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ENRIQUE GUINSBERG

Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco


Mxico DF

ESCRITOS DESDE
UN PSICOANLISIS
NO DOMESTICADO

Sitio web Carta Psicoanaltica, Xalapa


www.cartapsi.org

2006

INDICE

1.-Presentacin..............................................................................................................................4
2.- La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis....................................................................6
3.- Introduccin a las nociones de salud y enfermedad mental............................................24
4.- El trabajo argentino en salud mental: la prctica entre la teora y la poltica.........................51
5.- La prctica psicoanaltica con sectores populares: aspecto
olvidado de la relacin con el marxismo........................... 69
6.- Psicoterapias con vctimas de las dictaduras latinoamericanas............................................ 83
7.- Comentario al libro de Peter Watson Guerra, persona y destruccin................................. 109
8.- Algunas consecuencias de la ausencia de la nocin de subjetividad
en los procesos revolucionarios................................................................ 116
9.- El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal......................................................... 130
10.- El malestar cultural en la ciencia ficcin? de Ray Bradbury............................................. 156
11.- Subjetividad y medios masivos en la poltica de nuestro tiempo........................................ 175
12.- Una recuperacin crtica de Wilhelm Reich?.......................................................................... 186
13.- Las religiones laicas de nuestro tiempo........................................................................... 207
14.- Psicoanlisis, cultura y poder.............................................................................................. 215
15.- Los Encuentros de psicoanalistas y psiclogos marxistas de La Habana....................... 233
16.- Proyectos, subjetividades e imaginarios en los 70 y en los 90 en Latinoamrica............... 257
17.- La comprensin de las diferencias: necesidad y riesgo....................................................... 292
18.- Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi.............................................308
19.- Fantasas (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy dira Freud sobre sexualidad............... 334
20.- Reflexiones sobre la guerra, la sociedad y la condicin humana.........................................350
21.- Medios y formacin psicosocial.......................................................................................... 376
22.- Migraciones, exilios y traumas psquicos............................................................................ 394
23.- Una evaluacin actual de la antipsiquiatra....................................................................... 415
24.- Apuntes sobre psicopatologa de nuestra vida cotidiana:
-Automvil, ...........................................................................................................................426

-Futbol..................................................................................................................................435
-Telfonos celulares............................................................................................................... 443
25.- Crticas cinematogrficas de pelculas deIngmar Bergman:
-Fresas silvestres..................................................................................................................449
-Luz de invierno............................................................................................................... .460
26.- Miedo e inseguridad como analizadores de nuestro malestar en la cultura........................ 474
27.- La molesta presencia? De MarieLanger............................................................................ 498
28.- Vigilar y castigar, hoy......................................................................................................... 511
29.- Psicologa de masas de Bush.............................................................................................. 531

PRESENTACION
Con la edicin del presente libro virtual se cumple una vieja aspiracin, ahora concretada gracias
al sitio Carta Psicoanaltica y a su animador, el colega y amigo Julio Ortega: una compilacin de textos
escritos y publicados a lo largo de mucho tiempo con centro en una temtica muy clara y explcita, una
determinada lectura de la praxis psicoanaltica, definida como no domesticada. Sera reiterativo sealar
aqu lo que se quiere decir con esto, que surge de manera ntida en la totalidad de los artculos, bastando
con indicar que se trata de una perspectiva donde jams se renuncia ni se deja de lado el vnculo profundo
del sujeto psquico con el marco histrico y social concreto en que ste se forma y desarrolla, con todas
las consecuencias que derivan de ello. Algo muy diferente tanto al del psicoanlisis tradicional y ortodoxo,
como al de la mayora de las corrientes -sobre todo las que giran alrededor de los planteos lacanianos-,
que en los hechos incluyen poco o nada tal relacin; o que dicen hacerlo pero que en realidad la limitan al
terreno verbal, aterrizando escasamente en la situacin concreta de nuestro tiempo concreto, as como
permaneciendo en prcticas del psicoanlisis tradicionales aunque cambien algunas formas.
Por supuesto no se trata de una perspectiva nueva, sino de la recuperacin y/o recreacin de una
antigua que tuvo algunos momentos importantes en el desarrollo psicoanaltico, no casualmente coincidentes con pocas donde existieron fuertes conmociones sociales y polticas. Y que hoy, por razones muy
conocidas y que se indican en algunos artculos, no est precisamente de moda sino todo lo contrario, con
las consecuentes dificultades para su continuacin. Lo que refuerza la necesidad de mantener tal camino.

Los artculos seleccionado slo son una parte de los escritos y publicados, aunque los considerados ms importantes y representativos de las distintas lneas de intereses encaradas en varias dcadas.
Aqu se transcriben en un orden ms o menos cronolgico, excepto los dos primeros que se consideran
como los ms expresivos de los ejes centrales de tales intereses: la relacin hombre-cultura, y los sentidos
polivalentes de la nociones de salud mental. En cada uno de ellos se indica donde fueron publicados,
agregando a lo largo de los ellos -marcado con un asterismo (*) en negrita y tamao mayor-, algunas
actualizaciones, derivaciones a otros artculos donde se contina con la temtica del trabajo, o sealamientos
autocrticos en torno a lo escrito en otra poca.

Una observacin importante es que muchas cosas (ideas, conceptos, bibliografa) se repiten en
diferentes trabajos: no debe olvidarse que cada artculo fue independiente de los otros, por lo que se
consideraba necesario recordar algo ya escrito, reforzarlo o colocarlo en un nuevo contexto. Lo que en
cada de ellos poda entenderse como til, tal vez cambia un poco al publicarse todos en un mismo libro.
Mucho de lo escrito fueron presentaciones en diferentes reuniones, otra parte surge del trabajo
acadmico, y una cantidad muy significativa lo fue como integrante y codirector de la revista Subjetividad
y Cultura, nacida en 1991 y que hoy se mantiene viva pese a las conocidas dificultades que vive el mundo
editorial.
Tambin es importante sealar que esta compilacin integra slo escritos en torno al tema del
ttulo, no figurando -salvo dos textos que pueden verse como muestra representativa- los realizados en
torno a otro fundamental centro de inters dentro de la perspectiva transdisciplinaria encarada: el papel y
aporte de los medios masivos de difusin en la formacin del sujeto psicosocial de nuestro tiempo, y los
planteos respecto a la actualidad del pensamiento crtico en el campo comunicolgico

LA RELACION HOMBRE-CULTURA, EJE DEL


PSICOANALISIS * *
No importa si el hecho existi o no, pero lo cierto es que el mundo psicoanaltico destaca con
orgullo la afirmacin que Freud le habra hecho a Jung, en 1909 y durante el viaje en barco a Estados
Unidos para participar en las conferencias de la Universidad de Clark, de que les llevaba la peste.
Sealaba as el caracter revulsivo y subversivo de su teora para las mentalidades conservadoras
y tradicionales, resistentes tanto a las nuevas ideas como a todo aquello que cuestionara su visin del
hombre y del mundo. Actitud freudiana que se mantendra, al punto de afirmar en alguna oportunidad que
precisamente un criterio para medir la autenticidad del psicoanlisis sera el de no ser aceptado1 . Coincidente con esta idea dir en 1910 en una conferencia que la sociedad no se apresurar a concedernos
autoridad [ya que] no puede menos que ofrecernos resistencia, pues nuestra conducta es crtica hacia ella;
le demostramos que contribuye en mucho a la causacin de las neurosis. As como hacemos del individuo
nuestro enemigo descubrindole lo reprimido en l, la sociedad no puede responder con solicitud simptica al intransigente desnudamiento de sus perjuicios e insuficiencias; puesto que destrumos ilusiones, se
nos reprocha poner en peligro los ideales2 .
Sera muy largo, y no es el centro del presente trabajo, sealar mltiples aseveraciones semejantes.
Baste, por ltimo, destacar su resistencia a la conciliacin y subordinacin de sus planteos cuando, en
1918, dice: Nuestro estimado amigo J. J. Putnam, en esos Estados Unidos que ahora nos son tan hostiles, deber perdonarnos que tampoco podamos aceptar su reclamo de poner al psicoanlisis al servicio
de una determinada cosmovisin filosfica e imponrsela al paciente con el fin de ennoblecerlo. Me atrevera a decir que sera un acto de violencia, por ms que invoque los ms nobles propsitos3 . Se entien* El presente trabajo fue presentado al Coloquio A 60 aos del malestar en la cultura realizado en Mxico en
noviembre de 1990 y organizado por la Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco. La presente versin tiene
algunos cambios y agregados. El ttulo original fue De pestes, pesticidas y autovacunas: el presente de una ilusin.
Fue publicado en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1, 1991, en la revista Giros de Aspa, Asociacin de
Psicoanlisis y Psicologa Social, San Jos de Costa Rica, N 2, 1992, y en el Apndice de la 2 ed. del libro Normalidad,
conflicto psquico, control social, Plaza y Valds, Mxico, 1996.
1
Pramo Ortega, Ral, Sobre la miseria de la literatura psicoanaltica, en Sentimiento de culpa y prestigio revolucionario, Martn Casillas Editores, Mxico, 1982, p. 89.
2

Freud, Sigmund, Las perspectivas futuras de la teraputica psicoanaltica, en Obras completas, Amorrurtu Editores,
Buenos Aires, tomo XI, p. 139.

den entonces las consideraciones de uno de sus discpulos cuando afirma que parece que el destino de
sus opiniones fuera el de provocar escndalo [...] En esto parece que su destino fuese el de contraponerse con sus concepciones, en un momento dado, a las concepciones aceptadas general y gustosamente4 .
Ahora, pasado ya bastante tiempo de tales afirmaciones puede decirse que el psicoanlisis sigue
siendo considerado una peste y rechazadas sus postulaciones generales? No es evidente que tal marco
terico se ha desarrollado de manera impetuosa, teniendo un amplio reconocimiento en muchos lugares
del mundo, penetrando incluso en importantes reas de la cultura general? Tal cambio (excepto, claro, en
sectores ideolgicamente muy retardatarios), lo ser exclusivamente por el reconocimiento y aceptacin
de la validez general de los planteamientos psicoanalticos, o puede pensarse que tambin -y en gran
medida junto a ello- se debe a que un mayoritario sector del que puede definirse como psicoanlisis
oficial e institucional abandon los aspectos subversivos y revulsivos del mismo al actuar como
pesticidas y autovacunarse, alcanzando as reconocimiento y adaptndose al precio de una castracin
terico-prctica? *
Si lo que resultaba incompatible con lo ideolgica y moralmente imperante era, sobre todo en los
comienzos del psicoanlisis, la introduccin de las nociones de inconciente y, especialmente, la importancia de las de la sexualidad, hoy es incuestionable como las mismas ya no resultan tan molestas e incluso son
aceptadas en un grado muy alto. Es tambin evidente que la significacin de la sexualidad ahora es muy
diferente a la de la poca de Freud, estando presente en mltiples aspectos de la vida cotidiana en la
mayor parte del mundo. Hoy casi resulta inentendible lo que Freud escribe en la obra que provoca esta
reunin: La cultura de nuestros das deja entender bien a las claras que slo permitir las relaciones
sexuales sobre la base de una ligazn definitiva e indisoluble entre un hombre y una mujer, que no quiere la
3

Freud, S., Nuevos caminos de la terapia psicoanaltica, Idem, t. XVII, p. 160.

Reik, Theodor, La reflexin de Freud sobre cultura, en Braunstein, Nxtor, A medio siglo de El malestar en la
cultura de Sigmund Freud, Siglo XXI, 5 ed. 1988, p. 128 y 127.

* En un trabajo posterior (Guinsberg, E., Desde la lectura de El malestar en la cultura: los psicoanlisis entre la
peste y la domesticacin?, revista Imagen Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de Psicoterapia Psicoanaltica,
Mxico, N 9, 1997) se incluye como inicio algo claramente vinculado a lo anterior: Ya en los lejanos finales de los 20
Wilhelm Reich preguntaba en su obra terica ms conocida y divulgada, si puede tolerar la burguesa el psicoanlisis sin sufrir dao, esto es, sin que sus conocimientos y formulaciones sean adulterados y su sentido diludo. Y
prrafos despus responda de manera contundente y preocupante: Si el mundo burgus no condena al psicoanlisis, cul es entonces la actitud que adopta frente a l? Por un lado est la ciencia, sobre todo la psicologa y la psiquiatra y, por el otro, el pblico lego. De ambos puede decirse lo que una vez dijo Freud a manera de broma: no se
sabe si aceptan el psicoanlisis para defenderlo o para destrurlo (Reich, W., Materialismo dialctica y psicoanlisis, Siglo XXI, Mxico, 6 ed. 1976, p. 75-76, cursivas mas).

sexualidad como fuente autnoma de placer y est dispuesta a tolerarla solamente como la fuente, hasta
ahora insustituida, para la multiplicacin de los seres humanos5 .
Por ello no resulta extrao que, pese a sus planteos subversivos, el psicoanlisis penetrara tan
profundamente en esos Estados Unidos que se le resistan, subsistiera e incluso creciera sin dificultad ni
represin en pases, como por ejemplo Argentina y Uruguay, sometidos a dictaduras con signos de moralidad retardataria (incluso a pesar de que algunos de los miembros de tales dictaduras definieran al mismo
Freud como delincuente ideolgico y subversivo6 ), e incrementara su presencia (sin dificultades mayores) en prcticamente todo el mundo.
La aparente contradiccin deja de serlo cuando se piensa en trmino de la ltima de las peguntas
formuladas prrafos atrs. Efectivamente, puede pensarse que un psicoanlisis que llegase a convertirse
en moda sera seriamente sospechoso, porque el psicoanlisis contiene elementos subversivos del orden
establecido7 . La solucin es, obviamente, quitarle todos esos elementos subversivos, de manera que el
orden establecido (el que fuere) no se sienta molestado. Por lo visto tales elementos no lo son tanto la
sexualidad y el inconciente -que les resultan ms o menos digeribles o soportables- sino lo que Freud
aborda desde siempre pero que profundiza en sus obras llamadas sociolgicas de los ltimos aos de su
vida: las relaciones que se establecen entre el hombre y la cultura, con cuestionamientos que ya no
resultan tan fcilmente aceptables. Pero es precisamente aqu donde funcionan de manera determinante los pesticidas y las autovacunas, al precio de la apuntada castracin pero con la
ventaja de una aceptacin redituable en todos los terrenos y sin los peligros que podra ocasionar el
mantenimiento de una praxis cuestionante.
No puede entonces sorprender que El malestar en la cultura, junto a escritos semejantes (sobre
todo El porvenir de una ilusin, Moiss y el monotesmo, etc), sea uno de los escritos ms incmodos
5

Freud, S., El malestar en la cultura, t. XXI, p. 102. Es cierto que luego dice que desde luego, es este un cuadro extramo
[y] es notorio que ha demostrado ser irrealizable, aun por breves perodos; slo los dbiles han acatado un menoscabo
tan grande de su libertad sexual, pero esto no cambia su idea sobre la realidad preponderante de la poca. * Sobre la
situacin actual al respecto vase mis ensayos Fantasas (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy dira Freud sobre
sexualidad, en este mismo libro virtual; y El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales, en revista
virtual Carta Psicoanaltica, Mxico, N 7, 2005, www.cartapsi.org
6

La importante cantidad de analistas obligados a exiliarse lo fue por la postura comprometida asumida previamente y de
la que se har mencin posteriormente. Sobre el tema ver mi artculo El trabajo argentino en salud mental: la prctica
entre la teora y la poltica, en los libros Sociedad, salud y enfermedad mental, 3 ed. UAM-X, 1981, y en Normalidad,
conflicto psquico, control social, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed., 1990. Se reproduce en este libro virtual.
7

Pramo Ortega, R., Psicoanlisis, psiquiatra y medicina, en ob.cit., p. 172.

salidos de la pluma de Freud y, de hecho, casi lo coloca en un ndice prohibido, por lo que no deja de
ser significativo que a pesar de la enorme actualidad y trascendencia de todos y cada uno de los temas
abordados, el nmero de autores que se ocupa seriamente en desarrollar y continuar algo de los elementos
que contiene es bastante escaso8 .
Tal negacin, desvalorizacin o silencio se produce al menos de dos maneras aparentemente diferentes pero en definitiva no tan distintas. Una primera, preponderante en los psicoanlisis9 institucionales
y ortodoxos, va desde una no inclusin de sus problemticas hasta la mencin de alguna de sus afirmaciones fuera de contexto o utilizando las que convienen (cmo, para no pocos que convirtieron al psicoanlisis en una especie de religin laica10 dejar de recordar una obra de Freud?), pero marginando los
cuestionamientos ms profundos y radicales (en definitiva los reales) de tales obras, anulando en ltima
instancia todo riesgo que dificulte la aceptacin por los sistemas vigentes.
Una segunda manera, mucho ms sutil y realizada con o sin intencin conciente de ello, es la que
acepta los planteamientos freudianos centrales e incluso realiza trabajos y eventos sobre El malestar en la
cultura, pero igualmente los esteriliza o les hace tambin perder su significacin radical y su peligrosidad.
En estos casos, que a veces son similares a los de la primera manera, se hace nfasis en dos
aspectos: 1) la reiteracin en la contradicin o antagonismo entre hombre y cultura; 2) la refirmacin,
sobre todos en los ltimos aos de crisis de los pases del socialismo real, en los sealamientos crticos
freudianos a premisas ideales de aquellos, remarcndose entonces la imposibilidad de construccin de
utopas en torno a la relacin hombre-cultura, sean las provenientes del campo social y poltico, o de
estudiosos y aceptantes del psicoanlisis (Marcuse entre otros). Lo que no se hace en estos casos es
salir de lo general para entrar en lo concreto de las formas actuales, y sus consecuencias en el
psiquismo de los hombres, del conflicto que se destaca. De forma que una visin tan universal no slo
esteriliza la posibilidad de bsqueda no de una eliminacin sino una disminucin de las consecuencias del
conflicto (aspecto que, como se ver luego, Freud tiene muy en cuenta), evita por tanto un cuestionamiento
8

Pramo Ortega, R., Reflexiones sobre El malestar en la cultura de Sigmund Freud, en ob.cit., p. 78 y 79.

Se habla de los y no el psicoanlisis ante la diversidad de corrientes y versiones actuales del mismo, incluso dentro
de cada una de las escuelas existentes.

10

Luego de haber utilizado en varias ocasiones el concepto de religiones laicas (vlido, preponderante pero no
exclusivamente, para las utilizaciones dogmticas del psicoanlisis y el marxismo, veo que Serge Moscovici, en La era
de las multitudes (Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1985, p. 444 y siguientes) habla de religiones profanas con
idntico sentido. * El artculo las religiones laicas de nuestro tiempo puede verse en el presente libro virtual.

de estas formas concretas (en virtud de un fenmeno universal e inevitable) por lo que no se contrapone
a ninguna forma social especfica, y de hecho (aunque no explcitamente) fomenta la bsqueda de salidas
individuales ante la imposibilidad de solucin a un conflicto entendido como irreversible11 .
Las consideraciones precedentes se hacen porque se considera que los planteamientos formulados en El malestar en la cultura y en obras coincidentes con tal inters, pueden ser entendidas
no slo como centrales del pensamiento psicoanaltico, sino tambin implican una problemtica
que de alguna manera modifica (o permite otra lectura, al posibilitar otra inclusin), de los planteos
tericos de Freud12 .

Un salto atrevido o una osada intromisin

Si bien es cierto que esta obra y otras que algunos llaman sociolgicas implican una problemtica
influenciada por las difciles y complejas circunstancias de su tiempo (la guerra 1914-18, el triunfo comunista en la URSS y luchas similares en otros pases, el ascenso del fascismo en Italia, el crecimiento del
nazismo, etc), tambin lo es que, como afirma Paul Ricoeur, el psicoanlisis no es nicamente una teraputica; [...] desde el principio quiso ser, y lo ha sido, algo ms: una interpretacin de la realidad humana
en su conjunto13 .
Esto no es slo una interpretacin sino un reconocimiento del propio Freud, que escribe como tras
el rodeo que a lo largo de mi vida di a travs de las ciencias naturales, la medicina y la psicoterapia, mi
inters regres a aquellos problemas culturales que una vez cautivaron al joven apenas nacido a la actividad del pensamiento14 . Inters tambin explcito en la carta que, en enero de 1936, enviara a su amigo
Romain Rolland: Usted sabe que mi trabajo cientfico se haba fijado la meta de esclarecer fenmenos
11
Vase, a modo de ejemplo, el libro citado en nota 4, donde nunca se sale de las formulaciones generales y abstractas
vlidas para todo y siempre, y por tanto para nada-, no tocndose en ningn momento aspectos concretos. Al
escribirse este trabajo para un Encuentro similar a efectuarse diez aos despus, no es posible saber qu ocurrir en ste
cuando no se conoce an el programa concreto y los contenidos de lo que se presente, esperndose una superacin tan
necesaria. * Lo que por supuesto no ocurri en la mayora de los casos, en consonancia con las tendencias hegemnicas
actuales del campo psicoanaltico: sobre esto vase mi ensayo Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo
psi, includo en este libro virtual.

12
No sorprende por tanto que Strachey diga, en su Introduccin, que por todo lo dicho, se apreciar en seguida que
El malestar en la cultura es una obra cuyo inters rebasa considerablemente a la sociologa (en ob.cit., p. 63). Pero s
sorprende que haya quienes la vean como sociolgica.

inusuales, anormales, patolgicos, de la vida anmica; esto es, reconducirlos a las fuerzas psquicas eficaces tras ellos y poner de manifiesto los mecanismos actuantes. Primero lo ensay en mi propia persona,
luego en otros y, por fin, mediante una osada intromisin, en el gnero humano como un todo15 . Para
Enrique M.Urea este salto atrevido -es su traduccin en lugar de osada intromisin- implica el salto
de las experiencias individuales de la praxis clinica a una interpretacin de la cultura humana en su totalidad; el Psicoanlisis de Freud pasara as a colocarse al lado de las grandes interpretaciones de la Historia
y de la Sociedad humana16 .
Es en este contexto que tiene otra significacin la afirmacin hecha en una de sus obras postreras:
Si suponemos la persistencia de tales huellas mnmicas en la herencia arcaica -de las que, dice, no puede
prescindir-, habremos tendido un puente entre psicologa individual y de las masas; podremos tratar a los
pueblos como a los neurticos individuales17 . Y en la obra que provoca esta reunin, luego de hacer
referencia a una masa afectada neurticamente de una manera homognea, se pregunta de qu valdra
el anlisis ms certero de la neurosis social, si nadie posee la autoridad para imponer a la masa la terapia?, pero a rengln seguido escribe que a pesar de todos estos obstculos, es lcito esperar que un da
alguien emprenda la aventura de semejante patologa de las comunidades culturales18 .
En este marco de lectura de la obra freudiana, son muy coherentes las apreciaciones de Moscovici
que, categricamente, entiende que sus obras y sus actividades [de Freud] prueban que al psicoanlisis
ataen los fenmenos de multitudes y que no podra quedarse encerrado en la ms estricta clnica19 . Y,
lcidamente, se pregunta el por qu de la negacin de gran parte del mundo psicoanaltico de sus obras
sociales, respondiendo: Se ve bien que no se trata de unos vagones separados de la locomotora que se
hubiesen salido de la va, sino de un tren entero slidamente enganchado que ha tomado una direccin
inesperada. Por no haber percibido esta unidad, includo el vnculo de esta psicologa religiosa con la
13

Ricoeur, Paul, Psicoanlisis y cultura, en Sociologa contra psicoanlisis, Planeta/Agostini, Barcelona, 1986, p.
208. El ttulo del Coloquio que reproduce el libro, realizado a mediados de los aos sesenta en Bruselas con la participacin de Umberto Eco, Lucien Goldmann, Andr Grren, Guy Rosolato, etc, en realidad fue Critique sociologique et
critique psychanalytique.
14

Freud, S., Posfacio (1935) a la Presentacin autobiogrfica, en T. XX, p. 68.

15

Freud, S., Carta a Romain Rolland, t. XXII, p. 213.

16

Urea, Enrique M., La teora de la sociedad de Freud, Tecnos, Madrid, 1977, p. 79.

17

Freud, S., Freud y la religin monotesta, t. XXIII, p. 96.

psicologa de las multitudes, todo se transtorna y deviene inquietante. Freud no est ya en Freud. Y para
disimular su desconcierto, no se tiene otro recurso que buscar explicaciones sin pie ni cabeza. En primer
lugar se afirma que, siendo obras de un hombre de edad avanzada, estn desprovistas de valor cientfico.
As como, durante mucho tiempo, los escritos de juventud de Marx fueron expurgados de su obra, a
causa de su carcter filosfico, as tambin los escritos de vejez de Freud son ignorados, con el pretexto
de ser restos mitolgicos. Se condenaba a los primeros al ostracismo, pretendiendo que Marx los haba
compuesto antes de la edad en la que se puede hacer ciencia seria. Se disimulan los segundos (por
cuanto tiempo?) con el pretexto simtrico de que Freud, llegado al lmite de edad no poda ya hacer
ciencia seria20 . Negando esta negacin, el autor, irnicamente, entiende que tambin en la ciencia es
vlido el consejo segn el cual es preferible dirigirse a Dios que a sus santos. O a sus exgetas21 .
En rpida sntesis, Moscovici formula la siguiente hiptesis: El inters de Freud por la psicologa de
las multitudes representa un viraje radical, una verdadera revolucin en su investigacin, y por lo tanto en
el psicoanlisis. Tras de haber pesado el pro y el contra, he llegado a una conclusin: franqueado este
recodo, nos encontramos en presencia de dos teoras distintas y no, como suele imaginarse habitualmente,
de una extensin de la misma22 . Al compararla con las tambin dos teoras de Einstein (la relatividad
restringida y la general) considera que de la misma manera, antes de la ruptura en cuestin habra una
teora psicoanaltica restringida, del individuo y de la familia, de la neurosis y de los sueos, que cierra la
evolucin de la psiquiatra y de la psicologa clsicas [...] Para no detenernos -escribe despus- digamos rpidamente que, cuando se pasa de la teora psicoanaltica restringida a la teora general, se cambia
por completo de universo. Se tiene la impresin de abandonar la astronoma, la ciencia de los sistemas
planetarios aislados por la cosmologa, la ciencia de la vida y de la muerte de las multitudes de estrellas y
de galaxias que vemos en una noche refulgente23 . Ni ms ni menos.
Es que para Freud, aunque evidentemente esto puede discutirse, slo una ciencia, la psicologa,
engloba toda la realidad, tal como lo escribe en 1932: Es que en verdad la sociologa, que trata de la

18

Freud, S. El malestar en la cultura, ob.cit., p 139.

19

Moscovici, ob.cit., p. 295.

20

Idem, p. 278.

21

Idem, p. 280.

conducta de los hombres e la sociedad, no puede ser otra cosa que psicologa aplicada. En sentido
estricto slo existen dos ciencias: la psicologa, pura y aplicada, y la ciencia natural24 . Claro que de ser
as, aunque se reitera que esto puede ser no compartido, resulta an ms vlida la afirmacin de Moscovici,
que luego agrega con base en tal afirmacin de Freud: La psicologa no es una disciplina que se divida el
pastel de la verdad con las otras ciencias y trate de recabar el trozo mayor. Engloba toda la realidad
humana -includa la historia y la cultura, y nada de sta le es ajeno. Dedcese de esto que, en contra de una
opinin muy difundida, los estudios de Freud no son contribuciones a tal o cual ciencia: Ttem y tab a la
antropologa, El porvenir de una ilusin a la ciencia de las religiones, Moiss y la religin monotesta a
la historia, Psicologa de las masas y anlisis del yo a la sociologa, y as los dems. Indudablemente,
estudia los materiales acumulados en estas diversas esferas. Discute sus interpretaciones corrientes, pero
para reducirlas a la psicologa, y en particular -esta es la versin del autor- a la psicologa de las multitudes,
de los que cada uno de estos aspectos constituye una faceta25 .
Sentada la importancia del material analizado es posible ahora pasar a algunas consideraciones
sobre el mismo. Al entenderse que su contenido es conocido no se trata de resumir sus planteamientos,
pero s es sustancial discutir la afirmacin que se hace al decir que su preocupacin fundamental gira en
torno al concepto de antagonismo irreductible entre el hombre y la civilizacin, tal como Freud lo formula
en El malestar en la cultura26 . Una lectura atenta de la obra utilizada para tal afirmacin (la clsica
traduccin de la edicin espaola) no permite encontrar explcitamente tal contenido, y al no citarse pgina
alguna -a diferencia de todas las otras citas del mismo libro- puede pensarse que se trata de una conclusin del autor. No es el objetivo de esta discusin hacer una de esas torpes polmicas puntillistas y
obsesivas tan clsicas en algunos trabajos bizantinos sobre la obra de Freud, sino puntualizar una diferencia que se considera absolutamente central ante una postura que de manera alguna es exclusiva del autor
citado.
Es cierto que Strachey tambin menciona un antagonismo en sus Notas introductorias a los
22

Idem, p. 287.

23

Idem, p. 288-289.

24

Freud, S., 35 conferencia, En torno de una cosmovisin, de las Nuevas conferencias de Introduccin al Psicoanlisis,
tomo XXII, p. 166.
25

Moscovici, Idem, p. 292. Aqu es interesante destacar como el mismo Freud se defiende, en una de sus obras postreras,

textos de Freud, pero su significacin es muy diferente: en un caso dice que este fue el primer examen
cabal que hizo Freud del antagonismo entre la cultura y la vida pulsional, y ms tarde habla del irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura27 . Freud,
a su vez, seala la oposicin entre cultura y sexualidad28 .
Puede verse que no se trata de problemas de palabras sino de conceptos: en lo ltimo sealado se
indica cmo la cultura impone restricciones al hombre -especficamente en su vida pulsional-, no siendo
para nada lo mismo enfrentar al hombre antagnicamente con la cultura, postura en la que parece
olvidarse, ni ms ni menos, que no es posible pensar un hombre sin cultura: como escribe Marcuse, El
principio del placer tiene que ser sustitudo por el principio de la realidad si la sociedad humana quiere
salir de la fase animal para subir a la fase de la naturaleza humana29 .
En la obra de Freud puede percibirse una cierta confusin al respecto: habla a veces del hombre
primitivo o del primordial, pero nunca los v fuera de la cultura sino como parte de otra cultura (ms
primitiva y menos limitante). Por ejemplo dice que parece establecido que no nos sentimos bien dentro
de nuestra cultura actual, pero es difcil formarse un juicio acerca de pocas anteriores para saber si los
seres humanos se sientieron ms felices y en qu medida, y si sus condiciones de cultura tuvieron parte
en ello. Y ms adelante seala una tambin limitacin de tal hombre: De hecho, al hombre primordial las
cosas le iban mejor, pues no conoca limitacin alguna de lo pulsional; en compensacin, era nfima su
seguridad de gozar mucho tiempo de semejante dicha. El hombre culto ha cambiado un trozo de posibili-

de esta parcializacin que se hace de su teora. Refirindose a la lucha contra el psicoanlisis por parte de sus opositores,
escribe que contina, slo que en formas ms civilizadas: Nuevo es, s, que en la sociedad cientfica se ha formado
una suerte de paragolpes entre el anlisis y sus opositores, gentes que aceptan algo del anlisis y hasta se declaran sus
partidario bajo hilarantes clusulas restrictivas, pero en cambio desaautorizan otra parte, cosa que nunca consideran
haber proclamado en voz alta. No es fcil colegir lo que los mueve a esta eleccin. Parecen ser simpatas personales.
Uno toma a escndalo la sexualidad, el otro lo inconciente; particular disfavor parece despertar el hecho del simbolismo.
A estos eclcticos no parece importarles que el edificio del psicoanlisis, aunque inacabado, constituye aun hoy una
unidad de la que cualquiera no puede arrancar elementos a su capricho (34 conferencia, Esclarecimientos,
aplicaciones, orientaciones, de Nuevas conferencias de introduccin al psicoanlisis, en t. XXII, p. 128; cursivas
mas). Resulta evidente, aunque s es posible entender sus causas, que esto tambin es aplicable al propio campo
psicoanaltico y, aunque Freud no mencione este aspecto, tambin esto resulta vlido para lo ya sealado respecto al
tema aqu tratado.
26

Kolteniuk, Miguel, Cultura e individuo, Grijalbo, Mxico, p. 11.

27

Strachey, James, Notas introductorias a La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (tomo IX, p.
162), y a El malestar en la cultura, t. XXI, p. 60).
28

Freud, S., El malestar en la cultura, ob.cit., en p. 105

dad de dicha por un trozo de seguridad30 * .


Por ello es evidentemente cierto que la cultura limita los deseos humanos, pero tambin lo es -y
Freud lo estudi en la obra que nos convoca- que sin ella no seramos humanos, por lo que resulta
imposible separar hombre y cultura. No es entonces ms adecuado dejar de utilizar el trmino de
antagonismo, prefiriendo el de conflicto o el de contradiccin, que igualmente implican una oposicin
y una lucha pero que no es llevada a trminos de enfrentamiento absoluto como ocurre con el primero? No
se trata, se reitera y se espera que quede claro, de una simple discusin de palabras sino de conceptos
que pueden llevar a cambiar toda la visin que se tenga del hombre, la sociedad y su evolucin, y
del propio psicoanlisis y su praxis.

Articulacin de deseo y cultura, competencia del psicoanlisis

Entendido de esta manera cambia entonces el panorama, no vindose a la cultura slo como una
prfida limitante de un supuesto hombre que sera totalmente feliz sin ella, sino tambin como algo imprescindible para el hombre. Y sin la cual, valga la repeticin, no sera tal (resultando imposible -entre tantas
otras cosas seguramente mucho ms importantes- hacer Encuentros como ste).
Es ms, no debe olvidarse que Freud seala claramente como nuestra constitucin limita nuestras
posibilidades de dicha (y) mucho menos difcil es que lleguemos a experimentar desdicha, reconociendo
como causantes de los sufrimientos tres causas: la fragilidad de nuestro cuerpo, la hiperpotencia de la
naturaleza y la insuficiencia de las normas que regulan los vnculos recprocos entre los hombres en la
familia, el Estado y la sociedad31 .
Si bien Freud considera que nunca dominaremos completamente la naturaleza (y) nuestro organismo, l mismo parte de ella, ser siempre una forma perecedera, limitada en su operacin y adaptacin32 ,
-lo que no debe tener, dice, un efecto paralizante-, mucha mayor importancia le otorga al tercer factor:

29

Marcuse, H., La idea del progreso a la luz del psicoanlisis, en el libro de autores varios Freud en la actualidad,
Barral Editores, Barcelona, 1971, p. 558
30

Freud, S., El malestar en la cultura, p. 88 y 111-112, cursivas mas.

*
Sobre esto ltimo ver un desarrollo mayor en el artculo Miedo e inseguridad como analizadoresde nuestro malestar
en la cultura en este mismo libro virtual.

Diversa es nuestra conducta frente a la tercera fuente de sufrimiento, la social. Lisa y llanamente nos
negamos a admitirla, no podemos entender la razn por la cual las normas que nosotros mismos hemos
creado no habran ms bien de protegernos y beneficiarnos a todos33 .
No es exagerado pensar que aqu se encuentra el centro del conflicto hombre-cultura y, evidentemente el ms polmico y a la vez negado. Como correctamente seala Pramo, no es casual que
en mbitos mdicos y psicoanalticos pretendan reducirse las fuentes del sufrimiento a slo las dos primeras, para as no afrontar la mucho ms compleja y verdadera causa: las malas relaciones en la familia, el
Estado y la sociedad. Nos encontramos as, pues, frente a un claro desplazamiento de una conflictiva no
afrontada en las relaciones humanas, hacia factores de infelicidad como el destino (supremaca de la
naturaleza) o enfermedad (caducidad de nuestro cuerpo), para poder seguir reprimiendo los orgenes
ms reales de los problemas de relaciones humanas y, no en ltimo trmino, de los problemas de las
relaciones de produccin. As pues, si se encadena el psicoanlisis a la medicina se le convierte en cmplice de la represin de problemas humanos ms reales y se le esteriliza para la crtica de las ideologas34 .
En Freud no es as, sobre todo al reconocer que en la regulacin de los asuntos humanos no existen
los progresos que s se producen en el dominio de la naturaleza35 . En una carta que le enviara a Putnam
puede verse su comprensin de la necesidad de cambios en esta perspectiva: Creo que su queja de que
no podemos compensar a nuestros pacientes neurticos por renunciar a su enfermedad est plenamente
justificada. Pero me parece que la culpa de esto no la tiene la teraputica, sino las instituciones sociales.
Qu quiere que hagamos cuando una mujer se queja de su vida frustrada, cuando, pasada ya la juventud,
se de cuenta de que se ha visto privada de la alegra de amar por razones meramente convencionales?
Tiene toda la razn, y nos sentimos impotentes ante ella... Pero el reconocimiento de nuestras limitaciones teraputicas refuerza nuestra determinacin de cambiar otros factores sociales para que los
hombres y las mujeres no sigan vindose obligados a vivir situaciones desesperadas36 .
Negar la importancia que Freud atribuye a la necesidad de cambios culturales sera tan ridculo e
imposible como querer ver en l a un lcido poltico o revolucionario, coherente en sus formulaciones de
cmo hacerlos y cules deben ser hechos. En lneas muy generales -no existe el espacio para un desarrollo
31

Freud, S., Idem, p. 76 y 85.

32

Freud, S., Idem, p. 85.

33

Freud, S., Idem, p. 85.

detallado de sus planteos-, nunca dejar de reiterar el malestar que provoca la sofocacin de los
deseos pulsionales por la cultura, as como la imposibilidad de realizacin total de la felicidad deseada por
el principio del placer37 , pero tampoco dejar de reconocer que buena parte de la brega de la humanidad
gira en torno de una tarea: hallar un equilibrio acorde a fines, vale decir, dispensador de felicidad, entre
esas demandas individuales y las exigencias culturales de las masas, aunque de inmediato se pregunta si
mediante determinada configuracin cultural ese equilibrio puede alcanzarse o si el conflicto es insalvable38 .
Sin embargo esta duda no le inhibe para sealar como eso debe buscarse, reconocer la importancia
de cambios en las formas de propiedad39 , e incluso aceptar la necesidad de la rebelin: En cuanto a las
restricciones que afectan a determinadas clases de la sociedad, nos topamos con unas constelaciones
muy visibles, que por otra parte nunca han sido desconocidas. Cabe esperar que estas clases relegadas
envidien a los privilegiados en sus prerrogativas y lo hagan todo para librarse de su plus de privacin.
Donde esto no sea posible, se consolidar cierto grado permanente de descontento dentro de esa cultura,
que puede llevar a peligrosas rebeliones. Pero si una cultura no ha podido evitar que la satisfaccin de
cierto nmero de sus miembros tenga por premisa la opresin de otros, acaso la mayora (y es lo que
sucede en todas las culturas del presente), es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa
hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan mediante su trabajo, pero de cuyos bienes participan en
medida sumamente escasa. Por lo que huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un nmero
tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse ni lo merece40 .
Puede entonces verse que el tan comentado pesimismo de Freud (no es este el momento para
discutir si tal afirmacin es vlida o no), no es tan extremo como para considerar iguales a todas las
34

Pramo Ortega, R., Reflexiones sobre El malestar en la culura de S. Freud, ob.cit., 9. 82.83

35

Freud, S., El porvenir de una ilusin, t. XXI, p. 6-7.

36

Citado por Jacoby, Russell, en La amnesia social, 2 Culturas, Barcelona, 1977, p. 182 (cursivas de Jacoby). El autor
toma el dato de James Jackson Putnam and Psychoanalysis: letters Between Putnam and Freud, ed. Nathan G.Hale,
Cambridge, Massachussetts, 1971, p. 90-1.

37

El malestar en la cultura, t. XXI, p. 83. Una felicidad tal es tan utpica como la nocin de salud mental que
formula la Organizacin Mundial de la Salud: no slo la ausencia de enfermedad sino el perfecto estado de bienestar
psquico, fsico y social (aunque tiene la ventaja de destacar la influencia de todos los factores sealados en aquella).

culturas en lo relativo al malestar que causan al hombre. De aqu lo peligroso, e incluso retrgrado, de
quienes hablan de la cultura como malestar en general y en abstracto, sin ver las formas concretas de cada una de ellas. Es acaso necesario dar ejemplos sobre las diferencias, pasadas y presentes,
para mostrar lo rdiculo de tal generalizacin?
De ser as, por qu entonces el (o los) psicoanlisis no estudian las formas que asume cada cultura
concreta y sus efectos en el psiquismo del hombre? No le corresponde categricamente tal anlisis de
ser, como destaca Ricoeur, que el objeto mismo del psicoanlisis no es la pulsin -quiero decir la pulsin
sola, la pulsin desnuda-, sino la relacin del ser de deseo con el ser de cultura; est claro entonces por
qu el psicoanlisis no puede ser relegado a la regin del deseo, sino que todo lo que concierne a la
articulacin del deseo con la cultura es de su competencia?41 . No significa tal vez algo similar, o puede
entenderse as, la afirmacin de Lacan al decir que el descubrimiento, el progreso de Freud estn en la
manera de tomar un caso en su singularidad, entendiendo por esto que el inters, el fundamento, la
esencia, la dimensin propia del anlisis es la reintegracin por el sujeto de su historia hasta sus ltimos
lmites, es decir hasta una dimensin que supera ampliamente los lmites individuales?42 .

Algunos estudios necesarios y posibles

Lo que se quiere enunciar con todo lo anterior es si, en esta poca donde tanto se habla de diferentes lecturas (de Freud y de cualquier autor), no es pertinente postular la necesidad de retorno a las
sealadas preocupaciones de Freud, dando a sus trabajos en general una lectura desde la pers-

38

Freud, S., idem, p. 94.

39

Si se cancela la propiedad privada, se sustrae al humano gusto por la agresin uno de sus instrumentos; poderoso
sin duda, pero no el ms poderoso aclarando luego en una nota que quin ha conocido la pobreza no puede ser
acusado de no mostrar buena voluntad ante la lucha por establecer la igualdad de riqueza entre los hombres, y lo
que de esta deriva. Ms adelante expresa que parceme tambin indudable que un cambio real en las relaciones de
los seres humanos con la propiedad aportara aqu ms socorro que cualquier mandamiento tico; empero, en los
socialistas, esta inteleccin es enturbiada por un nuevo equvoco idealista acerca de la naturaleza humana, y as pierde su valor de aplicacin (El malestar en la cultura, p. 110 y 138-9).
40

Freud, S., El porvenir de una ilusin, p. 12. Aos ms tarde, y pese a las crticas que refirma sobre el marxismo, no
duda en definir que se haya realizado ahora en Rusia el ensayo grandioso de un orden nuevo [...] En una poca en que
grandes naciones proclaman esperar su salvacin de la sola refirnmacin cristiana, la revolucin en Rusia -a pesar de sus
desagradables detalles- produce el efecto del evangelio de un futuro mejor, aunque luego duda de sus resultados (35
conferencia, En torno de una cosmovisin de Nuevas conferencias..., ob. cit., p. 167.

pectiva aqu planteada. Lectura que de manera alguna implica negar otras posibles, ni mucho
menos un retorno a lo ya escrito exclusivamente, sino una permanente creacin y recreacin ante
las nuevas y diferentes formas concretas que asumen en cada caso la relacin hombre-cultura.
Sera verdaderamente imposible de enumerar todas las situaciones donde se trata tanto de ver
cmo se aplican las observaciones ya realizadas por Freud, como las no estudiadas por l y las nuevas
surgidas posteriormente. Algunas de stas, y slo a modo de ejemplos:

1.- Si de manera criticada por algunos sectores de izquierda, pero necesaria y adecuada en definitiva,
Freud hizo importantes observaciones sobre las utopas socialistas y religiosas, nunca las hizo -y casi
nada sus seguidores, salvo rarsimas excepciones-, con la realidad social de su poca. No es de manera
alguna errneo suponer que el sistema social capitalista o de economa de mercado (trmino que parece
preferirse ahora) tambin produce consecuencias especficas en el psiquismo, pudiendo aventurarse que
incluso son ms graves o por lo menos tanto como las del socialismo real (en verdad la crtica de Freud
apuntaba a las sealadas utopas y no a las concretas consecuencias de ste) * . Sin ir ms lejos, cuando
seala los que considera tres calmantes para los sufrimientos de la vida -diversiones, satisfacciones
sustitutivas, drogas43 -, no puede dudarse que inclua al marco social en que viva, y es de preguntarse qu
dira en este momento cuando tales calmantes (los tres, no slo una drogadiccin altamente extendida)
acentan su presencia en una realidad que, al menos en los pases desarrollados, ha alcanzado un importante bienestar econmico y ha superado, en gran medida, restricciones sexuales. En este sentido sera de
fundamental importancia estudiar las consecuencias psquicas tanto del culto al consumo -donde no
pocas veces se confunde hasta el Yo con las mercancas, considerndose que stas constituyen la identidad44 -, como las formas tambin concretas que en este marco social asume la destructividad, tan sealada
por Freud pero en general, en las relaciones sociales -aspecto fundamental de la cultura- entre las personas, naciones y clases sociales.

2.- Puede parecer sorprendente, pero no es mucho lo que el (o los) psicoanlisis han aterrizado en la

41

42

Ricoeur, P., ob. cit., p. 209.

Lacan, Jacques, Introduccin a los comentarios sobre los escritos tcnicos de Freud, en revista Dialctica, Escuela
de Filosofa y Letras de la Universidad Autnoma de Puebla, N 6, 1979.

comprensin de las caractersticas especficas del psiquismo de pueblos concretos como producto de su
historia. Poco o nada hay, por ejemplo, sobre la influencia que producen las modalidades de la familia
mexicana (aunque esta es una generalidad) en el proceso del futuro sujeto, y en este sentido han dicho ms
Octavio Paz y algunos antroplogos que los psicoanalistas. Lo mismo puede decirse de una sociedad
como Argentina, con un hiper-desarrollo en la difusin del psicoanlisis, donde son inexistentes las elaboraciones de la relacin hombre-cultura (y que, por la crisis ya casi crnica de ese pas, mereceran atencin
porque hasta podran decir algo respecto a sta).

3.- En los ltimos tiempos, y en virtud de los rpidos y profundos cambios que se producen en el campo
social -sobre todo en el tecnolgico- no es equivocado pensar que toman un rol cada vez ms importante
las relaciones extra-familiares45 , con las modificaciones consiguientes en el conocimiento clsico que se
tiene sobre el peso y caractersticas del papel de la familia. Ya algunos psicoanalistas han destacado la
incidencia de los medios masivos de difusin, pero poco o nada han estudiado su aportacin al proceso de
constitucin del psiquismo (su importancia en las identificaciones, construccin del principio de realidad,
marco valorativo para el superyo, promocin de satisfacciones sustitutivas, necesidades que satisface y
fomentan su consumo, etc)46 . Este problema -no slo en lo relativo a los medios- est tomando una crucial
importancia y merece una profunda atencin, pero implica una capacidad de pensar lo nuevo que generalmente no tienen los seguidores dogmticos de teoras y/o lderes.

4.- Si una de las premisas del trabajo analtico es hacer conciente lo inconciente, se trata tambin de
comenzar a pensar como esta no puede reducirse a lo que constituye tal tarea en la prctica dominante
actual, sino incluir tambin lo vinculado a todas las relaciones que la persona concreta establece con

Esta temtica la he desarrollado posteriormente en varios trabajos, uno de los cuales El psicoanlisis y el malestar
en la cultura neoliberal- puede verse en el este libro virtual. Vase tambn mi libro La salud mental en el neoliberalismo,
Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed, 2004.

43

Freud, S., El malestar en la cultura, p. 75. * La nocin de calmantes la considero un aspecto fundamental para la
comprensin de cmo los sujetos se adecan en los marcos sociales: sobre esto un desarrollo mayor en mi artculo Los
medios masivos como calmantes, revista Texto Abierto, Universidad Iberoamericana-Len, N 5, 2004.
44

Podr vincularse a esto lo que Freud escribe precisamente en El malestar en la cultura: El hombre se ha convertido
en una especie de dios-prtesis, por as decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca todos sus rganos auxiliares; pero estos no se han integrado con l, y en ocasiones le dan todava mucho trabajo (p. 90).

su realidad concreta y que escapan a su conciencia (entre tantos otros los sealados en el punto 1).
Que esto puede ser peligroso y difcil es cierto, pero acaso no lo fue para Freud y sus primeros
discpulos hacer lo mismo con la sexualidad? El peligro no consistir, sobre todo, en los riesgos que
implica para la cmoda adaptacin actual del psicoanlisis, que muchas veces no duda en interpretar
una militancia poltica crtica hacia el sistema pero nunca las formas actualmente normales de aceptacin
acrtica de vida47 , con lo que esto puede significar para ser nuevamente definido como peste y subversivo?

5.- Y acaso lo anterior no debe tambin aplicarse para analizar el rol que ocupa la mujer en casi todas las
sociedades pasadas y presentes?; cuntos analistas comprenden e interpretan el papel subordinado que
tienen para, haciendo conciente lo inconciente, promover y lograr una situacin diferente evitando as
algunas de sus consecuencias psquicas, sin aceptar la normalidad de tal situacin subordinada en nombre de un irremediable complejo biolgico de castracin y consecuente envidia del pene? No implica
sto el enntender como no necesario de anlisis la normalidad actual -aceptada mayoritariamente por
las propias mujeres- de que los hombres se comporten como caballeros, aunque sto de hecho signifique una postura de superioridad frente al sexo dbil, con sus consecuencias en mltiples actos de la
vida cotidiana (desde proteccin hasta hacerse cargo de todos los gastos)?48 .
6.- Luego de escrito y presentado este trabajo se produce la guerra del Golfo Prsico * . Sin hacer aqu
comentarios sobre sus significaciones polticas, econmicas, militares, etc., de manera inevitable surgen

45

Marcuse lo ha entendido: El desarrollo social, que ha destronado al individuo tambin ha reducido al mnimo la
funcin individualizadora de la familia a favor de potencias mucho ms efectivas. La joven generacin es llevada hacia
el principio de realidad menos por medio de la familia que por medios exteriores a sta; la juventud aprende a conocer las
formas de comportamiento y las reacciones socialmente tiles fuera de la protegida esfera privada de la familia. El padre
moderno no es ningun representante efectivo del principio de la realidad y la relajacin de la moral sexual facilita el dejar
atrs el complejo de Edipo: la lucha contra el padre ha perdido mucho de su decisiva importancia psicolgica (Marcuse,
Herbert, La doctrina de los instintos y la libertad, en el libro de varios autores Freud en la actualidad, ob.cit., p. 538).
* Esta problemtica la he desarrollado ms en Familia y tele en la estructuracin del Sujeto y su realidad, revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 5, 1995 -puede verse en el sitio web de esa revista, www.plazayvaldes.com/syc1/-; y
en Televisin y familia en la formacin del sujeto, en Lozano, Jos Carlos y Benassini, Claudia (ed.), Anuario de
Investigacin de la Comunicacin V, Consejo Nacional para la Enseanza y la Investigacin de las Ciencias de la
Comunicacin / Universidad Iberoamericana, Mxico, 1999.
46

Sobre esto vase mi libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formacin psicosocial, 1 ed,
Nuevomar, Mxico, 1986; 2 ed. Pangea/UAM-Xochimilco, Mxico, 1989; 3 ed. (ampliada) Plaza y Valds, Mxico, 2005.

mltiples interrogantes desde nuestra disciplina: es todava posible considerar a las guerras slo desde los
conocidos y limitados sealamientos hechos por Freud?; puede el psicoanlisis hacer algunas aportaciones que se integren con los factores polticos, econmicos, etc.? Los anlisis realizados al respecto mostraron tanto confusin como a veces un lamentable psicologismo -quin que lo haya visto puede olvidar
que un conocido analista ortodoxo y muy institucional dijo, en un programa de TV, que las motivaciones
de Sadam Hussein tenan por causa el ser un hijo no deeado?-, sin olvidar que no pocos reiteran ahora que
el nico campo realmente objeto de estudio del psicoanlisis es el clnico.

7.- Con todas las reservas sobre el planteo de Goldmann (algunos aspectos ya fueron sealados en los
puntos anteriores), que reitera observaciones de la Escuela de Frankfort, merece atencin su propuesta:
Habr que analizar en investigaciones concretas las diferentes formas de patologa social y especialmente, en las sociedades occidentales contemporneas [aunque no slo en estas, EG], la cosificacin, la
sustitucin de lo cualitativo y lo humano por lo cuantitativo, las patologas de la organizacin burocratica y
tecnocrtica. Pero sean cuales fueren esas formas de patologa social, son fundamentalmente diferentes de
las formas patolgicas de la libido; unas son en efecto patologas del sujeto transindividual, de la cooperacin, de la divisin del trabajo, y las otras patologas del individuo49 .

Esto, y mucho ms, abre sin dudas campos nuevos y con amplias perspectivas para un desarrollo
psicoanaltico que se realice con la lectura aqu sealada. Y no se diga que esto no es anlisis -frase
tan remanida en aquellos que identifican este marco terico slo con la clnica-, o se trata de poltica,
47

Sobre la vinculacin que de hecho, ms que tericamente, se hace entre normalidad y salud mental, vase mi libro
Normalidad, conflicto psquico, contral, social, ob.cit. * n este libro virtual una idea al respecto en el artculo
Introduccin a las nociones de salud y enfermedad mental.
48

Gerard Mendel plantea al respecto algo muy interesante: El Padre, tal como se presenta favorablemente en su imgen,
sobrevaluada e inflacionista, en las sociedades patriarcales, tanto en las religiones del Padre como en la teora freudiana
(el Vatercomplexe) no es un hecho de la naturaleza, sino ms bien el lugar geomtrico donde coinciden todos los
elementos de la desigualdad entre los sexos, una desigualdad de origen social, cultural, histrico. Y contina con algo
importante para la prctica analtica en relacin a lo sealado: Una desigualdad que sigue estando muy presente, por
ms que haya disminudo. Y, en relacin con lo que acabamos de escribir, siempre nos ha parecido indispensable
introducir una variante en las curas que nosotros hemos llevado a cabo. En efecto, una vez que se han expresado las
distintas maneras mediante las cuales se manifiesta la envidia por el pene en la mujer -y slo despues de ello-, nos parece
necesario que la paciente se pueda beneficiar, cuando menos, de una neutralidad benvola cuando vuelvan a llegarle al
espritu todos los recuerdos de su infancia en los cuales los varones se hayan podido ver favorecidos con respecto a ella
o a las nias, o en las cuales el padre haya podido ser valorizado socialmente con respecto a la madre: el sexo dbil y el
sexo fuerte. El pene no es envidiado ms que por los privilegios familiares y sociales que implica su

porque ambas aseveraciones se vuelven contra la misma produccin de Freud.


Por supuesto que un planteo semejante no est hecho para convencer a los pesticidas ni a los
autovacunados -sean estos ortodoxos institucionales, lacanistas, etc.50 -, a los que se considera ya
suficientemente inmunizados. Mxime en un momento donde sus praxis se encuentran a tono con lo que,
como nunca, se espera de ellos: auge del postmodernismo, sealamientos de un supuesto fin de la
historia, crisis en mltiples terrenos, suma debilidad de posturas e instituciones que hace no muchos
aos compartan ideas como estas pero siempre se adaptan a las modas reinantes, etc. Pero se trata de un
difcil pero imprescindible camino a recorrer

posesin. En ausencia de un anlisis de este segundo nivel de la envidia por el pene, la paciente no podr salir de
la cura ms que con el sentimiento de una desigualdad intransgredible, ya que as lo ha determinado la naturaleza
(una mtica superioridad natural de los hombres) y no impuesta por la sociedad y la cultura y, por ende, modificable). (Gerard Mendel, El psicoanlisis revisitado, Siglo XXI, Mxico, 1990, p. 161, cursivas mas..
*

Por supuesto hace referencia a la del ao 1991, no a la invasin posterior de Estados Unidos bajo la presidencia de Bush
(hijo).

49

50

Goldman, L., ob.cit., p. 232.

Como se escribe en el libro Normalidad, conflicto psquico, control social, p. 282 y sig., debe diferenciar lacanismo
de los serios seguidores de Lacan (sin dudas muchos menos que los primeros), cuyos aportes deben aceptarse y/o
discutirse. De cualquier manera, si resulta muy comprensible el rechazo, negacin o devalorizacin de los analistas
ortodoxos y tradicionales a lo que Freud trabajara sobre la relacin hombre-cultura, es ms cuestionable en una lectura
lacaniana que reconoce esa importancia pero que en definitiva la deja de lado. Simplificando sin duda algo mucho ms
complejo -la importancia que atribuyen al lenguaje-, Roustang considera que el orden simblico no podr relacionarse
ya con lo social; es el lenguaje el que llevar todo el peso, por lo cual abandonado lo social, sin lo cual lo simblico no
tiene soporte, Lacan est constreido a sustantivar la palabra y darle un poder (Roustang, Francois, Lacan, del
equvoco al callejn sin salida, Siglo XXI, Mxico, 1989, p. 46-9). El por qu del auge actual lacaniano/lacanista
tambin tiene su explicacin (ver las pginas indicadas al comienzo de esta nota). * Una crtica mayor a tal praxis en el
ya citado artculo Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, en este mismo libro virtual.

INTRODUCCIN A LAS NOCIONES DE SALUD Y


ENFERMEDAD MENTAL *

El presente texto es una versin escrita -con las diferencias inevitables de lo que es una exposicin
oral, aunque se intenta mantener algo de su tono coloquial- del apoyo inicial para el mdulo Conflicto
psquico, salud mental y sociedad a mi cargo desde hace ya muchsimos aos, en el que se hace una
introduccin a la problemtica conceptual del concepto de salud mental, as como a los sentidos profesionales, institucionales, ideolgicos y polticos- de su utilizacin al servicio del control social. La
obligada brevedad de este texto acerca de uno de los aspectos ms importantes y polmicos del campo
de la subjetividad tambin obliga a una extremada sntesis acerca de todos y cada uno de lo puntos
tratados, por lo que se ofrece una amplia bibliografa acerca de los mismos para que los interesados
puedan profundizar en todo lo aqu escrito1 .
Sin duda es una verdadera paradoja acerca de la complejidad del trmino salud mental (luego
se comprender el por qu de la utilizacin del entrecomillado), que en muchos casos los profesionales y
trabajadores del campo psi (psiclogos, psicoanalistas, psiquiatras, etc.) sean definidos como de la salud
mental, que existan mltiples instituciones que tambin asumen ese nombre, y que la absoluta mayora de
las personas aspiren a tener una buena salud mental y teman perderla. Pero a su vez es difcil o imposible
definar qu es la salud mental, al punto que existen tantas definiciones al respecto que la convierten en
una concepcin vaga y poco precisa desde una perspectiva cientfica, confusin producida por la utilizacin de un trmino que proviene de la medicina y es transpolada al campo psi donde su significacin es
muy diferente: en efecto, dentro del campo mdico puede definirse con bastante certidumbre qu es lo
sano y qu lo enfermo (aunque a veces de manera relativa de acuerdo a la edad y otros aspectos), algo
distinto, como se ver, a la de nuestra especificidad profesional.
Por todo ello no pocos integrantes del campo psi prefieren eliminar su uso por tal confusin y por
* A publicarse en libro del mdulo Conflicto psquico, salud mental y sociedad de la carrera de psicologa de la
Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico
1
Todo lo aqu tratado puede verse de manera mucho ms extensa en mi libro Normalidad, conflicto psquico, control
social, Plaza y Valds/Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996; un resumen de
parte de ello en el primer captulo de La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed.
2004.

considerar que la salud mental no existe, y utilizar la nocin psicoanaltica de conflicto psquico. Pero
como fuera del campo psicoanaltico, e incluso dentro de algunas de sus corrientes, el trmino de salud
mental contina en pleno uso, es necesario esclarecer sus sentidos y significaciones tanto para conocimiento de stas como para su necesaria crtica.
Por supuesto siempre existieron ideas y posturas acerca de la salud mental, la locura y las
causas que las producen, pero formuladas desde perspectivas filosficas, religiosas, etc.2 . Al respecto no
debe olvidarse que la especificidad del campo psicolgico es muy reciente -qu son poco ms de ciento
cincuenta aos en la historia de la humanidad, mxime recordando que las matemticas, la fsica, la qumica, la medicina, etc. se han ido constituyendo en miles de aos?-, y en este muy breve perodo sus planteos
son diferentes e incluso antagnicos en sus diferentes escuelas y corrientes, no siendo pocos los que
incluso le niegan un estatuto de cientificidad y acusan a esta disciplina en general, o a algunas de sus
tendencias en particular, de postular premisas ideolgicas en defensa de una determinada concepcin
poltica, social y/o perspectiva del hombre. Los conceptos acerca de la salud mental se inscriben en
este contexto complejo y contradictorio, y son claras expresiones de los conflictos tericos del
campo psi y de las llamadas ciencias sociales en general.
Esto ltimo no slo por la indicada discusin acerca de las disciplinas sociales y su nivel de
cientificidad sino, y fundamentalmente, porque las ideas acerca de la salud mental no pueden
reducirse al campo psicolgico sino lo son del campo social en general, como se podr ver a lo largo
de este escrito, siendo vlida la afirmacin de Guattari de que el estudio de los problemas de la salud
mental tendra que ser parte integrante del conjunto de la investigacin antropolgica3 , un caso tal vez
mximo de la necesidad de estudios transdisciplinarios -que deben ser vistos desde la totalidad de los
factores que lo constituyen, o sea ms all de las disciplinas particulares, aunque sin negar el aporte de
stas-, pudiendo ser entendido como la sntesis ms alta, en el sentido hegeliano-marxista del trmino, de todos los aspectos que actan en y sobre el ser humano.

Un texto muy exhautivo sobre las mltiples concepciones a lo largo de la historia es el de Rosen, George, Locura y
sociedad. Sociologa histrica de la enfermedad mental, Alianza Editorial, Madrid, 1974.
3

Guattari, Felix, Reflexiones sobre la terapia institucional y los problemas de la higiene mental en el mbito estudiantil,
en Psicoanlisis y transversalidad, Siglo XXI, Buenos Aires, 1976, p. 78.

LOS CRITERIOS DE SALUD MENTAL

Desde hace ya bastante tiempo una de las ideas ms conocidas respecto a la salud mental,
formulada por la Organizacin Mundial de la Salud, fue la que la considera no slo como la ausencia de
enfermedad sino como el completo estado de bienestar psquico, fsico y social. Planteo sin dudas muy
interesante y valioso al incluir como parte de la misma todos los aspectos integrantes de la vida humana, sin
negar ni olvidar ninguno y reconociendo que cualquier perturbacin de ellos (enfermedades fsicas, condiciones de pobreza y sociales, problemas psicolgicos) la afecta -y tambin por ser un objetivo al que debe
aspirarse-, pero al mismo tiempo total y absolutamente irreal, utpica e idealista que hace que nadie
pueda estar dentro de tales parmetros.
Aparte de ella existen muchsimas definiciones e ideas acerca de salud mental, que en general
pueden ubicarse dentro de tres muy grandes criterios:

1.- Estadstico-adaptativo. Se trata de una situacin donde algo que fue valioso e incluso progresista en
su momento se convierte en claro, y a veces manifiesto, instrumento de adaptacin y del control social que
luego se ver. Surge hace ya bastante tiempo, fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando mltiples
estudios de la antropologa cultural muestran que diferentes pueblos tienen culturas diferentes (en el
sentido antropolgico del trmino, es decir formas de vida, costumbres, etc.), algo por supuesto nada
nuevo pero de lo que tales investigadores extraen consecuencias antes no tenidas en cuenta: para nuestro
caso que la salud mental de cada marco social debe ser visto desde la perspectiva de su propia
cultura y no desde la de otras, que en general eran las de las sociedades desarrolladas y colonizadoras.
Algo hoy tan (supuestamente) simple fue revolucionario en su momento al romper con las ideas de superioridad de las naciones dominantes, que vean a los pueblos dominados como inferiores en todos los
sentidos, y en el sentido de la salud mental como atrasados, dbiles, etc., argumentos que se aadan a
otros que servan para justificar la colonizacin y el dominio4 .
Todo esto puede verse claramente no slo en los discursos del poder de tal poca (donde las
4

Cualquiera que conozca la actual situacin mundial puede ver como hoy todo esto se mantiene, aunque en muchos
casos con justificaciones modernas: necesidad de desarrollo y progreso, combate a la pobreza, apoyo para un mayor
nivel cultural, etc. Es evidente y notorio que tanto gran parte de los pueblos como muchos de los intelectuales orgnicos
de las las naciones dominadoras actuales ven a las sociedades dominadas y pobres con perspectivas similares a las de
otrora. Es innecesario decir que en esto Estados Unidos lleva la batuta.

ideas acerca de salud mental no aparecan abiertamente pero estaban implcitas), como incluso en textos
acadmicos -en general y psiquitricos- donde s se explicitaban esos conceptos con base en lo indicado
(atraso, inferioridad, etc.) y por supuesto en una concepcin racista que estuvo presente prcticamente
siempre. No se crea que todo esto es de un pasado remoto y que ha desaparecido: en al menos dos
brillantes textos de hace apenas cuarenta aos el psiquiatra Franz Fanon -miembro del Frente de Liberacin Nacional de Argelia en la lucha por la independencia- mostr de manera contundente como algunos
de sus colegas franceses tenan tal visin en sus anlisis comparativos entre los franceses y los argelinos al
considerar que el africano normal es un europeo lobotomizado, mientras otros escriben en 1939 que
ese primitivismo no es slo una manera resultante de una educacin especial [sino] tiene cimientos mucho
ms profundos y hasta pensamos que pueda tener su sustrato en una disposicin particular de la arquitectura, al menos de la jerarquizacin dinmica de los centros nerviosos. Comentando estas posturas Fanon
considera que el racismo vulgar, primitivo, simplista, pretenda encontrar en lo biolgico, ya que las
Escrituras se haban revelado insuficientes, la base material de la doctrina. Sera fastidioso recordar los
esfuerzos emprendidos entonces: forma comparativa del crneo, cantidad y configuracin de los surcos
del encfalo, caractersticas de las capas celulares de la corteza, dimensiones de las vrtebras, aspecto
microscpico de la epidermis, etc5 .
Salta a la vista como mucho de esto hoy se mantiene aunque en mltiples casos con argumentos
aparentemente ms elaborados pero con la misma idea bsica, sea partiendo de aspectos biolgicos (los
negros, morenos y amarillos son inferiores, los rubios de ojos celestes superiores) o culturales al destacar aspectos diferentes a los occidentales dominantes. No slo lo hizo el nazismo con sus aberraciones
raciales acerca de la superioridad aria y la inferioridad juda, eslava, gitana, etc. (con sus profesionales
buscando demostrarlo cientficamente sin nunca lograrlo), sino se sigue haciendo -con o sin argumentos,
de manera implcita o explcita- al considerar de manera similar a los pueblos indgenas, rabes, orientales,
etc. Ejemplos al respecto llenaran varios volmenes como este.
Frente a tal situacin resulta evidente el carcter progresivo del criterio estadstico al cambiar el
eje del problema y considerar a la salud mental con base en las formas de vida especficas de cada
marco social, buscando entenderlas y comprenderlas partiendo de sus historias peculiares. De esta mane-

Fanon, Franz, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1973, p. 277 y siguientes; y en el
captulo Racismo y cultura de Por la revolucin africana, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1975, p. 39.

ra adquiere fundamental importancia el estudio acerca de las caractersticas, conductas, comportamientos, ideas, formas vnculares, etc. que son las mayoritarias de una poblacin -de all el nombre de estadstico de este criterio- que incluso pueden de alguna manera medirse a travs de la campana de Gauss,
donde tales posturas mayoritarias ocupan la parte central, dejando a ambos costados las minoritarias y
diferentes, o sea a aquellas que, en distintos sentidos (religiosas, estticas, culturales, sexuales...) difieren
de las predominantes. Aquellas que de acuerdo a posturas actuales podran verse como parte de una
diversidad cultural, pero para otros simplemente son raras, extraas, anormales o concepciones
desvalorizantes equivalentes.
Esto ltimo ha hecho y hace que el indicado carcter progresivo de este criterio deje de serlo para
convertirse en uno que apoye y fomente la adaptacin a las formas de vida predominantes de cada marco
social -de all el agregado de este trmino agregndolo al estadstico para quedar como estadsticoadaptativo-, y la posibilidad, como ocurre en infinidad de casos, de persecucin, discriminacin, etc.
hacia quienes difieren de las normas estadsticas mayoritarias, con sanciones (legales, morales y de diferente tipo) que dependern de los grados de tolerancia y permisividad de cada formacin social en general, y de cada uno de sus grupos sociales. Si bien en sto se ha avanzado bastante en los ltimos tiempos,
al menos en el mundo occidental -hoy se tolera y/o acepta en grados antes inimaginables diferencias
religiosas, de preferencia sexual, poltico-sociales, raciales, etc.-, tambin es cierto que en no pocos casos
lo es por el desarrollo del reconocimiento de tal diversidad y no por la voluntad de sectores que sin duda
alguna (es el caso de algunos sectores religiosos, racistas, etc.) les gustara regresar a la persecucin
contra quienes disienten con tales mayoras (como ocurre con todo tipo de sectores fundamentalistas,
desde los que dominan en algunos pases islmicos, judos ortodoxos y catlicos preconciliares por ejemplo, hasta en el campo econmico las posturas neoliberales que eliminaran a todos los que no aceptan la
economa de mercado), como ocurra antes de manera absolutamente mayoritaria y de lo cual la Santa
Inquisicin podra ser uno de los ejemplos paradigmticos.
Uno de los ejes centrales para la utilizacin de este criterio estadstico-adaptativo es la nocin de
normalidad, convertida en modelo con el que se miden y evalan todo tipo de acciones, comportamientos, posturas, etc. En efecto, es absolutamente comn la defensa o justificacin de lo que se piensa, siente
o hace sealando que es normal, queriendo decirse que es lo aceptado, predominante, usual y hecho
por la mayora. Incluso ms, una seguramente mayora de la poblacin (y tambin de los estudiantes que

leen este texto) aspira, quiere, desea y cree ser normal, o sea en lo general no diferente a la mayora, con
plena conciencia de las significaciones (y a veces sanciones) que puede implicar no serlo.
Un destacado pensador, Ivan Illich, escribe sobre el origen y degeneracin de la nocin de normalidad: Norma en latin significa escuadra, la escuadra del carpintero. Hasta los aos 1830 y siguientes, la palabra inglesa normal significaba tenerse en ngulo recto. Durante los aos 40 lleg a designar
cosas que se ajustaban a un tipo comn. En los ochenta, en Estados Unidos pas a significar el estado o
condicin habitual, no slo de las cosas sino tambin de las personas. nicamente en nuestro siglo pudo
evaluar a la gente. No obstante, en Francia, la palabra fue traspuesta de la geometra a la sociedad un siglo
antes. Ecole Normale design a la escuela donde se formaban los maestros para el imperio. Auguste
Comte fue el primero en dar a la palabra una connotacin mdica alrededor de 18406 .
Pero, y esta es una pregunta fundamental, pueden equipararse los trminos de salud mental
y de normalidad?, o, en otras palabras ser normal equivale a ser mentalmente sano? En gran medida
s de acuerdo al criterio estadstico-adaptativo, pero no de acuerdo con otras posturas. Valga para explicarlo un ejemplo no del todo correcto pero til: tener caries es normal pero de manera alguna es sano, y de
la misma manera una infinidad de caractersticas psquicas que son compartidas en algn momento histrico por gran parte o toda la poblacin, no tienen por qu ser entendidas como sanas e incluso dejan de
serlo en otro momento histrico. Acaso hace escasas dcadas no era normal para las mujeres llegar
vrgenes al matrimonio e incluso gozar poco o nada en las relaciones sexuales, y hoy ocurre algo muy
diferente? Y, aunque ahora cada vez ms extrao no es sano y normal para los canbales comer carne
humana, mientras ello horroriza a quienes no lo son? Lo normal es entonces nada ms que lo mayoritario de una sociedad de una poca determinada, y de manera alguna es siempre sinnimo de salud
mental, y muchas veces es incluso lo contrario. Por ello, aunque por supuesto desde una perspectiva
crtica, un artculo de divulgacin sobre este tema fue titulado con la pregunta Usted quiere ser normal
y sano?, para responderse luego de desarrollado el tema con un categrico no.
Como fue escrito en un texto anterior, es incuestionable que ninguna formacin social podra
funcionar de manera adecuada si la mayora de sus integrantes no aceptan una parte importante de sus
reglas y premisas, normas comunes de pensamiento y de comportamiento, etc., y a ello conducen todos
los procesos de socializacin y de educacin de los colectivos humanos que permiten las formas de vida
6

Illich, Ivn, Nmesis mdica. La expropiacin de la salud, Barral Editores, Barcelona, 1975, p. 147.

compartidas y, en general, aceptadas al menos de manera conciente [...] Pero tal bsqueda y necesidad de
adaptacin implica multiples problemas prcticos como tericos: qu tipo de adaptacin y para qu?,
cules son los lmites de aceptacin y de rechazo a las diferencias y cules de stas se aceptan y se
persiguen?, qu significan estos interrogantes, y sus respuestas, para las nociones prcticas de la salud
mental? Evidentemente todo esto no se planteara para ideas de salud mental diferentes a la del criterio
estadstico-adaptativo -que responden a otros parmetros-pero son inevitables y centrales para ste,
mxime cuando es hegemnico7 .
Como plantea un psiquiatra crtico y alternativo: Una persona desviada es aquella a la que se
atribuyen comportamientos desviados ms o menos estables y tpicos, que permiten caracterizarla frente a
su ambiente social. Dicho ambiente, en cuanto expresa unas normas que el desviado resulta violar, expresa
siempre asimismo unas sanciones respecto al desviado. Es decir, la sociedad adopta, formal o informalmente, una serie de medidas, por lo general de tipo punitivo, que tienden a devolver al desviado al seno del
comportamiento normal, a neutralizar sus acciones, o a marginarlo ms o menos radicalmente del consorcio de los individuos normales. Y luego de destacar cmo lo desviado depende de factores sociales e
histricos, remarca que la clase dominante tiende a imponer a toda la sociedad los modelos de comportamientos que son aceptables, y aquellos que, por el contrario, estn prohibidos, o sea sometidos a
sancin8 .
Debe quedar claro que todo lo indicado hasta ahora tiene que ver con lo considerado sano y
normal desde la perspectiva de la adecuacin o no a los comportamientos psicosociales dominantes,
porque existen psicopatologas que tienen que ver con otros parmetros, que sern vistas en el mdulo9 y
sobre lo que algo se dir ms adelante. Pero esto no cambia nada el hecho de que muchas escuelas y
corrientes del campo psicolgico y psicoanaltico se adecan -de hecho e incluso explcitamente- a este
criterio estadstico-adaptativo, promoviendo, terica y prcticamente, la adaptacin a las formas culturales dominantes y, consecuentemente, criticando y estigmatizando todo lo que se oponga a tal idea de
salud y de normalidad10 . El espacio de este texto no permite un desarrollo exhaustivo al respecto,
pero es importante sealar que esto ocurre con la mayor parte de las praxis del campo psi actuales, entre
7

Guinsberg, E., La salud mental en el neoliberalismo, ob.cit., p. 35 y 36.

Jervis, Giovanni, Manual crtico de psiquiatra, Anagrama, Barcelona, 2 ed., 1979, p. 69-70. Seguramente hoy puede
discutirse la cerrada idea de clase dominante y ms bien hablar en plural (clases dominantes), culturas hegemnicas
(con predominio de tales clases), etc..

ellas -aunque no las nicas- el conductismo, el psicoanlisis del yo, la mayor parte del que defino como
psicoanlisis domesticado (el institucional y ortodoxo hegemnico, aunque a veces indique lo contrario),
prcticamente la totalidad de las ahora crecientes terapias tipo light, etc.11 .

Pero si para quienes proponen la adaptacin como criterio de salud mental, para otros tal
normalidad es una clara expresin de psicopatologa, designando como normpatas a los individuos
que se adaptan a las normas impuestas por la clase dominante de su sociedad y que jams adoptan
posturas independientes o rebeldes cuando llega el caso12

2) Normativos. Son aquellos que establecen como parmetros de la salud mental a determinados
valores o normas, fuera de los cuales se encuentra lo anormal o patolgico. Esos valores o normas
pueden ser los determinados por corrientes sociales, filosficas, psicolgicas, etc., como por marcos
religiosos, corrientes de opinin, etc., que los formulan desde una perspectiva terica o bien aplicados a
sectores de la poblacin que los siguen y que difieren de las mayoras que adhieren al criterio estadstico-

Es importante sealar aqu lo siempre planteado en mis grupos, de que ver psicopatologa en un trimestre es simplemente imposible, lo que obliga a una visin harto general y siempre incompleta, que todo interesado en el tema deber
continuar y profundizar posteriormente: es algo as como ver una ciudad desde un avin, cuando para conocerla es
preciso recorrer sus calles. En prcticamente todas las carreras de psicologa del mundo entero la psicopatologa se ve
en un ao e incluso en ms tiempo, y el hecho de que en la UAM-X no exista un area de concentracin en psicologa
clnica no es una justificacin, ya que el conocimiento de ella es imprescindible para el campo psicosocial y el educativo.
Claro que cambiar esta situacin implicara el aumento de duracin de la carrera, hoy muy corta: slo de tres aos para
el campo psicolgico especfico.
10

La base conceptual de esto puede verse en un ejemplo paradigmtico escrito por uno de los principales tericos del
funcional-estructuralismo sociolgico en un captulo claramente titulado La conducta desviada y los mecanismos de
control social, donde desde el inicio del mismo destaca que la dimensin desviacin-conformidad era inherente y
central a toda la concepcin de la accin social y, por ende, de los sistemas sociales, existiendo siempre una expectativa
de conformidad con las exigencias de la pauta, y complemetariamente implica la existencia de unos criterios comunes
sobre lo que es una conducta aceptable o aprobada en algn sentido. Para que no haya dudas refuerza tal posicin al
escribir que a todas luces se aprecia que la concepcin de la desviacin como una perturbacin del equilibrio del
sistema interactivo constituye la perspectiva ms importante en los anlisis de los sistemas sociales (Parsons, Talcott,
El sistema social, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 237 a 305).
11

Un desarrollo mayor de todo esto en los libros de nota 1 y en mis artculos La relacin hombre-cultura: eje del
psicoanlisis, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1, 1991, y disponible en su pgina web: www.plazayvaldes.com/
syc1/ -reproducido en el Apndice de la 2 ed. del libro Normalidad, conflicto psquico, control social, ob. cit.-; y Lo
light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, revista Subjetividad y Cultura, N 14, Mxico, 2000,
reproducido en el libro La salud mental en el neoliberalismo, ob.cit. * Ambos artculos pueden verse en este libro
virtual.

adaptativo. Como se sabe, ninguna poblacin es totalmente homogenea, y dentro de ella conviven diversos sectores con mayores o menores diferencias en algunos sentidos: as, por ejemplo, distintos grupos
religiosos tienen (o pueden tener) normas internas, formas de vida, costumbres, reglas ticas, etc. distintas
a las mayoritarias y se guan y actan con base en ellas, o sea que lo que es normal estadsticamente no
lo es para ellos, pudiendo provocar no pocas veces conflictos en distinto grado de intensidad.
Una aclaracin importante: todos los colectivos sociales actan con base en normas, pero mientras que las que corresponden a los grupos mayoritarios se definen como parte del anterior criterio estadstico-adaptativo, el criterio normativo hace referencia a aquellos sectores que tienen otras diferentes, sea en general o en algunos aspectos particulares. Es innecesario decir que ante la cada vez mayor
complejidad del mundo contemporneo, existe una proliferacin de posturas normativas, aunque en gran
cantidad de casos lo es slo en determinados aspectos, como variantes particulares en algunos campos
pero compartindose en general el criterio estadstico-adaptativo. As, tambin slo como ejemplo, quienes optan por una preferencia sexual distinta a la mayoritaria, seguirn en este aspecto las normas de su
grupo de pertenencia sexual, pero pueden coincidir en otros terrenos con lo normal general. Algo similar
puede decirse respecto a diferencias-coincidencias entre distintos sectores y clases sociales, diferentes
zonas de un mismo pas o incluso de una gran ciudad, sectores laborales y religiosos, etc.
Si el criterio estadstico-adaptativo es clara expresin de la ideologa hegemnica de un marco
social, lo mismo ocurre con este criterio pero en relacin ya no a tal mayora sino respecto a diferentes
sectores como los indicados. Y con mayor razn cuando ya no se trata de situaciones concretas en que se
expresan valores y comportamientos de un grupo social determinado, sino son formulaciones tericas
acerca de lo que es la salud mental, donde se plantea lo que el ser humano debiera ser, bordeando las
buenas intenciones o la utopa. Es as que pueden encontrarse centenares de ideas acerca de la salud
mental, algunas muy genricas como la propuesta en 1948 por un Congreso de Higiene Mental en
Londres, y de alguna manera cercana a la antes expuesta como planteo ideal: La salud mental consiste en
el desarrollo ptimo de las aptitudes fsicas, intelectuales y emocionales del individuo, en cuanto no contrare el desarrollo de los otros individuos. Como dice Caruso: Pero tales definiciones son en primer
trmino negativas, limitativas y adems plantean cuestiones extremadamente complicadas. Aceptando que

12

Dobles Oropeza, Ignacio, Apuntes sobre psicologa de la tortura, en Martn-Bar, Ignacio (comp.), Psicologa
social de la guerra, UCA Editores, San Salvador, 1990, p. 204.

una sociedad sea injusta, cmo conciliar el desarrollo ptimo de los oprimidos con el de los opresores?
Qu es el ptimo desarrollo de un esclavo en una sociedad esclavista? De una mujer en una sociedad
patriarcal? Lo ptimo de los opresores se puede mantener solamente en detrimento de lo ptimo de lo
ptimo de los opresores y viceversa13 .

3) Evolutivo-gentico. Este es un criterio por el cual diferentes escuelas y autores, con base en sus
planteos tericos, analizan el desarrollo humano y lo que el nombre del criterio seala: la normalidad y
procesos patolgicos que se dan en el mismo, considerando que todas las personas tienen un similar paso
por diferentes etapas y en edades tambien similares. As como sera absurdo esperar que un nio camine
a las cinco meses, y habra preocupacin si no lo hace a los veinte -lo mismo puede decirse respecto a
otros aspectos fsicos-, esto tambin ocurre en torno a conductas, comportamientos, aparicin de aspectos que recin lo hacen a determinadas edades, desaparicin de otros en su momento, etc. En esta perspectiva el trmino normalidad es muy distinto al indicado anteriormente, al hacer referencia a modalidades especficas de la especie humana, que existen en ella con independencia de razas, clases, nacionalidades, gneros, etc.
Por ello es lgico y nada extrao que, con tal base, escuelas y autores entiendan que gran parte de
la salud y de la psicopatologa pueda y deba verse de acuerdo a la adecuacin de los sujetos a fases y
etapas con base en sus premisas tericas. Como claros ejemplos, y por su importancia, tres pueden ser
citadas como las ms conocidas:

- Las etapas de la evolucin libidinal: no es necesario reiterar la revolucin terica que significaron los
aportes de Freud acerca de la significacin de la sexualidad14 y el descubrimiento de una sexualidad
infantil antes desconocida, que se sintetiza en las etapas de una evolucin libidinal por la que pasan todas
las personas: oral (de succin y canibalstica), anal (expulsiva y retentiva), falica, de latencia y genital,
con el complejo de Edipo y de castracin como parte de ellas, evolucin sobre la que se apoya la
psico(pato)loga15 psicoanaltica clsica. En efecto, toda evolucin normal implica el paso por todas
ellas, mientras que las patologas psquicas se producen por fijaciones y regresiones a algunas de las
mismas, dependiendo de la etapa a la que se produzcan su tipo especfico16 , de manera que las psicosis se
13

Caruso, Igor, Psicoanlisis dialctico, Paids, Buenos Aires, 1964, p. 22.

producirn por fijacin o regresin a la etapa oral o anal expulsiva, la neurosis obsesiva a la anal retentiva,
las histerias a la flica, etc. El hecho de que nadie pase de una etapa a otra sin mantener algo de la
precedente -Freud lo metaforiza diciendo que el proceso de evolucin libidinal es como un ejrcito de
ocupacin que, para mantener sus zonas conquistadas, requiere dejar destacamentos en todos los lugares
por los que pasa-, no slo explica un poco ms lo precedente acerca del uso del trmino psico(pato)loga,
sino hace que el citado proceso sea mucho ms complejo17 .

- El desarrollo cognoscitivo. Postulado centralmente por Piaget, aunque tambin por Wallon y otros,
plantea algo similar a lo anterior pero respecto al desarrollo de la inteligencia, la formacin de smbolos,
etc., algo que por haberse visto en mdulos anteriores de la carrera de psicologa de la UAM-X no
requiere detallarse ms, salvo indicar que, como en precedente psicoanaltico, lo sano y lo patolgico
respecto a lo que se enuncia, depender del cumplimiento del paso por las sucesivas etapas y de acuerdo
a las edades correspondientes.

- Evolucin de conductas y comportamientos. Planteado con base sobre todo conductista -aunque
algo similar puede hacerse desde todo marco terico-, es lo que postula Gessell en sus conocidos y
difundidos textos donde describe las conductas normales, y sus caractersticas, en que aparecen, evolucionan, etc. las conductas y funciones humanas, y cuyas anomalas deben considerarse patolgicas.
Estos procesos, etapas, evolucin, etc. son prototpico de la especie humana y por tanto independientes de razas, clases, sexos, nacionalidades, etc., aunque cada formacin histrico-social acta fomentando alguna de tales etapas o funciones, lo que produce tanto el que Fromm define como Carcter
14

Nunca debe olvidarse que la nocin de sexualidad tiene para Freud y el psicoanlisis (en todas sus corrientes) una
significacin mucho ms amplia y mayor que en su sentido comn y popular. Al respecto vase tal trmino en Laplanche
y Pontalis, Diccionario de Psicoanlisis, Labor, Barcelona, 1971 (las ediciones actuales son de Paids), p. 421.
15

La forma de escribir este trmino es por lo que se ver ms adelante acerca de la nocin de conflicto psquico,
querindose expresar que ambos trminos -psicologa y psicopatologa- se encuentran entrelazados de distintas maneras en todos los sujetos.

16

Esto se ver con mucho mayor detalle en el mdulo, pero una idea general al respecto puede verse en la parte II (Salud,
enfermedad y conflicto en psicoanlisis) de mi libro Normalidad, conflicto psquico, control social, ob,cit., y una
sntesis de lo indicado en el cuadro de p. 180.
17

Sobre esto vase el breve artculo de Freud Tipos libidinales en sus Obras completas, tomo XXI en la edicin de
Amorrortu, Buenos Aires, 1976, y en el III de Biblioteca Nueva, Madrid.

social18 de una poblacin, algunos caracteres y tendencias psquicas especficas, como las psicopatologas
dominantes de una poca (la histeria en la de Freud, la depresin hoy, etc.).

DESVIACIONES EN EL ESTUDIO DE LA PSICOLOGA Y DE LA SALUD MENTAL

Ya desde los inicios de los estudios acerca de lo que hoy se conoce como psicologa surgien
visiones unilaterales, donde se priorizaba el alma, las fuerzas corporales o diferentes aspectos, dejando de lado o desvalorizando otros. Esto, por desgracia pero no casualmente, se mantiene incluso hoy
(aunque no se lo reconozca) en no pocos casos y bajo el imperio de perspectivas psicolgicas consideradas y autodefinidas como cientficas. Es importante conocerlas tanto para no caer bajo sus influencias y
tambin para combatirlas por lo que profesional e ideolgicamente significan.
- Organicismo o biologicismo. Siempre existi la idea de que, de manera similar a lo que ocurre con las
enfermedades fsicas, las mentales o psquicas surgen por deficiencias o enfermedades en determinados
rganos corporales, lo que posteriormente es reforzado por visiones cientficas cuando se inicia la psiquiatra tradicional con una perspectiva mdica que en fundamental se mantiene en un sector especfico de
la misma, aunque no en todo ese campo. Indudablemente en muchsimos casos no puede dudarse de la
causalidad orgnica de muchas patologas psquicas, como son los casos (o pueden serlo), de grandes
dficits intelectuales (imbecilidad, idiocia19 , oligofrenias y demencias), la Parlisis General Progresiva (PGP,
con origen en una patologa medular que, muchos aos despus, puede derivar en una psquica), meningi19

Ambos trminos surgen de la psiquiatra y hacen referencia a profundas debilidades intelectuales por causas
orgnicas. Su utilizacin general y popular es producto de la deformacin del sentido original, algo muy frecuente y que,
para el campo psi tambin se produce en otros casos, entre ellos el de perversin.
18

Ms all de la discusin acerca del marco terico frommiano, su planteo acerca del carcter social puede verse como
una muy valioso aporte para la comprensin de la importancia de los aspectos histrico-sociales en la conformacin del
sujeto psquico, que requiere de una constante elaboracin para cada momento histrico concreto. Lo define como el
ncleo esencial de la estructura del carcter de la mayora de los miembros de un grupo, ncleo que se ha desarrollado
como resultado de las experiencias bsicas y los modos de vida comunes del grupo mismo (El miedo a la libertad,
Paids, Buenos Aires, 1962, p. 322), que se constituye al moldear las energas de los individuos de modo que su
conducta no sea asiento de decisin consciente en cuanto a seguir o no la norma social, sino asunto de querer obrar
como tiene que obrar, encontrando al mismo tiempo placer en obrar como lo requiere la cultura. En otras palabras,
canalizar la energa humana a fin de que pueda seguir funcionando la sociedad de que se trate (Fromm, Psicoanlisis
de la sociedad contempornea, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 5 ed., 1963, p, 72.)

tis (por inflamacin de la meninges y sus efectos), y muchsimos cuadros ms, algo aceptado incluso por
los psicoanlisis20 , aunque en otros casos pueden plantearse importantes diferencias con la psiquiatra
tradicional y negar tal causalidad orgnica a psicopatologas consideradas de origen psquico (casos de la
esquizofrenia y la depresin entre tantas otras), e incluso pensar que algunas enfermedades fsicas (asma,
cncer, epilepsia, etc.) pueden tener en algunos casos una etiologa psquica.
De tal punto de partida a una bsqueda y creencia en una causalidad orgnica para toda
psico(pato)loga hubo y hay un solo paso para la psiquiatra tradicional, y seguramente un claro ejemplo al
respecto es el caso de la histeria, que por creerse anteriormente que era un cuadro slo femenino su origen
deba buscarse en un rgano que no tuviese el hombre: sera el tero, de donde deriva el nombre de
histeria. El campo organicista actual por supuesto ya no es tan burdo ni esquemtico y, ms all de que
difcilmente haya alguien que en las palabras niegue la existencia de factores psquicos y/o sociales en la
psico(pato)loga, hoy utiliza argumentos mucho ms complejos y sofisticados, que toma de un conocimiento profundo del sistema nervioso y de las neurociencias, aunque hasta el presente no han podido
mostrar de la manera absoluta e irrefutable que pretenden la causa orgnica (al menos nica) de cuadros
como la depresin, la esquizofrenia, y tantos otros.
El problema de esta desviacin organicista acerca de la salud y la enfermedad mental es
doble: por un lado teraputica, ya que inevitablemente (al menos en la mayora de los casos) conduce a
tratamientos farmacolgicos -hoy cada vez mayores por parte de los psiquiatras tradicionales ante el cada
vez ms alto desarrollo de los psicofrmacos-, biolgicos (electroshoks y tantos otros) y la virtual negacin de los psicolgicos21 ; por otro terica e incluso ideolgica, al negar la incidencia de aspectos psicolgicos y sociales en la produccin de la psico(pato)loga, con lo que esto implica al considerarse -algo sin
duda no inocente, sea o no conciente de sus significaciones- que toda responsabilidad al respecto es del
20

El uso del plural (los) y no el singular (el, como es usual) es porque hoy, y desde ya hace mucho tiempo, esta escuela
tiene una multiplicidad de corrientes que, aunque con bases comunes, pueden tener grandes diferencias tericas y
prcticas entre s. Claro que, y como muchas veces ocurre en polmicas internas, cada una de estas corrientes puede
llegar a considerarse la verdadera y negar el carcter de psicoanlisis a las otras.
21

Aqu es imprescindible hacer dos aclaraciones. Uno acerca del trmino psiquiatra, que siempre es un profesional de
la medicina dedicado a la psiquiatra, pero que luego puede tomar diferentes caminos: lo es el que se mantiene en la
postura organicista indicada y como parte de la llamada psiquiatra tradicional, pero tambin quienes con base en tal
formacin mdica luego tienen una formacin psicoteraputica o psicoanaltica -recurdese a hasta hace muy pocos
aos las instituciones psicoanalticas ortodoxas slo aceptaban mdicos en sus seminarios, y por tanto de hecho todos
los analistas oficiales eran de por s psiquiatras-, y por tanto combinan de mltiples formas aspectos mdicos y
psicolgicos; un claro ejemplo de esta polisemia la hizo Franco Basaglia, uno de los lderes de la llamada antipsiquiatra,
que rechaz este trmino porque, deca, siendo psiquiatra no poda estar en contra de s mismo, y consideraba seguir

propio sujeto (especficamente de su biologa) y excluyndose por tanto la psquica y la social22 .


- Psicologismo. Sea por sobrecompensacin respecto a lo anterior -muchas veces la reaccin contra
algo es pasando exageradamente a un extremo opuesto- o por s mismo, el psicologismo es lo mismo que
el organicismo pero con sentido diferente: aqu las causas de todo es por factores psquicos, eliminndose toda responsabilidad orgnica o social, con consecuencias tambin similares de no quererse ver
las responsabilidades de estos campos, y por tanto quitndoles sus influencias sobre lo sano y lo patolgico. Es por supuesto una tendencia que puede predominar slo dentro del campo psi (sera contradictorio que se diese en el mdico o en el sociolgico), y de dos maneras: 1) viendo toda psico(pato)loga
slo desde perspectivas psicolgicas -desarrollo libidinal, resolucin del complejo de Edipo, conflictos
familiares, etc.-23 , sin incluir factores sociohistricos (como los que se indicarn ms adelante) o posibilidad de afecciones orgnicas causante o incidentes en cada problemtica concreta; b) transpolando el
conocimiento psicolgico o psicoanaltico al campo social, interpretando aspectos de ste con herramientas de aquellos: aunque como ejemplo extremo siempre se da el de una muy conocida psicoanalista que
lleg a decir que el capitalismo es la etapa anal de la sociedad -proyectando a sta una realidad vlida para
el desarrollo psquico individual, que no tiene por qu ser equivalente al histrico-, esto no es para nada
extrao dentro del mundo psi, donde se psicologiza incorrectamente situaciones que deben ser vista
desde sus propios marcos tericos. La lectura de la profusa bibliografa psicolgica y psicoanaltica muestra sin lugar a dudas la extensin de esta verdadera patologa psicologista, aunque muchas veces sin
conciencia de ella, lo que no quita sus sentidos y significaciones. Una variante, aparentemente distinta pero
sindolo pese a las profundas y fundamentales crticas que hizo a la praxis psiquitrica tradicional (algo de lo cual se ver
ms adelante).
La segunda aclaracin es en torno al uso de los psicofrmacos: aunque ste no es posible para los psiclogos legalmente y por desconocimiento al respecto-, es imposible negar su valor cuando se hace en los casos y circunstancias adecuadas, en muchos casos como complemento de una psicoterapia o psicoanlisis. Pero esta problemtica
escapa al presente texto.
22

Es interesante sealar, aunque slo sea al margen, que incluso un importante sector del campo psicoanaltico puede
caer en algo similar, aunque sea para explicar algunas situaciones especficas de la realidad social y poltica: es el caso,
reiterado en esta poca por causas conocidas (ataques de Estados Unidos a Afganistan e Irak), que las guerras son
producidas por la pulsin de muerte, olvidando o minusvalorando, los aspectos polticos y econmicos que las producen.

23

Como un ejemplo entre tantos otros, cuando se escribe que la militancia guerrillera del hijo de un gobernador de un
Estado en la Argentina de los 70 fue por un complejo de Edipo no resuelto. Si bien esto de manera alguna puede ser
desechado, tal conclusin debera ser producto de un anlisis concreto del caso y no especulacion terica genrica, y
unida a las circunstancias histricas especficas que se vivan en ese momento.

en el fondo similar, es en quienes -caso concreto del actual psicoanlisis lacanista y afrancesado de
moda- tienen en cuenta algunos aspectos sociales y culturales (aunque abstractos, genricos y nunca
concretos) pero slo en el plano del discurso, cayendo luego casi siempre en la realidad de una postura en
definitiva psicologista24 .
Tambin aqu el resultado, intencional y conciente o no, es quitar toda causalidad psico(pato)lgica
a la realidad histrico-social, viendo todo como producto de situaciones individuales singulares. Consecuencia de esto es la bsqueda de cambios dentro del propio sujeto, lo que puede en algn sentido ser
vlido si no se niega, o sea si se hace conciente, las causas culturales participantes en la situacin y
las limitaciones que producen tales cambios slo personales. Por otra parte es evidente como las
posturas psicologistas sirven como cobertura para el mantenimiento de la realidad imperante, actuando
por tanto como claros instrumentos de la dominacin.

- Sociologismo. Aqu el fuerte nfasis est colocado en los aspectos sociales, culturales, polticos, econmicos, etc., con reduccin o negacin de los psicolgicos y orgnicos. Y as como los casos anteriores son
expresin sobre todo de los campos mdico y psicolgico-psicoanaltico, este lo es del de las ciencias
sociales que, o bien en mltiples casos niegan o reducen la importancia de una realidad subjetiva que poco
conocen, o dicen reconocerla y aceptarla sin realmente hacerlo. Es una tendencia predominante tanto en
posturas sociolgicas tradicionales como en el de un marxismo esquemtico y mecnico (de tipo stalinista)
que reduce todo al campo social y, en el segundo caso, a la lucha de clases y a la importancia de la
estructura como determinante de la superestructura (ideologa, subjetividad, etc.), por lo que poco o
nada tienen en cuenta los factores propios de cada individual, su marco familiar, etc., y a la clara dialctica
entre sujeto y sociedad. As, en esta perspectiva, las nociones de salud y enfermedad mental siempre
estarn determinadas por las caractersticas imperantes en cada marco social, la lucha de clases, etc.,
dando escasa incidencia a los aspectos particulares de cada persona.
Si bien en los ltimos tiempos una apreciable cantidad de socilogos, poltologos, antroplogos,
etc. buscan el acercamiento y vinculacin entre lo social-cultural y lo subjetivo, es an mucho lo que falta
por hacer sobre esto25 .
24

Un desarrollo mayor de esto en mi artculo Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, ob.cit.

Estas desviaciones en gran medida son consecuencia de las tendencias fuertemente disciplinarias
del conocimiento actual, aunque se encuentran en proceso importantes perspectivas inter y transdisciplinarias
bajo las cuales deben ubicarse los estudios acerca de la salud mental. Aceptndo estas bsquedas
integrativas, aqu se parte de la idea de que el ser humano es un ser biopsicosocial -sin guiones intermedios para indicar una totalidad y no una suma de factores-, y que por tanto todo conocimiento psicolgico y psicoanaltico debe tener en cuenta tal sntesis en todos los sentidos, lo que seguramente no es
nada simple pero que debe ser buscado como algo terica y prcticamente fundamental e imprescindible26 . Y cumplirlo realmente, no slo en el terreno de las palabras.

SALUD MENTAL Y CONTROL SOCIAL

Otro muy importante aspecto a destacar en torno a la problemtica acerca de las nociones de salud
mental es su utilizacin al servicio del control social, es decir como herramientas convalidantes con
presuntos tintes cientficos para todo tipo de dominacin. Para esto se utilizan bsicamente los criterios
estadstico-adaptativo y normativos antes descritos, de manera que muchas de las conductas, comportamientos, ideas, formas de vida, etc. que salgan de lo aceptado, comn y normal de un marco social es o
puede ser definido como anormal, loco o expresiones similares, y por tanto criticado o incluso sancionado moral o penalmente. Muchsimo es lo que se ha escrito al respecto acerca de posturas que se dieron
a lo largo de la historia determinados por el poder y convalidados por teoras filosficas, sociales y las
instituciones hegemnicas de cada poca (educativas, religiosas, etc.)27 , pero las anteriores acusaciones
de brujera y similares hoy han sido reemplazadas por las sealadas con base en la cientificidad psi25
Este es uno de los aspectos centrales de mi Tesis para el Doctorado en Estudios Latinoamericanos, El malestar en la
cultura en Amrica Latina, donde se plantea el problema y se formulan algunos aportes desde un campo psicoanaltico
como respuesta. * Tal tesis se est elaborando y actualizando para una prxima edicin.
26

En torno a esto es importante sealar que una de las trampas de algunas tendencias psicoanalticas es enfatizar que
el objeto de estudio del psicoanlisis es el inconciente, algo incuestionablemente vlido pero que no puede hacer olvidar
que -ms all de que algunas corrientes analticas hoy plantean la incidencia de la cultura sobre tal estrato psquico-, los
deseos inconcientes humanos se enfrentan a la realidad social para su satisfaccin, negacin de esta o caminos
sustitutivos (vase un poco ms sobre esto ms adelante).
27
En esa vasta bibliografa, y junto a innumerables obras de gran valor, se destaca la de Michel Foucault como una
totalidad, y en particular Historia de la locura en la poca clsica, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2 ed., 1986,
2 tomos; Enfermedad mental y personalidad, Paids, Mxico, 1987; Vigilar y castigar, Siglo XXI, Mxico, 6 ed. 1981.

colgica y el rol -en muchos casos reconocido y aceptado, en otros no conciente- de los profesionales,
instituciones y escuelas psis.
Es conocido que toda sociedad requiere del control social para su mantenimiento y reproduccin,
para lo cual utiliza todas las instituciones de que dispone y herramientas como la publicidad y propaganda,
difiriendo en todo caso en torno a la tolerancia de aceptacin de las diferencias, grado de libertades
permitidas, etc.28 . Puede llegarse y se llega a sanciones de todo tipo para los transgresores, pero desde
hace tiempo se prefiere la aceptacin de las normas vigentes y su internalizacin por los sujetos -nunca
debe olvidarse la relacin entre sujeto y sujetacin-, donde un peso significativo lo tienen los indicados
sealamientos de anormalidad y locura acerca de lo que difiere de las normas aceptadas, consideradas normales y sanas. As hace dcadas (antes de la llamada liberacin sexual) era comn definir
como locas a las mujeres que no se repriman en ese terreno, y se convirti en ejemplo paradigmtico
que la ltima dictadura militar argentina llamara de igual manera a las Madres de Plaza de Mayo que
pedan por sus hijos desaparecidos29 . Demostrativos casos donde en pocos aos se revirti la situacin,
sea por cambio en torno a los comportamientos sexuales de las mujeres, y en el reconocimiento de las
anteriores locas como conciencia tica de una nacin.
Sin duda alguna la crtica ms fuerte y rigurosa respecto al uso de la salud mental y de los
profesionales psis al servicio de la dominacin la hizo en las dcadas de los 60 y los 70 la incorrectamente
llamada antipsiquiatra30 -movimiento que dentro de nuestro campo profesional fue el representante del
espritu rebelde y contestatario de esa poca, en el que destacaron hippies y beatniks, las conocidas
insurrecciones de 1968 en muchos pases europeos y latinoamericanos, el Che Guevara y grupos armados, etc.31 -, que tom como eje de su teora y prctica tal uso de marcos tericos y acciones al servicio
del control social por parte de psiclogos, psiquiatras, psicoanalistas, etc., que fueron categrica y claramente definidos por dos de sus principales representantes como policas de la mente (Ronald Laing) y
28

Un desarrollo mucho mayor sobre esto en el presente verse en Guinsberg, E., Matrajt, M., y Campuzano, M., Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 16, 2001.
29
La dictadura militar y sus medios de prensa las definan como las locas de Plaza de Mayo porque denunciaban lo
que ellos negaban, la detencin y desaparicin de prisioneros polticos, algo luego demostrado categricamente.
30

En la nota 21 de p. 14 se explica el por qu de tal incorrecto nombre.

31
Un desarrollo mayor sobre esta poca y una comparacin con la actual en mi ensayo Proyectos, subjetividades e
imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica, revista Argumentos, Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades,
UAM-X, Mxico, N 32-33, 1999. * Reproducido en este libro virtual.

gramscianamente como funcionarios del consenso (Franco Basaglia)32 .


Hoy ms que nunca, por el cada vez mayor incremento del control social y de las sutilezas de la
dominacin simblica, es necesario y valioso volver a la bibliografa ya clsica de esta corriente, algo que
muchos colegas no hacen por considerar que se trata de una postura superada, por crticas respecto a
algunos de sus planteos de modificacin a las instituciones psiquitricas, o por algunas expresiones que
pueden verse como exageradas de algunos de sus principales exponentes. Pero ms all de todo esto,
negar el valor y estudio de las indicadas crticas -se reitera que cada vez ms actuales-, poco ayuda al
combate a las tendencias hegemnicas en torno al uso de la salud mental al servicio del control social, y
de hecho, aunque no sea su propsito, colabora con su mantenimiento33 .

SALUD MENTAL O CONFLICTO PSQUICO?

Ante tal polisemia, significaciones, usos y polmicas en torno a las nociones de salud mental, el
campo psicoanaltico no utiliza tal trmino -puede verse que no aparece en los principales diccionarios
psicoanalticos34 -, llegando incluso a plantear que la salud mental no existe con base en la imposibilidad
de ausencia de conflictos tal como se ver en lo que sigue35 .
Utiliza en su lugar la idea de un conflicto psquico inevitable ya que el sujeto humano nunca podr
satisfacer todos sus deseos por ser producto y estar inserto en una cultura que los prohibe, limita o
32

Una sntesis bastante amplia de las posturas generales, diferencias entre sus escuelas, etc. de esta corriente puede
verse en la parte III, Los planteos crticos del movimiento de alternativas a la psiquiatra, del libro Normalidad,
conflicto psquico, control social, ob.cit., donde se encuentra una tambin amplia bibliografa de sus principales
autores. 33 Un debate y evaluacin crtica de varios autores sobre la corriente antipsiquitrica en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 22 y 23, octubre 2004 y abril 2005. * Mi aporte al mismo en este libro virtual.
34

Entre ellos los de Laplanche y Pontalis, ob.cit., Pierre Fedida (Alianza Editorial, Madrid, 2 ed., 1988), el hecho bajo la
direccin de Roland Chemama (Amorrortu, Buenos Aires, 1998), el Diccionario del pensamiento kleiniano de R.D.
Hinshelwood (Amorrortu, Buenos Aires), el Diccionario de psicoanlisis de las configuraciones vinculares coordinado por Carlos Pachuk y Rasia Friedler (Del Candil, Buenos Aires), como tampoco en el ndice alfabtico por materias
del tomo XXIV de las Obras completas de Freud de la edicin de Amorrortu (tomada de la inglesa Standard Edition).
35

Aunque ste planteo es correcto de acuerdo en tal perspectiva, puede convertirse en peligroso si -como ocurre
tantas veces en deformaciones y exageraciones que se producen a partir de premisas vlidas-, lleva al inmovilismo por
el absurdo de considerar que todo es patolgico y nada puede hacerse con base que nunca existir tal salud mental.
Algo semejante a lo que, tambin reconocindose de que siempre existir un malestar en la cultura, lleva a la no
bsqueda de cambios sociales o culturales, como si todos los malestares fuesen iguales.

condiciona de acuerdo a cada momento histrico especfico tal como fue indicado pginas atrs. De esta
manera toda la dinmica (en realidad dilectica) psquica es un enfrentamiento constante con multitud de
deseos no posibles de satisfacer de acuerdo a los requerimientos de los mismos, lo que produce su
represin como forma de preservacin de la vida social colectiva. El sujeto psquico es entonces uno
inevitablemente reprimido, donde la instancia del yo enfrenta los deseos del ello, pudiendo slo cumplirlos de acuerdo con las normas culturales imperantes en cada momento histrico (que pueden cambiar
como, por ejemplo ha ocurrido con la sexualidad, pero no tanto, o nada, en casos como el de los deseos
de muerte, incesto, etc.). Para comprender esto debe pensarse qu ocurrira si cada sujeto obedeciese de
manera inmediata a todo sus deseos, algo que impedira toda vida social y colectiva organizada. De esta
manera toda cultura es inevitablemente represora, aunque en un sentido diferente al del uso de tal
trmino que se hace ante situaciones polticas, pero similar en cuanto a la imposibilidad de satisfaccin de
todo lo deseado36 .
En esta perspectiva todos somos inevitablemente neurticos, como sinonimia de tal conflicto
inevitable, pero sin que esto signifique tener una neurosis especfica de acuerdo a lo que se ver al estudiarse la psicopatologa especfica (histeria, neurosis obsesiva, perversiones, psicosis, etc.). De cualquier
manera es importante dejar bien claro que tampoco nadie puede tener esa salud mental que plantea la
ausencia de todo conflicto psquico, social o biolgico: por el contrario, sin excepcin alguna todos tenemos, aunque sea en un grado cuantitativo y cualitativo diferente al de las psicopatologas claras, manifiestas y categricas (por ejemplo una histeria), una o varias tendencias de ellas (histeroide para seguir con el
ejemplo anterior) como consecuencia de la evolucin libidinal antes indicada. Decir todos significa que no
hay ninguna excepcin, ni profesionales psis ni estudiantes de psicologa que, en todo caso, pueden ser (o
llegar a ser) concientes de sus problemticas psico(pato)lgicas y de la necesidad de una bsqueda
psicoteraputica o psicoanaltica37 .

36

Una definicin de salud mental que, de hecho, incluye la nocin de conflicto psquico, es la que formula Vicente
Galli, que en 1986 fue director de Salud Mental de Argentina, y que comparten psicoanalistas de la Universidad de
Rosario (Argentina): Un estado de relativo equilibrio e integracin de los elementos conflictivos constitutivos del
sujeto de la cultura y de los grupos, con crisis previsibles e imprevisibles, registrables subjetiva u objetivamente, en el
que las personas o los grupos participan activamente en sus propios cambios y en los de su entorno social (citado por
Colovini, Mara T., y Ravenna, Anala, La salud mental en la currcula innovada, en Madis Chiara, R. (directora),
Proceso de transformacin curricular. Otro paradigma es posible, Facultad de Medicina, Universidad Nacional de
Rosario, Rosario, 2005, p. 205).
37

Dos observaciones sobre esto: 1) en general toda eleccin de carrera, profesin o lo que sea, tiene causas que la

En la obligada brevedad de esta parte del artculo pueden verse las marcadas diferencias entre las
conceptualizaciones de salud mental y de conflicto psquico, lo que deber ser profundizado en el trabajo modular. Si bien los docentes, y ms all de sus diferencias tericas sobre todo lo referente al conflicto
psquico, prefieren este trmino y no el de salud mental, el mantener este ltimo en el nombre del mdulo
es por la indicado en el inicio acerca de la existencia de tal trmino en la mayora de las instituciones psis,
etc., pero tambin por la necesidad de preparar a los alumnos para una lucha terica e ideolgica respecto
a sus sentidos y significaciones.

CONFLICTO PSQUICO, SALUD MENTAL Y SOCIEDAD

Resulta evidente, por lo expuesto en las pginas anteriores, que todo lo que se produce en la
constitucin y desarrollo de la subjetividad -psicopatologa includa- es inseparable de los procesos
sociales, culturales e histricos. Algo comprendido hace ya mucho tiempo, aunque por modas intelectuales y tericas actuales imperantes en nuestro actual Zeitgest (espritu del tiempo), cada vez ms
integrantes del campo psi lo incluyan poco, no le otorguen su fundamental importancia o slo lo planteen
sin llevarlo a sus ltimas consecuencias para tales procesos en general y para la problemtica de la salud
mental y el conflicto psquico en particular. O lo hagan en una perspectiva terica abstracta sin
analizarlo y precisarlo para las condiciones concretas que se viven, o sea sin aterrizarlos en cada
realidad especfica. Pero, se sabe y los profesionales psis no pocas veces lo aplican a otros pero no a s
mismos, que no es nada extrao que se vea slo lo que se quiere ver, eliminando o alejando aquello que
puede inquietar seguridades tericas, personales o poltico-ideolgicas. Si en 1909 Freud consider
que el psicoanlisis era una peste por romper con muchos de los fundamentos tericos de su poca hoy,
despus de la gran aceptacin alcanzada por este marco terico en gran medida pagando el precio de su
domesticacin, puede afirmarse que la peste es la inclusin de los factores socio-histricos
concretos y actuales que pueden significar una fuerte crtica a los fundamentos bsicos de nuestra
determinan: aunque no es algo mecnico y pueden intervenir muchos factores, diferentes estudios han mostrado que
enla eleccin de psicologa y afines es fuerte el peso -no siempre conciente- de la bsqueda de comprensin de
problemticas personales, familiares, etc.; 2) si bien en la carrera de psicologa de la UAM-X y en la casi totalidad de las
universidades no se pide, en la formacin psicoanaltica se exige un analsis personal llamado didctico, al considerar tal
marco terico que se apoya en el trpode de teora, anlisis y supervisin.

cultura y civilizacin38 .
Respecto a los vnculos indicados en el subttulo vale una pregunta constantemente formulada en
clases y conferencias y que, pese al premio ofrecido a los alumnos de darles la ms alta calificacin nunca
fue respondida: que den aunque sea un solo ejemplo de algn comportamiento humano (excepto los
biolgicos bsicos) que no est atravesado por la cultura. Y no puede ser respondida por la simple
razn de que hasta muchas actividades biolgicas lo estn en un sujeto que est formado por y que vive en
una determinada cultura. Por ello en los citados trabajos anteriores se ha sostenido que lleg un momento
en que Freud vi la necesidad de incluir su proyecto terico en un contexto ms amplio, ya no limitado al
mismo sujeto y su entorno familiar y microsocial; por lo que, en este marco de ideas, se sostiene que El
malestar en la cultura39 puede ser entendido como uno de los ejes del marco terico psicoanaltico.
Aunque esto de manera alguna significa negar todas las aportaciones anteriores (teora de los sueos,
metapsicologa, etc.) sino ubicar a stas en un contexto diferente, lo que puede llegar a cambiar de gran
manera la comprensin del marco terico psicoanaltico, permitiendo as la formulacin de nuevas
y distintas problemticas que no entran en una concepcin terica slo familiar o microsocial40 .
Recurdese al respecto lo tantas veces repetido, como ejemplos, de que el perodo de trnsito del
feudalismo al capitalismo en los pases europeos centrales form, a travs del espritu protestante del
luteranismo y del calvinismo, un modelo de hombre que posibilit la necesaria acumulacin de riqueza: un
hombre ordenado, ordenado, frugal y avaro que hoy sera claramente definido como neurtico obsesivo41
38

Todo esto est mucho ms desarrollado en escritos ya indicados: en el libro La salud mental en el neoliberalismo y,
entre otros, en los artculos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, Lo light, lo domesticado y lo bizantino
en nuestro mundo psi; Los psicoanlisis entre comienzo y fin de siglo: desarrollos, crticas y perspectivas, en Ortega
Soto, M. y Valdez Vega, C.I. (coord.), Memoria del Coloquio Objetos del Conocimiento en Cienas Humanas, UAM
Azcapotzalco e Iztapalapa, Mxico, 2001, etc. Tambin en El largo y continuo trnsito de los psicoanlisis de la peste a
la domesticacin, en la seccin Introduccin al Psicoanlisis del sitio web www.elsigma.com, y en Psicoanlisis y
sociedad en Amrica Latina, a publicarse en De cabeza, revista de la Facultad de Psicologa de la Universidad Autnoma del Estado de Morelos. * Los dos primeros en este libro virtual.
39

Freud, S., El malestar en la cultura, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Tomo XXI; en la clsica
edicin espaola de Biblioteca Nueva, Madrid, en el Tomo III. Aunque no es ste el lugar para una discusin al respecto,
es importante sealar que de manera alguna este texto, como ningn otro, debe ser considerado una Biblia, porque en
gran medida Freud ve y ajusta a la cultura a las necesidades de su marco terico, y por todo lo que en l falta para la
comprensin de la relacin entre Sujeto y sociedad.
40

Cmo lo entendi lcidamente Moscovici, Serge, en La era de las multitudes, Fondo de Cultura Econmica, Mxico,
1985 y se cita en el artculo La relacin hombre-cultura... ob.cit.
41

Un buen desarrollo de tal relacin puede verse en Schneider, Michel, Neurosis y lucha de clases, Siglo XXI, Madrid,
1979.

(y del que ahora quedan su conocido orden, puntualidad y limpieza, pero no la ausencia de fuerte consumo, lo que sera incompatible con el capitalismo desarrollado actual); o la histeria como principal cuadro
diagnstico de la mujer de fines del siglo pasado e inicios de ste que, como lo demostr Freud, era
consecuencia de la moral victoriana dominante en esos perodos. Pero as como el creador del psicoanlisis, junto a toda la psiquiatra de ese perodo, estudiaron y buscaron la etiologa de tal neurosis cmo no
hacer lo mismo hoy con la presente a nuestra poca?
Porque resulta claro que, como ya se dijo, estos ltimos no son ms que ejemplo -tal vez muy
grficos, expresivos y contundentes- de algo que existe siempre y no es ninguna excepcin: en cada
poca y en cada marco social siempre se vive de una determinada manera de acuerdo a las condiciones
qure posibilitan las condiciones geogrficas, sociales, econmicas, polticas, etc; condiciones que nunca
son estticas y siempre se encuentran con cambios menores y mayores de acuerdo a las nuevas condiciones que se van presentando. Salta a la vista que una vida nmade o sedentaria, rural o urbana, mstica o
atea, etc. producirn psico(pato)logas genricas muy diferentes que, a su vez, tendrn transformaciones
ms o menos coherentes con las transformaciones estructurales que los marcos sociales realicen.
Ya fue indicado precedentemente que en los pases europeos centrales se mantienen antiguas
actitudes de limpieza y puntualidad, pero la frugalidad y la avaricia de las pocas de acumulacin necesarias para la construccin capitalista han desaparecido, en congruencia con un sistema social que requiere
de un alto consumo para mantenerse y sobrevivir. La histeria por supuesto no fue eliminada con la desaparicin de la moral victoriana, pero no es ya el cuadro dominante y han aparecido otro tipo de cuadros de
acuerdo a la actual revolucin sexual42 . En otro sentido, y respecto a la llamada globalizacin, esto tal
vez no signifique que desaparezcan, al menos totalmente, los conocidos como caracteres nacionales o
especficos de una cultura, pero seguramente que s sobre estos se producirn mltiples y diferentes
cambios al estilo de variaciones que pueden llegar a cambiarlo de manera sustancial, o dejando una forma
o impronta con contenidos distintos (lo que algunos comienzan a llamar glocalizacin).
Por supuesto que sobre esto pueden hacerse grandes y sustantivos desarrollos tericos, que la
antropologa en particular ha realizado como parte esencial de su actividad (y tambin diferentes psicologas con base antropolgica o clara comprensin de la importancia de las culturas en la subjetividad, el
42

Sobre parte de esto gira mi artculo Fantasas (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy dira Freud acerca de la
sexualidad, en Jidar Matalobos, I. (comp.), Sexualidad: smbolos, imgenes y discursos, Area Subjetividad y Procesos
Sociales, UAM-X, Mxico, 2001. * Reproducido en este libro virtual.

etnopsicoanlisis, etc.)43 . Y si tal necesidad ha existido siempre, con mayor razn actualmente donde se
producen cambios en todos los sentidos -polticos, sociales, econmicos, pero sobre todo tecnolgicos y
culturales- con una rapidez infinitamente mayor a la de pocas anteriores, y que producen importantes y
muchas veces sustantivos cambios en todos los aspectos de la subjetividad o, si se prefiere, en la
psico(pato)loga en el sentido antes indicado. En efecto, hoy las formas de vida dominantes, las aspiraciones e ideales del yo (sobre todo para las nuevas generaciones), las exigencias sociales, el poder de
instituciones sociales antes de menor peso o inexistentes como los medios masivos de difusin44 , etc. son
muy diferentes y requieren de constantes estudios como, por ejemplo, en torno a las llamadas
psicopatologas de fin de siglo (respecto a las de finales del XX y actuales), que se reconocen como en
muchos sentidos cambiantes respecto a las anteriores: slo como ejemplos hoy se perciben a las depresiones como cuadros dominantes, cuantitativamente se incrementan los narcisismos, los estados fronterizos, bulimias, anorexias, esquizoidas y psicopatas, es difcil encontrar cuadros neurticos en sus formas
clsicas, etc.45 .
En esta perspectiva puede ser considerado lamentable e incluso cmplice el silencio terico y
prctico profesional respecto a las condiciones de salud mental especficas de cada poca, lo mismo
que la necesaria crtica sobre ello. De la misma manera que, de haber existido psis en pocas pasadas al
surgimiento de estas disciplinas, hubiesen debido hacerlo respecto a tiempos antiguos, el feudalismo y la
43

Respecto a las visiones antropolgicas con perspectiva psicoanaltica vanse los texto de Roheim y Malinovsky entre
otros, y especficamente para nuestro tema a Servantie, A., Becut, M.A., y Bernard, A., Lo normal y lo patolgico
(Introduccin a la antropologa psiquitrica), Fundamentos, Madrid, 1972. Sobre etnopsicoanlisis, Erdheim, M., La
produccin social de inconsciencia. Una introduccin al proceso etnopsicoanaltico, Siglo XXI, Mxico, 2003.
44

Es verdaderamente lamentable que, por el poder que todava tienen las visiones disciplinarias cerradas, el campo psi
tenga muy poco en cuenta el peso actual de los medios, institucin que puede considerarse incluso hegemnica y con
un constante y acelerado crecimiento. Su incidencia sobre el plano subjetivo es cada vez mayor y en todos los aspectos,
en algunos casos mayor al de la familia. Vanse sobre esto mis aportaciones hechas desde mi formacin psicoanaltica
y comunicolgica: respecto a su aporte a la constitucin del sujeto psicosocial sobre todo el libro Control de los medios,
control del hombre. Medios masivos y formacin psicosocial, 1 ed. Nuevomar, Mxico, 1985; 2 ed., Pangea/UAM-X,
Mxico, 1988; 3 ed. (ampliada) Plaza y Valds, Mxico, -una versin para divulgacin en la columna Sujeto meditico
del sitio web www.elsigma.com-; en relacin a la institucin familiar Familia y tele en la estructuracin del Sujeto y su
realidad, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 5, 1995 (est en su sitio web www.plazayvaldes.com/syc1/), y
Televisin y familia en la formacin del sujeto, en Lozano, J.C. y Benassini, C. (ed.), Anuario de Investigacin de la
Comunicacin V, Coneicc/UIA, Mxico, 1999.
45

Entre tantos otros escritos sobre esto, Galende, E., De un horizonte incierto. Psicoanlisis y salud mental en la
sociedad actual, Paids, Buenos Aires, 1997; Rojas, M.C. y Sternbach, S., Entre dos siglos. Una lectura psicoanaltica
de la po modernidad, Lugar Editorial, Buenos Aires, 1994; una sntesis sobre el problema en Rojas, M.C., Patologas de
fin de milenio, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 5, 1995.

Edad Media, el renacimiento, la modernidad, el socialismo real, etc. (como lo hicieron, con o sin conciencia de ello y de tal espritu descriptivo o crtico, algunos filsofos, socilogos y literatos46 ), hoy debiera serlo sin excepcin para todos respecto a lo que actualmente acontece, sin que esto signifique el
abandono de las premisas tericas que se sustentan sino la adecuacin de stas a la realidad concreta,
con los cambios y agregados que sean necesarios con base en ello. Algo que, por lo ya visto, slo se hace
en un mnimo grado, primando una especie de rumiacin sobre problemticas en otro lugar definidas como
bizantinas en el sentido de la preocupacin por problemticas menores sin ver las fundamentales o, de
acuerdo a un dicho popular, ver el rbol sin ver el bosque.

FINAL SIN TERMINACION

Ya en el lmite del espacio para este escrito, con el subttulo busca decirse lo planteado en el inicio:
se trata slo de un comienzo o introduccin a una problemtica que por supuesto requiere de muchsimos
ms desarrollos para cada uno de los puntos aqu planteados. Sobre todo para el aterrizaje concreto de
cada uno de ellos en la realidad especfica que se vive en cada situacin sociohistrica, que para el caso de
la neoliberal, hoy hegemnica en la mayor parte del mundo, fue hecha en un libro ya citado47 .
Una tarea tan difcil y compleja como fundamental a que no puede ni debe renunciarse

Bibliografa

Caruso, Igor, Psicoanlisis dialctico, Paids, Buenos Aires, 1964.


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46

Siempre se ha dicho, y con toda razn, que muchsimas veces en la literatura se encuentran descripciones y formulaciones
psicolgicas que permiten tanto la comprensin de las condiciones de una poca como los de importantes aspectos
psico(pato)lgicos. En este sentido Dostoyevski es un claro y destacado ejemplo de ambas cosas.
47

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EL TRABAJO ARGENTINO EN SALUD MENTAL: LA


PRCTICA ENTRE LA TEORA Y LA POLTICA *
Cuando muy poco despus de estallar el golpe militar de marzo de 1976 el Secretario General de la
intervenida Universidad Nacional de Crdoba, jefe militar en actividad, dijo que Marx y Freud eran los
delincuentes ideolgicos ms divulgados en las universidades argentinas, si bien realiz una caracterizacin
equivocada, mostr cul era la opinin de las fuerzas armadas sobre la psicologa en el pas y result ser
toda una advertencia.
Es sabido que el desarrollo argentino en psicologa y psiquiatra es muy alto -sin duda uno de los
ms avanzados del mundo entero- aunque nunca pudo ser definido con precisin el por qu de tal hecho:
por haber sido Argentina refugio de algunos analistas europeos durante la Segunda Guerra Mundial, por
las caractersticas marcadamente europeas de su poblacin y su cultura, por el peso de sus clases medias.
Esas son algunas de las respuestas, poco satisfactorias en realidad, que generalmente se dan ante tal
pregunta. Pero ms all de las causas, lo incuestionablemente real es el citado desarrollo, que ha producido la llamada escuela argentina de psicoanlisis y un importante nivel de los TSM (Trabajadores de
Salud Mental), y que hizo de Buenos Aires una de las ciudades del mundo con mayor cantidad de gente
que se analizaba o realizaba una terapia psicolgica, al ser esta prctica corriente y aceptada por importantes ncleos de poblacin (en parte porque era relativamente barata, a menos en comparacin con otros
pases). Las caractersticas y terminologa del psicoanlisis se encontraban siempre presentes en revistas y
medios de comunicacin, y las carreras de psicologa, existentes desde 1956, no slo eran muy concurridas, sino que incluso llegaron a estar de moda, al menos hasta 1975, ao del comienzo del periodo ms
crudo de la actual represin generalizada y que toc de lleno a los TSM . * *
Pero tal impetuoso desarrollo, crecimiento y consolidacin llevaron en su seno una constante crisis
*

Publicado en Cuadernos de Marcha, Mxico, N 2, julio-agosto 1979, que cambiaron el ttulo por Freud y Marx,
delincuentes. Reproducido en los Apndices de Sociedad, salud y enfermedad mental, UAM-X, Mxico, 1981, y en la
1 ed. del libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds / Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco, Mxico, 1990.
**

Ms de dos dcadas despus de escrito y publicado el presente trabajo, dos libros publicados en Argentina intentan
comprender el desarrollo psicolgico y psicoanaltico argentino y algunas de sus causas: Ben Plotkin, Mariano, Freud
en las pampas, Sudamericana, Buenos Aires, 2003; Carpintero, Enrique y Vainer, Alejandro Las huellas de la memoria.
Psicoanlisis y Salud Mental en la Argentina de los 60 y 70, tomo I: 1957-1969, Topa, Buenos Aires, 2004.

en el sentido ms positivo del trmino, es decir una negacin permanente a la esclerosis terica y prctica
y, elemento esencial, tambin una negativa (no en todos, pero si en un importante sector del TSM) a la
utilizacin de su conocimiento al servicio de la dominacin existente. Si es una absoluta falacia la idea de
los sectores represivos de que todos los TSM eran de izquierda y subversivos, una falacia mayor sera
dejar de lado que efectivamente hubo gran cantidad de intentos de creacin de alternativas tericas y
prcticas, que fueron precisamente las que marcaron de tal modo a la psicologa en general y a los TSM
en particular.
El fenmeno psicolgico argentino es una realidad muy compleja que an no ha sido del todo
conceptualizada y es, por supuesto, una situacin cuya comprensin es imposible sin inscribirla en la
tambin muy compleja realidad argentina de los ltimos 25 aos. En los cambios constantes de esta ltima
y en sus crisis recurrentes es donde hay que situar las modificaciones tambin constantes, casi nunca
delineadas con precisin, sino ms bien respuestas a las necesidades concretas del momento en algunos
casos, reacciones tericas de rechazo al statu-quo en otros, pero siempre ubicaciones que de hecho
implicaban intentos de alternativas -a veces concientes, otras no- para el uso de un conocimiento concreto. Vale la pena esbozar algunos aspectos de la situacin para conceptualizar lo ocurrido * .
El surgimiento moderno de la psicologa argentina tiene fecha de nacimiento a comienzos de la
dcada del 40, cuando un puado de psicoanalistas europeos emigrados de sus pases por la guerra* *,
llegan al pas y colocan los cimientos de lo que ser la Asociacin Psicoanaltica Argentina (APA) y el
desarrollo psicoanaltico y psicolgico en general. Un hecho importante es que Argentina tendr un marco
de referencia que en mayor o menor grado ser siempre el de esta corriente terico-prctica: jams pudo
penetrar otro marco conceptual, salvo en escala insignificante (caso de la reflexologa, seguida consecuentemente por miembros consecuentes del Partido Comunista, pero incluso abandonada por stos cuando
las nuevas generaciones asuman tambin el psicoanlisis). Pero el mismo psicoanlisis escap de los
frreos marcos institucionales de la ortodoxa APA -que acoga en su seno slo a mdicos- para encontrar
amplia y extensa divulgacin en las nacientes escuelas de psicologa, creadas en la modernizacin universitaria que comienza a partir de 1956. Fue un encuentro altamente conflictvo en tanto posibilitaba una
*

Sin duda alguna tal proceso se inscribe en lo que se analiza en el trabajo Proyectos, subjetividades e imaginarios de
los 60 a los 90 en Latinoamrica, tambin includo en este libro virtual.
**

Se trata de un error que ahora se corrige: muchos eran argentinos pero que realizaron su formacin analtica en Europa.

divulgacin muy grande, pero en estudiantes que no estaban limitados por la rigidez de la APA y s en
creciente proceso de radicalizacin poltica en vinculacin con las capas populares, junto a las cuales
participaban en las movilizaciones incesantes que comenzaban a darse en todos los mbitos. Una juventud
que -junto al conocimiento psicolgico- recoga tambin las experiencias de la naciente revolucin cubana
y los balbuceantes desarrollos de una izquierdizacin integrada al proceso popular y no enfrentada a l,
como haba ocurrido hasta 1955. Incida tambin en el propio campo de trabajo, donde los docentes
formaban en el marco analtico, pero sealando que la prctica teraputica deba ser para los analistas de
la APA, quedando para el psiclogo labores psicoprofilctcas y otras, cosa que obviamente no se daba
as.
Otro factor es que junto a la radicalizacin estudiantil, alumnos y nuevos egresados comienzan a
entrar a hospitales, enfrentndose -ya no slo tericamente- con las realidades de estructuras anquilosadas
por una psiquiatra tradicional y conservadora. Pero junto a estas instituciones tambin existan otras
donde se realizaba una prctica diferente, con sectores tambin diferentes al de las clases medias y altas,
concurrentes tpicos de los consultorios privados. Era posible, y cmo, usar la psicologa en estos mbitos, es decir al servicio de las clases populares? Esta era la pregunta -latente o manifiesta- que se estaba
gestando, respondida muchas veces de manera emprica, pero abriendo un importante camino que resultara paulatinamente transitado.
De cualquier manera, aunque un poco fue la simiente de desarrollos posteriores, el cambio todava
no pasaba de una modernizacin de la prctica psicolgica, donde cualquier transformacin era importante frente a una psiquiatra tradicional y caverncola. Ya desde sus comienzos el psicoanlisis signific un
cambio revolucionario, entendindose esto en un sentido psicolgico y no poltico o social, y posibilit una
alternativa dinmica frente a lo esttico o inmutable. Un primer paso fue la larga batalla -en definitiva nunca
ganada del todo aunque con importantsimos avances- por la introduccin de tcnicas ms modernas y
prcticas ms humanas en el seno de las instituciones asistenciales. Como puntualiza un trabajo de TSM
argentinos radicados en Mxico1 , tal batalla fue un constante fluir de avances y retrocesos entre los que
pretenden entender al paciente, reconocerle su status de persona, y aquellos que recurren al castigo fsico,
al chaleco de fuerza, al chaleco qumico o al uso del electroshock, en un intento de doblegar sntomas y al
enfermo, en una actitud tan acrtica como inhumana. Se marcaron as metas o posiciones entre dos concepciones de la enfermedad mental: una ya no controvertida sino anacrnica y por tanto anticientfica y

antihumanstica, que concibe al paciente como un caso general irrecuperable, y a la enfermedad como un
hecho exclusivamente biolgico y por tanto al individuo desvinculado de sus relaciones familiares y sociales; coherente con esta concepcin resulta una psiquiatra custodial, que encierra a los pacientes y los aleja
de toda relacin social.
Frente a esta concepcin -contina el mismo trabajo- se ubica al hombre como inmerso dentro de
las relaciones con sus semejantes (familia y sociedad), donde su salud depender y afectar dichas relaciones. De esta controversia surgen prcticas diferentes, introducindose el psicoanlisis (sobre todo
como marco terico), tcnicas grupales, comunidades teraputicas, etc. Podr observarse cmo, en definitiva, el planteo distaba de ser revolucionario para ser slo modernizante, aunque esto era suficiente
para provocar las iras de los psiquiatras tradicionales, aferrados a sus tcnicas clsicas o modernizados
-diferente medio para igual fin- con los nuevos psicofrmacos, administrados en cantidades industriales.
Vale la pena seguir con el trabajo citado, uno de los pocos que intentan una explicacin de lo
ocurrido, al indicar que son las limitaciones de estos planteos, conjuntamente con los cambios en la
realidad poltico-social, lo que lleva a una apertura simultnea en dos direcciones:
a.- la aparicin de una psicologa comunitaria, de la nocin de profilaxs, del trabajo en las escuelas,
iglesias, instituciones hospitalarias generales, medios de comunicacin masivos, etc., integrndose a la
lucha individual y colectiva por la propia salud. Es el periodo comprendido entre 1963 y 1969.
b.- la aparicin de instituciones gremiales masivas representativas de los trabajadores de salud mental:
Federacin Argentina de Psiquiatras (FAP) * , Asociacin de Psiclogos de Buenos Aires (APBA) y luego
su proyeccin a nivel nacional, as como de sectores que se separan de la ortodoxa APA, no slo por
cuestionamiento a sus lincamientos terico-prcticos, sino por la crtica conocida a su orientacin ideolgica.
El paso de la etapa anterior a la siguiente slo puede entenderse sobre la base de la situacin
poltica de la poca. La llamada revolucin argentina (1966-73) provoca una eclosin poltica que
produce las conocidas insurrecciones populares (cordobazos, rosariazos, etc.), el nacimiento de organizaciones obreras clasistas independientes de la corrompida burocracia sindical, el surgimiento de impor-

Comisin de Salud Mental de la Casa del Pueblo Argentino en Mxico: Historias y consecuencias de una alternativa
psiquitrica-psicolgica en Argentina, trabajo presentado al Segundo Encuentro sobre Alternativas a la Psiquiatra,
Cuemavaca (Mxico), septiembre de 1978, y publicado en Antipsiquiatra y poltica, Extemporneos, Mxico, 1980.

tantes formaciones guerrilleras, movilizaciones obreras populares de todo tipo, etc. Pero paralela y consecuentemente -producto de lo anterior y de los efectos de las medidas tanto econmicas como represivas
de la Junta Militar- se desarrolla una importante radicalizacin de las capas medias, incluidos amplios
sectores intelectuales y profesionales, y entre stos los TSM, que junto a la participacin en las organizaciones gremiales (FAP, APBA, etc.), proyectan tal radicalizacin a terrenos tanto tericos como prcticos de su quehacer profesional. Debe tambin acotarse que frente a la intervencin de la universidad y su
consiguiente derechizacin nacen y crecen importantes alternativas de enseanza, generalmente cargadas
poltica e ideolgicamente. Asimismo, si 1968 fue importante en Europa y otros pases, sus efectos unidos a la situacin que se viva en Argentina- repercuten en situaciones polticas y tericas.
Si bien en este trabajo sern mencionados por separados diferentes aspectos del camino que se
recorra, debe entenderse que el mismo no fue tan separado, sino parte de una constante dialctica donde
la participacin prctica en la psicologa (o en la militancia poltica y/o gremial) repercuta sobre la teora,
que a su vez abra nuevos caminos prcticos.
Aunque la crtica al uso de la psicologa vena de bastante tiempo atrs -lo mismo que a la esclerosis institucional del psicoanlisis de la APA- no cabe duda de que la crisis que se produjo en esa
institucin con la salida violenta de cuestionadores internos, provoc una conmocin de incuestionable
importancia. Es cierto que haba antecedentes de rupturas similares, en la misma poca, en pases europeos conmocionads por las movilizaciones estudiantiles del 68. Pero mientras stas pasaron ms o
menos rpidamente, el desarrollo y crecimiento de la argentina slo puede explicarse por el contexto
poltico nacional, signado por una movilizacin no slo estudiantil, sino bsicamente obrera y popular, as
como por el auge psicolgico en permanente crecimiento, auge que algunos definieron como un verdadero
boom.
Uno de los hechos detonantes del estallido abierto del conflicto de la APA -que se estaba gestando
en discusiones y por la participacin de muchos analistas en la combativa FAP- es todo un smbolo: la
distribucin en la APA de un volante de la FAP solidario con el cordobazo provoca el repudio del
presidente de la organizacin analtica, que en una carta seala que su Asociacin se opone y se opondr
a todo lo que pretenda coartar, dirigir o marcar un rumbo de pensamiento, sabiendo de sobra que esto
*

La FAP era una organizacin existente de psiquiatras que no tena mayor representatividad ni accin, que se convierte
en lo que se mencionar luego por la actuacin en ella de sectores y psicoanalistas progresistas. Su primer presidente de
este perodo fue Emilio Rodrigu, un connotado analista.

puede aparecer edulcoradamente presentado como progresista, lo que a veces dificulta la visin clara de
la falsa opcin propuesta y de la presin ideolgica encubierta que conduce a la accin inmediata y
masifcada, impidiendo la previa asimilacin reflexiva.
Sugiere por tanto y recomienda enfticamente que en el futuro, las comunicaciones a la poblacin
de la APA sean dirigidas por correo a las direcciones particulares de los colegas (para evitar) un nuevo
suceso lesivo, en cuanto sospecha de tentativa de masifcacin. Los disidentes responden sealando una
discrepancia profunda con las premisas anteriores: ...Pensamos que, aunque se lo niegue formalmente,
propugnar la dedicacin exclusiva de la APA a la ciencia pura, implica irremediablemente una afirmacin
de anuencia al sistema socio-poltico imperante. Lamentablemente la presin y tutela ideolgica que se
intentan combatir, pueden ser ejercidas en forma encubierta al invocar un supuesto apoliticismo por la
pureza cienttica.
No se trata de historiar el proceso en este trabajo, sino resaltar sus consecuencias. Por de pronto
se pone de manifiesto un conflicto que hasta entonces se mantena en estado latente y comienza una larga
polmica, por la cual renuncian a la APA un conjunto importante de sus miembros. Pero, roto el control de
la presin institucional, emergen nuevas aperturas y bsquedas de lo que piensan debe ser el psicoanlisis
en teora y prctica, aperturas y bsquedas que sern acogidas no slo por analistas sino por la FAP y
otros mbitos.
Los dos tomos publicados de Cuestionamos, documentos de critica a la ubicacin actual del
psicoanlisis, son un buen resumen de las propuestas, pero tambin de las diferentes perspectivas existentes en un conjunto no homogneo. El primer volumen se abre con una expresin de Marie Langer compiladora de los trabajos- donde se expresa que Freud y Marx han descubierto por igual, detrs de la
realidad aparente, las fuerzas verdaderas que nos gobiernan: Freud, el inconsciente; Marx la lucha de
clases. Y en el prlogo, la misma analista contesta a la pregunta qu cuestionamos?, diciendo que no
al Freud cientfico que nos muestra cmo la ideologa de la clase dominante se transmite, a travs del
supery, de generacin en generacin, y vuelve lerdo al hombre en su capacidad de cambio. Pero cuestionamos al Freud ideolgico que toma a la sociedad como dada y al hombre como fundamentalmente
incambiable. Cuestionamos, adems, la institucionalizacin actual del psicoanlisis y su pacto con la clase
dominante. Por qu estos cuestonamientos? Justamente por una necesidad de integracin. Pero tambin por considerar que el anlisis cuestionado, repensado, enriquecido por investigaciones hechas desde

un abordaje marxista y con nuevas aperturas hacia lo social, puede ser el instrumento ms til en el
presente e indispensable en el futuro. Con ello se trataba de terminar con el hecho concreto de que
nosotros, los psicoanalistas, siempre nos consideramos revolucionarios, y es cierto que lo fuimos en una
poca en el campo psicolgico-cultural. Pero no lo fuimos en el campo de la lucha de clases.
Se cuestionaba, en definitiva, porque la interpretacin psicoanaltica puede complementar nuestra comprensin sociolgica y poltica, pero pierde sentido si la emitimos aisladamente, en vez de ubicarla
dentro de una estructura social que Marx nos volvi inteligible. Se trataba entonces de seguir trabajando a fin de desarrollar, hasta sus ultimas consecuencias, todas las posibilidades de aplicacin del psicoanlisis en la lucha por una nueva sociedad y por la creacin del hombre nuevo2 . Por ltimo una conclusin categrica que, en otro trabajo, cierra el volumen de Cuestionamos I, con referencia al abandono
poltico que decret la asociacin analtica vienesa al llegar el nazismo al poder: Para que nuestra ciencia
sobreviva en la nueva sociedad que se avecina, y para que pueda complementar con su conocimiento
psicolgico lo creado en otro nivel, esta vez no renunciaremos ni ai marxismo ni al psicoanlisis3 .
Sera una ilusin voluntarista creer que lo anterior era realmente compartido por todos los disidentes o que la propuesta lleg a cumplirse en todas sus posibilidades. Marxismo y psicoanlisis no llegaron
a articularse de una manera firme, y sigue siendo un problema terico no resuelto; mientras algunos se
dedicaban a la bsqueda exclusivamente terica (como si fuera posible) merced a una conocida desviacin intelectualista, otros marcaban la importancia de la prctica: de esta manera dimos algunos pasos
concretos en el tan debatido terreno de la inte-rrelacin entre marxismo y psicoanlisis, otorgando a la
prctica el privilegio que le adjudican Marx, Gramsci y Mao4 . Ms all de esta bsqueda, en muchos
casos las expresiones verbales no se traducan en modificaciones de una prctica tradicional; ms de una
vez era perceptible una marcada disociacin entre lo clsico del consultorio privado -nada cambiado- y lo
que buscaba hacerse en una aplicacin social externa a l. Tampoco puede dejarse de lado un tipo de
politizacin de la actividad profesional al estilo de quienes sealaban (e incluso teorizaban) la necesidad
de construir una psicologa nacional y popular, que en definitiva no era otra cosa que la aplicacin al
campo especfico del populismo existente en algunos sectores. Menos an puede dejarse de lado el
2

Citas tomadas del prlogo de Langer, Marie al volumen de autores varios, Cuestionamos I. Granica Editor, Buenos
Aires, 1972.
3

Langer, Langer: Psicoanlisis y/o revolucin social; trabajo presentado en el XXVII Congreso Internacional de
Viena, 1971. Publicado en Cuestionamos I.

abandono que pudo haber, sea de la construccin terica o bien de la misma prctica.
Pero ms all de divergencias y contradicciones, las nuevas propuestas permitieron un amplio
campo de bsqueda tericas, prcticas e incluso poltico-gremiales. Es muy fcil hacer ahora una crtica a
inocultables errores cometidos (de distinto valor y sentido viniendo tales crticas de quienes participaron
en el proceso o de quienes lo vean desde el balcn del purismo terico y profesional), o a las fantasas de
aquellos que, entusiasmados, crean que desde all saldra la psicologa revolucionaria o, caso tambin
existente, pensaban que el cambio social podra darse desde la mera aportacin psicolgica. Pero, si bien
es importante hacer la evaluacin de lo realizado (o lo no realizado), hay que resaltar el hecho de que
nunca antes se produjo una conmocin semejante en el campo especfico, con las posibilidades -confusas
a veces, empricas otras, ampliamente perfectibles- que lograron una ruptura con lo esttico del pasado, y
por tanto el intento de encuentro con nuevos mbitos tericos y prcticos.
Producida la separacin definitiva de la APA, la FAP intensifica su trabajo poltico como tericoprctico, llega a ser, por lejos, la organizacin gremial y profesional ms politizada e ideologizada del pas,
con constantes asambleas de discusin y concrecin de los planteos. No se quedaron en la denuncia de la
represin existente (en el pas y en los centros asistenciales), sino que planteaba alternativas y planes de
lucha con sus movilizaciones. Entre sus actividades debe recordarse -poco antes del gobierno del Dr.
Cmpora- la concurrencia a la prisin de Villa Devoto para dar atencin psicolgica a los presos y
torturados polticos. Al mismo tiempo se rompen las fronteras profesionales y psiclogos, psiquiatras,
psicoanalistas, psicopedagogos, etc., forman la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental, ncleo
gremial-profesional ms amplio. Esta, a su vez, crea el Centro de Docencia e Investigacin (CDI), que
acta como alternativa a los centros tradicionales de enseanza, buscando ser un marco adecuado de
confrontacin ideolgica y cienttifca cuyo fin ser dar a los TSM una formacin de opcin ante las
organizaciones existentes. Claro ejemplo de su cometido era una de sus formulaciones: El CDI tiene por
objetivo posibilitar la formacin de los TSM; teniendo en cuenta la necesidad del examen crtico de los
supuestos que fundamentan sus prcticas y de las condiciones socioeconmicas concretas en que estas se
realizan, se trata de ubicar la problemtica de la salud mental en el contexto de una sociedad dividida en
clases, con intereses econmicos y polticos propuestos y estancada en su desarrollo por la dependencia
4

Langer, Marie y Maldonado, Ignacio: El psicoanlisis al servicio de los aparatos ideolgicos del Estado o del
cambio social, trabajo indito.

de los monopolios imperialistas. Es interesante puntualizar que la vieja antinomia psiquiatra/psicoanlisis


fue superada y remplazada por otra mucho ms vlida: psiquiatra oficial/psiquiatra al servicio de las
necesidades de las clases explotadas5 . Debe recordarse que el CDI comienza a funcionar -antes de tener
un lugar adecuado la cantidad muy grande de concurrentes que asistan a los cursos- en el Sindicato de
Obreros Grficos, organizacin claramente combativa y enfrentada a la CGT oficial y burocrtica.
En este contexto -muy esquemticamente mostrado- los TSM van adquiriendo la nocin de los
lmites de la tarea institucional (hospitales, etc.) y comprendiendo la necesidad de trascender a una dimensin sanitaria: la salud mental del pueblo slo es concebible desde una poltica sanitaria global... y sta no
existe en forma independiente de una poltica general. Por el contrario, est dictada y determinada por l.
Una institucin moderna no slo no molesta al sistema (en tanto no constituya un foco de conciencia y
aliente la instalacin de otras) sino que puede llegar a ser un paliativo social o actuar como vidriera del
eficientismo de un gobierno. Pero los planes sanitarios globales son resorte exclusivo de las clases dominantes, que no pueden aparecer como contradictorios con las polticas que se aplican. Por ello, en esta
etapa, el papel de los TSM se transforma y se vuelve irritativo para el sistema, en tanto su quehacer va
confluyendo cada vez ms con las luchas populares y las reivindicaciones especficas -en indisoluble unin
a planteos tericos cada vez ms profundizados- se tornan cada da ms incompatibles con los sectores
que detentan el poder. Estos planteos -profundizacin y sealamiento de la importancia del marco social
(de su forma capitalista en el caso argentino) y por tanto las limitaciones para la actividad curativa e
incluso para psicoprofilaxis- se unen a una prctica cuestionadora y concientizadora de las causas de las
problemticas psquicas (tanto en la patologa como en la propia vida normal).
Esto, a su vez, origina al menos dos cosas: por un lado la salida de los consultorios y hospitales a
mbitos nuevos y ms amplios (zonas barriales, participacin en actividades vinculadas a organizaciones
polticas y populares, sindicatos, etc., as como apertura de centros de salud para sectores obreros,
estudios de los efectos del trabajo en la salud mental, etc.); por otro lado, la participacin de TSM -no
como tales sino como personas- en la militancia poltica concreta, sea en partidos, actividades o a nivel
gremial. Es interesante ver muy rpidamente algunos de esos nuevos campos y sus significaciones.
El trabajo con sectores populares siempre haba sido el deseo de muchos TSM, pero general5

Braslavsky, Manuel y Bertoldo, Carlos, Apuntes para una historia reciente del movimiento psicoanaltico argentino.
Interpretacin crtica de la ideologa y de la accin poltica de un sector de la pequea burguesa, en Langer, Marie
(comp.), Cuestionamos II, granica Editor, Buenos Aires, 1973.

mente planteado bien como una ilusin que alguna vez debera ser realizada, bien como una prctica que
daba experiencia y aprendizaje en hospitales, sirviendo a la vez como expiacin de culpa por cuanto el
trabajo central era en mbitos privados y bien pagados. Mucho se ha ironizado al respecto en torno a las
formas de trabajo de maana (en instituciones) y de tarde (en consultorios privados), haciendo referencia a las diferencias de atencin, de tcnicas, etc. En otros casos, si bien poda existir un inters social
por tales sectores, de hecho la prctica era realizada un poco desde criterios profesionales con conciencia social e incluso como forma de beneficencia.
De ninguna manera debe creerse que en la experiencia argentina tales cosas deparecieron por
completo, pero es absolutamente vlido sealar que s existieron cosas nuevas y un inters tambin diferente, si bien no en todos los que participaron, al menos en un importante sector. Por de pronto debe
resaltarse que el inters social lo fue no por referirse al lugar de trabajo sino por su contenido, lo que es
muy diferente. Ya en 1969 nace el primer servicio de psiquiatra social en el servicio de psicopatologa del
policlnico de Lans (institucin que ha sido una verdadera escuela de TSM), camino reiteradamente
seguido por otras instituciones. Si bien se trataba de responder a necesidades concretas del campo sanitario -lo que de por s implica un grado de sensibilidad que no escapaba de los lmites del humanismo
burgus progresista- en muchos casos no se comprendi las repercusiones que ello traera, es decir que se
responda a una demanda sin darse cuenta de lo que provocaba. Y lo que comenz por parte de servicios
sanitarios -sobre todo ubicados en zonas obreras y populares- fue continuado luego por (o en) organizaciones polticas, sindicatos, etctera.
Las tareas encaradas eran tanto el trabajo en las mismas zonas populares a niveles de deteccin
de problemticas, psicoproflaxis, etc., como la habilitacin de consultorios de atencin teraputica, que si
bien existieron siempre, en estos casos lo eran con un enfoque dinmico en neta oposicin a las tcnicas
tradicionales de control a travs de psicofrmacos, etc. En definitiva se trataba de ofrecer a estos sectores
lo mismo -adecuado a la situacin- que se haca a nivel privado. Y, sobre todo, con un marco ideolgico
absolutamente distinto de comprensin de las problemticas.
El trabajo en y con sectores populares parti de hecho como intento de comprensin de las
condiciones epidemiolgicas existentes, intentando realizar las psicoproflaxis y rehabilitaciones factibles.
Pero eran los TSM que iban a los pobladores y no stos a las instituciones; es decir que el TSM se
ubicaba en el propio habitat de aqullos, observando de manera directa tanto las consecuencias como las

causas. Se enfrentaban entonces a un mundo concreto, con todas las tensiones y las formas de vida
producto de una estructura de poder. Si estas experiencias comienzan -ya se dijo- de una manera un tanto
ingenua, pronto la realidad hace sentir su peso, mostrando los lmites de las prevenciones secundaria y
terciaria para tratar de llegar a la primaria, es decir que ya no es posible dejar de politizar la prctica
profesional. Si a esto se agrega el hecho de que en muchos casos la tarea era llegar a la poblacin a travs
del contacto con los lderes naturales (es decir los representativos, no los impuestos) -que de hecho eran
partcipes de la eclosin poltica de un momento de alta participacin y combatitividad-no pueden sorprender las consecuencias en los propios TSM.
En muchos casos esta prctica se desvi del criterio inicial para tomar los nuevos caminos que
indicaba la nueva experiencia, buscndose los objetivos del comienzo -ahora ubicados en la realidad
concreta- pero tambin la concientizacin de la poblacin sobre su situacin y sus causas, a travs del
manejo de la dinmica grupal en auge en la prctica psicolgica argentina (camino tambin realizado luego
por organizaciones polticas sindicales, etc. en sus propios mbitos y en las zonas populares, villas miserias, etc., en muchos casos por TSM que a la vez eran militantes de las mismas). Segn palabras de uno de
los tantos participantes -utilizando trminos de Enrique Pichn Riviere (destacado analista y psiquiatra,
verdadero impulsor de las tcnicas grupales)- la tarea era favorecer la vinculacin con el proceso poltico
que se estaba dando de una manera antes no vista en el pas, tratando de analizar los obstculos que
frenaban o impedan esa tarea.
Si lo anterior -descrito de una manera harto general- implicara un trauma (como lo fue) para los
puristas del quehacer psicolgico, ms lo seran las experiencias de terapias grupales con tcnicas analticas que comenzaron a realizarse en servicios de zonas populares (por ejemplo en el policlnico de Avellaneda,
ciudad pegada a la Capital Federal y con poblacin bsicamente obrera)6 . Al respecto es curioso cmo
sus realizadores (algunos de ellos eminentes analistas, renunciantes de la APA) reconocan que aprendimos mucho de nuestros pacientes; el trabajo hospitalario nos impuso ciertas modificaciones a nuestra
tcnica, de las cuales algunas importbamos despus a la consulta privada... Prescindamos de intervenciones sofisticadas, de trminos tcnicos y de la actitud impasible y neutra que el analista suele aprender
en la institucin. No cuidbamos ni nuestro lenguaje ni nuestra mmica....
Si en los trabajos antes citados de las zonas barriales ya haba sido comprobada la falsedad de la
imposibilidad de trabajo analtico con ncleos populares, esto es aqu reafirmado. En esos momentos

exista un amplio debate en relacin con las ideas de un terapeuta que sostena la imposibilidad de utilizacin del psicoanlisis con esos sectores populares ya que, consideraba, en ellos hay carencia o incapacidad de simbolizacin y de abstraccin, elementos caractersticos del uso analtico en sus clsicos pacientes (de pequea burguesa para arriba). Y si esto era planteado invocando la necesidad de bsqueda de
otros caminos teraputicos, de hecho se converta en algo reaccionario al sealar que lo que se consideraba el marco terico ms valioso y cientfico no era utilizable para el sector popular. En uno de los pocos
trabajos disponibles sobre la utilizacin analtica en este mbito se afirma al respecto que en oposicin a
los autores que sostienen que los integrantes de la clase o los marginados no pueden ser tratados
psicoanalticamente, ya que les falta nivel de abstraccin y de simbolizacin, pudimos comprobar una gran
accesibilidad y permeabilidad a las interpretaciones. Estaban mucho menos definidos por racionalizaciones
e intelectualizaciones que en nuestros pacientes de consultorio privado. Es decir que los niveles de menor
abstraccin permitan precisamente una mayor aprehensin de la realidad (y por tanto facilitaban el proceso de su transformacin).
Resulta imposible narrar en detalle las caractersticas de experiencias semejantes, pero s debe
resaltarse que se trata de un terreno del cual es posible sacar mltiples cosechas, tanto para el presente
como para un futuro distinto. Baste slo indicar que tambin eran factibles las terapias sin pago, situacin
que rompa con todo un dogma. de la prctica psicolgica: haber trasladado esta afirmacin (que es
imposible las terapias sin pago) al trabajo institucional, haberla mantenido durante medio siglo, implica una
ideologizacin, cuya base monetaria es evidente. Nosotros, en nuestros grupos tuvimos justo la impresin
opuesta: la ausencia de un contrato econmico entre pacientes y terapeutas facilitaba la labor y limpiaba el
campo transferencial de interferencias. El paciente poda proyectar situaciones mltiples en nosotros, pero
nunca sentirse mercanca. Claro que en estas terapias las metas eran tambin diferentes a las de las largas
terapias privadas clsicas: era, aparte de las mejoras sintomticas, ayudar a nuestros pacientes a perder,
o disminuir, por Ic menos, prejuicios sexuales y sociales. Y liberarse de la ideologa de la clase dominante. Era tambin lograr descubrimientos sbitos, al debilitarse la represin y los sentimientos de culpa
inconscientes. Era poder adquirir conciencia y una visin diferente de si mismos y del mundo. Era
conseguir que comprendan como haban sido condicionados para ocupar el lugar que la sociedad

6
(Nota de 1989) Langer, Marie y Siniego, Alberto, Psicoanlisis, lucha de clases v salud mental, en Casa de! Tiempo,
revsta de la Universidad Autnoma Metropolitana, Mxico, N 80, noviembre-diciembre 1988, p. 38.

les adjudicaba.... Esta ampliacin del campo de aplicacin de terapias a sectores populares y de bajos
recursos es tambin llevada a cabo por la propia Universidad de Buenos Aires a travs de la ctedra de
Psicologa Mdica de la Facultad de Medicina, que reuna en su hospital a varios centenares de terapeutas, algunos jvenes (incluyendo gran cantidad de los miembros de la FAP y del CDI). Aqu tanto se daba
terapia a quien la pidiera (y de inmediato, sin largas esperas), como se buscaba la formacin de terapeutas
en la lnea terico-prctica que se enumera en este trabajo, especficamente la del CDI * .
Ms all del terreno especficamente asistencia!, otra valiosa experiencia fue la recuperacin de un
rea de actividad como es la psicologa del trabajo, que en la sociedad capitalista se encuentra estigmatizada por estar al servicio de la patronal en su bsqueda de mayor produccin y plusvala. En una dependencia de la misma Universidad de Buenos Aires (el Instituto de Medicina del Trabajo) se cambi radicalmente tal perspectiva, realizndose dos tareas bsicas: una referida a la asesora sobre problemas de salud
laboral a trabajadores, tanto a travs de las direcciones sindicales como por medio de las fbricas; y otras
referida a realizar investigaciones sobre problemas de salud laboral, incluyendo deteccin y tratamiento de
enfermedades labora/es. Es de destacar que as conclusiones eran revertidas sobre los propios trabajadores, o sea que se convertan -en manos de los gremios combativos, para quienes se dedicaban los esfuerzos- en instrumentos de conciencia y de lucha.
Frente a estas aperturas de un campo que tradicionalmente es entendido como curativo en
consultorios privados o en hospitales custodiales, donde la enfermedad es vista como orgnica o limitada al marco microsocial de la familia, y que, a lo sumo, puede llegar a una psicoproflaxis que no cuestione
las estructuras dominantes (y por tanto de eficacia ultralimitada), no puede sorprender la imagen de subversivos y peligrosos que cay sobre los TSM, con su consiguiente represin. Tanto por el sistema en
s como por los sectores tradicionalistas de la profesin que perdieron algunas posiciones pero nunca
cedieron en sus planteos y, obviamente, jams desaparecieron de la escena.
La represin comienza mucho antes del actual rgimen militar, inicindose en pleno gobierno de
Isabel Pern. La intervencin de la Universidad, en 1975, elimina de cuajo tanto lo que desde ella se
realizaba como una orientacin progresista en la enseanza de la psicologa. Sera muy extenso sealar las
consecuencias represivas en detalle; en un documento ya citado7 se enumeran algunos casos muy grficos:
Obviando la descripcin de la situacin sanitaria pauprrima en el rea de la salud mental, intere*

Esta dependencia de la Universidad de Buenos Aires estuvo dirigida por el Dr. Miguel Matrajt, luego exiliado en
Mxico y hoy residente de este pas. Es codirector de la revista Subjetividad y Cultura.

sa presentar los aspectos concretos de la represin que se desencadena contra los TSM y los propios
establecimientos asistenciales, especficamente contra aquellos que realizaban intentos de terapia comunitarias, hospitales de va, etctera.
Un ejemplo vlido de la brutalidad sealada se da a slo 15 das de gobierno militar: el 3 de abril
de 1976 fuerzas militares equipadas con tanques, helicpteros y armas largas, ocupan el policlnico Posada de Ramos Meja (Gran Buenos Aires). La intencin era demostrar que el hospital era base de operaciones de la guerrilla. Profesionales, enfermeros y trabajadores del hospital son maltratados y arrestados
160 de ellos. Posteriormente -mostrada su no responsabilidad ante las absurdas acusaciones- todos son
eliminados de sus cargos, quedando arrestados 3 profesionales y 9 trabajadores, pese a no probarse nada
contra ellos.
A partir d all comienza una verdadera y constante caza de brujas, donde eliminan gran cantidad
de profesionales por presunta o potencial perturbacin ideolgica, as como son cerrados, destruidos o
descabezados gran cantidad de establecimientos y servicios de salud mental. El Centro de Salud Mental
N 1 de la ciudad de Buenos Aires -ubicado en intentos de tratamientos psicolgicos dinmicos- sufre
primero la exoneracin de su jefe y una psicloga; se prohibe despus el ingreso del personal ad honorem,
y se culmina con el reinicio de la aplicacin de electroshocks. En todos los hospitales de Buenos Aires se
suspenden, por orden superior, las actividades docentes y de supervisin, prohibindose el ejercicio
psicoteraputico de los psiclogos, autorizndolos slo para la administracin de tests. Todas las separaciones de los cargos realizadas se originan en razones de seguridad -sospecha de presuntas actividades
subversivas- sin sumario, juicio, explicaciones ni oportunidades de defensa.
Sealar toda la lista de centros asistenciales cerrados o con alteraciones cualitativas -las medidas
no alcanzaron a aquellos de signo tradicional manicomial- sera muy extenso. Baste sealar que en la
marea represiva cae tambin el Hospital Aroz Alfaro, de la ciudad de Lans, uno de los servicios ms
prestigiosos de toda Amrica Latina, lugar de formacin de muchos TSM argentinos y latinoamericanos,
permanente escuela de alto nivel. Primero fueron destituidos su jefe y otros psiquiatras; despus detenidos
miembros del personal, lo que origina el alejamiento de numerosos profesionales, debiendo emigrar muchos de ellos. No se salva tampoco otro centro reputado, el de Avellaneda, donde su jefe fue eliminado y

En el citado en la primer nota de este artculo.

a los profesionales que trabajaban all -mdicos y psiclogos en nmero de 75- y lo hacan ad honorem,
se les prohibe el acceso; quedan slo una psicloga y una mdica (ambas rentadas), reducindose la
atencin diaria de 100 a 8 pacientes, lo que prcticamente significa el cierre de una servicio ubicado en una
rea muy populosa de 400 000 habitantes, donde era el nico completo en sus secciones de familia,
alcoholismo, interconsulta, infante-juvenil, etctera.
En todo el interior del pas la situacin no es distinta: la eliminacin de centros y
profesionales es lugar comn, elemento de lo cotidiano. En otros casos el arrasamiento
alcanza ribetes dramticos y enloquecidos: en Cosqun (provincia de Crdoba) la guerra
parece llegar de repente cuando en mayo de 1976 tropas del ejrcito, en nmero de 150,
ocupan el Hospital Psiquitrico de Santa Mara, con bazookas, armas largas, perros y
aviones. Tal establecimiento alberga 300 pacientes crnicos, otra vez objeto de malos
tratos y absoluta falta de respeto. Es arrestado el Dr. Sassatelli -que todava se encuentra
detenido- lo mismo que dos psiclogas. Uno de los pabellones es utilizado como alojamiento de 200 habitantes de la zona que tambin fueron detenidos.
Aqu termina la transcripcin del mencionado documento. A esto deben agregarse
los allanamientos sistemticos al CDI y a la FAP y la desaparicin del primero. Igualmente estallaban bombas en la APBA y son detenidos o desaparecen dirigentes de las
organizaciones gremiales de TSM -caso concreto de Juan Carlos Risau, secretario gremial de la FAP, entre otros- as como se van del pas infinidad de TSM -a Mxico, Venezuela y Espaa, sobre todo- en virtud de amenazas concretas, clima de intimidacin o
falta de posibilidades de trabajo libre.
Qu pasa en la Argentina actual con los TSM? Por de pronto, como ya se ha visto,
el ejercicio profesional en instituciones ha sido restringido a formas tradicionales y
conservadoras, y en cuanto al ejercicio privado no tiene problemas en tanto se limite a las
formas clsicas previas al desarrollo sealado en este trabajo. Hay casos de suspensin
de la atencin teraputica a pacientes con actividad poltica (como ocurri en Viena durante el periodo nazi, al igual que en otros pases en la misma situacin)8 . O bien no
pueden llevarse registros de los pacientes por el peligro potencial para stos o los mismos
terapeutas.

Nunca como ahora se han diferenciado tanto los campos. El Freud subversivo
que sealaba el jefe militar recordado al comienzo, deja de serlo (aunque nunca llega a
ser bien visto) cuando se permite la realizacin del Congreso Latinoamericano de Psicoanlisis, organizado por la APA y realizado incluso en un recinto oficial. Es muy interesante indicar que actualmente se produce un resurgimiento de la actividad psicolgica
luego de un temeroso letargo -la APBA tiene un nuevo y muy amplio local y sus actividades son grandes- pero relacionado con aspectos que no impliquen cuestionamientos que
puedan ser entendidos como ideolgicos. Es tambin importante sealar que existe
ahora un apogeo del estudio de la obra de Lacan, lo que no produce escozor en las sensibles mentes militares, como s lo han producido las labores antes indicadas o incluso
tareas muy limitadas. Hay que precisar que, sin discutir la validez de las teoras del psicoanalista francs contemporneo, las mismas -muchas de ellas incuestionablemente
vlidas- son utilizadas con absoluto marginamiento de la realidad concreta, realidad que
incluso pretende a veces entenderse en funcin de un lenguaje y un discurso, que si pueden ser vlidos para la comprensin del inconsciente individual, se convierten en un barato psicologismo de proyectarse a la realidad social. No puede dudarse que la vinculacin con lo poltico ha sido dejado de lado, sirviendo el marco lacaniano como goce de
especulaciones tericas para los crticos intelectuales argentinos, siempre a la espera de
la nueva moda francesa.
De cualquier manera, el recomienzo de la actividad psicolgica -con las limitaciones indicadas- sufre un nuevo deterioro cuando a mediados del ao pasado, es detenida
(y se encuentra desaparecida) la presidente de la APBA -que tambin lo es de la Federacin Argentina de Psiclogos- Lic. Beatriz Perosio. En los mismos das ocurri algo se-

En ese aciago periodo europeo hubo arrestos de analistas en Alemania por atender a pacientes que militaban en la
oposicin. Ante esa situacin las autoridades de la Wiener Vereinigung decidieron que para preservar al anlisis, a la
sociedad analtica y a sus miembros, se prohiba a los analistas ejercer cualquier actividad pollica ilegal v atender
personas que estuviesen en esa situacin (citado en la obra mencionada en la nota 2). Ms de 30 aos despus este
camino no es seguido por TSM argentinos, al menos por los que responden a las caractersticas de este trabajo. Pese a
esto, es decir a que se aceptaban como pacientes a militantes, la realidad distaba mucho de ser como pretenden
presentarla las fuerzas represivas, que colocan a los TSM como miembros de la subversin por atender a tales
personas, o incluso como consejeros o idelogos de las organizaciones polticas de izquierda o guerrilleras. * Respecto
al papel del psicoanlisis en Alemania durante el perodo nazi es muy interesante la lectura del trabajo de Hager, Doris,
Psicoanlisis y nazismo, revista Tramas, UAM-X, Mxico, N 11, 1997. En cuanto a Argentina durante el perodo de la

mejante con otros dos miembros de la directiva de la APBA, siendo stos liberados hace
mucho. El clima de amenazas evidentemente contina.
Evaluar la experiencia argentina es difcil pero necesario. Mucho se exagera si se
pretende entenderla como el nacimiento de un trabajo revolucionario en salud mental, pero lo mismo
ocurre si se niega que -de manera inacabada, emprica, intelectual en exceso en algunos- se busc construir, de una manera polmica y no coherente, una alternativa a los usos tradicionales de este campo
profesional. Es indudable que cualquier alternativa concreta no puede salir sino de los marcos tambin
concretos de la realidad poltica en donde se ubique; y si la realidad argentina fue ampliamente polmica y
confusa en lo referente a alternativas polticas e ideolgicas, sera absurdo pretender que sea clara y
difana una alternativa psicolgica.
Esto al margen de qu se entiende por alternativa. En un trabajo anterior9 se indicaba que hay
coincidencia prcticamente unnime en que un cambio radical de la psiquiatra y de su prctica no son
posibles en las actuales estructuras sociales opresivas, precisndose por tanto un cambio radical de stas... Pero la pregunta acuciante y concreta que surge es si puede o no hacerse algo en la actual sociedad,
qu cosa y con qu lmites... Una vez ms se presenta la discusin de si la bsqueda de una solucin pura
y perfecta -suponiendo que pueda haberla-merece desdear los caminos no definitivos pero fundamentalmente necesarios y requeridos (dejando al margen lo evidente de que difcilmente el cambio global sea
lograble de repente sin la bsqueda de respuestas a necesidades concretas)... Y esta relatividad seala que
la alternativa debe buscarse aunque fuere a nivel de lo posible, aunque no coincida enteramente con lo
deseable, en vinculacin con los sectores populares, sus organizaciones y sus necesidades, convirtindose por tanto en arma de lucha poltica. Tal una alternativa concreta, en tanto implica a asuncin de
una tarea profesional incompatible que el sistema de dominacin asigna al trabajador de salud
mental.
Qu pasar con la psicologa argentina en un futuro? Claro que no es posible saberlo de antemano. Pero si la bsqueda de la alternativa sealada fue posible por la existencia de un proceso polticodictadura militar, los analistas institucionales y clsicos trabajaron como siempre -por lo cual no tuvieron dificultades
(salvo casos aislados y algunas veces por error) ms all de las sospechas indicadas en este trabajo-, lo cual provoc
una autocrtica posterior de algunos analistas que puede verse en el libro Argentina Psicoanlisis Represin
Poltica, Kargieman, Buenos Aires, 1986.
9

Guinsberg, E., Lmites y posibilidades de una alternativa a la psiquiatra: el Encuentro de Cuernavaca, indito.

social popular, resulta absurdo que los TSM puedan repetir la experiencia sin el resurgimiento de ese
proceso. Quienes confiamos en que esto ocurrir sabemos que la psicologa progresista, no conformista ni
alienante, de Argentina, depender otra vez de la combatividad popular10

10

(Nota de 1989). Esta frase final, escrita hace 10, aos contina vlida. Desaparecida a fines de 1983 la dictadura militar
-cuyas consecuencias represivas hoy son pblicas y produjeron el horror mundial- sus efectos terroristas no han
desaparecido ni en la poblacin en general ni en sus sectores profesionales en particular. En el campo de la salud mental
contina la moda lacanista, tal como se indica en la parte final del trabajo, con una marginacin casi completa de las
tareas vinculadas a las problemticas concretas de la realidad argentina. Esto resulta mucho ms notorio al ser contrapuesto al trabajo, hoy pblico y manifiesto, de profesionales e instituciones que colocaron y colocan su esfuerzo en el
trabajo son afectados por la represin, minoritarios cuantitativamente pero activos y creadores: entre ellos el Equipo de
Asistencia Psicolgica de Madres de la Plaza de Mayo, el Movimiento Solidario de Salud Mental, y distintos grupos
vinculados a las asociaciones defensoras de los Derechos Humanos. Existen incluso algunas publicaciones producto
de tales trabajos. * Algo de esto ltimo puede verse en el artculo Psicoterapias con vctimas de las dictaduras
latinoamericanas, includo en este libro virtual.

LA PRACTICA PSICOANALTICA PARA SECTORES POPULARES: ASPECTO OLVIDADO DE LA RELACIN CON


EL MARXISMO *

El presente trabajo busca ser, en el sentido ms constructivo de ambos trminos, una provocacin
y un desafo: provocar una reaccin ante el actual uso dominante de nuestra especificidad profesional, y
desafiar a la bsqueda de respuestas para una prctica cualitativamente distinta, bsqueda en la que se
encuentra en juego la propia vida del psicoanlisis. * *
Si hace ya mucho tiempo -y actualmente de manera reactualizada- los Trabajadores de Salud
Mental (TSM) de signo progresista buscan la sntesis, articulacin, encuentro, o como se quiera llamar,
entre psicoanlisis y marxismo, lo que aqu se plantea es que junto a la vinculacin terica tal relacin
necesariamente debe pasar por la prctica, es decir a travs de la colocacin de nuestros conocimientos profesionales al servicio y junto a los sectores y clases directamente interesados en los cambios estructurales de la sociedad.
Si en la prctica progresista, popular y/o revolucionaria cualquier participante en los procesos sociales busca colocar su conocimiento especfico al servicio de los intereses por los que lucha, es evidente que
tal bsqueda tambin debe darse en nuestro terreno profesional. Sin embargo, ante el interrogante de qu
hacer y cmo hacerlo, nuestra respuesta no resulta tan clara ni relativamente simple como puede serlo
*

Ponencia presentada en el Congreso Latinoamericano sobre Psicoanlisis y Contexto Social, Quertaro (Mxico),

mayo de 1980. Publicado en los libros Sociedad, salud y enfermedad mental, Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco, Mxico, 1981; y en la 1 ed. de Normalidad, conflicto psiquico, control social, Plaza y Valds / Universidad
Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1990.
**

Este trabajo es muy representativo de las posturas y preocupaciones de una poca, donde tanto TSM como trabajadores de la cultura de diferentes campos tenan preocupaciones muy diferentes a las hegemnicas actuales, donde la
propia realizacin del Congreso donde fue presentado era claro exponente de ellas (como lo fue tambin el realizado ocho
aos despus, La psicologa al servicio de los intereses populares: experiencias concretas, organizado por las carreras de psicologa de la UAM-X y la UNAM). Eso explica el concepto que ahora se comenta 25 aos despus: desde su
propio nacimiento el psicoanlisis ha sobrevivido a mltiples circunstancias, predominando el que en este libro virtual
se define como domesticado, el que se estudia crticamente en muchos artculos. La idea sealada no era ms que
expresin de la tendencia a creer en la inexorabilidad predominante en esos tiempos acerca de los cambios sociales
radicales que se produciran, algo muy distinto a lo que ocurri. Ms all de esto, las preocupaciones aqu expuestas se
mantienen vigentes, aunque el actual Zeigest (espritu del tiempo) hace que hoy interesen mucho menos que antes: si a
tal congreso concurri una muy importante cantidad de docentes de la UAM-X -ante quienes se expuso previamente
esta ponencia, que en general la apoyaron- sin duda ello no ocurrira hoy.

para un mdico o un ingeniero, por slo citar algunos ejemplos. Y esto, sumado a experiencias concretas
reveladoras de tal ausencia o dificultad de respuestas especficas, muestra como el problema casi ha sido
soslayado, reemplazndose en muchos casos solo por estudios tericos o verbalizaciones ausentes de
prctica.
Las actividades de los TSM progresistas -a los que hace referencia y se dirige este trabajo- en
relacin con la preocupacin por volcar su especificidad en el terreno poltico-ideolgico, abarcan muchas posibilidades: estn quienes se interesan por aspectos tericos sin vinculacin alguna con la prctica
directa, aspectos tericos que en gran parte de los casos escapan a lo poltico para entrar slo, y en el
mejor de los casos, a lo ideolgico; en otros casos las tareas profesionales y polticas caminan por lados
separados, bien por no saber cmo unirlas o como formas de evitar la contaminacin de la una por la
otra: la prctica poltica es sin relacin con la prctica profesional; el caso ms comn es cuando la accin
revolucionaria queda limitada a la brillantez de la verborragia; existen tambin intentos de ruptura de la
disociacin anterior, pero de manera emprica y sin marcos referenciales ms o menos precisos, reservados stos para las prcticas privadas. Seguramente tambin se dan otras situaciones -casos de los intentos
de volcar aspectos ideolgico-polticos en la prctica privada, o, tambin una especie de disociacin,
dividir el inters social en prcticas hospitalarias o similares, de la privada- pero lo central se encuentra
en las citadas posibilidades.
Es evidente el riesgo que se corre en trabajos como este, de caer en el panfleto o en la demagogia.
Pero resulta imprescindible sealar que, salvo excepciones, el vuelco concreto de nuestra actividad tiene
carencias muy marcadas en lo referente a dedicar nuestros esfuerzos a tareas como las indicadas. Hay que
ser honestos y reconocer nuestros lmites y nuestras responsabilidades: sigamos afirmando que el marxismo actual -escrito entre comillas- se ha esclerotizado y dogmatizado, y que rechaza al psicoanlisis
mayoritariamente por haberse ubicado en lo que ha dado en llamarse stalinismo. Pero sealemos tambin
cmo la prctica psicoanaltica no ha dado muchas muestras de interesarse por tareas diferentes a las que
tanto se ha criticado por su elitismo y aburguesamiento. Incluso -y es importante sealarlo- tampoco ha
motivado el inters de quienes critican ese aburguesamiento, rompen incluso con la institucionalizacin
psicoanaltica, pero no salen de planteos tericos o verbales. Un aplauso para las excepciones -que las
hay- pero siguen siendo confirmatorias, precisamente por su excepcionalidad, de las prcticas tradicionales dominantes.

Entre esas excepciones es imposible dejar de mencionar histricamente a Wilheim Reich, hoy tan
correctamente criticado por sus equivocados planteos freudomarxistas y por su teora orgnica final,
pero olvidando que -aunque tambin equivocndose de manera mltiple- busc ubicarse ante su realidad
concreta, sea para comprender la gnesis del fascismo, sea organizando los grupos del Sexpol. Habra
que preguntarse cuntos de quienes correctamente le critican buscan tambin soluciones y explicaciones
para situaciones concretas del presente. *
El psicoanlisis ha sido definido acertadamente como revolucionario en la psicolgico y conservador
en lo ideolgico-poltico, por lo cual repetidamente se habla de invertirlo para colocarlo sobre sus pies, o
utilizar sus planteos subversivos como herramientas cuestionadoras. Planteo ste interesante pero difcil,
necesario pero tambin un verdadero desafo: no es posible olvidar que casi toda la prctica psicoanaltica
ha sido (y en amplia medida sigue siendo) precisamente lo contrario, formando -o deformando si se
quiere- la preparacin para cualquier actividad diferente, contaminando incluso a quienes aceptan ideolgicamente la necesidad de una alternativa. Ocurre algo muy parecido a lo de tantas otras profesiones,
donde el marco formativo de nuestras sociedades prepara para un uso determinado del conocimiento,
frenando mentalmente para usos diferentes: si un arquitecto altamente formado en la universidad pretende
construir casas econmicas, lo ms probable es que fracase. Y algo no diferente le ocurre a un psicoanalista interesado en servir a clases diferentes a las concurrentes a los consultorios privados. Buscar la
alternativa no slo es difcil sino que incluso para lograrse se tiene en contra una deformacin tericoprctica grande: se est preparando para otra cosa.
Imaginemos una situacin muy concreta: qu puede hacer un psicoanalista como tal en las actuales
condiciones de Nicaragua? Evidentemente mucho, pero el cmo puede llegar a este-lirizar la tarea, mxime si, como una mayora, slo conoce terapias prolongadas y desdea otras por no ser lo suficientemente
profundas. Pero las necesidades nicaragenses necesitan de respuestas inmediatas, que bsicamente pasan por tareas hospitalarias, gratuitas, etc., donde deben volcarse los conocimientos referenciales del
psicoanlisis1 .Y si vamos a casos ms graves y urgentes, como pueden ser tareas dentro de un movi-

* Sobre la obra de Reich vase en este mismo libro virtual el trabajo Una recuperacin crtica de Wilhelm Reich?
1

(Nota de 1989). Poco tiempo despus del triunfo sandinista comenz un trabajo con estas orientaciones que contina en el presente, a cargo de un equipo latinoamericano. Lo realizan profesionales que viajan desde Mxico, en combinacin con nicaragenses que residen en su pas. En una nota posterior de este mismo captulo se cita un trabajo
sobre esta experiencia en desarrollo.

miento de liberacin en desarrollo y lucha, los problemas deben resolverse pero no hay desarrollos al
respecto, es decir que prcticamente no hay antecedentes. Y por necesitarse de respuestas se buscarn
como fuere, sin esperar a que los psicoanalistas se decidan a buscarlas y encontrarlas. Y si los casos
citados pueden verse como extremos, la realidad cotidiana seala necesidades a cada paso.
Desde esta perspectiva no pueden caber dudas: el encuentro entre psicoanlisis y marxismo puede
y debe buscarse en la teora, pero lo urgente y necesario se encuentra en la prctica. Ms all de que hay
razones para preguntarse si el encuentro terico podr darse sin una verdadera praxis, es decir si podr
surgir de escritorios alejados de la realidad del propio estudio encarado.
Entendmonos: de manera alguna se pretende una anulacin de la bsqueda terica. Si el psicoanlisis ha sido siempre considerado como una teora, un mtodo de investigacin y una prctica teraputica
-donde todos los aspectos estn ntimamente vinculados- algo similar se presenta en lo que ha dado en
llamarse marxismo: teora y praxis son indivisibles; o, mejor dicho, las aportaciones tericas no buscan
el conocimiento por el conocimiento mismo, sino su utilizacin para las transformaciones sociales. Sin
embargo, la vinculacin entre psicoanlisis y marxismo se busca bsicamente en la teora, con prescindencia de la prctica. Incluso un seminario realizado en Europa donde la vinculacin entre psicoanlisis y
poltica fue tema dominante -realizado en Miln en 19732 - tiene al respecto una orfandad nada casual
cayendo en una total intelectualizacin, sin incluir para nada la prctica misma; esto al margen de que el
peso lacaniano en dicho Seminario haya limitado el problema casi al estudio del discurso.
Es evidente que el campo marxista tambin adolece de una deformacin disociativa, donde mltiples
veces los tericos desconocen la prctica y los militantes la teora -con consecuencias muy conocidasdeformacin donde la pertenencia de clase de los tericos (situacin similar a la de los psicoanalistas) es
determinante en medida importante aunque no exclusiva. Pero reconocer esta disociacin en ambos campos no implica aceptarla.
Es ms: si anteriormente se indic como el encuentro, articulacin o como se quiera, entre psicoanlisis y marxismo, pasa por la prctica y por la teora -con predominio de aqulla ante necesidades concretas y como mostradora del terreno del trabajo- ahora puede agregarse que ante la evolucin histrica
en desarrollo, la propia supervivencia del psicoanlisis pasa por adaptarse a condiciones donde su utilizacin tender a formas muy diferentes a las actuales de las sociedades occidentales presentes * .
2

Verdiglione, Armando (editor), Locura y sociedad segregativa, editorial Anagrama Barcelona, 1976.

De esto existe conciencia por parte de una apreciable cantidad de psiclogos en general y analistas
en particular. Sin embargo la conciencia, una vez ms, no es suficiente para la bsqueda de nuevas respuestas. Los privilegios y ventajas del actual ejercicio de los analistas frenan de hecho los cambios necesarios, y si eso es comprensible no alcanza a ser justificable. La postura ideolgica de los analistas suele
llegar, cuanto ms, a la osada de interpretaciones con contenido social dentro de los consultorios
privados. Robert Cstel -independientemente del anlisis y crtica que pueda formularse a su polmico
trabajo- seala al respecto de esto ltimo algo interesante: se trata de una prctica privada, cuyos adeptos son cuidadosamente seleccionados y cuyo desarrollo es rigurosamente separado de las prcticas
sociales3 .
La teora es entonces un campo de tranquilizacin de conciencia, el refugio buscado; camino robustecido por los planteos althusserianos de una prctica terica. Es muy correcto lo que sobre esto
expresa un estudioso sobre la relacin entre poltica y ciencia en psicologa: Qu ms quieren las clases
dominantes, que el marxismo deje de ser arma de modificacin radical del conjunto de la sociedad para
transformarse en ciencia infusa para consumo de expertos? Si este ltimo es precisamente el lugar que la
sociedad burguesa ha buscado siempre para los marxistas. Que se lean entre s, que concurran a mil
conferencias, que discutan y teoricen; pero que jams hagan poltica concreta [...] Los mecanismos de
control que utiliza el capitalismo son diferentes ante cada sector social; para la clase obrera se propone a
menudo burocracia y demagogia; para los intelectuales entretenimientos tericos alejados del espeso
marco de la poltica concreta, sus dificultades y sus riesgos4 .
La prctica, nuevamente, es el punto lmite del que muchas veces no se quiere o no se puede
pasar. O que se pasa verbal pero no realmente. Es necesario plantear la duda, cuntos de quienes
formulan modificaciones importantes al encuadre de la terapia -formas de pago, vinculacin pacienteterapeuta- o al contenido mismo de las interpretaciones y objetivos, realmente lo realizan? Despus de l
[se refiere a Freud], los sostenedores de una revolucin por el psicoanlisis tienen realmente una concepcin idealista de la revolucin, de la historia y de la sociedad. Si el idealismo es siempre una forma de
ilusin, no hay que asombrarse de que haya una inmensa distancia entre lo que se dice hacer y lo que
*

Vale aqu la misma observacin de la primer nota agregada a este texto.


Cstel, Robert, El psicoanalismo, el orden psicoanaltico y el poder, Siglo XXI Editores, Mxico, 1980, p. 83.

4
Follari, Roberto A., Poltica y ciencia en psicologa, en Revista Dialctica, Puebla (Mxico), N 6,
junio 1979, p. 149.

hacen, entre lo que supone que el psicoanlisis promueve y lo que en realidad cubre. La cita es nuevamente de Cstel5 , de quien puede polemizarse mucho pero tambin reconocer mucho, ms all de que
importante parte de sus observaciones no sean tan vlidas para una importante prctica -cualitativa aunque no cuantitativamente- de cierto psicoanlisis latinoamericano * .
Sealados el problema y eje central de lo que aqu se busca destacar, salta la pregunta clave: qu
hacer. Y por todo lo dicho sera una pedantera plantear una respuesta; cunto ms pueden indicarse
algunas cosas, pero sigue quedando en pie el desafo del comienzo: es una tarea a desarrollar.
Al mismo tiempo sera una gran injusticia dejar de lado experiencias realizadas -embrionarias unas,
contradictorias otras, la mayora en un contexto marcadamente disociado entre la prctica alternativa y
otra ms o menos tradicional- terreno marcado por condiciones socio-polticas (en el caso de pases
latinoamericanos) que permitan y promovan un desarrollo de trabajos hasta ese momento desconocidos6 .
Por de pronto es importante destacar que las necesidades y posibilidades de trabajo variarn de
acuerdo a las condiciones y demandas del momento histrico que se viva en cada sociedad concreta. Una
cosa es el trabajo frente a las contradicciones cotidianas de una sociedad, variando tambin si es sub o
desarrollada, democrtica o dictatorial. Otra es junto a organizaciones en franco proceso de lucha por la
liberacin de un pueblo. Una tercera posibilidad es en las situaciones en que se haya tomado el poder y/o
gobierno, y se desarrolle el proceso de construccin de un nuevo tipo de relaciones sociales. La diferenciacin no es casual; el TSM -psicoanalista o no- es necesario en todas las facetas, pero cambia
sentido y formas de las tareas a realizar. Pero siempre puede cumplir un rol junto a los sectores popu5

Castel, Robert, ob. cit., p. 95

En la seccin Libro polmico del N 17 de la revista Subjetividad y Cultura, se hace una discusin del citado libro
de Castel, donde lo valoran Gregorio Baremblitt, Juan Vives y el autor de este artculo.
6

(Nota de 1989). Si bien trabajos de este tipo siguen siendo minoritarios en relacin a los tradicionales, existen aunque
no siempre son conocidos. En junio de 1988 se realizaron en Mxico las citadas Jornadas La psicologa al servicio de los
intereses populares: experiencias concretas, organizadas por Difusin Cultural de la UAM-Xochimilco y la Facultad de
Psicologa de la UNAM, donde se presentaron numerosos y valiosos trabajos en tal perspectiva. Entre ellos, y slo a
ttulo de ejemplo: Marie Langer y Alberto Siniego, Psicoanlisis, lucha de clases y salud mental (experiencia de una
prctica psicoteraputica en un hospital popular); Silvia Carrizosa y Patricia Snchez, Hitando palabras, zurciendo
cuerpos. Trabajo psicolgico con un grupo de costureras; Mario Campuzano, El trabajo intemacionalista en Nicaragua en el campo de la salud mental; Miguel Matrajt, La salud mental ocupacional en los trabajadores industriales;
Lore Aresti, Intervencin psicolgica durante el terremoto de 1985; Enrique Guinsberg, Prcticas psicoteraputicas
en reprimidos, torturados y exiliados [ste puede verse en el presente libro virtual]. Pese a la escasa divulgacin
efectuada antes de su realizacin, fueron presentados espontneamente muchos otros trabajos.

lares.
Si lo que en definitiva se plantea es realizar una alternativa al ejercicio social que el sistema propone
y ofrece, corresponde hacer algunos comentarios respecto a las posibilidades y sentidos de la misma,
sobre todo ante concepciones muy diferentes a lo que significa. En un trabajo anterior sealaba al respecto
que hay coincidencia prcticamente unnime en que un cambio radical del trabajo en salud mental no es
posible en las actuales estructuras opresivas, precisndose un cambio radical de stas (la prctica actual
en el rea dentro de los pases que se definen como socialistas seala la dificultad que se presenta incluso
cuando tales cambios sociales se han dado). Pero la pregunta acuciante y concreta que surge es si puede
o no hacerse algo en la actual sociedad, qu cosa y con qu lmites. Una vez ms se presenta la discusin
de si la bsqueda de una solucin pura y perfecta -suponiendo que pueda serlo- merece desdear los
caminos no definitivos pero fundamentalmente necesarios y requeridos. Es absolutamente cierto que en
marcos sociales alienantes y con dominio de unas clases sobre otras -que necesitan por tanto apelar a un
control social represivo- la construccin de una alternativa psicolgico-psiquitrica es harto difcil o directamente imposible; cuanto ms habr mnimas posibilidades en naciones donde las masas populares tengan fuerte peso a travs de estructuras organizadas y con manejo local y/o nacional del Poder: pero las
experiencias realizadas indican lo relativo de esta posibilidad: y esta relatividad seala cmo la alternativa
debe buscarse aunque fuere a nivel de lo posible aunque no coincida enteramente con lo deseable, en
vinculacin con los sectores populares, sus organizaciones y sus necesidades, convirtindose por tanto
en arma de lucha poltica.
Tal una alternativa concreta, en tanto implica la asuncin de una tarea profesional incompatible con el rol que el sistema de dominacin asigna al Trabajador de Salud Mental7 .
Y de esto se trata: de asumir las tareas necesarias y posibles. Nuevamente la pregunta es qu
puede aportar el psicoanlisis al respecto, y la respuesta no puede ser otra que mucho, en tanto se lo
considera como el marco terico ms avanzado y cientfico de comprensin del psiquismo, al margen de
todas las desideologizaciones necesarias de realizar en su cuerpo terico. Se trata, una vez ms, de
adaptar ese cuerpo terico para una prctica adecuada a las necesidades y posibilidades, una prctica
muy diferente a la tradicional del campo burgus, aunque pueda y deba ser a costa de una pureza terica

Guinsberg, E., Lmites y posibilidades de una alternativa a la psiquiatra: El encuentro de Cuernavaca, 1978,
trabajo indito.

(que, entre parntesis, habra que ver si es una pureza de la teora o del mismo ejercicio burgus).
Es de imaginar la queja de tales puristas clamando por que el objeto de estudio del psicoanlisis es
el inconciente, que aparece en condiciones dadas, etc.; o el peligro de caer en lo cualitativamente inferior
de un psicoanlisis aplicado. Es el mismo Freud el que contesta en un texto muy poco recordado, olvido
seguramente nada casual:
Quisiera examinar con vosotros una situacin que pertenece al futuro y que acaso os parezca
fantstica -escribe en Los caminos de la terapia pscoanaltica, obra de 19188 -. Pero, a mi juicio,
merece que vayamos acostumbrando a ella nuestro pensamiento. Sabis muy bien que nuestra accin
teraputica es harto restringida. Somos pocos y cada uno de nosotros no puede tratar ms que un nmero
muy limitado de enfermos al ao, por grande que sea su capacidad de trabajo. Frente a la magnitud de la
miseria neurtica que padece el mundo y que quizs pudiera no padecer, nuestro rendimiento teraputico
es cuantitativamente insignificante. Adems, nuestras condiciones de existencia limitan nuestra accin a las
clases pudientes de la sociedad, las cuales suelen elegir por s mismas sus mdicos, siendo apartadas del
psicoanlisis, en esta eleccin, por toda una serie de prejuicios. De este modo, nada nos es posible hacer
an por las clases populares, que tambin tan duramente sufren las neurosis.
Supongamos ahora -contina diciendo- que una organizacin cualquiera nos permita aumentar de
tal modo nuestro nmero que seamos ya bastantes para tratar grandes masas de enfermos. Por otro lado,
es tambin de prever que alguna vez habr de despertar la conciencia de la sociedad y advertir a sta que
los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis
amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis, no pudiendo ser tampoco abandonada
su terapia a la iniciativa individual. Se crearn entonces instituciones mdicas en las que habr analistas
encargados de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los hombres que, abandonados a s
mismos, se entregaran a la bebida, a las mujeres prximas a derrumbarse bajo el peso de las privaciones
y a los nios, cuyo nico porvenir es la delincuencia o la neurosis. El tratamiento sera, naturalmente, gratis
[...].
Y expresa por ltimo: Se nos plantear entonces la labor de adaptar nuestra tcnica a las nuevas
condiciones. No dudo que el acierto de nuestras hiptesis psicolgicas impresionar tambin los espritus

Freud, S., Los caminos de la terapia pscoanaltica, en Obras Completas, T. III p. 2461-2, Biblioteca Nueva, Madrid, 3
ed., 1973.

populares, pero, de todos modos, habremos de buscar la expresin ms sencilla y comprensible de


nuestras teoras. Seguramente comprobaremos que los pobres estn an menos dispuestos que los ricos
a renunciar a su neurosis, pues la dura vida que los espera no les ofrece atractivo alguno y la enfermedad
les confiere un derecho ms a la asistencia social. Es probable que slo consigamos obtener algn resultado cuando podamos unir a la ayuda psquica una ayuda material, a estilo del emperador Jos. Asimismo,
en la aplicacin popular de nuestros mtodos habremos de mezclar quiz el oro puro del anlisis al
cobre de la sugestin directa, y tambin el influjo hipntico pudiera volver a encontrar aqu un
lugar, como en el tratamiento de las neurosis de guerra. Pero cualquiera que sean la estructura y
composicin de esta psicoterapia para el pueblo, sus elementos ms importantes y eficaces continan
siendo, desde luego, los tomados del psicoanlisis propiamente dicho, rigurosos y libre de toda tendencia
(cursivas mas).
Es notorio como en ese texto aparecen consideraciones marcadamente ideologizadas -soluciones
teraputicas para las neurosis de la humanidad sin cambio de condiciones sociales, planteamientos de
terapias diferentes para ricos y pobres, trabajos con stos gracias a la benefciencia, etc.- pero tambin
existe apertura a nuevos campos, comprensin de la limitacin del uso del psicoanlisis e incluso, con
todas sus limitaciones, la visin de que cambios psquicos sin cambios materiales tienen efectos muy
limitados. Pero, ms importante que todo eso para el planteamiento de esta Ponencia, es esa combinacin
entre el oro y el cobre, categrica sealizacin de la necesidad de adaptacin del trabajo psicoanaltico a
condiciones quizs no ideales pero s reales. Algo as como, con determinados lmites, el fin justifica los
medios.
Adems, como ya fuera dicho, sin esa adaptacin el psicoanlisis corre el riesgo de desaparecer: su
prctica actual no puede funcionar en una sociedad de otro tipo: o se ubica a fin de funcionar junto al
desarrollo histrico, o desaparece por ahistrico pese a la validez de sus planteos tericos. *
Si bien, repito, toda experiencia debe adaptarse y modificarse para acomodarse a las nuevas condiciones de su prctica, el anlisis de las mismas es imprescindible para recuperacin de sus elementos
valiosos o correccin de sus aspectos negativos. Y la prctica de los TSM y psicoanalistas latinoamericanos de los ltimos aos brinda muchos elementos a tener en cuenta, evaluacin en parte realizada en un
trabajo anterior9 , especficamente relacionado a un tipo de prctica argentina verdaderamente alternativo.
Si el campo psicoteraputico ha sido siempre el predominante en la prctica psicoanaltica, sus

posibilidades desde un planteo como el presente sigue siendo mltiple. Desde su ejercicio en mbitos
hospitalarios con sectores obreros y populares -gratuitos, bsicamente grupales, con objetivos diferentes
a los tradicionales- como ya fuera realizado en experiencias concretas, hasta la utilizacin de tcnicas
grupales en mbitos comunitarios, sindicales, barriales, etc. En esta perspectiva no pueden dejarse de lado
las terapias con participantes en las luchas populares, cuyo ejercicio profesional ofrece caractersticas y
problemas muy diferentes a los tradicionales, y que fueran realizados de manera altamente pragmtica con
consideraciones que hasta el momento carecen de una evaluacin precisa. Pero, hecho de central importancia, se realizaron como respuesta las situaciones concretas. Y sin duda debern seguir realizndose, por
lo cual preocuparse e interesarse por ellas es un problema presente y no futuro.
Un dato, si se quiere anecdtico, ilustra lo anterior: a un conjunto de TSM se les solicit a comienzos
del pasado 1979 que trabajaran con la gran cantidad de exiliados nicaragenses que llegaron a Mxico
como consecuencia del desarrollo de la lucha del FSLN y de las insurrecciones que se producan. Y si bien
el trabajo fue encarado con verdadero entusiasmo, su realizacin no fue nada simple en razn de que tal
labor era muy diferente por muchas razones a la experiencia de terapeutas que, si bien politizados y con
alguna experiencia en prcticas alternativas, tenan su formacin en terapias tradicionales, con encuadres
ms o menos clsicos, etc. La mencin del caso es clarificadora de lo aqu expuesto, aunque es necesario
aclarar que dichos TSM encararon con gran apertura el terreno verdaderamente original que se les presentaba. El retorno de la mayora de los exiliados a la lucha y el posterior triunfo del FSLN impidi la
continuacin de un trabajo del que, sin duda alguna, se hubiera obtenido un aprendizaje invaluable. Y este
caso no puede entenderse de manera alguna como una excepcionalidad, ms all del impacto que
emocionalmente produce el caso nicaragense: situaciones semejantes se encuentran a nuestras puertas y
al alcance de nuestra vista en la realidad cotidiana.
*
Nuevamente se reitera lo planteado en la primer nota agregada a este texto, pero se agrega que la imposibilidad de una
praxis psicoanaltica en los pases del socialismo realmente existente no lo fue slo por las limitaciones del escaso
campo analtico en esas sociedades, sino tambin por las caractersticas dogmticas y stalinistas del marxismo en ellos
dominantes, que lo frenaron y prohibieron. Una relativa excepcin ha sido y es Cuba, donde de 1986 a 1986 se realizaron
bianualmente los Encuentros de Psicologa Marxista y Psicoanlisis que organizara la Facultad de Psicologa de la
Universidad de La Habana (sobre los cuales vanse dos artculos en este libro virtual). Al escribirse este agregado
(octubre 2005) est por realizarse un congreso llamado Hominis, donde se incluye una mesa sobre psicoanlisis -en el
que participan invitados asistentes a esos Encuentros, incluyendo al autor de este artculo-, debiendo sealarse que
existe inters terico y algunas prcticas analticas en ese pas (incluso lacanianas), por supuesto diferentes a las
clsicas.

9
Guinsberg, Enrique, El trabajo argentino en salud mental: la prctica entre la teora y la poltica, en Cuadernos de
Marcha, Mxico, N 2, julio-agosto 1979. * Trabajo que se reproduce en este libro virtual.

Pero el campo de trabajo es mucho ms amplio fuera del marco teraputico propiamente dicho. No
es este el lugar, ni se tiene suficiente tiempo, para un amplio desarrollo de cada una de las reas posibles,
pero s es conveniente sealar algunas de ellas.
No hace falta mucho espacio para indicar cmo el conocimiento de la dinmica grupal posibilita
mltiples tareas en zonas populares, sindicatos, organizaciones, etc. Y esto tampoco es especulacin sino
observacin de algo efectivamente realizado. No es necesaria mucha imaginacin para comprender que si
tales tcnicas y enfoques tericos son utilizados por las clases dominantes en forma intensiva -pblicamente o no- no hay razones para no ser aprovechadas con objetivos de otro tipo. En este caso, como en
muchos otros, hay mucho que aprender del enemigo de clase.
La propia psicologa del trabajo, tan correctamente criticada por su uso alienante, puede revertir su
sentido cuando sus observaciones y conclusiones -realizados desde una perspectiva obviamente diferente
a la tradicional- se dirigen como instrumento de concientizacin de los efectos del mismo trabajo y se
entregan a los obreros y organizaciones como instrumento de lucha. Tampoco esto es una elucubracin de
escritorio sino una experiencia realizada. No conocer esas experiencias y estudiarlas para su aprovechamiento es realmente imperdonable.
La propaganda es otro campo olvidado e imprescindible. La conocida pesadez, aburrimiento y falta
de calidad de los materiales de propaganda de los sectores populares -en absoluta desventaja frente a los
sectores dominantes- no es obviamente culpa de los TSM o de los psicoanalistas, pero es igualmente
cierto que pueden aportar -no solucionar por su sola cuenta-algn cambio en ese sentido, lo mismo que a
una labor de clarificacin respecto a los contenidos de los Medios dominantes. Y si en el caso anterior se
deca que hay que aprender del enemigo de clase, aqu eso igualmente vale cuando se trata de expertos en
el tema: no se sabe acaso que TSM y psicoanalistas participan activamente en la creacin, anlisis y
evaluacin de anuncios publicitarios e historietas, as como en lo que ha dado en llamarse propaganda
psicolgica? Las exclusivas apelaciones racionalistas y mal hechas de la propaganda popular olvidan
aspectos psquicos que la derecha tiene muy en cuenta; ya Reich mostraba la capacidad del nazismo para
motivar a las masas con una propaganda que saban hacer llegar pese a ser histricamente contrarias a los
intereses populares. Ni la izquierda ni el psicoanlisis aprendieron la leccin, al punto de hasta abandonar
no slo cmo utilizar la propaganda sino incluso el mismo estudio de los efectos de los Medios de Comunicacin en la estructuracin y mantenimiento del tipo de hombre necesario para el sistema, es decir como

aportan a la formacin de las instancias psquicas que les resultan adecuadas y no molestas. La realizacin
de trabajos al respecto me ha mostrado claramente la ausencia de antecedentes al respecto. Ausencia que
es todo un sntoma10

11

El campo de posibilidades de estudio y de trabajo es mucho ms amplio, pudiendo llegar a prcticamente toda actividad social y poltica: formas de actuacin de los discursos ideolgicos y posibilidades de
anulacin y reversin de sus efectos, anlisis de los efectos de las distintas formas de represin sobre
militantes y la poblacin en general, estudio de efectos psicopatolgicos de la tortura, formas de estructuracin
del control social y sus procesos de internalizacin, etc.
Un aspecto altamente complicado es la forma de abarcar y estudiar psicoanalticamente los propios
fenmenos polticos. El peligro del psicologismo tan usado, as como transpolaciones aberrantes -al estilo
de entender al capitalismo como etapa anal de la sociedad, expresin bruta de interpretaciones ms
sutiles- alerta y previene contra tal uso del psicoanlisis. Pero es sabido que nunca los excesos pueden
eliminar una necesidad o posibilidad de utilizacin de un conocimiento. Nuevamente ha sido W. Reich,
aunque otra vez con serios errores, quien mostrar cmo si bien el psicoanlisis por s mismo no puede
explicar el sentido del nazismo, s puede brindar aportes que escapan a la sociologa o al mismo anlisis
marxista de las estructuras. Es conocido: toda forma de control social necesita apelar a motivaciones
profundas. No hace falta mostrar ejemplos al respecto.
Si el estudio sobre lo anterior es muy difcil, intentar realizar algo semejante sobre la
actividad poltica de los propos sectores populares, lo es mucho ms. Y si en lo primero
el riesgo de psicologismos es conocido, en lo segundo ese y otros riegos pueden ser altamente peligrosos. Impiden esos peligros comprender la posibilidad de un trabajo de ese
tipo? La respuesta es muy difcil, al menos en este momento: por muy escasos antecedentes que a la vez son altamente discutibles. Quede por ahora el sealamiento de un posibile
campo de accin -seguramente con mltiples lmites- con todas las razones apuntadas.
Una ltima observacin -con plena conciencia de que de manera alguna las posibilidades se limitan a las apuntadas- es respecto a un fenmeno que hubiera podido ser algu10
Guinsberg, E., Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formacin psicosocial, la. ed. Ediciones Nuevomar, Mxico, 1986; 2a. ed. Pangea Editores/UAM-Xochimilco, Mxico, 1988 * 3 ed. (ampliada) Plaza y
Valds, 2005.

11

Guinsberg, E., Publicidad: manipulacin para la reproduccin. Plaza y Valds/UAM-Xochimilco,Mxico,1987.

na vez presente y esperemos pueda ser futuro: qu usos puede tener el psicoanlisis en
una sociedad no capitalista en donde el consultorio privado no sea ms el refugio donde
se enclaustra de manera casi exclusiva. No pensemos en la realidad actual donde la ideologa de un marxismo staliniano no lo permite, pero donde el psicoanlisis predominante
tampoco tiene mucho qu ofrecer desde su actual modelo de prctica. Pensemos en que si
se pretende salvar al psicoanlisis de su desaparicin histrica -en tanto consideramos
vlidos sus aportes tericos centrales- tendr por fuerza un marco de aplicacin diferente
al actual, cosa de la que no es para lamentarse. Ya en 1934 Otto Fenichel indicaba al
respecto su opinin de que su campo bsico sera en la pedagoga12 . Debe tambin pensarse en trabajos en mbitos hospitalarios, en muchos de los anteriormente citados, y en
los campos nuevos que puedan y deban crearse.
Una socializacin del psicoanlisis? Parece una utopa, pero pensemos que no puede haber otra salida. Y comencemos a pensar, esencialmente, como podra llegar a serlo.
Volvamos entonces al comienzo. La bsqueda terica de vinculacin del marxismo
con el psicoanlisis es deseable y necesaria, pero tal bsqueda no puede olvidar o prescindir de una prctica marxista del psicoanlisis, es decir volcada hacia los intereses del
proceso histrico y sus clases interesadas.
Todo esto no quiere decir -sera una absoluta utopa- que deba creerse en que todo
analista ubicado en tal postura ideolgica deba hacer un total abandono de su prctica
actual y renunciar a su consultorio, instituciones, etc. Ubicado en una realidad donde la
contradiccin se encuentra siempre presente, debe casi por fuerza ubicarse en el mercado
de trabajo existente, tanto para subsistencia como hasta por formacin. Lo reprochable
no es eso -en tanto no se entre en una marcada oposicin, por la forma de realizarlo, con
las posturas sustentadas-. Lo reprochable es cuando se dedica exclusivamente a eso, no
busque y se dedique a alguna postura alternativa o a plaqteos coherentes con sus
lincamientos ideolgicos o polticos.
Si efectivamente, como creemos, el psicoanlisis puede ser revertido de su uso pre-

12

Fenichel, Otto, Sobre el psicoanlisis como embrin de una futura psicologa dialctico-materialista; en Marxismo,
Psicoanlisis y Sexpol (I), Granica, Buenos Aires, 1972.

sente y recuperado como instrumento vlido e incluso subversivo -como lo fue parcialmente a comienzos de siglo al chocar con parte de la ideologa dominante (que luego lo
recupera y aburguesa), y como tambin lo fue parcialmente en esta dcada en partes de
Latinoamrica- si eso es posible realmente, es cuestin de mostrarlo en teora, pero bsicamente a travs de la mostracin efectiva de una prctica concreta.
Y si no lo hace, por imposibilidad de los analistas de asumir una tarea que escapa a
sus intereses y privilegios conocidos, en el menor de los casos slo ser cuestin de esperar que en un impredecible futuro tal conocimiento sea recuperado y re-descubierto luego de un inevitable ostracismo.
Las crticas al uso actual del psicoanlisis son muy conocidas y en gran medida muy
ciertas. Si los psicoanalistas y los TSM slo continan hablando de un uso alienante y
conformista de su especificidad profesional -sin buscar alternativas dentro de lo necesario y posible- su propia prctica acata de hecho el rol social que se les asigna, siendo parte
responsable, no slo de actuar contra el progreso histrico, sino tambin del destino histrico del propio psicoanlisis

PSICOTERAPIAS CON VICTIMAS DE LAS


DICTADURAS LATINOAMERICANAS *

La construccin de una prctica alternativa en el campo de la psicologa pasa fundamentalmente


por ofrecer respuestas dentro de lo necesario y lo posible. Los diferentes ncleos psicolgicos que, en el
mundo entero, se han abocado a la atencin de vctimas directas e indirectas de la represin son un
ejemplo claro de ello.
La necesidad se presentaba evidente en la. segunda mitad de la dcada de los setenta y, si bien es
cierto que la represin no es un fenmeno nuevo en el mundo -y Latinoamrica nunca ha sido una excepcin, todo lo contrario-, la magnitud cuantitativa y cualitativa que alcanz a partir de ese perodo no tena
antecedentes en pases como Chile, Uruguay y Argentina (la dictadura brasilea fue anterior al iniciarse en
1964), que conocan experiencias militares diferentes. Tal necesidad responda tambin a que tales pases
tenan un importante desarrollo de la praxis psicolgica, en importante medida de carcter alternativo al
tradicional, precisamente en las etapas previas a la instauracin de los regmenes militares1 .
Si bien no es ste el lugar para un anlisis de las causas productoras del incremento represivo
(existe una muy amplia bibliografa al respecto), s es necesario contextuar a los mismos dentro de la
conocida como doctrina de Seguridad Nacional y planes de contrainsurgencia implementados por los
Estados Unidos y las Fuerzas Armadas latinoamericanas, que vean a las expresiones populares como
agentes del comunismo internacional en una lucha que entendan como no nacionales sino parte de una
*

La versin original de este trabajo fue presentada en las Jornadas La psicologa al servicio de los intereses popula-

res: experiencias concretas, organizadas por el Departamento Educacin y Comunicacin de la Universidad Autnoma
Metropolitana-Xochimilco y la Facultad de Psicologa de la UNAM en junio de 1988. La presente versin se present en
el XII Simposium de Psicologa, Sociedad contempornea y violencia, que en mayo de 1999 ao realizaron la
Universidad Intercontinental y la Accin de los Cristianos por la Abolicin de la Tortura. Si bien las dictaduras a las que
se hace referencia en este artculo ya no existen, lamentablemente s contina -en el mundo entero- la necesidad de
prcticas como las que se aqu se estudian, razn de la publicacin del mismo y del mantenimiento de organizaciones
internacionales abocadas a esta problemtica y que han producido una hoy muy rica y amplia bibliografa sobre el tema.
El presente artculo se publico en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 13, 1999.
1

Como es conocido, a fines de la dcada de los 60 y comienzos de la de los 70, tanto en el mundo en general como en
Amrica Latina en particular se desarrolla un importante movimiento de cuestionamiento a la psicologa tradicional y,
dentro del propio psicoanlisis, a las posturas ortodoxas y conservadoras de ste. Tal desarrollo promovla tambin un
acercamiento a prctias vinculadas a intereses populares. En lo relativo al psicoanlisis pueden verse los dos tomos
compilados por Marie Langer (1971); en lo que respecta al caso argentino, ver mi articulo (Guinsberg, 1981).

internacional. Las Fuerzas Armadas, a su vez, propugnaban la imposicin de un modelo econmicopoltico libre-empresista subordinado al de Estados Unidos, contrario a los intereses nacionales y populares, para lo cual les era imprescindible quebrar cualquier oposicin al mismo2 .
Los regmenes militares de los pases del Cono Sur latinoamericano no slo rompieron con la
vigencia de las normas constitucionales, sino tambin utilizaron una metodologa represiva hasta ese momento desconocida y que hoy, ya pblica, sigue produciendo asombro por los niveles de violencia y
barbarie alcanzados, expresiones stas producto de una fria planificacin de los altos mandos castrenses
con clara aceptacin de los cuadros medios, sus ejecutores, que incluso hoy siguen justificando tal accionar en nombre de la necesidad de la guerra sucia contra el enemigo subversivo3 .
La represin tuvo tanto un carcter generalizado como selectivo, ste ltimo las ms de las
veces no ejecutado de manera oficial y manifiesto sino realizado por grupos paramilitares (al estilo de Los
Intocables, es decir con el apoyo de la fuerza pblica pero violando todas las normas legales), que
incluso ocultaban y negaban lo realizado, al punto que gran parte de los detenidos nunca fueron reconocidos como tales y, hasta hoy, muchos continan como desaparecidos.
La considerada como represin generalizada buscaba fundamentalmente crear un clima de guerra
que justificara la necesidad de utilizacin de la violencia y, de paso, atemorizar a la poblacin en su
conjunto mostrando lo que le poda pasar a cualquier persona si actuaba contra los objetivos del gobierno
militar. Tampoco es ste el lugar para el estudio de las formas utilizadas y las consecuencias psicolgicas
sobre la poblacin (ver Guinsberg, 1987a), bastando indicar slo algunas de sus tcnicas: uso constante e
indiscriminado de sirenas policiales a todas horas y en todos lados, pinzas callejeras de control de
documentacin y revisin de vehculos, intencional filtraje de informacin sobre torturas y detenciones
para crear miedo ante un peligro concreto, realizacin de objetivos de lucha antiguerrillera con ostentacin
2

En algunos casos se tom como causa de los golpes militares a la existencia de organizaciones poltico-militares o de
desorden social, pero las dictaduras continuaron luego de la desaparicin de tal situacin y tomaron como propsito
el logro de los objetivos polltico-econmicos sustentados.
3

Sobre todo en Argentina hoy son conocidos los niveles de violencia y represin utilizados, difundidos en el libro
Nunca ms, escrito por la Comisin Nacional sobre Desapaparecidos y difundido por gran parte la prensa, en especial
como consecuencia del juicio realizado y la consecuente condena de las juntas militares responables. Las organizaciones de derechos humanos, que han realizado una invaluable tarea en este sentido, hoy critican al gobierno presente por
su poltica tendiente al perdn de todos los condenados por crmenes imposibles de negar. En Brasil y Uruguay ni
siquiera se lleg a una condena como en Argentina, y en Chile el Informe Ressing fue muy parcial y sin condena a autores
intelectuales y materiales de la represin. * El importante juicio en Argentina fue luego muy limitado por las leyes de
Punto Final y Obediencia Debida, impulsadas por el gobierno de Alfonsn, y luego por el indultado decretado por
Menem. Hoy esas leyes fueron derogadas (hasta ahora octubre 2005- no el indulto) y las causas fueron reabiertas.

de fuerza rayana en el ridculo pero queriendo mostrar la presencia de una guerra (uso de, por ejemplo,
aviones y bazookas en la ocupacin de un hospital psiquitrico con presuntos empleados guerrilleros),
amedrentamiento permanente a travs de discursos oficiales y mensajes en los medios masivos, induccin
al control y vigilancia sobre familiares y vecinos sospechosos (Sabe que est haciendo su hijo
ahora?, fue uno de ellos), etc.
Las consecuencias del clima represivo, aunado a la crisis econmica, hoy son conocidas en el
caso argentino, e incluso ya producan alarma hasta en los propios sectores oficiales que observaban un
notorio incremento de las atenciones psiquitricas y psicolgicas en hospitales pblicos y consultorios
privados4 . Estos efectos se incrementaron con la terminacin de las dictaduras y por diferentes motivos,
entre ellos al salir a la luz pblica todo lo ocurrido, la posibilidad de ya no ser necesaria la represin de
vivencias emocionales, y no pocas veces por la culpa resultante de no haber querido ver lo que ocurra. Al
no ser el tema especfico del presente trabajo no se profundiza en estas consecuencias generalizadas,
aunque s son importantes por ser producto de clima de una poca y porque hoy son tema de estudio e
incluso de atenciones profesionales de los grupos psicolgicos de las organizaciones de derechos humanos.
La otra represin mencionada, la definida como directa, es la dirigida contra personas o grupos
concretos, producto de la cual hubo detenciones, desapariciones, torturas y exilio. Y si bien directo
hace referencia a quienes vivieron esas formas represivas, sus efectos son considerablemente mayores al
afectar a un contorno mucho ms amplio: familiares, amistades, vinculaciones de trabajo o estudio, etc. La
magnitud de la represin de la poca ha sido tan considerable -en Argentina centenares de miles de
detenidos y torturados, aproximadamente treinta mil desaparecidos segn las organizaciones de derechos humanos, tal vez millones de exiliados-, que un profesional uruguayo lleg a definir al problema
represivo como una situacin endmica de los pases del Cono Sur (Yarzbal, 1979), donde resultaba
difcil encontrar una persona que no tuviera por lo menos un conocido afectado por la misma.
De tal realidad es que surge la sealada necesidad: una importante cantidad de personas que
requieren de atencin psicolgica, y existen profesionales dispuestos a brindarla. Esto ltimo no puede
desvincularse del grado de implicacin ideolgico-poltica que alcanzaron importantes sectores de traba4

Una revista argentina afn a la dictadura militar mostraba su preocupacin ante el incremento de estas atenciones, que
llegaron a alcanzar el primer lugar, desplazando a las clsicas de cardiologla y dermatologa -antes ocupaban las
psiquitricas el quinto puesto- aunque justificaba tal hecho en que tenan que ver con un creciente desarrollo ya que
en Nueva York ocurra lo mismo (Guinsberg, 1982).

jadores de la salud mental en los pases del Cono Sur en la dcada de los setenta, por esto tambin
receptores de la represin en s mismos (de all la para muchos incomprensibles cantidad de TSM que se
exiliaron) o en las instituciones donde desarrollaban sus tareas (Guinsberg, 1981).
En cuanto a lo posible del trabajo, estuvo limitado y determinado por las circunstancias concretas;
facilitado para quienes (profesionales y pacientes) vivan su exilio en pases con libertades democrticas
que no impedan y a veces incluso fomentaban tal labor; muy dificultado y con altos riesgos dentro de los
propios pases donde continuaba la represin, aunque el trabajo comienza a incrementarse con las decadencias de las dictaduras militares para abrirse muchsimo con la instauracin de gobiernos ms o menos
democrticos.
No resulta entonces extrao que las primeras experiencias conocidas y pblicas se diesen en
pases receptores del exilio: sin la pretensin de brindar una lista completa, las ms conocidos fueron los
centros creados en Bruselas (el Colectivo Latinoamericano de Trabajo Psicosocial, COLAT), Frankfurt,
Pars, Amsterdam, Estocolmo, etc.; en nuestra Amrica Latina tambin existieron en Mxico (primero el
Grupo Argentino -luego Latinoamericano- de Trabajadores de Salud Mental) y en algunos otros pases, a
los que deben agregarse ncleos que han trabajado o trabajan con, sobre todo, centroamericanos, sin
olvidar el servicio psicolgico de la Casa de Chile. Otros centros europeos surgieron por iniciativa de
organismos como la Cruz Roja -el Center for Tortured Refugees de Estocolmo, entre ellos- o patrocinado por diferentes instituciones y funcionarios o ex-funcionarios de gobiernos: entre stos destaca el tal vez
ms conocido, el Centro Internacional de Rehabilitacin e Investigacin para Vctimas de Tortura
(RCT) de Copenhague.
En los pases con represin, ya se mencion, la actividad -cuando existi- era escasa, silenciosa (a
veces clandestina) o excepcionalmente algo sala a la luz, y esto con los riesgos consiguientes. Como se
escribe en uno de los libros ltimamente publicados, durante 1977 hubo un incremento del nmero de
secuestros por razones polticas, gremiales o directamente ideolgicas que afect en forma considerable el
rea de salud mental. Esto hizo que el temor se apoderara del conjunto de los profesionales, que comenzaron a negarse a aceptar en tratamiento a personas comprometidas directamente o indirectamente con el
tema de las desapariciones [...] Las derivaciones clnicas y sus correspondientes tratamientos mantuvieron
as un carcter subterrneo que reproduca la clandestinidad social que an pesaba sobre el tema y que
tomaba la forma de un pacto de complicidad mutua entre paciente y psicoterapeuta (Faria, 1987: 37 y

239)5 .
En Argentina las primeras apariciones pblicas se produjeron en septiembre de 1979, cuando tres
agrupaciones ligadas a la salud mental presentaron testimonios orales y escritos a la Comisin Interamericana
de Derechos Humanos que investig las denuncias sobre represin en ese pas (Faria, 1987)6 . Comienzan a salir a la luz pblica en los ltimos aos de la dictadura y luego funcionaron grupos psicolgicos como
parte de las principales organizaciones de derechos humanos: el de Madres de Plaza de Mayo (uno de los
pioneros y ms productivos)7 , el Movimiento Solidario de Salud Mental (de Familiares de Detenidos y
Desaparecidos por Razones Polticas), el del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), etc., todos
posteriormente vinculados dentro del Centro de Documentacin, Docencia e Investigacin en Salud Mental
y Derechos Humanos.
En Uruguay funcion el Servicio de Rehabilitacin Social (SERSOC) y en Chile -en plena entraa
del monstruo y con una brillante accin teraputica y formulacin terica de la cual luego se hablar- la
Fundacin de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC). De sta ltima se han separado ms tarde
algunos de sus principales artfices, que han creado el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS), proponiendo un interesante y ambicioso desarrollo laboral que comprende las
reas de investigacin, asistencia psicoteraputica, difusin y educacin para abordar las consecuencias
psicolgicas, psiquitricas y psicosociales de la represin poltica producida en Chile bajo el rgimen
militar.

Las dificultades de una nueva praxis

Aunque quienes participaron o participan en estos trabajos han tenido siempre una gran voluntad
para encararlo, y muchas veces un buen o incluso gran conocimiento psicolgico y profesional, la tarea les
present siempre dificultades, sea por el obvio riesgo personal en algunos casos, o por lo que implica
5

El mismo Faria seala que paradjicamente, entre 1977 y 1981 se constituyeron no menos de cuarenta instituciones
y grupos de docencia y asistencia que no slo omitieron cualquier tipo de referencia a la problemtica de las desapariciones, sino que en muchos casos generaron toda una ideologa destinada a justificar estas omisiones (Faria, 1987:39).
6

Las agrupaciones que presentaron los testimonios fueron la Asociacin de Psiclogos de Buenos Aires, la Comisin
de Psicologa por los Derechos Humanos y la Asociacin de Psiquiatras de Capital Federal.
7

Luego convertido en EATIP (Equipo Argentino de Trabajo e Investigacin Psicosocial), uno de los pocos que se
mantienen en la actualidad, y con un importante nivel de produccin.

enfrentarse a una praxis diferente en muchos aspectos a la conocida. Dificultades que tuvieron que irse
enfrentando y resolviendo en situaciones concretas, con personas sufrientes, y no pocas veces con los
miedos ante las consecuencias de una labor con escasos o nulos antecedentes.
Veamos algunas facetas de estas problemticas. En primer lugar el marco terico ha sido lgicamente distinto en los diferentes grupos o profesionales: as, y en lneas generales, la tarea del COLAT se
bas en planteos de tipo rogeriano, los del FASIC en lneas genricamente dinmicas, y en Argentina
predominantemente psicoanaltico (con fuertes contenidos sociales). Sin embargo las diferencias tericas
jams hicieron olvidar lo central -la tarea misma- no existiendo por tanto la competencia o enfrentamiento
que tanto se observa en otros mbitos, sino la intencin de compartir experencias, evaluar resultados,
aprender de los otros, etc. De cualquier manera ninguno de los marcos tericos utilizados tuvieron referencias (o prcticas) especficas para las nuevas situaciones abordadas, por lo que hubo que adaptar el
conocimiento terico global a las nuevas realidades (con lo que esto significa para la misma teora) -algo se
ver luego sobre sto- o bien crear lo necesario o adecuado aunque implicara una ruptura con los encuadres clsicos o las ortodoxias doctrinarias. Debe reconocerse que en general se tuvo la capacidad para
hacerlo.
Otro problema inevitable- de hecho siempre lo es, pero ms en estos casos- surge de la incidencia
de la postura ideolgico-poltica del terapeuta y/o de la institucin donde realiza su trabajo: la famosa
discusin sobre la neutralidad, que tanta polmica produjo en los comienzos de la dcada de los setenta, adquiere aqu un relieve prctico dramtico e insoslayable. Luego se ver sto con algo ms de detalle.
El propio sentido de las terapias tiene una diferente perspectiva, muy distinto a las clsicas, sea
por el problema del tiempo o por los objetivos propuestos. Muchas veces los problemas presentados se
acercaban a las neurosis traumticas y se requeran respuestas teraputicas ms o menos rpidas, lo que
tambin resultaba necesario por la demanda de atencin y la escasez de profesionales. Al existir hoy una
rica prctica y una importante bibliografa sobre lo abordado en este trabajo, es ahora posible hablar y
discutir sobre estos problemas, lo que no ocurra en los inicios. Baste, con algunos problemas y experiencias, que de cualquier manera ilustran sobre una aplicacin concreta del conocimiento psicolgico al
servicio de los intereses populares. La bibliografa que se proporciona permite una mayor profundizacin
de lns temas abordados.
El Colectivo Latinoamericano de Trabajo Psicosocial se constituy en 1975 con la finalidad de

desarrollar un programa de salud mental integral sobre el exilio latinoamericano en Europa; a partir de ese
objetivo hemos desarrollado una prctica de terapia individual, de pareja y familiar, as como un trabajo de
animacin sociocultural realizado en casi todos los pases de Europa. En los trabajos publicados -tenan
una revista, Franja, que super los 30 nmeros, muchos trabajos escritos y, fundamentalmente, dos libros
(COLAT, 1981, 1982) donde se renen muchos de stos- se encuentran los propsitos y bases tericoprcticas que animaron al grupo (posteriormente desaparecido): En una primera parte -sealan en la
Introduccin del primero de los libros citados- presentamos el marco psicosocial que explica el exilio de
cerca de 100.000 Iatinos en Europa; en la segunda parte describimos el mundo psicolgico del exiliado,
y en una tercera presentamos los problemas del exilio y el mtodo de trabajo psicoteraputico y de
animacin sociocultural que hemos desarrollado para enfrentarlos. Puede verse entonces cmo se ocupan tanto de las causas productoras de las problemticas colectivas e individuales, como de las formas
tcnicas de abordarlas.
Negando desde el comienzo una neutralidad que nunca existe destacan que tanto en el diagnstico de los problemas como en el accionar preventivo y curativo hemos optado por un modelo de
intervencin psicosocial que hemos definido como intracomunitario, democrtico y provisto de un sentido
liberador, cuyo objetivo central es la integracin crtica. Intracomunitario al reconocer como sujeto
central a la propia comunidad exiliada, democrtico al trabajar en la comunidad rechazando ser los
detentadores de las formas de proporcionar salud mental, y todo ello de una actividad donde se intenta
reconocer las contradicciones estructurales en Amrica Latina que provocaron el exilio; perseguan tambin la integracin crtica, es decir la bsqueda del dilogo y encuentro con los pueblos receptores del
exilio pero buscando mantener la propia identidad sociocultural.
En lo que consideran un modelo alternativo de intervencin, los miembros del COLAT sealan
que lo que fuimos descubriendo de nuestras experiencias personales y de nuestra prctica en el seno de
la comunidad, es que una de las tareas ms importantes, junto con reparar el dao, era utilizar la crisis del
exilio en un intento de enfrentar y superar las contradicciones de la vida cotidiana. Lo que nosotros
llamamos la politizacin de la vida cotidiana. Es decir, plantearse de una manera liberadora el problema de
la familia, de la pareja, de la relacin adulto-nio, la sexualidad, la educacin, etc.
El equipo del COLAT persegua una metodologa que permita realizar una articulacin entre el
trabajo teraputico y la actividad social. Pretende responder a la demanda teraputica pero se propone

igualmente integrar un elemento de toma de conciencia y de intervencin en la realidad social [...] La


hiptesis de base es entonces la siguiente: el objetivo social (reforzar las organizacicnes y acciones colectivas) es en s teraputico puesto que se dirige al encuentro de los factores sociales que provocan o
facilitan la crisis de los sujetos enfermos.
La tarea teraputica desarrollada fue tanto en el trabajo especfico de nivel psicolgico, como en
actividades sociales que en definitiva tenan consecuencias psicolgicas. Buscaban realizar una prevencin primaria, que entendan como el conjunto de actividades tendientes, por una parte, a detectar y
combatir los factores psicosociales que juegan un rol desencadenante y a veces etiolgico en los transtornos
psiquicos de los exiliados, y, por otro lado, detectar aquellos factores psicosociales que de alguna manera
pueden jugar un rol positivo en la prevencin y tratamiento de estos problemas. Entre estas actividades
incluan la denuncia de la represin y de las tortura, la creacin de grupos de reflexin y de accin (de
mujeres y de jvenes, talleres infantiles, campamentos de vacaciones, la Casa Latinoamericana de Bruselas, etc.). Dentro de la prevencin secundaria buscaban responder a la demanda de atencin de un
exiliadoen crisis a fin de disminuir su sufrimiento y evitar el proceso de marginalizacin.
Si la prctica del COLAT puede servir como ejemplo -seguramente uno de los ms ricos- del
trabajo en el exilio, la de la Fundacin de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC) fue clara
expresin, como otros que luego veremos, del indudable valor que implicaba luchar contra los efectos de
la represin y sentirla como una permanente amenaza por estar actuando dentro de sociedades donde
aquella actuaba con parcial o total impunidad, as como tambin de animarse a afrontar los problemas
terico-prcticos de una tarea para la cual las universidades no forman8 . Una valiosa y rica bibliografia es
muestra de esto ltimo (Lecturas, 1983; Lira y Weinstein, 1984, Vann, 1987).
En el Prefacio de Psicoterapia y represin poltica, el libro donde sealan explcitamente las
formas de trabajo abordadas, se define y destaca uno de los problemas que encontraron: Como colectivo de salud mental hemos tenido el dolor de compartir la violencia padecida por nuestras pacientes y el
privilegio de luchar contra ella desde el mbito psicoteraputico. Conscientes de la injusticia y comprometidos con nuestra realidad hemos debido redefinir nuestro quehacer y replantearnos nuestras concepciones del hombre, dao psicolgico y psicoterapia, para as cumplir nuestra labor en la recuperacin
de las personas (cursivas mas: E.G.).
Luego de sealar que slo una visin totalizadora del individuo y su subjetividad que pretenda

incluir la compleja red de relaciones y determinaciones que subyace a cada uno de sus actos, permite
comprender las vinculaciones entre represin y dao psicolgico, rechazan -como todos los que trabajan
en este mbito- la neutralidad del terapeuta: Lo real slo puede desenmascararse dentro de su contexto poltico social y nosotros no somos indiferentes frente a ste. Ms bien compartimos una posicin
definida con nuestros pacientes ante los acontecimientos histricos que no slo hemos vivido y padecido,
sino que tambin intentamos transformar. La neutralidad implica una abstraccin de la realidad, y la violencia social en sus formas extremas pone de relieve el absurdo terico que implica olvidar cmo la realidad
impregna, tie y determina la vida cotidiana, con sus actos, vivencias y sentimientos.
El trabajo teraputico -continuan diciendo- ha estado destinado principalmente a reparar las
repercusiones de los impactos traumticos de la violencia ligada a la represin poltica en el sujeto daado.
Lo que se intenta es restablecer la relacin del sujeto con la realidad, recuperando su capacidad de
vincularse con las personas y las cosas, su capacidad de proyectar su quehacer y su futuro, mediante un
mejor conocimiento de s mismo y de sus propios recursos, y tambin mediante la ampliacin de su
conciencia respecto a la realidad que le ha tocado vivir. Respecto a esta reparacin y salud mental
apuntan algo importante y coherente con las formulaciones anteriores: no se reduce a la disminucin o
supresin de la sintomatologa, sino a recoger dicha sintomatologa como expresin de un conflicto vital
actual en el modo de llevar a cabo el quehacer humano y por tanto estrechamente ligado a la situacin del
sujeto como ente social e histrico. En este conflicto actual repercute por cierto la biografa y las alteraciones previas no resueltas.
Dentro de un marco terico que pudiera a veces parecer un eclecticismo o un empirismo despreocupado [y que es], en mi opinin, el uso de mltiples marcos de referencia como herramientas a
utilizar o desechar segn la riqueza y la singularidad de cada sujeto histrico y no como tecnologas cuya
aplicacin a los individuos concretos servira para verificar su exactitud o su buena fundamentacin terica (Surez, 1984:7), las autoras ofrecen un aporte valioso y novedoso, por el anlisis que realizan, del
testimonio de experiencias polticas traumticas como instrumento teraputico. Esto, que parece casi de
perogrullo, resulta no serlo para quienes observamos en la prctica concreta realizada en Mxico que en
pacientes que sufrieron represin hay casi siempre una tremenda dificultad en narrar lo acontecido: si bien
8

El nombre del FASIC no debe confundir con respecto a sus posturas ideolgicas: la accin antirrepresiva de las
Iglesias posibilit el contexto del trabajo, pero sin limitaciones para sus integrantes, muchos de ellos socialistas o
incluso miembros de organizaciones de izquierda.

les resultaba fcil, e incluso necesario, dar un testimonio de lo ocurrido a un nivel objetivo -formas de
tortura, por donde eran llevados, etc.- no ocurra lo mismo con el nivel subjetivo, es decir con las vivencias que tuvieron en ese proceso, mxime si en ellas hubo emociones que el sujeto considera no compatibles con el modelo que deba tener y que muchas organizaciones polticas fomentaban en sus militantes,
donde no tena que existir miedo, contradicciones ni, mucho menos, brindar cualquier informacin al
enemigo9 .
Las autoras de este captulo, Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein, consideran el uso del testimonio
como elemento tanto de denuncia como de mejora (por su sentido catrtico): Las torturas y otras formas
similares de agresin y represin poltica -dicen- deterioran y alteran las funciones del yo. La realidad se
ha transformado en ms destructiva que los propios impulsos o los ajenos. El yo, por lo tanto, comienza a
perder su papel histrico de intermediario entre los impulsos y la realidad para lograr la adaptacin. En
este contexto de desconfianza y angustia mxima ante los semejantes, con el pensamiento y las funciones
cognitivas bsicas alteradas, las formas tradicionales de psicoterapia son difciles de implementar. Es as
que el uso del testimonio como herramienta teraputica tiene como objetivo el restituir el potencial yoico
mnimo necesario como para permitir una psicoterapia que apunte a la recuperacin total del sujeto, as
como un alivio sintomtico inicial que motive al sujeto daado para confiar en su terapeuta.
Ven entonces al testimonio como un nudo traumtico, que recoge tanto los hechos del pasado
como del presente, permitiendo la modificacin de actitudes del sujeto al enfrentar sus padecimientos, y
no sustituye a una terapia ms prolongada si es necesaria. Lo consideran semejante a las modalidades
antropolgicas de las historias de vida y a las historias clnicas psiquitricas, pero diferentes por la forma
de recogerlo y elaborarlo: El proceso teraputico implica ayudar al paciente a considerar el nudo traumtico
como parte de su vida y ubicando su sigificado en el contexto social y poltico, y en su propio proyecto
existencial, lo que posibilita su comprensin a la historia personal y tolerar la ambivalencia generada por el
doble carcter de experiencia ajena y, en este sentido, constitutiva del curso de la vida [...] Desde el punto
de vista teraputico, el testimonio permite potenciar funciones yoicas. Estas regulan el contacto con las
condiciones de la realidad del individuo. La tortura altera las funciones del yo al emerger fantasas
desintegradoras persecutorias y autodestructivas. Recordar todo ello en el testimonio, posibilita hacer
pasar esas fantasas por la verbalizacin y el control del yo (cursivas mas: E.G.)10 .
9

De manera implcita y explcita muchas organizaciones proponan a sus miembros un modelo ideal, cristalizacin del
hombre nuevo que planteaba el Che, pero ya en el presente.

Mucho ms podra abundarse respecto al trabajo del FASIC, pero siendo imposible una mayor
extensin en este momento, s resulta interesante destacar una afirmacin de uno de sus miembros compartida totalmente y que muestra una realidad insoslayable y de la que hay que tomar plena conciencia, no
slo para las terapias aqu analizadas: La psicoterapia de Jos Segundo nos permite profundizar en las
dificultades de los profesionales de la salud mental, para abordar los problemas psicolgicos de las experiencias traumticas, que ocurren en personas de los sectores populares, cuyo mundo vivencial y
afectivo nos es muchas veces desconocido. Nos muestra los lmites de nuestros enfoques teraputicos y tericos y la importancia que tiene escuchar atentamente a cada paciente para descubrir las claves
existencias e ideolgicas que constituyen su fuerza y explican su padecimiento (Lira, 1984:131).

Otras dificultades a resolver

Otra organizacin que comenz trabajando en plena dictadura militar fue el Equipo de Asistencia
Psicolgica de Madres de Plaza de Mayo. La importancia de su trabajo, como su produccin escrita, es
de gran valor, por lo que sus materiales permitirn el abordaje de algunas problemticas no discutidas
hasta ahora en el presente trabajo11 . Su Equipo Psicolgico fue presentado por la Direccin del Centro
para Rehabilitacin de Vctimas de la Tortura de Copenhague como candidato al Premio a la Libertad
Prncipe Asturias 1986 pero, mucho ms definitorio que sto respecto a su actividad, lo fue la declaracin
de Hebe P. de Bonafini -presidente actual de Madres de Plaza de Mayo- en el Prlogo del libro del que
se tomaron los datos siguientes: Cuando usted empiece a leer este libro quiero que sepa que fue escrito
con todo el respeto que siempre sintieron por nosotras; que las madres convertimos el dolor en lucha, que
socializamos la matemidad, pero que muchas de nosotras si no fuera por la ayuda invalorable y desinteresada de este equipo de profesionales, no estaramos en pie trabajando (Kordon y Edelman, 1986).
Si bien algo ya se mencion en pginas anteriores sobre el problema de la neutralidad en este
trabajo, es conveniente decir algo ms al respecto. Para los autores del libro el compartir los mismos
objetivos forma parte de la alianza teraputica: para las personas afectadas representamos alguien leal o
confiable y esto adquiere un gran valor frente al aislamiento y a veces el rechazo que han encontrado en la
10

Las autoras sealan, con mucha lucidez, que paradjicamente el testimonio es en cierta forma una confesin
completa, es la que dese el torturador y que el sujeto protegi a costa de su dolor. Pero sta es denuncia y no traicin,
un acto que se inscribe en el proyecto existencial original. Esa informacin no puede ya ser usada en contra de sus
compaeros, sino ms bien en contra de sus torturadores (Lira y Weinstein, 1984:32).

sociedad. Sin embargo en ese artculo sealan dos cuestiones que consideran fundamentales (Bozzolo y
Lagos, 1986:55-56): en primer lugar la imposibilidad de una neutralidad cuando el trabajo lo realizaban en
la propia Casa de las Madres, lo que los llevaba a manifestar hacia ellas un compromiso conjunto no slo
en ideas sino tambin en actos; sobre esto escriben que creemos que cuando se explicita esta cuestin y
forma parte de lo analizado, la superposicin de vnculos en la mayoria de los casos no dificulta sino que
suma, es decir, potencializa nuestro accionar teraputico. En este particular sentido hemos elegido no ser
neutrales, y consideramos fundamental para nuestra tarea que esa toma de Posicin no quede ambigua.
Pero en segundo lugar destacan los lmites de esta neutralidad para la efectividad del trabajo: Sin
embargo creemos necesario mantener la neutralidad teraputica imprescindible para el libre desarrollo del
proceso personal. Dentro de lo que es posible en cualquier situacin teraputica, no manipulamos, no
indicamos o sugerimos actitudes polticas o personales; no somos sus dirigentes ni sus asesores, somos
terapeutas. Esto permite que el proceso personal frente a la prdida sufrida, y la restructuracin que en
cada sujeto produce sea realmente un producto nico y privado. As como la situacin lmite no genera en
todos la misma respuesta, nuestra asistencia psicolgica tampoco la genera.
Desde un abordaje terico institucional otro profesional abunda en este problema de la neutralidad, mostrando su imposibilidad y su falacia (Bonano, 1986: 124-125): considera que el compromiso
inicial con la lucha de los familiares fue una condicin bsica para el posterior accionar teraputico, ya que
ha permitido que sean depositarios de la confianza imprescindible para esa difcil tarea. Esta breve descripcin muestra de un modo innegable que la implicacin del terapeuta es esencialmente distinta de lo que
prescriben las nociones clsicas de abstinencia y neutralidad, al punto tal que una posicin ortodoxa, o
bien invalidara necesariamente el dispositivo de colaboracin profesional organizado, o bien lo disminuira
como algo acaso vlido en su dimensin solidaria y comprometida, pero no en su rigor y valor cientfico.
La situacin lmite que nos involucr a todos quizs permita hoy realizar el cuestionamiento terico de la
relacin analtica definida slo por determinaciones abstractas: el deseo de anlisis y el deseo de analizar,
11

Es importante recordar que Madres de Plaza de Mayo es una de las organizaciones pioneras en la lucha contra la
dictadura militar en Argentina, iniciada cuando, apenas comenzada sta, un conjunto de madres buscaban encontrar a
sus hijos desaparecidos, para lo cual caminaban dando vueltas en derredor de la Pirmide de Plaza de Mayo, ubicada
frente a la Casa de Gobierno en Buenos Aires. Llamadas las locas de Plaza de Mayo por el rgimen militar, no cejan en
su lucha en largos aos, pese a la represin que tambin sufrieron, convirtindose en una de las instituciones de
derechos humanos ms respetada y seguida. Su actividad contina hoy frente a la poltica seguida por el actual gobierno
civil de amnista a los militares que violaron todos los derechos humanos (algunos de los cuales fueron degradados y
condenados en un impactante juicio).

con su corolario de que toda otra determinacin que se proponga para tornarla ms concreta es rpidamente anatematizada como contaminacin. El operativo terico por el cual se pretendi y se pretende
mantener las manos puras ha consistido, justamente, en expulsar del campo de anlisis todo lo que fueran
las implicaciones institucionales de los protagonistas de la relacin teraputica, analtica o como se llame.
En clara alusin a estos puristas -luego veremos las implicaciones de evitar la contaminacincontina diciendo que la teora de los efectos del inconsciente que pone entre parntesis la cuestin de las
finalidades sociopolticas es una abstraccin defendible dentro de lmites muy precisos y bastante estrechos. Cuando el proceso del que se pretende dar cuenta hace estallar esos lmites, es conveniente disponer de un aparato de conceptos que no reconduzca a una distorsin grosera de las determinaciones reales
del campo. En tal sentido las definiciones sociopolticas de los terapeutas constituyen la respuesta lcida al
anlisis de su contratransferencia institucional, definida sta como respuesta global a la demanda tomada en su totalidad social
Por ltimo seala lo muy conocido de que, aunque no visible, toda accin profesional se realiza
desde una institucin, reconociendo que tal vez la tarea de los equipos no se haya realizado desde el
aparato de salud mental, ni desde la psicoterapia, ni tan siquiera desde el psicoanlisis, si hablamos de
instituciones -razn por la cual el ambiente (el psicolgico) muchas veces los exclua- y termina preguntndose, lo que puede parecer panfletario pero de manera alguna lo es, si podramos decir que, en
verdad, la tarea fue realizada desde una singular institucin que llamaremos de la solidaridad popular?.
Tarea que muchos otros no realizaban, como ya se mostr antes, lo que de hecho
no es tampoco una postura neutra. En otro de los artculos del Equipo Psicolgico de
Madres de Plaza de Mayo (Bozzolo, 1986: 139-142), se alerta contra esta ilusin de neutralidad al sealar tres posturas adoptadas por terapeutas argentinos en plena dictadura:
1) la interrupcin del tratamiento analtico o la negativa a aceptar en tratamiento a sujetos
con actividad militante, reconociendo que lo hacan por temor a afrontar los hipotticos
riesgos; 2) actitudes con menor inhibicin que la anterior, sea por que se prescriba la
suspensin de la militancia (sin explicar los motivos), se interpretataba la militancia
antidictatorial como patolgica, o se interpretaba la actividad poltica como resistencia al
anlisis. Desde ya -dice la autora- esta segunda posicin tuvo para los pacientes mayores consecuencias psicolgicas ya que el terapeuta ocupaba de hecho el lugar del ideal de

salud y desde all calificaba las otras conductas; 3) otros trabajaban de manera disociada: un ejemplo extremo de estas situaciones me fue planteado por un jven que consulta
en mi consultorio particular en 1983, y que tena una hermana desaparecida. La familia
haba simulado que no pasaba nada, adoptando a los hijos de la desaparecida sin volver a
hablar de la ausente. Durante un prolongado anlisis se produce el secuestro de una compaera de consultorio de su analista, y a pesar de que el consultante presencia el hecho
desde la calle, en sesin no se habla de l12 .
Pero el centro de la actividad de este Equipo nunca ha sido la aclaracin terica de
aspectos como el de la neutralidad, que surgieron a posteriori, sino el enfrentamiento a problemticas de
las que se careca de antecedentes o los existentes eran escasos o no similares. Uno de stos lo fue cmo
trabajar la elaboracin del duelo en casos como el de los desaparecidos, que para muchos deban ser
reconocidos como muertos, aunque no existieran pruebas de tal muerte, y las Madres de Plaza de Mayo
se negaban a aceptar tal posibilidad y esgriman su consigna de Vivos se los llevaron, vivos los queremos. En un trabajo de las dos coordinadoras del Equipo Psicolgico (Kordon y Edelman, 1986: 27) se
precisa cmo en esos aos a los profesionales de salud mental se nos planteaban seriamente problemas
tales como definir cules eran los trminos de un duelo en esas condiciones, respondiendo que no
coincidimos con muchos terapeutas que, frente a esta situacin de ambiguedad, afirmaban la necesidad de
dar por muerto al desaparecido como condicin para elaborar su prdida. Sostenamos que la elaboracin del duelo -desde el punto de vista de nuestros pacientes y de nosotros mismos como terapeutas- no
poda hacerse sobre la base de la complicidad con el genocidio. Como terapeutas entendamos que era
una forma de favorecer, so pretexto de la cura, la identificacin con el agresor y el predominio de los
aspectos ms hostiles del sujeto, que inevitablemente lo conduciran a sentimientos de culpa irreductibles.
Ambas profesionales consideran que en aquellos afectados que rechazaban el argumento de la
dictadura, hubo una mejor preservacin yoica y mayores niveles de insercin activa en la realidad, pese a
la magnitud del duelo a elaborar. Sobre esto ltimo observan la existencia de una posicin activa frente al
trauma, buscando en general relacionarse con otros que atravesaran la misma situacin y desarrollando
diferentes grados de participacin social. La situacin de compartir posibilit el desarrollo de mecanismos
de identificacin y empata recproca, que contribuyeron a evitar el encierro narcisista y a establecer
vnculos de tipo fraternal. Hemos escuchado muchas veces a madres de desaparecidos que describan

esta situacin como el equivalente de una psicoterapia grupal.


Otra de las profesionales del equipo comparte tal visin y plantea un interrogante terico
(Nicoletti,1986: 61): Hemos comprobado que la respuesta de las madres frente a las desapariciones no
se corresponde estrictamente con las respuestas frente a las prdidas de objeto descritas por Freud.
Encontramos, s, angustia, dolor, miedo, impotencia, desesperacin, odio, culpa, tristeza; pero en las
madres est parcial o totalmente ausente esa inhibicin y restriccin a que alude Freud. Las madres
producen actos, actos que tienen efectos importantes en el conjunto de las sociedad. Su intento de elaboracin no es paralizante sino todo lo contrario. Nos preguntamos qu conceptos psicoanalticos son pertinentes para dar cuenta de estos procesos.
Otro de los problemas que surgen en estos trabajos tiene que ver con la contratransferencia,
temtica que aborda una de las profesionales del Equipo Psicolgico de Madres de Plaza de Mayo
(Bozzolo, 1986: 74-76), reconociendo que el efecto predominante, sobre todo al comienzo de la tarea,
es la angustia que muchas veces nos requiere un sobreesfuerzo consciente para no obstaculizar nuestra
capacidad de reflexin. La disociacin que entiende se produce en cualquier tarea asistencial -una parte
del Yo queda identificada con el relato del paciente y otra parte del Yo toma cierta distancia til para
observar- la considera constantemente amenazada por sentimientos muy intensos y complejos (aparece
un dolor psquico, producido por empata ante el hecho de saber los sufrimientos a los que se han visto
sometidos otros seres humanos), que en el equipo intentan resolver con ayuda de otros terapeutas en la
reunin que realizan. La situacin de trabajo genera tambin intentos de reparacin omnipotente para
resolver la situacin del familiar, y aparecen igualmente idealizaciones generadas por la admiracin que
el trabajo de las madres provoca en los terapeutas, aspectos que pueden entorpecer nuestra operatividad
y que deben ser manejados con mucho cuidado.
12

El primero de los casos sealados recuerda la decisin adoptada, en la dcada de los treinta, por las asociaciones
analticas de Austria y Alemania, de no aceptar pacientes con militancia poltica, para as -decan- impedir los ataques del
rgimen nazi con la disciplina. Respecto a las otras situaciones, resulta interesante recordar las declaraciones de la
conocida psicoanalista Maud Mannoni de fuerte crftica a sus colegas: Lo que me ha impactado en la Argentina -dijo en
entrevista periodstica (El espacio y la fantasa, reportaje de Viviana Gorbato en revista El Periodista, Buenos Aires,
N 49, agosto 1985)- es que durante los aos ms violentos de la dictadura militar los analistas se refugiaron en una
mxima teorizacin que los protega de la realidad poltica y social terrible que vivan. Los que no soportaron esas
contradicciones decidieron irse. 0 se suicidaron. Qu sentido tiene el psicoanlisis en un contexto en el que hay que
hacerse el sordo a los gritos de los prisioneros para seguir ejercindolo? [...] El mrito de Lacan fue unir lo real, lo
simblico y lo imaginario. Los psicoanalistas argentinos negaban la realidad. No analizaban. Psicotizaban. Crtica
adecuada, con la salvedad -los trabajos que aqu se mencionan lo demuestran- que haba otras salidas a ms del suicidio
o la huda.

Si siempre existe una constante interinfluencia entre teora y prctica, ella no podra faltar en
trabajos como los aqu estudiados, que hacen replantear aspectos tan importantes como la nocin de
salud y enfermedad mental, el rol profesional y la utpica extraterritorialidad de algunas posturas tericas.
Respecto a lo primero, las coordinadoras del equipo son categricas: Puesto que el concepto y las
normas sobre salud mental son elementos ideolgicos implementados por el Estado, hasta la concepcin
sobre el lugar de la salud mental se vio afectada [...] A partir de nuestra experiencia con las familias de
desaparecidos, podemos afirmar que las implicaciones psicolgicas de la represin no pueden ser consideradas dentro de la categora de enfermedad y por lo tanto de cualquier clasificacin psicopatolgica,
sino como efectos de una situacin de emergencia social. Esto plantea no slo el ajuste de los instrumentos tcnicos sino la reformulacin de nuestras actitudes y concepciones (Kordon y Edelman,
1986: 40). Y otra de las integrantes del equipo subraya su lgica oposicin al intento de psiquiatrizacin
efectuado por la dictadura militar al definir a las madres como las locas de Plaza de Mayo, dentro de la
clsica postura de correlacionar salud mental con adaptacin social (Guinsberg, 1981, 1987b) destacando cmo las profesionales que hemos trabajado cerca de estas personas muchas veces hemos
hallado preservado lo que esperbamos encontrar daado. En otras ocasiones encontramos incluso un
nuevo desarrollo psquico basado en nuevas identificaciones que fortalecieron y desarrollaron el Yo de las
supuestamente ms daadas vctimas de la represin (Bozolo 1986: 102). Con base en esta realidad,
otra integrante del equipo seala algo aparentemente obvio pero no siempre reconocido dentro del
psicologizado mundo psicolgico: Sobre esta inscripcin social (la conquistada por las madres y familiares), y que como ciudadanos compartimos, podamos entonces ubicarnos en nuestra posicin de
psicoterapeutas que saben que la psicoterapia no constituye el nico contexto en que un individuo descubre su verdad con respecto a s mismo y sus relacines. Y vaya que aqu se ha probado! (LHoste,
1986: 107).
Esta perspectiva se ampla an ms en el trabajo de ndole institucional ya citado (Bonano, 1986:
114-118) donde, siguiendo de hecho a una conocida formulacin de Robert Castel (1980), seala que al
rechazo a la psiquiatrizacin intentada por el gobierno militar cabra agregar que la psicoanalitizacin
podra ocupar el lugar de relevo prestigioso ante una psiquiatrizacin demasiado grosera. Por el contrario, nuestra propuesta consiste en sostener que la cuestin derechos humanos se ha constituido en un
analizador gigantesco de los rasgos ms profundos de la sociedad argentina y que, en particular, la expe-

riencia y la orientacin de Madres de Plaza de Mayo es ejemplo de una accin y sobre todo una posicin
en las articulaciones sociales que brinda claves esenciales para todo planteo que se ubique en la perspectiva de un anlisis crtico. Este analizador privilegiado debe servir tambin para someter a anlisis a la
psiquiatra y al psicoanlisis, tomados en este caso como instituciones. Proponemos entonces, como se
ve, una suerte de inversin de perspectiva. No se tratar de analizar la experiencia de los afectados por la
represin poltica con las categoras de la psiquiatra y el psicoanlisis tomadas en su positividad simple.
Por el contrario, se tratar de analizar las instituciones del aparato de salud mental (entendido en el sentido
apuntado ms arriba) a partir de la experiencia original y profunda de los afectados por la represin y
desde los planteos que progresivamente se van definiendo en los equipos que trabajan con las organizaciones de derechos humanos. Conclusin de tal planteo e hiptesis central que se propone poner a
prueba, y desde ella realizar una revisin de las experiencias en curso, es: No es posible rendir cuenta de
los procesos de elaboracin psquica de los afectados directos por la represin poltica y en general de los
efectos sobre el conjunto de la poblacin, si slo se toma como sistema de referencia terico la estructura
del aparato psquico desde el concepto de estructura libidinal, escindido del anlisis de las implicaciones
institucionales.

Revisar la formacion tradicional

Nuevamente puede parecer algo obvio y que no necesita discusin, pero la realidad dominante en
el campo psicolgico argentino durante la dictadura militar era otro, ya mostrado en pginas anteriores.
Por ello las coordinadoras del Equipo Psicolgico de Madres de Plaza de Mayo apuntan en otro de sus
artculos (Kordon y Edelman, 1986: 173) que una de las formas ms importantes (de no inclusin de la
realidad social) fue la omisin por parte de parientes y terapeutas de todo tema que tuviera que ver con la
situacin que se estaba viviendo. Algunos colegas han definido esto como la existencia de un verdadero
pacto perverso entre terapeutas y pacientes. Nosotros preferimos conceptualizarlo como identificacin,
tanto de parte del terapeuta como de los pacientes, con la norma de silencio. Pero por la diferencia de
roles en la situacin teraputica, no es lo mismo que un paciente omita un contenido o ciertas representaciones a que lo haga el terapeuta, cuya funcin es develar aquello que es omitido. Y continan diciendo
cmo la exclusin en el tratamiento de todo tema vinculado a la represin poltica produca una distorsin

del proceso teraputico, ya que si hay una zona de la que no se puede hablar, ella tiende a convertirse en
baluarte de todos los conflictos del paciente. Se sostena as una ilusin mgica de preservacin, magia tal
que haca suponer que aquello de lo que no se hablaba no exista; paradoja en relacin al psicoanlisis, ya
que ste se propone investigar justamente aquello que es ocultado consciente o inconscientemente13 .
Toda esta experiencia tambin reformula el clsico quehacer profesional, como se expresa con
toda claridad en uno de los artculos ya citados (Bozzolo, 1986: 143): Fue necesario que revisramos lo
que haba sido nuestras formacin all por los aos 60, repensar los cuestionamientos que en aquellos
aos conmovieron a las instituciones psicoanalticas, reflexionar sobre lo aprendido en las distintas experiencias profesionales de accin comunitaria. Todos estos planteos que haban quedado congelados en su
mayora durante la dictadura se haban podido mantener vivos en pequeos grupos (marginales a lo dominante en el medio profesional). Pusimos a trabajar todo nuestro bagaje conceptual para lograr un instrumento de trabajo al servicio de los familiares de los desaparecidos, para poder asistir, analizar, sostener a
estas personas, vctimas de la represin poltica.
Pero hubo un hecho definitorio -contina diciendo- que marc nuestra tarea: estas madres no
asuman la tradicional posicin frente a los terapeutas, no otorgaban el poder absoluto al experto que
sabe. Ellas estaban aprendiendo en su lucha que la escisin entre sujetos actores-productores y sujetos
objetos pasivos y portadores slo serva para sostener el orden en que vivimos. Tambin en nosotros y en
nuestra tarea se subverta el orden y tuvimos as otro lugar, el de acompaantes. En un lugar de permanente construccin: las madres van modificando sus necesidades de asistencia psicolgica especfica y
nosotros investigamos permanentemente cmo operar ms eficazmente desde un lugar redefinido pero
especfico de accionar psicolgico.
La conclusin de lo anterior resulta verdaderamente importante para discutir y analizar: La
experiencia de ustedes es muy valiosa, claro, es otra cosa, me deca un psicoanalista hace poco. Y ste es
un punto central del debate. Para poder avanzar en nuestras concepciones tericas debemos estar realmente dispuestos a sostener las crisis en la teora que devienen de la interpretacin de estas prcticas.
Otros profesionales que se han abocado tambin al estudio de los efectos psicolgicos de la
represin poltica son miembros de la Asociacin Psicoanaltica Argentina (APA), y los trabajos realizados
-muchos de ellos presentados en un Simposio y Congreso que tuvo lugar en Buenos Aires en diciembre de
1985- fueron publicados en un libro aparecido un ao despus (Varios, 1986). Si bien se trata de lo

sealado ms que de un trabajo con afectados directamente por la represin, y el Grupo de Investigacin
Psicoanaltica sobre los Efectos de la Represin Poltica se institucionaliza en diciembre de 1984 -un ao
despus de terminada la dictadura militar, es decir que, a diferencia de los anteriores, no funcion durante
la misma-, su aporte resulta interesante por la apertura que implica para la muy ortodoxa y conservadora
APA, organizacin de la que a comienzos de la dcada de los setenta se marginaron los sectores
psicoanalticos que propugnaban otro tipo de psicoanlisis, comprometido con los intereses populares y
sociales (ver Langer, 1971, Guinsberg, 1981; Langer, Guinsberg y Palacio, 1981.1983 * ).
Si bien la lectura del libro muestra una diferencia notoria con trabajos de otras instituciones (como algunas de las ya indicadas) -tal vez un mayor inters terico y con una absoluta mayora de referencias a
Freud, una muchsima menor involucracin concreta en hechos un poco vistos desde afuera, un poco
desde la perspectiva de personas sensibles tocadas por la magnitud de la barbarie represiva- lo ltimo
apuntado les permite formular una serie de apreciaciones previamente sealadas por las organizaciones
antes mencionadas.
Entre ellas, y sin poder extendernos al respecto: 1) reconocimiento de la necesidad de prevenir
repeticiones siniestras con el instrumento a nuestro alcance: la comprensin psicoanaltica, la reflexin
articulada entre el psicoanlisis aplicado y otras ciencias sociales... (Grupo, 1986: 16); 2) al observar los
cambios operados en las defensas psquicas, tanto en afectados directos como en todos los integrantes de
una sociedad reprimida, esto nos lleva a pensar en la necesidad de modificaciones en la categorizacin de
los fenmenos psiquicos; se hace indispensable una mayor flexibilidad en la inclusin de determinados
fenmenos dentro de la patologa (Comisin, 1986: 21); 3) reconocimiento explcito de que los psicoanalistas estn ubicados dentro de una realidad concreta, de la que no pueden marginarse ni negarla: Qu
nos pasa a los analistas en este contexto (el de una represin como la vivida en Argentina) como personas?
Lo mismo que al resto de los habitantes, por lo tanto no podemos dejar de tener en cuenta que el instrumento de trabajo del psicoanalista, su propio aparato psquico, est altamente alterado ...). Recordemos

13

Y en obvia referencia las tendencias lacanistas -dominantes en Argentina en esos momentos- sealan: Hubo
diferentes modalidades de acatamiento de los modelos operaciones y de los enunciados identificarios producidos por la
dictadura. Por ejemplo, el buscar refugio en un teoricismo hermtico, que descalificaba toda aproximacin a la realidad,
incluida de hecho la clnica. Hubo tambin una implementacin autoritaria de ciertas teoras que descalificaban cualquier
forma de investigacin de las respuestas sociales a la situacin y sus implicaciones psiquicas. Tambin, repitiendo el
modelo autoritario y represor de la dictadura, descalifica las otras tendencias dentro del mbito psicoanalftico (Kordon
y Edelman, 1986: 173-174)

algunas de las funciones del analista: buscar la verdad, anticipar, significar, semantizar, construir hiptesis
sobre el presente, pasado y futuro del paciente. Todo esto dentro de un contexto sociocultural determinado. Y el autor de quien se reproducen estas citas concluye con una categrica: Para mantener esta
ilusin (la de poder rechazar todo lo considerado extrao al mundo interno intrapsquico) aIgunos psicoanalistas piensan que ocuparse de la realidad externa no es psicoanlisis. Esta concepcin responde a la
adhesin a la ideologa del poder de no cuestionar, ver, desenmascarar, es peligroso. Es ms fcil refugiarse en la rigidez de la teora convertida en una teora inmutable, usada para ser repetida, disfrutando de la
ilusin narcisista de saberlo todo, que saberse expuesto como cualquier mortal a los avatares de la realidad externa (Cocchi y Sakalik, 1986: 87); 4) aunque muchos otros aspectos podrian mencionarse,
interesa especialmente ver cmo estos analistas tambin discuten las posibilidades de la neutralidad: la
coordinadora del grupo destaca como tal regla y la de abstinencia pueden mantenerse en una sociedad
que proporciona los representantes de las imagos parentales, en forma de las instancias que protegen al
individuo posibilitando el cumplimiento de la ley aceptada por todos. Durante el terrorismo de Estado esta
garantia desapareci y el psicoanalizado deba, para conservar su vida, saber al menos que su analista no
lo iba a denunciar; destaca tambin la interferencia que la situacin poltica produca en la asociacin
libre, y considera que todo ello es un tema tcnico que queda abierto para ver si en esas condiciones es
posible un proceso psicoanaltico (Ricn, 1986: 127). Tambin sobre esto otra analista es mucho ms
categrica: Creo que en estas circunstancias lo fundamental es la ideologa del terapeuta. La neutralidad
es imposible: una cosa es la neutralidad y otra cosa es el mito de la neutralidad. Sin perder su lugar como
terapeuta y sin hacer una confidencia exhaustiva de su miedo, es necesario que lo reconozca y que pierda
el mito de su omnipotencia o su negacin. Como dicen Kijac-Pelento: El terapeuta como ser histrico
est ubicado en una coordenada sociocultural determinada. Desde ese lugar recibe el influjo de estmulos,
entre otros, los relacionados con la conflictiva social de su poca. El grado de conmocin que sufra va a
depender de su actuacin personal. En esta situacin, lo que no puede evitar es tomar una postura
(Sakalik, 1986: 139).
En este libro la misma autora citada reconoce un conflicto que suponemos jams se hubiese
presentado en terapeutas ms abiertos de las organizaciones vinculadas a los derechos humanos: un joven
profesional, que era delegado en un establecimiento industrial, lleva al grupo teraputico la angustiosa
*

De este libro hay una edicin virtual en Biblioteca de este sitio Carta Psicoanaltica.

situacin de que se le avis que esa noche escapara porque detenan a todos los delegados. No sabia que
hacer porque no era delincuente ni tena ideologia poltica, y los miembros del grupo concluyen -en medio
del llanto y el miedo de ese joven- que no tena que ocultarse. La terapeuta cuenta: Me sent descolocada;
mi rol era el de terapeuta, yo haca consciente lo inconsciente, llenaba las lagunas mnmicas, colaboraba
con el paciente para que hallara su deseo inconsciente (recordaba, el anlisis no sirve en situaciones
agudas) pero mi paciente corra alto riesgo, yo y sus compaeros tenamos que decidir si escapaba o no,
cosa que no corresponde al psicoanalista, o le deca que mis funciones de terapeuta terminaban all (y en
resumidas cuentas, hasta dnde llegar cuando la realidad externa se mete violentamente en el consultorio?) Termin la hora de grupo y l se fue solito con su pellejo. Al otro dia lo metieron preso y lo torturaron:
vive. Esta profesional parece haber aprendido de la experiencia ya que, citando a Einstein, termina su
artculo diciendo que hay que hacer preguntas nuevas, ver posibilidades distintas, enfocar problemas
antiguos desde un punto de vista moderno, y que es importante que hablemos de lo que nos pas para
tenerlo claro, para que no vuelva a ocurrir.

El trabajo con nios

No puede terminarse esta breve enumeracin del trabajo realizado con vctimas de la represin
poltica, sin una referencia a la labor teraputica realizada con nios, hijos de aquellos o que incluso
vivieron el drama familiar con la visin del allanamiento o secuestro de sus padres, la ausencia de algunos
de stos, etc. Un libro ya citado, producido por el Movimiento Solidario de Salud Mental (MSSM,
1987), presenta un panorama de la labor encarada.
Los terapeutas del MSSM prefirieron una asistencia grupal, que surge del criterio de elaborar la
problemtica a partir de la socializacin de la experiencia que estos nios vivian como particular y propia
(Maciel y Martinez, 1987: 45-46), e incluyen en estos grupos a nios sin padres desaparecidos: Aclaramos -dicen- que la inclusin de pacientes no afectados directos obedece al criterio de socializar la experiencia y no nuclearlos en guetos ya que consideramos a toda la poblacin afectada (Martinez y Pechman,
1987: 65). La psicoterapia grupal incorpora tambin tcnicas dramticas, juegos, expresin corporal, etc.
Pero tambin se realizan actividades de otro tipo, con efectos teraputicos en definitiva: las charlas con familiares son una de estas formas, que ayudaban a los familiares conocer las tareas del grupo

psicolgico, ir perdiendo la desconfianza, etc. Se daba oportunidad -escriben- a los asistentes para que,
reunidos en pequeos grupos, con un observador participante, pudieran expresar sus opiniones y dudas.
Luego se trabajaba en un plenario, donde cada grupo produca una sntesis que denotara a su vez los
temas de inters. Estos eran tomados como emergentes globales, indicativos de la direcciin de las sucesivas charlas (Taboada, 1987: 56). El trabajo produjo uno de los resultados buscados, consistente en
posibilitar que los asistentes expresaran sus problemas, conflictos y dudas personales, movilizando sentimientos inexpresados hasta ese dia, y abri un canal donde los participantes sintieron que podan llorar y
ser contenidos en sus emociones. Resulta interesante sealar cmo las principales problemticas surgidas
en esas charlas fueron: decir o no a los nios la verdad acerca de los familiares desaparecidos, lugar de ese
desaparecido en la historia familiar y nacional, las relaciones fantasmticas con los desaparecidos, la
emergencia de la culpa de no estar desaparecido e incluso disfrutar las relaciones con el resto de la
comunidad que no participa en organizaciones y cmo informarles de lo sucedido en esos aos, etc. En
charlas posteriores se abord concretamente la problemtica de los nios afectados, las necesidades de
stos, etc. El MSSM tambin encar la realizacin de jornadas recreativas en plazas y parques de la
ciudad -participan nios, terapeutas, familiares de aquellos- con el objetivo de favorecer la integracin
generacional y buscar los efectos teraputicos de la misma actividad.
Los autores del libro refieren las opiniones que planteara Franoise Dolto, luego de supervisar uno
de los casos. Sin poder transcribirlas aqu, al no resear el caso concreto, s resulta interesante citar
algunas de sus afirmaciones: El nico sostn del anlisis de este nio y de todos estos nios pasa por la
inclusin de la ideologa. El analista comprometido debe reivindicar la historia de lucha de estos padres
[...] En lo referente a la tica del analista, se insiste en la neutralidad, pero esto es normativo, no puede
dejarse afuera el ideal del yo; sera quedar fijados a lo pregenital y no acceder a la genitalidad sublimada
en la ideologia [...] En relacin con el medio social, debe ayudarse a estos nios a comprender que hay
dos realidades: la suya y de unos pocos que lo rodean y por otro la de la mayora de la sociedad (representada por las normas escolares), que lo seala o margina. Su padre entendi esto y por eso luch
cuando fue grande para cambiarlo. Si tu quieres puedes hacer lo mismo o elegir tu propio camino, pero
entendiendo que hay dos realidades. Y ayudarlo a que conviva con esto. Hay que trabajar en la recuperacin de la historia, reconstruirla reivindicando su deseo como hombre de este hijo, adems de su iniciativa de lucha (Martinez, 1987: 101-102).

Lo anteriormente expuesto no pretende ser, de ninguna manera, una muestra total de lo que se ha
hecho y se hace en el terreno de atencin psicoteraputica a quienes han sufrido los efectos de la represin
poltica, sino slo una muestra de ello. Pero alcanza para indicar que puede existir una psicologa al
servicio de los intereses populares cuando se decide asumir un rol profesional en tal perspectiva.
Asuncin que nunca es cmoda y que requiere de otras condiciones, pero que s es necesaria y posible, tal
como se expresara en el comienzo de este trabajo.
Aspectos que destaca claramente el autor del prlogo del libro del MSSM: El rea de los derechos humanos no es un rea cmoda en la realidad argentina. Nadie pretende comodidad en materia tan
necesariamente militante. Se dira ms bien que es incmoda por lo menos en dos sentidos. En primer
trmino, somos los que no queremos olvidar, los que importunamos con la memoria de hechos terribles
contra la condicin humana. Pero es tambin incmodo sostenerse y sostener nuestras tareas. Quin
quiere convivir proximo al horror y sus efectos! Solamente desde una conviccin tica podemos hacerlo.
Aqu no valen voluntarismos ni curiosidades ms o menos macabras. Son de corto aliento para una permanencia (Ulloa, 1987: 13).
Se trata, en definitiva, del uso que se le da a un conocimiento y al servicio de quines. En este
sentido el final de este trabajo puede ser la cita que abre el libro del Equipo Psicolgico de Madres de
Mayo, que retoman una frase que Bertolt Brecht pone en boca de Galileo Galilei: ...Mi opinin es que el
nico fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de la existencia humana. Si los cientficos se
dejan atemorirzar por los tiranos y se limitan a acumular el conocimiento por el conocimiento
mismo, la ciencia se convertir en un invlido y las nuevas mquinas slo servirn para producir
nuevas calamidades...

Bibliogrfa

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USOS MILITARES DE LA PSICOLOGA

Peter Watson, Guerra, persona y destruccin. Usos militares de la psiquiatra y la psicologa,


Editorial Nueva Imagen, Mxico, 1982, 427 p.

Por su vinculacin con hechos actuales se transcribe el comentario sobre este libro publicado hace
ms de veintiun aos! en la Seccin Especial de la Edicin en Espaol de Le Monde Diplomatique
(Mxico, N 57, septiembre 1983). La relacin con hechos actuales es evidente -las torturas practicadas en Irak y en tantos otros lugares por tropas de Estados Unidos o asesoradas por ellas-, algo
que, este libro lo demuestra, tiene claros y contundentes antecedentes y no es obra ni de la casualidad ni de una poltica iniciada en la llamada lucha contra el terrorismo, sino estudiada y desarrollada siempre como lo demuestran nuevos artculos, textos y manuales que ahora se descubren o
conocen

**

Da a da la prensa descubre la responsabilidad de los ms altos niveles del poder de ese pas en
prcticas de la tortura, mostrando una vez ms la falsedad de la defensa de los derechos humanos
que ese pas se arroga al acusar a otros de lo mismo que hace, ensea y difunde, y confirmando que,
desde ya hace muchas dcadas, es la principal nacin terrorista del mundo.
La parte final del siguiente comentario tambin hoy es pertinente ante el sustantivo cambio actual
de los psis como parte de un campo intelectual ahora desinteresado de los compromisos sociales y
polticos, aunque lo escrito hace 21 aos hoy tendra algunas pero no radicales modificaciones.

Publicado en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 22, 2004.


,

**

,
[...]
,

, 2001,

.*
23,

2005.

,
.

Ya no son suposiciones ni denuncias sin fundamento: Peter Watson, periodista ingls que se interes en investigar la aplicacin de conocimientos psicolgicos y psiquitricos a fines blicos, comprueba
que en Fort Bragg, centro militar norteamericano que alberga a una de sus fuerzas de ataque tctico
nuclear, tambin existe una seccin completa dedicada a operaciones psicolgicas: Haba ah montada expresa- montaas de informes (inditos en su mayora), que en conjunto mostraban hasta qu punto la
psicologa, en aos recientes, se haba adaptado a fines blicos. Las investigaciones han alcanzado tal
magnitud que calcula que desde la rendicin de Japn en la Segunda Guerra Mundial haste el presente, el
promedio indica que se acaba un estudio por da.
Los descubrimientos realizados muestran al autor que durante los ltimos veinte aos, y sin que
nadie en el mundo exterior lo percibiera, los usos militares de la psicologa haban alcanzado la mayora de
edad. No es una conclusin apocalptica ni carente de base: ahondando en (literalmente) kilmetros de
documentos existentes en Fort Bragg, pude darme cuenta que esas utilizaciones militares ya no estaban
confinadas, como yo y muchos otros lo pensbamos, al uso general de amplias teoras de la comunicacin,
o a la formacin de actitudes, o al empleo de conceptos psicolgicos sociales que ayudaran a comprender, por ejemplo, en qu formas los soldados se adecuaban al hecho de estar lejos de sus hogares, ya
fuera durante combates o maniobras. Todo lo que poda imaginar, desde la psicologa de la estructura
celular en los movimientos clandestinos hasta el efecto psicolgico de las armas; desde la seleccin de
hombres destinados a trabajar detrs de lneas enemigas hasta las formas de inducir a la desercin; desde
cmo lograr que los soldados no se acobardaran durante el combate hasta cmo poder evitar que les
lavaran el cerebro; desde los tests para seleccionar decoficadores hasta la utilizacin de fantasmas para
acosar a las tribus de pastores, todo haba sido investigado con un grado de detalle que exclua cualquier
remordimiento, despus de extraer de la investigacin psicolgica relevante, hasta el ultimo uso militar de
posible aplicacin.
Todo apoyado en un aparato logstico nada insignificante: Watson seala que en slo ocho pases
que visitara constat la presencia de 146 institutos dedicados a esas tareas -130 de los cuales eran de
Estados Unidos, cantidad muy expresiva- que constituyen slo una mnima proporcin de los existentes.
Hasta qu punto estas investigaciones son tomadas en serio lo demuestra el hecho de que el propio
Ministerio de Defensa de Estados Unidos convoc en 1963 a su Primera Conferencia Mundial de Psico-

loga, donde se enfatizaron 28 tareas especficas.


Pero todos estos datos empalidecen, para el autor, en relacin a las revelaciones que en 1977 se
hicieron sobre las actividades de la CIA en este campo, de donde surge que esa institucin autoriz entre
1953 y 1963 la realizacin de 149 proyectos cuyo fin era controlar, de una forma u otra, la mente del
hombre, involucrndose 80 instituciones y 183 investigadores, includos muchos Colegios y Universidades
independientes, crendose organizaciones especiales como la Sociedad para la Investigacin de la Ecologa
Humana y el Fondo Geshikter para la Investigacin Mdica, entre otras.
Es cierto que parte de tales trabajos han sido intiles o ingenuos, pero igualmente cierto es que el
costo invertido en estas investigaciones no existira de no traducirse en elementos utilizables con objetivos
que no apuntan precisamente a la liberacin de hombres y pueblos. Watson certeramente seala que gran
parte de los resultados equivocados o ineficaces parten de la imposibilidad de discusin y confrontacin
de ideas y experiencias en virtud del secreto militar en que se encuadran, aunque tambin debera considerar la contribucin para ello de un gran poder de financiamiento que, en las primeras etapas de este nuevo
campo de investigacin, no se preocupa por una mayor seleccin de temas y mtodos.
Algunos de esos errores hoy resultan difcilmente crebles, como es el caso de la profunda
investigacin realizada entre 1964 y 1969 por una institucin tan prestigiada y famosa como es la Rand
Corporation, donde se indicaba con base en estudios y entrevistas que la moral de los Vietcongs se
hallaba muy cerca del punto crtico, bastando unas semanas de fuerte bombardeo para quebrantarlos y
ganar la guerra. Otras veces los resultados son producto de informaciones falsas que en todo caso
podran ser utilizadas como propaganda pero nunca ser credas por los propios investigadores, vctimas
de sus propios prejuicios ideolgicos: un ejemplo al respecto fue el armado de una campaa donde se
indicaba que los vietnamitas eran obligados a integrar el FLN, as como que se encontraban limitados en
el terreno sexual, donde slo los lderes y jefes tenan privilegios.
En otros casos la investigacin resulta irrelevante, aunque larga y costosa, por simple falta de
sentido comn. Es el caso del estudio donde se buscaba la causa de la menor ausencia de la tropa sin aviso
en Vietnam que en otras guerras donde participaron fuerzas estadounidenses, cuando la elemental respuesta era que en plena selva no haba muchos lugares donde se pudiera ir (situacin obviamente diferente
al frente europeo de la Segunda Guerra Mundial). Tampoco faltan los casos donde conclusiones equivocadas surgen por sobrecompensar los aspectos psicolgicos, marginando los polticos: es lo que ocurre

con un estudio realizado con base en la revisin de ms de veinte insurrecciones, donde se llega a la
conclusin de que el individuo se convierte en guerrillero por razones personales y psicolgicas ms que
polticas. La consecuencia es coherente con la premisa falsa: se intenta justificar que la lucha contra las
insurrecciones debe apoyarse en campaas psicolgicas ofensivas.

Permiso para matar

Pero todo lo anterior no debe engaar acerca de otras realidades mucho ms serias, peligrosas y efectivas, entre ellas los mltiples aspectos relacionados con temas para-militares, ampliamente utilizados en guerras limitadas y en las llamadas luchas antisubversivas, muy conocidas en Latinoamrica
en los ltimos tiempos. Al respecto merecen destacarse la aplicacin en interrogatorios, mecanismos de
tortura, privacin sensorial1 , el llamado lavado de cerebros, control de multitudes, etc. Dentro del
campo se promueve el conocimiento de mtodos cientficos para la modificacin de sentimientos hacia
la guerra y la deshumanizacin del enemigo, buscndose de esta manera anular las inhibiciones para matar
a un adversario del que se ensea que nada vale -de hecho no se lo ve como ser humano- as como
justificar todo tipo de crmenes. De esta manera -concluye el autor- lejos de usar la investigacin para
evitar las atrocidades que pudieran ocurrir en el futuro, parecera que estn siendo estudiadas para aprender ms sobre cmo matar y para entrenar gente que lo haga con mayor profesionalismo. Quedan otras
vez confirmadas las hiptesis sobre uso de conocimientos y tcnicas psicolgicas en la represin existente
en las naciones centroamericanas y del Cono Sur.
Los mltiples ejemplos de casos concretos e investigaciones realizadas no dejan de sorprender,
pese a que se deduca su existencia. Lo que seguramente sorprende es precisamente la magnitud del
conjunto de ellas, que muestra un desarrollo con una implacable vocacin para la utilizacin de la psicologa y la psiquiatra con fines destructivos, y no precisamente al servicio de las mejores causas. Un desarrollo donde muchos de los ejemplos de fracasos son imprescindibles para el avance de un camino que, como
siempre, nunca es totalmente exitoso en campos de reciente exploracin.
Pero ms all de la mltiple informacion presentada, y quizs precisamente por esto, es imposible
evitar ciertos interrogantes acerca de la misma e incluso el autor que tanta eficiencia ha demostrado en su
1

Slo como un ejemplo al respecto vale la pena citar que empleando mtodos psicoanalticos, Myers puede hoy en da
predecir quin puede soportar la privacin sensorial y quin no (p. 178).

bsqueda. El primero de ellos -y de alguna manera Watson tambin lo reconoce- es que en esta recopilacin seguramente no se encuentra todo sino tampoco lo ms importante, que en este caso es casi
sinnimo de lo peor. Por ejemplo es evidente que varias veces se seala el uso de conocimientos psicolgico-psiquitricos en interrogatorios y en torturas, pero nunca se muestran expresiones concretas o situaciones mostrativas de estas prcticas, mientras que cualquier profesional que haya trabajado teraputicamente o en investigaciones- con vctimas de tales prcticas, o ledo algunos de los testimonios
de campos de torturas y de concentracin -los de Argentina son los ms conocidos y divulgados- pueden
observar de manera muy clara la presencia de tales tcnicas y conocimientos, tan sistematizados y constantes que es imposible la creencia en un factor casual o de descubrimientos empricos similares en sus
practicantes. Al punto que hace largo tiempo se supone de la existencia de manuales y de especialistas en
el tema, donde los torturadores locales slo agregan sus variantes personales.
Sin embargo en el texto que se alude slo aparece una tenue idea al respecto, plido reflejo de una
realidad que la supera, donde no se oculta la brutalidad de los hechos, pero dentro de parmetros donde
no se visualiza la magnitud de la misma.
Algo similar ocurre en torno a la propaganda psicolgica -en muchas ocasiones llega a parecer
que el autor casi la identifica con toda la prctica psicolgca de tipo blico- donde nuevamente lo conocido al respecto supera de lejos la relativa simplicidad, y casi primitivez, de lo enumerado. Si se observan los
altos nveles de sutilidad y profundidad en la publicidad comercial cotidiana y en las campaas propagandsticas de gobiernos como los del Cono Sur, es evidente que lo que se muestra en este libro se halla
bastante lejos de los niveles alcanzados por los servicios dedicados a la utilizacin de la propaganda
psicolgica.
Otro hecho poderosamente llamativo es por qu y cmo el autor accedi no solamente a material
no siempre pblico -aunque aclara que mucho de lo consultado se encuentra a disposicin de cualquier
interesado- sino tambin pudo mantener entrevistas con responsables de un trabajo que, de hacerse
pblico como iba a hacerse en tanto se trataba de un periodista, tendra repercusiones crticas no precisamente favorables para su secreto y continuidad. Tal vez no haya realmente fundamentos para el interrogante, pero es difcil impedir formularlo.
Sin duda en todo lo anterior interviene el hecho de que Peter Watson no es un profesional del
campo psicolgico sino un periodista interesado en el problema, pero tambin incide en ello su marco

ideolgico liberal que le hace hablar no de revolucionarios sino de terroristas, y para quin en toda lucha
slo participan criminales. Ejemplo de lo cual es que refirindose a la famosa ofensiva del TET vietnamita
expresa que miles de personas fueron asesinadas por los vietcong y empezaron a ocurrir masacres como
la de My Lai, viendo como similar a un ejrcito liberador (por otra parte muy cuidadoso de aspectos
morales y polticos) y a otro opresor (que realizaba masacres cotidianas y sistemticas, que no se limitaron
a la mencionada.

Aprender del enemigo?

De cualquier manera muchos hechos testimonian, y este libro es un ejemplo ms, de que un
periodista liberal puede ofrecer un material muy valioso para denuncia al servicio de una ideologa no
precisamente liberal. Y de esto surge de inmediato un interrogante acuciante y desgarrador: cul es la
razn por la que denuncias, descubrimientos e investigaciones de este tipo necesitan esperar a un
periodista que no es revolucionario, cuando hay Trabajadores de la Salud Mental que dicen serlo y
no se cansan de lanzar andanadas verbales contra los usos manipuladores de sus disciplinas?
La pregunta no es de simple respuesta y de hecho lleva a serios cuestionamientos acerca del que
hacer de estos TSM. De una manera lcida el prologuista del libro apunta a este mismo hecho: Consideramos que es de importancia ideolgica y terica tratar de explicar por qu esta rea de produccin
profesional es desconocida por los propios profesionales, an los ms politizados e ideologizados, que sin
embargo pueden discutir a Laing o Lacan, denigrar a Skinner o defender o ridiculizar a Cooper. Si esta
informacin no se la conoce, o si no se difunde, no es slo porque se oculte, sino porque no se la busca.
Si bien a nivel verbal, los profesionales pueden reconocer la importancia de estas temticas, en los hechos
son otras temticas profesionales las que aparecen como ms relevantes; otros son los campos los que
privilegian, includos campos de difcil discernimiento en cuanto a su importancia terica y tcnica
para los problemas ms significativos de nuestras sociedades2 .
Esta visin crtica apunta no solamente a la bsqueda de prcticas como las de este libro, sino
tambin -y en primer lugar- al estudio y bsqueda de actividades congruentes con los intereses de los
sectores populares, donde la verborrea revolucionaria de los psiclogos y psiquiatras autocalificados de
progresistas no se plasma en muchas realidades, salvo escasos intentos embrionarios que pocas veces

continuaron su marcha3 .
Pero esto ltimo implicara otro anlisis, de alguna manera ya esbozado en trabajos anteriores4 ,
que deben salir del trabajo psicolgico para ubicarse en la posicin social de estos profesionales y sus
intereses de clase. Posicin e inters de los que pocos parecen poder escapar en el terreno objetivo, pese
a sus formulaciones en contrario.
Es cierto que parte de ellos -o la mayora si se quiere- no realizarn tareas como las planteadas en
el libro de Watson, y tampoco otras con similares significados en otros campos. Pero tambin debe
sealarse que prcticas semejantes slo son los extremos manifiestos y brutales de un sentido ideolgico
que tambin se manifiesta en formas ms sutiles que no siempre son concientes -o son racionalizadas- para
los propios psiclogos y psiquiatras. Caso, entre los mltiples ejemplos posibles, de los sentidos de ciertas
terapias, algunas prcticas eucativas, etc. , aunque aparentemente tengan poco que ver con un marco
ideolgico de bsqueda de adaptacin y de conformismo, pero que sin embargo el mismo se encuentra
ms all de las teorizaciones en contrario.
El sealamiento del subttulo, Aprender del enemigo, obviamente no apunta a realizar tareas tan
repudiables como las sealadas y muchas otras, sino a tomar el ejemplo de quienes no vacilan en
utilizar sus conocimientos profesionales al servicio de una posicin de clase. Aprender, porque todo
indica que la mayor parte de los psiclogos y psiquiatras que se consideran ideolgicamente miembros del
campo popular raramente escapan del mundo de las palabras -o de ciertas prcticas mnimas- para
efectivizar en hechos trascendentes una prctica de real colocacin de sus conocimientos al servicio de las
clases que dicen defender

Rivas, Luis I., Prctica terica, prctica ideolgica o la autonegacin profesional del inconsciente, p. 15, subrayados mos.
3

Una reciente y valiosa excepcin al respecto es la realizada por profesionales de la salud mental en medio de la represiva
situacin de Chile, expresada en teora y prctica relativa al anlisis de los efectos de la situacin de ese pas sobre
perseguidos, encarcelados y exiliados que retornan, as como teraputicamente.
4

Vanse mis trabajos La prctica psicoanaltica para sectores populares: aspecto olvidado de la relacin con el
marxismo, ponencia presentada al Congreso Latinoamericano sobre Psicoanlisis y Contexto Social, realizado en mayo
de 1980 en Quertaro, y publicado en el Apndice del libro Sociedad, salud y enfermedad mental, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1981. Tambin Subversin y control social en el psicoanlisis latinoamericano,
en el Suplemento Latinoamericano de Le Monde Diplomatique en Espaol, Mxico, N 39, marzo 1982.
* El primero puede verse en este libro virtual.

ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA AUSENCIA DE LA


NOCION DE SUBJETIVIDAD EN LOS PROCESOS
REVOLUCIONARIOS *

Como ocurre tantas veces, una vieja preocupacin que se mantiene en la mente es reflotada por
circunstancias casuales. En este caso una caminata por una playa costarricense con un amigo uruguayo militante poltico de ese pas y exiliado-, determin la decisin de realizar este trabajo ante la conviccin
mutua de su importancia (l hasta fantaseaba con la posibilidad de hacer una reunin de lderes polticos de
la izquierda para debatir el problema).
Trabajo que no pretende (ni puede) ser ms que un comienzo -casi un pensar en voz alta- de
algo que necesita ser desarrollado muchsimo ms (y con mayor razn ante los acontecimientos pasados y presentes que obligan tanto a un replanteo de mucho de lo realizado como a pensar aspectos antes
no pensados, no evaluados, negados o desvalorizados.
En una primera impresin tal vez podra decirse que lo aqu tratado fue (y lamentablente sigue
siendo porque no ha desaparecido) una de las tantas reacciones sobrecompensadas al fenmeno que
puede llamarse psicologismo (tendencia a ver todo desde una perspectiva psicolgica, o bien psicologizar
aspectos sociales, orgnicos, etc.1 ), cayndose por tanto y en distintos grados en una distorsin inversa:
un generalmente fuerte sociologismo que vea todo (o casi todo) desde una perspectiva exclusivamente
social, negando la especificidad e incluso la existencia de lo psquico y por tanto de lo que puede entenderse como el sujeto.
Dos casos, tal vez extremos pero reales y paradigmticos, aclaran lo que se quiere decir y pueden
servir como ejemplos de lo que se ver posteriormente.
El primero se present en la Argentina de los comienzos de los setentas con un militante de una
*

Ponencia presentada al IV Encuentro de Psicoanalistas y Psiclogos Marxistas, realizado bajo el tema central de

Proyecto Social y Subjetividad, La Habana, Cuba, 17-21 de febrero de 1992. La presente es una versin desarrollada
y muy aumentada de lo all expuesto. Fue publicado en la Revista de Psicologa de El Salvador, Departamento de
Psicologa y Educacin de la Universidad Centroamericana Jos Simen Caas, San Salvador, N 42, 1991; y en revista
Memoria, Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, Mxico, N 67, 1994, con el ttulo de Subjetividad y
poltica.
1
Sobre esto ver Guinsberg, Enrique, Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/UAM-Xochimilco,
Mxico, 1990, 2 ed. 1996. * En este libro virtual en su segundo artculo.

organizacin poltico-militar de izquierda que recurre a un psiclogo (miembro de la misma organizacin),


quien ratifica lo presencia de aquello que preocupaba y perturbaba a tal persona: entre ellos incapacidad
de establecimiento de vnculos emocionales y afectivos, inexistencia de relaciones sexuales a una edad de
veintids aos y en un medio universitario donde ello resulta ms extrao, etc. De las entevistas surge la
evidencia de una dinmica psquica altamente conflictiva, con riesgos no slo para su evolucin personal
sino incluso tambin para la misma organizacin poltica a la que perteneca (importantes montos de
sadismo y violencia, exagerada intelectualizacin, etc). Sin embargo los dirigentes de su partido rechazaron la necesidad de una psicoterapia considerando que slo se trataba de problemas derivados de su
pertenencia de clase pequeo-burguesa (sic), a ms de reiterar las conocidas acusaciones a las terapias
psicolgicas en general y al psicoanlisis en general (pese a que terapeuta era tambin miembro de la
organizacin y en una sociedad como la argentina, donde el desarrollo de la psicologa y el psicoanlisis es
muy alto y, al menos en esa poca, el campo psi estaba muy influenciado y participaba en actividades
polticas con signo popular e incluso revolucionario.
El segundo ejemplo no es un caso personal sino generalizado ya que diferentes organizaciones
poltico-militares exigan a sus militantes un silencio total frente a la tortura. Es cierto que no podan plantear lo contrario, pero s tener en cuenta que no siempre exista una pureza, resistencia e integridad absoluta (como la realidad lo demostr en muchos ms casos que los imaginados, sobre todo desde el comienzo de la derrota de las organizaciones poltico-militares y la instauracin del gobierno militar en 1976)2 . El
FLN argelino fu mucho ms realista al respecto: exiga a sus miembros por lo menos un silencio de 24
horas, tiempo que les permita hacer los movimientos necesarios para su seguridad.
Pero un anlisis un poco (no ms que un poco) ms riguroso muestra que no se trataba slo de una
sobrecompensacin sociologista a posturas psicologistas que por supuesto tambin existan y existen
(aunque esto de manera alguna es extensible a todos los psis), sino que tiene puntos de apoyo incluso en
formulaciones tericas conocidas (aunque deformadas o mal interpretadas) y en premisas no siempre asumidas y reconocidas como tales.
Una de stas era la existencia de una visin ideal del hombre-militante, considerado de hecho
(aunque se dijera algo diferente) casi como el Hombre Nuevo que se propona como modelo a alcanzar
2

Tampoco es posible negar la importancia de lo ideolgico en estos casos: en Argentina los miembros de una organizacin guerrillera se izquierda tuvieron una fortaleza mucho mayor ante la tortura que los pertenecientes a otras organizaciones, producto de su conviccin poltica e integridad ideolgica.

en un futuro no inmediato, un hombre con nulas o mnimas contradicciones, vistas stas de manera muy
similar a las de la nocin de pecado del mundo religioso cristiano. Es cierto que concientemente se deca
que tal modelo era imposible antes de la construccin de una nueva sociedad (nueva sociedad que de
hecho tambin se encontraba idealizada e incluso vista como real en modelos en ese momento existentes),
pero de hecho las exigencias de cumplimiento de normas que supuestamente corresponden al modelo
ideal a alcanzar estaban presentes en todo momento, sea por la reiteracin al respecto en publicaciones,
verbalmente en voceros y directivos -todo esto implicaba una comparacin entre el militante y el modelo, y frontalmente en las famosas sesiones de crtica y autocrtica3 .
Resulta evidente como tal modelo ideal era producto ms de un deseo que de la realidad, pero
incuestionablemente con base en primera instancia en el desconocimiento de lo que es el Sujeto psquico,
ignorancia apoyada en el sociologismo ya mencionado pero tambin en gran parte de los conocimientos
psicolgicos del marxismo tradicional. Recurdese que pese a que las organizaciones poltico-militares
latinoamericanas eran, con contadas excepciones, independientes de la lnea sovitica y de los Partidos
Comunistas de sus pases, gran parte de sus cuadros directivos surgieron de los mismos o al menos se
nutrieron tericamente en la versin de marxismo-leninismo proveniente de la hoy ex-URSS y pases
del entonces llamado campo socialista, versin terica tambin imperante en Cuba, pas en gran parte
modelo de los procesos revolucionarios latinoamericanos.
No es este el lugar ni para la reiteracin de la dogmatizacin, abaratamiento y destruccin de la
creatividad del marxismo realizado por el marxismo del socialismo real (cuyos ejemplos ms conocidos estn en los ttricos manuales de la Academia de Ciencias de la URSS), ni para destacar otra vez la
pobreza conceptual y los equvocos de la psicologa marxista que surge de tal concepcin, una psicologa donde de hecho no existe la nocin de Sujeto psquico y plantea -al igual que en los pases capitalistas
lo hace el conductismo y las psicologas y psicoanlisis adaptativos, lo que motiv las justas crticas del
movimiento de alternativas a la psiquiatra4 -, la necesidad de adaptacin al modelo social dominante en
tanto ste es justo y correcto (por lo que, coherentemente con tal postura, no pocas veces los disidentes
polticos eran enviados, sobre todo en la URSS, a hospitales psiquitricos)5 .
3

Angie Vera, una excelente pelcula hngara, muestra claramente esto ltimo, aunque la cida crtica del director ubicaba
la situacin, por obvias razones, en 1948. Debe tambin sealarse que gran parte de lo que se escribe en este trabajo
corresponde fundamentalmente a organizaciones polticas que se definan como marxistas o marxistas-leninistas
en sus mltiples configuraciones (castristas, guevaristas, maostas, etc). Pero tambin exista, aunque de maneras un
poco diferentes, en organizaciones que genricamente se pueden definir como nacionalistas.

Pero la responsabilidad de la negacin de la subjetividad no fue la influencia de tal psicologa,


prcticamente desconocida por las direcciones polticas de izquierda latinoamericanas6 , sino el marco
global del marxismo dominante que, como es conocido, era del tipo que hace mucho tiempo se conoce
como su versin stalinista. Y como parte central, aunque no conciente, el impacto psimante interpretado
de al menos un aspecto de fuerte peso.
Como se sabe, gran parte de los movimientos surgidos en las dcadas de los sesenta y setenta hayan sido de orientacin marxista, nacionalista o populista-, tuvieron en su praxis una muy fuerte influencia de la Revolucin Cubana, de la que se nutrieron en mltiples aspectos sin saber (a veces o incluso
siempre) adaptar sus experiencias a las de sus propios pases. Recurdese tambin el particular momento
que se viva, al menos en Amrica y Europa, con un claro clima contestatario y de rebelin: el mayo francs
del 68, los movimientos antisistema en Estados Unidos (Panteras Negras, hippies, etc),las insurrecciones
y protestas latinoamericanas, etc, etc. *
Y si alguien puede ser recordado como imgen prototpica de tal poca y protesta sin duda sera,
por mltiples y conocidas razones, Ernesto Che Guevara. Sera muy importante analizar y estudiar las
causas de tal impacto en nuestro continente y el mundo, sobre todo teniendo en cuenta la discusin ya
existente en esos momentos respecto a la validez y factibilidad de sus propuestas (respecto al desarrollo
econmico en Cuba y su teora guerrillera del foco). Pero al mrgen de ello es incuestionable que tal
imgen surgi de su propia praxis, alejada de las tendencias dominantes en ese momento incluso dentro
del propio campo socialista: un hombre casi quijotesco que crea en los estmulos morales como eje de
4

Sobre esto vase mi libro Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit.

Recordemos tambin que la primero llamada psicologa marxista y luego psicologa de orientacin marxista
imperante en Cuba tom como base a la psicologa sovitica -la mayor parte de la bibliografa que utilizan es de ese
origen, de autores que consideran marxistas, algunos norteamericanos, y casi nada psicoanalticos-, aunque en el
Encuentro al que se present este trabajo pudieron observarse algunos intentos (por ahora mnimos y no consolidados)
de una apertura como consecuencia de la desaparicin de la URSS y sus consecuencias (econmicas y polticas, pero
tambin tericas) sobre el pas caribeo, y sin duda alguna la evolucin en este terreno depender de la evolucin del
proceso cubano general. * Algo sobre esos Encuentros en un artculo de este libro virtual.
6

En realidad su peso era mnimo o nulo, e incluso en algunos pases (fundamentalmente Argentina, pero tambin
Uruguay y Chile entre otros) donde la corriente psicoanaltica es dominante y de gran peso, los psis de corrientes de
izquierda -hasta de los tradicionales, ortodoxos y pro-soviticos PC- se ubican dentro de la misma aunque como parte de
sus mbitos progresistas e incluso en una lnea de bsqueda de articulacin con el marxismo que en la dcada de los
setenta tuvo fuerte peso. Postura que, aunque tolerada, muchas veces les provocaban conflictos con las direcciones
polticas y las consiguientes acusaciones de ser pequeo-burgueses, tener desviaciones ideolgicas, etc.
* Sobre este perodo vase el artculo Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica en
este libro virtual.

la creatividad (econmica y general)7 y opuesto a las posturas burocrticas, mostrando todo ello (y
mucho ms) al abandonar sus cargos para continuar su prctica liberadora en las selvas bolivianas donde
muere. Vida y muerte se convierten as en modelos para por lo menos toda una generacin opuesta tanto
al capitalismo como al socialismo burocrtico. *
Todo esto se menciona porque gran parte de la pica del Che se condensa en su escrito sobre el
Hombre Nuevo8 , obra que as como reaviva el inters por un objetivo revolucionario diferente al de las
burocracias socialistas, tambin se convierte en una especie de Biblia indicativa de como debe ser el
militante revolucionario. Y de aqu surge el problema y el equvoco: no tanto de la propuesta en s (aunque
sta tambin requiere comentarios que luego se harn), sino porque lo que el Che propone como objetivo
a lograr a travs de cambios histricos, no pocas organizaciones lo buscaban de inmediato en sus militantes, a los que vean como embriones de tal hombre nuevo. Es cierto que no lo planteaban manifiestamente
as y que tericamente sealaban su imposibilidad, pero en los hechos apareca la constancia de un doble
mensaje: se criticaba lo juzgado incorrecto, se mostraba lo que deba ser, y ms veces de lo pensado se
ofrecan los ejemplos de los que se brindaban como modelos que en su prctica, su vida o en su muerte
indicaban la posibilidad de alcanzar tales objetivos (la similitud de estos casos con los santos o beatos
cristianos no es por supuesto casual).
Que quede claro: no se trata de negar la posibilidad e incluso la necesidad de buscar la construccin
de una especie de Hombre Nuevo diferente al actual alienado, consumista, individualista, etc. -en definitiva tal el objetivo de los cambios sociales, no slo la obtencin de ventajas econmicas, polticas y sociales
para las mayoras-, pero al respecto caben dos apreciaciones fundamentales. La primera, de particular
importancia para el tema de este trabajo y ya mencionada, es que un cambio crucial no puede conseguirse
de inmediato (y ni siquiera en varias generaciones); claro que esto no significa la bsqueda de evitar
actitudes opuestas a los principios que se sustentan, pero de acuerdo a lo posible y sin la pretensin de
7

Sobre esto vase su conocido escrito de 1964 Sobre el sistema presupuestario de financiamiento, en Guevara,
Ernesto, Obra revolucionaria, Editorial Era, Mxico, 9 edicin, 1980, p. 577 (Existen otras ediciones de la obra)
*

Respecto al Che Guevara vase mi ensayo Significaciones del Che en los 60 y en los 90, revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N 10, 1998, donde se resalta lo indicado y se lo ve como un claro representante de las tendencias
rebeldes y contestarias de su poca.
8

Guevara, Ernesto, El socialismo y el hombre en Cuba, en Obra revolucionaria, ob.cit., p.627 (Existen otras mltiples
ediciones de esta obra, escrita en marzo de 1965 y dirigida a Carlos Quijano, director del semanario Marcha de
Montevideo, donde se publica originariamente).

conseguir cambios que seran ahistricos. Como se ver ms adelante, existi mucho de esto ltimo en las
experiencias latinoamericanas.
Pero la segunda ya no es producto de un error de perspectiva sino va al centro mismo del problema.
Suponiendo posible la construccin de una sociedad al menos parecida a la ideal -lo que sigue estando
muy lejos y por tanto nada indica tal posibilidad (tal vez lo contrario sea ms cierto)-, acaso sera factible
la existencia de una colectividad de seres humanos totalmente solidarios, que no compitan de manera
salvaje, sin apetencias de poder para s mismos, en definitiva algo parecido al cumplimiento de los diez
mandamientos o a la existencia de un paraso terrenal? En trminos del conocido planteo de Marx respecto a la llegada al comunismo, sera posible llegar a una sociedad donde cada persona reciba de acuerdo
a sus necesidades?
El problema reside en qu se entiende por esto, aspecto donde Marx -y ni hablar de
la absoluta mayora de los marxistas posteriores- poco o nada han dicho en lo referente
a las necesidades psquicas y su relacin con otras necesidades materiales. En el mundo
marxista -al igual que en la mayor parte del religioso-, de hecho ha existido una especie de idea de que el hombre es esencialmente bueno y luego corrompido por el mundo
social dominante (los espritus malignos o Lucifer para la religin).
Como lcidamente escribe Freud al respecto, luego de reconocer la situacin social
de las mayoras9 y la necesidad de cambios econmicos10 : empero en los socialistas,
esta inteleccin es enturbiada por un nuevo equvoco idealista acerca de la naturaleza humana. y as
pierde su valor de aplicacin [...] Los comunistas creen haber hallado el camino para la redencin del
mal. El ser humano es ntegramente bueno, rebosa de benevolencia hacia sus prjimos, pero la institucin
de la propiedad privada ha corrompido su naturaleza[...] Si se cancela la propiedad privada, si todos
los bienes se declaran comunes y se permite participar en su goce a todos los seres humanos, desapareceran la malevolencia y la enemistad entre los hombres. Satisfechas todas las necesidades, nadie tendr
motivo para ver en el otro a su enemigo; todos se sometern de buena voluntad al trabajo necesario. No
9

En cuanto a las restricciones que afectan a determinadas clases de la sociedad, nos topamos con unas constelaciones muy visibles, que por otra parte nunca han sido desconocidas. Cabe esperar que estas clases relegadas envidien a
los privilegiados en sus prerrogativas y lo hagan todo para librarse de su plus de privacin. Donde esto no sea posible,
se consolidar cierto grado permanente de descontento dentro de esa cultura, que puede llevar a peligrosas rebeliones.
Pero si una cultura no ha podido evitar que la satisfaccin de cierto nmero de sus miembros tenga por premisa la
opresin de otros, acaso la mayora (y es lo que sucede en todas las culturas del presente), es comprensible que los
oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan mediante su trabajo, pero de

es de mi incumbencia la crtica econmica al sistema comunista; no puedo indagar si la abolicin de la


propiedad privada es oportuna y ventajosa [aqu, en nota a pi de pgina, indica su comprensin y buena
voluntad ante la lucha por establecer la igualdad de riqueza entre los hombres y lo que de esta deriva].
Pero puedo discenir su premisa psicolgica como una vana ilusin. Si se cancela la propiedad
privada, se sustrae al humano gusto por la agresin uno de sus instrumentos; poderoso sin duda,
pero no el ms poderoso11 .
De todo lo anterior resultan evidente parte de las causas por las que los movimientos revolucionarios latinoamericanos nunca tuvieron una nocin de subjetividad y de su importancia, causa a su vez de ver
a los sujetos de la militancia casi exclusivamente como sujetos polticos y sociales y no como sujetos
psquicos. Se desconoca as una parte sustancial que, como se ver ms adelante, produjo importantes
consecuencias polticas y sociales.
Dominaba entonces una visin sociologista del hombre al exagerarse al lmite y unilateralmente la
de por s vlida VI Tesis de Marx sobre Feuerbach (La esencia humana no es algo abstracto inherente
a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales), lo mismo que la de por s
limitada y mecnica nocin de ideologa como reflejo de las condiciones econmicas.
De aqu surge entonces una visin del individuo exclusivamente en funcin de su pertenencia de
clase, entendindose como pequeo-burgueses deseos o necesidades que surgan en l como producto tanto de su proceso de conversin en sujeto como de las formas de vida de su marco social
concreto, deseos y/o necesidades consideradas incompatibles con la supuesta moral proletaria.
Es decir que entonces se negaban dos aspectos centrales: por un lado que si bien es absolutamente
real que todo ser humano es producto de sus relaciones sociales, estas de manera alguna se limitan (y
menos de la manera mecnica que se entendan) a la relacin formas productivas-ideologa, con olvido de
algo tan central como las relaciones familiares sobre el sujeto en proceso de humanizacin, as como todo
cuyos bienes participan en medida sumamente escasa. Por lo que huelga decir que una cultura que deja insatisfechos
a un nmero tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse ni lo merece
(Freud, Sigmund, El porvenir de una ilusin (1927), en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Tomo
XXI, p. 12, cursivas mas: EG).
10

Parceme tambin indudable que un cambio real en las relaciones de los seres humanos con la propiedad aportara
aqu ms socorro que cualquier mandamiento tico (Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, en ob.cit., Tomo XXI,
p. 138-9).
11

.- Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, ob.cit., p. 139 y 109-110 respectivamente. (Cursivas mas: EG).

el mundo inconciente.
Negndose esto quedaba entonces slo tal pertenencia de clase y el nivel psquico de la conciencia.
En estas condiciones no puede sorprender la conocida tendencia al voluntarismo que fuera dominante en
la mayor parte (o todas) las organizaciones aqu estudiadas: si se toma conciencia de un hecho y existe
conciencia poltica de su incorreccin, debe tambin existir voluntad para superar los deseos no pertinentes a la moral de clase que se defiende. Si bien sera falso negar que en ciertos casos esto puede ser
vlido y de hecho es una caracterstica conocida del ser humano (en definitiva toda moral y la misma
convivencia social se construyen de tal manera, y no hay razn para negar la necesidad de exigir determinadas caractersticas a quienes se proponen la construccin de un determinado marco social), cualquier
psi de tendencia dinmica conoce la importancia econmica (en el sentido psicoanaltico del trmino) de lo
reprimido y la posibilidad de su emergencia.
El problema aqu consiste tanto en la magnitud de las renuncias exigidas como en las caractersticas
de stas. Se podran dar mltiples ejemplos que seran risibles si en realidad no fuesen dramticos y
trgicos: entre tantos posibles es interesante destacar el caso de una organizacin que criticaba el consumo
de vino por sus militantes, bebida tpica para las comidas en todos los estratos y sectores de la sociedad
argentina12 . Si esto se agregaba a otros mltiples cdigos de conducta -vestir y vivir de manera ya no
humilde sino franciscana, tener una vida afectivo-sexual casi puritana, estar realizando prcticamente siempre
una actividad poltica sin tiempo para el ocio, no poder gozar de placeres de acuerdo a sus gustos (ir a
conciertos, por ejemplo, tal vez se toleraba pero se etiquetaba de burgus), etc-, resulta evidente que se
converta al militante en una especie de sacerdote de una religin poltica o revolucionaria en nombre de un
proyecto moral nuevo o de la existenncia de una supuesta guerra en desarrollo (que a la vez era prolongada).
Se insiste en que tal vez algo o mucho de lo exigido puede ser o es necesario -esto es un aspecto
que debe estudiarse en funcin de cada situacin concreta, y es un problema de no fcil solucin y sin
duda lleno de inevitables contradicciones-, pero lo incuestionable es que no puede hacerse ni desconociendo la existencia de la subjetividad de quienes participan en tales procesos, ni tampoco desconociendo
las formas culturales (en el sentido antropolgico del trmino) donde cada organizacin y activista est
12

Tal actitud comenz a cambiar con el ingreso de obreros a esa organizacin. Dato interesante porque muestra como,
tal como se ver ms adelante, ideologas de tal tipo eran producto de un alejamiento grande de la realidad social en la
que actuaban tales organizaciones.

inserto.
Esto ltimo quiere decir que un supuesto modelo de hombre ideal -ste no es el lugar para una
discusin sobre sus significaciones y posibilidades- nunca puede ser parmetro para consideracin del
hombre concreto y real. Cuanto ms puede convertirse en un objetivo a lograr (si se trata o no de una
utopa tambin es otro problema), pero nunca de inmediato exigiendo al militante el cumplimiento de
normas que tal vez realicen de manera voluntarista y conciente pero no profunda (y seguramente posibles
en momentos de xito -cuando el Yo se encuentra fortalecido por el cumplimiento y realizacin de un
proyecto vital, pero no de retroceso o derrota, excepto en casos tambin existentes de gran fortaleza
psquica e ideolgica).
Al mismo tiempo que se desconoca entonces al hombre real y concreto de la militancia poltica,
exista tambin una mayor o menor incapacidad para comprender (que, como se sabe, es distinto a
defender o justificar) el estado poltico e ideolgico de los habitantes de una sociedad determinada, con
sus conflictos, formas de vida, estados de nimo y de conciencia, necesidades psquicas y sociales, etc.
Si muchas veces sectores progresistas y de izquierda no pudieron insertarse en los niveles populares
por su fracaso en comprender las caractersticas especficas de su realidad concreta al basarse en marcos
tericos y experiencias de otras sociedades -marcos tericos tal vez vlidos en lo general pero que requeran de adecuaciones a cada situacin particular-, no es vlido pensar que algo similar ocurri en lo que
respecta a las caractersticas y necesidades de los individuos? No es tambin vlido preguntarse si ello no
fue, al menos en parte, causado por la aplicacin de la idea leninista de que los miembros de un partido de
vanguardia deban ser personas de alto nivel de conciencia y y por tanto embriones del hombre nuevo a
construir, es decir estar por encima de la alienacin de la mayora del pueblo? Pero en todo esto no se
encuentra, nuevamente, una gran ignorancia sobre las caractersticas psicosociales -es decir la subjetividad- de los hombres reales que, entre otras cosas, impide la llegada de los hombres comunes -fundamentales sectores de la poblacin en definitiva- a las que, salvo en hipotticos momentos de xito, siempre
han sido o se han convertido en sectas ms o menos inentendibles?
El problema es todava mucho mayor cuando tal ignorancia sale del marco individual de los
militantes organizados para alcanzar niveles de masas, o sea cuando la distorsin impide la comprensin del estado, formas de vida, necesidades y deseos de stas. En este sentido salta a la vista las
diferencias entre las posturas populistas para quienes las masas nunca se equivocan, por lo que siguen

sus ideas y costumbres13 , con las de la izquierda en general (claro que existen excepciones), que las
cuestionan y critican como producto de alienacin de clase, aunque entienda el por qu de las mismas,
pero no aceptando que sus miembros las sigan (acrecentando de esta manera, al menos en muy conocidos
casos extremos, la separacin entre ambas).
Claro que una cosa es la no coincidencia con su consiguiente crtica, y la no percepcin de lo que
pasa en una poblacin (o en diferentes sectores), errores no pocas veces provenientes de la confusin
entre deseo y realidad. Siempre fue causa de risa y de justos comentarios irnicos que algunas organizaciones ultras vieran vieran cualquier mnimo y alejado conflicto obrero, estudiantil o social como anuncio
de la toma de conciencia de las masas e incluso de una inminente insurreccin; pero cuando confusin
similar se produce en organizaciones arraigadas y serias, e incluso en gobiernos constitudos, el problema
toma otra envergadura como sntoma muy significativo.
Algunos casos son claros al respecto. Por ejemplo la conviccin de organizaciones poltico-militares argentinas respecto al xito y apoyo popular a las acciones armadas tanto en aos de la dictadura
militar (hasta 1973) como incluso durante la presidencia del mismo Pern14 . O, en el mismo pas pero en
1976, cuando el golpe militar era anunciado y conocido por todos y no contaba con resistencia organizada
e incluso era apoyado por importantes sectores sociales y polticos, resultaba inentendible la postura de
una organizacin poltico-militar que confiaba en que importantes sectores populares resistiran a tal golpe
, cuando cualquiera con sentido comn saba lo contrario.
No pas algo parecido -aunque en cada caso las circunstancias fueron distintas- cuando socialdemcratas y comunistas no creyeron en el triunfo de Hitler; hace muy poco en Nicaragua con la derrota
electoral sandinista; y, en escala para todos impensable, cay abruptamente el campo socialista? Cmo
en tales casos las direcciones polticas no tuvieron conciencia del estado anmico de las masas? Por qu,
en el caso alemn citado, s pudo comprender la situacin Wilhem Reich, cuyos trabajos al respecto hoy
siguen mereciendo atencin, trabajos con preguntas adecuadamente formuladas -indicativas de un camino
a recorrer aunque puedan criticarse las respuestas que diera?15 . A qu puede haberse debido que los
13
Ms an cuando se trata de personas de clases burguesas (especialmente intelectuales) que toman contactos con
esas polticas -y evidentemente de manera sobrecompensada- admiran e imitan tales costumbres, modas, etc. Esto pudo
observarse claramente en la Argentina de los 70 en aquellas personas (sobre todo provenientes del campo estudiantil)
que se acercaron al peronismo desde grupos de izquierda).

14

La confusin del marxista ERP y de los peronistas Montoneros produjo consecuencias funestas, y lo anteriormente
visto con simpata por amplios sectores se convierte luego, incluso por quienes primero lo apoyaron, tambin en
importante rechazo. Ms all del pertinente anlisis poltico que puede hacerse -no es lo mismo la rebelin armada contra

partidos comunistas de los ex pases socialistas -y de los profesionales psis y de las ciencias sociales- no
slo no captaran sino tambin negaran la disconformidad existente, las necesidades postergadas y los
deseos de sus poblaciones? No existi al respecto tanto una visin falsa sobre tales necesidades/deseos,
lo mismo que una perspectiva errnea sobre la capacidad de respuestas y de aceptacin de carencias (no
slo materiales sino en todo sentido)?16 .
Si bien Freud estudia a las masas de una manera que indudablemente, como a cualquier autor,
puede discutirse (en gran medida las v desde sus perspectivas tericas del Edipo, el parricidio, el papel
del padre-caudillo, su nocin de sexualidad, etc)17 , plantea interesantes observaciones que es necesario
analizar para comprenderlas, evaluarlas, criticarlas y superarlas (en el mejor sentido de este trmino).
Por supuesto que esto no significa que las organizaciones revolucionarias no hayan sido capaces de
actuar en y con las masas: diversas experiencias lo demuestran, pero en general tambin es posible observar que -salvo en la ex URSS, pases de su bloque y Cuba- los perodos de fortaleza o de mantenimiento
en el poder fueron cortos. Es cierto que en muchos casos ello tuvo su causa en presiones de las fuerzas
econmicas o polticas (nacionales y mundiales), golpes militares, etc., pero tambin en muchos otros a
que se produjeron coincidencias slo cfuando tales organizaciones tuvieron un encuentro, que supieron interpretar y canalizar, con las aspiraciones, posturas y deseos de importantes sectores de la
poblacin (encuentros las ms de las veces fugaces y, por qu no, tal vez casuales ms que producto de
poltica y de estrategia).
Un caso lamentablemente muy distinto ha sido y es el de movimientos y posturas de derecha como
el nazismo, el fascismo, tendencias empresariales (hoy rebautizadas como neoliberales), etc. Respecto al
una dictadura militar combatida masivamente, que contra el gobierno electo de un lder como Pern que mantena gran
parte de su carisma-, la pregunta para este trabajo es cmo tales organizaciones no tomaron conciencia de las reacciones
que provocaba en la poblacin en general, includos aquellos que antes los apoyaron: slo mesianismo y creencia de
estar haciendo la historia, o tambin el error de perspectiva aqu sealado?
15

Entre ellas pueden citarse Sobre la aplicacin del psicoanlisis en la investigacin histrica, y Qu es conciencia
de clase, en Materialismo histrico y psicoanlisisSiglo XXI, Mxico, 1970; y sobre todo La psicologa de masas del
fascismo, Roca, Mxico, 1973. * Sobre Reich y lo sealado, vase el artculo Una recuperacin crtica de Wilhem
Reich?, en este libro virtual.
16

Por supuesto, no puede negarse la voluntad de los pueblos en situaciones de sacrificio y vida en dificultades. Pero
esto es mucho ms difcil cuando no se ofrecen futuros factibles y, sobre todo, cuando no se cree en el proyecto
dominante y se observan situaciones donde los sacrificios no existen para algunos sectores privilegiados. Tal capacidad
de sacrificio y de dureza claramente pudo verse en el pueblo sovitico ante la invasin nazi -cuando, entre otras cosas,
estaba en juego su propia nacin-, y lo inverso en los ltimos aos cuando no se crean en el sistema, se vean los
privilegios de la burocracia, etc.

primero, por ejemplo, Wilhelm Reich al respecto no slo destaca la manera en que esos movimientos
comprendieron (usndolos a su servicio) las motivaciones y estados de nimos de determinados sectores
sociales de Alemania, como la incapacidad de la izquierda para al menos entenderlo, al punto de ser
rebasada por completo18 .
Hoy tal explotacin de la subjetividad de individuos y masas no responde ya -al menos en el primer
mundo y en los pases en vas de desarrollo, con sus repercusiones en prcticamente en todo el planeta- a
propuestas intuitivas o casuales, sino es producto de una preparacin intencional, racional e incluso
cientfica: oficinas de propaganda y agencias publicitarias gubernamentales y privadas cuentan con todo
tipo de profesionales especializados (socilogos, psiclogos, semilogos, etc.) para primero detectar
estados de nimo, necesidades y deseos (sectoriales y colectivos) para luego actuar con base n ellos para
el logro de sus objetivos19 .
Aunque lo hagan no para el desarrollo y liberacin del ser humano sino para perpetuar y acrecentar
la opresin y enajenacin, es incuestionable que estudian y conocen las necesidades y deseos de los
seres humanos, aprovechando para ello los conocimientos de ciencias y disciplinas que las izquierdas han
desconocido, desdeado y no utilizado. Es decir que conocen y no niegan la subjetividad del ser
humano, por lo que es lamentable decir que hay que aprender del enemigo20 .
Enemigo que ha sabido utilizar estos conocimientos para mantener e incluso acrecentar la situacin
actual del mundo, penetrando tanto en la conciencia tanto de quienes aoprovechan (mucho o poco) las
supuestas ventajas de la hoy llamada economa de mercado, como de aquellos que no acceden a ellas
(la mayor parte del mundo) pero que aspiran a obtenerlas, aunque el precio a pagar -para todos, incluso
para sus beneficiarios- sea muy alto21 .
De tomarse algo tal vez paradigmtico de todo lo expuesto sobre la no consideracin de la subjetividad de individuos y masas, habra que sealar a la prensa y medios de difusin de movimientos y
gobiernos revolucionarios de izquierda. Entre tantos aspectos a sealar al respecto (sin ser los nicos)
17

Vase sobre esto Psicologa de las masas y anlisis del yo, en el tomo XVIII de sus Obras completas, en la edicin
de Amorrortu, Buenos Aires.
18

Siguiendo con tal ejemplo, resulta claro que la comprensin del movimiento nazi no existi con base en un conocimiento terico, sino por compartir y explotar tales vivencias. Tampoco se trataba de quela izquieda hiciera cualquier cosa
con tal de no alrjarse de las masas, pero s de que comprendiera la situacin y con tal base buscara un camino.
19

Si bien ya de bastante edad, algunos textos clsicos son clara expresin de ello. Entre tantos otros puede citarse:
Packard, Vance, Las formas ocultas de la propaganda, Sudamericana, Buenos Aires, 1959; Dichter, Ernest, La estrate

merecen sealarse la presentacin de temticas, tratamientos y formas que convierten a tales medios en
pesados, poco o nada interesantes -lo que hoy resulta ms contrastante con lo dinmico, aunque livianos
y conformistas, de los medios dominantes-, as como generalmente alejados de las preocupaciones cotidianas sentidas por las personas. Si bien son absolutamente ciertas las conocidas acusaciones al rol actual
de los medios -desinformantes, distorsionantes, manipuladores, no objetivos, adaptativos y acrticos, etc., tambin es cierto que resultan atractivos y eficientes en el cumplimiento de su papel, as como fundamentales instituciones en la central tarea de conformacin del modelo de Sujeto que cada marco social necesita para su mantenimiento y reproduccin22 . Saben llegar a sus destinatarios, aspecto crucial para el
cumplimiento de sus propsitos.
Si bien en los ltimos tiempos no hubo momento en que no se hablara de crisis en mltiples aspectos, nunca ello es tan cierto como ahora donde, repitiendo a Berman, todo lo slido se desvanece en el
aire23 . Efectivamente, pocas veces en la historia hubo un momento de crisis tan grande: de paradigmas
en general (marcos tericos, utopas), de proyectos polticos e ideolgicos, de expectativas optimistas
incluso. De hecho todo se encuentra cuestionado y est (o debera estar) en proceso de revisin, evaluacin y, de ser necesario, reformulacin.
Para el modelo poltico, social y econmico supuestamente triunfante se trata incluso del fin de la
historia, con lo que se quiere decir que se encuentran sepultados los proyectos de cambios histricos
sustanciales ante lo que consideran cada y fracaso de los hasta ahora realizados.
Otros no niegan el fracaso -por otra parte objetivo-, pero consideran que el mismo no fue del

gia del deseo, Huemul, Buenos Aires, 1964; Eudes, Y., La colonizacin de las conciencias, G. Gili, Mxico, 1984. Un
estudio global sobre la funcin publicitaria en mi libro Publicidad: manipulacin para la reproduccin, Plaza y Valds
/ Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1987. * Un estudio ms completo sobre esto en el artculo
escrito junto con Matrajt, Miguel, y Campuzano, Mario, Subjetividad y control social: un tema central de hoy y
siempre, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 16, 2001.
20

Previendo acusaciones o sealamientos sobre esto, se aclara que el trmino apender entrecomillado no significa
hacer lo mismo en cuanto a objetivos y manipulacin, sino no desconocer una realidad y los conocimientos para
investigar al respecto, as como saber actuar ante tal realidad. De cualquier manera sera ser ingenuo si se cree que la
propaganda de los ex pases socialistas -en sus pases y a nivel internacional- era ms que mala, psima por razones
morales e ideolgicas.
21

Alto en lo que se refiere no a las ventajas en comodidad, status, etc. sino tanto a la destruccin ideolgica como de
la misma persona (alienacin creciente, vaciedad de sentidos, aumentos en grados de malestar psquico, de drogadiccin, alcoholismo, etc.). Sobre esto pueden encontrarse interesantes aportes en la obra de Marcuse (Eros y Civilizacin,
y El hombre unidimensional), cuya re-lectura es importante en estos momentos. * Vase tambin mi libro La salud
mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004.

marco terico en s sino de su degeneracin terico-prctica en los pases socialistas -con un marxismo
dogmatizado, burocratizado, represivo, etc.-, destacando que la situacin que se vive en los pases subdesarrollados (todo nuestro continente entre ellos, con la excepcin de Cuba) muestra que el claro fracaso
ha sido del capitalismo. Quienes as piensan, aunque desde perspectivas muy variadas, coinciden en la
necesidad de una recreacin y replanteo de las perspectivas hasta ahora existentes, y muchos tambin entienden la necesidad de incluir y no dejar de lado un aspecto tan central como la nocin de
subjetividad24 .
Revisin, evaluacin y reformulacin que tambin alcanza (o debera alcanzar) a los psicoanlisis:
en general para que contine con se proceso creador y deje de ser (como lo es para muchos, aunque
obviamente no para todos, de igual manera que tambin para muchos lo fue el marxismo) una de las
religiones laicas ms difundidas del siglo * ; y en particular para que deje de ser, como lo es actualmente
de manera absolutamente dominante, un saber domesticado al servicio de la adaptacin y el conformismo. Esta posibilidad existe, y una propuesta concreta es tomar como eje de estudio psicoanaltico la
relacin hombre-cultura, tal como lo posibilita una lectura posible de la obra de Freud25
Lo que no se hizo y debe hacerse. Objetivo al que apuntan estas observaciones, no para una masoquista autocrtica sino
para comenzar (en algunos casos continuar) una construccin imprescindible

22

El papel de los medios en general y en particular en el proceso de conformacin del modelo de Sujeto lo desarrollo
mucho ms ampliamente en mi libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formacin psicosocial,
1 ed. Nuevomar, Mxico, 1985; 2 ed. Pangea/UAM-X, Mxico, 1988; 3 ed. (ampliada), Plaza y Valds, Mxico, 2005. *
Una versin resumida puede verse en un artculo de este libro virtual, donde se ofrece una mayor bibliografa.
23

Berman, Marshall, Todo lo slido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, Mxico, 1988.
El autor toma la frase con que titula su libro del Manifiesto Comunista de Marx y Engels.
24

Que el presente trabajo haya sido presentado en un Encuentro realizado bajo el ttulo de Proyecto social y subjetividad y realizado en La Habana muestra que incluso en pases definidos como marxistas, al menos en Cuba algunas cosas
estn comenzando a cambiar en este sentido. En las reuniones se utilizaba el trmino de una manera impensable hace no
muchos aos, aunque con significaciones muy variadas y a veces confusas. Pero al menos ya no se niega ni ataca con
los conocidos prejuicios y estereotipos de tipo stalinista.
* Sobre esto vase el artculo Las religiones laicas de nuestro tiempo en este libro virtual.
25

Un desarrollo de esta propuesta en el artculo La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, que puede verse en
este libro virtual.

EL PSICOANLISIS Y EL MALESTAR EN LA CULTURA


NEOLIBERAL *
Esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de produccin y de
cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros [...] Por un lado ha despertado a la vida unas fuerzas
industriales y cientficas de cuya existencia no hubiera podido sospechar siquiera ninguna de
las pocas histricas precedentes. Por otro lado, existen sntomas de decadencia que superan
en mucho a los horrores que registra la historia de los ltimos tiempos del Imperio Romano.

Karl Marx

En estos puntos cruciales de la historia aparecen -yuxtapuestos y a menudo entrelazadosuna especie de tempo tropical rivalizando en desarrollo, magnfico, mltiple, de fuerza y crecimiento similares al de la jungla, y una enorme destruccin y autodestruccin, debida a los
egosmos violentamente enfrentados, que explotan y se combaten en busca del sol y la luz,
incapaces de encontrar algn limite, algn control, alguna consideracin dentro de la moralidad de que disponen.
Nietzsche

En un trabajo anterior3 se formulaba un conjunto de ideas que constituyen las bases de este nuevo
artculo. Fundamentalmente, y como su ttulo indica, que la relacin hombre-cultura -planteado por Freud
sobre todo y ms claramente en sus obras llamadas sociolgicas que comienzan en la dcada de los
veinte-, es el eje del psicoanlisis y bajo cuya lectura debe leerse toda la obra freudiana, lo que hace
* La versin original de este trabajo fue presentada en las Jornadas El psicoanlisis en tiempos del neoliberalismo,
organizadas por la revista Subjetividad y Cultura y el Departamento Educacin y Comunicacin de la Universidad
Autnoma Metropolitana-Xochimilco, realizada en septiembre de 1992. Este texto -publicado en la revista Subjetividad
y Cultura, Mxico, N 3, 1994- es el boceto de un libro en preparacin. Agradezo la lectura y comentarios de Mario
Campuzano, Jos Luis Gonzlez, rsula Hauser y Miguel Matrajt. * El presente tema se convirti en uno de los centrales
de mi trabajo posterior, del cual surgieron diferentes trabajos en los cuales hubo tanto muchas similitudes como
constantes agregados. Algunos de ellos fueron: Psico(pato)loga del sujeto en el neoliberalismo, revista Tramas,
Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, N 6, 1994; La salud mental en nuestros tiempos de clera, en el libro El sujeto de la salud mental a fin de siglo, UAM-X, Mxico, 1996; La salud mental del y en el
posmoneoliberalismo, en la serie Conferencias Magistrales de la Universidad Iberoamericana, Len; y, sobre todo,
el libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004 (ampliado con un Eplogo).
1

Marx, Karl, Manifiesto Comunista y Discurso pronunciado en la fiesta de aniversario del Peoples War. Citados por
Berman, Marshall, Todo lo slido se desvanece en el aire, Siglo XXI, Mxico, 3 ed., 1991, p. 28 y 6.
2

Nietzsche, Friedrich, Mas all del bien y del mal. Citado por Berman, M., ob. cit., p. 8.

Guinsberg, Enrique, La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N

imperioso el estudio de cmo cada marco social e histrico concreto determina y/o influye en las caractersticas tambin concretas de los modelos de subjetividad predominantes.
Se planteaba tambin que el campo psicoanaltico tradicional, institucional y ortodoxo ha perdido
toda perspectiva crtica dejado de ser la peste que sealara Freud, para convertirse -al menos en su
gran mayora-, en claro exponente del statu-quo y de importantes grados de conformismo y de adaptacin4 . Por ello se consideraba que la forma actual de recuperacin del carcter subversivo del psicoanlisis ya no es slo repitiendo los en su momento revolucionarios conceptos sobre la sexualidad y el
inconciente -que siguen vlidos pero actualmente son aceptados e integrados-, sino desarrollando, y sin
miedo de verlas en su realidad crtica, las sealadas incidencias de las formas culturales concretas sobre la
subjetividad.
En este artculo la pretensin es slo pensar un poco tal incidencia en nuestra situacin presente,
donde las polticas neoliberales son hoy dominantes en la mayor parte del mundo. Y posteriormente ver el
papel que cumplen frente a tal problemtica, terica y prcticamente, las principales escuelas psicoanalticas
actuales.
Acotemos de entrada el campo de estudio. Salvo puntualizaciones mnimas no se expondrn las
caractersticas de este modelo econmico-social ni algunos de sus efectos: entre ellos la no desaparicin
sino aumento de miseria y pobreza en la mayor parte de los llamados pases del Tercer Mundo (o subdesarrollados), el aumento en prcticamente todo el mundo de la brecha entre ricos y pobres, el (relativo)
xito del modelo en trminos macroeconmicos y su fracaso en la justicia social, etc. No porque no
importen, sino por estar ya suficientemente desarrollado en una hoy bastante extensa bibliografa.
Lo que se pretende estudiar son los efectos de este modelo en el psiquismo. En sntesis, y entre
tantos otros ejemplos posibles, si el perodo de trnsito del feudalismo al capitalismo necesit (y lo logr
mediante la tica protestante) una estructura neurtica obsesiva5 , y la moral victoriana de la poca de
1, 1991. Tambin en Revista de Psicologa de El Salvador. Departamento de Psicologa y Educacin de la Universidad
Centroamericana Jos Simen Caas, San Salvador, N 41, julio-septiembre 1991, y en Giros de ASPAS. San Jos de
Costa Rica, N 2, 1992. * Se incluye en este libro virtual.
4

De all que el ttulo original de ese trabajo, tal como fuera presentado en unas Jornadas de la UAM-X, era ms explcito
al respecto: De pestes, pesticidas y autovacunas: el presente de una ilusin. Con este ttulo fue publicado en la
Revista de El Salvador antes citada.
5

Schneider, Michael, Neurosis y lucha de clases. Siglo XXI, Mxico, 1979.

Freud tuvo a la histeria como su cuadro tpico, cules son las estructuras, tendencias y/o caractersticas
del hombre del mundo neoliberal? El creciente desarrollo tecnolgico y productivo trae aparejado un
aumento de lo que muy genricamente puede denominarse bienestar en general y psquico en particular? *
Por supuesto que es imposible una respuesta nica ante las diferencias conocidas y sealadas, por
lo que resulta interesante observar qu ocurre no en los sectores que estn lejos de las ventajas de la
modernidad y el desarrollo, sino en quienes s acceden a las mismas tanto en las naciones desarrolladas como de los sectores privilegiados de las subdesarrolladas. Interesa entonces saber si es vlido el
deseo de acceder al Primer Mundo, objetivo explcito de mltiples dirigentes y polticos que hoy implementan
las polticas neoliberales, as como comprender la pregunta (y buscar respuestas) de un connotado intelectual que no sabe cmo explicar un siglo que termina maquilado de electrnica pero invadido de
fndamentalismos6 .
Es posible imaginar que ms de algn lector de este trabajo se estar preguntando si no se confundi y est frente a un anlisis poltico y social ms que psicoanaltico. Y la respuesta sera afirmativa de
entenderse al psiquismo como categora autnoma o independiente -postura psicologista nada extraa en
no pocos profesionales en los hechos, aunque nadie lo acepte conceptualmente-, pero no de acuerdo a los
planteamientos destacados en el trabajo citado al comienzo, idea que podra resumirse en la afirmacin de
Marcuse de que las categoras psicolgicas han llegado a ser categoras polticas hasta el grado en que la
psique privada, individual, llega a ser el receptculo ms o menos voluntario de las aspiraciones, sentimientos, impulsos y satisfacciones socialmente deseables y necesarios7 .
Respecto a esto una vez ms hay que reiterar la imperiosa necesidad de terminar con las visiones
unilaterales y aisladas, absurdas en una realidad que no lo es. Sobre esto Cerroni es categrico: Justamente la condensacin y oclusin interdisciplinar que los problemas ofrecen en nuestra poca son las que

* Posteriormente esta problemtica fue ms desarrollada en un artculo escrito con Jorge Galeano y Miguel Matrajt,
El progreso nos hace ms felices? Adelantos tecnolgicos, salud mental y calidad de vida, revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N 17, 2001.
6

Reyes Heroles, Federico, El nuevo abecedario, en La Jomada Semanal, Mxico, N 156, 7 de junio de 1992, p. 40.

Marcuse, Herbert, Eros y civilizacin, Editorial Joaqun Mortiz, Mxico, 10 edicin, 1986, p. 10. Recurdese al respecto
la muy citada frase de Freud introductoria a Psicologa de masas y anlisis del yo donde expresa que desde el
comienzo mismo la psicologa individual es simultneamente psicologa social (tomo XVIII de Amorrortu Editores,
Buenos Aires, p. 67).

inclinan a acoger la exhortacin de Russel Ackoff: debemos dejar de actuar como si la naturaleza estuviese organizada en disciplinas del mismo modo como lo estn las universidades. En efecto, frente a la
complicacin de nuestro tiempo, es importante intentar alcanzar a algn nivel -en el curso de las investigaciones- la conciencia, aunque slo sea elemental, de que nuestros problemas de especialistas constituyen
articulaciones de un problema general y comn, como nuestros destinos8 .
Pese a ello, y salvo excepciones que confirman la regla, desde hace mucho tiempo el campo
psicoanaltico ha dejado de lado el estudio de estas problemticas -abandonando al Freud de las ltimas
dcadas y sus trabajos llamados sociales, as como a otros tericos que siguieron tal inters-, por lo que
son muy escasas las aportaciones de este campo terico (como se ver al final de este trabajo), respecto
al hombre de esta poca concreta. Estudios que son ms abundantes en otros campos como las ciencias
sociales en general, la filosofa, la literatura, etc., aunque con las carencias limitaciones sobre la especificidad psquica. Tendiente a ello el plan de este trabajo es ver en principio algunas caractersticas del modelo
neoliberal, destacar luego algunas de las caractersticas psicosociales que requiere y promueve en los
sujetos, para terminar con una breve referencia sobre la praxis de algunas corrientes psicoanalticas respecto a todo lo anterior.

El contexto: el mundo de la modernidad del neoliberalismo

El modernismo que se viene proponiendo desde ya hace mucho tiempo parece alcanzar su apogeo en una poca que, luego del esperado y estrepitoso derrumbe del socialismo real, parece estar
signada casi sin excepciones por modelos econmicos neoliberales que afloran y se desarrollan en todos
los pases del definido como Primer Mundo, pero tambin en una mayora de los del Tercero que aspiran
a llegar a aquel (incluidos los del hoy ex-Segundo).
Mayora y casi unanimidad producto de la comprensin de una verdad que antes no se quera ver
en nombre de utopas y proyectos mesinicos? Parecera ser as segn constantes expresiones de sus
defensores, que abjuran y se autocritican de pasados populistas, socialistas y de cualquier otro diferente
al camino actual, y reiteran la imposibilidad de cualquier otra perspectiva de xito. Pero mientras formulan
promesas y seguridades de un futuro econmico, social y poltico mejor para todas las naciones y sectores
8

Cerroni, Umberto, Tcnica y libertad, Fontanella, Barcelona, 1973, p. 10.

socales hoy marginados, otras voces muestran una realidad y un futuro muy diferentes. Voces en principio
sorprendidas por un brusco cambio en el mundo entero, no pocas veces incapaces de ofrecer una alternativa viable al modelo hoy hegemnico, pero categricas y claras al mostrar las contradicciones y efectos
negativos del neoliberalismo tanto a nivel econmico-social como en sus consecuencias sobre el modelo
de Sujeto que propone y promueve.
Pero, qu es el neoliberalismo? En lneas generales sus rasgos econmicos sobresalientes, puestos en prctica en hoy casi todos los pases latinoamericanos (Argentina, Brasil, Costa Rica, Ecuador,
Mxico, Uruguay, Venezuela, etc), son: a) abatir la crisis financiera a travs de polticas recesivas y
antiinflacionarias; b) fortalecer la libre empresa; c) sujetar a las empresas a la disciplina de mercado; d)
disminuir los salarios y el gasto social; e) restringir la oferta monetaria; f) privatizar las empresas pblicas9 . En definitiva su eje es la hoy tan publicitada economa de mercado -a escalas locales y mundial-,
donde se busca disminuir al mximo posible las empresas pblicas y estatales en pro de las privadas, y
donde stas buscarn como mnimo sobrevivir y como mximo triunfar a travs de dos principios centrales: el ms alto rendimiento posible dentro de una fuerte y constante competencia. Todo esto necesariamente implica un incremento del consumo por parte de la poblacin para absorber una produccin cada
vez mayor.
Es evidente, y no se oculta sino todo lo contrario, que el mercado se convierte en la piedra angular
del funcionamiento global de la sociedad, y todo lo que incrementa la produccin y comercializacin es
visto como vlido y conveniente. El mundo se ha convertido (y lo sigue haciendo en cada vez mayor
grado) en un inmenso mercado, hecho mostrado en mltiples formas, desde declaraciones pblicas de
estadistas y la transformacin macroeconmica de base, hasta expresiones cotidianas en calles de las
ciudades e incremento de centros comerciales, incesantes llamados al consumo en anuncios publicitarios,
incitaciones a formas de vida acordes con lo que se entiende como una modernidad y desarrollo que
se se consigue mediante mercancas que expresan tal situacin, etc.
La produccin de riqueza es el objetivo fundamental, aunque a veces ocultado tras lo que
psicoanalticamente se conoce como racionalizaciones, lo que obliga a un fuerte trabajo y a una constante
renovacin en la produccin. Produccin, rendimiento, trabajo, competencia y consumo son aspectos

Carmona Villagmez, Francisco Javier, Neoliberalismo: hacia un nuevo modelo de desarrollo, en Mxico Internacional, Mxico, No. 36, agosto 1992, p. 22

centrales de un modelo econmico-social -que sin dudas existen desde mucho antes que el neoberalismo
ya que el capitalismo siempre se bas en ellos, pero que hoy se acrecientan de una manera particular-, que
deben ser estudiados no slo en sus significaciones estructurales sino tambin en las consecuencias
que provoca en los los sujetos psquicos, que asumen, con o sin conciencia de ello, unos parmetros
a los que se someten y que determinan su existencia y su subjetividad.
Es sabido que toda sociedad necesita construir el modelo de hombre necesario para su mantenimiento y reproduccin, y el neoliberalismo no es ni puede ser una excepcin. Como seala Berman, el
dinamismo innato de la economa moderna, y de la cultura que nace de esta economa [...] arrastra a todos
los hombres y las mujeres modernos a su rbita, y los obliga a abordar la cuestin de qu es esencial, qu
es significativo, qu es real en la vorgine en que vivimos y nos movemos10 . Y, como ocurre no slo en
este caso sino siempre, todos los marcos sociales proponen modelos de salud y de enfermedad
mental, de normalidad, objetivos a lograr, etc.11 .
Las objeciones que han recibido y reciben el modelo de cierta modernidad y el neoliberalismo de
alguna manera estn condensadas en las frases que abren este trabajo. No se trata de una parcial o total
oposicin al progreso, al desarrollo y a un mayor bienestar, ni mucho menos a la aoranza de un
pasado supuestamente mejor, sino que se apoyan en un cuestionamiento a los valores implcitos y
explcitos de esos modelos, y a las consecuencias destructivas12 de tales proyectos para el ser
humano y la misma naturaleza.

Algunas consecuencias psquicas del neoliberalismo


Tal el modelo socio-histrico de un sistema hoy aparentemente sin oponentes (aunque con notorias derrotas polticas en curso) y que promete un progreso y modernidad sin lmites, donde existe un

10

Berman, M., ob.cit. p. 302

11

Como es sabido no existen definiciones ni criterios compartidos sobre salud mental, o pocos estudiosos cuestionan la propia pertinencia de este concepto, que no pocas veces equiparado al de normalidad y convertido en
instrumento (pseudo) cientfico de con-1 social. Sobre esto vase mi libro formalidad, conflicto psquico, control
social. Plaza Valds/Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1990 , 2 1996 * En forma resumida
vase el segundo artculo de este libro virtual.
12

La destruccin es una caracterstica evidente de la modernidad y del neoliberalismo. Con tal de obtener ganancias no
importa si se produce o fomenta la destruccin del habitat, riquezas arqueolgicas, etc.

desarrollo tecnolgico impresionante que se incrementa da a da, pero tambin las carencias ya sealadas
(que tambin se incrementan) y, en una sorprendente pero no extraa paradoja, con una realidad que
muestra sin dudas los ms altos grados hasta ahora conocidos de drogadiccin, suicidios, neurosis,
adhesin a posturas fundamentalistas, etc. Si ello si diera exclusiva o preponderantemente en naciones
y/o sectores sociales marginados, la explicacin sera no tan compleja, pero cmo hacerlo cuando todo
lo indicado se presenta tambin, y a veces en sus mayores niveles, en naciones y sectores sociales que
gozan de las ventajas materiales que ofrece la modernidad y el neoliberalismo?
De entrada debe sealarse que desde el desarrollo del capitalismo -y ahora llevado a sus mayores
niveles-, la instauracin del mercado, el dinero y las mercancas como centro absoluto de la vida social y
del hombre reducen la significacin de ste y lo colocan, de manera inversa a lo que se dice pblicamente,
al servicio de tales aspectos, convirtindose de dominador en dominado, aunque otras de sus caractersticas pone al individuo tambin como centro y lo prioriza frente a las relaciones comunitarias. Es imposible pensar que todo esto no tenga fundamentales significaciones en su subjetividad y determine
en muy alto grado sus deseos, sentido de realidad, ideal de yo, valores del superyo, fantasas,
vnculos con los otros y consigo mismo, etc., y tambin las consecuencias que todo ello provoca en
la estructura psquica (angustias, sus formas de elaboracin, etc).
El sustancial cambio sealado -el hombre al servicio del dinero,la mercanca y el mercado-, implican a la vez una modificacin en los parmetros polticos y sociales, realidad claramente captada por quin
destaca que el modelo neoliberal deja de concebir la sociedad como aquella constituda por ciudadanos
soberanos para convertirse en una reunin de consumidores, productores y ahorradores inmersos en el
mercado mundial13 .
Es entonces necesario ver cada uno de los aspectos mencionados para entender el funcionamiento actual de la sociedad, y buscar sus incidencias sobre la subjetividad del sujeto de nuestro tiempo.
Que hace tiempo no es la comunidad sino el individuo el centro de la vida social es fcilmente
observable en mltiples expresiones tericas y cotidianas. En realidad hoy las sociedades son vistas como
conjuntos de individuos que estn ms o menos vinculados entre s y que supuestamente tienen derechos
13

Lichtenszejn, Samuel, De las polticas de estabilizacin a las polticas de ajuste, Revista de Economa de Amrica
Latina, CIDE, Mxico, N 11, 1984, p. 21. Citado por Carmona Villagmez, F. J., ob.cit. Algo semejante plantea un autor
mexicano con su conocido sarcasmo: Premoderno es aquel que usa el trmino ciudadano en vez cuentahabiente
(Monsivais, Carlos, en su columna Por mi madre, bohemios, diario La Jornada, Mxico, 5 de marzo de 1992, p. 14).

comunes, pero que en definitiva son autnomos e independientes y por tanto lo que logren ser producto
de su esfuerzo y habilidad. Esto por supuesto implica -y se afirma abiertamente, aunque con subterfugios
tranquilizadores y sealando algunos lmites-, que el triunfo individual se logra en una inevitable y constante
competencia en todos niveles: ver en definitiva a los otros como potenciales enemigos en lugar del establecimiento de vnculos solidarios entre los hombres, llevando a una dimensin hasta ahora inexistente la
postulacin darwiniana del triunfo de los ms aptos. En el modelo neoliberal tienden a desaparecer
incluso los antes existentes mbitos (al menos supuestamente) compartidos, para incrementar los espacios
privados.
En este sentido no es nada casual que el narcisisimo -o el egocentrismo, para evitar conflictos tericos- sea una de las tendencias predominantes en el hombre de nuestro tiempo, aunque no
slo en el sentido claramente patolgico del trmino sino cansderado como atributo necesario del
hombre normal, en el sealado sentido de egosmo y de prioridad por uno mismo (y sus intereses)14 , y otorgando menor o nula importancia a los intereses de otros.
En este sentido el marco neoliberal apunta hoy, como nunca se hizo hasta ahora, a hacer creer que
el individuo no slo es el centro de todo, sino tambin en lo ya sealado de que cada uno construye su
presente y su futuro. Pero sto se cumple, aunque sea parcialmente? Seguramente s para no muchos,
aunque tal xito tambin paga un precio que se ver ms adelante. Pero por ahora es interesante citar al
respecto a Cerroni: En el seno de esta tica del enriquecimiento y del goce privado se ocultan ciertamente
el mito individualista de Robinson y la concepcin al mismo tiempo ahistrica e instrumental de la sociedad
humana: un mito -como es sabido- que no es tan slo literario, sino exquisitamente econmico. De l da fe
la repetida crtica de un realista analizador del mundo moderno como Marx, que ve precisamente en las
Robinsonaden las tpicas construcciones que constituyen el punto de partida de la economa
apologtica15 .
Tal situacin obliga a la ya citadas competencia y rendimiento para alcanzar el triunfo y el xito
frente a otros que buscan, desean y aspiran a lo mismo, y por tanto se convierten en potenciales enemigos
a los que hay que vencer (y donde el fair play, el juego limpio, no pocas veces no existe, es limitado o se
14

Toda normalidad no es otra cosa que una concepcin estadstica, que nada tiene que ver con salud, aunque a veces se la
identifique (vase al respecto la anterior nota 11). Con este sealamiento de normalidad patolgica no se hace referencia al
narcisismo imprescindible para la constitucin psquica de todo ser humano (como destaca Freud en Tipos Libidinales, Tomo XXI),
sino en el sentido del contexto del trabajo.
15

Cerroni, Umberto, ob. cit; p. 20.

da en condiciones no igualitarias). Competencia que implica desde una constante renovacin de todo aunque sea slo en la forma de las mercancas, fomente cambios innecesarios para no frenar la produccin, o implique la destruccin antes citada para dar paso a lo nuevo-, hasta la exigencia de un mayor
rendimiento para no ser superado por otros. Esto ltimo no slo para los sectores obreros -sobre todo en
los pases subdesarrollados sometidos a condiciones cada vez ms apremiantes por querer sobresalir en el
rendimiento y en el ercado-, sino tambin para prcticamente todos los que estn insertos en el mercado
(ejecutivos, profesionales, etc).
Como todo esto es sabido es interesante ver algunas de sus consecuencias en un caso tal vez
extremo, pero con base en lo conocido de que es en estas situaciones donde se puede percibir con
crudeza lo (en esto no mucho) oculto de lo normal. La declaracin de un instructor deportivo, que aparece
como balazo de una noticia de un peridico, es una expresiva metfora de algo que excede al deporte: la
supercompeticin conduce al doping16 .
En efecto, las premisas del neoliberalismo indican que debe incentivarse el rendimiento y hacerse
econmicamente eficiente todo tipo de produccin -del tipo que sea-, desapareciendo (o tendiendo a
hacerlo) gran parte o todos los apoyos econmicos anteriormente existentes. Eficiencia en este caso
significa como minimo la subsistencia por los propios medios, y como mximo el mayor rendimiento
posible. Resulta claro que en nombre de ello se eliminan empresas o tareas necesarias y no productivas (o
no lo suficientemente) -muchas ya clsicas del mbito cultural y creativo, como tambin que cubren reas
sociales-, o bien estas buscan caminos que les permitan su subsistencia en las nuevas condiciones estructurales, donde la comercializacin de las actividades es casi siempre la ms viable.
En definitiva todo debe venderse o al menos mostrar su eficiencia y rendimiento, otra forma de venta en ltima instancia17 . Independientemente de lo que implique el rendimiento, aqu interesa ver que colocar bajo la rbita comercial toda actividad inevitablemente lleva a que stas tengan que adecuarse no slo a su funcin sino a las que determinan los intereses que la promueven.
Y lo que tal vez pueda ser vlido (aunque tampoco lo es, como se ver despus) dentro de la propia
esfera econmico-mercantil, tiene otras connotaciones fuera de la misma.
16

Declaracin del instructor de ftbol yugoeslavo Miljan Miljanic, en diario La Jomada, Mxico, 3 de marzo de 1992, p.
46.
17

En los mismos centros universitarios hoy se busca compensar los bajos sueldos con estmulos otorgados con esta
ptica, lo que fomenta la puntitis (acumulacin de puntos) que, si en algunos casos ayuda a aumentar la produccin
y la creatividad, en otros acrecienta slo la cantidad y no la calidad.

No es ninguna exageracin decir que hoy prcticamente todo se encuentra en tal situacin, aunque
por tratarse de algo que viene de lejos muchas veces ha producido en amplios sectores un acostumbramiento que les impide ver sus consecuencias.
Si toda estructura social incide de manera importante en las caractersticas de la subjetividad de
sus integrantes, canalizando deseos y objetivos, indicando caminos para su realizacin, promoviendo o
denegando formas de vida y de pensamiento, se puede acaso dudar que el psiquismo del hombre de
nuestro tiempo estar afectado por esto -en el contexto de lo anterior y de lo siguiente- en sus ideales del
yo, valores superyoicos, angustias, celos, envidias y frustraciones constantes por no lograr objetivos en
gran medida fomentados desde afuera y ver que otros lo consiguen, diversos grados de depresin ante
reales o supuestos fracasos, conflictos en su autoestima, etc?
El objeto de todo lo hasta ahora sealado alcanza su sntesis -en el sentido hegeliano-marxista del
trmino- en la mercanca, verdadero fetiche de la sociedad contempornea y punto final del proceso
productivo18 , que para la no detencin de ste requiere de un constante y creciente consumo.
Toda la estructura de una sociedad con las caractersticas indicadas se rompe si no lo se
logra el eslabn final de construirun sujeto interesado y acuciado por obtener mercancas, y
renovarlas constantemente, en un mercado saturado de ofertas. De esta manera el mercado, mediante la publicidad y la mercadotecnia, acompaan siempre a la produccin para el logro de tal
objetivo a travs de la creacin de nuevas, cambiantes y crecientes necesidades al servicio no del
hombre, como se afirma, sino de los intereses econmicos dominantes.
No es este el lugar para un anlisis de qu son las necesidades del hombre, pero s para afirmar
que la creacin, consolidacin o reprobacin social de las mismas -con base en caractersticas del hombre
que no deben negarse y que son conocidas y utilizadas-, se encuentra en funcin de las necesidades (valga
18

Es imposible dejar de recordar aqu cmo Marx inicia El capital, su obra central: La riqueza de las sociedades en las
que domina el modo de produccin capitalista se presenta como un enorme cmulo de mercancas, y la mercanca
individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra investigacin, por consiguiente, se inicia con el anlisis de la
mercanca (Tomo I, Vol. 1, Siglo XXI, Mxico, 5 ed., 1977, p. 43). Cuando la obra de Marx se encuentra muy criticada e
incluso desprestigiada como consecuencia de la cada de los pases del socialismo real y represivo, y no pocos
sealan su invalidez general, tampoco son escasos los que destacan la necesidad de recuperacin y recreacin de la
misma, destacando que sus parmetros centrales se mantienen vigentes. Se marca as una importante diferencia entre la
creatividad de Marx, y la esterilidad del dogmatismo de la mayor parte de sus seguidores tericos y prcticos (con
excepciones que no deben descartarse, aunque escasas). Vale entonces para s mismo la afirmacin de Marx de que no
hay que tirar al nio junto con el agua sucia de la baera. En mi caso personal no vacilo en decir que, ms all de crticas
que no deben nunca abandonarse, sigo apreciando la obra de Marx de la misma manera que despreciando la inutilidad
y estereotipia de mltiples marxistas.

el juego de palabras) productivas. Como seala Marcuse, las libertades y las gratificaciones actuales
estn ligadas a los requerimientos de la dominacin; ellas mismas llegan a ser instrumentos de la dominacin. Y contina diciendo que mientras ms cercana est la posibilidad de liberar al individuo de las
restricciones justificadas en otra poca por la escasez y la falta de madurez, mayor es la necesidad de
mantener y extremar estas restricciones para que no se disuelva el orden de dominacin establecido [...] Si
la sociedad no puede usar su creciente productividad para reducir la represin (porque tal cosa destruira
la jerarqua del statu quo), la productividad debe ser vuelta contra los individuos; llega a ser en s misma
un instrumento del control universal [...] La gente tiene que ser mantenida en un permanente estado de
movilizacin, interna y extema19 .
Es verdaderamente valioso re-leer a este autor despus del xito y apogeo que tuvo a fines de los
60, para comprobar que su observacin y crtica de la que define como Sociedad Industrial Avanzada sigue teniendo rigor y validez en la actualidad (esto con independencia de sus planteos, en
importante medida utpicos, sobre lo que debe ser el hombre y la sociedad). Y resulta triste -aunque
implica todo un diagnstico- ver cmo la mayor parte del mundo psicoanaltico no ha reconocido, absorbido y desarrollado sus fundamentales planteos al respecto.
Porque resulta peligroso aceptar que sta es una sociedad totalitaria, al tratarse de una coordinacin tcnico-econmica no-terrorista que opera a travs de la manipulacin de las necesidades por intereses creados, y que impone sus exigencias econmicas sobre el tiempo de trabajo y el tiempo libre,
sobre la cultura material e intelectual20 . En definitiva, y aunque son grandes los deseos de transcribir
mltiples citas de Marcuse al respecto, las limitaciones de espacio obligan a reducirlas a su tesis central de
que el mecanismo que une al individuo a su sociedad ha cambiado, y el control social se ha incrustado en las nuevas necesidades que ha producido 21 . Se produce entonces una aceptacin por parte
de la mayora de la poblacin (y los que no lo hacen se ven obligados a hacerlo), lo que no hace a esta
sociedad menos irracional y reprobable ya que los esclavos de la sociedad industrial desarrollada son
esclavos sublimados, pero son esclavos, porque la esclavitud est determinada no por la obediencia, ni
19

20

21

Marcuse, H., Eros y civilizacin, ob. cit, p. 105-106.


Marcuse, H., El hombre unidimensional, ob. cit., p. 33.

Idem, ob. cit. p. 39. * Respecto al control social y su importancia vase mi trabajo (junto con Miguel Matrajt y Mario
Campuzano, Subjetividad y control social: un tema central de hoy y de siempre, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 16, 2001.

por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y la reduccin del hombre al estado de
cosa22 .
Y ms tarde sintetizar el resultado de lo indicado: Tanto las nuevas necesidades y satisfacciones como las nuevas libertades que ofrece la sociedad tecnolgica, operan contra la autntica
liberacin del hombre; son las que vuelven contra el hombre sus facultades fsicas y mentales y aun
su energa instintiva. El resultado? Una profunda frustracin, un odio penetrante bajo la felicidad relativa y la superficie de aparente satisfaccin de la sociedad opulenta y una reaccin en el sentido de una
notable activacin de la agresividad que impregna a la sociedad tecnolgica23 .
Como ya se dijo estas nuevas necesidades encuentran su satisfaccin bsicamente en las mercancas, a las que se incita a comprar por todos los medios. Ms an, puede verse que toda modernizacin parece manifestarse en un incremento de centros comerciales (los mall por su nombre en ingls) que
aparecen por doquier, lugares que sin exageracin alguna hoy pueden verse como los verdaderos
templos laicos de la vida cotidiana para importantes sectores sociales (fundamentalmente de clases
medias), utilizados para comprar, pasear, comer, encontrarse, desear, etc.24 . Incluso se llega a una situacin como la que destaca Cerroni citando a Fromm: (En su origen) el consumo representaba un medio de
conseguir un fin: la felicidad. Este se ha convertido hoy en un fin en s mismo25 .
El ofrecimiento de mayor comodidad, bienestar y una vida ms satisfactoria se logra realmente a

22

Idem. p. 24 y 63. En la ltima frase entrecomillada el autor cita a Francois Perroux

23

Marcuse, H., Libertad y agresin en la sociedad tecnolgica, en el libro de Autores Varios, La sociedad industrial
contempornea. Siglo XXI, Mxico, 15 ed., 1987, p.54.
24

Si hay algo que hace del mall un fenmeno nico es el hecho que la transaccin venta-compra es completamente
eclipsada por la actividad de ir de compras que, en muchsimas ocasiones, no requiere comprar nada. Ir de compras es
tomar helados, probarse vestidos, mirar gente, ver pelculas, escuchar msica, caminar en los recintos... Los segmentos
sociales desfilan ante uno, los subgrupos se aglutinan y se celebran en los recintos del mall. El mall, el lugar hiperblico
de la transaccin comercial, es tambin la feria, el juego, negociacin, ritual, stira, reacomodacin, celebracin y
produccin de sentido (Lozano, Elizabeth, Del sujeto cautivo a los consumidores nomdicos, en Dialogos de la
Comunicacin, revista de FELAPACS, Lima, N 30, junio 1991, p. 20, cursivas finales mas). En una reciente pelcula con
rol protagnico de Woody Allen, Escenas en un centro comercial, puede verse todo eso, y es muy significativa la
escena donde luego del inicio del drama y que su esposa le dice que vayan a otro lado a conversar tranquilos, W. Allen
le seala, en medio de una multitud que circula, que all no los escuchar nadie.
25

Cerroni, Umberto, ob. cit; p. 22. La cita de Fromm la toma de la versin italiana de Psicoanlisis de la sociedad
contempornea. Es interesante la frase que una aguda y satrica observadora de las clases altas de la sociedad mexicana
pone en labios de una de sus protagonistas: Si no compro, me angustio. Y si compro tambin (Loaeza, Guadalupe,
Las nuevas mexicanas, en diario La Jomada, 20 de junio de 1992, p. 49).

travs del mundo de las mercancas? Tal vez, o seguramente, bastante en un sentido material (al menos
para quienes pueden acceder al mismo)26 . Pero, entonces cmo se explica lo antes sealado sobre el
notorio y evidente malestar en la cultura del Primer Mundo y de sectores medios y altos del Tercero
(creciente drogadiccin, alcoholismo, suicidios, psicopatologa, etc)?
Es que la conciencia feliz esconde un transfondo muy diferente, claramente perceptible por cualquier
agudo observador social o en la prctica clnica, que muestran que el mayor confort tecnolgico de la
historia no hace ms felices a los hombres. Es que el mundo de las mercancas y del exclusivo bienestar material promete mucho pero ofrece bastante menos, con las inevitables consecuencias que tal
diferencia ocasiona.*
Es importante ver esto porque aqu se encuentra el eje de la problemtica del hombre de nuestro
tiempo, como la causa de algunas de las salidas que ste busca. Muchas son los aspectos y explicaciones que se ofrecen, que al no ser excluyentes entre s, dan en conjunto una primera aproximacin a la
comprensin de la problemtica.
Yendo de lo ms simple a lo ms complejo habra que sealar en primer trmino cmo los intereses de la produccin -asumidos por los sujetos (y nunca mejor usado este termino que implica sujetacin), hacen girar a los hombres sobre aspectos ms o menos intrascendentes y frivolos, lo que Octavio Paz
entiende como hedonismo epidrmico27 y que hace hace que Cerroni, citando a Marx, afirme que en
nuestra poca es ms fcil producir lo superfluo que lo necesario28 . Resulta entonces evidente que la
superficialidad domina la cultura mercantil capitalista29 , y esto no se afirma desde una postura elitista y
26

Aunque con efectos secundarios que no pueden soslayarse, y que muchas veces determinan una calidad de vida.
Entre ellos merece citarse que en la ciudad de Mxico, al no poder usarse el automvil un da a la semana para disminuir
la muy alta contaminacin, por comodidad y status se compra un segundo, sin conciencia de que con ello se respira mal
todos los das (el mimetismo hombre-automvil se percibe claramente en el cambio que se hace del plan Hoy no circula
por Hoy no circulo). Tambin debe sealarse la prdida de calidad alimenticia por el uso de productos artificiales y
rpidos (cafs solubles, consoms, jugos de fruta en polvo, etc.), mxime cuando se consiguen productos naturales de
no difcil elaboracin. * Respecto al automvil, vase el artculo Apuntes sobre psicopatologa de nuestra vida cotidiana/2. Adiccin y fetichismo al automvil, en este libro virtual.
*
Respecto a esto, se reitera, vase el artculo escrito con Jorge Galeano y Miguel Matrajt, El progreso nos hace ms
felices? Adelantos tecnolgicos, salud mental y calidad de vida, ob.cit.

27
Paz, Octavio, Un escritor mexicano ante la URSS, entrevista de Eugenio Umerenkov para Konsomolskaya Pravda,
reproducido en diario La Jomada, Mxico, 11 de octubre de 1991, p. 15.

28

Cerroni, Umberto, ob. cit.. p. 21.

29

Veraza, Jorge, Lyotard en el Museo Bataille (O el origen y fundamentos capitalistas de la posmodernidad), en

de superioridad -muchas veces expresiones culturales populares, incluso sin mayor elaboracin, tienen un
carcter cualitativo mucho mayor, del que carecen formas que buscan ms la (muchas veces supuesta)
elegancia y la aparencia que un real valor-, sino para destacar un aspecto del que se ver su sentido de
inmediato.
Lo que aqu est en juego es nada menos que la ausencia de sentido de gran parte de los
artculos de consumo -desde mercancas en general hasta espectculos, gran parte de la vida cotidiana, etc., que no trascienden del goce momentneo por su vaco de significaciones. En un artculo
publicado hace poco tiempo, quien fuera claro crtico de los socialismos reales lo es tambin del mundo
capitalista liberal, en las que reina un vaco total de significaciones [donde] el nico valor es el dinero, la
notoriedad en los medios masivos de comunicacin o el poder, en el sentido ms vulgar e irrisorio del
trmino [...] En el Occidente contemporneo, el individuo libre, soberano, autrquico, sustancial, en la
gran mayora de los casos ya no es sino una marioneta que realiza espasmdicamente los gestos que le
impone el campo social-histrico: hacer dinero, consumir y gozar (si lo logra...). Supuestamente libre
de darle a su vida el sentido que quiera, en la aplastante mayoria de los casos no le da sino el sentido que
impera, es decir el sinsentido del aumento indefinido del consumo30 .
Se podran dar casi infinitas apreciaciones similares, provenientes de diversos campos tericos e
ideolgicos, pero resulta particularmente interesante el de Octavio Paz, tambin muy crtico de los socialismos reales y por tanto insospechado en su crtica lapidaria a la sociedad actual que vale la pena
transcribir: A medida que se eleva el nivel material de la vida, desciende el nivel de la verdadera vida. La
gente vive ms aos pero sus vidas son ms vacas, sus pasiones ms dbiles y sus vicios ms fuertes. La
marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros [...] La publicidad no postula
valor alguno; es una funcin comercial y reduce todos los valores a nmero y utilidad. Ante cada cosa, idea
o persona, se pregunta: sirve?, cunto vale?. El hedonismo fue, en la Antigedad, una filosofa; hoy es
una tcnica comercial. Y contina reconociendo que, junto al peligro del monopolio estatal, se encuentra
el hoy dominante monopolio privado, cuyos efectos son particularmente perversos en las conciencias31 .
Varios Autores, Seminario La Posmodernidad, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1991, p. 48.
Segn un informativo radial Honneger habra sealado la ausencia de cultura en este mundo de recreaciones (no fue
posible conseguir el dato bibliogrfico exacto).
30

Castoriadis, Cornelius, El deterioro de Occidente, en revista Vuelta, Mxico, N 184, marzo de 1992, p. 17.

31

Paz, Octavio: La democracia: lo absoluto y lo relativo, revista Vuelta, Mxico, N 184, marzo de 1992, p. 9. El mismo

Esta ausencia de significaciones (pero no de significantes) alcanza posiblemente su punto mximo


cuando se colocan grandes esperanzas y expectativas en lo novedoso o moderno de las mercancas -el
caso de un automvil ltimo modelo por ejemplo, deseo y esperanza de muchos-, que pierde tal carcter
en muy corto tiempo, cuando aparece (real o formalmente) algo ms novedoso y moderno, y as constantemente.
Si a esta carencia/vaciedad de significaciones y sentidos, mundo mercantilista, lucha en y por la
competencia/rendimiento, y todo lo antes sealado, se agrega que pese a los adelantos tcnicos el hombre
sigue dedicando la mayor parte de su tiempo cotidiano a un trabajo que si bien le permite vivir le quita la
mayor parte del tiempo de vida -trabajo que slo minoras gozan por satisfacer sus intereses creativos-32 ,
comienza a ser comprensible el por qu del malestar en nuestra cultura concreta, las causas de
ciertas salidas, y la visin de un futuro donde no se perciben cambios sustanciales (pero s un
agravamiento) respecto al presente.
Hay por tanto un muy importante grado de insatisfaccin en el hombre moderno con base, aunque
no exclusivamente, en las causas apuntadas. Existen por supuesto muchas otras, imposibles de presentar
en un artculo, pero entre ellas merecen citarse la rapidez de los cambios en el mundo moderno y la
dificultad de adecuarse a los mismos, la cada vez mayor pequeez del hombre frente a sus propias
construcciones y al crecimiento del poder tecnolgico, el desaforado aumento en el carcter alienante de
la relacin del hombre con los objetos, los otros hombres, muchas veces el Estado33 , etc. Y de manera
muy importante, incluso en sectores de un respetable nivel cultural, una gran incomprensin -pese a que se
autor, en otro momento formula una fuerte crtica al mercantilismo, destacando que en el siglo XX la palabra fue
amenazada por las ideologas totalitarias, un peligro que ha desaparecido; sin embargo, tambin lo ha sido por el
mercantilismo de la sociedad capitalista, que tiende a transformar la informacin en publicidad y a uniformar todas las
obras y todas las ideas en funcin del valor comercial: el precio. Hoy las cosas no valen: cuestan. Y son siempre las
mismas cosas: la televisin y las editoriales ofrecen los mismos productos bajo la misma piel. (El porvenir de las
palabras, entrevista a Octavio Paz, en Galeras del Fondo de Cultura Econmica. Mxico, N 61, julio de 1992). Es
interesante resaltar que esta crtica, ms la hecha al mercantilismo, a los medios y a la publicidad en la conferencia de la
conferencia antes citada, no le impide a Octavio Paz ser connotado colaborador de Televisa, que representa como nadie
los valores que critica.
32

Hace muy poco Radio Universidad Nacional Autnoma de Mxico anunciaba un programa dedicado al escritor
Charles Bukovsky con una frase del mismo en la que se preguntaba cul era el sentido de estar de 8 a 10 horas del da en
el trabajo para poder vivir slo 1 2.
33

El campo psicolgico en general, y el psicoanaltico en particular, no han abordado todava el concepto de alienacin
con la importancia que tiene, con mltiples significacione, en el sujeto psquico. Y esta ausencia tambin es muy
significativa. * Esta problemtica ser abordada como tema central del N 25 de la revista Subjetividad y Cultura,
octubre 2006.

vive en el mundo de la informacin y la comunicacin- tanto sobre lo que sucede como sobre su por
qu34 .
Aqu es pertinente recordar dos planteos de Freud fundamentales para lo aqu tratado. El primero
cuando destaca que toda la historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos
han emprendido para la ligazn de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas
por el progreso tcnico, de permisin y denegacin por la realidad35 . El segundo expresa: La vida,
como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaos, tareas insolubles. Para
soportarla, no podemos prescindir de calmantes 36 .
Los tres que menciona -poderosas distracciones, satisfacciones sustitutivas y sustancias embriagantes, siguen siendo fuertemente utilizadas en la actualidad sea, para sobrellevar las miserias y dificultades de la
vida o para llenar los vacos existentes (aunque acordes con el progreso tcnico que sealabaFreud)37 :
el alcoholismo sigue en aumento y ni que decir del consumo de drogas (no exclusivamente pero s de
manera especial en los pases del Primer Mundo, es decir los que gozan del mayor bienestar material),
debiendo agregarse otras formas, todas en mltiples variantes que seran de por s tema de un largo
trabajo38 .
Pero entre ellas hoy deben destacarse las llamadas posturas fundamentalistas como bsqueda de sentidos y significaciones para una vida que no los tiene. No importa si es para soportar
carencias materiales, situaciones a las que no se les ve salidas o llenar vacos de sentido, ni tampoco si esas
34

Fromm postula el interesante concepto de filtro social, considerando que cada sociedad crea tambin una especie
particular de represin; crea una especie particular de inconsciencia social que es necesaria para el funcionamiento y la
supervivencia de esa sociedad [...] As, nuestra conciencia comprende slamente aquellas experiencias seleccionadas
que pasan a travs del filtro social, adems de la masa de ficcin que una cierta sociedad elige como condicin necesaria
para que la conducta de sus miembros sea apropiada (Fromm, Erich, Conciencia y Sociedad industrial, en La
sociedad industrial contempornea, ob. cit., p. 7 y 10).
35

Freud, S., El inters por el psicoanlisis. Tomo XIII, p. 188.

36

Freud, S., El malestar en la cultura. Tomo XXI, p. 75, cursivas mas.

37

En este sentido esos tres calmantes en gran medida explican el alto consumo actual de los medios masivos de difusin.
Al respecto vase el captulo La otra parte del problema: las necesidades de los receptores, de mi libro Control de los
medios, control del hombre, ob. cit. * En el Apndice de 3 ed. del libro se agrega un trabajo vinculado a esta temtica:
Placer y deseo en los procesos de recepcin. Una aproximacin psicoanaltica. En un artculo de este libro virtual
pueden verse algunas ideas al respecto.
38

Entre ellas deben considerarse la bsqueda de fuertes percepciones (a ms de las drogas pueden incluirse aqu el
ruido, que es pasajero pero ayuda a tapar el silencio interior, la velocidad, etc.), el culto a la tecnologa, etc.

posturas son adecuadas para enfrentar el problema, pero es incuestionable que quienes las adoptan encuentran en ellas un fuerte apoyo y un conjunto de significaciones que le dan contenido, sentido, gua e
incluso espiritualidad a sus vidas. Aqu se encuentra en definitiva la respuesta a quien preguntaba cmo se
comprende la existencia de fundamentalismo en una poca de electrnica.
De esta manera se explican esos fenmenos, sean de tipo religioso (el desarrollo del islamismo, el
auge y crecimiento de multitud de lo que las iglesias establecidas llaman sectas -ms de 3.000 en Argentina, hoy con mayora de la poblacin en Guatemala- * , el tambin incremento de grupos de meditacin y
orientalistas, etc); nacionalistas (no slo los conflictos de Yugoslavia, Checoeslovaquia y la ex-URSS);
polticos (con cubertura nacionalista -caso de los grupos neonazis en general-, o con apariencia democrtica como la mostrada en Estados Unidos en la ltima convencin del Partido Republicano, etc.
Es interesante y significativo como muchos de estos fundamentalismos -o tal vez todos- tienen
caractersticas claramente irracionales en una sociedad cada vez ms racional, lo que por supuesto no es
algo casual y de alguna manera implica un rechazo -generalmente no conciente y muy contradictorio- con
una racionalidad como la occidental que hoy tiene las caractersticas y efectos antes apuntados39 del
modelo neoliberal.
Y los psicoanlisis, qu dicen y hacen?
Los psicoanlisis comprenden, estudian y toman en cuentas las caractersticas del hombre del
nuestra poca para ajustar su conocimiento y prctica? Corresponde aplicar a ellos, de manera parcial o
total, el sealamiento de que el error ms ruinoso que se podra cometer sera el de entrar en la nueva
poca con el bagaje terico tradicional, aplicando a los nuevos problemas soluciones que se han ido
madurando en una fase histrica diversa?40 . O la ya conocida y reiterada crtica de que hace tiempo
perdi su carcter crtico para adaptarse a un mundo que hoy lo acepta y no lo rechaza, hace que prefiera
no tocar aspectos que pueden entenderse como revulsivos y cuestionantes?
En gran medida las respuestas a estas preguntas han sido contestadas en las pginas anteriores, y
*

Las significaciones del crecimiciento religioso y sus mutaciones es desarrollado un poco ms en mi Tesis de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, El malestar en la cultura en Amrica Latina, que est en proceso de reelaboracin
para una futura publicacin.
39

Por supuesto todo esto se ubica como parte de la comprensin que Freud hace de las ideas religiosas en El porvenir
de una ilusin y otras obras.
40

Cerroni, Umberto, ob. cit.. p. 16

sobre todo en un artculo anterior41 . En efecto, en la produccin analtica presente es muy extrao encontrar referencias a la realidad del hombre actual, y esto hace que la absoluta mayora de su prctica se
mantenga en los cauces tradicionales desde hace muchas dcadas, o sea con sentido acrtico y adaptativo.
Veamos muy someramente qu ocurre en las principales tendencias actuales del campo psicoanaltico.
En la que puede definirse como institucional, ortodoxa y tradicional, es decir la oficial y clsica, prcticamente nada de lo sealado entra en sus parmetros. Jams va a negar la incidencia de la realidad social
en la subjetividad, pero tal aceptacin no se traduce en un anlisis concreto de la cultura global, y en los
hechos no pasa de hacer conciente al sujeto del impacto de su familia y relaciones microsociales, de la
dinmica de su psiquismo, etc., dejando ms o menos intocadas problemticas como las mostradas (mundo del consumo, la competencia, el papel subordinado de la mujer, etc).
Es cierto que el rol de la sexualidad fue un aspecto nuevo y molesto para la poca de Freud, pero
hoy el mismo se encuentra absorbido por la cultura de nuestro tiempo y, salvo en sectores retardatarios,
no slo ya no perturba sino se ha convertido en un uso cotidiano e incluso en artculo de consumo.
Tambin la sexualidad de nuestra poca es diferente, y pese a que la represin de la misma es mucho
menor -lo que no significa que haya desaparecido, como tampoco todo lo referente a la represin de la
sexualidad infantil-, es evidente, como se mostr anteriormente, que el malestar psquico general no
slo no ha disminuido sino que se ha acrecentado.
Es que tambin la sexualidad debe ubicarse en el contexto de las relaciones sociales y ver cmo
stas prohiben, permiten, toleran y canalizan las pulsiones. Mucho se podra escribir al respecto y de
cmo muchas veces la liberacin sexual no lo es tanto, pero resulta fundamental destacar como hoy las
formas de represin pasan no slo por el campo de la sexualidad sino por muchos otros, y limitarse
a aquel no es otra cosa que una trampa para no analizar a stos y sus significaciones * .

41

Ver nota 3. En su comentario sobre el presente trabajo la colega y amiga rsula Hauser dice que debe verse al
etnopsicoanalisis -escuela no institucionalizada de Zrich, con profesionales como Paul Parin, Goldin Parin-Mattehy,
Fritz Morgenthaler, Mario Erdheim, etc.-, como una corriente que analiza psicoanalticamente los procesos culturales, la
produccin de ideologa, etc. Y acota que lamentablemente casi nada de ello se ha traducido al espaol.
* Algo ms, no mucho, apareci posteriormente: un artculo de la misma Hauser, U., Introduccin a la investigacin
social desde el etnopsicoanlisis, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 19, 2003; y el libro de Erdheim, Mario, La
produccin social de inconsciencia. Una introduccin al proceso etnopsicoanaltico, Siglo XXI, Mxico, 2003 (que
ser comentado en la seccin Libro polmico del N 24 de la citada revista, 2006).

Como ya mucho se ha escrito crticamente sobre los sentidos de la institucionalidad analtica, no


resulta necesario repetirlo ni destacar como las novedades que se producen dentro del mismo no pasa de
detalles, tcnicas, etc. -que incluso pueden ser vlidas e interesantes-, pero siempre dentro de un contexto
donde lo central de la relacin hombre-cultura y el sentido critico y cuestionante ha sido desvalorizado o
abandonado.
Es muy valiosa una observacin de la primera poca de Fromm (los 30), que Marcuse recupera
y aqu se cita por entenderse que describe de manera muy clara la ubicacin del psicoanlisis tradicional
(aunque no slo de ste). Escribe Marcuse, en un captulo que critica al revisionismo neofreudiano y
dentro de ste al mismo Fromm: Fromm ha dedicado un admirable ensayo a Las condiciones sociales
de la terapia psicoanaltica en el que muestra que la situacin psicoanaltica (entre el analista y el paciente)
es una expresin especfica de tolerancia burguesa-liberal y como tal depende de esa tolerancia en la
sociedad. Pero detrs de la tolerante actitud del analista neutral se esconde el respeto por los
tabs sociales de la burguesa42 . Lo ya perceptible en ese momento es mucho ms evidente casi
medio siglo despus, y es lo que explica el desinters en el estudio de la incidencia de la cultura en la
subjetividad y sus conflictos -con lo que es evitan riesgos y posturas realmente crticas a nivel global-, el no
develamiento de los filtros sociales (existentes en los propios analistas), el xito con pacientes/analizandos
de sectores altos y del poder no problematizados en sus formas de existencia al no tocarse puntos
ciegos, etc.43 . Es sin dudas un psicoanlisis domesticado.
El marco lacaniano/lacanista44 sin dudaalguna tiene en cuenta la importancia central de la rela*

Un poco ms sobre esto en el artculo Fantasas (tal vez delirantes) acerca de lo que hoy dira Freud sobre
sexualidad, includo en este libro virtual.
42

Marcuse, Herbert, Eros y civilizacin, db. cit., p. 249. La cita que hace de Fromm la toma de Zeitschrift flir Sotialforschung.
IV, 1935, 374-375. (cursivas mas: EG). Si bien, como ya fuera dicho, muchas de las observaciones de Fromm son
discutibles, plantea otras altamente interesantes para el estudio psicoanaltico de la relacin hombre-cultura (entre ellos
su valiossima nocin de carcter social que se mencionar luego).
43

Un claro ejemplo al respecto lo muestra una analista de la muy institucional Asociacin Psicoanaltica Argentina que
observ cmo la problemtica del terrorismo de Estado era llevado por algunos de los miembros de un grupo teraputico
a una relacin padre-hijo, reconociendo que este es el tema al cual estn acostumbrados a pensar en psicoanlisis
porque, en realidad, no saben cmo pensar la dimensin social como producto de toda una ideologa teraputica
(Puget, Janine, Violencia social y psicoanlisis. De lo ajeno estructurante a lo ajeno-ajenizante, en Puget, Janine y
Kes, Rene (comp.). Violencia de Estado y psicoanlisis. Centro Editor de Amrica Latina, Buenos Aires, 1991, p. 41). Un
comentario crtico de este libro lo hago en Reaparicin y continuacin de una problemtica central, en revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 2, marzo 1992, p. 79.
44

Como ya hiciera en otros lugares, diferencio ambos trminos de manera semejante al que hace Castel entre psicoan-

cin hombre-cultura, pero tambin aqu es imposible o muy difcil encontrar, dentro de su profusa produccin bibliogrfica, estudios sobre la incidencia de una cultura concreta de un momento concreto, reducindose al sealamiento estructural de las limitaciones que toda cultura produce en los deseos de los individuos y los conflictos consiguientes. Adems esto lo hacen a travs de formulaciones muy generales, buscando las ms de las veces frases impactantes y altisonantes as como juegos de palabras ms que comprensin y elaboracin de la problemtica.
No es este el lugar para un anlisis y discusin sobre las causas del auge lacaniano/lacanista (mucho ms
de este) en los ltimos aos45 , pero s resulta importante destacar -sin negar el valor de muchos de los
aportes de Lacan y de la apertura que propone al marco analtico-, como su desarrollo (ms cuantitativo
que cualitativo) tiene todas los caracteres de las modas intelectuales, y al ser stas siempre expresiones
del espritu de una poca resulta imperioso analizar qu (y/o a quienes representan). Ya en otro momento propona pensar que si, para muchos, la posmodernidad parece ser algo muy similar al desencanto, esta nueva lectura de Freud resulta de alguna manera la versin psicolgico-psicoanaltica de la
posmodernidad, en la que es perceptible un siempre presente estado de malestar, angustia, desencanto,
desilusin, etc, as como la prctica ausencia de respuestas y una especie de espritu de resignacin.
Casi una coleccin de materiales sobre el malestar en la cultura neoliberal pero destacando
sntomas, estados y vivencias presentados de manera ahistrica y universal. No estar aqu al menos una
parte de la explicacin del por qu de tal auge: el permitir que los sectores intelectuales ilustrados (no solo
psicoanalistas) se identifiquen con un conjunto de vivencias que comparten y viven, pero sin que se
entienda a stas como expresiones de una poca concreta -lo que permite aprovechar sus supuestas
ventajas- y vindolas cmo consecuencia del insoluble conflicto hombre-cultura, y que por ser insoluble
no tiene ninguna salida?46 .
lisis y psicoanalismo, y considerando como lacaniano a quien procesa y conoce seriamente las aportaciones de
Lacan, y como lacanista a los que siguen una moda, repiten trminos que no siempre manejan adecuadamente, etc.
45

Algo se dice sobre ello en el artculo de nota 3 y en el libro Normalidad, conflicto psquico, control social (p. 283 y
sig.). * Tambin en Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, includo en este libro virtual.
46

Vase cmo este clima es claramente perceptible en las obras que, desde esa ptica, pretenden estudiar el malestar
en la cultura, por ejemplo en el libro de Braunstein, Nstor (comp.), A medio siglo de El malestar en la cultura, Mxico,
Siglo XXI, 5 ed., 1988, y en el artculo de Gerber, Daniel, El psicoanlisis en el malestar en la cultura, en revista
Anamorfosis, Mxico, N 1, 1992. En este ltimo resulta muy clara la causa por la que la mayor parte de los seguidores
lacaniano/lacanistas abandonan, rechazan y denigran toda prctica social o poltica a travs de un discurso confuso
pero para muchos atrayente y justificante, que en mltiples momentos cae en un verdadero psicologismo explicativo
de todo (y que en definitiva explica poco o -sobre todo cuando est mal hecho, como en un importante nmero de casos,

Una lcida crtica al respecto sintetiza claramente tal postura: He aqu la promocin del inmovilismo llevada hasta sus ltimas consecuencias -podra argir Marcuse- en donde ni siquiera la crtica
ambigua de los neofreudianos se encuentra presente, sino slo una ascesis que empieza y termina en el
individuo, quien parece no tener mejor cosa que hacer en la vida, ms que ajustar cuentas con un orden
simblico desprovisto de historicidad y con objeto que nicamente puede, cuando bien la va, medio decir:
vaya programa!47
Un tercer comentario debe hacerse sobre los profesionales e instituciones que -sobre todo desde
fines de los 60 hasta comienzos de los 80-, hicieron eje en la importancia de tener muy en cuenta a la
cultura en la produccin de la subjetividad, criticando a la institucin analtica oficial por no hacerlo.
Tambin ellos -por supuesto no todos pero s la mayora-, ya hace tiempo que perdieron esa preocupacin e inters, muy acordes con las condiciones ideolgicas de la poca: as como fueron sensibles a lo que
se vivi en una poca de rebelda y convulsiones polticas y sociales -y cayendo no pocas veces en
radicalismos y posturas ms panfletaras que cientficas-, hoy tambin lo son, casi como veletas empujadas
por el tipo de viento, y de hecho abandonan no slo tales exageraciones sino todo lo antes visto como
necesario y vlido. No lo hacen en las palabras -en las que, aunque no siempre, siguen reconociendo su
necesidad-, pero s en los hechos, o sea en los trabajos concretos que desarrollan.
En Mxico es el caso del Crculo Psicoanaltico, que surge con base a los planteos de Caruso. La
crisis que vive hace un tiempo no es sino el estallamiento de contradicciones anteriores, donde la prdida
del camino inicial48 fue sin el encuentro de otro que posibilitara un camino comn y una continuacin. Hoy
la mayor parte de sus miembros -lo que quedaron y los que salieron-, siempre sensibles al nuevo tipo de
realidad del mundo, intentan bucear sobre todo en distintas perspectivas con prctico abandono (salvo,
y a veces, en el discurso de algunos de sus miembros) de los problemas que antes les preocupaban y hoy
llegan a considerar de tiempos superados.

nada). En sntesis parece decir que si toda cultura es represiva para qu buscar otra?
47
Gonzlez, Femando M., Marcuse: ms all de la anank, en Borja Sarment, Graciela, y Garca Canal, Mara Ins
(comp.), Marcuse y la cultura del 68, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1991, p. 141
.48
El simposio Psicoanlisis y realidad de 1986 fue el ltimo donde tuvieron cabida esas preocupaciones. Todos los
siguientes tuvieron temas y ponencias muy diferentes, alejados del inters anterior. Con esto de manera alguna se quiere
decir que profesionales e instituciones psicoanalticas no deben estudiar aspectos tericos y tcnicos especficos, sino
slo sealar tal abandono.

Hacia un futuro impredecible


Pese a que este trabajo ya tiene una considerable extensin, mucho ms es lo que tuvo que
dejarse de lado -conceptos, ideas y citas que aportaran y fundamentaran lo escrito-, pero muchsimo ms
es lo que falta estudiar, desarrollar y construir sobre el tema.
El futuro impredecible del subttulo es vlido tanto para el porvenir del hombre como para el
camino del campo psicoanaltico. Respecto a lo primero, y frente al optimismo del modernismo y de las
tecnocracias neoliberales -que ven slo el adelanto material, pensando (o haciendo creer) que tambin
llegar para las mayoras-, sobresale una perspectiva crtica y pesimista de quienes observan los riesgos
tanto para el contexto natural como las caractersticas de la vida que se ofrece: aqu el pesimismo e incluso
la desesperacin (perspectiva de alguna manera presente en este texto) priman sobre el optimismo. No
faltan tampoco quienes creen que es imposible que pueda continuar el actual camino, y suponen que algo
-no saben qu- obligar a un cambio aunque slo sea por la necesidad de sobrevivencia49 .
Respecto al psicoanlisis, -sin duda alguna, y pese incluso a muchos de sus seguidores, el
marco terico que ms aporta al conocimiento de la subjetividad-, se sabe que sus vicisitudes dependen de las condiciones sociales e histricas, y sus practicantes responden a los intereses de stas (aunque
generalmente sin saberlo, lo que para un analista es grave). No debe entonces sorprender que, hoy y
desde hace ya mucho tiempo, sus posturas sean congruentes con las del poder y hayan perdido el sentido
crtico de sus inicios (o, como se dijo antes, lo mantenga en cierto discurso pero no en la realidad: una
especie de doble vnculo o doble discurso).
En este trabajo se busca recuperar tal sentido crtico, as como la imperiosa necesidad del anlisis
de la relacin hombre-cultura de cada poca concreta. Reforzando lo escrito previamente, se entiende,
como recalca Marcuse, que en contraste con los revisionistas, creo que la teora de Freud es en su misma
sustancia sociolgica [...] El principio de la realidad sustenta al organismo en el mundo exterior. En el
caso del organismo humano, ste es un mundo histrico. El mundo exterior enfrentado por el ego en
49

En este sentido algunos sealan que luego de la sorpresa y la quietud provocadas por la cada del socialismo real
y presunta victoria del actual modelo, ya comienzan reacciones seguramente no claras ni definidas, pero indicativas de
la bsqueda de un camino y de una alternativa que no ser ni el capitalismo neoliberal ni los socialismos autoritarios y
represivos. Es interesante observar que el rechazo al neoliberalismo comienza a darse incluso en instituciones antes por
lo menos criticas frente al mismo: es el caso de la Iglesia catlica desde El Vaticano hasta la cspide de la nada progresista
de Mxico- que han emitido claras declaraciones al respecto.

crecimiento es en todo nivel una especfica organizacin sociohistrica de la realidad, que afecta la estructura mental a travs de agencias o agentes sociales especficos. As, la realidad que da forma a los
instintos, as como a sus necesidades y satisfacciones, es un mundo socio-histrico50 .
Pero, cmo realizar esa propuesta? Sin ser excluyentes al menos de dos maneras: la primera en
relacin a todo lo sealado en este artculo, es decir al estudio crtico (en el sentido ms absoluto de este
trmino) de los efectos de las relaciones sociales en la subjetividad, y la segunda vinculando lo anterior a
la prctica clnica.
Respecto a lo primero, en definitiva se trata de ver lo que de una manera muy valiosa y precisa
Fromm llama el carcter social51 de cada marco concreto, viendo las interrelaciones entre hombre y
cultura pero ya no de manera abstracta y genrica sino concreta y especfica.
Mltiples son las cosas que deben verse, estudiarse y analizarse. Entre ellas, junto a las previamente
sealadas y dentro del contexto enunciado, las siguientes (indicadas con plena conciencia de que faltan
muchas ms)52 , algunas incluso hace tiempo expuestas por Marcuse y otros autores:
La problemtica del poder en la subjetividad, aspecto donde las aportaciones psicoanalticas son
pobres, escasas y con una causalidad que no pasa de lo microsocial, no dando respuestas a las complejidades actuales tanto del sometimiento como de la bsqueda de predominio.
La problemtica del dinero, con carencias similares a las enunciadas en el punto anterior (al que est
muy ligado), y sobre un problema cuya importancia es obvia53 .
La relacin trabajo-sublimacin, una de las reas ms descuidadas de la teora analtica y punto
donde los psicoanlisis han sucumbido a la ideologa oficial sobre las ventajas de la productividad y el
rendimiento.
La correlacin que segn Freud se establece entre el progreso y el aumento de culpa54 . En torno
a esto, y sabiendo la magnitud de los distintos niveles de depresin en los tiempos actuales, debe verse
cunto de ello responde a factores culturales, incluyendo aqu la frustracin por el no acceso a bienes
50

51

Marcuse, H., Eros y civilizacin, ob. cit., p. 21, 49 y 27.

Ncleo esencial de la estructura del carcter de los miembros de un grupo; ncleo que se ha desarrollado como
resultado de las experiencias bsicas y los modos de vida comunes del grupo mismo [...] su funcin es que las
tendencias dominantes de la personalidad individual lo conduzcan a obrar de conformidad con aquello que es necesario
y deseable en las condiciones sociales especficas de la cultura en que vive [...]. En otras palabras, el carcter social
internaliza las necesidades extemas, enfocando de este modo la energa humana hacia las tareas requeridas por un
sistema econmico y social determinado (Fromm, Erich, El miedo a la libertad, Paids, Buenos Aires, 1962). Este

necesarios por status o por exigencias del mercado internalizadas, la culpa por la no congruencia interna entre lo que se hace y lo que se piensa y/o siente, etc.
El aumento en las tendencias esquizoides por un marcado doble vnculo en la mayor parte de los
discursos presentes55 , la disociacin intelectual-y afectiva, etc.
La automatizacin del superyo que segn Marcuse seala los mecanismos de defensa por medio
de los cuales la sociedad se enfrenta a la amenaza (de reduccin de la produccin); la defensa consiste
principalmente en un fortalecimiento de los controles no tanto sobre los instintos como sobre la conciencia, que, si es dejada en libertad, puede reconocer la obra de la represin en la ms amplia y mejor satisfaccin de las necesidades56 .
Prdida de peso de la institucin familiar frente a otras instituciones, con todo lo que esto implica
para las nociones clsicas de construccin de la subjetividad57 .
Aspectos reprimidos del hombre que, para Fromm no son ya los de la sexualidad (aunque esto debe
relativizarse), sino su ansiedad, su falta de identidad, su aburrimiento y su gran inseguridad de la que
trata de salvarse unindose a la multitud, no siendo diferente de lo que todo el mundo es, piensa y sienconcepto de Fromm debera ser recuperado y desarrollado por todo psicoanlisis, y no desechado por provenir de una
de sus corrientes.
52

En un comentario sobre este texto rsula Hauser -integrante de la Asociacin de Psicoanlisis y Psicologa Social
(ASPAS) de Costa Rica- critica la ausencia de sealamiento de la problemtica de gnero. Si bien esto es cierto, no se
debe a desinters o negacin de la importancia de tal problemtica, sino porque el centro de este trabajo es otro. Pero sin
duda alguna tal tema debe ser incorporado a los que un psicoanlisis no domesticado debe estudiar, desarrollar y revisar
crticamente.
53

Sobre el tema vase Pramo Ortega, Ral, Dinero y adiccin, en Cuadernos Psicoanalticos, publicacin del Grupo
de Estudios Sigmund Freud, Guadalajara, N 10, mayo 1991. * Posteriormente se public en el N 7 de la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, 1996.
54

Marcuse cita a Freud de El malestar en la cultura, donde expone su intencin de representar el sentido de culpa
como el problema ms importante en la evolucin de la cultura, y comunicar que el precio del progreso en la civilizacin
se paga perdiendo la felicidad mediante la elevacin del sentido de culpa.
55

Esto ha sido analizado con respecto a los mensajes de los medios masivos de difusin en el captulo 9, Los medios
como productores de locura, de mi libro Control de los medios, control del hombre, ob. cit.
56
57

Marcuse, Herbert, Eros y civilizacin, ob. cit., p. 106.

Una discusin al respecto -vinculada a la nocin de hegemona de las instituciones sociales- puede verse en mi libro
Control de los medios, control del hombre, donde tambin se analiza la aportacin de los medios a la construccin del
aparato psquico en general (en cuanto a presentacin de modelos de identificacin, sentido de realidad, etc.). * Sobre
esto puede tambin verse el artculo Televisin y familia en la formacin del sujeto, en Lozano, Jos Carlos, y
Benassini, Claudia ed), Anuario de Investigacin de la Comunicacin V, Consejo Nacional para la Enseanza y la
Investigacin de las Ciencias de la Comunicacin / U/niversidad Iberoamericana, Mxico, 1999.

te58 .
Las consecuencias de la liberacin, pero no de la liberalizacin sexual, dentro de las formas
sociales constructivas * .
Sentido, consecuencias y manipulacin de las comodidades en las sociedades modernas. Para
Otto Rank cada comodidad que consigue el desarrollo tecnolgico busca restaurar el estado intrauterino, por supuesto sin lograrlo; aqu no se trata de cuestionar una vida ms cmoda en tanto ello produzca una mayor satisfaccin, pero s ver las limitaciones que en mltiples sentidos impone al hombre
cuando la coloca en primer lugar.
En cuanto al segundo aspecto, incuestionablemente es muy complejo cmo traducir todo lo aqu
escrito en la prctica clnica, pero tampoco caben dudas de que no hacer concente lo inconciente en
todos los sentidos conduce a lo que se critica del psicoanlisis domesticado y acrtico. Se trata en
definitiva tambin de hacer conciente lo que el individuo tiene obturado por la maquinaria del statu-quo,
que lo une a los dems en un estado de anestesia en el que todas las ideas perjudiciales tienden a ser
excluidas59 . Se trata, asimismo, de comprender la perturbacin no slo como producto individual y/o
familiar, sino tambin del tipo de las relaciones sociales existentes, es decir que el malestar en la cultura
no slo proviene de las limitaciones que sta impone a los deseos -sin, claro, negar las ventajas que
permiten llegar a ser humanos y no otros seres biolgicos-, sino tambin de las caractersticas especficas
de esa cultura, que ser entonces ms o menos patologizante o neurotizante. Como seala el ya multicitado
Marcuse, en el mundo neoliberal todo esto implica una revaluacin de las necesidades e incluso una
importante modificacin de ellas.
Queda perfectamente reconocida la dificultad de lo planteado e incluso sus peligros, concretamente los de manipulacin ideolgica o de llevar una verdad mediante la interpretacin con visos de
cientifcidad. Pero una advertencia de este tipo tendr distintos sentidos segn de quin venga, porque
proviniendo de analistas institucionales y acrticos corresponde reiterar que el psicoanlisis domesticado (como la mayor parte de las psicologas actuales) hace exactamente eso, pero dentro de los
valores establecidos y dominantes.
58

Fromm, Erich, Conciencia y sociedad industrial, en ob. cit., p. 14.

* Sobre esto nuevamente se reenva al artculo Fantasas (tal vez delirantes)... includo en este libro virtual.
59

Marcuse, Herbert, Eros y civilizacin, ob. cit., p. 116.

Y de tratarse de estudiosos preocupados por la bsqueda de caminos como los aqu propuestos
u otros pero con sentidos similares, pero concientes de los peligros que puedan tener, slo es til recordar
que toda nueva perspectiva conlleva peligros, lo que no debe significar la renuncia a lo que se considera no
slo necesario sino tambin indispensable. Pero acaso no se dijo algo parecido cuando Freud comenz
a interpretar una sexualidad en ese momento prohibida, desconocida y molesta para los valores de ese
momento, situacin de la que podran darse mltiples ejemplos para el mismo Freud y tantos otros creadores de la historia? De cualquier manera, si un juicio crtico sobre los actuales psicoanlisis realmente
existentes es vlido, no queda otra salida que intentar construir uno ms adecuado si se acepta que su
marco terico mantiene premisas indispensables para el conocimiento de la subjetividad. O dejar ese
campo a sus actuales propietarios y, en nombre de los peligros, repetir que el psicoanlisis es una tarea
imposible, renunciando a l o adaptndose al real y posible actual.
Para terminar, son de imaginar muchas de las crticas que recibir este trabajo, sobre todo las
provenientes de los campos tericos cuestionados (Esto no es anlisis, etc). Pero habr otra prototpica
de estos tiempos y que es utilizada como paradigma estigmatizador de cualquier oposicin al modelo
neoliberal: si a lo largo de los tiempo las etiquetas acusatorias eran estar al servicio de Satans para la
Iglesia, ser judo para el nazismo, de la KGV para la CA y de la CA para la KGV, y por supuesto
infinitos ms, hoy el pecado mayor es el ser pre-modemo, condensndose en l todas las maldades y
prejuicios aniquiladores de una cultura que arrogantemente cree haber llegado al fin de la historia.
Por supuesto que no es as ya que resulta absurdo negar el progreso y un mayor bienestar (aunque
pueda discutirse si las actuales ideas al respecto permiten o impiden un mejor desarrollo del hombre). Tan
absurdo como negarse a ver y reconocer las consecuencias que sobre el hombre y el mundo tiene el
modelo neoliberal

EL MALESTAR CULTURAL EN LA CIENCIA FICCION? DE RAY


BRADBURY *

Freud nunca temi usar la ficcin, la conjetura fantstica, o la hiptesis de trabajo


osada, siempre que fuese frtil como eslabn en la cadena de pensamientos y que su
realidad cientfica pudiera ser demostrada a lo largo de la investigacin. Freud comparte, adems, con los que leen o escriben ciencia ficcin la necesidad de reconstruir el pasado y escudriar el futuro.

Marie Langer 1

La relacin entre el psicoanlisis y el arte -en este caso la literatura en particular-, ha sido y es tan
estudiada y extendida como confusa desde el momento en que el psicoanlisis sali del terreno de la
teraputica -al cual su fundador nunca dese que quedara confinado- para entrar en el mundo de la
cultura, y sta, a su vez, como respuesta, se vuelve hacia el psicoanlisis2 .
No es el objetivo de este ensayo hacer un exhaustivo anlisis de los mltiples campos y posturas en
que se ha desarrollado tal relacin -que por supuesto contina en el presente-, sino mucho ms modestamente estudiar una parte de la obra de Ray Bradbury desde slo una de las facetas que brinda el marco
terico psicoanaltico. Para lo cual en esta primera parte se sealarn breves referencias a tal relacin en
general y con su gnero denominado ciencia ficcin en particular.
De que manera puede abordarse el problema concreto de la interpretacin psicoanaltica de las
obras de arte? Sin existir una opinin nica y absoluta al respecto (unanimidad hoy ms que nunca impen* Publicado en revista Tramas, Departamento Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco, Mxico, N 7, 1994. Posteriormente apareci en la seccin Arte y literatura del sitio web elSigma de
Buenos Aires: www.elsigma.com.
1

Langer, Marie, Psicoanlisis y ciencia ficcin, en Goligorsky, Eduardo y Langer, Marie, Ciencia ficcin. Realidad y
psicoanlisis, Paids, Buenos Aires, 1969, p.140.
2

Green, Andr, La interpretacin psicoanaltica de las producciones culturales y de las obras de arte, en Eco,
Umberto, Goldmann, Lucien y Bastide, Roger, Sociologa contra psicoanlisis, Planeta-Agostini, Barcelona, 1986, p.21.
Extraa traduccin del ttulo del libro, ya que el original en francs es Critique sociologique et critique psychoanalytique,
con artculos presentados al Segundo Coloquio Internacional de Sociologa de la Literatura, realizado a mediados de la

sable e imposible en todos los terrenos, no slo del psiconlisis sino en general en las ciencias sociales),
son interesantes las formas que indica Green:

a) al proceso de creacin en s. Son muy raros; admitiendo que, para lo esencial, el psicoanlisis
no puede dar cuenta del don creador, sino nicamente ir a la busca de algunas de las fuentes de la
creacin en que Freud pone de manifiesto el papel del fantasma; b) entre las relaciones que
puedan existir entre un autor y los productos de su creacin, como en el caso de Leonardo,
dirigido a la elucidacin de un rasgo o de un conjunto de rasgos susceptibles de iluminar
hipotticamente una problemtica inconsciente que habra dejado en la obra una huella especial;
c) al anlisis de las obras, sin referencia alguna a su autor, bien por su valor ejemplar (el caso de las
excepciones ilustradas por el Ricardo III de Shakespeare, o el anlisis de Macbeth como ejemplo de aquellos que fracasan ante el xito), bien porque la impresin que se recibe a su contacto
parece poner al descubierto en ellos un misterio particularmente sensible que est exigiendo solucin (Moiss de Miguel Angel)3 .

En esas posibilidades se insertan la mayor partes de los estudios y anlisis crticos realizados, aunque aqu habra que dejar muy en claro que -como en todos los terrenos del campo psicoanlitico y de
cualquier otro-, as como muchos de ellos puedan ser ms o menos vlidos, interesantes o valiosos,
tambin muchos otros no slo carecen de esos atributos sino caen incluso en interpretaciones simplistas de
tipo silvestre o marcadamente mecnicas y psicologistas (como ejemplo de esto quin no recuerda
varios comentarios con algunos contenidos dizque psicoanalticos de pelculas de Bergman, donde hasta
se quiere ver smbolos en, por ejemplo, el nmero de un tanque de guerra?) * . Freud mismo destaca el
impacto y limitaciones que sobre l ejercan algunas obras de arte al escribir en uno de sus artculos sobre
el mismo:

Quiero anticipar que no soy un conocedor de arte, sino un profano. He notado a menudo que el
dcada de los sesenta en la Universidad Libre de Bruselas.
3

Idem, p. 32-33.

Esto se desarrolla un poco ms en algunos comentarios de pelculas que pueden verse en este libro virtual.

contenido de una obra de arte me atrae con mayor intensidad que sus propiedades formales y
tcnicas, a pesar de que el artista valore sobre todo estas ltimas. En cuanto a muchos recursos y
efectos del arte, carezco de un conocimiento adecuado [...] Las obras de arte, empero, ejercen
sobre m poderoso influjo, en particular las creaciones poticas y escultricas, ms raramente las
pinturas. Ello me ha movido a permanecer ante ellas durante horas cuando tuve oportunidad, y
siempre quise aprehender a mi manera, o sea, reduciendo a conceptos, aquello a travs de lo cual
obraban sobre m de ese modo. Cuando no puedo hacer esto -como me ocurre con la msica,
por ejemplo-, soy casi incapz de obtener goce alguno. Una disposicin racionalista o quizs
analtica se revuelve en m para no dejarme conmover sin saber por qu lo estoy, y qu me
conmueve4 .

Los abordajes sealados por Green aparecen ntidos en la obra freudiana, donde respecto al primero escribe un largo prrafo que resulta interesante reproducir:

Me gustara reclamar la atencin de ustedes un momento para un aspecto de la vida de la fantasa que
es digno del ms universal inters. Existe, en efecto, un camino de regreso de la fantasa a la realidad y
es... el arte. Al comienzo, el artista es tambin un introvertido, y no est muy lejos de la neurosis. Es
constreido por necesidades pulsionales hiperintensas; querra conseguir honores, riqueza, fama y el
amor de las mujeres. Pero le faltan los medios para conseguir esas satisfacciones. Por eso, como
cualquier otro insatisfecho, se extraa de la realidad y transfiere todo su inters, tambin su libido, a las
formaciones de deseo de su vida fantaseada, desde las cuales se abre un camino que puede llevar a la
neurosis. Tienen que conjugarse toda una serie de circunstancias para que no sea este el desenlace de
su desarrollo; y es bien conocida la frecuencia con que justamente los artistas padecen de una inhibicin parcial de su productividad, provocada por neurosis. Es probable que su constitucin incluya una
vigorosa facultad para la sublimacin y una cierta flojera de las represiones decisivas para el conflicto.
Ahora bien, he aqu el modo en que el artista encuentra el camino de regreso a la realidad.

Freud, S., El Moiss de Miguel Angel (1914), en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, Tomo XIII,
p.217. Respecto a su sordera frente a la msica vase Liberman, Arnoldo, De la msica, el amor y el inconsciente,
Gedisa, Barcelona, 1993.

Y luego de acotar que tal proceso se presenta en todos los hombres, indica que pero en los que no
son artistas, la ganancia de placer extrada de las fuentes de fantasa es muy restringida, mientras que
cuando alguien es un artista genuino, dispone de algo. Se las ingenia, en primer lugar, para elaborar sus
sueos diurnos de tal modo que pierdan lo que tienen de excesivamente personal y de chocante para los
extraos, y para que estos puedan gozarlos tambin5 . Puede verse que aqu Freud busca entender al
menos parte del proceso creador, pero sin abordar factores que -como en el caso de Bradbury que se
ver ms adelante-, determinan las temticas y caractersticas de las obras producidas, factores que
comprende cuando aos antes haba escrito que el psicoanlisis pide saber, adems, con qu material
de impresiones y recuerdos ha plasmado el poeta su obra, y por qu caminos y procesos ese material fue
llevado hasta la creacin potica6 .
En este sentido -y como una especie de puente entre los planteos de Freud y la obra de Bradbury, es interesante recordar el planteo de un analista siempre muy preocupado por el arte y la creacin
literaria, quien considera que una de las contribuciones ms valiosas a la psicologa del arte fue dada por
Freud en su estudio sobre lo siniestro (1915), que sera aquella especie de lo espantoso que es propia
de las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrs7 . Y aos ms tarde dir que un verdadero artista
logra tras una elaboracin consciente de la inconsciente presencia de lo siniestro, transmitir al espectador,
en lo objetivado, una realidad particular de armona y de movimiento, con un plan y una estrategia bien
definidos. Lo que no sucede, y entro ahora en un terreno ms conflictivo, en las creaciones de los alienados8 .

La llamada ciencia ficcin es, aunque su nombre sea reciente, un gnero viejo y nuevo a la vez: lo
5

Freud, S., Conferencia 23 de Lecciones de Introduccin al psicoanlisis, Los caminos de la formacin de sntoma,
en Idem, Tomo XVI, p.342-3. Congruente con esto, entiende que en el receptor de la obra artstica todo placer esttico
que el poeta nos procura conlleva el carcter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra potica proviene de
la liberacin de tensiones en el interior de nuestra alma (en Posfacio a la segunda edicin a El delirio y los sueos
en la Gradiva de W.Jensen, en Idem, Tomo IX, p.78).
6

Freud, S., Posfacio a la segunda edicin de El delirio y los sueos en la Gradiva de W.Jensen, en Idem, Tomo IX,
p.78 (cursivas mas: EG).
7

Pichn-Riviere, Enrique, Lo siniestro en la vida y en la obra del conde de Lautramont, en El proceso creador. Del
psicoanlisis a la psicologa social (III), Ediciones Nueva Visin, Buenos Aires, 2 ed, 1978, p. 43. En la Edicion
Amorrortu de la obra de Freud lo siniestro es traducido como lo ominoso (Tomo XVII).
8

ZIto Lema, Vicente, Conversaciones con Enrique Pichn-Rivire, Timerman Editores, Buenos Aires, 1976, p. 129. A la
creacin de estos ltimos las define como arte patolgico o imaginera de los alienados.

primero porque desde siempre la literatura se ha aventurado en territorios donde se accede a mundos
(reales o supuestos) de la fantasa; lo nuevo consiste -y slo en algunos casos- en la utilizacin de conocimientos presentados como cientficos. Como muestra un estudioso de la misma, tal gnero abarca muy
diferentes aspectos:

Existe una rama de la ciencia ficcin que, haciendo honor al nombre tradicional, pone especial
nfasis en la problemtica cientfica y reconoce a Verne como su principal precursor. Otra rama
deriva hacia las dimensiones fantasmagricas de Poe, y ha tenido su mejor exponente en
H.G.Lovecraft. Una tercera, que est cobrando cada vez ms vigor, opta por explorar las infinitas
posibilidades de la mente humana antes que las del espacio. La cuarta rama, que es la ms difundida por las revistas de historietas, por las novelas de quiosco, y por algunas pelculas cinematogrficas y series de televisin, ostenta a menudo el sello de la evasin y la superficialidad, cuando no de la propaganda racista o blica9 .

Esta ltima seran las space-operas, una especie de versin espacial de los cow-boys montados
en cohetes.
Pero tambin existe la que tal autor define y denomina como ciencia ficcin adulta,

comprometida con la realidad de su tiempo, fundamentalmente preocupada por los problemas


sociales que enfrenta el mundo actual: la amenaza de guerra, el racismo, la alienacin del homo
consumens, la influencia de los medios de comunicacin de masas; el contraste entre las posibilidades cientficas y tcnicas y la perduracin de la miseria, la ignorancia, el hambre y las estructuras
fsicas y mentales obsoletas; la violacin de la intimidad por medios electrnicos o de otro tipo, la
vigencia de la censura, etc. Esta es en verdad una parte de la ciencia-ficcin, una parte que concita
a los mejores autores del gnero y que tiene valor suficiente para destacarse con brillo propio10 .

Una ciencia-ficcin que utiliza este gnero como forma libre para contenidos humanos y sociales
9

10

Goligorsky, Eduardo, La realidad de la ciencia-ficcin, en Goligorsky y Langer, ob. cit., p.9.


Idem, p.18.

que son testimonio de nuestro tiempo -desde las ms apasionantes divagaciones metafsicas, hasta la ms
exhaustiva crtica social-, aprovechando una aparente distancia y situaciones lmites para analizar a fondo
valores y realidades presentes:

El futuro no es ms que un cercano expediente para extrapolar ciertas conclusiones que surgen de
una problemtica vigente y con procedimientos indirectos y globales; se toman los defectos salientes de la sociedad, se los exagera hasta alcanzar las ltimas consecuencias lgicas y se construye
un universo en el que se dan magnificadas las contradicciones del nuestro11 . Autores conspicuos
de esta vertiente son Ray Bradbury, Theodore Sturgeon, Olaf Stapledon, Clifford Simak, Frederick
Pohl, Zenna Henderson, Alfred Bester y tantos otros que abordan una temtica que George
Kirstein irnicamente bautizara como desesperanto12 .

La forma en definitiva es simple, al proyectarse (para utilizar un trmino psicoanlitico) en seres de


otros planetas o galaxias, del pasado revisitado o del futuro, aspectos y situaciones que los lectores, en
general con mucha claridad, comprenden como propios y presentes. En definitiva nada distinto, aunque
con formas ms o menos nuevas, a lo que siempre ha hecho la literatura. Una suscinta y para nada
completa mencin de los temas destacados (muchas veces reiterados en distintos autores) son clara
muestra de lo indicado: angustia ante el porvenir, deseos de conquistas, temor al holocausto nuclear,
miedo al presente y a la prdida de equilibrio, efectos de la publicidad y de los medios masivos, temor y
peligros de lo raro y distinto, peligros de la tcnica y del progreso, alienacin al consumismo como centro
de vida, riesgos de aniquilamiento y de exterminio, etc. Puede verse como todo ello es, incuestionablemente,
parte de un presente muy concreto.
Si en el comienzo de este ensayo se apunt que su objetivo es el estudio de la obra de Bradbury
desde una faceta (no la nica posible pero s imprescindible) del conocimiento psicoanaltico, los prrafos
anteriores indican que tal faceta es la relacin hombre-cultura que Freud analiza sobre todo en El malestar en la cultura y otras obras a veces llamadas sociolgicas (El porvenir de una ilusin, Psicologa
de las masas y anlisis del yo, etc). Faceta generalmente olvidada (no en palabras sino en los hechos)
11

Capanna, Pablo, El sentido de la ciencia ficcin, Editorial Columba, Buenos Aires, 1966, p.209.

12

Idem, p.15.

por las vertientes psicoanalticas domesticadas, es decir las ortodoxas clsicas hoy en amplia medida
convertidas en acrticas respecto a la incidencia concreta de las realidades sociales tambin concretas13 .
No se trata de mostrar la validez de un gnero a partir de la validacin de lo hecho por Freud
(aunque se trata de un enfoque interesante), tal como lo hace Marie Langer a continuacin de la cita del
epgrafe:

A nivel individual descubre el pasado de su paciente, al desentraar la trama compleja que lleva
desde la infancia hasta la problemtica y enfermedad actuales. A nivel colectivo aplica las herramientas y enseanzas del anlisis a las pocas primitivas de la humanidad (Ttem y tab, Moiss
y el monotesmo y otras obras) o intenta vislumbrar la evolucin futura (El porvenir de una
ilusin, El malestar en la cultura, etc). Y nos fascina, con la fuerza imaginativa y plstica de sus
expresiones, como cuando llama al hombre moderno, un Dios de prtesis armado con miembros
artificiales). A menudo Freud nos invita a subir con l a la mquina del tiempo, y nos presenta as,
en Ttem y tab, al Padre Primitivo de la Horda y nos hace presenciar su asesinato y posterior
deificacin14 , idea que contina con los aportes de Freud escritos en Una neurosis demonaca
en el siglo XVII15 .

Pero tal autora no escribe lo anterior por culto al maestro (como lo hacen tantos de sus seguidores que de hecho convierten al psicoanlisis en una especie de religin laica), sino para primero destacar
una ltima afinidad entre la ciencia-ficcin y la obra de Freud: ambos comparten un amargo y profundo
humanismo, mezcla de pesimismo y fe en la humanidad16 , para luego entrar a ver el malestar en la
cultura que aparece manifiestamente en mltiples expresiones de tal gnero (con Bradbury como uno de
sus principales exponentes), y que entiende como centro de inters del mismo.
Comprende de tal manera que as como la sintomatologa de los pacientes de Freud traa consigo
13
Sobre esto vanse mis artculos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, en revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N 1, 1991; y El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal, en la misma revista, N 3, 1994. *
Ambos includos en este libro virtual.

14

Langer, M., ob.cit., p.141.

15

Tomo XIX de las Obras completas, ob.cit.

16

Idem, p. 143.

el sello de la poca victoriana y de la doble moral sexual, al ver a nuestros enfermos actuales, tendramos
que poder vislumbrar, a travs de sus quejas y dificultades, la problemtica de nuestro momento histrico17 . Y al respecto hace un comentario sobre su lectura de la evolucin de las ideas de Freud sobre ello:

En 1908 Freud (La moral sexual civilizada y la nerviosidad moderna) considera que la
creciente tecnificacin de la vida y los cambios que trae apareados son una causa meramente
secundaria del aumento de la nerviosidad del hombre moderno. Para l la fuente principal de todo
el mal consiste en la supresin de la sexualidad a la cual justamente los ms civilizados se ven
sujetos. Adems, es optimista. Piensa que un cambio en la moral sexual junto con la divulgacin
del psicoanlisis podra mejorar la situacin. En 1937 (Anlisis terminable e interminable) Freud
ya no es ms optimista. Nos habla del yo paralizado de sus pacientes. Este cambio de opinin no
es nicamente el resultado de la experiencia y de la profundidad adquirida por Freud en estos
aos. Ocurre tambin porque las dcadas transcurridas entre 1908 y 1937 son cruciales
para el hombre occidental y lo cambian profundamente18 .

Para comprender la situacin actual de tal hombre apela a Richard Sterba, a quin presenta como
analista viens y discpulo de Freud pero que tambin fu su analista hasta salir de Viena19 , quin seala
que la represin de impulsos sexuales ha sido casi sustituda en importancia perturbadora por la prohibicin de sentir (ya que) para adaptarse a un mundo tan lleno de contradicciones, contrastes, injusticias y
riesgos mortales hay que acallar los sentimientos. La realidad impone el bloqueo afectivo20 . Todo esto
implica un cambio en la salud y en la enfermedad mental.
Y, con base en El malestar en la cultura, Marie Langer resume su sentido destacando que Freud
da por sentado que la felicidad del hombre no aumenta forzosamente con el desarrollo de la civilizacin y
que grandes masas le son hostiles y se sienten frustradas por ella. La sociedad actual no es capaz de dar
17

Idem, p.145.

18

Idem, p.146, cursiva final ma: EG.

19

Langer, Marie, del Palacio, Jaime, Guinsberg, Enrique, Memoria, historia y dilogo psicoanaltico, Folios Ediciones,
Mxico, 1 ed.1981, 2 ed. 1983. * Ahora tambin en Biblioteca de este sitio Carta Psicoanaltica.
20

Idem, p. 146.

la seguridad que el hombre espera de ella a cambio de las renuncias instintivas que le impone21 .
Si en general, y por lo antes sealado respecto al camino domesticado que tom el psicoanlisis
desde hace bastante tiempo, escasas (aunque no inexistentes) son sus aportaciones que escapen a lo
clsico y acrtico sobre el malestar del hombre contemporneo, la indicada vertiente de la ciencia ficcin
ofrece en general una importante descripcin del mismo. Tal el contexto de la obra de Ray Bradbury.

II

A nosotros los legos, siempre nos intrig poderosamente averiguar de dnde esa
maravillosa personalidad, el poeta, toma sus materiales, y cmo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quiz ni siquiera
nos creamos capaces. Y no har sino acrecentar nuestro inters la circunstancia
de que el poeta mismo, si le preguntamos, no nos dar noticia alguna, o ella no
ser satisfactoria.

Sigmund Freud 22
Qu ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las pginas de su
libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de
soledad? Cmo pueden tocarme estas fantasas, y de una manera tan ntima?

Jorge Luis Borges 23

Como ya se dijo, el propsito de este trabajo es analizar un aspecto parcial de la obra de Bradbury,
entendindose por parcial el no estudio de los valores poticos o la crtica de su estilo literario en s,
interesando especficamente la visin que ofrece de su mundo y de su realidad que es la nuestra, es decir

21

Idem, p.149.

22

Freud, S., El creador literario y el fantaseo, ob.cit., p.127.

23

Borges, Jorge Luis, Prlogo, en Bradbury, Ray, Crnicas marcianas, Minotauro, Buenos Aires, 1955, p.8-9.

cmo expresa el malestar en su cultura, as cmo ver que l mismo se encuentra encerrado en ella.
Es difcil pero no tan complicado a la vez el anlisis de la visin bradburyana del malestar en la
sociedad contempornea: difcil por la infinidad de aportes acumulados en una produccin muy extensa
que contina24 , pero no tanto por la constancia de algunos temas centrales que aparecen al menos en sus
libros ms conocidos de decadas pasadas25 . Temas que prcticamente desaparecen en su obra posterior,
donde se mantiene el estilo potico y nostlgico pero no la visin crtica que tanto lo defini y lo hizo
conocido y apreciado26 .
Estilo potico y nostlgico que siempre conmueve por el clima que crea. Puede quizs no decir nada
en especial, pero la permanente tristeza, las descripciones llenas de una nostlgica dulzura donde cada
palabra es una queja silenciosa y una denuncia de la cotidianidad unido a la esperanza de que todo sea una
ilusin, hacen sentir lo terrible de una existencia nunca feliz, siempre a la espera de algo distinto a a esa
normalidad abrumante, signada por lo completo en cuanto a tcnica y comodidades materiales pero
vaca en significaciones.
Una de las obras ms conocidas de Bradbury es Farenheit 451, -ttulo que, como es conocido,
hace alusin a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde-, libro que es un ejemplo
notable y valioso tanto por la visin que presenta de una sociedad alienada y llena de malestar, como por
la contraposicin que presenta entre tal situacin y lo que su autor considera ideal y humano. La historia
es simple: Montag, un bombero quema libros de acuerdo al rol de tal profesin en esa poca, pero va
adquiriendo conciencia de lo aberrante de tal sociedad hasta que se rebela y la abandona en un camino
signado de observaciones y descubrimientos27 . Frente a la estupidez socialmente modelada de normalidad de su esposa, se encuentra el espritu difano de Clarisse, a quin an le parece hermoso caminar de
24

En una nota publicada este ao se dice que tiene ms de 500 cuentos, 20 obras de teatro, 3 peras, 10 libros de poesa
y uno de ensayos (Torres, David y Trevio, Joseph, Entrevista con Ray Bradbury. La esperanza es nuestro apellido,
en La Jornada Semanal, Mxico, No.255, 30 de abril de 1994, p. 5).
25

Las obras aqu estudiadas son Crnicas marcianas (3 ed., 1965), El hombre ilustrado 1 ed., 1961), Farenheit 451
(1958), Las doradas manzanas del sol (2 ed., 1967), El vino del esto (1961) y Remedio para melanclicos (1967), todas
publicadas por Minotauro, Buenos Aires en las fechas sealadas.
26

Caso de La muerte es un asunto solitario (1985), En el Expreso, al norte (1988) y Cementerio para lunticos (1990),
todas publicadas por Emec, Buenos Aires, 1986, 1990 y 1991 respectivamente.
27

En una reciente declaracin ante la pregunta de que tan lejos estamos hoy de esa obra, Bradbury responde: En
algunos aspectos nada tenemos que ver con ese libro. Pero en otro s, como por ejemplo cuando nos damos cuenta de
que en mi pas ya no se ensea a leer -lo que precisamente est sucediendo hoy con nuestros profesores-, situacin que
provoca que cuando los estudiantes egresan de sus respectivas escuelas, no tienen capacidad para la lectura. Siendo

noche, oler y mirar, ver la salida del sol, sentir las gotas de lluvia en la cara y saber que hay roco en la
hierba a la maana.
Es un caso raro frente a lo establecido, donde no se sale a la calle sin una radio de caracol en
los odos o donde el sueo mximo es tener cuatro paredes de TV; un mundo que marcha a sedantes
para pasar las noches de aburrimiento, o sea todas las noches. Puede verse en el resumen anterior la
presencia de cuestionamientos que sern constante en la obra bradburyana: desde el rechazo amargo,
fuerte y categrico a lo que puede verse como clara equiparacin de salud mental con normalidad (y
por tanto forma de control social28 ) -Para el norteamericano comn, lo que es raro no es bueno, dice
uno de los personajes de un cuento sobre el que se volver (Aunque siga brillando la luna, Crnicas
marcianas)-, hasta la presencia avasalladora de los medios electrnicos de difusin como evasin y como
sedantes, pero sobre todo un malestar generalizado no conciente que impide una vida realmente alegre
y satisfactoria.
Hace falta resaltar que sto es un reflejo ntido de nuestra realidad? El propio Bradbury reconoci
a posteriori que calculaba que esta ficcin se convertira en realidad en cuatro o cinco dcadas, pero que
se sorprendi al ver mucho antes por la calle a una mujer apoyada en el brazo de su esposo pero entregada a un aparato pegado a su oido del que sala msica, cosa que desde hace ya bastante tiempo no
sorprende a nadie. Pero no son slo las radios las que asustan a Bradbury, sino el predominio de la tcnica
y de las mquinas, que cada vez en mayor grado reemplazan no slo actividades del hombre sino tambin
lo sobrepasan y incluso dominan pese a que aparentemente estos manejan a aquellas29 .
Le asusta mucho, por ejemplo, el uso del automvil (no slo en sus obras sino tambin en su vida),
que impide la contemplacin de la naturaleza por su vertiginosa velocidad: Luego de diez aos de caminatas de noche y de da, en miles de kilmetros, nunca haba encontrado a otra persona que se paseara
como l (El peatn, Las doradas manzanas del sol). O a veces pienso que los automovilistas no
saben qu son la hierba o las flores, pues nunca las ven lentamente (Farenheit).
eso verdad, no se necesitan libros, no es cierto? Sin embargo, si el individuo no sabe leer, no veo tampoco la necesidad
de quemar los libros (Torres y Trevio, ob.cit., p.5).
28

Esta problemtica se encuentra tericamente desarrollada en Guinsberg, Enrique, Normalidad, conflicto psquico,
control social, Plaza y Valds/UAM-Xochimilco, Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996.
29

Pero, como comprende Goligosky, sus crticas se alternan con otras que exaltan las posibilidades gratificantes de la
tcnica y la ciencia. O el autor se cuida de aclarar que sus temores no apuntan contra el progreso contra s mismo, sino
contra la mala aplicacin que el hombre dar a sus frutos (en ob.cit., p. 71).

O la TV, esa bestia insidiosa, esa Medusa que petrifica a un billn de personas todas las noches
con una mirada fija, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco... (El
asesino, Las doradas manzanas del sol, cuento donde su personaje est internado en una institucin
psiquitrica por acabar con los ruidos que lo atormentan: radios, etc). En otro cuento ya citado el protagonista es llevado al Centro Psiquitrico de Investigaciones de Tendencias Regresivas -otra vez la
crtica a la institucin psicolgica adaptativa- por preferir caminar de noche contemplando las estrellas y
no, como la mayora, ver TV en su casa (El peatn).
Pero es en La pradera (El hombre ilustrado) donde esta crtica a la televisin alcanza su punto
mximo. En la casa de la Vida Feliz (la que los vesta, los alimentaba, los meca durante la noche y
jugaba, cantaba y era buena con ellos) los padres observan hechos extraos por lo que deciden cerrar el
cuarto de los nios con paredes de TV de doce metros; los hijos se aterran, los encierran en ese cuarto y
hacen que los devoren unos leones de TV que pueden tomar existencia real. En esta narracin no slo se
muestra la preferencia por la TV por encima de los padres, sino tambin las consecuencias que provocan
una tcnica y una comodidad que en definitiva dominan a sus presuntos dueos: Esta casa es esposa,
madre y niera Puedo competir con los leones? Puedo baar a los nios con la misma rapidez y eficacia
que la baera automtica? No puedo [...[ (Por la idea de cerrar el cuarto dice un nio): Eso sera
horrible! Tendr que atarme los cordones de los zapatos, en vez de dejar que lo haga la mquina atadora?
Y cepillarme yo mismo los dientes, y peinarme y baarme yo solo? [...] Permitiste que este cuarto y
esta casa los reemplaza a t y a tu mujer en el cario de los hijos. Este cuarto es ahora para ellos padre y
madre a la vez, mucho ms importante que sus verdaderos padres [...] Has edificado tu vida alrededor
de algunas comodidades mecnicas.
A su vez Montag, el bombero, se encuentra perdido en un mundo de gente extraa, con los que est
todos los das pero que no le significan nada: Nadie conoce a nadie. Gente extraa se te mete en la casa.
Gente extraa te arranca el corazn. Gente extraa te saca la sangre. Buen Dios quines eran estos
hombres? No los he visto en mi vida!. Un mundo, como dice Henri Lefebvre, donde las relaciones se
multiplican y el individuo se asla30 , en el que los vnculos son fundamentalmente acercamientos, contactos o intereses egostas. Mientras que para Bradbury social significa hablar de lo curioso que es el
mundo. Pero no creo que ser sociable sea reunir un montn de gente y luego prohibirles hablar. Una hora
30

Lefebvre, Henri, Crtica de la vida cotidiana, en Obras escogidas, Ed.Pea Lillo, Buenos Aires, 1967, Tomo I, p. 199.

de clase de TV, otra de basseball o basquetbol o carreras, otra de transcripciones histricas... Nunca
hacemos preguntas, o por lo menos nadie las hace. Las preguntas nos la hacen a nosotros, bong, bing,
bing, y as esperamos sentados a que pasen las cuatro horas de clases filmadas. No creo que a eso pueda
llamarse ser sociable (Farenheit 451). Y en otra parte del mismo texto: Citan automviles, ropas,
piscinas y dicen qu bien! Pero siempre repiten lo mismo, y nadie dice nada diferente, y la mayor parte del
tiempo, en los cafs, hacen funcionar los gramfonos automticos de chistes, o encienden la pared musical
y las formas coloreadas se mueven de arriba para abajo, pero son slo figuras de color, abstractas....
En Aunque siga brillando la luna (Crnicas marcianas) -uno de sus cuentos ms directos y
aterradores por lo que muestra- el clima se mantiene, pero en distinta forma. En la primera expedicin que
logra asentarse en Marte se produce un serio conflicto entre los tripulantes y Spender, uno de ellos que
busca evitar una tierrizacin de ese planeta. En su boca Bradbury nuevamente traza su imagen del
hombre de su poca (y con mayor razn de la actual y del modelo de Sujeto que construye):

Ya habra tiempo para tirar latas de leche condensada a los nobles canales marcianos... ya habra
tiempo para ver las cscaras de banana y los papeles grasientos junto a las hermosas y frgiles ruinas
de las ciudades de este antiguo valle... Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar todo lo noble, todo lo hermoso. No pusimos quioscos de salchichas calientes en el
templo egipcio de Karnak, slo porque quedaba a trasmano y el negocio no poda dar grandes utilidades. Y Egipto es una pequea parte de la Tierra. Pero aqu es todo antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y lo estropearemos todo, llamaremos al canal, canal Rockefeller [...] Arruinar un
planeta no es suficiente, tienen que arruinar otro ms.

Y as ocurre, simbolizado entre otras cosas por el capitn de la nave al destrozar frgiles torres
tirando al blanco.
En Spender, Bradbury encuentra el doble smbolo de sus protagonistas ms tpicos: el del hombre
limpio, honesto y autntico del que siempre existir alguno (Spender, Montag, el nio de La sonrisa de
Remedio para melanclicos que, salvando de la destruccin oficial un trozo de La Gioconda -igual
que Montag y otros, que terminan salvando libros- marca la esperanza de la recuperacin de un mundo
perdido o amenazado), pero que al mismo tiempo no puede evitar aquello que le perturba y le produce tal

malestar.
Posiblemente una de las crticas ms estremecedoras y directas que Bradbury hace a la destructividad y formas de vida del hombre sea en la carta que enva a su esposa un invasor a la Tierra, donde
comunica sus descubrimientos y temores luego que los terrqueos los reciben clidamente:

Querida Tylla: Pensar que en mi ingenuidad cre que los terrestres contratacaran con fusiles y
bombas. No, no. Comet un triste error. Mick o Rick o Jick, esos apuestos jvenes que salvan el
mundo, no existen. No. Hay rubios robots de rosados cuerpos de goma, reales, pero de algun
modo irreales; vivos, pero de algn modo automticos, que viven en cuevas. Tienen una mirada
fija, inmovil, por haberse pasado innumerables horas mirando pelculas. Slo tienen msculos en
las mandbulas: mastican incesantemente unos trozos de goma. Y no slo eso, querida Tylla, toda
la civilizacin terrestre es algo semejante. Y hemos sido arrojados en esta civilizacin como un
puado de semillas en una mezcladora de cemento. Ninguno de nosotros podr sobrevivir. Nos
matarn a todos, pero no con un bala, sino con un amable apretn de manos. Nos destruirn a
todos, pero no con un cohete, sino con un automvil (La mezcladora de cemento, El hombre
ilustrado).

Sera extensa la referencia a todas y a cada una de las temticas donde Bradbury pone de manifiesto el y su malestar en la cultura. Para mencionar slo algunas: la censura y quema de libros, insistentemente
reiterada y con todas sus significaciones (Usher II en Crnicas marcianas, Los desterrados en El
hombre ilustrado); la influencia persecutoria del peligro a la guerra atmica (al menos diez cuentos); la
vestimenta, y el consumismo en general, como una fetichista parte esencial de la personalidad (El maravilloso traje de helado de crema en Remedio para melanclicos); la psicologa alienante, alienada,
conformista y adaptativa (Aunque siga brillando la luna de Crnicas..., El asesino de Las doradas
manzanas..., etc); la segregacin racial en general y a los negros en particular; los hombres presos en las
trampas del aniquilamiento (Bordado, Las doradas manzanas del sol; La carretera, El hombre
ilustrado, etc); las crticas al sistema americano de vida: Somos tan vulgares como la basura, pero aqu
en la Tierra estamos orgullosos de ser as (La mezcladora de cemento)31 .
31

Uno de los marcianos piensa, al ser bien recibidos: Van a arrojarse sobre nosotros, esgrimiendo cajas de bombones
y ejemplares de El amor y la boda y Bellezas de Hollywood, chillando con sus bocas rojizas y grasientas! Van a

Sin embargo, y pese a su capacidad y comprensin de la existencia de aquello que critica, a Bradbury
tambin le corresponde lo que Garaudy dice de Marcel, en el sentido de tener la conciencia del problema
unido a la ignorancia de sus causas, aspecto este que convierte a nuestro autor tambin en paradigmtica
expresin del malestar en la cultura: ver o sentir pero no tener conciencia de lo que lo ocasiona. Desconocimiento poltico-sociolgico que se muestran claramente en dos citas que no necesitan comentarios: Los
hombres se golpean entre ellos sin razn, slo porque son desgraciados (Y la roca grit32 ); y Las
cosas son como quieres que sean (El parque de juegos).
En el caso de Bradbury esto le hace buscar (y encontrar) salidas imposibles para tal malestar. Esto
por su notoria ignorancia en materia social y poltica, que le permite sentir y sufrir los efectos de una
realidad cuyas significaciones comprende poco: en otras palabras, capta slo el fenmeno expresivo, y
por tanto perifrico, de la realidad que cuestiona. Imbudo del espritu norteamericano, no relaciona tales
hechos con la estructura social fundante. Comprende, por ejemplo, que la quema de libros y las diversiones alienantes tienen por objetivo impedir las preocupaciones ante la forma de vida real, y las reacciones
que podran surgir ante tal conciencia, pero no llega a comprender el por qu de la existencia de tal
forma social. Algo similar (y como parte de lo mismo) frente a la segregacin de los negros: Bradbury los
ama y admira, pero en ningn momento deduce que la segregacin oculta algo ms que un mero prejuicio.
Esa incomprensin lo lleva a plantear salidas ficticias e irrealizables, tres de las cules son las ms
notorias: el retorno al pasado, la religin, y el amor. Respecto a lo primero es notorio que casi las nicas
descripciones alegres y felices de Bradbury se producen en pueblos pequeos, con nios y adolescentes
y en una poca de alrededor 1920 y 1930, es decir la poca de su propia infancia y adolescencia, y cuya
mxima expresin (pero no la nica) es El vino del esto con accin en 1928. Por ejemplo el ya citado
Spender lo expresa claramente (como tambin ocurre en otras historias) al sealar que los marcianos
tenan algo que nosotros nunca soamos tener. Se detuvieron donde nosotros debamos habernos detenido hace un siglo (es decir en 1901 ya que ese cuento se desarrolla en 2001). En cuanto al amor lo
entiende como una especie de convivencia fraternal, con una concepcin casi religiosa, por tanto bastante
inundarnos de trivialidades, a destruir nuestra sensibilidad!. Y cuando no acepta la invitacin de una mujer a ir al cine,
sta le dice: Oh, vamos. Todos van... Qu otra cosa quiere que haga? Que me quede en mi cuarto a leer un libro? Ja,
ja! Estara bueno. Y al continuar su rechazo le formula algo tpico de tal sociedad: Oiga, sabe como quin habla usted?
Como un comunista. S, seor. Nadie aguanta aqu esa clase de charla, se lo advierto. Nuestro viejo sistemita no tiene
nada de malo.
32

Este cuento y El parque de juegos se publican en la versin de Editorial Minotauro de Farenheit 451, ob.cit.

utpica.
Sobre la concepcin religiosa, cree que esta llevar a una gran cooperacin entre los hombres y al
amor. Una religin no como las actualmente establecidas sino como la marciana donde combinaron
religin, arte y ciencia, pues la ciencia no es ms que la investigacin de un milagro inexplicable, y el arte,
la interpretacin de ese milagro. La destruccin de tal conviccin religiosa sera la responsable del actual
malestar del hombre:

Cuando apareci Darwin cometimos ese error. Lo recibimos con los brazos abiertos, como a Huxley
y a Freud... Luego descubrimos que no era posible conciliar las teoras de Darwin con nuestras religiones, o por lo menos as lo pensamos. Fumos unos estpidos. Quisimos derrumbar a Darwin, Huxley y
Freud. Pero eran inconmovibles. Y entonces, como unos idiotas, intentamos destruir la religin. Lo
conseguimos. Perdimos nuestra fe y el sentido de la vida. Si el arte no era ms que la sublimacin de un
deseo frustrado, si la religin no era ms que un engao, para qu la vida? La fe lo explicaba todo.
Luego todo se perdi, junto con Freud y Darwin. Fumos, y somos todava, un pueblo extraviado.

Se consignan estos datos porque revelan que no slo la obra de Bradbury es producto de un marco
histrico concreto, sino que tambin l y su ideologa lo son: su universo est cercado por las posturas
individualistas prototpicas de la sociedad norteamericana, mezcla de un estilo de vida donde se hace creer
que el hombre es el creador de s mismo y donde la concurrencia a la iglesia dominical soluciona los
pecados33 . Por supuesto que no es enteramente as, y la angustia de Bradbury lo demuestra en su obra,
pero tambin es cierto que no ha escapado al engranaje en que cayeron tantos norteamericanos lcidos,
perspicaces y crticos para quienes las soluciones se dan en miles de formas distintas, pero siempre dentro
de los cnones de sus propias convenciones, formas de vida y perspectivas ideolgicas (Este era el
mundo en el que uno viva y haba que aceptarlo. Pero esa era precisamente la dificultad, en El parque
33

Como ya se dijo, la postura actual de Bradbury es bastante distinta a la crtica del pasado, y en un reportaje reciente
dice que en lo que a m concierne como escritor de ciencia ficcin es entretener a la gente, y quiz -pero slo como
ejemplo- prevenir futuros. Respecto a su pas, afirma con un notorio conformismo muy diferente al anterior, que por
supuesto, Estados Unidos es un pas donde la esperanza es nuestro apellido. Hemos hecho todo cuanto hemos querido
y nos la hemos sabido arreglar para hacerlo. Cuando decidimos llevar a cabo algo, lo logramos. Es decir, nada hay hasta
hoy que no podamos resolver (Torres y Trevio, ob.cit., p.6). * Estoy (casi) seguro de haber ledo en una etapa anterior
de La Jornada Semanal de hace dcadas una nota donde Bradbury apoyaba al presidente Reagan, algo que mostrara
las caractersticas sealadas, pero agravadas. Lamentablemente no he encontrado la referencia concreta.

de juegos).
Por supuesto que todo ello es limitado y cuestionable. Por ejemplo, el hombre de la poca en que
segn Bradbury el mundo tendra que haberse detenido, careca del malestar en su cultura?; qu dira de
ese presunto mundo feliz un ciudadano centroamericano -y amplios sectores de su propio pas- gracias
a quienes Estados Unidos tena su forma de vida materialmente prspera? Por otra parte qu beneficios
brind al hombre esa religin hoy supuestamente destruda?
Muchos otros interrogantes surgen, entre ellos varios que son importante y reveladores de su ideologa: ese pueblo negro que Bradbury tanto quiere tiene en su obra slo dos soluciones frente a la segregacin y a la desvalorizacin: conformarse o huir (como lo hace a Marte en Un camino a travs del
aire34 ). No slo los negros: Montag huye, Spender huye, nica forma de resistencia frente a las situaciones opresivas, por lo que en uno de sus cuentos expresa que la violencia es siempre mala Pero lo es
siempre y toda resistencia o lucha lo es?
Por otra parte, y salvo tal xodo masivo de los negros y algunas prcticas de inmigrantes mexicanos, todas las expresiones de rechazo o de lucha son individuales y con malos o dudosos resultados (la
resistencia de Spender es paradigmtica, muriendo luego de expresar su cida crtica), no existiendo en
Bradbury acciones de unin de grupos o de clases sociales. En otro sentido Marie Langer observa lcidamente que la familia que nos presenta la ciencia-ficcin sigue siempre el modelo de la primera mitad de
nuestro siglo, o sea de la propia infancia del autor; y luego de ejemplificarlo con La pradera de Bradbury
pregunta y da su respuesta:

Por qu ocurre? Realmente, el ser humano es incambiable? No puede haber otras formas de
convivencia que, a su vez, inciden fundamentalmente en su forma de ser, aunque, debido al carcter conservador del supery este proceso tarde generaciones? Creo que el cambio ya est en
marcha Por qu entonces los escritores de ciencia-ficcin, tan revolucionarios en muchos terrenos, son tan burgueses en el terreno de la familia y del vnculo ntimo del ser humano en general?
34

En El otro pie (El hombre ilustrado) son los negros los dueos de Marte y los blancos llegan por haber destrudo
la Tierra. Frente a los deseos de venganza por lo que los blancos les hicieron en el pasado, los negros recapacitan y prima
la voluntad de igualdad y de mutua colaboracin.
35

Langer, Marie, ob.cit, p.154-155.

36

Sobre esto ver el cuento La mquina voladora, en Las doradas manzanas del sol.

No saben imaginarse otra familia que la de su infancia pasada y en la inseguridad ilimitada que nos
amenaza, necesitan prenderse a la falda de mam y tomar la mano fuerte de pap35 .

Tambin puede criticarse la propuesta de un retorno al pasado que, bueno o malo, no vuelve. Lo
importante y posible es aceptar los cambios permanentes, buscando encauzarlos de una manera que no
sea la que justamente Bradbury critica (que es lo que postula respecto a las mquinas, tal como se mencion prrafos atrs36 ). Un definitiva Bradbury postula un hombre tan imposible y ahistrico como el que
propona Rousseau.

Luego de todo lo sealado pueden existir dudas de que el mundo al que hace referencia Bradbury
es el nuestro, y que de ciencia ficcin slo existe una pantalla que le permite proyectar su libertad imaginativa sin las limitaciones del realismo?. Como seala un estudioso de tal literatura,

en los ltimos diez aos (se refiere a la dcada de los 60) se asisti a una perceptible declinacin
del papel que desempea la ciencia verdadera en la ciencia-ficcin; por ejemplo, la astronave fue
durante durante mucho tiempo lo bastante novedosa como para merecer una descripcin: en la
actualidad, a menudo no es ms que un medio para ubicar a los personajes en un ambiente
extrao, y se la menciona con tanta indiferencia como si fuese un avin o un taxi. Adems, muchas
narraciones del futuro, generalmente las ms interesantes, utilizan como tema los cambios polticos
o econmicos en tanto que la tcnica se halla reducida a un detalle del teln de fondo37 .

Pero si todo ello fuera poco no debe olvidarse que los contenidos de ciencia ficcin de su obra son
mnimos (aunque los casos de Crnicas marcianas y de Farenheit lo marcaron de manera indeleble), y
la mayor parte s es claramente ubicable dentro de un terreno imaginativo y libre pero en un contexto
marcadamente terrenal, como todos sus ltimos libros lo muestran. El mismo considera que no escribe
profecas sino que mis libros son fbulas morales que quieren ensearnos a evitar los errores del pasado;

37

38

Amis, Kingsley, citado por Goligorsky, E, ob.cit., p.21.

Trenas, Miguel Angel, La ficcin siempre acaba siendo realidad, en La Jornada Semanal, Mxico, N 122, 13 de
octubre de 1991, p. 3, cursivas mas: EG.

si alguna vez llegamos a Marte, lo tenemos que hacer mejor y no llevar all nuestros pecados. Y tiene una
visin muy amplia de lo que es ciencia ficcin: Cuando alguien me pregunta por qu hago ciencia ficcin,
slo tengo una respuesta: porque no hay otra cosa que pueda escribir, es todo lo que nos rodea,
afirmando incluso que el progreso del hombre es ciencia ficcin38 .
Es por ello que Borges expresa lo citado en el epgrafe, y nosotros nos vemos reflejados en las
historias bradburyanas como reflejo inconsciente y desfigurado de un temor desencadenado por nuestra
realidad actual39 . Desde una perspectiva ms general otro de sus crticos lo define como cronista de
sueos y, como tal, de nuestra experiencia mtica personal40 (del alma humana prefieren otros comentaristas41 ). Pese a todas las limitaciones apuntadas ello ha hecho que literariamente sea un inapreciable
testigo del malestar cultural de nuestro tiempo

39

Langer, Marie, ob.cit., p. 159.

40

Urtaza, Federico, De la luna a la tierra, en La Jornada Semanal, Mxico, N 125, 3 de noviembre de 1991, p. 9.

41

Torres y Trevio, ob.cit., p. 5.

SUBJETIVIDAD Y MEDIOS MASIVOS EN LA POLITICA DE


NUESTRO TIEMPO. REFLEXIONES DESDE UN PSICOANALISIS
NO DOMESTICADO *

Antes de entrar en los temas especficos de esta Ponencia son necesarios varios sealamientos y
aclaraciones.
El primero es la conocida y notoria dificultad en precisar el objeto de estudio de ese campo tan
vasto y genrico que se nombra como psicologa poltica, amplitud que permite ubicar en el mismo
mltiples y variados acercamientos hechos desde perspectivas y marcos tericos diferentes, expresin de
lo cual puede verse en el programa de este Coloquio. Lo reconocen los compiladores de uno de los muy
escasos libros dedicados al tema cuando escriben que aceptando, en principio, el aporte de la psicologa
a las ciencias polticas, queda an por definir cul es su aspecto especfico. Qu aspecto de la poltica va
a constituir el foco de peculiar atencin para la psicologa? (Montero y Martn-Bar, 1987:70). Y lo
remarca categrica e irnicamente uno de los autores del mismo: El trmino psicologa poltica es por
ahora un par de palabras que no designan algo concreto. Una de las posibles acepciones o una revisin de
la bibliografa rubricada como psicologa poltica permite llegar a la conclusin de la inexistencia del
concepto. Psicologa poltica es un trmino genrico, pero no especfico que designa un ilimitable espectro de teoras, mtodos y prcticas, cuyo nico comn denominador es que establecen una relacin difusa
entre una psicologa imprecisa y una poltica indefinida. Es un trmino casual, construdo por yuxtaposicin, asociacin o adjetivacin (Fernndez Christlieb, 1987:75). Es entonces un campo genrico donde
entra mucho pero ms todava queda por incluir.
Una segunda cuestin est referida al para qu de la psicologa poltica, que en primera instancia
puede oscilar entre objetivos puramente acadmicos desde una presunta neutralidad ideolgico-poltica
(intentar comprender y conocer una realidad concreta dada o hacer alguna teorizacin), e intenciones

Ponencia presentada en el Coloquio La psicologa poltica en el Mxico de hoy, organizado por las unidades
Iztapalapa y Xochimilco de la Universidad Autnoma Metropolitana, Mxico, 8-10 de noviembre de 1994, y publicada en
el libro de Gonzlez Navarro, Manuel, y Delahanty, Guillermo (coord.), Psicologa poltica en el Mxico de hoy, UAMI y X, Mxico, 1995. * Como se escribe en la Presentacin de este libro virtual, el estudio de los medios masivos de
difusin es uno de los ejes troncales de mis investigaciones: en este libro slo se incluyen algunos de los mltiples
trabajos publicados.

pragmticas de ganar apoyos para intereses o sectores concretos, sea por coincidir con ellos o por
razones mercantiles.
El presente trabajo, y este es el tercer aspecto a sealar, tiene un objetivo acadmico (como el
citado en el primer caso), pero sin pretensiones de neutralidad o asepsia ideolgico-poltica en cuanto a
fines. Todo lo contrario: se acepta y asume una clara implicacin -como diran los analistas institucionalespero sin que esto niegue la necesidad de una distancia que permita ver las problemticas a estudiar con la
menor cantidad posible de deformaciones que pueden surgir (de manera no conciente) por razones de
adhesiones o pertenencias. Algo sin duda difcil pero, al menos en importante grado, no imposible.
En cuarto lugar es necesario aclarar el sentido del trmino psicoanlisis no domesticado del ttulo,
con el que se quiere refirmar tanto la aceptacin y utilizacin de las premisas centrales de tal marco terico
como el carcter de peste que le atribua su creador, aspecto hoy anulado por sus seguidores institucionales
y ortodoxos que abandonan todo lo que pueda resultar conflictivo con la adaptacin a la realidad dominante. En trabajos anteriores (Guinsberg, 1990 y 1994b) se planteaba la importancia y necesidad de que
el psicoanlisis recuperara el abordaje de la relacin hombre-cultura concreta de cada momento histrico
-es decir con las consecuencias que cada marco social produce en la subjetividad-, para perder su estado
de domesticacin acrtica actual y recuperar su carcter subversivo. El presente trabajo se inscribe en
tal perspectiva.
Por ltimo puede parecer que en esta Ponencia se presentan dos temas distintos, y si bien ello es
cierto, se hace no slo por la crucial importancia de ambos sino tambin por la ntima interrelacin entre
los mismos.

En la recuperacion de la subjetividad perdida

La mayor parte de los sectores polticos (desde el poder hasta partidos y movimientos de todo tipo)
intentan, posiblemente desde siempre pero sin duda alguna agudizado hace algunas dcadas, ganar para
su causa a los ms amplios sectores de su universo. Y mucho ms desde que se reconoce la necesidad de
formas definidas como democrticas, lo imprescindible de (al menos) la apariencia de un cierto consenso
y la dificultad cada vez mayor de la imposicin de un abierto autoritarismo. *
Incluso en plena poca de guerra fra donde la fuerza de las armas era fundamental, se reconoci

la existencia de la other war, la otra guerra (Eudes, 1984:84), en la que segn M. Wick, director de la
USICA, estamos librando una batalla por la conciencia de las personas (Eudes, 1984:118). A su vez,
con la brutalidad y el cinismo que lo caracteriza, Ernest Dichter no vacila en destacar, en esa misma poca,
que libramos una batalla fingida con cohetes y bombas de hidrgeno, en tanto que por debajo de ella la
verdadera lucha, la guerra silenciosa, se libra por la posesin de la mente humana (Dichter, 1964).
Pero, como es muy conocido, la conquista de las conciencias no se busca a travs de la fuerza
racional de los argumentos, ni por conciencia se entiende la idea que sobre ella se tiene fuera del marco
psicoanaltico (estado con base en el conocimiento de la realidad y de la razn): ms bien es al revs y la
intencin es pasar por sobre tal idea de conciencia de forma de penetrar en los niveles de los deseos y
temores ms profundos, de la emotividad, pasando sobre toda racionalidad aunque se utilicen supuestas
razones y argumentos.
No es posible mostrar aqu lo sobradamente conocido y evidente de que la absoluta mayora de las
campaas polticas de todo tipo (no slo las electorales) se apoyan cada vez ms en tcnicas y argumentos
publicitarios -y a travs de agencias de este campo-, donde las ideas, candidatos y programas se
intentan vender de parecida forma a la que se hace con cualquier mercanca y con la intervencin de
profesionales de todo tipo (socilogos, psiclogos, semilogos, etc.) conocedores de los mecanismos y
caminos para el logro de tal objetivo (Guinsberg, 1987). Existe entonces toda una industria de la construccin de conciencia que busca desde el control social en su sentido ms amplio, hasta la obtencin
de todo tipo de victoria de intereses sectoriales tanto en lo poltico-econmico como en lo cotidiano y en
todas las esferas de la realidad. *
El apoyo bsico para tal empresa es el conocimiento, mientras ms profundo mejor, de los
deseos, necesidades y aspiraciones de los hombres concretos de una sociedad concreta. Y lo que en
un pasado no lejano se haca a partir de un conocimiento psicolgico ms o menos intuitivo o de la
* Respecto a la nocin de democracia hoy hegemnica, vase el artculo Reflexiones sobre la guerra, la sociedad y la
condicin humana en este mismo libro virtual. Tambin, con planteos semejantes y en importante medida los mismos,
Poltica, democracia, medios y subjetividad en nuestros tiempos neoliberales, presentado al Coloquio La crisis de la
poltica Depto. Educacin y Comunicacin UAM-X, 25-26 noviembre 2004, que se publicar en un libro del mismo; una
versin inicial puede verse en http://xochimilco.uam.mx/csh/dec/produccioneditorial/html/coloquio.html
*
Todo esto se encuentra mucho ms desarrollado en mi Tesis de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, El malestar
en la cultura en Amrica Latina, que culmina en las consecuencias de tal malestar en la vida poltica, estudindose las
caractersticas indicadas de las campaas polticas actuales. Como ya se indic en una nota de un articulo anterior, tal
libro se encuentra en proceso de reescritura para su posterior publicacin.

capacidad de un lder o caudillo que captaba y/o era emergente esos deseos y necesidades, hoy se hace
de manera ms cientfica, sin que existan muchos lmites ticos o morales que frenen el objetivo a lograr.
Existen ya mltiples anlisis y estudios que lo demuestran, sin temores ni culpas para sus ejecutores porque
el resultado triunfal acta como plena justificacin.
Pero ese campo ideolgico-poltico que hoy hasta resulta difcil nombrar y definir -las mltiples y
polifacticas variantes de izquierda, popular, marxista, progresista, revolucionaria, etc-, nunca comprendi lo que sus oponentes de clase y de ideologa s entendieron y, con contadas excepciones, se mantienen
en tal postura y actitud negndose a reconocer una realidad evidente e incontrastable.
Mltiples son las causas de tal carencia -ya planteadas en otro trabajo (Guinsberg, 1994a)-, entre
ellas la ausencia de un marco terico sobre la subjetividad y la unilateralidad de una perspectiva esquemticamente sociologista; pero tambin, y por ello, una visin idealizada de los sectores y clases a los que se
dirige, a los que reconoce vctimas de manipulacin y alienacin pero tambin capaces de una adecuada
eleccin, herosmo y capacidad de sacrificio en defensa de los tericamente entendidos como sus intereses objetivos. Puede acaso negarse que, con base en tal perspectiva, los sectores dirigentes del excampo socialista nunca percibieron el estado anmico de su poblacin, como tampoco lo han hecho, lo
hacen, y parece que lo seguirn haciendo otros partidos polticos de tal lnea, que con nimo triunfalista
niegan -por no saber verlos- aspectos que contradicen sus visiones e incluso anlisis? Y es posible negar
que el campo opuesto s supo y sabe hacerlo en defensa de sus intereses, para los que sabe ganar a
quienes pueden ser o son vctimas de los mismos?
Por supuesto que lo anterior no es nada nuevo, por lo que sorprende an ms la capacidad de
repeticin de los mismos errores. Tan poco nuevo que ya en los comienzos de la dcada de los 30
Wilhelm Reich lo sealaba y alertaba sobre ello a sus compaeros de la izquierda alemana que no podan
entender al ascenso del nazismo porque contradeca su idea del desarrollo histrico y del estado de
conciencia de la clase obrera.
Su anlisis al respecto es lamentablemente vigente, por lo que es pertinente recordarlo por lo
que destaca el annimo prologuista de una de sus ediciones en espaol de La Psicologa de masas del
fascismo (Reich, 1973): El estudio de la psicologa de las masas, del factor subjetivo de la historia
necesita de ineludibles esfuerzos de penetracin y conocimiento, si no quiere que la experiencia pasada
deje de ser una valiosa enseanza en cuanto a que fenmenos de tal naturaleza no deben repetirse y

obstaculizar, a veces de forma inconmensurablemente dramtica, el curso de la sociedad hacia metas que
constituyan, sin objeciones de ninguna clase, la verdadera liberacin del ser humano.
Desde el inicio Reich comprende el problema, destacando que cada vez era ms evidente que su
propaganda poltica de masas [de los oradores marxistas], que se limitaba a la discusin de los procesos
socioeconmicos objetivos (modo de produccin capitalista, anarqua econmica, etc) no alcanzaba ms
que a la pequea minora de gente ya ganada para la causa de izquierda (p.13). Esto, explica, por la
imposibilidad marxista de captar la realidad poltica, defecto que el materialismo dialctico hubiera permitido eliminar, si hubiera hecho uso de sus posibilidades digamos, para anticipar un poco, que la poltica
marxista no haba tenido en cuenta en su prctica poltica la estructura caracteriolgica de las
masas y los efectos sociales del misticismo (p.14).
Ya en ese momento Reich sealaba la conversin del marxismo en esquemas hueros donde los
mtodos vivos se coagularon en frmulas, degenerando en un economicismo que pretenda reducir
toda la existencia humana al problema del paro [desempleo] y de los niveles de salarios (p.16). Tal
incomprensin de la izquierda hizo no percibir un deslizamiento de los obreros hacia la derecha como
consecuencia de una divergencia entre la evolucin de la base econmica, que empujaba hacia la izquierda, y la ideologa de las masas, atradas por el extremismo de derecha (p.17).
La ideologa adquiere entonces una fundamental importancia, por lo que Reich ofrece un aporte
sustancial: La tesis de Marx segn la cual lo material (el ser) se transforma en la cabeza del hombre en
lo ideal (conciencia) y no al contrario, plantea dos preguntas; primero: cmo se opera esta mutacin,
qu sucede en la cabeza del hombre?; segundo: cmo acta la conciencia as producida (de ahora en
adelante hablaremos de la estructura psicolgica) al reaccionar sobre el proceso econmico? Slo la
psicologa surgida del anlisis del carcter puede cubrir esta laguna, puesto que ella pone al descubierto el
proceso psicolgico del hombre, proceso que se deriva de los fundamentos mismos del ser. Por esta
razn puede esa psicologa aprehender el factor subjetivo, que escapa al entendimiento del marxista. La
psicologa poltica se ocupa, por lo tanto,de un campo claramente delimitado. Es incapaz de explicar la
gnesis de las clases en la sociedad o el modo de produccin capitalista (cuando se eventura en ese
terreno sus hallazgos no son otra cosa que estupideces reaccionarias, como cuando explica, por ejemplo,
el capitalismo por la codicia de los hombres). Pero es ella, y no la economa social, la que podr investigar
cmo es el hombre de una cierta poca, cmo piensa y cmo acta en funcin de su estructura

caracteriolgica, cmo repercuten en l las contradicciones de su existencia, y cmo intenta dominar su


vida. Cierto que no examina ms que al hombre individual; pero cuando se especializa en la exploracin de
procesos psicolgicos tpicos y comunes a toda una capa, clase o categora profesional, descartando
toda diferenciacin individual, se transforma en psicologa de masas (p.27).
Reich rompe con la nocin mecanicista de ideologa al entender que esta no solamente tiene como
funcin reflejar el proceso econmico, sino tambin enraizarlo en las estructuras psquicas de los
hombres de esa sociedad (p.29). Y entiende tambin que la ignorancia de la estructura caracteriolgica
de las masas conduce a menudo a plantear cuestiones estriles (p.32). Se interroga entonces: No es
hora de preguntarse qu pasa en el seno de las masas para que stas no reconozcan o no quieran
reconocer el papel del fascismo? Resulta prcticamente intil comprobar que ha llegado el momento de
que los trabajadores abran los ojos o que no se ha comprendido bien que... Por qu no han abierto los
ojos los trabajadores? Por qu no se ha comprendido? (p.33).
Pero, tambin se pregunta, por qu el nazismo logr sus objetivos? Y responde: El estudio de la
eficacia psicolgica de Hitler sobre las masas deba partir de la idea de que un fhrer o representante de
una idea, no poda tener xito (no histrico sino esencialmente pasajero) ms que si sus conceptos personales, su ideologa o su programa se encontraban en armona con la estructura media de una
amplia capa de individuos integrados en la masa (p.52). Los engaos, dice ms adelante, es un
problema que no se puede resolver si se ignora lo que sucede en el seno de las masas (p.53). Y, se
puede agregar, si se desconocen sus deseos, expectativas, fantasas, motivaciones, esperanzas, temores, identificaciones, creencias, percepciones, etc.
En otros trabajos dentro de la misma lnea Reich considera que el psicoanlisis puede aportar
conocimiento sobre la formacin de la las ideologas y el efecto retroactivo de las mismas (Reich,
1970a:92), reitera que la propaganda debe diferenciar los aspectos objetivos y los subjetivos ya que
mientras nosotros exponamos a las masas magnficos anlisis histricos y disquisiciones econmicas
sobre las contradicciones imperialistas, ellas se entusiasmaban por Hitler desde lo ms profundo de sus
sentimientos (Reich, 1970b:122). En definitiva, y este sera el centro de sus observaciones, a la mayora
de la gente le interesa solamente la cuestin de la satisfaccin intensificada de las necesidades
(p.136). Pero, afirmaba con crtica y dolor, los revolucionarios hngaros, saban perfectamente lo que
exige la historia, pero no lo que exige el campesino (p.137). Por eso entenda que debe hablarse un

lenguaje asequible a los sectores populares y a sus deseos e ideas (p.219).


Que quede claro: lo anterior de manera alguna significa una coincidencia total con esos planteos que seguramente deben ser sometidos a una seria evaluacin crtica y a una necesaria actualizacin * -, ni
tampoco que las posturas ideolgico-polticas y el lenguaje siempre deban coincidir con un concepto tan
difcil de definir como el de las necesidades de una poblacin (o de un sector de ella), expresin de lo
cual sera el ms crudo, y tal vez reaccionario, populismo.
Pero s es imperiosa, tanto terica como prcticamente, la necesidad de comprensin de lo
que los distintos sectores de una poblacin -ms all de su validez o crtica posible- sienten y
piensan, temen y desean, niveles de aceptacin o de cuestionanamiento, etc, lo que necesariamente
implica aceptar y no negar el conocimiento de una subjetividad (individual y colectiva) que incide
de manera decisiva en toda prctica poltica. Se trata en definitiva, como lo seala Guattari, de que la
lucha revolucionaria [o la que sea, EG] no podra circunscribirse solamente al nivel de las fuerzas aparentes; debe desarrollarse igualmente en todos los niveles de la economa deseante (Guattari, 1980:11),
aspecto que -tal como lo indica la experiencia latinoamericana y mundial de nuestro tiempo- es llevado a
cabo por los intereses de la dominacin y poco o nada por quienes propugnan cambios progresistas. Con
sus resultados.

Medios masivos y subjetividad

Puede hablarse hoy de construccin de la subjetividad sin incluir el rol de los medios masivos de
difusin? Es cierto que los estudios clsicos de la subjetividad no los incluyen por razones comprensibles,
pero hoy es imposible negarlos, aunque las investigaciones al respecto estn muy atrasadas respecto a la
comprensin de una importancia cuanti y cualitativa mayscula.
El espacio y tiempo de este ensayo no permiten el necesario desarrollo de esta problemtica, por lo
que para una visin ms general de la misma slo queda remitirse a un libro anterior mucho ms exhaustivo
-desde una perspectiva transdisciplinaria y con eje en el marco terico psicoanaltico-, respecto al

Un anlisis ms completo de la obra de Reich en el artculo Unas recuperacin crtica de Wilhelm Reich?, includo
en este libro virtual. Una posterior aplicacin de sus conceptos en un trabajo posterior que estudia algunas causas de
la reeleccin del presidente Bush en Estados Unidos: La psicologa de masas de Bush, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 23, abril 2005.

aporte de los medios en la estructuracin del psiquismo y en la conformacin del Sujeto psicosocial
(Guinsberg, 1985 y 1988).
Diferentes sucesos histricos de los ltimos aos hicieron ver, ms de lo que ya se vea y saba, el rol
hegemnico de los medios en prcticamente todos los campos de la actividad de nuestro tiempo, incluyendo por supuesto la accin poltica. Por citar slo algunos, hechos como la Guerra del Golfo Prsico y
distintos procesos electorales -de Brasil, Estados Unidos, Italia y Mxico- mostraron categricamente
que hoy la vida poltica se produce esencialmente en (y para) los medios en general y la televisin en
particular. Aspecto que por tanto no puede ser ajeno a todo tipo de estudio interesado en la realidad
poltica, la psicologa poltica entre ellos.
Si bien en todos los casos citados se mostr categricamente la intervencin directa y manifiesta
de los medios -el ascenso de Berlusconi en Italia a partir de su cadena de TV, el triunfo de Collor de Melo
(y este ao Cardoso) en Brasil por el abierto apoyo de Rede Globo, la notoria desproporcin de espacio
y apoyo a los distintos candidatos en Mxico-, y aceptando la crucial importancia de tal promocin
directa, es esencial comprender que similar o incluso mayor trascendencia tiene la difusin cotidiana de los medios a travs de una programacin donde lo poltico e ideolgico no aparece como
visible ni manifiesto.
Sin embargo se encuentra latente tanto en la presentacin de la realidad en noticieros y programas de conocimiento como en los aparentemente inocentes anuncios publicitarios, diversiones o telenovelas.
Esto porque, como ya ha sido muy estudiado, en todos ellos se ofrece -a veces hasta sin intencin
ideologizadora o manipulativa- una determinada visin de la realidad, la vida y el mundo, con la
presentacin de los modelos considerados de xito y de fracaso, de necesidades y aspiraciones para una
vida entendida como feliz y de bienestar, los caminos para lograrlo, mostracin de lo bueno y lo malo,
etc. Esto se refuerza no slo por la reiteracin sino tambin al ser mostrado por figuras respetadas y/o
vistas como triunfadoras y exitosas (de la ficcin o de la realidad) en una poca donde muchas veces los
medios y sus personajes emblemticos ocupan el papel de autnticos caudillos (distintos a los tradicionales pero igualmente carismticos).
Ejes estructurantes de la vida de nuestro tiempo, los medios ofrecen minuto a minuto lo que entienden como nuestra realidad y a la que hay que adaptarse, sirven como los calmantes que Freud
sealaba como imprescindibles para las dificultades de la vida (diversiones, satisfacciones sustitutivas,

sustancias embriagantes) (Freud, 1976:75), ofrecen lo que algunos comuniclogos denominan la agendasetting que sostiene que como consecuencia de la accin de los medios de informacin el pblico es
consciente o ignora, presta atencin o descuida, enfatiza o pasa por alto, elementos especficos de los
escenarios pblicos (Shaw, 1987:163) incluyendo o excluyendo de sus propios conocimientos lo que
los media incluyen o excluyen de su propio contenido. Y, debe agregarse, con las valoraciones que
sealan.
La investigacin sobre las relaciones entre medios y subjetividad indica una cantidad de aspectos
muy amplia, aunque ms son las que faltan conocer, estudiar y verificar ms all de las impresiones o
aparentemente seguros efectos que se indican, mencionan o creen. Entre tantos, imposibles de indicar
aqu, no pueden soslayarse al menos tres fundamentales: 1) una marcada tendencia a la despolitizacin de
la vida real, presentando como tal slo algunos aspectos manifiestos de la misma y negando o impidiendo
reconocer que toda accin social tiene un sentido poltico; 2) la presentacin de la realidad como suma de
hechos aislados y poco o nada relacionados entre s, lo que impide la comprensin de vinculaciones
causales y de una totalidad; 3) el fomento a la pasividad de la poblacin, al promover la idea de que la
poltica es cosa de polticos as como que la participacin en la misma debe hacerse a travs de la tele
como espectadores o cuanto ms votando en las elecciones (pero no, por ejemplo, participando en
acciones directas como manifestaciones que se presentan como molestias y obstculos a la poblacin y
que por tanto deben impedirse o limitarse).
Es en tal contexto global e indirecto, pero mucho ms trascendentes y de mayor penetracin, que
deben ubicarse los sealados como directos, es decir las posturas ms o menos manifiestas de promocin
de un candidato o partido poltico, la bsqueda de desprestigio a otros, los tiempos inequitativos que se
asignan en funcin de tomas de posicin, las trampas de presentar escenas que muestran o no determinadas realidades de acuerdo a las conveniencias, la manipulacin de sondeos y encuestas, etc.

Para terminar

Volviendo a lo planteado en el inicio respecto a la escasa precisin de lo que se entiende y define


por psicologa poltica, tal vez ayude a su conceptualizacin la amplia idea marcusiana de considerar que
la psicologa se ha convertido en la actualidad en una parte muy importante de la ciencia poltica por un

lado, y por otra la doctrina freudiana de los instintos aporta en sus conceptos ciertas decisivas tendencias
de la poltica actual. Razn por la que trata de revelar a la psicologa como poltica (Marcuse, 1971:523).
De ser as, como todo indica que lo es, se abre un inmenso campo de estudio e investigacin para
toda psicologa en general y para un psicoanlisis no domesticado en particular, campo donde la nocin
de subjetividad se interrelacionar dialcticamente (aunque esta palabra no le guste a muchos) con expresiones sociales de todo tipo. Incluyendo crticamente, lo que hoy no se hace o se hace poco, el estudio
de los modelos de Sujeto que cada marco social requiere para su mantenimiento y reproduccin: hoy el
modelo neoliberal y sus efectos psquicos (Guinsberg, 1994b).
Viendo el estado y realidad del campo psi actual, surge la pregunta inevitable: querrn y podrn
sus miembros hacerlo?

Bibliografia

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consecuencias de la ausencia de la nocin de subjetividad en los procesos revolucionarios.

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perspectivas, Paids, Barcelona.

UNA RECUPERACION CRITICA DE WILHELM REICH? *

Sin duda es muy importante la inclusin de Wilhelm Reich en el estudio de temas vinculados a
democracia, autoritarismo y el rol de los intelectuales en los mismos, tanto por el prestigio que tuvo en
la dcada de los veinte y comienzos de la de los treinta, como por el que recupera, luego de unos aos de
relativo olvido, a partir de los sucesos estudiantiles y polticos de 1968, donde junto con Marcuse se
convierte en uno de los lderes tericos de ese fundamental movimiento liberador y antiautoritario.
Pero, y esto es fundamental, porque muchos de sus planteos siguen siendo valiosos y centrales
para mltiples problemas de nuestra poca, no tanto por las respuestas que l diera a los mismos sino
por haber formulado interesantes y adecuadas preguntas que estn todava a la espera de estudios e
investigaciones pertinentes. Reich no es por tanto un terico del pasado sino un autor con valiosos
aunque muy contradictorios aportes para el presente y el cada vez ms enigmtico futuro.
Si siempre es necesario e imprescindible conocer la vida y contexto histrico de la obra de un autor,
esto se refuerza en el caso de una de las imginaciones ms voltiles del siglo XX segn uno de sus
bigrafos y crticos (Robinson, 1977:19), que claramente resulta ser producto y vctima del convulsionado mundo en que vivi. Por eso es fundamental hacer una breve resea de su compleja y perseguida
vida y de su obra antes de entrar a una presentacin y revisin crtica de su produccin (Sinelnikoff, 1975;
Surez, A, 1978; Dahmer, H, 1983; Reich, 1993).
Nace en 1897 en una familia de granjeros de la Galitzia austraca, participa desde 1915 en la guerra
europea como parte del ejrcito austrohngaro, donde alcanza el grado de teniente, y en 1918, al terminar
la misma, inicia estudios de medicina en Viena. Participa activamente en un seminario de sexologa, se
apasiona por la obra de Freud y orienta sus estudios hacia el psicoanlisis luego de conocer personalmente a Freud a fines de 1919. Al ao siguiente es admitido, con el apoyo de Freud, como miembro de la
Sociedad Psicoanaltica de Viena, y en 1922, luego de terminar sus estudios de medicina, ingresa -lo que

* Ponencia presentada como invitado al Seminario de Especializacin Democracia, Autoritarismo, Intelectuales. Reflexiones para la poltica al final del milenio, organizado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO),
el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, la Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco y el Centro
de Investigacin y Docencia Econmicas (CIDE), Mxico, 1996. Publicado en la revista Imagen Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de Psicoterapia Psicoanaltica, Mxico, N 12, 2001; en la revista Giros de Aspas, Asociacin de Psicoanlisis y Psicologa Social, San Jos (Costa Rica), N 6, 2002; y en el sitio web elSigma, Buenos Aires (www.elsigma.com

se convierte en un hecho de fundamental importancia para su posterior evolucin-, al recin creado Dispensario Psicoanaltico de Viena, donde toma un primer contacto con la miseria sexual y psicolgica de
las masas proletarias (Surez, 1978:143). En el Congreso Psicoanaltico Internacional realizado en Berln
este mismo ao propone y es aceptada la creacin de un Seminario de Teraputica Psicoanaltica, del que
es nombrado director en 1924.
En 1927 se produce un hecho trascendente para su vida al ser testigo de lo que llam una leccin
prctica de sociologa: un grupo de derecha dispara contra una multitud produciendo varios muertos y
heridos, pero luego de algunos meses la justicia declara libres a sus autores por lo que estalla una huelga y
hay manifestaciones en Viena, donde la polica del gobierno socialdemcrata dispara ocasionando ms de
cien muertos y mil heridos. Esto hace que Reich se incorpore al Partido Comunista y estudie la obra de
Marx y de Engels, lo que implicar otro giro central en su obra.
En 1928 es designado subdirector del Dispensario Psicoanaltico de Viena, funda la Sociedad Socialista de Consejo Sexual y de Sexologa (Sozialitische Gessellschaft fr Sexualberatung und
Sexualforschung). Un ao despus organiza varios centros de higiene sexual en Viena y escribe Materialismo dialctico y psicoanlisis, uno de sus textos pioneros y ms polmicos sobre la vinculacin entre
ambos marcos tericos.
1930 es otro ao clave: las relaciones con Freud se deterioran y casi llegan a una situacin de
ruptura por la obra original y distinta de Reich, pero tambin porque critica fuertemente los planteos
freudianos sobre las causas de la produccin de la cultura y las relaciones con las neurosis. Se translada a
Berln donde, un ao despus y con la aprobacin del Partido Comunista Alemn, crea lo que puede
entenderse como sntesis de sus tres ejes bsicos (sexualidad, psicoanlisis y marxismo): la Asociacin
para una poltica sexual proletaria (Sexpol) que en pocos meses llega a tener 40.000 adherentes y luego
movilizar a centenares de miles.
Su praxis en esta organizacin, junto con posturas terico-prcticas crticas que tiene sobre la
poltica del Partido Comunista Alemn (entre ellas su escrito Psicologa de masas del fascismo) le hacen
entrar en conflicto con el Partido porque la labor de Sexpol tena xito, y se hizo insoportable para los
funcionarios (Dahmer, 1983:281). Es expulsado del mismo, y un ao despus es excludo tambin de la
Asociacin Psicoanaltica Internacional. Como respuesta a los ataques del Komintern escribe Qu es la
conciencia de clase?.

En 1933, luego del triunfo de Hitler, de se exilia en Dinamarca, en donde no le renuevan la visa por
sus prcticas profesionales y polticas por lo que viaja primero a Malm (Suecia) y luego a Oslo. Comienza en esta poca el desarrollo de su ltimo perodo de produccin terica conocida como orgnica -que
implica el prcticamente total abandono de los planteos psicoanalticos y marxistas, pero de manera alguna los de la sexualidad-, y en 1939 se translada a Estados Unidos donde imparte clases en la New School
for Social Research de Nueva York, funda una editorial para sus libros, y con sus discpulos se instala en
Rangeley, Maine, cerca de la frontera canadiense.
All contina con sus estudios biofsicos, que hacen que a partir de 1947 la Federal Food and Drugg
Administration comience a investigar las actividades de Reich, que ha hecho patentar unos acumuladores de orgn, capaces segn su inventor, de curar la impotencia orgstica, as como la esquizofrenia y el
cncer (Cronologa en Reich, 1993:IX). En 1954 se le condena a destruir todos esos acumuladores y
se prohiben sus libros, pero al negarse se le entabla un nuevo proceso y es condenado a dos aos de
crcel. Muere de una crisis cardaca en la penitenciara de Lewisburg, Pennsylvania, el 3 de noviembre de
1957.
Es muy difcil presentar y discutir una obra tan amplia como compleja y contradictoria, por lo que
aqu se har referencia a la primera parte, la valiosa para la temtica de este texto y la rescatable de Reich,
con slo una breve referencia a la ltima etapa de su vida. Una obra donde, segn Dahmer, una extraa
combinacin de elementos tericos del marxismo y del psicoanlisis, la as llamada economa sexual,
serva de base terica al intento de movilizar, sobre todo a la juventud obrera, mediante exigencias poltico-sexuales de transicin para la lucha anticapitalista-antifascista (Dahmer, 1973:73).

La sexualidad como centro de la vida individual y social

Sin duda alguna existe una constante en la produccin reichiana que acta como comn denominador a travs de sus distintas etapas: como lo dice l mismo en una nota de su diario de 1919, por mi
propia experiencia y por cuanto he podido observar en m mismo y en los dems, estoy convencido de
que la sexualidad es el centro en torno al cual gira tanto la vida social como la vida interior del
individuo (Reich, 1983:29). Como dice uno de sus crticos, el orgasmo era su ide fixe; se encontraba
en el centro de su teora del hombre y la sociedad, y a la larga se convirti en el tema sobre la base del cual

interpretaba todo el cosmos. La sencillez y coherencia de esa visin son a la vez magnficas y aterradoras
(Robinson, 1977:22).
En palabras del mismo Reich: Quiero recalcar expresamente que la economa sexual no es el
producto de una adicin constituda por el marxismo y el psicoanlisis [...] El ncleo de la teora econmico-sexual, alrededor del cual se agrupan todas las dems ideas, dado que surgen del mismo, es mi teora
del orgasmo. Este campo de hechos no se encuentra ni dentro de la teora econmica marxista ni en la
psicologa analtica, sino que corresponde a una manifestacin biolgica-psicolgica que traspasa todo lo
viviente (Citado por Dahmer, 1973:82). La importancia de esto se muestra en uno de los sealamientos
del autor: Tocamos, pues, la raz de la enfermedad psquica colectiva si planteamos la cuestin relativa al
orden social de la vida sexual del ser humano. Es la energa sexual la que gobierna la estructura humana
del sentir y del pensar. La sexualidad (fisiolgicamente hablando, la funcin parasimptica) es la energa
vital per se. Su represin significa, no slo en el aspecto mdico sino ms en general, transtornos graves de
las funciones vitales fundamentales. La expresin social ms importante de estas perturbaciones es la
irracionalidad de la accin, la locura, el misticismo, la disponibilidad para la guerra, etc. Por lo tanto, la
poltica sexual debe partir de esta pregunta: cul es el motivo de la represin de la vida de amor en el
hombre? (Reich, 1993:20)
En muy rpida sntesis el eje de la postulacin reichiana es que la salud espiritual depende de la
potencia orgsmica, es decir de la capacidad de entrega y vivencia de la excitacin sexual, y las enfermedades anmicas son consecuencia de su perturbacin. A su vez los actos antisociales son originados por la
represin de la vida natural y que slo en la especie humana contradicen a la sexualidad natural. La unidad
y falta de contradiccin entre cultura y naturaleza, trabajo y amor, moral y sexualidad, as como la aspiracin a la democracia, seguir siendo un sueo mientras los seres humanos no permitan la exigencia biolgica de la satisfaccin sexual natural.
Es cierto que esa postura tan categrica y unilateral fue planteada en su ltimo perodo creativo, y
hoy resulta tan exagerada que puede pensarse que algo en definitiva tan simple e incluso primitivo no
puede tener gran valor para un anlisis serio y riguroso. Sin embargo no es as porque ese punto de
partida, al menos en el primer perodo, lo vincula con la poltica y la realidad social a travs del psicoanlisis y el marxismo para formular interesantes interrogantes que, como ya fuera mencionada, provocan
posturas cuestionables pero que muchas de ellas todava hoy requieren ser de respuestas adecuadas.

Como ocurre con tantos creadores, lo importante es que Reich toca aspectos y relaciones centrales y
candentes, obligando a pensar sobre ellas, sin tampoco poder negarse que algunas de sus posturas
puedan ser vlidas y abren caminos nuevos que deben ser recorridos y repensados.
Con tal base la produccin de Reich es muy variada y con importantes proyecciones sociales y
polticas. Una de las formas de presentarlas es siguiendo su propio camino de aparicin y resolucin de las
problemticas que se le abran, que por razones de tiempo y de espacio sern resumidas en este trabajo.

Coincidencias y diferencias con Freud y el psicoanalisis

Sin duda alguna el Reich ms conocido es el que intenta una vinculacin entre psicoanlisis y marxismo, dos marcos tericos y prcticos de fuerte ascendiente en la dcada de los veinte: el primero ya
asentado y creciente en Viena y otros pases europeos, y el marxismo triunfante en la naciente Unin
Sovitica, con fuerte peso en otros pases y esperanza de importantes sectores populares luego de la hasta
ese momento la guerra ms importante de la historia.
Ya se vi en el esquema biogrfico presentado al comienzo la fundamental relacin de Reich con
Freud y el impacto y consecuencias que para nuestro autor tuvo su trabajo en el Dispensario Psicoanaltico de Viena, origen de su creacin y de la diferente perspectiva que llegar a tener del corpus psicoanaltico. Aunque Sinelnikoff seala que entre 1920 y 1927 su postura est marcada por las tesis de Freud
sobre la etiologa sexual de las neurosis y la moral sexual cultural y sus ideas no son en modo alguno las
de un hertico; puede decirse todo lo ms que constituyen una variante del sistema freudiano de antes de
1920" (Sinelnikoff, 1975:112).
Obviamente Reich es todo lo contrario a un ortodoxo seguidor fiel de teoras y de lderes tericos,
por lo que casi de inmediato comienza a plantear sus diferencias con las postulaciones de Freud y de la
Sociedad Psicoanaltica, como lo har ms tarde con las organizaciones marxistas. No es este el lugar
para el sealamiento detallado de todas ellas, por lo que se mencionarn slo las ms importantes y las de
mayor incidencia para la temtica del presente trabajo.
Algunas puede pensarse que son especficas del campo psicoanaltico -por ejemplo sus diferencias
con Freud respecto al masoquismo1 y su negacin de la existencia del llamado perodo de latencia en la
1

Despus de grandes esfuerzos, descubr el motivo de esa conducta perversa, a primera vista una idea verdaderamente fantstica: el masoquista desea estallar y se imagina que lo conseguir mediante la tortura. Slo de ese modo

evolucin sexual2 -, pero otras lo exceden completamente. Entre ellas su radical diferencia con Freud y el
psicoanlisis respecto a la importancia de la sexualidad infantil, uno de los aportes trascentes y revolucionarios de esa disciplina: mientras para estos los conflictos psquicos estn determinados por perturbaciones en esas etapas, Reich considera, sin negar la importancia de la sexualidad infantil, que lo fundamental son las perturbaciones de la genitalidad, lo que produce un cambio sustancial en su visin del
psicoanlisis. En palabras de Reich en su obra People in Trouble de 1944 la fijacin a los tabes
sexuales de la infancia actuaba como un freno desde los comienzos; pero era esencialmente la inhibicin
del ltimo paso a la vida amorosa natural, al llegar a la madurez, la que los volva a arrojar por completo en
sus conflictos de la infancia. Tuve que introducir una primera correccin decisiva desde el punto de vista
psicoanaltico: el conflicto de la pubertad es el resultado de la negativa que la sociedad opone a la
vida amorosa del adolescente. Cuando la va del amor sano y normal queda cortada de golpe, el
adolescente regresa a la neurosis de la infancia en una forma ms intensa, ya que est agravada
por el aumento y la frustracin simultnea del deseo genital. Y esto el psicoanlisis lo haba desconocido por completo o, ms bien, no se haba atrevido a rozarlo (citado por Sinelnikoff, p. 17). Sobre esta
diferencia con Freud es pertinente sealar que la libertad sexual genital de nuestra poca, permitida e
incluso promovida, no confirma la postura reichiana, siendo ms valiosos los aportes de Marcuse que los
de Reich (Marcuse, 1985).
En esta ltimo puede corroborarse lo anteriormente sealado respecto a que una tesis unilateral da
lugar a aperturas de gran importancia. Porque Reich hace referencia a la represin sexual pero, al igual que
Freud aunque de manera ms categrica y con mayores consecuencias, coloca el nfasis en la responsabilidad social de esa represin y apunta a temticas que lo analistas no siempre quieren aceptar o
tocar.
La situacin de su poca y el trabajo en el Dispensario Psicoanaltico de Viena lo orientan a la
conclusin de que la represin sexual es de origen socio-econmico y no biolgico, y su funcin es
sentar las bases de la cultura autoritaria patriarcal y la esclavitud econmica (Reich, 1983:183). Pero ser
espera conseguir alivio (Reich, 1983:199).
2

Mis observaciones de adolescentes de distintos estratos de la poblacin haban demostrado que, dado un desarrollo
normal de la sexualidad, el perodo de latencia no existe. All donde se da un perodo de latencia, trtase de un perodo
artificial de nuestra cultura. Esa afirmacin me vali el ataque de los psicoanalistas. Ahora lo confirmaba Malinowski: las
actividades sexuales de los nios de las islas Trobriands tenan lugar sin interrupcin de acuerdo con su edad respectiva, sin un perodo de latencia (Reich, 1983:182).

consecuente con esta postura debe llevarlo inevitablemente a comprender que la bsqueda de solucin
a tal problema pasa por terrenos sociales y polticos y no teraputicos, hecho que asume plenamente:
He intentado demostrar que las neurosis son un resultado de la educacin patriarcal, autoritaria, con su
supresin sexual, y que el verdadero problema est en la prevencin de las neurosis. En nuestro sistema
social actual, faltan todos los requisitos previos para un programa prctico de prevencin; primero habrn de ser creados mediante una revolucin bsica en las instituciones e ideologas sociales, cambio que depender del resultado de las luchas polticas de nuestro siglo (Reich, 1975:18)3 .
Y es el camino que seguir ya que, escribe en La funcin del orgasmo: En conjunto, debemos
decir que los resultados prcticamente importantes [de la teraputica analtica] son escasos en relacin
con la miseria sexual y socioeconmica de nuestra poca. Dado que la satisfaccin sexual y la sublimacin,
nicas salidas vlidas de la neurosis y sus equivalentes, dependen tambin del medio socioeconmico, el
dominio del trabajo teraputico se encuentra considerablemente restringido, no confiando en tener en un
futuro previsible facilidades para nuestro trabajo (citado por Sinelnikoff, p. 112) 4 .
Observa tambin otro aspecto importante: Ni en psiquiatra ni en psicoanlisis se acostumbraba
interrogar a los pacientes acerca de su condicin social. Todos saban que exista la pobreza y la necesidad, pero no parecan tener ninguna importancia. En la clnica, empero, uno tropezaba de frente con esos
factores. A menudo la ayuda social era la primera intervencin necesaria. De golpe se hizo evidente la
diferencia fundamental entre la prctica privada y la prctica en la clnica (Reich, 1983:68). Y de
inmediato reitera sus dudas sobre el valor de las terapias analticas: Despus de casi dos aos de trabajo
en la clnica adquir la conviccin de que la psicoterapia individual tena un radio de accin limitado.
Slo una pequea fraccin de las personas psquicamente enfermas podan ser tratadas [...] Unicamente
un pequeo grupo recompensaba por los esfuerzos realizados. El psicoanlisis nunca ocult tal infortunada
situacin de la terapia (Reich, 1983:69).

Ms tarde, historiando su evolucin, plantea que se pregunt cmo hacer accesibles los cambios a las masas,
respondiendo que indudablemente, una solucin individual del problema no es satisfactoria, pues no aprehende su
verdadero sentido. El problema social en psicoterapia era nuevo en esa poca. Haba tres maneras de enfocar el
problema social: primero, la profilaxis de las neurosis; segundo -obviamente relacionado con el primero-, la reforma
sexual; y finalmente, el problema general de la cultura (Reich, 1983:151).
4

La obra de Reich ha tenido constantes reediciones a partir de su edicin original, y en muchas de ellas el autor agreg
desde notas hasta captulos nuevos acordes con los cambios que tenan sus planteos, lo que complica seriamente la cita
de sus conceptos. Es el caso de La funcin del orgasmo, publicada originariamente en 1927 pero que hoy aparece
editada en una versin corregida desde la perspectiva de la teora orgnica.

Efectivamente, Freud ya en 1918 haba sealado los lmites de los analistas y de la terapia analtica
frente a la enorme miseria neurtica que existe en el mundo (Freud, 1976:162). Lo que tambin es
cierto es el sealamiento del desinters de los psiquiatras y psicoanalistas por las condiciones sociales de
vida de los pacientes, negacin que tiene y tendr profunda importancia tanto para las terapias en s como
para los mismos marcos tericos.
Estas objeciones no lo inhiben para continuar, de manera paralela, tanto el estudio terico como la
bsqueda de cambios fuera del mbito clnico. En el prlogo a la primera edicin de El anlisis del
caracter reitera que la tarea central no es la clnica sino la profilaxis5 , pero entiende tambin que va
implcito que no es posible prevencin alguna de la neurosis a menos de contar para ella con un cimiento
terico; vale decir, el requisito previo ms importante es el estudio de los factores dinmicos y econmicos
de la estructura humana, para lo cual debe mejorarse nuestra tcnica analtica (Reich, 1975:18)6 .
No es este el lugar para el desarrollo de las propuestas clnicas de Reich centradas en el anlisis de
las resistencias caracteriales, sino sealar como incorpora aspectos sociales poco desarrollados por el
psicoanlisis hasta ese momento, pero al mismo tiempo destaca la incidencia de lo psquico sobre lo social
y lo poltico, dialctica que a partir de este momento desarrollar respecto a la realidad poltica de su
poca, relacin en la que fu incuestionable pionero y que incluso hoy sigue postergada, poco desarrollada y en la bsqueda de respuestas: Si como se ha dicho, el hombre hace su propia historia,
dependiendo de ciertas condiciones econmicas; si el concepto materialista de la historia ha de partir de la
premisa bsica de la sociologa, la organizacin natural y psquica del hombre, resulta claro que nuestra
investigacin adquirir en cierto punto una importancia sociolgica decisiva. El poder productivo ms
importante, la facultad productiva, facultad de trabajo, depende de la estructura psquica. Ni el llamado factor subjetivo de la historia, ni la facultad productiva, la facultad de trabajo, pueden concebirse sin
una psicologa cientfico-natural. Y de inmediato escribe algo que marca el inicio de una diferencia y de
5

No significa esta publicacin una sobrevaloracin tremenda y unilateral de la psicoterapia y caracterologa individuales? En una ciudad como Berln existen millones de seres neurticamente arruinados en cuanto a sus estructuras
psquicas, su capacidad de trabajar y gozar de la vida; cada hora del da, la educacin familiar y las condiciones sociales
crean millares de nuevas neurosis. En estas circunstancias, tiene algn sentido publicar un libro que discute la tcnica
analtica individual, la estructura y dinmica del carcter, y cosas semejantes? Y tanto ms cuanto que no puede dar
directivas tiles para una terapia colectiva de las neurosis, para un tratamiento breve y seguro. Por mucho tiempo me
impresion la aparente validez de esta objecin (Reich, 1975:18).
6

Ms adelante dir que no nos concentramos en la tcnica individual porque sobreestimamos la importancia de la
terapia individual, sino porque slo una buena tcnica puede suministrarnos los conocimientos necesarios para el
objetivo ms amplio de comprender y modificar la estructura (p. 19).

una apertura: Esto presupone el rechazo de esos conceptos psicoanalticos conforme a los cuales la
cultura y la historia de la sociedad humana se explican por los instintos (Reich, 1975:19; ltimas
cursivas mas).
Los planteos de Reich implican, como se mencion, una apertura que requiere ser continuada.
Adelantndose a otras posturas, como por ejemplo la del carcter social de Fromm y la de los
antipsiquiatras de la dcada de los 60, considera que todo orden social crea aquellas formas
caracterolgicas que necesita para su preservacin [...] Se trata de un proceso de profundos alcances en
cada nueva generacin, de la formacin de una estructura psquica que corresponda al orden social existente, en todos los estratos de la poblacin. La psicologa y caracterologa cientfico-natural posee, pues,
una tarea claramente definida: debe descubrir los medios y mecanismos con los cuales la existencia
social se transforma en existencia psquica y, con ella, en ideologa (Reich, 1975:20; subrayado
mo).
Establece pues una relacin, pero tambin los campos propios de cada mbito de estudio: Se
debe distinguir entre la produccin social de ideologas y su reproduccin en los miembros de la sociedad.
Estudiar el primer proceso es tarea de la sociologa y la economa; estudiar el segundo, de la caracterologa
psicoanaltica. En efecto, esta ltima tiene que estudiar los efectos de la situacin econmica inmediata
(alimentos, vivienda, vestido, procesos productivos), as como los efectos de la llamada superestructura
social, esto es, de la moral, de las leyes e instituciones, sobre el aparato de los instintos; debe definir, en
forma tan completa como sea posible, los numerosos eslabones intermedios entre base material y superestructura ideolgica (Reich, 1975:20).
En sntesis, la estructura de carcter es, pues, la cristalizacin del proceso sociolgico de una
determinada poca. Las ideologas de una sociedad pueden llegar a tener poder material slo a condicin de que alteren efectivamente las estructuras de carcter. Huelga sealar la importancia de esta
vinculacin que, se reitera, hoy sigue postergada, y valga como ejemplo el que plantea el propio Reich y
que estudiar aos ms tarde: Este anclaje caracterolgico del orden social explica la tolerancia de los
oprimidos ante el dominio de una clase superior, tolerancia que algunas veces llega hasta la afirmacin de
su propio sometimiento (Reich, 1975: 22 y 21).
Otra diferencia con Freud es posterior pero muy importante ya que provoca la ruptura con l. Se
vincula con la gnesis de la cultura que Freud plantea en su obra El malestar en la cultura, libro que

segn Reich surge para responder a sus argumentos y posturas que planteaba en las reuniones que se
realizaban en la casa de Freud (Reich, 1983:156 y 165). A la conocida tesis freudiana de que la civilizacin
surge y existe por la represin y sublimacin de las pulsiones, Reich opone la suya, muy diferente: con base
en los trabajos de Malinovski que considera que una satisfaccin de la libido genital es perfectamente
compatible con la civilizacin, y slo la cultura burguesa, por motivos econmicos, se apoya en la represin sexual (Sinelnikoff, p.147). Su planteo es entonces el ya sealado respecto a la necesidad de posibilitar la satisfaccin genital, lo que considera posible al no estar en contra del mantenimiento de la civilizacin (sobre esto vese La revolucin sexual, p. 38 a 47).

Psicoanalisis, marxismo, freudomarxismo

Si bien en lo anterior ya son visibles puntos de contacto entre psicoanlisis y marxismo7 , ser recin
en 1929 que Reich escribe una de sus obras ms famosas, Materialismo dialctico y psicoanlisis,
intentando una sistematizacin de las relaciones entre ambos marcos tericos. Para comprender esta obra
debe recordarse que toda la tarea de Reich estaba cuestionada por las instituciones marxistas y la
psicoanaltica, y la situacin no cambi con este escrito: la revista comunista que lo public incluy una
nota sealando que no comparta las ideas del autor sobre el psicoanlisis, y en la defensa que ese mismo
ao hizo Reich ante la Academia de Ciencias de la URSS se le ratific la idea oficial sovitica de negacin
de las caractersticas materialistas y dialcticas del psicoanlisis (Sinelnikoff, p. 166-167).
Cules son las caractersticas que posibilitaran esa vinculacin? Segn el resumen que hace uno de
los estudiosos del planteo freudomarxista (Surez, p. 143 y sig.) * , en principio son discernibles analogas: a) de propsitos: ambas seran empresas crtico-desmitificadoras (de ilusiones en Freud, de ideologas en Marx) y emancipadoras (del neurtico reprimido; del proletariado oprimido); b) de medios: toma
de conciencia (de los mecanismos represores que obligaban a lo reprimido a retornar como sntomas,
autoengao, sufrimiento; de las relaciones de produccin opresoras) recuperando el sujeto el dominio

Por ejemplo el trmino economa sexual tena el sentido de una sntesis entre Marx y Freud, aunque Robinson
considera que ms bien lo era entre Freud y Adam Smith (Robinson, p. 24).
*

Alejandro Vainer considera que este trmino es una creacin posterior y nunca fue usada por sus seguidores, que
utilizan izquierda freudiana o psicoanaltica. Ver su texto El freudomarxismo nunca existi en revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N 21, 2004.

sobre lo que lo enajenaba; c) de mtodo: materialista (el motor ltimo de la historia seran los instintos; las
formas de produccin en la historia social); dialctico (lucha de contrarios: instinto y defensa, de clases,
etc); histrico (destinos de los instintos en el proceso individual, de la humanidad por la sucesin de
modelos de dominacin); de modelos: tpico (entre instancias y estratos psquicos, entre infraestructura y
superestructura) y dinmico (pulsiones antagnicas, lucha de clases).
Pero se trata tambin de la bsqueda de complementariedades: a) en la prctica analtica: todo
lo sealado respecto a la incidencia de los factores sociales y polticos en la produccin de normalidad8
y patologa. A nivel de la terapia, si el psicoanlisis lograba liberar al individuo de sus sntomas e inhibiciones permitindole recuperar su capacidad de trabajo y de goce [...], si se quera cumplir hasta el fin el
programa emancipador, que implicaba profilaxis y cura, era preciso historizar el principio de realidad a
nivel terico y transformar la realidad social histrica, lo que forzaba al psicoanlisis a integrarse en la
teora y en la praxis del materialismo histrico (Surez, p. 145-146). A lo que debe agregarse la vinculacin con b) en la prctica poltico-ideolgica, relacionado con lo visto sobre produccin de ideologa,
formas vlidas de agitacin de masas que se ver ms adelante, etc.
Es imposible por razones de espacio detallar las propuestas polmicas pero apasionantes que Reich
formula, por lo que slo se presentarn algunas, comenzando por el sealamiento de lmites y vnculos
entre ambos marcos tericos: Por el lado del marxismo, la crtica a la aplicacin de los descubrimientos
psicoanalticos a la sociologa es correcta en parte. Las contadas aportaciones que los psicoanalistas han
hecho a dicho tema carecen de una orientacin adecuada respecto a los problemas fundamentales del
materialismo dialctico, y adems ignoran totalmente el problema central de la sociologa marxista: la lucha
de clases. Debido a esto, tales trabajos carecen de utilidad para la sociologa marxista, de la misma
manera que resultara intil para el psicoanalista un trabajo acerca de los problemas psicolgicos donde no
se tomaran en consideracin los factores del desarrollo sexual infantil, de la represin sexual, de la vida
psquica inconsciente y de la resistencia sexual (Reich, 1976:3-4).
Una larga pero fundamental cita textual al respecto: Tan pronto como se abandona el dominio
propio del psicoanlisis para aplicarlo a los problemas sociales, se le convierte en una Weltanschauung
(concepcin del mundo); Weltanschauung psicolgica (contrapuesta a la marxista) [...] El psicoanlisis,
segn la definicin de su propio creador, no es sino un mtodo psicolgico que trata de describir y explicar
8

El trmino normalidad slo tiene una significacin estadstica, que muchas veces se equipara incorrecta e ideolgicamente con el polivalente y confuso concepto de salud mental. Sobre esto ver Guinsberg (1990).

la vida psquica,considerndola como un dominio especfico de la naturaleza, con los medios que son
propios a las ciencias naturales por lo que no puede ser una concepcin del mundo ni reemplazar a la
marxista. El objeto propio del psicoanlisis es la vida psquica del hombre socializado. La vida
psquica de la masa slo le concierne en tanto aparecen fenmenos individuales en ella (por ejemplo el
problema del lder), tambin le conciernen fenmenos del psiquismo colectivo, como el miedo, el pnico,
la obediencia, etc. en tanto pueda explicarlos por sus experiencias con individuos. Pero parece que difcilmente le es accesible el fenmeno de la conciencia de clase. Problemas como los del movimiento de
masas, la poltica, la huelga, que son objeto de la sociologa, no pueden ser objeto de su mtodo. Consecuentemente, no puede sustituir a la sociologa ni puede desarrollar por s mismo una sociologa.
Pero lo que s puede lograr es convertirse en una ciencia auxiliar de las ciencias sociales, por ejemplo
como psicologa social. As, por ejemplo, puede revelar los motivos irracionales que indujeron a un lder a
integrarse precisamente en el movimiento socialista o nacionalista; adems, puede explicar el efecto que
las teoras sociales producen en el desarrollo psquico del individuo. De manera que tienen razn los
crticos marxistas cuando acusan a algunos representantes del psicoanlisis de tratar de explicar con este
mtodo lo que no puede explicar; pero cometen un grave error cuando identifican el mtodo del
psicoanlisis con quienes lo aplican y cuando le atribuyen los errores que stos cometen (Reich,
1976; cursivas mas)9 .
Reitera que los deseos son reprimidos por la sociedad10 , analiza el papel social psicoanlisis, y aqu
tambin se convierte en claro vidente de lo que ya pasaba en su poca y se acrecienta en el presente al
considerar que la cuestin es: puede tolerar la burguesa el psicoanlisis a la larga sin sufrir dao, esto es,
sin que sus conocimientos y formulaciones sean adulterados y su sentido diludo?. Y, preocupado, responde que si el mundo burgus no condena al psicoanlisis, cul es entonces la actitud que adopta frente
a l? Por un lado est la ciencia, sobre todo la psicologa y la psiquiatra y, por el otro, el pblico lego. De
ambos puede decirse lo que una vez dijo Freud a manera de broma: no se sabe si aceptan el
psicoanlisis para defenderlo o para destruirlo (Reich, 1976:75-76; cursivas mas).

Al hablar de la pertinencia del psicoanlisis para el estudio de los lderes y aspectos de las masas, se apoya en lo escrito
por Freud en Psicologa de las masas y anlisis del yo (1921), tomo XVIII de sus Obras Completas.
10

Y vemos, pues, que el psicoanlisis no puede concebir al nio al mrgen de la sociedad, sino slamente como un ser
inmerso en ella: la realidad social influye constantemente para limitar, modificar y dar un carcter constructivo a los
instintos primitivos (Reich, 1976: 29).

Lamentablemente la realidad del psicoanlisis dominante actual confirma estos temores de Reich: se
trata de una versin cooptada por las formas dominantes al aceptar lo que fue la peste segn la definicin
de Freud: unas premisas en su momento revolucionarias de los conocimientos anteriores -las nociones de
inconciente y de sexualidad, sobre todo infantil-, pero que hoy se ha convertido en domesticado e incluso
light, al olvidar los cuestionamiento crtico a las formas sociales concretas de cada marco social y sus
consecuencias sobre el psiquismo11 .
Respecto a este intento freudomarxista12 son mltiples las opiniones, ms all de los rechazos
sealados de los campos oficiales psicoanalticos y marxistas. Entre ellas, si para Dahmer Reich queda
envuelto en sus manifestaciones sociolgicas, esencialmente dentro de un materialismo naturalista
(biologismo, psicologismo) (Dahmer, 1973:106), para Robinson es quizs el trabajo de ms compacta
argumentacin que nunca haya escrito, aunque plantea importantsimas reservas: El resultado no fue un
cuerpo coherente o acabado de teora social, pues Reich careca de la paciencia, la disciplina y, es preciso
admitirlo, la inteligencia primordial de un terico social verdaderamente grande. Su sntesis resultaba a
menudo poco ms que una tosca unin de comunismo y psicoanlisis. Haba muchos cabos sueltos,
argumentos insuficientemente digeridos y hasta contradicciones lisas y llanas. Pero una vez hechas estas
concesiones, queda, segn creo, mucho de incisivo en el esfuerzo de Reich por cerrar la brecha existente
entre las dos tradiciones intelectuales dominantes en los siglos XIX y XX (Robinson, p.42).
Esfuerzo donde, como ya fuera sealado, ms que las respuestas quedan vigentes muchas de
las preguntas, que todava esperan su resolucin.

Fascismo, crisis del marxismo, autoritarismo

Pero el estudio sobre tal temtica no se limita a esa obra sino que contina y se proyecta en otras
vinculadas de manera directa con la situacin poltica de su poca: La divisin y la derrota paulatina del
movimiento obrero que conducira a la victoria sin lucha de los nazis, junto al triunfo, tericamente inespe-

11

Aunque hubo perodos donde esta tendencia tuvo escasos y momentneos cambios: por ejemplo a finales de la
dcada de los 60 cuando algunos grupos se separaron de las asociaciones ortodoxas. Respecto a la nocin de psicoanlisis domesticado vanse mis ensayos (1991, 1994, 1997).
12

P.Rieff considera que Reich se defini como freudomarxista, pero que l slo recuerda que us una vez tal
denominacin pero por cierto jams la emple con alguna coherencia (Robinson, p.42).

rado, del comunismo en Rusia, puso sobre el tapete la problemtica del factor subjetivo en la revolucin.
Cuando las condiciones objetivas para la revolucin socialista parecan dadas, algo no marchaba en los
sujetos histricos (lderes y masas) en tanto daba tan paradjicos resultados (Surez, p. 142).
Aqu se produce una de las tantas contradicciones en los planteos reichianos, en este caso entre los
discutibles objetivos que en definitiva se propone y los lcidos anlisis que realiza sobre las causas del
fracaso de la izquierda y de los sectores democrticos y el xito de la derecha autoritaria nazi. Anlisis
que hoy, sesenta aos despus, pueden ser tiles en momentos en que existe una situacin obviamente no igual pero s parecida.
Discutibles objetivos porque, en funcin de su idea fija acerca de la primordial importancia de la
sexualidad, sus planteos estaban destinados a servir a un solo fin: de otorgar autoridad cientfica a su
llamado a una revolucin sexual; y esto porque consideraba que la abstinencia sexual exigida a los
adolescentes en la sociedad represiva llevaba a la delincuencia juvenil, a la neurosis, a las perversiones y a
la apata poltica (Robinson, p. 51 y 52). Por ello el movimiento poltico que intent (la famosa Sexpol)
deba dar la salida del callejn de la poltica staliniana reformista y neorreformista a las grandes organizaciones obreras tradicionales; esperaba movilizar sobre todo para el combate anticapitalista y antifascista a
las juventudes obreras mediante demandas transitorias (Dahmer, 1983:280).
Pero antes de ver el anlisis reichiano del fascismo y las causas de su xito, veamos sus crticas a las
organizaciones polticas de izquierda que desarrolla junto con tal anlisis. De entrada considera que cada
vez era ms evidente que la propaganda poltica de masas, que se limitaba a la discusin de los procesos
socioeconmicos objetivos (modo de produccin capitalista, anarqua econmica, etc) no alcanzaba ms
que a la pequea minora de gente ya ganada para la causa de izquierda. Por tanto se imponala conclusin de que la propaganda y la concepcin de conjunto del socialismo entraaban serias lagunas que
explicaban sus errores polticos.El defecto marxista estribaba en la imposibilidad marxista de captar la
realidad poltica, defecto que el materialismo dialctico hubiera permitido eliminar, si hubiera hecho uso de
sus posibilidades digamos, para anticipar un poco, que la poltica marxista no haba tenido en cuenta
en su prctica poltica la estructura caracterolgica de las masas y los efectos sociales del misticismo (Reich, 1973b:13-14)13 .

13

Segn Dahmer, Reich no supo distinguir que lo que criticaba no era responsabilidad de la teora marxista sino de la
poltica stalinista de esa poca (Dahmer, 1973:76).

Entiende entonces que como tantas grandes obras de nuestros pensadores, el marxismo ha degenerado en un conjunto de frmulas vacas, y entre las manos de los polticos marxistas ha perdido su
contenido cientfico revolucionario [...] Los mtodos vivos se han coagulado en frmulas, las investigaciones cientficas en esquemas hueros [...] Ha degenerado en marxismo vulgar, que es el nombre que
muchos excelentes polticos marxistas han dado al economicismo, que pretenda reducir toda la existencia humana al problema del paro y de los niveles de salario. Y se hace entonces una pregunta todava hoy
central: Vease aparecer una divergencia entre la evolucin de la base econmica, que empujaba hacia la
izquierda, y la ideologas de las masas, atradas por el extremismo de derechas (Reich, 1973b:16-17)14 .
Y la respuesta es tan contundente como actual: El marxismo vulgar establece una verdadera
cmara aislante entre el ser econmico y el ser social, pretendiendo que la ideologa y la conciencia de
los hombres estn determinados exclusivamente y directamente por el ser econmico. De este modo
llega a una oposicin mecnica entre economa e ideologa, entre base y superestructura. Deduce la
ideologa de la economa de un modo esquemtico y unilateral, e ignora la dependencia de la evolucin
econmica con respecto a la ideologa (Reich, 1973b:25). En su lugar propone un espacio vlido
para el presente, y que las organizaciones populares y progresistas se niegan a entender15 : Slo la
psicologa surgida del anlisis del carcter puede cubrir esta laguna [...] y aprehender el factor subjetivo,
que escapa al entendimiento del marxista. La psicologa poltica se ocupa de un campo claramente delimitado. Es incapaz de explicar la gnesis de las clases en la sociedad o el modo de produccin capitalista
(cuando se aventura en ese terreno sus hallazgos no son otra cosa que estupideces reaccionarias, como
cuando explica, por ejemplo, el capitalismo por la codicia de los hombres). Pero es ella, y no la economa social, la que podr investigar cmo es el hombre de una cierta poca, cmo piensa y cmo
acta en funcin de su estructura caracterolgica, cmo repercuten en l las contradicciones de su
existencia, y cmo intennta dominar su vida (cursivas mas: EG). Cierto que no examina ms que al
hombre individual; pero cuando se especializa en la exploracin de procesos psicolgicos tpicos y comunes a toda una capa, clase o categora profesional, descartando toda diferenciacin individual, se transfor14

Como destacan dos autores modernos,el problema fundamental de la filosofa poltica sigue siendo el que Spinoza
supo plantear (y que Reich redescubri): Por qu combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su
salvacin? (Deleuze y Guattari, 1974:36).
15

Sobre esto vanse mis artculos (1994b, 1995).

16

Tema que posteriormente desarroll Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad.

ma en psicologa de masas (Reich, 1973b:27).


Es que comprende que la ideologa de cada formacin social no solamente tiene como funcin
reflejar el proceso econmico, sino tambin enraizarlo en las estructuras psquicas de los hombres de
esa sociedad. Plantea tambin que la psicologa reaccionaria se dedica a descubrir motivaciones
irracionales para explicar el robo o la huelga [pero] para la psicologa social el problema se presenta de
modo inverso: no se ocupa de las motivaciones que impulsan al hombre hambriento o explotado al robo o
a la huelga, sino que intenta explicar por qu la mayora de los hambrientos no roba y por qu la mayora
de los explotados no va a la huelga. Conclusin lgica de esto ltimo: No es hora de preguntarse qu
pasa en el seno de las masas para que stas no reconozcan o no quieran reconocer el papel del fascismo? (Reich, 1973b:29, 31, 33).
Una primer respuesta tiene que ver con lo anterior: Mientras nosotros exponamos a las masas
magnficos anlisis histricos y disquisiciones econmicas sobre las contradicciones imperialistas, ellas se
entusiasmaban por Hitler desde lo ms profundo de sus sentimientos (Reich, 1970:122), por lo que
plantea una accin muy diferente: No resulta osado afirmar que el movimiento obrero se hubiera ahorrado una sarta interminable de sectarismo, elucubraciones, escolasticismo, formacin de fracciones y escisiones, y habra acortado el camino espinoso a lo que es ms natural, el socialismo, si hubiera extrado
su propaganda, su tctica y su poltica, no slo de los libros sino ante todo de la vida de las masas.
Esto porque al trabajador medio alemn o al empleado no les interesaba el plan quinquenal de la Unin
Sovitica en s sino la cuestin de la satisfaccin intensificada de las necesidades (Reich, 1970:133
y 136; las ltimos dos cursivas mos). Para Reich la poltica comunista tena que reencontrar la conexin
con la vida y los deseos cotidianos, pequeos, banales, primitivos y simples de la gran masa con todas sus
diferencias de terruo o estrato. Slo de este modo puede lograrse que confluyan el proceso sociolgico objetivo con la conciencia subjetiva del hombre y colmar la brecha que los separa (citado por
Dahmer, 1983:280).
Pero que pasaba con el fascismo? El estudio de la eficacia psicolgica de Hitler sobre las masas
deba partir de la idea de que un fhrer, o representante de una idea, no poda tener xito ms que si sus
conceptos personales, su ideologa o su programa se encontraban en armona con la estructura
media de una amplia capa de individuos integrados en la masa. Lo que lo lleva a que precisamente
de lo que se trata es de saber cmo fue posible engaar, desorientar y sumir a influencias psicticas a

las masas [y] es ste un problama que no se puede resolver si se ignora lo que sucede en el seno de las
masas. Y reconoce algo importante: Que el xito coronara a esta organizacin de masas es un
hecho imputable a las masas y no a Hitler. Lo que le ha permitido a su propaganda ganarse a las masas
ha sido la estructura autoritaria, antiliberal y angustiada de los hombres (Reich, 1973:52, 53, 58).
Pero antes de ver que fue lo que gan a esas masas es necesario incluir otro fundamental aporte de
Reich para la comprensin del fenmeno, y que se inscribe dentro de su preocupacin por los aspectos de
intermediacin en la formacin de la subjetividad: En esta conjuncin de hechos econmicos y estructurales, la familia autoritaria representa la clula productiva ms inmediata y la ms importante del pensamiento reaccionario: constituye la fbrica de la ideologa y de la estructura reaccionarias. Por este
motivo, toda poltica cultural reaccionaria plantea como primer punto de su programa la proteccin a la
familia, es decir a la familia autoritaria y numerosa (Reich, 1973:84; subrayado mo).
Este planteo vena de antes, cuando escribi que ella influencia al nio en el sentido de ideologa
reaccionaria, no solamente como institucin de carcter autoritario sino por obra y gracia de su estructura
propia: es el enlace entre la estructura econmica de la sociedad conservadora y su superestructura
ideolgica; su atmsfera reaccionaria se incrusta inexorablemente en cada uno de sus miembros (Reich,
:95). La tpica familia autoritaria alemana creaba en los nios una estructura cuya caracterstica era el
deber compulsivo, la renunciacin y la obediencia absoluta a la autoridad [...] El fascismo tom en cuenta
tanto la fijacin a la familia como la rebelin contra ella. Porque el fascismo imprimi profundamente
en el pueblo la identidad emocional de la familia, el Estado y la nacin, la estructura familiar del pueblo
pudo continuarse fcilmente en la estructura nacional fascista. En verdad ello no resolva un solo problema
de la familia real o las necesidades reales de la nacin, pero haca posible que masas de gente transfirieran
sus lazos familiares desde la familia compulsiva a la familia ms grande llamada nacin. Madre Alemania y Padre-Dios-Hitler se conviertieron en los smbolos de emociones infantiles profundamente reprimidas (Reich, 1983:191).
El anlisis del fascismo que hace Reich es mucho ms completo pero no es posible exponerlo aqu
por razones de espacio. S es importante remarcar como ubica con claridad el apoyo que tuvo en los
sectores de la pequea burguesa, y un aspecto que merece ser continuado por su trascendencia: En
realidad, Hitler no era ms que la expresin de un conflicto trgico en las masas, el conflicto entre el
anhelo de libertad y el miedo real a la libertad (Reich, 1983:186)16 .

Problemas estos que no se limitan al fascismo y que, aunque de manera no mecnica y comprendiendo mltiples variantes y sutilezas, pueden adaptarse a formas polticas y sociales de nuestro tiempo. Al respecto es interesante la observacin de Robinson de que resulta evidente que Reich no
tena un inters especial en trazar las vicisitudes de la historia alemana; la suya era una misin ms elevada:
diagnosticar las enfermedades de la humanidad en su conjunto (Robinson, p. 47). *

Tres lamentables finales

El destino final de Reich ya fue indicado en el bosquejo biogrfico inicial: su expulsin del Partido
Comunista y de la Asociacin Psicoanaltica, y su relativo abandono de estas propuestas para volcarse al
estudio y divulgacin de su teora del orgn.
No es necesario decir ms de su separacin del Partido Comunista, y slo algo de la Asociacin
Psicoanaltica: entre ellas la complejidad de su relacin con Freud donde este lo estim tanto como para
incluirlo en su crculo ntimo de amigos y discpulos, y aquel parece haber seguido el esquema clsico de
enamoramiento y desilusin tan caracterstico de las amistades psicoanalticas (Robinson, p. 33)17 . Pero
en su crtica del perodo freudomarxista siempre reconoci sus valores frente a los ataques stalinistas:
Si se quisiera criticar los errores cientficos de Freud marxistamente desenmascarndolo como reaccionario, se sera un tonto. En cambio, si se demuestra objetivamente dnde es Freud cientfico naturalista de
categora genial y dnde es filsofo burgus del matiz ms antiguo, entonces se ha realizado una autntica
y fecunda labor marxista y revolucionaria (Reich, 1970:215). Algo diferente a la lamentable acusacin de
Freud de que un trabajo de Reich (El carcter masoquista) fue escrito al servicio del Partido Comunista,
y a la acusadora nota que la revista psicoanaltica colocaba, mintiendo como lo indica la historia de Reich,
al publicar sus artculos antes de expulsarlo18 .
Mucho y poco puede decirse de sus posturas a partir de 1935. Mucho porque deja una obra
abundante, y poco porque se reduce a planteos elementales donde el orgn se convierte en la materia

* Esto puede verse en mi trabajo La psicologa de masas de Bush, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 23, 2005.
17

Reich lleg a escribir que a Freud le asustaba inconcientemente su teora del orgasmo porque era vctima de un
matrimonio desdichado y que estaba muy insatisfecho en el plano genital (p. 34).

primordial de la que surge toda la realidad. En rpida sntesis abandona la teraputica psicoanaltica por
los mtodos de resolucin directa de las tensiones musculares correlativas, segn l de la coraza caracterial,
con objeto de restablecer la movilidad vegetativa, y especialmente la potencia orgstica [...] Por otra parte
emprende experiencias de biofsica, cuya interpretacin, y la misma concepcin, nos han parecido volverse rpidamente paranoides. Correlativamente su freudo-marxismo se transforma en una filosofa de la
naturaleza cada vez ms maniquea (Sinelnikoff, p. 1 y 2).
Los cambios son casi totales: en los trminos que antes usaba como consecuencia de su abandono
del marxismo19 , en los planteos polticos donde -aspecto hoy retomado por varios sectores- cuestiona el
valor de los partidos y defiende una especie de actividad autogestionaria de las masas y propone consignas tipo Acabemos con la poltica! Ocupmonos de las tareas de la vida social!, en los ya sealados
aspectos teraputicos finales donde, despus del fracaso del anlisis del carcter y de la vegetoterapia, el
paciente se sentaba dentro de la caja y absorba radiacin orgnica concentrada (Robinson, p.66).
Como seala Robinson, tal fue el triste pero (imposible dejar de creerlo as) final de una carrera tan
absolutamente seria y tan desesperadamente grandiosa, que poco a poco fue cayendo en la farsa (Robinson,
p. 67). Final que no quita la imperiosa necesidad de una recuperacin crtica de una obra creativa y
vlidamente hertica hacia las verdades dogmticas que, se reitera, mantiene tanto el valor de los interrogantes
que formulara como incluso de muchas de sus respuestas, y que siguen siendo campo de una investigacin
lamentablemente abandonada por la mayora de los psicoanalista domesticados. Pero que requiere de su
continuacin por quienes no renuncian a que el psicoanlisis sea recuperado para una perspectiva crtica
que hace mucho perdi

18

Circunstancias especiales hacen que el editor deba llamar la atencin del lector hacia un punto que por lo general se
da por sentado. Dentro del marco del psicoanlisis, esta publicacin otorga, a todo autor que entrega un trabajo para su
publicacin, plena libertad de opinin, y por su parte no acepta responsabilidad alguna por tales opiniones. Pero en el
caso del doctor Reich el lector debe quedar informado de que el autor es miembro del partido bolchevique. Ahora bien,
se sabe que el bolcheviquismo impone a la investigacin cientfica los mismos lmites que impone la organizacin de la
Iglesia. La obediencia al partido exige que todo lo que contradiga las premisas del dogma sea rechazado. Queda por
cuenta del lector de este artculo liberar al autor de tales sospechas; el editor habra hecho el mismo comentario si se
hubiese presentado un trabajo de un miembro de la S.J. (citado por Robinson, p. 39).
19

Por ejemplo sociedad burguesa, capitalismo, se convierten en sociedad autoritaria o conservadora; comunismo y
socialismo son democracia del trabajo; conciencia de clase ser responsabilidad social o slo conciencia, etc.
(Sinelnikoff, p. 291).

Bibliografa

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LAS RELIGIONES LAICAS DE NUESTRO TIEMPO *


Son vlidas las ideas que Freud y el psicoanlisis plantean respecto a las ideas religiosas, o deben
ser consideradas parte no integrante o separada del corpus central de tal teora, de manera similar a la que
no pocos de sus seguidores hacen con las obras sociolgicas que escapan de un plano exclusivamente
psicolglco-clnico? Y aceptando que al menos en lo central s lo sean resultan suficientes para comprender todas las manifestaciones, directas o no, de tos fenmenos religiosos, y en particular de los de
nuestra poca concreta, o requieren de importantes ampliaciones y especificaciones?
Interrogantes no slo acuciantes: de tas respuestas surgen diferentes caminos y perspectivas tanto
para el psicoanlisis como para las problemticas sociales y psicolgicas. Ya en un trabajo anterior1
sealaba que la no inclusin y/o desvalorizacin de las obras sociolgicas de Freud tiene fuertes connotaciones ideolgicas que buscan dejar de lado la importancia de los aspectos sociales sobre los Sujetos sobre todo los concretos de cada momento concreto-, haciendo que la praxis psicoanaltica, al menos la
ortodoxa e institucional dominante, dejara de ser peste para convertirse en domesticada, es decir
acritica y por tanto en importante grado conformista y adaptativa.
A la inversa, un importante sector de tal campo terico considera que en tales obras se produce
no la anulacin de los paradigmas psicoanalticos, pero s la inclusin de estos en el universo ms amplio de
la cultura general, la que incide de manera fundamental en la constitucin de los Sujetos y por tanto en los
caminos de la psico(pato)logia de pueblos e individuos.
Ese universo ms amplio hace que Freud estudie el fenmeno religioso en El porvenir de una
ilusin y en El malestar en la cultura2 , dos obras muy cercanas en el tiempo y expresiones de una no
nueva pero s acuciante preocupacin. Y si bien la primera es cronolgicamente anterior, pueden verse
ambas como partes de un mismo inters derivado de las consecuencias que la cultura produce en el
hombre.
*

Trabajo presentado en el XVII Congreso Internacional de Historia de las Religiones, Mxico, agosto de 1996. Publicado
en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 6, 1996, y en la revista Mitolgicas, Centro Argentino de Etnologa
Americana, Buenos Aires, N 10, 1995.
1

Guinsberg, Enrique, La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, en revista Subjetividad y Cultura. Mxico, N
1, 1991 * Puede verse en este libro digital.
2

En este trabajo se utilizan las Obras completas de Freud en la versin de Amorrortu editor, Buenos Aires. Las dos obras
citadas se publican en el Tomo XXI.

La postura freudiana es conocida, sobre todo para estudiosos del proceso y fenmeno religioso,
por lo que slo se presenta un muy breve resumen de ella. La cultura produce grandes beneficios al
hombre -proteccin ante la naturaleza y para la subsistencia, as como un ordenamiento entre los propios
hombres-, pero tambin acta como inhibidora de los deseos y tendencias pulsionales ms profundos
(sexuales y agresivos) para cumplir con las normas de todo marco social. La satisfaccin slo es posible
de acuerdo a las prescripciones culturales, que tambin determinan los lmites al cumplimiento del principio del placer y los castigos a los transgresores. Y si bien los beneficios culturales son notorios -Incluso el
hombre se convierte en tal, superando el nivel animal por ella-, tambin es evidente el malestar que le
ocasiona por tales restricciones determinados por el principio de realidad, tanto estructuralmente como
por comparacin frente a quienes pueden acceder a niveles mayores de placer y cumplimiento de deseos
(aunque nadie pueda hacerlo de manera absoluta).
No pocas veces se ha hablado del pesimismo freudiano presente en El malestar en la cultura,
pero la observacin de las formas de vida reales en la mayora de los hombres -en el pasado y en e!
presente-, hace pensar a otros que se trata de una doloroso y molesta pero inocultable realidad, donde las
ms de las veces la ausencia de placer no slo se produce en la no satisfaccin de los deseos pulsionales,
sino tambin en una vida de alto sacrificio donde no se accede siquiera a niveles de vida mnimos3 .
Tal el contexto en que, de alguna manera, se recrean y repiensan los planteos freudianos para
comprender lo de las religiones laicas de nuestro tiempo. Porque en un inicio, en El porvenir de una
ilusin. Freud comprende al fenmeno religioso tanto desde una perspectiva psicolgica -donde no pocos considera que transpola al marco social aspectos psquicos individuales, como que se proyecta a los
dioses la omnipotencia que los nios requieren ver en los padres y la conflictiva edpica-, como con base
en carencias concretas: (Los dioses) retienen su triple misin: desterrar los terrores de la naturaleza,
reconciliar con la crueldad del destino, en particular como se presenta en la muerte, y resarcir por las
penas y privaciones que la convivencia cultural impone al hombre. Pocas lneas ms adelante resume:
De ese modo se crear un tesoro de representaciones, engendrado por la necesidad de volver soportable el desvalimiento humano, y edificado sobre el material de recuerdos referido al desvalimiento de la
Infancia de cada cual, y de la del gnero humano. Se discierne con claridad que este patrimonio
3

Incluso actualmente la gran mayora de la poblacin mundial se encuentra en niveles de pobreza o incluso de pobreza
absoluta, que les impide acceder a la mayor parte de una oferta que le ofrece y promete todo tipo de placeres, que tal vez
no son reales pero en los cuales se cree.

protege a los hombres en dos direcciones: de los peligros de la naturaleza y el destino, y de los
perjuicios que ocasiona la propia sociedad humana. Y por ltimo otro aspecto que permite superar
las carencias y deficiencias de esta vida: As, todo terror y toda pena y aspereza de la vida estn destinados a compensarse; la vida tras la muerte, que prosigue nuestra vida terrenal como la porcin Invisible del
espectro, se aada a la visible, lleva todo a la perfeccin que acaso echbamos de menos en este mundo4 .
Y poco ms adelante se pregunta y responde: Cul es entonces el significado psicolgico de las
representaciones religiosas, dentro de qu categora podemos clasificarlas? [...] Son enseanzas, enunciados sobre hechos y constelaciones de la realidad exterior (o interior), que comunican algo que uno mismo
no ha descubierto y demandan creencia5 . Pero. y he aqu su gran peso, estas que se proclaman
enseanzas no son decantaciones de la experiencia ni resultados finales del pensar; son ilusiones, cumplimiento de los deseos ms profundos, ms intensos, ms urgentes de la humanidad; el secreto de su fuerza
es la fuerza de estos deseos6 .
Por razones de espacio y tiempo no es posible un desarrollo mayor de estas ideas que se suponen
conocidas por estudiosos de las religiones, pero s es necesario destacar dos aspectos que actuarn como
vnculo o puente para el tema de esta ponencia. La primera es el interrogante que se formula Freud en la
obra hasta aqu citada. Indicativo de su comprensin de que la problemtica que encara no se agota en las
religiones entendidas como tales: Despus de haber discernido las doctrinas religiosas como ilusiones, se
nos plantea otra pregunta: No sern de parecida naturaleza otros patrimonios culturales que tenemos en alta estima y por los cuales regimos nuestra vida?7 Poco ms tarde incorporar a estos
estudios un conocido mecanismo psicoanaltico que permite comprender una amplia gama de fenmenos
psquicos y sociales: Otra tcnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos
libidinales que nuestro aparato anmico consiente, y por los cuales su funcin gana tanto en flexibilidad8 .8
4

El porvenir de unai ilusin, p. 18 y 19 (cursivas mas: EG).

Idem, p.25 (cursivas mas: EG).

Idem, p.30 (cursivas mas: EG).

Idem, p.34 (cursivas mas: EG).

El malestar en la cultura, p. 79. El mecanismo del desplazamiento consiste en que el acento, el inters, la intensidad
de una representacin puede desprenderse de sta para pasar a otras representaciones originalmente poco intensos,
aunque ligadas o la primero por una cadena asociativa (Laplanche y Pontalis, Diccionario de psicoanlisis, Editorial

Las religiones laicas o profanas

Por lo ya apuntado de la domesticacin del psicoanlisis y su vuelco casi total al mbito clnico,
los estudios posteriores sobre estas problemticas fueron muy escasos o inexistentes. Es en la dcada de
los 80 que Moscovici los recupera, recrea y extiende incorporando la nocin de religiones profanas
para referirse al marco de ideas que no presuponen ni dios ni vida despus de la muerte [ya que] se puede
ser ateo y compartirla: llevan consigo un dogma, unos textos sagrados a los que se obedece, unos hroes
con calidad de santos9 . Estas religiones profanas responden estrictamente a determinadas necesidades
psquicas -la necesidad de certidumbre, la regresin de los individuos a la masa, etc.- y nada ms. En
ningn caso se funda sobre un supuesto sentimiento religioso inherente a la naturaleza humana. No cuenta
con la intervencin, ni siquiera disfrazada, de un ser divino en los asuntos humanos. Muy al contrario:
invoca seres cualesquiera -la naturaleza, la historia, la patria, la industria, etc.- que se supone dirigen
nuestro destino de manera objetiva10 .
Moscovici las considera religiones de la esperanza11 por sus funciones, la primera de las cuales
es cubrir la necesidad de los hombres de certidumbres slidas, de verdades inmutables que les permitan
dominar las fuerzas del presente y hacer proyectos para el futuro. Experimenta la necesidad de una visin
de conjunto, teniendo una causa nica -la clase social, la raza, etc-, un principio universal -la lucha de
clases, la seleccin natural, etc.- y una imagen definida del mundo humano y no humano. Por esencia las
religiones profanas le proporcionan una visin total. Ofrecen una concepcin del mundo en la que cada
problema encuentra su solucin12 . La segunda funcin de una religin profana consiste en armonizar las
relaciones entre el Individuo y la sociedad, en reconciliar en l las tendencias sociales y antisociales; lo
logra sustituyendo las fuerzas exteriores por las fuerzas interiores, reemplazando las coacciones de la
represin bruta por las de la conciencia individual [...] Llevan a los individuos a aceptar lo que la colectiLabor, Barcelona, 1971. p. 96).
9

Moscovici, Serge, La era de las multitudes. Un tratado histrico de psicologa de las masas ,Fondo de Cultura
Econmica, Mxico, 1985, p. 444. 10 Idem, p. 444.
11
Idem, p. 447.
12

Idem, p.445-6. Moscovici aclara que una diferencia esencial con las rellglones sagradas es que stas proponen una
concepcin del mundo fsico (origen del universo, etc), mientras que las segundas ofrecen una visln del mundo social
y su futuro.

vidad exige de ellos13 Y, por ltimo, su tercera funcin, su gran empresa, es disimular un misterio14 con
diferentes ceremonias y ritos que protegen y justifican las jerarquas.
As como Freud limitaba su perspectiva a las religiones sagradas -aunque abra una puerta con la
sealada pregunta acerca de si no sern de parecida naturaleza otros patrimonios culturales-, Moscovici
extiende esa perspectiva con su valiosa e interesante propuesta, pero tambin la limita aunque su apertura
ampla notoriamente a la freudiana original.
La limita porque slo incluye, aunque de manera justa y vlida, instituciones e ideas laicas aunque
con fuertes connotaciones religiosas, algunas de ellas no de origen y otras desde su mismo surgimiento. En
las lneas anteriores, y mucho ms en el texto completo del autor, era evidente que se referi (de manera
incluso explcita) a planteos y organizaciones polticas como el nacionalsocialismo alemn, el fascismo
italiano y el comunismo en sus versiones stalinistas y similares, todas ellas con una ideologa mstica y/o
utpica a la que no le importaban contradicciones, notorias falsedades y distorsiones, pero que efervorizaban
a sus seguidores a travs de propuestas, ceremonias y caudillos carismticos. Propuestas y caudillos que
ganaban adeptos no por conviccin racional sino por creencia, fe y necesidad de lderes absolutos y
mesinicos, en los hechos situaciones nada diferentes a las religiosas.
Pero acaso no puede decirse algo similar respecto a planteos que se definen como cientficos,
pero que -en algunos aunque no en todos sus seguidores- tambin adquieren una (parcial o total) connotacin religiosa? A diferencia del nazismo o el fascismo, es el caso del marxismo, que no surge como tal
sino que adquiere tal postura al dogmatizarse y esclerotizarse al tomar el poder en la URSS, camino que
continan las organizaciones seguidoras nacionales pero no otros partidos, militantes y tericos que manifiestamente repudian tal afrenta a la razn y al pensamiento creativo y crtico.
Es tambin el caso de tos psicoanlisis15 , con similares caractersticas a las sealadas para el
marxismo: por supuesto no se trata de una religin laica, pero parece serlo (y lo es) para quienes, si bien
no lo admiten ni nunca lo harn, parecen ms fieles que estudiosos de tal praxis, siguen de manera casi
sagrada los planteos de sus gurs -sean tericamente Freud, Klein, Lacan, etc. o emocionalmente sus
analistas o maestros, a quienes repiten sin perspectiva crtica-, se enfrentan de manera antagnica a segui13

Idem, p. 446

14

Idem, p. 448

15

Se utiiza los y no e/ psicoanlisis por la gran cantidad actual de escuelas y sectores de este marco terico.

dores de otras lneas psicoanalticas casi como lo hacen ciertas corrientes que se definen como las verdaderas cristianas (o islmicas, marxistas, etc.) y se organizan institucionalmente de forma que en no
pocos casos recuerdan a las de las Iglesias.
Por supuesto no son los nicos casos, pero acaso no puede seriamente pensarse que tales marxismos y psicoanlisis han sido, dentro del campo terico y prctico, las religiones laicas ms importantes de nuestro siglo?
Acerca de ritos y fetiches de las pocas histricas
Tanto las religiones sagradas como las profanas o laicas tienen un corpus -sea mtico o racional-ideolgico- que las hacen ver como tales, importndoles poco los cuestionamientos que se les puedan
hacer cuando chocan con la fe que conlleva su aceptacin (el Credum quia absurdum que nos recuerda
Freud)16 .
Pero junto a ellas no es pertinente incluir, en otro nivel, la gran cantidad de ideas-fuerza, costumbres, ritos y fetiches prototpicos de cada poca histrica, que determinan las formas de vida de los
integrantes de la misma y cumplen tambin la funcin de smbolos definitorios y deseados?
Ejemplos sobran, y al respecto es muy interesante la lectura de la escuela histrica que hace eje en
las formas de vida cotidiana de pueblos y ciudades de diferentes eras. Baste recordar, como dos de ellos,
las ideas respecto a la sexualidad de la poca victoriana, las nociones de orden y frugalidad impuestos por
la tica calvinista-luterana en el perodo de transicin del feudalismo al capitalismo, etc.
Por supuesto nuestra poca no es -no puede serlo- una excepcin al respecto, mxime cuando las
pertenencias a mbitos y las formas de vida se expresan y manifiestan a travs de smbolos, y aunque la
absoluta mayora de los que los utilizar. muchas veces no tengan conciencia (al menos no siempre) del rol
que juegan los mismos. Pero asimismo, y como los ejemplos antes citados del pasado, tambin hoy
existen ideas-fuerza y tendencias que funcionan como ejes estructurantes de los objetivos de vida de
individuos, grupos sociales o colectividades.
Nuevamente razones de espacio impiden el desarrollo de una problemtica tan acuciante como apasionante como es el estudio, en esta lnea de pensamiento, de lo concreto de nuestro tiempo histrico,
neoliberal para algunos, posmoderno para otros (trminos que de por s hacen referencia a objetos de
16

El porvenir de una ilusin, p. 28.

estudio vinculados pero no iguales). Ideas desarrolladas en trabajos anteriores17 .


Es cierto que se trata de posturas no religiosas en sentido estricto, pero tambin lo es que renen
un importante conjunto de aspectos que funcionan como verdades absolutas, mitos determinantes de
accin, objetivos a lograr (aunque sean mundanos y generalmente poco sacros), expectativas fundamentales, modelos de xito y de felicidad en los que se cree, etc. difundidos de manera constante por la
absoluta mayora de las instancias educativas, soclalizadoras, etc. (los medios masivos de difusin en
particular).
El modelo de Sujeto de nuestra poca no es precisamente el de Cristo, Mahoma o Buda -con la
humildad, sencillez y pobreza de estos-, sino otro muy distinto que tiene como verdades sagradas al
progreso y a la modernidad -vistas casi exclusivamente desde una perspectiva material-, cree en las
bondades de la competencia y el rendimiento para as triunfar y alcanzar lo que el modelo indica como
mostrativo del mismo e intermediarios imprescindibles. De esta manera -y aqu intervienen el mecanismo
de desplazamiento y los otros patrimonios que menciona Freud por los que regimos nuestras vidas-,
el mundo de las mercancas es, global y particulamente en algunas de ellas (el automvil casi en primer
lugar, cuyo papel fundamental no siempre es el manifiesto del transporte sino que tiene mltiples significaciones). *
En esta perspectiva ya se ha dicho que los centros comerciales de alguna manera son los templos
laicos de nuestra poca, expresiones mximas de una descomunal oferta que ofrecen todos los elixires
para el bienestar y la felicidad: la visita asidua a ellos es como un acto de fe y de cercana con la satisfaccin del deseo, a veces parcialmente logrado a travs de la compra de algo pero jams de todo lo
anhelado, y las ms de las veces satisfaciendo slo la visin de lo no alcanzable pero con la fantasa de ser
parte de ese mundo o integrarse alguna vez a l18 . .
17

Un estudio ms amplio al respecto puede verse en mis ensayos El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal,
en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 3, 1995; y Psico(pato)loga del Sujeto en el neoliberalismo. en revista
Tramas. Universidad Autnoma Metropolltona-XochImiIco, Mxico, N 6. 1994. * El primero se incluye en este libro
virtual. Luego se publicaron otros trabajos, de los cuales el ms completo es el libro La salud mental en el neoliberalismo,
ya citado en otros textos de este libro virtual.
*

Respecto al automvil vase un desarrollo mayor en unos de los textos de Psicopatologa de nuestra vida cotidiana,
en este libro virtual.
18

Una expresin manifiesta de este fenmeno puede verse en la publicidad y todo lo que ofrece a travs de las
mercancas, la mayor parte de las veces que tienen poco o nada que ver con los productos mencionados. Sobre esto
vase mi libro Publicidad: manipulacin para la reproduccin, Plaza y Valds / Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco, Mxico, 1987.

En este sentido conviene recordar una fundamental aseveracin freudiana: La vida, como nos es
impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaos, tareas Insoluoles. Para soportarla no
podemos prescindir de calmantes [...] Los hay, quiz, de tres clases: poderosas distracciones, que nos
hagan valuar un poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras
que nos vuelvan insensibles a ella19 . Huelga decir que el uso actual de las mercancas es parte de este
espectro.
Por supuesto el panorama no se reduce a lo mencionado, sino deben agregarse muchos otros
rituales: la casi adoracin a la tecnologa, que asombra y se cree que dar solucin a casi todos los
problemas actuales; una especie de culto a la rapidez en todo (aunque muy pocas veces se la utilice a su
mximo); el tambin culto a los medios masivos en general y a la televisin en particular, hoy centro de la
mayor parte de los hogares20 , etc.
Sin duda alguna la presente temtica ofrece material para un estudio que debe continuarse en tanto -es de
esperar que lo anterior lo haya demostrado- en la actualidad los fenmenos religiosos van mucho ms all
de las expresiones sagradas del mismo y de especificidades disciplinarias para su estudio

19

20

El malestar en la cultura, p. 75, cursivas mas: EG.


Sobre esto vase Goethals, Gregor, El ritual de la televisin, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1986.

PSICOANALISIS, CULTURA Y PODER

Cmo encarar un tema de esta envergadura y carcter polmico en el corto espacio de veinte
minutos de exposicin y quince cuartillas de escritura? Siendo imposible ofrecer , aunque sea breve, una
panormica de las posturas existentes al respecto, una primera opcin sera reiterar y resumir tres trabajos
anteriores considerados ejes centrales de un planteamiento terico sobre esta problemtica -dos de
ellos publicados en esta misma revista1 -, pero en definitiva se considera ms adecuado un brevsimo
sumario de sus contenidos para luego ampliarlos con nuevas aportaciones sobre tal problemtica.
En el primero de los indicados se remarca lo indicado desde el mismo ttulo, es decir que la obra
de Freud adquiere un nuevo y diferente sentido al ubicarse en la perspectiva que se desarrolla en su obra
El malestar en la cultura, marco contextual que no renuncia a ninguna de las aportaciones psicoanalticas
anteriores y posteriores pero incluye -de alguna manera ya estaba antes pero sin la claridad y explicitacin
aqu planteada- la importancia de la cultura para la psico(pato)loga del sujeto y su proceso de constitucin. Se indicaba tambin que la no inclusin de este aspecto reduce al psicoanalsis a un mbito familiarista,
hacindolo pasar de la peste que era segn Freud al carcter domesticado que hoy tiene en sus diferentes
posturas institucionalizadas hegemnicas, esto como consecuencia de no ver (o no querer ver) un fundamental aspecto que inevitablemente cuestiona las formas culturales de un espacio y tiempo concreto. Tal
la causa de la no inclusin o desvalorizacin de tal aporte terico freudiano en los marcos tericos de los
psicoanlisis dominantes, que han preferido y prefieren la aceptacin social al precio que implica el mantenimiento del pensamiento crtico.
Los otros trabajos indicados son una concretizacin de lo anterior, entendiendo que dos de las
trampas de la aparente aceptacin de tal planteo es ver a la cultura en un sentido estructural y genrico
(caso de mltiples tendencias lacanistas) sin analizar las caractersticas de cada momento histrico y su
*

Trabajo presentado a la primera de las Mesas Redondas El psicoanlisis a fines del milenio. Evaluacin, crtica,
perspectivas, organizadas por la revista Subjetividad y Cultura y el Departamento Educacin y Comunicacin de la
Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco. Publicada en esa revista, como versin corregida y aumentada, en
su N 8, Mxico, 1997.
1

Guinsberg, Enrique , La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, y El psicoanlisis y el malestar en la cultura
neoliberal, que pueden verse en este libro virtual. El tercero es Desde la lectura de El malestar en la cultura: los
psicoanlisis entre la peste y la domesticacin?, en revista Imgen Psicoanaltica, revista de la Asociacin Mexicana
de Psicoterapia Psicoanaltica, N 9, 1997.

incidencia en los sujetos -es decir sin aterrizar en nuestro malestar, o entendindola como un aspecto slo
terico. De all la intencin de ver las caractersticas especficas de nuestro momento genricamente conocido como neoliberal en el segundo de los ensayos, y la concretizacin de lo propuesto en la prctica
clnica en el tercero.

Mas sobre psicoanalisis y cultura

Por supuesto que mucho es lo que puede incorporarse a lo anteriormente escrito, y lo que sigue no
es ms que una mnima parte, slo una muestra representativa de un universo mucho mayor de autores e
incluso de lo que los citados escribieron sobre esta problemtica.
Pero antes de hacerlo es importante destacar que otras de las trampas para ocultar lo importante
y significativo de la relacin estudiada, una de las fundamentales aunque no conciente ni premeditada, es la
que se produce a partir de la conocida afirmacin psicoanaltica de que su objeto de estudio es el
inconciente. Trampa porque, si bien es una verdad incuestionable, olvida o deja de lado que lo que hace
que el ser humano se convierta en tal es un proceso de socializacin que no permite el cumplimiento
absoluto (a veces slo mucho menos) de los deseos, sino nicamente de aquellos -o partes de estospermitidos por cada una de las mltiples culturas y siempre que sea mediante las formas aceptadas para
su realizacin. En este sentido el ttulo de una de las obras del mismo Freud, Pulsiones y destinos de
pulsin (1915), es una clara sntesis del complejo proceso que se desarrolla entre las instancias y estratos
psquicos, donde la represin de las pulsiones es centralmente causada por factores culturales. Acaso es
posible mostrar una faceta del ser humano que no est atravesada por la cultura? Y si es as, como lo es,
cmo prescindir o desvalorizar aquello que permite o impide la satisfaccin de las pulsiones, y las
formas en que lo hace?
El hombre es cultura, y el anlisis del psiquismo no puede prescindir de lo que ella le produce,
salvo al precio de la castracin que implica tal carencia y con las significaciones y sentidos de tal mutilacin. Que por lo indicado no es inocente.
Por razones fcilmente comprensibles quienes ms comprenden esa importancia son aquellos que
no quedan encerrados en los marcos tericos psicoanalticos (estos ltimos seran algo as como los
tecncratas del inconciente y/o de la clnica, una especie de analfabetos disciplinarios), sobre todo

quienes se ubican en terrenos filosficos y sociales como en el caso de Marcuse, preclaro integrante de la
Escuela de Frankfurt, quin categricamente seala que los problemas psicolgicos se convierten en
problemas polticos: el desorden privado refleja ms directamente que antes el desorden de la totalidad, y
la curacin del desorden personal depende ms directamente que antes de la curacin del desorden
general [...] En este nivel, la organizacin de los instintos llega a ser un problema social, como ocurre en
la psicologa de Freud [...] El conflicto mental entre el ego y el superego, entre el ego y el id, es al mismo
tiempo un conflicto entre el individuo y su sociedad2 .
La premisa central marcusiana es muy clara: El concepto del hombre que surge de la teora
freudiana es la acusacin ms irrefutable contra la civilizacin occidental -y al mismo tiempo, es la ms
firme defensa de esta civilizacin. De acuerdo con Freud, la historia del hombre es la historia de su
represin. La cultura restringe no slo su existencia social, sino tambin la biolgica, no slo partes del ser
humano sino su estructura instintiva en s misma. Sin embargo, tal restriccin es la precondicin esencial
del progreso. Dejados en libertad para perseguir sus objetivos naturales, los instintos bsicos del hombre
seran incompatibles con toda asociacin y preservacin duradera: destruiran inclusive lo que unen ... Por
tanto, los instintos deben ser desviados de su meta, inhibidos en sus miras. La civilizacin empieza cuando
el objetivo primario -o sea, la satisfaccin integral de las necesidades- es efectivamente abandonado. De
all que a partir de tal situacin ni sus deseos ni su alteracin de la realidad son de ah en adelante
suyos: ahora estn organizados por su sociedad3 .
Esta reubicacin de la realidad del planteamiento freudiano es necesaria para comprender la causa de la domesticacin del actual psicoanlisis hegemnico: Como el psicoanlisis ha llegado a ser social
y cientficamente respetable, se ha liberado a s mismo de las especulaciones comprometedoras. Comprometedoras eran, en verdad, en ms de un sentido: no slo trascendan el campo de la observacin clnica
y la utilidad teraputica, sino que tambin interpretaban al hombre en trminos mucho ms ofensivos
para los tabes sociales que el pansexualismo inicial de Freud -trminos que revelaban los fundamentos explosivos de la civilizacin4 .
2

Marcuse, Herbert, Eros y civilizacin. Una investigacin filosfica sobre Freud, Joaqun Mortiz, Mxico, 10 ed.,
1986, p.15 y 205. Se utiliza instintos y no pulsiones porque as aparece en el texto del autor.
3

Idem, p. 27 y 30. Cursivas mas

Idem, p.22 (cursivas mas). Por esto el objetivo de Marcuse de aplicar esas percepcione consideradas tabs del
psicoanlisis (inclusive dentro del mismo psicoanlisis) para una interpretacin de las tendencias bsicas de la civiliza-

Mucho ms podra mencionarse de un autor tan valioso como negado por el psicoanlisis domesticado -entre ellos su acentuacin del sealamiento de Freud acerca de la vinculacin entre el progreso y
el aumento del sentido de culpa5 , aspecto importante ante el notorio aumento de las tendencias depresivas
en nuestra poca-, pero las limitaciones de espacio lo impiden ante la necesidad de ver otras posturas tal
vez diferentes en matices pero coincidentes en lo central.
Ya dentro del campo analtico terico y clnico, Mendel llega a plantear que la tendencia conservadora negadora en los hechos de la incidencia de la cultura produce la imposibilidad que encuentran hoy
los psicoanalistas para comprender en teora las nuevas estructuras psquicas de los pacientes que tienden sobre el divn, estructuras que se alejan grandemente de las que describi Freud para los sujetos del
imperio austrohngaro. Imposibilidad que surge de comprender una naturaleza humana por encima de la
historia, lo que le hace decir irnicamente que los factores socioculturales pueden tocar tan fuertemente
como quieran a la puerta de la naturaleza humana; sta pone el letrero de localidades agotadas y no
encuentra lugar para ellos6 . Considera por tanto que la teora freudiana debe ser reestructurada radicalmente en su dimensin antropolgica, o, para decirlo en forma ms precisa, en este caso es el psicoanlisis el que, reducido a s mismo, se encuentra incapacitado para construir por s solo una antropologa,
para colocar al ser humano en su dimensin histrica7 .
En torno a esta problemtica Deleuze y Guattari publican en 1972 un texto de lectura tan difcil
como importante que abre caminos lamentablemente poco seguidos, sobre todo en momentos como los
actuales tan diferentes al zeitgest de tal perodo, con planteamientos que es necesario recuperar para
repensarlos y elaborarlos. El provocador ttulo de Antiedipo no implica la negacin de tal complejo,
aceptado y reconocido, sino lo que ponen en cuestin es la furiosa edipizacin a la que el psicoanlisis se
entrega, prctica y tericamente. De esta manera el cuestionamiento es radical y a fondo: En la medida
que el psicoanlisis envuelve la locura en un complejo parental y encuentra la confesin de culpabilidad
cin. Y si bien seala que esa negacin la hacen los neofreudianos (p.22 y 23), esta afirmacin sera vlida de incluir
entre estos a los sectores hoy hegemnicos del psicoanlisis en general.
5

Idem, p.91.

Mendel, Grard, El psicoanlisis revisitado, Siglo XXI, Mxico, 1990, p. 14, 60 y 66. Es por eso que, tambin irnicamente, escribe que los psicoanalistas de nuestros das hablan lengua babelo-psicoanalticas (p. 91) y apuntan tan
lejos, que su tiro se pierde, por as decirlo, en el infinito (p. 86).
7

Idem, p.68.

en las figuras de auto-castigo que resultan de Edipo, el psicoanlisis no innova, sino que concluye lo que
haba empezado la psiquiatra del siglo XIX: hacer aparecer un discurso familiar y moralizado de la
patologa mental, vincular la locura a la dialctica semi-real y semi-imaginaria de la Familia, descifrar en
ella el atentado incesante contra el padre, el sordo estribo de los instintos contra la solidez de la institucin familiar y contra sus smbolos ms arcaicos. Entonces, en vez de participar en una empresa de
liberacin efectiva, el psicoanlisis se une a la obra de represin burguesa ms general, la que consiste en
mantener a la humanidad europea bajo el yugo de pap-mam, lo que impide acabar con aquel problema8 .
Consideran por tanto que lo que llaman imperialismo del Edipo hace caer al psicoanlisis en una
postura familiarista, enmarcando el inconsciente en Edipo, ligndolo a l de una parte, aplastando la
produccin deseante, condicionando al paciente a responder pap-mam, a consumir siempre el papmam. A su vez en su postura que denominan esquizoanlisis la propuesta y el punto de partida son
otros: Edipo siempre y tan slo es un conjunto de llegada para un conjunto de partida constitudo por una
formacin social. Todo se aplica a l, en el sentido que los agentes y relaciones de la produccin social, y
las cataxis libidinales que les corresponden, son volcados en las figuras de la reproduccin familiar. En el
conjunto de partida hay la formacin social, o ms bien las formaciones sociales [...] En el conjunto de
llegada no hay ms que pap, mam y yo. De Edipo como de la produccin deseante es preciso decir:
est al final, no al principio9 . Y en el mismo orden de ideas recuperan una conocida aseveracin de Reich
en el sentido de haber mostrado cmo la represin dependa de la represin general: la represin general
precisamente necesita de la represin para formar sujetos dciles y asegurar la reproduccin de la formacin social, ello comprendido en sus estructuras represivas. Pero, en vez de que la represin general social
deba comprenderse a partir de una represin familiar coextensiva a la civilizacin, es esta la que debe
comprenderse en funcin de una represin general inherente a una forma de produccin social dada [...]
La familia es el agente delegado de esta represin, en tanto asegura una reproduccin psicolgica de
masas del sistema econmico de una sociedad10 .
8

Deleuze, Gilles, y Guattari, Felix, El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barral Editores, Barcelona, 2a.ed, 1974.
Las citas entrecomilladas los autores las toman de Foucault, Michel, Histoire de la folie lage classique (edicin
espaola en Fondo de Cultura Econmica, Mxico).
9

Idem, p.107.

10

Idem, p. 123-4.

En un trabajo posterior Guattari reitera tal planteamiento bsico, lo refuerza y explica el por qu
de lo que critica: Los descubrimientos esenciales del freudismo, como el inconsciente, los mtodos del
psicoanlisis que haban conducido a dar libremente la palabra, por ejemplo, a la histeria, provocaron un
escndalo en su tiempo. Representaban una ruptura importante en la lgica de la poca. Pero toda la
historia del psicoanlisis ha consistido en operar una clausura sobre sus descubrimientos y ha llevado a un
desconocimiento de la lgica especfica del deseo. No volver a recorrer ahora la historia de esta clausura
que es, adems, la historia del psicoanlisis en su totalidad y cuya prolongacin encontramos hoy en las
formulaciones estructuralistas11 .
En ese contexto, es vlido el sealamiento de varios autores de que Freud no comprende nada
en absoluto de dispositivos ni de los movimientos de desterritorializacin que los acompaan. No conoce
sino el territorio-familia, la familia persona lgica: cualquier otro dispositivo debe ser representativo de
la familia?12 . As como pueden discutirse algunas de las afirmaciones anteriores que igualan al psicoanlisis en su totalidad sin ver importantes y marcadas diferencias en su seno -aunque sean escasas y minoritarias-, y siendo cierto respecto a Freud lo del desconocimiento de dispositivos, etc. de la conceptualizacin del esquizoanlisis, no lo es la parte final respecto a que en l todo debe ser representativo de la
familia. Y si sobre esto hay que recordar su El malestar en la cultura, tambin hay que reconocer que lo
anterior es vlido para la mayor parte del psicoanlisis hegemnico y domesticado. Porque, como ya
fuera sealado, en tal reduccionismo se apoya fundamentalmente la prdida de anlisis crtico respecto a las formas culturales, que de tal manera quedan a salvo de cuestionamientos y de responsabilidad sobre la psico(pato)loga de sus sujetos/sujetados.
Claro que puede decirse que estos ltimos autores (igual que Castel que se ver ms adelante) fueron
parte del movimiento alternativo de las dcadas de los 60 y los 70, para quienes la incidencia de los
factores sociales y polticos siempre fueron muy importantes. Por eso resulta de gran importancia ver
algunos planteos de analistas que surgen y se mantienen en una institucin tan tradicional y ortodoxa como
la Asociacin Psicoanaltica Argentina, que resisti sin cambios la postura crtica y posterior salida de

11

Guattari, Felix, Psicoanlisis y poltica, en Deleuze y Guattari, Poltica y psicoanlisis, Terra Nova, Mxico, 1980, p.
23. Es interesante la lectura, en este mismo libro, del polmico texto de Deleuze Cuatro proposiciones sobre el psicoanlisis .
12

En el caso de Guattari puede verse claramente en su libro Psicoanlisis y transversalidad, Siglo XXI, Buenos Aires,
1976.

quienes -sensibles a las vicisitudes de la poca- intentaron incorporar parmetros sociales a su praxis
profesional a fines de los 60 e inicios de los 7013 , pero no pudo evitar que un importante nmero de
psicoanalistas (por supuesto no todos) sintieran las consecuencias que produjo la ltima dictadura militar
en ese pas y elaboraran un libro ya comentado anteriormente en esta revista14 , organizaran un Grupo de
Investigacin sobre los Efectos de la Represin Poltica (que se reuna en la misma APA y de la que sale
otro libro) y luego un Congreso Interno y Symposium bajo el anteriormente impensable ttulo de El malestar en nuestra cultura15 ).
El libro claramente es producto de un impacto al que no pueden escapar analistas sensibles y
capaces de escapar de negaciones anteriores. Implcita y explcitamente esto es indicado desde los mismos inicios del libro: Desde Freud mismo el psicoanlisis no slo se ha ocupado de los condicionamientos
inconscientes que provienen del acerbo personal y que perturban la vida de los individuos sino tambin de
los condicionamientos con que el grupo o la masa alteran su realidad social y personal. Ocuparse solamente de las situaciones traumticas sociales y de los condicionamientos sociales pone en peligro al psicoanalista de perder su objeto de estudio; ocuparse solamente de la situacin traumtica personal y de los
condicionamientos propios de su historia personal lo disocia y lo aleja de la realidad. El equilibrio es muy
difcil. En tiempos de bonanza se suele perder la dimensin social y en cambios en las situaciones
lmite, como la que estamos describiendo, se redescubre el continuum individuo-sociedad16 . Y si
bien es cierto que en muy pocas ocasiones se hace un cuestionamiento ni explicacin de las causas de tal
olvido, ocultamiento o negacin -con sus significaciones para los llamados tiempos tiempos de bonanza, de cualquier modo tal reconocimiento no deja de ser importante, as como por mostrar la necesidad que
muchos tienen de situaciones lmite para comprender lo que para otros es obvio.
13

Fundamental parte de esas posturas pueden verse en los dos tomos compilados por Langer, Marie, Cuestionamos I
y II, Buenos Aires, Granica, 1971 y 1973. El contexto de ese movimiento tambin en mi artculo El trabajo argentino en
salud mental: la prctica entre la teora y la poltica, en el Apndice de la 1 edicin del libro Normalidad, conflicto
psquico, control social, Plaza y Valdes/UAM-Xochimilco, Mxico, 1990. * Este ltimo puede verse en este libro virtual.
14

Guinsberg, E., Reaparicin y continuacin de una problemtica central, comentario del libro de Puget, Janine y Kas,
Rene, Violencia de Estado y psicoanlisis, Centro Editor de Amrica Latina, Buenos Aires, 1991; en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 2, 1992.
15

El libro de muchos autores es Argentina-Psicoanlisis-Represin-Poltica, Ediciones Kargieman, Buenos Aires,


1986. El XV Congreso Interno y XXV Symposium se realiz en 1986, con trabajos publicados por la Asociacin
Psicoanaltica Argentina en dos tomos en mimeo.
16

Aragons, Ral Jorge, Presentacin, en Argentina....ob.cit. p. 13. Cursivas mas.

El libro en general es un claro exponente de la comprensin sealada y sera muy interesante


transcribir muchas partes del mismo, pero ante la imposibilidad de hacerlo veamos slo algunas tambin
como muestras representativas de un cambio de actitud. En un sentido amplio se reconoce la importancia
de los factores histricos: Los grandes acontecimientos de la humanidad son hechos histrico-sociales y
tambin son hechos histrico-individuales por participacin o por identificacin. Los acontecimientos
histricos de un pas o de una regin tambin se convierten en hechos de la historia de todos los que all
habitan17 . Pero tambin se cuestionan fuertemente algunos cliss muy conocidos: Algunos psicoanalistas
piensan que ocuparse de la realidad externa no es psicoanlisis. Esta concepcin responde a la adhesin
a la ideologa del poder de no cuestionar, ver, desenmascarar, es peligroso. Es ms fcil refugiarse en la
rigidez de la teora convertida en una teora inmutable, usada para ser repetida, disfrutando de la ilusin
narcisista de saberlo todo, que saberse expuesto como cualquier mortal a los avatares de la realidad
externa18 .
En los trabajos presentados al Symposium claramente se observa una gran contradiccin entre los
trabajos que muestran la necesidad de una apertura, y aquellos donde el estudio de la cultura se hace con
moldes clsicos y psicologistas. En la presentacin de un caso clnico acerca de un desaparecido por
efectos de la represin poltica, las autoras destacan la necesidad de estar alertas respecto a hechos y
acontecimientos nuevos que interceptan el campo de lo psicolgico, pero no se quedan en eso y reconocen que debemos reconocer que es limitante quedarnos con los conceptos clsicos del psicoanlisis que
nos son tan familiares: Complejo de Edipo, sexualidad infantil, ansiedad de castracin, deseo, etc. Se hace
imprescindible la incorporacin de nuevos conceptos y la reelaboracin de otros19 . Otras analistas terminan sealando que su trabajo desea compartir estos y ms interrogantes: Nos incumbe pensar estos
problemas [el peligro nuclear y otros] o nuestro mthier se reduce a los problemas edpicos o preedpicos
que un paciente o un grupo nos presenten? [...] Hacia donde seguiremos dirigiendo nuestra fuerza como
psicoanalistas? A prescindir lo suficiente en nuestra tarea de hacer consciente lo inconsciente, implcita-

17

Galli, Vicente, Agresin-Psicoanlisis -Historia actual, en Idem, p. 31.

18

Cechhi de Ianovski, Velleda, y Sakalik de Montagna, Nlida, Efectos que producen en las personas la represin
poltica, en Idem, p. 87.
19

Alarcn Soler, Myriam, y Sakalik de Montagna, N., Secuelas de la realidad socio poltica en un caso clnico (acerca
de un marido desaparecido), en El malestar en nuestra cultura, tomo I, Asociacin Psicoanaltica Argentina, Buenos
Aires, 1986, mimeo.

mente alentando en el paciente un como si no pasara nada? Tendremos que ignorar que el mundo ha
cambiado, que los valores de la nueva generacin son diferentes de los nuestros y desentendernos de
nuestra propia desorientacin respecto de estos nuevos valores e ideales?20 .
Por si lo anterior no fuera claro indicio de lo aqu problematizado, ms categricos an son los
siguientes sealamientos. Luego de reiterar algo frecuente en esa poca -el no ver ni analizar la ttrica
situacin que se viva, aunque tuvieran que ver con el paciente o gente cercana a ste-, el autor seala
como algunos sectores de la sociedad vieron en el divn del psicoanalista el depsito seguro de sus
angustias y se estructur por la presin de los acontecimientos un pacto no explicitado pero presente, que
consista en no tocar los temas de la realidad, lo que le hace cuestionar esa prctica para poder replantearse
que es la realidad para el psicoanalista e indagar en el analista esa ideologa que es necesario ejercitar
para forjar juntos, analista y analizado, una comprensin ms verdadera. Pero va ms all y destaca que
el psicoanlisis actual, a ejemplo de su creador, traspone el umbral de su quehacer cotidiano, para
internarse en la comprensin histrico social de la poca en que le toca vivir. Por fortuna para ello le es
posible intercambiar ideas con disciplinas como la sociologa, antropologa, historia de las civilizaciones y de las religiones, lingistica, filosofa21 . Coincidiendo con esto ltimo Carlos Repetto reconoce que si hay algo faltante en los textos de Freud y muchos de sus seguidores es una teora del mundo
externo, de los hechos y cosas del mundo que, como el mismo Freud plantea ...pueda dar cuenta en la
formacin del superyo, no slo de las cualidades personales de sus padres, sino tambin de todo lo que a
su vez tuvo alguna influencia determinante sobre ellos, es decir, las inclinaciones y normas del estado social
en el cual viven, las disposiciones y tradiciones de la raza de la cual proceden. Seala tambin que, segn
quin los aplique, las llamadas obras sociolgicas de Freud pueden significar una peligrosa negacin de
los desarrollos de otras ciencias que han teorizado slidamente sobre el estatuto de la realidad o mundo
externo, y destaca que el psicoanlisis, con respecto a la realidad externa se reduce o explica demasiado22 .
20

Dorfman Lerner, Beatrz, y Dorfman, Estela, Guerra nuclear y pulsin de vida, Idem, p.213. * Frente a este
sealamiento es valioso recordar el trabajo de la muy kleiniana Anna Segal que, apoyndose en la importancia de la
pulsin de muerte para ese marco terico, y ante el peligro nuclear existende despus de la guerra 1939-41, escribe el
artculo Ya no es posible callar, publicado en International Revue of Psicho-Analysis, 1987, tomo 14, p. 3-12. Un
resumen en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 17, 2001.
21

22

Komarovsky, Samuel, El malestar en nuestra cultura, Idem, tomo II, p.301-2. Subrayado mo.
Repetto, Carlos, Ms all del principio de realidad, Idem, tomo II, p. 434-5.

Sobre psicoanalisis y poder

Si es evidente la indicada carencia psicoanaltica respecto a la relacin hombre-cultura, muchsimo


ms existe respecto al problema del poder en las mltiples formas de su estudio (algunas, como por
ejemplo las vinculadas al rol del caudillo y del sometimiento algo ms analizadas23 , y otras poco o nada
como las formas de internalizacin del poder en la subjetividad, las caractersticas del poder, las razones
por la que los sujetos lo buscan, el poder en las instituciones analticas y sus relaciones polticas, etc).
Cualquier bsqueda bibliogrfica lo demuestra, expresin de lo cual es que en el Indice alfabtico
de materias del tomo XXIV de Amorrortu slo aparecen seis referencias sobre poder en la obra de
Freud (tres en las clases gobernantes, una respecto a pulsiones de, y dos acerca de poder y
derecho). Las tres primeras y las dos ltimas son de la conocida correspondencia Einstein-Freud -dos en
realidad porque la primera es de Einstein- donde no aparece nada muy significativo ni nuevo24 , y la
restante es una simple mencin de la necesidad de reconocer la importancia terica de las pulsiones de
autoconservacin, de poder y de ser reconocido, cae por tierra (al ser) pulsiones parciales destinadas a
asegurar el camino hacia la muerte peculiar del organismo...25 . Nada importante para el tema se encuentra en trminos afines o cercanos (omnipotencia, ambicin, etc).
En el Indice analtico de un texto clsico aparece Afn de poder, pero slo referido a expresiones psicopatolgicas (en la actividad sexual, en las distintas neurosis y perversiones, etc)26 , forma
simplista y nica con la que en general se aborda el tema: vinculndolo a la bsqueda de poder por la
competencia con los padres, el vnculo edpico, la castracin, el narcisismo, etc, lo que puede ser vlido
para casos individuales pero no para el conocimiento de la problemtica del poder (incluso desde una

23

Por supuesto sobre esto es imprescindible el clsico estudio de Freud Psicologa de las masas y anlisis del yo (en
el tomo XVIII de la edicin de Amorrortu, y en el III de Biblioteca Nueva). Con tal base un importante estudio es el de
Moscovici, Serge, La era de las multitudes. Un tratado histrico de psicologa de las masas, Fondo de Cultura
Econmica, Mxico, 1985
24

25

26

Freud, S., Por qu la guerra?, Tomo XXII, p. 188-91 y 196.


Freud, S. Ms all del principio del placer, Tomo XVIII, p. 39.
Fenichel, Otto, Teora psicoanaltica de las neurosis, Paids, Buenos Aires, 5 ed, 1973

perspectiva psicolgica y psicoanaltica)27 . Consultado sobre el tema Guillermo Delahanty -colaborador


de esta revista, amigo y amplio conocedor de la bibliografa analtica-, reiter la escasez o ausencia de
material al respecto e indic la existencia de estudios provenientes de otros marcos tericos (Alfred
Adler, Theodor Adorno y la Escuela de Frankfurt, algo en la obra de Fromm, etc)28 .
En tal orfandad el planteo de Rozitchner al menos tiene el mrito de abordar explcitamente una
parte del problema, aunque sus alcances son limitados y parciales: Si ya no se puede seguir hablando de
la toma del poder en los mismos trminos que antes, el nfasis puesto en la diseminacin del poder, en su
microfsica, no significa esto al mismo tiempo un retorno de lo colectivo -lo macro- hacia lo individual,
es decir, hacia lo que respecto de l resultara como lo micro, lo corpuscular? Cuando Freud encuentra
que la fortaleza con la que el poder nos contiene no est afuera sino sitindonos desde dentro de nosotros
mismos, instala en el dominio llamado interior, organizando con su aparato de dominacin nuestro propio aparato psquico, no nos est mostrando los caminos para un anlisis del problema de la dominacin y del poder que necesariamente tiene que involucrar al sujeto como el lugar donde se asienta y
tambin se debate?. Por ello el objetivo de su trabajo es mostrar como ese aparato psquico no es sino
el ltimo extremo de la proyeccin e interiorizacin de la estructura social en lo subjetivo29 .
La matriz de la construccin del poder la encuentra Rozitchner en todo el proceso clsico de
constitucin del psiquismo (Edipo, superyo), al que les da un sentido histrico: Las instituciones encuentran su afirmacin y su insercin en la subjetividad comenzante del nio. Y ser esta matriz incipiente, pero
cuya configuracin servir de base a toda estructura desptica, aquella que en el adulto reencontrar,
coincidiendo con lo ms propio, el imperio de la familia, la escuela, el estado, la religin. Las formas
objetivas de dominacin encontrarn as su ratificacin subjetiva, acuerdo inexplicable que constituir su
27

Un claro ejemplo al respecto la brinda la ofrece uno de los analistas argentinos clsicos: Las tramas alienantes de
nuestra cultura hablan de una falla en la funcin paterna, que la hace incapz de desligar situaciones anestesiantes,
pseudo-verdades paralizantes, debe sujetar a un grupo humano de relaciones narcissticas mortferas [...] Forzando las
comparaciones (dada la necesidad de ser sinttico) dira que el padre totmico de la horda primitivo fue sustitudo por el
Poder. Bsqueda de un poder que dara solucin a las angustias primarias: desamparo, soledad, muerte cuando en
realidad es quin las ha inscripto en el sujeto de esta cultura de un modo tendencioso y distorsionado que propone como
causa de la emegencia del Poder y sus dueos lo que es en realidad con su consecuencia (Abadi, Mauricio, En torno
a la creacin y la cultura, en El malestar en nuestra cultura, ob.cit., tomo I, p. 2-3).
28

En Fromm el tema puede verse en Etica y psicoanlisis, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 17 ed, 1994; El miedo
a la libertad, Paids, Buenos Aires, Mxico, 1983; Anatoma de la destructividad humana, Siglo XXI, Mxico, 8 ed,
1983.
29

Rozitchner, Len, Freud y el problema del poder, Folios Ediciones, Mxico, 1982, p.14.

bastin, aparentemente inexpugnable, asiento del poder, como si la esencia misma del hombre solicitara,
desde dentro de s mismo, el ejercicio de la dominacin. Y ms adelante completa su planteo: Este Edipo
individual se constituye en fundamento de una matriz desptica, y su persistencia ratificada va a servir de
asiento a toda dominacin posterior. Pero para Freud el Edipo individual no tiene su origen aqu, en la
familia actual. La comprensin del Edipo individual, nos dice Freud, slo resulta acabadamente posible
en el Edipo histrico. Freud, hecho que se olvida habitualmente, est estableciendo los fundamentos de
una psicologa considerada como ciencia histrica. Y si es as tendra que reencontrar todo el campo de la
realidad histrica, desde los orgenes del hombre hasta nuestros das, para dar cuenta de la formacin
del aparato psquico y de la individualidad30 .
Otra faceta del problema la aborda Marcuse en su estudio sobre la dominacin en la que llama
Sociedad Industrial avanzada, absolutamente vlido para nuestros das como fue indicado en uno de los
trabajos anteriores, donde considera que el poder, para perpetuarse, se apoya en la satisfaccin de los
instintos en un sistema de no libertad, para lo cual crea necesidades no verdaderas: Nos encontramos
ante uno de los aspectos ms perturbadores de la civilizacin industrial avanzada: el carcter racional de su
irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad de incrementar y difundir las comodidades, de
convertir lo superfluo en necesidad y la destruccin en construccin, el grado en que esta civilizacin
transforma el mundo-objeto en extensin de la mente y el cuerpo del hombre hace cuestionable hasta la
nocin misma de alienacin [...] El mecanismo que une al individuo a su sociedad ha cambiado, y el
control social se ha incrustado en las mismas necesidades que ha producido31 .
Es muy interesante como Marcuse analiza las formas en que sto se produce y se introyecta el
poder haciendo crear una falsa conciencia de felicidad que los hechos desmienten, por lo que insiste en
que una de las funciones del psicoanlisis -en su funcin de hacer conciente lo inconciente- no debe
limitarse a ver lo tradicional sino tambin lo que socialmente determina al sujeto y que este desconoce o
racionaliza32 . Una forma categrica y clara de rever el problema del poder e incluso una tarea
psicoanaltica al respecto, que brinda bases para mltiples desarrollos..
Tambin sobre esta temtica hubo interesantes sealamientos en los textos y simposios argentinos
antes citados. Uno de tales autores considera que la problemtica del narcisismo es central a la cuestin
30

Idem, p. 33-34 y 40.

31

Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Planeta-Agostini, Mxico, 1985, p. 39.

del poder, pero luego reconoce que somos conscientes del difcil salto metodolgico en aplicar teoras
psicoanalticas a la comprension de fenmenos sociales, dado que stos incluyen mltiples motivaciones.
Cree que nuestra disciplina nos da esa posibilidad, y si bien su trabajo no aporta nada novedoso -no
escapa a lo tradicional a ms de mostrar que poco puede aportarse sobre el tema desde el marco terico
de Kohut- al menos tales planteos van algo ms all que lo ortodoxo al reconocer tales limitaciones33 .
Otros trabajos del mismo texto son ms valiosos, tal vez ms en torno al impacto que tuvo la
represin sobre la poblacin y tambin sobre algunos psicoanalistas y el repensar sobre su trabajo que
sobre lo terico. As uno de ellos se pregunta cmo seremos los psicoanalistas del siglo XXI seala que
la respuesta pasa por el destino que tengan la inclusin y la bsqueda de lo que considero se ubica en el
centro de nuestras responsabilidad histrica como psicoanalistas de hoy: [...] sumados a la gran cantidad
de grupos diversos que trabajan desde distintas orientaciones y disciplinas sobre causas, caractersticas y
efectos de la Agresin institucionalizada como sistema poltico, debemos reconocerla y trabajarla en
nuestro campo clnico34 . Si esto lo entiende no slo respecto a lo vivido en su pas sino en general incluyendo las formas sutiles sealadas por Marcuse y otros, es decir el control social en general- tal
postura implica un aporte sustantivo para el anlisis del poder35 .
Cmo terminar esta suscinta y limitada exposicin de problemas y aportes sin un especial sealamiento de los planteos sobre el tema de Robert Castel, uno de los ms agudos y certeros analizadores del
tema en varias de sus facetas? Recordemos que la primera edicin de su crtico libro fue publicado (en
francs) en 1973 y que su autor, siendo socilogo, fue uno de los ms lcidos estudiosos del movimiento de alternativas a la psiquiatra de los aos anteriores, y que en ese contexto debe ubicarse un estudio
que en su momento produjo una muy fuerte polmica con escasas posibilidades de refutacin.
Por lo mencionado es evidente que Castel categricamente se ubica entre quienes consideran que
el psicoanlisis no puede marginarse de su insercin, terica y prctica, en el campo social, aunque su

32

Sobre esto vase mi trabajo Desde la lectura de El malestar en la cultura..., ob.cit.

33

DAlvia, Rodolfo, Psicoanlisis y poder, en Argentina-Psicoanlisis...ob.cit., p. 219.

34

Galli, Vicente, ob.cit., p. 38.

35

Otro autor del libro parece entenderlo as al escribir que desde el poder se logra incorporar a la subjetividad la
organizacin de domesticacin y la manera de sostener la dominacin en el interior del sujeto (Dunayevich, Mariano,
Algunas consideraciones sobre la agresin del Estado y sus consecuenciales sociales y mentales, en ob.cit., p. 47).

pertenencia a la equvocamente llamada antipsiquiatra, en ciertos momentos le hace formular conceptos


muy duros producto del calor del debate de tal poca. Ejemplo de lo cual es la siguiente: En mi opinin lo
que se puede con justicia reprochar al psicoanlisis no es tanto esta complicidad con las estructuras
poltico-sociales del poder. Sera lo mismo que hacerle reproches a una piedra porque cae. Es ms bien
su pretensin de haberse liberado de ellas, sus fingimientos de desenvoltura, de autonoma o, lo que
es todava ms extraordinario, de subversin. El inconsciente social del psicoanlisis lo carga con el
peso de esta complicidad y por tanto lo coloca ante sus responsabilidades sociales. A medida que se lo
explore, se comprender mejor la vacuidad de la pretensin del psicoanlisis de reivindicar un
derecho de extraterritorialidad social. El inconsciente no es una tierra de nadie. Lo ignorado a que se
refiere el psicoanlisis no es solamente lo desconocido del goce y la angustia. El no saber que instaura no
depende slo de la estructura inefable del deseo. Cuando reconozca lo ignorado social que opera
dentro de l, tal vez el psicoanlisis supere su enfermedad mental. Aunque de inmediato plantea sus
dudas de si quiere hacerlo: Falta saber si est dispuesto a prestar atencin a ello y si no es ya demasiado
tarde 36 . Esto ltimo no es casual ya que responde tanto a las caractersticas dominantes del psicoanlisis
de ese momento (y actual) como a las crticas que -de una manera incorrectamente global como si existiese slo ese psicoanlisis- se le formulaba: El psicoanlisis es al mismo tiempo resultado y uno de los
agentes del proceso general de apolitizacin que domina a las sociedades industriales avanzadas37 .
Sus objetivos y planteos centrales los determina desde el mismo comienzo del libro, y vale citarlos
pese a su extensin: Espero mostrar que una teora correcta de los procesos de difusin, reinterpretacin
e institucionalizacin del psicoanlisis en lo extraanaltico, que tome en serio la amplitud y el carcter
especfico de su inscripcin actual en las relaciones sociales de poder, supone una reinterpretacin del
funcionamiento del mismo aparato intranaltico. Esta reinterpretacin deber hacer comprensible cmo y
por qu este aparato es ya en s mismo -entre otras cosas- un centro de produccin de ideologa. Llamo
psicoanalismo a este efecto especfico del psicoanlisis. Aunque poco despus dice que aclaro desde
un comienzo que el psicoanlisis no es el psicoanalismo. El psicoanlisis es la prctica y la teora de los
efectos del inconsciente que pone entre parntesis la cuestin de sus finalidades sociopolticas: abstraccin
que, como veremos, es defendible dentro de ciertos lmites bien precisos y muy estrechos. El psicoanalismo
36

Castel, Robert, El psicoanalismo, el orden psicoanaltico y el poder, Siglo XXI, Mxico, 1980, p. 75. Subrayados
mos.
37

Idem, p. 242.

es el efecto-psicoanlisis inmediato producido por tal abstraccin. Es la implicacin sociopoltica directa


del desconocimiento de lo poltico-social , desconocimiento que no es un simple olvido sino, como lo
mostraremos abundantemente, un proceso activo de invalidacin38 .
Consecuencia obvia de esto es que se hace ms difcil seguir ocultndonos las responsabilidades
del psicoanlisis en situaciones caractersticas por una relacin con el poder, respecto del cual aqul
proclama ostensiblemente su neutralidad, por lo que Castel se propone nada menos que individualizar
aquello que en la convencin constitutiva de la existencia del psicoanlisis reitera las estructuras dominantes del poder y lo hace desde un comienzo cmplice del sistema socioeconmico en el cual se
inscribe39 . Para lo que intenta demostrar tres proposiciones:
1) la relacin del psicoanlisis con sus usos, incluyendo a los ms extraviados, no es nunca una relacin de pura exterioridad (crtica de la problemtica de la recuperacin).
2) la relacin analtica ms depurada tiene inmediatamente efectos sociales especficos que nunca
son socialmente neutros (esbozo de una teora de la convencin analtica, considerada como una invalidacin necesaria del impacto del poder en las relaciones humanas, o sea, como descalificacin del elemento constitutivo del campo sociopoltico, o como neutralizacin necesaria en la relacin analtica de
aquello que fuera de esa relacin no es nunca neutro).
3) la relacin consustancial entre el primer punto y el segundo permite comprender desde el interior de
su dispositivo el lugar privilegiado que ocupa hoy el psicoanlisis entre las ideologas dominantes y
las instituciones de control social (esbozo de una teora de la situacin del psicoanlisis en la coyuntura
de las relaciones de clase, y de su aporte decisivo a las tcnicas de psicologizacin y de privatizacin,
principalmente en su interpretacin mdico-psiquitrica). La articulacin rigurosa de los tres puntos
expresara la lgica interna del psicoanalismo entendido como el proceso de ideologizacin especfica
que le debemos actualmente al psicoanlisis: aquello que el psicoanlisis nos cuesta, aquello que el psicoanlisis nos oculta40 .
Recordemos aqu la diferencia sealada entre psicoanlisis y psicoanalismo, es decir que Castel reconoce que no son lo mismo -aunque a veces no reconoce diferencias- expresin de lo cual es su seala38

Idem, p. 8.

39

Idem, p. 11.

40

Idem, p. 15.

miento de que W. Reich ha sido prcticamente el nico que plante claramente el problema de la relacin
del psicoanlisis con las estructuras del poder, pero el escndalo de Reich ha sido cuidadosamente
ignorado durante casi medio siglo. Y la contribucin de Lacan a una crtica de las concepciones adaptativas
del psicoanlisis ha sido durante largo tiempo silenciada. Por lo dems estaba formulada en trminos tan
esotricos que no haba peligro de una difusin explosiva41
En este contexto Castel dedica un muy lcido captulo al conocido problema de la neutralidad de
la praxis psicoanaltica -que tanto fuera trabajado por quienes en la dcada de los 70 rompieron con las
instituciones analticas42 - donde seala que lo que rechaza la arbitrariedad de esta convencin no es,
arbitrariamente, cualquier cosa, sino que representa esencialmente la neutralizacin de los datos objetivos que constituyen la problemtica poltico-social del poder. Lo que le lleva a concluir que el
dispositivo analtico implica como su condicin de posibilidad y reitera en cada una de sus fases
aquello mismo que excluye para existir. A esta subyacencia no analizada de la problemtica psicoanaltica
del inconsciente la llamo el inconsciente social del psicoanlisis43 .
Para terminar el planteo de Castel -que obviamente ofrece material para un desarrollo mucho
mayor, el que, como ya es costumbre, ha sido negado o no reconocido por la mayora del mundo analtico- * una importante consideracin sobre lo ltimo: Hablar del inconsciente social del psicoanlisis no
equivale a borrar las distinciones, tericamente pertinentes y prcticamente verificadas, sin las cuales el
psicoanlisis no existira y el inconsciente sera negado. Tampoco equivale a proyectar el orden inconsciente sobre el plano de las condiciones histrico-sociales buscando influencias, contaminaciones recprocas o condicionamientos mecnicos. Se trata de comprender cmo lo imaginario en tanto imagina41

Sobre Reich vase mi trabajo Una recuperacin crtica de Wilhelm Reich (puede verse en este libro virtual). Respecto a la obra de Lacan, recurdese que Castel escribe su libro en 1973, antes de que se produjera el auge del lacanismo
(para usar un trmino derivado de Castel y con significaciones similares, sobre el que hay referencias en mis artculos
antes citados). Incluso sobre esto Castel escribe tambin que hay que cuestionar esta oposicin de lo intra y extraanaltico,
aun a riesgo de chocar frontalmente con esos dos monumentos de legitimidad cultural en los que se han convertido el
marxismo en su forma althusseriana y el psicoanlisis en su forma lacaniana. No es por azar que son cmplices (p. 33.
Cursivas mas).
42

Sobre esto vanse los dos tomos de Cuestionamos, ob.cit. Respecto al problema de la neutralidad es interesante
sealar que no debe confundirse su crtica con la transmisin de posturas del analista a los analizados, como incluso lo
destacan y aclaran terapeutas que trabajaron con reprimidos y torturados, con quienes tenan una solidaridad ideolgico-poltica que posibilitaba una alianza teraputica: ver sobre esto Bozzolo, Raquel, y Lagos, Daro, Abordaje clnico
en familiares de desaparecidos, en Kordon, Diana, y Edelman, Luca, Efectos psicolgicos de la represin,
Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1986.
43

Idem, p. 57.

rio, lo simblico en tanto simblico, son estructurados por otro real distinto de aquel del deseo y la
angustia, el que tejen las contradicciones profundas y veladas de la vida social, en las cuales hallan los
hombres asimismo las lneas de fuerza de su destino, y que ellos interiorizan. Qu es lo que pasa de
estas condiciones al orden inconsciente? De acuerdo con qu lgica son ellas totalmente reinterpretadas,
permaneciendo al mismo tiempo en el principio de la produccin de la produccin de dos clases diferentes de efectos (que, en todo caso, es necesario distinguir metodolgicamente, aunque sea de modo
provisional, para no volver a caer en la confusin): los efectos del inconsciente propiamente dicho, si los
hay, por un lado, pero tambin los efectos producidos por la inconsciencia de la presencia de esas condiciones en el inconsciente?. Por lo que concluye, aunque cae en el error de confundir el psicoanlisis
hegemnico y domesticado con todo el psicoanlisis, en que mi finalidad no es el criticar al psicoanlisis
por estar as constitudo, lo que equivaldra a reprocharle el hecho de ser lo que es. Se le puede reprochar,
en cambio, el no tener consciencia de ser lo que es, el hecho de cultivar el desconocimiento para
ofrecer la imagen ms prestigiosa de s mismo, en cuanto desembarazada de restricciones prosaicas44 .

Para terminar y seguir el tema

Todo lo anterior no es ms que una brevsima parte de todo lo que puede decirse y citarse, como
introduccin y para promover el debate, sobre la vinculacin del psicoanlisis con la cultura y la problemtica del poder. Es evidente y conocido que sobre lo primero hay mucho mayor estudio que sobre lo
segundo, acerca de lo que falta infinitamente ms que lo escaso que hay. Sobre esto pudo verse que se
reconoce la necesidad de abordaje de su anlisis, se visualizaron algunas facetas de la interiorizacin del
poder en los sujetos y algunas de sus causas psquicas (identificaciones, caudillos, etc), se investig bastante sobre las significaciones y razones del olvido del problema en el psicoanlisis oficial, pero -entre
otros aspectos poco conocidos- es muy escaso lo existente sobre las motivaciones profundas de la
bsqueda del poder, uno de los temas ms importantes de la dialctica social, con las implicaciones que
*

Esto contina hoy, como pudo verse en las dificultades que se tuvo en la revista Subjetividad y Cultura al invitarse
a diferentes profesionales para que analicen ese texto 30 aos despus para su seccin Libro polmico, que apareci
en el N 17, 2001, con algunas posturas muy crticas sobre sus contenidos
44

Idem, p. 63. Ultimas cursivas mas.

tiene sobre el sujeto psquico.


Problemticas todas de sustancial importancia, que requieren urgentes respuestas para la construccin de un psicoanlisis no domesticado y congruente con un planteo crtico en el sentido ms riguroso de este trmino

LOS ENCUENTROS ENTRE PSICOANALISTAS


Y PSICLOGOS MARXISTAS *
BREVE HISTORIA DE ENCUENTROS Y (ALGUNOS)
DESENCUENTROS * *

Realizado ya un tercer Encuentro y en preparacin un cuarto, es muy importante tanto informar sobre el
camino recorrido como analizar lo realizado, mxime tratndose no de congresos o reuniones del campo
psiclogico como tantas otros se realizan, sino de uno de caractersticas pocos comunes en los tiempos
presentes donde lo dominante es algo muy distinto.
Estas reuniones comienzan en 1986, cuando la Facultad de Psicologa de la Universidad de La
Habana y el Colegio de Psiclogos de Cuba convocan a una reunin acadmica entre psiclogos marxistas y psicoanalistas, provocando la consiguiente sorpresa ya que, como es muy conocido, el psicoanlisis
no slo nunca fue del agrado del marxismo-leninismo oficial sino, por el contrario, objeto de las ms
fuertes crticas (en general dogmticas y con fuerte desconocimiento de sus contenidos tericos y prcticos). Recurdese, para que se entienda el por qu de tal sorpresa, que en ese ao las hoy famosas y
conocidas perestroika y glasnot estaban en sus inicios, as como que en ese momento eran inimaginables
los posteriores cambios en los pases de Europa del Este; y Cuba no participaba en ese proceso de
apertura, o ms bien encaraba el camino oficialmente conocido como proceso de rectificacin de errores en una perspectiva muy diferente.
Si bien el ttulo oficial de tal reunin no explicitaba a quienes se convocaba, su sentido s era claro en
las temticas de los debates: efectivamente, bajo el neutro nombre de Encuentro sobre cuestiones tericas, ideolgicas y metodolgicas de la psicologa en Amrica Latina aparecan los temas concretos
sin disfraces, es decir haciendo referencia concreta a las posturas del psicoanlisis y la psicologa marxista (situacin de ambos en el continente, sus fundamentos tericos, reflexiones que hacen sobre individuo
* Han sido mltiples los artculos que he escrito y publicado sobre estos Encuentros a partir del primero realizado en
1986. Aqu se transcriben slo dos, uno donde se historia el surgimiento de los mismos, y el otro respecto al penltimo
de los realizados.
**

No se encuentra donde fue publicado, pero una versin similar lo fue en Crtica, revista de la Universidad Autnoma
de Puebla, N 45, invierno1990-91

y sociedad, perspectivas clnicas, etc). Los asistentes fueron psiclogos marxistas cubanos (aunque se
les reproch la apropiacin de tal nombre -acaso no pueden serlo tambin psiclogos de otras orientaciones?- y tal vez por eso luego se definieron como psiclogos de orientacin marxista) y psicoanalistas latinoamericanos provenientes, en orden cuantitativo, de Brasil, Argentina y no muchos otros pases
(en ese ao concurrieron muy pocos de Mxico).
Cmo deba entenderse tal apertura cuando en Cuba, al igual que en los pases del socialismo
real el psicoanlisis siempre ha sido considerado como corriente decadente, burguesa, idealista, etc., y
sus seguidores como elitistas, adaptacionistas y conservadores? Si no es posible una respuesta absoluta,
s es posible rastrear mnimamente el surgimiento de estos Encuentros1 . Uno de sus protagonistas, que
estuviera exiliado ocho aos en Cuba, destaca que la historia comienza cuando l y Marie Langer son
invitados al Segundo Encuentro de Intelectuales de Latinoamrica por la Soberana de los Pueblos,
realizado en La Habana en diciembre de 1985, donde Marie Langer es designada como miembro de su
Comit Permanente en lugar del fallecido escritor Julio Cortzar. Ambos fueron los primeros psicoanalistas participantes en una reunin de tal tipo, y al terminar tal reunin charlan con Fidel Castro: Me pregunt qu experiencia haba recogido despus de trabajar ocho aos en Cuba como psicoanalista y cmo
estaba el psicoanlisis all; le respond que estaba muy mal. Me pregunt quien poda ensear psicoanlisis
en Cuba y le dije que nadie. Fidel sonri y me dijo: Bueno, pero despus de vivir ocho aos aqu no me
digas que no has pensado alguna solucin para nuestro problema. Algo se te debe haber ocurrido.
Entonces Marie y yo le comentamos que estbamos pensando en la posibilidad de organizar un Encuentro
de Psicoanalistas Latinoamericanos en Cuba. Fidel nos dijo que le pareca una idea excelente y que iba a
ayudarnos en todo lo posible2 .
Y contina sealando: Empezamos a hablar luego de la historia del psicoanlisis, del marxismo, de
Freud... Yo recordaba que en un libro aparecido en Cuba en 1980, La prisin fecunda, escrito por el
.1 Los datos siguientes estn tomados de artculos mos anteriores donde existen referencias ms amplias: sobre el Ier.
Encuentro, Un encuentro posible, en Le Monde Diplomatique en Espaol, Mxico, N 91, septiembre 1986; Quin
podra ensear psicoanlisis en Cuba?, en Panorama de Centroamrica y el Caribe, Mxico, N 12-13, diciembre 1986marzo 1987; De los dogmatismos a la apertura?, en revista La Nave de los locos, Morelia, N 11, 1986; sobre el
segundo, El encuentro sigue siendo posible, en revista Psicologa y Sociedad, Facultad de Psicologa de la Universidad de Quertaro, N 7, 1989.
2

Reportaje a Juan Carlos Volnovich, Encuentro de psicoanalistas en La Habana: Marx y Freud vuelven al dilogo, en
El Periodista, Buenos Aires, N# 94, l986. Tambin profesionales brasileos intentaron organizar un Encuentro con
colegas cubanos. * Nunca qued claro el origen de estos Encuentros: en todos los realizados se sigui polemizando si
fue lo indicado o por la propuesta brasilea.

periodista Mario Menca, se describan las vicisitudes de los prisioneros en la Isla de Pinos despus del
fracasado asalto al cuartel Moncada. Ah va preso Fidel y organiza una escuela con sus compaeros. A un
amigo que va a visitarlo le pide que lleve los libros de Freud y de Trotski. El director del penal no se los
deja pasar y Fidel hace un documento reclamando que le entreguen los libros, fundamentando su pedido
en el derecho que tiene todo el mundo a leer todo. Que esto se dijera en un libro en los aos 80-81, con
todo lo que significaban Freud y Trotski, sabiendo que en los pases socialistas no se lee a Trotski, salvo
los especialistas que leen las crticas a Trotski pero no su obra, era para m tremendamente significativo.
Viviendo en un pas socialista uno aprende a conocer las reglas de juego, a discernir algunos signos,
indicios... En fn, comprend que las cosas comenzaban a experimentar un cambio importante3 .
Si la realizacin del Encuentro fue un paso enorme, lo acontecido dentro del mismo (y en los
siguientes) fue muy importante. Es sabido que una cosa son las intenciones y otras la concreciones de
stas: en este caso la propia convocatoria planteaba la necesidad de un dilogo entre dos marcos tericos
diferentes y poco afines en sus versiones dogmticas, o sea indicaba la necesidad de un escucharse y de un
abrirse. Por eso su inicio estuvo marcado por no pocos temores y prejuicios, como consecuencia de
estereotipos existentes pero tambin con base en innegables situaciones reales: ya se dijo algo sobre qu
se piensa en esos pases acerca del psicoanlisis, y a su vez los psicoanalistas imaginaban encontrar a
profesionales cubanos dogmticos (stalinistas al estilo de los lamentables manuales de la Academia de
Ciencias de la URSS, es decir repetidores de un marxismo escolstico), seguidores de posturas
reflexolgicas, neurofisiolgicas y de psiclogos rusos clsicos (Rubinstein, Vigotski, Leontiev, etc) y ms
o menos cercanos, aunque no confesos, a las prcticas y objetivos conductistas.
Por supuesto que hubo algo de eso, pero no fue lo dominante, mientras que del lado analtico existi
desde el vamos una obvia ruptura con los cnones tradicionales y ortodoxos desde el momento en que los
asistentes no provenan de las instituciones oficiales: por el contrario, casi todos haban roto mucho antes
con estas y formaban parte del campo que podra genricamente definirse como progresista. Al respecto debe recordarse el proceso por el cual, a comienzos de la dcada de los setenta, dichas asociaciones
tradicionales sufren importantes rupturas y un importante nmero de psis (psiclogos, psicoanalistas,
3
Idem. Como es sabido las cosas han cambiado mucho en la URSS y en los pases de Europa del Este. En Cuba se han
realizado estos Encuentros y, durante ellos, entrevistas a psicoanalistas en peridicos o reuniones en Casa de las
Amricas, pero no se editaron las obras de Freud y de Trostki (del primero s algunas en la primer dcada de la
revolucin); pero en los volmenes del II Encuentro se public sin problemas una ponencia sobre Trotski y el psicoanlisis.

psiquiatras, psicopedagogos) se vinculan a praxis distintas, en un intento de vinculacin con las luchas
populares y revolucionarias de la poca, con el marxismo, la realidad social, etc4 . Y si es cierto que tal
tendencia ha tenido serios tropiezos -por la prdida de vigor de los procesos polticos en que se apoyaba,
las dictaduras militares posteriores, y las tendencias profesional y polticamente dominantes-, los concurrentes a estos Encuentros se mantiene, en diferentes grados, en tal perspectiva.
De cualquier manera, y pese a los prejuicios, el comienzo fue cordial pero tenso, comenzando a
producirse el encuentro no en las sesiones plenarias -donde en realidad pas poco, salvo la importancia
de la reunin colectiva- sino en las Mesas de Trabajo con grupos permanentes que no siempre (o casi
nunca) respetaron la idea de debatir lo planteado en esas Plenarias sino tomaron caminos propios y
diversos. Pero donde el dilogo comenz a darse.
Claro que en un comienzo ocurri casi lo mismo que en una pelea boxstica, donde los rivales se
observan cautelosamente. No fue exactamente as pero s existi una tendencia a mostrar, a veces
exageradamente, el valor de cada praxis para mostrar lo bueno que se tena, aunque esto se daba ms
en los cubanos -con una prctica, sobre todo clnica, infinitamente menor, y con una teora poco slida e
integrada- que en los psicoanalistas, concientes de que dentro de su campo terico-prctico existen
sectores (mayoritarios y dominantes) que no les interesaba defender y s diferenciarse. Porque ste
fue uno de los aspectos ms complicados, pero finalmente exitosos: sealar que hoy es imposible hablar
de un psicoanlisis homogeneo -tanto terica como prcticamente- sino que dentro de l existen variantes
incluso antagnicas. Ms an, no pocos psicoanalistas indicaron la necesidad de discutir no slo una
prctica ortodoxa y burguesa que no comparten, sino tambin aspectos de la misma teora freudiana
(aunque no los centrales) de las que presentan una particular lectura.
Puede decirse que el cambio se produjo en el tercer da de los debates, posibilitndose el logro
mayor del encuentro: el inicio de un vnculo afectivo-ideolgico, condicin imprescindible no ya para
un encuentro terico sino para la creacin de un clima distinto de comprensin de las diferencias como de
las aproximaciones. Por supuesto que esto ltimo no se logr en ese Ier. Encuentro pero s abri el
camino para, lentamente, seguir avanzando en el segundo y tercero, con vista a un cuarto que puede ser el
4

Sobre esto ver los dos tomos compilados por Langer, Marie, Cuestionamos, Granica, Buenos Aires, 1971 y 1973; y mi
artculo El trabajo argentino en salud mental: la prctica entre la teora y la poltica, en el Apndice de los libros
Sociedad, salud y enfermedad mental, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimico, Mxico, 3 ed, 1981, y Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/UAM-X, Mxico, 1990. * El primer artculo se incluye en este
libro virtual

crucial. Pero no hay que adelantarse sobre lo que se mencionar en pginas posteriores.
Por supuesto que no se pretende decir que mgicamente desaparecieron diferencias, prejuicios y
estereotipos. Hubo y seguir habiendo posturas cerradas y dogmticas, y no desaparecern diferencias
que en muchos casos siguen siendo sustanciales, pero se cre la posibilidad, el clima y el mbito para
discutirlas, as como para conocer no solo otras posturas tericas sino, y fundamentalmente, prcticas
distintas en realidades sociales y polticas con signos muy distintos.

Continuidad y superacin en los segundo y tercer Encuentros

El segundo se quita la mscara de neutralidad y abiertamente se define como II Encuentro Latinoamericano de Psicologa Marxista y Psicoanlisis: intercambio de experiencias, prcticas y teoras. El tercero mantiene tal signo, rechazndose en la reunin final del segundo la propuesta de abrirlo a
todas las corrientes tericas actuantes en Latinoamrica, con el argumento -expresado por el Decano de
la Facultad convocante- de que si era difcil establecer cdigos comunes entre ambas praxis participantes,
una apertura global impedira el progreso cualitativo de las reuniones.
El realizado en febrero de 1988 tuvo diferencias formales con el anterior, trabajndose ya no con
Mesas Redondas plenarias (que fueron ineficientes en 1986), sino con reuniones paralelas matutinas (ms
de 20), en cada una de las cuales se presentaban 4 5 ponencias vinculadas temticamente, sobre las que
se abra la discusin. Sobre mltiples temas tericos y prcticos se presentaron ms de 340 trabajos
(entregadas a cada participante en cinco volmenes), y esta vez asistieron alrededor de 650 profesionales
del campo psi: en nmeros redondos 300 cubanos, 200 brasileos, 60 mexicanos, 50 argentinos (la
notoria disminucin en relacin al primero fue por los problemas polticos y econmicos que se vivan en
ese pas) y 40 de otros pases latinoamericanos, europeos e incluso de Estados Unidos. Por las tardes
exista una cantidad similar de mesas diarias, pero stas -que no funcionaron bien, superadas en inters
por las matutinas- se constituyeron con grupos fijos y con un tema nico: Insercin concreta de los
profesionales en la realidad latinoamericana. Contingencias, lmites y perspectivas.
Un poco entre parntesis, aunque es importante, debe sealarse que, salvo una pequea cantidad,
los participantes de los tres Encuentros no han sido los mismos: por las causas econmicas ya apuntadas
(sobre todo para argentinos y brasileos, un poco menos para mexicanos), pero tambin por frustracin

en aquellos que buscaban mayores niveles tericos o coincidencias ms altas sin comprender que se trata
de un proceso, por la incuestionable derechizacin que se vive en el mundo psicolgico y psicoanaltico
latinoamericano y mundial -consecuencia de un proceso similar ms amplio-, sin olvidar que no pocos han
ido (y es de suponer que otros lo harn) ms por motivos tursticos, como pasa en casi todos todos los
congresos. Analizado este hecho en la Comisin Organizadora Internacional5 se entendi que, pese a su
importancia y comprendindose las causas que lo producen -a las anteriores deben agregarse otras, entre
ellas que Cuba ya no tiene la capacidad de convocatoria de otras pocas-, tampoco puede negarse que
existe una continuidad evidenciada en las deliberaciones, as como una memoria histrica que no se pierde
(expresada con mayor fuerza en quienes han concurrido a dos o tres Encuentros).
El segundo tuvo la gran ventaja de un comienzo sin los prejuicios, estereotipos y temores del anterior: desde un inicio pudo realizarse una discusin mucho ms elevada pero a la vez dispareja, primando
esta vez la bsqueda de un dilogo y la comprensin de las prcticas. Lo de disparejo apunta a reconocer
que junto a una discusin real tampoco faltaron posturas fuertemente dogmticas: de cubanos dueos de
una verdad rgida, pero tambin de analistas con intenciones (no siempre concientes) de tipo mesinico
al pretender llevar a Cuba una praxis aqu poco conocida6 . De cualquier manera lo predominante fue lo
primero, con un reforzamiento de la confianza que fortaleci -en muchos aunque obviamente no en todosla necesidad de seguir recorriendo el camino iniciado, sin por eso desconocer los obstculos existentes.
No debe olvidarse que en 1988 el mundo ya estaba conmocionado por la perestroika sovitica, y
no faltaron quienes consideraron la mayor apertura de los cubanos como efecto de esa situacin, lo que es
incorrecto ante la conocida crtica oficial de ese pas a los cambios que estaban producindose en la
URSS. Pero, se repite, tampoco faltaron los que vieron como dbil tal apertura en el campo psicolgico,
tal vez cayendo en el error de no comprender que, por lo que se ver ms adelante, los cambios sustanciales implican modificaciones profundas en estructuras cognoscitivas e ideolgicas difcilmente realizables
a corto plazo. Por eso puede pensarse que el II Encuentro no tuvo la radicalidad del primero -entendiendo por esto que en el anterior se rompi con la imposibilidad de un dilogo-, sino no pas de reforzar el
vnculo establecido y acrecentar una mutua apertura, sin que, como casi exigan algunos impacientes, se
5

Se integra con profesionales de Argentina, Brasil, Cuba, Mxico y de latinoamericanos residentes en Europa, y convoca
a estos Encuentros junto con las organizaciones cubanas ya citadas. * Integr ese comit a partir de la organizacin del
segundo y hasta la terminacin de los mismos.
6

Sobre todo por parte de lacanistas, para colmo en un lenguaje escasamente comprensible para el pblico al que se
pretenda dirigir el mensaje.

produjeran aperturas y cercanas mayores (sin implicar con esto una utpica e impensable coincidencia
total).
Si tal anlisis es correcto resulta vlido considerar que el II Encuentro signific una continuidad y
una especie de transicin hacia algo superior que podra realizarse en el tercero (por supuesto para quienes vean positivamente el proceso). Sin embargo, y se ver que no se trata de una contradiccion, no
pocos vean ese tercero con un marcado pesimismo, considerando incluso que podra ser el ltimo y una
desilusin ms en el ya largo intento de vinculacin entre psicoanlisis y marxismo.
Las causas de tal temor tienen que ver con los espectaculares e inesperados cambios producidos
que se produjeron en el mundo (e incluso en las ciencias sociales) en los ltimos aos y en 1989 en
particular: desde la ya tan mentada crisis del marxismo y de los paradigmas en general hasta, y muy
especialmente, las radicales transformaciones producidas en la ltima mitad de ese ao en los pases del
campo antes llamado socialista o, ms precisamente, socialismo real o socialismo autoritario. Por
supuesto este no es el lugar para estudio de los mismos, pero es imposible no tener en cuenta que en ellos
y en la propia URSS se comenzaron a abrir las puertas del pensamiento antes fuertemente escolstico,
posibilitando conocimientos y discusiones antes negados o prohibidos. Pero una importante diferencia es
que siempre Cuba tuvo caractersticas distintas respecto a otros pases del campo socialista, que hoy
implican un camino tambin distinto: la apertura aqu analizada (y en otros campos) se produce dentro de
las premisas bsicas del que definen como marxismo-leninismo clsico.
No puede negarse que, ms all de la polmica al respecto7 , tales cambios son aceptados en gran
medida por un muy importante sector intelectual del campo progresista, sea porque siempre criticaron
la represin y el dogmatismo del genricamente designado como stalinismo, o bien sensibilizados por
todo lo que ahora hacen pblico los propios gobiernos de esos pases -includos sus partidos comunistasy/o por las protestas populares masivas en los mismos.
7

Polmica porque provocan diferentes apreciaciones. Si para algunos del propio campo socialista se trata de una
imprescindible renovacin y de un proceso de democratizacin del que surgir un verdadero socialismo en reemplazo de
uno dogmtico, burocratizado y autoritario, la direccin cubana considera que implica un retorno a formas capitalistas
(como de hecho ocurri y ocurre en casi todos ellos) o su peligro. Por supuesto la discusin supera al presente trabajo,
pero es importante remarcar que, ms all de los cambios econmicos, resulta evidente que un verdadero socialismo
requiere de formas democrticas de vida social (por supuesto no por fuerza idnticas a las existentes en el mundo
occidental) y posibilidad de libre pensamiento en el campo cultural e intelectual. En lo concreto de Cuba tampoco puede
olvidarse como cualquier cambio en este sentido -lo que parecen olvidar sectores liberales hoy muy de moda- se
encuentra muy dificultado por los intentos estadounidenses de terminar con el sistema actualmente vigente.

Tampoco puede negarse el tradicional apoyo del campo progresista latinoamericano a la Revolucin Cubana -ms cuando se acrecientan las agresiones norteamericanas-, pero eso no impidi el temor
de que la actual lnea de su direccin agudizara las posturas marxistas clsicas y ortodoxas como parte
de su oposicin a los cambios en los pases del este europeo. En lo referente especficamente a estos
Encuentros, ello no impedira o dificultara la continuacin del dilogo iniciado y, sobre todo, una superacin del mismo como consecuencia de la crtica que pueda hacerse a la psicologa de orientacin
marxista, en tanto tal crtica inevitablemente puede llevar a una discusin sobre algunos aspectos del
propio marxismo -o la lectura que los cubanos hacen de ste- en un momento en que algunos pudiesen
entender a tales crticas como anti-marxistas o, peor an, como contrarias a la Revolucin? En momentos
previos al Encuentro no haba respuestas claras a tal interrogante, pero s los temores sealados y algunos
otros.
Antes de comentar lo ocurrido en el ltimo Encuentro es entonces necesario sealar algunos de los
problemas que obstaculizan el dilogo, que requieren ser conocidos para su posible superacin.

Obstculos y desafos

Es ya algo demasiado conocido que ninguna lectura o anlisis es ingenuo o totalmente objetivo,
pero de cualquier manera no es intil reiterar que todo lo aqu escrito puede o no ser compartido por otros
participantes en los Encuentros o por los mismos lectores. Se trata, obviamente, de una aportacin que,
como cualquier otra, puede ser discutida en cada una o en todas sus partes.
Tambin es un lugar comn decir que nada puede ser comprendido si se prescinde del contexto en
que se ubica, y por supuesto esto no deja de ser vlido para un anlisis de la psicologa de orientacin
marxista cubana. En extremadamente rpida sntesis habra que apuntar al respecto, y con clara conciencia del carcter polmico de lo sustentado: 1) Cuba nunca tuvo un alto, ni siquiera importante, desarrollo
psicolgico, y la mayora de sus escasos profesionales -psicoanalistas includos- se fueron del pas luego
del triunfo de la Revolucin o cuando sta adopt medidas de ruptura con la burguesa local y el imperialismo; 2) ante la agresin y bloqueo de Estados Unidos y de prcticamente todo el continente, Cuba se
apoya casi exclusivamente en los pases socialistas, y all van a formarse alumnos que luego retornan al
pas con las enseanzas adquiridas: lo que los cubanos llaman psicologa de orientacin marxista es

consecuencia de todo lo indicado, as como de una sociedad que se define de tal manera en loi ideolgico,
filosfico y poltico8 .
El problema entonces es de qu marxismo se trata. Independientemente de que el desarrollo en
psicologa de los pases socialistas -en realidad de la URSS, porque en los otros hay muy poco- nunca
ha sido grande, lo importante es cmo el mismo ha sido lgico producto del marxismo dominante, que hoy
se reconoce que fue dogmtico, rgido, mecnico y no dialctico, con una prctica clnica marcadamente
adaptacionista y en rigor poco diferente en sus objetivos a la conductista. Tal el modelo aprendido por los
cubanos, que estos de alguna manera sincretizan con la cultura tradicional cubana: los alumnos de
psicologa reciben muy poca informacin de otras escuelas -de la psicoanaltica muy poco, la mayor parte
a partir de las crticas que le hacen- y se encuentran impregnados del marxismo oficial y manualesco.
No es posible presentar aqu los planteos centrales de tal psicologia de orientacin marxista,
tanto por razones de espacio como por reconocimiento personal de no haber encontrado hasta ahora un
referente claro de sus significaciones (los propios cubanos sealan que se trata de un proceso en construccin), por lo que resulta conveniente que los interesados recurran de forma directa a los no muchos
trabajos existentes sobre ella9 . Pero s es importante sealar tres grandes limitaciones que -tambin es una
apreciacin personal- pueden percibirse en la misma: 1) el nfasis colocado en destacar la incidencia de
los aspectos sociales sobre el psiquismo (algo no negado por los analistas concurrentes a estos Encuentros) les hace caer en posturas sociologistas, con olvido o desvalorizacin de la intervencin en el proceso de eslabones intermedios (las caractersticas familiares en primer lugar) y de procesos psquicos individuales; 2) en no pocos casos hacen transpolaciones de textos de clsicos del marxismo (sobre todo de
Marx y de Lenin) a un campo diferente y con base en una supuesta o real coincidencia filosfica global
(semejanzas que no siempre resultan vlidas, resaltando algunas provenientes de la economa poltica), as
8

Ejemplo muy claro de lo sealado es que en la carrera de Psicologa de la Universidad de La Habana se dictan cinco
cursos de idioma ruso (sin ensearse otro) y que la gran mayora de la bibliografa utilizada en la misma -y la que se cita
en obras escritas por cubanos- es de ese origen. Actualmente se reconoce en Cuba la necesidad de creacin de modelos
propios y se crtica el error de haber copiado -muchas veces mecnicamente- los provenientes de esos pases.
9

A ms de los resmenes de los trabajos cubanos presentados en los Encuentros que motivan el presente escrito -que
brindan una idea de sus intereses y fundamentaciones-, y publicados en varios volmenes (junto a los de psicoanalistas), puede consultarse entre otros: Calvio Valds, Manuel, Temas de psicologa (compilacin de trabajos presentados en eventos cientficos), mimeo, La Habana, 1986; Gonzlez Rey, Fernando, Psicologa de la personalidad, Editorial
Pueblo y Educacin, La Habana, 1985; varios autores, Investigaciones de la personalidad en Cuba, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1987 (los dos primeros autores son miembros del Comit Organizador de estos Encuentros).

como fundamentaciones para el campo psquico con base en premisas bsicas de un marxismo esquemtico y simplificado; 3) un claro y fundamental ejemplo de esto, para la discusin que se realiza, es otra
transpolacin no del todo explicitada pero de hecho existente: partiendo de la afirmacin de que los
procesos evolutivos posibilitan la superacin de niveles inferiores y la (relativa) anulacin de estos, concluyen que el acceso del ser humano al nivel conciente, si bien no niega la existencia de lo inconciente, s
disminuye su importancia en relacin a lo que consideran los psicoanalistas y, de hecho, lo tienen en cuenta
muy secundariamente (en muchos casos, y tambin de hecho, se confunde conciencia psquica con conciencia social).
Otro de los problemas que existe en tal psicologa es que, en gran medida, desarrolla sus actividades en areas ms sociales que clnicas -estando stas predominantemente en manos de sectores mdicos
y psiquitricos- con todo lo que esto implica para la misma creacin terica (las realizadas en areas
sociales se encuentran, por sus mismas problemticas, en mbitos ms fcilmente ideologizados y, por
tanto, posibilitan una mayor coherencia con la praxis oficial).
Pero el problema fundamental se vincula a la apuntada visin del marxismo utilizada, siendo vlida
la pregunta de si el mismo, en tal concepcin, ayuda u obstaculiza el hallazgo de respuestas adecuadas
para la construccin de una psicologa cientfica (y de cualquier otro conocimiento). Que quede
bien claro: de manera alguna se trata de postular la negacin de las aportaciones del marxismo -como es
la moda presente- sino de destacar la necesidad de su recuperacin y actualizacin, lo que implica la
renuncia a continuar manteniendo vigentes sus concepciones dogmticas y escolsticas que tanto
dao han hecho y hacen en todos los terrenos, entendiendo que desde una perspectiva cientfica toda
dogmatizacin conlleva importantes grados de esterilizacin. No existen acaso ya demasiados ejemplos
al respecto en lo referente a tal utilizacin del marxismo?
Otra dificultad evidente es que la aceptacin del psicoanlisis -ms all de las crticas que puedan
hacerse a este marco terico- resulta muy difcil, por su caracter subversivo y cuestionante, en sociedades donde imperan ideologas oficiales. Salvo que se trate -como es lo dominante en los pases capitalistas- de una aceptacin al precio de su castracin (para lo cual las instituciones analticas tradicionales,
y sus miembros, han demostrado ser especialistas). Sobre todo en lo referente a la relacin hombresociedad (u hombre-cultura como prefera Freud) y el consiguiente conflicto: problema sobre el que tanto
falta conocer y no casualmente es tema de escaso inters para el psicoanlisis oficial, aspecto que encon-

trara se adecuado mbito de estudio en donde exista tambin un adecuado conocimiento social10 .
En cuanto al campo psicoanaltico resulta ms fcil formular crticas porque stas ya han sido planteadas por la mayora (no todos) los concurrentes a estos Encuentros, conocedores de las mismas e
incluso sus autores tanto en el pasado como en el presente. De cualquier manera es importante sealar
como este sector analtico ha perdido el peso cuantitativo y cualitativo que tuvo, sobre todo a comienzos
de la dcada de los setenta, por causas conocidas de los posteriores cambios ideolgicos, polticos y
tericos en el continente y en el mundo. Ese proceso se desarroll como parte de una situacin de fuertes
luchas populares, decayendo tras el retroceso o abandono de las mismas, salvo en aquellos ideolgica,
poltica y tericamente ms slidos. En su lugar adquiere peso en gran medida dominante un lacanismo
que adquiere fuerza en tanto decrece el inters por las problemticas psicolgicas vinculadas a lo social y/
o poltico. Y as como previamente hubo sensibilidad ante una realidad combativa, ahora la derrota y la
represin -tambin lo que algunos ven como ausencia de salidas, fin de las utopas, etc.- han facilitado
el regreso a los cmodos cauces de una psicologa y/o psicoanlisis alejados de toda problemtica conflictiva. Incluso por profesionales e instituciones antes ms o menos comprometidos11 .
Hay que ser claros: tal como se dijo en el II Encuentro y en trabajos escritos ya citados, si el
marxismo se ha dogmatizado algo no diferente ha ocurrido con un importante sector analtico, no siendo
exagerada la afirmacin de que marxismo y psicoanlisis se han convertido en dos de las ms importantes religiones laicas de nuestro tiempo (aunque obviamente no para sus serios seguidores) * . Y
esto exige una importante discusin y elaboracin para comprender el por qu de tal camino de teoras
cuyos creadores fueron los ms fuertes crticos de las creencias religiosas. No sera conveniente, para tal
comprensin, una relectura de El porvenir de una ilusin?
Pero, puede Cuba ofrecer algo al psicoanlisis? Citando el trabajo escrito sobre el II Encuentro:
Tal vez, o seguramente, poco o nada en lo terico, pero posiblemente mucho en otros sentidos: dejando
por ahora de lado la discusin sobre contenidos cuestionables del marco terico psicoanaltico (o sus
carencias), la realidad cubana -ms que su actual psicologa- puede contribuir a un abordaje cualitativamente
distinto del para qu (y para quienes) de la prctica analtica [...] Esta ha tenido una deformacin cono10

Sobre esto vase mi trabajo La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis * Includo en este libro virtual.

11
Por supuesto que esto ltimo es un resumen harto esquemtico de algo mucho ms complejo. Una ampliacin
puede encontrarse en el artculo citado en nota 4 y en el captulo del mismo referido al psicoanlisis.

Sobre esto vase l artculo Las religiones laicas de nuestro tiempo, includo en este libro virtual.

cida: proveniendo de una teora revolucionaria -en el sentido de que transform las ideas preexistentes
sobre el psiquismo- se ha convertido en elitista e incluso reaccionaria en su uso [...] no es entonces casual
que la prctica analtica dominante siga siendo fundamentalmente de tipo clnico, con mnimas o nulas
aportaciones an areas menos redituables, que no pocas veces se desvalorizan por ser slo psicoanlisis
aplicado: campo hospitalario, terapias breves, prcticas pedaggicas, etc., y sobre todo algo que les
interesa especialmente a los cubanos, la psicoprofilaxis. Se trata entonces de casi inventar una nueva
praxis [...] Es cierto que el psicoanlisis tiene aportaciones en algunas de las areas citadas, pero la
aplicacin en un contexto social distinto constituye un desafo a resolver, con respuestas que podran incidir en el psicoanlisis en general12 .

Del III al IV Encuentro: transicin y expectativas

Y como ya est ocurriendo con demasiada frecuencia -hasta lo hacen muchas de las puntillosas
encuestas electorales!- fallaron los pronsticos pesimistas: el IIIer Encuentro se realiz con xito superior
al imaginado y ya est convocado el cuarto. qu pas?
La informacin antes que el comentario. Organizativamente fue similar al segundo: se mantuvieron
las Mesas de Trabajo matutinas con 4 5 trabajos en cada una (se presentaron ms de 190 ponencias),
y por la tarde se realizaron alrededor de 60 talleres sobre mltiples temas, todos ellos muy concurridos. Al
inicio y culminacin del evento hubo dos Mesas Redondas en sesiones plenarias -con los temas Psicologa Marxista y Psicoanlisis en la trayectoria de dos Encuentros y Psicologa Marxista y Psicoanlisis en
Amrica Latina-, realizndose tambin un acto de recordacin y homenaje en los 20 aos del movimiento Plataforma -inicio de la disidencia con las instituciones analticas oficiales- con la presencia de varios
de sus integrantes. La cantidad de asistentes fue similar a la de los anteriores, con un incremento de
mexicanos y de europeos, y una an mayor disminucin de argentinos (por agravamiento de las condiciones ya mencionadas).
Terminado este Encuentro queda claro lo dicho al comienzo de este punto del trabajo -y compartido por la mayor parte de los concurrentes, incluso con los ms escpticos, y con los integrantes de la
12

Tomado de El encuentro sigue siendo posible, ob.cit. Resulta incuestionable que cualquier psicoprofilaxis realizada desde el poder puede ser usada al servicio del control social e incluso como represin (ya ha ocurrido con
disidentes en pases del socialismo real con acusaciones psiquitricas), pero tambin es real que puede no ser
as y que el psicoanlisis puede realizar aportes valiosos.

Comisin Organizadora Internacional-, pero cuando se trata de explicar por qu no resulta tan fcil encontrar sus razones. Ser slo el mantenimiento del impacto emocional como en los anteriores, o hubo
cambios sustanciales que provocan nuevas y fundamentadas expectativas?
Sin negar lo primero, hay razones para hacer nfasis en lo segundo, aunque esas razones an necesitan de un proceso de pensamiento que las aclaren (y, sobre todo, de hechos que las convaliden). Casi
pensando en voz alta pueden sealarse las siguientes: 1) el nivel de las discusiones fue mucho ms alto en
todos los sentidos, sin lamentables cadas -como ocurri en los anteriores- de crticas dogmticas o
carentes de fundamentacin slida: fue evidente el deseo de establecimiento de un dilogo y no de una
confrontacin, lo que incluso se observ en los momentos de una muy necesaria polmica; 2) la participacin de los asistentes fue ms activa que en los Encuentros anteriores, llamando la atencin la alta concurrencia a algunas mesas y, sobre todo, a la mayor parte de los talleres; 3) el clima de la relacin fue
tambin distinto -los prejuicios iniciales parecen superados- e incluso el lenguaje utilizado muestra que
hubo un real escuchar en las reuniones anteriores, un escuchar que parece tiende a acrecentarse (y esto
es de fundamental importancia: tanto por el hecho en s, como porque obliga a un imprescindible repensar,
aunque ms no fuere que para responder en un debate; aunque, en realidad, es mucho ms que para esto.
Relieve especial merecen una tal vez no explcita reformulacin de los objetivos de los Encuentros
-de lo que se hablar un poco ms adelante- y el reconocimiento, este s explcito, de que la necesaria
etapa de consolidacin del vnculo emocional, afectivo e ideolgico ya se cumpli, lo que permite pasar a
otra etapa donde pueda llegarse a un nivel ms alto de dilogo y de bsqueda, con clara presentacin y
polmica en torno a las problemticas centrales de la praxis psicolgica. Es importante destacar que
si esta preocupacin ya fuera destacada por el autor de estas lneas al decano de la Facultad de Psicologa
y al Comit Organizador Internacional, fue compartida por todos, por lo que se acord que el IV Encuentro tuviera su centro en debates entre especialistas sobre los temas ms polmicos (en sesiones
plenarias)13 , sin que esto anula la necesaria discusin posterior de tales temas y la presentacin de ponencias y talleres. La realizacin de estos debates sobre temas cruciales y polmicos en sesiones plenarias, es
clara demostracin de prdida de temores para una comprendida como necesaria confrontacin (sin que
este ltimo trmino signifique enfrentamiento).

13

El fracaso de una forma similar en el Ier Encuentro fue por inadecuada eleccin de temas y ponentes, aspecto que
se tendr muy en cuenta en esta oportunidad.

La iniciacin de este Encuentro con un homenaje a Ignacio Martn-Bar -asesinado meses antesreiter uno similar hecho a Marie Langer, una de las iniciadoras de estas reuniones y fallecida tambin
meses antes, pero del segundo. Ambos homenajes, tan justos y significativos, de alguna manera marcaron
el sealado cambio en torno a los objetivos de estos Encuentros, que ahora parecen no ser slo de
discusin entre psicoanalistas y psiclogos marxistas, sino que ahora parecen ser tambin de bsqueda
de encuentro de diferentes praxis psicolgicas latinoamericanas de signo progresista, sin que esto implique que el centro de los debates cambie de ejes tericos.
Se trata entonces, junto a lo anterior de manera alguna abandonado, de la bsqueda de otra psicologa, ms cercana a nuestra realidad y problemticas latinoamericanas. Entindase bien: de manera alguna se plantea una construccin terica propia y autctona con prescindencia de los conocimientos hoy
existentes, sino de ver como estos sirven de manera ms adecuada a nuestra realidad, como se acomodan
a sta e incluso como se reformulan (de ser necesario) para permitir la comprensin de las mltiples
problemticas concretas presentes y sus peculiaridades particulares.
Y, junto con esto, temas acuciantes no faltan dentro de tal perspectiva: en la ya sealada necesidad
de retorno a la preocupacin freudiana por la relacin hombre-cultura y su conflictiva (retorno no para
reperticin sino para superacin y mayor elaboracin), no debe incluirse tambin un intento de ver las
facetas psicolgicas intervinientes en los procesos desencadenados en los pases socialistas europeos,
no para caer en un aberrante psicologismo sino para pensar si sus gobiernos no desvalorizaron la importancia de necesidades de los hombres y sus deseos, etc, no tuvieron en cuenta las tendencias de los seres
humanos al poder, sobreestimaron la capacidad de resistencia y de sufrimiento al solicitarlo cuando no era
tan necesario (o no buscaron solucionar aspectos solucionables que los producan), se basaron en definitiva en modelos ms ideales que reales del hombre, o sea no consideraron aspectos psquicos por partir
de premisas exclusivamente sociologistas y librescas, (y muchsimos etc. ms)?
Mucho hay por hacer y puede hacerse para el prximo Encuentro, que va mucho ms all de la
presentacin de ponencias y talleres: requiere de una amplia discusin, elaboracin y organizacin previa,
tratando de incorporar a profesionales e instituciones que hasta ahora no han participado y puedan estar
interesado en esta perspectiva.

Mxico, enero de 1991

ACERCA DE LOS ENCUENTROS DE LA HABANA ES POSIBLE LA


RECUPERACIN DE LOS SENTIDOS CRTICOS Y SUBVERSIVOS DE
SUS MARCOS TERICOS?

La realizacin, en febrero de 1996, del VI Encuentro de Psiclogos Marxistas y Psicoanalistas en La Habana puede servir como un analizador (en la terminologa de los analistas institucionales),
como un sntoma (de acuerdo con mltiples teoras dinmicas) o como una sntesis (desde una perspectiva daIctica) de mltiples deteminaciones: de la situacin de algunos marcos tericos antes rechazados
en sociedades definidas como marxistas y socialistas, del inters o rechazo del campo psicoanaltico
actual a un dilogo con colegas definidos como marxistas, del estado presente de la psicologa de
orientacin marxista en una etapa de crisis y discusin acerca de su paradigma fundante, pero tambin como escenario y protagonista- de una realidad tan compleja y dificil como la que viva Cuba en esos
momentos (el VI Encuentro termin un da antes del derribo de las avionetas de un grupo de disidentes
de Miami y sus consecuencias, entre ellas el reforzamiento de la ley Helms-Burton).
El contexto, historia y trascendencia de la realizacin de los cinco Encuentros anteriores (cada dos
aos, de 1986 a 1994) ya fue estudiado en artculos anteriores, basta ahora slo recordar lo inesperado
de la convocatoria a psicoanalistas a debatir prcticas y marcos tericos con psiclogos definidos como
marxistas en un pas perteneciente al en ese momento llamado mundo socialista, hecho indito desde
muchas dcadas atrs1 e indicativo de una apertura por parte de la direccin cubana que continu, vivo y
sin censuras de ningn tipo, luego de la sorpresa inicial.
Sin embargo este VI Encuentro fue, por lejos, no slo el menos concurrido, sino y sobre todo (ya
que el problema no es la cantidad de asistentes) el ms fro y desangelado en todos los sentidos, donde se
extraaba el entusiasmo de los anteriores. Lo que inevitablemente resulta extrao en un pas y una sociedad tan clidos y alegres, lo que marc una muy clara diferencia con los precedentes: en stos las dudas y

Publicado en revista Tramas, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, N 11, 1997.

Si bien los hubo en los comienzos de la Union Sovitica, en la Hungra del corto perodo de Bela Kuhn y en otros
momentos, ello desapareci desde la instauracin del modelo stalinista de pensamiento y accin. Las bsquedas de
vinculacin entre marxismo y psicoanlisis continuaron por parte de intelectuales marxistas -caso de Wilhelm Reich y su
grupo-, pero al margen y con el rechazo de los partidos comunistas oficiales.

crticas respecto a su misma realizacin y organizacin con las que muchas veces se llegaba a La Habana
eran rectificadas por un entusiasmo contagiante que ahora no existi. Cmo no preguntarse sobre las
causas reales de este cambio e intentar algunas respuestas para ver si ello responde a alguna situacin
coyuntural o es una expresin ms de la crisis sealada, que tambin envuelve a los dos marcos tericos
involucrados en estas reuniones?
Un aviso sobre lo que iba a ocurrir estaba anunciado en el hecho de que la realizacin de este VI
Encuentro de 1996 no fue tan sencilla y clara como las anteriores, al punto que su convocatoria oficial fue
concretada por la Escuela de Psicologa de La Habana muy poco tiempo antes2 , cuando ya se lo crea
postergado, o incluso suspendido, lo que obstaculiz mucho tanto su preparacin como la asistencia de
interesados en hacerlo (en algunos lugares, Mxico entre ellos, tal situacin no permiti que se lo publicitara
como se hizo en aos anteriores).
Y aqu aparece un primer aspecto imposible de no tener en cuenta: por qu ocurri tal cosa, a
diferencia de la amplia difusin que se hizo en los aos anteriores y pese a la insistencia de los organizadores de los otros pases, sobre todo de Argentina (que lo continu promoviendo pese al silencio cubano,
por lo que trajo por lejos el contingente ms numeroso)? Otras preguntas no son menos acuciantes para la
reflexin: por qu no se hizo absolutamente nada en Brasil, cuando de all parti uno de los inicios de los
Encuentros y desde hace varios meses se encontraban trabajando en ese pas dos psiclogos cubanos
que fueron los organizadores y activos participantes de los eventos anteriores como decanos de la Escuela
de Psicologa de La Habana? * Por qu esta vez fue notoriamente menor la asistencia de profesores y
alumnos de la propia Facultad sede de los Encuentros? Por qu los organizadores cubanos sorprenden
a los integrantes internacionales de la Comisin Organizadora con el inesperado cambio de nombre que
apareca en los programas y constancias de asistencia: VI Encuentro Latinoamericano de Psicoanalistas y Psiclogos Cubanos, con eliminacin del trmino Marxistas que defini a los anteriores
(absurdo y sin sentido proviniendo de los propios cubanos, que siempre reiteran su calidad de tales)? Y
por ltimo por qu los psicoanalistas integrantes del grupo organizador no supieron concretar una propuesta, en objetivos y organizacin, para el futuro?
2

Tambin son parte de la organizacin el Colegio de Psiclogos de Cuba y un Comit Internacional integrado por
analistas de Argentina, Brasil, Costa Rica, Europa y Mxico (los tres de aqu son profesores de la UAM-Xochimilco).
*

Las explicaciones de uno de ellos, presente en las reuniones, de manera alguna fue convincente. Tiempo despus se
aclara un poco la situacin cuando se sabe que ambos se quedaron a vivir y trabajar en Brasil, lo que provoc una
importante crisis en la Escuela que previamente dirigieron.

Las respuestas de los miembros cubanos de la Comisin Organizadora a esas observaciones y


crticas no resultaron satisfactorias a los restantes integrantes, al punto que uno de ellos, notoriamente
enojado, no vacil en sealarles que ni ustedes lo creen. En efecto, es posible aceptar que se trat slo
de problemas de incomunicacin derivados de la situacin de Cuba, cuando existen mltiples antecedentes que muestran que, cuando les interesa, saben superar tal situacin; de desconocimiento organizativo
por el reciente y casi completo cambio de la Direccin de la Escuela de Psicologa de la Universidad de La
Habana; de que el nombre del Encuentro poda manejarse de acuerdo a las necesidades de cada lugar; y
que la reducida asistencia de alumnos cubanos era por problemas de pago de alimentos y de transporte en
la ciudad? Sin negar que algo de todo eso puede haber existido, las justificaciones fueron insuficientes y a diferencia de otros aos- las reuniones de la Comisin Organizadora fueron leales y francas como
siempre, pero tambin con fuertes crticas y discusiones tendientes a entender lo ocurrido y supuestamente evitar su repeticin.

Buscando respuestas

Las hasta ahora posibles tampoco son totalmente satisfactorias y, ante la ausencia de una informacin completa, algunas no pasan de ser intuiciones o aproximaciones relativas, pero es preferible equivocarse en la bsqueda de comprensin que un silencio o espera que nada ayuda. Sobre esto es importante
recordar que muchas veces personas o grupos que apoyan al proceso cubano, aunque sea parcial o
crticamente, piensan que no es pertinente explicitarlas porque ello ayuda al enemigo, postura en todo
sentido negativa porque impide desde una evaluacin hasta las posibilidades de aportes a la modificacin
de aquello que se considera erroneo o equvoco.
Por supuesto que un aspecto central respecto a lo indicado es la situacin cubana actual, donde las
dificultades existentes desde hace ya mucho tiempo no pueden dejar de incidir en el estado de nimo de su
poblacin, mxime cuando muchas de las que eran premisas bsicas en el pasado ahora estn cuestionadas o modificadas desde el mismo poder que antes las entroniz. Aunque no siempre sea por deseo sino
por necesidades imperiosas de supervivencia.
No es el objetivo de este trabajo un anlisis ni del proceso ni de los cambios que se estn gestando
en Cuba, pero es imposible no ver que todo ello tiene un precio muy alto en todos los sentidos: desde las

duras condiciones de vida presentes hasta las perspectivas imprevisibles e imponderables de futuro. Es
imposible negar, y el mismo Estado y su partido lo reconocen, que Cuba vive el momento ms dificil de su
historia revolucionaria, con los riesgos y peligros consiguientes. Con las consecuencias de esto en el
estado de nimo de una poblacin con ya muchos aos de sacrificios, pero tambin de beneficios que hoy
son menores a los del pasado como consecuencia de la agresin externa en primer lugar, pero sin que
puedan dejarse de lado inocultables y graves errores internos (muchos de ellos reconocidos y otros poco
o nada).
Un simple recorrido por las calles de La Habana muestra claramente una realidad muy diferente a la
de, como se destac en una ponencia presentada a este VI Encuentro por un colega cubano, los anteriores aos de bonanza o por lo menos de sacrificios mucho menores (compensados por los sealados
beneficios que hicieron a Cuba prestigiosa en el mundo entero). Y, aunque siguen teniendo un (cada vez
ms relativo y en ciertos aspectos limitado o incluso menor) status privilegiado por su condicin, los
estudiantes universitarios y profesionales no pueden no ser sensibles a esta realidad que tambin viven y
comparten.
Pero en este caso debe agregarse, al menos para los de ciencias sociales en general y de psicologa
para este caso concreto, los cambios inevitables que se han producido y se siguen producido en los
paradigmas tericos que se les ofrecen de acuerdo a las premisas polticas del sistema cubano. Ya algo de
eso fue sealado en uno de los citados artculos anteriores, donde se recordaba el peso absoluto que
tuvieron los enfoques soviticos en la psicologa cubana post-revolucionaria. Y hoy se presenta una notoria contradiccin: si bien (algunos) docentes y directivos de esa Escuela hacen explcito reconocimiento
del dogmatismo que imper hasta un pasado muy cercano, la mayora de esos marcos tericos siguen
vigentes, aunque ahora tal vez de manera menos dogmtica y con apertura a otros. Verdadero problema:
cmo cambiarlos o criticarlos, ms all de aspectos parciales que s se formulan, si los docentes que los
aprendieron, en la ex-URSS y otros pases de lo que fuera su bloque, siguen siendo, casi sin cambios, los
profesores de la Escuela (con todo lo que esto significa desde la posibilidad de una crtica de fondo hasta
de permanencia en su trabajo)? Por otra parte, es posible su crtica o cambio sin un sincero cuestionamiento
hacia las causas que determinaron su imposicin y virtual monopolio? Pero esto, no implica un
cuestionamiento mucho ms importante hacia el propio enfoque adoptado del marxismo -que fue la
visin stalinista de los pases exsocialistas, aunque en Cuba tuvo perspectivas menos rgidas-, cuyas

caractersticas siguen imperando en importante grado sobre las formas polticas cubanas? Por otra parte,
la formulacin de alternativas tericas no ser vista como peligrosa y/o cuestionante cuando se trate de
marcos referenciales con contenidos tericos crticos o que puedan llegar a serlo?
Tal vez no sea exactamente o del todo as, pero hay razones para pensarlo. Es cierto que la apertura
que significaron estos Encuentros -claro que en otro momento histrico- no puede ni negarse ni olvidarse,
como tampoco puede dejar de reconocerse que pese a los problemas indicados, este ltimo VI Encuentro igualmente se realiz. Pero tambin se pudo percibir que hoy existen mayores controles sobre
los centros de ciencias sociales en Cuba, por las caractersticas muy conocidas de estos conocimientos.
Ello explicara, aunque slo en parte y tal vez contradictoriamente (pero esto ltimo es inherente al estudio
marxista) los problemas sealados y la limitacin de asistencia de alumnos cubanos, como tambin el
hecho de que, por primera vez al menos de manera explcita, una de las integrantes de la parte cubana del
Comit Organizador fuera presentada como la representante del Partido3 .

Psicoanalistas cubanos en Cuba?

De cualquier manera, en este VI Encuentro pudo ratificarse lo ya sealado en el ltimo de los


artculo anteriores acerca del diferente tipo de escucha que se puede observar en los docentes y alumnos
de psicologa cubanos. Ms an, existen grupos, por ahora no numerosos, de estudiantes y graduados (de
distintas especialidades, no slo de las psicolgicas) que, de manera pblica y sin secretos, asumen el
estudio del psicoanlisis en las difciles condiciones cubanas: con escassima bibliografia, sin anlisis ni
colegas que les impartan cursos con conocimiento real y profundo, de hecho autoformndose. Por supuesto que esto hubiera sido impensable slo diez aos atrs, y ni hablar en otros pases autodefinidos
como marxistas.
Qu pasar con ellos tambin es un misterio, y lo nico seguro es que depender del camino que
tome el proceso cubano, sobre todo en el terreno poltico e ideolgico. Y hoy no parecen existir muchas
posibilidades de apertura poltica sino incluso lo contrario, es decir la refirmacin del virtual monopolio del
partido de acuerdo a las enseanzas de los ex-pases socialistas, aunque justificadas por el bloqueo y
3

Para quienes conocen el papel de estos representantes, debe aclararse que en este caso no existi, al menos pblicamente, una actitud censora o controladora (aunque su presencia result sorpresiva y muchos no la consideraron
adecuada). Pero, por qu estaba si los directivos de la Escuela eran y son miembros del partido?

notorio hostigamiento. Es decir que los cambios econmicos que se estn desarrollando no son paralelos
a otros polticos.
De acuerdo a esto se considerarn peligrosos los hoy pequeos grupos psicoanalticos? Posiblemente as lo hagan las mentalidades ms burocratizadas y cerradas, que ven en el psicoanlisis un enemigo
ideolgico, pero tambin depender del desarrollo y accin de estos grupos, hoy muy limitados en todos
los sentidos. Claro que nuevamente debe repetirse que hoy ya no puede hablarse de un psicoanlisis sino
de los psicoanlisis, con premisas tericas y prcticas no slo diferentes sino incluso antagnicas; as
como recalcarse que los psicoanalistas que asisten a estos Encuentros siempre han sido los que incluyen
en sus praxis fuertes aportaciones sociales para la compresin de la psico(pato)loga del Sujeto concreto
de cada momento concreto, a diferencia del psicoanlisis domesticado hegemnico, tradicional, institucional
y ortodoxo o del lacanismo hoy de moda.
Esos grupos cubanos pueden tal vez ser la levadura de un nuevo y renovador camino en la psicologa cubana, pero tampoco puede descartarse la posibilidad de que algunos de ellos cumplan el lamentablemente clsico papel conservador, reaccionario y elitista que muchos psicoanalistas y sus instituciones
tuvieron y tienen en diferentes marcos sociales4 . Tal vez ambas cosas provoquen temor por sus diferentes
implicaciones, lo que sera la explicacin -junto a todo lo ya sealado- de las extraas e inesperadas
palabras de uno de los integrantes cubanos en una fuerte discusin del Comit Organizador, de que los
psicoanalistas no se hagan ilusiones de que se comenzar a ensear psicoanlisis en la Escuela.
Es evidente que la psicologa cubana de orientacin marxista se encuentra en una situacin de
crisis no reconocida como tal, al menos pblicamente, por quienes la ensean y defienden. Pero se trata de
una crisis que debe ubicarse dentro del contexto de la conocida crisis global de Cuba y del paradigma
marxista tradicional.
Claro que no es muy diferente, aunque por otras razones, la situacin del campo psicoanaltico
concurrente a estos Encuentros, que tuvo su ltimo momento de apogeo a fines de la dcada de los
sesenta y comienzos de los setenta, sobre todo en algunos pases latinoamericanos en plena poca de
ascenso de diferentes luchas populares. La terminacin de stas y el comienzo y desarrollo del modelo

Uno de ellos se define como lacaniano, y algunos de sus integrantes salieron a formarse a diferentes pases.
Conociendo el papel que han cumplido y cumplen la gran mayora de los seguidores de tal postura, no pueden abrigarse
muchas esperanzas -tal vez todo lo contrario- de que aporten a la construccin de un psicoanlisis como el que postulan
los concurrentes a estos Encuentros.

neoliberal y la cultura posmoderna (ms all de la polmica acerca de la significacin de sta) ha posibilitado tanto el incremento del peso de las posturas psicoanalticas y psiquitricas tradicionales, como de
la ya mencionada lectura lacaniana de Freud5 , que ven a aqullos de manera similar a como lo hacen los
cultores de la modernidad respecto a quienes no abjuran de planteos socialistas o de izquierda (aunque
stos reconozcan la necesidad de crtica, evaluacin y renovacin).
Aqu se presenta tambin una crisis como obvia consecuencia de todo lo ocurrido en los ltimos
aos en todos los sentidos, desde los polticos y tericos hasta sus repercusiones en las praxis profesionales. Por supuesto que no puede sorprender que muchos de quienes compartan esas premisas las abandonen ante nuevas exigencias culturales o modas dominantes -algo comn y clsico en general, pero sobre
todo en profesionales de clases medias-, ni tampoco la prdida de fuerza de las anteriores organizaciones
profesionales radicalizadas o izquierdizadas.
Pero lo que resulta si no sorprendente por lo menos dificil de aceptar es que quienes no renuncian a
esas posturas, e incluso las siguen desarrollando de manera tan activa como incluso solitaria y heroica (por
las fuerzas que se le oponen y el vigor -personal, intelectual y poltico-, que se requiere para continuaras),
las realicen con al menos dos graves problemas que requiriran de un serio anlisis: 1) la ausencia de un
proyecto global y con perspectivas claras en las que se integren tales actividades parciales (desde cursos
universitarios o privados hasta textos o propuestas terico-prcticas alternativas); 2) hacerlas de una
manera individualista y dentro de especies de feudos o guettos, dejando de lado, postergando o importando poco la bsqueda de vinculacin y accin comn con quienes comparten, aunque sea de manera
parcial, objetivos similares. Se tratar de una no conciente internalizacin de las premisas individualistas
y no solidarias del modelo neoliberal y la cultura actual dominante?

Habr VII Encuentro?

En esta pregunta, planteada implcita y explcitamente por asistentes y organizadores, se pueden


condensar todas las dudas, angustias e interrogantes expresadas en las pginas anteriores como sntesis de
lo vivenciado en el ltimo Encuentro. Pero la pregunta no se limita a la posibilidad de tal realizacin sino
tambin a su para qu.
5

Vase el excelente trabajo de Matrajt, Miguel, La corriente hegemnica en salud mental, en revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N 3, 1995.

No se trata slo de la solucin a los sealados problemas organizativos y de comunicacin, sobre lo


que existe un absoluto compromiso contraido por todos que, segn decisin asumida, se comenzara a
poner a prueba en los prximos meses a travs de un circuito de comunicacin sobre diferentes proyectos. Aunque sobre esto hay que reiterar que es conocido que una importante parte de los intelectuales de
izquierda, al menos los latinoamericanos, se caracterizan por una incapacidad organizativa y un empecinamiento en no comunicarse entre s del que no siempre tienen clara conciencia y/o no parecen querer
solucionar6 .
De lo que se trata es de precisar y redefinir los objetivos de estos Encuentros para superar lo que
en un momento fue necesario e importante pero hoy ya logrado en gran medida: el comienzo de dilogo y
la ruptura de fronteras y de miedos. Se trata obviamente de continuar el intercambio de experiencias7 , pero como producto de un trabajo que se realice, con ese objetivo, en los dos aos transcurridos entre los Encuentros, lo que requiere diferentes actividades que mantengan pero tambin superen el
trabajo individual y aislado hasta ahora dominante (se plante desde ver la posibilidad de realizacin de
encuentros por pas hasta la publicacin de un boletn o revista).
Pero el objetivo ms importante no pasa por cambios limitados o slo organizativos sino -y esto fue
planteado en el mismo Encuentro- para intensificar el estudio y trabajo tendientes a la recuperacin de
los sentidos crticos y subversivos del psicoanlisis y del marxismo lo que obliga a repensarlos y
recrearlos en prcticamente todos los sentidos, sin que esto signifique de manera alguna el abandono de
sus principios tericos bsicos pero s la realizacin de una firme y fuerte evaluacin tanto de mltiples
aspectos de su/s teora/s como de su/s prctica/s, eliminando lo deteriorado y lo deteriorante de las
mismas8 .

6
Puede parecer un agregado humorstico o irnico, pero en algunos casos parece que el desarrollo del uso del correo
electrnico est ayudando a solucionar un poco este problema de comunicacin. Pero no mucho por tal incapacidad y
empecinamiento.

7
En este sentido es importante sealar que hace ya varios aos se consider que resultaba ms fructfero que los
Encuentros tuvieran como eje las prcticas de los diferentes mbitos del campo profesional (clnico, institucional,
educativo, social, de gnero, etc.) por aportar ms que la fra, abstracta y a veces montona discusin de aspectos
tericos, aunque por supuesto sin negar ni olvidar stos, pero s vindolos integrados a tales experiencias concretas.

8
Guinsberg, E., participacin en la Mesa Redonda Reconstruyendo la historia. Memoria colectiva de los Encuentros,
revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 6, 1996. En esa misma exposicin se planteaba que en el caso del psicoanlisis tal bsqueda pasa -de acuerdo a la Ponencia-Taller presentada en el Encuentro, El malestar en la cultura como
aspecto terico y clnico- por la colocacin de esta problemtica como punto central de la praxis psicoanaltica.

Si en general esto no es problemtico ni demasiado complicado para los psicoanalistas que asisten
a estos Encuentros -todo lo contrario, es lo que los impulsa a hacerlo dada la historia y deseos de sus
impulsores y participantes- es muy probable que s lo sea para algunos (o muchos?) de los psiclogos
cubanos docentes de su Escuela, y seguramente para los ms cercanos a la postura burocrtica y oficial
que, pese a las palabras, sigan las premisas del marxismo dogmatizado. Porque psicoanlisis y marxismo
crtico y subversivo de manera alguna significa que slo son utilizables para criticar posturas o sistemas
polticos opuestos (el capitalismo por ejemplo), sino tambin para someter a una constante evaluacin y discusin todos los aspectos de las posturas y sistemas polticos propios. Y si bien ambos
sentidos (crtico y subversivo) de manera alguna implican necesariamente destructividad, oposicin o
antagonismo sistemtico a un sistema o gobierno -todo lo contrario, y los marxistas saben que la evolucin
dialctica pasa y requiere de una crtica constante- as puede ser visto por quienes ven en la crtica un
peligro. Esa ha sido la historia de los regmenes del socialismo real, y seguramente lo entendern as
algunos cubanos en nombre de la necesidad de defensa contra el bloqueo y los ataques exteriores. De all
a la generalizacin de ver como peligrosa toda crtica hay un pequeo paso.
Pero se justifican el psicoanlisis y el marxismo con la prdida de esas caractersticas esenciales?
No existe ya una conocida historia al respecto realizada por los socialismos reales y los psicoanlisis
domesticados? Claro que, y esta puede ser una contradiccin para no pocos, en tales aspectos radican
tanto el valor como el peligro de ambos paradigmas.
En todo caso, se tratan de peligros absolutamente necesarios al ser precisamente la razn y justificacin de ambos paradigmas, por lo que sus riesgos son los que lesentido a una praxis. Se tendr la fuerza
y el valor para asumirlos? De la respuesta que se de a este interrogante depender no ya la realizacin de
un VII Encuentro -puede hacerse otro ms con caractersticas burocrticas o formales- sino el sentido
del mismo 9

Hasta el momento de escribirse el presente trabajo -fines de 1996- nada de lo acordado se cumpli. En julio de este ao
(1997) apareci un nmero de la Revista Cubana de Psicologa, ntegramente dedicado a expositores y ponencias
presentadas en el VI Encuentro, y la facultad de Psicologa de La Habana convoc a un VII Encuentro a realizarse en
febrero de1998. * El VII Encuentro se realiz, pero fue el ltimo e incluso empeorando lo sealado en el presente
comentario, lo que provoc muy fuertes discusiones en el Comit Organizador: en una de ellas uno de sus integrantes
propuso la lectura del presente artculo, que produjo fuertes reacciones crticas (por parte de los cubanos) y apoyos de
los miembros extranjeros (aunque es preciso sealar que, fuera de la reunin, todos los cubanos se acercaron de manera
personal para indicar que sus crticas no quitaban en nada el vnculo amistoso existente). El proyectado VIII Encuentro
primero se posterg, y en definitiva no se realiz; pero el desarrollo psicoanaltico en Cuba continu, aunque de manera

limitada: en este ltimo Encuentro un colega cubano presento una explosiva ponencia con base psicoanaltica y de
crtica a la psicologa marxista (Mario Rodrguez Betancourt, Metapsicologa de la psicologa marxista, revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 13, 1999), que produjo una gran polmica. Hay dos grupos que intentan una
formacin analtica (uno de ellos lacaniano), que forman parte de la Asociacin de Psiclogos de Cuba. Y al escribirse
esta nota dentro de Hominis, un gran congreso psicolgico realizado en La Habana (noviembre 2005), se incluyeron muy
concurridas mesas sobre psicoanlisis, , donde participaron integrantes de la Comisin Organizadora Internacional de
los Encuentros anteriores, el firmante de esta nota entre ellos, y otros asistentes cubanos y extranjeros; en ellas se
reconoci la fundamental importancia de los Encuentros aqu reseados en este desarrollo. Sobre el psicoanlisis actual
en Cuba apareci una nota ma en el N 24 de la revista Subjetividad y Cultura que aparecer en abril 2006.

PROYECTOS, SUBJETIVIDADES E IMAGINARIOS EN


LOS 60-70 Y EN LOS 90 EN LATINOAMERICA *

Veinte aos no son nada? As lo afirma un lugar comn y el ttulo de un muy conocido tango,
aunque tan aventurada afirmacin sea constantemente desmentida por los procesos sociales e histricos
de nuestro tiempo que, a diferencia de lo que ocurra en otros ms remotos, hoy transitan a ritmos cada
vez ms acelerados, donde dos dcadas pueden mostrar cambios muy significativos en prcticamente
todos los mbitos de los mismos.
Es, por supuesto, lo que ha ocurrido en todo el mundo entre las dcadas de los 60-70 y los 8090, donde nuestro continente, muy especialmente, no ha sido una excepcin. Y se trata de diferencias no
precisamente mnimas -como las que inevitablemente se producen incluso dentro de un modelo que sigue
su desarrollo sin modificaciones radicales-, sino lo suficientemente importantes como para significar cambios significativos en areas muy importantes. No cambi la estructural condicin de dependencia y de
subdesarrollo de prcticamente todos las naciones del continente, como tampoco hubo modificaciones
significativas positivas en los clsicos standards de pobreza, condiciones de salud, distribucin de la riqueza, niveles de bienestar, etc., -todo lo contrario, ya que se acentuaron de manera muy notoria-, pero s
hubo y hay un cambio muy diferente de reaccin frente a los mismos y en todos los sentidos: poltico, econmico, social e ideolgico. Incluso, aunque moderados, por parte de los mismos sectores
dominantes.
En efecto, lo que se haca, pensaba, senta y proyectaba en el primero de esos perodos es notoriamente diferente y hasta podra decirse que antagnico con lo que comenz a darse a fines de los 70 y
se fue acrecentando hasta llegar a estos aos de fin de milenio en los que las nuevas generaciones desconocen y se sorprenden de lo que haca la precedente que, a veces, fueron sus mismos padres. Veinte aos
son entonces mucho, al menos en este caso.

Publicado en la revista Argumentos, Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, N 32-33, 1999. * Trabajo realizado como integrante del Area de Investigacin Problemas de
Amrica Latina de la UAM-X.

El propsito de este trabajo es ver lo que ocurra en ese perodo en nuestro continente, para
luego compararlo con lo que sucede actualmente. Ver que ocurra a nivel estructural y las consecuencias que se producan en los niveles polticos y sociales, pero no para profundizar en estos sino para
buscar comprender los proyectos, comportamientos, imaginarios y modelos de subjetividad que
aquellos gestaban, para luego hacer lo mismo respecto a este presente tan diferente y ver las diferencias.
En ambos casos alcanza para el desarrollo del trabajo, sin necesidad de precisiones mayores, las ideas
generales de los conceptos utilizados (subjetividad, comportamientos), aunque tal vez sea necesario
indicar que por imaginario social se entiende a las creaciones sociales, histricas y psquicas que se traducen en producciones de significacin colectiva de un determinado perodo: proyectos, expectativas,
fantasas, ideales deseos, miedos, etc. 1 Esto con base en dos objetivos de trabajo: uno es la premisa de
la existencia de vinculaciones, que inevitablemente se producen, entre las condiciones sociohistricas
y los modelos de subjetividad de cada poca, proceso dialctico que muchas veces resulta fcil y
elemental afirmarlo para situaciones del pasado, pero que pocas veces se establecen para las inmediatas
o presentes por las implicancias que esto tiene, o por la dificultad de pensar algo nuevo que no es precisamente neutral2 ; y el otro por la intencin de avanzar concretamente, aunque sea de manera mnima, en una
problemtica conocida y siempre sealada pero escasamente abordada: la necesidad de ver las vinculaciones y relaciones entre los aspectos sociales y polticos con los subjetivos, lo que casi nunca hacen
socilogos y politlogos3 , y escasamente el mundo psi por causas que luego se indicarn. Se comprender que tales objetivos no puede realizarse de manera amplia o completa en un artculo o ensayo, tanto por
problemas de espacio como de la complejidad de los mismos. A lo que se suma lo conocido de que
Amrica Latina no es una unidad sino la suma de marcos sociales muy diferentes, cada uno de los cuales
debera ser estudiado de manera particular en la multiplicidad de variantes que presentan incluso dentro de
1

Para una comprensin mayor del muy usado concepto de imaginario es impresindible la consulta del conocido libro
del recientemente fallecido Castoriadis, Cornelius, La institucin imaginaria de la sociedad, Tusquets, Barcelona,
1983.
2

En estas dificultades por supuesto intervienen aspectos que no son temas del presente trabajo, en concreto la
intencin, no siempre conciente, de no ver tales relaciones por la incidencias que ella tiene en las responsabilidades de
los marcos sociales y polticos en psico(pato)loga de los sujetos, que para muchos es preferible fincar exclusivamente
en vnculos familiares o microsocioales.
3

Una extraa excepcin en los ltimos tiempos es Lechner, Norbert, quin al menos seala y comprende la necesidad de
anlisis de ambos aspectos. Al respecto ver de este autor los artculos que componen su libro Los patios interiores de
la democracia. Subjetividad y poltica, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1995.

sus propias fronteras nacionales.


Pero sin embargo, y reconociendo esas diferencias, hubo y hay una especie de Zeitgest (espritu
del tiempo) que puede verse impregnando, en muy diferentes grados, las sealadas caractersticas de
ambos perodos, aunque tal vez de manera mayor al presente que al anterior. Esta intencin de una amplia
panormica -semejante a lo que puede verse desde un avin o un satlite, donde la visin global lo es al
precio de los detalles y especificidades del terreno-, ser hecha desde una perspectiva limitada y parcial,
aunque con plena conciencia de diferencias que son y sern destacadas: la conocida y vivida en Argentina
y en Mxico en sectores universitarios e intelectuales, mbitos especficos que en gran medida son expresiones y reflejos de otros campos, aunque las ms de las veces con amplitudes y sensibilidades diferentes
que deben ser reconocidas y comprendidas para no caer en sobredimensionamientos que han tenido
serias y graves consecuencias, sobre todo en el primer perodo a estudiar.
Es tambin necesario reiterar algo ya indicado: en el presente trabajo se har centro en lo sealado
de proyectos ideolgicos, imaginarios y subjetividades, que indudablemente tienen su apoyo en las condiciones econmicas y polticas de cada perodo. El que slo se indiquen o reseen stas de manera alguna
significa negar o minusvalizar su importancia estructurante que se reconoce, sino que obedece a la necesidad de poder desarrollar el objetivo explcito del tema a abordar.
Una ltima aclaracin -escrita luego de redactado este trabajo y discutido en el Area de Investigacin donde se produjo- respecto a lo que algunos de sus integrantes consideraron como cierta tendencia
de nostalgia que pensaron hay en su contenido. En este sentido habra que diferenciar lo que puede
haber de cierto de ello en quin evidentemente particip, es decir que estuvo y est implicado, en los
acontecimientos de ambos perodos, y otra hasta que punto tal hecho determina y/o contamina los anlisis
y apreciaciones que se hacen, lo que por supuesto no es aceptado por el autor al releerse y discutirse estas
pginas. Esto ltimo no pretende negar que s se reconoce recordar de manera positiva un perodo cargado de las significaciones que se sealarn posteriormente y de las que actualmente se carece, pero en ese
caso tambin se mencionan posturas crticas respecto a tal perodo.

Las decadas de los sesenta y de los setenta

Amrica Latina siempre estuvo vinculada de manera muy directa a los pases centrales o del
llamado Primer Mundo, sea econmicamente en fuerte dependencia (aunque en diferente niveles los pases ms grandes como Argentina, Brasil, Chile, Mxico, etc., que otros como los centroamericanos), al
igual que en los campos polticos e ideolgicos. Respecto a lo primero mucho se ha escrito, criticado y
denunciado como para repetirlo, y en cuanto a lo segundo es tambin conocido cmo la mayora de
nuestros pases son eco de las ideas, tendencias y modas culturales que surgen de tales lugares. En mltiples casos de manera no del todo coherente con la fuerza de dominacin econmica: es as que durante el
predominio econmico ingls en Argentina hasta el surgimiento del peronismo en los cuarenta (incluso
hasta el derrocamiento de este en 1955) en la cultura el peso intelectual francs tuvo una gran importancia
-sin olvidar las tradiciones culturales espaola e italiana de la mayora de su poblacin-, la que continu y
contina pese al predominio norteamericano que existe desde la cada del primer gobierno de Pern. Algo
similar existe en otros pases, aunque es incuestionable que ltimamente -y sobre todo en el sentido
antropolgico de cultura como forma de vida e ideologa de una comunidad- el peso del modelo norteamericano es muy grande y fuertemente dominante, aunque en los mbitos intelectuales siguen teniendo
una gran importancia las vertientes francesas y otras. Como podr verse ms adelante, el marco latinoamericano en general reflej y absorbi muchas tendencias que se desarrollaron en los pases centrales,
aunque en determinados momentos estas se encarrilaron por caminos diferentes, propios y especficos de la realidad de cada pas.
No es este el lugar para un sealamiento exhaustivo de lo ocurrido luego de la terminacin de la
guerra 1939-45, bastando con sealar el estado de crisis general que se viva en los pases intervinientes
en la misma por sus significaciones generales: destruccin, prdida de valores, comprensin de la antes
inimaginable barbarie desatada (desde los campos de exterminio hasta las explosiones nucleares) y muchos otros aspectos, a lo que sigui el temor posterior de la guerra fra y los riesgos permanentes -reales
e imaginarios- que senta la poblacin en general, especialmente los intelectuales por su mayor capacidad
de procesamiento de lo que aconteca.
Si bien Estados Unidos slo tuvo prdidas humanas sin destruccin fsica de su territorio, y los
pases europeos occidentales se recuperaron ms o menos rpidamente, los efectos subjetivos permane-

cieron de manera significativa: un estado de escepticismo y de niveles de angustia que se reflejaron claramente en las tendencias intelectuales de la poca, de lo que son una clara expresin algunos aspectos de
la filosofa existencialista francesa y sus repercusiones artsticas.
Econmicamente fue el perodo del Estado benefactor y de bienestar desarrollado por la perspectiva keynesiana, que compensaba de alguna manera la inseguridad de futuro de la guerra fra con la
seguridad que ofrecan los incrementos de los niveles de vida, los seguros sociales, etc. que permitieron un
importante aumento de las condiciones de vida y de bienestar, aunque ello contradictoriamente fuera, en
gran medida, gracias a los gastos de la carrera armamentista. Pero tambin se producen cambios importantes en todo el mundo, aunque en proporciones notoriamente diferentes: la creciente y marcada urbanizacin por no la desaparicin pero s notoria disminucin del campesinado -que en Amrica Latina hace
que surjan megaciudades como Mxico, San Pablo, Buenos Aires y Caracas, as como el gran crecimiento de otras-, el fuerte desarrollo de los medios masivos de difusin y el inicio de la televisin, el tambin
cada vez ms importante desarrollo de la tecnologa y del transporte, todo lo que producir importantes
efectos.
Esto ltimo tambin se produce en Amrica Latina, donde la guerra adems tuvo algunos conocidos beneficios, como el incremento de exportaciones (sobre todo de materias primas) y luego las polticas
de sustitucin de importaciones que fomentaron un importante y a veces novedoso desarrollo industrial en
algunos pases -Argentina, Brasil y Mxico entre ellos-, con ciertas ventajas para la poblacin en general
merced a distintas posturas populistas de los gobiernos de la poca.
Pero en nuestro continente la dcada de los 50 tiene tambin otros cambios importantes que
sern centrales para lo que vendr despus: la cada de un conjunto de regmenes populistas y/o militares
-entre ellos Pern en Argentina, Vargas en Brasil, Rojas Pinilla en Colombia y Prez Jimnez en Venezuela- y su reemplazo por gobiernos autodefinidos como democrticos y as reconocidos por Estados
Unidos y gobiernos del mundo occidental -que no cambiaban tal opinin por la inestabilidad de algunos de
ellos4 , lo que realmente abri algunas puertas a ciertas libertades (aunque muchas veces restringidas o
slo formales), posibilidad de expresin de disconformidades, juegos opositores y de universidades que
4
Uno de los casos ms notorios fue el de Argentina, donde el gobierno de Frondizi (elegido en 1958 con la proscripcin
del peronismo) estuvo constantemente presionado por las Fuerzas Armadas que le hicieron constantes planteos hasta
que lo derrocaron en 1961 para reemplazarlo por un presidente ttere, Jos Mara Guido, presidente del Senado, tambin
sometido a permanentes planteos y luchas militares internas. La situacin culmina en 1966 con la abierta asuncin del
poder por las Fuerzas Armadas.

se conviertieron en importantes centros de rebeldas y posturas incluso revolucionarias. Y el 1 de enero de


1959 triunfa la experiencia guerrillera cubana, que producir efectos sustantivos en todo el continente.
Es en ese contexto que, en todo el mundo occidental, se desarrolla en los 60 una muy fuerte
corriente que tendr importantes consecuencias y que recibe diferentes denominaciones para destacar
propuestas similares: rebelda, movimientos contestatarios, contracultura, cultura alternativa, etc.,
que tendrn su apogeo en el espritu o cultura del 68 con las conocidas movilizaciones en grandes centros
del mundo, con la de Pars como la ms impactante y reconocida.
Las motivaciones, significados y consecuencias de ese amplio y polifactico movimiento son clara
expresin y muestra de lo que se busca comprender en este trabajo: los proyectos, fantasas, e imaginarios de un perodo en el que, aunque los sectores que participaron no fueron ms que una minora de la
poblacin, igualmente tuvieron una significacin e incluso una no desdeable representacin de una poca.
Aspectos que son centrales de la subjetividad de ese perodo.
Una idea bastante clara de ese proceso la formula uno de los que lo estudian: Contracultura es,
en castellano, un trmino parcialmente equvoco. Procede de la traduccin literal del ingls Counterculture, cuyo sentido ms exacto, sin embargo sera cultura en oposicin. O sea, no algo contra la cultura
(al modo de los brbaros saqueando nuevamente una ciudad romana) o adverso a ella; sino un movimiento cultural enfrentado con el sistema establecido y con los valores sociales dominantes en ese mundo; en
una palabra con la NORMA entendida como incuestionable e inamovible. Por lo que la contracultura
sera mejor entendida si se la llamsemos cultura marginal, nueva cultura (quizs el trmino ms
apropado). Se trataba de un afn de libertad, de novedad, de individualismo (frente a lo normativo
gregario) y de cultura viva, sensible, frente a las fosilizadas estructuras de lo acadmico o de lo oficial.
Todo ello, sigue diciendo, producto de la gran decepcin por la poltica clsica (comunista o capitalista)
que no haba sido capaz de evitar guerras calamitosas y terribles; estaba tambin el grmen de la rebelda
existencial -que apostaba por la libertad del individuo- y que haba llenado de canciones tristes y libros
estupendos -pienso en Albert Camus- el Pars de los aos ciencuenta; estaba asimismo la rebelda de los
propios beats americanos -los escritores marginales y nuevos de los mismos cincuenta- que eran los
padres ms inmediatos de la nueva California; y estaba an el descubrimiento del Oriente, el saber (como
haban indicado ciertos precursores) que en otros lugares del planeta se haba intentado vivir de manera
diferente, y que esa otra forma no era necesariamente mala, como la mentalidad colonialista se empeaba

en demostrar... Optimismo, libertad, sexualidad libre, msica rock, juventud, maestros, viajes... La
contracultura pareca llenarlo todo y estar destinada a no morir. Veremos cmo eso es exacto y falso al
mismo tiempo5 . Como de Villena destaca, desde su perspectiva, era un movimiento con dos ejes centrales: libertad y antiautoritarismo, con caminos para vivirlos que se vern ms adelante al describirse
suscintamente las propuestas y actividades de sus principales vertientes.

Postura coincidente con la

de otro analista de ese proceso, que rastrea sus orgenes en los anarquistas y considera que toda doctrina
antiautoritaria ha de ser, en el fondo, una teora pedaggica; no es extrao, por ello, que sus grandes
voceros hayan sido pedagogos. El primero [de este perodo que se estudia], Benjamin Spock, influy en
la crianza de los nios del baby-boom con sus tratados peditricos que desaconsejaban la represin de la
voluntad infantil6 .

Los movimientos de Estados Unidos y de Europa

Es en esa poca que irrumpen un conjunto de movimientos que se harn famosos, no slo por un
carcter rebelde que siempre existi, sino por su novedad, fuerza y capacidad de impacto sobre sus
propias poblaciones, pero tambin sobre el mundo en general que recibi y de alguna manera reflej tales
experiencias. Es el perodo en que en Estados Unidos aparecen primero los beatniks, luego los hippies,
ms tarde los yippies, que junto a las reivindicaciones feministas, estudiantiles y de la poblacin negra, a la
revolucin sexual y a las protestas por la cada vez mayor participacin norteamericana en Vietnam, crean
un clima en ese pas contra el sueo americano, a la vez que formulan una extraa rebelda en ese pas bastante antes de que surgieran las protestas europeas- que no proviene de sectores pobres o explotados
sino de mbitos relativamente privilegiados: estudiantes, intelectuales, artistas, etc. que no temieron a las
consecuencias pese a la muy reciente represin que hubo con el macartismo en ese pas.
Es interesante hacer una recapitulacin del sentido de esas protestas, sus objetivos y sus mtodos
por dos motivos: ver tanto sus mritos como debilidades que los llevaron al peso que llegaron a tener pero
tambin a su virtual desaparicin como tales en slo una dcada, como para luego hacer una comparacin
5

de Villena, Luis Antonio, Contracultura: No slo un momento en el tiempo, en Fernando Savater y Luis Antonio de
Villena, Heterodoxias y contracultura, Barcelona, Montesinos, 2 de. 1989, p. 90 y 93.
6

Britto Garca, Luis, El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad, Caracas, Nueva Sociedad, 1991, p. 95
y sig. El autor recuerda que Spock se convirti en uno de los lderes de oposicon a la intervervencin de su pas en
Vietnam

con la rebelda latinoamericana de ese mismo perodo y la posterior represin con la que se la combati
con resultados conocidos.
Una larga definicin de los beatniks aclara el sentido general de ese movimiento: En la comunidad bohemia [de la zona de San Francisco y en los cincuenta] casi todos eran artistas, si no de talento
excepcional s consecuentes. Rechazaban voluntariamente el conformismo y crean, adems, que su gnero de trabajo era incompatible con l. Deseaban tan slo vivir tranquilos en su rincn haciendo caso omiso
de muchas de las imposiciones sociales. Pero unos cuantos bohemios se tomaron en serio la posibilidad de
crear una nueva filosofa y de vivir, no con arreglo a los aspectos negativos del cdigo social, sino a un
sistema de valores positivo y propio. Este grupo fund en su comunidad una especie de santuario para
contemplar desde all la vida y estudiarla. Y adems dio un nuevo nombre a los bohemios: la generacin
Beat. Era beat (golpe, golpear) porque la guerra, la inexorabilidad de la muerte y la colectivizacin de la
vida moderna abatan a sus miembros. Era beat (comps, ritmo) porque los msicos de los bohemios era
el jazz, en cuyo ritmo vean reflejado su propio tiempo y en cuya improvisacin pareca manifestarse el
credo bohemio. Y era beat porque, segn el portavoz del grupo, Jack Kerouac, la beatitud era el objetivo
final en su bsqueda espiritual del amor infinito.
Y contina: La generacin que lleg a la mayora de edad en la dcada de 1950 intentaba, como
la Generacin Perdida de los aos 20, encontrar un sentido al mundo de la postguerra. Sus miembros
tenan ante s un mundo sumido en un estado de guerra permanente: la segunda guerra mundial, la de
Corea, la guerra fra. Segn los beats, la realidad impeda que se pudiera rendir culto a la razn. Era
imposible desterrar al mal por decreto, aunque caba en lo posible darle en el mundo carta de naturaleza.
La historia y la humanidad eran ingobernables. El progreso, vctima de todas las guerras, constitua una
ilusin. Lo nico real era la muerte. Por ser el progreso un concepto falso, el pasado y el futuro carecan de
importancia: el presente lo era todo. Tampoco valan la pena hacer planes y proyectos en vista de la
inexorabilidad de la muerte. Pero, aunque la vida fuera ingobernable y fugaz, s poda saborearse hasta el
mximo7 .
El mismo autor remarca como, para los seguidores de este movimiento el hombre deba ser un
pozo de sensaciones, y su cuerpo un conjunto de antenas nerviosas que registraran el placer, el dolor o el
7

Cantor, Norma F., La era de la protesta, Madrid, Alianza Editorial, 1973, p.333-4. Los subrayados son mos para resaltar
una idea central de esos movimientos y una diferencia sustantiva con la de la rebelda poco posterior latinoamericana,
donde el presente era sacrificado en nombre de una revolucin futura que se lograra en una guerra o proceso prolongado.

alivio del orgasmo; el aforismo pienso, luego existo ceda su paso a siento, luego existo8 , incluyendo
en este sentir todo lo que era proscrito de la sociedad: drogas, msica no oficial, poesa, etc., lo que
produca un fuerte rechazo del statu-quo y de la mayora de la poblacin, pero tambin por los intelectuales que eran ms tradicionales por la incoherencia y descuido de la vida y producciones beat. Por lo que
fueron perseguidos y estigmatizados pese a que los beatniks no eran cruzados que buscaran convertir a la
humanidad sino slo verse libres de los compromisos tradicionales y hacer su vida explorando su mundo
interior.
Esto lo buscaban de maneras no nuevas pero s manifiestas y que llevaron a niveles muy altos.
Como escribe de Villena: Otra caracterstica formal -y nueva- de los beats es lo que podramos llamar
una bsqueda del arte sin mediacin del intelecto. Escribir haciendo que las palabras fluyan, dejando libres
las imgenes. Influencia del estar sin notarlo en la corriente de la vida, aspecto tan caracterstico del
budismo zen? Este fluir libre se percibe en las largas disgresiones de las mejores novelas de Kerouac, On
the road (En el camino) o The Dharma buns (Los vagabundos del Dharma), que parecen a veces
monlogos de un hombre que mientras habla va poco a poco llenndose de whisky...9 .
Esto ltimo seala un aspecto clsico de este movimiento y de otros norteamericanos que luego se
vern, y que, como puede verse, marcan objetivos y caminos distintos a los que tomarn los sectores
contestatarios latinoamericanos: la utilizacin de alcohol y de drogas para la obtencin del estado buscado. Pero, a diferencia con la creciente drogadiccin actual que tiene otras y muy diferentes implicancias,
en estos movimientos era un camino hacia una riqueza interior que posibilitara una mayor capacidad
creativa, artstica y vital. Es por esto que en esos tiempo aparece y se hace clebre Timothy Leary con la
utilizacin y difusin del LSD (cido lisrgico), sustancia ntimamente vinculada a la msica rock y del arte
pop de los sesenta10 ; pero el camino de la droga fue central para esta contracultura de los 60 y figura
como uno de sus smbolos, de la misma manera que lo fue el rock que provocaba una situacin que un
autor ya citado describe acertadamente para mostrar tal bsqueda de un placer interno: Lo que 8

Idem, p.334.

De Villena, ob cit., p.122.

10
La utilizacin de drogas con objetivos similares tambin fue seguida y fomentada por algunos de los creadores de la
mal llamada antipsiquiatra de la que hablar ms adelante, en particular por David Cooper, aunque la popularizacin de
esta corriente muchas veces produjo una mala y barata lectura de los sentidos de tal uso. En Argentina de los comienzos
de los 60 el LSD lleg a ser utilizado, aunque de manera mnima, por algunos psicoanalistas con ttulo mdico para
intensificar el proceso teraputico en algunas sesiones largas realizadas espordicamente.

contraculturalmente- ms nos interesa constatar ahora del rock no es su origen meldico, ni tampoco las
sucesivas evoluciones rtmicas (con agregados de otras msicas) que ha tenido desde aquellos primeros
aos cincuenta hasta hoy, en que sigue vivo y an en mxima plenitud, sino comentar el porqu de su fuerza
y vigencia. Cuando Elvis se mora cantando en el escenario (Elvis, la pelvis, como le llamaron) el movimiento se pretenda un xtasis y una provocacin. Extasis porque el cuerpo todo comulgaba con la
msica, que le entraba por los poros y le haca sacudirse y vibrar; y provocacin porque era el sexo y todo
lo que con l se relaciona lo que serva como movimiento extasiador e insinuante...[...] Un concierto de
rocknroll es una especie de gran ceremonia religiosa, en la que -guiados por unos oficiantes- todos
participan. El cuerpo arrastra a un xtasis que suprime el devenir del tiempo -y por eso se parece a la
muerte- y la potenciacin de cuerpo y sexo, crea una sensacin de plenitud y totalidad que de alguna
manera (por va mstica) tambin tiene que ver con la muerte, en cuanto que esta es entendida como
sinnimo de plenitud, de orgasmo, de intensidad suma, de quietud, de xtasis nuevamente.... Para este
autor la contracultura se refleja en el rock por tres motivos que son paradigmticos de la misma: potencia
su ideal de intensidad y de vida exaltada; porque las letras y posturas de cantantes y seguidores reflejan
actitudes de liberacin, jbilo sexual, ruptura con lo burgus establecido; y porque su atmsfera y mitologa hacen creer en un ideal de juventud y de adolescencia permanente11 .
La relativa extensin de las caractersticas de este movimiento beat se hizo porque rene las
principales constantes de los movimientos posteriores de la dcada de los 60: hippies, yippies, etc. Que
variaron en mltiples sentidos pero manteniendo similar espritu rebelde, contestatario, inconformista, libertario y antiautoritario, as como con caminos que no pasaban de la bsqueda del mundo interior y con
unas posturas que las ms de las veces eran ms provocativas que conducentes a la produccin de
cambios externos, es decir polticos y sociales.
Una muy clara descripcin tambin la ofrece Cantor: Los hippies estan hip (en el secreto) de lo
que sus hermanos de ms edad descubrieron en la dcada de 1950. La sociedad realmente estaba loca;
el holocausto nuclear despojaba al futuro de sentido y el nico viaje que vala la pena hacer era el que tena
lugar dentro de la propia cabeza. Una generacin que haba crecido en una era de asesinatos y a la sombra
de otra guerra acept con facilidad el marginamiento. El asesinato de Kennedy provoc este segundo y
gran movimiento de evasin; primero poco a poco, luego en mayores nmeros, la gente renunciaba a la
11

Idem, p. 146-7.

sociedad y se incorporaba a la nueva bohemia12 . Esta forma de vida, en principio con centro en San
Francisco, implicaba todo lo ya indicado pero tambin el uso de ropa provocativa y actitudes llamativas
como largas melenas, la renuncia a casas cmodas de familiares para irse a buhardillas y barrios pobres y
sucios, la desercin a los trabajos convencionales, etc. Todo lo que implicaba la renuncia al corazn
mismo de la tica americana fundada en el puritanismo: el trabajo tenaz y responsable, el respeto por la
propiedad privada, y el xito y la prosperidad logrados en un ambiente de sana competencia.
Pero no todos los movimiento de esa poca tuvieron un caracter marcadamente despolitizado, es
decir rebeldes pero limitados a una crtica que podra verse como ideolgica, y por tanto buscando el
indicado cambio de forma de vida a nvel individual pero sin buscar estrategias para modificaciones poltico-sociales estructurales. En los mismos Estados Unidos surgieron posteriormente otros que de alguna
manera estuvieron vinculados a los mencionados, pero alcanzando niveles polticos muy superiores: entre
estos deben destacarse aquellos que buscaban la recuperacin de derechos perdidos o que nunca tuvieron (caso del feminismo y de la cultura negra, entre stos los en su momento destacados Panteras Negras); los que cuestionaron a las formas sociales desde la crtica a las universidades, donde destacaron los
casos de Berkeley, Columbia y los SDS (Estudiantes por una Sociedad Democrtica); los diferentes
grupos de izquierda radical; y, de manera destacada, el amplio movimiento primero de oposicin a la
intervencin norteamericana en Vietnam, y luego la desercin al alistamiento para participar en esa guerra,
que produjo grandes conmociones a niveles tanto local como mundiales13 . Agrguese a esta lista, seguramente no completa pero que s ofrece un claro panorama de lo acontecido, los profundos cambios que en
esa poca se presentaban con la llamada revolucin sexual, en los vnculos familiares y en la que se

12

13

Cantor, N., ob.cit., p. 337 y sig.

Sobre todos estos movimientos vase descripcin y anlisis bastante detallados en los libros citados, en particular
el de Cantor, que respecto a la izquierda radical escribe: La nueva izquierda de los aos 60 se pareca poco a la vieja de
los aos 20 y 30. En realidad, nueva significa ms que restaurada. La distincin era precisa porque las ideas del nuevo
radical se basaban ms en motivaciones emocionales y morales que en conceptos intelectuales. Careca de una ideologa
determinada, dispuesto como estaba a evitar el handicap de los modelos rgidos y de las doctrinas inflexibles [...] La
nueva izquierda protestaba contra la ausencia de calidad, contra el vaco de la vida moderna contra el medio urbano
fragmentado y carente de un sentimiento de comunidad, contra la impotencia de la sociedad americana, incapaz de llevar
a la prctica sus promesas de igualdad y libertad y de ponerse a la altura de sus valores e ideales tradicionales. El joven
extremista echaba la culpa de todo ello al sistema liberal, y era esta actitud lo que diferenciaba de manera rotunda a la
nueva izquierda de la vieja. Porque los nuevos crean que sus mayores haban traicionado a sus propias doctrinas.
Alegaban que la vieja izquierda no muri por el McCarthysmo, sino por haber diludo en inocuas posturas progresistas
sus compromisos doctrinarios con el socialismo y la causa radical, y por haber preferido el poder y el prestigio en lugar
de los ideales (p. 346-7).

consideraba crisis de sta14 , etc. Una poca de profundos cambios y de crisis de valores en amplios
sectores de la poblacin.
Pero el espritu contestatario de tales dcadas alcanzar sus niveles mayores en otros mbitos.
Junto al latinoamericano, con otras caractersticas, que se ver en el prximo apartado, es en Europa
donde se llega al apogeo con la llamada cultura del 68 donde la celebrrima insurreccin parisina de ese
ao estuvo precedida y acompaada por un conjunto de movimientos y de posturas que se encontraban,
con todas las variantes del caso, en similar espritu rebelde, contestatario y crtico al extensamente reseado de Estados Unidos. Pero en estos casos una diferencia sustantiva fue que el carcter poltico alcanz
niveles mucho ms altos, con una comprensin mayor de los significados estructurales productores de lo
que se cuestionaba y buscaba cambiar.
Aunque con niveles muy diferentes en distintos movimientos: ms all de los caminos que encararon para provocar los deseados cambios, fue muy alto en las reducidas pero activas organizaciones
poltico-militares, en algunos partidos de izquierda y sectores sindicales y estudiantiles, como tambin en
algunas expresiones culturales (literarios, la antipsiquiatra, etc); y ms ideolgicos en otros, aunque fue
dentro de este mbito -en las conocidas movilizaciones estudiantiles- donde se alcanzaron los mayores
aunque momentneos impactos, pero con las profundas resonancias tambin conocidas.
Por supuesto este no es el lugar, ni el espacio lo permite, para un largo desarrollo sobre lo acontecido y una discusin al respecto. Baste decir que fue producto de condiciones semejantes a las que
motivaron la reaccin estadounidense, pero tambin porque el importante desarrollo educativo pretendi
ser limitado por el rgimen del General de Gaulle, lo que actu como detonante de una crisis con ms
profundas significaciones, que es lo que explica la extensin del movimiento no slo a otras ciudades, sino
tambin el apoyo que tuvo en importantes sectores del movimiento sindical y de la poblacin.
S es importante al menos conocer el por qu de la derrota -no fracaso porque sus efectos fueron
grandes e incluso perduran- de una insurreccin que casi derriba al poder francs, ya que eso determina la
comprensin de los lmites de esos procesos. Mientras para unos fu porque cre un espectculo ciertamente hermoso, pero no fue una revolucin, y no supo crear un aparato poltico organizado y coherente

14
Recurdese que muchos de tales movimientos crean que en esta nueva cultura la estructura familiar estaba en crisis
y que incluso desaparecera su actual connotacin. Al respecto pueden verse dos textos clsicos de esa postura: el de
Laing, Ronald, El cuestionamiento de la familia, Paids, Buenos Aires, 1976, y el de Cooper, David, La muerte de la
familia, Paids, Buenos Aires.

(que es lo que rechazaba por sus tendencias libertarias y antiautoritarias)15 , para otros obedeci a que los
estudiantes fueron capaces de movilizar a amplios sectores pero no de inflamar lo suficiente como para
producir una continuidad ya que precipitaron una enorme ola de huelgas de obreros en Francia y en Italia
en 1968, pero, despus de veinte aos de mejoras sin paralelo para asalariados en economas de pleno
empleo, la revolucin era lo ltimo en que pensaban16 . A esto hay que agregar que, ms que un espectculo hermoso como plantea Britto Garca, se trat de una propuesta tan encantadora como ideal y
utpica en tanto sus formulaciones sonaban (y suenan) tan bellas como imposibles de realizar. Acaso no
es precisamente imposible pedir lo imposible o prohibido prohibir en cualquier marco social, o prescindir de formas y estructuras organizativas? Es cierto, fue una utopa pero, como todas estas, sirven como
ideales tal vez nunca alcanzables pero indicativos de un objetivos y fines que deben alcanzarse aunque sea
en parte. Algo mucho ms valioso que la actual pretensin de un fin de las utopas que, en definitiva, tras
una presunta objetividad esconde la aceptacin y conformidad con el brutal y despiadado estado presente.
Para terminar con esta parte es importante sealar mnimos aspectos de otras dos vertientes que
se presentaron en Europa. El primero surgi como consecuencia de la derrota de las insurrecciones de
1968, pero tambin en parte con base en prcticas latinoamericanas de esa dcada: los diferentes grupos
armados tipo Brigadas Rojas en Italia y Baader-Meinhof en Alemania, que nunca llegaron a tener penetracin en los campos obreros y populares, terminando fcilmente destrudos cuanto ms a mediados de
los 70, aunque lograron realizar ciertas acciones espectaculares y de fuerte efecto, pese a que algunas
veces eran antagnicas con sus bsquedas de xito y crecimiento (el mayor ejemplo fue el secuestro y
muerte de Aldo Moro en Italia). Y el movimiento de Praga, violentamente reprimido por la invasin sovitica (y que en un principio -luego hubo una lamentable retractacin- fue apoyado por Fidel Castro, lo que
implic mayor apoyo con la obvia excepcin de los sectores comunistas ortodoxos de la lnea del Kremlin).
La otra vertiente, y tomada como muestra representativa de las posturas contestatarias dentro del
campo intelectual-cultural, fue el movimiento alternativo a la psiquiatra, ms conocido por su equvoco nombre de antipsiquiatra. Y que fu un claro y ntido exponente, en su mbito especfico, del espritu
rebelde de las dcadas aqu estudiadas, formulando una feroz y lcida crtica a las vertientes tradicionales
15

Britto Garca, ob.cit., p. 113.

16

Hobsbawn, Eric, Historia del siglo XX, Crtica Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1 ed. 1995, p. 301.

y acrticas del campo psi y comprendiendo las causas fundantes de tal realidad, pero tambin realizando
propuestas y actividades que, ms all de las crticas que hoy se les puedan hacer, provocaron cambios
sustantivos y que han sido la base de mltiples prcticas que hoy continan17 .

Los movimientos latinoamericanos

Nuestro continente por supuesto que no fue inmune tanto al clima de tal poca como a los efectos
de tales movimientos, pero -como ya se dijo- los caminos que tom la disconformidad existente fue muy
distinto, con planteos que llegaron a tener propuestas no slo rebeldes sino revolucionarias que tuvieron
fuerte impacto y consecuencias, aunque con diferencias en cada pas. Pero, al menos en general, fueron
como variaciones de un mismo tema.
Por supuesto que llegaron las influencias de los beatniks y luego los hippies norteamericanos, pero
no fueron grandes y estuvieron limitadas -como en ese pas pero sin la resonancia que all tuvieron- a muy
pequeos sectores, especialmente algunos del campo artstico, de lo que fue claro exponente el Instituto
Di Tella de Buenos Aires que, en los inicios de los 60, se abri a experiencias de happenings, teatro de
vanguardia, exposiciones contestatarias, propuestas acadmicas en ciencias sociales distintas a las del
funcionalismo entonces dominante, etc18 . Incluso el consumo de drogas tiene un nivel mucho menor al de
Estados Unidos, aunque con significaciones similares.
Pero, como ya se indic, el contexto era otro y marc su impronta. Los pases de Amrica
Latina obviamente no eran del Primer Mundo y por tanto no gozaban de sus ventajas econmicas,
como tampoco de las condiciones que posibilitaron la contracultura de Estados Unidos. Por el contrario,
las libertades y las formas democrticas eran restringidas cuando existan, se produca una ms aparente
que real modernizacin que permita ver ms ntidamente el estado que se viva (sobre todo por parte de
17

Para un desarrollo mucho mayor de esta corriente vase el captulo III, Los planteos crticos del movimiento de
alternativas a la Psiquiatra, de mi libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/UAM-Xochimilco,
Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed., 1996, donde tambin aparecen las principales referencias bibliogrficas de los protagonistas
de esta corriente. * Una valorizacin de tal corriente treinta aos despus en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico,
N 22 y 23, 2004 y 2005.
18

Por supuesto no slo en esa ciudad ni en ese lugar, aunque siempre con la sealada limitacin. Por ejemplo en la
ciudad de Rosario, segunda en importancia de Argentina en ese momento, tambin se realizaron actividades similares,
entre ellas una donde todas las butacas de los espectadores daban a la calle, queriendo significar que all se encontraba
el espectculo. Como adelanto de lo que se ver despus, el autor de esta obra se integr y muri en una organizacin
poltico-militar.

los sectores ms esclarecidos, el universitario sobre todo que fue el ms activo en las movilizaciones que
se realizaron en muchos pases aunque no en todos). Pero, adems y sobre todo, el primer da de 1959
triunfa la Revolucin Cubana, que tuvo una inmensa carga mtica y de ejemplo para los sectores ya
rebeldes o que comenzaron a serlo a travs de sus realizaciones inditas en el continente: primero una
reforma agraria radical, campaa de alfabetizacin, honestidad gubernamental y liquidacin de la corrupcin endmica, ascenso al poder de guerrilleros jvenes -muchos de ellos campesinos- que desarrollaron
toda la guerra en las sierras cubanas; y luego el creciente enfrentamiento con Estados Unidos por la
oposicin de este a las reformas, Playa Girn, la declaracin del socialismo y la fuerte y constante denuncia a las condiciones de Amrica Latina, etc. Todo lo que tuvo tanta resonancia como consecuencias con
apoyo en los altos ndices de analfabetismo, las grandes desigualdades sociales y econmicas, las expectativas de movilidad social, la creciente urbanizacin, la represin, etc..
Cuba se convierte en modelo, lo que de por s indica una fundamental diferencia con la
contracultura norteamericana, tanto en objetivos como en caminos para lograrlos19 . Esto es importante porque estos caminos toman a Fidel Castro y al Che Guevara como guas de la lucha armada,
encauzando a los sectores rebeldes y/o revolucionarios que se alejaron de las frmulas de los partidos
liberal-democrticos e incluso del reformismo de los partidos comunistas que seguan la lnea sovitica
(estos ya tambien golpeados por quienes se acercaban a la en ese momento surgiente lnea china, ms
cercana en ese momento a los procesos nacionales de liberacin).
Es un perodo que dura hasta mediados de los 70, con el posterior cambio que llevar a la
derrota de tales propuestas y la instauracin de otro modelo -con otros imaginarios y subjetividades- que
es el actual hegemnico que se ver en la siguiente parte de este ensayo, donde la propuesta hegemmica
de ese momento es reemplazada por otra tambin hegemnica de los sectores dominantes tradicionales.
Perodo signado por convulsiones polticas y militares de todo tipo, pero esta vez no slo originadas por
las fuerzas del poder como ocurri siempre (asonadas y golpes militares) sino tambin por insurgencias de
izquierda: surgimiento de guerrillas en prcticamente todos los pases del continente (la mayora siguiendo
el modelo cubano del foco), movilizaciones obreras con signo clasista en algunos casos, insurrecciones

19

En Estados Unidos tambin tambin produce efectos, pero que no pasaron de cierta simpata (salvo en sectores como
los Panteras Negras y algunos grupos de reivindicacin de la cultura negra). Recurdese que a comienzos de los 60
aparece el conocido libro de Wrigth Mills, Escucha, yanqui!, publicado en Mxico por la Coleccin Popular del Fondo
de Cultura Econmica.

urbanas las ms de las veces espontneas como reaccin a las violencias del poder, ejercicios electorales
donde era posible (en pocos lugares, Chile entre ellos y y con su conocido final), efervescencia universitaria no limitada a los claustros sino llevada a las calles y a prcticas polticas, importante activismo de
sectores culturales e intelectuales, etc.20 Frente todo esto la violencia del poder: Brasil inicia el nuevo
perodo de seguridad nacional y de contrainsurgencia con el golpe militar de 1964, al que seguir la serie
de golpes militares con presunta justificacin en el peligro castro-comunista y la violencia guerrillera
(Argentina en 1966 y 1976, Uruguay y Chile en 1973...).
Es cierto que la mayora del activismo procedi de sectores intelectuales, estudiantiles y juveniles
clasemedieros, pero tambin lo es que en algunos lugares tuvo una trascendencia que super por lejos a
tales sectores: en Argentina los grupos guerrilleros y las insurrecciones de 1969 (en Crdoba y en Rosario
en particular) tuvieron un fuerte apoyo obrero y clasemediero, que se mantuvo hasta el triunfo de Pern en
197321 . Por otra parte no puede olvidarse el rol activo que en ese proceso tuvieron sectores profesionales
de clara pertenencia a clases no precisamente populares, tres de ellos muy notoriamente: el campo artstico-intelectual en general; los abogados, que formaron un grupo separado de la muy clasista institucin
oficial y se dedicaron a denunciar las violaciones de la dictadura y a defender a todos los presos polticos;
y los psis (psiclogos, psicoanalistas, psiquiatras, etc) que se convirtieron en el sector profesional ms
radicalizado del pas22 .
20

Como escribe, recordando ese perodo, un conocido politlogo radicado en nuestro continente: En los aos 60 el
tema central del debate poltico-intelectual en Amrica del Sur es la revolucin. La situacin de la regin, caracterizada
por un estancamiento econmico en el marco de una estructura social tradicional y, por otra parte, por una creciente
movilizacin popular, es interpretada como un estado prerrevolucionario. Contrastando los cambios rpidos y radicales
de la Revolucin Cubana con los obstculos que encuentra la modernizacin desarrollista, se constata la inviabilidad del
modelo capitalista de desarrollo en Amrica Latina y, en consecuencia, la necesidad histrica de una ruptura revolucionaria [...] La revolucin aparece no slo como una estrategia necesaria frente a un dramtica desarrollo del subdesarrollo, sino tambin como una respuesta respaldada por la teora social (Lechner, N., De la revolucin a la democracia,
en Los patios interiores de la democracia, ob.cit. p.17)
21

Este triunfo electoral en gran medida fue consecuencia de todas las movilizaciones argentinas sealadas y el fuerte
peso que llegaron a tener los grupos guerrilleros, tanto a nivel militar como de influencia en muy amplios sectores de la
poblacin. No corresponde al objetivo de este trabajo analizar las caractersticas de los acuerdos que pudieran haber
existido entre Pern y los militares, como tampoco los errores de tales grupos poltico-militares.
22

Este fue una de los efectos en Amrica Latina del ya citado movimiento de alternativas a la psiquiatra europeo (cuyos
principales exponentes fueron Franco Basaglia en Italia, David Cooper y Ronald Laing en Inglaterra, etc), pero que en
Argentina se apoy esencialmente en el campo psicoanaltico, en ese momento hegemnico en tal pas. Todas las
profesiones indicadas se integraron en la Federacin Argentina de Psiquiatras, incluyendo sectores que se alejaron de
la tradicional y ortodoxa Asociacin Psioanaltica Argentina. Sobre esto pueden verse, muy especialmente, los dos
tomos compilados por Langer, Marie, Cuestionamos I y II, Granica, Buenos Aires, 1971 y 1973; tambin mi artculo sobre

Y, muy especialmente, no puede olvidarse la participacin de importantes sectores del campo


popular. En Argentina hubo un no mayoritario pero s destacado accionar de organizaciones obreras que
se desgajaban de las tradicionales burocracias sindicales, lo mismo que en otros pases (Chile entre ellos);
y lo mismo ocurri con sectores campesinos (Bolivia, en importante medida tambin Brasil). En este
panorama no debe olvidarse la hasta ese momento original intervencin de amplios sectores de la Iglesia
catlica que constituyen la Teologa de la Liberacin y llega a tener un peso considerable en muchos
lugares -Centroamrica, Ecuador, Argentina, Per- e incluso mayoritario (Brasil), que se mostr claramente en las famosas posturas que adoptara la reunin del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana) de Medelln de compromiso con los pobres del continente.
Fu un perodo de fuertes y constantes luchas de todo tipo. Mientras que en los pases del Primer
Mundo estas tuvieron su apogeo en las movilizaciones de 1968, en Amrica Latina comenzaron en los
primeros aos de esa dcada y continuaron durante toda sta, por lo que ese ao tuvo repercusiones,
pero con base en una situacin que ya estaba conmocionando a la mayora de las naciones. Recurdese
que incluso en los pases centrales una de las banderas de las movilizaciones fue la imagen y el ejemplo de
Ernesto Che Guevara y muchos otros considerados como hroes guerrilleros pero de una estirpe socialista diferente: muy distinta a la de las propuestas clsicas y burocratizadas de las lneas sovitica y china. En
este sentido la imagen del Che representa, en el mundo entero, un modelo de las expectativas, las ansias
y los imaginarios polticos-sociales de ese perodo: antidogmatismo terico, postura antiburocrtica,
claro tercermundismo, vida heroica, crtica al poder y a los intereses materiales, honestidad, etc.
que se expresaban tanto en su vida y lucha como en la imagen que recorri el mundo como bandera a
travs de la ya en ese momento clsica y crstica fotografa de Korda23 .
En lo ltimo indicado respecto al Che Guevara -como el mayor exponente de una cultura que tuvo
mltiples y en ese momento respetados e idealizados seguidores (Marighella, Lamarca, Sendic, los Peredo,
Douglas Bravo, Camilo Torres, Yon Sosa, Genaro Vzquez, Lucio Cabaas...)-, pueden verse los ejes
centrales de lo deseado y buscado por sectores importantes del continente y que marcaron los ideales de
la poca. Que tambin importantes sectores no apoyaran los lineamientos de la lucha armada de los
ese proceso, El trabajo argentino en salud menta: la prctica entre la teora y la poltica, en la 1 edicin del libro
Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit.
23
Aunque se ver ms adelante, es interesante destacar como esta imgen del Che retorna de manera muy fuerte en
estos momentos, treinta aos despus de su muerte en Bolivia, pero con significaciones similares y distintas a la vez.

nombrados no cambia la situacin: si bien en estos se vean niveles de heroicidad y de mximo sacrificio
que implicaban un profundo respeto para sus seguidores por lo que se convertan en ejemplos a seguir
(aunque despus la mayora no siguieran en los hechos ese camino), lo importante es que eran parte
sobresaliente y extrema de propuestas de cambio -reformistas o revolucionarias- en las que tambin
participaban partidarios de caminos electorales, militantes de campos slo obreros, campesinos, barriales,
estudiantiles o acadmico-profesionales. Es cierto que en esos momentos las polmicas entre partidarios
de diferentes estrategias -por ejemplo entre los que proponan los caminos armados y los electorales o
pacficos- eran fuertes e incluso despiadadas, pero tambin lo es que hoy, aproximadamente treinta aos
despus, puede verse que existi un comn denominador compartido de (en diferentes niveles) rechazo al
statu-quo y de bsquedas de (tambin en diferentes niveles) cambios en todos los mbitos de la realidad:
sociales, polticos, econmicos y ticos.
En todo lo escrito previamente en este trabajo pudieron verse -implcita y explcitamente- los
referentes centrales de los proyectos, subjetividades e imaginarios de la poca analizada, que seguramente
se comprender de manera ms clara al estudiarse ms adelante los del perodo actual. En una muy
apretada sntesis puede verse que se trat de un importante y a veces fuerte rechazo hacia los proyectos
dominantes en todos los sentidos (los tradicionales y estticos), con bsquedas de alternativas ms o
menos profundas, de intentos de creacin de una diferente tica y moral. Esto indica un grado importante
de disconformidad con la ideologa de la poca y una bsqueda de un mayor pero diferente bienestar, que
pasaba ms por objetivos ideales que de pretensiones de ms y mejores mercancas (aunque esto de
manera alguna era descartable en pases y/o ncleos sociales menos favorecidos). Pero era tambin una
poca de un mayor activismo (y no de espera pasiva) que implicaba un cierto y no desdeable grado de
espritu de sacrificio en nombre de ideales entendidos como superiores (no confundir esto con masoquismo, pero s con el hedonismo epidrmico y superficial actual), como tambin de solidaridad e importancia
de valores colectivos y no exclusivamente individuales24 . Era un perodo de expectativas y de esperanzas
-incluso los sectores dominantes lo ofrecan, caso de la Revolucin en libertad de Frei en Chile-, que no
se realizaron pero que se contrastan con el escepticismo y, para una gran mayora, la actual crisis sin
salidas. Fue entonces una poca donde posturas que genricamente pueden definirse como progresistas y favorables al cambio, tuvieron un peso considerable e incluso mayoritario: a ms de los apoyos
24
Como seala Hobsbawm, aunque respecto a otro aspecto del mismo perodo: exista una idea que era el aspecto
fundamental de sus vidas: la colectividad, el predominio del nosotros sobre el yo (ob.cit. p. 308).

antes citados a grupos que lo fomentaban (incluso a grupos radicales), recurdense los triunfos electorales
de la Unidad Popular en Chile, del peronismo en Argentina (aunque luego el mismo Pern dej de lado las
formulaciones de los sectores de esa ideologa que obligaron a la dictadura militar a llamar a elecciones),
antes de Arbenz en Guatemala y el proceso boliviano etc. Por supuesto que tambin existieron sectores
conservadores opuestos a estos lineamientos progresistas -un claro ejemplo al respecto fueron los que
impulsaron la cada de Salvador Allende-, pero para su triunfo debieron apelar siempre a las Fuerzas
Armadas por su escaso poder propio.
Puede verse que las diferencias entre las contraculturas de Estados Unidos-Europa con la de
Amrica Latina fueron bastante o muy diferentes en objetivos y caminos, pero los una el comn denominador general de rechazo, disconformidad, bsqueda de alternativas de relaciones sociales y de
formas de vida, entre otros aspectos compartidos.
Este perodo llega a su fin aproximadamente a mediados de los 70, donde comienza a germinar lo
que se desarrollar a partir de los 80 y hoy sigue vigente. Aqu las causas del cambio (y de derrota de
esos proyectos) son distintas: en Amrica Latina las propuestas de cambio -reformistas o revolucionariasson liquidadas a sangre y a fuego bajo la doctrina de la seguridad nacional con la mediacin de los
ejrcitos nacionales25 , aunque no puede negarse el fracaso de los movimientos guerrilleros (salvo el de
Nicaragua que triunfa en 1979 y el de El Salvador que mantiene un empate con las Fuerzas Armadas hasta
los acuerdos de paz de mediados de los 90). En Mxico tambin son derrotados los grupos armados que
tomaron ese camino luego de la sangrienta represin del 2 de octubre de 1968, pero este movimiento
implic un parteaguas en la historia del pas, dando pie a posteriores cambios reformistas (electorales y
ciertas libertades democrticas) antes inexistentes26
El sealado Zeitgest -includos sus proyectos, subjetividades e imaginarios- terminar para abrir
25

A partir del golpe militar de Brasil en 1964 se suceden las acciones del mismo tipo e incluso coordinadas: en Chile en
1973 es derrocado el presidente Allende que llega al poder electoralmente y contina triunfando en elecciones, en 1976
en Argentina se produce otro golpe militar, lo mismo ocurre en Uruguay en la misma poca al igual que en Bolivia (con
sucesivos golpes militares) y en Per, donde el sector militar nacionalista es reemplazado por los tradicionales
militares derechistas. En Mxico es ferozmente reprimido el movimiento del 68 y todas las movilizaciones siguientes,
aunque se abren limitadas puertas antes cerradas. Slo en Colombia y Venezuela se mantiene el juego electoral pero en
condiciones de mantenimiento de las estructuras tradicionales.
26

Al escribirse este trabajo, fines de septiembre de 1998, se estn conmemorando los 30 aos del fatdico 2 de octubre,
con dos posturas muy diferentes entre los que fueron sus protagonistas respecto a la significacin de ese movimientos:
una mayoritaria que considera que su bandera fueron la bsqueda de un avance democrtico, y otra que sostiene que
se trataba de una lucha libertaria de paz, amor, etc. Ms all del debate, es indudable que en ambos casos se trat de lo
sostenido en este artculo: diferentes vertientes de un enfrentamiento con la poltica y cultura del sistema de la poca.

paso a otro marcadamente diferente.

Las decadas de los ochenta y de los noventa

Con base en la ya mencionado Doctrina de Seguridad Nacional y la poltica de contrainsugencia,


en la dcada de los 70 comienza un nuevo perodo en Amrica Latina, que en muchos casos, por supuesto, tiene su contraparte en inolcultables dficits de los sectores rebeldes y/o revolucionarios. Si bien esa
poltica tuvo su inicio aos atrs con el golpe militar en Brasil que derroca a Joao Goulart, su ms consecuente implementacin se produce con el derrocamiento de Allende en 1973 y los sucesivos golpes
militares en otros pases (Uruguay, Argentina, pases de Centro Amrica). Pero si bien la justificacin
manifiesta de ellos fue aniquilar a los movimientos definidos como subversivos y terroristas, que en
algunos pases llegaron a tener importante peso y capacidad de realizar acciones bastante espectaculares,
el objetivo real fue la bsqueda de construccin de un nuevo modelo de estructura econmica,
poltica y social. Y esta construccin requera del aniquilamiento de toda oposicin a la misma, en tanto
significaban la terminacin de los (relativos) beneficios de los Estados de Bienestar y de los populismos
hasta ese momento vigentes, que seran reemplazados por mayores restricciones a los niveles de vida de
los sectores populares27 .
Es decir que los actuales modelos hegemnicos de tipo neoliberal vigentes en la mayor parte del
mundo y de los pases de nuestro continente28 ya tienen antecedentes en intentos no claros conducentes al
mismo fin e iniciados aos atrs. En este sentido son interesantes y clarificadoras las observaciones que
realiza Hobswabm: entre ellas que la historia de los veinte aos que siguieron a 1973 es la historia de un
27

En el caso argentino ello fue muy claro: si bien las dos grandes organizaciones actuantes (Montoneros y Ejrcito
Revolucionario del Pueblo) seguan teniendo importante fuerza militar y capacidad para acciones impactantes pese a las
importantes derrotas que les produjeron las Fuerzas Armadas, polticamente su derrota comenz en 1973 con el triunfo
de Pern, convertido en importante enemigo de la guerrilla. Entre la muy grande cantidad de reprimidos por el autodefinido
Proceso de Reorganizacin Nacional, una gran mayora de los detenidos y desaparecidos no eran miembros de
organizaciones militares sino del campo popular (sindicalistas, estudiantes, villeros, etc).
28

Pese a que mltiples polticos y economistas -que en general son o fueron cercanos a gobiernos que implementaron
estas polticas- insisten en que el trmino neoliberalismo es genrico y no puede atribuirse a todas las propuestas que
se implementan en nuestro continente por no ser idnticas y tener diferencias entre s, aqu se generaliza ese trmino por
considerarse que esas diferencias son menores respecto a las grandes coincidencias existentes (privatizaciones, disminucin del peso del Estado y de beneficios sociales que estaban a cargo de ste, etc). Evidentemente cada nacin debi
ajustarlo a sus posibilidades y tradiciones, y as, por ejemplo, Mxico no pudo hasta ahora privatizar Pemex ni construir
una poltica fiscal eficiente.

mundo que perdi el rumbo y se desliz hacia la inestabilidad y la crisis, y que para enfrentar a esta
comienzan a desarrollarse las propuestas neoliberales que hasta ese momento no pasaban de ser tericas
pese a los premios obtenidos por sus idelogos (los Nobel de Economa a Friedrich von Hayek en 1974
y a Milton Friedman dos aos despus). Tras 1974 los partidarios del libre mercado pasaron a la ofensiva, aunque no llegaron a dominar las polticas gubernamentales hasta 1980, con la excepcin de Chile,
donde una dictadura militar basada en el terror permiti a los asesores estadounidenses instaurar una
economa ultraliberal [...] Con lo que se demostraba, de paso, que no haba una conexin necesaria entre
el mercado libre y la democracia poltica29 .
Aunque no es este el lugar para una resea o anlisis de las caractersticas del modelo neoliberal,
s es interesante mostrar a grosso modo las diferencia con las polticas precedentes, ya que esto tiene una
profunda incidencia para este trabajo. Siguiendo con Hobswabm: La batalla entre los keynesianos y los
neoliberales no fue simplemente una confrontacin tcnica entre economistas profesionales, ni una bsqueda de maneras de abordar nuevos y preocupantes problemas econmicos [...] Se trataba de una
guerra entre ideologas incompatibles. Ambos bandos esgriman argumentos econmicos: los keynesianos
afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el estado de bienestar creaban la demanda del consumidor que alentaba la expansin, y que bombear ms demanda en la economa era la mejor manera de
afrontar las depresiones econmicas. Los neoliberales aducan que la economa y la poltica de la edad de
oro dificultaban -tanto al gobierno como a las empresas privadas- el control de la inflacin y el recorte de
los costes, que haban de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el autntico motor del
crecimiento de una economa capitalista. En cualquier caso, sostenan, la mano oculta del mercado de
Adam Smith producira con certeza un mayor crecimiento de la riqueza de las naciones y una mejor
distribucin posible de la riqueza y las rentas, afirmacin que los keynesianos negaban30 .
Pero, es evidente, una cosa es implementar este proyecto en naciones desarrolladas y con cierta
cultura democrtica y sin tantas desigualdades (aunque igualmente las consecuencias han sido fuertes), y
otra en nuestros pases. De all la necesidad de hacerlo con regmenes de mano dura (militares o civiles) y
un casi absoluto desprecio por formas democrticas que se dicen respetar en teora pero no en la realidad
(y que, cuando existe, se limita a procesos electorales no siempre limpios). Era por tanto imperiosa la
29

Hobsbawm, ob.cit. p. 407-409.

30

Idem, p. 409 (las cursivas son mas).

derrota de las propuestas anteriores (populistas, reformistas, rebeldes o revolucionarias) y la bsqueda de construccin de nuevos modelos de proyectos e imaginarios sociales y polticos; de un
nuevo tipo de subjetividad en suma que acepte la nueva propuesta o al menos no la dificulte.
Y no pueden quedar dudas de que, revirtindose la situacin anterior, ello se ha conseguido en una
amplia medida: en gran parte aceptndose el nuevo modelo (aunque con el tiempo han ido surgiendo
diferentes reacciones y oposiciones), y en otra con una actitud pasiva muy diferente a la existente en las
dcadas anteriores. Tales formas de aceptacin y/o tolerancia han sido producto de diferentes factores: 1)
la indicada represin que actu sobre los sectores ms activos de la poblacin, con el consiguiente temor
de esta; 2) la hegemona del modelo neoliberal en prcticamente todo el mundo; 3) la ausencia de proyectos alternativos, mxime luego de la cada del bloque del socialismo real y de las crisis de paradigmas
y de utopas; 4) el inters que importantes sectores de la poblacin, sobre todo de clases medias y altas,
mostraron por algunos aspectos de ese modelo (apertura de mercado que permita la llegada de mercancas del mundo entero, el impacto de la computacin y diferentes tecnologas de la modernidad), inters
ampliamente fomentado por los medios de difusin de masas31 ; 5) las crisis econmicas derivadas de la
prdida de autonomas nacionales y mayor dependencia de los poderes econmicos internacionales, el
aumento de la deuda exterior y la prdida de empleos y beneficios sociales; 6) un manejo cultural cada vez
mayor a travs de unos medios masivos globalizados, que transmiten mensajes cada vez ms
unidireccionales.
En este sentido no puede negarse que las propuestas neoliberales fueron elegidas o convalidadas
por procesos electorales en los ms importantes pases del continente: Cardoso en Brasil, Menem en
Argentina, Salinas y Zedillo en Mxico, lo mismo que en otros pases32 , y se llega al hecho de que en otros
procesos electorales triunfan connotados representantes de la represin (entre ellos Banzer recientemente
31

Un ejemplo paradigmtico de esto se produjo en Mxico con un importante apoyo a la presidencia de Salinas hasta
pocos das despus de la crisis de fin de 1994, consecuencia del nfasis en la modernidad, en el ingreso al Primer Mundo,
el ingreso masivo de mercancas importadas y a precios relativamente bajos, etc.
32
Es cierto que Menem no llega con ese proyecto, pero fue reelegido cuando ya lo haba implementado, lo mismo que
muchos de sus candidatos en elecciones provinciales. En cuanto a Mxico, se mantiene la acusacin de la cada del
sistema en las elecciones de 1988 que habra permitido el triunfo de Salinas, pero en 1994 triunfa su candidato Zedillo,
donde el voto del miedo frente a la rebelin zapatista fue ms poderoso que el rechazo a una poltica que, de cualquier
manera, tuvo importante apoyo hasta fines de ese ao. En cuanto a Chile, en realidad no haba opciones (salvo la del
pequeo Partido Comunista): haba que elegir entre la coalicin triunfante PDC-PS, o los partidos pinochetistas, ambos
con una propuesta econmica no divergente. En Uruguay se realiza un plesbiscito donde fracasa el intento de castigo
a los represores, y ms tarde es reelegido el actual presidente.

como presidente de Bolivia, y el general Bussi como gobernador de la provincia de Tucumn en Argentina33 ). En Chile el pinochetismo es derrotado electoralmente, pero con la concertacin democrta cristiana/socialista contina el mismo modelo neoliberal34 .
A niveles de subjetividad individual, pero compartidas por muy amplios sectores -lo que lo convierte en carcter social de la poca-, las consecuencias ya fueron planteados en distintos trabajos
anteriores35 , por lo que aqu se indicarn de manera muy resumida. Dos son los centrales: el incremento de
lo que se considera como posturas individualistas frente a las cooperativas, colectivas o solidarias; y el
tambin notorio incremento de reacciones de temor generalizados ante mltiples condiciones de violencia
y de inseguridad. Sean producto o causa de esto, los imaginarios y proyectos tambin han cambiado.

Respecto a lo primero, las tendencias individualistas o narcisistas, bastante ya se ha estudiado


y escrito, y si bien puede decirse con razn que ello siempre existi y comienza su auge con el modernismo
y el capitalismo, Lipovetzky inicia su contradictorio trabajo considerando que la privatizacin ampliada,
erosin de las identidades sociales, abandono ideolgico y poltico y desestabilizacin acelerada de las
personalidades indica que vivimos una segunda revolucin individualista o, dicho de otro modo, una
nueva fase en la historia del individualismo occidental36 . Esto significa que El ideal moderno de subordinacin de lo individual a las reglas racionales colectivas ha sido pulverizado, el proceso de personalizacin
33

Tucumn fue una de las provincias ms combativas en las dcadas de los 60 y los 70 con su proletariado azucarero
e importantes grupos guerrilleros, y el general Bussi fue el responsable de una feroz represin en esa provincia durante
la dictadura militar.
34

Pese a que muchos lo ven como modelo exitoso, otro piensan de manera diferente; al respecto vase el conocido libro
de Moulian, Toms,Chile actual. Anatoma de un mito, Santiago, Arcis Universidad, 1997. (Nota posterior a la redaccin
del artculo: la detencin de Pinochet en Inglaterra y la resolucin de su extradicin a Espaa para su juzgamiento,
mostraron de manera contundente el mantenimiento del apoyo de los partidos de izquierda, como el Socialista, a la
poltica gubernamental que trat de impedir tal detencin y extradicin).
35

Guinsberg, E., El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 3,
1994 (reproducido en la 2 ed. de Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit.); La salud mental en nuestros
tiempos de clera, en El sujeto de la salud mental a fin de siglo, Mxico, Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco, 1996; La angustia del sujeto neoliberal, Mxico, revista Memoria, N 77, 1995; Aproximacin psicoanaltica
al malestar en la cultura del fin de milenio, en Alter, Revista Internacional de Teora, Filosofa y Sociologa del Derecho,
Centro de Investigaciones Jurdicas, Universidad Autnoma de Campeche, N 3, 1997. * El primero est includo en este
libro digital. Luego apareci el libro La salud mental en el neoliberalismo, Mxico, Plaza y Valds, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004.
36

Lipovetzky, Gilles, La era del vaco. Ensayos sobre el individualismo contemporneo, Barcelona, Anagrama, 3 ed.
1988, p.5. Texto contradictorio porque defiende ese individualismo, pero al mismo tiempo hace crticas muy fuertes y
vlidas a sus consecuencias.

ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realizacin personal, el respeto a la


singularidad subjetiva, a la personalizacin incomparable.
Aunque junto a esto se produce algo tambin fundamental que el autor reconoce pero da la
impresin de no valorar en su magnitud: la existencia de nuevas formas de control y de homogeneizacin
que se realizan simultneamente -ms adelante de lo citado dir que se despliegan dispositivos cada
vez ms sofisticados y humanos-, poniendo un serio lmite a la utopa del hecho social y cultural ms
significativo de nuestro tiempo [y] la aspiracin y el derecho ms legtimos a los ojos de nuestros contemporneos: que entiende como el salto adelante de la lgica individualista, que sera el derecho a la
libertad, en teora ilimitado pero hasta entonces circunscrito a lo econmico, a lo poltico, al saber, se
instala en las costumbres y en lo cotidiano al vivir libremente sin represiones, escoger ntegramente el
modo de existencia de cada uno37 .
En tal proceso de personalizacin el individualismo sufre un aggiornamiento que provoca el
narcisismo al pasarse del individualismo limitado al total, con lo que se reduce la carga emocional
invertida en el espacio pblico o en las esferas trascendentales y correlativamente a aumentar las prioridades de la esfera privada. Otra consecuencia de este proceso es que El narcisismo encuentra su modelo
en la psicologizacin de lo social, de lo poltico, de la escena pblica en general38 .
El anlisis de Lipovetsky es implacable. Considera que el narcisismo posmoderno convive con la
lgica del vaco y produce un desierto donde todos los grandes valores y finalidades que organizaron
las pocas pasadas se encuentran progresivamente vaciados de sustancia [...] que transforma el cuerpo
social en cuerpo exange, en organismo abandonado. La indiferencia actual produce una alienacin
ampliada, as como en un sistema organizado segn el principio de aislamiento suave, los ideales y
valores pblicos slo pueden declinar, nicamente queda la bsqueda del ego y del propio inters, el
xtasis de la liberacin personal, la obsesin por el cuerpo y el sexo 39 .
El narcisismo es entonces el smbolo de nuestro tiempo, pero las supuestas ventajas que seala
Lipovetzky encuentran serio lmite tanto en lo ya indicado como en mltiples otros aspectos: socializa
37

Idem, p. 7, 8 y 11.

38

Idem, p. 12, 13 y 14. Por psicologizacin se entiende ver slo las causas psquicas de los problemas de los individuos,
o interpretar psicolgicamente lo que tiene otra explicacin (por ejemplo las guerras como producidas slo por las
tendencias pulsionales agresivas). Un mayor desarrollo sobre esto en mi libro Normalidad, conflicto psquico..., ob.cit.
39

Idem, p. 15, 35, 41 y 42.

desocializando, lo que ya es grave, pero tambin hace que hayamos pasado de la guerra de clases a la
guerra de todos contra todos, lo que es mucho ms grave y con obvias consecuencias. Agrguese a
esto otro aspecto con tambin serios efectos: El Superyo se presenta actualmente bajo la forma de
imperativos de celebridad, de xito que, de no realizarse, desencadenan una crtica implacable contra el
Yo [...] Al activar el desarrollo de ambiciones desmesuradas y al hacer imposible su realizacin, la sociedad narcisista favorece la denigracin y el desprecio de uno mismo40 .
De todo esto surgen enormes consecuencias. El autor reconoce que las neurosis clsicas ya no
son las predominantes, sino ms bien los trastornos de carcter caracterizados por una malestar difuso
que lo invade todo, un sentimiento de vaco interior y de absurdidad de la vida, una incapacidad para sentir
las cosas y los seres [...] La patologa mental obedece a la ley de la poca que tiende a la reduccin de
rigideces como a la licuacin de las relevancias estables; la crispacin neurtica ha sido sustituida por la
flotacin narcisista. Reconoce que en todos lados se encuentra el vaco y la soledad, con una fuerte
propensin a la ansiedad y a la angustia41 que no se solucionan sino se acrecientan con la propuesta
mgica del consumo y las comodidades, la grandes ofertas y promesas de nuestra poca.

Para ter-

minar con el planteo de este autor, una conclusin que formula y brinda elementos para pensarla, aunque
parece no entender el proceso y los vnculos entre los aspectos econmicos y culturales: Mientras el
capitalismo se desarroll bajo la gida de la tica protestante, el orden tecno-econmico y la cultura
formaban un todo coherente, favorable a la acumulacin del capital, al progreso, al orden social, pero a
medida que el hedonismo se ha ido imponiendo como valor ltimo y legitimizacin del capitalismo, ste ha
perdido su caracter de totalidad orgnica, su consenso, su voluntad42 .
Aqu es interesante recordar la optimista afirmacin freudiana en los comienzos del psicoanlisis,
de que una menor represin sexual disminuira los niveles neurticos, pero sobre todo una posterior donde
analizaba las prdidas que ocasiona la cultura pero tambin sus ventajas: la disminucin de riesgos y
peligros respecto a la naturaleza y en las relaciones entre los hombres. Hoy es evidente que la mayor
libertad sexual de nuestra poca ha producido cambios en la vida psquica del ser humano, pero el impacto de las actuales formas histricas tambin lo han hecho en su malestar en la cultura.
40

Idem, p. 55, 68 y 75.

41

Idem, p. 76, 78 y 111.

42

Idem, p. 85. Postura de alguna manera similar a la que, bastantes aos antes, en 1976, plante el conocido terico
neoconservador Bell, Daniel, en su obra Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza Editorial Mexicana/

Como correctamente destaca un psicoanalista que recupera una visin psicoanaltica crtica, el
hombre actual ha pagado caro los beneficios de la seguridad material43 convertida en centro casi absoluto de la vida contemporneo para la mayora de los sectores sociales, aunque aqu habra que aclarar a
cual se hace referencia -en general o al desborde actual al que incita la llamada modernidad y
elprogreso?-, y acotar que esta es cada vez es ms diferenciada entre los diferentes espacios nacionales
y de clases sociales, con las apetencias nunca satisfechas que presenta una oferta infinita y siempre renovada a quienes ms o menos pueden satisfacerlas, y la mayor insatisfaccin y envidia en quienes slo
pueden verlas.
En este contexto es que inevitablemente tienen que estudiarse las llamadas patologas de fin de
siglo44 , no porque sean nuevas (como lo es, por ejemplo el SIDA en el plano biolgico) sino por ser hoy
predominantes como, por otras razones histricas, lo fue la histeria a fines del siglo pasado. A las tendencias narcisistas sealadas deben agregarse muchas otras que ofrecen, como indicaba Lipovetsky y muchos otros estudiosos, un panorama muy diferente al clsico: entre ellas el incremento en tendencias
esquizoides ante la cada vez mayor fragmentacin en los mbitos de nuestra vida, el notorio aumento en
perturbaciones psicosomticas, el incuestionable crecimiento de patologas como la anorexia y la bulimia,
los cada vez mayores niveles cuantitativos y cualitativos de soledad e incomunicacin en una poca signada
por el desarrollo de la comunicacin tecnolgica, las angustias y ansiedades que origina el a veces desmesurado miedo respecto a mltiples aspectos de nuestra realidad, la desvalorizacin de la propia persona
ante el cada vez mayor peso de las creaciones tecnolgicas, la anomia, indefensin y subordinacin ante
un poder a veces menos visible aunque cada vez percibido como ms poderoso, y las crisis en las relaciones pesonales, de familia y de pareja.
Evidentemente a tal panorama deben agregarse de manera muy importante los estados depresivos, para no pocos la patologa dominante en sus muy diferentes grados, con causas claramente derivadas
de todo lo anteriormente sealado. Y que la depresin sea el estado patolgico dominante es un claro
sntoma -o analizador, de acuerdo a la terminologa del anlisis institucional- de las condiciones de
CNCA, Mxico, 1989
43

Galende, Emiliano, Psicoanlisis y salud mental. Para una crtica de la razn psiquitrica, Paids, Buenos Aires, p.
50.
44

Sobre esto vase una introduccin al problema en Rojas, Mara C.,Patologas de fin de milenio, ponencia presentada en la Mesa del mismo nombre del XI Congreso de FLAPAG (Buenos Aires, 1994), en revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 5, 1995, p. 110.

nuestra poca.
En muy rpida sntesis veamos otros aspectos, aunque no todos, que se presentan en este presente, no como novedades porque tambin ya existan, pero s realzados y resignificados en el contexto
apuntado:
la idea, en gran medida fantasiosa y como parte de lo mencionado, de la utopa de la realizacin
exclusivamente personal.
el aislamiento, ya no como clsico mecanismo defensivo psicoanaltico sino como forma de vnculo
social, lo que hace ms difciles las relaciones de todo tipo (amistades, amor de pareja, etc), cargadas de
permanente combate y competencia. A esto agrguese una cada vez mayor superficialidad y maquinizacin
de afectos, etc.
empobrecimiento sexual, donde ms que una liberacin se realiza una liberalizacin de la misma,
con la muy frecuente prdida de los aspectos afectivos de ella.
el escepticismo frente a la sociedad, la vida y los hombres, pero no visto como estado de pesimismo
sino de sano realismo.
idealizacin del cuerpo, tomado como referente importante de todo tipo de significaciones y buscando
conservarlo eternamente jven, como parte tambin de un culto a la juventud promocionado por la
cultura hegemnica y su publicidad. Consecuencia de esto son los notorios incrementos de todo tipo de
malestares y preocupaciones hipocondracos.
desarrollo y construccin de una subjetividad aferrada y ligada a los valores del mercado en todos
los sentidos (deporte, todo se vende y se compra, prdida de valores ticos y aumento de conductas
corruptas, etc).
incremento de niveles de inseguridad frente a mltiples mbitos de la vida; no slo por la creciente
peligrosidad del mundo (delincuencia, etc) sino ante los riesgos cotidianos: de mantenimiento del trabajo,
en las relaciones afectivas, de condiciones econmicas, etc.
el consumo tomado como centro vital donde, segn una vieja acepcin de Fromm, se hace creer que
tener es ms importante que ser -o que se es por tener-, donde se crea la ficcin de que las mercancas permiten realizaciones que obviamente no cumplen45 .
45

En otro trabajo analizo al automvil como el mximo fetiche concreto de nuestra sociedad (luego del dinero); vase mi
artculo Adiccin y fetichismo al automvil; respecto al dinero vase Pramo Ortega, Ral, Dinero y adiccin.
Ambos en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 7 y 9 respectivamente, 1996 y 1998.

un hedonismo epidrmico, es decir sin significaciones profundas, que muchas veces busca que la
satisfaccin sea inmediata por la imposibilidad de espera ante la presin de un presente sin perspectivas de
futuro.
presencia de fundamentales cambios en la dinmica familiar, donde tanto los vnculos dentro de esta
como el peso de la misma se ha reducido notoriamente, con incrementos del nivel de influencia del mundo
externo y de los medios masivos de difusin46 .
aumento de tendencias de pasividad por distintos motivos que convierten a la comodidad en otro de
los objetivos siempre buscados: recibir cada vez ms cosas en el domicilio, ver cada vez ms TV, utilizacin de medios electrnicos, etc. Como inversa vinculada se presenta tambin la compulsividad a hacer
cosas.
uso cada vez mayor de mercancas, alimentos, tcnicas, psicoterapias, etc. de tipo light, que producen
tambin una vida cada vez ms light.
como un aspecto central que necesitara de un amplio desarrollo, no pueden dejar de citarse las actuales
formas de manejo de la agresividad, que en muchos casos se toman de modelos de violencia tan vistos
en los medios masivos. *
No es este el lugar para un anlisis acerca de como esto es cierto pero de manera diferente en los
pases del Tercer Mundo en general y de Latinoamrica en particular, ni sobre las consecuencias que se
producen por esto (incremento de depresiones, de soledad, de malestar en la cultura, etc). Pero s de
remarcar como esto origina un verdadero combate darwinista para al menos sobrevivir -donde lo ideal es
triunfar- que implica una lucha constante con bastante desprecio hacia lo que le ocurra a otros. En este
sentido es como si el mundo propio se restringiera cada vez ms a los intereses propios (de uno mismo, su
familia y amigos, su trabajo o empresa), lo que produce una mirada y actividad distinta con el mundo
social y poltico general.

* El primero includo en este libro virtual.


46
Respecto a lo medios, incluso en lo que respecta al papel de la familia en el proceso de estructuracin del psiquismo
y de la socializacin, mi artculo Familia y tele en la estructuracin del Sujeto y su realidad, en revista Subjetividad y
Cultura, Mxico, N5, 1995. Un desarrollo ms amplio de este tema en mi libro Control de los medios, control del
hombre. Medios masivos y formacin psicosocial, 1 ed. Nuevomar, Mxico, 1985, 2 ed. Pangea/Universidad Autnoma
Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1988, 3 ed. Plaza y Valds, Mxico, 2005.

*
Esto est mucho ms estudiado en Televisin y violencia, en Kurnitsky, Horst, Globalizacin de la violencia,
Colibr, Mxico, 2000.

El otro aspecto, el de la creciente inseguridad, es diferente y vinculado a la vez. Pero tal inseguridad es general y no limitada, como a veces se quiere creer o hacer creer, a la violencia que asola
prcticamente el mundo (violencia de todo tipo: asaltos y robos, secuestros, asesinatos): se trata de
inseguridad en el empleo, en los beneficios sociales antes seguros, en los ingresos, en las inversiones de los
empresarios, en el futuro en definitiva; es como vivir en en presente minado con un futuro ms o menos
imprevisible, con todo lo que esto significa sobre todo para la necesidad que el ser humano tiene de al
menos ciertos grados de certidumbres. * *
La famosa violencia de la que tanto se habla y critica es, como tantas veces se ha dicho,
consustantiva del sistema neoliberal, y mucho ms en sociedades como las de nuestro continente
donde no existen los (relativos pero reales en importante medida) controles y normas ticas de los pases
desarrollados, ni los nuestros anteriores. Es decir que no se trata slo de la violencia de gente desesperada
que apela -o es empujada- a la delincuencia para sobrevivir, sino que es un modelo tomado de los niveles
poderosos e incluso oficiales; ya no se limita a las naciones latinoamericanas ms pobres o tropicales
sino se practica en las ms ricas como Argentina, Brasil y Mxico: altos niveles de corrupcin privados y
estatales47 , la polica es ms temida que la delincuencia, muchas veces los fuertes enriquecimientos de
empresarios y gobernantes tienen importantes velos de sospechas (o de presuntas realidades como las
discutidas en Mxico con el FOBAPROA), etc. Generalmente se trata de acciones de rapia, sea en el
poder o con el apoyo de ste como ocurre con tantas empresas y/o maquiladoras que, aprovechndose
de las cada vez ms urgentes necesidades de trabajo, explotan a los sectores ms empobrecidos de la
poblacin. En este sentido el modelo ofrece ejemplos de violencia da a da y en todos los lugares, y quizs
la mejor metfora de la violacin a las normas como medio para obtencin del triunfo la di un entrenador
deportivo al afirmar que la supercompentencia conduce al doping48 .
**

Un desarrollo mayor en Miedo e inseguridad como analizadoresde nuestro malestar en la cultura, includo en este
libro virtual.
47

El ltimo informe anual de Transparencia Internacional de su Indice de Percepcin de Corrupcin (IPC) coloca a
los pases de nuestro continente en un bajsimo nivel de honestidad gubernamental. Sobre un nivel ideal de 10 puntos
que implica una honestidad absoluta (lo alcanza Dinamarca, con Finlandia con 9.6, Suecia con 9.5, Nueva Zelanda con
9.4, Canad con 9.2, Holanda y Noruega con 9, Suiza con 8.9), los latinoamericanos ocupan niveles inferiores a 5 (excepto
Chile con 6.8): Costa Rica con 5.6, Per con 4.5, Uruguay con 4.3, Brasil con 4, El Salvador con 3.6, Mxico en el lugar 56
sobre 85, con 3.3 puntos, Guatemala con 3.1, Argentina y Nicaragua con 3, Bolivia con 2.8, Ecuador y Venezuela con 2.3,
Colombia con 2.2 y Paraguay con 1.5 (La Jornada, Mxico, 23 de septiembre de 1998, p. 46).
48

Lo dijo el entrenador de futbol yugoeslavo Miljan Miljanic (La Jornada, Mxico, 3 de marzo de 1992, p. 46), y hoy es
una realidad el alto dopaje deportivo de alta competencia, donde lo importante no es realizarlo sino no ser sorprendido

Pero todo esto no puede dejar de incidir en las prcticas sociales y polticas. Y frente al
sealado, inters, participacin y/o expectativas pasivas de las dcadas pasadas, hoy se produce no
exactamente lo contrario pero s algo parecido: frente a las bsquedas previas de cooperacin y solidaridad, un marcado desinters por lo colectivo; de las esperanzas se pas a una situacin de decepcin
donde poco o nada puede esperarse de las instancias polticas (sean estas partidos o los gobiernos).
Como ya es muy sabido, la apata florece en todos lados, lo que claramente puede verse en los altos
grados de abstencin en los procesos polticos y electorales (salvo cuando el voto es obligatorio, como en
Argentina).
Claro que todo esto tambin es relativo, y as como los niveles de individualismo no son en Amrica Latina tan amplios como en los pases desarrollados -aunque notoriamente mayores a lo que lo fueron
en otros tiempos-, no puede tampoco negarse que en muchos sectores populares del continente, donde la
modernidad y las modas no han pegado tan fuerte, se mantienen en importante medida. Mxime en
situaciones de crisis como, por ejemplo, se demostr en Mxico durante el sismo de septiembre de 1985
y en otras circunstancias similares. Tambin en este pas se est produciendo un interesante aumento
(parcial si se quiere, pero real) de participacin poltica que ha permitido el triunfo de la oposicin en
diferentes lugares, y asimismo es evidente -lo mismo que en otros pases- el surgimiento y desarrollo de
mltiples instancias de la genricamente llamada sociedad civil, en particular de ONGs defensoras de
derechos humanos y especficos de diferentes sectores.
En este panorama los profesionales e intelectuales se encuentran en una corriente similar, y si por
supuesto hay importantes y connotadas excepciones (de las que tal vez pudiesen mencionarse a Chomsky,
Wallerstein y muchos otros como paradigmas), en general han perdido perdido la fuerza, iniciativa y
capacidad de vanguardia que tuvieron en las pocas antes descritas, para refugiarse en cmodos
arrepentimiemtos, supuestas neutralidades o planteos tericos alejadas de las mundanas preocupaciones que antes tuvieron. Sin entrar al anlisis de las modas justificantes actuales en el campo de las
ciencias sociales, es interesante como ejemplo ver lo actualmente dominantes en dos disciplinas como las
psis y las de la comunicacin. *
Sobre la primera recurdese lo visto previamente acerca de las posturas del campo alternativo a
en los controles.
* Esto se desarrolla ms en otros artculos, entre ellos La ideologa en las actuales ciencias sociales: los casos de la
comunicacin y el mundo psi, revista Argumentos, Divisin Ciencias Sociales y Humanidades, UAM-X, N 42, 2002.

la psiquiatra (antipsiquiatra), los psicoanlisis disidentes y rebeldes, etc. Hoy eso no ha desaparecido
pero si reducido a una mnima expresin, para alcanzar cierta relevancia marcos tericos donde se excluye
casi completamente la incidencia de los factores social-culturales en la produccin de la psico(pato)loga
de los sujetos, con la tranquilizacin que ello conlleva para lo profesionales... y el statu-quo. En lugar de
esto tejen profundas (y a veces ms o menos inentendibles) disquisiciones sobre problemticas que en
muchos casos son importantes, pero que (en importante medida o a veces totalmente) se esterilizan con tal
ausencia/carencia49 .

Algo similar ocurre en el campo de la comunicacin, donde tal vez la comparacin

es ms evidente porque los cambios producidos son muy notorios entre ambas dcadas. En la primera de
las aqu estudiadas, y muy especialmente en Amrica Latina, se consolid una corriente de anlisis crtico
que tena como eje la investigacin de los controles de propiedad de los medios, sus contenidos ideolgicos y las consecuencias de ambos aspectos sobre la poblacin. Hoy eso se ha perdido en gran medida, y
si bien los investigadores tericamente plantean no renegar de situaciones que incluso se han acrecentado
por el actual desarrollo de la comunicacin electrnica, lo cierto es que el inters de los mismos se vuelca
ms hacia los estudios semiticos y de discurso, o bien hacia el campo de la cultura en general. Temticas
muy valiosas y necesarias si se incluyesen como parte de lo antes sealado pero no de manera genrica
sino concreta para cada momento y realidad especfica, lo que en general no ocurre en la mayora de
los estudios comunicolgicos, aunque con importantes excepciones que resaltan tal abandono de la
mayora, abandono que hace caer a los anlisis en algo ahistrico y desterritorializado similar al mencionado precedentemente para el campo psi50 .
Una ltima referencia a los cambios que se han producido dentro de los campos profesional e
intelectual tiene que ver con otro aspecto distinto pero derivado: la incidencia de las posturas
individualistas antes sealadas incluso sobre quienes no renuncian a sus posturas anteriores y son
49

Sobre esto, en particular respecto al en ellos definido como psicoanlisis domesticado y bizantino, vanse mis
artculos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1 (reproducido
en la 2 ed. del libro Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit) y Desde la lectura de El malestar en la
cultura: los psicoanlisis entre la peste y la domesticacin?, revista Imgen Psicoanaltica, Mxico, N9, 1997.
Tambin Afirmaciones e interrogantes espectrales, comentario sobre una revista con tales orientaciones, en revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 9, 1997. * El primero se incluye en este libro virtual, como tambin otro vinculado:
Lo light , lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi.
50

Sobre esto, y con base en la comparacin entre dos revistas de comunicacin que sostienen ambas posturas, vase
mi artculo Qu investigadores para qu transicin?, ponencia presentada el Encuentro de la Asociacin Mexicana
de Investigadores de la Comunicacin (AMIC) de 1997, publicado en Razn y Palabra, revista electrnica de comunicacin del Instituto Tecnolgico Superior de Monterrey, N 12, octubre de 1998.

consecuentes con las mismas, es decir que no entran en las nuevas posturas y/o modas actuales. En
estos casos es muy interesante observar cmo, efectivamente, cuando persiste tal coherencia de manera
real y no slo verbal, las actividades que realizan muchas veces quedan encerradas en especies de
guettos no vinculados a otras tareas similares, aunque se compartan marcos institucionales y/o polticosideolgicos donde se inscriben. Un ejemplo seguramente formal pero muy expresivo: en pocas anteriores
se compartan esfuerzos y se los vinculaban, y cuando un colega amigo o afn presentaba un trabajo, se
hacan los mayores esfuerzos para asistir y participar en estos, dejando otras actividades personales o
profesionales; hoy ocurre al revs, priorizndose lo personal y optndose en ltima instancia por no compartir tareas y actividades.
No puede terminarse esta parte sin al menos una mnima referencia a las salidas que se buscan
para compensar las actuales condiciones de angusta y de vaco que produce el actual malestar en la
cultura51 . Si en las dcadas antes vistas exista una esperanza y optimismo que hacan buscar salidas en
diferentes formas de cambio interior y exterior, hoy no se ven salidas o se las van de manera muy pesimista, por lo cual se buscan esencialmente en: consumo de drogas, pero no como bsquedas de creatividad
al estilo de los beatniks de los 60, sino como una forma de evasin y de destruccin que ha convertido en
tal consumo en uno de los mayores problemas de nuestro tiempo; consumo hipertrofiado como consecuencia de un marco ideolgico que ha convertido a las mercancas en presuntas satisfactoras de todas las
necesidades, con la frustracin que ocasiona la no accesibilidad a ellas en el grado fomentado por la
cultura hegemnica52 ; necesidad de creer en algo, por lo que surgen nuevas y se afianzan multitud de
posturas de todo tipo (espirituales, religiosas, hipernacionalistas, etc), muchas de tipo fundamentalista;
refugio y adiccin en tendencias de la modernidad, como ciberntica, electrnica, vnculos a travs de
ellos como consuelo a la soledad, incrementos intiles de bsqueda de rapidez en todo, etc.; hedonismo
epidrmico y light, sobre todo en adolescentes y jvenes, que brinde satisfaccin al instante y sin esperas,
aunque con breve duracin; etc53 .
51
Recurdese que Freud escribe, y es un aspecto fundamental de su marco terico lamentablemente poco valorado por
sus seguidores domesticados, que las difciles condiciones de vida de la mayora de la poblacin hacen imperativa la
bsqueda de calmantes o muletas, de las que indica bsicamente tres: satisfacciones sustitutivas, diversiones y
sustancias embriagantes (El malestar en la cultura, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, Tomo XXI,
p.75). * Esto fue desarrollado en otros ensayos, y respecto a los medios en Los medios masivos como calmantes,
revista Texto Abierto, Universidad Iberoamericana-Len, N 5, 2004.

52

Sobre esto vase el nada terico pero s muy descriptivo e irnico libro de Loaeza, Guadalupe, Compro, luego existo,
Mxico, Alianza Editorial, Mxico, 4 ed.,1993.

Difcil mirada a las proximas decadas

En plena dcada de los 60/70 todas las predicciones apuntaron al cumplimientos de seguros
cambios dentro del panorama de lo deseado. Y a mediados y fines de los 80 nadie imagin la cada de los
sistemas del socialismo realmente existente. Con tal capacidad de clculo del futuro cmo imaginar lo
que ocurrir en las prximas dcadas, mxime en una situacin de modificaciones tan rpidas e inesperadas, y ms en un campo como el de proyectos ideolgico-polticos, imaginarios y subjetividades?
No es posible hacerlo, pero sin embargo hay un conjunto de indicios que muestran que la situacin
actual difcilmente podr mantenerse, aunque mucho ms complicado es indicar hacia donde ir. Por de
pronto es evidente que un sistema que -al menos segn sus principales propagandstas- era la culminacin
o fin de la historia, en muchsimo menos tiempo de lo imaginado incluso por sus mayores opositores,
est mostrando indudables sntomas de agotamiento y de muy fuerte crisis, as como muestras de que se
est perdiendo el control sobre el mismo.
En momentos de escribirse este trabajo se estn produciendo fuertes descalabros en economas
consideradas como seguras -en los llamados tigres asiticos y nada menos que en Japn-, con graves
crisis consecuentes en pases del Tercer Mundo, incapaces de soportar tales influencias por la debilidad y
dependencia de sus estructuras. Se desencadena el llamado efecto vodka de Rusia en agosto-septiembre de este ao 1998 y caen las monedas y bolsas de Argentina, Brasil y Mxico. La llamada era de la
globalizacin ocasiona una fuerte dependencia, donde las buscadas inversiones tienen un caracter inseguro por su volatibilidad producto de su ndole especulativa y no productiva, que los convierte en incontrolables.
Los anlisis prospectivos de las principales agencias econmicas y burstiles son muy graves pese
a que buscan evitar una alarma imposible de negar. En medio de la crisis, la corredura espaola Santander
Investment considera que afectados por la inestabilidad financiera mundial, los pases de Amrica Latina
53

En un trabajo anterior se hizo un anlisis acerca del por qu, luego de treinta aos de su muerte, se revive la imagn
de Ernesto Che Guevara, concluyndose que su imagen mtica acta de manera no conciente como ejemplo se sentidos
y contenidos hoy no existentes para la mayora; vase Enrique Guinsberg, Significaciones del Che en los 60 y en los
90", Mxico, revista Subjetividad y Cultura, N 10, 1998 (en este mismo nmero, y con ideas similares, ver el artculo de
Lorenzano, Luis, Che: subjetividad rebelde y trgica). Luego de publicados ambos trabajos, algo parecido lo escribe
Vzquez Montalbn, Manuel, respecto al Che en Lady Di, adltera, vrgen y mrtir, en Le Monde Diplomatique,
edicin mexicana en espaol, N 15, agosto-septiembre 1998, p.20.

tendrn este ao una sensible desaceleracion de su economa y una devaluacin real de las monedas,
como mecanismos de ajuste ante el deterioro de sus cuentas externas, lo mismo que a medida que la
volatibilidad internacional y la incertidumbre se prolonguen, ello probablemente se expresar en algunos
pases en mayores debilidades macroeconmicas. A su vez, de acuerdo a la misma informacin, un
reporte de la cotizada agencia Merril Lynch vaticina una tendencia decreciente del PIB en 1998 y 199954 .
Desaceleracin que es considerada un hecho en el continente por las consultoras Standard and Poors y
Bursamtrica55 , mientras que la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD)
indic que la economa global podra producirse una recesin mundial de grandes proporciones56 . No es
entonces casual que el presidente Cardoso de Brasil pide la intervencin de Estados Unidos y rompe con
uno de los temas tab del neoliberalismo al decir que Estoy convencido que ahora es necesario ir ms all
de los lmites del mercado y charlar con los lderes mundiales, coincidiendo con el primer ministro francs
Lionel Jospin -de origen socialdemcrata pero sostenedor de la economa de mercado- que plantea
categricamente que llegada la borrasca, ya no es posible, ni siquiera para los aduladores del liberalismo,
de la globalizacin sin fronteras, del reinado sin freno de los mercados, negar lo que puede provocar un
capitalismo descontrolado57 , por lo que fundamenta la necesidad de medidas correctivas. Que supuestamente comenzaran a implementarse, por propuesta del presidente Clinton y aceptadas por organizaciones financieras internacionales, limitandola volatibilidad de capitales y ante el temor de una cada en cadena de importantes mercados (el de Brasil entre ellos como caso inmediato). Situacin que se mantiene
pese a ciertas reactivaciones econmicas que no cambian el panorama global, a ms de que su accin
acta en el mbito macro sin efectos visibles (ni predecibles) sobre la economa de los habitantes del
continente.
A su vez el conocido investigador I. Wallerstein -como ejemplo representativo de una tendencia
realista-, hace un anlisis prospectivo que ofrece muy pocos datos alentadores, preguntndose si el
54

Desaceleracin y devaluacin en Amrica Latina, augura Santander, Mxico, La Jornada, 18-9-98, p. 26.

55

Es un hecho la desaceleracin de la economa nacional, Mxico, La Jornada, 22-9-98, p. 20.

56

La economa global en el filo de la navaja por la crisis asitica: ONU, en La Jornada, 22-IX-98, p. 20.

57

Jospin, Lionel, Europa ante la crisis mundial, Mxico, La Jornada, 18-9-98, p. 1-24, cursivas mas. Incluso el
conocido especulador internacional Soros, George, alerta sobre el pnico general en Amrica Latina (Mxico, diario
Reforma, 16-9-98, p. 10-A, seccin Negocios).
58

Wallerstein, Immanuel, Paz, estabilidad y legitimidad, 1990-2025/2050, Mxico, revista Argumentos, Universidad

sistema histrico en que vivimos, la economa-mundo capitalista, ha entrando o est entrando en una era
de caos58 . Si ante la situacin antes descrita se presentaban las consecuencias subjetivas antes citadas, qu ocurrir cuando el siglo y el milenio termina con un desorden global de naturaleza poco clara,
y sin ningn mecanismo para poner fin al desorden o mantenerlo controlado?59 . Si, por lo visto y conocido, todo los acontecimientos sociales, polticos, econmicos y culturales afectan a la salud mental y los
estados subjetivos, lo nico seguro es que estos se vern afectados por lo que ocurra en esos mbitos,
pero no es posible predecir cmo actuarn frente a tales hechos. Si, como escriba Marcuse, una salida al
estado actual es el cambio en las necesidades que fomenta esta cultura concreta -lo que implica un muy
difcil cambio de cultura- podrn construrse nuevos imaginarios y niveles subjetivos que conduzcan a
ello?
Es muy dificil predecirlo y no hay muchas razones para creerlo. Habr que llegar a niveles de
crisis tan grandes que obliguen a ello? O todava podr serse optimista y pensarse con Lwy que de la
convergencia entre la renovacin de la tradicin socialista, anticapitalista y antimperialista, del
internacionalismo proletario -inaugurado por Marx en el Manifiesto Comunista- y de las aspiraciones
universalistas, humanistas, libertarias, ecolgicas, feministas y democrticas de los nuevos movimientos
sociales podr surgir el internacionalismo del siglo XXI?60

Mxico, febrero de 1999

Autnoma Metropolitana-Xochimilco, N 22, 1995.


59

60

Hobsbawm, ob.cit. p. 555.

Lwy, Michael, Mundializacin e internacionalismo: actualidad del Manifiesto Comunista, en Guillermo Almeyra
(coord), Etica y rebelin. A 150 aos del Manifiesto Comunista, Mxico, La Jornada Ediciones, 1998, p. 111.

NECESIDAD Y RIESGO DE LA COMPRENSION


DE LAS DIFERENCIAS *
I

Las modas, como se sabe, no se limitan al uso de mercancas o a seguir por un tiempo determinadas prcticas, sino tambin son (o pueden ser) culturales e intelectuales. Y la eleccin del tema central de
este evento es un claro ejemplo de ello: en efecto, el auge del estudio y problematizacin de las diferencias est de moda desde que las posturas que se definen como posmodernas las ubican como un
aspecto importante, por lo que empiezan a ser consideradas y analizadas incluso por quienes previamente
no las tenan en cuenta o no les asignaban el valor que hoy les otorgan. Y ante el peso que actualmente
tienen las posturas posmodernas en nuestra Universidad en general y particularmente dentro de sus Ciencias Sociales, con las ventajas y riesgos que se mencionarn ms adelante, es posible pensar o confirmar
que hace ya bastante tiempo la UAM podra ser considerada casa abierta a las modas: con lo positivo
que significa toda apertura a lo nuevo y la negativa al encierro en verdades inmutables y para siempre, pero
tambin con lo negativo de que se trate slo de posturas circunstanciales y superficiales no plenamente
asumidas; y, sobre todo, con las consecuencias que ocasionan algunas modas al ser parte del espritu del
tiempo, que en nuestro presente es neoliberal y posmoderno con sus mltiples significaciones y efectos.
El presente tema ser visto en cinco partes vinculadas entre s, que por las conocidas limitaciones
de espacio sern expuestas demasiado sintticamente, con peligros que esto puede implicar.
El actual amplio desarrollo del estudio y de la comprensin de las diferencias no es obviamente
casual: siempre existi por el simple hecho de que no son nada nuevo, eran muy conocidas y algunas
incluso estudiadas y convertidas en banderas de combate para su reduccin o eliminacin. Su auge actual
responde a la conjuncin de distintas causas, entre ellas:
La ampliacin de perspectivas de estudio en todos los terrenos como lgica consecuencia de una
importante ruptura con posturas tericas que, de manera reconocida o no por sus seguidores, tenan (o
tienen, porque algunas las mantienen en distintos grados) sesgos claramente dogmticos: entre ellas del
* Publicado en el libro de Carrizosa, Silvia (comp), La diferencia: sus voces, ecos y silencios. Area Subjetividad y
Procesos Sociales, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 2000.

marxismo en mltiples lneas con tal denominador comn (no slo la stalinista oficial de los ex Estados y
partidos del socialismo realmente existente sino tambin la de mltiples ismos: maosmo, trotskismo,
etc.)1 ; pero tambin de seguidores de diferentes corrientes psicoanalticas encerrados en sus guettos
tericos e institucionales, aunque manifiestamente lo nieguen y reconozcan aperturas en las palabras: tambin este marco terico ha sido y es muy receptivo a las modas convertidas en verdades absolutas por
un tiempo, como lo fue el perodo kleiniano de hace unas dcadas y hoy lo es -en algunos lugares en gran
escala como en Argentina, y en otras menor como en Mxico- el lacaniano o lacanista. En todos los
casos se trata de perspectivas que, como fue analizado en otro trabajo, pueden considerarse como religiones laicas con todas sus connotaciones2 .
La considerada crisis de los paradigmas que toca, roza o pega de lleno en todos los conocimientos
pero, sobre todo en las disciplinas sociales, donde hace que todo se encuentre en discusin, pierda el
sentido y validez que puede haber tenido en otro momento y, por tanto abre el imprescindible camino
de tener en cuenta diversidades y diferencias en una magnitud mayor a la de otros momentos.
Como complemento y asociado a todo lo anterior la crisis de las utopas -desaparicin completa
para algunos, con importantes lmites pero tiles para otros como modelos que indican metas aunque
sean inconseguibles de manera absoluta-, precisamente porque ponen seriamente en duda o, mejor,
niegan de manera completa creencias en torno a modelos perfectos alcanzables, y sealando no slo la
complejidad sino tambin las contradicciones de todos los procesos, con todas las implicaciones que
esto tiene para las verdades absolutas.
Auge y defensa, tambin en una magnitud mayor a la de otras pocas, de contenidos democrticos,
con independencia de si stos son reales o meramente formales y limitados (elecciones cada tantos aos
y para cambios slo de funcionarios y no de estructuras), pero que abre un espacio mayor al reconocimiento y aceptacin de diferencias en todos los mbitos donde stas se presenten, con la consiguiente
1

Esto de ninguna manera implica negar el valor del marxismo como una teora valiosa, creativa y actual como tambin
est de moda afirmar actualmente, sino slo lo sealado: su distorsin y degeneracin por tericos y escuelas que lo
convierten en cotos cerrados de pensamiento, justificacin de formas polticas estatales, etc. Esto mismo vale para
corrientes de pensamiento como el psicoanlisis que se indicarn de inmediato.
2

Guinsberg, Enrique, Las religiones laicas de nuestro tiempo, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 6, 1996.
Ms all de la discusin que puede y debe hacerse respecto del marco terico de cada una, tambin es importante ver los
por qus de su conversin en modas: el caso concreto del lacanismo como tal a partir de mediados de la dcada de los
70 es someramente hecho en mi libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/UAM-Xochimilco,
Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996, y posteriormente en diferentes artculos. * El primero de los indicados se incluye en este
libro virtual.

dificultad de negarlas o prohibirlas. Es de recordar -este no es el lugar para discutir su realidad, aunque
hay razones para dudarlo o no creerlo- que el modelo neoliberal hegemnico hace eje en la idea de
libertad como base de su premisa fundamental de una idea nica de libre mercado en el aspecto
econmico, que se asocia con formas democrticas en el terreno poltico y de ideas que en realidad
nunca pasan, si lo son, de formales e instrumentales.

Todo lo mencionado adquiere una fuerza importante en las mltiples y distintas posturas
posmodernas, que hacen de las diferencias un aspecto fundamental. Tampoco es este el lugar para
presentar y discutir los sentidos de esas posturas extremadamente variadas y polismicas, por lo que
slo se presenta una valiosa sntesis de las mismas y las causas de su inters en el tema de este evento:

La condicin posmoderna desconfa de la Verdad y prefiere las verdades de circunstancia que


nos rodean y que descubriremos si tenemos la mirada penetrante. Ms que celebrar Ideas inamovibles, celebra la dinmica variedad y diversidad de la vida. La condicin posmoderna est
comprometida con una pluralidad de perspectivas, significados, mtodos, valores, alternativas. El
posmodernismo subrayara tambin la construccin contextual de significados y la validez de las
mltiples perspectivas, y dira que el conocimiento y la realidad son pluridimensionales, no
unidimensionales. As, la verdad va surgiendo en la vida diaria y en las relaciones sociales, y no
est determinada de una vez y para siempre. En esta perspectiva, la uniformidad de las expresiones y de las formas se abandona a favor de las diferencias, la multiplicidad priva sobre la unidad,
el desorden sobre el orden, la fragmentacin, la discontinuidad, el carcter efmero de los objetos
y los eventos sobre las entidades permanentes y los procesos lineales acabados. La pluralidad de
las expresiones es preferible a la supuesta unidad compacta del mundo. Las verdades eternas no
existen o no pueden ser conocidas y las totalizaciones han de ceder su lugar a las porciones, a
las partculas, a las visiones truncadas3 .

La ventaja de la comprensin de las diferencias surge entonces de todo lo indicado: permite


* Esto est mucho ms desarrollado en el trabajo Reflexiones sobre la guerra, la sociedad y la condicin humana,
includo en este libro virtual.
3

Flores Olea, Vctor, y Maria Flores, Abelardo, Crtica de la globalidad. Dominacin y liberacin en nuestro tiempo,
Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2000, p. 91-92.

romper con las concepciones cerradas, dogmticas, exclusivistas, etc., por lo que no slo debe defenderse su mantenimiento sino tambin pugnar por su acrecentamiento en todos los campos del
conocimiento, de las prcticas humanas y de las relaciones sociales. Tanto en lo que se refiere a las
diferencias de ideas -sobre todo luego de los conocidos totalitarismos polticos, ideolgicos, religiosos,
raciales, etc. a lo largo de la historia, incluso de la muy reciente, algunos todava hoy vigentes-, como en las
subjetivas, de gnero, sexuales, tnicas y todos los etcteras que se quieran agregar (aunque con los
lmites que luego se mencionarn).
Este primer punto es el bsico y central en el que se deben ubicar y contextualizar los
siguientes.

II

Las ventajas apuntadas sufren un fuerte deterioro cuando no todas las diferencias son aceptadas,
cuando se aceptan todas en teora pero se privilegian algunas sin importar otras que pueden ser centrales,
y cuando se comprenden en los hechos sin interesar las causas productoras de las mismas cuando no se
trata de aspectos biolgicos sino producidas por discriminaciones, prejuicios, etc4 . Esto ltimo, si bien
tiene el beneficio del combate a las diferencias, no ayuda en la lucha por el combate real a las mismas,
quedndose slo en impedir muy parcialmente sus efectos (como ocurre, por ejemplo, en algunas acciones contra la pobreza a travs de la beneficencia o la filantropa, que deja intactas las causas que la
producen y son utilizadas como lavado de conciencia e imagen de presentacin de y en buena sociedad).
Respecto a lo primero, actualmente se observa que el nfasis est colocado en la accin, terica
y prctica, por la aceptacin y respeto de algunas diferencias como las ya indicadas: de gnero, de
eleccin sexual, tnicas, obviamente en el plano de las ideas, etc.Ysi bien de manera alguna puede
cuestionarse, todo lo contrario, que se formen instancias de lucha por el respeto a las mismas, el derecho
4
Algunos estudiosos del problema distinguen entre diferencias y desigualdades que aqu no se consideran porque,
ms all de las sutilezas tericas, indefectiblemente unas llevan a las otras, pero que deben ser mencionadas: as alguna
bibliografa feminista considera que las diferencias biolgicas entre los sexos no justifican las desigualdades o asimetras
socialmente construdas sobre ellas, ni que las identidades individualmente elegidas -tnicas, sexuales, etc.- deban ser
marginadas, excludas o castigadas por ser diferentes a las hegemnicas o normales (sobre esto ver Oliveira, Orlandina
(comp), Trabajo, poder y sexualidad, Colegio de Mxico, Mxico, 1989; Chantal, Mouffe, Por una poltica de la
identidad, revista Debate Feminista, Mxico, N 14, 1996; Touraine, Alain, Podemos vivir juntos, iguales y diferentes?, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1997.

a su ejercicio o a la igualdad ante los que ejercen conductas discriminatorias, lo grave y problemtico es
cuando no se reconoce la existencia de otras tan serias como las que se combaten y en algunos
casos an ms. O el reconocimiento se hace desde una perspectiva pesimista acerca de la imposibilidad
de cambiar la situacin -lo que ayuda a su mantenimiento-, o slo en el plano del discurso.
Seguramente los casos ms claros y contundentes son respecto a las diferencias que surgen como
consecuencia de causas sociales, polticas y econmicas, donde se trata de reconocerlas, de asumirlas y
de combatirlas como punto de partida -por supuesto no de justificarlas ni de aceptarlas- al ser las
fuentes de otras diferencias: de marginacin, en el trato, subjetivas, etc. En este sentido las diferencias ms
evidentes y marcadas son de ingresos y de clase -aunque tambin es una moda actual negar o desvalorizar
su importancia, las clases sociales son como se dice de los fantasmas: se puede no creer en ellos pero que
existen, existen-, aspecto para nada nuevo pero incuestionablemente agudizado en nuestros tiempos por
varios motivos: las consecuencias del modelo hegemnico neoliberal que las intensifica en el momento de
mayor produccin de riqueza de toda la historia en primer lugar, un sistema de comunicaciones globalizado
que muestra a nivel planetario las diferencias como nunca antes y destaca unas condiciones que podan
creerse de un muy lejano pasado pero que son de un muy concreto presente.
Al respecto podran darse infinitos datos tan grficos como elocuentes, de los que slo se presentan algunos a modo de ejemplos:

en Mxico el oficial Instituto Nacional de Estadsticas, Geografa e Informtica (INEGI) reconoce el


aumento de la inequidad: el 10% de los habitantes ms ricos concentra el 38.11% del ingreso nacional,
mientras la dcima parte de los ms pobres apenas el 1.5% del total5 . Por otra parte el 42.5% de los
mexicanos6 -lo mismo que el 33% de los latinoamericanos7 y 2.8 mil millones de habitantes en el mundo8 - viven con menos de dos dlares diarios;

Datos de la Encuesta Nacional de Ingresos-Gasto en los Hogares, diario La Jornada, Mxico, 12 agosto 2000, p. 16.
Otros datos sobre distribucin del ingreso en los hogares 1884-98, e ingreso monetario mensual per cpita pueden verse
en Boltvinik, Julio, Debate, desigualdad y pobreza, en su columna Economa moral, en Idem, 28 abril 2000, p. 27.
6

Banco Mundial, Indicadores sobre el desarrollo mundial 2000, en Idem, 14 abril 2000, p. 22.

Informacin del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Idem, 22 diciembre 1999, p. 24.

Banco Mundial, Desarrollo mundial, reporte 2000-2001: Atacando la pobreza, en Idem, 29 agosto 2000, p. 22.

confrontada a tal realidad existe la diferencia de otra situacin: En los ltimos cuatro aos, la fortuna
acumulada por los 200 hombres ms ricos del planeta suma el Producto Interno Bruto de las 43 naciones ms pobres. Y la quinta parte de la poblacin ms rica posee el 80% de los recursos mundiales,
mientras la quinta parte ms pobre apenas acumula el 0.5% de los mismos. Lo preocupante es que ambas tendencias se muestran como progresivas e irreversibles9 ;

el problema no existe solo en los pases pobres sino tambin en los desarrollados o del Primer Mundo: En Estados Unidos -el pas ms rico del mundo- hay ms de 60 millones de personas que viven en
el seno de la pobreza. En la Unin Europea, principal potencia comercial, son 50 millones de pobres.
En Estados Unidos uno por ciento de la poblacin ostenta 39% de la riqueza del pas. Y a escala
planetaria, la fortuna de 358 personas, billonarias en dlares, es superior al ingreso anual de 45% de los
habitantes ms pobres10 .

Por supuesto que no son casuales sino fcilmente explicables la negacin, olvido, desvalorizacin,
el recuerdo slo en el plano del discurso, etc. de diferencias de tal magnitud en una poca donde se
pretende que no se diga nada que perturbe al sistema hegemnico, y donde resulta ms cmodo aparecer
como progresista y liberal en otros terrenos menos estructurales y estructurantes. En tal perspectiva
se permiten y facilitan, aunque muchas veces condicionadas y no totales, ciertas liberaciones -de la
mujer, de eleccin sexual, etc.- pero se dificulta cada vez ms una liberacin global del ser humano
total11 .
Una aclaracin importante: el sealamiento de lo anterior es por dos causas, a ms de su importancia en s misma. La primera por la conocida y evidente incidencia que todas las formas econmicas sin
excepcin -junto con las polticas y sociales- tienen en la estructuracin de la subjetividad, que es centro
de la investigacin del Area que organiza este Encuentro: sobre esto existen mltiples trabajos y estudios,

Villasana, Jos A., Amenaza global oculta, en Le Monde Diplomatique, Mxico, N 36, 2000, p. 8.

10

11

Chvez, Eda, Democratizacin de la democracia, en Le Monde Diplomatique, Mxico, N 37, 2000, p. 17.

Respecto a esto siguen siendo valiosos y cada vez ms actuales muchos de los planteos radicalmente crticos de
Marcuse, Herbert, en El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideologa de la sociedad industrial avanzada,
Origen/Planeta, Mxico, 1985 (hay otras ediciones).

aunque mucho ms es lo que falta desarrollar12 , pero corroborando la idea de que para ser responsables
en nuestra prctica cotidiana y en nuestra vida institucional, tenemos que mantener una visin macro
actualizada13 . Y la segunda por un interesante sealamiento de Fenichel -Freud dijo que cuando el
paciente habla slo del presente, el analista debe hablarle de su niez; y que el analista debe introducir la
realidad presente cuando el paciente slo relate reminiscencias infantiles14 - que es igualmente vlido para
todas las situaciones donde se ve o prioriza una parte de la totalidad rompindose su dialctica, como
ocurre actualmente de manera dominante en nuestro campo profesional al caerse en posturas cada vez
ms psicologistas y negadoras-desvalorizadoras de la sealada incidencia concreta de nuestra realidad
concreta en la subjetividad del sujeto de nuestro tiempo, abstractificndola en la correcta generalizacin
de que todo lo psquico est atravesado por la cultura pero sin referencia a la especfica de cada
momento histrico15 . Con todo lo que esto implica.

12

Sera imposible presentar aqu todo lo escrito al respecto, desde sealamientos ms generales de Marx y Freud hasta
ms especficos de Reich y Fromm. Entre los trabajos recientes son tan esclarecedores como polmicos los siguientes:
Pramo, Ral, Dinero y adiccin, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 7, 1996; Rojas, Mara Cristina, y Sternbach,
Susana, Entre dos siglos. Una lectura psicoanaltica de la posmodernidad, Lugar Editorial, Buenos Aires, 1994;
Galende, Emiliano, De un horizonte incierto. Psicoanlisis y Salud Mental en la sociedad actual, Paids, Buenos
Aires, 1997. Para un desarrollo ms amplio ver, entre otros, mis trabajos El psicoanlisis y el malestar en la cultura
neoliberal, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 3, 1994 -reproducido en la 2 ed. del libro Normalidad, conflicto
psquico, control social, ob.cit.-; Psico(pato)loga del sujeto en el neoliberalismo, revista Tramas, UAM-Xochimilco,
N 6, 1994; La salud mental en nuestros tiempos de clera, en el libro El sujeto de la salud mental a fin de siglo, UAMXochimilco, Mxico, 1996; La personalidad neurtica de nuestro tiempo neoliberal, en Jidar, Isabel (comp),
Caleidoscopio de subjetividades, UAM-Xochimilco, Mxico, 1 ed. 1993, 2 ed. 1999 (versin ampliada); Los retos de
la psicologa al umbral del milenio. Globalizacin, economa de mercado y sujeto psquico, revista Estudios sobre
Psicosis y Retardo Mental, AMERPI, Mxico, N 4, 1999.
13

Sluzki, Carlos, en Los terapeutas familiares no deberamos ser tan respetuosos, reportaje en revista Campo Grupal,
Buenos Aires, N 17, septiembre 2000, p. 2.
14

15

Fenichel, Otto, Problemas de Tcnica Psicoanaltica, Ediciones Control, Buenos Aires, 1973, p. 37.

Un desarrollo mucho ms amplio de esto en mis artculos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1, 1991 -tambin reproducido en la 2 ed. de Normalidad, conflicto psquico, control
social, ob.cit.-, y Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 14, 2000. La concepcin de psicologismo, y su diferencia con psicolgico, puede verse en el libro citado en
esta nota. * Los dos primeros includos en este libro virtual.

III

Un tercer aspecto central a considerar refuerza la necesidad de considerar las diferencias en un


perodo histrico donde, como no ocurre hace bastante tiempo, se intensifica la preeminencia y dominio
de un pensamiento nico al nivel de la globalizacin en fuerte avance y en consonancia con el modelo
neoliberal hegemnico. Este tipo de pensamiento nico se observa muy claramente en dos mbitos
fuertemente interrelacionados como parte de una misma situacin:
a) el primero y fundamental de ellos es el econmico-poltico de la economa de mercado neoliberal, no
visto como un modelo ms sino como el modelo, es decir como el nico posible, y con el cual se habra
alcanzado el fin de la historia (Fukuyama) y de las ideologas (Bell), postura que se vigoriza con la cada
del bloque del socialismo real -por lo que el mundo se convierte en unipolar-, y todas las causas que
posibilitan el actual proceso de globalizacin16 . De esta manera, el modelo se impone a travs de los
imperativos de las instituciones financieras internacionales que no permiten alternativa alguna al mismo,
salvo en algunas mnimas variantes para su adecuacin a las caractersticas especficas de cada marco
social, como puede verse en las actuales polticas econmicas de prcticamente el mundo entero (con las
escasas excepciones de pases que mantienen el socialismo real: Vietnam, Corea, Cuba, y una China
con un sistema cada vez ms abierto a la iniciativa privada, y fuera de l ahora Venezuela en nuestro
continente). Es as que todos los crditos y convenios comerciales internacionales estn hoy condicionados al cumplimiento de recetas y supervisiones estrictas que responden a lo que se ha considerado como
la nueva religin de la humanidad17 .
Y de manera similar -y no es una exageracin- a lo que en un no tan lejano pasado hicieran las
religiones como la catlica con la Inquisicin18 , se anatemiza y excomulga a los reales o posibles

16

Proceso de por s muy polmico en sus significaciones, sentidos y consecuencias que tampoco es posible analizar
aqu por su complejidad. Sobre el problema existe una cada vez ms amplia bibliografa seria, entre la que puede citarse
entre tantos otros textos el ya mencionado libro de Flores Olea, el de Hirsch, Joachim, Globalizacin, capital y Estado,
UAM-Xochimilco, Mxico, 1996, el artculo de Mattelart, Armand, Utopa y realidades del vnculo global. Para una
crtica del tecnoglobalismo, revista Dia-logos de la Comunicacin, Felafacs, Lima, N 50, 1997, etc.
17
Kurnitzky, Horst, Vertiginosa inmovilidad. Los cambios globales de la vida social, Blanco y Negro Editores, Mxico,
1998, p. 29.
18

Y que no hacen hoy no porque no quieren sino porque no pueden. De lo contrario -sobran ejemplos para demostrarloactuaran de manera similar a la de los fundamentalistas islmicos en los pases que controlan.

transgresores a travs del ya sealado peso categrico del condicionamiento de prstamos y acuerdos,
como por ejemplo ocurri cuando el Fondo Monetario Internacional anunci que slo renovara un crdito de ser reelegido el presidente en las ltimas elecciones de Brasil19 . Tal intromisin en la poltica interna
de un pas -que por supuesto no ha sido la nica sino una ms entre tantas- desvirta tambin la realidad
de la vigencia de las formas democrticas de eleccin y de vida, otro de los aspectos del pensamiento
nico dominante; de esta manera los cambios econmicos, polticos y sociales slo pueden realizarse
dentro de los parmetros del mismo, limitndose por tanto a modificaciones menores, de personas o
partidos, pero dentro de los mismos lineamientos20 .
Como destaca un periodista: Este dogmatismo, que podramos calificar de nuevo totalitatismo,
es un pensamiento nico [...] No se pueden cuestionar las consignas de ese totalitarismo [donde] es el
mercado el que dicta lo bello, lo verdadero, lo bueno y lo justo. Las leyes del mercado se han convertido
en las nuevas tablas de la ley que se deben seguir21 . Aunque en una variante indicativa de la sutileza de las
actuales formas de dominacin, un politlogo considera que ms que un pensamiento nico se trata de un
pensamiento sistmico que permite que todos puedan pensar diferente, pero al final acten igual22 . Una
excelente y contundente sntesis acerca de las posibilidades y lmites que hoy se otorgan a las
diferencias en aspectos estructurales de nuestra realidad;
b) el segundo, ligado al anterior, tiene que ver con el tambin (casi) pensamiento nico existente en los
cada vez mayores y ms importantes medios masivos de difusin, en particular en los electrnicos, es
decir en los de mayor y real peso en la absoluta mayora de la poblacin mundial. Esto puede parecer algo
exagerado si se piensa que la existencia y oferta de emisoras y canales es cada vez mayor, pero una mirada
slo un poco ms atenta muestra que las alternativas reales son muy escasas, limitndose a programaciones y temticas distintas pero dentro de perspectivas muy similares, no antagnicas y con cada vez

19

Ver diario La Jornada, Mxico, 4 octubre 1998, p. 2.

20

Los ejemplos pueden ser mltiples, desde el de los pases del Primer Mundo como Estados Unidos (donde los partidos
Demcrata y Republicano hoy prcticamente no se diferencian), Inglaterra, Francia, Italia, etc., hasta el del tercero, con
ntidos ejemplos en una Argentina donde el nuevo gobierno mantiene exactamente la misma lnea del anterior, o Mxico
donde el cambio no afectar los criterios macroeconmicos neoliberales segn reiteran sus dirigentes .
21

Villasana, J.A., ob.cit.

22

Roitman, Marcos, reportaje en diario La Jornada, Mxico, 24 julio 2000, p. 12.

ms escasas aperturas a la inclusin de visiones crticas cuestionantes al modelo hegemnico23

24

Aspecto ligado al anterior porque hoy, como lo hicieron siempre pero ahora incrementado por su
mayor peso y tecnologa, los medios masivos son las principales instituciones tranmisoras de las
formas culturales hegemnicas al ofrecer de manera sistemtica un sentido de realidad, presentado
tambin como el nico existente, caminos de satisfaccin de los deseos a travs de lo que ofrece cada
sistema concreto, etc.25 . En este sentido debe recordarse que el actual proceso econmico de globalizacin
y de concentracin de empresas tambin toca, y muy fuertemente, a la industria cultural y de los espectculos, donde se producen megafusiones donde son cada vez menos las empresas de gran alcance, quedando las menores con posibilidades tambin menores de competencia y llegada al gran pblico26 .
Las diferencias tienen entonces escassimo espacio frente al absoluto predominio del pensamiento (casi) nico, aunque ste se diversifique en mltiples variantes de una postura ideolgica similar. Aunque
parezca simplista y un golpe de efecto, las diferencias hoy realmente posibles a niveles masivos son las
elecciones entre Coca-Pepsi, Adidas-Nike, Telepizza-Domino, Sky-Direct TV, McDonalds-Burguer Boy,
etc. Tambin puede ser simplista pero no menos contundente ver la oferta de pelculas en las cadenas de
cine comerciales de Mxico.

23

Para slo tomar el caso mexicano, las diferencias entre las dos cadenas de TV -ms la de cable- se limitan a bsqueda
de rating y detalles menores, sin diferencias reales en cuanto contenidos; los dos canales culturales son algo distintos
por su mayor apertura -no tanto en los campos poltico y econmico que en general tocan poco- pero limitados a una
pequea audiencia. Lo mismo vale para la radio.
24

Un lcido y conocido novelista lo plantea de manera muy irnica: Le doy vueltas al botn hasta llegar a la emisora
ms cercana, porque quiero provocar, en el sueo que se aproxima, imgenes ms interesantes. En la emisora vecina una
mujer anuncia que el da ser caluroso, pesado, con tormentas, y yo me alegro de que tengamos en Francia tantas
emisoras de radio y de que en todas se diga, exactamente en el mismo momento, lo mismo acerca de lo mismo. La unin
armnica de la uniformidad y la libertad, puede desear algo mejor la humanidad?. Y escribe ms adelante: La emisora
de radio que escucho pertenece al Estado, por eso no hay anuncios y entre noticia y noticia ponen las ltimas canciones
de xito. La emisora de al lado es privada, as que la msica es reemplazada por los anuncios, pero stos se parecen a las
canciones hasta tal punto que nunca s que emisora estoy oyendo (Kundera, Milan, La inmortalidad, Tusquets
Editores, Mxico, 1990, p. 14 y 111).
25

Un desarrollo mucho mayor de esto en mi libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y
formacin psicosocial, 1 ed. Nuevomar, Mxico, 1985; 2 ed. Pangea/UAM-Xochimilco, Mxico, 1989; 3 ed. Plaza y
Valds, Mxico, 2005. Respecto a la satisfaccin de los deseos, mis artculos Qu buscan los receptores? Una aproximacin psicolgica y psicoanaltica, revista Telos, Fundesco, Madrid, N 48, 1996-97; y Placer y deseo en los procesos
de recepcin. Una aproximacin psicoanaltica, revista Comunicacin y Sociedad, Universidad de Guadalajara, N 33,
1998.
26

La revista Proceso (N 1227, 7 de mayo 2000) publica una extensa nota, Las megafusiones de la comunicacin: el
mundo bajo control, en el que Enrique Maza sintetiza un reciente libro en Estados Unidos donde se muestra tal

IV

Frente a las ventajas de la comprensin y aceptacin de las diferencias planteadas en el primer


punto, es tambin importante ver, reconocer y evaluar sus riesgos y peligros, no olvidando que tambin
aqu puede caerse en las conocidas sobrecompensaciones, es decir el pasaje de las posturas negadoras y
limitantes de las diferencias a su aceptacin absoluta y sin lmites, por un lado, y a la igualacin del valor y
derechos de todas las posturas por otro.
Un primer aspecto a considerar es si existen o no lmites al reconocimiento de las diferencias y a
su ejercicio. En un sentido general es vlido y posible aceptarlas cuando ellas plantean precisamente el
desconocimiento de las diferencias, es decir fomentan ideas y conductas intolerantes? Vindolo a travs
de ejemplos concretos: debe aceptarse la existencia y accin de los crecientes grupos neonazis de los
que se conoce una triste experiencia que ellos reiteran en sus planteos actuales?; respecto a algo similar
es criticable o debe apoyarse la actitud adoptada por la Comunidad Europa frente al gobierno de Austria
por el acceso al mismo de un partido simpatizante de la postura neonazi? Tal vez en ambos casos el dilema
no sea tan fuerte, pero la mayor parte de las situaciones implican problemas ms complicados y difciles:
por ejemplo la falta de tolerancia a las diferencias por parte de los regmenes fundamentalistas islmicos en
Irn, Afganistn, etc. implica la prohibicin o limitacin del ejercicio religioso de sus seguidores o de los
partidos cobijados en sus lineamientos ante el peligro de que en caso de triunfo sigan una lnea similar, lo
que tambin valdra para partidos o grupos marxistas ante el recuerdo de la experiencia totalitaria del
socialismo real en el ex bloque sovitico? En un aspecto ms reducido y a nivel individual puede
considerarse intolerancia la ausencia de dilogo y vnculo con represores de los regmenes despticos, o
concentracin, incluyendo las 12 considerados grandes: Disney Capital Cities-ABC, Time Warner-Turner, News
Corporation, Bertelsman, General Electric-NBC, Westighouse-CBS, Newhouse-Advanced Publications, Viacom, Microsoft,
Matra-Hachette-Filipacchi, Gannett, Tele-Communications Inc (TCI). Un claro y categrico ejemplo de algo muy viejo
que hoy se extiende es el siguiente prrafo del citado artculo: Chrysler invirti 270 millones [de dlares] en publicidad,
en 1996, slo en revistas. A principios de 1997, el departamento de publicidad de Chrysler, envi esta carta a todas las
revistas en las que se anunciaba: Se exige que la Corporacin Chrysler sea avisada con anterioridad de cada uno y de
todo contenido editorial que toque temas sexuales, polticos y sociales, y de todo contenido editorial que pueda ser
interpretado como provocativo u ofensivo. Se requiere previamente un sumario escrito que resuma los artculos importantes que aparezcan en todos y cada uno de los nmeros de la revista que llevan la publicidad de Chrysler. Todas las
revistas tenan que firmar un acuerdo al respecto. La censura previa de las corporaciones al contenido de la prensa libre.
Lo mismo hacen, entre otros, Westinghouse y Procter and Gamble. Todo programa de la CBS y de la ABC, debe ser
enviado a los anunciantes para su censura previa (p. 76).

incluso con sus seguidores -pinochetistas, por ejemplo- cuando puede pensarse que el mismo es imposible y desigual porque ellos nunca respetaron las diferencias y justifican crmenes cometidos por tal falta de
tolerancia?
Sobre esto es por tanto para pensar lo que seala un estudioso del problema, reiterando lo conocido de la dificultad del problema:

En su Tesis de Amiens, Althusser citaba una observacin de Lenin segn la cual para enderezar un
bastn hay que doblar el mango hacia el lado opuesto, por lo que siempre se corre el riesgo de la
insuficiencia o del exceso, de no doblarlo lo suficiente o de hacerlo demasiado [...] Una diferencia
que socave el principio de la diferencia como tal no puede ser tolerada. Por ejemplo, los regmenes democrticos excluyen los partidos polticos que abogan por la creacin de un partido nico.
Aparte de ese caso evidente, dnde ponemos el lmite? Es tentador decir que es cuestin de
excluir las diferencias malas como las pandillas racistas, y apoyar las diferencias buenas,
como las minoras tnicas o culturales que luchan por remediar la discriminacin y la subordinacin. Sin embargo, esta perspectiva es insostenible, ya que presupone que existe un criterio indisputable para distinguir lo bueno y lo malo. En ausencia de un referente as, cualquier juicio respecto a las diferencias aceptables est abierto a discusin27 .

Un segundo aspecto se vincula al nfasis que muchas veces se coloca en resaltar las diferencias
sobre los elementos comunes o compartidos, fomentando lo que Freud defini como narcisismo de las
pequeas diferencias28 , con todo lo que esto significa para dificultar o impedir la bsqueda de acuerdos,
coincidencias o acciones comunes -cuando estos son posibles- con base en remarcar lo distinto, aunque
esto sea menor a lo compartido. Es de imaginar que todos podran ofrecer una enorme lista de casos al
respecto -culturales, individuales, polticos, institucionales, acadmicos, etc.- donde las tareas comunes se
dificultan o impiden por mltiples diferencias de todo tipo, intensificadas y convertidas en lneas de ruptura

27

Arditi, Benjamn, El reverso de la diferencia, en Arditi, B. (ed.), El reverso de la diferencia. Identidad y poltica,
Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 2000, p. 114.
28

Lo hace en El malestar en la cultura (tomo XXI p. 111) y en Moiss y la religin monotesta (tomo XXIII p. 87),
en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, escribiendo en el segundo que la intolerancia de las masas se
exterioriza con ms intensidad frente a diferencias pequeas que frente a diferencias fundamentales.

que desde siempre han sido aprovechadas por todos los sistemas de dominacin -desde los ms pequeos a los grandes- con la famosa consigna de divide y vencers que es lo que destaca un investigador ya
citado al inicio de su trabajo:

El pensamiento progresista contemporneo se caracteriza, entre otras cosas, por un apoyo inquebrantable a ser diferentes. El impulso inicial del compromiso con la diferencia -cuya expresin
programtica se conoce como poltica de la identidad- fue la defensa de grupos marginados o
subordinados en virtud de su diferencia por el racismo, el sexismo, la homofobia y el clasismo
dominantes y, a la vez, la conquista de un trato igualitario de esas diferencias dentro de la sociedad. La afirmacin de la alteridad se vincula frecuentemente con una sociedad ms tolerante, y la
proliferacin de diferencias se ve como una apertura a la emancipacin. Pero el razonamiento
poltico tambin debe contemplar el posible reverso de un particularismo a ultranza. Propugnar la diferencia puede fomentar un mundo ms cosmopolita, pero tambin una mayor desorientacin que podra contrarrestar la diversidad al reforzar las demandas de modelos de identidad ms simples y ms rgidos; la afirmacin poltica de las identidades culturales puede aumentar
la tolerancia y las articulaciones polticas entre los grupos, pero tambin puede endurecer las
fronteras entre ellos; y as por el estilo. Al plantear estos asuntos mi intencin no es cuestionar la
legitimidad de la diferencia, o descartar los esfuerzos progresistas para afirmarla. Lo que se quiere
explorar es ms bien un conjunto de consecuencias menos auspciosas -lo que aqu se denomina el
reverso de la diferencia- que surge a la par con nuestra defensa y celebracin de la particularidad29 .

Si bien las dificultades actuales de enfrentamiento a las polticas hegemnicas de dominacin tienen causas ms complejas y profundas que sta -algo similar vale para situaciones de menor envergadura, no puede negarse ni dejarse de lado la importancia del potenciamiento de las diferencias para impedir
posturas compartidas, en el sentido que destaca Rorty:

La concepcin que estoy presentando sustenta que existe un progreso moral, y que ese progreso
29

Arditi, B., ob.cit., p. 99. Subrayado mo.

se orienta en realidad en direccin de una mayor solidaridad humana. Pero no considera que esa
solidaridad consista en el reconocimiento de un yo nuclar -la esencia humana- en todos los seres
humanos. En lugar de eso, se la concibe como la capacidad para percibir cada vez con mayor
claridad que las diferencias tradicionales (de tribu, de religin, de raza, de costumbres, y las
dems de la misma especie) carecen de importancia cuando se las compara con las similitudes
referentes al dolor y la humillacin; se la concibe, pues, como la capacidad de considerar a personas muy diferentes de nosotros includas en la categora de nosotros30 .

Un nosotros que tiende cada vez ms a diluirse ahogado por las diferencias pese a que, no pocas
veces y en situaciones fundamentales, existen acuerdos bsicos de identidades ms compartidas que
diferentes y frente a enemigos comunes31 . Precisamente uno de los grandes riesgos de los excesos en los
procesos de diferenciacin es la sealada fragmentacin que impide la visualizacin de un nosotros -o, en
un sentido inverso, la insercin en un nosotros cerrado y excluyente que tambin puede ser una consecuencia de diferenciaciones extremas- con la desorientacin que implica en todos los sentidos32 .
Hoy esta intensificacin de las diferencias se manifiesta categricamente en el conocido incremento de las tendencias individualistas que signan nuestra poca, tambin con las significaciones y consecuencias conocidas en la psico(pato)loga del sujeto. Es interesante ver cmo hay quienes, sobre todo desde
algunas perspectivas posmodernas, ven a este proceso de individualizacin como altamente positivo en el
desarrollo humano -lo que obviamente es muy discutible-, pero no pueden negar un carcter tambin
patgeno33 . Diferencias que hoy son llevadas al extremo y utilizadas por la actual cultura, intereses econmicos de todo tipo, etc.
Si desde un comienzo se dijo que la eleccin del tema de las diferencias en gran medida responde
a estar de moda por la importancia que le asignan las corrientes posmodernistas, y si ahora se indica la
defensa que algunas de stas hacen del proceso de individualizacin actual; y recordando los riesgos y
30

Rorty, Richard, Contingencia, irona y solidaridad, Nova Dell, Mxico, 1969, p. 19.

31

Las acciones realizadas en Seattle, Davos y Praga en el ao 2000, enfrentando las polticas neoliberales encaradas por
organizaciones internacionales, son una muestra de cmo las grandes diferencias polticas, ideolgicas y estratgicas
de una multiplicidad de grupos pueden superarse para encarar un objetivo comn.
32

Recalcando lo que se quiere plantear con todo lo sealado, es interesante un ejemplo biolgico muy actual con base
en el avanzado estudio del genoma humano: lo compartido entre todos los seres humanos alcanza al 99.9%, por lo que
las diferencias existentes son mnimas aunque, claro, importantes.

peligros mencionados debe concluirse que ellas implican una postura neoconservadora? La respuesta es
negativa en general, e incluso se le deben reconocer mltiples aspectos valiosos y recuperables, pero
tambin puede considerarse cmo esas posturas de hecho hacen el juego -por decir lo menos y no que
algunas coinciden- con los planteos neoliberales hegemnicos en el mundo, y no pocas veces le sirven
como coartada ideolgica. En este sentido es muy recomendable la lectura de un texto de un conocido
intelectual (que hace poco fue Secretario General de la Presidencia de Chile) que no duda en considerar
al posmodernismo como contraparte del que llama capitalismo posindustrial34 , aunque otros son menos
categricos pero ven clara la vinculacin: observan que lo posmoderno no es sinnimo de neoconservador
al tratarse de dos fenmenos diferentes, pero entienden que muchos rasgos posmodernos resultan funcionales a las polticas de dominacin al ayudar a la debilidad de la sociedad civil y a la capacidad de
resistencia35 . En similar perspectiva Hopenhayn seala las conexiones entre las crticas posmodernas y el
proyecto de hegemona cultural neoliberal: a) la exaltacin de la diversidad redunda en la exaltacin del
mercado, donde la desregulacin es el correlato prctico de la multidiversidad; b) la crtica de las vanguardias se traduce en una crtica de la poltica (salvo que esta est a favor de la desregulacin) y de cualquier
planificacin e intervencin estatal; c) no habiendo una dinmica emancipadora que corra por debajo de
los acontecimientos, nada permite cuestionar la sociedad de consumo, el derroche, la alienacin del trabajo, etc; d) la crtica de las ideologas se capitaliza en crtica al marxismo y otras posturas humanistas y
socialistas, y la crtica a las utopas se vuelca sobre las igualitarias o que busquen mecanismos redistributivos;
e) la crtica de la integracin modernizadora transforma la heterogeneidad estructural en una muestra de la
diversidad36 .

33

Tampoco sobre esto es posible un desarrollo aqu. Para ello vase, como ejemplo tal vez extremo de esta postura, el libro
de Lipovetzky, Gilles, La era del vaco. Ensayos sobre el individualismo contemporneo, Anagrama, Barcelona, 3 ed.
1988; y mis artculos citados en nota 12.
34

Brnner, Jos Joaqun, Globalizacin cultural y posmodernidad, Fondo de Cultura Econmica, Santiago de Chile,
1998.

35

Follari, Roberto, Posmodernidad, filosofa y crisis poltica, Rei Argentina/Instituto de Estudios y Accin Social/Aique
Grupo Editor, Buenos Aires, 1993, p. 79.
36

Hopenhaim, Martn, El debate postmoderno y la dimensin cultural del desarrollo, en Relaciones, Montevideo, N
76, 1990, p. 11 a 14. El texto luego analiza con ms detalle las relaciones y diferencias, lo que por razones de espacio es
imposible transcribir aqu. Vanse tambin las crticas que se plantean en un libro polmico de Sokal, Alan, y Bricmont,
Jean, Imposturas intelectuales, Paids, Barcelona, 1999, y una discusin sobre el alcance de tales crticas en revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000.

Un ltimo punto tiene que ver no slo con la problemtica de las diferencias, tema de este Encuentro, sino con muchas otras. Y es para resaltar una vez ms la importancia no slo de las denuncias y
cuestionamientos crticos realizados en publicaciones y en recintos acadmicos -cuyo valor puede o no ser
alto e importante-, sino tambin la de la accin y organizacin para enfrentar lo que se denuncia, superndose as el papel de intelectual de cubculo. De lo contrario slo sirven como apaciguamientos de
conciencia sin actuar de manera profunda en y sobre la realidad que se denuncia y cuestiona

LO LIGHT, LO DOMESTICADO Y LO BIZANTINO


EN NUESTRO MUNDO PSI *
Ya no se trata de un fantasma que recorre el mundo psi y psicoanaltico de nuestro tiempo sino de
una absoluta y contundente realidad de predominio y hegemona de prcticas y marcos terico-conceptuales claramente lights, domesticados y bizantinos.
Por supuesto no se trata de nada extrao sino que en ello hay una evidente sincrona y correspondencia con el espritu de nuestro tiempo, que por supuesto no se limita al mundo psi sino se extiende a
todas las disciplinas y saberes de las llamadas ciencias sociales e incluso a gran parte de las formas
de vida presentes, posturas e intereses muy diferentes -sobre todo en el mundo intelectual y cultural- a los
de hace slo tres y cuatro dcadas atrs1 .
Es cierto que nunca las praxis psis y psicoanalticas crticas, alternativas y/o cuestionantes -es
decir no domesticadas- fueron dominantes, pero es conocido y evidente que hubo pocas en que tuvieron un importante peso, presencia y capacidad creativa. Precisamente cuando fueron parte de movilizaciones
o espritus de pocas de tal naturaleza dentro de los que surgan y se inscriban: casos de Reich y otros
en el perodo de fuerte combatividad popular en algunos pases de Europa, del movimiento de alternativas
a la psiquiatra (ms conocido como antipsiquiatra) en la poca contestataria y rebelde de los 60 y
comienzos de los 70, del surgimiento de Plataforma y diferentes grupos psis en Amrica Latina en el
final de la misma poca por causas similares y por el incremento de luchas entendidas como revolucionarias, etc. Y as como se desarrollaron en tales momentos de auge de rebeldas o de proyectos revolucionarios, tambin se redujeron o desaparecieron con las derrotas o aminoracin del peso de tales perspectivas.
Y no hay dudas de que los momentos presentes no son precisamente de auge de proyectos de
cambio progresista o radical, sino todo lo contrario: predominio mundial del neoliberalismo econmico
con su correlato en las prcticas polticas, hegemona de mltiples variantes de posturas genricamente
* Una primera versin de este trabajo se public en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000, y luego como
captulo 3 del libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004.
1

Una panorama general sobre las diferencias entre esas pocas y la actual en mi ensayo Proyectos, subjetividades e
imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica, revista Argumentos, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,
N 32/33, 1999 * Incluido en este libro virtual.

conocidas como posmodernas en el campo intelectual-cultural, crisis y decadencia de proyectos rebeldes


y revolucionarios o alternativos, crecimiento de posturas conservadoras clsicas o aggiornadas de la
nueva derecha2 , crisis de paradigmas y de utopas en todos los terrenos, etc.
En tal contexto tambin ha cambiado rotundamente el rol o papel del intelectual, que de fiscal o
crtico (desde moderado a absoluto, pero crtico), hoy predominantemente -con notorias e importantes
excepciones-, ha perdido tal condicin para adecuarse, e incluso defender, a las leyes (implcitas o explcitas) de la competencia, rendimiento, adecuacin, etc. de una economa de mercado que no respeta,
acepta ni le interesan las crticas y cuestionamientos de fondo por parte de quienes viven bajo su cobijo y
subsidios (estatales o privados). Nunca como ahora ha predominado tanto el pensamiento unidimensional
tal cmo lcidamente lo describi Marcuse3 , sea por tal disminucin de crtica cuestionante, como porque
una mayora de la que hay (y se difunde) -como se ver ms adelante- se ubica en los terrenos esterilizantes,
deshistorizados e inocuos del peor de los discursos posmodernos de moda. El panorama es entonces
tan desolador como lo destaca un lcido crtico: En toda poca de transicin entre una fase que se ha
desplomado y otra que se ha impuesto pero cuyas formas y consecuencias no estn claras debido a la
polvareda no asentada del derrumbe siempre ha zozobrado la razn y los intelectuales, demasiado integrados en el viejo establishment y demasiado funcionales para el mismo, se suicidan fsica o culturalmente,
se llaman a silencio o se refugian en el oportunismo para tratar de mimetizarse [...] Nuestro tiempo no es
una excepcin a esa regla [...] La desercin de los intelectuales que se niegan a tratar de entender las
transformaciones sociales, econmicas, culturales, institucionales y abandonan sin lucha viejas trincheras
va unida con el intento de otros de ofrecer un perfil bajo y de aparecer sumisos para reconquistar, como
sector o casta particular, un puesto en las clases gobernantes que estas no les reconocen y que los pueblos
les niegan4 .
Aunque en realidad esto ltimo debera ser matizado y visto de otra manera: ms all de la verdad

Como seala lcidamente Ignacio Ramonet, el espacio del conformismo, del conservadurismo, corresponde hoy a la
socialdemocracia; ella es ahora la derecha moderna: ha aceptado, por vacuidad terica y por oportunismo, la misin
histrica de dar carta de ciudadana al neoliberalismo (Ramonet, I., Social conformismo, en Le Monde Diplomatique,
Mxico, N 22, abril-mayo 1999, p. 1). En esta lnea se ubican desde la tercera va de Blair y el laborismo ingls teorizada por Anthony Giddens- hasta las posturas de Lagos en Chile y otras variantes socialdemcratas y centroizquierdistas.
3

Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Origen-Planeta, Mxico, 1985.

Almeyra, Guillermo, Los intelectuales en el huracn, en diario La Jornada, Mxico, 5 de marzo 2000, p. 58.

que el autor seala sobre el cada vez menor peso de los intelectuales frente al cada vez mayor de los
medios de difusin masiva, los sectores del poder mltiples veces los reconocen, los cooptan e incluso los
estimulan cuando les son favorables o cuando sus crticas no les molestan o son poco eficientes para
producir movilizaciones o cambios serios, crticas que en definitiva son utilizadas para mostrar la existencia
de supuestas formas democrticas de las que se jacta el actual modelo hegemnico.
En este contexto no pueden sorprender, todo lo contrario, las caractersticas actuales del mundo
psi y psicoanaltico, su acrtica adecuacin a los tiempos e incluso -como una de sus consecuencias- su
incapacidad para comprender lo que pasa por diferentes razones que ms adelante se mencionarn. En
este sentido es para preguntarse si no puede aplicarse a nuestro campo una afirmacin que su autor aplic
en otro momento (y que contina vlida) a otra disciplina: Nunca antes se haba llegado a una ciencia
social tan irrelevante y pedestre: Por supuesto esta sociologa acaba por no explicar nada5 . Puede parecer algo exagerado, pero una atenta observacin y lectura de la gran mayora de los materiales que se
publican indica que no es as, o al menos no lo es tanto, al no abordar los principales problemas de nuestro
tiempo -priorizando otros aspectos- o vindolos con marginacin de sus causas productoras.
Es obvio que las tres caractersticas sealadas -light, domesticacin y bizantinismo- las ms de
las veces se vinculan y entremezclan entre s. Casi por definicin la primera incluye a las otras dos, y los
vnculos entre la segunda y tercera son tan evidentes como necesarios.

El crecimiento de lo light

El mundo light siempre ha existido, pero nunca alcanz las magnitudes presentes en un desarrollo
que permite ver su imparable crecimiento a niveles todava mayores. Ahora todo tiende a ser leve y
liviano, pero ya no visto como criticable o superficial sino como valioso, digno y necesario, como un
avance de lo moderno que permite estar y vivir mejor o con menos problemas. Lo light aparece en todo,
y muchas veces con ttulos y anuncios que lo destacan: en alimentos y bebidas, en literatura (los llamados
best-sellers, pero no en los ttulos que alcanzan gran difusin y tienen calidad, sino en la hecha
intencionalmente con tal fin, absolutamente dominante en publicaciones peridicas), en la tambin absolu-

Careaga, Gabriel, Mitos y fantasas de la clase media en Mxico, Cuadernos de Joaqun Mortiz, Mxico, 4 ed., 1976,
p. 16.

tamente dominante programacin radial, televisiva y cinematogrfica6 , etc.


Y por supuesto que lo light tambin siempre existi en el mundo psi e incluso -aunque de por s es
una contradiccin- en el psicoanlisis, ms que en s mismo en mltiples simplicaciones y vulgarizaciones
que se hicieron de l, de las cuales el llamado anlisis transaccional ha sido uno de los ms difundidos. Es
demasiado conocida la casi infinita variante de tcnicas psicoteraputicas y psicocorporales que han existido siempre, algunas con supuestos enfoques tericos y otras meramente pragmticas, que proponen
resultados valiosos en tiempos cortos y sin grandes esfuerzos econmicos y mentales: un simple y no
completo listado -al final de este apartado se ejemplificarn algunas de las actuales- llenara no slo
muchas pginas sino hasta un grueso libro. No pocas se apoyan en lo ya indicado: la que consideran como
excesiva duracin de las terapias en general y las analticas en particular y su costo, la bsqueda de stas
de no simple eliminacin de sntomas sino de modificacin de su causas, la no seguridad de resultados,
etc., mientras que, consideran, la gente quiere efectos concretos, rpidos y con el menor esfuerzo posible,
no importando por tanto la validez de los marcos tericos -aunque muchas piensan que la tienen- sino los
resultados y el supuesto mayor bienestar posterior de los que se someten a ellas. Incuestionablemente
algunos son argumentos de peso -y no todos desdeables, aunque lo que ofrecen pueda ser dudoso,
discutible, una estafa o cuestin de fe-, lo que explica el nivel cuantitativo que alcanzaron y tienen. Claro,
est implcito en la ltima frase, no puede olvidarse como marcos terico-prcticos ms serios -en particular el psicoanlisis- han favorecido tal desarrollo por sus tendencias elitistas, entre ellas la desvalorizacin de psicoterapias que no sean el oro puro del anlisis ortodoxamente considerado, negando con
esto al propio Freud de una poca muy precisa7 .
6

Es interesante ver como los mecanizados empleados de las cadenas de cine de modelo norteamericano hoy preponderantes en Mxico entregan y reciben las entradas terminando con la frase Que se diviertan, nica funcin que
conciben que tiene el cine, o sea pasar livianamente un rato (y que obviamente cumple -para eso est hecha- la absoluta
mayora de la produccin hollywoodense predominante en las pantallas). Ms all de que el cine de calidad y/o de arte
puede provocar otros efectos (sin negar que la diversin es til y vlida), tal frase se convierte en absurda y trgica
cuando, por ejemplo, se concurre a ver una pelcula de Spielberg de la serie sobre el holocausto y los campos de
concentracin nazis.
7

Que en 1918 present en un congreso psicoanaltico en la Hungra del muy breve gobierno de izquierda de Bela Kun
un trabajo donde expresaba: Querra considerar una situacin que pertenece al futuro y a muchos de ustedes les
parecer fantstica; sin embargo, merece, a mi criterio, que uno se prepare mentalmente para ella. Ustedes saben que
nuestra eficacia teraputica no es muy grande. Slo constituimos un puado de personas, y cada uno de nosotros, aun
con empeosa labor, no puede consagrarse en un ao ms que a un corto nmero de enfermos. Con relacin a la inmensa
miseria neurtica que existe en el mundo y acaso no es necesaria, lo que podemos renovar es nfimo desde el punto de
vista cuantitativo. Adems, las condiciones de nuestra existencia nos restringen a los estratos superiores y pudientes de
nuestra sociedad, que suelen escoger sus propios mdicos y en esta eleccin se apartan del psicoanlisis llevados por

Est claro que, junto a esto, la proliferacin de las psicoterapias light se apoya en formas de vida
de la cultura de nuestro tiempo: lo sealado acerca de bsqueda de liviandad, el hedonismo epidrmico,
la vida del aqu y ahora de seducciones inmediatas sin mucha importancia por el futuro, el sumergirse en
sensaciones sensoriales, la velocidad y rapidez con que se encara todo, etc., caractersticas que Lipovetzky
considera prototpicas de la condicin posmoderna, que hace que ahora ya todas las esferas estn progresivamente anexionadas por un proceso de personalizacin multifome. En el orden psicoteraputico,
han aparecido nuevas tcnicas (anlisis transaccional, grito primario, bioenerga) que aumentan an ms la
personalizacin psicoanaltica considerada demasiado intelectualista; se da prioridad a los tratamientos
rpidos, a las terapias humanistas de grupo, a la liberacin directa del sentimiento de las emociones, de
las energas corporales: la seduccin impregna todos los polos, del software al desahogo primitivo8 .
Esta nueva realidad ha creado tanto situaciones psico(pato)lgicas tal vez no nuevas pero diferentes, en magnitud y presentaciones, a las anteriores, como acercamientos psicoteraputicos distintos, lo
que ha modificado notoriamente la situacin de los profesionales de este campo (sobre todo en lugares
donde el psicoanlisis era preponderante), tal como lo reconoce un estudioso del problema: Como
cabra haber esperado, estas condiciones [de la realidad actual] que debilitaron el campo de las psicoterapias
racionales, y especialmente el psicoanlisis, durante los ltimos aos se acompaaron del surgimiento de
toda clase de prejuicios. Por el momento nada podemos hacer en favor de las vastas clases populares cuyo sufrimiento
neurtico es enormemente ms grave.
Ahora supongamos que una organizacin cualquiera nos permitiese multiplicar nuestro nmero hasta el punto
de poder tratar grandes masas de hombres. Por otro lado, puede preverse que alguna vez la conciencia moral de la
sociedad despertar y le recordar que el pobre no tiene menores derechos a la terapia anmica que los que ya se le
acuerdan en materia de ciruga bsica. Y que las neurosis no constituyen menor amenaza para la salud popular que la
tuberculosis, y por tanto, lo mismo que a esta, no se las puede dejar libradas al impotente cuidado del individuo
perteneciente a las filas del pueblo. Se crearn entonces sanatorios o lugares de consulta a los que se asignarn mdicos
de formacin psicoanaltica, quienes, aplicando el anlisis, volvern ms capaces de resistencia y ms productivos a
hombres que de otro modo se entregarn a la bebida, a mujeres que corren peligro de caer quebrantadas bajo la carga de
las privaciones, a nios a quienes slo les aguarda la opcin entre el empobrecimiento o la neurosis. Estos tratamientos
sern gratuitos
[...] Cuando suceda, se nos plantear la tarea de adecuar nuestra tcnica a las nuevas condiciones [...] Y
tambin es muy probable que en la aplicacin de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados a alear el oro puro
del anlisis con el cobre de la sugestin directa, y quizs el influjo hipntico vuelva a hallar cabida, como ha ocurrido en
el tratamiento de los neurticos de guerra (FREUD, S., Nuevos caminos de la terapia analtica, en el 5 Congreso
Psicoanaltico Internacional en 1918 en Budapest). Tambin es cierto que muchas cosas cambiaron desde ese momento:
hoy los psicoanalistas y terapeutas de esta escuela ya no son pocos (a veces son demasiados), y se han desarrollado
algunas tendencias en el sentido propuesto por Freud como las clnicas populares de Reich en la Alemania de fines de
los 20, buenas asistencias hospitalarias en algunos pases (entre ellos en Argentina), terapias grupales y breves de
orientacin analtica, etc.
8

Lipovetsky, Gilles, La era del vaco, Anagrama, Barcelona, 3 ed., 1988, p. 21 y 23.

todo un sector nuevo de terapias mucho mejor adaptadas para responder y encubrir los padecimientos
encerrados en las nuevas demandas. Terapias de la conducta, guestlticas, de familia, bioenergticas,
terapias sexuales, flores de Bach, control mental, etc., etc., se mostraron ms aptas para atenuar la soledad, la inseguridad en los vnculos afectivos, los miedos a la realidad, etc. Este desarrollo es congruente
con el crecimiento de los grupos llamados de autoayuda, que muestran una mstica especial, en general
centrados en algn lder, en los que se comparten afinidad de problemas de la vida, ya que no sntomas o
enfermedades (no existen grupos de obsesivos, histricos, depresivos, etc., sino grupos de solos y solas,
de padres separados, de desocupados, de gordos, alcoholistas, fumadores, etc). Estos grupos, que instauran
una solidaridad especial a partir de la identidad de un rasgo, se proponen suplir la sociabilidad y comprensin que se piensa (en general con razn) no existe en la vida social actual9 .
Segn G. Baremblitt , algunos textos panormicos calculan entre 250 y 500 el nmero de estas
corrientes (auto)consideradas teraputicas, algunas de ellas en mltiples variantes son bastante conocidas, como por ejemplo Potencial Humano, Bioenergtica, Terapias Guestlticas, Psicologas
Transpersonales y Holsticas, Hipnosis, Neurolingistica, Sistemas de Relajacin, a las que pueden
sumarse una gama muy amplia de planteos orientalistas o mstico-religiosos presentados como
psicoteraputicos o de encuentro con dimensiones valiosas de la personalidad, y tambin ciertas tecnologas tales como las terapias por Cristales, por Colores, por Biorresonancia, por Pirmides, Florales y dems por el estilo10 .
Baremblitt ofrece una interesante explicacin de las causas de tal proliferacin y de los objetivos
de esas corrientes: Lo que resulta cierto, en un anlisis demasiado esquemtico de esos exotismostecnicismos, es que, sea cual sea la argumentacin con la que definen y operan su eficacia, las mismas
comprenden algunos dones, casi siempre presentes, de aquello que cierta sociologa, llamaba bienes de
salvacin. En una poca en la que los territorios, estratos, instituciones, organizaciones, ideologas y

Galende, Emiliano, De un horizonte incierto, Paids, Buenos Aires, 1997 p. 43. Seguramente es en Argentina donde
ms puede verse tal crecimiento: en un pas donde el desarrollo psicoanaltico -en sus mltiples variantes, aunque
siempre con predominio de las modas del momento- era absoluto y casi monoplico, despus de la dictadura que
termina en 1983 pero sobre todo con la llegada de la modernidad neoliberal menemista florecen muchas otras corrientes antes inexistentes o casi imperceptibles, que incluso publican revistas y peridicos (gestltica, sistmica, de psicologa social) y mltiples otras ms claramente light o con pretensiones tericas (psicocorporales, hipnticas, de sensibilizacin, etc).
10

Baremblitt, Gregorio, Por una nueva clnica para el poliverso Psy, en el libro de Autores Varios, SadeLoucura. A
clnica como ela , Editora Hucitec, Sao Paulo, 1997, p. 15-16.

creencias tradicionales, clsicas, romnticas y, como destacamos, hasta las modernas), estn en plena
disolucin, estas propuestas proveen, (particularmente cuando afirman no hacerlo): 1) Doctrinas, teoras,
mitologas, en suma, valores, que adjudican explicacin, sentido, jerarquas y direcciones al caos general
o sectorialmente emergente y a la anomia que lo acompaa. 2) Experiencias intensas, habitualmente placenteras, o cuando dolorosas, purificantes, de relacin con la mente, el cuerpo, la accin, los
otros, los sistemas simblicos y la naturaleza. 3) Ritualsticas y ceremoniales, que ordenan los espacios y tiempos de la cotidianidad, tanto cuando est prosaicamente rutinizada, como cuando se ha desarticulado ms all de lo soportable... pero que tambin recuperan mbitos para lo sagrado, tanto ms
cuando este gestiona lo milagroso, que parece ser la nica salida posible. 4) Identidades, cdigos,
afiliaciones, alianzas y pertenencias a algo, sea formas ms o menos artificiales y concretas de la socialidad,
(la gente del grupo de bio-energtica), o ms o menos sectarias y abstractas (los lacanianos). 5)
Mtodos para despertar y cultivar supuestas potencialidades, derivables en el sentido de las metas
propuestas explcita o implcitamente por los valores de las doctrinas. Estos procedimientos, a veces no
teraputicos sino preventivos (terapias para normales), que pueden hasta tener componentes de autoanlisis y auto-gestin, generalmente estn dirigidos a los objetivos propios del individualismo, es decir, al
desarrollo de la capacidad competitiva, a la auto-suficiencia, a la desculpabilizacin, al auto-control
adaptacionista y exitista, etc.11 .
En una lnea similar no puede dejar de mencionarse el desarrollo paralelo de una cada vez ms
amplia bibliografa de autoayuda, de crecimiento personal y de superacin que inunda libreras,
puestos de revistas y supermercados junto con los esotricos, msticos, ocultistas, etc. Su xito es tal que,
segn un editor, el alto posicionamiento de su empresa se debe a libros que ofrecen impulso, orientacin
y un poco de fe, por lo que apuestan a ttulos sencillos, prcticos y que dan algo al lector a cambio de
su dinero, una ayuda espiritual o algo que les refuerce el nimo12 .
11

Idem, p. 18.

12
Palabras de Salvador Gorostieta, de Editorial Diana, en Castro, Jos A. y otros, Los libros ms vendidos del 96 segn
las casas editoriales..., revista Proceso, Mxico, N 1053, 5 de enero 1997, p. 62. En un anuncio publicitario aparecido en
el diario La Jornada (Mxico, 8 de noviembre de 1998, p. 7) esa editorial seala entre sus novedades 7 de los 15 libros
publicitados que se ubican en tal perspectiva, entre ellos Los nuevos caminos de la libertad de L. Brito Crabtree
(Mtodo cientfico que da sentido a la vida mediante el autoconocimiento y cuidado del ser humano), Dale tiempo al
amor de D. Dinkmeyer y J. Carlson (Ejercicios basados en firmes principios teraputicos para realizar cambios positivos
en su relacin marital), La timidez de E. Dumont (En estas pginas usted encontrar la manera de actuar sin timidez y
enfrentar la vida con entusiasmo), Tu Feng Shui personal de M. L. Kam Chuen (Ciencia china que nos ayuda a lograr
el equilibrio perfecto entre el ambiente y nuestro yo interno), y Por qu tengo miedo decirte quin soy de J. Powell
(Reflexiones sobre la comunicacin interpersonal que le ayudarn a incrementar su autoestima).

Claro que en esta proliferacin incide tambin otro aspecto de la realidad actual, distinto pero
prototpico del modelo neoliberal. El abandono del llamado Estado de bienestar ha cambiado los sistemas de atencin de la salud al privatizar todo lo que se pueda en este campo, con la bsqueda cada vez
ms brutal de ganancia a corto plazo (caracterstica bsica del capitalismo salvaje), lo que significa un
fuerte ataque a todo tratamiento psicoteraputico ms o menos largo y su reemplazo por otros rpidos,
que en muchos casos son los psiquitricos tradicionales y en particular farmacolgicos con apoyo en el
alto desarrollo que ha tenido estos medicamentos y el sentido de su uso (en particular algunos como los
tranquilizantes).
Por todo lo visto es evidente como, en mayor o menor grado pero siempre, estas propuestas
categricamente se inscriben dentro de lo que en el prximo apartado se ver como tendencias tericas y/
o prcticas de tipo domesticadas, es decir acrticas respecto a las condiciones culturales, econmicas,
sociales y polticas productoras de las situaciones que pretenden modificar. Estas condiciones nunca son
tocadas, ni siquiera mencionadas, limitndose tales psicoterapias a los aspectos concretos y limitados de
las esferas especficas a las que se abocan, aunque no son pocos los casos en los que ellas se convierten,
pocas veces de manera explcita y casi siempre implcitamente, en mbitos cuasi-religiosos o ideolgicos
que ofrecen una nueva visin del hombre, la sociedad, el mundo.
Por eso es vlida la consideracin de Baremblitt de que ellas estn destinadas a administrar los
efectos de la anormalidad, la vulnerabilidad, el desvo, la desagregacin, la desinsercin, la marginalizacin,
la clandestinidad, la reclusin y hasta la eliminacin... que el Sistema dominante induce a contingentes cada
vez mayores de la poblacin mundial, pero es muy discutible su afirmacin de que casi todas tienen
vocaciones y elementos originales de resistencia (en el buen sentido poltico del trmino), de invencin,
de creatividad y de replanteo de la vida, en sus aspectos ms significativos13 . Tal vez algunas s respecto a algunos de esos aspectos, pero difcilmente en cuanto resistencia en el sentido apuntado, salvo
cuando se trate de posturas que de hecho impliquen enfrentamientos, aunque no sean concientes, a formas
de vida o costumbres hegemnicas o tradicionales del marco social. Pero, como podr verse en los
proximos ejemplos, ninguna de ellas entra en tal posibilidad, ms bien todo lo contrario, y de hecho
exculpa, aunque sea por simple omisin, al marco social de toda responsabilidad, funcionando como tal
autor sealaba en el punto quinto de lo transcripto (generalmente estn dirigidos a los objetivos propios
13

Baremblitt, ob.cit., p. 19.

del individualismo, es decir, al desarrollo de la capacidad competitiva, a la auto-suficiencia, a la


desculpabilizacin, al auto-control adaptacionista y exitista, etc.).
En otros casos su propuesta es muy clara al servicio y en la defensa de los intereses de la actual
dominacin moderna, como ocurre en la llamada Iglesia de la Cientologa, ms conocida como Diantica,
propagada y difundida por Lafayette Ronald Hubbard, tendencia que mezcla una postura mstica junto
con propuestas operativas que implican una terapia de cambio de los hombres, cambio que es el que
buscan sus mltiples adeptos en el mundo entero, base de su xito, desarrollo y permanencia. Como
escribe Paul Aris: El triunfo de la Cientologa revela algunas tendencias marcadas de la modernidad
mercantil, y es ah donde esta se convierte en un interesante objeto de estudio. Culto a la tcnica, mstica
de la institucin: la Iglesia de la Cientologa considera que el problema del hombre es el hombre mismo.
Habr que liberarlo entonces de sus imperfecciones de sus dependencias, de sus debilidades... en fin, de
su misma humanidad. Para rehabilitar a la humanidad, la Cientologa pretende substituir al hombre por las
tec, tcnicas consideradas como potencialmente liberadoras. Existen tec para pensar, para comunicar,
para vender, para las relaciones de pareja, etc.14 .
Por supuesto las propuestas light, e incluso algunas que pretenden tener alguna base de cientificidad,
buscan hacerse conocer y conseguir seguidores o adeptos en publicaciones para un pblico general. En
Mxico puede verse una muestra de sus expresiones en la revista semanal Tiempo Libre, dedicada a
informar sobre espectculos, cine, teatro, msica, ciencia y tcnica, cursos, etc., donde tambin aparecen
anuncios originados en instituciones y practicantes de estas propuestas. De una rpida observacin hecha
desde agosto de 1998 hasta marzo del 2000 se citan slo algunas de ellas que muestran las caractersticas
sealadas: no faltan por supuesto las ultra-rpidas y casi mgicas del tipo Paz interior. Recupera armona en la primera sesin. Terapias holsticas. Liberacin: estrs, angustia, insomnio, nervios.
Autoestima, relajacin profunda. Tratamos todo. Excelentes resultados, de psicoterapia subliminal y
terapias para baja estima, etc, pero otras abarcan prcticamente todos los mbitos posibles a travs de
diplomados, cursos, enseanza para formacin psicoteraputica (algunas con aprobacin de la Secretara
14

Aries, P., La Cientologa contra la Repblica, en Le Monde Diplomatique, Mxico, N 23, mayo-junio 1999, p. 18. El
mismo autor seala: La Cientologa profana lo que generalmente se considera sagrado (el hombre, el vnculo social), y
sacraliza en cambio lo profano (el dinero, la tcnica, el mercado) [...] Lo nocivo de la Cientologa no reside anto en esta
adulteracin sino en su capacidad para reforzar una visin social moderna. Se trata de hacer ms habilidosa a la gente
hbil, de standarizar las actividades y normar a las personas. As, la Cientologa explica que la fatiga en el trabajo
obedece a problemas personales. Propone las tec a fin de evitar las prcticas irracionales como las huelgas que
perturban la produccin o el buen rendimiento social en la empresa

de Educacin Pblica), o simplemente conferencias para el logro de resultados ofrecidos a travs de


llamados a solucin de los problemas de los posibles clientes:

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Se podra seguir casi hasta el infinito, pero lo citado es una clara muestra de un universo que
constantemente se amplia, que responde a las necesidades apuntadas y con contenidos light evidentes.

De la peste a la domesticacin

Sobre esto algunos comentarios aparecieron en un trabajo anterior, donde se afirmaba que en la
produccin analtica presente es muy extrao encontrar referencias a la realidad del hombre actual, y esto
hace que la absoluta mayora de su prctica se mantenga en los cauces tradicionales desde hace muchas
dcadas, o sea con sentido acrtico y adaptativo15 , aunque se diferenciaba entre las posturas clsicas de
las instituciones oficiales y ortodoxas, con las de los grupos externos a ellas (lacanianos y quienes en otras
pocas tuvieron posiciones con importante contenido social). Indicaba tambin que el psicoanlisis haca
mucho tiempo que haba perdido el carcter de peste sealado por Freud, para convertirse en una praxis
que desde hace mucho tiempo slo incomoda a algunos sectores fundamentalistas religiosos o ideolgicos, convirtindose en uno de los principales caminos seguidos y adoptados por la modernidad.
No es el caso ni de repetir ni de historiar aqu tal camino, bastando slo recordar los rechazos
mayoritarios no slo a las ideas sino incluso a los intentos y propuestas de Reich y de quienes lo acompaaron (el primero fue expulsado de la asociacin psicoanaltica), la vergonzosa postura (incluyendo a
Freud) de aceptar las limitaciones que el nazismo impuso a la prctica psicoanaltica16 , el posterior
conservadorismo de la mayora absoluta de la institucin analtica con su consecuente negacin de toda
vinculacin de los procesos histricos y culturales concretos sobre la psico(pato)loga, la clara postura
adoptacionista tomada por la corriente dominante del psicoanlisis del Yo, las crticas que la llamada
antipsiquiatra formul al psicoanlisis por todo ello, similares crticas de integrantes del campo analtico
que por las mismas causas se retiraron de las instituciones oficiales durante las dcadas de los 60 y los 70,
etc. Por supuesto -es casi ocioso decirlo- postura parecida o incluso mucho peor ha sido (y es) la de la
casi totalidad, con muy escasas excepciones, de las escuelas y tcnicas del campo psi en general, donde
en algunos casos -y no slo en el conductismo- hasta de manera casi manifiesta se reconoce, e incluso
produce orgullo y entusiasmo, tal actitud acrtica y adaptativa.
15

16

El psicoanlisis y el malestar en el cultura neoliberal, p. 20. * Puede verse en este libro virtual.

Sobre esto, escasamente conocido por el silencio que las instituciones analticas tuvieron al respecto, vase el
artculo de Hajer, Doris, Psicoanlisis y nazismo, revista Tramas, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,
Mxico, N 11, 1997. La de hecho complicidad con sistemas represivos tambin se mostr durante las dictaduras
latinoamericanas de los 70, y en el silencio por muchsimos aos ante la denuncia de que un psicoanalista fue torturador
durante la dictadura brasilea (ambos casos fueron sealados en diversos nmeros de la revista Subjetividad y Cultura)

Por todo lo que ya hay dicho y escrito sobre el tema, tambin es ocioso reiterar una vez ms los
sentidos, contenidos y formas de tal asepsia hacia las influencias de las realidades histrico-socialesculturales sobre el psiquismo, que obviamente se extiende y proyecta a la prctica clnica en general17 .
Asepsia que ya se vi artculos anteriores- surge sea por el olvido, negacin, desconocimiento o
desvalorizacin de claros y categricos trabajos de Freud al respecto -sus mal llamadas obras sociales, en particular El malestar en la cultura, que se ven poco, tardamente o como aspecto poco importante en no pocas instituciones analticas-, por no quererse conocer planteos alternativos y diferentes del
mismo campo psicoanaltico, porque algunas de sus escuelas (la kleiniana entre ellas) ofrecen muy poco
espacio para tales influencias, etc.18 .
Otra vertiente de este mismo camino es el seguido por lo que podran verse como sus variantes
(pos)modernizadoras, hoy seguramente ms peligrosas por su carcter ms dinmico y por la confusin
que crean al parecer ms acordes con nuestros tiempos e incluso por tambin hacer algunas crticas a las
instituciones tradicionales ms o menos similares a las anteriores. Si la que puede definirse como versin
ortodoxa nunca negar la importancia de los factores socio-culturales sobre el psiquismo pero los neutraliza al no considerarlos realmente o psicologizarlos19 , mucho ms ocurre en este caso al ser ms categricos en tal reconocimiento pero con similar neutralizacin al que agregan otras que producen un discurso que aparentemente toca y abarca tal problemtica pero en definitiva equvoco porque no lo hace o

17

Una crtica a tal postura y el planteamiento de una diferente en mi ensayo Desde la lectura de El malestar en la
cultura: los psicoanlisis entre la peste y la domesticacin?, revista Imagen Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de
Psicoterapia Psicoanaltica, Mxico, N 9, 1997.
18

Como ocurre a menudo, uno cree ser original al utilizar un trmino -psicoanlisis domesticado en este caso- y luego
se comprueba que no es as. En efecto, al menos Fromm lo us mucho antes y con parecido sentido, escribiendo entre
otras cosas, luego de hacer mencin al peligro de una funcin reaccionaria del psicoanlisis: La domesticacin del
psicoanlisis y su transformacin de teora radical en teora de ajuste para una sociedad liberal, mal pudo haberse
evitado, no slo porque sus practicantes procedan de las clases medias burguesas sino porque tambin pertenecan a
las mismas los pacientes. Lo que la mayora de estos deseaban no era convertirse en ms humanos, ms libres y ms
independientes -lo cual hubiera incluido la mentalidad crtica y revolucionaria-, sino no sufrir ms que el comn de los
miembros de su clase (Fromm, Erich, Grandezas y limitaciones del pensamiento de Freud, Siglo XXI, Mxico, 1979, p.
163). Es conocido que es imposible recordar todo lo que se lee, lo que no significa que no queden huellas, que es lo que
debe haber ocurrido en este caso.
19

Un claro ejemplo de esto puede verse en los trabajos presentados en el Symposium El malestar en nuestra cultura que
realiz la Asociacin Psicoanaltica Argentina en 1986 (edicin en mimeo), en una relativa apertura que fue producto de
la feroz dictadura y por la presin de algunos analistas que tomaron cierta conciencia de lo ocurrido (sobre esto ver mi
comentario al libro de J. Puget y R. Kas, Violencia de Estado y psicoanlisis, en N 2 de la revista Subjetividady
Cultura, 1992, p. 79): una gran mayora de los artculos de analistas institucionalizados se ubicaban en esta postura,
contrastando con los que realmente analizaban problemas reales y concretos.

nunca lo concreta al quedar en apariencias y juegos que, y ese es uno de sus peligros, resulta atractivo y
del gusto de quienes quieren escuchar eso y ser parte del mismo juego de apariencias y tpicas de estas
posturas de una (pseudo y post)modernidad.
La referencia al posmodernismo por supuesto no es casual sino muy intencional: si el psicoanlisis
es uno de los productos de la modernidad y su desarrollo se da dentro de esta, sus variantes actuales
autodefinidas como renovadoras (y analistas sin pertenencia organizativa) que actan fuera de las instituciones tradicionales, recogen y asumen -a veces sin conciencia de ello, cosa que puede parecer extraa
en un psicoanalista pero que es muy comn, en particular sobre los significados ideolgicos y culturales de
su praxis- en posturas posmodernas. Ms all de lo que sta sea y sus sentidos polismicos, sus significados afectan a la cultura en general, y el psicoanlisis no es (ni puede ser) una excepcin. Incluso hay
muchas razones para pensar que el desarrollo de las ideas de Lacan (y por supuesto ms an del
lacanismo) y de las corrientes francesas de moda son las versiones posmodernas del psicoanlisis: crtica a la modernidad en lo referente a las promesas de la razn y del progreso, incremento del
desencanto de todo y ante todo, preminencia de lo individual y subjetivo frente a lo social y colectivo,
rechazo de la historia como posible progreso y liberacin, reivindicacin y defensa del libre y mltiple
pensar frente a una razn uniforme y universal, ultravaloracin del discurso, cada de los metarrelatos, etc.
Mucho de eso es o puede ser vlido -cmo, por ejemplo, no defender la libertad de pensamiento
cuando son conocidas las consecuencias de todas las posturas dogmticas (las psicoanalticas includas)?, pero tambin debe verse a donde llevan esas posiciones y qu postulan en su lugar. Y el resultado es tan
triste como lamentable, como puede verse en la muy amplia bibliografa que se ha producido y produce en
esa perspectiva: vuelo en la galaxia sin aterrizar casi nunca en ningn lugar concreto, discursos tan complejos como vacos, ausencia de toda referencia histrica y social especfica aunque se diga hacerlo, preeminencia del discurso florido sin mayor contenido, anlisis esencialmente subjetivos sin base de apoyo que lo
justifique, desencanto absoluto y negacin de aunque sea mnimas salidas, etc. O, como escribe Sokal, la
fascinacin por los discursos oscuros, el relativismo epistmico unido a un escepticismo generalizado
respecto de la ciencia moderna, el inters excesivo por las creencias subjetivas independientemente de su
veracidad o falsedad, y el nfasis en el discurso y el lenguaje, en oposicin a los hechos a que aluden, o,
peor an, el rechazo de la idea misma de la existencia de unos hechos a los que es posible referirse20 .
20

Sokal, Alan, y Bricmont, Jean, Imposturas intelectuales, Paids, Barcelona, 1999, p. 202. * Una discusin sobre esta
obra en Libro polmico del N 14 de revista Subjetividad y Cultura, Mxico, 2000.

Claro que puede decirse que el posmodernismo es, o puede ser, otra cosa. Y puede serlo al
menos tericamente y a veces lo es pero, como se dijo correctamente ante otra situacin, en general y
dentro del campo psicoanaltico este es la versin posmoderna realmente existente y dominante. Y
terminan en lo que plantea un filsofo y analista lcido, aunque exagerando un poco lo que seala en la
frase que subraya: Estamos ante una coleccin de verdades a medias pervertidas en estratagemas
de evasin. El valor del posmodernismo como teora es que refleja servilmente y entonces fielmente las tendencias dominantes. Su miseria es que suministran slo una simple racionalizacin detrs
de una apologa que se quiere sofisticada y que no es sino la expresin del conformismo y de la banalidad.
Se regocijan con las charlataneras a la moda sobre el pluralismo y el respeto a la diferencia, empalma
la glorificacin del eclecticismo, el recubrimiento de la esterilidad, la generalizacin del principio de no
importa qu? que Feyerabend ha oportunamente planteado en otro dominio. Sin duda la conformidad, la
esterilidad y la banalidad, el no importa qu, son los trazos caractersticos del perodo. El posmodernismo,
la ideologa que lo decora con una una completamente solemne justificacin, presenta el caso ms
reciente de intelectuales que abandonan su funcin crtica y adhieren con entusiasmo a lo que est all,
simplemente porque est all.
Y contina: La evanescencia del conflicto social y poltico en la esfera real encuentra su contrapartida apropiada en los campos intelectual y artstico con la evanescencia del espritu intelectual crtico
autntico [...] El perodo presente es, as, bien definible como la retirada general en el conformismo.
Conformismo que se encuentra tpicamenrte materializados cuando centenas de millones de teleespectadores
sobre toda la superficie del globo absorben cotidianamente las mismas banalidades, pero tambin cuando
los tericos van repitiendo que no se puede quebrar la clausura de la metafsico greco-occidental.
Quin plantea esto no es otro que Castoriadis21 , muy citado incluso por quienes estn dentro de
lo que l critica, quin comprende claramente cmo esas posturas de hecho hacen el juego -por decir lo
menos y no que coinciden-, con los planteos neoliberales hegemnicos en el mundo y no pocas veces le
sirven como coartada ideolgica. En este sentido es muy recomendable la lectura de un texto de un
conocido intelectual (que hace poco fue Secretario General de la Presidencia de Chile) que no duda en

21

Castoriadis, Cornelius, Contra el posmodernismo. El reino del conformismo generalizado, revista Zona Ergena,
Buenos Aires, N 15, 1993, p. 9. La revista presenta ese texto como un adelanto del artculo que iba a aparecer en el libro
El mundo fragmentado.

considerar al posmodernismo como contraparte del que llama capitalismo posindustrial22 . En este sentido recurdese lo sealado en un captulo anterior* por Hopenhayn, Follari y otros respecto no a la
coincidencia pero s a la funcionalidad de estos planteos para el modelo neoliberal.
Junto a esto es muy importante recordar lo que destaca Snchez Vazquez: El posmodernismo
desplaza la atencin de la accin a la contemplacin de lo poltico y a lo esttico23 ; y lo que escribe
Zemelman de que este tipo de anlisis expresa una carencia de utopas que traduce un cierto derrotismo
poltico, escepticismo cultural o conformidad psicolgica24 , as como: En muchos pases se aprecia la
existencia de una intelectualidad cansada, derrotista, que incluso llega a perder la nocin del futuro, pero
que a la vez es capaz de impulsar refinados trabajos exegticos a partir de anlisis descontextualizados,
prolongacin de una nueva forma de eurocentrismo, con el consiguiente abandono de la urgente tarea de
dar cuenta de realidades emergentes que no se ha llegado a comprender de manera cabal [...] Esta
perspectiva se traduce en una falta de perspectiva que lleva al inmovilismo25 .
Quienes conozcan el mundo cultural general de las ciencias sociales y de la cultura de nuestro
tiempo, no slo del psicoanlisis pero tambin de ste, no reconocen cmo todo lo citado se proyecta en
su discurso dominante?, no ven como instituciones y universidades que otrora fueran conocidas como
difusoras de posturas donde su discurso tena importantes connotaciones de lo psquico con lo social,
ahora lo abandonan en la realidad (aunque lo mantienen en las palabras) para convertirse al cdigo de
moda, eliminando de hecho en artculos y publicaciones todo contenido vinculado a problemticas
anteriores (las que, por supuesto, no han perdido su vigencia)?, no observan tambin como sus difusores
prcticamente nunca salen del discurso para intervenir aunque sea mnimamente en acciones
del mundo social o poltico, ni siquiera en simples firmas de apoyo a importantes demandas de la
llamada sociedad civil, lo que no puede dejar de producir impacto en los alumnos receptores de tales
22

Brnner, Jos Joaqun, Globalizacin cultural y posmodernidad, Fondo de Cultura Econmica, Santiago de Chile,
1998.
* Del libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit.
23

Snchez Vzquez, Adolfo, Posmodernidad, posmodernismo y socialismo, en El cielo por asalto, Buenos Aires, Ao
I N 3, verano 1991-92, p. 42.
24

Zemelman, Hugo, Chile 1990-99, un proceso democrtico inmvil?, revista Memoria, Mxico, N 132, 2000, p. 35.

25

Zemelman, H., Problemas antropolgicos y utpicos del conocimiento, El Colegio de Mxico, Mxico, 1996, p. 25 y 26.

26

Jimenez Cabrera, Edgar, El modelo neoliberal en Amrica Latina, revista Sociolgica, UAM-Azcapotzalco, Mxico,

posturas por lo que le muestran que es importante y qu no y por su carcter desmovilizador y


despolitizador?26 .
Vemos entonces que las diferencias que plantean estas corrientes y/o intelectuales frente al psicoanlisis ortodoxo pueden ser ms o menos amplias (o no tanto) en el campo terico especfico del psiquismo,
pero se convierten en mnimas o nulas en cuanto al carcter domesticado de ambas por su gran coincidencia en un claro alejamiento de involucracin y de implicacin con las problemticas especficas de
nuestro tiempo concreto.
Muchas son las maneras en que esto se realiza pero las ms seguidas son tres: ver todo desde una
perspectiva estructural, el hacerlo desde el anlisis del discurso, y la utilizacin de las premisas
posmodernistas de los estudios relativistas y subjetivos, maneras que muchas veces se combinan entre
s.
La primera es simple, y muy esquemticamente puede plantearse as: siempre e inevitablemente
habr malestar en la cultura por ser un fenmeno estructural y estructurante, o la vigencia y caractersticas
del Edipo son universales, o el sujeto del que habla el psicoanlisis est estructurado alrededor de una
falta, o... Se pueden agregar muchsimos ms aspectos que son o pueden ser reales pero que, y esto es
lo que generalmente no se dice ni se hace, tambin deben ser concretados al historizarse en cada
realidad precisa y concreta. Es cierto que quienes lo plantean no siempre lo hacen de manera tan
Ao 7 N 19, 1992, p. 56. Sobre un caso concreto ver mi artculo La carrera de Psicologa de la UAM-X: apuntes para un
necesario debate, en Berruecos, Luis (ed), La construccin permanente del sistema modular, UAM-X, Mxico, 1997).
Un panorama muy parecido puede verse en las caractersticas generales de los estudios e investigaciones en comunicacin hoy dominantes en Amrica Latina, que se analizan en Los estudios e investigaciones en comunicacin en
nuestros tiempos neoliberales y posmodernos, en Anuario de Investigacin de la Comunicacin 2000, Consejo
Nacional para la Enseanza y la Investigacin en Ciencias de la Comunicacin, Mxico, 2001.
Sobre esto tambin Sokal y Bricmont son claros y valga su larga cita, aunque generalizan la idea de posmodernismo
como si fuese un marco nico y compacto: El posmodernismo tiene tres efectos principales: una prdida lastimosa de
tiempo en las ciencias humanas, una confusin cultural que favorece el oscurantismo y un debilitamiento de la izquierda
poltica [...] Por ltimo, para todos los que nos identificamos con la izquierda poltica, el posmodernismo tiene especiales
consecuencias negativas. En primer lugar, el enfoque extremo en el lenguaje y el elitismo vinculado al uso de una jerga
pretenciosa contribuyen a encerrar a los intelectuales en debates estriles y a aislarlos de los movimientos sociales que
tienen lugar fuera de su torre de marfil. Cuando a los estudiantes progresistas que llegan a los campus norteamericano
[obviamente tambin a los latinoamericanos] se les ensea que lo ms radical -incluso polticamente- es adoptar un
actitud de escepticismo integral y sumergirse por completo en el anlisis textual, se les hace malgastar una energa que
podran dedicar fructferamente a la actividad investigadora y organizativa [...] Si todo discurso no es ms que un relato
o una narracin y si ninguno es ms objetivo o ms verdadero que otro, entonces no queda otro remedio que admitir
las teoras econmicas ms reaccionarias y los peores prejuicios racistas y sexistas como igualmente vlidos, al menos
como descripciones o anlisis del mundo real (suponiendo que se admita la existencia de ste). Obviamente, el relativismo
es un fundamento extremadamente dbil para erigir una crtica al orden social establecido (ob. cit., p. 223 y 226).

simplista (aunque tambin lo es que s lo hacen la gran mayora de sus seguidores) sino con la complejidad
con que plantean todo, pero consecuencia de tal hecho es que produce una idea de imposibilidad de
cambios importantes y significativos, lo que las ms de las veces conduce al derrotismo y a la inaccin:
como la idea cristiana del pecado original, hace que todo se vea como un camino irreversible de condena
sin salida, o de salidas muy limitadas. Claro que siempre habr malestar en la cultura, pero todos ellos son
iguales e iguales para todos en todos los tiempos y lugares? De no ser as, como indudablemente no lo es
no es pertinente y necesario que los analistas en particular y los psis en general estudien cada malestar
cultural concreto y las causas que lo producen? Y si se lo hace, caso de la preeminencia de la histeria en
poca de Freud por qu no se lo hace para la situacin presente y no slo para un pasado que no implica
riesgos ni problemas con el statu-quo vigente? Puede decirse que esta crtica es exagerada, pero acaso
la tremenda pobreza y prctica inexistencia de escritos, generales o especficos, de los efectos del actual
modelo neoliberal, y sealando esta causalidad sobre la psico(pato)loga no es una prueba categrica e
irrefutable de lo indicado?27 .
Otra forma de realizarlo es desterritorializando y deshistorizando los aspectos tericos que se
estudian, es decir vindolos tambin de manera general pero no concretndolos a cada situacin especfica, es decir aterrizndolos de manera que la abstraccin general que es una teora sea vista y sentida
como pertinente para quienes la estudian y viven. As es que la obra de Foucault, y se trata slo de un
ejemplo, muchas veces (tal vez la mayora?) se la ve nada ms que en lo escrito por el autor, olvidando no
slo que lo importante sera ver cmo se produce en el mundo preciso donde se la estudia, sino
tambin que el autor siempre se caracteriz por definirse con precisin y sin temores ante los acontecimientos que viva (su postura por la independencia de Argelia fue uno de los casos), algo muy diferente a
la mayora de sus seguidores actuales. De esta manera toda obra se neutraliza y pierde gran parte de su
valor cuestionador, crtico e incluso subversivo28 . Y ya que se menciona a Foucault es importante sea27

Como ya tantas veces ha ocurrido -lo que parece no preocupar a analistas y psis del campo domesticado- la mayor
parte de lo existente proviene de socilogos, antroplogos, filsofos, etc. En este mismo sentido es necesario recordar
una vez ms la pobreza de estudios psis sobre las caractersticas del mexicano, el argentino, etc, y de sus familias? Vale
aqu recordar una de las ideas valiosas y recuperables de la obra de Fromm, la de filtro social, mecanismo por el cual se
realiza la no concientizacin de las formas de represin que crea cada marco social, es decir formas de inconsciencia
social que es necesaria para el funcionamiento y la supervivencia de esa sociedad (Fromm, E. Conciencia y sociedad
industrial, en el libro de vario autores La sociedad industrial contempornea, Siglo XXI, Mxico, 15 ed., 1987, p. 7.
28

Sobre esto se puede decir lo mismo que fue dicho en un comentario crtico sobre una revista: podran hacerse aqu, en
Francia, en Argentina o en Afganistn y en Chechenia; as pierden todo valor, quedando slo su valor genrico. Ver
Guinsberg, E., Afirmaciones e interrogantes espectrales, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 9, 1997, p. 67-70.

lar otra trampa que se hace al desvirtuar su obra con idntica significacin: cuando con base en aceptar lo
valioso de su idea de que lo poltico est presente en todo y no slo en lo claro y manifiesto de tal
trmino en su acepcin general, se ve tal situacin en prcticamente todo y por ello olvidando nada menos
que tales aspectos polticos claros y manifiestos!: importa la micropoltica y por ensalmo la poltica
desaparece.
En cuanto al discurso vale reiterar lo escrito en una nota anterior: Por supuesto que con esta
crtica no se niega la importancia del lenguaje y del anlisis de la escritura, sino todo lo contrario: as como
sin duda alguna fue negativo el olvido o desvalorizacin por largo tiempo de su incidencia en la estructuracin
del psiquismo, en la psico(pato)loga y en todo lo que se quiera, y valiosa su recuperacin, acaso no es
pertinente pensar que ahora, en algunos casos, no slo se lo absolutiza e incluso se lo sacraliza y convierte
casi, aunque sin decirlo as, en hecho dominante y unicausal, que a la vez sirve para tapar, negar u
olvidar otros importantes e incluso fundamentales factores que inciden en el psiquismo? Valdr
para estos casos el siguiente interesante sealamiento?: Una y otra vez, los escritores y crticos
posestructuralistas norteamericanos [por supuesto no slo ellos] [...] excluyen a la vida, la realidad, la
historia y la sociedad de la obra de arte y de su recepcin, y construyen una nueva autonoma, basada
sobre la prstina nocin de textualidad, un nuevo arte por el arte, que parece el nico posible despus del
fracaso del compromiso. La perspectiva de que el sujeto se constituye en el lenguaje y de que nada existe
fuera del texto, privilegia a la esttica y a la lingistica...29 . En estos caso vale el comentario de un colega
que cree que se trata de un discurso encerrado en s mismo y en el escritorio (aqu tambin sera en el
consultorio y en los cubculos acadmicos)30 .
Por el contrario, muchos autores no casualmente refuerzan la idea de que las formas simblicas
se insertan tambin en contextos sociales e histricos de diversos tipos y que la hermenutica nos
recuerda que los sujetos que en parte constituyen el mundo social se insertan siempre en tradiciones
histricas31 . O dicho an ms claramente, adentrarnos en el terreno del discurso implica no dejar de
29

Huyseen, Andreas, Gua del posmodernismo, en Casullo, N., El debate modernidad posmodernidad, El Cielo por
Asalto, Buenos Aires, 5 ed. 1995, p. 298.
30

Guinsberg, E., Afirmaciones e interrogantes espectrales, ob. cit., p. 67-70. Todo lo planteado en esta crtica
bibliogrfica podra agregarse a este trabajo.
31

Thompson, John B., Ideologa y cultura moderna, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1993,
p. 299 y 303.

lado el contexto social que lo surca, pues no existen elaboraciones discursivas ahistricas ni mucho
menos neutrales32 . Claro, parece algo de Perogrullo y nadie lo negar, pero acaso en mltiples casos no
se hace lo contrario, cayndose en la delectacin por una especie de juegos donde se rumian los detalles
ms minuciosos con prescindencia de todo contexto, o en otros escribindose sesudos textos semiticos
para demostrar lo obvio? No es acaso conocida una especie de fascinacin por el lenguaje, mxime
cuando una de las premisas bsicas del pensamiento lacaniano es vulgarizada por muchos de sus seguidores y casi convertida en verdad religiosa?33 .
Por supuesto quienes caen en esto no son precisamente originales sino simples imitadores -no slo
en esto sino en todos sus gustos tericos- de las modas intelectuales provenientes, no exclusivamente
pero s de manera dominante, de la cultura francesa, que no pocas veces transladan mecnicamente a
culturas diferentes (en distintas etapas el existencialismo, el estructuralismo, Foucault, Barthes...; hoy estos
ltimos, diferentes versiones lacanianas o lacanistas, Derrida, el postmodernismo... ; y sin duda alguna
maana ser/n otra/s de similar origen), y que, ms all del valor que puedan tener y que por supuesto hay
que conocer y utilizar, muchas veces sirven como coartada para no ver los problemas concretos del aqu
y ahora34 . Se cae entonces en el sealado juego con la escritura, la tambin sealada deleitosa rumiacin
con las palabras y los conceptos, la ausencia de todo lo que no ande alrededor de ellas. Juegos verbales
que saturan todos los textos y cumplen la funcin de exorcisar lo real que nunca aparece: si todo discurso
no slo es un discurso en el mundo, sino tambin sobre el mundo, en esos textos tal mundo no slo se
limita a un campo estrechamente cerrado sino tambin negando/olvidando las mltiples situaciones his32

Bonilla Vlez, Jorge, Violencia, medios y comunicacin, Trillas/FELAFACS, Mxico, 1995, p. 88

33
Sobre estas conversiones religiosas, del psicoanlisis y muchas otras teoras, vase mi artculo Las religiones
laicas de nuestro tiempo, ob.cit. (includo en este libro virtual). Al respecto es interesante otra observacin de Sokal y
Bricmont, luego de sealar que el aspecto ms asombroso de Lacan y de sus discpulos es, sin duda, la actitud que
mantienen respecto a la ciencia, privilegiando hasta el extremo la teora (es decir, en realidad, el formalismo y los juegos
de palabras) en detrimento de la observacin y de la experiencia: Los escritos de Lacan adquirieron, con el tiempo, un
carcter cada vez ms crptico -caracterstica comn de muchos textos sagrados-, combinando los juegos de palabras y
la sintaxis fracturada, y sirviendo de base para la exgesis reverente de sus discpulos. Es, pues, legtimo preguntarse si
no estamos, al fin y al cabo, en presencia de una nueva religin (ob. cit., p. 51).

34
Como es conocido, en las situaciones extremas es donde muchas cosas se ven con mayor nitidez. En otro lugar seal
cmo la moda lacaniana (agrego ahora la teora del discurso) sirvieron, y adquirieron un fuerte cuerpo en Amrica
Latina, para reemplazar las posturas intelectuales fuertemente ideologizadas de un momento que se consideraba revolucionario (en Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit.)

35
Terry Eagleton lo define claramente, aunque lo que seala no se limita a la izquierda: Nos encontramos ahora
confrontados con la situacin levemente farsesca de una izquierda cultural que mantiene un silencio indiferente o
vergonzante sobre ese poder que es el color invisible de la vida cotidiana, que determina nuestra existencia -a veces as,

tricas y polticas que lo afectan35 . Y, como fuera indicada precedentemente, se forma una especie de
crculo perverso: se habla y escribe aquello que otros desean escuchar para as evitar cualquier compromiso o creyendo ser partes de un cuestionamiento real por slo escuchar36 .
El tercer aspecto indicado se encuentra ntimamente vinculado a todo lo anterior. En efecto, frente
a la muy posmoderna crisis de los metarrelatos -o descomposicin de los grandes Relatos en palabras
precisas de Lyotard37 -, surge la propuesta de que no hay verdades absolutas y deben abrirse los campos
del pensamiento y escucharse todo prcticamente sin limitaciones, lo que a su vez permite una apertura a
los planteos subjetivos de todo tipo. Cmo cuestionar y no apoyar algo tan fundamental, mxime cuando
es algo que siempre debera haber existido pero que se resalta como reaccin a la sacralizacin de algunas
teoras predominantes en el ltimo siglo pese a que ste se enorgulleca de la vigencia de su racionalidad?;
cmo incluso no reconocer la importancia del reconocimiento de diversidaddes antes negadas o
minusvalorizadas (caso del gnero, la sexualidad, etc)?.
Pero, como tantas veces ocurre, es muy fcil el paso a todo tipo de excesos38 y, en este caso, de
igualaciones forzadas, que ha llegado a que el conocimiento actual en ciencias sociales se asemeje a la

literalmente- en casi cualquier lugar, que decide en gran medida el destino de las naciones y los sanguinarios conflictos
entre ellas [...] Por su ostentosa apertura hacia el Otro, el posmodernismo puede ser tan exclusivista y censor como las
ortodoxias a las que se opone. Se puede hablar largo y tendido de la cultura humana pero no de la naturaleza humana; de
gnero, pero no de clase; de cuerpo, pero no de biologa; de jouissance [goce], pero no de justicia; de poscolonialismo,
pero no de la pequea burguesa. Es una heterodoxia evidentemente ortodoxa que, como forma imaginaria de identidad,
necesita sus cucos y sus espantapjaros para seguir en el negocio [...] El poder del capital es ahora tan terriblemente
familiar, tan sublimemente omnipotente y omnipresente que incluso varios sectores de la izquierda han logrado naturalizarlo,
tomndolo por garantizado como una estructura tan inconmovible que es como si apenas tuvieran coraje para hablar de
l. Es por eso que, muy irnicamente, escribe que tal vez en este aspecto Poncio Pilatos haya sido el primer posmoderno
(Eagleton, T., Las ilusiones del posmodernismo, ob.cit., p. 46, 47, 51 y 71).
36

Y aqu es dificil no citar a un connotado escritor espaol, que se refiere a los escritores pero con conceptos vlidos
para los intelectuales y profesionales en general. Refirindose a los seguidores de la cultura posmoderna arremete con
tanto enojo como con violencia y lucidez: El mundo exterior y sus dramas no le conmueven ni inquietan [...] El palomo
amaestrado vive exclusivamente en el presente, atento a sus corrientes y modas, sujeto a sus regulaciones y normas,
esclavo de sus fluctuaciones y temas de actualidad [...] Desconectados de la realidad histrica de su propia cultura y
adeptos de la inventada, los amaestrados abrazan los conceptos y valores enhestados por bonzos y mandarines
(Goytisolo, Juan, Palomos amaestrados, en Le Monde Diplomatique, Mxico, N 3, agosto 1997, p. 11).
37

Lyotard, Jean-Franois, La condicin postmoderna, Planeta-Agostini, Barcelona, 1993, p. 42.

38

Sobre esto ver mi artculo Necesidad y riesgo de la comprensin de las diferencias, en Vicisitudes de la diferencia,
UAM-Xochimilco, 2001. * Includo en este libro virtual.
39

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, / ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador, / todo es
igual, nada es mejor, / lo mismo un burro que un gran profesor, / no hay aplazaos, ni escalafn, / los inmorales no

irnica letra de un muy famoso tango39 , donde por tanto todo es vlido y permitido sin muchas veces
importar la justificacin de lo que se dice y/o hace. Tal vinculacin entre relativismo y planteos subjetivos
ha permitido, posibilitado e incluso legalizado desde obras e ideas valiosas o al menos interesantes hasta
la ms absoluta y cruda charlatanera, pero lamentable aunque inexorablemente esto ltimo ha prevalecido
respecto a lo primero: es claramente perceptible una tendencia, hoy vigorosa y multipresente, de tal seduccin por el lenguaje y sus juegos con l, muchas veces -las ms- priorizando tales usos sobre los
contenidos, haciendo creer (por supuesto no a todos) que ellos encierran profundidades y sutilezas no
siempre, o pocas veces, existentes (como ocurra en esa excelente pelcula Un jardinero con suerte), o
mediante la apelacin a las frases de fuerte efecto pero con similar vaciedad..O de quien escribe que
crean en el proceso de recepcin un ambiente en el cual unos adeptos hablan a otros adeptos; es un
lenguaje para los pocos sabios, para los discpulos de un crculo, para los que forman parte de este
proceso, para los que estn a la escucha piadosamente [y] los gurs hablan a los que ya han sido convertidos40 .
Cunto de todo esto se observa en textos, conferencias y cursos hoy predominantes! Cunto de
lo que se ve es parte de algo que surge de la teora del discurso, para convertirse en simple discurso a
secas (en el sentido peyorativo de los similares trminos mexicano rollo y argentino guitarreo)! Y que
tambin muchas veces es ledo o escuchado con un verdadero arrobo casi hipntico pese a que se diga
poco o nada, o se inventen cosas sacadas de la manga gracias a una capacidad altamente imaginativa y
de seduccin, ms an si se apoya en un importante nivel de conocimiento y de fuentes bibliogrficas, lo
que hace creer en su validez o en la capacidad de quien lo hace de ver lo que otros no ven, quienes
incluso utilizan un terrorismo intelectual de desprecio a quienes no entran en el juego con base en la una
idea de superioridad que muchas veces poseen quienes consideran tener la verdad por estar de moda.
Esto puede hacerse, y se hace, con cualquier tema en un momento donde, ante tales desplantes imaginativos es posible hasta extraar -a que extremos hemos cado!- esa innecesaria multiplicidad de estads-

han igualao. Cambalache de Enrique Santos Discpolo, creado en 1932 como descripcin de la corrupcin y el
fraude patritico fomentados por el regimen militar que derroc al gobierno democrtico de Irigoyen en 1930.
40

Becker, Jrg, El pensamiento posmoderno, en revista Telos, Fundesco, Madrid, N 38, 1994, p. 20. En este sentido el
libro de Sokal y Bricman muestran cmo, sobre todo los grandes gurs intelectuales, pueden decir cualquier cosa,
falsa o sin fundamento, que es automticamente creda por sus adeptos. Y nuestra realidad est tambin llena de
pequeos gurs

ticas de que hace gala el funcionalismo norteamericano, generalmente poco tiles -no siempre, hay excepciones- para una comprensin de lo que se estudia, pero al menos indicativas de alguna base de investigacin41 .
Ante tales situaciones, cmo no compartir las afirmaciones de Sokal y de Brincman cuando ven
en tales especulaciones que lo que se presenta como ciencia [aunque en estos casos no se pretende esto
sino otra cosa, que igualmente consideran vlido y valioso] es un cctel de confusiones monumentales y
fantasas delirantes, o un bloque de logorrea [que] hasta donde alcanzamos a ver no significa absolutamente nada, y destacando la enome diferencia entre los discursos que son de difcil acceso por la propia
naturaleza del tema tratado y aquellos en que la oscuridad deliberada de la prosa oculta cuidadosamente
la vacuidad o la banalidad?42 .

Un bizantinismo tambin hegemnico

Luego de todo lo expuesto tal vez sea innecesario decir algo respecto al tambin bizantinismo
hegemnico en nuestro mundo psi, ya evidente en lo anterior. Con tal trmino siempre se definen preocupaciones similares a la de los tiempos de Bizancio: el inters por el sexo de los ngeles mientras las
preocupaciones vitales del momento los tenan sin cuidado (el sitio y posterior cada de Constantinopla),
algo as como, otra vez, ver profundidades que otros no ven sin darse cuenta que se produce un terremoto en la superficie donde se vive.
Nuevamente una somera visin de publicaciones, coloquios, etc. de nuestro campo de estudio
muestra claramente su presencia dominante, tanto en las versiones ortodoxas como posmodernas:
41

Al escribirse que puede hacerse con todo, por simple asociacin recuerdo lo planteado muchas veces en comentarios
de pelculas de cine, terreno frtil para todo tipo de desarrollos imaginativos sobre todo cuando se trata de obras
complejas como las de Bergman: As sesudos crticos analizaban, por ejemplo el simbolismo del nmero de un tanque
de guerra (y sus posibles combinaciones al sumar o restar sus dgitos, multiplicarlos, etc.), cuando ese nmero simplemente era el que tena en el inventario de la fuerza armada que lo prest. Claro ejemplo al respecto es el de quin explic
en un debate el simbolismo que haba encontrado al ver en todas las pelculas de un mismo director la presencia de
botellas de una marca de champagne, a lo que el director respondi, estupefacto, que ello se deba al simple hecho de que
eran las nicas que haba en la utilera del estudio cinemtografico (Guinsberg, E., Soledad y angustia en Fresas
silvestres de Ingmar Bergman, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 8, 1997, p. 97). Por supuesto estos excesos no
se limitan al uso de smbolos sino alcanzan niveles de sofisticacin mayores con apoyo en marcos tericos, intertextualidad,
etc. * Tal comentario cinematogrfico est includo en este libro virtual.
42

Sokal y Brincman, ob. cit., p. 169, 174 y 205. Vinculado a esto tambin apuntan que muchas personas se han enojado
ante la arrogancia y la vaca verborrea del discurso posmoderno y ante el espectculo de una comunidad intelectual en
la que todo el mundo repite frases que nadie entiende (p. 222). Tal vez algo exagerado, pero sin duda real.

quin quiera corroborarlo podra hacerlo a travs de una mnima investigacin del universo de lo que se ha
realizado en los ltimos aos. No hace falta tal trabajo: puede hacerse a simple vista con la condicin,
claro, de querer y saber ver.
Pero s es precisa una pequea pero fundamental aclaracin: con tal afirmacin de manera alguna
se niega ni el valor, ni la necesidad, ni la importancia del estudio y de la investigacin de todos, sin
excepcin, los aspectos y problemas del campo psi, por pequeos que puedan ser. Slo que no puede
dejar de llamar la atencin la mayoritaria y a veces absoluta preferencia por tales problemticas, lo que
tampoco sera siempre grave si: 1) al menos se reconociera la existencia de problemticas centrales de
nuestro tiempo que requieren estudio e investigacin; 2) si tales preferencias se colocaran en el contexto
de significaciones mayores y que le dan sentido y explicacin a los que se estudia.
Por supuesto que todos los que trabajamos en nuestro campo estamos interesados en infinidad de
problemas que son importantes para nuestra prctica cotidiana, por ejemplo aspectos tcnicos vinculados
a la clnica: sera absurdo esperar a conocer de manera completa la incidencia del modelo neoliberal sobre
la subjetividad para recien entonces comenzar a estudiar vnculos transferenciales o contratransferenciales,
caractersticas de los cuadros psicosomticos, especificidades concretas de nuevas predominancias
psicopatolgicas, etc.
En el trabajo profesional-periodstico muchas veces se presentan situaciones de este tipo: qu
hacer con un artculo que es valioso, interesante u original pero que no pasa de ser tcnico sobre un
aspecto muy especfico de la clnica individual o grupal?, debe ser rechazado por no partir de lo general
socio-cultural-histrico antes de llegar a lo particular especfico? Evidentemente no: es sabido que tal
conocimiento general no brinda las herramientas terico-tcnicas para tal prctica cotidiana, herramientas
que no pueden nunca dejarse de lado en nombre de tal supuesto conocimiento general43 ; pero tambin
sabemos que en muchos casos el artculo se enriquece y tiene un valor mucho mayor cuando el problema
analizado por lo menos parte del contexto donde adquiere una significacin ms amplia. As como un
mdico no cura el clera con sus conocimiento de sanitarista o de especialista en salud pblica que le
explican que tal enfermedad surge de la pobreza, sino con su saber acerca de diagnsticos, medicamentos, etc., el profesional psi -y ms los psicoanalistas de acuerdo a nuestra concepcin de tal corpus
43

Muchas veces el humor es ms grfico que muchas explicaciones. Uno de ellos, que posiblemente no sea real pero
que merecera serlo, dice que un camarada de Lenin le dice a ste, cuando ya estaba muy enfermo y cercano a la muerte,
que le traera un nuevo mdico que era un buen camarada, a lo que Lenin habra respondido que lo que necesitaba era un
buen mdico, no un buen camarada.

terico- tambin requiere de tales saberes especficos, pero, a diferencia de los mdicos del ejemplo, la
propia nocin del conflicto implica muchas veces un conocimiento del mbito general en que se produce:
el contexto general socio-histrico, las caractersticas de la familia de la poca y del marco social concreto, las vicisitudes de los cambios que se producen y su impacto en la subjetividad, etc. Es cierto: un cuadro
depresivo de un sujeto determinado puede responder a mltiples causas personales, pero cmo entender
el gran incremento de la depresin de esta poca sin buscar las causas que hacen que sea la enfermedad
predominante del fin de milenio, y que tal vez tambin intervengan en ese sujeto determinado? Podran
darse ejemplos al infinito y, de hecho, para todas las situaciones cuando se entiende que cada sujeto
surge, est inserto y atravesado en un marco cultural del que no se puede prescindir.

Se seguir as?

Podr superarse lo anteriormende sealado? Una forma simple de responderlo sera diciendo
que si ello es producto del espritu dominante de nuestro tiempo, un cambio se producir cuando tales
condiciones se modifiquen y permitan la recuperacin del espritu crtico de los profesionales e intelectuales hoy perdido en un grado tan alto como nunca lo estuvo en todo el siglo. Y precisamente cuando las
condiciones en que vive y se desarrolla el mundo ms requiere de un pensamiento crtico en serio, no el de
los discursos y apariencias o del que se recluye en los cubculos acadmicos o en los consultorios profesionales marginndose de toda vinculacin con la realidad.
Pero ello significar, indefectiblemente, un replanteo de marcos tericos y formas de pensar, incluyendo el abandono de todo lo cuestionado en este trabajo, la recuperacin de lo valioso de los marcos
tericos precedentes, la bsqueda de nuevos caminos, etc.
No es posible predecir si ocurrir, cuando, ni como, pero hasta ahora hay un retraso considerable
en relacin al de algunos movimientos (Seattle, Washington ante la reunin del FMI en abril del 2000, etc.)
que intentan ejercer la crtica para promover cambios ante una realidad que los requiere cada vez ms.
Mientras tanto es fundamental mantener tal espritu crtico en los pocos espacios que lo permiten,
lo que implica el permanente cuestionamiento a las mentalidades light, domesticadas y bizantinas hoy
dominantes

FANTASIAS (TAL VEZ DELIRANTES) ACERCA DE


LO QUE HOY DIRIA FREUD SOBRE SEXUALIDAD *

Si alguna vez Garca Marquez dijo que para l es fundamental comenzar un cuento o novela con
una buena e impactante frase, por mi parte creo que es importante que un ttulo llamativo y con referencia
a su contenido invite a la escucha o lectura de un trabajo. Es lo que busca el de esta ponencia, porque es
evidente -de all la frase entre parntesis- que nadie puede saber lo que hoy pensara Freud sobre sexualidad ni sobre nada: excepto los no pocos que ven a los marcos tericos a los que adhieren como religiones laicas (Guinsberg, 1996a) -y los psicoanlisis lo son para muchos- y consecuentemente creen que el
creador de ella hoy planteara lo que su actual seguidor desea que diga, utilizando incluso frases de su obra
adecuadas para ese fin, a veces interpretadas a gusto, usando las que les conviene y/o sacadas de su
contexto.
Tal vez slo sera seguro que estara muy sorprendido del desarrollo de su escuela en muchos
pases del mundo occidental, probablemente necesitara un traductor para entender los textos de algunos
de sus actuales seguidores, y en una de esas apelara a un electroshok o se convertira en adicto al Prozac
viendo en qu muchos convirtieron su teora y prctica de la misma.
Aclarado lo anterior -es decir que todo lo que sigue es del autor del presente trabajo que en el
mejor de los casos le gustara que Freud pensase as, sin creer que lo hiciese-, es importante comenzar
sealando que es notorio que la mayora de los psicoanalistas del campo ortodoxo e institucional siguen
repitiendo casi lo mismo que dijo su maestro hace mucho tiempo, sin reconocer o tener en cuenta los
importantes cambios que se han producido desde su desaparicin y que, por supuesto, no pueden ser
ignorados.
En muy grandes rasgos debe recordarse que Freud comprende la importancia de la sexualidad1
en la formacin del sujeto -incluyendo la infantil antes nunca reconocida-, destacando las consecuencias
que produce su represin en la histeria hegemnica de su poca como consecuencia de la moral victoriana
dominante, as como en toda psico(pato)loga. Y si bien nunca plantea, como lo hace una visin vulgarizada
del psicoanlisis, que la ausencia de represin permitira la desaparicin de toda patologa psquica, s
*

Publicado en el libro de Isabel Jidar (comp), Sexualidad: smbolos, imgenes y discursos, Area Subjetividad y
Procesos Sociales, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, 2001.

considera que ayudara mucho a su disminucin.


Son conocidos los profundos cambios que se han producido en las ltimas dcadas en todos los
terrenos, en particular respecto al ejercicio de la sexualidad: si bien no es este el lugar para analizar sus
causas (que van desde fundamentales cambios sociales y culturales que lo han permitido, hasta tecnolgicos como el desarrollo de aparatos electrodomsticos que alivian las tareas caseras dominantemente
reservadas para las mujeres), es evidente que, sobre todo como consecuencia de la aparicin de la pastilla
anticonceptiva en fines de los 50 y comienzos de los 60, se ha producido una importante revolucin
sexual que ha permitido un importante grado de liberacin -sobre todo para la mujer ya que el hombre
siempre tuvo una mayor- que posibilit la separacin del placer de la reproduccin, as como tambin por
otras causas culturales como diferentes dinmicas en las relaciones de pareja y de familia, etc., y, consecuentemente, tambin sexuales.
Todo esto -se reitera que en el contexto de los muy profundos cambios culturales, tecnolgicos,
etc.-, obliga a repensar y a reconsiderar mltiples aspectos de la teora clsica psicoanaltica, de los cuales
por razones de tiempo y espacio slo se vern someramente cuatro.

1.- La (relativa) confusin entre liberacin y liberalizacin sexual

No es necesario decir mucho para algo suficientemente conocido, donde de distintos grados de
represin de la sexualidad (con ejemplos extremos en la citada moral victoriana en la poca freudiana, o
de distintas religiones en el pasado y de hoy, como los casos del catolicismo o protestantismo en occidente
y de las posturas fundamentalistas islmicas en Oriente), a veces se pasa al extremo opuesto donde las
palabras indicadas en el subttulo slo difieren en cuatro letras pero con enormes significaciones.
Ya hace varias dcadas Marcuse, uno de los ms lcidos y destacados estudiosos de la realidad
contempornea, describe este proceso en una obra fundamental que debera ser recuperada:

El principio de placer absorbe el principio de realidad, la sexualidad es liberada (o, ms bien


liberalizada) dentro de las formas sociales constructivas. Esta nocin implica que hay modos
represivos de desublimacin, junto a los cuales los impulsos y objetivos sublimados contienen ms
desviacin, ms libertad y ms negacin para conservar los tabes sociales [...] Se ha dicho a

menudo que la civilizacin industrial avanzada opera con un mayor grado de libertad sexual; opera en el sentido que sta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las costumbres
sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres
sexuales en el mundo de todos los das y en las relaciones de trabajo. Este es uno de los logros
nicos de la sociedad industrial, hecho posible por la reduccin del trabajo fsico, sucio y pesado;
por la disponibilidad de ropa barata y atractiva, la cultura fsica y la higiene; por las exigencias de
la industria de la publicidad, etc. Las atractivas secretarias y vendedoras, el ejecutivo joven y el
encargado de ventas guapo y viril, son mercancas con un alto valor de mercado, y la posesin de
amantes adecuadas -que fuera una vez la prerrogativa de reyes, prncipes y seores- facilita la
carrera de incluso los empleados ms bajos en la comunidad de los negocios [...] El sexo se
integra al trabajo y las relaciones pblicas y de este modo se hace ms susceptible a la satisfaccin
(controlada) [...] El grado de satisfaccin socialmente permisible y deseable se ampla grandemente, pero mediante esta satisfaccin el principio de placer es reducido al privrsele de
las exigencias que son irreconciliables con la sociedad establecida. El placer, adaptado de
este modo, genera sumisin (Marcuse, 1985; 102, 104, 105, cursivas mas).

Se trata, en definitiva y de acuerdo a las premisas de Marcuse, de un fundamental cambio, pero


que l adecuamente ubica en su lugar sin creer que tal liberacin, en un terreno especfico aunque importante, implique una liberacin en un sentido general. Tal como lo fundamenta en un trabajo posterior

Los intereses creados desarrollan y modelan las necesidades y los modos de satisfaccin de
la sociedad para que puedan servir a la reproduccin de dichos intereses. Ms all del nivel
animal y de la satisfaccin de aquellas necesidades vitales que son comunes a todos y que deben
satisfacerse en cualquier sociedad, las necesidades humanas se desarrollan y modelan
sistemticamente. Las necesidades as controladas y dirigidas se satisfacen, y de este modo la
satisfaccin y la libertad establecida militan en contra del cambio social porque ahora la
gente es libre de satisfacer mayor nmero de necesidades en mayor proporcin que antes, no
slo en el nivel biolgico sino en el cultural, y disfruta de la satisfaccin de las mismas, lo cual
puede hacer porque la forma represiva en que se desarrollada es introyectada por los individuos

de tal modo que ellos quieren y desean espontneamente lo que se pretende que quieran
y deseen, todo en beneficio del sistema establecido [...] En otras palabras, tanto las nuevas
necesidades y satisfacciones como las nuevas libertades que ofrece la sociedad tecnolgica, operan contra la autntica liberacin del hombre; son las que vuelven contra el hombre sus facultades
fsicas y mentales y aun su energa instintiva (Marcuse, 1986; 54, cursivas mas).

Por supuesto que esta fundamental aclaracin no limita el valor ni la importancia de la liberacin
sexual, pero no debe hacer creer, como ocurre demasiado, que tal liberacin es la liberacin humana en
un sentido amplio. Mxime cuando, como tambin ocurre demasiado y especficamente en el caso de la
sexualidad contempornea, hasta se llega a situaciones como la mencionada entre liberacin y liberalizacin. Efectivamente, hoy no es ninguna exageracin decir que todo, o al menos una parte muy importante
de las actuales formas de vida estn sexualizadas, lo que fcilmente puede verse en la publicidad, series y
programaciones televisivas, pelculas, vida cotidiana, etc., donde no slo aparecen imgenes inimaginables
hace pocas dcadas, sino incluso expresiones de sexualidad abierta en canales porno o sistemas telefnicos supuestamente limitados.
Pero no se trata nicamente de mostracin sino de concrecin en la vida diaria, donde hoy los
vnculos sexuales son comunes desde una edad mucho ms temprana que antes. Que quede claro: no se
trata de una crtica moralista como las de mltiples marcos religiosos o entidades muy conocidas que
pretenden volver a la sexualidad reprimida, a la castidad femenina hasta el momento del matrimonio, a la
bsqueda de la pareja nica hasta la muerte, al retorno a la sexualidad slo al servicio de la reproduccin
y no del placer, etc. Sino slo resaltar que en mltiples casos -fomentados por la cultura actual en general
y de los medios de difusin en particular-, la sexualidad se ha convertido desde una expresin del hedonismo epidrmico de nuestra poca (vivir el momento) donde se disocia de todo vnculo emocional
significativo, hasta una simple mercanca en el mercado de los intereses personales de todo tipo (laborales,
polticos, etc.).
De esta manera con este uso de la sexualidad puede caerse -por supuesto de ninguna manera debe
pensarse que siempre es as- en una verdadera alienacin a esta expresin, con las consecuencias tambin conocidas, a ms de la sealada confusin de lo que puede entenderse como liberacin. Es por esto
que la autora del libro El enigma sexual de la violacin expresa en un reportaje que ojal el sexo

volviera a formar parte de las cosas que nos son sagradas (Hercovich, I, 2001, 3), no en el sentido
mstico ni represivo del trmino sino en el de fuertes e importantes significaciones, hoy en importante
medida perdido por lo que se ha convertido su uso, en mltiples casos abaratado por todo lo sealado.
Como ocurre en todos los casos tambin aqu habra que distinguir entre libertad sexual y libertinaje
-aunque es evidente la dificultad en sealar sus lmites-, con las consecuencias que este ltimo puede
producir en la propia persona y sus vnculos afectivos.
Tambin debe quedar claro que la liberacin sexual, en el sentido de una mayor apertura a su ejercicio, tiene actualmente importantes limitaciones que no pueden olvidarse. Entre ellas que no es general en
todas las sociedades: la gran apertura que tiene sobre todo en los pases desarrollados occidentales se
limita bastante no slo en sociedades con diferentes caractersticas tradicionales y/o fundamentalistas
(casos extremos de la iran o de los afganos actuales dominados por el grupo talibn), sino tambin en la
mltiples sectores de pases del Tercer Mundo donde sigue primando fuertemente la postura machista,
dependencia aceptada de la mujer, etc.
Otra limitacin tiene que ver con la realidad en que se viven las prcticas sexuales, donde no siempre
la aceptacin de su realizacin implica una satifaccin sino se limita al cumplimiento de un deber, de las
normas y/o modas imperantes, al hay que hacerlo porque todos lo hacen, o se practica dentro de los
clsicos cnones del rol femenino tradicional dependiente. Los casos son mucho mayores a los imaginables,
lo que claramente se observa en la prctica clnica psicoteraputica, psicoanaltica, etc., e incluso se habla
ampliamente en conversaciones cotidianas, se plantea en consultorios sentimentales (ahora tambin
sexolgicos) de revistas o programas tipo reality shows, etc.
Y una tercera limitacin es que la -supuesta o real- liberacin muchas veces se restringe al plano de la
genitalidad, es decir sin la inclusin de las etapas sexuales previas constitutivas de la sexualidad total. Ms
all de las posturas en gran medida utpicas que formula Marcuse en otra obra (Marcuse, 1965), ya
previamente Freud haba sealado que, incluso en un desarrollo normal sin fijaciones previas, las tendencias pregenitales nunca desaparecen sino que se mantienen, aunque supeditadas a la primaca genital pero
sin dejar de tener un peso. Y en 1931 escribi que una tipologa psicoanaltica deba basarse en aspectos
libidinales, presentando los tipos ertico (cuyo inters primordial se vuelca hacia la vida amorosa), compulsivo (con predominio del supery) y narcisista (No hay en l ninguna tensin entre el yo y el supery
[...] ningn hiperpoder de las necesidades erticas; el inters principal se dirige a la autoconservacin).

Pero luego de comprender que los casos mixtos son ms frecuentes que los puros (ertico-compulsivo,
ertico-narcisista, narcisista-compulsivo) culmina su planteo:

Alguien podra creer que hara una broma preguntando por qu no se menciona aqu otro tipo
mixto tericamente posible a saber, el ertico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esa
broma es seria: porque semejante tipo ya no sera tal, sino que significara la norma absoluta, la
armona ideal. Aqu uno se percata de que el fenmeno del tipo se engendra justamente porque de
las tres principales aplicaciones de la libido dentro de la economa anmica se favoreci a una o
dos a expensas de las restantes (Freud, 1976; 220-21).

Esto por supuesto puede vincularse con el punto siguiente, pero aun sin ello es evidente que gran
parte de la sexualidad actual se restringe a la conocida como normal, es decir a la genital, y slo
excepcional y minoritariamente a otras de zonas libidinales diferentes.

2) Diversidad sexual

Un aspecto tambin vinculado al anterior es un cambio importante y creciente, aunque en muchos


mbitos todava reducido o slo aceptado con reticencias o en las palabras ms que en los hechos: el
reconocimiento de la diversidad sexual, es decir de elecciones y comportamientos sexuales diferentes al
que de manera clsica se considera tradicional y normal, es decir el genital heterosexual.
Por supuesto esto no siempre ha sido as ya que mltiples datos histricos indican que en otras
pocas o marcos sociales ha sido diferente, incluso inverso (aunque no pocas veces por considerarse que
los vnculos de hombres con mujeres tenan que tenerse por causas de reproduccin, pero que eran
preferibles los existentes entre hombres por su nivel de superioridad ante un sexo femenino devaluado).
Pero el peso cada vez ms creciente de marcos ideolgicos de otro tipo -sobre todo religiosos, en particular el cristianismo y el islamismo, con fuertes posturas represivas y homofbicas- hizo que cualquier
tendencia distinta a la reproductora fuera estigmatizada y fuertemente criticada, haciendo eje de la construccin social al modelo de una familia heterosexual y con lazos fijos. Incluso hoy, como es muy conocido
y lo reiteran de manera constante tanto sus representantes oficiales como instituciones que siguen sus

lineamientos, la iglesia catlica no slo es acerba crtica de toda forma sexual distinta sino se opone de
manera categrica al divorcio (aunque no pocos de sus aclitos violan tales caminos en cuanto a eleccin
sexual, y muchos -como ocurri, por ejemplo, en referendums en Roma respecto al aborto, y en Argentina
sobre el divorcio- pasan por encima de tales posturas2 ).
Los cambios de las ltimas dcadas tambin han permitido una mayor aceptacin de la diversidad
sexual, aunque de manera bastante ms reducida que la que, en hechos ms que en palabras, se tiene
sobre la liberacin sexual. Mientras sta en general al menos se tolera (o se hace como que no se ve), la
primera sigue con un alto rechazo que sera mucho mayor -es de imaginar que hasta en el plano legal y con
una violencia mayor a la que sigue existiendo- si no tuviera el lmite de unos cambios sociales y de modernidad que lo impiden.
En efectos, estos cambios a nivel mundial (aunque no siempre con igual o parecido ritmo) han
permitido una apertura inimaginable hace escasas dcadas: desde hace un corto tiempo los sectores que
eligen otra opcin sexual -en particular homosexuales y lesbianas- se han organizado, defienden sus derechos, cada vez ms han decidido salir del closet asumiendo abiertamente su eleccin, realizan manifestaciones pblicas, abren locales donde reunirse, presentan obras donde exponen sus preferencias, etc. En
tiempos donde se ha comenzado a reconocer la diversidad frente a los monolitismos ideolgicos, polticos, religiosos, etc., la sexual no puede ser una excepcin3 .
Y han logrado no pocos xitos: desde un mayor reconocimiento hacia la libertad de eleccin
sexual y su ejercicio en mltiples lugares hasta, en algunos pases europeos con tendencia a ser continuado
en otros, el derecho legal a los matrimonios homosexuales. Lo que en una perspectiva profesional como la
1

Recurdese que la nocin psicoanaltica de sexualidad es muy distinta a la tradicional. En un conocido diccionario sus
autores sealan al respecto: En la experiencia y en la teora psicoanalticas, la palabra sexualidad no designa solamente
las actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie de excitaciones y de
actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfaccin de una
necesidad fisiolgica fundamental (respiracin, hambre, funcin excretora, etc.) y que se encuentra tambin a ttulo de
componentes en la forma llamada normal del amor sexual (Laplanche y Pontalis, 1971; 421).
2
Lo mismo ocurre respecto a prcticas sexuales donde una gran mayora no cumple con los preceptos oficiales de la/s
iglesia/s (virginidad hasta el matrimonio, uso de condon y otras medidas para impedir la reproduccin, etc.; y una
cantidad tal vez no mayoritaria pero seguramente importante no acata las normas de la fidelidad matrimonial, la castidad
sacerdotal, etc).

3
Sobre realidades y lmites de tal aceptacin de las diversidades vase Guinsberg, 2000a. A ese texto debera agregarse
que en los ltimos tiempos, particularmente desde que el neoliberalismo aparece como tendencia hegemnica en el
mundo entero, existe de manera dominante lo que Ignacio Ramonet ha definido como pensamiento nico (Le Monde
Diplomatique Edicin Espaola, 1998): aunque formalmente existe una libertad de pensamiento y de informacin que

psi se traduce que en las ltimas versiones del DSM (siglas en ingls del Diagnostic and Statistical
Manual of Mental Disorders, de la American Psychiatric Association, Washington DC) la homosexualidad ya no aparece como psicopatologa, lo que equivale a reconocerla como una postura tan normal y
sana como otras. Lo que no es precisamente poco, aunque no le guste a muchos.
Qu dira hoy Freud al respecto? Ms all de reiterar lo indicado al inicio de que no es posible
saberlo, debe recordarse que el psicoanlisis clsico toma como eje bsico un desarrollo libidinal que
culmina en la genitalidad y -puede verse en mltiples artculos y libros- ubica a la homosexualidad como
una perversin producto de una forma no adecuada de resolucin del complejo de Edipo. Independientemente de que Freud en algunas cartas muestra una apertura mayor, es indudable de que tal es la postura de
la ortodoxia psicoanaltica (aunque algunos de sus integrantes han tomado posturas diferentes).
Es incuestionable que esta problemtica implica la necesidad de importantes revisiones en las
posturas de estos marcos tericos4 , tanto para la ubicacin de las diversidades sexuales (al menos de las
sealadas, aunque seguramente no de otras como podran ser paidofilia, bestialismo, etc.) como de las
causas de la produccin de ellas.

3) Cambios producidos por los medios masivos de difusin

Como se sabe, Freud construye su marco terico y ve a la familia como aspecto central en el
proceso de conversin en sujetos de los nios que, de tal manera y a travs de ella y personas cercanas,
pasarn del principio del placer al principio de realidad, construirn su aparato psquico, realizarn su
proceso edpico, etc. Al crear sus postulados en las primeras dcadas del siglo pasado no puede incluir a
unos medios masivos de difusin muy diferentes a los actuales: existan prensa grfica y radio con importancia creciente pero muy reducida tanto en comparacin con los medios actuales como en cuanto a su
aporte a la creacin del que puede definirse como sujeto psicosocial (con todo lo que esto connota de
sujetacin).
Puede hoy no tomarse en cuenta, y de manera muy importante, a tales medios en el proceso de
constitucin como sujeto? Evidentemente no, aunque es de lamentar que - reconocindolo, pocas veces,
poco aparece en los medios masivos de difusin. * El trabajo sobre diversidades est includo en este libro virtual.
4

Se escribe en plural porque hoy, ante la gran cantidad de marcos tericos y escuelas que se definen como psicoanaliticas,
ya no se puede hablar de el sino de los psicoanlisis.

en palabras, el mundo psi en general y el psicoanaltico en particular- poco o nada haya producido al
respecto.
No es este el lugar para demostrarlo ni para exponer lo ampliamente desarrollado en otros lugares
sobre el aporte de los medios a la constitucin del sujeto psicosocial (Guinsberg, 1985/1988, 1995,
1999a). Baste sealar como algunos autores consideran que desde la primera infancia y a lo largo de
nuestra vida cotidiana estamos expuestos a los atractivos mensajes de un aparato receptor que ya forma
parte de la ecologa familiar (Arredondo, 1989;7), y de manera no tan acadmica pero muy grfica, un
psiclogo social declara que no hay ms tringulo en la familia, ya es un cuadriltero, porque el televisor
es un to psicpata que incluy y los sedujo a todos (Moffat, 1988; 88).
Slo para remarcar esta importancia actual de los medios es muy interesante lo que plantea en general uno de los escasos y valiosos socilogos crticos y no funcionalistas estadounidenses: Los medios masivos de comunicacin: 1) le dicen al hombre de masa quin es: le prestan una identidad; 2)
le dicen qu quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen cmo lograrlo: le dan una tcnica; 4) le dicen
cmo puede sentir que es as, incluso cuando no lo es: le dan un escape (Wright Mills, 1957).

Y un terico ya citado establece su peso respecto a la familia:

Desde el nivel preescolar, las pandillas, la radio y la televisin establecen el modelo de conformismo y la rebelin; las desviaciones del modelo son castigadas no tanto dentro de la familia sino
fuera de ella y en su contra. Los expertoe en los medios de difusin transmiten los valores requeridos; ofrecen un perfecto entrenamiento en eficiencia, tenacidad, personalidad, sueos, romances. Contra esta educacin la familia ya no puede competir (Marcuse, 1986; 109, cursivas
mas).

En esta perspectiva, es incuestionable que los medios tienen un rol preponderante, aunque por
supuesto no exclusivo, en la conformacin del sujeto, incidiendo en espacios antes centrales de la familia
y de las instituciones escolares: entre ellas, referentes a la formacin del yo, en la construccin del principio
de realidad5 y en el fundamental proceso de identificaciones, lo mismo que en el de mostrar valores junto
5

Diferentes estudiosos lo reconocen: por ejemplo uno de ellos afirma que los medios son el lugar donde las socieda-

a premios y castigos que aportan al superyo. E innumerables ms que pueden verse en la bibliografa
citada. *
Respecto a la sexualidad su aporte actual es tambin tan amplio como estructural y estructurante.
Si los nios desde muy pequeos estn permanentemente frente al televisor, aunque slo sea (algo muy
terico y poco real) en horarios para ellos y viendo programas infantiles, recibir inevitablemente un muy
alto grado de mensajes vinculados con la vida sexual, aunque seguramente la mayora de ellos no con
intenciones educativas -en el sentido de instruirlos sobre ella en torno a lo que es, sus sentidos, usos, etc.sino de manera indirecta, tal como igualmente se hace con los adultos en infinitos anuncios publicitarios,
dramas televisivos y todo lo suficientemente conocido para cualquier televidente.
De esta manera se va entrando en un acercamiento a la sexualidad que nunca se abandona, y que
penetra en todos los niveles del psiquismo aunque no se comprenda bien de que se trata y en que consiste.
Con base en esto no es de extraar que nias y nios muy pequeos jueguen haciendo lo que ven que
hacen adolescentes y adultos en la televisin (besos, caricias, etc.), e internalicen lo que se muestra que es
objetivo central en la vida humana -junto con la bsqueda de triunfo en todo lo que se hace, muchas veces
sin importar cmo- y sus mltiples pero permanentes vicisitudes (la mayora de ellas peligrosas, difciles,
conflictivas, no pocas veces trgicas). Y ahora que en Mxico las telenovelas -que supuestamente los
nios no ven, pero s ven, al igual que la profusa cartelera callejera tambin con notorias implicanciones
relacionadas con la sexualidad- salen un poco, tanto de manera bastante abierta como implcita, de la
postura moral que tenan hace muy poco, todo esto se hace ms evidente para ellos lo mismo que para el
mundo adulto al que estn destinadas.
Otro aspecto importante es cmo, al igual que en muchos otros aspectos, tales contenidos reflejan
tanto la cultura actual sobre la vida sexual -o sea mucho ms liberal que en pocas no tan pasadas- pero
tambin cdigos ticos que pueden ser contradictorios con ella, que se manifiestan en el castigo y derrota
de los malos/as, el triunfo de los buenos/as, etc., sin que puedan precisar -con la confusin que ello
origina o puede originar en pblicos muy diferenciados- en qu consisten y cuales son los lmites entre esas

des industriales producen nuestra realidad (Vern, 1983; II), y otro considera que la construccin de nuestra imagen del
mundo se realiza cada vez ms a travs de los medios, que a su vez proporcionan una imagen del mundo (Doelker, C.,
1982; 177).
*

En este libro virtual algo puede verse en los artculos Subjetividad y medios masivos en la poltica de nuestro tiempo,
y en Medios y formacin psicosocial.

categoras.
Los medios son entonces un poderoso mbito que ha contribudo mucho a los cambios que se
viven actualmente respecto a la sexualidad, acelerando incluso los saberes sobre la misma en relacin a los
que se tenan anteriormente. Todo lo planteado lo indica, sealando la necesidad de comprensin de su
presencia para el conocimiento analtico tradicional, tanto en general -el sealado aporte a la constitucin
del sujeto- como para la sexualidad de nuestro tiempo. En esta perspectiva puede seguir mantenindose
la clsica idea freudiana -ms all de lo que pueda tener de metfora- de que el nio de la etapa edpica
observa que la nia no tiene pene, con sus consecuencias en el temor a la castracin y en la evolucin de
tal complejo, cuando hoy puede verlo en la ms temprana infancia sea por imgenes televisivas o en
escenas de la vida real?
Mucho es lo que debe trabajarse sobre todo esto, que extraamente parece interesar mucho
menos que los llamados efectos de la televisin sobre la violencia (Guinsberg, 2000b), quizs por sus
consecuencias menos impactantes, aunque no pueden tenerse dudas de que su incidencia es muy importante.

4) Causas sexuales y/o culturales de la psico(pato)loga?

Si de acuerdo a la idea de que la psicopatologa es producida por causas sexuales (fijaciones y


regresiones) -segn el clsico planteamiento de Freud, seguido por la absoluta mayora del campo psicoanaltico, sobre todo del domesticado6 - la gran liberacin sexual que se ha producido tendra que haber
llevado a una equivalente disminucin en los niveles sobre todo de neurosis. Sin embargo es evidente de
que no es as sino todo lo contrario. Es cierto que el mismo Freud abre un campo distinto al entender el
caracter fundamental de la insercin del sujeto en los marcos culturales -sobre todo en El malestar en la
cultura- pero tal comprensin no ha alterado la premisa bsica indicada respecto a la causalidad de las
psicopatologas, y mucho menos en la absoluta mayora del campo psicoanaltico aqu calificado con ese
adjetivo tan claro y poco simptico de domesticado.
Por razones de los lmites de espacio no es posible abundar en este aspecto crucial y definitorio
6

La idea de psicoanlisis y psicoanalistas domesticados hace referencia a quienes borraron el sentido freudiano de
peste de este marco terico para hacerlo a-crtico de los aspectos culturales actuantes en la psico(pato)loga para
posibilitar su aceptacin (Guinsberg, 1991, 2000c).

del marco terico psicoanaltico, ya desarrollado en trabajos anteriores, algunos en Jornadas como stas
(Guinsberg, 1990, 1991, 1993, 1994, 1996b, 1996c, 1999b, 2001), por lo que slo se presentarn
algunas ideas generales.
Una muy importante es que las sintomatologas y demandas teraputicas actuales en gran medida
son diferentes a las anteriores, para las que nuestros referentes terico-clnicos ya no alcanzan (Rojas,
M.C., y Sternbach, S., 1994; 13). Como dicen las mismas autoras

No se trata, por cierto, de que las histerias o las obsesiones hubieran desaparecido. Pero es
evidente que no slo ellas ocupan hoy el epicentro privilegiado de nuestra clnica. A los cuadros
neurticos clsicos se han agregado en los ltimos tiempos numerosas consultas por problemticas denominadas pre-neurticas o de borde, las que plantean cuestiones a la teora y prctica con
que trabajamos; y llegan, incluso, a interrogar los lmites mismos del psicoanlisis (idem, 127).

Por supuesto no son las nicas en observarlo. Entre muchos otros Lipovetzky seala cmo los
transtornos narcisistas se presentan caracterizados

por un malestar difuso que lo invade todo, un sentimiento de vaco interior y de absurdidad de la
vida, una incapacidad para sentir las cosas y los seres [...] La patologa mental obedece a la ley de
la poca que tiende a la reduccin de rigideces as como a la licuacin de las relevancias estables:
la crispacin neurtica ha sido sustituda por la flotacin narcisista (Lipovetzky, 1988, 76-77).

Estas caractersticas -ms muchas otras, entre ellas que actualmente las depresiones son los cuadros dominantes de nuestra poca, lo que puede verse como un claro analizador de sta- hacen claro
que todas estas expresiones puedan ser percibidas como verdaderos paradigmas de lo social (Galende,
1997, 18). Desde una perspectiva terica psicoanaltica diferente otra autora (citando a A. Elliot) presenta
un panorama semejante, aunque pueden discutirse las causas limitadas de lo que presenta (muy al estilo de
quienes slo ven lo manifiesto de las estructuras sociales):
Piensa que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnologa despersonaliza al individuo,
el marketing vaca a los objetos de significados y los sujetos se encuentran frente al constante

dilema de discriminacin entre lo que es real o irreal, el dentro y el fuera, la autenticidad y la


inautentecidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contencin emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperacin se incrementan forzosamente -podemos ver fcilmente cmo los sntomas de ansiedad son cada vez ms y ms frecuentes en las
consultas mdicas y psiquitricas- y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificacin proyectiva, con incremento de
los objetos extravagantes y una disminucin del significado y de la capacidad para elaborar los
sentimientos y pensamientos (Coderch, J., 1999; 132).

La liberacin sexual sin duda alguna ha sido, y es, un muy importante avance en el proceso de
ruptura con las formas represivas actuantes sobre el ser humano, y no pueden existir dudas al respecto
aunque diversas fuerzas retrgradas (conservadoras, religiosas, etc.) pretendan que se vuelva a un pasado
superado. Pero de all a creer que slo con ella se logra la disminucin o eliminacin de las patologas
psquicas hay una muy larga distancia, como puede verse en las citas transcritas como muestra representativa de muchsimas otras, as como en la experiencia clnica de quienes pueden y saben ver ms all de
las visiones tericas dogmticas (psicoanalticas includas)7 .
Tal visin impregna a gran parte de la humanidad, y seguramente hoy ms que nunca ante el
marcado incremento de violencia e inseguridad que existe en el mundo entero desde incluso bastante antes
de los sucesos del 11 de septiembre de este ao 2001 (Guinsberg, 2000d) y la posterior escalada blica
estadounidense con fines de venganza y de bsqueda de dominio mundial. Inseguridad que toca todas las
esferas de la vida cotidiana y de manera alguna puede limitarse a una violencia (asaltos, robos, etc.) sobre
la que el imaginario colectivo coloca una inseguridad mucho mayor, proveniente de causas mayores derivadas del actual modelo hegemnico (desempleo, precariedad cada vez mayor en el trabajo, prdida de
los beneficios sociales antes existentes, etc.) y de cambios culturales que, ms all de sus ventajas, impiden
o dificultan un grado necesario de estabilidad (cambios frecuentes en las relaciones familiares y de pareja,

En este sentido es interesante contar que en la revista Subjetividad y Cultura se pens en la necesidad de escribir un
trabajo colectivo (que apareci en su nnero 17 de octubre 2001) con base en la pregunta de si los grandes avances que
la humanidad tiene en ciencia y tecnologa posibilitan -independientemente de las cada vez mayores diferencias de
ingresos, posibilidades, etc. entre naciones y clases sociales- que el ser humano tenga posibilidades de mayor felicidad, trmino poco claro y definitorio desde un marco profesional pero muy grfico. Y tambin ha resultado muy grfico
que todos a quienes se les inform de tal propsito, unnimente respondieron con un categrico no.

avances tecnolgicos tan rpidos que a veces es difcil seguirlos y adaptarse a ellos e implican un constante
reaprendizaje, etc.). *
Aqu corresponde reiterar la pregunta inicial: qu dira Freud frente a esta para l nueva realidad?
Y la respuesta no puede ser otra que la ya planteada: no es posible saberlo y sera aventurada toda
intencin de dar una (independientemente de que hoy tendra ms de 145 aos, con todo lo que esto
implica). De cualquier manera el problema no radica en una pregunta tan especulativa como tonta, sino en
la capacidad que nosotros debemos tener para dar las respuestas adecuadas a las preguntas adecuadas,
es decir a las que surgen de una realidad concreta, hoy marcadamente diferente a una cronolgicamente
cercana pero cualitativamente muy distinta.
Si en el comienzo de esta ponencia se deca que todo seguidor de una escuela terica quisiera que
su creador dijera ahora lo que tal seguidor piensa y quiere que tal maestro dijese, tal deseo en este caso
sera que mantuviese los ejes centrales de su planteamiento, pero reconociendo la limitacin de su
pensamiento anterior al darle escasa e incluso nula incidencia a los factores sociales-culturales en
la psico(pato)loga de los sujetos8 . Y es de pensar (tal vez de manera delirante, como se indica en el
ttulo) que vera en este presente cada vez ms conflictivo y trgico que rompe con las expectativas de la
modernidad de su tiempo, que la liberacin sexual es slo un avance y de manera alguna resuelve la
totalidad de las problemticas de los sujetos.
Una observacin final y necesaria: los sealamientos crticos de este trabajo de manera alguna niegan el gran valor de los aportes de Freud y del psicoanlisis, punto de partida central para el
conocimiento de la subjetividad. Pero resaltan la imprescindible necesidad, como para cualquier marco
terico, de un propsito creativo y no dogmtico que posibilite el re-pensar de manera constante todo
aquello que la praxis y el proceso de pensamiento indique que no es totalmente vlido o suficiente. Es por
tanto entender que Freud ha sido un inicio pero no un final *
*

Sobre inseguridad y miedo vase uno de los artculos includos en este libro virtual.

Muchos psicoanalistas creen que s lo hizo (casos de Reich, Fromm, Caruso, como ejemplos de muchos otros) -al
sealar las caractersticas del yo y del superyo, destacar la importancia de La moral sexual cultural y la nerviosidad
moderna, escribir los (mal) llamados trabajos sociolgicos como El malestar en la cultura, etc.-, pero incluso tales
psicoanalistas reconocen las limitaciones y baches de Freud al respecto que, entre tantas otras cosas, permitieron el
desarrollo posterior, ya iniciado en su vida y ante su silencio, de lo que ha sido y es la institucin psicoanaltica
tradicional y clsica, con toda su domesticacin ya mencionada.
**

Relacionada con esta temtica vase mi ponencia El erotismo en nuestros tiempos posmodernos y neoliberales,

presentada en en Simposio Erotismo y psicoanlisis realizado en Mxico el 28 de mayo 2005 y publicada en la revista
digital Carta Pscoanaltica, N 7: www.cartapsi.org

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REFLEXIONES SOBRE LA GUERRA, LA SOCIEDAD Y LA


CONDICION HUMANA *

El ataque de Estados Unidos y la llamada coalicin contra Irak, y el contexto general anterior y
posterior al mismo, es una de esas situaciones crticas que tienen el valor de mostrar la realidad al desnudo
permitiendo ver de manera ntida lo que siempre ha existido pero muchos no quieren reconocer, aunque no
slo sobre la guerra sino tambin sobre mltiples falacias sobre las que se apoya la dominacin. Se trata
de uno de esos casos donde lo crnico se agudiza.
Las siguientes reflexiones son aspectos separados de una misma realidad, tal vez no muy ordenadas pero que deben verse como partes de un todo integrado tan real como poco optimista acerca de los
temas del ttulo, y de fundamental importancia para la subjetividad de todos los que la vivimos.

1) Si bien tal contexto es bsicamente poltico y con muy conocidas bases econmicas, stas se describen de manera general por ser suficientemente conocidas y reiteradas en mltiples anlisis realizados en el
mundo entero antes, durante y despus de la invasin a Irak: el dominio y absoluta preponderancia poltica, econmica y sobre todo militar- de la que qued como nica potencia mundial luego del derrumbre
del bloque del socialismo real; su bsqueda del poder y control mundial absoluto (y no slo del petroleo)
ahora con base en la estrategia de guerras preventivas con la excusa de lucha contra el terrorismo, en
el que se incluye a todas aquellas naciones o grupos que se opongan a sus designios, para lo que se arroga
una libertad de intervencin y paso sobre (lo que queda de) las soberanas nacionales; la limitacin cada
vez mayor de la vigencia de libertades y formas democrticas en nombre de tal combate, incluso en su
propio territorio y en el de otras naciones.
** Caben aca dos reflexiones, quizas secundarias. En primer lugar, estamos asistiendo a
una variante de lo que, hace casi treinta aos, Deleuze y Guattari denominaron capitalismo mundial integrado, termino pionero y mas descriptivo de lo que actualmente se llama globalizacion.
Este ultimo semantema es propositivamente anodino y tramposo, casi tentador, en tanto sugiere un
* Publicado en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 20, octubre 2003. Agradezco los comentarios crticos y
agregados que hizo a este trabajo Miguel Matrajt. Estos ltimos, que se comparten, fueron incorporados y, para
diferenciarlos, aparecen en prrafos en letras cursivas y con dos asteriscos (**) al comienzo y al final de los mismos.

progreso en la historia de la humanidad. Esos autores anticipaban la conformacion de un orden


economico hegemonizado por el sistema capitalista, pero en el cual se hubiesen minimizado las
diferencias nacionales. En otras palabras, un sistema trasnacional en el cual las leyes del capitalismo tuviesen una vigencia mas plena, sin importar el origen nacional, ni siquiera el asentamiento
territorial, de las grandes empresas dominadoras. En mi modesta opinion, tanto a ese concepto
como al actual de globalizacion, le falta las dimensiones politica y militar: quien domina este ultimo terreno, impone el orden politico nacional y asegura que sus empresas connacionales sean las
mas favorecidas. El poder nace de la boca de los fusiles, decia Mao. Actualmente slo
cambiariamos fusil por misil, pero se mantiene la estructura logica basica. En segundo termino,
siempre hemos asistido a guerras internacionales cuyo objetivo central haya sido solucionar un
conflicto interno. Por supuesto, las causas ms frecuentes son otras, pero no debemos deleznar esta
determinacion. Mucho se ha hablado de las ventajas para los norteamericanos en terminos de
petroleo en la guerra de Irak (acceso a la segunda reserva mundial del hidrocarburo, posiblidad de
controlar la OPEP). Personalmente creo que las ventajas economicas de esta guerra se hubiesen
podido obtener igual sin ningun movimiento militar, y sin pagar las consecuencias de falta de
reactivacion economica que actualmente sufre EE.UU. Pero las ventajas politicas dentro del tablero partidario norteamericano, han jugado un rol de suma importancia. Aunque se objete esta posicion
a nivel de la causalidad, es innegable a nivel de los efectos en la subjetividad del norteamericano
medio, a quien no se hubiese podido motivar para favorecer los intereses de unas pocas industrias,
pero al que se manipulo fcilmente hacindole creer que la seguridad de su territorio y su pueblo
dependan del xito de la ofensiva, y que su presidente era el defensor natural y entusiasta de esas
seguridades. Esta produccion de alienacion tuvo y tiene un correlato obvio en terminos de distribucion
de poder interno **.
Se configura as un nuevo podero mundial ante el que, al menos por ahora, se someten otros
pases, incluso los que se opusieron a la invasin y que impidieron el apoyo del Consejo de Seguridad de
la ONU a tal accin: entre ellos los casos de Francia y Rusia que, meses ms tarde, convalidan la
intervencin al aceptar en tal Consejo -slo sin el voto de Siria que se retira antes de la votacin- la
permanencia de Estados Unidos e Inglaterra en ese pas, proclaman que estos pases son sus principales
amigos pese a la flagrante violacin de las normas internacionales que cometieron, y ratifican la impuni-

dad de sus tropas por las violaciones a los derechos humanos que realicen y su no juzgamiento en la nueva
Corte Penal Internacional. Innecesario es decir cmo la ya muy devaluada Organizacin de las Naciones
Unidas queda reducida a un rgano slo deliberativo y sin poder real, o sea otra ficcin y apariencia ms
de legalidad y de formas democrticas.
Triunfa as el sector ms fundamentalista y belicista de la actual potencia unilateral del mundo -que,
de cualquier manera, es expresin de lo que siempre ha sido y es ese pas, aunque a lo bestia y de
manera cruda-, que llega al poder en elecciones fraudulentas, aunque es de suponer que su actual y
aceptado predominio slo ser provisional ante el mantenimiento de tensiones, sobre todo econmicas,
entre Estados Unidos y otros bloques mundiales que tarde o temprano defendern sus intereses frente a la
omnipotencia econmico-militar de aquella. Si a esto se suma un aumento de la oposicin a la actual
poltica hegemnica en el mundo entero, sobre todo de cada vez mayores sectores que comprenden sus
consecuencias -aunque sin poder formular por ahora un proyecto alternativo concreto-, el futuro de la
humanidad no se ve nada claro y, por el contrario, bastante negro por todo lo sealado y muchos otros
factores que se plantearn ms adelante. Entre ellos es importante destacar la continuacin de la
derechizacin en el gobierno de mltiples pases (esto se est revirtiendo algo en Amrica Latina) y el
aumento de tendencias claramente represivas justificadas en la lucha contra el terrorismo1 .
Frente a esto al menos algo no desdeable de carcter inverso aunque sin saberse como continuar: la marcada oposicin mundial a la guerra e invasin a Irak, y la contradiccin de que la coalicin gan
la guerra en el terreno militar pero pagando el precio de una derrota poltica.

2) Las masivas manifestaciones contra la guerra en gran parte del mundo -tampoco debe negarse la
ausencia de ellas o su pequeez en otro lados, como en Mxico-, la indignacin ante su inicio y la barbarie

Esto est tomando caractersticas graves en Estados Unidos, y en pases como Espaa, que en el primero implica
sofisticados e incluso delirantes sistemas de control y de espionaje que cuando se anunci por primera vez legisladores
federales prohibieron su implementacin por temor que sea la nueva generacin de un Big Brother , un intento del
gobierno para vigilar a cada estadounidense (diario La Jornada, Mxico, 23 mayo 2003, p. 26). Y del mundo, podra
agregarse, a travs del sistema Echelon y otras formas que hoy permite una tecnologa muy desarrollada. * Esto luego
fue mucho ms desarrollado en mi ponencia para el Coloquio Internacional Michel Foucault (Mxico, febrero 2004),
Vigilar y castigar, hoy, que ser publicado en un libro con todos los trabajos presentados al mismo.
2

Guinsberg, E., Matrajt, M. y Campuzano, E., Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre; Galeano,
J., Guinsberg, E., y Matrajt, M., El progreso nos hace ms felices? Adelantos tecnolgicos, salud mental y calidad de
vida; Ventre, M., La globalizacin y las nuevas formas de control social, en revista Subjetividad y Cultura, Mxico,
N 16, 17 y 18 respectivamente (aos 2001 y 2002).

en ella evidenciada, ms el creciente y ya citado aumento de la oposicin al modelo neoliberal hegemnico


(el llamado espritu de Porto Alegre) por las consecuencias que produce -aumento de la desigualdad y
de la pobreza, deterioro ecolgico, niveles cada vez mayores de amoralidad y falta de tica, etc.-, hacen
que aumente la conciencia, en quienes no queran verlo, acerca de las falacias de las premisas que el
modelo estadounidense difundi en el mundo y que fue credo (y lo sigue siendo en amplia medida) por
ste: defensa de las libertades y de la democracia, el sueo americano, etc. ** Nietszche decia que mas
importante que mentir es la creacion de convicciones. Obviamente, este es un fenomeno muy complejo y multideterminado, pero nosotros, desde nuestra especificidad, podemos aportar mucho a
una aproximacion explicativa, necesariamente multirreferencial, ya que todavia no estamos en
condiciones de construir un abordaje interdisciplinario verdadero **.
En este sentido hay que reconocer la gran capacidad de haber mantenido por muy largo
tiempo -y que hoy contina- profundas mentiras que categricos hechos muestran como tales pero
que amplias mayoras no han querido o no quieren ver, de manera distinta pero en el fondo similar a lo
que ocurri durante el nazismo, el fascismo y el stalinismo entre otros, cuando vastsimos sectores no
reconocan hechos hoy indiscutidos, pero que aceptaron (y se contina aceptando) con base en supuestos
beneficios que estos sistemas ofrecen apoyndose en caractersticas humanas que manejan o manejaron
muy bien. Ms all de cuanto esto dice acerca de la condicin humana, es triste pero necesario no
olvidar el gran conocimiento que las formas civilizadas y modernas tienen de sta y de su manejo a
travs del control social ya analizado en nmeros anteriores de esta revista2 .
Por supuesto que Estados Unidos no tiene el monopolio al respecto, en una historia plagada de
realidades que cuestionan lo que verdaderamente ocurre. Y as como es cierto que las magnficas consignas de la Revolucin Francesa (Libertad - Igualdad - Fraternidad) nunca se cumplieron ni se cumplen
totalmente en su propio territorio, pero mucho menos en las colonias que tena ese pas donde las pruebas
de la barbarie francesa son demasiado conocidas y probadas, tambien lo es que la defensa de la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, la apertura de oportunidades para todos, el
sueo americano (y ahora la lucha contra el terrorismo) que desde siempre proclama la propaganda
estadounidense, son negados por hechos incontrovertibles que, perdnese la reiteracin, muchsimos no
quieren ver ni reconocer. Enorme capacidad de hacer creer en lo que no existe, o existe de manera
muy relativa, cuando se saben tocar aspectos en los que se quiere creer!

Excedera en mucho no slo la extensin de este artculo sino de toda la revista e infinidad de
tomos, el slo sealamiento de hechos que lo demuestran, lo que adems est demostrado en ocanos de
tinta de muy connotados estudiosos, por lo que lo que sigue es nada ms que una mnima muestra representativa de un inmenso universo. Respecto a la defensa de la democracia es conocido que Estados
Unidos siempre ha defendido -en nuestro continente y en el mundo- a sistemas despticos que defendan
los intereses imperiales pero muy contrarios a las ideas de libertad y de respetos a los derechos humanos: nombres como Trujillo, Duvalier, Prez Jimenez, Stroessner, Batista, los Somoza (un hijo de puta,
pero nuestro hijo de puta, segn la cnica declaracion del secretario de Estado John Foster Duller en los
50), el sha de Irn, Suharto, Marcos de Indonesia, o el mismsimo Saddam Hussein son ejemplo de
apoyo categrico a notorios violadores mientras sirvieron a esos intereses, econmicos o polticos. Lo
mismo que la defensa, e incluso promocin, de procesos como los de las dictaduras argentinas del 19661973 y 1976-1983, la de Pinochet, el derrocamiento de Arbenz y su reemplazo por Castillo Armas en
1954 en Guatemala, e infinitos casos ms donde no slo nada era (o es) democrtico sino tambin se
violaban (y se violan) los derechos humanos ms elementales, de la misma manera que tropas estadounidenses lo han hecho siempre en donde han intervenido directamente (desde las ocupaciones en nuestro
continente, pasando por la barbarie innecesaria de Hiroshima y Nagasaki, hasta ahora en Afganistn e
Irak con su inmisericorde uso de misiles, bombas tipo racimo, balas con uranio pobre, o la detencin por
tiempo indeterminado y en psimas condiciones de posibles combatientes o hipotticos terroristas).
En cuanto a la lucha contra el terrorismo, cmo ocultar que a lo largo de ms de un siglo
Estados Unidos ha sido el mximo terrorista mundial, tanto por lo anterior como por sus invasiones,
acciones encubiertas contra rgimenes no afines, promocin de golpes de estado, asesinato de lderes no
amigos, apoyo a sistemas terroristas que han apoyado a sus intereses, organizacin de voladura de aviones de naciones que se le oponen, miles de acciones reconocidas contra Cuba y su principal dirigente,
ataques bacteriolgicos, apoyo incondicional al terrorismo israel3 , etc? Y aunque tal vez no corresponda
inclurlo en este rubro, desde una ptica amplia no puede olvidarse el terrorismo que implica su contribucin al cada vez mayor deterioro ecolgico por el rechazo a apoyar el protocolo de Kyoto y ser el
mayor contribuyente a la contaminacin mundial como consecuencia de su estilo de vida, ese sueo
americano que slo defiende para s mismo -al menos para parte de su poblacin que accede a parte de
3

Muy recientemente la Suprema Corte de Justicia israel permit que su ejrcito utilice bombas de fragmentacin contra
los palestinos.

l- y que constituye otra de sus falacias que contina siendo creda por un nmero demasiado grande de
los que pedantemente se definen como homo sapiens, cuyas consecuencias psquicas, sociales, econmicas y polticas sufren pero no concientizan.
Respecto a esta ltima (por ahora) guerra, otra de estas falacias ha sido la de querer mostrarla
como limpia, o al menos con una mnima cantidad de consecuencias secundarias presentadas como inevitables, es decir produciendo una sangre que no deja manchas, segn analiz Hinkelammert la anterior
guerra de Irak en un brillante y duro trabajo que debe volver a leerse4 , por lo que reaccion de manera tan
violenta contra Al Jazeera cuando esta mostr que no era as y la sangre exista, como ha existido siempre
en barbaries de este tipo. Pero se trata de un ejemplo ms de cmo la realidad pretende ocultarse con
fantasas que los medios norteamericanos no muestran.

3) Por supuesto algo parecido pasa respecto a la defensa de los derechos humanos, que se utiliza
cuando conviene a los intereses hegemnicos y su violacin no preocupa si los gobiernos estn al servicio
de Estados Unidos. Es intil mostrar conocidos ejemplos de ayer y de hoy al respecto.
Sobre esto el proyecto uruguayo respecto a los derechos humanos en Cuba aprobado en abril de
este ao es un punto de partida al sealar textualmente que la Comisin de Derechos Humanos, sin
perjuicio de reconocer los esfuerzos hechos por la Repblica de Cuba en la realizacin de los derechos
sociales de la poblacin, pese a un entorno internacional adverso, invita al gobierno de la isla a realizar
esfuerzos para obtener similares avances en el campo de los derechos humanos, civiles y polticos.
Por supuesto puede ocurrir que un pas tenga adecuados derechos sociales -o sea buenas
condiciones en salud, educacin, nivel o calidad de vida, posibilidades de desarrollo personal y cultural,
etc.- sin los clsicamente considerados derechos humanos (libertades pblicas y democrticas, etc.).
Pero acaso los primeros no son los principales y fundamentales derechos humanos que deben
tener todos los habitantes de todas las sociedades? Qu tipo de libertades, garantas individuales
y derechos democrticos pueden ejercerse cuando predominan el hambre, condiciones de vida miserables, limitaciones o ausencia de atencin a la salud, marcada desigualdad de oportunidades en
todos los sentidos y bajo acceso a la educacin?
Es entonces evidente que, de considerarse as, la defensa de los derechos humanos en un sentido
4

Hinkelammert, Franz, Subjetividad y Nuevo Orden Mundial, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 2,1992;
puede verse en nuestro sitio web, www.plazayvaldes.com/syc1/

global adquiere otras connotaciones que superan en mucho a la limitada -aunque necesaria e imprescindible- visin dominante actual, convirtindose de hecho en una perspectiva que sera considerada subversiva por quienes detentan y mantienen actualmente el poder a nivel mundial y en las sociedades
donde existen altos niveles de carencias polticas, sociales y econmicas. Y lo sera porque promovera la bsqueda de cambios que no podran menos que alterar las condiciones actuales en todos los
aspectos, sea a travs de posturas de reforma estructural sea de los modelos actuales -sin que esto
inevitablemente signifique procesos del tipo de los que en dcadas pasadas se definan como revolucionarios-, o modificaciones radicales de los actuales sistemas.
Las estadsticas oficiales de los gobiernos e instituciones internacionales indican claramente que el
creciente aumento de la riqueza a nivel mundial, lo mismo que el desarrollo tecnolgico y cientfico, no
implica un aumento generalizado del nivel de vida en la mayor parte del mundo sino cada vez ms reducido
a pequeos estratos. Independientemente de si el mayor desarrollo material conlleva mejores condiciones
integrales para la humanidad como siempre ha propugnado la modernidad5 -se prefiere no decir salud
mental por lo confuso de este trmino6 - es incuestionable que las condiciones de vida de la mayora de
los habitantes del mundo estn por debajo o en los lmites de la mnima subsistencia. No slo en los casos
de hambrunas, desastres naturales, etc. sino de manera crnica y sin posibilidades de cambios significativos que se proponen slo tericamente y para tiempos cada vez ms lejanos. Slo a modo de
ejemplo es de recordar que ms de la tercera parte de la humanidad -o sea una de cada tres personassubsiste con menos de uno o dos dlares diarios, y que segn datos de UNICEF mueren diariamente de
hambre alrededor de 36.000 nios7 .
Situacin que no se modifica con el sealado avance en la produccin de riqueza, de conocimientos y de desarrollo tecnolgico sino todo lo contrario: precisamente por sus caractersticas intrnsecas el
5

Sobre esto existen muchas dudas desde hace mucho tiempo, con muy fuertes crticas al respecto. Un exponente de esta
postura es Herbert Marcuse quien en el El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideologa de la sociedad industrial avanzada, Origen/Planeta, Mxico, 1985, formula una lcida denuncia de las condiciones del hombre actual.
6

Se trata de un concepto tan polivalente como confuso, que se llega a usar como sinnimo de normalidad cuando sta
es slo un valor estadstico que se utiliza al servicio del control social. Un desarrollo mucho mayor sobre esto en mi
libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/UAM-Xochimilco, Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996,
y tambin en el primer captulo de La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit. * Ver en el presente libro virtual el
artculo Introduccin a las nociones de salud y enfermedad mental.
7

Esto se record mucho despus del 11 de septiembre para sealar que, sin negar las consecuencias de los atentados
de ese da donde murieron aproximadamente cinco mil personas, la magnitud de muerte y desolacin es infinitamente
mayor de manera cotidiana, y sin que preocupe mayormente a la opinin internacional.

modelo neoliberal intensifica la llamada brecha entre naciones y entre sectores internos de stas, de forma
que la distribucin de ingresos y recursos, ya de por s desproporcionada y causante de lo antes indicado,
cada vez lo es ms8 . Por supuesto esto no preocupa -ms all de las presuntas buenas intenciones de los
discursos oficiales- ni a quienes se benefician de la situacin ni a las instituciones internacionales que
continan defendiendo al modelo hegemnico, por lo que no se buscan alternativas de cambios reales de
la situacin9 . Aunque sin duda alguna esto podra hacerse con formas distintas de colocacin de los gastos
pblicos y de distribucin de la riqueza mundial10 .
En este contexto es evidente el por qu de la separacin entre derechos humanos y sociales. De
entenderse y aceptarse a stos como aqu se propugna, es decir como los primeros y fundamentales
derechos humanos, no slo cambiara el sentido actual de los primeros sino tal defensa se convertira
en altamente peligrosa para las actuales formas de dominacin al reconocerse el derecho, hoy
claramente no respetado, a formas de vida que pocos tienen cuando todos podran y deberan
acceder a ellas. Y reconocer tal derecho implicara el tambin reconocimiento a la modificacin de todas
las causas que se oponen a su existencia y ejercicio, algo que trastocara el actual ejercicio, a nivel mundial
y de todas las naciones, de los poderes econmicos y polticos.

4) El tema de la democracia no se reduce hoy a sus falsas defensas sino implica tambin la imperiosa
necesidad de definir su propia esencia y sentido, mxime cuando desde hace algunos aos no pocos

Uno de los ltimos informes sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas, consigna que el 20% de la humanidad con
mayores ingresos recibe el 82.7% del producto mundial, en cambio el 20% situado en la pobreza y pobreza extrema
apenas recibe el 1.4% de ese producto. Esto es, el producto combinado del 20% ms rico sera sesenta veces ms grande
que el de los ms pobres. El abismo se ha ensanchado cuando menos el doble desde 1950, porque en dicho ao el 20%
de ricos en el mundo reciba solo treinta veces ms del producto mundial que el 20% ms pobre. Estas cifras segn
seala el informe citado se extreman dramticamente cuando se comparan los ingresos de los ms ricos que viven en los
pases ms ricos con los de los ms pobres que viven en los pases ms pobres (Flores Olea, Vctor, Crtica de la
globalizacin, en Villegas Dvalos, Ral (coord.), Adnde va el mundo?, Fundacin cultural Tercer Milenio, Mxico,
2002, p. 148).
9

No es este el lugar para analizarlo, pero la crisis argentina que se vena larvando y estalla en diciembre de 2001 es uno
de los ms claros ejemplos del marcado desinters de las potencias mundiales y organismos financieros por intentar un
salvataje a lo que ayudaron a producir.
10

Recurdese la gran polmica que se produjo en la reciente conferencia internacional de Monterrey ante el porcentaje,
muy mnimo por cierto, que se solicitaba a los pases desarrollados como aportacin a los subdesarrollados, y que fue
reducido casi a la mitad por Estados Unidos y otros, respetndolo una contada minora de naciones europeas nrdicas.
Aunque no es por este camino que podrn cambiarse las cosas, el dato es revelador del inters que hoy existe por
cambiar la situacin.

recin llegados a ella la han convertido en una especie de deidad mitificada. A tal punto que no extraa que
un connotado representante de tal tendencia se sorprenda de que, segn una encuesta realizada por
Naciones Unidas en Latinoamrica, 60% de los habitantes considere que la democracia es el mejor
sistema de gobierno, pero otro 50% estara dispuesto a a apoyar a un rgimen militar si trajera solucin a
sus problemas econmicos; o que del 60% que prefiere la democracia, la mitad estara dispuesta a aceptar un rgimen autoritario si este trajese solucin a sus problemas econmicos11 . Tal tendencia se ratifica
cuando en Argentina y Paraguay se respondi a la pregunta: qu tan satisfecho est con la democracia
en su pas? no muy satisfecho y nada satisfecho, que en Argentina alcanza 96%, mientras en Paraguay
es de 98%, ocupando Mxico un tercer sitio con 81%12 .
** Sin duda hay que diferenciar varios conceptos que, habitualmente, se incluyen en la nocion
polisemica de democracia. Para comenzar, democracia slo alude a una forma de gobierno. Eso no
incluye ni las nociones universales de justicia ni de bienestar economico. En relacion con la primer objecion,
en la Alemania nazi la mayoria estaba de acuerdo con los genocidios y las guerras de conquista, en
Estados Unidos antes de los setentas la mayora estaba de acuerdo con el racismo, en casi todas las
monarquias europeas la mayora est de acuerdo con mantener ese sistema injusto y decadente. Por
supuesto, una forma de gobierno no garantiza el bienestar economico y social de los ciudadanos. Pero, y
mucho mas terrible, la palabra induce a pensar en una igualdad que a todas luces es ficticia: no tienen igual
poder los ricos que los pobres, y eso incluye tambien la discutible dupla votar/elegir **.
En asociacin libre se recuerda la famosa declaracin de Churchill de que la democracia es el
peor sistema de gobierno, excepto todos los dems, y sera difcil negarlo, sobre todo conociendo lo que
han sido los mltiples regmenes represivos dominantes durante la mayor parte de la historia. Pero hoy
existe realmente democracia en las sociedades que dicen tenerla, o se trata, como escribe una connotada
escritora, de una vaca sagrada del mundo moderno que est en crisis? Y la crisis es profunda. Todo tipo
de ultraje es cometido en nombre de la democracia. Se ha vuelto poco ms que una palabra hueca, un
lindo cascarn, vaco de todo contenido o significado. Puede ser lo que t quieras que sea. La democracia
es la Puta del Mundo Libre, dispuesta a vestirse y desvestirse, dispuesta a satisfacer una amplia gama de
11

Necesario, crear mtodos transparentes para gobernar, plantea Woldenberg, diario La Jornada, Mxico, 19 febrero
2003, p. 11.
12

Oliva Posadas, Javier, Democracia y autoritarismo, idem, 2 septiembre 2002, p. 28. Los datos son de la encuesta
Latinbarmetro 2002.

gustos, disponible para ser usada y abusada a voluntad13 .


La afirmacin es tan contundente como la realidad en que se apoya. Nadie crea en la democracia de Saddam Hussein cuando ganaba las elecciones con el 100% de los votos (a veces incluso
con ms), pero su uso es bastante ms sutil y sofisticado en las sociedades modernas occidentales, donde
se la reduce a slo una prctica del voto una vez cada tantos aos, sin importar mucho (o nada) que los
electos hagan despus lo que quieran con sus mandatos, incluso contradecir las propuestas por la que
fueron elegidos, reiterar lo rechazado o gobernar con las mismas figuras de siempre pese a promesas de
cambio que no se concretan. En esta perspectiva dominante, por supuesto que toda idea de democracia
participativa -es decir activa, permanente y no limitada al voto en ciertos perodos de tiempo- es considerada populista, revolucionaria o subversiva.
Tal idea de democracia es hoy la hegemnica y que acta como cobertura de la imposicin
del modelo neoliberal prevaleciente en la mayor parte del mundo. Y no es un mero detalle que uno de
los creadores de este modelo haya reconocido que la democracia en s misma jams ha sido un valor
central del neoliberalismo14 , algo convalidado en su imposicin por regmenes no precisamente democrticos (Pinochet, Fujimori y otros) y el manifiesto apoyo al primero por Margaret Tachner, uno de los
epgonos de tal modelo.
A esto debe sumarse algo de fundamental importancia en consonancia con lo anterior: bajo las
reglas de tal modelo -no escritas pero vigentes de hecho-, quienes ejercen el poder econmico son las
instituciones financieras internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y otras) y las
grandes corporaciones transnacionales, quedando los gobiernos locales como ejecutantes polticos de
tales decisiones en slo variantes de tal modelo pero sin capacidad de implementar uno opuesto o
algo diferente. La realidad es entonces como, grfica y claramente, lo seala un premio Nbel en Literatura: No existe ninguna democracia. Ya no quiero ni llegar a lo que deca Abraham Lincoln, que la
democracia es el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ya sabemos que no lo es y no lo ha sido
nunca. Pero lo que pasa es esto: nosotros no vivimos en democracia, sino en un sistema plutocrtico
conformado por las corporaciones industriales y financieras que gobiernan el mundo. Nosotros estamos
13

Roy, Arundhati, Democracia imperial instantnea, suplemento Masiosare del diario La Jornada, Mxico, N 287, 22
junio 2003, p. 7.
14

Expresin de Friedrich Hayek, citado por Kurnitzky, Horst, Vertiginosa inmovilidad, Blanco y Negro, Mxico, 1998, p.
27.

condicionadas por ellas. Lo nico que podemos hacer es quitar un gobierno y poner otro. Nada ms.
Todo el resto, que es lo que importa, se nos escap de las manos15 . O en palabras de la autora de un
valioso best-seller: En los ltimos tiempos, muchos movimientos ciudadanos han tratado de invertir las
tendencias econmicas conservadoras eligiendo gobiernos liberales, laboristas o socialdemcratas slo
para descubrir que la poltica econmica sigue siendo la misma, o que se somete ms directamente an a
los caprichos de las empresas internacionales. Siglos de reformas democrticas que haban logrado crear
gobiernos ms transparentes se revelan de pronto ineficaces en el nuevo clima de poder multinacional.
Para qu sirven un Parlamento o un Congreso abiertos y responsables, si unas empresas impenetrables
deciden tantas cuestiones de la poltica mundial en la trastienda?16 .
Entre tantos ejemplos posibles de esto acaso no es paradigmtico el de Argentina, al ser de la
Ra elegido presidente por su manifiesta oposicin y la de su coalicin al modelo de neoliberal salvaje de
Menem, para luego no slo continuar con el mismo proyecto econmico sino tambin con el principal
responsable de l durante el gobierno anterior? De qu democracia se trata cuando se viola de tal manera
la voluntad popular, y cmo no entender el repudio a ella por una poblacin que se siente burlada (y por
supuesto de manera alguna es el nico caso, como entre tantos otros lo demuestran Lozada en Bolivia y
Toledo en Per)?. Y cual es la idea que se tiene de la democracia cuando a Aznar no le import nada que
millones de espaoles se manifestaran contra la guerra que l apoyaba y el 90% de la poblacin lo expresara en las encuestas, as como lo mismo ocurri en la Italia de Berlusconi y en Turqua y, en menor
proporcin, en Inglaterra y los mismos Estados Unidos en un comienzo? Y debe recordarse la falta de
respeto a tal idea de democracia cuando el poder de algn modo escapa a las elites tradicionales, que
entonces sabotean al gobierno elegido de todas las maneras posibles e incluso apelan al golpe de Estado,
como ocurri en Chile hace 30 aos o en Venezuela hace uno?
Democracia entonces slo de palabra, limitada a un voto en general respetado en cuanto la
eleccin de dirigentes entre las variantes aceptadas de mantenimiento del statu quo, pero en las que
no se sanciona a quienes no cumplen con las promesas ofrecidas, ni se respeta realmente la voluntad
popular como se muestra en el final del prrafo anterior. Se trata entonces de, a la inversa de la clsica

15

Saramago, Jos, en diario La Jornada, Mxico, 15 mayo 2003, p. 21.

16

Klein, Naom, No Logo, Paids, Barcelona, 2001, p. 395.

definicin tradicional, de una democracia de pocos, para pocos y con pocos17 , que no casualmente son
siempre los intereses poltico-econmico hegemnicos que se intercambian entre s, sin cambios centrales
y a veces con los mismos hombres.
Sin duda el ejemplo ms notable al respecto es el de Estados Unidos, el supuesto paladn de tal
democracia. Como lo destaca un conocido economista, se trata de una situacin sin precedentes de un
sistema gobernado por un partido nico de facto, el del capital. Los dos segmentos que conforman este
partido comparten la misma forma fundamental de liberalismo. Ambos se dirigen slo a la minora que
participa en esta forma de democracia truncada e impotente (representada en apenas 40% del electorado). Dado que la clase trabajadora, como regla, no vota, cada segmento del partido tiene su propia
clientela de clase media para la cual adapta su discurso. Ambos han creado sus propios principios constitutivos, con base en un cierto nmero de los intereses de sectores capitalistas (los lobbies) y los grupos
de apoyo comunitarios [...] La democracia estadounidense constituye actualmente un modelo avanzado
de lo que he llamado democracia de baja intensidad. Su funcionamiento se basa en la total separacin
entre el manejo de la vida poltica, mediante la prctica de la democracia electoral, y el manejo de la vida
econmica, regidas por las leyes de la acumulacin de capital. Ms an, esta separacin no tiene ninguna
oposicin radical, es parte de lo que podra considerarse un consenso general. Sin embargo, es esta
separacin la que destruye, efectivamente, todo el potencial creativo de la democracia poltica. Castra a
las instituciones representativas (parlamentos y otros organismos), que se vuelven impotentes y sumisas
ante el merdado y sus dictados. En este sentido, la alternativa de votar por demcratas o republicanos es
irrelevante, pues lo que determina el futuro del pueblo estadounidense no es el resultado de sus decisiones
electorales, sino los caprichos de los mercados financieros18 .
Pero esta inmensa mentira ha sido creda no slo por ciudadanos ingenuos sino tambin por
connotados intelectuales y politlogos que ven a ese pas como ejemplo de democracia que debe ser
seguida. Y seguramente para tales intereses lo es, pero no como modelo en tal sentido sino por la capacidad de hacer creer en formas democrticas que no lo son pero que siempre sirven a claros intereses pero
con el voto aprobatorio de las mayoras que aceptan su dominacin y creen que estn eligiendo y
17

Gonzlez Casanova, Pablo, Vivimos ahora el neoliberalismo de guerra general, diario La Jornada, Mxico, 3 mayo
2003, p. 17.
18

Amin, Samir, La ideologa estadounidense, diario La Jornada, Mxico, 14 junio 2003, p. 27.

decidiendo sus destinos. Hay que reconocer la capacidad que se ha tenido, a lo largo de muchas dcadas, de proyectar a nivel general la extremadamente cnica postura de un terico publicitario de que las
personas a las quienes se dirigen hagan libremente lo que nosotros queremos que hagan19 .
Por supuesto que el problema no es de la democracia, sino del uso que se hace de ella, algo que
no parecen ver ni entender quienes la defienden sin quierer comprenden el por qu de un desinters cada
vez mayor hacia la misma, o que observan algunas deficiencias sin analizar las causas profundas, algunas
de las cuales son las aqu sealadas20 .

5) En tal contexto cmo sorprenderse de que la poltica se encuentre tan desprestigiada, con los polticos y los partidos en uno de los niveles ms bajos de respeto y de credibilidad -lo que ya es mucho dado
el descrdito de mltiples instituciones-, como lo demuestran mltiples encuestas en casi todo el mundo
que preocupan en alto grado a quienes se interesan por ella, sea porque se muestra que el voto no
contribuye en nada a cambiar el estado de cosas o porque tal decepcin alienta el abstencionismo?21 . En
este panorama el ya famoso Que se vayan todos! que surgi en la crisis argentina de diciembre de 2001
es la culminacin de una idea mayoritaria en el imaginario colectivo.
Por supuesto que el fondo del problema es todo lo antes expuesto, donde partidos y polticos
tienen cada vez menores posibilidades de un accionar propio, convirtindose de hecho en ejecutores de
decisiones que los superan. Algo que no reconocen ni aceptan pese a que, por tal realidad, sus campaas
y declaraciones les han hecho perder casi toda individualidad y, por tanto, aparecen como variantes
de contenidos cada vez ms parecidos para la aplicacin de proyectos similares. Pero, ms all de
estas cada vez ms pequeas diferencias, en el imaginario colectivo son percibidos con grandes semejanzas, y no precisamente positivas: defensa de intereses personales y/o corporativos, bsqueda de poder
personal y de riqueza, desinters por la defensa de aquellos que los eligieron, corrupcin, utilizacin de las
19

Holzchuher, Ludwig, Psicologa de la publicidad, Rialp, Madrid, 1966, p. 54.

20

Claro ejemplo de esto puede verse en las diferentes posturas que se plantean en el tema central, El desencanto por
la democracia, de la revista Nexos, Mxico, N 306, junio 2003, donde prcticamente nada de lo sustentado en este
artculo es siquiera mencionado. Y podra agregarse la falacia de ver como democrtico al actual gobierno de Rusia,
donde la maffia en el poder -por otra parte en manos de ex funcionarios del represivo sistema anterior- slo se reparten
las riquezas que antes se distribuan un poco (slo un poco) mejor.
21

Segn un estudio realizado por el Instituto Federal Electoral de Mxico, diario La Jornada, Mxico, 6 julio 2003, p. 3.

instituciones para su beneficio, incumplimiento de promesas y de sus proyectos, caradurismo para decir
cosas inverosmiles que notoriamente son falsas, y muchos aspectos negativos ms. Y sin que se les vean
aspectos positivos.
Tambin aqu, como en todos los puntos de este trabajo, es imposible un desarrollo exhaustivo de
todo lo que se plantea -que tampoco es su objetivo-, por lo que basta con sealar un conjunto de observaciones generales que son, junto a lo ya sealado, las causas del desinters generalizado hacia poltica,
partidos y polticos, el alto abstencionismo, y el sealado desprestigio y baja credibilidad.
Los procesos electorales de los ltimos aos, en todo el mundo en general y en Amrica Latina en
particular -con excepciones por causas especiales y a veces situaciones extremas22 - son claras demostraciones de lo que ocurre: reemplazo del planteamiento de propuestas por slogans y consignas mercadotcnicas
donde poco o nada se dice sino que se vende un producto23 que no a muchos interesa porque son las
indicadas variantes de lo mismo, y cuanto ms hay un candidato ms simptico o carismtico; ataques
frontales entre partidos y/o candidatos donde parece no percibirse que, en ltima instancia, el buscado
desprestigio alcanza a toda la llamada clase poltica; observacin cada vez ms ntida de la utilizacin del
poder -incluso por parte de quienes cuestionaron esas acciones cuando eran oposicin- al servicio de los
partidos que lo ocupan; importantes niveles de corrupcin de distinto tipo (ahora en Mxico los casos del
Pemexgate y de Amigos de Fox como los ms destacados); demostracin contundente de la existencia
de partidos que son propiedad de dirigentes o familias, o que utilizan el financiamiento oficial para enriquecimiento personal; conciencia generalizada de que tal financiamiento es vergonzosamente alto, y muchas
veces para lo indicado y no como consecuencia de la afirmacin que dice que la democracia es cara;
marcado oportunismo en algunas alianzas donde no interesan las propuestas poltico-ideolgicas sino el

22

Entre ellos, por ejemplo, la disyuntiva entre Chirac y el fascismo de Le Pen en Francia, la opcin por Lula en Brasil, el
temor de la reeleccin de Menem en Argentina, en alguna medida la posibilidad de una alternacia en Mxico en 2000,
como muy posiblemente lo sean los prximos procesos electorales en Venezuela.
23

En el momento de escribirse este trabajo culmin la campaa electoral en Mxico para diputados -se renueva la
totalidad de la Cmara, jefes delegacionales en el Distrito Federal y algunas gubernaturas estatales-, y la publicidad
televisiva y de afiches es clara demostracin de ello: vaciedad de contenidos (salvo excepciones de ataques a otras
organizaciones o a propuestas gubernamentales), que un politlogo defini como anuncios intercambiables porque los
podra usar casi cualquier partido o candidato; carteles casi clonados donde siempre aparece el candidato con sonrisa
dentfrica, alguna consigna que tampoco dice nada e igualmente intercambiable, variando slo la diagramacin y los
colores; todo ello, y ms, como parte de un tiangui (mercado) electoral que satura a quienes escuchan radio, ven TV o
andan por las calles.

acceso a alguna cuota de poder; cambio de pertenencia a partidos por idnticas causas y razones24 ; la
utilizacin de figuras conocidas en general poco interesadas en la poltica -actores, deportistas, artistas- si
pueden captar votos; etc. Si bien es cierto que no siempre es as, aunque tambin lo es que se trata de algo
muy generalizado, el resultado es el conocido de la creencia de que todos los partidos y los polticos son
iguales, con la consiguiente desvalorizacin de la poltica en general y la prdida de confianza e inters
hacia ella25 .
** Cabria preguntarse si estas consecuencias subjetivas son un efecto secundario no deseado, una especie de inconveniente o mal menor de una estrategia de poder, o son una produccion
deliberada en la subjetividad (incluyendo la porcion inconciente de esta) que tiene como objetivo
la produccion de desesperanza, con sus corolarios inevitables: desinformacion, descompromiso
y paralisis. Seria una variante de la produccion de consenso, esta vez consenso por la negativa:
nada se puede hacer, con lo cual se le deja a esa clase politica las manos libres para seguir siendo
los lacayos y operadores de la alta clase economica, mientras juegan al ascenso cualititativo que
les permitiria entrar al olimpo de los grandes empresarios **.
Algo que no se limita a polticos y organizaciones que podran verse como de derecha, clasemedieras,
oportunistas, etc., sino que hoy alcanza tambin a las que se definen o consideran como de izquierda o
populares que, sea por los efectos de la cada del socialismo realmente existente o del actual peso de
pensamiento (casi) nico de signo neoliberal, han cado y/o actan de manera similar (desde un punto de
vista pesimista) o poco diferente (si se quiere ser optimista). Y -al menos para quienes no renuncian a
24

En el caso mexicano -el ms conocido por ser lugar de residencia- estos cambios han sido y son muy numerosos, casi
siempre porque no se obtuvo la candidatura deseada y otra organizacin abre las puertas si quien la desea tiene alguna
popularidad o puede triunfar, sin importar ni los antecedentes ni que las posturas ideolgico-polticas puedan ser
diferentes o incluso antagnicas. Y no faltaron los casos en que, luego del triunfo electoral, el nuevo adherente regrese
al partido anterior, donde es recibido alegremente. Un recuento de algunos de esos cambios puede verse en Caballero,
Alejandro, y Delgado, Alvaro, El trapecio poltico mexiquense, revista Proceso, Mxico, N 1374, 2003; y en Rodrguez,
Horacio, Elecciones 2003. El paraso de los oportunistas, revista En Pleno, Mxico, N 14, mayo 2003.
25

En las elecciones mexicanas de julio 2003 el nivel de abstencin fue cerca del 60%, uno de los ms altos de la historia.
Un columnista poltico ofrece su explicacin del por qu: Da de elecciones que simplemente confirm la prdida de
legitimidad del actual sistema de partidos y la carencia absoluta de lderes y de proyectos polticos interesantes y
crebles: democracia representativa que se sustenta en alrededor de 60% de abulia cvica; pleito llamado comicios que
consiste en ver quin gana ms cargos y prebendas para la pandilla a la que pertenece; elector convertido en depositario
de una nada llamada voto cuya suma servir para unos cuantos sigan ganando todo. Juegos de aritmtica para la
reparticin del poder que solamente reflejan la enorme distancia entre el inters popular y su presunta representacin
poltica (Hernndez Lpez, Julio, Democracia sin pueblo en columna Astillero, diario La Jornada, Mxico, 7 julio
2003, p. 4.

posturas de izquierda, ms all de todos los reconocimientos sobre errores cometidos- es mucho ms
doloroso ver tales posturas en personas y organizaciones que antes lo criticaron y sufrieron, para adaptarse a ellas en nombre del pragmatismo o cualquier otro tipo de justificaciones, pero slo estn interesados en conseguir cuotas de poder aunque sean mnimas. Posturas que han logrado que algn dirigente
empresarial haya dicho que ha quedado atrs la contradiccin entre empresa privada e izquierda..., lo
que refirma la idea de que, con tales cambios, esos partidos han sido y son utilizados por el poder como
franquicia electoral nada peligrosa y que permite canalizar disconformidades.
En realidad no hay de qu sorprenderse: en un sistema econmico como el actual el papel de los
polticos y de la poltica se ha reducido enormemente, siendo slo servidores de lo que otros deciden. En
una sociedad donde el mercado es el factor decisivo y requiere de tecncratas, son nada ms que
administradores todava necesarios hasta que puedan ser desechados o reducida an ms su actividad.
No es entonces nada casual el desinters por la poltica y el desprecio por los polticos26 , as
como las acusaciones que stos reciben, as como la idea de que hay que reinventar la poltica. Pero,
siendo necesario ser posible en las actuales condiciones donde, por todo lo indicado, sus posibilidades
se reducen y las crticas a su situacin se acrecientan?

6) Si algo ha cado como nunca en este ataque a Irak, y como parte del modelo neoliberal en general, es
la nocin de tica. Indiscutiblemente esta nunca existi en las situaciones blicas anteriores ni en la mayor
parte de la historia, sobre todo en las formas polticas, sociales y econmicas que se apoyan -como todas
en los hechos, aunque en diferentes medidas-, en algn tipo de explotacin (sea de unas sociedades sobre
otras, o del hombre sobre el hombre). Pero en las ltimas pocas -y salvo las aberraciones del nazismonunca, como en la actualidad, la prdida de tica y de todo tipo de valores se hizo tan manifiesta, incluso
cuando ello intent disfrazarse en justificaciones que no resisten el menor anlisis. Por supuesto que
todas las guerras coloniales, asi como muchas guerras internas (contra los kurdos, contra los chechenos,
contra minorias tribales en Africa), o incluso guerras de vecindad (India contra Paquistan, Irak contra Iran,
entre vecinos africanos, etc), mostraron la misma perdida de tica, y el mismo desden genocida, un fenomeno
26

Una clsica y cada vez ms frecuente acusacin, como crtica, de que determinado preoblema se politiz o fue
politizado. Lo grave es que esto se hace frente a situaciones que son clara y notoriamente polticas y por tanto deben
ser vistas de tal modo.

no exclusivo de los norteamericanos ni del capitalismo, siendo un fenomeno multideterminado que habria
que abordar incluyendo un analisis de las caracteristicas intrinsecas del fenomeno belico a traves de la
historia.
Las causas mismas del ataque no tuvieron el menor nivel de credibilidad, como se supo en ese
momento y se comprob ms tarde cuando las supuestas armas de destruccin masiva iraques nunca se
encontraron ni se utilizaron, como lo haban indicado los investigadores de la ONU27 . Y ni hablar de las
violaciones a los derechos humanos, a las libertades y a la democracia de Saddam Hussein -que sin duda
las cometi y fue un tirano excecrable- las que no molestaron a Estados Unidos cuando fue su aliado
(sobre en la guerra contra Irn) y por tanto lo arm, como, se reitera, tampoco le molestaron otras
violaciones similares de tantos sistemas represivos que son sus aliados. En similar postura entran, por
supuesto, tanto Inglaterra como Espaa y los pases que formaron la coalicin invasora28 .
Pero las violaciones a la tica continuaron en otros mbitos, en primer lugar en quienes en los
mismos Estados Unidos primero se opusieron al ataque contra Irak con poderosos argumentos (algunos
congresistas, entre ellos el presidente del bloque demcrata en un claro y contundente discurso) y luego la
apoyaron en nombre de la unidad nacional y la defensa de la Patria. Puede existir un argumento tan falaz
como apoyar una accin criminal cuando se sabe y comprende que lo es, as como falsos los argumentos
utilizados para realizar tal accin, aunque para ello se invoque el patriotismo? Qu se hubiese pensado,
por ejemplo, de la socialdemocracia alemana si, en nombre del patriotismo, hubiese apoyado la aventura blica y represiva del nazismo en vez de oponerse a l? Y qu decir de la tica de una Iglesia que se
opuso a la guerra slo en palabras, sin hechos que las convalidaran, solapando la agresin de manera tan
cmplice como lo hace negando o tapando las violaciones -pedofilia, violaciones, etc.- de sus sacerdotes?
27
Se trata de una maniobra ya clsica de Estados Unidos para justificar sus acciones intervencionistas: entre tantas
otras anteriores es de recordar la voladura del buque Maine para hacerlo en Cuba, y el falso ataque por parte de
Vietnam del Norte a buques de ese pas en el golfo de Tonkn como excusa para intensificar la que hizo en ese pas.
Respecto al cmulo de mentiras utilizadas -muchas de ellas reconocidas, aunque con justificaciones tampoco creblesvase el artculo de Rangwala, Glen, y Whitaker, Raymond, Veinte mentiras sobre la guerra, diario La Jornada, Mxico,
13 julio 2003, p. 1, 24 y 25. * Breves estudios sobre las campaas propagandsticas realizadas desde el 2001 en mis
trabajos El control social en tiempos de guerra y El control social en tiempos de guerra un ao despus, en
Anuarios de Investigacin 2001 y 2002, Departamento Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 2002 (vol. II) y 2003 (vol. I); tambin en la columna El sujeto meditico del sitio web
www.elsigma.com

28

Ahora hasta una mayora del pueblo de Estados Unidos reconoce y acepta que Bush minti para justificar el ataque
a Irak, solicitando una investigacin al respecto.

La situacin es ms grave cuando ni siquiera de trata de tal patriotismo sino de una adhesin por claros intereses econmicos. Fue el caso pblico de las presiones de empresarios y entidades
empresariales mexicanas para que el gobierno votara en el Consejo de Seguridad de la ONU a favor de
la postura estadounidense, con base en el fuerte vnculo econmico con ese pas vecino y las posibles
represalias que podran darse en caso contrario. Y si esto todava podra comprenderse, aunque no aceptarse, mxime cuando muchos de esos empresarios estn ligados a empresas de Estados Unidos, algo
verdaderamente deleznable es cuando un muy reconocido intelectual, autodefinido como democrtico
sin adjetivos, propuso lo mismo pero a cambio de que ese pas conceda beneficios en el terreno migratorio a la gran cantidad de mexicanos que trabajan all. En ambos casos se trata de una lgica de mercado
y de intercambio donde principios, valores, normas ticas, etc. quedan eliminados en nombre de ventajas
y beneficios. Se trata de un ejemplo hipottico y no real, pero se hubiese pensado de algo similar en
apoyo a la invasin de Alemania a Francia durante el nazismo de existir vnculos similares a los que se tiene
con Estados Unidos? Probablemente s para tales personas e instituciones, inscriptos en la lgica de que
todo se compra y todo se vende y donde principios y valores no interesan mucho en funcin de intereses
concretos.
Se reitera que jams hubo un importante respeto a normas ticas que las ms de las veces slo
existen en el discurso o en un marco jurdico que sistemticamente se viola sin juicio a quienes cometen
esas violaciones. Pero sobre esto tambin vale el conocido sealamiento de que el poder corrompe, y el
poder absoluto lo hace de manera absoluta, porque dentro del modelo neoliberal hoy hegemnico donde lo importante es el triunfo y la ganancia- es evidente cmo hoy las violaciones a los valores
aceptados son mayores a lo que lo fueron siempre y en todos los mbitos sin excepcin: los casos de
Enron, Wordcom y tantas otras grandes empresas son la punta de un iceberg que penetra prcticamente
en todos los niveles, incluyendo mltiples de la vida cotidiana29 . Tambin es innecesario recordar como
grandes empresas -entre ellas las de importantes funcionarios del gobierno estadounidense, el vicepresidente Cheney entre ellos- se hicieron acreedoras sin licitacin a grandes negocio de la reconstruccin de
Irak.
Las claras mentiras de Bush, Blair y Aznar -como claros representantes de muchos ms- son
entonces slo las voces mayores de una largusima lista que tambin superara muchas revistas como esta.
29

Una informacin es clara demostracin de esto. Entre otras cosas expresa: En la Universidad de Chicago los futuros

Entre ellos son conocidos los altsimos grados de impunidad en todos los mbitos, pero sobre todo en los
altos niveles, donde nuevos gobernantes no tocan a los anteriores porque en definitiva representan
similares intereses y apoyados en una legislacin que casi siempre impide toda investigacin seria
(donde se castiga al que cometeun delito menor pero se protege al poderoso), o se legisla rpidamente
para evitarlo como termina de ocurrir en Italia donde sin ninguna vergenza se pararon juicios en marcha
para que el primer ministro Berlusconi asumiera sin problemas la direccin semestral de la Comunidad
Europea; esa misma impunidad ha impedido, con claras excusas, los juicios a Pinochet, Kissinger y tantos
otros criminales, o casi siempre -con extrasimas excepciones- luego les alcanza una aminista. Tal vez el
colmo de esta impunidad es la que, por su exigencia y con base en sanciones a quienes se opongan, se
otorg a militares de Estados Unidos que violen los derechos humanos y las normas internacionales en sus
operaciones en el exterior, que por tanto no sern presentados ante la Corte Penal Internacional como s
lo fueron justamente sus enemigos Milosevic y otros30 . Ms clara demostracin del imperio de la ley del
ms fuerte, en clarsima violacin de todas las normas y valores de una civilizacin que, como se ver
ms adelante, cada vez lo es menos?
Todas estas rupturas con las normas ticas -entre ellas miles de formas de corrupcin con base en
el poder que conoce el imaginario colectivo por experiencia e incluso su alta difusin en la prensa, el uso
de los medios masivos de difusin como instrumentos del control social al servicio del poder y de la
gerentes de las grandes corporaciones siguen los pasos del ex presidente de Enron y de otros empresarios para quienes
nada debe interponerse en el camino de una compaa. Ni siquiera la ley. Los llamados Chicago boys aprenden que el
fraude, el soborno, la manipulacin de precios, la violacin de normas laborales y otras prcticas ilegales no slo estn
permitidas sino que son un requisito para aumentar las ganancias, seala Multinational Monitor. En un artculo titulado
Rotten to the Core (Corrupto hasta la mdula), Russell Mokhiber y Roberti Weissman explican que Frank Easterbrook
y Daniel Fischel son dos profesores de leyes de la Universidad de Chicago que, en un texto escrito sobre ley antimonopolios
publicado en la Michigan Law Review, escribieron que los gerentes no slo pueden sino deben violar las reglas, si ello
genera utilidades. Para Mokhiber y Weissman, este punto de vista ha dominado el mbito empresarial de Estados Unidos
en las ltimas dos dcadas. Por ejemplo, si un camin de Federal Express necesita estacionarse en doble fila para hacer
una entrega, no importa, pues basta con pagar una multa de 20 dlares. La moraleja es: viola la ley mientras ello te permita
seguir haciendo dinero. Desde luego, los crmenes de las corporaciones van mucho ms all de estacionarse en doble
fila: incluyen fraude, corrupcin, ocultar informacin a las autoridades, contaminacin, manipulacin de precios, daos
a la salud de los trabajadores y soborno. Sin embargo, para el escuela de Chicago estas conductas delictivas son slo
cuestiones externas y las multas y sanciones derivadas de ellas debe ser vistas simplemente como costos de hacer
negocios o costos de transaccin. Legisladores demcratas y republicanos han exhibido a la comercializadora Enron y
a la consultora Arthur Andersen como ejemplo de empresas corruptas; sin embargo, esos mismos representantes
recibieron recursos de ambas compaas y bloquearon leyes que hubieran impedido sus abusos, sealan los analistas.
Como Easterbrook y Fischel muestran claramente -agregan Mokhiber y Weissman-, el mundo corporativo de hoy est
regido por una ideologa corrupta hasta la mdula (diario La Jornada, Mxico, 25 febrero 2002, p. 22).
30

Con base en esa presin Blgica termina de anular la legislacin que le permita juzgar a genocidas y criminales de

guerra, para lo cual no vacila en mentir- se inscriben en dos de mayor trascendencia como son el cada vez
ms marcado desinters generalizado por la situacin de miles de millones de personas en psimas condiciones de vida, y la tambin cada vez mayor ausencia de solidaridad frente a esas y otras circunstancias.
Pero esto se ver ms adelante como claro sntoma de la aceptacin de un horror del que en definitiva,
aunque en diferentes magnitudes, una mayora generalizada de la humanidad es cmplice sea por tal
aceptacin o simplemente por cobarde o conveniente resignacin.

7) En este panorama la cultura es un mbito que cada vez importa menos, es devaluada y queda postergada frente a la absoluta preponderancia de la bsqueda de satisfactores materiales en el amplio sentido.
Tambin aqu la destruccin producida en Irak es un analizador de algo ms profundo, tanto por el claro
privilegio que tuvo el cuidado de la gran riqueza petrolera, el desprecio a una de las culturas ms antiguas
y valiosas de la humanidad, la falta de inters hacia por los cultores de una tecnologa y de una modernidad
que privilegia lo barato y lo que rinde beneficios inmediatos. Tal vez simblicamente la destruccin de
obras de civilizaciones anteriores y el robo de los museos fue algo parecido al de los espaoles con los
templos indgenas o al instalar una iglesia sobre ellos: mostrar el valor de una dominacin que ha triunfado
para quedarse y borrar con todo lo anterior31 .
Una visin general del mundo cultural actual muestra categricamente que ciertas actividades
tienen un gran desarrollo, pero cada vez ms limitadas a pequeos grupos, mientras las amplias mayoras
son intoxicadas por espectculos, telebasura, etc.32 , como puede verse, por ejemplo, en la cartelera de
cine en todo el mundo, donde el arte es sepultado por lo claramente comercial. Es evidente tambin que a
nivel cuanti y cualitativo lo que genricamente puede entenderse por cultura est muy por detrs de la
investigacin y creacin tecnolgica.
Una muestra contundente de todo esto puede verse en el nivel cultural de los actuales gobernantes, donde Bush, Aznar, Berlusconi, Fujimori, Menem, Bucaram y tantos otros son claros ejemplos, a los
guerra (Sharon entre ellos estaba en juicio), lo que aumenta la impunidad hacia estas acciones.
31

Una forma cultural que no vacila en destruir riquezas arqueolgicas para construir centros comerciales, uno de cuyos
casos extremos fue el intento de hacerlo con el cementerio judo de Praga, uno de los lugares ms hermosos y conmovedores de una de las ciudades ms bellas del mundo, que fue frenado por la oposicin de sus habitantes. No se trata slo
del predominio de los intereses mercantiles sino de la cultura que le acompaa, que lamentablemente en no pocos
casos es preferida por muy amplios sectores de la poblacin que se engolosinan por tales expresiones del progreso.

que sin duda se suman la absoluta mayora de grandes, medianos y pequeos empresarios de nuestro
mundo neoliberal, para quienes la cultura es algo prescindible e incluso molesto y subversivo. Que puede
llegar a ser peligrosa si ella implica tomas de conciencias en todos los sentidos, por lo que para todo poder
desptico o apoyado en premisas comerciales siempre es preferible lo que se conoce como analfabetismo funcional y la estupidizacin de la poblacin, algo a lo que los actuales medios masivos de difusin
contribuyen diariamente y es consumido vorazmente. Por supuesto que tal bajo nivel cultural y educativo
de la mayora de los dirigentes actuales (salvo el tecnocrtico en algunos) tendra escasa importancia si el
mismo no fuera expresin de una visin del mundo y de la poltica reducida al ms bajo nivel de la idea de
un progreso limitado al ms burdo mercantilismo, postura que proyectan a sus intenciones gubernamentales33 .
No es algo nuevo, pero es importante recordar que a comienzos del siglo XIX Beethoven y
Schubert eran msicos populares, mientras la distancia que hoy existe entre las vanguardias y la poblacin
es inmensa. Agrguese a todo esto que en la la absoluta mayora de la creacin cultural de los ltimos
tiempos ha desaparecido o se ha debilitado el inters de tiempos anteriores por las problemticas de
nuestro tiempo, sobre todo las polticos-sociales, reemplazadas por perspectivas formales, construcciones de lenguaje, etc. sin lo que dcadas atrs se entenda como un compromiso social del arte; as en la
fotografa poco se ve ahora de mostracin de la realidad o imgenes testimoniales, en la literatura y otras
expresiones ocurre lo mismo
Ni que decir que toda esta realidad se proyecta sobre el campo acadmico de las llamadas
ciencias sociales, igualmente hoy alejadas de las preocupaciones centrales de pocas no tan lejanas
donde imperaba otro Zeigest (espritu del tiempo). Pero esto ya fue planteado en otro trabajos anteriores34 por lo que es innecesario reiterarlo.

32
Donde cumplen la funcin que una periodista define como la doctrina Azcrraga (el que fuera el mximo directivo
de Televisa): La televisin tiene la obligacin de divertir a la gente y hacer que olvide su triste realidad y su difcil
futuro (Lazcano, Norma, Berlusconi: el poder absoluto, revista Proceso, Mxico, N 1394, 20 julio 2003, p. 50).
33

Una de las mejores y ms brillantes descripciones de esta postura, aunque escrito hace cuarenta aos, sigue siendo
el citado libro de Marcuse, El hombre unidimensional, ob. cit.

8) En todo lo anterior ya aparecen mltiples indicios acerca de la condicin humana, un tema extremadamente complejo que no se desarrollar aqu, y del que slo se formularn algunos aspectos tan generales
como crticos, sin cada en los despectivos planteos elitistas de rechazo a la cultura por los sectores
populares y marginados porque son precisamente las clases altas, medias y acomodadas las que
muestran los mayores niveles de responsabilidad y complicidad con todo lo aqu enunciado e incluso de rechazo o no predileccin por los altos niveles culturales.
Lo antes indicado acerca de la definicin de la especie humana como homo sapiens como una
tremenda pedantera no es una exageracin: efectivamente puede serlo potencialmente pero lo es? La
aceptacin, tolerancia o complicidad con todo lo sealado demuestra que no, lo mismo que los objetivos
que la mayor parte de la humanidad se plantea actualmente y que tienen su representacin en el sueo
americano, en las fantasas y deseos de las clases medias -expresin clara de la idiotez convertida en
normalidad y premisas de salud mental hoy dominantes-, en los gustos culturales de las mayoras, y en
las preferencias por la comodidad, la facilidad y el hedonismo epidrmico sobre todo lo dems. Y no
dudan en sacrificar lo que sea por conseguirlo, aunque ello sea desde nada menos que la destruccin
ecolgica hasta el apoyo a sistemas polticos autoritarios (as como Hitler fue elegido por una amplsima
mayora, no debe olvidarse que en las ltimas elecciones presidenciales chilenas cerca de un 50% vot a
sectores pinochetistas con base en el supuesto xito econmico de la pasada dictadura -no soreprendera
que en la prxima triunfarn-, que muy recientemente en Espaa el gobierno de Aznar perdi menos votos
de la imaginado por su apoyo a la guerra como premio al desarrollo de ese pas, y que un connotado
criminal de guerra argentino haya triunfado como alcalde en su ciudad de Tucumn). Ejemplos histricos
sobran al respecto, y no se limitan al apoyo al nazismo por el pueblo alemn que era considerado uno de
los ms cultos del mundo; y ni hablar del nivel del estadounidense para el que, segn Andy Warhol,
comprar es ms americano que pensar.
S, puede hablarse de la importancia y manejo del control social, del peso que hoy tienen los

34

Guinsberg, E., Lo light, lo domesticado en nuestro mundo psi, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000
(y en el libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 2001); Los estudios e investigaciones en
comunicacin en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos, en Sols Leree, B. (ed.), Anuario de Investigacin de
la Comunicacin VII, Coneicc/UAM-X, Mxico, 2001; Realidad y ficcin sobre los medios en nuestro mundo neoliberal,
en Aceves Gonzlez, F. (ed.), Anuario de Investigacin de la Comunicacin IX, Coneicc, Guadalajara, 2002; La ideologa en las actuales ciencias sociales: los casos de la comunicacin y el mundo psi, revista Argumentos, DCSH-UAMX, Mxico, 2003. * El primero de los indicados includo en este libro virtual.

medios masivos para ello, de mil cosas ms. Pero en todo caso eso no cambia lo central de lo manipulables
que pueden ser los seres humanos cuando para ello se sabe apelar a sus sentimientos, apetencias y
creacin de necesidades que sirven para el apuntalamiento de un sistema de dominacin. Aunque el precio a pagar sean las actuales condiciones psicosociales de la mayor parte de la humanidad, o sea
no slo las increbles condiciones de vida de una muy alta parte de ella sino tambin la de los minoritarios
sectores afortunados, hoy afectados de mltiples psico(pato)logas, ansiedades y angustias, narcisismos
en aumento, problemas de inseguridad, la depresin como cuadro dominante, las psicopatas en marcado
ascenso por causas obvias, etc.35 .
Y no puede dejar de reiterarse el desinters y despreocupacin por todo lo que ocurre, sobre
todo por conocidas situaciones de vida miserable en la mayor parte del mundo -no slo lejanas sino en
lugares cercanos o en calles por las que se transita-, y la prdida de la ms elemental solidaridad que ello
implica. Lo que cuanto ms provoca una mnima sensacin de lstima, pero sin acciones que ayuden a
modificar tales condiciones. En definitiva, la aceptacin del horror cotidiano y la desensibilizacin
ante ste mientras no afecte de manera directa. En este sentido todos saben de la explotacin existentes, pero pocos reaccionan contra ella e incluso no les molesta mientras no se vea directamente (e incluso
as, tampoco) y, como dijo una lcida amiga, no tienen problemas si la licuadora les funciona36 .
Por supuesto, y al menos desde Freud, se conocen las tendencias narcisistas y egostas del ser
humano, y es claro y evidente como stas son utilizadas para el mantenimiento de los intereses de una
dominacin cada vez ms intensa aunque, por lo menos en las sociedades ms desarrolladas, sutil y
refinada, pero no por ello menos fuerte, a las que la mayora acepta y se somete de manera casi siempre
(no siempre) pasiva. Y por supuesto la pulsin de muerte que enunciara Freud en 1920 en su texto Ms
all del principio del placer, reforzado por el clsico texto Por qu la Guerra? en respuesta a la

35
36

Un desarrollo mucho mayor de esto en mi libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit.

En los ltimos tiempos se ha divulgado la explotacin del trabajo, sobre todo en pases subdesarrollados y por parte
de empresas transnacionales (Nike ha sido uno de los ejemplos ms sonados), que someten a los obreros a condiciones
leoninas y con bajsimos salarios, algo que es preferido al desempleo al que muy probablemente estaran condenados.
Recurdese que, entre estas violaciones, figura la prohibicin de organizacin y sindicalizacin, y no slo en maquilas
de Honduras y pases del sudeste asitico sino tambin en empleados de Wal Mart, la cadena de supermercados ms
grande del mundo. Otra asociacin libre: hace varias dcadas el diario La Nacin de la oligarqua argentina public un
chiste donde un rey proclamaba el fin de la esclavitud, y agregaba que ahora los esclavos seran llamados obreros;
claro, estos obreros ahora son libres y pueden abandonar su trabajo, pero en los citados casos de la actualidad tal
libertad es slo formal y cada vez ms se parece, en los hechos, a la esclavitud.

pregunta que con ese ttulo formulara Albert Einstein, donde reitera lo mismo.
No se harn muchas observaciones sobre este ltimo escrito porque a l est dedicada la seccin
Libro polmico de este nmero de la revista -donde aqu en general se comparte la postura de Miguel
Matrajt-, pero es imposible no sealar lo simplista y esquemtico de tal postura de Freud, limitada a insistir
en tal tesis sobre el peso e importancia de tal pulsin de muerte, causa explicativa casi unilateral. Salta
entonces a la vista la escasa importancia que se atribuye a un aspecto tan central como el poder y todos
los intereses (econmicos y polticos) a l vinculados, que estn muy claros en la invasin a Irak como en
la mayor parte de las guerras y en toda bsqueda y uso de la dominacin. Pero el problema del poder es
una temtica negada en psicoanlisis, que poco o nada dice sobre l tal como fue desarrollado en un
artculo anterior que hoy mantiene su vigencia37 , o que lo reduce de manera no extraamente psicologista
a vnculos a veces exclusivamente familiares o edpicos.
De esta manera la pulsin de muerte hace ya mucho tiempo es utilizada como una especie de
comodn para explicar casi todo lo vinculado a poder, violencia, etc., forma cmoda de evitar el anlisis
y cuestionamiento de formas polticas, econmicas y sociales siempre presentes en tales manifestaciones.
Tambin esto fue planteado anteriormente en esta misma revista, por lo que no se reiteran comentarios ya
escritos, recordndose slo la mini-polmica surgida cuando en un artculo presentado en un congreso
internacional de salud mental se consider al ecocidio como tambin causado por tal omnipotente pulsin
de muerte. En respuesta se plante que el mismo puede pensarse que es producido por la conjuncin de
otros factores, entre ellos la dupla comodidad/facilidad, la bsqueda de status, y los ya mencionados
intereses econmicos, que con base en la sealada falta de conciencia generalizada, no se interesan en el
cuidado frente a la creciente destruccin en marcha; no sera entonces tal pulsin de muerte sino la bsqueda de un placer que no vacila en encontrarlo pese a sus consecuencias (como ocurre con los millones
que no se cuidan en las relaciones sexuales pese a sus actuales riesgos) 38 .
Se reitera, una especie de comodn que sirve para explicar y justificar todo, y que no se preocupa por preguntas como por lo menos las dos siguientes: acaso hay pueblos o sectores sociales con
niveles cuantitativos y cualitativos de tal pulsin de muerte?, por qu su mayor desarrollo siempre est

37

Guinsberg, E., Psicoanlisis, cultura y poder, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 8, 1997. * Includo en este
libro virtual.

vinculado con ese poder del que el psicoanlisis poco o nada dice?

9) Y qu pasa con el psicoanlisis frente a toda esta situacin del hombre y su contexto? Pues nada,
como siempre desde su institucionalizacin, domesticacin y prdida del carcter de peste que Freud
consider que tena. Dejando de lado su ya clsico silencio a todo lo que salga del campo clnico -donde
su praxis ortodoxa ni siquiera incluye la incidencia de las formas culturales en la psico(pato)loga-, hubo
muy escasas referencias de sus profesionales e instituciones a las circunstancias del mundo en general y de
la guerra de Irak en particular (en claro desacuerdo con el famoso texto de la kleiniana Hanna Segall, El
verdadero crmen es callar39 ), limitando sus explicaciones al tradicional uso mecnico de la
omniabarcativa pulsin de muerte.
** Hemos sealado en esta revista, reiteradamente, el compromiso, por no decir complicidad, entre las instituciones psicoanaliticas y el poder. Casi podriamos enunciar una relacion cuantitativa: a mayor fuerza y poder de una institucion psicoanalitica, mayor asuncion como vocero psi
del poder instituido. En el numero anterior dedicamos algunas paginas a documentar las relaciones
entre la IPA, los grupos lacanianos mas fuertes, la asociacion brasilea y varios genocidas y
torturadores40 **.

10) En un muy conocido y brillante texto, Norbert Elas plantea que el proceso civilizatorio comienza
cuando existe el control de la violencia41 . Y en uno no menos conocido y brillante, Freud considera que el
ser humano prefiere la cultura pese a las limitaciones que sta le inflige por la seguridad que le ofrece frente
a los tres problemas que le agobian (los peligros de la naturaleza, los males del cuerpo, y las relaciones
entre los propios humanos)42 . Pero, en situaciones como las actuales donde el control de la violencia sobre todo la de los poderosos- existe cada vez menos, y la inseguridad se ha convertido en uno de los
problemas ms sentidos en el mundo entero debe pensarse en una crisis de la civilizacin y de la cultura,
38

Gonzlez Chagoyan, Jos Luis, Ruiz Nava, Rafael, Guinsberg, Enrique, Psicoanlisis y ecologa: una breve polmica, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 2, 1992, p. 124.
39

Un resumen del mismo puede verse en el N 17 de nuestra revista, octubre 2001, p. 111.

40

Matrajt, M., Psicoanalistas sin tica, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 19, 2003.

41

Elias, Norbert, El proceso de la civilizacin, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2 ed., 1989.

y coincidir con Voltaire en su afirmacin de que la civilizacin no suprime las barbarie sino la perfecciona43 , debiendo comenzar a hablarse de una civilizacin de la barbarie o de una barbarie civilizada?
Una visin muy general pareciera indicar que se ha perdido gran parte del control sobre diferentes
aspectos de la realidad social, sea por el desarrollo tecnolgico, la relativa facilidad de realizar acciones
terroristas, el poder unilateral y su prepotencia, el desorden econmico-financiero fomentado por la economa de mercado, o la aparentemente ya imparable destruccin ecolgica44 . Pero no es que no se
pueda, sino que los intereses hegemnicos empujan hacia tal realidad e impiden soluciones reales.
En uno de sus expresiones seguramente ms claras (y por tanto menos recordadas) Freud escribi, luego de reconocer el descontento y la hostilidad de la mayora que no participan en los beneficios de
una cultura, que huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un nmero tan grande de sus
miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse ni lo merece.
Aunque suene muy pesimista e incluso aterrador, y de no producirse o avizorarse cambios respecto a todo lo anterior hoy muy lejanos o no visibles no es de preguntarse si lo ltimo no debe proyectarse
al ser humano y a la misma humanidad?

42
43
44

Freud, S., El malestar en la cultura, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, tomo XXI.
Cita en una de las que la revista Campo Grupal publica al pie de sus pginas (Buenos Aires, N 42, febrero 2003, p. 14).

En un reciente texto, Superpoblacin y desarrollo (Taurus, Madrid), Giovanni Sartori considera que, por tal destruccin y el crecimiento poblacional, a la humanidad no le quedan ms que cien aos de vida. Ms all de la precisin o error
en tal cifra, este peligro es tan incuestionable como la pasividad con que -salvo las organizaciones ecologistas- se acta
frente al mismo. Sobre todo por parte de las grandes potencias y empresas que, con base en el inters de su ganancia,
hacen odos sordos al problema y toman medidas slo menores. Ya se vi que con la complicidad de la gente en general.

MEDIOS MASIVOS Y FORMACION PSICOSOCIAL *


La presentacin de este artculo tiene dos dificultades para el cumplimiento de los objetivos de la
convocatoria para este texto colectivo: la primera que si bien, tal como se indicar despus, la investigacin en que se basa tiene ya bastante tiempo, al iniciarse no tena prcticamente antecedentes y hoy mismo
sigue siendo un campo poco seguido y explorado; y la segunda, consecuencia de lo anterior, la dificultad
de ubicar tal temtica en alguna de las Propuestas de Contenido de la Convocatoria, no pareciendo
quedar otra opcin que la 6, Otros temas de comunicacin, una especie de lugar ambigo y genrico
donde es de imaginar que se pondr lo que no se sabe donde meter, algo as como el tema Varios de las
asambleas que por tanto casi siempre merece una atencin distinta. Extraa singularidad porque los ya
numerosos trabajos escritos y presentaciones de esta investigacin en diferentes espacios acadmicos -la
Asociacin Mexicana de Investigadores de la Comunicacin (AMIC), la Federacin Latinoamericana de
Asociaciones de Facultades de Comunicacin Social (FELAFACS), la Asociacin Latinoamericana de
Investigadores de la Comunicacin (ALAIC), entre muchos otros- no slo tuvieron buena acogida sino
tambin se brind constancia de su necesidad e importancia por abrir de manera concreta una vinculacin
entre comunicacin y psicologa -con el campo psicoanaltico en particular- que permite una mayor comprensin para temticas centrales de la primera (entre ellos los efectos de los medios, el proceso de
recepcin, etc.). Y si la comunicacin de por s es un campo de estudio inter, multi y trans disciplinario y
son conocidas sus ntimas y estructurales relaciones y vinculaciones con los campos sociales, polticos,
econmicos, lingisticos, etc. no puede dejar de llamar la atencin la escasa atencin que se le ha dado y
se le da a la temtica aqu planteada, reconocida cada vez ms tambin como central pero escasamente
seguida de manera real. Lo que indica cunto falta hacer al respecto.
Esta investigacin est en desarrollo hace ya bastantes aos, y uno de sus primeros productos
escritos tiene ms de veinte (Guinsberg, 1978). En esta breve exposicin se expondrn sus objetivos
centrales, las lneas que fueron surgiendo a partir de ellos y los ejes del trabajo actual.
El ttulo mismo indica su sentido articulador entre dos disciplinas, aunque muchas ms son las

* Publicado en Lombardo Garca, Irma (Coord.), La comunicacin en la sociedad mexicana. Reflexiones temticas,
Asociacin Mexicana de Investigadores de la Comunicacin, Mxico, 2001. * Como se indica en la Presentacin de este
libro virtual, esta es una de las temticas centrales en mis investigaciones. Mayores desarrollos en los textos de la
bibliografa de este artculo, y en mi columna El sujeto meditico del sitio web www.elsigma.com

consideradas. Por tanto no es una investigacin disciplinaria sino, lo que es sealado de manera manifiesta,
claramente transdisciplinaria, entendiendo por tal la posibilidad de formular una investigacin no como
coordinacin de trabajos parciales que partan de las disciplinas particulares, sino formulado desde el
inicio como un estudio integral de problemas de la realidad no encasillables dentro de los lmites de tales
disciplinas (Garca, 1982).
El objetivo central parte de un hecho constantemente sealado y muy poco o nada estudiado: la
necesidad de comprender si la magnitud e importancia actual de los medios masivos de difusin incide o
no en la formacin del modelo de hombre que cada marco social requiere para su mantenimiento y
reproduccin, y en caso afirmativo de qu manera y con qu bases, como se vinculan con otras instituciones participantes, etctera. Al ser el presente trabajo slo un resumen y encontrndose escritas
fundamentaciones mucho ms completa, se indicarn lneas muy generales (entre otros ver Guinsberg
1985-1988-2005, 1990, 1991a).

Medios y construccin del Sujeto

Es muy conocido que toda formacin social requiere construir el que puede llamarse Sujeto
Social u Hombre Necesario que se adece e integre a la misma, posibilitando de tal manera su mantenimiento y reproduccin. Para ello utiliza diferentes instituciones que cumplen tal tarea (familia, escuela,
iglesias, etctera), una de las cuales tiene generalmente un caracter hegemnico y sobre la cual se insertan
o coactan las otras, hegemona que, como es evidente, depende de las condiciones histricas, desarrollo
tecnolgico, etctera.
No es este el lugar para discutir si los medios tienen hoy tal hegemona (estudio que s se hace en
Guinsberg 1985-1988-2005), e independientemente de coincidirse o no con tal afirmacin es incuestionable que su importancia cuantitativa y cualitativa es muy grande, por lo cual no puede soslayarse el
estudio de su aportacin al citado proceso de formacin del modelo (o modelos) de Sujeto Social u
Hombre Necesario. Sin embargo no ha sido hecho por las tendencias dominantes tanto de la comunicacin como de la psicologa -o hecho de manera harto genrica o apocalptica con escasa fundamentacinpese al reconocimiento de su importancia y necesidad.

Efectivamente, quienes ms han trabajado el campo de los llamados efectos de los medios han
sido investigadores del marco estructural-funcionalista, y los investigados han sido los que pueden considerarse temas puntuales (influencia sobre el voto, el consumo, la sexualidad, la violencia y muchos otro),
pero no uno global como el aqu sealado. Por el lado psicolgico tambin se reconoce como hoy la
conformacin psquica no puede reducirse a los mbitos familiar y escolar, e incluso explcitamente se hace
referencia concreta a los medios, pero se queda -sobre todo en el campo psicoanaltico- en tal sealamiento sin desarrollarlo. Puede considerarse que tal limitacin responde a las barreras conceptuales disciplinarias e incluso al desconocimiento de los comuniclogos de las bases psicolgicas, as como de comunicacin por parte de psiclogos, lo que recalca an ms la necesidad de romper -por supuesto no slo en
este terreno- con tales barreras (sin, claro, negar los conocimientos de cada disciplina).
Hoy resulta evidente como la familia sigue siendo el ncleo central de la formacin de los sujetos
en proceso de socializacin u hominizacin, pero si nunca el mismo estuvo limitado a ella -cmo olvidar
la intervencin de las instituciones de la educacin formal, de las religiosas, etctera?- actualmente tal peso
es muy diferente y se realiza casi conjunta e integradamente con ellas, con una importante incidencia de los
medios masivos. Para comprender esta incidencia debe partirse del sealamiento de que stos llegan tanto
de manera directa a los nios desde la ms temprana infancia, como indirectamente a travs de una familia
ya tambin socializada y/o influenciada por ellos (Guinsberg, 1995 y 1999).
Con base en este punto de partida vemos entonces como, para el objetivo propuesto, se trata
tanto de comprender la compleja red que produce la tambin compleja masa de mensajes de los medios
y sus significaciones y propsitos, como las necesidades del psiquismo de los sujetos, donde aquellas
buscan penetrar para ser efectivas, que posibilitan su recepcin y aceptacin. Comprensin de fundamental importancia para el actual debate en torno a los momentos -hasta hace poco casi totalmente disociados- de emisin y de recepcin.
En la primera edicin del libro de 1985 el centro estuvo enfocado a lo primero, es decir a los
efectos buscados por los emisores, mientras que en la segunda edicin aparece un mnimo esbozo de lo
ltimo, que posteriormente se desarroll en otros trabajos que se mencionarn. Actualmente se postula
la necesidad de construccin de una dialctica emisor-receptor que permita la comprensin del
proceso sin exageraciones sobre uno de los campos (o negndolos).
Efectivamente, es conocido que en las dcadas de los sesenta y setenta surgi y prim en nuestro

continente, al menos en el campo que genrica y sin precisin puede denominarse como progresista,
una corriente que hizo nfasis absoluto en la emisin al estudiar los contenidos ideolgicos de mensajes
tendientes a la colonizacin mental al servicio de las fuerzas polticas, sociales y econmicas dominantes
(nacionales e internacionales). Hoy se reconoce que tal perspectiva fue tan correcta como unilateral, no
faltando quienes -confirmando la clsica tendencia a las sobrecompensaciones que se producen en todos
los terrenos, includo el cultural e intelectual- caen en la inversa y sostienen la necesidad de comprender el
momento de recepcin, pero de una manera tan unilateral como la anterior.
Es cierto que en el primer caso existi de hecho (no explcitamente) una visin tipo conductista del
hombre -moldeable fcilmente por los mensajes, sin capacidad de enfrentarse a ellos, verlos crticamente
o darles una significacin distinta a la propuesta de los emisores-, as como el otorgamiento de omnipotencia a stos. Pero tambin lo es que la inversa actual, y no pocas veces de manera tan inocente como en
el caso anterior, caen en una especie de psicologismo y negacin de la importancia de las fuerzas sociales
hegemnicas de los medios de difusin, del valor de las comprensiones de los mensajes en funcin de las
pertenencias sociales, etctera. En ambos casos se trata tanto de limitaciones del conocimiento como de
expresiones ideolgicas (incluso de cada momento concreto) que no pueden negarse.
En lo referente a la primer parte se trata de ver de qu manera los medios contribuyen a la
formacin del modelo de Sujeto Social y al servicio de qu intereses (aunque stos no siempre sean
concientes e intencionales al estilo de las visiones simplistas de la manipulacin). Al no ser este el
objetivo del presente trabajo baste slo decir que hoy est ya suficientemente aclarado como los medios
se han convertido -y todo indica que seguirn en tal lnea incluso incrementando su accin- en los instrumentos centrales de transmisin y conformacin de ideologa (en todos los sentidos del trmino), difundiendo las de la dominacin, negando otras (o distorsionndolas) en la mayor parte de los casos, etctera.
Sus mensajes no son entonces inocentes, independientemente de que logren o no su objetivo.
Con respecto a su influencia en la persona ya un lcido socilogo la sealaba hace varias dcadas:
Los medios masivos de comunicacin: 1) le dicen al hombre de masa quin es: le prestan una identidad;
2) le dicen qu quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen como lograrlo: le dan una tcnica; 4) le dicen
cmo puede sentir que es as, incluso cuando no lo es: le dan un escape (Wright Mills, 1957)). Deben
entonces entenderse los mecanismos que lo posibilitan.
En definitiva se trata de la necesidad social de construir un Sujeto que se ajuste voluntariamente

(aunque esto no siempre sea conciente) a las formas de la dominacin vigente, de manera que en lo posible
se limite la represin abierta y manifiesta. Se intenta entonces producir lo que Fromm -independientemente
de la crtica a sus formulaciones ste es un aspecto valioso- llama carcter social, que define como
ncleo esencial de la estructura de caracter de la mayora de los miembros de un grupo, ncleo que se ha
desarrollado como resultado de las experiencias bsicas y los modos de vida comunes del grupo mismo
(Fromm, 1962:322), que surge al moldear las energas de los individuos de modo que su conducta no sea
asiento de decisin conciente en cuanto seguir o no la norma social, sino asunto de querer obrar como
tiene que obrar, encontrando al mismo tiempo placer en obrar como lo requiere la cultura. En otras
palabras, canalizar la energa humana a fin de que pueda seguir funcionando la sociedad de que se trate
(Fromm, 1963:72).
En trminos psquicos ello equivale a dar formas concretas a las instancias del aparato psquico.
Como es conocido la teora que Freud construye al respecto -donde por causas obvias, dada la importancia de los medios de su poca, no los incluye en el proceso- seala que el nio nace puro Ello, es decir
puro impulso biolgico, instancia a partir de la cual surgirn el Yo y el Superyo, diferenciaciones de aqul
como consecuencia del proceso de socializacin. Es incuestionable tambin que estas instancias tendrn
idnticas funciones en todas las sociedades, pero variarn en sus contenidos.
Tomando como partida un hito en la obra de Freud puede encararse el camino respecto al aporte
de los medios al proceso de constitucin psquica. Un primer aspecto es la diferenciacin de lo psquico en
distintos estratos (conciente, preconciente, inconciente), que si es la premisa bsica del psicoanlisis es
tambin un elemento fundamental para el estudio encarado: lo que penetra en el sujeto no es slo el
contenido manifiesto de los mensajes sino, y fundamentalmente, significaciones inconcientes.
Sera muy extenso detallar este aspecto central, lo mismo que lo referente a la importancia de las
representaciones verbales como enlace entre ideas preconcientes e inconcientes, el valor del lenguaje para
la estructuracin del inconciente en la entrada al mundo simblico, etctera, pero en sntesis puede afirmarse que la mayor parte de los contenidos de los mensajes pasan por encima del nivel de conciencia para penetrar al inconciente, siendo casi siempre propulsores de una toma de posicin o de
actividad compatible con la cultura vigente.
En lo concreto de las instancias del aparato psquico, el Yo busca reemplazar el principio del
placer del Ello por el de realidad, as como controla la motilidad, por lo que -escribe Freud- as, con

relacin al Ello, se parece al jinete que debe enfrentar la fuerza superior del caballo (Freud, 1976a:27).
Para comprender la incidencia de los medios al respecto recurdese que la construccin del Yo se
realiza a travs del citado proceso de reemplazo del principio del placer por el de realidad, as como
mediante el tambin proceso de identificaciones. Respecto a lo primero es casi innecesario reiterar todo
lo ya dicho y conocido en torno a como hoy los medios son el lugar donde las sociedades industriales
producen nuestra realidad (Vern, 1983:II) o, como dice otro autor de una lnea terica muy diferente,
lo que llamamos realidad es resultado de la comunicacin (Watzlawick, 1981:7). En esta perspectiva
tampoco es necesario destacar una vez ms la ya casi infinita aseveracin acerca de las constantes tergiversaciones de los medios al respecto o de construccin de la llamada agenda, y de como de tal forma
buscan (y logran en importante medida) hacer creer que la realidad es la que presentan como tal
Realidad que se encuentra presente en todo momento, aunque no aparezca manifiestamente
como tal, por lo que es adecuada la afirmacin de que la hay tanto en un noticiero como en un programa
de ficcin1 . La importancia de este control y/o manipulacin en la presentacin de la realidad a travs de
los medios ha sido mltiples veces analizada desde una perspectiva poltica y sociolgica, pero poco
desde la psicolgica (a pesar que es aqu donde se concretan aquellas). Si se acepta que en muy importante medida los hombres actuarn y pensarn de acuerdo con la idea que tengan de la realidad, se
comprende la necesidad de los sectores de la dominacin de dar (e intentar monopolizar) su visin de la
misma, enmascarar o silenciar lo que no quiere que se conozca, e impedir visiones diferentes: un Yo
desconocedor o confundido respecto a un adecuado criterio de realidad actuar de manera poco
eficiente, si es que llega a hacerlo, para modificar lo que se pretende que quede cualitativamente
como est.
Aqu es pertinente recordar que los medios muchas veces, de manera implcita o explcita, destacan la necesidad de adecuacin a la realidad como paradigma de salud mental, remarcando o denotando el caracter de locura o anormalidad de lo contrario. En este sentido es importante sealar como
la adaptacin a la realidad y los criterios de salud-normalidad son parte esencial de las formas del
control social de las sociedades de todos los tiempos (Guinsberg, 1990-1996).
Entre los tantos aspectos atinentes a esta presentacin de la realidad por los medios es impor-

Nios de Jalisco creen, por ejemplo, que las telenovelas reflejan la realidad, sirvindoles como referentes para saber
como es la vida. Vase Snchez Ruiz, 1989.

tante destacar, sobre todo en los informativos, la fragmentacin con la que sta es mostrada, de manera
que los receptores se encuentran imposibilitados o dificultados de establecer relaciones causales y de
relacin entre diferentes aspectos, con las consecuencias que esto tiene para una accin modificatoria de
tal realidad y sobre el mismo psiquismo. Respecto a esto ltimo es vlido preguntarse hasta que punto las
importancias tendencias esquizoides de los seres humanos del mundo contemporneo no se encuentran
incrementadas, y en qu medida, por este hecho.
El otro aspecto de la formacin del Yo tiene que ver con las identificaciones, proceso psicolgico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total
o parcialmente, sobre el modelo de ste; la personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie
de identificaciones (Laplanche y Pontalis, 1971:121). La importancia de este proceso es central, al punto
que tanto Freud como sus continuadores se muestran insatisfechos de las formulaciones realizadas sobre
el mismo.
Si bien las clsicas de stas no mencionan los efectos al respecto de los medios (hablan de la
familia en primersimo lugar, maestros, lderes, etctera), no es ninguna errnea transpolacin afirmar que
stos cumplen actualmente una incuestionable labor educativa (sea cual fuere esta) y sus figuras estelares
de hecho actan como una especie de maestros (aunque no en el sentido formal del trmino pero s en
el real). Resulta evidente como los medios buscan producir identificaciones en los receptores -sobre todo
con sus figuras estelares y prototpicas, obviamente no con base en admiraciones racionales por la calidad
del modelo o sus ideas, sino a travs de una integracin psquica de admiracin y adoracin-, mediante
una carga afectivo-emocional que posibilite la introyeccin del mismo y, consecuentemente, con todo lo
que es propio (gestos, actitudes, modas y, en el fondo y fundamentalmente, su marco ideolgico). No
debe olvidarse que cuando un nio se disfraza o juega como lo hacen sus hroes -lo mismo ocurre con una
mujer que imita a una actriz, o un hombre que quiere ser o se asimila, por ejemplo, a un dolo deportivo, se encuentra introyectando un modelo, con todas sus significaciones, buscando ser como l. Y muchas
veces los hroes cambian de formas pero poco en estas significaciones (caso de Superman, Batman, El
Hombre Nuclear, etctera), siendo a la vez impensable la bsqueda por los medios de identificaciones con
lderes o figuras contestatarias o rebeldes (salvo como modelos negativos).
Consecuentemente los modelos positivos son presentados siempre como caminos de xito y de
felicidad, de belleza y de capacidad de superacin de problemas y dificultades. Es por tanto pertinente

preguntarse, y merece investigarse, el peso cuantitativo y cualitativo de estas identificaciones, lo mismo


que su influencia y perdurabilidad, sobre todo en relacin a las que se producen con familiares: si los
hroes de ficcin tienen un grado de omnipotencia al nivel de los deseos infantiles, hasta qu punto los
padres no son superados por ellos, ms all de que aquellos son reales y tienen una cercana afectiva
concreta? Igualmente, cmo no se producir una comparacin entre la belleza de la madre y/o pareja
con la de las modelos televisivas, y con qu consecuencias? Preguntas que esperan mayores respuestas y
que, al mismo tiempo, permiten conocer de manera ms acertada la importancia e incidencia presente, en
relacin a otras instituciones sociales, del grupo familiar.
Es necesario mostrar como este proceso identificatorio implica un mecanismo psicolgico relacionado y vinculado con lo conocido como alienacin o enajenacin, o sea como una ligazn donde la
introyeccin de contenidos de figuras admiradas o roles-modelos significa colocar la identidad (parte o
toda) en tales figuras, pero dentro de uno mismo, es decir mediante la presencia de otros internalizada?
Y si bien la construccin del psiquismo sera imposible sin la alienacin con figuras parentales, con las
figuras presentadas por los medios la situacin tiene otro sentido: en este caso se tiende a objetivos como
los ya sealados, al punto que Bertolt Brecht formula sus tesis sobre extraamiento teatral precisamente
para evitar las consecuencias que considera que produce la identificacin del pblico con l o los actores,
relacin emocional que impide o limita la captacin racional del contenido de los mensajes y, por tanto, el
entendimiento de su crtica ideolgico-poltica (sin que esto implique negar la importancia del mundo
afectivo del hombre).
Respecto al Superyo de hecho ya bastante se encuentra dicho en todo lo precedente. Si bien
Freud considera que el mismo es producto de las identificaciones en que culmina el proceso edpico, otros
analistas consideran su proceso de formacin cronolgicamente anterior, as como que en su gnesis
participan tambin autoridades, maestros, etctera, no pudiendo por tanto prescindirse de los medios especialmente de la TV- por su temprana y masiva llegada a los nios.
Esta conformacin del Superyo es fundamental para la estructuracin del psiquismo, resultando
evidente como los medios siempre emiten mensajes considerados positivos -es decir coherentes con los
valores vigentes- y combaten los negativos: acaso alguna vez triunfan las figuras malas en las programaciones a nivel masivo de caricaturas, telenovelas, etctera, y no existe en ellas una virtual moraleja,
explcita o implcita?2 En definitiva: si cada sociedad requiere para su mantenimiento y reproduccin de

personas con determinado tipo de Yo y de Superyo -ambos como parte de determinado tipo de estructura psquica-, resulta absurdo creer que los medios no tienen incidencia en tal proceso formativo, mxime
de aceptarse su hegemona y/o cada vez mayor y fuerte peso en las sociedades actuales.
Claro que todo lo hasta aqu expuesto es incompleto y esquemtico, como siempre ocurre en un
resumen. Entre lo tanto no estudiado debe agregarse -sin la pretensin de una lista exhaustiva sino slo a
modo de ejemplos- la influencia concreta de los medios en la promocin de fantasas (y su utilidad, ya que
algunos autores lo consideran como valioso y necesario en edades infantiles); el papel de stas, y sus
consecuencias, en lo relativo a la satisfaccin sustitutiva de deseos no realizados o no permitidos por la
cultura vigente; la consecuente promocin de escapes y de tcnicas defensivas (en el sentido de los
mecanismos psicoanalticos), y mltiples etcteras. Otra temtica muy importante y que tampoco se encuentra desarrollada es en torno a la incidencia de los medios (aqu claramente como mediadores ms que
como productores en s mismos -salvo en algunos aspectos-, como en todo lo anterior) en la locurasalud mental, no en su sentido individual sino colectivo, es decir como las formas resultantes del caracter
social de una comunidad o cultura concreta3 .
En todo lo anterior queda en claro como el ttulo de un trabajo ya mencionado, Control de los
medios, control del hombre, es indicativo de una realidad que apunta al viejo y siempre presente propsito, ahora con instrumentos ms modernos, de las formas de dominacin. El conocimiento de los mecanismos, sociales y psicolgicos, que se utilizan para su cumplimiento es imprescindible para la comprensin de su funcionamiento y -una utopa cada vez mayor al menos a un nivel global y no slo en pequeos
espacios?- tambin para su cambio o para una utilizacin menos autoritaria y manipuladora.

Algo acerca de los procesos de recepcin

Si lo visto incluye al receptor pero est centralmente visto desde una perspectiva ms social y
poltica, se trata de ver tambin la otra parte de la relacin dialctica: qu es lo que permite que tales
propsitos puedan cumplirse, es decir qu es lo que posibilita la aceptacin de los contenidos de los
2

As aprender y Cumpliste con tu deber fueron las frases finales de una serie televisiva para nios, ejemplo
categrico y abierto de un rol que los medios asumen de manera cotidiana.
3

Un esbozo de ello se encuentra en un captulo del libro Control de los medios, control del hombre, donde se lo encara
desde tres perspectivas: psicoanaltica, teora del Doble Vnculo, nocin de alienacin.

mensajes y su aceptacin acrtica cuando stos pueden ser opuestos, e incluso antagnicos, a sus
propios intereses o necesidades sociales.
Esta problemtica se encuentra mucho menos estudiada, por lo que es importante destacar la
necesidad de avanzar en ello. Un inicio puede ser una afirmacin de Freud tan clara como reveladora de
que el centro de la problemtica se encuentra en el retorno a la relacin hombre-cultura que el psicoanlisis ortodoxo, tradicional y domesticado ha abandonado en fundamental medida (Guinsberg, 1991b):
(El psicoanlisis) parte de la representacin bsica de que la principal funcin del mecanismo anmico es
aligerar a la criatura de las tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de esta tarea es solucionable por va de la satisfaccin, que uno le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el gobierno
sobre el mundo real. A otra parte de estas necesidades -entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones
afectivas-, la realidad les deniega la satisfaccin. De aqu se sigue un segundo tramo de aquella tarea:
procurar una tramitacin de otra ndole a las aspiraciones insatisfechas. Toda la historia de la cultura no
hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para esta ligazn de sus
deseos insatisfechos, bajo las condicines cambiantes, y alteradas por el progreso tcnico, de permisin y denegacin por la realidad (Freud, 1976b:188, cursivas mas).
La base de lo indicado por Freud es lo conocido acerca de las limitaciones inevitables que toda
socializacin implica a los deseos de los hombres, y que hace que una de sus obras ms exhaustivas sobre
esto se titule El malestar en la cultura. Pero ms all de la discusin, incluso crtica, a las postulaciones
freudianas, lo decisivo -tambin dice, y esto tiene fundamental importancia para lo aqu estudiado- ser
que se logre (y la medida en que se logre) aliviar la carga que el sacrificio de lo pulsional impone a los
hombres, reconciliarlos con lo que siga siendo necesario y resarcirlos por ella (Freud, 1976c:6, cursivas
mas). El hombre busca entonces ilusiones -por sus carencias y su indefensin frente a poderes que no
controla, o por necesidades afectivas- de las cuales las religiosas seran las ms importantes pero de
manera alguna las nicas. Es de lamentar la imposibilidad de desarrollar aqu su concepcin sobre el rol de
las religiones, de gran importancia porque -aunque pueda parecer una extrapolacin exagerada y antojadiza, y lo sera de no reconocerse las grandes diferencias existentes- los medios cumplen funciones parecidas en nuestras actuales sociedades (ms all de que las religiones cubren tambin otras necesidades y
los medios no producen creencias tan fuertes, definitivas y sistematizadas)4 .
Incluso el mismo Freud entiende que tal funcin no puede limitarse a las religiones: Despus de

haber discernido las doctrinas religiosas como ilusiones, se nos plantea otra pregunta: no sern de parecida naturaleza otros patrimonios culturales que tenemos en alta estima y por los cuales regimos
nuestras vidas? (Freud, 1976c:34, cursivas mas). Por supuesto, y por lo ya indicado, no menciona a
los medios y s lo hace con algunas instituciones estatales, pero en definitiva lo que hace surgir tal necesidad es uno que los medios tambin cubren y que ayuda a explicar su xito: Estas que se proclaman
enseanzas [se refiere a las religiosas pero se pueden extender a otras] no son decantaciones de la experiencia ni resultados finales del pensar: son ilusiones, cumplimiento de los deseos ms antiguos, ms
intensos, ms urgentes de la humanidad; el secreto de su fuerza es la fuerza de estos deseos (Freud,
1976c:30, cursivas mas).
Y si en esta obra Freud hace objeto especfico de estudio a las creencias religiosas y a su gnesis,
en otras contina con el anlisis de las insatisfacciones y la necesidad de escape a las mismas. En un
trabajo inmediaro al anterior es ms categrico al respecto: La vida, como nos es impuesta, resulta
gravosa: nos trae harto dolores, desengaos, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir
de calmantes. Los hay, quiz, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar un poco
nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan
insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable (Freud, 1976d:75, cursivass mas). Y aqu ya no
es preciso aclarar que no hay ninguna transpolacin porque de esos tres calmantes los dos primeros se
relacionan de manera directa con los medios, e incluso el tercero es tambin vlido, aunque aqu no como
productores de modificaciones qumicas, sino de adicciones psquicas.
Por supuesto que, con anterioridad, los hombres han utilizado otros caminos para el mismo objetivo, pero esto no quita que hoy los medios cubran tal necesidad de manera central, junto a otras instituciones.
Los medios funcionan como los calmantes que mencionaba Freud para prcticamente todos los
aspectos de la vida actual * , pero es interesante remarcar como fundamentalmente lo hacen en los dos
grandes campos de la vida pulsional. En lo referente a los deseos de la vida afectiva se sabe que es
imposible el cumplimiento total (y muchas veces, demasiadas, existen tambin grandes carencias incluso
en lo mnimo y posible), por lo que es incuestionable que el xito de las programaciones relacionadas con
ello y sus conflictos se apoyan en las necesidades de los receptores: en sus propios conflictos, desos y
4

Sobre esto un interesante trabajo es el de Goethals, Gregor T., 1981.

carencias. Al no existir satisfaccin en los requerimientos del principio del placer los deseos se compensan con formas sustitutivas que hoy los medios ofrecen en variantes de todo tipo y casi para todos los
gustos; acaso no se encuentra aqu la causa del xito de fantasas poco crebles e incluso delirantes -debe
recordarse que la lgica no funciona en el inconciente- por lo que se logra acceder a incluso lo imposible,
como puede claramente verse en todo tipo de caricaturas infantiles, telenovelas, etc.?
Las tendencias agresivas son el otro aspecto: aqu su ejercicio es ms problemtico, excepto a
travs de salidas sublimatorias o catrticas, pero para ello los contenidos de violencia de los medios son
muy tiles y no casualmente tienen el auge actual que motiva serias preocupaciones y estudios (Guinsberg,
2000). Por supuesto que tambin aqu cada marco social busca canalizar estas tendencias hacia posturas
compatibles con los sistemas de dominacin (un claro ejemplo son las clsicas series norteamericanas de
las que Rambo ha sido una expresin paradigmtica).
Otra forma de evitacin de sufrimiento es a travs de desplazamientos, pero hacerlo sublimando
en el arte, por dar un caso, es factible slo para una minora. La mayora utiliza otro camino: Se afloja an
ms el nexo con la realidad [y] la satisfaccin se obtiene con ilusiones admitidas como tales, pero sin que
esta divergencia suya respecto a la realidad afectiva arruine el goce. El mbito del que provienen estas
ilusiones es el de la vida de la fantasa (Freud, 1976d:80, cursivas mas). De aqu proviene otra parte
del xito de los mensajes de los medios, que ofrecen material para todas las satisfacciones imaginables y
posibles: desde expresiones del ms crudo sadismo hasta su complementariedad masoquista, desde el
obvio triunfo final de la mujer amorosa y sacrificada hasta las veleidades de su contraparte galante y no
pocas veces con caractersticas tpicamente histricas, no faltando tampoco lo que canaliza potencialmente los sentimientos de culpa. Hay de todo y para todos.
Por supuesto que es tambin necesario recordar un estudio precedente de Freud sobre las masas
(Freud, 1976e). Es evidente que existen diferencias entre su trabajo y el aqu abordado, una de las cuales
es la visin de las masas como multitud y con un caudillo o jefe, mientras que en lo referente a los medios
ambas cosas cambian o tienen una caracterstica cualitativa diferente: en efecto, las masas receptoras de
los medios no se vinculan fsica y emocionalmente entre s de la misma manera a las presentes en una plaza
por ejemplo, y tampoco tienen lderes al estilo de los grandes caudillos de la historia. Sin embargo estas
diferencias no quitan el caracter de masa de la audiencia de los medios -muy superior en nmero a la de
*

Sobre esto vase (Guinsberg, 2004b)

una plaza o estadio, a ms de su recepcin constante de mensajes-, ni de lder a muchos personajes


seguidos o respetados por la audiencia. En todo caso se trata de comprender como en el presente debe
hacerse una nueva lectura, e incluso una renovacin, tanto de Freud como de las formas actuales de las
masas.
En este sentido no debe olvidarse que muchos estudiosos han sealado cmo los medios son
actualmente el factor ms importante de cohesin colectiva, existiendo una vinculacin psquica y social de
los receptores ms all de su (relativa) dispersin fsica. Al respecto son muy interesantes los planteamientos que realiza Moscovici (1985) en su estudio sobre las masas y el rol de los medios, que merecen ser
analizados aunque desde una perspectiva crtica.
En lo que corresponde a los lderes, Freud seala que stos deben reunir un conjunto de propiedades para asumir tal rol, entre ellas la de captar las necesidades de aquellos a los que llegan y saber influir
sobre estos. Nuevamente surge aqu la discusin de si corresponde este trmino para personajes de los
medios, y al respecto son pertinentes dos observaciones: 1) al aceptarse que los medios son actualmente
muy importantes o hegemnicos hay que comprender que el rol de conduccin es asumido de manera
distinta a la clsica, incluso a veces ms all de figuras concretas que tambin existen: lo son como
institucin en s (lo dijo la radio es casi un lugar comn como dato e incluso, por tanto, como verdad
incuestionable; 2) lo anterior no excluye la existencia de conductores personalizados que, de hecho, se
convierten en verdaderos lderes de opinin, sobre los que los receptores colocan una verdadera carga
afectiva de manera similar a la que se hace con lderes de otro tipo y caudillos: Freud habla en estos casos
de la existencia de fenmenos de sugestin e incluso de enamoramiento, posibilitados por estados de
hipnosis (claro que en este caso tampoco se trata de una tomada en el sentido literal del trmino, sino de
algo no exactamente equiparable pero con algunas caractersticas similares). Es evidente que esta problemtica da pie para amplias investigaciones, o sea en torno a la relacin que se establece entre receptores
y medios (sobre todo con la TV).

La situacin actual

En el tiempo transcurrido desde el inicio de esta investigacin se han producido mltiples cambios
en el mundo, pero en muchos otros casos slo se han intensificado situaciones ya existentes. No es

necesario reiterar el gran desarrollo que han tenido los medios electrnicos -incluyendo las significaciones
del nacimiento y extensin de Internet-, pero tampoco la concentracin cada vez mayor de la propiedad
y control de los sistemas de difusin en todos los terrenos ya mostrada y denunciada en dcadas anteriores.
Lo primero agudiza la importancia de la presente temtica al intensificarse cada vez ms la
incidencia de los medios en todos los procesos sociales, polticos, educativos, etc., sin excepcin, por
lo que su aporte a la indicada construccin de la subjetividad tiene niveles cada vez mayores y todo indica
que se siguen y seguirn acrecentando, con una paralela disminucin del peso de otras instituciones (escuela, iglesias, etc.). En tal perspectiva se ha encarado el estudio de cuatro aspectos distintos pero profundamente interrelacionados que se mencionarn muy resumidamente por los lmites del espacio de que
se dispone.

1)Procesos de recepcin: como es conocido el estudio de stos ha sido un importante avance en los
estudios de la comunicacin, pero tambin se han convertido en uno de los temas de moda, aunque
desde marcos tericos y con objetivos de estudio y de aplicacin muy diferentes. En el contexto aqu
presentado sobre la necesidad de su dialctica con los procesos de emisin se ha buscado profundizar en
todo lo indicado, plantear nuevas formulaciones, recuperar antecedentes (el de usos y gratificaciones
por ejemplo, aunque vindola desde una perspectiva terica distinta a la de sus autores), analizar crticamente
otras visiones, pero tambin hacer todo esto en el marco concreto de lo que se indicar en las partes 3
y 4 siguientes (Guinsberg, 1997 y 1998). En este sentido se comparte plenamente la postulacin de una
colega brasilea: La recepcin no es un proceso reductible a lo psicolgico o a lo cotidiano, sino que es
profundamente cultural y poltico. Esto es, los procesos de recepcin deben ser vistos como parte integrante de las prcticas culturales que articulan procesos tanto subjetivos como objetivos, tanto micro
(entorno inmediato controlado por el sujeto) como macro (estructura social que escapa a ese control). La
recepcin es entonces un contexto complejo y contradictorio, multidimensional, en que las personas viven
su cotidianidad, las personas se inscriben en relaciones estructurales e histricas, las cuales extrapolan en
sus prcticas(Vasallo de Lopez, 1995:86).

2) Nuevas tecnologas y procesos de comunicacin: sin poder mencionarse aqu mucho sobre esto es

notorio como las nuevas tecnologas significan modificaciones cuantitativas y cualitativas para los procesos de comunicacin en general y de recepcin en particular: desde las implicaciones de la llamada
globalizacin -ms all de sus mltiples y polismicas significaciones- hasta la creciente importancia del
Internet y del uso del chat5 , sin por supuesto dejar de lado el cada vez mayor peso de los vnculos
comunicativosque se establecen a travs de formas no directas cara a cara que incluso son celebradas
como expresin de modernidad.

3) Acelerada concentracin meditica y pensamiento (casi) nico: las caractersticas polticas,


sociales y econmicas del modelo hegemnico fomentan la concentracin de empresas a nivel mundial, y
es conocido que las de comunicacin no son excepcin (electrnicas, editoriales, cibernticas, de diversiones, combinacin de todas ellas). Se produce as una aparente multiplicidad de voces diferentes que en
realidad son infinitas variaciones de una prcticamente (casi) nica respecto a propuestas poltico-econmico-sociales, modelos de vida, etc., frente a la cual poco pueden hacer -sin negar su significacin- los
medios marginales y/o realmente alternativos (Guinsberg, 2000b). Las significaciones de esto sobre la
presente temtica son muy claras: en general ofrecen una perspectica similar sin mayor espacio
para otras diferentes.

4) Los estudios e investigaciones actuales en comunicacin: si en las dcadas de los 60 a los 80 la


mayor parte de los realizados en nuestro continente estaban dominados por un espritu crtico, rebelde y
contestatario, los actuales lo estn por el espritu de nuestro tiempodonde los intereses, problemas que
se analizan, etc. son marcadamente diferentes, evidencindose la impronta del modelo neoliberal y de la
cultura posmoderna, incluso en muchos que pretenden ser tambin crticos. En esta perspectiva, mucho
ms desarrollada en otro lugar (Guinsberg, 2001), se producen desde olvidos sustantivos -por ejemplo
los anlisis antes clsicos sobre propiedad de los medios de comunicacin y sus contenidos ideolgicos, para tomar su lugar otros que sin duda tambin deben investigarse (nuevas tecnologas, formas discursivas,
etc.) pero sin olvidar y en el contexto de los mbitos estructurales en que se desarrollan.

Sobre esto, y aunque su uso en Amrica Latina contina siendo menor que en Estados Unidos, son interesantes
muchas de las reflexiones que hace Sherry Turkle (1997) en el inicio de una temtica an muy poco desarrollada.

Que es lo que se pretende hacer en esta investigacin sobre la que todava falta mucho, muchsimo, por desarrollar

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MIGRACIONES, EXILIOS Y TRAUMAS PSIQUICOS

El tema de exilios, migraciones y todo tipo de cambios de residencia es a la vez tan viejo como
actual: se han producido desde el inicio de la historia y nunca dejado de existir, aunque con diferentes
vicisitudes. Con las herramientas tericas y conceptuales de cada poca se observaron y estudiaron sus
causas -polticas, econmicas, sociales, culturales- y sus consecuencias; pero las psicosociales que ellos
producen comenzaron a ser analizadas recin en las ltimas dcadas por la conjuncin del desarrollo de
las disciplinas psicolgicas, y el incremento de situaciones de salidas forzosas de los pases de origen en
los ltimos tiempos. Ambos aspectos alcanzan un nivel importante en la dcada de los ochenta, perodo de
auge del exilio latinoamericano, donde los estudios e investigaciones -este artculo se apoya en ellas y en la
prctica concreta realizada-alcanzaron su madurez cuantitativa y cualitativa1 . Es entonces una problemtica que debe ser estudiada desde una categrica perspectiva transdisciplinaria, es decir como un todo
que incluye muchas visiones disciplinarias, o sea como una sntesis de mltiples determinaciones.
En efecto, y como correctamente se se sintetiza en un reciente trabajo publicado en Mxico -y del
que luego se tomarn datos y ejemplos muy expresivos-,

hablar de exilio [esto tambin vale para las migraciones] lleva implcita la figura del exiliado,
categora moldeada por la subjetividad, la ambigedad e incluso la contradiccin. Ante los exilios
registrados en un tiempo y espacio precisos, surgen las fases subjetivas de los entes histricos.
Entonces, estudiar cualquier xodo implica tambin comprender al exiliado, tomar en cuenta dimensiones psicosociales y sociolgicas. Ello permitir entender mejor cmo ha sido vivida la
experiencia, pese a las visiones parciales y limitadas [...] Todo investigador que se interese por el
tema del exilio, inmediatamente habr de percibir que, para comprenderlo en toda su amplitud, su
riqueza y vicisitudes, debe recurrir a las diversas reas de la sensibilidad y el conocimiento. As
mismo, tendr que privilegiar lo subjetivo e individual frente a los hechos fros y precisos. Importa
menos saber la cantidad de exiliados que sus motivaciones; las estadsticas y las grficas que la
*
1

Publicado en la revista Poltica y Cultura, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, N 23, 2005

Un desarrollo mayor sobre este proceso en mi trabajo Psicoterapias con vctimas de las dictaduras latinoamericanas,
revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 13, 1999. * Includo en este libro virtual.

economa y la sociologa tanto exaltan, en este caso deben emplearse como mera referencia. Se
trata de llegar al corazn de las experiencias y las vivencias nicas e irrepetibles; de recuperar los
sentimientos, las esperanzas, las desilusiones, los alientos y las formas diversas de reconstruccin
de las vidas2 .

En la convocatoria para este nmero de la revista slo se mencionan las migraciones, por lo que
es preciso hacer tambin mencion de los exilios: ambos tienen caractersticas similares y diferentes, por lo
que es importante comprender las significaciones de cada una, lo que no siempre resulta fcil. Para la
Enciclopedia Britnica exilio es una ausencia prolongada del propio pas impuesta por las autoridades
competentes en calidad de medida punitiva, definicin que tiene un sentido histrico -en griegos, romanos, anglosajones- con un valor de castigo para quienes violaban la ley y eran arrojados fuera, o sea
condenados al ostracismo. Hoy es diferente ya que raramente es un castigo impuesto por la ley sino una
eleccin del exiliado para no sufrir las consecuencias que producira el quedarse en su pas, y generalmente
se produce en conocidas condiciones de riesgo, inseguridad y/o clandestinidad3 . Por ello una de las
definiciones posibles sera que exiliado es aquel que est obligado a expatriarse por imposicin (ya sea
sta declarada o no, elegida o no) del poder poltico dominante, so pena de ser detenido o permanecer
indefinidamente en prisin, o ser torturado o eliminado (l y/o sus familiares, allegados o amigos)4 .
Entonces, en los exilios hay un precario elemento volitivo [...] Se opta por exiliarse cuando no se
est de acuerdo con el rgimen poltico y econmico imperante en donde se ha nacido; cuando se ha
intentado sin xito un cambio y se ha adquirido el carcter de opositor del gobierno y, por ende, de
enemigo suyo y perseguido por l5 . El factor poltico es por tanto lo central en la diferenciacin con las
migraciones, fenmeno que responde bsicamente a causas socioeconmicas, es decir a carencias vitales para los hombres y sus familias (alimento, trabajo, etc.) que los impelen u obligan a buscar otros
2

Eugenia Meyer y Eva Salgado, Un refugio en la memoria. La experiencia de los exilios latinoamericanos en Mxico,
Facultad de Filosofa y Letras, UNAM/Ocano, Mxico, 2002, p. 11 y 17.
3

Hasta mediados de la dcada de los 70 existi en Argentina la opcin de salida del pas para quienes eran detenidos
a disposicin del Poder Ejecutivo durante la vigencia del Estado de Sitio.
4

Tomado de la ponencia de Ignacio Maldonado, Algunas reflexiones acerca de la psicologa del exilio, presentada en
la Conferencia Internacional sobre Exilio y Solidaridad en Amrica Latina en los Aos Setenta, Caracas-Mrida,
octubre 1979.
5

E. Meyer y E. Salgado, ob. cit., p. 24.

rumbos, y no a imposiciones como las apuntadas. En este sentido el caso mexicano es un claro ejemplo,
donde el translado de decenas de millones de personas a Estados Unidos -al igual que de centroamericanos y de mltiples naciones- responde no a riesgos polticos sino a la bsqueda de condiciones de trabajo
y de vida negadas en sus pases, a un imaginario respecto a posibilidades de progreso (reales o
fantasiosas), etc. Se trata de una salida que puede ser permanente o momentnea, existiendo posibilidades
de regreso permitidas y sin riesgos.
Pero, como todo intento de definicin, lo anterior no es absolutamente claro y son muchas las
situaciones donde ambos fenmenos son comunes. Sin entrar en sutilezas puede decirse que, en ltima
instancia, las migraciones tambin responden a causas polticas pero distintas a las del exilio, al ser producto de formas de gobierno o culturales que no ofrecen condiciones de vida satisfactorias a sectores de
su poblacin. Por otra parte puede verse que muchas veces un emigrado, o grupos de ellos, se convierten
en exiliados o, a la inversa, stos en emigrados cuando desaparece la razn poltica causante de su situacin originaria (sea por razones de tiempo y asentamiento en el pas, por ventajas econmicas y formas de
vida, por establecimiento de un marco familiar, etc.).
Pero en uno o otro caso es incuestionable que son problemas actuales de gran envergadura en
todo el mundo. Sin analizar todos y cada uno de ellos es posible ver que en nuestro continente existieron
y existen los que ya pueden considerarse clsicos de las tambin clsicas dictaduras de hace pocas dcadas: recurdese que Uruguay lleg a tener un 20% de su poblacin fuera de su pas (por exilio o migracin) y Chile un 10%6 , mientras que se mencionaba un porcentaje similar a este ltimo para Argentina en
tiempos de la dictadura militar. En cuanto a migraciones -en condiciones de legalidad o ilegales- tambin
son clsicas las de bolivianos y paraguayos a Argentina, las citadas de centroamericanos y mexicanos a
Estados Unidos, etc.; y en estos momentos se producen conocidas mutaciones donde pases clsicos de
recepcin de una inmigracin que constituy parte muy importante de su bagaje cultural, como es el caso
de Argentina, se convierte en lo inverso por causas de una crisis econmica de larga duracin que hace
que se incremente la bsqueda de nuevas oportunidades en todos los terrenos (econmico en primer
lugar, pero sin olvidar el social y cultural)7 .
6

Ana Vzquez, Algunos problermas psicolgicos de la situacin de exilio, ponencia presentada en la reunin de nota
4.
7

Actualmente muchas embajadas en ese pas no dan abasto en la solicitud de visas o de otorgamiento de nacionalidad
cuando sus leyes permiten drselas a hijos de antiguos migrantes de los mismos (casos de Espaa e Italia en particular).

Cuando las magnitudes de estos fenmenos alcanzan cierto relieve se convierten tambin en
problemas para los pases receptores que, ms all de aprovechar en muchos casos mano de obra barata
o en tareas que no realizan sus habitantes, y como uso poltico en otros (actualmente, y como ejemplo, la
de los cubanos en Estados Unidos), los resuelven generalmente de dos maneras, cada una de ellas con
sus consecuentes aspectos psicosociales para los que buscan ingresar a ellos: la primera poniendo lmites
o cuotas, con la significacin que esto ocasiona (condiciones de ilegalidad y persecucin para los que no
entran legalmente, la sealada conversin en mano de obra explotada y sin derechos, etc.); la segunda es
una muchas veces no escrita discriminacin social y de clase, mediante la cual muchas veces se acepta o
prefiere a intelectuales, profesionales, empresarios, inversionistas, deportistas exitosos, etc., mientras se
evita el ingreso de obreros, campesinos y sectores populares. Caso claro actualmente en Estados Unidos
y de alguna manera tambin en Mxico, de manera similar a como ocurre en Europa con turcos, africanos,
asiticos, etc., en este ltimo caso con la cada vez mayor xenofobia de algunos pases (Francia, Alemania,
Austria, Espaa, etc.) donde no pocos consideran que los migrantes les quitan sus trabajos, contaminan
sus culturas, etc.8
Los cambios que hace aos se estn produciendo en el mundo con la llamada globalizacin y la
economa de mercado neoliberal tambin producen sus efectos en esta problemtica. Por slo mencionar
dos, el primero de ellos es tanto el conocido aumento de la brecha riqueza-pobreza entre naciones y
sectores internos de cada pas, con las cada vez peores condiciones de empleo y subsistencia y el deseo
de superarlo y alcanzar el paraso que la publicidad del sistema hace de los pases desarrollados o ms
avanzados que el propio, o para al menos poder sobrevivir. El segundo es una cruel paradoja que puede
verse como un analizador, en el sentido que le da la psicologa institucional a este trmino: mientras el
modelo neoliberal y globalizador propugna una total libertad de entrada y salida de capitales, productivos
y financieros, en todos los pases del mundo, limita y regula cada vez ms la entrada de personas a

En general la xenofobia nunca desaparece, incluso donde hay una buena recepcin a los que llegan, por lo que es algo
siempre presente o potencial, una especie de espada de Damocles aunque en diferentes medidas. Meyer y Salgado
ofrecen datos y testimonios al respecto en el caso de Mxico: En general, prevaleci un espritu solidario de apoyo
pero, al mismo tiempo muchos se preguntaban por qu se ayudaba a quienes venan de fuera, limitando las oportunidades a los mexicanos, marginndolos de pronto para dar cabida a extranjeros (p. 171). Claros ejemplos actuales son el de
constante rechazo de Hugo Snchez a entrenadores extranjeros en este pas -por causas que no corresponde analizar
aqu, y donde olvida que l mismo fue aceptado y valorado en Espaa-, con la repercusin sobre la poblacin en general
de sus constantes declaraciones a la prensa; lo mismo en la insistente mencin como empresario argentino del
procesado como corruptor Carlos Ahumada. Todos ello tiene un conocido impacto sobre todos los extranjeros que
residen en un pas, e incrementa la sensacin xenofbica.

ellos; en este sentido la conocida actual ley de inmigracin espaola es un claro ejemplo, y hay que estar
muy atento a lo que tal vez muy pronto se produzca en nuestro continente de concretarse el proyectado
ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Amricas) tiempo atrs aprobado en la Cumbre de Quebec.
Otra diferencia entre exilio y migracin tiene gran importancia para lo que se ver posteriormente:
no significa lo mismo para quienes lo viven y sufren como consecuencia de su prctica ideolgico-poltica,
que para quienes estn obligados a ello por razones econmicas y no siempre entienden a qu obedece el
forzado desarraigo de una sociedad en la que se formaron y a la cual estaban integrados y tienen su familia,
etc. Situacin similar a la de quienes deben exiliarse por la brutalidad de sistemas dictatoriales que no
discriminan entre reales opositores y quienes caen por cercana a stos y son inocentes del activismo de
que les acusa. Lo que en muchos casos dificulta o imposibilita la integracin al pas de refugio al no tenerse
la fuerza que provoca una conviccin o una prctica poltica.
Otro aspecto tiene que ver con el momento en que se produce no la migracin sino el exilio: es
muy diferente salir en circunstancias de avance y triunfo de un proyecto poltico que hacerlo cuando el
retroceso o la derrota son dominantes. Si en el primer caso existe casi siempre un deseo de mantenerse en
su prctica poltica, sea buscando el regreso o realizando actividades dentro del pas receptor -como, por
ejemplo, ocurri con la mayora de los exiliados nicaragenses en Mxico a fines de 1978 e inicios de
1979, poca de la ofensiva final del sandinismo-, en el otro caso no pocas veces ese deseo desaparece o
se relativiza, con sus consecuencias en personas que deben reconstruir su vida sin la base que produjo el
exilio: a la prdida de su pas se suma la de su pertenencia ideolgica-poltica (o crsis de sta), con
diversas formas de culpa y angustia consecuentes.
Es innecesario decir que lo anterior podra ser ampliado mucho, y es conocido que existen mltiples anlisis e investigaciones al respecto, por lo que lo indicado puede servir como formulacin general
para el estudio de algunos de los problemas de adaptacin, transculturalidad, identidad, etc.

Los multiples traumas psicosociales

Aspectos psquicos y culturales son inseparables, tanto en perspectivas sociales y antropolgicas


como en el marco terico psicoanaltico aqu considerado9 . Por lo que todo cambio cultural conlleva
inevitablemente modificaciones en la dinmica subjetiva individual, grupal, familiar, etc. en un complejo

proceso de continuas readaptaciones que pueden ser resueltas en diferentes medidas y formas, o tener
consecuencias patolgicas tambin en diferentes escalas. Y si esto ocurre permanentemente, es comprensible que los cambios que el sujeto tiene en marcos sociales, polticos, econmicos y culturales siempre
sern importantes y con efectos considerables en todos los aspectos de su vida. Mxime cuando, en
algunos casos, pueden tocar aspectos vitales tan arraigados como formas de vida, costumbres en general,
cdigos existenciales y ticos, vnculos familiares y amistosos, hbitos alimenticios, idioma, prcticas polticas y posibles restricciones a stas en virtud de normas legales, limitacin en ciertos derechos en relacin a los de los habitantes del nuevo pas, etc.
No correspnde discutir ahora la definicin o significaciones de cultura, que aqu se utiliza en su
amplio sentido antropolgico de formas de vida de una sociedad o grupo social. Si a Freud le es suficiente
para su formulacin terica sealar que es toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra
vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la proteccin del ser humano frente
a la naturaleza y la regulacin de los vnculos recprocos entre los hombres10 , otros autores requieren de
una mayor precisin. As, y para los objetivos de esta presentacin, es pertinente ofrecer slo tres de las
existentes: la que entiende por cultura los procesos de produccin y transmisin de sentidos que construyen el mundo simblico de los individuos y la sociedad11 ; la que la define como esa memoria colectiva que hace posible la comunicacin entre los miembros de una colectividad histricamente ubicada,
crea entre ellos una comunidad de sentido (funcin expresiva), les permite adaptarse a un entorno natural
(funcin econmica) y, por ltimo, les da la capacidad de argumentar racionalmente los valores implcitos
en la forma prevaleciente de sus relaciones sociales (funcin retrica, de legitimacin/desligitimacin)12 ;
y la que la entiende como ... el conjunto de significados que constituye la identidad y las alteridades de un
grupo humano [siendo] la visin del mundo y de la vida a partir de lo cual los hombres dan sentido a su
9

Por supuesto este no es lugar para un desarrollo y discusin sobre esta afirmacin, que puede verse en otros trabajos,
en particular en La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1, y en el
libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,
Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996 (tal artculo se reproduce en la 2 edicin de este libro).
* El primer artculo est includo en este libro virtual.
10
Sigmund Freud, El malestar en la cultura, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, tomo XXI, p. 88.
11

, Jos Joaqun Brnner; Alicia Barros; Carlos Cataln, Chile: transformaciones culturales y modernidad, FLACSO,
Santiago, 1989, p. 21.
12

Armand Mattelart, La comunicacin-mundo. Historia de las ideas y de las estrategias, Siglo XXI, Mxico, 1996, p.
338.

quehacer y definen su lugar en la historia13 .


Es as que los considerados sujetos -trmino que denota una sujetacin- son formados y determinados por las mltiples culturas, no estticas sino en constante cambio, que imprimen en cada uno las
caractersticas centrales de un marco social, sobre las que cada individuo teje sus variaciones personales.
Idea bsica que un conocido terico y poltico alemn conceptualiza en su tesis de que la esencia humana
no es algo abstracto inherente a cada individuo, [sino] en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales14 , y que luego diferentes tericos del campo psicolgico buscan definir en distintas concepciones de
identidad comn como son la de caracter social (Fromm), personalidad bsica (Kardiner), personalidad aprobada (Benedict), personalidad de status (Linton), de clase (Filloux), etc.15 .
Es entonces incuestionable que todo cambio de marco social implica modificaciones en todas y
cada una de las significaciones de las nociones de cultura indicadas. Se modifica, parcial o totalmente, la
inscripcin en el mundo real y simblico, con todo lo que esto implica para las diferentes formas de
adaptacin al mundo nuevo que se abre. Por tal motivo en todo cambio de residencia -y esto vale tanto
para los exiliados como para los migrantes-, y como sealan distintos autores, se vive una sensacin de
fragilidad, de ruptura16 , tratndose de una situacin extrema, en el sentido definido por B. Bettelheim,
ineludible, de la cual es imposible escapar, teida de una gran angustia y sobre la cual no se tiene ningn
control; es probablemente una experiencia que marca, quizs definitivamente, a quienes la han vivido17 .
Ms concretamente, y desde una perspectiva psicoanaltica kleiniana, implica la prdida de casi todos los
objetos externos, y se puede definir como una situacin de cambio extremo [donde] la identidad, que se
va formando en una cadena de elaboracin y asimilacin constante de cambios parciales, se tiene que
enfrentar con la prdida de su marco de referencia externo. El proceso de cambio es masivo y profundo,
13

Gilberto Gimnez, citado por Delia Crovi Druetta, Ser jven a fin de siglo, Facultad de Ciencias Polticas y Sociales,
UNAM, Mxico, 1997, p. 44.
14

Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, en Marx-Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso, Mosc, sin fecha de
edicin, tomo 2, p. 402.
15

Una visin general de estas conceptualizaciones en Jean-Claude Filloux, La personalidad, Editorial Universitaria de
Buenos Aires, 1960.
16

Augusto Murillo, Una experiencia de trabajo psicosocial con refugiados polticos latinoamericanos en Europa
(Bruselas, 1976-1984), en Mnica Casalet y Sonia Comboni, (coord.), Consecuencias psicosociales de las migraciones
y el exilio, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1989, p. 55.
17

Marie Claire Delgueil, Una experiencia psicoteraputica con exiliados, en Idem, p. 87.

tanto en cantidad como en calidad e implica la prdida concomitante de partes del Yo. Las estructuras
psicopatolgicas, las situaciones de conflicto y las relaciones tempranas de objeto reciben un impacto tal
que, al verse el individuo despojado de su marco de referencia y de los instrumentos cotidianos que
permiten encubrirlas, afloran con gran intensidad18 .

Surgen as conflictos individuales que, por lo sealado, tienen la condicin de ser sociales y colectivos. Otros estudiosos de estas situaciones no casualmente hacen nfasis en la idea de cotidianidad
planteada en el ltimo prrafo citado, que J. C. Carrasco la entiende de la siguiente manera:

La cotidianidad consiste en la unidad inseparable del hombre y de la calle por la que camina, del
caf donde toma un trago, de las informaciones que recibe, de las relaciones que establece.
Cotidianidad que es a su vez una percepcin y vivencia de la experiencia compartida en un mundo
compartible grupalmente. Cotidianidad que supone continuidad de tiempo y espacio, repeticin
de significaciones, reconocimiento de s y de la propia experiencia sin cortes ni rupturas [...] Esta
cotidianidad que constituye un modelo global y bsico de existencia puede ser expresada a travs
de categoras psicolgicas tales como: las caractersticas y naturaleza de las representaciones que
el hombre elabora de s mismo, de las cosas y de su mundo existencial. Se nos traduce tambin
por la cualidad de sus percepciones, por la manera como califica y valora situaciones y cosas, por
las relaciones que entre ellas concibe y describe, por las relaciones que establece con dichas
cosas y con los hombres, por las cosas en que cree, por el tipo de sentimientos y el estilo de
vnculos que desarrolla19 .

Para Lira y Kovalskys el concepto de identidad no es otra cosa que una conceptualizacin
referida al individuo de lo que hemos venido estudiando bajo el nombre de cotidianidad, que por supuesto se modifica, a veces radicalmente, en los cambios de residencia como los aqu estudiados, por lo que
18

Laura Achard de Demara, y Jorge Galeano, Vicisitudes del inmigrante, en Idem, p. 112.

19

J.C. Carrasco, Juntos lograremos amanecer, Santiago, 1980, citado por Elizabeth Lira y Juana Kovalskys, Retorno:
algunos aspectos psicosociales del proceso de reinsercin, en Varios Autores, Escritos sobre exilio y retorno (19781984), Fundacin de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), Santiago de Chile, 1984, p. 89.
20

Idem, p. 92.

reelaborar una nueva identidad significa construir a niveles del Yo una nueva percepcin del s mismo de
partida de un cambio en la experiencia de la vida cotidiana20 . Que, no se menciona por considerarse
parte integrante de la situacin, implica el vnculo con una nueva realidad que primero debe reconocerse y
luego asimilarse.
Un conjunto de profesionales del COLAT (Colectivo Latinoamericano de Trabajo Psicosocial)
de Bruselas ilustran la situacin con la metfora de Janus, dios romano representado con rostros opuestos
que le permiten mirar en dos direcciones inversas simultneamente: uno hacia el pasado, expresa la ruptura, la prdida, la separacin, la nostalgia, el duelo y un cierto grado de fragmentacin de su experiencia;
esto puede ser vivido como su muerte social rubricada por la imposibilidad del regreso; el otro mirando el
futuro, confronta al sujeto con un medio desconocido, extrao a sus prcticas sociales e impenetrable a su
lenguaje, lleno de peligros reales e imaginarios, pero tambin lugar en el que cierta recreacin es posible21 .
El impacto mayor de esta nueva situacin se da en los inicios de vida en otra sociedad, donde son
comunes la desconfianza a las formas de vida y habitantes del nuevo pas pero tambin a compatriotas que
los precedieron -desconfianza que puede tener rasgos paranoides-, temor a la soledad y a lo desconocido, etc. Y tambin es comn que a esto siga un perodo de alivio al comprenderse que no tiene por qu
ser as, lo que brinda un sentimiento de bienestar, bsqueda de nuevas relaciones afectivas y posibilidades
de actividad, etc.22 .
Otros autores entienden que el cambio puede ser catastrfico en la medida en que ciertas estructuras se transforman en otras, a travs de los cambios, pasando por momentos de desorganizacin, dolor
y frustracin; estas vicisitudes, una vez elaboradas y superadas, darn la posibilidad de un verdadero
crecimiento y evolucin de la personalidad. Pero no siempre sucede as, ya que, a veces, en vez del
cambio catastrfico, doloroso pero evolutivo, la experiencia puede terminar en catstrofe, pero no slo
para los que emigran, sino para algunos de los que se quedan23 . Ha sido y es muy general la existencia de
miedo tanto por una salida hacia lo ms o menos desconocido, como en muchos casos por tener que
21

Jorge Barudy; Jorge Serrano; Johanna Martens; Eduardo Durn, El mundo del exiliado poltico latinoamericano, en
As buscamos rehacernos. Represin, exilio, trabajo psico-social, COLAT / CELADEC (Comisin Evanglica Latinoamericana de Educacin Cristiana), Bruselas, 1980, p. 39. Reproducido en Grupo COLAT, Barudy, Corral, Martens, Paz,
Serrano, Murillo, Vieytes, Psicopatologa de la tortura y el exilio, Fundamentos, Madrid, 1982, p. 39.
22

Idem, p. 44.

23

Len y Rebeca Grinberg, Psicoanlisis de la migracin y del exilio, Alianza Editorial, Madrid, 1984, p. 87.

hacerse en condiciones de manera inesperada o sbita y dejando todo lo que se tena (material y social)
para el ingreso a situaciones que se viven como riesgosas. Un posterior xito o adaptacin no es incompatible con esas vivencias de inicio, desmintiendo ese lugar comn de quienes se quedaron en los distintos
pases y han hablando de los azahares del exilio respecto a quienes salieron de sus pases, no teniendo en
cuenta que, ms all de las vicisitudes de cada uno, la terrible experiencia del exilio es imborrable24 y
siempre deja huellas.
Todos los que han trabajado e investigado esta problemtica coinciden que, en diferentes grados,
se trata de lo que Freud considera como una experiencia traumtica, causada por un acontecimiento
importante e impactante o por numerosos sucesos traumticos parciales. Para los Grinberg

la migracin, justamente, no es una experiencia traumtica aislada, que se manifiesta en el momento de la partida-separacin del lugar de origen, o en el de llegada al sitio nuevo, desconocido,
donde se radicar el individuo. Incluye, por el contrario, una constelacin de factores determinantes de ansiedad y de pena [...] Creemos, entonces, que la migracin, en cuanto experiencia
traumtica, podra entrar en la categora de los as llamados traumatismos acumulativos y de
tensin, con reacciones no siempre ruidosas y aparentes, pero de efectos profundos y duraderos25 .

Es interesante destacar el resumen que ofrecen estos autores, psicoanalistas de una lnea ortodoxa
e institucional clsica en la que los factores polticos, ideolgicos y sociales ocupan un nulo o mnimo
lugar26 , que pueden ver las consecuencias aunque con lo que esta omisin acarrea en una problemtica
esencialmente poltica (al menos en el caso del exilio):

24

25

26

Meyer y Salgado, ob.cit., p. 293.


Idem, p. 23 y 24.

Sobre esta postura que considero de un psicoanlisis domesticado vanse, entre otros, mis ensayos La relacin
hombre-cultura: eje del psicoanlisis, ob. cit, y Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, en
revista Subjetividad y Cultura, Mxico, 14, 2000; el segundo reproducido en La salud mental en el neoliberalismo,
Plaza y Valds, Mxico, 2001. Tambin Desde la lectura de El malestar en la cultura: los psicoanlisis entre la peste y
la domesticacin?, revista Imagen Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de Psicoterapia Psicoanaltica, Mxico, N 9,
1997. * Ambos artculos includos en este libro digital.

La migracin es una experiencia potencialmente traumtica caracterizada por una serie de acontecimientos traumticos parciales y configura, a la vez, una situacin de crisis. Esta crisis puede, por
otra parte, haber sido el disparador de la decisin de emigrar, o bien la consecuencia de la migracin. Si el yo del emigrante, por su predisposicin o las condiciones de la migracin, ha sido
daado demasiado severamente por la experiencia traumtica o la crisis que ha vivido o est
viviendo, le costar recuperarse del estado de desorganizacin ha que ha sido llevado y padecer
distintas formas de patologa psquica o fsica. Por el contrario, si cuenta con capacidad de elaboracin suficiente, no slo superar la crisis, sino que, adems, sta tendr una cualidad de renacimiento con desarrollo de su potencial creativo27 .

Tambin es una coincidencia prcticamente unnime que en este proceso de crisis se vuelven a
tocar problemticas infantiles, dando origen a regresiones, a estados muy arcaicos28 . Los Grinberg consideran que es frecuente que se recurra al mecanismo de disociacin, idealizando -por ejemplo- todas
las experiencias y aspectos nuevos correspondientes al ambiente que lo acaba de recibir, al mismo tiempo
que atribuyendo todo lo desvalorizado y persecutorio al lugar y a las personas que ha dejado; esta disociacin le sirve para evitar el duelo, el remordimiento y las ansiedades depresivas que se agudizan por la
misma migracin, sobre todo cuando se trata de una migracin voluntaria. As se evitan o minimizan los
efectos dolorosos de las prdidas sufridas, pero tambin puede ocurrir lo inverso, idealizndose con toda
clase de virtudes lo anterior y perdido, y estigmatizndose lo nuevo del pas de llegada: esto porque en
caso de fracasar la disociacin surge inexorablemente la ansiedad confusional, con todas sus temidas
consecuencias: ya no se sabe quin es el amigo y quin el enemigo, dnde se puede triunfar y dnde
fracasar, cmo diferenciar lo til de lo perjudicial, cmo discriminar entre el amor y el odio, entre la vida y
la muerte29 .
El sealamiento del duelo y aspectos depresivos responde a lo indicado de la prdida del mundo
27

Grinberg, ob. cit. p. 27.

28

Sheriff Chalakani, Exilio: proceso de muerte y de renacimiento, en Consecuencias psicosociales de las migraciones
y el exilio, ob.cit., p. 135.
29

Grinberg, ob.cit., p. 19 y 20. Ms adelante estos autores sealan que la disociacin tiene por objeto contrarrestar
tanto las ansiedades persecutorias como las depresivas, como as tambin evitar la amenaza de los sentimientos de
confusin, por no tener bien discriminado an lo viejo de lo nuevo (p. 96).

de referencia propio de migrantes y exiliados, con todos sus objetos externos y la consiguiente prdida de
las identificaciones establecidas, partes del yo que no desaparecieron. La depresin, por supuesto, es por
la prdida de tal mundo prdido y, en no pocos casos, por sentimiento de culpa de dejar a familiares,
amigos, compaeros de militancia, perspectiva de derrota si la hubo, etc. Como sealan autores ya citados, el trabajo de duelo incluye una serie de reacciones tendientes a aceptar la prdida y permitir la
readaptacin del Yo frente a la nueva realidad que se le ofrece; tal elaboracin del duelo tiene dos
caractersticas: 1) la identificacin con aspectos de la patria perdida, principalmente con aspectos socioculturales, y 2) el ajuste a las pautas de conducta del nuevo pas30 . Es interesante sealar que tales
prdidas socio-culturales muchas veces se condensan en aspectos secundarios que actan como smbolos
sobreidealizados, que pueden ser algunos hbitos alimenticios con productos o comidas no existentes en
el pas de recepcin (lo que refuerza la nostalgia y la actividad por su reemplazo o creacin), diferentes
conductas interpersonales, etc.
Tal condicin produce situaciones angustiosas, que pueden ser paranoides -el cambio y sus condiciones pueden producir pnico, a lo que se suma el proceso de readaptacin, bsqueda de ocupacin,
muchas veces nuevo idioma, etc.-, o confusional, ante la dificultad de diferenciacin de sentimientos
ambivalentes ante el pas nuevo y el propio, y en ambas angustias el proceso puede dar lugar a mliples
evoluciones, desde la que puede entenderse como sana31 hasta la ms clara patologa psictica. Es aqu
donde puede producirse la conocida sobreadaptacin manaca, es decir la idealizacin de lo nuevo y
olvido de lo anterior, buscndose una adecuacin exagerada y poco real hacia formas de vida del pas de
recepcin, no faltando tampoco lo que autores ya citados llaman sndrome de la depresin postergada,
es decir luego del perodo manaco anterior, que puede tener formas somticas tipo infarto del miocardio,
lceras gstricas, etc. De forma inversa, en otra postura extrema, se busca el refugio en ghettos donde se
construyen formas de vida similares a las del lugar originario con la mayor prescindencia posible de vnculo
con personas y formas de vida del nuevo mbito de residencia32 . En este aspecto es importante sealar
30

Achard de Demara y Galeano, ob.cit., p. 114. Como destacan de manera grfica, aunque tal vez mecnica, los autores
de la nota anterior, se puede hacer revivir la situacin triangular edpica entre los dos pases, como si representaran
simblicamente a los dos padres frente a los cuales resurgen la ambivalencia y los conflictos de lealtades. A veces es
vivido como si se tratara de padres divorciados con fantasas de haber establecido una alianza con uno de ellos en
contra del otro (p. 108).
31

El entrecomillado de sano responde a la conocida polmica acerca de tal condicin. Al respecto puede verse mi libro
Normalidad, conflicto psquico, control social, ob.cit.
32

En el citado artculo del COLAT se describe claramente esta postura: La prdida de los grupos de referencia primaria

que los colegas del COLAT en su trabajo hacan fuerte nfasis en lo que definan como integracin
crtica, es decir una especie de sntesis entre ambas posturas extremas: no perder las caractersticas
propias pero sin dejar de compartir muchas de las formas de vida y relacionales nuevas33 , lo que por
cierto no siempre es fcil sino un proceso muy complejo con algunas prdidas que los Grinberg entienden
como el equivalente de una castracin psquica34 .
En toda esta perspectiva no hay que olvidar el lugar que ocupa el idioma cuando la migracin o
exilio obligan al aprendizaje y uso de uno nuevo, con todas las vicisitudes que esto puede producir. Incluso
cuando se utiliza el mismo, pero donde se sabe que las mismas palabras pueden tener diferentes significaciones con las confusiones que esto produce. En las entrevistas que son la base del libro de Meyer y
Salgado hay mltiples referencias a esto, que pueden ser humorsticas al ser ledas o al recordarse mucho
tiempo despus, pero que en su momento tuvieron otro sentido como parte del complejo proceso de
adaptacin. En no pocos casos el lenguaje va tomando una forma sincrtica tanto en el uso de los trminos
como en la pronunciacin, y si el lenguaje es aspecto constitutivo del psiquismo es evidente que puede ser
visto como representante de las mutaciones que se van produciendo en los sujetos. Tambin aqu se
reitera que hubo casos donde se quiso mantener el lenguaje del pas de origen sin aceptar el nuevo o, a la
inversa, se abandon el propio para asumir el nuevo, aunque en general se produce el indicado sincretismo
como expresin categrica de lo que una estudiosa de los exilios define como la pertenencia a dos
culturas como conflicto de lealtades o experiencia de pluralidad, planteada desde una lgica disyuntiva (o,
o) en oposicin a la lgica aditiva (y, y)35 .
Por supuesto el problema no se reduce al lenguaje sino que este verdadero, mayor o menor,
choque de civilizaciones alcanza mltiples aspectos y cdigos, que van desde los ya indicados hbitos
alimenticios hasta otros ms importantes y trascendentes como son el manejo del tiempo, las formas de
as como la necesidad de reconstiturlos en el exilio, fuerza al refugiado a crear concentraciones demogrficas -grupos
que viven en una zona prxima- en funcin de su medio poltico, social, religioso o regional. Esto nos recuerda, de alguna
manera, el fenmeno de retribalizacin observado por Bastide entre los grupos africanos que viven en Francia. Esto,
porque en estos grupos el refugiado se encuentra consigo mismo. La creacin de estos ghettos corresponde a la
necesidad de seguridad y de preservacin de la propia identidad que vive el refugiado poltico (p. 42). Por supuesto
esto es igualmente vlido para los migrantes, mxime cuando residen en un pas con cultura e idioma diferente.
33

Sobre esto vanse los libros del COLAT citados.

34

Grinberg, ob.cit., p. 110.

35

Cristina Bottinelli, La pertenencia a dos culturas: un aprendizaje para la vida, en Gail Mummert (ed.), Fronteras
fragmentadas, Colegio de Michoacn, Morelia, p. 375-390.

relaciones laborales y personales, en no pocos casos las comunicaciones y los vnculos entre hombres y
mujeres y sus proyecciones en el cuidado y trato con hijos as como en las caractersticas familiares. Todos
y cada uno de estos puntos (y muchos otros) dara para una casi infinita enumeracin de anlisis y descripcin de casos y ejemplos que llenaran libros enteros, pero que ms all de lo pintoresco o antropolgico
inciden de manera altamente significativa en un proceso que indefectiblemente viven emigrantes y exiliados.
Y no puede dejar de mencionarse un aspecto tal vez secundario pero nada desdeable, como es el que, de
manera similar al que viven campesinos que llegan a una gran ciudad, lo hacen tambin ciudadanos de un
pas pobre o pequeo que arriban a megaurbes desarrolladas que, a ms de todo lo psicolgico antes
expuesto, suman la adaptacin a algo que les cuesta entender y habituarse, y que explcita y grficamente
plantearon, en grupos psicoteraputicos, nicaragenses que llegaron a Mxico en 1978: no podan comprender una ciudad que tena muchos ms habitantes que todo su pas, y menos la complejidad de su
transporte donde, decan, a la multiplicidad de vehculos se sumaban aviones por arriba y el Metro por
debajo.
En estas condiciones, y coherente con lo indicado de la regresin que muchos hacen a etapas
infantiles de su vida, es importante rescatar las observaciones de que la mayor agresin que puede
infligirse a un ser humano es reducirlo a la situacin de desamparo que, en su grado extremo, lleva al
aniquilamiento, por lo que no es sorprendente que en estos casos el individuo requiera que alguien -otra
persona, grupo, institucin, pas- asuma funciones de maternaje para poder sobrevivir y reorganizarse36 .
Una parte posterior de este proceso puede plantear otros problemas: caminos diferenciados entre
distintos miembros de una familia, donde unos -sobre todo nios y adolescentes pero no exclusivamentese adaptan o sobreadaptan fcilmente y otros hacen lo contrario37 , similar situacin dentro del mundo de
compatriotas con las fuertes contradicciones que sto produce, impacto del xito o fracaso econmico, y
si ste se alcanza sus efectos en cuanto a identidad y valores anteriores, deseo de retorno, etc. Un aspecto
muy particular es el que muchas veces las nuevas condiciones de vida replantean los vnculos familiares y
36

Idem, p. 184 y 93. En los casos del exilio latinoamericano de los 70 y 80 algunos pases, por ejemplo Suecia, cubrieron
genricamente ese papel desde una nada difcil recepcin, ofrecimiento de cursos para aprendizaje del idioma, facilidades laborales, rpida concesin de ciudadana, etc., a lo que se contrapona un cdigo y cultura de nada fcil reconocimiento y aceptacin para quienes venan de nuestro continente; un ejemplo de esto lo plantea un entrevistado en el libro
de Meyer y Salgado: Las condiciones materiales son excelentes, pero son suecos, y los suecos quieren a su manera, es
decir, con horario y con planeacin de meses y punto (p. 308). Algo similar hace Israel para los judos del mundo pero

de pareja, permitiendo aflorar conflictos y contradicciones previamente tapados por la persecucin o mala
situacin que se viva, lo que ha producido un porcentaje de separaciones en parejas bastante superior al
que se ha dado en otros mbitos. Una hiptesis personal respecto al exilio es que una importante cantidad
de parejas se constituyeron en la prctica militante o ambos la compartieron, existiendo por ello tanto un
proyecto como un enemigo comn que fortaleca el vnculo y minusvalizaba las diferencias y crisis; el exilio,
junto con la sentida como derrota poltica, en muchos casos pone en crisis ese proyecto, y la nueva
residencia abre un camino crtico del mismo, de perspectivas de futuro, y desaparece ese enemigo comn.
La prctica clnica ha mostrado cmo en mltiples casos los miembros de una pareja toman caminos
diferentes, donde es comn la reaparicin de posturas ideolgicas antes repudiadas y la imposibilidad de
ver contradicciones antes negadas que impiden una continuidad; por otra parte en no pocos casos las
condiciones del exilio/migracin producen vnculos demasiado demandantes del otro/a donde se trata de
buscar en la pareja todo lo que se perdi y todo lo que dej en el pas de uno... Y no hay ser humano que
pueda dar abasto, que pueda abastecer todo esos roles... sin dejar..., sin descuidarse uno mismo38 .
Por supuesto que, para todo lo aqu planteado, las reacciones de migrantes y exiliados dependen
no slo de las caractersticas psquicas preexistentes sino tambin de niveles culturales y capacidad de
comprensin emocional e intelectual de las nuevas condiciones de vida, estado econmico con las que se
llega al nuevo pas, existencia en ste de otras personas que lo antecedieron y crearon mbitos de recepcin y un micro-mundo propio que permite no dejar de tener algo de lo perdido, posibilidades de insercin
en el campo laboral, de estudio o lo que fuere, la concordancia con lo esperado y experiencias previas39 ,
si se llega solo o acompaado, etc. Esto puede ser obvio y podran darse mltiples ejemplos de cada
aspecto, pero es necesario remarcarlo por las diferencias que provoca en cada migrante o exiliado, que no
siempre tienen caractersticas tan serias y graves para todos como aqu se menciona. Tambin es obvio
que, y slo se trata de un ejemplo tal vez extremo, un artista, intelectual de prestigio o destacado deporcon base en una identidad compartida, aunque con otros riesgos.
37
Esto pudo verse ms claramente cuando cambiaron las condiciones polticas y fue posible un retorno al pas de
origen: muchos no pudieron hacerlo o fueron obligados por deseos contrapuestos, con gran peso de la oposicin de
jvenes que nacieron o se formaron en el pas de recepcin.
38

39

Testimonio en Meyer y Salgado, ob. cit., p. 179.

No debe de olvidarse que muchas veces personas con importante nivel profesional llegan a pases, sobre todos
desarrollados, donde estn imposibilitados de ejercerlo por problemas legales o de mercado de trabajo, con las consecuencias que significa tener que buscar actividades que consideran atentatorias a su capacidad, dignidad o status.

tista tiene posibilidades mucho mayores. Igualmente debe sealarse que frente a fuertes condiciones represivas o de vida pauprrimas y sin salida en su propio pas, la llegada a otro abre expectativas que, ms
all de conflictos inevitables por todo lo apuntado, puede producir condiciones ms o menos favorables a
mediano o largo plazo.
Y, por supuesto, no puede olvidarse que en todo lo anterior incide de una manera muy importante
-tal vez en mayor grado en quienes salen de sus pases por causas econmicas- las posibilidades de
obtencin de un trabajo que no slo permita la subsistencia personal y del marco familiar, sino tambin
tenga gratificaciones narcisistas. Como se plantea en un texto ya citado, esto acta como un factor organizador y estabilizador de la vida psquica: En lo ms inmediato y manifiesto, refirma la autoestima del
inmigrante al permitirle solventar sus gastos y reasumir una de sus funciones de adultez, despus del
perodo regresivo de la llegada. Por otra parte, le hace sentir que tiene un sitio en la nueva sociedad.
Finalmente, trabajar significa profundamente, poner en juego la capacidad creativa, con contenidos
reparatorios para el propio self y los objetos abandonados o perdidos40 . El problema del trabajo debe
verse al menos desde dos perspectivas, la primera, en tenerlo; y la segunda que sea acorde con los
deseos, capacidades e historia de cada uno; es cierto que ambas valen para todos, pero en el caso de
migraciones y exilios no han sido extraos los pasos de una importante labor acadmica o profesional en
el pas de origen, a una tarea muy diferente y menor en el de llegada, sin negarse que tambin se han dado
muchos casos donde en el ltimo las condiciones laborales y econmicas subieron notoriamente.
Esto ltimo, si bien no elimina la problemtica psicosocial aqu planteada, sin duda aporta un
elemento favorable al proceso de insercin en la nueva realidad y tiene efectos benficos, como tambin lo
son muchos otros que de manera alguna pueden ni deben desconocerse. Entre ellos la solidaridad y apoyo
que en muchsimos casos encuentra el exiliado (ms que el emigrado), el contacto con una nueva realidad
que abre perspectivas tal vez antes inexistentes e insospechadas que ha hecho que se piense y diga que se
ha ganado otra patria41 , y el reconocimiento de vnculos antes poco o nada conocidos entre ciudadanos
de pases vecinos que se encuentran en un pas receptor (caso de los conosureos -argentinos, chilenos y
uruguayos- en Mxico y otros pases, que tuvieron contactos fraternos con base en la coincidencia frente
a una represin compartida, que se mantuvo incluso ante conflictos entre los gobiernos de esos pases

40

Grinberg, ob. cit., p. 116.

como lo fue, por ejemplo, el de lmites en el canal de Beagle entre Argentina y Chile). O sea que el
reconocimiento de los traumas que aqu se han mencionado no significa, de manera alguna, que todo sea
negro y negativo sino que tambin existen aspectos que pueden ser altamente recuperativos frente a lo
indicado. Sin olvidar, por lo que es importante reiterarlo, que cada persona vive el proceso de acuerdo a
su historia y caractersticas personales.
Llegado al final de esta parte del trabajo es importante reiterar que se trata de una visin general
donde sin duda faltan mltiples aspectos, as como la necesidad de profundizacin de cada uno de ellos. Y
al menos mencionar nuevamente la particularidad con que deben verse los casos diferenciados de nios,
adolescentes, ancianos, familias y parejas. Lo mismo que el tambin conflictivo proceso inverso al aqu
descrito, el del retorno al pas de origen cuando se han superado las condiciones productoras del exilio y
la migracin, para lo cual es interesante recordar el lcido sealamiento de Mario Benedetti de que el
desexilio es un nuevo exilio42 , as como lo hoy ya muy trabajado de la clnica psicoteraputica para todo
estos casos, algo tambin muy nuevo y casi desconocido hace veinte aos pero sobre lo cual ahora existe
una muy amplia bibliografa producida por profesionales e instituciones que fueron surgiendo en tal poca
para responder a una necesidad acuciante, muchos de los cuales continan en esa tarea43 .
Pero no es posible terminar sin recordar que todas estas problemticas, sin duda muy serias,
deben inscribirse en el contexto que provoca y determina las condiciones sealadas: la gravedad de
situaciones econmicas y/o polticas que hacen preferibles estas consecuencias que las que se producuran
por quedarse en los pases de procedencia, donde es conocido que eran enormes las posibilidades de
prisin, desaparicin, tortura, clandestinidad y persecucin en el caso de los exiliados, y miseria, hambre
y desamparo en el de los que emigran. Los riesgos que saben claramente que corren quienes inician esas
aventuras no son por ningn masoquismo sino por una imperiosa necesidad, como ocurre tanto en quienes
41

Expresin de esto es que muchos exiliados en Mxico que regresaron a sus pases no slo recuerdan con nostalgia a
este pas sino que regresan como viajeros, y en el caso de los argentinos atiborran la embajada en Buenos Aires en
fechas de conmemoraciones histricas.
42

El problema del retorno puede verse, entre muchos otros trabajos, en Eugenia Weinstein, Problemtica psicolgica
del retornado del exilio en Chile. Algunas orientaciones psicoteraputicas, en Consecuencias psicosociales de las
migraciones y el exilio, ob.cit.; en el libro del FASIC (Fundacin de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas), Escritos
sobre exilio y retorno (1978-1984), Santiago de Chile, 1984, y tambin en las entrevistas realizadas en el libro de Meyer
y Salgado, p. 277- 280 y 285-287.
43

Sobre esto puede verse mi artculo Psicoterapias con vctimas de las dictaduras latinoamericanas, ob. cit.., donde son menciona-

dos textos fundamentales en esta perspectiva. * Includo en este libro virtual.

se lanzan a los peligros de las zonas desrticas de Arizona y enfrentan a los cada vez ms feroces y
sanguinarios guardias fronterizos norteamericanos -donde las posibilidades de xito son cada vez menores-, como en cada vez mayores lugares del mundo44 .

Los (a veces) dramas de la insercin legal

Si todo lo expuesto muestra los claroscuros psquicos de los procesos de emigracin y exilio, en
muchos casos a ello deben agregarse los avatares legales de la reinsercin en los pases receptores, que
van desde una (al menos relativa) sencillez y facilidad -los sealados casos, entre otros, de Suecia, y a
veces Espaa e Italia para exiliados sobre todo con famiiares de ese origen, o Israel para judos-, hasta
complicaciones o trmites burocrticos ms o menos complejos y constantes. Esto timo puede hacer que
los impactos apuntados se hacen ms intensos cuando la sociedad de acogida le pone obstculos y
barreras para comenzar su nueva vida, para integrarse sin perder sus races ni su identidad45 , aunque
debiera agregarse que disminuyen cuando ocurre lo contrario, es decir cuando los pases receptores
ofrecen buenas condiciones para el proceso estudiado. Y es conocido que los incrementos migratorios
han provocado y provocan una similar respuesta de restricciones a los mismos, incluso en pases que antes
los favorecieron o al menos no los limitaron como ocurre actualmente mucho ms que antes46 .
En este sentido el caso concreto de Mxico tiene caractersticas especficas. Seguramente lo
primero que hay que sealar es todo lo planteado respecto al problema de la transculturalidad: Mxico,
Argentina y todos los pases de Amrica Latina nacieron con tal caracterstica al ser producto de lo que
puede llamarse mestizaje, hibridez, etc., que el primero siempre asumi, y oficialmente al proponer que la
recordacin del 500 aniversario de la llegada de los espaoles al continente se hiciera bajo la idea de
encuentro de dos mundos. Esto sin olvidar que la propia composicin del pas lo es como producto de
44
Como un claro ejemplo al respecto, y seguramente no de los ms graves, es interesante la lectura del artculo de Al
Bensaad, Viaje al fondo del miedo con los clandestinos del Sahel, en Le Monde Diplomatique, Mxico, N 49, 2001, p.
12-13.

45 A. Murillo, Una experiencia de trabajo psicosocial..., ob. cit., p. 55.


46
Estas restricciones y limitaciones ya existan antes del 11 de septiembre del 2001, o sea que son independiente de las
acciones de ese da que han provocado mayores temores a las migraciones en general y de algunos grupos nacionales,
grupos tnicos y religiosos en particular.

la integracin de mltiples etnias, a las que se sumaron, a lo largo de los tiempos, tambin mltiples
personas y grupos de otras nacionalidades.
En esta perspectiva, y como ocurre prcticamente sin excepciones, Mxico ha abierto puertas
a amplios sectores que migraron, pero tambin hubo dificultades. Respecto a lo primero no es necesario
recordar tal apertura para, como ejemplos destacados, la de los republicanos espaoles en la dcada de
los 30 y 40, la de diferentes pases sudamericanos en la de los 70, o de algunos sectores centroamericanos
perseguidos en los 70 y 80, en todos los casos con posibilidad de continuacin de los trabajos polticos
para los exiliados y de trabajo. Aspectos de por s muy importantes y seguramente fundamentales tal como
se apunt previamente, pero al que debe agregarse otro tambin sustancial: ms all (o junto) con los
permisos para ello de las sucesivas instancias gubernamentales existi una acogida fraternal por parte de
importantes sectores de la poblacin e instituciones de todo tipo donde, salvo las excepciones de rechazo
que siempre existen por mltiples pseudo-razones, escasamente hubo que soportar los trminos despectivos que existieron en otros pases (como, por ejemplo, el de sudacas en Espaa). Ms an, es conocido que muchas veces existen dos tipos de reconocimiento y de nacionalizacin: la oficial y legal, y la
que otorgan quienes, con base en el tiempo de residencia en el pas, sealan de manera categrica ya eres
de los nuestros. Claro que, al menos en el caso de los argentinos, previamente hay que escuchar los
conocidos cuentos de difusin general.
Pero el problema de la transculturalidad no es nada fcil, y ha trado dificultades tambin conocidas. Mxico es un pais muy complejo y primero conocer, para luego adoptar sus cdigos, no es tarea
fcil sino lleva mucho tiempo. Sobre esto vale todo lo escrito previamente, de alguna manera aumentado
por la creencia, al menos para los iberoamericanos, de tener un idioma comn que luego se comprueba
que no es tan as. Seguramente amenizara la lectura de este texto incluir aqu los mltiples equvocos
producidos por el uso de determinados trminos, la polisemia de otros, las confusiones sobre algunas
costumbres, lo novedoso de no pocas prcticas tradicionales, el recordar las afirmaciones de que este es
un pas surrealista o kafkiano, etc.
Todo eso no debe hacer olvidar que se trata de un pas atrapante, es decir que logra primero el
inters por conocer sus mltiples expresiones culturales -en el amplio sentido del trmino- y tursticas,
luego todo ello y su poblacin provoca un inocultable aprecio (la mayora de ella, porque siempre e

inevitablemente hay excepciones), y en definitiva se convierte en un lugar imposible de olvidar y de no


compartir. Esto es importante decirlo cuando, en la poca de los exilios, otros pases ofrecan mayores
ventajas econmicas pero sin la calidez y encanto de ste, lo que no pocas veces provocaba la salida de
aquellos. Sin tampoco olvidar los importantes grados de tolerancia y respeto a las diferencias existentes, al
menos para no escasos sectores intelectuales y polticos.
Una dificultad no menor -al menos hace aproximadamente 20 aos, o sea en la poca del exiliofue lo difcil, engorroso y angustiante de los trmites migratorios: a veces fciles, otras muy complicados,
contradiccin tanto para distintas personas como para la misma47 . No es ninguna exageracin decir que,
en esas pocas, el edificio de la simplificadamente llamada Migracin era por lejos el ms conocido y
concurrido de la ciudad y lugar de constante encuentro de quienes vivan la misma odisea por largos e
interminables aos. Tampoco es este el lugar para contar infinidad de ancdotas y chistes al respecto, ni
para recordar las alegras por tener en la mano el FM-3 o FM-2 vistos como documentos seguramente
ms importantes y sagrados que la Biblia, el Corn o la Torah (aunque muchas veces haba que comenzar
de nuevo el trmite pocos das despus), o los sinsabores cuando se sucedan las solicitudes de nuevos
trmites. Hoy esto se cuenta as, de manera tal vez humorstica aunque grfica, pero en esos momentos se
utilizaban palabras que en los libros se llaman irreproducibles, y seguramente tales situaciones fueron la
causa de la bsqueda de psiclogos, psiquiatras y posiblemente de la utilizacin de algn electroshok o del
consumo acelerado de psicofrmacos.
De todo esto pueden verse claras y categricas muestras en las entrevistas realizadas que fueron
base del libro de Meyer y Salgado. Posturas como la que indica que yo amo profundamente a Mxico,
excepto tres o dos manzanas, que las odio, que es Gobernacin y todo lo que est alrededor... yo lo odio,
lo odio [...] Te citaban, no s, el papelito, el trato, las descalificaciones, la denominacin como Margaret
Tatcher por dura a una directora de Migracin, o las acusaciones a funcionarios que exigan mordidas,
Pero, inversamente, otros destacan el apoyo y buen trato de otros funcionarios, aunque para las autoras
del libro todo esto produca una situacin sostenida con alfileres48 , lo que produca inestabilidad, sensa-

47

Sobre esto en el citado libro de Meyer y Salgado se transcribe una cita del autor de este artculo en el que se afirma
que los argentinos se consideraban hijos mimados en Gobernacin por las facilidades que tenan en los trmites
migratorios( p. 170), frase sacada de su contexto porque si bien fue as en determinados momentos, en otras fue todo lo
contrario o similar al de ciudadanos de otros orgenes.

cin de riesgo y gran esfuerzo y gasto de tiempo, lo que en parte era superado por la idea de que en
definitiva (casi) siempre todo se arreglaba y los casos negativos fueron mnimos (no para todos sino para
ciudadanos de ciertos pases).
Otro aspecto que tampoco puede dejarse de lado, y que resaltan muchos de los entrevistados en
ese libro, han sido las limitaciones que la legislacin mexicana pone a los extranjeros respecto a participacin poltica. Si bien esto puede ser vlido y comprensible en cualquier pas, no puede negarse cmo ello
afecta a exiliados que lo son precisamente por su prctica poltica, aunque sta lo haya sido en sus pases
de origen. Pero en este sentido debe reconocerse que tal limitacin en general no alcanz a actividades
vinculadas a las situaciones que produjeron los exilios, por lo que argentinos, brasileos, chilenos, nicaragenses, salvadoreos, uruguayos, etc. desarrollaron aqu constantes denuncias y prcticas vinculadas a la
situacin en sus propios pases
Para terminar es importante recordar que las condiciones actuales del mundo en general son
extremadamente cambiantes y a una velocidad mayor a la que hubo en toda la historia, adems de las
significaciones de la llamada globalizacin que impone criterios y leyes antes no existentes en todos los
mbitos, donde las fronteras nacionales, las nociones clsicas de soberana, etc. hoy son diferentes y es
difcil saber cuales sern maana. Es evidente que este es el nuevo contexto de los procesos migratorios,
individuales y/o colectivos, que seguramente traern nuevas problemticas y conflictos para todos los
pases del mundo que sean lugares de bsqueda de radicacin o de trnsito a otros. Y as como las
prcticas sociales, polticas y econmicas actuales estn en permanente mutacin -con el clsico atraso
que respecto a ellas tienen las normas jurdicas-, no es nada aventurado prever que algo similar pasar con
los trnsitos de personas, problema claramente vinculado al proceso de desarrollo de cada marco social.
Pero lo que muy diflmente cambie son consecuencias como las apuntadas en este trabajo, por lo
que sin duda su estudio debe continuar como parte de un fenmeno poltico, social y econmico que, por
lo enunciado, no puede limitarse a tales aspectos, aunque sean centrales

48

Meyer y Salgado, ob. cit., p. 168 a 172.

UNA EVALUACION ACTUAL DE LA ANTIPSIQUIATRA *

(Presentacin de la revista). Todo el mundo, especialistas y legos, conoca a principio de los


aos setentas el trmino antipsiquiatra. Como el lector podr apreciar leyendo las magnficas aportaciones que publicamos a continuacin, muchos de los mayores exponentes de
este movimiento rechazaron esa denominacin, y prcticamente todos entendan su quehacer en funcin de principios tericos e ideolgicos diferentes. Todo comienza en los sesentas
y se populariza en la dcada siguiente, inicialmente como un clamor contra las prcticas
aberrantes de la psiquiatra, as como un movimiento por humanizar y cambiar el sentido
de esa orientacin. El movimiento tiene caractersticas, bases tericas y objetivos distintos
en cada pas. As, por ejemplo, Basaglia lleva a cabo una accin masiva en Italia, con el fin
ltimo de cambiar las leyes y abolir los manicomios, y en Estados Unidos el logro ms
importante y novedoso es una accin contestataria realizada por un colectivo de pacientes.
Qu caracteriz este movimiento antipsiquitrico? Cules fueron sus particularidades
regionales y nacionales? Cules fueron sus logros y sus fracasos? Cul es su herencia y
vigencia actual? Subjetividad y Cultura plantea una serie de interrogantes a un grupo destacado de pensadores, con el objetivo de poner a disposicin del lector una actualizacin y
una reflexin crtica acerca de un tema insoslayable en la historia de las disciplinas psis.

Antipsiquiatria, un rescate muy necesario

I.- Cules fueron los objetivos y las utopas iniciales de la antipsiquiatra?


Si todo debe ser ubicado en el contexto de su tiempo histrico, la mal llamada antipsiquiatra *

Publicado como parte de la discusin promovida por la revista Subjetividad y Cultura en su N 22, 2004 -coordinada
por Miguel Matrajt- en el que tambin participaron con sus respuestas Mario Campuzano, Alejandro Vainer y Manuel
Desviat (ste en el N 23 de esa revista, 2005).
1

Guinsberg, E., Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica, revista Argumentos,
Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, N 32-33,
1999. * Includo en este libro virtual

trmino acuado por Cooper y retirado por ste ante la crtica de Franco Basaglia de que no poda estar
en contra de lo que era, o sea psiquiatra, por lo que su nombre cambia al de Movimiento de Alternativas
a la Psiquiatra-, es una clara expresin de una poca clara y contundentemente rebelde y contestataria1 ,
entre cuyos movimientos estuvieron desde los hippies y beatniks hasta las conocidas manifestaciones del
68 en Pars, Mxico y tantos otros lugares del mundo, e incluso desde una determinada lectura hasta
puede inclurse entre ellas al Che Guevara y, sobre todo, parte de la repercusin que alcanz2 .
Movimiento que surge de manera casi paralela en diferentes lugares del mundo (sobre todo Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos y algunos pases de Amrica Latina) pero con propuestas tericas y
prcticas coincidentes en las crticas a la psiquiatra -en realidad a todo el universo psi- aunque diferentes,
pero no antagnicos, en planteos tericos e incluso en las bsquedas encaradas. El gran enemigo para
todos era la praxis del campo de la llamada salud mental, y si bien el equvoco nombre de antipsiquiatra
le viene por centrar tal crtica a tales instituciones y a sus profesionales, los destinatarios eran en realidad
tanto psiclogos como psicoanalistas y todos aquellos psis que, terica y/o prcticamente funcionaban
profesionalmente en el marco de la dominacin poltica, a los que dos de sus principales figuras designaron
con nombres diferentes pero coincidentes en sentido: Laing como policas de la mente y Basaglia como
funcionarios del consenso.
La crtica era entonces a las diferentes formas de dominacin de la poca, colocada sobre sus
instituciones y profesionales. Si, aunque de manera distinta, ello provoc la bsqueda de una sociedad y
una cultura diferente tanto por parte de hippies, beatniks, manifestantes del 68, participantes en insurrecciones masivas, figuras del campo artstico y cultural o diversos grupos guerrilleros en nuestro continente y
en otros lugares del mundo, este movimiento encar su lucha contra esa dominacin en general, pero
especficamente en el mbito concreto de las actividades que desarrollaban dentro del campo psi. Y lo
hicieron tanto psiquiatras (con una perspectiva distinta de su praxis) como psiclogos, psicoanalistas, etc.,
e incluso otros profesional de las llamadas ciencias sociales (socilogos como Castel, filsofos como
Foucault y Deleuze, etc.).
Es importante el sealamiento de esa perspectiva crtica general contra todas las formas de dominacin de la poca -cuya expresin escrita puede verse en casi todos los textos de esta corriente, aunque
particularmente en el libro compilado por Franco y Franca Basaglia Los crmenes de la paz (Siglo XXI,
2

Guinsberg, E., Significaciones del Che en los 60 y en los 90, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 10, 1998.

Mxico, 1977)-, para que exista una clara comprensin de que la crtica especfica siempre estuvo
contextuada como particularidad de una situacin general. Es decir que, salvo casos excepcionales
que por supuesto los hubo, siempre existi una clara conciencia de que las posibilidades de cambios
especficos concretos estaban limitados por ese contexto global dentro del que actan los profesionales e
instituciones psis.
Tal el contexto general de la poca, a la que debe agregarse la particular de cada marco social
concreto de las principales lneas de esta corriente: la italiana, ms poltica como producto de una situacin nacional turbulenta donde era muy importante el peso de un Partido Comunista ms abierto e independiente que otros (ya en esa poca comienza a surgir el llamado eurocomunismo, con posturas diferentes al de la URSS); la inglesa, que puso su nfasis en la crtica a la institucin familiar y sus consecuencias, y vinculada a posturas ms individualistas, rebeldes, contestatarias, existencialistas e incluso msticoorientalistas; la francesa, como siempre ms teorizante pero tambin muy vinculada a formas concretas
de cambios institucionales en el campo psiquitrico que se iniciaban en ese pas; la estadounidense (si es
que puede hablarse de una escuela, casi limitada a Szasz), ms individualista y marginada de los procesos poltico-sociales, aunque con influencias tanto de una mentalidad anrquica como de los movimientos rebeldes de ese pas; y una latinoamericana en general menos activa que, en el caso argentino, actu
dentro del absolutamente dominante campo psicoanaltico y el escenario de los activos movimientos rebeldes y revolucionarios del perodo histrico 1965-74.
Los objetivos centrales fueron muchos, tanto tericos como prcticos. Entre los primeros nada
ms y nada menos que una reformulacin radical y absoluta de las nociones de salud y de enfermedad
mental, sobre todo de la primera, comprendindose que ellas no se limitan a conceptualizaciones profesionales sino que son utilizadas por el poder para ejercer su dominacin y normalizar manteniendo sujetados a los no casualmente llamados sujetos. De esta manera -en pginas muchas veces brillantes- se
cuestiona tal normalidad (tampoco casualmente equivalente a salud mental para los psis domesticados) vindola como alienante, conformista y acorde con las premisas del statu quo, fomentndose la
salida de ella, o sea lo contrario a las premisas del stablishment3 , de manera que los que para sta son
3

Un desarrollo mucho ms extenso de esto y de todo lo aqu planteado en mis libros Normalidad, conflicto psquico,
control social, Plaza y Valdes, Mxico, 1 ed. 1990, 2 ed. 1996, sobre todo en la Presentacin y en su parte III, Los
planteos crticos del movimiento de alternativas a la psiquiatra; y en La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y
Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004.

sanos y normales pasan a ser en diferentes medidas los enfermos para esta corriente crtica. Ello a
su vez vinculado a la comprensin de tal normalidad es parte del control social por la que la dominacin se ejerce a travs de la internalizacin de sus premisas en los sujetos.
Algo similar hacen (con diferentes perspectivas) respecto a la nocin de locura y de enfermedad mental en general, criticando tanto su uso general como muchas nosologas concretas (en particular
el uso de la nocin de esquizofrenia), y tambin a veces invirtiendo su sentido4 : Aqu sin duda ha sido
Cooper el ms radical al considerar que la locura es una salida valiosa y necesaria frente a la salud y
normalidad oficial, aunque sus ideas han sido muchas veces mal comprendidas e interpretadas por
sectores y personas ajenas al campo psi, que las usaron de acuerdo a sus necesidades y/o conveniencias
y no como l las conceptualizara.
Los otros objetivos, pero en consonancia con los indicados, fueron en torno a modificaciones
tambin radicales respecto a las instituciones psiquitricas y de la salud mental, al papel de sus profesionales y los sentidos de las prcticas psicoteraputicas. El logro mayor posiblermente haya sido la eliminacin de los manicomios en Italia -encarada por Basaglia y su movimiento, y aprobado por el Legislativo de
ese pas-, unido al cambio sustantivo que se produjo en las instituciones psiquitricas, algo seguramente
impensable slo dcadas atrs. En este sentido debe destacarse el claro rechazo de esta corriente a las
terapias fsicas (uso masivo de medicamentos, electroshocks, etc.), como tambin al replanteo de ver al
personal psiquitrico como especie de dioses omnipotentes, y la bsqueda de tratar a los pacientes
como eso, o sea como seres humanos, algo extrao a las prcticas psiquitricas institucionales tradicionales.
Es correcto y posible hablar de utopas respecto a estos objetivos? En general no: los cambios
producidos en muchos pases mostraron su factibilidad y eficiencia, claro que en los casos en que se
quisieron hacer y con base en los mltiples recursos necesarios para ello (profesionales, econmicos,
sociales, etc.), y es indiscutible que en donde se iniciaron la realidad psiquitrica actual dista mucho de la
anterior. En este sentido el movimiento que aqu se analiza ha sido una fundamental vanguardia, y es
importante recordar la afirmacin de uno de los iniciadores esos cambios en Espaa (Manuel Desviat)

Como ejemplo de esto puede verse un interesante texto de Jervis, Giovanni, Manual crtico de psiquiatra, Anagrama,

Barcelona, 1977.

cuando en un seminario realizado en Mxico dijo, ante el comentario de uno de los asistentes de que nunca
mencion a este movimiento, de que no lo hizo porque lo consideraba obvio ya que sin l ninguno de los
cambios realizados posteriormente hubiese sido posible.
Pero tambin hubo utopas. Entre ellas la idealizacin tanto respecto a la posibilidad de eliminacin de las internaciones psiquitricas, a las posibilidades de xitos teraputicos mucho mayores, como en
ciertas formulaciones tericas donde no puede negarse que existi un inocultable petardismo panfletario al
llegar a mistificarse ciertas locuras y utilizacin de drogas, o creerse en fundamentales cambios en todo
tipo de dinmicas (sociales, familiares, de pareja, profesionales). Lo que en definitiva ocurre (casi) siempre, pero que luego la experiencia prctica, y las modificaciones tericas consecuentes, muestran los
lmites y la necesidad de repensar en lo planteado.
Si, como se dijo en el inicio, este movimiento fue producto de un momento histrico concreto que
lo potenci y permiti su desarrollo, los tiempos posteriores fueron muy diferentes, y al pasarse de una
etapa rebelde y contestataria -no pocos creyeron que incluso revolucionaria- a otra neoconservadora que
se mantiene hasta hoy, la fuerza de esta corriente fue decreciendo, como tambin el apoyo para la continuacin (y modificacin de acuerdo a la experiencia) de sus propuestas. Peor an, y como se escribi en
otros lugares, el campo psi hoy es radicalmente diferente al de esa poca, con importante prdida del
carcter crtico, hoy convertido en domesticado y en los hechos acordes con la dominacin hegemnica.

II.- Cules fueron los logros obtenidos? Cules fueron los contextos (nacionales, regionales,
polticos, sociales, de desarrollo disciplinario) que facilitaron esos logros? Qu apoyos fueron
determinantes para los xitos?

Gran parte de esta pregunta fue respondida, aunque de manera sinttica, en la anterior. Extendiendo un poco, fue una poca de bsqueda de liberacin en mltiples terrenos y por numerosos sectores:
nacional y antimperialista, femenina, sexual, racial, de las cadenas opresoras de todo tipo y en gran parte
del mundo. Cmo no serlo tambin en nuestro campo profesional especfico? Quienes encabezaron este
movimiento, y por supuesto tambin quienes participaron en diferentes niveles, en general se sentan parte
-a veces de manera directa y militante- en organizaciones sociales y polticas, o como parte de colectivos
activos en la bsqueda de esa liberacin, en una realidad donde era importante y constante la discusin en

torno al rol del intelectual, con un fundamental peso de la nocin de compromiso que, entre tantos
otros, postulaba terica y prcticamente Jean-Paul Sartre. Pero, y esto no debe olvidarse, la liberacin
(individual, social, poltico, econmico) para muchos era la lucha contra todo tipo de poder, cuya expresin mxima fue el mayo francs con sus conocidas demandas (aunque en otros procesos prim una
postura ms realista, ms (presuntamente) revolucionaria que rebelde. El movimiento alternativo fue
producto de este contexto, con sus ventajas pero tambin limitaciones, de las que tambin son
consecuencias sus diferencias: una bsqueda ms poltica en la escuela italiana, otra ms individual en la inglesa, etc.
Los apoyos que posibilitaron su conocido desarrollo fueron diversos. Sin nunca olvidar nunca tal
contexto y espritu de la poca, las condiciones italianas con un muy fuerte peso de la izquierda -dentro
de la cual el PC era dominante, pero no siendo seguidor de la lnea sovitica- posibilit grandes cambios
sociales, los posibles dentro del mantenimiento de la estructura capitalista, entre ellos la reforma psiquitrica de los inicios de los 60.
En Argentina, como ya se dijo, el movimiento alternativo se produce como parte del proceso
poltico que tambin se inicia a fines de los 50 y comienzos de los 60, tiene un fundamental avance durante
la dictadura militar 1966-73 -donde se producen rebeliones e insurrecciones populares, crecen los movimientos guerrilleros y la combatividad obrera, etc.-, con un aporte importante de los sectores intelectuales, que as como en no pocos casos se integran a esas luchas, tambin lo hacen en sus campos especficos. No puede sorprender que, dado el peso absoluto del psicoanlisis en ese pas en esa poca, las
propuestas alternativas se hayan dado dentro de tal praxis y en muchsimas formas: desde la ruptura de la
ortodoxa institucin analtica y el surgimiento de analistas radicales y comprometidos que forman otras
instituciones con tales perspectivas tericas y prcticas, hasta el inicio de tareas profesionales muy diferentes y junto a los sectores populares, sin olvidar algunos intentos de cambios en prcticas y formas teraputicas as como en algunas instituciones de salud mental (comunidades teraputicas, etc.).
Esto se vigoriza en el muy corto perodo de la primer parte del gobierno peronista (no ms de un
ao), y termina con la instauracin del gobierno de Isabel Pern y luego de la dictadura militar. De hecho
ese diferente psicoanlisis estaba hermanado con las propuestas antipsiquitricas en cuanto a objetivos
generales, aunque por las caractersticas de la realidad de ese pas nunca se eliminaron los manicomios ni
hubo cambios trascendentes en los hospitales psiquitricos, aunque s en muchos centros de atencin en

salud mental. *

III.- Segn su punto de vista, Cules fueron los fracasos? descrbalos y analice los motivos de
esos fracasos.

Puede hablarse de fracasos? Sin duda s, pero sin que esto signifique negar la validez de las
propuestas alternativas generales, que han sido un evidente cambio de paradigmas y una ruptura
epistemolgica frente a lo tradicional anterior. Aunque al aceptar participar en la elaboracin de este
temtica indiqu que poco o nada podra decir sobre lo realizado en los cambios en las instituciones
hospitalarias por no haber trabajado en ninguna de ellas, en lneas muy generales es posible sealar que los
fracasos fueron consecuencia, como ocurre tantas veces o siempre, de prcticas demasiado ambiciosas
y a veces utpicas en torno a los cambios posibles en el campo de la salud mental. Al volverse a leer las
formulaciones de este campo alternativo hoy ellas son muy visibles, de manera similar a como lo son las
consignas del mayo francs que en su momento tanto gustaron al pensamiento radical de la poca (s, es
muy lindo, pero acaso es factible prohibido prohibir?).
Claro que si por fracaso se entiende la no aplicacin de esas propuestas por no ser funcionales
a la dominacin o por no resultar econmicamente factibles para sta (sobre todo en los pases subdesarrollados), eso es otra cosa.
Aunque hablando de odas por lo sealada inexperiencia en este campo, quienes s la tienen
indican el carcter de todo o nada de las propuestas radicales iniciales, la imperiosa necesidad de la
bsqueda de formas tcnicas y metodolgicas ms adecuadas a la realidad de la problemtica psiquitrica, la reformulacin de aspectos tericos (entre ellos incluso las posturas extremas sobre las
conceptualizaciones de salud y enfermedad mental, locura, etc.). En este sentido hay que diferenciar
muy claramente las crticas y bsquedas que hacen profesionales interesados en un cambio sustantivo en
este campo -que pueden discutir e incluso cuestionar a la antipsiquiatra, pero sin negar sus valores y

Todo ese proceso puede verse en el artculo El trabajo argentino en salud mental...., includo en este libro virtual. Y
mucho ms trabajado en los dos tomos de un libro aparecido despus: Carpintero, Enrique, y Vainer, Alejandro, Huellas
de la memoria, Topa, Buenos Aires, 2004 y 2005.

fundamentales aportes porque estn en una empresa comn-, de la que realiza la psiquiatra oficial e
institucional, que defiende lo indudablemente indefendible por razones conocidas que no es necesario
reiterar.

IV.- Cules son los objetivos que todava siguen teniendo vigencia?

Muchsimos de los centrales. Ms all de las crticas que pueden y deben hacerse a todas las
propuestas prcticas y formulaciones tericas de todo tipo -o sea no verlas como religiones laicas que
se aceptan y no se discuten-, lo planteado en el inicio se mantiene en muy alto grado. Ms an, cada vez
resulta ms imperioso e importante la profundizacin de la utilizacin de los criterios sobre salud y
enfermedad mental como formas del cada vez mayor control social, algo que por supuesto supera el
campo especfico psi para convertirse en una problemtica social y poltica general fundamental. En este
sentido es imperioso avanzar en el estudio e investigacin sobre el papel que hoy cumplen los medios
masivos de difusin al respecto, por ser los ms importantes transmisores de la ideologa hegemnica al
servicio de tal control social, y por incluir para ello en los contenidos de todas sus programaciones implcitas y muchas veces explcitas ideas acerca de lo que es tal salud y enfermedad mental5 .
Es cierto que en la indicada crtica debe hacerse una valoracin de exageraciones y afirmaciones
a veces ms panfletarias que cientficas, pero en todo caso se trata de detalles y aspectos parciales que de
manera alguna cuestionan el valor y contundencia de una visin en general muy vlida y que implica un
fuerte golpe a unos de los aspectos centrales de la ideologa en que se apoya toda dominacin.
Lo mismo puede afirmarse en torno a la crtica de todos los que participaron en ese movimiento
sobre sus colegas psis en general y no slo a los psiquiatras, o sea sobre su papel como funcionarios del
consenso, tanto en lo especfico de su trabajo profesional en consultorios, clnicas y hospitales, como en
escritos y declaraciones pblicas donde -tambin de manera implcita o explcita- muchas veces psicologizan
aquello de lo que tratan y al servicio de la dominacin imperante. Sobre esto el presente es tal vez ms
grave que durante la poca del movimiento alternativo a la psiquiatra, aunque a veces (por supuesto no

Un desarrollo ms amplio de esto en el captulo 9 de mi libro Control de los medios, control del hombre, Pangea,
Mxico, 2 ed. 1998; 3 (ampliada) Plaza y Valds, Mxico, 2005. Tambin en las columnas 8 a 11 de El sujeto meditico,
www.elsigma.com

siempre) con formas mas sutiles pero no por ello menos evidentes que hace pocas dcadas: as, por
ejermplo y respecto al trabajo clnico, el desarrollo farmacolgico y neurolgico permite que hoy en
muchos casos puedan reemplazarse prcticas ms brutales, pero en definitiva se trata de medios distintos
para objetivos que, salvo excepciones que las hay, no han cambiado en lo central.
Ya se dijo en una respuesta anterior que las propuestas antipsiquiatras para el trabajo en hospitales han mostrado tanto su valor como importantes limitaciones, y deben ser repensadas. Pero una simple
mirada a lo que hoy se realiza en esas instituciones -sobre todo en los pases pobres y subdesarrollados, muestra cmo las ideas centrales de este movimiento respecto al tipo de tratamientos, la relacin profesionales-pacientes, la visin de los primeros sobre los segundos y sobre sus ideas de salud y enfermedad mental, etc., son genricamente vlidas.
No debe nunca olvidarse que las formulaciones de este movimiento implicaron tanto un cambio de
paradigmas como una ruptura epistemolgica respecto a lo anterior, al menos para quienes tenan y
tienen una visin crtica tanto en nuestro campo profesional como en el poltico-social en general.
En torno a esto puede decirse algo parecido a lo que hace mucho se dice respecto a los planteos de las
praxis marxistas, psicoanalticas y tantas otras: las gravsimas deformaciones y errores cometidos por
demasiados de sus seguidores (entre ellos dogmatismo, no comprensin de la necesidad de cambios en
las formulaciones, prdida de sentido crtico, compromisos con la dominacin y trabajo al servicio de
sta), no pueden llevar a la renuncia a esas formulaciones sino a un replanteo y renovacin de ellos
de acuerdo a cada circunstancia especfica. Por ello tanto abdicar de las mismas como mantenerlas tal
como fueron planteadas hace ya tres o cuatro dcadas, es de hecho una postura incompatible con el
espritu crtico que fue la base de su creacin. Claro, esto slo es vlido para quienes realmente mantienen
una rebelda y espritu crtico, y no para quienes lo han abandonado en nombre de conveniencias,
pragmatismo o simplemente vejez mental, es decir la mayora del actual campo psi. (Sobre todo esto ver
la respuesta a la ltima pegunta).

V.- Cules es la dimensin social y sanitaria de esos objetivos? con que apoyos se contara para
lograrlos? Contra que intereses habra que luchar?

Los primeros ya fueron sealados en todo lo anterior, y si bien el movimiento que aqu se analiza

buscaba un radical cambio no slo en su campo especfico sino a nivel social, poltico y cultural global, se
ha visto que muchos de los primeros pueden lograrse sin los segundos, aunque tal vez de manera no tan
absoluta como se propusieron y se quisiera. Mltiples experiencias lo atestigan.
La situacin actual del mundo ha reducido enormemente los apoyos para lograr incluso los ms
limitados e, inversamente, ha aumentado los intereses contra los que hay que luchar, aunque a veces de
manera contradictoria y no lineal. Por un lado existe la hegemona del modelo neoliberal, poco interesado
en estas problemticas que escapan a sus preocupaciones econmicas monetaristas, y si hay poco dinero
para gastos en salud que permitan recuperar la fuerza de trabajo para qu gastarlos en locos que son
caros y muchas veces intiles desde esa perspectiva? A lo que suma que la perspectiva crtica sobre las
ideas de salud mental, etc. nunca han sido del agrado del poder en general, y del campo psi que sirven
al mismo. Pero, por otro lado, ciertos cambios en la dinmica social y cultural podran favorecer ciertas
modificaciones -aunque limitadas- en algunos aspectos institucionales, ejemplo de lo cual podran ser las
que en Mxico propone la Secretara de Salud en Hidalgo.
Se tratara entonces de lograr el apoyo de sectores de esa nebulosa llamada sociedad civil,
grupos intelectuales, profesionales, etc. Y los intereses contra quienes luchar son los de siempre, desde el
poder en general hasta los psiquitricos tradicionales, la sociedad conservadora, pero tambin contra un
mundo psi que en gran medida ha perdido el espritu crtico que tuvo en otras pocas y que, adems, se
preocupa poco por estas problemticas y privilegia sus intereses laborales inmediatos.
VI.- Comentarios libres.

Es importante ver cmo en esta poca de retroceso en las luchas por los cambios sociales muchos
psis se apoyan en los errores o deficiencias de esta corriente para negarla y/o no querer conocerla. As,
por ejemplo, seguidores lacanistas que plantean que la salud mental no existe (en parte con razn,
pero slo en parte), al no estudiar las concepciones que hay sobre ellas y las mencionadas crticas del
movimiento alternativo, no ayudan en nada al combate a uno de los intrumentos ideolgicos ms poderosos de la dominacin.
Vindo a esta corriente como algo pasado y superado, se impide tambin el conocimiento de una experiencia terica y prctica concreta que tuvo incuestionables logros, cayendo de esta manera otra vez en

(aunque muchas veces sin decirlo explcitamente) el fomento a la creencia de que poco o nada puede
hacerse ya que siempre habr malestar en la cultura, lo indicado de que la salud mental no existe o
que el conflicto psquico es inevitable, verdades tericas pero que radicalizadas y vistas de manera
casi apocalptica -sin las mltiples diferenciaciones que existen en todo ello- en alta manera acrecientan
miradas desperanzadoras respecto a todo, inhiben la bsqueda de cambios (aunque sean relativos) y,
de hecho, caen en posturas psicologistas

APUNTES SOBRE PSICOPATOLOGA DE NUESTRA VIDA COTIDIANA *


FETICHISMO Y ADICCIN AL AUTOMVIL

**

El automvil se ha convertido en algo que supera en mucho los


lmites de un de un simple medio de locomocin.
Vance Packard1
El coche es uno de esos objetos que, por el papel importante que
se le asigna en nuestra sociedad, est ms que otros en condiciones de activar intensos dinamismos psicolgicos.

FernandoDogana2

Las preguntas son mltiples y por su gravedad exigen respuestas serias. Existe una posibilidad real
de que disminuyan los altos niveles de contaminacin en la ciudad de Mxico -al borde de la asfixia
segn el ttulo del editorial de un diario capitalino3 - cuando importantes sectores de su poblacin se niegan
a aceptar medidas tal vez molestas pero imprescindibles? La resistencia al doble Hoy no circula o al
programa en s, es porque no se lo considera una solucin adecuada o porque afecta aspectos de otro
tipo que no se conocen o se reconocen? Si se sabe que un altsimo porcentaje de la contaminacin es
producido por los millones de automotores que circulan en la ciudad, y se considera que para el ao 2007
el parque vehicular se duplicar4 con las consecuencias que ello implica, qu es lo que determina que
muchos prefieran no dejar de usar un da el automvil (o dos en casos de contingencias graves) al precio
de sus consecuencias sobre la salud y respirar mal todos los das? Es por ello que se prefiere mantener
el actual esquema de uso del automvil individual construyendo segundos pisos de cuota en algunas de las
* Se trata de breves artculos de una serie que continuar, publicados en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico.
**

En el N 9 de la revista indicada, 1997.

Packard, Vance, Las formas ocultas de la propaganda, Sudamericana,Buenos Aires, 9 ed, 1972, p. 63

Dogana, Fernando, Psicopatologa del consumo cotidiano, Gedisa, Barcelona, 1984, p. 155.

principales vas de la ciudad, lo que evidenciara la falta de decisin poltica de las autoridades para
resolver el problema de fondo y tomar acciones que reviertan la problemtica en el mediano plazo5 ?
Es posible imaginar que el lector de estas pginas piense que para qu tantas preguntas si la respuesta es conocida y simple: acaso no se sabe que el transporte colectivo de una ciudad tan grande como
la de Mxico es muy malo, incmodo y complicado? Por supuesto que se sabe (y se padece), pero de all
surgen ms preguntas que llevan a otra dimensin del problema: si es as, como lo es por qu no existe
una importante demanda -no por parte de los sectores populares que s la tienen, sino de los niveles
medios y altos de la sociedad, es decir de los que tienen real peso en las exigencias- de que exista un
transporte pblico ms eficiente, como los de Pars, Londres o Buenos Aires por ejemplo? De ser as
dejaran esos sectores el automvil privado, supuestamente ms cmodo y rpido, y viajaran en autobuses y metro, o bicicleta en trayectos no largos? Se preferira en ese caso otro tipo de comodidad -la de,
por ejemplo, leer aprovechando el tiempo y no manejar dentro del actual caos neurotizante del trnsito-,
viajar ms rpido6 y disminuir la contaminacin? Difcil creerlo ya que el uso del automvil est social y
psquicamente muy arraigado: acaso no lo demuestra que se siga prefiriendo usarlo para viajes largos de
carretera cuando hoy existe un transporte cmodo y ms econmico en autobuses de lujo?
Las frases del inicio dan pie para una fundamentacin del fenmeno, ya sealado en un trabajo
anterior cuando se afirmaba que, en una sociedad como la actual centrada en las mercancas y en las
tendencias individualistas y narcisistas, el automvil es el fetiche de los fetiches, luego del dinero7 .

La Jornada, 7 de diciembre de 1995, p. 2.

Estudio del DDF, La Jornada, 15 de enero de 1996, p. 45. Respecto a los ndices de contaminacin baste recordar datos
realmente preocupantes: las estadsticas indican que en 1986 slo hubo 137 das con un IMECA menor a 100, disminuyendo de manera constante hasta ser 41 en 1995 (datos de la Red Automtica de Monitoreo Atmosfrico del DDF, La
Jornada, 20 de enero de 1996, p. 38). Ante esta realidad resulta grotesco que un anuncio sobre la salud de los nios
termine proponiendo Que cada da en su vida respire con alegra.
5
Coparmex, La Jornada, Mxico, 24 de diciembre 1995, p.21.
6

Devorador de espacios, el automvil en la ciudad (de Pars) multiplica los embotellamientos por cinco y hace que
disminuya la velocidad en general (YONNET, Paul, El automvil. La sociedad de la movilidad, en Juegos, modas y
masas, Gedisa, Barcelona, 1988, p.202).
7

Guinsberg, Enrique, Crtica del sujeto neoliberal, en revista Transicin, Mxico, N 1, 1996, p. 29 (nota 13). Sin duda
alguna otro fundamental fetiche, pero con otras significaciones, es un televisor presente en todos los hogares y en
gran medida centro de la vida cotidiana y de la construccin de la realidad (sobre esto vase mi libro Control de los
medios, control del hombre. Medios masivos y formacin psicosocial, Pangea/UAM-Xochimilco, Mxico, 2 ed. 1989,
3 ed. 2005; y el artculo Familia y tele en la estructuracin del Sujeto y su realidad, en revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 5, 1995).

Psico(pato)logia del automvil(ista).

Por supuesto que las causas son mltiples, entre ellas las que ya en 1929 sealaba Freud al decir
que el hombre se ha convertido en una especie de dios-prtesis, por as decir, verdaderamente grandioso
cuando se coloca todos sus rganos auxiliares8 . Prtesis que lo ayudan en su defensa contra los peligros
de la naturaleza, pero tambin frente a las restricciones que a sus deseos le impone el mundo social y que
le hace recurrir a algunos calmantes, entre los que el creador del psicoanlisis seala las satisfacciones
sustitutivas, las diversiones y las sustancias embriagantes9 .
En ese contexto, qu es lo que ofrece el automvil para provocar tal seduccin y as convertirse en
creador de una de las industrias ms dinmicas del siglo? Porque sus indudables ventajas para la locomocin y la comodidad no son, no pueden ser, la nica explicacin del xito e incluso fanatismo que produce
pese a sus tambin indudables desventajas actuales que no siempre se quieren ver10 . Este apego al automvil exhibe todas las seales de una pasin aparentemente ciega que conduce al abismo, pasin
movida por una oscura economa del deseo, que evoluciona sin cesar y se aparta cada vez ms de las
realidades, pasin minada pues por una creciente falta de adecuacin a lo real, tal como lo plantea
Yonnet11 ? Pasin(es) aparentemente ciega(s) porque es posible encontrar sus mltiples significaciones
latentes tras las explicaciones racionales manifiestas, lo que conocen y explotan al mximo los publicistas
que saben que las motivaciones simblicas y afectivas son fundamentales en el consumo en general12 ,
donde el del automvil no es excepcin.
Veamos el problema auque sea de manera muy amplia, ya que las limitaciones de espacio no permiten otra cosa, y yendo de lo general a lo particular (o, si se quiere, de lo social a lo psicolgico, aunque sus
fronteras son ms tericas que reales). Un comienzo posible sera ver al automvil como el smbolo ms
8

Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, T. XXI, p. 90.

Idem, p. 75.

10

A las indicadas de la contaminacin y complicacin del trnsito se suma el que los accidentes automovilsticos se han
convertido, an menos en Francia, en tercera causa de mortalidad luego de las enfermedades cardiovasculares y el cncer
(Yonnet, P, ob.cit., p.203).
11

12

Idem, p.208.

Un anlisis global del fenmeno publicitario puede verse en mi libro Publicidad: manipulacin para la reproduccin, Plaza y Valds, Mxico, 1987.

representativo del progreso, con su culto a la modernidad y a la novedad, creencias centrales de nuestro
siglo, donde no estar en la onda resulta imperdonable, lo que incluso logr fomentar, por necesidades de
la produccin que esta logr internalizar en los consumidores, el absurdo de desear tener un auto del
modelo del ao cuando es conocido que son mercancas mucho ms duraderas y que, en general, sus
innovaciones anuales son ms formales que reales.
Esto ltimo tiene ntima vinculacin con una de las funciones bsicas del auto como smbolo de
status y de clase. No es necesario mostrarlo por ser demasiado conocido, muy estudiado y claramente
mostrado en los anuncios publicitarios: determinados marcas y modelos no venden slo calidad y eficiencia sino, y sobre todo, prestigio y sealamiento de que su propietario tiene un nivel, jerarqua y/o poder
que lo muestra a travs de un smbolo mvil. En este sentido generalmente el prestigio del modelo se
acompaa con las implicancias del gran tamao y potencia, pero sobre todo de un alto precio -ms si es
importado- y a veces de su originalidad o de los accesorios que se les coloca. En estos casos el automvil sirve para ser usado pero sobre todo para ser mostrado, con todo lo que esto significa para una
inflacin narcisista del yo, aunque no pocas veces esto se pague con altos sacrificios y esfuerzos para un
logro en la mayora de los casos relativo. Asi la posesin de un Mercedes, un Cadillac, un Lincoln o un
deportivo cotizado pueden significar tal vez un nivel alto, pero tambin un coche medio o nuevo implica
una diferencia respecto a quienes no lo tienen o poseen uno pequeo o antiguo. Es demasiado conocido
que en Mxico los sectores medios y alto evitan viajar en transporte colectivo (incluso muchos nunca lo
han hecho), por considerlo una accin incompatible con la condicin social que se atribuyen; y si bien la
mayora racionaliza esto con argumentaciones ya conocidas -mal transporte, incomodidad, peligros, etc, no pocos asumen claramente tal situacin.
Puede verse que en lo anterior aparece un sentido social pero tambin psquico en el uso del
automvil. Otros aspectos de esto ltimo se observan claramente en un anuncio de una marca alemana
que dice: Poseer la carretera, dominarla, someterla, con la formidable potencia de la mquina, pero
sobre todo con su inteligencia prodigiosa... Rozar, acariciar el volante y sentir reaccionar un bello
animal impetuoso y dcil... Deslizarse por el espacio con la soberbia serenidad del placer total, todo
esto es el Golf GTI13 . No es evidente que lo que aqu se ofrece es mucho ms que calidad y eficiencia
13

Citado por Lipovetzky, Gilles, El imperio de lo efmero, Anagrama, Barcelona, p.197.

mecnica?
Es que a travs de las marcas (de los autos) consumimos dinamismo, elegancia, potencia, esparcimiento, virilidad, feminidad, edad, refinamiento, seguridad, naturalidad y tantas otras imgenes que influyen en nuestra eleccin, que sera simplista hacerla recaer sobre el solo fenmeno de la posicin social14 .
Segn palabras de un connotado estudioso del fenmeno publicitario, el automvil dice quines somos y
cmo nos parece que deseamos ser... Es un smbolo porttil de nuestra personalidad y posicin... Es la
manera ms clara que tenemos de decir a la gente nuestra posicin exacta. Al comprar un auto, uno est
diciendo en cierto sentido: Estoy buscando el auto que exprese quin soy15 . A lo que debera agregarse:
y que ofrezca lo que necesito para lo que quisiera ser y sentir.
Aunque sean ficciones pero que igualmente, aunque de manera parcial y slo superficial en realidad,
hagan creer en lo deseado. Entre tantos otros aspectos en la sensacin de independencia, libertad y
emancipacin a travs de un vehculo que uno mismo maneja y permite salir (pero tambin volver) de
acuerdo a los deseos y sin depender de nadie. Acaso no es todo un smbolo de esto que ciertos estratos
sociales entreguen un auto a adolescentes con mayora de edad, en un rito de hecho similar al Bar-Mitzva
judo, que para Dogana implica el valor de los ritos de iniciacin propios de las sociedades primitivas?16 .
Esto a su vez se vincula con lo que lcidamente seala Yonnet: Lo privado del automvil implica
disponer libremente de un espacio apropiado, espacio psicolgico y social tanto como fsico [...] Libera lo
privado y aqu est su gran revolucin: libera lo privado de lo esttico, del recuerdo de las piedras y de las
posiciones inmutables, si se quiere, libera la manera de disponer libremente de los espacios tradicionalmente reservados, pero llenos de mltiples coacciones de grupo; el automvil hace autnomo, autonomiza
(estaramos tentados a escribir exagerando este rango), es el bien vehculo por excelencia de una
profundizacin de la trayectoria individualizante que desde hace algunos siglos est en marcha en
las sociedades occidentales y es justamente, por lo tanto, ese vector de la modernidad de pronto
descubierto por los contemporneos17 .
14

Idem, p. 198.

15

Packard, ob.cit., p. 63.

16

Dogana, F., ob.cit,, p. 171.

17

Yonnet, P., ob.cit., p. 211 (Ultimas cursivas mas).

Y si a esto se agrega la potencia de que se inviste el conductor, as como las sensaciones que ofrece
la velocidad que este decide (muchas veces superando la permitida), se comprenden los estados de
xtasis, de omnipotencia e incluso de canalizacin de competencia y agresividad que un automvil brinda,
ofreciendo la impresin de que los confines de su yo se dilatan y que hombre y mquina forman una
estrecha unidad: una simple presin en el acelerador asegura un enorme acrecentamiento de potencia
material que la velocidad pone evidentemente de manifiesto. Por lo que el vehculo es usado simblicamente como representante y modelo del cuerpo18 , siendo frecuente ver como se lo cuida y limpia -lo que
no siempre se hace con otros objetos, tarea que se entrega a otros-, casi acaricindolo libidinalmente y
dedicndole un importante espacio de tiempo.
Pero al auto, sigue planteando este autor, tambin se lo experimenta como fuente de seguridad, de
comodidad y de proteccin... Se transluce aqu de manera bastante clara el significado materno que
puede asumir el automvil: el coche es una envoltura protectora que nos da seguridad, una especie de
segunda casa19 . No lo demuestra categricamente la bsqueda de autos grandes que son utilizados
como corazas protectoras -a veces preferidos pese a su antigedad, mayor costo y consumo de gasolina, dificultades de estacionamiento y de manejo, etc-, sobre todo por personas que requieren compensar
una seguridad o fuerza (personal o social) de la que carecen?
Algo parecido a todo eso y otras cosas ya lo deca hace ms de veinte aos Pichon-Rivire: El
vrtigo de la velocidad es sentido como necesidad corporal, y por medio del automvil nos permite
administrar la distancia y el tiempo. As instrumentado, el automvil se convierte en una extensin de
nuestro cuerpo; incluyndose en el esquema corporal, nos provoca sentimientos de omnipotencia
como si llevramos dentro a todos los caballos de fuerza de la mquina.. La conducta automovilstica
slo puede ser comprendida en trminos de esa triple relacin cuerpo-espacio y tiempo. Se trata de un
comportamiento pleno de elementos narcissticos. El automovilista, mientras conduce, centra su atencin en la unidad cuerpo-coche. Desarrolla entonces una verdadera patologa, una hipocondra del
automvil, que en ese momento es vivenciado como un organismo.Se inquieta ante cualquier ruido, el
menor roce significa una agresin frente a la que reacciona con inusitada violencia. Es un hombre automvil [...] Junto a estos factores aparece otro: la seduccin. El dueo del coche ms veloz ejerce una

18

Dogana, F, ob.cit., p. 164 y 155.

fascinacin sobre los otros, paraliza a sus competidores. El auto acompaa al cuerpo en el juego de la
seduccin, es una imagen de potencia, velocidad, eficacia, a la vez que un indicio de nivel socioeconmico.
Es un lenguaje simblico que el cuerpo utiliza para mostrarse20
En una poca como la actual, en la que ms que nunca se hace creer que lo importante es meterse
en un mundo de sensaciones inmediatas y vivir el momento, por lo sealado (velocidad, competencia,
etc) el auto tambin permite sumergirse en un movimiento integral, en una especie de trip sensorial y
pulsional21 . Como seala Perroti marchar velozmente en automvil es un equivalente de los sueos de
vuelos, tan frecuentes especialmente en los nios, y significa siempre el aumento de una tensin interna,
que tambin podra ser una tensin ertica22 .
Todo eso y mucho ms ofrecen en general estas prtesis -en el sentido freudiano antes apuntado, que cada conductor utiliza de acuerdo a sus necesidades y posibilidades, pero tambin con base en las
caractersticas conocidas y/o atribudas al modelo de que se trate. Packard cita una investigacin de
mercado donde aparecen las caractersticas de una especie de imaginario social respecto a las marcas
automovilsticas: entre ellas los que seleccionan Cadillac tendran el perfil de orgulloso, amigo del relumbrn, movilidad social, responsable; los del Ford amante de las grandes velocidades, jven, orgulloso,
estratos superiores de la clase baja, prctico23 , etc. Estos datos corresponden a la dcada de los 50 y
hoy posible o seguramente son diferentes, pero la idea general se mantiene: no existe acaso lo que podra
entenderse como una personalidad Mustang, una preferencia de los jvenes por el dinamismo y agresividad del Golf o del Jetta frente a un Tsuru que desvalorizan por ser ms lento y menos deportivo, la
eleccin de algunos por coches con la modernidad de perfiles novedosos, pero tambin la sealada
preferencia por los tamaos grandes? En definitiva, al menos para los que pueden elegir, vale aqu una
transpolacin de un conocido dicho popular: dime que auto tienes (o quieres tener) y te dir lo que eres
y/o quieres ser.
19

Idem, p. 166.

20

Pichn-Rivire, Enrique, y Pampliega de Quiroga, Ana, El automvil, en Psicologa de la vida cotidiana, Nueva
Visin, Buenos Aires, 1985, p. 140-1 (cursivas mas).
21

Lipovetzky, Gilles, La era del vaco. Ensayos sobre el individualismo contemporneo, Anagrama, Barcelona, 3
ed., 1988, p. 23.
22

Citado por Dogana, ob.cit., p. 156.

23

Packard, V, ob.cit., p. 64.

Quin maneja a quin?

En definitiva todo lo anteriormente sealado se condensa en el proceso de identificacin que


muchos hoy tienen con el automvil, un objeto inicialmente destinado a ser usado como vehculo de
transporte pero que hoy tiene otras mltiples y ms importantes significaciones. Si el lenguaje popular es
expresin del imaginario social eso no se expresa en el cambio que la poblacin ha hecho con el nombre
del programa, que para muchos ha pasado de Hoy no circulA a Hoy no circulO? Si la prohibicin lo es
para el uso del vehculo y no para las personas tal cambio no es clara muestra de la simbiosis que en el
mundo presente no pocos hacen con el auto y la dependencia que se tiene con los mismos? Es acaso
imaginable que en la ciudad de Mxico pueda, no ya concretarse sino incluso pensarse, en la conciencia
ecolgica que se est comenzando a difundir en localidades europeas donde se est cambiando la idea de
que las ciudades deben adaptarse al auto, por lo que se organizan barrios donde ellos est prohibidos o se
cobran impuestos para entrar en importantes urbes?24 .
Es de imaginar que frente a esto se diga que resultara imposible en una ciudad como Mxico por las
causas apuntadas en el inicio de este artculo. Y si en las actuales circunstancias ello es parcialmente cierto
-porque s puede voluntariamente limitarse el uso del auto, compartirlo en lugar de usarlo de la manera
individual como hoy se hace mayoritariamente, etc-, tal situacin no indica que debe comenzarse a
pensarse en la urgente necesidad de cambiar esas circunstancias, exigiendo sobre todo la creacin de un
eficiente sistema de transporte colectivo, pero sobre todo cambiando una mentalidad que sigue prefiriendo el uso masivo de un automvil que hoy ya casi produce ms problemas que ventajas?
Y es una realidad en la que en un tiempo muy cercano habr que pensar inevitablemente, ya que,
independientemente de su muy discutible validez, es sabido que el modelo estadounidense de uso y prioridad del automvil no puede extenderse al mundo en su totalidad por elementales razones de supervivencia, aunque lo est haciendo montado en la ola neoliberal25 . Y, por el contrario, se imponen medidas
limitativas de la misma manera que ya est comenzando a hacerse por razones ecolgicas en ciertas areas
24

Meyer, Jean, La capital sin coches?, en La Jornada, Mxico, 26 de enero de 1996, p. 1 y 54. Entre las ciudades que
el autor menciona estn Bremen, Berln, Viena, Amsterdam, Berna, Estrasburgo, Florencia, Oslo y Hong Kong, lugares
donde en ciertos barrios la gente se compromete, por escrito, a no usar su coche. Esta autorrestriccin va acompaada
de un sistema de coche compartido

(aunque en menos de las necesarias).


Por qu entonces las fuertes resistencias a comenzar a hacerlo, cuando lo que est en juego es la
salud, y por tanto la misma vida, y en gran medida la sobrevivencia de nuestro habitat? Tendrn acaso
razn los que sostienen que se trata de una tendencia autodestructiva como producto de la pulsin de
muerte? Pero no es ms lgico pensar que, as como una enfermedad venerea o el SIDA la mayor parte
de las veces surgen como consecuencias de la bsqueda de placer, tambin en estos casos ocurre lo
mismo, aunque se trate de un placer altamente dudoso que se canaliza hacia mbitos determinados por
el principio de realidad de formas sociales que por intereses econmicos hacen eje en el consumo, la
comodidad y el status, sin importarle las consecuencias que estos produce26 ?
Mltiples, acuciantes, polmicas y necesarias preguntas, que seguramente producirn muy diferentes respuestas respecto a esta psicopatologa de nuestra vida cotidiana. A la que es vlido agregar otra
con base en lo sealado en este trabajo con respecto al automvil, y que nuevamente replantea el muy
debatido pero siempre presente concepto de alienacin: actualmente son los hombres los que manejan
los automviles o estos a los hombres? En definitiva quin depende de quin en este nuevo tipo de
adiccin y de dependencia?

25
Un ejemplo concreto es que en Buenos Aires, que tiene un bastante eficiente sistema de transporte, la cantidad de
autos se ha quintuplicado a partir de la instauracin de un neoliberalismo salvaje bajo la presidencia de Menem, como
tambin ha ocurrido en Santiago de Chile -hoy con serios problemas de contaminacin- y en otras ciudades latinoamericanas. Se sabe que de producirse el mismo fenmeno en el mundo en general, sobre todo en las grandes ciudades
asiticas de India y China, las consecuencias ecolgicas y de trnsito seran apocalpticas.

26

Sobre esto vase el polmico pero brillante anlisis que hace Marcuse, Herbert en El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideologa de la sociedad industrial avanzada, Origen/Planeta, Mxico, 1985 (hay otras ediciones).

EL FUTBOL EN LA ACTUALIDAD

Podramos hablar de una antropologa del ftbol, teniendo en cuenta su significacin en un contexto social determinado, su historia. El ftbol es una estructura, un
universo, con categoras propias de conocimiento, en el que se hacen presente la
poltica, la economa, la filosofa, la lgica, la psicologa -particularmente en su
dimensin social-, la tica y la esttica.

Enrique Pichn-Rivire1

El incuestionable impacto y difusin del ltimo Mundial de futbol realizado este ao en Francia,
donde nuevamente -como ocurre desde hace varias dcadas- fue centro de atencin y el aspecto ms
importante del inters mundial, justifican tocar en esta seccin de nuestra revista el tema de este deporte,
el ms popular del mundo. Para verlo como lo claramente lo indica Pichon-Rivire: no slo como un
deporte sino como un fenmeno complejo y evidentemente transdiciplinario, evitando por tanto las limitadasy
unilaterales visiones aisladas disciplinarias, en particular la psicologista que todo lo reduce a aspectos
psquicos (incluyendo lo que no lo es)2 .
Con mayor razn cuando -siempre lo fue pero nunca como lo es desde hace el ltimo perodo de
la FIFA dominado por Havelange, su presidente hasta julio de este ao-, este deporte en general, y los
certmenes mundiales en particular, se inscriben en el contexto de una perspectiva econmica, social y
poltica de gran envergadura. El futbol por supuesto es un deporte, pero del que hace mucho su prctica
profesional es realizada dentro de una tremenda e impresionante estructura de poder que se mueve apoyada en miles de millones de dlares: costos astronmicos en pases y salarios de los jugadores de primer
nivel (y a veces de entrenadores), en tarifas de transmisin de partidos por medios electrnicos, en gastos
de publicidad, en los intereses comerciales en juego, etc.

* Publicado en el N 8 de la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, con motivo de la realizacin ese ao del certmen
mundial de ese deporte.
1

Pichn-Rivire, Enrique, Ftbol y filosofa, en Pichn-Rivire, E. y Pampliega de Quiroga, Psicologa de la vida


cotidiana, Ediciones Nueva Visin, Buenos Aires, 1985, p. 72.
2

Sobre esto ver Guinsberg, E., Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/Universidad Autnoma

No es el objetivo de este escrito mostrar algo tan conocido y estudiado3 , pero s es imperioso
destacarlo para comprender el mbito en el que se desarrolla la dialctica de este deporte (y de todos los
realmente populares): los intereses y el poder que se mueven lo hacen con base en su gran difusin, que es
apoyado y seguido por grandes masas en la mayor parte del mundo, y ese peso econmico-poltico
estimula ms la importancia y difusin del futbol en todos los niveles: desde los certmenes nacional hasta
los partidos o certmenes internacionales, con el Mundial como su punto mximo. Difusin hace aos
favorecida por el conocido avance de los medios electrnicos que permite que los juegos lleguen a todos
los interesados (hasta ahora gratuitamente merced a que el alto costo de las transmisiones la pagan los
anuncios publicitarios, aunque han surgido temores de que la realizada venta a altsimo precio de la transmisin del 2002 ya no lo permita y se realice por el sistema pago por evento).
Tampoco es preciso mostrar la magnitud del rating de los grandes partidos, que en el caso del
Mundial alcanzan la estratosfrica cantidad de miles de millones de videntes e incluso de hecho paran a un
pas como lo fue el caso de Alemania en 1966, donde el 85% de los varones y el 69% de las mujeres
vieron la final de ese pas frente a Inglaterra (al que hay que agregar un 8% que lo siguieron por radio por
no tener aparato de TV4 . Pero no se trata slo de un problema de cantidad: Lever considera que si el
esperanto fracas como lenguaje universal, el futbol como primer deporte mundial ha echado las bases
para la comunidad global promoviendo un conocimiento comn, smbolos compartidos y comunicacin
entre pueblos de distintas naciones; tambin entiende es tema de conversacin y de vnculo como pocos
otros en todos lados, e incluso llega a ser la pasin central para muchsima gente5 .
Pero es evidente que cambios de la magnitud que se han dado en el ftbol no pueden no
Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1 ed.1990, 2 ed.1996.
3

La revista mexicana Proceso ha dedicado largos y concienzudos artculos a esta problemtica, sobre todo en los
perodos previos a la realizacin de estos mundiales y de las Olimpadas en los ltimos veinte aos. Un interesante
ejemplo del peso y poder de los intereses en juego es que hoy en da el mundo de la televisin es ms fuerte que todos
los argumentos mdicos, tal como lo declar el belga Michel DHooghe, presidente del panel mdico de la FIFA, para
explicar que los futbolistas del Mundial de 1994 en Estados Unidos fueron obligados a jugar en el extremo calor del
medioda -y considera que es probable que ocurra lo mismo en el 2002- por conveniencias de las transmisiones televisivas
y de los intereses publicitarios.
4

Vinnai, Gerhard, El ftbol como ideologa, Siglo XXI, Mxico, 4 ed, 1986, p. 15.

Lever, Jane, La locura por el futbol, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1985, p. 63, 230 y 233. En la presente poca
de globalizacin, aunque tambin antes, por supuesto hay otros smbolos conocidos y compartidos a niveles internacionales: sobre esto ver Guinsberg, E., En una economa global hacia una identidad mundial?, en el Anuario de
Investigacin 1997 del Departamento Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,

producir grandes efectos en el mismo juego: si formalmente siga siendo igual al de hace mucho tiempo
(con algunos cambios reglamentarios que no cambiaron su estructura bsica), s es bastante diferente al
que antes se jugara en calles, potreros e incluso por equipos profesionales. Mxime, como se ver ms
adelante, en pocas de un neoliberalismo que incide en todas las facetas del mundo presente.
Lamentablemente, y pese a tal importancia, la psicologa y el psicoanlisis poco han estudiado
esta problemtica, y cuando lo han hecho las ms de las veces no han pasado de perspectivas simplistas
o del tipo psicologistas antes indicado. Lo que ya indicaba Max Scheler en 1997 mantiene su validez:
Prcticamente no hay fenmeno general supranacional de la poca actual que merezca tanto un anlisis
sociolgico y psicolgico como el deporte, que ha crecido inconmensurablemente en magnitud y aprecio.
Y, no obstante, hasta la fecha se han hecho muy escasas tentativas serias de interpretar ese poderoso
fenmeno6 .
Lo mismo ocurre con el psicoanlisis, que desde hace mucho se ha volcado bsicamente al area
clnica y desarrollado poco temticas de este tipo que entraran en el campo de lo que Freud plante en
sus obras sociales, tanto en Psicologa de las masas y anlisis del Yo, como en El malestar en la
cuitura y en El porvenir de una ilusin. Y cuando se hacen algunas menciones son respecto al fenmeno masivo de este deporte con todas sus significaciones: poderosas identificaciones con naciones (cuando
se trata de partidos internacionales), con equipos y con jugadores-estrellas; los niveles de agresin que se
ponen en juego; a los sentidos simblicos de la penetracin de la pelota en el arco o de los posibles
vnculos homosexuales entre jugadores; a las posturas narcisistas de estos; la vinculacin de la adhesin a
un equipo y/o nacin como fenmeno religioso, etc.
Todo ello es demasiado evidente como para mostrarlo una vez ms, aunque resulta interesante
reforzar lo ltimo, es decir la vinculacin con el aspecto religioso, respecto al cual Lever plantea que
sostiene Durkheim que la bsqueda de solidaridad moral se encuentra presente aun entre quienes practican la religin ms primitiva, el totemismo que no tiene nada que ver con dioses o almas, pero que hace
que pese a su falta de nexos de sangre, los tribeos se sienten relacionados entre s porque comparten un
ttem; de manera similar el culto a un equipo hace que todos los participantes tengan una intensa conciencia de pertenecer a un propio grupo [y] al aceptar que un equipo particular los representa
simblicamarxismo bastante mecnico y un acercamiento psicoanaltico desde la perspectiva de la EscueMxico. (La escritura de futbol con o sin acento en la letra u vara en diferentes pases de la lengua espaola).

la de Frankfurt: El ftbol tambin brinda a los espectadores la satisfaccin de impulsos libidinales de


objetivos inhibidos [que] logra mediante el mecanismo infantil de la identificacin con figuras de lderes,
que pueden ser encarnados por atletas de xito. La identificacin regresiva con los mismos actores en
cuanto figuras-lderes que toman el lugar del ideal yoico, permite al mismo tiempo a los fanticos la identificacin mutua. Despus de un partido victorioso del equipo propio nos encontramos con la afirmacin
de que ganamos [...] Tanto ms intolerable resulta tener que soportar cmo el equipo propio se dirige
hacia una derrota que mortifica el narcisismo colectivizado. Sus jugadores dejan de ser figuras-lderes, se
liberan impulsos agresivos que anteriormente estaban reprimidos o desplazados -y dirigidos- contra los
jugadores; muy rpidamente se transforman los fanticos gritos de aliento en ensordecedores silbidos y
risas de burla. Y contina sealando algo importante: La sensacin de felicidad que se vincula a los
xitos deportivos se debe a la fuga de la realidad, que facilita la adecuacin a condiciones irracionales
imperantes. El alivio de las coerciones de la realidad que las provoca no deroga esas condiciones ni el
sufrimiento que originan, sino slo contribuye a reprimirlo por poco tiempo de la conciencia [...] Mediante
la identificacin con el poder y la soberana de un grupo colectivo, los hombres tratan de sustraerse a una
intolerable medida de mortificaciones narcisistas que amenazan con una debilidad yoica8 .
Aunque Vinnai no lo dice, es evidente como esto se vincula con algo reiterado en esta serie de
notas sobre la psicopatologa de nuestra vida cotidiana: la insercin de los fenmenos deportivos en
general, y el ftbol en particular, en lo que Freud denominaba calmantes frente al malestar en la cultura,
con la dinmica que l claramente destacaba. Al respecto Vinnai s seala este proceso al citar a Erikson
cuando dice (aunque respecto al jugador pero que puede y debe ampliarse a los espectadores) que se
toma vacaciones de la realidad9 .
Es importante reiterarlo: este y todos los deportes son obviamente una expresin ldica, pero no
pueden abstraerse del contexto y condiciones en que se realizan, mxime cuando hoy se ubican sus
expresiones profesionales en el marco comercial ya sealado que producen cambios fundamentales y
otras significaciones respecto al sentido ldico.
Un primer aspecto a destacar es como el espectador o hincha se ve llevado y asume cada vez

Citado por Vinnai, p. 16.

Lever, ob.cit., p. 48-49.

ms un rol pasivo: no porque no juegue, sino porque antes una importante y nada despreciable cantidad
(como sigue ocurriendo en algunos pases) participaba activamente desde las tribunas con sus manifestaciones, mientras que hoy lo hacen sobre todo, y a veces solitariamente, tras una pantalla televisiva. Esto,
por supuesto, no es exclusivo del mbito deportivo en una poca donde la TV pretende ser la intermediaria de todo contacto de los sujetos con la realidad1 0.
Si esto ya viene desde hace bastante tiempos, otros cambios tampoco son nuevos pero estn
siendo llevados a otros niveles en estos tiempos neoliberales. Podra acaso pensarse que el deporte
estuviese inmune de los objetivos bsicos de este sistema centrados en el mercado, la competencia y el
triunfo?1 1. Esto quiere decir que si siempre existi el objetivo de ganar un partido o certamen, los intereses
e inversiones hoy en juego hacen que esto importe mucho ms y que (valga el juego de palabras) el juego
en s, que ha tenido cambios muy importantes, a veces sin que interese el cmo del triunfo.
Por lo menos dos aspectos deben destacarse al respecto: uno es una modificacin estratgica,
que hay impuesto un ftbol dominantemente defensivo frente al anterior ofensivo, aunque esto sea al
precio de una notoria prdida de su calidad como juego, espectculo y deporte. El caso del equipo
argentino (y en parte el de Brasil) ha sido claro al respecto, que ha perdido una caracterstica de juego que
siempre le fue propia, y que han continuado slo pocas excepciones: Holanda, algunos equipos africanos
y escasos jugadores que, por su vala, pueden escapar a las tcticas de sus entrenadores. Y as como en el
mercado econmico el neoliberalismo obliga a ganar aunque sea sin respeto a normas ticas, aqu no
importa que el partido sea horrible mientras el triunfo se consiga aunque sea a travs del azar de los
penales finales. En este sentido el entrenador brasileo Carlos A. Parreira fue al menos honesto: admiti
que ya no importaba el jogo bonito y que haba que tener ttulos, y as lo hicieron en el Mundial de 1994
(el unnimente considerado el de peor ftbol de la historia) de la misma manera que lo iban a repetir en el
de 1998; por su parte el jugador croata B. Zenden declar que le ganaron a Holanda slo con dos
8

Vinnai, ob.cit., p. 111-114. Por supuesto que es discutible la afirmacin de que la represin de la conciencia es por poco
tiempo.
9

Idem, p. 24 (la cita de Erikson la toma de Infancia y sociedad).

10

Un mayor desarrollo de esto en mi libro Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formacin
psicosocial, 2 ed. Pangea/UAM-Xochimilco, 1988; 3 ed. Plaza y Valds, Mxico, 2005 Mxico. Actualmente no es
extrao que un espectador de un partido escuche al mismo tiempo su transmisin radial y crea ms a sta que lo que ve.
11

Guinsberg, E., El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal, revista Subjetividad y Cultura, N 3, 1994.

contragolpes que aprovecharon pese a que no jugaron bien: Ah se ve que no se puede ganar la copa slo
con buen futbol, y eso no es del todo justo1 2.
Del segundo aspecto ya se ha hablado mucho: el incremento de una violencia que tambin lo hace
en el deporte como en la poltica y en la vida cotidiana, sea para subsistir o para ganar. Una verdadera
paradoja y a la vez smbolo de nuestra realidad: se busca de manera manifiesta el fair play pero el sentido
latente lo desmiente. Lo de latente es tambin un juego de palabras, porque resultaba manifiesto para
todos los que vean los partidos: si por un lado el ltimo Mundial fue el que mayores penas tuvo (en tarjetas
rojas y amarillas)1 3, por otro era evidente lo que no se castigaba pero que de s era una notoria violencia
que dificultaba el juego (tomas de camisetas de manera constante, golpes e impedimentos de juego en los
tiros de esquina, etc.).
Al respecto hablan los propios dirigentes, y nada menos que Joseph Blatter, el nuevo presidente
de la FIFA y uno de los artfices del actual desarrollo econmico de esta institucin y sus consecuencias:
dijo que uno de sus objetivos ser castigar a aquellos jugadores que han tomado el futbol como una batalla
de lucha libre o las mltiples formas que emplean para agarrar las camisetas de los rivales, empujarlos o
realizar cadas simuladas engaando al rbitro, epidemia que se ha extendido1 4.
Y el conocido y muy futbolero Eduardo Galeano resea algunas de estas violencias ocultas y las
explica: pegar al adversario cuando el baln est lejos, picar al adversario con una aguja y poner cara de
inocente como reconoci el ex-entrenador argentino Carlos Bilardo, etc. Y hay que hacerlo porque la
moral del mercado que, en nuestro tiempo es la moral del mundo, legitima sin embargo todas las claves del
xito, aun si se trata de engaos de ladrones. En los medios de futbol profesional los escrpulos no existen.
Porque este fitbol es parte de un sistema de poder, muy poco escrupuloso en s mismo, que compra la
eficiencia sin importar el precio. Y muestra como al final, el futbol profesional justifica los medios, y
cualquier vileza es vlida, a condicin de que se haga con estilo, para lo que ofrece mltiples y claros
Reproducido en la 2 ed de Normalidad, conflicto psquico... ob.cit., y en este libro virtual.
12

Francia 98.Suplemento Especial de La Jornada, Mxico, 9 y 12 de julio, p. III y II -V.

13

Idem, 6 de julio, p. VI.

14

Idem, 6 y 8 de julio, p. II y VII.

15

Galeano, E., La gloria de los tramposos, en Le Monde Diplomatique, edicin mexicana, N 13, junio-julio 1998, p. 13.
Algunos de esos ejemplos confirman lo dicho: el jugador Paul Steiner, del equipo alemn Colonia, explicaba que yo
juego por el dinero y para ganar puntos; el adversario quiere arrebatarme el dinero y los puntos, as que yo tengo que

ejemplos1 5.
Nuevamente Vinnai busca entenderlo: El ftbol trata de adiestrar inexorablemente a los hombres
en la atencin de la mquina, al equipar, tendencialmente su cuerpo y su alma a la mquina mediante el
entrenamiento [...] Ya la jerga de los periodistas deportivos, los jugadores y el pblico permite ver con
claridad el trasfondo agresivo de este deporte. En el mismo se bate, se arrolla, se elimina, se borra,
se anula, se barre o se mata al adversario, a lo que agrega, por parte de los espectadores, la
identificacin con las agresiones y los agresores siempre en la bsqueda del triunfo1 6.
Otras dos caractersticas de esta insercin del futbol en el actual contexto son la cada vez ms
marcada comercializacin, que se visualiza en la profusin de anuncios comerciales en los estadios, en las
transmisiones por radio y TV, e incluso en los mismos jugadores, convertidos muchas veces (no en los
Mundiales pero s en los juegos normales) en verdaderos escaparates. Este centro en el dios dinero afecta
todos los mbitos: no slo que se provoca un marcado fetichismo y el pasto del nuevo y moderno estadio
francs se vender en piezas de 20 dlares cada una, sino que tambin, como ya se dijo, incide en el
cambio del mismo deporte: el veterano jugador alemn Jurgen Klinsman denunci la excesiva
comercializacin que hace que el espectculo del futbol se aleja cada da ms de la base; cada da es ms
vendido por las televisiones y se convierte progresivamente en un deporte de snobs, tan elitista como el
tenis, criticando que el costo de las entradas a los partidos del Mundial slo fuera accesible a sectores de
altos recursos (y ms cuando deban conseguirse en el mercado negro)1 7.
Y la otra es tambin una paradoja muy compleja. por un lado la claramente proclamada bsqueda
de separar el deporte de cualquier sentido poltico, y por el otro la tambin clara utilizacin (o significacin) poltica del deporte. Claro que esto no es nuevo, pero a diferencia por ejemplo de un Mussolini y
lderes deportivos de esa poca que claramente decan que el triunfo italiano mostrara la fuerza y pujanza
del fascismo, otras formas de politizacin se pretende ocultarlas: tambin slo como ejemplos la exclusin
combatirlo con todos los medios posibles; el jugador holands R. Kroeman justific una vil patada de un compaero
diciendo que fue un gesto de pura clase: Tigana era el ms peligroso y haba que neutralizarlo a cualquier precio; y B.
Boli no vacil en afirmar que la leccin inicial que aprend fue: golpea antes de ser golpeado, pero golpea con discrecin.
16

Vinnai, ob.cit., p. 29, 117, 122 y 124. Respecto a la canalizacin de la agresin un claro ejemplo son los famosos
holligans y, en Mxico, las acciones de los manifestantes que se renen en el Angel de la Independencia. En torno al
incremento de la utilizacin de la violencia en nuestro tiempo, vase mi artculo Violencia / Subjetividad /Sociedad /
Medios de difusin, en el libro Tiempos de violencia, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1997.
17

Francia 98...., Mxico, 30 de junio, p. V. Esto mismo provoc la fuerte crtica del jugador francs Didier Deschamps,

de jugadores judos y el aval a la anexin de Austria en el Mundial de 1938, el uso del de 1978 por la
dictadura militar argentina, la utilizacin de los xitos para provechos gubernamentales o electorales (los
triunfos brasileos hicieron subir el prestigio del presidente Cardozo en su bsqueda de la reeleccin), as
como la marcada despolitizacin que se produce en los momentos de auge del Mundial y otros eventos,
donde todo lo que no sean partidos y resultados pasa a segundo plano o incluso desapercibidos1 8.
A esta ltima contradiccin se suma otra: el mantenimiento (y utilizacin) de posturas nacionalistas
en pocas de tan proclamada globalizacin, lo que por supuesto tambin implica un uso poltco. Cmo
negar que en general hubo un incremento de posturas marcadamente nacionalistas en todos los partidos y
en algunos en particular, cuyos casos extremos fueron los de Estados Unidos-Irn y Argentina-Inglaterra,
donde el resultado tena evidentes connotaciones extra-deportivas? Lo que por otra parte refirma el
carcter de catarsis y de desplazamiento de los triunfos: Argentina gan el partido (aunque slo por
penales), pero la alegra de sus seguidores no cambi un pice la situacin de las Islas Malvinas... A su vez
Francia se inflama y condecora con la Legin de Honor a los vencedores del Mundial, mientras los
jugadores croatas son recibidos como hroes nacionales. Tendr razn Lipovetzky cuando afirma que se
trata de un nacionalismo ms formal y declamado que real?1 9.
Difcil afirmarlo, pero lo seguro es que en el deporte internacional el deporte sigue siendo utilizado
al servicio del control social en todos los sentidos. Y aunque el mismo Lipovetsky afirme muy ligeramente, como presunto gur de la poca actual que pretende ser, que ya no se puede estudiar al deporte desde
la perspectiva de la alienacin como se haca dcadas atrs2 0, todo indica que es exactamente al revs.
Por lo que tambin es, o puede serlo, un tpico y fundamental aspecto de la psicopatologa de
nuestra vida cotidiana dentro de la adecuada perspectiva que planteaba Pichon-Rivire desde su postura tanto de psicoanalista con comprensin de la psicologa social como de amante del ftbol
que quera espectadores que fuesen verdaderos aficionados -esos que andan afuera del estadio, deambulando en
busca de un boleto- y no trajeados acartonados que ocupan las butacas centrales sin meterse en el juego, ya que la
gente que iba no impulsaba al equipo: se trata de una final y queremos que la gente vaya, cante y grite (Francia 98...,
12 de julio, p. IV).
18

La Jornada, Mxico, 10 de julio, p. 64, y 15 de julio, p. 62. Sobre estos usos polticos vase Vassort, Patrick, Historia
poltica del Mundial, en Le Monde Diplomatique, edicin mexicana, N 13, junio-julio, p. 12. Claros ejemplos de lo ltimo
es que eso ocurre incluso en mbitos polticos: varios parlamentos no pudieron reunirse hasta la finalizacin de los
partidos.
19

Lipovetzky, Gilles, El crepsculo del deber. La tica indolora de los nuevos tiempos democrticos, Anagrama,
Barcelona, 2 ed, 1994, p. 194 a 202. Respecto a esta postura nacionalista siguen las contradicciones: el equipo francs
triunfa con muchos jugadores de ex-colonias e incluso de color negro -entre los primeros nada menos que Zinedine

LOS TELFONOS CELULARES

Lo que hasta hace no muchos aos era una moda y smbolo de status y de modernidad, hoy ha
perdido tales caractersticas al llegar a cada vez ms amplios sectores de la poblacin, convirtindose para
muchos en una necesidad y para otros en una verdadera plaga.
En esas pocas pasadas de comienzos de la dcada de los noventa -otro signo de nuestros
tiempos es que, por la rapidez de los cambios en general y los tecnolgicos en particular, se ve como
pasado ya no lo remoto sino lo bastante e incluso muy cercano-, los poseedores de telfonos celulares
(TC), (bastante voluminosos en comparacin con los cada vez ms pequeos actuales) ms que usarlos
los mostraban: en restaurantes, centros comerciales, en la antesala de espectculos importantes, caminando por las calles y en todo tipo de lugares pblicos era realmente inusitada la cantidad de personas que
pareca tenan urgencia en comunicarse con otras, para lo cual, notoriamente jactanciosos y felices, sacaban su TC y lo hacan. Les era importante mostrar su acceso a la modernidad y estar a la moda gracias a
su nivel social de una manera no igual pero similar a lo que sigue significando tener un automvil lujoso27 ;
incluso muchas veces se descubri que hubo quienes hacan lo mismo pero con aparatos falsos que poda
creerse que eran verdaderos.
Pero en pocos aos la situacin cambi radicalmente: una muy agresiva promocin comercial
logr, con base en mltiples circunstancias, que el acceso al TC haya sido y sea mucho ms fcil y para
sectores sociales ya no acomodados, por lo que el sistema que ms justamente se denomina telefona
mvil prolifera en el mundo entero, superando en cantidad a la telefona fija: en Mxico incluso ms que
duplicndola en importante medida por sus costos cada vez menores (aunque el de las llamadas sea aqu
mucho ms caro que en los pases desarrollados) y facilidades que las empresas ofrecen para conseguir
cada vez ms clientes, como por ejemplo la venta de tarjetas prepagas y la posibilidad de que el usuario

Zidane- lo que provoc que el lder ultraderechista Le Pen negara que se trataba de un equipo francs, por supuesto que
slo (por supuesto que de palabra) hasta el triunfo.
20

Idem. p. 111 a 120.

Publicado en el N 21 de la revista Subjetividad y Cultura, Mxico.

27

Un claro ejemplo de esto lo document un periodista de la ciudad de Mxico al describir irnicamente cmo en un

reciba llamadas que deben pagarlas quienes las hacen, por lo que los costos para los primeros son slo los
cada vez ms bajos del acceso al aparato.
Por ello ahora puede verse a muchsimas personas de clases medias e incluso populares, como
vendedores pblicos, etc, llevando este aparato o usndolo en todos lados. Ya dej de ser un smbolo de
status como antes, aunque sin perder tal condicin pero de la forma muy relativa en que lo sigue siendo
tener un modesto automvil en relacin a quienes no lo poseen o del obrero urbano frente a un campesino
pobre. Pero ahora el TC se convirti bsicamente en una mostracin de acceso a la modernidad, de
seguridad y de pretendido aumento en las posibilidades de comunicacin, aspectos centrales de las
campaas publicitarias que ametrallan continuamente con sus anuncios en todos los medios masivos de
difusin.
Lo primero, la pertenencia a la modernidad, puede verse en infinidad de aspectos, entre ellos, no
el ms importante pero s muy significativo, es la pregunta con cara de extraeza que muchos hacen a los
que no lo tienen: Cmo, no tiene telfono celular!?, tras lo cual el antediluviano acusado a veces
intenta explicar las causas de su negativa a entrar a tal modernidad y a ser un sujeto normal, -sin, por
supuesto, lograr convencer al nuevo adepto a tan noble causa-, o vencido y avergonzado sale a comprar
inmediatamente uno para no sentirse marginado y poder mostrar ese adminculo colocado en la cintura de
manera hoy tan comn como se lleva un reloj en la mueca. Claro que argumentos ms importantes son los
esgrimidos por los indicados anuncios: hoy el TC no slo comunica telefnicamente sino incorpora una
cada vez mayor (y pareciera que interminable) cantidad de otros servicios, desde tener da y hora, hasta la
posibilidad de envo de mensajes breves a otros poseedores del servicio, acceso a correo electrnico y a
Internet, llamado a servicios de emergencia, e incluso cmaras fotogrficas digitales y cada vez ms funciones. Tantas magnificencias son muy atractivas, sobre todo para nios, pberes y adolescentes, y por
supuesto no es casual que los anuncios publicitarios de las empresas apelen a todo ello para atraer a un
grupo social ya formado en la modernidad tecnolgica como fuente de acceso a todo lo que se piensa (y
se hace pensar) que es valioso en, de, y para la vida28 , logrando que, sobre todo en algunos sectores
sociales, el TC se haya convertido en una de las aspiraciones prioritarias tanto por lo que por s mismo
implica pero tambin para no sentir una especie de marginacin o minusvala por la carencia del mismo.
concierto con altos precios que en esos aos dio el conocido y popular tenor Luciano Pavarotti, una tal vez mayora de
asistentes no fue por razones musicales sino para mostrarse en pblico como lo hacen los snobs, nuevos ricos y quienes
creen necesario mostrar su cultura convirtiendo tales sucesos en una reunin social, resultando ostensible que
llegaban en vehculos de prestigio, y que luego una inusitada cantidad hablaba por TC mientras esperaban antes de

Esto adems se vincula con las otras creencias indicadas, la de bsqueda de seguridad en primer
lugar, lo que debe ubicarse en el conocido contexto de que la inseguridad es el problema ms acuciante de
nuestros tiempos -slo superado por el del temor al desempleo, aunque en realidad es parte de ste-,
anlisis ya visto en trabajos anteriores29 . Frente al cual se cree en gran parte del imaginario colectivo que
el TC puede ser tal vez no una solucin pero s una herramienta de proteccin al permitir llamadas urgentes
e inmediatas desde cualquier lugar para saber dnde y cmo se encuentran hijos y/o familiares -o sea la
posibilidad de un vnculo constante-, por accidentes de trnsito o problemas en los vehculos, etc. En esta
perspectiva un estudiante de psicologa comentaba que la tendencia creciente a que los escolares de
barrios residenciales vayan a sus escuelas con TC -lo mismo que pasa en parejas, familias e incluso en
vnculos laborales- tena la significacin del surgimiento de un nuevo y moderno cordn umbilical con
todas sus connotaciones, entre ellas la nada desdeable de ofrecer un cierto nivel de tranquilidad, no
pocas veces ms aparente que real, pero tambin con sus conocidos e imprevisibles efectos secundarios
(mantenimiento de dependencia con sus consecuencias, juegos afectivos, control, etc.).
El que los TC acrecientan la posibilidad de comunicacin es algo tan cierto como complejo y
contradictorio. Es indudable que lo permiten las nuevas tecnologas (Internet, correo electrnico, chat
incluso con micrfono y video, acceso a mltiples canales de radio y televisin) de una manera impensable
hace pocas dcadas y que asombra por el incremento que tiene casi da a da y con costos econmicos
cada vez menores. En este sentido la telefona celular o mvil hace que el contacto con otros supere el
domicilio fijo y el lugar de trabajo para permitir el vnculo donde uno est y a la inversa, por lo que
cualquiera est o puede estar siempre comunicado, con todas sus ventajas pero tambin conocidos
inconvenientes (prdida de tranquilidad, necesidad y a veces compulsin de atender el telfono en medio
de actividades de diferente tipo rompiendo o perturbando otra comunicacin, impidiendo el descanso o la
meditacin por seguir en el trfago de mltiples relaciones, y acrecentando lo que hace aos fue conceptuado como el yo saturado de nuestros tiempos modernos30

31

, etc.

Pero, y aqu surge una pregunta sin duda conflictiva, cmo se explica entonces que haya una
entrar.
28

Esto puede verse claramente en un anuncio televisivo de la empresa mexicana ms fuerte, donde un adolescente
solicita un telfono celular, agregando que quiere que tenga esto, aquello y lo de ms all.
29

Vase mi artculo La inseguridad en y de nuestra cultura, en Anuario de Investigacin 1999, Departamento


Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 2000, volumen II; y el libro La
salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 2001. * En este libro virtual el artculo...

coincidencia casi unnime en los estudiosos psi y del campo social de que uno de los mayores problemas
actuales sea el aumento de la incomunicacin en nuestro tiempo, junto al de una soledad que indudablemente le est vinculada? Esta evidente contradiccin no lo es, pero para algunas visiones superficiales, y
glorificadoras del desarrollo tecnolgico y/o del actual modelo social, surge por la confusin entre envo/
recepcin de infinidad de mensajes con lo que significa una real comunicacin, que no depende slo de
cantidad sino tambin de calidad. No hay dudas de que la telefonista de una empresa enva y recibe
infinidad de mensajes, pero realmente se comunica con las personas con las que habla?, y no pasa algo
similar entre quienes hacen lo mismo o algo parecido como slo receptores televisivos o por el uso intenso
de correos electrnicos a travs de una computadora o de TC? Independientemente de que una comunicacin por medios tecnolgicos no puede tener la intensidad de uno directo y vivencial -stos cada vez
se limitan ms por mltiples motivos (entre ellos las distancias, incremento de ocupaciones, etc.), pero sin
olvidar una creciente idealizacin de la tecnologa-, no puede olvidar que la intensificacin del envo de
mensajes (telefnicos, electrnicos, etc.)32 no hace que stos escapen a las caractersticas centrales de las
relaciones de nuestra poca: lo light y muchas veces epidrmico de los vnculos que se establecen, la
fragilidad de los marcos afectivos, y todo lo ya sobradamente conocido y escrito sobre todo esto, que no
puede ser superado por ninguna tecnologa, pero que sta puede ayudar a aumentar33 .
Es as que surge el uso desaforado del TC que lo puede convertir en una verdadera plaga: mujeres
(no precisamente proletarias) que llaman a su casa desde cada estante de un supermercado preguntando
si se necesita tal mercanca, sonando en funciones de cine e incluso de teatro o conciertos (pese al anuncio
ya tradicional de que se apaguen esos aparatos), desde y para gente en automviles en marcha, durante
comidas entre amigos, en el curso de una conferencia y hasta a pacientes en sesiones de anlisis (aunque
30

Gergen, Kenneth J., El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporneo, Paids, Barcelona, 1992.

31

Esto fue muy grficamente ilustrado por Woody Allen en una de sus pelculas de hace varias dcadas, en la que por
todos lados por donde pasaba como ejecutivo casi hiperkintico iba dejando los nmeros de telfono donde iba a estar
posteriormente. Tal actitud que provocaba risas y angustias en los espectadores hoy ya no se hace pero se vive a travs
de un vnculo constante con el telfono celular.
32
Hoy es frecuente que se utilicen mensajes electrnicos entre personas espacialmente muy cercanas, por ejemplo de un
cubculo al de al lado en una universidad y por contenidos mnimos (y no para el envo de documentos, lo que sera
comprensible).

33

Recurdese que hace aproximadamente una dcada se produjo un importante eclipse de sol, y ante un acontecimiento
de tal envergadura -que no se repetir en mucho tiempo- Televisa asust a gran parte de la poblacin por presuntos
peligros de verlo directamente (lo que era fcilmente solucionable). Esto porque le permita una importante venta de

no se crea ha ocurrido), o incluso en clases universitarias sin que algunos docentes lo impidan y con
aceptacin por quienes lo reciben como si fueran siempre de real urgencia34 . Y tal vez esto ltimo sea uno
de los pivotes del problema: parece que los que se adaptan al uso del TC han internalizado la idea de que
todo es urgente, y de que siempre hay que estar disponible para los llamados, sin discriminacin alguna y
ninguna preocupacin por lo que esto significa para los dems, olvidando que hasta hace muy poco
tiempo se poda salir de la casa u oficina sin mayores preocupaciones por si se reciban llamadas, algo que
ahora a los actuales hipercomunicados les parece de la poca de las cavernas o no pueden entender que
se pueda estar tranquilo sin llamadas de ningn tipo que perturben la tranquilidad o lo que se est haciendo
(no hace falta decir que esta epidemia pseudo- comunicativa hace que los TC suenen en circunstancias
ntimas como la que el lector puede imaginar y son atendidas!; algunas posibles consecuencias tambin las
puede imaginar).
Todo lo anterior no debe hacer creer en ninguna oposicin radical y absoluta a los TC o a otras
expresiones de la actual modernidad, lo que sera absurdo: es evidente que pueden servir, ser tiles e
incluso necesarios. Oponerse sera algo similar a lo que significara hacerlo con la televisin por sus actuales contenidos hegemnicos en el mundo entero, confundiendo su forma de utilizacin con ella misma y
negando su potencial utilizacin con otros sentidos (s, hoy parece utpico y seguro lo es, pero tericamente podra ser y existen algunas experiencias realizadas). Pero es difcil negar que el uso actual de los
TC responde a lo indicado, y a esto se dirigen las observaciones de estos apuntes sobre la psicopatologa
de nuestra vida cotidiana.
Para terminar (por ahora): en esta poca de cambios cada vez ms rpidos y de innovaciones
sorprendentes el TC no es por supuesto para nada el nico caso, pero s un ejemplo o analizador ms de
lo que ya en la dcada de los sesenta Marcuse consideraba como creacin de necesidades35 . Se sabe
que la definicin de stas no es nada simple y, por el contrario, algo muy complejo porque sera imposible
y ridculo limitarlas a las bsicas de la supervivencia biolgica; y es interesante observar cmo el modelo
publicidad en el horario de transmisin de un eclipse que todos queran ver, pero tambin por su inters en fomentar la
idea de que todo suceso importante debe verse a travs de la televisin. Algo parecido se hace ahora con el fomento a
los telfonos celulares y en general el uso de la tecnologa.
34

El autor de estas lneas no permite su utilizacin en las horas de docencia, lo que es visto con agrado por la mayora
de los alumnos que no lo usan, pero tambin con sorpresa y sin poder entenderlo por quienes s lo hacen.
35

En su libro, que sigue ayudando mucho a la comprensin de la realidad actual, El hombre unidimensional. Ensayo
sobre la ideologa de la sociedad industrial avanzada, Origen/Planeta, Mxico, 1985 (hay otras ediciones).

social hoy predominante ha logrado internalizar en los sujetos (y pocas veces tan adecuado este trmino
por su relacin con sujetacin) sus intereses pese a que actan en contra de los de las grandes mayoras
del mundo. El caso aqu estudiado se inscribe en tal contexto

CRITICAS CINEMATOGRFICAS

CINE: SOLEDAD Y ANGUSTIA EN FRESAS SILVESTRES DE INGMAR


BERGMAN

Ttulo original: Smultronstllet. Produccin, distribucin: Svensk Filmindustri. Direccin, guin:


Ingmar Bergman. Jefe de produccin: Allan Ekelund. Decorados: Gittan Gustaffson. Fotografa: Gunnar
Fischer. Operador: Bjrn Thermenius. Msica: Erik Nordgren y Gte Lovn. Montaje: Oscar Rosander.
Sonido: Aaby Wedin y Lennart Walln. Vestuario: Mille Strm. Maquillaje: Nils Nittel. Estreno: 2612-1957. Duracin: 91 minutos. Intrpretes: Victor Sjstrom (Isak Bork), Bibi Anderson (Sara), Ingrid
Thulin (Marianne), Gunnar Bjrnstrand (Evald), Folke Sundquist (Anders), Bjn Bjelfvenstam (Viktor),
Naima Wifstrand (madre de Isak), Jullan Kindhal (Agda), Gunnar Sjberg (ingeniero Alman), Gertrud
Fridh (esposa de Isak), Akel Fridell (su amante), Max von Sydow (Akerman), Sif Ruud (la ta), Yngve
Nordwall (el to Aron), Per Sjstrand (Sigfrid), Gio Petr (Sigbritt), Gunnel Lindblom (Charlotta), Maud
Hansson (Anglica), Lena Bergman (Kristina), Per Skogsberg (Hagbart), Gran Lundquist (Benjamn),
Eva Nore (Anna), Monica Ehring (Brigitta), Ann-Mari Wiman (Eva Akerman), Vandela Rudbck
(Elisabeth), Helge Wulff (el promotor).

Tengo plena conciencia de haber elegido una pelcula cuyo tema central no se inscribe en el tema
central de este ciclo, La crisis actual de la pareja, sino que las no pocas que aparecen y en tal condicin
(Marianne-Evald, Isak-Sara, Isak-su esposa, los Altman) estn inscriptas en un contexto mucho ms
amplio en cuanto problemticas y significaciones, tal como siempre ocurre en la tan vasta como valiosa
filmografa de Ingmar Bergman.

Comentario presentado en el 11 ciclo del Cine Club Debate del Crculo Psicoanaltico Mexicano sobre La crisis actual
de la pareja, 27 de abril de 1996. Publicado en la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 8, 1997; y en Espaa, Pablo,
y Alquicira, Mario (comp.), Psicoanlisis y cine. Antologa del cine comentado y debatido, Crculo Psicoanaltico
Mexicano, Mxico, 2002, tomo I.

La eleccin de Fresas silvestres (tambin conocida como Cuando huye el da) responde a una
situacin que el anlisis institucional incluira dentro de su nocin de implicacin, ya que tuvo gran importancia en un momento particular de mi vida, donde la crisis de su personaje Isak Borg me impact y
emocion profundamente, como parece que lo sigue haciendo ante la continuidad de su exhibicin en
muchos pases del mundo. Impacto temtico al que incuestionablemente se agrega el hecho de ser una
pelcula de una gran belleza flmca, con una gran fotografa y con el conocido alto nivel de actuacin de los
actores que su director elige, dentro de los cuales Victor Sjstrm alcanza un grado excepcional.
Antes de entrar al comentario propiamente dicho quiero dejar en claro que siento terror ante una
particular forma de las crticas en general y de pelculas en particular, sobre todo las hechas por miembros
de la fauna psi con los psicoanalistas en primer lugar, y en especial ante las difciles y complicadas pelculas
de Bergman. La razn es porque las ms de las veces (aunque con excepciones que tambin hay), prima
la intencin o el deseo de mostrar que pueden ver ms all que otros, ver lo que otros no ven o, lo que
es lo mismo, de ser ms profundos, lo que en demasiadas ocasiones produce hiper (o pseudo) interpretaciones o simplemente distintos grados de delirios.
Lo que poda verse claramente la Argentina de los 60 y los 70, donde las pelculas de Bergman
causaban furor en el pblico intelectual, y que hacan que sesudos crticos analizaran, por ejemplo, el
simbolismo del nmero que llevaba un tanque de guerra (y sus posibles combinaciones al sumar o restar
sus dgitos, multiplicarlos, etc), cuando ese nmero simplemente era el que tena en el inventario de la
fuerza armada que lo prest. Claro ejemplo al respecto es el de quin explic en un debate el simbolismo
que haba encontrado al ver en todas las pelculas de un mismo director la presencia de botellas de una
marca de champagne, a lo tal director respondi, estupefacto, que ello se deba al simple hecho de que
eran las nicas botellas que haba en la utilera del estudio cinematogrfico.
En el caso de Fresas silvestres existe multitud de posibilidades de hacer algo semejante, y no sera
sorprendente que algn crtico profundo delirara y buscara significaciones en la semejanza del nombre
de la pelcula con el sueo de la hija de Freud que este comenta en un conocido libro1 , o jugara con otro
artculo de Freud, traducido al espaol como Psicoanlisis silvestre o salvaje, dndole as algn significado al ttulo (intencional o inconciente por parte de Bergman) de la pelcula. En algo de esto cae un muy
1

Freud, S., La interpretacin de los sueos,en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, tomo IV, p. 149 y
277. El mismo sueo lo reitera en la misma obra, tomo V, p. 627-8, y en Sueos de nios, 8, Conferencia de Conferencias de introduccin al psicoanlisis, tomo XV, p. 121.

famoso psicoanalista que toma al personaje central de esta pelcula como eje de estudio de una etapa de
su teora sobre el proceso vital2 , aunque la lucidez de Erikson le hace formular slo hiptesis e incluso en
trminos de interrogantes. Un ejemplo es cuando escribe: Hay un indicio simblico que apunta muy atrs
en la vida de Isak, ya que, en la Biblia, Sara fue la madre de Isaac; y nos damos cuenta de que Isak
conoci a su madre cuando era una mujer muy joven. Es el nombre de Sara una alusin al hecho de que
ella haba sido vieja cuando joven, o de que l perdi a su madre joven, tambin a causa de otro hombre?3 .
Como un problema distinto, es pertinente recordar lo que plantea Green en relacin a los aportes
psicoanalticos al estudio de las obras artsticas, que pueden ser:

a) al proceso de creacin en s. Son muy raros; admitiendo que, para lo esencial, el psicoanlisis
no puede dar cuenta del don creador, sino nicamente ir a la busca de algunas de las fuentes de la
creacin en que Freud pone de manifiesto el papel del fantasma; b) entre las relaciones que
puedan existir entre un autor y los productos de su creacin, como en el caso de Leonardo,
dirigido a la elucidacin de un rasgo o de un conjunto de rasgos susceptibles de iluminar
hipotticamente una problemtica inconsciente que habra dejado en la obra una huella especial;
c) el anlisis de las obras, sin referencia alguna a su autor, bien por su valor ejemplar (el caso de las
excepciones ilustradas por el Ricardo III de Shakespeare, o el anlisis de Macbeth como ejemplo de aquellos que fracasan ante el xito), bien porque la impresin que se recibe a su contacto
parece poner al descubierto en ellos un misterio particularmente sensible que est exigiendo solucin (Moiss de Miguel Angel)4 (4).

Por todo lo anterior es que prefiero aportar algunos datos y opiniones que ayuden a pensar sobre
la pelcula, para que luego, en el debate, se formulen todas las ideas que surjan con base en la lucidez y en
2

Erikson, Erik, Reflexiones sobre el ciclo de vida del Doctor Borg, en Erikson, E. (comp), La adultez, Fondo de Cultura
Econmica, Mxico, 1981.
3

Idem, p. 26.

Green, Andr, La interpretacin psicoanaltica de las producciones culturales y de las obras de arte, en Eco, Umberto,
Goldmann, Lucien y Bastide, Roger, Sociologa contra psicoanlisis, Planeta-Agostini, Barcelona, 1986, p.21. Extraa
traduccin del ttulo original del libro, Critique sociologique et critique psychoanalytique.

el conocimiento.
Qu mejor comienzo que darle la palabra al propio Bergman, leyendo lo escrito por l mismo
acerca de su obra y sus orgenes? En primer lugar Bergman seala la dimensin existencial e incluso
neural de la gnesis de sus propios filmes5 : Para m un filme empieza con algo muy vago -una observacin casual o el fragmento de una conversacin, un suceso confuso pero agradable que no tiene relacin
con ninguna situacin particular. Pueden ser unos pocos acordes musicales, un rayo de luz sobre la calle6 .
Adems, sigue diciendo Gibson,

ante todo, Bergman quiere que sus filmes comuniquen. Clama con amargura y agudeza contra el fracaso
de la comunicacin en el apogeo del individualismo moderno: (Bergman) Considero que el arte perdi su
impulso creativo bsico en el momento en que se lo separ del culto... Hoy el individuo se ha convertido
en el mayor exponente y en la peor ruina de la creacin artstica. La herida o el dolor ms nimio del ego
se analiza bajo un microscopio como si tuviera una importancia eterna. El artista considera que su aislamiento, su subjetividad, su individualismo son prcticamente santos. De ese modo terminamos por concentrarnos en un gran corral, donde nos paramos y balamos acerca de nuestra soledad sin escucharnos
unos a otros y sin darnos cuenta de que nos estamos ahogando mutuamente hasta causarnos la muerte.
Los individualistas fijan la mirada en los dems y sin embargo niegan la existencia de ellos7 .

En cuanto a la pelcula que nos ocupa, los comentarios del propio Bergman arrojan clara luz y
permiten ver (o corrobar) la gnesis de la misma y sus mltiples significaciones:

Por alguna razn en la que no haba pensado antes, siempre he evitado volver a ver mis pelculas.
Las veces en que me he visto obligado a hacerlo o he tenido simple curiosidad, sin excepciones y
cualquiera que fuese la pelcula, me he sentido sobreexcitado, con ganas de mear, con ganas de
cagar, inquieto, a punto de llorar, enfadado, asustado, desgraciado, nostlgico, sentimental, etc.
[...]
Ver cuarenta aos de produccin durante un ao se fue haciendo inesperadamente fatigoso, a

Gibson, Arthur, El silencio de Dios. Una respuesta creativa a los films de Ingmar Bergman, Ediciones Megalpolis,
Buenos Aires, 1973, p. 6.

veces insoportable. Me d cuenta, firme y brutalmente, de que haba concebido la mayora de las
pelculas en las entraas del alma, corazn, cerebro, nervios, rganos genitales y sobre todo en las
tripas. Un deseo que no tiene nombre alguno las sac a la luz.Un placer que se puede llamar la
alegra del artesano las ha materializado en el mundo de los sentidos [...]
Tras una reflexin ms profunda y adentrarme en el oscuro espacio de Fresas salvajes encuentro,
dentro de la solidaridad laboral y el esfuerzo colectivo, un caos negativo de relaciones humanas.
La separacin de mi tercera esposa an me dola violentamente. Fue una experiencia extraa,
amar a una persona con la que uno no poda vivir. La placentera y creativa convivencia con Bibi
Andersson haba empezado a romperse, no recuerdo la razn. Sostena una amarga lucha con mis
padres. Ni quera ni poda hablar con mi padre. Mi madre y yo buscamos una y otra vez una
reconciliacin temporal, pero haba demasiados cadveres en los armarios, demasiados
malentendidos infectados. Nos esforzbamos, ya que verdaderamente queramos hacer las paces, pero fracasbamos continuamente.
Imagino que uno de los impulsos ms fuertes que yacen bajo la realizacin de Fresas salvajes
estaba justamente ah. Me retrataba a m mismo en la figura de mi padre y buscaba explicaciones
a las amargas peleas con mi madre. Crea comprender que era un nio no querido, desarrollado
en una matriz fra y nacido durante una crisis -fsica y psquica. Ms tarde el diario de mi madre ha
confirmado mi idea: mi madre se senta violentamente ambivalente ante su miserable hijo moribundo.
En algn encuentro con medios de comunicacin he explicado que no llegu a comprender el
significado del nombre del protagonista, Isak Borg, hasta ms tarde. Como la mayora de las
afirmaciones a

medios de comunicacin, es una especie de mentira que encaja bien en la serie

de fintas ms o menos hbiles que constituyen una entrevista. Isak Borg=I.B.=Is (hielo) y Borg
(castillo). Era sencillo y faciln. Model una figura que exteriormente se pareca a mi padre
pero que era enteramente yo. Yo, a los treinta y siete aos, aislado de relaciones humanas, relaciones que yo haba cortado, autoafirmativo, introvertido, no slo bastante fracasdo sino fracasado de verdad. Aunque exitoso. Y capaz. Y ordenado. Y disciplinado.
Buscaba a mi padre y a mi madre, pero no poda encontrarlos. Por consiguiente, la escena final
de Fresas salvajes lleva una fuerte carga de aoranza y anhelo: Sara coge a Isak Borg de la mano

y lo lleva a un claro del bosque iluminado por el sol. Desde all puede ver a sus padres, que estn
en la otra orilla del estrecho. Le hacen seas con la mano.
A travs de la historia fluye un solo tema, mil veces variado: carencias, pobreza, vaco, la falta de
perdn. No s ahora, y no saba entonces, cmo suplicaba a mis padres a travs de Fresas
salvajes: Miradme, entendedme y -si es posible- perdonadme.
En Bergman sobre Bergman un viaje matinal en coche a Uppsala. Cmo tuve un impulso de
visitar la casa de mi abuela en Trdgarsgatan. Cmo estuve en la puerta de la cocina y en un
momento mgicoexperiment la posibilidad de hundirme en mi infancia. Esto es una mentirilla
bastante inocente. La circunstancia real es que vivo continuamente en mi infancia, deambulo por
los oscuros cuartos, paseo por las silenciosas calles de Uppsala, estoy delante de la casa de
verano escuchando el inmenso abedul. Me desplazo en cuestin de segundos. En realidad vivo
continuamente en mi sueo y hago visitas a la realidad.
En Fresas salvajes me muevo sin esfuerzo y con bastante naturalidad entre diferentes planos tiempo, espacio, sueo-realidad. No puedo recordar si el movimiento en s me cre algn problema tcnico. Un movimiento que ms tarde -en Cara a cara...al desnudo- iba a plantearme
problemas insuperables. La mayora de los sueos eran autnticos: el coche fnebre que vuelca
con el atad abierto, un examen catastrfico, la esposa que fornica en pblico (ya est en Noche
de circo).
Por tanto, el impulso que mueve a Fresas salvajes es un intento desesperado de justificacin
dirigido hacia unos padres indiferentes y mticamente exagerados, un intento condenado al fracaso. Mis padres se convirtieron en personas de proporciones normales muchos aos despus, mi
odio infantilmente amargado se diluy y desapareci. El afecto y la comprensin mutua nos
unieron8 .

Bergman, I., Four Screemplays of Ingmar Bergman, Simon and Schuster, N.York, 1966, p. XV. Citado por Gibson,
ob.cit., p. 6.
7

Idem, p. XXII.
Bergman, I, Imgenes, Tusquets Editores, Barcelona, 1992, p. 14, 17, 18 a 22.

De por s estos comentarios del autor son muy importantes y reveladores, aunque nunca debemos
olvidar que no todos los autores son siempre (totalmente) concientes de las causas que determinan su obra
y/o de las caractersticas de estas, y a veces uno deseara -no es el caso de Bergman- que mejor siga
creando o interpretando y que no hable o escriba.
Antes de ver algunos aspectos de la obra, es importante dilucidar si el autor era o no conocedor del
psicoanlisis, cuyos contenidos estaran presentes, segn la mayora de los crticos e incluso de espectadores, tanto en smbolos como en expresiones del corpus bergmaniano. Al respecto es clarificadora la
informacin de Erikson, para quin

El empleo ocasional y hermtico de la jerga psicoanaltica por parte de algunas de las figuras menos
simpticas en los repartos de los personajes de Bergman, al mismo tiempo revela y oculta su evidente
conocimiento de la psicologa profunda, tanto de Jung como de Freud. En el prlogo a sus obras cinematogrficas, de hecho alude a un libro de texto sobre la psicologa de la personalidad, escrito por Eiono
Kaila, y cuya lectura, segn dice Bergman, fue una experiencia tremenda para l: Su tesis de que el
hombre vive estrictamente de acuerdo con sus necesidades -negativas y positivas- fue una verdad
estremecedora pero que reconoc como terriblemente cierta. Y fue el cimiento sobre el que empec a
construir9
En cuanto al simbolismo psicoanaltico, Erikson considera que en realidad las imgenes no utilizan smbolos que indiquen el inconsciente reprimido (o en todo caso, lo hacen slo en momentos bien definidos),
sino, ms bien, aquellos que denotan un conocimiento tcito de las dimensiones de la existencia que moran
en nuestro preconsciente, y que podemos captar en toda su simplicidad y profundidad, cuando surgen a la
superficie en momentos especiales, sea por las crisis naturales de la vida,o por una confrontacin significativa con una persona o, tambin a raz de ciertas ceremonias adecuadas. Como veremos, estas tres
condiciones se anan en el viaje del doctor Borg: ancianidad, confrontacin, ceremonial. El resultado es
ms una simplicidad trascendente que un rapto mstico o una interpretacin intelectual10 .
Respecto a los sueos, muy frecuentes en las pelculas de Bergman en general y en esta en parti9
Bergman, I., Four Screemplays, citado por Erikson, ob.cit., p.16, quin informa que tal obra de Kaila, Persoonallisuus,
apareci en sueco en 1935.
10

Erikson, ob. cit., p. 17-18.

cular -al punto que se convierten en puntos centrales para la comprensin de Isak Borg-, recordemos lo
que le dice y comenta a Marianne (su nuera y acompaante en el viaje): Tuve los sueos ms extraos,
como si estara dicindome algo a m mismo que no escuchara estando despierto.
Antes de ver algunos comentarios sobre la pelcula de los autores citados, recordemos que las
diferentes creaciones bergmanianas son como una especie de variaciones -en el sentido musical del
trmino- de una gran gama articulada de temas y problemas centrales del hombre de nuestra poca en
general, y de su mundo concreto en particular, lo que Gibson plantea de la siguiente manera: Bergman
parte del alma del hombre moderno, de la duda, el tormento, la frgil esperanza, la agudsima angustia, de
esa alma. Semejante enfoque nunca puede producir un filme religioso que brinde un consuelo espiritual. En
realidad, se puede decir con justicia que a medida que avanza la serie de filmes, las sombras se hacen cada
vez ms oscuras y ms amenazantes11 (10).
Concretando lo anterior respecto a esta pelcula, dir ms adelante:
Se trata de un anlisis cinematogrfico del humanismo restrictivo y una sombra investigacin de
la muerte en vida de un obstinado y cmodo viejo egosta que aprende, en forma precaria, hacia
el final del filme, cun muerto est y que pocas esperanzas tiene de lograr una revivificacin [...]
Desde un punto de vista superficial y en trminos de escenario mucho menos sombra que El
sptimo sello despus de un anlisis ms profundo y penetrante, Fresas silvestres demuestra ser
mucho ms horripilante: porque encontramos que el hombre est realmente muerto en su pequeo
hogar humanista al que se supona tan acogedor [...] Aqu Bergman vuelve a decir la verdad
acerca del hombre moderno tal como l la ve, la dice y nos obliga a experimentarla,como siempre,
en el nivel esttico, sensible. Silencio de Dios y mensajero de Dios aparecern en este filme a su
debido tiempo y de manera particularmente estremecedora. Pero el objetivo y el tema fundamental es la simple falta de amor. Si el atesmo de la duda y del no-encuentro total son tpicos del
hombre moderno, en este filme Bergman nos dice que la falta de amor tambin es tpica de ese
mismo hombre moderno, tpica justamente del tipo de representante ms excelso y respetable de
hombre moderno, el ensalzado viejo mdico y curador Isak Borg, que no puede curarse a s
mismo, que apenas si quiere curarse12 .
Efectivamente, a travs de toda la pelcula tanto Isak Borg como otros personajes ofrecen una
11

Gibson, ob. cit., p. 8.

poco clida visin del viejo mdico desde el mismo inicio donde l se presenta:

A los setenta y ocho aos siento que soy demasiado viejo para mentirme a m mismo [...] Como
resultado de mi propia voluntad, me he aislado casi por completo de la sociedad, porque la relacin
personal con la dems gente consiste sobre todo en analizar y evaluar la conducta del prjimo. Por lo tanto
me encuentro bastante aislado en mi vejez [...] Quizs debera agregar que soy un viejo pedante respecto,
y a veces muy molesto, tanto conmigo como con las personas que tienen que estar cerca de m. Detesto
los arranques emotivos, las lgrimas de las mujeres y el llanto de los nios.
Ms adelante es su vieja criada -por edad y por los 46 aos de estar con l- que le reprocha su
egosmo, acotando que por suerte no estamos casados, a lo que luego pone su cuota Marianne cuando
le dice que su propio hijo Evald, a quin le prest dinero en malas condiciones, lo odia: Eres un egosta y
no te oyes ms que a t. Lo escondes tras una fachada de encanto y caballerosidad. Pero eres duro como
una piedra. A nosotros no nos engaas porque te conocemos de cerca.
Despus que l le impide fumar porque le molesta, y ella le recuerda que en otra oportunidad,
cuando le solicit ayuda por sus problemas matrimoniales, le dijo que No tengo ningn respeto por los
sentimientos mentales, envindola con un pastor o un psicoanalista, agrega, luego de que l, aparentemente sorprendido, le pregunta Eso dije?: No me desagradas, me das pena.
El sealamiento se reitera en todo momento y casi por todos. Ya Sara, su novia de un remoto
pasado que lo deja para casarse con su hermano, le dice que no hablamos el mismo idioma, as como
que sabes tanto y no sabes nada; el examinador en el sueo del examen le transmite los cargos de
egosmo, soberbia y grosera hechos por su esposa, quien, luego de engaarlo con un amante al que le
dice que tendr que contrselo a Isak, seala que este dir: Pobre muchacha, me das pena. Tal y como
si fuera Dios. Nada de lo que le diga significar algo para l porque es ms fro que el hielo. Toda esa
hipocresa me enferma.
No es entonces extrao que el castigo que se otorga es la soledad, que l ya vivi y vive de la
misma manera que su anciana madre y su hijo. En esa continuidad parecera que hay no slo una reproduccin familiar sino tambin una radiografa de una situacin general (con excepciones notorias como las
de Marianne, los tres jvenes que viajan a Italia y la pareja de la gasolinera, estos ltimos tambin excep-

cin a todas las otras parejas de la pelcula). La madre de Isak lo expresa diciendo no solo que ningn
nieto la visita, sino tambin que he sentido fro toda mi vida, y Marianne le dice a Isak respecto a su
madre:

Cuando lo v junto a su madre me invadi un temor extrao... Pens, aqu est su madre. Una
mujer muy anciana, completamente helada, en algunos aspectos ms aterradora que la muerte misma. Y
aqu est su hijo, y hay aos luz de diferencia entre ellos. Y l mismo dice que es una muerte viviente. Y
Evald est a punto de llegar a estar igualmente solo y fro, y muerto. Entonces pens que lo nico que
exista por todos lados era la frialdad y la muerte, y la muerte y la soledad. Debe terminar en alguna parte.

Evald, por su parte, duda claramente de ser hijo de Isak, y no quiere tener el hijo que desea
Marianne (ya embarazada) porque es absurdo traer hijos a este mundo y creer que estarn mejor que
nosotros [...] Fu un nio no deseado en un matrimonio infernal [...] Esta vida me enferma. Y no me van a
obligar a vivir un da ms de lo que yo quiera [...] Lo mo es estar muerto. Como una piedra.
Sin embargo, y a diferencia de otras pelculas de Bergman, en esta el final ofrece una perspectiva no
tan pesimista. Isak Borg comprende todo lo sealado y de alguna manera se abre a ella. No slo porque
en todos sus sueos existe una visin fuertemente crtica de su vida, sino tambin por algunos hechos
concretos, tal vez nimios pero reveladores: a diferencia de una de las primeras escenas, antes citada, esta
vez es l que le plantea a Marianne que fume luego que esta le cuenta su drama matrimonial; trata de hablar
con su hijo Evald y rever lo de la deuda econmica; busca una relacin menos fra con su vieja criada y
asume un rol comprensivo y hasta afectuoso con los tres jvenes viajeros, presentados como libres y con
una visin distinta e incluso optimista de la vida. Incluso el muy pesimista Evald reconoce que no puede
vivir sin Marianne y busca el reencuentro con su esposa, aceptando que haga lo que quiera respecto a su
embarazo (sabiendo que quiere seguirlo). Otra escena significativa es la final donde el viejo Isak busca a
sus padres que lo saludan desde la otra orilla del ro, sobre la que el propio Bergman di su versin antes
transcripta de un reencuentro, pero que tambin puede verse como que la historia de Borg podra haber
sido distinta, es decir que no hay un pesimismo absoluto como el planteado por Evald.
Por supuesto que, tambin como es comn en Bergman, aqu no falta el planteamiento del problema
religioso, pero en Fresas silvestres deja de ser central para convertirse en marginal y episdico: las

intensas peleas entre los jvenes viajeros (un candidato a pastor y un ateo), la escena donde el hombre de
la horrible pareja que sube al coche luego de que casi lo chocan dice, siguiendo la pelea con su mujer, que
ella tiene su histeria y yo mi catolicismo.
Podra seguirse, de manera casi interminable, con mltiples detalles y lecturas acerca de esta pelcula excepcional. Pero no puede dejar de hacerse aunque sea un mnimo sealamiento de algo de hecho ya
planteado por uno de los autores citados: cmo la problemtica de este film por supuesto excede al Dr.
Borg y al propio Bergman para convertirse en la versin de este sobre el malestar en la cultura de su
sociedad y poca concreta, lectura que Bergman seguir planteando en todas sus pelculas casi sin excepcin.
Sera injusto terminar sin el especial sealamiento sobre Gunnar Fischer, autor de la gran fotografa,
pero sobre todo de la interpretacin de Victor Sjstrm, de quien el propio Bergman dice palabras
concluyentes: Victor Sjstrm me haba arrebatado mi texto y lo haba convertido en algo de su propiedad, haba aportado sus experiencias: su propio sufrimiento, misantropa, marginacin, brutalidad, tristeza,
miedo, aspereza, aburrimiento. Haba ocupado mi alma en la forma de mi padre e hizo de todo su propiedad -no me qued ni una miga!. Lo hizo con la autoridad y la pasin de la gran personalidad. Yo no tena
nada que aadir, ni un comentario racional o irracional. Fresas salvajes ya no era mi pelcula, era la
pelcula de Victor Sjstrm!13

12

13

Idem, ob. cit., p. 35.


Bergman, I., Imgenes, ob.cit., p. 25.

LUZ DE INVIERNO, DE INGMAR BERGMAN

Ttulo original: Nattvardsgsterna. Produccin, distribucin: Svensk Filmindustri. Direccin, guin:


Ingmar Bergman. Jefe de produccin: Allan Ekelund. Decorados: P.A.Lundgren. Fotografa: Sven
Nykvist. Msica: cantos litrgicos suecos y J.S.Bach. Montaje: Ulla Ryghe. Sonido: Stig Flodin y Staffan
Dalin. Efectos especiales de sonido: Evald Andersson. Vestuario: Mago. Maquillaje: Brje Lundh.
Estreno: Rda Kvarn, Fontnen, 11-2-1963. Duracin: 81 minutos. Intrpretes: Gunnar Bjrnstrand
(Toms Ericsson), Ingrid Thulin (Mrta Lundberg), Max von Sydow (Jonas Persson), Gunnel Lindblom
(Karin Persson), Allan Edwall (Algot Frvik), Olof Thunberg (Fredrik Blom), Elsa Ebbesen, Kolbjrn
Knudsen (Aronsson), Tor Borong (Johan Akerblom), Bertha Sannell (Hanna Appelblad), Eddie Axberg
(Johan Strand), Lars-Owe Carlberg, Johan Olafs, Ingmari Hjort, Stefan Larsson, Lars-Olof Andersson,
Christer hman.

Por segunda vez participo en estos ciclos de cine-debate con una pelcula de Ingmar Bergman, lo
que seala claramente mi inters por un autor-director que tuvo una fundamental importancia en mis aos
universitarios de una Argentina en la que tuvo una difusin mayor que en su natal Suecia y donde fue un
verdadero autor de culto con una incesante programacin de su obra y una permanente discusin acerca
de las significaciones de su obra.
Tanto es lo que podra decirse y debatirse acerca de la problemtica abordada en este ciclo de
cine, la soledad, como de esta pelcula concreta, que no alcanzara el tiempo de varios sbados que se
otorgan a cada comentarista. Obligado a la brevedad cumplir lo planteado el ao pasado respecto al
papel que deben tener los comentaristas: no atosigar a los oyentes con real o aparente conocimiento y
erudicin, ni mostrar la (supuesta) capacidad de ver cosas ms profundas que otros, sino aportar infor*

Comentario dentro del 14 ciclo de cine del Crculo Psicoanaltico Mexicano, La soledad, 28 de junio 1997. Publicado en
la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 11, 198.
14

Se mencionaron algunos ejemplo risibles en ese sentido: el de un crtico que interpret en diferentes formas el
nmero del tanque de guerra que apareca en una pelcula (sin comprender o tener en cuenta que era el que le puso la
fuerza armada que lo proporcion), y el de quin en un debate indic la simbolizacin de la presencia de la misma botella
de champagne en diferentes films de un mismo director, a lo que este, estupefacto, respondi que la nica razn es que
era la nica que exista en la utilera.

macin y datos que permitan pensar ms sobre lo visto.


Sobre esto es conveniente reiterar lo tambin dicho acerca de lo terrorfico que puede resultar
hacer comentarios y crticas, donde no faltan los casos en que se llega incluso a delirios o planteos ridculos
por tal intencin de ser ms profundo o ver cosas que otros no ven. Esto no es nada extrao, pero se
presenta ms en autores como Bergman por la conocida complejidad y simbolismo de su obra, como se
indic y mostr en la citada presentacin anterior14 . Al respecto un crtico de la obra de este autor muestra
otro ejemplo risible y cuasi patolgico de esta tendencia (en este caso no hecha desde una perspectiva psi
sino desde una postura ideologizada) respecto a la pelcula El sptimo sello (1956): En la Edad Media,
los hombres vivan bajo el terror de la peste, Hoy vivimos bajo el terror de la bomba atmica. Ingmar
Bergman ha querido escribir una alegora sobre nuestro tiempo en forma de leyenda medieval. Tambin se
puede decir que ha tratado la situacin del hombre: su eterna bsqueda de Dios con la muerte como nica
certidumbre15 .
Si bien la ltima frase puede tener cierta verosimilitud, la primera es bastante absurda, y
sealamientos de tal tipo provocaron una graciosa reaccin del propio director, quin en su comedia
Esas mujeres! (1963) -una de sus pelculas ms cuestionadas- coloca un cartel luego de la aparicin de
unos fuegos artificiales: Este fuego de artificio no tiene nada de simblico.
Esta impresin crtica acerca de mltiples crticos se refuerza en la lectura de obras acerca de
Bergman, donde muchas veces se observa pobreza y exageracin en los anlisis, aunque pretenda aparecer revestidos de erudiciones filosficas, sociolgicas, etc. Lo que refirma lo sealado acerca de los
propsitos de este comentario, que buscarn aportar elementos sobre tres aspectos: 1) el problema de la
soledad; 2) algunos aspectos de la vida y obra de Bergman relacionados con esta obra, y 3) la pelcula en
s.

1.- La soledad de nuestros tiempos

Por supuesto es importante que se organice un ciclo sobre un problema que, como todos los de
caracter psico(pato)lgico, existi siempre y no es nada nuevo pero que hoy alcanza un nivel cuanti y
cualitativo mayor, y con un notorio ascenso y consolidacin que revela -como en todos los casos- que es
15

Citado por Compay, Juan Miguel, Bergman, Barcanova, Barcelona, 1981, p. 32.

producto de una situacin que la promueve. Situacin que, desde una perspectiva terica desarrollada en
otros trabajos16 , debe entenderse como derivada de lo que Freud defini como malestar en la cultura,
problemtica que, por sus connotaciones crticas en tanto cuestionadoras de toda cultura concreta, es
parcial o totalmente abandonada por los actuales psicoanlisis hegemnicos y domesticados (que hoy
perdieron el caracter de peste que su creador le asign). Es obvio y evidente: si Freud busc, como todos
los psiquiatras de su poca, una explicacin al por qu la histeria era el cuadro dominante de su poca encontrndola en la mayor represin sexual provocada por la moral victoriana dominante en ese momento-, hoy debera hacerse lo mismo con las causas que producen niveles mayores de depresin y de
soledad, pero esto no puede hacerse sin ver la responsabilidad de una cultura que las provoca (no
intencionalmente, como tampoco ocurra con la histeria, pero s son sus efectos no buscados).
Este no es el lugar para un desarrollo del problema que puede verse en los ensayos citados, pero
s es necesario sintetizarlo en que la actual cultura neoliberal dominante (algunos autores prefieren definirla
como posmoderna, pero las diferencias/semejanzas sobre esto seran otro ensayo) promueve un modelo
de sujeto con un individualismo/egocentrismo diferente al de otras pocas17 , signado por imperativos de
competencia, rendimiento y exigencias constantes que la mayor de las veces no pueden cumplirse y estn
distantes de los niveles deseados.
El incremento de vivencias de soledad se vincula ntimamente con tales condiciones, a lo que debe
agregarse la aparente paradoja de que en un mundo donde existen posibilidades cada vez mayores de
comunicacin tecnolgica es tambin mayor la incomunicacin entre los sujetos (problema sobre el que
existen importantes pelculas, recordndose especialmente las de Antonioni de hace algunas dcadas).
Pero la soledad a la que se hace referencia no es respecto a la gente que vive sola sino a la que est sola,
que obviamente no es lo mismo: acaso no pueden verse mltiples situaciones cotidianas -parejas en un
restaurante por ejemplo- que manifiestamente estn solas pese a su compaa? Esto lleva a otro fundamental problema que es el de los mecanismos mediante los que los sujetos buscan solucionar tal estado,
16

Entre ellos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis y El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal,
en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1 y 3, 1991 y 1994 (reproducidos en el Apndice de Normalidad, conflicto
psquico, control social, Mxico, Plaza y Valds, 2a. ed. 1996), y en Desde la lectura de El malestar en la cultura: los
psicoanlisis entre la peste y la domesticacin?, en Imagen Psicoanaltica, revista de la Asociacin Mexicana de
Psicoterapa Psicoanaltica, Mxico, N 9, 1997. * Los dos primeros se pueden ver en este libro virtual.
17

Sobre esto ver Lipovetzky, Gilles, La era del vaco. Ensayos sobre el individualismo contemporneo, Anagrama,
Barcelona, 3 ed., 1988, p. 5. Tambin mi ensayo La salud mental en nuestros tiempos de clera, en el libro El sujeto de
la salud mental a fin de siglo, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1996.

para lo cual es imprescindible recordar lo que Freud seala respecto a los calmantes que se utilizan para
intentar paliar el malestar en la cultura18 (idea que puede ayudar a comprender importantes hechos de
nuestra poca como los incrementos en posturas fundamentalistas y religiosas, drogas y adicciones, etc).
Problemticas que ha estudiado poco, y no siempre bien por sus tendencias psicologistas, el
psicoanlisis domesticado cuestionado prrafos atras.

2.- La pelcula desde la vida y obra de Bergman

Si siempre es muy difcil o imposible separar una obra de la vida y motivaciones de su creador,
claramente puede verse en la produccin teatral y cinematogrfica de este director. Con el reconocimiento
que indirectamente o de manera manifiesta l mismo hace sobre ello en sus libros autobiogrficos19 , cuya
lectura ofrece un material invaluable para la comprensin de los problemas, contradicciones, interrogantes
y mltiples aspectos ms que muestran los personajes de sus pelculas.
Como datos biogrficos recordemos que nace en 1918 en Upsala, ciudad universitaria sueca, en
un mundo familiar marcadamente religioso al tener como padre a un prroco que, pasado el tiempo, llega
a ser Capelln Real de la Corte20 . Una familia donde, segn Compay, tiene una infancia vivida entre el
respeto distanciado hacia su padre y el amor emocional a la madre, y que Bergman describe de una
manera poco grata:

Mi madre dominaba y diriga un considerable aparato. Adems participaba en el trabajo parroquial


y era el alma de las asociaciones de caridad y sus actividades. Estaba en los actos de representacin junto a mi padre, se sentaba fielmente en el primer banco de la iglesia, independientemente
dequin predicara, participaba en conferencias y daba cenas. Mi hermana tena doce aos y yo

18
Seala bsica pero no exclusivamente tres: diversiones, satisfacciones sustitutivas y sustancias embriagantes
(Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, Tomo XXI, p. 75). Sobre
esto ver los ensayos anteriores y Medios masivos: calmantes de el malestar en la cultura?, en Anuario de Investigacin 1996, Departamento Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico,
1996. * Posteriormente apareci Los medios masivos como calmantes, revista Texto Abierto, Universidad Iberoamericana, Len, N 5, 1994.

19

Bergman, I., Imgenes y Linterna mgica, Tusquets Editores, Barcelona, 1992 y 1988.

20

Esta historia, con sus conflictos puede verse en una pelcula danesa Las buenas intenciones.

dieciseis. Nuestra relativa libertad dependa totalmente de la desmesurada carga de trabajo de


nuestros padres, pero era una libertad envenenada, las tensiones eran violentas, los nudos
indisolubles. Lo que de puertas afuera era la imagen impecable de una familia unida, por dentro
era miseria y conflictos desgarradores. Mi padre posea sin duda alguna un considerable talento
de actor. Fuera del escenario era una persona irritable,nerviosa y depresiva. Senta angustia de no
estar a la altura de su puesto, senta horror ante sus actuaciones pblicas, escriba una y otra vez
sus sermones, se senta muy poco a gusto ante muchas de sus tareas administrativas. Era un
hombre angustiado y se excitaba con facilidad, se indignaba por bagatelas: nos estaba prohibido
silbar, nos estaba prohibido llevar las manos en los bolsillos. De repente se le ocurra preguntarnos
la leccin. y el que se trababa era castigado21 .

Pocas pginas ms adelante muestra algunos resultados de tal vida: Mi hermano trat de suicidarse, a mi hermana la obligaron a abortar por consideraciones familiares, yo me fu de casa. Mis padres
vivan en una crisis desgarradora sin principio ni fin. Cumplan sus deberes, se esforzaban rogaban a Dios
misericordia. Sus normas, valores y tradiciones no les servan de nada, nada les serva de nada. Nuestro
drama se representaba ante las miradas de todo el mundo, en el escenario intensamente iluminado de la
casa rectoral22 .
Leyendo lo anterior salta a la vista como Toms -el sacerdote protagonista de Luz de Inviernorecoge amplias facetas de tal modelo paterno y familiar. Pero no slo eso, sino que su incapacidad de
amar no puede menos que recordar otra afirmacin de Bergman en su autobiografa y con referencia a un
romance adolescente: Yo no amaba a Anna puesto que el amor no exista donde yo viva y respiraba23 .
En 1937 Bergman ingresa a la Facultad de Letras, especializndose en literatura e historia del arte.
Durante los aos de la segunda guerra mundial frecuenta los ambientes bohemios de Estocolmo, donde se
denunciaba lo absurdo del mundo y se planteaban posturas basadas en Kierkegaard y las claves estticas
del expresionismo. Slo como dato anecdtico pero indudablemente representativo es interesante indicar
que viaja a Alemania en los inicios del gobierno de Hitler, y en su autobiografa reconoce su simpata por
21

Bergman, La linterna mgica, ob.cit. p. 146.

22

Idem, p. 152.

23

Idem, p. 128.

el nazismo tanto en l como en su familia, donde su hermano fue uno de los fundadores del movimiento
nacionalsocialista sueco y su padre varias veces vot por l24 .
Soledad y suicidio son tambin partes de su vida y de esta pelcula: Anna (una de sus parejas de
adolescencia) ramos dos solitarios, yo por raro y ella por fea [...] Algunas veces en mi vida he jugado con
la idea del suicidio, una vez en mi juventud llev a cabo un torpe intento. Nunca he soado con hacer
realidad mis juegos.
Y al igual que el Toms de esta pelcula, contina sealando algo que le salva de realizarlo: Mi
curiosidad ha sido demasiado grande, mi ansia de vivir demasiado robusta y mi miedo a la muerte demasiado slido e infantil25 .
Claro que esta superacin le implica mecanismos que reconoce plenamente luego de lo ltimo
citado: Esta actitud vital implica sin embargo un control minucioso e incesante de las relaciones con la
realidad, con la imaginacin, con los sueos. Si el control deja de funcionar, lo que an no me haba
pasado nunca, ni siquiera en mi temprana infancia, la maquinaria explota y la identidad se ve en peligro.
Oigo mi quejumbrosa voz, suena como la de un perro herido.
Este control se manifiesta explcitamente en su produccin artstica:

Preparo hasta el ms mnimo detalle, me impongo la obligacin de dibujar cada escena.Cuando


voy a los ensayos tengo que tener ya listo cada momento de la funcin [...] Slo el que est bien
preparado tiene posibilidad de improvisar [..] Paso revista crticamente a mis ltimas pelculas o
puestas en escena teatrales y encuentro por doquier un perfeccionismo puntilloso que espanta la
vida y el alma. En el teatro el peligro no es tan grande, all puedo vigilar mis debilidades y, en el
peor de los casos, los actores pueden corregrmelas. En el cine todo es irrmediable. Cada da de
rodaje son tres minutos de pelcula terminada. Todo tiene que vivir, respirar, ser una creacin. A
24

Idem, p. 131 y siguientes. En el comienzo de este libro Bergman vincula esta adhesin con el clima familiar antes
mencionado, lo que claramente remite a las temticas bsicas de sus pelculas: Casi toda nuestra educacin estuvo
basada en conceptos como pecado, confesin, castigo, perdn y misericordia, factores concretos en las relaciones entre
padres e hijos, y con Dios. Haba en ello una lgica interna que nosotros aceptbamos y creamos comprender. Este
hecho contribuy posiblemente a nuestra pasiva aceptacin del nazismo. Nunca habamos odo hablar de libertad y no
tenamos ni la ms remota idea a qu saba. En un sistema jerrquico, todas las puertas estn cerradas (p. 16). No es
dificil pensar que su gran pelcula El huevo de la serpiente (1976) es una especie de ajuste de cuentas no slo con el
nazismo sino, esencialmente, con las causas productoras de los sistemas totalitarios (incluyendo los religiosos).
25

Idem, p. 126 y 101.

veces tengo la sensacin clara, casi fsica, de que dentro de m se mueve un monstruo prehistrico,
mitad animal, mitad hombre, al que estoy a punto de dar a luz: una maana mastico una barba
hirsuta, que sabe muy mal, siento sus dbiles y temblorosos miembros en mi cuerpo y oigo su
jadeante respiracin. Intuyo un ocaso que no tiene nada que ver con la muerte sino con la extincin. A veces sueo que se me caen los dientes y escupo pedazos amarillos carcomidos26 .

Es reiterativo sobre su angustia y se percibe admiracin y envidia ante directores que pueden
hacer lo que l no:

El ritmo de mis pelculas lo concibo en el guin, en el escritorio, y nace ante la cmara. La improvisacin en cualquiera de sus formas me es ajena. Si alguna vez me veo obligado a tomar una
decisin improvisada, el miedo me hace sudar y me paraliza. El hacer cine es para m una ilusin
planeada con todo detalle, el reflejo de una realidad que, cuanto mayor me voy haciendo, me
parece cada vez ms ilusoria.
Cuando el cine no es documento, es sueo. Por eso Tarkovsky es el ms grande de todos. Se
mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueos; l no explica, y adems qu iba
a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones, en el ms pesado,
pero tambin en el ms solcito, de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando a la
puerta de ese espacio donde l se mueve como pez en el agua. Slo alguna vez he logrado
penetrar furtivamente. La mayora de mis esfuerzos ms conscientes han terminado en penosos
fracasos. Fellini, Kurosawa y Buuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovsky. Antonioni
iba por ese camino, pero se mat, ahogado en su propio aburrimiento27 .

Un claro ejemplo de esto lo ejemplica con esta pelcula -que en las obras de y sobre Bergman
consultadas aparece con el nombre de Los comulgantes-, en un texto donde tambin se manifiesta la
influencia de su padre en el contenido de la obra:

26

Idem, p. 165 y 73.

27

Idem, p. 84.

Cuando estaba haciendo los preparativos para Los comulgantes viaj a principios de primavera
por la regin de Uppland viendo iglesias. Por lo general lo que haca era pedir la llave en casa del
sacristn y me pasaba unas horas sentado en la iglesia viendo como se mova la luz y pensando
cmo hacer el final de mi pelcula. Todo estaba escrito y planeado excepto el final.
Un domingo telefone a mi padre por la maana temprano y le pregunt si le apeteca venir
conmigo a dar una vuelta [...] Era un brumoso da de inicios de primavera, la nieve reflejaba una
luz intensa. Llegamos temprano a la pequea iglesia al norte de Uppsala. En los angostos bancos
ya haba cuatro personas esperando. El sacristn y el presidente del consejo parroquial cuchicheaban en el atrio. En el coro se mova ruidosamente la organista. El eco de las campanadas se
fue extinguiendo sobre la llanura y el pastor segua sin aparecer. Se hizo un largo silencio en el cielo
y en la tierra. Mi padre rebulla inquieto y rezongaba. Al cabo de unos minutos se oy el motor de
un coche que suba por la resbaladiza pendiente, un portazo y el jadeo del pastor avanzando por
el pasillo central. Cuando lleg al altar se di vuelta y pase sus enrojecidos ojos por la feligresa
[...] Estoy enfermo, dijo. Tengo casi treinta y ocho grados de fiebre, es una gripe. Buscaba
compasin en nuestras miradas. He telefoneado al prroco y me ha autorizado a hacer un servicio abreviado. Suprimiremos pues el servicio de altar y la comunin. Cantamos un salmo, hago el
sermn como pueda, cantamos otro salmo y se acab. Voy rpido a la sacrista a revestirme
[...].
Mi padre empez a incorporarse en el banco, estaba indignado. Tengo que hablar con ese
personaje. Djame pasar. Sali del banco y cojeando, bien apoyado en el bastn, se fue a la sacrista.
All hubo una breve y acalorada conversacin.
A los pocos minutos apareci el sacristn. Sonri con apuro y declar que habra servicio de altar
y de comunin. Un anciano colega iba a prestarle ayuda al pastor.
La organista y los escasos feligreses entonaron el salmo inicial. Al finalizar el segundo verso entr
mi padre revestido de alba y con el bastn. Al terminar la cancin volvi hacia nosotros y nos
habl con su voz, fra y tranquila: Santo, santo, santo es el Seor, Dios del Universo. Llenos estn
los cielos y la tierra de su gloria.
Por lo que a m respecta, en ese momento obtuve el final de Los comulgantes y la codificacin de
una regla que siempre haba seguido y siempre habra de seguir: Pase lo que pase, tienes que

decir tu misa. Es importante para los feligreses, es ms importante an para t. Si tambin es


importante para Dios, ya lo veremos. Si no hubiese otro dios que tu esperanza, tambin sera
importante para ese dios28 .

Pero otro mecanismo actuante en Bergman tambin es de fundamental importancia para la comprensin de su vida y de su obra: escribe que estaba conversando con Erland Josephson -uno de sus
actores constantes- sobre Juan Sebastin Bach: El maestro acababa de regresar de un viaje, durante su
ausencia haban muerto su esposa y dos de sus hijos. Escribi en su diario: Dios mo, no dejes que pierda
mi alegra. Desde que tengo uso de razn he vivido con eso que Bach llamaba su alegra. Me salv de
crisis y miserias y funcion con la misma fidelidad que mi corazn. A veces avasalladora y difcil de
manejar, pero jams hostil ni destructiva29 .
Respecto a la relacin del arte con ese mundo religioso que lo impregna, Bergman plantea algo
tambin importante: Haciendo caso omiso de mis propias creencias y dudas, que carecen de importancia
en este sentido, opino que el arte perdi su impulso creador bsico en el instante en que fue separado del
culto religioso. Se cort el cordn umbilical y ahora vive supropia vida estril, procreando y prostituyndose. En tiempos pasados el artista permaneca en la sombra, desconocido, y su obra era para gloria de
Dios. Viva y mora sin ser ms o menos importante que otros artesanos; valores eternos, inmortalidad
y obra maestra eran trminos inaplicables en su caso. La habilidad para crear era un don. En un mundo
semejante florecan la seguridad invulnerable y la humildad natural30 .
Respecto a su obra en general son interesantes algunos comentarios de uno de sus crticos, que en
general es bastante pobre y cuestionable en la mayor parte de sus observaciones:

Siempre que Bergman intenta explicitar un referente histrico en sus films, dicho referente acaba
siendo anulado por el peso de unas connotaciones ideolgicas que lo desbordan: la guerra concreta se convierte en guerra abstracta; la humillacin y el terror sobre individuos aislados, terror y

28

Idem, p. 288. Efectivamente, tal es el final de la pelcula, que termina con esas palabras dichas por Toms (el
protagonista).
29

Idem, p. 53.

30

Bergman, I. Cuatro obras, Editorial Sur, Buenos Aires, 1965, p. 21.

humillacin universales. De La vergenza (1968) a El huevo de la serpiente (1977), nada cambia en su visin. A propsito de esta ltima deca el autor que la pelcula debe leerse en el presente
-observacin justsima y un tanto obvia: toda obra debe leerse as-, para, a continuacin, aadir:
Desde hace veinte aos estoy convencido de que el ser humano es un producto deforme de la
naturaleza; si no cmo explicar lo que ocurre?.
El presente de Bergman al hablar del nazismo no es, como podra desprenderse de sus afirmaciones sobre la actualidad del film, el resurgir de los fascismos dentro del contexto de crisis en la
sociedad capitalista, sino algo mucho ms eterno y metafsico: la condicin humana en abstracto.
[...] Bergman pone de manifiesto uno de los mitos ms caros de la cultura burguesa: el carcter
universalmente asertivo de sus manifestaciones artsticas, sin diferencias de clase, sin antagonismos. La aquiescencia total. Es en los diferentes grados de conciencia crtica que el realizador
adopta frente a dicha mitologa burguesa -muy variada a lo largo de filmografa- donde encontramos la verdadera riqueza y complejidad de su obra31 .

Esto es cierto en gran medida: los antagonismos aparecen en su obra pero no son sociales ni de
clases. El mundo de sus pelculas es centralmente de sectores medios y altos -vase, slo como ejemplos,
Gritos y susurros (1971), Secretos de un matrimonio (1972) y Fanny y Alexander (1986)-pero es
perceptible una inocultable simpata por los personajes populares o de servidumbre, mucho ms sencillos
en sus elaboraciones filosficas, en sus preocupaciones hacia la vida y el mundo y en su capacidad de vivir
y de gozar, pero tambin ms sensibles y emotivos y, sobre todo, menos revestidos de la rigidez formal y
caracterolgica de esas clases altas. Es acaso casual que en Gritos y susurros el nico personaje capaz
de comunicarse con la hermana enferma y llorar ante su muerte sea la mucama que la atiende, o que en
Sonrisas de una noche de verano (1955) la alegra y la felicidad se observen slo en la pareja de
sirvientes campesinos?

3.- La pelcula

En todo lo anterior ya se vieron varios aspectos que permiten la mayor comprensin de esta
31

Compay, J. M., Bergman, ob.cit., p. 41 y 34.

pelcula (Luz de invierno o Los comulgantes). El mundo familiar de Bergman es evidentemente la matriz
de la problemtica religiosa de su obra, como tambin permite entender la profusa presencia de pastores
protestantes en la misma. Y no precisamente en roles agradables, felices y mostrndolos en facetas de una
vida en paz sino todo lo contrario: no slo en esta pelcula y en la triloga de la que es parte, sino en
prcticamente todos los films: recurdese la imagen rgida, represiva y despreciable del pastor que se
convierte en nuevo padre de los protagonistas en Fanny y Alexander, una de las ltimas y ms celebradas
pelculas de Bergman, que muere (para felicidad de todos) en un incendio no precisamernte casual.
En la pelcula que se comenta, una de las ms ascticas de toda su obra y parte de una triloga
sobre el tema (junto con Detrs de un vidrio oscuro y El silencio), la soledad y la duda religiosa alcanzan
niveles absolutos que se observan en todos los sentidos: ninguno de sus personajes tiene compaa (salvo
la familia de Jons, el que se suicida, pero la fra reaccin de su esposa al conocer la noticia hace pensar
que nunca fue una compaa real); la extrema soledad de las dos ceremonias religiosas, la primera con slo
ocho feligreses, y la final con ninguno; todas las escenas exteriores son de una frialdad extremada -y no
precisamente por el clima invernal sino como representacin flmica de la soledad- y sin personas; y, por
supuesto, la realidad del pastor Toms que cinco aos atrs perdi a su esposa, no puede amar a Marta,
con la que tiene un vnculo hace varios aos, y ahora ha perdido a Dios (recordemos que religin viene de
re-ligare, es decir de estar ligado), soledad que reconoce en una de sus primeras expresiones en la
pelcula: cuando uno de los feligreses e integrante de la iglesia le dice que se busque un ama de llaves para
que le haga las tareas, dice que no la necesita porque Lo he hecho solo por cinco aos.
Como ocurre en todas las pelculas de Bergman, los dilogos son parte sustancial de la explicitacin
de sus problemticas (acompaados por sus imgenes, representaciones estticas de ellos, y los
simbolismos). En esta pelcula son claros y casi nicos exponentes de la misma, evidenciando progresiva
y constantemente la angustia de Toms (sin necesidad de apelar a su enfermedad fsica, una gripe, como
simbolismo). Algunos de ellos son muy expresivos.
Uno de los primeros de ellos es con Jons, que viene a verlo por exigencia de su esposa, preocupada por el temor que l tiene a la amenaza china. En una breve conversacin inicial Toms le dice:
Todos tenemos el mismo miedo. Debemos confiar en Dios y vivir nuestra vida. Me siento tan desvalido.
No s que decir. Debemos seguir viviendo32 . Jons slo le responde con una pregunta que lo sorprende
32

Los dilogos se tomaron de la transmisin de la pelcula por Canal 11 de Mxico.

y no contesta: Por qu vive Usted?


La presentacin del problema aparece cuando Marta, su amante, le pregunta qu le pasa, a lo que
responde claramente, reconociendo que el drama de Jons le mueve muchas cosas: Es el silencio de
Dios. Cuando vinieron (Jons y su esposa) dije muchas tonteras. Contra lo de Dios. Marta entiende el
problema y le responde tan breve como categricamente: Debes aprender a amar. Lo entiende no slo
por conocerlo sino por el rechazo a su cario y a su deseo de casarse con l. En una carta que le escribe
-que en la pelcula lee en un largo primer plano que es un modelo de belleza cinematogrfica-, le dice entre
muchas otras cosas: Habamos vivido juntos dos aos. Era un pequeo capital dentro de nuestra pobreza. [...] Toms, nunca he credo en tu fe, nunca me he atormentado por ninguna obsesin religiosa. Crec
con cariosa felicidad y ternura en una familia no cristiana. Dios y Cristo no existen, excepto como vagos
conceptos. Tu fe era oscura y neurtica, emocionalmente cruel y primitiva... La vida es un problema tal
como est. Quiero decir, sin causas sobrenaturales.
La clsica duda y contradiccin bergmaniana aqu aparecen ntidas: Toms es sacerdote pero ya
no cree, y Marta se proclama atea pero, necesitando creer, ora por un eczema que la atorment y del que
se cur y ante el rechazo de Toms le escribe que Me he sentido tan mal que hasta he pensado en orar de
nuevo. Pero an me queda un poco de autoestima... Slo deseo una cosa: vivir para alguien. Y es difcil.
Uno de los dilogos centrales es cuando llega Jons y Toms ms que escucharlo le cuenta su
problema. Es evidente que Toms lo necesita (Tiene que venir!, dice asustado ante su tardanza)

Tena grandes sueos cuando era joven. Era ambicioso, no conoca la maldad ni la crueldad. Era
como un nio cuando me orden. De pronto todo ocurri muy rpido: me hicieron capelln de los
marineros en Lisboa. Durante la Guerra Civil Espaola me rehusaba ver la realidad. Mi Dios y yo
vivamos en un mundo especial donde todo encajaba.(Se entristece) Vers, no soy un buen sacerdote. He credo en un Dios absurdo y privado que amaba a todos, pero especialmente a m.
Comprendes mi amor? Comprendes que padre tan egosta, temeroso y ptrido he sido? Puedes imaginar mis oraciones a un Dios que daba respuestas benevolentes y bendiciones reconfortantes slo a m? Cuando confrontaba a Dios con la realidad vea que se converta en un Dios
terrible y espantoso. Un Dios araa, un monstruo...
Si Dios no existe que importa? La vida tiene una explicacin. Es un alivio.

La muerte es slo extincin, una desintegracin del cuerpo y del alma. La crueldad, soledad y
temor de la gente se aclaran. El sufrimiento inexplicable no necesita explicacin.
No existe un creador, ningn protector.

Jons se va en silencio (al rato llega la noticia de su suicidio Cmo no hacerlo con apoyo semejante?). Toms se queda solo, mirando fijo, y dice Dios por qu me has olvidado? Ahora soy libre, por
fin libre. Tena una leve esperanza de que no fuera todo imaginacin, sueos, mentiras.
En casa de Marta un alumno de ella reitera la no necesidad de Dios: No se va a confirmar. El
hermano lo hizo pero est enfermo. Tiene un dilogo con Marta muy agresivo, con una gran dureza
(incapacidad de sentir? intencional para quitarle toda esperanza?): No me dejar aturdir por trivialidades
tan idiotas [las depresiones, perodos, etc. de Marta]. Cuando mi esposa muri, mor yo. No me importa
lo que pase conmigo, o si la vida contina o no.
Rechaza que Marta lo acompae a la misa en Frotnats, pero -en otra contradiccin muy reveladora de su situacin-, al llegar a la puerta regresa para invitarla a ir.
Otro de los dilogos centrales es con el sacristn (de cuerpo jorobado) antes de esa misa, quin
le plantea sus conclusiones de la lectura del Evangelio y respecto a la muerte de Cristo, mientras Toms a
travs de sus gestos y miradas se reconoce en esas palabras: Nos extendemos mucho en lo de la tortura,
pero no debi ser tanta. S que suena presuntuoso, pero desde mi punto de vista creo que yo he sufrido
fsicamente tanto como Cristo. Adems, su agona fue bastante corta: cuatro horas ms o menos.
Pero hace nfasis en que debe haber sido mayor el sufrimiento emocional por no ser entendido y por el
abandono de sus discpulos

...Y se qued solo. Entonces s debi haber sufrido. Saber que nadie te comprende y que te
abandonan cuando ms los necesitas. Es un terrible sufrimiento.
Pero eso no fue lo peor. Cuando lo colgaron y crucificaron, en total agona grit: Dios mo, Dios
mo, por qu me has abandonado?, tan fuerte como pudo. Pens que su padre en el cielo lo
haba abandonado. Pens que todas sus enseanzas eran mentiras. Lo golpe una terrible duda
justo antes de morir. Seguramente fue ah cuando ms sufri. Quiero decir, el silencio de Dios.

En la iglesia vaca el organista, que participa slo por trabajo de la misma manera que lo hace en
otros lugares, comprende la situacin y a Marta le dice que Toms es el responsable de que no haya gente:
Toms conoce tanto a la naturaleza humana como mis zapatos. Por tu propio bien, vete. No hay ms que
desintegracin y muerte en este agujero.
Pese a la soledad total en la iglesia, donde slo est Marta -el sacristn se lo indica a Toms con
una frase altamente significativa: Slo est la seorita Lundberg sentada. Bien, dir sola-, la misa se
realiza y la pelcula concluye con las palabras de Toms: Santo, Santo, Santo es el Dios Todopoderoso.
Toda la tierra est llena de su gloria.
Las observaciones de un crtico de Bergman son tiles para terminar este comentario, pero slo
como base, y en forma de interrogante, sobre esta pelcula y para comenzar la discusin respecto a una
obra donde surgen al desnudo los dilemas de uno de los ms grandes artistas cinematogrficos del siglo:

En Luz de invierno el acento est puesto sin duda, en la religin. La tragedia de un pastor que ya
no puede guiar a su grey porque su propia fe ha titubeado, y ha titubeado fundamentalmente en
funcin de una confusin en su propia vida causada por su devocin sin esperanzas y necrofilial
por su esposa muerta. Tampoco es accidental que esta devocin lo torne incapaz de ofrecer algn
tipo de respuesta significativa al afecto que le ofrece a su amante. Sin embargo, cuando todo ha
sido dicho y hecho y sufrido, Toms llega a la intuicin de que la contribucin positiva que puede
hacer es su s a Dios, inequvoco, aunque dominado por el miedo. El hombre no tiene ningn
contacto significativo con Dios, deca en El sptimo sello; el hombre carece de amor, deca
Fresas silvestres; debido a a su falta de amor el hombre establece contactos con poderes ocultos, deca El mago; el ms oscuro de estos poderes surge del interior mismo del hombre y
desemboca en una estril tragedia narcisista, deca A travs de un vidrio oscuro; el hombre debe
romper este crculo oscuro y slo lo puede hacer mediante alguna afirmacin drstica de Dios,
dice Luz de invierno. Qu esta buscando Toms? El mismo proporciona la respuesta, no muy
edificante: paz para su alma en la atiborrada pequea dimensin de esa alma; y certidumbre para
su mente dentro del mbito insignificante de esa mentalidad humana33
33

Gibson, Arthur, El Silencio de Dios. Una respuesta creativa a los filmes de Ingmar Bergman, Ediciones Megalpolis,
Buenos Aires, p. 95.

MIEDO E INSEGURIDAD COMO ANALIZADORES


DE NUESTRO MALESTAR EN LA CULTURA *

Inseguridad y miedo siempre han existido, aumentaron notoriamente en los ltimos tiempos, y en
aos recientes adquirieron tal relieve que se convirtieron en una de las problemticas ms acuciantes de
nuestro presente e incluso en la ms importante segn gran cantidad de estudios y encuestas (conjuntamente con el desempleo, lo que da idea de su magnitud).
Es sabido que el miedo1 siempre ha existido, es constitutivo de la especie humana y por tanto
nunca desaparecer: por el contrario, hay mltiples razones para pensar que dados los actuales procesos
histricos se intensificar, tal como viene ocurriendo hace tiempo donde los niveles de inseguridad aspecto ntimamente vinculado a l- han aumentado, y lo siguen haciendo tal como fue sealado en el
inicio. Es as que el miedo, la ansiedad, la incertidumbre, son el estado de nimo predominante de nuestro
tiempo, aunque quien lo escribe entiende que mientras los temores de ayer, hace mil aos, nacan de las
calamidades y la impotencia del conocimiento, los miedos de hoy, en cambio, son los del capitalismo
tardo, de la alta modernidad, de una civilizacin dominada por el conocimiento y la comunicacin. Se
trata entonces de incertidumbres nuevas, de mayor alcance y ms profundas que vivimos en un mundo
cada vez ms construdo, artificial, cada vez ms rico en conocimientos pero tambin, desde cierto punto
de vista, cada vez ms opaco e incomprensible donde, paradojalmente, el conocimiento nos ha vuelto
ms inseguros, no menos2 .
Lo conocido del problema hace innecesaria una exhaustiva enumeracin de los mltiples aspectos
que los provocan. A los clsicos se han agregado otros tampoco nuevos pero s realzados por las caractersticas de la modernidad y la posmodernidad, el desarrollo tecnolgico, las condiciones polticas y
econmicas del mundo, y el incremento de una violencia fomentada por lo ltimo que tiene a partir del 11
* El presente trabajo se public en el N 24 de la revista Subjetividad y Cultura, Mxico, 2006, y es un amplio desarrollo
de La inseguridad de y en nuestra cultura, publicado en el Anuario de Investigacin 1999, Departamento Educacin
y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 2000, volumen II.
1

Aqu no se indica, por reiterada y conocida, la clsica diferencia que Freud establece tericamente entre miedo y
angustia.
2

Brnner, Jos Joaqun, Globalizacin cultural y posmodernidad, Fondo de Cultura Econmica, Santiago de Chile,
1998, p. 35, 38, 39, 40.

de septiembre del 2001 un alcance cuantitativo y cualitativo superior. La idea general es que hoy nada es
seguro y todo puede ser riesgoso, incluyendo simples viajes en transportes colectivos -sobre todo luego
de los atentados en los metros de Madrid y Londres, aunque con antecedentes menos significativos-,
posibilidad de ataques qumicos, etc., que se suman al riesgo de robos, asaltos y secuestros. Todo esto a
su vez provoca una infinidad de respuestas que, tomndose slo como ejemplos, hace que en muchos
lugares del mundo uno pueda sentirse inseguro y con miedo por el color de su piel o tipo de vestimenta,
por ser mujer en lugares (Ciudad Jurez, pases centroamericanos) donde se han cometido muchos asesinatos feminicidas, en lugares tursticos luego de Charm el Sheik, por estar en un restaurante o un mercado
donde explota una bomba, o por ser confundido con un terrorista por polcias con rdenes de tirar a
matar como ocurri con el estudiante brasileo en Londres.
Siempre ha existido confusin respecto a cules son los lmites entre el miedo real y el riesgo de
actitudes paranoicas, y esto tambin hoy se ha incrementado, al punto de ser ms vlido que nunca lo
sealado por Lasch hace varias dcadas de que la gente ya no suea con superar las dificultades, sino
pura y simplemente con sobrevivir a ellas, y que todo el mundo vive hoy en un mundo riesgoso, del cual
existe escasa escapatoria3 . Ms categrico an, uno de los principales estudiosos del tema habla de la
sociedad de riesgo global, a la que ve (antes del 11-S) como una donde los denominados peligros
globales hacen que se resquebrajen los pilares del tradicional sistema de seguridad. Los daos pierden su
delimitacin espacio-temporal para convertirse en globales y permanentes4 .
Todo lo indicado hace importante recordar, pero tambin reflexionar sobre las caractersticas
actuales, de algunos sealamientos clsicos del psicoanlisis. En primer y fundamental lugar que toda
cultura -se subraya toda para indicar que no hay excepciones, aunque s fomas y niveles muy diferenteslimita la satisfaccin de deseos de todo ser humano siendo inevitablemente represiva en ese sentido, por lo
que inevitablemente se produce una oposicin entre cultura y cumplimiento de los deseos pulsionales
(sexuales y agresivos). Pero, dice Freud, a cambio le ofrece respuesta a sus sufrimientos que le amenazan
desde tres lados, desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolucin, no puede prescindir
del dolor y la angustia como seales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre
nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vnculos con otros seres
3

Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrs Bello, Santiago de Chile, 1999, p. 73 y 94.

Beck, Ulrich, Qu es la globalizacin?, Paids, Barcelona, 1998, p. 70.

humanos [...] No es asombroso, entonces, que bajo la presin de estas posibilidades de sufrimiento los
seres humanos suelan atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transform, bajo el influjo del mundo exterior, en el principio de realidad, ms modesto; no es asombroso que
se consideren dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron indemnes del sufrimiento, ni tampoco que
dondequiera, universalmente, la tarea de evitar este relegue a un segundo plano la de la ganancia de placer
[...] Una satisfaccin irrestricta de todas las necesidades quiere ser admitida como la regla de vida ms
tentadora, pero ello significa anteponer el goce a la precaucon, lo cual tras breve ejercicio recibe su
castigo5 .
Y ms adelante sostiene que puesto que la cultura impone tantos sacrificios no slo a la sexualidad, sino a la inclinacin agresiva del ser humano, comprendemos mejor que los hombres difcilmente se
sientan dichosos dentro de ella. De hecho, al hombre primitivo las cosas le iban mejor, pues no conoca
limitacin alguna de lo pulsional. Pero a rengln seguido destaca algo central: En compensacin, era
nfima su seguridad de gozar mucho tiempo de semejante dicha. El hombre culto ha cambiado un trozo
de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad6 .
Y aqu est el meollo del problema: la cultura -que en la acepcin freudiana designa toda la suma
de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven
a dos fines: la proteccin del ser humano frente a la naturaleza y la regulacin de los vnculos recprocos
entre los hombres7 -, tendra las funciones que all se indican: dar proteccin y seguridad al hombre,
aspectos que se privilegian pese a las prdidas ya mencionadas. Aunque, y es necesario precisarlo, no se
trata de una eleccin que toma cada sujeto, sino que este se convierte en tal al nacer dentro de una cultura
(con las limitaciones de herencia que aquella le ha producido luego de milenios o ms tiempo) sin lo cual
sera un animal ms.
Pero, y aqu se centra el eje de este trabajo, qu ocurre cuando esas funciones de la cultura
no se cumplen de manera suficiente y, como ocurre actualmente, la sensacin y realidad de miedo e
inseguridad agobian a los sujetos? Qu ocurre con el principio de realidad que por eso prima
sobre el principio de placer: es un fracaso de la cultura en general, o de formas particulares de
5

Freud, Sigmund, El malestar en la cultura (1929), en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, t. XXI, p. 76-77.

Idem, p. 111-112 (cursivas mas).

Idem, p. 88.

cultura?
Las respuestas a estos interrogantes implican aspectos complejos, pero tambin situaciones que
hay que diferenciar. Porque los niveles presentes de miedo e inseguridad ataen sobre todo slo a dos de
los tres peligros que sealaba Freud: en efecto, aunque es cierto que para nada han desaparecido los que
afectan a nuestro organismo (enfermedades, etc) ni los que surgen de la naturaleza (algunos nuevos precisamente por el uso de algunos desarrollos tecnolgicos: capa de ozono, contaminacin, sobrecalentamiento
del planeta, radiacin, etc), el avance que se ha tenido sobre ellos es muy alto, incluso impensable hace
pocos siglos8 . Por lo que el actual incremento de inseguridad afecta esencialmente al tercero: las
relaciones entre los seres humanos.
Y si bien existe una coincidencia prcticamente unnime en el reconocimiento de esta realidad, no
ocurre lo mismo acerca de sus causas, sobre todo por parte de los defensores del actual modelo hegemnico, que consideran a ste como punto culminante de la historia, no negando aspectos que deben corregirse pero dentro del mismo, es decir dentro de los parmetros de la actual economa de mercado
convertida en una especie de verdad teolgica.
Por el contrario, en este trabajo se plantea que el actual modelo neoliberal hegemnico
intensifica los niveles de miedo, inseguridad y violencia, y que las actuales magnitudes de stas son
consecuencias inevitables de mismo -algo similar existe con la modernidad y posmodernidad- aunque
no fueran sus intenciones ni figuren en sus propuestas9 . No es este el lugar para una descripcin general
del modelo neoliberal, salvo recordar como convierte al mercado en el centro absoluto del funcionamiento
de todos los mbitos, por lo que ve como naturales y necesarios para el mantenimiento y el triunfo los
incrementos de competencia y de rendimiento para los aumentos de ganancias, la desregularizacin de
todas las normas que lo impidan, y el adelgazamiento de los Estados para favorecer la privatizacin de
bienes y servicios que antes muchas veces eran estatales o, en algunos casos, de organizaciones sindicales.
De esta manera el mundo se convierte en una constante lucha de todos los que buscan como mnimo
sobrevivir y como mximo vencer a otros, en lugar de un campo de bsqueda de objetivos colectivos y de
solidaridad mutua. Por esto es que se lo considera una forma de darwinismo social, que efectivamente lo
es de acuerdo a la definicin de ste, aunque los propugnadores del modelo neoliberal no acepten, al

Pero no hay que olvidar que la fuerza y aumento cuantitativo de huracanes, tsunamis, etc. que se han producido en los
ltimos tiempos, indica un peligro creciente.

menos manifiestamente, algunas de sus consecuencias: El darwinismo social es una variante particular y
bastante influyente de la doctrina del progreso inevitable. Su argumento clave ha sido esencialmente que el
progreso es el resultado de la lucha social en que la competencia triunfa, y que interferir con esa lucha
social es interferir con el progreso social [...] El discurso del darwinismo social califica de irracional y/o
irrealista cualquier concepcin asociada con los perdedores en el proceso evolutivo de la supervivencia
del ms apto. Esa condena categrica a menudo ha alcanzado a todos los valores de los grupos que no
tienen posiciones sociales poderosas, as como a los proyectos alternativos que no compartan la creencia
en la vinculacin inevitable entre industrializacin, modernizacin y occidentalizacin.
Y contina: La racionalidad tecnocrtica, que se presenta como la versin ms avanzada del
racionalismo moderno, ha sido en muchos sentidos un avatar del darwinismo social. Tambin ella niega
legitimidad a cualquier concepto que no encaje el un modelo de racionalidad de medios y fines, as como
a cualquier institucin que no tenga una utilidad funcional inmediata. El marco que ubica a los individuos
principalmente dentro de estados ha tendido a tratar a los actores que no encajan en ese marco como
vestigios de pocas premodernas destinados a ser eventualmente eliminados por el avance del progreso.
Han calificado de anticientfico cualquier tratamiento serio de los innumerables conceptos, valores, creencias, normas e instituciones ubicados en esa categora. En muchos casos han llegado a olvidar la existencia
misma de esas visiones alternativas del mundo y de sus portadores, suprimindolos de la memoria colectiva de las sociedades modernas10 .
Tampoco es este el lugar para reiterar lo ya suficientemente demostrado -incluso por las fras
estadsticas de sus defensores- sobre las consecuencias de la implementacin de este modelo, sobre todo
el aumento de la brecha entre naciones y entre sectores de estos, la desaparicin de numerosos beneficios
sociales y de seguridad laboral antes existentes, el incremento del desempleo, la disminucin de salarios
(en particular en pases del mundo subdesarrollado) con la consecuente disminucin del poder adquisitivo
de los sectores populares, etc. A todo esto, que podra definirse como parte del terreno objetivo, se
suman sus consecuencias subjetivas, que ya fueron estudiadas en trabajos anteriores11 y que pueden
9

Ocurre como con la histeria en pocas de la moral victoriana: era el cuadro psicopatolgico dominante al promover
tendencias originadas por la represin de la tica vigente en ese perodo, pero de manera alguna era su objetivo. Lo
mismo hoy con las depresiones.
10

11

Wallerstein, Immanuel (coord.), Abrir las ciencias sociales, Siglo XXI, Mxico, 1996, p. 93.

El tema ha sido (y es) escasamente trabajado por el campo psi, y algunas de sus excepciones son el libro de Rojas,
M.C. y Sternbach, S, Entre dos siglos. Una lectura psicoanaltica de la posmodernidad, Lugar Editorial, Buenos Aires,

verse desde dos mbitos obviamente vinculados: por un lado los efectos directos del modelo sobre el
psiquismo, y por otro -como no puede dejar de producirse, salvo al precio de no poder sobrevivir como
tal- por el hecho de que toda cultura construye un modelo de sujeto que internaliza las normas, conductas,
etc. que aquella promueve. Ambos aspectos pueden verse en los textos ya citados, pero para este trabajo
es importante recordar el incremento actual del individualismo (para otros, como Lash, narcisismo)12 ,
de fundamental importancia para nuestro tema.
Veamos entonces, primero, los campos del miedo y la inseguridad, para estudiar brevemente
despus el de la violencia y sus causas, pero con el objetivo de comprender el por qu del incremento de
ambas en nuestros tiempos como parte del malestar en nuestra cultura.
Neoliberalismo y violencia

Ya se dijo que siempre existieron importantes grados de miedo y de inseguridad, pero esto no
debe ser utilizado como justificacin de la situacin presente ni para negar que las caractersticas actuales son en gran parte diferentes en condiciones y causas13 . En un prrafo precedente se indic como
hoy se han superado mltiples aspectos de la inseguridad anterior (sobre todo respecto a enfermedades y
males naturales) aunque han surgido otros derivados del desarrollo cultural, o sea de la accin del hombre
sobre la naturaleza, lo que indica que la cultura que, segn Freud, produce seguridad, tambin es o
puede ser productora de lo contrario. Pero -aunque los ecologistas con razn piensan distinto- si bien
estos riesgos alarman (sobre todo a los concientes del problema), los que hoy preocupan fundamentalmente a las grandes mayoras son los que surgen de las actuales formas econmicas, polticas y sociales,
sobre todo de las vigentes en las ltimas dcadas.
Para hacer una comparacin recordemos que los niveles de miedo e inseguridad han sido altos
luego de la ltima guerra mundial, sobre todo al conocerse la potencialidad destructiva de las armas
nucleares y la amenaza blica permanente que existi durante la llamada guerra fra. Peligro real, pero de
alguna manera (relativa) compensado por la existencia, al nivel de la seguridad cotidiana y de la vida
1984; y Galende, E. De un horizonte incierto. Psicoanlisis y Salud Mental en la sociedad actual, Paids, Buenos
Aires, 1997; y mi libro La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004. Fuera del
campo psicolgico y psicoanaltico hay muy importantes observaciones, ms all de las posturas del autor, en Lasch,
ob.cit.; Lipovetsky, G., La era del vaco. Ensayos sobre el individualismo contemporneo, Anagrama, Barcelona, 3 ed.
1988; etc.
12

Lasch, ob.cit.

corriente, por las polticas dominantes del conocido como Estado de Bienestar impulsado por los criterios keynesianos en boga: exista el peligro potencial, pero tambin importantes niveles de seguridad (por
supuesto que no completos) que surgan de leyes laborales ms o menos protectoras, diversos beneficios
sociales, ndices de violencia comn tolerables (hoy envidiables), etc. Aunque en nuestra Latinoamrica
todo ello tena la marca y el retraso del subdesarrollo, a su vez estaba compensado por las peores condiciones del pasado y por la existencia de diversos regmenes de signo populista.
Siempre en nuestro continente, es a partir de la dcada de los 70 cuando comienzan a producirse
cambios significativos: primero las dictaduras militares (Brasil comenz antes, en 1964) que instauran un
verdadero sistema de terror hoy muy demostrado y comprobado, y luego -primero dbilmente por esas
dictaduras, Chile en particular, y en los 80 con mucha fuerza por regmenes surgidos de elecciones- el
modelo neoliberal de economa de mercado, que se apoya en la derrota tanto de los proyectos anteriores
de cambios radicales como en la debilidad consiguiente de los sectores que los impulsaron.
Es frente a tal terror generalizado -represivo y econmico, vinculados entre s- que actualmente se vive un clima de inseguridad tambin generalizado.
Es cierto que ya no existen sistemas represivos del tipo de los anteriores, pero las cicatrices
permanecen y se ve a las instituciones gubernamentales con temor. Pero en su lugar ha surgido otro tipo de
poder, el econmico, con alcances que superan a los nacionales y con una imagen de omnipotencia y de
impunidad absolutas.
No es este poder en s el que produce la indicada inseguridad, sino sus implementaciones en todos
los terrenos de la vida social, poltica y econmica: las ya indicadas leyes laborales con beneficios cada vez
ms reducidos, entre ellas la seguridad del empleo, con el consiguiente y real peligro del desempleo en un
13

Algo notoriamente distinto al de las clsicas y psicologistas lecturas tradicionales, sean stas las del campo psicoanaltico institucional ortodoxo o las (pos)modernistas lacanianas actuales. Un claro ejemplo de esto ltimo es el ensayo
La inseguridad nuestra de cada da (Ana Mara Gmez, columna en el sitio web elSigma, Buenos Aires). Parte de
considerar que al estar la palabra inseguridad en boca de todos termina por decir nada o decir tan poco que no da
cuenta de un fenmeno verdaderamente grave y acuciante. Para la autora los seres humanos no somos seres de la
seguridad sino, por lo contrario, el hecho mismo de estar constitudos por la pulsin, nos torna total e irreversiblemente
inseguros con relacin a una falta de garantas totales en la batalla entablada entre pulsiones de vida y pulsiones de
muerte. Llmese si se quiere la falta en ser, o nuestra condicin de mortales, vulnerables, inconclusos y finitos. Por
supuesto ante ello, aunque se reconocen aspectos de la inseguridad actual para qu buscar causas sociales, polticas
y econmicas si se trata de un problema estructural? Mxime cuando la autora pretende ironizar diciendo que la
violencia que vivimos se ha querido por el decir de alguien, generada por la violencia de los de arriba que condiciona a
los de abajo. Cmo y qu es esa biparticin de los seres, en los de arriba y los de abajo? De qu discriminacin
estrafalaria se trata? Hay en nuestro medio algn Monte Olimpo donde residen los de arriba y algn Averno donde
residen los de abajo?. Crase o no, existen niveles conceptuales de este tipo que se escriben, se publican, y se leen!

mundo con cada vez ms altos ndices de ste; la privatizacin acelerada de servicios de salud con sus
consecuencias; la fuerza cada vez menor de las organizaciones obreras, que antes eran un cierto contrapeso al poder de las clases dominantes; la tensin constante ante una realidad que presenta riesgos econmicos diarios, donde muchas veces no se sabe que ocurrir maana y los gobernantes slo ofrecen la
perspectiva de un futuro mejor en el que pocos creen, etc.14 . Se vive as, en general, una situacin de
debilidad y de indefensin muy grandes, que han hecho llegar a niveles muy altos la inseguridad en
todos los sentidos y terrenos, frente a poderes que no se controlan pero que s controlan (o as se
siente en el imaginario colectivo) todas las facetas de la vida. As la violencia fsica -asaltos, robos,
etc- slo es una forma de otra violencia mucho ms general y a veces no visible pero efectiva, de la
cual sta no es ms que su ms evidente manifestacin.
Esto desde la perspectiva de la mayora absoluta de la poblacin, porque desde la dominante, de
una manera unilateral se la centra en los niveles de violencia que asolan a prcticamente todos los estratos
de la poblacin, sobre todo en las grandes urbes, pero negando o desvalorizando las otras partes indicadas
De esta manera el miedo es actualmente una de las facetas ms evidentes de la psico(pato)loga
de nuestro tiempo. Y, como ocurre en estas situaciones, si muchas veces responde a causas objetivas y
reales, en otras es producto de temores ante peligros no tan reales o exagerados en aspectos concretos
pero no por ello menos reales en el imaginario individual y colectivo. En este sentido son muy expresivos los contenidos de un alto porcentaje de preocupaciones de la gente, de sus conversaciones y conductas, etc., lo mismo que las temticas de los medios masivos de difusin. Miedo que produce situaciones de angustia -incluso crnica- y de modificaciones serias de formas de vida y de hbitos de conducta:
cerramiento de calles, auge de policas privados, restricciones de salidas al mbito pblico, comportamientos que pueden ser vistos como paranoicos15 , etc.
As puede verse que est situacin est cambiando notoriamente los parmetros y formas
de convivencia social. Parmetros porque, de hecho, hace tiempo que estn en desarrollo nuevos
14

Sobre esto vase el libro de Forrester, V., El horror econmico, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 10
reimpresin,1997. La autora ofrece un vvido panorama de las consecuencias del real o potencial desempleo en el mundo
europeo, con las consecuencias subjetivas que esto produce: temor a sufrirlo, individualismo frente a tendencias
cooperativas sindicales, etc.
15

Se escribe pueden ser vistos... porque, como como conocen bien quienes vivieron en situaciones muy represivas,
en estos casos, tal como se indic antes, muchas veces es muy difcil diferenciar la persecucin real de la imaginada.

valores, y formas de convivencia social por las consecuencias que esto implica, sea en actitudes, en
formas de defensa y proteccin, y en los imaginarios colectivos que se estn creando sobre todo ello.
Es en este contexto que debe verse el tan famoso y debatido incremento de los niveles de violencia de nuestra poca. Y para analizarlo brevemente es til partir de una noticia y un comentario aparecidos
en un peridico de la ciudad de Mxico a fines de 1998. La noticia informa de declaraciones del entonces
secretario de Gobernacin, siendo todo un diagnstico de la situacin actual del problema y la versin
oficial sobre sus causas: Debemos reconocer, hablando con objetividad, que en esta materia tenemos an
un grave problema, porque el crimen y la impunidad crecieron rpidamente en los ltimos aos, debido,
entre otras razones, al incremento de las actividades del narcotrfico, al rezago extraordinario de la tecnologa y el sistema de comunicacin integral y de una estructura de investigacin e inteligencia coordinada.
Hemos vivido la consecuencia de reformas insuficientes que derivaron en leyes permisivas, bajo presupuesto asignado a la procuracin de justicia, y ello permiti que existiera la corrupcin y se ampliaran los
mrgenes de impunidad16
Y en la misma pgina un comentario que extiende la informacin, pero ofrece una perspectiva muy
distinta: Los datos de la violencia y la delincuencia no han hecho otra cosa, entonces, que acompaar las
tendencias descritas [aumento de la pobreza, reduccin de ingresos, etc]: entre 1993 y 1996 la criminalidad denunciada aument en 33 por ciento anualmente, aunque desde 1930 slo lo haca a razn de 3 por
ciento anual, segn Rafael Ruiz Harrel. Entonces cobran toda su fuerza los datos complementarios sobre
imparticin de justicia: dos de cada tres delitos no son denunciados, pero de cada cien delitos que se
denunciaron, solamente tres terminaron, en 1996, con la captura del presunto responsable y su presentacin ante un juez penal. Corolario: si una jornada completa de trabajo en seis de cada diez mexicanos no
da ms que para mantenerse en pobreza profunda; si el desempleo es cuatro veces ms agudo entre la
juventud que entre adultos; si el sistema de procuracin de justicia no captura ms que a uno de cada cien
delincuentes, lo sorprendente, como dice Boltvinik, es que tantos jvenes sigan buscando trabajo y que
ste se mantenga todava como un valor positivo17 .
Versiones muy contrastantes que hacen necesario recuperar las investigaciones en torno a las

16

Labastida, F., declaraciones al trmino de la Sexta Conferencia Nacional de Procuracin de Justicia, La Jornada,
Mxico, 15 de noviembre 1998, p. 45.
17

Zermeo, S., 68 somos todos?, diario La Jornada, Mxico, 15 noviembre 1998, p. 45.

causas productoras de la violencia que no es posible desarrollar aqu18 , una de las cuales es la planteada
por el ltimo autor citado (aunque no la limita a ella): la relacin que se establece entre aumento de pobreza
y malas condiciones econmicas con el incremento de la violencia, postura importante pero que no alcanza para comprender el problema, por lo que tambin hay que buscar otras.
Se sabe que toda la historia humana est profundamente marcada por la violencia, pero esto no ha
desaparecido con el que Elas nombra proceso civilizatorio19 sino ha tomado otros caminos, sin desechar los brutales de antao (invasiones a pases, etc.), pero en muchos casos cambindolos por otros
ms sutiles, aunque lo que ocurre actualmente muestra que cada vez menos.
Y lo escrito en otro lugar respecto a la polmica sobre si los medios de difusin son causa de la
violencia, vale tambin para este trabajo20 . En este contexto, la violencia de las programaciones de los
medios tienen otra significacin. Si ya en pocas no muy anteriores su utilizacin en series, caricaturas,
noticieros y telenovelas tena un fondo moral que mostraba el triunfo constante de los buenos sobre los
malos, pero tambin que para esto no importaba mucho la violacin de las leyes por parte de los
primeros (el caso de Los intocables fue un ejemplo paradigmtico), desde hace un tiempo esto se mantiene pero tambin buscando mostrar que la vida y la sobreviviencia es una constante lucha donde slo
triunfan quienes se adaptan a las nuevas reglas (escritas y no escritas), vida y sobrevivencia que, como en
el mercado, merecen la utilizacin de todas las armas posibles y una cantidad de escrpulos cada vez
menor. Acaso puede verse un mejor ejemplo que la super-televisada Guerra del Golfo Prsico y las
invasiones a Afganistn e Irak, donde las justificaciones para encararla eran mnimas, mxime para un pas
que nunca se caracteriz por la defensa de las libertades y formas democrticas de quienes eran sus
aliados, y donde se defendan intereses distintos a los proclamados as como se mostraba la fuerza de que
se dispona, buscndose asimismo una neutralizacin emocional frente a los fenmenos de devastacin,
destruccin y degradacin que en la sociedad posindustrial acompaan normalmente el proceso de desa-

18

Una sntesis de algunas de ellas pueden verse en otro trabajo: Guinsberg, E., Televisin y violencia, en Kurnitzky,
H., Globalizacin de la violencia, Colibr, Mxico, 2000. Una versin ms amplia y con anlisis crtico en el captulo 8 del
libro de Martn-Bar, Ignacio, Accin e ideologa. Psicologa social desde Centroamrica, UCA Editores, San Salvador, 1988, cap. 8.
19

Elias, Norbert, El proceso de la civilizacin. Investigaciones sociogenticas y psicogenticas, Fondo de Cultura


Econmica, Mxico, 1989.
20

Guinsberg, E., Televisin y violencia, ob.cit.

rrollo econmico y nuestro concepto de poder civilizatorio, y han acompaado tambin a esta guerra?21 .
De esta manera, conciente e inconcientemente, se va educando no slo a nios sino tambin a
adolescentes y a adultos para la nueva realidad que se est creando, es decir mostrar las acciones
violentas como la solucin comn y ms sencilla de los problemas que se producen entre las personas22 .
Aqu vale recordar el sentido de estos aprendizajes que, como escribe Kunczik, implica el concepto de
socializacin referido a un proceso que dura toda la vida y que generalmente se produce bajo la forma del
aprendizaje del modelo, en cuyo transcurso un individuo hace suyos los valores, normas, hbitos y
criterios vlidos en una sociedad y que le permitirn convertirse en un miembro de pleno derecho de la
misma23 .
Y aqu debe agregarse otro ingrediente: porque ser miembro pleno significa, como plantea
Galeano, embarcarnos en el crucero de la modernizacin, para lo cual la publicidad no estimula la
demanda sino la violencia al mostrar que quien no tiene, no es. De esta manera, contina, la tele ofrece
el servicio completo: no slo ensea a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas, sino que
adems, brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia, que los videojuegos complementan. El crimen es el espectculo de la pantalla chica. Golpea antes de que te golpeen, aconsejan los maestros
electrnicos de nios y jvenes. Ests solo, slo cuentas contigo. Coches que vuelan, gente que estalla: t
tambin puedes matar24 .
Al respecto B. Singer refirma una conocida preocupacin de mltiples estudiosos de las ciencias
sociales que sealan que los medios construyen la realidad, al decir que vivimos en una sociedad
compleja donde la mayor parte de nuestra experiencia sobre el medio ambiente no nos llega en forma
21
Subirats, Eduardo, (1991), Guerra prsica y televisin, La Jornada Semanal, Mxico, N 94, p. 42. Esto ms all de
que realmente no se mostr lo que ocurri: sobre esto ver Wolton, Dominique, War game. La informacin y la guerra,
Siglo XXI, Mxico, 1992.

22

Peyr, Graciela, (1993), Pap, puedo ver tele? , Paids, Buenos Aires, 1993, p. 134.

23

Kunczik, Michael, Agresividad y violencia, en Kagelman, J. y Wenninger, G., Psicologa de los medios de comunicacin, Herder, Barcelona, 1986, p. 11.
24
Galeano, Eduardo, La escuela del crimen, Chasqui, CIESPAL, Quito, N 53, 1996, p. 55. Todo esto hace que debera
recuperarse parte de la teora de la frustracin como factor (y no camo causa exclusiva) de la violencia. Si bien respecto
a tal teora pueden hacerce muchas crticas, debe reconocerse que hoy el mercado propone como necesidades y
satisfactores una infinita gama de productos que las amplias mayoras no pueden obtener, lo que provoca grandes
frustraciones que, en el contexto general aqu planteado, puede ser otro factor promotor de bsqueda de obtencin de
lo no posible de otra manera. En este sentido es correcto el planteo de Lipovetzky (ob.cit. p. 55, 68, 75) respecto a cmo
estas frustraciones -que tambin existen en los sectores altos de la sociedad- son una causa de que las depresiones sean
el cuadro dominante de la poca al estar el yo sometido a constantes presiones y deseos que no puede satisfacer.

directa sino a travs de los medios de comunicacin, los cuales, al seleccionar la informacin que se nos
transmite, alteran la realidad. Esto produce que, para un sector mayoritario de la poblacin, la noticia
televisada es la realidad misma, por lo que concluyen que la violencia que observan est presente en tal
realidad produciendo un cambio actitudinal: Lo nuevo nos impresiona, nos resulta extrao y, en ocasiones, inaceptable; luego la repeticin incesante de imgenes nos crea un nuevo hbito, una familiarizacin,
como la llaman algunos psiclogos. As, nuestro cdigo de normas sufre una alteracin.El cambio de
normas induce a la mudanza de comportamiento. Este primero se tolera y, luego, se acepta, como lo
expone Otto Larson en uno de los informes de la Comisin Eisenhower: La posibilidad ms grave consiste en que la legitimizacin de la violencia lleve a aquellos que se inclinan por ella a ejecutar actos de este
tipo y que crean que tal comportamiento es socialmente tolerado, autorizado o incluso aplaudido25 .
As se aprende la legitimidad de la violencia, sea para utilizarla o para justificar a quienes triunfan
con ella, que le hace escribir a Halloran que cierta inestigacin en Australia descubri una relacin entre
una exposicin relativamente amplia al crimen y a la violencia presentados por los medios y el apoyo a un
sistema de creencias que otorgue un lugar central a la utilizacin de la fuerza en inters propio26 .
Corrupcion e impunidad

Todo esto debe al menos completarse con otros dos aspectos fundamentales, muy conocidos por
la poblacin en general: la corrupcin y la impunidad, que asolan al mundo en general pero muchsimo
ms a los pases subdesarrollados del Tercer Mundo. Aspectos tampoco nuevos, pero hoy notoriamente
intensificados en el contexto de todo lo antes apuntado e incluso realzados y mucho ms conocidos y
notorios en la actualidad.
La corrupcin es algo endmico en nuestros pases, pero las condiciones presentes la acrecientan
a niveles antes inimaginables, lo que demuestran los reportes de una institucin dedicada a su anlisis en las
esferas gubernamentales: con un puntaje ideal de diez en cuanto a ausencia de corrupcin (se acercan
Dinamarca, Finlandia y Suecia), de manera escandalosa y triste hay cerca de 50 pases que no llegan a

25
Singer, Benjamin, La violencia y los programas informativos en la televisin, en La ventana electrnica, Mxico,
Eufesa, 1983, p. 262-267.

26

Halloran, James (1974), Los efectos de la televisin, Editora Nacional, Madrid, 1974, p. 104.

los cinco puntos, y muchos ms tienen un puntaje menor a tres27 .


Esto hace que se produzcan efectos en cadena: las grandes ganancias de los altos niveles se van
reduciendo en los inferiores, pero con efectos similares en todos los estratos sociales, donde las mordidas (trmino mexicano) o las coimas (trmino argentino) prcticamente alcanzan a todos -sea mediante
policas de trnsito, inspectores de comercio, funcionarios de gobierno para todos los trmites, etc-, con
lo que existe la idea de que es algo generalizado y por tanto tal vez no vlido pero imitable aunque ms no
sea como forma de supervivencia. Poder y corrupcin son vistos como partes unidas, aunque el primero
sea pequeo y relativo (como el que puede tener un modesto agente de trnsito, pero que hace sentir en
su mbito de accin). Aqu es necesario recordar que en los ltimos aos se comprob el alto grado de
corrupcin de importantes empresas del mundo (Enron, Wordcom, Parmalat etc.), y lo mismo por parte
de la amplia mayora de jerarcas gubernamentales y polticos en muchsimos pases. A lo que se suman
posturas ilegales pero comunes como explotacin del trabajo infantil e infinitos ms.
Ya en un trabajo anterior28 se plante que es en el deporte de alta competencia donde estos
fenmenos se muestran de manera muy clara, como consecuencia de las fuertes inversiones y ganancias
que no dudan en apelar al doping con tal de conseguir el triunfo. Y en definitiva es una forma de corrupcin ms, muy pocas veces castigada en relacin a su cuantitativo uso.
La otra parte, la impunidad, es correlato de lo anterior. Pero no slo existe por (no casual) dficit
de normas legales, ineficacias policiales o corrupcin judicial, sino por la proteccin que existe en los
mbitos del poder, sea este poltico o econmico. No es necesario recordar aqu como el terrorismo de
Estado de pocas recientes no ha sido castigado en nuestro continente29 , como ocurre en general con
27

De los pases latinoamericanos Chile es donde hay menos corrupcin con una evaluacin de 6,8, y despus estn
Costa Rica con 5,6, Per con 4,5, Uruguay con 4,3, Brasil con 4, El Salvador con 3,6, Mxico con 3,3, Guatemala con 3,1,
Argentina y Nicaragua con 3, Bolivia con 2,8, Ecuador y Venezuela con 2,3, Colombia con 2,2, y Paraguay fue el ltimo
del continente con 1,5. Datos de Transparencia Internacional de 1998, que poco cambiaron en los ltimos aos.
28

Guinsberg, E., El psicoanlisis y el malestar en la cultura neoliberal, en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N
3, 1994, reproducidos en la 2 ed. del libro Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds, Mxico, 1996.
* Includo en este libro virtual.
29

Slo en Argentina se juzg a las cpulas militares y gubernamentales -lo que de por s fue indito al salir a la luz pblica
las monstruosidades cometidas-, pero tal juicio fue primero limitado por las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final,
y luego por el indulto a los responsables. De cualquier manera algunos de ellos perdieron su grado militar y otros hoy
tienen juicios pendientes (por secuestro de menores), y en este ao (2005) tales leyes fueron anuladas por la Suprema
Corte de Justicia por lo que muchos procesos se han reabierto o reabrirn y existe una fuerte demanda de la tambin
anulacion del indulto. El caso de Chile es paradigmtico: sus autoridades defendieron a Pinochet cuando estuvo
detenido en Inglaterra con base en que tendra que ser juzgado en Chile, algo que todava no ocurri (salvo en un juicio

todo: juicios o condenas slo se hacen -y muy pocas veces- cuando son demasiado evidentes, y por tanto
inevitables, o cuando tocan niveles pequeos. En este sentido el problema mexicano del FOBAPROA
(Fondo Bancario de Proteccin al Ahorro) es un claro paradigma de esta impunidad, como lo son la
ausencia de castigo a responsables de todo tipo de violaciones de derechos humanos, que personas de
altos recursos econmicos -que incluso fueron capturados en otros pases a los que escaparon y fueron
extraditados-, al llegar aqu recuperaran su libertad por considerar la justicia que se trata de delitos
menores (para lo que se tienen que pagar fianzas muy altas pero que no son accesibles para detenidos sin
tal capacidad econmica). As la impunidad y los niveles de justicia muestran -por supuesto no slo en
Mxico- que los caminos del xito y de los beneficios no pasan por lo que tericamente se dice, en un
caso ms de ese doble discurso que hoy es el normal en nuestra realidad.
En estas condiciones la apelacin a mecanismos ilegales -que es otra forma de violencia, tal vez
no con mtodos fsicos pero s sobre el cuerpo social-, es el modelo hoy presente y predominante en
nuestra cultura. Otra vez como dice Moulian: La lectura del fenmeno debe hacerse a la luz del movimiento general de la mercantilizacin. Uno de los efectos de ese proceso es el papel que se le asigna al
dinero como constituyente de la sociabilidad, muy superior a la funcin de un simple equivalente universal
del intercambio. El dinero en esta mercantilizacin generalizada se hace un elemento decisivo en la constitucin del Yo, porque ha sido convertido, por diferentes discursos sociales (los de la publicidad y los de
la caracterizacin del xito), en el objeto smbolo-fetiche, en el objeto que ocupa el lugar genital, porque
es la mediacin de todos los deseos, su condicin de realizacin. El delincuente econmico, sea este rico
o pobre, realiza un mecanismo desviado de adaptacin al mercado. Se trata de un tipo de delincuencia
donde se puede reconocer una conducta racional-instrumental, que constituye una forma de adaptacin
como sea a la lgica mercantil, destinada a conquistar a cualquier precio el fetiche dinero. Algunos
desheredados, lo ven como su nico camino en una sociedad cuyos canales de realizacin y/o movilidad
estn obturados por sus dbiles estrategias meritocrticas (educacin, emprendimiento). Es la bsqueda
del camino ms fcil y ms expedito para conseguir los objetos y el reconocimiento asociados a ellos. Se
trata, sin duda, de una forma de encontrar sentido a sus vidas, pero a travs de una aceptacin compulsiva
de las pautas de xito predominantes30 .
sobre corrupcin) .
30

Moulian, ob.cit., p. 138-139.

En efecto acaso no se demuestra constantemente que lo que prima en esta sociedad, tal vez ms
que nunca, son las leyes de un capitalismo salvaje que permite las mencionadas corrupcin e impunidad, donde no importa la ilegalidad de estas sino el xito que se consigue con ellas? Para qu y por qu
entonces un duro trabajo, las ms de las veces poco y mal retribuido, cuando el triunfo econmico (y
muchas veces poltico y social) se obtiene en el narcotrfico, con operaciones tramposas o a travs de la
especulacin financiera, y muchas otras formas donde desaparece o se limita la nociones tica que se
proclama en los discursos y en las leyes? Si ese es el ejemplo por qu no intentarlo con las herramientas
que se posea, aunque estas sean escasas y permitan slo operaciones pequeas?31 .
Creacion de miedo e inseguridad

Adems de todo lo sealado es fundamental ver cmo la creacin de miedo e inseguridad es


imprescindible para las estrategias de prcticamente toda dominacin, y por tanto es intencionalmente
promovido para ello. Se trata de lo que un colega y amigo define como la utilizacin por el poder de el
palo y la zanahoria: esta ltima creando una ilusin imposible de ser realizada -la utopa de la felicidad
privada-, y el palo generando miedo que, transformado en terror, nos paraliza32 . Siempre ha sido as,
con distintos grados de sutileza a lo largo de toda la historia, y esto no se ha eliminado en pocas de culto
a la racionalidad ante el conocimiento de la intensa fuerza que implica el miedo y el terror que dificulta toda
accin, desmoviliza y hace perder capacidad reactiva. La represin de las dictaduras latinoamericanas se
apoy de manera muy importante en el miedo mostrando soldados armados por todos lados, haciendo
sonar las sirenas de las patrullas constantemente, filtrando informacin sobre castigos, torturas, etc. Ahora, como ya se indic, la inseguridad y el miedo son parte sustantiva de la subjetividad colectiva, sea por
31

Ms all de las campaas publicitarias contra la corrupcin (algunas de ellas impulsadas por cmaras empresariales,
que deberan por empezar a cumplirlas), es notorio que sigue primando una cultura de la corrupcin en todos los
niveles. Una reciente encuesta de un investigador del Instituto de Investigaciones Jurdicas de la UNAM (en diario La
Jornada, Mxico, 31 julio 2005, p. 17) revela que una mayora considera que es mejor arreglarse con las autoridades
que obedecer las leyes, un 38% considera estar de acuerdo con la frase (del conocido poltico y gobernante Hank
Gonzlez) que dice que un poltico pobre es un pobre poltico, uno de cada tres respalda la frase el que no transa no
avanza, y 32% dice que violar la ley no es lo grave sino ser sorprendido. Asimismo uno de cada cuatro favorece que los
funcionarios se aprovechen de su puesto, un 24% considera que hay que ser honesto para subir en el gobierno, pero
34% sostiene que para tener xito hay que ser corrupto o muy corrupto. Es innecesario reiterar cmo la realidad poltica
actual confirma en muy alto grado esto ltimo.
32

Carpintero, Enrique, De la Patafsica a una Subjetividad que genera Comunidad, revista Topa, Buenos Aires, 2002,
N 35, p. 2.

perder el empleo, por la inseguridad y la violencia reinantes, etc., lo que en muchsimos casos impide las
luchas contra prdidas de beneficios que se imponen laboralmente -preferido al desempleo cuando se
sabe que conseguir otro generalmente no es fcil-, tener acciones solidarias frente a medidas represivas,
etc.
En recientes artculos33 se analiz la poltica seguida por Estados Unidos luego de los atentados
a las Torres Gemelas, continuada y aumentada hasta hoy para justificar los intereses y el accionar blico
del gobierno de ese pas en su lucha contra el terrorismo. En ellos se muestra cmo la intensificacin del
miedo y la inseguridad ha sido, y sigue siendo, uno de los ejes centrales de una intensa y constante
campaa meditica que, hasta ahora, ha logrado un gran apoyo para la estrategia poltico-militar encarada34 . Recurdese que luego de la sorpresa y el impacto de los aviones estrellndose contra las Torres, la
reaccin estadounidense fue muy rpida al buscar mantener en la poblacin el miedo a la continuidad de
atentados semejantes, con lo que se atemoriz en diferentes momentos sin que nunca se repitieran, desconocindose si lo evitaron con tales anuncios -algo prcticamente impensable- o si se trata de mantener una tensin constante que sirve al estado de guerra existente: primero se anunci una segunda
ola de atentados, que se reitera en das siguientes y nuevamente un mes despus, para repetirlo casi de
manera constante. No se trata de repetir lo all escrito -sin olvidar las cartas con ntrax, que pareciera
fueron obra de un estadounidense- sino destacar que al tratarse de sealamientos de alto peligro y
declaracin de alerta mxima hechas por el propio presidente Bush o muy altas autoridades (el secretario
de Defensa o la Oficina de Seguridad de la Casa Blanca) es de imaginar cmo queda afectado el pueblo
estadounidense, mxime cuando ya estaba fuertemente sensibilizado. Una de las consecuencias ha sido la
conocida restriccin legal a algunas libertades pblicas, la constitucin de tribunales especiales para extranjeros, pero sobre todo el logro de un consenso ampliamente mayoritario de la poblacin y el Congreso
para la autorizacin al Presidente de los ataques a Afganistn e Irak, incluso sin el apoyo del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas35 .
33

Guinsberg, E., El control social en tiempos de guerra, y El control social en tiempos de guerra un ao despus,
Anuarios de Investigacin 2001 y 2002, Depto. Educacin y Comunicacin, UAM-X, Mxico, 2002 y 2003.
34

Tales sentidos y objetivos no son tema de este trabajo, por lo que no se analizan ahora, resumindose en que tal lucha
contra el terrorismo es la cubertura de la bsqueda del control mundial y de la inmensa riqueza energtica de Medio
Oriente, etc.
35

Luego de los atentados en Madrid, Londres, Sharm el Sheik, etc., se confirma la gran dificultad o imposibilidad de
impedirlos, lo que confirmara que la no realizacin de otros en Estados Unidos no fue tanto por las medidas tomadas

Tal poltica de creacin de miedo es comprendida por los ahora escasos analistas crticos que
rechazan al pensamiento nico hegemnico36 . Uno de los ms destacados de esta minora es el conocido y lcido Noam Chomsky, que no cree que el gobierno, con sus polticas, desee que la gente se sienta
ms segura ahora: Una de las armas principales en manos de cualquier gobierno es una poblacin aterrorizada, lo que le permite promover sus propias polticas. Si la gente est espantada y no hace demasiadas
preguntas, entonces, inexorablemente, uno puede promover su propia agenda37 . Algo que se complementa con la categrica afirmacin del ex-vicepresidente nicaragense durante el sandinismo que, al analizar una pelcula de Spielberg acerca de un futuro donde pueden preverse algunos delitos, observando el
accionar estadounidense recuerda al conocido 1984 de George Orwell: Si ste ser un mundo donde los
techos y las paredes de los hogares sern transparentes para el ojo todopoderoso, ya hay dos resortes
que han sido disparados para hacer posible ese futuro ingrato: el miedo y el deseo de proteccin. El
mundo global, segn videntes como Spielberg, ser un mundo aterrorizado, y ansioso de dejarse proteger38 .
Una tercera opinin coincidente al respecto es la que analiza el peligro bacteriolgico, y plantea la
nocin de globalizacin del terror: Esta dinmica contempornea de proyeccin del terror, desde el uso
de la bomba atmica en Hiroshima y Nagasaki, ha sido punta de lanza para la globalizacin del terror,
fenmeno que ahora multipolarizado, es funcional para atemorizar a la poblacin mundial y a los Estados
nacionales, as como para establecer relaciones de poder39 .
Ser o ya es lo que plantea Sergio Ramrez? Sin duda que siempre puede aumentar algo que ya
sino para la creacin de tal idea de inseguridad y miedo.
36

El creador de esta definicin que tiene gran aceptacin ha sido Ramonet, Ignacio ((1998), El pensamiento nico, en
Le Monde Diplomatique Edicin Espaola, Pensamiento crtico vs. Pensamiento nico, Temas de Debate, Madrid,
1998), director del parisino Le Monde Diplomatique y lcido crtico del proceso globalizador neoliberal, para caracterizar
tanto la marcada prdida del pensamiento crtico -antes muy fuerte, sobre todo en el campo intelectual- y su reemplazo
por mltiples variantes del discurso de la actual dominacin, las que ofrecen una apariencia de diversidad sin que sta
realmente exista, sobre todo en los medios masivos de difusin. En realidad, y reconociendo el valor del pensamiento
crtico existente, debera hablarse de pensamiento (casi) nico.
37

Cason, J. y Books, D. (2002), Bush pretende utilizar el clima de inseguridad para promover su agenda poltica:
Chomsky, en diario La Jornada, Mxico, 11 septiembre 2002, p. 28. .Superar esa situacin es un gran logro, que
reconoci clara y categricamente Lula al declarar, apenas conocido su triunfo, que la esperanza venci al miedo.
38

39

Ramrez, Sergio, , El ojo que no parpadea, en diario La Jornada, Mxico, 11 septiembre 2002, p. 15.

Delgado, Gian Carlo, La amenaza biolgica, en Villegas, R. (coord.), Adnde va el mundo?, Fundacin Cultural
Tercer Milenio, Mxico, 2002, p. 305.

existe, pero es incuestionable que si el miedo actual es muy alto, las posibilidades de su incremento pueden
observarse en todos los terrenos de nuestra realidad, desde los ms amplios a los de la cotidianidad: entre
los primeros nuevas invasiones en una guerra contra el terrorismo que puede alcanzar a quienes, en
palabras de Bush, estn contra nosotros, y la posible continuacin y extensin de una campaa terrorista en una poca donde la tecnologa permite un relativamente fcil acceso a poderosas armas de todo
tipo, sobre todo biolgicas para lo que no se requieren grandes movilizaciones de equipo ni de fuerzas
humanas para producir considerables efectos en zonas pequeas e incluso mayores40 . Debe tambin
recordarse la intensificacin de los riesgos ecolgicos -otra vez Estados Unidos: su retiro unilateral del
protocolo de Kyoto por privilegiar sus intereses econmicos sobre los de la humanidad, lo convierte por
lejos en el principal contaminador mundial, cuyos efectos tambin sufrir junto a todo el planeta41 -, y la
constante y crnica? crisis-recesin econmica cuyo mayor impacto lo sufren las naciones subdesarrolladas y los sectores pobres de ellas (tambin los de las naciones poderosas) con resistencias hasta ahora
no mayores pero que podran derivar en imprevisibles.
Sobre los miedos cotidianos, indudablemente mayores que las seguridades, sera interesante que
el lector pensara en los que le preocupan y tal vez le agobian. Una lista ms o menos exhaustiva cubrira un
espacio ms amplio que este artculo, y entre ellos no pueden dejar de mencionarse -como muestra
representativa de un universo ms amplio- robos y ataques en casas y calles, accidentes por y con vehculos, peligro de estafas en transacciones mercantiles en un mercado con muy escasa o nula tica, secuestros
(express o largos), utilizacin dolosa de tarjetas de crdito, acciones corruptas de funcionarios y defensores de la seguridad (policas, etc.), riesgo en inversiones financieras, contagio de enfermedades como
el Sida, violaciones, explosiones en teatros y viajando en medios de transporte, o virus de todo tipo que
pululan por la red ciberntica y actan pese a la existencia de antivirus cada vez ms fuertes, lo que sera
una clara metfora de una lucha constante, y para nada siempre exitosa, contra viejos y nuevos peligros
40

Sobre esto vase el citado artculo de G. C. Delgado. Y como ejemplos concretos el caso del francotirador de Estados
Unidos que, hasta su captura, tuvo aterrorizada por muchas semanas de este ao -l solo o cuanto ms con un
colaborador- a toda la ciudad de Washington y parte del Estado de Virginia. Sea para incrementar el temor, por crudo
realismo, o ambas cosas, un experto francs en inteligencia considera que los terroristas podran llegar a usar sustancias nucleares, biolgicas o qumicas... No borraran del mapa a una ciudad, pero s provocaran ms daos que los
explosivos que usan actualmente. Esto lo saben todos los servicios de inteligencia occidentales... Es lo que nos espera
(Mergier, Anne Marie, Cuando el terrorismo nos alcance, reportaje en revista Proceso, Mxico, N 1500, 31 julio 2005,
p. 52).
41

Un muy documentado trabajo sobre el pasado, presente y futuro del problema ecolgico, en Schoijet, Mauricio, El
futuro del ambiente y de la humanidad, en Villegas, R., ob.cit.

que nos asedian en todo momento y lugar. Y, por supuesto en primer lugar, el hambre, altos grados de
miseria, y malas condiciones de salud que son endmicos en miles de millones de personas en un mundo
que tiene condiciones para eliminarlos.
Esta situacin de real o imaginario peligro -que en tanto sentido y vivido es considerado como
real-, produce un estado de inseguridad, miedo, tensin permanente e indefensin, que muchas veces
busca compensarse, por quienes pueden hacerlo, con medidas protectoras como las mltiples que se
publicitan y se ven por todos lados: murallas protectoras, coches blindados, cierre de calles con rejas y
proteccin policial, alarmas de sonido e incluso electrnicas, guaruras en los poderosos, reduccin de
salidas o con limitaciones de horario y lugares, ascenso slo a taxis de sitio, contrato con agencias de
vigilancia privada, instalacin de una especie de radar video-sensitivo interno para control de las personas en calles y transportes... Algo de todo esto puede funcionar, aunque no siempre, pero lo permanente
es tal tensin y situacin de indefensin que, como es conocido en nuestro campo profesional, produce
una situacin de inseguridad constante (y sus posibles cadas en angustias sistematizadas o no, fobias,
estados paranoides o paranoicos, etc.).
O bien la bsqueda o aceptacin de soluciones ms fuertes como mano dura, tolerancia
cero, disminucin de libertades, etc. o la bsqueda de proteccin, en una especie de regresin infantil
-como los nios con los padres ante los peligros-, que generalmente es ofrecida por personalidades y/o
sistemas represivos, aunque sea en nombre de la democracia. Hay entonces crecientes demandas de
orden y de seguridad, que interesan mucho ms que el perjuicio a las libertades y derechos humanos que
podran ocasionar. En cifras sin duda hoy mayores, hace pocos aos un 65% de la poblacin latinoamericana solicitaba mano dura y polticas de tolerancia cero frente a la delincuencia, y una de cada tres
personas consideraba que los delincuentes no deberan tener derechos humanos42 . Sobre esto recurdese
que tambin hace pocos aos el actual gobernador del Estado de Mxico encontr importante apoyo a su
slogan publicitario de que los Derechos Humanos no son para las ratas, y que el cardenal de Guadalajara
(entre muchos otros) atac a la Comisin Estatal de Derechos Humanos por considerar que defiende a los
delincuentes. Hechos que confirman la vieja afirmacin gramsciana de que no hay nada ms parecido a
un fascista que un liberal asustado43 .
42

Brnner, J.J., Poltica de los medios y medios de la poltica: entre el miedo y la sospecha, revista Dia-logos de la
Comunicacin, Felafacs, Lima, N 49, 1997.
43

Recurdese que un gran apoyo para el ascenso del fascismo, el nazismo y mltiples gobiernos represivos y autorita-

Y sin duda alguna esto funciona para el mantenimieno del poder. Como seala un colega al analizar
el proceso dictatorial argentino, y que por supuesto es generalizable: Si puede hablarse de una cultura
del miedo como condicin y a la vez como efecto del regimen dictatorial, uno de sus rasgos principales es
el modo en que se entronca con las demandas de seguridad. No alcanza con una imagen puramente
negativa del miedo como parlisis, restriccin y encierro: el miedo tambin disciplina en un sentido positivo. La intervencin autoritaria, entonces, no es simplemente producto de la irrupcin del miedo, sino que
encuentra una condicin necesaria en un miedo menos visible, que se prolonga en la demanda de orden
frente a la amenaza del caos y el derrumbe [...] De modo que hay que destacar, como seala Norbert
Lechner, que la intervencin autoritaria se impone, en gran medida, por la promesa de orden, es decir, de
terminar con el miedo; aunque, finalmente, para muchos, termine generando otros miedos44 .
Por su parte el hoy muy citado Bauman, apoyndose en la afirmacin freudiana sobre el cambio
de cumplimientos de deseos por seguridad, entiende que la tendencia a perder mucha seguridad a cambio de eliminar ms y ms restricciones al ejercicio de la libre eleccin genera sentimientos difundidos de
miedo y ansiedad. Estos sentimientos buscan una descarga (o son canalizados hacia) las preocupaciones
con la ley y el orden. Comprende tambin sus significaciones: El afn de proteccin genera muchas
tensiones. Y donde hay tensin hay capital poltico, como no dejarn de advertir los inversores lcidos y
los corredores de Bolsa giles. Las apelaciones a los miedos relacionados con la seguridad son tan
superclasistas y tan transpartidarias como los miedos mismos. Tal vez sea una feliz coincidencia para
operadores y aspirantes polticos que los verdaderos problemas de inseguridad y falta de certeza se hayan
condensado en la ansiedad en torno de la proteccin; un poltico que vocifera y se muestra enrgico con
respecto a esta ltima crea la impresin de que se ocupa de las dos primeras45 .
Miedo e inseguridad son hoy, por tanto, aspectos claves de nuestra realidad y malestar en todos
los sentidos, influyendo sobre todos los aspectos: tambin slo a modo de ejemplos, recurdese como
rios fue el miedo y la inseguridad de distinto tipo.
44

Vezzetti, Hugo, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p.
50.
45

Bauman, Zygmunt, La globalizacin. Consecuencias humanas, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 1999, p.
151 y 152. Consecuente con lo ltimo, poco ms adelante seala: Construir ms crceles, elaborar nuevas leyes que
multipliquen el nmero de violaciones punibles mediante la prisin, obligar a jueces a agravar las penas son medidas que
aumentan la popularidad de los gobiernos; muestran que son severos, lcidos y resueltos, y sobre todo que se ocupan
no slo de la proteccin personal de los gobernados sino tambin, en consecuencia, de brindarles seguridad y certeza
(p. 155).

mltiples analistas polticos consideraron que el triunfo de Zedillo en las elecciones presidenciales de
Mxico en 1994 lo fue en amplia medida por el voto del miedo, lo mismo ocurri en Agentina (por la
gran inflacin) con la eleccin y posterior reeleccin de Menem en Argentina, y con Bush en Estados
Unidos.
Miedo e inseguridad en la modernidad

Todo lo indicado respecto a la responsabilidad del modelo neoliberal hegemnico en el incremento del miedo y la inseguridad no puede negar que una parte muy importante de ellos son parte del mismo
proceso de la incesante modernidad: no slo porque mucho de lo indicado, aunque con otras magnitudes
ya exista antes (en el capitalismo anterior), sino tambin por los procesos, cambios y caractersticas de
vida actuales que tambin los acentan o pueden hacerlo con independencia del modelo neoliberal. En
esta postura se ubica todo lo indicado por Brnner y, slo como un ejemplo de muchos otros, por el
prolfico y polmico Anthony Giddens46 , que en una de sus ms conocidas obras seala cmo la modernidad es un orden postradicional en el que, no obstante, la seguridad de tradiciones y costumbres no ha
sido sustituda por la certidumbre del conocimiento racional, por lo que la duda es un rasgo que impregna la razn crtica moderna (y debiera agregarse todos sus aspectos), por lo que las nociones de confianza y riesgo son de especial aplicacin en circunstancias de incertidumbre y riesgo. Y aunque incluye
una larga lista de aspectos donde la cultura ha reducido los riesgos (en salud y muchos otros), tambin
recalca que la modernidad es una cultura del riesgo, por lo que vivir en ella es vivir en un medio de
cambios y riesgos que no son algo incidental sino constitutivos de la sociedad moderna, algo que es
perturbador para cualquiera [pero] nadie puede eludirlo, por lo que la conciencia de riesgos con consecuencias graves es probablemente fuente de angustias inespecficas para muchas personas.
Con base en todo esto concluye en que la comprensin de la naturaleza destructora de la modernidad supone un gran avance en la explicacin de por qu, en condiciones de modernidad reciente, la
crisis es una situacin normalizada, y en algo central para este artculo: La proclividad de la modernidad tarda a la crisis tiene, pues, consecuencias inquietantes en dos sentidos: alienta un clima general
46

No slo en su terreno profesional especfico -donde tiene interesantes acercamientos entre subjetividad y procesos
sociales- sino tambin en el de la teora poltica, donde su planteo de tercera va convalida el accionar del primer
ministro ingls Tony Blair y de una lnea socialdemcrata poco o nada diferenciada de una marcadamente neoliberal.

de inseguridad que resulta preocupante para el individuo, sin que importe a qu zonas retiradas de
su mente intente relegarlo, y expone inevitablemente a todos a una diversidad de situaciones de
crisis de mayor o menor importancia que podrn afectar a veces al ncleo mismo de la identidad47 . En una perspectiva distinta pero con similar sentido pueden verse las preocupaciones de K.
Gergen48 .
Se trata entonces de miedos y angustias generales y reales que surgen como producto del proceso
civilizatorio de nuestros tiempos concretos, que a su vez generan todo tipo de consecuencias en la
psico(pato)loga de los sujetos del presente, as como en los procesos polticos, sociales, econmicos,
etc.
Extendera an ms el presente trabajo el sealamiento de todos ellos, por lo que slo se enunciarn algunos como ejemplos representativos, comenzando por la cada vez mayor rapidez de los cambios
en todo, con lo que ello implica para una constante y cada vez ms difcil acomodacin a los mismos y,
consecuentemente, con la prdida de lo estable, seguro y ms o menos permanente, a lo que no pocas
veces se agrega el miedo frente a lo nuevo. La velocidad, a veces vertiginosa, de las transformaciones en
prcticamente todo -mucho ms si se recuerda que hasta el nacimiento de la modernidad, hace bastantes
pocos siglos, los cambios eran muy escasos y poco incidan en las vidas de las personas-, hace que hoy
todo lo slido se desvanece en el aire, como titul su libro Berman con base en una frase de Marx y
Engels en el Manifiesto Comunista: objetos de uso que antes se pensaban para que duraran todo lo
posible, hoy son viejos muy pronto por cambios tecnolgicos o por la necesidad mercantil de que la
industria no se detenga, por lo que apela a los cambios incesantes o a la obsolencia planificada; en cada
vez ms casos las innovaciones tecnolgicas son tan rpidas que, como en el caso de la ciberntica,
enormes cambios que sorprenden a todos dejan su lugar a otros en muy pocos aos, lo que implica desde
la compra de equipos nuevos hasta el re-aprendizaje incesante de su uso. Y podran darse infinidad de
otras situaciones49 .
47

Giddens, Anthony, Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la poca contempornea, Pennsula,
Barcelona, 1997, p. 11,12,141,149,152,160,233,234,235, cursivas mas.
48

Gergen, Kenneth (1997), El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporneo, Paids, Barcelona, 3
reimpresin, 1997.
49

Tal rapidez se evidencia en datos escalofriantes: la primera vez que se duplic el conocimiento anterior fue despus de
1,750 aos, luego se tard slo 150, ms adelante 50, hoy se hace cada 5, y se estima que a partir del 2020 se har cada
73 das (datos de Brnner citados por Blanco, Jos, Sorpresas educativas, diario La Jornada, 12 julio 2005, p. 19).

Podra decirse que todo esto significa un avance respecto al conocimiento y al bienestar, pero sin
entrar ahora a discutirlo -de hecho es uno de los principales argumentos que utilizan defensores de la
modernidad-, debe recordarse algo conocido, ya mencionado y que es vlido para todo lo siguiente:
cualquier cambio, en el sentido que sea, puede tener efectos secundarios ms all de sus significaciones originales, o sea consecuencias en otros aspectos. Independientemente de las incidencias en
las caractersticas del hombre contemporneo, y por tanto en su psico(pato)loga -stress, ritmo veriginoso
de vida, tener un yo saturado como plantea Gergen-, las consecuencias sobre el tema de este trabajo
son conocidas e inocultables, tanto a nivel personal como intergeneracional..
Seguramente importantes y notorios ejemplos de la contradiccin apuntada son los que pueden
verse en dos cambios sustantivos que se han dado en los ltimos tiempos y que ataen a la praxis psi: en
torno a la sexualidad y a los vnculos de pareja y de familia. En lneas muy generales, y excepto posturas
conservadoras (de sectores tradicionales y religiosos), se ve como avances progresivos la liberacin
sexual y que las parejas se mantengan mientras exista el marco afectivo, o sea que no sea para toda la
vida como se planteaba antes (y a lo que los indicados sectores tradicionales tradicionales y religiosos
qusieran volver). Pero esto no significa negar que la actual y valiosa permisividad traer una inseguridad
y a veces miedo al cambio que no se producan antes (pero s otras consecuencias) cuando el vnculo era
permanente.
Incluso en un terreno como el de la salud Lasch mostr hace algunas dcadas algo diferente pero
parecido: aunque los avances son maysculos, el mayor conocimiento e informacin que en general se
tiene al respecto hace que las preocupaciones de la gente sean cada vez ms alto, lo que intensifica los
niveles de miedo e inseguridad50 .

Sin duda alguna mucho ms podra decirse respecto a todo y cada uno de los aspectos sealados,
y mencionarse otros: entre ellos la inferioridad del hombre ante las mquinas y en general ante la avalancha
de conocimientos, la disminucin o prdida de creencias que antes ofrecan seguridades (ideolgicas, de
paradigmas tericos, etc), todo lo cual refuerza la situacin de un estado de sometimiento a fuerzas incontrolables y, por tanto, productoras de alta inseguridad global que producen un cada vez mayor acerca50

Lasch, ob.cit., p. 72. Claro que en esto tambin inciden el surgimientos de nuevas enfermedades como el SIDA y otras,
la conciencia de efectos ecolgicos, los criterios estticos respecto al cuerpo, las dudas sobre innovaciones tecnolgicas (por ejemplo transgnicos), etc.

miento a todo otro tipo de creencias, fundamentalismos, etc.


Pero es importante terminar recuperando la nocin de analizador que propone el anlisis
institucional, en una variante interesante de la vieja nocin de sntoma: como se ha intentado mostrar en
este trabajo, el problema de la cada vez mayor prdida de seguridad actual, debe verse como analizador
o como sntoma tanto de la cultura en general, como la de nuestros tiempos concretos.
Cmo recuperar algunos niveles de la seguridad perdida es por tanto un problema de la cultura
en general, concretamente poltico, social y econmico, pero esto llevara a un tremendamente complejo, difcil y seguramente poco optimista anlisis que no es posible abordar aqu

LA MOLESTA PRESENCIA? DE MARIE LANGER *

En 1989 promov y particip en un acto de recordacin y homenaje a Marie Langer a dos aos de
su muerte, uno de los dos realizados junto a otro convocado por la Facultad de Psicologa de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico (UNAM). En una verdadera paradoja, se realiz en la entonces
Casa Argentina de Cultura, dependiente de la Embajada de ese pas -pese al temor de su agregado
cultural por tas inevitables crticas que all se formularan a importantes polticas de su gobierno (ley de
olvido y de Punto Final a los militaresde la dictadura), pero que no plante ninguna censura-, y no fue
convocado por ninguna institucin psicoanaltica, que tampoco participaron en tal reunin; incluso
una de ellas, la ms cercana en otros momentos a sus posturas, se neg a suspender sus actividades
docentes de ese da para permitir la concurrencia de sus alumnos.
Esa reunin se llam Recordando sin solemnidad a Marie Langer, y en ella particip con un
trabajo con el ttulo Recordando brechtianamente a Mane Langer, intencin que no era de fcil realizacin, ya que Mimi no era precisamente Galileo Galilei y mucho menos yo soy Bertolt Brecht. Pero, ms
all de tales inconvenientes, la intencin era no caer en una recordacin con la solemnidad clsica de los
homenajes tradicionales (que a ella no le gustaban nada, aunque s los homenajes: cmo no recordar
como se senta en el que le hicieron en 1986 en la Casa de las Amricas de La Habana?), ni mucho menos
verla -como lamentablemente ocurre en las recordaciones- con una imagen de absoluta pureza donde no
existen contradicciones y por tanto aparece un modelo idealizado generalmente ajeno al real. Y Mimi
nunca fue ni quiso ser algo similar a lo que es la Vrgen Mara para los cristianos, Lenin para los marxistas
dogmticos, Freud para los psicoanalistas religiosos, y ahora Lacan para muchos de sus seguidores (como
antes lo fue Melanie Klein)1 .
Hoy no puedo dejar de sealar el peligro de actos como el que se realiza ahora: el paso de los
* Texto de la ponencia presentada en las Jornadas Marie Langer... a diez aos, organizadas por la Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco el 27 y 28 de noviembre de 1997 para recordarla a diez aos de su muerte. * Se public en
revista Grupo, Facultad de Psicologa de la Universidad Autnoma de Nuevo Len, N 4, 2004.
1
Sobre estas religiosidades ver mi artculo Las religiones laicas de nuestro tiempo, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 6, 1996; y revista Mitolgicas, Centro Argentino de Etnologa Americana, Buenos Aires, N 10, 1995. *
Includo en este libro digital.

aos puede producir el olvido o disminucin de algunas de las caractersticas peligrosas o urticantes
de la persona recordada, que de esta manera es cooptada (trmino tan horrible como de moda) al
eliminrseles sus sentidos que alguna vez fueron y pueden seguir siendo molestos. Cmo no tener en
cuenta al respecto, y entre tantos ejempos posibles, los constantes homenajes que hoy reciben en Mxico
Lzaro Crdenas y Emiliano Zapata, incluso por organizaciones que en los hechos contradicen sus ideas
y acciones? Cmo no pensar que las ideas bsicas por las que se la evoca pueden ser diludas al verse
slo recuerdos personales o ancdotas cargadas de emocin?
Porque en estos momentos la figura de Mimi puede ser claramente molesta para las personas e
instituciones que sin duda recuerdan su figura, pero en diferentes medidas reniegan de las posturas profesionales, polticas e ideolgicas-, que la convirtieron en un paradigma dentro del campo psicoanaltico.
Por qu recordarla? Seguramente las razones sern distintas para diferentes personas, y tal vez
todas total o parcialmente vlidas: si en general todos los individuos son recordados por sus seres cercanos (familiares, amigos), junto a eso Mimi lo es por ser una de las contadas iniciadoras del psicoanlisis en
Amrica Latina, por sus trabajos pioneros en distintos terrenos profesionales (casos de la psicoterapia de
grupo y sus trabajos sobre la mujer2 ), y por esa peculiar calidez y a la vez fuerza que mostraba en todas
las empresas y vnculos que estableca.
Pero, desde mi perspectiva, si bien todo ello es justo no es suficiente, e implica ver a una Marie
Langer parcial, fragmentada, a la que se le quita lo que es el centro y el esqueleto de su praxis. Lo
molesto para algunos. Porque el psicoanlisis que le importaba no era el tradicional, elitista, clsico y
dominante de ayer y de hoy.
Era otro, no tanto en lo terico -aunque formulaba posturas que implicaban tambin cambios en
este sentido- pero s en lo prctico: le preocupaba el para quin y el para qu del psicoanlisis, negando
las ficciones de neutralidad y reconociendo que toda prctica tiene un sentido que es preciso definir y
recorrer.
Y si en lo terico discrepaba con las formulaciones clsicas y psicoanalticas sobre la mujer,
respecto a la praxis buscaba colocarla al servicio no de las minoras sino de las mayoras populares y sus
intereses. Veamos muy brevemente su historia para recordarlo, la que puede verse de manera ms deta2

Sus libros Maternidad y sexo, y Psicoterapia del grupo (ste junto con Len Grinberg y Emilio Rodrigu) ya son
clsicos.

llada en el libro que hicimos en los primeros aos de los ochenta3 . Nace en una familia acomodada, y
desde su juventud participa polticamente en organizaciones de izquierda en la conocida como Viena
roja, incluso en actividades riesgosas y obviamente comprometidas como, por ejemplo, colaborar en la
huda del secretario general del Partido Comunista austraco ante el avance nazi. Ella narra as sus inicios
polticos:

En 1932 estudi un semestre en Alemania. Asist a un mitin gigantesco de los nacionalsocialistas.


Escuche al Fhrer. De regreso en Viena, empec a militar en la izquierda. Me pareci absurdo
entregarse sin pelear. Meses despus comenc mi anlisis. Ya no lea ms a Freud, porque al
comienzo de un tratamiento era contraindicado. Reforzaba las resistencias. Por eso no me enter
de las crticas vehementes y ya equivalentes a una declaracin de guerra a los soviets que Freud
hizo en Sobre una concepcin del mundo (1932). Leyndola ahora, uno se pregunta si no se
trataba de un desplazamiento y si no se atacaba tan duramente al comunismo porque prudencia y
un pensamiento lleno de deseos impedan declarar la guerra al fascismo, el verdadero adversario4 .

Es en este contexto que realiza su formacin psicoanaltica -formacin breve y paralela a una
prctica poltica que nunca abandona-, y es incuestionable cmo nunca olvidar la relacin entre esos
aspectos constitutivos de su vida y de su formacin aunque, como se ver ms adelante, sto quede de
lado por un tiempo..
Esa formacin termina abruptamente y es todo un smbolo de su vida y del camino de la institucin
psicoanaltica: mientras sta prohibe a sus miembros toda prctica teraputica con militantes polticos de
izquierda -actitud justificada ante el avance nazi en Alemania y en Austria y as salvar la existencia del
psicoanlisis, argumento altamente discutible y poco vlido5 -, Mimi se integra con Max, su esposo, a las
3

Langer, Marie; Del Palacio, Jaime, Guinsberg, Enrique, Memoria, historia y dilogo psicoanaltico, Folios Ediciones,
Mxico, 1981 y 1983. Hay otra edicin de la misma editorial en Buenos Aires y traducciones en Brasil, Inglaterra y
Alemania). * Agotadas las ediciones en espaol, puede verse en la seccin Biblioteca de este sitio de Carta
Psicoanaltica.
4

Un camino internacional, hoy como ayer. Reportaje a Marie Langer, en Territorios. Salud mental y Derechos
Humanos, propuestas alternativas a la psiquiatra, Movimiento Solidario de Salud Mental, Buenos Aires, N 3, 1886.
5

Sobre esta parte poco conocida y menos divulgada de la historia del movimiento e institucin psicoanaltica, vase el
muy interesante trabajo de Hager, Doris, Psicoanlisis y marxismo, revista Tramas, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, N 11, 1997.

Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Espaola en una actitud donde lo ideolgico-poltico prim
sobre lo profesional, ya que no fu como psicoanalista sino como enfermera.
Luego se invierte la situacin: el exilio en Argentina donde participa en la fundacin de la primera
Asociacin Psicoanaltica latinoamericana, la prctica profesional y acadmica, la creacin intelectual. Y el
olvido del inters por lo central de los aos anteriores, en una especie de perodo de latencia de la
preocupacin por lo ideolgico-poltico que dura casi dos dcadas y media. Aunque ella en algunos
momentos (aunque parcialmente) lo relativice, tal como puede verse en el siguiente dilogo del libro antes
citado:

E. Guinsberg: Te comento un poco al margen y un poco humorsticamente el trabajo que


presentaste en ese simposium de 1957 sobre relaciones entre analistas. Lo le recientemente
y creo que en l aparece esa disociacin que sealas: por una parte indicas un tanto irnicamente cmo se pretende pasar del psicoanlisis como teora cientfica a una concepcin del
mundo, y marcas tambin las consecuencias de las terapias cruzadas (por lo dems aterradoras); por otra parte, sin embargo, postulas juicios muy difciles de comprender para quin
conoce tu pensamiento de ahora. Hablas, por ejemplo, de compartir una ideologa comn,
emergente de la teora psicoanaltica; hablas tambin, de que la funcin de los analistas es
lograr la felicidad de los pacientes en primera instancia y la del mundo en ltima.

M. Langer: Pero tomaste eso en serio? Es totalmente irnico; esto ltimo, quiero decir. En
general creo que tienes razn. A raz de nuestras ltimas conversaciones yo tambin rele ltimamente ese trabajo; qued totalmente perpleja. Gracias a su lindo ttulo lo haba imaginado mucho
mejor. Es lo que importa aqu, y creo que la lectura de todo ese nmero de la Revista, dedicado
al simposium, me parece que puede servirnos para darnos cuenta del mundo alienado que se vive
cuando se pertenece a una asociacin psicoanaltica6

Este perodo, realmente muy largo, termina en 1965 cuando, dice, la guerra de Vietnam le recuer-

Memoria, historia y dilogo psicoanaltico, ob.cit, p. 93. El artculo al que se hace referencia es Ideologa e
idealizacin, Revista de Psicoanlisis, Asociacin Psicoanaltica Argentina, Buenos Aires, vol. XVI, N 4, 1959.

da su experiencia espaola al ser invitada a un acto donde se promoveran nuevas Brigadas Internacionales, las que -dentro de un contexto mundial altamente rebelde y contestatario (la revolucin cubana, la
naciente antipsiquiatra), etc-, le recuerdan su prctica de casi tres dcadas atrs.
Luego lo sobradamente conocido, donde lo latente deja de serio para ser plenamente asumido: la
pertenencia a Plataforma y la ruptura con la institucin analtica conservadora y ortodoxa (no con el
psicoanlisis), la profunda vinculacin -como lo fuera en Viena- entre la praxis profesional y la muy conflictiva realidad poltica argentina y latinoamericana, la compilacin de los dos tomo de Cuestionamos, la
presidencia de la muy combativa Federacin Argentina de Psiquiatras, la constitucin de la Coordinadora
de Trabajadores de Salud Mental y de su Centro de Docencia e Investigacin, la prctica teraputica en
hospitales populares.
En esos dos tomos de Cuestionamos7 pueden verse los ejes centrales de los planteamientos
crticos y alternativos que hicieron primero los movimientos Plataforma y Documento (paralelos en su
origen pero coincidentes y unificados posteriormente), clara expresin del espritu de la poca en Argentina, importantes partes de Latinoamrica e incluso del mundo, donde se plasmaba el espritu crtico,
rebelde y no pocas veces revolucionario de un momento que tuvo al Che Guevara como paradigma, y a
los movimientos obreros antiburocrticos, a las organizaciones guerrilleras que surgan, y a las insurrecciones urbanas populares, como expresiones activas de ese estado de rebelin8 . En propias palabras de
Mimi en el Prlogo del primer volumen:

Cuestionamos qu? El psicoanlisis en s? La ciencia que tiene por objeto terico el inconsciente con todas sus implicancias? No la cuestionamos. Por el contrario. Somos psicoanalistas y
nos importa el psicoanlisis. Hemos comprobado que sirve para que el hombre se conozca mejor
a s mismo y al otro, para que se mienta menos y sepa manejar ms lcidamente su destino [...]
Cuestionamos las omisiones que comete el pensamiernto psicoanaltico corriente. Escotomiza el
modo en que la estructura de nuestra sociedad capitalista entra, a travs de la familia, como
cmplice en la causacin de las neurosis, y en que se introduce, a travs de nuestra pertenencia de
7

Langer, M. (comp), Cuestionamos I y II, Granica, Buenos Aires, 1971 y 1973.

[Agregado de 2001] Un anlisis sobre ese perodo y el actual puede verse en mi ensayo Proyectos, subjetividades e
imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica, revista Argumentos, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,
Mxico, N 32-33, 1999. * Includo en este libro virtual.

clase, en nuestra prctica clnica, invade nuestro encuadre y distorsiona nuestros criterios de curacin. Cuestionamos las omisiones que se hacen a ciertos conceptos de Freud. Hay citas muy
citadas y otras que sucumben a un olvido que no es inocente. Un ejemplo? Una cultura que
deja insatisfecho a un nmero tan grande de sus participantes y los impulsa a la rebelin, ni tiene
probabilidad de conservarse, ni se lo merece (Freud, El futuro de una ilusin, en Obras completas, vol.I, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948)9 .
No cuestionamos al Freud cientfico que nos muestra cmo la ideologa de la clase dominante se transmite a travs del supery, de generacin en generacin y vuelve lerdo al hombre en
su capacidad de cambio. Pero cuestionamos al Freud ideolgico que toma la sociedad como
dada y al hombre como fundamentalmente incambiable. Cuestionamos, adems, la
institucionalizacin actual del psicoanlisis y su pacto con la clase dominante. Compartimos la
amargura de Anna Freud pero no su resignacin, cuando ella expresa que los jvenes no se
interesan ms por el anlisis, porque teme que los adapte a una sociedad que ya no respetan.
Cuestionamos una prctica que tenga, consciente o inconscientemente, esta finalidad, y que se
vuelva elitista. Cuestionamos la limitacin del conocimiento psicoanaltico tanto para los que quieren formar a otros, como para los que quieren formarse y, desde ya, para los que lo necesitan
como terapia. Cuestionamos el aislamiento de las instituciones psicoanalticas, sus estructuras
verticales de poder y el liberalismo aparente de su ideologa.

Para qu cuestionamos? Para rescatar al anlisis de su anquilosamiento y de su preciosismo


actual [...]

Es en ese contexto de una realidad super-politizada donde se produce la gran radicalizacin del
mundo psi que se nuclea -rompiendo conocidas diferencias profesionales entre psicoanalistas, psiclogos
e incluso psiquiatras (de lo que es muestra categrica que fueran psicoanalistas, Emilio Rodrigu y Marie
Langer, los presidentes de esa etapa de la Federacin Argentina de Psiquiatras)- en esta institucin, la
Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental y en el centro formativo de sta. Perodo donde sin duda

Se coloca la cita tal como aparece en el original. Actualmente esa obra aparece en el Tomo III de la edicin de Biblioteca
Nueva, y en el XXI de la de Amorrortu.

alguna se promueven ideas y planteos que hoy podran ser vistos, con la valiosa distancia crtica que
produce el tiempo, en parte como sociologistas e incluso panfletarios y simplistas, pero tambin
innovadores en la bsqueda de respuestas, tericas y prcticas, a las nuevas condiciones y exigencias del
momento. La actividad en esa poca fue impresionante en todos los terrenos: el consultorio privado dej
de ser el mbito cerrado y elitista del psicoanlisis clsico para quienes se embarcaron en la nueva propuesta, para desarrollarse actividades tambin en espacios tradicionales (universidades, aulas, etc.) pero
tambin en nuevos (prcticas barriales y comunitarias, asesoramiento a las organizaciones gremiales no
oficiales en una diferente perspectiva de la psicologa laboral, asistencia teraputica a presos polticos
cuando se lograba entrar a las crceles, atencin teraputica a militantes, etc.)10 . Esa actividad contina
luego de la derrota electoral de la dictadura militar en 1973, se fortalece en el muy corto perodo democrtico del presidente Cmpora (de menos de tres meses) y se mantiene en las universidades que eran
dirigidas por el peronismo combativo; entre otros lugares en la ctedra de Psicologa Mdica de la Universidad de Buenos Aires, que nucle a varios centenares de psis (entre ellos Marie Langer) en importantes
tareas de formacin, estudio y atencin clnica para quienes la solicitaran.
El resto es conocido: la derechizacin del gobierno peronista, primero con el mismo Pern que
asume la presidencia en septiembre de 1973, y despus ms con Isabel Pern a la muerte de aquel;
igualmente la prdida de fuerza de los sectores populares como consecuencia de serios errores polticos
pero tambin por el incremento de la represin estatal y militar.
Y, como consecuencia sobre Marie Langer (y sobre muchos otros), la amenaza de las paramilitares AAA (Alianza Anticomunista Argentina). Llega a Mxico en 1974 no como exiliada sino invitada
a participar en un encuentro acadmico organizado por Armando Surez y patrocinado por el Instituto
Mexicano del Seguro Social, con la participacin de Franco Basaglia, Igor Caruso, Thomas Szasz, Eliseo
Vern y Guillermo Barrientos11 , pero debe quedarse ante la informacin que le llega de los peligros que
10

Sobre esto ltimo hasta ahora poco o nada se ha escrito, y sera interesante que se haga por los cambios que implicaba
respecto a las formas clsicas aprendidas en las instituciones, por las dificultades que traa respetar aspectos de
seguridad de los pacientes (que a veces stos utilizaban conciente e inconcientemente para ocultar otros que les
resultaban conflictivos, etc.).
Respecto al proceso de esa poca en el mundo psi, un desarrollo general puede verse en mi ensayo El trabajo
argentino en salud mental: la prctica entre la teora y la poltica, escrito por propuesta de Marie Langer para su
publicacin en Cuadernos de Marcha, Mxico, N 2 (dedicado a Argentina); reeditado en Guinsberg, E., Sociedad,
salud y enfermedad mental, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1981, y en Normalidad, conflicto psquico, control social, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed., 1990.

corra en Argentina. A partir de ese momento es que, como lo fuera en la dcada de los treinta y en sus
ltimos aos argentinos, se reunifican, y para siempre, sus dos intereses, tal como categricamente lo
sealara en su artculo Psicoanlisis y/o revolucin social (presentado en Viena en 1971 y en final del
primer tomo de Cuestionamos): Esta vez no renunciaremos ni al marxismo ni al psicoanlisis.
Hoy, viendo con distancia los sucesos de esa poca, llena de herosmo pero tambin de voluntarismo
y de mltiples errores, as como la crisis del marxismo y del socialismo real, es preciso aclarar que
para Mimi marxismo nunca fue un dogmatismo terico sino, y en un sentido muy amplio y sin sectarismos,
la lucha por una sociedad distinta, ms justa y sin explotacin. Por ello su trabajo en Mxico, desde 1974
hasta su regreso a Buenos Aires en 1987 con el cncer que la llevara a la muerte, se centr, a ms de su
trabajo profesional y acadmico, en tres grandes tareas:

1.- la denuncia de la dictadura militar argentina, la organizacin de los Trabajadores de Salud Mental,
primero argentinos y luego latinoamericanos, en Mxico, y la atencin psicoteraputica de vctimas de la
represin;
2.- el trabajo psicoteraputico y formativo en Nicaragua, preocupacin central de sus ltimos aos, que
continu luego de su muerte a travs de quienes constituyeron un equipo que, con toda justicia, llev su
nombre12 .
3.- la promocin y organizacin de los Encuentros Latinoamericanos de Psicoanlisis y de Psicologa
Marxista, realizados en La Habana: estuvo en el primero, no lleg con vida al segundo, y se hubiese
alegrado mucho de saber que hasta 1998 continuaron cada dos aos. Aunque -y esta es una opinin
personal- lo estara menos viendo que tal continuacin ha tomado caminos muy diferentes al entusiasmo
* Includo en este libro virtual
11

Producto del mismo es el libro Razn, locura y sociedad, Siglo XXI, Mxico, 1 ed. 1978, donde se plantea un anlisis
crtico de la sociedad de ese momento y de las prcticas psicolgicas y psicoanalticas dominantes. En l Marie Langer
presenta su trabajo Vicisitudes del movimiento psicoanaltico argentino, donde hace un recorrido por las causas de la
ruptura con la institucin oficial.
12

El trabajo con nicaragenses comenz en Mxico en 1978, mucho antes del triunfo del sandinismo, cuando una
mdica de ese pas -hasta ese momento poco politizada pero sensibilizada por lo que ocurra en Nicaragua- se acerc al
grupo de Trabajadores de Salud Mental Argentinos en Mxico para ver las posibilidades de atencin psicoteraputica
para los exiliados nicaragenses en este pas. A la reunin inicial concurri una cantidad de personas que super todas
las expectativas (ms de sesenta), y con ellos comenz un trabajo que fue muy escaso porque rpidamente se aceler el
proceso que culmin con el triunfo sandinista, pero tambin por las divisiones internas de ese movimiento. Por esas
circunstancias M. Langer y el autor de este escrito nunca pudieron concretar la terapia grupal proyectada.

original. Pero esto sera otro tema que escapa al presente trabajo. *
Su muerte produce otro smbolo, en consonancia con lo apuntado en primer lugar: por su voluntad
es velada en el local del Movimiento Solidario de Salud Mental, organizacin de TSM que, ya desde la
dictadura y en esos aos, realiz una praxis con vctimas de la represin en una clara asuncin de un
determinado sentido de la actividad profesional.
Hay que decirlo: hoy Mimi no estara contenta de la situacin presente. Ni de la situacin poltica
argentina, donde, por supuesto, no coincidira sino repudiara la conciliacin y el perdn a los militares y
asesinos a travs del Punto Final, la Obediencia Debida y la amnista, y la poltica seguida por el gobierno
menemista. * *
Pero sobre todo no lo estara con el abandono que un no escaso sector de TSM hoy hace de la praxis
que ella realizara desde los setenta. No le gustara, aunque esta sea una simplificacin, ver el avance de
una especie de postmodernismo incluso en profesionales e instituciones que antes coincidan con
intereses y planteamientos similares a los suyos, y que hoy regresan a posturas tradicionales y con
escaso o ningn compromiso social.
En este sentido fue muy clara en una entrevista poco divulgada que se public en Buenos Aires al
final de su vida:

MSSM: En el Ro de la Plata, lo nuevo en estos aos fue la implantacin de Lacan Cmo


vs este fenmeno?

ML: Yo creo que las cosas ac fueron claras: la poltica se haba vuelto peligrosa y la gente hizo una
sustitucin con el lacanismo, que es tan hermtico, tan cerrado y se presta tanto al fanatismo. En el
exilio, la gente que empezaba a estudiar a Lacan dejaba de trabajar socialmente: es el antdoto
contra la preocupacin social.
Parece que te da mucho para reflexionar, para pensar... para aislarte en una lindsima torre

* Sobre esos Encuentros vase un artculo en este libro virtual.


**

Y, por supuesto, apoyara la anulacin de esas leyes por el actual gobierno argentino, as como su consecuencia, la
continuacin de los juicios a represores y violadores de los derechos humanos.

de marfil. No creo que eso tenga que ver con la teora de Lacan, pero no me animo a decir qu
tiene la teora de valioso o de no valioso, porque no la estudi. Pero el efecto de esa prctica era
ese: despolitiza, sustituye un proyecto por otro.

MSSM: Te parece que ese fenmeno es ajeno a la propia teora?

ML: No, no es ajeno. Yo creo que es una teora tan compleja que facilita que dejes todo el resto.
El psicoanlisis no es tan difcil, y yo me pregunto por qu Lacan escribe tan difcil, aparte de que
es una caracterstica de los franceses. Tambin en La Habana me preguntaron que pensaba de
Lacan. Dije: si lo conociera seriamente no estara ac porque estara encerrada estudiando. Te
d para toda la vida, eso es lo que fascina. Pero cuidado, porque la revolucin tambin d para
toda la vida, pero la meta es distinta13 .

Por supuesto es tan difcil como riesgoso decir qu pensara y hara Mimi en este presente con
proyectos y planteamientos profesionales e ideolgicos-polticos muy diferentes a los que ella viviera y
desarrollara. Pero pese a ese riesgo no es muy aventurado creer que no renunciara a sus conocidos
planteos, no sera una especie de yuppie acercndose a las actuales tendencias escapistas, pero s
continuara siendo una acerba crtica a las praxis que tanto cuestionara desde su salida de la institucin
psicoanaltica.
Por supuesto estara muy dolorida ante las circunstancias actuales y los destinos de sus ltimas
realizaciones. En los prrafos anteriores se mencion el mayoritario abandono que profesionales e instituciones han hecho de lo que fue el aporte y los planteos de Mimi, abandono que es congruente con el
Zeitgest actual que requiere de cosmovisiones y perspectivas ideolgicas que convaliden las actuales
formas culturales. Las psicolgicas y psicoanalticas includas, que nuevamente hoy actan -en su vasta
mayora- como acrticas y no cuestionadoras de nuestra psico(pato)loga pero, eso s, revestidas de
cientificidad y modernidad.
Aos antes hubiese sufrido claramente con la inevitable desaparicin -como consecuencia de la
derrota electoral- del movimiento sandinista, del trabajo iniciado en Nicaragua y que llen sus expectati13

Un camino internacional... ob. cit., p. 10 y 11.

vas en los ltimos aos de su vida. Un trabajo lleno de dificultades por mltiples causas -entre ellas las
clsicas resistencias y dificultades que provocaban los planteos de los marxistas dogmticos- pero que
supo afrontar (junto con el equipo que integraba) con el vigor y la resolucin que la caracterizaban en sus
empresas14 .
Ms (por un tiempo) le hubiese agradado la continuacin de los Encuentros de Psiclogos Marxistas y Psicoanalistas que, como ya fuera mencionado antes, ella contribuyera a iniciar en 1986, poco
antes de su muerte, que animara en su realizacin de ese ao y que contribuyera a continuar con su
patrocinio en Mxico15 . Por supuesto no es este el lugar para narrar y analizar lo acontecido, las aventuras
y desventuras vividas en esas reuniones que puntualmente siguieron de manera bianual. Pero as como
lament la muy escasa asistencia de colegas mexicanos al primero -en parte porque su enfermedad le
impidi difundirlo de manera adecuada-, se hubiese alegrado de un alto crecimiento en los dos siguientes,
y nuevamente estristecido por la casi ausencia en los posteriores: otra clara evidencia del espritu de los
tiempos sealado anteriormente16 .
Hoy Mimi sera un personaje conflictivo para muchos que antes la vean cercana y que hoy la
recuerdan, la respetan e incluso la quieren, pero en mltiples casos a prudente distancia respecto a las
posturas enumeradas. Es tal vez por eso que, salvo el indicado acto en la UNAM a pocos meses de su
14

Tampoco sobre esta experiencia hay, por diferentes razones, una bibliografa importante. Una extraa excepcin es el
artculo de Cufr, Leticia, Una praxis psicoanaltica en la Nicaragua Sandinista, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 3, 1994.
15

Precisamente su enfermedad y muerte le impidi dejar testimonio escrito sobre estos Encuentros. Uno de los pocos
fue una entrevista que le hice pocos meses despus de que regresamos del mismo: Guinsberg, E., De los dogmatismos
a una apertura? Entrevista a Marie Langer, revista La nave de los locos, Morelia, N 11, 1986. Es difcil no caer en la
ancdota personal y mencionar que fue muy poco lo que se pudo trabajar en esa entrevista, convertida inesperadamente
en un encuentro amistoso de otro tipo: Mimi se haba olvidado de la cita porque justamente ese da, horas antes,
descubri la reaparicin de los sntomas del cncer que consideraba superado, al punto que en el sealado viaje a La
Habana no se interes en consultar a expertos en esa enfermedad, por lo que tuvo que regresar poco despus para iniciar
un tratamiento. [Nota de 2001: en el N 13 de la revista Subjetividad y Cultura, octubre 1999, se publica el texto de la
conferencia que M. Langer pronunciara en la UNAM sobre el primer Encuentro].
16

Sobre estos Encuentros pueden verse diferentes artculos que escribiera por mi pertenencia al Comit Organizador
Mexicano e Internacional: entre ellos, respecto al primero, Un encuentro posible, Le Monde Diplomatique en Espaol, Mxico, N 91, septiembre 1986, y Quin podra ensear psicoanlisis en Cuba?, en Panorama de Centroamrica
y el Caribe, Mxico, N 12-13, 1987; sobre el segundo: El encuentro sigue siendo posible, en Psicologa y Sociedad,
Universidad Nacional de Quertaro, N 7, 1989; sobre el tercero: Los Encuentros de psicologa marxista y psicoanlisis
en La Habana, en Crtica, Universidad Autnoma de Puebla, N 45, 1990-91; sobre el quinto: Psicoanalistas en La
Habana?, en Memoria, Centro de Estudios del Movimiento obrero y Socialista, Mxico, N 71, 1994; sobre el sexto:
Acerca de los Encuentros en La Habana, revista Tramas, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico,
N 11, 1997.

muerte, no se haya realizado uno como ste en ningn lado, y menos a cargo de instituciones que dicen
respetar su trayectoria? Si en algunos casos el recuerdo de Mimi provoca una cierta sensacin de culpa,
en otros casos no faltan justificaciones al estilo de que su lucha y prctica eran de otra poca, que lo que
haca no era psicoanlisis, o que ahora la ven como expresin de una postura anacrnica con la actualidad tericamente afrancesada y alejada de toda preocupacin por la incidencia de la cultura sobre la
psico(pato)loga de los no casualmente llamado sujetos, es decir sujetados17 . Y ni hablar de una
neutralidad que se recupera, o de prcticas psicoteraputicas que, salvo contadas excepciones, poco se
practican.
Por supuesto que una re-lectura de los textos de Mimi y de quienes compartieron su experiencia
de fines de las dcadas de los 60 y comienzos de las de los 70, lo mismo que de las obras de la corriente
equvocamente conocida como antipsiquiatra -que ella comparti en sus planteos generales y junto a
sus principales figuras-, mostrara lo que casi siempre se observa con el paso del tiempo, del surgimiento
de nuevos conocimientos y del procesamiento de la experiencia: desde la necesidad de una nueva lectura
crtica, hasta muchas de las limitaciones ya mencionadas (en algunos casos simplismos tericos,
voluntarismos, idealizaciones, perspectivas de futuro equivocadas, etc.). Pero algunas tendencias y/o profesionales actuales se apoyan en esos dficits y errores incuestionables para dejar de lado u olvidar que
una parte mayor sigue teniendo gran validez o, en el peor de los casos, se trataban de respuestas tal
vez no totalmente correctas a preguntas y cuestionamientos adecuados, preguntas y cuestionamientos
que por tanto siguen vlidos y exigiendo respuestas.
En ese sentido acaso los planteos crticos de los movimientos alternativos a la psiquiatra (Basaglia,
Cooper, Langer misma, etc.) no son hoy tan o ms validos que lo que lo fueron en sus inicios, ms all de
ciertas exageraciones y planteos erroneos en algunas propuestas clnicas e institucionales?18 . Acaso no
ocurri lo mismo con Wilhelm Reich, cuyas respuestas a sus preguntas vlidas tal vez sean discutibles, lo
que implica no abandonarlas sino volver a buscar respuestas?19 No ocurre lo mismo con el famoso y

17

Sobre esto ver mis ensayos La relacin hombre-cultura: eje del psicoanlisis y El psicoanlisis y el malestar en la
cultura neoliberal, en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 1 y 3 respectivamente (reproducidos en la 2 ed. de mi
libro Normalidad, conflicto psquico..., ob.cit, 1996). Tambin Desde la lectura de El malestar en la cultura: los
psicoanlisis entre la peste y la domesticacin?, revista Imagen Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de Psicoterapia
Psicoanaltica, Mxico, N 9, 1997. * Los dos primeros pueden verse en este libro virtual.
18

(Agregado ao 2004): Una evaluacin actual sobre este movimiento en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 22,
2004.

constante problema de las relaciones hombre-cultura y sus consecuencias, hoy de hecho abandonado por
las actuales corrientes psicoanalticas hegemnicas mediante diversas formas (la negacin en la ortodoxa
institucional, la conversin en problema estructural y por tanto el olvido de estudio y anlisis de los
problemas concretos de cada cultura concreta en las lacaniano/lacanistas, la tambin conversin en problemas discursivos en mltiples tendencias de nuestro tiempo, etc.)?20 .
Para quienes se mantienen en considerar que tales interrogantes siguen siendo tan vlidos como
importantes e incluso imprescindibles, no hay dudas de que la vida y la obra de Marie Langer es un
aliciente y tambin un modelo. Por ello la mejor y nica forma de recordarla no es con homenajes o
colocando su retrato en casas, consultorios u organizaciones, sino siguiendo, corrigiendo y perfeccionando su camino en la prctica concreta.
Algo ms difcil pero tambin ms honesto

19

Sobre esto mi ponencia Una recuperacin crtica de Wilhelm Reich?, presentada al Seminario de Especializacin
Democracia, Autoritarismo, Intelectuales, 1996, organizado por FLACSO, Instituto de Investigaciones Sociales de la
UNAM, UAM-Xochimilco y Centro de Investigacin y Docencia Econmica [Nota de 2001: publicada en revista Imagen
Psicoanaltica, Asociacin Mexicana de Psicoterapia Psicoanaltica, Mxico, N 11, 2001]. * Puede verse en este libro
virtual.
20

[Nota de 2001: Un desarrollo mayor de lo sealado en mi ensayo Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro
mundo psi, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000; reproducido en mi libro La salud mental en el
neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed. 2004]. * Puede verse en este libro virtual.

VIGILAR Y CASTIGAR, HOY *

El ttulo de este trabajo es clara referencia a una concretizacin, o sea ver a Foucault y a su obra
en aspectos concretos de hoy, es decir de una manera muy diferente a la de quienes se apoyan en l para
volar por galaxias tericas sin aterrizar nunca en nuestra realidad, algo a lo que se volver en el final de
esta ponencia. Con esto se intenta cumplir con las tres dimensiones indicadas en la parte final de la
convocatoria a este Coloquio: a) una que tome su obra como punto de partida crtico, b) una ms en la que
se convierta en tema de reflexin con el fin de precisar el uso de sus conceptos, y c) una de uso que haga
valer la obra del filsofo como punto de partida para la invencin de nuevos objetos de estudio y nuevas
aproximaciones.
Por las clsicas limitaciones de tiempo (para la ponencia) y espacio (para esta versin escrita) no
se podr incluir todo lo que se quisiera de este texto de Foucault, Vigilar y castigar (Siglo XXI, Mxico,
6 ed., 1981) -para Didier Eribon, uno de sus bigrafos ms destacados, sin duda su libro ms importante1 -, pero es de imaginar que gran parte o todos los asistentes a esta reunin conocen lo central tanto de
la obra de este autor como de sta en particular, por lo que la mencin de slo algunas de sus partes sern
ubicadas en un contexto conocido.
El centro de lo que aqu se abordar ser ms en torno a vigilar que a castigar, aunque es por
todos conocida la vinculacin entre ambas en general y en la obra de nuestro autor en particular. Castigar
es sancionar las desviaciones, hacer que la gente se adapte y normalice: El castigo, en la disciplina, no
es sino un elemento de un sistema doble: gratificacin-sancin donde toda conducta cae en el campo de
las buenas y malas notas, de los buenos y malos puntos (p. 185): La disciplina recompensa por el nico
juego de los ascensos, permitiendo ganar rangos y puestos; castiga haciendo retroceder y degradando
(p. 86). En definitiva la penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes
de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeiniza, excluye. En una palabra,

* Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Michel Foucault, realizado en Mxico del 9 al 12 de febrero 2004
con los auspicios de la Rectoria y la DCSH de la UAM-X, el Departamento de Filosofa y la DCSH de la UAM-I, y los
Servicios Universitarios y Culturales de la Embajada de Francia en Mxico. Se publicar en un libro que contendr los
trabajos all presentados, y su inclusin en este libro virtual es con la autorizacin de los organizadores del Coloquio.
1

Eribon, D., Del buen uso de los placeres, en Letra S, suplemento diario La Jornada, Mxico, junio 2004, N 95, p. 8.

normaliza (p. 188)2 .


Un poco como nota al margen en torno a esa accin pero fundamental aunque no se desarrollar
aqu -s se hace en otros trabajos-, es el papel moderno de los tcnicos en general y del mundo psi en
particular: Como efecto de esta nueva circunspeccin, un ejrcito entero de tcnicos ha venido a relevar
al verdugo, anatomista inmediato del sufrimiento: los vigilantes, los mdicos, los capellanes, los psiquiatras,
los psiclogos, los educadores (p. 19). Es as como las disciplinas funcionan cada vez ms como unas
tcnicas que fabrican individuos tiles y la doble tendencia que vemos desarrollarse a lo largo del siglo
XVIII a multiplicar el nmero de las instituciones de disciplina y a disciplinar los aparatos existentes (p.
214). En una clara crtica en consonancia con la importancia que en esos momentos tuvo el espritu
contestatario de los 60 en general, y de la equvocamente llamada antipsiquiatra y de la que de alguna
manera Foucault fue parte3 , escribe que al disciplinamiento se incorporaron ciencias como la psiquiatra
y la psicologa a travs de sus instrumentos y pese a sus intentos de no mostrarlo: La psicologa escolar
est encargada de corregir los rigores de la escuela, as como la conversacin mdica o psiquitrica est
encargada de rectificar los efectos de la disciplina de trabajo. Pero no hay que engaarse; estas tcnicas
no hacen sino remitir a los individuos de una instancia disciplinaria a otra, y reproducen, en una forma
concentrada o formalizada, el esquema de poder-saber propio de toda disciplina (p. 229)4 . En definitiva
2

Es importante destacar aqu la clara relacin con algunas de las ideas dominantes respecto a la salud mental, que
para muchos es equiparable a normalidad con el sentido adaptativo que esto implica y la consiguiente exclusin -y
posibles castigos- de los que se salen de las normas imperantes. Sobre esto ver, entre otros mi libro Normalidad,
conflicto psquico, control social, Plaza y Valds/Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, 1 ed.
1990, 2 ed. 1996; y el primer captulo de La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valds, Mxico, 1 ed. 2001, 2 ed.
2004. * En este libro virtual el artculo Introduccin a las nociones de salud y enfermedad mental.
3

Como es sabido ese trmino fue acuado por David Cooper, uno de sus pricipales tericos, y luego retirado por la
oposicin de Franco Basaglia y de otros, que se definan como psiquiatras, destacando que su lucha no era contra esa
disciplina sino contra su utilizacin al servicio del control social. El vnculo de Foucault con ese movimiento tiene que
ver con sus trabajos en torno a la locura, y se concretiza en diferentes materiales, entre ellos la publicacin de un
trabajo suyo, La casa de la locura, en el libro de Franco Basaglia y Franca Basaglia (ed.), Los crmenes de la paz, Siglo
XXI, Mxico, 1977.
4

La generalizacin de Foucault puede discutirse: si bien es cierto que ello es vlido para la gran mayora de las praxis de
esas disciplinas, tambin lo es que siempre existieron voces y posturas diferentes; el caso de la antipsiquiatra ha sido
un claro ejemplo, aunque el peso de profesionales y/o corrientes contrarias ha estado en directo vnculo con el peso de
las luchas por los procesos de liberacin en general: fue fuerte en la poca de los 60 y comienzos de los 70, y muy dbil
actualmente. Sobre esto vase mi trabajo Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi, revista
Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000, reproducido como captulo 3 en el libro La salud mental en el neoliberalismo,
ob.cit.; Psicoanlisis y sociedad en Amrica Latina, revista De Cabeza de la Facultad de Psicologa de la Universidad
Autnoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, a publicarse en 2005; y como marco general Proyectos, subjetividades
e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica, revista Argumentos, DCSH de la UAM-X, Mxico, N 32-33, 1999. *
El primero y tercero de esos artculos pueden verse en este libro virtual.

los tcnicos de la indisciplina han proliferado (p. 303).


Esto como parte de uno de los aspectos centrales en la obra foucaltiana, las relaciones entre
poder y saber: Hay que admitir ms bien que el poder produce saber (y no simplemente favorecindolo
porque lo sirva o aplicndolo porque sea til); que poder y saber se implican directamente el uno al otro;
que no existe relacin de poder sin constitucin correlativa de un campo de saber, ni de saber que no
suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de poder-saber no
se pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sera libre o no en relacin con el sistema del
poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que conocer,
y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones fundamentales del
poder-saber y de sus transformaciones histricas. En suma, no es la actividad del sujeto de conocimiento
lo que producira un saber, til o reacio al poder, sino que el poder-saber, los procesos y las luchas que lo
atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, as como tambin los dominios posibles
del conocimiento (p. 34-35).
Algo importante para lo que se ver luego es el sealamiento de Foucault de que el derecho de
castigar [y de vigilancia] ha sido transladado de la venganza del soberano a la defensa de la sociedad (p.
94), se realiza con base en la razn (p. 107), y busca actuar en profundidad sobre el corazn (p. 24).
Asimismo es preciso no slo que la gente sepa, sino que vea por sus propios ojos. Porque es preciso que
se atemorice; pero tambin porque el pueblo debe ser el testigo, como el fiador del castigo, y porque
debe hasta cierto punto tomar parte en l (p. 63, cursivas ms)5 . Asimismo se debe manifestar el poder
desmesurado del soberano sobre aquellos a quienes ha reducido a la impotencia (p. 56), el agente de
castigo debe ejercer un poder total, que ningn tercero puede venir a perturbar; el individuo al que hay
que corregir debe estar enteramente envuelto en el poder que se ejerce sobre l (p. 134), aunque buscndose -o haciendose creer- que no se cae en excesos.

La produccin de miedo siempre se ha buscado como aspecto sustantivo para las acciones represivas, y se ha utilizado
(y se lo sigue utilizando) de manera preponderante luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Sobre esto
vanse mis artculos El control social en tiempos de guerra y El control social en tiempos de guerra un ao
despus, en los Anuarios de Investigacin 2001 (vol. II) y 2002 (vol. I), Departamento Educacin y Comunicacin,
UAM-X, Mxico, 2002 y 2003 respectivamente.

En torno a la vigilancia

Veamos primero algunos planteos tericos de Foucault para luego ver que pasa hoy con la misma.
Este sera el modelo de ciudad punitiva: En las esquinas, en los jardines, al borde de los caminos
que se rehacen o de los puentes que se construyen, en los talleres abiertos a todos, en el fondo de las
minas que se visitan, mil pequeos teatros de castigos. Para cada delito, su ley; para cada criminal, su
pena. Pena visible, pena habladora que lo dice todo, que explica, se justifica, convence: carteles, letreros,
anuncios, avisos, smbolos, textos ledos o impresos, todo esto repite infatigablemente el Cdigo. Decorados, perspectivas, efectos de ptica, elementos arquitectnicos ilusorios, amplian en ocasiones la escena,
hacindola ms terrible de lo que es, pero tambin ms clara. Del lugar en que el pblico est colocado,
pueden suponerse ciertas crueldades que, de hecho, no ocurren. Pero lo esencial para estas severidades
reales o ampliadas es que, segn una estricta economa, sean todas instructivas: que cada castigo constituya un aplogo. Y que en contrapunto de todos los ejemplos directos de virtud, se pueda a cada instante
encontrar, como una escena viva, las desdichas del vicio. En torno de cada una de estas representaciones morales, los escolares se agolparn con sus maestros y los adultos aprendern que lecciones ensear
a sus hijos. No ya el gran ritual aterrador de los suplicios, sino al hilo de los das y de las calles, ese teatro
serio, con sus escenas mltiples y persuasivas. Y la memoria popular reproducir en sus rumores el discurso austero de la ley. Pero quiz ser necesario, por encima de esos mil espectculos y relatos, poner el
signo mayor del castigo para el ms terrible de los crmenes: la piedra angular del edificio penal (p. 116117).
Y siempre la vigilancia, que supone un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada; un
aparato en el que las tcnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios
de coersin hacen claramente visibles aquellos sobre quienes se aplican. Lentamente, en el transcurso de
la poca clsica, vemos construirse esos observatorios de la multiplicidad humana para los cuales la
historia de las ciencias ha guardado tan pocos elogios. Al lado de la gran tecnologa de los anteojos, de las
lentes, de los haces luminosos, que forman cuerpo con la fundacin de la fsica y de la cosmologa nuevas,
ha habido las pequeas tcnicas de las vigilancias mltiples y entrecruzadas, unas miradas que deben ver
sin ser vistas; un arte oscuro de la luz y de lo visible ha preparado en sordina un saber nuevo sobre el
hombre, a travs de las tcnicas para sojuzgarlo y de los procedimientos para utilizarlo (p. 175-6).

Apuntando a lo que luego desarrollara con la ya famosa idea del sistema panptico propuesto por
Bentham, Foucault plantea que el aparato disciplinario perfecto permitira a una sola mirada verlo todo
permanentemente (p. 178): Lo cual permite al poder disciplinario ser a la vez absolutamente indiscreto,
ya que est por doquier y siempre alerta, no deja en principio ninguna zona de sombra y controla sin cesar
a aquellos mismos que estn encargados de controlarlo; y absolutamente discreto, ya que funciona
permanentemente y en una buena parte en silencio (p. 182). Algo que sabemos, y veremos, ha alcanzado
altsimos niveles en nuestro presente: Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en
el que los individuos estn insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos estn registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura
une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerrquica
continua, en el que cada individuo est contantemente localizado, examinado y distribudo entre los vivos,
los enfermos y los muertos -todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario (p.
201). Puede parecer una visin apocalptica e incluso paranoica, pero ya ver que no es as y que la
realidad actual -sin ya hablar de los temores acerca de un futuro que todo lo ve y controla- supera
ampliamente las ficciones.
Se trata entonces de lograr una ciudad [en realidad un mundo] toda ella atravesada de jerarqua,
de vigilancia, de inspeccin, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopa de la ciudad
perfectamente gobernada (p. 202). Y se trata de que todos sepan de que existe esa vigilancia aunque las
ms de las veces, al menos ahora, dicindose que al servicio del propio ciudadano y de la sociedad en
general: De ah el efecto mayor del Panptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente
de visibilidad que garantiza el funcionamiento automtico del poder (p. 204). Porque lo esencial es que
se sienta vigilado [...] Para ello Bentham ha sentado el principio de que el poder deba ser visible e
inverificable. Visible: el detenido tendr sin cesar ante los ojos la elevada silueta de la torre central de
donde es espiado. Inverificable: el detenido no debe saber jams si en aquel momento se le mira; pero
debe estar seguro de que siempre puede ser mirado (p. 205).
Innecesario es decir que hoy ya no se trata del detenido sino de todos, tal como se destacar ms
adelante, o sea que el esquema panptico, sin anularse ni perder ninguna de sus propiedades, est
destinado a difundirse en el cuerpo social; su vocacin es volverse en l una funcin generalizada

(p. 211, cursivas mas). Cumplindose actualmente los deseos de Bentham: Con estas disciplinas que la
poca clsica elaborara en lugares precisos y relativamente cerrados -cuarteles, colegios, grandes talleres- y cuyo empleo global no se haba imaginado sino a la escala limitada y provisional de una ciudad en
estado de peste, Bentham suea hacer un sistema de dispositivos siempre y por doquier alerta, que
recorrieran la sociedad sin laguna ni interrupcin. La disposicin panptica da la frmula de esta generalizacin. Programa, al nivel de un mecanismo elemental y fcilmente trasferible, el funcionamiento de
base de una sociedad toda ella atravesada y penetrada por mecanismos disciplinarios (p. 212,
cursivas mas).
Una realidad actual que, como se ver, confirma el planteo de Foucault, pero mucho ms en este
siglo, en el sentido de la doble tendencia que vemos desarrollarse a lo largo del siglo XVIII a multiplicar
el nmero de las instituciones de la disciplina y a disciplinar los aparatos existentes (p. 214). Pero, y este
es un aspecto fundamental, la disciplina no puede identificarse ni con una institucin ni con un
aparato: es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo, implicando todo un conjunto de instrumentos, de tcnicas, de procedimientos, de niveles de aplicacin, de metas; es una fsica o una
anatoma del poder, una tecnologa. Puede ser asumida ya sea por instituciones especializadas (las
penintenciaras, o casas de correccin del siglo XIX), ya sea por instituciones que la utilizan como instrumento esencial para un fin determinado (las casas de educacin, los hospitales), ya sea por instancias
preexistentes que encuentran en ella el medio de reforzar o de reorganizar sus mecanismos internos de
poder (ser preciso demostrar un da cmo las relaciones intrafamiliares, esencialmente en la clula
padres-hijos, se han disciplinado, absorbiendo desde la poca clsica esquemas externos, escolares,
militares y despus mdicos, psiquitricos, psicolgicos, que han hecho de la familia el lugar de emergencia privilegiada para la cuestin disciplinaria de lo normal y de lo anormal), ya sea por aparatos que han
hecho de la disciplina su principio de funcionamiento interno (disciplinarizacin del aparato administrativo
a partir de la poca napolenica), ya sea, en fin, por aparatos estatales que tienen por funcin no exclusiva
sino principal hacer reinar la disciplina a la escala de una sociedad (la polica). Se puede, pues, hablar en
total de la formacin de una sociedad disciplinaria en este movimiento que va de las disciplinas
cerradas, especie de cuarentena social, hasta el mecanismo indefinidamente generalizable del
panoptismo (p. 218-9, cursivas mas).
Con base en todo ello Foucault hace la valiosa observacin de que la Antigedad fue una civili-

zacin del espectculo, donde una multitud observaba pocos objetos, mientras que en la poca moderna
se produce lo inverso, se procura a un pequeo nmero, o incluso a uno solo la visin instantnea de una
gran multitud: Al tiempo moderno, a la influencia siempre creciente del Estado, a su intervencin cada
da ms profunda en todos los detalles y todas las relaciones de la vida social, le estaba reservado
aumentar y perfeccionar sus garantas, utilizando y dirigiendo hacia este fin la construccin y la distribucin
de edificios destinados a vigilar al mismo tiempo a una gran multitud de hombres (p. 219-20,
cursivasw mas).
Ya previamente, en la misma obra, Foucault seal algo de hecho conocido pero que es importante recordar y tener muy en cuenta: todo ese sistema de fuerzas exige un sistema preciso de mando. Toda
la actividad del individuo disciplinado debe ser ritmada y sostenida por rdenes terminantes cuya eficacia
reposa en la brevedad y la claridad; la orden no tiene que ser explicada, ni aun formulada; es precisa y
basta que provoque el comportamiento deseado. Entre el maestro que impone la disciplina y aquel que le
est sometido, la relacin es de sealizacin: se trata no de comprender la orden sino de percibir la seal,
de reaccionar al punto, de acuerdo con un cdigo ms o menos artificial establecido de antemano (p.
170). Si bien en este mecanismo no se produce lo que nuestro autor indica sobre el soldado que obedece
lo que se le mande de manera rpida y ciega, de manera general y mucho ms sutil se busca en definitiva
que todos seamos soldados, aunque sin asumir manifiestamente tal papel pero s sometidos a una constante vigilancia.
Respecto a las rdenes claras y terminantes es de recordar el anuncio publicitario profusamente
difundido por la dictadura militar argentina del perodo 1976-83 a travs de los canales televisivos: Sabe
que estn haciendo sus hijos ahora?, con significaciones tan evidentes que no requieren de un mayor
anlisis y que remiten a una evidente bsqueda de vigilancia y de control por parte de la misma familia en
una primera instancia, a la que se sumaba la de un poder represivo manifiesto y nada oculto sino todo lo
contrario: interesaba que se conociera, viera y comprendiera su existencia. Aunque no es tema de este
trabajo, sigue siendo central la pregunta en torno al por qu de la aceptacin generalizada de tal tipo de
disciplina, o sea de la internalizacin en los sujetos de las normas imperantes (incluso cuando stas se
convierten en formas de dominacin e incluso de oprobio y de esclavitud), que se constituye en la
base fundamental del control social6 .
6

Sobre esto vanse Guinsberg, E., Matrajt, Miguel, y Campuzano, Mario, Subjetividad y control social: un tema central
de hoy y siempre; y Ventre, Marta, La globalizacin y las nuevas formas de control social, en revista Subjetividad y

Vigilar y castigar, hoy.

Los planteos tericos de Foucault y de cada vez ms estudiosos e investigadores se unen a obras
literarias -cuyo paradigma sin duda es el hoy celebrrimo 1984 de G. Orwell- y a cada vez mayor cantidad
de denuncias en torno al acrecentamiento de un control y una vigilancia respecto a todos los rdenes de la
vida. Es cierto, como lo reitera nuestro autor, que todo ello siempre existi, pero tambin lo es que se ha
agudizado notoriamente en los ltimos tiempos debido a dos factores: uno tecnolgico, la posibilidad de
hacerlo con base en el cada vez mayor desarrollo de instrumentos, sobre todo electrnicos e informticos,
destinados a tal fin o usados para ello; y otro poltico como lo es el actual modelo hegemnico de
dominacin en general, y los hechos del 11 de septiembre del 2001 en particular, que incluso transformaron lo antes ms o menos oculto (aunque no demasiado, pero con formas ms refinadas) en algo claro,
abierto, brutal, reconocido y mostrado como tal en nombre de una supuesta defensa ante el terrorismo
y en favor de la libertad, la democracia, etc., premisas credas por amplios sectores de la poblacin en
algunos pases y que responden a lo antes preguntado del por qu de su aceptacin, la prdida progresiva
de libertades y derechos civiles, que llevan incluso a la justificacin a tales restricciones y al apoyo electoral a quienes las propugnan (caso de Bush en el 2005 pese al conocimiento de que las razones esgrimidas
para el ataque a Irak eran falsas).
Es innecesario mostrar como a lo largo de toda la historia existieron mltiples formas de espionaje,
desde las ms rudimentarias a las ms sofisticadas, pero todas con base en la comprensin de la importancia del conocimiento y de la informacin para el logro de los objetivos propuestos. Pero el indicado
desarrollo tecnolgico -que crece a ritmo impetuoso e imparable desde hace pocas dcadas- ha convertido las tcnicas anteriores de vigilancia en casi prehistricas y obliga a una reformulacin de los conocimientos tericos y prcticos al respecto. Por supuesto que de manera alguna esto significa la desaparicin de mucho de lo existente anteriormente -desde los ms simples seguimientos policiales a personas,
la presencia de espas u orejas en reuniones, o la utilizacin de escucha a travs de la intervencin en
telfonos-, pero incluso en estas formas tradicionales es posible la utilizacin de instrumentos cada vez
ms sofisticados (que, como es muy conocido y a veces increble, coexisten con otras muy primitivas).
Antes de ofrecer datos acerca del presente, es importante ver qu se entiende por vigilancia: el
Cultura, Mxico, N 16 (abril 2001) y 18 (agosto 2002) respectivamente.

ejercicio de ella conlleva una o ms de las siguientes actividades: a) la recopilacin y almacenamiento de


informacin (presumiblemente til) sobre personas y objetos; b) la supervisin de las actividades de personas o entidades mediante instrucciones, o mediante el diseo fsico de los entornos naturales o artificiales. En este contexto, la arquitectura puede facilitar de modo importante la supervisin de las personas,
como por ejemplo en las crceles o en los diseos urbansticos; c) la utilizacin de toda la informacin
almacenada para controlar el comportamiento de las personas y, en el caso de personas con obligaciones
penales o de otro tipo, su obediencia respecto a las instrucciones emitidas7 . Puede verse que aqu se
agrega algo que supera al espionaje, que claramente se enumera en los puntos a y c, y hace referencia a
informacin para el control del comportamiento de las personas.
Uno de los cambios centrales en torno a la vigilancia se produce hace pocas dcadas con la
utilizacin de los satlites artificiales que hoy circundan la tierra en grandes cantidades y para mltiples
funciones: la globalizacin de todo tipo de comunicaciones pero, sobre todo, para el conocimiento minuicioso
y constantemente renovado de prcticamente todo lo que ocurre en el planeta con base en no slo
poder ver materiales del tamao de una pelota de tenis sino tambin por su capacidad de obtener diferentes clases de imgenes utilizando diferentes porciones del espectro electromagntico, lo mismo que por el
uso de la fotografa infrarroja y la infrarroja trmica por ejemplo, que pueden detectar elementos invisibles para el ojo humano8 . Mediante estos satlites hoy un agricultor puede ver mejor que desde el suelo,
y mediantes futuros perfeccionamientos un turista por tierra remota puede seguir sus coordenadas por el
Sistema de Posicionamiento Global (GPS), y ser posible el seguimiento constante, por ejemplo, de
enfermos de Alzheimer o nios pequeos. En torno a esto Whitaker destaca que, como ocurre con casi
toda esta tecnologa, el GPS tiene dos caras: la primera es muy conveniente y aumenta nuestras capacidades, la segunda remite a la vigilancia y al control [por lo que] ya es posible, por ejemplo, etiquetar a
alguien para no perderle la pista en ningn momento, y con la mayor precisin9 . Se trata, en sntesis, de
un verdadero panptico extraterrestre10 .

7
Definicin de Christopher Dandeker, citado por Whitaker, Reg, El fin de la privacidad. Cmo la vigilancia total se
est convirtiendo en realidad, Paids, Barcelona, 1999, p. 45.

Idem, p. 27.

Idem, p. 110-111, cursivas mas.

10

Idem, p. 29.

Esta vigilancia, que surge desde hace varias dcadas y es realizada por las grandes potencias
mundiales -junto con vuelos (ms o menos) clandestinos a cargo de aviones espas-, hoy es complementada con casi infinitos sistemas que surgen de la electrnica y la ciberntica. Desde formas ahora relativamente simples como lo son la instalacin de cmaras de video para control del trnsito, la (supuesta)
seguridad y prevencin de delitos en lugares pblicos11 , o el control en establecimientos comerciales e
industriales. Es as que hoy se ve o puede verse y controlarse prcticamente todo12 , sea de manera
limitada a un lugar o con conexiones de stos a sistemas de vigilancia centralizados (polica, instituciones
de vigilancia, etc.): as, por ejemplo, gran cantidad de camiones de carga informan mediante carteles que
sus recorridos son seguidos por satlites, y en autobuses colectivos de la ciudad de Baha, Brasil -algo
seguramente no limitado a ella- se comunica que Para sua segurana voc est sendo filmado13 . Ms
adelante se ver como esta vigilancia en muchos casos es aceptada e incluso bienvenida en nombre de esa
seguridad enunciada en el comienzo de la citada frase, o ms o menos tolerada en situaciones como las
producidas luego de los atentados del 11-S e infinitamente luego como parte de la campaa de prevencin
de nuevas acciones, aunque en realidad fueron parte de una campaa de creacin de miedo y base de
justificacin de las invasiones a Afganistn e Irak (sobre esto vanse los artculos citados en nota 5): los
ejemplos son infinitos, destacndose las grandes revisiones en aeropuertos en casos de fuertes alertas14 ,
la obligacin por parte de todas las lneas areas de entregar listas de pasajeros a las autoridades federales

11

Como, entre tantos otros, se ha implementado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y la Polica Fedrral
como plan de seguridad en los espacios verdes, instalndose casetas de vigilancia en parques pblicos y rejas. Como
se indica en una noticia de la agencia ciberntica Argenpress (9 junio 2003), titulada Uno, dos, tres, muchos panpticos,
parafraseando la consigna guevarista de uno, dos, tres, muchos Vietnam, hoy se intenta desde el gobierno de la ciudad
de Buenos Aires y la Polica Federal, instalar en los espacios pblicos, un modelo de control y disciplinamiento al estilo
del panptico del famoso jurista ingls Jeremy Bentham.
12

Una desarrollada enumeracin sobre esto puede verse en Bauelos, Jacob, Videovigilancia en la sociedad panptica
contempornea, en revista electrnica Razn y Palabra, febrero-marzo 2003. Poco despus de presentada esta ponencia lo indicado pudo verse y comprobarse claramente en Mxico por la difusin pblica de los llamados videoescndalos,
una serie de filmaciones clandestinas (o sea no conocidas por quienes eran filmados) a conocidos polticos en actos de
corrupcin, y a los que se supone seguirn muchos ms. Es de imaginar que todo esto aumentar el clima de paranoia de
quienes, aunque sabiendo que esto ocurre, ahora estarn ms temerosos.
13

Como siempre estos sistemas pueden tambin ser utilizados como forma de lucha contra todo tipo de represin, y son
ya muy conocidos algunas situaciones donde el uso de cmaras de video permiti la denuncia de las mismas. Sea por
filmaciones casuales -algo hoy favorecido por una gran difusin de tales cmaras ante sus bajos precios- como por su
uso intencional por personas o grupos.
14

Casos extremos de stas se concretaron a fines del 2003 e inicios del 2004 en muchos lugares del mundo, que en la
ciudad de Mxico fueron realizados por agentes estadounidenses y que fueron sealados como trato vejatorio por la

de Estados Unidos15 , el fichaje total de todos los que llegan a territorio de Estados Unidos, etc.
Si todo lo anterior ya es mucho, no es todo sino poco o nada en comparacin con mecanismos an mucho ms sofisticados de vigilancia y de control. Por supuesto hace ya mucho tiempo se
sabe que existen instrumentos muy perfeccionados de escucha y visin a larga distancia, como tambin
cada vez ms pequeos e imperceptibles que pueden instalarse en el lugar mismo que se desea observar,
que ya no son exclusivos de personas e instituciones dedicados al espionaje sino que son anunciados para
su compra por cualquier interesado en ellos. Y aunque su objetivo no es la bsqueda clandestina de
informacion, a esta tarea se suman ahoras las cmaras fotogrficas digitales que no slo son cada vez ms
pequeas sino que pueden estar montadas en supuestamente inocentes telfonos celulares: esto, que hace
no muchos aos pareca slo una ficcin en pelculas de James Bond y otras del mundo del espionaje
profesional, hoy puede ser tan comn que muchas empresas temen que con la mayor facilidad se pueden
grabar detalles de instalaciones y labores de empleados con un simple telfono celular de cmara integrada o hasta sustraer informacin fundamental con discos duros en llaveros y otros aparatos de uso comn
mediante los que se puede robar informacin de los sistemas de cmputo16 . Lo que hace muy poco era
ciencia-ficcin hoy puede estar al alcance de prcticamente todos.
Pero lo indicado es todava menor -aunque por supuesto nada insignificante, y no puede ni debe
ser desvalorizado- en relacin a las prcticamente infinitas posibilidades de vigilancia y control que hoy
ofrece el mundo ciberntico, donde cada incluso pequea computadora hogarea puede ser (y lo es)
revisada en los mensajes y conductas cotidianas de sus propietarios, razn por la cual dos autores
preocupados por esto sealan como el lado oculto de la sociedad de la informacin es la sociedad de
la vigilancia y el castigo, por lo que citan a Castells que advierte del peligro de que las leyes de control
y vigilancia sobre Internet y mediante Internet sean aprobadas por una clase poltica que sabe que el
control de la informacin ha sido siempre en la historia la base del poder17 . Algo que de hecho ya
Comisin Nacional de los Derechos Humanos. Sobre esto puede leerse en la revista Proceso que desde que uno
ingresa por cualquiera de las puertas del aeropuerto, est siendo videograbado. A pesar de los reclamos por la palpable
restriccin de la inocencia, la compaa que filma e impide que filmen sus controles y revisiones acta legalmente (Meja
Madrid, Fabrizio, El color naranja del terror, Mxico, N 1419, 11 enero 2004, p. 10).
15

Diario La Jornada, Mxico, 11 septiembre 2003, p. 31.

16

Diario La Jornada, Mxico, 10 marzo 2004, p. 33.

17
Islas, Octavio, y Gutirez, Fernando, Internet. Piedra angular de la sociedad de la informacin, Revista Mexicana de
la Comunicacin, Mxico, N 84, 2003-4, p. 20.

ocurre, con o sin aprobaciones legales, como podr verse en lo que sigue.
Es as que el Pentgono adopta el programa Vigilancia de Informacin Total para recoger datos
de las actividades cotidianas de los ciudadanos comunes (cargos a las tarjetas de crdito, prstamos en las
bibliotecas, inscripciones en cursos universitarios), pero cuando se percibe que esto ha ido demasiado
lejos, cambian el nombre a Vigilancia de Informacin Terrorista y siguen haciendo lo mismo. Millones de
personas estn registradas en las computadoras de seguridad de los aeropuertos como posibles terroristas, entre ellos manifestantes antibelicistas y pacifistas. Se advierte a los crticos que cuiden lo que dicen
y hay listas de traidores colgadas en Internet18 .
No es ninguna exageracin, ni tampoco una visin paranoica apocalptica. Hace ya bastante tiempo fue denunciado el sistema Echelon, manejado por el gobierno de Estados Unidos, que no solo registra
el panorama electrnico mundial sino tambin se interesa muy especialmente por el espionaje industrial y
comercial, una de las facetas centrales de la vigilancia actual19 . Dentro de este campo es que se libran las
principales batallas, pero no slo para ganarle a la competencia en el terreno de las innovaciones tecnolgicas y nuevos modelos de mercancas, sino tambin en el de los contratos mercantiles entre empresas y
gobiernos, sin olvidar la frentica bsqueda del conocimiento de gustos personales y colectivos en torno a
productos y marcas con base en un minucioso seguimiento de las tendencias de compra de cientos de
millones de consumidores realizado por agencias especializadas, con base en la vigilancia de los sistemas
computacionales individuales y empresarios, procesamiento del uso de tarjetas de crdito, etc. Un investigador de esto reconoce el potencial de Internet para el intercambio de ideas e informacin a un nivel sin
precedentes, pero por otro lado permite a los investigadores demogrficos observar y vigilar nuestras
acciones como nunca antes lo haban hecho, basndose en cmo pulsamos las teclas o utilizamos el ratn.
Puesto que nuestra actividad se realiza a travs de un ordenador, puede ser automticamente analizada y
18

Weinberger, Eliot, Qu est sucediendo en Estados Unidos?, diario La Jornada, Mxico, 11 septiembre 2003, p. 7a.
Mayores datos sobre caractristicas y directivos de tal proyecto en Bauelos, J., ob. cit.
19

Tambin existe el sistema UKUSA, que intecepta y controla todas las comunicaciones de Intelsat, que maneja la
Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos y la Jefatura de Comunicaciones del Gobierno Britnico como socios
principales. Este sistema est vinculado con Echelon, mediante el cual cada plataforma de computacin recoge todas
las llamadas telefnicas, faxes, telefaxes, mensajes de Internet y otras comunicaciones electrnicas, segn los parmetros
programados por los trminos claves de todos los aliados y les enva automticamente esta informacin (Whitaker, ob.
cit., p. 116-118). Una visin general de este sistema en Montemayor, Carlos, Echelon, diario La Jornada, Mxico, 25
abril 2004, p. 25, donde se informa que los operadores de Echelon monitorean la informacin que producen aproximadamente 120 satlites en todo el mundo. Esos sistemas pronto tendrn varias competencias, el Galileo de la Comunidad
Europea, el Glonass ruso, y el MSAS japons (Cebrin Herreros, Mariano, Pelea por el control desde el espacio,
Revista Mexicana de Comunicacin, Mxico, N 89, 2004, p. 14); todos ellos intensificarn la vigilancia sobre el mundo.

clasificada en los inmensos almacenes de informacin reunida por los expertos en investigacin demogrfica. Todo lo que estos demografos necesitaban era un arma tctica con la que navegar por Internet y
atraer nuestra atencin. Y la encontraron en el correo electrnico20 .
El autor es conciente de que algo similar siempre existi a travs de listas que hoy se ven como
artesanales, algo hoy potenciado al mximo por empresas cuyo nico objetivo consiste en compilar en
los censos, las compaas telefnicas, las agencias de crdito y las tiendas, y a continuacin intercambian
sus resultados con empresas similares21 . No se trata entonces slo del envo, a veces indiscriminado y
que provoca serios problemas en la red, de los mensajes hoy conocidos como spam, sino de un amplio
conocimiento de tendencias de todo tipo (hbitos de compra, ideolgicas y polticas) tanto de sujetos
individuales como de tendencias grupales y colectivas.
Es imposible abundar en detalles de todos los sistemas de vigilancia hoy existentes y en continuo
desarrollo, lo que tampoco es necesario ante lo contundente de lo mostrado en todo lo anterior. Sin
embargo es interesante decir algo ms aunque slo fuere como mostracin de una tendencia que parece
irreversible e imparable: entre ellas la posibilidad ya presente de ubicacin y seguimiento de las personas
a travs de los telfonos celulares -sin olvidar la escucha de sus conversaciones-, y que los consumidores
estadounidenses no sabrn que en pocos meses muchos de los productos que compren sern aparentemente iguales a los actuales, pero llevarn un chip del tamao de un grano de arena con la ventaja de
ahorrar tiempo en cajas de supermercados, el control para stos y los fabricantes de cunto les queda en
depsitos, etc. Pero como casi nunca sern desactivados, seguirn emitiendo sus mensajes radiales y, de
manera no secundaria, podrn enviar informes detallados sobre los hbitos de consumo de cada familia22 .
O tal vez algo ms.
Y un ltimo aspecto es, por supuesto, seriamente preocupante y un claro analizador de lo aqu
planteado: la existencia de claros y categricos espas en prcticamente todas los computadoras. Aunque
proponiendo hacerlo como ayuda a los usuarios de Internet, Microsoft reconoce que recoge datos de sus
usuarios y que la informacin personal y demogrfica se podr almacenar y procesar en otro pas, e

20

Rushkoff, Douglas, Coercin. Por qu hacemos caso a lo que nos dicen, La Liebre de Marzo, Barcelona, 2001, p. 275.

21

Idem, p. 278.

22

Gmez, Jos Manuel, Sonre, el Gran Hermano te vigila. Espiado por tu cepillo de dientes?, tomado del sitio
Argenpress, Buenos Aires, 5 febrero 2004.

incluso transferirse a Estados Unidos. Al obtener acceso a los sitios Web de MSN, [el usuario] manifiesta
su consentimiento con dicha transferencia de informacin23 . Asimismo existen programas espas
(spywares) que se introducen en los equipos sin conocimiento de sus propietarios -que pueden llegar al
bajar programas gratuitos, al recibir mensajes de correo electrnico o entrar en sitios web- y que rastrean
huellas de los URL visitados, registro de las palabras claves que usted utiliz en los motores de bsqueda,
anlisis de las compras realizadas va Internet e informaciones que conciernen a adquisiciones realizadas
con tarjetas bancarias, o bien informaciones personales. Lo que se inici como una pauta para detectar el
perfil de los usuarios de Internet con fines comerciales se ha transformado en una serie de intrusos que
siguen punto por punto todo lo que usted hace en su computadora24 .
Todo esto, produce cambios sustantivos y una verdadera mutacin respecto a todo lo anterior, incluso sobre la clsica idea del Panptico. Ya mltiples autores lo plantearon, y las afirmaciones
de Whitaker pueden ser vistas como una condensacin de la de muchos otros, iniciando con el reconocimiento de que la capacidad tcnica de vigilancia, en la actualidad y en el futuro inmediato, ha superado
ampliamente la de los Estados totalitarios del pasado reciente (p. 11), lo que lo lleva a una conclusin
fuerte y de serias consecuencias: se est produciendo una transicin desde el Estado de vigilancia a la
sociedad de vigilancia y, entiende, no se trata de una distincin meramente formal: la sociedad de
vigilancia implica un entramado muy diferente del poder, y su impacto en la autoridad, en la cultura, en la
sociedad y en la poltica es muy distinto al del poder centralizado que tena el Estado de vigilancia de
nuestro pasado inmediato (p. 44).
El panptico actual supera entonces los lmites de un edificio tal como se plantea en la concepcin
de Bentham, extendindose al mundo entero, siendo por tanto una metfora insuperable del poder de

23

De la declaracin de privacidad de Microsoft. Citado en Islas, Octavio, y Gutirrez, Fernando, El gran hermano Gates
te vigila, Revista Mexicana de Comunicacin, Mxico, N 78, 2002, p. 28.
24

Gmez Montt, Carmen, Una plaga en su computadora. Espas cibernticos, Revista Mexicana de Comunicacin,
Mxico, N 88, 2004, p. 11. Segn la autora, se habla de dos prototipos: los que recogen su informacin y las transmiten
a terceros revelando sus hbitos de consumo sin causarle ningn dao, y los que las usan con fines que pueden ser
nocivos. Pero tambin indica que de acuerdo con el estilo de navegar y consulta de cada uno de los usuarios de la red
de redes, se puede detectar su origen racial, sus opiniones polticas, filosficas o religiosas, su filiacin sindical,
etctera. Pero, adems, si usted es de esos usuarios que suele navegar por sitios prohibidos, chatear con grupos de
amigos, o con sus hijos dentro de computadoras ubicadas en oficinas, todo quedar registrado y tantas otras rutinas
ms que usted ni se imagina. Al instalarse un programa detector de espas en el equipo donde se escriben ests pginas,
se detectaron 14 de ellos.

la vigilancia en el mundo contemporneo (p. 47)25 , y difiere tambin del anterior por estar descentralizado y ser consensual. Lo primero quiere decir que las nuevas tecnologas de la informacin ofrecen una
omnisciencia real y no fingida, al mismo tiempo que sustituyen al inspector por una multitud de inspectores
que pueden actuar tanto al unsono como competitivamente entre ellos; expresin de lo cual es la clara
metfora donde se indica que el primer desempleado de esta nueva era es el inspector/Gran Hermano. El
Centro de Mando y Control o el Ojo nico ya no son necesarios, puesto que puede conseguirse el mismo
efecto mediante una multitud dispersa, incluso competitiva que, en su totalidad, forman un sistema de
vigilancia ms dominante y penetrante que el de Orwell26 .
Lo segundo, lo de consensual, es tan cierto como grave, porque implica la aceptacin y la participacin voluntaria en esta vigilancia por un amplio sector de la poblacin, con base en dos aspectos
centrales: por un lado los conocidos acrecentamientos de los niveles de miedo ante la conviccin de una
inseguridad en aumento27 -donde la vigilancia es vista como una proteccin o, en el mejor de los casos,
como un molesto pero inevitable precio a pagar-, y por otro simplemente por comodidad ante las ventajas evidentes que tienen los mismos sistemas que son o pueden servir para una vigilancia de los que
algunos no son concientes pero muchos s (a travs de cajeros automticos, etc.)28 . Como lo describe
claramente Whitaker: El panptico participatorio expande su mirada seductora pero insidiosamente. Las
tarjetas del cajero automtico son cmodas, permitiendo hacer las gestiones bancarias segn la conveniencia de cada cual. El telfono y la conexin bancaria on-line ofrecen todava una mayor comodidad,
permitiendo transacciones financieras desde casa a cualquier hora y cualquier da. Las tarjetas de crdito,
25

Whitaker hace notar el paralelismo subyacente entre el panptico de Bentham y la idea de un Dios invisible,
omnipresente y todopoderoso (p. 49). Esto podra acrecentarse hoy ante todo lo indicado respecto a las posibilidades
tcnicas de una vigilancia que puede llegar a prcticamente todos lados.
26

Idem, p. 172 y 173.

27

Respecto al problema de la inseguridad vase mi artculo La inseguridad en y de nuestra cultura, en Anuario de


Investigacin 1999, Depto. Educacin y Comunicacin, UAM-X, Mxico, 2000, vol. II, donde se desarrolla la idea de
que tras lo manifiesto de los peligros de la violencia cotidiana, que son los que percibe la mayor parte de la poblacin, se
esconde lo latente de problemticas mayores menos percibidas y que son producto del actual modelo hegemnico y las
formas culturales actuales. En torno a la intencional produccin de miedo vanse los trabajos indicados en la nota 5 y,
entre otros, el libro de Gil Calvo, Enrique, El miedo es el mensaje. Riesgo, incertidumbre y medios de comunicacin,
Alianza Ensayo, Madrid, 2003. * Ver el artculo Miedo e inseguridad como analizadores de nuestro malestar en la
cultura en este libro virtual
28

En otro lugar se hizo referencia a muchas de las nefastas consecuencias que puede tener la bsqueda de comodidad
-deterioro esttico, fomento de consumos innecesarios, su aporte a la creciente destruccin ecolgica, etc.-, y su
promocin por todo tipo de empresas comerciales con base en la ideologa que la fomenta.

de financiacion o de dbito ofrecen una mayor extensin de tales comodidades, permitindonos comprar
sin preocuparnos de llevar dinero en efectivo y, cada vez ms, tales tarjetas funcionan a distancia, mediante el telfono o Internet, lo que evita tener que desplazarse. Las tarjetas inteligentes amplan tal comodidad
an ms, y aaden otra ventaja: la seguridad, puesto que contienen informacin personal que impedir
usos desautorizados de la tarjeta29 .
Pero adems, y por lo indicado respecto a la bsqueda de proteccin frente a la inseguridad, hay
un apoyo nada insignificante respecto a la vigilancia que busca controlarla, que es utilizada para usos que
pueden ser muy distintos: La vigilancia constante por un gobierno represivo (el Gran Hermano te vigila)
despierta profundos resentimientos pero, qu ocurre si el eslogan se transforma en el Gran Hermano
vigila por ti?30 .
Las consecuencias de todo este incremento de vigilancia no son menores: Existen fundadas razones para creer que tales tecnologas tienen la capacidad de cambiar drsticamente la concepcin que
tenemos de nosotros mismos y, en consecuencia, de modificar profundamente los conceptos de comunidad y de ciudadana. Estos cambios pueden ser descritos con el advenimiento de la sociedad-red [que
hace] ms transparentes a las personas, y reducen sin cesar los espacios privados en los que la gente,
tradicionalmente, se retraa para refugiarse y para dedicarse a s misma31 .
Puede verse como al espionaje y vigilancia anteriores, relativamente limitados (a aspectos sobre
todo polticos, aunque tambin industrial, comercial, bsqueda de noticias sensacionalistas, etc.), hoy se
ha ampliado a prcticamente todo, importando las prcticas cotidianas de todos aunque slo sea por
razones mercantiles o como parte de tendencias estadsticas de un sector social o grupo especfico. Lo
que antes se consideraba parte de Estados ms o menos totalitarios -lo subrayado es porque todos lo han
hecho y hacen, donde la diferencia depende de su magnitud y alcances-, al estilo de la Stasi alemana o del
stalinismo y del nazismo como ejemplos paradigmticos, hoy se ha generalizado como lo indica todo lo
apuntado previamente, alcanzando incluso a todos los ciudadanos para conocimiento y registro de sus

29

Whitaker, ob.cit. p. 173.

30

Idem, p. 174. Es discutible la afirmacin de este autor respecto a los profundos resentimientos que produce la
represin, como pudo y puede verse en los apoyos que sta recibe por algunos sectores de la poblacin en algunas
circunstancias, por ejemplo las leyes de seguridad impuestas en E stados Unidos luego del 11 de septiembre. Nunca
debe olvidarse la gramsciana observacin de que no hay nada ms parecido a un fascista que un liberal asustado.
31

Idem,., p. 11 y 13.

consumos, tendencias personales, etc. Por eso es tan correcto como alarmante lo sealado por Whitaker
de que por un lado, tenemos al Estado policial y totalitario, pero lo que existe del otro lado, no es una
autntica sociedad libre, sino un Estado democrtico y liberal que contiene elementos autoritarios
y antiliberales32 .
Lo que puede ocurrir en el futuro es simplemente impredecible, sobre todo con base en la unin
de tales tendencias y el impetuoso desarrollo tecnolgico. En un reciente artculo publicado33 se mencionan algunas propuestas y sus escalofriantes posibles consecuencias, entre ellas algunas producto de la
bsqueda de control en la lucha estadounidense contra el terrorismo: por ejemplo el abandono de
algunas propuestas de identificacin en aeropuertos por sus altos ndices de fracasos porque cuanto ms
grande es el nmero de individuos considerados sospechosos, ms difcil resulta el reconocimiento de una
persona determinada. Sin embargo los israeles lo siguen usando con los palestinos en la ruta de Gaza
porque la eficacia reside ms en el miedo que en la gente genera la posibilidad de deteccin. Pero ms all
del abandono de dicho proyecto la bsqueda contina sn lmites: as, por ejemplo, segn el neurlogo
estadounidense Larry Farwell (mimado por el FBI y la CIA) se podrn reconocer las intenciones de una
persona a travs de un escaneo de su actividad cerebral (brain fingerprinting).
Todo esto, ms el miedo y la inseguridad ya sealados, promueve una bsqueda de control por
parte de no minsculos sectores de la poblacin. Duclos evoca la experiencia realizada en Francia con un
circuito cerrado de televisin que permita a los habitantes de un edificio vigilar el hall de entrada y denunciar a la polica a los jvenes que all se reunan, y concluye con algo preocupante: El control social como
religin de una sociedad-mquina avanza a partir de la adopcin por parte de los particulares de sistemas
antes reservados a las autoridades. O a la inversa, a travs de la apropiacin institucional de productos
comerciales que borran las diferencias entre la funcin policial y la del ciudadano o usuario.
Pareciera que todo tiene a este control, incluso proyectos que tienen otros objetivos. Podra ser el
caso de sistemas experimentados por distintos pases (Estados Unidos, Japn, Francia) para automatizar
el manejo de los automviles y reducir el alto nmero de muertos anuales por accidentes, control que
podra servir tambin para detectar el lugar donde se encuentra un auto robado. Pero tal control satelital 32

Idem, p. 32, cursivas mas. Por supuesto este no es el espacio para una discusin respecto a las caractersticas de los
Estados contemporneos en general y neoliberales en particular y, sobre todo, acerca de lo que entienden por libertad,
liberalismo y democracia, en gran medida limitados a sus aspectos formales. Una visin muy crtica al respecto en mi
artculo Reflexiones sobre la guerra, la sociedad y la condicin humana, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 20,
2003; y en el libro La salud mental en el neoliberalismo, ob. cit. * Includo en este libro virtual.

que bloqueran al vehculo, podran teleguiarlo, o inmovilizaran al ladrn en caso de robo- podran servir
para otras cosas segn un ingeniero especializado: Usted es un opositor poltico y una noche que regresa
de una manifestacin, su auto se niega a doblar por la ruta que lo lleva a su casa, y en cambio lo lleva por
un camino alejado, detenindose frente a un galpn. Las puertas del auto estn bloqueadas y slo se abren
cuando un grupo de agentes encapuchados lo sacan a usted a los empujones y lo encierran en una inmensa
sala donde ya esperan cientos de compaeros de desgracia, militantes o simpatizantes. Salas que, segn
Duclos, ya existen en Francia y conocen jvenes manifestantes del Foro Social Europeo.
Por supuesto que en muchos casos tal vigilancia es defendida en nombre de la necesidad de
preservacin de la democracia frente a la amenaza de sectores dictatoriales o terroristas. Ms all de
qu se entiende por aquella, algo que en muchos casos es ms que discutible y sirve como justificacin del
actual modelo de dominacin34 , es importante la conclusin del artculo de Duclos y de todo lo planteado
en el presente texto: El control cientfico de la poblacin no ser nunca una suerte de adaptacin moderna de la democracia, como mucha gente que se rebela con razn frente a la inseguridad contempornea
estara dispuesta a creer. Ese dispositivo encierra fermentos de una autocracia inaceptable. Razn por la
cual debe ser objeto de una atenta vigilancia ciudadana, ya sea que se presente como una norma para el
bienestar sanitario, como una investigacin para reducir los accidentes viales, o como un mtodo para
identificar terroristas.
Algo polticamente cada vez ms necesario, lo mismo que la denuncia de los actuales sistemas de
vigilancia y control. Aunque por las tendencias actuales, tanto del poder como de sectores ciudadanos
inseguros y con miedo, hoy es difcil ser optimista respecto a la conciencia general al respecto y a las
posibilidades de tal atenta vigilancia.

33

Duclos, Denis, Quin le teme a Big Brother?, en edicin argentina de Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, N
62, agosto 2004, p. 30.
34

Sobre esto vanse mi ponencia Poltica, democracia y subjetividad en nuestro tiempos neoliberales, presentado al
Coloquio Crisis de la poltica, realizado en noviembre 2004 y organizado por el Departamento Educacin y Comunicacin de la UAM-X, que se publicar en un libro con textos del mismo. Puede verse en http://xochimilco.uam.mx/csh/dec/
produccioneditorial/html/coloquio.html

Breve comentario sobre ciertos usos de la obra de Foucault

Con independecia del tema aqu abordado, es importante terminar con dos observaciones vinculadas a la utilizacin de la obra de este autor. Sobre un creador de importancia, fuerte peso, de alto
prestigio e incluso de moda en importantes sectores culturales e intelectuales -y sin duda es el caso de
Foucault- siempre pueden hacerse usos mltiples, no faltando aquellos -en realidad son muchos- que
distorsionan o modifican su obra para hacerle perder al menos parte de sus contenidos crticos y
cuestionantes, o lo alejan de los aspectos concretos de la realidad tambin concreta en que se vive.
Siempre se ha hecho, pero se ha acrecentado enormemente en los actuales tiempos donde se han producido enormes cambios en lo que hace dcadas se llamaba el rol de los intelectuales, por lo que se ha
perdido mucho el compromiso de stos siempre de acuerdo a otro trmino vigente en esa poca,
reemplazndolo por un notorio alejamiento respecto a las circunstancias que se viven en un dramtico
momento de la historia35 .
Aqu se hacen esencialmente dos formulaciones crticas acerca de tales usos, seguramente no los
nicos pero s demasiado frecuentes, y por supuesto no casualmente.
El primero es que, con base en lo incuestionablemente valioso de sus conceptos acerca de lo
micropoltico y sus significaciones, muchsimas veces se olvida ni ms ni menos que las nociones de
poltica, cayndose en perspectivas similares a las psicologistas que dejan ver el rbol -a veces con
excesos de detalles- pero no el bosque. Una consecuencia frecuente de ello es que se limita o anula toda
prctica poltica, con lo que esto significa para el mantenimiento de lo existente.
El segundo, y vinculado con el indicado, es tambin el olvido de que Foucault fue un gran terico
pero tambin, aunque no siempre, muchas veces tuvo una importante toma de posicin frente a los problemas de su tiempo: desde la asuncin de su homosexualidad (algo no tan simple en su poca, aunque sin
duda lo favoreca su mbito cultural) hasta el repudio -junto con Sartre y otros grandes intelectuales de su
poca- a la guerra colonialista de Francia en Argelia. Una sntesis de pensamiento y accin es lo que
35
Por supuesto este tampoco es un tema a desarrollar aqu. Al respecto vanse mis siguientes trabajos: el ya citado
Proyectos, subjetividades e imaginarios de los 60 a los 90 en Latinoamrica; Lo light, lo domesticado y lo bizantino
en nuestro mundo psi, revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 14, 2000 (reproducido en La salud mental en el
neoliberalismo); Los estudios e investigaciones en comunicacin en nuestros tiempos neoliberales y posmodernos,
en Sols Leree, Beatriz (ed.), Anuario de Investigacin de la Comunicacin VII, Consejo Nacional para la Enseanza y
la Investigacin de las Ciencias de la Comunicacin (Coneicc) y Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco,
Mxico, 2001.

formula al decir que crear y recrear, transformar la situacin, participar activamente en el proceso, eso es
resistir36 .
Muchos de sus seguidores y de lo que lo citan -se reitera que muchos-, se refugian en sus textos,
pero no salen de ellos (ni de sus escritos, escritorios y cubculos) para acercarse a actividades concretas
contra un poder que rechazan slo en las palabras (y actualmente, cada vez ms, ni siquiera esto). Y hoy
esto es muy grave ante lo que significa este poder

36

Entrevista un ao antes de su muerte en la revista Body Politics; en M. Foucault, Dits et Escrits IV, p. 741. Tomado
de la revista Campo Grupal, Buenos Aires, N 53, enero 2004.

PSICOLOGA DE MASAS DE BUSH

Las preguntas ya se han hecho muchas veces y sin duda se seguirn haciendo, primero ante la
eleccin de Bush como presidente de Estados Unidos, y luego ante su reeleccin: qu determin tal
preferencia ante su muy bajo nivel cultural y tico, y con mayor razn su reeleccin conocindose la gran
cantidad de aceptadas mentiras con las que justific la invasin a Irak?; cmo lo hace un pueblo que se
jacta de defender la libertad y la democracia en todo el mundo, tambin conociendo la cada mayor
restriccin de ellas en su propio pas en nombre de la lucha contra el terrorismo, la realidad inocultable
de la prctica de la tortura por sus fuerzas, e incluso las acusaciones que se le hacen acerca de algunas
similitudes con la poltica del nazismo?; cmo puede entenderse que sectores humildes -pobres, negros y
latinos- lo votaran en un mayor porcentaje que antes, cuando es evidente su apoyo a los sectores ms
ricos de ese pas, el aumento de la pobreza y la creciente desproteccin a las capas populares?
No es el objetivo de este escrito el anlisis de la poltica del gobierno de Bush -de lo cual algo se
dijo en un extenso artculo anterior publicado en esta revista, en particular sobre la realidad de su democracia y la defensa de ella en otros pases1 -, sino de tratar de esbozar algunas respuestas a las preguntas
anteriores comprendiendo lo que esto significa para el mundo entero y para el conocimiento de parte
importante de la subjetividad de nuestro tiempo. Problemtica por otra parte claramente vinculada a los
objetivos de nuestra revista.
Del vasto material analtico al respecto pueden verse cuatro aspectos centrales que determinaron
tal preferencia por Bush: 1) el alto grado de inseguridad y miedo existentes en la sociedad estadounidense;
2) el peso en sta de posturas religiosas fundamentalistas; 3) la capacidad de Bush para comunicarse con
su pueblo y, 4) las caractersticas histricas y actuales de ste. Veamos por separado cada uno de estos
aspectos -aunque son parte de un todo indisoluble-, sin olvidar que la oposicin interna a este gobierno es
muy alta e importante en prcticamente la mitad de la poblacin, con la fractura que esto implica para una
sociedad notoriamente dividida.

* Publicado en revista Subjetividad y Cultura, Mxico, N 23, 2005.

Inseguridad y miedo

Es innecesario reiterar el trauma provocado en la sociedad estadounidense por los atentados del
11 de septiembre, as como el evidente aprovechamiento de su gobierno para reforzar de manera constante el estado de inseguridad que se vive y el miedo ante la posibilidad de nuevos atentados. Siempre
debe recordarse que fue la primera vez en que Estados Unidos sufre acciones muy significativas en su
propio territorio, dejando de ser inexpugnable, con la prdida de la seguridad omnipotente que tena en
mltiples sentidos: la posibilidad de ser alcanzado por acciones que siempre se desarrollaron fuera de su
espacio (guerras en Europa y otras partes del mundo), la notoria debilidad de sus aparatos de inteligencia,
la percepcin en su poblacin de que su pas puede ser la potencia militar dominante en el mundo pero eso
no le elimina los riesgos -tal vez todo lo contrario, ante el cada vez mayor rencor que su actual poltica
produce en el mundo- de ser el objetivo de grupos terroristas activos y capacitados.
Tampoco se trata de analizar en este texto la creciente inseguridad y miedo existente en el mundo
entero y sus causas -ser tema de otro artculo a publicarse en el prximo nmero de esta revista-* , pero
s recordar que el poder dominante (en ese pas y en muchos otros) son plenamente concientes de tal
situacin y sus consecuencias en la subjetividad, que utilizan a su servicio para acrecentarlas: se fomenta
constantemente, en los discursos gubernamentales y con el uso de los cada vez ms poderosos medios
masivos de difusin que controlan de manera prcticamente absoluta2 , la posibilidad de nuevos atentados
y de diferente tipo (desde otros similares a los del 11 de septiembre hasta la creacin a temor por ataques
con antrax, y en el momento de escribirse este artculo comienza a plantearse la posibilidad de mltiples
acciones suicidas en lugares pblicos como restaurantes, cines, etc., con la clara evocacin que esto
produce con hechos similares en Israel, Irak, Afganistan, Espaa y otros lugares, realizados por terroristas musulmanes). Ya en trabajos anteriores3 se rese la multiplicidad de claras polticas tendientes al
1

Guinsberg, E., Reflexiones sobre la guerra, la sociedad y la condicin humana, revista Subjetividad y Cultura,
Mxico, N 20, octubre 2003. * Includo en este libro virtual.
*
Miedo e inseguridad como analizadores de nuestro malestar en la cultura, includo en este libro virtual.
2

Es cierto que existen algunos, muy pocos, con una postura diferente y crtica ante el discurso hegemnico, pero son
una muy pequea minora y con peso reducido en la poblacin. * En los ltimos tiempos (esto se escribe en noviembre
del 2005) el prestigio y confianza en Bush han bajado marcadamente segn todas las encuestas.
3

Guinsberg, E., El control social en tiempos de guerra, y El control social en tiempos de guerra un ao despus,
en Anuario de Investigacin 2001 y 2002, Departamento Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolitana-Xochimilco, Mxico, vol. I, 2002 y 2003.

acrecentamiento de esta inseguridad y miedo a fin de que la poblacin acepte las acciones gubernamentales, desde la invasin a Irak hasta las medidas de restriccin de libertades o incluso una prctica de
la tortura supuestamente criticada pero que contina4 .
Pero esta inseguridad y miedo no se limita a lo anterior sino tambin se vincula a la posibilidad
de disminucin o prdida de los evidentes beneficios que tiene ese pas frente a los dems en aspectos polticos y econmicos. Con tal de continuar teniendo las reales o imaginarias ventajas en formas de
vida, control mundial, etc., la poblacin estadounidense acepta, permite y justifica -conciente e/o
inconcientemente- las polticas del gobierno de Bush para continuar siendo los dueos del mundo y
mantener la vigencia del sueo americano, sin preocuparse mayormente por sus consecuencias (de
explotacin de otros pases, mltiples violaciones de la legalidad mundial, destruccin ecolgica, etc.).
En definitiva, inseguridad y miedo -hbilmente aprovechados- refuerzan las polticas bushianas, al
punto que incluso muchos que no quieren al actual Presidente lo votan por creer que mantendr segura a
la Nacin.

Fundamentalismo religioso

Es tambin conocida la postura religiosa de Bush, e incluso su mesinica afirmacin de que consulta con Dios y acta en su nombre, algo sin duda delirante pero que es tolerado o aceptado por quienes
lo han votado, lo que indica claramente que en gran medida representa el sentimiento de su pueblo. Aqu
hay que recordar la enorme diferencia que existe entre el muy alto nivel cultural e intelectual de importantes
sectores de tal poblacin -en terrenos tanto cientficos como artsticos-, con la vasta mayora de la misma
que se preocupa, slo o sobre todo, de sus intereses inmediatos concretos, y por tanto se despreocupa de
cosas que no sean la vida cotidiana, los deportes y espectculos, etc5 . En este sentido sus medios masivos
4

Respecto a esto la prensa ha mostrado documentos irrebatibles, como tambin declaraciones de miembros del gobierno de Estados Unidos defendiendo el uso de la tortura. Sobre la investigacin de ese pas al respecto vanse mis
comentarios al libro de Watson, Peter, Guerra, persona y destruccin. Usos militares de la psiquiatra y la psicologa,
Nueva Imagen, Mxico, 1982, en el nmero anterior de esta revista, y al de Thomas, Gordon, Las torturas mentales de la
CIA, en este nmero. * El primer puede verse en este libro virtual
5

Seguramente es muy triste decirlo, pero se trata de una poblacin con un nivel cultural general muy pobre y elemental,
que incluso se preocupa poco por ejercer su derecho al voto como lo indica el alto grado de abstencionismo. Una
pelcula expuesta en Mxico el ao pasado (2004), Super-engrdame -una violenta crtica a los McDonalds-, puede ser
vista como una metfora de tal pueblo: su psimo gusto culinario, la educacin que se les d a los nios, su hedonismo
epidrmico, etc.

de difusin absolutamente mayoritarios refuerzan estas posturas y no escapan a tal tendencia: diarios
como New York Times, The Washington Post y algunos pocos ms son excepciones, mientras lo comn
es el nivel de la mayora de la prensa local de provincia o la televisin tipo Fox o CNN.
El mundo religioso estadounidense en muy importante medida impregna la vida de los ciudadanos
de ese pas, no pocas veces con planteos verdaderamente primitivos e incluso incompatibles con su nivel
de desarrollo cientfico y tecnolgico: un importantsimo porcentaje de la poblacin se gua por criterios
bblicos respecto a la creacin del mundo, incluso hoy la teora de la evolucin no se ensea en algunos
Estados, y segn una encuesta del 2002 hecha por Time y CNN el 59% de los estadounidenses creen
que las profecas halladas en el Apocalipsis se cumplirn, y casi la cuarta parte creen que la Biblia predijo
los ataques del 11-S6 . No puede sorprender entonces el gran xito de mltiples tendencias religiosas y de
verdaderos lderes carismticos de stas -en templos y por TV-, seguidos por multitudes importantes que
encuentran en ellas y ellos refugio para su vida, lo que de por s es un verdadero analizador de stas y su
sociedad7 . Vinculado con una moralidad que luego se mencionar, cristianos, evanglicos y catlicos
optaron por apoyar las ideas polticas de Bush, a quin consideran como un presidente compasivo -en su
sentido religioso- y el lder que necesita el pas para preservar los valores morales8
Claro que puede decirse que esto no habla muy favorablemente del nivel racional e intelectual de
esa sociedad, e incluso puede pensarse que de la misma condicin humana, autodefinida seguramente
de manera tan pedante y falsa como homo sapiens. Y en este sentido no es ocioso sino importante
recordar como los incuestionables delirios de Hitler y del nazismo fueron aceptados y seguidos por el
pueblo aleman -uno de los de mayor cultural de su tiempo- y muchos connotados intelectuales, en tanto
respondan a unas necesidades polticas, econmicas y subjetivas muy conocidas y estudiadas. Aunque
con caractersticas en alguna medida diferentes, esto parece reiterarse ahora con la mayora del pueblo
estadounidense.

Moyers, Bill, No hay maana, diario La Jornada, Mxico, 20 marzo 2005, p. 31.

Una interesante descripcin de las caractersticas centrales de estos grupos religiosos y sus lderes puede verse en el
captulo 6 del libro de Rushkoff, Douglas, Coercin. Por qu hacemos caso a lo que nos dicen, La Liebre de Marzo,
Barcelona, 2001.
8

Esquivel, Jess, La derecha, todo el poder, revista Proceso, Mxico, N 1462, 7 noviembre 2004, p. 46.

El vnculo de Bush con su pueblo

Tampoco es necesario recordar la conocida importancia de la relacin entre lder y masas, que
generalmente no depende del nivel cultural del primero sino de su capacidad de captar lo que la gente
siente y quiere, as como de saber dialogar y comunicarse con ella. Ms all de lo que al respecto dice
Freud en su Psicologa de las masas y anlisis del yo, las experiencias de mltiples caudillos con diferentes ideologas -desde famosos e internacionales como Lenin, Stalin, Trotski, Mussolini, Hitler, Pern,
F. Castro, Juan Pablo II, etc. a muchos ms locales- son claras y aleccionadoras al respecto.
Bush no es una excepcin, y su muy bajo nivel cultural e intelectual, errores verbales, confusiones
de todo tipo e incluso notorias mentiras no son impedimento para que establezca un vnculo fuerte y creble
con una parte mayoritaria de su pueblo, esa que lo ve como uno de ellos -aunque no lo sea- porque habla
como ellos, viste como ellos, y se diferencia del mundo intelectual que la mayora repudia y rechaza:
mientras Kerry era visto como un representante de estos sectores, Bush fue y es el prototpico cow-boy
de la historia estadounidense que no casualmente gan en casi todos los estados, excepto los ms desarrollados y cultos.
En un muy interesante artculo un redactor del francs Le Monde Diplomatique lo expresa muy
claramente: Si bien no tiene [Bush] el carisma manipulador de Reagan o Clinton, sabe dar en el blanco,
seguramente porque su anti-intelectualismo y su culto del hombre comn coinciden con las expectativas y
las impaciencias de sus partidarios ms pobres [...] Adems, hay otra cosa. El Presidente es un hombre
rico, pero exhibe sus privilegios con menor ostentacin que su riqusimo adversario (originario de una gran
familia de la costa Este, estudios privados en Suiza, casamiento con una millonaria, cinco residencias, un
avin particular para ir de una costa a otra, snow-board en invierno, windsurf en verano, y hasta una
bicicleta personal que vale 8.000 dlares...). En el caso de Bush, el dinero no se ve. Orgulloso de su pas,
incluso arrogante, se muestra humilde ante sus habitantes [...] Sin dudas, este Presidente permiti que los
ricos sean cada vez ms ricos, y ms abiertamente que sus predecesores. Es cierto, pero es un hombre
simple, que comete errores de sintaxis o de vocabulario, que pasa una buena parte de sus vacaciones con
las botas puestas, ocupndose de su rancho. Quirase o no, ese tipo de cosa cuentan9 .

Halimi, Serge, El pueblo humilde que vota Bush, edicin argentina de Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, N 64,
octubre 2004, p. 4 a 6.

Y sigue diciendo: Bush se maneja muy bien con la gente. Sabe hacer llegar su mensaje. Su
comportamiento vaquero es algo que, lamentablemente, gusta a los estadounidenses. Es un hombre desprovisto de sabidura, pero sabe tomar decisiones, a veces estpidas. Polticamente es de temer. Y algo
muy importante, por lo que justifica la extensin de la cita: Los europeos, los intelectuales y los artistas
pueden argumentar todo lo que quieran sobre la exageracin de la amenaza, las torturas de Abu Ghraib,
los saqueos: su crdito es nulo en el seno del humilde pueblo conservador. Y los republicanos son brillantes
para presentarse como perseguidos por una elite progresista (liberal elite) que rene a los abogados
picapleitos, los universitarios arrogantes, los medios de comunicacin sin moral y los actores que reparten
consejos. La acusacin no siempre es infundada. El aislamiento social de la mayora de los intelectuales,
de los expertos, su individualismo y su narcisismo, su desdn por las tradiciones populares, su desprecio
por esa gentuza desparramada tierra adentro que sigue apoyando a Bush, encandilara a un recin llegado. Pero todo eso provoca un resentimiento que Fox News y los republicanos saben capitalizar. Como
seala un reconocido politlogo, el antiintelectualismo de masas encontr a su lder10 .
Es entonces un populismo de derechas que se apoya en el Estados Unidos profundo, y que
claramente describe Samir Amin: La particular forma de protestantismo que hall su va en Nueva Inglaterra sigue configurando la ideologa estadounidense en la actualidad. Primero, facilit la conquista
del nuevo continente, instruyendo su legitimidad con base a referencias bblicas (la referencia bblica de
la violenta conquista de Israel de la Tierra Prometida es un tema constantemente reiterado en el discurso
de EU). Ms tarde, EU extendi su misin encomendada por Dios hasta abarcar el mundo en su totalidad.
Por ello, los estadounidenses han comenzado a verse a s mismos como el pueblo elegido (en la prctica,
un sinnimo del trmino Herrenvolk). Esta es la amenaza a la que hacemos frente en la actualidad y por
ello el imperialismo estadounidense (y no el Imperio) ser incluso ms brutal que sus predecesores, la
mayora de los cuales nunca reivindicaron estar investidos por una misin divina11 .
10

Almeyra, Guillermo, Querido Osama, gracias, tu George, diario La Jornada, Mxico, 7 noviembre 2004, p. 16. Algo
similar seala Dorfman, Ariel (Kerry tambin debe vencer a los antiintelectuales, revista , Buenos Aires, N 57, 30
octubre 2004, p. 9), que coincide con lo escrito por un autor (Richard Hofstadter) respecto a algo vinculado a lo que se
indicar en el siguiente prrafo: El antiintelectualismo tuvo sus orgenes en caractersticas estadounidenses anteriores
a la fundacin de la Nacin: la desconfianza ante la modernizacin laica, la preferencia por soluciones prcticas y
comerciales a los problemas y, por sobre todas las cosas, la influencia devastadora del evangelismo protestante en la
vida cotidiana [...] La mente funfamentalista es esencialmente maniquea: piensa que el mundo es el escenario del
conflicto entre el bien absoluto y el mal absoluto y, por lo tanto, desprecia los acuerdos (quin pactara con Satans?)
y no puede tolerar ninguna ambigedad. No puede dar ninguna importancia a lo que considera grados nfimos de
diferencia.
11

Amin, Samir, La ideologa estadounidense, revista Memoria, Mxico, N 173, julio 2003, p. 6, subrayado inicial mo.

En ello se apoya tanto el rencor profundo que produce desdn ostensible de personas de nivel
superior [que] al tomar como principal blanco a la elite de la cultura, protege a la elite del dinero, como de
escuchar lo que quieren escuchar: desde que Estados Unidos no depender de nadie para garantizar su
seguridad, hasta la defensa de los valores familiares amenazados por el aborto, los matrimonios gays12 ,
pasando por el cuidado ecolgico que propugnaban los demcratas y hubiese perjudicado los intereses
de algunos estados, etc.
Una tal vez sntesis de mucho de lo aqu expuesto es lo que escribe un escritor mexicano que hasta
hace muy poco fue agregado cultural en Estados Unidos: Por qu tanta gente vot por Bush? Lo
primero y ms obvio es lo que se ha llamado simplificaciones peligrosas El electorado de all no es capaz
(y donde s?) de seguir argumentos complejos; luego, es preciso reducir todo asunto poltico a unas
cuantas frases, unos cuantos slogans muy simplificados. Pues bien, Bush ha mostrado enorme talento
reductor. Es un simplificador de contundente eficacia. Los resultados son descorazonadores, porque la
poltica de slogans vuelve muy difcil, si no imposible, razonar. Y termina con otro argumento tan categrico como lamentable: Por eso el narcisismo autoidealizador estadounidense, por la obsesin con ellos
mismos, por el miedo y la ira colectivos; porque entienden el atolondramiento de Bush como modestia, y
su ambicin como fortaleza, y su ideologa reaccionaria como religiosidad; porque supo suplantar son
slogans todo razonamiento y remachar con ellos una y otra vez, con el supuesto de que una mentira
empieza a parecer verdad si la repites muchas veces...13 .
Puede resultar muy fuerte una contundente frase del conocido escritor Norman Mailer, pero ello
Vinculando aspectos ya sealados en este artculo, el autor entiende que la combinacin de una prctica religiosa
dominante -y su explotacin por medio del discurso fundamentalista- con la ausencia de conciencia poltica entre las
clases oprimidas, da al sistema poltico de EU un margen de maniobras sin precedentes, a travs del cual puede destruir
el impacto potencial de las prcticas democrticas y reducirlas a rituales benignos (la poltica como un entretenimiento,
la inauguracin de campaas electorales con animadores, etc.) (p. 8).
12

Esto tiene una importancia mayor a lo que se piensa, y muchas veces vinculado al sealado miedo: Los habitantes del
sur de Estados Unidos -tradicionalmente apolticos y religiosos, sobre todo en comunidades rurales- marcaron la
diferencia a favor de Bush e hicieron evidente un hecho: la desconfianza de ver en la Casa Blanca a un presidente liberal.
Vinculado al multicitado miedo, un socilogo seala que la continuidad [de Bush] les otorga mayor probabilidad de
preservar los valores morales y de congelar la amenaza que les significa legalizar los matrimonios entre homosexuales,
propagar la prctica del aborto y suavizar la mano para castigar a los terroristas. Una propagandista de Kerry reconoce
que detectaron votantes hispanos que pensaban que si Kerry ganaba se iban a repartir pldoras abortivas a los
adolescentes en las escuelas secundarias. Se lo inculcaron los voluntarios de la campaa de Bush y no hicimos nada
para contrarrestarlo. Nos equivocamos y perdimos. Este pas es ms fundamentalista de lo que pensamos. Datos
tomados de Esquivel, Jess, ob.cit., cursivas finales mas.
13

Hiriart, Hugo, El pueblo que vot por Bush, revista Proceso, Mxico, 17 noviembre 2004, p.62

no quita que sea cierto que despus de todo, Bush apunta a los estpidos14 . Lo grave es lo que proponen, defienden, y que son mayora.

Reich y su Psicologa de masas del fascismo

La relectura de este brillante y clsico texto de Wilhelm Reich puede provocar resistencias por
considerarse que el fascismo/nazismo es algo muy diferente a la poltica de Bush. Es cierto -salvo cada vez
ms restricciones se mantienen sobre importantes libertades pblicas (para qu eliminarlas si molestan
pero no impiden el mantenimiento de la actual dominacin, en importante medida gracias al pensamiento
(casi) nico de sus medios de difusin?), persisten formas democrticas15 , etc.-, pero no pueden negarse algunas similitudes: si bien el trmino fascismo hace mucho se ha convertido en polivalente, designndose como tal a sistemas slo represivos y sin las caractersticas especficas de aquel (dictadura,
eliminacin de toda oposicin y libertades ciudadanas, racismo, corporativismo, etc.), no puede negarse
que algunos planteos bushianos se le aproximan peligrosamente. Entre ellos la idea de la superioridad
y el destino manifiesto del pueblo estadounidense frente a los dems16 , el asumido derecho de su gobierno a intervenir sin consenso mundial en otros pases para guerras preventivas, el no acatamiento a la
legalidad internacional (del Consejo de Seguridad de la ONU, Tribunal de La Haya, Protocolo de Kyoto,
etc.), sin olvidar una cuota de racismo en el desprecio al mundo musulmn y rabe de alguna manera vistos
como inferiores.
Pero ms all de la discusin al respecto, es importante destacar que los aportes de Reich no se
limitan al fascismo que analiza, sino son tiles para ayudar a la comprensin de otros fenmenos, entre
14

Mailer, Norman, Una victoria de Bush sera una irona inolvidable, revista N, ob.cit., p. 7.

15

El entrecomillado de democrticas es por el uso sesgado de este trmino -ya planteadas en el artculo de nota 1-,
pero tambin por sus conocidas limitaciones en los propios Estados Unidos: las acusaciones de fraude en la primera
eleccin de Bush, y otros hechos que pueden verse en Navarrete, Jorge E., Estados Unidos: trampas electorales, y
Luna, Luca, Democracia bananera, en revistas Proceso, Mxico, N 1459 y 1460 respectivamente (17 y 24 octubre
2004), p. 60 y 48.
16

La periodista Ivins, Molly (Bolton en la ONU: qu buen chiste, diario La Jornada, Mxico, 21 marzo 2005, p. 30)
ofrece una clara perla al respecto de John Bolton: desprecia a las Naciones Unidas y una vez dijo que Cuando Estados
Unidos da un paso al frente, la ONU tiene que seguirnos. Si ir con ella sirve a nuestro intereses, lo haremos, y si no, no.
Y segn el corresponsal de ese diario en Estados Unidos sugiri que su propuesta para reformar el Consejo de Seguridad
sera que fuese integrado por un solo miembro: Estados Unidos ( Brooks, David, 23 marzo 2005, p. 27). Este personaje fue
recientemente designado representante de EE.UU. a la ONU.

ellos el estadounidense actual, sobre todo la estructura caracteriolgica de las masas y los efectos
sociales del misticismo17 . En abierta crtica al economicismo marxista de la poca de ascenso del
nazismo (y por supuesto tambin posterior), Reich refirma que en tal xito el elemento decisivo no era en
el plano prctico, la estratificacin econmica, sino la estratificacin ideolgica de la poblacin
(p. 23, cursivas de WR), y postula que nuestra psicologa no puede ser otra cosa que la bsqueda del
factor subjetivo de la historia, de la estructura ideolgica de la sociedad que ellos constituyen. No se
erige nunca, como lo hacen la psicologa reaccionaria y la economa psicologista, contra la sociologa
marxista, oponindole una concepcin psicolgica de lo social, sino que se somete y se integra, en un
punto muy preciso, a esta teora que hace derivar la conciencia del ser (p. 26-27). Y precisa pocas lneas
despus: La psicologa poltica se ocupa, por lo tanto, de un campo claramente delimitado. Es incapaz de
explicar la gnesis de las clases en la sociedad o el modo de produccin capitalista (cuando se aventura en
ese terreno sus hallazgos no son otra cosa que estupideces reaccionarias, como cuando explica, por
ejemplo, el capitalismo por la codicia de los hombres). Pero es ella, y no la economa social, la que podr
investigar cmo es el hombre de una cierta poca, cmo piensa y cmo acta en funcin de su estructura
caracteriolgica, cmo repercuten en l las contradicciones de su existencia, y cmo intenta dominar su
vida. Cierto que no examina ms que al hombre individual; pero cuando se especializa en la exploracin de
procesos psicolgicos tpicos y comunes a toda una capa, clase o categora profesional, descartando
toda diferenciacin individual, se transforma en psicologa de masas. Algo que puede ser vlido para
toda circunstancia.
Lo mismo que afirmaciones como la siguiente, cambindose fascismo por, en el caso aqu analizado, el modelo del Estados Unidos actual: No es hora de preguntarse qu pasa en el seno de las
masas para que stas no reconozcan o no quieran reconocer el papel del fascismo? (p. 33). Es que en
realidad todo orden social produce en la masa de sus componentes las estructuras de que tiene
necesidad para alcanzar sus fines principales (p. 35), aunque slo en los casos de xito del modelo de
dominacin por la capacidad de sus sectores dominantes para inculcar sus objetivos en tales masas,
aunque ellos sean contrarios a sus intereses. Caso actual donde sectores humildes aumentaron su apoyo
por Bush pese a la poltica de ste claramente favorable a los sectores econmicos poderosos, pero con
base en lo antes enunciado: inseguridad, miedo, defensa de intereses, etc.
17

Reich, W., La psicologa de masas del fascismo, Roca, Mxico, 1973, p.14, cursivas de Reich.

Vinculado a esto algo muy conocido pero todo indica que permanente: El estudio de la eficacia
psicolgica de Hitler sobre las masas -nuevamente cambiese este nombre por el que sea, Bush y su
poltica en este caso- deba partir de la idea de que un fhrer, o representante de una idea, no poda tener
xito (no un xito histrico, sino esencialmente pasajero) ms que si sus conceptos personales, su ideologa o su programa se encontraban en armona con la estructura media de una amplia capa de
individuos integrados en la masa. De aqu considera que surge otro problema: En qu situacin
histrica y social y social se originan estas estructuras, por lo que considera que lo que se trata es de
saber cmo fue posible engaar, desorientar y sumir a influencias psicticas a las masas. Es ste un
problema que no se puede resolver si se ignora lo que sucede en el seno de las masas (p. 52 y 53,
cursivas de WR). Pero prrafos atrs haba sealado algo tambin conocido y siempre vigente: La tctica
en materia de psicologa de masas reside en renunciar a toda argumentacin y en presentar a las masas
solamente la gran meta final (p. 51) [...] Hitler a repetido a menudo [es necesario repetir que no slo
l, y que hoy es el eje de toda mercadotecnia poltica?] que no hay que abordar a la masa con argumentos,
pruebas, erudicin, sino con sentimientos y creencias (p. 114, cursivas mas).
Todo ello no surge slo de los ltimos acontecimientos que se producen a partir del 11-S, sino de
una muy larga construccin subjetiva con base en la historia de Estados Unidos y su capitalismo pujante y
victorioso, capaz de tambin construir un control social que ha posibilitado un largo consenso con adecuacin a fines a veces diferentes (Estado de Bienestar, modelo neoliberal) pero siempre en funcin del
predominio de ese pas, el sueo americano, etc., aunque sea negando o racionalizando sus mtodos e
incluso sus notorias contradicciones (alto nivel de pobreza y racismo entre muchos otros aspectos)18 .
Por supuesto tampoco es necesario repetir la importancia del papel del lder ante las masas:
acaso lo escrito por Reich de que cuando se haca notar a los partidarios nacionalsocialistas que el
programa del partido, a fuerza de contradictorio, era insostenible, se obtena a menudo la siguiente respuesta: Hitler sabe muy bien lo que se trae entre manos, encontrar solucin a todo (p. 87), no recuerda
afirmacin parecida de Bush de que l ya enfrent al enemigo terrorista y sabe cmo hacerlo, a diferencia de un Kerry ms inteligente pero tambin ms confuso y que fue llevado al terreno que impuso el
18

Respecto al control social y su papel fundamental, vase artculos anteriores en nuestra revista: Guinsberg, E.;
Matrajt, Miguel; y Campuzano, Mario, Subjetividad y control social: un tema central de hoy y siempre (en el N 16, abril
2001), y de Ventre, Marta, La globalizacin y las nuevas formas de control social (en el N 18, agosto 2002). Al respecto
resulta innecesario reiterar el papel de los medios masivos de difusin, artfices muy importantes del triunfo de Bush y
de su poltica.

presidente?
Todo lo indicado explica el por qu del triunfo de Bush? S en importante mredida, pero no
totalmente: no se puede olvidar que la derecha hace tiempo que comenz a triunfar en diferentes pases,
sobre todo europeos pero tambin latinoamericanos (aunque esta tendencia hace aos comenz a revertirse
en nuestro continente). Todo esto indica la imperiosa necesidad de profundizar en estudios sobre estos
procesos, sobre todo con base en estudios de campo especficos y contemplando las mltiples facetas de
una realidad extremadamente compleja (el peso de situaciones y propuestas locales, por ejemplo).
La situacin del mundo es realmente preocupante con gobernantes como Bush y quienes lo siguen, y no fomenta expectativas favorables para el presente y el futuro, mxime viendo que sus propuestas
tienen importantes apoyos. Las formaciones ideolgicas irracionales imprimen en los individuos estructuras irracionales: nuevamente es Reich (p. 111), con una afirmacin que lamentablemente sigue vigente y
muestra de manera categrica los lmites de la racionalidad humana

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