Virtudes Cardinales
Virtudes Cardinales
Virtudes Cardinales
LAS VIRTUDES
CARDINALES
DISPENSA DE CLASES
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ÍNDICE
PRUDENCIA..........................................3
JUSTICIA................................................3
FORTALEZA..........................................3
TEMPLANZA..........................................3
3
PRUDENCIA
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LA PRUDENCIA EN LA SAGRADA ESCRITURA
1. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.
Como luego diremos el término griego que mejor define la prudencia es phrónesis. Ahora
bien, es los LXX al hacer uso de tales términos (phrónesis, prhonimos), están colocando en
griego los derivados del hebreo:
-bîn: cuyo significado más constante es “considerar, hacer atención, ponerse en guardia” (1
Re 3,9), y
-sakal: “pesar”, que reviste las acepciones de “examinar, observar, estar atento.
A su vez estos los sustantivos derivados son usados frecuentemente de modo paralelo con el
verbo “saber” (Os 14,10; Is 1,3; 6,9; 40,13), al igual que se pone en paralelo prudente e
inteligente (Is 44,19; Prov 28,2). Esto muestra que la prudencia bíblica no es una cualidad del
sentimiento sino del espíritu; se trata del “sentido justo” de lo que hay que hacer. No se trata
asimismo de una ciencia puramente especulativa, sino siempre de una aplicación a la acción
vista en su sentido moral.
Esta prudencia no es algo puramente innato sino que es transmitida por enseñanza, por
tradición e instrucción. A eso se dirigen, por ejemplo, los Proverbios de Salomón: Prov 1,1-7.
En un plano puramente persona, la prudencia bíblica es una cualidad que hace que nuestros
juicios posean un recto discernimiento: Salomón pide a Dios que le de “una inteligencia atenta...
para discernir el bien y el mal” (1 Re 3,9). “La sabiduría del prudente es discernir su camino”
(Prov 14,8; Eccl 10,15).
A su vez, en un plano transpersonal, el prudente es un hombre de buen consejo.
El falto de prudencia es el insensato, y más propiamente el “loco” (kesîl), pero no en el
sentido de ignorante o demente o debil de espíritu, sino con un sentido moral, es decir, el que ha
pervertido el sentido moral:
-Prov 15,14:
-Bar 3,28: “Han perecido porque no tenían prudencia, han perecido a causa de su locura”.
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Otro aspecto que brota de las Escrituras es la relación existente entre el corazón y la
prudencia. La intervención del corazón (en el sentido de voluntad) es necesaria para la
adquisición de la prudencia (cf. Prov 2,10). La inclinación al bien supone una gran rectitud y
rectificación de la voluntad. Esto muestra que se trata de una virtud moral. Esto lo resume el texto
de Jer 4,22.
Otro aspecto surge de la relación entre prudencia y ciertos actos gubernativos, como la
guerra, la táctica, el gobierno. La prudencia, es por excelencia la virtud del jefe:
-1 Sam 16,18: “Tomad de vuestras tribus hombres sabios y prudentes... y yo los estableceré a
vuestra cabeza”
-Sab 6,24: “Un rey prudente realiza la prosperidad de su pueblo”.
Sin embargo no es exclusiva del gobernante sino de todo hombre; por eso se la encuentra en:
-el padre de familia (pequeño rey): Prov 13,22
-la mujer: Prov 14,1; 19,14
-en el hijo: Sir 22,4
-en el servidor: Prov 17,2.
2. EN EL NUEVO TESTAMENTO.
El sustantivo “prudencia” (phronesis) aparece solo una vez en los Evangelios, en Lc 1,17,
cuando el ángel anuncia a Zacarías que Juan Bautista “conducirá a los indóciles a la prudencia
de los justos”.
La descripción del acto de la prudencia aparece en dos parábolas: la del constructor de la
torre y del rey que va a la guerra (Lc 14,28-32). Estas parábolas oponen al discipulo temerario
que no considera la importancia de la obra que está por emprender y las dificultades de su
realización. Los actos propios que la prudencia impone (y en los cuales ella se manifiesta) son la
deliberación, la consideración, la reflexión, el consejo, el estudio de las diversas opciones y
posibilidades. Ser prudente es, en este sentido, ser razonable.
La imagen típica del prudente (prhonimos) es evocada al final del Sermón de la Montaña (Mt
7,24-27): es el que pone en práctica las palabras del Señor; es el que edifica sobre roca. El que
no lo hace es un insensato (môros).
Un texto difícil de precisar es el de Mt 10,16: “Yo os envío como corderos en medio de lobos.
Sed, pues, prudentes (phronimoi) como serpientes y simples (akéraioi) como palomas”. Teniendo
en cuenta que la referencia a los lobos es una indicación de los fariseos y escribas, por
contraposición, la simpleza hace referencia a una rectitud inquebrantable, ignorantes de las
sinuosidades del astuto. Pero, candidez no es sinónimo de debilidad de espíritu. La prudencia
significa aquí la prontitud y habilidad para no dejarse atrapar por la contaminación doctrinal.
Significa “estar en guardia”.
La prudencia hace referencia al futuro, como se ve claramente en la parábola del
administrador astuto (Lc 16,1-9) que asegura su avenir. En este sentido de futuro, la prudencia
tiene como acto el vigilar, y la imprudencia se demuestra en el dormir mientras el que ha de venir
no ha llegado: cf. todas las parábolas de la vigilancia (vírgenes necias, el ladrón inoportuno, etc).
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INTRODUCCIÓN
AL TRATADO TEOLÓGICO DE LA PRUDENCIA
Santo Tomás en la cuestión 47 de la II-II comienza el estudio de las virtudes cardinales
dedicando a éstas 124 cuestiones, es decir, hasta la q.170.
La primera de esta virtudes es la Prudencia. Se trata de un tratado de importancia capital para
todo el orden moral por ser ésta el alma, la forma, la maestra, la directora y modeladora de todas
las demás virtudes morales. Sin ella no hay vida moral posible y con ella todo está en su punto y
razón.
En los últimos siglos la función de la prudencia ha sido negligida por muchos moralistas,
suplantando su estudio por el tratado de la conciencia en función de los llamados sistemas
morales. Sin negar el provecho de esas aportaciones, hay que insistir en el valor de la virtud de la
prudencia, porque la formación y dirección de la conciencia recta y de la vida cristiana dependen
mucho más de tal virtud que de un determinado sistema. A comienzos de este siglo, un
movimiento de revalorización de la doctrina tomista ha llevado también a dar un nuevo lugar a la
prudencia, especialmente por obra de los dominicos Lehu, Garrigou-Lagrange, Merckebach,
Lumbreras y Deman; también es significativo el aporte del benedictino O. Lottin.
Santo Tomás se ha ocupado repetidas veces de esta virtud, ya sea ex profeso o bien
incidentalmente; de este último modo en sus comentarios sobre las Escrituras a propósito de los
textos referentes a la misma. Asimismo en otras obras suyas, como en los Comentarios a las
Sentencias de Pedro Lombardo en las Cuestiones disputadas De Veritate, en el Opúsculo de
Regimine Principum, en la Suma Contra Gentiles y en la Suma Teológica tratando de cuestiones
afines como la Providencia, la Gobernación, las cualidades del buen gobernante o de la caridad
como forma de las demás virtudes. De manera directa trata, en cambio, en el comentario al III
libro de las Sentencias de Pedro Lombardo distinciones 23, 33, 35 y 36. En el Comentario al
Libro II y IV de la Etica a Nicómaco de Aristóteles; en las cuestiones disputadas De Virtutibus in
communi y De Virtutibus Cardinalibus, en el Quodlibeto XII, q.15, a.22 y en la Suma Teológica en
las cuestiones que aquí analizaremos.
En todos estos lugares, particularmente en la II-II, Sto Tomás ha puesto a contribución el
saber divino y humano contenido en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres, escritores
eclesiásticos y filósofos paganos, de modo particular los platónicos, los estoicos y los
peripatéticos.
Si nos atenemos a las citaciones para tratar de individuar las fuentes de este tratado
podremos darnos cuenta de un amplio recurso a la Sagrada Escritura (47 veces el AT, 37 el NT);
entre los Santos Padres aparecen citados de modo particular: San Ambrosio, San Jerónimo, San
Agustín -el más abundante-, San Gregorio -quien le sigue en número-, San Isidoro y el Pseudo
Dionisio; entre los filósofos gentiles vienen citados de modo particular: Aristóteles (101 veces;
más que la Sagrada Escritura), Andrónico, Cicerón, Macrobio, Terencio y Valerio Máximo.
En cuanto al plan y estructura del Tratado, se divide en cuatro partes:
1º) La primera trata de la Prudencia propiamente dicha o Prudencia como virtud, la cual a su
vez se subdivide del siguiente modo:
I. En sí misma (q.47)
II. Sus partes: a. Consideración general, Q 48;
b. Consideración especial:
-partes integrales: q.49;
8
-partes esenciales o especies: q.50
-partes potenciales: q.51.
2º) La segunda parte del Tratado considera el don del Espíritu Santo correspondiente, en este
caso, el don de Consejo: q.52.
3º) La tercera parte analiza los vicios opuestos a la virtud y al don, se subdivide en dos
partes:
I. Vicios por defecto:
-por comisión: la imprudencia y otros: q.53
-por omisión: la negligencia: q.54
II. Vicios por exceso:
-la prudencia de la carne y otros anexos: q.55.
4º) La cuarta y última parte: los preceptos relativos a la virtud, al don y los vicios opuestos, Q.
56.
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1. EL GENERO PROXIMO: ART. 1-4.
Hablar del género corresponde o equivale a hablar de la materia de la cosa que se pretende
definir. La virtud de la Prudencia por ser un hábito o cualidad puramente espiritual, no consta de
materia propiamente dicha ex qua, pero exige y postula una materia in qua o circa quam, que es
un propio sujeto psíquico en el cual radica y un objeto material sobre el cual versa.
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precisión: el campo de lo operable puede ser de dos maneras, a saber, aquello que se distingue
en lo agible y lo factible.
Lo agible corresponde a las operaciones inmanentes como el ver, pensar y querer. Lo factible
es aquello relativo a las operaciones transeúntes, como el curtir, el pasear el aserrar.
El término de la operación transeúnte queda fuera del operante, o por lo menos de la facultad
operativa, como una casa fabricada, unos zapatos hechos o un cuadro pintado.
El término de la operación inmanente queda siempre dentro del operante y de la facultad que
lo ejecuta. La operación inmanente se llama, propiamente, acción, como la actio latina y la praxis
griega. La transeúnte se llama más bien producción o confección; en latín factio, en griego
poiesis.
Ahora bien lo agible es todo y solo lo referente a los actos humanos, es decir los actos libres y
deliberados; es lo mudable, contingente y libre. Lo factible, en cambio, es lo simplemente
producible, fabricable o confeccionable; es lo laborable, lo contingente, artificial o técnico.
La prudencia propiamente tiene como esfera propia lo agible humano y no lo factible, lo cual
queda reservado para el arte. La razón de esto es lo siguiente: la prudencia delibera y aconseja,
pero no el arte; ya que las reglas de este último y el modo de aplicarla son fijas y uniformes,
mientras que en la prudencia son infinitamente variables y cambiables tanto cuanto cambian las
circunstancias. Cuando un hombre es más prudente obra con tanto más consejo y deliberación;
por el contrario cuando un técnico es más competente, tanto menos titubea y delibera.
Esto prueba que la materia u objeto de la prudencia es sumamente indeterminado y
contingente, pues el consejo y la deliberación no recaen más que sobre lo que puede hacerse u
ocurrir de distintas maneras. Dice Santo Tomás “es necesario que, el que delibera se aconseje
sobre dos cosas, ambas factibles para elegir una de ellas en el futuro” (De malo q. 16, 4 ad 7).
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El hombre prudente debe, sin embargo, conocer también los principios universales de la
sindéresis y sus conclusiones obvias y fáciles, elaboradas por la ciencia ética, filosófica y
teológica. Porque si no conociese tales principios y conclusiones no podría aplicarlos a los casos
particulares; pero no se trata necesariamente de un conocimiento personal científico, aunque el
tenerlo sea muy conveniente, sino de un conocimiento natural y vulgar, como por ejemplo: el
sobrenatural que da la fe al cristiano y el conocimiento simple que tiene el hombre respecto de
los principios morales.
Sin embargo lo principal de la prudencia no es este conocimiento teórico, sino el conocimiento
práctico de los casos personales. Por eso, dice Santo Tomás que, de escasear en el
conocimiento de uno de estos dos extremos, es preferible que lo sea del universal y no del
particular (In Eth. 6, 6, nº 1194): “por ser la prudencia razón activa, es necesario que el prudente
posea ambos conocimientos, esto es, tanto el universal como el particular; y de tener sólo uno,
debe tener más bien éste, es decir, el del conocimiento de lo particular que es más próximo a la
acción”.
Como el conocimiento de los singulares se obtiene por los sentidos y por la experiencia,
resulta que la prudencia se funda esencialmente en la experiencia de la vida y de los hombres;
por eso observaba Aristóteles que los jóvenes pueden ser muy buenos matemáticos, pero
normalmente no son buenos prudentes, porque les falta aún la experiencia suficiente. Por el
contrario los hombres ya maduros suelen ser cautos y prudentes aunque sean inhábiles para
otras ciencias (libro VI de la Metafísica, cap. 8), “cuya causa es que la prudencia versa sobre los
singulares que nos son conocidos por la experiencia; ahora bien, el joven no puede ser experto,
porque para la experiencia requiere mucho tiempo” (In Eth., 6, 7, nº 1208).
Los prudentes son, necesariamente, hombres expertos y no precisamente hombres sabios
porque son hombres de acción y no de alta especulación. Ahora bien, la experiencia o el
experimento propiamente dicho es función específica del sentido interno llamado cogitativa,
aunque presuponga necesariamente la colaboración de los sentidos externos y de la memoria
sensitiva que recogen y conservan respectivamente los materiales de la experiencia; porque no
basta captar un solo objeto por un solo sentido y una sola vez, sino que hace falta captar
muchos, por diversos sentidos y repetidas veces y de distintas maneras en cada uno de ellos,
todo lo cual se archiva en la memoria sensitiva y entonces la cogitativa, bajo la dirección de la
razón compara uno con otro todos esos materiales y sensaciones con vistas a descubrir la ley o
el principio común que los rige y que está en ellos latente (cf. In Met. L. 1, 1 nº 15).
Junto con esto, la cogitativa humana ejerce una acción comparativa respecto de los objetos
útiles y nocivos convenientes o perjudiciales, agradables o desagradables, buenos y malos. No
sólo respecto de la vida corporal, sino también de la misma vida moral del alma, en cuanto que,
bajo la dirección de la razón práctica y a su servicio, compara dichos objetos ofrecidos por los
sentidos exteriores y por la imaginación y la memoria con vistas a descubrir en ellos y a través de
ellos por dicha razón la verdadera bondad y malicia moral de que son susceptibles. En una
palabra, la cogitativa es la facultad sensitiva más perfecta del hombre y el principal auxiliar de su
intelecto, ayudando a éste en su doble función especulativa y práctica con su acción
experimentadora sobre el mundo de lo sensible (servicio especulativo), y en orden a descubrir su
moralidad (servicio práctico).
Siendo, pues, necesaria la cooperación de la cogitativa como auxiliar de la razón práctica en
su función directiva y reguladora de lo agible humano, se sigue que el sujeto psíquico de la
prudencia no es sólo la razón práctica, sino también la cogitativa; pero no de maneras
equivalentes y a partes iguales porque un hábito operativo no puede residir al mismo tiempo y
por igual en dos potencias o facultades, sino en una primordialmente como en su sujeto principal
y en la otra secundariamente como en un sujeto extensivo y anejo (I-II, 56, 2).
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Concluyendo: la prudencia reside en la razón práctica como en su sujeto propio y principal, y
en la cogitativa como en su sujeto secundario y anejo que, bajo la dirección de aquella se habilita
para servirla en la percepción y discreción de la bondad y malicia de los casos particulares
ofrecidos en la experiencia (II-II, 47, 3, ad 3; In Eth 6, lec. 7, nº 1214-1215; lec. 9, nº 1254-1255).
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ciencia, prudencia y arte.
Luego de Aristóteles, la mayor parte de los estoicos volvieron al unitarismo de Sócrates, así,
Antístenes, Menedemo de Eretria, Zenón y Cleantes.
Este modo de ver pasó a los Padres del desierto, lo recogió Casiano y heredó San Benito,
legándolo a los monjes de Occidente. Todos ellos conciben las virtudes tradicionales (de modo
particular las cuatro virtudes tradicionales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza), más bien
como modos o condiciones generales de todo acto virtuoso que como hábitos esencialmente
distintoa. Pensamiento que perduró hasta el conocimiento y explotación de la Etica Nicomaquea
de Aristóteles. Esta obra que puede llamarse una auténtica renovación pluralista en el sentido de
que entiende cada una de las virtudes como esencialmente y específicamente distinta de las
otras, comienza de modo científico con Alejandro de Alés, continúa con Felipe el Canciller y San
Alberto Magno y llega a su apogeo en Santo Tomás, que supera a todos sus predecesores e
incluso al mismo Aristóteles.
La prudencia, a pesar de ser una virtud intelectual, tiene como objeto y materia propia lo
agible humano que es también objeto de las virtudes puramente morales entre las cuales
también se cataloga la prudencia. Hace falta, por tanto, por un lado investigar la diferencia
específica entre la prudencia y las demás virtudes intelectuales, y por otro averiguar la diferencia
entre la prudencia y el resto de las virtudes morales o cardinales.
Hay que agregar a esto la distinción entre la prudencia y el don del Espíritu Santo llamado
don de Consejo.
Hay que reconocer ante todo que la virtud de la prudencia es una virtud sui generis, por ser
una virtud intelectual que se ocupa exclusivamente de cosas morales. Su materia es moral,
aunque su forma sea intelectual. Esta materia pertenece a las virtudes meramente morales en
cuanto es primordialmente buena o mala, o sea objeto del apetito, pero al mismo tiempo puede
considerarse objeto de la prudencia en cuanto es algo ordenable por la razón práctica, es decir
materia de consejo, de juicio y de precepto. Esto se entiende porque la verdad y la bondad no se
contradistinguen, sino que se interfieren y compenetran; así dice Santo Tomás: “La verdad y el
bien se incluyen mutuamente, pues la verdad es un cierto bien ya que de lo contrario no sería
apetecible; y el bien es una cierta verdad ya que de lo contrario no sería inteligible...” (I,79,11, ad
2).
Lo bueno es formalmente bueno y materialmente verdadero y viceversa, lo verdadero es
formalmente verdadero y materialmente bueno. Así el intelecto y el apetito coinciden en el objeto
material, a saber la cosa que es a la vez verdadera y buena, pero se distinguen en el objeto
formal.
Lo mismo acontece proporcionalmente con la prudencia y las demás virtudes puramente
morales. Por eso la prudencia no es una virtud meramente intelectual, ni tampoco una virtud
puramente moral; sino una virtud que Ramirez llama anfibia, es decir, en parte intelectual y en
parte moral. Una virtud media entre las puramente morales y las meramente intelectuales (In III
Sent., d. 23, q.1, a.4, qla. 2, ad 3).
Ahora bien, no puede tratarse de una virtud que sea igualmente moral e intelectual, ya que
sería entonces un conglomerado de fragmentos de virtudes heterogéneas; debe ser, pues, más
una cosa que la otra. Es así más intelectual que moral porque es formalmente intelectual y sólo
materialmente moral, en cuanto que aplica los principios de la razón práctica a la materia moral.
Algo así como la óptica que aplica los principios de la geometría a la materia visible, o como la
musicología que aplica los principios de la aritmética a la materia sonora, las cuales son por eso
llamadas ciencias físico-matemáticas, es decir, medias entre lo puramente matemático y lo
puramente físico. Por eso Santo Tomás afirmará, respecto de la prudencia, cuatro cosas:
1º) Que la prudencia es una virtud esencialmente intelectual (I-II, 58, 3, ad 1).
15
2º) Que es una virtud moral hasta cierto punto, “quodammodo” (I-II, 61, 1).
3º) Que es una virtud inmediatamente cognoscitiva y mediatamente operativa, es decir
cognoscitiva por sí y ejecutiva por medio de las virtudes morales (De virtutibus in communi 12, ad
20).
4º) Que es en cierto sentido -”quodammodo”- una virtud media entre las meramente
intelectuales y las puramente morales (De virtutibus in communi 12, ad 14).
Por eso dirá en la Suma Teológica: “La prudencia se dice que es media entre las virtudes
intelectuales y las morales, en cuanto que conviene con las virtudes intelectuales en el sujeto y
totalmente con las morales en la materia” (II-II, 181, 2, ad 3).
El sentido de esta formulación es que la prudencia es esencialmente intelectual, es decir, en
cuanto a su forma es intelectual; y per se secundo es moral, o dicho de otro modo es intelectual
en cuanto al sujeto psíquico en el cual radica (o materia in qua), y es moral es cuanto a la
materia circa quam que es precisamente la materia moral (I-II, 55, 4).
En cuanto a la distinción, respecto de las otras virtudes, hemos de decir lo siguiente:
1º) Se distingue esencialmente de las otras tres virtudes morales -justicia, fortaleza y
templanza- en cuanto al propio sujeto psíquico. En la prudencia es la razón práctica y en las
virtudes morales es el apetito superior (justicia) e inferior -concupiscible (templanza) e irascible
(fortaleza).
Se diferencia también de ellas por parte del objeto, tanto formal como material; por parte del
objeto material -o materia circa quam- existe una cierta coincidencia en cuanto que todas estas
virtudes recaen sobre lo agible humano, pero se distinguen en que la materia propia de la
prudencia es todo ese agible mientras que la materia de cada una de las otras virtudes morales
es una parte de ese agible.
Pero, fundamentalmente se distinguen por parte del objeto formal en cuanto lo agible
humano cae bajo la prudencia como verdadero y cognoscible, mientras que bajo las otras
virtudes cae como bueno y apetecible. La prudencia, pues, capta en lo agible humano la razón
formal de verdad práctica desde el punto de vista de cognoscible y ordenable, mientras que las
otras virtudes puramente morales captan en él la razón formal de bondad moral desde el punto
de vista de apetecible y ejecutable.
2º) En segundo lugar, se distingue de las virtudes intelectuales, a saber, sindéresis e
intellectus, sabiduría, ciencia y arte. En este caso, la distinción, no se deriva del sujeto psíquico;
pues, todas residen en el intelecto, sino por parte del objeto. La prudencia se distingue,
específicamente, de las virtudes intelectuales puramente especulativas porque esas se ordenan
a la contemplación de las verdades independientes de nuestro ser y conocer y por tanto
absolutas, universales, necesarias y eternas, como los teoremas matemáticos y las
demostraciones metafísicas; mientras que la prudencia se ordena a una función práctica del acto
humano a ejercer y por consiguiente su verdad es dependiente de nuestro modo de ser y de
querer, o sea, es relativa, particular, contingente y temporal.
En cuanto al arte (la virtud que más se le puede asemejar) puede decirse que lo operable del
arte, aunque contingente y dependiente de nuestra actividad, es exterior y factible, mientras que
lo operable de la prudencia es interior y agible; la bondad del arte está en la obra artística
realizada y no en el artífice, en tanto que la prudencia (la bondad de la prudencia) queda en el
mismo que ejecuta la acción; el arte no da la rectitud del uso humano de los actos con que se
realizan sus obras, mientras que la prudencia confiere, precisamente, tal rectitud.
Digamos algo también respecto de la diferencia entre la prudencia y la ética o ciencia moral,
ya que ambas recaen sobre la misma materia que es todo lo agible humano. Sin embargo, se
distinguen específicamente porque recaen sobre ella de manera diferente. La prudencia
considera lo contingente -agible- humano exclusivamente como contingente y según toda su
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flexibilidad individual, la ética -por el contrario- considera eso mismo según sus razones
universales y necesarias. La ética considera lo agible humano según el primer grado de
abstracción formal, al tratarse de la ética filosófica, porque la teológica la considera también
desde el tercer grado. Y precisamente por eso abstrae de los singulares como tales quedando
sus fallos o conclusiones con cierta universalidad; mas la prudencia no admite abstracción
alguna, sino que dictamina y concluye en particular y según todas las circunstancias concretas
del acto humano individual. Por eso escribe Santo Tomás, “la prudencia incluye más que la
ciencia práctica; pues a la ciencia pertenece el juicio universal sobre lo que hay que hacer, por
ej., que la fornicación es mala, que no se debe robar y cosas así... Mas a la prudencia pertenece
el juzgar rectamente sobre los sensibles singulares, tal como han de realizarse ahora” (De
Virtutibus in communi 6, ad 1).
Por último, la prudencia se distingue del don de consejo, no por parte del objeto material ni
del sujeto psíquico, en los que coinciden totalmente por residir ambos en el intelecto práctico, y
recaer sobre todo lo agible humano en su máximo detalle y particularidad; se distinguen, eso sí,
por parte del objeto o motivo formal. El don de consejo, en efecto, procede por inspiración directa
del Espíritu Santo que le manifiesta lo que debe elegir y ejecutar en concreto sin esfuerzo ni
trabajo alguno de su parte para averiguarlo. La prudencia, en cambio, incluso la prudencia infusa,
conserva un modo de proceder humano o discursivo y laborioso.
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COROLARIO: El proceso psicológico-moral de la función prudencial: Puede hablarse a
este respecto de los siguientes temas: el medio de la virtud, que señala la prudencia; la condición
analógica del medio de la virtud; el significado de recta razón; y la interferencia entre la recta
razón prudencial y el apetito. (Confrontar para todo esto los apuntes de Etica y de Teología Moral
fundamental).
19
II,56,6). Y en otro lugar: “La solicitud significa providencia con afán; y afán (solicitud) es una
aplicación vehemente del alma” (Com. a San Mateo cap. 6).
En este sentido puede definirse diciendo que es: vigilancia diligentísima y afán de aplicarse a
lo que la prudencia ha decretado y mandado y del modo como lo ha mandado. En conclusión:
pertenece a la prudencia cuando esa solicitud es una solicitud moderada.
Consiste pues, en cierta habilidad de ánimo que emprende rápidamente lo que debe obrar;
conviene obrar rápidamente una vez tomada la determinación, pero la determinación se ha de
tomar con calma.
Como indica Pieper2, hay dos tipos de rapidez y de lentitud, a saber: al deliberar y al obrar. Si
en la deliberación conviene demorarse, la acción deliberada debe ser, en cambio, rápida (II-II, 47,
9). Por otra parte, la facultad de captar de una sola ojeada la situación imprevista y tomar al
instante la nueva decisión constituye uno de los ingredientes de la prudencia perfecta, a saber: la
solercia, la visión sagaz y objetiva frente a lo inesperado. Se puede decir así, entonces, que la
solicitud hace de prisa lo que la razón piensa despacio3.
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II. LAS PARTES DE LA PRUDENCIA
En las qq.48 a 51 Santo Tomás estudia las partes de la prudencia: en la q.48 las partes de la
prudencia en general; q.49 partes integrales; q.50, partes esenciales o especies; q.51, partes
potenciales.
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1) Respecto del consejo: EUBULIA
2) Respecto del juicio:
A) Ordinario: SINESIS
B) Extraordinario: GNOME
Por partes integrales se entienden los distintos elementos que componen un todo, en este
caso una virtud; así, por ejemplo, la pared, el techo y los cimientos son partes integrales de una
casa. Respecto de la virtud, partes integrales son aquellos elementos que deben concurrir al acto
perfecto de la misma.
En este sentido se enumeran ocho partes de la prudencia; cinco pertenecen a la prudencia en
cuanto cognoscitiva: memoria, habilidad en el raciocinio, inteligencia, docilidad y sagacidad; y
tres a la prudencia como preceptiva, a saber: la previsión o providencia, la circunspección y la
precaución.
Partes subjetivas de una virtud, son sus diversas especies; así como en el género animal se
contienen como especies subjetivas la vaca y el león, en el caso de la prudencia, son especies
subjetivas la prudencia por la que uno se gobierna a sí mismo y la prudencia por la cual se
gobierna la multitud. A su vez, distintas especies de prudencias corresponden a las distintas
especies de multitud congregada para cada negocio particular, como la prudencia militar es la
que rige la multitud congregada para la lucha; la económica es la que rige la multitud congregada
para vivir en familia; la política o gubernativa es la que rige la multitud congregada para la
convivencia política.
Finalmente, partes potenciales de una virtud son aquellas virtudes adjuntas a la misma, que
se ordenan a otros actos o materias secundarias porque no poseen toda la virtualidad de la virtud
principal; en este sentido, se asigna a la prudencia como parte potencial la eubulia que se refiere
al buen consejo, la synesis o buen sentido, ordenada a juzgar lo que sucede ordinariamente, la
gnome o perspicacia para juzgar lo que a veces se aparta de las leyes comunes.
25
coloreada por la pasión. La experiencia de lo pasado sirve para lo futuro: la historia nos enseña
que los pueblos que no reconocen o que no ven los errores cometidos en el pasado vuelven a
incurrir en los mismos errores en el futuro. De ahí la importancia de los historiadores objetivos en
cada pueblo: son los que forjan el porvenir de las naciones.
Respondiendo a la segunda objeción, Santo Tomás dice que la memoria no es algo
solamente natural o mecánico, sino que necesita ser perfeccionada por medio de la educación; la
educación la aumenta o perfecciona por medio de cuatro procedimientos: 1º) buscando
semejanzas con las cosas que intentamos recordar, pero no imágenes corrientes; 2º)
organizando debidamente las cosas; 3º) poniendo interés y amor hacia las cosas que queremos
recordar, ya que cuanto más queden impresas en el alma, más difícilmente desaparecerán; 4º)
meditando frecuentemente los objetos que queremos recordar. Decía ya Aristóteles que la
reflexión conserva la memoria, en cuanto recordamos rápidamente las cosas que estamos
acostumbrados a considerar meditando.
En la repuesta a la tercera objeción, Santo Tomás dice que de las cosas pasadas conviene
sacar argumentos para el futuro, por eso la memoria de lo pasado es necesaria para aconsejar
en lo futuro.
3) La docilidad (a.3).
La prudencia tiene por objeto las acciones particulares. Ahora bien, éstas se presentan en
una infinita variedad de modalidades; de modo tal que un solo hombre no puede considerarlas
todas en corto plazo, sino después de mucho tiempo. De ahí que, en materia de prudencia, el
hombre necesita de la instrucción de otros, especialmente de los ancianos que ya han llegado a
formar un juicio sano acerca de los fines de las operaciones; por eso dice Aristóteles que es
conveniente prestar atención a las opiniones y sentencias de las gentes experimentadas (de los
ancianos y de los prudentes), no menos que a las verdades demostradas, ya que a estos la
26
experiencia les enseña a penetrar los principios.
En el libro de los Proverbios (3,5) se lee: “No te apoyes en tu prudencia”; y en Eclesiástico
(6,15): “busca la compañía de los ancianos y si hallas a algún sabio, allégate a él”.
Ahora bien, precisamente en orden a recibir bien la instrucción de los otros es necesaria la
docilidad, y en consecuencia, esta última es una parte de la prudencia.
En el ad 3m se dice: “En las cosas que atañen a la prudencia, nadie hay que se baste
siempre a sí mismo”. Por eso, sin docilidad no hay prudencia perfecta.
Por docilitas, dice Pieper (pág. 49), “debe entenderse el saber dejarse decir algo”, actitud
nacida de la simple voluntad de conocimiento real que implica siempre y necesariamente una
auténtica humildad.
De este modo, la manía de llevar siempre la razón junto con la indisciplina, en el fondo, son
modos de oponerse a la verdad de las cosas reales. Por lo tanto, el silencio y el saber escuchar
es un requisito incangeable de toda aprehensión de la realidad.
2) La circunspección (a.7).
La circunspección atiende más directamente a las circunstancias que rodean el acto humano,
de modo tal de considerar si una acción que de suyo es buena y se ordena al bien, no contiene
alguna circunstancia que la haga inoportuna o desadecuada; así por ejemplo, el dar muestras de
amor a una persona parece conveniente para moverle a amar, pero no lo será si esa persona por
algún motivo lo toma como adulación. Por ello es necesaria en la prudencia la circunspección
para que el hombre compare lo que se ordena al fin con sus circunstancias y no sólo en abstracto
como lo considera la previsión o providencia.
28
2) La prudencia política (a.2).
La prudencia política, o también llamada prudencia cívica, es la especie de prudencia
correlativa con la prudencia gubernativa o legislativa analizada en el artículo anterior. Es la
prudencia que pertenece no al que manda, sino al que es mandado.
Los súbditos son mandados por el señor, no como son movidos los animales irracionales y
seres inanimados, sino que ellos son movidos por el precepto de otros, pero a su vez
moviéndose ellos libremente y con docilidad al cumplimiento de lo que manda el precepto. Por
este motivo necesitan de la rectitud del gobierno para regirse ellos mismos en la obediencia de
los príncipes. Esto es la función propia de lo que se denomina la prudencia política o prudencia
cívica, a saber, el regirse uno mismo en armonía y docilidad con los principios establecidos por el
imperio del príncipe o superior.
1) La eubulía (a.1-2).
Eubulía, etimológicamente, se deriva de eu (bien) y boule (consejo). Aristóteles la definió en el
libro VI de la Etica como la rectitud en el consejo. Se trata de una virtud humana, ya que el
aconsejar es un acto propio del hombre.
En la respuesta a la primera objeción, Santo Tomás aclara que no es eubulia el mal consejo,
ya que el mal consejo o bien busca un fin malo, o bien quiere llegar a un fin bueno a través de
medios malos. Ambas formas de consejo se oponen a la eubulía.
En la respuesta a la tercera objeción, afirma que esta virtud no reside en ningún pecador en
cuanto tal. Ya que todo pecado es opuesto al buen consejo, en cuanto que para aconsejar
rectamente se precisa no sólo averiguar y descubrir los medios aptos para llegar al fin, sino un
conjunto de circunstancias. El hombre virtuoso, en cambio, sabe aconsejar bien en todo lo que
conviene al fin de la virtud, aunque pueda ser inhábil para aconsejar en asuntos y materias
particulares, como negocios económicos, operaciones militares y otras cosas.
El artículo segundo, también dedicado a esta virtud, trata de distinguirla de la prudencia. Se
distinguen porque lo propio de la prudencia es el imperio, mientras que lo propio y principal de la
eubulía es el consejo.
Además, porque entre ellas se da una subordinación; el consejo se ordena al imperio como
hemos visto en la primera cuestión dedicada a la prudencia; de este modo también la eubulía se
ordena a la prudencia. De hecho ambas se pueden encontrar separadas, como, por ejemplo, en
aquellos hombres que conocen bien los principios pero les falta la prudencia para las
circunstancias concretas; pueden, no obstante, aconsejar bien, respecto de los primeros
principios, pero no respecto de los casos concretos.
2) La Synesis (a.3).
El término synesis se deriva de la lengua griega. Algunos lo hacen de proceder de syneti, es
decir sensatos; o bien, eusyneti, hombres de buen sentido, de donde a su vez se deriva el
contrario, asyneti, insensato.
La synesis es el buen sentido moral. Importa un juicio recto, no en las cosas especulativas,
sino en las acciones particulares, que son precisamente objeto de la prudencia. Hace que la
inteligencia aprehenda las cosas tal como son en sí mismas, por eso exige la buena y correcta
disposición.
Ahora bien, como el buen consejo y el juicio recto no se identifican, tampoco se identifican las
virtudes que los producen y es por eso que se coloca una virtud especial para el juicio recto, y
una virtud distinta para el buen consejo.
Respondiendo a la primera objeción, Santo tomás explica que este juicio recto consiste en
que la inteligencia aprehenda las cosas tal como son en sí mismas; esto se da cuando en la
inteligencia o entendimiento está bien dispuesta.
Esta buena disposición de la inteligencia para recibir las cosas tal como son en sí mismas,
proviene de la naturaleza y su perfección le adviene por la intervención de la gracia (desde el
30
punto de vista sobrenatural), o (desde el punto de vista natural) por la buena disposición y el
buen ejercicio.
3) La Gnome (a.4).
La gnome se define como la perspicacia del juicio. Se trata del recto juicio, pero, a diferencia
de la synesis, la gnome juzga aquellas acciones que están fuera de las reglas o leyes comunes,
es decir, de los casos más particulares. Muchas veces acaece la necesidad de hacer una obra
que está al margen de lo común, como por ejemplo: el denegar lo que ha depositado alguien que
ha sido traidor a la patria o dar el arma a un loco (aunque le pertenezca) y cosas semejantes; por
esto, debe juzgarse de estos casos conforme a principios superiores a las reglas comunes que
rigen generalmente la synesis. En conformidad con principios superiores se exige, también, una
virtud más alta para juzgar; a ésta se la llama gnome o perspicacia, e implica cierta agudeza en
el juicio.
Es precisamente la gnome la que dirige la epiqueia. O sea, aquella exceptuación respecto de
la ley en circunstancias particulares, en las cuales esa ley pueda ser dañosa. No atenerse a la
letra, sino al espíritu de la ley es lo propio de la epiqueia, dirigida por la gnome. Como por
ejemplo, no entregar la espada a un loco; o no dar dinero a alguien que se sabe que lo va a usar
para traicionar a la patria; o el uso que hace el rey David de los panes ázimos cuando está
huyendo de Saúl. No se trata de una relajación o excusa, sino de un juicio perspicaz de las
circunstancias que se presentan, hechas por una virtud más grande, que es precisamente la que
denominamos gnome.
32
3) DURACIÓN DEL DON DE CONSEJO (A.3).
Afirma Santo Tomás que el don de consejo dura también en la vida eterna y existe en los
bienaventurados en cuanto que en ellos continúa, por la acción de Dios, el conocimiento de las
cosas que saben y en cuanto que son iluminados para conocer lo que ignoran sobre el orden
práctico.
1. La imprudencia (q.53).
La q.53 se divide en 6 artículos; los 5 primeros tratan de la imprudencia en sí misma; el art. 6
del origen o vicio capital del cual dimana, a saber: la lujuria.
Los 5 primeros artículos, a su vez, se subdividen del siguiente modo:
-a.1: la condición genérica del pecado;
-a.2: la diferencia específica respecto de todos los demás
pecados;
-a.3-5. las partes potenciales, por oposición a las
correspondientes de la prudencia:
+ a.3: precipitación o temeridad, opuesta al buen
consejo;
+ a.4: inconsideración, opuesta al juicio recto;
+ a.5: inconstancia o inestabilidad, opuesta al precepto
o mandato.
33
1) La imprudencia es pecado (a.1).
La imprudencia como pecado puede entenderse tomándola en dos sentidos, a saber: como
privación y como contrariedad. Cabría un tercer sentido de imprudencia (como imprudencia
negativa), a saber: la mera ausencia (como se encuentra, por ejemplo, en los locos o en los
niños). Esta última, sin embargo, no es pecado, y no viene por lo tanto considerada en nuestro
artículo.
La imprudencia privativa se define como la carencia de prudencia en quien podría y debería
poseerla; así, por ejemplo, en el que gobierna. Considerándola en este sentido la imprudencia es
pecado, causada por la negligencia en preocuparse de adquirirla estando -precisamente- en un
cargo que la exige como condición propia.
Se define como imprudencia por contrariedad, en segundo lugar, a la razón que mueve y obra
de un modo contrario a la prudencia. Se verifica en el desprecio a los elementos propios de la
prudencia; así por ejemplo, hay imprudencia por contrariedad en el desprecio del consejo, el
desprecio de las normas de la razón o de las normas divinas. Tomada en este sentido la
imprudencia se opone directamente a la prudencia.
3) La precipitación (a.3).
Se opone directamente al consejo. Obra por ímpetu de la voluntad o juzga acerca de los
medios dejando de lado la deliberación. No tiene en cuenta las cinco partes integrales de la
prudencia cognoscitiva.
Precipitación se entiende metafóricamente del descender vertiginosamente sin tener en
cuenta las cosas intermedias. Lo más elevado del alma es la inteligencia; lo ínfimo, la operación
ejercida por medio del cuerpo. Los grados intermedios, por los cuales hay que descender son: la
memoria de lo pasado, el entendimiento de lo presente, la sagacidad en la consideración del
futuro, la comparación hábil de las alternativas, la docilidad en asentir a los avisos de los
ancianos. Por todos estos grados se desciende ordenadamente cuando se emite un juicio recto;
cuando, en cambio, se obra precipitadamente no se tiene en cuenta ninguna de estas cosas, sino
que se desciende desornadamente de lo universal a lo particular.
4) La inconsideración (a.4).
Se opone al juicio, a la synesis y la gnome. Inconsiderado es aquél que no tiene
consideración de la realidad de los hechos que tiene delante. Sobre todo se da esto cuando se
descuida por negligencia la observación de las circunstancias que acompañan los distintos actos;
34
por eso, no se puede formar un juicio exacto sobre la realidad, y en este sentido, la
inconsideración se opone al juicio recto, y es ocasionada generalmente por desprecio en tener en
cuenta las circunstancias, y en este sentido es pecado.
5) La inconstancia (a.5).
La inconstancia se opone directamente al imperio, es decir, a la prudencia propiamente dicha,
en su aspecto más esencial e importante.
Consiste en el abandono de un buen propósito definido, por razones leves y no por
obstáculos insuperables. Falla la razón al imperar los actos ya deliberados y juzgados. Este
abandono tiene como principio la voluntad desordenada, ya que nadie se aparta del bien
propuesto a no ser porque le agrada desordenadamente alguna cosa; pero no se consuma sino
por defecto de la inteligencia que falla al repudiar lo que antes había aceptando rectamente y en
el no resistir los embates de las pasiones pudiendo hacerlo, lo que proviene de su debilidad para
mantenerse firme en el bien y en la verdad ya propuestos.
2. La negligencia (q.54).
Se divide en tres artículos:
-si se trata de un pecado especial;
-a qué virtudes se opone;
-si es pecado mortal.
1) En sí misma (a.3).
La astucia se distingue de la prudencia de la carne, en cuanto no necesariamente busca un
fin malo sino que éste podría ser bueno en sí mismo. Lo característico de este vicio no es aquello
que intenta conseguir, sino el medio con que se lo busca; se trata siempre de caminos tortuosos,
de fraudes, de engaño, de medias verdades, de maquinaciones; incluso cuando se propone un
fin bueno, el astuto se mancha porque le falta la sinceridad y la verdad evangélica.
2 Cor 4,2: “Desechamos los tapujos de la ruindad, no procediendo con astucia ni falsificando
la Palabra de Dios, sino con la manifestación de la verdad recomendándonos a nosotros mismos
ante toda conciencia de los hombres en el acatamiento de Dios”.
Ad 2m: La astucia puede aconsejar respecto de un fin bueno o malo; mas no conseguirá un
fin bueno usando de medios buenos, sino usando de medios simulados y falsos. De ahí, que la
misma astucia ordenada a conseguir un fin bueno, es pecado.
Pieper indica que la simulación, los escondrijos, el ardid y la deslealtad, representan el
recurso de los espíritus
mezquinos y de los pusilánimes pequeños de ánimo.
2 Cor 11,3: “Temo que, al igual que la serpiente que engañó a Eva con astucia, se perviertan
vuestras mentes, apartándose de la sinceridad con Cristo”.
Ef 4,14: “Para que no seamos ya niños llevados a la deriva y zarandeados por cualquier
viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente
al error”.
La astucia es propiamente una desfiguración de la premeditación propia de la prudencia y se
pone en práctica a través de dos vicios que forman parte: el dolo o engaño y el fraude.
3) El fraude (a.5).
El fraude, como el dolo, consiste en la ejecución de la astucia. Se distinguen en que el dolo
pertenece a la realización de la astucia de un modo universal, ya sea de palabra o de obra;
Mientras que lo propio del fraude es la realización de la misma astucia a través de los hechos.
38
4. La causa de todos esos vicios, a saber, la avaricia (a.8).
Estos vicios, a saber, la prudencia de la carne, la astucia, la solicitud excesiva, nacen de la
avaricia. No sólo entendida como amor inmoderado de riquezas, sino como desmesurado afán
de poseer cuantos bienes el hombre estima que pueden asegurar su grandeza y su dignidad o su
status.
Es la angustia proverbial de los viejos, hija de un espasmódico instinto de conservación que
no repara ya en nada que no brinde seguridad y garantía.
39
JUSTICIA
40
41
I. CONCEPTOS INTRODUCTORIOS
1. ANTECEDENTES HISTORICOS.
Este tratado “De Iustitia”, conocido también como “De iustitia et iure”, se inserta como una
parte de la moral especial a continuación del tratado sobre la prudencia. Es el más amplio dentro
de los siete tratados de las virtudes.
Este tratado ha sido creado y organizado casi integramente por Santo Tomás por vez primera
en la Suma y no se encuentran sino pequeños rudimentos del mismo en las obras anteriores
sistematicas del Aquinate. Contrasta esto con casi todos los tratados dogmáticos y con muchos
de los morales de la Suma Teológica: en efecto, la mayoría de estos en la Suma corresponden a
una condensación y perfeccionamiento de las redacciones que sobre los mismos temas habían
sido ya elaboradas en el Comentario a las Sentencias y en las Cuestiones Disputadas. En
nuestro caso, en cambio, no hay casi lugar en las Sentencias para la justicia y el derecho. En tal
sentido Santo Tomás es pues el verdadero creador del tratado teológico de la Justicia, y dicho
tratado surge casi íntegramente con su sistematización y su temario tan abundante por vez
primera en la Suma. Ya el mismo Bañez había hecho notar la abundancia y exhuberancia de este
tratado en contraste con la pobreza de las fuentes teológicas anteriores al mismo. Si hemos de
buscar, pues, alguna fuente del mismo Aquinate anterior a este tratado, habremos de remitirnos a
los Comentarios a la Etica y a la Política aristotélicas, al Op. De Regimine Principum. En efecto,
la principal fuente ha sido Aristóteles. Dom Lottin ha insistido en la influencia decisiva que ejerció
el Estagirita sobre el tratado de la Justicia en general y sobre la filosofía jurídica de la Edad
Media. Prueba apodícticamente esto el hecho comprobado de la pobreza doctrinal sobre este
punto en los escolásticos anteriores al conocimiento de la ética aristotélica. El primero que
comienza a abrir los cauces de la especulación sobre la justicia es San Alberto Magno, quien
emprende la utilización de la traducción integral de la Etica a Nicómaco; también Santo Tomás
que la conoce a fondo. De modo más concreto, la fuente principal de la doctrina jurídica se
encuentra en el libro quinto de la Etica que Aristóteles dedica por completo al estudio de la
42
justicia y de la injusticia, del derecho y de la injuria, con sus especies y divisiones.
Sin embargo, Aristóteles está muy lejos de ser el único inspirador y la sola fuente de este
tratado. Estamos de frente a un tratado teológico, y las fuentes de argumentación son,
prevalentemente teológicas. El primer plano lo ocupa la Sagrada Escritura con continuas
referencias a los textos bíblicos, sobre todo del Antiguo Testamento donde abundante es la doc-
trina inspirada sobre las excelencias de la justicia y la gravedad de sus preceptos, con la
correspondiente condenación de todas las formas de injusticia. En segundo lugar, los textos de
los Padres, entre todos el más utilizado es San Agustín. Le siguen San Ambrosio y San Gregorio.
En menor escala San Basilio y San Juan Crisóstomo. Especial influencia ejerció San Isidoro de
Sevilla sobre el concepto del derecho y sus divisiones. De directa influencia bíblica y patrística es
el grupo de las cuestiones 72 a 77 sobre los pecados de injusticias en palabras, que no tienen
precedentes en Aristóteles ni en los juristas. Otra gran fuente de la tradición teológica de la que
se sirvió Santo Tomás es el Decreto de Graciano con el Cuerpo de Decretales; en él, en sus
Glosas y Sumas de canonistas se habían desarrollado las cuestiones de moral práctica sobre
temas de justicia, y Santo Tomás demuestra conocer bien la literatura canónica incorporando
muchos materiales y doctrinas prácticas a su teología de la justicia.
Con estos elementos jurídicos ha ampliado las cuestiones del esquema aristotélico. Esto se
advierte principalmente en las cuestiones 67 a 71 referentes a las injusticias en el campo
profesional: de jueces, abogados, testigos, reos y fiscales, de las que Aristóteles no se ocupó y
que, a juzgar por las abundantes referencias al Decreto, han sido elaboradas sobre la base de
esas leyes y enseñanzas canónicas. Asimismo, Santo Tomás se ha servido del Corpus Iuris
Civilis, o textos de los jurisconsultos romanos, cuyas citas se advierten en las distintas cuestiones
(cf. qq. 57, 58, etc). En especial se invoca la autoridad de estos últimos para solucionar el pro-
blema de la competencia individual (60,5 ad 2), dominio (66,5 ad 2), y sobre todo en el tema de
compraventas (77,1) y usura (78,1).
2.1. La alteridad10.
La primera condición es que sea «respecto de otro». La relación a otra persona moral distinta
es condición esencial de la justicia propia y perfecta. Esto es así, porque la función propia de la
justicia es rectificar las acciones entre dos sujetos de derechos y deberes. Las relaciones de la
justicia son siempre bilaterales. Santo Tomás lo muestra apelando a la noción primitiva de «lo
justo», o sea, «lo que es igual o ajustado a otro»; por eso, la idea de justicia implica una originaria
ordenación a otro, pues la relación de igualdad supone siempre un término distinto. Este «otro» a
quien la justicia ordena debe ser siempre un sujeto distinto o e independiente, es decir, otro
supuesto o persona física distinta, o en todo caso, otra persona «moral» o sujeto moral de
derechos. Tal es la relación de alteridad «perfecta»: la que media entre dos personas
independientes. Es necesaria para que exista la justicia propia y perfecta.
Cuando esta condición falla, se da la justicia metaforica. Tal es, por ejemplo, la justicia
respecto de sí mismo que significa la rectitud moral o santidad, usado, como hemos visto, en la
Sagrada Escritura; entendida en este sentido comprende todas las virtudes y se verifica cuando
cada uno de los principios de acción del hombre (inteligencia, voluntad, apetito sensible, sentidos
corporales, etc.) ocupa el lugar que le corresponde subordinado a la parte inmediatamente
superior. En el modo más perfecto responde al «estado de justicia original». Puede ser llamado
justicia porque cada tendencia realiza lo que le es propio y no obstaculiza el derecho de las
tendencias superiores.
2.3. Igualdad12.
La tercera condición es que tanto se dé cuanto se deba. El «medio» de la justicia es
estrictamente objetivo, llamado también «medium rei». En la teoría general de las virtudes
3. El objeto de la jsticia13.
El objeto propio de la justicia es el bien especial que consiste en dar lo debido a otro en razón
de igualdad. Podemos distinguir allí:
3.1. El objeto material, o materia circa quam: son las operaciones exteriores y las cosas
externas sobre las cuales versan tales operaciones. Esto da lugar a distinguir una doble materia
en la justicia:
-Materia remota: son los objetos usados por los actos de justicia (objetos cambiados,
vendidos, restituidos, distribuidos).
-Materia próxima: son las mismas acciones exteriores de contratar, restituir, distribuir (en
general: el dar a cada uno lo suyo).
De este modo, se ditingue de las otras virtudes morales, pues mientras la materia de la
justicia está constituida por las actividades que nos relacionan con los otros, la materia de las
otras virtudes son las pasiones interiores con las cuales el hombre se dispone bien o mal
respecto de sí mismo14
3.2. El objeto formal quod, es decir, aquello que principalmente tiende con las acciones
exteriores es lo justo o la igualdad debida a otro; en otras palabras es la perfecta igualdad
entre lo que uno debe y lo que por derecho el otro exige.
3.3. El objeto formal quo, motivo inmediato y próximo por el cual damos lo que debemos y
hacemos la igualdad es la razón de «debido a otro en estricta igualdad».
Volveremos sobre esto en el punto siguiente, al tratar más extensamente del derecho.
Hemos dicho que el objeto de la justicia es lo que es debido a otro, lo justo; esto es lo que
modernamente denominamos como el «derecho». Escribe Caturelli: «Cuando el hombre común,
espontánemanete, reclama justicia, en realidad solicita lo que es suyo; lo que se le debe. En
consecuencia, implícitamente reconoce algo anterior a la justicia y que es aquello por lo cual la
misma justicia exite. Esto, absolutamente anterior, y que le es debido a él en persona, por así
decir, es su derecho. Y esto que es inalienablemente suyo es una especie de deuda que se
tiene con él...»21. Santo Tomás dice: «Si el acto de justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, es
porque dicho acto supone otro precedente, por virtud del cual algo se constituye en propiedad de
alguien»22; esto quiere decir que la justicia es algo segundo, es decir, que presupone el derecho.
18 Cf. a. 11.
19 A. 11, sed contra.
29 II-II, 58,2.
52
Santo Tomás: “Por su inteligencia y su voluntad puede servirse de las cosas exteriores en propia
utilidad como de cosas hechas por él, porque siempre lo imperfecto es por lo perfecto”30. Tal es la
raíz ontológica del derecho en el hombre, a saber, el dominio que ejerce sobre sus actos y sobre
las cosas; y la relación ontológica que liga las cosas exteriores a su persona.
Dicho de otro modo: la persona humana goza de la facultad inviolable de ordenarse y
conseguir su propio fin que es el más perfecto de todas las creaturas. Pero no puede tender a
conseguir su fin y perfección sino mediante diversos medios, como son el uso de las cosas
exteriores, de sus propias facultades y de la ayuda y prestaciones de otros semejantes; de aquí
se sigue que ha de gozar de potestad inviolable para obtener y exigir todos esos medios. Tal
potestad es el derecho en general.
Debemos tener en cuenta, sin embargo, que no incumbe al hombre el derecho de orientarse
hacia su Fin Trascendente y a su Fin humano, sino el deber de orientarse. De este deber brotan
sus derechos y se insertan en dicha obligación primera. También hay que tener en cuenta que el
hombre no es una persona puramente individual y aislada sino que es un ser social, y solo puede
conseguir su fin en la sociedad, es decir, en la mútua relación y dependencia con los demás
hombres. Esto determina la solidariedad y las relaciones sociales. En tal sentido, la persona lleva
en su naturaleza inscrita una ordenación necesaria, obligatoria, al bien común de la sociedad y a
la cooperación social.
2) El fundamento último del derecho. El fundamento último, fuente primaria y causa
eficiente del derecho es Dios. Dios es la fuente primera de todas las prerrogativas de la
naturaleza y de los valores del espíritu. De Dios, el hombre recibe inmediatamente, por creación
de su ser espiritual, la capacidad jurídica en general y todos los derechos naturales que van
inherentes en su persona. Hemos fundamentado el derecho en la dignidad de la persona
humana, por ser inteligente e imagen de Dios. Pero esa inteligencia e imagen de Dios no tienen
su origen en el mismo hombre sino que son un don divino. Por tanto, el fundamento último de
todo derecho es el mismo Dios, en cuanto creador de la naturaleza humana y dador del fin
último.
30 II-II, 66,1.
53
tal sentido, las leyes no imponen obligación moral, sino el cumplimiento externo para la simple
legalidad, sin atender a los motivos éticos. Esto evidentemente degeneró en el puro legalismo
formando la base de las teorías jurídicas positivistas y la independencia de ambos campos lleva,
por un lado, a la exigencia puramente “legal” del cumplimiento de las leyes positivas del Estado
sin necesidad de compartirlas en conciencia; y, por otro lado, a la justificación moral de las leyes
positivas aun cuando éstas están en abierta contradicción con el orden sobrenatural y con la
misma naturaleza del hombre (maquiavelismo), como por ejemplo, la licitud del aborto, del
divorcio, etc.
Contra esta falsa teoría hemos de decir que el orden jurídico es una parte del orden moral. El
fundamento de esta tesis es el hecho de que el derecho es el objeto de la justicia y ésta es una
virtud moral que debe ordenar y regular una parte del bien moral completo, cual es el bien de la
vida social, de la rectitud de los actos debidos a otros; todo el orden jurídico, con sus normas,
forma, pues, una parte del bien moral y del orden moral completo.
III. LA INJUSTICIA 32
1. Noción y división33.
La injusticia, como su nombre lo indica, es el vicio contrario a la justicia. Tendrá, por
consecuencia, las mismas acepciones y formas que su virtud contraria. De este modo tenemos:
35 Cf. a.2.
55
ulterior distinción:
-injusticia ocasional: es la que es realizada en un momento pasional, pero sin tener el
«hábito» de la injusticia.
-injusticia habitual: es la realizada por elección; y es propia del que tiene el hábito de la
injusticia. Esta es propiamente una acción procedente de la malicia del vicio, en cuanto procede
del hábito y «todo aquél que tiene un hábito le es agradable lo que conviene a dicho hábito».
Dice también Santo Tomás36 que no le es fácil a cualquiera hacer lo injusto por elección, como
algo de suyo apetecible, y no por otro motivo, sino que esto es propio del que está «habituado».
4. Gravedad de la injusticia38.
36 Cf. ad 2.
37 Cf. a.3.
38 Cf. a.4.
56
prójimo.
IV. EL JUICIO 39
El último tema dedicado a la justicia en general es el análisis del juicio como acto de la
misma. Ya vimos el acto elícito de la misma que es «dar a cada uno lo suyo». Ahora bien, un
elemento integrante de este acto elícito es el juicio ya que el mismo consiste en la determinación
o definición de lo «suyo» de cada cual, es decir, de su derecho.
40 Cf. a.1.
41 Cf. ad 1.
57
Por eso dice Aristóteles que los hombres «acuden al juez como a cierta justicia encarnada»42.
3.1. Noción.
La sospecha es «el juicio sobre la maldad del prójimo sin razones suficientes o procedente de
indicios ligeros». Es un juicio porque en él se incluyen los grados o estados imperfectos de la
mente ante la verdad: duda, sospecha, opinión, juicio cierto.
Versa sobre el mal del prójimo o de sus actos.
3.2. Causas.
La sospecha puede provenir de tres causas:
a) De proyectar sobre los demás la malicia que uno ve en sí mismo. El que se sabe malo
piensa que todos los demás también lo son. «El ladrón cree que todos son de su condición». O
como dice la Sagrada Escritura: «El necio siendo necio juzga a todos necios» (Eccle 10,3). Es
evidente que procede de un sentimiento perverso y que es pecado.
b) De la mala disposición hacia los otros, ya sea porque desprecia, odia, envidia o está
irritado con aquél de quien sospecha. Cada cual cree fácilmente lo que apetece, y el que está
mal dispuesto hacia alguien «apetece» que ese alguien tenga o cometa verdaderos defectos o
pecados. También procede de un sentimiento perverso.
c) De la experiencia de los defectos ajenos. Por eso dice Aristóteles que «los ancianos son
grandemente suspicaces, ya que muchas veces han experimentado los defectos ajenos»45. Esta
tercera causa disminuye la malicia de la sospecha puesto que la experiencia se aproxima a la
43 Cf. a.2.
46 Cf. a. 4.
47 A.4 ad 1.
En la virtud de la justicia, como en las demás virtudes morales, la escolástica distinguía tres
clases de partes: las partes integrales, las partes subjetivas y las partes potenciales50.
Partes:
I) Integrales:
1) Apartarse del mal nocivo
2) Hacer el bien debido
II) Partes subjetivas:
1) Justicia general o legal
2) Justicia particular
a) Distributiva
b) Conmutativa
III) Partes potenciales:
1) Por falta de estricta igualdad:
a) Respecto de Dios: religión
b) A los padres: piedad
c) A los superiores: observancia
2) Por falta del debitum estricto:
a) Por beneficios: gratitud
b) Por injurias: justo castigo
c) Para con la verdad:
-veracidad
-simplicidad
-fidelidad
d) En el trato con los otros: afabilidad
e) Respecto de las riquezas: generosidad
f) Respecto de la letra de la ley:
-epiqueya
-equidad
Santo Tomás distingue en la justicia partes «cuasi integrales». Las llama así porque la justicia
-como cualquier virtud- no es un todo físico, materialmente integrado por partes diversas. Por
analogía con el orden físico se designa, entonces, como partes cuasi integrales a los diversos
elementos o actos parciales que se requiere para el acto de la justicia.
49 Cf. II-II, 79
2.1. La transgresión.
Se opone al acto negativo. El termino «transgresión» es un vocablo que se aplica en el orden
físico e indica el movimiento del que va más allá del término que le había sido señalado. «graditur
trans». Analógicamente, se aplica en el orden moral para los actos morales con los cuales se
viola un precepto negativo más allá del cual no se puede pasar. Por eso, propiamente se dice de
las faltas contra los preceptos negativos.
2.2. La omisión.
Consiste en no hacer el bien debido. Ahora bien, el bien bajo el aspecto de debido, es objeto
de la justicia. En este sentido, la omisión es un pecado especial que va contra la justicia y se
caracteriza por ser una falta contra los preceptos positivos de la justicia.
Este no obrar propio de la omisión se considera como un cierto obrar, en cuanto implica el
acto interno de negarse a realizar la acción que está positivamente mandada.
Hay que tener en cuenta, respecto de la omisión de los preceptos positivos algunos detalles
importantes, a saber:
a) Los preceptos positivos obligan cuando lo que mandan está dentro de las posibilidades de
ser realizado por el sujeto. Como la obligación de restituir rige mientras esto sea posible y se
haga cuanto se pueda.
b) No obligan siempre sino en tiempo determinado; ese tiempo determinado supone las
condiciones normales. Así, la obligación de oir Misa el Domingo y las fiestas no obliga en
condiciones anormales, como por ejemplo, cuando la vida de uno está amenazada de muerte.
c) Cuando la imposibilidad de realizar el acto viene de una falta culpable, la omisión es
culpable aunque se trata de auténtica imposibilidad. Así, por ejemplo, el que se emborracha y
62
IV. PARTES SUBJETIVAS DE LA JUSTICIA
Las partes subjetivas de la justicia son las tres especies en las que se divide la misma: justicia
legal, conmutativa y distributiva. Esta es la parte más importante del tratado en orden a la
confesión o administración del sacramento de la Penitencia. Veremos cada una de estas partes
con sus respectivos vicios opuestos.
I. JUSTICIA LEGAL
II. JUSTICIA DISTRIBUTIVA
III. JUSTICIA CONMUTATIVA
1. ASPECTOS GENERALES.
1.1. Noción.
La justicia legal, llamada también «general», es la virtud que inclina y mueve a los miembros
del cuerpo social, en cuanto tales, a dar a la sociedad todo aquello que le es debido en orden a
procurar el bien común. Modernamente también recibe el nombre de justicia social.
Objetivamente considerada se la concibe como la justicia que tiene por función regular las
relaciones jurídicas de los ciudadanos para con el bien común.
Muchos han sostenido que no se trata de una virtud especial sino tan sólo de una virtud
general en sentido propio, es decir, que contiene todas las demás virtudes y se identifica con
todas ellas; pero no sería justicia en sentido propio, cuya función sea dar a cada uno su derecho.
Así sostuvieron entre otros V.Cathrein, J. Tonneaeu, H. Hering, A. Peinador.
La posición tradicional (de Santo Tomás, Cayetano, Vitoria, Báñez, Suárez, los
Salmanticenses, Juan de Santo Tomás, Billuart, etc.) es que se trata de una virtud especial
distinta, y se la llama general por su influencia de causalidad sobre todas las demás.
La justicia es, en su esencia, una virtud especial y propia, aunque por influencia es virtud
general, en cuanto extiende su radio de acción a la materia de las demás virtudes. Las razones
para sostener esto son:
a) Porque tiene por objeto el bien común, el cual es esencialmente diverso del bien particular.
Siendo diversos específicamente los objetos, lo son también las virtudes que sobre ellos versas.
b) Porque cumple las condiciones de verdadera justicia: el bien común impone a los
1.5. Contenido.
El campo normativo de la justicia legal lo constituyen no sólo obligaciones prescritas por la ley
positiva, sino también deberes impuestos por el derecho natural. Esto establece una justicia
legal natural y una justicia legal positiva.
Pertenecen, por ejemplo, a la justicia legal natural, la función social de la propiedad, el buen
uso de los bienes de la tierra, la justa distribución de las riquezas según el destino fundamental
de las mismas (servir a las necesidades de todos los hombres).
66
1) Respeto por el régimen establecido.
La Sagrada Escritura enseña al respecto:
-la legitimidad del poder civil y secular (Mt 22,16-21: «Dad al César lo que es del César»).
-toda autoridad viene de Dios: Rom 13,1-7; Prov 8,15; Jn 19,11.
-el deber de orar por las autoridades: 1 Tim 2,1-2.
-la obediencia a la autoridad: Tito 3,1; 1 Pe 1,13-17.
En líneas generales hay que decir que es deber de todo ciudadano el respetar el régimen
establecido de hecho, cualquiera que sea su origen, sin perjuicio de preferir algún otro más
conveniente para la patria y hasta procurar su implantación por medios honestos.
«Respetar» no significa «colaborar activamente» con un régimen que no reuna las
condiciones debidas que el bien de la patria exige. Significa únicamente que no se le debe
obstaculizar el ejercicio del poder en lo que reclama el bien común.
Y esto cualquiera sea su origen, aunque haya nacido ilegitimamente, si así lo exige el bien
común: «El criterio supremo del bien común y de la tranquilidad pública impone la aceptación de
estos gobiernos, constituidos de hecho, en lugar de los gobiernos anteriores, que de hecho ya no
existen... Es necesario una subordinación sincera a los gobiernos constituidos en nombre de este
derecho soberano, indiscutible, inalienable, que se llama la razón del bien social»59.
Este respeto no se basa -evidentemente- en la legitimidad de su origen (que puede no
tenerla) sino en razón del bien social actual. Esto no significa que uno no pueda preferir otro
régimen más conveniente para la Patria, porque la preferencia teórica de otro régimen está
garantizada por la accidentalidad de las formas de gobierno. Incluso es lícito el procurar una
forma mejor por medios y procedimientos honestos, si se estima que la implantación de un nuevo
régimen es conveniente al bien común de la patria y si la misma es posible y realizable.
4.1. Noción.
Se entiende por «impuesto» o «tributo» aquel ingreso coactivo exigido por el poder fiscal
(fisco, viene del latín fiscus, cesto de junque o mimbre, también cesto para guardar dinero, de
aquí se derivó a tesoro público) sin contraprestación, es decir, que no guarda relación alguna con
los beneficios recibidos por los ciudadanos como consecuencia de la actividad estatal. En cambio
«tasas» son las exigidas por el poder fiscal en contraprestación y pago de un servicio público o a
cambio de las actividades que afectan y benefician al sujeto que debe satisfacer por la tasa.
Los impuestos se dividen en directos e indirectos.
1) El impuesto directo es es que afecta inmediatamente a una persona determinada y se
paga por algo perteneciente exclusivamente a ella, ya sea por sus rentas, por su patrimonio, por
sus gastos.
2) El impuesto indirecto grava los gastos de las personas. Es el que se liga inmediatamente
con una cosa o servicio general y lo paga sólo aquella persona que adquiere la cosa o usa el
servicio: por ejemplo, el impuesto al tabaco, al combustible. Una forma particular son las tarifas
aduaneras.
4.3. En la tradición.
Tertuliano reconoce como praxis común y cierta que los cristianos no satisfacen los impuestos
destinados al sostenimiento de los templos y cultos paganos, pero sí cumplen con los demás
tributos y escrupulósamente (cf. Apología 42,9); lo mismo se lee en San Ambrosio, san Juan
Crisóstomo y San Agustín. El magisterio se ha mantenido también unánime en el tema como
puede verse en diversos documentos que luego mencionaremos.
4.10. La restitución.
El quebrantamiento de las leyes impositivas justas y no hecho por causas eximentes impone,
para los moralistas antiguos (San Alfonso83, el Catecismo Romano84, San Antonino, Suárez,
Lessio, Billuart) y para muchos modernos (Royo Marín, , Merkelbach, Tanquerey), la restitución.
Es verdad que ésta es acto de la justicia conmutativa, pero precisamente el fraude tributario de
los impuestos justos no sólo transgrede la justicia legal sino también la conmutativa, y esto por
dos razones85:
1) Porque por la naturaleza misma de la sociedad humana existe una espece de cuasi-
contrato, o sea, un pacto impícito entre el gobernante y los súbditos obligándose éste a promover
el bien común y aquéllos a proporcionarle los medios necesarios para ello. Ahora bien, todo
contrato explícito o implícito estable una relación de justicia conmutativa.
2) Porque el Estado posee, en orden al bien común, un alto dominio sobre los bienes
particulares de todos los ciudadanos. Por tanto, tiene el derecho de reclamar de los mismos, lo
que necesite estrictamente para el bien común, y a este derecho corresponde en los súbitos el
deber de aportar lo que justamente se les pide.
1) Noción.
La guerra es el recurso a la fuerza por parte de uno o varios grupos sociales contra otro u
otros grupos sociales en orden a dirimir sus diferencias. Cuando los grupos sociales son Estados
soberanos se trata de «guerra internacional», cuando los grupos sociales pertenecen al mismo
Estado o federación de estados se denomina «guerra civil».
Se divide del modo siguiente:
-Guerra de agresión u ofensiva: tomando en cuenta a quien toma la iniciativa.
2) En la Sagrada Escritura.
En la Sagrada Escritura la guerra aparece como un hecho humano ligado al pecado. Está
presente antes que comience la edad de las naciones (cf. Gn 6,11) y será uno de los episodios
precursores del fin de los tiempos (Mt 24,6-7; Ap 20,8).
Dios permite las guerras con el fin de convertir al pueblo escogido, para castigarlo cuando ha
pecado, y para establecer a Israel en la tierra prometida.
Las guerras no desaparecerán sino cuadno desaparezca el pecado (Sal 46,10; Ez 39,9). Las
promesas escatológicas acaban con una visión de paz universal (Is 2,4; 11,69).
3) El Magisterio.
La doctrina del Magisterio puede sintetizarse en las siguientes afirmaciones:
1º La Iglesia detesta la guerra y defiende la paz87.
2º Existe la obligación de impedirla y de reducir los armamentos88.
3º La guerra es siempre horrible pero no siempre reprobable89.
87 «Ella (la Iglesia) detesta la guerra y sus horrores, mayormente ahora que
los medios bélicos destructores de todo bien y de toda civilización amenazan a la
temerosa humanidad; ella defiende la paz, la paz interna entre los hijos de una
misma patria y la paz externa entre los miembros de la gran familia humana»
(Pío XII, Radiomensaje del 1 de mayo de 1956).
88 «La ley divina de la armonía en el mundo impone estrictamente a todos
los gobernantes de los pueblos la obligación de impedir la guerra con aptas
instituciones internacionales, de reducir los armamentos bajo vigilancia eficaz,
de atemorizar a quien intentase turbar la paz, con la segurísima solidaridad entre
las naciones que sinceramente la desean» (Pío XII, Radiomensaje del 22 de
diciembre de 1957).
89 «Que los hermanos maten a los hermanos será siempre una cosa
horrenda... Pero si la Iglesia rechaza toda doctrina que considere la guerra como
un efecto necesario de fuerzas cósmicas, físicas, biológicas o económicas, está
igualmente lejos de admitir que la guerra sea siempre reprobable. Puesto que la
libertad humana es capaz de desencadenar un injustos conflicto en daño de una
nación, es cierto que ésta puede en determinadas condiciones levantarse en
armas y defenderse» (Pío XII, Al Patronato para la Asistencia Espiritual a las
76
4º La guerra defensiva es lícita cuando se presenta como una necesidad absoluta, como
último recurso y según el criterio de proporcionalidad90.
4) Errores modernos.
Muchos moralistas, en contra de las enseñanzas del Magisterio y de la Sagrada Escritura,
tienden a hablar de inmoralidad aún en caso de guerra defensiva, negando, de este modo, el
concepto de guerra justa. Así, por ejemplo, Marciano Vidal91, Elizari92, Hortelano93.
5) Doctrina moral94.
a) La guerra de agresión.
2) La guerra antisubversiva.
Teniendo en cuenta el juicio moral negativo que hemos dado respecto de la guerra
subversiva, la acción antisubversiva se encuadra en el concepto de legítima defensa de un
pueblo o de varios pueblos. Defensa de un gobierno legítimo o bien de los valores morales,
culturales, históricos, etc., conculcados o puestos en peligro.
Ahora bien, para que se trate realmente de un caso de legítima defensa y, por tanto, sea una
guerra justa, se requieren las siguientes condiciones generales:
1º Autoridad competente para declararla: respecto de la defensa, cualquier persona puede
hacer lícitamente guerra defensiva para repeler la agresión injusta (como los pobladores del sur
se armaban para repeler los malones). Pero cuando se trata ya de tomar iniciativas y castigar o
derrotar a los culpables de acciones terroristas, no puede residir en el particular sino en la
estructura pública que gobierna la nación, es decir, en el Estado. Así dice Vitoria: «La república
tiene autoridad, no sólo para defenderse, sino también para vengar las injurias recibidas por ella
y los suyos, y para perseguirlos después del momento de inferidas... porque, como dice
Aristóteles, la república debe bastarse a sí misma»109. Se trata evidentemente del gobierno
legítimo. El Ejercito es aquella parte del Estado idónea y cuya función específica es la defensa
del orden.
2º Causa justa. La causa justa la constituye la injusticia recibida, es decir, la destrucción o el
peligro del orden, de los valores, la subversión de las ideas, etc. Ahora bien, no cualquier injuria,
dice Vitoria, merece el castigo de guerra: «No basta una injuria cualquiera para declarar la
guerra... Ni aun a los propios súbditos es lícito imponerles castigos tales como la muerte, el
destierro o la confiscación de bienes, por una culpa cualquiera. No es lícito acudir a la guerra por
injurias leves, para castigar a sus autores, porque la pena debe guardar proporción con la
gravedad del delito»110. El delito, por tanto, debe ser gravísimo, consciente, deliberado y
mantenido.
3º Intención recta. La intención recta no puede ser otra que el restablecer la paz de la justicia.
Se ve en dos notas principales:
-El modo de conducir las operaciones bélicas: cuando la acción se dirige a las causas de la
subversión y no sólo a sus efectos. No hay rectitud de intención si se persigue al terrorista (brazo
1. NOCIONES GENERALES.
La justicia distributiva es la virtud que inclina a los gobernantes a distribuir los bienes
comunes entre los súbditos en proporción a sus méritos, dignidad y necesidades.
El sujeto activo de la misma son los Gobernantes, en cuanto en ellos reside de una manera
principal y arquitectónica117, y en los súbditos de una manera pasiva y participada, en cuanto se
contentan con la justa distribución118.
Se distingue de la justicia conmutativa en cuanto los bienes en cuestión en la distributiva son
bienes comunes y en la conmutativa se trata de bienes particulares.
El “medio” propio de la justicia distributiva es un medio “proporcional” y no matemático, es
decir, que no se da a todos lo mismo -lo cual en este caso sería injusto- sino lo que corresponde
a cada uno, y esto viene determinado por: las necesidades, capacidades y méritos de cada
súbdito. Aristóteles llamaba a esto una igualdad “de proporción geométrica”, y Santo Tomás
“proporción de las personas”.
El objeto material de la justicia distributiva son las cosas, las personas o las obras a las que
se dirigen las acciones externas, y más propiamente las operaciones con las que nos
relacionamos con esas cosas y personas. El objeto formal lo constituyen esas mismas cosas en
cuanto se distribuyen a los miembros de la sociedad como bienes comunes que de algún
modo y en proporción geométrica les pertenecen.
La razón de todas las obligaciones de distribución justa que la justicia distributiva impone a
los gobernantes es el bien común.
El sujeto de la justicia distributiva es el que gobierna o administra legítimamente los bienes
que se han de distribuir entre los miembros de la sociedad. En los distintos gobernantes la
justicia distributiva reside de una manera principal y arquitectónica. En los miembros, en cambio,
reside de modo participativo, “mostrándose satisfechos de la repartición justa”. Esto no quita que
a los súbditos no les asista el derecho de crítica y hasta de resistencia postiva contra una injusta
distribución (dejando intactas las exigencias del bien común).
El acto principal de la justicia distributiva es el juicio o determinación de lo que es justo y que
por eso mismo debe darse a cada uno. Juzgar es el acto más importante de la justicia porque es
el acto que determina lo que es justo, por eso no falta en ninguna especie de justicia, aunque es
acto propio de la distributiva. El acto segundo -que completa y perfecciona el juicio- es el dar de
hecho a cada uno lo que corresponde.
La justicia distributiva es más excelente que la conmutativa porque es la justicia propia del
príncipe: “el acto de la distribución que se hace de los bienes comunes pertenece solamente al
que tiene a su cargo estos bienes”119.
4.1. Noción.
La acepción de personas es el pecado de los que al distribuir las cosas comunes que deben
adjudicarse por justicia no atienden a los méritos, necesidades o aptitudes de los que las reciben,
sino a la condición de la persona (o sea, si es amiga o enemiga) o a otras razones
completamente ajenas al asunto de que se trata.
Se da acepción de persona siempre respecto de los bienes que han de adjudicarse por
justicia, no respecto de aquellas cosas propias que no se deben a nadie (mis bienes personales)
en las cuales uno es libre de donarlas a quien quiera sin atender a los méritos o aptitudes del que
las recibe.
Dicha acepción de personas consiste, pues, en la discriminación entre aquellos que han de
recibir ciertos bienes, basándose en razones de amistad o familiaridad (beneficiando a los
amigos o familiares) o de enemistad (perjudicando a aquellos a los cuales uno guarda rencor).
Esto puede darse respecto de los individuos particulares (beneficiando personas individualmente
consideradas) cuanto respecto de ciertos grupos (beneficiando ciertos grupos más que a otros).
En este último caso tenemos lo que se denomina partidismo, el cual es una variante del pecado
que analizamos.
87
III. LA JUSTICIA CONMUTATIVA
1. ESENCIA121
La justicia conmutativa es una de las dos especies de la justicia particular en cuanto el
término de estas relaciones es una persona particular o privada (al igual que la distributiva).
Concretamente es aquella parte de la justicia que regula las relaciones entre las personas
privadas. Se la conoce también como justicia igualitaria o justicia en los cambios, y rige las
relaciones de coordinación entre los individuos.
El sujeto en quien radica esta virtud es la persona particular. A veces también las personas
morales o sociedades. Igualmente el término de esta relación es la persona particular.
El justo medio de la jc se determina según igualdad absoluta o aritmética, llamada también
igualdad real o de cosa a cosa. El medio virtuoso se determina según una medida cuantitativa,
de rigurosa igualdad objetiva. Se debe a otro una cosa igual a la que se le había quitado o que es
suya por contrato.
El objeto material o materia sobre la que versa la jc es, como su nombre lo indica, las
conmutaciones, es decir, los cambios o conmutaciones privadas. El Aquinate subidivide estas
relaciones en voluntarias (entendiendo por dicho término aquellas en las cuales ambos sujetos
son activos), como por ejemplo los contratos; e involuntarias (entendiendo por este término
aquellas en las cuales sólo un sujeto participa voluntariamente y el otro involuntariamente), como
por ejemplo el homicidio, robo, etc; estas últimas nacen siempre del delito.
2.1. Concepto123.
La palabra «restitución» en sentido estricto significa “la devolución de una cosa”, sin precisar
si dicha cosa debe entregarse en reparación de un daño económico causado o en virtud de un
negocio jurídico. De aquí pasa a significar la devolución de una cosa (o su valor equivalente) a su
dueño legítimo, de la cual éste fue despojado contra su voluntad.
En sentido amplio se la entiende como «compensación» ofrecida al dueño de una cosa por el
daño causado. La restitución tiene como fin la satisfacción del perjudicado, aunque no se
identifica plenamente con dicho concepto.
Así entendida se ve claro que es un acto de la justicia conmutativa, es más, se trata del acto
general de la misma, en cuanto incluye todo lo que sea dar a otro lo que es suyo.
122 Cf. II-II, q. 62; RM, I, pp. 579-614; MAUSBACH, III, pp. 543-583;
URDANOZ, S.Th., Tomo VIII, pp. 363ss, BAC.
2) La injusta damnificación.
La injusta damnificación es aquella acción u omisión de la que resulta un mal al prójimo sin
lucro para el damnificador (por ejemplo, el que incendia la casa de su enemigo, quien demora un
expediente impidiendo un legítimo ascenso a otra persona, quien teniendo la misión de velar por
la seguridad pública no avisa de un peligro, etc.).
El daño injusto sólo obliga a restituir cuando se cumplen tres condiciones:
-Primero, si el penitente ha violado un derecho estricto (ya sea despojando a otro de un bien
al que tenía derecho estricto o impidiéndole conseguirlo cuando ya le hubiese sido asignado).
-Segundo, cuando el daño se ha producido eficazmente (no basta la sola intención de dañar
ni un daño causado de modo puramente ocasional) y aún no ha sido reparado.
-Tercero, cuando al causar el daño pecó formalmente, o sea, cuando ha sido voluntario; si fue
causado involuntariamente no habría obligación al menos que lo dispusiese así la sentencia de
un juez (por ejemplo, quien ha causado involuntariamente un accidente automovilístico y pierde
el juicio iniciado contra él por la persona damnificada).
1) La cooperación al mal.
a) Noción. «Cooperar» significa etimológicamente obrar juntamente con otro. La cooperación
al mal se define, entonces, como el concurso físico y/o moral prestado a una mala acción de
otro. Dicho de otro modo, es la actividad con la cual un agente secundario contribuye a la acción
de un agente principal en orden a alcanza un objetivo previsto y querido por el agente principal.
No se trata de un simple escándalo, ya que en éste propiamente no se concurre al pecado del
1) Temporales.
Son tres:
-La imposibilidad física: al menos mientras ésta dure. nadie está obligado a lo imposible. Esto
tiene lugar cuando el deudor quedaría en necesidad extrema o casi extrema. Vale siempre que
reteniendo lo ajeno el dueño legítimo no quede por eso en la misma miseria.
-La imposibilidad moral: o sea una gran dificultad o impotencia moral. Por ejemplo, si por
restituir, el deudor tuviese que caer de un estado que adquirió sin injusticia (de dueño de algo
pasar a criado o empleado), pero debe hacer todo cuanto puede. También si el deudor tuviese
142 Cf. HARING, B., Medizina e manipolazione, Paoline, Roma 1976, pp.
213-214; PEINADOR, A., Moral Profesional, op. cit., pp. 335-337.
143 Pío XII, Discurso del 13/IX/52.
98
peligrosa. Podría llegar a disminuir la libertad e incluso anularla. Puede ser lícita si se garantiza la
libertad y la personalidad, y por razones graves y proporcionadas.
e) DROGAS PSICOACTIVAS.
Hablamos de los fármacos psicoactivos o psicotropos. Puede tratarse de tranquilizantes
(antidepresivos, ansioliticos, sedativos), energizantes (estimulantes, tonificadores), hipnóticos y
alusinógenos.
La finalidad es influir con medios químicos sobre las funciones nerviosas de las varias partes
del cerebro, buscando reducir o eleminar desquibrios o sufrimientos, o bien, provocar
determinados estados y comportamientos.
Evidentemente admite aplicaciones terapéuticas, así como son susceptibles de usos
manipulatorio (por parte de otros), vicioso (por parte del mismo sujeto: drogadicción), o
puramente supérfluo (especialmente en nuestra sociedad ultramedicada en la que se recurre a
los psicofármacos para solucionar los más pequeños malestares).
Nuestra sociedad ha creado una cultura de la droga; una especie de hedonismo
psicotrópico, en el cual el estimulante remplaza el trabajo de autodominio y la ejercitación de la
voluntad. El resultado es la pérdida de la libertad o al menos la disminución de la misma, así
como la disminución del carácter, de la voluntad y del autodominio de la voluntad.
f) HIPNOTISMO Y NARCOANALISIS144.
Tienen en común el hecho de producir un estado de inconciencia pasajera, de sueño o
somnolencia. En el hipnotismo, la inducción del sueño artificial lleva consigo el efecto de
someter al hipnotizado a la voluntad del hipnotizador. El narcoanálisis tiende a la exploración de
la conciencia por el procedimiento de la narcósis, o adormecimiento con la pérdida del control
sobre las propias reacciones. Ambos pueden registrar finalidades terapéuticas o también
puramente manipulatorias.
Incluso en el uso terapéutico registran no pequeños inconvenientes, como debilidad orgánica
y mental con fatiga nerviosa, efectos posteriores desfavorables en el comportamiento moral.
Según Royo Marín, se conoce que el hipnotismo ha producido casos de epilepsia, histeria y
hasta completa enajenación mental.
El hipnotismo podría ser lícito con causa justa y grave, con las debidas precauciones,
consentimiento del paciente, probada pericia del médico. Es gravemente ilícito fuera de estas
condiciones y por supuesto, realizado por sola investigación científica, pura recreación, lucro o
abuso.
Lo mismo vale para el narcoanálisis.
c. La pena de muerte159.
c.1. Enseñanza de la Sagrada Escritura y del Magisterio. El Antiguo Testamento contiene
numerosas disposiciones penales que conminan la pena de muerte contra delitos de particular
gravedad (por ejemplo, el asesinato, la blasfemia, la idolatría, el adulterio). El Nuevo Testamento,
si bien restringe considerablemente la dureza de las penas del Antiguo, reconoce, sin embargo,
el derecho de la autoridad para castigar el mal (cf. Rom 13,4).
La Iglesia nunca ha reclamado para sí el derecho a imponer tal pena (ius gladii) sino que ha
recomendado siempre la indulgencia con los malhechores y ha prohibido a los sacerdotes que
contribuyan a una sentencia de muerte160. Sin embargo, todos los grandes maestros han admitido
la licitud teórica de la pena de muerte, como San Agustín y Santo Tomás; la Iglesia ha defendido
expresamente el derecho de la autoridad legítima a imponer tal castigo contras las afirmaciones
contrarias de los valdenses. Así, por ejemplo, en la Profesión de Fe impuesta a Durando de
Huesca y compañeros valdenses, el 18 de diciembre de 1208 dice: “De la potestad secular
afirmamos que sin pecado mortal puede ejercer juicio de sangre, con tal que para inferior la
vindicta no proceda con odio sino por juicio, no incautamente sino con consejo”161.
El Catecismo Universal dice: “...La enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo
fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas
proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravead, el recurso a la
pena de muerte”162.
El Papa Juan Pablo II ha vuelto sobre ella en la Encíclica Evangelium vitae recordando los
siguientes puntos: permanece válido el principio indicado por el Catecismo de la Iglesia Católica;
pero, como el primer efecto de la pena de muerte es «el de compensar el desorden introducido
por la falta» en la sociedad, «preservar el orden público y la seguridad de las personas», «es
evidente que, precisamente para conseguir todas estas finalidades, la medida y la calidad de la
pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema
de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la
sociedad no sea posible de otro modo»163.
c.2. Fundamentación filosófica.
Varios argumentos han sido propuestos para sostener la legitimidad de la pena de muerte.
Podemos indicar tres principales.
1º El principio de totalidad164: “Cualquier parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo
perfecto, y por ello cada pargte existe naturalmente para el todo. Por tanto, si fuera necesario
159 Cf. II-II, q. 64, 2-4; MARCELINO ZALBA, ¿Es inmoral, hoy, la
pena de muerte?, en Mikael 19 (1979), 63-78; MAUSBACH, III, 235-245;
L.CICCONE, Non Uccidere, 67-104.
160 Cf. Mausbach.
161 Dz 425.
162 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2266.
163 Enc. Evangelium vitae, nº 56.
104
para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está
podrido y puede infectar a los otros, tal amputación será laudable y saludable. Pues bien, cada
persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y por tanto, si un
hombre es peligroso para la sociedad y la corrompe por algún pecado, en orden a la
conservación del bien común se le quita la vida laudable y saludablemente; pues, como afirma
San Pablo en 1 Cor 5,6: un poco de levadura corrompe toda la masa”. Hay que notar, sin
embargo, con el Padre Zalba165 que el principio de totalidad aquí esgrimido no tiene perfecta
aplicación unívoca y directa en nuestro caso. El criminal es un miembro del todo social; pero no
le está subordinado en cuanto a su propio ser y a su existencia, como le están subordinados al
todo físico sus componentes. El ciudadano se subordina al Estado solamente en cuanto a ciertos
servicios para el bien común; por eso la autoridad pública no puede obligarle más que en lo
necesario para el bien común. Esto significa que si bien el principio de totalidad justifica la pena
de muerte cuando parezca necesario para el bien común y para la seguridad de los ciudadanos
inocentes, no lo es por sí solo sino porque es completado por otros principios que diremos a
continuación. El recurso al solo principio de totalidad podría prestarse a abusos y conlleva el
riesgo de presentar una concepción de la sociedad al modo del colectivismo marxista, en el cual
el individuo sólo tiene valor como “parte” del todo.
2º El Padre Zalba invoca otra consideración filosófica (a su criterio más clara): toda sociedad
perfecte tiene en sí misma los medios necesario para promover el bien común entre sus
miembros. El Estado tiene el derecho de imponer la colaboración necesaria para el bien y el
orden social. En tal sentido si fuese necesaria para la convivencia pacífica y segura de los
buenos la eliminación de algunos malhechores notorios, sería legítima la pena de muerte
encuanto sanción ejemplar, defensa o previsión contra nuevos crímenes y correctivo
aleccionador para otros eventuales malhechores. Se podría discutir -dice Zalba- si puede llegarse
a tal necesidad. Pero en el caso hipotético que así fuera, no puede debatirse la legitimidad del
recurso.
3º Mausbach166 argumenta, en cambio, por la teoría de la pérdida del derecho a la vida.
Según esta teoría, la pena de muerte sólo es la ejecución forzosa de la exclusión de la
comunidad de derecho, de la cual el mismo delincuente se ha excluido a sí mismo previamente al
cometer un determinado delito. Con su delito el delincuente ha cometido una especie de “suicidio
social”. Por tanto, no se le quita la vida porque él se la quitó antes a otros (ley del talión) sino que
se le quita la vida porque él mismo se ha excluido de la comunidad. El delincuente ha negado la
comunidad en aquél que él ha asesinado y, al mismo tiempo, ha perdido el derecho de
pertenecer a ella. El Estado se limita, con la ejecución de la pena de muerte, a hacer realidad lo
que el delincuente ha hecho consigo mismo. La pena de muerte constituye objetivamente una
“retribución”, y subjetivamente (cuando es aceptada voluntariamente por el reo) se convierte en
una “expiación”.
Digamos, por último, que no deben confundirse dos planteamientos esencialmente diversos:
el de la licitud moral de la pena de muerte y la cuestión práctica de su aplicación. Como hemos
visto, tanto la razón natural filosófica cuanto la doctrina revelada y magisterial admiten la licitud
fundamental de dicha pena. Otra cosa es, en cambio, la opinión prudencial que puede dictaminar
que debería renunciarse a su aplicación en un Estado y en un tiempo determinados. Lo que
decida en cada tiempo y lugar la aplicación o la supresión de la pena de muerte ha de ser
b) LA DETRACCION180.
Se entiende por detracción, la denigración injusta de la fama del prójimo. «Denigrar»
etimológicamente significa ennegrecer, ensuciar, la fama de alguien. Para que sea pecado ha de
ser injusta, es decir, sin motivo justo (como ocurre, en cambio, cuando se acusa de ladrón a un
ladrón).
Se divide en simple detracción o difamación181 y calumnia182.
a. La difamación consiste en manifestar sin justa causa un vicio o defecto oculto del prójimo.
Si se critican, en cambio, defectos públicos, recibe el nombre de murmuración.
b. La calumnia consiste en imputar falsamente al prójimo un crimen que no ha cometido.
Añade a la anterior, la mentira.
Los principios morales sobre este pecado son los siguientes:
1º La detracción (simple o calumniosa) es de suyo pecado grave contra la justicia y la caridad;
pero admite parvedad de materia. Que es pecado grave lo dice claramente la Escritura y la
teología.
-Sagrada Escritura: elogia la buena fama y condena severamente la detracción del prójimo:
Prov 22,1: “Más que las riquezas vale el buen nombre”; Sant 4,11: “No murmuréis unos de
otros...; el que murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la Ley, juzga de la
Ley”; Rom 1,29-30: “... chismosos, calumniadores”.
-Teología: la detracción lesiona, ante todo, la justicia conmutativa porque quebranta el
derecho estricto del prójimo a su propia fama. Incluso en el caso de simple difamación, porque
sólo Dios y, en su nombre, el juez legítimo tiene derecho a juzgar al delincuente, no la persona
privada o particular. También lesiona la caridad.
2º La gravedad se mide por la importancia del crimen divulgado o falsamente imputado o por
el daño causado el prójimo con ella.
3º Por una causa gravemente proporcionada, es lícito manifestar los defectos ocultos del
1) EL CONTRATO: NOCIONES.
a) Definición. Se define el contrato como “convenio por el cual una o más personas se
d) CONTRATOS ALEATORIOS.
Etimológicamente proviene de «alea», suerte. Se denominan contratos aleatorios a aquellos
contratos cuyo éxito para cualquiera de las partes depende de un acontecimiento fortuito.
Son de suyo lícito, con tal que reúnan las siguientes condiciones:
-que la incertidumbre del éxito sea igual para las dos partes, a menos que una de ellas sea
consciente de su menor probabilidad y quiera correr el riesgo.
-que no se cometa fraude ni engaño.
-que no se produzca escándalo ni lo prohiba la ley.
-que haya proporción entre el precio que se paga y la esperanza del lucro o de la evitación del
daño.
Los principales son:
a. Seguros. El contrato de seguro es aquel por el que una de las partes se obliga por cierto
precio a compensar los daños inciertos que por causa fortuita o de fuerza mayor pueda sufrir la
otra parte en su persona en sus cosas.
b. Juego. Es el contrato por el cual los jugadores convienen en adjudicar al vencedor el
dinero o premio que corresponde.
c. Apuesta. Es el contrato por el cual se contiende sobre la verdad de una cosa o suceso
pasado o futuro (quien ganará la carrera) y en la cual los contendientes se comprometen
mutuamente a otorgar un premio a quien acierte.
119
d. Lotería. Contrato por el cual por un precio mínimo y determinado se compra la posibilidad
de obtener un premio grande que se sortea entre muchos.
e. Operaciones de bolsa. Son contratos más o menos aleatorios que se celebran en la bolsa
o establecimientos públicos de contratación, con la intervención, por lo general de un
intermediario. Se asimilan a la compraventa, al préstamo o al juego de azar.
e) CONTRATOS SUBSIDIARIOS.
Son aquellos que tienen por objeto el asegurar el cumplimiento de otro contrato. Los
principales son tres:
a. Fianza. Es el contrato por el cual se obliga uno a pagar por un tercero en el caso de no
hacerlo éste.
b. Prenda. El es contrato por el cual el deudor entrega al acreedor una cosa mueble como
garantía del cumplimiento de la obligación contraída. La cosa entregada recibe el nombre de
prenda.
c. Hipoteca. Es un contrato por el cual se grava una cosa inmueble a favor del acreedor para
que de ella se pueda éste cobrar si el deudor no pagare.
120
V. LAS PARTES POTENCIALES DE LA JUSTICIA 190
Las virtudes que analizaremos a continuación se llaman partes potenciales por un lado,
porque tienen un carácter común con la Justicia, y por otra parte porque no alcanzan toda su
amplitud.
Todas las virtudes que conciernen a nuestras relaciones con los demás pertenecen a la
Justicia. Pero mientras que la Justicia exige se le dé a otro exactamente lo que le es debido, las
virtudes anejas son inferiores a la justicia estricta, ora porque no pueden darle al prójimo todo lo
que le es debido, ora porque el deber que entrañan no es tan exigente como el de la justicia
propiamente dicha.
Así por ejemplo, es deber del hombre el rendir homenaje a Dios, pero este homenaje nunca
es equivalente al que Dios merece. Los niños deben honrar a sus padres, pero jamás podrán
darle tanto cuanto les deben. Y en general, la virtud no recibe jamás una recompensa igual a su
mérito. Por lo cual las virtudes de religión, de piedad y de observancia que conciernen
respectivamente a los deberes para con Dios, para con los padres, y para con las personas
constituidas en dignidad, son partes potenciales de la justicia, porque por una parte tienden a
satisfacer una deuda para con el prójimo, pero por otra parte no podrían satisfacerla
integralmente.
Otras virtudes se consideran partes potenciales porque tienden siempre a dar a otro lo que le
es debido, pero sin entrañar una obligación tan rigurosa como la estricta justicia. En efecto, si el
deber supone siempre una rigurosa obligación, no es necesariamente en el mismo grado: fuera
del deber legal al cual obliga la justicia propiamente dicha, hay un deber moral que es menos
urgente. Aquí se coloca como partes de la justicia la virtud de veracidad que pide a todo hombre
el mostrarse tal como es en sus palabras y en sus hechos; luego la virtud de la gratitud, que
reconoce el bien recibido, y la virtud de la vindicta, que pide el castigo del mal.
La división se establece como sigue:
Partes potenciales de la justicia:
1. Por deuda rigurosa pero imposibilidad de igualdad:
-Para con Dios: Religión (q.81-100)
1. LA RELIGIÓN192.
La religión es la más importante de las virtudes que guardan relación con la justicia. Muchos
discuten si en realidad no es una cuarta virtud teologal, por su relación a Dios. suele decirse que
se diferencia de las teologales en que mientras éstas miran a Dios como Fin, la religión mira a los
medios que nos relacionan con Dios. Anselm Günthöer193 la pone en conexión con la caridad
como “amor adorante” de Dios. Santo Tomás y toda la tradición la ubica en este lugar.
La división del tratado en la Suma es como sigue:
1. Naturaleza (q.81)
2. Actos:
a. Interiores:
-Voluntad: devoción (q.82)
-Entendimiento: oración (q.83)
b. Exteriores:
-Adoración (q.84)
-Sacrificios (q.85)
-Oblaciones (q.86)
-Diezmos (q.87)
-Voto (q.88)
c. En los que tomamos el nombre de Dios:
-Juramento (q.89)
-Conjuro (q.90)
-Alabanza (q.91)
3.Vicios opuestos:
a. Por exceso: la superstición:
1) Naturaleza.
La religión es la virtud que inclina al hombre a manifestar a Dios, como su creador y
soberano, el honor y la sumisión debidos. Su esencia consiste, pues, en el honor, el culto y el
servicio de Dios. Santo Tomás la define diciendo: «religio est virtus quae Deo debitum cultum
affert», la religión es la virtud que da a Dios el culto debido195.
Según Cicerón etimológicamente se deriva de relegere, volver a leer, porque consistiría “en
releer lo que se refiere al culto divino”. San Agustín la hace derivar de reeligere, volver a elegir,
en el sentido de “elegir de nuevo al Dios que uno ha perdido”. Según Lactancio, viene de religare,
atar, porque nos ata o liga al servicio de Dios. Etimológicamente ésta es la versión más probable.
Su esencia es la reverencia de la mente y la entrega de la voluntad a Dios: «el fin del culto
divino consiste en que el hombre dé gloria a Dios y se someta a El con el cuerpo y el alma» 196. La
religión designa, pues, el conjunto de las relaciones del hombre con Dios, tanto la dependencia
total de la creatura respecto de su principio primero y universal, como la tendencia de la vida
humana hacia el Soberano Bien que es su fin último. O, dicho de otro modo, la virtud que inclina
al hombre a dar a Dios el culto debido como primer Principio de todas las cosas.
“Dad a Dios lo que es de Dios” (Lc 20,25). La razón natural prescribe al hombre el rendir
homenaje a Dios desde que se le reconoce como Autor de la creación y del gobierno del
universo, es decir, del orden de los seres. La acción humana cuidadosa de respetar ese orden y
de realizar ese bien es una acción virtuosa. Por lo tanto, la religión es una virtud, puesto que
tiene por objeto el rendirle a Dios el honor que le es debido. Y es una virtud especial, distinta de
todas las otras, porque el honor debido a Dios excede al que le corresponde a cualquier ser en la
proporción en que la excelencia del Creador y del fin infinito prevalece sobre el valor de una
creatura y de un bien limitado.
2) Objeto de la religión.
-El objeto material.No es Dios ni su perfección increada, sino la glorificación de Dios por
parte de las criaturas, sobre todo mediante el culto tributado a Dios por los hombres. En este
sentido se dice que su objeto material son los actos del culto divino, por los cuales el hombre se
203 Cf. Mt 6,9; 14,23; Jn 16,24; Lc 18,1; 21,36; Rom 12,12; 1 Pe 4,7; etc.
204 Cf. II-II, 83, 10.
205 Cf. II-II, 83, 11 y ad 3.
206 Cf. II-II, 83, 4 y ad 2.
207 Cf. II-II, 83, 5 y ad 2.
208 Cf. II-II, 83, 6.
126
se hace por necesidad, sino animada por una caridad fraterna” 209. Santiago dice: “orate pro
invicem, ut salvemini” (Sant 5,16). Y Nuestro Señor nos indica lo mismo cuando nos enseña en el
Paternoster a decir no “Pater meus” sino “Pater noster” y no “da mihi” sino “da nobis”.
Sucede a veces que la oración hecha por otro no obtiene su efecto, y esto a despecho de las
condiciones más favorables para su eficacia: recta intención, fervor, perseverancia. La razón de
ello debe buscarse en el obstáculo puesto por la persona que debería ser la beneficiaria,
obstáculo que no puede ser suprimido mientras se obstine el libre albedrío. En tal caso la
oración, aunque ineficaz, no por eso es menos meritoria para quien cumple este acto de cari-
dad210.
Conviene también orar por los justos a fin de obtenerles la gracia de la perseverancia y del
progreso; y luego por los pecadores, a fin de que se conviertan. Tanto como la corrección
fraterna, la oración no será útil, de hecho, sino a los predestinados, pero como aquí abajo nos es
imposible distinguir a los predestinados de los réprobos, a nadie debemos excluir del beneficio de
la corrección ni de la ayuda de la oración211.
Como la caridad, también la oración se extiende hasta los enemigos mismos: “Orad por los
que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Si no es obligatorio tener por ellos una intención
especial, al menos no se les debe excluir de la oración por el prójimo212. Pero es lícito combatir a
los enemigos para que dejen de pecar; y también pedir para ellos males temporales para que se
enmienden213.
c. El Paternoster. La oración más perfecta es la oración dominical, corrientemente llamada
“Padre Nuestro”. El solo hecho de que haya sido enseñada por Cristo en persona basta para sub-
rayar su valor. “Además, dice San Agustín, si queremos orar de manera correcta y oportuna,
nada podemos decir que no esté contenido en la oración del Señor”. En efecto, ella expresa
todos los deseos que podemos normalmente experimentar y exponerle a Dios, y en el orden
mismo en que debemos manifestarlos. Tanto que esta fórmula, no contenta con enseñarnos a
orar, nos ayuda a ordenar nuestros afectos.
En efecto, lo que es en primer lugar el objeto de nuestro deseo es evidentemente nuestro fin
supremo: vienen en seguida los medios que nos permiten alcanzarlo. Nuestro fin es Dios, hacia
el cual se dirige nuestro corazón, primeramente para querer su propia gloria (“Santificado sea tu
Nombre”), en seguida para aspirar a participar nosotros mismos de esa gloria (“Venga a nos tu
reino”), o dicho de otra manera, amamos primeramente a Dios en El mismo, en seguida nos
amamos a nosotros mismos en Dios.
Para alcanzar este fin, dos clases de medios se nos ofrecen. Unos nos conducen a El por sí
mismos, ora directamente como el mérito de la obediencia, es decir, el cumplimiento de la
voluntad de Dios, que nos vale la bienaventuranza (“Hágase tu voluntad”), ora instrumentalmente
ayudándonos a adquirir el mérito, y esto es lo que expresa globalmente en la petición del pan (“el
pan nuestro de cada día”), que designa a la vez el Pan sacramental tan provechoso para el alma
y el pan corporal indispensable para la subsistencia física. Los otros medios nos conducen a la
bienaventuranza indirectamente, apartando los obstáculos: el pecado que excluye del Reino de
Dios (“perdónanos nuestras deudas”), la tentación que amenaza con arrastrarnos lejos de la
2) Actos exteriores.
a) Por los que sujetamos el cuerpo a Dios: la adoración222.
a. Naturaleza. Se entiende por adoración el acto externo de la virtud de la religión por el que
testimoniamos el honor y la reverencia que nos merece la excelencia de Dios y nuestra sumisión
ante El. A Dios se le debe reverencia en razón de su excelencia. Algo de esta excelencia divina
se comunica a ciertas creaturas, pero jamás en igualdad. Por lo cual una reverencia especial se
le reserva a Dios solo, y toma el nombre de latría. Diferente de la reverencia concedida a las me-
jores creaturas, que lleva el nombre de dulía. Entre los signos de reverencia en honor de
creaturas excelentes, el más expresivo es la adoración, en el sentido de prosternación corporal.
Pero sólo a Dios se le reserva el sacrificio, expresión propia del culto de latría: “Varias actitudes
han sido tomadas del culto divino para honrar a los hombres, ora por bajeza excesiva, ora por
perniciosa adulación. Sin embargo, no se deja de considerar siempre como hombres a los que se
d) La adivinación243.
a. Noción. Es una manera de predecir el porvenir por medios indebidos o desproporcionados.
La adivinación consiste en pretender usurpar indebidamente la predicción del porvenir.
Esta es pues una forma de superstición, porque es un recurso a los demonios, ya sea que se
les invoque expresamente para pedirles la revelación del porvenir, ya sea que ellos mismos se
insinúen en las vanas inquisiciones para prender los espíritus de los hombres en la mentira.
b. Especies. La adivinación procede de maneras múltiples y variadas; desde la antigüedad
son conocidas algunas formas de adivinación, como, por ejemplo:
-Recurso a los demonios: invocándolos para conocer el porvenir.
-Oniromancia: la adivinación recurriendo a los sueños.
-Nigromancia: hacen aparecer o hablar a los muertos.
-Pitonismo: contestando a través de brujos o adivinos. En algunos casos eran usadas por los
demonios.
-Aruspicio: adivinación del futuro consultando las entrañas de los animales inmolados.
-Falsas conjeturaciones: consiste en el conjeturar acontecimientos faustos o infaustos por
medio de hechos fortuitos (romperse un espejo, cruzar un gato negro...). Aquí se colocan, por
ejemplo, los que “dicen la buenaventura”; y los ubicamos aquí, porque en general éstos no tienen
la pretensión de causar la dicha o la desdicha, sino solamente dar signos de acontecimientos
futuros felices o desdichados. No son signos divinos, porque ninguna autoridad divina los ha
instituido, los inventó la vanidad humana con la ayuda de la malicia de los demonios, siempre
empeñados en enredar las mentes de los hombres en futilezas. Son restos de la idolatría en la
que se pedía a los augures la determinación de los días fastos y nefastos.
En los últimos siglos se practican ciertos fenómenos que algunos consideran afines a las
antiguas formas de adivinación. Conviene, por tanto, tenerlas en cuenta; así, por ejemplo:
-Radiestesia244: No parece que deba condenarse el uso de la vara radiestésica para descubrir
agua o metales, pues su movimiento y oscilación puede estar relacionado con la materia que se
busca por causas puramente físicas y naturales. Pero, si se la utilizara para averiguar los
secretos de los corazones o las cosas futuras contingentes, habría evidente desproporción entre
la causa y el efecto y no podría hacerse sin incurrir en grave superstición. Está prohibido a los
268 “Tenemos que confesar con humildad que, en gran parte, aun en
sectores de la Iglesia. una falsa interpretación del pluralismo religioso ha
permitido la propagación de doctrinas erróneas o discutibles en cuanto a
fe y moral, suscitando confusión en el Pueblo de Dios” (Documento de
Puebla, nº 80).
269 Documento de Puebla, nº 342.
270 Documento de Puebla, nº 453.628.
271 Documento de Puebla, nº 456.
272 Documento de Puebla, nº 419.
273 Documento de Puebla, nº 628.
274 Documento de Puebla, nº 308.
275 Documento de Puebla, nº 453.
276 Documento de Puebla, nº 456.
277 Documento de Puebla, nº 1005.
278 Cf. Rev. “Didascalia”, 10 de diciembre de 1978; los libros de
Boaventura Kloppenburg: Fuerzas ocultas, Paulinas, Bogotá 1974; La
Reencarnación, Paulinas, Bogotá, 1979; También el libro de AA.VV.,
Sectas en América Latina, Consejo Episcopal Latinoamericano, Bogotá
1981 (en éste son especialmente destacables los trabajos del mismo
Kloppenburg sobre “Movimientos Pseudo-Espirituales” y de Pablo
Capanna “De la Secularización al Neopaganismo”).
279 Así, por ejemplo, los trabajos del P. González Quevedo, quien
145
Podemos señalar las siguientes causas.
a. Crisis y decadencia cultural contemporánea. Todos los grandes pensadores son
concientes de la crisis cultural contemporánea, muy semejante a las crisis históricas de las
grandes civilizaciones y que fueron caldo de cultivo del surgir de los fenómenos ocultistas 280. Los
esoteristas tradicionales (Guénon, Evola) son del mismo parecer281. También autores católicos
que sostienen que toda época de crisis es fuente de falsos misticismos 282. La civilización de
Occidente padece una profunda crisis de valores e instituciones. En el orden político, la
disgregación liberal; en lo económico, la mentalidad burguesa y consumista y las injusticias del
capitalismo; en el orden moral, la pérdida de toda jerarquía de valores; en lo metafísico, el
suicidio de la inteligencia cerrada sobre sí misma en el subjetivismo y en el idealismo.
b. La apostasía de Occidente. La segunda causa hay que buscar en el interior del
cupación que deja todavía atónitos: Cristo sí; Iglesia no. Después: Dios
sí; Cristo no. Finalmente el grito impío: Dios ha muerto; más aún, Dios
no ha existido jamás. Y he aquí la tentativa de edificar la estructura del
mundo sobre fundamentos que Nos no dudamos en señalar como a
PrinciPales responsables de la amenaza que gravita sobre la
humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin
Dios. El enemigo se ha preparado y se prepara para que Cristo sea un
extraño, en la universidad, en la escuela, en la administración de la
justicia, en la actividad legislativa, en la inteligencia entre los pueblos, allí
donde se determina la paz o la guerra” (Pío XII, Alocución del
12/10/1952).
284 Sectas, logias de la pseudo-espiritualidad, la fantaciencia, los
falsos mesías, las reencarnaciones de Cristo, los curanderos salvíficos,
los dioses extraterrestres, los guruses divinos, brujos y hechiceros,
mutantes y santones.
285 Guénon explica esta inversión caricatural diciendo que, en la
totalidad del cosmos “el punto más bajo es como un reflejo oscuro o una
imagen invertida del punto más alto, de donde resulta (...) que la
ausencia de todo principio implica una suerte de 'falsificación' del
principio mismo, lo que algunos han expresado bajo una forma
'teológica', diciendo que 'Satán es el mono de Dios'“(Le regne de la
quantité, Gallimard, 1970, p. 11 y 266ss).
286 Santo Tomás los deduce a partir de la consideración del bien de la
natura humana (I-II, 94). Alexis Carrel los denomina “leyes
fundamentales de la vida” (Réflexions sur la conduite de la vie, Plon,
Paris 1950).
287 Como Schleiermacher al hablar del “sentimiento religioso”; se
148
parable al psicoanálisis, pero al revés: para arriba y no para abajo”290. Y el mismo Freud parecería
darnos la razón de ello en sus escritos291. Por eso, es propio de la moda del ocultismo creer que
sus manifestaciones son manifestaciones de lo sobrenatural292.
c) Los peligros del ocultismo.
a. Problemas espirituales. En el orden sobrenatural el peligro debe aparecer claro: el ca-
tólico teniendo en la Palabra de Dios la luz que le señala el camino hacia la verdadera
trascendencia y en la gracia la fuerza para recorrerlo al meterse en el camino del ocultismo,
aunque sólo sea por curiosidad, está dudando, o poniendo los fundamentos para dudar, de su fe
y de la omnipotencia divina. Y por eso puede constituir un pecado grave, y el comienzo de la
pérdida de la fe.
b. Problemas de confusión intelectual y cultural. El ocultismo se presenta como una
altisonante”.
295 Ya hemos mencionado algunos libros de Kurt Koch. Sus viajes y
conferencias por más de 100 países, la atención médica y pastoral de
miles de casos garantizan una experiencia no despreciable para el
conocimiento del fenómeno ocultista. Especial interés ofrece su libro
Ocultismo y cura de almas, donde en base a un rico material de casos
sintetiza las peligrosas consecuencias de las prácticas ocultistas.
296 Koch procura explicar las consecuencias hereditarias en base a
las teorías de Brauchler y Jung, quienes diferencian tres esferas en el
subconsciente: “La esfera alta es el subconsciente personal o in-
dividual, en el que se guardan toda clase de recuerdos de la niñez lo
151
Advierte también el A. sobre los peligros que acechan a quien con sus consejos y oraciones
procura ayudar a la persona afectada por molestias de tipo ocultista experiencia ésta confirmada
por la praxis de la Iglesia católica, al reservar la práctica del exorcismo a sacerdotes
cuidadosamente seleccionados.
En síntesis, pensamos que no hay mejor conclusión para esta parte que la frase de Goethe
que nos recuerda el mismo Koch: “No puedo librarme de los espíritus que invoqué”.
e) Aspectos pastorales.
El trabajo más importante en el campo pastoral es el de la prevención para evitar que se
expanda el fenómeno del ocultismo entre los incautos. Y para prevenir hace falta:
-Ante todo, hay que dar respuestas desde la fe a los interrogantes que se hacen todos los
hombres sobre la muerte, nuestra relación con los difuntos, la preocupación por la supervivencia,
la defensa contra las acechanzas del mal y del maligno, la incertidumbre ante el futuro, el
problema de la salud y la enfermedad, etc297. Estos movimientos hacen pie precisamente porque
ofrecen respuestas (falsas) a los anhelos e inquietudes, naturales o espirituales, acerca de estos
temas.
-En segundo lugar, hay que dar una correcta formación religiosa. Estos fenómenos se apoyan
en la ignorancia de la verdadera fe, y también acerca de la verdad de estos movimientos y
sectas. Puebla exhortaba por eso también a “informar y orientar a nuestras comunidades, en
base a un lúcido discernimiento, acerca de las formas religiosas o para-religiosas arriba
mencionadas y las distorsiones que encierran para la vivencia de la fe cristiana”298.
-Por último, presentar la religión, como lo que es, algo vivo. Mircea Eliade atribuye el interés
juvenil por el ocultismo a la “honda insatisfacción” y la decepción que llevan a los jóvenes a
2. LA VIRTUD DE LA PIEDAD320
La piedad se define como la virtud que nos inclina a tributar a los padres, a la patria y a todos
los que se relacionan con ellos el honor y el servicios que les son debidos.
El hombre es deudor respecto de otro en diversos grados que corresponden, por una parte a
la excelencia de las personas, por otra parte a la importancia de los beneficios recibidos. Bajo
uno y otro aspecto, Dios ocupa el primer lugar, puesto que El es a la vez el mejor de todos los
seres y el primer principio al que el hombre se lo debe todo. Pero los principios secundarios de la
vida humana son los padres y patria. Por lo tanto, a ellos, después de Dios, es a quienes el
hombre es principalmente deudor. De modo que después de la virtud de religión, cuyo papel es
rendirle un culto a Dios, viene la virtud de piedad a la patria. Además, en el culto a los padres
está incluido el culto a los consanguíneos, así llamados por haber salido de los mismos padres,
y en el culto de la patria está comprendido el culto de los conciudadanos.
3. LA VIRTUD DE LA OBSERVANCIA321
3.1. En sí misma322.
La observancia o reverencia, más comúnmente llamada respeto, es la virtud especial que
rinde el culto apropiado a las personas revestidas de dignidad y autoridad, las cualles participan
con ello de los privilegios del padre en la comunicación, el desenvolvimiento y el gobierno de la
vida humana, y toman a veces el título de padres, al menos bajo ciertos aspectos y en ciertos
dominios: el príncipe en los asuntos civiles, el jefe en el ejército, el maestro en la enseñanza.
Se divide en dos especies: la dulía y la obediencia.
3.2. La dulía323.
Dulía (del griego, servidumbre) en sentido estricto es el honor y reverencia que el siervo debe
a su señor. En sentido amplio es el honor que se debe a cualquier persona constituida en
dignidad. En el sentido que se le da habitualmente en la Iglesia significa el culto y veneración que
se debe a los santos. A la Virgen Santísima, por razón de su excelencia, se le debe culto de
hiperdulía. En cualquier de sus sentidos la dulía engloba la piedad y el respeto.
3.3. La obediencia324.
Es una virtud moral que hace pronta la voluntad para ejecutar los preceptos del superior.
Así como en la naturaleza los seres inferiores son puestos en acción por los seres superiores
dotados a este efecto de un poder más eminente, así también en los asuntos humanos la
Providencia ha organizado una jerarquía, de tal suerte que los hombres inferiores están
gobernados por la voluntad de hombres superiores. Ahora bien, hacer obrar a otro por un acto de
razón y de voluntad es mandar; y obrar bajo el impulso de una razón y de una voluntad extrañas
6. LA VIRTUD DE VERACIDAD329.
6.1. En sí misma.
La “veracidad” designa la conformidad de una cosa con su regla, o la conformidad de la
inteligencia con la realidad: en este sentido no es una virtud, sino más bien el fin u objeto de una
virtud.
Por el contrario, enunciar la verdad, o decir lo que verdad, es un acto bueno: y en esto es en
lo que consiste la virtud de la veracidad.
1) La mentira.
De la mentira ya hemos hablado al tocar los pecados opuestos a la fama. Diremos, pues,
algunas cosas que completan lo expuesto allí.
Hay diversas especies de mentira. Dividida según su naturaleza propia que la opone a la
veracidad, da lugar una parte a la jactancia, que va más allá de la verdad, y otra parte a la ironía,
que se queda de este lado, mientras que la verdad no tolera ni lo más ni lo menos.
Otra división se basa en el grado de culpabilidad del mentiroso, según las intenciones
agravantes o atenuantes. La voluntad de perjudicar a alguien es la mentira perniciosa. Si se
propone alguna ventaja, evitar un daño o prestar un servicio, es la mentira oficiosa. En fin,
mentir por pasatiempo no es sino una mentira jocosa.
Una tercera división no considera sino el objeto de la mentira en sí mismo. Y entonces San
Agustín discierne ocho categorías de mentira: tres entran en la especie de la mentira perniciosa,
la mentira contra Dios o mentira doctrinal y religiosa, la mentira contra el prójimo, ora con la
intención de dañar a alguien sin ser útil a nadie, ora con la intención de ser útil a alguien, pero
con perjuicio de otro. La cuarta categoría es la mentira por hábito, o mentir por el placer de
mentir; las otras categorías son la mentira jocosa o mentir por diversión. Luego, las mentiras
oficiosas, para prestar un servicio, para evitar un daño material, para salvar la vida o la salud,
para preservar de una falta.
La mentira es un acto malo por su naturaleza porque siendo las palabras los signos naturales
de los pensamientos, es contra natura que se exprese con la palabra lo que no se tiene en la
mente.
Sin embargo, la mentira no es pecado mortal sino cuando es contraria a la caridad:
2) La simulación y la hipocresía331.
Aparte de las palabras, las acciones, los gestos, las actitudes son también signos externos de
sentimientos interiores y es igualmente contrario a la verdad el hacerse pasar por lo que no se
es. La simulación es por lo tanto una especie de mentira en acción.
La hipocresía es una forma de simulación, especialmente
la que consiste en hacerse pasar por virtuoso siendo vicioso.
Las dos son contrarias a la virtud de veracidad, que exige que tanto por la conducta como por
las palabras se muestre uno tal como es. Sin embargo, al igual que la mentira, la simulación y la
hipocresía no siempre son pecado mortal. El que procura exclusivamente parecer un santo sin
serlo se encuentra en estado de pecado mortal, puesto que el pecado mortal es el que lo priva de
la santidad. Pero la hipocresía que simula la santidad a despecho de un pecado mortal
incompatible con ella, no siempre comete un nuevo pecado por su simulación: quizá no tiene más
intención que la de disimular su verdadero estado de alma, para evitar un escándalo. Este sería
el caso de un sacerdote que aunque viviendo en estado de pecado mortal simulara la virtud en el
ejercicio de sus funciones. Aunque la veracidad exige que se muestre uno tal como es, no obliga
a revelar todos los secretos de la conciencia: no hay por qué hacer una confesión pública
permanente.
3) La jactancia332.
Es la tendencia a “ponerse en primer término”: o bien exagera uno su propio valor, o bien se
trata de mejorar la opinión que de uno tienen los demás. Y como lo que uno es en sí mismo es
más importante que lo que de uno piensen los demás, la jactancia propiamente dicha consiste en
pretender elevarse por encima de lo que se es en realidad. Se opone a la veracidad por exceso.
Cuando la mentira por la cual se glorifica uno a sí mismo afecta a la gloria de Dios, la
jactancia puede ser pecado mortal. También puede serlo la fanfarronería que venga a ser un
insulto al prójimo, por ejemplo la del fariseo que despreciaba al publicano y trataba a todos los
hombres de ladrones, adúlteros, etc (Lc 18,2). Luego, cuando la dicta el orgullo, la culpabilidad, la
vanagloria, la jactancia reviste la gravedad de los vicios que la inspiran.
4) La ironía333.
7. LA VIRTUD DE LA AFABILIDAD334.
7.1. En sí misma.
Es la virtud especial que hace que en las relaciones ordinarias entre los hombres, tanto en
palabras como en actitudes se cumplan las reglas del decoro y de la urbanidad.
Es distinta de la amistad, que se funda en los sentimientos afectuosos que se experimentan
respecto de algunas personas determinadas y que depende de la caridad. La afabilidad no es
una amistad perfecta: porque consiste sobre todo en actitudes exteriores respecto de todos los
hombres en general. “El hombre es un amigo para el hombre” en virtud del principio general que
exige que todo ser ame a su semejante. Y es de esta amistad general de la que la afabilidad da
testimonio en las relaciones con todos los hombres indistintamente, aunque sean extraños y
desconocidos.
Esta virtud depende de la justicia, porque concierne a las relaciones con otro: sin embargo, se
distingue de ella porque no entraña una deuda rigurosa, ni una deuda legal, ni un deber que
provenga de un beneficio recibido, sino solamente una deuda moral, el deber que experimenta el
sujeto mismo de hacer por otro lo que exigen las conveniencias y los usos sociales. En efecto,
así como el hombre no puede vivir en sociedad sin la confianza fundada en la veracidad,
tampoco puede vivir sin agrado. Por lo tanto es en virtud de una especie de deber de honestidad
natural por la que debe mostrarse agradable en el medio en que vive, a no ser que sobrevenga
algún motivo de contristar a los demás para su bien.
8. LA VIRTUD DE LIBERALIDAD337.
1) La avaricia338.
El uso de los bienes materiales es bueno si está proporcionado a su fin, o sea, en la medida
en que esos bienes son necesarios o útiles para el mantenimiento de la vida, en la condición en
que uno se halle. El exceso en la adquisición y la retención de esos bienes da lugar a la avaricia,
“amor inmoderado de la riqueza”.
El exceso en la adquisición y conservación de riquezas implica un pecado contra el prójimo,
porque no pudiendo ser simultáneamente poseídos por un gran número los bienes materiales,
mientras que uno está en la abundancia, los demás están en la penuria. Además, la avaricia es
un pecado contra uno mismo, porque la adhesión del corazón a los bienes materiales es un
desorden, al menos en los sentimientos aunque no lo esté en los sentidos. En fin, por vía de
consecuencia, la avaricia viene a ser un pecado contra Dios, por el hecho de que por amor de los
bienes temporales se desprecian los bienes eternos.
Entre los bienes hacia los cuales se dirige el apetito de manera desordenada, se distinguen lo
útil y lo agradable: y las riquezas se clasifican en la categoría de lo útil, porque no se les desea
sino a fin de hacer uso de ellas. La avaricia deriva de “haber”, porque es, en efecto, el deseo
desenfrenado de haber, de poseer las riquezas, más allá de lo útil.
La avaricia se opone por lo tanto a la justicia al mismo tiempo que a la liberalidad. Porque
adquirir y conservar las riquezas con exceso apoderándose de ellas o reteniendo el bien de otro
es contrario a la justicia. Pero la adhesión del corazón a la riqueza, adhesión que hace que se la
desee o que se complazca uno en ella fuera de medida, aunque sea sin llegar hasta apoderarse
del bien ajeno, tal amor inmoderado es contrario a la liberalidad.
Si se considera aquello de lo que priva, a saber, el uso de bienes materiales, el pecado de
avaricia es menos grave que el pecado contra Dios y menos grave también que el pecado contra
la persona humana. Pero si se consideran los bienes por los cuales se deja seducir el hombre,
esos mismos bienes materiales, el pecado de avaricia viene a ser el más vergonzoso, por ser el
más degradante: en efecto, los bienes materiales no son solamente inferiores al alma, sino más
viles que los sentidos mismos.
A despecho de las apariencias, la avaricia es un pecado espiritual. Por oposición al pecado
carnal que se consuma en la sensación voluptuosa, la avaricia experimenta el placer en la
certeza intelectual de poseer las riquezas.
La avaricia es un pecado capital, porque el fin que persigue da lugar a otros numerosos
vicios. La aspiración general a la dicha se traduce, en la mayor parte de los hombres, en la
búsqueda de satisfacciones sensibles inmediatas; por esto las riquezas son necesarias y
prometen procurar dichas satisfacciones: “El dinero nos garantiza todo lo que deseamos”, dice
Aristóteles. Por lo cual la avaricia engendra todos los excesos.
Sus vicios derivados más habituales son: la traición, el fraude, la mentira, el perjurio, la
zozobra, la violencia, la dureza de corazón. En efecto, el avaro no se deja ablandar por la miseria
2) La prodigalidad339.
Es lo contrario de la avaricia. El pródigo no tiene cuidado suficiente de las riquezas: no es
suficientemente solícito para adquirirlas y conservarlas, y está demasiado dispuesto a gastarlas y
a darlas. En suma, mientras que la avaricia es la carencia de liberalidad la prodigalidad es su
exceso.
Es menos grave que la avaricia: 1°) es menos opuesta a la virtud de liberalidad, de la que lo
propio es dar más que adquirir y retener; 2°) es más útil a otros; 3°) es más fácilmente
remediable, porque generalmente se apacigua a medida que se avanza en edad, y a veces lleva
a la indigencia la cual impide el continuar las larguezas.
9. LA VIRTUD DE LA EPIQUEYA340.
Los actos humanos, para los cuales se hacen las leyes, son acontecimientos contingentes
variables al infinito. Por lo cual no ha sido posible establecer reglas absolutamente invariables:
los legisladores, teniendo en cuenta lo que ocurre habitualmente, promulgan leyes para los casos
ordinarios pero no se podría observarlas en las circunstancias extraordinarias sin ir contra la
justicia y el bien público que esas leyes quieren precisamente asegurar. Por ejemplo, una ley
prescribe entregar lo que se tiene como depósito, y habitualmente esto es lo justo, pero
excepcionalmente esto podría ser una fuente de graves injusticias, por ejemplo si ese depósito es
una arma que pertenezca a un demente que la reclame en el curso de uno de sus accesos, o
bien si el depósito es una suma de dinero perteneciente a un traidor que se proponga emplearla
contra la patria. En casos semejantes, se haría mal siguiendo la ley establecida: bueno es no
hacer mucho caso de sus términos y no retener sino su espíritu y su intención. Es entonces
cuando interviene la epiqueya.
Por lo tanto ésta es una parte de la justicia en su acepción más general, una parte subjetiva,
dicho de otra manera una especie de justicia. Pero tiene prioridad sobre la justicia legal, puesto
que ésta está subordinada a sus directivas. Es como una regla superior de los actos humanos.
Entre otros efectos, el Espíritu Santo suscita en nosotros un amor filial hacia Dios: “Hemos
recibido el espíritu de adopción en virtud del cual exclamamos Abba-Padre” (Rom 8,15).
Ahora bien, el papel de la piedad es cumplir con los deberes y el culto debido al padre: de
modo que la piedad por la cual veneramos a Dios como Padre es un don del Espíritu Santo, que
corresponde a la virtud de piedad, y a la virtud de justicia a la que la piedad es aneja.
Y así como la virtud de piedad no se limita a honrar al padre, sino que se extiende a los
consanguíneos, así también el don de piedad, no contento con honrar a Dios como Padre,
venera a toda la familia divina, los Santos, las almas próximas a Dios.
La segunda bienaventuranza (“Bienaventurados los dulces”) corresponde al don de piedad,
porque es por la dulzura por la que se hacen a un lado los obstáculos a los actos de piedad.
Los preceptos correspondientes a la virtud de la justicia son propiamente los preceptos del
Decálogo. En efecto, son los primeros principios de la ley a los que la razón natural da
inmediatamente su asentimiento. Pero la noción de deber o de deuda que está incluida en todo
precepto se presenta claramente en la justicia, que concierne a las relaciones con otro. Porque si
el hombre tiene la impresión de ser su dueño cuando se trata del gobierno de su propia persona,
al tratarse de otro ve claramente que tiene obligaciones y se siente deudor. Por lo cual los
preceptos del Decálogo son como una promulgación de la ley de Justicia: los tres primeros
pertenecen a la religión, que es la parte más importante de la justicia, el cuarto pertenece a la
piedad, que es la segunda parte de la justicia, y los otros seis a las relaciones entre los hombres
en general.
Como el objeto de la ley es hacer buenos a los hombres, es necesario que los preceptos sean
promulgados en el orden que el hombre debe seguir para llegar a ser bueno. Pero la primera
bondad es la de la voluntad, puesto que es por ella por la que se hace uso de las otras
facultades: y la bondad de la voluntad depende de su objeto, de la intención que ella se propone.
El objeto de la voluntad humana y su fin supremo no son sino Dios, con el cual entra el hombre
en relaciones por la religión. Por lo tanto, convenía que la religión fuese el primer fundamento de
173
174
FORTALEZA
175
176
I. LA FORTALEZA EN GENERAL 343
La fortaleza, andreía, virilitas, fortitudo, importa cierta firmeza de alma. El término como tal
puede aplicarse a cualquier virtud, pues es propio de toda virtud el adherirse con firmeza a su
objeto bueno y el obrar enérgicamente. Pero también designa algo especial que es la firmeza del
alma para soportar y repeler aquellas cosas en que es muy difícil mantenerse, es decir, en los
peligros más grandes (y singularmente en los mortales).
Se la puede definir como “la virtud que robustece el apetito contra los máximos peligros de la
vida corporal de modo tal que no desista en la búsqueda del bien arduo en conformidad con el
bien debido”. En esta definición se indica:
-El género al que pertenece: es una virtud (puede ser adquirida o infusa)
-El sujeto: es el apetito irascible.
-El acto propio: fortifica o robustece.
-El objeto material: los máximos peligros de la vida corporal.
-El objeto formal: en conformidad con el fin debido.
343 Cf. Royo Marín O.P., Teología Moral para Seglares, tomo I, pp. 357-364;
Pedro Lumbreras O.P., Introducciones en Suma Teológica, B.A.C., tomo IX;
Josef Pieper, Las Virtudes Fundamentales, Rialp, pp. 175, ss.
177
1) Naturaleza virtuosa
a) Es virtud (a.1).
La fortaleza siempre ha sido enumerada entre las virtudes, como sostuvieron Santo Tomás y
San Agustín. Es más, los antiguos exageraron tanto su valor que la colocaron como la más
importante. Por ejemplo, para los griegos de las edades heroicas constituía la "areté"; lo mismo
se diga de las civilizaciones bárbaras germánicas.
Es virtud porque realiza la definición aristotélica de virtud: "aquello que hace bueno al sujeto
que la posee y a sus obras" (las obras que hace con su potencia cualificada con la virtud en
cuestión).
Ahora bien, ¿qué cosa hace bueno al hombre? Todo aquello que le ayude a someterse a la
razón, ya que su bien consiste en conformarse con la razón.
¿De qué modo puede el hombre ser perfeccionado en su conformidad con la razón? De tres
modos:
a) Rectificando la misma razón: lo cual es función de las virtudes intelectuales.
b) Aplicando la rectitud de la razón a las relaciones humanas: lo cual es la función de la
justicia.
c) Apartando los obstáculos que se interponen a la rectitud de la razón, a que la voluntad se
someta a la razón, o a la aplicación de tal rectitud a la vida. Los obstáculos son de dos tipos:
a. Los que vienen de la delectabilidad de ciertos objetos que alejan al hombre de la recta
razón: esto lo regula la templanza.
b. Los que intentan alejar a la voluntad del recto orden de la razón por la dificultad o el peligro
que su realización conlleva: y esto es lo que hace la fortaleza.
Por tanto, la fortaleza hace frente a las dificultades que obstaculizan el recto obrar racional del
hombre. En este sentido hace bueno al hombre y a su obrar en este campo y cumple la definición
de virtud.
A veces puede ocurrir que alguien realice un acto externo semejante al de la virtud de
fortaleza sin poseerla (ad 2). Esto puede ocurrir por diversos motivos:
1) Algunos enfrentan lo difícil como si no lo fuera, ya sea por ignorancia (no se dan cuenta de
la magnitud del peligro), porque piensan que lo van a superar puesto que lo han hecho en otras
oportunidades, o porque se confían en su pericia (como los militares).
2) Algunos realizan el acto de fortaleza sin tener la virtud impulsados por una pasión (ira).
3) Algunos lo hacen movidos por un fin ilegítimo, por el beneficio que reporta, como el honor,
la riqueza; o para evitar un mal, como el vituperio, la aflicción, el daño.
a) Objeto formal
El objeto formal es el amor del bien de la virtud. "Amor que fácilmente lo soporta todo por el
objeto amado" (123, 4 obj.1); "Amor al que no intimidan las adversidades ni la muerte" (San
Agustín).
b) Modo (a.8).
La fortaleza hace obrar con placer, o al menos sin dejar que el alma sea absorbida por los
dolores. La virtud de la fortaleza permite que el alma resista cosas que se presentan como tristes
y penosas, ya al alma ya al cuerpo. El ser un acto virtuoso produce, evidentemente, un placer
espiritual. Pero este placer es difícil de percibir para el alma a causa de los dolores físicos (a
menos que medie una gracia especial, como en algunos mártires). No obstante, a pesar de la
intensidad de los dolores, la virtud de la fortaleza hace que el alma no se deje absorber por el
dolor corporal y que en cierto modo el placer virtuoso supere la tristeza del alma.
c) Tiempo (a.9).
Aristóteles indicaba que la fortaleza se refiere especialmente a los males que amenazan
"repentinamente". En general la fortaleza, responde Santo Tomás, se refiere a todo peligro, pero
especialmente a lo repentino, ya que es en ellos donde se manifiesta mejor. El motivo de esto es
que el hábito arraigado actúa como segunda naturaleza, inclinando por connaturalidad, sin
premeditación; por tanto, cuando actúa sin premeditación más se manifiesta su arraigo y
"habitualidad".
d) Medios (a.10).
Aristóteles y Santo Tomás no excluyen el empleo de las pasiones, moderadas, para la
consecución de los actos virtuosos. Es por eso que incluye la pasión moderada de la ira en el
acto virtuoso de la fortaleza. Dice Aristóteles: "la cólera ayuda a los fuertes". El motivo (ad 1) es
que cuando la ira es moderada, en realidad cae bajo el imperio de la voluntad y el hombre es
señor de ella poniéndola libremente. En estos casos (ad 2) está usando el apetito irascible como
instrumento, del mismo modo que podría usar los miembros corporales. Finalmente (ad 3) usa la
ira tan sólo en el acto de atacar y no en el acto (principal, por otra parte) de resistir, para el cual le
basta la razón.
180
5) Ubicación entre las virtudes cardinales (a.11-12).
1) Noción
El martirio es el testimonio de la verdad cristiana impugnada, dado a través de la tolerancia de
la muerte corporal.
Para que sea martirio propiamente dicho exige tres condiciones:
1º Que alguien padezca realmente la muerte corporal. Pues mártir es el testigo perfectísimo
de que todo lo visible es despreciable por Cristo: Hb 11; 2 Cor 4,17.
2º Que alguien sufra la muerte por odio a la verdad cristiana.
3º Que la muerte sea aceptada voluntariamente por motivo de la fe o de la virtud.
181
establecimiento de la justicia como efecto.
Precisamente el martirio hace que quien lo padece se mantenga firme en la verdad y en la
justicia contra los ataques de los perseguidores. Ergo, es un acto virtuoso.
182
5) El martirio y la condición de la muerte (a.4).
Se pregunta Santo Tomás si la muerte es condición esencial del martirio. Mártir significa
testigo de la fe cristiana, la cual nos propone el desprecio de las cosas visibles por las invisibles
(Hb 11; 2 Cor 4,17). Por tanto, para que se pueda hablar de martirio es esencial:
-Testimoniar la fe
-Demostrando con las obras que se desprecia lo presente visible para adquirir lo futuro
invisible.
Ahora bien, mientras queda vida corporal, no se ha demostrado todavía de obra el desprecio
por todas las cosas temporales, ya que la vida es lo último que uno desprecia. Cita a San
Máximo: "vence muriendo por la fe el que sería vencido viviendo sin ella".
Sin embargo (y esto es muy importante), el mérito del martirio no se da después de la muerte
martirial, sino en el acto de soportarla libre y voluntariamente. Por eso, si accidentalmente no se
sigue la muerte (como ocurrió, por ejemplo, en el primer martirio de San Sebastián; o con San
Juan Evangelista), el mérito del martirio está presente en el acto martirial, siempre y cuando, las
heridas sean intencionalmente mortales (ad 4).
6) Motivo (a.5).
Para que haya martirio, ¿tiene que confesarse necesariamente algún dogma de fe? Todas las
virtudes pueden ser motivo del martirio y no solo la fe. Porque el martirio significa testimonio de la
verdad hasta morir. De la verdad dada a conocer por Cristo. Y esto es la fe. Ahora bien, la fe no
incluye tan sólo los dogmas sino la manifestación externa de la conformidad de vida con la
revelación cristiana; y dicha manifestación consiste en la vida virtuosa. Por eso, con la prácticas
de las virtudes se "confiesa la fe", como con la vida licenciosa se "niega a Cristo" (cf. Tit 1,16).
Esto significa que puede ser motivo del martirio el acto de otras virtudes (San Juan Bautista: el
reprender el adulterio; las mártires de la pureza).
183
3. LOS VICIOS OPUESTOS A LA FORTALEZA.
A la fortaleza se oponen tres vicios. Por defecto el temor; por exceso, la audacia y la
impavidez.
3) Audacia (q.127).
a) Es pecado (a.1). Eccli 8,18: "No vayas de camino con el temerario, no pesen sus
temeridades sobre tí". La audacia es ante todo una pasión, y como tal, cuando es regulada por la
razón es buena; pero cuando no se somete a ella, sea por exceso o por defecto, es viciosa.
Llamamos "audacia" en este tratado no a la audacia moderada sino a la pecaminosa (nota santo
Tomás que ocurre esto a menudo, así también en el caso de la ira, cuyo nombre se aplica a la
pasión en general y también al pecado de esta pasión desordenada).
b) Opuesta a la fortaleza (a.2). Todo vicio que lleva inmoderación respecto de la materia de
una virtud moral, se opone a esta virtud. La audacia como vicio es exceso en la materia de la
pasión llamada audacia, y ésta es materia de la fortaleza.
185
II. LAS VIRTUDES ANEJAS A LA FORTALEZA
1. LA MAGNANIMIDAD
1) Naturaleza de la magnanimidad344
Como su nombre lo indica, la magnanimidad hace referencia a la grandeza del alma, anima
magna. Por eso decía Aristóteles en la Ética a Nicómaco que la magnanimidad es la
característica de las almas que aspiran a lo óptimo, a las cosas superiores 345. Su objeto es “lo
grande”, y más propiamente, “lo más grande”, lo “óptimo”; las demás cosas grandes que siendo
tales no son “las más grandes”, son solamente materia secundaria de esta virtud.
Santo Tomás la definió como “extensio animi ad magna”, extensión del alma a las cosas
grandes346. Pieper traduce esta expresión como “el compromiso que el espíritu voluntariamente
se impone de tender a lo sublime”. Se trata, por tanto, de un verdadero apetito de grandeza. ¿En
qué se diferencia del apetito de grandeza que es la soberbia. La soberbia u orgullo consiste
esencialmente en el deseo de una aparente grandeza: la grandeza basada en el reconocimiento
ajeno, en el aplauso, en la fama o en el poder. La magnanimidad, en cambio, es apetito de
verdadera grandeza, es decir, de la grandeza de la virtud; es una aspiración a la grandeza propia
de las obras virtuosas. Por eso se la llama “flor de la virtud” y también por eso sólo puede ser
magnánimo el hombre virtuoso, dice Santo Tomás347. La belleza es algo propio de toda virtud,
porque cada virtud tiene su belleza específica; pero a ésta la magnanimidad añade un plus, una
belleza que le viene por la magnitud de la obra realizada: a la belleza de la obra virtuosa la
magnanimidad añade el hacer la obra bella con generosidad, plenitud, esplendor, amplitud y
grandeza: “la magnanimidad le agrega otra belleza por la misma magnitud de la obra virtuosa, ya
que el obrar con magnanimidad hace mayores a todas las virtudes” 348. Aun más, Santo Tomás
llega a afirmar que el obrar con magnanimidad no es común a todo virtuoso sino propio de los
344 Cf. Alfredo Sáenz, La Magnanimidad, Rev. Mikael 19 (1979); Pieper, J.,
Las virtudes fundamentales, Ed. Rialp, Madrid 1980; Felice Adalberto
Bednarski, L’educazione dell’affettività alla luce della psicologia di S.Tommaso
d’Aquino, Ed. Massimo, Milano 1986; Santo Tomás, Suma Teológica, II-II,
129ss.
345 Aristóteles, Ética a Nicómaco, III,5.
346 Santo Tomás, II-II,129,1.
347 In II Sent., d.42,2,4.
348 II-II, 129,4 ad 3.
186
muy virtuosos, de los grandemente virtuosos349; por eso atribuye a Jesucristo, habiendo sido el
más virtuoso, también el haber sido el más magnánimo350.
Por este motivo dice Santo Tomás que el magnánimo busca el honor por tres fines posibles.
Primero, para su propio bien, en el sentido en que el honor que se tributa por su virtud lo afirma
en su deseo de grandeza y lo anima a la conquista de la perfección. Segundo, para el bien del
prójimo; porque sabe que aquello en lo que sobresale es un don de Dios que le ha sido
concedido para que aproveche al prójimo, excitándolo a la virtud con su ejemplo sobresaliente de
virtud. Finalmente, para Dios, porque siendo virtuoso ordena todo honor a la verdadera causa de
la virtud que es Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías
como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).
Para comprender adecuadamente esta virtud hay que verla en su relación con tres virtudes
principales: la fortaleza, la esperanza y la humildad.
Se relaciona, ante todo, con la fortaleza351. La fortaleza es la virtud propia del apetito
irascible, es decir, del deseo de superación; dice relación con la fuerza, el enfrentamiento de la
adversidad, la lucha material y espiritual. La magnanimidad hace que la fortaleza no se cierre en
pequeñeces, en combates parciales de la vida, sino que sea propiamente la virtud de las grandes
conquistas; hace que la fortaleza sea apetito de conquista universal y espiritual. La engloba en lo
que afirma San Pablo en la Carta a los Efesios: “No es nuestra lucha contra la carne y la sangre
sino contra los principados y contra las potestades, contra los poderes mundanales de las
tinieblas y de este siglo, contra las huestes espirituales de la maldad” (Ef 6,12).
En segundo lugar, se relaciona con la esperanza, tanto pasional como virtuosa. La pasión de
la esperanza es el movimiento del apetito sensible que tiende a un bien futuro, arduo, pero
posible de alcanzar. La dificultad anexa al bien deseado lo hace más atractivo; hace que el alma
se dilate o extienda en un impulso por aprehender ese bien352. La magnanimidad hace al hombre
que la posee un sujeto especialmente dado a esta pasión de la esperanza, del empuje, del
emprendimiento espiritual; un ser que mire la conquista de lo dificultoso como su modo de vida.
Por último, aunque para los mundanos sea una paradoja inexplicable, la magnanimidad es
una virtud profundamente arraigada en el hombre humilde. Porque el magnánimo busca y tiende
a lo grande, pero sabe que ese deseo de aspirar a las cosas grandes es un don divino y que
además no las puede alcanzar con sus solas fuerzas humanas. La humildad es necesaria y
complementaria a la magnanimidad. Las relaciones entre ambas Santo Tomás las establece
diciendo: “En el hombre hay algo de grande que deriva de los dones divinos y hay también
defectos que se deben a la debilidad de la naturaleza humana. Ahora bien, la magnanimidad
hace que el hombre se considere digno de grandes honores, considerando los dones recibidos
de Dios. Si uno, por ejemplo, tiene un alma valerosa, la magnanimidad hace que tienda a la
perfección de las obras de esa virtud. Lo mismo se diga respecto del uso de cualquier otro bien,
como la ciencia o los bienes materiales. En cambio, la humildad hace que uno se desprecie
considerando sus propios defectos. De igual manera, la magnanimidad menosprecia a los demás
en cuanto están destituidos de los dones divinos; en cambio, la humildad los estima como
superiores en cuanto estima en ellos los bienes divinos. Así se ve que la magnanimidad y la
humildad no son virtudes contrarias, si bien parecen tender a cosas opuestas: en realidad parten
349 II-II,129, 3 ad 2.
350 III,15,8, obj.2.
351 Cf. II-II129,5.
352 Cf. I-II,25,1.
187
de consideraciones diversas”353.
a) La vanagloria.
Como su nombre lo indica, la vanagloria es la búsqueda de la gloria fútil, perecedera. El
adjetivo “vano” quiere decir “vacío” y equivale a falso. La gloria o reconocimiento por parte de los
hombres puede llamarse vana por varios motivos.
Ante todo, cuando versa sobre un bien inexistente o un bien que no merece tal alabanza. En
este caso es estrictamente una gloria falsa, sin auténtico motivo u objeto.
Es también vana la alabanza que proviene de los que son incapaces de juzgar
adecuadamente sobre el bien auténtico o de los que juzgan por criterios inadecuados. A veces se
353 II-II,129,3 ad 3.
354 II-II,128,1.
188
honra a los virtuosos pero no por lo que es verdaderamente honroso en ellos; se exalta a los
mártires porque ellos no desistieron de sus convicciones pero no en cuanto testigos de Dios; se
honra a los grandes doctores de la cristiandad pero no por haber conocido y contemplado la
verdad divina sino por haberse hecho un “nombre imperecedero” entre los sabios o letrados del
mundo. El verdadero bien que merece gloria es el bien interior, la virtud, y éste no puede ser
auténticamente valorado por los hombres; por eso, en cierto modo, es vana toda gloria
humana; por eso dice la Sagrada Escritura: “¡Vanidad de vanidades! -dice Cohélet-, ¡vanidad de
vanidades, todo vanidad!” (Ecle 1,2); “He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo
es vanidad y atrapar vientos” (Ecle 1,14). Los honores humanos son siempre precarios.
Es vana, finalmente, también la gloria que prefiere el tributo de los hombres a la gloria de
Dios, como dice San Juan de algunos jefes de Israel: “amaban más la gloria de los hombres que
la gloria de Dios” (Jn 12,43). En este caso se hace de ella un fin. El hacer obras virtuosas sólo
por la gloria que de ellas resulta es un desorden que destruye la misma virtud.
La vanagloria es una grosera parodia de la magnanimidad, porque el vanidoso no desea en
realidad grandes cosas, sino pequeñas cosas y pequeños honores que él exalta como si
fuesen realmente valiosos. El magnánimo, por el contrario, desprecia aquello que para el
vanidoso constituye todo un mundo. Escribe Santo Tomás: “El apreciar las cosas pequeñas sólo
por la gloria que de ellas se recibe es incompatible con la grandeza del alma. Por eso en la Ética
[Aristóteles] dice que el honor es poca cosa para el magnánimo. Del mismo modo, las otras
cosas que se buscan por el honor, como el poder y las riquezas, las estima pequeñas. Es
también incompatible con la magnanimidad el gloriarse de cosas que no existen; por lo cual
leemos en la Ética que el magnánimo se preocupa más de la verdad que de la opinión.
Finalmente, es incompatible con la grandeza del ánimo gloriarse del testimonio de la alabanza
humana, como si fuera ésta algo de gran precio. Por eso añade Aristóteles que el magnánimo ‘no
se preocupa de ser alabado’”355.
b) La presunción
La palabra presunción es el vicio que implica “cierta inmoderación en la esperanza” o “una
esperanza desordenada”, originada en la excesiva confianza y seguridad en las propias fuerzas.
La presunción designa dos vicios que tienen entre sí cierta relación: la presunción humana y
la presunción teologal. La humana es la que se opone propiamente a la magnanimidad. Es un
tender a bienes, empresas y honores desproporcionados a la persona, por un exceso de
confianza en las propias fuerzas y una falsa valoración de las propias cualidades y excelencia,
con egoísta apego a ellas. La presunción teologal es, en cambio, “una temeraria e inmoderada
confianza en obtener la bienaventuranza eterna por medios no ordenados por Dios”. El
presuntuoso no niega la sustancia de la esperanza en Dios, ni deja de apoyarse en el poder
divino, ni se opone por exceso cuantitativo, sino que en realidad deforma y vicia la esperanza.
Aunque en apariencia exalte más el poder y el auxilio de Dios, en rigor los rebaja al falsear su
alcance. Aunque distintos, los dos pecados se relacionan, y de alguna manera, el primero
conduce al segundo el cual es uno de los pecados contra el Espíritu Santo.
Lo propio del presuntuoso es tender a bienes verdaderos y grandes, pero creyéndose capaz
de ellos por sus solas fuerzas cuando en realidad éstos lo superan infinitamente. Conduce por lo
general a la desesperación porque, debido a la desproporción entre sus fuerzas y el fin que
intenta, jamás alcanza lo que se propone y esto, a la postre, genera en él el movimiento
psicológico contrario: creerse incapaz incluso de lo que está a su alcance. Se trata, por tanto, de
355 II-II,132,2 ad 1.
189
otra magnanimidad falsificada. Entre el magnánimo y el presuntuoso media un abismo, el abismo
que va del error a la verdad. Ambos se creen dignos de cosas grandes; pero el magnánimo se
juzga digno de aquello para lo cual es digno al menos por la gracia; el presuntuoso se cree
naturalmente digno de lo que lo supera356.
c) La ambición
Lo que caracteriza la ambición es el deseo inmoderado del honor y muchas veces el recurso
a medios ilícitos para obtenerlo. La diferencia entre el ambicioso y el presuntuoso es que éste
último tiende a grandes cosas apoyado en sus propias fuerzas que son, en realidad, inadecuadas
para ello; el ambicioso, en cambio, no tiende a grandes obras sino al honor que sigue a las
grandes obras; el ambicioso quiere saborear los frutos de la grandeza sin probar las fatigas que
exige; por eso se alegra cuando alguno lo toma como hombre muy importante y lo honra, y, por el
contrario, se indigna y enfurece si le faltan el respeto. El ambicioso, por tanto, sólo se interesa
por el honor, de cualquier manera que sea y al costo que sea; de aquí que este vicio engendre
numerosos pecados como la falta de escrúpulos, el fraude, la hipocresía, la adulación y la
traición. El ambicioso es, muchas veces, el que denominamos como “trepador”.
d) La pusilanimidad
Por defecto, se opone a la magnanimidad la pusilanimidad. El término viene de “pusilla
anima”, alma pequeña. Se denomina así a la timidez o mezquindad espiritual. Esta pusilanimidad
puede ser algo enfermizo o bien plenamente culpable. Es enfermiza e inculpable cuando
proviene de una mala educación familiar o escolar. No raras veces los padres o los educadores
“cortan las alas” de los que tienen a cargo; puede deberse a incapacidad educativa o bien a
envidia. Engendran así “psicologías de desamparo” o “psicologías falderas”; almas que necesitan
de cobijo permanente, como los polluelos bajo las alas de la gallina.
A veces, en cambio, es un vicio culpable. Es el caso de quienes se cierran a la grandeza
siendo capaces de alcanzarla. ¿Cómo tiene origen este fenómeno? Ante todo, puede tener una
causa intelectual: la ignorancia pecaminosa de las propias capacidades o de la auténtica
vocación. Es pecaminosa cuando proviene de la pereza en medir las fuerzas o en cumplir lo que
se puede357. A veces esta ignorancia es consecuencia de vicios voluptuosos como la lujuria o la
gula; la animalización en que sumergen al hombre estos pecados, deforma la imagen que el
mismo tiene de su dignidad y vocación. Por eso dice Santo Tomás que el alma impura está
condenada a la pequeñez y a la pusilanimidad358. También puede tener una causa afectiva como
el temor al fracaso en las grandes empresas, la cobardía al peligro o la falta de determinación
para renunciar a ciertos apegos y afectos naturales.
En estos casos voluntarios la pusilanimidad es un verdadero pecado. Es el pecado que
cometen los siervos de la parábola de los talentos (cf. Mt 25,14; Lc 19,12), símbolo de todos los
que dejan marchitar los dones que han recibido de Dios. El Evangelio dice que Dios nos eligió
“para que diésemos fruto” (Jn 15,16). El fructificar es un imperativo evangélico, un deber y no un
acto de generosidad. Por eso dice Santo Tomás: “Así como por la presunción se sobrepasa la
propia capacidad al pretender más de lo que se puede, así el pusilánime falla en esa proporción
4) La educación de la magnanimidad
Como todas las virtudes, la magnanimidad puede y debe ser educada siguiendo los medios
ordinarios para desarrollar las virtudes y las pasiones. Podemos señalar los siguientes elementos
de educación y de autoeducación de la magnanimidad.
a) El primero de los medios es engendrar la estima de la misma virtud. La magnanimidad
debe ser presentada en todo su esplendor. En la medida en que sea amada se pondrán los
medios para adquirirla. Los educadores (principalmente los padres, pero también los maestros,
los formadores y los directores espirituales) han de hacer conocer esta virtud, su necesidad, su
belleza intrínseca y los vicios contrarios que caracterizan a quien no la posee.
b) El segundo medio educativo son los ejemplos virtuosos de quienes la han practicado
eminentemente. Santo Tomás, al comentar el método de la moral en la Ética a Nicómaco señala
la importancia de enseñar los principios éticos a través de la ejemplaridad, pues el campo moral
es el terreno de lo contingente y particular y por tanto necesita no sólo principios abstractos sino
modelos que los encarnen. Respecto de nuestro tema, hay que saber presentar ejemplos
tomados de las distintas fuentes educativas: la Biblia (empezando por el ejemplo del mismo
Jesucristo y de la Virgen), la hagiografía (el modelo de los santos misioneros y de quienes se
caracterizaron por las grandes empresas de la caridad, de las obras de misericordia y los que
tuvieron una visión extraordinaria del mundo y de la Iglesia) y de la historia profana (los
conquistadores, descubridores, grandes guerreros y magnificentes). También son útiles los
ejemplos contrarios: los de los hombres que por su pusilanimidad o cobardía se marchitaron sin
haber hecho nada que valiese la pena a los ojos de Dios y de los hombres. Estos modelos
negativos hacen resaltar más la importancia de la virtud verdadera.
c) En tercer lugar hay que preparar el terreno en el que debe crecer la magnanimidad
haciendo adquirir las virtudes que inmediatamente tienen conexión con ella, o de las que ella
depende. Si bien la magnanimidad corona todas las virtudes, dice, sin embargo, especial relación
con algunas. En este sentido hay que señalar la fortaleza, de la cual es virtud anexa y con la
cual guarda especial analogía; la humildad que, como hemos dicho, la acompaña y
complementa impidiéndole que degenere en los vicios opuestos por exceso; y también todas las
virtudes que dicen referencia al bien arduo y al apetito irascible, objeto de la magnanimidad,
como la esperanza, el celo, el espíritu de sacrificio u oblatividad, la caridad heroica, etc.
d) En cuarto lugar hay que mover los resortes internos de la psicología de la magnanimidad.
Se define la magnanimidad como “dilatación del alma hacia los bienes mejores”; en esa
definición están señalados sus dos elementos esenciales. El primero es la disposición
subjetiva: dilatación o extensión del apetito irascible. Desde este punto de vista hay que
potenciar la capacidad de superación del individuo procurando que se proponga metas a la vez
lejanas y realizables y luego exigiéndole o exigiéndose no cejar hasta conseguirlas. Tendrá que
luchar, por eso, contra las tendencias contrarias: el desgano, la pereza, la inconstancia, el dejar a
359 II-II,133,1.
360 II-II,133,1 ad 1.
191
medias las obras comenzadas. Hay que educar un ánimo esforzado. Para esto es fundamental el
incentivar las iniciativas. Aun cuando las empresas de un joven o un niño no vayan a tener la
perfección de los mayores o de los experimentados, jamás hay que tronchar el entusiasmo; sería
cortar las alas que van naciendo. Por el contrario, el educador auténtico y el forjador de almas
magnánimas debe apoyar toda buena iniciativa (no las puramente veleidosas ni las destinadas al
fracaso evidente) e incluso debería colaborar con ellas en la medida de sus posibilidades. Nunca
hay que burlarse o despreciar a los que se ilusionan.
El segundo elemento que nos indica la definición de la magnanimidad es su objeto, al
decirnos que es una dilatación del alma hacia “lo grande, lo magnífico”. Desde este punto de
vista hay que fomentar la apetencia de lo verdaderamente grande exaltándolo y, por el contrario,
minimizando los bienes inferiores, enseñando a menospreciar lo parcial, lo mezquino,
incentivando a no contentarse con lo poco, sino tender siempre “a lo más”.
En definitiva, como la magnanimidad es la for de las virtudes, habrá que trabajarla coronando
las virtudes que ya se poseen: haciéndoles dar el máximo, ejercitándolas de modo superlativo y
heroico.
2. LA MAGNIFICENCIA 361
1) Naturaleza
Se la define como la virtud que inclina a emprender obras espléndidas y difíciles de ejecutar
sin arredrarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir. La
magnificencia se distingue inadecuadamente de la magnanimidad, como la especie del género.
La magnanimidad tiende a todo el agible humano, en todo género; en cambio, la magnificencia
sólo a las cosas grandes “factibles” u obras exteriores, como la construcción de espléndidos
templos, colegios, universidades, hospitales, etc., según la recta razón cuando lo exige el bien de
la Iglesia o de la patria. Para esto es necesario gran cantidad de dinero, razón por la cual es una
virtud que modera el amor a las riquezas, de modo tal que éste no impida las obras exteriores
que deben ser hechas362.
La materia son las grandes obras externas y la moderación del amor a las muchas riquezas.
Por eso, afectivamente puede darse en los pobres, pero no efectivamente.
Su objeto especial es las grandes obras, por lo cual tiende a lo arduo y consecuentemente
reside en el apetito irascible; se distingue, en cambio, de la fortaleza porque es menor la
dificultad de gastar fuerza y dinero en hacer cosas grandes que el afrontar peligros mortales.
Se distingue también de la liberalidad en cuanto ésta regula virtuosamente todo uso de
dinero, en cambio la magnificencia sólo versa sobre los grandes gastos y el lujo en las obras.
a) El despilfarro.
Denominado en griego “banaussia”, que se deriva de “horno” porque consume todo, como el
fuego del horno; también “apyrocalia”, “sin buen fuego” porque consume como el calor sin
provecho alguno. Es lo que en latín se denomina “consumptio” o “nimia sumptuositas”, exagerada
suntuosidad. Ocurre cuando se hacen grandes gastos en cosas de poca monta o que no
merecen tal gasto o dignidad. Va contra la razón, especialmente si por esto (o junto con esto) se
negligen obras más necesarias para el honor de Dios o el bien de los hombres.
b) La mezquindad
“Parvificentia”, en latín. También llamada “tacañería”. Es el vicio de quien no quiere hacer,
para obras grandes, gastos sino pequeños. De este modo su efecto son las obras indecorosas.
El mezquino siempre tiende al “poco gasto” y no tanto a la obra pequeña. Santo Tomás
caracteriza la psicología de uno y otro del siguiente modo: “El magnífico se fija principalmente en
la magnitud de la obra, de un modo secundario en la magnitud del gasto, en el cual no repara
cuando ha de realizar una obra grande. Por eso dice el Filósofo que ‘con un gasto igual realiza
una obra más magnífica’. El mezquino, en cambio, mira principalmente a la pequeñez del gasto,
o, en frase aristotélica, ‘intenta gastar lo menos posible’. Como consecuencia se propone una
obra pequeña, la cual no rehusa con tal de gastar poco. Por lo cual, en expresión del Filósofo, ‘el
mezquino, gastando enormemente en cosas pequeñas -porque gasta contra su voluntad-, pierde
el bien’, es decir, el de la obra grande”364.
Ambos vicios son, de suyo, pecados veniales, a menos que retraigan del cumplimiento de
graves preceptos.
3. PACIENCIA 365
1) Naturaleza
La paciencia es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de
corazón los padecimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más necesarias de la vida
cristiana, porque siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos
todos que sufrir, necesitamos la ayuda de esta virtud para mantenernos firmes en el camino del
bien sin dejarnos abatir por el desaliento y la tristeza.
Los principales motivos de la paciencia cristiana son:
-La conformidad con la voluntad de Dios que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y
365 Cf. II-II, 136; Cf. Royo Marín, Teología moral para seglares, I, nº 471-
474.
193
por eso nos envía tribulaciones y dolores.
-El recuerdo de los padecimientos de Jesús y el sincero deseo de imitarlo.
-La necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y virtuosa aceptación del
sufrimiento en compensación por los pecados cometidos.
-La necesidad de cooperar con Cristo a la aplicación de los frutos de su redención a todas las
almas: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne
lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24).
-La perspectiva de la bienaventuranza eterna que se nos dará a cambio de los padecimientos
presentes: No quedará fallida la paciencia del piadoso (Si 16,13).
Los grados de la paciencia son varios. Tradicionalmente se señalan los siguientes:
1º La resignación sin quejas ni amarguras ante las cruces que el Señor nos envía o permite
que vengan sobre nosotros.
2º La paz y la serenidad ante esas mismas penas, sin ese tinte de tristeza o melancolía que
parece inseparable de la mera resignación.
3º La dulce aceptación, en la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces
que Dios envía para nuestro bien.
4º El gozo completo, que lleva a darle gracias a Dios porque se digna asociarnos al misterio
redentor de la cruz.
5º La locura de la cruz, que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el
sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo: Cuanto a mí, no quiera Dios que
me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para
mí y yo para el mundo (Gál 6,14). De allí los santos son capaces de decir: “O padecer o morir”
(Santa Teresa de Jesús); “Padecer, Señor, y ser despreciado por vos” (San Juan de la Cruz); “He
llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento” (Santa Teresita del Niño Jesús).
2) Vicios opuestos
A la paciencia se oponen dos vicios: la impaciencia y la insensibilidad de corazón.
a) La impaciencia: consiste en dejarse dominar por las contrariedades de la vida hasta el
punto de prorrumpir en murmuraciones, lamentaciones o en arrebatos de ira. Ordinariamente no
pasa de pecado venial, pero puede llegar a pecado mortal cuando hace quebrantar gravemente
la caridad u otra virtud cristiana.
b) La insensibilidad o dureza de corazón: consiste en el no inmutarse ni impresionarse
ante ninguna calamidad propia o ajena, no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano
y social. A veces, más que un desorden, es un defecto psicológico, temperamental, que es
necesario, sin embargo, corregir y encauzar según el recto orden de la razón.
3) La longanimidad366
Muy relacionada con la paciencia está la longanimidad. Ésta es la virtud que nos da ánimo
para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya consecución se hará
esperar mucho tiempo. San Pablo la enumera entre los frutos del Espíritu Santo (Gál 5,22).
Se parece a la magnanimidad en cuanto su objeto es el bien; pero como es un bien que tarda
mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, y por eso se parece más a la
paciencia.
El vicio opuesto es la estrechez o poquedad de ánimo que impulsa a desistir de emprender un
367 Cf., II-II,137-138. Royo Marín, Teología moral para seglares, I, nº 477-
478.
195
TEMPLANZA
196
197
I. LA TEMPLANZA EN GENERAL
1. ESENCIA 368
1) Etimología y definición.
Etimológicamente templanza significa moderación. El término latino (temperantia) y el griego
(sofrosine) hacen referencia a cierto equilibrio y mesura en los actos humanos, por eso, puede
tener una aplicación general a cualquier virtud (ya que toda virtud guarda cierto equilibrio y
mesura y por eso es virtud). Pero, el término se aplica de modo particular a una virtud especial, la
templanza, virtud moral cardinal, que se define como:
Virtud que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto,
conteniéndola dentro de los límites de la razón (templanza natural) o de la razón iluminada por la
fe (templanza infusa).
Es un hábito virtuoso del apetito concupiscible. La hemos definido como “fuerza reguladora y
moderadora de los apetitos de placeres”. Este apetito de placeres es propiamente el apetito
concupiscible. Por tanto debe ser un hábito que radique como en su sujeto en el mismo apetito.
2) Naturaleza virtuosa369
Aparece nombrada en la Sagrada Escritura como una virtud. Por ejemplo:
3) Objeto370
El objeto de la templanza puede distinguirse en genérico y específico.
-El objeto genérico: son las pasiones del apetito sensitivo que persiguen desordenadamente
los bienes corporales y sensibles.
-El objeto específico son los placeres del tacto y del gusto: “La misma relación dice la virtud
de la templanza a los deseos y placeres que la fortaleza a los movimientos de temor y audacia.
La fortaleza versa sobre dichos temores y audacias considerados en la intensidad mayor de los
males que implican, es decir, respecto de los peligros de muerte; luego también la templanza
debe fijarse en los máximos deleites. Y siendo así que el deleite brota de una operación
connatural, es tanto más vehemente cuanto deriva de actos más naturales. Los actos más
naturales de los animales son aquellas operaciones mediante las cuales se conserva la vida del
individuo por la comida y bebida, y la vida de la especie por la unión del macho y de la hembra.
Por eso la templanza tiene por objeto los placeres de la comida y bebida y los placeres venéreos,
todos los cuales dependen del tacto. Luego la templanza tiene por materia propia los placeres del
tacto”371.
4) Regla de la templanza372
La templanza toma su regla para ponderar los placeres de la necesidad de esta vida, a saber:
tanto puede usar del placer, cuanto sea preciso para satisfacer la necesidad de esta vida.
Los vicios que se oponen a la templanza en general son fundamentalmente dos, que se
oponen a ella de modo positivo y de modo negativo: la insensibilidad y la intemperncia.
1) Insensibilidad.
La insensibilidad es el rechazo indebido de los placeres del tacto y del gusto, cuando la recta
razón indica que deben ser usado. Es el vicio propio del falso puritanismo y aparece propuesto
doctrinalmente en los sistemas dualistas en los que se rechaza el deleite como algo malo
(maniqueos, albigenses).
La templanza regula los placeres que son necesarios; esto significa que estos placeres si bien
deben ser regulados, expresan (al menos algunos de ellos) necesidades primordiales del
hombres, sin las cuales la conservación individual o específica no es posible. De este modo, hay
ciertos actos que nos son impuestos como exigidos por la naturaleza. Por eso, la insensibilidad
excesiva que es la huída indebida del placer necesario es un pecado opuesto a la templanza. Si
bien es un fenómeno raro en la vida humana, puede llegar a darse en algunos individuos.
La insensibilidad es de suyo pecado venial, pero puede ser mortal si por ella se omite algo a
lo que se está obligado sub gravi, como es el caso del débito conyugal o de la comida para la
vida (se puede incluir aquí las huelgas de hambre hasta morir).
No hay que confundir, insensibilidad con renuncia lícita: es posible renunciar a algunos de
esos placeres (que no son valores absolutos), pero esta renuncia para ser virtuosa y no viciosa
373 San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, I,21; citado por Santo
Tomás, II-II, 141, 6, sed contra.
2) Intemperancia.
El segundo vicio, que se opone más claramente a la templanza, es la intemperancia. Este se
define como el desborde de los límites de la razón y la fe en el uso de los placeres sensibles. Sin
ser el pecado más grave (porque en él hay menor aversión formal a Dios que en los pecados
espirituales como la soberbia o la envidia), es, sin embargo, el más oprobioso e infamante de
todos, puesto que rebaja al hombre al nivel de los animales y porque ofusca como ningún otro la
inteligencia humana. Además contradice la distinción y hermosura del ser racional.
Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, catalogan este vicio como de “pueril”, por tratarse de un
vicio caprichoso, como es el temperamento de los niños: cuando creemos que se ha satisfecho,
en realidad se le ha dado fuerza para que pida más; es como la enfermedad del hidrópico, que
cuanto más bebe, más sed siente.
Santo Tomás anota un detalle psicológico importante para la vida moral: en la excitación
de la concupiscencia influyen más los inventos de la curiosidad y perfidia humana que la misma
inclinación natural; ya que la inclinación natural se contenta cuando satisface sus necesidades,
pero la curiosidad humana busca mucho más de lo necesario encendiendo el vicio de la
intemperancia375.
1. LA VERGÜENZA 376
2 LA HONESTIDAD 379
Como parte integral se define como amor al decoro que proviene de la práctica de la virtud.
Es la parte positiva de la templanza que mira al bien de su práctica. Honesto es lo que es digno
de honor (por su belleza espiritual), y aquí hace referencia a la belleza de la templanza. La
honestidad es condición necesaria para la existencia de la templanza.
1) Sagrada Escritura.
Aparecen en la Sagrada Escritura como actos religiosos; pueden tener un fin penitencial, o
impetratorio (pedir una gracia) o coadyuvante de la unión con Dios (dando más libertad al alma,
desapegándola de las cosas temporales); por ejemplo:
-Ex 24,38: el ayuno de Moisés.
-1 Re 19,8: el ayuno de Elías.
-Mt 6,16: el ayuno de Nuestro Señor.
-Dan 9,3; Esd 8,21: para suplicar a Dios.
-Judit 20,26; Ester: para prepararse a una tarea ardua.
-1 Re 21,27: para implorar perdón por las culpas.
-2 Sam 12,16.22: para implorar una gracia (David por la curación de su hijo).
-1 Sam 31,13: signo de duelo por alguien.
-Dan 9,13: para prepararse al encuentro con Dios.
2) Noción.
La abstinencia consiste en la mera sustracción de alimento y de suyo es indiferente. Hecha
por vanidad es mala; hecha según la recta ordenación de la razón puede ser buena: “La comida
o la abstinencia de la misma no forma parte del reino de Dios por derecho propio... pero ambas
cosas, hechas por fe y amor de Dios, pertenecen al reino de Dios” (146,1 ad 1).
Admite tres grados:
-Primero, el uso moderado de los alimentos; es lo que llamamos la templanza en el comer y
es obligatorio para todos bajo precepto.
-Segundo, la abstinencia parcial: es la privación de algún tipo de alimento (por ejemplo, la
carne) por algún tiempo o de por vida.
-Tercero, la abstinencia total: de todo alimento, por un tiempo: es el ayuno. El ayuno se divide,
a su vez, en:
a) Eucarístico: para poder comulgar.
b) Moral: por penitencia.
c) Eclesiástico: días de ayuno preceptuado.
380 II-II,146-147.
204
3) Carácter virtuoso.
El ayuno, según Santo Tomás es virtud, porque se ordena a un bien honesto: 1º refrena las
pasiones y en especial la concupiscencia de la carne (2 Cor 6,5-6); 2º ayuda a elevar más
libremente la mente a la contemplación (Dan 10,3-5); 3º satisface por los pecados (Joel 2,12).
El ayuno es lícito siempre y cuando no se siga de él la muerte, o impida cumplir el propio
deber y oficio: “El medio señalado a la virtud no se mide por la cantidad, sino por la recta razón.
Así, a veces, la inteligencia juzga conveniente disminuir la cantidad normal de comida a fin de
conseguir un fin especial... Pero no vaya a creerse que la razón manda substraer tal cantidad de
alimento que no atendamos a la conservación de la naturaleza, sabiendo que no hay diferencia
entre 'matar rápida o lentamente el cuerpo, y que es ofrecer holocausto, fruto de rapiña, el afligir
desmedidamente el cuerpo con penuria de alimento o sueño' (San Jerónimo). Igualmente, la
razón impera no substraer lo que hace falta para ejercer debidamente las funciones propias...”381
5) Los preceptos.
El precepto del ayuno eclesiástico, recae sobre los sujetos bautizados, y comienza a partir
de los 18 años y hasta los 59. Actualmente son de precepto el Miércoles de Ceniza y el Viernes
Santo.
El precepto de la abstinencia obliga a los bautizados a partir de los 14 años383.
La dispensa de ambos sólo puede darse en casos de ancianidad, enfermedad, pobreza,
peregrinación, trabajos donde se usa fuerza física, personas que conviven con otras de otras
religión. El ayuno eucarístico nadie lo puede dispensar sino el Papa.
1) Naturaleza
La gula es el apetito desordenado de comer y beber. El placer que va unido al comer no
supone de suyo ninguna imperfección, y el no sentirlo sería una deformación fisiológica. Pero
cuando tal actividad se sustrae al control de la razón y tiende por su propia inclinación a lo
desordenado e ilícito es pecado.
2) Modos
En el vicio de la gula se puede incurrir de cinco modos (según San Gregorio y Santo Tomás):
-Praepropere (o praeproperanter, es decir, apresuradamente): comiendo fuera del momento
indicado sin necesidad.
-Ardenter: Comiendo con demasiado ardor.
-Laute: exigiendo manjares exquisitos (difíciles de conseguir o de comprar, por lo raros,
escasos o caros).
-Studiose: manjares preparados con excesivo refinamiento.
-Nimis: comiendo en exceso.
3) Malicia
La gula no suele pasar, ordinariamente, de pecado venial. Pero puede ser mortal cuando se
prefiere el deleite a los preceptos de Dios, así por ejemplo:
-Cuando se quebranta un precepto (por ejemplo, ayuno o abstinencia) grave por el placer de
comer o beber.
-Cuando se realiza sabiendo de que ocasiona un grave daño a la salud.
-Cuando se pierde voluntariamente el uso de la razón.
-Cuando supone un gasto grave e injustificado de los bienes materiales (el que se gasta el
sueldo de un mes en una cena).
-Cuando se da grave escándalo con ello.
4) Consecuencias
Siendo un vicio capital, da origen a numerosos vicios y pecados. Santo Tomás, es pos de San
Gregorio, cita entre las principales consecuencias de la gula:
-Torpeza de entendimiento, porque adormece y hace pesado el cerebro.
-Alegría desordenada, que ocasiona imprudencias.
-Locuacidad excesiva.
-Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos, que proviene de la falta de lucidez
intelectual.
-Lujuria.
La sobriedad en sentido estricto es la virtud que tiene por objeto el moderar, de acuerdo con
la razón, el uso de las bebidas embriagantes. Se trata de una virtud especial, distinta de la
abstinencia, por la especial dificultad que crea la moderación en el uso de las bebidas
embriagantes. Éstas, por su carácter espirituoso son particularmente aptas para entenebrecer la
mente.
El uso del vino es lícito, como afirma la misma Escritura. Por ejemplo, San Pablo lo
recomienda a Tito como uso en cierto sentido medicinal (1 Tim 5,23), y el Eclesiástico habla de
su uso moderado (Eclo 31,36).
En contra de muchas doctrinas maniqueas o dualistas, ni la Sagrada Escritura ni la tradición
de la Iglesia han considerado malo el uso de bebidas alcohólicas. Ninguna cosa material es mala
por sí misma sino por el abuso de ella que puede provenir del hombre. Escribe Santo Tomás:
“Ninguna comida o bebida es mala en sí misma. Mt 5,11: Nada que entra por la boca mancha al
hombre. Beber vino no es malo. Pero puede serlo circunstancialmente: ya sea por la
indisposición del que lo toma (si siente inmediatamente los efectos dañosos), ya sea porque uno
se ha obligado bajo voto a no beberlo; ya sea porque se bebe sin tasa traspasando todo límite;
ya sea porque alguno se puede escandalizar de ello”386.
1) Embriaguez.
La embriaguez se define como “exceso voluntario en la bebida embriagante, a causa del
placer”. El objeto formal es el buscar el placer en este acto.
La Sagrada Escritura lo condena duramente:
-Is 5,11: “¡Ay de los que despertando por la mañana andan tras el licor; los que trasnochan,
encandilados por el vino!”
-Is 5,22: “¡Ay de los campeones en beber vino, los valientes para escanciar licor!”
-Prov 23,20-21: “No seas de los que se emborrachan de vino, ni de los que se hartan de
carne, porque borracho y glotón se empobrecen y el sopor se vestirá de harapos”.
-Eclo 19,2: “Vino y mujeres pervierten a los inteligentes”.
-Gál 5,21: enumera la borrachera entre los vicios de la carne que excluyen del reino de los
cielos. Lo mismo en: 1Cor 6,9-10; Rom 13,13.
Hay que distinguir la embriaguez voluntaria (buscada directamente o al menos con previsión)
e involuntaria (es el caso del bebedor no experimentado).
386 II-II,149,3.
2) Calificación moral.
Hay que distinguir desde el punto de vista moral:
-La embriaguez perfecta y plenamente voluntaria (pérdida del uso de razón, conciente o
prevista y buscando el placer) es de suyo pecado mortal.
-La embriaguez imperfecta puede ser venial, cuando proviene de inadvertencia o ignorancia,
o por parvedad de materia. Hay que tener cuidado en el problema del escándalo (sobre todo en
personas consagradas) que podría hacer este pecado en mortal.
-En cuanto a los pecado cometidos en estado de ebriedad, hay que aplicarles las reglas del
voluntario in causa: si la ebriedad es sin pecado, no se imputan; si es voluntaria: los pecados
previstos o previsibles son voluntarios in causa.
-La ebriedad podría ser lícita en algunas circunstancias, a saber, cuando no es buscada por el
placer que procura sino por un bien mayor, como puede ser la salud. Es el caso en que es usada
como anestesia.
3) El alcoholismo.
Se denomina así a la enfermedad de la ebriedad crónica. El alcoholismo es una de las
enfermedades más destructivas de nuestro tiempo. Sólo para tener en cuenta: en Italia el número
de muertes debidas al alc. es 500 (quinientas) veces mayor que las debidas, por ejemplo, a la
heroína.
Esto se debe en parte a la total incapacidad del enfermo para autodominarse ante el alc.,
incluso sabiéndola dañosa, incluso cuando no le provoca ya ningún placer ni solución a sus
problemas; y en parte también, porque, al contrario de otras drogas, el alcohólico, se embriaga
con cantidades cada vez más pequeñas.
a) Los estudiosos del fenómeno distinguen tres estados de alcoholismo:
Primero, un estado de toxicidad aguda: engloba tres momentos del proceso:
-etapa de excitación: disminución de las funciones sensitivas y sensoriales, falta de
coordinación motora, disminución de la capacidad intelectiva, cambios comportamentales.
-etapa de ebriedad: problemas motores más graves (no puede caminar), incoherencia
ideativa y eclipses de memoria.
-etapa de borrachera: disturbios cuantitativos y cualitativos de la conciencia, anestesia
cutánea con problemas de termoregulación y alteración de las funciones cardíacas y
respiratorias.
Segundo, un estado intermedio de toxicidad enmascarada o incubación: es un período
más o menos largo en el cual el exceso habitual de alcohol en la sangre viene afrontado más o
menos bien por las estructuras del organismo.
Tercero, un estado de toxicidad crónica: es propiamente el alcoholismo crónico: daño
somático y/o psíquico provocado directamente por la ingestión de etanol luego de un período de
excesivo uso y abuso, con presencia constante en el organismo.
b) Entre las consecuencias más notorias del alcoholismo se señalan generalmente:
-En la salud del sujeto: patologías gastroenterológicas (daño del hígado y páncreas, en la
cavidad oral y en el esófago, estomago, intestino); alteraciones hematológicas; daños
neuropsiquíatricos (el llamado delirium tremens, demencia alcohólica, síndrome o psicosis de
Korsakoff); daños en el equilibrio neuroendocrino; la misma muerte del individuo.
-Daños sociales: fetopatía alcohólica (desde 1973 el alcohol se configura como una de las
208
sustancias teratógenas capaces de producir malformaciones en el feto, aumentando el número
de los niños malformados; entre los efectos que produce en el feto se señala el retardo del
crecimiento pre y post natal, las disfunciones en el sistema nervioso central -retardo mental,
depresión-, anomalías cráneo faciales, otros problemas como anomalías en los ojos, orejas,
boca, problemas cardíacos, etc); problemas familiares (miserias familiares, problemas graves en
la relación conyugal); criminalidad.
c) Entre las causas del alcoholismo crónico, pueden indicarse muchos factores, que
sumados, ayudan a entender el problema:
-Problemas hereditarios (al menos cierta inclinación)
-Problemas psicológicos: son problemas potenciales, es decir, que no son determinantes.
-Factores ambientales: como la familia, la falsa publicidad, problemas de trabajo, culturales,
etc.
5. LA DROGADICCIÓN.
Otro fenómeno relacionado con los vicios opuestos a la sobriedad es el problema de la
drogadicción. Hay que distinguir diversos temas relacionados con éste.
209
c) En cuanto a las consecuencias de la drogadicción el cuadro es realmente alarmante.
Muchos efectos son totalmente imprevisibles; pero entre los más comunes podemos indicar:
-Modificaciones en la estructura de la personalidad: degradan la persona, se pierde la noción
de los valores morales, se pierden progresivamente los intereses culturales y profesionales,
desaparece toda capacidad para dar y recibir afecto (los demás dejan de interesar excepto si son
útiles para obtener más droga), la mentira para a ser comportamiento habitual, se pierde el
sentido de responsabilidad, se pierde el sentido de la vida.
-Modificaciones sobre el comportamiento en la familia: los hijos se aíslan de los padres (por
ejemplo, viven encerrados en sus cuartos o se relacionan sólo con grupos cerrados de amigos),
adquieren comportamientos irritables, se da una progresiva pérdida de respeto por los padres.
-Alteraciones en el ámbito escolar y laboral: pérdida del sentido del estudio y del trabajo,
disminución del rendimiento, abandono de dichas actividades.
-Alteraciones sociales: delincuencia y prostitución para conseguir dinero o por el ambiente en
que se maneja, conductas suicidas (se calcula que 1 de cada 25 alcohólicos intenta suicidarse
por lo menos una vez en la vida; esto es más agudo en las drogas químicas).
-Problemas físicos: artritis, cirrosis hepática, depresión, malnutrición, encefalopatías, herpes,
hepatitis B, sida, sífilis, tuberculosis, etc.
-Disturbios mentales: la drogadicción puede facilitar la aparición de disturbios mentales como:
ansiedad, cuadros psicoticos (especialmente con las drogas con efectos alucinógenos:
alucinaciones e ideas delirantes), disturbios mentales endogenos como esquizofrenia.
d) Calificación moral. La calificación moral de la drogadicción ha sido enunciada claramente
por el Catecismo de la Iglesia Católica: “El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y
a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente
terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas
escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas
gravemente contrarias a la ley moral”388.
389 Cf. al respecto son muy importantes algunos discursos de Pío XII:
Discurso al primer Congreso Intern. de Histopatología del sistema nervioso, 13
de set. 1952, (Pío XII y las Ciencias médicas, nº 38, pp. 125ss); Discurso al 13º
Congr. Intern. de Psicología aplicada, 10 de abril 1958 (Ibid, nº 91, pp. 319ss,
especialmente, 91,10-20); Discurso al Colegio Intern. neuropsicofarmacológico;
9 de set. 1958 (ibid, nº 98, pp. 345ss).
211
IV. PARTES SUBJETIVAS (2º):
LA TEMPLANZA SOBRE LA SEXUALIDAD 390
2) El Magisterio.
El Magisterio ha hablado muchas veces sobre la castidad en general y también en referencia
explícita con el matrimonio y la virginidad. Veremos las referencias concretas en cada uno de los
puntos. Una síntesis del Magisterio puede considerarse la exposición del Catecismo de la Iglesia
Católica:
“La vocación a la castidad. La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la
persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad,
en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y
verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don
mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer. La virtud de la castidad, por
tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.
La integridad de la persona. La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida
y de amor depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo
comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje.
La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja
dominar por ellas y se hace desgraciado. ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe
según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y
no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra
esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre
elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’.
El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe
poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las
situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes
morales y la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que
habíamos perdido dispersándonos’.
La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a
impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.
El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una
213
vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida. El esfuerzo
requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad,
durante la infancia y la adolescencia.
La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la
imperfección y, muy a menudo, por el pecado. ‘Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente
el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus
opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas
etapas de crecimiento’.
La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo
cultural, pues ‘el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están
mutuamente condicionados’. La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en
particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y
espirituales de la vida humana.
La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo
espiritual. El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar
la pureza de Cristo.
La totalidad del don de sí. La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la
castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado
al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la
fidelidad y de la ternura de Dios.
La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar al
que nos eligió como sus amigos, a quien se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su
condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre
personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos.
Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos regímenes de la castidad. Todo bautizado es llamado a la castidad. El
cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo
son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.
La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la
virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo
con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean
casadas o célibes’. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras
practican la castidad en la continencia. ‘Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los
esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las
otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica’ (San Ambrosio).
Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un
descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el
uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”392.
1) Noción
La virginidad consiste esencialmente en la continencia perfectamente libre elegida para toda
la vida por motivos morales. Tiene un aspecto material, la integritas carnis, immunis ab omni
experimento venereorum, integridad de la carne, inmune de toda experiencia venérea; y un
elemento formal, propositum servandi huiusmodi integritatem propter Deum, el propósito de
conservar esta integridad por Dios395.
La virginidad se pierde al desaparecer la integritas carnis, bien por el uso del matrimonio, bien
por la comisión de un pecado externo consumado contra la castidad. Los pecados meramente
internos y los externos no consumados destruyen el espíritu de la virginidad, pero no la virginidad
corporal, de modo que mediante la debida conversión puede seguir existiendo la virginidad en
ambos aspectos.
La mera soltería no puede considerarse verdadera virginidad; ésta requiere un motivo moral
positivo, que es la entrega a Dios y a las obras del reino.
394 Cf. II-II, 152; Mausbach, op. cit., III, 303 ss; Pío XII, Encíclica
Sacra virginitas.
3) Carácter virtuoso.
La virginidad es virtud cristiana no por la materialidad de la integridad física sino por la
consagración a Dios que conlleva. Lo dice San Agustín: “No alabamos a las vírgenes porque lo
son sino por ser vírgenes consagradas a Dios por medio de una piadosa continencia”397. Lo
mismo afirman Santo Tomás y San Buenaventura: la virginidad no goza de la firmeza propia de la
virtud si no nace del voto de conservarla siempre intacta398.
4) Justificación y excelencias.
Las razones intrínsecas que justifican la virginidad se fundan en que:
-Es la forma más elevada de renuncia al mundo.
-Por el valor del servicio y del amor divinos por el cual se abraza.
-Por la primacía del espíritu sobre el cuerpo, que es resaltado por ella.
-Por la vocación sobrenatural que ella supone.
Las excelencias las señala Pío XII resumiéndolas en tres:
-Constituye una imitación de Jesucristo virgen. San Agustín exhortaba: “Seguid al Cordero,
porque es también virginal la carne del Cordero... Con razón lo seguís donde quiera que va con
la virginidad de vuestro corazón y de vuestra carne. Pues, ¿qué significa seguir sino imitar?”399.
“Realmente todos estos discípulos y esposas de Cristo se han abrazado con la virginidad, según
San Buenaventura, ‘para conformarse con su Esposo Jesucristo, al cual hace asemejarse la
“Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal”407. La castidad conyugal es
la especie de la templanza que regula los actos con los cuales los esposos se dan uno al otro, de
modo exclusivo, en cuerpo, alma y afectos.
406 GS, HV, FC, Mausbach, III, 330 ss; Royo Marín, II, 677-700.
3) El débito conyugal.
En el aspecto positivo, el matrimonio impone el débito conyugal, es decir, el deber moral de
prestarse a la unión sexual natural (cópula coniugalis). San Pablo afirma al respecto: “El marido
dé el débito a la mujer y lo mismo la mujer al marido; la mujer no es dueño de su cuerpo, sino el
marido; igualmente, el marido no es dueño de cuerpo sino la mujer” (1 Cor 7,3-4).
De aquí hay que decir que cuando el cónyuge pide razonablemente el acto conyugal, es
obligatorio concedérselo por justicia y bajo pecado mortal. Para que tal petición sea justa, debe
reunir ciertas condiciones:
2) La enseñanza tradicional.
La enseñanza de la Tradición teológica y del Magisterio se puede expresar diciendo que,
respecto de la malicia del acto anticonceptivo u onanismo conyugal: en cualquier forma que se
practique, constituye siempre pecado mortal, por su objeto.
Por parte del varón se realiza en el “coitus interruptus” (retiro prematuro), en el uso del
preservativo, etc.
Por parte de la mujer: uso de espermicidas, anticonceptivos (anovulatorios o abortivos),
dispositivos intrauterinos (antinidatorios o simplemente anticonceptivos), métodos de barrera,
lavajes.
a) Doctrina de la Escritura. La Sagrada Escritura enseña que Dios envió la muerte a Onán
porque “era malo ante sus ojos lo que hacía”; ahora bien, Onán por ley había desposado la viuda
de su hermano, pero sabiendo que la ley asignaba los hijos a su hermano difunto, cuando
realizaba el acto con su esposa, deliberadamente procuraba que el semen cayese por tierra (cf.
Gen 38,8-10).
b) Doctrina del Magisterio. En cuanto al Magisterio, ésta ha sido claro y explícito al
431 Juan Pablo II, Familiaris consortio 32. Y en otro lugar, hablando de la
doctrina de la Humanae Vitae: “No se trata, efectivamente, de una doctrina
inventada por el hombre: ha sido inscrita por la mano creadora de Dios en la
misma naturaleza de la persona humana y ha sido confirmada por El en la
Revelación. Ponerla en discusión, por tanto, equivale a refutar a Dios mismo la
obediencia de nuestra inteligencia. Equivale a preferir el resplandor de nuestra
razón a la luz de la Sabiduría Divina, cayendo, así, en la oscuridad del error y
acabando por hacer mella en otros puntos fundamentales de la doctrina cristiana”
(Discurso a los participantes del II Congr. Internacional de teología moral,
L'Oss.Rom. 22/I/89, p.9; cf. también, Discurso a los participantes del Congreso
internacional en el XX aniversario de la HV, L'Oss.Rom. 17/IV/88, p.11)).
432 Cf. Catequesis del 22/VIII/84; en L'Osservatore Romano (español),
26/VIII/84, p.523, nº 7.
433 Bibliografía: Fernando Ocáriz, La nota teologica dell'insegnamento
dell'”Humanae vitae” sulla contraccezione, en: Rev. Anthropotes, 1 (1988), 25-
43; Carlo Caffarra, La competenza del Magistero nell'insegnamento di norme
morali determinate, en: Rev. Anthropotes, 1 (1988), 7-23; Domingo Basso,
Nacer y morir con dignidad, cap. III: La vida humana artificialmente impedida,
la contracepción, pp. 109-216.
227
que en sí mismo lo contradice.
b. Por su actitud que implica respecto de Dios. Esta actitud hace de los cónyuges “árbitros
del designio divino”434. El anticoncepcionismo separa los dos “significados que Dios Creador ha
inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual”. Ahora bien,
siendo el mismo Dios quien ha inscrito ambos significados en el acto conyugal, quien los separa
“corrige” a Dios e intenta frustrar la finalidad divina.
c. Por su concepción de la misma sexualidad. El Papa dice que la anticoncepción
“manipula” y “envilece” la sexualidad. Tergiversa el lenguaje natural del cuerpo, “imponiéndole un
lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente”435. Falsifica,
como ya hemos indicado, la verdad intrínseca del amor conyugal. Los esposos envilecen la
sexualidad en cuanto “usan” de ella como un objeto, “rompiendo la unidad personal de alma y
cuerpo”436. En una de sus Catequesis el Papa indicó: “Si falta esta verdad, no se puede hablar ni
de la verdad del dominio de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la recíproca aceptación de
sí por parte de la persona”437. Y esto constituye el mayor rebajamiento al que puede someterse la
sexualidad humana intramatrimonial puesto que “el acto conyugal, privado de su verdad interior,
al ser privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser acto de
amor”438.
d. Por la actitud respecto de la vida conceptura. “Se produce... el rechazo positivo de la
apertura a la vida”439. Esto significa al mismo tiempo rechazo positivo de la vida y actitud negativa
frente a ella. La vida no es vista como un “bien”. En tal sentido, esta actitud es una expresión más
de la cultura de muerte y del pesimismo existencial de la cultura contemporánea ante el misterio
de la vida.
e. Por la actitud hacia el otro cónyuge. Juan Pablo II señala que los esposos, con la
antiprocreación, “manipulan y envilecen... la propia persona del cónyuge”440. Y esto ocurre incluso
cuando ambos obran de común acuerdo, porque en el otro se buscan a sí mismos, y dos
egoísmos sumados no constituyen un amor verdadero. La intención antiprocreativa usa al
cónyuge como un medio o un objeto en el cual busca la consumación de su propio placer.
Asimismo la envilece, la rebaja, la cosifica, la valora indigna de ser el término de la donación total
y plena de sí mismo.
f. Por la actitud respecto de la dignidad misma de la persona humana. El Papa
afirma que la misma dignidad de la persona humana queda comprometida, rebajada, en el
comportamiento anticonceptivo, en cuanto la persona humana tiene como “constitutivo
fundamental”441 el dominio de sí: “el hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se
442 Ibid., nº 5.
443 Ibid., nº 1; lo que está entre corchetes es nuestro.
444 Ibid., nº 1.
229
V. PARTES SUBJETIVAS (3º):
LA LUJURIA EN GENERAL
458 Dz 447.
459 Dz 1198-1199.
234
responsable, sino más bien bajo la influencia de su pasión, de su debilidad, de su inmadurez;
incluso, a veces, de la ilusión que se hace de demostrar así su amor por el prójimo. A todo lo cual
se añade con frecuencia la presión del ambiente social. Sin duda que la opción fundamental es la
que define en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental
puede ser cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido
preparados, como su cede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso,
no es verdad que actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal. Según la
doctrina de la Iglesia, el pecado mortal que se opone a Dios no consiste en la sola resistencia
formal y directa al precepto de la caridad; se da también en aquella oposición al amor auténtico
que está incluida en toda transgresión deliberada, en materia grave, de cualquiera de las leyes
morales. El mismo Jesucristo indicó el doble mandamiento del amor como fundamento de la vida
moral. Pero de ese mandamiento depende toda la ley y los profetas (Mt 22,38-40), incluye, por
consiguiente, todos los demás preceptos particulares. De hecho, al joven rico que le preguntaba:
‘¿qué de bueno haré yo para obtener la vida eterna?’, Jesús le respondió: ‘Si quieres entrar en la
vida eterna, guarda los mandamientos... no matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás
falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo’ (Mt 19,16-19).
Por lo tanto, el hombre peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio
directo del amor de Dios y del prójimo, sino también cuando consciente y libremente elige un
objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su elección. En ella está incluido, en
efecto, según queda dicho, el menosprecio del mandamiento divino; el hombre se aparta de Dios
y pierde la caridad. Ahora bien, según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como
también lo reconoce la recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida
humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave460.
Es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede
más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente libre; y eso invita a proceder con
cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las mismas. Es el caso de
recordar en particular aquellas palabras de la Sagrada Escritura: ‘El hombre mira las apariencias,
pero Dios mira el corazón’ (1 Sam 16,7), Sin embargo, recordar esa prudencia en el juicio sobre
la gravedad subjetiva de un acto pecaminoso particular, no significa en modo alguno sostener
que en materia sexual, no se cometen pecados mortales. Los Pastores deben, pues, dar
prueba de paciencia y de bondad; pero no les está permitido ni hacer vanos los mandamientos
de Dios, ni reducir desmedidamente la responsabilidad de las personas: ‘No menoscabar en
nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero
esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio
ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar, sino para salvar, El fue ciertamente
intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas’ (HV 29)”.
Resumiendo las razones de la condenación de la lujuria:
-Primero, desde el punto de vista propiamente moral, hay que decir que es malo por la misma
naturaleza del acto (es malo “ex obiecto”): “...Según la tradición cristiana y la doctrina de la Igle-
sia, y como también lo reconoce la recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la
vida humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente
grave”461.
-Segundo, desde el punto de vista antropológico, significa el abuso de la vida personal y el
460 Cf. Las notas anteriores, nn. 14. 16, Decreto del Santo Oficio, 18 marzo
1666, DS 2060; Pablo VI, Humanae vitae, 13, 14: AAS 60 (1968), pp. 489-491.
461 Persona humana, 10.
235
envilecimiento del alma, porque en la lujuria lo superior es sometido a un placer inferior.
-Tercero, desde el punto de vista psicológico, la sensualidad no refrenada lleva a excesos
cada vez más denigrantes, esclaviza el espíritu, ofusca el entendimiento.
-Cuarto, desde su aspecto social, la lujuria socava los cimientos de la vida de la humanidad,
la propagación natural del género humano y el orden moral del matrimonio y de la familia.
-Quinto, desde el punto de vista teológico implica siempre el rechazo de una ley positiva
divina, insensibiliza progresivamente la vida moral y religiosa, profana la imagen sobrenatural de
Dios.
b) Especies de lujuria.
La lujuria se divide en lujuria consumada y no consumada:
-Lujuria consumada (cuando llega al orgasmo perfecto):
Según naturaleza: cuando es apta para la generación.
Contra natura: cuando es inepta para la generación.
-Lujuria no consumada (no llega al orgasmo):
Interna: pensamientos, deseos, etc.
Externa: miradas, roces, besos, etc
a. Pecados no contrarios a la naturaleza. Son aquellos que no atentan contra el fin mismo
de la sexualidad, pero no respetan el matrimonio y la recta razón en el uso sexual.
-Fornicación. Es la unión sexual voluntaria entre dos personas solteras de sexo distinto; si la
unión es permanente, se llama concubinato462.
-Rapto y estupro. El estupro consiste en la violación de una persona contra su voluntad. El
rapto supone el llevarse a una persona con violencia con el propósito de satisfacer el apetito
sexual. Estos dos pecados son también violaciones de la justicia.
-Prostitución. Consiste en la utilización habitual de la propia capacidad sexual para fines
lucrativos.
-Adulterio. Es la cópula carnal entre hombre y mujer siendo uno o ambos casados con
persona ajena. Es un pecado gravísimo contra la castidad, la justicia, la fidelidad conyugal y el
amor hacia los hijos463.
-Incesto. Es la unión entre consanguíneos o afines dentro de los grados que la Iglesia
prohibe el matrimonio. El incesto posee una gravedad especial, por ser una ofensa a la piedad y
a la pureza en la vida familiar464.
-Sacrilegio. Es la unión sexual entre personas, si al menos una de ellas está ligada con voto
público de castidad, u obligada al celibato por haber recibido alguna de las órdenes mayores. La
violación del voto privado de castidad constituye una ofensa contra la virtud de la religión.
b. Pecados contrarios a la naturaleza. Son todos aquellos ineptos para la generación.
-Masturbación (mollities, pollutio). Consiste en la plena satisfacción sexual sin cópula carnal.
Posee la gravedad general de todo pecado contra la castidad y, además, representa un abuso
egoísta de las fuerzas vitales destinadas a la procreación465.
-Onanismo. Ya lo hemos examinado al hablar de la castidad matrimonial. Excede el marco
matrimonial y se aplica al acto sexual entre dos personas de diferente sexo en el cual se separa
1) LA MASTURBACIÓN
La masturbación consiste, como hemos dicho más arriba, en la plena satisfacción sexual sin
cópula carnal. El origen etimológico de la palabra no es claro; la mayoría sostiene que proviene
de “manus” (manos) y “stuprare” (profanar). También se lo denomina “ipsación”, “pecado
solitario”, “vicio solitario”.
a) Noción
Hay que distinguir la masturbación, que es la búsqueda voluntaria del placer venéreo sin
cópula carnal, de la polución involuntaria. Esta última es no querida -aunque pudiera ser prevista
en algunos casos- y puede darse espontáneamente durante el sueño (polución nocturna) o ligada
a ciertas actividades laborales o deportivas; ésta es una actividad fisiológica de la misma
naturaleza humana y como tal no comporta ninguna responsabilidad moral (a menos que fuese
buscada voluntariamente). Hablaremos exclusivamente de la masturbación voluntaria.
Se puede distinguir un triple estadio por el que puede pasar quien no se corrige en los
pecados de masturbación:
-El acto masturbatorio: es el acto masturbatorio más bien aislado.
-El comportamiento masturbatorio: designa la repetición de actos masturbatorios, es decir, la
adquisición del vicio de la masturbación, pero dentro de una actividad genital normal.
-La estructura masturbatoria: cuando al vicio de la masturbación se une una particular actitud
psicológica como inmadurez, egocentrismo, clausura hacia los demás, fantasía desenfrenada,
etc.
b) Juicio moral
El Documento Persona humana afirma sobre este pecado: “Con frecuencia se pone hoy en
duda, o se niega expresamente, la doctrina tradicional según la cual la masturbación constituye
un grave desorden moral. Se dice que la psicología y la sociología demuestran que se trata de un
fenómeno normal de la evolución de la sexualidad, sobre todo en los jóvenes y que no se da falta
real y grave sino en la medida en que el sujeto ceda deliberadamente a una autosatisfacción
cerrada en sí misma (ipsación); entonces sí que el acto es radicalmente contrario a la unión
amorosa entre personas de sexo diferente, siendo tal unión, a juicio de algunos, el objetivo prin-
cipal del uso de la facultad sexual. Tal opinión contradice la doctrina y la práctica pastoral de la
Iglesia católica. Sea lo que fuere de ciertos argumentos de orden biológico o filosófico de que se
238
sirvieron a veces los teólogos, tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición
constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la
masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado. La razón principal es que el uso
deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice
esencialmente a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine. Le falta, en efecto, la
relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la
mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero. A esta relación
regular se le debe reservar toda actuación deliberada de la sexualidad. Aunque no se puede
asegurar que la Sagrada Escritura reprueba este pecado bajo una denominación particular del
mismo, la tradición de la Iglesia ha entendido, con justo motivo, que está condenado en el Nuevo
Testamento cuando en él se habla de ‘impureza’, de ‘lascivia’ o de otros vicios contrarios a la
castidad y a la continencia. Las encuestas sociológicas pueden indicar la frecuencia de este
desorden según los lugares, la población o las circunstancias que tomen en consideración. Pero
entonces se constatan hechos. Y los hechos no constituyen un criterio que permita juzgar del
valor moral de los actos humanos. La frecuencia del fenómeno en cuestión ha de ponerse
indudablemente en relación con la debilidad innata del hombre a consecuencia del pecado
original; pero también con la pérdida del sentido de Dios, con la depravación de las costumbres
engendradas por la comercialización del vicio, con la licencia desenfrenada de tantos
espectáculos y publicaciones; así como también con el olvido del pudor, custodio de la castidad.
La psicología moderna ofrece diversos datos válidos y útiles en tema de masturbación para
formular un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral.
Ayuda a ver cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de
esa edad, el desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre la conducta,
atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta subjetivamente
grave. Sin embargo, no se puede presumir como regla general la ausencia de responsabilidad
grave. Eso sería desconocer la capacidad moral de las personas. En el misterio pastoral deberá
tomarse en cuenta, en orden a formar un juicio adecuado en los casos concretos, el
comportamiento de las personas en su totalidad; no sólo en cuanto a la práctica de la caridad y
de la justicia, sino también en cuanto al cuidado en observar el precepto particular de la castidad.
Se deberá considerar en concreto si se emplean los medios necesarios, naturales y sobre-
naturales, que la ascética cristiana recomienda en su experiencia constante para dominar las
pasiones y para hacer progresar la virtud”469.
Podemos decir que la masturbación encierra las siguientes malicias:
-Es la usurpación de un derecho: porque la persona no casada no tiene ningún título para
ejercer los actos sexuales ni naturales ni contra natura.
-Es la perversión de la facultad generativa: porque los órganos sexuales son dados por el
Creador para que la pareja humana coopere con la propagación de la especie humana; el uso
infecundo de la sexualidad es pecaminoso.
-Es incapaz de expresar el amor: los órganos sexuales se reclaman mutuamente en orden a
expresar el amor entre el hombre y la mujer; la sexualidad hace tender mutuamente al varón y a
la hembra; la masturbación es esencialmente incapaz de esta expresión.
-Es expresión de una sexualidad inauténtica: la sexualidad es siempre “bisexualidad” es decir
relación entre los dos sexos, porque cada uno de los órganos es incompleto. La sexualidad por
separado es una sexualidad esencialmente incompleta y por eso inauténtica.
-Es un acto cerrado: la masturbación es una búsqueda exclusiva del autoplacer; es una
concepción cerrada del placer. En el acto sexual entre el hombre y la mujer, el placer es
c) Consecuencias
¿Tiene, el vicio de la masturbación, consecuencias sobre el sujeto que lo padece?
Antiguamente se resaltaban las consecuencias físicas que la masturbación ocasiona en el sujeto;
muchos médicos, psicólogos y moralistas han criticado estas afirmaciones diciendo que está
zanjada la cuestión y demostrado que la masturbación no ocasiona esencialmente ninguna
consecuencia nociva fisica. No vamos a entrar en la discusión que es propia de médicos. Lo que
sí es indiscutible es que acarrea notables consecuencias de orden psicológico. Entre estas
podemos señalar470:
a. Conlleva un sentimiento de inadecuación psicológica: ocasiona frustración y ansiedad por
la falta de una satisfacción sexual completa por la ausencia objetual.
b. La prolongación del autoerotismo hace también problemática la tendencia a la apertura: la
satisfacción solitaria puede producir un incesante desarrollo del narcisismo, pues es glorificado el
propio yo en detrimento del mundo exterior, la capacidad de soportar tensiones desagradables se
debilita a fuerza de recurrir ante cualquier suceso problemático a la consolación que la
masturbación pone a su alcance. Al no enfrentarse con la realidad, el individuo corre el riesgo de
perder el espíritu de superación y de iniciativa necesaria. El adolescente puede quedar fijado en
objetivos infantiles, evitando un auténtico compromiso con la realidad.
c. El hábito de la masturbación encierra el peligro de acentuar el sexo en detrimento del eros,
ya que quedará fijada la vida interior más sobre lo genital que sobre lo erótico y determinando
una preferencia por la búsqueda del yo frente al tú.
d. La gratificación autoerótica conlleva elementos de angustia, culpabilidad y temor. El
sentimiento de culpa producido por la práctica masturbatoria puede determinar al sujeto a recurrir
de nuevo a ella, persiguiendo la solución ilusoria para su ansiedad, pero entrando en un circulo
vicioso.
c) Aspectos pastorales
Casos de responsabilidad nula o atenuada. No hay culpabilidad cuando este acto se
produce involuntariamente, de modo puramente mecánico (por ejemplo, en una persona
471 Para este tema conviene tener en cuenta las observaciones que hace H.
Bless en Pastoral Psiquiátrica, cap. VII, pp. 247 ss.; especialmente pp. 261-268
(donde habla de la responsabilidad y terapia).
472 Dz 2201.
241
En cuanto a la intención fecundante dentro del matrimonio, lo veremos al tocar el tema de la
fecundación artificial. Digamos simplemente que hay moralistas que buscan ver en este acto una
unidad intencional con el acto de la fecundación posterior, de modo tal que esto garantizaría la
licitud de uno y de otro acto. Así, por ejemplo, piensa en mismo M. Zalba 473. Sin embargo, sus
argumentos no pueden eludir el juicio general dado por el documento Persona humana.
2) LA HOMOSEXUALIDAD
c) Valoración moral.
Hay que hacer un juicio diverso sobre la tendencia y sobre el acto.
a. El acto homosexual. Por acto homosexual entendemos no sólo los actos sexuales
externamente consumados sino también los actos de deseo y pensamiento plenamente
consentidos. Estos son intrínsecamente desordenados, es decir, malos “ex obiecto”. Lo enseña la
Sagrada Escritura, el Magisterio y la razón:
En la Sagrada Escritura son numerosos los textos. Basta algunos:
-Lev 18,22: “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación”.
-Lev 20,13: “Si alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos han cometido
abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos”.
-Rom 1,27: “Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron
en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí
mismos el pago merecido de su extravío”.
-1 Cor 6,9-10: “¡No os engañéis! Ni los impuros... ni los afeminados, ni los
homosexuales...heredarán el Reino de Dios”.
El Magisterio. Hay varios documentos que tienen especial importancia:
-La Declaración Persona humana: “Según el orden moral objetivo, las relaciones
homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En la Sagrada
Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste
consecuencia de una repulsa de Dios (cf. Rom 1,24-27). Este juicio de la Escritura no permite
concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente,
de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente
desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso”474.
-Catecismo de la Iglesia Católica: “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres
o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del
mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico
permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta
como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que 'los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados'. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la
vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir
aprobación en ningún caso”475.
-Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica
sobre la atención pastoral a las personas homosexuales): repite el texto de la declaración
Persona humana476.
-Pontificio Consejo para la Familia: Documento Sexualidad humana: verdad y significado477
-También tienen mucha importancia las intervenciones del Magisterio ante los errores sobre
478 Sobre McNeill: cf. Congregazione per i religiosi e gli istituti secolari,
Roma, 2 gennaio 1987, Enchiridion Vaticanum, t. X, nº 1129 ss.
479 Sobre Curran: cf. Congregazione per la Dottrina della Fede, “Curran
sospeso dall’insegnamento della teologia”, Roma, 25 luglio 1986, Enchiridion
Vaticanum, t. X, nnº 724 ss.
480 Sobre Guindon, cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
“Nota sobre P. Guindon”, en: L'Osservatore Romano, 7 de febrero de 1992, p.
10.
481 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2358.
482 Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoras a las
personas homosexuales, nº 3.
244
las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales
están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad
interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia
sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana483.
Algunos, para sostener la inculpabilidad de estos actos en las personas homosexuales cuya
tendencia no es voluntaria, han afirmado que no son libres. Como afirma la Carta a los Obispos,
esto es una injuria a esas personas, porque afirmar que no son libres es despojarlos de su
auténtica libertad: “Se debe evitar la presunción infundada y humillante de que el
comportamiento homosexual de las personas homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a
coacción y por consiguiente sin culpa. En realidad también en las personas con tendencia
homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental que caracteriza a la persona
humana y le confiere su particular dignidad”484.
485 Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos
de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1
de octubre de 1986; “Algunas consideraciones acerca de la respuesta a ciertas
propuestas de ley sobre la no discriminación de las personas homosexuales”,
L'Osservatore Romano, 31 de julio de 1992, p. 7; Juan Pablo II, Ángelus del 20
de febrero de 1994.
486 “Algunas consideraciones acerca de la respuesta a ciertas propuestas de
245
homosexuales que quiere vivir castamente, es casi nula, porque “por regla general, la mayoría de
las personas con tendencia homosexual, que procura llevar una vida casta, no da a conocer
públicamente su tendencia homosexual. En consecuencia el problema de la discriminación en
términos de empleo, casa, etc., normalmente no se plantea”487.
Por el contrario, “los homosexuales que declaran su homosexualidad son, casi siempre,
personas que consideran su comportamiento o su estilo de vida homosexual como 'indiferente o,
sin más, bueno', y por eso digno de aprobación pública”488. Por tanto, con estas personas la
pretendida “discriminación” es, en realidad, una defensa social de los más débiles (los inocentes
que pueden ser inducidos a tales comportamientos).
Estos normalmente usan el slogan de la “discriminación sexual” como un arma política para
manipular la sociedad y la misma Iglesia489. Y el objetivo último no apunta a encontrar un lugar en
la sociedad, viviendo castamente, sino explícitamente a lograr la aprobación de sus
comportamientos homosexuales como es el caso del reconocimiento jurídico-social y la
equiparación de la cohabitación homosexual con el matrimonio heterosexual, e incluso la
implantación de un “derecho” a contraer “matrimonio” entre personas del mismo sexo. A este
respecto hay que decir con Juan Pablo II: “Lo que no es moralmente admisible es la aprobación
jurídica de la práctica homosexual. Ser comprensivos con respecto a quien peca, a quien no es
capaz de liberarse de esta tendencia, no equivale a disminuir las exigencias de la norma moral
(VS,95). Cristo perdonó a la mujer adúltera, salvándola de la lapidación (Jn 8,1-11), pero, al
mismo tiempo, le dijo: 'Ve y de ahora en adelante ya no peques más'“. Y refiriéndose a la
resolución del Parlamento Europeo sobre este tema, añade: “El Parlamente ha conferido
indebidamente un valor institucional a comportamientos desviados, no conformes al plan de
Dios: existen las debilidades -lo sabemos-, pero el Parlamento al hacer esto ha secundado las
debilidades del hombre”490.
a) Concepto y discusión
La relación prematrimonial se entiende del acto sexual completo entre los novios que tienen
intención seria de contraer matrimonio o al menos que están planteando seriamente la posibilidad
de hacerlo. Los otros tipos de relaciones sexuales entre “amigos” o novios que no han planteado
todavía el matrimonio son simplemente actos de simple “fornicación”.
La extensión de este tipo de relaciones entre los novios ha tomado, en muchos lugares, una
proporción tal que muchos lo juzgan como una actitud “normal”, con carta de ciudadanía en todo
noviazgo. Las causas de su propagación pueden verse en distintos fenómenos de nuestra época
como ser:
-La reducción del amor al sexo.
99-100.
497 Cf. Persona humana, nº 7.
248
-son ilícitas las expresiones púdicas (abrazos, besos, miradas, pensamientos, deseos) con la
intención expresa y deliberada de placer venéreo o sexual, aunque no se tenga voluntad de
llegar a la relación sexual completa;
-con más razón son ilícitas las expresiones impudicas y las relaciones sexuales completas.
En resumen: “reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal”498.
a. En el orden biológico:
-Frigidez: la actividad sexual ejercida por jovencitas de 15 a 18 años puede ser causa de
frigidez en épocas posteriores; en algunos estudios, el 45% de las mujeres interrogadas se
refirieron a la falta de capacidad de reacción sexual como una consecuencia temible de las
relaciones previas al matrimonio; está comprobado que muchas mujeres no son frígidas por
constitución, sino a causa de inadecuadas experiencias sexuales antes del matrimonio. Esto
provoca en algunos casos el fenómeno de las seudo-lesbianas y de las anfibias, es decir, de las
mujeres que buscan el encuentro amoroso con otras mujeres, porque se han quedado
decepcionadas de los hombres, o bien alternan indiferentemente la compañía íntima de los
hombres con la de las mujeres.
-Enfermedades venéreas: “entre los millares de casos venéreos cuidados -afirma Carnot-
nunca encontré uno solo que no tuviese por origen directo o indirecto un desorden sexual”. Entre
éstas las más extensas son la sífilis, la blenorragia y actualmente el Sida.
-Embarazos: aunque la mayoría de los novios recurren a la anticoncepción, ésta -como ya se
sabe- no es capaz de evitar los embarazos incidentales.
b. En el orden psicológico
-Crea temor: como por lo general las relaciones tienen lugar en la clandestinidad, crean un
clima de temor: temor a ser descubiertos, temor a ser traicionados después, temor a la
fecundación, temor a la infamia social. Además crean otra alteración pasional que es el
temperamento celoso: la falta de vínculo legal hace siempre temer el abandono o desencanto del
novio o novia y la búsqueda de satisfacción en otra persona; de hecho no hay ningún vínculo que
lo pueda impedir; por eso la vida sexual prematrimonial engendra en los novios un clima de
sistemática sospecha de infidelidad.
-Da excesiva importancia al sexo, al instinto sexual, al goce sexual. Esto produce un
detrimento en la otras dimensiones del amor: la afectiva y la espiritual. Normalmente esto
resiente el mismo noviazgo y luego el matrimonio. Asimismo, esta centralización del amor en el
sexo frena el proceso de maduración emocional e intelectual. “Una relación sexual precoz,
llevada a cabo regularmente... ejerce también su efecto inhibidor sobre el desarrollo intelectual y
la evolución consecutiva de la mente...” (Tumlirz).
c. En el orden social
-Casamientos precipitados. La experiencia lo demuestra hasta el cansancio. Los embarazos
inintencionales, la infamia social, lleva muchas veces a precipitar el matrimonio cuando se carece
de la debida madurez para enfrentarlo y éste a su vez termina en una ruptura ya irreversible.
-Abortos procurados. La experiencia también nos muestra el número cada vez mayor de
abortos y sobre todo la relación entre la mentalidad abortista y la mentalidad anticonceptiva 502.
Ahora bien, nadie puede negar que ésta última es el ambiente más común para quienes
practican el sexo prematrimonial; consecuentemente, también el aborto será una de sus más
nefastas consecuencias.
-Maternidad ilegítima. Cuando no se efectúa el aborto y no se opta por el casamiento
apresurado, se termina arrostrando una maternidad ilegítima. También es una de las
preocupaciones más acuciantes de nuestra época el problema de las madres solteras
adolescentes. Precisamente es uno de los argumentos que se esgrimen a favor de las leyes de
educación sexual que reducen ésta a la gratuita instrucción y reparto de anticonceptivos. En
general, según algunas estadísticas, el mayor porcentaje de hijos ilegítimos que no son segados
por el aborto corresponde a las jóvenes de 15 a 19 años, luego siguen las que tienen entre 20 y
24 años; la tasa más baja es el de las menores de 15 años.
Las partes potenciales de la templanza son las virtudes anejas o derivadas, que se relacionan
en algunos aspectos con su virtud cardinal, pero no tienen toda su fuerza o bien se ordenan tan
sólo a actos secundarios. Estas partes son:
-La que modera los placeres del tacto que tienen pasión vehemente: la continencia.
-La que modera la ira: la mansedumbre.
-La que modera la crueldad en el castigo: la clemencia.
-La que modera los movimientos no vehementes: modestia, que puede ser:
.sobre la propia excelencia: la humildad
.sobre el deseo de ciencia: estudiosidad
.sobre la recreación: modestia corporal y eutrapelia
.sobre los vestidos y adornos: modestia en el ornato
1. LA CONTINENCIA 505
1) Noción
La continencia es la virtud que robustece la voluntad para resistir las concupiscencias
desordenadas muy vehementes. Es una virtud “imperfecta” ya que no lleva a la realización de
ninguna obra positivamente buena, sino que se limita a impedir el mal refrenando los ímpetus
vehementes de las pasiones. Las pasiones perfectas, además, dominan de tal modo las pasiones
opuestas, que ni siquiera se producen vehementes movimientos pasionales en contra de la
razón. La continencia es algo previo a la templanza, una simple preparación. Por este motivo
tiene algo en que conviene con la templanza y algo en que se diferencia de ella:
-Conviene con la templanza en la materia u objeto que son las delectaciones del tacto, es
decir, de la comida y la generación, sobre todo estas últimas cuando surgen con inusitada
vehemencia.
-Difiere en que la templanza modera las inclinaciones desordenadas de la naturaleza
poniendo un hábito bueno, una cualidad que llega a penetrar la naturaleza torciendo la dirección
de las concupiscencias; en cambio, la continencia se limita a ofrecer resistencia decidida a esos
2) La incontinencia506
Es el vicio que se opone a la continencia. No es propiamente un hábito malo sino la privación
de la continencia en el apetito racional; es la debilidad ante el asalto de las pasiones que vencen
al hombre. La incontinencia triunfa cuando el dictamen de la razón no logra en la voluntad una
decisión recta y por eso se entrega al placer. Es una parte potencia de la intemperancia, pero se
distingue verdaderamente de ella, pues la intemperancia es un hábito malo por el que se elige el
mal como bueno y se deleita en tal elección.
De todos modos es verdadero pecado ya que la incontinencia significa alejamiento del orden
recto de la razón y hundimiento en los placeres torpes.
2. LA MANSEDUMBRE 507
1) Noción
Es la virtud que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. Su materia propia es, por
tanto, la pasión interna de la ira; la rectifica y modera de modo talque no se levante sino cuando
sea necesario y en la medida en que sea necesario; se dice, así, que modera “el apetito de
venganza” pues se ocupa de las pasiones íntimas que se rebelan contra la injuria y postulan
venganza. Reside en el apetito irascible, como la ira que debe moderar. Tiene una gran
importancia en la vida moral. Jesucristo mandó la mansedumbre como imitación suya (cf. Mt
11,29).
1) Noción
La clemencia es complemento de la mansedumbre: mientras esta última modera las pasiones
internas, la clemencia modera las acciones externas de la ira. Concretamente se define como el
hábito bueno que nos inclina a imponer el castigo justo, en cada caso conforme a la recta razón,
disminuyendo la pena que la justicia general teóricamente postula. Lo propio de ella es disminuir
la pena que una culpa personal está exigiendo. Es virtud propia del superior, pues a él
corresponde legalmente imponer las penas en satisfacción por las culpas cometidas.
El perdón total de la pena se llama “venia”; la clemencia no se refiere a esto sino al perdón
parcial o “mitigación” de la pena. Es virtud cuando se ejerce por auténticos motivos como el
aficionar al reo a la justicia.
4. LA HUMILDAD
La modestia es la virtud derivada de la templanza que inclina a comportarse en los
movimientos internos y externos dentro de los justos límites que corresponden a su estado513. Es
una virtud potencial de la templanza porque se distingue realmente de ella; Santo Tomás las
diferencia como lo fácil y lo difícil: la templanza modera los movimientos más difíciles de refrenar,
la templanza los más fáciles (no siempre son fáciles en sí mismos, pero lo son con relación a los
1) La humildad en sí misma515
La humildad es la modestia particular que regula el movimiento del alma hacia la propia
excelencia. La etimología de San Isidoro hace derivar la palabra de “humus”, y por tanto, querría
decir “apegado a la tierra”, “bajo”. La humildad es una virtud del apetito irascible que refrena los
deseos de propia grandeza, haciéndonos conocer nuestra pequeñez ante Dios. Lo propio de ella
es moderar los deseos en cuanto exceden las propias facultades; este apetito de grandeza reside
en la facultad irascible. Estos deseos de grandeza pueden ser lícitos, como ocurre con la
magnanimidad; pero también desproporcionados y desmedidos a nuestra persona o condición de
vida. La humildad impone moderación.
Para alcanzar el equilibrio perfecto enseña al hombre a reconocer el auténtico valor de dos
realidades: su propia nada y la grandeza de Dios. Al establecer la correcta relación entre el
propio yo y Dios, la humildad se identificará con la verdad (la verdad sobre estas dos realidades y
su relación). En este sentido señala García Vieyra que es una virtud “mística”, porque tiende y
permite realizar la unión mística con Dios, pues trata principalmente de la sujeción del hombre a
Dios.
De modo secundario y como derivado, esta virtud nos inclina a vernos inferiores a nuestros
semejantes. Esto no lo hace comparando lo que cada uno tiene de dones naturales (puede ser
que en el orden de las capacidades naturales uno aventaje al prójimo), sino comparando lo que
nosotros tenemos de propio (nuestro, por nuestro propio logro) con lo que el prójimo tiene
recibido de Dios. Por eso la humildad nos hace someternos al prójimo “por razón de Dios”, es
decir, de lo que vemos de “divino” en los demás.
Esta virtud no es la más excelente de todas. En primacía la superan, ante todo, las virtudes
teologales que nos ordenan directamente al fin de la bienaventuranza. Y luego sigue la justicia
que orden cada cosa al fin, colocándola en su lugar. Pero después de la justicia, la humildad es la
más importante porque es la disposición de ánimo que se requiere para el cumplimiento de la
justicia en general. Es, de todos modos, fundamental en la vida humana, porque pone los
cimientos de toda la vida espiritual. Pues ya dice San Agustín: “la soberbia corrompe incluso las
cosas que de suyo son buenas”. Por eso Santo Tomás cita las palabras de San Juan
Crisósotomo: “Dadme dos carros: uno tirado por la justicia y la soberbia, otro por la humildad y el
pecado. Veréis cómo el del pecado adelanta al de la justicia, no por sus fuerzas, sino por las de
la humildad, su compañera; y cómo, en cambio, el de la justicia será vencido, no por su propia
fragilidad, sino por el peso e hinchazón de la soberbia”516.
514 Cf. Cicerón, Rhetor., 2,54; citado en II-II, 160, 1 sed contra.
515 Cf. II-II, 161; Alberto García Vieyra, Sobre la humildad, Rev. Mikael
(1982), 28, 41-51; San Bernardo, Tratado sobre los grados de humildad y
soberbia, en Obras completas. Edición bilingüe, T.I, B.A.C., 1983, pp. 168 ss.
516 II-II, 161, 1 ad 1. La cita de San Juan Crisóstomo es: Eglogae, homil. 7;
256
En cuanto a los grados de la humildad, Santo Tomás repropone los doce grados señalados
por San Benito en su Regla517, pero ordenandolos de un modo distinto:
A. La raíz y fundamento de toda la humildad es temor de Dios y la memoria de todos los
beneficios que nos ha hecho. Por tanto:
1º El primer grado es conservar vivo el recuerdo de todas las gracias divinas recibidas.
B. En segundo lugar vienen los grados que ordenarán la voluntad haciéndola vencerse en
tres cosas: sus propios movimientos, las dificultades de la obedencia y las dificultades:
2º No tratar de satisfacer la propia voluntad.
3º Someterse a los mayores por obediencia.
4º Llevar con paciencia la obediencia en las cosas más ásperas y difíciles.
C. En tercer lugar, los grados que ordenan humildemente la inteligencia haciéndole reconocer
sus defectos:
5º Confesar los propios pecados y defectos.
6º Confesar sinceramente la propia inutilidad para todas las cosas, es decir, reconocer y
confesar que todo cuanto uno puede no es por virtud propia sino por absoluta gracia divina: “No
somos capaces ni de pensar algo por cuenta propia; todo lo recibimos de Dios” (2 Cor 3,5).
7º Considerarse y comportarse como el último de todos.
D. En cuarto lugar, los grados que ordenan humildemente nuestras manfestaciones
exteriores:
8º Someternos en todo a la vida común, evitando las singularidades (San Benito decía:
“observar lo prescripto por la regla común del monasterio”).
9º No gastar el tiempo en palabras vanas, y para esto no hablar sin ser preguntado.
10º En relación también con el hablar: no excederse en el modo de hablar, ni en la cantidad
(vana palabrería) ni en el modo (no hablar de modo clamoroso, llamativo, petulante, como dando
cátedra). San Benito decía en su regla: “hablar poco y bien y en voz baja”.
11º En cuanto a los gestos y ademanes, reprimir ante todo la altanería en la mirada.
12º También en cuanto al porte externo: no ser fácil a la risa necia (a la falsa alegría).
a) La soberbia en sí misma.
El sustantivo “soberbia” indica la acción de sobresalir, superar, destacar, exhibir. Desde el
punto de vista moral se define como el “apetito desordenado de la propia excelencia”. Al decir
apetito se alude a un deseo ferviente o hambre de gloria. El sujeto en que radica es el apetito
irascible puesto que este vicio tiene por objeto algo árduo de conseguir (la propia excelencia),
pero no el apetito irascible entendido en sentido restringido (apetito sensible) sino en su sentido
amplio que designa también a la voluntad cuando tiene por objeto un bien espiritual difícil de
conseguir. Se trata de un movimento desordenado en cuanto busca algo que está por encima de
las propias posibilidades; y ese algo es la propia excelencia. La “propia excelencia” es el objeto
propio de la soberbia. ¿En qué consiste esta “propia excelencia desmedida”? En desmedirse en
el modo de desarrollar nuestra elevación; es un modo de preferirse uno por encima de Dios.
MG 63,615.
517 San Benito, Regla, cap. 7.
519 San Bernardo,op.cit, 10; es también cit. por Santo Tomás en II-II,162, 4
ad 4.
258
Dentro del vicio de la soberbia Santo Tomás incluye el análisis de la especie propia del
pecado de Adán. El pecado del primer hombre consistió precisamente en un pecado de soberbia,
ya que la desobediencia a la ley divina dada en el Paraíso no fue buscada por sí misma sino por
otro fin, y tal fin fue la propia excelencia. Si la desobediencia hubiese sido buscada en sí misma,
esto supondría un desorden de la voluntad.
El acto de soberbia de Adán consistió en desear ser como Dios. Agustín afirma: “Adam et Eva
rapere voluerunt divinitatem” (Adán y Eva quisieron arrebatar la divinidad)520. Es claro que no
quisieron ser como Dios con igualdad absoluta, porque su imposibilidad es patente, y
especialmente para quienes eran sabios como nuestros primeros padres. Pudieron, en cambio,
apetecer el ser como Dios por imitación, participando en algo que le es propio.
Consistió, dice el Papa Juan Pablo II, fundamentalmente en el traspaso de los limites
creaturales del hombre, en un abuso de su creaturabilidad; una deificación de sí mismo en el
intento de decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal; en una independencia respecto
del Creador y contra el Creador; en una negativa a dejarse guiar por la Verdad primera521. “La
creatura que quiere ser 'como Dios' concreta la actitud expresada perfectamente por San
Agustín: 'Amor de sí mismo hasta llegar a despreciar a Dios'522. Esta es tal vez la precisión más
penetrante que se puede hacer del concepto de aquel pecado que aconteció en los comienzos
de la historia cuando el hombre cedió a la sugerencia del tentador: 'Contemptus Dei', rechazar a
Dios, despreciar a Dios, odiar todo aquello que tiene que ver con Dios o procede de Dios” 523. “...El
primer hombre actuó contra la voluntad del Creador, subyugado por la seguridad que le había
dado el tentador de 'que los frutos de este árbol sirven para adquirir conocimiento'. En el relato no
se dice que el hombre aceptara plenamente la carga de negación y de odio hacia Dios, contenida
en las palabras del 'padre de la mentira'. Pero aceptó la sugerencia de servirse de una cosa
creada contra la prohibición del Creador, pensando que también él -el hombre- puede 'como Dios
ser conocedor del bien y del mal'. Según San Pablo el primer pecado del hombre consistió sobre
todo en desobedecer a Dios (cf. Rom 5,19)”524.
La semejanza que buscó el hombre es del orden del conocimiento, de acuerdo con la
sugerencia de la serpiente:
-ante todo quiso determinar con las fuerzas naturales qué era bueno y qué era malo;
-segundo, queriendo saber por sus propias fuerzas qué cosas buenas o malas le sucederían
el futuro.
-tercero, también deseando conseguir la bienaventuranza por sus propias energías.
Teniendo en cuenta la especie moral de este pecado se comprenden las penas impuestas por
Dios. Estas penalidades son de dos tipos: por un lado la pena de muerte; por otro los
sufrimientos que se imponen al hombre durante el ciclo temporal de su vida y que corresponde a
la pérdida de los dones preternaturales que le daban la integridad de la naturaleza: pierden el
lugar del gozo indicado por el Génesis como “Paraíso”, el árbol de la vida, quedan sometidos al
dolor en la gestación y en el parto; al trabajo fatigoso por la tierra vuelta estéril, etc.
Es una virtud que tiene por objeto regular, según el orden de la razón, los juegos y
diversiones. Santo Tomás proclama claramente la necesidad del descanso corporal y espiritual
para rehacer las fuerzas deprimidas por el trabajo en ambos órdenes. El recreo se impone por
una necesidad física y social, reclamada por el bienestar propio y ajeno. El Aquinate recuerda las
palabras de San Agustín quien recomienda “ser indulgentes con nosotros mismos, relajando un
poco la tensión del espíritu”536. “Esta relajación, comenta Santo Tomás, se consigue en los juegos
de palabra y de obra, pudiendo, por tanto, ejercitarse en ellos el sabio”. “Además, sigue diciendo
Santo Tomás, el mismo Aristóteles nos habla de la virtud del juego, que él llama eutrapelia y que
nosotros podríamos decir ‘alegría’ (iucunditatem)”537.
La justificación que Santo Tomás da de esta virtud merece ser leída directamente; cualquier
comentario está demás: “El hombre necesita de cuando en cuando del reposo corporal, porque
sus fuerzas son limitadas e incapaces para un trabajo ilimitado. Y el alma exige también
someterse proporcionalmente a esa misma ley, pues sus energías son igualmente limitadas y,
cuando se exceden en el modo de obrar, sienten fatiga. Además, el alma, en sus operaciones, va
unida al cuerpo, usando de los órganos sensibles para realizar sus actos; y cuando, en su modo
de obrar, sale del mundo de lo sensible, se produce cierto cansancio de la parte animal, tanto si
1) En general
Es una virtud que tiene por objeto guardar el debido orden de la razón en el arreglo del
cuerpo y del vestido y en el aparato de las cosas exteriores. Cayetano distinguía, al comentar a
Santo Tomás, cuatro finalidades en el uso del vestido:
-Física: para defendernos de las inclemencias del tiempo (frío o calor).
-Moral: para cubrir la desnudez.
-Social: para conservar la dignidad y decencia del propio estado llevando los vestidos
apropiados.
-Estética: para acrecentar la belleza corporal.
Las cosas exteriores que utiliza el hombre, dice Santo Tomás, consideradas en sí mismas, no
son viciosas; pero pueden serlo por el uso inmoderado. Esta inmoderación se valora en base a
dos principios:
1) El primero es la costumbre ordinaria entre los hombres con quienes se convive. Dice San
Agustín: “Los delitos contrarios a las costumbres particulares y usos locales se deben evitar en
fuerza de esa misma costumbre. Un convenio establecido en una ciudad o en pueblo, sea por el
uso o por la ley, no puede ser pisoteado por el capricho de un ciudadano o de un extranjero. Es
torpe toda parte que no es congruente con el todo al que pertenece”.
2) El segundo criterio para juzgar la inmoderación es el uso de todas esas cosas con afecto
desordenado y libidinoso, ya sea que se obre según las costumbres del lugar o se aleje de ellas.
Uno puede desordenarse usándolas:
-Con afecto desordenado.
-Por vanagloria y ostentación.
-Por la sensualidad con que se buscan vestidos delicados.
-Por la negligencia excesiva que lleve a presentarse de forma indecorosa según el estado y
condición de la persona.
-Por jactancia.
PRUDENCIA......................................................................................267
La prudencia en la Sagrada Escritura...............................................................................267
1. En el Antiguo Testamento...............................................................................................267
2. En el Nuevo Testamento.................................................................................................267
JUSTICIA...........................................................................................269
I. Conceptos Introductorios.................................................................................................269
1. ANTECEDENTES HISTORICOS.................................................................................269
2. DIVISION DEL TRATADO...........................................................................................269
3. LA JUSTICIA EN LA SAGRADA ESCRITURA.........................................................269
269
1.2. Injusticia ilegal.....................................................................................................270
1.3. Injusticia particular...............................................................................................270
2. Objeto y acto de la injusticia.......................................................................................270
3. Sujeto pasivo de la injusticia.......................................................................................270
4. Gravedad de la injusticia.............................................................................................270
4.1. La injusticia es de suyo pecado mortal.................................................................270
4.2. Sin embargo, puede admitir parvedad de materia................................................270
4.3. El grado de malicia o gravedad............................................................................270
IV. EL JUICIO....................................................................................................................270
1. El juicio como acto de la justicia................................................................................270
2. Condiciones para la licitud del juicio..........................................................................270
3. La sospecha y el juicio temerario................................................................................270
3.1. Noción..................................................................................................................270
3.2. Causas...................................................................................................................270
3.3. Grados de la sospecha..........................................................................................270
3.4. La interpretación de las dudas..............................................................................270
4. La objetividad del juicio.............................................................................................270
FORTALEZA......................................................................................273
I. La Fortaleza en General...................................................................................................273
1. En si misma considerada (q.123)....................................................................................273
1) Naturaleza virtuosa.....................................................................................................273
a) Es virtud (a.1)..........................................................................................................273
b) Es virtud especial y no solo condición o carácter propio de toda virtud (a.2)........273
2) Objeto de la fortaleza..................................................................................................273
a) Objeto formal..........................................................................................................273
b) Objeto material inmediato o materia próxima y propia: son los temores y las
audacias (a.3).....................................................................................................................273
c) Objeto material mediato o materia remota son los peligros mortales (a.4).............273
3) Los actos de la fortaleza: el resistir y el atacar (a.6)...................................................273
4) Las circunstancias de la virtud de la fortaleza............................................................273
a) Fin: obrar por el bien de la virtud (a.7)...................................................................273
b) Modo (a.8)...............................................................................................................273
c) Tiempo (a.9)............................................................................................................273
273
d) Medios (a.10)..........................................................................................................274
5) Ubicación entre las virtudes cardinales (a.11-12).......................................................274
a) Es virtud cardinal (a.11)..........................................................................................274
b) Su lugar entre las cardinales (a.12).........................................................................274
2. El acto mas perfecto de la Fortaleza: el Martirio (q. 124)..............................................274
1) Noción.........................................................................................................................274
2) El martirio, acto virtuoso (a.1)....................................................................................274
3) Es un acto perteneciente a la virtud de la fortaleza (a.2)............................................274
4) Perfección del martirio (a.3).......................................................................................274
5) El martirio y la condición de la muerte (a.4)..............................................................274
6) Motivo (a.5)................................................................................................................274
7) Eficacia santificadora del martirio..............................................................................274
3. Los vicios opuestos a la Fortaleza..................................................................................274
1) El temor (q. 125).........................................................................................................274
2) La impavidez (intimiditas) (q.126).............................................................................274
3) Audacia (q.127)...........................................................................................................274
TEMPLANZA.....................................................................................274
274
I. La templanza en general..................................................................................................275
1. ESENCIA.......................................................................................................................275
1) Etimología y definición..............................................................................................275
2) Naturaleza virtuosa.....................................................................................................275
3) Objeto.........................................................................................................................275
4) Regla de la templanza.................................................................................................275
2. PECADOS OPUESTOS A LA TEMPLANZA EN GENERAL....................................275
1) Insensibilidad..............................................................................................................275
2) Intemperancia.............................................................................................................275
277
A.M.D.G.
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