El Liberalismo Doctrinario
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El Liberalismo Doctrinario
DOCTRINARIO
NOTAS
obra que estoy reseando, las acotaciones y anotaciones marginales no brotan dialcticamente agresivas, antes bien, apaciblemente comentadoras.
De esa modesta calidad glosistica participan las que a m me
sugirieron sus pginas, y, al coordinarlas ahora en este artculo,
no abrigo propsito ninguno de crtica magistral, para cuyo ejercicio me faltara competencia, cuando me sobrase petulancia.
Por cules vicisitudes atraves el liberalismo doctrinario
francs desde su inicio programtico hasta su fracaso definitivo?
Analzalas el autor con tanta mayor escrupulosidad, cuanto que
en las citas bsicas, comprobatorias de su tesis, respeta la versin idiomtica original, mtodo que tiene a m-i entender gran eficacia docente. Gar t s que implica renunciar de antemano a nmero considerable de posibles lectores, cuyo dominio del francs
se reduce al lxico turstico o al de novelas folletinescas. Pero el
texto de la lucubracin adquiere, en contrapartida, reciedumbre
y exactitud de que carecera si pretendiese verter de una lengua a otra matices coloreadores o perfiladores del pensamiento,
intraducibies de puro sutiles. Como el relato sigue adems el hilo
cronolgico, hcese fcil reconstituirle en lnea esquemtica.
Hallbase Francia a comienzos del siglo xix en empecinada
rebelda contra el pasado. La famosa Revolucin, cuyo prdromo
ms inmediato fue la toma de La Bastilla, se aplic despus a
destruir todas las dems fortalezas institucionales del antiguo
rgimen. Las especulaciones abstractas de la Enciclopedia parecieron haber prevalecido para siempre sobre las fuerzas pluriseculares de la tradicin, tenidas hasta entonces por irresistibles.
Pero la madeja de la realidad se embroll, mal devanada por el
psimo funcionamiento de la mquina gubernamental, hasta formar el nudo gordiano de la anarqua, que, inextricable para deshecho normalmente, hubo de ser cortado, como suele, por la espada de un dictador: Napolen Bonaparte.
Tuvo la gestin napolenica grandes aciertos, no slo militares, sino administrativos y hasta legislativos; pero err lo principal, que consista en dotar a Francia de un Estatuto orgnico,
apto para continuar rigiendo cuando sobreviniese ineludible el
trmino de la carrera poltica o, en'el mejor de los casos, la vida
fsica del hombre providencial.
Su derrumbamiento catastrfico impuso a Francia la ardua
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tarea de reajustar a las nuevas necesidades de su existencia todas sus instituciones fundamentales. Sugirironse a tal efecto muy
varias soluciones: Una Regencia del Rey de Roma, proclamado
Napolen II; un nuevo laureado Csar, el Mariscal Bernadotte,
por ejemplo; u otra Repblica, una e indivisible, diversamente
estructurada que la anterior, de ominosa recordacin. El fallo
sensatsimo lo pronunci Talleyrand con esta sentencia lapidaria:
"Todo eso no son ms que intrigas. nicamente la Restauracin
es un principio: el triunfo de la legitimidad."
La Restauracin borbnica, bautizada de legitimidad por un
Obispo apstata, naci as en la cuna doctrinaria de los principios. Pero si el Imperio no poda sobrevivir, tampoco resucitar
lisa y llanamente la Monarqua, sepulta con el cadver mutilado
de Luis XVI; y el doctrinarismo prosigui su labor en busca de
una frmula que satisficiese en lo posible a la nacin entera, integrada por estos elementos: la realeza, la aristocracia, la Iglesia,
la burguesa y el pueblo.
Ni del primero ni del ltimo de los cinco eran de temer serios
obstculos. Luis XVIII, encarnador, por la gracia de Dios, de la
legitimidad dinstica, madurado por los aos, baqueteado por el
destierro, humanista con puntos de socarrn y gotoso con ribetes de epicreo, aceptara cualesquiera trminos de. transaccin
razonable y aun los sugerira complaciente y sagaz en caso de
apuro, con tal de no perder el Trono de sus mayores,' a costa de
tantas fatigas recuperado.
Las masas populares yacan en el sopor semiletrgico, que
sobreviene por lo regular tras las revoluciones,, guerras civiles y
consiguientes dictaduras represivas, durante lapso, cuya duracin suele acompasarle con el grado de violencia del trastorno
y el de sevicia del escarmiento. Comenzaban ya a rebullir algunos grupos proletarios, en quienes pareca perdurar el espritu
del pasado siglo, con mpetu no menos subversivo, pero tambin
con insospechadas tendencias societarias, inadmisibles para !a
mentalidad republicana, aferrada al declogo racionalista y archiindividualista de la Declaracin de los derechos del hombre y del
ciudadano.
El toque del buen xito para el empeo doctrinario consista,
pues, en lograr sincera reconciliacin entre los espoliados de sus
bienes y los enriquecidos con esos despojos, aun cuando hubiesen
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todos los poderes soberanos. Por eso, haber de compartir las prerrogativas oligrquicas, pareca ya una mediatizacin, tanto a los
aristcratas como a los burgueses.
Pero, sin embargo de subsistir la rivalidad poltica y la antipata recproca, la ndole indivisa de la riqueza rural, disfrutada
ahora por magnates de rancia estirpe e improvisados nuevos ricos, creaba entre todos ellos la recia solidaridad de los intereses
y los enlazaba con vnculos de egosmo, ligazn que representa
en lo humano el mximo potencial de la inercia, porque los satisfechos exageran la quietud hasta la apata, y los disconformes
extreman el dinamismo hasta la subversin. La concordia nacional penda, pues, de un acuerdo tcito o expreso entre los mulos para distribuirse las funciones sociales y compartir el mando poltico. Esa frmula no poda surgir como programa de ningn partido, sino como planta arquitectnica elaborada por un
selecto grupo de expertos en Ciencias morales y polticas, conocedores de la realidad europea coetnea, merced a frecuentes viajes o prolongadas estancias en el extranjero, y aunque militantes
tal vez en algn bando, no identificados con vastas clientelas, cuyos apetitos insaciables desnaturalizan su labor. Ese ts, en efecto, el perfil biogrfico de Royer Collard, Vctor Cousin, Guizot,
Rmusar, etc. Mas no atae a mi propsito la evocacin de sus
personas, sino la de su obra. Se llamaron doctrinarios porque, a
diferencia de muchos otros liberales que se inspiraban en principios abstractos, empricamente interpretados y aplicados, profesaban todos ellos los que haban extrado de las enseanzas
del Derecho pblico y contrastado con la experiencia histrica,
acomodando a esa doctrina sus actuaciones polticas.
Se los escuch al principio poco y mal, del Rey abajo. Consinti Luis XVIII en fraccionar la soberana antes inconstil y
reconocer la existencia en el Estado de tres Poderes distintos:
el legislativo, el ejecutivo y el judicial. La Monarqua francesa
restaurada emparentaba as, a travs de Montesquieu, con la
britnica, ms prestigiosa que nunca desde que consigui vencer
al coloso napolenico. Pero el hermano de Luis XVI se neg
a admitir el principio de la soberana nacional, y el Estatuto
por l sancionado y promulgado no se llam Constitucin, sino
Carta otorgada.
Accedi la nobleza a transigir el pleito de la propiedad rural
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interpretndola idnticamente, y de no poder ejercerla o asumirla, al igual que sus antepasados, prefirieron ambos, antes
que descaecer, renunciar al cetro.
No padeci ese mismo empacho de monarquismo legitimista
el Duque de Orlens, ex Felipe Igualdad, y apenas proclamado,
no Felipe V i l , sino Rey (electo) de los Franceses, orden arriar
la bandera blanca de las lises, diferenciada, en todo caso, de la
otra por el lambel indicador de linca segundognita. Onde de
nuevo en los mstiles nacionales aquella tricolor que (como lo
recordara algo despus, en muy otras circunstancias, el verbo
clido de Lamartine) haba flameado triunfal sobre todos los
campanarios del continente europeo. No se reconoci de modo
expreso el principio de la soberana nacional, pero s tcitamente,
puesto que la Carta, reformada por la Cmara bajo Carlos X,
no se promugl como otorgada, sino que hubo de jurarla el
Rey antes de iniciar sus funciones mayestticas.
La religin catlica no fue ya reconocida como del Estado,
pero s de la mayora de los franceses. Se suprimi la previa
censura; se abolieron los Tribunales especiales; se despoj a
la nobleza del derecho a heredar la paira; se ampli el sufragio
representativo, incluyendo en el censo de elegibles a cuantos poseyesen un patrimonio de 500 francos, y en el de 'electores a
cuantos lo tuviesen de 200. Triunfaban, pues, las frmulas doctrinarias y, claro es, que con provecho poltico para sus adeptos,
los cuales, durante el reinado de Luis Felipe, ocuparon de continuo el mayor nmero de escaos parlamentarios, de cargos
pblicos y de elevadas posiciones polticas. Acosado de nuevo
el rgimen desde la derecha legitimista y desde la izquierda
republicana, pudo mantenerse en el justo medio, que es el nico
clima propicio a la viabilidad de las criaturas del doctrinarismo.
Pero la nacida en 1830 estaba destinada a morir por consuncin a los dieciocho aos.
Las causas de su malogro fueron varias y de diversa ndole:
deficiente configuracin orgnica; indocto entremetimiento ajeno; sevicia hipcrita de quienes ms obligados estaban a cuidarla, y, por ltimo, perturbacin deletrea del ambiente nacional, que lleg a hacrsele irrespirable. Con la sucinta exposicin
de cada uno de esos motivos de fracaso pondr trmino a la
primera parte de este artculo.
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ponsable ante Dios y ante la Historia, por lo menos, de la previsin y la continuidad en los rumbos nacionales, sinti repetidamente en el curso de su reinado (dejo aparte si con razn o sin
ella) afn vehementsimo de mandar conjuntamente a paseo a
sus Ministros y a la Cmara, concordes, cuando no conchabados, para contrariar su parecer y resistir a su voluntad. No
pudo intentarlo nunca sin que se le apareciesen en insomnios
o pesadillas los espectros escarmentadores de sus infortunados
primos Luis XVI y Carlos X, y debi de reflexionar melanclicamente: "Se me reconocen como propias de la realeza ciertas
funciones soberanas, militares y civiles; pero no se me permite ejercerlas sin obtener de antemano la conformidad de esos
mismos parlamentarios o Ministros, que por sentir celos de mi
magistratura me impiden desempearlas."
He de volver sobre el tema en la segunda parte de este
artculo referente a Espaa, porque nuestro gran doctrinario nacional, Cnovas del Castillo, se ajust a la errnea pauta francesa al elaborar la Constitucin de 1876. Agotar antes lo relativo a Francia.
La anomala patentizada por las protestas de Luis Felipe
tuvo un conato de enmienda que surti el efecto paradjico de
agravarla en vez de corregirla, a causa de que no se tradujo
en bien meditada rectificacin, sino en improvisada ocurrencia
de Benjamn Constant, quitn no era, ni mucho menos, un doctrinario competente y sesudo, sino un emprico embrolln con
pretensiones de filsofo. Pudese resumir el torpe arbitrismo en
estos trminos: "Puesto que dentro del rgimen monrquico
corresponden necesariamente al Rey facultades peculiares suyas,
impropias en buena lgica para compartidas con los Parlamentarios, con los Ministros y con los Magistrados, se patentiza deficiente la clsica divisin dt Poderes ideada por Montesquieu,
a la vista del modelo britnico, y procede reconocer la existencia
de otro ms, el moderador, como se rectifican en Atlas astronmicos los mapas de las constelaciones mal observadas y defectuosamente reproducidas, cuando se descubren nuevos planetas."
El resultado de tan mirfico hallazgo no fue atribuir a la
Corona un cuarto Po'der, sino despojarla prcticamente de los
otros tres. El legislativo competira por entero en adelante a
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Hizo bien Diez del Corral en no prescindir de los seis ltimos captulos de su obra, escritos con idntica amenidad que
los veinte anteriores, y todava ms sugestivos de temas glosables por referirse a vicisitudes polticas de nuestra patria. Pero
el epgrafe del ttulo no requera, a mi parecer, sino los referentes a Cnovas, con quien comienza y termina la breve historia del doctrinarismo espaol. En pas donde no existe zona
poltica templada, la bsqueda de soluciones eclcticas para los
problemas de Derecho pblico que all se plantean, y aun su
hallazgo feliz, no son labor de estadista, ni siquiera de tratadista, sino ftil pasatiempo crucigramtico. Pues bien, ese clima apacible del justo medio no se disfrut t-n Espaa sino desde 1875 hasta 1900, poco ms o menos.
A travs de la brecha abierta durante el ltimo tercio del
siglo XVII en los aisladores baluartes orogrficos del Pirineo,
ensanchada sin cesar desde entonces, haban ido penetrando en
nuestro pas, primero, las modas francesas, despus las doctrinas
cientficas y literarias de la Enciclopedia; luego, las ideas innovadoras de la Revolucin, y, en ltimo trmino, los soldados
napolenicos. Slo entonces sobrevino la repulsa enrgica, y
merced al herosmo propio y al auxilio ajeno fue posible rechazar
a las tropas invasoras. Pero la mentalidad extranjeriza haba sido
asimilada ya como verncula por gran nmero de espaoles, cultos todos ellos e influyentes los ms.
Se produjo as el suceso inaudito de que estando todava
pendiente la lucha de las armas, ciertos falsos representantes
de la nacin reunidos en Cortes consagraran en un Cdigo fundamental ideas exticas importadas del pas enemigo, con tal
exceso de celo que nuestra Constitucin de 1812 super en liberalismo a la Carta otorgada francesa de 1814.
Puntualizar la insensatez de los diputados doceaistas parceme innecesario, puesto que cualquier lector medianamente
atento a la actualidad europea tiene noticia de otras anlogas
consumadas aqu y acull por retaguardias de resistencia, con
motivo de recientes invasiones en sus pases respectivos. La
enseanza de esa leccin histrica se reduce dondequiera a esto:
Para saber, en trances crticos, cul es la verdadera voluntad
colectiva de la nacin se impone aguardar a que una gran mayora, si no la totalidad de sus naturales, estn en condiciones
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tres elementos que echaba menos el hipottico dictamen del observador doctrinario. La aristocracia espaola no haba sido
nunca, ni aun en su apogeo, clase social contrapuesta a ninguna
otra, sino oligarqua directora, abierta de par en par al mrito
y al servicio, aunque, naturalmente, tambin a las apariencias o
mixtificaciones de entrambos. Abolidos en el curso del siglo XVIII
los privilegios polticos de la nobleza y a punto de perder, adems; por imposicin de las nuevas ideas igualitarias los privilegios econmicos, no reaccionaba encastillndose en orgullo nobiliario, sino democratizndose.
Era ya frecuente (y lo sera cada vez ms siglo xix adelante) que un Grande de Espaa, hacendado en el seoro territorial de sus mayores, alternase de igual a igual con el gran
terrateniente vecino suyo, simple hidalgo o plebeyo enriquecido.
y aceptase a sus hijos para yernos o a sus hijas para nueras
sin previas pesquisas genealgicas ni quiz siquiera crematsticas. Era normal tambin que dentro de las relaciones de la
vida urbana se moviesen en idntico nivel los ttulos del Reifao,
las personas constituidas en autoridad civil, militar o eclesistica, las calificadas de notables en el ejercicio de cualquier profesin liberal, los rentistas de fortuna desahogada y buena educacin, y aun los industriales, navieros o banqueros de la localidad, muy escasos donde quiera, porque clase propiamente burguesa no la posea an nuestro pas. Cuantos espaoles hubieran
podido irla formando de tres siglos atrs emigraron a las Indias
y poblaron all las colonias que, precisamente por aquellas mismas calendas, se aperciban para declararse naciones independientes.
Ocupaban peldao jerrquico algo inferior los 'mescratas:
empleados de sueldo exiguo, comerciantes al por menor, padres
de familia o solteros, adscritos a carreras oficiales o libres, pero
poco graduados en ellas; pequeos rentistas, funcionarios con
haber pasivo y, en fin, desheredados de la fortuna, aunque no
de la instruccin primaria ni de la urbanidad elemental, algunos
de los cuales haban de extremar los esfuerzos, ridculos o dramticos, para que quienes no les conocan personalmente les
llamaran caballero o seora en lugar de buen hombre o buena
r, hablndoles altivamente de t.
La divisoria menos franqueable separaba, en efecto, a los
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tradicional daban a la realeza superioridad representativa evidente sobre la que ostentasen cuandoquiera diputados y senadores juntos. Esta tesis tradujo la doctrinaria francesa referente a la mayora de generaciones e interpret la realidad nacional con criterio historicista.
La institucin de las Cortes, originariamente regncola, anmica y hasta letrgica bajo los Austrias, adulterada ya por los
Borbones y todava ms por los liberales doceaistas, exticamente parlamentizada despus, no era, en efecto, parangonabie
con la institucin impertrritamente milenaria de la Monarqua,
que fue, siglo tras siglo, eje inconmovible de la vida nacional
y, sobre todo, de su unidad:
El Estatuto ideado por Cnovas reconoca expresamente al
Rey el 'derecho de oponer veto definitivo a una ley votada en
Cortes, e implcitamente le impona tambin la obligacin de
velar por la continuidad de Jos rumbos nacionales en lo atinente a las relaciones con otros pases y a la defensa terrestre y
martima de la Patria. Pero o le dotaba de Consejo ninguna
permanente y ajeno a los partidos, capaz de asesorarle para e!
ejercicio de esas funciones regias. Caso de haber existido rgano de esa ndole, habran debido integrarle liberales ms o menos
doctrinarios no militantes (esto es, apartados desde siempre, o por
voluntaria jubilacin prematura, de la poltica activa), que emitiesen dictamen consultivo en casos de irreductible discrepancia de
los partidos gubernamentales entre s, del Gobitrno con las Cortes
o de estas con la opinin, supliendo de ese modo la impericia de un
Monarca sin experiencia, corroborando la iniciativa feliz de otro,
ms formado ya, e impidiendo en cualquier trance crtico que
el simple uso de esos derechos constitucionales de la Corona
pudiera atribuirse a inadmisible veleidad de poder personal.
Si Doa Mara Cristina, Regente del Reino durante la minoridad de Alfonso XIII, hubiese podido contar con tan valioso
apoyo, se habra frustrado quiz la insensatez (no menos daina que la de 1812) de implantar el sufragio universal en pais
donde la frmula demaggica un hombre un voto distaba todava
(con abismos por medio) de la doctrinaria democrtica, que no
puede ser sino sta: un ciudadano un voto. Cierto que los partidos
de nuestra Restauracin, el conservador Cnovas y el liberal de
Sagasta (aunque muy deficientes todava comparados con sus
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modelos britnicos), representaban enorme progreso en las prcticas constitucionales espaolas respecto del perodo isabelino.
Cierto tambin que dentro del acotado recinto del justo medio
seguiran ellos prestando organcidad al sufragio universa], como
la depararon al restringido, mientras la masa electoral se compusiese exclusivamente de mescratas, aristcratas y proletarios que se dejasen guiar por ellos. Pero se haca indispensable
que esos partidos u otros anlogos, asimismo de gobierno, engrosasen sus filas con cuantos se .decidiesen en lo sucesivo a ejercitar el voto, desglosndose, aislados o en grupo, de la enorme
masa abstencionista denominada neutra; so pena de'que, anarquizada tambin la funcin electoral con la multiplicacin de
partidos, grandes, pequeos y minsculos, dejaran de ser veraces (aun relativamente) los escrutinios salidos de las urnas, falsendose entonces sin remedio la representacin nacional, clave
de bveda legislativa y pifza maestra del rgimen.
Sobrevino la invasin del estadio ciudadano por guerrillas
antigubernamentales desde los primeros aos del siglo. La creciente importancia de las riquezas perifricas de la Pennsula
sobre las agrcolas de secano y de ganadera, asiento secular de
nuestra configuracin econmica, hizo surgir una verdadera burguesa, independente en lo crematstico, a diferencie de la mesocracia, cuya lista civil era el Presupuesto, imperita en lo poltico, a diferencia tambin de aqulla, aleccionada por ms de
un siglo de prctica, petulante, regionalista y hostil a los partidos histricos y a los Gobiernos de Madrid. De otra parte, los
esfuerzos propagandsticos del socialismo movilizaron de nuevo
a grandes masas obreras que al comparecer en los comicios antepusieron a sus reivindicaciones societarias dos postulados polticos: el antirreligioso y el antimonrquico.
En tal estado las cosas, bast la conmocin ssmica de la
guerra universal que empez en 1914 para deshacer en aicos
a los partidos histricos, inservibles adems por motivos de descomposicin interna. Se esteriliz la funcin legislativa, se paraliz la ejecutiva, se amedrent la judicial, asom espantable la
anarqua y se impuso, como remedio transitorio pero ineludible,
la dictadura.
Todas las facultades soberanas negadas o regateadas al Ry
por el liberalismo receloso las asumi sin ambages el dictador,
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