent en la vieja silla en
que mi padre acostumbraba divagar y aadi, suspirando:
Voy a retirarme del mundo, pero antes quiero hacerla feliz. Mi intencin es
traspasarle mis bienes. Si muriera uno de estos das, mi plata, que no es poca,
aunque me est mal el decirlo, pasara a mis hermanos, que no me han querido
nunca. Me han tratado con crueldad y desdn. Yo he luchado por la vida, como
usted ha visto; mi negocio ha sido pensin de artistas.
Yo iba de asombro en asombro. Lo sobrenatural comenzaba a aletear a mi lado;
no hallaba qu decir ni qu cara poner, pero, de estar sola, me hubiera puesto a
saltar de gusto, igual a una chiquilla.
Ah, s! rugi la seora Ismenia, volviendo a lloriquear. Usted es hija de
Pancho y lo cuid. Toda mi plata y mis alhajitas sern para usted: tengo una
lmpara de baccarat; poncheras y bandejas de plata; loza inglesa; sbanas de rico
hilo que fueron de la Celimendi; unos aros de platino y brillantes, que le compr a
la seora Coucir, y, para que vea, tambin poseo jarrones de Svres que
pertenecieron a los Cousio. Una casa en la calle Camilo, una casita en la calle
Granados y fundo en el ramal de San Rosendo. Adems, acciones y bonos...
Qued aterrada, hundida en placer y miedo a la vez, como si el techo se
derrumbara. "Delira!", me dije. No obstante, la voz, los gestos de la corpulenta y
apasionada dama eran naturales y sinceros, adems de espiritualizados por las
ojeadas maternas que sin cesar me clavaba. Cuanto deca era ms verdad que un
rayo de sol.
Seora! exclam. No sabra cmo agradecerle!
Cuando una carece de imaginacin, en los momentos solemnes y decisivos,
cuando cada palabra precisa vale oro, no encuentra nada. Yo qued impotente
para hablar. En los discursos, la gente sin imaginacin dice: "No tengo palabras
Pobre pap! Yo, que pas la vida de luto, puedo pagarme el lujo de hacer las
cosas a la inversa.
A1 fin, fueron las historias del pap las que modelaron mi alma y mi vida. Estoy al
margen de la sociedad y me abanico con su qu dirn. Me bao todos los das; ya
no podrn echarme a la cara que huelo a descuido. Todo es cuestin de plata.
Plata, plata y plata.
Cuando una va al Banco y pasa el cheque, y el cajero pregunta: "Cmo lo
quiere?", y una responde: "Dos de a quinientos y el resto de a cincuenta",
entonces s que la vida es buena. Dan ganas de abrazar a todo el mundo, de salir
trotando, de comer quesillos en el Naturista y darle un beso a Ismael Valds. La
maana es linda; el mundo, liviano.
La plata remueve lo que hay de aventura en nuestro pasado: las rutas de oro, los
piratas; Chaarcillo, el amor, el hambre...
Se ha desarrollado en m un poderoso instinto de propiedad. Creo que la salud
cuida a la salud y la plata cuida a la plata. El que ms gasta es el pobre, y el ms
libertino es el tsico.
He ido a ver mis casas. Es prudente tantear el terreno y valorar el tesoro. Despus
de almuerzo y con un calor africano, he ido a la calle Camilo, donde est la mayor
de mis fincas. Puse la llave en la cerradura, igual que si realizara un rito y me
encontrara delante de la puerta del porvenir; ganas tuve de musitar el "brete
Ssamo" de mis cuentos. Se abri por fin, y mi sangre se puso a hervir
deliciosamente, demostrndome cun hondo es el deseo de la casa propia en
todo ser viviente. La casa! Estaba vaca e impregnada del frescor agradable de
las murallas lisas, donde uno que otro clavo y las sombras cuadradas en el papel
revelan la vida que se fue. Las ninfas romnticas haban huido para otros barrios,
con sus libros, sus afeites, sus pijamas y sus bids. Una mujer, plida y seca, a
cuya siga iban dos chiquillos tmidos, descalzos, apareci en el marco de la
mampara. Era la cuidadora, dejada all por la admirable seora Ismenia. Melosa, y
toda ella reverencias, me fue mostrando la casa con la minuciosidad grave de un
inventario, desde el saln, donde en otros tiempos las nias sonrean a sus
fugaces amadores, hasta la despensa y el gallinero, donde un gallo viejo y
hambreado se daba nfulas frente a tres gallinas que picoteaban la cal de las
paredes.
De manera que es usted la seorita duea, la seorita Teresa?
S, yo soy dije, sin capacidad para disimular la entusiasta conviccin. Yo
soy la duea aad, tomando fuertemente, con mi mano derecha, la cruz de
brillantes que pende de mi cuello y que es parte del legado.
Luego segu visitando la casa. Me envolva un aire de misterio; mis pasos perdan
la consistencia, sonando a hueco, a irreal. Me dijo la cuidadora que una de las
murallas del gallinero amenazaba desplomarse. Le di algo de plata para maz y
para su propia subsistencia, experimentando la primera importancia de ser
patrona. Si hubiera habido un mueble horizontal cualquiera, cama turca, sof o
canap, me habra descalzado y tendido para dormir "en lo mo", a pierna suelta.
Haba una desvencijada silla de junco, en lo que fue comedor, y ah, sentada,
enteramente sola, recordando que las calles de la ciudad, a esa hora y en este
mes, son un sudadero, dej expandirse libremente mi sensacin de propietaria, de
novsima rica. Todo mo a mi alrededor. Todo mo.
Mire dije a la cuidadora. Mate una gallina y envulvala. Voy a comerla
maana en cazuela.
Me invadi asimismo el odio a los empleados pblicos, a los parsitos y a los
polticos, que viven a costillas de nosotros, los propietarios. Pensar que me
cobran impuestos! No habr droga ni ebriedad parecidas a las de tener casa
propia y renta. El estado de riqueza cambia hasta el alma y el aire que se respira.
Despus me march con mi gallina, dando instrucciones y cerrando la puerta con
cuidado extremo, como si acariciara la cerradura. Voy a hacerla pintar.
*
Fui con un contratista a la calle Camilo. Estuvo examinando los cimientos; en el
patio encontr desperfectos; ha sido construido despus, cuando el casco ya
estaba hecho. Habr que componer algo; en cuanto a los cimientos del cuerpo
principal, los estuvo examinando un buen rato. Al fin, exclam, sin denotar el
menor afn de humorismo:
Estos pilones aguantan ms que un contribuyente.
Le ped que me hiciera un presupuesto. En la tarde fui a La Nacin y puse la
siguiente carta, en la seccin "De nuestros lectores":
Seor Director. Agradecer a Ud. Ia bondad de publicar estas lneas.
Siendo la calle Camilo Henriquez una de las ms prsperas y de porvenir en esta
capital, no se comprende cmo las autoridades toleran ciertos establecimientos
reidos con la moral, y que dan espectculos vergonzosos, sobre todo de noche.
Una vecina
Febrero 27
Yo no fui nunca mala; yo lea siempre Las Mil y Una Noches, ilustrada; un viejo
libro de familia. Tanto me acostumbr a tales historias, que he llegado "a pensar
en mil y una noches". Es decir: me posesion en tal forma de sus personajes, que
podra construir escenas al estilo, y hasta pretendo ser una herona de dicho libro.
Ms de alguno me creera tonta si dijera que he frotado varias veces la lmpara de
baccarat que me toc en el lote de la seora Ismenia; la froto y pido cosas,
asimismo como si fuera la lmpara de Aladino.
Maana estrenar un traje blanco y negro, un sombrero negro y cartera, como
nunca tuve otra igual, para ver a Gastn. No s dnde vive. Voy a averiguar en el
hotel. La Princesa Esplendorosa fue a buscar al Prncipe Escurridizo y le dijo:
"Me reconoces? Tengo una fortuna, en dracmas y castillos, para sumergir a
Bagdad".
*
No supieron decirme en el Crilln adnde se haba ido. No dej seas. He
quedado triste pensando en l. Me figuro ver sus rasgos y escuchar su voz. Este
hombre es mi mana. Creo que algunas veces nos llama la atencin de un
hombre, al que, a nuestra vez, hemos llamado la atencin. Si este incidente ocurre
coincidiendo con ciertos estados especiales de nuestro organismo, entonces no
podremos olvidar jams a ese hombre, y llega a ser para nosotras una obsesin,
con sus ribetes de locura. El da que lo conoc yo estaba en uno de tales estados.
Los mdicos debe conocer algo de tan escabrosa materia.
Voy a preguntar en la Legacin de su tierra, aunque debe de haberla abandonado,
pues ya llegaron el nuevo ministro y personal adjunto. A pesar de ser rica,
contino pendiente de l; y digo "a pesar", bien segura de mis palabras, por
cuanto para una pobre el futuro marido lo es todo; en cambio, para la rica es un
accidente. La rica escoge y compra hombre a la manera de la seora Rubilar,
como si se tratara de una combinacin o de un paraguas. Yo sigo pensando en el
casorio igual que si fuera una pobre. Es la mayor aventura humana, y sustraerse a
ella implica cobarda, indolencia o fracaso. Mi ambicin del momento y de todos
los momentos, ahora, consiste en ir a Via del Mar, en pleno veraneo, llena de
ropa y de alhajas, con l, sin mirar ni saludar a nadie, en turista, y ponerme a jugar
con toda calma, como vi hacer en la pelcula Montecarlo; y pondr en mis labios el
rouge importado de Coty, con la indiferencia exquisita de las mujeres
familiarizadas con las cosas finas y celestiales. Echar la pierna arriba haciendo
crujir como la paja mis medias, con cuyo precio podra vivir un mes cualquiera
familia de clase pobre. Desde mis zapatos hasta el ltimo rizo de la nuca,
trascender a esa clase gloriosa, egosta y brutal que es la espuma de la vida.
Creo en la crueldad de todo, desde el sol, que ha presidido crmenes y
desigualdades desde millones de siglos, sin inmutarse.
Ir a Via en carro-saln; pedir whisky and soda legtimo, traicionando por
primera vez al cocktail nacional, prescrito patriticamente por la crisis. Me har
reservar departamento en el hotel, como los jaibones.
salieron, como si viera al diablo, cuando los agentes la convidaron a subir; las
mejillas flacas se le hundieron, y la boca, donde le quedan dos colmillos, quera
morder. Se defendi como la bestia pillada que quisieran arrancar de su caliente
madriguera. La pobre mujer nos miraba y vena gente de todas partes, y esos
arroyos formaban un charco de curiosos, todo hecho de ojos negros, devorando a
esa pobre.
Cuando la echaron en el coche, su cara estaba manchada de sangre y lgrimas:
Sonaron las bocinas, como las trompetas del Juicio, y el coche se la llev.
Pap.... pap..., pap!...
LA CASA DE MI TA
Ayer vino la prima Carnera a decirme que su mam tena deseos de hablar
conmigo; en vista de eso me invitaba a almorzar. Estaramos ella, sus dos hijas y
una "gran figura" de la poltica. El primo ha salido a veranear.
Hoy, a la una menos cuarto, me puse el traje negro y encamin mis pasos hacia
all, recordando las aprensiones que nos asaltan en el camino de los dentistas. La
casa est situada en la tradicional calle Ejrcito, una parte bastante aristocrtica,
cerca del templo de moda. La ta Carmela es viuda de un hermano de mi padre y
justifica plenamente el aforismo que dice: "En toda beata santiaguina hay una
Quintrala que duerme". Catlica, es de esas que hacen del catolicismo un arma
ofensiva; se ceban en cualquier flaqueza humana o torpeza, como ser en la
blasfemia de un pobre diputado, digno de la caridad cristiana. El hecho ocurri
recientemente, y mi ta no perdi la ocasin de sumergir al pobre diputado en una
ola de desprecios e injurias, por medio de una carta que dio a la prensa.
La santa dama divide sus carios entre el confesor y el mdico de moda; el
confesor le extrae guijarros del alma; el mdico le saca piedras del hgado. As va
viviendo limpiamente.
Mi to, segn o decir, fue hombre dbil de carcter y bonachn. Ella lo succion.
Mi to tuvo, como muchos caballeros santiaguinos, la mana de los remates;
remataba de todo: dentaduras postizas o cndores disecados. Le daba lo mismo
subastar un guardapelo de la esposa de un oidor que la escupidera de un notario.
Compr un galpn en la Avenida Matta para meter todo eso; el galpn se incendi
sin seguros y mi to muri de la barriga.
La mejor persona de la familia es la que he dado en llamar prima Carnera. Es
Iturrigorriaga pura. Se parece al grabado antiguo del antepasado marino que, al
decir de mi padre, estuvo en el sitio de Toln y en la batalla de Trafalgar.
Mi ta Carmela es alta, seca, de ojos lnguidos, sin expresin; la barbilla corta y
brutal; su paso firme; comienza a despuntarle el bigotillo. Vista por detrs, en las
maanas, a la salida de misa, metida en el levitn negro, tranqueando decidida en
sus zapatos dreadnought, parece cura. Cualquier gesto espontneo o juvenil cerca
de ella queda segado en botn. En su dormitorio ttrico hay siempre un jarro de
agua de matico, junto a la pileta de agua bendita cruzada de palmas; encima, un
retrato de S.S. Len XIII; la cama, especie de catafalco, es dura y estrecha; los
muebles oscuros, secos; las sillas de jacarand, como la cmoda, tapadas con
lienzos blancos, cual cadveres amortajados. El saln es antiguo, estilo colonial,
sin ser estudiado ni hecho as ex profeso; se ven retratos de antepasados,
candelabros, cornucopias y sillas fraileras de cuero pintado al fuego. Las nicas
personas que recibe en dicho saln, tapizado de rojo, son su confesor y el doctor
Aravena, que est de moda a causa de las presiones arteriales, y cuya amistad se
pelean las seoras jaibonas. Tres veces al mes abren el saln para barrerlo y
saturarlo de incienso. En las noches reza el rosario en una capilla que fue
bendecida por Monseor Fontecilla, en compaa de sus hijos, de las sirvientas y
del viejo cochero del "americano", porque mi ta, como don Ramn Santelices,
conserv su coche americano, forrado de tela verde oscura, con un pito para
llamar al cochero y enchufe auricular. Por lo dems, esos coches americanos son
cmodos y estn impregnados de moral pasada.
Nuestra familia se derrumba en la decadencia por cualquier lado que se la mire; el
hecho de tener un to figurn y rentista en la poltica, como es don Juan de Dios,
no quiere decir gran cosa, porque en Amrica los hombres no valen ni son
respetados sino por sus negocios. Los Iturrigorriaga han dejado de ser ruedas con
dientes dentro de la maquinaria social; son adornos, o tuercas, en el mejor de los
casos. Nuestra bisabuela, doa Menca Iturbe de Iturrigorriaga, leg la mayora de
sus bienes al Arzobispado; una de las clusulas de su bullado testamento
mandaba construir un Internado para Damas Vergonzantes; otra clusula
mandaba crear un Sanatorio para Tuberculosos. Ni una ni otra fundacin vieron la
luz, sin que ninguno de nuestros parientes osara protestar, por cuanto eso no es
de buen tono. Un eminente conservador, al decir de mi padre, cobr porcentajes
en la administracin de esos bienes, y el resto se hizo humo. Sola decir mi padre
que el confesor de doa Menca colocaba debajo del lecho de la buena anciana un
organillo de los antiguos, que tocaba el Ave Mara de Gounod, hacindola creer
que eran armonas cantadas por escuadrones de ngeles dispuestos en ronda
sobre su lecho, listos para llevrsela de sopetn al cielo, sin pasarla por los
engorrosos trmites de antesalas tan desagradables como el purgatorio. Entiendo
que en cierta poca las damas santiaguinas fueron impregnadas de un terrorfico
miedo colectivo al infierno; los escrpulos previos a la confesin produjeron en
ellas serios trastornos nerviosos; se narraron casos espeluznantes de pecadoras
que dejaron de confesar alguna falta y sufrieron castigos tremendos. Decan que,
mirada desde lejos, una mujer confesndose dejaba ver los sapos y culebras de
fuego escapando de su boca; pero, si un solo pecado quedaba dentro, entonces
todas esas alimaas volvan a integrar el cuerpo impuro, entrndosele
nuevamente por la boca, las orejas y las narices.
De esos tiempos espantosos es la ta Carmela, a cuya mansin fui al almorzar. Mi
pap sola ridiculizarla; no crea en los pechoos; deca que Darwin hizo bien en
colgar una cola de macaco en las espaldas de la petulancia humana, creda de
origen divino. Mi ta es bastante dura para juzgar a la gente. De cualquier persona
un poquillo desequilibrada dice: "Es una basura".
A la una en punto llegaba a la puerta de la cita y tocaba el timbre. En la calle haba
multitud de hombres y mujeres provistos de tarros; era el da del reparto de
limosnas catlicas en la casa: quince pobres reciban sopas de pan y veinte
centavos en efectivo. Esta aglomeracin, frente a la fachada lisa, donde se ve la
antigua caera del gas con formas de cruces y de estrellas, da a la casa de un
solo piso el aspecto de un edificio pblico, entre cuartel y cabildo.
cuello duro, de las camisas de dormir largas y de la zarzuela. Nunca pudo tragar al
cine.
Saben quin muri esta maana? interrog el caballero en cuanto se hubo
sentado.
Quin?
A qu parte?
A Via del Mar.
Con quin vas? pregunt mi ta, visiblemente asombrada y nerviosa.
Sola, o con la empleada; an no he resuelto.
Este pequeo tiroteo, precursor de la batalla, fue extraordinariamente vivo y de
cierta emocin. Fue algo as como un tanteo y equivala a preguntarme si seran
verdad los rumores que corran sobre la donacin o el traspaso con que la suerte
me haba favorecido. Durante el tiroteo, las miradas estaban fijas en m. Los
cubiertos pararon de funcionar, lo menos dos minutos. Yo esperaba anhelante la
vuelta a la carga, que no tardara en producirse. A todo esto, la ta se puso a
examinarme la cruz de brillantes, que fue de mi bienhechora madrina o mam
adoptiva, doa Ismenia.
Bajando nuevamente la vista sobre el plato, volvi ella a decir:
Est tan carsimo el veraneo en Via. Un chalecito por la temporada vale cinco
mil pesos. Ahora los hoteles! A qu hotel vas t?
Al nuevo: al O'Higgins. Hice reservar un departamento.
Me miraron desconcertados. Ya no saban si estaban oyendo la verdad o si se
encontraban frente a una insana. Solamente la prima Carnera conservaba
confianza en mis palabras: me conoca. Se produjo un silencio abrumador de
cinco minutos; la digestin de mi ta estaba paralizada. La prima menor tena el
aire de presenciar un escndalo. Revolvindose como leona en la jaula, mi ta
volvi a preguntar:
Pero entonces... es cierto lo de esa donacin?
Ya lo creo que es cierto.
Suspir entonces; iba a hablar otra vez, pero mir a sus hijas y la voz se apag.
Era shocking preguntar ciertas cosas delante de esos angelitos. Comamos el
asado, y luego lleg el postre de duraznos. Yo estaba ms conforme porque ya no
me consideraban como a una pobre ave, y aun, a hurtadillas, observaban mi
enorme y gozosa satisfaccin. De tener la cartera a mano me hubiera dado rouge,
pero la dej en el vestbulo. Creo que al caballero comenzaba a hacerle gracia mi
actitud; por lo menos no dejaba de sonrer discretamente. La madre y las hijas
cambiaban miradas de resignacin al topar con mi exuberante juventud.
Esta noche me dije: "Es preciso tomar posesin de Via, y para ello lo primero es
ir al Casino. Cuento con los billetes, un vestido lam argent de escotes
triangulares hasta la cintura, y un pasaporte. Es todo lo que falta".
Calcul sagazmente, y "por libro", mi entrada en la sala de juego. Desde la puerta,
y antes de que el mozo la abriera, escuch el ruido seco de las fichas, igual a un
entrechocar de canillas humanas, aunque los poetas pretendan otras cosas.
Seran las once de la noche. Era aquello el vestbulo de la muerte o la antesala
de la gloria? No lo s; en todo caso, el fro de las emociones me ondul por la
espalda. Sin embargo, al penetrar en la famosa sala de juego, experiment una
desilusin; el ruido de canillas producido por las fichas se acordaba perfectamente
con esa sala grande y blanca, sin adornos, como una clnica, donde las mesas de
juego parecen mesas de operaciones. La gente que jugaba, en su mayora
hombres y viejas del tiempo de Mabel Norman y de Perla White, era ordinaria, sin
asomos de picarda, todo lo contrario de la gente que yo esperaba ver, de acuerdo
con las pelculas, donde salen espas, falsos condes napolitanos, princesas rusas
y ladrones de frac. Los nicos elegantes en esa sala ttrica, sin cortinajes, ni
alegria, ni vista al mar, eran los crupieres argentinos. Despus he odo que se
trata de la sala de juego ms fea y triste del mundo.
En ese instante me reconoci una chiquilla. Haba estado en el colegio conmigo,
contrajo matrimonio con un comerciante y habitaba en Valparaso. Corri hacia m
y me abraz fuertemente.
No poda reconocerte. Ests regia! Te has casado?
No, Laly. Qu ocurrencia!
Me tom del brazo y se emocion hasta las lgrimas, dicindome que estaba
divina; yo le dije a ella parecidos cumplimientos, pero nada sinceros, ni ella los
crey siquiera. Estaba triste, gorda, ojerosa, de un color malsano.
No te cases, Teruca, es una calamidad me dijo al odo. Consrvate as,
eres una reina. Mira cmo todos te admiran.
En efecto, ech una ojeada a la sala y not que hombres y mujeres me miraban
con embeleso, haciendo preguntas en voz baja: Laly iba orgullosa de mostrarse
conmigo. Algunos conocidos de Santiago se quedaban mirndome de hito en hito,
como si tardaran en identificar mi esqueleto. Debo de haber parecido una sirena,
aun cuando sin afeites y al saltar de la cama parezco simplemente trucha gordita,
de estanque.
Pero qu joyas! Qu vestido! Te ha cado la lotera?
S, Laly. Me han pasado las cosas ms raras. Hace dos meses cre que estoy
soando.
Y tu pap?
El pobrecito. Acudi a la cita con la tierra.
Laly me mir abriendo ms sus ojos abotagados. Y tan bonita que era antes de
casarse!
Eres feliz en tu matrimonio?
No, y te lo repito: no te cases. As te envidiar todo el mundo. Los hombres
corrern detrs de ti. Las ricas no deben casarse y as su vida es un flirt sin fin. Ya
ves a la marquesa Bariatianky: un da es un pintor clebre; otro da es un luchador
romano. Nadie la critica; al contrario, la envidian. Mrala!
En ese instante entraba la Bariatianky envuelta en perfumes violentos, fumando en
una larga boquilla de mbar y brillantes; el collar enorme le llegaba hasta las
rodillas; iba rodeada de tenientes aviadores, de cabros preciosos de diversas
categoras.
Est aqu tu esposo?
S. Est jugando dijo Laly. As son todos los hombres actualmente: confan
en las cadas del Gobierno y en los saltos de la bolita. Mira: el matrimonio actual
es peor que la poligamia turca, porque el turco tiene a todas sus mujeres en la
misma casa; en cambio, el mongamo tiene a la querida en un palacete y deja
para la legtima los malos humores y la miseria.
Qu desengaada ests, probre Laly!
Me tom del brazo fuertemente y exclam:
Tienes todava ese cuerpecito moreno de plasticina! T me has trado
consuelo. Eres de esas amigas que quitan los nervios. Conoces a alguien en
Via?
S: al diplomtico Gastn X y a la seora Rubilar. Los has visto?
Claro! Son la crema del veraneo; deben estar en el cabaret.
Al decir esto un viento fro se me col por el cuerpo. Gastn, Gastn, venir te
siento! Se aproximaba el gran instante, cuando la Princesa Esplendorosa sacara
de su misterio al Prncipe Escurridizo. No poda ser ms oportuna la ocasin: los
hombres me miraban, dndome la clave de mi potencia fascinante, con esas
miradas que avisan, donde se ve que establecen comunicacin de la central
telefnica con los Pases Bajos. En ese momento nos aproximbamos a la mesa
de juego, donde se escuch un quejido de nia herida. Laly me dijo:
Es la pobre Chichola que perdi un pase.
Cero! cant el implacable crupier.
Comenzaba a producirse el frufr caliente de las aglomeraciones mundanas,
donde el Guerlan y el Coty se mezclan con las transpiraciones, produciendo un
fuerte olor a repollo con engrudo.
*
Penetr en el cabaret enteramente sola para desarrollar mi plan aparte de trabas,
despus de despedirme de la pobre Laly, avecilla disecada por el marido. Cuando
el mozo separ la cortina di una mirada dominadora a la concurrencia; puse el pie
derecho de punta al suelo con el taln en el aire; la mano derecha en la cadera, la
izquierda en la mejilla. Medio minuto en esta posicin bast para que la sala
entera convergiera hacia m.
Era algo areo. No habiendo figura central a quien saludar, dirig mis pasos a la
mesa donde estaban la seora Rubilar, Gastn y una nia rubia adorable, de
carne blanca transparente y un traje color humo. Tambin estaba con ellos un
joven alto, esbelto, despreocupado, todo lleno de elegante desdn. Los jvenes se
pusieron de pie y solamente ellas me pasaron sus albas manos desde sus
asientos.
Qu milagro es ste! exclam la seora Rubilar, ponindose ligeramente
sonrosada. Est usted divina, cada da ms joven.
Me dieron asiento y despus de pedir el patritico rotting pude observar a Gastn
a mis anchas. Fro, glacial como otras veces, no dejaba de echar miradas
discretas a mi indumentaria. Por mucha que fuera mi emocin, y por muy grande
el inters que tuviera por verle, hube de dedicarme al otro joven, pues la seora
Rubilar acababa de presentarnos. Le mir un instante, fingiendo la mayor
concentracin de recuerdos, y le dije:
Yo lo he visto a usted en alguna parte, y no puedo olvidarlo. No s dnde, pero
su figura no me es extranjera.
Not que Gastn sonrea algo irnico. La orquesta terminaba de tocar La
Cucaracha, que an no he aprendido por mal de mis pecados. Pero en terminando
sa, otra orquesta seria rompi el tango. Haban apagado las luces. Gastn se
puso de pie, pidindome el talle. Era el momento deseado. Al llegar con l al otro
extremo de la sala, par bruscamente de bailar, y yo le dije:
Ms tarde, cuando tenga ms aos, se reir por haber cometido esta locura, por
haberse expresado as.
Es locura dejar explayarse el corazn? Lo que s hay de cierto es que usted es
un hombre de hielo, indiferente.
Es agradable saber que alguien cree todava en m para enamorado; sin
embargo, no puede ser. Como dijo usted con razn, soy un hombre de hielo; he
vivido demasiado y no me sentira capaz de comprometer o de engaar a una
criatura ansiosa de mimos y caricias. Yo no sirvo ya para eso; soy una cscara
vaca. Abandone la ilusin de creerme un amante y algn da me lo agradecer. Si
nos casramos correramos ms tarde un grande y constante riesgo.
Cul? pregunt .
Sigui un silencio mortal, y al cabo me dijo, mirando a lo lejos:
Usted se encontrara con su ideal, con su verdadero ideal, que llega siempre
tarde, y seramos desgraciados. Yo soy viejo restaurado, y llegar el da en que
toda simulacin ser intil; usted sentir en otro lado la simpata misteriosa de lo
joven hacia lo joven, y entonces mi imagen se esfumar.
Nunca sent esa atraccin. Es decir, no he experimentado amor por lo joven ni
por lo maduro, sino por usted.
Mi voz al decir esto tuvo un tono extrao, que yo misma no me haba escuchado
jams, y vi que Gastn doblaba la cabeza, semejando al atlante agobiado que
carga al pobre mundo en sus espaldas.
Usted me abre una puerta de delicias inesperadas y en la cual ya no podr
entrar.
No poder? interrogu, incapacitada para entender.
Nunca.
Sent una lgrima formndose en mis ojos; mi expresin debe de haber revelado
el desencanto y la angustia; una sensacin de naufragio, que algunas noches me
not en el espejo. Hubiera dicho que me rechazaba, sintindose al mismo tiempo
humillado, invadido de vergenza. Mi natural humorismo se ahogaba otra vez en
la fatalidad, y, no obstante mi desastre, la gente bailaba. Habamos salido a la
terraza impulsados por nuestros pensamientos. Las estrellas brillaban en el cielo
difano; un viento del mar barra el bochorno del da; se escuchaban cantares del
lado de la playa; un noctambulismo agradable embalsamaba la atmsfera, en
tanto las palabras de ese hombre-quimera destruan una a una mis ilusiones.
Hombre es, pero pervertido. El acto de desearlo se explicara en una viciosa que
amara las tumbas, los libros rusos, los faisanes podridos y el Gorgonzola que
anda. No tomes a mal que te hable con tanta severidad.
Al contrario. Me agrada or cuanta cosa mala se susurra sobre l. Trato de
extirpar esta pasin. Es mi primer amor y naci muerto.
Dbil criatura de Dios! Me recuerdas los versos de Leopardi: Fratelli a un tempo
stesso amore e morte ingener la sorte.
Amor y muerte! exclam extasiada.
Eso es Gastn. Aproximarlo es agonizar. Si vieras a su pobre querida, qu aire
de estrujada tiene! El eplogo de los amores de Don Juan es siempre una cocinera
gorda, cuya paciencia remienda los estragos pasados.
Es chilena?
Qui! Es una cuarentona de pases balcnicos. ordinaria; parece el saldo
apolillado de los harenes de Abdul Hamid.
En ese momento la orquesta rompi con la carioca, y sali a la pista, casi sola,
como un nmero sensacional del cabaret, la marquesa Bariatianky, de cuyos
pechos robustos casi colgaba el bailarn, un nio conmovedor, un teniente de
caballera. La marquesa tena a lo menos tres veces quince aos; rozagante,
refaccionada como las casonas coloniales, se empecinaba en aparentar las
explosiones y los arrumacos felinos de las colegialas. Acto seguido todos los pies
giles de la sala salieron al parquet, y el baile se generaliz en un solo ritmo de
caderas y de espaldas.
Las carreras famosas del da siguiente: el premio Ficalnassoburizi, de cien mil
pesos, donados por ese fabricante de somieres de acero, atrajo al balneario, ya
revuelto de por s, una curiosa concurrencia en cuyo vrtice un frenlogo hubiera
podido apreciar todas las variedades craneanas del universo, desde el perfil
brbaro del alacalufe hasta la frente pensadora del germano. Un muchacho,
embutido en su frac nuevo, sonriente y algo achispado, fue a invitarme al baile, a
lo cual no acced, por cierto. Me interesaba ms que todo la charla de la seora
Rubilar. Ped champagne, lo cual resulta ahora rastacuero; sin embargo, mi nimo
estaba lejos de pensar en vanidades; lo esencial era azuzar a mis nervios para
realizar ntegro el programa alocado que se me presentaba.
No bebas demasiado, maana te sentirs mal, y maana es otro da.
El amor se me ha presentado tan amargo, que voy a endulzarlo un poco. Este
champagne Valdivieso es azcar. Siga hablando de Gastn.
cero. Un joven, simptico y modestamente vestido, pregunt que quin era yo.
Nadie saba.
Mi presencia soliviantaba a los jvenes y a los perdedores de ambos sexos, para
quienes el ganador en el juego sea como fuere toma caracteres mitolgicos. A
mi alrededor se reunan para verme de cerca los pequeos empleados de tiendas
y casas mayoristas del puerto, que acababan de perder su mes de sueldo. Se
decan, asombrados, que yo pareca una nia. Afuera volveran al aire fresco
donde se desvanece el opio de la ruleta y se integran los cuerpos a la realidad gris
de la vida. Ped champagne para todo el mundo en la terraza; beb una sola copa
y los dej.
Seorita, lleva usted mucho dinero; dos empleados del Casino la vigilan y la
acompaarn a su domicilio me dijo el jefe de la sala.
No vale la pena respond. Voy a pedir a ese caballero que me acompae.
No tard Gastn en levantarse y saludarme, como si no me hubiera visto desde
mucho tiempo atrs, y, en efecto, pareca que hubiera pasado una eternidad entre
el instante en que conversamos en el cabaret y ese momento. Su mujer qued un
poco ms atrs, muy intrigada y llena de esperanzas, sin perdernos de vista.
Me har el favor de acompaarme hasta el hotel?
Ciertamente respondi .
Pero antes me va a presentar a su amiga; no se alarme. Deseo hablar con ella a
solas.
Estaba desconcertado. Comenz por negarse, y al fin accedi, seguro de que toda
resistencia sera estril contra una Iturrigorriaga caprichosa. Me present a su
compaera, a la cual me llev hasta un rincn de la terraza, donde l no poda
vernos, y le dije:
Seora, aunque no la conoca, s que es usted la compaera de Gastn. S,
adems, que ustedes han perdido una suma importante que les har gran falta.
Es verdad, seorita. Hemos jugado con una guigne increble.
Quiso comenzar a explayarse en una cantidad de detalles tcnicos de jugadas y
doblonas, lo cual no le permit, cortndola en seco. Entonces, poniendo en sus
manos un billete de diez mil, le susurr en voz baja:
Acepte eso, y no juegue ms. Nada diga a Gastn hasta maana. Buen viaje.
La mujer apretaba el dinero en sus manos vidas murmurando efusivos
agradecimientos, cuando yo part corriendo a reunirme con Gastn. Nos fuimos al
hotel paso a paso. En una calle solitaria, perfumada a jardines mojados, me tom
la cabeza dndome un gran beso. Yo saba bien que era el ltimo y, libre ya de
todo orgullo, me puse a llorar. En la puerta de mi domicilio le interrogu:
Se embarca en el Santa Clara?
Una sombra pas por sus ojos y me respondi:
Creo que no podr.
S podr.
Apret su mano y part a mi habitacin. Me derrumb en la cama sin desnudarme,
tapando mi cara con la almohada. Cantaban los gallos.
*
Hoy es domingo de carreras. Despert tarde con algo de fiebre; tom bromo seltz
y me sent aliviada. Cont el dinero ganado; me di un bao muy caliente y ped a
la Rubilinda que me sacara el vestido de crpe negro y un sombrerito diminuto. Me
hice como pude el peinado tieso de las hijas del diplomtico chino, y sal a la calle.
Decir que la gente me saboreaba y cuchicheaba a mi paso sera poco.
Qu bonito es Via! Hasta su nombre de caja de perfumes; hasta su iglesia
chiquita, que parece chalet o bar americano. Fui a misa de doce. En el hotel los
mozos saben ya cmo las gasto y quin soy; me dieron la mesa del centro. Mi
entrada en el comedor fue una explosin; hay familias, hay chiquillas memas a la
caza crnica de hombres; hay mams vigilantes con caras de perros dogos; hay
nios bien y polticos estlidos y guatones. Nias que ayer no ms coman en el
refectorio de los Sagrados Corazones piden coptel y fuman Richmond boquilla de
oro. Fui a las carreras, donde encontr a la seora Rubilar; estaba estupenda. En
la noche com con ella y fuimos al teatro. Me dice que he intrigado a todo el
mundo; algunas personas me creen millonaria; a la salida del teatro el pblico nos
hizo calle. Gastn espera su barco en Valparaso; me escribi una carta larga,
literaria, sin pasin; est muy agradecido y avergonzado. Maana parte. La seora
Rubilar me ha dicho que podremos ver al Santa Clara pasando por el mar hacia el
norte, frente a la piscina del Recreo.
La piscina veraniega da la mayor idea de cambio y de vacaciones. La seora
Rubilar posee caseta propia y sombrilla, bajo la cual su empleada espera rdenes.
Ella es generalmente suave ordenando o discurriendo; no sabe de los excesos
sanguneos que llevan a discusiones. En su mesita haba vermut y aceitunas.
Muchachas y muchachos en traje de bao daban a esas arenas doradas un
aspecto de gusanera humana. Qu de nios! Por poco aquello hubiera parecido
un colegio en vacaciones. Solamente la marquesa Bariatianky seguida de su corte
de adolescentes plidos y delgados, o musculosos y rojizos, introduca la nota
madura en la piscina. Poco despus de las doce las arenas eran un trepidante
muestrario de carne humana de todos los tonos, desde el rosbif hasta el olivceo o
demacrado. Cuando llegaron los diarios de Santiago, que ella ley
negligentemente, los nios comenzaban a retirarse.
No estoy de acuerdo con esto dijo la seora Rubilar, posando el diario junto a
su cuerpo transparente.
Como la interrogara con la mirada, me mostr un artculo donde las autoridades
eclesisticas prevenan contra los baos pblicos, "que son frecuentemente causa
de perversin y de inmoralidad".
No creo en eso. La carne desnuda incita a la continencia dijo sin demostrar
asomos de irona. Las mujeres jvenes pase, pero sas, ya fundentes, inspiran
lstima. En cuanto a los hombres que se nos acercan mostrando sus miembros
velludos, sus callos y juanetes, no se puede dar nada ms inspirador de castidad.
Muchas veces la vista de un callo en el hombre amado deshace la ms arraigada
pasin amorosa.
Solt la risa al decir as, mostrando a un joven canijo cuyos pies recordaban las
pinzas de una jaiba.
El mar era una pincelada azul y reverberante; en las rocas de color metlico,
cubiertas de algas rojizas opalescentes, quebraban las olas entre gemas y humos
de agua.
Teresa! Ah asoma el Santa Clara.
Un antiguo vendaval se me entr por el cuerpo. El barco pas cabeceando
lentamente. En l se iba el fantasma adorable del amor. Eso fue: un fantasma, y
as quedar sepultado en el abismo del alma.
Vivimos una poca de cine, de fantasa, de irrealidad. Nunca tanto como ahora
tuvo razn el poeta: "la vida es sueo". Al mismo tiempo me sent orgullosa.
El barco desapareci, doblando las rocas hacia el norte. Via del Mar para m
haba muerto. Permanecimos largo rato silenciosas. El amor es un estado de
nimo, una esperanza que vuela, y pretender aprisionarlo en leyes es pura
quimera; la realidad cotidiana lo deshace.
Al llegar a Santiago me invadi el presentimiento de que mi vida iba a tomar por fin
un rumbo de serenidad y definicin. Despus de todo, mi frvola curiosidad por
conocer los balnearios y ruletas no fue estril. Llegaba cargada de nueva
experiencia y de una suma nada despreciable de dinero, la que aumentaba mi
inesperada fortuna. Encontr en el pasadizo que sigue a la puerta de calle una
carta de la seora Ismenia, a quien fui a visitar, y a quien cont, con algunas
reservas, mis andanzas. Estaba ms decada que de costumbre; se quejaba de
dolores en el costado derecho; sus digestiones eran penosas. El asunto del fundo
la preocupaba en extremo. Me hubiera acompaado a visitarlo y a imponerme de
sus negocios si no estuviera tan achacosa. Cre comprender que los arrendatarios
no eran modelos de honradez, que los inquilinos reclamaban por falta de pago, y,
en fin, que la situacin estaba muy lejos de ser brillante. Como el contrato de
arriendo terminaba el 1 de marzo, convena adelantarse a esa fecha, marchando
all para hacerse cargo de las cosas, exigiendo el inventario y la entrega. En caso
de partir me conmin a prevenir por telegrama a un amigo suyo residente en
Quilaco, por Santa Brbara, el que me acompaara. Hacer esto ltimo no era
facultativo, sino absolutamente indispensable para evitarme incidentes o
disgustos. En llegando a casa despus de la entrevista puse el telegrama indicado
y recib la respuesta sealndome el da en que debamos encontrarnos en la
estacin de General Cruz.
Santiago est desierto, tedioso; hoy he comprado libros ingleses, de Dickens y de
Barrie; razn tena la seora Rubilar al decirme que Inglaterra es por excelencia el
pas de la fantasa. No me extraara que Las Mil y Una Noches hayan sido
escritas por algn Tommy Atkins radicado en Arabia. En el da leo; en la maana
voy a visitar a la seora Ismenia. He mandado refaccionar la casa de la calle
Camilo; la har ma y de la Rubilinda; la pobre vieja me dijo que no podra
acompaarme al campo. Tiene horror a los carros de Valparaso y a la elegancia
importada de Via del Mar. Cuando le ped que me acompaara al campo hizo
una mueca de taimada y respondi:
Ya me est llamando la tierra.
La dejar en la calle Camilo con la cuidadora. Cuando regrese me trasladar all
con todos mis trastos. En esa casona, bajo el pequeo emparrado y en los cuartos
encalados, donde vaga un sombro frescor, reposar de mis pasadas agitaciones
en una vida regalada de siestas largas y de buena mesa.
Por fin tom el tren para el Sur. Al llegar a la estacin de General Cruz, donde
deba encontrarme con el enviado de la seora Ismenia, tuve la desagradable
sorpresa de ver que nadie me esperaba. El pequeo andn presentaba un
aspecto bastante desordenado. Fui directamente a ver al jefe de estacin y me
encontr con un hombre aterrado que telegrafiaba al retn de carabineros. Le
tiempo, por campos de toda descripcin, no senta los pies en las estriberas
chilenas; mis ojos se ponan duros; la voz me sala como un hilo prximo a
cortarse. Oscureca; brillaron algunas estrellas.
Cuando no pueda ms, diga. Todo est previsto me repeta l a cada instante,
observando las mudanzas de mi cara.
Sigamos murmur, desfallecida.
La noche haba cado sobre el campo, llena de ruidos misteriosos; son algo como
un tiro muy lejos.
Ser grave eso?
No tema. Yendo conmigo, ni que se abra la tierra le pasar nada.
A pesar de mis esfuerzos, no pude seguir ms de media hora. No me di por
vencida de una vez, sino, fingiendo una sonrisa, pregunt, con la voz velada, la
lengua seca y trabada:
Es indispensable seguir mucho ms all? Dnde est la casa?
Pare el caballo. Le voy a hacer una casita por aqu; la noche est tibia.
Rehus decir nada, aun cuando mi impresin se comprende fcilmente; el seor
Ortega comenz a extender una manta por el suelo; hizo una especie de
almohada, no s cmo, y me dijo:
Yo estar un poco ms all. Duerma con toda tranquilidad. No podemos
encender fuego; si pudiera, le hara t. Ah tiene un poco de carne fra, sardinas,
pan y vino.
Una inmensa ternura desconocida me infl el corazn. Me tend en el suelo, sin
decir nada; no vi ms que su sombra, alejndose suavemente; las estrellas
estaban cerca, cerca, ms cerca que nunca. Un gran olor a campo, a hierba, a
naturaleza, me adormeca; ranas lejanas cantaban en los esteros, y al mismo
tiempo otros ruidos de cascadas, de ramas quebradas, de roedores nocturnos y
de los caballos, que pateaban buscando yerbas, formaban un concierto
infinitamente ms digno que el jazz-band.
Seor Ramn! le dije, emocionada. No se llama usted Ramn?
Seorita! grit, apareciendo. Cre que le pasaba algo. No tenga miedo.
Estoy atento a todo.
No. Miedo no. Deme su mano: Buenas noches, seor Ramn.
LA TIERRA ES MA
EPLOGO