Mcfarlane, Los Ejércitos Coloniales

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HISTORIA AMERICA II 2013 58 COPIAS (61)

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS


DEL IMPERIO ESPAOL, 1808-1810
Anthony McFarlane
U n i v e r s i t y o f Wa r w i c k , R e i n o U n i d o

ara los historiadores resulta cada vez ms claro que la


transformacin de las colonias hispanoamericanas en
Estados independientes se origin en la inesperada cada de
la monarqua borbnica de Espaa en 1808, y no en movi
mientos protonacionalistas de larga data alimentados por
conflictos sociales y econmicos en las colonias. Como
resultado de este cambio de perspectiva, ha resurgido elin
ters por lo contingente y se ha otorgado una renovada
importancia a la poltica de la crisis. Sin embargo, un tema
ha permanecido relativamente olvidado: la actitud y el com
portamiento de las fuerzas militares espaolas durante los
aos crticos de 1808-1810, cuando la monarqua espaola se
vio envuelta en una crisis generalizada. Quizs este olvido
Los trabajos pioneros sobre este tema pertenecen a Guerra, Modernidad e independencias y a Rodrguez O., The Independence of Spanish
America.

Jorge Domnguez analiza someramente las transformaciones dentro del
ejrcito durante la crisis del imperio, aunque sin concentrarse en la con
ducta de los soldados, en Domnguez, Insurrection or Loyalty, pp. 74-81.


HMex, lvIII: 1, 2008

229

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ANTHONY MCFARLANE

sea comprensible por la profundidad y las mltiples dimen


siones de la crisis espaola en esos aos, y por el hecho de
que Espaa fue incapaz de proyectar su poder militar a tra
vs del Atlntico. Derrotada su flota en Trafalgar a manos de
los britnicos en 1805, y su ejrcito en su propio territorio
a manos de los franceses en 1809, Espaa no estaba en con
diciones de enviar refuerzos a cruzar el Atlntico y reprimir
los desacatos contra sus gobiernos coloniales en Amrica.
Esta debilidad contrasta marcadamente con la posicin de
los britnicos ante la declaracin de independencia de los
colonos norteamericanos en 1776. En ese entonces, Gran
Bretaa se hallaba en el apogeo de su poder y contaba con
grandes ejrcitos listos para reprimir la rebelin colonial y
respaldados por slidas lneas de abastecimiento martimo
para la metrpoli; Espaa, por el contrario, se hallaba en
decadencia y su autoridad se vio cada vez ms amenazada
conforme la crisis en la Pennsula se extenda a Amrica
durante el periodo de 1808-1810. Ocupada por los ejrci
tos franceses y con un gobierno interino de dudosa autori
dad quese opona a las fuerzas invasoras, Espaa tuvo que
dejarque sus gobiernos coloniales defendieran sus pues
tos conlos recursos que tuvieran a la mano, incluidos por
supuesto lossoldados profesionales y los hombres de milicia
que estaban bajo su mando.
Que Espaa dependiera de las fuerzas armadas coloniales
para mantener su gobierno no era cosa nueva. Los milita
res ya haban intervenido en la vida poltica de las colonias
a finales del siglo xviii, cuando los soldados del ejrcito
regular fueron llamados a defender los gobiernos coloniales
contra las rebeliones de Quito, Nuevo Reino de Granada y
Per. En dichos levantamientos, los soldados cumplieron

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con los deberes de militares profesionales como mantener


la autoridad poltica del Estado y suprimir la rebelin,
y lo hicieron sin ningn reparo. No obstante, la situacin
de los militares durante la crisis de 1808-1810 fue mucho
ms complicada. La cada del antiguo rgimen en Espaa
acab con la nica fuente constante de autoridad represen
tada por el rey y, cuando la soberana se fragment entre
las juntas regionales espaolas, puso en duda la legitimidad
delos gobiernos coloniales y de sus dirigencias. Al igual que
losciviles, los oficiales y los soldados de las fuerzas armadas
reales enfrentaban esta vez una situacin poltica voltil en la
que distintos frentes exigan su lealtad en medio de la confu
sin sobre quin habra heredado la autoridad real en ausen
cia del monarca. La reaccin del ejrcito era particularmente
importante ya que, como es obvio, los militares disponan de
armas y fuerzas armadas que podan desplegarse en favor o
en contra de los gobiernos titulares.
En estas circunstancias, cuando los militares podan pasar
de posiciones perifricas a posiciones vitales en materia de
poltica, resulta importante identificar y explicar el papel
que desempearon estos hombres en la defensa o subver
sin de los gobiernos coloniales durante el periodo crucial
de 1808-1810. Para hacerlo, nos concentraremos en tres
cuestiones fundamentales. Primero, hasta qu punto afec
t la reforma militar de fines del siglo xviii el carcter de las
fuerzas militares en las colonias, su estatus en la sociedad y
su relacin con los gobiernos coloniales? Segundo, cmo
reaccionaron las fuerzas militares coloniales ante la crisis
de la monarqua y cmo afect su postura a los gobiernos
coloniales? Y finalmente, por qu variaron las respuestas
militares entre una regin y otra, y qu implicaciones tuvo

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ANTHONY MCFARLANE

esta variacin sobre la capacidad de Espaa para defender


su imperio americano?
* * *
Para hablar sobre la reaccin de las fuerzas coloniales espa
olas ante la crisis poltica de 1808-1810 en trminos de su
disposicin y capacidad para defender el gobierno espaol,
es preciso considerar, en primer lugar, el carcter, la compo
sicin y la distribucin de dichas fuerzas, tomando en cuenta
la manera en que fueron restructuradas por los reformadores
borbnicos en las dcadas finales del siglo xviii, as como
la incidencia de las reformas sobre su podero y confiabili
dad. Las reformas militares sustanciales, que comenzaron
bajo el reinado de Carlos III, operaban en dos planos: en la
reorganizacin de las fuerzas regulares desplegadas en las
Amricas; y en la rpida expansin de las milicias coloniales
y su entrenamiento como fuerzas de apoyo para el ejrci
to en tiempos de guerra. Estos procesos iniciaron en Cuba,
donde el impacto causado por la prdida de La Habana en
1762 origin una revaluacin inmediata de las defensas de
la isla. En el lapso de un ao, el rey orden la reconstruc
cinde las fuerzas regulares de Cuba mediante la incorpo
racin denuevos efectivos trados de Espaa, al tiempo que
se creaban milicias disciplinadas, esto es, cuerpos recluta
dos entre la poblacin cubana y destinados a proporcionar
fuerzas de apoyo para la defensa de la isla. En 1764, la Junta
de Generales de Espaa transform estas reformas en un
proyecto ms amplio para modernizar las defensas ameri
Kuethe, Cuba, 1753-1815, pp. 24-49. Vase tambin Kuethe, The
Development, pp. 695-704.


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canas. El proyecto exiga, en primera instancia, aumentar


las fuerzas del ejrcito regular en Amrica: esto implicabala
creacin de nuevos regimientos de infantera y caballera
compuestos en gran parte por reclutas locales agrupados
alrededor de un ncleo de soldados espaoles, adems de
la renovacin peridica de dicho ncleo mediante el envo
escalonado de unidades militares desde Espaa. El segundo
elemento de la reforma, y el ms innovador, fue la aplicacin
del modelo cubano de milicias disciplinadas en la Nueva
Espaa en 1765; en Venezuela, Cartagena, Panam, Yuca
tn y Campeche en la dcada de 1770; en el Per y el Nuevo
Reino de Granada a principios de la dcada de 1790, y en
Buenos Aires en 1802.
Al extender de esta manera la reforma militar, la corona
abri un nuevo camino para la poltica de defensa colonial. Car
los III en consonancia con las prcticas propias de Espaa y
de otras potencias europeas opt por crear grandes fuerzas
temporales de reserva, compuestas por milicianos y pertrecha
das a expensas de los tesoros coloniales, obligadas a someterse
al entrenamiento regular bajo el mando de soldados profe
sionales y a movilizarse como auxiliares durante pocasde
guerra. En 1779, Jos de Glvez a la sazn ministro de las
Indias (1776-1788) justific la reforma invocando el princi
pio segn el cual para los americanos, como para los espaoles,
la defensa de los derechos del Rey est unida a la defensa de su
propiedad, sus familias, su patria y su felicidad. Los hombres
Sobre la planeacin militar dirigida por la Junta, vase Albi, La defensa
de las Indias, pp. 57-59 y 63-67.

Marchena Fernndez, Ejrcito y milicias, pp. 106-107.

Jos de Glvez al virrey Manuel Antonio Flores, 15 de mayo de 1779,
citado en Marchena Fernndez, The Social World, p. 58.


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seleccionados para el servicio militar eran organizados en uni


dades y, bajo el mando de oficiales de milicia y experimentados
soldados o ex soldados regulares, se sometan a una rutina de
entrenamiento militar armado a intervalos semanales. Para
compensar su nueva responsabilidad, se les otorgaba el fue
ro militar, es decir, se les inclua en la jurisdiccin militar, lo
cual les daba el privilegio de ser juzgados por cortes marcia
les; tambin gozaban de algunas exenciones fiscales y, durante
tiempos de movilizacin, se les pagaba por sus servicios.
El nuevo recurso a la poblacin local para abastecer las
fuerzas armadas en tiempos de guerra no alter la doctrina
fundamental de defensa espaola. sta an se basaba en la
combinacin, ya probada y confiable, de plazas fuertes
y fijos: esto es, ciudades fortificadas y dotadas de tropas
de guarnicin, reforzadas en tiempos de guerra por regi
mientos peninsulares y fuerzas auxiliares proporcionadas
porlas milicias coloniales. No obstante, la reorganizacin de
las fuerzas armadas coloniales formaba parte de un proyec
to ms amplio y ambicioso de reformas imperiales,confor
madoa partir de una nueva visin del imperio. Bajo el
reinado de Carlos III, el gobierno espaol se propuso for
talecer la monarqua desafiando las estructuras y los pri
vilegios corporativos, alentando la iniciativa econmica y
acercando a las colonias a un imperio neomercantilista ms
integrado. En Espaa, los Borbones pusieron a oficiales del
ejrcito en cargos administrativos con el fin de socavar los
privilegios de la nobleza y las provincias, de manera que en
ocasiones los extranjeros consideraban a Espaa esencial
mente como una monarqua militar, ms dependiente del


MacLachlan, Spain's Empire.

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respaldo del ejrcito que sus coetneos europeos. Tambin


en Amrica los oficiales peninsulares del ejrcito gozaban de
preferencia en el sistema de gobierno reformado, ya que se
les consideraba como agentes ms eficaces del control cen
tral. Asimismo, la idea de las milicias disciplinadas reflejaba
una nueva concepcin del imperio: en adelante, se otorg a
los habitantes de las colonias un papel central en su defensa,
convirtindolos en una ciudadana armada y lista para mos
trar lealtad a la monarqua espaola y defender sus territo
rios en tiempos de guerra. En pocas palabras, el objetivo
de la reforma era elevar el grado de participacin militar en
las sociedades coloniales o, en trminos ms amplios, mili
tarizar las comunidades americanas exigiendo que todos
los hombres aptos para hacerlo se alistaran en unidades de
milicia y se entrenaran en el uso de las armas.
* * *
Uno de los resultados de la reforma fue el cambio en la esca
la y composicin de las fuerzas regulares. En conjunto, el
tamao de las fuerzas armadas profesionales apostadas en
la Amrica espaola creci considerablemente y, a la par de
este crecimiento, se registr ms amplia participacin social
en el ejrcito. Es imposible proporcionar cifras precisas del
nmero de soldados regulares apostados en las guarniciones
americanas, pues la cantidad de efectivos registrados difiere
invariablemente de su nmero en el terreno. No obstante,
algunas estimaciones basadas en registros de la poca indican
una inconfundible tendencia de crecimiento en el ejrcito de
Amrica, el cual se refleja tanto en el nmero de hombres


Esdaile, The Peninsular War, p. 41.

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como en los gastos. En 1700, el nmero de soldados regula


res rondaba los 6000; para 1750, haba ascendido a cerca de
12000; para 1775, a ms de 30000, un nivel que se mantuvo
hasta la dcada de 1780. Esta quintuplicacin en las cifras
tena su contraparte en los costos: los gastos del ejrcito
pasaron de unos 3000000 de pesos en 1700 a un mximo de
20000000 de pesos en 1790.10 Los gastos cayeron de nue
vo al terminar el siglo, y quiz tambin haya disminuido
el nmero de soldados regulares en Amrica hasta sumar
probablemente entre 20000 y 25000 efectivos en 1810.11
Pese a la expansin, los destacamentos del ejrcito regu
lar espaol an eran pocos en relacin con las reas y pobla
ciones de las colonias que defendan. Una comparacin con
las fuerzas britnicas apostadas en Amrica muestra hasta
qu punto Espaa sufra para conseguir soldados profe
sionales que defendieran sus colonias. En 1759, durante la
guerra de los Siete Aos, Gran Bretaa despleg 32 bata
llones en Amrica del Norte y las Indias Orientales, es
decir, cerca de 30000 hombres. Cuando se llevaron a cabo
las operaciones del Caribe, en 1762, haba por lo menos 41
batallones regulares en la Amrica britnica, y tan slo en
el ataque a La Habana se desplegaron 14000 efectivos. Esta
Es difcil encontrar cifras exactas sobre las dimensiones y la evolucin
del ejrcito regular. Las cifras indicadas se extrajeron de Marchena
Fernndez, Ejrcito y milicias, p. 128.
10
Marchena Fernndez, Ejrcito y milicias, p. 159.
11
Una estimacin sugiere cerca de 17 000 en 1800; vase Domnguez,
Insurrection or Loyalty, p. 76. Otra sugiere una cifra similar para 1810;
vase Albi, Banderas olvidadas, p. 65. Estas cifras son muy bajas. Los
clculos regionales para las zonas ms importantes del imperio sugieren
una cifra un poco ms alta. Si se suma el nmero de efectivos en el Cari
be americano, el total suma entre 20 000 y 25 000 soldados.


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extraordinaria concentracin de tropas, mayor que el ejr


cito britnico estacionado en Europa en ese momento,fue
reducida de nuevo tan pronto termin la guerra, aun
quepara 1764 Gran Bretaa an contaba con 23 batallo
nes en Amrica, en comparacin con los cinco que tena
antesdel conflicto.12 Adems, despus de la guerra, bus
caba mantener un ejrcito estacionario de 10000 soldados
regulares en Amrica del Norte, la mayora procedentesde
Europa, y que seran relevados en turnos por tropas pro
cedentes de la metrpoli. Cuando inici la revolucin
estadounidense, en 1775-1776, Gran Bretaa no tard en
aumentar este nivel a ms de 25000 soldados regulares.
Encontraste Espaa nunca fue capaz de alcanzar desplie
gues militares comparables, en consonancia con la escala
territorial mucho mayor de sus colonias. Slo Mxico tena
una poblacin y un rea mayor que todas las colonias bri
tnicas de la costa este juntas y, sin embargo, no contaba
con un ejrcito comparable al de la Amrica colonial bri
tnica en sus ltimos aos. El ejrcito regular de Mxico,
apostado principalmente en la ciudad de Mxico, Veracruz
y Puebla, nunca super los 6000 hombres. Otras grandes
colonias continentales contaban con fuerzas regulares an
ms pequeas. En la vspera de la crisis imperial, el Nuevo
Reino de Granada tena unos 3600 soldados regulares, y
Venezuela alrededor de 2000; las fuerzas regulares del Per
haban bajado a cerca de 2000 efectivos, mientras que las
de Ro de la Plata haban descendido a un nivel incluso
menor, con menos de 1000 soldados regulares repartidos
entre Montevideo, Colonia, Charcas y Buenos Aires (esta
12

Brumwell, Redcoats, pp. 13, 19-20, 44-45, 51 y 309.

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ciudad tena slo 371 soldados en 1810, complementados


por cerca de 3000 milicianos especiales).13
La escasez de hombres para enviar a Amrica era un pro
blema constante en Espaa. Durante la dcada de 1770 y
a principios de la de 1780, se rotaron algunos regimientos
espaoles entre las guarniciones americanas para aumentar el
nmero de soldados regulares enviados a las colonias. Pero a
partir de 1786, rara vez se llamaba a los batallones espaoles
a Amrica, y las fuerzas de las guarniciones tuvieron que
mantenerse reclutando a ms americanos, tanto soldados
como oficiales. Aparentemente, en este punto la corona
sali airosa y consigui una marcada americanizacin
del ejrcito regular. Los clculos de Marchena indican que,
durante el periodo de 1740-1759, 68% de los soldados eran
americanos mientras que, para el periodo de 1780-1800, esa
proporcin aument a 80%. En el cuerpo de oficiales an
se mantena una proporcin relativamente alta de espaoles
peninsulares, sobre todo en los rangos ms altos, pero dicho
cuerpo tambin se vio afectado por la americanizacin, ya
que los criollos buscaban comisiones militares por el presti
gio y las posibilidades de ascenso que podan conferirles. En
1760, cerca de 33% de los oficiales del ejrcito eran criollos;
para 1800, ese porcentaje casi se haba duplicado a 60%.14
De esta manera, la permanencia de ejrcitos estacionarios en
las colonias lleg a depender cada vez ms del reclutamiento

Thibaud, Repblicas en armas, p. 31; Campbell, The Army of Peru,


tabla III, pp. 54-55; Fisher, Bourbon Peru, p. 35; Beverina, El Virreinato del Ro de la Plata, pp. 197-222, 263-332 y 417, y Albi, Banderas
olvidadas, pp. 52-53.
14
Marchena Fernndez, Oficiales y soldados, pp. 112-113 y 300-301.
13

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

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local, lo cual fue alterando la composicin social de las fuer


zas regulares de Espaa.
El reclutamiento de americanos posibilit el crecimiento
de las fuerzas regulares, pero no necesariamente mejor la
calidad del ejrcito profesional. Los informes de la Nueva
Espaa indican que el ejrcito se alimentaba de los sectores
marginales de la sociedad, y quizs lo mismo fuera cierto en
otras zonas, en especial en sitios como Buenos Aires, donde
el mercado laboral ofreca mejores salarios.15 Es probable
que la calidad de los altos mandos tambin decayera. Duran
te las dcadas de 1770-1780, los oficiales espaoles visita
ron Amrica en misiones militares o con sus regimientos
en turno, llevando consigo estndares ms altos y nuevas
ideas para la defensa de Amrica; el final de este sistema de
rotacin desde la Pennsula signific que muchos oficiales
permanecieron durante toda su carrera en puestos ameri
canos, donde rara vez se enfrentaban a la guerra y podan
adoptar prcticas ms relajadas.
La distribucin de los soldados regulares segua siendo
muy dispar. Las fuerzas regulares de las principales bases
en la regin del Gran Caribe aumentaron, desde Veracruz
hasta Caracas, al tiempo que se establecan nuevas guarni
ciones para defender la fronteras vulnerables como Guayana
y Texas, o en ciudades como Montevideo, Bogot y Guaya
quil, donde los ministros perciban amenazas de ataques
extranjeros o rebeliones domsticas. Pero este crecimien
toen puntos estratgicos no cre un Ejrcito Americano
eficaz y unido. En el rango ms alto del mando militar se
Archer, The Army in Bourbon Mexico, pp. 223-233 y Johnson, The
Military, pp. 36-37.
15

240

ANTHONY MCFARLANE

hallaban los funcionarios de la corona, cuyos cargos pol


ticos conllevaban responsabilidades militares: los virreyes
y los intendentes fungan como capitanes generales, gober
nadores de provincia y lugartenientes generales, y todas las
fuerzasdentro de sus jurisdicciones, ya fueran regulares o
de milicia se sometan, en ltima instancia, a su autoridad.
El nombre de Ejrcito de Amrica era, por ende,
unaimprecisin, ya que no exista un solo cuerpo de fuer
zas imperiales que pudiera desplegarse en cualquier punto
del imperio, ni exista tampoco unidad de mando sobre las
fuerzas coloniales. El ejrcito espaol en Amrica era an,
como siempre lo haba sido, una aglomeracin de fuerzas
estacionarias de diversa potencia cuyos mayores contingen
tes se concentraban en las ciudades de importancia estrat
gica y/o poltica. Ninguna colonia contaba con un cuartel
militar listo para entrar en accin: las tropas regulares esta
ban distribuidas entre guarniciones distantes, y sus coman
dantes rara vez desplegaban a los efectivos fuera de dichas
guarniciones o de los territorios adyacentes. Esta estructura
regionalista era an ms notoria entre las milicias, cuyos
miembros slo estaban dispuestos a servir en sus propias
regiones, y se mostraban por dems renuentes a hacer cual
quier otra cosa. El aumento del nmero de milicianos suje
tos a la movilizacin constituy, sin duda, una innovacin
impactante que acentu la dependencia de la corona respec
to de las fuerzas reclutadas en las colonias. Para mediados
del siglo, las milicias tenan una apariencia un tanto anti
cuada, contaban con pocas armas; poca disciplina, si no es
que nula; ningn conocimiento militar y ningn oficial pro
fesional. Las milicias disciplinadas creadas por CarlosIII
encarnaban una idea, un cambio radical. A diferencia de

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

241

las antiguas milicias, estos cuerpos deban organizarse en


batallones y regimientos estandarizados, recibir sumi
nistros adecuados de armas y equipo modernos, vestir
uniformes,contar con un entrenamiento adecuado, ser dis
ciplinados y estar bajo el mando de soldados profesionales
transferidos desde sus propios regimientos. Adems, estas
milicias deban ser unidades de batalla modernas, diseadas
para proporcionar fuerzas de reserva esenciales en tiempos
de guerra, particularmente en bastiones costeros estratgi
cos como La Habana, Cartagena, Veracruz y Lima. Al mis
mo tiempo, el principio del servicio de milicia se introdujo
en todas las sociedades coloniales con miras a la creacin de
ejrcitos del pueblo, compuestos por sbditos ordinarios
de la corona cuya lealtad sera expresada y reforzada por el
servicio militar.
* * *
El recurso a una suerte de militarismo cvico no fue algo
que todos los comandantes militares espaoles recibieran
con gusto, pues algunos teman que la confiabilidad de las
fuerzas armadas coloniales se viera afectada. En 1772, el
inspector general de Caballera y Dragones de Nueva Espa
a, el coronel Douch, inform al ministro de Guerra que
las milicias mexicanas ofrecan escasa proteccin contra los
ataques britnicos procedentes del norte, e hizo una com
paracin muy poco favorable entre la capacidad de batalla
de las milicias britnico-americanas y las hispanoamerica
nas. La superioridad militar britnica, sostena Douch, se
basaba en una Gente libre que respire con satisfaccion,
mientras que la Nueva Espaa era un pais de contribucion

242

ANTHONY MCFARLANE

y un pais oprimido, donde la mayora de los sbditos de la


corona no defenderan el territorio de su monarca.16
Dos dcadas ms tarde, el recelo de los profesionales del
ejrcito acerca de la confiabilidad de las milicias americanas
an se expresaba en trminos similares, incluidas adverten
cias sobre la inseguridad en las regiones que dependan de los
americanos para su defensa. El informe escrito por el gober
nador de Montevideo, Joseph de Bustamante, constituye un
excelente ejemplo de ello, pues resea la condicin de las
fuerzas armadas en la regin de Ro de la Plata en 1803.17
Bustamante deca tener dudas sobre la eficacia y lealtad de
las fuerzas armadas disponibles en esta zona estratgica, y
sealaba problemas en las milicias y tambin entre los sol
dados regulares. En primer lugar, Bustamante indicaba que
permitir a los oficiales del ejrcito espaol una permanencia
demasiado larga en puestos coloniales facilitaba el desarro
llode relaciones locales cercanas y generaba debilidad. Segn
Bustamante, esto sesgaba su actitud ante la ley, socavaba la
disciplina militar, causaba una prdida de espritu militar, y
los alentaba a prestar mayor atencin a los intereses de los
negocios que a los de la corona. El gobernador de Monte
video afirmaba que el entonces director de ingenieros y el
comandante de artillera, ambos llegados en calidad de alf
rez, haban permanecido en Buenos Aires durante el resto de
Francisco Douch al Conde de Ricla, San Lorenzo del Real, 25 de
octubre de 1772: Servicios Histricos Militares, Madrid, Ministerio
de Guerra, Ultramar 95. Sobre el informe de Douch, vase Anthony
McFarlane, Guerras e independencias en las Amricas, pp. 178-180.
17
Joseph de Bustamante y Guerra al Prncipe de la Paz, Montevideo, 31
de agosto de 1803, Servicios Histricos Militares, Madrid, Ministerio de
Guerra, Ultramar 129.
16

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

243

su carrera militar, de ms de 30 aos, y ah haban contrado


matrimonio con hijas de familias locales, a las que no estaban
dispuestos a dejar. Al parecer, los oficiales militares espao
les no eran ms inmunes al proceso de americanizacin
que durante tanto tiempo haba afectado a los funcionarios
civiles enviados a las colonias y que los reformadores bor
bnicos buscaban revertir.
Segn Bustamante, los problemas de las milicias slo
agravaban los problemas del ejrcito regular. Las milicias
se haban reorganizado en fecha reciente mediante la Orden
Real de febrero de 1801, que estableca planes para la crea
cin de nuevas milicias disciplinadas, pero Bustamante
insista en que, al implementar el nuevo reglamento, el virrey
Sobremonte haba puesto en peligro el orden y la defensa
al invalidar dos precedentes importantes. En primer lugar,
estableci milicias en zonas alejadas de la capital, a don
de no penetraron la subordinacin, el orden y la disciplina,
porque la distancia que los separa de los Gefes principales
que residen en ella, aumenta la desidia y abandono de los
subalternos encargados de su instruccin, participando en
la floxedad y laxitud que caracteriza a los naturales de aque
llos pueblos. En segundo lugar, Sobremonte permiti que
se reclutaran negros y mulatos. Ambos grupos constituan
novedades peligrosas. Segn sostena Bustamante, era impo
sible disciplinar a estos nuevos reclutas porque la mayor par
te de ellos eran gentes errantes, transentes, o vagamundos
incapazes de sujetarse a la instruccion. De cualquier for
ma, los nuevos reclutamientos seran una prdida de tiempo
hasta que las unidades regulares y de milicia recibieran a
oficiales recin extrados de los regimientos de Espaa y, por
ende, an libres de las taras de la vida colonial.

244

ANTHONY MCFARLANE

En particular, al gobernador Bustamante le preocupa


ban las milicias, que vea como un peligro poltico latente.
Segn su informe, la experiencia y el razonamiento poltico
indicaban que el gobierno, al situar depsitos de armas en
los pueblos del interior y proporcionar entrenamientomili
taren zonas con poblacin indgena, contribuira ms a
minar la seguridad que a mejorarla. Para evitar esto, Bus
tamante aconsejaba que se establecieran nuevas milicias slo
en las capitales y en puntos fronterizos estratgicos como
Paraguay y Montevideo. Adems, dadas las circunstancias,
resultaba esencial mantener la poltica tradicional de no
proporcionar armas a la poblacin del interior, y asegurar
que los negros y mulatos se mantuvieran fuera de las filas
del ejrcito y la milicia. De acuerdo con Bustamante, los
cambios a estas normas resquebrajaran una tradicin que
haba ayudado a mantener el gobierno espaol a lo largo de
los siglos y resultaran ms peligrosos en el da con el fatal
ejemplo en la transformacin tan reciente como la que nos ha
presentado dolorosamente a la vista la Isla de Santo Domin
go y dems posesiones franceses de las Islas de Barlovento.
La calidad de las tropas era otra preocupacin crucial.
Puesto que una de las mayores dificultades para organizar
las tropas era el mal pago, incluso comparado con el de los
trabajadores rurales, Bustamante exiga que se diera priori
dad a la calidad por encima de la cantidad. Las tropas de ese
entonces, mal pagadas, eran poco tiles. Bustamante seala
ba que, bajo el gobierno del virrey Sobremonte, estas tropas
se haban negado a pelear en la ribera del ro Yaguarn con
tra unas fuerzas portuguesas a las que duplicaban en nme
ro, y abogaba porque en el futuro estas unidades contaran
con menos hombres mejor pagados. En cuanto al envo de

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

245

hombres a la frontera, conminaba a adoptar medidas para


crear una ciudadana de soldados. Los efectivos apostados
en las fronteras deban recibir parcelas de tierra para cultivo
y pastoreo; esto reducira la ociosidad y la desercin, dara
a los soldados mayor inters en la defensa de la regin y les
permitira crear familias cuyos hijos aspiraran a unirse al
ejrcito, como suceda en las fronteras de Chile y Monte
rey en California. El contrabando confiscado tambin deba
distribuirse entre las tropas de frontera, a manera de botines
tomados en el mar, para incentivar a los soldados a cumplir
con su deber.
Las quejas de Bustamante sobre la falta de soldados profe
sionales, la ineficacia de los oficiales, as como la poca fiabi
lidad, la falta de armas y disciplina en las milicias perdieron
validez unos aos ms tarde, cuando en 1806-1807 los brit
nicos invadieron Buenos Aires en dos ocasiones y tomaron
Montevideo ante una escasa resistencia local. Antes de la
invasin, la carrera militar no atraa reclutas, y las milicias
se hallaban en estado de abandono, as que fue necesario el
impacto del ataque britnico para convencer a los habitantes
de Buenos Aires de unirse a las milicias recin creadas por
Santiago Liniers, el oficial de la marina que haba organiza
do la resistencia desde Montevideo. Una vez establecidas,
estas milicias parecan ejemplificar el tipo de defensa local
que los ministros borbnicos buscaban crear. Esto quizs se
deba a sus orgenes distintivos y excepcionales: las milicias
se componan de voluntarios, y no de hombres obligados a
cumplir con este servicio, y fueron reclutadas con el prop
sito patritico inmediato de defender Buenos Aires contra la
invasin extranjera. Estas unidades generaron gran entusias
mo y atrajeron a reclutas de todas las clases, adems de que

246

ANTHONY MCFARLANE

fomentaron una verdadera rage militaire entre los criollos


que deseaban regodearse en las reminiscencias de la victo
ria. As estas milicias eran muy distintas de otras en el resto
de la Amrica espaola. Empero, pronto se hizo evidente
que este avance aparentemente deseable implicaba riesgos
para la autoridad real. Adems de que el tesoro no poda
cubrir los gastos para mantener estos cuerpos armados, los
oficiales que las encabezaban se estaban constituyendo en
una fuerza independiente del mando administrativo y mili
tar del virrey.18 En este caso, las fuerzas locales demostraron
que los americanos sabran defender el territorio espaol
contra los ataques extranjeros, pero tambin que, una vez
apostadas, sera difcil subordinarlas a la cadena de mando
convencional.
As, las dudas sobre la lealtad y fiabilidad de los america
nos se manifestaban tan fuertemente al final del periodo de
reformas como al principio. A decir verdad, los oficialesdel
ejrcito espaol que informaban sobre los efectos dela
reforma parecan ms inclinados a meditar sobre los proble
mas que sobre las soluciones. Entre las crticas comunesse
contaban la renuencia e ineptitud de los americanos para
servir en las fuerzas regulares, la prdida de los estndares
militaresen las guarniciones y las milicias americanas, y la
anulacin de la ley y el orden que resultara de proporcio
nararmas a gente considerada social y racialmente inferior.
Las autoridades civiles tambin criticaron las reformas, adu
ciendo que entorpecan la imparticin de justicia por parte
del rey, que costaran demasiado y que no lograran forta
lecer las polticas internas ni de defensa.
18

Halperin Donghi, Revolutionary Militarization, pp. 84-107.

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

247

* * *
Los historiadores del ejrcito en la Hispanoamrica borb
nica han tendido a repetir las crticas de la poca, dando por
hecho que el crecimiento de la esfera militar tuvo efectos
disruptivos en las sociedades coloniales. El ejemplo ms
claro de cmo la reforma militar pudo dar un giro contra
el Estado fue el acceso de un mayor nmero de hombres (y
en ocasiones incluso de sus familias) a los privilegios corpo
rativos militares en tiempos de movilizacin en especial
al fueromilitar, es decir, a su inclusin en la jurisdiccin
militar. Se dice que esto foment el surgimiento de una
nueva lite militar que perjudicaba al Estado espaol, no
slo porque los privilegios corporativos permitan a los
milicianos evadir la ley civil, sino tambin porque se fund
una tradicinde autonoma militar que habra de fracturar
la vida cvica despus de la independencia.19
Otro aspecto de la militarizacin colonial que quebrant
las jerarquas tradicionales fue el reclutamiento, tanto en el
ejrcito como en las milicias, de hombres pertenecientes a
las castas, es decir, individuos de color que eran tratados
como inferiores. Entre los blancos, los cargos de mando en
las milicias podan proporcionar a quienes no pertenecan
a las grandes familias terratenientes una va para hacer
se de honor y prestigio: algunos comerciantes estaban tan
ansiosos de mostrar su estatus que portaban sus insignias
militares mientras atendan a los clientes en sus tiendas. 20
Para las clases bajas, y en particular para los pardos y more
Esta tesis fue planteada por McAlister, The Fuero Militar in New
Spain, pp. 5-15.
20
Archer, Army in Bourbon Mexico, p. 191.
19

248

ANTHONY MCFARLANE

nos libres descendientes de africanos y europeos, el


servicio en las milicias brindaba oportunidades de ascenso
social. Para algunos individuos, alcanzar una posicin de
mando en las compaas de milicia significaba un ascenso
en la escala social, el cual les permita detentar el honor y las
prerrogativas reservadas para los blancos.21 Para la mayora
de estos hombres, pertenecer a las milicias conllevaba un
beneficio distinto y menos evidente: les ofreca un sentido
de comunidad y, puesto que el fuero militar les permita ser
juzgados por sus pares, los protega en cierta forma contra
la discriminacin y la opresin por parte de la justicia civil,
administrada por los blancos. En este sentido, las reformas a
las milicias pudieron haber fortalecido la lealtad a la corona
entre la poblacin de color libre, que en la regin del Caribe
desempeaba un papel crucial dentro de estos cuerpos, ya
que su acceso a los privilegios militares dependa de la coro
na. Sin embargo, la poltica de privilegiar a las milicias de
pardos tena costos adems de beneficios, y poda perjudi
car a la autoridad real. Las concesiones a los pardos no slo
enfadaban a los criollos quienes vean con recelo el empo
brecimiento tcito de su propio estatus, sino que tambin
le daban a los pardos un instrumento que podan usar para
sus propios objetivos polticos.
Empero, resultara errneo concluir que la militarizacin
en las colonias amenaz seriamente la autoridad poltica
Servir en las milicias era uno de los medios a los que recurran los par
dos para mejorar su estatus racial y social, ya que un servicio leal a la
corona poda convencer al gobierno de pasar por alto su calidad social
inferior y de otorgarles un gracias al sacar, o un reconocimiento de
blancura. Sobre el fenmeno de la gente de color que trataba de mejorar
su estatus social, vase Twinam, Public Lives.
21

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

249

espaola o la jerarqua social en que se fundaba. En primer


lugar, en la mayora de las colonias el servicio militar afec
taba slo a una pequea parte de la poblacin, pese al creci
miento de las fuerzas armadas. Y, sin duda, el impacto de las
reformas militares fue mucho ms fuerte en algunos lugares
que en otros, sobre todo en aquellas ciudades donde se con
centr el crecimiento del ejrcito. En lugares como Vera
cruz, Cartagena, Caracas, Lima y Buenos Aires, el aumento
de las fuerzas regulares y las milicias disciplinadas tuvo un
impacto ms notorio que en las comunidades del interior,
donde existan menos motivos para organizarse contra ata
ques externos. Sin embargo, incluso en los lugares donde el
ejrcito y las milicias contaban con una presencia importan
te, no existe evidencia contundente para apoyar la creencia
de que, al ampliar el acceso al fuero militar, las reformas
borbnicas subvirtieran sistemticamente la autoridad civil
o fomentaran la creacin de grupos pretorianos ansiosos por
intervenir en la poltica.22 La nica posible excepcin fue
Buenos Aires, donde la sbita explosin de milicias cvicas
en tiempo de guerra cre un ejrcito informal que merm
el poder de las autoridades civiles; no obstante, esto fue un
fenmeno fortuito producto de la invasin extranjera antes
que del proceso de reforma, y no existe razn alguna para
creer que, con el tiempo, el gobierno espaol no fuera capaz
de restaurar el statu quo ante. Tampoco contamos con prue
bas inequvocas, ni en Buenos Aires ni en otros lugares de
Hispanoamrica, de que el servicio en las milicias promovie
ra sentimientos protonacionalistas entre los americanos.
La tesis de McAlister fue criticada por Archer, Army in Bourbon
Mexico, pp. 299-300 y Kuethe, Military Reform, p. 187.
22

250

ANTHONY MCFARLANE

De hecho, puesto que tanto oficiales como soldados se incli


naban por prestar servicio en sus ciudades de nacimiento,
las lealtades fomentadas por la participacin en las milicias
tendan a asociarse con dichas ciudades, y no con las regio
nes ms amplias a las que defendan, ni con el imperio del
cual formaban parte.
El efecto de las reformas militares sobre la estabilidad dela
jerarqua racial tambin fue discreto. Y es que, aun cuando
las personas de color libres a menudo resultabanreclutas
voluntariosos, su militarizacin no necesariamente provo
caba expectativas inmanejables de movilidad social, ni tam
poco subverta la clasificacin de la sociedad de castas.
Los blancos albergaban ciertas dudas, y en ocasiones stas
se convertan en reclamos oficiales: en Venezuela, por ejem
plo, los blancos se quejaban de que la reforma a la milicia
ofreca privilegios que antes estaban vedados a los pardos
y, en 1796, el Cabildo de Caracas se inconform especfica
mente con la arrogancia de las milicias de pardos. Sin embar
go, es probable que esto estuviera ms relacionado con el
desasosiego generado por las implicaciones de la revolucin
haitiana que con cualquier peligro real presentado por las
milicias de pardos, que eran pequeas, estaban segregadasde
las compaas de blancos y se hallaban en su mayora bajo el
mando de blancos.23 En Cartagena de Indias, los milicianos
pardos tambin ocuparon una posicin clave en la defensa
local y gozaron de cierto poder durante la ltima parte del
siglo xviii sin amenazar en forma alguna laestabilidad pol
tica; por el contrario, las autoridades reconocan la impor

23

McKinley, Pre-Revolutionary Caracas, pp. 116-117.

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

251

tancia de su lealtad y los trataban con el debido respeto.24


Un estudio detallado de las milicias de color en la Nueva
Espaa a finales del siglo xviii indica que la militarizacin de
los pardos tambin tuvo implicaciones ambiguas all. Esdi
fcil encontrar evidencias de que el servicio en las milicias
de la Nueva Espaa alterara la jerarqua social al mejorar
las oportunidades de vida de los pardos permitindoles, por
ejemplo, obtener mejores empleos o consolidar matrimonios
ms ventajosos. A decir verdad, lo ms probable es que los
negros libres se unieran a las milicias con la meta ms limita
da y realista de mejorar su estatus entre sus pares de color, y
no tanto para competir por la igualdad con los blancos.25 En
este sentido, la ampliacin de los privilegios militares pudo
haber endurecido las diferencias entre castas antes que disol
verlas, fortaleciendo as el statu quo antes que debilitndolo.
No existen seales evidentes de que la lealtad a la coro
na entre los soldados y los milicianos disminuyera durante
los aos posteriores a las reformas militares. Hubo algunos
momentos de incertidumbre durante las grandes rebelio
nesde principios de la dcada de 1780, cuando las autori
dades descubrieron que no podan depender de las milicias
locales para apagar las rebeliones en su propio territorio;
de hecho, incluso se sospechaba que las milicias se haban
coludido con los rebeldes. No obstante, estos levantamien
tos no desafiaron la autoridad espaola y el miedo a que
siguieran el precedente estadounidense no tena funda
mento. Se trataba esencialmente de rebeliones contra los
impuestos y sin ningn programa poltico que buscara un
24
25

Helg, Liberty and Equality, pp. 100-105.


Vinson III, Bearing Arms for His Majesty, pp. 3-6 y 224-228.

252

ANTHONY MCFARLANE

gobierno autnomo, adems de que fueron contenidas tan


to por la oposicin entre los habitantes de las colonias y
por las fuerzas represivas de los ejrcitos del gobierno.26
Sin embargo, aunque los gobiernos coloniales lograron
reprimir las rebeliones, stas mostraron a los funcionarios
que necesitaban mayor poder de coercin. Esto trajo an
ms cambios a la organizacin militar tanto en el Nuevo
Reino de Granada como en el Per durante la dcada de
1780, con miras a asegurar el respaldo armado con prop
sitos polticos.27 Pero la corona no poda depender slo de
las milicias coloniales para defender su autoridad poltica.
De hecho, armar al pueblo conllevaba el riesgo de que los
milicianos alteraran la ley y el orden, desafiando a sus supe
riores sociales o incluso, en el peor de los escenarios, apun
tando sus armas contra los gobiernos coloniales. En estas
circunstancias, las unidades regulares delejrcito an cons
tituan la parte medular de las defensasdel gobiernocontra
la disensin interna y su postura, por ende, result crucial
para los gobiernos coloniales cuando stos luchaban por
mantener su autoridad durante la crisis poltica que envol
vi al mundo hispnico en 1808-1810.
* * *
La lealtad del ejrcito regular y de las milicias no fue puesta
a prueba inmediatamente al inicio de la crisis espaola. De
hecho, a lo largo y ancho de Hispanoamrica los gobiernos
Sobre las similitudes y diferencias entre las principales rebeliones del
siglo xviii, vase McFarlane, Rebellions in Late Colonial Spanish
America, pp. 313-339.
27

Sobre las respuestas militares a estas revueltas, vase Kuethe, Military


Reform, pp. 49-51 y Campbell, The Army of Peru, pp. 45-50.
26

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

253

coloniales organizaron una serie de efusivas declaraciones


de lealtad a Fernando VII, as como entusiastas enunciacio
nes de apoyo a la resistencia frente a Napolen, pero aun
que los principales funcionarios mantuvieron el control
con firmeza, ni a los soldados regulares ni a las milicias se
les exigi demostrar su lealtad.28 No obstante, en 1808 su
fidelidad a la corona result importante en lugares donde
los criollos presionaban a las autoridades a establecer juntas
autnomas. Tal fue el caso de la ciudad de Mxico, donde
un pequeo grupo de comerciantes y burcratas peninsula
res se unieron paraderrocar al virrey Iturrigaray.29 El golpe
de Estado corri a cargo de ciudadanos que no detentaban
cargos pblicos, pero que al remplazar a Iturrigaray por un
alto oficial el mariscal de campo Pedro Garibay reco
nocieron la importancia del ejrcito como garante del nuevo
gobierno.30 Esto sugiere que los oficiales regulares del ejr
cito apostados en la ciudad de Mxico y los centros urbanos
vecinos apoyaron al nuevo rgimen, por lo menos de mane
ra tcita. Quizs esta actitud se viera influida por el estatus
social de los altos mandos, quienes pertenecan a la minora
peninsular y podran haber compartido la hostilidad de los
comerciantes hacia las demandas de los criollos, que exigan
una cuota de poder. La pasividad de los numerosos oficia
lescriollos tanto en el ejrcito como en las milicias resulta
En

el Archivo Histrico Nacional de Madrid existen numerosos ejem


plos de estas declaraciones de lealtad, as como descripciones de los pre
parativos realizados en los municipios para la celebracin del ascenso al
trono de Fernando VII. AHNM, Estado, 54.
29
Hamnett, Mexico's Royalist Coalition, pp. 57-62.
30
Sobre

la poltica en la ciudad de Mxico durante 1808, vase Anna,


The Fall of the Royal Government in Mexico City, pp. 35-54.
28

254

ANTHONY MCFARLANE

ms difcil de explicar. Sin duda, el hecho de que la vice


rregencia pasara a manos de un alto comandante militar, el
mariscal Garibay, contribuy a mantener la lealtad de las
fuerzas armadas, como lo hizo tambin la designacin por
parte de Garibay de hombres deconfianza en puestos de
mando y la creacin de diez nuevas compaas de volunta
rios entre espaoles y criollos.31
En los territorios espaoles de Amrica del Sur, los ejr
citos locales tambin actuaron en defensa de las autoridades
establecidas y contra el cambio poltico. En Caracas, por
ejemplo, el gobierno colonial recurri a las fuerzas armadas
para afirmar su autoridad e intimidar a sus oponentes. En
julio de 1808, el capitn general Juan de Casas haba entabla
do negociaciones con los patricios caraqueos y, como suce
diera en Mxico con Iturrigaray, pareca presto a establecer
una junta de funcionarios y notables locales. Sin embargo,
sbitamente en noviembre de 1808, Casas dej de buscar
el consenso con los notables criollos y no slo elimin la
propuesta de formar una junta, sino que tambin arrest a
los partidarios criollos de dicha propuesta.32 El intendente
de Caracas, Juan Vicente de Arce, sostuvo que el gobierno
haba sido forzado a tomar estas acciones cuando el celo
y el ardor por la sagrada causa degeneraron en un espritu
de partido y los defensores de la junta amenazaron condi
vidir el apoyo a Espaa.33 Casas y Arce pudieron proceder
de esta manera porque los criollos carecan de recursos
militares propios. En Caracas, segn sabemos, las milicias
Archer, Army in Bourbon Mexico, pp. 282-286.
McKinley, Pre-Revolutionary Caracas, pp. 150-153.
33

Juan Vicente de Arce a Francisco de Saavedra, Caracas, 26 de noviem


bre de 1808, AHNM, Estado, 60, doc. 58.
31
32

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

255

estaban irremediablemente atrasadas. Y es que, aun cuan


do los terratenientes haban asumido puestos de mando por
el prestigio que stos conferan la lite de Caracas se haba
mantenido singularmente desinteresada por las [] mili
cias y [] su potencial como fuerza coercitiva que poda
usar a su favor.34 De ah la facilidad con que Casas pudo
frenar las intenciones de los juntistas.
En Buenos Aires, las aspiraciones criollas al poder pol
tico ocasionaron divisiones entre las lites similares a las de
Mxico y Caracas. Como el virrey Iturrigaray en Mxico,
el virrey Liniers en Buenos Aires se convirti en un foco de
sospechas polticas por parte de aquellos que teman que la
crisis de la monarqua debilitara al gobierno espaol. Como
ya sucediera en Mxico, la oposicin al virrey provino del
ala radical de espaoles que defenda al gobierno vigente. La
primera accin contra Liniers fue emprendida por el gober
nador de Montevideo, Francisco Javier de Elo, quien el 7de
septiembre de 1808 acus a Liniers de planear la entrega del
virreinato a Francia, su pas de nacimiento. Ciudadanos
importantes de Montevideo brindaron su apoyo a Elo el
21 de septiembre mediante el establecimiento de una junta
que repudiaba la autoridad del virrey; en octubre el cabildo
de Buenos Aires intent seguir el ejemplo de Montevideo
y organiz el derrocamiento de Liniers. Cuando este plan
fue suspendido, Liniers emprendi acciones militares y en
noviembre de 1808 envi una pequea expedicin contra
Montevideo. Esto no debilit a Elo, que an encontr apo
yo en Montevideo y simpatizantes en Buenos Aires. En
enero de 1809, un grupo que apoyaba a los espaoles en la
34

McKinley, Pre-Revolutionary Caracas, p. 85.

256

ANTHONY MCFARLANE

capital del cabildo, con ayuda de milicias vascas, gallegas


ycatalanas, intent tomar el control del cabildo y expulsar
a Liniers de su cargo. Sin embargo, se encontraron con una
fuerza de criollos encabezada por el patricio Cornelio de
Saavedra, que defendi con xito al virrey Liniers y evit su
cada.35 De esta manera, a diferencia de Iturrigaray en Mxi
co, Liniers logr derrotar a los grupos armados que amena
zaban su autoridad. No obstante, a diferencia del capitn
general Casas en Caracas, lo logr con el apoyo de milicias
criollas antes que de una guarnicin espaola.
Pese a todo, las adhesiones de 1808 no pudieron soste
nerse conforme la situacin se deterioraba en Espaa a lo
largo de 1809. Al tiempo que la Junta Central luchaba por
unir a los sbditos espaoles contra Napolen en medio de
las derrotas militares y el caos administrativo, los gobiernos
de las colonias no pudieron evitar un desgaste crnico de su
autoridad.36 Aun cuando los funcionarios coloniales insistan
en que, como dignatarios de la autoridad suprema enEspa
a, slo ellos tenan el derecho legal de gobernar en Amrica,
el decoro de su posicin se vea cada vez ms deteriorado en
aspectos importantes. La autoridad real estaba corroda por
las sospechas, expresadas tanto en Espaa como en las colo
nias, de que los funcionarios aceptaran cualquier mando,
Sobre el impacto de la crisis espaola de 1808 en Buenos Aires durante
1808-1809, vase Halperin Donghi, Politics, Economics and Society,
pp. 135-148.
36
Este desgaste comenz desde un inicio, con la llegada de los primeros
enviados espaoles. Sobre el papel que desempearon los emisarios de
la Junta en el debilitamiento de la autoridad de los altos funcionarios
coloniales, considrese, por ejemplo, el temor de Iturrigaray de que Juan
Jabat, enviado de la Junta de Sevilla, estuviera conspirando contra l,
enArcher, Army in Bourbon Mexico, pp. 280-281.
35

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

257

incluido el de Napolen, siempre y cuando les permitiera


mantenerse en sus puestos. Estas calumniasse difundan
con facilidad. Quienes haban sido nombrados antes de
1808 estaban marcados por su relacin con el desacredita
do rgimen de Godoy, mientras que los nombrados des
pus de la ocupacin francesa de 1808 eran vulnerables a
las acusaciones de ser afrancesados que simpatizaban con
Bonaparte. Otro problema para los gobiernos coloniales era
que, conforme la asediada Junta Central trataba de preservar
su autoridad en Amrica apelando directamente a los crio
llos, tenda a debilitar la autoridad de los funcionariosen
Amrica. Pero lo ms importante era la imposibilidad de
disipar la disputa sobre quin era el depositario de la auto
ridad suprema en ausencia del rey. Recurriendo al ejemplo
de las juntas en Espaa, algunos americanos sostenan que,
si la soberana haba regresado a manos del pueblo en Espa
a, entonces lo mismo proceda en Amrica: si haban de
defender los derechos de Fernando VII contra la usurpacin
francesa, entonces tambin deban estar gobernados por sus
propias juntas representativas.
El principal terreno para el conflicto era la poltica, y
suspersonajes principales eran los funcionarios de los
gobiernos coloniales y los miembros de los consejos de
ciudades americanos: los cabildos. Los funcionarios reales
defendan invariablemente la autoridad del gobierno metro
politano espaol como nico depositario de la soberana y
nica fuente de legalidad para Amrica, y abogaban por
el statu quo. Los disidentes criollos, por su parte, utiliza
ban los cabildos como un vehculo para demostrar que el
mejor modo de defender la soberana de Fernando VII y de
evitar caer en manos de la hegemona francesa era estable

258

ANTHONY MCFARLANE

ciendo un gobierno autnomo en Amrica, encarnado en


juntasmediante de las cuales los americanos dirigiran sus
propios asuntos pblicos. As, en un principio el conflicto
poltico se restringa a las reducidas lites politizadas que
ocupaban posiciones de autoridad e influencia poltica en
las principales ciudades de Hispanoamrica, ya fuera como
funcionarios de la corona con puestos en el gobierno real o
como criollosasociados con los cabildos. En ambos casos,
se trataba de pequeas minoras dentro de poblaciones ms
grandes que no se involucraban o que no tenan una postura
sobre las grandes cuestiones polticas de actualidad, y ambos
grupossubrayaban su lealtad a la corona. El limitado espec
tro social de la contienda poltica no evit, empero, que sta
pusiera en peligro el sistema de gobierno, pues conforme la
crisis espaola se agravaba entre 1809-1810, el equilibrio de
poder entre estos grupos opositores se modific gradual
mente, gener mayor inestabilidad para las autoridades
reales y las conmin a optar por soluciones militares a los
problemas polticos. Mientras los bandos opuestos compe
tan por el poder, la probabilidad de una contienda arma
da creca y la cuestin de la lealtad del ejrcito as como
lacuestin paralela de la lealtad de la milicia adquira lgi
camente mayor relevancia.
El conflicto armado no era inevitable. A principiosde
1809, la Junta Central adopt una poltica destinada a gran
jearse el apoyo de los americanos por la va poltica, les
ofreci una oportunidad limitada, pero sin precedentes de
contarcon representacin en el gobierno imperial. A los
funcionarios de la corona les fue ordenada la organizacin
de elecciones para diputados en Amrica, con la finalidad de
que la opinin americana fuera escuchada en el centro mismo

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

259

del nuevo gobierno que se estaba conformando en Espaa.


Estas elecciones representaban un alejamiento novedoso res
pecto de las prcticas del gobierno absolutista en las colonias
americanas.37 Sin embargo, este enfoque inclusivo, diseado
para fortalecer la solidaridad y aminorar las diferencias entre
los criollos y su gobierno, no silenci las demandas criollas
de autonoma. De hecho, lejos de reforzar la autoridad de
los gobiernos espaoles en Amrica, los esfuerzos de la junta
por crear un lazo entre las colonias y Espaa en ocasiones
tuvieron un efecto opuesto al esperado. Al mostrar que una
nueva forma de gobierno estaba cobrando forma en Espaa,
las elecciones a la Junta Central contribuyeron a dar ms voz
y credibilidad a la exigencia americana de crear juntasde
gobierno.38 Y, conforme se aceler la politizacin criolla,
las diferencias entre los funcionarios de la corona y las lites
americanas crecieron, alimentaron su enfrentamiento por el
poder y, en algunas regiones, generaron la movilizacin de
unidades del ejrcito como elemento de represin.
La primera de estas movilizaciones tuvo lugar en Charcas
y Quito durante 1809. En ambos lugares, la combinacin
de la crisis poltica imperial y las disputas polticas loca
les debilit a las autoridades establecidas y en poco tiem
po provoc su cada. El resultado fue que, por primera vez
desde el inicio de la crisis espaola en 1808, los gobiernos
coloniales movilizaron a los ejrcitos para reprimir la rebe
lin. En Charcas, los jueces de la audiencia organizaron un
Para una sntesis vase Guerra, Modernidad e independencias, pp.
177-198 y Rodrguez O., The Independence of Spanish America,
pp.60-64.
38
Vanse Garrido, Reclamos y representaciones, pp. 94-109 y Rodr
guez O., La revolucin poltica, pp. 65-70.
37

260

ANTHONY MCFARLANE

golpe contra su presidente cuando ste trat de arrestar a


sus enemigos y, habiendo asumido el control del gobierno
en nombre de Fernando VII, nombraron al coronel lvarez
de Arenales, comandante espaol de la milicia en un pue
blo vecino, como mando general de las fuerzas militares en
Charcas, con la orden de movilizar a una milicia fortaleci
da.39 El conflicto no tard en extenderse a La Paz, donde los
radicales criollos detonaron un levantamiento popular y, a
finales de julio de 1809, establecieron una junta autnoma.
Empero, esta medida contra el gobierno real fue lograda sin
el respaldo del ejrcito, y las autoridades en el Per y Bue
nos Aires explotaron rpidamente esta debilidad para enviar
un importante nmero de fuerzas a La Paz. De inmediato, el
virrey Abascal nombr al brigadier Goyeneche presiden
te interino de la Audiencia de Cuzco como comandante,
y envi al coronel Juan Ramrez a actuar como su segundo.
Abascal no escatim en recursos militares: una compaa de
soldados regulares del Regimiento Real de Lima fue enviada
al Alto Per, mientras que las milicias de Arequipa, Cuzco
y Puno recibieron rdenes de unirse en un solo ejrcito que
alcanzara a las fuerzas enviadas desde Buenos Aires por
Cisneros, virrey del Ro de la Plata, para reprimir el levan
tamiento.
Esta movilizacin militar result decisiva. Incapaces de
granjearse el apoyo de otras ciudades en el Alto Per, los
rebeldes de La Paz fueron aplastados por Goyeneche y
elejrcito de unos 4 500 hombres que haba trado desde el
Sobre las rebeliones de Chuquisaca y La Paz, vanse Arnade, The
Emergence of the Republic of Bolivia, pp. 11-31 y Siles Salinas, La independencia de Bolivia, pp. 139-195.
39

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

261

Per.40 Goyeneche tom la ciudad el 24 de octubre de 1809,


y llev la represin a los Yungas, capturando y matando a
los lderes rebeldes que intentaron mantener vivo el movi
miento.41 Chuquisaca tambin fue devuelta con facilidad ala
autoridad espaola cuando la audiencia se rehus a usar las
fuerzas de Arenales para defenderse. Los rebeldes se rin
dieron ante el nuevo presidente de Charcas, Vicente Nieto,
quien el 24 de diciembre de 1809 entr a Chuquisaca con un
ejrcito de 500 hombres trados de Buenos Aires, desarm
a las compaas de milicia organizadas por la audiencia, y se
puso al mando de la ciudad. As, en el Alto Per la habilidad
de los gobiernos reales circundantes para hacer uso de las
tropas leales contra los rebeldes y, sobre todo, la respues
tacontundente de Abascal en el Per acallaron con preste
za la traicin y restauraron la autoridad espaola con poco
derramamiento de sangre.
La inestabilidad en Quito sigui un patrn similar al de La
Paz. La tensin entre peninsulares y criollos en la ciudad de
Quito hizo que los miembros de la lite urbana le arrebataran
el poder a la audiencia en agosto de 1809 y establecieran su
propia junta autnoma. En este caso, las maniobras polti
cas fueron reforzadas directamente por el apoyo armado del
comandante de la guarnicin citadina, quien utiliz sus tro
pas para arrestar a los principales funcionarios de gobierno
Sobre Goyeneche, quien ms adelante se convirti en una figu
ra clave en la guerra de independencia del Alto Per, de 1810-1813,
vase Herreros de Tejada, El Teniente General D. Jos Manuel de
Goyeneche, 1923, pp. 43-50.
41
Sobre la represin del levantamiento en La Paz en 1809 y la perse
cucin de rebeldes en 1810, vase Garca Camba, Memorias, vol. 1,
pp.39-44.
40

262

ANTHONY MCFARLANE

y tomar el control de los edificios oficiales en la ciudad. Sin


embargo, la junta fue incapaz de ganarse el apoyo de otras
provincias de la Audiencia, donde los realistas haban empe
zado a movilizar fuerzas en su contra. Desde Lima, el virrey
Abascal orden a los gobernadores de Guayaquil, Cuenca
yPopayn que prepararan sus fuerzas para movilizarse contra
Quito, al tiempo que enviaba por mar a 400 hombres conar
tillera y fondos desde Lima a Guayaquil. Abascal no tena
jurisdiccin sobre Quito que estaba bajo el mando general
del virrey del Nuevo Reino de Granada, pero su iniciativa
garantiz que la rebelin de Quito emprendiera la retirada en
breve. Las tropas se encontraron en la capital, llegadas desde
distintas direcciones: el gobernador Aymerich, de Cuenca,
encabezaba las tropas del sur, mientras que el gobernador
Cucaln, de Guayaquil, envi una expedicin de vanguardia
desde la costa del Pacfico al tiempo que esperaba refuerzos
enviados desde Panam. Mientras tanto, el virrey Amar y
Borbn, del Nuevo Reino de Granada, moviliz ms fuerzas
desde el norte. Estas acciones militares realistas surtieron el
efecto deseado. Intimidados por estas amenazas de interven
ciones armadas, los lderes de Quito reinstauraron en su cargo
al presidente de la Audiencia, Ruiz Castilla, desarmaron sus
fuerzas y, el 25 de noviembre de 1809, permitieron que las
tropas enviadas desde Guayaquil entraran a la ciudad sin ofre
cer resistencia.42 Como ya haba sucedido en Charcas, la habi
lidad de las autoridades realistas para movilizar a sus fuerzas
militares con eficacia acall las amenazas polticas y demostr
que Espaa, pese a la debilidad en su centro, an era capaz
de ejercer coercin para defender a sus gobiernos coloniales.
42

Gilmore, The Imperial Crisis, pp. 2-24.

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

263

* * *
Como ya sealara Weber, el uso de la fuerza por parte del
Estado debe ser legtimo, pero esta legitimidad tambin se
sustenta en la fuerza. En 1809, los funcionarios coloniales
no dudaban que el recurso a la fuerza para defender un Esta
do legtimo estaba justificado. Despus de todo, los funcio
narios del antiguo rgimen permanecieron en sus cargos y
mantuvieron su autoridad formal, incluido el acceso a las
tropas y a las milicias. Las principales autoridades tam
bin tenan control directo sobre el ejrcito: los oficiales de
guarniciones y milicias reciban rdenes de los virreyes, los
presidentes de las audiencias, los intendentes y los gober
nadores de provincia responsables de los asuntos polticos,
administrativos y militares dentro de su jurisdiccin, y no de
un comandante en jefe central en Espaa. De este modo, los
oficiales del ejrcito deban responder al funcionario con el
cargo poltico ms alto de la regin quien a menudo era, a
su vez, un oficial del ejrcito y estaban obligados a seguir
sus rdenes. Por esta razn, los gobiernos coloniales mantu
vieron el monopolio legal de la fuerza en sus manosy, mien
tras sus oficiales y sus tropas permanecieran leales, pudieron
hacer uso de sus fuerzas armadas para reprimir los desafos
a su autoridad.
Este sistema gozaba de fortalezas evidentes, pues pona la
fuerza militar a disposicin de los funcionarios polticos y les
permita tomar la iniciativa y ser flexibles en el uso de la fuerza
para mantener su autoridad. Sin embargo, aun cuando sopor
t las primeras pruebas impuestas por la crisis imperial en
1808-1809, en 1810 el sistema se dobleg y en algunos casos se
colaps. Y es que, cuando la cada estrepitosa de Espaa cau

264

ANTHONY MCFARLANE

s un dao grave y aparentemente fatal al antiguo rgimen,


las divisiones entre los funcionarios del Estado y la Iglesia
ylas lites polticas locales se profundizaron a tal grado que
la supervivencia del gobierno espaol se vio amenazada.
En estas circunstancias, cmo influy la postura de los
oficiales del ejrcito en la estabilidad del gobierno colonial?
A primera vista, la evidencia procedente de las capitales his
panoamericanas indica que las guarniciones militares eran
capaces de decidir el destino de los gobiernos. Caracas, la
primera ciudad americana que rechaz la regencia y estable
ci una junta autnoma en 1810, nos proporciona el primer
ejemplo. Al parecer, el batalln de Caracas y el escuadrn de
dragones quedaron paralizados por la remocin de Empa
rn, su comandante en jefe, y aunque estaban listos para
movilizarse contra las masas que acosaban al capitn general,
no acudieron en su ayuda ni evitaron su expulsin, con la de
otros funcionarios y oficiales de alto rango.
Los militares mostraron una pasividad similar en
otras ciudades, ofreciendo casi siempre poca o nula resis
tenciacontra la remocin de los gobiernos establecidos.
ste fue el caso, por ejemplo, de las dos ciudades principales
del Nuevo Reino de Granada. En Cartagena de Indias, el
gobernador Francisco de Montes fue removido del cargo sin
ninguna oposicin armada por parte de la guarnicin de la
ciudad. En este caso, la pasividad del ejrcito fue producto
de las divisiones internas dentro del cuerpo de oficiales del
Fijo, algunos delos cuales compartan con la comunidad de
comerciantesde la ciudad (en su mayora peninsulares) el
desprecio por el gobernador. As, el golpe contra ste, lle
vado a cabo el 14 de junio de 1810, fue facilitado por los oficia
les que deseaban deponer a Montes porque no les agradaba

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

265

y no confiaban en l. De hecho, su subalterno, el tambin


peninsular teniente-gobernador Blas de Soria, contribuy
a destituir al gobernador Montes a cambio de una cuota de
poder bajo la nueva autoridad. Aqu, el derrocamiento del
gobierno establecido estaba quizs ms justificado a ojos de
los oficiales espaoles por el hecho de que pretenda forta
lecer los lazos con la regencia, y no romperlos.43
En Santa Fe de Bogot, capital del virreinato del Nuevo
Reino de Granada, los militares tampoco lograron defen
der al gobierno espaol. Una vez ms, esto fue resultado
de la postura adoptada por el Ejecutivo: como Emparn en
Caracas, el virrey Amar decidi no utilizar la fuerza contra
quienes exigan la instalacin de una junta de gobierno. Aun
que estuvo dispuesto a enviar tropas para reprimir la opo
sicinen Quito en 1809, en 1810 Amar busc una solucin
poltica en Santa Fe: se rehus a movilizar sus fuerzas con
tra sus oponentes en el cabildo y prefiri aceptar un puesto
como presidente de la nueva junta. Tal vez estaba consciente
de las divisiones en el interior de la guarnicin de Santa Fe.
El coronel Smano, comandante de la guarnicin de Bogot,
esper en vano las rdenes de Amar y, como se acord ms
adelante, podra haber evitado la cada del gobierno virreinal
si se le hubiera permitido entrar en accin. Segn el gene
ralMorillo con el beneficio de la retrospectiva todos
convienen en que si le hubiera dejado obrar, no hubiera
habido revolucin.44 Pero probablemente Amar tambin
saba que le sera imposible disponer de las fuerzas de la
McFarlane, Colombia before Independence, pp. 340-341.
sta era la opinin de Pablo Morillo, el general espaol que restableci
la autoridad espaola en Nueva Granada en 1815-1816, citado en Historia extensa de Colombia, t. xviii, vol. 1, p. 45.
43
44

266

ANTHONY MCFARLANE

guarnicin en forma confidencial, pues los criollos que cons


piraban contra el virrey haban negociado con los oficiales
subalternos, sobre todo con el capitn Antonio Baraya, sub
alterno de Smano, para garantizar su neutralidad durante el
golpe contra el virrey, y Baraya se asegur debidamenteque
el batalln auxiliar no interviniera. Segn un observador
de la poca, esto fue crucial para el xito de los juntistas:
sihubiera salido una Compaa del Regimiento Auxiliar
que haca la guarnicin de la plaza, declar, se habra ter
minado todo en pocos momentos.45
Buenos Aires fue otra ciudad importante donde las
autoridades establecidas fueron depuestas sin la resisten
cia de los soldados regulares. Sin embargo, Buenos Aires
constituye un caso especial. Las milicias desempearon un
papel decisivo en una ciudad donde los cuerpos de mili
cia, grandes y bien organizados, ya haban intervenido en
la guerra y la poltica durante las invasiones britnicas, y
se hallaban movilizadas en un grado poco usual para 1810.
Aun cuando sus nmeros disminuyeron luego de la derrota
de los britnicos, muchos milicianos an estaban en armas
en 1810, y superaban por mucho a las fuerzas regulares de
la ciudad. Mientras que la guarnicin de soldados regulares
contaba con slo unos 371 hombres en 1810, las milicias
sumaban ocho veces ms efectivos, cerca de 3000 hom
bres.46 Al principio, el virrey no cuestion la lealtad de las
milicias y cuando requiri de sus fuerzas para aplastar la
rebelin enChuquisaca en 1809, logr desplegar hombres
Espinosa, Memorias de un abanderado, citado en Albi, Banderas olvidadas, p. 51.
46
Albi, Banderas olvidadas, p. 53.
45

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

267

provenientes de estos nuevos regimientos de milicia bonae


renses. No obstante, las milicias demostraron ser menos
confiables en 1810, cuando la crisis poltica hizo presa de
la ciudad de Buenos Aires. De hecho, el gobierno virreinal
fue derrocado con facilidad gracias a las decisiones de los
oficiales criollos de milicia, y Montevideo habra seguido
el mismo camino de no ser por la accin inmediata de los
comandantes locales, quienes movilizaron a soldados y
marinos para apoyar a la junta oficialista de la ciudad.47
Las milicias coloniales fueron menos importantes para
decidir el destino del gobierno en otros lugares de Hispa
noamrica. En Caracas, Cartagena y Bogot, el papel de las
guarniciones fue crucial, ya que contaban con la fuerza sufi
ciente para ofrecer una proteccin eficaz. En Mxico, los
oficiales de algunos regimientos de milicia provincialesen el
Bajo se unieron a la rebelin de Hidalgo, pero otras defen
dieron al gobierno virreinal. Tuvo mayor importancia la
postura de las guarniciones de la ciudad de Mxico, Vera
cruz y Puebla, as como de las del norte de Mxico que, jun
tas, se convirtieron en la piedra de toque del nuevo Ejrcito
del Centro que, bajo el mando de Calleja, salv al rgimen
virreinal del derrocamiento. Aqu, pese a la americanizacin
del ejrcito, el ncleo de las fuerzas armadas se mantuvo fiel
al gobierno virreinal.
Lo mismo puede decirse del Per. Las tropas en Lima y
en la costa del Pacfico brindaron defensas para el gobierno
del virrey Abascal y le permitieron lanzar ataques contra las
rebeliones criollas tanto dentro del Per como en las regio
nes adyacentes de Quito y Chile. Las tropas peruanas de la
47

Street, Artigas, pp. 113-117.

268

ANTHONY MCFARLANE

sierra tambin entraron en accin para reprimir a los oposi


tores polticos en el Alto Per y, bajo el gobierno de Goye
neche, se convirtieron en la defensa principal del gobierno
realista del Alto Per contra las fuerzas revolucionarias de
Buenos Aires. Las guarniciones y las milicias de Cuba tam
bin permanecieron leales, y la isla se convirti en uno de los
bastiones ms firmes de Espaa.
En otros lugares, la lealtad del ejrcito tambin se man
tuvo en los enclaves provinciales, que se convirtieron en las
bases para la contrarrevolucin realista. En el virreinato del
Nuevo Reino de Granada, donde las principales ciudades
fueron tomadas por juntas autnomas, an existan algu
nosenclaves realistas en las provincias, aglutinados en pue
blos donde las pequeas guarniciones locales defendan al
rgimen oficial, sobre todo en Panam y Santa Marta en la
costa del Caribe, y en Popayn y Pasto en la regin del sur.
Haba enclaves similares en Venezuela, donde Maracaibo,
Coro y Guayana se convirtieron en importantes centros
provinciales de resistencia contra Caracas. Incluso en el
virreinato del Ro de la Plata, donde las milicias de Buenos
Aires encabezaron la revolucin de Mayo, los oficiales del
ejrcito conservaron un foco realista en Montevideo, donde
los oficiales y las tropas espaolas mantuvieron la ciudad
bajo control real hasta 1813.
As, al parecer, durante la crisis de 1810 los oficiales y
hombres de los ejrcitos y milicias coloniales brindaron
una proteccin impredecible a los gobiernos coloniales:
en ocasiones defendieron la causa realista, y respaldaron a
los juntistas que derrocaron a los gobiernos de las colonias.
En ambos casos, sus decisiones contribuyeron de manera
importante a decidir el futuro del dominio espaol. Ah

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

269

donde los soldados regulares apoyaron a los oficiales leales


al gobierno de la regencia en Espaa, los gobiernos colonia
les se mantuvieron bajo el dominio espaol; en cambio, ah
donde los soldados regulares apoyaron a los opositores al
gobierno colonial, ste fue suplantado por juntas locales que
aspiraban a la autonoma o a la independencia.
Claro, esto no quiere decir que las decisiones tomadas
por los oficiales del ejrcito y la milicia determinaran por
s solas el futuro de los gobiernos; dichas decisiones fueron
tomadas por las lites locales y fue la habilidad que stas
mostraron para granjearse el apoyo en favor o contra el
gobierno colonial lo que puso en claro si la autoridad de
Espaa sobrevivira o sera subvertida. No obstante, la pos
tura adoptada por los oficiales y los soldados constituy
una parte vital en el equilibrio local de poderes en los cen
tros urbanos donde la autoridad estaba en juego en 1810.
Pues aun cuando el tamao de los ejrcitos regulares era
pequeo, su concentracin en las ciudades principales, en
especial en las capitales, significaba que podan ejercer una
influencia desproporcionada sobre las decisiones polticas
tomadas por los gobiernos y sus oponentes.
* * *
Si aceptamos que la postura adoptada por los soldados desem
pe un papel importante en la decisin sobre el futuro de
los gobiernos coloniales en 1810, entonces inevitablemente
debemos inquirir por las influencias que conformaron su
conducta. Una lnea de investigacin apunta a la composi
cin social de las fuerzas armadas en Hispanoamrica en la
poca de la crisis, de 1808-1810. Uno de los historiadores
ms relevantes del ejrcito colonial espaol ha sostenido

270

ANTHONY MCFARLANE

que, para comprender debidamente la respuesta de los mili


tares ante la crisis poltica y el conflicto en las colonias, debe
mosconcentrarnos en la identidad social de los soldados
y en la relacin de sus oficiales con las lites locales.48 Las
guarniciones ms importantes contaban con su cuota de sol
dados regulares procedentes de la Pennsula, tanto en sus
filas como entre los oficiales, sobre todo, y de estos hombres,
relacionados con los regimientos espaoles y vinculados con
Espaa, en general, poda esperarse lealtad a la metrpoli. Sin
embargo, en gran parte de las guarniciones, muchos solda
dos a menudo la mayora haban nacido en Amrica, y
casi todos sus oficiales eran criollos relacionados por paren
tesco u otros lazos al patriciado criollo de la ciudad donde
estaban apostados. Para estos hombres, la lealtad a Espa
aestaba velada por la identificacin con las comunidades
americanasde las que formaban parte, y sus alianzas se vean
afectadas por sus vnculos y conexiones locales. En breve,
esta hiptesis sugiere un claro patrn de respuesta entre los
ejrcitos coloniales ante la poltica de emergencia imperial.
Ah donde los americanos eran mayora, el comportamiento
de los oficiales y los soldados se vea fuertemente influido
por las posturas polticas de la lite criolla. A diferencia con
las ciudades donde los oficiales peninsulares eran cercanos
al mando poltico y este mando contaba con el apoyo de
los criollos, tenan menor tendencia a romper con las autori
dades espaolas establecidas.49 En pocas palabras,la america
nizacin del sector de oficiales del ejrcito regular debilit la
Marchena Fernndez, Ejrcito y milicias, adopta este enfoque en
sutexto.
49
Marchena Fernndez, Ejrcito y milicias, pp. 273-276.
48

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

271

capacidad de dependencia de Espaa respecto de sus tropas


profesionales. Y, por supuesto, el hecho de que la mayor
parte de los oficiales en las milicias fuera de americanos ase
guraba que esta misma regla se aplicara a dichos cuerpos.
Sin embargo, sera simplista asumir que el origen de los
oficiales era el nico factor, o incluso el ms importante,
para determinar su lealtad poltica en 1810. Como sus pares
en la burocracia y la Iglesia, los oficiales tenan otras iden
tidades adems de las derivadas del lugar de nacimiento:
tenan lazos con ciudades particulares, con redes localesde
parientes y amigos, con sus compaeros de las unidades
militares y, en el caso de los pardos, con otras personas de
color dentro de sus comunidades. Adems, enfrentaban cir
cunstancias que los ponan en una situacin ms complicada
que la de los soldados en Espaa. Mientras que los oficiales
en aquel pas deban elegir entre el dominio espaol oel
francs, los oficiales en las colonias deban elegir entre
elgobierno de las autoridades metropolitanas o la lealtad a
las autoridades locales autnomas. En Espaa, los oficiales
del ejrcito eligieron entre un intruso extranjero, el rey
Jos, y un gobierno nacional espaol que rechazaba el
dominio francs y deca representar la soberana de Fer
nando VII, el Borbn cautivo. Por otra parte, en Hispano
amrica los oficiales y sus contrapartes civiles enfrentaban
una decisin ms sutil. Deban aceptar la pretensin de la
regencia de heredar la autoridad del rey, o deban apoyar
alos americanos que tambin exigan el derecho a ejercer la
soberana en nombre del rey ausente? Como ambos ban
dos se presentaban como seguidores de Fernando VII y se
autodenominaban patriotas, la decisin no era fcil. As,
no es de sorprender que los oficiales del ejrcito llegaran a

272

ANTHONY MCFARLANE

dividirse, y que en ambos bandos hubiera tanto americanos


como peninsulares.
Que estas divisiones no siguieron sencillamente la lnea
divisoria entre criollos y peninsulares queda plenamente
demostrado por el caso de la Capitana General de Cara
cas, donde el cuerpo de oficiales no se haba americanizado
demasiado para finales del siglo xviii, y donde los oficiales,
tanto criollos como peninsulares, abandonaron a su coman
dante y apoyaron a la Junta de Caracas en 1810.50 De los
oficiales que estuvieron en servicio entre 1750-1810, lospe
ninsulares superaban a los criollos en una proporcin de dos
a uno, y aunque la proporcin de oficiales criollos aument
en este periodo, para 1810 los peninsulares an constituan
la vasta mayora en cuatro de las cinco bases principales del
ejrcito en Venezuela.51 La proporcin de peninsularesera
ms altaen las guarniciones de la provincia de Caracas,
donde fueron los primeros en transferir su lealtad al nuevo
rgimen, mientras que casi todos los oficiales de Maracaibo,
que permanecieron leales al gobierno espaol, eran america
nos. En Cuman, los peninsulares se unieron a los oficiales
criollos para apoyar a la Junta de Caracas, mientras que
Guayana, donde las cifras de oficiales criollos y peninsula
reseran casi iguales, se opuso a los juntistas.52
Para explicar por qu los peninsulares optaron por apo
yar a la junta, Antonio Cortabarra, el enviado espaol a
Venezuela en 1810, sugiri que la lealtad de los oficiales
espaoles se haba visto comprometida por su matrimo
Miller, Status and Loyalty, pp. 667-696.
Miller, Status and Loyalty, pp. 675-676.
52
Miller, Status and Loyalty, p. 695.
50
51

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

273

nio con mujeres criollas o por su posicin de terratenien


tes locales, lo cual los llevaba a prestar mayor atencin a la
familia y la propiedad que a su deber.53 No obstante, esto
slo constituye una explicacin parcial, ya que, como nos
dice un estudio moderno, tambin debemos tomar en cuen
ta las diferencias de rango y, por extensin, las diferencias
entre las situaciones econmicas y las oportunidades pro
fesionales de los oficiales.54
En 1810, los escalafones ms altos del ejrcito briga
dieres, coroneles y tenientes-coroneles que guardaban una
relacin cercana con los escalafones ms altos de la admi
nistracin real se mostraron invariablemente leales a la
corona. En cambio, era ms probable que los rangos medios
y bajos de oficiales los capitanes, tenientes y subtenien
tes, ya fueran peninsulares o criollos, pasaran al bando de
las juntas. Y como stos eran los hombres que estaban direc
tamente al mando de las tropas mediante su liderazgo dentro
de las compaas, tenan mayor influencia sobre los soldados
rasos. Entre los oficiales criollos, los contactos sociales con
civiles que apoyaban a las juntas fueron sin duda importantes,
pero tenemos buenas razones para creer que una paga baja y
la escasa posibilidad de ascenso dentro del ejrcito real debi
litaron la lealtad tanto de criollos como de peninsulares,en
especial cuando el nuevo gobierno prometa algo mejor. Bajo
el dominio espaol, los oficiales peninsulares vinculados con
los regimientos espaoles tenan mayoresprobabilidades de
ascenso, mientras que quienes haban servido por largo tiem
Antonio Ignacio de Cortabarra al secretario del Despacho de Gra
cia y Justicia, Cdiz, 21 de agosto de 1812, en King, El comisionado,
Apndice documental ii, pp. 172-173.
54
Miller, Status and Loyalty, passim.
53

274

ANTHONY MCFARLANE

po en Venezuela, ya fueran criollos o peninsulares, tenan


menos oportunidades de lograr una movilidad social ascen
dente o un buen salario. De hecho, los oficiales de mandos
medios ybajos vieron disminuir su sueldo conforme el costo
de la vida suba a finales del siglo. Cuando se les present
la oportunidad de mejorar su posicin social y econmica,
estos oficiales, tanto peninsulares como criollos, ofrecieron
su lealtad a una junta que prometa mejor futuro.55
No obstante, sta es slo una explicacin parcial. Los
informes de la poca indican que el comportamiento de
los oficiales en Caracas se vio fuertemente influido por su
comandante, el capitn general Vicente de Emparn. Segn
sus crticos, la conciliacin que logr entre sus oponentes
abri el camino a la capitulacin. Cuando sustituy a Casas
como capitn general en mayo de 1809, despus de que este
ltimo arrestara a los criollos principales, se present a s
mismo como mediador entre oponentes polticos.56 Empa
rn critic severamente a la audiencia por su poltica repre
siva y aconsej al gobierno espaol que retirara a los jueces
que haban arrestado a los criollos a finales de 1808. l mis
mo insisti en que la colonia permanecera en una situa
cin peligrosa mientras los criollos notables siguieran bajo
arresto, ya que sus familias tenan gran influencia sobre el
pueblo. Tambin hizo notar que exista una creciente disen
sin entre la gente de color, y seal que esto conllevaba
un gran peligro para una provincia donde este grupo supe
raba por mucho el nmero de blancos, en una proporcin
Miller, Status and Loyalty, pp. 685-696.
Sobre su actitud conciliadora, vase la carta que escribi al momento
de su nombramiento, a principios de 1809; AHNM, Estado, 60, doc. 72.
55

56

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

275

de ocho a uno.57 Est claro que Emparn consideraba con


traproducente el uso de la fuerza y que cambi la poltica de
intimidacin de su predecesor por una de pacificacin. Aun
cuando era inconsistente en su enfoque, logr evitar la con
frontacin con los defensores criollos de la autonomahasta
que el tema de la lealtad resurgi de manera florida a prin
cipios de 1810, tras la noticia de las derrotas espaolas en
la Pennsula.58 Entonces, cuando los criollos renovaron las
presiones para crear una junta, Emparn respondi tratan
do de ganarse al Cabildo de Caracas, cuartel general de sus
principales opositores. Esta preferencia por la negociacin
poltica por encima de la accin militar fue identificada ms
adelante como un error capital. Y es que, aun cuando tena
una compaa de granaderos del regimiento de la reina en
Caracas, lista para actuar en su nombre, su disposicin a
negociar permiti que sus enemigos lo aislaran y despus
lo arrestaran, lo cual abri el camino para la remocin de
otros oficiales importantes. Un capitn general posterior,
Juan Manuel de Cajigal, culp a Emparn por su inaccin
en un momento crucial, cuando:
[] el menor movimiento del Capitn General, la mas sencilla
orden la gesticulacin ms pequea, hubiera producido la des
truccin de la gavilla insensata que rodeaba la sala capitular []
pero este General se pasm de un modo que todo fue fcil, y a
su ejemplo, poco difcil el arresto del Intendente, Inspector de

Vicente de Emparn Sevilla, 9 de marzo de 1809, AHNM Estado, 60,


doc. 72.
58
Sobre las polticas de Emparn vase Parra-Prez, Historia de la Primera Repblica de Venezuela, vol. 1, pp. 367-371.
57

276

ANTHONY MCFARLANE

artillera, rdenes y otros Jefes [] con el primer paso hecho, el


resto era un camino de fcil acceso.59

En realidad, la postura de Emparn fue sin duda ms


difcil de lo que consideraba Cajigal. En el momento de su
arresto saba que haba perdido el apoyo de los notables
caraqueos, algunos de ellos eran oficiales en las milicias del
Valle de Aragua que, gracias a sus aliados en las miliciasde
pardos, contaban con fuerza suficiente para ponerse en su
contra. Adems, podra haber dudado de la lealtad de los
oficiales de la guarnicin caraquea, debido a la animosi
dad generada por la expulsin de algunos de sus principales
oficiales en marzo de 1809.60 Lo cierto es que Emparn fue
arrestado sin oposicin por parte de la guarnicin de Cara
cas y que su arresto permiti al nuevo gobierno heredar el
mando de la guarnicin de la ciudad y de otras fuerzas regu
lares. Esto le dio a la junta la oportunidad de expulsar a los
funcionarios de mayor rango, as como a los oficiales del
ejrcito, con el fin de asumir la autoridad sobre la guarnicin
y de granjearse la lealtad de los oficiales de mandos medios y
bajos, otorgndoles el ascenso a los puestos que haba dejado
la remocin de brigadieres, coroneles y tenientes corone
les.61 Estos ascensos, con una duplicacin de salarios para los
soldados rasos, constituyeron un poderoso aliciente para la
guarnicin, ya que gran parte de los oficiales tenan pocas
oportunidades de ascenso bajo el rgimen colonial y haban
visto declinar su estatus socioeconmico en los ltimos aos
Cajigal, Memorias del Mariscal, p. 35.
Thibaud, Repblicas en Armas, pp. 46-52.
61
Parra Prez, Primera Republica de Venezuela, vol. I, pp. 379-392.
59
60

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

277

del gobierno espaol. En pocas palabras, la guarnicin no


ofreci un respaldo activo a ningn bando: permaneci al
margen cuando el capitn general no pidi apoyo armado
y luego acept a una junta que se apresur a tomar medidas
para asegurar su lealtad, mejorando los salarios y el estatus
de los oficiales.
* * *
As, explicar la postura del ejrcito en 1810 no puede hacerse
nicamente con base en el anlisis de la composicin social
de los ejrcitos coloniales y de sus cuerpos de oficiales.
Tampoco las divisiones institucionales dentro del cuerpo
de mando ofrecen una explicacin suficiente a las posturas
asumidas por las guarniciones. Pues aunque el problema del
salario y los ascensos, presente en Caracas, sin duda exista
tambin en otros lugares, no todas las guarniciones se sepa
raban segn las divisiones de rango, ni en todas se vio a los
oficiales de menor rango y criollos dudar de su lealtad a la
corona. Por el contrario, por cada guarnicin que acept
la autoridad de una junta, hubo otra que permaneci leal a
Espaa. En Mxico y el Per as como en varias provincias
de los virreinatos del Nuevo Reino de Granada y Ro de la
Plata los oficiales permanecieron leales al gobierno espa
ol y de hecho pronto se involucraron en la lucha contra los
rebeldes a la regencia.
Para encontrar explicaciones convincentes a estas varia
ciones en el comportamiento de los militares, se requiere de
una nueva investigacin que proporcione anlisis histricos
especficos de la conducta de los oficiales en todas las guarni
ciones importantes. En primera instancia, necesitamos saber
ms sobre el papel que tuvieron los oficiales del ejrcito en la

278

ANTHONY MCFARLANE

crucial decisin de defender o derrocar a los gobiernos colo


niales, y sobre si ste fue activo o pasivo. Acaso los grupos
de conspiradores que se movilizaron contra losgobier
noscoloniales lo hicieron porque estaban seguros de que
tenan suficiente respaldo activo entre los militares, mientras
que los gobiernos realistas se mantuvieron firmes ah donde
saban que contaban con la lealtad del ejrcito? O acaso
los oficiales del ejrcito respondieron de manera pasiva a la
crisis poltica, siguiendo las tradiciones de obediencia del
ejrcito espaol a la autoridad civil y entregando su lealtad
a cualquier gobierno que surgiera de la disputa por el poder
que tuvo lugar en 1810?
Por el momento, tenemos buenas razones para suponerque
las decisiones tomadas por los oficiales del ejrcito dependie
ron de las decisiones tomadas por los principales funciona
rios de gobierno y por las lites urbanas. El panorama general
sugiere que ah donde las lites aceptaron y defendieron a los
gobiernos coloniales existentes como en Lima y otras ciu
dades del Per o en la capital de la Nueva Espaa y en varias
ciudades importantes como Puebla, Veracruz y las ciudades
del sur mexicano, los militares solan permanecer leales al
gobierno establecido. Y ah donde las lites civiles tomaron
acciones decisivas para establecer juntas autnomas como
en Caracas, Cartagena o Bogot, invariablemente las apo
yaron algunos o todos los cuerpos de oficiales locales.
Las diferencias en las respuestas militares a la crisis impe
rial pueden comprenderse mejor en trminos de la estructura
de mando general de los gobiernos y los ejrcitos coloniales.
A diferencia del ejrcito britnico en sus colonias america
nas durante la revolucin americana que se hallaba bajo el
mando nico y centralizado de un general britnico, las

LOS EJRCITOS COLONIALES Y LA CRISIS DEL IMPERIO ESPAOL

279

fuerzas espaolas en Amrica estaban divididas en varios man


dos, que tambin se desempaaban en cargos civiles. Losvi
rreyes y los presidentes de las audiencias, as como algunos
gobernadores, eran capitanes-generales y detentaban el man
do militar general en las regiones bajo su jurisdiccin civil. Si
una junta remova o sustitua a estos funcionarios civiles, el
resultado sola ser la parlisis militar, pues los oficiales vean
al nuevo gobierno como su fuente de autoridad. Esto sucedi
en Espaa inmediatamente despus de la invasin francesaen
1808 y la experiencia se repiti, aunque en circunstancias
diferentes, en varias regiones de Hispanoamrica en 1810.62
Ah donde sobrevino esta parlisis, no se mantuvo mucho
tiempo. Mientras que algunos oficiales y sus tropas se acerca
ron a los nuevos gobiernos, otros se resistieron y se unieron
a la causa realista. As, desde 1810, los ejrcitos hispano
americanos tendieron a bifurcarse conforme dos grupos de
fuerzas opuestas surgan del cuerpo militar conformado por
los Borbones: uno de estos grupos se ali con quienes bus
caban la autonoma y la independencia; el otro permaneci
comprometido con la soberana indivisa espaola, ejercida
desde la Pennsula. En pocas palabras, las fuerzas armadas
que los Borbones crearon para proporcionar un escudo a la
soberana y autoridad espaolas, conformaron el ncleo de
las fuerzas armadas que habran de pelear en bandos opues
tos durante las guerras de independencia que se prolongaron
durante una dcada y ms despus de 1810.
Traduccin de Marianela Santovea
Sobre

las primeras respuestas de los oficiales del ejrcito en Espaa,


vase Christiansen, The Origins of Military Power in Spain, pp. 10-12.
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