Knox - Meditaciones (5) Presencia de Dios

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Ronald A.

Knox, Meditaciones sobre la vida cristiana


Captulo V
LA PRESENCIA DE DIOS

A veces, al leer algn libro piadoso, por ejemplo, un devocionario para nios, podemos encontrar -quiz, explicando cmo prepararse para la Confesin- este curioso requerimiento: Ponte en presencia de Dios. Qu se espera de nosotros en
este caso? Porque estamos en presencia de Dios todo el tiempo; es decir, l nos
tiene presentes. Pero lo que quiere decir el devocionario es que, en ese momento
solemne, el nio debe recordar que est en presencia de Dios, y esto tiene bastante
sentido. Los nios no se portan en la iglesia como angelitos. Es perfectamente posible que el nio a quien se le dirija el consejo de que se ponga en presencia de Dios
est cuchicheando con el que tiene al lado, o haciendo muecas a travs del pasillo.
Se le recuerda, pues, que esa conducta est fuera de lugar en la presencia de Dios.
Pero los mayores qu tenemos que hacer cuando se nos dice que nos pongamos
en presencia de Dios? Nos acomodamos en el asiento, dejamos las gafas sobre el
reclinatorio, nos pasamos una mano por el pelo y miramos el reloj. Y luego, qu?
No hemos olvidado que estbamos en presencia de Dios; sabemos que siempre lo
estamos. Cul es la exacta fuerza del requerimiento? Cul es el misterioso paso
siguiente que nos pone en la presencia de Dios?
Pienso que el supuesto devocionario no quiere decir que recordemos el hecho de
que estamos en presencia de Dios, que es algo fcil de hacer. Pienso que lo que
quieren decirnos es que nos sintamos como si estuviramos en la presencia de
Dios, y eso es algo extremadamente difcil.
Si yo te hubiera dicho -por alguna razn retrica- imagnate que estamos en una
isla desierta, t seras capaz de conseguirlo. Has ledo Robinson Crusoe cuando
eras joven; has visto islas desiertas en fotos. Algunos, los que tienen una fuerte
imaginacin visual, seran capaces de cerrar los ojos y ver perfectamente los arrecifes y las palmeras, or el lameteo de las olas, sentir el agudo olor salino del mar.
Otros debern contentarse con pensar en una isla desierta, construyendo la imagen, detalle por detalle: S, yo podra pasear por la costa buscando cangrejos o
trepar por algn rbol adecuado para amarrar la camisa y llamar la atencin de los
ocasionales buques de guerra que pasaran ..., o algo as.
Pero todos podrais ser capaces, a travs de imgenes, de hacer lo que se os ha
dicho. Por el contrario, si yo te dijera: imagnate la presencia de Dios, siendo algo
verdadero, no seras capaz de imaginarlo. Una presencia que no est confinada por
el espacio, que no ocupa sitio en el espacio, no impresiona de ninguna manera a los
sentidos. Una presencia creativa, que da a todo lo que le rodea cualquier realidad
que esas cosas posean... No, no! Basta!, me diras, no puedo ni comenzar a
imaginarla, no puedo ni siquiera pensar en ella; la cabeza me da vueltas.... Bien; no

tiene sentido tratar de ponemos en presencia de Dios, si en cuanto lo intentamos,


la cabeza comienza a damos vueltas.
Parece, pues, que hemos deducido que la presencia de Dios es algo por completo
perjudicial a nuestra oracin. Como si fuera algo que debamos cortar en cuanto nos
ponemos de rodillas, para evitar tal tipo de distraccin. Pero, evidentemente, el
instinto de la piedad cristiana no admite eso. Evidentemente, el autor de ese devocionario no habra escrito ponte en la presencia de Dios, si fuera algo tan
desastroso.
Aunque no podamos realmente imaginarnos la presencia de Dios, ni incluso podamos pensar en Dios -a no ser que nos metamos en cuestiones metafsicas-, no
podramos sentirlo? Despus de todo -aunque tengamos que usar analogas imperfectas en temas como este-, es un sentimiento lo producido por la cercana presencia de un ser querido, sin necesidad de poner a trabajar ni la imaginacin, ni la inteligencia. Por ejemplo, una madre cuyo hijo ha vuelto a casa despus de una larga
ausencia -y ahora duerme en su cama-, siente diferente la casa porque la habitacin de su hijo ya no est vaca. Ella no necesita imaginarse su rostro descansando
en la almohada; no necesita razonar, ni hacer propsitos para estar contenta con
ese hecho. Hay un halo de alegra que la rodea que no necesita analizar o clasificar.
Cada pensamiento que pasa a travs de su mente est coloreado e iluminado por
el esplendor de esa experiencia.
Incluso -hasta tal punto estamos a merced de nuestros afectos- una carta recibida
despus de un largo silencio, aunque est llena de noticias banales y de expresiones de cario de lo ms convencional, tendr un efecto parecido en una persona
que viva sola. Trabajar con ms ilusin, el peso de la vida le parecer ms ligero y
casi no sabr decir por qu. Hasta un trozo de papel puede producir la sensacin
de proximidad entre dos seres humanos. Y es posible que la presencia de Dios,
que nos mantiene y nos inspira, y nos baa continuamente con su influencia, no
atraviese nunca ese velo de distancia imaginaria y se transforme en una experiencia que podamos sentir?
Por supuesto que puede ser sentida. Es patente en la vida de los santos y de muchos msticos, que nunca han sido canonizados como santos. Tuvieron esa experiencia, aunque no intentaron describirla, porque la mayora de las cosas que valen
la pena, son inefables. Podemos compararla con la sensacin de bienestar que nos
produce la presencia de un amigo durante un largo viaje, solo por tenerlo cerca,
aunque no estemos hablando con l ni mirndole.
Ahora bien, cmo podemos llegar a tener esa presencia? Eso es otra cosa. Quiz
alguno de vosotros conoce ese pequeo tratado sobre el Hermano Lorenzo y la
prctica de la presencia de Dios. Parece que vivi durante treinta aos, o ms, tan
consciente de la presencia de Dios como yo, en estos momentos, soy consciente de
vuestra presencia y vosotros de la ma. Aunque la palabra prctica sugiere que
nos va a decir cmo lo hizo, el tratado no nos dice cmo, sino simplemente que sucedi as. Supongo que muchos de nosotros hemos tenido una experiencia de la
misma clase, pero solo instantnea. Con unos pocos momentos de duracin cada
vez, repitindose durante una serie de das o semanas. Fue una gracia, quiz no
extraordinaria, que nos lleg y se fue en contra de nuestra voluntad. No pudimos

recapturarla con ningn esfuerzo. Solo pudimos esperar, por si volva de nuevo.
Bien; an no sabemos cmo ponernos en la presencia de Dios. Si miras en la Enciclopedia Catlica -que es, a veces, una buena manera de resolver tus dudas teolgicas-, te encantar comprobar que hay todo un artculo dedicado a esta cuestin. Y
parece que todo el asunto es bastante simple: Ponerse en la presencia de Dios, o
vivir en la presencia de Dios, significa llegar a estar conscientes de que Dios est
presente, o -por lo menos- vivir como si estuviramos conscientes de ello. No parece una gran ayuda. Porque se habla -como si fuera lo mismo- de ser conscientes
de la presencia de Dios y de comportarse como si uno fuera consciente de ella. Y no
es lo mismo. Si vas conduciendo, una cosa es ser consciente de que hay un coche de
la polica detrs de ti, y otra completamente distinta es comportarse como si pensaras que lo hay. Yo soy consciente de respirar; es decir, no atiendo todo el tiempo
al hecho de que respiro, pero puedo, por as decirlo, ponerme en la presencia de mi
propia respiracin. Si pienso en ello, noto mi pecho subiendo y bajando. Lo que
necesitamos es conseguir estar conscientes de la presencia de Dios por un acto de
la voluntad, igual que puedo hacerme consciente de mi propia respiracin. Pero
todos los libros nos dan orientaciones para comportarnos como si furamos conscientes de la presencia de Dios, lo que es diferente. Cuando me niego a beber agua
de un estanque, me comporto como si estuviera consciente de que est lleno de
bacterias. Pero yo no soy consciente de nada de ese estilo, puesto que no puedo ver
las bacterias. No es lo mismo, pues.
Por supuesto, lo que ese libro intenta es darnos una receta para evitar el pecado.
Pero vamos a procurar salir de la costumbre de pensar que la religin es un refugio
para evitar el pecado. Cuando t y yo hablamos de la presencia de Dios, estamos
hablando de nuestra oracin. Estamos preguntndonos si no habr alguna manera
de que nos demos cuenta -cuando estamos de rodillas- del hecho de que Dios est
ah. Si nos diramos cuenta de eso, nuestra oracin nos defraudara menos a nosotros mismos y, quiz, tambin a l.
No sabemos demasiado acerca de la naturaleza de Dios; y lo que sabemos es terriblemente remoto, enormemente evasivo. Pero, en cualquier caso, sabemos algo,
en parte gracias a la filosofa natural, en parte gracias a la revelacin. No podramos, de alguna manera, utilizar ese conocimiento de modo que nos penetrara la
idea de Dios siempre presente? Del mismo modo que pensar mucho en la enfermedad nos hace sentirnos enfermos. Tenemos experiencia de cmo visitando un hospital -o escuchando a una persona que disfruta contando todos sus sntomas- llegamos a preguntarnos si no nos estaremos sintiendo mal tambin nosotros. O, quiz, cuando la sola mencin de la palabra paperas puede hacer sentir una ligera
inflamacin en la mandbula. Todo es aprensin, mera imaginacin. De acuerdo,
pero en un sentido es algo ms que eso. Nuestra salud, si lo pensamos, es precaria;
y el pensamiento de las innumerables maneras en que ese complicado organismo
puede fallar, es suficiente para recordamos qu fcil es que se produzca un fallo.
No sera posible que el mero pensar en Dios nos recordara lo cerca que estamos
de l, igual que al pensar en la enfermedad recordamos cun cerca estamos de caer
en ella?
Bien, si estoy haciendo algunas consideraciones sobre esto, entindase que estoy
exponiendo el caso tal como me parece, sin desear imponeros mis preferencias o

costumbres. Somos tan diferentes, verdad? Incluso las diferencias surgen en algo
tan sencillo como es la oracin. Por ejemplo, dime esto: normalmente rezas con
los ojos cerrados o con los ojos abiertos? Podra ser un tema interesante para un
socilogo de los que estn siempre haciendo encuestas. Pienso que podra descubrirse que los catlicos rezan con los ojos abiertos y los acatlicos lo hacen con los
ojos cerrados. Por qu es as, no lo s, a no ser que los acatlicos no quieran mirar a
tantas cosas feas como hay en sus iglesias. Pero esta diferencia no es una simple
cuestin de tradicin, ni una mera cuestin nerviosa. Es un smbolo: hacemos un
gesto cuando rezamos con los ojos abiertos y hacemos otro gesto cuando lo hacemos con los ojos cerrados. Ambos perfectamente normales y legtimos.
Cuando uno reza con los ojos cerrados, podemos querer decir algo as: Dios mo,
yo estoy muy agradecido por todas tus criaturas, pero son una enorme distraccin.
Golpean continuamente la puerta de los sentidos y me encuentro atendindolas en
vez de atenderte a Ti. As que voy a hacer un gesto cerrando los ojos. Esa puerta,
por lo menos, estar atrancada contra las distracciones. Voy a intentar pensar solo
en Ti.
Y si rezas con los ojos abiertos, puedes estar diciendo algo como esto: Dios mo,
yo s que has ordenado a tus criaturas que me conduzcan a Ti. No puedo declarar
que alguna de ellas existe, sin declarar al mismo tiempo que T existes, porque no
seran sin Ti. Aqu estn rodendome, pero en cada una de ellas T ests presente
con tu actividad creadora y conservadora. Te veo en ellas. Igual que puedo mirar
las letras de una pgina y leer sin esfuerzo los pensamientos del que las escribi,
tambin puedo leer tu presencia en mi mano y en esta silla.
Son dos actitudes totalmente legtimas.
Pero, por favor, no me interpretis mal. Estoy sugiriendo qu simbolizan los ojos
abiertos y los ojos cerrados. No quiero decir que por abrirlos o cerrarlos te ests
aproximando necesariamente a Dios por ese camino o por el otro. Pero pienso que
la mayora de nosotros -como quiera que estn nuestros ojos- encontraremos ms
fcil acercarnos a Dios a travs de sus criaturas, que intentando olvidarlas. Por una
razn: que son muy difciles de olvidar. Cerramos los ojos, e inmediatamente aparecer un montn de imgenes en la mente que nos distraen, tanto o ms que las
imgenes que recibimos a travs del sentido de la vista. Y hay otra razn: estamos
tan curiosamente hechos, que no podemos -usando una expresin impropia- encararnos con el pensamiento de Dios. Tenemos que pensar en algo ms y mirar a
Dios como por el rabillo del ojo. Voy a explicarme. Si sales al jardn en un brillante
da de sol, no miras al sol y dices: Qu bonito es el sol. Miras las flores, el roco en
la hierba, los rboles en flor que estn sobre la colina y exclamas: Qu bonito est
todo cuando le da el sol. Es lo que podramos hacer para comenzar nuestra oracin. En el momento que el libro dice Ponte en la presencia de Dios, yo cambiara
la frmula, con el mximo respeto, y dira: Ponte en la presencia de algo y encuentra a Dios ah.
Lo que intento decir es que no es necesario, en tales momentos, hacer un determinado acto de voluntad y desterrar las distracciones, suponiendo que sepas cmo
hacerlo, cosa que yo ignoro. T puedes mirar fijamente a tus distracciones y hacer
que se fundan con el fondo de tus pensamientos, que es Dios. Por ejemplo, la mira-

da se dirige a las flores del altar y t dices: Dios mo, aqu estoy con solo unos minutos para estar en la iglesia, y me pongo a pensar en las flores!. No, no digas eso.
Piensa en las flores y djalas que te lleven a Dios. Aquella de la izquierda est secndose ya; todas se secarn pronto... qu poco duran las flores. Flores? Tambin
nos pasa a nosotros. Qu era aquello que deca el poeta griego cuando envi una
corona de flores a la muchacha que amaba? Las muchachas y las guirnaldas, ambas florecen y ambas se marchitan. Y tu mente vuelve hacia ti mismo, como parte
de este mundo que no es permanente y luego, vuelve tu mente a viajar hacia adelante y mira -como lo contrario a lo efmero- al eterno ser que es Dios. Un Dios
eterno, trado cerca de m por la mirada a una flor del altar. Verdaderamente no
has perdido el tiempo. Es como un avin que necesita correr por la pista para poder despegar.
Y esto sucede as, por supuesto, no solamente con las cosas externas que distraen
los sentidos, sino tambin con los recuerdos que asaltan la cabeza y que no se
apartan, por mucho que cierres los ojos. Te han criticado y eso te ha herido. Te han
tocado justo en la llaga. Te duele, pero a la vez no ests seguro de que no est justificada esa crtica. Ese malestar, sin duda, hay que echarlo fuera, si quieres ponerte
a rezar. Intentas desterrarlo, pero no es nada fcil. Mejor, quiz, sera considerar
esa crtica como una mera crtica, sin llegar otra vez al terreno de cunto te moleste. Djalo como una crtica ms que los falibles seres humanos dirigen unos a otros.
Incluso no podemos estar seguros de que sea cierta. Somos tan ciegos, tan parciales, hay tantas cosas escondidas para nuestro conocimiento. Hay cosas que nunca
sern conocidas; puesto que la verdad sobre esas cosas nunca ser hallada, podemos decir que hay alguna verdad sobre ellas? S, la hay; porque esa verdad existe
en la Mente de Dios. Y esa crtica en que estoy pensando -qu era?, ya se me ha
olvidado- suena a verdad en la mente de Dios o suena a falso. Si nos ha herido una
observacin casual, ha sido porque l quera que, de rechazo, volviramos a l.
No pienses que estoy sugiriendo algo fcil, algo corriente. Estoy slo preguntndome si no podramos, por ese camino, invitar a Dios a que su presencia estuviera
ms a menudo entre nosotros.

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