Allué Marta Invalidos, Feos y Freaks
Allué Marta Invalidos, Feos y Freaks
Allué Marta Invalidos, Feos y Freaks
1. Introduccin
En Ciencias Sociales diversos autores han enfatizando la idea de la diversidad
fsica y funcional como construccin social. En Gran Bretaa, Jenny Morris (1989,
1991 y 1993) introdujo el debate sobre discapacidad, gnero y etnicidad, la llamada
diversidad total; tambin Sally French (1993), y Mike Oliver (1990, 1991, 1993,
1996), profesor emrito de Disability Studies en la Universidad de Greenwich, que
Revista de Antropologa Social
2012, 21 273-286
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ISSN: 1131-558X
http://dx.doi.org/10.5209/rev_RASO.2012.v21.40059
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neurofibromatosis4, el sndrome de Proteus5 y otros trastornos tumorales de manifestacin externa. Estas deficiencias congnitas transforman hasta tal punto al individuo portador de la enfermedad que su presencia causa estupor, cuando no miedo,
asco y horror. Por un lado, en estos mismos mbitos, tambin suscitan pena y conmiseracin; por otro, alimentan la idea de una secreta bondad de carcter y capacidad de hacer el bien, a pesar del aislamiento social al que su monstruosidad les haya
condenado. Pero la compasin se establece nicamente despus de trabar relacin
con el portador de la diferencia. A partir de ah la tara, el estigma, no es ms que el
errneo envoltorio de un espritu admirable. Tal es el caso del pobre Quasimodo, del
hombre Elefante y todo el elenco de freaks que la literatura y el arte ha descrito a lo
largo de la historia y de los que se aprovech en su da el mundo del espectculo.
Freaks, raros, extraos, pero no de otro mundo donde los cnones de la belleza
no son equiparables, como pasara con los monstruos imaginarios de otras galaxias.
Son deformaciones de la realidad humana. Son y pueden ser cualquiera de nosotros.
Es por tanto la lectura deforme del cuerpo humano lo que nos causa estupor, nos
alarma y hasta nos horroriza, pero... nos atrae enormemente. El autntico freak es
misterioso ms que lisiado, sin embargo, tambin genera conmiseracin. Se mueve
entre lmites porque es, o puede parecer, a la vez realidad e ilusin.
3. Invlidos
La liminalidad segn Victor Turner (1988:102) es la condicin en la que las
personas eluden o se escapan del sistema de clasificacin que normalmente establecen las situaciones y posiciones en el espacio cultural. Jeffrey Willett y Mary
Jo Deegan (2001) cuentan que muchos investigadores6 han trabajado en torno a las
similitudes entre el estatus liminal durante los ritos de paso y el estatus de las personas con alguna deficiencia. Marilynn J. Phillips (1990:851) dice que la mayora
de ellas, de hecho, nunca pueden sanar desde el punto de vista fsico, de manera que
ocuparan un estado ambiguo entre el rol de enfermos y el de la normalidad. Segn
esto, estaramos ante una liminalidad permanente, lo que acentuara su ambigedad.
Un ejemplo de esa indeterminacin percibida en las personas con discapacidad
tiene que ver con su caracterizacin sexual. El arquetipo asexuado ha sido frecuentemente descrito en relacin a las personas con discapacidad7. Robert Murphy
(1990:127-128), antroplogo que sufri parapleja como consecuencia de un tumor
medular, describi su experiencia al respecto llamando intencionadamente la atencin de una mujer que caminaba por su campus universitario. En lugar de apartar
La neurofibromatosis perifrica o enfermedad de von Recklinghausen pertenecen a un
grupo de enfermedades de origen gentico que provocan un crecimiento descontrolado de tumores en casi todo el organismo de una forma irregular y pueden afectar principalmente a la piel, al
sistema nervioso y a los huesos. http://www.neurofibromatosis.es [consulta: junio de 2012].
5
El sndrome de Proteus o la enfermedad del hombre elefante es un trastorno congnito
caracterizado por una macrocefalia, hipertrofia de los huesos largos y engrosamiento de la piel y
los tejidos subcutneos, en particular de las manos y los pies. (Tibbles et al.,1986)
6
Vase Deegan, 1975; Murphy et al. 1988; Shalinsky y Glascock, 1988; Murphy, 1990;
Nicolaisen, 1995 y Devlieger, 1995.
7
Ver tambin Allu, 2003 a.
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la mirada, las mujeres la devolvan junto a una sonrisa. Murphy descubri que utilizando la silla de ruedas sus relaciones con las mujeres eran en general ms abiertas
y relajadas porque dej de ser una fuente de peligro. La silla lo invalidaba.
A su vez, Emily Bonwich (1985:62)8, revela cmo algunas mujeres que experimentaron traumatismos de mdula espinal encontraron que sus lesiones les haban
liberado de las limitaciones de los papeles femeninos tradicionales y otros tantos
adoptados de los que pareca imposible librarse antes de sus deficiencias. En cambio
Lina, paciente de la sala de rehabilitacin de un gran hospital, descubri pronto su
doble mengua: la real y la esperada. De muy joven perdi gran parte de su piel y
todos los dedos de las manos en un incendio. Un apao quirrgico y su extraordinaria habilidad le proporcionan un grado de destreza manual considerable, a pesar de
las limitaciones. No obstante, su dficit funcional no es reconocido legalmente como
elevado porque no tiene dificultades para desplazarse. La persona que la evalu,
determinada por el arquetipo, olvid que lo que hizo al homnido hombre fueron
las manos libres y su pinza fina, habilidad que Lina jams recuperar. Sin embargo,
para desplazarnos los humanos inventamos la rueda. Por tanto, a efectos sociales, la
verdadera discapacidad la tendra nicamente quien usa silla de ruedas. El carrito.
Maribel, tambin paciente del mismo hospital, tiene espina bfida pero, a pesar
de la deformidad grave de sus pies, puede andar. En ocasiones, cuando la han tenido que operar, ha precisado temporalmente de silla de ruedas y con ella se sigue
paseando. Alguno de sus jvenes amigos no comprende por qu sale a pasear si va
a tener que utilizarla. Si Maribel est temporalmente invlida debera comportarse como tal quedndose en casa hasta recuperar su apariencia anterior. A efectos
sociales, sin silla en la calle, no somos nada. Con silla, hay que quedarse en casa,
esconderse. La contradiccin est servida. La discriminacin duplicada.
Quan ens trobem davant un estrany, solem fer servir la seva aparena corporal per
tal dubicar-lo en alguna de les categories socials preexistents i que coneixem.
Aquesta categoritzaci de la persona fa que deixem de substantivar-la per passar a
adjetivar-la. El que la caracteritza no s el seu atribut de persona (substantiu), sin
el seu adjectiu estigmatitzador (discapacitat , deforme)(Planella, 2007: 42)9
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En el Pacfico Sur, los maores se tatuaban para destacar el estatus y el rango del
portador. Pero desde los aos noventa ha habido un resurgimiento en la prctica tanto
para hombres y mujeres como signo de identidad cultural y reflejo de la reactivacin general
de la lengua y de la cultura maor que incluye tambin a la poblacin blanca neozelandesa.
En Occidente, los tatuajes estn desde hace dos dcadas de moda y se exhiben, pero en
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en la diferencia porque les es comn (pases del Tercer Mundo); las de ms all
miran e inmediatamente interpelan para saber y, eventualmente, solidarizarse (Magreb). Tambin los nios hacen eso: preguntan. Luego tocan. Pero quedan algunas
otras culturas como la nuestra donde la socializacin dej de practicarse y la
monstruosidad estuvo, hasta hace poco, escondida por lo que genera miradas morbosas aun por educar.
Lo que llama la atencin de las personas con cicatrices visibles es la marca, el indicio. Una vez identificado aquello que nos hace distintos a la mayora y atractivos
a la mirada del otro, los interrogantes en el rostro del que mira son: Cmo ocurri?
Te pas? Te lo hicieron? Dnde? Por qu? O, lo que es peor: Qu hiciste para
merecerlo? Porque el indicio de la culpabilidad seduce an ms. El incumplimiento
de las normas, la violacin de tabes merecen castigo, aunque sea diferido, por esa
razn en la tradicin judeo-cristiana a pesar del demostrado origen gentico o qumico de las malformaciones, aun se sospecha de la conducta de los padres. La seal
tambin puede ser una advertencia. En latn monstrum significa aviso, presagio; y se
deriva de monere, advertencia.
La mirada compasiva es secundaria a la escrutadora. Primero quieren saber, despus ya veremos si se van o no a compadecer. La argumentacin ms sabia en relacin al mirar fue la de un joven con severas quemaduras en el rostro que me dijo:
estoy convencido de que cuando nos ven, la perplejidad es tal que actan como
si nosotros no pudiramos damos cuenta de que nos estn mirando. Como somos
distintos, ni vemos ni podemos sentirnos observados por lo que nos convertimos en
objetos que lcitamente pueden ser escrutados con la mirada.
Contrariamente a lo que piensan algunos, el nivel de instruccin y la capacidad
adquisitiva no parecen ser los parmetros que expliquen las diferentes actitudes que
tienen las personas en relacin al estigma. Es claramente una cuestin de ndole
cultural. Para empezar el sexo del mirn es lo ms determinante: son las mujeres
quienes miran con mayor insistencia. Mujeres que se cuidan y mujeres cuidadoras,
pero siempre mujeres. De todas las edades, aunque predominan las que estn entre
los 35 y los 55 aos. Las jvenes lo hacen mucho menos, o con menor insistencia.
Las ancianas nos ignoran, miran a travs, porque el deforme es un gran competidor.
Si adems es joven, razn de ms para menospreciarlo: tiene muchos aos por delante. Miran tambin los nios de madres mironas que les dicen cuidado! cuando
nos ven aparecer, como si nosotros pudiramos acarrearles algn mal. De hecho
esa es la visin ancestral del mal: la fealdad y la deformacin que se asocian en el
imaginario colectivo a la maldad.
Aparentemente y dicho as, todo ello parece una observacin estereotipada, sin
embargo me avala una experiencia de veinte aos que a su vez me ha permitido detectar la evolucin de esas conductas. La mayor parte de las personas con discapacidad y/o dismorfologas, con el tiempo, ignoran las miradas, de lo contrario optaran
por quedarse en casa. Pero el observador entrenado no puede evitarlas porque le interesan y le permiten confirmar las hiptesis. La siguiente es relativa a la extraccin
social y nivel econmico. Las ricas, guapas y famosas... miran, y sin rubor alguno
porque el handicap fsico, la deformidad o la diferencia notable perturba la armona
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frgil, efmera, pero til y manejable al antojo de uno mismo. Hasta el punto de
que algunas personas con discapacidad disponen de dos modelos de curriculum,
unos con y otros donde no se mencionan la diferencia. El defecto, la deficiencia,
siempre es la misma pero se transforma al ser interpretada por el otro.
6. Conclusin
Dejarnos ver y ser vistos son algunas de las claves para eliminar la mirada discriminatoria. Si las personas sin estigmas se familiarizan con la presencia de los
portadores de los mismos, la tendencia ser la prdida de inters. La prctica masiva
como diran los psiclogos, elimina la fobia: acostumbrarse a la presencia de
personas de aspecto diverso permite aceptarlas como iguales. Paralelamente hay que
aprender a mirar cuando lo que tenemos ante nuestros ojos nos atrae o nos fascina.
Casi nadie se resiste, pero el embelesamiento es eludible, mientras que suprimir la
rareza no resulta fcil y, a veces, es imposible. La mirada en s no es discriminatoria,
pero es un indicio favorecedor de la desigualdad. Educar la mirada es, por tanto, un
primer paso para integrar la diferencia. Una vez eliminada la fascinacin, la puerta
al dilogo debera abrirse para que la interaccin comience a fluir. Para ello ser
necesario liberar los miedos y actuar olvidando la excepcionalidad del otro. Por
ejemplo, cuando a cualquiera en la calle se le vuelan unos papeles, los que pasan por
all se apresuran a ayudarle a recogerlos. Es una reaccin espontnea. Sin embargo,
cuando en un lugar cerrado a una persona con discapacidad le cuesta alcanzar un
objeto desde la silla, los dems tardan en reaccionar, detienen la espontaneidad, y se
lo piensan, no vaya a ser que se enfade o se ofenda si tratamos de ayudarle. Si la
diferencia preside el juego no habr avance; si pasa a un segundo plano, el balance
se equilibra porque aunque determine la funcionalidad del portador, no genera la
desigualdad, nicamente respeto a la diferencia.
La liminalidad de hoy podra ser la centralidad del futuro (Turner, citado en Willett & Deegan, 2001).
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