Rousseau, Discurso

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DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA


DESIGUALDAD
JUAN JACOBO ROUSSEAU

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Juan Jacobo Rousseau

Quem te Deus esse


Jassit, et humana qua parte locatus es
Disce. (in re,
PERS, Sat. III, v. 71.

DISCURSO
Tengo que hablar del hombre, y el tema que examino me dice que
voy a hablarles a hombres, pues no se proponen cuestiones semejantes
cuando se teme honrar la verdad. Defender, pues, con confianza la
causa de la humanidad ante los sabios que a ello me invitan y me considerar satisfecho de m mismo si me hago digno del tema y de mis
jueces.
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdades: la una
que considero natural o fsica, porque es establecida por la naturaleza
y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de fuerzas corporales y de las cualidades del espritu o del alma, y la otra que puede
llamarse desigualdad moral o poltica, porque depende de una especie
de convencin y porque est establecida o al menos autorizada, por el
consentimiento de los hombres. sta consiste en los diferentes privilegios de que gozan unos en perjuicio de otros, como el de ser ms ricos,
ms respetados, ms poderosos o de hacerse obedecer.
No puede preguntarse cul es el origen de la desigualdad natural,
porque la respuesta se encontrara enunciada en la simple definicin
de la palabra. Menos an buscar si existe alguna relacin esencial entre las dos desigualdades, pues ello equivaldra a preguntar en otros
trminos si los que mandan valen necesariamente ms que los que
obedecen, y si la fuerza corporal o del espritu, la sabidura o la virtud,
residen siempre en los mismos individuos en proporcin igual a su
podero o riqueza, cuestin tal vez a propsito para ser debatida entre
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esclavos y amos, pero no digna entre hombres libres, que razonan y


que buscan la verdad.
De qu se trata, pues, precisamente en este discurso? De fijar en
el progreso de las cosas el momento en que, sucediendo el derecho a la
violencia, la naturaleza fue sometida a la ley; de explicar por medio de
qu encadenamiento prodigioso el fuerte pudo resolverse a servir al
dbil y el pueblo a aceptar una tranquilidad ideal en cambio de una
felicidad real.
Los filsofos que han examinado los fundamentos de la sociedad,
han sentido todos la necesidad de remontarse hasta el estado natural,
pero ninguno de ellos ha tenido xito. Los unos no han vacilado en
suponer al hombre en este estado con la nocin de lo justo, y de lo
injusto, sin cuidarse de demostrar que debi tener tal nocin, ni aun
que debi serle til. Otros han hablado del derecho natural que cada
cual tiene de conservar lo que le pertenece, sin explicar lo que ellos
entienden por pertenecer. Algunos, concediendo al ms fuerte la autoridad sobre el ms dbil, se han apresurado a fundar el gobierno sin
pensar en el tiempo que ha debido transcurrir antes que el sentido de
las palabras autoridad y gobierno, pudiese existir entre los hombres.
En fin, todos, hablando sin cesar de necesidad, de codicia, de opresin, de deseos y de orgullo, han transportado al estado natural del
hombre las ideas que haban adquirido en la sociedad: todos han hablado del hombre salvaje a la vez que retrataban el hombre civilizado.
Ni siquiera ha cruzado por la mente de la mayora de nuestros contemporneos la duda de que el estado natural haya existido, entre
tanto que es evidente, de acuerdo con los libros sagrados, que el primer hombre, habiendo recibido inmediatamente de Dios la luz de la
inteligencia y el conocimiento de sus preceptos, no se encontr jams
en tal estado, y si a ello aadimos la fe que en los escritos de Moiss
debe tener todo filsofo cristiano, es preciso negar que, aun antes del
Diluvio, los hombres jams se encontraron en el estado netamente
natural, a menos que hubiesen cado en l a consecuencia de algn

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suceso extraordinario, paradoja demasiado embrollada para defender y


de todo punto imposible de probar.
Principiemos, pues, por descartar todos los hechos que no afectan
la cuestin. No es preciso considerar las investigaciones que pueden
servirnos para el desarrollo de este tema como verdades histricas,
sino simplemente como razonamientos hipotticos y condicionales,
ms propios a esclarecer la naturaleza de las cosas que a demostrar su
verdadero origen, semejantes a los que hacen todos los das nuestros
fsicos con respecto a la formacin del mundo. La religin nos manda
creer que Dios mismo, antes de haber sacado a los hombres del estado
natural inmediatamente despus de haber sido creados, fueron desiguales porque as l lo quiso; pero no nos prohibe hacer conjeturas
basadas en la misma naturaleza del hombre y de los seres que lo rodean, sobre lo que sera el gnero humano si hubiese sido abandonado
a sus propios esfuerzos. He aqu lo que se me pide y lo que yo me propongo examinar en este discurso. Interesando el tema a todos los
hombres en general, procurar usar un lenguaje que convenga a todas
las naciones; o mejor dicho, olvidando tiempos y lugares para no pensar sino en los hombres a quienes me dirijo, me imaginar estar en el
Liceo de Atenas, repitiendo las lecciones de mis maestros teniendo a
los Plutones y a los Xencrates por jueces y al gnero humano por
auditorio.
Oh, hombres! Cualquiera que sea tu patria, cualesquiera que sean
tus opiniones, escucha: He aqu tu historia, tal cual he credo leerla,
no en los libros de tus semejantes, que son unos farsantes, sitio en la
naturaleza que no miente jams. Todo lo que provenga de ella ser
cierto; slo dejar de serlo lo que yo haya mezclado de mi pertenencia,
aunque sin voluntad. Los tiempos de que voy a hablarte son muy remotos. Cunto has cambiado de lo que eras! Es, por decirlo as, la
vida de tu especie la que voy a describir de acuerdo con las cualidades
que has recibido y que tu educacin y tus costumbres han podido depravar, pero que no han podido destruir. Hay, lo siento, una edad en la
cual el hombre individual quisiera detenerse: t buscars la edad en la
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ni mal que temer ni bien que esperar de nadie, que estando sometidos
a una dependencia universal y obligados a recibirlo todo de los que no
se comprometen a dar nada.
No concluyamos sobre todo con Hobbes, que dice, que por no tener ninguna idea de la bondad, es el hombre naturalmente malo; que
es vicioso porque desconoce la virtud; que rehsa siempre a sus semejantes los servicios que no se cree en el deber de prestarles, ni que
en virtud del derecho que se atribuye con razn sobre las cosas de que
tiene necesidad, imagnase locamente ser el nico propietario de todo
el universo. Hobbes ha visto perfectamente el defecto de todas las definiciones modernas del derecho natural, pero las consecuencias que
saca de la suya demuestran que no es sta menos falsa. De acuerdo
con los principios por l establecidos, este autor ha debido decir que,
siendo el estado natural el en que el cuidado de nuestra conservacin
es menos perjudicial a la de otros, era por consiguiente el ms propio
para la paz y el ms conveniente al gnero humano. Pero l dice precisamente lo contrario a causa de haber comprendido, intempestivamente, en el cuidado de la conservacin del hombre salvaje, la
necesidad de satisfacer una multitud de pasiones que son obra de la
sociedad y que han hecho necesarias las leyes. El hombre malo, dice,
es un nio robusto. Falta saber si el salvaje lo es tambin.
Y aun cuando as se admitiese, qu conclusin se sacara? Que si
cuando es robusto es tan dependiente de los otros, como cuando es dbil, no habra excesos a los cuales no se entregase; pegara a su madre
cuando tardara demasiado en darle de mamar; estrangulara a algunos
de sus hermanos menores cuando lo incomodasen; mordera la pierna
a otro al ser contrariado. Pero ser robusto y a la vez depender de otro,
son dos suposiciones contradictorias. El hombre es dbil cuando depende de otro y se emancipa antes de convertirse en un ser fuerte.
Hobbes no ha visto que la misma causa que impide a los salvajes usar
de su razn, como lo pretenden nuestros jurisconsultos, les impide
asimismo abusar de sus facultades, segn lo pretende l mismo; de
suerte que podra decirse que los salvajes no son malos precisamente
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porque no saben lo que es ser buenos, pues no es ni el desarrollo de


sus facultades ni el freno de la ley, sino la calma de las pasiones y la
ignorancia del vicio lo que les impide hacer mal. Tanto plus in illis
proficit vitiorum ignorantia quam in his cognitio virtutis.2
Hay, adems, otro principio del cual Hobbes no se ha percatado, y
que habiendo sido dado al hombre para dulcificar en determinadas circunstancias la ferocidad de su amor propio o el deseo de conservacin
antes del nacimiento de ste (o), modera o disminuye el ardor que
siente por su bienestar a causa de la repugnancia innata que experimenta ante el sufrimiento de sus semejantes. No creo caer en ninguna
contradiccin al conceder al hombre la nica virtud natural que ha
estado obligado a reconocerle, hasta el ms exagerado detractor de las
virtudes humanas. Hablo de la piedad, disposicin propia a seres tan
dbiles y sujetos a tantos males como lo somos nosotros, virtud tanto
ms universal y til al hombre, cuanto que precede a toda reflexin, y
tan natural, que aun las mismas bestias dan a veces muestras sensibles
de ella. Haciendo caso omiso de la ternura de las madres por sus hijos
y de los peligros que corren para librarlos del mal, obsrvase diariamente la repugnancia que sienten los caballos al pisar o atropellar un
cuerpo vivo. Ningn animal pasa cerca de otro animal muerto, de su
especie, sin experimentar cierta inquietud: hay algunos que hasta le
dan una especie de sepultura, y los tristes mugidos del ganado al entrar a un matadero, anuncian la impresin que le causa el horrible
espectculo que presencia. Vese con placer al autor de la fbula de las
Abejas3, obligado a reconocer en el hombre un ser compasivo y sensible, salir, en el ejemplo que ofrece, de su estilo fro y sutil para pintarnos la pattica imagen de un hombre encerrado que contempla a lo
lejos una bestia feroz arrancando un nio del seno de su madre, triturando con sus sanguinarios dientes sus dbiles miembros y destrozando con las uas sus entraas palpitantes. Qu horrorosa agitacin no
2

Justin, Hist. libro II, cap. II. (EE.)

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experimentar el testigo de este acontecimiento al cual, sin embargo,


no lo une ningn inters personal! Qu angustia no sufrir al ver que
no puede prestar ningn auxilio a la madre desmayada ni al hijo
expirante!
Tal es el puro movimiento de la naturaleza, anterior a toda reflexin, tal es la fuerza de la piedad natural, que las ms depravadas costumbres son impotentes a destruir, pues que se ve a diario en nuestros
espectculos enternecerse y llorar ante las desgracias de un infortunado que, si se encontrase en lugar del tirano, agravara aun los tormentos de su enemigo; semejante al sanguinario Scylla, tan sensible a
los males que l no haba causado, o a Alejandro de Piro, que no osaba
asistir a la representacin de ninguna tragedia, por temor de que le
vieran gemir con Andrmaca y Pramo, mientras que oa sin emocin
los gritos de tantos ciudadanos degollados todos los das por orden
suya.
Mollissima corda
Humano generi dare se natura fatetur,
Quae lacrimas dedit.
Juv., Sat. XV, v. 131.
Maudeville ha comprendido bien que con toda su moral los hombres no habran sido siempre ms que monstruos, si la naturaleza no
les hubiera dado la piedad en apoyo de la razn; pero no ha visto que
de esta sola cualidad dervanse todas las virtudes sociales que quiere
disputar a los hombres. En efecto, qu es la generosidad, la clemencia, la humanidad, sino la piedad aplicada a los dbiles, a los culpables, o a la especie humana en general? La benevolencia y la amistad
misma son, bien entendidas, producciones de una piedad constante,

Maudeville, mdico holands establecido en Inglaterra y muerto en 1733.


(EE.)

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fijada sobre un objeto particular, porque desear que nadie sufra, qu


otra cosa es sino desear que sea dichoso? Aun cuando la conmiseracin no fuese ms que un sentimiento que nos coloca en lugar del
que sufre, sentimiento oscuro, y vivo en el hombre salvaje, desarrollado pero dbil en el hombre civilizado, qu importara esta idea ante
la verdad de lo que digo, sin darle mayor fuerza? Efectivamente, la
conmiseracin ser tanto ms enrgica, cuanto ms ntimamente el
animal espectador se identifique con el animal que sufre. Ahora, es
evidente que esta identificacin ha debido ser infinitamente ms ntima en el estado natural que en el estado de raciocinio. La razn engendra el amor propio y la reflexin la fortifica; es ella la que reconcentra al hombre en s mismo; es ella la que lo aleja de todo lo que le
molesta y aflige. La filosofa lo asla impulsndolo a decir en secreto,
ante el aspecto de un hombre enfermo: "Perece, si quieres, que yo estoy en seguridad." Unicamente los peligros e la sociedad entera turban
el tranquilo sueo del filsofo y hcenle abandonar su lecho. Impunemente puede degollarse a un semejante bajo su ventana, le bastar con
taparse los odos y argumentarse un poco para impedir que la naturaleza se rebele y se identifique con el ser que asesinan. El hombre salvaje no posee este admirable talento, y falto de sabidura y de razn, se
le ve siempre entregarse atolondradamente al primer sentimiento de
humanidad. En los tumultos, en las querellas en las calles, el populacho se aglomera, el hombre prudente se aleja. La canalla, las mujeres
del pueblo, son las que separan a los combatientes e impiden que se
maten las gentes honradas.4
Es, pues, perfectamente cierto que la piedad es un sentimiento natural que, moderando en cada individuo el exceso de amor propio,
contribuye a la conservacin mutua de toda la especie. Es ella la que
nos lleva sin reflexin a socorrer a los que vemos sufrir; ella la que, en
el estado natural, sustituye las leyes, las costumbres y la virtud, con la

En el libro VIII de sus Confesiones, dice Rousseau que el retrato del filsofo
que se argumenta tapndose los odos, es Diderot. (EE.)

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ventaja de que nadie intenta desobedecer su dulce voz; es ella la que


impedir a todo salvaje robusto quitar al dbil nio o al anciano enfermo, su subsistencia adquirida penosamente, si tiene la esperanza de
encontrar la suya en otra parte; ella la que, en vez de esta sublime
mxima de justicia razonada: Haz a otro lo mismo que quieras que te
hagan a ti, inspira a todos los hombres esta otra de bondad natural,
menos perfecta, pero ms til tal vez que la precedente: Haz t bien
con el menor mal posible a los otros. Es, en una palabra, en este sentimiento natural, ms que en argumentos sutiles, donde debe buscarse
la causa de la repugnancia que todo hombre experimenta al hacer mal,
aun independientemente de las mximas de la educacin. Aun cuando
sea posible a Scrates y a los espritus de su temple adquirir la virtud
por medio de la razn, ha mucho tiempo que el gnero humano hubiera dejado de existir si su conservacin slo hubiese dependido de
los razonamientos de los que lo componen.
Con las pasiones tan poco activas y un freno tan saludable, los
hombres, ms bien feroces que malos, y ms atentos a preservarse del
mal que pudiere sobrevenirles que tentados de hacerlo a los dems, no
estaban sujetos a desavenencias muy peligrosas. Como no tenan ninguna especie de comercio entre ellos y no conocan por consecuencia
ni la vanidad ni la consideracin, ni la estimacin, ni el desprecio;
como no tenan la menor nocin de lo tuyo y de lo mo, ni verdadera
idea de la justicia; como consideraban las violencias de que podan ser
objeto como un mal fcil de reparar y no como una injuria que es preciso castigar, y como no pensaban siquiera en la venganza, a no ser tal
vez maquinalmente y sobre la marcha, al igual del perro que muerde
la piedra que le arrojan, sus disputas rara vez hubieran tenido resultados sangrientos si slo hubiesen tenido como causa sensible la cuestin del alimento. Pero veo una ms peligrosa de la cual fltame
hablar.
Entre las pasiones que agitan el corazn del hombre, hay una ardiente, impetuosa, que hace un sexo necesario al otro; pasin terrible
que afronta todos los peligros, vence todos los obstculos y que en sus
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furores, parece destinado a destruir al gnero humano en vez de conservarlo. Qu seran los hombres vctimas de esta rabia desenfrenada
y brutal, sin pudor, sin moderacin y disputndose diariamente sus
amores a costa de su sangre?
Es preciso convenir ante todo en que, cuanto ms violentas son las
pasiones ms necesarias son las leyes para contenerlas. Pero adems
de los desrdenes y crmenes que estas pasiones causan diariamente,
demuestran suficientemente la insuficiencia de ellas al respeto, por lo
cual sera conveniente examinar si tales desrdenes no han nacido con
ellas, porque entonces, aun cuando fuesen eficaces para reprimirlos, lo
menos que podra exigrseles sera que impidiesen un mal que no existira sin ellas.
Principiemos por distinguir lo moral de lo fsico en el sentimiento
del amor. Lo fsico es ese deseo general que impulsa un sexo a unirse
a otro. Lo moral determina este deseo, fijndolo en un objeto exclusivo, o al menos, haciendo sentir por tal objeto preferido un mayor
grado de energa. Ahora, es fcil ver que lo moral en el amor es un
sentimiento ficticio, nacido de la vida social y celebrado por las mujeres con mucha habilidad y esmero para establecer su imperio y dominar los hombres. Estando este sentimiento fundado sobre ciertas nociones de mrito o de belleza que un salvaje no est en estado de concebir, y sobre ciertas comparaciones que no puede establecer, debe ser
casi nulo para l, pues como su espritu no ha podido formarse ideas
abstractas de regularidad y de proporcin, su corazn no es ms susceptible a los sentimientos de admiracin y de amor que, aun sin percibirse, nacen de la aplicacin de estas ideas; djase guiar nicamente
por el temperamento que ha recibido de la naturaleza y no por el gusto
que no ha podido adquirir y toda mujer satisface sus deseos.
Limitados al solo amor material, y bastante dichosos para ignorar
esas preferencias que irritan el sentimiento aumentando las dificultades, los hombres deben sentir con menos frecuencia y menos vivacidad los ardores del temperamento, y por consecuencia, ser entre ellos
las disputas ms raras y menos crueles. La imaginacin que tantos es51

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tragos hace entre nosotros, no afecta en nada a los corazones salvajes;


cada cual espera apaciblemente el impulso de la naturaleza, se entrega
a l sin escoger, con ms placer que furor, y una vez la necesidad satisfecha, todo deseo se extingue.
Es, pues, un hecho indiscutible que el mismo amor como todas las
otras pasiones, no ha adquirido en la sociedad ese ardor impetuoso
que lo hace tan a menudo funesto a los hombres, siendo tanto ms
ridculo representar a los salvajes como si se estuviesen matando sin
cesar para saciar su brutalidad, cuanto que esta opinin es absolutamente contraria a la experiencia, pues los caribes, que es hasta ahora, de los pueblos existentes, el que menos se ha alejado del estado natural, son precisamente los ms sosegados en sus amores y los menos
sujetos a los celos, a pesar de que viven bajo un clima ardiente que
parece prestar constantemente a sus pasiones una mayor actividad.
Respecto a las inducciones que podran hacerse de los combates
entre los machos de diversas especies animales, que ensangrentan en
todo tiempo nuestros corrales o que hacen retumbar en la primavera
nuestras selvas con sus gritos disputndose las hembras, preciso es comenzar por excluir todas las especies en las cuales la naturaleza ha
manifiestamente establecido en la relativa potencia de los sexos, otras
relaciones distintas a las nuestras. As las rias de los gallos no constituyen una induccin para la especie humana. En las especies donde
la proporcin es mejor observada, tales combates no pueden tener por
causa sino la escasez de las hembras en comparacin al nmero de
machos o los exclusivos intervalos durante los cuales la hembra rechaza constantemente la aproximaci6n del macho lo cual equivale a lo
mismo, pues si cada hembra no acepta el macho ms que durante dos
meses del ao, es, desde este punto de vista, como si el nmero de
hembras estuviese reducido a menos de cinco sextas partes. Ahora,
ninguno de estos dos casos es aplicable a la especie humana, en donde
el nmero de mujeres excede generalmente al de los hombres y en
donde jams se ha observado, ni aun entre los salvajes, que las mujeres tengan, como las hembras de otras especies, pocas de celo y pe52

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riodos de exclusin. Adems, entre muchos de estos animales, entrando toda la especie a la vez en estado de efervescencia, viene un momento terrible de ardor comn, de tumulto, de desorden y de combate,
momento que no existe para la especie humana, en la cual el amor no
es jams peridico. No puede, por lo tanto, deducirse de los combates
de ciertos animales por la posesin de las hembras, que la misma cosa
ocurriera al hombre en el estado natural, y aun cuando pudiese sacarse
esta conclusin, como estas disensiones no destruyen las dems especies, debe creerse al menos que no seran tampoco ms funestas a la
nuestra, siendo hasta muy factible que causasen menos estragos en
ella que los que ocasionan en la vida social, sobre todo en los pases
donde, respetndose en algo las costumbres, los celos de los amantes y
la venganzade los maridos originan a diario duelos, asesinatos y aun
cosas peores; en donde el deber de una eterna fidelidad, slo sirve para
cometer adulterios, y en donde las leyes mismas de la continencia y
del honor aumentan necesariamente el libertinaje y multiplican los
abortos.
Digamos, pues, para concluir que, errantes en las selvas, sin industria, sin palabra, sin domicilio, sin guerras y sin alianzas, sin ninguna necesidad de sus semejantes como sin ningn deseo de hacerles
mal y an hasta sin conocer tal vez a ninguno individualmente, el
hombre salvaje, sujeto a pocas pasiones y bastndose a s mismo, no
tena ms que los sentimientos y las luces propias a su estado; no senta ms que sus verdaderas necesidades, no observaba ms que lo que
crea de inters ver y su inteligencia no haca mayores progresos que
su vanidad. Si por casualidad haca algn descubrimiento, poda con
tanta menos facilidad comunicarlo cuanto que desconoca hasta sus
propios hijos. El arte pereca con el inventor. No haba ni educacin ni
progreso; las generaciones se multiplicaban intilmente partiendo
todas del mismo punto, los siglos transcurran en toda la rudeza de las
primeras edades, la especie haba ya envejecido y el hombre permaneca siendo un nio.

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Si me he extendido tanto acerca de la supuesta condicin


primitiva, ha sido porque habiendo antiguos errores y prejuicios
inventados que destruir, he credo deber profundizar hasta la raz y
demostrar, en el verdadero cuadro de la naturaleza, cun distante est
la desigualdad, aun la natural, de tener la realidad e influencia que
pretenden nuestros escritores.
En efecto, fcil es ver que entre las diferencias que distinguen a
los hombres, muchas que pasan por naturales son nicamente obra del
hbito y de los diversos gneros de vida que adoptan en la sociedad.
As, un temperamento robusto o delicado, o bien la fuerza o la debilidad que de ellos emane, provienen a menudo, ms de la manera ruda
o afeminada como se ha sido educado, que de la constitucin primitiva
del cuerpo. Sucede lo mismo con las fuerzas del espritu. La educacin
no solamente establece la diferencia entre las inteligencias cultivadas
y las que no lo estn, sino que la aumenta entre las primeras en proporcin de la cultura; pues si un gigante y un enano caminan en la
misma direccin, cada paso que d aqul ser una nueva ventaja que
adquirir sobre ste. Ahora, si se compara la prodigiosa diversidad de
educacin y de gneros de vida que reinan en las diferentes clases de
la sociedad con la simplicidad y uniformidad de la vida animal y salvaje, en la cual todos se nutren con los mismos alimentos, viven de la
misma manera y ejecutan exactamente las mismas operaciones, se
comprender cun menor debe ser la diferencia de hombre a hombre
en el estado natural en la especie humana a causa de la desigualdad de
instituciones.
Pero aun cuando la naturaleza afectase en la distribucin de sus
dones tantas preferencias como se pretende, qu ventajas sacaran de
ellas los ms favorecidos en perjuicio de los otros, en un estado de
cosas que no admitira casi ninguna clase de relacin entre ellos?
Donde no exista el amor, de qu servir la belleza? Y de qu la inteligencia a gentes que no hablan, ni la astucia a los que no tienen
negocios? Oigo repetir siempre que los ms fuertes oprimirn a los
ms dbiles; mas quisiera que se me explicara lo que quieren decir o
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lo que entienden por opresin. Unos dominarn con violencia, los


otros gemirn sujetos a todos sus caprichos. He all precisamente lo
que yo observo entre nosotros, mas no comprendo cmo pueda decirse
otro tanto del hombre salvaje, a quien sera penoso hacerle entender lo
que es esclavitud y dominacin. Un hombre podr perfectamente apoderarse de las frutas que otro haya cogido, de la caza y del antro que le
serva de refugio, pero cmo llegar jams al extremo de hacerse
obedecer? Y cules podran ser las cadenas de dependencia entre
hombres que no poseen nada? Si se me arroja de un rbol, quedo en
libertad de irme a otro; si se me atormenta en un sitio, quin me impedir de trasladarme a otro? Encuntrase un hombre de una fuerza
muy superior a la ma y bastante ms depravado, ms perezoso y ms
feroz para obligarme a proporcionarle su subsistencia mientras l
permanece ocioso? Es preciso que se resuelva a no perderme de vista
un solo instante, a tenerme amarrado cuidadosamente y muy bien
mientras duerma, por temor de que me escape o que lo mate; es decir,
estar obligado a exponerse a un trabajo mucho ms grande que el que
trata de evitarse y que el mismo que me impone. Despus de todo eso,
descuida un momento su vigilancia; un ruido imprevisto le hace volver la cabeza, yo doy veinte pasos en la selva, mis ligaduras estn rotas y no vuelve a verme durante toda su vida.
Sin prolongar intilmente estos detalles, cada cual puede ver que,
no estando formados los lazos de la esclavitud ms que por la dependencia mutua de los hombres y las necesidades recprocas que los
unen, es imposible avasallar a nadie sin haberlo antes colocado en
situacin de no poder prescindir de los dems; situacin que, no existiendo en el estado natural, deja a todos libres del yugo y hace quimrica la ley del ms fuerte.
Despus de haber probado que la desigualdad es apenas sensible
en el estado natural y que su influencia es casi nula, rstame demostrar su origen y sus progresos en los sucesivos desarrollos del espritu humano. Demostrado que la perfectibilidad, las virtudes sociales
y las dems facultades que el hombre salvaje recibiera no podan ja55

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ms desarrollarse por s mismas, sino que han tenido necesidad para


ello del concurso fortuito de varias causas extraas, que podan no
haber surgido jams, y sin las cuales habra vivido eternamente en su
condicin primitiva, fltame considerar y unir las diferentes circunstancias que han podido perfeccionar la razn humana deteriorando la especie, que han convertido el ser en malo al hacerlo sociable, y
desde tiempos tan remotos, trae al fin el hombre y el mundo a la condicin actual en que los vemos.
Como los acontecimientos que tengo que describir, han podido sucederse de diversas maneras, confieso que no puedo decidirme a hacer
su eleccin ms que por simples conjeturas; pero adems de que stas
son las ms razonables y probables que pueden deducirse de la naturaleza de las cosas y los nicos medios de que podemos disponer para
descubrir la verdad, las consecuencias que sacar no sern por eso
conjeturables, puesto que respecto a los principios que acabo de establecer, no podra formularse ningn otro sistema que no d los mismos resultados y del cual no se pueda obtener iguales conclusiones.
Esto me eximir de extender mis reflexiones acerca de la manera
cmo el lapso de tiempo compensa lo poco de verosimilitud de los
acontecimientos sobre el poder sorprendente de causas muy ligeras
cuando stas obran sin interrupcin; de la imposibilidad en que estamos, de una parte, de destruir ciertas hiptesis, si de la otra nos encontramos sin los medios de darles el grado de estabilidad de los
hechos; de que dos acontecimientos, aceptados como reales, ligados
por una serie de hechos intermediarios, desconocidos o considerados
como tales, es a la historia, cuando existe, a quien corresponde establecerlos, y en defecto de sta, a la filosofa determinar las causas semejantes que pueden ligarlos; en fin, de que en materia de acontecimientos, la similitud los reduce a un nmero mucho ms pequeo de
clases diferentes de lo que puede imaginarse. Bstame ofrecer tales
propsitos a la consideracin de mis jueces, y haber obrado de suerte
que el vulgo no tenga necesidad de examinarlos.

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PARTE SEGUNDA
El primero que, habiendo cercado un terreno, descubri la manera
de decir: Esto me pertenece, y hall gentes bastante sencillas para
creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil.5 Qu de crmenes, de guerras, de asesinatos, de miserias y de horrores no hubiese
ahorrado al gnero humano el que, arrancando las estacas o llenando
la zanja, hubiese gritado a sus semejantes: "Guardaos de escuchar a
este impostor; estis perdidos si olvidis que los frutos pertenecen a
todos y que la tierra no es de nadie!" Pero hay grandes motivos para
suponer que las cosas haban ya llegado al punto de no poder continuar existiendo como hasta entonces, pues dependiendo la idea de
propiedad de muchas otras ideas anteriores que nicamente han podido nacer sucesivamente, no ha podido engendrarse repentinamente en
el espritu humano. Han sido precisos largos progresos, conocer la
industria, adquirir conocimientos, transmitirlos y aumentarlos de generacin en generacin, antes de llegar a este ltimo trmino del estado natural. Tomemos, pues, de nuevo las cosas desde su ms remoto
origen y tratemos de reunir, para abarcarlos desde un solo punto de
vista, la lenta sucesin de hechos y conocimientos en su orden ms
natural.
El primer sentimiento del hombre fue el de su existencia; su primer cuidado el de su conservacin. Los productos de la tierra le provean de todos los recursos necesarios, y su instinto lo llev a servirse
de ellos. El hambre, y otros apetitos, hicironle experimentar alternativamente diversas maneras de vivir, entre las cuales hubo una que
lo condujo a perpetuar su especie; mas esta ciega inclinacin, desprovista de todo sentimiento digno, no constitua en l ms que un acto
puramente animal, pues satisfecha la necesidad, los dos sexos no se

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reconocan y el hijo mismo no era nada a la madre tan pronto como


poda pasarse sin ella.
Tal fue la condicin del hombre primitivo; la vida de un animal,
limitada en un principio a las puras sensaciones y, aprovechndose
apenas de los dones que le ofreca la naturaleza sin pensar siquiera en
arrancarle otros. Pero pronto se presentaron dificultades que fue preciso aprender a vencerlas: la altura de los rboles que le impeda alcanzar sus frutos, la concurrencia de los animales que buscaba para
alimentarse, la ferocidad de los que atentaban contra su propia vida,
todo le oblig a dedicarse a los ejercicios del cuerpo, sindole preciso
hacerse gil, ligero en la carrera y vigoroso en el combate. Las armas
naturales, que son las ramas de los rboles y las piedras, pronto encontrronse al alcance de su mano y en breve aprendi a vencer los
obstculos de la naturaleza a combatir en caso de necesidad con los
dems animales, a disputar su subsistencia a sus mismos semejantes o
a resarcirse de lo que le era preciso ceder al ms fuerte.
A medida que el gnero humano se extendi, los trabajos y dificultades se multiplicaron con los hombres. La variedad de terrenos, de
climas, de estaciones, obligles a establecer diferencias en su manera
de vivir. Los aos estriles, los inviernos largos y rudos, los veranos
ardientes que todo lo consumen, exigieron de ellos una nueva industria. En las orillas del mar y de los ros inventaron el sedal y el anzuelo y se hicieron pescadores e ictifagos. En las selvas construyronse arcos y flechas y se convirtieron en cazadores y guerreros. En
los pases fros cubrironse con las pieles de los animales que haban
matado. El trueno, un volcn o cualquiera otra feliz casualidad les
hizo conocer el fuego, nuevo recurso contra el rigor del invierno;
aprendieron a conservar este elemento, despus a reproducirlo y por
ltimo, a preparar con l las carnes que antes devoraban crudas.

"Este perro es mo, decan esos pobres nios; aqul es mi puesto al sol. He
aqu el origen y la imagen de la usurpacin de toda la tierra." (Pascal, Pensamientos, Primera parte, art. 9, pr. 53.) (EE.)

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Esta reiterada aplicacin de elementos extraos y distintos los


unos a los otros, debi engendrar naturalmente en el espritu del hombre la percepcin de ciertas relaciones. Las que expresamos hoy por
medio de las palabras, grande, pequeo, fuerte, dbil, veloz, lento,
miedoso, atrevido y otras semejantes, comparadas en caso de necesidad y casi sin darnos cuenta de ello, produjeron al fin en l cierta especie de reflexin o ms bien una prudencia maquinal que le indicaba
las precauciones ms necesarias que deba tomar para su seguridad.
Los nuevos conocimientos que adquiri en este desenvolvimiento,
aumentaron, hacindosela conocer su superioridad sobre los otros animales. Adiestrse en armarles trampas o lazos y a burlarse de ellos de
mil maneras, aunque muchos le sobrepujasen en fuerza o en agilidad
convirtise con el tiempo en dueo de los que podan servirle y en
azote de los que podan hacerle dao. Fue as como, al contemplarse
superior a los dems seres, tuvo el primer movimiento de orgullo, y
considerndose el primero por su especie, se prepar con anticipacin
a adquirir el mismo rango individualmente.
Aunque sus semejantes no fuesen para l lo que son para nosotros,
y aun cuando apenas si tena ms comercio con ellos que con los otros
animales, no fueron por eso olvidados en sus observaciones. Las conformidades que con el transcurso del tiempo pudo descubrir entre ellos
y entre sus hembras, le hicieron juzgar de las que no haba percibido,
y viendo que se conducan todos como l lo habra hecho en anlogas
circunstancias, dedujo que su manera de pensar y de sentir era enteramente igual a la suya; importante verdad que, bien establecida en su
espritu, le hizo seguir, por un presentimiento tan seguro y ms rpido
que la dialctica, las mejores reglas de conducta que, en provecho y
seguridad propias, convenale observar para con ellos.
Sabiendo por experiencia que el deseo del bienestar es el nico
mvil de las acciones humanas, encontrse en estado de distinguir las
raras ocasiones en que por inters comn deba contar con el apoyo de
sus semejantes, y las ms raras an en que la concurrencia deba hacerle desconfiar de ellos. En el primer caso, unase con ellos formando
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una especie de rebao o de asociacin libre que no obligaba a nadie a


ningn compromiso y que no duraba ms que el tiempo que la necesidad pasajera haba impuesto. En el segundo, cada cual trataba de adquirir sus ventajas, ya por la fuerza, si se crea con el poder suficiente, ya por la destreza y sutilidad si se senta dbil.
He all cmo los hombres pudieron insensiblemente adquirir alguna imperfecta idea de las obligaciones mutuas y de la ventaja de cumplirlas, aunque solamente hasta donde poda exigirlo el inters sensible, y del momento, pues la previsin no exista para ellos; y lejos de
preocuparse por un remoto porvenir, no soaban siquiera en el maana. Si se trataba de coger un ciervo, cada cual consideraba que deba
guardar fielmente su puesto, pero si una liebre acertaba a pasar al alcance de algunos de ellos, no caba la menor duda que la persegua sin
ningn escrpulo, y que apresada, se cuidaba muy poco de que sus
compaeros perdiesen la suya.
Fcil es comprender que un comercio semejante no exiga un lenguaje mucho ms perfeccionado que el de las cornejas o el de los monos que se agrupan ms o menos lo mismo. Gritos inarticulados, muchos gestos, y algunos ruidos imitativos debieron constituir por largo
tiempo la lengua universal, la que adicionada en cada comarca con
algunos sonidos articulados y convencionales, de los cuales, como ya
he expresado, no es muy fcil explicar la institucin, ha dado origen a
las lenguas particulares, ludas, imperfectas y semejantes casi a las que
poseen todava hoy algunas naciones salvajes.
Recorro con la velocidad de una flecha la multitud de siglos transcurridos, impulsado por el tiempo que se desliza, por la abundancia de
cosas que tengo que decir y por el progreso casi insensible del hombre
en sus orgenes, pues mientras con ms lentitud sucdense los acontecimientos, con mayor prontitud se describen.
Estos primeros progresos pusieron al fin al hombre en capacidad
de realizar otros ms rpidos, pues a medida que la inteligencia se cultiva y desarrolla, la industria se perfecciona. Pronto, cesando de dormir bajo el primer rbol que encontraba o de retirarse a las cavernas,
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descubri cierta especie de hachas de piedra duras y cortantes que le


sirvieron para cortar la madera, cavar la tierra y hacer chozas de paja
que en seguida cubra con arcilla. Constituy sa la poca de una primera evolucin que dio por resultado el establecimiento y la distincin
de las familias y que introdujo una como especie de propiedad que dio
origen al instante a querellas y luchas entre ellos.
Sin embargo, como los ms fuertes han debido ser, segn todas las
apariencias, los primeros en construirse viviendas por sentirse capaces
de defenderlas, es de creerse que los ms dbiles consideraron que el
camino ms corto y el ms seguro era el de imitarlos antes que intentar desalojarlos. Y en cuanto a los que posean ya cabaas, ninguno
debi tratar de apropiarse la de su vecino, no tanto porque no le perteneca, cuanto porque le era intil y porque no poda apoderarse de
ella sin exponerse a una ardiente lucha con la familia que la ocupaba.
Las primeras manifestaciones del corazn fueron hijas de la nueva
situacin que reuna en morada comn marido y mujeres, padres e hijos. El hbito de vivir juntos engendr6 los ms dulces sentimientos
que hayan sido jams conocidos entre los hombres: el amor conyugal
y el amor paternal. Cada familia qued convertida en una pequea
sociedad, tanto mejor establecida, cuanto que el afecto recproco y la
libertad eran los nicos lazos de unin. Fue entonces cuando se fij o
se consolid por primera vez la diferencia en la manera de vivir de los
dos sexos, que hasta aquel momento no haba existido. Las mujeres se
hicieron ms sedentarias y se acostumbraron a guardar la cabaa y los
hijos, mientras que el hombre se dedicaba a buscar la subsistencia
comn. Los dos sexos comenzaron as mediante una vida algo ms
dulce, a perder un poco de su ferocidad y de su vigor. Mas si cada uno,
separadamente, hzose menos apto o ms dbil para combatir las bestias feroces, en cambio le fue ms fcil juntarse para resistirlas en comn.
En este nuevo estado, con una vida inocente y solitaria, con necesidades muy limitadas y contando con los instrumentos que haban
inventado para proveer a ellas, los hombres, disponiendo de gran
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tiempo desocupado, lo emplearon en procurarse muchas suertes de comodidades desconocidas a sus antecesores, siendo ste el primer yugo
que se impusieron sin darse cuenta de ello, y el principio u origen de
los males que prepararon a sus descendientes, porque adems de que
continuaron debilitndose el cuerpo y el espritu, habiendo sus comodidades perdido casi por la costumbre el goce o atractivo que antes
tenan, y habiendo a la vez degenerado en verdaderas necesidades, su
privacin hzose mucho ms cruel que dulce y agradable haba sido su
adquisicin; constituyendo, en consecuencia, una desdicha perderlas
sin ser felices poseyndolas.
Puede entreverse algo mejor cmo en tales condiciones el uso de
la palabra se estableci o se perfeccion insensiblemente en el seno de
cada familia, y aun conjeturarse cmo diversas causas particulares
pudieron extenderla y acelerar su progreso hacindola ms necesaria.
Grandes inundaciones o temblores de tierra debieron rodear de agua o
de precipicios, comarcas habitadas, y otras revoluciones del globo descender y convertir en islas porciones del continente. Concbese que
entre hombres as unidos y obligados a vivir juntos, debi formarse un
idioma comn primero que entre aquellos que andaban errantes por
las selvas de la tierra firme. As, pues, es muy posible que despus de
sus primeros ensayos de navegacin, hayan sido los insulares, los que
introdujeran entre nosotros el uso de la palabra, siendo al menos muy
verosmil que tanto la sociedad como las lenguas hayan nacido y perfecciondose en las islas, antes de ser conocidas en el continente.
Todo comienza a cambiar de aspecto. Los hombres que hasta entonces andaban errantes en los bosques, habiendo fijado una residencia, se acercan unos a otros lentamente, se renen en grupos diversos
y forman al fin en cada comarca una nacin particular ligada por los
lazos de las costumbres y el carcter, no por reglamentos ni leyes, sino
por el mismo gnero de vida y de alimentacin y por la influencia
comn del clima.
Una vecindad permanente no puede dejar de engendrar con el
tiempo alguna relacin entre diversas familias. Jvenes de ambos se62

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xos habitan cabaas vecinas; el contacto pasajero impuesto por la naturaleza, los lleva bien pronto a otro no menos dulce y ms duradero
originado por la mutua frecuentacin. Acostmbranse a observar diferentes objetos y a hacer comparaciones, adquiriendo insensiblemente
ideas respecto al mrito y a la belleza que producen el sentimiento de
la preferencia. A fuerza de verse, llegan a no poder prescindir de hacerlo. Un sentimiento tierno y dulce insinase en el alma, el cual, a la
menor oposicin convirtese en furor impetuoso. Con el amor despirtanse los celos, la discordia triunfa y la ms dulce de las pasiones
recibe sacrificios de sangre humana.
A medida que las ideas y los sentimientos se suceden, que el espritu y el corazn se ejercitan, el gnero humano contina hacindose
ms dcil, las relaciones se extienden y los lazos se estrechan cada vez
ms. Establcese la costumbre de reunirse delante de las cabaas o
alrededor de un gran rbol y el canto y el baile, verdaderos hijos del
amor y de la ociosidad, convirtense en la diversin, o mejor dicho, en
la ocupacin de hombres y mujeres reunidos. Cada cual comienza a
mirar a los dems y a querer a su vez ser mirado, consagrndose as
un estmulo y una recompensa a la estimacin pblica. El que cantaba
o el que bailaba mejor, el ms bello, el ms fuerte, el ms sagaz o el
ms elocuente fue el ms considerado, siendo ste el primer paso dado
hacia la desigualdad y hacia el vicio al mismo tiempo, pues de esas
preferencias nacieron la vanidad y el desprecio por una parte y la vergenza y la envidia por otra, y la fermentacin causada por estas nuevas levaduras, produjo, al fin, compuestos funestos a la felicidad y a la
inocencia.
Tan pronto como los hombres comenzaron a apreciarse mutuamente, tomando forma en su espritu la idea de la consideracin, cada
uno pretendi tener derecho a ella, sin que fuese posible faltar a nadie
impunemente. De all surgieron los primeros deberes impuestos por la
civilizacin, aun entre los mismos salvajes y de all toda falta voluntaria convirtise en ultraje, pues con el mal que resultaba de la injuria,
el ofendido vea el desprecio a su persona, a menudo ms insoportable
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que el mismo mal. Fue as como, castigando cada uno el desprecio de


que haba sido objeto, de manera proporcional al caso, segn su entender, las venganzas hicironse terribles y los hombres sanguinarios
y crueles. He aqu precisamente el grado a que se haban elevado la
mayor parte de los pueblos salvajes que nos son conocidos, y que por
no haber distinguido suficientemente las ideas ni tenido en consideracin cun distante estaban ya del estado natural, muchos se han apresurado a deducir que el hombre es naturalmente cruel y que hay
necesidad de la fuerza para civilizarlo, cuando nada puede igualrsele
en dulzura en su estado primitivo; entretanto que, colocado por la naturaleza a distancia igual de la estupidez de los brutos y de los conocimientos del hombre civilizado, y limitado igualmente por el instinto
y la razn a guardarse del mal que le amenaza, es impedido por la
piedad natural para hacerlo a nadie, sin causa justificada, aun despus
de haberlo recibido; pues de acuerdo con el axioma del sabio Locke,
no puede existir injuria donde no hay propiedad.
Mas es preciso considerar que la sociedad organizada y establecidas ya las relaciones entre los hombres, stas exigan cualidades diferentes de las que tenan en su primitivo estado; que comenzando la
idea de la moralidad a introducirse en las acciones humanas, sin leyes,
y siendo cada cual juez y vengador de las ofensas recibidas, la bondad
propia al simple estado natural no era la que convena a la sociedad ya
naciente; que era preciso que el castigo fuera ms severo a medida que
las ocasiones de ofender hacanse ms frecuentes y que el terror a la
venganza sustituyese el freno de las leyes. As, aun cuando los hombres fuesen menos pacientes y sufridos y aun cuando la piedad natural
hubiese ya experimentado alguna alteracin, este perodo del desarrollo de las facultades humanas, conservando un justo medio entre la
indolencia del estado primitivo y la petulante actividad de nuestro
amor propio, debi6 ser la poca ms dichosa y ms duradera.
Cuanto ms se reflexiona, ms se ve que este perodo fue el menos
sujeto a las transformaciones y el mejor al hombre (p), del cual debi6
salir por un funesto azar que, por utilidad comn, no ha debido jams
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llegar. El ejemplo de los salvajes que se han encontrado casi todos en


este estado, parece confirmar que el gnero humano fue creado para
permanecer siempre en el mismo, que representa la verdadera juventud del mundo, y que todos los progresos ulteriores han sido, en apariencia, otros tantos pasos dados hacia la perfeccin del individuo,
pero en efecto y en realidad hacia la decrepitud de la especie.
Mientras que los hombres se contentaron con sus rsticas cabaas,
mientras que se limitaron a coser sus vestidos de pieles con espinas o
aristas, a adornarse con plumas y conchas, a pintarse el cuerpo de
diversos colores, a perfeccionar o a embellecer sus arcos y flechas, a
construir con piedras cortantes algunas canoas de pescadores o toscos
instrumentos de msica; en una palabra, mientras se dedicaron a
obras que uno solo poda hacer y a las artes que no exigan el concurso de muchas manos, vivieron libres, sanos, buenos y dichosos,
hasta donde podan serlo dada su naturaleza, y continuaron gozando
de las dulzuras de un comercio independiente; pero desde el instante
en que un hombre tuvo necesidad del auxilio de otro, desde que se dio
cuenta que era til a uno tener provisiones para dos, la igualdad desapareci, la propiedad fue un hecho, el trabaj se hizo necesario y las
extensas selvas transformronse en risueas campias que fue preciso
regar con el sudor de los hombres, y en las cuales vise pronto la esclavitud y la miseria germinar y crecer al mismo tiempo que germinaban y crecan las mieses.
La metalurgia y la agricultura fueron las dos artes cuya invencin
produjo esta gran revolucin. Para el poeta, fueron el oro y la plata,
pero para el filsofo, fueron el hierro y el trigo los que civilizaron a
los hombres y perdieron el gnero humano. Tan desconocidas eran
ambas artes a los salvajes de Amrica, que a causa de ello continan
sindolo todava; los otros pueblos parece tambin que han permanecido en estado de barbarie, mientras han practicado una de stas sin
otra. Y una tal vez de las mejores razones por la cual la Europa ha
sido, si no ms antes, al menos ms constantemente culta que las otras

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partes del mundo, depende del hecho de ser a la vez la ms abundante


en hierro y la ms frtil en trigo.
Es difcil conjeturar cmo los hombres han llegado a conocer y a
saber emplear el hierro, pues no es creble que hayan tenido la idea de
sacarlo de la mina y de separarlo convenientemente para ponerlo en
fusin antes de saber lo que poda resultar de tal operacin. Por otra
parte, este descubrimiento puede tanto menos atribuirse a un incendio
casual, cuanto que las minas no se forman sino en lugares ridos y
desprovistos de rboles y plantas; de suerte que podra decirse que la
naturaleza tom sus precauciones para ocultamos este fatal secreto.
Slo, pues, la circunstancia extraordinaria de algn volcn arrojando
materias metlicas en fusin, ha podido sugerir a los observadores la
idea de imitar a la naturaleza; y aun as, es preciso suponerles mucho
valor y gran previsin, para emprender un trabajo tan penoso y para
considerar o pensar en las ventajas que de l podan obtener, lo cual es
propio de hombres ms ejercitados de lo que ellos deban estar.
En cuanto a la agricultura, sus principios fueron conocidos mucho
tiempo antes de que fuesen puestos en prctica, pues no es posible que
los hombres, sin cesar ocupados en procurarse su subsistencia de los
rboles y de las plantas, no hubieran pronto tenido la idea de los medios que la naturaleza emplea para la generacin de los vegetales; mas
probablemente su industria no se dedic sino muy tarde a este ramo,
ya porque los rboles, que con la caza y la pesca, provean a su sustento, no tenan necesidad de sus cuidados, ya por falta de conocer el
uso del trigo, ya por carecer de instrumentos para cultivarlo, ya por
falta de previsin de las necesidades del maana, o ya, en fin, por no
disponer de los medios para evitar que los otros se apropiasen del
fruto de su trabajo. Ya ms industriosos, puede suponerse que con
piedras y palos puntiagudos comenzaron por cultivar algunas legumbres o races alrededor de sus cabaas, mucho tiempo antes de saber
preparar el trigo y de tener los instrumentos necesarios para el cultivo
grande; sin contar con que para entregarse a esta ocupacin y a la de
sembrar las tierras, hubieron de resolverse a perder por el momento
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algo para ganar mucho despus, precaucin muy difcil de ser adoptada por el hombre salvaje que, como ya he dicho, tiene bastante trabajo con pensar por la maana en las necesidades le la noche.
La invencin de las dems artes fue, pues, necesaria para impulsar
al gnero humano a dedicarse al de la agricultura. Desde que fue preciso el concurso de hombres para fundir y forjar el hierro, hubo necesidad de otros para que proporcionasen el sustento a los primeros.
Mientras ms se multiplic el nmero de obreros, menos brazos hubo
empleados para subvenir a la subsistencia comn, sin que por ello
fuese menos el de los consumidores, y como los unos necesitaban gneros en cambio de su hierro, los otros descubrieron al fin el secreto
de emplear ste en la multiplicacin de aqullos. De all nacieron, de
un lado, el cultivo y la agricultura, y del otro, el arte de trabajar los
metales y de multiplicar sus usos.
Del cultivo de las tierras provino necesariamente su reparticin, y
de la propiedad, una vez reconocida, el establecimiento de las primeras reglas de justicia, pues para dar a cada uno lo suyo era preciso que
cada cual tuviese algo. Adems, comenzando los hombres a dirigir sus
miradas hacia el porvenir, y vindose todos con algunos bienes que
perder, no hubo ninguno que dejase de temer a la represalia por los
males que pudiera causar a otro. Este origen es tanto ms natural,
cuanto que es imposible concebir la idea de la propiedad recin instituida de otra suerte que por medio de la obra de mano, pues no se ve
qu otra cosa puede el hombre poner de s, para apropiarse de lo que
no ha hecho, si no es su trabajo. Slo el trabajo es el que, dando al
cultivador el derecho sobre los productos de la tierra que ha labrado,
le concede tambin, por consecuencia, el derecho de propiedad de la
misma, por lo menos hasta la poca de la cosecha, y as sucesivamente
de ao en ao, lo cual constituyendo una posesin continua, termina
por transformarse fcilmente en propiedad. Cuando los antiguos, dice
Grotius, han dado a Cres el epteto de legisladora y a una fiesta celebrada en su honor, el nombre de Tesmoforia, han hecho comprender
que la reparticin de tierras produjo una nueva especie de derecho, es
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decir, el derecho de propiedad, diferente del que resulta de la ley natural.


Las cosas hubieran podido continuar en tal estado e iguales, si el
talento hubiese sido el mismo en todos los hombres y si, por ejemplo,
el empleo del hierro y el consumo de las mercancas se hubieran
siempre mantenido en exacto equilibrio; pero esta proporcin que nada sostena, fue muy pronto disuelta; el ms fuerte haca mayor cantidad de trabajo, el ms hbil sacaba mejor partido del suyo o el ms
ingenioso encontraba los medios de abreviarlo; el agricultor tena ms
necesidad de hierro o el forjador de trigo, y, sin embargo, de trabajar
lo mismo, el uno ganaba mucho, mientras que el otro tena apenas
para vivir. As la desigualdad natural fue extendindose insensiblemente con la combinacin efectuada, y la diferencia entre los
hombres, desarrollada por las circunstancias, se hizo ms sensible,
ms permanente en sus efectos, empezando a influir en la misma proporcin sobre la suerte de los particulares.
Habiendo llegado las cosas a este punto, fcil es imaginar lo restante. No me detendr a describir la invencin sucesiva de las dems
artes, el progreso de las lenguas, el ensayo y el empleo de los talentos,
la desigualdad de las fortunas, el uso o el abuso de las riquezas, ni
todos los detalles que siguen a stos y que cada cual puede fcilmente
suplir. Me limitar tan slo a dar una rpida ojeada al gnero humano,
colocado en este nuevo orden de cosas.
He aqu, pues, todas nuestras facultades desarrolladas, la memoria
y la imaginacin en juego, el amor propio interesado, la razn en actividad y el espritu llegado casi al trmino de la perfeccin de que es
susceptible. He aqu todas las cualidades naturales puestas en accin,
el rango y la suerte de cada hombre establecidos, no solamente de
acuerdo con la cantidad de bienes y el poder de servir o perjudicar,
sino de conformidad, con el espritu, la belleza, la fuerza o la destreza,
el mrito o el talento; y siendo estas cualidades las nicas que podan
atraer la consideracin, fue preciso en breve tenerlas o afectar tenerlas. Hzose necesario, en beneficio propio, mostrarse distinto de lo que
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en realidad se era. Ser y parecer fueron dos cosas completamente diferentes, naciendo de esta distincin el fausto imponente, la engaosa
astucia y todos los vicios que constituyen su cortejo Por otra parte, de
libre e independiente que era antes el hombre, qued, debido a una
multitud de nuevas necesidades, sujeto, por decirlo as, a toda la naturaleza y ms an a sus semejantes, de quienes se hizo esclavo en un
sentido, aun convirtindose en amo; pues si rico, tena necesidad de
sus servicios; si pobre, de sus auxilios, sin que en un estado medio
pudiese tampoco prescindir de ellos. Fue preciso, pues, que buscara
sin cesar los medios de interesarlos en su favor hacindoles ver, real o
aparentemente, el provecho que podran obtener trabajando para l, lo
cual dio por resultado que se volviese trapacero artificioso con unos e
imperioso y duro con otros, ponindolo en el caso de abusar de todos
los que tena necesidad cuando no poda hacerse temer y cuando no e
redundaba en inters propio servirles con utilidad. En fin, la ambicin
devoradora, el deseo ardiente de aumentar su relativa fortuna, no tanto
por verdadera necesidad cuanto por colocarse encima de los otros, inspira a todos una perversa inclinacin a perjudicarse mutuamente, una
secreta envidia tanto ms daina, cuanto que para herir con mayor
seguridad, disfrzase a menudo con la mscara de la benevolencia. En
una palabra; competencia y rivalidad de un lado, oposicin de intereses del otro, y siempre el oculto deseo de aprovecharse a costa de los
dems; he all los primeros efectos de la propiedad y el cortejo de los
males inseparables de la desigualdad naciente.
Antes de que hubiesen sido inventados los signos representativos
de la riqueza, sta no poda consistir sino en tierras y en animales,
nicos bienes reales que los hombres podan poseer. Pero cuando los
patrimonios hubieron aumentado en nmero y extensin hasta el
punto de cubrir toda la tierra, los unos no pudieron acrecentarlos sino
a expensas de los otros, y los supernumerarios, que la debilidad o la
indolencia haban impedido adquirir a su vez, convertidos en pobres
sin haber perdido nada, pues aun cambiando todo en torno suyo slo
ellos no haban cambiado, vironse obligados a recibir o a arrebatar su
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subsistencia de manos de los ricos, naciendo de aqu, segn los distintos caracteres de unos y otros, la dominacin y la servidumbre o la
violencia y la rapia. Los ricos, de su parte, apenas conocieron el placer de la dominacin, desdearon los dems, y, sirvindose de sus
antiguos esclavos para someter otros nuevos, no pensaron ms que en
subyugar y envilecer a sus vecinos, a semejanza de esos lobos hambrientos que, habiendo probado una vez carne humana, rehsan toda
otra clase de comida, no queriendo ms que devorar a los hombres.
As result que, los ms poderosos o los ms miserables, hicieron
de sus fuerzas o de sus necesidades una especie de derecho en beneficio de los dems, equivalente, segn ellos, al derecho de propiedad, y
que rota la igualdad, se sigui el ms espantoso desorden, pues las
usurpaciones de los ricos, los latrocinios de los pobres y las pasiones
desenfrenadas de todos, ahogando el sentimiento de piedad natural y
la voz dbil an de la justicia, convirtieron a los hombres en avaros,
ambiciosos y malvados. Surga entre el derecho del ms fuerte y el del
primer ocupante un conflicto perpetuo que slo terminaba por medio
de combates y matanzas (q). La sociedad naciente dio lugar al ms
horrible estado de guerra, y el gnero humano, envilecido y desolado,
no pudiendo volver sobre sus pasos, ni renunciar a las desgraciadas
adquisiciones hechas, y trabajando solamente en vergenza suya, a
causa del abuso de las facultades que le honran, se coloc al borde de
su propia ruina.
Attonitus novitate mali, divesque
(miserque,
Effugere optat opes, et quae modo
(voverat, odit.
OVID, Metam., lib, XI, v. 127.
No es posible que los hombres dejasen al fin de reflexionar acerca
de una situacin tan miserable y sobre las calamidades que les abru70

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maban. Los ricos sobre todo debieron pronto darse cuenta de cun
desventajosa les era una guerra perpetua cuyos gastos eran ellos solos
los que los hacan y en la cual el peligro de la vida era comn y el de
los bienes, particular. Adems, cualquiera que fuese el carcter que
dieran a sus usurpaciones, comprendan suficientemente que estaban
basadas sobre un derecho precario y abusivo, y que no habiendo sido
adquiridas ms que por la fuerza, la fuerza misma poda quitrselas
sin que tuviesen razn para quejarse.
Los mismos que se haban enriquecido slo por medio de la industria, no podan casi fundar sus derechos de propiedad sobre ttulos
mejores. Podan decir en todos los tonos: yo he construido este muro;
he ganado este terreno con mi trabajo; pero quien os ha dado la alineacin, podan responderle, y en virtud de qu derecho pretendis
cobraros a expensas nuestras un trabajo que no os hemos impuesto?
Ignoris por ventura que una multitud de vuestros hermanos perecen
o sufren faltos de lo que a vosotros sobra, y que os era preciso un consentimiento expreso y unnime del gnero humano ara que pudieseis
apropiaros, de la subsistencia comn, todo lo que no tenais necesidad
para la vuestra? Careciendo de razones vlidas para justificarse y de
fuerzas suficientes para defenderse, aniquilando fcilmente un particular, pero aniquilado l mismo por las tropas de bandidos, solo contra todos, y no pudiendo, a causa de las rivalidades mutuas que
existan, unirse con sus iguales para contrarrestar los enemigos asociados por la esperanza del pillaje; el rico, constreido por la necesidad, concibi al fin el proyecto ms arduo que haya jams realizado el
espritu humano: el de emplear en su favor las mismas fuerzas de los
que lo atacaban, de hacer de sus adversarios sus defensores, de inspirarles otras mximas y de darles otras instituciones que le fuesen tan
favorables a l como contrario le era el derecho natural.
Con estas miras, despus de haber expuesto a sus vecinos el horror
de una situacin que les obligaba a armarse y a luchar los unos contra
los otros, que converta sus posesiones en cargas onerosas como sus
necesidades, y en la que nadie encontraba seguridad ya estuviese en la
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pobreza o ya disfrutase de riquezas, invent razones especiosas para


llevarlos a aceptar el fin que se propona. "Unmonos, les dijo, para
garantizar contra la opresin a los dbiles, contener los ambiciosos y
asegurar a cada uno la posesin de lo que le pertenece. Instituyamos
reglamentos de justicia y de paz a los cuales todos estemos obligados a
conformarnos, sin excepcin de persona, y que reparen de alguna manera los caprichos de la fortuna, sometiendo igualmente el poderoso y
el dbil a mutuos deberes. En una palabra, en vez de emplear nuestras
fuerzas contra nosotros mismos, unmoslas en un poder supremo que
nos gobierne mediante sabias leyes, que proteja y defienda a todos los
miembros de a asociacin, rechace los enemigos comunes y nos mantenga en una eterna concordia."
No fue preciso tanto como lo dicho en este discurso para convencer y arrastrar a hombres rudos, fciles de seducir y que adems tenan
demasiados asuntos que esclarecer entre ellos para poder prescindir de
rbitros y de seores. Todos corrieron al encuentro de sus cadenas,
creyendo asegurar su libertad, porque aun teniendo bastante razn
para sentir las ventajas de un rgimen poltico, no posean la experiencia suficiente para prever sus peligros. Los ms capaces para
presentir los abusos, eran precisamente los que contaban aprovecharse. Los mismos sabios comprendieron que se haca indispensable sacrificar una parte de su libertad para la conservacin de la otra, como
un herido se hace amputar el brazo para salvar el resto del cuerpo.
Tal fue o debi ser el origen de la sociedad y de las leyes, que proporcionaron nuevas trabas al dbil y nuevas fuerzas al rico (r); destruyeron la libertad natural indefinidamente, establecieron para siempre la ley de la propiedad y de la desigualdad; de una hbil usurpacin
hicieron un derecho irrevocable, y, en provecho de algunos ambiciosos, sometieron en lo futuro a todo el gnero humano al trabajo, a
la esclavitud y a la miseria. Comprndese fcilmente que el establecimiento de una sola sociedad hizo indispensable el de todas las dems, y que para hacer frente a fuerzas unidas, fue preciso unirse a su
vez. Multiplicndose o extendindose rpidamente estas sociedades,
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Discurso sobre el origen de la desigualdad

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pronto cubrieron toda la superficie de la tierra, sin que fuese posible


encontrar un solo rincn del universo en donde pudiera el hombre
libertarse del yugo y sustraer su cabeza a la cuchilla, a menudo mal
manejada que cada uno vea perpetuamente suspendida sobre s. Habindose convertido as el derecho civil en la regla comn de los ciudadanos, la ley natural no tuvo efecto ms que entre las diversas sociedades bajo el nombre de derecho de gentes, atemperado por ciertas
convenciones tcitas para hacer posible el comercio y suplir la conmiseracin natural que, perdiendo de sociedad a sociedad casi toda la
fuerza que tena de hombre a hombre, no reside ms que en determinadas almas grandes y cosmopolitas que franquean las barreras
imaginarias que separan los pueblos, y que, a semejanza del Ser Supremo que las ha creado, abrazan a todo el gnero humano en su infinita benevolencia.
Permaneciendo de esta suerte los cuerpos polticos en el estado natural, pronto se resintieron de los mismos inconvenientes que haban
obligado a los individuos a apartarse de l, resultando tal estado ms
funesto todava entre estos grandes cuerpos que lo que lo haba sido
antes entre los ciudadanos que los componan. De all surgieron las
guerras civiles, las batallas, las matanzas, las represalias que hacen
estremecer la naturaleza y hieren la razn, y todos esos horribles prejuicios que colocan en el rango de virtudes el derramamiento de sangre humana. Las gentes ms honradas contaron entre sus deberes el de
degollar a sus semejantes; vise en fin a los hombres matarse por millares sin saber por qu, cometindose ms asesinatos en un solo da
de combate y ms horrores en la toma de una ciudad, que no se haban
cometido en el estado natural durante siglos enteros, en toda la faz de
la tierra. Tales fueron los primeros efectos de la divisin del gnero
humano en diferentes clases. Volvamos a sus instituciones.
S que muchos han dado otros orgenes a las sociedades polticas,
as como a las conquistas del poderoso o la unin de los dbiles; pero
la seleccin entre estas causas es indiferente a lo que yo me propongo
establecer. Sin embargo, la que acabo de exponer me parece la ms
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Juan Jacobo Rousseau

natural, por las razones siguientes: l) Que, en el primer caso, no siendo la conquista un derecho, no ha podido fundarse sobre l ninguno
otro, permaneciendo siempre el conquistador y los pueblos conquistados en estado de guerra, a menos que la nacin en libertad escogiese
voluntariamente por jefe su vencedor. Hasta aqu, algunas capitulaciones que hayan hecho, como slo han sido efectuadas por la violencia, y por consiguiente resultan nulas por el hecho mismo, no puede
existir, en esta hiptesis, ni verdadera sociedad, ni cuerpo poltico, ni
otra ley que la del ms fuerte. 2) Que la palabra fuerte y dbil son
equvocos en el segundo caso, pues en el intervalo que media entre el
establecimiento el derecho de propiedad o del primer ocupante y el de
los gobiernos polticos, el sentido de estos trminos queda mejor expresado con los de pobre y rico, puesto que en efecto, un hombre no
tena antes que las leyes hubieran sido establecidas, otro medio de
sujetar a sus iguales que el de atacar sus bienes o cederle parte de los
suyos. 3) Que los pobres, no teniendo otra cosa que perder ms que su
libertad, habran cometido una gran locura privndose voluntariamente del nico bien que les quedaba para no ganar nada en cambio;
que por el contrario, siendo los ricos, por decirlo as, sensibles en todos sus bienes, era mucho ms fcil hacerles mal; que tenan, por consiguiente, necesidad de tomar mayores precauciones para
garantizarlos, y que, en fin, es ms razonable creer que una cosa ha
sido inventada por los que utilizaran de ella, que por quienes recibieran perjuicio.
El nuevo gobierno no tuvo en lo absoluto una forma constante y
regular. La falta de filosofa y de experiencia no dejaba percibir ms
que los inconvenientes del momento, sin pensarse en poner remedio a
los otros sino a medida que se presentaban. A pesar de todos los trabajos de los ms sabios legisladores, el estado poltico permaneci
siempre imperfecto, porque haba sido casi obra del azar y porque mal
comenzado, el tiempo no pudo jams, no obstante haber descubierto
sus defectos y aun sugerido los remedios, reparar los vicios de su
constitucin. Modificbase sin cesar, en vez de comenzar, como debi
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