Foucault - La Parresía

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La parresa - Michel Foucault

Extracto de una conferencia del filsofo francs, que ser publicada esta semana en un
nuevo libro, "La tica del pensamiento. Para una crtica de lo que somos"

VerdadVidaViolencia

En La tica del pensamiento. Para una crtica de lo que somos. (Edicin de Jorge
lvarez Ygez, Biblioteca Nueva, 2015), que se edita esta semana, se recogen textos
del filsofo Michel Foucault que, en su mayora, no estaban traducidos al espaol, y
que pertenecen a la ltima poca del pensador francs.
El texto cuyo fragmento adelanta El Confidencial, La parresa, fue una conferencia
pronunciada en la Universidad de Grenoble en 1982, y que haba aparecido slo en
francs en una revista de difcil acceso (Anabases. Traditions et receptions de
l'ntiquit, 16/2012) publicada por la Universidad de Toulouse (El editor, Jorge
lvarez Yagez, la consigui escribiendo al director del centro). Es un texto
absolutamente desconocido, que ni siquiera apareca en las indicaciones bibliogrficas
mejor informadas. Recientemente se ha anunciado una traduccin al ingls en la revista
Chicago Critical Inquiry, para este ao de 2015.
En La parresa, Foucault muestra parte del trabajo que tena en curso sobre el tema de
fondo que siempre le preocup de las relaciones entre verdad y subjetividad, esta vez en

relacin al tema de la confesin y el del hablar franco (parresa) referido al sujeto, tal
como se practicaba en la Antigedad latina y en el primer cristianismo. La parresa, que
etimolgicamente significa decirlo todo, es definida aqu por Foucault como la
posibilidad de ser sinceros con alguien que ocupa una posicin de poder respecto de
nosotros.
El tratado de Plutarco Cmo distinguir al halagador, al adulador, del verdadero amigo es
exactamente el tratado tcnico que responde a esta cuestin. Cuando busco a un
parresiasta, cmo debo hacer y en qu voy a reconocerlo? Pues, dice Plutarco, piensen
que las cosas seran muy simples si los aduladores fueran todos esos que uno conoce,
ustedes saben, que les hacen cumplimientos para obtener ser invitados a cenar. Esos
aduladores no son peligrosos; los aduladores peligrosos son de algn modo los
verdaderos aduladores, es decir, aquellos que se asemejan ms a lo que se busca. Y en
particular, es oficio, habilidad del buen adulador asemejarse lo ms posible a un
parresiasta. Y el verdadero adulador va a ser como el parresiasta que va a deciros cosas
duras, cosas desagradables, que va a deciros vuestras cuatro verdades y que puede en
verdad ser un adulador.
Al parresiasta es preciso vigilarle, seguirle paso a paso, ver si frecuenta a los poderosos
y ricos y, si los frecuenta, mal signo
Cmo va a resolverse la cuestin y definir en qu consiste un verdadero adulador?
Plutarco consagra su tratado a eso, pero ustedes encontraran muchos otros textos que
responden a esto, el texto de Galeno, en particular, del que les hablo responde a esto. La
respuesta de Galeno la evoco en primer lugar porque es en realidad la ms simple y, si
quieren, la ms emprica, no plantea grandes problemas tericos. Galeno demanda
simplemente que se tenga un cierto nmero de precauciones. Dice: si se busca un
parresiasta, es preciso en primer lugar dirigirse a alguien que tenga una buena
reputacin; a continuacin es preciso vigilarle, seguirle paso a paso, ver si frecuenta a
los poderosos y ricos y, si los frecuenta, es un mal signo; puede muy bien no ser el
parresiasta que se busca. Pero hay que ir ms lejos, y si los frecuenta, es preciso an ver
cmo se conduce con nosotros si es adulador o no, etc. Y cuando se ha tomado contacto
con este hombre, que ha garantizado as que no era un adulador, cuando se le ha
demandado el servicio de ser el parresiasta, hay que continuar probndolo; es preciso
ver si no os hace cumplidos demasiado fcilmente, si tiene la severidad necesaria. Y el
anlisis de Galeno es bastante interesante porque va relativamente lejos. Dice: si el
parresiasta, aquel que habis elegido como director, os hace cumplidos, o bien es que no
es verdaderamente un parresiasta, o bien es que no se interesa por vosotros y no le
habis dado el signo necesario de vuestra capacidad para escuchar la verdad. Pero si es
severo con vosotros, puede suceder tambin que os diga cosas que consideris como
demasiado severas; en ese caso, sois vosotros siempre los que estis equivocados, pues
sois, como todo hombre, alguien que se ama a s mismo, y debis siempre postular que
lo que dice el otro en su severidad es verdad. Pero suponed incluso que el parresiasta os
diga cosas tan severas que no slo estis seguros que no son verdad, sino que podis
demostrar que no son verdaderas. Bien, deciros que habis encontrado un buen

parresiasta, pues se trata de una prueba que en efecto es, si no indispensable, al menos
til, para deshacer el amor que uno tiene por s mismo, hacerse decir cosas peyorativas,
incluso horribles.
Es preciso que el parresiasta se congratule siempre de las mismas cosas y apruebe
siempre las mismas cosas
Recordemos ahora a Plutarco, cuyo texto es ms interesante tericamente y que est
enteramente estructurado en torno a la cuestin: cmo distinguir al verdadero
parresiasta del adulador? Bien, dice, los verdaderos signos del parresiasta son estos:
primero se reconoce que se ha encontrado al parresiasta del que se tiene necesidad si
manifiesta homoiots ts proaireses, es decir, si ha manifestado una analoga, una
similitud adecuada a su proairesis -no hay necesidad de decirles que esto es intraducible,
ustedes lo saben mejor que yo- digamos una similitud en la opcin de existencia, la
voluntad fundamental, etc., es preciso, pues, que haya una similitud entre la del sujeto
que busca al parresiasta y la del parresiasta mismo. Es preciso que haya este acuerdo
fundamental de la proairesis. Y encuentran ah la misma cosa que era sealada por
Epicteto hace un momento, cuando a propsito del jovencito deca: t no me has
estimulado porque mostrabas claramente que no tenas la misma proairesis que yo. Por
tanto, analoga de la proairesis entre uno y otro. Este es el primer criterio.
Segundo, es preciso que el parresiasta se congratule siempre de las mismas cosas y
apruebe siempre las mismas cosas. Permanencia, por consiguiente, en su sistema de
aversiones y de inclinaciones, en su sistema de juicio. Ven, por otra parte, cuanto ese
paisaje, en el texto de Plutarco, es por completo utopa. Por tanto, es preciso que l
permanezca siempre en las mismas opciones, tanto en sus aversiones como en sus
inclinaciones.
Esta similitud de vida es la que va a fundar la verdadera amistad, y es en este sentido en
el que el parresiasta es fundamentalmente el amigo
En fin, tercero, es preciso que dirija su vida hacia un solo y mismo paradigma, hacia un
solo y mismo esquema de vida. Homologa, pues, de opciones de existencia entre los
dos partcipes, constancia de las aversiones y de las inclinaciones en el parresiasta,
unicidad del paradigma de vida, del esquema de vida en el parresiasta. Estos criterios
del verdadero parresiasta, como ven, reenvan a dos concepciones muy conocidas por lo
dems. Por una parte, claro, la de la amistad como homonoia. Esta analoga, esta
similitud es la que va a fundar la verdadera amistad, y es en este sentido en el que el
parresiasta es fundamentalmente el amigo. Y, segundo, ustedes ven que esta concepcin
del verdadero parresiasta como aquel que permanece constante en sus opciones y que
est enteramente inclinado hacia un solo esquema de vida, reenva a la concepcin
estoica de la unidad de la existencia que se opone a la pluralidad de la stultitia del alma
desordenada, mrbida. Y Plutarco desarrolla esto de una manera que es muy clara y
muy visible. El no-parresiasta, es decir el adulador, es alguien, dice, que apenas tiene
reglas fijas para conducirse. El adulador es aquel que se modela tanto sobre el uno como
sobre el otro; el adulador, dice, no es simple ni uno, est compuesto de partes

heterogneas y variadas; el adulador es como un fluido que pasa de una forma a otra,
segn el vaso en que es vertido. As Alcibades, que a medida que cambiaba de pas no
era l mismo; no fue l mismo en Atenas y en Sicilia, no fue l mismo en Sicilia y en
Esparta, no fue l mismo en Esparta y con los persas, etc., en oposicin a Epaminondas
que cambi igualmente de pas, pero siempre conserv el mismo ethos en su
vestimenta, en su rgimen (diait), en su lgos y en su bos. El adulador no tiene nada
de fijo y slido, no tiene nada como propio, no ama, no odia, no goza, ni se lamenta
nunca oikei pathei [segn sentimiento propio]. El verdadero parresiasta ser, por el
contrario, aquel que tenga un oikeiou pathos y que teniendo una regla de vida idntica,
teniendo siempre el mismo bos, teniendo siempre el mismo lgos, teniendo siempre la
misma biot, la misma dieta, el mismo rgimen, podr servir de punto fijo a aquel que
precisamente busca una y busca en el parresiasta a aquel que podr ayudarle a formar la
unidad de su existencia.
La parresa est fuera de todos los procedimientos artificiales de la retrica
Y, entonces, esto nos conduce a lo que, creo, constituye el centro mismo de la parrsa.
En efecto, si el parresiasta es aquel que se reconoce en esto, que no tiene ms que un
modo de existencia y uno slo, la parresa qu va a ser? Creo que la parresa va a ser la
presencia, en el que habla, de su propia forma de vida vuelta manifiesta, presente
sensible y activa como un modelo en el discurso que mantiene. Y es por esto que me
gustara leerles la carta 75 de Sneca (es uno de los otros textos en que la palabra
parrsa en fin, donde la palabra libera oratio o libertas no interviene, pero que es, creo,
un comentario tambin de la parrsa:
Mis cartas no son de tu gusto, no estn trabajadas como es debido, y te quejas de ello.
En realidad, quin piensa en trabajar su estilo, aparte de los amantes del estilo
pretencioso? Mi conversacin si nos encontrramos frente a frente cmodamente
sentados o de paseo, sera sin apresto y de aire fcil (inlaboratus et facilis). As quiero
que sean mis cartas: no tienen nada de rebuscado, nada de artificial (accersitum nec
fictum). Estamos aqu en esos temas que evocaba hace un momento. La parrsa est
fuera de todos los procedimientos artificiales de la retrica. Ustedes ven la referencia a
la conversacin, que es, si quieren, la forma inicial, la forma matricial de la parrsa,
estando aqu la carta como referencia a la conversacin; es un sustituto de la
conversacin puesto que la conversacin no puede tener lugar. As que, continuidad
parresistica por excelencia, si quieren, de la conversacin a la carta, evitando el tratado
complejo, evitando la oratoria, evitando la tribuna o la violencia diatrbica: Si fuera
posible, me gustara dejarte ver mis pensamientos ms que traducirlos a lenguaje (quid
sentiam ostendere quam loqui mallem). Mostrar el pensamiento ms bien que hablar.
Por tanto, reduccin de la palabra a lo que sera simplemente indicacin del
pensamiento, una parrsa que est inmediatamente en contacto con la dianoia, que est
destinada a mostrar, a indicar: creo que se encuentra ah lo que Arriano mencionaba,
evocaba, a propsito de Epicteto: Incluso en una conferencia en regla, yo no golpeara
con el pie, no extendera el brazo hacia adelante, no alzara el tono, dejando eso a los
oradores, considerando conseguido mi objetivo si te hubiera transmitido mi

pensamiento sin ornamento estudiado ni banalidades. Esto para los oradores, sin duda
para los oradores diatrbicos. Yo estara contentus sensus meos ad te pertulisse (si te
hubiera transmitido directamente mis opiniones). Acurdense de lo que deca Arriano a
propsito de Epicteto: l actuaba directamente sobre las almas, haciendo lo que quera.
El problema de Arriano era el ofrecer un apoyo a esta accin directa, al transmitir, al
publicar los hypomnmata. Es so tambin lo que Sneca quiere hacer: sensus meos ad
te pertulisse. Por encima de todo, me dedicara a hacerte comprender que todo lo que
yo llegue a decir, lo pienso, y, no contento con pensarlo, lo amo. Los besos que uno da a
sus hijos no se asemejan a los que recibe una amante; y sin embargo, este beso tan
casto, tan contenido, permite que la ternura se trasluzca suficientemente. Con
seguridad, etc -salto- este es el punto esencial de nuestra retrica: decir lo que se
piensa, pensar lo que se dice, hacer que el lenguaje est de acuerdo con la conducta. Ha
cumplido con sus compromisos aqul que al verlo y al escucharlo, es el mismo. (ille
promissum suum implevit, qui, et cum videas et cum audias, idem est).
Yo soy todopoderoso, pero en mi clemencia te doy el permiso de hablar y no te
castigar por la mala noticia o lo desagradable que t dirs
Creo, pues, que estamos aqu prcticamente en el corazn de lo que constituye la
parresa: es decir que hay parresa cuando aqul que es el maestro, aqul al que se ha
confiado la direccin del alma de uno, aqul que dice lo que piensa con una
transparencia tan grande que ninguna forma de retrica le hace pantalla, pero l dice lo
que piensa no en el sentido de que l dira las opiniones que tiene, tampoco en el sentido
de que l dira lo que cree verdad, sino diciendo lo que le gusta, es decir, mostrando cul
es su propia eleccin, su proairesis. Y lo que nos garantiza, lo que manifiesta, de la
manera ms transparente la eleccin profunda y fundamental que se hace, lo que no son
abrazos ms o menos retricos con los que se rodea a la amante de uno, sino ese beso
mesurado que se posa en la mejilla de un nio al que se ama, se es el sello mismo de la
verdad del sentimiento que se experimenta. Es preciso que sea yo mismo, en el interior
de lo que digo; debo ser yo mismo implicado en lo que digo y lo que yo afirmo debe
mostrarme efectivamente conforme a lo que afirmo. Y es en esto en lo que se reconoce
algo a lo que podra llamarse el pacto parresistico, diferente del que evocaba ms
arriba. Recuerden que en Eurpides se vea aparecer un pacto parresistico que estara, si
quieren, prximo al pacto poltico de la parresa: yo soy todopoderoso; t vienes como
portador de una verdad que puede serme desagradable y contra la que podra irritarme tema de la clera-, pero en mi clemencia te doy el permiso de hablar y no te castigar
por la mala noticia o lo desagradable que t dirs. Esa es la estructura del pacto poltico
de la parrsa. Y ah tenemos la estructura del pacto, si ustedes quieren, individual, del
pacto directivo de la parresa, donde se trata de esto: de que, cuando yo te doy un
consejo a ti, que me pides hablar francamente, no me contento con decirte lo que
considero que es verdad, no digo esa verdad ms que en la medida en que es
efectivamente lo que yo mismo soy; estoy implicado en la verdad de lo que digo.
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