Libertatis Nuntius
Libertatis Nuntius
Libertatis Nuntius
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LIBERTATIS NUNTIUS
INTRODUCCIN
El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberacin. En los ltimos aos esta verdad esencial
ha sido objeto de reflexin por parte de los telogos, con una nueva atencin rica de promesas.
La liberacin es ante todo y principalmente liberacin de la esclavitud radical del pecado. Su fin y su trmino es la
libertad de los hijos de Dios, don de la gracia. Lgicamente reclama la liberacin de mltiples esclavitudes de orden
cultural, econmico social y poltico, que, en definitiva, derivan del pecado, y constituyen tantos obstculos que impiden a
los hombres vivir segn su dignidad. Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las consecuencias es
una condicin indispensable para una reflexin teolgica sobre la liberacin.
En efecto, ante la urgencia de los problemas, algunos se sienten tentados a poner el acento de modo unilateral sobre la
liberacin de las esclavitudes de orden terrenal y temporal, de tal manera que parecen hacer pasar a un segundo plano la
liberacin del pecado, y por ello no se le atribuye prcticamente la importancia primaria que le es propia. La presentacin
que proponen de los problemas resulta as confusa y ambigua. Adems, con la intencin de adquirir un conocimiento ms
exacto de las causas de las esclavitudes que quieren suprimir, se sirven, sin suficiente precaucin crtica, de instrumentos de
pensamiento que es difcil, e incluso imposible, purificar de una inspiracin ideolgica incompatible con la fe cristiana y
con las exigencias ticas que de ella derivan.
La Congregacin para la Doctrina de la Fe no se propone tratar aqu el vasto tema de la libertad cristiana y de la
liberacin. Lo har en un documento posterior que pondr en evidencia, de modo positivo, todas sus riquezas tanto
doctrinales como prcticas.
La presente Instruccin tiene un fin ms preciso y limitado: atraer la atencin de los pastores, de los telogos y de todos
los fieles, sobre las desviaciones y los riesgos de desviacin, ruinosos para la fe y para la vida cristiana, que implican ciertas
formas de teologa de la liberacin que recurren, de modo insuficientemente crtico, a conceptos tomados de diversas
corrientes del pensamiento marxista.
Esta llamada de atencin de ninguna manera debe interpretarse como una desautorizacin de todos aquellos que quieren
responder generosamente y con autntico espritu evanglico "la opcin preferencial por los pobres". De ninguna manera
podr servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia ante los trgicos y
urgentes problemas de la miseria y de la injusticia. Al contrario, obedece a la certeza de que las graves desviaciones
ideolgicas que seala conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres. Hoy ms que nunca, es necesario que
la fe de numerosos cristianos sea iluminada y que stos estn resueltos a vivir la vida cristiana integralmente,
comprometindose en la lucha por la justicia, la libertad y la dignidad humana, por amor a sus hermanos desheredados,
oprimidos o perseguidos. Ms que nunca, la Iglesia se propone condenar los abusos, las injusticias y los ataques a la
libertad, donde se registren y de donde provengan, y luchar, con sus propios medios, por la defensa y promocin de los
derechos del hombre, especialmente en la persona de los pobres.
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I. UNA ASPIRACIN
1. La poderosa y casi irresistible aspiracin de los pueblos a una liberacin constituye uno de los principales signos de
los tiempos que la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio[1]. Este importante fenmeno de nuestra poca
tiene una amplitud universal, pero se manifiesta bajo formas y grados diferentes segn los pueblos. Es una aspiracin que se
expresa con fuerza, sobre todo en los pueblos que conocen el peso de la miseria y en el seno de los estratos sociales
desheredados.
2. Esta aspiracin traduce la percepcin autntica, aunque oscura, de la dignidad del hombre, creado "a imagen y
semejanza de Dios" (Gen 1, 26-27), ultrajada y despreciada por las mltiples opresiones culturales, polticas, raciales,
sociales y econmicas, que a menudo se acumulan.
3. Al descubrirles su vocacin de hijos de Dios, el Evangelio ha suscitado en el corazn de los hombres la exigencia y la
voluntad positiva de una vida fraterna, justa y pacfica, en la que cada uno encontrar el respeto y las condiciones de su
desarrollo espiritual y material. Esta exigencia es sin duda la fuente de la aspiracin de que hablamos.
4. Consecuentemente, el hombre no quiere sufrir ya pasivamente el aplastamiento de la miseria con sus secuelas de
muerte, enfermedades y decadencias. Siente hondamente esta miseria como una violacin de su dignidad natural. Varios
factores, entre los cuales hay que contar la levadura evanglica, han contribuido al despertar de la conciencia de los
oprimidos.
5. Ya no se ignora, aun en los sectores todava analfabetos de la poblacin, que, gracias al prodigioso desarrollo de las
ciencias y de las tcnicas, la humanidad, en constante crecimiento demogrfico, sera capaz de asegurar a cada ser humano
el mnimo de los bienes requeridos por su dignidad de persona humana.
6. El escndalo de irritantes desigualdades entre ricos y pobres ya no se tolera, sea que se trate de desigualdades entre
pases ricos y pases pobres o entre estratos sociales en el interior de un mismo territorio nacional. Por una parte, se ha
alcanzado una abundancia, jams conocida hasta ahora, que favorece el despilfarro; por otra, se vive todava en un estado de
indigencia marcado por la privacin de los bienes de estricta necesidad, de suerte que no es posible contar el nmero de las
vctimas de la mala alimentacin.
7. La ausencia de equidad y de sentido de la solidaridad en los intercambios internacionales se vuelve ventajosa para los
pases industrializados, de modo que la distancia entre ricos y pobres no deja de crecer. De ah, el sentimiento de frustracin
en los pueblos del Tercer Mundo, y la acusacin de explotacin y de colonialismo dirigida contra los pases industrializados.
8. El recuerdo de los daos de un cierto colonialismo y de sus secuelas crea a menudo heridas y traumatismos.
9. La Sede Apostlica, en la lnea del Concilio Vaticano II, as como las Conferencias Episcopales, no han dejado de
denunciar el escndalo que constituye la gigantesca carrera de armamentos que, junto a las amenazas contra la paz, acapara
sumas enormes de las cuales una parte solamente bastara para responder a las necesidades ms urgentes de las poblaciones
privadas de lo necesario.
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finalidad de la vida humana, y predicando caminos de accin que implican el recurso sistemtico a la violencia, contrarios a
una tica respetuosa de las personas.
4. La interpretacin de los signos de los tiempos a la luz del Evangelio exige, pues, que se descubra el sentido de la
aspiracin profunda de los pueblos a la justicia, pero igualmente que se examine, con un discernimiento crtico, las
expresiones, tericas y prcticas, que son datos de esta aspiracin.
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liberacin definitiva. En esta experiencia, Dios es reconocido como el Liberador. El sellar con su pueblo una Nueva
Alianza, marcada con el don de su Espritu y la conversin de los corazones[5].
5. Las mltiples angustias y miserias experimentadas por el hombre fiel al Dios de la Alianza proporcionan el tema a
varios salmos: lamentos, llamadas de socorro, acciones de gracias hacen mencin de la salvacin religiosa y de la
liberacin. En este contexto, la angustia no se identifica pura y simplemente con una condicin social de miseria o con la de
quien sufre la opresin poltica. Contiene adems la hostilidad de los enemigos, la injusticia, la muerte, la falta. Los salmos
nos remiten a una experiencia religiosa esencial: slo de Dios se espera la salvacin y el remedio. Dios, y no el hombre,
tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia. As los "pobres del Seor" viven en una dependencia total y de
confianza en la providencia amorosa de Dios[6]. Y por otra parte, durante toda la travesa del desierto, el Seor no ha dejado
de proveer a la liberacin y la purificacin espiritual de su pueblo.
6. En el Antiguo Testamento los Profetas, despus de Ams, no dejan de recordar, con particular vigor, las exigencias de
la justicia y de la solidaridad, y de hacer un juicio extremadamente severo sobre los ricos que oprimen al pobre. Toman la
defensa de la viuda y del hurfano. Lanzan amenazas contra los poderosos: la acumulacin de iniquidades no puede
conducir ms que a terribles castigos. Por esto la fidelidad a la Alianza no se concibe sin la prctica de la justicia. La justicia
con respecto a Dios y la justicia con respecto a los hombres son inseparables. Dios es el defensor y el liberador del pobre.
7. Tales exigencias se encuentran en el Nuevo Testamento. An ms, estn radicalizadas, como lo muestra el discurso
sobre las Bienaventuranzas. La conversin y la renovacin se deben realizar en lo ms hondo del corazn.
8. Ya anunciado en el Antiguo Testamento, el mandamiento del amor fraterno extendido a todos los hombres constituye
la regla suprema de la vida social[7]. No hay discriminaciones o lmites que puedan oponerse al reconocimiento de todo
hombre como el prjimo[8].
9 La pobreza por el Reino es magnificada. Y en la figura del Pobre, somos llevados a reconocer la imagen y como la
presencia misteriosa del Hijo de Dios que se ha hecho pobre por amor hacia nosotros[9]. Tal es el fundamento de las
palabras inagotables de Jess sobre el Juicio en Mt 25,31-46. Nuestro Seor es solidario con toda miseria: toda miseria est
marcada por su presencia.
10. Al mismo tiempo, las exigencias de la justicia y de la misericordia ya anunciadas en el Antiguo Testamento, se
profundizan hasta el punto de revestir en el Nuevo Testamento una significacin nueva. Los que sufren o estn perseguidos
son identificados con Cristo[10]. La perfeccin que Jess pide a sus discpulos (Mt 5,18) consiste en el deber de ser
misericordioso "como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).
11. A la luz de la vocacin cristiana al amor fraterno y a la misericordia, los ricos son severamente llamados a su
deber[11] San Pablo, ante los desrdenes de la Iglesia de Corinto, subraya con fuerza el vnculo que existe entre la
participacin en el sacramento del amor y el compartir con el hermano que est en la necesidad[12].
12. La Revelacin del Nuevo Testamento nos ensea que el pecado es el mal ms profundo, que alcanza al hombre en lo
ms ntimo de su personalidad. La primera liberacin, a la que han de hacer referencia todas las otras, es la del pecado.
13. Sin duda, para sealar el carcter radical de la liberacin trada por Cristo, ofrecida a todos los hombres, ya sean
polticamente libres o esclavos, el Nuevo Testamento no exige en primer lugar, como presupuesto para la entrada en esta
libertad, un cambio de condicin poltica y social. Sin embargo, la Carta a Filemn muestra que la nueva libertad, trada por
la gracia de Cristo, debe tener necesariamente repercusiones en el plano social.
14. Consecuentemente no se puede restringir el campo del pecado, cuyo primer efecto es introducir el desorden en la
relacin entre el hombre y Dios, a lo que se denomina "pecado social". En realidad, slo una justa doctrina del pecado
permite insistir sobre la gravedad de sus efectos sociales.
15. No se puede tampoco localizar el mal principal y nicamente en las "estructuras" econmicas, sociales o polticas
malas, como si todos los otros males se derivasen, como de su causa, de estas estructuras, de suerte que la creacin de un
"hombre nuevo" dependiera de la instauracin de estructuras econmicas y sociopolticas diferentes. Ciertamente hay
estructuras inicuas y generadoras de iniquidades, que es preciso tener la valenta de cambiar. Frutos de la accin del hombre,
las estructuras, buenas o malas, son consecuencias antes de ser causas. La raz del mal reside, pues, en las personas libres y
responsables, que deben ser convertidas por la gracia de Jesucristo, para vivir y actuar como criaturas nuevas, en el amor al
prjimo, la bsqueda eficaz de la justicia, del dominio de s y del ejercicio de las virtudes[13].
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Cuando se pone como primer imperativo la revolucin radical de las relaciones sociales y se cuestiona, a partir de aqu,
la bsqueda de la perfeccin personal, se entra en el camino de la negacin del sentido de la persona y de su trascendencia,
y se arruina la tica y su fundamento que es el carcter absoluto de la distincin entre el bien y el mal. Por otra parte, siendo
la caridad el principio de la autntica perfeccin, esta ltima no puede concebirse sin apertura a los otros y sin espritu de
servicio.
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2. El celo y la compasin que deben estar presentes en el corazn de todos los pastores, corren el riesgo de ser desviados
y proyectados hacia empresas tan ruinosas para el hombre y su dignidad como la miseria que se combate, si no se presta
suficiente atencin a ciertas tentaciones.
3. El angustioso sentimiento de la urgencia de los problemas no debe hacer perder de vista lo esencial, ni hacer olvidar la
respuesta de Jess al Tentador (Mt 4, 4): "No slo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"
(Dt 8, 3). As, ante la urgencia de compartir el pan, algunos se ven tentados a poner entre parntesis y a dejar para el maana
la evangelizacin: en primer lugar el pan, la Palabra para ms tarde. Es un error mortal el separar ambas cosas hasta
oponerlas entre s. Por otra parte, el sentido cristiano sugiere espontneamente lo mucho que hay que hacer en uno y otro
sentido[19].
4. Para otros, parece que la lucha necesaria por la justicia y la libertad humanas, entendidas en su sentido econmico y
poltico, constituye lo esencial y el todo de la salvacin. Para stos, el Evangelio se reduce a un evangelio puramente
terrestre.
5. Las diversas teologas de la liberacin se sitan, por una parte, en relacin con la opcin preferencial por los pobres
reafirmada con fuerza y sin ambigedades, despus de Medelln, en la Conferencia de Puebla[20], y por otra, en la tentacin
de reducir el Evangelio de la salvacin a un evangelio terrestre.
6. Recordemos que la opcin preferencial definida en Puebla es doble: por los pobres y por los jvenes[21]. Es
significativo que la opcin por la juventud se haya mantenido totalmente en silencio.
7. Anteriormente hemos dicho (cfr. IV, 3) que hay una autntica "teologa de la liberacin", la que est enraizada en la
Palabra de Dios, debidamente interpretada.
8. Pero, desde un punto de vista descriptivo, conviene hablar de las teologas de la liberacin, ya que la expresin
encubre posiciones teolgicas, o a veces tambin ideolgicas, no solamente diferentes, sino tambin a menudo
incompatibles entre s.
9. El presente documento slo tratar de las producciones de la corriente del pensamiento que, bajo el nombre de
"teologa de la liberacin" proponen una interpretacin innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se
aparta gravemente de la fe de la Iglesia, an ms, que constituye la negacin prctica de la misma.
10. Prstamos no criticados de la ideologa marxista y el recurso a las tesis de una hermenutica bblica dominada por el
racionalismo son la raz de la nueva interpretacin, que viene a corromper lo que tena de autntico el generoso compromiso
inicial en favor de los pobres.
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5. En las ciencias humanas y sociales, conviene ante todo estar atento a la pluralidad de los mtodos y de los puntos de
vista, de los que cada uno no pone en evidencia ms que un aspecto de una realidad que, en virtud de su complejidad,
escapa a la explicacin unitaria y unvoca.
6. En el caso del marxismo, tal como se intenta utilizar, la crtica previa se impone tanto ms cuanto que el pensamiento
de Marx constituye una concepcin totalizante del mundo en el cual numerosos datos de observacin y de anlisis
descriptivo son integrados en una estructura filosfico-ideolgica, que impone la significacin y la importancia relativa que
se les reconoce. Los apriori ideolgicos son presupuestos para la lectura de la realidad social. As, la disociacin de los
elementos heterogneos que componen esta amalgama epistemolgicamente hbrida llega a ser imposible, de tal modo que
creyendo aceptar solamente lo que se presenta como un anlisis resulta obligado aceptar al mismo tiempo la ideologa. As
no es raro que sean los aspectos ideolgicos los que predominan en los prstamos que muchos de los "telogos de la
liberacin" toman de los autores marxistas.
7. La llamada de atencin de Pablo VI sigue siendo hoy plenamente actual: a travs del marxismo, tal como es vivido
concretamente, se pueden distinguir diversos aspectos y diversas cuestiones planteadas a los cristianos para la reflexin y la
accin. Sin embargo, "sera ilusorio y peligroso llegar a olvidar el ntimo vnculo que los une radicalmente, aceptar los
elementos del anlisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideologa, entrar en la prctica de la lucha de clases y de
su interpretacin marxista dejando de percibir el tipo de sociedad totalitaria a la cual conduce este proceso[22].
8. Es verdad que desde los orgenes, pero de manera ms acentuada en los ltimos aos, el pensamiento marxista se ha
diversificado para dar nacimiento a varias corrientes que divergen notablemente unas de otras. En la medida en que
permanecen realmente marxistas, estas corrientes continan sujetas a un cierto nmero de tesis fundamentales que no son
compatibles con la concepcin cristiana del hombre y de la sociedad. En este contexto, algunas frmulas no son neutras,
pues conservan la significacin que han recibido en la doctrina marxista. "La lucha de clases" es un ejemplo. Esta expresin
conserva la interpretacin que Marx le dio, y no puede en consecuencia ser considerada como un equivalente, con alcance
emprico, de la expresin "conflicto social agudo". Quienes utilizan semejantes frmulas, pretendiendo slo mantener
algunos elementos del anlisis marxista, por otra parte rechazado en su totalidad, suscitan por lo menos una grave
ambigedad en el espritu de sus lectores.
9. Recordemos que el atesmo y la negacin de la persona humana, de su libertad y de sus derechos, estn en el centro de
la concepcin marxista. sta contiene, pues, errores que amenazan directamente las verdades de la fe sobre el destino eterno
de las personas. An ms, querer integrar en la teologa un "anlisis" cuyos criterios de interpretacin dependen de esta
concepcin atea, es encerrarse en ruinosas contradicciones. El desconocimiento de la naturaleza espiritual de la persona
conduce a subordinarla totalmente a la colectividad y, por tanto, a negar los principios de una vida social y poltica
conforme con la dignidad humana.
10. El examen crtico de los mtodos de anlisis tomados de otras disciplinas se impone de modo especial al telogo. La
luz de la fe es la que provee a la teologa de sus principios. Por esto la utilizacin por la teologa de aportes filosficos o de
las ciencias humanas tiene un valor "instrumental" y debe ser objeto de un discernimiento crtico de naturaleza teolgica.
Con otras palabras, el criterio ltimo y decisivo de verdad no puede ser otro, en ltima instancia, que un criterio teolgico.
La validez o grado de validez de todo lo que las otras disciplinas proponen, a menudo por otra parte de modo conjetural,
como verdades sobre el hombre, su historia y su destino, hay que juzgarla a la luz de la fe y de lo que sta nos ensea acerca
de la verdad del hombre y del sentido ltimo de su destino.
11. La aplicacin a la realidad econmica, social y poltica de hoy de esquemas de interpretacin tomados de la corriente
de pensamiento marxista puede presentar a primera vista alguna verosimilitud, en la medida en que la situacin de ciertos
pases ofrezca algunas analogas con la que Marx describi e interpret a mediados del siglo pasado. Sobre la base de estas
analogas se hacen simplificaciones que, al hacer abstraccin de factores esenciales especficos, impiden de hecho un
anlisis verdaderamente riguroso de las causas de la miseria, y mantienen las confusiones.
12. En ciertas regiones de Amrica Latina, el acaparamiento de la gran mayora de las riquezas por una oligarqua de
propietarios sin conciencia social, la casi ausencia o las carencias del Estado de derecho, las dictaduras militares que
ultrajan los derechos elementales del hombre, la corrupcin de ciertos dirigentes en el poder, las prcticas salvajes de cierto
capital extranjero, constituyen otros tantos factores que alimentan un violento sentimiento de revolucin en quienes se
consideran vctimas impotentes de un nuevo colonialismo de orden tecnolgico, financiero, monetario o econmico. La
toma de conciencia de las injusticias est acompaada de un pathos que toma prestado a menudo su razonamiento del
marxismo, presentado abusivamente como un razonamiento "cientfico".
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13. La primera condicin de un anlisis es la total docilidad respecto a la realidad que se describe. Por esto una
conciencia crtica debe acompaar el uso de las hiptesis de trabajo que se adoptan. Es necesario saber que stas
corresponden a un punto de vista particular, lo cual tiene como consecuencia inevitable subrayar unilateralmente algunos
aspectos de la realidad, dejando los otros en la sombra. Esta limitacin, que fluye de la naturaleza de las ciencias sociales, es
ignorada por quienes, a manera de hiptesis reconocidas como tales, recurren a una concepcin totalizante como es el
pensamiento de Marx.
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2. Lo que estas "teologas de la liberacin" han acogido como un principio, no es el hecho de las estratificaciones
sociales con las desigualdades e injusticias que se les agregan, sino la teora de la lucha de clases como ley estructural
fundamental de la historia. Se saca la conclusin de que la lucha de clases entendida as divide a la Iglesia y que en funcin
de ella hay que juzgar las realidades eclesiales. Tambin se pretende que es mantener, con mala fe, una ilusin engaosa el
afirmar que el amor, en su universalidad, puede vencer lo que constituye la ley estructural primera de la sociedad capitalista.
3. En esta concepcin, la lucha de clases es el motor de la historia. La historia llega a ser as una nocin central. Se
afirma que Dios se hace historia. Se aadir que no hay ms que una sola historia, en la cual no hay que distinguir ya entre
historia de la salvacin e historia profana. Mantener la distincin seria caer en el "dualismo". Semejantes afirmaciones
reflejan un inmanentismo historicista. Por esto se tiende a identificar el Reino de Dios y su devenir con el movimiento de la
liberacin humana, y a hacer de la historia misma el sujeto de su propio desarrollo como proceso de la autorredencin del
hombre a travs de la lucha de clases. Esta identificacin est en oposicin con la fe de la Iglesia, tal como la ha recordado
el Concilio Vaticano II[23].
4. En esta lnea, algunos llegan hasta el lmite de identificar a Dios y a la historia, y a definir la fe como "fidelidad a la
historia", lo cual significa fidelidad comprometida en una prctica poltica conforme a la concepcin del devenir de la
humanidad concebido como un mesianismo puramente temporal.
5. En consecuencia, la fe, la esperanza y la caridad reciben un nuevo contenido: ellas son "fidelidad a la historia",
"confianza en el futuro", "opcin por los pobres": que es como negarlas en su realidad teologal.
6. De esta nueva concepcin se sigue inevitablemente una politizacin radical de las afirmaciones de la fe y de los
juicios teolgicos. Ya no se trata solamente de atraer la atencin sobre las consecuencias e incidencias polticas de las
verdades de fe, las que seran respetadas ante todo por su valor trascendente. Se trata ms bien de la subordinacin de toda
afirmacin de la fe o de la teologa a un criterio poltico dependiente de la teora de la lucha de ciases motor de la historia.
7. En consecuencia, se presenta la entrada en la lucha de clases como una exigencia de la caridad como tal; se denuncia
como una actitud esttica y contraria al amor a los pobres la voluntad de amar desde ahora a todo hombre, cualquiera que
sea su pertenencia de clase, y de ir a su encuentro por los caminos no violentos del dilogo y de la persuasin. Si se afirma
que el hombre no debe ser objeto de odio, se afirma igualmente que en virtud de su pertenencia objetiva al mundo de los
ricos, l es ante todo un enemigo de clase que hay que combatir. Consecuentemente la universalidad del amor al prjimo y
la fraternidad llegan a ser un principio escatolgico vlido, slo para el "hombre nuevo" que surgir de la revolucin
victoriosa.
8. En cuanto a la Iglesia, se tiende a ver en ella slo una realidad interior de la historia, que obedece tambin a las leyes
que se suponen dirigen el devenir histrico en su inmanencia. Esta reduccin vaca la realidad especfica de la Iglesia, don
de la gracia de Dios y misterio de fe. Igualmente se niega que tenga todava sentido la participacin en la misma Mesa
eucarstica de cristianos que por otra parte pertenecen a clases opuestas.
9. En su significacin positiva, la Iglesia de los pobres significa la preferencia, no exclusiva, dada a los pobres, segn
todas las formas de miseria humana, ya que ellos son los preferidos de Dios. La expresin significa tambin la toma de
conciencia de las exigencias de la pobreza evanglica en nuestro tiempo, por parte de la Iglesia -como comunin y como
institucin-, as como por parte de sus miembros.
10. Pero las "teologas de la liberacin", que tienen el mrito de haber valorado los grandes textos de los Profetas y del
Evangelio sobre la defensa de los pobres, conducen a una amalgama ruinosa entre el pobre de la Escritura y el proletariado
de Marx. Por ello el sentido cristiano del pobre se pervierte y el combate por los derechos de los pobres se transforma en
combate de clase en la perspectiva ideolgica de la lucha de clases. La Iglesia de los pobres significa as una Iglesia de
clase, que ha tomado conciencia de las necesidades de la lucha revolucionaria como etapa hacia la liberacin y que celebra
esta liberacin en su liturgia.
11. Es necesario hacer una observacin anloga respecto a la expresin Iglesia del pueblo. Desde el punto de vista
pastoral, se puede entender por sta los destinatarios prioritarios de la evangelizacin, aqullos hacia los cuales, en virtud de
su condicin, se dirige ante todo el amor pastoral de la Iglesia. Se puede tambin referir a la Iglesia como "pueblo de Dios",
es decir, como el pueblo de la Nueva Alianza sellada en Cristo[24].
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12. Pero las "teologas de la liberacin", de las que hablamos, entienden por Iglesia del pueblo una Iglesia de clase, la
Iglesia del pueblo oprimido que hay que "concientizar" en vista de la lucha liberadora organizada. El pueblo as entendido
llega a ser tambin para algunos objeto de fe.
13. A partir de tal concepcin de la Iglesia del pueblo, se desarrolla una crtica de las estructuras mismas de la Iglesia.
No se trata solamente de una correccin fraternal respecto a los pastores de la Iglesia cuyo comportamiento no refleja el
espritu evanglico de servicio y se une a signos anacrnicos de autoridad que escandalizan a los pobres. Se trata de poner
en duda la estructura sacramental y jerrquica de la Iglesia, tal como la ha querido el Seor. Se denuncia la jerarqua y el
Magisterio como representantes objetivos de la clase dominante que es necesario combatir. Teolgicamente, esta posicin
vuelve a decir que el pueblo es la fuente de los ministerios y que se puede dotar de ministros a eleccin propia, segn las
necesidades de su misin revolucionaria histrica.
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9. Es cierto que se conservan literalmente las frmulas de la fe, en particular la de Calcedonia, pero se le atribuye una
nueva significacin, lo cual es una negacin de la fe de la Iglesia. Por un lado se rechaza la doctrina cristolgica ofrecida
por la Tradicin, en nombre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el "Jess de la historia" a partir de la
experiencia revolucionaria de la lucha de los pobres por su liberacin.
10. Se pretende revivir una experiencia anloga a la que habra sido la de Jess. La experiencia de los pobres que luchan
por su liberacin -la cual habra sido la de Jess-, revelara ella sola el conocimiento del verdadero Dios y del Reino.
11. Est claro que se niega la fe en el Verbo encarnado, muerto y resucitado por todos los hombres, y que "Dios ha hecho
Seor y Cristo"[25]. Se le sustituye por una "figura" de Jess que es una especie de smbolo que recapitula en s las
exigencias de la lucha de los oprimidos.
12. As se da una interpretacin exclusivamente poltica de la muerte de Cristo. Por ello se niega su valor salvfico y toda
la economa de la redencin.
13. La nueva interpretacin abarca as el conjunto del misterio cristiano.
14. De manera general, opera lo que se puede llamar una inversin de los smbolos. En lugar de ver con San Pablo, en el
xodo, una figura del bautismo[26], se llega al lmite de hacer de l un smbolo de la liberacin poltica del pueblo.
15. Al aplicar el mismo criterio hermenutico a la vida eclesial y a la constitucin jerrquica de la Iglesia, las relaciones
entre la jerarqua y la "base" llegan a ser relaciones de dominacin que obedecen a la ley de la lucha de clases. Se ignora
simplemente la sacramentalidad que est en la raz de los ministerios eclesiales y que hace de la Iglesia una realidad
espiritual irreductible a un anlisis puramente sociolgico.
16. La inversin de los smbolos se constata tambin en el campo de los sacramentos. La Eucarista ya no es
comprendida en su verdad de presencia sacramental del sacrificio reconciliador, y como el don del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo. Se convierte en celebracin del pueblo que lucha. En consecuencia, se niega radicalmente la unidad de la Iglesia. La
unidad, la reconciliacin, la comunin en el amor ya no se conciben como don que recibimos de Cristo [27]. La clase
histrica de los pobres es la que constituye la unidad, a travs de su lucha. La lucha de clases es el camino para esta unidad.
La Eucarista llega a ser as Eucarista de clase. Al mismo tiempo se niega la fuerza triunfante del amor de Dios que se nos
ha dado.
XI. ORIENTACIONES
1. La llamada de atencin contra las graves desviaciones de ciertas "teologas de la liberacin" de ninguna manera debe
ser interpretada como una aprobacin, aun indirecta, dada a quienes contribuyen al mantenimiento de la miseria de los
pueblos, a quienes se aprovechan de ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta miseria. La Iglesia, guiada
por el Evangelio de la Misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor de la justicia[28] y quiere responder a l con
todas sus fuerzas.
2. Por tanto, se hace a la Iglesia un profundo llamamiento. Con audacia y valenta, con clarividencia y prudencia, con
celo y fuerza de nimo, con amor a los pobres hasta el sacrificio, los pastores -como muchos ya lo hacen-, considerarn
tarea prioritaria el responder a esta llamada.
3. Todos los sacerdotes, religiosos y laicos que, escuchando el clamor de la justicia, quieran trabajar en la evangelizacin
y en la promocin humana, lo harn en comunin con sus obispos y con la Iglesia, cada uno en la lnea de su especfica
vocacin eclesial.
4. Conscientes del carcter eclesial de su vocacin, los telogos colaborarn lealmente y en espritu de dilogo con el
Magisterio de la Iglesia. Sabrn reconocer en el Magisterio un don de Cristo a su Iglesia[29] y acogern su palabra y sus
instrucciones con respeto filial.
5. Las exigencias de la promocin humana y de una liberacin autntica, solamente se comprenden a partir de la tarea
evangelizadora tomada en su integridad. Esta liberacin tiene como pilares indispensables la verdad sobre Jesucristo el
Salvador, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre y sobre su dignidad[30]. La Iglesia, que quiere ser en el
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mundo entero la Iglesia de los pobres, intenta servir a la noble lucha por la verdad y por la justicia, a la luz de las
Bienaventuranzas, y ante todo de la bienaventuranza de los pobres de corazn. La Iglesia habla a cada hombre y, por lo
tanto, a todos los hombres. Es "la Iglesia universal. la Iglesia del misterio de la encarnacin. No es la Iglesia de una clase o
de una sola casta. Ella habla en nombre de la verdad misma. Esta verdad es realista". Ella conduce a tener en cuenta "toda
realidad humana, toda injusticia, toda tensin, toda lucha"[31].
6. Una defensa eficaz de la justicia se debe apoyar sobre la verdad del hombre, creado a imagen de Dios y llamado a la
gracia de la filiacin divina. El reconocimiento de la verdadera relacin del hombre con Dios constituye el fundamento de la
justicia que regula las relaciones entre los hombres. Por esta razn la lucha por los derechos del hombre, que la Iglesia no
cesa de recordar, constituye el autntico combate por la justicia.
7. La verdad del hombre exige que este combate se lleve a cabo por medios conformes a la dignidad humana. Por esta
razn el recurso sistemtico y deliberado a la violencia ciega, venga de donde venga, debe ser condenado[32]. El tener
confianza en los medios violentos con la esperanza de instaurar ms justicia es ser vctima de una ilusin mortal. La
violencia engendra violencia y degrada al hombre. Ultraja la dignidad del hombre en la persona de las vctimas y envilece
esta misma dignidad en quienes la practican.
8. La urgencia de reformas radicales de las estructuras que producen la miseria y constituyen ellas mismas formas de
violencia no puede hacer perder de vista que la fuente de las injusticias est en el corazn de los hombres. Solamente
recurriendo a las capacidades ticas de la persona v a la perpetua necesidad de conversin interior se obtendrn los cambios
sociales que estarn verdaderamente al servicio del hombre[33]. Pues a medida que los hombres, conscientes del sentido de
su responsabilidad colaboran libremente, con su iniciativa y solidaridad, en los cambios necesarios, crecern en humanidad.
La inversin entre moralidad y estructuras conlleva una antropologa materialista incompatible con la verdad del hombre.
9. Igualmente es una ilusin mortal creer que las nuevas estructuras por s mismas darn origen a un "hombre nuevo", en
el sentido de la verdad del hombre. El cristiano no puede desconocer que el Espritu Santo, que nos ha sido dado, es la
fuente de toda verdadera novedad y que Dios es el seor de la historia.
10. Igualmente, la inversin por la violencia revolucionaria de las estructuras generadoras de injusticia no es ipsofacto el
comienzo de la instauracin de un rgimen justo. Un hecho notable de nuestra poca debe ser objeto de la reflexin de todos
aquellos que quieren sinceramente la verdadera liberacin de sus hermanos. Millones de nuestros contemporneos aspiran
legtimamente a recuperar las libertades fundamentales de las que han sido privados por regmenes totalitarios y ateos, que
se han apoderado del poder por caminos revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberacin del pueblo.
No se puede ignorar esta vergenza de nuestro tiempo: pretendiendo aportar la libertad se mantiene a naciones enteras en
condiciones de esclavitud indignas del hombre. Quienes se vuelven cmplices de semejantes esclavitudes, tal vez
inconscientemente, traicionan a los pobres que intentan servir.
11. La lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito que impide las reformas y agrava la miseria
y las injusticias. Quienes se dejan fascinar por este mito deberan reflexionar sobre las amargas experiencias histricas a las
cuales ha conducido. Comprendern entonces que no se trata de ninguna manera de abandonar un camino eficaz de lucha en
favor de los pobres en beneficio de un ideal sin efectos. Se trata, al contrario, de liberarse de un espejismo para apoyarse
sobre el Evangelio y su fuerza de realizacin.
12. Una de las condiciones para el necesario enderezamiento teolgico es la recuperacin del valor de la enseanza
social de la Iglesia. Esta enseanza de ningn modo es cerrada. Al contrario, est abierta a todas las cuestiones nuevas que
no dejan de surgir en el curso de los tiempos. En esta perspectiva, la contribucin de los telogos y pensadores de todas las
regiones del mundo a la reflexin de la Iglesia es hoy indispensable.
13. Igualmente, la experiencia de quienes trabajan directamente en la evangelizacin y promocin de los pobres y
oprimidos es necesaria para la reflexin doctrinal y pastoral de la Iglesia. En este sentido, hay que decir que se tome
conciencia de ciertos aspectos de la verdad a partir de la praxis, si por sta se entiende la prctica pastoral y una prctica
social de inspiracin evanglica.
14. La enseanza de la Iglesia en materia social aporta las grandes orientaciones ticas. Pero, para que ella pueda guiar
directamente la accin, exige personalidades competentes, tanto desde el punto de vista cientfico y tcnico como en el
campo de las ciencias humanas o de la poltica. Los pastores estarn atentos a la formacin de tales personalidades
competentes, viviendo profundamente del Evangelio. A los laicos, cuya misin propia es construir la sociedad, corresponde
aqu el primer puesto.
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15. Las tesis de las "teologas de la liberacin" son ampliamente difundidas, bajo una forma todava simplificada, en
sesiones de formacin o en grupos de base que carecen de preparacin catequtica y teolgica. Son as aceptadas, sin que
resulte posible un juicio crtico, por hombres y mujeres generosos.
16. Por esto los pastores deben vigilar la calidad y el contenido de la catequesis y de la formacin que siempre debe
presentar la integridad del mensaje de la salvacin y los imperativos de la verdadera liberacin humana en el marco de este
mensaje integral.
17. En esta presentacin integral del misterio cristiano ser oportuno acentuar los aspectos esenciales que las "teologas
de la liberacin" tienden especialmente a desconocer o eliminar: trascendencia y gratuidad de la liberacin en Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero hombre, soberana de su gracia, verdadera naturaleza de los medios de salvacin, y en particular
de la Iglesia y de los sacramentos. Se recordar la verdadera significacin de la tica para la cual la distincin entre el bien y
el mal no podr ser relativizada, el sentido autntico del pecado, la necesidad de la conversin y la universalidad de la ley
del amor fraterno. Se pondr en guardia contra una politizacin de la existencia que, desconociendo a un tiempo la
especificidad del Reino de Dios y la trascendencia de la persona, conduce a sacralizar la poltica y a captar la religiosidad
del pueblo en beneficio de empresas revolucionarias.
18. A los defensores de "la ortodoxia", se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad
culpables respecto a situaciones de injusticias intolerables y de los regmenes polticos que las mantienen. La conversin
espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prjimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evanglico de los pobres y de
la pobreza, son requeridos a todos, y especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupacin por la pureza de la
fe ha de ir unida a la preocupacin por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de
servicio al prjimo, y particularmente al pobre y al oprimido. Con el testimonio de su fuerza de amar, dinmica y
constructiva, los cristianos pondrn as las bases de aquella "civilizacin del amor" de la cual ha hablado, despus de Pablo
VI, la Conferencia de Puebla[34]. Por otra parte, son muchos los sacerdotes, religiosos y laicos, los que se consagran de
manera verdaderamente evanglica a la creacin de una sociedad justa.
CONCLUSIN
Las palabras de Pablo VI , en el Credo del Pueblo de Dios, expresan con plena claridad la fe de la Iglesia, de la cual no
se puede apartar sin provocar, con la ruina espiritual, nuevas miserias y nuevas esclavitudes.
"Confesamos que el Reino de Dios iniciado aqu abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y
que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la civilizacin, de la ciencia o de la tcnica humanas,
sino que consiste en conocer cada vez ms profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con ms
fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez ms ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez ms
abundantemente la gracia y la santidad entre los hombres. Es este mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse
constantemente del verdadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una
morada permanente en este mundo, los alienta tambin, en conformidad con la vocacin y los medios de cada uno, a
contribuir al bien de su ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a
sus hermanos, en particular a los ms pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia, Esposa de Cristo, por las
necesidades de los hombres, por sus alegras y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar
presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en 1, su nico Salvador. Pero esta actitud nunca
podr comportar que la Iglesia se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Seor
y del Reino eterno"[35].
El Santo Padre Juan Pablo II, en el transcurso de una Audiencia concedida al infrascrito Prefecto, ha aprobado esta
Instruccin, cuya preparacin fue decidida en una reunin ordinaria de la Congregacin para la Doctrina de la Fe, y ha
ordenado su publicacin.
Dado en Roma, en la sede de la Congregacin para la Doctrina de la Fe, el da 6 de agosto de 1984, fiesta de la
Transfiguracin del Seor.
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JOSEPH Card. RATZINGER
Prefecto
ALBERTO BOVONE
Arzobispo tit. de Cesarea di Numidia
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