La Aparición de Los Intelectuales en España

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ISSN: 0213-2087

LITERATOS SIN PUEBLO: LA APARICIN DE LOS


"INTELECTUALES" EN ESPAA
Literati without a People: The Appearance of
"Intellectuals" in Spain
Santos JULIA
Departamento de Historia Social y del Pensamiento Poltico, Facultad de Sociologa, UNED,
Obispo Trejo s/n, 28040 Madrid

BIBLID [(1998) 16; 107-121]

RESUMEN: Analizar el origen, la presencia pblica, las caractersticas y la representatividad social de los intelectuales en Espaa es el objeto de este artculo. Desde la primera "intelligentsia" liberal y sus luchas contra el absolutismo, colocndose a la cabeza
de las transformaciones polticas y sociales y contribuyendo de manera notable a la creacin del mitologema populista de redencin nacional, los intelectuales han mantenido
una especial relacin con "el pueblo" que ira cambiando con el paso del tiempo.
Estudiar esa relacin en el contexto del final de siglo y la irrupcin de una nueva sociedad de masas, as como las consecuencias que arrastr para la posicin asumida por el
intelectual en la sociedad y frente a la poltica, constituye el ncleo de este trabajo.
Palabras Clave: intelectuales, pueblo, sociedad de masas, liberalismo, crtica
poltica.
ABSTRACT: The object of this article is to analyze the origin, public presence, characteristics, and social significance of intellectuals in Spain. From the first liberal "intelligentsia" and their struggle against absolutism, when they placed themselves at the
head of political and social transformations and contributed notably to the creation of
the populist mythologem of national redemption, the intellectuals have maintained a
special relationship with "the people" that would change over time. This paper focuses
on the study of this relationship in the context of the end of the century and the irruption of a new society of masses as well as the consequences it entailed for the position
assumed by the intellectuals in society and with regard to politics.
Key words: Intellectuals, People, Society of Masses, Liberalism, Political Criticism.
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"Cuando oigo a algn desconocido decir "nosotros, los intelectuales"


me digo al punto: vamos, este es un literato!"
"Quines son los intelectuales?",
Nuevo Mundo, 13 de julio de 1905.

MIGUEL DE UNAMUNO,

El acuerdo es unnime: la voz "intelectual" apareci como sustantivo en


Francia en la dcada de 1890 y a partir del affaire Dreyfus se extendi rpidamente por todas partes en los ltimos aos de siglo; en Espaa, fueron Miguel de
Unamuno y Ramiro de Maeztu los primeros en percibir el nuevo uso y en emplear
sin reparos el sustantivo para designar a una categora de escritores en la que ellos
mismo de buena gana se incluan: "no somos ms que los llamados, con ms o
menos justicia, intelectuales y algunos hombres pblicos los que hablamos ahora
a cada paso de la regeneracin de Espaa", escribi el primero en noviembre de
18981. Pero el hecho de que los intelectuales se hayan sustantivado a finales del
XIX no implica que slo desde entonces pueda detectarse su presencia como un
sector o una categora social diferenciada, con conciencia de s y hasta, en ocasiones, seguros de su comn propsito. Intelectuales existieron antes de "los intelectuales", aunque es discutible que lo que se pretende designar con esta voz
imprecisa pueda aplicarse a alguna categora social de la Edad Media sin tomar
antes tantas cautelas que en realidad vuelven su uso impertinente 2 . Sin duda, no
se comete ningn abuso cuando se habla de intelectuales para identificar a un sector social muy activo en las revoluciones de 1848, por ms que pueda parecer algo
reduccionista definir esos acontecimientos como la revolucin de los intelectuales.
Mucho menos podr calificarse de abusivo titular un libro "Los intelectuales en la
Europa del siglo XIX", pues algo muy similar a lo que aparece sustantivado a sus
finales existe ya desde sus comienzos y aun antes, como fue el caso de los "political men of letters" que sustituyeron en Francia los perdidos favores de la Corte
por sus propias sociedades o agrupaciones, por una "incorporation of their own".
Y por lo que se refiere a Estados Unidos, puede llamarse con toda propiedad intelectuales a esos "hombres de intelecto [que] se movan libremente y hablaban con
autoridad envidiable" dentro de la lite patricia fundadora del nuevo Estado pues,
en efecto, cuando Estados Unidos comenz su existencia nacional "los dirigentes
eran los intelectuales"^.

1. Pascal ORY y Jean-Francois SIRINELLI: Les intellectuels en France. De l'affaire Dreyfus a nos
jours, Paris, 1992, pp. 5-8; Christophe CHARLE: Naissance des "intellectuels" 1880-1900, Paris, 1990, pp.
55-57. Para Espaa, Inman Fox: "El ao 1898 y el origen de los 'intelectuales'", Ideologa y poltica en
las letras de fin de siglo (1898), Madrid, 1988, pp. 13-23.
2. Jacques LE GOFF: LOS intelectuales en la Edad Media, Barcelona, 1986. Cautelas: Maria Teresa
FUMAGALLI y Beonio BROCCHIERI: "El intelectual", en Le Goff, ed., El hombre medieval, Madrid, 1990, 193219- Concepto impreciso: Lewis Coser, Men of ideas, Nueva York, 1965, p. vii.
3. Lewis NAMIER: 1848: The revolution of the intellectuals, [1946], Londres, 1971; Christophe
CHARLE: Les intellectuels en Europe au XIX sicle, Paris, 1996; Edmund BURKE: Reflections on the
Revolution in France, [1790] Nueva York, 1959, p. 134; Richard HOFSTADTER: Anti-intelectualismo en la
vida norteamericana, Madrid, 1969, p- 135.
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Sin necesidad de convertir el trmino en una especie de transcendente histrico y ver intelectuales en todo tiempo y cualquier lugar bastar que esos hombres de letras, de ideas o de intelecto, sean "libres y compitan en un libre mercado intelectual" para que se pueda hablar con precisin de intelectuales en un
sentido muy similar al utilizado en la ltima dcada del siglo XIX. As, su presencia se puede remontar a los orgenes del capitalismo, con la autonoma de la sociedad civil respecto del Estado aunque no falten autores que prefieren ligar su aparicin a fenmenos poltico-culturales, como la Reforma y la Ilustracin.
Intelectuales existen desde que aparece una esfera pblica de debate a la que se
puede acceder a ttulo individual, libres por tanto de servidumbres corporativas o
de lazos de patronazgo eclesisticos o nobiliarios. A partir de esa posicin conquistada en el mercado de las ideas, la progresiva transformacin de la sociedad
capitalista en una direccin que desplazaba hacia polticos profesionales, encuadrados en partidos, la tarea asumida por los intelectuales desde las revoluciones
americana y francesa como adalides del pueblo y constructores del Estado les hizo
tomar una conciencia separada que acab por convertir en sustantivo una palabra
que antes todo el mundo usaba como adjetivo4.
Postular su presencia como indisociable de la sociedad capitalista y su sustantivacin como efecto del desarrollo del capitalismo no es arbitrario. A diferencia de la sociedad feudal, slo el capitalismo asegur, frente al poder poltico, una
esfera autnoma en la que fue posible la institucionalizacin del debate pblico
libre de vnculos de fidelidad a los seores y a las iglesias. Con el capital, surgieron las sociedades de lectura que aseguraban una audiencia ms amplia a aquellos "trabajadores con signos", capaces de transmitir sentido; se multiplicaron los
lugares de conferencias, mtines o debates, oficiales y privados, en los que reinaba la palabra; sobre todo, se consolidaron los soportes impresos que permitan
acceder a un gran pblico desconocido, llamar la atencin, enviar "panfletos de
agitacin cultural". A fin de cuentas, "todo intelectual es meditico", lo que es
decir, no hay intelectual que lo sea sin hacer uso de las nuevas posibilidades
comunicativas desarrolladas con la invencin de la imprenta muy especialmente
durante el siglo XVIII5.
Los intelectuales son por tanto inseparables de la constitucin de la sociedad
civil y de los procesos de alfabetizacin, de la aparicin de una minora lectora,
instruida, de ese pblico que Larra todava no encontraba en el Madrid de los aos
treinta, pero cuya existencia daba por supuesta en Barcelona y Cdiz, no por casualidad ciudades comerciales. De esas minoras educadas emergen la grandes figuras
precisamente porque el medio social es todava inculto o, ms exactamente, se
4. Gerald POPEL y Raj P. MOHAN: "Intellectuals and powers: S. M. Lipset, Julien Benda y Karl
Mannheim", y William C. MARTIN: "The role of the intellectuals in revolutionary institutions", en Raj P.
MOHAN, d.: The mythmakers. Intellectuals and intelligence in perspective, Nueva York, 1987, pp. 34 y
ss. Diferentes tipos de "intelligentsia jacobina" en sociedades preindustriales, Carl BOGGS: Intellectuals
and the crisis of modernity, Nueva York, 1993, pp. 11-36.
5. Trabajador con signos, Julia KRISTEVA: "Apndices de una horquilla moral", El Pais, 14 de
diciembre de 1989 Intelectual meditico, Fernando SAVATER: "Voltaire: libre, comprometido y feliz", en
Libre mente, Madrid, 1996, pp. 201-204.
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encuentra en algn momento de la transicin de la sociedad con mayora analfabate a la sociedad alfabetizada6: el gran intelectual que surge con el fin de siglo es
posible nicamente porque la masa de la poblacin apenas acaba de acceder a la
lectura y porque el ingreso en las instituciones de enseanza superior est reservado a los retoos de la burguesa. Por eso ser necesario tomar con cautela la
representatividad social de sus opiniones y actitudes y no aceptar sin mayor reserva el papel que ilusoriamente se atribuyen de hablar en nombre, o en sustitucin,
de un pueblo que se ha quedado mudo, sin palabra. Sin duda, ellos reclamarn
para sus valores y hasta para sus sentimientos personales una validez universal,
pero en realidad lo que expresan es la cultura de una minora de privilegiados que
se presentan en la escena pblica gracias a disfrutar de rentas familiares.
Imprenta y club, artculo y mitin, escribir y hablar, "writing and talking": tal es
"el modo central de influencia" de esta "nueva clase", que obtiene lo que busca por
medio de la retrica, publicando y hablando 7 . Los primeros intelectuales, como
cabeza de un pblico alfabetizado pero todava minoritario en sociedades de predominio rural, se constituyeron por la pluma y la palabra en el segundo poder que
Herzen atribua a los literatos rusos. Formaron como una especie de parlamento
social que compensaba la falta, o las limitaciones, de los parlamentos polticos, en
manos todava, all donde existan, de las oligarquas terratenientes. En Espaa, la
intelligentsia liberal, cuando retorna del exilio al que fue enviada por Fernando VII,
se coloca al frente de las luchas contra el absolutismo 8 . Encuadrada en la Milicia
Nacional fue protagonista, junto al pueblo o a su cabeza, de la revolucin liberal.
Muchos de ellos eran literatos, clrigos, filsofos y artistas, pero abundaban sobre
todo los abogados. Procedan, como sus homlogos europeos, de las clases medias
o medio-altas, vivan de rentas agrarias, posean una formacin jurdica y desempeaban alguna ocupacin funcionarial. Sus biografas se asemejan: la logia, el
club, el peridico, el presidio, el Parlamento, el Ministerio; en aquellos tiempos, el
talento discursivo y la imaginacin frtil habilitaban a un hombre para el gobierno,
escribir Azaa al evocar la primera generacin del Ateneo de Madrid. Y Prez
Galds, desconfiando de los abogados que hacen y deshacen las leyes, tena a la
poesa como germen de la sabidura poltica, exactamente como Vctor Hugo haba
proclamado en Francia. Nunca el Estado, aade Azaa, ha tenido servidores ms
brillantes; nunca la poltica y las letras han sellado ms ntimo acuerdo. Ese fue el
intelectual que mir al Estado como una proyeccin moral de su conciencia y que
a pesar de su rebelda juvenil acab recalando en el Parlamento o en la burocracia, destino que aguardaba al 91 por ciento de una muestra de escritores y periodistas de Madrid en la dcada de 1835-459.
6. Emilio LAMO DE ESPINOSA: "La sociedad de los intelectuales", en Sociedades de cultura, sociedades de ciencia, Oviedo, 1996, p. 212.
7. Alvin W. GOULDNER: Thefuture of intellectuals and therseofthe new class, Londres, 1979, p. 64.
8. Herzen citado por Vitali CHENTALINSKI: De los archivos literarios del KGB, Madrid, 1994, p. 13.
Para el retorno de "la intelligentsia exiliada", Carlos MARICHAL: La revolucin liberal y los primeros partidos polticos en Espaa, 1834-1844, Madrid, 1980, pp, 49-54.
9. Benito PREZ GALDS : La revolucin de julio, Obras Completas, Episodios Nacionales, vol. 4,
Madrid, p. 383- Manuel AZAA: Tres generaciones del Ateneo, Obras Completas, Mxico, 1966, vol. I,
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A este intelectual que todava no sabe su nombre le conviene, aunque no en


exclusiva, la definicin de mythmaker por su contribucin imprescindible en la
creacin del gran mitologema populista de redencin nacional. Literato o artista,
abogado o periodista, cre la cultura nacional y difundi el sentimiento cvico
patritico: el pueblo es el "buen hijo, sano, humillado y ofendido por la oligarqua" que espera de la palabra su redencin 10 . La bsqueda del espritu del pueblo tendr mucho que ver con el intento de concebir un orden social que no fuera
burgus pero que ya no poda ser feudal; hubo que ir al encuentro del pueblo en
una conveniente mitificacin de la historia e idealizacin de la Edad Media, en la
que descollaron los romnticos alemanes, crticos de su propio presente pero reticentes ante la alternativa que les ofreca Francia11. Los intelectuales liberales espaoles, por su parte, estaban convencidos de que Espaa haba sido grande en el
pasado y volvera a serlo en el futuro porque, a pesar del absolutismo, el "gran
ser de nuestro pueblo" haba conservado "su energa y su virtud latente". Es el
mismo pueblo que la guerra de la Independencia haba "destacado a la admiracin universal", en el que residan intactos "la entereza, la hombra y el arrojo"; el
pueblo que en 1854 volver a romper "con noble y fiero orgullo sus cadenas", que
deba su triunfo a "sus propias fuerzas, a su patriotismo, a su arrojo". Siglos de
absolutismo, de desvo de la historia, no haban bastado para destruir al "pueblo
noble y generoso" en el que se expresaba la santa voluntad del Seor12.
Pero todo esto es anterior a las revoluciones de 1848, cuya frustracin hizo
surgir en Europa otro tipo de intelectual que modific algunos de los elementos
de la mitologa redentora propia del romanticismo aunque permaneciera la misma
estructura de pensamiento y creencias. Pues fue entonces, a raz del fracaso de la
revolucin, cuando apareci un nuevo intelectual que vena tambin de las clases
medias y medio-altas y que posea una slida formacin acadmica pero que,
frente a sus inmediatos predecesores, constituy una intelligentsia radical y alienada. Estos nuevos intelectuales, que a pesar de su formacin acadmica no harn
carrera en las Universidades, ya no se encontrarn sin embargo con el pueblo,
sino con una clase obrera en formacin y se situarn respecto a ella en una posicin similar a la de los romnticos frente al pueblo, con una diferencia: esa clase
obrera se organiza, tiene sus agrupaciones y hasta aspira a constituir su partido.
p. 621. El dato final en David RINGROSE: Imperio y pennsula, Madrid, 1987, p. 161, que cita la tesis doctoral de Anne BURDICK: "The Madrid writer in Spanish society, 1833-1843", Universidad de California,
San Diego, 1983.
10. Intelectuales como creadores de mitos, Mohn, The mythmakers, cit.; mitologema de redencin popular, Jos LVAREZ JUNCO: "Los intelectuales: anticlericalismo y republicanismo", en J. L. GARCA
DELGADO, ed.: Los orgenes culturales de la II Repblica, Madrid, 1993, pp. 101-108, que lo aplica a los
de 1900 y pone de ejemplo a Unamuno.
11. Alvin GOULDNER: "Romanticismo y clasicismo", en La sociologa actual: renovacin y crtica,
Madrid, 1979, pp. 301-10912. Modesto LAFUENTE: Historia general de Espaa, Barcelona, 1889, vol. 22, p. 338; Manuel
AZAA: "Estudios sobre Valera", OC, vol. 1, pp. 981-3; Pi Y MARGALL: "Al Pueblo", 21 julio 1854; Sixto
CMARA: "Manifiesto de la Junta Nacional Revolucionaria al Pueblo", abril 1857, en Clara E. LIDA:
Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero espaol, 1835-1888. Textos y documentos, Madrid,
1973, pp. 96-99 y 117-122.
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Pero no llega por s misma a captar todo el sentido de su accin. Y es en este


punto donde encontrar a los intelectuales, que aportan al proletariado la conciencia socialista o, lo que es igual, el sentido de la historia, las leyes que rigen el
proceso histrico13.
En este intelectual anida una sospecha sobre los lmites de la cultura propia
del proletariado. La teora no puede proceder de l ni tampoco de los acadmicos ordinarios de la clase media, integrados como estn en el aparato del Estado
capitalista. Se necesita un tipo especial de terico que, para desarrollar su accin,
exigir un tipo especial de organizacin. Es el partido de vanguardia, depositario
del sentido de la historia y capaz de formular la estrategia necesaria para alcanzarlo, evitando al proletariado, por una parte, su nativa inclinacin a la integracin
en la sociedad capitalista y, por otra, su purismo ideolgico. El intelectual, en la
tradicin socialista, est ah como una especie de guardin contra el oportunismo
y el sectarismo 14 . Su papel de mediador entre la clase y la conciencia de clase se
complementa con su papel de dirigente: si el intelectual de antes del 48 conduca
al pueblo en el combate contra el absolutismo y el antiguo rgimen, por la nacin
y por la libertad, estos nuevos intelectuales formarn la mayor parte del liderazgo
de los partidos socialdemcratas y luego de los partidos bolcheviques o comunistas creados por la Tercera Internacional, como ms adelante, en las luchas por la
liberacin nacional de los pases del Tercer Mundo, ser una lite intelectual la
que ensear a los campesinos a organizarse para ir al asalto del Estado.
El intelectual que surge a fin de siglo en Francia y en Espaa en torno al affaireDreyfus y lo que podra entenderse como su versin espaola, la campaa para
la revisin de los procesos de Montjuich, "acta de nacimiento de los 'intelectuales'
espaoles" 15 , es un tipo diferente que, si se afirma en un acto de protesta o acusacin frente al Estado y si se erige en crtico de la sociedad burguesa, no por eso
asume el liderazgo del pueblo, como fue el caso de los romnticos en las revoluciones liberales, ni de la clase obrera, como ser el de los socialistas o anarquistas de las revoluciones proletarias. No quiere esto decir que se trate de un tipo de
intelectual que sigue o sustituye a los anteriores en un proceso evolutivo de carcter lineal. Como sus predecesores que pueden ser tambin sus coetneos y
hasta sobrevivirles, los que escriben para el pblico utilizando "en estos ltimos
tiempos el sustantivo intelectual" son diecinueve de cada veinte veces "literatos,
meros literatos"16. La diferencia fundamental entre unos y otros tampoco radica en
que escriban de diferente modo la historia de la nacin o inventen un nuevo mito
del ser nacional y vayan a buscar al pueblo en la tradicin eterna; ni siquiera en
que constituyan un mundo propio, con sus peridicos, tertulias y agasajos mutuos,
un mundo de difcil acceso para aquel pueblo con el que antes andaban mezcla-

13- Goran THERBORN: Ciencia, clase y sociedad. Sobre la formacin de la sociologa y del materialismo histrico, Madrid, 1980, pp. 323-326.
14. GOULDNER: The future, pp. 75-78.
15. Segn Paul AUBERT: "Intelectuales y cambio poltico", e n j . L. GARCA DELGADO, ed.: Los orgenes culturales de la II Repblica, Madrid, 1993, p. 28.
16. Miguel DE UNAMUNO: "Quines son los intelectuales?", Nuevo Mundo, 13 julio 1905.
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dos; sino porque pretenden intervenir en la vida pblica desde una posicin separada, reclamando una funcin especfica, y no como cabeza de otras clases o categoras sociales.
Su mito central no consisti en una vuelta al pueblo, si por tal se entiende el
pueblo que podan encontrar en la ciudad; desde luego, nunca pretendieron
situarse a la cabeza del pueblo urbano ni encabezar un movimiento campesino;
no tuvieron nada de populistas, ms bien al contrario, evitaron a ese pueblo que
tenan delante de sus ojos para buscar al verdadero pueblo en su origen incontaminado, en algn momento de la Edad Media, cuando todo el pueblo cantaba por
la boca del poeta. Son, como los liberales y los romnticos, disidentes; es ms,
convierten la disidencia en un signo de distincin: son intelectuales porque protestan de todo y contra todo; se erigen en arbitros morales de la nacin y gustan
de vestirse la toga de jueces airados de la clase poltica, pero son incapaces de
proponer un programa de accin, de sealar un objetivo: sienten una profunda
aversin a lo concreto. Si hubiera que definir lo que son, sienten y pretenden,
quiz no habra mejor manera de decirlo que con el elogio de Po Baroja a Benito
Prez Galds cuando celebraron el estreno de "Electra". Despus de dejar testimonio algo pattico de la inseguridad que les dominaba y de su incapacidad para
la accin, Baroja defini a Galds como un ejemplar de esos "hombres que tienen la terrible misin de representar el mundo de las ideas y de los hechos [y]
sobre los que recae una terrible responsabilidad pues no impunemente se puede
ser la conciencia de una multitud". Del intelectual de fin de siglo no se espera que
se site a la cabeza de nadie; se espera, sobre todo, que sea conciencia de la multitud17.
Esta referencia a la multitud nos pone en la pista del nuevo sujeto social que
determina la aparicin sustantivada del intelectual, relacionada con el desarrollo
del capitalismo en forma de sociedad de masa. Lo nuevo a final de siglo no es
tanto el intelectual como el espejo en que el intelectual se mira o sea, el pueblo y que acaba por transformar su mirada; ms exactamente, lo nuevo es el
hombre de letras y el artista que, al mirarse en el pueblo, ve la multitud, la masa,
le produce horror y se percibe entonces a s mismo como un ser aparte, con una
misin especfica ante la masa y frente al Estado, culpable de tan lamentable situacin. Mientras el pueblo fue pueblo -y en Espaa lo habra sido hasta la Gloriosa
Revolucin de septiembre de 1868- los intelectuales avant la lettre que eran aquellos poetas, literatos, abogados y publicistas que se ponan a su cabeza cuando
comenzaban a sonar fuerte sus pisadas, no necesitaron percibirse a s mismos
como categora separada. Es ms, toda su gloria consista en presentarse en comunin con el pueblo: ellos eran tambin pueblo, su voz ms que su conciencia, y
con el pueblo aparecan fundidos cada vez que el pueblo se decida a levantar la
cabeza. Todo haba comenzado a complicarse, sin embargo, cuando aquel pueblo, incapaz de mantener sus ltimas conquistas, cedi ante el empuje de la reaccin restauradora hasta caer en la ms completa abulia. Aquello ya no era pueblo;
17. Po BAROJA: "Galds Vidente", El Pas, 31 enero 1901. Jon Juaristi afirma que la "vuelta al
pueblo" es el "mito central" de esta generacin: El bucle melanclico, Madrid, 1997, p. 98.
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aquello era otra cosa que creca y creca al ritmo de la urbanizacin. Y no es sorprendente que los literatos, filsofos, poetas, publicistas que otrora se tenan como
parte del pueblo empezaran a dar muestras de inquietud ante esa nueva realidad
que les salt repentinamente a los ojos y amenazaba su posicin cuando se acercaba el fin de siglo18.
El descubrimiento de la masa arrastr consecuencias decisivas para la posicin asumida por el intelectual en la sociedad y frente a la poltica. A la vez que
literatos y publicistas se comenzaban a llamar a s mismos intelectuales, generalizaron el uso de la voz "masa" para designar a lo que hasta bier poco antes llamaban "pueblo". Una novelista nacida a mediados de siglo an poda escribir en
1882 que "el pueblo que copiamos los que vivimos del lado de ac del Pirineo no
se parece todava, en buena hora lo digamos, al del lado de all", pues aunque
mezclado con mil flaquezas, miserias y preocupaciones, la parte de pueblo que
Emilia Pardo Bazn tuvo la oportunidad de ver y tratar de cerca le sorprendi por
"el calor de corazn, la generosidad viva, la religiosidad sincera, el recto sentir".
Pero desde finales de siglo, la palabra "pueblo" perdi, como ha sealado Max
Adler, "su connotacin de comunidad para indicar, en cambio, la separacin, el
aislamiento de los intelectuales respecto al pueblo" 19 . La voz masa, que ya haba
utilizado Larra con notable y muy adelantada perspicacia y que a final de siglo era
motivo central y recurrente de la reflexin sociolgica y psicolgica, aparece siempre en ese marco de desolacin que tanto gustaban de evocar Unamuno y el
grupo de literatos tenido como fijo en la "nmina" de la generacin del 98 20 . Los
adjetivos que la connotaron de inmediato y para siempre fueron como los antnimos de los que connotaban hasta los aos ochenta la voz pueblo. Lo fueron
desde luego en el mismo Unamuno, que cuando no suba al cielo de la especulacin para contemplar al pueblo como "plasma germinativo, raz de la continuidad humana en el espacio y en el tiempo", lo defina simplemente como "animal
domstico", como "masa de hombres privados e idiotas que decan los griegos",
como "masa electoral y contribuible"; una masa inerte, de la que nada germina y
a la que ser intil dirigir la palabra porque "no responde": oye hablar de todo
esto, o sea, de la regeneracin, "como quien oye llover"21.

18. Aparicin simultnea de intelectuales y masas, Sebastian BALFOUR: "The solitary peak and the
dense valley: intellectuals and masses in fin de sicle Spain", Tesserae 1 (1994-95), p- 1.
19. Emilia PARDO BAZN: prlogo a la primera edicin de La tribuna, octubre de 1882, Madrid,
1989, p. 58; Max ADLER: El socialismo y los intelectuales [1919], Mxico, 1980, p. 137.
20. El pblico, escribi Larra, "por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular; suele ser su favorita la mediana integrante y charlatana, y objeto de su olvido o su desprecio el mrito modesto; olvida con facilidad e ingratitud los
servicios ms importantes y premia con usura a quien le lisonjea y le engaa": "Quin es el pblico
y dnde se encuentra?", 17 agosto 1832. Obras, Madrid, 1960, vol. I, pp. 76-77.
21. Miguel de Unamuno, carta a Timoteo Orbe, 8 de octubre de 1901, en Laureano ROBLES, ed.:
Epistolario indito, Madrid, 1991, pp. 99-100; "La vida es sueo. Reflexiones sobre la regeneracin de
Espaa", La Espaa Moderna, noviembre de 1898; "La regeneracin del teatro espaol" [1896], cit. por
Ciraco MORN ARROYO: El 'alma de Espaa', Oviedo, 1996, p. 84; En torno al casticismo [1895], Madrid,
1996, p. 168.
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Si Unamuno no oculta el desdn teido de misericordia y lstima que le inspiran "estas pobres muchedumbres, ordenadas y tranquilas, que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren", los efmeros componentes del grupo de "Los Tres"
tendrn a la masa como de "instintos protervos", segn deca Martnez Ruiz que deca
Baroja, quien sin necesidad de intrprete ya se encargaba de afirmar que "la masa es
siempre lo infame, lo cobarde, lo bajo". Maeztu, por su parte, vea a las masas fatigadas de tanto arrastrarse ante los sables y la sotanas y senta que, "a medida que
transcurren los aos, se acenta ms y ms la distancia entre la turba animal y los
hombres de razn y de conciencia. Dirase que el progreso slo redunda en los cerebros de l'lit'12. Pronto aparece, pues, el intelectual, tambin llamado hombre de
razn y de conciencia, separado de la turba, animal en la ocasin, aunque en esto,
como en casi todo, los literatos franceses llevaban ya mucho camino recorrido: a
George Sand, que le haba confesado sentirse "enferma del mal de mi nacin y de
mi raza", Gustave Flaubert haba contestado en 1871 que "la muchedumbre, la masa,
el rebao, ser siempre aborrecible", tanto como esa democracia cuyo sueo consiste en "elevar al proletario al mismo nivel de estupidez que al burgus"23.
No se trata slo de una impresin de literatos. En su respuesta a la
"Informacin" abierta por el Ateneo de Madrid sobre el caciquismo, y para mejor
argumentar la necesidad de cultura y la defensa del buen cacique como "principio de organizacin y de solidaridad en medio del atomismo anrquico y de la
indiferencia poltica de nuestras aldeas", Santiago Ramn y Cajal defina a "nuestro pueblo" como un organismo inferior dotado de "vida exclusivamente vegetativa"; un pueblo, pues, como el que vea Unamuno, incapaz de escuchar ni de
sentir. Y aun como precedente de esta actitud, es muy significativo que un institucionista de la primera hora, Manuel Bartolom Cosso, para urgir la necesidad
de reforma educativa identificara la inercia de las masas con la inexistencia de
pueblo: mientras el pueblo actuaba con libertad de pensar y posea una opinin
independiente y propia, la masa se adapta a la democracia ficticia que es el sufragio universal cuando falta pas. Rafael Altamira situaba, por su parte, en la falta de
empuje de "la masa nueva" el obstculo para romper "la obstruccin slida de los
polticos viejos" y, junto a los distinguidos catedrticos de la Universidad de
Oviedo, Buylla, Posada y Sela, atribua a la "masa ignorante" servir como base de
apoyo del "espritu intolerante y fantico" que defina a un sector de la sociedad
espaola cuando comenzaba el nuevo siglo24.

22. UNAMUNO: "El sepulcro de Don Quijote", Ensayos, Madrid, 1964, II, p. 71; discurso de
Enrique Olaiz en Jos Martnez Ruiz, La voluntad [1902] Madrid, 1989, pp. 235-239; BAROJA: "Vieja
Espaa, Patria nueva", El tablado de Arlequn, [1903], Madrid, 1982, pp. 53-55; MAEZTU: "Ideal nuevo",
El Progreso, 6 febrero 1898, recogido por E. Inman Fox en Artculos desconocidos (1897-1904), Madrid,
1977, pp. 72-73.
23. Herbert LOTTMAN: Gustave Flaubert, Barcelona, 1991, p. 316.
24. Respuestas de Ramn y Cajal y de Altamira, Posada, Buylla y Sela, en Alfonso ORT, ed.,:
Oligarqua y caciquismo vol. II, Informes y Testimonios, Madrid, 1975, vol. II, pp. 342 y 90-92; Manuel
B. Cosso: Congreso Nacional Pedaggico, 1882, cit. por Yvonne TURIN: La educacin y la escuela en
Espaa de 1874 a 1902, Madrid, 1967, pp. 38-39; Altamira a Costa, 3 agosto 1899, en G. J. CHEYNE, ed.:
El renacimiento ideal: epistolario de Joaqun Costa y Rafael Altamira, Alicante, 1992, p. 103.
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El intelectual como sustantivo aparece, por tanto, como correlato de la masa


inerte en cuanto mayora social. La conciencia de intelectual emerge como contrapunto de una visin de la sociedad dividida en una mayora amorfa, ignorante,
pasiva, ineducada, grosera, fcilmente manipulable por los polticos, y una minora selecta, dotada de inteligencia y sensibilidad, desdeosa de la poltica y formada por esas personalidades capaces de elevar una voz individual frente a la
masa. De este hecho, que est en la raz de la concepcin que de s mismo tiene
el intelectual a comienzos de nuestro siglo, se derivarn consecuencias para la
actitud que adopte ante la sociedad y la poltica de su tiempo. Ante todo, claro
est, de ese extremado individualismo que alguno de ellos elevar a categora filosfica lo individual es la nica realidad en la naturaleza y en la vida, escribe
Baroja como divagacin transcendental y del que todos ellos dejaron abundante testimonio. "Los que en 1898 saltamos renegando contra la Espaa constituida
y poniendo al desnudo las laceras de la patria, ramos, quien ms, quin menos,
unos eglatras", reconocer aos despus Unamuno. "Cada uno de nosotros buscaba salvarse como hombre, como personalidad", escribe en otra ocasin, cuando se pregunte sobre el destino de "los que hace veinte aos partimos a la conquista de una patria". El mismo Unamuno da la ms acertada respuesta: "slo nos
unan el tiempo y el lugar, y acaso un comn dolor: la angustia de no respirar en
aquella Espaa". Pero la coincidencia de que todos ellos partieran a semejante
conquista "al mismo tiempo, a raz del desastre colonial", no quiere decir que lo
hicieran de acuerdo. Unamuno recuerda bien que el semanario Vida Nueva los
haba juntado, "pero no nos uni. Fue una plaza donde se nos dej gritar a cada
uno su grito. Ningn santo y sea comn nos una. Ni deba unirnos" 25 .
Escrita esta evocacin en 1918, podra parecer que Unamuno someta a crtica a su propia generacin, comparndola con el propsito colectivo y organizado
de la siguiente y echndole en cara su incapacidad para cambiar aquella Espaa
de final de siglo que, segn l mismo reconoca, era la misma veinte aos despus. Pero no hay en su evocacin ni la sombra de una crtica: "As fue mejor,
mucho mejor. De all no sali, ni pudo ni debi haber salido una Liga, una comunidad, algo que implicase organizacin de partido poltico, por flojo y elstico que
sea. De all no pudo salir una cofrada o una hermandad". No importa cul fuera
la adscripcin ideolgica de su juventud, socialista, anarquista, revolucionaria26; y
ni siquiera si realmente tuvieron una o ms bien utilizaron tentativamente los
diversos lenguajes que tenan a mano, krausista, liberal, positivista, nietzscheano:
lo que importa es que estos intelectuales se presentan como conciencia de la multitud y simultneamente aborrecen la idea de comunidad o de organizacin; son
intelectuales, por tanto, como exaltacin de su individualidad frente a la masa y
en la medida en que cada cual eleva su grito con fuerza suficiente para alcanzar

25. La cita de Baroja abre su novela Csar o nada [1910] que Azorn comenta en ABC, 12 diciembre 1910. De UNAMUNO: "Nuestra egolatra de los del 98", El Imparcial, 31 enero 1916, y "La hermandad futura", Nuevo Mundo, 5 julio 1918.
26. Aunque haya corrido desde entonces mucha tinta, sigue siendo imprescindible Carlos
a
BLANCO AGUINAGA: Juventud del 98, 3 ed., Madrid, 1998 para esta cuestin.
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a un pblico. No hay en ellos un propsito comn, ningn santo y sea capaz de


unirles en alguna accin que vaya ms all de juntarse en la redaccin de un
peridico, en la publicacin de un manifiesto o en el ofrecimiento de agasajos y
homenajes de mutua admiracin. Les poda unir una sensibilidad, Lina manera de
contemplar el paisaje; no les una el propsito de incidir colectivamente sobre esa
realidad que tanto les angustiaba.
Esa egolatra que Baroja atribuir a su juventud no les impide, todo lo contrario, reclamar un espacio propio como tales intelectuales, lo que no dejar de
tener consecuencias decisivas para la concepcin y la prctica de su arte: un artista que se precie no produce para la masa. En una parodia de Agustn R. Bonnat,
publicada en Madrid Cmico, Godnez dice al Director: "Yo no escribo para el
vulgo", y propone en consecuencia romper con todo lo viejo, rutinario y anticuado reclamando la libertad absoluta que da "la luz, lo nuevo, lo extico". Lo nuevo,
lo joven, lo que nada tena que ver con el pasado adquiri repentinamente un
valor que los nuevos escritores pugnaban por visualizar por medio de la ruidosa
protesta colectiva, como la promovida a propsito del gran homenaje nacional a
Echegaray, en quien Azorn vea el smbolo de "los muchos que en la literatura,
en el arte, en la poltica, representan una Espaa pasada, muerta, conocida por los
prejuicios y por las supercheras, salteada por los caciques, explotada por una
burocracia concusionista.. ,"27. Sin duda, en la crisis del realismo y del naturalismo
influyeron factores propios a la escritura, pero no fue tampoco desdeable la
nueva percepcin que el artista tuvo de su pblico, formado potencialmente por
todos los que saban leer y escribir, que comenzaban a ser muchos y de muy zafio
paladar. Es conocido el esfuerzo realizado por los artistas para escribir desde principios de nuestro siglo obras hermticas, slo accesibles a minoras selectas,
empeo en el que los msicos consiguieron muy pronto una ventaja nunca perdida: ningn arte como la msica ha logrado el propsito de ser desertado no ya
por las masas sino incluso por un pblico medianamente culto pero slo muy
minoritariamente dotado para seguir el desarrollo sonoro de complejas frmulas
matemticas28.
Pero lo que interesa destacar en el actual contexto son los efectos que tal concepcin tuvo en la relacin de los intelectuales con la poltica. La primera, inmediata, fue la de reivindicar para ellos una funcin propia, la de educar a la masa,
la de indicar el camino: el "animal domstico" de Unamuno necesita del pedagogo que lo europeice. "La minora de europeos, nacidos y residentes en Espaa,
tenemos el deber y el derecho fraternales de imponernos a las kabilas", dijo el
mismo Unamuno en un discurso pronunciado en 1902 que paradjicamente le ha

27. "Oh, el Modernismo!", Madrid Cmico, 24 marzo 1900, cit. por Guillermo DAZ PLAJA:
Modernismo frente a Noventa y Ocho, 2- ed., Madrid, 1966, pp. 28-29. Para la protesta de Azorn, Cecilio
ALONSO: Intelectuales en crisis. Po Baroja, militante radical (1905-1911), Alicante, 1985, p. 25.
Homenaje a ECHEGARAY: ElImparcial, 19 y 20 de marzo de 1905.
28. John CAREY: The intellectuals and the masses, Londres, 1992, pp. 13-21 para el miedo de
algunos reconocidos literatos a ser entendidos por el gran pblico y los esfuerzos que hicieron para
evitarlo.
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valido fama de liberal. Aos antes, recin salido de "cierta honda crisis de conciencia", haba sentido la "profundsima persuasin" de ser nada menos que un
"instrumento en manos de Dios para contribuir a la renovacin espiritual de
Espaa"; misin divina que vio confirmada por sus "triunfos", por la popularidad
que iba alcanzando y que, como su elevacin al rectorado de la Universidad de
Salamanca, le enderezaba a ponerse "en situacin tal de autoridad y de prestigio
que haga mi obra ms fecunda". Azorn, por su parte, no tena menos clara la
misin que un poco como fatalidad impuesta por la naturaleza de las cosas recaa sobre el intelectual: alguno tendr que ser el educador de la masa proterva, "y
ese educador tiene que estar alto, para imponer una enseanza que la masa quiza
rehusara". "Es el intelectual, no el poeta de ojos tristes, ni el guerrero de cuartel, ni el empleado deleznable, ni el negro sacerdote es el intelectual quien
seala orgulloso el camino", escribe Maeztu entusiasmado por la aparicin de ese
nuevo ser, situado por encima de la torpeza y cobarda generales y portador de
un ideal integrador de regiones antagnicas y clases en pugna. Y si la masa es
renuente para recibir esa educacin, no quedar ms que blandir la palmeta de
dmine y el ltigo del domador, aade en otra ocasin el mismo Maeztu, ms
expeditivo que otros que vienen a decir lo mismo 29 .
Adems, corresponde a los intelectuales la tarea de juzgar a los polticos profesionales, liquidando de un plumazo el periodo de "osmosis entre dirigentes polticos y figuras intelectuales" que haba caracterizado a la Restauracin30 y, ms
lejos en el tiempo, al romanticismo y a la Ilustracin. Encarnaban aquellos hombres estrepitosos, escribir aos despus Luis Araquistin, "una protesta contra la
incompetencia y venalidad de los polticos... Era su indignacin una especie de
anarqLiismo literario, un grito cordial contra toda poltica". Para estos nuevos intelectuales, el tiempo en que los hombres de intelecto eran al mismo tiempo dirigentes polticos est acabado. Con ellos, el postulado de una masa infame arrastra siempre el correlato de unos polticos abyectos. Qu son los "jefes ilustres" de
los partidos sino unos "santones que tienen que oficiar de pontifical en las ocasiones solemnes"?, pregunta Unamuno. Y Martnez Ruiz escribe: "no hay cosa ms
abyecta que un poltico". Pero este desprecio hacia la poltica tampoco constituye
una diferencia espaola ni habra que vincularlo demasiado estrechamente con la
Restauracin y sus polticos. Despus de leer a un puado de autores franceses,
alemanes, ingleses, se preguntaba Edward Shils por qu razn "los escritores, los
historiadores, los filsofos y otros intelectuales, grandes algunos e interesantes
todos ellos, sentan tanta aversin hacia sus propias sociedades y hacia los dirigentes que las gobernaban". Es una caracterstica universal del intelectual de fin
29. UNAMUNO, carta a Orbe, cit.; "Discurso en el Ateneo de Valencia", El Mercantil Valenciano,
25 abril 1902; cartas a Giner de los Ros, 3 noviembre 1900, y a Mgica, 2 diciembre 1903, ambas en
D. GMEZ MOLLEDA: Unamuno "agitador de espritus"y Giner. Correspondencia indita, Madrid, 1977,
pp. 62-64 y 51-52; MARTNEZ RUIZ: La voluntad, cit.; MAEZTU: "Solidaridad espaola. II", Las Noticias, 29
septiembre 1899, e "Ideal nuevo", El Progreso, 6 febrero 1898, en Inman Fox, Ramiro de Maeztu.
Artculos desconocidos, 1897-1904, Madrid, 1977, pp. 142-144 y 72-73.
30. Carlos SERRANO: "Los intelectuales en 1900: ensayo general?", en C. SERRANO y S. SALAN:
1900 en Espaa, Madrid, 1991, pp. 85-106.
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de siglo, que en Espaa adquiere peculiares acentos a partir del Desastre pero que
viene arrastrndose desde la frustrante experiencia del sexenio democrtico 31 .
Como inmediata secuela de ese horror a la masa y a los polticos que la
representan, los primeros intelectuales sustantivados se mostrarn sin titubeos
contra la democracia. En el decenio 1890-1900, era un lugar comn considerar
que la raza -la que fuera, francesa, alemana, italiana o espaola- haba degenerado y que Europa haba entrado en un irresistible declive arrastrada por esa
nueva entidad llamada masa. En este clima moral, no fue difcil establecer una
rpida relacin de causalidad entre masa y perversidad de la democracia. Si la
masa era nmero y si el nmero decida la formacin de los gobiernos, entonces
los gobiernos estaban por definicin afectados del mismo dao que la masa. Una
y otra vez, los autores de fin de siglo vuelven a la idea de la democracia como
daada en su raz por el hecho de basarse en el sufragio universal, conviccin
adquirida antes de haber podido sentir el influjo de Nietzsche, aunqLie reforzada
inmediatamente por las traducciones que del filsofo alemn llegaban de Francia
y por el impacto que Degeneration, de Max Nordau, produjo entre los jvenes
literatos espaoles 32 . "A santo de qu ha de ser demcrata la aristocracia del
cerebro?", se pregunta Maeztu; y Martnez Ruiz, en un texto ejemplar aunque no
nico, concretar todava ms la pregunta: "Para qu votar? Para qu consolidar
con nuestra blanca papeleta candidamente al Estado?". La respuesta no sorprender a nadie: tras arremeter contra el Estado que esquilma a los trabajadores y
labriegos, Martnez Ruiz llega a la conclusin de que "la democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. Ni seores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas a nuestras amadas
y felicitaciones irnicas a cuantos crean ingenuamente en la redencin del pueblo por el parlamento y la democracia". Y Baroja, identificado ya con su personaje Fernando Ossorio, confesaba no saber si haba "alguna cosa ms estpida
que ser republicano" y no vea ninguna otra que "el ser socialista y demcrata".
Nada de extrao, pues, que proponga la supresin pura y simple del sufragio universal o que alardee de hablar mal de la democracia poltica, "la que tiende al
dominio de la masa y es un absolutismo del nmero" 33 . Unamuno, por su parte,
tras insistir en su conocida tesis de que la sociedad espaola era brbara ms qLie
degenerada, formada por "tribus de beduinos acampadas hace siglos en Espaa",
consideraba que el problema poltico espaol consista en una contradiccin

31. Luis ARAQUISTAIN: "La nueva generacin", Espaa, 29 julio 1915, p. 7; Edward SHILS: LOS intelectuales y el poder, Buenos Aires, 1976, p. 9.
32. "El desprecio a la democracia ha de ponerse en relacin con la admiracin que Nietzsche
despert en todos aquellos hombres", escribe Gonzalo SOBEJANO: Nietzsche en Espaa, Madrid, 1967,
p. 482. "De Francia vino su nombre a Espaa. Nordau, en su obra, nos lo dio a conocer": Po BAROJA
en "Nietzsche y su filosofa", Revista Nueva, 15 febrero 1899.
33- MAEZTU: "Solidaridad Espaola, I", Las Noticias, 22 septiembre 1899, en Fox: Artculos desconocidos, pp. 137-140; Martnez Ruiz, "La vida", Arte Joven, 15 abril 1901. Baroja, Camino de perfeccin [1902], Madrid, 1993, p. 294; "Vieja Espaa, patria nueva", "Democracia y mala educacin", El
tablado; Unamuno, "Discurso en el Ateneo de Valencia", cit.
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entre cultura y libertad y reprochaba a los liberales del siglo XIX haber luchado
por sta olvidndose de aqulla cuando, como todo el mundo saba, "con libertad no se hace conciencia". "Democracia! Soberana popular! Y qu es eso?", se
pregunta escptico ante esas muchedumbres a las que ve dirigirse sonmbulas y
tan contentas al precipicio, a no ser que el intelectual se plante ante ellas, las
sacuda y las despierte: un antidemocratismo menos pedestre que el de Azorn o
Baroja pero no por eso menos radical en sus implicaciones34.
Naturalmente, la actitud antidemocrtica se complementaba con la exigencia
de un poder superior no sujeto a los vaivenes de la multitud. Como si quisiera
desmentir por adelantado a la legin de estudios que lo presentan como un liberal de la cuna a la tumba, Baroja escribi en 1903 que "en Espaa no debemos ser
liberales". Y para que no quedaran dudas, creyendo, como crea Unamuno, en la
necesidad de coaccin para sacar a la masa de su incultura general, aadi sin
titubeos: "queriendo ser fuertes no podemos ser liberales; debemos ser autoritarios y evolutivos". La revuelta contra la masa y contra la democracia de masa se
expres en estos literatos transmutados en intelectuales como suspiro por "el hombre", el "buen tirano", el "cacique prudente y morigerado", el "tutor de pueblos",
el "hroe", "los fuertes", el "superhombre" o, ms directamente, el dictador que
arregle todo esto35. Por cierto, los literatos espaoles no andaban solos en estas
creencias. Un personaje de Knut Hamsum afirmar lo mismo con ms crudeza:
"Creo en el lder nato, el dspota natural, el amo, no el hombre que es elegido,
sino el hombre que elige por s mismo ser el gua de las masas". En Espaa, frente a un literato de la generacin anterior como Juan Valera, que todava elevaba
su voz contra "la superhumanidad y los superhombres", en defensa de una "democracia ilimitada" y para protestar de que "por ser pobre se condene a un ser humano a perpetua infancia, a incapacidad declarada por ley y a inevitable tutela", no
faltaron a fin de siglo jvenes intelectuales con "una vocacin militarista y dictatorial", e inclinados, por la lectura parcial de Nietzsche y su exaltacin del derecho de los fuertes, a frmulas autoritarias que afortunadamente no pasaron de
"meras imaginaciones especulativas", poco dados como eran a la accin36.
As se plantaron, pues, estos intelectuales ante la masa y esas fueron las primeras consecuencias de su descubrimiento: estticas: una escritura de minoras,
34. Unamuno, Informacin en el Ateneo de Madrid, en Joaqun COSTA: Oligarqua y caciquismo [1901], ed. de Alfonso Ort, Madrid, 1975, II, pp. 407-414. Para la democracia en Unamuno, Elias
DAZ: Revisin de Unamuno, Madrid, 1968, pp. 63-70 y la crtica de Pedro Cerezo, Las mscaras de lo
trgico, Madrid, 1996, pp. 357-362, y .
35. "No ideas, sino hombres", peda Unamuno; "personas que sepan ser tutores de pueblos",
buscaba Dorado; el buen cacique es figura de Cajal; "un buen tirano" o "abrir el campo a las energas de los fuertes" propona Baroja: de los primeros, sus respuesta a la Informacin sobre Oligarqua
caciquismo, cit., pp. 286, 413, 346; del ltimo, El tablado, cit, pp. 38
36. Cit. de Hamsun, CAREY: The intellectuals, pp. 4-5; vocacin militarista: Sobejano, Nietzsche,
p. 483, que menciona a Maeztu, Salaverra, Burguete y Azorn a rachas. El contraste entre los jvenes
del 98 y un liberal antiguo como Juan Valera no puede ser ms llamativo: "Elogio de Don Antonio
Cnovas del Castillo. Discurso de recepcin del autor en la Real Academia de Ciencia Morales y
Polticas el 18 de diciembre de 1904", OC, vol. III, 1229-1244. Cita final, Vicente CACHO: Repensar el
noventa y ocho, Madrid, 1997, p. 68.
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con divagaciones filosficas y psicolgicas que ayudaron "a catapultar la ficcin


espaola a modos experimentales ms de diez aos antes de que en el resto de
Europa irrumpiera la ficcin anti-realista"37; sociales: su concepcin como categora separada, como una aristocracia del cerebro, por decirlo en palabras de
Maeztu; polticas: desprecio hacia los polticos y el parlamento, rechazo de la
democracia y del sufragio universal. Intelectuales que despreciaban a la masa pero
que se sentan aterrados por su emergencia y ascenso, quiz porque "nada teme
ms el hombre que ser tocado por lo desconocido"; preocupados por el futuro de
la alta cultura y del pensamiento elevado, profetas airados de la decadencia y crticos radicales de la democracia: tales fueron las actitudes polticas bsicas de estos
escritores del fin de siglo, no slo en Espaa 38 .

37. Roberta JOHNSON: Fuego cruzado. Filosofa y novela en Espaa (1900-1934), Madrid, 1997,
p. 26
38. Intelectuales despectivos y temerosos de la masa, Josep FONTANA: Europa ante el espejo,
Barcelona, 1994, p. 146; aterrados, preocupados y airados, aunque cuidadosos de no romper los vnculos con la burguesa, Arno MAYER: La persistencia del Antiguo Rgimen, Madrid, 1984, pp. 254-255.
La frase entrecomillada abre Masa y poder, de Elias Canetti, Madrid, 1983 Ediciones Universidad de Salamanca

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