Guerra Del Pacífico. Memorias de José Francisco Vergara y Diario de Campaña de Diego Dublé Almeida

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GUERRA DEL

PACIFICO
MEMORIAS
de Jos Francisco Vergara
DIARIO DE CAMPAA
De Diego Dubl Almeida

GUERRA DEL PACFICO


MEMORIAS
De Jos FRANCISCO Vergara
DIARIO DE CAMPAA
De Diego Dubl Almeida

MEMORIAS
Jos Francisco Vergara

INTRODUCCION

Memorias es el titulo que se ha dado a este recuento autobiogrfico de don Jos


Francisco Vergara.
El motivo se lo propuso un amigo suyo: don Carlos Robinet. En ellas no aparece ms
acicate que la amistad: no es una defensa personal, no es un alarde literario, no es una
autoglorificacin.
Por ello su estilo es sencillo: la pluma fue trasladando al papel los recuerdos de la vida,
en especial durante la Guerra del Pacfico.
Es un legajo de 173 folios de papel de cartas.
Fueron escritas en Via del Mar, segn el encabezamiento y segn una alusin en el
texto, donde habla de sus opositores, quienes aqu se habran tenido por afortunados
con ser mis mayordomos.
El tiempo de su redaccin corre entre junio y julio de 1884, segn aparece en las fechas
anotadas en los papeles.
No es una transcripcin de algn Diario de campaa sino el recuento de hechos y juicios
a distancia de tiempo y lugar. No hay noticia, ni siquiera indicio, de continuacin de las
presentes Memorias. En todo caso, es lo nico que poseemos. A pesar de las
ocupaciones, accedi a evocar recuerdos y ponerlos en escritura, slo a la ligera y a
ratos, con largas interrupciones y producidos al correr de la pluma.
Son de su puo y letra: hemos comparado con algunas cartas suyas (p. ej. a don Anbal
Pinto, enero y febrero de 1880 Archivo Sotomayor, Archivo Nacional) y la letra es la
misma.
En esos recuerdos van encerrados los puntos de vista del autor sobre los
acontecimientos y las personas. De aqu su valor: es una mirada muy cercana y muy
penetrante de los hechos y de los actores.
Jos Francisco Vergara Echevers naci en la hacienda La Caada de Colina, cerca de
Santiago, el 4 de diciembre de 1833.
Su padre, Jos Mara Vergara Albano, era un prominente ciudadano de Talca, donde
habla contrado matrimonio con la dama de ascendencia navarra doa Carmen
Echevers. Los asun-

tos familiares y de trabajo lo llevaron a vivir cerca de Santiago:


lleg a ser Intendente de Rancagua.
Jos Francisco, despus de las primeras letras en colegios provinciales y de una
tranquila vida rural, entr al Instituto Nacional el 10 de mayo de 1848, donde estudi
hasta obtener el ttulo de ingeniero.
Su primera ocupacin de importancia fue la de ingeniero ayudante en el ferrocarril que
se construa entre Valparaso y Santiago (1853).
Pronto arrend un fundo cerca de Valparaso y luego se cas con la duea, doa
Mercedes lvarez. Esto lo llev a instalarse en los trabajos del campo, de lindas flores,
de boscosas quebradas, de colinas, de sol y de luna que alumbraba, su tierra. Pero, en
seguida, comenz a lotear el fundo y a dar comienzo a la formacin de una ciudad: Via
del Mar. Es el verdadero fundador de esa ciudad, que tuvo, desde el comienzo, la
finalidad de ser descanso veraniego para la poblacin de Valparaso y Santiago.
Su participacin en la vida nacional est marcada con hitos importantes que le dieron
direccin a sus actos.
El 19 de octubre de 1864 era recibido en la masonera chilena, donde llegara a ocupar
los ms importantes puestos, como el de Serensimo Gran Maestre. Esto le signific,
por ejemplo, inmiscuirse en el asunto de la enseanza que plante la fundacin de las
escuelas Blas Cuevas y de la Sarmiento, en Valparaso: caso que enfrent esta nueva
tendencia con la Iglesia y con la enseanza de la religin. Tambin en la Guerra del
Pacfico la masonera movi tilos, que no aparecen al comn de los lectores o
investigadores; uno de los tantos hilos fue la finalizacin de la guerra. Por sus
ocupaciones en el Ministerio y en la guerra debi renunciar a su cargo de Serensimo
Gran Maestre el 18 de agosto de 1881.
Comenz a participar en el campo edilicio, donde rpidamente se hizo notar.
En 1875, don Jos Francisco Vergara publica en Valparaso el diario El Deber, que,
como lo expres l mismo, fue fundado para servir de rgano a los principios e ideas
radicales. Sus ideas polticas radicales las manifestara pblicamente varias veces, hasta
culminar con su candidatura a la Presidencia de la Repblica, en 1886, defendiendo las
ideas de tal partido.
Fue elegido Diputado por Ancud y Ouinchao, a pesar de la oposicin oficialista,
Al asumir la Presidencia don Domingo Santa Mara, el 18 de septiembre de 1881,
Vergara form parte de su primer gabinete como Ministro del Interior, renunciando el 4
de Octubre de 1882.

Ese ao fue elegido Senador por Coquimbo para el perodo 1882-1888, lo que dio pie a
sus intervenciones parlamentarias, las principales de las cuales han sido recogidas en un
volumen.
En 1886, al ser proclamado candidato a la Presidencia de la Repblica, escribi varios
artculos en La Libertad Electoral defendiendo sus principios y criticando la obra del
Presidente Santa Mara. Abogaba en particular por la libertad de sufragio universal, y
aada: lo que el pas necesita es un programa electoral, cercenamiento de las fuerzas
presidenciales, reformas de la Constitucin, organizacin administrativa, rgimen
democrtico y libre, equitativo reparto de las cargas pblicas, racional sistema de
impuestos, tradicional moralidad administrativa, acomodo del Ejrcito y la Marina a los
adelantos tcnicos. Las crticas, acerbas, las escribi bajo el seudnimo de Severo
Perpena, en una comparacin punzante del Presidente Santa Mara con Guzmn
Blanco, de Venezuela (artculos en La Libertad Electoral de 15 y 16 de abril y 5, 6 y 7
de mayo de 1886).
Su candidatura fue vencida por Jos Manuel Balmaceda.
Vergara continu su perodo de Senador por Coquimbo hasta 1888. Luego se retir
definitivamente a su refugio y descanso de Via del Mar, donde muri en forma
repentina el 15 de febrero de 1889.
En 1910 se dict una ley que conceda permiso a la Municipalidad de Via del Mar para
erigirle un monumento. Esta ley no ha tenido la resonancia que hoy tiene la Quinta
Vergara en Via del Mar.
Pero volvamos al perodo de la guerra.
Desligndose de la actividad pblica, un poco antes, realiz dos viajes a Europa y
Estados Unidos, con la finalidad de educar a sus hijos y cuyo resultado personal
principal fue la visin de modernidad, aplicable al quehacer nacional.
Y en eso hubiera empleado sus fuerzas si la Guerra del Pacfico no hubiese cambiado
todos los acontecimientos pblicos y privados.
Vergara fue uno de los pocos que apoyaron la guerra cuando sta se vea venir. Esta es
una de las curiosidades de sus Memorias: la guerra servira para entablar en Chile un
cambio social; la guerra iba a ser una lucha social que beneficiara al pas: era una
salvacin, y como tal la tom yo. Es una idea exclusiva.
Consecuente con esta idea, se embarc para el norte teatro de la guerra, Su participacin
en ella tiene tres etapas. La primera, desde que embarc al norte, en mayo de 1879, cuya
finalidad era servir de secretario del general en jefe, pero que l transform en
escaramuzas guerreras, con variado xito, hasta

que volvi despechado despus del desastre de Tarapac (27 de noviembre de 1879). La
segunda encierra la insistente peticin del Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, para que volviera al norte al lado del general en jefe como secretario y
como intermediario entre ambos, apoyada esta peticin por el Presidente Pinto y sus
Ministros, hasta su participacin en la batalla de Tacna (26 de mayo de 1880) y su
vuelta a Valparaso al da siguiente. La tercera incluye su nombramiento de Ministro de
Guerra, el 15 de julio de 1880, su direccin de las Conferencias de Anca y el triunfo
definitivo y la entrada a Lima en enero de 1881, embarcando en el Callao con rumbo a
Valparaso el 10 de abril de 1881. Estas Memorias abarcan solamente las dos primeras
etapas.
Su actividad en la guerra fue mltiple: secretario del general en jefe, consejero del
Ministro de Guerra en campaa, comandante de escuadrn, candidato a jefe de Estado
Mayor, comandante de la caballera, hasta culminar como Ministro de Guerra despus
de la muerte de don Rafael Sotomayor.
Los hechos o acontecimientos van siendo narrados por l en sucesin cronolgica. No
necesitamos resumirlos de antemano porque el lector los va a recorrer. Llamamos la
atencin sobre el fondo de sus Memorias: lo constituyen los juicios emitidos. El gran
mrito est en la valiossima visin que da de los puntos importantes de la guerra y de la
actuacin de las personas.
Vergara es considerado una de las personalidades ms sobresalientes de la Guerra del
Pacfico por su penetracin psicolgica y por la mirada estratgica y tctica que
desarroll en medio de los militares de lnea. El era coronel de guardias nacionales, .o
sea un militar movilizado; dicho de otro modo, no era un militar de oficio, sino un
cvico puesto en medio de los campos de batalla: las necesidades de la guerra haban
llamado a muchas personas que no tenan carrera militar. Por lo mismo que era cvico
y novel, y que cualquier contratiempo debera pesar ms sobre m que sobre un militar
profesional, me afanaba ms por tomar todo gnero de precauciones y no cesaba de
vigilar porque se cumplieran
Sin embargo, su aguda penetracin testimoni repetidamente que el Ejrcito necesitaba
cambios de personas: para llevar en forma conveniente la guerra y sus campaas, era
preciso cambiar los jefes, aun a riesgo de saltar el escalafn, poniendo oficiales jvenes
en vez de los viejos tercios que no podan comprender la nueva guerra del desierto. Esta
fue una proposicin constante al Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, quien haba organizado el Ejrcito para las nuevas campaas en un desierto
inhspito donde se necesitaban nuevos

bros, demorando eso s los cambios por prudencia o condescendencia. Este fue uno de
los motivos para inmiscuirse en las campaas, porque l, Vergara, consideraba que se
dirigan mal y sin conocimiento de la materia, como lo afirma claramente.
Con su visin moderna del Ejrcito y sus tcticas, trat de cambiar la actuacin de las
personas en el mismo terreno. Esta impulsiva idea tuvo en la realidad altibajos de xito
y de fracaso. Sus cargas de caballera fueron notables y triunfantes; pero cuando se
precisaba un ataque preparado y reposado, lleg el desastre. Mas no siempre fueron
admitidas sus nuevas ideas estratgicas o tcticas de ataques por los flancos o de
copamientos a lo Von Moltke, o el penetrar al interior del desierto y tomar las aguadas
que servan a las oficinas salitreras, insistiendo mucho en que la guerra no se poda
hacer sin correr riesgos y que stos tenan que arrostrarse segn las circunstancias. Por
todo ello, Vergara tuvo la oposicin ms punzante de los oficiales de lnea; siendo l un
cvico movilizado, despus de la batalla de Dolores, que fue un triunfo gracias a sus
instancias, el general lo recibi con muchos agasajos y elogios, pero principi a notar
cierta frialdad en otras personas con quienes me haba tratado antes cordial y
francamente. Todo esto y quin sabe qu otras causas ms despertaron una emulacin
bien perceptible entre algunos militares de profesin y otros que no lo eran, pero que
pretendan serlo, que me colocaba desagradablemente donde estaba. Ese encono fue
creciendo en profundidad hasta la enemistad ms declarada: un duelo fue programado
para despus de la guerra.
Estos aspectos de su visin resaltaron ms cuando fue nombrado Ministro de Guerra.
En relacin con lo anterior estn sus juicios directos sobre las personas; de casi todos
los jefes tiene alguna expresin que los retrata: coronel Emilio Sotomayor, coronel
Urriola, general Escala, general Baquedano, general Villagrn, Ministro Santa Mara,
don Rafael Sotomayor.
Resalta tambin en sus Memorias una velada autocrtica. El lector va recorriendo los
acontecimientos con su autor y se da cuenta, sin que l lo diga expresamente, de esa
valiosa autocrtica. Est dicho antes: estas Memorias no son una autoexaltacin.
Junto con los juicios que van brotando de la narracin de los hechos, aparecen tambin
los principios que movan su actuacin. Varias veces se manifiestan en disquisiciones
filosficas que son motivo de reflexin para el lector: muchas consideraciones sobre la
actividad poltica, sobre la ilacin de los hechos, sobre el valor de las personas, sobre la
actuacin de los personajes prominentes. En los sucesos humanos hay siempre

una multitud de hechos incidentales, intermediarios, que no se ven ni se cuenta con


ellos, pero que son los que deciden siempre del resultado final. Por experiencia propia
haba conocido lo difcil que es realizar un ideal, aunque sea de abnegacin y de
sacrificio. Haba tomado las armas en la edad madura, en la edad del egosmo y del
clculo, para dar el ejemplo de lo que se puede hacer cuando se guarda en el pecho el
profundo y puro amor de la patria.., claras algunas: Se me abra la puerta para entrar en
la verdadera guerra; en la guerra que templa fuertemente los nimos, que prepara para
los altos hechos y los grandes resultados, y que da un digno empleo a la vida del
hombre que ha tomado las armas. Otras demasiado duras para quien estime esta guerra
como parte formativa de la historia de la Repblica: Aqu fue la de desatinos ms
inverosmiles que se pueden ver en una guerra. Parece increble que el hombre que
tan gravemente presume de ser un sujeto racional y miembro de una misma familia, se
apreste a la matanza de sus semejantes con tanto regocijo y anhelo como si fuera a
conseguir el mayor de los bienes. O bien cuando critica el hecho de servir a la patria
sin intereses, recibido con tanta indiferencia por los dems.
Hay otras apreciaciones reales en sus consecuencias:
En todas las estaciones del ferrocarril encontrbamos grandes rimeros de sacos de
salitre y con el comandante Martnez nos complacamos en calcular la riqueza que iba a
ser para Chile la adquisicin del pas que le estbamos conquistando a tan poca costa.
(No dejbamos de pensar en el provecho que sacaran con nuestro trabajo los bolsistas y
agentes de agio que en nuestra tierra estaran impacientes esperando la noticia de
nuestra ocupacin, sin preocuparse de las vidas y de las penurias de los que se
sacrificaban en su beneficio) . Sostena siempre que era una fortuna que se nos
presentara la oportunidad de recuperar a Tarapac, no ya como una dependencia
comercial como lo tenamos antes, sino como una adquisicin permanente que se
incorporara a nuestro territorio.
Sin embargo, no estn ausentes pequeas descripciones que matizan el correr de los
acontecimientos y que le dan una vivencia de intimidad que hace ms humanas estas
Memorias: La luna, en su segundo o tercer da menguante, arrojaba sobre este grupo de
hombres que iban a dar o recibir la muerte, la misma plida y apacible claridad que los
amantes creen que slo para ellos se ha destinado, y que ahora servir para distinguir la
estrecha huella de los senderos del desierto; Ya el alba principiaba a despuntar
coloreando de ncar el oriente; y el tanto tiempo ponderado y temido desierto se haba
convertido para

nosotros en un teatro de repetidas escenas de palpitante vida; Hay una singular


solemnidad en los momentos que preceden a un encuentro y mi corazn lata ms
aceleradamente que de ordinario bajo la influencia de esa sensacin peculiarsima que
produce el peligro; Poco antes de las cuatro de la maana la atmsfera se despej por
un momento y los astros que tienen una nitidez y un brillo singular en esos desiertos,
irradiaban sus dbiles rayos de luz sobre los rostros taciturnos y atezados de nuestros
soldados.
Estas Memorias son una panormica de la Guerra del Pacfico que, al llegar su
centenario, se convierten en un valioso documento que debe aadirse a la lectura y al
anlisis del perodo de la guerra que ellas abarcan.
La presente edicin es la primera publicacin ntegra. (Antes no se haban utilizado sino
algunos pasajes en la obra de Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacfico que Francisco
Encina repite en su Historia de Chile, y en la biografa de don Rafael Sotomayor dada
a la publicidad por el autor y por esta Editorial). En la copia solamente se ha
modernizado la ortografa del siglo pasado. Se trata de una transcripcin a la que hemos
puesto algunas notas, muy pocas, para no cansar al lector. Naturalmente estas Memorias
deben ser incluidas en el contexto de la historia de la Guerra del Pacfico para entender
mejor su contenido.
Ellas pueden aadirse a las publicaciones de don Jos Francisco Vergara hechas
anteriormente: Memoria del Ministerio de Guerra, 1881. Discursos y escritos polticos y
parlamentarios, artculos en El Deber y en La Libertad Electoral. As podr conocerse
mejor el pensamiento y estilo de Vergara, que tienen un autntico reflejo en estas
Memorias.
Pensamos que esta publicacin de las Memorias de don Jos Francisco Vergara es una
contribucin al conocimiento de la Guerra del Pacifico, de importancia centenaria en la
historia nacional, y un aporte al reconocimiento de este ilustre servidor de Chile.

FERNANDO RUIZ TRUJILLO

Via del Mar, junio 7 de 1884.


Seor Don Carlos T. Robinet.
Santiago.
Usted tiene razn, querido Carlos, y no hay ms que pecho al agua y echarse a nadar en
la ordinariamente suave y agradable corriente de hablar de s mismo, por ms que
siempre la haya resistido, no slo por una especie de aversin intuitiva, sino por
deliberado sistema. Pero Ud. tiene sobradsimo fundamento para decirme, animado de
su solcita y cariosa amistad, que si uno tiene la fortuna de que un artista de talento, de
fama y de experiencia, benvola y espontneamente quiera hacer nuestro retrato, y no
nos pide sino que nos dejemos ver un poco de cerca, no hay por qu ponerle cara adusta
ni rehusar esta pequea condescendencia que no ofende ni siquiera la modestia de
hombre digno que uno debe empearse en conservar.
Estoy, pues, resuelto a seguir su consejo y procurar vestirme con mi traje ms decente,
y tomar la posicin ms propia y natural. Entrar a revisar el ropero para buscar lo que
valga la pena de ponerme, y como esto no ser muy difcil, porque no est atestado de
piezas que me confunda, espero en poco tiempo estar listo. Cuento adems con la
fortuna de no tener ropa sucia que desechar o muy rota que surcir; de modo que todo lo
que existe, pobre y de poco valor, est disponible para echrselo encima.
Principiar con el traje de la infancia para presentarme al artista en ese interesante
aspecto de la vida, que es importante conocer para fijar bien la fisonoma del hombre ya
maduro. Nac cerca de Santiago, en La Caada de Colina (hacienda de Albano entonces,
hoy de Solares y Marines), el 4 de diciembre de 1833.1 Mi padre sirvi en la guerra de
la Independencia y ob-

1 Los diccionarios biogrficos han difundido otra fecha.

tuvo una distincin en la batalla de Maipo. El y toda su familia eran originarios de


Talca, donde se haba establecido casi desde la fundacin de esta ciudad. La de mi
madre proceda de Navarra y a mediados del siglo XVIII pas a Buenos Aires y a
Santiago conducida por magistrados y contadores al servicio del Estado.
Los primeros aos de mi vida corrieron en el campo, en Rancagua y en Colchagua, de
donde mi padre fue Intendente durante un largo periodo. Los juegos de la infancia en el
ambiente libre y vivificante de las extensas arboledas que tenan casi todas las casas en
aquellas tierras; ms tarde, los viriles ejercicios del caballo y la energa del clima,
favorecieron en m la formacin de una estructura fuerte y bien templada para los rudos
trabajos. La amenidad de los paisajes, la acentuacin de las estaciones y la perpetua
presencia del grandioso cuadro que nos muestran la Cordillera y las dems montaas
que se elevan en nuestro suelo dondequiera que se dirija la vista, abrieron mi alma desde
temprano a las misteriosas y profundas emociones del sentimiento de la naturaleza.
Qu de horas pas en la niez encaramado en un rbol o trepado en lo ms alto de una
roca, contemplando extasiado los plcidos esteros bordados de peumos, de maitenes, y
de pataguas, cuyas frondosas copas se reflejaban en sus aguas cristalinas! Otras veces,
lo que me embelesaba eran las colinas y los llanos pastosos empapados de roco y
brillantes como una esmeralda, o los melanclicos y hermosos tintes rojos o amarillos
de los perales, los manzanos y las parras cuando el otoo haba madurado sus hojas.
Y si he de recordar las impresiones, frescas an en mi memoria despus de tantos aos,
de los primeros tiempos de la adolescencia, no sabra cmo expresar esa multitud de
sensaciones vagas, generalmente tristes, que recibe el alma cuando principia a notar el
sonido musical de la voz femenina, la fuerza de atraccin de la simpata, el imn de las
sonrisas o el deleite penetrante de las caricias de la juventud y la belleza. Esa edad me
tom a m cuando ya haba concluido el aprendizaje de las primeras letras y haba
entrado en el estudio de las humanidades en un colegio de provincia, donde ms se
cultivaba el pugilato que la gramtica o la historia. Sin embargo de ser un insigne
pendenciero y de andar casi siempre complicado en todos los alborotos del colegio,
daba puntualmente mis lecciones y me interesaba por algunos de los ramos que
aprenda.
La historia me sedujo desde luego y se despert en mi alma una gran pasin por los
personajes griegos y romanos que se nos presentan vestidos con tantas virtudes. Se
inflamaba mi imaginacin con los hechos heroicos, y senta intensa pena de que esos
tiempos hubieran pasado para siempre. Esta perturba

cin de mi espritu me produca a veces una tenaz melancola que formaba gran
contraste con mis juegos turbulentos y arriesgados que me merecan continuos castigos.
Cuando me venan estos accesos de pena, me refugiaba en los lugares ms solitarios,
principalmente en la copa de un gran maqui que haba en la huerta de nuestra casa. All
tena libertad mi espritu para vagar a su antojo y casi siempre conclua por llorar largo
rato en silencio hasta que senta que la pena se me iba y yo me bajaba ocultando lo que
me haba pasado.
Mis padres me tenan por un nio un poco extrao y mis hermanos y dems muchachos
no me escaseaban los apodos para burlarse de m por estas tonteras.
En el ao 46 me mandaron a los colegios de Santiago, y estuve en los de Zapata y de
Nez, resuelto a estudiar matemticas para seguir la profesin de agrimensor. Dos aos
ms tarde, fallecido ya mi padre, en recompensa de sus servicios me dieron una beca en
el Instituto y entr como interno a seguir los cursos que haba principiado como
externo.2
En ese tiempo ya haba entrado mi cerebro en el perodo de ebullicin, y buscaba con un
ardor incansable la razn de las cosas. Era un eterno discutidor, y las horas de recreo,
despus de corretear un poco, porque me gustaban mucho los ejercicios de agilidad, las
destinaba a conversar sobre filosofa y religin con muchos de los jvenes inteligentes
que haba entonces en el colegio y que despus han figurado notablemente en el pas:
Alfonso, M. Martnez, Vicente Reyes, Isidoro Errzuriz, L. Claro, etc.
Me empeaba tenazmente en conservar la ortodoxia y una fe ardiente, pero la obsesin
de la duda no me daba tregua y ms de una vez di la razn a los incrdulos, aunque
volva con empecinamiento a las ideas religiosas, porque me pareca que fuera del
cristianismo no haba ideal elevado y puro.
En el ao 49 principi a apasionarme con la poltica y me hice un ardiente partidario del
Ministerio Tocornal - Garca Reyes, o Ministerio de junio, que sucedi al de don M. C.
Vial. Cada vez que poda me iba a las Cmaras, y cuando haba borrascas en la barra, lo
que era muy frecuente, tomaba parte con los ms alborotadores y bulliciosos.
La revolucin del 51 concluy con el internado de los cursos superiores, y me oblig a
seguir mis estudios viviendo con mi familia ya establecida en Santiago. Este fue un
perodo decisivo en mi vida, porque en l se marc el rumbo que ha seguido hasta
ahora. Mi buena suerte quiso que una fuerte simpata

2 Ingreso al Instituto Nacional el 10 de Mayo de 1848

me uniera con un hombre mayor que yo, de gran talento y de inquebrantable austeridad,
que me serva de gua y de sostn para no sucumbir a las tentaciones de la disipacin de
las ideas y de las costumbres que asaltan siempre a los jvenes. Se llamaba Samuel
Donoso, de Talca y pariente mo no lejano. Con l, con M. Carrasco Albano, tambin
primo, y con algunos otros que no recuerdo, formbamos una tertulia cotidiana donde se
discuta la poltica, la religin, las ciencias y todos los problemas sociales que
preocupan a las sociedades modernas. En esta especie de comunidad filosfica se
forjaba para todos nosotros un ideal humano tan elevado y perfecto como lejano de la
situacin real del hombre. De all y de mi amor por la historia de los griegos, saqu yo
esa especie de misticismo cvico que no ha cesado de animarme ni en la vejez, pero que
me ha hecho tan poco indulgente y equitativo con las faltas de los dems o con lo que
yo he credo sus errores polticos. Mi antigua intransigencia de sectario, ms que de
partidario poltico, sali tambin de all; pero en cambio me acostumbr a considerar
como nico mvil legtimo de las acciones la conviccin de su bondad. El destino, antes
que la muerte, dispers nuestra sociedad y en mayo de 1853 sal para ir a servir de
ingeniero residente en el ferrocarril entre Valparaso y Santiago.3
Entregado a m mismo y obligado a una vida alejada de la sociedad, disip un poco el
tiempo, la juventud y la mente. Pero felizmente no perd nunca el rumbo que haba
tomado y el grande amor que senta por la naturaleza supla las deficiencias o restauraba
los fallecimientos de mi alma abandonada a una libertad casi salvaje. Encontr en este
sentimiento un baluarte y un consuelo para resistir a las seducciones de los vicios y a las
tristezas de la soledad.
Desde el 56 ya me arraigu en este rincn de tierra que tan ntimamente est ligado con
mi existencia y donde cada objeto es casi una parte de ella. 4
Hasta el ao 64 pasaron mis das silenciosos y oscuros ocupados en el trabajo del
campo, que tan embrutecedor es entre nosotros. Como un recurso y un preservativo me
entregaba a continuas lecturas de historia o de ciencias naturales que me permitan estar
al corriente del movimiento intelectual del mundo. La exgesis religiosa me atraa
mucho y antes de haber conocido el libro de Strauss traducido por Littr sobre
Jesucristo y los Evangelios, yo haba formado una serie de cuadernos en que haba
anotado los pasajes paralelos para compararlos y ha-

3 Fue contratado como ingeniero ayudante


4 Se refiere a Via del Mar

cer resaltar su discordancia. Otro tanto haba hecho con una buena parte del Antiguo
Testamento. 5
En ese ao 64 fui elegido municipal de Valparaso por el partido radical que
acababa de formarse en esa ciudad, as como en otros puntos del pas. Fui tambin en
esas elecciones candidato para diputado en Santiago, aunque slo obtuve 45 votos,
siendo miembros del directorio del partido A. C. Gallo, M. A. y G. Matta, J. N. Espejo,
Manuel Recabarren y no recuerdo quines ms, de modo que con slo la junta se
enteraban los votos obtenidos por sus candidatos.
Las funciones de municipal fueron desempeadas con celo y creo que con
acierto, porque el tesoro departamental creci y se atendieron debidamente las obras
pblicas, la instruccin y los dems ramos de la dependencia del Municipio, observando
con fidelidad los compromisos polticos.
En el ao 67 form en Valparaso un comit electoral que levant bandera de
trabajo y de combate casi en las vsperas de las elecciones, habiendo podido en pocos
das producir un buen movimiento que dio bastante que hacer al elemento oficial.
Al ao siguiente, 1868, principi la propaganda reformista y desde el primer
momento me tuvo en sus primeras filas como soldado emprendedor, tenaz y
convencido. Fui el primero que se ocup en conferencias pblicas del derecho a
representacin que tenan las minoras y siempre formaba parte con I. Errzuriz,
Arlegui, etc., de las comisiones de programas y de las juntas directivas.6 En estas
campaas polticas estrech relaciones muy activas con los Arteagas, V. Reyes,
Balmaceda, Jacinto Chacn, etc., de modo que siempre estuve iniciado en todo lo que se
haca y tomaba una participacin importante en la marcha del partido.
Mi candidatura para diputado fue proclamada en Valparaso, en Quillota y en
otros puntos; pero aunque obtuve bastantes votos no alcanc a vencer el poder
gubernativo.
En la campaa presidencial del 71 me toc una parte principal en la organizacin
y direccin de la oposicin de la candidatura Errzuriz, habiendo aceptado la de
Urmeneta, proclama.. da por la Convencin de Santiago, en la que tom parte activa
como delegado por Valparaso. La lucha fue violenta y al fin fuimos derrotados como
de costumbre por los poderosos medios que pone en juego el poder para sofocar o burlar
el derecho de los que lo combaten. En ese tiempo era como el aban-

5 Ese ao, el 19 de Octubre de 1864, era recibido en la masonera


6 Perteneci a la comisin de la biblioteca de las escuelas Blas Cuevas, que la
masonera en Valparaso.

derado de las falanges opositoras de Valparaso, que eran muy numerosas, esforzadas y
aguerridas.
Vencido en la contienda electoral a la que le haba dedicado meses enteros y una
buena suma de dinero, procur alcanzar el triunfo de mis ideas por medio de la
enseanza y de la instruccin, para lo cual ayudaba las escuelas y tomaba parte en las
conferencias pblicas, Durante algn tiempo fui director de las escuelas Blas Cuevas y
de la Sarmiento, y slo me retir de esta labor cuando vi que se agitaban muchas
pasiones inspiradas por sentimientos bajos e interesados. Algunos socios amigos de la
gloria barata concibieron la idea de sostener a costa ma un establecimiento que a ellos
les convena, y porque no me dej engaar me formaron un capitulo que dio por
resultado mi salida de la presidencia del directorio de las Blas Cuevas.
El Presidente Errzuriz, alarmado con las exigencias clericales, dio la vuelta de
frente que trajo el imperio del partido liberal que hasta hoy gobierna, y yo secund
calurosamente a Matta para que el radicalismo apoyara este cambio y se incorporara en
el campamento liberal, de donde se haba apartado el 64. Sostuve muchos ataques en
Valparaso y, al fin, una buena parte de las fuerzas radicales entraron a auxiliar a
Errzuriz en su trascendental evolucin. Con este motivo tuve que hacer muchos viajes
a Santiago, donde tena largas entrevistas y discusiones con Matta, Amuntegui,
Balmaceda, los Arteagas, A. Montt, don Melchor 5. Concha, Prats, y tutti y cuanti
polticos sobresalientes que tena la capital. En muchos casos iba acompaado de don J.
Chacn, pero las ms veces andaba solo en este ddalo ms embrollado que el de Creta,
que se llama poltica en Chile.
Estando ya ligados con el Gobierno de Errzuriz hubo una eleccin de Congreso,
y, como era natural, el favor oficial estaba dispuesto a servirme donde lo pidiera. Pero
no slo no lo ped, sino que lo rechac franca y netamente cuando en Valparaso me
propusieron los amigos de Echaurren como. uno de los candidatos del partido liberal.
No quise llegar a las Cmaras con las andaderas de la intervencin gubernativa, y esto
lo hice cuando muchos de mis correligionarios las reciban con solicitud y las defendan
con declaraciones tan famosas como la de las elecciones de Quillota.
En esa poca dirig y apliqu mis facultades de trabajo a la fundacin del pueblo
de Via del Mar, y a dar valor a las cosas que no lo tenan, tanto en mi provecho como
en el de otros, porque son muchos los centenares de personas que han encontrado su
bienestar con los trabajos y obras que he emprendido. En menos de diez aos el pas
tiene un pueblo ms rico y con ms habitantes que los que cuantas ciudades antiguas.

Para educar mis hijos y para estudiar las sociedades de Europa hice un viaje que
deba prolongarse por cuatro o cinco aos; pero asuntos de intereses y la situacin
econmica del pas me hicieron volver apenas haba llegado, y tuve que dedicarme a
restablecer mis negocios. Algunos meses despus fui a ver la familia y me qued en el
Viejo Mundo un poco ms de medio ao, regresando nuevamente a Chile.
Puestos en va de prosperidad mis intereses y en vsperas de tomar por tercera
vez el derrotero de Paris, recib comunicaciones de La Paz que revelaron los primeros
sntomas de la guerra. Estas noticias en vez de alarmarme me llenaron de esperanzas,
porque estaba bajo el peso de la conviccin de que nos acercbamos a una lucha social.
La penuria y el malestar eran tan grandes en Chile que se necesitaba la ms pequea
cosa para que estallara un verdadero conflicto entre los que moran de necesidad y los
que todava tenan algo.
En estas circunstancias una guerra internacional con Bolivia y el Per, que
tendra forzosamente que tomar parte, era una salvacin, y como tal la tom yo. Apenas
se acentuaron estos sntomas principi una porfiada y fervorosa propaganda blica y
creo que llegu a inspirar aversin a algunos de los hombres que en ese tiempo tenan
participacin en el Gobierno, y a quienes hablaba siempre sobre las ventajas y
conveniencias de una inmediata guerra. Sostena siempre que era una fortuna que se nos
presentara la oportunidad de recuperar a Tarapac, no ya como una dependencia
comercial como lo tenamos antes, sino como una adquisicin permanente que se
incorporara a nuestro territorio. Muchos de los que me oan me tomaban por un hombre
poco cuerdo, pero no faltaban algunos otros que me encontraron razn y participaron de
mis opiniones.7
Lleg la eleccin del 79 y luego principiaron las combinaciones de candidaturas.
Entre otras, surgi la de hacerme senador por Valparaso, lo que Altamirano no resista,
pero yo rehus cerradamente prestarme a ningn arreglo para no desmentir mi repulsin
a las candidaturas oficiales, aunque era muy probable que Prats, que se haba ligado con
los clericales, hubiera de algn modo u otro hecho eliminar mi nombre de la lista
combinada, como combati un poco ms tarde mi candidatura de diputado por Ancud y
Quinchao, y slo fui elegido all porque el intendente L. M. Rodrguez no hizo caso a
las r-

7 Esta idea singular de Vergara puede relacionarse con las causas de la guerra

denes del Ministro, y porque yo mismo fui a sostener la lucha al lado de mis amigos.
Lo que haba de curioso en esto era que siendo yo amigo de don A. Pinto y partidario de
su administracin, habiendo sido el nico talvez que hizo sacrificios de consideracin
para sostener su candidatura, poniendo a su servicio el diario El Deber, fundado para
servir de rgano a los principios e ideas radicales, a costa de la prdida de una gruesa
suma de dinero, me viera tratado por su gobierno como un enemigo y combatido
encarnizadamente hasta el punto de fletar un vapor para llevar la orden al Intendente de
no permitir mi eleccin en Chilo, aunque todo fue intil. 8
Como se debe comprender, no volvera de aquella lluviosa regin con el nimo muy
cargado de benevolencia para el Gobierno, y as fue que apenas llegu a Valparaso me
puse a trabajar con gran empeo en derribar el gabinete. Tena frecuentes entrevistas
con Santa Mara, con algunos nacionales (con I. Errzuriz; no estaba en relaciones con
l sino indirectamente) y con cuantos supona descontentos, esforzndome por
convencerlos que con estos hombres era imposible ir a la guerra que ya era fatalmente
necesaria, y que conoca que no la comprendan por las conversaciones que sola tener
con el entonces coronel Saavedra.
Despus de ocupado Antofagasta y disparados los primeros tiros en Calama, todava
crean que no haba guerra y no se tomaba ninguna medida seria para prepararse.
Entonces recib una carta de Santa Mara llamndome a Santiago con urgencia para
decirme que Saavedra le haba comunicado que estaba resuelto a provocar una crisis
ministerial y que slo esperaba. saber si l estara dispuesto a formar gabinete para
proponrselo a Pinto.
Santa Mara me dijo que quera conocer mi opinin; no s si porque realmente vacilase,
o porque su inclinacin a las maas lo lleva siempre a andar sondeando lo que piensan
los dems, o aparentando hacer caso de lo que le dicen. Lo cierto es que tuvimos una
largusima conversacin en la que yo lo exhortaba a entrar en el Gobierno a darle
impulso a la guerra, asegurndole la cooperacin de la gran mayora del pas por lo que
yo haba visto en las provincias del sur y lo que conoca en Valparaso y Santiago. Por
supuesto que por lo que haca a la ma personal, poda contar con ella sin restriccin
ninguna, abandonando desde luego mi proyecto de regresar a Europa.

8 El deber fue fundado por Vergara en 1875.

Santa Mara fue al Ministerio como es sabido 9, y a mediados de mayo recib una carta
llamndome con urgencia a Santiago, a La Moneda, para decirme que tena que ir a
Antofagasta a servir de secretario del general Arteaga, por indicacin de su hijo
Domingo, con quien, sabe bien Ud., estaba ntimamente ligado. Ped slo el tiempo
necesario para yerme con este amigo para dar mi contestacin, que sera afirmativa si
por parte de l no haba ningn inconveniente. Dos horas ms tarde, despus de haber
hablado con Domingo, a quien se le haba propuesto esta comisin que no poda
aceptar, tanto por su salud como por sus obligaciones con el Banco, volv a decirle a
Santa Mara que dos das despus estara listo para partir.
Debo explicar aqu, aunque estos apuntes me van saliendo ms largos que una
longaniza, la causa de esta medida, porque ella revela las ndoles de los
acontecimientos. El general Arteaga formaba una especie de trinidad con sus dos hijos,
como Ud. sabe mejor que yo, y desde que fue nombrado general en jefe, principiaron a
tomar una injerencia casi directa en todos sus actos. Ya en Antofagasta, Justo principi
a hablar en nombre de su padre y a querer tratar con el Gobierno como de potencia a
potencia, para lo cual trabajaba en formar en las Cmaras una especie de coalicin con
los elementos hostiles a Santa Mara y a Varas. Se servia para esto de las noticias que
reciba de su padre y de la correspondencia oficial de ste con el Gobierno, de la que
reciba copia. Creyeron hacer cesar este mal enviando a Domingo, y en su defecto a m
por las recomendaciones de ste, pensando que tendra completa confianza en un
hombre a quien conoca ntimamente y de cuya lealtad y eficacia no poda dudar.
Pero contaba poco con las flaquezas humanas, porque el mismo Domingo, cuando ya
me despeda de l, me pidi que le diera noticias, o mejor que le comunicara la
correspondencia con el Gobierno, sabiendo yo que nada haca su padre sin hacer de
acuerdo con l y con Justo. Le observ que no poda hacer tal cosa, porque si deba
tener con el general la solicitud y la fidelidad de un buen hijo, tena con el Gobierno la
obligacin de proceder como un hombre honrado y de honor.
Su inteligencia perspicaz percibi en el acto el valor de mi observacin y me contest
algo demudado que yo tena muchsima razn; pero inmediatamente not que se
formaba el verglas en el terreno de nuestra amistad. Pero como ya haba aceptado al
Gobierno la comisin, y como yo por otra parte estaba resuelto a tomar, parte activa en
la guerra, convencido de que

9 El 14 de abril de 1879

no tena otro medio de hacerme or y de influir de algn modo en la marcha de los


sucesos que se dirigan mal y sin conocimiento de la materia segn mi opinin, no quise
volver atrs y regres a Valparaso para prepararme. Si no aprovechaba esta ocasin
tendra que tomar cualquiera otra, porque yo habra ido aunque hubiera sido de simple
soldado: tal era la conviccin profundamente arraigada que tena de que no se
comprenda la guerra, porque no se conoca el pas de los enemigos, ni su estado social
ni sus condiciones biolgicas y me pareca tambin que tampoco conocan el nuestro,
porque los abogados juzgan de todas las cosas slo con relacin a las leyes de sus
cdigos, sin tomar en cuenta para nada las leyes de la naturaleza. Y como sera majar en
hierro fro empearse en hacerme or por slo la fuerza de la razn, lo ms hacedero era
tomar parte en la accin y si uno tena la fortuna de que no lo mataran, ya podra esperar
ser odo, porque con los hechos podra probar el valor de sus opiniones.
Si lo persegua a uno la mala estrella sera una unidad menos en la cifra total, un vaco
ms o menos prolongado en el hogar y en el corazn de las personas queridas, pero al
fin y al cabo no era un mal tan grande porque mis hijos estaban ya bastante grandes para
que mi falta pudiera influir mucho en su destino, y por lo que hacia a- la situacin
material no tena por qu preocuparme.
Sal pues como Mambrn para ir a la guerra, despidindome como la joven del poema,
de mis queridas flores, de las boscosas quebradas, de las colinas, de los arroyos, del sol
y la luna que alumbraban mi tierra y que tal vez no vera ms. Desde el vapor que me
conduca di la ltima mirada a Via del Mar cuando pasaba frente a la gran playa, y le
aseguro, Carlitos, que el corazn se me cerr y que slo entonces comprend el apego
que el hombre tiene a los bienes de la fortuna, sobre todo cuando est tan ntimamente
asociado a las afecciones de la familia como pasa con este lugar. Sent desfallecimiento
y arrepentimiento por lo que haba hecho y necesit de un largo rato de reflexin y de
presin de la voluntad sobre el corazn para serenarme y seguir mi viaje con el nimo
resuelto y tranquilo.
Junio 15
Me parece, querido Carlos, que en mis apuntes anteriores que.. d en vsperas de partir
para Antofagasta, y como a usted se le ha metido en la cabeza que he de concluirlos y
sabe salirse con la suya, me pongo nuevamente a hilvanar mi largo cuento de lo que he
sido por obra y gracia de los acontecimientos.
Vamos adelante.
En los primeros das de mayo de 1879 nos embarcamos con

Jos Alfonso con destino al cuartel general de Antofagasta, no sin haber recibido antes
la especie de amenaza de Justo Arteaga de que talvez nos chasquearamos, porque no
encontraramos en Antofagasta ni a su padre ni a su ejrcito. Muchos amigos fueron a
acompaarnos a bordo y a darnos el afectuoso adis que nace de los corazones
conmovidos por una gran pasin, como entonces lo estaban los de casi todos los
chilenos. Altamira-no nos deca que nos envidiaba y otros se despedan hasta luego,
porque no tardaran en ir a juntarse con nosotros, contribuyendo mucho estas
manifestaciones de inters personal y de amor patritico a impresionar mi nimo, ya
fuertemente agitado por todo lo que dejaba tras de mi.
Alfonso iba como auditor de guerra, nombrado a indicacin ma hecha a Santa Mara, y
vivamente impulsado por mi para que aceptara el cargo, para trabajar juntos en acelerar
las operaciones.
El viaje no ofreci nada de particular, a no ser las molestias y la lentitud con que lo
hicimos. Por fin el 19 de mayo estuvimos en nuestro destino y poco despus de
desembarcados nos fuimos a presentar a nuestro jefe, el que nos recibi con la zalamera
que acostumbraba, pero visiblemente contrariado.
A las pocas horas de estar all principiamos a ver confirmados los temores que
abrigbamos, principalmente yo, sobre la incapacidad total del viejo general para
organizar y mandar un ejrcito. Yo, que lo haba tratado tan de cerca y con tanta
intimidad, no tena de qu extraarme, pero. experimentaba un asombro mezclado de
temor pensando en la suerte que tendra esta guerra si continuaba dirigida como haba
principiado, porque revelaba una carencia casi absoluta de la nocin de las cosas el
hecho de dar el mando de un ejrcito a un anciano cuyas facultades intelectuales estaban
en plena decadencia y cuya entereza jams haba sido proverbial. Bastaban unos cuantos
minutos de conversacin para notar lo perdida que tena la memoria y el escaso
conocimiento que tena de la empresa que se haba confiado a sus manos.
No tard en principiar a sentir las escabrosidades de mi puesto, porque al da siguiente
de haberme presentado con las cartas y oficios que acreditaban el objeto y carcter de
mi comisin, el viejo socarrn, con gran irona, me dijo que se alegraba mucho que
hubiera ido a auxiliarlo y dirigirlo, no dudando de mis buenos conocimientos en asuntos
de guerra adquiridos en mi larga carrera de comandante de caballera naval. Aunque la
burla me pic en lo vivo, procur no darme por apercibido y desviara lo mejor que
pude por medio de la chanza. Me agreg que estaba muy bien servido por Benjamn,
que era su brazo derecho, y por otro sujeto que le serva de secretario a medida

de su deseo. Como Ud. recordar, este sujeto haba sido enviado por Justo como
corresponsal de su diario, y desde el principio se lig estrechamente con Benjamn, sin
tardar mucho en asociarse con l para hacer negocios, como pronto lo supimos.
El 21 en la noche, o el 22 por la maana, se tuvieron las primeras noticias vagas y
siniestras del glorioso drama de Iquique, llegando a creerse que todo estaba perdido.
Qu pnico, Dios mo! A cada instante se crea ver aparecer los buques peruanos y era
una opinin generalmente aceptada entre los militares que los enemigos podan operar
un desembarco en la costa vecina al puerto y atacamos por mar y tierra. Tal era la
ignorancia de la situacin!
El 24, segn me parece, se present el Huscar al frente del puerto y al mismo tiempo
principi en tierra el ms inconsulto y vergonzoso movimiento de tropas para huir
detrs de los cerros, como si realmente estuviramos derrotados. Para protestar de tanta
alarma infundada y tambin para ensayar mis nervios, me fui a colocar al pie del nico
can de grueso calibre que haba montado y que poda hacerle frente al buque
enemigo, aunque estaba tan provisionalmente colocado que a cada disparo se
desnivelaba la plataforma de madera en que descansaba.
Lo que vi en este da, los absurdos juicios que oa emitir sobre el destino de la escuadra,
los planes que se formaban para salvar el ejrcito del bloqueo que lo amenazaba y el
descabellamiento de las rdenes y contrardenes que se impartan cada da, me hicieron
experimentar el ms serio temor de un descalabro o de la inutilizacin de la nica fuerza
que tena Chile que oponer a sus enemigos. Y como estaba convencido de que el asunto
de la secretara haba fracasado, resolv ofrecer en aras del pas el sacrificio de mi amor
propio y de toda mi paciencia, quedndome aparentemente como secretario del general,
pero en realidad dedicado a estudiar las cosas en el ejrcito y a instruirme
minuciosamente de la topografa del Per, de sus recursos, situacin, etc.
Dos meses mortales pas en este pesado y laborioso trabajo que tan til me fue despus,
pero mientras lo llevaba a cabo, cuntas molestias y disgustos tuve que soportar en
silencio para resistir al empeo que haba en hacerme arrancar de Antofagasta. Durante
el primer tiempo guard un silencio absoluto sobre lo que pasaba y slo despus de
haber conocido una comunicacin inconveniente del general, escrib oficialmente a
Santa Mara, dicindole que yo no tena intervencin ninguna en el despacho de la
secretara y que hasta la fecha no desempeaba funcin ninguna. Esa carta se la inclu
en copia a Domingo Arteaga, dicindole que era necesario que conociera lo que pasaba.

A mediados de junio, despus de haberme informado bien a fondo sobre el estado del
ejrcito y de haber observado las cosas con mucha atencin, escrib mi primera carta a
Pinto comunicndole mis impresiones y mis juicios. Me dirig al Presidente y no a Santa
Mara, con quien tena ms confianza, porque estaba ms seguro de su discrecin y de
su serenidad para estimar y hacer valer mis informes, y porque me haba pedido muy
encarecidamente que no dejara de escribirle sobre cuanto viera y supiera que interesara
a la direccin de la guerra.
Mi carta fue leda en Consejo de Ministros y, segn lo supe despus, decidi el primer
viaje de Santa Maria al cuartel general. Esta comisin ya haba sido propuesta o
insinuada por el mismo don Domingo, pero resistida por don A. Varas, no s si por
recelo o por creerla inoportuna; se resolvi despus de saberse por mi que no se pensaba
ni se poda emprender operacin ninguna en el estado presente de las cosas. Varas dijo
que si una persona de la intimidad del general se expresaba as, debera haber muy
serios motivos para ello y que lo mejor sera que un miembro del Gobierno se trasladara
al campamento para averiguar por si mismo lo que ocurra y remediarlo en el acto.
Santa Mara lleg a Antofagasta como el 20 de junio, y su presencia, junto con la de don
R. Sotomayor y la de Isidoro Errzuriz, contribuyeron a disipar un poco el espeso
fastidio que envolva mi nimo. Todos vivamos en la misma casa, y como era natural,
una buena parte del tiempo la pasbamos charlando sobre la orden del da: la guerra.
Qu de proyectos, qu de planes pasaban y repasaban en nuestra mente y en la
conversacin para arribar siempre con unanimidad a la necesidad de tomar pronto la
ofensiva.
Siendo infructuosas las insinuaciones hechas al general para que acelerara los
preparativos para mover al ejrcito, y hacindose cada da ms visible el mal ceo que
tos militares de la alta jerarqua ponan al Ministro, principalmente el jefe, Santa Mara
quiso provocar un consejo de guerra para tratar el plan de campaa que debiera seguirse
e imponer en l su autoridad de representante del Gobierno. Pero el astuto y suspicaz
general Arteaga desvi su intento dicindole que la Ordenanza prohiba esos consejos y
que adems los generales que haba en Antofagasta eran muy brutos para consultarlos.
Entonces Santa Mara lo inst a tener una junta con los civiles que en cierto modo
representaban en el ejrcito el pensamiento y la autoridad del Gobierno, a lo que
accedi sin mayores dificultades el general mirando la cosa como un poco ridcula,
porque deca que iba a un consejo de guerra compuesto de doctores. El Acta impresa
que le incluyo da a conocer las opiniones que all se emitieron, y como es curioso ver a
cuatro paisanos

dictaminar sobre operaciones militares con tanto aplomo como si fueran Wellingtons o
Napoleones, merece ser leda aunque sea a la ligera 10. Sin embargo, los hechos
posteriores vinieron a probar palpablemente que vean ms claro que el general y que
conocan mucho mejor la situacin.
No recuerdo por qu motivo Santa Mara regres a Santiago acompaado de Alfonso,
que ya se haba aburrido, y de los dems de su comitiva. Yo no quise moverme y qued
firme en mi propsito con la porfa de un vizcano; pero el pobre general crey que me
haba ido tambin y puso un gracioso parte dndome en viaje hacia Valparaso. No poco
fue su asombro cuando supo que estaba en Antofagasta a pocos pasos de su casa, y
como buen vividor no tard en ir a hacerme una visita como lo haba hecho siempre con
toda regularidad, manifestndose quejoso por mi desercin de la secretara, mientras
que en el parte enviado por el telgrafo me denunciaba como traidor, lo que me vali el
demente odio de los hijos, como Ud. lo sabe bien por haberlo experimentado.
El desconcierto que ya se haca visible, los pedidos absurdos que estaba haciendo el
general y varios otros motivos obligaron al Gobierno a enviar nuevamente a Santa
Mara con plenos poderes para hacer todo lo que creyera conveniente, como si el mismo
Presidente de la Repblica lo ordenara. No recuerdo qu da lleg, pero fue en la tarde,
y esa misma noche envi una nota al general, comunicndole su comisin. Justo
Arteaga haba hecho el mismo viaje para ir en socorro de su padre, de modo que la nota
del Ministro no lo tom de sorpresa.
Grande era la ansiedad de Santa Mara y creo que una buena parte de la noche la pasara
en vela. En la maana siguiente, desde temprano ya andaba Justo detrs de
Sotomayor,11 con quien tena frecuentes conversaciones, yendo y viniendo a cada rato
de casa de su padre al alojamiento de ste. Como a las diez se llam a almorzar y yo
ocup mi asiento al lado de Santa Mara, que estaba algo azorado. No tard en decirme
por lo bajo:
Acabo de recibir la renuncia del general Arteaga! Me alegro mucho, le
contest. Tenemos que hablar, me dijo; lo que termine el almuerzo nos iremos a su
cuarto. Est bien.
As lo hicimos; concluido el almuerzo nos juntamos en mi cuarto con Alfonso,
Sotomayor e I. Errzuriz. Santa Mara ley la renuncia que no tena nada de inusitado y
que se presentaba con el carcter de irrevocable. Qu les parece?, dijo

10 Esta Acta apareci en la Memoria de Guerra de 1884, y la copia de que aqu se habla
es una se parte de la Memoria.
11 Don Rafael Sotomayor Baeza, delegado del Gobierno en el ejrcito y la escuadra.

cuando concluy de leer. Todos guardamos silencio; pero despus de un corto rato,
Sotomayor manifest su opinin de que sera bueno intentar algn arreglo con el
general, cosa que no crea difcil por lo que haba hablado con Justo en la maana,
extendindose en varias consideraciones sobre la necesidad de conciliar los nimos.
Luego que concluy le hice las siguientes preguntas:
Cree Ud., don Rafael, que el general Arteaga est en estado de ponerse al frente de
un ejrcito que entra en operaciones activas? Lo cree Ud. capaz de decidirse a ir a
buscar al enemigo? Tiene Ud. confianza en su estado intelectual y en el vigor de su
nimo?
A la verdad, me contest, que no se puede esperar mucho del pobre viejo, que no fue
tampoco gran cosa ni cuando joven, pero ya estamos con l y quin sabe qu
perturbaciones puede traer un cambio.
Entonces manifest con calor la conveniencia que haba en aprovechar una oportunidad
tan favorable para hacer un cambio necesario, de un modo natural y corriente,
evitndose toda ocasin de conflictos, que forzosamente tendran que venir si no se
aceptaba la renuncia. Que si era incuestionable que el jefe actual careca de las
condiciones requeridas para dirigir una campaa activa y atrevida, con qu objeto, por ir
tras de una prudencia innecesaria o de una contemporizacin peligrosa, se le conservaba
en el mando cuando felizmente l mismo abra la puerta por donde debiera salir. Hice
presente los peligros que haba en retener a un jefe descontento que no tardara en
influenciar a sus subalternos, y que en poco tiempo tendramos la anarqua en el
ejrcito, porque se formaran dos partidos, uno del Ministro y otro del general. Conclu
exhortando a Santa Mara que aceptara la renuncia seca y resueltamente.
Isidoro, con su vehemencia ordinaria, entr a apoyar mi modo de pensar, dando a sus
razones una notable seduccin de formas que a todos nos encant. Alfonso vino despus
discurriendo con vigor en el mismo sentido y el nimo indeciso de Santa Mara desisti
de los acomodos que acariciaba y se decidi a aceptar la renuncia lisa y llanamente.
Entramos luego en la tarea de elegir el reemplazante y despus de muchas
deliberaciones nos decidimos por Escala, debiendo acompaarlo yo como secretario.
Al principio puso algunas dificultades, lleg hasta a insinuar que l quera de secretario
a C. Walker, pero el deseo del mando y el apetito de los honores lo vencieron todo y
acept sin condiciones.
Los primeros das fueron de recelo y de frialdad, pero luego vino la confianza y en
seguida la ms absoluta deferencia a

mis opiniones; pero al mismo tiempo principi para m la ms cruel de las torturas que
puede experimentar un mortal: la de estar al servicio de un hombre bueno, por desgracia
excesivamente afable, sin paladar moral, sin nocin ninguna del negocio que tena entre
manos, con una exuberancia de tontera como pocas veces se ve igual y con un cerebro
incapaz de generar y ni siquiera de recibir la impresin de la ms elemental idea
abstracta.
El deber de mi puesto, la lealtad, la situacin, me obligaban a no ahorrar esfuerzos para
utilizar la masa informe de voliciones, de deseos y de pasiones encarnadas en un
hombre a quien se haba confiado la suerte de Chile. Pero en balde me aplicaba con
estoica resignacin y firmeza a dar rumbo a un espritu tan informe como el de Escala, y
los largos y desesperantes das que pasaba oyendo sandeces, perdiendo el tiempo en un
papeleo intil de transcripciones de notas que una orden verbal o la orden del da hacan
innecesarias, las interminables averiguaciones de los reclamos de los soldados contra
sus jefes, o de las mujeres en contra de aquellos o por embrollos de mesadas; todo esto
y mucho ms soportado en oficinas sucias, ftidas, infestadas de pulgas y de moscas, es
un sacrificio que nadie sabr estimar en lo que vale.
Las operaciones de la guerra de combates tienen peligros y privaciones que a veces
requieren nimos bien templados para soportarlos; pero si hay zozobras y temores, hay
tambin emociones fuertes, novedad y movimiento que distraen el espritu y hacen
olvidar los riesgos. En cambio, el sacrificio annimo y oscuro del que tiene un trabajo
de Ssifo;12 que ve llegar la noche de cada da, y se encuentra despus de penosa labor
con todos sus esfuerzos perdidos, y que espera para el da siguiente la misma
desesperante suerte, eso s que es sacrificio: slo Dios sabe lo que vale.
El recuerdo del bien perdido, que es el demonio de los que sufren, me asaltaba con
frecuencia en las horas de fastidio; y Via del Mar, con sus sombras y sus flores, el N
93 del Boulevard Malesherbes con todos los encantos de Paris, los nios y la mujer,
pasaban y repasaban en mi imaginacin, haciendo ms vivo el contraste de la miserable
vida que llevaba entonces con la apacible y confortable que habra tenido si me hubiera
quedado en mi casa o me hubiese ido a Europa.

12 Ssifo: personaje de la mitologa, castigado a subir una roca a una montara, roca que
siempre se despeaba. Aplicado a quien tiene una enorme tarea que debe renovar en
vano.

Sin embargo, estos desfallecimientos no eran largos, porque luego reaccionaba sobre m
mismo, y me pona a trabajar con ardor sobre las necesidades del ejrcito, o me ocupaba
con Sotomayor sobre la misma materia, discutiendo, haciendo clculos y coordinando
datos. Muchas veces estbamos en desacuerdo, solamos disputar con calor, no faltaron
de cuando en cuando algunas interjecciones gruesas; pero siempre nos separbamos en
excelente espritu, y la bondad de su carcter era la mejor salvaguardia de nuestras
cordiales relaciones.
Esta vida dur cinco eternos meses, durante los cuales me salieron callos en la paciencia
y en los odos con la cancin nacional, la de Yungay, las cornetas en todos los tonos
posibles, y los tambores de doce bandas de msica. El moho me haba cubierto el alma
y slo la voluntad se mantena sana y resuelta a no dejarse vencer.
La victoria de Angamos 13 nos oblig a activar nuestros movimientos, y por fin en
octubre nos dimos a la mar 14 para ir a desembarcar en Pisagua. Largas de contar son las
peripecias de esta expedicin que estuvo perdida por tres das en pleno ocano, pero
como sera nunca acabar si me pusiera a narrar historia, paso de largo sobre ellas y llego
a Pisagua, donde desembarcamos el 2 de noviembre.
Slo har una excepcin para referir una circunstancia singularsima. La noche del 31
de octubre, como a las dos de la maana, sent golpear la puerta de mi camarote, y como
estaba despierto contest en el acto: Quin llama? Compaero Vergara, me dice
Sotomayor, cuya voz conoc inmediatamente, levntese y venga para ac. Me vest
precipitadamente y pas a juntarme con Sotomayor que me esperaba como a diez pasos
de mi puerta, sobresaltado por lo que poda ocurrir. Qu hay?, le dije luego que
estuve cerca de l. Estamos perdidos, me contest en voz baja; pero venga conmigo.
Lo segu silencioso y pasamos como pudimos por sobre los cuerpos de los soldados
hacinados sobre la cubierta del Amazonas, hasta llegar al aposento de Thomson, donde
entramos y cerramos la puerta.
Qu pasa?, volv a preguntar. Amigo!, me dijo Sotomayor, todo est perdido y no
nos queda otro recurso que volver a Antofagasta. Acabo de hacer el clculo del agua
que nos queda a bordo y resulta que no alcanza sino para un da o dos a lo sumo, y por
consiguiente no podemos seguir adelante.
Pero ha examinado bien los datos, no habr algn error en sus clculos?

13 Angamos, 8 de octubre de 1879.


14 La expedicin parti el 28 de octubre de 1879.

Desgraciadamente no, porque desde esta noche a las ocho, hora en que recib el
estado de los ltimos buques, me he llevado haciendo la operacin de varios modos y
siempre he obtenido el mismo resultado. No hay remedio!, esto ha fracasado y yo que
tengo la responsabilidad tengo que cargar con las consecuencias. Me ir a Santiago y
que venga sobre m todo lo que quiera.
Pero esto no puede hacerse, don Rafael, porque no basta que Ud. se declare el solo
responsable y quiera echar sobre su cabeza todo el peso del fracaso; la opinin pblica
no se satisfar con su abnegacin y sacrificio, sino que es seguro que no sabr
contenerse e ir hasta trastornar el rgimen constitucional. No se disimule Ud. el
peligro; el Gobierno actual no resiste a un contraste como ste. Tranquilicmonos un
poco y veamos lo que se puede hacer, porque es preciso contar con que no se podr
mantener la subordinacin en el ejrcito si volvemos a Antofagasta. Si hay agua para
dos das, esto nos basta para llegar y desembarcar en lo, donde hay un ro y algunos
recursos. La playa es accesible y de fcil abordaje, de modo que en muy poco tiempo
podemos poner el ejrcito en tierra, organizarlo bien, prepararnos despacio
aprovechando la experiencia presente, y al cabo de doce o quince das emprender
nuevamente la operacin, bien sea hacia Pisagua u otro punto de Tarapac, o sobre el
ejrcito enemigo acantonado en Tacna. En Chile slo el Gobierno sabe a donde vamos,
y como no es desatinado este movimiento, tanto en Chile como en el Per pasar
desapercibido el chasco y probablemente contribuir a desorientar a los enemigos y a
obligarlos a cambiar su plan de defensa.
Cuando Sotomayor me oy discurrir en este sentido abarcando todos los detalles de la
operacin para manifestarle lo hacedera que era, respir con descanso, me dio un abrazo
y me dijo:
Nos hemos salvado! Maana volver a hacer medir el agua del Itata que debera
tener 300 toneladas y que en el estado que he recibido apenas tiene un poco, y si
realmente estamos tan escasos de este articulo como lo temo, nos vamos a lo y all
veremos cmo seguir adelante.
Perfectamente! Lo que importa es pisar suelo peruano, que una vez en l la campaa
est principiada y tardar en desembarazarse. Vmonos a dormir y dle descanso al
nimo.
Rectificada la medida de los estanques de los buques, result que no haba la penuria
que alarm a Sotomayor y que poda operarse sobre Pisagua, como se hizo, tomandola
el 2. 15

15 Asalto y toma de Pisagua: 2 de noviembre de 1879

Al siguiente da desembarcamos con el general y recib la primera impresin de los


horrores de la guerra, porque nos encontramos en presencia de un cuadro
verdaderamente infernal. La beodez, el incendio, la matanza, el pillaje y cuanto puede
idearse de odioso estaba all a nuestra vista con grande escndalo mo, porque no
conceba cmo los jefes y oficiales toleraban tanta licencia. Luego vi que el general en
jefe era impotente para remediar el desorden, no por falta de voluntad para hacerlo, sino
por incapacidad para mandar.
Una o dos horas despus de estar en tierra lleg aviso del coronel Arteaga que estaba al
mando de la divisin que ocupaba el Hospicio o campamento boliviano, situado en la
planicie sobre el puerto a mucha altura, que el general Prado al mando de 6.000
hombres haba llegado a San Roberto, lugar distante solo tres o cuatro leguas del que
ocupaba nuestra divisin. Mucha fue la alarma del general cuando supo esta noticia,
pero no tomaba medida ninguna, y todo se le iba en dar rdenes y contrardenes sin
objeto ninguno.
Entonces le propuse irnos al campamento de Arteaga para averiguar ms de cerca lo que
hubiera sobre los enemigos, y que mandara ponerse en marcha con mismo destino a
todos los batallones que desembarcaran o hubieran desembarcado ya. Aceptada la idea,
nos pusimos en camino, detenindonos a cada rato para que el general les diera
cigarritos a los soldados que bamos alcanzando, pronuncindoles a la vez pequeos
discursos llenos de frases patriticas, y tambin de grandes tonteras.
Como a las cuatro de la tarde llegamos al Alto del Hospicio, donde haba cerca de 3.000
hombres nuestros, pero donde no se tena ninguna noticia positiva del enemigo, aunque
se daba por un hecho que se encontraba prximo. Viendo que el general no daba
importancia a esta incertidumbre y que se afanaba estrilmente por tener informes que
no se haba mandado buscar, le dije que era necesario practicar un reconocimiento para
saber a qu atenernos sobre la tal divisin de Prado. Pero a quin mando, seor, me
dijo, cuando no tengo un hombre montado de quien valerme, como Ud. lo ve? Ir yo,
general, si me lo permite, le contest. Y cmo va solo, seor? No habiendo tropa
ser preciso ir como se pueda, porque peor es que nos quedemos expuestos a una
sorpresa. Hasta luego, mi general! Y piqu espuelas a mi caballo y me dirig hacia una
extensa pampa que se extenda a nuestra retaguardia. No tard en or la voz del general
que llamaba a algunos ayudantes, los nicos que se vean montados. Salga Dardignac,
vaya con el seor secretario! Sarratea!, Sarratea!, acompae al seor Vergara. Jara!,
siga Ud. tambin. Al or estas rdenes contuve un poco mi caballo y cinco minutos
despus salamos cuatro hombres del cam-

pamento para penetrar en el territorio enemigo e ir a reconocer sus fuerzas.


La plida luz de la tarde, el color subido de los cerros desnudos de vegetacin, la
extensa pampa sembrada de los despojos de los fugitivos, y un no s qu en el aspecto
de la atmsfera, infundan en el nimo, junto con la emocin del peligro que se corra,
un sentimiento romntico que le daba un vivo inters a la aventura.
Mis estudios topogrficos principiaron a servirme y guiado slo por ellos tom sin
desviarme la direccin conveniente, y hasta iba dando con los nombres de los lugares.
Despus de la pampa entramos en una cuesta de arena y en seguida en un estrecho
desfiladero por donde pasa el ferrocarril. Los cortes eran elevadsimos, los cerros muy
escarpados y agrestes, los tneles frecuentes y las huellas de los enemigos frescas y
mareadas por las manchas de sangre, las armas rotas, las prendas de equipo y tambin
los cadveres. Marchbamos en los desfiladeros unos en pos de otros, a cierta distancia,
pero cuando el suelo se abra, uno iba a cien pasos adelante, dos en los costados y yo al
centro, habiendo llegado con estas precauciones al punto llamado San Roberto, a las
ocho de la noche.
Las casas estaban abandonadas y no haba ms habitantes que unos perros cuyos
aullidos lastimeros anunciaban la ausencia de los amos o el presentimiento de sus
desgracias. Despus de examinar los alrededores, de aplicar el odo por largo rato a los
rieles para saber si ms arriba haba gente en movimiento, y de observar atentamente la
comarca para ver, si se distingua alguna luz que nos sirviera de indicio para conocer la
presencia del enemigo, resolvimos volvernos seguros de que a dos o ms leguas de all
no haba tropas, y por consiguiente que nuestras fuerzas no podan ser sorprendidas esa
noche. Como a las once llegamos a nuestro campamento a dar parte del reconocimiento,
y no fue poca la admiracin de Escala por este servicio que para m era tan natural, y
que sin embargo para l pareca casi increble, porque no le entraba en la cabeza que un
hombre sin necesidad y sin recibir sueldo se expusiera a correr riesgos.
Este primer acto me abri el camino para prestar un servicio verdadero y decisivo al
ejrcito. Al tercero o cuarto da de estar en Pisagua principi a escasear de tal modo el
agua que ya el temor se dej ver en casi todos los semblantes. Se tena una pena infinita
para distribuir la escasa agua que se daba a la tropa y para evitar los desrdenes y aun
los amotinamientos que estaban principiando.

En las pginas anteriores recordaba la situacin angustiosa de nuestro ejrcito a los


pocos das despus de ocupar el puerto de Pisagua y ahora voy a continuar con el
mismo asunto, porque es un hecho que caracteriza bien la clase de guerra que tenamos
que hacer.
La insuficiencia del agua que resacaban los buques que tenan condensadores y las
mquinas que a toda prisa se colocaban en la playa, fue cada da hacindose sentir ms
y ya Sotomayor principiaba a experimentar las inquietudes y desfallecimiento del que
considera frustrado su trabajo. Los suicidios se iban haciendo frecuentes en la tropa, y
para auxiliar en algo la deficiencia de las mquinas se haca ir hombres y animales a la
quebrada de Pisagua, como a dos leguas del campamento y por un psimo camino, a
beber un poco de agua salobre y malsana, despus de haber hecho tres o cuatro horas de
cola.
Desde el primer momento que se vio el conflicto indiqu como el ms pronto y seguro
remedio marchar al interior a establecernos en los sitios abundantes de manantiales y de
all proveer las fuerzas que quedaran en la costa, como lo hacan los peruanos con sus
habitantes. Pero la primera objecin que brotaba de los labios de todos era que cmo se
avanzaba hacia el interior sin tener agua para hacer la travesa, y sin saber si habra o no
que pelear antes de llegar donde la hubiera. Yo manifestaba que la operacin poda
hacerse con una columna ligera de muy buena tropa para forzar la marcha y llegar de
sorpresa a los primeros establecimientos de fabricar salitre, donde poda contarse con la
seguridad de encontrar recursos, insistiendo mucho en que la guerra no se poda hacer
sin correr riesgos, y que stos tenan que arrostrarse segn las circunstancias.
Entre los militares, ninguno quera recomendar o apoyar este movimiento aventurado
segn ellos, porque si se les ordenaba ejecutarlo, ponan en peligro su empleo y su
carrera entera, sabiendo que el mal xito en la guerra pocas veces se perdona.
Sotomayor no lo aceptaba tampoco, bien porque no creyera en sus resultados o porque
le pareciera de muy difcil realizacin, y not en l cada vez que lo propona un cierto
fastidio como el de un hombre acosado por un importuno. Lleg a insinuarme una tarde,
en tono de broma, es cierto, pero expresando en realidad el fondo de su pensamiento,
que con la boca todo era fcil, pero que otra cosa era realizar lo que se imaginaba,
agregndome que los rojos 16 no vean nunca las dificultades.
Pero las privaciones, el descontento y el clamor general fueron creciendo, y ya se
hablaba de reembarcarse como nica me-

dida de salvacin. Por mi parte no desista de mi idea, y aprovechando un momento que


el general me manifestaba su alarma por la suerte del ejrcito, le dije que por qu no me
permita a m con una poca tropa ir a correr el riesgo de un reconocimiento y ver si no
era posible salir de nuestra aflictiva situacin ocupando el interior de la comarca. Que
as como se estaban inutilizando los caballos en hacer viajes a beber por caminos
escabrossimos donde se estropeaban miserablemente, lo mejor era emplearlos en una
correra, que si daba mal resultado no nos costara ni muchas vidas ni gran prdida de
material, pero que si acertaba, salamos de un triste descalabro.
Me contest con mucha efusin que aceptaba mi ofrecimiento y me autoriz para
disponer, previo el consentimiento del general Baquedano, que era su jefe inmediato, de
la poca caballera que haba lista, 150 hombres. Puse un parte a Baquedano, que estaba
en el puerto, y me contest luego que con gusto me confiaba sus cazadores. Entonces
me puse a buscar algunos oficiales que me acompaaran, invitando a varios de los que
consideraba ms animosos e inteligentes. Slo Arstides Martnez, T.C., y Salvo,
S.M.17, quisieron entre los jefes ser de la partida, pero estos dos tomaron la cosa con
mucho entusiasmo y al anochecer se puso en marcha la pequea columna,
manifestndose en los semblantes de los oficiales y soldados la satisfaccin con que lo
hacan.
La luna, en su segundo o tercer da de menguante, arrojaba sobre este grupo de hombres
que iban a dar o a recibir la muerte, la misma plida y apacible claridad que los amantes
creen que slo para ellos se ha destinado, y que ahora serva para distinguir la estrecha
huella de los senderos del desierto. La marcha se haca en el ms absoluto silencio, y lo
nuevo de la escena, la hora y los pensamientos que agitaban nuestros pechos, daban al
cuadro una cierta solemnidad que no careca de atractivo.
Como a las once de la noche llegamos a la estacin de San Roberto que ya conoca, y
slo encontramos los perros que seguan guardando las solitarias casas. Haba all unas
cuantas barricas de agua que los soldados no quisieron usar temiendo que estuviera
envenenada, como con tanta insistencia se deca que lo haran los peruanos.
Despus de un corto descanso para las cabalgaduras, seguimos nuestra marcha hacia
Jazpampa con la mira de llegar antes que amaneciera para sorprender a sus habitantes.
Pero no avanzbamos con la celeridad que yo deseaba para conseguir este objeto,
porque el jefe inmediato de las fuerzas, un mayor

17 T.C. teniente coronel; S.M. sargento mayor.

Echeverra, a cada instante se iba deteniendo para dar resuello a los caballos, como l
deca, y para apretar las cinchas. Ya el alba principiaba a despertar coloreando de ncar
el oriente, y todava segn mis clculos, por la idea que me haba formado del territorio
con los informes recogidos en Antofagasta y los planos que tena, nos encontrbamos
algo lejos del punto que debamos asaltar. Entonces separ una avanzada de una mitad y
con los oficiales sueltos que me acompaaban, Martnez, Salvo, Delfn Carvallo,
Dardignac, Faz, etc., apretamos el paso, y media hora despus divisbamos con los
primeros rayos de la aurora el penacho de humo de una chimenea, que yo cre sera la de
una mquina a vapor, considerndolo como un feliz indicio, porque eso manifestaba que
no se haban apercibido de nuestra proximidad y que haba trabajo y, por consiguiente,
agua y otros recursos. Hicimos alto por un momento, recibi orden cada uno de lo que
debera hacer, y en seguida nos fuimos a nuestros puestos para caer sbitamente sobre el
casero una vez dada la seal.
Cuando calcul que ya sera tiempo de tener rodeada la posicin, hice tocar la corneta y
nos abalanzamos sobre el sitio deseado. Yo me fui revlver en mano sobre una
locomotiva que estaban caldeando y que tena sus maquinistas en la toldilla, les intim
rendicin e hice subir al subteniente Faz con dos artilleros para que cuidara que la
mquina no se moviera. Martnez se fue al telgrafo, Salvo a la estacin y Carvallo a las
bodegas. Todo fue instantneo, sin confusin ni alboroto, de modo que cuando las
pobres y espantadas gentes trataban de huir se encontraban con alguno de nosotros que
se lo impeda y les impona silencio.
Media hora despus lleg el resto de la tropa y ya tenamos en nuestro poder tres
grandes estanques llenos de fresca y dulce agua que aun sin sed invitaba a beberla;
cmo sera para nuestros pobres soldados que hacia tantos das apenas haban
humedecido sus gargantas! Tenamos adems forrajes, provisiones, un gran acopio de
carbn y una multitud de cosas tiles para el ejrcito.
El telgrafo estaba funcionando entre Iquique y Anca, pero como no llevaba ningn
telegrafista no pude sacar partido de esta interpolacin que se pudo hacer, haciendo
llegar a una y otra parte mensajes fingidos para sorprenderles algunas noticias. No me
quise valer del telegrafista peruano compelindolo por el terror o el castigo, tanto por
ser esto inhumano y contrario a los principios de la guerra civilizada, cuanto porque era
peligroso que revelara nuestra presencia a la divisin peruana de cerca de 2.000
hombres que supimos estaba acampada en

Agua Santa, unas cuantas leguas al interior del punto donde nos encontrbamos.
Despus de hacer beber y almorzar a hombres y caballos y de haber nosotros mismos
gozado de los obsequios de un cocinero francs que bajo la influencia del terror juraba
que haba nacido en Chile y que era ms chileno que el cabo Perales que lo custodiaba,
resolvimos seguir adelante para ir a ocupar las aguadas de Dolores, de donde se surta el
ferrocarril y la poblacin de Pisagua. Supimos que hasta la noche anterior estaba intacto
todo el material de los pozos y que las tropas enemigas ms prximas estaran a ocho o
nueve leguas de all.
La jornada tom un carcter alegre y animado que le daba ms bien el aire de un paseo
que de una operacin de guerra. Ibamos casi a galope, con descubiertas bien montadas a
dos o tres cuadras a vanguardia y otras tantas a los flancos, detenindonos apenas en las
casas recin abandonadas que bamos encontrando, aunque en algunas de ellas veamos
el almuerzo sobre la mesa. Los habitantes despavoridos se arrodillaban a pedirnos
merced de su vida y el tanto tiempo ponderado y temido desierto se haba convertido
para nosotros en un teatro de repetidas escenas de palpitante vida.
Cerca de la una del da llegamos al lugar llamado Dolores, donde encontramos una serie
de estanques de fierro grandes y hermosos como baos de natacin llenos de agua, una
cantidad de carros del ferrocarril, una considerable maquinaria para extraer el agua de
extensas galeras subterrneas donde se conservaba fresca y clara, y el carbn necesario
para hacer funcionar las bombas por algn tiempo. Veamos todo aquel tesoro en
nuestro poder y todava nos pareca un sueo, porque era imposible comprender tanta
precipitacin o tanta negligencia de parte del enemigo.
Nuestro primer cuidado fue arreglar un convoy con agua para mandar al campamento, y
el mayor Salvo sali con una loco-motiva y tres estanques, como a las cuatro de la tarde.
Para utilizar el tiempo hice salir varias partidas exploradoras con las convenientes
instrucciones para no ser sorprendidas, debiendo extender sus reconocimientos en un
radio de dos a tres leguas. Tenan encargo los oficiales de llevar su tropa en filas de uno
en fondo, tanto para abultar ms como para confundir la huella.
Antes de concluir el da ya estaban todas de regreso cargadas de comestibles,
incluyendo animales y aves, y trayendo lisonjeras noticias de la comarca que se
encontraba provista de muchos recursos y abandonada de las fuerzas enemigas
concentradas en Agua Santa, a diez leguas de donde nos encontrbamos

y donde resolv pernoctar, despus de haber tomado las precauciones necesarias, a


nuestra seguridad.
Al amanecer del siguiente da nos pusimos en marcha hacia el sur para ensanchar
nuestra ocupacin y reconocer la fuerza enemiga que se nos deca estaba en Agua Santa.
A poco andar supimos por un ingls, empleado de una oficina, que los peruanos se
retiraban para Iquique y que estaban incendiando los grandes acopios de vveres y de
forrajes que tenan en ese lugar, instndonos que acelerramos la marcha para evitar el
incendio del establecimiento del mismo nombre, donde haba una existencia enorme de
carbn.
Despus de recoger otros datos que confirmaban los anteriores, pusimos los caballos al
trote para llegar en el menor tiempo posible al punto indicado. En todas las estaciones
del ferrocarril encontrbamos grandes rimeros de sacos de salitre y con el comandante
Martnez nos complacamos en calcular la riqueza que iba a ser para Chile la
adquisicin del pas que le estbamos conquistando a tan poca costa. (No dejbamos de
pensar en el provecho que sacaran con nuestro trabajo los bolsistas y agentes de agio
que en nuestra tierra estaran impacientes esperando la noticia de nuestra ocupacin, sin
preocuparse de la vida y de las penurias de los que se sacrificaban en su beneficio).
El humo del incendio que principiaba a distinguirse en el horizonte nos dio a conocer
que no estbamos lejos de nuestro destino y que era conveniente redoblar las
precauciones. Un poco ms tarde las descubiertas anunciaron enemigo al frente, y
habindonos adelantado con el comandante Martnez para cerciorarnos de la noticia,
vimos con la ayuda de los anteojos una tropa formada en batalla. Seguimos avanzando
por algn tiempo Y cuando ya estuvimos como a dos mil metros de distancia, hicimos
alto para deliberar lo que convena hacer y formar nuestro plan de ataque o de defensa
segn lo que resolviramos.
Estuvimos de acuerdo con Martnez. que no podamos retroceder sin desmoralizar la
tropa y sin correr el riesgo de ser perseguidos ventajosamente por los enemigos, si
tenan fuerzas superiores a las nuestras, y que lo mejor era embestir con mpetu para
aprovechar las cualidades de nuestra fuerza.
Con este objeto se dio orden de replegarse a una pequea rinconada que formaban los
cerros vecinos y de prepararse para el combate. Haba cierta alarma y desorden en la
tropa, sobre todo cuando los contrarios rompieron los fuegos y principiaron a caer cerca
algunos proyectiles. Pero a fuerza de amonestaciones y de reproches la tropa principi a
serenarse y el capitn Parra parti a todo galope con su compaa formada en columnas.
Yo estaba tratando de ordenar la otra compaa, pero

cuando vi salir la primera di la orden a la carga! y met espuelas a mi caballo.


Los ltimos rayos de sol del 6 de noviembre me dejaron ocupado todava, afanoso e
inquieto, en reunir los dispersos jinetes que se haban desparramado a los cuatro vientos,
persiguiendo a los Hsares de Junn y a los carabineros bolivianos. La refriega estaba
terminada y por completo a nuestro favor, pero eran las siete de la noche y todava me
faltaban los dos capitanes, algunos oficiales y como 50 hombres, que haban perseguido
a los fugitivos en direccin a Iquique. Qu haba sido de ellos? Haban cado en poder
de alguna fuerza enemiga ms numerosa o sucumbido en algn encuentro desigual?
Despus de tocar muchas veces .a reunin, colocando el corneta en las eminencias del
terreno, y de haber salido en todas direcciones para ver si se encontraban dispersos,
como a las ocho de la noche sentimos al fin el ruido de los caballos y de los sables que
golpeaban en los estribos, contestando con un presente! al toque de llamada.
Inmediatamente que recib el parte de lo ocurrido hice formar el escuadrn y pasar lista,
y cuando se concluy de llamar a todos por sus nombres y slo dejaron de responder
cuatro o cinco individuos, lanzamos un viva a Chile y nos pusimos en camino para ir a
acampar lejos del lugar del encuentro, acercndonos a Pisagua, para evitar cualquier
tentativa de revancha de los peruanos, que podan llegar con infantera hasta donde nos
encontrbamos.
Este encuentro cost al enemigo 60 muertos, 12 heridos, unos cuantos prisioneros y la
desocupacin de la pampa del Tamarugal. A nosotros, 2 muertos y 4 heridos.
Cerca de las tres de la maana llegamos al punto elegido para acampar y aunque estaba
bien fatigado con la jornada, 22 horas consecutivas a caballo, no pude dormir sino
minutos por el incesante ruido que hacan los soldados, contndose unos a otros las
peripecias de la pelea.
Cuando hombres y caballos hubieron descansado, continu el regreso a Dolores, donde
acababan de llegar dos regimientos de infantera, precediendo a la divisin que
marchaba de Pisagua para acampar en este lugar. Encontr tambin a Soto Aguilar, el
comandante de los Cazadores, a quien le entregu la tropa, quedando libre para irme al
cuartel general, adonde llegu el 7 en la noche, para dormir a la belle toile sobre un
fardo de pasto.
El general me recibi con muchos agasajos y con elogios muy ampulosos, pero
principi a notar cierta frialdad en otras personas con quienes me haba tratado antes
cordial y francamente.

La ocupacin del interior haba cambiado completamente la situacin de nuestro


ejrcito y a las angustias anteriores haban sucedido la confianza y la satisfaccin
general. Una divisin de 6.000 hombres deba ocupar la pampa y aguada de Dolores, y
una vez que di al general todas las noticias que haba recogido y los informes que
podan servirle para formarse idea del territorio que bamos a ocupar, recib orden de ir
a servir de jefe de Estado Mayor de esta divisin que tena que quedar bajo el mando
inmediato del coronel Urriola. Dos cvicos a cargo de la mitad del ejrcito.
Part inmediatamente para mi destino y no tard en alcanzar el batalln Naval (es) que
iba en marcha para el mismo punto, sufriendo ya los efectos de las penosas jornadas del
desierto. Alentando a unos, dando consejos a otros, pas adelante para reunirme al 3? de
lnea e informarme de lo que necesitara. Viendo que la tropa marchaba en orden, pero
muy escasa de agua, apur mi caballo para llegar con anticipacin a las oficinas Victoria
y otras que formaban un grupo, donde el da anterior supe que haba un poco de agua
potable y bastantes pozos donde procurarse una que no era muy buena, pero que poda
suplir en casos extremos.
En la tarde comenzaron a llegar las tropas estropeadas y sedientas, de modo que no fue
poca tarea socorrer a los ms necesitados y hacer guardar orden para que cada uno fuera
recibiendo su racin segn su turno. Con mucho trabajo, firmeza y paciencia todo se
consigui, y el descanso de la noche hizo olvidar las penurias del da anterior, de modo
que la segunda jornada se emprendi con buen nimo y sin ningn incidente
desagradable.
Como a medioda llegaron estos cuerpos a la pampa de Dolores y se principi a
organizar un campamento en regla.
Con mi cargo de .jefe de Estado Mayor tena un enorme trabajo encima, pero como lo
hacia con gusto no lo senta. En menos de una semana ya tena cada cuerpo su cocina,
su depsito de agua, sus toldos y cuanto poda razonablemente exigirse en aquellos
lugares de sal, de viento, de polvo y de sol abrasador. El capitn Dardignac, que era mi
ayudante, trabajaba como un gan, ayudando con sus propias manos a cambiar
estanques, arreglar bombas, colocar caeras, etc.
Despus de estas faenas de da seguan las ocupaciones de la noche para colocar
avanzadas, grandes guardias, centinelas y vigas que nos permitieran descansar con
confianza. Por lo mismo que era cvico y novel, y que cualquier contratiempo debera
pesar ms sobre m que sobre un militar profesional, me afanaba ms por tomar todo
gnero de precauciones y no cesaba de vigilar porque se cumplieran.

Andaba a caballo desde las cinco de la maana hasta las once o doce de la noche, o
viceversa, desde la tarde hasta el da siguiente, porque algunas veces no dorma sino en
el medioda. De este modo conoc luego palmo a palmo el terreno que ocupbamos
hasta con sus ms pequeos accidentes, y desempeaba mi oficio con la concienzudez y
escrupulosa severidad de un verdadero militar y con el entusiasmo y el anhelo de un
corazn ardiente.
Estaban las cosas as, cuando lleg al campamento Emilio Sotomayor, jefe del Estado
Mayor General, debiendo advertir que yo haba aceptado la comisin que desempeaba
bajo la expresa y formal promesa de Escala de no permitir que se fuera a entrometer en
nuestra divisin, porque es difcil encontrar un hombre ms desorganizador. Su viaje
tuvo por objeto visitar la oficina de Agua Santa, donde haba una locomotiva con piezas
menos que se haba encontrado en Pisagua. Tambin es necesario decir que Urriola, que
es muy poquita cosa y muy aflijn, haba estado enviando partes al general sin que yo lo
supiera, quejndose de falta de vveres, cuando en realidad se haban enviado bastantes
y los tenamos en abundancia, pero escase no s qu articulo y sin ms que esto
comenz con sus quejumbres.
Cuando Sotomayor sala del cuartel general le dijo Escala que viera cmo era que
faltaban vveres cuando se haban mandado en exceso, y l cuando lleg a Dolores, me
pregunt lo que haba sobre este asunto, dndole por mi parte como una contestacin el
estado del almacn pasado por el bodeguero en esa misma maana y en el que apareca
una existencia para ocho das.
En el acto se fue al telgrafo y mand a Escala el siguiente mensaje: Acabo de llegar;
ya he arreglado el asunto de los vveres; todo queda bien. Vi el parte y me re sin hacer
caso de l; pero dos horas ms tarde lleg la contestacin de Escala y me hizo perder el
quicio. Me alegro mucho le deca que su presencia haya bastado para hacer
desaparecer las dificultades que all haba y no esperaba menos de la actividad y acierto
con que obra Ud.. La lectura de estas lneas me tuvo perplejo un rato; pero no tard en
concluir por resolverme a montar sobre mi caballo y galopar hasta Pisagua y esperar el
primer vapor que pasase para el sur para que me condujera a mi tierra. Busqu a Urriola,
le ped permiso para ausentarme y media hora despus cruzaba la pampa cabizbajo y
mohno, pensando en el deleznable carcter de los hombres y en la imbecilidad de los
que se dejaban arrastrar por sentimientos generosos.
Llegu al cuartel general ya algo entrada la noche y para no incomodar a nadie ni yerme
obligado a contestar a preguntas importunas, bastndome y de sobra con la incomodidad

irritada que senta conmigo mismo, me tir sobre unos sacos de galleta que haba en una
especie de patio o corral contiguo a la casa ocupada por Escala. Grande fue la sorpresa
del general cuando a la maana siguiente supo que yo estaba all; yendo luego a yerme
para saber lo que aconteca. Presumiendo el motivo de mi venida, despus de saludarme
muy afectuosamente me dijo: Vio el parte que le mand a Sotomayor? Este hombre
est verdaderamente demente. Yo creo, mi general, le contest, que la demencia no es
tanto de Sotomayor como de los que creen que en cinco minutos se pone en orden un
ejrcito desorganizado y hambriento. Seor secretario!, usted es muy duro conmigo,
y al mismo tiempo injusto, porque ni por un momento he credo ni poda creer que
bastara la presencia de Sotomayor para remediar las necesidades de la divisin. Y su
parte, seor? Que no ha visto Ud. que es un parte irnico? Mire, venga para ac y
vea lo que le deca primeramente, pero el comandante Toro Herrera y el capelln
Fontecilla, que vieron esta contestacin, me pidieron que no la mandara, a lo que acced
al fin, resolvindome a enviar el que ha puesto a Ud. tan de mal humor que lo ha hecho
abandonar su campamento.
Efectivamente, vi de letra del general el parte que quiso mandar, concebido en trminos
realmente ofensivos, y me pareci muy razonable que lo hubieran modificado. Le di mis
excusas por la viveza del lenguaje que haba usado con l, pero qued siempre decidido
a regresar a Chile.
Ahora es el caso de explicar brevemente mi resistencia para entenderme con Sotomayor
(Emilio). Este hombre tiene un antiguo desarreglo mental que no se le conoce
superficialmente, porque lo encubre con un barniz de espritu alegre y chistoso que
impresiona agradablemente a los que lo oyen poco o slo en las conversaciones ligeras
de las tertulias. Pero su fondo est vaco y su carcter tan acre e inconstante, que uno lo
ve pasar casi sbitamente de los extremos ms increbles de jovialidad a una irritacin y
dureza tiberiana. Es un hombre que no gobierna su razn. Pues bien, desde Antofagasta
haba tomado una especie de mana con los cvicos y sobre todo con los civiles que
haba en el ejrcito, y su lengua perpetuamente maldiciente se encarnizaba rabiosa e
implacable con las personas del Gobierno, principalmente con Santa Mara, conmigo,
con Lillo y con cuantos no estaban bajo su dependencia o valan algo. Por esta causa
tuve con l varios choques en Antofagasta, algunos de ellos muy violentos y en
presencia de don Rafael, porque vivamos juntos. Despus, cuando lo vi en la accin,
me convenc que no era capaz de ningn trabajo serio, debindose en gran parte a l el
desbarajuste que hubo en el embarque del ejrcito, el desorden de la ocupacin de
Pisagua y en general, en gran

parte, el malestar en que nos encontrbamos. Adems no se poda estar a su lado en el


carcter de subalterno, porque era desmedido hasta insultar groseramente a sus
subordinados y no haba ms medio de evitarlo que no depender de l, tolerarle sus
desmanes o contestarle insolencia con insolencia como lo hacan algunos de sus
ayudantes, cosa que yo no quera hacer por no dar mal ejemplo y por no disgustarme
con don Rafael, con quien tena que estar en estrecha unin para servir bien al pas.
Me ocupaba de arreglar mi escaso equipaje, dos o tres veces sisado en los cambios de
campamento, cuando el coronel Arteaga me vino a preguntar por qu camino
convendra mandar la caballera que haba disponible para que operara por el lado de
Tana contra las fuerzas enemigas que, segn Sotomayor, trataran de retirarse en esa
direccin, batidas por nuestras tropas que en esos momentos las atacaban.
Con vivo inters trat de informarme de lo que pasaba, tanto del coronel como del
general Escala, el cual me dio a leer los partes que estaba recibiendo de Sotomayor, en
los que le comunicaba que un grueso ejrcito enemigo se divisaba en el extremo oriente
de la pampa de Dolores, que lo haba mandado reconocer y que nuestra caballera daba
repetidas cargas sobre l. Le agregaba que convena mucho que se mandara alguna
fuerza para cortarle su retirada hacia Tana.
Mientras tanto estaba formada esperando rdenes una compaa de Granaderos,
compuesta como de cien hombres, sin que pudiera moverse, porque no se poda
encontrar un gua que conociera el camino. Yo procur prolijamente explicarle al
capitn Villagran la direccin que debiera tomar para llegar al punto donde tena que ir,
pero me manifest que no tena seguridad de entender y seguir bien mis indicaciones,
sobre todo teniendo que andar de noche.
La desazn del general era grande por esta especie de impotencia en que se vea, y
parecindome que faltaba a mi deber si no trataba de ayudarlo, me ofrec para conducir
personalmente la compaa hasta el lugar sealado por Sotomayor. Escala agradeci con
mucho calor mi ofrecimiento, y media hora ms tarde, en vez de ir camino a la playa
para embarcarme, marchaba camino del interior para ir a buscar con quin pelear.
Seran las diez de la noche cuando llegamos a Jazpampa, donde haba oficina telegrfica
y comodidad para alojar. En el acto di aviso de mi llegada al general y supe con
sorpresa que en el campamento de Dolores todo estaba en paz y sosiego.
No tard en recibir un parte del general comunicndome que lo de Sotomayor haba sido
un miraje como los de Don Quijote y que no haba ni ejrcitos, ni cargas de caballera,
ni movi-

miento de intensas masas, como l deca en sus telegramas, sino polvareda y remolinos
levantados por el viento.
Pregunt entonces al general lo que debera hacer y me contest que lo dejaba a mi
voluntad y discrecin. Como ya estaba en camino y otra vez en la pista, le propuse hacer
una correra hacia el norte hasta la quebrada de Camarones, para tratar de recoger
algunas noticias del ejrcito de Tacna y conocer el territorio. Aceptada la idea, sal al
aclarar con mi compaa en direccin a Tana, quebrada que estaba unas cuantas leguas
ms al norte. Pasamos por una parte cultivada de la de Tiliviche y despus de haber
hecho beber y descansar un rato nuestras cabalgaduras y de haber recreado nuestros ojos
y refrescado el nimo con la brillante verdura de las huertas y la peculiar belleza del
paisaje, principiamos a subir una escarpada ladera por una senda estrecha y pedregosa
que conduca a la pampa del norte.
Yo iba un poco adelante de la compaa, llevando a mi lado a un oficial y un poco ms
atrs un soldado. Apenas asomamos a la cima divis un grupo de animales y hombres
que tom por arrieros y le dije al oficial: Principiamos bien, capitn; all tenemos una
tropa ala vista. Despus de observar l un instante, me contest:. S, seor, tropa, pero
no de mulas, sino de soldados. Efectivamente, despus que nos vieron se principiaron a
formar de frente y distinguimos bien perceptiblemente un piquete de caballera. Hice
alto, mand que la compaa se detuviera en una depresin del terreno que la ocultaba
de la vista del enemigo, que echaran pie a tierra los hombres para arreglar sus sillas y
dar un respiro a los animales y destaqu doce soldados con un oficial para ir a reconocer
los enemigos, los que no tardaron en volver las espaldas y alejarse a todo galope.
Seguimos en su persecucin tambin a galope, pero temiendo que pudiera haber cerca
alguna fuerza numerosa que nos ata-cara encontrndonos con los caballos fatigados,
hice cesar el galope y continuar al paso ordinario de camino. Nuestra partida sigui
picando la retaguardia a la descubierta enemiga hasta que se detuvo como a dos
kilmetros de nosotros y desprendi un emisario en nuestra direccin. En el acto
comprend que el enemigo en fuerza mayor estaba a la vista y que se nos preparaba un
combate.
Orden hacer alto, alistar las armas, componer las monturas y despus formar en
columnas de ataque. As preparado esper al correo que no tard en llegar con la noticia
que detrs de una pequea loma que tena la pampa, haba formada en batalla una fuerza
bastante numerosa de caballera.
Despus de exhortar brevemente a la tropa a tener coraje y a no contar los enemigos,
marchamos sobre ellos compactos

y en excelente orden. Cuando estbamos como a un kilmetro de nuestra descubierta,


principi sta a replegarse sobre nosotros, lo que indicaba que el enemigo avanzaba.
Hice nuevamente alto para esperarlo y tener la ventaja de que fatigara sus caballos
salvando la distancia que nos separaba, o si no lo haca as y se aproximaban
lentamente, para aprovechar el empuje y violencia de los nuestros lanzndonos sobre l
cuando slo distramos uno o dos centenares de pasos.
Hay una singular solemnidad en los momentos que preceden a un encuentro y mi
corazn lata ms aceleradamente que de ordinario bajo la influencia de esa sensacin
peculiarsima que produce el peligro. Pero la voluntad y el nimo no flaqueaban y
estaba resuelto a jugar la partida.
El enemigo principi a asomar en la parte alta de la pampa, formado en columnas por
mitades, dividido en tres secciones separadas unas de otras por un corto espacio.
Cuando estuvo a tiro de carabina hizo alto y se qued en observacin, no sin hacer
algunos disparos inofensivos. En esta actitud, de unos enfrente de otros, pasamos como
media hora, tiempo bastante para que la vacilacin ganara mi espritu, porque a pesar
que el capitn Rodrguez que haba dirigido la descubierta y cuyo nimo sereno conoca
bien, me deca que haba contado con mucho cuidado la tropa que estbamos viendo y
que no pasaba de 150 hombres; Zubira que haca de mi ayudante me deca con mucha
instancia que no me lanzara en una aventura que poda ser muy funesta, porque era
imposible concebir que los enemigos hubieran enviado tan cerca de nosotros una
columna aislada, y que lo probable, lo seguro era que estbamos en presencia de la
vanguardia del ejrcito de Tacna, y que atacndola corramos el riesgo de dar con
fuerzas superiores que no se vean todava sino muy distantes, como las que distingua
l con sus anteojos. En apoyo de esta opinin sealaba l en el horizonte algo como
humaredas entre objetos oscuros y grandes que para l eran carros de bagajes, caones,
etc., y por ms que Rodrguez me incitaba a no perder momento y a embestir de una
vez, la perplejidad me detuvo. Entonces principi a distinguir a nuestra derecha, bien
clara y distintamente, el movimiento de una fuerza de caballera que deba ser numerosa
a juzgar por la polvareda que levantaba, que pareca dirigirse a envolvemos por la
retaguardia.
Esto me oblig a cambiar de resolucin y despus de enviar a Zubira para que desde la
ms prxima estacin telegrfica diera parte al general de lo que pasaba,
recomendndole que se limitara a lo que no ofreca duda, di orden de contramarchar
lentamente y detenindonos de tiempo en tiempo para observar al enemigo.

No tom el mismo camino que haba trado, sino que me dirig ms al oriente para
aproximarme a la divisin de Dolores por San Antonio, en cuya oficina hice alto para
tomar noticias. Por una conversacin que tuve con uno de los empleados del
establecimiento, sospech que se esperaba un movimiento general de los ejrcitos
aliados de Iquique y de Tacna y que era urgente tomar nuestras medidas. As fue que a
pesar del horrible calor que hacan sentir los rayos perpendiculares de un sol abrasador y
de la mortificante refraccin de la costra salina del suelo, a las. 12.30 p.m. me puse en
marcha hacia Dolores, adonde llegu como a las cuatro.
No fue poco mi disgusto cuando supe que una columna de 150 cazadores a caballo
haba salido el da anterior con destino a Tana y que era muy probable (como lo fue en
realidad) que la fuerza que haba visto a mi derecha no fuera otra.
Mi mortificacin era ms viva porque yo le haba comunicado a Sotomayor mi salida
para el mismo punto y el objeto que llevaba por si tena algunas noticias o instrucciones
que darme. Y si este hombre me hubiera avisado la partida de los cazadores, habramos
tomado los 150 hombres del ejrcito boliviano que yo tuve al frente y que no eran otros
que los famosos inmortales que servan de escolta a Daza, que en esos momentos estaba
durmiendo en Tana a dos leguas de donde habamos llegado.
Daza intent marchar al sur para obrar en combinacin con el ejrcito de Iquique, pero,
como se sabe, al primer da de marcha se desorganiz su ejrcito y tuvo que regresar a
Anca con ms bajas que si hubiera dado una batalla. Sin embargo, l con su escolta
sigui hasta el punto que he indicado, y por un argentino comerciante en ganado supe al
da siguiente que a la hora que nosotros andbamos por all, l haba pasado por Tana,
donde Daza con unos cuantos oficiales y unos pocos soldados dorman a pierna suelta.
En la tarde del mismo da se recibi parte de nuestras avanzadas al sur de Dolores que
un numeroso ejrcito marchaba hacia nosotros, y como Zubira haba comunicado al
general que otro ejrcito con artillera, bagajes, etc., avanzaba en direccin opuesta,
vino una confusin de rdenes y contrardenes que casi nos cuesta un descalabro.
A las siete de la noche ya no quedaba duda de que Buen-da vena a buscarnos, resuelto
a intentar su unin con Daza y tal vez a darnos una batalla para conseguirlo. Aqu fue la
de desatinos ms inverosmiles que se pueden ver en una guerra. Sotomayor, que no
conoca el terreno, que de suyo tiene una mente desorganizada, principi por enviar al
encuentro del enemigo un regimiento, el 49 de lnea, que deba tomar posiciones como a
una legua ms al sur de nuestro campamento, en la media os-

curidad de una noche de luna empaada, sin llevar un solo prctico que conociera bien
el sitio. Despus envi un poco de artillera, y luego otro batalln para que se situara a
retaguardia del primero.
Todo esto se hizo en confusin, contestando con brutalidades las observaciones de los
jefes, y despus de haber tenido un violentsimo altercado conmigo porque le deca y
sostena que perda la divisin, comprometa la suerte del pas preparando nuestra
derrota cuando tenamos a la mano una victoria ocupando los cerros que defendan
nuestro campamento por el sur. Yo haba recorrido en todas direcciones ms de una vez
los alrededores de las posiciones que ocupbamos y conoca con detalle su topografa,
habindome adems consultado con el mayor Canto de los Navales, que tena muy
buenos conocimientos de tctica y buen ojo para apreciar distancias, sobre el espacio
que haba en la planicie alta para desplegar y hacer maniobrar nuestro ejrcito y su
capacidad para contenerlo todo.
Fuerte con esta opinin y con el sentido comn, no desmay en mi insistencia sino
cuando ya no me qued otro recurso que apelar a las vas de hecho. Desesperado de
luchar con un insano, dndolo todo por perdido, me fui a buscar donde dormir un rato
en las tiendas de los Navales, despidindome de Urriola, de Ortiz y de otros jefes que
haban sido testigos de mis esfuerzos por evitar una catstrofe, dicindoles que al da
siguiente nos encontraramos tal vez haciendo juntos el largo viaje de la eternidad,
porque estbamos condenados a sucumbir a un estpido destino.
Sera pasada la una de la maana cuando record, al ruido de una voz que preguntaba
por m, a un centinela que estaba cerca de la carpa donde me haba refugiado a dormir.
Puse atencin, y cuando o mi nombre contest: Aqu estoy, quin me busca?
El capitn Gana, seor!, me contest este oficial del Estado Mayor General.
Adelante! le dije, qu es lo que hay?. Seor, vengo a pedirle que haga un
ltimo esfuerzo para evitarnos la derrota que nos amenaza. Se sabe que el enemigo
viene avanzando y el coronel Sotomayor sigue escalonando los cuerpos y desbaratando
la divisin. Acaba de dar la orden de que el Buin se ponga en marcha sin saber bien a
dnde va a ir, sino a colocarse a lo largo del ferrocarril donde puede ser envuelto por el
enemigo que puede amanecer casi sobre l.
Pero, hombre, yo he hecho cuanto es posible y ya no me queda sino darme de
balazos con Sotomayor. Es intil cuanto se le diga, porque tiene la obstinacin de la
ignorancia y de la presuncin, pues est creyendo que de este modo va a cortar el paso
al ejrcito que avanza. Sin embargo, seor, haga otra

tentativa, quin sabe si consigue algo. Hgale este sacrificio a la patria y hgalo por lo
que ms quiera
Me habl este joven con tanta instancia y persuasin que al fin me decid a ir a ver si se
poda hacer algo. Mont a caballo y me dirig al alojamiento de Sotomayor. Cuando
llegu lo salud muy afablemente y le pregunt por las nuevas noticias que hubiera
tenido. Me comunic los ltimos partes de las avanzadas, y luego le pregunt si
persista en diseminar la divisin, envindola fraccionada al encuentro del enemigo. Me
contest que haba dado orden para que el Buin fuera a reforzar al 4? y al Atacama y
que con esa tropa consideraba que haba bastante para hacer frente por el momento.
Procur muy tranquilamente disuadirlo de este plan y despus de orme un rato me dijo:
Yo s lo que hago. Tengo que evitar que el enemigo se me pase por la espalda.
Hombre, no sabes lo que haces, porque con estas medidas no evitas nada, sino que nos
pierdes. Mira bien que en tus manos est hoy la suerte de Chile y que si por tu causa
vamos a sufrir una derrota, tu nombre ser execrado durante cien generaciones. No
habr nacido en nuestro suelo un hombre ms odiado que t y, si no mueres con
nosotros, no tardars en morir agobiado por el oprobio y el desprecio universal que
pesar sobre ti: te matar la vergenza
Le habl con tanta vehemencia, con un tono tan firme de conviccin y seguridad, que al
fin, tomando un aire familiar, me dijo: Y t conoces bien el cerro? S le
dije; caben en su planicie ms de doce mil hombres, puede subirse la artillera y la
caballera puede hacer sus movimientos con entera libertad. Te advertir que sta no es
slo opinin ma, sino de todos los que han estado arriba. No traigas a este respecto
temor ni duda alguna, y estando all, si el enemigo quiere avanzar al sur tiene que tomar
el camino del poniente, donde podemos encerrarlo con la divisin de Pisagua y
obligarlo a batirse en dicciones ms desventajosas que poda buscar. Bueno, pues,
tra derecha, lo atacamos de flanco y por retaguardia y as no es difcil desbaratarlo, y
como nuestro frente es casi inaccesible o muy fcil de defender por las calicheras que lo
cubren, y por la izquierda tenemos el enorme salar que es intransitable, no le queda otro
recurso que retroceder o empear batalla en las condiciones ms desventajosas que
poda buscar. Bueno, pues, hombre, voy a seguir tu opinin.
En el acto dio orden para que el Ruin y Navales, cuyos jefes estaban all, se dirigieran
sobre el cerro de San Francisco y regresaran al mismo punto el 4?, Atacama y artillera
de Salvo. Contentsimo con este resultado, principi yo mismo a llevar rdenes y a
hacer volar los ayudantes en todas direcciones para

que el movimiento de concentracin se hiciera simultneamente y no hubiera tiempo de


cambiar de resolucin.
Poco antes de las cuatro de la maana la atmsfera se despej por un momento y los
astros que tienen una nitidez y un brillo singular en esos desiertos, irradiaban sus
dbiles rayos de luz sobre los rostros taciturnos y atezados de nuestros soldados. Las
filas se movan pausada y silenciosamente, llevando tal vez cada hombre en el fondo de
su corazn la zozobra que se siente cuando se ve acercarse el peligro.
Por mi parte procur multiplicarme por diez para dar rdenes, ir a ensear los caminos,
a buscar a los que estaban lejos y animar y empujar el movimiento general hacia las
excelentes y salvadoras posiciones del cerro de San Francisco. En esta tarea me
encontr secundado admirablemente por dos jvenes ayudantes del Estado Mayor, los
capitanes Emilio Gana y Javier Zelaya. Como nos encontrbamos en una situacin
crtica y singularsima, estos oficiales me exhortaban a que tomara la iniciativa en las
disposiciones que haba que adoptar y me decan que ellos correran con todo el riesgo y
la responsabilidad de las rdenes que trasmitiera como recibidas del jefe del Estado
Mayor. Aunque al principio me resista a esta usurpacin que poda causarnos mucho
desorden, cuando vi que Sotomayor se quedaba muy tranquilo en la oficina telegrfica y
nada haca, principiamos con los ayudantes nombrados a poner en movimiento artillera,
caballera y dems cuerpos que esperaban lo que iban a hacer.
Aprovechndome de la comisin dada por Sotomayor a Arstides Martnez para colocar
los- cuerpos, tomaba oportunamente el nombre de ste para hacer subir por los caminos
ms cortos a los batallones que iban atrasados o tomar otras medidas necesarias,
cuidando de ir o mandar a cada momento a darle cuenta a Sotomayor de lo que se haca
para que lo supiera y lo aceptara como cosa suya, conociendo su inclinacin a recibir las
cosas hechas.
Al alba ya estaban en la cima del cerro el Buin y los Navales, y los dems cuerpos
trepaban por los senderos de sus faldas. Los semblantes demudados por la trasnochada,
por las impresiones y por el fro del amanecer, no prometan resoluciones heroicas; pero
cuando el sol principi a disipar la helada bruma y se principi a ver bien, casi formada
la lnea de batalla, ya principiaron a animarse las fisonomas y no tardaron en asomar en
todas partes la confianza y la alegra.
-Seran las seis de la maana cuando principiamos a distinguir el ejrcito enemigo, que
avanzaba hacia nosotros con sus cuadros bien formados y ocupando una grande
extensin. Media hora despus oamos sus bandas de msica que tocaban

aires marciales, sus clamorosos alardeos que parecan responder a las arengas de sus
jefes, y ese rumor confuso y difcil de describir que acompaa siempre a las
muchedumbres en movimiento. Como a tres kilmetros de nuestra posicin hicieron
alto y principi para nosotros un curioso espectculo, porque ninguno de los que nos
encontrbamos all haba visto un ejrcito apercibindose para combatir.
A las siete o siete y media lleg Sotomayor con poncho amarillo de guanaco, sombrero
del Indostn y una corbata 18 larga gris que le cubra casi hasta los ojos. Ms pareca
arreador de ganado que jefe de un ejrcito que iba a entrar en pelea. Anduvo un poco
recorriendo la lnea, se entretuvo como una hora o ms en ver con los anteojos el
ejrcito contrario, y despus de hacer rer con algunos chistes se volvi a la oficina
telegrfica donde estaba alojado, como a una legua del punto que ahora ocupbamos,
diciendo que la batalla no era hasta el da siguiente.
Las cosas permanecieron en el mismo estado, observndonos mutuamente y hacindose
en nuestras filas muchos comentarios sobre la orden que se haba dado de no hacer
fuego, aunque el enemigo estaba al alcance de nuestra artillera, hasta cerca de las doce
del da. A esa hora principiaron los aliados un movimiento ofensivo que fue la seal de
un fuego general que sorprendi mucho a Sotomayor, que estaba en la aguada de
Dolores, en su alojamiento de la oficina telegrfica, como a una legua de las posiciones
que ocupbamos.
Para el fin de estos apuntes no tiene objeto una relacin de este combate de San
Francisco que entre nosotros se ha llamado batalla de Dolores, aunque merece la pena
que se le relate con fiel minuciosidad porque tiene mucho de curioso. Fue una especie
de drama chino cuya accin se prolonga indefinidamente y cuyo desenlace se viene a
conocer slo por la ausencia de los actores. Como estoy considerando los sucesos bajo
el punto de vista exclusivamente propio y por lo que han tenido relacin con la parte
personal que he tomado en ellos, paso por alto lo que los otros hicieron, que no fue
mucho, no por falta de voluntad, sino porque no los dejaron hacer. Frecuentemente oa
decir a los soldados, sentados o tendidos en sus filas, consumidos por la impaciencia:
A qu hora nos mandarn bajar; qu hacemos aqu cuando los cholos se estn yendo;
para qu nos habrn trado a mirar? Y muchos jefes y oficiales que me vean afanoso ir
de una parte a otra me pedan que persuadiera a Sotomayor de la oportunidad de tomar
la ofen-

18 Bufanda

siva, aprovechando para nuestras guerrillas las asperezas del terreno que tenamos a
nuestros pies, que se prestaba admirablemente para este objeto. Pero a Sotomayor se le
haba metido en el magn la idea de que la batalla iba a tener lugar al da siguiente y que
las tentativas de avance y de ataque de los peruanos eran simuladas para reconocer
nuestras fuerzas.
Por mi parte hice cuanto pude para disuadirlo de este error, y slo en la tarde, cuando
lleg el general Escala precedido del estandarte de la Virgen del Carmen conducido por
el fraile Madariaga, jinete en un caballo rabioso y rabn que trotaba corto atravesndose
y tascando el freno, enjaezado con montura redonda al estilo cuadrino, slo entonces,
cediendo a nuevas insistencias mas, se dio orden de que el Buin y otro cuerpo bajaran
por nuestra derecha para amagar al enemigo por el flanco.
El pobre general, muerto de fatiga y de calor, trasnochado y confundido con los
acontecimientos, pareca ms ajeno que nunca a su deber de depositario de los destinos
de su pas, y no brotndole ni una idea de su inconsistente y blando cerebro, espera del
milagro lo que deba y poda ser obra de nuestro esfuerzo. Lleno de fe y de candor me
dijo con un tono carioso y entusiasta: Aqu tiene, seor secretario, la que nos ha de
dar el triunfo, aunque Ud. no crea en ella, mostrndome al mismo tiempo el sagrado
lbaro. El triunfo ser nuestro, mi general, si arremetemos luego y con vigor al
enemigo. Lo deberemos ms a nuestro valor y bayonetas que a lo que pueda hacer por
nosotros esta buena imagen, que no est muy bien entre el humo y el polvo de la pelea.
Principiemos a pegar fuerte y en una hora hemos dado cuenta de los peruanos. Me
contest algunas palabras amistosas que me hicieron mirar con indulgencia y con
sentimiento benvolo su falta de conocimiento de lo que tena entre manos, y le ped
encarecidamente que me permitiera llevar un ataque, con el Buines y otras tropas que
acababan de llegar de refuerzo, sobre un edificio que estaba sirviendo de concentracin
a las fuerzas enemigas. Despus de un momento de vacilacin me autoriz para hacer lo
que le propona y part a galope, acompaado de Arstides Martnez y de Zelaya.
Media hora despus, cuando el sol declinaba y principiaba ese tinte indeciso de la luz de
la tarde, marchbamos por el pie del cerro con direccin a la oficina del Porvenir con
una columna como de 1.500 hombres de infantera, compuesta del 3.9 de lnea y del
Bulnes.
Al asomar a la pampa desplegamos este ltimo cuerpo en guerrillas y cuando
principiamos a avanzar vimos a Sotomayor que vena por el mismo camino y segua
adelante con la mayor soltura de cuerpo y sin decir esta boca es ma. Yo cre que las

tropas que haban bajado por nuestra derecha, es decir, el extremo opuesto de donde nos
encontrbamos, haban tomado la posicin que bamos a atacar y que l se diriga a ese
punto para dirigir la persecucin.
Sin embargo, continuamos avanzando con cautela y en guerrillas, y apenas habamos
andado cien pasos cuando una tempestad de balas de can y de fusil se descarg sobre
nosotros. La tropa se sobrecogi en el primer instante, pero luego se recobr y rompi
tambin sus fuegos, siguiendo acortando la distancia que nos separaba de las posiciones
enemigas, que sera cosa de medio kilmetro.
Este sbito tiroteo sorprendi a Sotomayor, que por nada no recibe a quemarropa las
descargas peruanas, obligndolo a volver a todo escape hacia donde nos encontrbamos.
Entonces dio orden de retroceder y nuestra tentativa se frustr por completo,
perdindose en el vaco del disgusto un generoso entusiasmo que pudo talvez haber
hecho algo de bueno para la patria. En los sucesos humanos hay siempre una multitud
de hechos incidentales, intermediarios que no se ven ni se cuenta con ellos, pero que son
los que deciden siempre del resultado final. Segn como se combinen estos hechos as
es el xito, bueno o adverso, como es lo que se llama suerte de las personas que
intervienen en ellos.
La noche de este da fue un poco catica, no slo porque nadie se encontraba en su
lugar, sino porque no se sabia lo que se hara al siguiente. Unos cuerpos acamparon en
el cerro, otros abajo; unos tuvieron qu comer, otros no; para unos la batalla haba
concluido y para otros no haba principiado, as que en todas partes se encontraba la
incertidumbre y la oscuridad, porque desde las primeras horas principi a cubrirnos una
espessima camanchaca.
Muy de madrugada al da siguiente estbamos de observacin en la cumbre del cerro,
pero como la niebla lo ocultaba todo, nuestro empeo fue vano para saber si haba o no
enemigos al frente. A las 10 a.m. principi a despejarse y entonces, notando que no
haba movimiento alguno en el campo opuesto, mand a observar desde ms cerca a un
oficial que estaba conmigo, y cuando lo vi acercarse impunemente a las casas de El
Porvenir, me dirig al mismo punto para cerciorarme por m mismo de lo que hubiera.
Cuando llegu a dichas casas ya haba all un oficial chileno con unos cuantos soldados,
el cual me inform que la casa estaba llena de heridos y que el enemigo haba huido en
la noche anterior. Entre los heridos haba un general de nombre Villegas.
Habamos, pues, obtenido una victoria sin saberlo y slo porque Dios lo haba
querido! Escala tena razn.

Julio 9
Vaya, querido Carlos, ya que Ud. persiste en que siga borroneando papel, le dar gusto
a pesar de los negocios, de la poltica, de las visitas y de todo lo que tengo que hacer,
que es completamente opuesto a esto de evocar recuerdos y ponerlos en escritura. El
tiempo no me alcanza para ocuparme del presente y cmo podr darle una parte al
pasado, por prximo que est? Slo as a la ligera como lo he hecho, a ratos, con largas
interrupciones y sin deliberacin ni cuidado. Tendr que seguir del mismo modo, pero
abreviando mucho ms mi relacin para alcanzar a concluir alguna vez y no imitar a los
viejos en sus cuentos.
Qued al terminar el combate de San Francisco, que dio a Chile la ms rica provincia
del Per y que vali a su A. 5. una calurosa recomendacin del general Escala, otra no
menos expresiva del comandante del Atacama, a cuyo lado me encontr en una rpida
refriega que tuvo su cuerpo con un batalln peruano, y, por fin, la hidalga declaracin
de Sotomayor estampada en su parte, de que por mis indicaciones haba ocupado las
ventajosas posiciones que nos haban dado el triunfo. Ahora voy a continuar con los
sucesos que siguieron.
Conocida la dispersin del ejrcito aliado me dediqu con porfiado tesn a decidir al
general a que siguiera adelante, aprovechando nuestra ventaja, persiguiendo al enemigo
y marchando rpidamente sobre Iquique. Desgraciadamente no consegu un movimiento
general y me tuve que contentar con una pequea expedicin sobre Tarapac, dirigida
por m mismo y aceptada como un acto de deferencia personal.
Originalmente la columna se compona slo de 450 hombres escogidos de entre los
mejores cuerpos del ejrcito; pero dos das despus, cuando se supo que en aquella
comarca se encontraba una fuerza peruana de 1.500 hombres, la ignorancia de las
distancias y el impaciente deseo de tener laureles fciles yendo tras de un xito seguro,
alborotaron el espritu de algunos jefes que no se haban encontrado en San Francisco, e
hicieron que el general ordenara el movimiento de una numerosa columna como de dos
mil hombres al mando del excelente coronel Arteaga, que como es sabido termin su
campaa en la recia pero desastrosa jornada de Tarapac. 19
Habiendo perdido mi puesto de jefe y estando obligado por la disciplina y la
conveniencia a permanecer entre los expedi-

19 Desastre de Tarapac: 27 de noviembre de 1879

cionarios, me decid a pelear como soldado, procurando mantener mi corazn al nivel


que exige el honor.
A las cinco de la maana del 28 de noviembre llegaba a las casas de Santa Catalina, de
donde haba, partido tres das antes, para bajarme del caballo despus de veintisis horas
de continuo uso, sin un segundo de descanso, buscando un albergue para mi molido
cuerpo y un poco de sueo para mi atormentada alma. Me encontraba a doce leguas del
lugar del combate, pero todava resonaban en mis odos los disparos y alaridos de la
pelea, y con la excitacin de los nervios se aumentaba en m esa indefinible impresin
de disgusto y de dolor moral que se siente en las catstrofes.
Luego que me baj me dirig al cuarto que me haba servido de habitacin en los das
anteriores; pero la casa estaba sola, el cuartel general antes tan bullicioso haba
desaparecido y no sent ms ruido que el de los estrepitosos ronquidos que salan del
cuarto adonde me diriga. Entr, alumbr un fsforo y slo hall un desmantelamiento
completo y durmiendo en mi cama hecha pedazos un oficial Miller Almeida, a quien yo
haba mandado con un parte durante la accin.
Esper la claridad del da tendido sobre una mesa que haba escapado a la destruccin,
esperando tambin que llegara el poco equipaje que me haba seguido a Tarapac, que
era lo nico que haba escapado al pillaje de nuestro propio campamento.. Luego que
lleg me di un bao en el caldero de una mquina de vapor que haba all cerca, me
cambi la ropa interior, me acost en la ligera cama que me segua y dorm
profundamente cuatro o cinco horas.
Repuesto del cansancio me fui otra vez hacia Tarapac, hasta el lugar llamado Dibujos;
donde se haba acampado el general Baquedano con el auxilio mandado para
socorremos doce horas despus de decidida la jornada. All me inform de la suerte de
mis compaeros, habl largo rato con Baquedano de la situacin y despus de recoger
todos los datos necesarios sobre muertos y heridos nos volvimos juntos con Arteaga al
desolado campamento de Santa Catalina, donde estuve tres o cuatro das, porque decid
volverme a Chile.
Mi participacin en el contraste que acabbamos de experimentar; las recomendaciones
recargadamente encomisticas del general en sus partes de Agua Santa y San Francisco;
mi situacin excepcional y privilegiada en el ejrcito, por ms que yo procuraba
cuidadosamente no hacerla sentir, pasando por alto frecuentemente faltas de
consideracin de individuos que aqu se habran tenido por afortunados con ser mis
mayordomos; todo esto y quin sabe qu otras causas ms despertaron una

emulacin bien perceptible entre algunos militares de profesin y otros que no lo eran,
pero que pretendan serlo, que me cok caba desagradablemente donde estaba. Por otra
parte, yo tuve la franqueza de decirle a don Rafael Sotomayor que su hermano Emilio
no poda seguir siendo jefe de Estado Mayor, exhortndolo a cambiarlo lo ms pronto
posible, aunque conoca que esto tendra que disgustarlo y darle talvez motivo para que
me atribuyera mal espritu o animosidad para con l.
As es que cuando algunos das despus del suceso de Tarapac me insinu en una
conversacin que no me apartara del general, ni que abandonara mi puesto de secretario,
que era cargo de mucha confianza y de consejo, para ocuparme de operaciones activas
de guerra que era mejor dejar a cargo de los militares, comprend que haba llegado el
momento de tomar mi partido sin vacilar y me prepar para regresar a Chile en el primer
vapor que pasara por Pisagua. Otros motivos de familia y de intereses me obligaban
tambin a hacer esto, porque mi participacin en la guerra me haba causado un
completo trastorno. Mi mujer se haba vuelto de Europa sin terminar la educacin de los
hijos, alarmada con lo que yo haba hecho, y se haba encontrado sola en Chile, donde
nuestros bienes, a cargo de apoderados, no se encontraban bastante cuidados de daos
de ratas y animales de rapia que ya haban principiado a menoscabarlos. De modo que
todo me aconsejaba volver y dar por terminada mi carrera militar, y para hacerlo en
regla me puse a cubierto con la Ordenanza pidiendo permiso para dejar el servicio, lo
que no me cost trabajo conseguir.
Por experiencia propia haba conocido lo difcil que es realizar un ideal, aunque sea de
abnegacin y de sacrificio. Habra tomado las armas en la edad madura, en la edad del
egosmo y del clculo, para dar el ejemplo de lo que se puede hacer cuando se guarda en
el pecho el profundo y puro amor de la patria. Siete meses despus volva taciturno y
desconsolado como el vencido del destino, pensando en la insuficiencia de las aptitudes
humanas que no bastan las ms veces para ayudar al vehemente deseo de hacer algo til,
aunque se ponga para conseguirlo una tenaz voluntad y un trabajo llevado hasta sus
lmites extremos.
As llegu a mi pas y a mi hogar en diciembre de 1879, dando por fracasadas mis
concepciones sobre el patriotismo y el sentido moral de los hombres, y por terminada
para siempre mi vida pblica iniciada tan desastrosamente para mi alma.
Durante muchos das pas casi encerrado en mi casa, sabiendo sin embargo, por los
importunos y los necios que penetran a todas partes, el trato que reciba de la
maledicencia y del apasionado juicio de muchos de mis conciudadanos, por quienes ha-

ba ido a exponer mi buena vida al ciego capricho de las balas. Para unos me haba ido a
la guerra porque estaba tronado con mi mujer; para otros porque estaba quebrado; no
pocos crean que me llevaba la sed de renombre, y los ms benignos pensaban que me
haba dejado llevar de un corazn entusiasta y de un espritu aventurero poco
compatible con la cordura de un hombre serio. Lleg hasta reprochrseme que no
recibiera sueldo y Ramn Cerda en la mesa del mismo Pinto se expres acerbamente
sobre mi intrusidad y empeo de figurar a toda costa.
La prensa no fue ms benigna conmigo, y salvo El Mercurio, La Patria y El Coquimbo,
todos los otros diarios me dedicaron duros denuestos, cuando no ruines calumnias.
A Pinto le deb un convite a comer y a algunos miembros del Club de la Unin otra
comida en medias con Domingo Toro.
Herido, pero aguantando como el espartano para no revelar el dolor de la haga, pas un
mes entero ocupado de negocios y de trabajos de campo. 20
Por este tiempo principiaron las cartitas de Pinto llamndome a La Moneda para
pedirme que volviera al ejrcito, y las frecuentes visitas de Santa Mara con el mismo
objeto. Mis primeras contestaciones frieron tercas, dando talvez a conocer el desdn que
senta en mi alma por las cosas del Gobierno. Pero en cada vapor del norte venan ms y
peores noticias del ejrcito, y Sotomayor instaba porque me enviaran para que
contuviera a Escala, con quien ya no poda entenderse. La cosa apret tanto, fueron tan
tenaces las insistencias, que hasta mi misma mujer y mi hija, a quienes Santa Mara les
hablaba con frecuencia, me dijeron que no debiera resistir ms.
Pinto me ofreci hacerme militar de lnea y darme el mando de cualquiera de los
regimientos, el que ms me gustara, o el mando que yo considerara preferible con tal
que pudiera estar cerca de Escala para servir de intermediario entre l y Sotomayor.21
Por algn tiempo me haba excusado con mis negocios, porque tena una deuda de
160.000 pesos que tena todava cinco aos de plazo, pero que haba servido de pretexto
durante mi ausencia para rehusar pagarme el valor de escrituras vencidas alegando una
hipoteca que en nada les afectaba. Fue un abogado, don Cosme Campillo, el que dio la
voz de alarma, considerando en peligro el valor de sus sitios porque la hacienda de Via
del Mar, de 10.000 cuadras, y como doce casas de Valpa-

20 Se cuenta que un joven espartano haba robado un zorro que esconda en la cintura,
debajo del mano; como el animal le roa el estomago, el joven.
21 Don Rafael Sotomayor.

raso tenan una hipoteca general de 160.000 pesos prestados por don A. Edwards a mi
suegro.
Pues bien, alegando este motivo para no moverme de aqu, Matte me dijo que por qu
no venda algunos terrenos o casas en Valparaso y conclua con la deuda, y como le
contestase que la poca era muy mala y que no haba quien comprara, l me asegur que
me buscara un comprador que me pagara el precio que tenan las propiedades antes de
la crisis. Acept la cosa y me compromet a salir luego, una vez que concluyera mi
arreglo con Cucho Edwards, que era el comprador.
Cuando fui a terminar este asunto para reducirlo a escritura, me tuve que entender con
Ross y como ya no poda volver atrs ni me pareci decoroso subordinar mi
compromiso a una cuestin de dinero, me somet a la ley de Moiss y tuve que dar por
150.000 pesos lo que vala en plena crisis 175.000. Las casas enfrente del Parque
Municipal, el gran sitio donde est la fundicin de Balfour Lyon, y otras casas de la
calle Chacabuco.
Cuento este hecho casero y pequeo porque es caracterstico de los hombres y de las
ideas que imperan en Chile: es esencialmente chileno.
Libre ya de un golpe de mano que pudiera amenazar a mi mujer en caso de que me
tocara sucumbir en algn encuentro, me embarqu para Pisagua sin entusiasmo ni
ilusiones, pero seriamente resuelto a poner al servicio del pas todo lo que pudiera dar
de m. Cuando llegu all encontr convertido el cuartel general en un campo de
Agramante, de tal modo que hasta Baquedano, que era ntimo de Escala, se encontraba
peleado con l.
Me apliqu a reanudar relaciones, a apaciguar los nimos y a decidir el pronto
movimiento del ejrcito para tomar la ofensiva sobre el que los aliados tenan en Tacna,
que era la operacin resuelta por el Gobierno. No fui del todo afortunado en mis
tentativas, pero algo se consigui y en marzo 22 del 80 sali la expedicin para ocupar a
Pacocha y de all invadir a Tacna.
La vida ociosa de guarnicin que hacamos aqu revivi las desavenencias de Pisagua y
no tard en formarse un conflicto ms complicado que el que antes haba embarazado
nuestras operaciones. Las relaciones de Sotomayor con Escala se pusieron tan tirantes
que ya no se vean y para todo se entendan conmigo como intermediario. Yo pona un
celoso empeo en allanar las dificultades guardando ms deferencia y adhesin a Escala
que la que deseaban los que estaban cerca del Ministro;

22 La expedicin sali de Pisagua en la tarde del da 24 de Febrero de 1880.

pero yo consideraba esto como un deber de lealtad y no trepid en observarlo siempre,


aunque corriera el riesgo de disgustarme con Sotomayor.
Para combatir este malestar peligroso y desesperante trat de animar a Baquedano para
que se pusiera en campaa con su caballera, y despus de muchas combinaciones y
afanes al fin consegu de Escala que aceptara esta medida, modificada ms tarde por el
Ministro, convirtindola en una expedicin a Moquegua en lugar de una excursin por
los valles andinos. Segn el deseo de Escala yo deba acompaar a Baquedano como
gua y asesor; pero yo insist en que me permitiera ir con l como amigo y ayudante, sin
ningn carcter que pudiera molestarlo.
As pasamos varios das sin que nada hiciera sin discutirlo conmigo y en la vspera de la
jornada de Los ngeles 23 fui llamado con mucha urgencia a Pacocha, porque haba
estallado un rompimiento entre Escala y Lagos, que era el jefe de Estado Mayor desde
Pisagua. Regres, pues, aceleradamente y me encontr con un infierno de cuestiones y
polmicas en que estaba envuelto Escala, ayudado por Zubira y un capelln que estaba
siempre a su lado. Trat de deshacer aquellos embrollos, pero con poco xito, porque ya
el encono era muy violento entre ambos jefes, siendo no menos viva la irritacin de
Escala con Sotomayor.
No pudiendo llegar a un avenimiento, el Ministro me dijo que no haba ms medio de
concluir con las dificultades que hacerme jefe del Estado Mayor, y como me resistiera
cerradadamente a convenir en esta idea, se vali de Lillo para que me persuadiera de la
necesidad imperiosa que haba de que aceptara ese puesto. Unas cuantas horas
discutimos con Lillo todas las combinaciones que podan hacerse con Escala y sin l, y
por fin concluimos en que yo servira el Estado Mayor siempre que despus de sondear
el modo de pensar de algunos de los principales jefes, me convenciera que mi
nombramiento no causara un grave descontento.
As las cosas lleg la noticia del triunfo de Los ngeles y en el mismo da nos pusimos
en marcha para Moquegua, general, Ministro y toda la comitiva del cuartel general,
llegando al lugar del encuentro a la maana siguiente, para continuar despus hasta
Torata.
Fueron tantas las faltas de sentido que not en el general durante este viaje y su
ingobernable exuberancia de rdenes, discursos y todo gnero de propsitos
descaminados, que cuan-

23 Triunfo de Los ngeles ; 22 de Marzo de 1880

do ya regresbamos para Pacocha le dije a Sotomayor que me retractaba de mi


compromiso y que primero me dejaba fusilar que servir el puesto que me exiga. Le di
mis razones y l las acept como fundadas, pero me sostuvo que no haba otra cosa que
hacer.
El regreso a Pacocha fue desagradable porque casi todos, por un motivo o por otro,
venamos mal impresionados. Luego que llegamos al puerto estall el rompimiento
entre Sotomayor y el general, porque este ltimo neg su permiso para que Lagos
saliera del campamento y el Ministro le trasmiti la orden que haba dado de que este
jefe se trasladara al sur. Con este motivo se suscit un violento cambio de notas
destempladas y acres que dieron al que suscribe muchos y muy profundos disgustos.
Por una parte mi obligacin de ser leal y sincero con el general, que todo me lo deca y
que confiaba en m; y por la otra mi amistad con Sotomayor, el deber de ayudarlo y la
conciencia de que en el fondo era l el que tena razn, pero sin atreverse a tomar una
resolucin definitiva.
Por fin se decidi a irse a Iquique a comunicarse con el Gobierno, llevando en su nimo
resuelta la separacin de Escala. As a lo menos lo comprend en una larga conversacin
que tuvimos, insistiendo l en que yo fuese al Estado Mayor, para lo cual iba a pedir mi
ascenso a coronel, como lo hizo inmediatamente que lleg a dicho puerto. Tena el
propsito de hacer general en jefe a Villagran, idea que le combat mucho,
aconsejndole que dejara a Baquedano, que a pesar de su limitacin de facultades
intelectuales y de su escassima instruccin, tena la ventaja de la bondad de su carcter,
su docilidad, un cierto tino para manejarse y la simpata de su persona, habiendo sabido
adems captarse la buena voluntad de casi todos los jefes de cuerpo con su franqueza y
amabilidad.
Pero Sotomayor vacilaba, porque lo encontraba tan destituido de formas y tan escaso de
toda idea de combinacin, que le pareca que era imposible que pudiera expedirse en el
mando sin suscitarse universal desprestigio. Villagran tena mucho mejores apariencias,
pero en el fondo tena inconvenientes mucho mayores que los de Baquedano, como no
tard en conocerlo por experiencia propia el mismo don Rafael.
Mi propuesta para jefe del Estado Mayor fue recibida al principio sin objeciones por
parte del Gobierno, porque se expidi mi ttulo de coronel y Sotomayor me escribi
largas cartas de encargos y recomendaciones sobre el servicio. Pero no tard en venir la
alarma y en levantarse vientos contrarios a la posicin que iba a tomar en el ejrcito.
Gandarillas, Amuntegui y algunos otros directores de la guerra desde la capital, en-

contraban inaudito que un cucaln 24 como yo fuese a tener un mando principal en la


campaa que iba a emprenderse, suponiendo que si la suerte me favoreca, todo lo que
yo hiciese sera para aumentar y consolidar la influencia de Santa Mara. Por otra parte,
los Arteagas y los conservadores amenazaban por esta rpida elevacin de una criatura
de Santa Mara, y este sujeto que no naci para defender Termpilas principi a
asustarse y a recular, como es propio de su tendencia.
Sotomayor, por su parte, tambin se vio arrastrado a volver atrs y escribi una posdata
de carta que me revel lo que pasaba. Me dice que haga lo posible por comprometer a
Escala a quedarse con el mando del ejrcito, bajo la inteligencia que yo siguiera de su
secretario, buscando para jefe de Estado Mayor a Velsquez u otro jefe que me
pareciera bien, estando por su parte resuelto a volverse a Santiago. Seguro de interpretar
bien la situacin, me fui a ver a Velsquez y despus de una larga conversacin me
contest que aceptara el cargo, lo que le comuniqu a Escala para saber lo que pensara.
No dej de extraarle este cambio, porque l estaba en la idea que era una cosa resuelta
mi nombramiento; pero despus de una explicacin qued convenido en continuar con
la persona nombrada.
En el acto obtuve de l que le pidiera al jefe de la escuadra un buque para mandar a
Iquique, y el Angamos se puso en marcha llevando a su bordo a Adolfo Guerrero,
comisionado por m para comunicar a Sotomayor lo que haba pasado, pero al mismo
tiempo la resolucin irrevocable de mi parte de separarme del puesto que tena. Que era
intil cuanto me dijera, porque no haba poder que me obligase a continuar de
secretario.
Esto alarm a Sotomayor y lo decidi a volver a Pacocha, lo cual sabido por Escala, lo
decidi a su vez a no esperarlo e irse a Santiago a conferenciar con el Gobierno y volver
despus libre de toda traba. Me consult muy largamente sobre esta medida, y sin
desaprobrsela, porque me pareca que era una fortuna que l mismo abriera el camino
para hacer un cambio que era indispensable, le dije con toda franqueza que me pareca
que no volvera ms. Esto le extra mucho, y creyendo que estaba en connivencia con
Sotomayor, me dijo con un tono marcadsimo de reconvencin:
Luego Ud., seor, est al corriente de los secretos y de los planes del Gobierno, y se
ha resuelto sacrificarme!

24 Trmino despectivo para nombrar a los civiles que se encontraban en el ejercito,


especialmente a los que nada tenan que hacer en l. (Vease la explicacin que da Diego
Almeida en la pg. 126 de su Diario).

No, general, le contest: no conozco los planes del Go-bienio ni he tenido


comunicacin de ninguno de sus miembros; pero conozco bastante de las leyes de los
acontecimientos humanos para poder decirle, sin temor de equivocarme, que entre el
Ministro que representa el poder y la autoridad del Gobierno y Ud., el Gobierno dar la
razn y apoyar al primero. Era preciso para que sucediera lo contrario que el Ministro
no tuviera prestigio ninguno, que no inspirara confianza ni estimacin y Ud. sabe lo que
piensan de don Rafael el Presidente y los dems miembros del gabinete. As que Ud.
debe hacerse el nimo de quedarse en Chile.
All lo veremos!, me contest, y no hablamos ms en ese da. Al siguiente me pregunt
si yo lo acompaara, y como le contestase que no, me hizo cargos por el abandono en
que lo dejaba, jactndose de que no le faltaran amigos, y muy buenos amigos, que le
ayudaran. Me dio a entender que por ms que el Gobierno quisiera, no le quitara el
mando del ejrcito, porque la opinin pblica no lo tolerara.
Bajo esta errnea idea se embarc el pobre general, dejando poqusimos amigos entre
los militares, pero s muchos y muy ardientes deseos de que no volviera ms. Yo estuve
con l hasta el instante de ponerse en movimiento el vapor y not en su semblante y en
su mirada la inquietud que se anidaba en su corazn, a pesar del ostentoso alarde de
confianza que manifestaba. Nos despedimos afectuosamente, pero con la tristeza y la
discreta reserva de los que presienten una desgracia. Desde entonces no nos volvimos a
hablar ms y Ja tumba ha puesto eterno fin a una relacin rota por la suspicacia y por el
despecho, aunque por mi parte hice cuanto era humanamente posible, dentro del deber y
de la conveniencia del pas, para conservarla leal y honradamente.
La ida de Escala y la vuelta de Sotomayor marcaron un notable cambio en las cosas del
ejrcito, no tanto por la actividad que se desplegara, que no era mucha, sino porque
revivi la confianza y el buen nimo entre todos los militares hastiados de la inaccin y
medio asfixiados por la atmsfera moral en que vivamos. Hubo un sacudn del espritu
y la esperanza alegr los corazones.
Yo tena decidido venirme pocos das despus de Escala, habindome quedado slo
para no llegar junto con l y aparecer como haciendo causa comn. As se lo comuniqu
a Sotomayor; pero ste me dijo que no pensara en tal cosa, porque l no me lo
permitira. Con este motivo entramos en largas conversaciones sobre el presente y el
porvenir y me dio a conocer ntimamente su situacin y sus pensamientos. Me declar
su irrevocable in-

tencin de volver a Chile una vez destruido el ejrcito de Tacna, porque l no poda
honradamente estar ms tiempo fuera de Santiago, donde tena compromisos tan graves
que no le dejaban ni libertad de pensar como debiera en los negocios pblicos que
estaban a su cargo, haciendo pesar sobre sus hombros tan enorme responsabilidad. Y
cuando yo me vaya agreg-----, esta convenido que Ud. se quede en mi lugar, porque
no hay que disimularnos la insuficiencia del pobre Manuel, sobre todo para llevar una
expedicin a Lima como lo tendremos que hacer forzosamente. Conque, amigo, no tiene
ms que j.... como yo y esperar aqu que le llegue su turno. Buen nimo y djese de
tonteras!
Para comprometerme o para contentarme suponindome fastidiado por su esquivada en
lo del Estado Mayor, me propuso que me encargara yo mismo de una excursin con la
caballera que yo aconsejaba desde tiempo atrs para despejar de enemigos los valles
comprendidos entre Moquegua y Tacna. Al efecto se pondran bajo mis rdenes los dos
regimientos de caballera que tena. el ejrcito.
No poda hacrseme una proposicin ms a mi gusto, y as fue que luego olvid mis
proyectos de viaje y de retiro. Me dediqu con ardor a preparar las cosas y a meditar un
plan de operaciones que correspondiera a los elementos que se me iban a confiar y a las
justas expectativas que haba formado el pas sobre las excelentes tropas de esta arma.
Se me abra la puerta para entrar en la verdadera guerra; en la guerra que templa
fuertemente los nimos, que prepara para los altos hechos y los grandes resultados, y
que da un digno empleo a la vida del hombre que ha tomado las armas. As que me di
con toda el alma a esta tarea.
No tard en estar listo para irme a Moquegua, donde estaba el grueso de la caballera, y
aunque era un poco embarazosa mi situacin en presencia, de los jefes de los
regimientos que deban sentirse mortificados con que un cvico viniera a mandarlos, la
cosa se pas mejor de lo que esperaba, porque los oficiales y la tropa recibieron con
gusto la noticia de que iban a ponerse en movimiento.
Guardando todo gnero de atenciones a los jefes y dndome trazas para que mis
rdenes se dieran como emanadas de ellos, los aprestos se abreviaron y al da siguiente
de llegar ya estaba en marcha con los dos regimientos, Granaderos y Cazadores, para ir
a buscar a Albarracn en los valles de Locumba o de Sama, por donde haca sus
correras.
La marcha por aquellos desiertos de aspecto salvaje e imponente no dejaba de tener
cierto atractivo y novedad, tanto

para la tropa como para los oficiales, y para m tena adems el aliciente de los
recuerdos histricos de los tiempos de la Independencia, cuando Miller, Soler,
Alvarado, Santa Cruz, Ameller y Valds se buscaban y perseguan por estas desoladas
comarcas. Caminbamos lentamente, pero sin detenernos, para avanzar lo ms que se
pudiera y sin descuidar ninguna de las precauciones que aconsejan la previsin y la
prudencia.
Al anochecer avistamos el ameno valle de Locumba y no tardamos en tomar posesin
de una parte de los campos cultivados para dar forraje a los animales y acampar con
comodidad la tropa. En este valle encontramos toda suerte de recursos y aunque los
habitantes haban huido, haban dejado sus ganados, sus aves y mantenciones. Para
evitar los daos intiles y tambin para aprovechar lo ms posible de los recursos
encontrados, se dieron rigurosas rdenes para que nada se destruyera ni nadie tomara ni
una hilacha de las casas abandonadas. Los capitanes ayudantes deban hacerse cargo de
los vveres, animales y dems cosas necesarias para la tropa que fuera preciso tomar,
respetndose el resto como si no invadiramos tierra enemiga.
Las excursiones por esta comarca fueron fciles, a veces agradables y acompaadas
siempre de la abundancia. Subimos hasta Mirabe e Ilabaya, pero no pudimos encontrar a
Albarracn. En este ltimo punto supe que se encontraba en el valle de Sama y decid
irlo a buscar sin prdida de tiempo, tomando para conseguir mi objeto uno de los
caminos poco frecuentados que atraviesan aquellos desiertos que se interponen entre
valle y valle. La jornada la hicimos de noche, tanto para ocultar la marcha cuanto para
atenuar la fatiga de la travesa.
No faltaran peripecias que contar, pero como tengo que ser breve, me limitar a decir
que a las ocho de la maana del da siguiente estbamos a la vista de la gran pampa de
Sama Chica o Yaras, distante como tres leguas del valle del ro y de la aldea de
Bellavista. Las polvaredas que se levantaban en varias direcciones nos indicaban los
movimientos de los habitantes que huan con sus ganados, o de las tropas que defendan
la comarca. Cul de las dos hiptesis seria la verdadera? Podan ser ambas, y por
precaucin hice hacer alto para desmontarse, dar descanso a los caballos y de almorzar a
la gente.
Una hora despus salamos en orden de combate, dejando atrs las bandas de msica y
toda la impedimenta, para avanzar sobre la aldea que tenamos al frente, cuya iglesia
blanqueada y de dos torres nos serva de punto de mira. Antes haba mandado un
piquete de descubierta con encargo de inclinarse cuanto pudiera hacia el oriente para
distraer la atencin del ene-

migo si es que lo haba. Por algn tiempo seguimos en esta misma ignorancia, a pesar
de la escudriadora atencin con que observbamos el horizonte. Al fin principiamos a
distinguir unos puntos que nos parecieron agujeros en alguna tapia y slo despus de
acercarnos bastante y de mirar con mucha atencin, vinimos a conocer que eran
soldados montados que estaban formados en batalla y que se proyectaban en una faja
blanquizca del suelo.
No tard en venir el aviso de la descubierta y en sentir los primeros disparos de las
carabinas peruanas. En este momento hubo alguna excitacin de los jefes y oficiales que
queran opinar sobre lo que se debera hacer. Hice guardar silencio y saber a estos
seores que no tenan derecho a emitir opiniones y que no les corresponda otra cosa
que cumplir fielmente las rdenes que se les dieran y pelear como buenos hasta concluir
con los enemigos. Me avanc cuanto pude para reconocer el terreno, medit un poco y
cuando me form concepto de lo que tena que hacer, me reun con la columna y di las
rdenes para operar un movimiento de flanco que nos permitiera atravesar el ro para
tomar la retaguardia de nuestros adversarios.
La cosa sali bien y dio por resultado la fuga de Albarracn, que fue perseguido hasta
cerca de Tacna; la destruccin completa de su fuerza compuesta de milicianos y de una
o dos compaas de tropa de polica, y la ocupacin del abundante y bien situado valle
de Sama.
Despus de recoger todos los datos e informes que podan servir para el ejrcito, me
dirig en busca del puerto de Ite para reconocerlo y saber si podamos hacer por l
nuestro reconocimiento sobre Tacna. El camino del Hospicio y de Locumba presentaba
muy serias dificultades para el transporte de las tropas y su gran material,
principalmente el de la artillera.
Tuvimos que vencer una pesadsima jornada por extensas pampas que parecan
interminables, sin ms guas que el rumbo magntico y nuestro propio instinto. La
noche nos cogi en una ensenada de cerros por donde iba la huella que seguamos, y
tuvimos que acampar con los caballos de la brida, atormentados por el hambre, la fatiga
y el fro verdaderamente glacial que se siente durante la noche en aquellas regiones
tropicales. Esto se debe a la altura y al fuerte poder de refraccin de la costra terrestre.
En un cuarto de jornada ms estuvimos a la vista de la costa y no fue poca nuestra
alegra al ver que tenamos al frente la simptica y bien conocida Covadonga, que
entonces estaba bajo el mando de Orella. Reanimados con este feliz encuentro
principiamos a bajar una larga y arenosa cuesta, y slo despus de dos horas de caminar
incesantemente, aunque con mucha

llera que haba sido mandada por el del interior. Al fin de algunas discusiones se
cambi de resolucin y qued acordado tomar el que nosotros proponamos, dndose
desde luego las rdenes para principiar a embarcar el material para transportarlo por
mar.
Dos das se pasaron en conferencias, en largas conversaciones sobre lo que se poda
hacer, sobre los planes de campaa y sobre las noticias que se tena del enemigo. Yo
propona ir a molestarlo con la caballera, auxiliada por dos bateras de montaa y unos
doscientos tiradores montados, para aprovechar algunos puntos estratgicos que
ofrecan los cerros vecinos a Tacna. Propona cortar la comunicacin con Anca y con el
interior, bloqueando a los aliados en las dos ciudades, lo que era hacedero, porque no
tenan fuerza de caballera con que contrarrestar a la nuestra, sino apenas unos
doscientos o trescientos hombres mal montados y peor instruidos. Pero me encontr con
una resistencia invencible, llegando a decir Baquedano que si acosaba as al ejrcito
aliado se dispersara y no le quedara nada que hacer al nuestro.
Viendo que en esta materia no poda obtener nada, regres a mi campamento llevando
en los bolsillos los despachos de Comandante General de Caballera, el empleo que
tena Baquedano quince das antes. 25
Mientras se mova el ejrcito me apliqu a instruir y alistar a mi gente y sus animales,
teniendo con este objeto frecuentes ejercicios y academias. As pasamos como veinte
das hasta que por fin lleg a Ite el cuartel general con todo su squito, y despus de seis
u ocho ms nos pusimos todos en marcha para el valle de Sama, quedndose el cuartel
general en Yaras y yndome con mis fuerzas a ocupar el pueblo de Sama Grande, tres
leguas ms arriba. La hora decisiva se aproximaba lentamente pero todos la veamos
venir con confianza.
El campamento de Yaras presentaba un espectculo animadsimo y curioso. Sobre
ambas mrgenes del valle, que se encuentra limitado por altas barrancas pedregosas, se
haban formado calles de verdes ramadas engalanadas con nuestra vistosa bandera y con
varios y caprichosos adornos que revelaban el placer de los soldados de tener a
discrecin rboles y arbustos con que guarecerse de los rigores del clima. El terreno se
prestaba tambin para estos gustos, porque adems de ser muy parejo se dilataba a
nuestra vista en una extensa pampa que no exiga mucha vigilancia para estar a salvo de
toda sorpresa.

25 Fue nombrado por decreto del Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, en Ilo, el 27 de abril de 1880.

Varios das haban transcurrido desde que nos habamos posesionado de este lugar,
cuando una maana, al amanecer, o la voz del comandante Vargas, de Carabineros, que
preguntaba por m a uno de los asistentes que estaba en pie. Inmediatamente lo habl y
le dije que se aproximara a mi carpa para saber lo que ocurra, y cuando me dijo que
haba sucedido una gran desgracia no supe qu temer, pero estuve muy lejos de
sospechar que fuera la muerte de Sotomayor; as es que cuando me lo dijo qued como
aturdido.26 Me vest con toda presteza, hice ensillar mi caballo y me puse en camino
para el cuartel general, adonde encontr a toda la gente muy consternada, pero ya
haciendo conjeturas sobre el sucesor. Tanta era la conviccin de la necesidad de un
representante del Gobierno en el ejrcito!
Lament muy sinceramente la muerte de este hombre cuyos mritos haba conocido de
cerca, y tem que su prdida pudiera ser costosa para el pas por los cambios y
perturbaciones que poda traer. Tambin lo sent por m, porque atenindome a lo que l
mismo me haba dicho, bien podra ser que me nombrasen su sucesor, lo que para m
tena muchos inconvenientes, no slo por las dificultades de mi situacin, que de
subalterno e igual pasaba a ser superior, sino porque mi nombre ira a servir de pbulo a
los enconados adversarios polticos que con tanto rencor me trataban ya. Adems, si tal
cosa suceda tendra que perder el mando de la caballera, que era tan de mi gusto y
donde crea que poda prestar buenos servicios.
Regres triste y preocupado a mi cantn, resuelto a poner de mi parte todo lo que
pudiera para evitar o disipar las complicaciones que este infausto acontecimiento
pudiera traer. Tena el inquebrantable propsito de no suscitar jams ninguna dificultad
mal fundada o basada en el egosmo, y ahora me consideraba ms obligado que antes a
mantenerme firme en esta decisin.
Unos pocos das ms tarde recib una cartita de P. Lynch, escrita en Iquique, en la que
me comunicaba dos telegramas que haba recibido de Santiago. El primero deca as:
Diga al General Baquedano que siga adelante las operaciones convenidas con el
Ministro, ponindose de acuerdo en todo con los coroneles Vergara y Velsquez. El
segundo, firmado por Santa Mara, deca lo siguiente: Avise a Vergara que reciba y lea
una carta ma que ha ido para Sotomayor y que la tome como suya. Esta carta que
conservo entre mis papeles es el reflejo de

26 Don Rafael Sotomayor muri repentinamente en el campamento de Yaras, el 20 de


mayo de 1880.

las vaguedades y de las fantasas que tena el Gobierno sobre la situacin de los
adversarios, principalmente de Bolivia. Con dula exhortando al Ministro para que
procurase que el resultado de la jornada de Tacna fuese tan completo, que cayeran en
nuestro poder sin escaparse un solo hombre, todo el ejrcito aliado, con sus jefes y
oficiales, armas y bagajes. Era necesario aterrar a los pueblos enemigos con la magnitud
de nuestra victoria para decidirlos a pedir la paz, porque nosotros no podamos ir
adelante en la guerra.
Permanec tranquilo consagrado a mis ocupaciones ordinarias sin dar importancia
ninguna a la resolucin gubernativa de formar una especie de junta directiva de la
guerra, compuesta de dos subalternos y un superior con mando absoluto e incontestado
como es un general en jefe en campaa. Me pareci absurda esta medida y contraria a la
unidad de accin y de voluntad que es la base de todo buen rgimen en un ejrcito, y
por eso decid no darme por notificado de ella ni aceptarla si el general me la
comunicaba oficialmente.
Pero no tuve necesidad de hacer este rechazo, porque pasados dos o tres das recib un
recado de Baquedano pidindome que fuera a verlo. No tard en presentarme al cuartel
general, donde fui recibido con mucha amabilidad. Tan luego como cambiamos los
saludos y preguntas de estilo, me invit el general a pasearnos por el corredor de la casa
que habitaba, y con gran disimulo principi a contarme la grande impresin que haba
causado en Santiago la muerte de Sotomayor, pero que el Gobierno tena mucha
confianza en el ejrcito y en que se llevara adelante su plan que ya lo tena convenido
con el Ministro, marchando de acuerdo con todos, en mucha unin, mucha armona, de
acuerdo con Velsquez, con Vergara, exclamando en seguida: Qu tonteras!, como si
no furamos todos uno, no es verdad?
Yo me re muy ingenuamente de la astucia para eludir la orden del Gobierno y le
contest con sano corazn: Si, general, nos encontramos felizmente en la ms
perfecta unin y espero encontrarme en todo de acuerdo con Ud., porque s que me
permitir aprovechar todo el poder de nuestra caballera y que no me dejar estar ocioso
mientras quede un enemigo en armas.
Continuamos charlando festivamente un largo rato y despus me retir a mi
campamento, celebrando la zorrera del general y contento de tener un medio de exigir
que se me dejara una cierta latitud en la direccin de mi tropa, ya que por mi parte
manifestaba la voluntad de no aprovecharme de la injerencia que me daba el Gobierno
en la direccin del todo.

Los aprestos para avanzar sobre el enemigo se daban por terminados y se fij el 25 de
mayo para emprender la marcha. Qu animacin, qu movimiento, qu alegra! Qu
de peripecias! Parece increble que el hombre que tan gravemente presume de ser un
sujeto racional y miembro de una misma familia, se apreste a la matanza de sus
semejantes con tanto regocijo y anhelo como si fuera a conseguir el mayor de los
bienes.

DIARIO DE LAS CAMPAAS


AL PERU Y BOLIVIA 1879 - 1884
Desde la Campaa de Antofagasta
hasta el desembarco en Pisagua
Lo que yo he visto
DIEGO DUBLE ALMEIDA

INTRODUCCIN

El ttulo, dado por el mismo autor, nos aclara suficientemente la naturaleza de este
trabajo.
La transcripcin se ha hecho de una copia a mano que dej el autor, ya que los
cuadernos o papeles sueltos que fue escribiendo durante los sucesos blicos amenazaban
desaparecer o destruirse.
La copia en limpio trat de conservar el mismo estilo y sabor con que fueron escritos en
las campaas, muchas veces frente al enemigo, 21 aos antes.
La copia tiene lugar y fecha: Santiago, Enero de 1902.
Por Diario se entienden las anotaciones a lo largo de los das y de los sucesos, sin
exigencias de todos y cada uno de los das, sino con interrupciones ms o menos
prolongadas.
Tampoco existe igualdad de narracin: hay das y sucesos que apenas tienen una lnea y
otros que ocupan varias pginas, segn la importancia de los mismos, como es fcil y
lgico suponer.
La copia que se ha transcrito es un cuaderno de hojas de oficio, rayadas, numeradas por
el mismo autor, que contiene tres hojas introductorias y 65 hojas escritas por un solo
lado (una sola hoja tiene una nota en el reverso).
Estn escritas en forma plena, con excepcin de unas pocas que contienen datos
estadsticos que no completan la plana. Una de ellas 45 tiene pegado un dibujo o
croquis del monitor Huscar, recortado en hoja igual a las del texto.
La letra es legible con facilidad. A veces, la pequeez de los caracteres y lo apretado de
los mismos en algunas pginas pueden dificultar la rapidez de la lectura, pero no su
inteligibilidad.
La ortografa es la usada en el siglo pasado, cuando fue escrito el Diario; pero se reduce
a muy pocas caractersticas, p. ej.: el uso de la i latina, el uso de la j en lugar de la g; o
bien algunos acentos o su omisin: , menos, armas, haban, dirigan, artillera, etc. En
la presente transcripcin se ha modernizado la ortografa para alivio del lector y porque
en nada cambia su sentido.
Parte de este Diario fue publicada en peridicos.

Anotemos antes algunos datos biogrficos, para entender mejor el substrato del Diario,
conociendo el espritu de su autor.
Diego Dubl Almeida naci en Valparaso en 1841. Perteneca a una distinguida familia
llegada de tierras francesas.
En 1860 ingres a la artillera como alfrez; el 65 ya era teniente, capitn el 68, sargento
mayor graduado el 70 y efectivo el 76; coronel graduado en abril de 1879 y efectivo el
84; en 1908 ascendi a general de brigada.1
Fue un oficial de renombre. De los ms preparados en la guerra del 79: su instruccin
era terica y prctica. Fue uno de los oficiales escogidos para la instruccin y formacin
de los nuevos contingentes de los regimientos. El y su hermano Baldomero fueron los
defensores y expositores del nuevo orden disperso, ya que la formacin unida no se
abandon, y nuestros jefes continuaron instruyendo a sus tropas por el viejo sistema de
movimientos en columnas cerradas, en masas, salvo dos o tres comandantes que las
aplicaron en sus cuerpos de ejrcito.
Su instruccin tambin puede apreciarse por el catlogo de su biblioteca que contena
400 ttulos, una cuarta parte sobre artillera. Uno de ellos es obra suya: Artillera y
blindaje. Los libros estaban escritos en castellano, francs, ingls.2
En 1872 pas a la Escuela Militar como ayudante y profesor.
Diego Dubl Almeida se inscribi en la masonera. En 1871 perteneci al directorio que
la masonera de Valparaso form para dirigir los trabajos de la escuela Blas Cuevas,
que haba fundado como contrapartida laica en la enseanza y que provoc serias
controversias entre clrigos y masones, porque en ella no se enseaba religin catlica.3
Form parte de la comitiva que viaj al Per a traer los restos de OHiggins, en 1873.
El 14 de abril de 1874 fue nombrado gobernador civil y militar de Magallanes. El ao
1877 sucedi en esa lejana tierra el motn de los artilleros, que conocieron su severidad;
mas tambin se convirti en creador y organizador: l introdujo en Magallanes ovejas
tradas de las islas Malvinas. Renunci a Magallanes en 1878, pasando a jefe de seccin
en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ese ao fue enviado a Argentina en misin secreta, junto con Arturo Prat y con el
capitn de artillera de marina Miguel.

1 Diego Urriate: Memoria genealgica de la familia Dubl. Santiago, Ed. Nacimiento,


1942.
2 Diego Dubl Almeida: Biblioteca militar. 11 (1125-9, pg. 1)
3 Cfr. Fernando Pinto Lagarrigue: La masonera y su influencia en Chile, pg. 174;
Benjamn Oviedo Martnez: La masonera en Chile, Bosquejo histrico, cap. XVI,
Santiago, Universo, 1929.

Moscoso. A l, Dubl, le toc otear la escuadra argentina en Santa Cruz. De ese viaje
escribi tambin un Diario, publicado en
1938.4
Al volver de Argentina se encontr con la novedad de la guerra, que supuso con
Argentina, segn eran los informes que l haba logrado. Pero ella era con Bolivia, y
luego con Per y Bolivia.
La mayor parte de los sucesos en que particip en esta guerra estn narrados por l
mismo en el Diario.
Iniciada la campaa de Tacna y Anca, en 1880, comandando una avanzada exploratoria
fue sorprendido con 25 cazadores en Locumba, lo que fue para l un desprestigio.
Sometido a consejo de guerra, fue defendido por su hermano Baldomero, y sali libre
de culpabilidad; aunque ya no tuvo mayor figuracin en las siguientes campaas.
El ao 83 particip en la expedicin a Arequipa.
Estuvo fuera de la guerra civil de 1891 porque haba partido en legacin a Europa,
donde permaneci hasta 1892.
Haba casado en Copiap, en 1867, con Julia Alquizar de Ferrari. Tuvieron diez hijos.
Diego Dubl Almeida muri en Santiago, el 6 de mayo de
1922.
La importancia del Diario puede esquematizarse en unos cuantos aspectos:
1. Lo primero que resalta es la verdad que el autor defiende y enfatiza.
Respecto a los hechos, se pueden comparar con otros documentos para sacar el alcance
de su exactitud. Los juicios han de ser sopesados en su verdad con los criterios
histricos que nos darn la medida.
2. Los acontecimientos que aparecen en el Diario, tenidos por desconocidos
en Chile cuando se escribieron y cuando se copiaron en 1902, ya no lo son para los
historiadores o investigadores; entendiendo los de mayor cuanta, porque pormenores
quedan muchos por aclarar. Aqu mismo hay varios.
Los que el tiempo, la historia de la guerra o los documentos han puesto a la vista, no
han hecho perder su valor a los narrados aqu: algunos, precisamente, tienen valor por
ser sacados de este Diario. Es hermosa la referencia al combate de

4 Diario de una misin al ro Santa Cruz, en Revista Chilena de Historia y Geografa,


LXXXV, 1938; El Mercurio , 6 de octubre de 1939; Las Ultimas Noticias, octubre de
1907.

Iquique; la captura del Huscar se embellece con su comentario.


3. Los hechos principales que el Diario cuenta y analiza estn refrendados por la
Historia y los documentos, lo que constituye su valor intrnseco.
Sin embargo, la mayor valoracin la obtiene, a nuestro parecer, de los conceptos
emitidos en l: juicios y crticas.
4. La primera crtica es hecha ante la realidad de haber puesto oficiales de
infantera al frente de la artillera.
Eran jefes sin competencia, puestos por motivos polticos o electorales. Por lo tanto, la
responsabilidad recaa sobre el Gobierno y sobre esos jefes.
Escribi al comienzo de la guerra que los expulsados del Per eran la mejor argamasa
para esculpir oficiales, clases y soldados para nuestro Ejrcito, porque el entusiasmo en
ellos estaba vivo. Alberto Blest Gana escriba desde Europa al Presidente Pinto
ofreciendo conseguir oficiales para cualquier arma, sin que ellos fuera una ofensa al
amor propio de nuestros dignos jefes y oficiales.5 Pero ello no fue necesario porque se
formaron en el pas y al correr de las campaas. Muchos de ellos fueron una verdadera
revelacin por sus condiciones militares y tcticas. Ejemplos hay muchos.
5. Una segunda crtica es contra los civiles que estaban al frente de militares,
algunos con altos puestos o dirigiendo operaciones netamente militares. Qu podran
hacer en las campaas?, qu podran hacer en los combates?
Se refiere a civiles con cargos militares: no est lejos de esa crtica la actuacin de Jos
Francisco Vergara. En cambio, no es el caso de don Rafael Sotomayor, Ministro de
Guerra en campaa, para quien tiene elogiosos comentarios. Este Diario enfrenta as a
las Memorias de Vergara (reunidos y publicados ambos en la presente obra) y es un
aporte a la actuacin civil de don Rafael Sotomayor.
6. Unido a lo anterior van sus crticas y juicios polticos y militares cuando
afirma que las revoluciones constantes que se haban desarrollado en el Per haban
preparado su ejrcito en mejor forma; que el nuestro era inferior en nmero e
instruccin militar, lo que ha significado abandono y confianza.
Esto lleva a dos implicaciones en la guerra: Per esquivara el bloqueo, que Chile tena
como base, y se lanzara sobre la

5 Archivo Nacional: Fondo Varios, vol. 413, p. 14 f. 78.

lnea del Loa, que fue la gran preocupacin del Gobierno en ese momento, junto con la
llamada poltica boliviana.
Todo eso exiga la rpida preparacin de soldados chilenos, asunto que los jefes y
oficiales tomaron sin momentos de descanso. A lo cual deba sumarse el Gobierno,
desembarazado ya de problemas de poltica interna, porque maana puede agregarse a
la coalicin la Repblica Argentina y debemos estar preparados para todo evento.
Mrito del Diario es, por tanto, una visin poltica y militar que no pierde vigencia.
7. Al parecer, la mayor crtica de Dubl Almeida era sobre la preparacin del
Ejrcito: no poda mantenerse una tctica ya anticuada, pasada de moda, como era la de
ataque en masa.
Es ms valedera porque va precisamente contra sus camaradas de armas: no es ya contra
el civil movilizado o contra el cvico, sino contra los militares de oficio, por no
acomodarse a las tcticas modernas. Crtica, porque significaba resistencia en los jefes
de cuerpo para adoptar la tctica del orden disperso de combate; porque implicaba
ignorancia sobre el uso de las armas nuevas de tiro rpido; porque era desconocer los
avances que haban adoptado ya todos los ejrcitos y desconocer la prctica realizada en
Europa unos cuantos aos atrs, especialmente en las campaas del 70. Este problema
de modernidad del Ejrcito y Marina fue planteado en la candidatura presidencial de
Jos Francisco Vergara en 1886 (l que haba participado tan ntimamente en la guerra)
y es un problema siempre actual, que este Diario seguir advirtiendo.
8. En forma ms dispersa est el llamado de atencin para la provisin y
organizacin del Ejrcito.
No bastaba, ni basta, con la preparacin castrense de los contingentes reunidos: era
necesaria la provisin de vveres, vestimentas, equipos, forrajes, municiones, etc. Esto
repetido a lo largo de la guerra, y del Diario, lleva a la conclusin de la necesidad de un
organizador general. Es el papel que don Rafael Sotomayor realiz. (Vase biografa de
don Rafael Sotomayor, publicada por esta Editorial.)
Pero el Diario profundiza ms en otros sentidos.
Era el pas entero el que deba aportar: la poltica interna, que significaba desunin,
oposicin de partidos, deba unificarse en torno al problema blico (la conclusin es
clara: unin nacional frente a problemas internacionales o frente a cualquier otro); y no
solamente unin interna: el dinero era imprescindible. Dubl trae una expresin que nos
acorta el comentario:
es necesario principalmente que el Gobierno y el pas compren-

dan que ya es tiempo de desatar los cordones de la bolsa. Se necesita dinero, y mucho
dinero para hacer la guerra.
Es un llamado de atencin tan vlido antes y durante un conflicto.
9. Finalmente, habra que fijar la posicin del autor del Diario sobre los juicios
directos respecto a las personas.
Es una labor que el mismo lector podr anotar.
La referencia a los aspectos resaltados no significa agotar la substancia de este
Diario: es apenas una advertencia para que los lectores puedan relacionarlos con el
conjunto de la guerra o con otros documentos que completan la historia de la Guerra del
Pacfico, que, a los 100 aos de su comienzo, es preciso reanalizar con nuevos aportes.
Los de los autores y los de los lectores.
FERNANDO RUIZ TRUJILLO

ADVERTENCIA

Durante las campaas contra el Per y Bolivia, desde febrero de 1879 hasta agosto de
1884, con pequeas interrupciones, llev un diario de todo lo que ocurri, anotando
muy principalmente lo que vi y aquellos sucesos de pblica notoriedad.
Estos apuntes fueron escritos con lpiz en pequeos cuadernos de bolsillo que iba
enviando a Chile a medida que los conclua. Una gran parte de esos apuntes estn muy
lacnicamente escritos, otros slo consignados con algunos nombres o signos que me
permitieran ms tarde recordarlos. Y as lo haca cada vez que se trataba de alguna
personalidad o cuando haba que consignar algn hecho que pudiera comprometer
operaciones militares, temiendo que el diario llegara a caer en poder del enemigo.
Los aos que han transcurrido han hecho su obra de destruccin en aquellos cuadernos y
antes que el lpiz desaparezca me propongo sacar en limpio aquellos apuntes hechos en
el terreno, mientras se desarrollaban los sucesos, muchas veces durante el fuego del
combate. Tratar de conservar la forma y el estilo que aquellos escritos tienen, lo que
dar a estos apuntes el sabor de la campaa, del vivac. Despus de 21 aos he vuelto a
leer mi diario. En l nada encuentro que cambiar. All est consignada la verdad severa
en muchos casos, para algunas personalidades tal vez molesta, pero siempre la verdad.
En aquellas campaas han ocurrido acontecimientos que en Chile no se conocieron, y
que an se ignoran. El patriotismo nos obligaba entonces a callar y callamos. Yo los
consign en mi diario y all se han conservado. Hoy los reproduzco en otra forma
material para evitar su desaparecimiento y destruccin, sin pretensin de ninguna
especie, y con el deseo de que slo se permita su publicacin si sta fuera solicitada,
cuando mis hijos crean que e]la no pueda causar molestia a persona alguna.

Santiago, enero de 1902


DIEGO DUBL ALMEIDA

En los primeros das de febrero de 1879, el capitn de corbeta de nuestra marina D.


Arturo Prat, el capitn de artillera de marina D. Miguel Moscoso y yo volvamos de la
Repblica Argentina, donde el Gobierno de Chile nos haba enviado a una comisin
militar, creyndose entonces inminente la guerra con aquella repblica a causa de tan
larga y discutida cuestin de lmites. Cada uno de los nombrados haba tenido su misin
especial, correspondindole al que estas lneas escribe ir en busca de la escuadra
Argentina que se hallaba en las aguas del ro Santa Cruz en la Patagonia. Este viaje y
todo lo que me ocurri a bordo de los buques argentinos est consignado en el parte
oficial que di al Gobierno del resultado de mi comisin y en un diario que llev
particularmente de aquella difcil travesa y que se halla entre mis papeles. Prat y yo
tenamos la conviccin de que haramos la guerra con aquella repblica. Ignorbamos
por completo los acontecimientos que se haban desarrollado en Chile durante los
ltimos dos meses. De modo que al arribo a Coronel del vapor que nos traa del estrecho
de Magallanes, cuando D. Cornelio 2 Saavedra nos dijo desde el bote que lo conduca a
nuestro bordo: Estamos en guerra , creamos que sta era con la Repblica
Argentina. Slo cuando este seor subi al vapor y nos refiri lo que haba ocurrido con
Bolivia, pudimos darnos cuenta del trance difcil y peligroso en que se hallaba Chile. En
guerra con Bolivia veamos venir tambin al Per en contra nuestra, y la Argentina con
sus actos de invasin de nuestro territorio, de lo que traamos nosotros las pruebas,
tambin nos provocaba a ella o, por lo menos, se hallaba dispuesta a ayudar en todo al
Per y Bolivia, cuyas simpatas por estas naciones no disimulaba, y de las cuales hartas
manifestaciones me haba hecho el coronel Pi, comandante en jefe de la escuadra
argentina, en el ro Santa Cruz. Cuando al da siguiente arribamos a Valparaso, lleg a
bordo el coronel D. Cornelio Saavedra, quien despus que le hubimos hecho una ligera
narracin de nuestro viaje y cometido, nos orden no decir una palabra a nadie de

nuestra comisin a la Argentina. El Sr. Saavedra era a la sazn Ministro de Guerra y


Marina. Con l nos dirigimos a tierra, nos llev a presencia del Presidente de la
Repblica, D. Anbal Pinto; nos pidi nuestros papeles, nos recomend reserva respecto
de nuestra comisin a la Argentina, y desde ese momento nos preparamos para marchar
a Bolivia. El jefe de las fuerzas que iban a operar sobre aquella repblica, coronel D.
Emilio Sotomayor, haba pedido al Gobierno que mi hermano Baldomero, sargento
mayor de ingenieros militares, y yo lo acomparamos en clase de ayudantes de campo.
El 22 de febrero de 1879 nos embarcamos en Valparaso a bordo del vapor Lontu, de la
Compaa Inglesa, para dirigirnos a Antofagasta, que haba sido ocupada por las fuerzas
al mando de Sotomayor, el 14 del mismo mes, fuerzas que haban sido conducidas por
los blindados Blanco y Cochrane y la corbeta OHiggins. A la altura del Puerto Blanco
Encalada al cruzarnos 6 al transporte Santa Luca, que se diriga a Antofagasta
conduciendo 40 hombres del regimiento Cazadores a caballo al mando del capitn D.
Rafael Vargas, y una compaa del 4? de lnea al mando del capitn D. Jos San Martn,
y 100 hombres de polica al mando del capitn D. Demetrio Guerrero. El 26 ambos
vapores, Lontu y Santa Luca, fondeaban en Antofagasta. El 27, en el vapor Liman,
lleg a este puerto el batalln 3? de lnea, al mando del teniente coronel D. Ricardo
Castro. La ocupacin de Antofagasta se haba hecho sin novedad particular alguna el 14
de este mes, salvo las protestas del caso de las autoridades bolivianas. Se nombr a D.
Nicanor Zenteno gobernador civil de Antofagasta, y gobernador martimo al capitn de
corbeta D. Javier Molinas. El capitn de artillera de marina D. Francisco Canales fue
enviado con 70 hombres a tomar posesin del mineral de Caracoles. El 28 de febrero las
fuerzas existentes en este litoral y en el interior hasta Caracoles, eran las siguientes:
Estado Mayor
Comandante en jefe - Coronel D. Emilio Sotomayor.
graduado
Raimundo Ansieta.
Sargento mayor
Baldomero Dubl Almeida.
Parque
A cargo del Cap. De artillera D. Jos de la C. Salvo.

6 Debe decir: cruzamos.

Artillera
Capitn D. Exequiel Fuentes, 4 oficiales
subalternos y 89 individuos de tropa.
Artillera de marina
Teniente coronel D. Jos Ramn Vidaurre.
Sargento mayor D. Maximiliano Benavides.
19 oficiales subalternos y 239 individuos de tropa.
Batalln 2 de lnea
Teniente coronel D. Eleuterio Ramrez.
Sargento mayor D. Bartolom Vivar.
14 oficiales subalternos y 390 individuos de tropa.
Batalln 3 de lnea
Teniente coronel D. Ricardo Castro.
Sargento mayor Vicente Ruiz.
17 oficiales subalternos y 447 individuos de tropa.
Batalln 4 de lnea (4 Compaa)
Capitn D. Juan Jos San Martn.
3 oficiales subalternos y 106 individuos de tropa.
Cazadores a caballo (1 Compaa)
Sargento mayor graduado D. Rafael Vargas.
3 oficiales subalternos y 120 individuos de tropa.
Cuerpo de Polica
Sargento mayor D. Demetrio Guerrero.
3 oficiales subalternos y 101 individuos de tropa.
Existen adems, de comand. del batalln cvico de Mejillones (en formacin) el
sargento mayor U. Nicanor Urzar, y el de la misma clase U. Waldo Daz, comandante
del batalln cvico de Caracoles (en formacin). El resumen de los jefes e individuos de
tropa, en esta fecha, es el siguiente:
Jefes y oficiales............................................ 84
Individuos de tropa..................................1.520
Total 1.604 hombres de
Las distintas armas.

De esta fuerza hay en Caracoles:


Artillera
Artillera de Marina
20 de lnea

50 hombres
100
300
Total 450

Marzo 5 de 1879. Hoy han llegado del sur los tenientes coroneles D. Joaqun Corts y
D. Bernardo Gutirrez. Tambin 107 voluntarios de Copiap que han venido a ofrecer
sus servicios. Estos han marchado a reforzar la guarnicin de Caracoles. El 25 de
febrero se crearon los batallones cvicos N9 1 de Caracoles, que lo mandar D. Vctor
Pretot Freire, y el 2 de Antofagasta, al mando de D. Matas Rojas. La mayor parte del
personal que en este territorio est sobre las armas carece de instruccin militar. Para
darla con la rapidez que la situacin requiere, los jefes y oficiales no tienen descanso;
trabajan de un modo extraordinario sin darse ms tregua que muy poco tiempo para
comer y dormir. El mismo mprobo trabajo se dan los jefes y oficiales del cuartel
general y Estado Mayor para organizar y echar las bases de un ejrcito que tendr que
ser numeroso. Hoy se carece de todo, pues en Chile nunca ha habido cuidado de
preparar nada para la guerra. Nos llegan partidas de reclutas y voluntarios de todas
partes. Hay que instruirlos y prepararlos para lo que pueda venir. Hoy ha partido para
Caracoles el coronel Sotomayor, acompaado del sargento mayor D. Baldomero Dubl
Almeida, con el objeto de estudiar aquella localidad y tomar medidas para la defensa de
ella. Es, adems, el punto de partida para las operaciones militares que se realicen, ya
sea sobre Calama o cualquier otro punto de esa regin del territorio boliviano.
Marzo 9. Por el vapor llegado hoy del sur se ha recibido del gobernador de Caldera
este telegrama: El Intendente de Valparaso en telegrama de hoy me dice: Seor
Gobernador de
Caldera: Trasmita al seor jefe de operaciones en Antofagasta lo siguiente: El Ministro
de Marina y Almirante Williams salen hoy en el Copiap. Inmediatamente rena los
buques para evitar sorpresa. Este telegrama se envi por propio al coronel Sotomayor,
y se comunic al comandante de la OHiggins en Mejillones para que a la brevedad
posible se una al Blanco, que debe encontrarse en Tocopilla o Cobija. Habr hecho
fiasco la misin Lavalle en Santiago? Habr comprendido el Gobierno que el viaje de
este caballero ha sido slo un pretexto y que lo que el Per quiere es ganar tiempo para
poder armarse?7 No ha-

7 La misin Lavalle parti para Chile el 22 de febrero de 1879, llegando a Valparaso y


Juego a Santiago el 4 de marzo.

br sido difcil comprender al indiscreto seor Lavalle. Este seor, cuando el vapor en
que vena del Per toc en Cobija, al ver all uno de nuestros blindados exclam: Ah
estn esos ladrones, y sealaba a los pasajeros que lo rodeaban el buque chileno, lo que
stos nos refirieron cuando llegaron a Antofagasta. Hoy ha llegado un vapor del sur
trayendo voluntarios de Coquimbo, que han sido destinados a la artillera de marina y al
39 de lnea. Se ha dado permiso a la casa boliviana de Dorado y Per para que
introduzca vveres y viajen carretas al mineral de Huanchaca. Indudablemente, sta es
una medida contraria a los intereses de Chile y muy perjudicial a las medidas
estratgicas que deben tomarse en la ocupacin militar de varios lugares de que deben
apoderarse las fuerzas chilenas para prevenir el acantonamiento o reunin del ejrcito
boliviano a las inmediaciones de la localidad que ocupa el chileno. Esta
condescendencia del Gobierno chileno, que ha tenido por causa proteger a algunos
personajes chilenos poseedores de acciones en aquel mineral, puede ser de
trascendentales consecuencias y aun fatal para el ejrcito expedicionario. Huanchaca
provisto, bien abastecido, ser un punto estratgico de gran importancia para el ejrcito
boliviano. Hasta hoy estamos haciendo las cosas a medi( d)as y nos descuidamos,
obedeciendo a las instrucciones que vienen del Gobierno de Sant.,8 en tomar todas las
medidas militares que aconseja la situacin en que se halla nuestro ejrcito, cuales son:
la ocupacin inmediata de las mrgenes del ro Loa y de las poblaciones de Calama,
Chiu-Chiu y Atacama, puntos de avanzada que ya deba haber ocupado la fuerza
expedicionaria. Si los bolivianos logran enviar tropas antes que nosotros,
indudablemente van a apoderarse de grandes ventajas; y la guerra que concluira pronto
si estuviramos en posesin de aquellas localidades, que son estratgicas, vendra a ser
difcil y de dudosos resultados para el ejrcito chileno si los bolivianos se apoderaran
primero de ellas.
Marzo 11 de 1879. Hoy lleg el coronel comandante en jefe. En Caracoles quedaban
la guarnicin y el pueblo muy entusiasmados. Se hicieron all ejercicios de tiro al
blanco. Los caracolinos al ver funcionar una ametralladora concibieron la idea de
comprar una. En vista de los informes y noticias diversas que venan de Calama y otros
lugares del norte en que dominan las autoridades bolivianas se ha suspendido la orden
que se haba dado para permitir a la casa boliviana de Dorado y Per la internacin de
vveres al mineral de Huanchaca. Esta ha sido una acertada me-

8 Santiago

dida. No era posible que nosotros mismos proporcionramos al enemigo toda clase de
recursos para que con ms facilidad nos hostilizasen. A esta resolucin debera seguir la
ocupacin del Loa y de los pueblos y caminos vecinos. Por el vapor llegado esta noche
del norte nos ha venido la noticia de que el Per se prepara a la guerra. En una
correspondencia del Ministro de Chile en Lima al coronel Sotomayor le comunica que
un transporte peruano ha salido para Iquique conduciendo tropas y armamento (3.000
rifles) y que pronto seguirn otros. La opinin pblica en aquel pas, como siempre, est
en contra de Chile, y se habla con entusiasmo y exaltacin de la compaa que, en unin
con los bolivianos, deben los peruanos emprender en contra (en) nuestra, indicando
como primera operacin la de ocupar a Calama y Chiu-Chiu.
Marzo 12-1879. En la madrugada de hoy han llegado en el vapor Copiap el Ministro
de Guerra y Marina, D. Cornelio Saavedra; el almirante Williams, que viene a organizar
y a hacerse cargo de la escuadra. Tambin han llegado el teniente coronel de ingenieros
D. Arstides Martnez, y el de igual clase D. Lucio Martnez; los capellanes D.
Florencio Fontecilla y D. Ruperto Marchant, y los cirujanos D. Florencio Middleton y
D. Jernimo Rosas. El teniente coronel D. Jos Velsquez ha venido con el objeto de
organizar una batera de artillera. Este es uno de los jefes que sali del regimiento de
artillera cuando este cuerpo fue invadido por la infantera, colocando a su cabeza un
jefe de esta arma (Arriagada), que no tiene idea de ella, y que no est preparado ni tiene
estudios para instruirse en esta especialidad. De aqu que no pudiera acompaar a la
tropa que vino a tomar posesin de Antofagasta la artillera Krupp; ningn oficial del
actual regimiento sabe servirla y para utilizarla ha sido necesario echar mano de
oficiales que estaban fuera del cuerpo de dicha arma. En la tarde de hoy han fondeado
en este puerto el Blanco, la OHiggins, la Esmeralda y el Toltn. En carta privada que el
Ministro de Guerra ha dirigido hoy al Presidente de la Repblica, y que yo he escrito, le
manifiesta que es necesario inducir al Per a que defina su actitud; que declare su
neutralidad o su adhesin a Bolivia, a fin de que la organizacin de nuestro ejrcito y
sus operaciones obedezcan a uno u otro fin.
Marzo 13. Se ha organizado el cuerpo mdico que ha de servir las fuerzas que operan
en estos territorios. Lo componen los doctores D. Florencio Middleton, D. Jernimo
Rosas, D. Federico Arnao, D. Arturo Sanford y D. Juan Kild. En la sala del comandante
en jefe ha habido hoy una reunin a la que asistieron el Ministro de Guerra D. Cornelio
Saavedra, coronel So-

tomayor, almirante Williams, capitanes de navo D. Enrique Simpson y D. Juan E.


Lpez, tenientes coroneles Walton, Ansieta, Dubl A., Martnez (Arstides) y el
secretario privado del Ministro, D. Ignacio Palma Rivero. Se trat de la defensa del
puerto de Antofagasta para el caso en que fuese atacado por la escuadra peruana.
Despus de emitidas distintas opiniones se acord la construccin de dos fortines,
quedando encargados los oficiales de ingenieros de hacer los estudios y presentar los
presupuestos.
Marzo 15. En la maana de hoy han partido 100 hombres del 39 de lnea para
Carmen Alto, y Cazadores a caballo para Caracoles. Por el vapor Lontu llegado hoy
del norte,~ se ha sabido que el Gobierno de Bolivia ha decretado la internacin de los
chilenos residentes en los distintos pueblos bolivianos y la confiscacin de sus bienes,
permitindoseles salir nicamente con sus equipajes. Entre los chilenos que han pasado
hoy para Valparaso va el ingeniero D. Justiniano Sotomayor. En el vapor Limea, el
Gobierno del Per ha enviado a Iquique 1.000 hombres y armamento menor para
Bolivia. El coronel comandante en jefe de nuestras fuerzas ha mandado hoy
instrucciones al comandante de armas de Caracoles para apoderarse de Calama,
encargando de la operacin al teniente coronel D. Eleuterio Ramrez, quien con el
batalln de su mando, una compaa de caballera y una batera de artillera se pondr
en marcha a tomar posesin de aquella plaza, debiendo acompaar a la expedicin en
clase de ingeniero y a cargo de la artillera el sargento mayor D. Baldomero Dubl A.
En el momento de enviarse esta orden a su destino el Ministro de la Guerra la ha
detenido, esperando correspondencia del Gobierno que debe llegar maana. Esta
suspensin ha contrariado al coronel Sotomayor, quien cree indispensable la pronta
ocupacin de Calama y territorios adyacentes para las futuras operaciones del ejrcito.
Marzo 16-1879. Bajo la base de la compaa de artillera que existe en Antofagasta,
se ha formado (decreto de ayer) una brigada compuesta de dos compaas de 150
hombres cada una, al mando del teniente coronel D. Jos Velsquez. Esta brigada no
depender del regimiento de artillera que reside en Santiago, habr9
independientemente de l. A cargo del mismo jefe estar el parque, almacenes de guerra
y maestranza con la dotacin de empleados que sean necesarios para el buen servicio
del ejrcito. El comandante Velsquez elegir el personal de jefes y oficiales para su
brigada. Esta disposicin del Ministro de Guerra

Debe

decir:

obrar

ha venido a satisfacer una gran necesidad. Con motivo de la completa desorganizacin


en que se ha encontrado el ejrcito en estos ltimos tiempos, y que ha tenido por causa
el empeo de reducir al ejrcito a la mayor anulacin, el arma de artillera se ha
resentido de un modo extraordinario. La oficialidad de esta arma que 15 aos atrs se
distingua por su instruccin especial y competencia, se encuentra casi en su totalidad
separada del regimiento donde se haba formado, abandonndolo voluntariamente unos,
y de un modo forzado otros, al ver que, por premiar trabajos electorales, se nombraba
jefes superiores del arma a jefes de infantera sin preparacin ni competencia alguna. Es
as que pronto se vio el regimiento de artillera sin personal idneo, no pudiendo la
compaa de artillera que acompaa al ejrcito de ocupacin traer las bateras Krupp a
causa de que los oficiales y tropa no saben manejarlas y servirlas. Este sistema de
emplear gente en materias que ignora ha ocasionado algo que pudo ser de terribles
consecuencias sin la previsin y el trabajo que se dan aqu los oficiales de Estado
Mayor, consecuencias de que hubieran sido responsables primeramente los jefes sin
competencia que tiene hoy el regimiento de artillera y luego el Gobierno que all los ha
colocado y sostenido contra toda corriente. Como se sabe, en Chile es la maestranza de
artillera la que debe satisfacer todas las necesidades de un ejrcito en campaa. Pues
bien, al examinarse aqu los vapores que contenan el material de guerra enviado de
Santiago para el servicio del ejrcito, se ha visto que cajones cuyos rtulos indicaban
que contenan municiones para el fusil Comblain encerraban municiones para el francs
antiguo, y as estaban equivocados los distintos artculos de guerra. Esto acusa la mayor
torpeza e incompetencia, no diremos daada intencin, pues esto no puede ni suponerse.
Sin el trabajo que se ha dado el Estado Mayor de examinar y completar todo, quin sabe
a qu deplorables consecuencias se habra llegado. Es por esto que la medida tomada
por el Ministro de nombrar al comandante Velsquez jefe de la artillera del ejrcito
expedicionario, ha merecido el aplauso y la simpata de todo el ejrcito, que comprende
que del buen servicio de esta arma depende en gran parte el xito de las batallas.
As tambin tendrn colocacin los oficiales del arma que se hallan dispersos en
distintos puntos de la Repblica y que desean poner sus conocimientos especiales y sus
vidas al servicio de la patria. Ojal que el Ministro contine en su obra de regenerar el
ejrcito y que en lo sucesivo los pequeos intereses de poltica interior y personales no
se antepongan a los generales de la Repblica, y d al ejrcito el puesto que le
corresponde en la nacin, sin temores de ninguna naturaleza.
No crea el Gobierno que para tener un ejrcito honrado y

leal sea preciso reducirlo a la abyeccin; no, ha dado ya muchas pruebas de ser
disciplinado y moral a pesar de los rudos golpes que ha sufrido en estos ltimos
tiempos, para que nada se tema de l. Hgasele justicia, prmiese el verdadero mrito y
no se reparta entre los hombres incompetentes, por servicios ajenos de la milicia, las
recompensas que la nacin debe tener solamente para los hombres honrados, leales y
que bien la sirvan en el ejrcito.
En reunin de todos los jefes con mando de tropas y de los cirujanos, se acord hoy el
servicio de la ambulancia y provisin de municiones en accin de guerra. A cada 500
hombres acompaar una ambulancia.
El parque se dividir en secciones para el servicio de las municiones. Por cada vapor
que llega del sur vienen nuevos contingentes de hombres para aumentar el ejrcito. Los
jefes y oficiales tienen gran tarea para darles instruccin militar. El trabajo es muy
penoso en esta regin desolada y donde el calor es excesivo; pero el entusiasmo se
sobrepone a toda fatiga, y nadie piensa sino en formar un buen ejrcito que corresponda
a las esperanzas que la nacin en l deposita. Tambin los vapores que llegan del norte
vienen cargados de chilenos que principian a ser perseguidos y hostilizados en el Per.
Todos se enrolan en nuestras filas. Esta gente nos ser de gran utilidad si tenemos que
expedicionar en el Per.
Los elementos de vida y accin de un ejrcito son difciles de reunir y organizar. El
pequeo personal de Estado Mayor que aqu se ha organizado tiene una labor
extraordinaria. Todo tiene que crearlo, pues nada haba en el pas para el servicio de un
ejrcito en campaa.
La Intendencia de ejrcito an no se ha creado. El ejrcito se alimenta aqu por medio
de proveedores particulares que obtienen los contratos por medio de licitacin.
El Ministro de Guerra me ha encargado del departamento de informaciones, y ya he
enviado al Per y Bolivia gente de confianza para este servicio, algunos extranjeros que
son ms tiles en estos casos. El servicio de espionaje es uno de los mas difciles y
peligrosos en tiempo de guerra.
Hasta hoy, fuera de las comunicaciones que ha enviado al Ministro de Guerra don
Joaqun Godoy, nuestro ministro en el Per, slo hemos recibido noticias de aquel pas
de D. Rafael Vial. El coronel Saavedra me las ha mostrado, mas las creo sin importancia
y poco verdicas; no debemos tener confianza en ellas.
De Chile, adems del personal que viene para aumentar el ejrcito, llegan muchos que
slo se ocupan de visitar estas localidades, de divertirse y de criticar todo lo que aqu se
hace.

Este es un mal elemento que creo desaparecer tan pronto como den principio las
operaciones blicas.
En el Estado Mayor, que tiene a su cargo la organizacin de este ejrcito, nos vemos
muchas veces embarazados para resolver muchas situaciones. La paz de que siempre
hemos gozado en Chile, su tranquilidad interior, no nos haba colocado en el caso de
resolverlos. Hoy tenemos que estudiar y obrar a la vez. Para el efecto nos ha sido de
gran utilidad el libro de campaa del general Wolseley, que nos resuelve todas las
dificultades. De aqu estoy extractando los deberes de oficiales de servicio de campaa
para imprimirlos y distribuirlos entre los oficiales.
Marzo 18-1879. Hoy ha marchado para Caracoles el coronel Sotomayor con el fin de
disponer all el ataque a Calama, donde se encuentra una pequea fuerza boliviana al
mando de un seor doctor Ladislao Cabrera. A mi hermano y a m nos ha extraado y
nos ha dolido que siendo nosotros sus ayudantes no nos haya llevado con l.
Habr credo que nuestros servicios son ms necesarios aqu, pero nosotros creemos que
en operaciones militares donde habr combates le seramos nosotros ms tiles que los
tres o cuatro paisanos que ha llevado de ayudantes.
Marzo 19-1879. El vapor Retroiver ha fondeado hoy trayendo el cable submarino que
ha de unir al que va por la costa del Pacifico. Pronto> pues, podremos comunicarnos
directa. mente con Valparaso.
Tambin hace das que el inteligente capitn Miguel Moscoso se ocupa de colocar una
lnea telegrfica a Mejillones.
Marzo 20-1879. El 14 del mes en curso fue comisionado D. Ramn Espech, vecino
de Caracoles, para ir a Calama y hoy se ha recibido en Antofagasta la comunicacin que
recog enviada por aquel caballero:
En el Vice-Cantn de Calama, a horas 9 a.m. del da 16 de marzo de 1879, reunidos en
la jefatura de armas los seores doctor D. Ladislao Cabrera, jefe de las fuerzas de
Calama y Atacama del ejrcito de la Repblica de Bolivia, y D. Ramn Espech,
ayudante mayor del Batalln Cvico de Caracoles, parlamentario del Loa, enviado por el
comandante en jefe del ejrcito del Norte de la Repblica de Chile, han celebrado la
conferencia que consta del siguiente protocolo: El Sr. Espech expuso que tena
instrucciones de su jefe para proponer al Sr. jefe de la plaza la rendicin de ella y
disposicin de las armas, fundndose en que teniendo fuerzas superiores deseaba evitar
efusin de sangre y

ahorrar al vecindario de horrores de la guerra; en cambio ofreca dar las garantas que le
fueran pedidas, as como tambin la libre entrada de los vveres que el seor jefe de la
plaza le pidiese para distribuirlos entre los pobladores que los necesitasen. El doctor
Ladislao Cabrera contest que no estaba dispuesto aceptar ni someterse a la intimacin
que se le hacia, y que cualquiera que fuese la superioridad numrica de las fuerzas en
cuyo nombre se le intimaba rendicin defendera hasta el ltimo trance la integridad del
territorio de Bolivia. Con esto se dio por terminada la conferencia, firmando dos
ejemplares del mismo tenor, que tom cada uno de los firmantes. R. Espech. L.
Cabrera.
En la maana de hoy han partido para Carmen Alto 200 hombres del 39 de lnea a
reforzar la guarnicin de aquel lugar. En la tarde zarp la escuadra compuesta del
Cochrane, Blanco> Esmeralda, Chacabuco y Toltn, a tomar posesin de Cobija y
Tocopilla, conduciendo 350 hombres de] batalln de artillera de marina al mando del
teniente coronel D. Ramn Vidaurre. Ha quedado en Antofagasta slo la corbeta
OHiggins.
Marzo 21. Se han terminado los trabajos de unin del cable telegrfico con
Antofagasta. Estamos en comunicacin directa e inmediata con Valparaso y Santiago.
Marzo 24. En la maana de hoy se ha recibido de Carmen Alto el siguiente
telegrama: Ayer a las 10 a. m. se tom a Caa-ma despus de un sostenido combate de
tres horas. El capitn San Martin herido levemente. De cazadores un soldado muerto y
tres heridos. Los caballos del seor coronel y comandante Ramrez heridos. Las
autoridades bolivianas han huido para Cobija y el interior. Despus ms detalles. Esta
noticia comunicada por el Sr. Sotomayor. Lucio Martnez. Esta noticia ha causado
alguna alarma, y se cree que en ella hay alguna equivocacin o error, pues no se concibe
que despus de tres horas de combate slo hayamos tenido un muerto y tres heridos. El
soldado muerto se llama Rafael Ramrez. Es el primero que muere en accin de guerra
en esta campaa.
Este triunfo ha sido muy celebrado en Antofagasta.
Marzo 25-1879. Se ha recibido del coronel Sotomayor, dirigida al Ministro de
Guerra, la siguiente comunicacin fechada en Calama el 23 de marzo:
Despus de tres das de penosa marcha por el desierto llegamos a la vista de Calama el
23 a las 6 de la maana.
La primera descubierta compuesta de 25 hombres de Cazadores a caballo recibi los
primeros fuegos del enemigo, situado

ste tras de paredones, bosques de chilca y otros matorrales, defendiendo el paso


Topater.
La compaa cazadores del 4 de lnea atac este punto con vigor y decisin hasta
consumir cien cartuchos, saliendo herido levemente su bizarro capitn San Martn. Al
mismo tiempo la compaa de esta misma clase del 2, pasando por un puente
provisorio que se tendi en el ro por el teniente coronel D. Arstides Martnez, con toda
decisin bati al enemigo palmo a palmo hasta derrotarlo completamente. El
comandante Ramrez fue el conductor de sus cazadores en este hecho distinguido.
Hasta este momento, 10 a. m., tengo slo conocimiento de la muerte del soldado de
Cazadores a caballo Rafael Ramrez y tres heridos del mismo cuerpo.
Todas las fuerzas que tomaron parte en esta accin de guerra son dignas de
recomendacin, muy especialmente sus jefes y oficiales, de los que hasta este momento
no tengo noticias hayan sido heridos, o sufrido lesin alguna, con excepcin del capitn
San Martn, ya mencionado, que merece toda consideracin; es un valiente.
Las autoridades bolivianas han escapado; unas para ChiuChiu y otras para Cobija. Lo
que tengo el honor de comunicar a US. para su conocimiento.
Marzo 27. Lleg la corbeta Magallanes a reforzar la escuadra, debe zarpar para el
norte esta noche. Se han recibido comunicaciones del Ministro de Chile en el Per y del
almirante Williams. La del primero anuncia el envo que hace el Gobierno peruano de
grandes partidas de plvora y municiones a los puertos del sur.
El almirante Williams anuncia la ocupacin de Cobija y Tocopilla y el desembarque de
las fuerzas que condujo la escuadra para esos puertos. En ambos las autoridades haban
fugado.
Marzo 28. Anoche a las 11 1/2 hubo gran alarma en el pueblo de Antofagasta con
motivo de un zafarrancho de combate a bordo de la OHiggins. En tierra slo sabia el
Ministro de Guerra que en este buque iba a haber este ejercicio.
A los primeros caonazos todo el mundo corri a las armas, pues fue general la
suposicin de que la escuadra peruana haba entrado al puerto y bombardeaba la ciudad
al mismo tiempo que se bata con la OHiggins, nico buque chileno que est en la
baha. Cre yo lo mismo y vistindome apresuradamente corr a casa del Ministro a
pedir rdenes. Este, que se hallaba en cama, me dijo que el caoneo aquel era un
simulacro de combate que haca nuestro buque de guerra, para el cual su comandante le
haba dado aviso, pero que a l se le haba olvidado comuni-

carlo al Estado Mayor, y que fuese yo a tranquilizar la guarnicin.


Mientras tanto todas las fuerzas se haban dispuesto al combate, y con gran pesadumbre
y comentarios volvieron a dejar las armas y a seguir el interrumpido sueo.
En los primeros momentos de alarma algunos hombres del pueblo despedazaron el
escudo peruano colocado sobre la puerta de la casa del cnsul de esta nacin, y los
desmanes habran llegado quin sabe hasta qu punto si algunos oficiales no contienen
al pueblo. Este seor cnsul estaba acreditado ante las autoridades bolivianas. Despus
de la ocupacin del territorio por fuerzas chilenas ha continuado enarbolando en su casa
bandera peruana, y manifestando opiniones adversas a los chilenos. Esta circunstancia y
la de crersele espa de los bolivianos contribuyen a que el pueblo, que aqu es todo
chileno, le tenga mucha mala voluntad. Sera prudente que este caballero se retirase del
lugar.
Marzo 29-1879. En la maana de hoy llegaron el Cochrane y la Esmeralda, viniendo
a bordo del primero el comandante en jefe del ejrcito coronel D. Emilio Sotomayor,
que se embarc en Tocopilla.
Hoy se ha embarcado para el sur el Ministro de Guerra, llamado con urgencia por el
Gobierno.
Se dice que habiendo el Gobierno comprobado la existencia de un tratado secreto entre
el Per y Bolivia en contra de Chile, y que habindose negado el Per a declararse
neutral en nuestra contienda con Bolivia, el Gobierno ha resuelto declarar la guerra al
Per.
Como lo habamos sospechado, no fue slo uno el muerto en el combate a Calama. La
descubierta de 25 cazadores a caballo al mando del capitn Vargas fue conducida por un
gua boliviano al centro de una emboscada, donde murieron siete cazadores y fueron
heridos tres de gravedad. El gua era un subteniente del ejrcito boliviano que haba sido
tomado prisionero por la descubierta algunas horas antes del combate, y quien la
condujo al punto donde haba mayor peligro para nuestras tropas. Cuando nuestros
cazadores caan muertos por los bolivianos ocultos en los matorrales, un sargento dio
muerte al gua de un balazo.
El capitn San Martn de la compaa del 4 de lnea que formaba parte de la expedicin
sobre Calama, fue herido levemente, como as mismo tres soldados de infantera.
Calama estaba defendido por 120 hombres muy mal armados. Con buen armamento
fcil es comprender las muchas bajas que habra tenido nuestra divisin compuesta de
500 hombres

que se batan a campo descubierto contra fuerzas bolivianas que, si es cierto eran muy
inferiores en nmero a las nuestras, en cambio ocupaban caminos cubiertos naturales y
se batan ocultos por las murallas del pueblo.
Dadas las circunstancias de mal armamento y corto nmero, los bolivianos se han
batido con denuedo, no obstante el abandono que hicieron de los soldados desde los
primeros momentos del combate los principales jefes: Cabrera, Zapata, Can-seco y
otros. Entre los valientes en aquella desigual lucha merecen honroso recuerdo el
sargento mayor D. Eduardo Abaroa y el de igual clase Avils.
El primero defenda una calle cuando la compaa del capitn del 2 de lnea D.
Nemeroso Ramrez entraba al pueblo. En esos momentos todos los bolivianos huyeron
ante el gran nmero a los asaltantes, menos el mayor Abaroa, que dos veces hizo fuego
con su carabina sobre el capitn Ramrez. Varios disparos de los soldados del 2
trajeron a tierra el valiente Abaroa, atravesado por tres balas.
Los prisioneros bolivianos enviados de Calama a Caracoles son: sargento mayor Juan
Patio, capitanes D. Francisco Ziga y D. Jos Daz; tenientes los. D. Braulio Vera y
D. Nicanor Aramayo; subtenientes D. Lorenzo Lara, D. Plcido. Pineda, D. Luis
Villegas y D. Eloy Pereira, 19 individuos de tropa y 5 paisanos.
En Chacanse fueron tomados el coronel D. Belisario Canseco y su ayudante D. Valentn
Castillo. Cabrera, el ex prefecto Zapata y otros huyeron al interior a los primeros
disparos.
El nmero de muertos bolivianos es 40; heridos: dos oficiales y un soldado.
En Cobija fue tomado prisionero el coronel Benigno Esquino, que se halla a bordo de la
Esmeralda.
Abril 2-1879. Lleg D. Rafael Sotomayor con el carcter de secretario general del
comandante en jefe de la escuadra, y amplias facultades para asesorar a dicho jefe y en
caso necesario al del ejrcito en lo concerniente a todas las operaciones que puedan
tener lugar en Bolivia y Per; en una palabra, como representante del Gobierno ante la
marina y el ejrcito. Se ha hospedado en las casas de la administracin de la Compaa
de Salitres.
Hoy se ha tenido conocimiento desde Valparaso por el cable submarino de haberse roto
las relaciones con el Per.
Abril 3-1879. Se ha ordenado que los prisioneros bolivianos se trasborden al vapor D.
Mariano. Esta medida hace creer que la escuadra va a ponerse en movimiento.

A la mesa de la administracin de la Compaa de Salitres se hacan ayer reminiscencias


del combate de Calama. El coronel Sotomayor manifest extraeza de que sus
ayudantes los hermanos Dubl Almeida no hubieran pasado a saludarlo despus de su
arribo de Calama. Uno de los asistentes a la comida le dijo que stos estaban resentidos
con l por haberlos dejado en Antofagasta y haber llevado en lugar de ellos a la
expedicin de Calama a cuatro paisanos, lo que sus verdaderos ayudantes haban
considerado como ofensivo, a lo que Sotomayor nada observ. En la tarde de hoy el
coronel Sotomayor se present a la puerta de la oficina donde trabajamos mi hermano y
yo. En ese momento pasaban por la calle el Dr. Allende Padn y su secretario D. Marcial
Gatica. Sotomayor los detiene y les dice: Vengan a ver lo que voy a hacer, y entrando
a nuestra oficina nos abraza dicindonos: No me guarden rencor; yo no he podido tener
la intencin de ofender a mis mejores amigos, a los que tanto me ayudan en mis difciles
tareas; no los llev a Calama porque aquella operacin me pareci de poca importancia
y porque cre que Uds. hacan ms falta aqu para atender a tantas necesidades en la
organizacin de este ejrcito.
La nobleza del procedimiento generoso del coronel Sotomayor nos conmovi
grandemente, y le manifestamos que todo resentimiento desapareca de nosotros y que
continuaramos trabajando con entusiasmo por el servicio de la patria y por conservar la
amistad y la confianza de nuestro siempre querido jefe y amigo. Con esto concluy
aquella situacin desagradable en que nos hallbamos mi hermano y yo.
Abril 4. La escuadra no ha amanecido en la baha; se dice que ha partido para
Iquique.
Se ha comunicado de Valparaso que anteayer el Chalaco ha salido del Callao
conduciendo tropas para Iquique. El Toltn zarpa hoy para ir a comunicar esta noticia al
almirante Williams.
Abril 5. Por cable se comunica de Valparaso que ayer han salido del Callao el
Huscar y la Pilcomayo. Se enva de Antofagasta a la Magallanes, que lleg anoche,
para que d aviso al almirante Williams de esta circunstancia.
Doce das han transcurrido desde la toma de Calama y ocupacin de la lnea del Loa, sin
que haya habido nada de importancia que anotar.
Seis das despus de aquel hecho de armas una carreta que conduca soldados enfermos
a Caracoles cay al ro Loa, al pasar por un mal puente, ahogndose cuatro soldados de
infantera.

En el da el ejrcito de lnea que opera en este litoral es de 2.200 hombres, casi la mitad
reclutas en instruccin. Segn los datos que nos han llegado, el Per tiene ya en Iquique
3.000 instruidos y bien armados, que si llegan al Loa bastante nos darn que hacer en el
citado abandono y confianza en que nos hallamos.
Contina con entusiasmo la instruccin a los reclutas que nos llegan del sur y a los
ciudadanos que abandonan el Per y vienen a aumentar nuestras fuerzas.
Encontramos resistencias en los jefes de cuerpos para que adopten la tctica el orden
disperso de combate. Creen que no hay necesidad de introducir las reformas que
aconsejan las nuevas armas de tiro rpido, y que las antiguas compaas guerrilleras
bastan para las exigencias del combate. Este es un gravsimo error, que puede sernos de
funestas consecuencias si se persiste en l. Con las nuevas armas no pueden presentarse
al enemigo lneas, unidas de batalla sin que stas sean destrozadas en pocos minutos por
un enemigo armado con fusiles modernos y que inmediatamente conozca su manejo y
ventajas. Organizado convenientemente nuestro ejrcito y despus de la instruccin de
los actuales reclutas, insistiremos en la reforma de la tctica de infantera por lo que
respecta al orden de combate. No sera conveniente ni posible introducir reformas al
frente del enemigo y en perspectiva de inmediatos combates.
Abril 7. Lleg de Iquique el vapor Toltn. Nada ocurre all de notable. La escuadra
chilena bloquea el puerto. No se ha tenido an noticia de la comunicacin que haya
mediado entre el almirante de la escuadra y las autoridades de aquel puerto con motivo
del bloqueo.
Es de suponer que el ejrcito peruano que all existe ms de 3.000 hombres no
permanezca inactivo. Antes que debilitar-se por efecto del bloqueo tentar ocupar el
Loa en toda su margen hasta Chiu-Chiu, lo que no es difcil ejecutar, sobre todo si se
tiene en cuenta que saben que nuestro ejrcito es inferior en nmero e instruccin
militar.
Las continuas revoluciones que tienen lugar en el Per son para el ejrcito una escuela
constante del arte de la guerra. La practican all con frecuencia; lo que no ha ocurrido
entre nosotros. 10

10 No debe olvidarse que uno de los motivos para aceptar el casus foederis y el casus
belli, segn el Tratado secreto de 1873 de Per y Bolivia contra Chile, chileno en
nmero, intruccin y eficiencia debido a las continuas revoluciones en el Per. Mas la
realidad contrast esa idea gracias a la incesante preparacin del ejrcito chileno en la
campaa de Antofagasta.

La fortificacin o defensa de Calama se ha descuidado, o ms bien, no se ha hecho.


Despus de tomado aquel lugar, el jefe militar que all qued recibi instrucciones de
evacuara en el trmino de quince das. Felizmente hoy se ha dado contraorden. Ojal
que el comandante en jefe se convenciese de la importancia y ventajas de mantener
aquel lugar a fin de que se fortificase. Su defensa es sencilla y muy hacedera, y debera
procederse inmediatamente a ella antes de que un golpe de mano nos arrebate tan
importante punto estratgico.
Con lentitud se provee a las exigencias y organizacin de este ejrcito. El personal de
jefes y oficiales que estn encargados de prepararlo no se dan un momento de descanso
en sus tareas y los resultados son satisfactorios. Todos trabajan con gran entusiasmo. La
instruccin militar avanza extraordinariamente. Pero no es el soldado instruido,
entusiasta y patriota lo que constituye el ejrcito. Es, en gran parte, y muy
principalmente, la circunstancia de poseer los elementos de existencia y de movilidad y
de accin. Y esto va despacio.
Terminadas en Chile las preocupaciones de la poltica interior, es de esperar que las
personas dirigentes dediquen sus esfuerzos a la rpida preparacin de este ejrcito para
la campaa a que est destinado.11
Hoy estamos en guerra con el Per y Bolivia, maana puede agregarse a la coalicin la
Repblica Argentina y debemos estar preparados para todo evento.
Abril 9. En la maana de hoy ha llegado el vapor Copiap trayendo 120 hombres de
Granaderos a caballo. Tambin trae tres caones de 15 lbs, para colocarlos en las
bateras que se construyen en este puerto y municiones para los diversos armamentos.
Hoy han fondeado el Cochrane y la Magallanes. Estos buques salieron de Iquique en
busca del Huscar y del Pilcomayo. En aquel puerto se haba tenido noticia de que estos
buques peruanos haban salido del Callao con rumbo al Sur. Los nuestros no los han
encontrado.
Da 11 de Abril. Hoy parte el Toltn a Valparaso conduciendo a los prisioneros
bolivianos. La corbeta Magallanes ha zarpado para reunirse con el resto de la escuadra
en Iquique. Si

11 Este fue el trabajo lento y tesonero de don Rafael Sotomayor, quien logr la
organizacin necesaria para llegar a la victoria.

se tiene noticia de que los buques peruanos andan por estas costas, cmo se enva sola
a la Magallanes? 12
Abril 13. Anoche ha zarpado el Cochrane para Iquique.
Se trabaja con actividad en la construccin de las bateras, una al norte y otra al sur de la
ciudad, para colocar caones de grueso calibre que la defiendan de cualquier ataque de
los buques peruanos. Se ha realizado con xito la organizacin del cuerpo de artillera
que se confi al comandante Velsquez. All han encontrado colocacin los oficiales y
jefes del arma que haban sido separados del regimiento para colocar infantes en lugar
de ellos. Trabajan con gran entusiasmo y preparan el personal para el buen servicio del
arma.
Este cuerpo en nada depende del regimiento que est en Santiago al mando del coronel
de infantera Arriagada.
Abril 16. Ha llegado noticia de que el 12 del corriente ha habido un combate frente a
la desembocadura del Loa, entre la corbeta chilena Magallanes y los peruanos Unin y
Pilcomayo, combate que dur tres horas. La Magallanes slo recibi un tiro de rebote
que no le caus dao alguno, de 150 que le dispararon ambos buques. La Magallanes,
se dice, hizo 40 disparos, y uno de ellos, a granada, revent sobre la Unin. Teniendo
que batirse la Magallanes con buques muy superiores por su artillera y construccin,
continu su viaje a Iquique, sin ser perseguida por los buques peruanos de mayor andar.
El 11 fueron expulsados de Huanillos como quinientos chilenos de todas edades,
hombres, mujeres y nios, dndoseles slo 3 das de plazo para salir. Estos infelices se
hicieron a la mar en varios botes y llegaron a Tocopilla, donde fueron socorridos por las
fuerzas chilenas que all hay.
Abril 18. Ayer arrib el regimiento 4 de lnea, con 800 plazas, adems de la
compaa que existe en Calama, al mando del coronel graduado D. Domingo
Amuntegui, y hoy lleg el regimiento Buin 1 de lnea, con 700 plazas, al mando del
teniente coronel D. Luis J. Ortiz.
El Gobierno con fecha 8 del corriente ha nombrado general en jefe del ejrcito de
operaciones del norte al general de divisin don Justo Arteaga; comandante general de
infantera al ge-

12 En este viaje Magallanes sostuvo un encuentro con los buques peruanos Unin y
Pilcomayo; combate de Chipana (12 de abril), cerca de la desembocadura de Loa, que
fue el inicio de los triunfos de su capitn Juan Jos Latorre y de la escuadra nacional,
que culminaron en Angamos.

neral de brigada D. Erasmo Escala; comandante general de caballera al general de


brigada D. Manuel Baquedano; y con fecha 10 del mismo mes se ha nombrado jefe de
Estado Mayor al general de brigada D. Jos Antonio Villagrn, y comandante en jefe de
las fuerzas de reserva del ejrcito expedicionario al coronel D. Emilio Sotomayor.
Abril 23. Hoy ha llegado de Iquique el teniente coronel D. Arstides Martnez, que
haba salido de Antofagasta hace diez das conduciendo correspondencia para el
almirante Williams.
Segn los datos que trae, los buques chilenos Blanco y Chacabuco, el da 18 del mes
corriente bombardearon el puerto de Pisagua. Habiendo enviado el almirante algunos
botes con el objeto de destruir varias lanchas, al acercarse aquellos a tierra fueron
recibidos por fuegos de fusilera que les hizo un batalln que se hallaba oculto en la
ribera, matando a dos e hiriendo a cinco tripulantes de los botes. Los buques chilenos
hicieron entonces fuego sobre la poblacin, y habiendo en tierra arridose la bandera
peruana, ces el fuego de los buques. Nuevamente los botes se dirigieron a destruir las
lanchas, pero fueron otra vez recibidos a balazos por la tropa de tierra. Los buques
bombardearon entonces el puerto, habiendo destruido como las 3/4 partes de l por el
incendio que se produjo. Por el mismo motivo fue bombardeado el puerto de Moliendo
el 19 del corriente.
Abril 28. Han llegado el comandante en jefe del ejrcito, general de divisin don
Justo Arteaga, y los de brigada D. Erasmo Escala y D. Manuel Baquedano; el batalln
Bulnes con 550, el Zapadores con 300 hombres, el regimiento de Cazadores a caballo y
50 soldados de artillera.
Han llegado adems como 50 oficiales para llenar las vacantes que hay en el ejrcito.
Tambin hemos recibido gran cantidad de vveres, armamento, municiones y vestuario.
El general en jefe trae como ayudantes de cuerpo cuatro caballeros civiles, dos de ellos
con el grado de teniente coronel (D. Ramn y D. Gregorio Ossa). Esto ha causado en el
personal de jefes del ejrcito marcado disgusto, tanto porque son jvenes incompetentes
para el desempeo del delicado puesto que se les ha dado, como porque se les ha
concedido tan altos grados, que a los de la profesin cuesta obtenerlos veinte y
veinticinco aos de la mejor existencia y asiduo y duro trabajo en los cuerpos militares.
Qu papel van a hacer estos caballeros en la campaa y sobre todo en un da de
combate? Habr jefe de cuerpo que tenga confianza en una orden comunicada por uno
de estos caballeros que ignoran hasta el tecnicismo de la profesin?

El patriotismo y la subordinacin militar ordenan callar. Todava hay tiempo para


enmendar los errores en una situacin que es nueva para todos. De desear sera que los
jvenes que quieren prestar servicios al pas en la difcil circunstancia en que se
encuentra, eligiesen para ello puestos modestos donde puedan ser tiles, y no exigir los
altos grados que slo deben concederse a los que se hayan hecho merecedores a ellos
por efectivos servicios. Qu se deja para recompensar ms tarde los grandes
sacrificios?
Desde hoy tenemos nuevos conductores en el ejrcito que se organiza para operar sobre
el Per y Bolivia. Esperamos grandes cosas del patriotismo, ilustracin y especialsimos
conocimientos del general en jefe. El ejrcito est impaciente por entrar en accin, no
obstante hallarse escaso de todo. Es natural que ahora se enmienden tantos yerros que se
han cometido; y es necesario principalmente que el Gobierno y el pas comprendan que
ya es tiempo de desatar los cordones de la bolsa. Se necesita dinero, y mucho dinero
para hacer la guerra. El soldado hasta ahora no tiene equipo. La mitad del personal que
compone este ejrcito, en la actualidad de ms de 6.000 hombres, no tiene siquiera un
mal capote para abrigarse en las fras noches de estas latitudes13. En una entrevista que
mi hermano y yo hemos tenido con el general en jefe le hemos manifestado la alarma
que nos causa el que los jefes que tienen mando de tropas mantengan y enseen la vieja
tctica de combate y se resistan a introducir el nuevo orden adoptado en todos los
ejrcitos en vista del progreso de las armas. El general ha participado de nuestra opinin
y reuni a los jefes de cuerpos para conversar y cambiar ideas sobre tan impactante
materia, reunin a la que tambin fuimos nosotros invitados. En la reunin el general
Arteaga manifest el objeto de ella e invit a mi hermano a que tomase la palabra y
expusiese las observaciones que hubiese hecho durante su estada en Europa respecto a
la tctica en uso en aquellos ejrcitos. Mi hermano extensamente desarroll el tema y
concluy por aconsejar la adopcin inmediata en nuestra infantera de la tctica del
orden disperso para el combate. Todos los asistentes guardaron desdeoso silencio,
excepto el coronel de guardias nacionales D. Martiniano Urriola, que comanda el
batalln Navales de guardias nacionales movilizados, que enfticamente dijo ms o
menos lo siguiente:
Seor general, el soldado chileno para vencer en Chacabuco y Maip, en Yungay y
Calama, no necesit del orden disperso: le

13 Vergara en diversos pasajes de sus Memorias se refiere a la influencia de los


elementos y factores geogrficos.

bast ser soldado chileno para vencer y venci. Mi hermano le replic: El seor
coronel, para ser consecuente con su modo de pensar, debera pedir para sus soldados el
fusil de chispa para que escupan la piedra. La reunin se disolvi sin haberse tomado
acuerdo alguno, y con mi hermano nos retiramos entristecidos de la ignorancia de los
jefes de cuerpo. Ninguno de ellos haba seguido la evolucin que se ha operado en la
tctica de los ejrcitos europeos. Slo el comandante D. Ricardo Santa Cruz, que manda
Zapadores, se acerc a nosotros el da siguiente para pedirnos explicaciones sobre la
materia de que se haba tratado el da anterior. Mi hermano se las dio muy claras y
extensas y le proporcion apuntes que le facilitasen la adopcin del nuevo sistema que
deseaba implantar en el cuerpo de su mando.
Julio 1 1879. Varias circunstancias me hicieron suspender estos apuntes que hoy
reanudo. Habiendo sido nombrado intendente general del ejrcito D. Francisco
Echaurren, nos escribi, a mi hermano y a m, para que le ayudsemos a organizar este
servicio, cuya oficina principal deba funcionar en Valparaso. Sin embargo que las
nuevas tareas deban alejarnos de las operaciones militares activas en las que
desebamos tomar parte, nada podamos negar a este caballero que nos haba
distinguido con su amistad y cuyo patriotismo conocamos y admirbamos. Aceptamos
y fuimos nombrados sus ayudantes y delegados.
Mi hermano qued en Antofagasta para dirigir todos los trabajos de la Delegacin del
ejrcito en campaa, y yo march a Valparaso a ponerme a disposicin del Sr.
Echaurren, cuya actividad para este servicio ya se haca sentir en aquel puerto y en el
ejrcito que se organizaba e instrua en Antofagasta y los nuevos cuerpos que se
formaban en el resto de la Repblica. Grande, inmensa era la tarea que D. Francisco
Echaurren se haba echado encima, pero el patriotismo y actividad de este caballero
todo lo venca. Durante muchos das no tuvimos un momento de descanso, y en relativo
poco tiempo la oficina estaba organizada con el personal correspondiente y funcionando
todos sus departamentos. En la organizacin de este difcil servicio de un ejrcito en
campaa, la Intendencia General, volvi a sernos de gran utilidad el Libro de Campaa
del general Wolseley. Esta importante obra nos sac de muchos apuros. Este general
ingls ha tenido gran fuerte en nuestras operaciones militares. Mis tareas en la
Intendencia del ejrcito fueron interrumpidas en Valparaso por acontecimientos de
grave y trascendental importancia.

El da 23 de Mayo lleg a Valparaso la primera noticia del combate de los blindados


peruanos Huscar e Independencia con la corbeta chilena Esmeralda y goleta
Covadonga en las aguas de Iquique el 21 del mismo mes. Estas noticias se reducan a
comunicar solamente que en el momento que pasaba el vapor Lamar por aquel puerto,
el Huscar se bata con la Esmeralda, naturalmente en condiciones desfavorables para la
corbeta chilena, y la Covadonga con la Independencia, encontrndose varado este buque
a la pasada del Lamar. Esta alarmante noticia se esparci inmediatamente por telgrafo
en toda la Repblica, causando gran conmocin en todos los nimos. En Valparaso,
centro activo de todas las operaciones que se ejecutaban para la campaa contra el Per
y Bolivia, produjo una impresin extraordinaria, (no ponindose) en duda que aquel
combate sera un desastre para nuestros dbiles buques, pero un desastre glorioso, pues
la opinin general era que nuestros buques sucumbiran sin rendirse ante embarcaciones
tan poderosas como eran las que las combatan.
Los deudos de los oficiales y dems tripulantes de nuestras embarcaciones se acercaban
emocionados a las autoridades en busca de nuevas noticias, pero stas demoraban en
venir. General era la creencia de que vencidos nuestros buques, desaparecidos en el
combate, las naves peruanas se dirigiran a Antofagasta, antes que apareciese nuestra
escuadra, que haba marchado al Callao, y bombardearan aquel puerto que an estaba
indefenso, destruiran las mquinas resacadoras de agua, y reduciran nuestro ejrcito a
una situacin desesperante. Agitado mi espritu por la gravedad de los acontecimientos,
y estando ya organizado el servicio de Intendencia del ejrcito, motivo de mi
permanencia en Valparaso, solicit del Sr. Echaurren me permitiera regresar a
Antofagasta a tomar mi puesto activo en las filas del ejrcito, lo que me fue concedido,
dndome el Sr. Echaurren el cargo de delegado de su oficina en el ejrcito de
operaciones. Me embarqu al da siguiente en el vapor que conduca varios jefes y
oficiales a Antofagasta. Todos vestamos el traje civil. Al llegar a bordo not la
presencia, entre los pasajeros, de un caballero de hermoso y simptico continente. A la
mesa, a la hora de la comida, manifest su modo de pensar sobre la noticia que haba
llegado a Valparaso sobre el combate de Iquique, en trminos muy encomisticos para
los peruanos. Todos los chilenos guardamos silencio. Estbamos dominados por un
inmenso sentimiento de tristeza. Al embarcarnos, las noticias del combate en nada
haban adelantado. Al final de la comida pregunt al capitn del vapor quin era el
caballero que con tanto entusiasmo haba hablado en favor de los peruanos, y me dijo
que era un seor Miranda; al mismo tiempo me dio

los antecedentes sobre este seor que aqu consigno. El Sr. Miranda haba sido llamado
el da anterior por D. Eulogio Altamirano, intendente de Valparaso, y le haba dicho:
Sr. Miranda:
s que Ud. desempea en este puerto el triste papel de espa del Per. En cumplimiento
de mi deber yo deberla reducir a Ud. a prisin, pero en consideracin al nombre que Ud.
lleva (este caballero es nieto del general Miranda, prcer de la independencia
americana), prevengo a Ud. que debe embarcarse hoy mismo y salir del pas. Y el
capitn me agreg: Y aqu lo tiene Ud,, a bordo en viaje al Per. En la maana del da
siguiente (25 de mayo), cerca ya del puerto de Coquimbo, me paseaba sobre cubierta,
cuando se me acerc el Sr. Miranda saludndome por mi nombre y empleo, de que
haba tenido conocimiento por otros pasajeros del vapor. Volvi a tocar la materia de la
guerra de Chile contra el Per y Bolivia. Me dijo que haba residido en Lima muchos
aos; que conoca el carcter patritico y valiente de los peruanos; que la prctica de la
guerra que stos tenan a causa de sus frecuentes revoluciones les daba gran
superioridad sobre los chilenos; y por ltimo que el triunfo que haban obtenido sobre
nuestras naves en Iquique haba venido a aumentar su poder martimo con dos buques
ms. Le hice varias observaciones sobre el tema y conclu por decirle que tena la
seguridad de que- el nmero de buques de la escuadra peruana no seria aumentado con
ningn buque de guerra nuestro, y que an no sabamos cul haba sido el resultado
final del combate de Iquique. En ese momento el vapor entraba a la baha de Coquimbo.
Dirig mi anteojo de campaa (obsequio de D. Francisco Echaurren) hacia la poblacin
que apenas se diseaba, y cul sera mi sorpresa al notar que la bandera chilena
flameaba en sus edificios. Pas mi anteojo al capitn del vapor que estaba sobre el
puente y le ped que mirase con l a la poblacin. As lo hizo y exclam con un
entusiasmo que no pudo o no tuvo tiempo de disimular: La ciudad est embanderada.
Al or esta exclamacin todos los pasajeros salieron a cubierta y pudieron a los pocos
minutos darse cuenta del hecho para todos de tan grande significado, el puerto de
Coquimbo vesta de gala. Pocos minutos despus oamos repiques de campanas y los
acordes de la cancin nacional. Qu haba sucedido (con) el resultado del combate de
Iquique? El bote de la capitana de puerto se acerc al vapor. Sali a bordo el
gobernador martimo, Sr. Salamanca, y nos dio la gran noticia de la epopeya de Iquique.
Todos los pasajeros se entregaron a las manifestaciones del ms grande entusiasmo.
Slo el Sr. Miranda estaba triste y sorprendido. Tres das despus llegbamos a
Antofagasta. Suponiendo el Sr. Miranda que las autoridades de An-

tofagasta tuvieran conocimiento de la misin que se le haba atribuido que l


desempeaba en Valparaso, y que pudieran apresarlo, me haba pedido que yo influyera
para que no lo molestasen y le permitiesen continuar su viaje. Refer al gobernador
martimo, mi amigo Javier Molinas, lo que haba ocurrido respecto a este seor, y le
ofreci que no seria molestado. El Sr. Miranda se me manifest muy agradecido y al
tiempo de despedirme de l para tomar el bote que deba conducirme a tierra, le dije:
Buen viaje, Sr. Miranda, hasta la vista en Lima.
Julio 4-1879. Durante los dos ltimos meses el ejrcito ha aumentado en nmero, en
instruccin y en elementos de accin. Se compone hoy en esta forma:
Artillera de lnea
539 hombres
(El armamento consiste en 2 ametralladoras, 16 caones Krupp de campaa y montaa,
6 caones franceses de campaa, y 8 de montaa, de bronce, rayados.)
Caballera - Cazadores a caballo
489
Granaderos a caballo
130
Artillera de marina
673
Infantera
8.447
Total
10.278 hombres
La artillera de marina y la infantera estn armadas con fusil Comblain, y la artillera de
lnea y la caballera con carabina Winchester.
Desde que lleg el general Arteaga se ha hablado de marcha prxima del ejrcito al
norte. A fines del mes pasado vino de Antofagasta D. Domingo Santa Mara, actual
Ministro de Relaciones Exteriores, con el objeto, segn se dice, de apresurar la marcha
del ejrcito. 14 Con este motivo ha tenido largas conferencias con el general en jefe; pero
parece que aquel seor no ha quedado satisfecho. El general exige para emprender
activas operaciones militares que el ejrcito est provisto de todos los elementos de
movilidad y de existencia que aseguren el buen resultado de ellas. Esto no lo
comprenden los paisanos, que en general creen que basta slo que haya hombres y
armamento

14 El 28 de junio se realiz la llamada junta de Antofagasta, que fue motivo de honda


critca por estar compuesta en su mayora de civiles. (Ver Memorias de Vergara, pp.3132)

para que un ejrcito pueda ser movilizado. El Sr. Santa Mara cree que son exageradas
las pretensiones y exigencias del general Arteaga. En cambio, grata ha sido su opinin y
sorpresa al observar la instruccin, moralidad y disciplina del ejrcito. Jams Chile
haba tenido un ms lucido y brillante ejrcito. Debe esperarse de l grandes cosas, si es
bien dirigido. Ha habido maniobras militares con las fuerzas que hay en Antofagasta,
aproximadamente 7.000 (mil) hombres, estando el resto de las fuerzas de guarnicin en
distintos puntos. La impresin ha sido muy satisfactoria y ha causado gran sorpresa el
estado superior de instruccin en que se halla. En los simulacros de combate los
batallones Zapadores (comandante Santa Cruz) y Chacabuco (comandante Toro
Herrera) han maniobrado en orden disperso, lo que ha causado muy buena impresin.
Estos jefes han sido los nicos que han aceptado la reforma en la tctica de combate.
Los dems, que caprichosamente no la han aceptado, pero que reconocen su
importancia, han hecho guerrilleras todas las compaas de los cuerpos. Algo es algo.
Esto se acerca a la reforma definitiva. Ms tarde vern que una sola unidad de accin
del batalln, como lo determina el orden disperso, es ms natural y conveniente que las
unidades de compaas, siendo todas guerrilleras. Se .susurra que el ejrcito an no se
ha puesto en marcha porque no estn arreglados y dispuestos los elementos que faciliten
su movilizacin y sostenimiento fuera de este territorio, y es as, es la verdad. Este
atraso, a mi modo de ver, ha provenido de que a las distintas secciones administrativas
del ejrcito no se les ha permitido ejercer con entera libertad sus funciones. El general
en jefe, o ms bien, el cuartel general, las ha reasumido todas, ocupndose de detalles
del servicio y de funciones que tienen para su desempeo un personal especial.15
Al Estado Mayor no se le ha dejado su libertad de accin. Esta circunstancia creo que ha
sido causa de la partida del general Villagrn, jefe de Estado Mayor. Se ha nombrado
para este cargo al general D. Erasmo Escala. El trabajo simultneo de las distintas
secciones, dejndolas con la completa libertad de accin, pero con la debida
supervigilancia, habra economizado mucho tiempo y hoy estara el ejrcito listo para
marchar. El 1 del corriente mes han regresado a Santiago el Sr. Santa Maria, D. Jos
Alfonso, auditor de guerra, y D. Rafael Sotomayor, asesor del almirante. En una carta
que mi hermano ha re-

15 Este es uno de los puntos decisivos de la organizacin del ejrcito que Rafael
Sotomaor trat de conseguir y que solamente se logr cuando l mismo dict el decreto
sobre las divisiones del ejrcito (13 de enero de 1880), que le dio las caractersticas
precisas para las siguientes campaas.

cibido de su suegro, general D. Basilio Urrutia, actual Ministro de Guerra y Marina,


dice que se le ha ofrecido (al general Urrutia) el comando en jefe de este ejrcito en
reemplazo del general Arteaga, y que ha contestado que no tiene inconveniente para
aceptar el cargo.
Julio 7 de 1879. Hoy ha llegado del norte la corbeta Chacabuco. Dej ayer al Blanco
persiguiendo a la corbeta Pilcomayo. Este buque peruano haba venido ese mismo da a
Tocopilla, en cuya baha haba incendiado un buque chileno cargado con pasto, y varias
lanchas. No pudiendo la Chacabuco, a causa del mal estado de sus calderas y corto
andar, acompaar al Blanco en la persecucin, se dirigi a este puerto.
Julio 8-1879. Ha entrado a este puerto el Blanco sin haber logrado dar alcance a la
Pilcomayo. Hoy mi hermano y yo hemos pasado a prestar servicios al Estado Mayor
General en calidad de primeros ayudantes, cesando en nuestra comisin de delegados de
la Intendencia del ejrcito. Quedaron concluidos los almacenes de depsitos generales
de municiones de guerra y de boca y los hospitales, cuyas construcciones hemos tenido
a nuestro cargo. En pocos das ms concluiremos de armar otro hospital que los clrigos
de Santiago han obsequiado. Quedan organizados en este puerto todos los servicios
relativos a la Intendencia, de los cuales se har cargo el delegado que el Sr. Echaurren
nos anuncia vendr prximamente. Continuaremos, sin embargo, atendindolos hasta
que el nuevo personal de empleados se inicie en ellos.
Julio 12-1879. Se anuncia por telgrafo que D. Domingo Santa Mara vuelve a
Antofagasta. Se ha desembarcado del transporte Lamar un can Armstrong de 300 lbs.
que debe ser montado en una de las bateras que se construyen en este puerto. Hay ya
montados y en servicio 3 de 15 lbs.
Julio 13-1879. Ha fondeado hoy el vapor de la mala16 que viene del norte. Los
pasajeros refieren que en Iquique se acerc al vapor un bote de la Magallanes, y que los
tripulantes comunicaron que haca pocos chas este buque haba sostenido un combate
con el Huscar en ese puerto. El buque peruano haba apresado al transporte Matas
Cousio, pero que habiendo llegado oportunamente la Magallanes y el Cochrane, el
Huscar haba

16 El vapor de la carrera

huido abandonando su presa. Esto es lo que refieren los tripulantes y pasajeros del vapor
ingls.
Julio 15-1879. Se corrobora la noticia sobre el combate de Iquique, combate que tuvo
lugar en la noche del 8 al 9 del corriente. Esa noche el Huscar entr libremente a la
baha de Iquique. Grau, su comandante, envi a tierra un oficial a ponerse al habla con
el general Buenda, jefe de las fuerzas peruanas en aquel puerto, y a preguntarle por la
escuadra chilena. Esta que se compona en esa baha del Cochrane, Magallanes y
trasporte Matas Cousio, haba salido como de costumbre, al entrar la noche, fuera del
puerto, excepto el ltimo que qued vigilando la baha. Informado Grau de lo que
ocurra, que ningn buque de guerra chileno estaba en el puerto, se dirigi al trasporte y
le intim rendicin al capitn, ordenndole a la vez que embarcase a la gente en sus
botes porque iba a echar a pique el trasporte. Mientras se ejecutaba esta operacin se
present la Magallanes y abri sus fuegos sobre el Huscar. El blindado peruano trat
dos veces de herir con el espoln a la corbeta chilena, pero sta diestramente evit los
golpes. El combate dur como 40 minutos. Grau, suponiendo que el Cochrane no
estara lejos pues las detonaciones de la artillera le haban anunciado la batalla, se hizo
a la mar. Fue perseguido el Huscar por el Cochrane hasta cerca de Anca, como
siempre sin darle alcance. Como se ve, el Huscar tiene un comandante que hace honor
a la marina peruana 17 Su entrada a Iquique, permaneciendo en la baha ms de una
hora, en el puerto bloqueado por los buques chilenos, es un golpe de valor y de audacia
digna de todo elogio. Grau sabe manejar su buque y hacer la guerra, burlando a cada
paso a nuestra escuadra.
Julio 16-1879. Hoy ha tenido lugar la procesin del Carmen con asistencia de las
clases y soldados del ejrcito y de gran nmero de oficiales, a quienes, en el mayor
nmero, se ha obligado a esta asistencia. Desde que lleg a Antofagasta el general
Escala los ejercicios y prcticas religiosas han sido ms abundantes que los militares.
Deba dejarse entera libertad a los individuos del ejrcito en las prcticas religiosas y no
ordenarles que se confiesen y asistan a novenas y procesiones. Todo el personal del
Estado Mayor, con raras excepciones, se ha ocupado en estos ltimos das, con gran
perjuicio del buen servicio del ejrcito, slo de hacer preparativos para esta procesin, y
de novenas y rosarios, etc. Acompaa al general Escala un clrigo,

17 Esta simple afirmacin revela el respeto y la admiracin que se tenan en la marina y


el ejercito al comandante Grau por su valor, habilidad y caballerosidad confirmados
muchas veces en este Diario.

capelln de la marina, que el almirante Williams hizo desembarcar por considerarlo


completamente intil a bordo. En tierra ha encontrado el capelln entusiasta acogida de
parte de Escala. Se ha hecho cargo de la iglesia que hay en este puerto y de los santos
que contiene. Ha hecho grandes trabajos y ha ocupado mucha gente en los preparativos
de la novena y procesin del Carmen. Lo ms curioso es que tambin en Bolivia, como
en Chile, es patrona o generala del ejrcito la seora del Carmen. La imagen o estatua
que de ella hay en el templo de Antofagasta es de los bolivianos, y sta naturalmente
estar ms dispuesta a proteger a sus connacionales. En apuros debe verse la Seora
cuando chilenos y bolivianos, a la vez, le piden proteccin y ayuda para sus respectivos
ejrcitos. El ardor y entusiasmo por el ejrcito (ejercicio) de estas prcticas del
paganismo, los hace caer en exageraciones y actos impropios de gente educada, y de la
situacin en que nos hallamos. As hemos visto durante noches a las cinco o seis damas
que hay en Antofagasta, llamadas las Coquimbanas, cantando en el templo la cancin
del cisne, mientras que, en actitudes humildes y con grandes velas en las manos,
rodeaban a la Virgen del Carmen (boliviana) el general Escala y muchos jefes de alta
graduacin del ejrcito. Cunto mejor habran estado estudiando siquiera la topografa
de los territorios donde probablemente operar el ejrcito chileno .18
Julio 18-1879. Ayer han llegado del sur el Ministro de Relaciones Exteriores D.
Domingo Santa Mara, delegado del Gobierno; D. Jos Alfonso, auditor de guerra; D.
Rafael Sotomayor, asesor en la escuadra; D. Isidoro Errzuriz, secretario del Ministro, y
D. Mximo R. Lira, delegado de la Intendencia del ejrcito. Como se recordar los tres
primeros fueron a Santiago a fines de junio, mal impresionados de las ideas del general
en jefe respecto a la campaa, y de las segn esos seores exageradas exigencias
del general para el aprovisionamiento del ejrcito y reunin de elementos para su
movilizacin. El Sr. Santa Mara ha vuelto trayendo, segn se dice, la palabra del
Gobierno, y siendo l mismo su representante.
Julio 20-1879. El general en jefe D. Justo Arteaga se ha embarcado hoy para el Sur,
acompaado de sus hijos D. Justo, que lleg el 17 con el Sr. Santa Mara; D. Benjamn;
su secretario privado D. Pedro N. Donoso, y sus dos ayudantes, tenientes coroneles D.
Ramn y D. Gregorio Ossa. El general hizo renuncia

18 Esta discordancia del autor recuerda sus tendencias espirituales: ver Introduccin.

por telgrafo del comando del ejrcito, que le fue aceptada inmediatamente. Se ha hecho
cargo del mando accidental del ejrcito el general D. Erasmo Escala. D. Jos Francisco
Vergara se ha hecho cargo de sus funciones de secretario del general en jefe, cerca del
general Escala. Para el mismo empleo haba sido nombrado cuando el general Arteaga
tom el mando del ejrcito, pero este seor rehus tenerlo a su lado, y desde entonces ha
permanecido, sin puesto alguno oficial, hasta hoy que lo ha aceptado el general Escala.
Julio 23-1879. Con esta fecha ha sido nombrado jefe del Estado Mayor General el
coronel D. Emilio Sotomayor.
Julio 29-1879. Se nota actividad en los preparativos de marcha del ejrcito. Son
tantas las cosas que hacen falta que pasarn an muchos das sin que pueda moverse el
ejrcito. Ser siempre difcil la movilizacin y peligrosa cualquiera operacin que se
quisiera llevar a cabo en las costas del Per, existiendo el poder naval de este pas, tal
como hoy existe. La rapidez de los movimientos del Huscar, el mayor andar que
tienen los buques peruanos sobre los nuestros, ser siempre una amenaza y un peligro
para nosotros. En el Estado Mayor, fuera del nombramiento de su actual jefe, coronel
Sotomayor, no ha habido cambio alguno. Habamos credo que ste no tardara en
renovar el personal de este importante departamento, pero hasta hoy nada se ha hecho.
La mayor parte de los miembros que lo componen son jvenes que muy pocos
conocimientos tienen de la profesin militar. Ocupados siempre en los sedentarios
puestos de oficinistas, jams han hecho servicio en los cuerpos del ejrcito donde est la
verdadera escuela militar, y si de vez en cuando aparecen en las listas de los
regimientos, es para ascenderlos, y en segundos han vuelto a las oficinas. Si este
personal contina, el Estado Mayor no dar los resultados que de estas corporaciones
deben esperarse. No se ha buscado, como sucede en otras naciones, la inteligencia y la
instruccin doquiera que se encuentren en el ejrcito para formar el Estado Mayor, sino
que el favor y los empeos han trado el personal de que hoy est formado.
Inquietud y alarma hay por la suerte que haya corrido el trasporte chileno Rmac. Este
vapor sali de Valparaso el 20 del corriente. Han transcurrido 9 das y an no se tiene
noticia de l. A su bordo vienen dos compaas de Carabineros de Yungay con su
armamento y varios artculos para el ejrcito en campaa. Se cree que haya sido tomado
por los buques de guerra peruanos que durante estos ltimos das han recorrido las
costas de Chile hasta Coquimbo, destruyendo en los puertos

muelles, embarcaciones menores y apresando buques mercantes. En los comentarios


que se hacen de las correras de los buques peruanos (y) del probable apresamiento del
Rmac, se nota cierta excitacin en .contra del almirante Williams y comandante de los
buques de nuestra escuadra.
Los buques chilenos, ms poderosos que los peruanos, no han podido, no han sabido
impedir estas depredaciones del enemigo, y ste los ha burlado navegando en las costas
bloqueadas por los buques chilenos, conduciendo tropas, vveres, armamentos y
municiones a los puertos que ha querido, hasta entrar al puerto de Iquique bloqueado
por nuestra escuadra. A ser efectiva la captura del Rmac que se supone, la existencia de
los nimos y el descontento en todo Chile se va a manifestar quin sabe en qu forma.
Julio 30-1879. El gobernador civil de este litoral recibi ayer un telegrama de
Mejillones, en que le anuncian haber llegado all un propio de Tocopilla, donde ha
llegado un buque de guerra francs que trae la noticia de haber llegado a Arica el
trasporte chileno Rmac apresado por buques peruanos.
Agosto 1-1879.- Se recibi ayer un telegrama de Santiago que anuncia haber habido un
gran tumulto en aquella capital a causa de la captura del Rmac. El pueblo, sublevado,
trat de asaltar La Moneda, y hubo varios heridos. En la maana de hoy ha llegado de
Caldera el Cochrane.
Agosto 4-1879. El 2 sali para Valparaso el blindado Cochrane. Sucesivamente
hemos tenido la confirmacin a la captura del Rmac por noticias que han trado los
buques de guerra francs Decrs e ingls Triumph y por el vapor de la can-era que lleg
en la maana de hoy. Este ltimo ha trado diarios peruanos que dan cuenta del hecho.
El Rmac fue capturado por la Unin a la altura de Antofagasta con su valioso
cargamento. Causa extraeza que no se arrojase al agua la correspondencia, armamento,
municiones, vveres, vestuario, etc., y que no se (in)utilizase la caballada. Todo, todo ha
sido aprovechado por el enemigo, segn las noticias que dan los diarios peruanos. El
Rmac era mandado por el capitn de fragata agraduado D. Ignacio L. Gana. El
escuadrn Carabineros de Yungay constaba de 300 hombres prximamente, mandado
por los hermanos Manuel y Wenceslao Bulnes. Hoy ha llegado a Antofagasta la
escuadra chilena compuesta del Blanco, Magallanes, Ab tao y trasporte Limar,
habindose abandonado el bloqueo de Iquique, que ha sido completamente intil, de
cuyo abandono todos se felicitan. El Ministro Santa Mara se ha embarcado hoy para
Valparaso.
Agosto 5 .- No ha amanecido el Blanco en la baha. Se supone

que ha ido al Sur, pues se ha tenido noticia de que el Huscar ha sido divisado a la
altura de Taltal. En la tarde de hoy ha regresado el Blanco sin haber encontrado buque
alguno peruano. He hecho imprimir y he repartido varios folletos que contienen los
deberes de oficiales en campaa, tomados de la obra del general Wolseley.
Al obsequiar hoy a D. Isidoro Errzuriz un ejemplar de cada uno de ellos, me ha
preguntado si he hecho lo mismo con D. Jos Francisco Vergara, y al contestarle que
no, me ha observado: No deje de hacerlo; Jos Francisco Vergara ser el que conceda
las recompensas al final de esta campaa.
Al referir esto a varios compaeros, el comandante Eleuterio Ramrez nos dijo que
Vergara era uno de los candidatos a la Presidencia de la Repblica, que traa un
numeroso grupo de civiles que han llegado a Antofagasta; y que no era slo Vergara el
candidato, sino que haba varios en candelero; que los cambios de jefes superiores del
ejrcito obedecan a las ambiciones que muchos tenan de aprovechar esta ocasin para
obtener la Presidencia; que de aqu era el cuidado que tenan de no dar el comando en
jefe del ejrcito a ningn militar, que despus de un resultado feliz de la campaa
pudiera tener probabilidades de ser aclamado candidato a la Presidencia sobre los civiles
que la ambicionaban. Nombr a varios de estos candidatos y a los que componan los
distintos grupos que la sostienen. Ahora nos explicamos la presencia de tantos civiles en
e] ejrcito en campaa. Mal elemento, no nos dejan trabajar, o ms bien, distraen a
muchos del cumplimiento de sus deberes militares.
Agosto 7-1879. Por telgrafo se anunci anoche desde Caldera que se encontraba en
aquel puerto el Huscar. A medianoche sali en su busca el Blanco. A las 4 p.m. de hoy
se anuncia que el Huscar se halla en Taltal reuniendo las lanchas y dems
embarcaciones menores para destruirlas, pero que a la vista del Blanco, que se present
a la entrada del puerto, abandon las embarcaciones apresadas y huy perseguido por el
blindado chileno.
Agosto 8-1879. Hoy ha vuelto el Blanco. Sin haber podido dar alcance al Huscar
por el mayor andar de este buque.
Agosto 11-1879. El almirante Williams ha partido a Valparaso. Parece que no precisa
volver porque en la orden del da se despide de la escuadra manifestando su sentimiento
por no compartir con los dems de la marina las fatigas de la campaa.19

19 En su reemplazo, fue nombrado comandante en jefe de la escuadra el capitn de


navo don Galvarino Riveros.

Agosto 14-1879. Anoche han zarpado el Blanco, la Magallanes y el Itata. A bordo de


este ltimo se ha embarcado una comisin que debe estudiar y elegir el lugar de
desembarque del ejrcito chileno en el litoral peruano. La comisin la componen el
coronel graduado D. Luis Arteaga, teniente coronel D. Jos Velsquez y sargento mayor
D. Baldomero Dubl A. A esta comisin se han agregado muchos paisanos.
Agosto 20-1879. Se ha recibido un telegrama en que se anuncia haber sido nombrado
Ministro de Guerra D. Rafael Sotomayor, que en la actualidad se encuentra en
Antofagasta. Esta designacin ha sido muy bien recibida en el ejrcito, donde el Sr.
Sotomayor es altamente apreciado.
Agosto 22-1879. La comisin que parti al norte en la escuadra, la noche del 13 del
corriente, ha regresado en la maana de hoy. Trae importantes datos sobre el litoral
peruano. A la salida de Iquique divisaron al norte dos humos que se supuso fuesen
botes-torpedo. Uno de ellos pudo huir hasta ocultarse entre las peas de la costa. El otro
fue perseguido y capturado por el Itata. Los tripulantes del bote arrojaron al mar los
torpedos y varios otros artculos de guerra que llevaban a bordo. Trados aquellos a
bordo (dos ingleses y dos norteamericanos) fueron registrados, y a uno de ellos se le
encontr un contrato con una casa de comercio de Lima, por el cual se comprometa a
aplicar torpedos a los buques de guerra chilenos. Interrogados, al principio se negaron a
contestar, pero habindoseles amenazado con ser fusilados confesaron que venan con el
objeto de aplicar torpedos a nuestros buques. Hicieron varias revelaciones de
importancia. Entre otras, la de que la casa de comercio de Lima se haba comprometido
con el Gobierno peruano para hacer desaparecer la escuadra chilena por una suma
considerable de dinero, y que aqulla, a su vez, los haba contratado a ellos para el
efecto, debiendo recibir 50.000 pesos por cada blindado que destruyesen y 5.000 pesos
por cada buque de madera. La casa les ha adelantado 20.000 pesos.
Agosto 23-1879. Por telegrama de Taltal se tuvo ayer noticia de que haba a la vista
buques sospechosos. Inmediatamente se dirigieron a aquel lugar el Blanco y el Itata. En
la madrugada del hoy en este puerto la Magallanes tambin avis haber buques
sospechosos a la entrada del puerto, pero pronto se retiraron hacia el Sur.
Agosto 25-1879. Hoy a las 3 h. a. m. el comandante Latorre, de la Magallanes>
mand aviso a tierra de encontrarse en la baha el

Huscar. Con este motivo hubo bastante alarma en la poblacin. Buques chilenos en la
baha slo estn la Magallanes y el Ab tao, que est componiendo sus calderas. El
Blanco se encuentra en Taltal, donde fue en busca del Huscar. Probablemente el vapor
lo, que sali en la tarde de ayer para el sur, encontr al Huscar y le dio aviso de no
haber en Antofagasta ningn blindado chileno.
Los de tierra esperbamos de un momento a otro el combate de la baha, mas talvez por
estar la noche muy oscura el Huscar no se atrevi a atacamos. Al amanecer se vio a
este buque como a 8 9 mil metros de la costa. Se hizo mar afuera hasta juntarse con
otro buque que lo esperaba y ambos desaparecieron en el horizonte. En tierra todo
estaba listo para principiar el fuego con los caones de las bateras (uno de 300 y 4 de
150) tan pronto el Huscar se pusiese a tiro.
La presencia de este buque en las aguas de Antofagasta ha impedido la salida del
transporte Liman, que debe marchar a Valparaso conduciendo enfermos que aqu no se
puedan curar.
Agosto 28-1879. A las 11 a. m. se vio un vapor que vena en direccin de este puerto.
Al mismo tiempo sala una barca cargada con salitre. El vapor se dirigi a ella y la
detuvo. Luego pudo reconocerse que aqul era el Huscar. Demor como dos horas
cerca de la barca, talvez trasladando a tripulacin del monitor. El buque apresado
permaneci en ese mismo lugar durante todo el da. El Huscar se dirigi lentamente al
puerto y se detuvo como a 4.000 metros de tierra. En la baha se hallaban fondeados la
Magallanes con sus fuegos listos y el Abtao que no poda moverse por estar sus calderas
en compostura. En el momento que el Huscar viraba como para retirarse (ya en otra
ocasin haba entrado al puerto y se haba retirado sin combatir), el Abtao desde su
fondeadero le hizo el primer disparo (1 h. 20 p. m.). El Huscar, avanzando un poco
hacia el puerto y enarbolando una enorme bandera, contest. Los caones de las bateras
de la costa rompieron tambin sus fuegos sobre el monitor (uno de 300 y cuatro de 150).
La Magallanes, despus de largar sus amarras y de colocarse entre los buques mercantes
fondeados en la baha, tambin dirigi sus fuegos al Huscar. El combate continu
sostenido. Tanto los fuegos de los caones montados en tierra como los de nuestros
buques fueron inciertos, la mayor parte de ellos cortos a causa de la gran distancia a que
se hallaba el buque enemigo. Los mejores disparos fueron hechos por el Abtao.
El fuego continu hasta las 5 de la tarde, a cuya hora el general en jefe lo mand cesar.

El Huscar tiene ahora buenos artilleros, pues todos sus disparos han sido bien
dirigidos, lo que no ha sucedido en otros combates. Al Ab tao le acert una granada de
300 y otra de menor calibre. Ambos proyectiles, con corto intervalo, cayeron sobre la
cubierta del Abtao causando grandes destrozos en el buque. Murieron 9 hombres, entre
ellos el primer ingeniero, seor Merry, y 12 heridos. El proyectil de a 300 destroz la
barandilla y la escala del puente del comandante, arrojando a la cubierta al teniente
Krug, qu se hallaba al lado de su jefe. El comandante D. Aureliano Snchez fue herido
levemente en la cara por una astilla de madera. El proyectil continu su marcha
atravesando la chimenea del buque, de donde arranc innumerables fragmentos de
fierro; se introdujo en la cubierta como a dos metros de la borda de babor, y al chocar
con una cuaderna revent haciendo grandes estragos. No obstante las averas del buque,
el fuego continu contra el blindado inmediatamente de haber recibido el Abtao estos
dos mortales disparos.
La Magallanes nada sufri, pero se le inutiliz el nico can poderoso que montaba
(de 115) a causa de un disparo con carga mxima que se hizo para poder alcanzar al
Huscar que se bata a tan larga distancia. Las bateras de tierra, donde funcionaban un
can de 300 y 4 de 150 hacan inciertos disparos. El can de 300, nico que hubiera
podido causar algn dao al monitor, se desmont al primer disparo a causa de no
haberse aflojado lo bastante los compresores. El Huscar habr sido tocado por 4 5
proyectiles que no le habrn causado gran dao. Los ltimos 5 disparos del Huscar
fueron dirigidos al fuerte Bella Vista, donde me hallaba de orden del general en jefe.
Fueron esplndidos como puntera. Las granadas estallaban sobre nuestros caones,
cubriendo un gran espacio los segmentos y cascos de los proyectiles. Al entrar la noche
el Huscar se retir de la baha con rumbo al sur. Como se crey que durante la noche
volviera a echar a pique al Abtao, que no poda moverse por tener en reparacin sus
calderas, se embarcaron en los buques y embarcaciones menores tropas del batalln
Navales para el caso de abordaje. Durante el combate nadie se movi del pueblo. Los
regimientos se colocaron detrs de los edificios en las calles paralelas al mar. Todos los
habitantes de Antofagasta estaban en los miradores y azoteas observando el combate. El
Huscar hizo 28 disparos y 100 nuestros buques y las bateras de tierra. En la
Magallanes ni en tierra hubo ninguna desgracia que lamentar. El Blanco lleg ,a
Antofagasta a las 11 de la noche, pocas horas despus del combate. Nuestros blindados
siempre salen y llegan a destiempo. Despus del combate mi hermano y yo fuimos
comisionados por los jefes del ejrcito para trasladarnos al Abato

con el objeto de, a nombre del ejrcito, felicitar a su comandante D. Aureliano Snchez,
por su brillante conducta, atencin que ste agradeci altamente. Pudimos observar los
grandes destrozos que en el buque haban causado los proyectiles del Huscar, que la
tripulacin se apresuraba a reparar. Ninguno de los proyectiles disparados por el
blindado peruano fue dirigido a las mquinas resacadoras de agua ni a los grupos de
gente que haba en distintos puntos de la ciudad. Fue acto de humanidad del
comandante del Huscar? Me inclino a creerlo. En Antofagasta no hay agua natural. El
ejrcito y la poblacin se sostienen nicamente con la que producen las dos mquinas
resacadoras situadas una al norte y otra al sur del pueblo, visibles desde a bordo y
fciles de ser destruidas. Si esto hubiera sucedido, las consecuencias habran sido
terribles para el ejrcito. Se ha atribuido por algunos a imprudencia del comandante D.
Aureliano Snchez que hiciera fuego sobre el Huscar y provocase el combate cuando
este buque ya se retiraba de la baha. Al respecto debo consignar aqu lo que pas hace
pocos das a la mes de la Compaa de Salitres. Se hallaban all el Sr. Sotomayor,
Ministro de Guerra; el coronel Sotomayor, su hermano; D. Jos Francisco Vergara,
secretario del general en jefe; comandante del Ab tao, D. Aureliano Snchez; los
empleados superiores de las Salitreras; los comandantes Toro Herrera y Ricardo Santa
Cruz; diez o doce paisanos de los que han venido sin puesto alguno que desempear en
esta campaa, y el que estas lneas escribe. Se habl del Huscar, de sus correras, de la
habilidad de su comandante para evitar y burlar a nuestros blindados. Uno de los
paisanos, dirigindose a Snchez en tono burlesco, le dijo: Y dgame, Sanchecito
(jovialmente as lo llamaban por su pequea estatura los que ignoraban que dentro de
ese pequeo cuerpo haba un corazn muy grande, y los que ignoraban que Snchez en
su vida de marino haba dado muchas pruebas de serenidad y valor en los peligros),
qu har Ud. si se encuentra con el Huscar? La pregunta es ociosa observ
Snchez, me batir con el Huscar tan pronto como lo tenga a tiro, para lo cual desde
luego solicito la venia del Sr. Ministro. Todos se rieron, creyendo que sera una
fanfarronada de Snchez pretender batir al Huscar con el Ab tao, buque de madera,
viejo, que casi no poda moverse. Y Sanchecito cumpli su palabra batindose con el
Huscar la primera vez que lo tuvo a tiro.
Del archivo de la seccin o departamento de espionaje que he tenido a mi cargo desde el
principio de la ocupacin de este litoral, tomo para agregarlo a estos apuntes el plano y
datos sobre el Huscar que coloco a continuacin... (Ver en prxima pgina.)

Monitor peruano Huscar

1.
Torre 2 caones de 300 grueso de la torre, 20 pulgs., 5 de fierro y 15 de
madera.
2.
2. Falcas que se echan al costado para el combate.
3.
Torrecilla para el comandante durante el combate blindada como la torre, y
del espesor de sta. en fierro y madera. Es ochavada de 1 metro de dimetro.
4.
Portalones para los dos caones de 40 que hay en la nave.
5.
Can de popa de 20.
A.A. Toldilla firme de madera delgada en la popa.
B.B. Casco blindado en el centro guardando la mquina tiene 4 1/2 pulgadas, y lo
dems vara de 2 1/2 a 3 pulgadas. La parte de popa tiene 3 pulgadas. El blindaje del
centro tiene un resguardo de madera tic de 9 pulgadas y adems un forro interior de
fierro de 3/4 de pulgada.
Dimetro de la torre, 25 pies ingleses. Eslora, 200 PS. y manga, 35 Ps.
Puntal, 28 pies.
El mayor andar es de 11 millas escasas. Las calderas no estn en muy buen estado. Sus
fondos en buena condicin.
*Esta marca indica el lugar de estribor donde pas una bala de 150 del Shah. En el
centro de la torre y cerca de los caones una bala de 150 del Shah hundi el blindaje dos
pulgadas y ocasion la interrupcin en el movimiento de dicha torre.
Los caones de la torre no pueden maniobrar hacia la popa porque interceptan la
torrecilla del comandante, etc.

El Ministro de la Guerra, D. Rafael Sotomayor, me ha pedido los datos que yo haya


reunido sobre la lnea de Pisagua a Iquique y el ejrcito enemigo que la ocupa, y son los
siguientes:
(Toms H. Cole Ingls) Agosto 13 de 1879. El informante desembarc en Pisagua
el 23 de julio. Al da siguiente lleg a este puerto el general Daza en la caonera
Pilcoma yo.
En la poblacin de Pisagua hay de guarnicin 150 hombres y 650 en el Alto que se
relevan diariamente en, la maana. Estos 800 hombres los componen los batallones
bolivianos Victoria e Independencia. Viven en el Alto, en ranchos de esteras y sacos.
No tienen obras de defensa de ninguna clase. No tienen caones ni ametralladoras. Toda
la tropa fue revistada por Daza. Estn muy mal vestidos; muchos carecen de uniformes,
aun los oficiales. El uniforme es gris con vivos rojos y otros verdes. Usan ojotas. Estn
armados de fusiles Remington. El agua que beben en el Alto la traen de la oficina
Dolores. En el Alto tienen un gran depsito de pasto y cebada. Se va a fortificar la punta
norte de Pisagua. El 8 de julio llev el Oroya dos caones de 100 libras para colocarlo
en una batera que se haba estado arreglando con este objeto.
El mismo buque desembarc en Iquique provisiones y municiones como 1.000
cajones. El 25 de julio sali el informante de Pisagua en .el tren en que iba el
Presidente Daza. El tren llega hasta Agua Santa solamente. En la oficina Negrita hay
600 hombres, una legua al norte de Santa, y 600 en la oficina Armona, media legua al
oriente de dicha estacin. No se ha construido la lnea desde Agua Santa a Pea Grande.
En Junin hay 50 bolivianos de guarnicin y en Mejillones
200.
En Pozo Almonte hay 200 hombres de caballera (Hsares de Junn) a pie. Los
caballos los tienen en Tarapac y Canchones, donde pastan. El Presidente Daza se llev
para l y sus edecanes todos los caballos que haba en Agua Santa. No pudo salir de
aquel lugar hasta el 27 de julio en la maana y lleg a Pozo Almonte en la tarde.
Para pasajeros hay carricoches establecidos entre Agua Santa y Pozo Almonte.
En Camarones slo hay 50 hombres.
En Tiliviche no hay guarnicin.
En la oficina Carmen, media legua al sur de Pozo Almonte, hay 300 hombres de
caballera, sin caballos. El informante se qued en Pozo Almonte hasta el 28, da en que
tom el tren para la estacin Central, y de all se fue a La Noria. El viaje lo hizo en
compaa del maquinista en la locomotora. En la estacin de La Noria hay 100 hombres
de infantera peruana, y en la poblacin otros 100. En San Lorenzo hay 300 bolivianos y
100 peruanos.

El informante de La Noria fue a San Juan, donde hay 1.400 soldados bolivianos de
infantera. En Molle estuvo 3 horas. Aqu hay 2.450 hombres de infantera peruana, 150
artilleros con un can Krupp de a 4,2 de bronce de a 6 y uno de fierro de a 6. Los tres
ltimos de cargar por la boca. En Molle no hay fosos, trincheras ni obra alguna de
fortificacin. En Punta Colorada ni en Huantajaya hay guarnicin alguna. En Canchones
hay 100 hombres de caballera al cuidado de la caballada.
Toda la ciudad de Iquique est foseada y atrincherada, pero en la caleta de Cavancha
no hay ningn trabajo de defensa. Hay en Iquique 2.200 hombres de lnea. Tienen dos
caones Krupp de a 6,2 Armstrong de a 9 y 4 de bronce de a 9 de cargar por la boca. No
tienen ninguna ametralladora. La guardia nacional que se denomina de Tarapac y de
Iquique se compone de 1.200 hombres con armamento de fulminante.
El ejrcito peruano de lnea usa el fusil Chassepote francs, el Chassepote peruano y el
Martin-Henry (N? 5). La caballera y la artillera usan el Winchester. La caballera
boliviana usa carabina Spencer. La guardia de Daza compuesta de 50 hombres est en
Iquique. La denomina franco-tiradores y usan Martin-Henry.
En Patillos hay de 30 a 40 hombres de guarnicin y 25 en Pabelln y otros tantos en
Huanillos. El informante sali de Iquique el 30 por la maana por el tren de Pozo
Almonte en la tarde. El 31 por la maana lo tomaron preso en este lugar, acusndolo de
espa chileno. Lo colgaron de los dedos para hacerlo confesar. Lo llevaron a Iquique en
mua y lo encerraron en la Prefectura. Lo libert el cnsul ingls al da siguiente y se
qued all aguardando el vapor por haberse ido la escuadra chilena.
Desde que se fue la escuadra trabajan en la isla fortificaciones, y esperan por el
Chalaco 2 caones de a 300. El Huscar lleg el sbado en la tarde y sali el 12 de la
noche con el Oroya para el Callao, llevndose a los oficiales de la Esmeralda. Se deca
en Iquique que la Unin y el Rmac rotaban por Coronel esperando un transporte con
armas. Tienen dos botes-torpedo, uno de los cuales han mandado a Anca desde que
sali la escuadra chilena. El 30 de julio en la maana iban a aplicarle al Blanco un
torpedo Leith, pero el Blanco no entr a la baha.
Agosto 18 de 1879 (Snchez Argentino). El vapor Colombia sali del Callao el 5 de
agosto. Toc en los puertos de costumbre.
La Pilcomayo qued en el Callao.

En Anca quedaba el monitor Atahualpa que fue remolcado por el Oroya. A


Iquique trajo el Colombia mucha carga de vveres.
El Huscar y el Oroya llegaron a Iquique el 9 a la 1 p. m. Salieron al amanecer
con destino, segn se cree, al Callao. A la Unin y Rmac se les supone al sur de Chile.
Hasta el 10 no se haba trado a Iquique ni un solo can. Anca tiene tres bateras.
La del Morro consta de 7 caones, las dos restantes con cuatro caones cada una.
El comisionado hizo el viaje por tierra de Pisagua a Iquique. Distancia:
De Pisagua a Agua Santa, por ferrocarril, 54 millas.
De Agua Santa a Pozo Almonte, cabalgadura, 27 millas.
De Pozo Almonte a Iquique, ferrocarril, 40 millas.
Lugares donde hay fuerzas:
Pisagua (en el Alto), bolivianos
1.200 hombres Pozo Almonte
(caballera desmontada en el
interior)
400

San Juan
1.000
San Lorenzo
1.500
Negreiros, batalln boliviano Aroma
350 Germania, batalln
boliviano Vengadores de
Colpechorca
350
Noria, infantera y cab.
1.200
Molle
2.500
Iquique
3.000

Total 11.500
En Iquique hay slo diez piezas de artillera de campaa. En los dems puntos el
comisionado no vio artillera. En Iquique tienen vveres en abundancia, carne fresca no
ha faltado ningn da. Grandes arriadas vienen de la Repblica Argentina por Tupiza y
la quebrada de Arica. Los peruanos creen imposible que puedan ser atacados. Las
fortificaciones de Iquique consisten slo de fosos. Se cree que en el Oroya embarcaron
con destino al norte los prisioneros de la Esmeralda. La tropa toda hace vida de
campaa y por lo desparramada que est, en caso de apuro, necesitar a lo menos tres
das para ser reconcentrada en Iquique, exceptuando la de Pisagua.
De todos los datos que he obtenido sobre el territorio que ocupan las fuerzas
peruanas, el nmero y calidad de stas, su armamento, etc., son estos dos informes que
he copiado los que creo ms exactos. Los comisionados no se conocen, han visitado

aquellas localidades separadamente y los datos que han dado son casi iguales, sobre
todo en el nmero de soldados del ejrcito enemigo. El Sr. Sotomayor me ha pedido
dejar en su poder esos informes para estudiarlos, y me ha dicho que me llamar pronto
para hablar sobre movilizacin del ejrcito. Hasta hoy no regresan a Antofagasta cuatro
comisionados que en fechas distintas he enviado al interior de Bolivia.
Agosto 29-1879. En la maana de hoy ha salido el Blanco con rumbo al Sur. Se ha
recibido un telegrama de Mejillones anunciando que el Huscar ha entrado hoy a ese
puerto y llevdose de la baha un pequeo vapor. Con grandes honores militares se han
sepultado hoy los muertos del Abtao. De algunos de ellos slo se ha encontrado uno que
otro miembro. Tal fue el destrozo a bordo de ese buque.
Agosto 30-1879. Han partido para Valparaso los trasportes Limar, Itata y Paquete
de Maule conduciendo enfermos. Van convoyados por el Blanco y la Magallanes. En
ellos tambin regresan a Valparaso los cirujanos y dems personal de la ambulancia
N. 2 de Valparaso, que ha sido disuelta.
Setiembre 3-1879. Anoche han llegado el Blanco, la Covadonga y el trasporte
Copiap. En la tarde del mismo da se embarc en el Itata el regimiento Santiago,
compuesto de 1.200 plazas, al mando del teniente coronel D. Pedro Lagos. Este cuerpo
desembarcar en Tocopilla y marchar a cubrir la lnea del Loa.
Desembarcada la tropa, los buques continuarn al Norte a cruzar a la altura de Iquique.
Setiembre 23-1879. El 10 del corriente hubo un combate como 15 leguas al N.E. de
San Pedro de Atacama, entre una montonera boliviana de 40 hombres mal armados y 22
soldados de Granaderos a caballo de las avanzadas nuestras. El resultado fue la derrota
de la montonera. Murieron 13 bolivianos, y chilenos hubo cinco heridos de gravedad.
Ayer partieron por tierra a guarnecer Mejillones el batalln Chacabuco y la brigada de
Zapadores, siendo la fuerza de ambos de 940 hombres.
Setiembre 25-1879. Han recalado el Cochrane, la OHiggins, Amazonas, Loa, Liman,
Matas Cousio, Paquete de Maule, Santa Luca y Huanay, trayendo de Valparaso los
siguientes cuerpos: Cazadores del Desierto, con 518 hombres, al mando del coronel
graduado D. Orozimbo Barbosa; regimiento Esmeralda, con 1.100 hombres, al mando
del coronel Santiago Amengual; 400 hombres de Chilln y 700 de Valdivia. Estos 1.100
hombres l-

timos han venido para llenar las bajas de los distintos cuerpos que aqu existen.20
Setiembre 28-1879. Anoche ha zarpado para Mejillones el vapor trasporte Amazonas,
al mando del capitn de fragata D. Manuel Thomson. Desde hace das se encuentran en
aquel puerto el Blanco, haciendo algunas composturas en su mquina y limpiando sus
fondos, y el Cochrane, que fue reparado en Valparaso, teniendo hoy mayor andar. En el
Amazonas partieron a Mejillones el jefe del Estado Mayor, coronel D. Emilio
Sotomayor, y el mayor de ingenieros D. Baldomero Dubl Almeida.
Octubre 1-1879. En la maana de hoy ha partido para Mejillones el vapor Loa
llevando a su bordo al Ministro de la Guerra D. Rafael Sotomayor, acompaado del que
estas lneas escribe.
La guerra va a tomar carcter ms activo. Todos nuestros buques de guerra (excepto la
Chacabuco, que cambia sus calderos en Valparaso) se encuentran en Mejillones, como
asimismo los trasportes. A los comandantes de stos hemos hecho las indicaciones del
caso para los arreglos del alojamiento y conduccin de tropas, material de artillera y
animales. En todas estas faenas para nosotros nos saca de apuros el Libro de Campaa
del general Wolseley. Hay frecuentes y largas conferencias del Ministro de Guerra con
el jefe de Estado Mayor, secretario del general en jefe y jefes de la escuadra.

20 Esta noche debe zarpar nuestra escuadra en busca de la peruana. Se supone que est
en Iquique. Hay ms confianza ahora en nuestra escuadra. Ha habido cambios de jefes y
los buques han sido reparados y estn ms giles en sus movimientos. Renacen las
esperanzas. Del xito no se duda. Slo se desea encontrar la escuadra enemiga. El
triunfo ser nuestro. Concluida esta campaa martima la escuadra vendra en busca del
ejrcito, que est listo para la marcha y para operar en territorio peruano hasta encontrar
al enemigo. Ya estamos cansados de ocuparnos slo de preparativos, necesitamos entrar
en accin. No se ha permitido zarpar de Mejillones al vapor ingls que hace la carrera al
norte, ni de Antofagasta al de la misma nacionalidad que lleg ayer. Lo harn despus
de la partida de nuestra escua20 Este viaje de los buques es notorio porque significaba
la preparacin de un plan a largo plazo para perseguir y capturar al Huscar. Don
Rafael Sotomayor, Ministro de Guerra, mand los blindados a reparacin: el Cochrane
a Valparaso, con otros buques; el Blanco a Mejillones, a fin de limpiarlos y restituirles
la velocidad propia que les permitiera dar alcance al Huscar, plan que culminara en el
combate naval de Angamos.

dra y cuando as convenga al xito de las operaciones que sta va a emprender.


Octubre 2-1879. Anoche zarp la escuadra chilena. Han regresado a Antofagasta el
Ministro y jefes que lo acompaaban.
Octubre 5-1879. Se ha recibido noticia de Coquimbo de que el. Huscar y la Unin
han estado en aquel puerto.
Octubre 8-1879. Al amanecer de hoy se han visto pasar con rumbo norte, y a gran
distancia de Antofagasta, dos vapores que se suponen sean el Huscar y la Unin. A las
9 h. 30 m. a. m. se sintieron detonaciones, semejando ecos de un lejano combate. Pocos
minutos despus se recibe de Mejillones un telegrama por el cual se comunica que
nuestra escuadra se bate a la altura de aquel puerto con los buques peruanos. El
telgrafo ha continua do dando cuenta del combate hasta anunciar que el Huscar entra
a Mejillones con bandera chilena ( al fin!), remolcado por el Matas Cousio, pequeo
trasporte que en repetidas ocasiones ha estado a punto de ser capturado por aquel buque.
Se comunica que Grau, el caballero y valiente comandante del Huscar, ha muerto,
como asimismo los dos comandantes subalternos de esta nave. La OHiggins y el
trasporte Loa persiguen a la Unin que huye hacia el Norte. A las 3 p. m. zarpa de
Antofagasta con rumbo a Mejillones el trasporte Copiap, conduciendo al general en
jefe, Ministro de Guerra, jefe de Estado Mayor, cirujano en jefe, y todo el personal y
material para asistir a los heridos. Tambin se han embarcado muchos cucalones. (En el
ejrcito se da este nombre a los civiles que andan por aqu sin empleo ni ocupacin
alguna. El origen de la palabra cucaln es la siguiente: A bordo del Huscar viajaba, sin
puesto oficial alguno y slo por pasar el tiempo, un acaudalado joven limeo, que all
como aqu la gente que tiene dinero hace lo que quiere. El Huscar, en una de sus
correras y haciendo gala del mayor andar que tiene sobre nuestros buques, fue
perseguido por el Blanco. Sobre la cubierta de aqul iban los oficiales de servicio y el
joven limeo, observando alegremente cmo aumentaba cada minuto la distancia que
los separaba de su perseguidor. El limeo, al pasar de un punto a otro la hmeda
cubierta del blindado peruano y en el momento de un violento balance, resbala y cae al
mar. Como es fcil suponer, el Huscar no poda detenerse para salvar el nufrago sin
correr el riesgo de ser alcanzado por el Blanco, y el joven limeo se ahog. Su nombre
era Benigno Cucaln.) Desde que en el ejrcito se tuvo noticia del desgraciado
accidente ocurrido al joven Cucaln, que nada tena que hacer

a bordo del Huscar, dio el nombre de cucaln a todos los paisanos que no tienen
ocupacin alguna en nuestro ejrcito. Los habitantes de Antofagasta celebran con
trasportes del mayor regocijo el triunfo obtenido por nuestra escuadra: el Huscar
capturado ! El telgrafo comunica esta fausta noticia a toda la Repblica, y todos los
pueblos de Chile celebran en este da la captura del invencible Huscar, como lo
llama el caballero argentino D. Flix Fras, a quien le ha puesto un telegrama
comunicndole lo ocurrido un alegre joven de Antofagasta, travesura que le consta
(cuesta) buena cantidad de pesos.
Octubre 9-1879.La OHiggins y el Loa han vuelto a Mejillones sin haber podido dar
alcance a la Unin, que desapareci por su mayor andar favorecida por la oscuridad de
la noche. Se encuentra en Mejillones toda la escuadra chilena. Se anuncia haber llegado
a Valparaso un buque para Chile, de gran andar, que puede armarse en guerra.21
Octubre 10. Han fondeado en la baha de Antofagasta el Blanca, Covadonga,
Copiap y Matas Cousio. Han regresado el Ministro, general en jefe y comitiva, que
salieron anteayer para Mejillones. Tambin vienen los prisioneros del Huscar en
nmero de 140. Segn informaciones de las que vienen de Mejillones, los muertos del
Huscar son 30, mas faltan de la dotacin 20 individuos que se supone se han ahogado.
Heridos peruanos, 10. Se calculan en 30 los proyectiles que dieron en el Huscar, que
causaron en el buque horribles destrozos, pero sin daar la mquina.
El Cochrane (comandante Latorre), que fue el que sostuvo combate con el blindado
peruano, recibi tres proyectiles, uno de ellos en la popa, que perfor el buque.22 (Se
dice que este proyectil fue lanzado por el Blanco. Latorre me ha dicho no que recibiera
este proyectil del Blanco, sino que nunca estuvo su buque en situacin de que el
Huscar pudiera herirlo por la popa). A bordo del Cochrane hubo 11 heridos. La
OHiggins y el Loa salieron ayer de Mejillones con rumbo desconocido. Ha quedado el
Huscar en Mejillones al mando del capitn de corbeta D. Guillermo Pea. En ese
puerto permanecer hasta que se le hagan las reparaciones que necesita.
Octubre 11-1879. El Blanco y el Copiap, conduciendo los prisioneros peruanos, han
zarpado hoy para el sur.

21 A este buque se le puso el nombre de Angamos, por la reciente victoria obtenida.


22 El Cochrane recibi cinco proyectiles.

Octubre 12-1879. En la maana de hoy han llegado el Cochrane y el Huscar con


bandera chilena. Este ltimo se puede decir fue asaltado por los habitantes de este
puerto, todos deseando contemplar los estragos que en l han causado los proyectiles
del Cochrane. El capitn Latorre y el capitn Pea (comandante accidental del Huscar),
al desembarcar, han sido aclamados por el pueblo. Los clrigos se han apoderado de
ellos y los han llevado al templo donde han cantado. Desde la torre de la iglesia los
curitas han mostrado el estandarte peruano que fue tomado al Huscar.
Octubre 16-1879. Anoche ha llegado la corbeta Magallanes con voyando los
trasportes Itata, Lamar, Toltn y el remolcador Toro. Estos buques han trado una
compaa de artillera, un escuadrn de Granaderos a caballo al mando del teniente
coronel D. Francisco Muoz Bezanilla, el batalln Coquimbo al mando del teniente
coronel D. Alejandro Gorostiaga (540 hombres), el batalln Atacama (600 hombres) al
mando del teniente Coronel D. Juan Martnez.
Octubre 18-1879. Anoche han zarpado al norte la OHiggins, la Magallanes y el
Liman. Hoy ha llegado el Amazonas, trasporte armado que fue hasta Panam con el
objeto de apresar un trasporte peruano que sali de aquel puerto con armamento. No lo
encontro en su camino. Se hacen con bastante prisa los aprestos para la marcha del
ejrcito al Per. La proximidad de la partida ha venido a alegrar los nimos. La
prolongada estada del ejrcito en Antofagasta y dems puntos guarnecidos del litoral y
del interior causaba ya mucho aburrimiento, casi descontento. La perspectiva de la
campaa activa ha venido a reanimar los espritus y a fortalecer las esperanzas de
prximos y gloriosos encuentros con el enemigo. Este ejrcito se compone hoy en las
fuerzas que a continuacin se expresan:
En Calama: Artillera de marina 97, Cazadores del Desierto 516, Bulnes 119,
Cazadores a caballo 49, Granaderos a
id.
25
806 hombres
En Cobija: Artillera de marina
55

En Tocopilla: Artillera de marina


564
En Toco y Quillaguaz Regimiento Santiago 1.122,
Cazadores a caballo 64
1.186
En San Pedro de Atacama: Cazadores a cab.
23

En Santa Brbara: Cazadores a caballo


6

En Chiu-Chiu: Cazadores a caballo


42

En Mejillones: Zapadores 400, Chacabuco 586


986

En Carmen Alto:
Ausentes para el
Enfermos en los
Fallando a listas
En Antofagasta

Regimiento Esmeralda
territorio:
hospitales y cuarteles

1.176
500
612
27
7.875
Total 13.858

Octubre 26-1879. Durante estos ltimos das ha habido frecuentes reuniones de los
directores de la guerra para discutir y resolver las diversas operaciones que con ella se
relacionan. Se ha determinado el lugar en que debe desembarcar el ejrcito chileno.
Sobre el particular se guarda reserva. En Antofagasta y Mejillones se hallan listos los
trasportes que deben conducir al ejrcito. Se embarcarn 1.000 hombres,23 fuerza que se
considera suficiente para batir al ejrcito per-boliviano que ocupa el departamento de
Tarapac, objeto de nuestra expedicin. Las municiones para nuestro ejrcito
expedicionario estn ya embarcadas en los trasportes que se indican en la tabla de la
pgina siguiente. El material de guerra y el personal han principiado a embarcarse, y la
distribucin de ste en los distintos buques se manifiesta ms adelante.

23 La cifra est mal: debe decir 10.000 hombres.

Octubre 28-1879. Hoy se ha embarcado la mayor parte del ejrcito expedicionario al


Per, embarque hecho con gran precipitacin.
Entre las varias versiones que corren de las causas que han motivado las medidas
tomadas para ejecutar hoy este rpido embarque, la que ms viso de verdad tiene es la
siguiente: Los ministros extranjeros residentes en Santiago se habran presentado al
Gobierno solicitando la suspensin de la marcha de nuestro ejrcito al Per, asegurando
a nombre de esta nacin el pago o indemnizacin de los gastos de la guerra. Esta
circunstancia habra hecho apresurar el embarque de nuestro ejrcito, segn se dice. A
las 5 h. 30 m. p. m. zarpamos del puerto de Antofagasta, la Magallanes, Huanay, Abtao,
Paquete de Maule, Copiap, Covadonga, Amazonas, Cochrane, Loa y otros trasportes
en que va el ejrcito expedicionario, compuesto de 9.300 hombres.
El Copiap, remolcando a la barca mercante Elvira Alvarez, se dirigi a Mejillones a
tomar los batallones Zapadores y Chacabuco, debiendo la escuadra esperar estos dos
buques a 50 millas al O. de dicho puerto.
El Angamos, que fonde en Antofagasta en la maana de hoy, zarp tambin esta tarde
con rumbo a Tocopilla para dejar all el batalln Lautaro que ha trado del sur y
embarcar a la artillera de marina que debe unirse al ejrcito expedicionario.
Octubre 29-1879. No han venido los buques que esperbamos. A las 2 p. m. el
Amazonas, dejando a la escuadra al O. de Mejillones, se ha dirigido a este puerto en
busca de ellos. Aqu supimos que haban zarpado anoche. El Amazonas volvi en busca
de la escuadra.
Octubre 30-1879. Se han avistado los buques extraviados que siguen rumbo al N. a
situarse a la altura de Pisagua, segundo lugar de cita. El Amazonas se ha acercado a la
costa para dar aviso al Covadonga que deba estar a la altura de Tocopilla. A la 1 p. m.
nos encontramos a la vista de este puerto, donde hay fondeados cinco buques. No est
all el Covadonga. Hacemos nuevamente rumbo al O.
Estas idas y vueltas nos han hecho perder un tiempo precioso. No habra sido as si todo
el convoy se hubiera reunido en Mejillones. Ahora marchamos a juntarnos con todos los
buques a la altura de Pisagua. Ayer se dio a conocer el plan de desembarco. Este tendr
lugar simultneamente en Pisagua y Junn, si es posible. En el primer puerto, segn los
datos que tiene el

Estado Mayor y que ya hemos apuntado, hay una fuerza que no pasa de 1.200 hombres,
sin artillera. Montados en el puerto hay dos caones de a 100, uno al norte y otro al sur
de la baha. En Junn hay una pequea guarnicin de 20 hombres. Arrollada, se dirigir
por tierra una divisin a atacar las fuerzas de Pisagua por retaguardia. Las fuerzas de
desembarco para atacar a Pisagua -y Junn sern designadas oportunamente y el plan de
ataque y desembarco se dar a conocer maana a los jefes de cuerpos y comandantes de
buques. Tomando Pisagua, desembarcar todo el ejrcito para operar en el interior,
segn las disposiciones superiores. A las 6 p. m. alcanzamos el convoy del cual nos
separamos ayer. Cantinuamos navegando al N. Siendo el punto de reunin la altura de
Pisagua, 50 millas de tierra, esperamos encontrar en ese punto a la escuadra maana en
la noche, donde debe esperarnos.
Los buques de la marina inglesa Turquoise y Thetis nos acompaan desde Antofagasta.
Los buques que componen la escuadra expedicionaria son los siguientes: Cochrane,
OHiggins, Magallanes, Ab tao, Covadonga, Amazonas, Loa, Itata, Copiap, Liman,
Matas Causio, Paquete de Maule, Huanay, Santa Luca, Toltn, Elvira lvarez, Toro
y Lamar. El Angamos ha quedado en Tocopilla embarcando la artillera de marina. A
bordo del Amazonas ha habido varias reuniones de los jefes superiores y directores de la
campaa. En ellas se ha acordado, en sus menores detalles, la forma del desembarque de
la fuerza que ha de atacar a Pisagua y Junn, como as mismo la restante que
desembarcar despus de tomados los lugares. Hemos hecho gran nmero de ejemplares
de estas instrucciones para repartirlas a los comandantes de buques y de cuerpos. El
total de las fuerzas chilenas, incluyendo la artillera de marina, es de 11.195 hombres.
Se ha designado para que dirija el desembarque de las tropas en Pisagua al capitn de
navo D. Enrique Simpson, que acompaa al Ministro desde que fue separado del
mando del Cochrane.
Octubre 31-1879. Hoy ha sido da de gran ansiedad para todos los tripulantes del
Amazonas. Este buque ha llegado en la maana de hoy a la altura de Pisagua y no
hemos encontrado a la escuadra de buques de guerra y trasportes que deban unirse a 50
millas al O. de Pisagua. El Amazonas ha vuelto al 5. en busca de las naves. A las 6 p. m.
se divisan algunos humos al sur. La mquina del Amazonas se descompone y el buque
se detiene para hacer las reparaciones del caso. Se han encendido luces de Bengala y
cohetes de seales para evitar accidentes. A las dos de

la noche concluy la compostura y nos hemos puesto en movimiento con rumbo al


norte, esperando encontrar la escuadra en el lugar de cita. *
Noviembre 19-1879. A las 3 a. m. se han visto algunos buques. Al amanecer se han
visto todos. Al fin estamos reunidos. Los buques se han acercado y han pasado a bordo
del Amazonas los comandantes de naves y de los cuerpos de ejrcito. Todos se preparan
para el desembarque maana en Pisagua y Junn.
Reina gran entusiasmo en todas las tropas. Se oyen las bandas de msicos de los
distintos regimientos que tocan el himno nacional.
Se ven 20 buques, entre ellos los dos ingleses que han seguido nuestro movimiento. A
las 2 p. m., ha habido una reunin a bordo del Amazonas de todos los jefes del ejrcito y
de la marina, con. el objeto de darles conocimiento del plan de desembarque de nuestras
fuerzas en las costas peruanas. Esta reunin fue presidida por el Ministro de Guerra D.
Rafael Sotomayor, y asistieron: general en jefe D. Erasmo Escala, jefe de Estado Mayor
D. Emilio Sotomayor, y asistieron a ella todos los primeros jefes de cuerpos, los
comandantes de buques de guerra y trasporte y el personal de ayudantes del cuartel
general y Estado Mayor.
El general Escala, en pocas palabras, manifest que para el desembarque simultneo en
Pisagua y Junn se haba organizado una divisin especial que se diriga en la forma
expresada en las instrucciones que repartira a cada uno de los presentes el comandante
Dubl Almeida; que estando a 50 millas de la costa y dado el andar del buque ms
poltrn de la escuadra, el Abtao, estaramos en Pisagua prximamente a las 2 3 de la
maana del da 2; y, por ltimo, que esperaba del patriotismo, valor y entusiasmo de los
jefes el xito satisfactorio de las operaciones que deban realizarse en pocas horas ms.
El comandante del Amazonas D. Luis A. Lynch expuso que no nos hallbamos a la
altura de Pisagua, como lo haba expresado el Sr. general, sino a 20 millas al norte de
ese puerto. El comandante del Amazonas D. Manuel Thomson, en tono violento,
manifest que nuestra situacin era a la altura de Pisagua, como l le haba manifestado
al general en jefe, y que no permitira pusiera en duda o negara su aseveracin el capitn
Lynch. D. Rafael Sotomayor hizo cesar la discusin que se haba iniciado entre los

* Proyecto del general Escala de regresar a Antofagasta con el ejercito, rechazado por el
Ministro Sotomayor y el. general Baquedano. Este repeta: No, seor El plan, el
pian! (El autor del Diario puso esta nota en el reverso de una de las pginas, al frente
del asunto que trata.)

jefes nombrados de la marina, expresando que cualquier error pequeo que hubiera en
las informaciones respecto al lugar donde nos hallbamos, no sera inconveniente para
el xito de la operacin que deba tener lugar.
La reunin se disolvi y los jefes regresaron a sus respectivos buques, ponindose stos
inmediatamente en marcha con rumbo al E.
Pocos momentos despus que el general en jefe se retir de la reunin, fui llamado a la
cmara de ste. All estaba el comandante del batalln Navales, coronel de guardias
nacionales D. Martiniano Urriola, y el general me dijo lo siguiente: Comandante, el
coronel Urriola hie dice que el personal del cuerpo que (me) manda se compone de
artesanos, fleteros y jornaleros del puerto de Valparaso; que esta gente tiene numerosa
familia, y como el desembarque en Pisagua ha de causar numerosas bajas, me pide que
este cuerpo (que) est designado para hacer el desembarque, sea cambiado por otro.
Encontrando justas las razones que expone el coronel, Ud. designar otro cuerpo para
sustituir al Navales en el desembarque de Pisagua. Esto fue ms o menos lo que me
dijo el general, y que yo oi con la mayor sorpresa. Que hubiera un jefe que solicitara
que su regimiento no concurriera al puesto de peligro y de gloria que se le haba
designado y un general accediera a la peticin, era algo que no poda explicarme.
Para una operacin de desembarque me pareci lo ms natural elegir a los Navales,
gente de mar en Valparaso, que conoce el manejo de las embarcaciones y todo lo que
con ellas se relaciona.
Dando cumplimiento a la orden del general en jefe, nombr en lugar de los Navales al
batalln Atacama para el desembarque en Pisagua.24

24 El Diario no termina aqu, porque el autor puso fecha hasta 1884; pero no tenemos su
continuacin.

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