Carrillo Ureta, Gonzalo. La Única Voz Por Donde Los Yndios Pueden Hablar . Estrategias de La Elite Indígena de Lima en Torno Al Nombramiento de Procuradores y Defensores Indios (1720-1770)
Carrillo Ureta, Gonzalo. La Única Voz Por Donde Los Yndios Pueden Hablar . Estrategias de La Elite Indígena de Lima en Torno Al Nombramiento de Procuradores y Defensores Indios (1720-1770)
Carrillo Ureta, Gonzalo. La Única Voz Por Donde Los Yndios Pueden Hablar . Estrategias de La Elite Indígena de Lima en Torno Al Nombramiento de Procuradores y Defensores Indios (1720-1770)
Considero pertinente definir a las sociedades indianas como de Antiguo Rgimen en la medida de que el
conjunto de las instituciones monrquicas, corporativas y estamentales dentro de las cuales se
desempeaba el quehacer social presentaba efectivamente rasgos muy similares a los de las sociedades
europeas contemporneas, sin querer negar con ello el hecho de que la conquista hispana de los Andes
produjera una jerarqua tnica que se combin y complejiz con la jerarqua estamental tradicional. A este
planteamiento remite una produccin historiogrfica relativamente reciente y fecunda, generalmente
referida a la sociedad novohispana, pero cuyas conclusiones son perfectamente extrapolables al virreinato
peruano. Ver al respecto Guerra, Franois-Xavier y Annick Lemprire (eds.). Los espacios pblicos en
Iberoamrica. Ambigedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. Mxico: Fondo de Cultura Econmica,
1998, especialmente los artculos de Guerra, De la poltica antigua a la poltica moderna. La revolucin
de la soberana, pp. 109-139, Lemprire, Repblica y publicidad a finales del Antiguo Rgimen
(Nueva Espaa), pp. 54-79, y Schaub, Jean-Frdric. El pasado republicano del espacio pblico, pp.
27-53. Ver tambin la clsica obra de Guerra, Franois-Xavier. Mxico. Del Antiguo Rgimen a la
Revolucin. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1988; y Lemprire, Annick. La cuestin
colonial. Nuevo Mundo Mundos Nuevos. 4 (2004), puesto en lnea el 8 de febrero de 2005 y disponible
en http://nuevomundo.revues.org/document437.html. Sobre este ltimo artculo, se ha generado en la
propia revista en lnea un interesante debate entre diversos autores sobre la pertinencia de la etiqueta de
colonial para la Amrica hispana previa a la independencia.
2
Agero, Alejandro. Ciudad y poder poltico en el Antiguo Rgimen. La tradicin castellana.
Cuadernos de Historia. 15 (2005), p. 134.
que competan unos con otros y buscaban el favor real para aumentar sus prerrogativas
y privilegios.
El pensamiento jurdico medieval consideraba apelando a una imagen
organicista de la sociedad que cada uno de estos sujetos o cuerpos, en tanto rganos
del cuerpo de la repblica, tena funciones especficas e irreductibles, cuyo adecuado
desempeo exiga dotarlos de la necesaria autonoma. Dicha idea de autonoma
funcional iba ligada a la de autogobierno o jurisdiccin, que implicaba que cada cuerpo
deba poder darse leyes y estatutos, nombrar magistrados propios y tener la capacidad
de regular y juzgar sus conflictos internos.3 Se consideraba natural, por tanto, que cada
cuerpo poltico tuviera autoridades que lo gobernaran y representaran. Frente a este
entramado de poderes corporativos, el rey esgrima como principal atributo de su poder
el ejercicio de la justicia, entendida como el mantenimiento de la jurisdiccin
(iurisdictio literalmente, decir el derecho) de cada uno de los cuerpos polticos que
conformaban la repblica, regulando las relaciones entre estos y dndole a cada cual lo
que le corresponda, respetando y haciendo respetar sus estatutos y privilegios.4
Esta capacidad de autogestin corporativa le fue seriamente restringida a la
poblacin indgena americana asimilada al imperio espaol. La monarqua de los
Austrias desarroll en las Indias un modelo jurdico y administrativo que ubicaba a los
espaoles y a los pobladores autctonos en dos esferas separadas, la Repblica de
espaoles y la Repblica de indios, cada una con autoridades, fueros y en teora
espacios de residencia distintos. Dentro de la Repblica de indios, las autoridades
peninsulares englobaron a individuos de distintas etnias y grupos sociales prehispnicos,
que no se reconocan necesariamente como vinculados entre s. Aunque en los aos
iniciales de la conquista americana la categora de indio tena un significado bastante
ambiguo, ya que no denotaba otra cosa que ser el otro conquistado por los europeos,
poco a poco se carg de sentido en la medida que la Corona, mediante la elaboracin y
aplicacin de leyes especficas para los indios, construy en torno a dicho trmino un
amplio repertorio de obligaciones y hbitos sociales como tributar, servir en la mita,
3
Hespanha, Antonio M. Vsperas del Leviatn. Instituciones y poder poltico (Portugal, siglo XVII).
Madrid: Taurus, 1989, p. 236.
4
Pedro Prez Herrero seala que si bien el rey basaba su poder en su calidad de mximo administrador de
la justicia, esta funcin no debe entenderse de manera estricta como la capacidad de hacer cumplir las
leyes a rajatabla, sino ms bien como la potestad del monarca de distribuir discrecionalmente el perdn y
la clemencia a los infractores, marcando las diferencias entre individuos y cuerpos. La gestin
discrecional de las desigualdades colocaba al rey en el centro de un complejo juego de reciprocidades,
dentro del cual creca su poder de intermediacin. Prez Herrero, Pedro. La Amrica Colonial
(1492-1763). Poltica y sociedad. Madrid: Editorial Sntesis, 2002, pp. 144-146.
Si bien los veinticuatro electores del alfrez real de los incas del Cuzco se preciaban de ser los primus
inter pares de la Repblica de indios, en tanto descendientes de los legtimos soberanos del
Tahuantinsuyo, el carcter exclusivo y excluyente de los privilegios que defendan, restringidos a los
nobles incas de las ocho parroquias del Cuzco, probablemente los hizo poco receptivos a encabezar
alianzas polticas de mayor alcance. De ello dan muestra los pleitos que mantuvieron con indios nobles de
los ayllus caaris y chachapoyas de la parroquia de Santa Ana, por pretender estos aspirar al alferazgo
real de los incas. Amado Gonzales, Donato. El alfrez real de los incas: resistencia, cambios y
continuidad de la identidad indgena. En Decoster, Jean-Jacques (comp.). Incas e indios cristianos.
Elites indgenas e identidades cristianas en los Andes coloniales. Cuzco: Centro de Estudios Regionales
Andinos Bartolom de Las Casas, Instituto Francs de Estudios Andinos, Asociacin Kuraka, 2002, pp.
221-249. Son tambin conocidas sus disputas con Jos Gabriel Condorcanqui, Tpac Amaru. Ver al
respecto Cahill, David. Nobleza, identidad y rebelin: los incas nobles del Cuzco frente a Tpac Amaru
(1778-1782). Histrica. XXVII/1 (2003), pp. 9-49.
10
Es destacable la lista de estudios sobre las estrategias de negociacin y de construccin de identidad de
la elite indgena cuzquea, en especial las diversas publicaciones de Carolynn Dean y David Cahill, as
como la reciente obra de Garrett, David T. Shadows of empire. The Indian Nobility of Cusco, 1750-1782.
Cambridge: Cambridge University Press, 2005. A estos aportes hay que sumar algunas recientes e
importantes investigaciones sobre los intentos de autonoma indgena dentro de la estructura eclesial
colonial, especialmente el estudio de Estenssoro, Juan Carlos. Del paganismo a la santidad: la
incorporacin de los indios del Per al catolicismo, 1532-1750. Lima: Instituto Francs de Estudios
Andinos, Pontificia Universidad Catlica del Per, Instituto Riva-Agero, 2003, as como varios
interesantes artculos contenidos en Decoster (comp.), Incas e indios cristianos.
desconfianza hacia la poblacin indgena de la capital. Sin embargo, pese a que las
rebeliones, revueltas y asonadas indgenas fueron numerosas, solan ser la forma ltima
y ms desesperada de negociacin de las tensiones y problemas inherentes al sistema
colonial, y no constituan la norma de la cotidianeidad de las relaciones polticas en el
mundo indiano. Desde esta perspectiva, pretendo inscribir este artculo en la lnea de los
estudios que inciden en las estrategias de negociacin y acomodo y no solo de
resistencia que pusieron en prctica las elites indgenas frente a los nuevos patrones
sociales, religiosos, polticos y econmicos implantados tras la conquista.
Mi anlisis se centra, en primer lugar, en aclarar los mecanismos por medio de
los cuales este pequeo grupo de indios urbanos occidentalizados, supuestamente
segregados de sus comunidades de origen y, sobre todo, carentes de una autoridad de
origen prehispnico se legitim como representante de un mundo indgena
fundamentalmente rural. En segunda instancia, abordo las estrategias, discursos y
prcticas simblicas profundamente enraizadas en la cultura poltica del Antiguo
Rgimen que los indios principales de Lima emplearon para negociar su relacin
contractual con la Corona. En este sentido, buena parte del estudio se estructura en
torno al anlisis de su participacin en las festividades con motivo de las
proclamaciones de sucesivos monarcas de la dinasta borbnica: Luis I en 1725,
Fernando VI en 1747 y Carlos III en 1760. A partir de las festividades en honor de Luis
I, en un contexto en que la casa de Borbn trataba de legitimar simblicamente su
derecho a reinar, los lderes indgenas de Lima consiguieron hacerse de un espacio de
actuacin autnoma y diferenciada dentro de las fiestas y desfiles que se desarrollaban
en los das siguientes a la ceremonia de la jura real. La adquisicin por los indios de este
novedoso espacio de expresin tuvo gran importancia como medio para reforzar sus
pretensiones ante la Corona, ms an si consideramos que, en las sociedades de Antiguo
Rgimen, las ceremonias pblicas eran la ocasin propicia que corporaciones e
instituciones de relevancia social aprovechaban para mediante el ejercicio de
derechos de precedencia, prerrogativas en el vestir y todo el arsenal simblico que
pudieran esgrimir ganar prestigio y consideracin ante los dems. Con ello,
reafirmaban su identidad institucional y su posicin en un entramado social y poltico
profundamente jerarquizado. Las fiestas de proclamacin de un nuevo monarca
suponan adems un espacio particularmente privilegiado para tal autopresentacin, en
la medida que en ellas se renovaban los votos de amor y fidelidad al nuevo soberano,
cspide del complejo engranaje de obtencin de mercedes y privilegios.
5
Con la fundacin de la ciudad de Los Reyes, el curaca de Lima, Taulichusco, y su gente fueron
desplazados de sus antiguas posesiones hacia el paraje conocido como Chuntay, en las inmediaciones de
lo que sera posteriormente el solar de la iglesia de San Sebastin. En tiempos del marqus de Caete, y
ante el crecimiento de la ciudad, se decidi reubicarlos nuevamente para poder usufructuar sus campos.
Se fund entonces el poblado de Santa Mara de la Magdalena, en donde se reunieron, junto con los
indgenas del seoro de Lima, a los habitantes de los curacazgos vecinos de Maranga, Guatca, Amancaes
y Guala. Rostworowski, Mara. Seoros indgenas de Lima y Canta. Lima: Instituto de Estudios
Peruanos, 1978, pp. 76-77.
12
Este pueblo, rodeado por un muro alto de ah el apelativo de Cercado, cuyas tres puertas eran
cerradas todas las noches, acogera tambin a los indios de encomienda que llegaban a Lima para cumplir
con el servicio de la mita. El 25 de julio de 1571 es la fecha oficial de la fundacin ordenada por Toledo,
aunque la ereccin y poblamiento del lugar haba sido iniciada hacia 1568 por el licenciado Lope Garca
de Castro. Ver al respecto Crdenas Ayaipoma, Mario. El pueblo de Santiago. Un Ghetto en Lima
Virreynal. Boletn del Instituto Francs de Estudios Andinos. IX/3-4 (1980), pp. 19-48.
Junto con una mayora de indios del comn o plebeyos, lentamente se fue
estableciendo en Lima una cantidad significativa de indgenas nobles de muy diversa
procedencia tnica, aunque, al parecer, con predominancia de la cercanas comunidades
serranas de los corregimientos de Huarochir, Canta y Yauyos, y, sobre todo, de los
cacicazgos de la costa norte peruana. Algunos eran curacas o aspirantes al cargo, que
iban a la ciudad a presentar recursos ante la Real Audiencia y que, por diversos motivos,
se terminaban quedando en ella. Otros muchos eran indios principales que carecan de
cargos en sus comunidades de origen, debido en gran parte a los cambios introducidos
por la Corona en los sistemas tradicionales de acceso al gobierno comunitario andino.
Con la implantacin de mecanismos hasta entonces desconocidos, como la sucesin
patrilineal y el mayorazgo en la herencia de los ttulos cacicales, gran parte de la familia
extendida de los curacas, tradicionalmente con opcin al mando, vio limitado su acceso
a los recursos y privilegios correspondientes al gobierno indgena. Este panorama se
complic an ms con la llegada de indios advenedizos al cargo de curaca, en
connivencia con personajes influyentes como los encomenderos y corregidores. Muchos
hijos segundones de curacas se trasladaron entonces a centros urbanos como Lima para
encontrar nuevos medios de vida, generalmente como maestros artesanos. La fundacin,
en 1616, del Colegio del Prncipe en el pueblo del Cercado, destinado a la educacin de
los hijos de caciques, termin consolidando a la capital virreinal como polo de atraccin
de una elite indgena que, aunque fue poco importante en trminos de poder econmico
basta compararla con las ricas familias de nobles indgenas cuzqueos o con los
curacas de los Andes centrales, result significativa por su gran capacidad de agencia
poltica, ya que pudo hacerse or gracias a su posicin cercana a los altos crculos del
poder virreinal.
Si bien es difcil situar temporalmente la aparicin de una elite indgena con
capacidad de gestin en el escenario poltico limeo, esta asoma como un grupo
relativamente consolidado ya entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII. Su posicin
de autoridad entre los naturales de la capital virreinal se fundamentaba en las
posibilidades de representacin que ofrecan las formas de organizacin corporativa
propias de la cultura occidental urbana cabildo, gremios, cofradas, milicias
reproducidas por los indios. En la cultura poltica del Antiguo Rgimen, se reconoca
como natural que cuerpos sociales de este tipo tuvieran autoridades que los gobernaran
y representaran hacia el exterior, y se entenda tambin como natural que dicha
representacin recayera en los miembros principales del grupo. Como seala Franois7
con las elites de sus localidades de origen, lo cual favoreci que en torno a su reducido
ncleo dirigente se pudiera aglutinar una amplia red de intereses. En un claro ejemplo
de estrategia de gestin familiar, el hijo mayor de don Domingo Chayhuac, Antonio
Chayguac Casamusa, hered de su padre el curacazgo de Trujillo, y, al igual que aquel,
se avecind en Lima. En esta ciudad, Antonio se dedic a defender los intereses
familiares, a la par que estudiaba jurisprudencia con el deseo de recibirse como abogado
de la Real Audiencia y, de ser posible cosa que nunca logr, pasar a Espaa a
presentar los mritos de su linaje.20 Mientras tanto, Francisco Solano Chayguac
Casamusa, su hermano, actuaba en su nombre como gobernador del curacazgo de
Trujillo. Posteriormente, sucedi a Antonio en el cargo, al fallecer este en 1765.
Repitiendo la pauta familiar de forjar vnculos con otras elites indgenas su padre,
Domingo Chayguac, se haba casado con la noble limea Urbana Casamusa,
Francisco Solano se cas con una india noble de Cajamarca, doa Juana Cspedes Tito
Yupanqui.
Otro testimonio de estas extensas redes de intereses lo constituyen los
abundantes poderes que les eran girados a los indios principales limeos por curacas de
diversas latitudes. As, en 1739, el maestro sillero Sebastin Yanapucar Poma recibi
de su to don Pedro Gonzlez, gobernador y cacique principal de la provincia de
Huarochir, un poder general para cobranzas particulares o generadas por los tributos de
los indios a su cargo que se encontraran residiendo en Lima.21 Dicho poder facilitaba al
curaca serrano no tener que desplazarse constantemente hasta la capital en busca de
aquellos tributarios que trataban de evadir sus obligaciones convirtindose en forasteros.
En otros casos, aunque no es posible descubrir lazos familiares o de paisanaje
entre otorgantes y beneficiarios de los poderes, sin duda se recurri a la capacidad de
gestin de los miembros de la elite indgena capitalina debido a su posicin cultural
privilegiada, ya que no era infrecuente que poseyeran no solo conocimientos legales,
sino incluso de lectura y escritura mnimos que escapaban a las posibilidades de la
mayora de los individuos no solo indios de la poca. La posesin de estas
20
Antonio Chayguac tuvo una destacada participacin en la actuacin pblica de la elite indgena de
Lima. En 1747, fungi de comisario y procurador de la fiesta de los naturales en honor de la coronacin
de Fernando VI, gozando del privilegio de asistir al virrey Manso de Velasco durante las representaciones
en qualidad de intrprete, como uno de los principales directores de la fiesta. Annimo. El da de Lima.
Proclamacin real, Que de el Nombre Augusto de el Supremo Seor D. Fernando el VI. Rey Cathlico de
las Espaas y Emperador de las Indias. N.S.Q.D.G. Hizo la muy Noble y muy Leal Ciudad de los Reyes
Lima. Lima, 1748, p. 263.
21
AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), Registro 1 de naturales de 1739, f.
184v.
10
11
12
autoridades que los indios fueran ordenados sacerdotes, admitidos en las rdenes
religiosas, educados en los colegios y promovidos segn su mrito y capacidad a las
dignidades eclesisticas y oficios pblicos en igualdad con los espaoles.28 Esta
concesin real, adems de equiparar a la nobleza indgena con la espaola, abra a sus
miembros una puerta a la representacin oficial de su Repblica. Sin embargo, ms de
un cuarto de siglo despus de su recepcin, la cdula no haba tenido an una aplicacin
efectiva, por lo que la elite indgena limea esperaba hacer valer los privilegios en ella
contenidos de la mano de la nueva dinasta reinante, la casa de Borbn.
Muy pronto, se dara la ocasin para demostrar la fidelidad de la nacin de
naturales ante sus nuevos gobernantes. Fenecida la Guerra de Sucesin espaola y tras
el conflictivo relevo dinstico que sigui a la muerte de Carlos II ltimo monarca
Habsburgo y dispensador de la cdula de los honores, en 1723 y 1725 se oficiaron las
nupcias y posterior proclamacin de Luis I, tras la abdicacin de su padre Felipe V. La
intrascendencia poltica del reinado del primer Borbn genuinamente espaol Luis
falleci siete meses despus de su investidura, lo que oblig a Felipe V a volver al
gobierno contrast con la profunda importancia simblica que envolvi su ascenso al
trono. Ambas efemrides fueron celebradas por la nueva casa gobernante como signos
visibles de su consolidacin en la posesin de la corona espaola,29 y, en tal sentido, se
oficiaron grandes ceremonias a lo largo y ancho del imperio en las que los funcionarios
reales trataron de conseguir de las elites locales el reconocimiento del legtimo derecho
a reinar del flamante monarca, tejiendo en torno a su figura una vasta red de fidelidades
individuales, corporativas e institucionales que teniendo presente el reciente conflicto
sucesorio inclinara definitivamente la balanza de alianzas y clientelas polticas en
favor de la casa de Borbn.30
La predominancia de los intereses de la Corona no debe hacer pensar, sin
embargo, que las expectativas locales secundarias desde la perspectiva monrquica
no condicionaran el desarrollo y los discursos de las celebraciones reales en cada urbe y
28
13
regin. Las ceremonias y fiestas del Antiguo Rgimen constituan espacios apropiados
para mostrar y consolidar, mediante el protocolo, el estatus social alcanzado o
pretendido por los distintos actores corporativos,31 y, en tal sentido, las fiestas reales
de 1723 y 1725 fueron aprovechadas por los dirigentes indgenas de Lima para plasmar
pblicamente su visin del estatus de la Repblica de indios dentro de la jerarqua social
colonial, as como de la naturaleza de su relacin de vasallaje con la Corona.
Sintonizando con el inters borbnico por conseguir reconocimientos a su sucesin
dinstica, la elite indgena limea eligi escenificar en ambas festividades unas
mascaradas o desfiles de los reyes incas con sus squitos e indumentarias al estilo de los
triunfos del Renacimiento europeo,32 en que los soberanos prehispnicos representados
aclamaron como nuevo inca al monarca Borbn, a la par que fortalecan el estatus de
nobleza para la elite indgena colonial como descendiente de unos incas rehabilitados.
As, en 1723, los incas que desfilaron le dedicaron al heredero del grande inca espaol,
y al hijo del ms augusto Sol, el mayor homenaje de su jbilo, mientras que, en 1725,
las comitivas de los incas cerraron su participacin en la mascarada acercndose en
orden a la galera del virrey para, despus de algn breve poema, pronunciar la
exclamacin: Viva el gran ynca don Luis Primero.33
El recurso de la elite indgena de Lima de emparentar en una lnea dinstica
ininterrumpida a los incas y a los soberanos espaoles no resultaba del todo novedoso.
Dicho discurso ya haba sido enunciado de manera exitosa por el presbtero Nez Vela
en uno de los memoriales que dirigiera a Carlos II, en el que le daba el ttulo de inca del
31
Para Franois-Xavier Guerra, la importancia concedida por los actores corporativos a los conflictos de
prelacin recurrentes en las ceremonias del Antiguo Rgimen manifiesta en el registro simblico
esta constante competencia por acrecentar privilegios y redefinir o mantener las jerarquas sociales. De
la poltica antigua a la poltica moderna, p. 117. En esta lnea, Rodrguez Garrido seala que al discurso
de fidelidad exigido por la Corona, las elites criollas americanas superpusieron permanentemente una
demanda por recomponer su relacin con esta. Dicha negociacin se reproduca tambin en el mbito
simblico, encontrando un espacio privilegiado en las fiestas pblicas. As, en las celebraciones reales de
1725, la elite criolla peruana trat de redefinir su posicin en el orden imperial, objeto al que se ci el
arco efmero mandado a erigir por el prominente criollo limeo Jos de Santa Cruz y Gallardo, segundo
conde de San Juan de Lurigancho, en el que se expresaba un doble discurso: por un lado, el papel
destacado del virreinato peruano en el sostn econmico de la Corona, y, por otro, la importancia de la
nobleza local para el equilibrio poltico del imperio. Lo que no ha de poder expresar la voz, pp.
354-357.
32
Perissat, Karine. Los incas representados (Lima, siglo XVIII). Revista de Indias. LX/220 (2000), p.
624.
33
Peralta Barnuevo, Pedro de. Jbilos de Lima y Fiestas Reales, que hizo esta muy Noble y Leal Ciudad,
Capital y Emporio de la Amrica Austral, en celebracin de los augustos Casamientos del Serenssimo
Seor Don Luis Fernando, Prncipe de las Asturias, N. Seor, con la Serenssima Seora Princessa de
Orleans. Lima: Imprenta de la Calle de Palacio, 1723, sin foliacin; Fernndez de Castro y Bocngel,
Gernimo. Elisio Peruano. Lima: Francisco Sobrino, 1725, sin foliacin.
14
Buntix, Gustavo y Luis Eduardo Wuffarden. Incas y reyes espaoles en la pintura colonial peruana: la
estela de Garcilaso. Mrgenes. Encuentro y debate. IV/8 (1991), pp. 164-168; Estenssoro, Del
paganismo a la santidad, pp. 499-500.
35
Nuez Vela haba recomendado a los curacas de Lima que hicieran un cuadro en donde, bajo la efigie
de nuestro poderosssimo inga D. Carlos II augustssimo emperador de la Amrica, figuraran los
nombres de los inquisidores que apoyaron su gestin ante la Corona para que los indios pudieran ocupar
cargos en el Santo Oficio. Buntix y Wuffarden, Incas y reyes espaoles en la pintura colonial peruana,
pp. 165-166. Tambin resultan claros los vnculos entre el discurso expresado en las fiestas de naturales
de Lima de 1723 y 1725 y las concepciones polticas de Nuez Vela, si nos atenemos a la afirmacin de
Estenssoro de que, a su vuelta de Espaa, el clrigo mestizo ocup el puesto de capelln de la iglesia y
beaterio de Copacabana. Del paganismo a la santidad, p. 497.
36
Estenssoro, Del paganismo a la santidad, pp. 499-500.
15
I. De esta manera, los indios nobles de Lima no solo legitimaban a los nuevos
monarcas, ligndolos a un pasado ms antiguo y glorioso que el de la conquista de
Pizarro, sino que, al autoproclamarse coherederos de la memoria de los incas, tambin
se legitimaban a s mismos, trayendo a colacin los viejos vnculos de vasallaje y
privilegios de origen prehispnico, que renovaban simblicamente con el flamante inca
espaol durante el desfile de sus predecesores incaicos. Resultaba este un medio
efectivo para mostrar simblicamente que, a la vez que buenos vasallos que declaraban
pblicamente su fidelidad, los dirigentes indgenas eran nobles en su raza, y que el
reconocimiento a su nobleza estaba justificado por una versin del pasado escenificada
en las mascaradas incas, de la que hacan copartcipes e interesados valedores a los
nuevos monarcas borbones.
No se puede saber con certeza qu efecto tuvo la puesta en escena de esta
reformulacin del pasado en el nimo de las autoridades peninsulares, aunque es
probable que el estamento indgena saliera de las celebraciones reales con una imagen
fortalecida. En tal sentido, las fiestas de naturales de 1723 y 1725 habran servido de
adecuado teln de fondo para las gestiones que en ese momento llevaba a cabo en la
corte madrilea don Vicente Mora Chimo, curaca principal del repartimiento de
Chicama. Este haba logrado pasar a la pennsula en 1721 con la autorizacin del
prncipe de Santo Buono, virrey del Per como apoderado de los pueblos de Santiago
de Cao, San Esteban, Chcope y Santa Mara Magdalena de Cao para denunciar los
abusos del corregidor y visitador de tierras Pedro Ignacio de Alzamora. Ya en Madrid, y
premunido de poderes de varios curacas andinos que lo acreditaban como procurador
general de los naturales del Per, Mora Chimo consigui que se expidiera una
disposicin fechada el 28 de febrero de 1725 en la que el rey reiteraba los trminos
de la cdula de los honores de 1697 y mandaba que se le diera efectivo cumplimiento,
tal como ya se haba hecho en el virreinato de Nueva Espaa. 37 Conocedores de la
llegada al Per de esta cdula favorable a sus intereses, los indios principales de Lima
presentaron un memorial al virrey Jos de Armendriz, marqus de Castelfuerte,
solicitndole que abiendo por presentada la dicha real sdula se sirba de mandar que se
guarde cumpla y execute segn y como en ella se contiene y que en su conformidad se
publique por bando por las calles acostumbradas con toda la solemnidad que pide la
materia, de suerte que se haga manifiesto su conthenido saliendo en paseo con los
37
Archivo Histrico Nacional (Madrid) (en adelante AHN), Consejo de Indias, leg. 20.161, c. 4, ff. 7-7v.
16
17
Moreno Cebrin, Alfredo. El virreinato del marqus de Castelfuerte, 1724-1736. El primer intento
borbnico por reformar el Per. Madrid: Catriel, 2000, pp. 264-265.
43
Ib., pp. 280-282; OPhelan Godoy, Scarlett. Un siglo de rebeliones anticoloniales. Per y Bolivia,
1700-1783. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolom de Las Casas, 1988, p. 63.
44
Esta situacin ya haba originado mltiples denuncias de las autoridades tnicas en contra de los
corregidores y, en especial, en contra de varios familiares del virrey, lo que lleg a odos de la Corona
mediante el procurador Mora Chimo. Especial resonancia tuvo la denuncia interpuesta por don Jos
Choquehuanca, curaca de Azngaro, en contra de su corregidor, Leandro Ruiz y Urquiza, criado de
Castelfuerte, quien haba embargado los bienes del lder indgena para asegurar el pago del reparto.
Incapaz de conseguir justicia en instancias locales, Choquehuanca se traslad a Lima para continuar con
18
sus alegatos ante la Audiencia, pero fue encarcelado durante nueve meses por orden del virrey. Moreno
Cebrin, El virreinato del marqus de Castelfuerte, pp. 282-283.
45
AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), ff. 2-3v. Entre los otorgantes,
figuraban, adems de los oficiales de milicias y los maestros mayores de los gremios indgenas de la
ciudad, los siguientes curacas: don Pascual de Casamusa, cacique de Magdalena, Guatica y Maranga; el
maestre de campo don Marcos Chiguantopa Coronilla Ynga, gobernador del marquesado de Oropesa y
Paucartambo; don Juan Santos Quispe Lloclla, cacique y segunda persona del repartimiento de
Huarochir; don Pedro Gonzales Florencia, cacique principal y gobernador de la provincia de Huaylas;
don Roque Acha de Morales, cacique principal de Hatun Huaylas; don Francisco Games Guama Copa (o
Guamn Cpac), cacique principal de San Ildefonso de Caraz; don Pedro Alvino, cacique principal del
Pueblo de Masn de Huaylas; y don Pedro Bautista Mora Chimo, cacique principal del pueblo de San
Salvador de Mansiche y hermano de Vicente Mora Chimo.
46
Ib., f. 2.
47
De ello da constancia la relacin de la fiesta de naturales de 1747: Don Valentn de la Rosa MinoLlulli, que tiene executoriada en este Superior Govierno su descendencia de los primeros caziques, y
pobladores del pueblo de Lambayeque del corregimiento de Saa. El da de Lima, pp. 254-255.
48
En su calidad de embajador de los Incas, Mino Llulli se adelant al resto de la mascarada y, puesto
frente a la galera que ocupaba el virrey, espres en breve, y conceptuoso poema su nombre, y su
embaxada que se redujo a tomar el beneplcito de Su Exc. para que saliesen a solemnizar la regia
aclamacin, los emperadores incas en seal del rendido vasallage que le prestavan. Al efecto, extrajo de
sus ropajes un quipu de seda anudado que funga de carta credencial de lo expresado, imitando el
modo de caracterizar o escrivir sus expresiones los antiguos vasallos de aquellos grandes monarchas [...]
que corresponde a enumeracin o quenta. Fernndez de Castro, Elisio Peruano, sin foliacin. En esta
fiesta, Mino Llulli agregaba a su nombre el apelativo Falempiciam, que aluda al ltimo gobernador libre
del norte, y que, en la dinasta Chim, aparece como cacique gentil contemporneo de Huscar.
Rostworowski, Curacas y sucesiones, p. 253.
19
20
Campbell, Leon G. The Military and Society in Colonial Peru. 1750-1810. Filadelfia: The American
Philosophical Society, 1978, p. 13.
53
Las opiniones respecto de la manera ms apropiada de celebrar las fiestas reales no fueron unnimes. El
cabildo secular de la ciudad era partidario de oficiarlas con la pompa y gastos de costumbre para no
contrariar los deseos del monarca, mientras que el cabildo eclesistico objetaba que, de realizarse, se
interrumpiran los actos sagrados de compuncin previstos para el mes de octubre en conmemoracin del
terremoto y maremoto recientes. Era de pblica opinin que estos sucesos se deban al castigo divino, y el
estado clerical estaba aprovechndolos para realizar una total reforma de las costumbres. La Real
Audiencia, en la persona de su fiscal, consider lgica la peticin del cabildo catedralicio, en la medida
de que era el rey de reyes el primero al que se deba fidelidad cosa que comprendera el monarca
terrestre. Adems, las fiestas podran impedir la pronta reconstruccin de la ciudad, obra que deba ser
considerada como verdadera muestra de fidelidad a su soberano. El fiscal seal que, en ltima instancia,
era el virrey el intrprete ms adecuado de los deseos de la Corona. El da de Lima, pp. 254-255.
54
Ib., p. 255.
21
Tarma y Jauja, en la sierra central, y, por extensin, a la seguridad del propio centro
neurlgico del virreinato, la Ciudad de Los Reyes.
Juan Santos haba logrado organizar un conglomerado multitnico de indios
serranos y selvticos que, desde sus bases en la selva alta central, en la frontera oriental
del virreinato, mantuvo en jaque durante una dcada (1742-1752) a las fuerzas regulares
y milicianas que contra l mandaron las autoridades de Lima, a la par que se granjeaba
las simpatas de la poblacin indgena de la sierra central. Autotitulado descendiente del
ajusticiado inca Atahualpa, Juan Santos inici su rebelin en mayo de 1742,
proclamando que era el nuevo inca rey que llegaba para reclamar su reino y sus
vasallos. Declaraba haber sido enviado por Dios para ordenar el mundo, al cual dividira
en tres reinos independientes: Espaa para los espaoles, frica para los africanos y
Amrica para sus hijos los indios y mestizos. Esta transformacin se iniciara en la
selva, extendindose a la sierra y culminando con la coronacin de Juan Santos en
Lima.55 Los planes del rebelde debieron de tener eco en la capital virreinal, si nos
atenemos a una carta al rey escrita desde Cartagena de Indias el 15 de febrero de 1746
de la que no se ha conservado el remitente, en la cual se sealaba que Juan Santos
a escrito al virrey de Lima dicindole desocupasen aquel reyno todos los
espaoles, como la ciudad en que havita, que si no pasaran a ella con cien mil
hombres y entraran a fuego y sangre no dndoles ms tiempo que ocho messes,
y que si no lo executaban con toda brevedad pasara a hazerlo con que estn
asombrados en aquella ciudad, y ms que se allan no mui distantes pues no ay
ms de quarenta, o sesenta leguas.56
La intranquilidad existente en la ciudad tambin debi de aumentar tras el
fracaso de la importante expedicin de 850 hombres enviada en 1746 por el nuevo
virrey Jos Manso de Velasco, conde de Superunda, contra el rebelde, 57 y tras la casi
ntegra destruccin de la guarnicin del Callao el ms importante contingente militar
del virreinato por el maremoto que acompa al terremoto de ese mismo ao.
55
Stern, Steve J. La era de la insurreccin andina, 1742-1782. En Stern, Steve J. (ed.). Resistencia,
rebelin y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX. Lima: Instituto de Estudios Peruanos,
1990, pp. 60-61.
56
Aada la carta que aseguran barios que pasan de 600 mil hombres digo yndios los que se han
levantado pues ay diferentes castas hasta unos que nunca se an visto que tienen barbas mui largas cosa
mui impropia, que no e visto yndios que las tengan. AHN, Diversos, 28, doc. 12, Carta annima en que
se da noticias sobre la insurreccin del Per, ff. 1-1v.
57
Stern, La era de la insurreccin andina, p. 61. Ya haban fracasado otras dos expediciones, enviadas
en 1742 y 1743 por el virrey Villagarca.
22
58
59
23
pblicas, la elite indgena de Lima evitaba repetir asociaciones osadas que pudieran
relacionarla con el proyecto poltico rebelde.
La mesura en el contenido de sus manifestaciones festivas no implic, sin
embargo, que los lderes indgenas renunciaran a representarse como incas y que, como
sus descendientes, reclamaran su derecho a ser reconocidos como nobles. En tal lnea,
se mueve justamente la comedia que encargaron al mercedario Francisco del Castillo
dramaturgo y poeta satrico conocido como El Ciego de la Merced, titulada La
conquista del Per.60 En ella, se confrontaba pblicamente el episodio doloroso de la
conquista, apelando a los tpicos de la historia providencialista: los orculos
prehispnicos anticiparon la llegada del nuevo Dios, la verdadera religin la creencia
en el Dios nico creador se habra impuesto sobre el paganismo ya en tiempos de
Huayna Cpac, y la verdadera conquista espiritual y no material tuvo lugar cuando
la cruz enarbolada por Pedro de Candia al desembarcar en Tumbes hizo el milagro de
amansar a dos bestias que lanzaron contra l para despedazarlo, y los indios, admirados,
adoraron el smbolo cristiano.61
Esta ltima escena tiene su origen en una narracin hecha por Garcilaso en la
segunda parte de sus Comentarios Reales. En aquella, el escritor mestizo asociaba el
asombro de los indios ante el poder de la cruz portada por Candia con la adoracin que
a partir de entonces estos profesaron a una cruz de jaspe cristalino que conservaban en
el Cuzco desde antes de la llegada espaola, dizindole que pues hava tantos siglos
que la tenan en veneracin, aunque no en la que ella meresca, porque no havan sabido
sus grandes virtudes, tuviesse por bien de librarles de aquellas nuevas gentes que a su
tierra ivan, como hava librado [a] aquel hombre de los animales fieros que le
echaron.62 Para Garcilaso, esta adoracin era prueba de que los proprios gentiles
idlatras, antes de predicrseles la fe catlica, dieron a la cruz, y en ella a toda la
religin cristiana, la possesin de s mismos y de todo su Imperio. Dicha prueba
reforzaba la profeca hecha por Huayna Cpac y recogida por el cronista mestizo
de que a su muerte llegaran los espaoles y el Santo Evangelio a su imperio. 63
Finalmente, en un acto de economa simblica, Atahualpa era nuevamente condenado
60
Esta comedia, a la que no he tenido acceso, se encuentra en forma manuscrita en la Biblioteca Nacional
del Per (Lima). Sobre su contenido, me remito a Estenssoro, Del paganismo a la santidad, pp. 503-504.
61
Ib., p. 503.
62
Garcilaso de la Vega, el Inca. Historia General del Per (Segunda parte de los Comentarios Reales de
los Incas). Buenos Aires: Emec Editores, 1944, t. I, p. 86.
63
Ib., t. I, pp. 86-87.
24
25
memorial en cuestin que debi de imprimirse en los primeros meses de 1749 era
un manifiesto de agravios dirigido al rey, al final del cual se proponan once medidas
para remediar la situacin de los indios. Entre ellas, junto con los tradicionales pedidos
de abolicin de las mitas y servicios personales, o la solicitud de que los indios que
tuvieran los mritos necesarios fueran premiados con las dignidades eclesisticas,
destacaban los requerimientos que incidan en la necesidad de autonoma en el gobierno
de la Repblica de indios. En este sentido, se solicitaba que el fiscal protector de
naturales y al menos dos procuradores de la Audiencia fueran indios que protexan a su
nacin. Llevando ms lejos su desarrollo argumental, el autor del memorial peda que,
a semejanza de los otrora vasallos napolitanos, sicilianos, milaneses, flamencos y
portugueses de la Corona espaola, los indios tuvieran exclusivamente jueces y
corregidores de su nacin sujetos solo al rey y a los virreyes en lo temporal, y a los
obispos en lo espiritual. Se culminaba el memorial con una propuesta atrevida: que el
rey creara un tribunal independiente del virrey y de las audiencias, compuesto de
individuos desapasionados del afecto espaol (que es la parte adversa y poderosa),
encargado de implementar las leyes favorables a la poblacin indgena.67
Francisco Manchualu Zeballos, indio noble de Coln que haba sido comisario
de la fiesta de los naturales de 1747, corri con los gastos de la publicacin del
memorial,68 y fue comisionado por el cabildo del Cercado y los curacas presentes en las
reuniones para llevar el impreso y otros documentos a la corte de Madrid. Se le otorg
para ello un poder de representacin que lo sealaba como diputado general nombrado
por el comn, casiques y principales de yndios de la Ciudad de los Reyes, y corthe del
Per. Parti rumbo a Buenos Aires, desde donde pretendi embarcar hacia la
pennsula, pero sus planes se vieron frustrados por las autoridades del puerto, que no le
permitieron seguir con el viaje.69 Decidi entonces volver a Lima, y, al pasar por el
pueblo de Santiago de Cotagaita, se encontr con fray Calixto de San Jos Tpac Inca,
el clebre donado mestizo de la orden de San Francisco, quien, premunido de un
67
26
70
27
efectos le fueron tan infaustos.72 Uno de estos inculpados era Francisco Ximnez Inga,
natural de Huarochir, a quien Scarlett OPhelan seala como el probable nexo entre la
frustrada conspiracin de Lima y la posterior rebelin de Huarochir, ya que habra
comprometido a su cuado, el cacique de Lahuaytambo, Andrs de Borja Puipilibia, y a
su familia en el levantamiento. Ximnez Inga haba representado a Inca Roca en la
mascarada de 1747. El otro inculpado identificado como participante en las fiestas
reales de 1747 es Pedro de los Santos, natural de Lambayeque, quien haba desfilado
junto con su esposa representando al Gran Chimo y a su coya, y que, en 1750, fue
capturado en Lahuaytambo, Huarochir, mientras trataba de difundir la rebelin.73
El hecho de que se le encontrara a los rebeldes un documento que reflejaba
claras coincidencias con el texto de la Representacin verdadera en que se quejaban
de que los naturales de este reino y seores basallos, todos los mestizos nuestros
parientes hijos de caciques padezen la misma persecusin con nosotros [...] no tenemos
donde acogernos ni a nuestros hijos dndoles estudios y monasterios puso en
evidencia a la elite indgena de la capital. El propio virrey achacaba en buena medida la
rebelin a la que consideraba mala influencia de dos franciscanos probablemente
Antonio Garro e Isidoro Cala, el compaero de viaje de fray Calixto, que haban
motivado de manera imprudente sus quejas:
Se exasperaron de que no se les confieran las dignidades eclesisticas, y
seculares que se proveen en los espaoles, sobre que han dado a la ymprenta
sin licencia un manifiesto dirigido por dos religiosos de cortos talentos, y que
haciendo capricho en su patrocinio no advierten las malas consequencias de
alentarles unos pensamientos tan fuera de toda prudencia de govierno.
Siendo cierto que los yndios que pudieran sentirse agraviados en las
provincias son los ms sugetos, y los que se quexan estn libres de toda injuria
y se manejan en el trage, y oficios que en esta ciudad exercitan sin distincin
alguna de los espaoles, lo que ha elevado sus ideas a una altivs que los ha
precipitado a delito tan enorme, como faltar a la fidelidad.74
Manso de Velasco, Jos Antonio. Relacin y Documentos de Gobierno del Virrey del Per, Jos A.
Manso de Velasco, Conde de Superunda (1745-1761). Introduccin, edicin, notas e ndices de Alfredo
Moreno Cebrin. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, Instituto Gonzalo Fernndez
de Oviedo, 1983, p. 250.
73
El da de Lima, pp. 245-247, 255; OPhelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales, pp. 113-114.
74
Archivo General de Indias (en adelante AGI), Lima, 417, El conde de Superunda al Consejo, 24 de
septiembre de 1750, ff. 2v-3.
28
75
Snchez Rodrguez, Susy M. Del gran temblor a la monstruosa conspiracin. En Rosas Lauro,
Claudia (ed.). El Miedo en el Per. Siglos XVI al XX. Lima: Pontificia Universidad Catlica del Per,
2005, p. 112.
76
Spalding, Karen. Huarochir. An Andean Society under Inca and Spanish rule. Stanford: Stanford
University Press, 1984, p. 274.
77
AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, ff. 51-51v.
78
Jacques Poloni-Simard ha sealado que la constante apelacin a la justicia colonial por parte de la
poblacin indgena debe comprenderse como un proceso ambivalente: por una parte, obligaba a los
demandantes de justicia a adoptar el modelo de indio que la legislacin se propona defender, para as
poder acceder a la proteccin que les otorgaba gozar de un estatuto jurdico; por otra, al apelar a la
justicia real, la poblacin indgena reforzaba el pacto colonial reconociendo a la Corona como rbitro,
recurriendo a ella en calidad de fieles vasallos. Los indios ante la justicia. El pleito como parte de la
consolidacin de la sociedad colonial. En Lavall, Bernard (ed.). Mscaras, tretas y rodeos del discurso
colonial en los Andes. Lima: Instituto Francs de Estudios Andinos, Pontificia Universidad Catlica del
Per, Instituto Riva-Agero, 2005, pp. 177-188.
29
los estatutos y privilegios escritos,79 ello no implicaba que dichos privilegios fueran
inalterables o que no existiera una constante competencia entre los actores corporativos
por aumentarlos. La forma de accin de estos consista en entrar en el juego de
influencias y relaciones para obtener decisiones favorables u obstaculizar las adversas.
En lo ms alto de este juego de relaciones y favores se encontraba el rey, lo que explica
que la concesin discrecional de mercedes fuera uno de los atributos fundamentales de
su poder.80 Era el rey quien premiaba o inversamente, castigaba las acciones y
servicios meritorios, modificando los estatutos y privilegios personales y corporativos.
Dentro de esta lgica, verse mezclados en acusaciones de rebelin contra la Corona
implicaba quedar excluidos de las posibilidades de encumbramiento social que los
canales de negociacin poltica ofrecan a los buenos vasallos. En tal sentido, el virrey
haba manifestado a la autoridades peninsulares que no convena conceder nuevos
privilegios a la nacin de naturales y menos an a los indios principales de Lima. Sobre
estos ltimos, sealaba que, tras haberse posicionado en la sociedad urbana con oficios
mecnicos y un estilo de vida ostentoso que no eran proporcionados a su condicin,
se les haca luego insufrible no poder acceder a los oficios y dignidades que reclamaban
para su nacin, advirtiendo que si estos cargos se pusiesen en sus manos, sera
entregarles la dominacin, o elevarlos al estado de que, con ms aliento y proporciones,
intentasen recuperarla.81
Frente a tan grave imputacin, y con el objeto de congraciarse con el monarca,
los nobles indgenas de la ciudad no se limitaron a acreditar su inocencia, sino que
aprovecharon el trance de la rebelin para ofrecer sus servicios a las autoridades
coloniales. Tras producirse los sucesos de Huarochir, organizaron por su cuenta
partidas de milicianos destinadas a abrir los pasos de montaa cortados por los alzados,
y as facilitar la marcha de la tropa enviada desde Lima.82 Estas muestras de
preocupacin tuvieron cierto efecto, ya que, en forma recproca, la Corona trat de
mostrar su aprecio por la nacin de naturales dejando en claro que no generalizaba las
79
Guerra, Franois-Xavier. Hacia una nueva historia poltica: actores sociales y actores polticos.
Anuario IEHS. 4 (1989), p. 257; De la poltica antigua a la poltica moderna, p. 121.
80
Guerra, De la poltica antigua a la poltica moderna, p. 117.
81
Carta del conde de Superunda a la Corona. Lima, 24 de septiembre de 1750. En Loayza, Francisco A.
Juan Santos el Invencible. Manuscritos del ao 1742 al ao 1755. Lima: Domingo Miranda, 1942, p.
175.
82
AGI, Lima, 417, El conde de Superunda al Consejo, 24 de septiembre de 1750, f. 6v. As tambin lo
sealaban los indios: entre aquellos desdichados no hubo un yndio noble comprehendido sobre que
podrn traerse a la vista los autos, antes el estado noble acredit su lealtad, y aun el estado comn
ofrecindose voluntarios a su propia costa para pasar como pasaron a Huarochir a reducir, sosegar, y
castigar a los que estubieron culpados. AGN, Derecho Indgena, leg. 18, c. 311, f. 24.
30
31
su condicin de indio noble. En dos ocasiones, en 1738 y 1739, haba sido recluido en la
crcel de corte de Lima por pedido de don Blas Astocuri Apoalaya, curaca principal del
valle de Jauja de donde era originario, por deudas de tributos y para ser restituido a
su provincia como tributario.87 Aunque logr quedar libre, la condicin plebeya de Cabo
se hizo de conocimiento pblico, y el propio Sachum y Azabache sealaba como una
mcula su calidad de indio mitayo, enfatizando que, habiendo sido encarcelado por
revoltoso, fue sentenciado a ser conducido con unos grillos a morir en los obrajes,
destino del que solo se libr gracias a la piedad del virrey Villagarca.88
El cuzqueo Santiago Gualpa Mayta, tambin implicado en la conjura, era otro
de los que pretendan ser reconocidos como nobles descendientes de los incas o, como
l mismo se calificaba, de la verdadera sangre y noblesa antigua,89 aunque su precaria
situacin econmica Sachum y Azabache subrayaba su poco honroso oficio de
ropavejero generaba dudas sobre su origen y la validez de su solemne ttulo de
capitn de la Compaa de Infantera del Cuzco.90 Similares problemas afront el
conspirador Melchor de los Reyes Astugrac, quien, al igual que Antonio Cabo, haba
estado entre los firmantes del poder a Valentn Mino Llulli en 1734. Sachum y
Azabache deca de l que en tienpos pasados yntent con suspuestos ystrumentos a
probar cer noble en esta rial audiencia y superior Gno. yntitulndose Dn. Melchor de los
Reyes Ynca Guaraca y decendiente de los seores yngas, tratando de hacerse con el
cargo de cacique de su comunidad de origen, aunque no lo haba conseguido al
descubrirse otro pretendiente con mejor derecho, mientras que l era hijo ilegtimo del
cacique fallecido.91 En una sociedad como la colonial peruana, profundamente
preocupada por conceptos mutuamente asociados como los de honor, legitimidad o
pureza de sangre ser libre de toda mala sangre y mixtura racial, la condicin
espuria de Melchor de los Reyes result una barrera insuperable a la hora de reclamar
privilegios propios de los indios de probada nobleza. Por el contrario, su origen oscuro
lo acerc a la esfera de los mestizos coloniales, denigrados por ambas repblicas, la de
espaoles y la de indios, con un discurso que les asignaba las peores caractersticas de
ambos y las cualidades de ninguno.92 En su correspondencia, Sachum y Azabache
87
AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), Registro de indios de 1738, ff. 118,
181v-182v.
88
AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, doc 21, f. 44v.
89
AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, doc. 24, f. 48.
90
AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, doc. 21, f. 44v.
91
Ib., ff. 43v.-44v.
92
Cahill, Nobleza, identidad y rebelin, p. 15.
32
incida en este aspecto de la identidad de Melchor de los Reyes, sealando que todos
los mestizos parciales del dicho Melchor juntos con l ce enbriagaron y quemaron la
casa que tena el coregidor en el pueblo en donde yntentaba su posecin y ac estubo
auyentado un tiempo por otras probincias asta que la soga de sus delitos lo trugo a esta
ciudad a morir en ella para el cumplimiento de sus mritos.93
Situaciones como esta ltima refuerzan la tesis de Scarlett OPhelan de que el
malestar generado por la poltica de discriminacin contra la poblacin mestiza que
aplic la Corona, excluyndola del acceso a la universidad, los rdenes sagrados y de
cargos como los de escribanos y procuradores, explica en buena parte la conspiracin de
Lima de 1750.94 Habra que sealar, en todo caso, que lejos de hacer causa comn con
sus parientes mestizos, los indios nobles de la ciudad mantuvieron una relacin
ambivalente con aquellos que no eran indios netos. Un ejemplo sugerente es el caso del
mestizo real fray Calixto de San Jos Tpac Inca, quien se quejaba de que la elite
indgena limea no le haba querido cursar poderes para representarla ante la corte
madrilea, pese a sus continuas manifestaciones de amor por la nacin de naturales,
prefiriendo a Francisco Zeballos, uno de los suyos, como su apoderado y responsable de
entregar un ejemplar de la Representacin verdadera al rey.95
A pesar de las muestras de reconocimiento de la Corona a sus leales vasallos
indgenas y de las duras condenas a la rebelin expresadas por la elite indgena de Lima,
las autoridades virreinales se haban sensibilizado negativamente ante toda
reivindicacin o discurso incasta. En consecuencia, el conde de Superunda se mostr
partidario de cortar de raz un potencial foco de disturbios, ordenando:
que en las pblicas solemnidades de proclamacin y nacimiento de prncipes
[no] se distingan los indios en gremio separado, sino que entren en aquel a que
estuviesen agregados por los oficios que ejercitan, y mucho menos que se les
permita la representacin de la serie de sus antiguos reyes con sus propios
trajes y comitiva; memoria que en medio del regocijo los entristece, y pompa
que les excita el deseo de dominar y el dolor de ver el cetro en otras manos que
las de su nacin.96
Con tales medidas se pretenda limitar una situacin que la Corona haba
tolerado en la primera mitad del siglo XVIII: la aceptacin de un discurso poltico que
93
AHN, Consejo de Indias, leg. 20.161, c. 52, doc. 21, ff. 43v-44.
OPhelan Godoy, Scarlett. La gran rebelin en los Andes. De Tpac Amaru a Tpac Catari. Cuzco:
Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolom de Las Casas, 1995, p. 48.
95
Carta de fray Calixto de San Jos Tpac Inca al cabildo de indios de Lima, 14 de noviembre de 1750.
En Loayza, Francisco A. Fray Calixto Tupak Inka. Lima: Domingo Miranda, 1948, pp. 54-55.
96
Manso de Velasco, Relacin y Documentos de Gobierno, p. 250.
94
33
Estenssoro, Juan Carlos. Los colores de la plebe: razn y mestizaje en el Per colonial. En
Estenssoro, Juan Carlos, Pilar Romero de Tejada y Luis Eduardo Wuffarden (eds.). Los cuadros de
mestizaje del Virrey Amat. Lima: Museo de Arte de Lima, 1999, p. 97.
98
O.S.C.S.E.C.A.R. Fiestas de los Naturales de esta Ciudad de Lima y sus contornos, en celebridad de la
exaltacin al Trono de S. M. el Seor Don CARLOS III Nuestro Seor (que Dios prospere). Lima, 1760.
99
Medina, Jos Toribio. La imprenta en Lima (1584-1824). Santiago de Chile: Fondo Histrico y
Bibliogrfico Jos Toribio Medina, 1985, t. II, p. 530.
34
35
Ib., f. 6.
La relacin de fiestas describe tambin un desfile de msicos que escoltaba a la carroza festiva,
seguido por indias danzando al son de sus melodas, todos los cuales llevaban vestiduras, y ornatos
proprios [sic] de el antiguo uso de la nacin. Esta descripcin de la comparsa, aunque reconoce
elementos tnicos en su ornamentacin, abandona la tradicional identificacin con el squito de
cortesanos de los incas, como se acostumbraba en anteriores fiestas. Ib., ff. 6-6v, 7v.
104
Ib., ff. 2, 6. Un caso evidente es el de Miguel Yarn, quien, en 1747, haba participado en la ltima
mascarada inca interpretando a Mayta Cpac, y ahora se presentaba en las nuevas fiestas reales como
capitn de milicias. El da de Lima, p. 257. Scarlett OPhelan ya haba puesto de manifiesto este giro
hacia las armas de las elites indgenas coloniales al analizar el proceso de militarizacin de los caciques
103
36
37
esperaba que el virrey convocara peridicamente a las milicias que entonces solo
existan como cuerpos relativamente organizados en Lima107 para supervisar su
entrenamiento; y aunque esto no debi de darse con la frecuencia conveniente,108 es
indudable que la elite indgena de la ciudad supo aprovechar las pocas convocatorias
para demostrar su capacidad de movilizacin y organizacin de las tropas. En 1760, el
conde de Superunda daba cuenta de la existencia de un total de 4209 hombres en las 76
compaas de milicias de la capital. Dieciocho correspondan a las compaas de
infantera indgena, con un total de 900 hombres organizados segn su lugar de origen
(Huamanga, Cajamarca, Trujillo, etc.), mientras que otras tres compaas (150 hombres)
conformaban la caballera de indios.
Con la llegada del virrey Manuel de Amat y Junient a Lima en octubre de 1761
para sustituir al conde de Superunda, aumentara considerablemente la atencin
concedida a la potenciacin de las milicias dentro de la poltica de defensa virreinal. El
regimiento de milicias indgenas de la capital fue ampliado hasta un total de 36
compaas de infantera (1953 soldados y 115 oficiales).109 Ello no hara sino acrecentar
el inters de la elite indgena limea por esta nueva puerta de acceso a honores y
privilegios, mediante el premio de la Corona a los servicios militares meritorios.
Reforzando su flamante papel, en las pompas fnebres que se realizaron en 1768 por la
muerte de la reina madre Isabel de Farnesio, se repetira nuevamente la presentacin
pblica de los indios principales como oficiales de milicias.110 Las expectativas de
acentu la percepcin de que las milicias representaban una excesiva carga econmica para el virreinato
en comparacin con el corto apoyo efectivo que prestaban a la defensa del territorio. Por esta razn, no se
emprendera una reforma importante de las milicias urbanas y provinciales sino hasta despus de 1762,
cuando la cada de La Habana en manos inglesas convenci a las autoridades espaolas de la inutilidad
del sistema defensivo implantado por los Habsburgo, que se centraba en la construccin de fortificaciones
costeras o fronterizas defendidas por guarniciones de soldados veteranos. Campbell, The Military and
Society in Colonial Peru, pp. 14-16.
107
La nica excepcin a esta ausencia de milicias estructuradas fuera de la capital la constituye el
regimiento de Infantera del Cuzco, establecido en 1742. Ib., p. 16.
108
En 1761, el recin llegado virrey Manuel de Amat y Junient critic duramente que las pocas tropas
regulares existentes en El Callao carecieran de toda experiencia militar y que la milicia civil se encontrara
en un estado similar de desorganizacin, incidiendo en las reformas poco sustantivas que haban sido
llevadas a cabo bajo el mandato de Manso de Velasco. Ib., p. 19.
109
Ib., pp. 36, 38.
110
Para engalanar las pompas fnebres de Isabel de Farnesio, se recurri a la presencia de las milicias.
As, se dispuso que compaas de milicias de todos los batallones ocuparan el espacio entre el palacio
virreinal y la catedral. Dos compaas de indios fusileros, con uniforme blanco, y amarillo, participaron
bajo el mando de sus oficiales, los capitanes don Ventura Temoche y don Gregorio Malagn. Se dispuso
que todos llevaran traje de gala, aspecto en el que las milicias indgenas no desentonaron: Los indios,
mulatos, y negros, de cuyas tres clases se han formado cuerpos separados, traen el uniforme tan pulida y
ricamente, como el ms aseado militar. Borda y Orozco, Joseph Antonio. Relacin de las reales
exequias que a la memoria de la Reyna Madre, Nuestra Seora, Doa Isabel de Farnesio, mand hacer
en la ciudad de Los Reyes, Capital de la Amrica Meridional, El Excelentsimo Seor Don Manuel de
Amat y Junient. Lima: Imprenta Real, 1768, pp. 30-33, 44.
38
Amat y Junient, Manuel de. Memoria de Gobierno del Virrey Amat. Edicin y estudio preliminar de
Vicente Rodrguez Casado y Florentino Prez Embid. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano Americanos,
1947, p. 765.
112
AGN, Derecho Indgena, leg. 18, c. 311, ff. 8v-9.
113
Ib., f. 11.
114
Ib., f. 23.
39
solicitando salir del yugo de ellos, y de estar debaxo del real poder de Su Magestad y
ser dueos absolutos de todo el reyno. Citaban como ejemplo de su odio la fallida
conspiracin de Lima de 1750, en la que los implicados pretendieron matar a la
persona de Su Ex. [Manso de Velasco, el predecesor de Amat] con tales disposiciones
y arte que no quedaba hombre con vida que se les opucieren, advirtiendo que de
permitrseles tener procuradores generales de su nacin, como era su deseo, los indios
tendran mayor libertad para extender sus intenciones sediciosas por el reino.115 El
cabildo de naturales protest airadamente ante estos ataques con que les injurian
Portalanza y Guzmn lastimando a la nacin toda en lo ms vivo del honor, sealando
la injusticia de que por los errores de quatro infelizes de mui baja extracsin quedara
manchado el nombre de toda la Repblica, siendo que entre los inculpados no haba
ningn indio noble. Apuntaban, por el contrario, que, siendo los mestizos los ms
contaminados por la sedicin, deba ser el mestizo Portalanza el ms afectado por las
sospechas de deslealtad.116
Pese a su similitud con las advertencias planteadas por el conde de Superunda
slo diez aos antes, los argumentos de los procuradores espaoles sobre la
desconfianza que inspiraba la nacin de naturales ya no causaron el mismo efecto
atemorizador sobre las autoridades coloniales. Por el contrario, el fiscal atendi la
protesta de los cabildantes y, considerando que el alegato de los procuradores espaoles
contiene en vez de fundamentos de derecho injurias, y ignominias asia esta nasin,
mand censurar los prrafos ms ultrajantes del escrito. 117 En esta renovada confianza
hacia la Repblica de indios, ms all del giro hacia las milicias de la elite indgena
limea, debi influir con seguridad la desaparicin de molestos incas que pudieran
disputar algn palmo de legitimidad a la Corona espaola.
En este contexto, el virrey Amat no tard en confirmar el nombramiento de los
candidatos a procuradores generales presentados por el cabildo de naturales de Lima,
Alberto Chosop y Joseph Santiago Ruiz. Los nuevos apoderados indgenas, aunque
tenan oficialmente una funcin procesal como procuradores de causas ante la Real
Audiencia y otras instancias judiciales inferiores, no tardaron, sin embargo, en
apropiarse de funciones de representacin mucho ms amplias, como gestores de
privilegios estamentales y como voces autorizadas de la Repblica de indios frente a las
115
40
Estenssoro, Del paganismo a la santidad, p. 513; OPhelan Godoy, La gran rebelin en los Andes, p.
66.
119
Alaperrine-Bouyer, Monique. Del Colegio de Caciques al Colegio de Granada: la educacin
problemtica de un noble descendiente de los Incas. Boletn del Instituto Francs de Estudios Andinos.
XXX/3 (2001), p. 507.
120
Anna, Timothy E. La cada del gobierno espaol en el Per. Lima: Instituto de Estudios Peruanos,
2003, p. 95.
121
Cuena Boy, Francisco. Utilizacin pragmtica del derecho romano en dos memoriales indianos del
siglo XVII sobre el protector de indios. Revista de estudios histrico-jurdicos. 20 (1998), pp. 107-142.
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vez como cuerpo autnomo en las fiestas reales celebradas en Lima en 1723, 1725 y
1747.
Durante este ciclo de celebraciones reales, la elite indgena limea eligi
aparecer en sus fiestas de naturales representando a los antiguos incas del Per, sobre
cuya herencia basaban su legitimidad y nobleza. Adems, se vean doblemente
justificados al ligar en una sucesin dinstica ininterrumpida a incas y reyes espaoles,
convirtiendo a sus nuevos monarcas en copartcipes de su legitimidad y garantes de su
nobleza. Sin embargo, esta forma de representarse en pblico comenz a despertar
desconfianza entre las autoridades virreinales ya durante las fiestas de naturales de
1747, debido a la cercana y peligrosidad de la rebelin de Juan Santos Atahualpa, quien
haba adoptado tambin el discurso y parafernalia de los incas para respaldar su intento
de derrocar el poder espaol en el Per. El que algunos de los participantes de estas
fiestas fueran cabecillas de la conspiracin indgena de Lima y la subsiguiente rebelin
de Huarochir de 1750 termin de convencer a las autoridades espaolas y a la
historiografa colonial del potencial peligro de sedicin que encerraban las gestiones
de la elite indgena de la capital. Escudriando en el perfil de algunos de los implicados
en la rebelin, he tratado de arrojar un poco de luz sobre esta actitud aparentemente
ambivalente de los dirigentes indgenas de la ciudad ante la rebelin, sealando las
motivaciones de leales y conspiradores. Al parecer, aquellos indgenas que participaron
de la conspiracin y posterior rebelin de 1750 lo hicieron no porque dudaran del
cumplimiento de los prometidos privilegios para la nobleza indgena, sino porque, al
serles negado el acceso al estatus de nobles en su raza, se vieron excluidos a priori de
sus beneficios ms all de cul fuera el resultado final de las peticiones a la Corona. No
fue el caso, en cambio, de la mayora de dirigentes indgenas de Lima, que, alejados de
la amenaza de marginacin social y a la expectativa de mantener y aumentar los
privilegios propios de su estatus noble, se prodigaron en demostrar su fidelidad a la
Corona y, en consecuencia, rechazaron participar en una rebelin de dudosos resultados.
Aunque es un hecho que los sucesos de Lima y Huarochir significaron el fin de
las mascaradas incas, no implicaron el trmino de la presencia indgena en el espacio
festivo colonial. Menos dependientes que la nobleza cuzquea del sustento de la
identidad de herederos de los incas como fuente de sus privilegios, los dirigentes
indgenas
de
Lima
no
tuvieron
muchos
inconvenientes
en
mudar
dicha
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