Notas Del Autor
Notas Del Autor
Notas Del Autor
Cuando decidí embarcarme en la aventura de escribir este libro sabía que, al igual
que los protagonistas de la novela yo también iba a realizar un extraordinario viaje
intelectual, emotivo e intrigante. Este viaje personal del que hablo no empezó merced a la
Literatura, sino que arrancó de la Ciencia, o mejor, de la Historia de la Ciencia. Ella fue la
que atrajo mi interés hacia el legado de las civilizaciones de la antigüedad, en especial de
los griegos. Diferentes lecturas me llevaron a la figura de Eratóstenes y enseguida me
sedujo la idea de poder contar cómo éste erudito, partiendo de los conocimientos de
Aritmética y Geometría de los que disponía en su época, fue capaz, a partir de una curiosa
leyenda, de determinar el tamaño de nuestro planeta de una manera sencilla y lógica.
Apenas existe documentación acerca de los datos que llegó a manejar, ni tampoco de la
manera en que se las ingenió para obtenerlos. Las referencias que nos llegan a través de
estudiosos son posteriores a su época, fundamentalmente griegos y romanos; o de tiempos
mucho más cercanos a nosotros, de los árabes o los bizantinos. Muchas veces las
informaciones son sesgadas, parciales e incluso contradictorias. Por ello cuando, por
ausencia de documentos a los que ceñirme, he tenido que tomar decisiones acerca del
camino a seguir para desenvolver los acontecimientos, lo he hecho guiándome por el
sentido común.
Se trata de una obra coral en la que se pretende mostrar, a través de unos personajes
de diferentes etnias, posición social, aspiraciones, e intereses, la dimensión cosmopolita de
la que un día fue la urbe más grandiosa del mundo. Griegos, egipcios, hebreos, llegaron a
convivir en ella en paz durante varias décadas, favoreciendo un esplendor cultural que no
volvería a repetirse. Es, así mismo, un peregrinaje remontando el Nilo, causa y efecto de
cuanto sucedió en sus orillas durante milenios. En ese periplo, el río muestra el pasado
esplendoroso de los antiguos moradores, cuyas reminiscencias todavía conviven y se
mezclan con las ideas de los nuevos tiempos. Un peregrinaje que se convertirá también en
un viaje interior que transformará poco a poco a sus protagonistas avocándolos a su
destino. Ambari, el copista mayor, el funcionario ejemplar, se ve obligado por sus
responsabilidades a descubrir su lado astuto, e incluso se atreverá a ser audaz. Diocles y
Aniceto dejan la inocente juventud, el primero ayudado por el amor de su ansiada Calila, un
sentimiento que madura en la distancia; el segundo perdido entre fidelidades contradictorias
que le obligarán a tomar decisiones transcendentales. Calixto suma a su calidad de copista
el genio de los hombres de ciencia de cuya sabiduría ha bebido. El Ptolomeo joven, de
disipada existencia, aprende que para un faraón la vida es compromiso y entrega a una tarea
sagrada; y lo hace viendo de cerca la muerte. Eso le hará reflexionar y entender cual es el
cometido para el que los Lágidas han sido elegidos por los dioses. A los tres ancianos que
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se quedan en la ciudad también el devenir de los acontecimientos les deparará cambios.
Erasístrato, sobrino ficticio de un médico de ese mismo nombre, famoso en Alejandría unos
años antes por sus revolucionarias ideas médicas, saldrá de los círculos académicos para
convertirse en descreído nexo de unión con el pasado, en confidente y en informador del
mismísimo faraón. Por su parte Eratóstenes y el rey Ptolomeo verán cumplidos sus sueños
postreros. El primero a través de un papiro y de una leyenda que lo llevará a un hallazgo
que a su avanzada edad ya no espera; y el segundo el de ver a su hijo, el futuro Ptolomeo
IV Philopator, como digno heredero de su legado.
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Eratóstenes añadió algunos estadios a la medida final de la circunferencia de la tierra. Se
plantea la hipótesis de la “perfección de los números enteros”, por la que el sabio
pretendería establecer una relación perfecta entre cada grado de la circunferencia y la
distancia medida en estadios: un grado igual a setecientos estadios egipcios significaría el
hallazgo fructífero de esa perfección. Quisiera en este punto añadir que no me hubiera
resultado dificultoso eludir el compromiso de aportar números concretos a las mediciones
pero quise hacerlo de manera totalmente consciente por considerarlo un ejercicio de
honestidad.
No quisiera terminar estas notas sin referirme a los estudiosos que han dedicado y
dedican su tiempo a desentrañar los misterios del pasado. Sería prolijo citar todas las
lecturas que han permitido documentar las vidas, los hechos y las demás referencias
históricas en las que se desenvuelve esta novela, por lo que es mi deseo que si alguno de
ellos, al leerla, se siente de algún modo identificado con los fundamentos que la sostienen,
sepa que es acreedor de mi gratitud y mi reconocimiento.
Gracias, en fin, a todos los amigos que, con sus consejos, con sus críticas y
recomendaciones han hecho posible esta obra.