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FACULTAD DE PSICOLOGA
ISBN: 84-669-2364-0
Tesis doctoral
(U. C. M.)
Madrid, 2003
A mi padre.
Que me ense a leer.
E todos falaban das sas cousas sen orse uns aos outros...
Fora, escoitbase o escarabellar das galias e con deble
tanguido a campaa do Asilo doblaba a morto.
(L. AMADO CARBALLO, Os pobres de Deus. LAR, revista
quincenal, nm. 5 - Ano 2, 31 de Xaneiro de 1925.- A Corua, Imp.
Moret, 8, 32 pxinas).
NDICE
A modo de presentacin
11
14
14
I.2.
76
I.2.1.
Frege
76
I.2.2.
Russell
96
I.3.
II.
112
117
I.3.2.
Solipsismo
136
I.3.3.
La proposicin 6.4
156
I.3.4.
Lo mstico
162
176
176
183
199
II.3.1.
203
II.3.2.
238
273
II.3.3.1.
Gramtica
277
II.3.3.2.
Visin sinptica
293
II.3.3.3.
Forma de vida
301
II.3.3.4.
Juego de lenguaje
309
II.3.3.5. Criterio
II.3.4.
tica
323
334
II.4. Lenguaj
e privado. Consideraciones formales
338
III.
348
Bibliografa
353
DF
DS
PT
T
CV
Ob F
GF
ORDF
CAM
MP
OFM
IF
OFPs I
OFPs II
Z
UEFPs I
UEFPs II
SC
Ob Col
Oc F
WCV
EPR
WLA
WLPP
Bouw
RKM
LLvF
PE
NM
Manuscript.
Typescript.
Big Typescript (TS 213)
Obras de Lao-tse
TTK
Obras de Aristteles
PPAA
HP
Conf
Crit
OMAP
TNH
MVR
SVN
SFM
Pur
Mig
MPV
AS
EMT
QA
II
SexC
NBL
OLT
VER
CCL
DO
Cgf
FA
FC
SR
CO
P
LFA
PoM
SVF
OD
I
KAKD
ONA
ML
PLA
OP
IT
LA
OKEW
Obit
MMD
EPF
RC
10
A modo de presentacin
11
base de ancdotas, tenga mucho que ver, junto a la extraordinaria intensidad de su obra,
con la difusin de una concepcin impersonal de su filosofa: concretamente, asocio
esta concepcin impersonal con la tendencia a extraer de los textos wittgensteinianos
mtodos, teoras y argumentos destinados a engrosar los anales del conocimiento
filosfico. En lo que a m respecta, han sido mi pereza y mi intolerancia al sufrimiento
que conlleva la meditacin responsable los que me han llevado a completar los dos
primeros captulos. Dichos captulos no deben ser ledos como el cuerpo de una nueva
monografa sobre Wittgenstein, sino como el testimonio directo de la inercia, la
vanidad y la mediocridad con que malgasto mi existencia. As, confundo continuamente
mis propias intuiciones e interpretaciones acerca de la obra de Wittgenstein con sus
autnticas ideas, lo cual me lleva a hablar como si todo fuera obvio y nunca hubiera
margen para la duda; me apoyo en la imagen de Wittgenstein que me resulta ms
atractiva y accesible; la inmadurez que me llev a considerarle como mi hroe
filosfico hace que las ms de las veces siga alegrndome cuando su nombre sale
victorioso de una discusin e incomodndome cuando no goza del acuerdo general, lo
cual indica mi escasa estima por la verdad; me recreo en el exceso de citas
bibliogrficas para lucirme y, sobre todo, para ocultar mi carencia de espritu crtico;
abuso del adorno innecesario; evito en la medida de lo posible toda referencia a la
figura de Immanuel Kant, y anhelo que mis escritos sean valorados o publicados
independientemente de su falta de seriedad.
Huelga decir que esto no es una confesin, pues todava no he alcanzado la
seriedad suficiente como para poder arrepentirme realmente de nada. Al no ser la
seriedad algo que se pueda alcanzar dando un nico paso, a da de hoy mi aspiracin se
reduce a la dignidad. La dignidad que otorga tratar de pensar con rigor por uno mismo,
lo cual exige ser capaz de pensar con la honestidad suficiente como para estar dispuesto
a cambiar la propia forma de pensar y de vivir. Son precisamente esos primeros gestos
en pos de la dignidad lo que se puede apreciar en el captulo III. All no ofrezco ideas
valiosas ni hallazgos novedosos: tan solo me limito a transcribir aquella parte de los
borradores de mis publicaciones (Ariso, 2001, 2002, en prensa) que considero ms
digna. Con esto no quiero dar por supuesto que al lector le deba parecer digno dicho
captulo: simplemente quiero decir que hoy por hoy son esos los pensamientos ms
dignos que puedo ofrecer. Teniendo todo esto en cuenta, debo reconocer que la tesis
12
13
14
msica popular que se fue fraguando en Viena tras la progresiva fusin de multitud de
pueblos y que, desde el siglo XVII, dio paso al que Zweig (2001:31) denomin
elemento viens: no en vano lleg Graf (1945:192) a decir que la msica clsica era
al pueblo viens lo que la constitucin era a la vida poltica.
Adems del teatro, que fue fomentado por las autoridades siguiendo una poltica
de panem et circenses, la msica se convirti en el entretenimiento favorito de los
vieneses: tan frecuente era tocar msica en las casas, que se promulg una ley
prohibiendo esta prctica despus de las once de la noche. Muchas familias invitaban a
jvenes msicos a tocar los domingos por la tarde, mas eran muy pocas las casas que
podan presumir de la visita asidua del ya anciano Johannes Brahms. Entre estos
privilegiados se encontraban los Wittgenstein, una familia de races judas que, gracias
a la condicin de magnate del ramo siderrgico de la que lleg a hacer gala Karl
Wittgenstein, se situ a la altura de dinastas como los Krupp, los Carnegie, o los
Rothschild. Pero la de Brahms no era la nica visita ilustre de la Haus Wittgenstein, la
suntuosa mansin sita en el nmero 16 de la vienesa Alleegasse (actualmente
Argentinierstrasse). All dio conciertos desde el cuarteto de Joachim a Josef Labor,
pasando por un todava joven Pablo Casals; adems, se contaba con la visita frecuente
de Gustav Mahler, Richard Strauss, Bruno Walter, Arnold Schoenberg, Clara
Schumann, la pianista Marie Baumayer, o la violinista favorita de Brahms, Marie
Soldat-Roger, amn de otros artistas de la talla de Auguste Rodin o Gustav Klimt, el
cual lleg a hacer un retrato de una hija de Karl: Margarete (desde este momento,
Gretl). Por si fuera poco, los habitantes de la Haus Wittgenstein tampoco carecan de
talento musical. As, el cabeza de familia, cuyas hermanas ya tuvieron como maestra a
Clara Schumann, no slo era un importante mecenas de las artes, especialmente de la
conocida Secession y de muchos msicos jvenes, sino que adems hizo del violn uno
de sus ms fieles acompaantes. Su mujer, Leopoldine, encontr en la msica el medio
de contacto ms eficaz con su marido y sus hijos, a los cuales sola reunir en torno al
piano para dirigir una cancin: ms tarde, el benjamn de la familia dira de su madre
que slo en el piano fue capaz de completar un pensamiento. Sea como sea, quienes
tuvieron la oportunidad de escucharla llegaron a considerarla como una intrprete an
ms capacitada que sus propios hijos. Uno de ellos, Paul, destac como pianista, y tras
perder la mano derecha en la Primera Guerra Mundial, compositores de la talla de
Maurice Ravel, Richard Strauss, Alexander Scriabin y Sergei Prokofiev le dedicaron
16
sendos conciertos para mano izquierda, si bien se neg a tocar la pieza encargada a
Prokofiev. Kurt, por su parte, tocaba el cello, y Hans, el ms virtuoso de todos los
hermanos, dominaba varios instrumentos. Pero el talento artstico de los Wittgenstein
no acababa ah. Hermine, la mayor de todos los hermanos, era una notable pintora;
Rudolf senta gran inclinacin por el teatro, y Gretl, que trab amistad con Sigmund
Freud y Marie Bonaparte, se erigi como la rebelde intelectual de la familia. Por
ltimo, el menor de los ocho hermanos, Ludwig, hizo gala toda su vida de una fina
sensibilidad musical que le llev aos ms tarde a tocar el clarinete, silbar conciertos
enteros, y considerar la posibilidad de ser director de orquesta. De este pequeo
tambin se dijo que tena odo absoluto. Sin embargo, y a mi modo de ver, lo que
parece evidente es que fue a travs de la msica como Ludwig hall los modelos ms
notables del genio; de hecho, ms tarde sealara a Beethoven como el tipo de hombre
que hay que ser. En este sentido, R. Monk (1997:29) cuenta que, en cierta ocasin,
Ludwig fue despertado por el sonido de un piano: eran las tres de la maana y decidi
bajar las escaleras. Lo que pudo ver all abajo pas a ser, para Ludwig, el paradigma
de lo que era estar posedo por el genio: quien se encontraba al piano era un Hans
sudoroso que, totalmente absorto y obsesivamente concentrado en la ejecucin de una
de sus composiciones musicales, apareca completamente ajeno a la presencia de su
hermano pequeo. Quin sabe si este incidente tendra algo que ver con el miedo
extraordinario que reconoci sentir Wittgenstein (CV, 374) cuando estaba prximo a
cumplir los sesenta aos de edad: un miedo tal a que alguien tocara el piano en la casa
que, cuando acababa el aporreo, tena una especie de alucinacin que le induca a creer
que la ejecucin todava continuaba. Tal vez la obra de Weininger pueda servirnos de
ayuda para formarnos una idea de hasta qu punto llev Wittgenstein, como era propio
de su poca, el culto al genio. Como sealar al final de este apartado, cuando haga una
referencia ms extensa a la obra de Weininger, la cuestin de la genialidad no se reduce
simplemente a que los genios, a diferencia de los hombres ingeniosos o con talento, se
tomen las cosas verdaderamente en serio, sean profundos, estn completamente
posedos por el objeto que estudian, sientan por l un verdadero inters, tengan la
suficiente perseverancia para vencer los obstculos que se les presentan y, por encima
de todo, que no les preocupe la apariencia o lo que podrn decir los dems acerca de
sus pensamientos. Lo que realmente importa es que el genio es el deber moral hacia
uno mismo al que debe aspirar todo hombre. Weininger (SexC, p. 111) seal como
representante de hombre con talento al Nietzsche tardo; Ludwig Wittgenstein (CV,
17
101), al pensar en un caso de mero talento, se puso como ejemplo a s mismo porque
estaba convencido de que su condicin juda no daba para ms: as pues, lo nico que le
quedaba era declararle la guerra a su propia vanidad.
A tenor de lo dicho hasta el momento, parece ms que justificada la
consideracin que B. F. McGuinness (1991:41, 43) hizo de la Alleegasse como una
casa musical. A. Janik y S. Toulmin (1998:217), en la misma lnea, calificaron de
musical la concepcin que de la cultura tenan los Wittgenstein, para los cuales la
autntica msica discurra en el perodo que iba de Haydn a Brahms. Teniendo todo
esto en cuenta, se puede pensar que el benjamn de la familia creci en un entorno
idlico, sobre todo si nos ceimos al aspecto musical. Sin embargo, sombras muy
oscuras, que parecan provenir de aquella Viena que se perda all extramuros,
conquistaron las esplendorosas estancias de la Alleegasse plagadas de pianos, cuadros y
estatuas. Hans, que desde su ms tierna infancia hizo de la msica el centro de su vida,
se encontr con la tajante oposicin de su padre, lo cual le llev a escapar a Amrica
con la esperanza de desarrollar all su carrera musical. En 1903, los Wittgenstein fueron
informados de la desaparicin de Hans: todos los indicios apuntaban a que se haba
suicidado un ao antes, en La Habana. Aquel mismo ao, y slo seis meses despus del
suicidio de Weininger, Rudolf ingera cianuro en un pub berlins mientras el pianista
tocaba, tras previa peticin e invitacin a una bebida, su cancin favorita: Estoy
perdido. Quince aos despus, y poco antes de acabar la Primera Guerra Mundial, el
oficial de caballera Kurt Wittgenstein se descerrajaba un tiro en plena retirada ante el
frente italiano.
Sobre los autnticos motivos que desencadenaron estos suicidios, bien poco se
sabe. Todo lo ms, se adivina en lontananza la figura del padre, Karl. Efectivamente, el
cabeza de familia dise a su medida, y no a la de sus hijos, la educacin de stos
ltimos. Karl quera que sus hijos le sucedieran en el negocio familiar: para l, la
msica o cualquier otra faceta artstica eran consideradas dignas de todo elogio, pero
nunca las acept como dedicacin profesional. As pues, decidi que sus hijos se
educaran en la propia Alleegasse, con la ayuda de profesores privados y sin otro sistema
acadmico que las ideas del patriarca; mas ste, desde siempre tan hbil con los
nmeros, se equivoc diametralmente al calcular las fuerzas de sus hijos para soportar
la descomunal carga que les impuso. Aquellas espaldas no estaban preparadas para
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catlica. R. Monk (1997:34) cree que esto sucedi durante su estancia como alumno
ms o menos mediocre en Linz; mas a juicio de este autor, no se trataba tanto de una
prdida de fe como del reconocimiento, debido a su estricta bsqueda de la verdad, de
que nunca alberg fe alguna. Para ayudarlo, Gretl le acerc a la obra de Schopenhauer,
la cual puede resultar, como bien dice Monk, bastante atractiva a un adolescente que ha
perdido su fe religiosa e intenta reemplazarla de algn modo. Sin embargo, no perdi su
temor al Juicio Final, basado segn parece en su conviccin de que uno deba portarse
decentemente porque al final haba que rendir cuentas.
Teniendo en cuenta lo dicho, creo que puede ser interesante dar un salto en el
tiempo para comentar un suceso que, tal y como confesara ms tarde el propio
Wittgenstein a N. Malcolm (1990:73), tuvo gran importancia para l: segn este
testimonio, Wittgenstein desde la religin en su juventud, pero hacia los veintin
aos ocurri algo que provoc un cambio en su vida. El suceso en cuestin fue la
asistencia a la representacin de un drama ms o menos mediocre del dramaturgo
Ludwig Anzengruber titulado Die Kreuzelschreiber (Los que firman con una cruz). El
protagonista de esta obra era Juan el picapedrero, un hombre que viva al margen de
las normas establecidas por ser hijo ilegtimo de una criada. En cierta ocasin, y cuando
pensaba que ya estaba agonizando, volvi en s y se encontr tumbado en la hierba a la
luz del sol; al advertir que su dolor haba desaparecido, sinti como si la luz del sol
hubiera penetrado en l y que una especie de revelacin le deca:
Nada malo puede ocurrirte, los peores sufrimientos no son nada una vez
que han pasado. Aunque ests seis pies bajo tierra, tapado por la hierba,
o aunque hayas de padecer lo mismo miles de veces ms, nada malo
puede ocurrirte, pues eres parte del todo y todo es parte de ti. Nada malo
puede ocurrirte!.
As explicaba este personaje a los jvenes aldeanos de dnde provena su calma
interior. Malcolm dice que Wittgenstein qued impactado por esta idea estoica; por
primera vez vea la posibilidad de la religin. Francamente, no me queda del todo
claro si esto es una declaracin de Wittgenstein o una opinin del propio Malcolm, pero
lo que no admite ninguna duda es que en el caso de Wittgenstein la religiosidad surge
de una experiencia mstica y no de una evidencia intelectual. Este despertar religioso,
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celebrado en Gante entre Mara, la nica hija del duque Carlos de Borgoa, y
Maximiliano, hijo de aquel emperador Federico III que hizo grabar en todas sus
pertenencias una divisa que l mismo invent: AEIOU, es decir, Austria Est Imperare
Orbi Universo, lema que ms tarde sus sbditos transformaran en Aller Erst ist
sterreich Verloren. Los Habsburgo fueron capaces de mantener su hegemona cerca
de seis siglos y medio; de hecho, la misma figura de Francisco Jos pareca un reflejo
de aquel orden hiertico e intacto durante siglos: su reinado, aparentemente eterno,
contribua a la ilusin general de continuidad y permanencia, ilusin que tambin se
encarnaba en las instituciones polticas del reino, la fidelidad a la Iglesia catlica, el
terror a la revolucin y la ley de la tierra. Zweig (2001:17-20) calific aquel tiempo
como la edad de oro de la seguridad: todos los deberes estaban exactamente
delimitados, sin que pareciera quedar resquicio alguno para lo radical y violento. Zweig
comenta que la confianza en el sentimiento de seguridad predominante fue tal que
surgi una arrogancia muy generalizada; a pesar de que J. Komlos (1983:109) nos
recuerda que la industrializacin en Austria a partir de 1825 no fue un boom sino un
proceso que llev cierto tiempo, los avances cientficos y tcnicos fomentaron en
muchas personas la euforia por el progreso, corriente que tena en Karl Wittgenstein a
uno de sus abanderados y en Francisco Jos al principal de sus detractores. Tambin los
hngaros, al oponerse frontalmente a la modernizacin, tuvieron mucho que ver en que
predominaran dentro de las fronteras imperiales el estancamiento, la frustracin y la
falta de competitividad. Por su parte, la burguesa se mantuvo imperturbable ante estos
avances, sumiendo a los pioneros de la cultura y el conocimiento en el mayor
aislamiento. Este hecho llama especialmente la atencin si se tiene en cuenta que las
obras sociales emprendidas fueron muy notables: por aquel entonces se colocaron las
primeras luces elctricas en el Kohlmarkt (1893), se inaugur el tranva (1894), se
regul el canal del Danubio (1898), y se construy la red de ferrocarril urbano. Era la
poca del Zeppelin, el aeroplano, el automvil, la mquina de escribir y el telfono.
Esta era la impresin que provocaba un vistazo superficial sobre aquella Viena
de finales del siglo XIX y principios del XX. La glamurosa ciudad del vals en que una
condesa Thun se haba arrodillado ante Beethoven para suplicarle que no retirara el
Fidelio de la pera. Aquella era una ciudad sonriente, es cierto, pero segn E.
Crankshaw (1976:61), careca de alma. Es ms, a juicio de este autor (ib:36) Viena ni
siquiera era una ciudad: tan solo era un monumento. Crankshaw (1985:4-5) cree que
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rigurosamente hablando no haba lugar para considerar una nacin austriaca, pues en
realidad se trataba de un archiducado; pero as como no se poda hablar de una nacin
austriaca, tampoco haba lugar para considerar un patriotismo austriaco: simplemente se
trataba de una dinasta y una legin de fieles seguidores que pertenecan a mltiples
razas y no compartan orgullo nacional alguno. Robert Musil (1973:41) lleg a sugerir
que fue la carencia de un nombre lo que hizo sucumbir a Kakania (Kakanien),
apelativo que l mismo cre teniendo en cuenta la ubicuidad de la sigla k. As,
Hungra era kniglich (real), Austria era kaiserlich-kniglich (imperial-real), y las
instituciones que tenan competencia sobre todo el Imperio, como el ejrcito austrohngaro o los ministerios de Asuntos Exteriores, Guerra y Economa, eran kaiserlichund-kniglich (imperial-y-real).
Efectivamente, los territorios de los Habsburgo eran posesiones privadas que
una familia haba acumulado a base de mltiples tratados e incontables matrimonios de
conveniencia. Este poder dinstico o Hausmacht, defendido a ultranza por los
Habsburgo, no era sino un vehculo poltico que, al presentarles como los
representantes de Dios en la Tierra, impona un nico deber al emperador: no perder los
territorios heredados (salvo que mediara alguna compensacin) y lograr nuevas
posesiones siempre que ello fuera posible. Tratando de preservar la estabilidad, el
emperador cre una burocracia complejsima en la que el propio Francisco Jos, segn
lo contempla M. Swales (1988:16), apareca como un meticuloso burcrata ms. En
aquella inflexible burocracia destacaba el aparato censor ms potente de todo Europa:
tan frrea fue aquella censura que supuso la asfixia de mltiples mbitos de la vida
vienesa, imponiendo una rigidez pensada nica y exclusivamente en pos de la
Hausmacht y sin tener en ningn momento en cuenta al pueblo. Como muestra de la
rigidez que trataban de imponer los Habsburgo, B. Smith (1981:217) nos recuerda las
palabras que Francisco I haba dirigido a los profesores de la universidad de Laibach
con motivo de la inauguracin de este centro:
Sed fieles a lo antiguo, pues esto es lo bueno. No necesito estudiantes,
sino ciudadanos honestos y correctamente formados. Quien me sirva
debe ensear tal y como yo ordeno; quien no obre as o venga con
nuevas ideas puede marcharse o yo mismo me encargar de su
destitucin-.
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para redactar sus propias notas; adems, dorma en una pequea cama de hierro, se
afeitaba con un viejo trozo de cuchilla usada, y se lavaba en una palangana con agua
fra, pues en el Schnbrunn no haba ni un solo cuarto de bao. Pero as como Swales
vea a Francisco Jos como un meticuloso burcrata, M. Goris (2000:253) nos lo
presenta nada menos que como el principal exponente de la etiqueta, la divinidad
omnipotente que reinaba sobre la vida vienesa. Esta etiqueta, a su vez, se apoyaba en el
desprecio de todo lo apasionado, catico e irracional en favor del buen gusto y las ms
decentes maneras. En consonancia con estos valores, se desconfiaba de los jvenes y se
trataba por todos los medios de canalizar sus energas; as, ningn otro tema de
conversacin estaba tan severamente vetado en aquella ciudad radicalmente burguesa y
patriarcal como el sexo. En este sentido, A. Liberman (1986:33-34) recuerda que
Arthur Schnitzler, en su novela Reigen, recurra a los puntos suspensivos para indicar
cada uno de los momentos en que tiene lugar el acto sexual; segn Liberman, Viena no
poda rellenar estos puntos suspensivos con descripciones, pero tampoco poda
evitarlos: en ltimo trmino, se trataba de una sociedad que viva de los puntos
suspensivos y de las medias palabras, de las sonrisas sutiles y los ademanes delicados.
No en vano era aquella la Viena en que surgi el psicoanlisis, el cual provoc con su
aparicin una mezcla de incredulidad y horror: era la Viena en la que se consideraban
pornogrficas las pinturas de Klimt y se prohibieron las novelas de Zola y Flaubert.
Mas fue precisamente en aquella misma Viena que se indignaba cuando las muchachas
montaban en bicicleta donde alcanz la prostitucin su mxima expresin. Ningn otro
colectivo o institucin haca gala de tal movilidad entre los rgidamente divididos
estratos sociales como las prostitutas, una de las mercancas ms baratas del Imperio: el
morbo ante lo prohibido contribuy a que proliferaran extraordinariamente las
perversiones sexuales, los burdeles y las publicaciones clandestinas. Aquella sociedad
no tena ningn reparo en otorgar un permiso a las otras muchachas, a las que decidan
hacerse prostitutas, pero si stas denunciaban a un hombre que no quera pagar lo
convenido, su reclamacin se tomaba por inmoral y no era atendida por la ley. Esta era
la doble cara de la ciudad de la msica y los ensueos, de los alegres merenderos y los
bailes de saln bajo gigantescas lmparas de araa.
Fiel a su poltica de ofrecer siempre la (que l crea) mejor imagen posible,
Francisco Jos reedific la ciudad entre 1858 y 1888: como bien dice A. J. May
(1966:79), pareca obvio que tras este proyecto se esconda la intencin de olvidar y
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hacer olvidar a toda costa las revueltas de 1848, revueltas que a punto estuvieron de dar
al traste con el Imperio. El principal fruto de este trabajo fue la conocida Ringstrasse,
cuya desmesurada arquitectura rechazaba la utilidad por considerarla plebeya: era la
victoria rotunda de la apariencia sobre la funcionalidad, una victoria tan rotunda que
hizo de esta amplsima calle un verdadero monumento a la decadencia. De hecho, T.
Redpath (1990:37) recuerda que Wittgenstein sola emplear el trmino Ringstrasse
para referirse a aquello que consideraba mediocre. Sin embargo, Francisco Jos se iba a
encontrar con algo inslito en las mismsimas puertas de la Hofburg, la residencia
imperial: algo que iba a chocar de lleno con el espritu con que fue concebida la
Ringstrasse. La firma Goldman & Salatsch encarg a Adolf Loos, aquel arquitecto que
para los vieneses significaba la ltima palabra en todo lo que fuera extranjero y
ultramoderno, un edificio en la Michaelerplatz, justo enfrente de la entrada de la
Hofburg. Previamente, los arquitectos que asesoraban a la familia imperial haban
intentado crear un entorno majestuoso para la Hofburg, lo cual les llev a derribar
algunos edificios contiguos francamente hermosos; pero el proyecto de estos
arquitectos no hizo sino contribuir an ms si cabe al efecto que produjo la sorpresa que
se avecinaba. Lo que se erigi en la Michaelerplatz fue un edificio compacto con una
fachada que, apoyndose en unas sobrias columnas, no presentaba ornamento alguno en
las ventanas ni en la parte alta, lo cual contrastaba fuertemente con las fachadas
recargadas hasta la saturacin que rodeaban a la Looshaus por doquier: especialmente,
claro est, la de la propia Hofburg. Y para que no hubiera lugar a dudas, Loos
(1972:253) subray que la proximidad del palacio imperial constitua una piedra de
toque para discriminar lo que era honrado y lo que no. Pero la Looshaus result ser
demasiado. Demasiado sencilla. Esto dio lugar al que fue, en mi opinin, el acto ms
sintomtico y representativo de la decadencia que estaba arrastrando a aquella sociedad
hacia el abismo. Francisco Jos, el ltimo representante de la muy catlica y apostlica
dinasta de los Habsburgo y emperador del glorioso Imperio Austro-hngaro, otrora
defensor de Europa ante el turco infiel y la Reforma hertica, no slo se negaba a usar
la entrada de la Hofburg que daba a la Michaelerplatz: por si fuera poco, mandaba
cerrar las ventanas del palacio que daban a dicha plaza para evitar as la visin de la
Looshaus, ese edificio desnudo que para l no era sino un imperdonable insulto a su
sentido del decoro. El ayuntamiento viens intervino en este asunto, mas acab
cediendo a las pretensiones de Loos a cambio de que ste aceptara colocar jardineras de
bronce en los alfizares de algunas ventanas. Como comentar ms adelante, Loos no
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se opona al ornamento como tal, sino al ornamento carente de todo significado que se
emplea por pura moda y que, adems, puede llegar a ocultar la verdadera funcin y
propsito del edificio; segn Loos, el lenguaje de la metrpoli era precisamente la total
falta de ornamentos, de ah que el edificio de la Michaelerplatz, ya fuera bueno o malo,
slo pudiera hallarse en una metrpoli. Todo esto hace que el comentario formulado
por E. Timms (1990:143) acerca del conflicto de valores entre la Ringstrasse y la
Looshaus sea muy previsible. Timms cuenta que Loos promulg a travs de la
Looshaus la sobriedad funcional y la adaptacin prctica a las necesidades de la vida
moderna, lo cual supona una denuncia de la falsa magnificencia feudal de la que
hacan gala los edificios de la Ringstrasse, monumento decadente capaz de reflejar en
mentes como la de Hitler la posibilidad de imponer una grandeza heroica a los
acontecimientos polticos de la edad contempornea. J. Muoz (1998:55) ya seal que
cuando se quieren seguir escrupulosamente los ideales, stos se van transformando
progresivamente en su contrario: as se explica, segn este autor, que en Viena toda
idea y todo valor coexistieran con sus contrarios, lo cual haca imposible encontrar all
ideales ltimos que fueran unvocos y universales.
Sin embargo, la Looshaus no fue ni mucho menos el nico asunto que se les
escap de las manos a los guardianes del orden y el buen gusto. Adems, se dispar la
tasa de suicidios, aument extraordinariamente el nmero de cultos esotricos,
emergieron movimientos tan opuestos como el sionismo y el nacionalismo alemn, y se
recurri a la violencia como arma poltica; de hecho, el ao 1853 Francisco Jos fue
herido en el cuello por el cuchillo de un sastre hngaro junto a la puerta Krntner,
mientras que su esposa, la emperatriz Elisabeth mundialmente conocida como Sissi,
fue asesinada cuarenta y cinco aos despus en Ginebra a manos del anarquista italiano
Lucheni. Slo la literatura y el arte del momento parecan presentir el desastre que se
avecinaba; poetas y escritores, artistas y pensadores que trataban de hacer frente a la
complacencia general, se daban cita en los cafs, aquellas legendarias instalaciones en
las cuales no slo se podan encontrar y comentar los principales peridicos y revistas
artsticas de todo el mundo, sino que tambin permitan tener acceso de primera mano a
las ltimas innovaciones surgidas en la vanguardia cultural vienesa: una vanguardia
sometida a tal grado de exigencia que algunos de sus miembros debieron evitarse
mutuamente para que no se cuestionara su originalidad. Y es que en aquellos cafs las
ideas circulaban con extraordinaria rapidez, pues muchos individuos eran miembros de
29
que permite al espectador reconocer desde la distancia lo que yace tras la mscara o la
apariencia; as, la apariencia da paso, desde la metfora de lo grotesco, a la verdad
desnuda y ensangrentada.
Efectivamente, Kraus adopt la veracidad como ideal, pero sin preocuparse en
ningn momento, como seala G. Krieghofer (1998:70), por definir en qu consiste esa
verdad; lejos de abrigar pretensiones epistemolgicas o filosficas, se conformaba con
que la gente fuera capaz de reconocer al menos las mentiras ms comunes. Kraus no
utilizaba Die Fackel para opinar, y menos an para promulgar credos o teoras: Kraus
utilizaba la revista, segn palabras de E. Timms (1990:55), para inmunizar al lector.
No le caba ninguna duda de que la civilizacin slo podra resurgir si se fomentaba la
crtica, de ah que tratara de llevar hasta sus ltimas consecuencias su obsesin por la
pureza del lenguaje; de hecho, W. Benjamin (1998:82) est convencido de que Kraus
confiaba en una autntica armona preestablecida que le permita sacar de una frase,
una palabra o una simple entonacin, todo el mundo espiritual de un autor [...] tanto
ms cuanto menor es ste. M. Cacciari (1989:170) expres esto mismo con gran
belleza al decir que si Kraus ve en la palabra un instrumento que nos permite penetrar
en el interior del Ser es porque (ib:180) si bien la palabra brota de la boca del sujeto,
tiene sus races en todo su ser. Por tanto, la palabra mostraba el talante moral del
individuo: eso llev a Kraus, segn W. M. Johnston (1983:204), a tomar el lenguaje
como un sustituto de Dios, especialmente el Dios vengativo del Antiguo Testamento.
Esta funcin de reprender a los vieneses por desviarse del camino recto fue asumida por
Kraus como una misin, misin que en palabras de A. Janik y S. Toulmin (1998:113)
consista en mostrar cmo toda declaracin tena una dimensin moral inaccesible a
las palabras. Para llevar a cabo esta misin, Kraus cultiv con gran xito el uso del
aforismo: no en vano Johnston (1981:275) lleg a hablar de una escuela vienesa de
aforistas (Vienna School of Aphorists) entre 1880 y 1930, escuela en la que destacaron
Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannsthal, Marie von Ebner-Eschenbach, Richard
Schaukal, y el propio Kraus. As como Weininger (OLT, p. 61) ya sentenci que el
buen aforista debe ser capaz de odiar, Johnston (ib:278) dej claro que los aforistas
vieneses, a excepcin de Kraus, rezuman compasin si se les compara con
Schopenhauer, Nietzsche, La Rochefoucauld o Chamfort: Kraus condenaba all donde
los dems aforistas vieneses slo trataban de comprender, por lo que slo en los
aforismos krausianos se poda contemplar aquella Viena como un invernadero de
32
cinismo, desesperacin, y velado sadismo. Slo la stira krausiana que responda a esta
imagen especular se poda describir, en trminos de B. Savickey (1999:34), como
justicia potica (poetic justice).
Con esta forma de proceder, Kraus no tard mucho en convertirse en el enemigo
nmero uno de la prensa vienesa, a la cual situ en el blanco de sus crticas tanto por
presentar los hechos desde puntos de vista clasistas claramente interesados como por la
dudosa esttica que envolva al folletn (feuilleton), el ensayo cultural que apareca en
los peridicos y que tanto xito tena entre los vieneses; como nos cuenta W. D.
Hudson (1975:89), el problema que vea Kraus en el folletn era que, al mezclar en un
lenguaje elegante la descripcin de hechos puntuales y la exposicin de las opiniones,
emociones, fantasas o valores del autor, se distorsionaban los hechos objetivos a la par
que se inhiba la imaginacin creativa de ese autor: naturalmente, no se trataba de
ensalzar una modalidad en detrimento de otra, sino de insistir en que ambas se
corrompen si se confunden o combinan entre s. Para vencer la aureola de respeto y
sobreestimacin que haban logrado los peridicos a costa de los incautos vieneses,
Kraus no va a arremeter directamente con ms opiniones y argumentos, pues con ello
slo conseguira confundir an ms al lector: lejos de entrar en ese juego, la tctica de
Kraus se iba a basar en la apelacin a la cita textual para ensear al lector a
desenmascarar las falsificaciones que se le ofrecan por doquier. Esto llev a Kraus a
proclamarse a s mismo como el inventor de la cita: sta era su particular
contribucin a la crtica del lenguaje llevada a cabo en Viena a finales del siglo XIX y
comienzos del XX. Era la suya una contribucin, la del uso de la cita, que a juicio de A.
Sousa Ribeiro (1998:115) violar la ltima proposicin del Tractatus wittgensteiniano,
pues al convertirse la cita en una forma de hablar mostrando, revela que no hay por qu
callar aquello de lo que no se puede hablar; A. Kovacsis (1998:141), en cambio,
mantiene que Kraus no lleg a traspasar el lmite all donde ya no se puede hablar, lo
cual se constata en el silencio que mantuvo cada vez que una gran catstrofe planeaba
en el ambiente.
Entre los lectores de Die Fackel se encontraban los intelectuales ms destacados
del momento: Sigmund Freud, Arnold Schoenberg, Georg Trakl, Alban Berg, Peter
Altenberg, Adolf Loos, Oskar Kokoschka, Bertolt Brecht, Max Horkheimer, Theodor
W. Adorno, etc. Adems de estas eminencias, ms o menos discutidas por aquel
33
entonces, haba otros muchos lectores asiduos de la revista: uno de ellos era
precisamente el joven Ludwig, cuya aficin por Die Fackel le llev al punto de hacer
que le remitieran la revista a la solitaria cabaa que ocup en Noruega all por 1913.
Fue Gretl, cmo no, quien le acerc a la obra de Kraus: en la Alleegasse se guardaban
cuidadosamente todos los nmeros que iban saliendo a la luz, y como es natural, se
prestaba especial atencin a los duros ataques que desde Die Fackel se infliga a la
figura de Karl Wittgenstein. Kraus le calific como una de las bestias devoradoras del
acero, pues foment el conflicto tnico al contratar a checos por salarios que los
alemanes rechazaban. J. Bouveresse (1991:14) seala que Ludwig se tom como un
pecado original el hecho de pertenecer a una familia rica y privilegiada, pecado que
trat de expiar de un modo u otro a lo largo de toda su vida: como indica el propio
Bouveresse, la obcecacin de Ludwig le impeda reconocer que el capitalismo, segn
apunt Musil, tambin tena ventajas como la productividad y la eficacia. Al igual que
Kraus, tampoco parece haber tenido en cuenta la preocupacin de su padre por los
problemas sociales o el hecho de que ayudara a personas emprendedoras dispuestas a
correr riesgos: lejos de dejarse impresionar, Kraus consideraba que todas estas eran
circunstancias agravantes, pues el dinero donado por Karl Wittgenstein era slo una
milsima parte de lo que ganaba explotando a miles y miles de seres humanos.
Es cierto que Wittgenstein siempre conserv el hbito krausiano, como bien
dice McGuinness (1979:36; 1991:65), de extraer de una frase el carcter moral de una
persona: no en vano le consider J. M. Valverde (1990:172) como el Kraus de la
filosofa. Sin embargo, Wittgenstein no va a centrar su atencin en los peridicos u
otras publicaciones de dudoso carcter: tal y como reflejan las memorias de Redpath
(1990:32, 73), Wittgenstein se va a volcar fanticamente sobre su propio estilo. Desde
su punto de vista (CV, 260), el verdadero revolucionario ser aquel que sea capaz de
revolucionarse a s mismo, lo cual, a juicio de Bouveresse (1991:16), le acerca ms al
individualismo krausiano que a una religin en particular: la reforma ha de ser
rigurosamente interna y en ningn momento fundamentada desde el exterior, por lo que
todo queda entre el individuo y Dios o entre uno mismo y el mundo. Kraus y
Wittgenstein coincidan en que una obra realmente importante no puede provenir de un
autor moralmente insignificante; ms concretamente, Bouveresse (1973:74) precisa que
una obra filosfica, a diferencia de un trabajo cientfico, slo puede ser la expresin de
una experiencia humana ejemplar. De hecho, alguien que le conoci tan de cerca como
34
M. OC. Drury apostill (1978:68) que si Wittgenstein lleg a ser un gran filsofo fue
gracias a su gran humanidad (cfr. CV, 162).
Tanta era la estima en que Wittgenstein tena a Kraus, que al acabar el Tractatus
no dud en escribir a Jahoda, el editor de Kraus, para que lo publicara junto a la obra de
ste. Wittgenstein estaba convencido de que la relacin entre ambas obras saltaba a la
vista, y reconoci (PE, p. 15) estar ansioso por saber qu dira Kraus sobre su trabajo.
P. Engelmann (1967:124) puntualiza que, a diferencia de Kraus, Wittgenstein no cita al
pie de la letra a un individuo concreto, sino que toma como objeto de su crtica algo
mucho ms impersonal: el lenguaje mismo. Es cierto que las tareas autoimpuestas por
Wittgenstein en el Tractatus, como condenar el mal uso del lenguaje y clarificar la
expresin lingstica, tienen mucho de krausiano; pero tal y como sealan Janik y
Toulmin (1998:325), tambin es marcadamente krausiano el hecho de leer poesas de
Tagore en su primer encuentro con los miembros del Crculo de Viena: esta accin
polmica pretenda mostrar que lo realmente importante no eran los tecnicismos
filosficos por cuya discusin haba sido convocado, sino las alternativas realmente
profundas que afrontaron escritores como Tolstoi o el propio Tagore. J. Muoz
(1998:61) enfatiza que Kraus pretenda retornar al origen positivo de todos los
valores, es decir, a la integridad y pureza de la vida y el lenguaje, o mejor dicho an, a
lo moral en tanto que no se puede efectuar ninguna reduccin al mbito de los meros
hechos. R. J. Cavalier (1980:23-24), por su parte, fue ms preciso al sealar que Kraus
deriv su particular concepcin del trmino valor de la crtica efectuada por Carl
Dallago a Geschlecht und Charakter, la conocida obra de Weininger: Dallago opinaba
que existen categoras susceptibles de ser descritas como masculinas y femeninas, o lo
que viene a ser lo mismo, pensaba que caba hablar de un polo afn a la razn y otro
afn a la fantasa. Es justo este sentido positivo de la polaridad, segn Cavalier, el que
Kraus tom para s: el momento de la fantasa era clave para Kraus porque era el origen
de toda vida moral y esttica. La razn, en cambio, era contemplada como una tcnica,
un medio que poda resultar indiferente para su fin. Slo cuando se unen la razn y la
fantasa siendo sta ltima el elemento gua aparece la fuente de la creacin, la base del
valor. Kraus, por tanto, parta de que la razn que brota de la fuente de la fantasa
produce la creatividad artstica y la integridad moral; de este modo, la facticidad es el
rea del conocimiento objetivo sistematizado por la razn, mientras que la valoracin se
apoya en la unificacin de la fantasa y la razn: esto, a su vez, da lugar a la integridad
35
moral que se expresa a s misma en todo lo que hace la persona. Cuando estas esferas se
confundan, como ocurra con los folletines que evaluaban una situacin objetiva a partir
de la experiencia subjetiva del autor, ser porque se ha fracasado al captar el origen del
valor, lo cual indicar que el carcter es moralmente deficiente.
Tampoco Adolf Loos, amigo ntimo de Kraus, fue ajeno a aquella empresa tan
vienesa consistente en separar con toda claridad hechos y valores. Siguiendo la estela
de Die Fackel, Loos fund en 1903 una revista de la que slo aparecieron dos nmeros
y en la que l era tambin el nico redactor: Das Andere, Ein blatt zur einfhrung
abendlndischer kultur in sterreich (El Otro, revista para la introduccin de la cultura
occidental en Austria). Con vistas a iniciar los procesos que permitieran transformar la
existencia cotidiana, Das Andere pretenda desmontar la cultura kakaniense con todos
aquellos prejuicios y resistencias nostlgicas que la impedan alcanzar el nivel de
modernidad que Loos atribua a la cultura anglo-sajona. Concretamente, Loos intentaba
que no se confundieran las obras de arte y los artefactos o utensilios que fueron creados
pensando en una utilidad concreta, confusin que era moneda corriente en la Viena de
aquel entonces debido a la costumbre de adornar objetos funcionales. De la mano de D.
G. Daviau (1981:437), Loos aparece junto a Hermann Bahr como el sempiterno
enemigo de la pretenciosidad y la apariencia de pseudocultura y falso liberalismo que
representaba la Ringstrasse, en cuyos edificios (entre los cuales se encuentran el
Parlamento, el Ayuntamiento, la Bolsa, la Universidad, el Burgtheater, y los museos de
Ciencias Naturales e Historia del Arte) se haca gala de una arquitectura imitativa en la
que se poda apreciar una variedad de estilos que iba desde el clsico hasta el gtico y
el renacentista. Como muestra del sentir de Loos, cabe resear que all por 1898
escribi (1972:206) que Viena le traa al recuerdo la ciudad de Potemkin, el sagaz
amante y primer ministro de Catalina la Grande de Rusia que, con el fin de que la
emperatriz disfrutara de sus paseos, levant en los campos ucranianos pueblos de tela y
cartn. Loos (ib:207) denunciaba que se quisiera imitar con hormign armado los
detalles ornamentales de los palacios romanos y toscanos, pues al pasear por la
Ringstrasse tena la sensacin de que un moderno Potemkin quera hacer creer al
peatn que se haba trasladado a una Viena compuesta por nobles. La pobreza,
recuerda Loos (ib:208), no constituye ninguna deshonra, de ah que no haya motivo
alguno para avergonzarse por el mero hecho de vivir en una casa de alquiler o porque
ciertos materiales de construccin resulten econmicamente inasequibles: lo que resulta
36
ridculo e inmoral es representar ante los dems la farsa de que se poseen tales
propiedades. El problema radicaba en que todo el mundo quera aparentar lo que no era,
por lo que Loos estaba convencido de que si se erradicara esa vergenza surgira un
estilo propio de la poca.
Por otro lado, la arquitectura de Loos se opona radicalmente a la
Glasarchitektur creada por Paul Scheerbart, al cual siguieron Bruno Taut, Walter
Gropius y Mies van der Rohe. Lejos de sustituir muros por cristales, Loos presenta
bloques compactos que parecen haber sido excavados en su interior, sin otra
comunicacin con el exterior que las aberturas funcionalmente necesarias. B.
Gravagnuolo (1988:50) puntualiza que, en los edificios de Loos, el muro se desdobla en
sus caras interna y externa; as, la desnudez de la fachada no debe decir nada al
exterior, reflejando con ese silencio el nihilismo de la metrpoli: mientras tanto, el
interior de la casa debe hablar de quien la habita, generando una riqueza emotiva que
bajo ningn pretexto debe plasmarse en el exterior porque (ib:51) cualquier irrupcin
de lo irracional en las caras externas de un edificio sera sntoma de una regresin
pattica a un estado infantil de la humanidad. Esto quiere decir, segn Gravagnuolo
(ib:22), que todo ornamento que aparezca en la cara exterior del muro ser indecente
por pretender hablar all donde se debe callar; sin embargo, todo individuo adulto
tendr derecho a dar rienda suelta a su mal gusto siempre y cuando se cia al interior, a
su espacio privado: de esta forma se pretende no slo aislar un espacio en el que se
pueda pensar sin la coaccin de los prejuicios de la poca en cuestin, sino que tambin
se intenta crear una especie de simpata simblica (Einfhlung) entre objeto y sujeto,
entre el espacio habitable y quien lo habita. Gravagnuolo (ib:18) concluye que Loos
busca que el lugar a habitar sea placentero, despojando a la civilizacin de lo superfluo
para intentar modificar as las conductas. El propsito de Loos (1972:229) es excluir
del imperio del arte todo aquello que tenga una finalidad, por lo que ser preciso
distinguir entre un principio de placer y un principio de utilidad: o lo que es lo mismo,
habr que tener presente en todo momento la alteridad entre el interior y el exterior de
la casa.
Wittgentein conoci a Loos a travs de L. von Ficker, pero acab
profundamente decepcionado porque crea (PE, p. 17) que Loos se haba contagiado
del ms violento y afectado intelectualismo; de forma similar, su relacin con Kraus,
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39
cambio del centro emocional hacia sentimientos de amor y armona por lo que respecta
a las aspiraciones del no ego. A su vez, estas condiciones generan cuatro consecuencias
como son el ascetismo, la fortaleza del alma, la pureza y la caridad. Dicho ms
claramente, los santos se caracterizan tanto por su abandono a Dios sin ninguna reserva
(VER, p. 243) como por su imperturbabilidad (VER, p. 270), cualidades que
Wittgenstein buscar dos aos ms tarde en la Primera Guerra Mundial; de hecho,
cuando escribe a Russell, en junio de 1912, todava no cree que pueda convertirse en un
santo a corto plazo. Sin embargo, aade que el libro de James puede ayudarle en un
aspecto tan importante para l como es liberarse de la Sorge (en el sentido en que us
Goethe la palabra en la 2 parte de Fausto). Si acudimos a la obra de Goethe para ver
cmo utiliza ste el trmino Sorge, nos encontramos con un Fausto ya entrado en aos
y burlado una vez ms por el mal, pues Mefistfeles ha hecho caso omiso de sus
rdenes al incendiar la cabaa de Baucis y Filemn; en ese preciso instante, Fausto ve
acercarse desde un balcn las figuras de cuatro ancianas canosas: la Escasez, la Culpa,
la Inquietud (Sorge) y la Necesidad. Al estar cerrada la puerta del palacio, la Escasez, la
Culpa y la Necesidad no pueden entrar; no obstante, al reparar en que all dentro vive
un rico tampoco quieren entrar, pues sus cualidades no surten efecto alguno ante la
riqueza. La Inquietud, en cambio, es capaz de seguir su camino all donde sus hermanas
dan media vuelta, de ah que se cuele furtivamente por el ojo de la cerradura y acose a
Fausto dicindole (F, p. 417):
A aquel que est una vez en mi poder, de nada le sirve el mundo entero;
para l desciende una eterna lobreguez [...] Felicidad y desdicha resultan
quimeras; se muere de hambre en el seno de la abundancia; sean delicias,
sean pesares, todo lo remite al da de maana; slo est atento a lo
porvenir, y as no acaba nunca.
Tras despreciar Fausto el poder de la Sorge o Inquietud, sta le ciega soplndole
en el rostro al alejarse; pero Fausto, aun cegado, advierte una luz clara brillando en su
interior y proclama que la palabra del Seor es la nica que tiene autoridad. As,
Fausto parece ver ms claramente cuando cesa su visin mundana; de hecho, es
entonces cuando lleva a cabo las buenas obras que le permiten burlar a Mefistfeles y
morir en pleno xtasis. Creo que este tipo de proceso se ajusta perfectamente a lo que
James (VER, p. 149) denomin conversin, es decir, al proceso por el cual un yo
41
siendo
su
primera
filosofa
un
idealismo
epistemolgico
cuatro evangelios en una narracin coherente: Tolstoi crea que si expresaba las
palabras de Jess en trminos ligeramente diferentes podra liberarlas de las
interpretaciones eclesisticas que ocultaban la capacidad que tena el mensaje de Jess
para conferir significado a la vida. Este Pequeo Evangelio es un claro ejemplo de lo
que Kierkegaard denominaba comunicacin indirecta, una comunicacin en la que
Tolstoi presentaba una versin del cristianismo que tomaba como modelo la abnegada
vida de los campesinos: en esa vida se reflejaba con especial claridad la dedicacin al
trabajo y la aceptacin de las contingencias mundanas sin que medie elucubracin
intelectual alguna. Adems, se trata de un modelo presentado sentimentalmente, por lo
que en principio es accesible para cualquier persona. Tolstoi cuenta que fijarse en la
vida de los campesinos le permiti vencer su depresin suicida, y William James (VER,
p. 144), al referirse a Tolstoi, apunta que ste sinti la necesidad de cambiar cuando
cay en la cuenta de que su problema estaba enraizado en la vida intelectual,
convencional, artificial y ambiciosa de las clases superiores: como contrapartida, el
nuevo modo de vida debera consistir en trabajar para satisfacer las necesidades
materiales, renunciar a la mentira y la vanidad, solucionar necesidades comunes, ser
simple, y creer en Dios. Aqu es donde Tolstoi dice haber encontrado la respuesta al
problema de la significacin de la vida, un problema que Tolstoi presenta a travs de
las siguientes cuestiones (cfr. VER, p. 123):
Cul ser el resultado de lo que haga hoy?, y de lo que har maana?
Cul ser el resultado de toda mi vida? Por qu debo hacer nada? Hay
algn otro objetivo en la vida que la muerte inevitable que me espera no
anule o desmienta?
Wittgenstein valor extraordinariamente la obra de Tolstoi: en una carta escrita
a Malcolm (NM, p. 117), dijo de l que era un hombre REAL, que tiene derecho a
escribir; adems, aada que le impresionaba infinitamente ms cuando le vuelve la
espalda al lector para contarle una historia que cuando se dirige directamente al lector.
No hay que olvidar que Wittgenstein acudi a la cita del Crculo de Viena para leer a
Tagore de cara a la pared, dando la espalda a los atnitos intelectuales que esperaban a
un hombre concienzudo dispuesto a aclarar las espinosas proposiciones del Tractatus.
En sus cartas, Wittgenstein puntualiza que Tolstoi le parece ms expresivo cuando
vuelve la espalda al lector; asimismo, cree que la filosofa de Tolstoi es ms verdadera
46
fsicos Heinrich Hertz y Ludwig Boltzmann. En Die Prinzipien der Mechanik (Los
principios de la mecnica), su principal obra, Hertz se plante cmo podan las
frmulas matemticas representar y permitir la prediccin de los fenmenos naturales;
sin embargo, el libro de Hertz no fue correctamente entendido por todos sus lectores.
As, Janik y Toulmin (1998:175-180) nos cuentan que Mach elogi a Hertz por ordenar
econmicamente la experiencia, pero no lleg a darse cuenta de que el sistema
hertziano era decididamente kantiano en lo que atae a sus conceptos bsicos. Por
ejemplo, Mach pensaba que Hertz utilizaba el trmino Bild del mismo modo que los
empiristas britnicos utilizaron en su da el trmino idea; no obstante, la intencin de
Hertz era, como apunta H.-J. Glock (1992:6-7; 1996:12-13), dar cuenta de la
posibilidad de la explicacin cientfica en base a la naturaleza de la representacin: con
este fin, la ciencia forma Bilder (lo que provisionalmente denominar modelos) de la
realidad, de tal forma que las consecuencias lgicas de estos modelos se correspondan
con las consecuencias lgicas de los sucesos externos descritos. Concretamente, Hertz
indic tres requisitos para la construccin de los modelos. En primer lugar, deben ser
lgicamente coherentes, sin dejar margen para la contradiccin; en segundo lugar,
deben
ser
esencialmente
consistentes
con
la
naturaleza
que
representan,
hertzianos, D. Favrholdt (1964a:70-72) cree que las diferencias existentes entre Hertz y
Wittgenstein respecto a sus concepciones de lo que es un modelo son tan grandes, que
duda de que un pormenorizado estudio de la obra de Hertz pueda arrojar luz sobre la
teora pictrica. Dejando a un lado esta polmica, s me gustara comentar, aunque
slo sea de pasada, otro aspecto de la supuesta influencia hertziana sobre Wittgenstein.
Hertz consideraba que en lugar de responder directamente a una pregunta como qu
es la fuerza?, era ms adecuado replantearse la fsica newtoniana sin apoyarse en el
concepto de fuerza; durante toda su vida, Wittgenstein tom la actitud de Hertz como
el modelo apropiado para disolver un problema filosfico, hasta el punto que, segn G.
P. Baker (1988:266), manej como lema de las Investigaciones el siguiente fragmento
de Hertz:
Cuando se eliminen tan dolorosas contradicciones no se habrn contestado
las preguntas acerca de la naturaleza de la fuerza, sino que nuestras mentes,
libres ya de sus molestias, dejarn de hacerse preguntas que no hacen al
caso.
Efectivamente, Wittgenstein reparara posteriormente en que lo ms adecuado
para afrontar un problema filosfico no era recopilar nueva informacin, sino lograr
una forma de representacin que permita ver con claridad cules son los usos del
lenguaje que entorpecen nuestro entendimiento; de hecho, J. Shotter (1991:196-197)
cree que este mtodo, claramente inspirado en Hertz, fue lo que le llev a reconocer en
el prlogo de las Investigaciones (IF, p. 13) los graves errores que haba hallado en su
viejo modo de pensar.
Pero no fue Hertz el nico fsico que sigui a Mach en aquella cruzada que
pretenda rescatar a la ciencia de las garras de la metafsica. Como dije anteriormente,
Ludwig Boltzmann fue otro de los eminentes abanderados de esta causa; de hecho,
sucedi a Mach, a quien el propio Boltzmann consider como su maestro, en la ctedra
de Teora e Historia de las Ciencias Inductivas de la Universidad de Viena. Al igual que
su mentor, subordin la filosofa a la fsica y consider que ningn constructo poda
mostrar exactamente qu es un continuo o cmo se comporta una partcula: como
contrapartida, ambos cientficos admitan la coexistencia de distintas representaciones
del mundo, representaciones que pueden dar cuenta de todos los hechos sin que dejen
51
lo que las voces y conceptos slo alcanzan un valor cuando ligan a la gente (CCL, p.
59). Salta a la vista que stas y otras consideraciones similares (cfr. CCL, pp. 44-45,
55) obligan a tener muy en cuenta a Mauthner cuando se quiera indagar acerca del
comienzo de las cavilaciones de Wittgenstein sobre la imposibilidad de un lenguaje
privado; mas no acaban ah las aportaciones de Mauthner a la obra que Wittgenstein iba
a desarrollar con posterioridad: adems, encontramos aqu brillantes sugerencias acerca
de la nocin de regla (CCL, p. 52), el uso del lenguaje (CCL, p. 51), y la metfora sobre
el cauce del ro (CCL, pp. 36-39) que le permiti a Wittgenstein (SC, 96-99) mostrar la
relacin entre proposiciones empricas y gramaticales.
La firme conviccin de que los conceptos no se refieren a entidades concretas,
sino a agrupaciones de individuos, le vali a Mauthner ser calificado como un
nominalista radical; de hecho, con su crtica del lenguaje pretenda mostrar que en
ningn caso se podr lograr algo ms que una descripcin metafrica de las palabras.
Ni siquiera Schopenhauer, pensador al que Mauthner admiraba, pudo librarse de esta
denuncia de la reificacin de las abstracciones, pues a juicio de Mauthner,
Schopenhauer no fue en absoluto metafsico al usar la nocin de voluntad. Esta
misma lnea crtica oblig a Mauthner (CCL, p. 161) a reconocer que tampoco existe
nada a lo que se pueda llamar el lenguaje o la lgica; as pues, creo que Janik y
Toulmin (1998:164) estaban en lo cierto al sealar que la creencia en la inexistencia de
una estructura comn subyaciendo a todos los lenguajes llev a Mauthner al relativismo
cultural. Lejos de intentar erigir un sistema filosfico, trat de llevar a cabo una severa
crtica del lenguaje: una crtica del lenguaje (Sprachkritik) cuyo principal objetivo era
tratar de establecer si el lenguaje es o no una herramienta til para el conocimiento,
tarea que desarrollar apoyndose en el anlisis de usos concretos del lenguaje. Como
dice Weiler (1970:291), esta crtica no puede trascender los lmites del lenguaje, sino
slo sealarlos: de este modo, pone tambin su punto de mira en una realidad
trascendente que carece de lmites, realidad que le conduce al misticismo. Ms tarde me
referir al misticismo mauthneriano; de momento, me basta con recordar que Mauthner
coincidi con Kierkegaard, Schopenhauer y Tolstoi al contemplar la significacin de la
vida no como una cuestin susceptible de ser discutida racionalmente, sino como un
asunto mstico.
54
seres humanos. Fue nada ms ni nada menos que veintin aos despus de la muerte de
Weininger, en los Tres ensayos para una teora sexual, donde Freud (1996c:1177n) se
mantuvo fiel a su estilo para hacer saber que la gente atribua errneamente la teora de
la bisexualidad al malogrado filsofo Otto Weininger, que tom esta idea como base
de una obra poco meditada. A pesar de que la idea de una bisexualidad comn ya fue
esbozada en el Banquete platnico, y a pesar de que este trmino ya aparece en el
ensayo titulado Geschlechtseigentumlichkeiten que A. Berthold escribi en 1846,
Weininger tuvo acceso a la idea de la bisexualidad a travs de un paciente de Freud
llamado Hermann Swoboda, el cual cont esta idea a Weininger la misma tarde de
octubre de 1900 en que se conocieron. Este hecho, por cierto, provoc la ruptura entre
Freud y Fliess.
Es muy posible que Weininger haya sido conocido ms por este suceso y su
suicidio que por su misma obra, aunque esto no debera extraarnos si pensamos en la
repulsa que los potenciales lectores pueden experimentar al leer las furibundas crticas
que ha recibido la obra de Weininger. As, H.-J. Glock (1992:5, 1996:12) comenta que
Weininger no fue tanto un sabio como un psicpata cuyos desvaros psicopatolgicos,
insiste Glock (2001:203), provocaron que muchos jvenes se vieran arrastrados al
suicidio mientras que otros, como Wittgenstein, resultaron infectados de un sentimiento
antisemita y misgino incomparablemente ms fuerte, segn el propio Glock
(1999:425), que el propagado por Schopenhauer. Por su parte, P. Heller (1981:101) vio
en Geschlecht und Charakter (Sexo y carcter), la obra ms conocida de Weininger,
una atrocidad en la que se reflejaba (ib:99) un machismo degenerado hasta tal punto
(ib:114) que se podra considerar a su autor como un criminal a la altura de Hitler.
Personalmente, opino que estas crticas pierden toda su consistencia desde el mismo
momento en que dejan de tener en cuenta el contexto socio-cultural en que apareci la
obra de Weininger: como prueba de que Sexo y carcter es un acontecimiento histrico
significativo de la mentalidad de una poca basta con recordar, como bien dijo C.
Castilla del Pino (1985:13), cun insistentemente fue ledo. Otra posibilidad es
considerar Sexo y carcter como un reflejo del estado de su autor: en este sentido, J. Le
Rider (1995:21) tom la obra citada como un grito de desolacin y una confesin de
debilidad. Mientras tanto, D. Abrahamsen (1946:190) concluy que Weininger era un
esquizofrnico en el que se observaba una regresin a la fase oral debido a la cual el
mundo real dej de ser tal para reducirse a unas meras palabras a las que se aferr. No
58
como grupo social. A pesar de todo, esta equiparacin presentaba una cierta ventaja;
como apunta S. L. Gilman (1993:48), Freud logr con esta ecuacin encontrar un
refugio seguro para los judos, pues si bien es cierto que el varn judo segua estando
por debajo del varn ario, tambin lo es que de esta manera haba pasado de una
categora exclusiva a una inclusiva: ahora los judos podan verse a s mismos como
una parte esencial del mundo en que vivan, a pesar de que aparecan como un aspecto
negativo de una categora inclusiva.
P. Heller (1981:99) ubica Sexo y carcter, el libro por el que Weininger se dio a
conocer, dentro de un gnero que en los pases germano-parlantes vino inspirado por la
literatura filosfica emocionalmente cargada, marcadamente crtica y ciertamente
deslumbrante de autores como Nietzsche y Schopenhauer. Esta tradicin, que inclua
libros de muy desigual valor, se caracterizaba por la edicin de grandes volmenes en
los que destacaba sobremanera el arrogante sentimiento de superioridad del autor, el
cual se apoyaba en una abrumadora exhibicin de ostentosa erudicin, la cita de
grandes nombres como corresponde a aquellos que fomentan el culto al genio, la gran
abundancia de citas, y la defensa incondicional e intransigente de las propias ideas.
Como ejemplos de dicha tendencia, Heller seala una obra de H. S. Chamberlain,
Foundations of the XIXth Century; otra de O. Spengler, Der Untergang des
Abendlandes, y la obra de Rosenberg que marca el declive de este gnero, Myth of the
XXth Century. En lo que respecta al talante de Sexo y carcter, su autor advierte (SexC,
p. 15) desde un principio que su intencin ser recopilar todas las contraposiciones
existentes entre el hombre y la mujer en un solo y nico principio; a juicio de
Weininger, esta actitud diferenciaba a su obra de los dems libros del gnero, los cuales
se caracterizaban por detenerse en ancdotas o amontonar observaciones de forma
indiscriminada: concretamente, mantiene que no har metafsica inductiva, sino
progresivas tentativas psicolgicas en las cuales el contraste de los sexos es slo un
punto de partida del que se obtienen datos importantes para tratar problemas de lgica,
tica, genialidad, deseo de inmortalidad, judasmo, etc. (SexC, p. 17). Entre lo
masculino y lo femenino, segn Weininger (SexC, p. 22), no hay lmites netos; ms
bien, hay una transicin ininterrumpida como la que existe en los dems mbitos de la
naturaleza: entre animales y vegetales, compuestos qumicos y mezclas, cuerpos
metlicos y no metlicos, etc. De hecho, Le Rider (1995:26-27) mantiene que toda la
obra de Weininger se puede reducir a una bsqueda de la Unidad original entre lo
60
al mximo cuando uno de los individuos contenga tanta masculinidad como feminidad
contiene el otro, pues cada individuo posee tanta masculinidad como feminidad le falta.
El grado en que dos personas se complementen sera tambin directamente
proporcional a la intensidad del impulso sexual existente entre ellas (SexC, p. 56), lo
cual permite a Weininger achacar la degeneracin fsica que segn l padecan por
entonces los judos al hecho de que fueran tan frecuentes entre los semitas los
matrimonios acordados a travs de terceros. Como colofn a esta primera parte,
Weininger se apoya en su idea (SexC, p. 74) de que la necesidad y capacidad que tenga
una mujer para emanciparse depende nica y exclusivamente del porcentaje de hombre
que posea, para concluir que el nico enemigo de la emancipacin de la mujer es la
propia mujer. El motivo de ello (SexC, p. 83) es que la verdadera liberacin del espritu
no es conquistada por grandes ejrcitos, sino que ha de ser lograda luchando
individualmente contra cualquier obstculo que se pueda hallar en el alma de cada cual.
Weininger comienza la segunda parte de su libro presentando (SexC, p. 97) a la
mujer totalmente ocupada y absorbida por la sexualidad, en tanto que el hombre
aparece preocupado tambin por otras muchas cuestiones como son la lucha y el juego,
la sociabilidad y la buena mesa, la discusin y la ciencia, los negocios y la poltica, o la
religin y el arte. El hecho de que el hombre sea sexual de forma intermitente, y no
permanentemente como es el caso de la mujer (SexC, p. 99), le permite concienciarse
de esta faceta suya, por lo que tiene la posibilidad de hacerla frente; la mujer, en
cambio, es la sexualidad misma, de ah que no pueda ser consciente de ella: este
cuadro, que Weininger describe diciendo que as como el hombre tiene un pene la
vagina tiene una mujer, restringe la posibilidad de eleccin al hombre, de lo cual se
extraern posteriormente drsticas conclusiones. De momento, lo que nos encontramos
son las conclusiones epistemolgicas del autor. A su juicio (SexC, p. 108), el hombre
piensa apoyndose en representaciones claras y distintas ligadas a sentimientos que
pueden ser separados de esas representaciones; el pensamiento de la mujer, por su
parte, no es articulado como el del hombre, y a pesar de manejar los mismos contenidos
psquicos, piensa en hnides o datos psquicos previos a la representacin, por lo que
para ella pensar y sentir resultan inseparables. Segn Weininger (SexC, p. 109), esta
diferencia provoca que el hombre viva consciente frente a la inconsciencia de la mujer,
de ah que este autor concluya que la funcin sexual del hombre tipo es transformar a la
mujer tipo en consciente. Ya al final del libro se podr leer (SexC, p. 332) que el coito
62
es inmoral porque durante su realizacin todo hombre utiliza a la mujer para obtener un
hijo o satisfacer su propia voluptuosidad, lo cual le lleva a no verla como un fin sino a
utilizarla para un objeto ajeno a ella misma. Desde el punto de vista de Weininger
(SexC, p. 338), el hombre slo podr redimir a la mujer redimindose l mismo del
sexo: segn sus propias palabras, la castidad del hombre har que perezca la mujer
como tal, pero sta surgir de sus cenizas renovada como un ser humano puro.
En este libro se le otorga un papel fundamental a la genialidad, hasta el punto de
presentarla como un deber moral para todos los hombres (SexC, p. 180) por constituir
esta condicin la moralidad suprema. A diferencia del talento, al cual se contrapone, la
genialidad se caracteriza por la devocin religiosa (OLT, p. 27), la originalidad, las
condiciones especiales que precisa la creacin, y la individualidad (SexC, p. 110): en
este punto, me gustara anticipar que Weininger iba a revelar algunas pginas despus
(SexC, p. 222) su total convencimiento de que la genuina relacin tica slo puede
acaecer entre dos individualidades. De todas formas, no acaban aqu las cualidades del
genio, cualidades entre las cuales destaca (SexC, p. 185) su capacidad para mantener
una relacin consciente con el universo, pues Weininger concibe la genialidad como el
resultado de la masculinidad elevada al grado mximo: de ah que en las obras de los
genios se pueda detectar el pulso de la cosa-en-s, es decir, la respiracin del mundo
como un todo (OLT, p. 131). Adems, el genio no hereda su condicin, sino que sta es
estrictamente individual (SexC, p. 110); se le conoce porque es completamente posedo
por el objeto que estudia, es capaz de vencer cualquier obstculo gracias a su
perseverancia, y no piensa nunca en las apariencias o en lo que dirn los dems sobre
sus pensamientos (SexC, p. 111); renuncia a toda grandeza exterior en favor de la
grandeza interior (SexC, p. 141); destaca por su memoria universal (SexC, p. 120) que
le permite separar del tiempo todos los recuerdos que tienen valor para l (SexC, p.
135), lo que en su caso concreto, al haber pensado con la mayor claridad y la
conciencia ms intensa en todas las cosas de la naturaleza, supone vencer
completamente al tiempo y pretender ms insistentemente la inmortalidad que cualquier
otro ser porque la muerte no le acobarda (SexC, p. 172); est totalmente libre de las
leyes naturales (SexC, p. 324); es moral en grado mximo frente a s mismo, no
permitir que se le imponga una opinin ajena que someta su Yo, y sufrir ms que
nadie por el recuerdo de una mentira, ya fuera sta consciente o inconsciente, respecto a
los dems o respecto a s mismo. El propio Wittgenstein (CV, 346) declar que el
63
hace que el universo como un todo cobre significado: es precisamente el hecho de que
las obras de filsofos y artistas versen sobre problemas eternos lo que provoca que, a
diferencia del cientfico, nunca descubran nada realmente nuevo. Mientras que el
descubrimiento cientfico pudo haber sido llevado a cabo igualmente por otro sujeto, las
obras de los grandes artistas y filsofos son personales e intransferibles, pues si bien la
individualidad del genio garantiza que en sus obras la relacin del yo con el universo
sea siempre formalmente similar, en cada caso estar planteada de modo distinto (OLT,
pp. 144-145); sin embargo, las creaciones del filsofo son mucho ms valiosas que las
del artista debido a que ste depende mucho ms del momento que aqul (NBL, p. 54).
Sern precisamente filsofos y artistas los nicos que podrn ser calificados como
genios, ttulo al que jams tendr la oportunidad de aspirar un cientfico (SexC, p. 169)
porque desde el mismo momento en que decide dedicarse a la ciencia renuncia a su
propia eternidad (SexC, p. 143): no hay que olvidar (OLT, p. 143) que la ciencia
siempre busca verdades, pero no verdad. A diferencia de filsofos y artistas, el
cientfico no cuenta con una visin del mundo que sea la medida de todas las cosas, por
lo que ha de conformarse con unas pocas cosas que sirven de medida para el mundo
entero. Parece obvio que, cuando Wittgenstein pregunta a Russell en 1912 si le
considera un genio para dedicarse a la filosofa, en cuyo defecto se dedicara a la
ingeniera, tena en mente estas ideas de Weininger. El hecho de que Russell
reconociera su genio ha dado pie a ciertos autores, como es el caso de R. Monk
(1997:40), para afirmar que esa respuesta hizo amainar las cavilaciones suicidas del
joven Ludwig. Todo lo ms, pienso que el reconocimiento de Russell pudo haber
supuesto un lenitivo temporal, pero slo eso; la genialidad, lejos de ser una cualidad
innata que puede ser descuidada, exige entre otras cosas el ms absoluto sometimiento
y fidelidad a determinada manera de vivir si es que el genio verdaderamente desea
mantener su relacin consciente con el universo: as como Schopenhauer (MVR, III,
36) deca que la genialidad supone convertirse en sujeto puro del conocimiento que
se pierde en el objeto, Wittgenstein no ve en la genialidad una cuestin de pureza sino
de fortaleza. En palabras de S. A. M. Burns (1981:517), la genialidad para Wittgenstein
no era una virtud intelectual sino una virtud moral. El propio Wittgenstein (CV, 488)
manifest que para permanecer en lo religioso hay que luchar, mas si hubiera que
precisar contra qu se debe luchar, tal vez bastara con recordar que Weininger seal
(NBL, p. 54; OLT, p. 148) que el problema de la individualidad no era sino la vanidad
(Eitelkeit), entendiendo por tal vanidad (NBL, p. 70) el querer adscribir al yo lo que no
65
esa Solveig que porta su mejor yo, un yo que se hallaba inutilizado hasta que no lleg la
mediacin de la figura femenina. De este modo, el hombre no slo se redescubre
indirectamente a travs del amor hacia una mujer (OLT, p. 33), sino que adems le
resulta ms accesible la idea de lo bello, lo bueno y lo verdadero (OLT, p. 32).
Weininger aade (OLT, p. 7) que slo Ibsen con su Peer Gynt y Kant con la Crtica de
la razn prctica reconocieron que la verdad puede aparecer nica y exclusivamente si
se tiene individualidad o un yo en el sentido ms alto; y as como a Kant y al Brand
ibseniano se les podra adscribir el lema Todo o nada, Weininger mantiene (OLT, p.
65) que cuando se trata de verdad y de moral no hay lugar para hablar de grados, grises
o medias tintas: es la posesin de un yo o una personalidad lo nico que confiere valor
a una persona.
Sin embargo, no todas las personas vencen el miedo a travs del amor: el
criminal, sin ir ms lejos, se impone al miedo con el odio (NBL, p. 67). Al igual que el
perturbado (OLT, p. 50) el criminal vive discontinuamente, pero adems (OLT, p. 98),
el criminal comete continuamente el pecado original sin hacer nada por evitarlo: el
motivo es que carece de un yo continuo y unitario que le permita tanto tener conciencia
de lo que hace como sentirse responsable por ello, de ah que viva inconscientemente,
sin autoobservarse, y usndose a s mismo como un medio para un fin. Weininger
seala al perro como el smbolo de un criminal, del cual (OLT, p. 103) se puede decir
tambin que en cierto sentido es como si estuviera muerto por carecer totalmente de
vida interna: concretamente, el perro presenta la peculiaridad de que al mirarle a los
ojos se tiene la impresin de que ha perdido el yo, y con l, la libertad. Y es que si el
criminal se caracteriza por algo (OLT, p. 62) es porque quiere librarse instantneamente
de cualquier problema, lo cual deteriora su sentido de la realidad por no atender en
absoluto a la causalidad: el criminal es el nico que espera que se produzca un milagro
desde el exterior, algo de lo que se avergonzaran las personas que tienen un alto
sentido de la moral. Las terapias destinadas a curar a los criminales fracasaban, a juicio
de Weininger (OLT, pp. 59-60), precisamente por su carcter inmoral; de forma similar
a los tatuajes del criminal, las terapias sealadas pretendan alterar el aspecto externo
desde fuera en vez de buscar un cambio en la mente de ese criminal: como alternativa,
Weininger propone que cada cual se cure a s mismo apelando a su propia voluntad y
trayendo a la conciencia determinados aspectos que en su momento se hicieron
inconscientes. En el caso del criminal, el problema es el tiempo (NBL, p. 59), cuya
67
conciencia e inmoral si perciba que llevaba tiempo sin pensar o si no fundamentaba sus
pensamientos; una vez ms, nos encontramos con un contexto en el que parece encajar
una enigmtica exhortacin de Wittgenstein que en principio parece desconcertante:
concretamente, me refiero a su despedida de Drury (1989b:268) dicindole Drury, sea
lo que sea que se le ocurra, no deje de pensar. A juicio de Weininger (OLT, p. 117) la
lgica y la tica no pueden ser probadas en modo alguno: tan solo pueden ser credas.
As como no hay lugar para refutar o probar la proposicin A=A porque es el criterio
mismo de la verdad y la falsedad, tampoco se puede probar por qu la gente debera
optar por hacer el bien y no el mal, pues en tal caso la idea de lo bueno sera
consecuencia de una cosa y podra ser considerada como un medio para un fin: esta
idea de fin supremo y causa absoluta conduce, a su vez, a la idea de un sujeto en el que
el valor y la realidad coinciden hasta el punto que la realidad ontolgica y fenomnica
se funden en una (OLT, p. 119). Es evidente que Wittgenstein acept esta identificacin
que hizo Weininger (SexC, p. 160) de la lgica y la tica como el deber para uno
mismo: slo hay una verdad, y su valor mximo, el deber hacia uno mismo, se
contrapone tanto al error como a la mentira. Slo habr tica si se siguen los preceptos
de la lgica, y toda lgica ser a su vez una ley tica. Slo hay deber si es hacia uno
mismo y se siente como tal deber (SexC, p. 339). Basta con una revisin superficial de
las distintas biografas de Wittgenstein para comprobar que, desde su adolescencia
hasta el fin de sus das, cada vez que hubo de tomar una decisin o enfrentar una tarea
dio absoluta prioridad a la decencia (Anstndigkeit) entendida como deber hacia s
mismo. Era consciente de que nada es tan difcil como no engaarse (CV, 176),
especialmente para quien sabe mucho (CV, 373), pero no se le escapaba que si se usan
trucos en lgica el nico que resulta engaado es uno mismo (CV, 130).
Para evitar la mentira en favor de la verdad (SexC, p. 152), es preciso que el
hecho en cuestin se evoque en el presente tal como ocurri en el pasado a travs de
algo inalterable e independiente del tiempo que permita crear una existencia continua:
as es como se logra la sensacin de completa responsabilidad por las propias acciones
y el consiguiente arrepentimiento, o lo que es lo mismo, la imputacin de las cosas
pasadas a una cosa eternamente igual y, por lo tanto, con un valor en el presente.
Ahora bien, cuando los hombres discuten hablan de conceptos y no de sus respectivas
representaciones; se trata de conceptos que obtienen su coherencia y persistencia
gracias al principio A=A (SexC, p. 159), mas as como el juicio de identidad es
69
independiente de que exista una A, no lo es de que el principio deba ser pensado por un
ser realmente existente. La existencia de este sujeto viene expresada en el principio de
identidad; es decir, la existencia del sujeto se revela en el mismo signo de identidad
AA y no en la primera o la segunda A. Dicho en trminos psicolgicos, para afirmar
A=A frente a los mutables hechos de la experiencia debe haber algo que permanezca
invariable, y ese algo ser el sujeto: un sujeto que si estuviera funcionalmente ligado a
la alteracin nunca podra ser consciente de ella. Weininger (SexC, p. 165) llega a decir
que todo hombre superior reconocer la existencia del Yo: quien niegue el Yo no ser
un hombre superior, mas no todo el que reconozca el Yo ser un genio. Esta
experiencia del propio Yo, que Weininger (SexC, p. 167) denominar advenimiento
del Yo, supone un acontecimiento de orden superior que para algunos se manifestar
a travs de la identificacin del sujeto y del objeto, para otros por medio de la
identificacin del tiempo y de la eternidad, para unos terceros ser la contemplacin de
la divinidad por los seres vivos, etc. Sea como sea, lo que ineludiblemente surge en el
genio es el convencimiento de la existencia de un Yo o de un alma solitaria en el
universo, a la que el universo todo se opone y que todo el mundo contempla. El Yo del
genio se caracteriza (SexC, p. 169) por ser en s la apercepcin universal; al tener en s
el mundo entero, el punto encierra el espacio infinito y el genio se revela como el
microcosmos viviente, por lo que en l se contienen todas las posibilidades: de esta
manera (OLT, p. 79), cuando el ser humano se redime a s mismo redime tambin al
mundo entero. Como bien dijo S. Burns (2001:xxi), a medida que alguien se va
conociendo ms a s mismo, ms se distingue su propia existencia, en tanto que no
observarse o engaarse sobre uno mismo slo lleva al caos, a la nada, y a que su
existencia se torne cada vez ms y ms indistinta. Weininger pensaba (OLT, p. 52) que
slo desde su propio interior puede una persona saber de la profundidad del mundo,
pues todas las interconexiones de ste se hallan en la persona; de hecho (OLT, p. 108),
el mono es presentado como la caricatura del microcosmos: al ser el animal que lo imita
todo y al ser necesariamente como los humanos, muestra el modo en que una persona
puede ser cualquier cosa. En este punto, creo que es oportuno llamar la atencin sobre
dos importantes rasgos comunes a Weininger y Wittgenstein que en su momento
destac McGuinness (1979:38; 1991:72). Por un lado, ambos tuvieron una juventud
solitaria que les acerc al solipsismo, es decir, a la tendencia a ver el mundo en su
totalidad como algo vinculado con su propio punto de vista: y precisamente por ser un
microcosmos, cabe suponer que se sintieron culpables por todo lo que de malo hay en
70
coincidan entre s; sin embargo, es obvio que estos cuatro personajes se hallaban
inmersos en una misma matriz de discurso segn la cual judo y ario eran
categoras opuestas que pugnaban por el alma de la civilizacin germnica.
El 4 de octubre de 1903 Weininger se descerraj un tiro en el pecho. El lugar
elegido fue una habitacin que haba alquilado previamente en la casa de la
Schwarzspanierstrasse que vio fallecer a Beethoven, el genio por excelencia. Este
suceso tuvo una repercusin extraordinaria, dando lugar a una fuerte polmica. Sus
partidarios y amigos, entre los que se contaban Gerber, Rappaport, Schering y
Strindberg, se apresuraron a homenajearle por ser fiel a sus propios principios; sus
detractores le criticaron e ironizaron sobre la teatralidad y cobarda del acto, en el que
vieron un ejemplo de los peligros del nihilismo; y los nazis, con Hitler a la cabeza, le
reconocieron como el escritor judo ms sabio por haberse dado cuenta de que el judo
vive de la disgregacin de las costumbres de otros. No obstante, y a pesar de que lo
utilizaron en su campaa propagandstica, Weininger fue siempre una figura
problemtica para los idelogos nazis; como apunta B. Hyams (1995:155), el hecho de
que Sexo y carcter tratara no de raza sino de gnero contribuy a poner de manifiesto
lo que segn esta autora se ocultaba tras la retrica racista-biolgica de la ideologa
nazi: una Weltanschauung explcitamente racista pero implcitamente antifeminista.
Para bien o para mal, es evidente que ni los partidarios ni los adversarios de Weininger
resistieron apenas la tentacin de tomar su suicidio como una consecuencia natural de
su obra: hasta el da de hoy nadie ha aportado evidencia alguna que permita formular un
juicio slido al respecto, pero a excepcin de algunos comentaristas como Janik
(1981:280), los distintos autores difcilmente soportan la tentacin de pronunciarse en
este sentido. Sea como sea, en aquel otoo de 1903 Ludwig tena catorce aos y llevaba
slo una pocas semanas en la Realschule de Linz; y de acuerdo con la evidencia con
que dice contar Roland Jaccard, encargado de la edicin francesa de Geschlecht und
Charakter (Sexe et carctere) publicada en 1975, Wittgenstein asisti al multitudinario
funeral celebrado en Viena: segn le coment Thomas Stonborough a Janik (1985:65),
parece haber sido Gretl quien acerc a su hermano pequeo a la obra de Weininger. Y
como dice Baum (1988:47), Wittgenstein debi sentirse profundamente afectado por el
hecho de que un hombre como Weininger, que aspiraba a la pureza en un mundo
corrompido por las mujeres y la sexualidad, no pudiera encontrar la paz que tanto
ansiaba.
72
73
primera persona porque debe haber alguien que entienda que, mientras nuestro lenguaje
se desintegra, se est cuestionando si el lenguaje que usamos es un sinsentido. No
obstante, creo que lo verdaderamente importante es que Wittgenstein evita coaccionar o
influir al lector, al cual se dirige en tercera persona. Tiene que (Er mu) arrojar la
escalera de proposiciones por la que ha ascendido en su lectura del Tractatus. Tiene que
(Er mu) superar estas proposiciones para ver correctamente el mundo. Er mu y no Du
mut. En esta anfora (Er mu Er mu), Wittgenstein no se dirige directamente al
lector para no coaccionarle, pues ste tiene que dar el ltimo paso completamente solo.
Sintiendo ese deber hacia s mismo como tal deber, dira yo.
75
I.2.1. Frege
78
lgicos generales, Frege (FA, p. 38) expuso su estrategia a travs de tres principios
ligados entre s hasta el punto que negar uno de ellos supondra negar tambin los otros
dos. En primer lugar pretenda separar tajantemente lo psicolgico de lo lgico, lo
subjetivo de lo objetivo. Ms tarde, cuando me refiera a Las leyes bsicas de la
aritmtica, volver sobre este punto; por ahora, considero que bastar con destacar
algunos rasgos de lo que entendan por psicologismo los filsofos del siglo XIX, pues
haba muchas formas de entender este trmino y, por tanto, muchos frentes en los que
se libraba la batalla psicologismo-antipsicologismo. Sluga (1983:137n), por ejemplo,
nos da algunos rasgos generales de los antipsicologistas, los cuales se oponan al
idealismo subjetivo segn el cual slo existen datos sensoriales; tambin se oponan a la
idea de que las leyes lgicas (y matemticas) describen fenmenos mentales internos,
negaban la doctrina de acuerdo con la cual se podra dar cuenta de tales leyes en
funcin de procesos psicolgicos en el cerebro, y rechazaban las explicaciones
histricas y evolutivas de tales leyes. En resumidas cuentas, se podra decir de los
antipsicologistas que se oponan a toda explicacin naturalista del pensamiento
humano, eran antiasociacionistas, crean en una verdad a priori, y se identificaban con
los filsofos de la tradicin racionalista; ms concretamente, los pensadores
antipsicologistas como Frege hacan especial hincapi en que existe una marcada
diferencia entre actos mentales y sus contenidos objetivos, por lo que su tendencia
bsica era excluir lo subjetivo (y la psicologa misma en tanto en cuanto versaba sobre
lo subjetivo) del lenguaje. En otro lugar, el propio Sluga (1980:76) aadi que la
separacin entre lgica y psicologa vena garantizada por el hecho de que la lgica,
segn la entiende Frege, no se ocupa de cmo y por qu juzgamos, sino slo de las
propiedades de los contenidos conceptuales y sus interrelaciones.
Tambin quiero dejar para ms adelante las alusiones al tercer principio del cual
se hace mencin en la introduccin de Los fundamentos de la aritmtica (FA, p. 38),
principio segn el cual debe tenerse siempre en cuenta la diferencia existente entre
concepto y objeto; pues de acuerdo con Frege, es una ilusin creer que se puede lograr
un objeto a partir de un concepto sin que medie modificacin alguna. Mayor
importancia entraa el segundo principio que Frege se muestra dispuesto a seguir,
mxime si se tiene en cuenta que en el presente apartado me centro en la repercusin
que tuvo su pensamiento en la obra de Wittgenstein. Segn este principio, el
significado de las palabras debe ser buscado en el contexto de todo el enunciado, nunca
82
en las palabras aisladas. De no tener presente este principio, Frege cree que nos
veremos forzados a admitir representaciones internas o actos de la mente individual
como significados de las palabras, lo cual supondra tambin entrar en conflicto con el
primer principio. Me gustara detenerme brevemente en este segundo principio,
conocido habitualmente como el principio contextual (context principle), porque
llam hasta tal punto la atencin de Wittgenstein que lo cit casi textualmente a lo largo
de toda su vida (T, 3.3, 3.314, 4.23; GF, II, 29; OFM, VI, 41; IF, 49; UEFPs I, 913). De
este principio contextual se puede decir que fue la doctrina fregeana que ms influy a
Wittgenstein, si bien la elabor posteriormente (cfr. IF, 43); de hecho, tras su vuelta a la
filosofa desech casi toda le herencia fregeana a excepcin de este principio. As,
podemos ver que ya en el Cuaderno Azul (C Az, p. 27), dictado durante el curso 193334, comienza afirmando que preguntas como qu es el nmero uno? (cuestin que
abord Frege en Los fundamentos de la aritmtica) nos provocan un espasmo mental,
ante lo cual Wittgenstein recomienda el estudio de la gramtica de la palabra
significado en vez de buscar algn objeto al que se pueda llamar el significado.
Algunos autores han dado su opinin respecto al principio contextual. A juicio
de Sluga (1980:94), se puede hablar de un sentido fuerte del principio contextual, segn
el cual la prioridad del significado de la frase sobre el significado de la palabra
concierne a todo lenguaje, incluso uno lgicamente perfecto, por lo que tal primaca no
se reduce al lenguaje ordinario. En este sentido fuerte, el principio contextual
(equivaldra o) supondra reafirmar la doctrina kantiana de la prioridad de los juicios
sobre los conceptos. En cambio (ib:95), Dummett ha intentado mostrar que el principio
ha de ser interpretado dbilmente, rechazando sus supuestas implicaciones
epistemolgicas; adems, Dummett cree que Frege abandon este principio al
desarrollar su semntica basada en el sentido y la referencia, pero Sluga piensa que
Dummett se equivocaba en ambos casos. Sluga puntualiza que la Conceptografa
expresa un punto de vista filosfico muy definido, y que slo en el contexto de esta
perspectiva filosfica tiene su significado el principio contextual: en ese contexto el
significado del principio no se agota con la interpretacin dbil de Dummett, y al
estar tan slidamente anclado en el pensamiento de Frege, a Sluga le cuesta creer que el
pensador alemn lo desechara posteriormente. Adems (ib:182), Frege pensaba que
toda frase se puede analizar de ms de una manera y que no hay un nico anlisis
correcto de una frase: as, la estructura lgica que asignamos a una frase es siempre
83
relativa a otras frases. En cambio, Wittgenstein crea que existen simples absolutos y
que las frases surgen de ellos de una manera definida. Desde el punto de vista de
Wittgenstein, toda frase admitir un anlisis ltimo, siendo nombres sus constituyentes
simples y correspondiendo esos nombres a objetos simples: en este punto Wittgenstein
estaba muy influido por el atomismo de Russell, pero luego veremos que respecto a
Russell tambin existen claras diferencias. Sluga (ib:124) aade que si Frege enfatiza
tanto el principio contextual en Los fundamentos de la aritmtica es porque los objetos
lgicos no pueden sernos dados a travs de la intuicin, por lo que el significado de los
trminos referidos a tales objetos debe venir completamente determinado por los
respectivos contextos de las frases en que aparecen. De modo similar, para captar el
significado de los trminos numricos es preciso que consideremos los tipos de frases
en que ocurren y los diversos usos que pueden tener tales trminos en dichas frases.
Segn P. Carruthers (1990:14-15), al enfatizar el principio contextual en Los
fundamentos de la aritmtica, Frege pretenda defender su idea de que los nmeros son
objetos, mientras que los numerales son autnticos nombres propios. El principio se
presenta frente a la idea de que los numerales no pueden ser nombres, ya que no
podemos formarnos idea alguna de su significado; pues si preguntamos fuera de
cualquier contexto proposicional cul es el significado del numeral 4, es casi
inevitable que entonces intentemos evocar alguna imagen mental, mas tal proceder es
totalmente inapropiado si se quiere captar el sentido de la palabra: y de todo esto, la
conclusin que parece desprenderse es que los numerales no son nombres. Frege cree
que el error radica en el mismo comienzo, al preguntar por el significado de las
palabras aparte de su papel en las proposiciones; en su lugar, lo que deberamos
preguntar es si podemos dar explicaciones adecuadas de los significados de las frases
en que aparecen los numerales de un modo que sea consistente con su consideracin
como nombres propios. Y Frege crea que s poda hacerlo.
Por su parte, M. Garca-Carpintero (1996:181-183) contrapuso el principio
contextual, segn el cual es preciso indicar el modo general en que las palabras de una
categora semntica contribuyen al significado de las oraciones para especificar el
significado de determinada unidad semntica, con otro principio fregeano, el de
Composicionalidad, de acuerdo con el cual el significado de las oraciones est
determinado por el significado de las unidades semnticas que las componen. El
principio contextual requiere que las reglas que determinan el significado de las
84
oraciones a partir del significado de las palabras no tomen en consideracin del mismo
modo el significado de todas las palabras: el motivo es que no todas las palabras
significan de igual manera, de ah que no baste (como sugera la concepcin
agustiniana del lenguaje) un acto de ostensin para entenderlas. O dicho de otro modo,
una oracin no es una mera lista de palabras, pues stas pertenecen a distintas
categoras semnticas que tienen, a su vez, distintas funciones semnticas en la oracin.
Y mientras atendamos al significado de las unidades lxicas en funcin del principio
contextual, el significado de cada oracin vendr totalmente determinado por las reglas
que especifican el significado de las unidades semnticas que la componen, idea en la
cual consiste (como ya puntualic anteriormente) el principio de Composicionalidad.
De ah que Garca-Carpintero, lejos de ver ambos principios en conflicto, los considere
complementarios. En este sentido, quiero recordar que J. Conant (2000:202n) recogi
una observacin de D. Marconi segn la cual el entendimiento sin contextualizacin es
ciego, mientras que el entendimiento sin composicionalidad est vaco. No obstante,
apunta Garca-Carpintero (1996:201), una cosa es el principio contextual y otra es la
tesis fregeana segn la cual las referencias de las expresiones varan en funcin del
contexto lingstico en que aparecen.
Para dejar ya a un lado la cuestin del principio contextual, A. Garca Surez
(1997:87) no slo nos recuerda que el susodicho principio debe entenderse en el
Tractatus como una reaccin contra la concepcin russelliana de los nombres
lgicamente propios, sino que adems (ib:160) cree que Frege abandona el principio
contextual cuando asimila las oraciones a nombres. Sin embargo, Baker y Hacker
(1984a:149) no estn de acuerdo en este ltimo punto, que al negar el papel
predominante que jugaba la frase segn el principio contextual, dio lugar tambin a
decir que este principio fue abandonado por Frege al distinguir entre sentido y
referencia. A juicio de Baker y Hacker, el principio contextual todava se puede
localizar en Las leyes bsicas de la aritmtica, obra publicada en 1893 y de la cual har
mencin posteriormente para referirme al antipsicologismo del que hizo gala Frege.
De momento, quiero llamar la atencin sobre algunos artculos publicados por
Frege entre 1891 y 1892. El primero apareci en 1891 con el ttulo Funktion und
Begriff (Funcin y concepto), tratando que el proyecto logicista llegara tambin a los
lgicos y no se quedara circunscrito al mbito matemtico. En primer lugar, Frege (FC,
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p. 148) toma precisamente de las matemticas la expresin funcin para referirse con
ella a una expresin de clculo que incluye, al menos, una incgnita que ser rellenada
u ocupada por un numeral que har las veces de argumento, dando as lugar a un
valor concreto (FC, p. 152) de la funcin para ese argumento. Las funciones y los
nmeros se distinguen en que el argumento no forma parte de la funcin, sino que
constituye con ella un todo completo; en cambio, la funcin por s sola es incompleta o
insaturada. Sin embargo, es necesario (FC, p. 149) destacar que lo importante no es la
mera expresin o la forma del contenido, sino el contenido mismo o significacin
(Bedeutung); es decir, hay que distinguir entre signo y designado, o entre los signos
numricos y aquello a lo que se refieren. Como dijo Kenny (1997:136), Frege sigue
manteniendo, tal como hiciera en Los fundamentos de la aritmtica, que en una
ecuacin hay una identidad en juego y no una semejanza o igualdad: que el significante
sea distinto no basta para dar lugar a una diferencia de significado. As, los dos
miembros o expresiones que aparecen a cada lado de una ecuacin verdadera
correspondern a distintas nociones o aspectos, pero no a distintos objetos. Frege (FC,
p. 157), ocupado con los predicados de identidad, manifest que al decir el lucero
vespertino es un planeta cuya revolucin es menor que la de la Tierra se expresa un
pensamiento diferente que cuando decimos el lucero matutino es un planeta cuya
revolucin es menor que la de la Tierra: si no se sabe que el lucero matutino es el
mismo que el vespertino, podra pensarse que un enunciado es verdadero y otro es
falso; sin embargo, la significacin de ambos enunciados es la misma, pues lucero
vespertino y lucero matutino son nombres propios del mismo cuerpo celeste. Por
este motivo, Frege distingui entre sentido (Sinn) y significacin (Bedeutung): de esta
manera, las expresiones nominales se refieren a un objeto o referencia, y expresan un
sentido o modo concreto de presentar el objeto. Como ejemplo, se puede sealar que
24 y 44 comparten significacin porque son nombres propios del mismo nmero,
pero no tienen el mismo sentido porque contienen distintos pensamientos. Adems,
cuando una ecuacin es verdadera, Frege (FC, p. 156) propone considerar el valor de
esa funcin como un valor veritativo de lo verdadero, mas para abreviar prefiere hablar
simplemente de lo verdadero: de ah que 22=4 se refiera a lo verdadero, mientras
que 22=1 se refiere a lo falso. As, (22=4)=(2>1) es una ecuacin correcta, pues
ambos miembros coinciden al referir a lo verdadero; pero como esta igualdad de
referencia no implica necesariamente una igualdad de pensamiento, Frege se ve
obligado a distinguir entre sentido y referencia. En ltimo trmino (FC, p. 168), las
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por los sentidos. A juicio de Frege (P, p. 202) se puede expresar un pensamiento sin
llegar a proponerlo como verdadero, y como esto nos puede pasar desapercibido en una
oracin asertrica, recomienda distinguir entre la captacin del pensamiento (el pensar),
el reconocimiento de la verdad del pensamiento (el juzgar), y la manifestacin de ese
juicio (el aseverar).
Frege (P, p. 208) considera obvia la distincin entre un mundo exterior, formado
por aquellas cosas que son perceptibles por los sentidos, y un mundo interior poblado
de impresiones sensoriales, de sentimientos, de estados de nimo, de inclinaciones,
deseos, etc. Dejando a un lado las decisiones como posibles constituyentes de ese
mundo interno, Frege hablar en general de representaciones. Estas representaciones
no pueden ser percibidas a travs de los sentidos, y se tienen porque pertenecen al
contenido de la conciencia de alguien: de ah que cada representacin tenga un nico
portador. As pues (P, p. 212), si los pensamientos se tomaran como si se tratara de
representaciones, cada cual aceptara como verdadero nica y exclusivamente aquello
que es contenido de su conciencia, por lo que no concernira en modo alguno a los
dems. Al no ser los pensamientos ni representaciones ni tampoco cosas del mundo
exterior, Frege alude a un tercer reino, del cual nos comenta que lo que pertenece a l
coincide con las representaciones en que no puede ser percibido por los sentidos, pero
con las cosas en que no necesita portador a cuyos contenidos de conciencia
pertenezca. En este sentido, P. M. S. Hacker (1994:24) aade que de estos
pensamientos o existencias objetivas e independientes se podra decir que se asemejan a
las sustancias, salvando el carcter espacio-temporal de stas ltimas. Por su parte, D.
E. Bolton (1979:121) seala que la deduccin que Frege hace del tercer reino acepta el
dualismo de mente y materia, lo cual constituy una de las razones por las que ni
Russell ni Wittgenstein lo aceptaron.
Abundando en la naturaleza del pensamiento, Frege (P, p. 220) puntualiza que
no se produce sino que se capta, y si bien existe un portador del pensar, no hay nada
como un portador del pensamiento. De cara a reconocer (P, p. 222) los reinos interior y
exterior es preciso algo de carcter no sensorial. Lo nico (P, p. 223) que puede
expresar un pensamiento es una oracin, que le aadir la determinacin temporal; pues
un pensamiento, cuando es verdadero, lo es atemporalmente. Segn Frege (P, p. 225),
el hombre no tiene en el fondo ningn poder sobre el pensamiento: la actualidad de los
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muestran lo que Wittgenstein llama la lgica del mundo, y eso es para ellas mostrar
las posibilidades que pertenecen a la mente o al yo considerados de modo no
psicolgico. El modo en que la lgica y la matemtica penetran todo pensamiento se
muestra en la notacin: en la misma notacin se ve lo que significa decir que la tarea de
la lgica y la matemtica es la investigacin de la mente.
La actitud antipsicologista de Frege, es decir, el primero de los tres principios
destacados en Los fundamentos de la aritmtica (FA, p. 38), aparece claramente en la
introduccin a Grundgesetze der Arithmetik (Las leyes fundamentales de la aritmtica).
En esta obra, aparecida en 1893, Frege (LFA, p. 234) dice que la lgica predominante
en aquel momento estaba completamente infectada de psicologa, por lo que estaba
incapacitada para advertir la diferencia que l mismo estableca entre la caracterstica
de un concepto y la propiedad de un objeto. Frege (LFA, p. 235) denuncia que su obra
no es adecuadamente valorada por los lgicos debido a la perniciosa injerencia de la
psicologa en la lgica. La palabra ley afirma en un sentido lo que es, mientras que
en otro sentido prescribe lo que debe ser: slo de esta ltima forma se pueden
considerar las leyes lgicas como leyes del pensamiento, pues fijan el modo en que hay
que pensar. Las leyes que afirman lo que es pueden entenderse como prescripciones,
pues hay que pensar de acuerdo con ellas: en este sentido, tambin son leyes del
pensamiento. Pero las leyes lgicas merecen llamarse leyes del pensamiento si con ello
se quiere decir que aqullas son las ms generales, pues prescriben cmo se ha de
pensar. Sin embargo, el trmino ley del pensamiento lleva a pensar errneamente que
estas leyes rigen el pensamiento del mismo modo que las leyes naturales rigen los
sucesos del mundo exterior. As se ve la lgica, como una parte de la psicologa, de
modo que las leyes del pensamiento se contemplan como pautas que indican promedios
de lo que los hombres toman por verdadero, actualmente y en la medida en que se
conoce a los hombres. Pero los promedios varan segn la zona y el tiempo, con lo que
las leyes lgicas son determinantes slo si se someten a mltiples limitaciones. En
ltimo trmino, lo que confunden los lgicos psicologistas es lo que es verdadero y lo
que se toma por tal. La verdad se reduce as (LFA, p. 236) a la aquiescencia de los
individuos, pero Frege no admite que lo verdadero se reduzca en ningn caso a lo que
se toma por tal. Frege entiende por leyes lgicas las leyes del ser verdad y no las
leyes psicolgicas de la aquiescencia. La verdad es comparada con mojones clavados
en un suelo eterno, determinantes para nuestro pensamiento si ste quiere alcanzar la
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I.2.2. Russell
96
Adems, seala (OKEW, p. 54) que la lgica tradicional, antes de ocuparse de las
inferencias, debi haber atendido a esas formas ms simples presupuestas en las
inferencias, pues en realidad se haba considerado que la nica forma de proposicin
simple era la que adjudicaba un predicado a un sujeto. Mucho ms tarde, en 1924, dir
(LA, p. 330) en Logical Atomism (El atomismo lgico) que la influencia del lenguaje
en la filosofa ha sido profunda, aunque no se le ha prestado la debida atencin;
concretamente (LA, p. 331), el lenguaje nos equivocara tanto por su vocabulario como
por su sintaxis, de ah que debiramos atender a ambos aspectos si no queremos que
nuestra lgica nos conduzca a una falsa metafsica.
En 1919, Russell comentara algo de suma importancia en su artculo On
propositions: what they are and how they mean (Sobre las proposiciones: qu son y
cmo significan). En su opinin (OP, p. 286), dos hechos tienen la misma forma
cuando slo difieren en sus constituyentes: en tal caso, cabe pensar que un hecho
resultara de otro por la mera sustitucin de los respectivos constituyentes. De este
modo, se podra representar la forma de un hecho a partir de variables: as, xRy
permite representar la forma del hecho de que Scrates ama a Platn. Aqu se puede
vislumbrar ya claramente un marcado isomorfismo entre hechos y proposiciones, hasta
el punto que los hechos poseen una forma exactamente igual que la de las
proposiciones. Adems, Russell cree que podemos dirigirnos directamente a las formas
de los hechos, con lo que no hara falta reparar en la forma de las proposiciones; pero
partiendo del isomorfismo, si atendemos a una proposicin tambin podremos obtener
un anlisis del hecho correspondiente: como Russell (PLA, p. 197) haba dicho un ao
antes en The Philosophy of Logical Atomism (La filosofa del atomismo lgico),
existe una complejidad objetiva en el mundo que se refleja en la complejidad de las
proposiciones. R. J. Clack (1976:31-32) seala que, cuando Russell comenz a
considerar el estatus de los constituyentes, repar en la necesidad de atender al modo en
que tal estatus afecta a la determinacin de la estructura de la proposicin y del hecho
que afirma o niega. Tal y como manifest el propio Russell (EPF, p. 13) en My
Philosophical Development (La evolucin de mi pensamiento filosfico), su
autobiografa intelectual, lo esencial del lenguaje es que tiene un significado: o dicho de
otra manera, est relacionado con algo distinto a s mismo y, en general, no lingstico.
Como dijo Clack (1976:40), parece existir una entidad que es constituyente del hecho
que afirma la proposicin en cuestin, pero al no ser la expresin genuinamente
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referencial, ningn hecho podra tener como constituyente una entidad que
correspondiera a la expresin. As queda oculta la verdadera forma de la proposicin,
por lo que para conseguir mostrar esa forma verdadera habr que reestablecer el
isomorfismo entre hechos y proposiciones. Con este fin, Russell (PLA, pp. 197-198)
emprende la construccin de un lenguaje lgicamente perfecto (a logically perfect
language), en el cual siempre habr una identidad fundamental de estructura entre un
hecho y el smbolo en cuestin, correspondiendo muy estrechamente la complejidad del
signo a la de los hechos simbolizados por l. En ese lenguaje lgicamente perfecto,
adems, las palabras de la proposicin se corresponderan una a una con los
componentes del hecho correspondiente, a excepcin de palabras que tienen otras
funciones como o, no, si, entonces. Un lenguaje de este tipo sera totalmente
analtico, y mostrara de un vistazo la estructura lgica de los hechos que se afirman o
se niegan.
Cuatro aos antes, en 1914, Russell (OKEW, p. 62) llam proposicin
(proposition) a una forma de palabras que poda ser tanto verdadera como falsa, es
decir, a aquello que puede ser significativamente afirmado o negado. La proposicin
que exprese un hecho, o dicho de otro modo, la proposicin que exprese algo que una
vez afirmado implicar que cierta cosa tiene una cualidad determinada o que algunas
cosas tienen una relacin concreta, se llamar atmica: estas proposiciones son las
ms simples que existen, y forman parte de las proposiciones ms complejas de forma
anloga a como los tomos entran en las molculas. Por su parte, los hechos atmicos
(atomic facts) sern aquellos que determinen si la correspondiente proposicin atmica
ha de ser afirmada o negada, cuestin sta que slo se podr establecer empricamente.
En un principio, Russell presenta la lgica pura y los hechos atmicos como dos polos
que sealan, respectivamente, lo completamente a priori y lo completamente emprico.
Despus, dir (PLA, pp. 198-201) que los hechos ms simples que podamos imaginar
sern aquellos que consistan en la posesin de una caracterstica por alguna cosa
particular; por ejemplo, Esto es blanco atribuye una cualidad a un objeto,
proposiciones como Esto est a la izquierda de eso afirman relaciones didicas, y
proposiciones como A da B a C afirman relaciones tridicas. As pues, los hechos
atmicos contienen, adems de la relacin, los trminos (terms) de la misma, de modo
que deberemos hablar de un trmino si es mondica, de dos si es didica, etc.,
denominndose particulares (particulars) los trminos que aparecen en estos hechos
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familiarizacin slo atae a las descripciones definidas, por lo que Russell centra su
atencin en stas ltimas: segn l (KAKD, p. 29), conoceremos un objeto por
descripcin cuando sepamos que hay uno y slo un objeto que tiene determinada
propiedad, dando siempre por hecho que no lo conocemos por familiarizacin. Cuando
estemos familiarizados con un objeto sabremos que existe, pero aunque no estemos
familiarizados con l tambin podremos saber que existe al estar seguros de que es el
nico objeto con esa propiedad. La conclusin a la que acaba llegando Russell (KAKD,
p. 32) es que toda proposicin que contenga descripciones ser comprendida por
nosotros slo si est totalmente compuesta por constituyentes con los que estemos
familiarizados; por tanto, la gran ventaja del conocimiento por descripcin es que nos
permite conocer cosas que nunca hemos experimentado, lo cual es sumamente
importante si se tiene en cuenta la estrechez de nuestra experiencia inmediata.
Russell fue una de las fuentes, aunque no la principal, de las observaciones
tractarianas relativas al solipsismo. Glock (1999:444), por ejemplo, habla de un
solipsismo del momento presente de carcter semntico, segn el cual slo los datos
sensoriales de los que soy consciente en el momento actual son reales: Glock cree que
Russell evit esta conclusin tras inferir inductivamente que tal vez hay otras mentes.
Por su parte, el joven Wittgenstein fue hostil a esta forma de afrontar el escepticismo,
pero sigui a Russell al contemplar el solipsismo no slo como un problema ontolgico
o epistemolgico, sino tambin como uno semntico. Por otro lado, D. Pears
(1975:275) recuerda que Russell, en su artculo de 1914 On the Nature of
Acquaintance (Sobre la naturaleza de la familiarizacin), manifiesta (ONA, p. 134)
que toda aquella palabra que comprendemos debe tener un significado que cae dentro
de nuestra experiencia, de modo que no podamos apuntar a un objeto y decir Esto
queda fuera de mi experiencia; por tanto, no podremos conocer cosas particulares
fuera de nuestra experiencia en ese momento. En este punto, Pears seala que Russell
vuelve al solipsismo tradicional, sentando las bases para que Wittgenstein mantenga
despus (T, 5.61) que en lgica no podemos decir que en el mundo hay esto pero no
aquello, pues de este modo excluiramos ciertas posibilidades cuando la lgica, como
veremos en su momento, no puede rebasar los lmites del mundo. La principal
diferencia entre ambos pensadores, como apunta el propio Pears (ib:276), es que
Russell formula el solipsismo lingstico slo para rechazarlo despus, mientras que
Wittgenstein lo aceptar con ciertas reservas (cfr. T, 5.62). Russell (ONA, p. 163) cree
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lenguaje lgicamente perfecto ser un lenguaje privado porque en aqul los nombres
propios ordinarios, al ser sustituidos por descripciones definidas, no tendran papel
alguno. Los nicos nombres seran los demostrativos usados para designar los datos
sensoriales privados del hablante. Sin embargo, creo que se debe precisar, como bien
hizo G. Hunnings (1988:213), que Russell no pensaba que nadie tuviera un lenguaje
privado, sino que los objetos designados por nombres lgicamente propios son privados
en tanto en cuanto el marco de referencia del que todo lenguaje descriptivo deriva su
significado es la experiencia lgicamente privada; por tanto, el nfasis se pone en un
objeto privado ms que en un lenguaje privado, siendo el modelo bsico de la
explicacin fenomenalista que Russell da del lenguaje que los ejemplares lgicamente
privados estn conectados con los nombres propios del lenguaje comn a travs de
definiciones ostensivas.
A estas alturas de la exposicin, creo que ya se pueden esbozar algunas de las
lneas bsicas de la llamada Teora de las Descripciones, teora que fue presentada por
Russell en 1905 y que goz en su momento (cfr. T, 4.0031) de la aprobacin de
Wittgenstein, el cual reconoci a Russell el mrito de haber mostrado que la forma
aparente de la proposicin no tiene por qu ser su forma real. Segn el testimonio de N.
Malcolm (1990:71-72), Wittgenstein lleg a considerar la teora de las descripciones
como el producto ms importante de Russell. Sin embargo, y debido a la complejidad
que presenta esta teora, me limitar a ofrecer algunos comentarios muy generales sobre
la misma, pues la finalidad de mi exposicin en este apartado es meramente
introductoria. Pero antes de entrar a considerar dicha teora, me gustara destacar el
marcado carcter analtico de la obra de Russell, pues como l mismo manifest de
forma explcita (LA, p. 341), conceba la filosofa como una labor de anlisis lgico
seguida por la sntesis lgica. J. Ll. Blasco (1973:23-26) precisa que Russell, cuando se
refiere al anlisis lgico, quiere mostrar tanto la estructura formal de los enunciados
como las series de los mismos: Blasco puntualiza que para Russell el anlisis lgico se
resuelve al establecer una equivalencia entre cierta expresin que se quiere analizar y
otra expresin o expresiones que muestran ms claramente la forma lgica del
enunciado objeto de anlisis. As pues, toda expresin o tipo de expresiones tiene slo
una forma lgica que, al ser desvelada por el anlisis lgico, supondr la resolucin de
un problema, mientras que los pseudo-problemas (como el del ser o el de la
existencia) vendrn dados por una errnea interpretacin de las expresiones
104
correspondientes. Por otro lado, Clack (1976:9) recuerda que para Russell el anlisis
lingstico no era una empresa que comenzaba y acababa en el lenguaje, con el nico
propsito de esclarecer y clasificar distintos tipos de formas lingsticas: segn Clack,
Russell no tena dudas de que la importancia que el lenguaje tena para la filosofa se
deba a que, a travs de l, se poda discernir la estructura subyacente de la realidad de
la que habla el lenguaje. Concretamente, la proposicin y el hecho afirmado por sta
deban compartir la misma estructura o forma lgica: es precisamente el
descubrimiento de tales formas lgicas lo que constitua la finalidad del anlisis
lingstico para Russell. De todos modos, no hay que olvidar que, como bien indic A.
Tomasini (1994:19-20), Russell no ofreci en su obra ninguna explicacin o
descripcin de lo que quera decir por anlisis y de cmo lo practicaba, a pesar de que
toda su filosofa se caracteriz por la tendencia constante a ir de lo complejo a lo
simple, por hallar los elementos constitutivos ltimos de aquello que se examina, y por
describir cmo tales elementos se relacionan entre s.
En su artculo Sobre la denotacin, Russell (OD, p. 41) comenz
considerando como frase denotativa (denoting phrase) aquella frase que denota slo en
virtud de su forma: sirvan de ejemplo un hombre, cualquier hombre, todos los
hombres, el actual rey de Francia, o la revolucin del Sol alrededor de la Tierra.
Russell distingue tres casos de frase denotativa: cuando parece estar denotando pero no
denota nada; cuando denota un objeto concreto; y cuando denota de forma ambigua:
tras reconocer que tales frases resultan muy difciles de interpretar, Russell decide
centrarse en ellas. Destaca, por ejemplo, que no percibimos las mentes de los dems
directamente, es decir, no estamos familiarizados con ellas; por tanto, lo que sabemos
sobre esas mentes lo logramos a travs de la denotacin: esto quiere decir que no
estamos necesariamente familiarizados con los objetos denotados por frases compuestas
de palabras con cuyos significados s estamos familiarizados. Russell (OD, p. 43)
presenta su teora de la denotacin diciendo que las frases denotativas no tienen
significado en s mismas, pero s lo tienen aquellas proposiciones en las que aparecen.
Tomasini (1994:48) nos aclara que, adems de este principio, la teora de Russell tiene
una serie de nociones primitivas como son las de variable, funcin proposicional y
cuantificacin; pero segn Tomasini, el principio al que acabo de hacer mencin es slo
una consecuencia de otro principio que Russell no especifica, un principio segn el cual
toda expresin que ya no pueda ser analizada es un genuino nombre y tiene como
105
expresiones como carentes de significado. Clack (1976:91) cree que el anlisis que
Russell hace de las descripciones consta de dos pasos: en primer lugar, presenta
argumentos basados en un detallado examen de cmo funcionan realmente nombres y
descripciones en el lenguaje para mostrar as las diferencias lgicas que se dan entre
ambos, y despus, muestra cmo se pueden reconstruir las proposiciones descriptivas
de modo que su verdadera forma lgica se haga evidente. En este punto, Cerezo
(1998:58) seala que una vez llevado a cabo el anlisis slo quedan proposiciones
existenciales, por lo que la autntica estructura de la proposicin estar formada slo
por universales: por tanto, el autntico sujeto de la proposicin no ser la descripcin
definida, pues la descripcin se disuelve en una conjuncin cuantificada que slo
contiene variables. As, al contener la proposicin una afirmacin de existencia
requerir para su verdad que exista el individuo en cuestin como entidad denotada por
el correspondiente universal, y no como constituyente de la proposicin.
Clack (1976:95) aade que la teora de las descripciones tiene, aparte de la
consabida relevancia lgica, cierta importancia ontolgica. Cuando Russell mostr las
descripciones como smbolos incompletos, mostr con ello que no era necesario
presuponer que tales descripciones designan objetos que deban ser incluidos en nuestro
inventario ontolgico del mundo. Clack cree que el valor de la teora de las
descripciones, en tanto en cuanto influye en cuestiones ontolgicas, es que invalida la
pretensin de incluir objetos denotados en nuestro inventario ontolgico para dar
cuenta de la significatividad de las frases descriptivas: la teora de Russell aclara que
este presupuesto es innecesario y que se deriva de la confusin entre la forma lgica y
la forma gramatical. Clack (ib:99) concluye que el propsito de Russell con esta teora
era proporcionar un anlisis de las frases descriptivas que, a diferencia de los anlisis
ofrecidos en su momento por Frege y Meinong, precisase la funcin que realmente
tienen las descripciones en el lenguaje ordinario. De este modo no pretenda duplicar el
uso ordinario, sino explicitar parte del marco lgico que lo fundamenta. As pues, su
sugerencia de que al emplear la teora de las descripciones se puede mostrar que las
frases descriptivas se pueden eliminar supone, para Russell, una explicacin descriptiva
de su estatus lgico en el lenguaje ordinario. En resumen, Clack (ib:100) piensa que se
puede contemplar la teora de las descripciones como un mtodo de anlisis diseado
para corregir un defecto lgico de la estructura de la gramtica ordinaria. Russell
procede por eliminacin, apoyndose en la definicin contextual, de una expresin que
107
lmites que no coinciden; de hecho, esta autora cree que el realismo de Russell puede
contemplarse como un realismo con dos lmites (a two-limits realism). Cuando leemos
en el Tractatus que el mundo es mi mundo, deberamos preguntarnos si estamos
leyendo ah una crtica de las ideas russellianas sobre cmo el conocimiento por
descripcin nos permite ir ms all de los lmites de nuestra propia experiencia.
Diamond aade (ib:282) que el error del solipsismo es tratar el rechazo de una visin de
dos lmites como si nos dejara confinados dentro del lmite que el realismo russelliano
haba intentado sobrepasar. El solipsismo rechaza la idea russelliana de que podemos ir
ms all del lmite de la experiencia privada, pero mantiene su concepcin de ese
lmite: precisamente nos da uno de esos lmites que Russell ya nos haba ofrecido.
J. Griffin (1965:137-138) apunta que la idea de la sintaxis lgica, lejos de ser
una innovacin de Wittgenstein, vena ya sugerida por la teora russelliana de los tipos
al indicar que la forma gramatical de una frase no tiene por qu ser su forma autntica.
Este autor destac dos rasgos de la sintaxis lgica wittgensteiniana, siendo el primero
de ellos compartido tambin por Russell. De acuerdo con ese primer rasgo, la sintaxis
lgica es la sintaxis de cualquier lenguaje, y no se refiere a la especificacin de las
condiciones que deben ser satisfechas por un lenguaje ideal: con un lenguaje ordinario
es difcil apercibirse de la sintaxis lgica, mientras que con un lenguaje ideal es difcil
no apercibirse de esa sintaxis lgica. En segundo lugar, Wittgenstein (T, 3.33) pensaba
que la sintaxis lgica deba ser establecida sin que el significado de un signo juegue en
ella papel alguno, cosa que no se puede decir de la teora russelliana de los tipos. A
continuacin quiero esbozar muy brevemente esta teora de los tipos, teora criticada
por Wittgenstein (T, 3.331) porque Russell se vio obligado a hablar del significado de
los signos al establecer las reglas sgnicas. El propio Wittgenstein (T, 3.332) resumi
dicha teora diciendo que ninguna proposicin puede enunciar algo sobre s misma,
dado que el signo proposicional (das Satzzeichen) no puede estar contenido en l
mismo: a juicio de M. Black (1971:145), sin embargo, Wittgenstein no slo desvirtu
la teora de Russell y justific pobremente su idea (T, 3.33) de que la referencia a los
significados debe estar ausente de la sintaxis lgica, sino que adems pas por alto la
posibilidad de una versin puramente sintctica de la teora de los tipos.
En The Principles of Mathematics (Los principios de las matemticas), obra
publicada en 1903, Russell (PoM, p. xv) comienza anunciando que su intencin es
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obra que gan a Wittgenstein para la filosofa de la matemtica: con un reto que el
joven estudiante de ingeniera hizo suyo. Tal vez porque lo sinti como una cuestin de
vida o muerte.
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ser nombrados pero no expresados: una proposicin slo podr decir cmo es una cosa,
pero nunca lo que es (T, 3.221). Sin embargo, existen ciertos indicios que parecen
indicar que para Wittgenstein los objetos del Tractatus incluan tambin objetos
fenomenolgicos o de experiencia inmediata; de hecho, algunos aos despus lleg a
reconocer (WCV, pp. 40-41) ante Moritz Schlick que en el pasado haba credo que
aparte del lenguaje corriente exista tambin un lenguaje primario que expresaba lo que
realmente sabemos, es decir, los fenmenos: de ah que ciertos comentaristas como J.
W. Cook (1994:31) creyeran que el mundo del Tractatus es un mundo fenomnico.
Adems, el 6 de mayo de 1915 Wittgenstein escriba en su diario (DF, p. 80) que como
ejemplos de lo simple siempre pensaba en puntos del campo visual, y slo unas
semanas despus (DF, p. 110) se refera a superficies en nuestro campo visual, si bien
teniendo en cuenta que no percibimos separadamente un solo punto de esas superficies.
Tambin podemos leer en el Tractatus (T, 2.0131) cmo Wittgenstein nos recuerda que
una mancha en el campo visual debe tener cierto color, el tono ha de tener una altura, el
objeto del sentido del tacto una dureza, etc., pero en su diario (DF, p. 116) anot que la
dificultad radicaba en haber hablado siempre de objetos simples sin haber podido
aducir nunca ni uno solo: creo que A. Kenny (1995:74) contribuy a aclarar este punto
sealando que lo ofrecido por Wittgenstein no fueron ejemplos sino analogas que
pretendan mostrar que todo objeto (T, 2.013) se encuentra en un espacio de posibles
estados de cosas (in einem Raume mglicher Sachverhalte). Por ltimo, cabe destacar
cierta ancdota relatada por Malcolm (1990:86): cuando ste ltimo le pregunt si en la
poca del Tractatus haba pensado en algn ejemplo de objeto simple, Wittgenstein
respondi que por entonces se consideraba un lgico, lo cual le llev a creer que no era
asunto suyo decidir si esto o aquello era una cosa simple o compleja por tratarse de una
cuestin puramente emprica. Cook (1994:40) nos ayuda a situar este comentario en su
contexto al puntualizar que a comienzos de siglo los psiclogos introspeccionistas
llevaron a cabo mltiples experimentos de laboratorio con el fin de mostrar que se
requeran observadores muy entrenados para discriminar los datos primarios de la
experiencia. El propio Wittgenstein tambin llev a cabo algunos experimentos
relacionados con la percepcin subjetiva del ritmo musical en el laboratorio de
psicologa de Cambridge all por 1912, por lo que cabe suponer que conoca los
trabajos de los psiclogos introspeccionistas: Cook cree que esto dio pie a que
Wittgenstein dejara tales cuestiones de carcter emprico a los psiclogos. Ciertamente,
la controversia suscitada por los objetos tractarianos ha levantado mucha polvareda,
118
todas sus propiedades internas (T, 2.01231), es decir, aquellas que resulta impensable
que su objeto no las posea (T, 4.123). En este punto se aprecia, como apunta D. Pears
(1981:450), que la nocin russelliana de familiarizacin (acquaintance) ha sido
despojada en el Tractatus de la mayor parte de su contenido: la epistemologa cotiza a
la baja y la lgica al alza. Efectivamente (T, 2.022), cualquier mundo que podamos
pensar ha de tener algo en comn con el mundo autntico, y ese algo en comn es la
forma (Form) que vendr constituida por los objetos (T, 2.023). La sustancia, que como
vimos anteriormente estaba formada por objetos (T, 2.021), determinar esa forma (T,
2.0231) y persistir independientemente de lo que sea el caso (T, 2.024). Si hay una
forma fija del mundo es gracias a los objetos (T, 2.026), que Wittgenstein equipara (T,
2.027) con lo fijo (das Feste) y lo persistente (das Bestehende), siendo la configuracin
(die Konfiguration) lo cambiante e inestable (T, 2.0271): precisamente la configuracin
de objetos es lo que forma el estado de cosas (T, 2.0272).
Acerca de los estados de cosas, Wittgenstein (T, 2) sentenci que su darse
efectivo constitua el hecho, es decir, lo que es el caso. Cuando Russell le pregunt a
Wittgenstein qu diferencia haba entre los dos trminos implicados en esta
proposicin, estado de cosas (Sachverhalt) y hecho (Tatsache), Wittgenstein se
decidi a responderle por carta el 18 de agosto de 1919 (RKM, p. 69): all se poda leer
que Sachverhalt es lo que corresponde a una Elementarsatz, si es verdadera, mientras
que Tatsache es lo que corresponde al producto lgico de proposiciones elementales
cuando este producto es verdadero. Esto parece explicar que Russell, en su
introduccin al Tractatus (IT, p. 187) dijera que Sachverhalt es un hecho que no se
compone de otros hechos, siendo un Tatsache un hecho que consta de dos o ms
hechos. Reguera (1980:92n) se inclina por considerar esta carta de Wittgenstein como
un despiste, pues resulta incongruente con el contenido del Tractatus. La traduccin
inglesa consider Sachverhalt y Sachlage como atomic fact, es decir, como un
hecho; sin embargo, y como seal Reguera (ib:93), eso supone perderse el juego ms
bello y esencial al Tractatus: la tensin entre la posibilidad y la existencia. Adems,
estara fuera de lugar repetir que el hecho es la existencia de algo que ya existe como
hecho. En una lnea similar, G. Pitcher (1964:131-132) sostiene que los estados de
cosas deben ser observables, pues para saber si un modelo (Bild) es verdadero o falso
hay que compararlo con la realidad (cfr. T, 2.223); evidentemente, tal comparacin
120
figurativa
(die
abbildende
Beziehung)
recoge
las
coordinaciones
(Zuordnungen) entre los elementos del Bild y los de las cosas (T, 2.1514),
coordinaciones que hacen las veces de tentculos con los que el Bild toca la realidad.
(T, 2.1515): lo que necesita el Bild (T, 2.17) para figurar la realidad es la forma de
figuracin (Form der Abbildung), pero sta no puede ser figurada sino slo ostentada
(T, 2.172). El Bild requiere ser comparado con la realidad para ver si es verdadero o
falso (T, 2.223), pues no existe ningn Bild verdadero a priori (T, 2.225); eso s, lo que
el Bild representa (T, 2.221) es el sentido (Sinn) mismo, es decir, aquello que debe ser
contrastado con la realidad (T, 2.222).
122
es siempre posibilidad; pues si no, sera la nada sin ms: el espacio es posibilidad del
sentido. De hecho, Wittgenstein (T, 2.013) seal que el espacio en que tienen lugar los
posibles estados de cosas, es decir, el espacio lgico, podramos representrnoslo vaco,
pero en ningn caso podremos representarnos la cosa sin el espacio. Por su parte, R. M.
Gale (1976:85) cree que el espacio lgico en ningn caso podra estar totalmente vaco;
una de las razones que ofrece para defender su argumento (ib:96) es que si el espacio
lgico estuviera vaco no podramos estar seguros de que existe fundamento alguno
para la individuacin de los objetos; al no tener los objetos propiedad alguna, no
podramos distinguirlos segn sus propiedades materiales o contingentes. Y tampoco
podramos apelar a las propiedades formales de los objetos, pues es posible que dos
objetos coincidan en todas sus propiedades formales (T, 2.0233).
Stenius (1996:43) utiliz el trmino mundo posible para aclarar que el mundo
autntico, el resultante de los hechos que son el caso, ocupa slo un punto en el espacio
lgico de mundos posibles. As (ib:54), si el espacio lgico tiene un nmero finito de
dimensiones, digamos n, resultarn 2n mundos posibles, entre los cuales slo uno podr
ser el mundo real. O dicho de otra manera: al tener dos dimensiones (verdadero y
falso), si elevamos stas al nmero de estados de cosas el resultado ser el nmero de
lugares lgicos.
Glock (1996:221) seal que as como los objetos materiales tienen una forma
que determina sus posibilidades de movimiento, los objetos tractarianos tienen una
forma lgica que determinar sus posibles combinaciones con otros objetos en un
estado de cosas. Junto al propio Glock (ib:212), H. Putnam (1997:109) ya llam la
atencin sobre la similitud que guarda esta idea con la filosofa aristotlica;
concretamente, Putnam se refiere a la idea de que el conocimiento de algo que est
fuera de la mente (o del lenguaje) depende de lo que se podra llamar la forma del
objeto conocido, una forma que puede existir de manera diferente tanto en la mente (o
el lenguaje) como en el objeto mismo. A pesar de las enormes diferencias que separan a
ambos autores, Putnam (ib:112) recuerda que los dos tratan el problema de la
intencionalidad: mientras que Aristteles considera cmo puede engancharse la
mente al mundo, Wittgenstein atiende a cmo puede engancharse el lenguaje con el
mundo. En ltimo trmino, ambos coincidiran en su intuicin de que la mente y el
124
lenguaje slo podran engancharse con el mundo si aquello con lo que han de
engancharse tiene una forma intrnseca.
Russell (PLA, p. 197) haba destacado que la complejidad objetiva detectada
en el mundo se reflejaba en la complejidad revelada por las proposiciones: en su
opinin (PLA, p. 217) los hechos presentan formas lgicas distintas, por lo que la
lgica se ocupa de las distintas formas lgicas de los hechos que hay en el mundo.
Segn Russell (LA, p. 331), el lenguaje puede equivocarnos tanto a travs de su
vocabulario como de su sintaxis, por lo que es preciso estar en guardia para que el
lenguaje no nos conduzca a una falsa metafsica: Wittgenstein (T, 4.0031) debi
sentirse muy en deuda con Russell, porque en contra de su costumbre reconoci como
mrito de ste haber mostrado que la forma aparente de la proposicin no tiene por qu
coincidir con la forma real. Para Russell (PLA, p. 197; cfr. IT, p. 185) se impona la
necesidad de construir un lenguaje lgicamente perfecto en el que resultara siempre
evidente la forma lgica de los enunciados al corresponder cada palabra de la
proposicin con cada componente del hecho correspondiente (a excepcin, eso s, de
partculas como o, no, si, entonces, que tendrn una funcin distinta).
Wittgenstein, en cambio, crea (T, 4.12) que representar la forma lgica exiga situarse
con la proposicin fuera de la lgica, o lo que es lo mismo, fuera del mundo. Desde que
traspasar los lmites de la lgica sera pensar lo ilgico sin el apoyo que suponen las
proposiciones con sentido (cfr. T, 4), al transgredir los lmites del lenguaje no habra
lugar para un metalenguaje, pues ste debera carecer de las propiedades lgicas del
lenguaje que es su objeto de estudio. De hecho, ni siquiera sabramos qu aspecto
tendra un mundo ilgico (T, 3.031): tal mundo es algo tan escasamente posible como
representar mediante coordenadas geomtricas una figura que contradiga las leyes del
espacio o dar las coordenadas de un punto que no existe (T, 3.032). En ltimo trmino
(T, 5.473), la lgica debe cuidarse de s misma, pues las justificaciones externas estn
de ms: todo esto ya lo dej entrever en 1914 cuando escribi (DF, p. 47) que todo lo
que poda ser dicho se poda decir mediante una proposicin, sin que pudiera decirse
nada de lo necesario para entender todas las proposiciones.
En el contexto tractariano no es precisa capacidad mental alguna, pues tal y
como destac McGuinness (2002:97), la teora pictrica y la versin del lenguaje
asociada a ella bastan para dar cuenta de los fenmenos mentales: desde que la
125
las partes constituyentes del pensamiento y las del hecho representado es algo que
carece de importancia y corresponde a la psicologa. Tal y como seala Malcolm
(1986:66), lo que resulta es una estructura compuesta de elementos mentales (el
pensamiento) y otra formada por esos signos fsicos que son las palabras; y desde que
ambas estructuras comparten el mismo sentido, se tratara de una y la misma
proposicin. As pues, autores como D. Favrholdt (1964a:77), A. Kenny (1990:24), N.
Malcolm (1986:66), R. M. McDonough (1986:145) y S. Mills (1995:229), entre otros,
han defendido que los pensamientos tractarianos son entidades psicolgicas.
Como dice Lpez de Santa Mara (1986:44), la proposicin es el signo
proposicional vivo, con sentido: dado que es gracias al pensamiento como el lenguaje
puede figurar, el pensamiento es el que da vida al signo proposicional; en ltimo
trmino, el pensamiento es lo que da vida a la proposicin, lo cual evita que sta sea
una cosa muerta y trivial (cfr. C Az, p. 32; Z, 143). Ser al articular la proposicin
cuando el pensamiento la distinga del signo proposicional para, en cierto modo,
identificarla consigo mismo (cfr. T, 4). En la misma lnea, Kenny (1990:26) sostiene
que la proposicin es el signo proposicional ms el pensamiento, pues es ste el que le
da a la proposicin su sentido.
A estas alturas de la exposicin, creo que ya se puede vislumbrar con cierta
claridad cmo aparece la proposicin (Satz) en el Tractatus y cul es su papel. Pero
antes de seguir, me gustara volver brevemente a las obras de Frege y Russell para tener
una perspectiva ms amplia de la estrategia seguida por Wittgenstein. Segn las teoras
de Frege y Russell, el sentido de una proposicin estaba indisolublemente unido a su
propia verdad. En el caso de Frege lo que era verdadero o falso eran los pensamientos
ubicados en un tercer reino de corte platnico, mientras que para Russell lo que
resultaba verdadero o falso era la proposicin como entidad. Como es sobradamente
conocido, la crtica de Wittgenstein tanto a Frege como a Russell establece una clara
separacin entre sentido y verdad: segn Wittgenstein, el sentido ser la mera
posibilidad de que la proposicin sea verdadera o falsa. El sentido de una proposicin
antecede a la verdad de la misma, por lo que el sentido de determinada proposicin
consistir en aquello que tiene que ocurrir para que la proposicin resulte ser verdadera
(T, 4.063): para poder decir si p es verdadera o falsa, debe haberse determinado el
sentido de la proposicin aclarando en qu circunstancias se llamar verdadera a p.
129
Desde que la proposicin debe tener ya un sentido (T, 4.064), se podr comprender sin
saber si es verdadera o no (T, 4.021, 4.024); dicho de otro modo (T, 4.022), la
proposicin muestra su sentido o cmo han de comportarse las cosas si es verdadera, y
dice que se comportan as. La contrastacin con el mundo para determinar la verdad
de la proposicin es posterior: podramos decir que el sentido de la proposicin es
totalmente independiente o previo a los hechos. Como apunta Cerezo (1998:202),
Wittgenstein separa el ser el caso y la verdad; concretamente, el ser el caso se halla en
el orden entitativo (el de lo figurado), mientras que la verdad es propia del Bild (de la
expresin) en tanto en cuanto corresponde con lo figurado. Adems, hay que destacar
que la existencia de proposiciones sintticas a priori queda excluida (cfr. T, 2.225)
porque una proposicin no puede contener su sentido: en una proposicin vendr
incluida la forma de su sentido, pero nunca su contenido (T, 3.13).
Por tanto, es obvio que podemos entender una proposicin de la que no sabemos
an si es verdadera o falsa: como dije antes, y vuelvo a repetir, para entenderla bastar
con saber qu debe ser el caso para considerarla verdadera. Mientras que un nombre no
tendr significado a no ser que exista un objeto al que nombre o corresponda (T, 3.203),
una proposicin tendr significado aunque sea falsa, es decir, aunque no le corresponda
hecho alguno. Wittgenstein ya no cree que se puedan construir proposiciones como si
se tratara de nombres que denotan hechos que constituyen su significado. Slo las
proposiciones tienen sentido (Sinn), mientras que los nombres tendrn significado
(Bedeutung) slo si se encuentran en la trama de la proposicin (T, 3.3); que los estados
de cosas puedan ser descritos pero no nombrados le permite decir a Wittgenstein (T,
3.144) que los nombres semejan puntos, en tanto que las proposiciones semejan flechas
por tener sentido. En este punto, Pitcher (1964:53) seala que Wittgenstein parece estar
influido por el hecho de que el trmino Sinn puede significar direccin; as, mientras
que un nombre es esttico, de la proposicin aRb se puede decir que se mueve de a
hacia b. Wittgenstein aade (T, 4.023) que la proposicin debe fijar la realidad en orden
al s o al no, aunque tiempo atrs (DF, p. 168) ya destac que una proposicin tena dos
polos correspondientes al caso de su verdad y al caso de su falsedad, lo cual constitua
el sentido de la proposicin. Por su parte, Cerezo (1998:185-186) puntualiza que la
proposicin ensea por delante el polo verdadero, por lo que muestra una cierta
inclinacin hacia la verdad: esta direccin le permite decir que algo es el caso. O lo que
es lo mismo: al mostrar cmo son las cosas si es verdadera, la proposicin ya est
130
pretendiendo verdad. Ahora bien, tal y como seala Cerezo (ib:185), se trata de un
nico pensamiento con sentido bipolar, pues el mismo contenido puede ser pensado
como positivo o negativo; esta misma autora nos recuerda (ib:187), adems, que la
negacin es externa a la proposicin, coincidiendo a su vez con la afirmacin en que no
es un constituyente de la proposicin sino que simplemente afecta al sentido con que
sta es proyectada. De hecho, Wittgenstein (DF, p. 59) destac que el Bild no poda ser
negado: el Bild puede servir como proposicin cuando se le allega el sentido, pero as
como se puede negar que un Bild est en orden, no se puede negar el Bild mismo.
Obviamente (T, 4.064), ni la afirmacin ni la negacin pueden conferir sentido a la
proposicin, si bien la negacin tiene la particularidad (T, 4.0641) de referirse al lugar
lgico que viene marcado por la proposicin negada.
En este punto, creo que se puede vislumbrar ya con mayor claridad la diferencia
que establece Wittgenstein entre la proposicin y el signo proposicional. ste ltimo es
el signo que permite expresar el pensamiento (T, 3.12), mientras que la proposicin, al
ser la expresin sensoperceptiva del pensamiento (T, 3.1), constituye la relacin
proyectiva del signo proposicional hacia el mundo (T, 3.11). Glock (1996:315-316)
ofrece una analoga que aclara la relacin existente entre el signo proposicional y la
proposicin misma comparndolos con un billete de dlar y un dlar respectivamente:
segn esta analoga, as como el billete no nombra un dlar, presentar un billete s
supone presentar un dlar. Mas como apunta L. Goldstein (2002:426), estas ideas
guardan una gran semejanza con las formuladas previamente por Bernhard Bolzano.
Efectivamente, Bolzano distingui en su Wissenschaftslehre entre proposiciones
expresadas en palabras (es decir, cualquier acto de habla en el que se afirme algo ya sea
verdadero o falso) y proposiciones mentales (o lo que es lo mismo, proposiciones
meramente pensadas en las que se representa algo pero no se afirma nada). Como dice
Goldstein, Bolzano denomin signo proposicional (Satzzeichen) a las proposiciones
habladas o escritas y pensamiento (Gedanke) a las proposiciones mentales; adems,
llam proposicin en s (Satz an sich) a cualquier afirmacin que sostenga que algo
es o no el caso, independientemente de si se ha pensado o puesto en palabras alguna
vez: en cambio, para Wittgenstein (T, 3.1-3.12, 3.32) una proposicin (Satz) es un
smbolo que tiene un aspecto perceptible, por lo que en esta concepcin no se vislumbra
rastro alguno del elemento platnico que se adivina en las ideas de Bolzano. Tal y
como atestiguan G. Hallett (1977:761) y G. H. von Wright (1982:145) no hay
131
134
135
I.3.2. Solipsismo
136
paso, parece ser inmortal dada su persistencia. En su intento de explicar por qu los
filsofos de tantas generaciones se han sentido impulsados a repeler un ataque que en
realidad nunca se ha llevado a cabo, Dingle piensa que todos estos filsofos
vislumbraron una dificultad que an no haba sido resuelta dentro de sus respectivos
sistemas de pensamiento. Todos ellos estn seguros de sus fundamentos bsicos, pero
sienten que no podran justificar tales fundamentos si stos fueran directamente
atacados: de este modo, lo que haya que entender por solipsismo depender del
sistema filosfico amenazado. Ante semejante amenaza, la tendencia habitual ha
consistido o bien en rechazar el solipsismo por resultar incompatible con el sentido
comn, o bien reconocer que, aunque no se pueda rechazar, nadie en su sano juicio
podra admitirlo. A pesar de todo, hay que tener presente que las semillas del
solipsismo se hallan esparcidas en sistemas tan eminentes e influyentes como los de
Descartes, Locke, Berkeley, Hume y, en general, en el pensamiento de todos aquellos
filsofos segn los cuales la creencia en la existencia de otras mentes debe partir del
razonamiento por analoga a partir del propio caso.
En 1933, L. S. Stebbing, en su Henriette Hertz Lecture ante la British Academy,
neg la posibilidad del solipsismo por su incompatibilidad con proposiciones que todos
sabemos que son ciertas, es decir, con proposiciones que forman parte de la visin de
sentido comn del mundo. R. B. Braithwaite (1933-4:13) coincidi con Stebbing al
considerar falsa toda teora filosfica que sea incompatible con el sentido comn; sin
embargo, discrep con esta autora al manifestar que no todas las teoras solipsistas son
de este tipo: Braithwaite dijo que cuando una variante del solipsismo no propone
proposiciones incompatibles con el sentido comn sino que ofrece anlisis de tales
proposiciones, no podr ser rechazada. Como ejemplo de este tipo de solipsismo,
Braithwaite (ib:14) cit el defendido por Wittgenstein, el cual no niega que t tengas
dolor de muelas: lo que niega es que el anlisis de esa proposicin sea esencialmente
similar al de la proposicin segn la cual yo tengo dolor de muelas. De acuerdo con
Braithwaite, si el solipsismo se limita a analizar proposiciones de sentido comn sin
afirmar otra proposicin al mismo nivel que aquellas, no ser incompatible con las
mismas, por lo que no carecer de sentido comn. M. Cornforth (1934:22) critic a
Braithwaite por creer que existen proposiciones que son dadas como tales
proposiciones verdaderas sin que medie proceso de conocimiento alguno;
concretamente, Cornforth alega que Braithwaite se limita a situar el anlisis en un nivel
139
142
mundo determinadas por los objetos, la lgica no puede rebasar los lmites del mundo
porque coinciden con sus propios lmites.
Si nos atenemos al prrafo anterior, la lgica no slo coincide con el mundo,
sino que tambin coincide con el lenguaje: dicho de otro modo, la lgica no puede
prolongarse de ninguna manera ms all del mundo o el lenguaje, pues ambos
constituyen su dominio o mbito de aplicacin. En el caso de la lgica ni siquiera hay
lugar para considerar qu hay ms all de su propio dominio: como ya qued claro, lo
que no se puede pensar no puede ser ni dicho ni pensado (T, 5.61). Teniendo esto en
cuenta, lo que ms llama la atencin al leer que los lmites de mi lenguaje significan
los lmites de mi mundo (T, 5.6) es la aparicin del posesivo mi. Wittgenstein (T,
5.62) destac que esa proposicin resulta clave para aclarar en qu medida el
solipsismo es una verdad, y para resolver dicha cuestin aade lo siguiente: que el
mundo es mi mundo se muestra en que los lmites del lenguaje (del lenguaje que slo
yo entiendo) significan los lmites de mi mundo. Hace aos se suscit una cierta
polmica respecto a la expresin contenida en el parntesis: del lenguaje que slo yo
entiendo (der Sprache, die allein ich verstehe). En un principio, autores como G. E.
M. Anscombe, J. O. Urmson, G. C. M. Colombo y el propio E. Tierno Galvn,
siguiendo la traduccin vertida del alemn al ingls por C. K. Ogden y F. P. Ramsey en
1922, tradujeron el trmino allein como si se refiriera a ich y no a Sprache, de lo que
result la expresin el lenguaje que slo yo entiendo (the language which only I
understand). Tal y como seala Garca Surez (1976:41-42), esta interpretacin dej
va libre para contemplar el lenguaje del Tractatus como un lenguaje privado, y a su
autor, como un solipsista al uso: esto quiere decir que, al tratarse de un lenguaje privado
entendido slo por m, no habra lugar ms que para un mundo privado en el que no
cabe otra cosa que no sea yo mismo y mis propias experiencias. Al fin y al cabo, R.
Rhees (1998:57) ya puso de manifiesto que el solipsismo cobra importancia cuando
tratamos de saber si podemos conocer lo que decimos. As como al consultar un mapa
podemos contrastarlo con cierta rea geogrfica para ver si est correctamente trazado,
no podemos contrastar el lenguaje con nada exterior a l para comprobar su conexin
con la realidad; si esto ltimo fuera necesario, nunca podramos saber si realmente
estamos diciendo algo: en realidad, no se puede contrastar de ningn modo si el mtodo
del anlisis lgico es o no el correcto. Volviendo al parntesis de la seccin 5.62, J.
Hintikka (1958:88) declar que en todos los diccionarios que haba consultado la
143
144
lmites del mundo desde dentro para acabar cayendo en el error de decir que slo ciertas
cosas existen, lo cual slo puede ser mostrado.
Otras interpretaciones, como las de Hintikka y Stenius, presentan la posicin de
Wittgenstein en la lnea del idealismo trascendental kantiano. J Hintikka (1958:88-91)
destaca que el solipsismo, tal y como lo entenda Wittgenstein, difiere de la
interpretacin que del mismo han hecho tradicionalmente los filsofos. Hintikka
puntualiza que, al identificar los lmites del lenguaje de alguien con los lmites del yo
de esa persona, Wittgenstein no est pensando en el sujeto emprico (porque entonces
estara haciendo psicologa emprica), sino en el sujeto metafsico o en lo que se puede
decir que es necesariamente mo. Ahora bien, la nica necesidad en el mundo
reconocida por Wittgenstein es la vaca necesidad de la lgica, por lo que el sujeto
metafsico slo se puede concebir identificando sus lmites con los del lenguaje; por
tanto, ya nada podr decirse de ese sujeto. As, si bien se suele considerar que la
pretensin del solipsismo es la imposibilidad de llegar ms all de los propios lmites,
el solipsismo de Wittgenstein se caracteriza precisamente por lo contrario, es decir, por
aceptar que todos mis lmites ordinarios son totalmente contingentes, de ah que sean de
todo punto irrelevantes para lo que est ms alto. Stenius (1996:220-222) coincide
con Hintikka al sealar que Wittgenstein no quiere decir por solipsismo lo que
usualmente se entiende al referirse a ese trmino; Stenius est de acuerdo con Hintikka
en que Wittgenstein debera haber hablado de idealismo y no de solipsismo, pues
lo que Wittgenstein entenda por este trmino era exactamente su versin lingstica del
idealismo kantiano. Ms concretamente, Stenius cree que Wittgenstein debera haber
hablado en trminos de lingismo crtico, lingismo trascendental, o incluso de
idealismo lingstico. Desde el punto de vista kantiano la forma de la experiencia se
puede considerar subjetiva, pero slo en un sentido metafsico o trascendental porque el
sujeto tal como lo concebimos habitualmente no es este sujeto metafsico o
trascendental, sino un objeto en el mundo de la experiencia que tendr la forma ya
prescrita por la mente del sujeto metafsico. Stenius cree que en el caso de Wittgenstein
la forma de la experiencia tambin es subjetiva en el sentido trascendental, pues el
sujeto metafsico que usa y entiende el lenguaje debe ser distinguido del yo emprico
que es parte del mundo descrito a travs del lenguaje. Como el sujeto metafsico no
pertenece al mundo sino que es un lmite del mismo, el mundo es mi mundo porque
mi se refiere al sujeto metafsico que no existe por ser trascendental (cfr. T, 5.631):
145
por consiguiente, lo que el solipsismo pretende decir es correcto, pero slo puede ser
mostrado.
Frente a las interpretaciones de Hintikka y Stenius, que presentaban a un
Wittgenstein incapaz de distinguir entre idealismo y solipsismo, Favrholdt (1964a:155156) se refiere a un pasaje concreto de los diarios de Wittgenstein (DF, p. 144) para
mostrar que ste fue capaz de llevar a cabo dicha distincin. Efectivamente,
Wittgenstein seala que mientras el idealismo separa al hombre del mundo en cuanto
nico, el solipsismo me separa a m solo. Favrholdt aade que desde un punto de vista
gnoseolgico, al no conocer otra cosa que mis propias experiencias y al no poder hablar
de las experiencias de los dems ms que hipotticamente, nunca podr probar que
existen otras experiencias aparte de las mas, pues toda evidencia que encuentre no ser
otra cosa que experiencias o sensaciones mas. Este es el solipsismo gnoseolgico en
que Berkeley se detuvo, solipsismo que tiene un aspecto lingstico adems del
puramente gnoseolgico. El motivo es que si acepto el solipsismo gnoseolgico debo
aceptar tambin que todas las palabras del lenguaje son nombres de mis sensaciones, de
modo que no podr afirmar que las palabras proferidas por otros nombran sus
sensaciones; de hecho, cuando otra persona diga algo, tanto esa persona como lo que
dice no sern ms que fenmenos para mi experiencia. Por tanto, si soy capaz de
experimentar un significado cuando los dems hablen, se deber a que correlaciono
esas palabras con algunas de mis sensaciones, por lo que dichas palabras entrarn a
formar parte de mi lenguaje privado: de ah que si acepto el solipsismo gnoseolgico
deba aceptar tambin el solipsismo lingstico. Favrholdt llega a la conclusin de que el
nico lenguaje que se puede encontrar ser mi lenguaje (cfr. T, 5.62), por lo que el
solipsismo gnoseolgico entra en contacto con la otra va que conduca al solipsismo: la
presentada en el propio Tractatus (T, 5.6-5.62).
Por ltimo, hay una serie de autores, entre los cuales se encuentran Hacker y
Garca Surez, que son partidarios de una interpretacin trascendental del solipsismo de
Wittgenstein. As, P. M. S. Hacker (1997b:99-100) opina que en el caso de
Wittgenstein se podra hablar de un solipsismo trascendental, pues esto implica
aceptar la idealidad trascendental del tiempo (y tal vez del espacio), una peculiar
interpretacin de la doctrina kantiana sobre la unidad de la apercepcin (junto a la
aceptacin de la cuasi-reificacin schopenhaueriana de la unidad de la conciencia) y
146
otras teoras afines y no por ello menos oscuras sobre la tica, la voluntad, la esttica y
la religin. La originalidad de Wittgenstein, segn Hacker, consiste en mantener que la
doctrina solipsista es inexpresable por ser una verdad necesaria. Garca Surez
(1972a:121-129; 1976:42-51), mientras tanto, advierte que no est de acuerdo ni con
Hintikka ni con Stenius cuando mantienen que lo que Wittgenstein denomina
solipsismo es en realidad un idealismo. Garca Surez propone entender el parntesis
de la seccin 5.62, al que antes hice mencin, en el contexto de la doctrina del mostrar.
Wittgenstein seal que los objetos slo pueden ser nombrados a travs de los signos,
pero no se puede hablar de ellos (DF, p. 90; T, 3.221); adems, lo que no podemos
pensar no puede ser dicho ni pensado (T, 5.61). Si al afrontar la idea que el solipsista
defiende, que el mundo es mi mundo, se tiene en cuenta que segn Wittgenstein (DF, p.
136) el yo no es un objeto, nos encontramos con que la verdad del solipsista no puede
ser dicha: al no ser un objeto, el yo no puede ser el referente de un nombre. Ahora bien,
lo que el solipsista no puede decir se muestra en que los lmites del lenguaje significan
los lmites de mi mundo (cfr. T, 5.62): Wittgenstein precisa que este lenguaje es el
nico que yo entiendo, lo cual se explica, segn Garca Surez, porque si nos atenemos
a la doctrina del mostrar no puede haber un metalenguaje para hablar sobre el lenguaje
(cfr. T, 4.121). Garca Surez aade que si su interpretacin fuera correcta, invalidara
automticamente la posibilidad manejada por R. J. Bernstein (1966:231-247) de
referirse a tres lenguajes dentro del contexto del Tractatus, a menos que sea para
acabar reconociendo esa expresin como un sinsentido elucidatorio. En cuanto a la
interpretacin de Favrholdt, Garca Surez se muestra de acuerdo en un punto y en
desacuerdo respecto a otro. Coincide al reconocer que Wittgenstein distingui con toda
claridad entre solipsismo e idealismo, pero discrepa al considerar la opinin de
Favrholdt segn la cual el lenguaje del Tractatus es un lenguaje privado, lo cual
acarreara que los objetos tractarianos tambin fueran privados. Para hacer frente a la
postura de Favrholdt, Garca Surez se atiene a la interpretacin de H. Ishiguro
(1969:21), segn la cual la nocin tractariana de objeto viene a corresponder a la de una
instanciacin de una propiedad irreductible. En ltimo trmino, Garca Surez concluye
que el solipsismo del Tractatus es de carcter lingstico, y se podra considerar como
crtico o trascendental en tanto que el sujeto metafsico del que trataba de hablar el
solipsista no era un objeto del mundo, sino una presuposicin del mismo; por
consiguiente, el sujeto metafsico estara ms cerca de la unidad trascendental de la
apercepcin kantiana que del haz de impresiones humeano. J. V. Arregui (1984:84),
147
adems, cree que Garca Surez est sumamente acertado al fundar el solipsismo en la
proyeccin; pues ya que el signo proposicional debe ser pensado para convertirse en
proposicin con sentido, el sentido de la proposicin depender de mi pensamiento, de
ah que el lenguaje sea mi lenguaje y que los lmites de mi lenguaje sean los lmites de
mi mundo.
Por lo que a m respecta, he de decir que suscribo la opinin expresada por
Lpez de Santa Mara (1986:64-66): segn esta autora, cuando el solipsista clsico
niega la existencia de algo que no sea l o sus propios contenidos de conciencia ya est
admitiendo implcitamente la posibilidad de su existencia. De este modo, se admite la
posibilidad de un punto de contraste ajeno al yo que dota a la verdad solipsista (que el
mundo es mi mundo), y a la misma imposibilidad de constituir el yo, de un carcter
contingente. Wittgenstein no tiene el problema de negar eso que el solipsista admite
como externo al yo, pues para Wittgenstein el solipsismo es una verdad necesaria: en el
Tractatus se niega la posibilidad de que exista algo externo al yo, por lo que no hay
nada que negar. Wittgenstein no excluye, sino que se limita a incluir; es decir, no se
reduce el mundo al yo sino que se ampla el dominio del yo a todo el mundo: en
palabras de Lpez de Santa Mara, hay una absolutizacin del sujeto metafsico ms
que una subjetivacin del mundo. As pues, el solipsismo es inexpresable porque no
hay posibilidad, como dira Maslow (1961:148), de adoptar punto de vista anglico
alguno desde el cual contemplar la realidad. En ltimo trmino, la pretensin del
solipsista sera una contradictio in terminis, ya que si la verdad solipsista pudiera
decirse conllevara la existencia de una realidad externa al yo, y con ello, la no verdad
de lo expresado.
Como se puede apreciar, la aparicin en escena del yo, pese a ser una aparicin
sumamente breve, acarre mltiples problemas. Ya en su momento, J. Hartnack
(1972:132) puso de manifiesto que la misma necesidad de usar la palabra yo es una
fuente de problemas; obviamente, no podramos hablar en trminos de conciencia a
menos que nos refiramos a la conciencia de una persona en particular, por lo que
siempre pensamos que debe haber una persona a la que se refieran expresiones como
yo pienso que p, yo percibo que p, yo siento que p, etc. Al tratar ciertas formas
proposicionales de la psicologa como A cree que p es el caso, A piensa p, A dice
p, etc. (T, 5.541), Wittgenstein seala que todas ellas son de la forma `p dice p,
148
149
hay sino casualidad (T, 6.3). A. R. Tirado (1987:96-97), por su parte, contempl estos
pasajes como una refutacin de los postulados russellianos que consideraban al yo
como un objeto susceptible de familiarizacin o conocimiento directo: si hubiese algo
en mi campo visual que me permitiera inferir que es visto por un ojo, cabe suponer que
dicha relacin podra cesar en algn momento, pero la forma del campo visual impide
esa posibilidad (cfr. T, 5.6331). Esto quiere decir, segn Tirado, que la correlacin de
los yoes con sus respectivos campos de objetos no podra llevarse a cabo
empricamente, cuando es precisamente esta misma correlacin emprica lo que exiga
la teora de Russell. En relacin con este punto, D. Jacquette (1998:103) indic que si el
yo fuera una parte del mundo habra tambin algunas verdades necesarias acerca del
mundo: a modo de ejemplo, Jacquette seal que cada vez que admitiramos la
ocurrencia de un pensamiento tendramos que admitir el conocimiento a priori de la
existencia del yo, como es el caso del Cogito, ergo sum cartesiano.
Segn la tradicin filosfica imperante en la Viena que vio nacer a
Wittgenstein, cuenta Favrholdt (1964a:158, 162), el microcosmos vendra a ser el
reflejo que del mundo global o macrocosmos tiene lugar en la mente del individuo;
por as decir, sera eso con lo que el yo es confrontado (cfr. DF, p. 136). Apoyndose en
esta observacin, B. A. Worthington (1988:47) seala que al no poder distinguir el
microcosmos del macrocosmos no podemos negar la existencia de ste ltimo, por lo
que el escepticismo resulta imposible; y adems, as como somos incapaces de concebir
el microcosmos distinguindolo del macrocosmos, tambin somos incapaces de
concebir un microcosmos cuando nos referimos a otra persona. De ah que Wittgenstein
(T, 5.63) proclame que Yo soy mi mundo. (El microcosmos). Por otro lado,
Wittgenstein (T, 5.621) equipar el mundo a la vida, de modo que por sta haba que
entender no la vida fisiolgica o la psicolgica (DF, p. 132) sino la experiencia
completa del momento presente, tal y como seal Garca-Carpintero (1996:358).
Teniendo en cuenta que para Wittgenstein (T, 5.63) yo soy mi mundo, Prades y
Sanflix (1992:107) vislumbraron aqu una estrategia para dotar de identidad al sujeto
similar a la seguida para ubicar al ojo que ve: la idea es basarse en la posicin relativa
que ocupa el ojo respecto a los objetos del campo visual, pero esta estrategia fracasa
porque el espacio o campo visual podra estar ocupado por los objetos ms diversos, o
incluso por los mismos objetos relacionados de las ms variadas formas, por lo que ese
lugar ocupado por mi ojo sera cualquiera. O si se quiere, ninguno. Asimismo, no
152
habra lugar para identificar mi yo con su vida porque podran variar todas las
circunstancias vitales sin que la identidad del yo se viera afectada en modo alguno.
Desde otro punto de vista, E. Schlossberger (1978:148-150) matiza que la
intencionalidad no recae en el que usa el lenguaje, sino que es inherente al propio
lenguaje. Sin embargo, el sujeto metafsico no es slo la intencionalidad misma del
lenguaje, sino que adems es la intencionalidad responsable de que el mundo sea
inteligible: tal sujeto metafsico es tambin la coherencia y la estructura, el orden y la
diferenciacin que caracterizan a un mundo inteligible. Del mismo modo que no se
puede ver el ojo que origina el campo visual, tampoco se puede describir el sujeto
generador del lenguaje: pues as como la relacin entre el ojo y el campo visual no es
visual, la relacin entre el sujeto y el lenguaje no es una relacin lingstica. En ltimo
trmino, la intencionalidad que concierne tanto al lenguaje como al mundo resulta ser la
misma: el sujeto metafsico que hace las veces de un alma colectiva que permite a
Wittgenstein rechazar la concepcin tradicional de yoes individuales y privados. Lpez
de Santa Mara (1986:76n) critic esta identificacin que hace Schlossberger entre el
sujeto metafsico y la intencionalidad del lenguaje por dos razones fundamentales: por
un lado, obliga a una concepcin impersonal del sujeto metafsico, y por otro lado, no
deja lugar alguno a la tica, la dimensin esencial del sujeto metafsico. Mientras tanto,
D. Nesher (1979:92) habla de un solipsismo universal en el que el sujeto metafsico
aparece como el conjunto de presuposiciones concernientes a todas las mentes
individuales, lo cual permiti a Wittgenstein evitar el solipsismo individual en su
explicacin del lenguaje y la ciencia.
Segn Prades y Sanflix (1992:108) el sujeto metafsico carece de todo
contenido y criterio de identidad: como el sujeto metafsico no forma parte del mundo
por ser slo un lmite del mismo, la realidad queda coordinada con el yo del solipsismo,
el cual se contrae hasta convertirse en un punto sin extensin. Adems, cuando se lleva
a sus ltimas consecuencias, el solipsismo acaba coincidiendo con el puro realismo (T,
5.64), si bien R. L. Burr (1979:83) cree que sera ms apropiado hablar de puro
misticismo. Prades y Sanflix aaden que, debido a la insustancialidad de ese yo al
que se refera el mi, el mundo y mi mundo resultan ser lo mismo. En este sentido, G.
P. Conroy (1985:190) recuerda que quienes hablan del yo como una sustancia, caso de
Berkeley, habran dicho lo que en trminos wittgensteinianos no puede ser dicho. D.
153
voluntad desde dos puntos de vista distintos: como fenmeno y como soporte de lo
tico. La voluntad como fenmeno slo interesa a la psicologa, pues un fenmeno es
algo que sucede u ocurre y no algo que hagamos nosotros. Como soporte de lo tico
resulta inefable, pues es del sujeto volitivo y no del mundo de la representacin de
quien se predica lo bueno y lo malo (DF, p. 135): naturalmente, al no encontrarse el
sujeto volitivo dentro del mundo, la tica ser tambin inexpresable, trascendental (T,
6.421). Por voluntad, Wittgenstein (DF, p. 131) entiende ante todo el portador de lo
bueno y lo malo, pues aunque un sujeto est fsicamente imposibilitado para ejercer su
voluntad, puede comunicar a otro sus pensamientos: de esta manera tambin podra
hacer tanto lo bueno como lo malo, si bien a travs de otra persona. As queda de
manifiesto que la tica tendra validez incluso para un sujeto fsicamente
imposibilitado, por lo que desde el punto de vista tico sera portador de una voluntad.
En ltima instancia, ser la existencia de la voluntad la que d lugar al sujeto volitivo
portador de la tica (DF, p. 136). Una voluntad tica que al no hallarse en el mundo se
enfrentar a ste como un todo, por lo que la voluntad buena o mala no cambiar el
mundo sino sus lmites. Esto en modo alguno resta importancia a la voluntad tica,
antes al contrario: de lo que aqu se trata es del crecimiento o decrecimiento del mundo
en su totalidad, del mundo del feliz frente al mundo del infeliz (T, 6.43).
155
156
que est en lo cierto R. J. Cavalier (1980:154) cuando seala que el mundo surge en el
Tractatus del mismo modo que la voluntad schopenhaueriana se revela en los libros II y
IV de El mundo como voluntad y representacin: vasta e indiferente, ms all del bien
y del mal. El propio Wittgenstein (T, 6.41) se encarg de aclarar que en el mundo no
hay valor (Wert) alguno, pues en el mundo, en el mbito de todo suceder y ser-as, no
hay nada que no sea casual y accidental; adems, si hubiera algn valor en el mundo,
carecera necesariamente de valor, pues ste reside slo fuera del mundo. M. Cacciari
(1989:27-28) se apoya en este punto para aadir que, si nos limitamos a la casualidad
del acaecer, resulta inconcebible conducir al hombre hacia el bien; de hecho, Cacciari
recuerda que Wittgenstein (CV, 21) escribi en 1929 que a los hombres no se les puede
guiar hacia lo bueno, pues lo bueno est ms all del espacio fctico: a los hombres slo
puede guirseles a algn lugar, es decir, slo se les puede orientar dentro del espacio
fctico. Segn Cacciari, si el acaecer pudiera tender hacia el bien siguiendo una va
oblicua y oscura, ya no sera acaecer sino valor: la afirmacin de un valor requerira
que aquella va se desvelara dando lugar a una de esas pistas orientadoras con luces
reflectantes en las cunetas de las que habl J. M. Ayuso (1990:154), pero mientras esa
va permanezca indecible, las proposiciones permanecern a su vez en la ms perfecta
equivalencia.
Ciertamente, resulta muy difcil llegar a apreciar en su justa medida el carcter
disolvente de toda ideologa en cuanto tal ideologa que, segn Reguera (1980:37;
1992:78; 1994a:50), conlleva esta radical disociacin entre hechos y valores. El propio
Reguera llam repetidamente la atencin (1981b:286; 1994a:113) sobre lo terrible que
resulta aceptar que todo vale lo mismo, por lo que todo da igual: la inexorabilidad
lgica lleva a colgar la tica, segn este autor, de instancias supremas ltimas, trgicas,
indominables, arracionales y msticas como la muerte, el infinito, la pureza de la accin
por la accin, del pensar por el pensar, la trascendencia, etc. Dicho de otro modo, el
mundo ya no se apoya en vas bien sealizadas que lleven al bien: lo lgico se basa en
lo mstico, lo racional en el absurdo, el lenguaje en el silencio... El cuadro que se
desprende a partir de la proposicin 6.4, segn C. H. Waddington (1960:43), se puede
considerar
como
descendiente
directo
del
movimiento
romntico,
un
cree que si existiera alguna proposicin tica, sta debera consistir en la afirmacin de
una proposicin (formada exclusivamente por proposiciones elementales) sobre el
interior del mundo (por decirlo de algn modo) adems de una afirmacin que
constatara que la verdad de esta afirmacin es una cosa buena o mala. Esto supondra
formar una proposicin a partir de proposiciones elementales usando para ello
operaciones distintas de la negacin, lo cual no es permitido por la forma general de la
proposicin. Por tanto, McGuinness concluye que dar algo por bueno no consiste en
afirmar algo sobre un estado de cosas, sino en tener un sentimiento particular sobre
determinado estado de cosas.
Como seala M. Black (1971:370), Wittgenstein no poda mostrar que el valor
reside fuera del mundo: lo ms que poda hacer era mostrar que no existe valor alguno
en el mundo. Ahora bien, cuando Wittgenstein habla en el Tractatus de valor, hay
que tener presente que no se refiere a lo que ms tarde (Oc F, p. 59), en su famosa
Conferencia de tica pronunciada en Cambridge el 17 de noviembre de 1929,
denomin juicios de valor relativos, sino a los juicios de valor absolutos. As, si
alguien dijera que juega mal al tenis porque no quiere jugar mejor, estara haciendo un
juicio de valor relativo, pues se trata de un simple enunciado de hechos que puede ser
expresado de tal modo que pierda toda la apariencia de un juicio de valor. En cambio, si
alguien se comportara espantosamente mal y alegara que no quiere comportarse mejor,
otra persona podra replicar: Pues tendra usted que querer comportarse mejor. En
este caso, se tratara de un juicio de valor absoluto que, como tal, nunca podra
reducirse a un enunciado de hechos, pues no puede haber proposiciones de tica (T,
6.42). Mientras que los juicios de valor relativo son slo medios para un propsito
predeterminado, los juicios de valor absoluto estn sometidos al poder coercitivo de un
juez absoluto (Oc F, p. 61). Por este motivo, Wittgenstein (T, 6.422) seala que
cuando aparece una ley tica de la forma t debes..., es decir, de carcter absoluto, la
reaccin natural es replicar y qu, si no lo hago?; en ltimo trmino, preguntar por
las consecuencias de una accin ser irrelevante, pues tanto el premio como el castigo
ticos residirn en la accin misma. Dicho esto, hay que convenir con J. Hierro
(1966:261) en que, desde un punto de vista ajeno a la obra de Wittgenstein, ste llev a
cabo una injustificada restriccin de toda tica posible a la tica que versa sobre el bien
absoluto.
159
161
I.3.4. Lo mstico
162
(VER, p. 286) precisa que son experiencias transitorias e indescriptibles durante las
cuales, a pesar de que la voluntad del sujeto parece estar sometida, los msticos dicen
haber alcanzado estados de penetracin en la verdad insondables para el intelecto
discursivo.
Si Wittgenstein acaba haciendo referencia a lo mstico y no se conforma con
concluir el Tractatus algunas pginas ms atrs, por ejemplo al presentar la forma
general de la proposicin, es porque se da cuenta de que si bien sus pensamientos son
verdaderos, la resolucin de los problemas abordados en esta obra apenas tiene
relevancia alguna (cfr. T, p. 13). As como Tolstoi (cfr. VER, p. 124) manifest que la
respuesta al problema de cmo vivir, respuesta sin la cual era imposible sobrevivir,
no poda ser hallada en las ciencias, Wittgenstein (DF, p. 89) crea que el impulso hacia
lo mstico, esa tendencia que segn suger anteriormente poda antojarse gratuita o
incluso caprichosa dentro del contexto tractariano, se derivaba precisamente de la
incapacidad mostrada por la ciencia para satisfacer nuestros deseos; a su parecer (T,
6.52), aunque se pudieran resolver todas las cuestiones cientficas posibles, nuestros
problemas vitales (unsere Lebensprobleme) no se habran rozado ni lo ms mnimo.
Por supuesto, aadi Wittgenstein, la respuesta radica en que ya no queda pregunta
alguna por hacer. Tan paradjica conclusin llev a J. Muoz (1972:13) a manifestar
que el hueco abierto por la imposibilidad de hacer ms preguntas supondra, ante todo,
abrir una puerta falsa al irracionalismo tico ms consumado; sin embargo, J. Sdaba
(1990:52) duda que en el Tractatus la racionalidad quede agotada en la ciencia: segn
Sdaba, Wittgenstein est anteponiendo lo tico-religioso no a la racionalidad a secas,
sino a la racionalidad cientfica. Creo que para entender mejor la actitud de
Wittgenstein hay que tener presente figuras como la de Russell, el cual recomendaba
(ML, pp. 75-76) la aplicacin del mtodo cientfico en el mbito filosfico dejando a un
lado toda posible influencia de la tica y la religin; pero adems, y a pesar de que
segn Morrison (1968:66n) Mystich se derive del nombre Mysterium, debe recordarse
que, as como lo decible se puede decir claramente (T, 4.116), tambin lo mostrable
puede ser mostrado con toda claridad: no hay lugar para difusas zonas intermedias,
pues ni tan siquiera la solucin del problema de la vida es captada, o mejor dicho vista,
con interferencias o irregularidades de ningn tipo. Es obvio que Wittgenstein (T,
6.521) reconoce implcitamente que existe un sentido de la vida (Sinn des Lebens) al
afirmar que ciertas personas lograron verlo con claridad; pero adems, se trata de algo
163
que slo puede ser visto porque resulta inexpresable. Por lo que a m respecta, creo
que el misticismo del Tractatus, tal y como en su momento reproch P. T. Geach
(1957:558) a G. C. M. Colombo, no es ninguna reaccin ilgica frente a los
irracionalmente autoimpuestos lmites de una filosofa positivista estrecha: lejos de eso,
lo mstico est tan integrado en el Tractatus que constituye un presupuesto de lo
decible.
De cara a precisar en qu sentido constituye lo mstico un presupuesto de lo
decible debe recordarse que, segn Wittgenstein (T, 4.12), la proposicin no puede
representar la forma lgica que debe compartir con la realidad para poder representarla,
pues ello supondra ubicar la proposicin fuera de la lgica. La proposicin ostenta y
muestra la forma lgica de la realidad: o dicho de otro modo, la forma lgica se refleja
en la proposicin, pero el lenguaje no puede representar lo que en l se refleja (T,
4.121). Adems, Wittgenstein (T, 3.13) puntualiz que la proposicin contiene la forma
de su sentido (die Form seines Sinnes), de modo que el sentido se expresa a travs de la
proposicin pero no est incorporado en ella. Que la proposicin muestre lo que dice
(T, 4.461) y que las proposiciones de la lgica, al ser tautologas, muestren las
propiedades lgicas del lenguaje y el mundo (T, 6.12) llev a J. Muoz e I. Reguera
(1994:xn) a distinguir esta mostracin lgica, efectuada a travs del lenguaje, de la
mostracin mstica que, sin apoyo lgico alguno, aparece en la intuicin pura de que el
mundo sea (cfr. T, 6.44, 6.522). Y as como la proposicin no puede expresar su sentido
sino slo mostrarlo (T, 4.022), tampoco el sentido del mundo podr ser hallado en los
hechos: el sentido del mundo deber ser buscado, por as decir, ms all de los hechos
mismos, ya que stos estn implicados en el origen del problema pero no contribuyen
en modo alguno a su solucin (T, 6.4321).
Si quisiramos hablar del sentido del mundo debera ser posible hablar del
mundo como tal; pero si se es nuestro propsito, tendremos que salir fuera del
lenguaje: concretamente, habra que ubicarse en el lmite mismo del mundo. Mientras
permanezcamos dentro del mbito lingstico slo podremos referirnos a hechos, a lo
puramente contingente que, por su propia naturaleza, nada nos aportar en nuestra
bsqueda del sentido del mundo. As pues, si dejamos a un lado los hechos puntuales ya
no ser posible ofrecer ninguna respuesta, pues todo lo que se puede decir versa
necesariamente sobre lo fctico. Mas si no es posible dar respuesta alguna, tampoco se
164
podrn formular ms preguntas, por lo que ya no habr lugar para el enigma (T, 6.5).
Para abarcar el mundo en su totalidad ser preciso que el enigma desaparezca, pues
mientras quede una sola respuesta que dar o una sola pregunta que hacer estaremos
centrndonos en algn hecho concreto: cuando eso ocurre, se abandona el lmite, se
pierde la perspectiva global del mundo, y la atencin vuelve a lo meramente
contingente.
Cuando Wittgenstein (T, 6.4312) considera la cuestin de la inmortalidad
temporal del alma humana concluye que una vida eterna sera tan enigmtica como la
presente, ya que de ese modo seguiramos hablando de la vida en el espacio y el
tiempo; por consiguiente, para hallar la solucin del enigma de la vida habr que buscar
fuera del espacio y del tiempo: esto quiere decir que los problemas a resolver no son los
de la ciencia natural porque los hechos, vuelvo a repetir, no pertenecen a la solucin
buscada (T, 6.4321). Es precisamente en este punto, justo despus de apartar
definitivamente su atencin de los hechos, cuando Wittgenstein utiliza por primera vez
el trmino mstico en el Tractatus (T, 6.44) al sentenciar que lo mstico (das
Mystische) no es cmo sea el mundo, sino que sea. Es obvio que el mundo pudo no
haber sido, pero es. Qu hechos concretos acaezcan o cmo sea el mundo es totalmente
indiferente para lo ms alto (T, 6.432); los hechos no pueden servirnos de ayuda a la
hora de justificar que el mundo sea, que exista: por tanto, se hace prioritario abandonar
el mbito de lo contingente para atender a lo necesario. Sin embargo, eso no quiere
decir, segn J. L. Velzquez (1990:198), que el misticismo sea una fuga mundi: si hay
que considerar alguna fuga mundi, y adems completa, sa ser la protagonizada por el
yo al mantenerse fuera del tiempo, tal y como nos recuerda Sdaba (1980:91-92). As
pues, mientras que lo mstico slo se muestra en la existencia del mundo, la propia
existencia del mundo slo se muestra en el lmite de nuestro hablar sobre los hechos, lo
cual llev a J. Montoya (1969:71-72) a decir que la automostracin de lo mstico es de
segundo grado. Para entender lo que quiere decir Montoya, hay que tener presente la
imposibilidad de hablar del mundo como si de un hecho se tratara. Los nombres no nos
indican cmo es el mundo (lo cual corresponde a las proposiciones) pero s que el
mundo es, pues la mera existencia del nombre presupone ya la existencia de su
portador, el objeto que es a la vez su significado (cfr. T, 3.203): sera redundante y por
tanto un sinsentido proclamar que, siendo A un nombre propio, A existe.
165
(T, 6.43). La buena o mala voluntad no influye sobre los hechos, pues no se halla
dentro del mundo; as, Wittgenstein (T, 6.373) reconoce explcitamente que el mundo
es independiente de mi voluntad, hasta el punto (T, 6.374) que si sucediera todo lo que
deseamos no se tratara ms que de una gracia del destino: no hay ninguna conexin
lgica entre voluntad y mundo que permita garantizar el cumplimiento de nuestros
deseos. Por otro lado, Wittgenstein (DF, p. 126) reconoci que en el mundo hay algo
problemtico que se poda llamar Dios o el sentido del mundo, siendo la renuncia a
influir sobre los acontecimientos la nica manera de independizarse de l e incluso
dominarlo. El campo de influencia de la voluntad, por tanto, se restringe a los lmites
del mundo; as, cuando prime la buena voluntad sobre el mundo se ver correctamente
(T, 6.54), sean cuales sean los hechos que acaezcan: sa es la perspectiva que da paso al
mundo del feliz por solucionar el problema del sentido del mundo. En ltimo trmino,
es slo en relacin con la propia voluntad como alcanzan importancia las cosas (DF, p.
142); sin embargo, sera un error pensar que esa buena voluntad puede afectar slo a
ciertos hechos o partes del mundo: como dije antes, el cambio de actitud afecta al
mundo entero, de ah que el mundo del feliz sea totalmente (y no parcialmente) distinto
del mundo del infeliz. Wittgenstein (DF, p. 137) denominar vida del conocimiento a
esa actitud o modus vivendi que es indiferente ante las contingencias o miserias de este
mundo: una vida de marcadas connotaciones estoicas capaz de renunciar a influir sobre
los acontecimientos mundanos y que opta, en cambio, por la contemplacin como
medio para acabar no ya desechando sino mostrndose indiferente hacia todo deseo por
lo contingente.
De acuerdo con Wittgenstein (DF, p. 131), la voluntad es la portadora de lo
bueno y lo malo; si tenemos en cuenta que la voluntad es la actitud del sujeto ante el
mundo como totalidad, bueno y malo sern predicados del sujeto y nunca
propiedades en el mundo, por lo que el nico que puede ser bueno o malo, valga la
redundancia, es el sujeto (DF, p. 135) y nunca un objeto concreto: el objeto, me
atrevera a decir, no es ms que un medio para un fin, el de ser feliz. Como prueba de
que el objeto es slo un medio para un fin, quiero recordar que J. M. Ayuso (1990:157),
de cara a mostrar cmo el sujeto puede quedar (sobre)cogido en la meloda con la que
se acuna el mundo satisfecho de s (cfr. DF, p. 72), recomend escuchar el Adagio del
Concierto para violn y orquesta en la menor BWV 1042 de Johann Sebastian Bach; sin
embargo, y coincidiendo con Rostropovich, intuyo que donde ms armnicamente se
167
expresa la eternidad es en otra obra de Bach: la Suite nmero 5 para violonchello solo
en do menor BWV 1011. De esta forma quiero dar a entender que no hay objetos
mejores o peores por s mismos: simplemente ocurre que a cada persona le resulta
ms sencillo recrear la experiencia mstica con unos objetos que con otros.
Segn reconoce el propio Wittgenstein (DF, p. 134), una y otra vez llega a la
conclusin de que la vida feliz es buena y la infeliz mala; l mismo asume que su
razonamiento se agota en una tautologa al postular que la vida feliz se justifica por s
misma: es la nica va adecuada, y aunque no encuentre ningn argumento que apoye
su postura, hay que vivir felizmente. Ese mismo da escribe que la tica es trascendente,
mientras que en el Tractatus (T, 6.421) dejar escrito que la tica es trascendental. Tal
y como propuso Sdaba (1990:180), pienso que en el caso de la tica tractariana cabe
emplear ambos trminos. Segn Sdaba, la tica es trascendental porque, si bien es
cierto que al no existir conocimiento alguno en tica no podemos hablar de
trascendentalidad tica, aparece como una condicin del mundo tomado en conjunto
y se revela a travs de cada hecho. Pero adems, la tica es trascendente porque cuando
el lenguaje choca con sus propias barreras sugiere, insina o muestra lo que trasciende
a los hechos. Efectivamente, la tica est indisolublemente ligada al reconocimiento
del lenguaje como lmite insuperable tanto del pensamiento como del mundo, lo cual ha
provocado que la generalidad de la demanda tica que se percibe a lo largo del
Tractatus haya pasado desapercibida para muchos comentaristas que, en opinin de
Conant (1991:354), buscaban la enseanza tica del Tractatus en algn lugar concreto
de la obra pero nunca en la totalidad de la misma. De acuerdo con Wittgenstein (PE, p.
7), nada se pierde cuando no se trata de expresar lo inexpresable, pues lo inexpresable
vendr ya (inexpresablemente) contenido en lo expresado: no debera olvidarse que
Wittgenstein (WCV, p. 103) estaba totalmente convencido de que lo tico no se puede
ensear, hasta el punto que pretender explicar mediante alguna teora la esencia de lo
tico supondra, segn l, anular su valor. De ah que la tica tractariana, en palabras de
Sdaba (1984:35), est lejos de la tradicional tica teleolgica de lo bueno; en realidad,
se trata (ib:45) de una tica metafsica (al inscribirse dentro de la metafsica occidental),
existencial (al no poder apoyarse el sujeto en generalidad ni esencia alguna) y
romntica (al desconfiar radicalmente de la razn terica).
168
hombre ordinario radica en que puede perder conciencia de s mismo (como algo
distinto del objeto contemplado) por tanto tiempo y en tan alto grado como sea
necesario para reproducir el susodicho objeto a travs de un arte superior. Pero si bien
en la obra de Schopenhauer la tica y la esttica estn dirigidas a superar la
individualidad y negar la voluntad, Wittgenstein (T, 6.421) llega al punto de suscribir
que tica y esttica son una y la misma cosa; segn revelara posteriormente, la carencia
de sentido de la que adolecan esas expresiones se deba no al hecho de que todava no
haba llevado a cabo el anlisis lgico de lo que se quiere decir mediante las
expresiones ticas o religiosas, sino a que la carencia de sentido era su misma esencia
(Oc F, p. 65). All por 1916 opinaba (DF, p. 140) que la nica conexin entre arte y
tica es que la obra de arte consiste en el objeto visto sub specie aeternitatis, mientras
que en la buena vida es el mundo el que es visto sub specie aeternitatis: segn S.
Borutti (2001:26), la filosofa se convierte de este modo en una tica del ver (la
filosofia come unetica del vedere). Al ser contemplada sub specie aeternitatis, la cosa
es considerada fuera del espacio y el tiempo o como un mundo en s mismo, pues se la
ve unida a la totalidad del espacio lgico; ahora bien, cuando lo contemplado sub specie
aeternitatis es el mundo como un todo, tambin se abandonan las categoras de espacio
y tiempo para dar lugar a lo que Wittgenstein (DF, p. 145) denomin milagro
esttico, milagro que consiste (nada ms ni nada menos) en que exista lo que existe.
Repasando las posibles influencias que se pueden considerar en la base de la
tendencia mostrada por Wittgenstein a equiparar lo tico y lo esttico, cabe recordar
que Lev Tolstoi (QA, p. 96) no slo opinaba que las obras de arte son inefables;
adems, estaba convencido (QA, p. 121) de que si el gusto del hombre no se halla
pervertido por su educacin o su manera de vivir, podr rastrear la obra de arte
verdadero entre millares de objetos. A juicio de Tostoi (QA, p. 92), la obra artstica slo
tendr valor si transmite sentimientos experimentados previamente por el artista:
precisamente por ser inefable y transmitir sentimientos, la obra de arte no debe ser
entendida sino sentida, por lo que todo esfuerzo intelectual que se haga para asimilar
una obra ser slo un obstculo para la verdadera impresin artstica. Por su parte,
William James (VER, p. 315) destac que el elemento ms adecuado para la expresin
de la verdad mstica no era la conversacin conceptual sino la msica. De hecho,
McGuinness (1991:174) manifest que Wittgenstein se senta atrado por la figura de
Schubert debido a una razn en la que se entrecruzaban lo tico y lo esttico;
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amenazado por innumerables voluntades ajenas; por otro lado, el altruista puede
compararse a un ser feliz que en ningn caso se sentir amenazado. Por tanto, una
accin llevada a cabo con buena voluntad es hecha ipso facto en un mundo amistoso
que no ofrece amenazas, pero una accin llevada a cabo con mala voluntad dar lugar a
un mundo en el que hay mucho que temer. Concretamente, el temor a la muerte ser el
signo ms evidente de una vida mala o falsa: Wittgenstein (DF, p. 129) crea que los
felices no deben sentir temor ni siquiera ante la muerte, pues sta no tiene cabida
cuando se vive en el presente. En su opinin (T, 6.4311) la muerte no se vive, por lo
que no es ni un acontecimiento de la vida ni un hecho del mundo.
Creo que todas estas ideas aparecen reflejadas de un modo u otro en una breve
novela de Tolstoi que Wittgenstein conoca muy bien: La muerte de Ivn Ilitch. En esta
obra se narra con maestra cmo, tras una vida dedicada al ornato y la apariencia para
medrar en el escalafn socioeconmico, el protagonista empieza a padecer una
enfermedad que ir complicando su salud a la par que su carcter. Sumido ya en el
declive de su vida, no sern los miembros de las altas esferas sociales los que llamen su
atencin, sino Guerassime, el humilde campesino que le cuida durante su enfermedad:
ser precisamente a travs de la figura de Guerassime como Ivn Ilitch comienza a
apreciar el contraste existente entre la vida compleja y la vida sencilla. Pocos das antes
de morir (II, p. 114), Ivn se horroriza ante el inminente desenlace debido al
sentimiento de que su vida haba sido buena, lo cual constitua una justificacin de su
existencia que le impeda resignarse a su suerte. Es una vez inmerso en plena agona,
cuando su hijo pequeo rompe a llorar llevndose la mano de su padre a los labios, que
Ivn se da cuenta de que su vida no haba sido lo que habra debido ser: en ese preciso
momento se despierta su compasin, primero hacia su hijo y luego hacia el resto de los
presentes. En aquel instante se disipan su dolor y su temor a la muerte; de hecho, en
lugar de la muerte vea la luz, lo cual le lleva a pronunciar en voz alta Qu alegra!,
una exclamacin, dicho sea de paso, muy similar al escueto Bien! proferido por
Wittgenstein cuando el mdico le inform que slo le quedaban unos pocos das de
vida. Segn Tolstoi (II, p. 116), todo esto se produjo para Ivn en un instante, pero el
significado de aquel instante ya no vari. Para los all presentes la agona se prolong
an por espacio de dos horas, hasta que uno de ellos dijo Se acab!. Al fin y al cabo,
cabe suponer que lo que tenan all delante era slo un hecho ms: para unos, un
compromiso desagradable; para otros, el fin de un espectculo incmodo, la liberacin
172
que la autoexclusin que se aprecia en la seccin 6.54 no slo se refiere a la lgica, sino
que tambin engloba a las proposiciones sobre lo mstico, lo tico, lo inefable, etc.:
Tarca piensa que la nica proposicin que no resulta afectada por esta autosuperacin
es la que cierra el Tractatus, por lo que dicha afirmacin del silencio compendia el
sentido de toda la obra revelndose como autolimitacin y no como autonegacin. No
obstante, yo creo que el Tractatus es un buen ejemplo de ese carcter autfago de la
filosofa al que Lichtenberg (A, pp. 198-199) ya hiciera alusin tiempo atrs; adems,
creo que es muy importante destacar que la escalera debe ser arrojada, o como dice
Wittgenstein, que hay que salir fuera de las proposiciones del Tractatus, pues siempre
se corre un riesgo importante al atenerse a la interpretacin de uno o varios fragmentos
del Tractatus si se olvida el desenlace de la obra. Segn la exposicin de B. R.
Tilghman (1991:58), el problema del significado de la vida se transforma en el
problema acerca de la forma de vivir de modo tal que la vida deje de ser problemtica,
y a su vez (ib:60), el problema que suscita cmo se ha de vivir se convierte en el
problema de cmo mirar al mundo de manera que se logre la felicidad. Como se puede
comprobar, el sujeto debe enfrentarse a una sucesin de problemas antes de concluir su
lectura, pero esta secuencia debe ser abortada dando lugar a la erradicacin de la
tendencia a contemplar el mundo desde el punto de vista filosfico y, con ello, a la
supresin total de todo dilema: de no ser as, la visin sub specie aeternitatis ser
inviable.
Si se atiende a la cuestin de cmo vivir, si la prioridad recae en solventar ese
dilema y no en enredar los razonamientos ad infinitum, me atrevera a decir que est de
ms recordar que De lo que no se puede hablar hay que callar (T, 7). Aunque el
Tractatus est diametralmente equivocado, ser consistente con l supone asumir que lo
realmente importante viene justo despus de su lectura: como ya manifestara en su
momento Weininger (OLT, p. 91), la cuestin del significado de la existencia no podr
encontrar respuesta por medio de la palabra: si esta cuestin puede ser resuelta, ser
slo a travs de la accin. Lpez de Santa Mara (1986:95), por su parte, apunta que la
solucin al problema del mundo est en no intentar plantearlo y dejar que el lenguaje
nos muestre esa solucin en su dimensin ostensiva. Por lo que a m respecta, creo que
en el Tractatus se mostraba que no se podr ver el mundo correctamente hasta que se
deseche la filosofa como un sinsentido y se guarde silencio sobre aquello que no se
puede decir, lo cual no era poco.
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fue un acto aislado. Repasando el Nachlass (MS, 155) podemos comprobar que no
pudo haber sido ms franco al exponer sus intenciones: all dice que no intenta ensear
nada ni imponer opinin alguna, sino persuadir para que se siga un mtodo que
permitir tener una idea muy clara del carcter de los problemas filosficos. Segn
declar en una de sus clases (EPR, p. 98), su tarea consista en persuadir a la gente para
que cambie su estilo de pensar; en este sentido, llama especialmente la atencin que
estuviera dispuesto a abandonar la docencia en cuanto consiguiera su objetivo (cfr. MS,
155): Wittgenstein (RKM, p. 131) ya haba manifestado su esperanza de ser un profesor
decente, aunque veinte meses despus adverta (NM, p. 108) a Norman Malcolm que
slo un milagro le permitira hacer un trabajo decente enseando filosofa. Tema (CV,
352) que en torno a l se fundara una escuela, pues no quera ser imitado: lo que
persegua (cfr. CV, 355) era un cambio en el modo de vida; de hecho, Wittgenstein
confes a M. OC. Drury (1989b:255) que tras ese deseo de abandonar su labor docente
no se ocultaba sino una lucha sin cuartel por desprenderse de su propia vanidad. De
todas formas, Wittgenstein era consciente de que su mensaje no iba a ser asimilado.
Esta actitud nos hace recordar que cuando Schopenhauer (MVR, p. 6) matiz que se
diriga a una minora (paucorum hominum) y que esperara pacientemente la aparicin
de las personas cuya disposicin espiritual les permitiera comprenderle, Lichtenberg
(cfr. A, p. 74) ya se haba permitido la irona de sealar la fecha y la hora en que se
hablara de l: entre las 6 y las 7 de cierta tarde alemana del ao 2773. En una lnea
similar, Wittgenstein comunic a Drury (1989a:144; 1989b:255) que su pensamiento no
iba a ser apreciado en aquella poca, si bien no perda la esperanza de que algn da se
apreciaran sus escritos. Tal vez, aadi, dentro de cien aos. Quiz quisiera decir con
esto, entre otras muchas cosas, que se diriga a un foro en el que se miraba ms a las
personas que a las ideas: no debemos olvidar que Wittgenstein no buscaba algo tan
trivial como la imposicin de una idea, sino algo tan difcil de asimilar y llevar a cabo
como un cambio en el modo de vivir. En cierta ocasin, Wittgenstein reconvino a
Drury (ib:168) por no atender suficientemente a los rostros:
Mire a sus pacientes de manera ms cercana, como seres humanos que
sufren, y disfrute ms de la oportunidad que tiene de decir buenas
noches a tantas personas. Ya esto slo es un don del cielo que mucha
gente le envidiara. Este tipo de cosas deberan bastar para aliviar su
fatigada alma, o al menos eso creo. No le dar paz, pero cuando uno se
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no habra intentado demostrar la invalidez global de la lgica: ms bien, lo que hizo fue
ofrecernos ciertas observaciones que podran parecer importantes respecto a cierto
modelo lgico de conocimiento, observaciones que someti a un posterior proceso de
duda. A. C. Grayling (1996:67), por su parte, se limit a decir que las Investigaciones
eran en mltiples sentidos una reaccin frente al Tractatus, por lo que una comparacin
entre ambas obras forzosamente debera ilustrar lo que las Investigaciones tienen que
decir; T. Binkley (1973:133), mientras tanto, se hizo eco de una opinin bastante
generalizada segn la cual el Tractatus, al considerarse como el prlogo y al mismo
tiempo el antagonista de las Investigaciones, fue un libro rechazado o sustituido por
esta ltima obra, lo que parece haber disminuido la importancia del propio Tractatus. E.
K. Specht (1969:1) fue ms all que Grayling y Binkley al sealar que la filosofa tarda
de Wittgenstein slo se puede entender como una continua disputa con el Tractatus,
pero J. Hartnack (1972:99) fue ms preciso que Specht. Hartnack estaba convencido de
que exista un abismo de carcter lgico entre ambas obras; en su opinin, las ideas de
las Investigaciones constituyen una negacin radical de las ideas del Tractatus: de
hecho, P. Munz (1985:4) cree que Wittgenstein no slo rechaz posteriormente el
Tractatus, sino que adems rechaz la posibilidad de discutir tal renuncia. Sin embargo,
Hartnack (1972:117) no se resigna a hablar de una simple negacin, como si a eso se
redujeran las Investigaciones: a modo de ejemplo Hartnack recuerda que, segn el
Tractatus, una proposicin tendr una forma correcta o incorrecta, consideracin para
la cual no hay lugar en las Investigaciones porque desde el punto de vista expuesto en
esta obra las proposiciones son slo comprendidas o malentendidas.
No menos radical es la postura de P. M. S. Hacker (1996b:98), para quien las
Investigaciones se oponen frontalmente al espritu filosfico del Tractatus. Hacker
piensa que ambas obras sostienen Weltanschauungen diametralmente opuestas; as,
mientras el Tractatus aspira a una sublime Wesenschau, las Investigaciones buscan una
consideracin reposada de los hechos lingsticos (Z, 447) de cara a desenredar los
nudos de nuestro entendimiento. Adems, el Tractatus conlleva una visin de la pureza
cristalina de las formas lingsticas del pensamiento, el lenguaje y el mundo, frente a la
toma de conciencia, caracterstica de las Investigaciones, de lo variopintos que resultan
los fenmenos del lenguaje espaciales y temporales (cfr. IF, 108). Y no slo eso, pues si
bien el Tractatus muestra una marcada obsesin por la revelacin de las esencias
ocultas de las cosas a travs de profundos anlisis, las Investigaciones pretenden lograr
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ltimo gran sistema filosfico de este tipo, mostr su propia imposibilidad. Tal y como
nos recuerda J. V. Arregui (1984:138), la rgida estructura tractariana qued desbordada
porque no existe una forma exclusiva de concebir la relacin entre palabras y cosas (cfr.
IF, 23). Es precisamente de este punto de donde D. G. Stern (1996:468) extrae una de
las principales moralejas que, en su opinin, pudo obtener Wittgenstein de su crtica al
Tractatus: que existe un gran peligro en filosofa de tomar una forma particular de ver
las cosas como si fuera la nica posible. Pues esta dieta unilateral que nos lleva a nutrir
nuestro pensamiento de un solo tipo de ejemplos se erige como una de las principales
causas de la enfermedad filosfica (cfr. IF, 593).
Desde mi punto de vista, el contraste ms importante es el que seala I. Reguera
(2002b:17-18) al distinguir las distintas maneras en que Wittgenstein llega a lo
oscuro, es decir, al punto a partir del cual ya no hay lugar para las preguntas con
sentido o la descripcin de las cosas, as como tampoco lo hay para el pensar, la
justificacin, la verdad, y la duda: se trata del vaco de lo mstico y de la mirada eterna
a las cosas en tanto en cuanto se mira no a su facticidad concreta sino a su valor, a lo
que no se ve. Reguera opina que mientras el primer Wittgenstein ubic lo oscuro
arriba, en el punto en que yo y mundo coinciden anulndose, el segundo lo ubica
abajo, en el fondo animal y oscuro de condicionamientos desde el que surge nuestra
forma de vida: precisamente lo animal, lo que est ms all de toda duda,
justificacin o verdad, es lo que justifica el sentido de todo, erigindose as lo animal,
segn el propio Reguera, como el punto mstico del segundo Wittgenstein, de
oscuridad y silencio.
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Wittgenstein tena muy claro (CV, 29) que escriba slo para unos pocos amigos
diseminados por el mundo. Tal y como recuerda von Wright (1982:15), Wittgenstein
reconoci que se senta como si escribiera para gente que no slo pensaba de manera
muy distinta a la que se estilaba en aquel entonces, sino que adems respiraba un aire
vital (air of life) diferente. Se diriga a gente, por as decir, de una cultura distinta. A
Wittgenstein (CV, 30) le era indiferente que los cientficos occidentales no
comprendieran o valoraran su obra, pues no compartan con l algo que, sospecho,
tampoco compartan sus discpulos: el espritu. En este sentido, Wittgenstein (CV, 34)
puntualiz que el espritu de un libro debe mostrarse tambin en su prlogo, ya que no
se trata de algo que pueda ser descrito; cuando un libro se escribe slo para unos
cuantos, deca Wittgenstein, slo podr ser entendido por unos pocos individuos: a
quienes no lo entiendan, estara de ms decirles que no pueden entenderlo, por lo que
debe ser el propio libro el que separe automticamente desde el prlogo a aquellos que
lo entienden y a los que no. Wittgenstein pensaba que si se quera impedir que ciertos
hombres accedan a una habitacin era preciso instalar un cerrojo cuya llave no tuvieran
sin advertirles siquiera de ello, pues en su opinin era ms decoroso poner un cerrojo
que llame la atencin slo a aquellos que puedan abrirlo. Al hilo de esto, no est de ms
recordar que cuando Wittgenstein estudiaba ingeniera en Manchester invent un
dispositivo para que a los extraos les resultara difcil abrir una puerta aunque no
estuviera cerrada con llave: se trataba de un picaporte que haba que subir en vez de
bajar, por lo que quienes conocan dicho dispositivo podan acceder a la habitacin con
toda naturalidad. Dicho esto, y aun teniendo en cuenta que el espritu del que hablaba
Wittgenstein es algo que slo puede ser mostrado y no descrito, quiero bosquejar
algunas lneas bsicas que puedan aproximarnos a este espritu; no obstante, el lector
debe tener presente que mientras persista en esta actitud no lograr otra cosa que
alejarme ms y ms del espritu de Wittgenstein.
El propio Wittgenstein manifest de forma expresa que las Investigaciones
fueron escritas para quien se sintiera afn al espritu (Geist) con que fue concebida esta
obra. As lo dijo ya en noviembre de 1930, en un prlogo (CV, 29) preparado
203
lema que precede al prlogo de las Investigaciones debe entenderse en este sentido; el
lema en cuestin, tomado de la obra de Johann Nepomuk Nestroy Der Schtzling (El
protegido), reza as: berhaupt hat der Fortschritt das an sich, da er viel grer
ausschaut, als er wirklich ist (Est en la naturaleza de todo progreso que parezca
mucho mayor de lo que realmente es). En opinin de H. Spiegelberg (1978:57), la
intencin de Wittgenstein era mantener alerta la capacidad de comprensin de sus
lectores; por su parte, Baker y Hacker (1981:4) no consideran probable que con este
lema Wittgenstein quisiera dar a entender que el avance respecto a la filosofa del
Tractatus era menos importante de lo que pareca ser: en su lugar, Baker y Hacker
sugieren que el lema de las Investigaciones se hace eco del prefacio del Tractatus,
donde se hablaba de lo poco que se haba hecho con resolver los problemas filosficos.
En lo que a m respecta, creo que a la hora de juzgar qu pudo haber llevado a
Wittgenstein a apoyarse en este lema de Nestroy hay que tener presente que, desde el
punto de vista de Wittgenstein (CV, 22), las mejoras tcnicas son claramente
apreciables, pues resultan evidentes los avances tcnicos que presentaba un coche all
por 1930 respecto a otro coche fabricado slo veinticinco aos atrs. Si se aprecia
claramente la mejora tcnica de la que son susceptibles un coche, la filmacin de una
pelcula o incluso un baile de jazz es debido a que toda esta evolucin es indiferente al
espritu que caracteriza el devenir de un estilo artstico; as, mientras que el progreso
siempre admite la posibilidad de un progreso an ms notable, los verdaderos logros
culturales nunca dejan de sentirse como tales, por lo que no hay lugar para decir que
podran mejorarse de un modo u otro.
Es obvio que, desde la ptica de Wittgenstein, la suya no era una poca de una
gran cultura (Kultur). Para entender mejor este punto, Y. Lurie (1989a:382) nos
recuerda que el trmino alemn Kultur est mucho ms estrechamente relacionado
con las artes que la traduccin inglesa culture, en lo cual se apoya Lurie para
mantener que Wittgenstein no denuncia en ningn momento la desaparicin de todos
los aspectos de una forma de vida cultural, sino la desaparicin de una tradicin
artstica (y al mismo tiempo religiosa) que junto con cierto modo de vida se centra en la
ms profunda expresin del espritu humano, en la expresin de lo verdaderamente
elevado y eterno; como es propio de la tradicin romntica, se trata de que el hombre
sintonice su existencia con la Naturaleza a travs de la cultura, por lo que adquiere un
modo de existencia que, al surgir de la propia Naturaleza, le hace formar parte de la
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su propio fin, que no era sino la construccin de un producto cada vez ms complejo.
En cambio, para Wittgenstein la claridad, la transparencia, es un fin en s. Por tanto,
centra su inters no en levantar construccin alguna, sino en tener claramente presentes
las bases de las posibles construcciones. Como seal anteriormente, el fin y la manera
de pensar de Wittgenstein difieren de los fines y maneras del cientfico occidental tpico
(cfr. CV, 357); de hecho, la crtica del carcter cada vez ms cientifista que va
adoptando nuestra cultura es el objetivo, de acuerdo con J. L. Prades y V. Sanflix
(1992:25), no slo de la obra tarda de Wittgenstein, sino tambin de su obra ms
temprana. Ya en su momento, Weininger (OLT, p. 130) puntualiz que toda cultura se
funda en la individualidad porque slo las individualidades son sensibles a los
problemas eternos, los grandes problemas de la humanidad y de la existencia: por su
parte, la ciencia positiva (OLT, p. 145) elimina la individualidad, de ah que niegue la
cultura al no tener acceso ni a los grandes problemas ni a los deberes absolutos.
Naturalmente, sera un error creer que Wittgenstein estaba en contra de la
ciencia: al fin y al cabo, cuando lleg a la filosofa era estudiante de ingeniera. A lo
que se opone Wittgenstein es al cientifismo, pues tomar la ciencia como la medida de
todas las cosas provoca que los mtodos y modalidades de explicacin cientficas se
alejen de su escenario natural para convertirse en explicaciones filosficas. Ms
concretamente, R. del Castillo (1995:495) opina que el ataque de Wittgenstein va
dirigido contra una concepcin de la ciencia tan racionalizada que aparece desligada del
desarrollo ntimo de una forma de vida. La filosofa es categorialmente distinta de las
ciencias, pues como dice Hacker (2001:32), al no haber ni conocimiento ni teoras
filosficas no puede haber progreso en el mismo sentido en que lo hay en las ciencias:
al no existir acumulacin alguna de conocimiento en filosofa, ni se generan teoras
explicatorias cada vez ms ricas ni refinamiento alguno de la instrumentacin que haga
posible una medicin y observacin ms precisas. Segn Hacker, esto no impide que
podamos hablar de progreso si recordamos que el quehacer de Wittgenstein conlleva
una clarificacin de estructuras conceptuales, el afinamiento de distinciones, y la
destruccin de ilusiones y confusiones conceptuales; sin embargo, creo que es A.
Kenny (1982:25) quien pone el dedo en la llaga al recordarnos que en filosofa no hay
progreso porque se trata de una actividad que concierne a la voluntad y no al intelecto.
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una la oscuridad de aquel tiempo. Segn dej escrito (CV, 17), su ideal de cultura
proviene del tiempo de Schumann (1810-1856): Wittgenstein cree que se trata de un
progreso de ese ideal, pero distinto del progreso que realmente acaeci; adems,
excluye la segunda mitad del siglo XIX para aadir a continuacin que esto ocurri
instintivamente y no como resultado de reflexin alguna. En su momento, McGuinness
(1991:60) coment que tanto para Wittgenstein como para su familia la msica se
reduca a la msica vienesa en el perodo comprendido entre Haydn y Brahms: el
repertorio clsico pareca contener ms de lo que haca falta para pensar toda la vida.
Teniendo esto en cuenta, no debe extraar que McGuinness asemeje la relacin de
Wittgenstein con la msica a su lengua materna, pues no necesitaba salirse de ella para
encontrar medios de expresin. No obstante, por ahora slo quiero sugerir que, cuando
Wittgenstein (CV,418) dice que un tema musical cambia su carcter al ser tocado en
tempi (muy) diversos, creo que podra haber dicho exactamente lo mismo acerca de sus
propios escritos: de hecho, quera ser ledo lentamente, como l mismo lea (CV, 393).
Voy a tratar de aclarar cul era ese espritu con que Wittgenstein concibi las
Investigaciones. O dicho de otro modo, intentar precisar qu tipo de personas se halla
en sintona con el espritu al que Wittgenstein aludi. Para ello, voy a hacer mencin de
tres espritus. Tres espritus distintos, ms que una trada de culturas o religiones.
Wittgenstein (CV, 495) dijo en 1931 que cuando proclama que su libro se dirige a un
crculo reducido de personas se refiere a la gente de su propio pueblo, la de su propio
medio cultural, sin que ello implique ni pertenencia a lite alguna ni que sean mejores o
peores que los dems: eso s, Wittgenstein califica de extraos a los que no se
encuentran dentro de ese reducido crculo. En este punto hay que tener presente que a
Wittgenstein siempre le preocup extraordinariamente la posibilidad de no ser
entendido, lo cual parece estar en la base de su drstica separacin entre los que l crea
que podan ser sus lectores adecuados y los que no; de todas formas, huelga decir que
Wittgenstein no pretenda que sus lectores tuvieran que pertenecer necesariamente a
una raza concreta: a lo que se refera, en mi opinin, es a la comunidad de espritu, o
como dijo en otro sitio (CV, 474), al hecho de tener el mismo sentido del humor.
Tngase en cuenta que Wittgenstein (CV, 447) consideraba el humor no como un
estado de nimo, sino como una visin del mundo: y es que cuando un grupo de
personas comparten el mismo sentido del humor (CV, 474) cabe esperar que reaccionen
correctamente entre s, de modo que pueden surgir costumbres como la de arrojar una
210
pelota para que otro la atrape y la devuelva. As, alguien que posea un sentido del
humor distinto puede guardarse la pelota en el bolsillo, por lo que en tales casos no se
adivina el gusto del otro y se pierde la sintona que se aprecia en aquellos que
comparten un mismo sentido del humor: de ah que diga Wittgenstein (OFPs II, 699)
que la simpata espontnea (die spontane Sympathie) es esencial para nosotros.
Centrndome ya en cada uno de estos tres sentidos del humor, el primer espritu
que quiero traer a colacin es el budista. Con ello no quiero insinuar siquiera que
Wittgenstein fuera budista o que se dirigiera expresamente a individuos que, de un
modo u otro, pudiramos considerar como espritus budistas: simplemente quiero
aprovechar la ocasin para sealar, como han hecho otros autores, algunas similitudes y
diferencias. Es cierto que Wittgenstein no parece haber aludido explcitamente al
budismo, y no cabe duda de que su trasfondo cultural, y en resumidas cuentas
filosfico, poco o nada tiene que ver con aquellos contextos socioculturales en los que
predomina el budismo; teniendo todo esto en cuenta, las similitudes que podamos
encontrar entre Wittgenstein y el budismo sern, como dijo C. Gudmunsen (1977:vii),
fortuitas: a lo sumo se podr hablar, segn este mismo autor (ib:113), de reacciones
parecidas ante estmulos similares. A modo de ejemplo, me gustara recordar que el
hecho de dar (dana) es la principal actividad tica que cultivan los budistas,
considerndose este acto de dar tanto ms meritorio cuanto ms puro o menos
interesado es el motivo de la ddiva; de hecho, P. Harvey (1998:66) seala que aquellos
que no tienen nada que dar actan ya favorablemente si se alegran cuando son otros los
que dan: as, en ciertas regiones budistas la alegra ante las ddivas de los dems se
refleja en la expresin ritualizada sadhu, que significa es bueno!. Por otro lado, R.
Monk (1997:423) relata que, cuando Wittgenstein visit por primera vez la casa del
ministro metodista Wynford Morgan, tuvo lugar cierto incidente que le impact
sobremanera. En un momento dado, la seora Morgan le pregunt si quera tomar t o
alguna otra cosa; entonces, desde la habitacin contigua, se oy la voz de su marido que
deca: No preguntes; da. Tambin Weininger (cfr. OLT, p. 11), y con Weininger
muchos autores e incluso culturas, coincidieron al otorgar una importancia suprema a
aquellos mandatos que se siguen de corazn, pero sera un craso error creer que de
una coincidencia como sta se desprende necesariamente un trasfondo filosfico y
cultural compartido: todo lo ms, vuelvo a repetir, se trata de reacciones parecidas ante
estmulos similares.
211
de Chan, y para hacerle sitio, los monjes budistas chinos tuvieron que hacer multitud de
concesiones, pues la comunidad china estaba bajo la influencia del fuerte racionalismo
de Confucio y Lao-tse. Segn V. Garca (1988:130-131), el Zen hace una llamada a la
introversin y especialmente al abandono de todo pensamiento racional, pues el mero
hecho de preferir una idea en detrimento de otra ya supone un encadenamiento de la
mente. Parece obvio que, como apunt en su momento D. T. Suzuki (1995:58), el Zen
comienza con la negacin del conocimiento; no obstante, P. Harvey (1998:310)
puntualiza que el Zen no trata de suprimir el pensamiento, sino de conseguir que no sea
estorbado el libre y sereno fluir de la mente. En el Tao Te Ching (TTK, 20), la obra
sobre la cual se consolid definitivamente el Zen, podemos leer que para suprimir los
pesares es preciso suprimir los estudios, pues insistir en los mismos (TTK, 48) supone
acumular de da en da cuando la tendencia del Tao es precisamente la opuesta:
disminuir da a da hasta acabar en la inaccin (wu wei). Suzuki (ib:31) aade a lo dicho
que el Zen no conceptualiza; por el contrario, se trata de lograr el ms alto grado de
negacin, hasta el punto que no quede ya nada por negar: esto mismo es el nirvana.
En principio, no hay pruebas de que Wittgenstein tuviera conocimiento alguno
del Zen: M. Boero (1998:87), por ejemplo, considera que ni la lectura de Schopenhauer
ni la de Tagore, a travs del cual pudo haberse informado sobre Gandhi, puede
constituir una prueba de la relacin entre Wittgenstein y el Zen. No obstante, algunos
autores han credo ver ciertas similitudes: as, W. Shibles (1974:84) cree que
Wittgenstein (cfr. T, 4.003; IF, 38, 111, 194, 598) y el Zen coinciden al rechazar la
filosofa. Para justificar su opinin, Shibles (ib:85) se apoya en seis aspectos
compartidos por Wittgenstein y el Zen:
a) no hacen filosofa, pues ms que decir, lo que hacen es mostrar;
b) en ambos casos la terapia reemplaza a la filosofa;
c) coinciden en desplazar el nfasis de las teoras a lo concreto y particular;
d) creen que deberamos orientarnos no por la filosofa, sino por el uso del
lenguaje ordinario y las situaciones cotidianas;
e) optan por la accin y no por el razonamiento, por la descripcin y no por la
explicacin; y
f) mantienen que las definiciones y categoras filosficas fijas dan una
representacin parcial en comparacin con la prctica vital real.
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217
Wittgenstein, destacando su preferencia por los mitos y alegoras que aparecen en estos
dilogos: Bouwsma slo hace mencin de dos dilogos, el Teeteto y el Parmnides,
pero Hallett (1977:771) no slo aade que Wittgenstein estaba en posesin de todos los
dilogos platnicos cuando muri, sino que adems localiza diversas referencias suyas
al Filebo, el Cratilo, el Sofista y el Crmides.
Cuando Wittgenstein (C Az, p. 57) afirma que la materia que estamos tratando
es uno de los descendientes de la materia que sola llamarse filosofa, parece estar
manteniendo, segn Perissinotto, que existe una tradicin comn a la que pertenecen
tanto su obra como la de Platn; de hecho, cuando Wittgenstein escribe a Drury
(1989b:240) dicindole que Platn se ocupaba en el Teeteto de los mismos problemas
sobre los que l est escribiendo, Perissinotto est convencido de que Wittgenstein se
refiere a los problemas que l mismo encar en la parte I de las Investigaciones (cfr. IF,
46-48), donde Wittgenstein comenta que los protoelementos a los que se refiere el
Teeteto constituyeron en su momento los individuals de Russell y sus propios objetos
en el Tractatus. No ha de extraar en demasa que, ante el comentario de Drury (ib:241)
sobre la frialdad de este dilogo, Wittgenstein replicara que estaba lejos de ser fro
cuando fue escrito, pues Wittgenstein segua ocupndose en el siglo XX de los
mismos problemas que ocuparon a los griegos: l lo achaca a que el lenguaje no ha
variado, por lo que nos conduce siempre a las mismas cuestiones (CV, 75). Dicho con
otras palabras, el lenguaje ha preparado las mismas trampas para todos (CV, 94).
Quien quiera defender que Wittgenstein se diriga al espritu heleno tambin puede
alegar que, al igual que los antiguos escpticos, buscaba la ataraxa, es decir, el
carcter ecunime e impasible que da la felicidad al suspender el juicio sobre las cosas.
C. Hardwick (1971:24) y C. Cordua (1997:305) ya hicieron referencia a esta aparente
similitud, pero ninguno de ellos se apoy en este punto para decir que Wittgenstein
debera ser ledo en sintona con el espritu griego. Como es bien sabido, la ataraxa
supona no temer mal alguno, pues la responsabilidad se trasladaba del individuo a la
naturaleza. El propio Sexto Emprico (HP, p. 85) lo explica claramente:
La escepsis es la facultad de oponer, de cualquier modo posible,
apariencias y juicios, de forma que, a travs de la equivalencia entre las
cosas y los argumentos opuestos, alcancemos primero la suspensin del
juicio y, tras ello, la imperturbabilidad (ataraxa).
219
Por otro lado, J. Ferrater (1978:114) consideraba que, a pesar de sus muchas
similitudes, Scrates era el genio de la construccin, mientras que Wittgenstein era el
genio de la destruccin; de hecho, crea que Wittgenstein poda considerarse como el
anti-Scrates. Segn este autor, Wittgenstein reflej nuestra poca mucho ms
fielmente que la mayora de los pesimistas profesionales, como es el caso de Heidegger,
Sartre, Kafka o Camus: estos escritores, a juicio de Ferrater, describieron un mundo en
el que se lleg a cuestionar la misma realidad, pero slo Wittgenstein cuestion no el
derecho a preguntar, sino la pregunta misma. Otra prueba que muestra el alejamiento
que senta Wittgenstein respecto a Scrates la podemos encontrar en una conversacin
con Drury (1989b:195): en esta ocasin, Wittgenstein afirmaba no entender por qu
Scrates era considerado como un gran filsofo. Cuando Scrates preguntaba por el
significado de una palabra y escuchaba ejemplos del uso de esa palabra no se
conformaba, sino que buscaba una definicin nica; en cambio, Wittgenstein buscaba
precisamente las distintas formas de emplear esa palabra. Posteriormente, Drury le hizo
ver que tal vez fuera significativo que todos esos dilogos finalizaran sin haber logrado
ninguna conclusin: segn Drury, es posible que Scrates quisiera mostrar de este
modo que no era acertado buscar un significado preciso para trminos generales. Sin
embargo, hay que notar que la reaccin inicial de Wittgenstein es de extraeza. Drury
cree que esta conversacin tuvo lugar en 1930, pero otra conversacin con Bouwsma,
acaecida en septiembre de 1950 muestra que este sentimiento de extraeza o de
alejamiento del espritu griego perdur hasta el final de su vida. Wittgenstein (Bouw, p.
60) le dijo a Bouwsma que los interlocutores de Scrates eran unos mentecatos que, al
carecer de argumentos propios, se limitaban a decir s o no segn convena a los
intereses de Scrates: de ah que Wittgenstein no slo creyera que Scrates no tena
autnticos contrincantes, sino que adems pensaba que los haca callar sin motivos
suficientes (cfr. CV, 320). Wittgenstein dice no saber si Platn es o no un buen filsofo,
pero cree que, en caso de que lo fuera, estaba haciendo algo que nos resulta extrao
(foreign to us). Adems, recalc que no comprendemos lo que pretenda Platn, y por si
fuera poco, concluy con una frase que muestra lo lejos que se senta del espritu
griego: Tal vez si pudiera leer el griego! (Perhaps if I could read Greek).
Segn Wittgenstein (CV, 81), mientras tomramos como medida general las
palabras de nuestro idioma siempre seramos injustos con los antiguos pensadores
220
(cfr. Deut, 6, 14-15). En el libro de Ams (cfr. Am, 3, 2) Yav comunica a los hijos de
Israel que al ser el suyo el pueblo elegido, castigar con especial rigor todas sus
iniquidades; segn la concepcin hebrea, que su pueblo fuera elegido como instrumento
para salvar el mundo tena un precio: Yav hizo saber a Abraham en el Sina (Lev, 25,
23) que consideraba a su pueblo extranjero y viajero, y el rey David (I Cron, 29, 15;
Sal, 39, 12) tuvo que reconocer ante el propio Yav esta misma sentencia. No hay que
olvidar que la redencin por medio del sufrimiento, como dijo P. Johnson (1991:521),
es una de las grandes fuerzas motrices de la historia juda.
Es obvio que cuando Wittgenstein hablaba de su afinidad con lo judo no se
refera a la religin juda; en 1937 ya haba manifestado (CV, 158) su renuncia a ligar
filosofa y religin, pues cada vez que la religin se apoya en razones, siempre se poda
hallar una razn contraria suficientemente slida: de esta manera (CV, 476), si el
cristianismo fuera la verdad sera falsa toda filosofa al respecto. De hecho, Sdaba
(1996a:17) manifest que Wittgenstein no era un creyente, y si lo fuera, sera cristiano.
Esta indefinicin religiosa provoc que a Drury (1989b:270) siempre le perturbara no
saber si se hizo lo correcto al enterrar a Wittgenstein segn el rito cristiano: esta
decisin se bas en una ancdota, apuntada por el propio Drury (ib:155), relativa a la
aprobacin de Wittgenstein ante la decisin de Tolstoi de enterrar a su hermano de
acuerdo con el rito ortodoxo, respetando as las convicciones de su difunto hermano
antes que las suyas propias. Ahora bien, en el funeral de Wittgenstein no se actu segn
sus creencias, si bien es cierto que en su lecho de muerte se rez porque en cierto
momento Wittgenstein haba manifestado su deseo de que sus amigos catlicos orasen
por l. Drury (ib:267) aade que, poco antes de morir, Wittgenstein le hizo saber que no
pensaba en ninguna vida futura, concentrndose todo su inters en esta vida y en lo
que tuviera tiempo de escribir: no en vano haba dicho Redpath (1990:66) que
Wittgenstein siempre dese vivir all donde pudiera dedicarse a la filosofa.
No obstante, Drury (1989b:256-257) recuerda que Wittgenstein afirm en 1949
que sus propias ideas religiosas eran 100% hebreas, pues si lo que hacemos en vida
no tiene relevancia alguna al final de la misma, entonces la vida pierde su seriedad;
adems, Wittgenstein (ib:139, 157) dijo estar seguro de que no estamos aqu para
divertirnos. Apoyndose en este testimonio, alguien podra alegar que el propio
Wittgenstein se reconoci a s mismo como un fiel seguidor de la religin juda, pero
222
tumefaccin, dicho tumor slo podr ser contemplado como una parte natural del
cuerpo cuando se modifique todo el sentimiento (nacionalista) por ese cuerpo. Tras
reflejar en sus escritos los prejuicios del nacionalismo europeo dominante en aquel
entonces, Wittgenstein seala cmo se podra lograr una visin menos deformada de los
judos; ahora bien, a mi modo de ver, Wittgenstein no prescribe ninguna medicina ms
o menos milagrosa que aporte una solucin repentina y totalmente compatible con la
pasividad occidental: lo que se atisba en el fondo de la observacin de Wittgenstein es
nada ms ni nada menos que un cambio en la forma de pensar y vivir (cfr. OFM, II,
23). Variar el sentimiento esttico por el propio cuerpo, ya hablemos de un individuo o
de toda una nacin, no es algo que se logre con soluciones milagrosas aportadas desde
el exterior, pero eso no es todo: aunque existiera la medicina capaz de lograr tal cosa, el
tipo de variacin que se persigue conlleva necesariamente un cambio en la forma de
pensar y vivir. Hay que tener presente que Wittgenstein no habla de ignorar el tumor
que ha brotado en el propio cuerpo, sino de modificar nuestra forma de ver el mundo
tras aclarar la cuestin del antisemitismo que, como todo problema filosfico, ha
surgido de los malos usos del lenguaje y los consiguientes prejuicios.
Tratando de aclarar an ms cul es la imagen que de los judos se tena en la
Europa nacionalista, y con el fin de precisar en qu sentido se ha contemplado al pueblo
judo desde paradigmas ajenos al mismo, Wittgenstein recuerda (CV, 101) que alguien
podra decir (otra cosa es si con razn o sin ella) que el espritu judo se caracteriza por
no ser capaz de crear ni una hierbecilla ni una pequea flor, siendo sus virtudes tanto
copiar la hierbecilla o la flor crecidas en otro espritu para formar a continuacin una
imagen ms amplia como entender mejor las obras de los dems que los propios autores
de las mismas. El peligro, como seala el propio Wittgenstein, radica en que se
confundan las obras judas con las no-judas: mas cuando puntualiza que incluso el
principal pensador judo es slo un talento, como era segn l su propio caso, no hace
ms que intentar describir el modo de ver y pensar que caracteriza al espritu judo. A
algunos autores, como es el caso de Monk (1997:294), les ha molestado las resonancias
no ya weiningerianas sino hitlerianas que se aprecian en algunos comentarios de
Wittgenstein que, en palabras del propio Monk, parecen propios de un fascista
antisemita. Es cierto que, as como Hitler (1984:144-146) contempl al pueblo judo
como un parsito instalado en el cuerpo de otras naciones, Wittgenstein (CV, 107) se
refiri a la tumefaccin que para algunos constituan los judos; y tambin es cierto
224
que Wittgenstein (CV, 110) aludi, aunque sin mencionar a Hitler, a la opinin segn la
cual el disimulo y la ocultacin de los judos se deba a la larga persecucin sufrida por
este pueblo. En el prrafo anterior ya mostr cmo Wittgenstein hizo frente al cargo de
parsitos que Hitler, y por extensin el grueso del nacionalismo europeo, present
contra los judos; en lo que se refiere a la capacidad de ocultacin de la que ha hecho
gala este pueblo, Wittgenstein (CV, 110) puntualiza que es falso que dicho rasgo se
deba a la larga persecucin sufrida: a su juicio, si los judos siguen existiendo es gracias
precisamente a esta capacidad de ocultarse. Monk (1997:296) cree que los comentarios
antisemitas de Wittgenstein eran fundamentalmente introspectivos, pues al constituir
una especie de metfora para s mismo no permiten establecer afinidad alguna con el
nazismo; Szabados (1999:4), sin embargo, piensa que Monk evita profundizar ms en
esta cuestin para no contemplar a Wittgenstein como un antisemita: al fin y al cabo, si
tiene sentido que Wittgenstein utilice estos eslganes para su propia autocrtica es
porque de un modo u otro suscribe los prejuicios antisemitas. Por su parte, G. D.
Wassermann (1990:361, 365) no tuvo ninguna duda a la hora de presentar a
Wittgenstein como un antisemita incondicional que, a pesar de su genio filosfico, no
hizo ms que contribuir al holocausto con sus generalizaciones empricas totalmente
selectivas y arbitrarias: ante semejante opinin, no debe extraar que Szabados
(1999:5) critique a Wassermann por creer que Wittgenstein se dedica a hacer
generalizaciones empricas. Por lo que a m respecta, este comentario de
Wassermann, junto a aquel otro de I. Nevo (1987-8:240) que presenta a Wittgenstein
identificado tanto con el polo antisemita como con el judo, es un ejemplo del peligro
que supone leer a un autor como Wittgenstein literalmente o sin tener en cuenta el
contexto en que se apoya su obra. En resumidas cuentas, creo que en las observaciones
de Wittgenstein relativas al antisemitismo se advierte que trat esta cuestin como si de
un problema filosfico ms se tratara; y como dijo Wittgenstein (CV, 444), hay que
dejar al lector lo que pueda hacer por s mismo, pues (cfr. CV, 64) lo que cada cual
logre slo valdr para uno mismo.
Lurie (1989b:325-326) destaca que las observaciones de Wittgenstein respecto a
los judos tienen lugar dentro de dos contextos distintos: uno nacional o social y otro
cultural o artstico. En el contexto social o nacional, Wittgenstein intenta describir el
sentimiento hostil que provocaba en el nacionalismo europeo el deseo de integracin
que presentaban los judos a condicin de preservar su identidad nacional. No obstante,
225
la mayor parte de los comentarios de Wittgenstein sobre los judos aparecen dentro de
un contexto cultural o artstico: en dicho contexto, la actitud juda hacia la cultura
constituye una disposicin espiritual sin parangn en Occidente. Lurie advierte que
ambos contextos pueden ser confundidos con suma facilidad si no se tiene en cuenta la
sutil distincin que Wittgenstein establece entre una disposicin bsica cuya fuerza
espiritual se asemeja a la emocin y otra disposicin ms artificial que tiene en el
intelecto su fuerza espiritual. Esta distincin metafsica est inspirada en la obra de
Oswald Spengler titulada Der Untergang des Abendlandes (La decadencia de
Occidente), en la cual su autor dice (DO, p. 25) acometer por vez primera el intento de
predecir el destino de una cultura, es decir, los estadios de su desarrollo que an no han
transcurrido: concretamente, su objetivo (DO, p. 151) era hallar la protoforma esencial
de toda cultura que sirve como fundamento ideal a cada una de las culturas particulares.
Spengler (DO, p. 61) mantiene que a cada cultura le sigue su correspondiente
civilizacin, dando lugar a una sucesin orgnica tan necesaria como la que se da
entre la vida y la muerte; cada cultura (DO, p. 48) aparece como un ser vivo de orden
superior que, creciendo en ausencia de todo fin y propsito, imprime al hombre la
forma, idea, querer, sentir y morir propios de esa cultura: cada cultura tiene sus propias
posibilidades de expresin que germinan, maduran y se marchitan para siempre.
Inspirndose en la idea de la protoplanta que Goethe afirmaba ser capaz de contemplar
con los ojos del espritu en la figura de cualquier planta, Spengler (DO, p. 152) ve en la
cultura el protofenmeno que revela sentimental y no analticamente la idea del
devenir; mientras tanto, la civilizacin (DO, p. 62) consiste en una gradual disolucin
de formas que se han tornado inorgnicas, pues siguen a la accin creadora como lo ya
creado. As, la cultura es alma y la civilizacin es intelecto, por lo que el hombre culto
dirige su energa hacia dentro en tanto que el hombre civilizado la dirige hacia fuera
(DO, p. 68). En resumidas cuentas, la cultura contiene la autntica y original actividad
espiritual, en tanto que la civilizacin se caracteriza por el desarrollo terico y tcnico
de lo que ha sido previamente creado: mientras que la disposicin espiritual que da
lugar a la cultura surge de una fuerza primitiva e instintiva afn a la naturaleza de la
accin, la civilizacin se deriva de una fuerza ms compleja perteneciente al dominio
del pensamiento. Tal y como apunta Lurie (1989b:327), Wittgenstein se apoya en esta
distincin para referirse a los artistas occidentales segn operen desde una disposicin
espiritual subyacente a una civilizacin (es decir, como judos) o a una cultura (o sea,
como no-judos). En este punto se puede traer a colacin el pensamiento de Weininger,
226
pero siempre teniendo en cuenta, como bien dice Lurie (ib:329-330), que Wittgenstein
reduce las deficiencias achacadas por Weininger a los judos a la carencia de carcter;
desde el punto de vista de Wittgenstein, el espritu judo se caracteriza por el intelecto,
virtud que Spengler atribuy a los miembros de la civilizacin: esto provoca que los
judos, al no poder crear una cultura propia, se vean forzados a adaptarse
intelectualmente a las culturas de otras naciones, por lo que al llevar a cabo dicha
adaptacin convierten esas culturas en civilizaciones. Con esta manera de proceder,
Wittgenstein parece estar definiendo dos prototipos espirituales amparndose en el
estereotipado concepto que del judo se tena en la Europa de comienzos de siglo: as,
se refiere al judo (prototipo en el cual se identifica) como un talento intelectual y
sofisticado frente al no-judo genial, creativo y primitivo.
Ahora bien, alegar que las personas se diferencian por sus respectivos caracteres
en tanto que las sociedades se distinguen por sus correspondientes culturas es algo
propio de un modo intelectual de pensamiento que no tiene otro fin que la abstraccin,
por lo que se desprecian los casos individuales. Desde este punto de vista, quienes
comparten el espritu judo slo podrn reflejar el carcter propio de los miembros de
ese sustrato cultural al que se han adherido, pero en ningn caso llegarn a crear de un
modo que exprese autnticamente el espritu de esa cultura; a modo de ejemplo,
Wittgenstein (CV, 380) destaca la figura de Karl Kraus, en cuya obra ve un esqueleto
intelectual que en modo alguno permite suponer que su autor es un genio o un hombre
completo: dicho de otro modo, era incapaz de ver en Kraus un talento en el que se
expresa el carcter. El hombre autntico es aquel cuya vida y personalidad son la
expresin directa de su carcter, pues hablar del carcter de un hombre es hablar de lo
que ese hombre es; sin embargo, el intelecto es algo que se tiene, y dado que las obras
teatrales de Kraus podran o deberan ser representadas con mscaras, dichas obras
suponen una abstraccin porque lo que se presenta en escena son tipos humanos y no
personas concretas con un carcter nico: se trata de un tipo de abstraccin que, a juicio
de Wittgenstein (cfr. CV, 62), es propio del espritu judo. No obstante, Wittgenstein
(CV, 15) se identifica expresamente con la figura del compositor judo Felix
Mendelssohn-Bartholdy, del cual dice que debido a su falta de carcter no puede
mantenerse firme como un rbol ante lo que sucede a su alrededor, sino que se muestra
bueno o alegre slo si percibe bondad o alegra en las personas de su entorno; al
alejarse de sus orgenes por tratar de inscribir su nombre en la msica alemana, la obra
227
compositor alemn para sealar el contexto dentro del cual hay que entender a los
judos. En ltimo trmino, Wagner concluye que el arte y la cultura nativos slo podrn
revitalizarse de la corrupcin que conlleva el talento judo no emancipando a los judos
sino emancipndose de ellos: es precisamente esta conclusin lo que me lleva a pensar
que la influencia de Wagner fue slo indirecta, pues opino que Wittgenstein, lejos de
abrigar el antisemitismo como una de sus convicciones, se limit a intentar aclarar los
prejuicios antisemitas que predominaban en su poca.
Lurie (1989b:335-340) opina que Wittgenstein usa el concepto de judo tanto
para mostrar un cierto rasgo espiritual (y no psicolgico) como para hallar la verdad
metafsica que supuestamente subyace al concepto objeto de estudio. En 1931,
Wittgenstein (CV, 73) seal que Spengler podra haber sido mejor entendido si
hubiera especificado cul es el objeto que toma como referencia en sus comparaciones,
es decir, el objeto del que se ha tomado esta manera de ver las cosas: de no ser as, todo
lo que coincida con el modelo de la observacin se dir tambin del objeto que estemos
observando, por lo que se generarn afirmaciones del tipo siempre debe. Al
confundirse el modelo y el objeto, se adscribe dogmticamente al objeto aquello que
slo caracteriza al modelo; en ltimo trmino, Wittgenstein matiza que cada vez que
aparezca una afirmacin dogmtica se debera preguntar qu hay en realidad de
verdadero en ello? o en qu caso es esto realmente cierto?. Antes de nada, hay que
aclarar que Spengler entendi por prototipo una entidad metafsica, similar a una idea
platnica, en la que se manifiesta una realidad ideal; por otro lado, Spengler describi
los diferentes perodos histricos de una cultura como si de las distintas generaciones
de una familia se tratara. Segn Wittgenstein, y como acabamos de ver, las semejanzas
que vemos en aquello que percibimos como diferentes manifestaciones de la misma
idea en distintos perodos culturales se debe a que percibimos esas manifestaciones en
funcin de un prototipo; no obstante, Wittgenstein hablar ms tarde de parecidos de
familia para referirse a similitudes entre cosas que no comparten una esencia comn,
abandonando as la idea de prototipo. Lurie apunta que Spengler estaba embarcado en
una discusin histrica y por tanto emprica, pues compara diversos perodos de una
misma cultura en funcin del parecido de familia que advierte en ellos; por su parte,
Wittgenstein (y tambin Weininger) est inmerso en una discusin metafsica, pues su
intencin era definir la esencia espiritual de la cultura, no el modo en que la cultura se
manifiesta como hecho histrico. Concretamente, Lurie cree que Wittgenstein pretenda
229
162) cuenta que, respecto al tratamiento que haca Weininger de las mujeres y el
elemento femenino en el hombre como fuente de todo mal, Wittgenstein exclam:
Cun equivocado estaba, Dios mo, cun equivocado!. Monk (1997:293) opina que
Wittgenstein tal vez quisiera decir que Weininger se equivoc porque habiendo captado
las caractersticas esenciales del Hombre y la Mujer, slo present cargos en contra de
la Mujer. Por otro lado, B. Szabados (1997:494-497) cree que Wittgenstein valor en
grado sumo el coraje del que hizo gala Weininger a la hora de escribir sobre sus propios
problemas: lejos de ocultar sus prejuicios respecto a lo femenino, tal y como hicieron la
mayora de los vieneses, Weininger reflej en su obra las contradicciones en que se
debata la cultura occidental a comienzos del siglo XX. La concepcin de lo femenino
presentada por Weininger se puede contemplar, segn la opinin de Szabados, como un
sinsentido evidente que revela el sinsentido latente (cfr. IF, 464) que se ocultaba en las
definiciones esencialistas tradicionales. No obstante, y tratando de desvelar el
significado del signo de negacin al que me refer con anterioridad, Szabados (1999:16)
est convencido de que con dicho signo Wittgenstein pretenda hacer mencin a la
renuncia que hizo Weininger del judasmo: en ltimo trmino, Szabados (ib:17)
concluye que el gran error de Weininger radicaba no slo en la asignacin de
esencias en funcin de razas y sexos, sino tambin, y muy especialmente, en dar por
supuesto que la caracterologa misma es una empresa posible. Por su parte, S. Burns
(2001:xxiv-xxvi) se hizo eco de dos interpretaciones: una de corte estilstico y otra de
carcter metodolgico. La primera interpretacin parte de un prejuicio muy extendido
en el viejo antisemitismo europeo segn el cual la condicin oriental del judo le impide
estar dotado para lo fctico y lo real, de ah que sea un fabulista que slo puede pensar a
travs de parbolas. Segn esta lectura Weininger tiene talento para la fabulacin, pero
tambin aparece como un racionalista persistente en su fundamentacin metafsica, sus
principios dualistas, y su dicotomizacin metodolgica; Burns aade que la
metodologa del Wittgenstein tardo rechaza el racionalismo terico del Tractatus
inclinndose por el uso del smil, por lo que el signo de negacin indicara que
Wittgenstein estaba preparado para escribir filosofa al estilo oriental: de esta manera
sera capaz de abarcar la diversidad que Weininger rechaz. De acuerdo con la segunda
interpretacin, Wittgenstein propone hacer filosofa basndose no en un juego dualista
de continuas disyunciones como el que Weininger llev a cabo al postular una
diferencia esencial entre lo masculino y lo femenino, sino tratando de eliminar la
atraccin que ejerce dicha forma de pensar: con ese fin nos ensea mltiples diferencias
231
basadas todas ellas en la prctica de diversos juegos de lenguaje, por lo que sera
pertinente considerar un nuevo mtodo filosfico que le pone un signo de negacin al
antiguo mtodo. El propio Burns (ib:xxiin) nos recuerda una observacin de
Wittgenstein (CV, 96) que parece ilustrar estupendamente su actitud hacia el mtodo
weiningeriano: Alguno divide a los hombres en compradores y vendedores y se olvida
de que los compradores son tambin vendedores. Por ltimo, H. Rodlauer (1995:58)
destaca que Weininger, una vez que haba tomado la decisin de suicidarse, escribi en
su diario (NBL, p. 42) que su inteligencia era tal que en cierto sentido podra haber sido
capaz de convertirse en el solucionador (Lser) de todos los problemas: Weininger
estaba convencido de que se habra ganado el ttulo de Redentor (Erlser), pues su
naturaleza era la propia de un Redentor. Haciendo un pequeo parntesis, quiero
aprovechar la ocasin para recordar que en una carta dirigida a Arthur Gerber el 15 de
agosto de 1902 Weininger (NBL, p. 78) confesaba que ya no sera capaz de volver a
amar, y como dijo en otro lugar (OLT, p. 5), el amor es la forma ms apropiada de
redimirse y alcanzar la individualidad. Rodlauer, mientras tanto, se limita a manifestar
que Wittgenstein fue capaz de acabar el Tractatus pese a (y precisamente a causa de) la
grandeza del error que advirti en la obra de Weininger, mas esta autora no termina de
aclarar cul es exactamente su aportacin; simplemente recuerda que Wittgenstein (T,
p. 13) crea haber solucionado definitivamente los problemas de los que se ocupaba. A
pesar de los testimonios de Monk, Szabados, Burns y Rodlauer, no tengo claro qu
quera sugerir Wittgenstein al utilizar el signo de negacin anteriormente citado: decir
que valora las cuestiones planteadas ms que las respuestas en s no es decir mucho,
pero creo que es lo ms prudente para no caer en la mera especulacin.
Otro detalle que llama poderosamente la atencin es el fragmento de Pico della
Mirandola, autor citado por Weininger, que Drury (1989a:162) aade a continuacin de
su comentario sobre lo equivocado que, segn Wittgenstein, estaba Weininger. Drury
dice que en las palabras de della Mirandola aparece bosquejada una visin de la
naturaleza del hombre que Wittgenstein admiraba sobremanera. En el fragmento en
cuestin, se presenta la figura de Adn sin funcin alguna que cumplir y sin un lugar
fijo en la escala de los seres creados, de modo que podr determinar su propio destino
gracias al libre albedro que se le concede: est en su mano hundirse hasta el orden ms
bajo del ser o elevarse hasta la ciudadana de los cielos. Segn dijo Wittgenstein a
principios de 1937 (MP, 154), el hombre es bienaventurado cuando gracias a la fe se
232
hace dependiente inmediatamente del Seor, liberndose as del yugo de las apariencias
y el respeto humano. Esta fe es propia del hroe, y es esa misma fe la que le puede
elevar a la ciudadana de los cielos. Pero Wittgenstein (MP, 119) reconoce que no
quiere ser un hroe porque no quiere renunciar al disfrute: contemplar el herosmo de
otro individuo como espectculo puede ser muy grato, pero ser un hroe uno mismo es
algo muy distinto (MP, 55) porque para eso hay que mirar a la muerte misma a los ojos:
ese es el comportamiento adecuado del hroe cuando se halla en medio de una crisis
(CV, 287). A pesar de todo, Wittgenstein (MP, 154) es consciente de que si bien no ser
un hroe es una debilidad, constituye una debilidad mucho ms grave jugar a serlo
por no haber llevado el correspondiente autoexamen con la suficiente rigurosidad. A
juicio de Weininger (SexC, p. 322), el cristianismo elevado a su ms alta expresin
culmina en el herosmo, siendo el semita el cobarde que puede ser sealado como el
polo opuesto al hroe por no estar en relacin alguna con Jess. Wittgenstein, por su
parte, suplica (MP, 173) a Dios que le ayude a alcanzar una relacin tal con l que le
permita estar satisfecho con su propio trabajo. Como bien dice Reguera (2001:11),
Wittgenstein probablemente intent toda su vida discutir con Dios cara a cara porque el
suyo era un pensamiento religioso; esa misma pelea con Dios (ib:13) se adivina como
el estado religioso por excelencia, aunque se trata de una pelea de ideas debida a la
aoranza de claridad respecto a la lgica y los pecados. Para Wittgenstein (CV, 285)
Dios no es alguien en particular, sino lo que se piensa al emplear la palabra Dios.
Concretamente, Reguera (1994a:54) seala que en este contexto Dios ha de ser
entendido como el hecho mstico por antonomasia de la sinrazn absoluta del mundo,
o dicho de otro modo (2002a:239), como aquello de lo que dependemos y con lo cual
hay que vivir en armona para ser feliz. No es slo el sentido del mundo sino el mundo
mismo. As pues, no ha de extraar que Wittgenstein, en una lnea afn a Weininger,
diga (MP, 213-214) que no hay mejor forma de conocerse a uno mismo que
sosteniendo la mirada del perfecto. Aunque de ese modo uno sepa que no satisface la
exigencia vital.
Una prueba de que Wittgenstein pretenda afirmar su judasmo es la confesin
que llev a cabo en 1936. Cinco aos antes, Wittgenstein haba hecho otra confesin
que vino a coincidir con la desaparicin ms o menos repentina de sus comentarios
acerca de los judos: respecto a esta confesin, J. Hayes (1996:xvi) seala que en 1931
an no era relevante, a efectos sociales y polticos, qu porcentaje de sangre era aria o
233
juda, desfase histrico del que se desprende que Wittgenstein no pareca guiarse por la
situacin poltica de cada momento. Segn Rhees (1989:271), Wittgenstein visit a
Drury con una confesin escrita que, al parecer, habia mostrado previamente a G. E.
Moore, F. Skinner, R. Koder, y a algunos miembros de su familia. Por lo que tuvo
ocasin de hablar con estas personas, Rhees (ib:272) cree que nada de lo que
escucharon hizo que cambiara su imagen general de Wittgenstein. Pero aquel ao de
1931 escribi una autntica declaracin de intenciones; en realidad, se trataba de una
frase aislada (CV, 99), tras la cual dice Rhees (ib:273) que seguan observaciones sobre
filosofa de la matemtica: una confesin debe ser parte de la nueva vida. Como ya
manifestara William James (VER, p. 346), si la confesin no permite desembarazarse
de la podredumbre, al menos no la disimula con una hipcrita exhibicin de virtud y se
puede vivir sobre una base de veracidad.
Ms tarde, en noviembre de 1936, Wittgenstein escribi a Drury, Moore,
Skinner, Engelmann y Pascal dicindoles que quera verlos en Navidad. Se trataba de
otra confesin: una confesin de la que lleg a pensar con el paso del tiempo (MP, 224)
que tambin podra redimir a su madre, de la cual sospechaba que permaneci
reservada pero no indiferente respecto al tema sobre el cual versaba dicha confesin.
Slo contamos con los testimonios de F. Pascal y R. Hutt, pues el resto de los
confesores decidi guardar un respetuoso silencio. Pascal (1989:77-84) recuerda que
Wittgenstein telefone una maana pidiendo una cita urgentemente; poco despus
estaba sentado ante ella, muy erguido y con expresin hiertica y amenazante, con su
cazadora cerrada y abotonada hasta el cuello, sin que su forma de hablar permitiera
ninguna respuesta emocional. Pascal recuerda que Wittgenstein confes que aquellos
que le conocan crean que era ario en tres cuartas partes y judo la otra cuarta, cuando
la proporcin era exactamente la inversa. Adems, confesaba no haber hecho nada
hasta aquel entonces para corregir tal confusin; sobre este particular, McGuinness
(2001:223) cree que lo que realmente afliga a Wittgenstein era la vergenza por haber
ofrecido una impresin equivocada de s mismo, reaccin irracional que tal vez
comparta con Hofmannsthal. Sin embargo, la confesin ms dolorosa para
Wittgenstein an estaba por llegar: segn Pascal, dijo haber pegado a una nia de su
clase cuando era maestro en una escuela rural, con el agravante de haber negado aquel
hecho ante el director del colegio. Pascal recuerda que en un momento dado de la
confesin, y tras perder la paciencia, le pregunt si acaso quera ser perfecto, a lo cual
234
contest levantndose orgullosamente: Claro que quiero ser perfecto. Esta reaccin
me hace sospechar que Wittgenstein era todava presa de las emanaciones que se
desprendan del inflexible talante esencialista de las soflamas weiningerianas: a
Wittgenstein todava pareca seducirle sobremanera la posibilidad, ya manejada por
Weininger (cfr. OLT, p. 48), de alcanzar la perfeccin y la divinidad. No olvidemos que
la lucha de Wittgenstein es contra su propia vanidad: al igual que Bach, le hubiera
gustado dedicar su obra a la gloria de Dios (Ob F, p. xix), o lo que es lo mismo, le
habra gustado presentar sus escritos libres de cualquier rastro de vanidad, pero
reconoce que no podr liberarlos de esas impurezas ms all de lo que l mismo est
libre de ellas.
Segn Monk (1997:341), Hutt revel otros pecados menores confesados por
Wittgenstein. Parece que en cierta ocasin fingi no saber, cuando le fue revelada la
noticia, que haba muerto un norteamericano conocido suyo. En la Primera Guerra
Mundial, temi cruzar portando bombas una plancha inestable que serva de puente
sobre un arroyo, pero al final lo hizo. Y adems, afirm haber tenido relaciones con
mujeres en su juventud, aunque mucha gente crea que era virgen. Sea como sea, el
pecado ms serio para Wittgenstein pareca ser el haber pegado a la nia; de hecho,
aquel mismo ao se traslad a Otterthal, una de las aldeas en que fue profesor, para
disculparse personalmente ante varios nios. No en vano escribi (CV, 139) en 1937
sobre la enorme tarea que supone la necesidad de desmontar el edificio del orgullo
propio: naturalmente, coincido con Monk cuando sostiene (1997:343) que esta forma
de humillarse no era un autocastigo destinado a herir su orgullo, sino que su intencin
era desarmarlo para poder pensar honesta y decentemente. Tampoco hay que olvidar
que, al mismo tiempo que Wittgenstein redactaba su confesin, estaba embarcado en lo
que von Wright (1982:113-114) denomin versin temprana de las Investigaciones, o
lo que es lo mismo, en las primeras ciento ochenta y ocho secciones de esta obra. Como
es bien sabido, las Investigaciones comienzan (IF, 1) con un fragmento de las
Confesiones de san Agustn, obra que para Wittgenstein era, segn el testimonio de
Drury (1989a:159-160), el libro ms serio que jams se haya escrito. En esta lnea de
seriedad, Wittgenstein anot en diciembre de 1937 (CV, 172) que es imposible
escribir sobre uno mismo con ms verdad que la que uno es [] Se escribe sobre uno
mismo tan alto como se est. Slo dos meses despus, Wittgenstein escriba las
siguientes palabras que Rhees (1989:274-275) tom del Nachlass (MS 120):
235
veamos con simpata y comprensin ese afn por cambiar completamente su manera
de vida. Wittgenstein (OFM, II, 23) estaba convencido de que las enfermedades, tanto
de una poca dada como de los problemas filosficos, slo se curarn con un modo de
vida y pensamiento nuevos: pues aunque una vida diferente no implica necesariamente
un cambio de opiniones, s es cierto que hace necesarias imgenes completamente
diferentes y el aprendizaje de nuevos juegos de lenguaje (MP, 161).
237
Wittgenstein (C Az, pp. 45-46) reconoci que uno de los principales obstculos
que encontraba en sus investigaciones era el ansia de generalidad o, si se quiere, la
actitud despectiva hacia el caso particular: ste es precisamente uno de los rasgos
caractersticos del espritu occidental, un espritu respecto al cual Wittgenstein se senta
ajeno. A su juicio, dicha ansia de generalidad se deba a una serie de tendencias
conectadas con ciertas confusiones filosficas. Por un lado, creemos que todas las
entidades que solemos incluir bajo un mismo trmino general deben tener algo en
comn. Creemos tambin que el dominio de un trmino general implica, para aqul que
es capaz de utilizarlo en la prctica lingstica, que se ha logrado la posesin de un
modelo o imagen prototpicos de lo denotado por ese trmino; el aprendizaje del
lenguaje consistira, por tanto, en conseguir una imagen general de cierto trmino a
partir de la observacin de numerosos ejemplares particulares, imagen que concentrara
en s misma las caractersticas o propiedades comunes de todos esos ejemplares:
considerar las palabras como nombres propios nos lleva finalmente a confundir el
portador de un nombre con su significado. Adems, lo que pensamos que ocurre al
comprender cierta idea general est conectado con la confusin entre el estado de un
supuesto mecanismo mental y un estado mental entendido como estado de conciencia.
Por ltimo, nuestra tendencia a guiarnos por el mtodo cientfico, o lo que es lo mismo,
el intento de explicar los fenmenos naturales sirvindonos del menor nmero posible
de leyes naturales primitivas, puede llevarnos a la confusin total y a la metafsica; por
ese motivo, Wittgenstein cree que la tarea que ha de llevarse a cabo no ha de consistir
en explicar o en reducir una cosa a otra distinta: a su modo de ver, la filosofa es
puramente descriptiva. En las Investigaciones (IF, 109) fue an ms tajante si cabe al
sentenciar que no podemos proponer teora alguna. No puede haber nada hipottico en
nuestras consideraciones. Toda explicacin tiene que desaparecer y slo la descripcin
ha de ocupar su lugar. Este nfasis (cfr. IF, 124, 126, 496; DF, p. 183; WCV, p. 104,
161; OFM, III, 78; ORDF, p. 53; C Ma, p. 164; Z, 315; SC, 82; MP, 183) ha llevado a
H. Le Roy Finch (1977:169) a afirmar, acertadamente desde mi punto de vista, que
ningn otro filsofo ha concedido tanta importancia a la descripcin como
Wittgenstein.
238
ochenta que, a esas alturas, ya debera ser obvio que la obra de Wittgenstein estaba
saturada de crtica y de teora. A juicio de Ayer, era una tctica recurrente de
Wittgenstein proclamar que se limitaba a describir diversas prcticas sin criticarlas o
teorizar sobre ellas, de ah que su obra est formada por teoras difciles de captar
porque en lugar de argumentarse sistemticamente se insinan con multitud de felices
ejemplos. Tambin A. C. Grayling (1996:vi) manifest que los escritos de Wittgenstein
contienen teoras susceptibles de ser expresadas sistemticamente, pero D. Armstrong
(1968:14) fue ms all al mantener, como posteriormente suscribi O. Porchat Pereira
(1996:103-104), que desde que sali a la luz la obra de Wittgenstein se puso de moda
defender que la filosofa no procede de teora alguna. Armstrong opina que, si se piensa
con cierto rigor sobre tpicos filosficos, es imposible mantenerse totalmente ajeno a
cualquier tipo de teoras, de modo que aquellos filsofos que se declaren al margen de
todo afn teorizante estaran movidos, en realidad, por teoras oscuras y
defectuosamente formuladas que escapan a cualquier crtica o correccin. Por su parte,
F. Ackerman (1992:247) matiza que este problema es ms profundo de lo que cree
Armstrong, pues segn Ackerman, Wittgenstein parece rechazar no slo la posibilidad
de teoras filosficas: tambin parece descartar la posibilidad de que la filosofa pueda
generar discernimientos aislados y no tericos que sean verdaderos e informativos al
mismo tiempo.
A. Naess (1968:142) apunta que el rechazo de las generalizaciones en forma de
hiptesis, teoras y secuencias argumentales como totalmente innecesarias e
inapropiadas es una tesis central de Wittgenstein, paradoja en la que abund R.
Bambrough (1974:121) al considerar que la negacin de una tesis es otra tesis: pues si
bien se puede rechazar una teora sin afirmar otra alternativa, el rechazo de una teora,
como el rechazo de una tesis, supone la adopcin de una tesis, y como Wittgenstein
rechaza todas las teoras y muchas tesis, no se puede consentir su opinin filosfica
segn la cual l no mantiene opiniones en filosofa. En resumidas cuentas, S. Kripke
(1982:72) cree que si Wittgenstein presentara sus ideas en forma de tesis definidas
hubiera resultado ms difcil evitar la formulacin de sus doctrinas como si se tratara de
aparentes negaciones escpticas de nuestras aserciones ordinarias.
Concretamente, G. D. Conway (1989:32), M. Garca-Carpintero (1996:416), J.
Habermas (1991:115), R. Nieli (1987:231), O. Porchat Pereira (1996:303) y E. Zemach
240
(1989b:415) adscriben a Wittgenstein una teora del significado, teora que segn D.
Bullock (1987:191) es de carcter ecolgico; C. Radford (1989:88), por su parte, cree
que el Wittgenstein tardo manej una nueva teora del significado y el lenguaje; y
por ltimo, M. Faghfoury (1981:354), C. Falck (2000:375), D. Jacquette (1998:308),
M. Micheletti (1967:114), R. G. Millikan (1984:332) y J. Muoz (1972:86) hacen
alusin a una teora del lenguaje. Tambin J. Ll. Blasco (1973:109) seala, al
comienzo de un captulo titulado Teora del lenguaje, su intencin de ofrecer una
construccin sistemtica de lo que podra llamarse una teora wittgensteiniana del
lenguaje. En esta misma obra, Blasco (ib:115-116) ofrece tres tesis extradas de las
Investigaciones. As, tenemos que el lenguaje es una familia de estructuras (cfr. IF,
108); que si no existe regularidad, no es posible el lenguaje (cfr. IF, 207); y adems,
Blasco (ib:118) habla de la teora wittgensteiniana del aprendizaje. En otro lugar
(1971:66), seala que las crticas vertidas contra la teora wittgensteiniana del lenguaje
se refieren, fundamentalmente, al mtodo de los juegos de lenguaje y a la utilizacin de
su propia teora; sobre este ltimo punto, Blasco cree que el propio Wittgenstein se ha
vedado a s mismo todo intento explicativo, pues consider que la filosofa era
exclusivamente descriptiva: de ah que, segn este autor, la teora wittgensteiniana de la
gramtica resulte demasiado pobre. A juicio de Blasco (ib:60), la tesis ms conocida de
Wittgenstein es la denominada teora de los juegos, segn la cual el lenguaje se
concibe como un juego formado por palabras. Esta concepcin del lenguaje es usada en
dos direcciones distintas: por un lado, se compara la actividad lingstica con los juegos
para mostrar que se trata de una actividad sometida siempre a reglas vlidas para un
grupo que las obedece; por otro lado, se construyen juegos de lenguaje. Blasco
tambin considera como tesis un par de fragmentos de las Investigaciones. En primer
lugar (ib:62), comprender un enunciado significa comprender un lenguaje:
comprender un lenguaje significa ser maestro (=dominar) de una tcnica (IF, 199). Y
adems (ib:63), si el lenguaje ha de ser un medio de comunicacin debe haber una
conformidad no solamente de definiciones, sino tambin [...] de juicios (IF, 242).
Es un hecho patente que una de las tesis que con ms frecuencia se le atribuyen
a Wittgenstein, si no la que ms, es la que Blasco (1971:65) denomina teorema
semntico, es decir, que el significado de una palabra es su uso en el lenguaje (IF,
43). En esta atribucin tambin coinciden J. J. Acero (1994:26), M. Budd (1991:36), M.
Garca-Carpintero (1996:399), L. Gonzlez (1990:87), A. C. Grayling (1996:83), H.
241
capaz de decirnos definitivamente cules son las relaciones proyectivas que conectan,
por un lado, palabras y frases, y por otro, objetos y hechos. Respecto al clebre pasaje
de los escarabajos y las cajas (IF, 293), estos autores (ib:256) consideran que la tesis de
Wittgenstein, en este caso, es que se necesita un juego de lenguaje pblico para
establecer el significado de nuestro lenguaje de sensaciones. A juicio de L. C.
Holborow (1971:131), no es una tesis wittgensteiniana que exista algo aparte de la
conducta, como si estuviera oculto en una caja, de lo cual no podemos hablar: su tesis
sera ms bien que, observando cmo se comportan otros en este tipo de casos,
podemos descubrir cmo se sienten. En esta misma lnea, G. Hunnings (1988:212)
atribuye a Wittgenstein una tesis segn la cual las proposiciones describen datos
sensoriales; as, nuestro conocimiento es esencialmente el conocimiento de los
contenidos de nuestras mentes, de modo que el mundo resulta ser una construccin
hecha a base de datos sensoriales: si tenemos en cuenta esta tesis, los criterios para
entender el significado de una palabra debern localizarse en una amplia variedad de
eventos mentales, actos, estados y procesos. Mientras, P. F. Strawson (1968:42) cree
que cuando Wittgenstein se refiere a las sensaciones oscila entre dos tesis, de las cuales
Strawson considera la primera como falsa y la segunda como verdadera. La tesis ms
fuerte mantiene que ninguna palabra nombra sensaciones (o experiencias privadas):
la palabra dolor, en particular, no lo hace (cfr. IF, 293). La tesis ms dbil sostiene
que, para que exista un lenguaje comn en el que las sensaciones se adscriban a quienes
las tienen, deben satisfacerse ciertas condiciones; adems, determinadas confusiones
relacionadas con el mbito de las sensaciones surgen del fracaso al apreciar el modo en
que funciona el lenguaje de sensaciones. En esta lnea, H. P. Gallacher (1981:238)
defiende que cuando Wittgenstein (IF, 246) dice slo yo puedo saber si realmente
tengo dolor; el otro slo puede presumirlo no est haciendo sino formular una tesis.
Amparndose en una supuesta teora segn la cual las palabras cobran su
significado a partir de la actividad humana, D. E. Bolton (1979:131-132) presenta dos
tesis que se pueden encontrar en las Investigaciones. De acuerdo con la primera,
verdadero y falso es lo que los hombres dicen (IF, 241); segn la otra tesis, slo de
los seres humanos y de lo que se les asemeja (se comportan de modo semejante)
podemos decir que tienen sensaciones, ven, estn ciegos, oyen, estn sordos, son
conscientes o inconscientes (IF, 281): por cierto, tambin S. Chandra (1990:87)
considera que de este ltimo fragmento se puede extraer una tesis. Mientras tanto, y
243
que rojo denota un tipo de propiedad; de acuerdo con la segunda, la conexin entre
un nombre y la cosa nombrada se gesta en el comportamiento humano. Sin embargo, es
en otro lugar (1978:330-331) donde Pitcher ofrece una tesis que, en su opinin, es clave
dentro de la obra del Wittgenstein tardo; segn esta tesis, buena parte del sinsentido
y la confusin que se pueden encontrar en filosofa se debe a un tipo bsico de error: el
de tratar errneamente una palabra o frase como si tuvieran exactamente el mismo tipo
de funcin que otra palabra o frase, basndose slo en el hecho de que exhiben
similitudes gramaticales superficiales. E. Gellner (1968:221) viene a coincidir con
Pitcher al contemplar como una tesis wittgensteiniana la necesidad de atender no a
homogneas frmulas generales sino a la gran diversidad de usos lingsticos
existentes, tesis que Gellner considera sumamente nociva por atentar directamente
contra el progreso cientfico y moral basado en la unificacin conceptual de todo
aquello que en un principio nos pareca disperso e inabarcable.
Al referirse a la concepcin wittgensteiniana del significado, el entendimiento y
las reglas, C. McGinn (1984:3) extrae cuatro tesis: significar algo a travs de un signo
no tiene nada que ver con un estado o proceso interno; entender un signo no es
interpretarlo de un modo particular; el uso de un signo de acuerdo con una regla no se
funda en razones; y entender un signo es dominar una tcnica o costumbre para usarlo.
A juicio de M. Budd (1991:4), una tesis esencial de Wittgenstein es que no es fcil para
nadie describir correctamente el modo en que uno mismo usa una palabra porque
cuando intenta hacerlo est sujeto a error, y si se equivoca en su descripcin de un
trmino psicolgico, quedar atrapado en una confusin filosfica sobre el mbito de lo
mental (cfr. OFPs I, 548). Otra tesis que nos ofrece Budd (ib:127) es que cuando
alguien expresa un pensamiento en palabras no hace falta que tenga lugar proceso
alguno que no sea la misma produccin de palabras, de modo que cualquier proceso
adicional que pudiera ocurrir sera redundante.
Al considerar cmo rechaz Wittgenstein la posibilidad de un lenguaje privado,
P. Martnez-Freire (1995:45) sostiene dos tesis. Segn la primera, el carcter pblico de
las reglas determina la propia publicidad del lenguaje; y de acuerdo con la segunda,
Wittgenstein admiti experiencias privadas pero no un lenguaje privado. C. E. Marks
(1974:268; 1975:169), por su parte, mantiene que Wittgenstein formul dos tesis
cuando dijo que seguir una regla era una costumbre (IF, 199) y una prctica (IF, 202)
245
teoras en distintos mbitos filosficos: simplemente quiero destacar que esas lecturas
estn hechas desde un espritu que Wittgenstein rechaz expresamente. Adems, el
estilo aforstico y discontinuo que se trasluce en esta obra, y que A. Stroll (1994:88-89;
2002:78) denomin texto quebrado (broken text), parece lo suficientemente abierto
como para permitir una gran variedad de lecturas o interpretaciones distintas. Sin
embargo, creo que si contemplamos pargrafos concretos de las Investigaciones fuera
no ya de su contexto original, como dice W. E. Barnett (1990:56), sino
independientemente de cualquier afn clarificatorio de los usos del lenguaje, resultar
ms fcil interpretar dichos pargrafos como aserciones, lo cual provoca que con gran
frecuencia nos encontremos teoras wittgensteinianas fundadas sobre una base textual
mnima. Estimo que sera un error pretender enumerar con todo detalle las
caractersticas esenciales de las teoras y explicaciones que Wittgenstein rechaza, pues
en tal caso estaramos basndonos una vez ms en ese presupuesto tan extendido que
nos lleva a creer que para usar una palabra con rigor debemos poseer una definicin
precisa de su significado. Para aclarar este punto, creo que es conveniente traer a
colacin cierta observacin que aparece en el Nachlass (MS, 160): Si este libro [las
Investigaciones] se escribiera como debera hacerse, todo lo que digo debe ser fcil de
entender, incluso trivial; pero ser muy difcil entender por qu lo digo. Segn lo
entiendo, Wittgenstein podra estar insinuando que sus descripciones de la gramtica,
por su misma calidad de descripciones, no pueden sino mostrar usos de nuestro
lenguaje que a todos nos resultan muy familiares pero que en ciertos momentos escapan
a nuestra vista, de ah que su mera exposicin resulte trivial cuando no nos sentimos
embargados por un problema filosfico cuya disolucin pudiera depender de dicha
exposicin; as, pienso que el propsito de Wittgenstein es indicar o sugerir el problema
filosfico en que se halla inmerso para que el lector vea con claridad a cuento de qu se
ofrece una descripcin de nuestros juegos de lenguaje que en otras circunstancias no
podra sino resultar trivial: y es que si las Investigaciones no se leen desde este punto de
vista, no me extraa en absoluto que se vean tesis y teoras por doquier.
Basta con volver reposadamente a las Investigaciones para comprobar que,
desde el punto de vista propuesto en esta obra, toda esencia viene expresada en la
gramtica (IF, 371, 373): el nico atisbo que observamos en el lenguaje de necesidad
natural es una regla arbitraria (IF, 372), pero al concordar los hombres en su forma de
vida (IF, 241), resulta que no sera posible discutir tesis en filosofa porque todos
247
estaramos de acuerdo con ellas (IF, 128): al fin y al cabo, se tratara de consideraciones
que ya vendran dadas en la gramtica que compartimos. Por tanto, sacar conclusiones
no es una actividad filosfica, y tiene que ser as! tampoco es una proposicin
filosfica porque para ello debera limitarse a constatar lo que nadie podra negar (IF,
599). Como se puede comprobar, Wittgenstein no niega que existan teoras o
explicaciones genuinas, y ni mucho menos rechaza que se puedan avanzar tesis: lo
nico que hace es advertir de la confusin que surge cuando las teoras cientficas se
desvinculan del escenario cientfico para ser presentadas como explicaciones
filosficas. O dicho de otro modo, se trata de hacer frente al efecto hipntico que
encierran palabras como ciencia y teora. N. Pleasants (1999:24) est en lo cierto al
afirmar que Wittgenstein no dice en ningn momento que las representaciones
ontolgicas que tradicionalmente han presentado los filsofos sean falsas, pues para
ello Wittgenstein necesitara tener constancia justo de eso que rechaza: el modo en que
las cosas son realmente. En las Investigaciones se evita toda teora del lenguaje
rechazando cualquier tipo de pregunta que conduzca a su formulacin (cfr. Oc F, p.
362): como bien dice H. A. Nielsen (1958:115), en dicha obra no se trata de responder a
preguntas del tipo qu es el lenguaje?, cules son sus funciones bsicas?, qu
son las palabras y las proposiciones?, o cmo comunican las palabras?, pues si nos
aferramos a un problema metafsico tal y como se presenta por primera vez sentimos
que es irresoluble. Efectivamente (GF, I, 9), pensar filosficamente lleva a ver
problemas donde no los hay, por lo que es la propia filosofa la que debe mostrar la
inexistencia de estos problemas. Segn Wittgenstein, una teora filosfica no hara ms
que obstruir el entendimiento, mientras que una buena metfora lo refresca (cfr. CV, 4):
as como la teora oculta diferencias, sobregeneraliza y se presenta como un hecho
nuevamente creado, la metfora ayuda a ver claramente y contribuye a cambiar el modo
de pensar y de vivir.
Una explicacin no podra llevarnos ms all de donde ya nos encontramos (Z,
315) porque aunque en cierto sentido explicar es ms que (mehr als) describir, toda
explicacin lleva dentro de s una descripcin (Ob F, 1). No obstante, Wittgenstein (Z,
314; OFM, I, ap. I, 2) ya avis en su momento de lo difcil que resultar contentarnos
con una descripcin correctamente ubicada en nuestras consideraciones, sin pretender ir
ms all en busca de una explicacin. Ahora bien, aunque nos resulte muy difcil
contentarnos con una mera descripcin, Wittgenstein fue muy claro al indicar de dnde
248
Wittgenstein no escriba para moscas, sino para esas otras criaturas que estn expuestas
a las ms altas cotas de sufrimiento. Esto es lo que escriba Wittgenstein (CV, 504) de
los hombres:
No puede haber un grito de angustia mayor que el de un hombre.
Como tampoco puede haber angustia mayor que aquella con la que
puede encontrarse un ser humano concreto.
Un hombre puede, por tanto, encontrarse en una infinita angustia,
necesitando, en consecuencia, una ayuda infinita. [...].
El planeta entero no puede sentirse ms angustiado que un alma
concreta.
No se puede sentir una angustia mayor que la de un ser humano. Puesto
que si un hombre se siente perdido, es esta la mayor angustia.
Considero que, desde el punto de vista de Wittgenstein, no tiene sentido decir
que cierto sujeto tiene un problema filosfico pero que no lo sabe, como tampoco tiene
sentido alguno referirse a un problema filosfico que en ese momento no es sufrido por
nadie. Sin embargo, Wittgenstein no intent siquiera afinar criterio alguno para aclarar
en qu ocasiones podemos hablar de un problema filosfico: l mismo (GF, X, 141)
equipar estos problemas con las preocupaciones individuales particulares (die
bestimmten individuellen Beunruhigungen), sin entrar en mayores precisiones. Cuando
un alumno le pregunt durante el curso acadmico 1946-47 cul era la naturaleza de
estos problemas, respondi en trminos similares: Wittgenstein (WLPP, p. 45)
manifest que un problema filosfico surge cuando nos enredamos, pero aadi que el
primer error era precisamente preguntar por la naturaleza de estos problemas. A mi
entender, el error que Wittgenstein denuncia aqu es el de creer que todos los problemas
filosficos comparten una misma naturaleza, o lo que es lo mismo, Wittgenstein se
refiere al error de creer que debe existir algo as como una imagen prototpica que
recoja los rasgos bsicos que comparten todos los problemas filosficos. Lejos de eso,
nuestro uso del lenguaje, y por ende nuestro entendimiento, se puede enredar de formas
tan distintas y complejas que no hay lugar para hablar de una imagen prototpica o
modelo que corresponda a un problema filosfico. As, creo que cuando Wittgenstein
(IF, 123) dice que un problema filosfico tiene la forma no s salir del atolladero est
dando a entender que al hablar de problemas no estamos hablando sino de confusiones.
250
problemas puede resultarnos ms obvia si volvemos a las Investigaciones; all (IF, 89),
Wittgenstein nos recuerda un conocido fragmento de las Confesiones (Conf, XI, 14):
Qu es, pues, el tiempo? S bien lo que es, si no se me pregunta. Pero
cuando quiero explicrselo al que me lo pregunta, no lo s.
Este es el tipo de respuesta que cabe esperar no de alguien que afronte una
cuestin verificable de la ciencia natural, sino de cualquiera que trate de contestar a una
pregunta referente a la definicin de un trmino general: y es que en su momento
Wittgenstein (OFM, VI, 31) ya puntualiz que nuestra enfermedad no era otra que la de
querer explicar. No cabe duda de que nuestro uso de las palabras es tan sencillo y
fluido que nos resulta sumamente difcil describir y entender ese mismo uso: por eso
seala Wittgenstein (IF, 38) que los problemas filosficos surgen cuando el lenguaje
hace fiesta (wenn die Sprache feiert) o (IF, 132) cuando el lenguaje marcha en el
vaco, no cuando trabaja (wenn die Sprache leerluft, nicht wenn sie arbeitet). J. V.
Arregui (1984:152-153) concluye de aqu que la perplejidad surge no al utilizar el
lenguaje, sino cuando mantenemos una actitud contemplativa respecto al mismo; as,
las Investigaciones podran considerarse como un ejemplo ms de esa polarizacin
hacia el lado del lenguaje que, segn E. Lled (1995:16), caracteriza ltimamente al
pensamiento filosfico: una polarizacin que cuando alcance su grado mximo de
saturacin nos permitir ver, a juicio de este mismo autor, que no hay nada que
podamos considerar como problema filosfico ms all de la estructura lingstica.
No obstante, C. Cordua (1997:77) seal que segn Wittgenstein la filosofa no tiene su
origen exclusivamente en las confusiones lingsticas, pues tambin procede de deseos
y tendencias insatisfechos, prejuicios, supersticiones, posiciones irreflexivas de la
voluntad, etctera; en opinin de Cordua (ib:80), Wittgenstein slo considera la
importancia de aquello que ocasiona los problemas filosficos, pero nunca la
importancia de esos problemas en s.
Wittgenstein (IF, 90) describe de este modo la embarazosa situacin del sujeto
que no sabe responder a una pregunta como la formulada por San Agustn:
252
Wittgenstein afirma (IF, 90) que no se dirige a los fenmenos sino a sus posibilidades,
por lo que no es preciso tratar de penetrar de ningn modo dichos fenmenos: pues
como dijo el propio Wittgenstein (WLPP, p. 247), lo que est oculto no es el fenmeno
sino el concepto. Adems, son los conceptos y las relaciones entre ellos lo que nos
perturba, de ah que diga Binkley (1973:40) que lo que necesitamos es una visin
sinptica y no una visin de rayos-X. Se puede decir, por tanto, que la actitud de
dirigirse directamente a los fenmenos es propia de los problemas fcticos, mientras
que atender a sus posibilidades es caracterstico de los problemas conceptuales.
Wittgenstein (CV, 460) reconoci que los problemas cientficos podan interesarle, pero
en ningn caso apresarle realmente; slo le cautivaban los problemas conceptuales y
estticos: tal predileccin, qu duda cabe, aparece claramente reflejada en el carcter y
naturaleza de sus investigaciones. En este sentido, Wittgenstein (IF, 90) precisa que el
examen que va a llevar a cabo es de ndole gramatical (grammatische): se trata de
eliminar malentendidos (Miverstndnisse) concernientes al uso de las palabras,
malentendidos provocados entre otras cosas por algunas analogas que presentan
nuestras formas de expresin en ciertas reas del lenguaje.
Es evidente (IF, 111) que esos problemas, surgidos de la mala interpretacin de
nuestras formas lingsticas, tienen el carcter de lo profundo (den Charakter der
Tiefe): al enraizarse profundamente en el lenguaje, es como si se enraizaran tambin en
nosotros,
por
lo
que
se
manifiestan
como
profundas
inquietudes
(tiefe
confusin. De ah que el trabajo del filsofo consista en compilar recuerdos para una
finalidad determinada (IF, 127). Sin embargo, no existe una nica solucin o forma
de ordenar el paisaje conceptual que nos permita orientarnos: Wittgenstein (IF, 132)
habla de un orden para una finalidad determinada; uno de los muchos rdenes
posibles; no el orden (eine Ordnung [...]; nicht die Ordnung). A juicio de
Wittgenstein (IF, 98; C Az, p. 57), el lenguaje est en orden tal y como est porque a
pesar de que no se apoya en reglas estrictas basta para alcanzar el sentido; ahora bien,
cabe la posibilidad de que resultemos embrujados por el hechizo del propio lenguaje
(cfr. IF, 109; C Az, p. 56): como dice Arregui (1984:150), si no existiera la posibilidad
de equivocarnos no habra problemas filosficos. Pero a la hora de reconducir las
palabras a su empleo cotidiano (cfr. IF, 116), no hay que pensar tanto en volver a algo
tan poco preciso como el lenguaje ordinario sino en volver al contexto adecuado: G. A.
Paul (1978:130) nos recuerda que los problemas filosficos ms generales surgen,
efectivamente, del lenguaje ordinario, pero tambin existen problemas generados por
lenguajes especializados (que no privados); en tales casos, y como es obvio, la palabra
ha de ser reconducida a ese lenguaje especializado, ya que all tiene lugar el contexto
que le confiere su genuino significado.
Hablar de un problema filosfico, por tanto, puede hacernos caer en la
tentacin de pensar en la correspondiente solucin filosfica; W. Schweidler
(1990:229), por ejemplo, nos avisa que la base de toda confusin metafsica radica en
que aquello que consideramos como la solucin natural de nuestros problemas no slo
no vale como posible solucin, sino que es el mismo problema: lo que provoca esa falta
de claridad que solemos achacar a nuestra carencia de informacin acerca del
significado profundo de las palabras es creer que tiene que existir algn tipo de
solucin cientfica para las cuestiones metafsicas. En realidad (C Az, p. 92), los
problemas filosficos no se resuelven apelando al sentido comn, pues el filsofo no lo
ha perdido: ms bien, lo que hay que hacer es proteger al sentido comn de los ataques
de los filsofos resolviendo los enredos lingsticos de stos. Una vez ms, quiero
recordar que el propio Wittgenstein manifest (C Az, p. 77) que la palabra problema
no se usa correctamente cuando pretendemos referir con ella a nuestras dificultades
filosficas; de hecho, aadi que estas dificultades, al ser tratadas como problemas,
son el suplicio de Tntalo y parecen insolubles. Tambin Baum (1988:183) seala
que en una conferencia pronunciada por Karl Popper en Cambridge, el 26 de octubre de
256
sea, creo que este es un excelente recurso didctico tanto para acercarnos al arte de la
elucidacin gramatical como para implicar al lector en la confusin de turno. R.
Eldridge (1997:136), por ejemplo, habla de dos voces internas: una que al buscar
explicaciones desea encontrar los fundamentos de la intencionalidad, y otra admonitoria
que nos muestra que nada est oculto. H. Sluga (1996:30) cree que las Investigaciones
se basan en un intercambio entre Wittgenstein y un interlocutor, pero reconoce que el
papel de este interlocutor vara de una seccin a otra: as, puede representar una visin
filosfica tradicional, las suposiciones de un superficial sentido comn, e incluso las
anteriores opiniones de Wittgenstein. As como I. Dilman (2002:58) opina que
Wittgenstein discute con su alter-ego, W. E. Barnett (1990:61-62) habla de dos voces:
la del interlocutor, que esboza los problemas, y la clarificadora que permite afrontar esa
situacin. S. Cavell (1968:183) tambin distingue la voz de la tentacin y la de la
correccin, ante lo cual M. W. Rowe (1994:330) puntualiza que la voz de la tentacin
suele ser la voz de lo que fui una vez, mientras que la voz de la correccin alude a lo
que soy ahora. En lo que a m respecta, pienso que la ambigedad que se atisba en lo
referente a la identidad de las voces tiene, entre otras muchas, la ventaja de dejar va
libre tanto a la identificacin del lector con cada una de esas voces como a la
creatividad de los propios lectores. No obstante, me parece excesivamente aventurado
afirmar, como hace D. M. High (1967:19), que al usar el pronombre t (du),
Wittgenstein se est refiriendo directamente al lector: ante opiniones tan contundentes
como la de High, no se debera olvidar que Wittgenstein (CV, 445) declar en 1948 que
casi siempre escriba monlogos consigo mismo, sin testigos de ningn tipo.
Personalmente, coincido con T. Binkley (1973:129) cuando defiende que no es
necesario distinguir voces en las Investigaciones porque el pensamiento autoteraputico
no est necesariamente bifurcado, mas yo aadira que la idea de que una investigacin
gramatical se ha de ajustar a un modelo concreto, ya sea el dilogo u otro cualquiera, no
hace sino reflejar el efecto hipntico que poseen sobre muchas personas trminos como
modelo o mtodo: para ver este punto con mayor claridad, basta con tener en
cuenta que a cierto sujeto le puede ir mejor un formato impersonal en el que slo
hubiera lugar para una voz en off. Lo prioritario en las Investigaciones no son los
problemas concretos, sino estimular a alguien a tener pensamientos propios (IF, p.
15). As, H. Staten (1986:99) opina que es equvoco hablar, como hace Cavell, de una
voz de la correccin, rectitud u ortodoxia, pues es precisamente esa rigidez lo que hace
inviable el mtodo de Wittgenstein.
258
261
alguna sobre el lenguaje. Ante un problema filosfico, por tanto, se cree que la
dificultad radica en describir fenmenos difcilmente aprehensibles (IF, 436); de
hecho, el propio Wittgenstein (Ob Col, I, 15) manifest que en todo problema
filosfico serio, la incertidumbre se extiende hasta las races mismas del problema.
Consecuentemente, Tomasini (1988:101) seal que Wittgenstein, lejos de evitar los
problemas filosficos, se dirige a sus fundamentos con el fin de reducir ese problema al
absurdo. Por su parte, W. E. Barnett (1990:57) tambin recalc que Wittgenstein
empieza a tratar un problema filosfico haciendo un diagnstico de las races de esa
confusin; ahora bien, Barnett (ib:59) centra su atencin en lo que l denomina
gramatical picture (representacin gramatical), que viene a ser una nocin
paradigmtica insertada en la gramtica de nuestras expresiones cotidianas, y que ayuda
a significar a la frase en cuestin: segn este autor (ib:60), es en las primeras fases del
filosofar cuando la influencia de las representaciones gramaticales es ms directa, hasta
el punto de determinar la forma misma de un problema filosfico. Como ejemplo
(ib:61), cabe recordar que la representacin de la mente como un dominio interno, al
dotarnos de una cierta perspectiva, genera el problema mente-cuerpo; en este sentido,
Wittgenstein (IF, 308) ya haba avisado que el primer paso pasa totalmente
desapercibido. [...]. (El paso decisivo [...] y precisamente el que nos pareca inocente):
por eso dice W. Goldfarb (1983:272) que Wittgenstein no se dirige nunca al -ismo ya
consolidado, sino al momento mismo en que el filsofo se acerca a la filosofa. Fogelin
(1976:97) tambin concibe las Investigaciones no como un ataque en pos de soluciones
particulares a problemas filosficos, sino como una indagacin acerca de los
movimientos que indican la reflexin filosfica: o lo que viene a ser lo mismo, esta
obra no se ocupa tanto de criticar los resultados del filosofar como de interrogarse por
la fuente de esta actividad. Por este motivo, Wittgenstein no analiza globalmente los
sistemas filosficos del pasado sino las dudas y preguntas de las que surgen dichos
sistemas, y a partir de ah, empieza a gestar intuiciones o descubrimientos breves
que le permiten enfrentarse con esas dudas. Los problemas filosficos, por usar la
expresin de Ferrater (1978:111), no deber ser solucionados sino desenmascarados
(unmasked); a mi modo de ver, no se trata de presentar soluciones o resultados sino de
hacer que el trabajo filosfico recaiga sobre uno mismo (CV, 84; MP, 130) siguiendo el
camino que Wittgenstein mostr (ORDF, p. 49) para alcanzar la verdad:
Hay que colocarse al lado del error para conducirlo hasta la verdad.
263
Es decir, hay que descubrir la fuente del error puesto que, en caso
contrario, para nada sirve el escuchar la verdad. sta no puede penetrar
si otra cosa ha ocupado su lugar.
Para convencer a alguien de la verdad no basta con constatarla, sino que
se debe encontrar el camino que lleva del error a la verdad.
Sobre el papel, la tarea filosfica parece sencilla, pues se trata simplemente de
desenredar los nudos (Knoten) que de forma absurda hemos generado en nuestro
pensamiento (Ob F, 2; Z, 452): esto quiere decir que el resultado es simple, pero la
dificultad de la filosofa est en funcin de la complejidad de esos mismos nudos que
desata. Por tanto, que el resultado de la filosofa sea simple no quiere decir que tambin
lo sea su mtodo: La complejidad de la filosofa no reside en su temtica, sino en
nuestro enredado (verknoteten) entendimiento. Sin embargo, es preciso ver claramente
la estructura del nudo para poder hablar de un intento de solucin genuino (Ob F,
156): de no ver claramente esa estructura, todo queda reducido a un mero tanteo en la
oscuridad. Hacker (1994:34) destaca que Wittgenstein, al desenredar los nudos de
nuestro pensamiento, cuestionaba justamente aquello que pareca incuestionable antes
de empezar el debate; que surjan dudas sobre algo que en principio nadie cuestionaba
puede resultar chocante, pero slo si olvidamos la naturaleza de esta investigacin. As,
C. McGinn (1984:2) afirma que si recordamos que la filosofa slo tiene en cuenta lo
que est a la vista sin construir nada (cfr. IF, 126), y que si alguien avanzara tesis en
filosofa todos estaramos de acuerdo (cfr. IF, 128), resulta inherente al planteamiento
de Wittgenstein que la verdad no debera sorprendernos.
La imagen del filsofo desenredando nudos es particularmente apropiada para
ilustrar que Wittgenstein no pretende reemplazar ciertas teoras filosficas por otras de
su cosecha: la filosofa se limita a mostrar indefinidamente cmo se desvanece la
ilusin metafsica de turno, sin afirmar nada. Fue precisamente esta concepcin de la
filosofa como una tarea interminable la que llev a Bouveresse (1973:186) a
caracterizar al filsofo como ese viajero perpetuo (ce perpetuel voyageur), pues no en
vano avis Wittgenstein (UEFPs I, 756) que la tarea del filsofo consista en
desenredar muchos nudos. A juicio de Wittgenstein (C Az, p. 74), pensar que los
hechos deben adaptarse a las representaciones que se hallan incrustadas en nuestro
lenguaje es un prejuicio que debe ser erradicado, mas teniendo en cuenta que en el
264
terreno que se ha despejado no se levantan nuevas teoras (cfr. IF, 118), algunos autores
como Pears (1987:18) creen que la filosofa tarda de Wittgenstein tiene cierto
carcter negativo. R. Bruzina (1978:288-289) es de la misma opinin, pero precisa que
la prctica filosfica de Wittgenstein se basa en la interrelacin de dos procedimientos:
el que Bruzina denomina via monstrativa intenta mostrar el lenguaje cuando est siendo
utilizado, en tanto que la via negativa es de carcter crtico y teraputico y pretende
sealar lo que no se debera hacer con el lenguaje; pero aunque intenta negar por
completo el discurso filosfico de segundo orden que trata por todos los medios de
dar con la esencia de un trmino dado, Bruzina piensa que la va teraputica es un
ejemplo de ese discurso al introducir ciertas matizaciones de carcter positivo con el fin
de identificar qu es lo que se intenta mostrar en cada caso, por lo que en ltima
instancia no presenta un carcter exclusivamente negativo. Ahora bien, si contrastamos
esta opinin de Bruzina con la contundente interpretacin de C. McGinn (1984:1),
parece obvio que la versin de Bruzina est fuera de lugar: segn McGinn, los objetivos
de Wittgenstein son por encima de todo negativos porque se centran en la erradicacin
de ciertas concepciones errneas. McGinn opina que si Wittgenstein parece manejar
una concepcin positiva sobre el significado en algn momento puntual (cfr. IF, 43; Z,
16) es porque tiene el propsito de usarla como antdoto frente a determinadas
concepciones errneas del significado; por tanto, estara fuera de lugar considerar si esa
concepcin positiva que parece defender Wittgenstein es ms o menos slida. No
olvidemos que Wittgenstein esperaba que se le leyera como un pensador que muestra,
no como un pensador que dice: que el enigmtico estilo literario de Wittgenstein
permita esta ltima interpretacin no implica que dicha lectura est en sintona con su
espritu. As pues, otro aspecto sobre el que se ha hecho hincapi es el del carcter
autodestructivo de las Investigaciones. J. C. Edwards (1985:158) coment que este
carcter se pona de manifiesto si el libro se lea como una representacin filosfica,
pues en tal caso no se puede contener a s mismo en sus propias categoras crticas. Por
su parte, Fogelin (1976: 127) se centra en el carcter autodestructivo del mtodo de las
Investigaciones, para lo cual se apoya en un smil de Sexto Emprico (HP, p. 140):
[...] tal como los frmacos purgativos no slo expelen los humores del
cuerpo, sino que tambin ellos mismos se arrojan junto con los
humores.
265
cambio, si nos atenemos a la perspectiva del propio Wittgenstein, nos encontramos con
que no cabe eleccin entre distintas formas de hacer filosofa: la investigacin ha de ser
conceptual. La nica opcin que concede Wittgenstein (UEFPs II, p. 117) es elegir
entre resolver los problemas filosficos cambiando el propio punto de vista y con ello
la vieja manera de pensar, o tomar esos problemas como insolubles. W. Schweidler
(1990:228) lo dice de otra manera cuando seala que la filosofa trata con problemas
que, cualesquiera sean sus fuentes, se pueden resolver con investigaciones
gramaticales: no es de extraar entonces que quien adopte este punto de vista piense
que la concepcin de filosofa que ofrece Wittgenstein es la ms amplia posible. Esta es
la postura de P. Johnston (1989: 11) cuando matiza que Wittgenstein no es prudente por
concentrarse en objetivos limitados: lo que ocurre es que no se puede hacer nada ms.
De hecho, es precisamente el intento de hacer algo ms lo que genera sinsentido y
confusin. Como acertadamente seala J. L. Gil de Pareja (1992:53), la concepcin
wittgensteiniana de la filosofa se asemeja a la filosofa tradicional en su pretensin de
generalidad, pues ambas intentan cubrir todo el mbito de la filosofa.
En palabras del propio Wittgenstein (Oc F, p. 137), la filosofa habra sido
reducida a una cuestin de destreza que, dicho sea de paso, es muy difcil de adquirir.
Para ello, es preciso un tipo de pensamiento que no nos es familiar y que nada tiene
que ver con el tipo de pensamiento requerido en las ciencias; tampoco se trata, como
bien dijo Bouveresse (1973:186), de conocer a fondo el alma humana, como tampoco
se trata de poseer una mayor aptitud para prever y provocar reacciones estticas: lo
importante es dominar la tcnica de disponer unas cosas junto a otras, de confrontar
casos diferentes, inventar casos intermedios, etctera. La discusin se impone como un
factor clave para lograr esta habilidad, pues segn le dijo Wittgenstein a Drury
(1989b:197), un filosfo que nunca toma parte en las discusiones es como un
boxeador que nunca sube al ring. A tenor de lo dicho, la filosofa se considera
fundamentalmente cono una cuestin de talento (cfr. CV, 256): por estos motivos y
otros que voy a exponer a continuacin, he de reconocer que estoy de acuerdo con Fann
(1992:131) y Pitcher (1964:329) cuando sostienen que el mtodo y el legado de
Wittgenstein, respectivamente, constituyen ante todo un arte, opinin que tambin
comparten Fenichel (1984:1) y Phillips (1977:53). No obstante, Bouwsma (1978:162)
llam la atencin sobre una seria dificultad con la que se encontr este arte de
Wittgenstein. Habitualmente, un arte se ensea a travs del ejemplo del maestro y la
267
prctica del aprendiz; ahora bien, en el caso de Wittgenstein, los alumnos esperaban
respuestas, pero no que se les enseara arte alguno: por tanto, no slo tena que
ensearles un arte, sino que adems tena que presentrselo porque era nuevo y no
haban odo hablar nunca de l. Y lo que es peor, seguramente nunca haban sentido que
necesitaran algo as. Refirindose a esta nueva forma de hacer filosofa, Pears
(1973:152) aadi que se asemeja ms al arte que a la ciencia porque se centra en el
examen de casos particulares, pero Brand (1981:14) no est de acuerdo con esta
opinin porque a su modo de ver que Wittgenstein se concentrara en lo particular no
quiere decir que desechara lo general. Brand cree que en la obra tarda de Wittgenstein
existen, cuando menos, generalizaciones implcitas, aunque slo sea porque se
necesitan razones generales para poner de relevancia lo particular. Adems, los
numerosos ejemplos que ofrece Wittgenstein son elegidos en funcin de algo general,
pues necesitan algo respecto a lo cual sean ejemplos. Creo que la postura de Brand se
asemeja a la de Bruzina y es susceptible tambin de recibir la misma crtica que en su
momento formul McGinn (ver p. 265), mas cindonos al mbito artstico, Binkley
(1973:49) mantiene que las descripciones de Wittgenstein son ms artsticas que
cientficas porque nos presentan algo que sugiere no nuevos hechos sino una nueva
perspectiva. Segn Binkley (ib:202), el arte de la filosofa tal y como la concibe
Wittgenstein consiste no en conjeturar sino en ver conexiones, para lo cual produce
esbozos simples, severos, profundos e ingeniosos que se asemejan a los de un artista
como Kafka (ib:49).
Yo destacara otro aspecto que revela el carcter netamente artstico de la labor
llevada a cabo en las Investigaciones: concretamente, me refiero a la experiencia visual
que supone el hallazgo de la claridad al disolver un problema filosfico. Para presentar
ms claramente el matiz que quiero expresar, voy a apoyarme en una idea apuntada por
M. Black (1966:218). Black manifest que no existe un modelo perfectamente fiel a su
original; de hecho, slo por ser infiel en algunos aspectos puede representar el modelo
al original: esto implica que algunos rasgos del modelo carecern de importancia,
mientras que otros resultarn pertinentes y esenciales para la representacin de turno.
Tambin Wittgenstein hace modelos, pero no de un fenmeno o un trmino concreto
sino de su gramtica o uso: y para ello, atiende ms a unos rasgos o usos que otros, en
funcin del problema que est tratando. Como dijo en su momento Cerbone
(1994:164), lo que queremos estudiar nos resulta tan cercano y familiar que para
268
hacerlo objeto de estudio tenemos que tomar una cierta distancia, pero sin salirnos del
lenguaje. Creo que el matiz que quiero comunicar aparece sutilmente expresado en una
carta de Wassily Kandinsky (1993:35) dirigida a Arnold Schoenberg, carta que aparece
fechada en Munich el 16 de noviembre de 1911. En esa misiva, Kandinsky sealaba
que si la obra de arte era demasiado precisa o vinculante no le haca vibrar
interiormente, de lo cual concluy que en cada obra debe quedar un lugar vaco, no
puede atar. No obstante, sospecho que esta idea, en la que Kandinsky vio una ley del
maana, ya se vislumbraba con claridad algunos aos antes en una carta que
Vincent van Gogh (1997:143) diriga a su hermano Tho:
Dile a Serret que a m me desesperara que mis figuras fueran buenas,
dile que no las quiero acadmicamente correctas, dile que si fotografiara
a un hombre que cava, la verdad es que no cavara.
Como podemos ver, tambin van Gogh muestra su disgusto ante la mera
reproduccin fotogrfica, pero el genial artista de Groot-Zundert sigue escribiendo:
Dile que mi gran anhelo es aprender a hacer tales inexactitudes, tales
anomalas, tales modificaciones, tales cambios, tales cambios en la
realidad, para que salgan, pues claro!... mentiras si se quiere, pero ms
verdaderas que la verdad literal.
Tambin las metforas de Wittgenstein son requiebros a la realidad, sin ninguna
pretensin de ser una copia literal: l mismo dijo (CV, 473) que en el fondo era un
pintor y, con frecuencia, un muy mal pintor. Al fin y al cabo, sus metforas no nos
van a proporcionar esa misma imagen que siempre tuvimos de la realidad (pues
entonces no veramos nada nuevo), sino una versin distinta: F. Rossi-Landi (1968:57),
por ejemplo, seal que la filosofa de Wittgenstein apareca desgajada de la realidad
desde el mismo momento en que negaba toda construccin terica. En ese sentido, tal
vez se pueda decir que la nueva versin es una mentira por tratarse de una imagen
manipulada metafricamente, pero no cabe duda de que alberga cierto carcter
liberador porque nos hace ver que, efectivamente, esto es lo que subyaca a nuestra
imagen: una vez ms, se podra hablar de la fuerza del mostrar y del peso de la
evidencia frente al mero decir. Wittgenstein (CV, 120) ya manifest que en el arte es
269
difcil decir algo que sea tan bueno como no decir nada. Y sentir algo como ms
verdadero que la verdad literal es una experiencia que, a mi entender, bien merece
calificarse como artstica.
Fenichel (1984:8) est en lo cierto cuando seala que Wittgenstein, al no decir
las cosas directamente, fuerza al lector a encontrar por s mismo las verdades que le
resultan ms importantes. La filosofa, como vimos en su momento, surge del
sufrimiento personal. No hay angustia mayor que la del ser humano (CV, 504). Debido
a ese mismo nfasis, el mundo que rodea a los individuos, lo exterior a lo puramente
pasional, parece plano: Wittgenstein (CV, 411) pensaba que aun nuestras mejores y
ms filosficas reflexiones tienen una base instintiva. Lo puramente racional parece
algo ajeno, propio de ese espritu denostado por Wittgenstein. Estoy de acuerdo con
Binkley (1973:119) cuando afirma que los intentos por registrar lo que dice cada
pargrafo nos dejarn vacos, observacin con la que coincide plenamente Genova
(1978:402) al apostillar que muchos estamos tentados a dejar que los pargrafos hablen
por s mismos, lo cual no da resultado alguno porque ningn pargrafo habla por s
mismo. Sin embargo, Binkley (1973:110) va an ms lejos al decir que si los
pargrafos no ayudan a estimular la imaginacin para ver claramente y adems se
toman como meras afirmaciones o verdades, pueden resultar opresivos para el
pensamiento imaginativo: tal y como nos recuerda T. Fujimoto (1972:232), la
clarificacin es un evento personal, a lo cual aade D. Z. Phillips (1992:189) que se
trata de una lucha en pos de la claridad que guarda analogas con una lucha moral. Ya
que ha salido a colacin el carcter radicalmente personal de la filosofa de
Wittgenstein, me gustara hacer hincapi en un aspecto que considero fundamental;
segn Bolton (1979:130), la contribucin que hace el lector al leer las Investigaciones
es guiada, pero no determinada: el lector se encuentra con una libertad de pensamiento
que no suelen conceder los escritores filosficos.
El irrefrenable impulso a penetrar los fenmenos (cfr. IF, 90) parece ser uno de
los principales rasgos de ese espritu occidental que Wittgenstein critic. El hecho de
dirigirse de forma tan directa al fenmeno se puede asociar tambin con la prisa. No
hace falta decir que la prisa es un signo de nuestro tiempo que ni siquiera el propio
Wittgenstein pudo evitar; as, manifest en 1939 (CV, 189) su deseo de llenar tan
pronto como sea posible un bello cuaderno. Sin embargo, Wittgenstein no pretenda
270
mostrar con ello su productividad, sino librarse de la vanidad que tanto le acosaba; una
vanidad que, como l bien saba, volvera a incomodarle tan pronto como acabara ese
cuaderno tentndole a comenzar otro nuevo. Ahora bien, teniendo en cuenta lo
importante que era la msica para Wittgenstein, cabe pensar que ese mismo debe ser el
mbito en que su sensibilidad para percibir el acoso de la vanidad era ms notable.
McGuinness (1991:60) asemejaba su relacin con la msica a su relacin con su lengua
nativa, hasta el punto que Wittgenstein no necesitaba salirse de ella para encontrar
medios de expresin. A pesar de que Wittgenstein (CV, 215) asemejara su estilo a una
mala frase musical. Segn cuenta Drury (1978:68-69), el mero hecho de verle escuchar
msica permita a uno darse cuenta de que se trataba de algo muy profundo y central en
su vida: Wittgenstein le dijo a Drury que en sus escritos no poda reflejar la importancia
que para l tena la msica, y crea que si no se la tena en cuenta, l no podra ser
comprendido. Adems, Drury resalta el nfasis con que Wittgenstein cit la frase de
Schopenhauer La msica es un mundo es s mismo, y J. King (1989:130), por su
parte, coment que uno de los principales temas de conversacin de Wittgenstein era la
msica y no la filosofa. No hay que olvidar que el propio Wittgenstein (GF, I, 4; IF,
531; Z, 161) destac la similitud existente entre el lenguaje y la msica, pues cada
configuracin de palabras encierra algo que slo esas palabras, en esa posicin,
pueden expresar (was nur diese Worte, in diesen Stellungen, ausdrcken). En ese
sentido, entender una oracin del lenguaje resulta ser algo muy parecido a entender un
tema musical (IF, 527): para que exista la comunicacin no es imprescindible partir de
un simbolismo dado, pues a juicio de Wittgenstein (GF, 32), la palabra tiene un alma
(eine Seele) adems de significado. Obviamente, nadie creera que, de reemplazar las
palabras de un poema por otras segn cierta convencin, ese poema permanecera
esencialmente inalterado. Tal vez sea ste un buen momento para recordar que, desde el
punto de vista de Kandinsky, todo punto, trazo o color esbozado sobre el plano muestra
una sonoridad interna: cualquier configuracin sobre el plano evocara una concreta
combinacin de sonidos, una combinacin sobre la cual influira cualquier variacin
que tenga lugar sobre ese plano Naturalmente, Hacker (1996a:328) est en lo cierto al
afirmar que Wittgenstein no pretenda que la msica apareciera ms similar al lenguaje
de lo que es, sino que el lenguaje nos resultara ms parecido a la msica de lo que
creemos que es.
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272
273
Todas las reflexiones pueden ser llevadas a cabo de una manera mucho
ms sencilla de lo que yo sola hacer. Y no hay que usar palabras nuevas
en filosofa [como forma pictrica, forma representacional, forma
lgica, relacin pictrica, etc.], sino que basta con las viejas palabras
comunes del lenguaje.
Opino que limitarse a la terminologa de Wittgenstein y su consiguiente crtica,
como acostumbran a hacer muchos comentaristas, es una autorrestricin que, de
corregirse, puede ayudar incluso a lograr una perspectiva ms amplia de la
terminologa de las Investigaciones. Como dijo E. K. Specht (1969:144), se trata de
invenciones terminolgicas que no interfieren con el uso del lenguaje, invenciones cuya
funcin no es otra que establecer un orden en nuestro conocimiento del uso del
lenguaje (IF, 132). A mi entender, estas invenciones terminolgicas, al igual que el
resto del lenguaje, deben contemplarse funcionando (cfr. IF, 38, 132), pues las
confusiones surgen cuando las tomamos en abstracto o por s mismas; sin embargo, hay
que tener presente que se trata de investigaciones gramaticales cuya finalidad no es sino
alcanzar una visin sinptica de determinada rea del lenguaje: por este motivo es
preciso guardar una especial consideracin hacia el uso del trmino gramtica, pues
es se el mbito en el que debemos aprender a jugar. Naturalmente, una vez que
aprendemos un juego o una forma de desenvolvernos est claro que no necesitamos
memorizar pormenorizadamente sus reglas, pues cabe suponer que con la prctica se
irn diluyendo lentamente en nuestra consideracin: cualquier jugador que pretenda
orientarse slo por un conjunto de reglas ver drsticamente reducida su fluidez y
agilidad, independientemente del juego que sea. Otra cosa, naturalmente, es el toque
personal que cada cual pueda aportar a ese juego: al fin y al cabo, y como recuerda
Drury (1989b:239), Wittgenstein sola repetir que se necesitan muchos tipos de
personas para hacer un mundo.
En este apartado he decidido hacer referencia a cinco nociones: gramtica
(Grammatik), visin sinptica (bersicht), forma de vida (Lebensform), juego de
lenguaje (Sprachspiel), y criterio (Kriterium). Alguien puede echar en falta alguna
ms, como parecidos de familia (Familienhnlichkeiten) o uso (Gebrauch), pero
me pareci innecesario incluirlas. Y ello por dos razones. En primer lugar, porque este
274
breve acopio de trminos en ningn momento pretende ser, ni quiero que lo parezca, un
registro exhaustivo de los conceptos tcnicos usados por Wittgenstein. En segundo
lugar, y mucho ms importante, no es mi intencin ofrecer esas definiciones que
Wittgenstein no dio, como tampoco lo es saciar la sed de definiciones precisas con
algn compuesto sucedneo que haga las veces de stas; de hecho, es precisamente esa
actitud lo que quiero mostrar: lo que a continuacin ofrezco no es ms que un
muestrario de algunas de las opiniones y controversias que estos trminos han suscitado
en distintos autores. O dicho de otro modo: lo que ofrezco es el testimonio que viene a
confirmar el temor de Wittgenstein, que no es sino su legado reducido a mera jerga
haciendo intiles as sus intentos de persuasin incitando a la prctica. Huelga decir que
considero totalmente lcita una actitud crtica hacia los procedimientos de Wittgenstein;
como no poda ser de otro modo, tal actitud me parece no slo saludable sino necesaria
si es que se quiere evitar el riesgo de ser seducido por la ilusin de desvanecer
cualquier problema filosfico como si de meros castillos en el aire se tratara. Sin
embargo, creo que incluso esa actitud crtica debe manifestarse desde o despus de la
prctica del estilo filosfico propuesto por Wittgenstein, estilo que har surgir
numerosas resistencias: la prueba ms palpable, en primera instancia, es la gran
cantidad de literatura filosfica que circula sobre Wittgenstein y su mtodo,
considerado ste en abstracto y sin relacin con problema filosfico alguno. Tambin
me atrevera a calificar como resistencia el desencanto que provoca la perspectiva de
tratar como si de meros enredos del lenguaje se tratara muchos de los grandes
problemas filosficos que, precisamente por su aspecto insoluble e inaccesible, dotaban
de encanto a la filosofa.
Volviendo a los conceptos reseados anteriormente, es notoria la falta de
acuerdo que se aprecia entre los distintos autores a la hora de precisar qu trminos
empleados por Wittgenstein se pueden calificar como tcnicos y cules no. As,
mientras que S. Schroeder (2001:197n) cree que Wittgenstein usa el trmino criterio
ora (IF, 354; Z, 438) en un sentido ligeramente tcnico al distinguir entre sntomas y
criterios, ora (IF, 258) en su sentido corriente, como un medio para distinguir si algo es
falso o no, Baker y Hacker (1981:xix) creen que gramtica y criterio tienen un uso
especfico por parte de Wittgenstein, nociones a las que J. Passmore (1978:426) aade
la de juego de lenguaje. Sin embargo, Baker y Hacker, junto a Grayling (1996:74),
consideran que la forma en que Wittgenstein emplea el trmino uso no encierra nada
275
276
II.3.3.1. Gramtica
277
aunque
con
frecuencia
violamos
reglas
gramaticales
nos
entendemos
gramatical debera mostrar algo sobre las propiedades sintcticas y semnticas de las
palabras que contiene. El problema que encuentra Aidun es que Wittgenstein apenas
aporta indicios o seales de entender las proposiciones gramaticales como algo que,
ms que decir, muestra. Por ejemplo, la proposicin Yo s slo por mi propio caso
[] lo que es el dolor (cfr. IF, 295) no dice nada pero se asemeja a un diagrama de
movimientos de ajedrez porque muestra cmo movernos sin violar las reglas. En
principio, Aidun (ib:130) es partidaria de esta interpretacin segn la cual la gramtica
del lenguaje se muestra a s misma en la prctica del lenguaje, de modo que cualquier
frase en castellano, hasta una falsa, muestra algo sobre la gramtica del castellano. As,
cuando intentamos poner en palabras lo que se muestra a s mismo en la gramtica
resultan las proposiciones gramaticales que muestran ciertas conexiones conceptuales,
por lo que el sinsentido aparecer cada vez que tomemos estas proposiciones como si
realmente dijeran algo. Sin embargo, Aidun (ib:131) estima que la evidencia textual en
que se basa esta interpretacin es tan escasa y ambigua que, pese a ser desde el primer
momento su interpretacin favorita, acaba inclinndose por la interpretacin segn la
cual las proposiciones gramaticales funcionan como reglas gramaticales.
Wittgenstein no slo reconoci (SC, 319) que no existe un lmite claro entre las
proposiciones gramaticales y las proposiciones empricas; adems, advirti (SC, 320)
que el concepto mismo de proposicin (Satz) no estaba bien delimitado. Acerca de
una proposicin emprica cabe decir Uno podra imaginarse eso de otro modo o Uno
podra imaginarse tambin lo contrario de ello (OFM, IV, 4), mientras que la
proposicin gramatical, es decir, la proposicin que slo se puede imaginar como
verdadera, se convierte en una norma de descripcin (SC, 167), norma de
representacin (SC, 321), regla de juego (SC, 95), regla de control (SC, 98), o
paradigma (OFM, VI, 22) desde el cual se juzga la experiencia: por este motivo es
independiente de los hechos (OFM, VII, 74) y pierde su carcter temporal (cfr. SC, 57).
Son proposiciones aceptadas habitualmente como verdaderas, aunque sera ms
adecuado considerarlas como un sinsentido (cfr. IF, 252) o como si de un simple silbido
o un murmullo se tratara (Z, 401). C. Hoodway (1993: 147) est en lo cierto al sealar
que las regularidades del mundo natural contribuyen a la certeza de estas afirmaciones
pero no, como pensaban los filsofos del sentido comn, aportando evidencia en su
favor, sino fundando la posibilidad de la constancia en el juicio que los hace
inteligibles (cfr. IF, 242). Tampoco debemos olvidar que la negacin de una
282
lenguaje destaca el papel del contexto, atender a las formas conduce al anlisis: pero as
como no existe tal cosa como los componentes estructurales de un uso del lenguaje o
de un juego de lenguaje, los anlisis sintcticos y morfolgicos se basan precisamente
en esos componentes. La segunda diferencia es que Wittgenstein no pretende dar una
descripcin sistemtica del uso del lenguaje, sino slo lo que se requiere para lograr una
visin amplia de la filosofa. La tercera diferencia se basa en que Wittgenstein integra
lenguaje y actividad, con la consiguiente necesidad de acuerdo en los juicios prcticos.
Garver (ib:152) concluye que Wittgenstein parece haber extendido los mtodos
lingsticos y el concepto mismo de gramtica a tipos de expresiones y dimensiones
del lenguaje que habitualmente se consideran excluidas de su dominio habitual. Por su
parte, Aidun (1980:69) recuerda que el lingista intenta formular las reglas que siguen
los hablantes, mientras que quienes sufren problemas filosficos recuerdan las reglas
gramaticales que temporalmente han perdido de vista como hechos empricos sobre
gramtica, pues dichas reglas no estn formuladas explcitamente: esto implica que
mientras el filsofo se encarga de las reglas del juego de lenguaje que alguien necesita
recordar, el lingista slo est interesado en el hecho emprico de que un grupo de
personas tienen y siguen ciertas reglas. E. Tugendhat (1993:13-14), por ltimo, seala
que la investigacin en filosofa, al basarse en los juegos de lenguaje, se hace desde la
perspectiva de la primera persona del plural, siendo la perspectiva adoptada por los
lingistas la de la tercera persona; ahora bien, segn Tugendhat, encontrar una nueva
forma de conocimiento humano nos llevara a pasar de la perspectiva de primera
persona a la de segunda, pues seran los miembros de esa comunidad recin descubierta
los que tendran que explicarse.
Ante la imposibilidad de ofrecer una definicin certera de lo que Wittgenstein
entenda por gramtica, los comentaristas han distinguido diversos usos de este
trmino en la obra de Wittgenstein. G. Hunnings (1988:247), en su empeo por hacer
un recuento lo ms exhaustivo posible, cita hasta diecisiete elementos: las reglas que
gobiernan la construccin de frases; las reglas que distinguen tipos de frases; las
caractersticas lgicas de los juegos de lenguaje; las actividades y formas de vida de las
que son parte los juegos de lenguaje; cualquier hecho cuya obtencin sea un
prerrequisito para el sentido de una proposicin; las muestras de colores que dotan de
sentido a las palabras referentes a colores; las imgenes mentales que nos permiten
contar sueos a partir de la memoria; convenciones sobre representaciones; mtodos de
285
Wittgenstein a comparar las gramticas superficial y profunda de las palabras (cfr. IF,
664); as, comenta acerca del verbo perder que se pueden perder cosas tan distintas
como el monedero, el estilo, la memoria o el temperamento: adems, pienso que
Phillips est en lo cierto al precisar que superficialmente existe una gran similitud entre
todas estas posibilidades, mas salta a la vista que uno no pierde todas estas cosas de la
misma manera. Si se piensa, como es el caso de Hunter (1985:205), que la gramtica
superficial nos lleva a sospechar ciertas cosas en tanto que la gramtica profunda
confirma, o ms frecuentemente an, rebate estas expectativas, es normal pensar, tal y
como le sucede a S. Cavell (1979:30), que el adjetivo superficial debiera ser
sustituido por otro como incompleto o ligero: eso s, Cavell reconoce, y creo que
acertadamente, que descubrir la profundidad de lo sistemtico en el lenguaje no era el
objetivo intelectual de Wittgenstein sino su instrumento. Pienso que H. Hervey
(1961:347-351) no est acertada cuando denuncia que Wittgenstein se contradice por
hablar de una gramtica superficial y otra profunda cuando supuestamente todo estaba a
la vista (cfr. IF, 126); personalmente, creo que con esta distincin Wittgenstein
pretende llamar la atencin para que se mire con ms detenimiento los usos del
lenguaje. As, cuando disolvemos un problema filosfico de buenas a primeras
atendiendo al uso del lenguaje no sentimos la necesidad de hablar en trminos de
gramtica profunda o superficial: en tales casos se suele decir que hemos mirado a
la gramtica sin ms. Pero si nos cuesta ms trabajo desenredar el nudo lingstico de
turno, es normal que intentemos referirnos de alguna manera tanto al uso errneo del
lenguaje como al uso del lenguaje que todava parece ocultarse a nuestra vista;
naturalmente, esto no quiere decir que aqu se pueda hablar de diversos niveles de
profundidad, pues la gramtica est siempre a la vista: el nico problema es que a veces
no nos fijamos suficientemente en ciertos usos del lenguaje.
Partiendo de que la metfora de profundidad es especialmente apta para referirse
a lo que est oculto a la vista y se descubre a travs del anlisis, Hacker (1996a:709)
puntualiza que la idea de gramtica profunda sera ms apropiada para el contraste
tractariano entre la gramtica superficial de una expresin y lo que es supuestamente
revelado por su completo anlisis; este autor aade que, en el contexto de las
Investigaciones, el contraste entre ambos tipos de gramtica no ocurre entre la
superficie y la geologa de una expresin, sino entre la superficie local y la
topografa: de hecho, Baker y Hacker (1981:238) consideran que la labor de la
287
embargo, no est del todo claro qu podra significar aqu total o completa. En un
principio, Wittgenstein manifest (Ob F, 77) que una descripcin completa
(vollstndigen Beschreibung) es una idea que no deja lugar a la contradiccin: as, al
decir la mancha es verde, dicha mancha parece totalmente descrita sin que haya lugar
para otro color. Despus (Z, 311) adujo que si esto o aquello pertenece a una
descripcin completa, depender del propsito de la descripcin o de lo que haga con
ella el destinatario de la misma, pero destac (OFPs I, 984) que el concepto que induce
a error es precisamente la descripcin completa de lo que uno ve. En la misma lnea
de esta ltima observacin, Malcolm (1990:57) destaca que Wittgenstein dijo en una de
sus clases que tenemos una idea equivocada de que hay una cierta descripcin exacta
de lo que vemos en cualquier momento; adems, tenemos la idea de un modelo ideal
o de una descripcin ideal de lo que vemos en cualquier momento. Pero no existe tal
descripcin ideal. De hecho, Wittgenstein (Ob F, 94) pensaba que si la descripcin de
un objeto puede conllevar la adscripcin de una propiedad cuya ausencia redujera la
existencia de ese objeto a la nada, debemos evitar toda propiedad que enuncie lo que
sera esencial para la existencia del objeto en cuestin: as, en el caso de conceptos
como el de pensamiento o el de nmero uno (GF, V, 66) parece haber algo
misterioso en torno a ellos, pues no entendemos su gramtica y echamos de menos una
cosa tangible (ein greifbares Ding) que corresponda al sustantivo. Toulmin y Baier
(1952:24) ya indicaron que en el caso de inventarios y recuentos similares s se puede
hablar de completo e incompleto, mas en el caso de las descripciones no hay lugar
para hablar en estos trminos porque siempre tiene sentido aadir algo a una
descripcin. Baker (1992:131) aade que esperar homogeneidad en las descripciones
gramaticales de Wittgenstein es un obstculo para entenderle: pero mucho peor an es
creer que tales descripciones son aditivas, pues no se trata meramente de acumular
explicaciones correctas del uso de palabras. En este punto, me gustara recordar que
Wittgenstein (WLPP, p. 26) admiti como posible descripcin de un estado mental una
sucesin de fases: por ejemplo, se puede decir que ahora hay dolor de muelas, luego un
intervalo, despus vuelve el dolor de muelas, etc. No obstante, lo ms importante es que
una descripcin debera ser compleja, de modo que se pudieran cotejar sus detalles de
forma similar a como se coteja a partir de un men si los invitados estn sentados en su
sitio; por tanto, Wittgenstein valora especialmente la complejidad de una descripcin,
considerando su completud como un ideal que nos equivoca frecuentemente.
291
292
293
Si la imagen nos tiene cautivos es porque el lenguaje que la alberga parece repetrnosla
inexorablemente (IF, 115); as, Reguera (ib:203) llega a decir que la segunda filosofa
de Wittgenstein es ante todo una pelea con las imgenes, especialmente con la del yo y
los procesos psquicos: en el fondo (ib:204), se trataba de la lucha por desprenderse de
la forma general de la proposicin, la imagen que se revelaba como una frmula de
Dios y del todo. No obstante, es posible que a lo dicho por Reguera haya que aadir
que, como seal J. Koethe (1996:74), la frecuencia con que aparecen temas visuales
en la obra tarda de Wittgenstein tal vez no haya sido considerada en su justa medida
a causa de las traducciones realizadas, especialmente la que G. E. M. Anscombe hizo
de las Investigaciones del alemn al ingls.
A la hora de rastrear el origen de la nocin wittgensteiniana de visin
sinptica (bersichlichkeit), Baker y Hacker (1984a:296-305) dirigen su atencin
hacia cinco autores. La primera influencia a considerar es la de Frege, el cual se refiri
en Los fundamentos de la aritmtica a la necesidad de englobar todos los principios
bsicos en una sola inspeccin (Uebersichtlichkeit); sin embargo, Wittgenstein siempre
se mostr reacio a hablar en trminos de principios primarios. Una influencia ms
importante es la de Hertz, autor que mantuvo en su introduccin a Los principios de la
mecnica que los problemas referentes a conceptos como fuerza no se resuelven con
explicaciones o hiptesis cientficas, sino a travs de una clarificacin que, a su vez,
deba surgir de un mejor entendimiento de la informacin y las definiciones existentes:
habr que tener en especial consideracin, segn Hertz, la eliminacin de
contradicciones entre relaciones ya conocidas y conexiones conceptuales. Otro autor a
tener en cuenta es Boltzmann, el cual no slo crea que los grandes problemas eran
ilusorios, sino que adems coincida con Hertz en que los problemas cientficos deban
ser disueltos antes que resueltos: con este fin, Boltzmann record la importancia de las
visiones generales de conjunto, ya sea para combinar ideas antiguas o para descubrir
algo esencialmente nuevo. De distinto carcter es la influencia de P. Ernst; segn este
autor, los cuentos populares e infantiles contienen gran cantidad de creencias morales,
lo cual indica la creencia en un orden moral bsico en el mundo: no obstante, Ernst cree
que los mitos no deben afrontarse por medio de explicaciones sino a travs de una
concepcin del entendimiento potico que guarda un parecido manifiesto con las
visiones sinpticas buscadas por Wittgenstein.
294
296
representacin sinptica, pues simplemente nos muestra cmo ir de un punto a otro sin
que esto implique que el ltimo paso de la misma sea inevitablemente verdadero.
Mirar esforzadamente de ningn modo garantiza que se pueda ver claramente
(cfr. CV, 423). La tarea que Wittgenstein (CV, 93) se asigna a s mismo es
precisamente la de servir como el espejo en que el lector vea reflejado su propio
pensamiento con todas sus deformaciones para que pueda corregirlas: obviamente, que
dicho espejo mantenga o conserve esa imagen que nos interesa har que sea ms fcil
mirarla de cerca. La aceptacin de esa imagen implicar que el sujeto en cuestin ha
cambiado su modo de ver, pues al comparar la nueva imagen con la antigua considerar
un caso dado de modo diferente (Z, 461). Segn el propio Wittgenstein (CV, 382), en
sus dbiles aforismos se ocultan grandes visiones, pues en ellos ofrece (CV, 317)
cortes de un paisaje enorme; en una carta a Malcolm (NM, p. 105) fechada el 26 de
marzo de 1940, Wittgenstein considera su ojo crtico como un ojo de rayos X capaz de
penetrar desde 2 a 4000 pginas, a lo cual aade que es as como lo aprende todo: tan
convencido est de ello, que piensa (MP, 114) que la mayora de sus proposiciones son
descripciones de imgenes visuales que le llegan. Puede parecer un estilo filosfico
demasiado poco sistemtico, pero al fin y al cabo, resolver los problemas de los
filsofos requiere pensar mucho ms locamente que ellos mismos (CV, 430).
Wittgenstein (ORDF, pp. 66-67; cfr. IF, 122) introdujo la nocin de
representacin sinptica (bersichtlichen Darstellung) especificando que consiste en
nuestra manera de representar, el modo segn el cual vemos las cosas. Wittgenstein
(ORDF, p. 67) mantiene que se trata de una especie de Weltanschauung tpica de su
tiempo, aadiendo a esta acotacin el apellido de O. Spengler. Sin embargo, en las
Investigaciones (IF, 122) pregunta: (Es esto una Weltanschauung?). Wittgenstein
(ORDF, p. 68) prosigue diciendo que la representacin sinptica ayuda a la
comprensin permitiendo ver las conexiones, para lo cual es fundamental hallar
cadenas intermedias (Zwischengliedern) que, a su vez, nos ayudarn a aguzar nuestra
mirada ante una relacin formal al llamar nuestra atencin sobre las semejanzas entre
distintos hechos. El octaedro de colores (cfr. Ob F, 1, 39) proporciona una
representacin sinptica de las reglas gramaticales para palabras de colores, pero como
las reglas gramaticales del lenguaje ordinario no permiten representaciones tan claras,
Wittgenstein se ve abocado a centrar su atencin en la bsqueda de casos intermedios.
297
Hacker; segn Cooke, una representacin sinptica de una capacidad humana consistir
simplemente en remarcar qu pueden y qu no pueden hacer los seres humanos al usar
esa capacidad: es decir, tendremos que limitarnos a contrastar cada posibilidad de
accin para ver si es o no factible.
Baker y Hacker (1984a:308) avisan que, si no contamos con la ayuda de
representaciones sinpticas, podemos ser posedos por la ilusin de profundidad; en
realidad (ib:309), lo que conseguimos al lograr una visin sinptica de un segmento de
gramtica no es ni una teora ni una explicacin: obtenemos comprensin, y no
descubrimientos; perspicacia (insight), no informacin; claridad, y no novedad alguna.
Segn Hacker (1997:152), mientras que en el Tractatus se busc un punto de vista
lgico correcto por medios geolgicos, cavando bajo las apariencias del lenguaje para
descubrir su estructura latente, el Wittgenstein tardo busca un punto de vista lgico
correcto por medios topogrficos, pues se trata de lograr una cuidadosa descripcin
de nuestros usos ordinarios del lenguaje; adems (ib:206), lo que clarificamos no es el
paisaje emprico que se halla ante nosotros, sino nuestro propio punto de vista. En lo
que a m respecta, pienso que la claridad se aprecia slo all donde poco antes reinaba la
oscuridad, pues me temo que encender una linterna en un da soleado no vale de
mucho. P. Johnston (1993:324) seala que, al obtener la claridad deseada a travs de
una representacin sinptica, eliminaremos la confusin conceptual y ciertas cuestiones
se tornarn ociosas al mismo tiempo que otras nos parecern ms importantes: Johnston
concluye que la obra de Wittgenstein ha sido tan ignorada porque su naturaleza es
aparentemente modesta, pero tambin porque parece haberle robado a la filosofa esa
grandeza que desde siempre se le asocia.
300
Deca J. Hierro (1966:253) que Wittgenstein nunca lleg a extraer todas las
consecuencias de la frase Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida
(IF, 19): francamente, no s qu quera decir Hierro al utilizar el trmino todas en un
caso as, y es que la intencin de Wittgenstein no tena nada que ver con teorizar o
extraer consecuencias generalizables a cualquier uso del lenguaje. No obstante, la
nocin de forma de vida (Lebensform), segn Janik y Toulmin (1998:291-293), ya
circulaba por Viena cuando Wittgenstein decidi adoptarla. A juicio de Loos, deban
ser los cambios en nuestra manera de vivir los que dieran lugar a los correspondientes
cambios de diseo y no a la inversa: por tanto, las formas de cultura dentro de las
cuales se usa cierto artefacto deban determinar el diseo del mismo. Por otro lado, y
tras acabar la Primera Guerra Mundial, E. Spranger public un libro que lleg a ser un
xito de ventas titulado Lebensformen: Spranger era un caracterlogo que vena a decir,
entre otras cosas, que las formas de vida eran los datos filosficos ltimos que
conferan significado a nuestras categoras y formas de pensamiento bsicas. El
problema es que no matiz cmo deba ser esa relacin: Spranger se limitaba a hablar
de distintos estilos de vida que venan dados por sistemas de principios reguladores
que, a su vez, generaban distintos estilos de pensamiento. Wittgenstein, por su parte, no
se va a limitar a esquemas abstractos, sino que mostrar un modus operandi que
permite acceder a los aspectos reales en los que se apoya la validez de nuestros
conceptos y categoras bsicos: la forma de vida aparece as como el consenso que
viene dado por las prcticas, acuerdos y propensiones lingsticos y no lingsticos
compartidos por los seres humanos, consenso latente en funcin del cual actuamos o
nos expresamos cuando ya no se puede apelar a una explicacin. Lo que hay que
aceptar, lo dado (Das Hinzunehmende, Gegebene) son precisamente estas formas de
vida (IF, p. 517) injustificadas e injustificables: no hay, como apunta A. Keightley
(1976:129), dador (giver) sustantivo alguno que nos imponga estas pautas de
significado. La nocin de forma de vida parece ms accesible cuando se la equipara,
como hace Genova (1995:208n), a una Weltbild o imagen del mundo: segn esta autora,
ambas nociones son intercambiables para todo propsito prctico. Acerca de la nocin
de Weltbild, Genova (ib:46-52) nos recuerda que todas las creencias que la
301
componen son incorregibles: no son ni verdaderas ni falsas, sino reglas o normas que
encauzan el pensamiento en ciertas direcciones (cfr. SC, 93-99). Las creencias de una
Weltbild funcionan normativa y no descriptivamente; una Weltbild, adems, no se
compone de hiptesis, y no es una teora: uno no la inventa sino que la adquiere, como
si dijramos, por smosis.
A la hora de considerar en qu sentido proporcionan las formas de vida los
fundamentos del lenguaje, Glock (1996:125) cree que esta idea se ha elaborado en dos
direcciones opuestas. De acuerdo con la lnea trascendental, las nociones juego de
lenguaje y forma de vida ocupan el lugar de las precondiciones (cuasi)
trascendentales de la representacin simblica del Tractatus. Segn el enfoque
naturalista, la forma de vida es parte de nuestra inflexible naturaleza biolgica humana
que determina rgidamente cmo actuamos y reaccionamos: a juicio de Glock, este
naturalismo de Wittgenstein es ms antropolgico que biolgico. Mientras tanto, D. M.
High (1967:101-102) seala que cuando decimos que con la forma de vida humana
alcanzamos el lecho rocoso (bedrock) o fondo de la filosofa y del lenguaje, esto no
significa que nuestro lenguaje llegue a un final con reglas y juegos, ni tampoco que el
fondo del lenguaje sea realmente rocoso: ms bien, es la vida la que respalda al
lenguaje, pues el lenguaje qua lenguaje est enraizado y recibe su acreditacin del
orden humano. L. M. Hinman (1983:346) precisa, frente a opiniones como las de R.
Trigg (1973:61) y P. Winch (1958:101) que adscriben a las formas de vida un grado de
autonoma tal que las hace inmunes a toda crtica, que si bien ciertas creencias o
prcticas son criticables, no resulta posible dudar sobre una forma de vida en su
totalidad desde esa misma forma de vida. Por su parte, J. L. Gil de Pareja (1992:38)
cree que el fundamento de los juegos de lenguaje reside en la actividad, o lo que es lo
mismo, se apoya en la forma de vida; adems, no existen formas de vida que sean ms
verdaderas o correctas que otras, pues el conjunto de reacciones comunes de las que
surge el lenguaje es la base de su significatividad y el lmite de su anlisis. Gil de
Pareja (ib:46) considera que prima lo dado (los hechos generales de la naturaleza y las
formas de vida) frente a lo construido (la estructura conceptual del lenguaje), por lo que
en la relacin que se establece entre formas de vida y conceptos priman aquellas sobre
estos: en ltima instancia, sera la realidad la que determina al concepto. Creo que es
precisamente por este motivo por lo que J. Margolis (1987:134) piensa que no tiene
302
lenguaje), las interpretaciones propuestas por Hunter tienen un carcter fctico o cuasifctico y no gramatical o semntico. Segn el parecer de Le Roy, la idea que
Wittgenstein tiene de forma de vida no trata especficamente de los mbitos
comentados por Hunter, sino que ms bien cubre toda conducta social o cultural en
tanto que estas conductas son significativas. Le Roy (ib:92) opina que una forma de
vida no puede ser un juego de lenguaje, pues los mismos juegos de lenguaje pueden
funcionar en conexin con muchas formas de vida distintas, del mismo modo que
muchos juegos de lenguaje se pueden unir en una simple forma de vida. Adems, llama
la atencin sobre un interesante paralelismo entre formas de vida y formas de objetos
(Formen der Gegenstnde) tal y como estas ltimas aparecen en el Tractatus (T,
2.0123-2.0124, 2.0251): mientras que en el Tractatus los objetos generan las estructuras
posibles del mundo, en las Investigaciones las formas de vida proporcionan las posibles
acciones comunes. Esto mismo es lo que viene a decir N. Gier (1981:32) cuando seala
que las formas de vida son las condiciones formales o los modelos en la trama de
nuestras vidas que posibilitan la existencia de un mundo significativo. Teniendo en
cuenta que el propio Wittgenstein (IF, 23) manifest que la expresin juego de
lenguaje debe poner de relieve aqu que hablar el lenguaje forma parte de una
actividad o de una forma de vida, Malcolm (1968:91-92) nos recuerda que si
queremos comprender algn concepto debemos obtener una panormica del
comportamiento, las actividades, y las expresiones naturales que conciernen a ese
concepto. Partiendo de que Wittgenstein ya anunci en su momento (IF, 325) que lo
que admiten los seres humanos como justificacin lo muestra cmo piensan y viven,
Malcolm apunta que las formas de vida, incorporadas en juegos de lenguaje, nos
ensean cul es esa justificacin; por tanto, no deberemos intentar dar razones para
justificar las formas de vida, pues ello sera como decir que compadecemos al sujeto
lastimado porque creemos, asumimos, suponemos, presuponemos, o sabemos que,
adems de sus quejas y contorsiones, hay dolor (cuando el hecho es que simplemente le
consolamos): de ah que lo dado, lo que hay que aceptar, sean las formas de vida (IF, p.
517). No obstante, High (1967:102-103) cree que la interpretacin de Malcolm es
criticable si se la toma como paradigma: Malcolm dijo que los gestos, expresiones
faciales, palabras y actividades que constituyen el compadecer a alguien son un buen
ejemplo de lo que Wittgenstein llama forma de vida, en tanto que High cree que estas
actividades se pueden tomar como psicolgicas y no como lgicas.
304
leones acostumbran a estar acostados, bostezando, y sin hacer ningn esfuerzo por
moverse, difcilmente podramos mantener que, cuando dijeran Son las tres en punto!
Me tengo que ir enseguida! y siguieran acostados, realmente haban afirmado lo que
decan. A mi modo de ver, el ejemplo citado del len demuestra que no es fcil
imaginarse una forma de vida muy diferente de la humana, pues como dice R. M.
White (1974:28), para que ciertas proposiciones pierdan el sentido que tienen para
nosotros tendran que darse en formas de vida muy diferentes de la nuestra. Grayling
(1996:107-108) aade que, para reconocer una forma de vida como distinta a la nuestra,
debe haber algn medio para detectar su presencia y reconocer las diferencias entre
ambas; pero para que eso ocurra, tenemos que interpretar la otra forma de vida, lo cual
requiere que exista el suficiente fundamento comn entre esas formas de vida como
para hacer posible la comparacin: es decir, tenemos que compartir con los extraos
(aliens) capacidades naturales y respuestas de tipo perceptual y cognitivo de modo que
surjan algunas creencias similares sobre el mundo. Y adems, tendremos que compartir
con ellos algunos principios que gobiernen esas creencias. F. Schaeffer (1990:205) nos
recuerda que Wittgenstein nos invita una y otra vez a considerar formas de vida
distintas de la nuestra, pero Wittgenstein tambin nos recuerda nuestras limitaciones:
estamos atados a lo que nos es dado, y por eso no podemos entender a otros que son
radicalmente diferentes, ya sean leones, seres humanos de culturas muy lejanas, o
enfermos mentales. En su momento, B. Williams (1974:92) defendi que cuando
podemos entender que tambin aquellas personas, reales o imaginadas, que exhiben
formas de vida distintas son grupos con un lenguaje, etc., entonces dichos individuos
tambin tienen cabida en el trmino nosotros; mas en opinin de Schaeffer, esto de
ningn modo significa que les podamos entender o que, en ltima instancia, se pueda
decir que formamos una comunidad con ellos. D. M. High (1967:100) coincide con
Williams a la hora de reconocer la existencia de distintas formas de vida humanas; de
hecho, se refiere a la forma de vida de la cultura occidental: segn High (ib:104),
forma de vida denota la vida como un todo, no alguna fragmentacin psicolgica
como si sentimientos, actitudes o expresiones poticas fueran antitticas a la lgica, la
razn, las matemticas y la ciencia. Para acabar, J. Jareo (2001:238) niega que se
puedan distinguir formas de vida humana diferentes, ya que nuestro comportamiento no
se puede orientar y sistematizar de modos distintos. Este autor seala que a partir de
una forma de vida se pueden desarrollar distintos modos de vida que, al orientar
nuestros patrones de conducta en funcin del contexto pertinente, carecen del carcter
307
ltimo e inapelable que se aprecia en la idea de forma de vida: adems, Jareo (ib:78)
recuerda que para Wittgenstein lo importante era precisamente el modo de vida.
308
309
generan el mbito del sentido mismo, pero tambin permiten un considerable margen
de libertad. Efectivamente, los juegos de lenguaje no son compartimentos estancos,
sino que se cruzan, segn Arregui, como los hilos de una red o las calles de una ciudad.
Son precisamente estos juegos los que muestran, en palabras de Reguera (1994a:24),
la definitiva opacidad del lenguaje, pues ningn juego tendr sentido ms all de s
mismo.
Rastreando los orgenes de la nocin juego de lenguaje (Sprachspiel), Baker y
Hacker (1984a:47) se remontan a un pasaje del Nachlass (TS, 211) en el que
Wittgenstein advierte una cierta afinidad entre los juegos y la gramtica, de modo que
el estudio de las reglas de aquellos deba ser de utilidad para conocer las reglas
gramaticales. Adems, G. E. Moore (Oc F, p. 78) indica que, segn Wittgenstein, la
palabra juego se ha de usar cuando no pretendamos haber trazado con ella ningn
bosquejo definitivo: lo nico que poda dar acerca de los juegos eran ejemplos, pero en
ningn caso una definicin. Sea como sea, la analoga del juego fue sustituyendo
progresivamente a la analoga del clculo segn la cual existe un orden rgido, preciso y
definido tras la heterognea apariencia del lenguaje. El modelo del clculo, defendido
por Wittgenstein entre 1929 y 1933, presenta, segn Glock (1996:67), los siguientes
rasgos:
a) en nuestro pensamiento opera un sistema complejo de reglas exactas;
b) el significado de una palabra es su lugar en el simbolismo, y vendr
determinado por las reglas que establecen cul es su uso correcto. Del
mismo modo, entender una frase requiere verla como parte de un sistema sin
el cual no tendra sentido alguno;
c) la gramtica no es un mecanismo causal. Las reglas de un clculo
especifican no cul ser el resultado probable al emplear una palabra, sino
qu tipo de operacin se ha llevado a cabo; y
d) hablar un lenguaje es una actividad, en tanto que el clculo es algo con lo
que operamos.
Posteriormente Wittgenstein (IF, 81) resumira este modelo diciendo que quien
pronuncia una oracin y la significa, o entiende, ejercita por ello un clculo segn
reglas definidas. En uno de sus primeros usos del trmino juego de lenguaje,
310
Wittgenstein (GF, 26) recalca que slo puede describir clculos o juegos de lenguaje;
pero a continuacin, aade que no importa si hablamos de clculos (Kalkle) siempre y
cuando no nos dejemos llevar por el uso del trmino general y examinemos cada caso
particular. Segn Malcolm (1990:69), fue F. Dyson quien le cont que a Wittgenstein
se le ocurri la idea de que en el lenguaje jugamos con palabras al ver de cerca, durante
un paseo, a un grupo de personas que estaban jugando al ftbol. No obstante,
Wittgenstein tampoco dio una definicin precisa de lo que entenda por juego (Spiel):
lo que hizo fue enumerar (GF, 32) algunos juegos de pelota, dando a entender que cada
cual tendra su propia opinin sobre si esas actividades merecen llamarse juegos de
pelota. Quien s se decidi a presentarnos algunas caractersticas comunes a los juegos
en general fue M. Black (1979:347-348), el cual cita estas seis:
a) los juegos estn diseados con fines ldicos;
b) estn gobernados por reglas que indican qu acciones son legales;
c) se dirigen a cierto objetivo que supone la finalizacin de ese juego;
d) un objetivo intrnseco a ese juego no precisa tener valor o inters fuera de
ese juego, por lo que es intrnsecamente trivial;
e) sus reglas son arbitrarias, y estn libremente adoptadas;
f) tales juegos estn limitados en tanto en cuanto tienen comienzos y finales
especificados; se juegan en un entorno concreto, como puede serlo un ring
de boxeo o un tablero de ajedrez; y estn deliberadamente apartados de la
vida real.
Black cree que los juegos de lenguaje que ms interesan a Wittgenstein slo
satisfacen los criterios segundo, quinto y sexto; por este motivo, mantiene (ib:349) que
los juegos de lenguaje no se pueden considerar literalmente como juegos, aunque acaba
reconociendo que tal consideracin depender, en ltima instancia, de la amplitud del
criterio de cada cual: as, Black (ib:352) se inclina por tratar los juegos de lenguaje
como imgenes, en el sentido de a picture made out of words. Otra versin que
merece ser tenida en cuenta, respecto a la analoga con los juegos, es la de Rhees. Este
autor (1998:5) destac que, a travs de la analoga citada, Wittgenstein trat de evitar la
tentacin de buscar una ltima explicacin del lenguaje; por tanto, Wittgenstein
pretendi mostrar que la relacin entre palabras y cosas no es externa, pues las
conexiones ocurren dentro del juego. Rhees (ib:178) aade que Wittgenstein, al
311
apoyarse en la explicacin del juego, pretende ofrecer una analoga, pero nada ms
que eso. Y el peligro que existe con cualquier analoga, quin lo duda, es tomarla por
algo ms de lo que realmente es.
La nocin de juegos de lenguaje aparece por primera vez en el Cuaderno Azul
(C Az, p. 44), donde se consideran como modos de utilizar signos ms sencillos que
los que solemos utilizar en el lenguaje ordinario; en este mismo lugar, Wittgenstein
tambin caracteriz los juegos de lenguaje como las formas de lenguaje que manejan
los nios al aprender a hablar. Wittgenstein deca que atender a los juegos de lenguaje
supone considerar formas primitivas de lenguaje, formas primitivas cuyo anlisis tiene
la ventaja de eliminar las interferencias que acechan al estudiar el uso del lenguaje
ordinario; adems, pensaba que las formas complicadas del lenguaje se podran obtener
con la adicin gradual de formas nuevas a partir de las primitivas. Huelga decir que
Wittgenstein, a lo largo de su obra filosfica, slo pudo aludir a unos cuantos juegos de
lenguaje, como es el caso de los relacionados con el sealar (IF, 669), el error (SC,
196), la exactitud (IF, 88), lo correcto (Oc F, p. 347), la reflexin (OFPs II, 632; Z,
391), la duda (IF, 288; SC, 283, 317), la certeza (IF, p. 513), las razones (OFPs II, 689),
el concepto de saber (SC, 560), el dolor (IF, 300) o la mentira (IF, 249) entre otros.
En las Investigaciones, Wittgenstein (IF, 23) ofreci una lista de juegos de lenguaje
entre los que se encontraban algunos tan variopintos como relatar un suceso, cantar a
coro, o resolver un problema de aritmtica aplicada; esta lista, obviamente, no aspiraba
a ser ni mucho menos completa: lo que Wittgenstein pretenda hacer con ella, al
parecer, era comparar la gran variedad que muestran palabras y oraciones frente a lo
que haban dicho los lgicos sobre la estructura del lenguaje, incluyendo entre esos
lgicos al autor del Tractatus.
En el Cuaderno Marrn (C Ma, p. 116), el uso de los juegos de lenguaje ya no
difiere del que se observa en las Investigaciones. El nfasis ya no se pone en cmo
aprenden los nios partes de nuestro lenguaje: ahora el inters se desplaza a los
lenguajes primitivos, lenguajes que son completos en s mismos y que, segn
puntualiza W. E. Barnett (1990:49), no tienen como funcin representar el uso del
lenguaje real. Posteriormente, Wittgenstein (IF, 18) invit a que nos preguntramos si
se puede decir de nuestro lenguaje que es completo: a modo de respuesta, M. McGinn
(1997:51) observ que no tiene sentido hablar del lenguaje como completo o
312
lo mismo, estos juegos constituyen una crtica de la opinin segn la cual la referencia
no slo est definitivamente fijada en las proposiciones sino que adems es
inescrutable.
Stenius (1967:258) nos recuerda que hay reglas para usar correctamente el
lenguaje, por lo que est fuera de lugar pensar en el lenguaje como algo constituido por
usos ocasionales (cfr. IF, 202, 240-242); concretamente, Stenius (ib:254) distingue dos
elementos en el lenguaje: un radical (sentence-radical) que engloba el contenido
descriptivo de la frase, y un elemento modal (modal element) referente al modo (mood).
D. Fllesdal (1967:279) opina que las reglas propuestas por Stenius para que los modos
adquieran su significado se pueden considerar como un tipo muy especial de reglas
estratgicas, las cuales deberan seguirse para que los juegos de lenguaje conserven su
carcter como tales: estas reglas son una frase ha de ser producida en el modo
indicativo slo si su radical es verdadero (R 3), el oyente debe reaccionar a una frase
del modo imperativo tomando el radical como verdadero (R 4), y responde a la
pregunta s o no segn el radical sea verdadero o falso (R 5). Tales reglas podran
ser incumplidas sin que eso supusiera el fin del juego, pero si se violan frecuentemente,
el carcter comunicativo del juego de lenguaje resultar daado: de ah que Fllesdal
las denomine reglas preservativas para distinguirlas de las reglas del juego, a las
cuales denomina reglas constitutivas. Segn Fllesdal, las reglas para los modos no
son constitutivas sino preservativas, al menos siempre que el lenguaje se est usando y
no meramente aprendiendo. Sin embargo, J. Hintikka (1976:117) est convencido de
que Wittgenstein no pensaba que los juegos de lenguaje fueran relevantes slo al
elemento modal del lenguaje, por lo que tambin los relacion con los vnculos bsicos
entre lenguaje y realidad.
Acerca del juego de lenguaje, Wittgenstein (SC, 559) manifest que es algo
imprevisible, no fundamentado, ni razonable ni irracional, y que est ah. Exactamente
igual que nuestra vida. En opinin de Ayer (1974:244), Wittgenstein quiso decir con
estas palabras que el juego de lenguaje se juega antes de que sus reglas se codifiquen; al
fin y al cabo, no decidimos cules van a ser las reglas antes de usar el lenguaje: en este
sentido, T. de Mauro (1967:2) nos recuerda que en las Investigaciones no son las
palabras las que significan cosas sino que son los hombres los que, a travs del uso de
palabras, acaban significando cosas. Por su parte, M. B. y J. Hintikka (1986:199)
314
sealaron que si los juegos de lenguaje son la ltima corte de apelacin semntica,
entonces no se aprenden nuevos juegos de lenguaje, sino que se aprenden nuevas reglas
al dominar los juegos de lenguaje de los que formen parte: la nueva primaca que otorga
Wittgenstein a los juegos de lenguaje se refleja en el aprendizaje del lenguaje al
mantener que el lenguaje se puede aprender sin aprender reglas (cfr. IF, 31). No
obstante, S. A. Kahl (1986:298) recalca que el aprendizaje de juegos de lenguaje
particulares est gobernado por criterios especficos que pueden no ser explcitamente
reconocidos, criterios que residen en el contexto especfico en que un juego de lenguaje
en concreto se aprende y aplica: no en vano matiz Wittgenstein (UEFPs II, p. 22) que
aprendemos juegos de lenguaje. Adems, fue el propio Wittgenstein (IF, 656) quien
manifest Considera el juego de lenguaje como lo primario!. En cierta ocasin
(OFPs II, 453), dijo que el juego de lenguaje primitivo, el juego que hemos aprendido
originalmente, no requiere de ninguna justificacin; y en otro momento (OFPs I, 916;
Z, 451), manifest que el modo de comportamiento es prelingstico; que un juego de
lenguaje est basado en l, que es el prototipo de una manera de pensamiento y no el
resultado de pensar. No hay que olvidar que, en 1937, Wittgenstein (CV, 165; cfr. SC,
204) sentenci que el origen y la forma primitiva del juego de lenguaje es una
reaccin, por lo que el lenguaje es slo un refinamiento de una prctica y no algo
que la justifique: de ah que Wittgenstein aproveche la ocasin para citar el conocido
fragmento del Fausto de Goethe En el principio era la accin. No opinamos que el
prjimo tenga alma; en realidad, nuestra actitud hacia l es una actitud hacia un alma
(IF, p. 417): se trata, segn Perissinotto (2001:22), de una actitud primitiva,
entendiendo este adjetivo no tan afn a simple o elemental como a inmediato. En
otro lugar (Oc F, p. 381), aadi que la seguridad constituye la forma primitiva del
juego de lenguaje, pues la inseguridad jams podra conducir a la accin: el lenguaje,
por tanto, debe basarse para su crecimiento en acciones regulares y formas de vida
estables. Wittgenstein (OFPs II, 689) concluye que las razones necesitan para existir un
juego de lenguaje en el que inscribirse: antes, lo que hay es instinto (Instinkt). Schulte
(1993:20) aade que instinto y juego de lenguaje no se hallan inmediatamente
yuxtapuestos; los juegos de lenguaje descansan sobre formas instintivas de
comportamiento y, parcialmente, pueden reemplazarlas; adems, Schulte (ib:23) nos
recuerda que hay algunos juegos de lenguaje que son ms bsicos que otros, por lo que
no todos descansan en igual medida sobre respuestas primitivas o comportamientos
instintivos. No obstante, P. R. Shields (1993:70) puntualiza que los juegos de lenguaje
315
y cosas, estos autores opinan que fue en el propio Tractatus, donde no lleg a analizar
completamente la relacin entre palabras y objetos. Hintikka y Provence consideran
que uno de los principales obstculos para entender correctamente la filosofa tarda de
Wittgenstein es lo que J. van Heijenoort (1976:324) denomin la visin de la lgica
como lenguaje (logic as language). Desde este punto de vista, no podemos salirnos
de nuestro lenguaje y contemplarlo desde el exterior: es decir, no podemos variar las
relaciones representativas entre nuestro lenguaje y el mundo al que representa, pues
todo uso del lenguaje presupone algunas relaciones ya establecidas que no pueden ser
discutidas en el lenguaje. Esta perspectiva contrasta con la lgica como clculo
(logic as calculus) o, si se quiere, el lenguaje como clculo, segn el cual un
lenguaje, incluso el nuestro, es reinterpretable libremente como un clculo. Desde esta
ptica, los vnculos verticales en la obra tarda de Wittgenstein se analizan en trminos
de juegos de lenguaje; pero sobre estos juegos tomados en s mismos no se puede
teorizar o hablar, de ah que la semntica sea inefable a lo largo de su obra: de esos
vnculos verticales no se habla, si bien el Wittgenstein tardo tiene una idea mucho
ms rica y aguda de estos vnculos y lo que expresan. Estrictamente hablando,
Wittgenstein no nos dice cmo es este vnculo, sino que lo muestra a travs de
reveladores juegos de lenguaje. As pues, Hintikka y Provence manifiestan que el
aparente nfasis de Wittgenstein sobre las relaciones horizontales entre expresiones y
contextos, as como entre distintos contextos, se basa en una ilusin ptica: tales
movimientos horizontales en los juegos de lenguaje es todo lo que estrictamente
podemos comunicar sobre estos juegos de lenguaje, pues no podemos decir cmo son
ni describirlos, ni tampoco hacer una teora sistemtica con ellos. En este punto, me
gustara traer a colacin la observacin que, en otro lugar (1976:114), hace J. Hintikka
al decir que los juegos de lenguaje no son juegos que acaezcan en el lenguaje, sino que
son juegos jugados por medio del lenguaje. En ltima instancia, Hintikka y Provence
(1978:359) concluyen que su tesis, segn la cual la funcin de los juegos de lenguaje es
unir el lenguaje (signos) y aquello de lo que el lenguaje puede hablar, implica una
negacin del modelo de una relacin simple de dos trminos como el vnculo
paradigmtico entre los signos y lo que significan: dicha negacin es, segn estos
autores, el principal paso entre el Tractatus y las Investigaciones (cfr. IF, 39-44).
Tras la muerte de Wittgenstein, han aparecido diversas clasificaciones de los
juegos de lenguaje. En primer lugar, M. B. y J. Hintikka (1986:277) distinguen entre
317
impuros son bsicos, mientras que los puros resultan ser parsitos de los impuros;
Pitcher (ib:247) cree que slo tras lograr el dominio de los juegos de lenguaje impuros
fundamentales se puede uno embarcar en los juegos puros: as, si alguien no dominara
los juegos de lenguaje impuros y bsicos en los que aparece la palabra lpiz (por
ejemplo, escribir con un lpiz, levantarlo cuando es requerido, distinguirlo de otras
cosas, etc.), no podra describir esos lpices, discutir sobre cules son los de mejor
calidad, etc. Sin embargo (ib:248), esto no quiere decir que los usos de estas palabras
en juegos de lenguaje puros sean reducibles en modo alguno a sus usos en los juegos
impuros bsicos. Al dominar juegos de lenguaje puros, se construyen frases, se
responden preguntas, se expresan acuerdos o desacuerdos con otros, etc.: en resumidas
cuentas, se llevan a cabo formas de comportamiento que requieren ms habilidad,
inteligencia, y el dominio de tcnicas ms complejas. El que los usos de una palabra en
juegos de lenguaje impuros sean bsicos se debe a que, si esa palabra no se usara en
juegos impuros, no tendra ningn uso en juegos puros; eso s, existen ciertos smbolos
que no se usan en juegos de lenguaje impuros, como es el caso de ciertos smbolos
especiales en altas matemticas o en lgica avanzada: sin embargo, el que se usen slo
en juegos de lenguaje puros como calcular, hacer inferencias, probar teoremas, etc., no
cambia nada, pues esos juegos puros son los lugares de origen de tales palabras,
palabras cuyo significado vendra dado precisamente por el papel que juegan en esos
juegos.
Por ltimo, Barnett (1990:45-47) se refiere a cuatro tipos de juegos de lenguaje
con el fin de aclarar su valor heurstico. Barnett habla de juegos de lenguaje primitivos
inventados, como el de los obreros que usan tan slo el nombre de aquello que
necesitan para que se lo traigan (IF, 2); primitivos reales, como el que solemos utilizar
para ensear el lenguaje a los nios, o por simple diversin; complejos inventados,
como los de la gente que compadece a los que se quejan de dolor mostrando seales
evidentes de veracidad; y complejos reales, como es el caso cuando Wittgenstein nos
pide que reparemos en nuestras prcticas lingsticas adultas. Un juego de lenguaje
primitivo, segn Barnett, vendr constituido por relativamente pocas acciones, y al
describirlos, Wittgenstein puede aislar un uso de una palabra concreta de las prcticas
que la rodearan en un lenguaje natural. En los juegos de lenguaje complejos, sin
embargo, aumenta la posibilidad de hallar usos que tambin podemos encontrar en
otros juegos de lenguaje: debido a que los juegos de lenguaje complejos son ms
320
difciles de aislar porque se ramifican entre otras actividades por las conexiones que
traza la forma de vida subyacente, Barnett decide llamarlos juegos de lenguaje
ramificados, los cuales resultan ms difciles de imaginar aislados de otras actividades
humanas que los juegos de lenguaje primitivos. Barnett considera que los juegos de
lenguaje inventados han de ser comparados con las prcticas lingsticas reales para
que contemplemos estas prcticas como si de juegos de lenguaje se tratara: as, el lector
aprendera a reconocer o describir sus propias prcticas lingsticas.
Al acabar la lectura de este apartado cabe pensar que, si el sinsentido aparece
cuando usamos una palabra en un juego de lenguaje inapropiado, sera de la mayor
importancia saber dnde termina un juego de lenguaje y dnde empieza otro. Kenny
(1995:148), por ejemplo, denuncia que Wittgenstein no ofrece principio alguno a travs
del cual podamos sealar qu constituye un entrecruzamiento ilegtimo entre distintos
juegos de lenguaje. A modo de respuesta, cabe recordar cmo O`Brien (1978:404)
destac que vemos lo que significamos al mostrar qu podramos significar si
jugramos diversos juegos e incidiramos en distintos contrastes: es decir, entendemos
el juego que estamos jugando al apreciar qu juegos no estamos jugando. Tomasini
(1988:62) aade que el juego de lenguaje es condicin sine qua non del conocimiento,
pero est fuera de lugar hablar de conocimiento del propio juego de lenguaje. En este
sentido, podemos ver cmo L. M. Valds (1996:xxxii) condensa en un acertado
ejemplo lo que supondra objetar los fundamentos del juego de lenguaje del
conocimiento y la duda; esta situacin, segn Valds, sera similar a que un jugador
desinflara un baln durante un partido de ftbol: este caso es muy distinto a aquel en
que el jugador toca el baln con la mano y el rbitro, consiguientemente, seala la
correspondiente falta, pues puede apelar al reglamento para justificar su decisin. Sin
embargo, si durante el desarrollo de un partido un jugador intentara desinflar el baln,
tal vez creeramos que se ha vuelto loco, pues no podemos alegar nada para justificar la
comisin de una falta por su parte. Por tanto, no se puede decir que haya cometido una
falta: ms bien, deberamos decir que este jugador est arruinando la posibilidad de
jugar un juego que, al menos en apariencia, quiere jugar. Al hilo de esto, Wittgenstein
(SC, 647) distingui entre un error para el que no existe un lugar previo en el juego de
lenguaje, y una anomala que se presenta excepcionalmente. Malcolm (1993a:81), por
su parte, dice que el hecho de que los juegos de lenguaje sean descritos pero no
explicados puede hacernos creer que existe algo misterioso sobre ellos; sin embargo, no
321
322
II.3.3.5. Criterio
323
habitacin, Conozco su modo de tocar, Antes he odo unos pasos como los suyos,
etc. Wittgenstein dijo que, en primera instancia, parece que ha comprobado la misma
proposicin de formas distintas, pero lo que en realidad ha comprobado son diversos
sntomas de algo distinto: pues el tocar, los pasos, etc., son sntomas de la presencia
de su hermano. Hacker (1994:248) ya apunt que la relacin entre sntomas e hiptesis
es gramatical y no emprica, pues que tales o cuales sntomas hagan una hiptesis
probable viene determinado a priori y no es consecuencia de correlacin experimentada
alguna. Poco a poco las ideas de proposicin e hiptesis fueron perdiendo fuerza: las
hiptesis, como hemos visto, eran reglas para construir proposiciones, pero despus de
que Wittgenstein dejara de ver las frases sobre percepcin en primera persona del
singular como proposiciones genuinas, ya no hubo lugar para seguir hablando de
hiptesis.
En tanto que los psiclogos descriptivistas como Bhler ya intentaron, segn K.
Mulligan (1990:100), dar con una teora de los criterios, Wittgenstein fue desplazando
lentamente el nfasis desde la relacin entre hiptesis y sus sntomas a la relacin entre
una proposicin y su criterio: Garca Surez (1976:157) concret que el trmino
criterio, si bien aparece espordicamente en las Observaciones filosficas y la
Gramtica filosfica, empieza a usarse tcnicamente en el Cuaderno Azul. Wittgenstein
haba usado anteriormente (WLA, p. 17, 28-ss) el trmino criterio no para mostrar el
significado de la proposicin, sino para determinar ese significado haciendo referencia
al uso de esa proposicin. En el Cuaderno Azul (C Az, p. 53), Wittgenstein propone
introducir dos trminos antitticos, criterio y sntoma, para aclarar cmo es posible
que sepamos determinada cosa: as, el criterio corresponde, valga la redundancia, al
criterio definidor del evento en cuestin, mientras que el sntoma es un fenmeno
sobre el cual la experiencia nos ha enseado que coincide de un modo u otro con el
fenmeno que constituye nuestro criterio definidor. En este punto no debemos olvidar
que, como bien apunta M. Spitzer (1987:315), los manuales anglo-americanos hablan
de sntomas o quejas del paciente, por un lado, y signos o resultados del examen
fsico y pruebas de laboratorio, por otro, distincin que no se lleva a cabo en los pases
de habla germana. El ejemplo que pone Wittgenstein para aclarar lo que entiende por
criterio y sntoma consiste en dos formas distintas de decir en qu nos basamos
para saber que alguien tiene anginas. As, si la Medicina concibe la angina como una
inflamacin provocada por cierto bacilo, decir que ha encontrado el bacilo en cuestin
324
326
mismo autor el que niega que Wittgenstein tenga una teora lgica, cosa que debiera
haber hecho, si fuera el caso, el propio Wittgenstein. Y respecto a que Wittgenstein
dijera que no manejaba tesis en filosofa (cfr. IF, 128), Garver cree que eso necesita ser
interpretado y no tomado literalmente.
Por su parte, S. Shoemaker (1964:3n) matiza que a lo largo de su conocida obra
Self-Knowledge and Self-Identity usar el trmino evidencia (evidence) de modo tal
que el criterio para la verdad de un juicio, as como lo que Wittgenstein denominara
sntomas de su verdad, se puede considerar evidencia de su verdad. Shoemaker (ib:34) seala que el criterio para la verdad de un juicio vendr dado por aquellos estados de
cosas que constituyen evidencia directa y no inductiva a favor de la verdad de ese
juicio: para constatar si algo es uno de esos criterios, siempre se puede comprobar
empricamente si sigue constituyendo evidencia. Por tanto, la afirmacin de que algo es
evidencia a favor de la verdad de cierto juicio es necesariamente (lgicamente)
verdadera, en vez de ser verdad contingentemente (empricamente). Por otro lado,
Kenny (1972:258) critic a Albritton porque de lo que este autor dice se sigue, como
vimos anteriormente, que slo puede haber un nico criterio para un estado de cosas
dado, descartando as la posible existencia de algn otro criterio relevante al respecto;
de este modo, si el criterio est presente la cosa es as, y si est ausente, no es as. Sin
embargo, Kenny cree que Wittgenstein s considera en las Investigaciones que puede
existir ms de un criterio para el mismo estado de cosas: as sucede a la hora de
establecer criterios para decir que alguien lee (IF, 164), y al fijar criterios de
identidad de las personas (IF, 404). Kenny (ib:259) aade que Wittgenstein ya
destac en el Cuaderno Azul que no estaba claro qu fenmenos pueden ser criterios y
cules sntomas: pero en las Investigaciones (IF, 354) revel que el valor como
evidencia de los sntomas lo aporta la experiencia misma, mientras que el del criterio se
basa en una definicin. Esta perspectiva, segn Kenny, an deja abierta la posibilidad
de que pueda existir ms de un criterio para el mismo estado de cosas. Kenny cree que
Shoemaker (1964:3) se adapta muy bien a lo que dice Wittgenstein en las
Investigaciones, pues tal y como lo entiende Kenny, Shoemaker mantiene que el
trmino criterio se usa tambin para referirse no a los fenmenos evidentes mismos,
sino a las proposiciones necesariamente verdaderas que establecen la relacin evidente
entre estos fenmenos y los juicios de cuya verdad son evidencia; y no slo para la
evidencia crtica, sino tambin para las reglas crticas. Kenny concluye que X no sera
330
332
Wittgenstein neg (IF, 183) que hubiera una totalidad de condiciones (por
ejemplo, para que alguien ande) tal que nadie podra hacer otra cosa que no fuera andar
si todas estas condiciones se cumpliesen: segn W. J. Earle (1978:303), esto significa
que no hay una totalidad de condiciones o circunstancias a cumplir para que se d
determinada conexin criterial. Hacker (1997b:113) ya advirti que, al filosofar, es
fcil caer en la tentacin de confundir la ausencia de criterios de complejidad con la
presencia de criterios de simplicidad: del color verde, por ejemplo, no se puede decir
que es ni simple ni complejo, pues no hemos estipulado criterio alguno para la
simplicidad o complejidad del color. Adems, Hacker (ib: 309) llama la atencin sobre
la fluctuacin que se da entre criterios y sntomas, especialmente en la ciencia.
Wittgenstein (C Az, p. 54) ya apunt que los mdicos suelen usar los nombres de
enfermedades sin haber decidido con anterioridad qu fenmenos cuentan como
criterios y cules como sntomas; de hecho, ms tarde (IF, 354) dira que tal fluctuacin
entre criterios y sntomas dentro de la gramtica hace que parezca que slo existen
sntomas, pero en tales casos hay que tener en cuenta que las falsas apariencias se basan
en definiciones. Tambin aadi (Z, 438) que las ms de las veces no se nota la
influencia de la fluctuacin en el cambio de significado. Ms concretamente,
Wittgenstein denuncia la tendencia existente dentro del mbito cientfico a convertir en
criterios definitorios de una expresin a aquellos fenmenos que se ajustan a una
medida exacta, lo cual ha producido numerosas confusiones.
333
II.3.4. tica
334
respecto a lo tico no es porque lo tico, tal y como suceda en el Tractatus, est fuera
del mundo, sino porque slo se muestra a s mismo en un modo de vida. En esta misma
lnea, J. F. Peterman (1992:29) apunta que la felicidad o armona con el mundo que se
aprecia en el primer Wittgenstein se equipara a la armona con la propia forma de vida
y los correspondientes juegos de lenguaje que caracteriza al segundo Wittgenstein;
ahora (ib:26) ya no se trata de ser feliz armonizando con el mundo, sino de adoptar un
modo de vida que concuerde con la forma de vida: consecuentemente (ib:39), todas
aquellas confusiones filosficas que nos impidan armonizar con la forma de nuestras
vidas sern molestias ticas. Por este motivo creo que en las Investigaciones podemos
hallar una observacin que, a pesar de las apariencias, es de extraordinaria importancia
desde el punto de vista tico: concretamente, me refiero a la puntualizacin segn la
cual Lo que hay que aceptar, lo dado podramos decir- son formas de vida (IF, p.
517).
Para acabar este apartado, quiero traer a colacin una carta escrita por Arnold
Schoenberg, el mismo que a los setenta y cuatro aos de edad, y segn nos cuenta H. H.
Stuckenschmidt (1991:97), escribi al crtico musical neoyorquino Olin Downes que,
pese a ser diez o veinte aos mayor que l, todava segua estando dispuesto a cambiar
de opinin, a aprender cosas nuevas, a recibir y aceptar lo contrario de aquello en lo
que he credo toda mi vida. En la carta a la que me refiero, redactada por Schoenberg
(1993:56-57) en Berln a fecha del 19 de agosto de 1912 y dirigida a Wassily
Kandinsky, se lee:
Debemos ser conscientes de que estamos rodeados por enigmas. Y
debemos tener el valor de mirarle a los ojos a esos enigmas, sin
preguntar cobardemente por la solucin. [] Pues los enigmas son
una imagen de lo inconcebible. Una imagen incompleta, es decir, una
imagen humana. Pero si aprendemos por ella tan solo a creer posible lo
inconcebible, nos acercamos a Dios, puesto que ya no pediramos querer
comprenderlo. Ya que entonces no le medimos con nuestra inteligencia,
no le criticamos, no le negamos, porque no le podemos descomponer en
esa deficiencia humana que es nuestra claridad.
336
337
Para concluir este captulo, quiero hacer algunas referencias, si bien de carcter
meramente formal, a ciertas aproximaciones de las que ha sido objeto la cuestin del
lenguaje privado. Hay dos razones bsicas por las cuales he decidido llamar la atencin
sobre los debates en torno a la posibilidad de un lenguaje privado. En primer lugar, es
posible que sea el tpico ms discutido y conocido de toda la obra de Wittgenstein; no
cabe duda de que el irresistible magnetismo ejercido por esta cuestin radica en que ha
supuesto un golpe de gracia histrico para todas aquellas concepciones de lo mental
que, desde hace algunos siglos, se cimentaban sobre la infalibilidad epistemolgica que
otorgaba la introspeccin individual: a partir de Wittgenstein, todos aquellos estados,
fenmenos y procesos mentales que no estuvieran inscritos en la gramtica compartida
por los usuarios del lenguaje quedaban reducidos a reliquias de museo filosfico, a
meros ejemplos de las consecuencias que acarrea una concepcin equvoca del uso de
nuestro lenguaje. En segundo lugar, quiero ofrecer un breve repaso de las distintas
actitudes con que se ha afrontado las observaciones de Wittgenstein en torno a la
posibilidad de un lenguaje privado porque el captulo III que sigue a continuacin
guarda una cierta relacin con este particular. Cada vez que se lee una exposicin en la
que se trata de compendiar sistemticamente las aportaciones de Wittgenstein sobre
esta cuestin, muchas personas tienen la sensacin de que Wittgenstein pudo haber
dicho breve y claramente algo que sugiri de forma un tanto dispersa; no obstante, creo
que R. Rorty (1996:61) y C. Travis (1989:1) se apresuraron al proclamar que
Wittgenstein observ que no hay lenguajes privados, pues Wittgenstein no dice tal
cosa: en realidad, Wittgenstein no dice sino que muestra cmo elucidar usos incorrectos
de nuestro lenguaje. Es propio de aquel espritu denostado por Wittgenstein ofrecer
siempre toda la evidencia a favor que sea posible para defender determinada teora o
argumento; mas si tenemos en cuenta que Wittgenstein pretenda lograr la
representacin perspicua pertinente en cada caso y que ese fin justificaba los medios
empleados, no ha de extraar que Wittgenstein adoptara como recurso la creacin de
juegos con reglas que los hicieran impracticables. En este sentido, R. L. Goodstein
(1972:286) nos cuenta que, algunos aos despus de 1931, Wittgenstein le hizo saber
que haba considerado la posibilidad de inventar un juego que no funcionara: a modo de
338
ejemplo, le invit a jugar a las damas con figuras de diez toneladas de peso.
Personalmente, y en contra de lo que suele ser costumbre en Wittgenstein, creo que este
ejemplo no es del todo adecuado, pues se podra jugar de memoria, apuntando los
movimientos en una libreta o incluso con ayuda de una gra tanto a las damas como al
ajedrez: como contrapartida, pienso que si hay algo que debiera pesar diez toneladas
para hacer un juego impracticable sera, por poner slo un ejemplo, el baln en el caso
del baloncesto. Ahora bien, que sea factible jugar a las damas con figuras de diez
toneladas de peso no quiere decir que sea factible utilizar un lenguaje privado.
Una forma de acercarnos a la disparidad reinante en los debates acerca de la
cuestin del lenguaje privado es, precisamente, la de atender a las denominaciones ms
frecuentes con que los distintos autores se han referido a este tema. Parto de que cada
denominacin conlleva una concepcin y una perspectiva particular de este asunto, mas
con esto no quiero decir que haya autores que incurren en un error slo por utilizar una
denominacin u otra: en ltimo trmino, lo nico que pretendo es contrastar distintas
actitudes. Lo que no admite duda es que la denominacin ms difundida es la de
argumento, hasta el punto que se ha convertido en un tpico hablar del argumento
del lenguaje privado (Private Language Argument / Privatsprachenargument /
L`argument du langage priv). Algunos autores que se apoyan en esta denominacin
son J. J. Acero (1994:171), D. A. Aidun (1980:26), W. Alston (1971:227n), G. P. Baker
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(1971:174), G. H. Harman (1968:598), L. M. Hinman (1983:346), J. Hintikka
(2002:257), S. Holtzman y C. Leich (1981:1), D. Jacquette (1998:274), P. Johnston
339
342
secciones 202 y 243, alegando que ms all de esta ltima no se lleva a cabo un ataque
directo sobre la posibilidad de un lenguaje privado sino un ataque contra los
malentendidos que hacen que un lenguaje privado parezca una posibilidad viable e
incluso natural. Sin embargo, Lpez de Santa Mara (1986:155n) y Koethe (1996:123)
creen que el argumento de Wittgenstein tal como ste impresion a Kripke arranca de
la seccin 138. Para ello, supongo que habrn tenido en cuenta que el propio Kripke
(1989:78) puntualiz que entre las secciones 138 y 242 se trata del problema escptico
y su solucin; en cambio, las secciones posteriores a la 243 contienen la aplicacin, al
problema de las sensaciones, de las conclusiones alcanzadas en el intervalo
anteriormente reseado. Como se puede comprobar, ni siquiera existe consenso en
torno a la ubicacin de este tema en la obra de un comentarista que hace mltiples
precisiones al respecto.
M. B. y J. Hintikka (1986:243) tambin opinan que, de existir en las
Investigaciones un argumento contra la posibilidad de lenguajes privados, sera la
discusin sobre el seguimiento de reglas entre las secciones 143 y 242. Esta ubicacin
parece muy similar a la que pregonaba Kripke, pero Hintikka y Hintikka no hacen
referencia explcita alguna a este autor. Lejos de eso, consideran (ib:260) que asimilar
los argumentos de Wittgenstein como si su carcter predominante fuera eminentemente
escptico es un error, con lo que se deja ver su lejana de la postura de Kripke. Hintikka
y Hintikka, en cambio, consideran que el principal inters de Wittgenstein dentro de su
discusin de las experiencias privadas es la necesidad de un juego de lenguaje pblico
al hablar de ellas y no su inaccesibilidad.
Dejando a un lado las ubicaciones precisas dentro de las Investigaciones, Pears
(1986:420, 422) y Garca Surez (1976:18) opinan que, de cara a entender el argumento
sobre la imposibilidad de un lenguaje privado, hay que remontarse a escritos previos de
Wittgenstein: concretamente, a las Notas para las clases sobre la experiencia
privada y los datos de los sentidos elaboradas entre 1933 y 1936, y sobre todo, al
tratamiento del solipsismo en el Tractatus. Ciertamente, debo decir que estoy de
acuerdo con estos autores al no considerar conveniente circunscribirse al mbito de las
Investigaciones para saber qu coment Wittgenstein sobre el tema que nos ocupa.
346
Slo quiero aadir que, siguiendo los pasos de Malcolm (1968a:75), otros
autores como J. Ll. Blasco (1973:148), H.-N. Castaeda (1971:216), V. M. Cooke
(1974:41), N. Garver (1994:207), C. Gudmunsen (1977:64), T. Nagel (1986:36-37), D.
F. Pears (1988:329), N. Pleasants (1999:26) y J. Searle (Magee, 1995:366) coinciden al
afirmar que el razonamiento de Wittgenstein sobre el lenguaje privado tiene la forma de
reductio ad absurdum. Vale.
347
III.
Entonces intento representar con mmica Yo tengo tu dolor y hago como si buscara
algo en el bolsillo. La mmica suele darme inmediatamente el gesto en el que he de
centrar mi atencin, pero mis prisas y mi obsesin por el verbo me han vuelto a
confundir. Me quedo con la primera imagen que me sugiere el verbo, no con su uso
concreto en la situacin correspondiente. Nada me impedira guardar en el bolsillo mi
llavero y los llaveros de otras personas, pero que yo pudiera confundir un llavero con
otro no es el nico problema; adems, yo no sera la nica persona con acceso a ese
bolsillo, pues del mismo modo que es lgicamente posible que yo guardara los llaveros
de otros, cualquiera podra tanto meter como sustraer llaveros sin que yo me diera
cuenta o lo recordara: entonces tendra sentido decir No s si lo tengo, y cada vez que
yo guardara un llavero podra decir S que lo tengo. Ya que cualquier persona podra
registrar mi bolsillo exactamente igual que yo para ver si tengo o no determinado
llavero, ese bolsillo sera mo slo en tanto que es el bolsillo de mi chaqueta. Dara
exactamente lo mismo si se tratara de una chaqueta colgada en un perchero al alcance
de cualquiera que pasara por all: el hecho de que lleve bordadas mis iniciales no quiere
decir que mi modalidad de acceso a sus bolsillos sea ya no privilegiada sino distinta en
algn sentido frente a la forma de acceso de la que gozan otras personas. Desde el
mismo momento en que se hacen imprescindibles la verificacin y la memoria, mi
bolsillo no puede hacer las veces de mi supuesto mundo interno, pues yo ni compruebo
ni recuerdo que me duele algo. Pienso en la proposicin Reconozco tu dolor cuando lo
siento. Me sobresalto y me dirijo a un maniqu para consolarle apartando o esquivando
otros maniques que se encontraban en mi camino. Intento afinar ms y pruebo con la
mmica de Yo siento tu dolor. Llevo mi mano a la mejilla del maniqu y dejo que mi
rostro adopte una expresin de agudo dolor. Pero el que se queja sigo siendo yo. En
este gesto no puedo hallar la multiplicidad que me permita distinguir Yo siento tu
dolor y Yo siento mi dolor, por lo que los posesivos tu y mi estn de ms: el
dolor que siento no es mo porque no podra ser de otra manera. Sin embargo, noto
que slo al tratar de representar sinsentidos es evidente que no me refiero a una
representacin de dolor ocasional que acaece en un momento dado, pues la
inconsistencia gramatical no deja margen alguno para que mis gestos se puedan
348
interpretar como un caso genuino de dolor. En cuanto dejo el ms mnimo margen para
que una representacin mmica se pueda interpretar como si con ella aludiera a un caso
genuino de dolor, mis gestos se toman como la representacin de algo meramente
emprico. Ver lo emprico no cuesta esfuerzo alguno; de hecho, se puede decir que, en
cierto sentido, lo emprico se impone sobre nosotros. Lo que s exige esfuerzo, y
mucho, es fijarse en lo gramatical. En principio, no soy capaz de hallar ninguna
resistencia que bloquee mi representacin para mostrar as su carcter gramatical
cuando le dejo algn resquicio a lo emprico. Si represento que voy con los ojos
cerrados y los brazos extendidos tanteando y chocndome con todo lo que encuentro a
mi paso, quienes me observen vern un ciego que en un momento dado tiene problemas
para desenvolverse, o a lo sumo, vern a alguien que trata de avanzar en la oscuridad:
antes que reparar en que trato de escenificar una proposicin gramatical como No
puedo ver con los ojos cerrados o No tengo la facultad de atravesar los objetos de mi
entorno, vern cualquier hecho emprico que quepa imaginar. De repente busco a
alguien, le doy una sonora bofetada e instantneamente me quejo llevndome las manos
a mi mejilla, lo cual podra hacer rugir al herido: Qu haces??? Es que encima
te va a doler a ti???. se es el carcter grotesco de lo gramatical: a pesar de la
evidencia, no puedo representar su inmovilidad. Slo me queda la grotesca insinuacin
de lo inviable o de lo que para nosotros simplemente carece de sentido. Mis ojos
parecen estar hechos para lo emprico. Lo gramatical, lo que se oculta bajo la apariencia
de lo emprico, se muestra evasivo y a veces no me queda otro remedio que tenderle
emboscadas para advertir su influencia. Empiezo a improvisar en voz alta una
proposicin emprica tras otra: basta con que tenga los ojos abiertos y que mire a mi
alrededor para que las proposiciones se sucedan hasta atropellarse. Ahora intento
improvisar proposiciones gramaticales en alta voz, mas apenas soy capaz de articular
palabra y me desconcierto con lo que veo a mi alrededor. En ltimo trmino, decido
refugiarme en proposiciones analticas, pero esconderme no sirve de nada. Si tuviera
que hacer la mmica de lo emprico o lo gramatical sin ms me quedara inmvil:
naturalmente, huelga decir que una cosa es no hacer nada y otra muy distinta quedarme
inmvil. Necesito ceirme a algo, a un caso concreto o a un uso determinado del
lenguaje. Si represento con mmica Qu dolor!, puedo simular que me duele
cualquier parte del cuerpo, as como tambin puedo levantar una lona hasta la altura de
mi cuello de modo que slo deje ver mi rostro con expresin de dolor y sufrimiento:
puedo indicar dnde me duele o no, pues as como podra tratarse de una zona en
349
concreto, tambin podra estar sumergido en una piscina de agua hirviendo. O puede
que simplemente me interese la expresin facial. Pero aunque me quite la pintura
blanca de la cara, donde la mmica de Qu dolor! toca fondo es al no poder precisar
de quin hablo: al fingir dolor puedo especificar con antelacin si finjo mi dolor o el de
alguien en concreto, mas en mi representacin mmica no hay nada que permita
precisar a quin me refiero. En un sentido obvio, debera tratarse de la persona a la que
pretenda aludir, pero al no haber hecho matizacin alguna, el contexto que configura la
mmica no me permite hacer otra cosa que representar algunos de los rituales y
reacciones que dotan de significado al trmino dolor. Aunque me acercara a una
persona expresando socorro y condolencia, y aunque esa persona me siguiera el juego y
fingiera dolor, tampoco habra logrado referirme al dolor de una persona en particular.
Me resulta incmodo no ser capaz de hacer una profunda referencia a m mismo. Podra
fingir que me clavo un estilete en el muslo para recalcar as que me refiero a m y no a
otra persona, mas s que si siguiera fingiendo que me apualo hasta desangrarme y
morir no cambiara nada: al fin y al cabo, lo nico que habra hecho es representar lo
que le sucedera a cualquiera que realmente osara apualarse repetidas veces sin hacer
nada por impedir la hemorragia. S, desde luego que me irrita no ser capaz de sealar
siquiera ese sentimiento de yoidad personal e intransferible que siempre me ha
acompaado. Pero ese supuesto sentimiento no se opone a nada: una cosa es que
habitualmente pueda hablar en primera persona, en segunda o en tercera, y otra que yo
pudiera reconocer en m mismo a una persona distinta de la que siempre he sido, pues
aunque se tratara de una persona distinta, ni siquiera podra darme cuenta de ello. En
realidad, temo un peligro donde no puede haberlo, ya que si tratara de reconocerme a
m mismo como otro y efectivamente alguien o algo hubiera ocupado mi lugar, yo ya
no estara all para poder llevar a cabo dicho reconocimiento. Y mientras yo siga
estando, no me podr distinguir a m mismo frente a nada. Pues entonces, se es el
peligro: que me suplanten y que ni siquiera pudiera darme cuenta de ello! Para que no
me desborde, enfoco mi ira contra una pared, como si tratara de empujarla
mentalmente. Me congelo en una pose mmica para que mi vista se aclare de nuevo.
Noto que mientras duraba el acceso de ira tena cierto control sobre la intensidad,
frecuencia y duracin de ese empuje, mas soy consciente de que tratar de sealar
internamente el yo supone llevar el afn ostensivo hasta el absurdo (yo tendra que
sealar mi yo a m mismo). Es cierto que las decenas de miles de espectadores que se
hallan en un estadio, y los millones que se encuentran delante del televisor, pueden
350
diferir mucho del clic que se experimenta al reconocer el yo; pero as como a la hora
de intentar reconocer un crculo cuadrado al menos s que deber contrastar figuras
geomtricas, en el caso del yo ni siquiera s en qu debera fijarme: por tanto, la
definicin ostensiva resultara inviable porque ni yo mismo sabra qu quiero sealar.
Escenifico lentas y apesadumbradas negaciones con la cabeza hasta que de repente
chasco los dedos y salto con los ojos abiertos como platos sealando muy fijamente con
el dedo. Me temo que s ms de la satisfaccin que espero que de la forma en que
espero conseguirla: y es que he introducido el yo en un juego de lenguaje que no le
corresponde. O dicho de otro modo, esperaba resolver un problema profundo con un
hallazgo mgico, es decir, repentino e invulnerable a los vaivenes de la gramtica. Mi
forma de pensar coincide a menudo con el estilo de pensamiento que Weininger
considera como propio del tipo criminal: segn Weininger, el criminal se caracteriza
por querer librarse instantneamente de cualquier problema, siendo el nico que espera
que se produzca un milagro desde el exterior. Y una cosa es que no acepte la
caracterologa weiningeriana y otra que no valga la pena tener presente el hbito de
pensamiento sealado para estar prevenido y evitar as incurrir en l. Llevo un maniqu
a una habitacin vaca. Tras dejar al maniqu con el brazo alzado, salgo de la
habitacin, cierro la puerta, y me pongo en guardia. Veo que sa fue siempre mi actitud.
Y veo tambin cul era el tesoro que guardaba.
352
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