Guerra Del Pacífico. Memorias de José Francisco Vergara y Diario de Campaña de Diego Dublé Almeida
Guerra Del Pacífico. Memorias de José Francisco Vergara y Diario de Campaña de Diego Dublé Almeida
Guerra Del Pacífico. Memorias de José Francisco Vergara y Diario de Campaña de Diego Dublé Almeida
PACIFICO
MEMORIAS
de Jos Francisco Vergara
DIARIO DE CAMPAA
De Diego Dubl Almeida
MEMORIAS
Jos Francisco Vergara
INTRODUCCION
Ese ao fue elegido Senador por Coquimbo para el perodo 1882-1888, lo que dio pie a
sus intervenciones parlamentarias, las principales de las cuales han sido recogidas en un
volumen.
En 1886, al ser proclamado candidato a la Presidencia de la Repblica, escribi varios
artculos en La Libertad Electoral defendiendo sus principios y criticando la obra del
Presidente Santa Mara. Abogaba en particular por la libertad de sufragio universal, y
aada: lo que el pas necesita es un programa electoral, cercenamiento de las fuerzas
presidenciales, reformas de la Constitucin, organizacin administrativa, rgimen
democrtico y libre, equitativo reparto de las cargas pblicas, racional sistema de
impuestos, tradicional moralidad administrativa, acomodo del Ejrcito y la Marina a los
adelantos tcnicos. Las crticas, acerbas, las escribi bajo el seudnimo de Severo
Perpena, en una comparacin punzante del Presidente Santa Mara con Guzmn
Blanco, de Venezuela (artculos en La Libertad Electoral de 15 y 16 de abril y 5, 6 y 7
de mayo de 1886).
Su candidatura fue vencida por Jos Manuel Balmaceda.
Vergara continu su perodo de Senador por Coquimbo hasta 1888. Luego se retir
definitivamente a su refugio y descanso de Via del Mar, donde muri en forma
repentina el 15 de febrero de 1889.
En 1910 se dict una ley que conceda permiso a la Municipalidad de Via del Mar para
erigirle un monumento. Esta ley no ha tenido la resonancia que hoy tiene la Quinta
Vergara en Via del Mar.
Pero volvamos al perodo de la guerra.
Desligndose de la actividad pblica, un poco antes, realiz dos viajes a Europa y
Estados Unidos, con la finalidad de educar a sus hijos y cuyo resultado personal
principal fue la visin de modernidad, aplicable al quehacer nacional.
Y en eso hubiera empleado sus fuerzas si la Guerra del Pacfico no hubiese cambiado
todos los acontecimientos pblicos y privados.
Vergara fue uno de los pocos que apoyaron la guerra cuando sta se vea venir. Esta es
una de las curiosidades de sus Memorias: la guerra servira para entablar en Chile un
cambio social; la guerra iba a ser una lucha social que beneficiara al pas: era una
salvacin, y como tal la tom yo. Es una idea exclusiva.
Consecuente con esta idea, se embarc para el norte teatro de la guerra, Su participacin
en ella tiene tres etapas. La primera, desde que embarc al norte, en mayo de 1879, cuya
finalidad era servir de secretario del general en jefe, pero que l transform en
escaramuzas guerreras, con variado xito, hasta
que volvi despechado despus del desastre de Tarapac (27 de noviembre de 1879). La
segunda encierra la insistente peticin del Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, para que volviera al norte al lado del general en jefe como secretario y
como intermediario entre ambos, apoyada esta peticin por el Presidente Pinto y sus
Ministros, hasta su participacin en la batalla de Tacna (26 de mayo de 1880) y su
vuelta a Valparaso al da siguiente. La tercera incluye su nombramiento de Ministro de
Guerra, el 15 de julio de 1880, su direccin de las Conferencias de Anca y el triunfo
definitivo y la entrada a Lima en enero de 1881, embarcando en el Callao con rumbo a
Valparaso el 10 de abril de 1881. Estas Memorias abarcan solamente las dos primeras
etapas.
Su actividad en la guerra fue mltiple: secretario del general en jefe, consejero del
Ministro de Guerra en campaa, comandante de escuadrn, candidato a jefe de Estado
Mayor, comandante de la caballera, hasta culminar como Ministro de Guerra despus
de la muerte de don Rafael Sotomayor.
Los hechos o acontecimientos van siendo narrados por l en sucesin cronolgica. No
necesitamos resumirlos de antemano porque el lector los va a recorrer. Llamamos la
atencin sobre el fondo de sus Memorias: lo constituyen los juicios emitidos. El gran
mrito est en la valiossima visin que da de los puntos importantes de la guerra y de la
actuacin de las personas.
Vergara es considerado una de las personalidades ms sobresalientes de la Guerra del
Pacfico por su penetracin psicolgica y por la mirada estratgica y tctica que
desarroll en medio de los militares de lnea. El era coronel de guardias nacionales, .o
sea un militar movilizado; dicho de otro modo, no era un militar de oficio, sino un
cvico puesto en medio de los campos de batalla: las necesidades de la guerra haban
llamado a muchas personas que no tenan carrera militar. Por lo mismo que era cvico
y novel, y que cualquier contratiempo debera pesar ms sobre m que sobre un militar
profesional, me afanaba ms por tomar todo gnero de precauciones y no cesaba de
vigilar porque se cumplieran
Sin embargo, su aguda penetracin testimoni repetidamente que el Ejrcito necesitaba
cambios de personas: para llevar en forma conveniente la guerra y sus campaas, era
preciso cambiar los jefes, aun a riesgo de saltar el escalafn, poniendo oficiales jvenes
en vez de los viejos tercios que no podan comprender la nueva guerra del desierto. Esta
fue una proposicin constante al Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, quien haba organizado el Ejrcito para las nuevas campaas en un desierto
inhspito donde se necesitaban nuevos
bros, demorando eso s los cambios por prudencia o condescendencia. Este fue uno de
los motivos para inmiscuirse en las campaas, porque l, Vergara, consideraba que se
dirigan mal y sin conocimiento de la materia, como lo afirma claramente.
Con su visin moderna del Ejrcito y sus tcticas, trat de cambiar la actuacin de las
personas en el mismo terreno. Esta impulsiva idea tuvo en la realidad altibajos de xito
y de fracaso. Sus cargas de caballera fueron notables y triunfantes; pero cuando se
precisaba un ataque preparado y reposado, lleg el desastre. Mas no siempre fueron
admitidas sus nuevas ideas estratgicas o tcticas de ataques por los flancos o de
copamientos a lo Von Moltke, o el penetrar al interior del desierto y tomar las aguadas
que servan a las oficinas salitreras, insistiendo mucho en que la guerra no se poda
hacer sin correr riesgos y que stos tenan que arrostrarse segn las circunstancias. Por
todo ello, Vergara tuvo la oposicin ms punzante de los oficiales de lnea; siendo l un
cvico movilizado, despus de la batalla de Dolores, que fue un triunfo gracias a sus
instancias, el general lo recibi con muchos agasajos y elogios, pero principi a notar
cierta frialdad en otras personas con quienes me haba tratado antes cordial y
francamente. Todo esto y quin sabe qu otras causas ms despertaron una emulacin
bien perceptible entre algunos militares de profesin y otros que no lo eran, pero que
pretendan serlo, que me colocaba desagradablemente donde estaba. Ese encono fue
creciendo en profundidad hasta la enemistad ms declarada: un duelo fue programado
para despus de la guerra.
Estos aspectos de su visin resaltaron ms cuando fue nombrado Ministro de Guerra.
En relacin con lo anterior estn sus juicios directos sobre las personas; de casi todos
los jefes tiene alguna expresin que los retrata: coronel Emilio Sotomayor, coronel
Urriola, general Escala, general Baquedano, general Villagrn, Ministro Santa Mara,
don Rafael Sotomayor.
Resalta tambin en sus Memorias una velada autocrtica. El lector va recorriendo los
acontecimientos con su autor y se da cuenta, sin que l lo diga expresamente, de esa
valiosa autocrtica. Est dicho antes: estas Memorias no son una autoexaltacin.
Junto con los juicios que van brotando de la narracin de los hechos, aparecen tambin
los principios que movan su actuacin. Varias veces se manifiestan en disquisiciones
filosficas que son motivo de reflexin para el lector: muchas consideraciones sobre la
actividad poltica, sobre la ilacin de los hechos, sobre el valor de las personas, sobre la
actuacin de los personajes prominentes. En los sucesos humanos hay siempre
cin de mi espritu me produca a veces una tenaz melancola que formaba gran
contraste con mis juegos turbulentos y arriesgados que me merecan continuos castigos.
Cuando me venan estos accesos de pena, me refugiaba en los lugares ms solitarios,
principalmente en la copa de un gran maqui que haba en la huerta de nuestra casa. All
tena libertad mi espritu para vagar a su antojo y casi siempre conclua por llorar largo
rato en silencio hasta que senta que la pena se me iba y yo me bajaba ocultando lo que
me haba pasado.
Mis padres me tenan por un nio un poco extrao y mis hermanos y dems muchachos
no me escaseaban los apodos para burlarse de m por estas tonteras.
En el ao 46 me mandaron a los colegios de Santiago, y estuve en los de Zapata y de
Nez, resuelto a estudiar matemticas para seguir la profesin de agrimensor. Dos aos
ms tarde, fallecido ya mi padre, en recompensa de sus servicios me dieron una beca en
el Instituto y entr como interno a seguir los cursos que haba principiado como
externo.2
En ese tiempo ya haba entrado mi cerebro en el perodo de ebullicin, y buscaba con un
ardor incansable la razn de las cosas. Era un eterno discutidor, y las horas de recreo,
despus de corretear un poco, porque me gustaban mucho los ejercicios de agilidad, las
destinaba a conversar sobre filosofa y religin con muchos de los jvenes inteligentes
que haba entonces en el colegio y que despus han figurado notablemente en el pas:
Alfonso, M. Martnez, Vicente Reyes, Isidoro Errzuriz, L. Claro, etc.
Me empeaba tenazmente en conservar la ortodoxia y una fe ardiente, pero la obsesin
de la duda no me daba tregua y ms de una vez di la razn a los incrdulos, aunque
volva con empecinamiento a las ideas religiosas, porque me pareca que fuera del
cristianismo no haba ideal elevado y puro.
En el ao 49 principi a apasionarme con la poltica y me hice un ardiente partidario del
Ministerio Tocornal - Garca Reyes, o Ministerio de junio, que sucedi al de don M. C.
Vial. Cada vez que poda me iba a las Cmaras, y cuando haba borrascas en la barra, lo
que era muy frecuente, tomaba parte con los ms alborotadores y bulliciosos.
La revolucin del 51 concluy con el internado de los cursos superiores, y me oblig a
seguir mis estudios viviendo con mi familia ya establecida en Santiago. Este fue un
perodo decisivo en mi vida, porque en l se marc el rumbo que ha seguido hasta
ahora. Mi buena suerte quiso que una fuerte simpata
me uniera con un hombre mayor que yo, de gran talento y de inquebrantable austeridad,
que me serva de gua y de sostn para no sucumbir a las tentaciones de la disipacin de
las ideas y de las costumbres que asaltan siempre a los jvenes. Se llamaba Samuel
Donoso, de Talca y pariente mo no lejano. Con l, con M. Carrasco Albano, tambin
primo, y con algunos otros que no recuerdo, formbamos una tertulia cotidiana donde se
discuta la poltica, la religin, las ciencias y todos los problemas sociales que
preocupan a las sociedades modernas. En esta especie de comunidad filosfica se
forjaba para todos nosotros un ideal humano tan elevado y perfecto como lejano de la
situacin real del hombre. De all y de mi amor por la historia de los griegos, saqu yo
esa especie de misticismo cvico que no ha cesado de animarme ni en la vejez, pero que
me ha hecho tan poco indulgente y equitativo con las faltas de los dems o con lo que
yo he credo sus errores polticos. Mi antigua intransigencia de sectario, ms que de
partidario poltico, sali tambin de all; pero en cambio me acostumbr a considerar
como nico mvil legtimo de las acciones la conviccin de su bondad. El destino, antes
que la muerte, dispers nuestra sociedad y en mayo de 1853 sal para ir a servir de
ingeniero residente en el ferrocarril entre Valparaso y Santiago.3
Entregado a m mismo y obligado a una vida alejada de la sociedad, disip un poco el
tiempo, la juventud y la mente. Pero felizmente no perd nunca el rumbo que haba
tomado y el grande amor que senta por la naturaleza supla las deficiencias o restauraba
los fallecimientos de mi alma abandonada a una libertad casi salvaje. Encontr en este
sentimiento un baluarte y un consuelo para resistir a las seducciones de los vicios y a las
tristezas de la soledad.
Desde el 56 ya me arraigu en este rincn de tierra que tan ntimamente est ligado con
mi existencia y donde cada objeto es casi una parte de ella. 4
Hasta el ao 64 pasaron mis das silenciosos y oscuros ocupados en el trabajo del
campo, que tan embrutecedor es entre nosotros. Como un recurso y un preservativo me
entregaba a continuas lecturas de historia o de ciencias naturales que me permitan estar
al corriente del movimiento intelectual del mundo. La exgesis religiosa me atraa
mucho y antes de haber conocido el libro de Strauss traducido por Littr sobre
Jesucristo y los Evangelios, yo haba formado una serie de cuadernos en que haba
anotado los pasajes paralelos para compararlos y ha-
cer resaltar su discordancia. Otro tanto haba hecho con una buena parte del Antiguo
Testamento. 5
En ese ao 64 fui elegido municipal de Valparaso por el partido radical que
acababa de formarse en esa ciudad, as como en otros puntos del pas. Fui tambin en
esas elecciones candidato para diputado en Santiago, aunque slo obtuve 45 votos,
siendo miembros del directorio del partido A. C. Gallo, M. A. y G. Matta, J. N. Espejo,
Manuel Recabarren y no recuerdo quines ms, de modo que con slo la junta se
enteraban los votos obtenidos por sus candidatos.
Las funciones de municipal fueron desempeadas con celo y creo que con
acierto, porque el tesoro departamental creci y se atendieron debidamente las obras
pblicas, la instruccin y los dems ramos de la dependencia del Municipio, observando
con fidelidad los compromisos polticos.
En el ao 67 form en Valparaso un comit electoral que levant bandera de
trabajo y de combate casi en las vsperas de las elecciones, habiendo podido en pocos
das producir un buen movimiento que dio bastante que hacer al elemento oficial.
Al ao siguiente, 1868, principi la propaganda reformista y desde el primer
momento me tuvo en sus primeras filas como soldado emprendedor, tenaz y
convencido. Fui el primero que se ocup en conferencias pblicas del derecho a
representacin que tenan las minoras y siempre formaba parte con I. Errzuriz,
Arlegui, etc., de las comisiones de programas y de las juntas directivas.6 En estas
campaas polticas estrech relaciones muy activas con los Arteagas, V. Reyes,
Balmaceda, Jacinto Chacn, etc., de modo que siempre estuve iniciado en todo lo que se
haca y tomaba una participacin importante en la marcha del partido.
Mi candidatura para diputado fue proclamada en Valparaso, en Quillota y en
otros puntos; pero aunque obtuve bastantes votos no alcanc a vencer el poder
gubernativo.
En la campaa presidencial del 71 me toc una parte principal en la organizacin
y direccin de la oposicin de la candidatura Errzuriz, habiendo aceptado la de
Urmeneta, proclama.. da por la Convencin de Santiago, en la que tom parte activa
como delegado por Valparaso. La lucha fue violenta y al fin fuimos derrotados como
de costumbre por los poderosos medios que pone en juego el poder para sofocar o burlar
el derecho de los que lo combaten. En ese tiempo era como el aban-
derado de las falanges opositoras de Valparaso, que eran muy numerosas, esforzadas y
aguerridas.
Vencido en la contienda electoral a la que le haba dedicado meses enteros y una
buena suma de dinero, procur alcanzar el triunfo de mis ideas por medio de la
enseanza y de la instruccin, para lo cual ayudaba las escuelas y tomaba parte en las
conferencias pblicas, Durante algn tiempo fui director de las escuelas Blas Cuevas y
de la Sarmiento, y slo me retir de esta labor cuando vi que se agitaban muchas
pasiones inspiradas por sentimientos bajos e interesados. Algunos socios amigos de la
gloria barata concibieron la idea de sostener a costa ma un establecimiento que a ellos
les convena, y porque no me dej engaar me formaron un capitulo que dio por
resultado mi salida de la presidencia del directorio de las Blas Cuevas.
El Presidente Errzuriz, alarmado con las exigencias clericales, dio la vuelta de
frente que trajo el imperio del partido liberal que hasta hoy gobierna, y yo secund
calurosamente a Matta para que el radicalismo apoyara este cambio y se incorporara en
el campamento liberal, de donde se haba apartado el 64. Sostuve muchos ataques en
Valparaso y, al fin, una buena parte de las fuerzas radicales entraron a auxiliar a
Errzuriz en su trascendental evolucin. Con este motivo tuve que hacer muchos viajes
a Santiago, donde tena largas entrevistas y discusiones con Matta, Amuntegui,
Balmaceda, los Arteagas, A. Montt, don Melchor 5. Concha, Prats, y tutti y cuanti
polticos sobresalientes que tena la capital. En muchos casos iba acompaado de don J.
Chacn, pero las ms veces andaba solo en este ddalo ms embrollado que el de Creta,
que se llama poltica en Chile.
Estando ya ligados con el Gobierno de Errzuriz hubo una eleccin de Congreso,
y, como era natural, el favor oficial estaba dispuesto a servirme donde lo pidiera. Pero
no slo no lo ped, sino que lo rechac franca y netamente cuando en Valparaso me
propusieron los amigos de Echaurren como. uno de los candidatos del partido liberal.
No quise llegar a las Cmaras con las andaderas de la intervencin gubernativa, y esto
lo hice cuando muchos de mis correligionarios las reciban con solicitud y las defendan
con declaraciones tan famosas como la de las elecciones de Quillota.
En esa poca dirig y apliqu mis facultades de trabajo a la fundacin del pueblo
de Via del Mar, y a dar valor a las cosas que no lo tenan, tanto en mi provecho como
en el de otros, porque son muchos los centenares de personas que han encontrado su
bienestar con los trabajos y obras que he emprendido. En menos de diez aos el pas
tiene un pueblo ms rico y con ms habitantes que los que cuantas ciudades antiguas.
Para educar mis hijos y para estudiar las sociedades de Europa hice un viaje que
deba prolongarse por cuatro o cinco aos; pero asuntos de intereses y la situacin
econmica del pas me hicieron volver apenas haba llegado, y tuve que dedicarme a
restablecer mis negocios. Algunos meses despus fui a ver la familia y me qued en el
Viejo Mundo un poco ms de medio ao, regresando nuevamente a Chile.
Puestos en va de prosperidad mis intereses y en vsperas de tomar por tercera
vez el derrotero de Paris, recib comunicaciones de La Paz que revelaron los primeros
sntomas de la guerra. Estas noticias en vez de alarmarme me llenaron de esperanzas,
porque estaba bajo el peso de la conviccin de que nos acercbamos a una lucha social.
La penuria y el malestar eran tan grandes en Chile que se necesitaba la ms pequea
cosa para que estallara un verdadero conflicto entre los que moran de necesidad y los
que todava tenan algo.
En estas circunstancias una guerra internacional con Bolivia y el Per, que
tendra forzosamente que tomar parte, era una salvacin, y como tal la tom yo. Apenas
se acentuaron estos sntomas principi una porfiada y fervorosa propaganda blica y
creo que llegu a inspirar aversin a algunos de los hombres que en ese tiempo tenan
participacin en el Gobierno, y a quienes hablaba siempre sobre las ventajas y
conveniencias de una inmediata guerra. Sostena siempre que era una fortuna que se nos
presentara la oportunidad de recuperar a Tarapac, no ya como una dependencia
comercial como lo tenamos antes, sino como una adquisicin permanente que se
incorporara a nuestro territorio. Muchos de los que me oan me tomaban por un hombre
poco cuerdo, pero no faltaban algunos otros que me encontraron razn y participaron de
mis opiniones.7
Lleg la eleccin del 79 y luego principiaron las combinaciones de candidaturas.
Entre otras, surgi la de hacerme senador por Valparaso, lo que Altamirano no resista,
pero yo rehus cerradamente prestarme a ningn arreglo para no desmentir mi repulsin
a las candidaturas oficiales, aunque era muy probable que Prats, que se haba ligado con
los clericales, hubiera de algn modo u otro hecho eliminar mi nombre de la lista
combinada, como combati un poco ms tarde mi candidatura de diputado por Ancud y
Quinchao, y slo fui elegido all porque el intendente L. M. Rodrguez no hizo caso a
las r-
7 Esta idea singular de Vergara puede relacionarse con las causas de la guerra
denes del Ministro, y porque yo mismo fui a sostener la lucha al lado de mis amigos.
Lo que haba de curioso en esto era que siendo yo amigo de don A. Pinto y partidario de
su administracin, habiendo sido el nico talvez que hizo sacrificios de consideracin
para sostener su candidatura, poniendo a su servicio el diario El Deber, fundado para
servir de rgano a los principios e ideas radicales, a costa de la prdida de una gruesa
suma de dinero, me viera tratado por su gobierno como un enemigo y combatido
encarnizadamente hasta el punto de fletar un vapor para llevar la orden al Intendente de
no permitir mi eleccin en Chilo, aunque todo fue intil. 8
Como se debe comprender, no volvera de aquella lluviosa regin con el nimo muy
cargado de benevolencia para el Gobierno, y as fue que apenas llegu a Valparaso me
puse a trabajar con gran empeo en derribar el gabinete. Tena frecuentes entrevistas
con Santa Mara, con algunos nacionales (con I. Errzuriz; no estaba en relaciones con
l sino indirectamente) y con cuantos supona descontentos, esforzndome por
convencerlos que con estos hombres era imposible ir a la guerra que ya era fatalmente
necesaria, y que conoca que no la comprendan por las conversaciones que sola tener
con el entonces coronel Saavedra.
Despus de ocupado Antofagasta y disparados los primeros tiros en Calama, todava
crean que no haba guerra y no se tomaba ninguna medida seria para prepararse.
Entonces recib una carta de Santa Mara llamndome a Santiago con urgencia para
decirme que Saavedra le haba comunicado que estaba resuelto a provocar una crisis
ministerial y que slo esperaba. saber si l estara dispuesto a formar gabinete para
proponrselo a Pinto.
Santa Mara me dijo que quera conocer mi opinin; no s si porque realmente vacilase,
o porque su inclinacin a las maas lo lleva siempre a andar sondeando lo que piensan
los dems, o aparentando hacer caso de lo que le dicen. Lo cierto es que tuvimos una
largusima conversacin en la que yo lo exhortaba a entrar en el Gobierno a darle
impulso a la guerra, asegurndole la cooperacin de la gran mayora del pas por lo que
yo haba visto en las provincias del sur y lo que conoca en Valparaso y Santiago. Por
supuesto que por lo que haca a la ma personal, poda contar con ella sin restriccin
ninguna, abandonando desde luego mi proyecto de regresar a Europa.
Santa Mara fue al Ministerio como es sabido 9, y a mediados de mayo recib una carta
llamndome con urgencia a Santiago, a La Moneda, para decirme que tena que ir a
Antofagasta a servir de secretario del general Arteaga, por indicacin de su hijo
Domingo, con quien, sabe bien Ud., estaba ntimamente ligado. Ped slo el tiempo
necesario para yerme con este amigo para dar mi contestacin, que sera afirmativa si
por parte de l no haba ningn inconveniente. Dos horas ms tarde, despus de haber
hablado con Domingo, a quien se le haba propuesto esta comisin que no poda
aceptar, tanto por su salud como por sus obligaciones con el Banco, volv a decirle a
Santa Mara que dos das despus estara listo para partir.
Debo explicar aqu, aunque estos apuntes me van saliendo ms largos que una
longaniza, la causa de esta medida, porque ella revela las ndoles de los
acontecimientos. El general Arteaga formaba una especie de trinidad con sus dos hijos,
como Ud. sabe mejor que yo, y desde que fue nombrado general en jefe, principiaron a
tomar una injerencia casi directa en todos sus actos. Ya en Antofagasta, Justo principi
a hablar en nombre de su padre y a querer tratar con el Gobierno como de potencia a
potencia, para lo cual trabajaba en formar en las Cmaras una especie de coalicin con
los elementos hostiles a Santa Mara y a Varas. Se servia para esto de las noticias que
reciba de su padre y de la correspondencia oficial de ste con el Gobierno, de la que
reciba copia. Creyeron hacer cesar este mal enviando a Domingo, y en su defecto a m
por las recomendaciones de ste, pensando que tendra completa confianza en un
hombre a quien conoca ntimamente y de cuya lealtad y eficacia no poda dudar.
Pero contaba poco con las flaquezas humanas, porque el mismo Domingo, cuando ya
me despeda de l, me pidi que le diera noticias, o mejor que le comunicara la
correspondencia con el Gobierno, sabiendo yo que nada haca su padre sin hacer de
acuerdo con l y con Justo. Le observ que no poda hacer tal cosa, porque si deba
tener con el general la solicitud y la fidelidad de un buen hijo, tena con el Gobierno la
obligacin de proceder como un hombre honrado y de honor.
Su inteligencia perspicaz percibi en el acto el valor de mi observacin y me contest
algo demudado que yo tena muchsima razn; pero inmediatamente not que se
formaba el verglas en el terreno de nuestra amistad. Pero como ya haba aceptado al
Gobierno la comisin, y como yo por otra parte estaba resuelto a tomar, parte activa en
la guerra, convencido de que
9 El 14 de abril de 1879
Jos Alfonso con destino al cuartel general de Antofagasta, no sin haber recibido antes
la especie de amenaza de Justo Arteaga de que talvez nos chasquearamos, porque no
encontraramos en Antofagasta ni a su padre ni a su ejrcito. Muchos amigos fueron a
acompaarnos a bordo y a darnos el afectuoso adis que nace de los corazones
conmovidos por una gran pasin, como entonces lo estaban los de casi todos los
chilenos. Altamira-no nos deca que nos envidiaba y otros se despedan hasta luego,
porque no tardaran en ir a juntarse con nosotros, contribuyendo mucho estas
manifestaciones de inters personal y de amor patritico a impresionar mi nimo, ya
fuertemente agitado por todo lo que dejaba tras de mi.
Alfonso iba como auditor de guerra, nombrado a indicacin ma hecha a Santa Mara, y
vivamente impulsado por mi para que aceptara el cargo, para trabajar juntos en acelerar
las operaciones.
El viaje no ofreci nada de particular, a no ser las molestias y la lentitud con que lo
hicimos. Por fin el 19 de mayo estuvimos en nuestro destino y poco despus de
desembarcados nos fuimos a presentar a nuestro jefe, el que nos recibi con la zalamera
que acostumbraba, pero visiblemente contrariado.
A las pocas horas de estar all principiamos a ver confirmados los temores que
abrigbamos, principalmente yo, sobre la incapacidad total del viejo general para
organizar y mandar un ejrcito. Yo, que lo haba tratado tan de cerca y con tanta
intimidad, no tena de qu extraarme, pero. experimentaba un asombro mezclado de
temor pensando en la suerte que tendra esta guerra si continuaba dirigida como haba
principiado, porque revelaba una carencia casi absoluta de la nocin de las cosas el
hecho de dar el mando de un ejrcito a un anciano cuyas facultades intelectuales estaban
en plena decadencia y cuya entereza jams haba sido proverbial. Bastaban unos cuantos
minutos de conversacin para notar lo perdida que tena la memoria y el escaso
conocimiento que tena de la empresa que se haba confiado a sus manos.
No tard en principiar a sentir las escabrosidades de mi puesto, porque al da siguiente
de haberme presentado con las cartas y oficios que acreditaban el objeto y carcter de
mi comisin, el viejo socarrn, con gran irona, me dijo que se alegraba mucho que
hubiera ido a auxiliarlo y dirigirlo, no dudando de mis buenos conocimientos en asuntos
de guerra adquiridos en mi larga carrera de comandante de caballera naval. Aunque la
burla me pic en lo vivo, procur no darme por apercibido y desviara lo mejor que
pude por medio de la chanza. Me agreg que estaba muy bien servido por Benjamn,
que era su brazo derecho, y por otro sujeto que le serva de secretario a medida
de su deseo. Como Ud. recordar, este sujeto haba sido enviado por Justo como
corresponsal de su diario, y desde el principio se lig estrechamente con Benjamn, sin
tardar mucho en asociarse con l para hacer negocios, como pronto lo supimos.
El 21 en la noche, o el 22 por la maana, se tuvieron las primeras noticias vagas y
siniestras del glorioso drama de Iquique, llegando a creerse que todo estaba perdido.
Qu pnico, Dios mo! A cada instante se crea ver aparecer los buques peruanos y era
una opinin generalmente aceptada entre los militares que los enemigos podan operar
un desembarco en la costa vecina al puerto y atacamos por mar y tierra. Tal era la
ignorancia de la situacin!
El 24, segn me parece, se present el Huscar al frente del puerto y al mismo tiempo
principi en tierra el ms inconsulto y vergonzoso movimiento de tropas para huir
detrs de los cerros, como si realmente estuviramos derrotados. Para protestar de tanta
alarma infundada y tambin para ensayar mis nervios, me fui a colocar al pie del nico
can de grueso calibre que haba montado y que poda hacerle frente al buque
enemigo, aunque estaba tan provisionalmente colocado que a cada disparo se
desnivelaba la plataforma de madera en que descansaba.
Lo que vi en este da, los absurdos juicios que oa emitir sobre el destino de la escuadra,
los planes que se formaban para salvar el ejrcito del bloqueo que lo amenazaba y el
descabellamiento de las rdenes y contrardenes que se impartan cada da, me hicieron
experimentar el ms serio temor de un descalabro o de la inutilizacin de la nica fuerza
que tena Chile que oponer a sus enemigos. Y como estaba convencido de que el asunto
de la secretara haba fracasado, resolv ofrecer en aras del pas el sacrificio de mi amor
propio y de toda mi paciencia, quedndome aparentemente como secretario del general,
pero en realidad dedicado a estudiar las cosas en el ejrcito y a instruirme
minuciosamente de la topografa del Per, de sus recursos, situacin, etc.
Dos meses mortales pas en este pesado y laborioso trabajo que tan til me fue despus,
pero mientras lo llevaba a cabo, cuntas molestias y disgustos tuve que soportar en
silencio para resistir al empeo que haba en hacerme arrancar de Antofagasta. Durante
el primer tiempo guard un silencio absoluto sobre lo que pasaba y slo despus de
haber conocido una comunicacin inconveniente del general, escrib oficialmente a
Santa Mara, dicindole que yo no tena intervencin ninguna en el despacho de la
secretara y que hasta la fecha no desempeaba funcin ninguna. Esa carta se la inclu
en copia a Domingo Arteaga, dicindole que era necesario que conociera lo que pasaba.
A mediados de junio, despus de haberme informado bien a fondo sobre el estado del
ejrcito y de haber observado las cosas con mucha atencin, escrib mi primera carta a
Pinto comunicndole mis impresiones y mis juicios. Me dirig al Presidente y no a Santa
Mara, con quien tena ms confianza, porque estaba ms seguro de su discrecin y de
su serenidad para estimar y hacer valer mis informes, y porque me haba pedido muy
encarecidamente que no dejara de escribirle sobre cuanto viera y supiera que interesara
a la direccin de la guerra.
Mi carta fue leda en Consejo de Ministros y, segn lo supe despus, decidi el primer
viaje de Santa Maria al cuartel general. Esta comisin ya haba sido propuesta o
insinuada por el mismo don Domingo, pero resistida por don A. Varas, no s si por
recelo o por creerla inoportuna; se resolvi despus de saberse por mi que no se pensaba
ni se poda emprender operacin ninguna en el estado presente de las cosas. Varas dijo
que si una persona de la intimidad del general se expresaba as, debera haber muy
serios motivos para ello y que lo mejor sera que un miembro del Gobierno se trasladara
al campamento para averiguar por si mismo lo que ocurra y remediarlo en el acto.
Santa Mara lleg a Antofagasta como el 20 de junio, y su presencia, junto con la de don
R. Sotomayor y la de Isidoro Errzuriz, contribuyeron a disipar un poco el espeso
fastidio que envolva mi nimo. Todos vivamos en la misma casa, y como era natural,
una buena parte del tiempo la pasbamos charlando sobre la orden del da: la guerra.
Qu de proyectos, qu de planes pasaban y repasaban en nuestra mente y en la
conversacin para arribar siempre con unanimidad a la necesidad de tomar pronto la
ofensiva.
Siendo infructuosas las insinuaciones hechas al general para que acelerara los
preparativos para mover al ejrcito, y hacindose cada da ms visible el mal ceo que
tos militares de la alta jerarqua ponan al Ministro, principalmente el jefe, Santa Mara
quiso provocar un consejo de guerra para tratar el plan de campaa que debiera seguirse
e imponer en l su autoridad de representante del Gobierno. Pero el astuto y suspicaz
general Arteaga desvi su intento dicindole que la Ordenanza prohiba esos consejos y
que adems los generales que haba en Antofagasta eran muy brutos para consultarlos.
Entonces Santa Mara lo inst a tener una junta con los civiles que en cierto modo
representaban en el ejrcito el pensamiento y la autoridad del Gobierno, a lo que
accedi sin mayores dificultades el general mirando la cosa como un poco ridcula,
porque deca que iba a un consejo de guerra compuesto de doctores. El Acta impresa
que le incluyo da a conocer las opiniones que all se emitieron, y como es curioso ver a
cuatro paisanos
dictaminar sobre operaciones militares con tanto aplomo como si fueran Wellingtons o
Napoleones, merece ser leda aunque sea a la ligera 10. Sin embargo, los hechos
posteriores vinieron a probar palpablemente que vean ms claro que el general y que
conocan mucho mejor la situacin.
No recuerdo por qu motivo Santa Mara regres a Santiago acompaado de Alfonso,
que ya se haba aburrido, y de los dems de su comitiva. Yo no quise moverme y qued
firme en mi propsito con la porfa de un vizcano; pero el pobre general crey que me
haba ido tambin y puso un gracioso parte dndome en viaje hacia Valparaso. No poco
fue su asombro cuando supo que estaba en Antofagasta a pocos pasos de su casa, y
como buen vividor no tard en ir a hacerme una visita como lo haba hecho siempre con
toda regularidad, manifestndose quejoso por mi desercin de la secretara, mientras
que en el parte enviado por el telgrafo me denunciaba como traidor, lo que me vali el
demente odio de los hijos, como Ud. lo sabe bien por haberlo experimentado.
El desconcierto que ya se haca visible, los pedidos absurdos que estaba haciendo el
general y varios otros motivos obligaron al Gobierno a enviar nuevamente a Santa
Mara con plenos poderes para hacer todo lo que creyera conveniente, como si el mismo
Presidente de la Repblica lo ordenara. No recuerdo qu da lleg, pero fue en la tarde,
y esa misma noche envi una nota al general, comunicndole su comisin. Justo
Arteaga haba hecho el mismo viaje para ir en socorro de su padre, de modo que la nota
del Ministro no lo tom de sorpresa.
Grande era la ansiedad de Santa Mara y creo que una buena parte de la noche la pasara
en vela. En la maana siguiente, desde temprano ya andaba Justo detrs de
Sotomayor,11 con quien tena frecuentes conversaciones, yendo y viniendo a cada rato
de casa de su padre al alojamiento de ste. Como a las diez se llam a almorzar y yo
ocup mi asiento al lado de Santa Mara, que estaba algo azorado. No tard en decirme
por lo bajo:
Acabo de recibir la renuncia del general Arteaga! Me alegro mucho, le
contest. Tenemos que hablar, me dijo; lo que termine el almuerzo nos iremos a su
cuarto. Est bien.
As lo hicimos; concluido el almuerzo nos juntamos en mi cuarto con Alfonso,
Sotomayor e I. Errzuriz. Santa Mara ley la renuncia que no tena nada de inusitado y
que se presentaba con el carcter de irrevocable. Qu les parece?, dijo
10 Esta Acta apareci en la Memoria de Guerra de 1884, y la copia de que aqu se habla
es una se parte de la Memoria.
11 Don Rafael Sotomayor Baeza, delegado del Gobierno en el ejrcito y la escuadra.
cuando concluy de leer. Todos guardamos silencio; pero despus de un corto rato,
Sotomayor manifest su opinin de que sera bueno intentar algn arreglo con el
general, cosa que no crea difcil por lo que haba hablado con Justo en la maana,
extendindose en varias consideraciones sobre la necesidad de conciliar los nimos.
Luego que concluy le hice las siguientes preguntas:
Cree Ud., don Rafael, que el general Arteaga est en estado de ponerse al frente de
un ejrcito que entra en operaciones activas? Lo cree Ud. capaz de decidirse a ir a
buscar al enemigo? Tiene Ud. confianza en su estado intelectual y en el vigor de su
nimo?
A la verdad, me contest, que no se puede esperar mucho del pobre viejo, que no fue
tampoco gran cosa ni cuando joven, pero ya estamos con l y quin sabe qu
perturbaciones puede traer un cambio.
Entonces manifest con calor la conveniencia que haba en aprovechar una oportunidad
tan favorable para hacer un cambio necesario, de un modo natural y corriente,
evitndose toda ocasin de conflictos, que forzosamente tendran que venir si no se
aceptaba la renuncia. Que si era incuestionable que el jefe actual careca de las
condiciones requeridas para dirigir una campaa activa y atrevida, con qu objeto, por ir
tras de una prudencia innecesaria o de una contemporizacin peligrosa, se le conservaba
en el mando cuando felizmente l mismo abra la puerta por donde debiera salir. Hice
presente los peligros que haba en retener a un jefe descontento que no tardara en
influenciar a sus subalternos, y que en poco tiempo tendramos la anarqua en el
ejrcito, porque se formaran dos partidos, uno del Ministro y otro del general. Conclu
exhortando a Santa Mara que aceptara la renuncia seca y resueltamente.
Isidoro, con su vehemencia ordinaria, entr a apoyar mi modo de pensar, dando a sus
razones una notable seduccin de formas que a todos nos encant. Alfonso vino despus
discurriendo con vigor en el mismo sentido y el nimo indeciso de Santa Mara desisti
de los acomodos que acariciaba y se decidi a aceptar la renuncia lisa y llanamente.
Entramos luego en la tarea de elegir el reemplazante y despus de muchas
deliberaciones nos decidimos por Escala, debiendo acompaarlo yo como secretario.
Al principio puso algunas dificultades, lleg hasta a insinuar que l quera de secretario
a C. Walker, pero el deseo del mando y el apetito de los honores lo vencieron todo y
acept sin condiciones.
Los primeros das fueron de recelo y de frialdad, pero luego vino la confianza y en
seguida la ms absoluta deferencia a
mis opiniones; pero al mismo tiempo principi para m la ms cruel de las torturas que
puede experimentar un mortal: la de estar al servicio de un hombre bueno, por desgracia
excesivamente afable, sin paladar moral, sin nocin ninguna del negocio que tena entre
manos, con una exuberancia de tontera como pocas veces se ve igual y con un cerebro
incapaz de generar y ni siquiera de recibir la impresin de la ms elemental idea
abstracta.
El deber de mi puesto, la lealtad, la situacin, me obligaban a no ahorrar esfuerzos para
utilizar la masa informe de voliciones, de deseos y de pasiones encarnadas en un
hombre a quien se haba confiado la suerte de Chile. Pero en balde me aplicaba con
estoica resignacin y firmeza a dar rumbo a un espritu tan informe como el de Escala, y
los largos y desesperantes das que pasaba oyendo sandeces, perdiendo el tiempo en un
papeleo intil de transcripciones de notas que una orden verbal o la orden del da hacan
innecesarias, las interminables averiguaciones de los reclamos de los soldados contra
sus jefes, o de las mujeres en contra de aquellos o por embrollos de mesadas; todo esto
y mucho ms soportado en oficinas sucias, ftidas, infestadas de pulgas y de moscas, es
un sacrificio que nadie sabr estimar en lo que vale.
Las operaciones de la guerra de combates tienen peligros y privaciones que a veces
requieren nimos bien templados para soportarlos; pero si hay zozobras y temores, hay
tambin emociones fuertes, novedad y movimiento que distraen el espritu y hacen
olvidar los riesgos. En cambio, el sacrificio annimo y oscuro del que tiene un trabajo
de Ssifo;12 que ve llegar la noche de cada da, y se encuentra despus de penosa labor
con todos sus esfuerzos perdidos, y que espera para el da siguiente la misma
desesperante suerte, eso s que es sacrificio: slo Dios sabe lo que vale.
El recuerdo del bien perdido, que es el demonio de los que sufren, me asaltaba con
frecuencia en las horas de fastidio; y Via del Mar, con sus sombras y sus flores, el N
93 del Boulevard Malesherbes con todos los encantos de Paris, los nios y la mujer,
pasaban y repasaban en mi imaginacin, haciendo ms vivo el contraste de la miserable
vida que llevaba entonces con la apacible y confortable que habra tenido si me hubiera
quedado en mi casa o me hubiese ido a Europa.
12 Ssifo: personaje de la mitologa, castigado a subir una roca a una montara, roca que
siempre se despeaba. Aplicado a quien tiene una enorme tarea que debe renovar en
vano.
Sin embargo, estos desfallecimientos no eran largos, porque luego reaccionaba sobre m
mismo, y me pona a trabajar con ardor sobre las necesidades del ejrcito, o me ocupaba
con Sotomayor sobre la misma materia, discutiendo, haciendo clculos y coordinando
datos. Muchas veces estbamos en desacuerdo, solamos disputar con calor, no faltaron
de cuando en cuando algunas interjecciones gruesas; pero siempre nos separbamos en
excelente espritu, y la bondad de su carcter era la mejor salvaguardia de nuestras
cordiales relaciones.
Esta vida dur cinco eternos meses, durante los cuales me salieron callos en la paciencia
y en los odos con la cancin nacional, la de Yungay, las cornetas en todos los tonos
posibles, y los tambores de doce bandas de msica. El moho me haba cubierto el alma
y slo la voluntad se mantena sana y resuelta a no dejarse vencer.
La victoria de Angamos 13 nos oblig a activar nuestros movimientos, y por fin en
octubre nos dimos a la mar 14 para ir a desembarcar en Pisagua. Largas de contar son las
peripecias de esta expedicin que estuvo perdida por tres das en pleno ocano, pero
como sera nunca acabar si me pusiera a narrar historia, paso de largo sobre ellas y llego
a Pisagua, donde desembarcamos el 2 de noviembre.
Slo har una excepcin para referir una circunstancia singularsima. La noche del 31
de octubre, como a las dos de la maana, sent golpear la puerta de mi camarote, y como
estaba despierto contest en el acto: Quin llama? Compaero Vergara, me dice
Sotomayor, cuya voz conoc inmediatamente, levntese y venga para ac. Me vest
precipitadamente y pas a juntarme con Sotomayor que me esperaba como a diez pasos
de mi puerta, sobresaltado por lo que poda ocurrir. Qu hay?, le dije luego que
estuve cerca de l. Estamos perdidos, me contest en voz baja; pero venga conmigo.
Lo segu silencioso y pasamos como pudimos por sobre los cuerpos de los soldados
hacinados sobre la cubierta del Amazonas, hasta llegar al aposento de Thomson, donde
entramos y cerramos la puerta.
Qu pasa?, volv a preguntar. Amigo!, me dijo Sotomayor, todo est perdido y no
nos queda otro recurso que volver a Antofagasta. Acabo de hacer el clculo del agua
que nos queda a bordo y resulta que no alcanza sino para un da o dos a lo sumo, y por
consiguiente no podemos seguir adelante.
Pero ha examinado bien los datos, no habr algn error en sus clculos?
Desgraciadamente no, porque desde esta noche a las ocho, hora en que recib el
estado de los ltimos buques, me he llevado haciendo la operacin de varios modos y
siempre he obtenido el mismo resultado. No hay remedio!, esto ha fracasado y yo que
tengo la responsabilidad tengo que cargar con las consecuencias. Me ir a Santiago y
que venga sobre m todo lo que quiera.
Pero esto no puede hacerse, don Rafael, porque no basta que Ud. se declare el solo
responsable y quiera echar sobre su cabeza todo el peso del fracaso; la opinin pblica
no se satisfar con su abnegacin y sacrificio, sino que es seguro que no sabr
contenerse e ir hasta trastornar el rgimen constitucional. No se disimule Ud. el
peligro; el Gobierno actual no resiste a un contraste como ste. Tranquilicmonos un
poco y veamos lo que se puede hacer, porque es preciso contar con que no se podr
mantener la subordinacin en el ejrcito si volvemos a Antofagasta. Si hay agua para
dos das, esto nos basta para llegar y desembarcar en lo, donde hay un ro y algunos
recursos. La playa es accesible y de fcil abordaje, de modo que en muy poco tiempo
podemos poner el ejrcito en tierra, organizarlo bien, prepararnos despacio
aprovechando la experiencia presente, y al cabo de doce o quince das emprender
nuevamente la operacin, bien sea hacia Pisagua u otro punto de Tarapac, o sobre el
ejrcito enemigo acantonado en Tacna. En Chile slo el Gobierno sabe a donde vamos,
y como no es desatinado este movimiento, tanto en Chile como en el Per pasar
desapercibido el chasco y probablemente contribuir a desorientar a los enemigos y a
obligarlos a cambiar su plan de defensa.
Cuando Sotomayor me oy discurrir en este sentido abarcando todos los detalles de la
operacin para manifestarle lo hacedera que era, respir con descanso, me dio un abrazo
y me dijo:
Nos hemos salvado! Maana volver a hacer medir el agua del Itata que debera
tener 300 toneladas y que en el estado que he recibido apenas tiene un poco, y si
realmente estamos tan escasos de este articulo como lo temo, nos vamos a lo y all
veremos cmo seguir adelante.
Perfectamente! Lo que importa es pisar suelo peruano, que una vez en l la campaa
est principiada y tardar en desembarazarse. Vmonos a dormir y dle descanso al
nimo.
Rectificada la medida de los estanques de los buques, result que no haba la penuria
que alarm a Sotomayor y que poda operarse sobre Pisagua, como se hizo, tomandola
el 2. 15
Echeverra, a cada instante se iba deteniendo para dar resuello a los caballos, como l
deca, y para apretar las cinchas. Ya el alba principiaba a despertar coloreando de ncar
el oriente, y todava segn mis clculos, por la idea que me haba formado del territorio
con los informes recogidos en Antofagasta y los planos que tena, nos encontrbamos
algo lejos del punto que debamos asaltar. Entonces separ una avanzada de una mitad y
con los oficiales sueltos que me acompaaban, Martnez, Salvo, Delfn Carvallo,
Dardignac, Faz, etc., apretamos el paso, y media hora despus divisbamos con los
primeros rayos de la aurora el penacho de humo de una chimenea, que yo cre sera la de
una mquina a vapor, considerndolo como un feliz indicio, porque eso manifestaba que
no se haban apercibido de nuestra proximidad y que haba trabajo y, por consiguiente,
agua y otros recursos. Hicimos alto por un momento, recibi orden cada uno de lo que
debera hacer, y en seguida nos fuimos a nuestros puestos para caer sbitamente sobre el
casero una vez dada la seal.
Cuando calcul que ya sera tiempo de tener rodeada la posicin, hice tocar la corneta y
nos abalanzamos sobre el sitio deseado. Yo me fui revlver en mano sobre una
locomotiva que estaban caldeando y que tena sus maquinistas en la toldilla, les intim
rendicin e hice subir al subteniente Faz con dos artilleros para que cuidara que la
mquina no se moviera. Martnez se fue al telgrafo, Salvo a la estacin y Carvallo a las
bodegas. Todo fue instantneo, sin confusin ni alboroto, de modo que cuando las
pobres y espantadas gentes trataban de huir se encontraban con alguno de nosotros que
se lo impeda y les impona silencio.
Media hora despus lleg el resto de la tropa y ya tenamos en nuestro poder tres
grandes estanques llenos de fresca y dulce agua que aun sin sed invitaba a beberla;
cmo sera para nuestros pobres soldados que hacia tantos das apenas haban
humedecido sus gargantas! Tenamos adems forrajes, provisiones, un gran acopio de
carbn y una multitud de cosas tiles para el ejrcito.
El telgrafo estaba funcionando entre Iquique y Anca, pero como no llevaba ningn
telegrafista no pude sacar partido de esta interpolacin que se pudo hacer, haciendo
llegar a una y otra parte mensajes fingidos para sorprenderles algunas noticias. No me
quise valer del telegrafista peruano compelindolo por el terror o el castigo, tanto por
ser esto inhumano y contrario a los principios de la guerra civilizada, cuanto porque era
peligroso que revelara nuestra presencia a la divisin peruana de cerca de 2.000
hombres que supimos estaba acampada en
Agua Santa, unas cuantas leguas al interior del punto donde nos encontrbamos.
Despus de hacer beber y almorzar a hombres y caballos y de haber nosotros mismos
gozado de los obsequios de un cocinero francs que bajo la influencia del terror juraba
que haba nacido en Chile y que era ms chileno que el cabo Perales que lo custodiaba,
resolvimos seguir adelante para ir a ocupar las aguadas de Dolores, de donde se surta el
ferrocarril y la poblacin de Pisagua. Supimos que hasta la noche anterior estaba intacto
todo el material de los pozos y que las tropas enemigas ms prximas estaran a ocho o
nueve leguas de all.
La jornada tom un carcter alegre y animado que le daba ms bien el aire de un paseo
que de una operacin de guerra. Ibamos casi a galope, con descubiertas bien montadas a
dos o tres cuadras a vanguardia y otras tantas a los flancos, detenindonos apenas en las
casas recin abandonadas que bamos encontrando, aunque en algunas de ellas veamos
el almuerzo sobre la mesa. Los habitantes despavoridos se arrodillaban a pedirnos
merced de su vida y el tanto tiempo ponderado y temido desierto se haba convertido
para nosotros en un teatro de repetidas escenas de palpitante vida.
Cerca de la una del da llegamos al lugar llamado Dolores, donde encontramos una serie
de estanques de fierro grandes y hermosos como baos de natacin llenos de agua, una
cantidad de carros del ferrocarril, una considerable maquinaria para extraer el agua de
extensas galeras subterrneas donde se conservaba fresca y clara, y el carbn necesario
para hacer funcionar las bombas por algn tiempo. Veamos todo aquel tesoro en
nuestro poder y todava nos pareca un sueo, porque era imposible comprender tanta
precipitacin o tanta negligencia de parte del enemigo.
Nuestro primer cuidado fue arreglar un convoy con agua para mandar al campamento, y
el mayor Salvo sali con una loco-motiva y tres estanques, como a las cuatro de la tarde.
Para utilizar el tiempo hice salir varias partidas exploradoras con las convenientes
instrucciones para no ser sorprendidas, debiendo extender sus reconocimientos en un
radio de dos a tres leguas. Tenan encargo los oficiales de llevar su tropa en filas de uno
en fondo, tanto para abultar ms como para confundir la huella.
Antes de concluir el da ya estaban todas de regreso cargadas de comestibles,
incluyendo animales y aves, y trayendo lisonjeras noticias de la comarca que se
encontraba provista de muchos recursos y abandonada de las fuerzas enemigas
concentradas en Agua Santa, a diez leguas de donde nos encontrbamos
Andaba a caballo desde las cinco de la maana hasta las once o doce de la noche, o
viceversa, desde la tarde hasta el da siguiente, porque algunas veces no dorma sino en
el medioda. De este modo conoc luego palmo a palmo el terreno que ocupbamos
hasta con sus ms pequeos accidentes, y desempeaba mi oficio con la concienzudez y
escrupulosa severidad de un verdadero militar y con el entusiasmo y el anhelo de un
corazn ardiente.
Estaban las cosas as, cuando lleg al campamento Emilio Sotomayor, jefe del Estado
Mayor General, debiendo advertir que yo haba aceptado la comisin que desempeaba
bajo la expresa y formal promesa de Escala de no permitir que se fuera a entrometer en
nuestra divisin, porque es difcil encontrar un hombre ms desorganizador. Su viaje
tuvo por objeto visitar la oficina de Agua Santa, donde haba una locomotiva con piezas
menos que se haba encontrado en Pisagua. Tambin es necesario decir que Urriola, que
es muy poquita cosa y muy aflijn, haba estado enviando partes al general sin que yo lo
supiera, quejndose de falta de vveres, cuando en realidad se haban enviado bastantes
y los tenamos en abundancia, pero escase no s qu articulo y sin ms que esto
comenz con sus quejumbres.
Cuando Sotomayor sala del cuartel general le dijo Escala que viera cmo era que
faltaban vveres cuando se haban mandado en exceso, y l cuando lleg a Dolores, me
pregunt lo que haba sobre este asunto, dndole por mi parte como una contestacin el
estado del almacn pasado por el bodeguero en esa misma maana y en el que apareca
una existencia para ocho das.
En el acto se fue al telgrafo y mand a Escala el siguiente mensaje: Acabo de llegar;
ya he arreglado el asunto de los vveres; todo queda bien. Vi el parte y me re sin hacer
caso de l; pero dos horas ms tarde lleg la contestacin de Escala y me hizo perder el
quicio. Me alegro mucho le deca que su presencia haya bastado para hacer
desaparecer las dificultades que all haba y no esperaba menos de la actividad y acierto
con que obra Ud.. La lectura de estas lneas me tuvo perplejo un rato; pero no tard en
concluir por resolverme a montar sobre mi caballo y galopar hasta Pisagua y esperar el
primer vapor que pasase para el sur para que me condujera a mi tierra. Busqu a Urriola,
le ped permiso para ausentarme y media hora despus cruzaba la pampa cabizbajo y
mohno, pensando en el deleznable carcter de los hombres y en la imbecilidad de los
que se dejaban arrastrar por sentimientos generosos.
Llegu al cuartel general ya algo entrada la noche y para no incomodar a nadie ni yerme
obligado a contestar a preguntas importunas, bastndome y de sobra con la incomodidad
irritada que senta conmigo mismo, me tir sobre unos sacos de galleta que haba en una
especie de patio o corral contiguo a la casa ocupada por Escala. Grande fue la sorpresa
del general cuando a la maana siguiente supo que yo estaba all; yendo luego a yerme
para saber lo que aconteca. Presumiendo el motivo de mi venida, despus de saludarme
muy afectuosamente me dijo: Vio el parte que le mand a Sotomayor? Este hombre
est verdaderamente demente. Yo creo, mi general, le contest, que la demencia no es
tanto de Sotomayor como de los que creen que en cinco minutos se pone en orden un
ejrcito desorganizado y hambriento. Seor secretario!, usted es muy duro conmigo,
y al mismo tiempo injusto, porque ni por un momento he credo ni poda creer que
bastara la presencia de Sotomayor para remediar las necesidades de la divisin. Y su
parte, seor? Que no ha visto Ud. que es un parte irnico? Mire, venga para ac y
vea lo que le deca primeramente, pero el comandante Toro Herrera y el capelln
Fontecilla, que vieron esta contestacin, me pidieron que no la mandara, a lo que acced
al fin, resolvindome a enviar el que ha puesto a Ud. tan de mal humor que lo ha hecho
abandonar su campamento.
Efectivamente, vi de letra del general el parte que quiso mandar, concebido en trminos
realmente ofensivos, y me pareci muy razonable que lo hubieran modificado. Le di mis
excusas por la viveza del lenguaje que haba usado con l, pero qued siempre decidido
a regresar a Chile.
Ahora es el caso de explicar brevemente mi resistencia para entenderme con Sotomayor
(Emilio). Este hombre tiene un antiguo desarreglo mental que no se le conoce
superficialmente, porque lo encubre con un barniz de espritu alegre y chistoso que
impresiona agradablemente a los que lo oyen poco o slo en las conversaciones ligeras
de las tertulias. Pero su fondo est vaco y su carcter tan acre e inconstante, que uno lo
ve pasar casi sbitamente de los extremos ms increbles de jovialidad a una irritacin y
dureza tiberiana. Es un hombre que no gobierna su razn. Pues bien, desde Antofagasta
haba tomado una especie de mana con los cvicos y sobre todo con los civiles que
haba en el ejrcito, y su lengua perpetuamente maldiciente se encarnizaba rabiosa e
implacable con las personas del Gobierno, principalmente con Santa Mara, conmigo,
con Lillo y con cuantos no estaban bajo su dependencia o valan algo. Por esta causa
tuve con l varios choques en Antofagasta, algunos de ellos muy violentos y en
presencia de don Rafael, porque vivamos juntos. Despus, cuando lo vi en la accin,
me convenc que no era capaz de ningn trabajo serio, debindose en gran parte a l el
desbarajuste que hubo en el embarque del ejrcito, el desorden de la ocupacin de
Pisagua y en general, en gran
miento de intensas masas, como l deca en sus telegramas, sino polvareda y remolinos
levantados por el viento.
Pregunt entonces al general lo que debera hacer y me contest que lo dejaba a mi
voluntad y discrecin. Como ya estaba en camino y otra vez en la pista, le propuse hacer
una correra hacia el norte hasta la quebrada de Camarones, para tratar de recoger
algunas noticias del ejrcito de Tacna y conocer el territorio. Aceptada la idea, sal al
aclarar con mi compaa en direccin a Tana, quebrada que estaba unas cuantas leguas
ms al norte. Pasamos por una parte cultivada de la de Tiliviche y despus de haber
hecho beber y descansar un rato nuestras cabalgaduras y de haber recreado nuestros ojos
y refrescado el nimo con la brillante verdura de las huertas y la peculiar belleza del
paisaje, principiamos a subir una escarpada ladera por una senda estrecha y pedregosa
que conduca a la pampa del norte.
Yo iba un poco adelante de la compaa, llevando a mi lado a un oficial y un poco ms
atrs un soldado. Apenas asomamos a la cima divis un grupo de animales y hombres
que tom por arrieros y le dije al oficial: Principiamos bien, capitn; all tenemos una
tropa ala vista. Despus de observar l un instante, me contest:. S, seor, tropa, pero
no de mulas, sino de soldados. Efectivamente, despus que nos vieron se principiaron a
formar de frente y distinguimos bien perceptiblemente un piquete de caballera. Hice
alto, mand que la compaa se detuviera en una depresin del terreno que la ocultaba
de la vista del enemigo, que echaran pie a tierra los hombres para arreglar sus sillas y
dar un respiro a los animales y destaqu doce soldados con un oficial para ir a reconocer
los enemigos, los que no tardaron en volver las espaldas y alejarse a todo galope.
Seguimos en su persecucin tambin a galope, pero temiendo que pudiera haber cerca
alguna fuerza numerosa que nos ata-cara encontrndonos con los caballos fatigados,
hice cesar el galope y continuar al paso ordinario de camino. Nuestra partida sigui
picando la retaguardia a la descubierta enemiga hasta que se detuvo como a dos
kilmetros de nosotros y desprendi un emisario en nuestra direccin. En el acto
comprend que el enemigo en fuerza mayor estaba a la vista y que se nos preparaba un
combate.
Orden hacer alto, alistar las armas, componer las monturas y despus formar en
columnas de ataque. As preparado esper al correo que no tard en llegar con la noticia
que detrs de una pequea loma que tena la pampa, haba formada en batalla una fuerza
bastante numerosa de caballera.
Despus de exhortar brevemente a la tropa a tener coraje y a no contar los enemigos,
marchamos sobre ellos compactos
No tom el mismo camino que haba trado, sino que me dirig ms al oriente para
aproximarme a la divisin de Dolores por San Antonio, en cuya oficina hice alto para
tomar noticias. Por una conversacin que tuve con uno de los empleados del
establecimiento, sospech que se esperaba un movimiento general de los ejrcitos
aliados de Iquique y de Tacna y que era urgente tomar nuestras medidas. As fue que a
pesar del horrible calor que hacan sentir los rayos perpendiculares de un sol abrasador y
de la mortificante refraccin de la costra salina del suelo, a las. 12.30 p.m. me puse en
marcha hacia Dolores, adonde llegu como a las cuatro.
No fue poco mi disgusto cuando supe que una columna de 150 cazadores a caballo
haba salido el da anterior con destino a Tana y que era muy probable (como lo fue en
realidad) que la fuerza que haba visto a mi derecha no fuera otra.
Mi mortificacin era ms viva porque yo le haba comunicado a Sotomayor mi salida
para el mismo punto y el objeto que llevaba por si tena algunas noticias o instrucciones
que darme. Y si este hombre me hubiera avisado la partida de los cazadores, habramos
tomado los 150 hombres del ejrcito boliviano que yo tuve al frente y que no eran otros
que los famosos inmortales que servan de escolta a Daza, que en esos momentos estaba
durmiendo en Tana a dos leguas de donde habamos llegado.
Daza intent marchar al sur para obrar en combinacin con el ejrcito de Iquique, pero,
como se sabe, al primer da de marcha se desorganiz su ejrcito y tuvo que regresar a
Anca con ms bajas que si hubiera dado una batalla. Sin embargo, l con su escolta
sigui hasta el punto que he indicado, y por un argentino comerciante en ganado supe al
da siguiente que a la hora que nosotros andbamos por all, l haba pasado por Tana,
donde Daza con unos cuantos oficiales y unos pocos soldados dorman a pierna suelta.
En la tarde del mismo da se recibi parte de nuestras avanzadas al sur de Dolores que
un numeroso ejrcito marchaba hacia nosotros, y como Zubira haba comunicado al
general que otro ejrcito con artillera, bagajes, etc., avanzaba en direccin opuesta,
vino una confusin de rdenes y contrardenes que casi nos cuesta un descalabro.
A las siete de la noche ya no quedaba duda de que Buen-da vena a buscarnos, resuelto
a intentar su unin con Daza y tal vez a darnos una batalla para conseguirlo. Aqu fue la
de desatinos ms inverosmiles que se pueden ver en una guerra. Sotomayor, que no
conoca el terreno, que de suyo tiene una mente desorganizada, principi por enviar al
encuentro del enemigo un regimiento, el 49 de lnea, que deba tomar posiciones como a
una legua ms al sur de nuestro campamento, en la media os-
curidad de una noche de luna empaada, sin llevar un solo prctico que conociera bien
el sitio. Despus envi un poco de artillera, y luego otro batalln para que se situara a
retaguardia del primero.
Todo esto se hizo en confusin, contestando con brutalidades las observaciones de los
jefes, y despus de haber tenido un violentsimo altercado conmigo porque le deca y
sostena que perda la divisin, comprometa la suerte del pas preparando nuestra
derrota cuando tenamos a la mano una victoria ocupando los cerros que defendan
nuestro campamento por el sur. Yo haba recorrido en todas direcciones ms de una vez
los alrededores de las posiciones que ocupbamos y conoca con detalle su topografa,
habindome adems consultado con el mayor Canto de los Navales, que tena muy
buenos conocimientos de tctica y buen ojo para apreciar distancias, sobre el espacio
que haba en la planicie alta para desplegar y hacer maniobrar nuestro ejrcito y su
capacidad para contenerlo todo.
Fuerte con esta opinin y con el sentido comn, no desmay en mi insistencia sino
cuando ya no me qued otro recurso que apelar a las vas de hecho. Desesperado de
luchar con un insano, dndolo todo por perdido, me fui a buscar donde dormir un rato
en las tiendas de los Navales, despidindome de Urriola, de Ortiz y de otros jefes que
haban sido testigos de mis esfuerzos por evitar una catstrofe, dicindoles que al da
siguiente nos encontraramos tal vez haciendo juntos el largo viaje de la eternidad,
porque estbamos condenados a sucumbir a un estpido destino.
Sera pasada la una de la maana cuando record, al ruido de una voz que preguntaba
por m, a un centinela que estaba cerca de la carpa donde me haba refugiado a dormir.
Puse atencin, y cuando o mi nombre contest: Aqu estoy, quin me busca?
El capitn Gana, seor!, me contest este oficial del Estado Mayor General.
Adelante! le dije, qu es lo que hay?. Seor, vengo a pedirle que haga un
ltimo esfuerzo para evitarnos la derrota que nos amenaza. Se sabe que el enemigo
viene avanzando y el coronel Sotomayor sigue escalonando los cuerpos y desbaratando
la divisin. Acaba de dar la orden de que el Buin se ponga en marcha sin saber bien a
dnde va a ir, sino a colocarse a lo largo del ferrocarril donde puede ser envuelto por el
enemigo que puede amanecer casi sobre l.
Pero, hombre, yo he hecho cuanto es posible y ya no me queda sino darme de
balazos con Sotomayor. Es intil cuanto se le diga, porque tiene la obstinacin de la
ignorancia y de la presuncin, pues est creyendo que de este modo va a cortar el paso
al ejrcito que avanza. Sin embargo, seor, haga otra
tentativa, quin sabe si consigue algo. Hgale este sacrificio a la patria y hgalo por lo
que ms quiera
Me habl este joven con tanta instancia y persuasin que al fin me decid a ir a ver si se
poda hacer algo. Mont a caballo y me dirig al alojamiento de Sotomayor. Cuando
llegu lo salud muy afablemente y le pregunt por las nuevas noticias que hubiera
tenido. Me comunic los ltimos partes de las avanzadas, y luego le pregunt si
persista en diseminar la divisin, envindola fraccionada al encuentro del enemigo. Me
contest que haba dado orden para que el Buin fuera a reforzar al 4? y al Atacama y
que con esa tropa consideraba que haba bastante para hacer frente por el momento.
Procur muy tranquilamente disuadirlo de este plan y despus de orme un rato me dijo:
Yo s lo que hago. Tengo que evitar que el enemigo se me pase por la espalda.
Hombre, no sabes lo que haces, porque con estas medidas no evitas nada, sino que nos
pierdes. Mira bien que en tus manos est hoy la suerte de Chile y que si por tu causa
vamos a sufrir una derrota, tu nombre ser execrado durante cien generaciones. No
habr nacido en nuestro suelo un hombre ms odiado que t y, si no mueres con
nosotros, no tardars en morir agobiado por el oprobio y el desprecio universal que
pesar sobre ti: te matar la vergenza
Le habl con tanta vehemencia, con un tono tan firme de conviccin y seguridad, que al
fin, tomando un aire familiar, me dijo: Y t conoces bien el cerro? S le
dije; caben en su planicie ms de doce mil hombres, puede subirse la artillera y la
caballera puede hacer sus movimientos con entera libertad. Te advertir que sta no es
slo opinin ma, sino de todos los que han estado arriba. No traigas a este respecto
temor ni duda alguna, y estando all, si el enemigo quiere avanzar al sur tiene que tomar
el camino del poniente, donde podemos encerrarlo con la divisin de Pisagua y
obligarlo a batirse en dicciones ms desventajosas que poda buscar. Bueno, pues,
tra derecha, lo atacamos de flanco y por retaguardia y as no es difcil desbaratarlo, y
como nuestro frente es casi inaccesible o muy fcil de defender por las calicheras que lo
cubren, y por la izquierda tenemos el enorme salar que es intransitable, no le queda otro
recurso que retroceder o empear batalla en las condiciones ms desventajosas que
poda buscar. Bueno, pues, hombre, voy a seguir tu opinin.
En el acto dio orden para que el Ruin y Navales, cuyos jefes estaban all, se dirigieran
sobre el cerro de San Francisco y regresaran al mismo punto el 4?, Atacama y artillera
de Salvo. Contentsimo con este resultado, principi yo mismo a llevar rdenes y a
hacer volar los ayudantes en todas direcciones para
aires marciales, sus clamorosos alardeos que parecan responder a las arengas de sus
jefes, y ese rumor confuso y difcil de describir que acompaa siempre a las
muchedumbres en movimiento. Como a tres kilmetros de nuestra posicin hicieron
alto y principi para nosotros un curioso espectculo, porque ninguno de los que nos
encontrbamos all haba visto un ejrcito apercibindose para combatir.
A las siete o siete y media lleg Sotomayor con poncho amarillo de guanaco, sombrero
del Indostn y una corbata 18 larga gris que le cubra casi hasta los ojos. Ms pareca
arreador de ganado que jefe de un ejrcito que iba a entrar en pelea. Anduvo un poco
recorriendo la lnea, se entretuvo como una hora o ms en ver con los anteojos el
ejrcito contrario, y despus de hacer rer con algunos chistes se volvi a la oficina
telegrfica donde estaba alojado, como a una legua del punto que ahora ocupbamos,
diciendo que la batalla no era hasta el da siguiente.
Las cosas permanecieron en el mismo estado, observndonos mutuamente y hacindose
en nuestras filas muchos comentarios sobre la orden que se haba dado de no hacer
fuego, aunque el enemigo estaba al alcance de nuestra artillera, hasta cerca de las doce
del da. A esa hora principiaron los aliados un movimiento ofensivo que fue la seal de
un fuego general que sorprendi mucho a Sotomayor, que estaba en la aguada de
Dolores, en su alojamiento de la oficina telegrfica, como a una legua de las posiciones
que ocupbamos.
Para el fin de estos apuntes no tiene objeto una relacin de este combate de San
Francisco que entre nosotros se ha llamado batalla de Dolores, aunque merece la pena
que se le relate con fiel minuciosidad porque tiene mucho de curioso. Fue una especie
de drama chino cuya accin se prolonga indefinidamente y cuyo desenlace se viene a
conocer slo por la ausencia de los actores. Como estoy considerando los sucesos bajo
el punto de vista exclusivamente propio y por lo que han tenido relacin con la parte
personal que he tomado en ellos, paso por alto lo que los otros hicieron, que no fue
mucho, no por falta de voluntad, sino porque no los dejaron hacer. Frecuentemente oa
decir a los soldados, sentados o tendidos en sus filas, consumidos por la impaciencia:
A qu hora nos mandarn bajar; qu hacemos aqu cuando los cholos se estn yendo;
para qu nos habrn trado a mirar? Y muchos jefes y oficiales que me vean afanoso ir
de una parte a otra me pedan que persuadiera a Sotomayor de la oportunidad de tomar
la ofen-
18 Bufanda
siva, aprovechando para nuestras guerrillas las asperezas del terreno que tenamos a
nuestros pies, que se prestaba admirablemente para este objeto. Pero a Sotomayor se le
haba metido en el magn la idea de que la batalla iba a tener lugar al da siguiente y que
las tentativas de avance y de ataque de los peruanos eran simuladas para reconocer
nuestras fuerzas.
Por mi parte hice cuanto pude para disuadirlo de este error, y slo en la tarde, cuando
lleg el general Escala precedido del estandarte de la Virgen del Carmen conducido por
el fraile Madariaga, jinete en un caballo rabioso y rabn que trotaba corto atravesndose
y tascando el freno, enjaezado con montura redonda al estilo cuadrino, slo entonces,
cediendo a nuevas insistencias mas, se dio orden de que el Buin y otro cuerpo bajaran
por nuestra derecha para amagar al enemigo por el flanco.
El pobre general, muerto de fatiga y de calor, trasnochado y confundido con los
acontecimientos, pareca ms ajeno que nunca a su deber de depositario de los destinos
de su pas, y no brotndole ni una idea de su inconsistente y blando cerebro, espera del
milagro lo que deba y poda ser obra de nuestro esfuerzo. Lleno de fe y de candor me
dijo con un tono carioso y entusiasta: Aqu tiene, seor secretario, la que nos ha de
dar el triunfo, aunque Ud. no crea en ella, mostrndome al mismo tiempo el sagrado
lbaro. El triunfo ser nuestro, mi general, si arremetemos luego y con vigor al
enemigo. Lo deberemos ms a nuestro valor y bayonetas que a lo que pueda hacer por
nosotros esta buena imagen, que no est muy bien entre el humo y el polvo de la pelea.
Principiemos a pegar fuerte y en una hora hemos dado cuenta de los peruanos. Me
contest algunas palabras amistosas que me hicieron mirar con indulgencia y con
sentimiento benvolo su falta de conocimiento de lo que tena entre manos, y le ped
encarecidamente que me permitiera llevar un ataque, con el Buines y otras tropas que
acababan de llegar de refuerzo, sobre un edificio que estaba sirviendo de concentracin
a las fuerzas enemigas. Despus de un momento de vacilacin me autoriz para hacer lo
que le propona y part a galope, acompaado de Arstides Martnez y de Zelaya.
Media hora despus, cuando el sol declinaba y principiaba ese tinte indeciso de la luz de
la tarde, marchbamos por el pie del cerro con direccin a la oficina del Porvenir con
una columna como de 1.500 hombres de infantera, compuesta del 3.9 de lnea y del
Bulnes.
Al asomar a la pampa desplegamos este ltimo cuerpo en guerrillas y cuando
principiamos a avanzar vimos a Sotomayor que vena por el mismo camino y segua
adelante con la mayor soltura de cuerpo y sin decir esta boca es ma. Yo cre que las
tropas que haban bajado por nuestra derecha, es decir, el extremo opuesto de donde nos
encontrbamos, haban tomado la posicin que bamos a atacar y que l se diriga a ese
punto para dirigir la persecucin.
Sin embargo, continuamos avanzando con cautela y en guerrillas, y apenas habamos
andado cien pasos cuando una tempestad de balas de can y de fusil se descarg sobre
nosotros. La tropa se sobrecogi en el primer instante, pero luego se recobr y rompi
tambin sus fuegos, siguiendo acortando la distancia que nos separaba de las posiciones
enemigas, que sera cosa de medio kilmetro.
Este sbito tiroteo sorprendi a Sotomayor, que por nada no recibe a quemarropa las
descargas peruanas, obligndolo a volver a todo escape hacia donde nos encontrbamos.
Entonces dio orden de retroceder y nuestra tentativa se frustr por completo,
perdindose en el vaco del disgusto un generoso entusiasmo que pudo talvez haber
hecho algo de bueno para la patria. En los sucesos humanos hay siempre una multitud
de hechos incidentales, intermediarios que no se ven ni se cuenta con ellos, pero que son
los que deciden siempre del resultado final. Segn como se combinen estos hechos as
es el xito, bueno o adverso, como es lo que se llama suerte de las personas que
intervienen en ellos.
La noche de este da fue un poco catica, no slo porque nadie se encontraba en su
lugar, sino porque no se sabia lo que se hara al siguiente. Unos cuerpos acamparon en
el cerro, otros abajo; unos tuvieron qu comer, otros no; para unos la batalla haba
concluido y para otros no haba principiado, as que en todas partes se encontraba la
incertidumbre y la oscuridad, porque desde las primeras horas principi a cubrirnos una
espessima camanchaca.
Muy de madrugada al da siguiente estbamos de observacin en la cumbre del cerro,
pero como la niebla lo ocultaba todo, nuestro empeo fue vano para saber si haba o no
enemigos al frente. A las 10 a.m. principi a despejarse y entonces, notando que no
haba movimiento alguno en el campo opuesto, mand a observar desde ms cerca a un
oficial que estaba conmigo, y cuando lo vi acercarse impunemente a las casas de El
Porvenir, me dirig al mismo punto para cerciorarme por m mismo de lo que hubiera.
Cuando llegu a dichas casas ya haba all un oficial chileno con unos cuantos soldados,
el cual me inform que la casa estaba llena de heridos y que el enemigo haba huido en
la noche anterior. Entre los heridos haba un general de nombre Villegas.
Habamos, pues, obtenido una victoria sin saberlo y slo porque Dios lo haba
querido! Escala tena razn.
Julio 9
Vaya, querido Carlos, ya que Ud. persiste en que siga borroneando papel, le dar gusto
a pesar de los negocios, de la poltica, de las visitas y de todo lo que tengo que hacer,
que es completamente opuesto a esto de evocar recuerdos y ponerlos en escritura. El
tiempo no me alcanza para ocuparme del presente y cmo podr darle una parte al
pasado, por prximo que est? Slo as a la ligera como lo he hecho, a ratos, con largas
interrupciones y sin deliberacin ni cuidado. Tendr que seguir del mismo modo, pero
abreviando mucho ms mi relacin para alcanzar a concluir alguna vez y no imitar a los
viejos en sus cuentos.
Qued al terminar el combate de San Francisco, que dio a Chile la ms rica provincia
del Per y que vali a su A. 5. una calurosa recomendacin del general Escala, otra no
menos expresiva del comandante del Atacama, a cuyo lado me encontr en una rpida
refriega que tuvo su cuerpo con un batalln peruano, y, por fin, la hidalga declaracin
de Sotomayor estampada en su parte, de que por mis indicaciones haba ocupado las
ventajosas posiciones que nos haban dado el triunfo. Ahora voy a continuar con los
sucesos que siguieron.
Conocida la dispersin del ejrcito aliado me dediqu con porfiado tesn a decidir al
general a que siguiera adelante, aprovechando nuestra ventaja, persiguiendo al enemigo
y marchando rpidamente sobre Iquique. Desgraciadamente no consegu un movimiento
general y me tuve que contentar con una pequea expedicin sobre Tarapac, dirigida
por m mismo y aceptada como un acto de deferencia personal.
Originalmente la columna se compona slo de 450 hombres escogidos de entre los
mejores cuerpos del ejrcito; pero dos das despus, cuando se supo que en aquella
comarca se encontraba una fuerza peruana de 1.500 hombres, la ignorancia de las
distancias y el impaciente deseo de tener laureles fciles yendo tras de un xito seguro,
alborotaron el espritu de algunos jefes que no se haban encontrado en San Francisco, e
hicieron que el general ordenara el movimiento de una numerosa columna como de dos
mil hombres al mando del excelente coronel Arteaga, que como es sabido termin su
campaa en la recia pero desastrosa jornada de Tarapac. 19
Habiendo perdido mi puesto de jefe y estando obligado por la disciplina y la
conveniencia a permanecer entre los expedi-
emulacin bien perceptible entre algunos militares de profesin y otros que no lo eran,
pero que pretendan serlo, que me cok caba desagradablemente donde estaba. Por otra
parte, yo tuve la franqueza de decirle a don Rafael Sotomayor que su hermano Emilio
no poda seguir siendo jefe de Estado Mayor, exhortndolo a cambiarlo lo ms pronto
posible, aunque conoca que esto tendra que disgustarlo y darle talvez motivo para que
me atribuyera mal espritu o animosidad para con l.
As es que cuando algunos das despus del suceso de Tarapac me insinu en una
conversacin que no me apartara del general, ni que abandonara mi puesto de secretario,
que era cargo de mucha confianza y de consejo, para ocuparme de operaciones activas
de guerra que era mejor dejar a cargo de los militares, comprend que haba llegado el
momento de tomar mi partido sin vacilar y me prepar para regresar a Chile en el primer
vapor que pasara por Pisagua. Otros motivos de familia y de intereses me obligaban
tambin a hacer esto, porque mi participacin en la guerra me haba causado un
completo trastorno. Mi mujer se haba vuelto de Europa sin terminar la educacin de los
hijos, alarmada con lo que yo haba hecho, y se haba encontrado sola en Chile, donde
nuestros bienes, a cargo de apoderados, no se encontraban bastante cuidados de daos
de ratas y animales de rapia que ya haban principiado a menoscabarlos. De modo que
todo me aconsejaba volver y dar por terminada mi carrera militar, y para hacerlo en
regla me puse a cubierto con la Ordenanza pidiendo permiso para dejar el servicio, lo
que no me cost trabajo conseguir.
Por experiencia propia haba conocido lo difcil que es realizar un ideal, aunque sea de
abnegacin y de sacrificio. Habra tomado las armas en la edad madura, en la edad del
egosmo y del clculo, para dar el ejemplo de lo que se puede hacer cuando se guarda en
el pecho el profundo y puro amor de la patria. Siete meses despus volva taciturno y
desconsolado como el vencido del destino, pensando en la insuficiencia de las aptitudes
humanas que no bastan las ms veces para ayudar al vehemente deseo de hacer algo til,
aunque se ponga para conseguirlo una tenaz voluntad y un trabajo llevado hasta sus
lmites extremos.
As llegu a mi pas y a mi hogar en diciembre de 1879, dando por fracasadas mis
concepciones sobre el patriotismo y el sentido moral de los hombres, y por terminada
para siempre mi vida pblica iniciada tan desastrosamente para mi alma.
Durante muchos das pas casi encerrado en mi casa, sabiendo sin embargo, por los
importunos y los necios que penetran a todas partes, el trato que reciba de la
maledicencia y del apasionado juicio de muchos de mis conciudadanos, por quienes ha-
ba ido a exponer mi buena vida al ciego capricho de las balas. Para unos me haba ido a
la guerra porque estaba tronado con mi mujer; para otros porque estaba quebrado; no
pocos crean que me llevaba la sed de renombre, y los ms benignos pensaban que me
haba dejado llevar de un corazn entusiasta y de un espritu aventurero poco
compatible con la cordura de un hombre serio. Lleg hasta reprochrseme que no
recibiera sueldo y Ramn Cerda en la mesa del mismo Pinto se expres acerbamente
sobre mi intrusidad y empeo de figurar a toda costa.
La prensa no fue ms benigna conmigo, y salvo El Mercurio, La Patria y El Coquimbo,
todos los otros diarios me dedicaron duros denuestos, cuando no ruines calumnias.
A Pinto le deb un convite a comer y a algunos miembros del Club de la Unin otra
comida en medias con Domingo Toro.
Herido, pero aguantando como el espartano para no revelar el dolor de la haga, pas un
mes entero ocupado de negocios y de trabajos de campo. 20
Por este tiempo principiaron las cartitas de Pinto llamndome a La Moneda para
pedirme que volviera al ejrcito, y las frecuentes visitas de Santa Mara con el mismo
objeto. Mis primeras contestaciones frieron tercas, dando talvez a conocer el desdn que
senta en mi alma por las cosas del Gobierno. Pero en cada vapor del norte venan ms y
peores noticias del ejrcito, y Sotomayor instaba porque me enviaran para que
contuviera a Escala, con quien ya no poda entenderse. La cosa apret tanto, fueron tan
tenaces las insistencias, que hasta mi misma mujer y mi hija, a quienes Santa Mara les
hablaba con frecuencia, me dijeron que no debiera resistir ms.
Pinto me ofreci hacerme militar de lnea y darme el mando de cualquiera de los
regimientos, el que ms me gustara, o el mando que yo considerara preferible con tal
que pudiera estar cerca de Escala para servir de intermediario entre l y Sotomayor.21
Por algn tiempo me haba excusado con mis negocios, porque tena una deuda de
160.000 pesos que tena todava cinco aos de plazo, pero que haba servido de pretexto
durante mi ausencia para rehusar pagarme el valor de escrituras vencidas alegando una
hipoteca que en nada les afectaba. Fue un abogado, don Cosme Campillo, el que dio la
voz de alarma, considerando en peligro el valor de sus sitios porque la hacienda de Via
del Mar, de 10.000 cuadras, y como doce casas de Valpa-
20 Se cuenta que un joven espartano haba robado un zorro que esconda en la cintura,
debajo del mano; como el animal le roa el estomago, el joven.
21 Don Rafael Sotomayor.
raso tenan una hipoteca general de 160.000 pesos prestados por don A. Edwards a mi
suegro.
Pues bien, alegando este motivo para no moverme de aqu, Matte me dijo que por qu
no venda algunos terrenos o casas en Valparaso y conclua con la deuda, y como le
contestase que la poca era muy mala y que no haba quien comprara, l me asegur que
me buscara un comprador que me pagara el precio que tenan las propiedades antes de
la crisis. Acept la cosa y me compromet a salir luego, una vez que concluyera mi
arreglo con Cucho Edwards, que era el comprador.
Cuando fui a terminar este asunto para reducirlo a escritura, me tuve que entender con
Ross y como ya no poda volver atrs ni me pareci decoroso subordinar mi
compromiso a una cuestin de dinero, me somet a la ley de Moiss y tuve que dar por
150.000 pesos lo que vala en plena crisis 175.000. Las casas enfrente del Parque
Municipal, el gran sitio donde est la fundicin de Balfour Lyon, y otras casas de la
calle Chacabuco.
Cuento este hecho casero y pequeo porque es caracterstico de los hombres y de las
ideas que imperan en Chile: es esencialmente chileno.
Libre ya de un golpe de mano que pudiera amenazar a mi mujer en caso de que me
tocara sucumbir en algn encuentro, me embarqu para Pisagua sin entusiasmo ni
ilusiones, pero seriamente resuelto a poner al servicio del pas todo lo que pudiera dar
de m. Cuando llegu all encontr convertido el cuartel general en un campo de
Agramante, de tal modo que hasta Baquedano, que era ntimo de Escala, se encontraba
peleado con l.
Me apliqu a reanudar relaciones, a apaciguar los nimos y a decidir el pronto
movimiento del ejrcito para tomar la ofensiva sobre el que los aliados tenan en Tacna,
que era la operacin resuelta por el Gobierno. No fui del todo afortunado en mis
tentativas, pero algo se consigui y en marzo 22 del 80 sali la expedicin para ocupar a
Pacocha y de all invadir a Tacna.
La vida ociosa de guarnicin que hacamos aqu revivi las desavenencias de Pisagua y
no tard en formarse un conflicto ms complicado que el que antes haba embarazado
nuestras operaciones. Las relaciones de Sotomayor con Escala se pusieron tan tirantes
que ya no se vean y para todo se entendan conmigo como intermediario. Yo pona un
celoso empeo en allanar las dificultades guardando ms deferencia y adhesin a Escala
que la que deseaban los que estaban cerca del Ministro;
tencin de volver a Chile una vez destruido el ejrcito de Tacna, porque l no poda
honradamente estar ms tiempo fuera de Santiago, donde tena compromisos tan graves
que no le dejaban ni libertad de pensar como debiera en los negocios pblicos que
estaban a su cargo, haciendo pesar sobre sus hombros tan enorme responsabilidad. Y
cuando yo me vaya agreg-----, esta convenido que Ud. se quede en mi lugar, porque
no hay que disimularnos la insuficiencia del pobre Manuel, sobre todo para llevar una
expedicin a Lima como lo tendremos que hacer forzosamente. Conque, amigo, no tiene
ms que j.... como yo y esperar aqu que le llegue su turno. Buen nimo y djese de
tonteras!
Para comprometerme o para contentarme suponindome fastidiado por su esquivada en
lo del Estado Mayor, me propuso que me encargara yo mismo de una excursin con la
caballera que yo aconsejaba desde tiempo atrs para despejar de enemigos los valles
comprendidos entre Moquegua y Tacna. Al efecto se pondran bajo mis rdenes los dos
regimientos de caballera que tena. el ejrcito.
No poda hacrseme una proposicin ms a mi gusto, y as fue que luego olvid mis
proyectos de viaje y de retiro. Me dediqu con ardor a preparar las cosas y a meditar un
plan de operaciones que correspondiera a los elementos que se me iban a confiar y a las
justas expectativas que haba formado el pas sobre las excelentes tropas de esta arma.
Se me abra la puerta para entrar en la verdadera guerra; en la guerra que templa
fuertemente los nimos, que prepara para los altos hechos y los grandes resultados, y
que da un digno empleo a la vida del hombre que ha tomado las armas. As que me di
con toda el alma a esta tarea.
No tard en estar listo para irme a Moquegua, donde estaba el grueso de la caballera, y
aunque era un poco embarazosa mi situacin en presencia, de los jefes de los
regimientos que deban sentirse mortificados con que un cvico viniera a mandarlos, la
cosa se pas mejor de lo que esperaba, porque los oficiales y la tropa recibieron con
gusto la noticia de que iban a ponerse en movimiento.
Guardando todo gnero de atenciones a los jefes y dndome trazas para que mis
rdenes se dieran como emanadas de ellos, los aprestos se abreviaron y al da siguiente
de llegar ya estaba en marcha con los dos regimientos, Granaderos y Cazadores, para ir
a buscar a Albarracn en los valles de Locumba o de Sama, por donde haca sus
correras.
La marcha por aquellos desiertos de aspecto salvaje e imponente no dejaba de tener
cierto atractivo y novedad, tanto
para la tropa como para los oficiales, y para m tena adems el aliciente de los
recuerdos histricos de los tiempos de la Independencia, cuando Miller, Soler,
Alvarado, Santa Cruz, Ameller y Valds se buscaban y perseguan por estas desoladas
comarcas. Caminbamos lentamente, pero sin detenernos, para avanzar lo ms que se
pudiera y sin descuidar ninguna de las precauciones que aconsejan la previsin y la
prudencia.
Al anochecer avistamos el ameno valle de Locumba y no tardamos en tomar posesin
de una parte de los campos cultivados para dar forraje a los animales y acampar con
comodidad la tropa. En este valle encontramos toda suerte de recursos y aunque los
habitantes haban huido, haban dejado sus ganados, sus aves y mantenciones. Para
evitar los daos intiles y tambin para aprovechar lo ms posible de los recursos
encontrados, se dieron rigurosas rdenes para que nada se destruyera ni nadie tomara ni
una hilacha de las casas abandonadas. Los capitanes ayudantes deban hacerse cargo de
los vveres, animales y dems cosas necesarias para la tropa que fuera preciso tomar,
respetndose el resto como si no invadiramos tierra enemiga.
Las excursiones por esta comarca fueron fciles, a veces agradables y acompaadas
siempre de la abundancia. Subimos hasta Mirabe e Ilabaya, pero no pudimos encontrar a
Albarracn. En este ltimo punto supe que se encontraba en el valle de Sama y decid
irlo a buscar sin prdida de tiempo, tomando para conseguir mi objeto uno de los
caminos poco frecuentados que atraviesan aquellos desiertos que se interponen entre
valle y valle. La jornada la hicimos de noche, tanto para ocultar la marcha cuanto para
atenuar la fatiga de la travesa.
No faltaran peripecias que contar, pero como tengo que ser breve, me limitar a decir
que a las ocho de la maana del da siguiente estbamos a la vista de la gran pampa de
Sama Chica o Yaras, distante como tres leguas del valle del ro y de la aldea de
Bellavista. Las polvaredas que se levantaban en varias direcciones nos indicaban los
movimientos de los habitantes que huan con sus ganados, o de las tropas que defendan
la comarca. Cul de las dos hiptesis seria la verdadera? Podan ser ambas, y por
precaucin hice hacer alto para desmontarse, dar descanso a los caballos y de almorzar a
la gente.
Una hora despus salamos en orden de combate, dejando atrs las bandas de msica y
toda la impedimenta, para avanzar sobre la aldea que tenamos al frente, cuya iglesia
blanqueada y de dos torres nos serva de punto de mira. Antes haba mandado un
piquete de descubierta con encargo de inclinarse cuanto pudiera hacia el oriente para
distraer la atencin del ene-
migo si es que lo haba. Por algn tiempo seguimos en esta misma ignorancia, a pesar
de la escudriadora atencin con que observbamos el horizonte. Al fin principiamos a
distinguir unos puntos que nos parecieron agujeros en alguna tapia y slo despus de
acercarnos bastante y de mirar con mucha atencin, vinimos a conocer que eran
soldados montados que estaban formados en batalla y que se proyectaban en una faja
blanquizca del suelo.
No tard en venir el aviso de la descubierta y en sentir los primeros disparos de las
carabinas peruanas. En este momento hubo alguna excitacin de los jefes y oficiales que
queran opinar sobre lo que se debera hacer. Hice guardar silencio y saber a estos
seores que no tenan derecho a emitir opiniones y que no les corresponda otra cosa
que cumplir fielmente las rdenes que se les dieran y pelear como buenos hasta concluir
con los enemigos. Me avanc cuanto pude para reconocer el terreno, medit un poco y
cuando me form concepto de lo que tena que hacer, me reun con la columna y di las
rdenes para operar un movimiento de flanco que nos permitiera atravesar el ro para
tomar la retaguardia de nuestros adversarios.
La cosa sali bien y dio por resultado la fuga de Albarracn, que fue perseguido hasta
cerca de Tacna; la destruccin completa de su fuerza compuesta de milicianos y de una
o dos compaas de tropa de polica, y la ocupacin del abundante y bien situado valle
de Sama.
Despus de recoger todos los datos e informes que podan servir para el ejrcito, me
dirig en busca del puerto de Ite para reconocerlo y saber si podamos hacer por l
nuestro reconocimiento sobre Tacna. El camino del Hospicio y de Locumba presentaba
muy serias dificultades para el transporte de las tropas y su gran material,
principalmente el de la artillera.
Tuvimos que vencer una pesadsima jornada por extensas pampas que parecan
interminables, sin ms guas que el rumbo magntico y nuestro propio instinto. La
noche nos cogi en una ensenada de cerros por donde iba la huella que seguamos, y
tuvimos que acampar con los caballos de la brida, atormentados por el hambre, la fatiga
y el fro verdaderamente glacial que se siente durante la noche en aquellas regiones
tropicales. Esto se debe a la altura y al fuerte poder de refraccin de la costra terrestre.
En un cuarto de jornada ms estuvimos a la vista de la costa y no fue poca nuestra
alegra al ver que tenamos al frente la simptica y bien conocida Covadonga, que
entonces estaba bajo el mando de Orella. Reanimados con este feliz encuentro
principiamos a bajar una larga y arenosa cuesta, y slo despus de dos horas de caminar
incesantemente, aunque con mucha
llera que haba sido mandada por el del interior. Al fin de algunas discusiones se
cambi de resolucin y qued acordado tomar el que nosotros proponamos, dndose
desde luego las rdenes para principiar a embarcar el material para transportarlo por
mar.
Dos das se pasaron en conferencias, en largas conversaciones sobre lo que se poda
hacer, sobre los planes de campaa y sobre las noticias que se tena del enemigo. Yo
propona ir a molestarlo con la caballera, auxiliada por dos bateras de montaa y unos
doscientos tiradores montados, para aprovechar algunos puntos estratgicos que
ofrecan los cerros vecinos a Tacna. Propona cortar la comunicacin con Anca y con el
interior, bloqueando a los aliados en las dos ciudades, lo que era hacedero, porque no
tenan fuerza de caballera con que contrarrestar a la nuestra, sino apenas unos
doscientos o trescientos hombres mal montados y peor instruidos. Pero me encontr con
una resistencia invencible, llegando a decir Baquedano que si acosaba as al ejrcito
aliado se dispersara y no le quedara nada que hacer al nuestro.
Viendo que en esta materia no poda obtener nada, regres a mi campamento llevando
en los bolsillos los despachos de Comandante General de Caballera, el empleo que
tena Baquedano quince das antes. 25
Mientras se mova el ejrcito me apliqu a instruir y alistar a mi gente y sus animales,
teniendo con este objeto frecuentes ejercicios y academias. As pasamos como veinte
das hasta que por fin lleg a Ite el cuartel general con todo su squito, y despus de seis
u ocho ms nos pusimos todos en marcha para el valle de Sama, quedndose el cuartel
general en Yaras y yndome con mis fuerzas a ocupar el pueblo de Sama Grande, tres
leguas ms arriba. La hora decisiva se aproximaba lentamente pero todos la veamos
venir con confianza.
El campamento de Yaras presentaba un espectculo animadsimo y curioso. Sobre
ambas mrgenes del valle, que se encuentra limitado por altas barrancas pedregosas, se
haban formado calles de verdes ramadas engalanadas con nuestra vistosa bandera y con
varios y caprichosos adornos que revelaban el placer de los soldados de tener a
discrecin rboles y arbustos con que guarecerse de los rigores del clima. El terreno se
prestaba tambin para estos gustos, porque adems de ser muy parejo se dilataba a
nuestra vista en una extensa pampa que no exiga mucha vigilancia para estar a salvo de
toda sorpresa.
25 Fue nombrado por decreto del Ministro de Guerra en campaa, don Rafael
Sotomayor, en Ilo, el 27 de abril de 1880.
Varios das haban transcurrido desde que nos habamos posesionado de este lugar,
cuando una maana, al amanecer, o la voz del comandante Vargas, de Carabineros, que
preguntaba por m a uno de los asistentes que estaba en pie. Inmediatamente lo habl y
le dije que se aproximara a mi carpa para saber lo que ocurra, y cuando me dijo que
haba sucedido una gran desgracia no supe qu temer, pero estuve muy lejos de
sospechar que fuera la muerte de Sotomayor; as es que cuando me lo dijo qued como
aturdido.26 Me vest con toda presteza, hice ensillar mi caballo y me puse en camino
para el cuartel general, adonde encontr a toda la gente muy consternada, pero ya
haciendo conjeturas sobre el sucesor. Tanta era la conviccin de la necesidad de un
representante del Gobierno en el ejrcito!
Lament muy sinceramente la muerte de este hombre cuyos mritos haba conocido de
cerca, y tem que su prdida pudiera ser costosa para el pas por los cambios y
perturbaciones que poda traer. Tambin lo sent por m, porque atenindome a lo que l
mismo me haba dicho, bien podra ser que me nombrasen su sucesor, lo que para m
tena muchos inconvenientes, no slo por las dificultades de mi situacin, que de
subalterno e igual pasaba a ser superior, sino porque mi nombre ira a servir de pbulo a
los enconados adversarios polticos que con tanto rencor me trataban ya. Adems, si tal
cosa suceda tendra que perder el mando de la caballera, que era tan de mi gusto y
donde crea que poda prestar buenos servicios.
Regres triste y preocupado a mi cantn, resuelto a poner de mi parte todo lo que
pudiera para evitar o disipar las complicaciones que este infausto acontecimiento
pudiera traer. Tena el inquebrantable propsito de no suscitar jams ninguna dificultad
mal fundada o basada en el egosmo, y ahora me consideraba ms obligado que antes a
mantenerme firme en esta decisin.
Unos pocos das ms tarde recib una cartita de P. Lynch, escrita en Iquique, en la que
me comunicaba dos telegramas que haba recibido de Santiago. El primero deca as:
Diga al General Baquedano que siga adelante las operaciones convenidas con el
Ministro, ponindose de acuerdo en todo con los coroneles Vergara y Velsquez. El
segundo, firmado por Santa Mara, deca lo siguiente: Avise a Vergara que reciba y lea
una carta ma que ha ido para Sotomayor y que la tome como suya. Esta carta que
conservo entre mis papeles es el reflejo de
las vaguedades y de las fantasas que tena el Gobierno sobre la situacin de los
adversarios, principalmente de Bolivia. Con dula exhortando al Ministro para que
procurase que el resultado de la jornada de Tacna fuese tan completo, que cayeran en
nuestro poder sin escaparse un solo hombre, todo el ejrcito aliado, con sus jefes y
oficiales, armas y bagajes. Era necesario aterrar a los pueblos enemigos con la magnitud
de nuestra victoria para decidirlos a pedir la paz, porque nosotros no podamos ir
adelante en la guerra.
Permanec tranquilo consagrado a mis ocupaciones ordinarias sin dar importancia
ninguna a la resolucin gubernativa de formar una especie de junta directiva de la
guerra, compuesta de dos subalternos y un superior con mando absoluto e incontestado
como es un general en jefe en campaa. Me pareci absurda esta medida y contraria a la
unidad de accin y de voluntad que es la base de todo buen rgimen en un ejrcito, y
por eso decid no darme por notificado de ella ni aceptarla si el general me la
comunicaba oficialmente.
Pero no tuve necesidad de hacer este rechazo, porque pasados dos o tres das recib un
recado de Baquedano pidindome que fuera a verlo. No tard en presentarme al cuartel
general, donde fui recibido con mucha amabilidad. Tan luego como cambiamos los
saludos y preguntas de estilo, me invit el general a pasearnos por el corredor de la casa
que habitaba, y con gran disimulo principi a contarme la grande impresin que haba
causado en Santiago la muerte de Sotomayor, pero que el Gobierno tena mucha
confianza en el ejrcito y en que se llevara adelante su plan que ya lo tena convenido
con el Ministro, marchando de acuerdo con todos, en mucha unin, mucha armona, de
acuerdo con Velsquez, con Vergara, exclamando en seguida: Qu tonteras!, como si
no furamos todos uno, no es verdad?
Yo me re muy ingenuamente de la astucia para eludir la orden del Gobierno y le
contest con sano corazn: Si, general, nos encontramos felizmente en la ms
perfecta unin y espero encontrarme en todo de acuerdo con Ud., porque s que me
permitir aprovechar todo el poder de nuestra caballera y que no me dejar estar ocioso
mientras quede un enemigo en armas.
Continuamos charlando festivamente un largo rato y despus me retir a mi
campamento, celebrando la zorrera del general y contento de tener un medio de exigir
que se me dejara una cierta latitud en la direccin de mi tropa, ya que por mi parte
manifestaba la voluntad de no aprovecharme de la injerencia que me daba el Gobierno
en la direccin del todo.
Los aprestos para avanzar sobre el enemigo se daban por terminados y se fij el 25 de
mayo para emprender la marcha. Qu animacin, qu movimiento, qu alegra! Qu
de peripecias! Parece increble que el hombre que tan gravemente presume de ser un
sujeto racional y miembro de una misma familia, se apreste a la matanza de sus
semejantes con tanto regocijo y anhelo como si fuera a conseguir el mayor de los
bienes.
INTRODUCCIN
El ttulo, dado por el mismo autor, nos aclara suficientemente la naturaleza de este
trabajo.
La transcripcin se ha hecho de una copia a mano que dej el autor, ya que los
cuadernos o papeles sueltos que fue escribiendo durante los sucesos blicos amenazaban
desaparecer o destruirse.
La copia en limpio trat de conservar el mismo estilo y sabor con que fueron escritos en
las campaas, muchas veces frente al enemigo, 21 aos antes.
La copia tiene lugar y fecha: Santiago, Enero de 1902.
Por Diario se entienden las anotaciones a lo largo de los das y de los sucesos, sin
exigencias de todos y cada uno de los das, sino con interrupciones ms o menos
prolongadas.
Tampoco existe igualdad de narracin: hay das y sucesos que apenas tienen una lnea y
otros que ocupan varias pginas, segn la importancia de los mismos, como es fcil y
lgico suponer.
La copia que se ha transcrito es un cuaderno de hojas de oficio, rayadas, numeradas por
el mismo autor, que contiene tres hojas introductorias y 65 hojas escritas por un solo
lado (una sola hoja tiene una nota en el reverso).
Estn escritas en forma plena, con excepcin de unas pocas que contienen datos
estadsticos que no completan la plana. Una de ellas 45 tiene pegado un dibujo o
croquis del monitor Huscar, recortado en hoja igual a las del texto.
La letra es legible con facilidad. A veces, la pequeez de los caracteres y lo apretado de
los mismos en algunas pginas pueden dificultar la rapidez de la lectura, pero no su
inteligibilidad.
La ortografa es la usada en el siglo pasado, cuando fue escrito el Diario; pero se reduce
a muy pocas caractersticas, p. ej.: el uso de la i latina, el uso de la j en lugar de la g; o
bien algunos acentos o su omisin: , menos, armas, haban, dirigan, artillera, etc. En
la presente transcripcin se ha modernizado la ortografa para alivio del lector y porque
en nada cambia su sentido.
Parte de este Diario fue publicada en peridicos.
Anotemos antes algunos datos biogrficos, para entender mejor el substrato del Diario,
conociendo el espritu de su autor.
Diego Dubl Almeida naci en Valparaso en 1841. Perteneca a una distinguida familia
llegada de tierras francesas.
En 1860 ingres a la artillera como alfrez; el 65 ya era teniente, capitn el 68, sargento
mayor graduado el 70 y efectivo el 76; coronel graduado en abril de 1879 y efectivo el
84; en 1908 ascendi a general de brigada.1
Fue un oficial de renombre. De los ms preparados en la guerra del 79: su instruccin
era terica y prctica. Fue uno de los oficiales escogidos para la instruccin y formacin
de los nuevos contingentes de los regimientos. El y su hermano Baldomero fueron los
defensores y expositores del nuevo orden disperso, ya que la formacin unida no se
abandon, y nuestros jefes continuaron instruyendo a sus tropas por el viejo sistema de
movimientos en columnas cerradas, en masas, salvo dos o tres comandantes que las
aplicaron en sus cuerpos de ejrcito.
Su instruccin tambin puede apreciarse por el catlogo de su biblioteca que contena
400 ttulos, una cuarta parte sobre artillera. Uno de ellos es obra suya: Artillera y
blindaje. Los libros estaban escritos en castellano, francs, ingls.2
En 1872 pas a la Escuela Militar como ayudante y profesor.
Diego Dubl Almeida se inscribi en la masonera. En 1871 perteneci al directorio que
la masonera de Valparaso form para dirigir los trabajos de la escuela Blas Cuevas,
que haba fundado como contrapartida laica en la enseanza y que provoc serias
controversias entre clrigos y masones, porque en ella no se enseaba religin catlica.3
Form parte de la comitiva que viaj al Per a traer los restos de OHiggins, en 1873.
El 14 de abril de 1874 fue nombrado gobernador civil y militar de Magallanes. El ao
1877 sucedi en esa lejana tierra el motn de los artilleros, que conocieron su severidad;
mas tambin se convirti en creador y organizador: l introdujo en Magallanes ovejas
tradas de las islas Malvinas. Renunci a Magallanes en 1878, pasando a jefe de seccin
en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ese ao fue enviado a Argentina en misin secreta, junto con Arturo Prat y con el
capitn de artillera de marina Miguel.
Moscoso. A l, Dubl, le toc otear la escuadra argentina en Santa Cruz. De ese viaje
escribi tambin un Diario, publicado en
1938.4
Al volver de Argentina se encontr con la novedad de la guerra, que supuso con
Argentina, segn eran los informes que l haba logrado. Pero ella era con Bolivia, y
luego con Per y Bolivia.
La mayor parte de los sucesos en que particip en esta guerra estn narrados por l
mismo en el Diario.
Iniciada la campaa de Tacna y Anca, en 1880, comandando una avanzada exploratoria
fue sorprendido con 25 cazadores en Locumba, lo que fue para l un desprestigio.
Sometido a consejo de guerra, fue defendido por su hermano Baldomero, y sali libre
de culpabilidad; aunque ya no tuvo mayor figuracin en las siguientes campaas.
El ao 83 particip en la expedicin a Arequipa.
Estuvo fuera de la guerra civil de 1891 porque haba partido en legacin a Europa,
donde permaneci hasta 1892.
Haba casado en Copiap, en 1867, con Julia Alquizar de Ferrari. Tuvieron diez hijos.
Diego Dubl Almeida muri en Santiago, el 6 de mayo de
1922.
La importancia del Diario puede esquematizarse en unos cuantos aspectos:
1. Lo primero que resalta es la verdad que el autor defiende y enfatiza.
Respecto a los hechos, se pueden comparar con otros documentos para sacar el alcance
de su exactitud. Los juicios han de ser sopesados en su verdad con los criterios
histricos que nos darn la medida.
2. Los acontecimientos que aparecen en el Diario, tenidos por desconocidos
en Chile cuando se escribieron y cuando se copiaron en 1902, ya no lo son para los
historiadores o investigadores; entendiendo los de mayor cuanta, porque pormenores
quedan muchos por aclarar. Aqu mismo hay varios.
Los que el tiempo, la historia de la guerra o los documentos han puesto a la vista, no
han hecho perder su valor a los narrados aqu: algunos, precisamente, tienen valor por
ser sacados de este Diario. Es hermosa la referencia al combate de
lnea del Loa, que fue la gran preocupacin del Gobierno en ese momento, junto con la
llamada poltica boliviana.
Todo eso exiga la rpida preparacin de soldados chilenos, asunto que los jefes y
oficiales tomaron sin momentos de descanso. A lo cual deba sumarse el Gobierno,
desembarazado ya de problemas de poltica interna, porque maana puede agregarse a
la coalicin la Repblica Argentina y debemos estar preparados para todo evento.
Mrito del Diario es, por tanto, una visin poltica y militar que no pierde vigencia.
7. Al parecer, la mayor crtica de Dubl Almeida era sobre la preparacin del
Ejrcito: no poda mantenerse una tctica ya anticuada, pasada de moda, como era la de
ataque en masa.
Es ms valedera porque va precisamente contra sus camaradas de armas: no es ya contra
el civil movilizado o contra el cvico, sino contra los militares de oficio, por no
acomodarse a las tcticas modernas. Crtica, porque significaba resistencia en los jefes
de cuerpo para adoptar la tctica del orden disperso de combate; porque implicaba
ignorancia sobre el uso de las armas nuevas de tiro rpido; porque era desconocer los
avances que haban adoptado ya todos los ejrcitos y desconocer la prctica realizada en
Europa unos cuantos aos atrs, especialmente en las campaas del 70. Este problema
de modernidad del Ejrcito y Marina fue planteado en la candidatura presidencial de
Jos Francisco Vergara en 1886 (l que haba participado tan ntimamente en la guerra)
y es un problema siempre actual, que este Diario seguir advirtiendo.
8. En forma ms dispersa est el llamado de atencin para la provisin y
organizacin del Ejrcito.
No bastaba, ni basta, con la preparacin castrense de los contingentes reunidos: era
necesaria la provisin de vveres, vestimentas, equipos, forrajes, municiones, etc. Esto
repetido a lo largo de la guerra, y del Diario, lleva a la conclusin de la necesidad de un
organizador general. Es el papel que don Rafael Sotomayor realiz. (Vase biografa de
don Rafael Sotomayor, publicada por esta Editorial.)
Pero el Diario profundiza ms en otros sentidos.
Era el pas entero el que deba aportar: la poltica interna, que significaba desunin,
oposicin de partidos, deba unificarse en torno al problema blico (la conclusin es
clara: unin nacional frente a problemas internacionales o frente a cualquier otro); y no
solamente unin interna: el dinero era imprescindible. Dubl trae una expresin que nos
acorta el comentario:
es necesario principalmente que el Gobierno y el pas compren-
dan que ya es tiempo de desatar los cordones de la bolsa. Se necesita dinero, y mucho
dinero para hacer la guerra.
Es un llamado de atencin tan vlido antes y durante un conflicto.
9. Finalmente, habra que fijar la posicin del autor del Diario sobre los juicios
directos respecto a las personas.
Es una labor que el mismo lector podr anotar.
La referencia a los aspectos resaltados no significa agotar la substancia de este
Diario: es apenas una advertencia para que los lectores puedan relacionarlos con el
conjunto de la guerra o con otros documentos que completan la historia de la Guerra del
Pacfico, que, a los 100 aos de su comienzo, es preciso reanalizar con nuevos aportes.
Los de los autores y los de los lectores.
FERNANDO RUIZ TRUJILLO
ADVERTENCIA
Durante las campaas contra el Per y Bolivia, desde febrero de 1879 hasta agosto de
1884, con pequeas interrupciones, llev un diario de todo lo que ocurri, anotando
muy principalmente lo que vi y aquellos sucesos de pblica notoriedad.
Estos apuntes fueron escritos con lpiz en pequeos cuadernos de bolsillo que iba
enviando a Chile a medida que los conclua. Una gran parte de esos apuntes estn muy
lacnicamente escritos, otros slo consignados con algunos nombres o signos que me
permitieran ms tarde recordarlos. Y as lo haca cada vez que se trataba de alguna
personalidad o cuando haba que consignar algn hecho que pudiera comprometer
operaciones militares, temiendo que el diario llegara a caer en poder del enemigo.
Los aos que han transcurrido han hecho su obra de destruccin en aquellos cuadernos y
antes que el lpiz desaparezca me propongo sacar en limpio aquellos apuntes hechos en
el terreno, mientras se desarrollaban los sucesos, muchas veces durante el fuego del
combate. Tratar de conservar la forma y el estilo que aquellos escritos tienen, lo que
dar a estos apuntes el sabor de la campaa, del vivac. Despus de 21 aos he vuelto a
leer mi diario. En l nada encuentro que cambiar. All est consignada la verdad severa
en muchos casos, para algunas personalidades tal vez molesta, pero siempre la verdad.
En aquellas campaas han ocurrido acontecimientos que en Chile no se conocieron, y
que an se ignoran. El patriotismo nos obligaba entonces a callar y callamos. Yo los
consign en mi diario y all se han conservado. Hoy los reproduzco en otra forma
material para evitar su desaparecimiento y destruccin, sin pretensin de ninguna
especie, y con el deseo de que slo se permita su publicacin si sta fuera solicitada,
cuando mis hijos crean que e]la no pueda causar molestia a persona alguna.
Artillera
Capitn D. Exequiel Fuentes, 4 oficiales
subalternos y 89 individuos de tropa.
Artillera de marina
Teniente coronel D. Jos Ramn Vidaurre.
Sargento mayor D. Maximiliano Benavides.
19 oficiales subalternos y 239 individuos de tropa.
Batalln 2 de lnea
Teniente coronel D. Eleuterio Ramrez.
Sargento mayor D. Bartolom Vivar.
14 oficiales subalternos y 390 individuos de tropa.
Batalln 3 de lnea
Teniente coronel D. Ricardo Castro.
Sargento mayor Vicente Ruiz.
17 oficiales subalternos y 447 individuos de tropa.
Batalln 4 de lnea (4 Compaa)
Capitn D. Juan Jos San Martn.
3 oficiales subalternos y 106 individuos de tropa.
Cazadores a caballo (1 Compaa)
Sargento mayor graduado D. Rafael Vargas.
3 oficiales subalternos y 120 individuos de tropa.
Cuerpo de Polica
Sargento mayor D. Demetrio Guerrero.
3 oficiales subalternos y 101 individuos de tropa.
Existen adems, de comand. del batalln cvico de Mejillones (en formacin) el
sargento mayor U. Nicanor Urzar, y el de la misma clase U. Waldo Daz, comandante
del batalln cvico de Caracoles (en formacin). El resumen de los jefes e individuos de
tropa, en esta fecha, es el siguiente:
Jefes y oficiales............................................ 84
Individuos de tropa..................................1.520
Total 1.604 hombres de
Las distintas armas.
50 hombres
100
300
Total 450
Marzo 5 de 1879. Hoy han llegado del sur los tenientes coroneles D. Joaqun Corts y
D. Bernardo Gutirrez. Tambin 107 voluntarios de Copiap que han venido a ofrecer
sus servicios. Estos han marchado a reforzar la guarnicin de Caracoles. El 25 de
febrero se crearon los batallones cvicos N9 1 de Caracoles, que lo mandar D. Vctor
Pretot Freire, y el 2 de Antofagasta, al mando de D. Matas Rojas. La mayor parte del
personal que en este territorio est sobre las armas carece de instruccin militar. Para
darla con la rapidez que la situacin requiere, los jefes y oficiales no tienen descanso;
trabajan de un modo extraordinario sin darse ms tregua que muy poco tiempo para
comer y dormir. El mismo mprobo trabajo se dan los jefes y oficiales del cuartel
general y Estado Mayor para organizar y echar las bases de un ejrcito que tendr que
ser numeroso. Hoy se carece de todo, pues en Chile nunca ha habido cuidado de
preparar nada para la guerra. Nos llegan partidas de reclutas y voluntarios de todas
partes. Hay que instruirlos y prepararlos para lo que pueda venir. Hoy ha partido para
Caracoles el coronel Sotomayor, acompaado del sargento mayor D. Baldomero Dubl
Almeida, con el objeto de estudiar aquella localidad y tomar medidas para la defensa de
ella. Es, adems, el punto de partida para las operaciones militares que se realicen, ya
sea sobre Calama o cualquier otro punto de esa regin del territorio boliviano.
Marzo 9. Por el vapor llegado hoy del sur se ha recibido del gobernador de Caldera
este telegrama: El Intendente de Valparaso en telegrama de hoy me dice: Seor
Gobernador de
Caldera: Trasmita al seor jefe de operaciones en Antofagasta lo siguiente: El Ministro
de Marina y Almirante Williams salen hoy en el Copiap. Inmediatamente rena los
buques para evitar sorpresa. Este telegrama se envi por propio al coronel Sotomayor,
y se comunic al comandante de la OHiggins en Mejillones para que a la brevedad
posible se una al Blanco, que debe encontrarse en Tocopilla o Cobija. Habr hecho
fiasco la misin Lavalle en Santiago? Habr comprendido el Gobierno que el viaje de
este caballero ha sido slo un pretexto y que lo que el Per quiere es ganar tiempo para
poder armarse?7 No ha-
br sido difcil comprender al indiscreto seor Lavalle. Este seor, cuando el vapor en
que vena del Per toc en Cobija, al ver all uno de nuestros blindados exclam: Ah
estn esos ladrones, y sealaba a los pasajeros que lo rodeaban el buque chileno, lo que
stos nos refirieron cuando llegaron a Antofagasta. Hoy ha llegado un vapor del sur
trayendo voluntarios de Coquimbo, que han sido destinados a la artillera de marina y al
39 de lnea. Se ha dado permiso a la casa boliviana de Dorado y Per para que
introduzca vveres y viajen carretas al mineral de Huanchaca. Indudablemente, sta es
una medida contraria a los intereses de Chile y muy perjudicial a las medidas
estratgicas que deben tomarse en la ocupacin militar de varios lugares de que deben
apoderarse las fuerzas chilenas para prevenir el acantonamiento o reunin del ejrcito
boliviano a las inmediaciones de la localidad que ocupa el chileno. Esta
condescendencia del Gobierno chileno, que ha tenido por causa proteger a algunos
personajes chilenos poseedores de acciones en aquel mineral, puede ser de
trascendentales consecuencias y aun fatal para el ejrcito expedicionario. Huanchaca
provisto, bien abastecido, ser un punto estratgico de gran importancia para el ejrcito
boliviano. Hasta hoy estamos haciendo las cosas a medi( d)as y nos descuidamos,
obedeciendo a las instrucciones que vienen del Gobierno de Sant.,8 en tomar todas las
medidas militares que aconseja la situacin en que se halla nuestro ejrcito, cuales son:
la ocupacin inmediata de las mrgenes del ro Loa y de las poblaciones de Calama,
Chiu-Chiu y Atacama, puntos de avanzada que ya deba haber ocupado la fuerza
expedicionaria. Si los bolivianos logran enviar tropas antes que nosotros,
indudablemente van a apoderarse de grandes ventajas; y la guerra que concluira pronto
si estuviramos en posesin de aquellas localidades, que son estratgicas, vendra a ser
difcil y de dudosos resultados para el ejrcito chileno si los bolivianos se apoderaran
primero de ellas.
Marzo 11 de 1879. Hoy lleg el coronel comandante en jefe. En Caracoles quedaban
la guarnicin y el pueblo muy entusiasmados. Se hicieron all ejercicios de tiro al
blanco. Los caracolinos al ver funcionar una ametralladora concibieron la idea de
comprar una. En vista de los informes y noticias diversas que venan de Calama y otros
lugares del norte en que dominan las autoridades bolivianas se ha suspendido la orden
que se haba dado para permitir a la casa boliviana de Dorado y Per la internacin de
vveres al mineral de Huanchaca. Esta ha sido una acertada me-
8 Santiago
dida. No era posible que nosotros mismos proporcionramos al enemigo toda clase de
recursos para que con ms facilidad nos hostilizasen. A esta resolucin debera seguir la
ocupacin del Loa y de los pueblos y caminos vecinos. Por el vapor llegado esta noche
del norte nos ha venido la noticia de que el Per se prepara a la guerra. En una
correspondencia del Ministro de Chile en Lima al coronel Sotomayor le comunica que
un transporte peruano ha salido para Iquique conduciendo tropas y armamento (3.000
rifles) y que pronto seguirn otros. La opinin pblica en aquel pas, como siempre, est
en contra de Chile, y se habla con entusiasmo y exaltacin de la compaa que, en unin
con los bolivianos, deben los peruanos emprender en contra (en) nuestra, indicando
como primera operacin la de ocupar a Calama y Chiu-Chiu.
Marzo 12-1879. En la madrugada de hoy han llegado en el vapor Copiap el Ministro
de Guerra y Marina, D. Cornelio Saavedra; el almirante Williams, que viene a organizar
y a hacerse cargo de la escuadra. Tambin han llegado el teniente coronel de ingenieros
D. Arstides Martnez, y el de igual clase D. Lucio Martnez; los capellanes D.
Florencio Fontecilla y D. Ruperto Marchant, y los cirujanos D. Florencio Middleton y
D. Jernimo Rosas. El teniente coronel D. Jos Velsquez ha venido con el objeto de
organizar una batera de artillera. Este es uno de los jefes que sali del regimiento de
artillera cuando este cuerpo fue invadido por la infantera, colocando a su cabeza un
jefe de esta arma (Arriagada), que no tiene idea de ella, y que no est preparado ni tiene
estudios para instruirse en esta especialidad. De aqu que no pudiera acompaar a la
tropa que vino a tomar posesin de Antofagasta la artillera Krupp; ningn oficial del
actual regimiento sabe servirla y para utilizarla ha sido necesario echar mano de
oficiales que estaban fuera del cuerpo de dicha arma. En la tarde de hoy han fondeado
en este puerto el Blanco, la OHiggins, la Esmeralda y el Toltn. En carta privada que el
Ministro de Guerra ha dirigido hoy al Presidente de la Repblica, y que yo he escrito, le
manifiesta que es necesario inducir al Per a que defina su actitud; que declare su
neutralidad o su adhesin a Bolivia, a fin de que la organizacin de nuestro ejrcito y
sus operaciones obedezcan a uno u otro fin.
Marzo 13. Se ha organizado el cuerpo mdico que ha de servir las fuerzas que operan
en estos territorios. Lo componen los doctores D. Florencio Middleton, D. Jernimo
Rosas, D. Federico Arnao, D. Arturo Sanford y D. Juan Kild. En la sala del comandante
en jefe ha habido hoy una reunin a la que asistieron el Ministro de Guerra D. Cornelio
Saavedra, coronel So-
Debe
decir:
obrar
leal sea preciso reducirlo a la abyeccin; no, ha dado ya muchas pruebas de ser
disciplinado y moral a pesar de los rudos golpes que ha sufrido en estos ltimos
tiempos, para que nada se tema de l. Hgasele justicia, prmiese el verdadero mrito y
no se reparta entre los hombres incompetentes, por servicios ajenos de la milicia, las
recompensas que la nacin debe tener solamente para los hombres honrados, leales y
que bien la sirvan en el ejrcito.
En reunin de todos los jefes con mando de tropas y de los cirujanos, se acord hoy el
servicio de la ambulancia y provisin de municiones en accin de guerra. A cada 500
hombres acompaar una ambulancia.
El parque se dividir en secciones para el servicio de las municiones. Por cada vapor
que llega del sur vienen nuevos contingentes de hombres para aumentar el ejrcito. Los
jefes y oficiales tienen gran tarea para darles instruccin militar. El trabajo es muy
penoso en esta regin desolada y donde el calor es excesivo; pero el entusiasmo se
sobrepone a toda fatiga, y nadie piensa sino en formar un buen ejrcito que corresponda
a las esperanzas que la nacin en l deposita. Tambin los vapores que llegan del norte
vienen cargados de chilenos que principian a ser perseguidos y hostilizados en el Per.
Todos se enrolan en nuestras filas. Esta gente nos ser de gran utilidad si tenemos que
expedicionar en el Per.
Los elementos de vida y accin de un ejrcito son difciles de reunir y organizar. El
pequeo personal de Estado Mayor que aqu se ha organizado tiene una labor
extraordinaria. Todo tiene que crearlo, pues nada haba en el pas para el servicio de un
ejrcito en campaa.
La Intendencia de ejrcito an no se ha creado. El ejrcito se alimenta aqu por medio
de proveedores particulares que obtienen los contratos por medio de licitacin.
El Ministro de Guerra me ha encargado del departamento de informaciones, y ya he
enviado al Per y Bolivia gente de confianza para este servicio, algunos extranjeros que
son ms tiles en estos casos. El servicio de espionaje es uno de los mas difciles y
peligrosos en tiempo de guerra.
Hasta hoy, fuera de las comunicaciones que ha enviado al Ministro de Guerra don
Joaqun Godoy, nuestro ministro en el Per, slo hemos recibido noticias de aquel pas
de D. Rafael Vial. El coronel Saavedra me las ha mostrado, mas las creo sin importancia
y poco verdicas; no debemos tener confianza en ellas.
De Chile, adems del personal que viene para aumentar el ejrcito, llegan muchos que
slo se ocupan de visitar estas localidades, de divertirse y de criticar todo lo que aqu se
hace.
Este es un mal elemento que creo desaparecer tan pronto como den principio las
operaciones blicas.
En el Estado Mayor, que tiene a su cargo la organizacin de este ejrcito, nos vemos
muchas veces embarazados para resolver muchas situaciones. La paz de que siempre
hemos gozado en Chile, su tranquilidad interior, no nos haba colocado en el caso de
resolverlos. Hoy tenemos que estudiar y obrar a la vez. Para el efecto nos ha sido de
gran utilidad el libro de campaa del general Wolseley, que nos resuelve todas las
dificultades. De aqu estoy extractando los deberes de oficiales de servicio de campaa
para imprimirlos y distribuirlos entre los oficiales.
Marzo 18-1879. Hoy ha marchado para Caracoles el coronel Sotomayor con el fin de
disponer all el ataque a Calama, donde se encuentra una pequea fuerza boliviana al
mando de un seor doctor Ladislao Cabrera. A mi hermano y a m nos ha extraado y
nos ha dolido que siendo nosotros sus ayudantes no nos haya llevado con l.
Habr credo que nuestros servicios son ms necesarios aqu, pero nosotros creemos que
en operaciones militares donde habr combates le seramos nosotros ms tiles que los
tres o cuatro paisanos que ha llevado de ayudantes.
Marzo 19-1879. El vapor Retroiver ha fondeado hoy trayendo el cable submarino que
ha de unir al que va por la costa del Pacifico. Pronto> pues, podremos comunicarnos
directa. mente con Valparaso.
Tambin hace das que el inteligente capitn Miguel Moscoso se ocupa de colocar una
lnea telegrfica a Mejillones.
Marzo 20-1879. El 14 del mes en curso fue comisionado D. Ramn Espech, vecino
de Caracoles, para ir a Calama y hoy se ha recibido en Antofagasta la comunicacin que
recog enviada por aquel caballero:
En el Vice-Cantn de Calama, a horas 9 a.m. del da 16 de marzo de 1879, reunidos en
la jefatura de armas los seores doctor D. Ladislao Cabrera, jefe de las fuerzas de
Calama y Atacama del ejrcito de la Repblica de Bolivia, y D. Ramn Espech,
ayudante mayor del Batalln Cvico de Caracoles, parlamentario del Loa, enviado por el
comandante en jefe del ejrcito del Norte de la Repblica de Chile, han celebrado la
conferencia que consta del siguiente protocolo: El Sr. Espech expuso que tena
instrucciones de su jefe para proponer al Sr. jefe de la plaza la rendicin de ella y
disposicin de las armas, fundndose en que teniendo fuerzas superiores deseaba evitar
efusin de sangre y
ahorrar al vecindario de horrores de la guerra; en cambio ofreca dar las garantas que le
fueran pedidas, as como tambin la libre entrada de los vveres que el seor jefe de la
plaza le pidiese para distribuirlos entre los pobladores que los necesitasen. El doctor
Ladislao Cabrera contest que no estaba dispuesto aceptar ni someterse a la intimacin
que se le hacia, y que cualquiera que fuese la superioridad numrica de las fuerzas en
cuyo nombre se le intimaba rendicin defendera hasta el ltimo trance la integridad del
territorio de Bolivia. Con esto se dio por terminada la conferencia, firmando dos
ejemplares del mismo tenor, que tom cada uno de los firmantes. R. Espech. L.
Cabrera.
En la maana de hoy han partido para Carmen Alto 200 hombres del 39 de lnea a
reforzar la guarnicin de aquel lugar. En la tarde zarp la escuadra compuesta del
Cochrane, Blanco> Esmeralda, Chacabuco y Toltn, a tomar posesin de Cobija y
Tocopilla, conduciendo 350 hombres de] batalln de artillera de marina al mando del
teniente coronel D. Ramn Vidaurre. Ha quedado en Antofagasta slo la corbeta
OHiggins.
Marzo 21. Se han terminado los trabajos de unin del cable telegrfico con
Antofagasta. Estamos en comunicacin directa e inmediata con Valparaso y Santiago.
Marzo 24. En la maana de hoy se ha recibido de Carmen Alto el siguiente
telegrama: Ayer a las 10 a. m. se tom a Caa-ma despus de un sostenido combate de
tres horas. El capitn San Martin herido levemente. De cazadores un soldado muerto y
tres heridos. Los caballos del seor coronel y comandante Ramrez heridos. Las
autoridades bolivianas han huido para Cobija y el interior. Despus ms detalles. Esta
noticia comunicada por el Sr. Sotomayor. Lucio Martnez. Esta noticia ha causado
alguna alarma, y se cree que en ella hay alguna equivocacin o error, pues no se concibe
que despus de tres horas de combate slo hayamos tenido un muerto y tres heridos. El
soldado muerto se llama Rafael Ramrez. Es el primero que muere en accin de guerra
en esta campaa.
Este triunfo ha sido muy celebrado en Antofagasta.
Marzo 25-1879. Se ha recibido del coronel Sotomayor, dirigida al Ministro de
Guerra, la siguiente comunicacin fechada en Calama el 23 de marzo:
Despus de tres das de penosa marcha por el desierto llegamos a la vista de Calama el
23 a las 6 de la maana.
La primera descubierta compuesta de 25 hombres de Cazadores a caballo recibi los
primeros fuegos del enemigo, situado
que se batan a campo descubierto contra fuerzas bolivianas que, si es cierto eran muy
inferiores en nmero a las nuestras, en cambio ocupaban caminos cubiertos naturales y
se batan ocultos por las murallas del pueblo.
Dadas las circunstancias de mal armamento y corto nmero, los bolivianos se han
batido con denuedo, no obstante el abandono que hicieron de los soldados desde los
primeros momentos del combate los principales jefes: Cabrera, Zapata, Can-seco y
otros. Entre los valientes en aquella desigual lucha merecen honroso recuerdo el
sargento mayor D. Eduardo Abaroa y el de igual clase Avils.
El primero defenda una calle cuando la compaa del capitn del 2 de lnea D.
Nemeroso Ramrez entraba al pueblo. En esos momentos todos los bolivianos huyeron
ante el gran nmero a los asaltantes, menos el mayor Abaroa, que dos veces hizo fuego
con su carabina sobre el capitn Ramrez. Varios disparos de los soldados del 2
trajeron a tierra el valiente Abaroa, atravesado por tres balas.
Los prisioneros bolivianos enviados de Calama a Caracoles son: sargento mayor Juan
Patio, capitanes D. Francisco Ziga y D. Jos Daz; tenientes los. D. Braulio Vera y
D. Nicanor Aramayo; subtenientes D. Lorenzo Lara, D. Plcido. Pineda, D. Luis
Villegas y D. Eloy Pereira, 19 individuos de tropa y 5 paisanos.
En Chacanse fueron tomados el coronel D. Belisario Canseco y su ayudante D. Valentn
Castillo. Cabrera, el ex prefecto Zapata y otros huyeron al interior a los primeros
disparos.
El nmero de muertos bolivianos es 40; heridos: dos oficiales y un soldado.
En Cobija fue tomado prisionero el coronel Benigno Esquino, que se halla a bordo de la
Esmeralda.
Abril 2-1879. Lleg D. Rafael Sotomayor con el carcter de secretario general del
comandante en jefe de la escuadra, y amplias facultades para asesorar a dicho jefe y en
caso necesario al del ejrcito en lo concerniente a todas las operaciones que puedan
tener lugar en Bolivia y Per; en una palabra, como representante del Gobierno ante la
marina y el ejrcito. Se ha hospedado en las casas de la administracin de la Compaa
de Salitres.
Hoy se ha tenido conocimiento desde Valparaso por el cable submarino de haberse roto
las relaciones con el Per.
Abril 3-1879. Se ha ordenado que los prisioneros bolivianos se trasborden al vapor D.
Mariano. Esta medida hace creer que la escuadra va a ponerse en movimiento.
En el da el ejrcito de lnea que opera en este litoral es de 2.200 hombres, casi la mitad
reclutas en instruccin. Segn los datos que nos han llegado, el Per tiene ya en Iquique
3.000 instruidos y bien armados, que si llegan al Loa bastante nos darn que hacer en el
citado abandono y confianza en que nos hallamos.
Contina con entusiasmo la instruccin a los reclutas que nos llegan del sur y a los
ciudadanos que abandonan el Per y vienen a aumentar nuestras fuerzas.
Encontramos resistencias en los jefes de cuerpos para que adopten la tctica el orden
disperso de combate. Creen que no hay necesidad de introducir las reformas que
aconsejan las nuevas armas de tiro rpido, y que las antiguas compaas guerrilleras
bastan para las exigencias del combate. Este es un gravsimo error, que puede sernos de
funestas consecuencias si se persiste en l. Con las nuevas armas no pueden presentarse
al enemigo lneas, unidas de batalla sin que stas sean destrozadas en pocos minutos por
un enemigo armado con fusiles modernos y que inmediatamente conozca su manejo y
ventajas. Organizado convenientemente nuestro ejrcito y despus de la instruccin de
los actuales reclutas, insistiremos en la reforma de la tctica de infantera por lo que
respecta al orden de combate. No sera conveniente ni posible introducir reformas al
frente del enemigo y en perspectiva de inmediatos combates.
Abril 7. Lleg de Iquique el vapor Toltn. Nada ocurre all de notable. La escuadra
chilena bloquea el puerto. No se ha tenido an noticia de la comunicacin que haya
mediado entre el almirante de la escuadra y las autoridades de aquel puerto con motivo
del bloqueo.
Es de suponer que el ejrcito peruano que all existe ms de 3.000 hombres no
permanezca inactivo. Antes que debilitar-se por efecto del bloqueo tentar ocupar el
Loa en toda su margen hasta Chiu-Chiu, lo que no es difcil ejecutar, sobre todo si se
tiene en cuenta que saben que nuestro ejrcito es inferior en nmero e instruccin
militar.
Las continuas revoluciones que tienen lugar en el Per son para el ejrcito una escuela
constante del arte de la guerra. La practican all con frecuencia; lo que no ha ocurrido
entre nosotros. 10
10 No debe olvidarse que uno de los motivos para aceptar el casus foederis y el casus
belli, segn el Tratado secreto de 1873 de Per y Bolivia contra Chile, chileno en
nmero, intruccin y eficiencia debido a las continuas revoluciones en el Per. Mas la
realidad contrast esa idea gracias a la incesante preparacin del ejrcito chileno en la
campaa de Antofagasta.
11 Este fue el trabajo lento y tesonero de don Rafael Sotomayor, quien logr la
organizacin necesaria para llegar a la victoria.
se tiene noticia de que los buques peruanos andan por estas costas, cmo se enva sola
a la Magallanes? 12
Abril 13. Anoche ha zarpado el Cochrane para Iquique.
Se trabaja con actividad en la construccin de las bateras, una al norte y otra al sur de la
ciudad, para colocar caones de grueso calibre que la defiendan de cualquier ataque de
los buques peruanos. Se ha realizado con xito la organizacin del cuerpo de artillera
que se confi al comandante Velsquez. All han encontrado colocacin los oficiales y
jefes del arma que haban sido separados del regimiento para colocar infantes en lugar
de ellos. Trabajan con gran entusiasmo y preparan el personal para el buen servicio del
arma.
Este cuerpo en nada depende del regimiento que est en Santiago al mando del coronel
de infantera Arriagada.
Abril 16. Ha llegado noticia de que el 12 del corriente ha habido un combate frente a
la desembocadura del Loa, entre la corbeta chilena Magallanes y los peruanos Unin y
Pilcomayo, combate que dur tres horas. La Magallanes slo recibi un tiro de rebote
que no le caus dao alguno, de 150 que le dispararon ambos buques. La Magallanes,
se dice, hizo 40 disparos, y uno de ellos, a granada, revent sobre la Unin. Teniendo
que batirse la Magallanes con buques muy superiores por su artillera y construccin,
continu su viaje a Iquique, sin ser perseguida por los buques peruanos de mayor andar.
El 11 fueron expulsados de Huanillos como quinientos chilenos de todas edades,
hombres, mujeres y nios, dndoseles slo 3 das de plazo para salir. Estos infelices se
hicieron a la mar en varios botes y llegaron a Tocopilla, donde fueron socorridos por las
fuerzas chilenas que all hay.
Abril 18. Ayer arrib el regimiento 4 de lnea, con 800 plazas, adems de la
compaa que existe en Calama, al mando del coronel graduado D. Domingo
Amuntegui, y hoy lleg el regimiento Buin 1 de lnea, con 700 plazas, al mando del
teniente coronel D. Luis J. Ortiz.
El Gobierno con fecha 8 del corriente ha nombrado general en jefe del ejrcito de
operaciones del norte al general de divisin don Justo Arteaga; comandante general de
infantera al ge-
12 En este viaje Magallanes sostuvo un encuentro con los buques peruanos Unin y
Pilcomayo; combate de Chipana (12 de abril), cerca de la desembocadura de Loa, que
fue el inicio de los triunfos de su capitn Juan Jos Latorre y de la escuadra nacional,
que culminaron en Angamos.
bast ser soldado chileno para vencer y venci. Mi hermano le replic: El seor
coronel, para ser consecuente con su modo de pensar, debera pedir para sus soldados el
fusil de chispa para que escupan la piedra. La reunin se disolvi sin haberse tomado
acuerdo alguno, y con mi hermano nos retiramos entristecidos de la ignorancia de los
jefes de cuerpo. Ninguno de ellos haba seguido la evolucin que se ha operado en la
tctica de los ejrcitos europeos. Slo el comandante D. Ricardo Santa Cruz, que manda
Zapadores, se acerc a nosotros el da siguiente para pedirnos explicaciones sobre la
materia de que se haba tratado el da anterior. Mi hermano se las dio muy claras y
extensas y le proporcion apuntes que le facilitasen la adopcin del nuevo sistema que
deseaba implantar en el cuerpo de su mando.
Julio 1 1879. Varias circunstancias me hicieron suspender estos apuntes que hoy
reanudo. Habiendo sido nombrado intendente general del ejrcito D. Francisco
Echaurren, nos escribi, a mi hermano y a m, para que le ayudsemos a organizar este
servicio, cuya oficina principal deba funcionar en Valparaso. Sin embargo que las
nuevas tareas deban alejarnos de las operaciones militares activas en las que
desebamos tomar parte, nada podamos negar a este caballero que nos haba
distinguido con su amistad y cuyo patriotismo conocamos y admirbamos. Aceptamos
y fuimos nombrados sus ayudantes y delegados.
Mi hermano qued en Antofagasta para dirigir todos los trabajos de la Delegacin del
ejrcito en campaa, y yo march a Valparaso a ponerme a disposicin del Sr.
Echaurren, cuya actividad para este servicio ya se haca sentir en aquel puerto y en el
ejrcito que se organizaba e instrua en Antofagasta y los nuevos cuerpos que se
formaban en el resto de la Repblica. Grande, inmensa era la tarea que D. Francisco
Echaurren se haba echado encima, pero el patriotismo y actividad de este caballero
todo lo venca. Durante muchos das no tuvimos un momento de descanso, y en relativo
poco tiempo la oficina estaba organizada con el personal correspondiente y funcionando
todos sus departamentos. En la organizacin de este difcil servicio de un ejrcito en
campaa, la Intendencia General, volvi a sernos de gran utilidad el Libro de Campaa
del general Wolseley. Esta importante obra nos sac de muchos apuros. Este general
ingls ha tenido gran fuerte en nuestras operaciones militares. Mis tareas en la
Intendencia del ejrcito fueron interrumpidas en Valparaso por acontecimientos de
grave y trascendental importancia.
los antecedentes sobre este seor que aqu consigno. El Sr. Miranda haba sido llamado
el da anterior por D. Eulogio Altamirano, intendente de Valparaso, y le haba dicho:
Sr. Miranda:
s que Ud. desempea en este puerto el triste papel de espa del Per. En cumplimiento
de mi deber yo deberla reducir a Ud. a prisin, pero en consideracin al nombre que Ud.
lleva (este caballero es nieto del general Miranda, prcer de la independencia
americana), prevengo a Ud. que debe embarcarse hoy mismo y salir del pas. Y el
capitn me agreg: Y aqu lo tiene Ud,, a bordo en viaje al Per. En la maana del da
siguiente (25 de mayo), cerca ya del puerto de Coquimbo, me paseaba sobre cubierta,
cuando se me acerc el Sr. Miranda saludndome por mi nombre y empleo, de que
haba tenido conocimiento por otros pasajeros del vapor. Volvi a tocar la materia de la
guerra de Chile contra el Per y Bolivia. Me dijo que haba residido en Lima muchos
aos; que conoca el carcter patritico y valiente de los peruanos; que la prctica de la
guerra que stos tenan a causa de sus frecuentes revoluciones les daba gran
superioridad sobre los chilenos; y por ltimo que el triunfo que haban obtenido sobre
nuestras naves en Iquique haba venido a aumentar su poder martimo con dos buques
ms. Le hice varias observaciones sobre el tema y conclu por decirle que tena la
seguridad de que- el nmero de buques de la escuadra peruana no seria aumentado con
ningn buque de guerra nuestro, y que an no sabamos cul haba sido el resultado
final del combate de Iquique. En ese momento el vapor entraba a la baha de Coquimbo.
Dirig mi anteojo de campaa (obsequio de D. Francisco Echaurren) hacia la poblacin
que apenas se diseaba, y cul sera mi sorpresa al notar que la bandera chilena
flameaba en sus edificios. Pas mi anteojo al capitn del vapor que estaba sobre el
puente y le ped que mirase con l a la poblacin. As lo hizo y exclam con un
entusiasmo que no pudo o no tuvo tiempo de disimular: La ciudad est embanderada.
Al or esta exclamacin todos los pasajeros salieron a cubierta y pudieron a los pocos
minutos darse cuenta del hecho para todos de tan grande significado, el puerto de
Coquimbo vesta de gala. Pocos minutos despus oamos repiques de campanas y los
acordes de la cancin nacional. Qu haba sucedido (con) el resultado del combate de
Iquique? El bote de la capitana de puerto se acerc al vapor. Sali a bordo el
gobernador martimo, Sr. Salamanca, y nos dio la gran noticia de la epopeya de Iquique.
Todos los pasajeros se entregaron a las manifestaciones del ms grande entusiasmo.
Slo el Sr. Miranda estaba triste y sorprendido. Tres das despus llegbamos a
Antofagasta. Suponiendo el Sr. Miranda que las autoridades de An-
para que un ejrcito pueda ser movilizado. El Sr. Santa Mara cree que son exageradas
las pretensiones y exigencias del general Arteaga. En cambio, grata ha sido su opinin y
sorpresa al observar la instruccin, moralidad y disciplina del ejrcito. Jams Chile
haba tenido un ms lucido y brillante ejrcito. Debe esperarse de l grandes cosas, si es
bien dirigido. Ha habido maniobras militares con las fuerzas que hay en Antofagasta,
aproximadamente 7.000 (mil) hombres, estando el resto de las fuerzas de guarnicin en
distintos puntos. La impresin ha sido muy satisfactoria y ha causado gran sorpresa el
estado superior de instruccin en que se halla. En los simulacros de combate los
batallones Zapadores (comandante Santa Cruz) y Chacabuco (comandante Toro
Herrera) han maniobrado en orden disperso, lo que ha causado muy buena impresin.
Estos jefes han sido los nicos que han aceptado la reforma en la tctica de combate.
Los dems, que caprichosamente no la han aceptado, pero que reconocen su
importancia, han hecho guerrilleras todas las compaas de los cuerpos. Algo es algo.
Esto se acerca a la reforma definitiva. Ms tarde vern que una sola unidad de accin
del batalln, como lo determina el orden disperso, es ms natural y conveniente que las
unidades de compaas, siendo todas guerrilleras. Se .susurra que el ejrcito an no se
ha puesto en marcha porque no estn arreglados y dispuestos los elementos que faciliten
su movilizacin y sostenimiento fuera de este territorio, y es as, es la verdad. Este
atraso, a mi modo de ver, ha provenido de que a las distintas secciones administrativas
del ejrcito no se les ha permitido ejercer con entera libertad sus funciones. El general
en jefe, o ms bien, el cuartel general, las ha reasumido todas, ocupndose de detalles
del servicio y de funciones que tienen para su desempeo un personal especial.15
Al Estado Mayor no se le ha dejado su libertad de accin. Esta circunstancia creo que ha
sido causa de la partida del general Villagrn, jefe de Estado Mayor. Se ha nombrado
para este cargo al general D. Erasmo Escala. El trabajo simultneo de las distintas
secciones, dejndolas con la completa libertad de accin, pero con la debida
supervigilancia, habra economizado mucho tiempo y hoy estara el ejrcito listo para
marchar. El 1 del corriente mes han regresado a Santiago el Sr. Santa Maria, D. Jos
Alfonso, auditor de guerra, y D. Rafael Sotomayor, asesor del almirante. En una carta
que mi hermano ha re-
15 Este es uno de los puntos decisivos de la organizacin del ejrcito que Rafael
Sotomaor trat de conseguir y que solamente se logr cuando l mismo dict el decreto
sobre las divisiones del ejrcito (13 de enero de 1880), que le dio las caractersticas
precisas para las siguientes campaas.
16 El vapor de la carrera
huido abandonando su presa. Esto es lo que refieren los tripulantes y pasajeros del vapor
ingls.
Julio 15-1879. Se corrobora la noticia sobre el combate de Iquique, combate que tuvo
lugar en la noche del 8 al 9 del corriente. Esa noche el Huscar entr libremente a la
baha de Iquique. Grau, su comandante, envi a tierra un oficial a ponerse al habla con
el general Buenda, jefe de las fuerzas peruanas en aquel puerto, y a preguntarle por la
escuadra chilena. Esta que se compona en esa baha del Cochrane, Magallanes y
trasporte Matas Cousio, haba salido como de costumbre, al entrar la noche, fuera del
puerto, excepto el ltimo que qued vigilando la baha. Informado Grau de lo que
ocurra, que ningn buque de guerra chileno estaba en el puerto, se dirigi al trasporte y
le intim rendicin al capitn, ordenndole a la vez que embarcase a la gente en sus
botes porque iba a echar a pique el trasporte. Mientras se ejecutaba esta operacin se
present la Magallanes y abri sus fuegos sobre el Huscar. El blindado peruano trat
dos veces de herir con el espoln a la corbeta chilena, pero sta diestramente evit los
golpes. El combate dur como 40 minutos. Grau, suponiendo que el Cochrane no
estara lejos pues las detonaciones de la artillera le haban anunciado la batalla, se hizo
a la mar. Fue perseguido el Huscar por el Cochrane hasta cerca de Anca, como
siempre sin darle alcance. Como se ve, el Huscar tiene un comandante que hace honor
a la marina peruana 17 Su entrada a Iquique, permaneciendo en la baha ms de una
hora, en el puerto bloqueado por los buques chilenos, es un golpe de valor y de audacia
digna de todo elogio. Grau sabe manejar su buque y hacer la guerra, burlando a cada
paso a nuestra escuadra.
Julio 16-1879. Hoy ha tenido lugar la procesin del Carmen con asistencia de las
clases y soldados del ejrcito y de gran nmero de oficiales, a quienes, en el mayor
nmero, se ha obligado a esta asistencia. Desde que lleg a Antofagasta el general
Escala los ejercicios y prcticas religiosas han sido ms abundantes que los militares.
Deba dejarse entera libertad a los individuos del ejrcito en las prcticas religiosas y no
ordenarles que se confiesen y asistan a novenas y procesiones. Todo el personal del
Estado Mayor, con raras excepciones, se ha ocupado en estos ltimos das, con gran
perjuicio del buen servicio del ejrcito, slo de hacer preparativos para esta procesin, y
de novenas y rosarios, etc. Acompaa al general Escala un clrigo,
18 Esta discordancia del autor recuerda sus tendencias espirituales: ver Introduccin.
por telgrafo del comando del ejrcito, que le fue aceptada inmediatamente. Se ha hecho
cargo del mando accidental del ejrcito el general D. Erasmo Escala. D. Jos Francisco
Vergara se ha hecho cargo de sus funciones de secretario del general en jefe, cerca del
general Escala. Para el mismo empleo haba sido nombrado cuando el general Arteaga
tom el mando del ejrcito, pero este seor rehus tenerlo a su lado, y desde entonces ha
permanecido, sin puesto alguno oficial, hasta hoy que lo ha aceptado el general Escala.
Julio 23-1879. Con esta fecha ha sido nombrado jefe del Estado Mayor General el
coronel D. Emilio Sotomayor.
Julio 29-1879. Se nota actividad en los preparativos de marcha del ejrcito. Son
tantas las cosas que hacen falta que pasarn an muchos das sin que pueda moverse el
ejrcito. Ser siempre difcil la movilizacin y peligrosa cualquiera operacin que se
quisiera llevar a cabo en las costas del Per, existiendo el poder naval de este pas, tal
como hoy existe. La rapidez de los movimientos del Huscar, el mayor andar que
tienen los buques peruanos sobre los nuestros, ser siempre una amenaza y un peligro
para nosotros. En el Estado Mayor, fuera del nombramiento de su actual jefe, coronel
Sotomayor, no ha habido cambio alguno. Habamos credo que ste no tardara en
renovar el personal de este importante departamento, pero hasta hoy nada se ha hecho.
La mayor parte de los miembros que lo componen son jvenes que muy pocos
conocimientos tienen de la profesin militar. Ocupados siempre en los sedentarios
puestos de oficinistas, jams han hecho servicio en los cuerpos del ejrcito donde est la
verdadera escuela militar, y si de vez en cuando aparecen en las listas de los
regimientos, es para ascenderlos, y en segundos han vuelto a las oficinas. Si este
personal contina, el Estado Mayor no dar los resultados que de estas corporaciones
deben esperarse. No se ha buscado, como sucede en otras naciones, la inteligencia y la
instruccin doquiera que se encuentren en el ejrcito para formar el Estado Mayor, sino
que el favor y los empeos han trado el personal de que hoy est formado.
Inquietud y alarma hay por la suerte que haya corrido el trasporte chileno Rmac. Este
vapor sali de Valparaso el 20 del corriente. Han transcurrido 9 das y an no se tiene
noticia de l. A su bordo vienen dos compaas de Carabineros de Yungay con su
armamento y varios artculos para el ejrcito en campaa. Se cree que haya sido tomado
por los buques de guerra peruanos que durante estos ltimos das han recorrido las
costas de Chile hasta Coquimbo, destruyendo en los puertos
que ha ido al Sur, pues se ha tenido noticia de que el Huscar ha sido divisado a la
altura de Taltal. En la tarde de hoy ha regresado el Blanco sin haber encontrado buque
alguno peruano. He hecho imprimir y he repartido varios folletos que contienen los
deberes de oficiales en campaa, tomados de la obra del general Wolseley.
Al obsequiar hoy a D. Isidoro Errzuriz un ejemplar de cada uno de ellos, me ha
preguntado si he hecho lo mismo con D. Jos Francisco Vergara, y al contestarle que
no, me ha observado: No deje de hacerlo; Jos Francisco Vergara ser el que conceda
las recompensas al final de esta campaa.
Al referir esto a varios compaeros, el comandante Eleuterio Ramrez nos dijo que
Vergara era uno de los candidatos a la Presidencia de la Repblica, que traa un
numeroso grupo de civiles que han llegado a Antofagasta; y que no era slo Vergara el
candidato, sino que haba varios en candelero; que los cambios de jefes superiores del
ejrcito obedecan a las ambiciones que muchos tenan de aprovechar esta ocasin para
obtener la Presidencia; que de aqu era el cuidado que tenan de no dar el comando en
jefe del ejrcito a ningn militar, que despus de un resultado feliz de la campaa
pudiera tener probabilidades de ser aclamado candidato a la Presidencia sobre los civiles
que la ambicionaban. Nombr a varios de estos candidatos y a los que componan los
distintos grupos que la sostienen. Ahora nos explicamos la presencia de tantos civiles en
e] ejrcito en campaa. Mal elemento, no nos dejan trabajar, o ms bien, distraen a
muchos del cumplimiento de sus deberes militares.
Agosto 7-1879. Por telgrafo se anunci anoche desde Caldera que se encontraba en
aquel puerto el Huscar. A medianoche sali en su busca el Blanco. A las 4 p.m. de hoy
se anuncia que el Huscar se halla en Taltal reuniendo las lanchas y dems
embarcaciones menores para destruirlas, pero que a la vista del Blanco, que se present
a la entrada del puerto, abandon las embarcaciones apresadas y huy perseguido por el
blindado chileno.
Agosto 8-1879. Hoy ha vuelto el Blanco. Sin haber podido dar alcance al Huscar
por el mayor andar de este buque.
Agosto 11-1879. El almirante Williams ha partido a Valparaso. Parece que no precisa
volver porque en la orden del da se despide de la escuadra manifestando su sentimiento
por no compartir con los dems de la marina las fatigas de la campaa.19
Huscar. Con este motivo hubo bastante alarma en la poblacin. Buques chilenos en la
baha slo estn la Magallanes y el Ab tao, que est componiendo sus calderas. El
Blanco se encuentra en Taltal, donde fue en busca del Huscar. Probablemente el vapor
lo, que sali en la tarde de ayer para el sur, encontr al Huscar y le dio aviso de no
haber en Antofagasta ningn blindado chileno.
Los de tierra esperbamos de un momento a otro el combate de la baha, mas talvez por
estar la noche muy oscura el Huscar no se atrevi a atacamos. Al amanecer se vio a
este buque como a 8 9 mil metros de la costa. Se hizo mar afuera hasta juntarse con
otro buque que lo esperaba y ambos desaparecieron en el horizonte. En tierra todo
estaba listo para principiar el fuego con los caones de las bateras (uno de 300 y 4 de
150) tan pronto el Huscar se pusiese a tiro.
La presencia de este buque en las aguas de Antofagasta ha impedido la salida del
transporte Liman, que debe marchar a Valparaso conduciendo enfermos que aqu no se
puedan curar.
Agosto 28-1879. A las 11 a. m. se vio un vapor que vena en direccin de este puerto.
Al mismo tiempo sala una barca cargada con salitre. El vapor se dirigi a ella y la
detuvo. Luego pudo reconocerse que aqul era el Huscar. Demor como dos horas
cerca de la barca, talvez trasladando a tripulacin del monitor. El buque apresado
permaneci en ese mismo lugar durante todo el da. El Huscar se dirigi lentamente al
puerto y se detuvo como a 4.000 metros de tierra. En la baha se hallaban fondeados la
Magallanes con sus fuegos listos y el Abtao que no poda moverse por estar sus calderas
en compostura. En el momento que el Huscar viraba como para retirarse (ya en otra
ocasin haba entrado al puerto y se haba retirado sin combatir), el Abtao desde su
fondeadero le hizo el primer disparo (1 h. 20 p. m.). El Huscar, avanzando un poco
hacia el puerto y enarbolando una enorme bandera, contest. Los caones de las bateras
de la costa rompieron tambin sus fuegos sobre el monitor (uno de 300 y cuatro de 150).
La Magallanes, despus de largar sus amarras y de colocarse entre los buques mercantes
fondeados en la baha, tambin dirigi sus fuegos al Huscar. El combate continu
sostenido. Tanto los fuegos de los caones montados en tierra como los de nuestros
buques fueron inciertos, la mayor parte de ellos cortos a causa de la gran distancia a que
se hallaba el buque enemigo. Los mejores disparos fueron hechos por el Abtao.
El fuego continu hasta las 5 de la tarde, a cuya hora el general en jefe lo mand cesar.
El Huscar tiene ahora buenos artilleros, pues todos sus disparos han sido bien
dirigidos, lo que no ha sucedido en otros combates. Al Ab tao le acert una granada de
300 y otra de menor calibre. Ambos proyectiles, con corto intervalo, cayeron sobre la
cubierta del Abtao causando grandes destrozos en el buque. Murieron 9 hombres, entre
ellos el primer ingeniero, seor Merry, y 12 heridos. El proyectil de a 300 destroz la
barandilla y la escala del puente del comandante, arrojando a la cubierta al teniente
Krug, qu se hallaba al lado de su jefe. El comandante D. Aureliano Snchez fue herido
levemente en la cara por una astilla de madera. El proyectil continu su marcha
atravesando la chimenea del buque, de donde arranc innumerables fragmentos de
fierro; se introdujo en la cubierta como a dos metros de la borda de babor, y al chocar
con una cuaderna revent haciendo grandes estragos. No obstante las averas del buque,
el fuego continu contra el blindado inmediatamente de haber recibido el Abtao estos
dos mortales disparos.
La Magallanes nada sufri, pero se le inutiliz el nico can poderoso que montaba
(de 115) a causa de un disparo con carga mxima que se hizo para poder alcanzar al
Huscar que se bata a tan larga distancia. Las bateras de tierra, donde funcionaban un
can de 300 y 4 de 150 hacan inciertos disparos. El can de 300, nico que hubiera
podido causar algn dao al monitor, se desmont al primer disparo a causa de no
haberse aflojado lo bastante los compresores. El Huscar habr sido tocado por 4 5
proyectiles que no le habrn causado gran dao. Los ltimos 5 disparos del Huscar
fueron dirigidos al fuerte Bella Vista, donde me hallaba de orden del general en jefe.
Fueron esplndidos como puntera. Las granadas estallaban sobre nuestros caones,
cubriendo un gran espacio los segmentos y cascos de los proyectiles. Al entrar la noche
el Huscar se retir de la baha con rumbo al sur. Como se crey que durante la noche
volviera a echar a pique al Abtao, que no poda moverse por tener en reparacin sus
calderas, se embarcaron en los buques y embarcaciones menores tropas del batalln
Navales para el caso de abordaje. Durante el combate nadie se movi del pueblo. Los
regimientos se colocaron detrs de los edificios en las calles paralelas al mar. Todos los
habitantes de Antofagasta estaban en los miradores y azoteas observando el combate. El
Huscar hizo 28 disparos y 100 nuestros buques y las bateras de tierra. En la
Magallanes ni en tierra hubo ninguna desgracia que lamentar. El Blanco lleg ,a
Antofagasta a las 11 de la noche, pocas horas despus del combate. Nuestros blindados
siempre salen y llegan a destiempo. Despus del combate mi hermano y yo fuimos
comisionados por los jefes del ejrcito para trasladarnos al Abato
con el objeto de, a nombre del ejrcito, felicitar a su comandante D. Aureliano Snchez,
por su brillante conducta, atencin que ste agradeci altamente. Pudimos observar los
grandes destrozos que en el buque haban causado los proyectiles del Huscar, que la
tripulacin se apresuraba a reparar. Ninguno de los proyectiles disparados por el
blindado peruano fue dirigido a las mquinas resacadoras de agua ni a los grupos de
gente que haba en distintos puntos de la ciudad. Fue acto de humanidad del
comandante del Huscar? Me inclino a creerlo. En Antofagasta no hay agua natural. El
ejrcito y la poblacin se sostienen nicamente con la que producen las dos mquinas
resacadoras situadas una al norte y otra al sur del pueblo, visibles desde a bordo y
fciles de ser destruidas. Si esto hubiera sucedido, las consecuencias habran sido
terribles para el ejrcito. Se ha atribuido por algunos a imprudencia del comandante D.
Aureliano Snchez que hiciera fuego sobre el Huscar y provocase el combate cuando
este buque ya se retiraba de la baha. Al respecto debo consignar aqu lo que pas hace
pocos das a la mes de la Compaa de Salitres. Se hallaban all el Sr. Sotomayor,
Ministro de Guerra; el coronel Sotomayor, su hermano; D. Jos Francisco Vergara,
secretario del general en jefe; comandante del Ab tao, D. Aureliano Snchez; los
empleados superiores de las Salitreras; los comandantes Toro Herrera y Ricardo Santa
Cruz; diez o doce paisanos de los que han venido sin puesto alguno que desempear en
esta campaa, y el que estas lneas escribe. Se habl del Huscar, de sus correras, de la
habilidad de su comandante para evitar y burlar a nuestros blindados. Uno de los
paisanos, dirigindose a Snchez en tono burlesco, le dijo: Y dgame, Sanchecito
(jovialmente as lo llamaban por su pequea estatura los que ignoraban que dentro de
ese pequeo cuerpo haba un corazn muy grande, y los que ignoraban que Snchez en
su vida de marino haba dado muchas pruebas de serenidad y valor en los peligros),
qu har Ud. si se encuentra con el Huscar? La pregunta es ociosa observ
Snchez, me batir con el Huscar tan pronto como lo tenga a tiro, para lo cual desde
luego solicito la venia del Sr. Ministro. Todos se rieron, creyendo que sera una
fanfarronada de Snchez pretender batir al Huscar con el Ab tao, buque de madera,
viejo, que casi no poda moverse. Y Sanchecito cumpli su palabra batindose con el
Huscar la primera vez que lo tuvo a tiro.
Del archivo de la seccin o departamento de espionaje que he tenido a mi cargo desde el
principio de la ocupacin de este litoral, tomo para agregarlo a estos apuntes el plano y
datos sobre el Huscar que coloco a continuacin... (Ver en prxima pgina.)
1.
Torre 2 caones de 300 grueso de la torre, 20 pulgs., 5 de fierro y 15 de
madera.
2.
2. Falcas que se echan al costado para el combate.
3.
Torrecilla para el comandante durante el combate blindada como la torre, y
del espesor de sta. en fierro y madera. Es ochavada de 1 metro de dimetro.
4.
Portalones para los dos caones de 40 que hay en la nave.
5.
Can de popa de 20.
A.A. Toldilla firme de madera delgada en la popa.
B.B. Casco blindado en el centro guardando la mquina tiene 4 1/2 pulgadas, y lo
dems vara de 2 1/2 a 3 pulgadas. La parte de popa tiene 3 pulgadas. El blindaje del
centro tiene un resguardo de madera tic de 9 pulgadas y adems un forro interior de
fierro de 3/4 de pulgada.
Dimetro de la torre, 25 pies ingleses. Eslora, 200 PS. y manga, 35 Ps.
Puntal, 28 pies.
El mayor andar es de 11 millas escasas. Las calderas no estn en muy buen estado. Sus
fondos en buena condicin.
*Esta marca indica el lugar de estribor donde pas una bala de 150 del Shah. En el
centro de la torre y cerca de los caones una bala de 150 del Shah hundi el blindaje dos
pulgadas y ocasion la interrupcin en el movimiento de dicha torre.
Los caones de la torre no pueden maniobrar hacia la popa porque interceptan la
torrecilla del comandante, etc.
El informante de La Noria fue a San Juan, donde hay 1.400 soldados bolivianos de
infantera. En Molle estuvo 3 horas. Aqu hay 2.450 hombres de infantera peruana, 150
artilleros con un can Krupp de a 4,2 de bronce de a 6 y uno de fierro de a 6. Los tres
ltimos de cargar por la boca. En Molle no hay fosos, trincheras ni obra alguna de
fortificacin. En Punta Colorada ni en Huantajaya hay guarnicin alguna. En Canchones
hay 100 hombres de caballera al cuidado de la caballada.
Toda la ciudad de Iquique est foseada y atrincherada, pero en la caleta de Cavancha
no hay ningn trabajo de defensa. Hay en Iquique 2.200 hombres de lnea. Tienen dos
caones Krupp de a 6,2 Armstrong de a 9 y 4 de bronce de a 9 de cargar por la boca. No
tienen ninguna ametralladora. La guardia nacional que se denomina de Tarapac y de
Iquique se compone de 1.200 hombres con armamento de fulminante.
El ejrcito peruano de lnea usa el fusil Chassepote francs, el Chassepote peruano y el
Martin-Henry (N? 5). La caballera y la artillera usan el Winchester. La caballera
boliviana usa carabina Spencer. La guardia de Daza compuesta de 50 hombres est en
Iquique. La denomina franco-tiradores y usan Martin-Henry.
En Patillos hay de 30 a 40 hombres de guarnicin y 25 en Pabelln y otros tantos en
Huanillos. El informante sali de Iquique el 30 por la maana por el tren de Pozo
Almonte en la tarde. El 31 por la maana lo tomaron preso en este lugar, acusndolo de
espa chileno. Lo colgaron de los dedos para hacerlo confesar. Lo llevaron a Iquique en
mua y lo encerraron en la Prefectura. Lo libert el cnsul ingls al da siguiente y se
qued all aguardando el vapor por haberse ido la escuadra chilena.
Desde que se fue la escuadra trabajan en la isla fortificaciones, y esperan por el
Chalaco 2 caones de a 300. El Huscar lleg el sbado en la tarde y sali el 12 de la
noche con el Oroya para el Callao, llevndose a los oficiales de la Esmeralda. Se deca
en Iquique que la Unin y el Rmac rotaban por Coronel esperando un transporte con
armas. Tienen dos botes-torpedo, uno de los cuales han mandado a Anca desde que
sali la escuadra chilena. El 30 de julio en la maana iban a aplicarle al Blanco un
torpedo Leith, pero el Blanco no entr a la baha.
Agosto 18 de 1879 (Snchez Argentino). El vapor Colombia sali del Callao el 5 de
agosto. Toc en los puertos de costumbre.
La Pilcomayo qued en el Callao.
San Juan
1.000
San Lorenzo
1.500
Negreiros, batalln boliviano Aroma
350 Germania, batalln
boliviano Vengadores de
Colpechorca
350
Noria, infantera y cab.
1.200
Molle
2.500
Iquique
3.000
Total 11.500
En Iquique hay slo diez piezas de artillera de campaa. En los dems puntos el
comisionado no vio artillera. En Iquique tienen vveres en abundancia, carne fresca no
ha faltado ningn da. Grandes arriadas vienen de la Repblica Argentina por Tupiza y
la quebrada de Arica. Los peruanos creen imposible que puedan ser atacados. Las
fortificaciones de Iquique consisten slo de fosos. Se cree que en el Oroya embarcaron
con destino al norte los prisioneros de la Esmeralda. La tropa toda hace vida de
campaa y por lo desparramada que est, en caso de apuro, necesitar a lo menos tres
das para ser reconcentrada en Iquique, exceptuando la de Pisagua.
De todos los datos que he obtenido sobre el territorio que ocupan las fuerzas
peruanas, el nmero y calidad de stas, su armamento, etc., son estos dos informes que
he copiado los que creo ms exactos. Los comisionados no se conocen, han visitado
aquellas localidades separadamente y los datos que han dado son casi iguales, sobre
todo en el nmero de soldados del ejrcito enemigo. El Sr. Sotomayor me ha pedido
dejar en su poder esos informes para estudiarlos, y me ha dicho que me llamar pronto
para hablar sobre movilizacin del ejrcito. Hasta hoy no regresan a Antofagasta cuatro
comisionados que en fechas distintas he enviado al interior de Bolivia.
Agosto 29-1879. En la maana de hoy ha salido el Blanco con rumbo al Sur. Se ha
recibido un telegrama de Mejillones anunciando que el Huscar ha entrado hoy a ese
puerto y llevdose de la baha un pequeo vapor. Con grandes honores militares se han
sepultado hoy los muertos del Abtao. De algunos de ellos slo se ha encontrado uno que
otro miembro. Tal fue el destrozo a bordo de ese buque.
Agosto 30-1879. Han partido para Valparaso los trasportes Limar, Itata y Paquete
de Maule conduciendo enfermos. Van convoyados por el Blanco y la Magallanes. En
ellos tambin regresan a Valparaso los cirujanos y dems personal de la ambulancia
N. 2 de Valparaso, que ha sido disuelta.
Setiembre 3-1879. Anoche han llegado el Blanco, la Covadonga y el trasporte
Copiap. En la tarde del mismo da se embarc en el Itata el regimiento Santiago,
compuesto de 1.200 plazas, al mando del teniente coronel D. Pedro Lagos. Este cuerpo
desembarcar en Tocopilla y marchar a cubrir la lnea del Loa.
Desembarcada la tropa, los buques continuarn al Norte a cruzar a la altura de Iquique.
Setiembre 23-1879. El 10 del corriente hubo un combate como 15 leguas al N.E. de
San Pedro de Atacama, entre una montonera boliviana de 40 hombres mal armados y 22
soldados de Granaderos a caballo de las avanzadas nuestras. El resultado fue la derrota
de la montonera. Murieron 13 bolivianos, y chilenos hubo cinco heridos de gravedad.
Ayer partieron por tierra a guarnecer Mejillones el batalln Chacabuco y la brigada de
Zapadores, siendo la fuerza de ambos de 940 hombres.
Setiembre 25-1879. Han recalado el Cochrane, la OHiggins, Amazonas, Loa, Liman,
Matas Cousio, Paquete de Maule, Santa Luca y Huanay, trayendo de Valparaso los
siguientes cuerpos: Cazadores del Desierto, con 518 hombres, al mando del coronel
graduado D. Orozimbo Barbosa; regimiento Esmeralda, con 1.100 hombres, al mando
del coronel Santiago Amengual; 400 hombres de Chilln y 700 de Valdivia. Estos 1.100
hombres l-
timos han venido para llenar las bajas de los distintos cuerpos que aqu existen.20
Setiembre 28-1879. Anoche ha zarpado para Mejillones el vapor trasporte Amazonas,
al mando del capitn de fragata D. Manuel Thomson. Desde hace das se encuentran en
aquel puerto el Blanco, haciendo algunas composturas en su mquina y limpiando sus
fondos, y el Cochrane, que fue reparado en Valparaso, teniendo hoy mayor andar. En el
Amazonas partieron a Mejillones el jefe del Estado Mayor, coronel D. Emilio
Sotomayor, y el mayor de ingenieros D. Baldomero Dubl Almeida.
Octubre 1-1879. En la maana de hoy ha partido para Mejillones el vapor Loa
llevando a su bordo al Ministro de la Guerra D. Rafael Sotomayor, acompaado del que
estas lneas escribe.
La guerra va a tomar carcter ms activo. Todos nuestros buques de guerra (excepto la
Chacabuco, que cambia sus calderos en Valparaso) se encuentran en Mejillones, como
asimismo los trasportes. A los comandantes de stos hemos hecho las indicaciones del
caso para los arreglos del alojamiento y conduccin de tropas, material de artillera y
animales. En todas estas faenas para nosotros nos saca de apuros el Libro de Campaa
del general Wolseley. Hay frecuentes y largas conferencias del Ministro de Guerra con
el jefe de Estado Mayor, secretario del general en jefe y jefes de la escuadra.
20 Esta noche debe zarpar nuestra escuadra en busca de la peruana. Se supone que est
en Iquique. Hay ms confianza ahora en nuestra escuadra. Ha habido cambios de jefes y
los buques han sido reparados y estn ms giles en sus movimientos. Renacen las
esperanzas. Del xito no se duda. Slo se desea encontrar la escuadra enemiga. El
triunfo ser nuestro. Concluida esta campaa martima la escuadra vendra en busca del
ejrcito, que est listo para la marcha y para operar en territorio peruano hasta encontrar
al enemigo. Ya estamos cansados de ocuparnos slo de preparativos, necesitamos entrar
en accin. No se ha permitido zarpar de Mejillones al vapor ingls que hace la carrera al
norte, ni de Antofagasta al de la misma nacionalidad que lleg ayer. Lo harn despus
de la partida de nuestra escua20 Este viaje de los buques es notorio porque significaba
la preparacin de un plan a largo plazo para perseguir y capturar al Huscar. Don
Rafael Sotomayor, Ministro de Guerra, mand los blindados a reparacin: el Cochrane
a Valparaso, con otros buques; el Blanco a Mejillones, a fin de limpiarlos y restituirles
la velocidad propia que les permitiera dar alcance al Huscar, plan que culminara en el
combate naval de Angamos.
a bordo del Huscar, dio el nombre de cucaln a todos los paisanos que no tienen
ocupacin alguna en nuestro ejrcito. Los habitantes de Antofagasta celebran con
trasportes del mayor regocijo el triunfo obtenido por nuestra escuadra: el Huscar
capturado ! El telgrafo comunica esta fausta noticia a toda la Repblica, y todos los
pueblos de Chile celebran en este da la captura del invencible Huscar, como lo
llama el caballero argentino D. Flix Fras, a quien le ha puesto un telegrama
comunicndole lo ocurrido un alegre joven de Antofagasta, travesura que le consta
(cuesta) buena cantidad de pesos.
Octubre 9-1879.La OHiggins y el Loa han vuelto a Mejillones sin haber podido dar
alcance a la Unin, que desapareci por su mayor andar favorecida por la oscuridad de
la noche. Se encuentra en Mejillones toda la escuadra chilena. Se anuncia haber llegado
a Valparaso un buque para Chile, de gran andar, que puede armarse en guerra.21
Octubre 10. Han fondeado en la baha de Antofagasta el Blanca, Covadonga,
Copiap y Matas Cousio. Han regresado el Ministro, general en jefe y comitiva, que
salieron anteayer para Mejillones. Tambin vienen los prisioneros del Huscar en
nmero de 140. Segn informaciones de las que vienen de Mejillones, los muertos del
Huscar son 30, mas faltan de la dotacin 20 individuos que se supone se han ahogado.
Heridos peruanos, 10. Se calculan en 30 los proyectiles que dieron en el Huscar, que
causaron en el buque horribles destrozos, pero sin daar la mquina.
El Cochrane (comandante Latorre), que fue el que sostuvo combate con el blindado
peruano, recibi tres proyectiles, uno de ellos en la popa, que perfor el buque.22 (Se
dice que este proyectil fue lanzado por el Blanco. Latorre me ha dicho no que recibiera
este proyectil del Blanco, sino que nunca estuvo su buque en situacin de que el
Huscar pudiera herirlo por la popa). A bordo del Cochrane hubo 11 heridos. La
OHiggins y el Loa salieron ayer de Mejillones con rumbo desconocido. Ha quedado el
Huscar en Mejillones al mando del capitn de corbeta D. Guillermo Pea. En ese
puerto permanecer hasta que se le hagan las reparaciones que necesita.
Octubre 11-1879. El Blanco y el Copiap, conduciendo los prisioneros peruanos, han
zarpado hoy para el sur.
En Carmen Alto:
Ausentes para el
Enfermos en los
Fallando a listas
En Antofagasta
Regimiento Esmeralda
territorio:
hospitales y cuarteles
1.176
500
612
27
7.875
Total 13.858
Octubre 26-1879. Durante estos ltimos das ha habido frecuentes reuniones de los
directores de la guerra para discutir y resolver las diversas operaciones que con ella se
relacionan. Se ha determinado el lugar en que debe desembarcar el ejrcito chileno.
Sobre el particular se guarda reserva. En Antofagasta y Mejillones se hallan listos los
trasportes que deben conducir al ejrcito. Se embarcarn 1.000 hombres,23 fuerza que se
considera suficiente para batir al ejrcito per-boliviano que ocupa el departamento de
Tarapac, objeto de nuestra expedicin. Las municiones para nuestro ejrcito
expedicionario estn ya embarcadas en los trasportes que se indican en la tabla de la
pgina siguiente. El material de guerra y el personal han principiado a embarcarse, y la
distribucin de ste en los distintos buques se manifiesta ms adelante.
Estado Mayor y que ya hemos apuntado, hay una fuerza que no pasa de 1.200 hombres,
sin artillera. Montados en el puerto hay dos caones de a 100, uno al norte y otro al sur
de la baha. En Junn hay una pequea guarnicin de 20 hombres. Arrollada, se dirigir
por tierra una divisin a atacar las fuerzas de Pisagua por retaguardia. Las fuerzas de
desembarco para atacar a Pisagua -y Junn sern designadas oportunamente y el plan de
ataque y desembarco se dar a conocer maana a los jefes de cuerpos y comandantes de
buques. Tomando Pisagua, desembarcar todo el ejrcito para operar en el interior,
segn las disposiciones superiores. A las 6 p. m. alcanzamos el convoy del cual nos
separamos ayer. Cantinuamos navegando al N. Siendo el punto de reunin la altura de
Pisagua, 50 millas de tierra, esperamos encontrar en ese punto a la escuadra maana en
la noche, donde debe esperarnos.
Los buques de la marina inglesa Turquoise y Thetis nos acompaan desde Antofagasta.
Los buques que componen la escuadra expedicionaria son los siguientes: Cochrane,
OHiggins, Magallanes, Ab tao, Covadonga, Amazonas, Loa, Itata, Copiap, Liman,
Matas Causio, Paquete de Maule, Huanay, Santa Luca, Toltn, Elvira lvarez, Toro
y Lamar. El Angamos ha quedado en Tocopilla embarcando la artillera de marina. A
bordo del Amazonas ha habido varias reuniones de los jefes superiores y directores de la
campaa. En ellas se ha acordado, en sus menores detalles, la forma del desembarque de
la fuerza que ha de atacar a Pisagua y Junn, como as mismo la restante que
desembarcar despus de tomados los lugares. Hemos hecho gran nmero de ejemplares
de estas instrucciones para repartirlas a los comandantes de buques y de cuerpos. El
total de las fuerzas chilenas, incluyendo la artillera de marina, es de 11.195 hombres.
Se ha designado para que dirija el desembarque de las tropas en Pisagua al capitn de
navo D. Enrique Simpson, que acompaa al Ministro desde que fue separado del
mando del Cochrane.
Octubre 31-1879. Hoy ha sido da de gran ansiedad para todos los tripulantes del
Amazonas. Este buque ha llegado en la maana de hoy a la altura de Pisagua y no
hemos encontrado a la escuadra de buques de guerra y trasportes que deban unirse a 50
millas al O. de Pisagua. El Amazonas ha vuelto al 5. en busca de las naves. A las 6 p. m.
se divisan algunos humos al sur. La mquina del Amazonas se descompone y el buque
se detiene para hacer las reparaciones del caso. Se han encendido luces de Bengala y
cohetes de seales para evitar accidentes. A las dos de
* Proyecto del general Escala de regresar a Antofagasta con el ejercito, rechazado por el
Ministro Sotomayor y el. general Baquedano. Este repeta: No, seor El plan, el
pian! (El autor del Diario puso esta nota en el reverso de una de las pginas, al frente
del asunto que trata.)
jefes nombrados de la marina, expresando que cualquier error pequeo que hubiera en
las informaciones respecto al lugar donde nos hallbamos, no sera inconveniente para
el xito de la operacin que deba tener lugar.
La reunin se disolvi y los jefes regresaron a sus respectivos buques, ponindose stos
inmediatamente en marcha con rumbo al E.
Pocos momentos despus que el general en jefe se retir de la reunin, fui llamado a la
cmara de ste. All estaba el comandante del batalln Navales, coronel de guardias
nacionales D. Martiniano Urriola, y el general me dijo lo siguiente: Comandante, el
coronel Urriola hie dice que el personal del cuerpo que (me) manda se compone de
artesanos, fleteros y jornaleros del puerto de Valparaso; que esta gente tiene numerosa
familia, y como el desembarque en Pisagua ha de causar numerosas bajas, me pide que
este cuerpo (que) est designado para hacer el desembarque, sea cambiado por otro.
Encontrando justas las razones que expone el coronel, Ud. designar otro cuerpo para
sustituir al Navales en el desembarque de Pisagua. Esto fue ms o menos lo que me
dijo el general, y que yo oi con la mayor sorpresa. Que hubiera un jefe que solicitara
que su regimiento no concurriera al puesto de peligro y de gloria que se le haba
designado y un general accediera a la peticin, era algo que no poda explicarme.
Para una operacin de desembarque me pareci lo ms natural elegir a los Navales,
gente de mar en Valparaso, que conoce el manejo de las embarcaciones y todo lo que
con ellas se relaciona.
Dando cumplimiento a la orden del general en jefe, nombr en lugar de los Navales al
batalln Atacama para el desembarque en Pisagua.24
24 El Diario no termina aqu, porque el autor puso fecha hasta 1884; pero no tenemos su
continuacin.