Notas Del Autor

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Notas del autor

Cuando decidí embarcarme en la aventura de escribir este libro sabía que, al igual
que los protagonistas de la novela yo también iba a realizar un extraordinario viaje
intelectual, emotivo e intrigante. Este viaje personal del que hablo no empezó merced a la
Literatura, sino que arrancó de la Ciencia, o mejor, de la Historia de la Ciencia. Ella fue la
que atrajo mi interés hacia el legado de las civilizaciones de la antigüedad, en especial de
los griegos. Diferentes lecturas me llevaron a la figura de Eratóstenes y enseguida me
sedujo la idea de poder contar cómo éste erudito, partiendo de los conocimientos de
Aritmética y Geometría de los que disponía en su época, fue capaz, a partir de una curiosa
leyenda, de determinar el tamaño de nuestro planeta de una manera sencilla y lógica.
Apenas existe documentación acerca de los datos que llegó a manejar, ni tampoco de la
manera en que se las ingenió para obtenerlos. Las referencias que nos llegan a través de
estudiosos son posteriores a su época, fundamentalmente griegos y romanos; o de tiempos
mucho más cercanos a nosotros, de los árabes o los bizantinos. Muchas veces las
informaciones son sesgadas, parciales e incluso contradictorias. Por ello cuando, por
ausencia de documentos a los que ceñirme, he tenido que tomar decisiones acerca del
camino a seguir para desenvolver los acontecimientos, lo he hecho guiándome por el
sentido común.

La narración se desenvuelve en el 225 a. C. en la Alejandría del faraón Ptolomeo


III Evérgetes, cuando el imperio Lágida (nombre originado en Ptolomeo Lagos, el general
de Alejandro al que le correspondió Egipto tras el reparto del imperio) se hallaba en su
apogeo. Con el fin de ser fiel a los hechos históricos y a los protagonistas que los
propiciaron, mi deseo es que el lector separe sin la menor duda lo que es realidad de lo que
es ficción; por lo que decidí resaltar en cursiva los nombres de los personajes, dioses,
instituciones y lugares que se encuentran históricamente documentados.

Se trata de una obra coral en la que se pretende mostrar, a través de unos personajes
de diferentes etnias, posición social, aspiraciones, e intereses, la dimensión cosmopolita de
la que un día fue la urbe más grandiosa del mundo. Griegos, egipcios, hebreos, llegaron a
convivir en ella en paz durante varias décadas, favoreciendo un esplendor cultural que no
volvería a repetirse. Es, así mismo, un peregrinaje remontando el Nilo, causa y efecto de
cuanto sucedió en sus orillas durante milenios. En ese periplo, el río muestra el pasado
esplendoroso de los antiguos moradores, cuyas reminiscencias todavía conviven y se
mezclan con las ideas de los nuevos tiempos. Un peregrinaje que se convertirá también en
un viaje interior que transformará poco a poco a sus protagonistas avocándolos a su
destino. Ambari, el copista mayor, el funcionario ejemplar, se ve obligado por sus
responsabilidades a descubrir su lado astuto, e incluso se atreverá a ser audaz. Diocles y
Aniceto dejan la inocente juventud, el primero ayudado por el amor de su ansiada Calila, un
sentimiento que madura en la distancia; el segundo perdido entre fidelidades contradictorias
que le obligarán a tomar decisiones transcendentales. Calixto suma a su calidad de copista
el genio de los hombres de ciencia de cuya sabiduría ha bebido. El Ptolomeo joven, de
disipada existencia, aprende que para un faraón la vida es compromiso y entrega a una tarea
sagrada; y lo hace viendo de cerca la muerte. Eso le hará reflexionar y entender cual es el
cometido para el que los Lágidas han sido elegidos por los dioses. A los tres ancianos que

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se quedan en la ciudad también el devenir de los acontecimientos les deparará cambios.
Erasístrato, sobrino ficticio de un médico de ese mismo nombre, famoso en Alejandría unos
años antes por sus revolucionarias ideas médicas, saldrá de los círculos académicos para
convertirse en descreído nexo de unión con el pasado, en confidente y en informador del
mismísimo faraón. Por su parte Eratóstenes y el rey Ptolomeo verán cumplidos sus sueños
postreros. El primero a través de un papiro y de una leyenda que lo llevará a un hallazgo
que a su avanzada edad ya no espera; y el segundo el de ver a su hijo, el futuro Ptolomeo
IV Philopator, como digno heredero de su legado.

Es muy poca la documentación de la que se dispone acerca de la estructura urbana


de Alejandría. Los datos incompletos, supuestos, y muchas veces contradictorios. Con toda
probabilidad la urbe se estructuraba en cinco barrios muy definidos, cuatro de ellos
limitados por las murallas y por las dos grandes avenidas perpendiculares que se
encontraban en el centro de la ciudad: la Vía Canopia, de oeste a este; y la Vía del Domo,
de sur a norte. Éstos serían el Racotis, o barrio egipcio; el Bruquion, que acogía el palacio
real y el Museion; el acomodado Barrio Griego y el Barrio del Puerto, centro comercial de
día y burdel inmenso de noche. El quinto, la Judería, probablemente se encontrara
extramuros, en la parte este de la ciudad. La ciudad contaba con tres puertos; dos
marítimos: el Puerto Magno, comercial, que incluía el embarcadero real, y el Eunostos,
puerto militar; y un puerto interior, al sur de Alejandría, en el lago Mareotis.

En cuanto a la Biblioteca muchos autores afirman que carecía de un edificio propio


y se encontraba en una parte del Museion. Se cree que una de las funciones de la primera,
aparte de la ambiciosa aspiración de acumular el saber del mundo, era la de prestar apoyo a
los estudiosos del segundo. También es conocido que ambas instituciones funcionaban de
manera independiente, teniendo cada una un responsable máximo. Se conoce el nombre de
los directores de la Biblioteca: Apolonio (posiblemente el fundador), Zenodoto, Calímaco,
Eratóstenes, Aristófanes, Aristarco… Eran escogidos entre los más ilustres eruditos de
Alejandría. Sin embargo no se conservan los nombres de los directores del Museion, por lo
que es probable que su función fuera más bien gerencial o administrativa. Ésa es la razón
por la que no se le ha dado ninguno al insidioso epístates de la novela.

Sobre el asunto de la medición de la distancia entre Alejandría y Siena no existen


referencias bibliográficas que lo detallen pormenorizadamente. Hay, eso sí, diferentes obras
y autores que anotan cifras sin indicar con exactitud la manera en que fueron halladas.
Muchas veces los datos son muy dispares. La causa de las desavenencias suele estar
relacionada con la unidad de medida: el estadio, puesto que bajo este nombre se esconden
unidades distintas. El pie era la medida más común para los griegos pero, dependiendo de
las ciudades y de las épocas, su longitud variaba; de ahí que el concepto de estadio
cambiara sustancialmente. En esta obra se contemplan dos estadios diferentes: el estadio
griego (≈185 m), adoptado por los romanos y el estadio ptolemaico, un poco mayor (≈210
m). Ambas medidas encontraban su equivalencia en la milla romana, (8 estadios griegos o
7 estadios ptolemaicos ≈ 1480 m). Con toda probabilidad Eratóstenes realizó sus cálculos
con uno de ellos. Existía también otro estadio heredado de los egipcios, denominado
“menor” (≈157.5 m), en el que efectúan las deducciones muchos trabajos de divulgación.
En este libro se tratan de combinar razonamientos que permiten interrelacionar las tres
unidades, mostrando las equivalencias entre ellas. Se ignora también la causa por la que

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Eratóstenes añadió algunos estadios a la medida final de la circunferencia de la tierra. Se
plantea la hipótesis de la “perfección de los números enteros”, por la que el sabio
pretendería establecer una relación perfecta entre cada grado de la circunferencia y la
distancia medida en estadios: un grado igual a setecientos estadios egipcios significaría el
hallazgo fructífero de esa perfección. Quisiera en este punto añadir que no me hubiera
resultado dificultoso eludir el compromiso de aportar números concretos a las mediciones
pero quise hacerlo de manera totalmente consciente por considerarlo un ejercicio de
honestidad.

Merece la pena mencionar, por su enorme repercusión histórica, el trabajo realizado


por Posidonio de Apamea (135 a.C. – 50 a.C.), más de un siglo después de Eratóstenes.
Los cálculos de este erudito lo llevaron encontrar un valor de la circunferencia inferior al de
su predecesor. Si bien muchos autores afirman que la distancia hallada por el de Apamea
para la circunferencia terrestre fue sensiblemente mayor y el error sería debido a una
reproducción fallida de los trabajos de Posidonio realizada por estudiosos posteriores, como
Estrabón (63 a.C. – 24) o Claudio Ptolomeo (100 - 170), historiador cuyo nombre nada
tenía que ver con la dinastía Lágida. Tal medida, considerablemente menor que la hallada
por el sabio de Cirene, - como ya he señalado - fue aceptada en la Edad Media y llegó a
Colón, que la utilizó para realizar los cálculos de su viaje. Es muy probable que si el
célebre descubridor hubiera manejado el valor verdadero no hubiera considerado la
posibilidad de materializar su sueño.

No quisiera terminar estas notas sin referirme a los estudiosos que han dedicado y
dedican su tiempo a desentrañar los misterios del pasado. Sería prolijo citar todas las
lecturas que han permitido documentar las vidas, los hechos y las demás referencias
históricas en las que se desenvuelve esta novela, por lo que es mi deseo que si alguno de
ellos, al leerla, se siente de algún modo identificado con los fundamentos que la sostienen,
sepa que es acreedor de mi gratitud y mi reconocimiento.

Gracias, en fin, a todos los amigos que, con sus consejos, con sus críticas y
recomendaciones han hecho posible esta obra.

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