Errores Fundamentales Del Romanismo PDF
Errores Fundamentales Del Romanismo PDF
Errores Fundamentales Del Romanismo PDF
i
ERRORES FUNDAMENTALES DEL
ROMANISMO
COLECCIN "BALUARTE"
VII
ERRORES FUNDAMENTALES
DEL ROMANISMO
y
Por
CLAUDIO GUTIERREZ MARN
Casa Unida de Publicaciones
Apartado 97 Bis
Mxico, D. F.
Editorial "La Aurora'
Corrientes Nm. 728
Buenos Aires
Gf&l.
AlessffTiHri No
2]
Casilla NO
1417
CONCEPCION
Errores Fundamentales del Romanismo
Primera Edicin. 1957.
Portada de Mariano Paredes.
@
Propiedad del autor.
m
Impreso en la Ed. Jakez, Gonzlez Bocanegra n" 80, Mxico, D. F.
Dedicado al pueblo creyente mexicano,
hermano mo en la Fe.
A QUIEN LEYERE
Si todo se puede por la verdad
y
nada contra la ver-
dad, sean las pginas de este libro: Errores fundamenta-
les del Romanismo, un poder para abrir los ojos de quie-
nes perdieron su vista, acaso por haberla ejercitado de-
masiado en la oscuridad.
Y si la verdad gusta de ser oda por aquel que es de
Dios, sean las palabras de esta obra una salutacin pia-
dosa, un pequeo bcaro espiritual sin propsito de ofen-
sa para nadie.
Un slo inters mueve a su autor, el de hacer el bien
por medio de la verdad expuesta con la misma sencillez
y
claridad con que la luz desciende cada maana sobre
la tierra. Sin sombras escolsticas capaces de nublar la
visin perfecta
y
sin nimo de enturbiar la piedad reli-
giosa de las almas.
Naturalmente que el Evangelio se nos dio para di-
fundirlo
y
practicarlo. Esa fue la orden de Cristo. Ese
es nuestro deber. Por desgracia, los errores sobre su pu-
reza
y
valor corroen la verdadera fe en muchos pueblos
donde el romanismo impera. Hay que presentar, pues, un
testimonio eficaz del camino sealado por Cristo. El triun-
fo de ese camino en la Humanidad ser el triunfo de la
verdad
y
de la paz.
Cierto que para construir hay que derribar. Hagmos-
lo. No por la fuerza sino por la razn
y
la fe. Sin fana-
tismos. Sin violencias. Sin exageraciones nocivas. Con la
serenidad del alma propia de quien sabe que posee la
8 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
verdad. Con la esperanza tambin de ser odos
y
la cer-
teza de sembrar el bien. Deshacer equvocos; destrozar
supersticiones, hundir idolatras, entronizar la fe: ese es
nuestro deber en la hora presente de aterrador confu-
sionismo.
Si sabemos en quien hemos credo pongamos en prc-
tica el consejo del apstol Pablo: "Cre
y
por tanto ha-
bl**. El silencio de los verdaderos cristianos en la hora
actual es complicidad con el error. Si conseguimos apor-
tar un poco de luz
y
un poco de verdadera fe en la Hu-
manidad sacudida por tantos problemas
y
tantas inquie-
tudes habremos hecho nuestra parte. Dios no nos exigir
ms. En cuanto al resultado sabemos de sobra que est en
sus manos,
y
que l har en su hora
y
en su tiempo.
Es preciso recordar, una vez ms, el grito de jbilo
lanzado por el gigantesco apstol Pablo frente a los ma-
les morales
y
religiosos de su poca: "Esta es la victoria
que vence al mundo: nuestra fe.*'
El Autor.
I. ICONOLATRA
EL ESCENARIO DE LA LEY
La Ley moral o Declogo mosaico fue redactado apro-
ximadamente en el ao 1500 antes de Cristo.
Tuvo su despertar entre relmpagos
y
truenos, sobre
la cumbre del monte Sina. Por eso en ella palpita la ma-
jestuosidad del Dios creador
y
rbitro de la naturaleza.
Sobre la cima de esa montaa sagrada, la figura impo-
nente en su aislamiento de Moiss, el gran libertador
y
el
gran patriota, ungido de sacrificio
y
herosmo. Moiss,
mucho ms grande que la estatua gigantesca esculpida
por el genio medieval de Miguel ngel. Mucho ms gran-
de que la estatua colosal del viejo rey de Babilonia, el
bondadoso Ammurab. Mucho ms grande que el renom-
bre del augusto
y
sapientsimo Justiniano, padre del de-
recho romano. El Moiss del Sina, se sobrepasa a s mis-
mo al revestirse con la tnica inconstil del santo
y
del
profeta
y
se hace digno de aparecer sobre la cima de otra
pequea, pero santa montaa, la del Tabor, junto a Elias,
el profeta
y
Cristo, el Redentor del mundo.
Sobre el Sina
y
sobre Moiss . . . Dios, el Invisible,
dejando sentir su voz misteriosa
y
alada, tan pronto silbo
apacible
y
delicado como rfaga de huracn ms potente
an que el aullido del trueno
y
la oleada cegadora del
relmpago ... El Invisible, dirigiendo la mano frrea de
Moiss sobre la superficie gris de dos pequeas Tablas
de piedra . . . destilando letra por letra, palabra por pa-
labra toda una teora legal, no legalista, escueta, hiertica
como el punzn de hierro manejado por el legislador.
12
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Al pie de la montaa sagrada,
el hormiguero humano:
el pueblo israehta recin vestido de libertad.
El enjam-
bre todava no acostumbrado
a formar su propia colmena
ni a extraer de los clices abiertos del jardn
de Dios, el
nctar suficiente para fabricar el panal exquisito de su
propia nacionalidad. El pueblo de israel, errante en su
gran aventura d los desiertos. El pueblo hebreo ungido
de maana nueva sobre el valle escondido
y
agreste. El
pueblo cobarde
y
audaz contemplando aterrorizado el mi-
lagroso
consorcio divino
y
humano: Dios
y
Moiss, all
en la inmensidad del espacio abierto
y
sin fin.
Cuando termin la redaccin del Declogo
y
se para-
liz
el punzn de hierro de Moiss, el gran caudillo descen-
di hacia el pueblo en un descenso lento
y
penoso, abra-
zando contra su corazn las dos Tablas de piedra donde
el pensamiento
y
la voluntad de Dios acaban de quedar
grabados para siempre . .
.
Moiss, todava desde la altura, contempl el horizon-
te cerrado del valle
y
distingui la masa informe del pue-
blo, pero cuando
se
hall ms cerca sinti el
inmenso dolor
de haber descendido hasta l. Sus ojos abiertos todava al
resplandor de la luz divina descubrieron la antorcha en-
cendida de una gran fiesta pagana. Sus odos despiertos
an por el restallar de la tormenta sobre la cumbre del
monte se sintieron heridos por la algaraba retozona de
cientos de alaridos musicales que heran la frente del sol.
El pueblo cantaba
y
bailaba. Los pies, en madejas alo-
cadas, tejan sobre el manto del valle un mosaico de lo-
cura en torno a la figura diablica del buey Apis, el mis-
mo dios que contempl en Egipto la agona del pueblo
hecho esclavo por los hijos del Nilo. El becerro de oro.
ICONOLATRA 13
de horrible cabeza
y
cuernos afilados
y
patas peludas
presida la ceremonia ritual. El pueblo le haba dado for-
ma
y
vida otra vez. Las joyas arrancadas a la tierra egip-
cia haban contribuido para reconstruir el cuerpo ventru-
do
y
poner fuego en los ojos apagados. El becerro de
oro muga en cada corazn israelita intentando eclipsar
con su potencia la gloria pacfica del Dios verdadero del
amor
y
de la libertad . .
.
Y Moiss, por no lanzar alaridos desesperados, por
no gritar al cielo el dolor inmenso de su alma . . . estrell
contra la tierra dura e insensible las dos Tablas de piedra
de la Ley Divina . .
.
Despus, qu culpa tiene la Ley Moral de la opaca
miseria espiritual del ser humano? . . . Humildemente, con
el mismo fervor de antes, volvi a redactar el precioso
Cdigo, mientras el pueblo, a solas entre la
vergonzosa
confusin de su propia idolatra, se funda en los crisoles
ardientes de su estpida vanidad ...
y
el
dolo, rodando
desde su trono, se perda para siempre sobre el barro del
mundo.
* * *
La revelacin de la Ley Moral tuvo su escenario de
gloria
y
de vergenza. Tuvo su resplandor de santidad
y
sus tinieblas de pecado, como si antes de comenzar a
regir la vida de la Humanidad ya presintiera la
distancia
inmensa entre la cumbre
y
el valle . . . entre Dios
y
el
hombre . . . entre la santidad
y
el pecado . .
.
VALOR ETERNO DE LA LEY
Hace ms de 3.000 aos que la Ley divina fue deposi-
tada en manos humanas
...
y
hace ms de 3.000 aos
14 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
que sigue descubriendo el tesoro inagotable de su con--
tcnido.
El arpa de David teji en su honor los ms bellos cn-
ticos. Los profetas lanzaron sus ms encendidas saetas
en elogio suyo
y
hasta el mismo Cristo, ungido de Dios,
reclin sobre ella amorosamente su cabeza. Porque en su
Ley moral, Dios descubre el camino angosto
del deber
con ritmo de cancin. Las mejores leyes naturales son
junto a ella faros semiapagados. Las nuevas leyes surgi-
das de la mente humana no consiguen opacar su belleza.
Ella es como una preciosa gargantilla formada por diez
perlas de maravillosa irisacin que el hombre debe llevar
atada a la garganta del espritu . . . Como un arcoiris en-
gendrado por un solo rayo de sol descompuesto en diez
milagrosos dardos de luz . . . Como diez lgrimas derra-
madas sobre el barro humano por las pupilas empadadas
de azul del ms encantador de los querubines.
Algunos de sus preceptos fueron estampados aislada-
mente en la conciencia de la Humanidad, en la aurora
del mundo. Otros, fueron presentidos por los grandes es-
pritus anteriores al genial legislador . . . pero todos ellos
sellados con los siete sellos de Dios, sobre el rostro adusto
de las dos Tablas de piedra de Moiss.
Cuando alguien, impulsado por el
"snobismo" carac-
terstico de nuestro siglo, se atreve a lanzar una mirada
de menosprecio sobre el Declogo, o en un alarde de ci-
nismo intenta ensuciarlo bajo la garra cruel de una deca-
dente razn moderna, nuestro corazn se angustia . . . Sa-
bemos que el ocaso de la
Humanidad llegar el
da en que
las dos Tablas de piedra de Moiss se vuelvan a romper
sobre la
tierra.
ICONOLATRA
15
Su valor es divino. Cada uno de sus diez preceptos
encierra en s mismo el ms alto
y
puro valor moral. No
es un mandamiento mayor que otro. El Dios que dict el
primero dict tambin el ltimo
y
todos fueron escritos
en un orden perfecto. Dentro de ese orden no hay cate-
goras morales. Tan hermanados se hallan entre s, que
el gran apstol del practicismo cristiano, Santiago, hubo
de afirmar: "Pues aunque uno guarde la Ley, si que-
branta un mandamiento, viene a ser reo de los dems.
Porque Aquel que dijo: no cometers adulterio, dijo tam-
bin: no matars. Conque si no cometes adulterio, pero
matas, transgresor eres de la Ley,"
De esta suerte el camino de la Ley es no solamente
uno sino nico; porque descansa en el amor
y
en la sa-
bidura inalterables de Dios. Por eso Cristo compendi
todo el contenido de la Ley moral en estos dos grandes
preceptos: "Amars al Seor tu Dios de todo tu corazn
y
con toda tu alma
y
con toda tu mente
..."
y
"Amars
a tu prjimo como a ti mismo", sintetizando el contenido
divino del Declogo en la fuerza suprema
y
bendita del
amor hacia Dios
y
hacia nuestros semejantes.
Por eso, tambin, la autoridad de la Ley alcanza a to-
dos los pueblos
y
encierra la expresin exacta de la con-
ciencia universal. Los diversos Cdigos morales de la Hu-
manidad antigua
y
moderna se ajustan al exponente de su
moralidad, a la esencia del Declogo. Y si tal cosa su-
cede con las legislaciones de las gentes, lo mismo acon-
tece en relacin con las vidas humanas que buscan
y
aman no slo la santidad sino la perfeccin.
La Ley de Dios no es, por tanto, aplicativa nicamente
al pueblo judo; sino que tiene fuerza legal para el pueblo
cristiano. Cristo mismo afirm su autoridad
y
vigencia
universal
y
eterna al decir: "No pensis que he venido a
destruir la doctrina de la Ley ni de los profetas: no he
16
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
venido a destruirla sino a darla cumplimiento, que con
toda verdad os digo: antes faltarn el cielo
y
la tierra,
que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la
Ley, hasta una sola jota o pice de ella. Y as, el que vio-
lare uno de estos mandamientos, por mnimos que parez-
can,
y
enseare a los hombres a hacer lo mismo, ser te-
nido por el ms pequeo, esto es. por nulo en el reino de
los cielos, pero el que los guardare
y
enseare, ese ser
tenido por grande en el reino de los cielos." (Sn. Mateo
cap. 5; vers. 17-19).
Ejemplo altsimo propuesto por Cristo a todos los cre-
yentes, porque si l
mismo, siendo Hijo de Dios, supo
acatar de este modo el contenido de la Ley, con cunto
mayor respeto debieran hacerlo quienes se dicen sus se-
guidores? Cristo dicta la norma
y
las palabras de Cristo
son tambin Ley.
No existe, pues, excusa ni pretexto, justificacin ni
argucia para desor, tergiversar o intentar dar a la Ley
mosaica un sentido acomodado a determinadas circuns-
tancias, porque lo que es de Dios tiene siempre valor de
eternidad.
As lo ha comprendido el romanismo al estampar n-
tegra
y
literalmente en las distintas ediciones de su Bi-
blia el Declogo. As tambin lo han entendido las iglesias
Ortodoxas
y
de la Reforma al mantener una absoluta fi-
delidad en la
traduccin hebrea de los Diez Mandamien-
tos, en sus Biblias autorizadas.
En el
captulo 20 del libro del Exodo
y
en el captu-
lo 5 del libro del
Deuteronomio, con Hgeras variantes que
no
quitan
autenticidad al texto primitivo, se
encuentran
las
palabras exactas de esa Ley divina
y,
quien dese
ICONOLATRA
17
recrear su espritu con la maravilla de su contenido, all
debe ir para encontrar la verdad de Dios.
*
Cierto estoy que ante el espejo claro de la Ley, el
corazn humano distinguir honradamente su hermosura
y
su fealdad en un saludable conocimiento de su verda-
dero valor, aunque el hombre, por vanidad, por ignoran-
cia o por maldad guste siempre de disculpar su propio
pecado
y
exagere, en cambio sus diminutas virtudes,
y
engandose a s mismo con lo que es
y
con lo que hace
se crea merecedor de todos los reinos de la tierra
y
de
los cielos.
Hasta pudiera acontecer que al contemplar su desgra-
ciada figura espiritual se sintiera enojado contra s mis-
mo
y,
ms an, contra la Ley de Dios
y
repitiera el caso
de aquella joven, poco agraciada, que, al ver su rostro
falto de belleza en la luna clara del espejo imparcial, aira-
damente lo arroj contra el suelo creyndolo, sin duda,
culpable de su fealdad.
Otros habr, sin embargo, que al descubrir las man-
chas de su alma en la serena majestad del espejo limpio
caern de rodillas sobre la tierra clamando como el viejo
cantor de
Israel: "Ten piedad de m, oh, Dios, conforme
a tu misericordia. Conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones. Lvame ms
y
ms de mi maldad
y
limpame de mi pecado . .
Y en ese camino de humillacin
y
de amargura se pu-
rificar el corazn; porque no hay medicina ms saluda-
ble para el espritu que el dolor
y
el llanto sincero del
arrepentimiento.
18
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
EL ROMANISMO
OCULTA LA VERDAD
No basta con transcribir literalmente las palabras de
Dios. Es preciso, adems, ensearlas as a las gentes con
rectitud de pensamiento
y
de corazn. Guardar bajo siete
llaves
el contenido de la Ley, buscando despus el modo
de sustituirlo por medio de doctrinas ajenas u opuestas
es ofender a Dios
y
cometer un grave pecado contra la
verdad. Por desgracia, este delito, ha sido perpetrado por
la Iglesia Romana hace muchos siglos.
El romanismo presenta al pueblo creyente e incrdu-
lo los Diez Mandamientos de la Ley de Dios espantosa-
mente triturados. No en su Biblia, pero s en sus mlti-
ples Catecismos destinados a la enseanza popular de la
fe cristiana. En esos catecismos, autorizados por la cen-
sura romana, el segundo de los Mandamientos de la Ley
de Dios, no existe. En su lugar aparece otro muy diferen-
te. No mentimos ni exageramos. No sacamos a luz cosa
alguna que la propia Iglesia Romana no sepa ya. Por eso
a ella consideramos culpable
y
no al pueblo de esta gra-
vsima ocultacin.
El segundo Mandamiento de la Ley divina dice as:
"No hars para ti imagen de escultura, ni figura alguna
de las cosas que hay arriba en el cielo ni abajo en la tie-
rra, ni de las que
hay en las aguas debajo de la tierra.
No las adorars ni rendirs culto." En qu catecismo
romanista aparecen estas palabras? Y . .
.
Por qu esta ocultacin? Porque el Mandamiento con
claridad de relmpago establece taxativamente estas dos
prohibiciones: Primera: la fabricacin de esculturas de
tipo religioso,
y
segunda: la prohibicin de rendirlas culto
o cualquiera otra especie de homenaje religioso.
ICONOLATRA
19
El judaismo respet siempre este mandamiento al pie
de la letra.
Ni en su primitivo templo del desierto, el Tabernculo
ni en aquel otro de mrmol
y
oro levantado sobre la pe-
quea cima del monte de Sin en Jerusaln, se vio ja-
ms resaltar el contomo de alguna imagen piadosa. En
sus grandes o pequeas sinagogas, esparcidas por toda
la tierra, puede observarse el mismo hecho.
Y no se nos arguya que en el judaismo no existieron
hombres
y
mujeres merecedores de ser, con justicia,
evocados por medio de imgenes religiosas. Ah est la
sombra majestuosa de un Abraham, padre de la fe
y
amigo de Dios. La persona plena de aventura
y
misticis-
mo de Jacob,
el progenitor de Israel. La no menos inquie-
tante
y
poderosa de un Moiss, grande entre los gran-
des. El nombre de
Job,
patriarca de la paciencia;
y
el del
rey David, poeta sutil que amas con sus propias lgrimas
las canciones eternas de la piedad verdadera. Y la enor-
me personalidad de los profetas: Isaas, el visionario
que contempl la
crucifixin de Cristo a la distancia;
Je-
remas, el misterioso profesor del llanto; Ezequiel, el de
las visiones apocalpticas; Daniel, el iluminado revelador
de sueos . . . Toda una inmensa teora de almas respeta-
das
y
respetables por su fe
y
veneradas por su sabidura
y
su piedad.
Cierto que el judaismo tuvo
y
tiene an, manantial
inagotable de donde poder extraer, sin fatiga, las imge-
nes histricas dignas de ser presentadas en los recintos
sagrados de sus templos
o de sus sinagogas
y,
sin embar-
go, el judaismo, fiel a la Ley divina, no ha intentado pi-
sar tierra ms all de donde el mismo Dios pudo orde-
narlo. El pueblo judo, podr tener
y
tiene, como todos
los pueblos de la tierra, sus pecados
y
hasta sus crime-
20 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
nes nacionales; pero su respeto hada la Ley ha sido, es
y
ser totalmente ciego.
Presentar en su contra los famosos querubines labra-
dos sobre el Arca de la Alianza por orden divina es pre-
tender arrojar puados de arena sobre los ojos abiertos
de un pueblo, cuyo culto, jams careci de absoluta es-
piritualidad. Porque los querubines del Arca, considera-
dos por el romanismo como un desacato a la ordenanza
divina, ni fueron esculpidos para ser adorados o recibir
el homenaje piadoso de las gentes, ni jams fueron pre-
sentados en el templo como objeto de culto grande ni
pequeo. Con sus alas abiertas sobre el Arca, en ademn
de proteccin sagrada, figuraron siempre como ornamento
escultrico de la misma, sin definir, por otra parte, la per-
sonalidad del algn ser determinado.
Buscar otra nueva condena
en la simblica serpiente
de metal, levantada por Moiss sobre las ardientes are-
nas del desierto
y
considerarla como una imagen religiosa
es desconocer totalmente la historia
y
las costumbres de
aquellos tiempos. Cierto que la serpiente crucificada
y
puesta frente al pueblo, trgicamente mordido por ser-
pientes ponzoosas, deba atraer las miradas de angustia
de los atacados por el mal
y
que la orden de fijar en ella
sus ojos fue dada por el mismo Moiss a su pueble; pero,
acaso podr olvidarse que fue costumbre egipcia
(y
de
Egipto proceda el pueblo de Israel liberado), la de cru-
cificar a los animales venenosos
y
dainos presentndo-
los as' crucificados, ante las gentes? ... Y el hecho de
mirar fijamente al animal crucificado no servira para
hacer pensar
y
creer al pueblo, seriamente daado por la
picadura de los reptiles, que el mal quedaba conjurado
por el poder divino
y
que deban confiar en la misericor-
dia de Dios, siempre ms potente
y
eficaz que la morde-
ICONOLATRA 21
dura atroz
y
simblica del pecado, representado por una
serpiente crucificada?
As el propio Cristo evoca este fuerte episodio e inter-
pretndolo rectamente dice a los suyos: "Y como Moiss
levant la serpiente en el desierto, asi es necesario que el
Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que
en l creyere no se pierda sino que tenga la vida eterna".
No porque la serpiente de bronce fuese un tipo
o
ima-
gen de Cristo, sino porque ste, al ser puesto en la Cruz
haba de atraer, necesariamente, la mirada del mundo
y
en esa mirada podran encontrar remedio los pecadores
para su pecado, tan mortal como la picadura venenosa
de las serpientes del desierto. Y por cierto, el nico re-
medio contra el pecado del mundo.
No existi, pues, en Moiss propsito alguno de que-
brantar la Ley en este caso ni en ningn otro.
Y si del judaismo saltamos al cristianismo primitivo,
a
ese cristianismo casi perfecto, verdadera edad de oro
para la Iglesia, tropezaremos con el mismo hecho. Du-
rante los tres primeros siglos de la era cristiana, jams,
ni dentro ni fuera de los templos, pudo distinguirse ima-
gen rehgiosa alguna. Ni con el pensamiento la Iglesia
de los primeros siglos intent desobedecer el mandato
divino.
Ni en los hogares cristianos, en donde se inici
la aurora del Evangelio, ni en el hueco evocador de las
catacumbas romanas, verdadera ciudad escondida de la
fe naciente, se descubren indicios de esculturas piadosas.
Pueden verse
y
leerse nombres, fechas, smbolos nica-
mente, testimoniando as la inquebrantable fe de la Igle-
sia en el contenido moral de la Ley de Dios.
As lo atestigua Erasmo en su ^'Catecismo", al decir
22 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
que: "Hasta el tiempo de San Jernimo no consentan
imgenes ni esculpidas ni pintadas en las Iglesias. . . ni
an la pintura de Cristo." Y bien sabido es que Jerni-
mo vivi en el ao 400 d. de C.
Y no se nos objetar que el cristianismo primitivo ado-
leci de figuras sobresalientes en su camino de piedad.
Que a l pertenece la levadura santa
y
santificada de
las doce piedras engarzadas en la corona augusta del
Evangelio. Dentro de l militaron hombres
y
mujeres hu-
mildes por su condicin social, pero santos por su con-
ducta
y
su fe. Ellos fueron los que con su pobreza enri-
quecieron al mundo. Sus nombres escritos en el Libro de
la Vida atestiguan, por s mismos, la bondad de sus almas
y
la recompensa misericordiosa de Dios. . . Pero ni uno
solo de ellos fue representado en imagen ante los dems
ni con su imagen ocuparon un lugar en la Iglesia. Que
a los verdaderos creyentes les basta con saber cmo, de-
trs de su nico Maestro
y
Seor, desfilaron por la tie-
rra millares de almas glorificando a Dios
y
testificando
valerosamente, sin temor al desprecio, al dolor, a la mi-
sera
y
a la muerte. Y si los cristianos de hoy repiten
y
recuerdan con cario sus nombres, eso para ellos es ms
que suficiente sin necesidad de contemplar con los ojos
d la carne aqullo c][e, por er carn, tambin llevar
siempre sobre s l
anatema de la murte
y
d la nada.
EL PAGANISMO CAUSA DE LA ICONOLATRA
La invasin de las imgenes religiosas comienza a ha-
cer su aparicin a raz de la conversin del emperador
Constantino al cristianismo, ao 315 d. de C. aproxima-
damente.
En efecto, el cristianismo se transform en la
religin
ICONOLATRA
23
oficial del imperio. Afluyeron a ella la inmensa mayora
de los fieles griegos
y
romanos llevando consigo el pe-
noso fardo de su idolatra. Con ellos penetraron en los
templos
y
en los hogares, en tropel tumultuoso, sus pro-
pias divinidades materializadas de cien mil formas dife-
rentes. No todas, por supuesto, porque su nmero apro-
ximado sobrepasaba al de 30-000, pero s aquellas que
por estar ms cerca de su mente resultaron demasiado
difciles
de
olvidar. Dentro del ingente santoral roma-
nista pueden descubrirse algunos personajes mticos co-
rrespondientes a los hroes, dioses
y
semidioses paganos.
Con nombres diferentes, pero con hechos legendarios
iguales o parecidos. Vestidos con ropajes distintos, pero
conservando su vida
y
sus hazaas paralelas.
Lo que gan el cristianismo en poder lo perdi en es-
piriuahdad. Cuando la Iglesia se injerta en la maquina-
ria complicada
y
no siempre sana del Estado, se repite
siempre este hecho lamentable. La religin necesita aires
de libertad, para poder dar
y
hallar su expresin legti-
ma. Al uncirse
al carro del Estado ha de marchar for-
zosamente por la senda que el Estado determine, pKjrque,
a pesar de todo, la fuerza del poder civil acaba siempre
por encontrar alguna forma de imposicin. No es que la
fe carezca de potencia, sino que sta se desvirta
y
des-
valoriza viviendo a la sombra
y
al amparo del Estado. Ya
lo declar Cristo: "Dad a Dios lo que
es
de Dios
y
al
Csar lo que es del Csar", indicando que el camino del
Estado
y
l de l Iglesia deben permanecer totalmente
independientes sin interferirse en sus intereses peculia-
res. Pr lo general, las religiones oficiales tienen siempre
las alas cortadas o recortadas, por lo menos,
y
en la ma-
yora de los casos dejan de ser sal
y
luz de la tierra para
marchar al comps de
las pasiones
y
criterios humanos.
Si algo podemos desear a la religin, sea esta cual fuere.
24 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
ser ]a de que aprenda a vivir
por s misma, luchando
abiertamente por el ejercicio espiritual de su fe.
No
es el dinero, ni la influencia de los poderes hu-
manos quienes darn a la fe al resplandor de las cosas
divinas, sino la propia naturaleza de sta, su virtud in-
terior
y
su poder de lo alto quienes la harn brillar
y
permanecer limpia. La fe necesita manos libres para rea-
lizar su obra, no manos atadas para arrastrarse sobre el
barro. Es preciso que la fe sepa entregar al mundo, con
toda honestidad, la parte de herencia santa que le ha
sido concedida sin mezclarla con otros ideales ajenos al
objetivo mximo de redimir
el mundo.
*
Debemos citar en apoyo de nuestra afirmacin el tes-
timonio cierto del gran telogo del siglo xv, Cornelio
Agripa, quien en su magnfica obra "De la vana
y
falsa
sabidura" dice as: "Las costumbres corrompidas
y
fal-
sa rehgin de los gentiles (griegos
y
romanos) han in-
festado nuestra religin tambin e introducido en la Igle-
sia imgenes
y
pinturas, con mucha ceremonia de pompa
externa, ninguna de las cuales se encontraron entre los
primeros
y
verdaderos cristianos".
Pobre Iglesia de Cristo! Ella que, navegando en un
ocano de pureza
y
espiritualidad sincera hubo de sortear
sin tregua los ms peligrosos arrecifes del mundo paga-
no, acab por anclar sobre el abismo hediondo del pro-
pio paganismo. Su tnica blanca se manch al ser piso-
teada por las ruedas ponzoosas del gran carro dorado
de la
idolatra. Y la iglesia, con aroma de cielo
y
can-
cin de santidad, se
convirti en marioneta vestida de oro-
pel o en codiciosa cortesana ataviada con todas las ga-
las de la ambicin
y
el
desenfreno. La tierra se
engalan
ICONOLATRA
25
con templos fastuosos, con altares recamados de pedre-
ra fascinadora, con sacerdotes revestidos de pompa
y
vanidad, con ensordecedor ruido de campanas, mientras
el Cristo bueno, el Cristo de Dios llamaba a las puertas
del corazn nuevamente e intilmente. Destronado, casi
por completo del espritu creyente, vio en agona levan-
tarse sobre la tierra, no el edificio santo de su Iglesia
amada, la Iglesia por la cual l
muri, sino el de otra
Iglesia ms poderosa, ms llena de almas, ms pictrica
de lujo
y
de riquezas, pero tambin mucho ms alejada
de l
y
de su doctrina de paz
y
de amor. La "Casa de
Oracin", "La Casa del Padre", quedaba relegada al
recuerdo piadoso
y
en su lugar se ofreca al mundo, in-
gente bosque de la imaginera religiosa en torno al cual
una muchedumbre equivocada elevaba sus plegarias, me-
ca sus incensarios
y
ofrendaba su corazn. La imagen
piadosa atraa las miradas del mundo creyente
y
la pa-
labra de Cristo se refugiaba en las sombras del des-
amparo
y
la soledad. Los dioses grandes
y
chicos, los
hombres
y
las mujeres ms o menos histricos
y
famosos
ocuparon los altares, las naves, las hornacinas exigiendo
por mandato de la Iglesia un culto, un homenaje, una glo-
ria que nicamente a Dios corresponda
y
corresponde.
Se prostituy la Iglesia cristiana
y
en su lugar apareci
la nueva Iglesia, no cristiana sino romana, no apostlica
sino pagana, no del cielo sino de la tierra.
Sin embargo, no todos los creyentes permanecieron
pasivos ante la profanacin del templo, de la doctrina
y
de la fe. Y es que siempre, a pesar de todas las cosas,
quedar un "resto santo" por amor al cual Dios per-
donar la temeridad de los ignoranter
y
combatir por
su verdad, la verdad que por ser suya habr de prevale-
cer sobre las puertas del infierno.
26 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
BATALLA CONTRA LAS IMGENES
Presintiendo la idolatra en que la Iglesia podra caer
por causa de las imgenes,
el Concilio reunido en la ciu-
dad de Elvira (Espaa), en el ao 305, decret lo si-
guiente: "En las Iglesias no habr pinturas para evi-
tar que sea adorado lo que est pintado en las paredes".
Ms contundente an, el Concilio celebrado en Constan-
tinopla, ao 730, bajo la presidencia del emperador Len
el Isurico, expidi otro decreto "contra el uso o abuso
de las imgenes o pinturas", ordenando adems que:
"fuesen quitadas
y
an quemadas todas las imgenes re-
ligiosas, bajo pena de severos castigos si tal cosa no se
hiciere". Veinticuatro aos ms tarde, 388 obispos reu-
nidos en el ao
794. en Francfort; en el 815 en Constan-
tinopla;
y
en el 825 en Pars, volvieron a insistir en la
prohibicin del uso de las imgenes, esculturas
y
pintu-
ras, en todos los templos.
Frente a esta acometida firme
y
sensata levant su
protesta l impdica emperatriz Ireiic, en el segundo Con-
cilio de Nicea
y
despus, la madre del emperador Miguel
en el ao 842, siendo ambas securtdads, desgraciada-
mente, por los Concilios de Constantinopla, en los aos
870
y
879. La situacin, por dems embarazosa, la re-
solvi definitivamente el Concilio de Trnto en el ao
1536
y
en su sesin veinticinco, decretando el uso de las
imgenes, esculturas
y
pinturas religiosas dentro
y
[uera
de los templos
y.
. . la decisin de Trento permanece en
pie hasta hoy.
ICONOLATRA 27
TRIUNFO DE LA ICONOLATRA
Ms de quinientos aos han transcurrido desde el da
en que el Concilio de Trento, padre augusto de la Igle-
sia romanista, lanzara al mundo esta fatal decisin. Des-
de entonces las imgenes
y
pinturas devotas se han mul-
tiplicado con la voracidad de un incendio en plena selva.
La iglesia se ha convertido en una verdadera fbrica de
imgenes. Cientos de miles de esculturas, dibujos, pintu-
ras, cuadros, etc., etc., en oro, plata, bronce, hierro, ma-
dera, barro, yeso. . . han invadido con oleadas de sacri-
legio los pases sometidos al yugo eclesistico del roma-
nismo. Como una inmensa plaga, las imgenes han asal-
tado los templos, los hogares, los caminos, los vehculos
y
en forma de amuletos o simplemente como ornato hacen
su ostentacin colgadas del cuello de las gentes o sus-
pendidas de las paredes en las habitaciones humildes o
hacendadas. Hay imgenes para todas las gentes
y
para
todos los gustos. Algunas revestidas de formas patibu-
larias
y
dislocadas; otras ungidas de arte
y
de belleza.
Unas dotadas de un poder sobrenatural, milagroso
y
has-
ta peligroso para sus rivales; otras, sin poder alguno, quie-
tas, mudas, sordas, rezagadas en las sombras del ano-
nimato. Las ms famosas se presentan aceptando toda
clase de ofrendas por los milagros
y
servicios mltiples,
dicen que por ellas realizados. Algunas de estas ofren-
das, valiossimas, de oro, plata
y
piedras preciosas bas-
taran para saciar el hambre de miles de desheredados.
Otras, que no llegaron a alcanzar esta gloria terrena en-
tre sus devotsimos fieles por carecer de suficiente po-
tencia milagrosa, permanecen cmo ocultas cenicientas,
avergonzadas de haber salido a luz ante los ojos vidos
de las gentes religiosas. La moda tambin
es
un factor
28 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
preponderante en pro o en contra de determinadas im-
genes. Y segn sean los tiempos o circunstancias, as se
arrumba a algunas en los rincones tenebrosos del olvido
o se las proclama como el ltimo grito de los cielos en
favor de las almas crdulas. Las imgenes, veneradas hoy,
no son ciertamente aquellas que produjeron tumultuosos
movimientos de credulidad en tiempos pasados.
El romanismo, que segn su propia afirmacin "nun-
ca vara", se ve en la necesidad imperiosa, constantemen-
te, de renovar
el camino de su fe
y
el objeto de sus ple-
garias para satisfacer con "sus novedades ms recientes"
la curiosidad, el inters o la fe de sus adeptos.
Y en torno a las imgenes, esculturas, pinturas, etc.,
"1
co:r.ercio tejiendo su tela de araa. Un comercio si-
"oniaco, pero de seguro xito
y
de pinges ganancias. Y
junto a los mercaderes religiosos, todo un imponente ejr-
cito de obreros
y
artistas, verdaderos imagineros de la
religin romana, engalanando con sus imaginaciones
y
fantasas pueriles, aunque perniciosas para la fe cris-
tiana, todo ese inmenso cmulo de hombres
y
mujeres
elevados por obra
y
gracia de la Iglesia romana a san-
tos
y
santas, mrtires
y
confesores, vrgenes
y
beatos,
aureolados con la corona de la santidad
y
la palma del
martirio. La iconolatra romanista es
ciertamente un pro-
digioso filn de cuyas vetas, jams agotadas, extraen ju-
gosos rditos los eclesisticos
y
los seglares. Es muy di-
fcil saber distinguir, en los pases de tradicin romanis-
ta, sobre la cpula de
sus campanarios, el smbolo de la
fe: unas veces
parece ser una cruz
y
otras, la silueta
alada de Mercurio.
ICONOLATRA 29
* *
Y es
tambin imposible, an para el ms sincero den-
tro de la Iglesia romana, dar un paso atrs sobre este
punto. Ha caminado muy lejos el
romanismo. El propio
pueblo creyente, mecido
y
adormecido durante siglos por
estas representaciones de una fe decadente
y
supersti-
ciosa, se revolvera airado contra quienes intentaran arre-
batarles estas cosas para ellos fundamentales en el ejer-
cicio de su fe. Si alguien se atreviera a lanzar su grito
de guerra "iconoclasta", se vera inmediatamente acosado
por una furiosa turbamulta que, como en siglos pasados
y
contra el apstol Pablo, grit en la vieja ciudad de
Efeso: "Grande es la diosa Diana de los efesios". Y cosa
de Dios fue que el genio del cristianismo no pereciera
a manos de la multitud enfurecida, fanatizada por un
sacerdocio pagano
y
una iglesia embrujada por el sor-
tilegio nefasto de una supersticin
y
una idolatra dia-
blicas.
Sin embargo, sabemos que se acerca el da en que las
almas verdaderamente cristianas
y
piadosas se acostum-
brarn a adorar a Dios en "espritu
y
verdad", porque
Dios busca tal clase de adoradores. Las imgenes no se-
rn echadas de menos. Las seales de los tiempos son
precisas. Hoy mismo existen ya muchos templos catli-
coromanos en los que apenas si existe alguna imagen
religiosa. La fe en la iconolatra va cediendo terreno a la
verdad del Evangelio puro. La luz de Dios tarda mucho
en penetrar corazn adentro. Se dira que su labor es len-
ta, pero constante, como el trabajo del mar sobre el acan-
tilado.
Sabemos que no es el camino
de
la violencia quien
puede vencer a la iconolatra romana. La lucha en el
siglo veinte contra el paganismo religioso no debe enta-
30 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
blarse entre la fuerza bruta
y
el smbolo supersticioso; si-
no entre la verdad, que por ser divina alcanzar siempre
la victoria,
y
la mentira, que por ser de origen diablico
acabar siempre por sucumbir. Derrumbar los dolos de
fuera por el conjuro del fuego purificador o el golpe del
martillo pulverizador es obtener nicamente un triunfo
aparente
y
fugitivo. Cuando se logre extirpar la falsa fe
de las almas piadosas, creando en
su
lugar una fe razo-
nada
y
razonable se habr conseguido avanzar mucho
ms. Hay que sacar a los dolos de dentro del pensamien-
to
y
del corazn, para que caigan definitivamente dentro
y
fuera de los templos,
y
dentro
y
fuera del campo de
la fe realmente cristiana. Es con argumentos
y
no con
salvajes destrucciones como el cristianismo se impuso en
el mundo. Es con la espada del Evangelio santo como
se puede volver a dar muerte al dragn del paganismo,
por desgracia hoy incrustado hasta lo ms hondo en la
mente
y
en el espritu del romanismo. Llevar a ste por
la senda de la verdad cristiana es hacer una obra de fe
y
un acto de caridad.
EL "POR QU" DEL MANDAMIENTO
No se necesitan argumentos rebuscados para deter-
minar el "por qu" de este segundo mandamiento de la
Ley divina. La sabidura de Dios es siempre oportuna
y
previsora. Su conocimiento del corazn humano es per-
fecto. La inclinacin morbosa del pensamiento en el hom-
bre es para l tan clara como la misma luz salida de su
palabra hecha carne
y
hecha vida. Dios sabe que el he-
cho de representar lo invisible religioso bajo una forma
sensible, encierra siempre el peligro terrible de la ido-
latra. Este peligro se
hace mucho ms evidente en la
ICONOLATRA 31
imagen esculpida que en la imagen pintada o dibujada.
Por eso l coloca un pequeo parntesis entre la escul-
tura
y
la ointura
y
enfticamente relaciona su prohibi-
cin ms ton aqulla que con sta. Es fcil de compren-
der. La escultura mantiene las cuatro dimensiones, en tan-
to que la pintura nicamente contiene dos dimensiones.
La imagen incita ms a la idolatra que el dibujo
y
la
obra pictrica en general, porque est ms cerca de lo
humano, de lo real, de lo semejante al hombre o la mu-
jer,
y
precisamente en esa semejanza se encuentra el
peligro. Para la mente comn, sobre todo, la identifica-
cin de la imagen con el ser por ella representado es tan
natural
y
tan normal como pueda serlo para una nia la
mueca preferida a la que besa, mima, habla
y
cuida
como si fuera un ser real. La experiencia demuestra la
verdad de este hecho. El romanismo jams podr evitar
esta desgracia. Jams
podr convencer a sus fieles, de
inteligencia poco desarrollada o a los fanticos, que una
determinada imagen no es realmente algo que tiene vida,
que puede escuchar
y
responder, castigar o recompensar,
bendecir
o
amenazar. Para convencerse de esta verdad
bastara observar el terror, el espanto, la ira que se apo-
dera de cualquier creyente romanista si, por una causa u
otra, su imagen predilecta es atacada en alguna forma
destructiva o ultrajada de alguna manera violenta. La
razn de ello se encuentra en lo afirmado anteriormente:
el creyente ha convertido en dolo, en persona, en ser
sobrenatural aquello que en verdad no pasa de ser una
obra de manufactura humana. Las leyendas sobre im-
genes que sudan, que sangran, que hacen milagros, que
castigan
y
que recompensan por s mismas se cuentan
por centenares. En todos los tiempos, en todos los pases,
en todas las razas, el cmulo legendario de hechos por-
tentosos atribuidos a las imgenes es desconcertante. Po-
32 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
siblemente hoy, en el siglo xx, ha descendido mucho su
cantidad; pero, todava pueden escucharse infinidad de
hechos maravillosos achacados a los dolos que '^tienen
boca pero no hablarn; ojos tienen pero no vern, orejas
tienen
y
no oirn, pues no hay aliento
o espritu en sus
bocas."
La explicacin de hecho tan absurdo se encuentra
claramente en la idolatra ancestral, incluyendo, por su-
puesto, dentro de ella a las rehgiones griega
y
romana.
Para los creyentes de la antigua pagana la imagen en-
cerraba dentro de ella misma "el espritu" del ser por ella
representado. Por eso, decan ellos, pueden or, respon-
der, realizar hechos sobrenaturales, etc.
Los ms crdulos de entre los romanistas no parti-
ciparn tambin de este tipo de fe? No creern tambin
que dentro de la imagen de madera, piedra, oro o plata
o barro se halla habitando el alma de quien ella repre-
senta
y,
por tanto, obra a travs de ella desde el mis-
terio de lo invisible? Es muy posible.
Siendo esto as, se comprende que el creyente haya
pasado de la admiracin
y
la consideracin a la adora-
cin de las imgenes, es decir, que haya cado en la ms
grosera idolatra, rindiendo homenaje
y
culto religioso a
tales representaciones devotas. En efecto, el romansmo
tiene reservado para las imgenes un culto especial lla-
mado de dula. Diramos un culto menor, diferente en
grado al rendido a Mara, la madre del Seor
y
a la San-
tsima Trinidad. . . pero culto religioso al fin.
Podramos preguntar al romansmo en qu lugar o
pasaje de la Escritura se establece otro culto distinto a
aquel que corresponde nicamente a Dios? Las palabras
de Cristo sobre esto son tajantes: "Al Seor tu Dios ado-
rars
y
a l solo servirs". Palabras que la Iglesia ro-
mana parece haber olvidado completamente, pero que
ICONOLATRA
33
el judaismo, tanto como la Iglesia cristiana primitiva
supieron respetar con fidelidad absoluta.
Por otra parte, nos atreveramos a preguntar al ro-
manismo cmo se pueden determinar los grados de ado-
racin? Hasta dnde el corazn debe rendir culto a Dios
y
hasta dnde debe hacerlo as con las imgenes? Si
Dios exige de los creyentes el corazn totalmente qu
parte del sentimiento humano es aquella que debe reser-
varse para adorar a las imgenes o sus representados?
Creemos, ciertamente, que no existir un slo doctor den-
tro de la Iglesia romanista que nos pueda responder a
esta pregunta.
Otra poderosa objecin, al culto rendido por los fie-
les catlico-romanos a sus imgenes la presenta el propio
San Agustn en su sermn 97 contra la idolatra, al de-
cir: "Y para que ninguno diga: Yo no adoro la imagen,
sino lo que la imagen significa, se debe aadir inmedia-
tamente:
y
ellos adoraron
y
sirvieron a la criatura ms
que al Creador. Ahora bien, entended: o adoran a la
imagen o a la criatura (por ellas representada)
y
el que
adora a la imagen convierte la verdad de Dios en men-
tira". El menosprecio de una lumbrera como fue San
Ambrosio, por parte de los idlatras, es digno de alaban-
za. Este gran hombre de la Iglesia cristiana afirm: "Las
palabras que los gentiles pronuncian son ricas
y
gran-
des, las cosas que
ellos defienden totalmente despose-
das de la verdad. . .
porque hablan de Dios
y
adoran una
imagen". Orgenes, en su violenta diatriba contra Celso,
escribe lo siguiente: "Qu persona sensata no se reir
de un hombre que
mira a las imgenes
y
les ofrece su
oracin o
contemplndolas se dirige al ser contemplado
en su mente, a quien l se imagina que debe ascender,
del
objeto
visible que es el smbolo de aquel a quien la
imagen se
supone
representar?" Mas no risa, sino amargo
34 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
lamento produce en nosotros contemplar el espectculo
diario de millares de creyentes, inclinando
su espritu
y
su cuerpo ante las imgenes convertidas en dolos por
la credulidad de las gentes
y
la nefasta indiferencia de
su Iglesia.
Y nuestro corazn se conmueve hasta lo ntimo
y
se
deshace dentro de nosotros, como el del apstol Pablo
en la ciudad de Atenas, viendo a tantas criaturas dadas
a la idolatra. No risa de burla sino plegaria encendida
es la que debe brotar de nuestra fe, impetrando el des-
censo divino del Espritu Santo a cada corazn, para que
sea l quien conduzca por la senda de la verdad a quie-
nes, por ignorancia o fanatismo, no pueden ver
y
recrear-
se en la luz santa del Dios verdadero.
Pecado es el hacer una imagen religiosa, pero mayor
pecado an es el de adorar, con un culto grande o pe-
queo, a esa misma imagen, obra de manos humanas. Si
el romanismo siquiera se hubiese contentado con obede-
cer las rdenes de aquel Concilio de Maguncis que en
1549 decret: "Las imgenes no deben ser puestas en las
Iglesias para ser adoradas
y
los sacerdotes deben quitar
aquellas imgenes que por credulidad de las gentes se
convierten en milagrosas". . . O aquellas otras enuncia-
das por el Concilio de Pasy en 1561: "Las imgenes de-
ben ser expuestas en los
templos para recuerdo de
Je-
sucristo
y
sus santos. . .
"
O las que dict el Concilio de
Ren en 1446 para buen gobierno de Jos fieles, dicien-
do: "Condenamos la prctica idoltrica de dirigir oracio-
nes a las imgenes" . .
.
Si la Iglesia de Roma hubiese mostrado su buena vo-
luntad oyendo
y
obedeciendo estos sansimos consejos,
aun estara a tiempo para enmendar su camino tratan-
do de agradar a Dios.
ICONOLATRA
35
TRES RPLICAS CRISTIANAS CONTRA LA
ICONOLATRIA
Y si algunos dijeren que jams el culto
y
homenaje
de los fieles romanistas se dirigi a las imgenes en s,
ni jams creyeron que dentro de ellas pudiera morar el
espritu del ser representado bajo su figura, sino que to-
da su adoracin va dirigida a impetrar la intercesin de
aquellos santos
y
santas por ellas representados, aun ten-
dramos que objetarles tres hechos importantsimos entre-
sacados de las Santas Escrituras, como rplica sensata
y
acertada de la verdad divina.
El primero guarda relacin, nada menos, que con el
apstol Pedro. Este venerado anciano
y
apstol fue a
visitar a los creyentes radicados en la populosa ciudad
de Cesrea. Entre ellos se encontraba un capitn romano
llamado Comelio, quien deseaba saber ms
y
mejor de
Cristo. Cuando Pedro se acerc a la ciudad, Comelio,
entre otros, sali a recibirle
y
al hallarse en presencia del
siervo del Seor se derrib a sus pies e intent adorarle.
Pedro, rpidamente, le oblig a levantarse dicindole:
''Levntate. Yo tambin soy hombre". (Libro de los He-
chos, cap. 10)
.
Roma ha echado en olvido esta formidable leccin.
Su pretendido primer papa prohibi que un hombre se
arrodillase ante l con intencin de rendirle un culto re-
lativo de adoracin o simplemente tributarle un acto de
sincero homenaje. Pedro apoy su orden en un razona-
miento serio, de gran valor moral: "Yo tambin soy hom-
bre**. Confes la verdad, la eterna
y
saludable verdad.
El
Tomanismo se niega a reconocer que todos los san-
tos, santas,
mrtires, confesores, etc., etc., no son ni
fue-
ron otra
cosa que hombres
y
por tanto imperfectos, ne-
36 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
cesitados de la gracia
y
del perdn de Dios como cual-
quier otro creyente. Porque si en ellos hubo algn valor
excepcional, en el sentido moral
y
espiritual,
no
fue de-
bido a su propia naturaleza carnal
y
pecadora sino a la
"gracia de Dios" que fue con ellos, como haba de afir-
mar el humilde apstol Pablo. De donde el mrito huma-
no, la virtud humana, la santidad humana no es cosa
imputable al ser humano sino a Dios, que santifica, re-
genera
e
ilumina la vida con el resplandor misericordioso
de su poder
y
de su amor. Por tanto, no es a los santos
ni santas a quienes debe rendir homenaje el alma cre-
yente sino a Aqul que sabe
y
puede hacer de un hom-
bre
y
una mujer un apstol, un hroe de la fe, un ser
extraordinario
y
ejemplar.
3^ if. 4.
El segundo caso se relaciona con el viaje misionero
de los apstoles Pablo
y
Bernab cuando visitaron la
ciudad de Listra. San Pablo efectu en aquella ciudad
una obra milagrosa al sanar, por el poder de Cristo, a
un hombre paraltico. Los paganos que presenciaron el
hecho creyeron que Pablo
y
Bernab eran dioses,
y
a Pa-
blo le llamaron Mercurio
y
a Bernab,
Jpiter. El propio
sacerdote de Jpiter se
dirigi al templo
y
acompaado
por varios ciudadanos, creyentes como l, sac de su in-
terior un par de animales destinados al sacrificio e irrum-
piendo entre la multitud que rodeaba a los apstoles se
dispuso a sacrificar en su honor las vctimas elegidas.
Pablo, entonces, rasg su tnica violentamente en seal
de desesperacin
y
gritando para ser odo dijo al pueblo.
"Por qu hacis esto?. . . Nosotros tambin somos hom-
bres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de
estas vanidades os
convirtis al Dios vivo". (Libro de los
Hechos, cap. 14).
ICONOLATRA 37
Pablo
y
Bernab se opusieron al homenaje sagrado
porque ellos, como el apstol Pedro, "no eran ms que
hombres". Y la splica de Pablo dirigida a los gentiles
sigue siendo la misma que nosotros dirigimos a los ro-
manistas dicindoles. . . "Que de estas vanidades os con-
virtis al Dios vivo que hizo los cielos
y
la tierra
y
el
mar
y
todo lo que en ellos hay. . . Adorad a Dios".
Nuestra ltima rplica la arrancamos de las pginas
misteriosas, pero reveladoras, del gran libro del Apoca-
lipsis. Su autor fue el apstol Juan, el discpulo amado
del Seor. Nos dice l que vio, desde su destierro en
Patmos, la nueva ciudad de Jerusalem ataviada como no-
via para celebrar las bodas del Cordero de Dios. Esta
visin, afirma, la tuvo porque el ngel de Dios le gui
a la contemplacin esttica de tantas maravillas. En-
tonces Juan, el apstol del amor, agradecido e iluminador
se postr de rodillas delante del ngel para adorarle. . .
pero el ngel le dijo: "No lo hagas, porque yo soy siervo
contigo
y
con tus hermanos los profetas
y
con los que
guardan las palabras de este Libro. Adora a Dios'*. (Apo-
calipsis cap. 22; vers. 8
y
9).
No creemos que hagan falta mayores argumentos. Si
ni an los mismos ngeles permiten la adoracin huma-
na porque son siervos de Dios
y
hasta ellos mismos acon-
sejan que debe adorarse a Dios nicamente, los comen-
tarios huelgan. Porque quin se atrever a afirmar que
entre toda la ingente multitud de hombres
y
mujeres ca-
nonizados
y
santificados por el romanismo exista siquie-
ra uno superior en pureza, en amor, en santidad al ms
pequeo de los ngeles de Dios? Y si los ngeles prohi-
ben a los hombres cualquier clase de homenaje religioso
38 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
O culto relativo dirigido a ellos, con qu autoridad po-
drn aceptarlo aquellos cuya naturaleza jams dej de
ser humana
y
tan distante estuvo de aquella otra esen-
cial a la naturaleza anglica?
CONCLUSIONES
Llegamos, pues, al fin de este captulo
y
aceptamos
como saludables para el alma
y
necesarias para la fe es-
tas sencillas conclusiones:
la.^La prohibicin relativa a las imgenes religiosas
pertenece a la voluntad divina
y
por tanto debe
ser respetada ntegramente.
2a,'El ejemplo de fidelidad absoluta al mandamien-
to, manifestado tanto por el judaismo como por
la Iglesia Cristiana primitiva, debe ser imitado
sin limitaciones de tiempo, circunstancias o lu-
gares.
3a,'No existe ms que una clase de adoracin
y
culto,
sea ste pblico
o
privado: aquel que se dirige
a Dios, a Cristo
o
al Espritu Santo. Y debe ser
practicado en espritu
y
verdad.
4a.'
El
hecho positivo de que lo ms sano dentro
de la Iglesia, en todos los siglos, haya protes-
tado de la introduccin de las imgenes en los
templos es la prueba ms evidente de que esta
costumbre pagana debe ser desterrada.
5a.'Las imgenes rehgiosas no son necesarias ni para
recordar a los que ya fueron ni para ser con-
vertidas en dolos
y
objetos de adoracin o
in-
tercesin divina pues, escrito, est: "No hay
otro mediador entre Dios
y
los hombres que
Jesucristo
hombre". (Sn. Pablo ^ Timoteo,
Carta, cap. 2; vers.
5).
II. MARIOLATRA
BIENAVENTURADA ENTRE LAS MUJERES
Muy lejos de nuestra intencin el ofender, ni an con
el ala del pensamiento a la mujer virtuosa
y
humilde, ele-
gida por Dios para ser la madre augusta de su Unignito
Jesucristo. Fue tal cosa un decreto de la voluntad divina
y
debe ser acatado sin reservas.
Tampoco sera justo negar las virtudes altsimas que
colocaron sobre la frente blanca
y
pura de la doncella
descendiente de David, el gran rey de la promesa anti-
gua, la aureola envidiable del martirio
y
del herosmo.
Antes bien, unimos nuestra voz a la salutacin, hecha
flor
y
perfume, del ngel Gabriel cuando, en la pequea
ciudad
de
Nazaret, hubo de dirigirse a Mara con estas
palabras: "Dios te salve, llena de gracia. El Seor es
contigo. Bendita t entre las mujeres". (Sn. Lucas, cap.
1; vers.
28).
Respetamos con emocin el incienso maravilloso del
"Magnficat", oracin de la Virgen Madre, expresin can-
dorosa de su alma nia conturbada ante el milagro de
la vida santa que floreca en su seno cuando supo decir:
"Desde ahora me dirn bienaventurada todas las gene-
raciones."
S, "bienaventurada" la mujer seleccionada por Dios
para ser la bendita madre de quien haba de iluminar el
mundo con su luz celestial: Cristo Jess.
"Bienaventura-
das" tambin todas las mujeres madres apartadas por Dios
para dar al mundo una Humanidad henchida de bondad,
sabidura
y
amor. Porque siempre fue
y
seguir siendo
42
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
una dicha inefable colaborar con Dios en su obra gigan-
tesca de todos los das.
Ensalzamos contigo. Mara, madre de
Jess, a Aqul
que quiso ensalzarte sobre todas las mujeres de la tie-
rra sin detenerse a contemplar la bajeza de tu condicin
humana. Alabamos al Dios grande
y
misericordioso, co-
mo t dijiste, que "esparci a los soberbios del pensa-
miento de su corazn, destron a los poderosos
y
ensalz
a los humildes; hinchi de bienes a los hambrientos
y
a
los ricos dej vacos".
Tu "Magnficat", Mara, es una escala de luz
y
el
regocijo de tu espritu es como pan de vida "para todos
los pequeos". T llevaste en tu seno plegado en el mis-
terio santo de Dios,
el manantial sereno de tu fe. Por eso
la mirada de la Humanidad creyente se clava en las al-
turas para buscarte a ti tambin
y
apagar con tu recuer-
do santo la inquietud tormentosa del mal pensamiento o
el grito de rebelda hijo de la soberbia
y
la ignorancia.
El ejemplo vivo de tu peregrinar sencillo, santificado
por el amor divino, es
y
ser eterno. Tu doloroso Cal-
vario tras el Hijo de Dios, grave misterio para ti misma
y
escndalo para todos nosotros, los pobres de espritu,
los forjadores de ideales altos, los soadores de mundos
nuevos, los incurables visionarios de lo que siempre est
ms all de los ojos nublados de la carne. Inmensa en tu
trgica soledad junto a la Cruz, contigo compartimos la
tragedia de nuestro insignificante ideal que
se
quiebra,
de la minscula ilusin que se marchita, del pedazo de
amor mstico que se muere.
Y como t tambin, sin llegar a la cima de tu santi-
dad
y
de tu amor, hemos aceptado esa voluntad superior
que envuelta en las locuras incomprensibles de Dios mar-
ca
nuestra ruta perfecta hacia la eternidad.
"Bienaventurada"
seas Mara, madre del Seor, por
MARIOLATRA 43
tu paciencia, por tu humildad, por tu fe, por tu amor, por
tu santidad. "Bienaventurada" por tu inaudito sacrificio
y
tu piadosa resignacin. "Bienaventurada" porque su-
piste cerrar tus labios en la hora suprema de la renun-
ciacin, cuando al pie de la Cruz, fuiste como el cliz
nevado de la azucena pisoteado por el mundo
y
bende-
cido por Dios. .
.
INCIENSO Y ANATEMA
No hay pecado ni error en el romanismo al ensalzar
la figura noble de Mara, la Madre del Seor. No hay
pecado en regar a su paso flores
y
canciones. No hay
pecado en elevar el pensamiento hacia su gloria enviada
y
permitida por Dios. No hay pecado en llevar su nom-
bre en el corazn
y
el ejemplo de su vida en la concien-
cia.
Muchos de los ttulos aplicados a su carcter o a su
pasin divina son totalmente correctos. Que la poesa
escape en tiernas oleadas, en raptos de inspiracin subli-
me en torno suyo. Que vuelquen los soadores el ritmo
de su cantar en honor del "Lirio
de
Valle", de la "Azu-
cena de Jeric", de la "Rosa Mstica". . . No hay que
cortar las alas a la imaginacin ni al sentimiento. Mara,
la Madre del Seor, es acreedora a muchos eptetos ba-
ados en luz de luna
y
rayos de sol. No hay maldad
en su encumbramiento ni blasfemia en su intencin. . .
pero sea hecho todo de acuerdo con la Escritura Santa
y
el buen juicio de Dios.
Porque algo muy diferente es buscar el ensalzamiento
de Mara, la Madre del Seor, por medio de frases
y
conceptos de recio contenido anticristiano
y
antilgico,
imperdonables para la teologa
y
para la verdad hist-
44 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
rica. Por ejemplo: el tan repetido e incongruente ttulo
de "Madre de Dios" a todas luces opuesto al bien pen-
sar
y
al bien creer. Cierto que Mara es la Madre de
Jesucristo
y
cierto tambin que ste es Dios, pero sin
olvidar
que Cristo es fruto del Espritu Santo en su na-
turaleza divina
y
Mara es la Madre
de Cristo en cuanto
a
su naturaleza humana. No entenderlo as equivaldra a
suponer que la Humanidad
es capaz por s misma de en-
gendrar la Divinidad, es decir, que Mara, como mujer,
est capacitada para engendrar a Dios
que es Espritu
puro, perfecto
y
creador
y
formador de lo humano. No
sabemos de caso alguno dentro del Cristianismo en que
un ser humano haya podido dar lugar a un ser divino,
ni ningn hombre o mujer, por muy elevada que haya
podido ser su categora moral o espiritual, capaces de
figurar como progenitores de la Divinidad. Pensar de
otro modo sera confundir la vergenza del paganismo
con la gloria del Cristianismo. Dios es increado
y
por
tanto no puede tener "madre*'.
Acaso para prevenir al mundo creyente de este po-
sible peligro, Cristo jams llam "madre" a Mara. En
el festn de las bodas de Cana estas fueron sus palabras:
"Mu/en qu tengo yo contigo? Aun no ha venido m
hora". Y desde el rbol sagrado de la Cruz, as dijo l:
"Mujer he ah a tu hijo. Hijo he ah a tu madre".
Cristo conoci siempre
y
no neg jams el misterio
augusto de su nacimiento. l saba que proceda de Dios
directamente. Por eso a Dios le llam siempre "Padre".
l saba que Mara fue simplemente el
instrumento pa-
sivo de su nacimiento, el "receptculo" de la voluntad di-
vina, no la causa esencial de su venida al mundo. Para
evitar, pues, estas lamentables confusiones, Cristo se abs-
tuvo de dar el tiernsimo ttulo de
"madre" a Mara, "la
bienaventurada entre las mujeres".
MARIOLATRA
45
El mismo suceso se repite a travs del libro de los He-
chos, de las cartas apostlicas
y
del Apocalipsis en donde
Mara aparece como la "mujer" escogida por Dios para
dar al mundo la naturaleza humana o la forma humana,
mejor dicho, de su Hijo Unignito.
Nuestro profundo respeto por lo escrito nos obliga
a no atribuir a Mara un ttulo inexacto, sin que por ello
nuestro cario,
y
nuestra profunda admiracin por Ma-
ra pierda un pice.
4^ * *
Existen, asimismo, multitud de otros ttulos aplicados
al nombre de Mara completamente incorrectos. Por ejem-
plo, cuando se le llama: "Arca de la Ahanza", "Puerta
del cielo" o "Estrella de la maana", porque bien sa-
bido es que el Arca de la Alianza construida por Moi-
ss,
ni aun como smbolo, puede confundirse con una
persona o ser aplicativa a un ser humano. Tampoco el
epteto de "Puerta del cielo", adjudicado a Mara, es
justo. No existe ms que una puerta del cielo
y
sta es
Jesucristo. l mismo se llama "Puerta", porque para en-
trar a los lugares donde Dios tiene su trono celestial.
Cristo es el NICO CAMINO. "Nadie, dice l, viene
al Padre sino por m". De igual manera no es conve-
niente denominar a Mara "Estrella de la maana", pues
ese ttulo es privativo de Cristo, quien dice de s mis-
mo: "YO SOY LA ESTRELLA RESPLANDECIEN-
TE DE LA MAANA".
El error del romanismo sobre este particular ha con-
sistido en exagerar su profunda veneracin por Mara,
la madre del Seor. Esta veneracin convertida en ado^
racin le ha hecho pecar contra la verdad de las Escri-
turas. Ese pecado es grave cuando se comete intencio-
46 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
nalmente. El romanismo conoce muy bien la Palabra de
Dios
y,
sin embargo, procede como si no tuviera de ella
el menor conocimiento. Ese es el pecado de farisesmo con-
tra el que Cristo dice: "Y por cuanto decs vemos vues-
tro pecado permanece".
MARA "LA MADRE DEL SEOR"
No obstante esto debe drsele a Mara el significativo
ttulo de "madre". As se lo dieron los propios discpulos
quienes tuvieron el privilegio de retenerla a su lado des-
pus de la crucifixin de Cristo. Pero al darle ese ttulo
de "madre", lo hicieron siempre viendo con los ojos del
alma a la humilde
y
santa "mujer" que habiendo llevado
en su seno, por voluntad divina, al Hijo de Dios, supo
rodearle con la ternura de sus brazos, mecerle en su pia-
doso regazo, besar sus mejillas infantiles, acariciar su
cabellera rebelde
y
dormirle al son inefable de una dulce
balada de amor.
Al saludarla con el nombre de "Madre del Seor",
nosotros tambin queremos decir que ella fue la "mujer"
abnegada que ense a
Jess,
como hombre, a caminar
sobre la tierra, a hablar el lenguaje de los humanos, a
frecuentar el trato social infantil con sus compaeros de
escuela, a visitar el templo
y
a orar en l, a crecer, en
una palabra, como el
Evangelio afirma en: "estatura, sa-
bidura
y
gracia" para con Dios
y
los hombres. Vemos
tambin en esa Mara "Madre del Seor" su camino de
esperanza
y
de agona tras el hijo amado. Sus asombros
y
sus
inquietudes. Sus alegras
y
sus espantosos temores
al verle aclamado por las multitudes
y
apedreado por sus
compatriotas;
adorado por las gentes sencillas
y
senten-
ciado a muerte por el odio implacable de los partidos re-
MARIOLATRA 47
ligiosos* incapaces de comprender la inmensa grandeza
del pensamiento
y
la obra de Cristo. S, miramos con in-
menso cario a la "madre" de Jess, el joven artesano
de Galilea, el Hijo del Hombre, capacitado para juzgar
a la Humanidad
y
para representarla ante Dios
y
ante
la historia. Y con ella, en el silencio augusto de una ple-
garia, bendecimos a Dios "por el fruto de su vientre" ma-
terno
y
de su amor inquebrantable
y
de su inmenso calva-
rio, que puede muy bien ser simbolizado por aquella es-
pada de siete filos que el viejo sacerdote Simen viera
hundirse en el pecho noble
y
valeroso de la "madre" bue-
na, de la "madre" santa.
Es mejor contemplar as a Mara que no ensalzada
sobre la corona ingente de las nubes del cielo o encara-
mada, por arte del fanatismo insustancial, sobre la blan-
cura inmaculada de los altares o el rebuscado ornamento
de las hornacinas. Es mejor ver en Mara, a la "mujer-
madre",
que
admirar en ella la mentida pompa de una
diosa pagana convertida en reina de los ngeles
y
empe-
ratriz del Universo. Est mucho ms cerca de nuestro
corazn simbolizando a todas las buenas madres del mun-
do, que cabalgando solitaria sobre doradas carrozas en-
tre las columnas retorcidas del incienso pagano. Y so-
bre todo, esa Mara, "madre del Seor", vista as es la
misma que vieron los ngeles de Dios en la noche silen-
ciosa
y
santsima del feliz alumbramiento; la misma que
contemplaron los creyentes primeros de la fe verdade-
ra; la misma que amaron las mujeres piadosas de aquel
fervoroso grupo que sirvi a Cristo
y
a los suyos, de sus
haciendas; la misma, en fin, que se sinti acompaada
por las almas buenas de campesinos
y
lugareos en las
horas trgicas del Glgota.
Esa es la "madre" santa, cuyo nombre estampado en
las pginas de las Sagradas Escrituras se ofrece a todos
48 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
los creyentes. Esa es la bienaventurada Virgen Mara,
"madre del Seor", verdadera, nica, como Dios quiso
que fuera
y
como Dios la hizo ser para gloria de la fe
cristiana.
Seguro estoy de que ella, desde la gloria donde est
por la misericordia divina, no acepta en su modestia
y
bondad otra clase de homenaje. Porque ella, muy por
encima de todo ese inmenso cortejo de ciegos adulado-
res, junto al Hijo amado, contempla el panorama incom-
prensible de una muchedumbre que fue llevada por ca-
minos extraos a la verdad
y
a la fe. Ciertamente ella
no puede pedir otra cosa a los verdaderos cristianos ms
que esto: que vean con los ojos del alma a ese Hijo su-
yo
y
de Dios en el cual el Padre eterno tuvo
y
tiene todo
su contentamiento. Estas son sus palabras arrancadas a
las circunstancias
y
al corazn en aquella ocasin me-
morable del primer milagro, llevado a cabo por su hijo,
cuando en las bodas de Cana de Gahlea, dijo a todos
los presentes: "Haced lo que l os dijere". Y de este
modo, la humildad sincera de Mara, coloc a la Igle-
sia en el lugar donde sta debe estar: de rodillas ante
Aquel a quien "Dios le dio un nombre que es sobre todo
nombre".
LA INMACULADA
Para sostener su absurda tesis, el
romanismo no va-
cila en considerar a Mara como diosa an antes de su
nacimiento. Tal cosa resalta del nuevo dogma declarado
como tal por la Encclica papal de Po IX, salida a luz el
da 8 de
diciembre del ao 1854. Este dogma novsimo
afirma literalmente que "Mara fue concebida
y
nacida
sin pecado". Esta afirmacin echa por tierra las grandes
MARIOLATRA
49
aseveraciones escriturarias sobre el pecado original
y
el
pecado universal. Va tambin contra toda lgica.
El nico ser concebido
y
nacido sin pecado fue Cris-
to. Esto s est conforme con la Escritura
y
con la patrs-
tica de todos los siglos. Adems, cae dentro de las ex-
gesis ms rigurosa. Cristo nace engendrado por el Es-
pritu Santo. No es producto humano. No es un hijo de
los hombres. Es desde su concepcin el Hijo de Dios.
"Fue, dice San Pablo, en todo semejante a nosotros, pe-
ro sin pecado". No slo en su concepcin Cristo viene al
mundo de un modo sobrenatural. Su vida es una demos-
tracin palpable de este hecho. La vida de Cristo
es un
ejemplo nico de santidad perfecta o de perfeccin abso-
luta. Ni uno slo de sus enemigos se atrevi a lanzar so-
bre
l una sola piedra. Ni uno solo le culp de pecado.
Su condena obedeci a injusticia
y
a envidia, a odio
y
a malquerencia humana. "Sin causa, dice l, me aborre-
cieron". Esa fue
y
es toda la verdad. Cuando en los tiem-
pos modernos
el judaismo reconoce que se cometi con
el Rab
d<? Galilea una equivocacin
y
que fue "injusta-
mente" condenado, hace bien.
Judas tambin reconoci
haberle traicionado
y
vendido, siendo "inocente".
La pregunta de si por el hecho de haber nacido Cris-
to inmaculado pudo pecar pertenece a la categora de pro-
blemas escatolgicos. Pero podemos, sin temor, aventu-
rar el juicio de que s fue posible el pecado para l, por-
que Cristo, como nadie, naci sin pecado, pero libre para
escoger su camino. Pudo doblegarse a las tentaciones de
Satn
y
del mundo. Pudo evitar el suplicio de la Cruz.
Pudo gozar de estimacin
y
fama universales sin apurar
el cliz de Getseman. Pudo pecar. . . pero no pec.
Se
mantuvo fiel a la voluntad divina en todas
y
cada una
de sus circunstancias. Cristo fue el nico ser divino
y
humano capaz de cumpir toda la Ley. Precisamente por
50
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
ese sometimiento
a la voluntad de Dios, subi a la Cruz,
y
dice el viejo Pedro: "l nos dej un ejemplo, para que
vosotros sigis
sus pisadas".
Fuera de Cristo no hay ser humano alguno concebi-
do
y
nacido sin pecado. La herencia del mal viene sella-
da en cada carne humana como un estigma sin excepcio-
nes de ninguna clase. El romanismo
lo sabe. El romanis-
mo sabe tambin que nicamente Cristo
es el Hijo de
Dios
y
el Dios humanado.
"El verbo hecho carne". C-
mo, pues, se atreve a rasgar las Escrituras haciendo creer
a la Iglesia que hubo otro ser humano nacido en las
mismas condiciones que Cristo?
El pensamiento patrstico coincide con la afirmacin
escrituraria. Agustn dice en sus "Comentarios sobre el
Gnesis": "La carne de Mara es herencia de pecado".
Anselmo de Canterbury, afirma en su "Deus homo": "No
solamente Mara fue concebida en pecado sino nacida en
pecado. Ella ha tenido, como todos, pecado de Adn".
El papa Gelasio dice. "Nada de lo que los primeros
padres han producido, por su germen, ha sido exento del
contagio de este mal (pecado) que ellos han contrado
por la prevaricacin, aunque este producto sea la obra
de Dios por la institucin de la naturaleza humana". La
tremenda lucha entablada entre los discpulos de Toms
de Aquino
y
los de Scoto. defendiendo el dogma de la
inmaculada stos ltimos
y
rebatindolo aqullos, re-
vela una gran disconformidad actual sobre el decreto
papal.
Pero no se necesita recurrir a los comentaristas cristianos
dentro del propio romanismo. Mara, la "madre del Se-
or", se encarga de dar un solemne ments al criterio
eclesistico. En su maravilloso "Magnficat" ella dice
de s
misma: "Mi alma glorifica al Seor
y
mi espritu
est transportado de gozo en Dios, Salvador mo". Estas
MARIOLATRA
51
ltimas palabras, autnticas, lo definen todo. Si Mara
llama a Dios su Salvador la pregunta
es fcil. "De qu
poda salvarla Dios?" Y la respuesta es ms fcil to-
dava: De su pecado. No de un pecado personal, por
cierto, sino del pecado heredado de sus padres, de la
Humanidad, desde Adn hasta siempre. Y si Mara se
reconoce a s misma como pecadora cmo pudo nacer
y
ser concebida sin pecado? Por otra parte, el silencio que
sobre asunto tan trascendental guardan los Evangelios,
las Epstolas, el libro de los Hechos
y
el Apocalipsis, es
decir, toda la documentacin histrica escrituraria es muy
significativo. . .
y
muy elocuente.
En verdad podemos decir con el papa Gregorio el
Grande. "Cristo slo ha 'sido verdaderamente puro en su
carne
y
no ha podido ser muerto por el deleite de la car-
ne, porque no ha venido al mundo por el deleite carnal
sino de slo la Virgen Mara, por el Espritu Santo
for-
mado''.
Este hecho del pecado en la "madre del Seor" no
debe ni puede ser confundido con el sentido vulgar de la
palabra pecadora, Mara es
y
ser siempre la mujer pia-
dosa, llena de gracia, elegida por Dios,
y
como tal con-
servada por
y
para l; pero sacarla de ese lugar pre-
eminente
y
convertirla en divinidad es falsear el Evange-
lio.
MS DOGMAS SOBRE MARA
La mente romana no se cansa ni fatiga jams en lo
tocante a innovaciones religiosas. El dogma en ella no
se fosiliza. Como el volcn que en actividad agita sin
cesar en sus entraas las materias inflamables hasta ha-
cer erupcin, as la Iglesia de Roma, en el transcurso de
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
los aos, sigue lanzando al mundo doctrinas extraas a
la fe primitiva
y
al contenido evanglico.
Dos son los nuevos dogmas uno totalmente elabora-
do ya
y
otro en gestacin, que el romanismo impondr
a sus fieles. Ambos relacionados con la humilde persona
de Mara. El primero, aparecido ltimamente, habla de
la asuncin de Mara. Segn esa doctrina nueva, Ma-
ra, la Madre del Seor, [ue ascendida en cuerpo a los
cielos. No ascendi como Cristo, sino que fue atrada por
Dios hasta su
gloria, corporalmente.
Nos parece pueril intentar discutir este hecho total-
mente imaginativo. A juzgar por los escasos datos sobre
la "madre del Seor", sabemos que Mara permaneci
algunos aos, probablemente hasta su muerte, en }eru-
salem. hospedada en casa de Juan
Marcos. El ltimo dato
sobre su vida nos lo da el Hbro de los Hechos en donde
literalmente se dice que: "Todos perseveraban unnimes
en oracin
y
ruego, con las mujeres,
y
con Mara, la
madre de Jess y
con sus hermanos."
Despus sigue un silencio total, no una pausa sobre
su vida. Ya no se menciona su nombre ms, prueba de
que debi morir en Jerusalem rodeada de algunos fami-
liares
y
de los discpulos de Cristo. Suponemos que su
muerte acaeci de un modo natural, no sobrenatural. Cree-
mos que, como toda criatura humana, su camino, deter-
minado por Dios, tuvo su fin. No podemos admitir en
sana doctrina nada ms que lo escrito en los documentes
autnticos e histricos de la fe cristiana. Por tanto, inter-
pretamos el silencio absoluto sobre el dogma de su asun-
cin- proclamado por la Iglesia de Roma, como falto de
apoyo
y
de verdad. Volvemos a insistir. No hay asunto
fundamental para la fe que no est contenido en las Sa-
gradas Escrituras. Este nuevo dogma escapa por com-
MARIOLATRA
53
pleto al contenido escriturario
y
por tanto ni puede ni
debe ser objeto de fe.
Lo mismo suceder con el novsimo dogma, en ela-
boracin, de la mediacin universal de Marta. Segn esa
doctrina, proyectada para el futuro, Mara, la Madre del
Seor, es
y
debe ser considerada por los fieles romanis-
tas como la nica mediadora e intercesora entre Dios
y
los hombres. No dudamos que Roma imponga tal doc-
trina a su pueblo creyente.
El mtodo romanista siempre ser igual. La imposi-
cin de la fe so pena de excomunin. Dictadura clerical.
Desprecio tambin para su propia Iglesia que est obli-
gada a creer
y
no enseada para creer. El fiel romanis-
ta no debe inquietarse por razn de la fe. La Iglesia pien-
sa por l. ste no tiene ms que cerrar los ojos
y
acep-
tar la doctrina. El romanismo ha matado, desde hace si-
glos, la personalidad del creyente. Ha suprimido en l
todos los derechos, menos el de obedecer. La frula del
"magister dixit" lo es todo dentro del romanismo.
l
im-
pone el punto final a todas las inquietudes religiosas
y
a todos los problemas. No importa que en su extravo se
pisoteen los textos tradicionales. No importa que en su
atrevimiento, el nevo dogma, contradiga esencialmente la
doctrina apostlica. Lo que est escrito no
tiene para el
romanismo mucho valor. El pensamiento de la
Iglesia
cristiana primitiva tampoco. El testimonio de la fe. trans-
mitido por el documento escrito carece, para ella, de ac-
tualidad
y
de eternidad. Basta con que el Jefe
de la Igle-
sia rena un Concilio
y
en l
estn representados los prin-
cipales dignatarios eclesisticos para que pase a ser ar-
tculo de fe su propio criterio.
As vemos en abierta oposicin la mediacin de Ma-
ra, la Madre del Seor, con las afirmaciones de la Es-
critura. sta dice: "Hay un Dios, asimismo un Media-
54 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
dor entre Dios
y
los hombres, Jesucristo; hombre". "Y a
Jess, el Mediador del Nuevo Testamento". Por qu
slo Cristo es el Mediador? Porque: "Cuanto ms la san-
gre de Cristo, el cual por el Espritu eterno se ofreci as
mismo, sin mancha, a Dios, limpiar vuestras conciencias
de las obras de muerte para que sirvis al Dios vivo; as
que por eso es Mediador del Nuevo Testamento". (San
Pablo a los Hebreos, cap. 9; vers. 14
y
15).
No le satisface al romanismo ver con los ojos del es-
pritu a Mara, la Madre del Seor, ocupando por la gra-
cia de Dios un lugar preeminente entre los santos de la
eternidad. No le basta con divisar en la noche tranquila
"
el manto precioso de la buena Madre convertida en al-
fombra de estrellas regadas por el firmamento. No le bas-
ta con ver en ella a una mujer. Quiere ms. Quiere verla
convertida en una diosa, en parangn lamentable con su
propio hijo Jesucristo. Intenta equipararla en virtud, en
obras, en mritos, en categora espiritual a su hijo
Je-
sucristo. Y si es posible, consumar andando los tiempos,
el ms grande de los sacrilegios: el de hacer desaparecer
a Cristo para dejar en su lugar nicamente a Mara. Ya
est en camino de hacerlo as. Todo el inmenso tinglado de
la fe romana se est levantando rpidamente en torno
a la figura de la bienaventurada Mara. Todos los ob-
jetivos de la fe prctica van a convergir en ella. Todas
las splicas, todos los votos, todas las glorias de los cie-
los van a descender a la tierra por ella. Si hoy Mara
todava no es ms que la corredentora, juntamente con
Cristo, andando el tiempo, si Dios no lo impide, ser la
Redentora. Si hoy no es ms que la abogada
y
defensora
de las almas crdulas, maana ser la Divinidad nica.
MARIOLATRA
55
ante la cual los creyentes tendrn que inclinar su frente
y
su corazn. Si hoy no tiene ms que un culto 'supe^
rior al de los santos, pero inferior al de la Trinidad, lle-
gar un da en que ella, por serlo todo, habr arrojado
de los mismos cielos a quienes por ser divinos ocupan
desde la eternidad su trono
y
su gloria. La melena de
la soberbia desatada del romanismo busca
y
rebusca sin
cesar cada da nuevos atractivos nuevas modalidades,
procurando atraer ms an hacia la santa mujer todas
las miradas
y
todas las salutaciones. Por qu? Qu ob-
jetivo persigue el romanismo con esta carrera de ma-
rianismo desenfrenado? Por qu trata de implantar una
nueva religin
y
un nuevo culto entre sus fieles? . .
.
NUEVAMENTE EL PAGANISMO
Hay una razn, entre otras, de mucho peso. Des-
graciadamente la Iglesia de Roma suea con imponer en-
tre sus fieles el podero de una teocracia pagana. Por tan-
to, ha de buscar en el paganismo su fuente de inspira-
cin constante. No ser mirando hacia la Cruz bendita
donde encontrar apoyo firme para sus innovaciones. La
cruz de Cristo no vara jams. La voluntad de Dios, en
ella escrita, tampoco. Ser entonces preciso lanzarse en
busca de las fbulas mitolgicas. Ser menester visitar
a los dioses del Partenn, de comulgar con Hesodo
y
de
hacer alianza con
Jpiter capitolino. . . porque es del pa-
ganismo de donde surgen las divinidades femeninas. Unas
veces solas, otras acompaadas de sus esposos
y
de sus
hijos. Las relaciones conyugales, los celos, pleitos
y
de-
vaneos carnales entre ellos forman un largo cortejo de
episodios no siempre edificantes. Cierto que ha habido
divinidades femeninas tan honestas como Isis, la buena
56 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
esposa
y
la tierna madre,
y
tan caritativas
y
humildes co-
mo Mitra,
Pero el paganismo incub en la mente cristiana la
idea de una divinidad femenina. Superior, sin duda, a
todas las divinidades femeninas del panten pagano, ms
pura, ms bondadosa, ms santa; pero divinidad feme-
nina, ai fin. Cualquiera que contemple el cuadro de Mu-
rillo. titulado la Inmaculada, en donde Mara, aparece
entre nubes de gloria pisando los cuernos de la luna co-
mo reina
y
emperatriz del cielo, no podr por menos de
advertir que as debieron ser las representaciones de Dia-
na, la diosa de la caza, de los bosques
y
de la luna entre
los viejos romanos. El arte escultrico
y
pictrico se en-
cargaron de lo dems. Ya convertida en diosa, Mara, la
Madre del Seor, ningn trabajo podr costar forjar la
leyenda apoyada en el mito. Ese trabajo se encomen-
dar a los poetas. Unos extractando de los Evangelios
apcrifos ciertos casos inverosmiles; otros ideando por
cuenta propia fbulas
y
leyendas; los ms, apoderndo-
se de relatos populares hijos de la credulidad
y
el fana-
tismo, sabrn formar la aureola divina adecuada para
la nueva
y
nica diosa del cristianismo pagano.
En los documentos literarios del siglo xii
y
xiii apa-
recen ya infinidad de milagros, apariciones, cuentos mis-
teriosos, en torno a Mara. De este modo, a semejanza
de la mitologa pagana, se engalan con la poesa de la
mentira una figura tan hermosa en su humildad, tan hu-
mana en su amor, tan sencilla en su poder como fue siem-
pre la de la piadosa Madre del Seor. El romanismo la
arranc de su hogar propio, de su belleza popular, de su
encanto como mujer
y
como madre
y
la reserv en sus al-
tares, con escandalosa publicidad, un lugar privilegiado,
casi pudiramos decir un lugar de honor por encima de
Dios, de Jesucristo
y
del Espritu Santo. Toda esta sen-
MARIOLATRA 57
da de pecado, seguida por la Iglesia de Roma ha hecho
que paulatinamente el cristianismo romanista se haya con-
vertido en puro marianismo. Los creyentes catlico-ro-
manos a nadie ven sino a Mara. La ven en sueos, en
visiones, en apariciones, en milagros. El culto romano ha
convertido a Mara en el centro de su fe, relegando al ol-
vido o a un segundo trmino a Cristo, el Hijo de Dios
y
Redentor del mundo. Pudiramos afirmar que entre
el catolicismo romano
y
la iglesia de la Reforma no hay
otra lucha que la entablada entre estas dos personas del
Evangelio: Cristo
y
Mara. Para el romanismo, Mara
lo es todo. Para el reformismo, mal llamado protestan-
tismo. Cristo lo es todo. La pugna entre uno
y
otro credo
no ha sido forjada por la Iglesia de la Reforma sino por
el Romanismo. La culpabilidad, pues, recae sobre el pa-
ganismo romanista
y
nunca sobre el reformismo o protes-
tantismo tan secular, tan tradicional
y
tan universal co-
mo el catolicismo romano. El fin de la lucha marcar el
triunfo en el mundo de uno de estos dos cultos: Cristo
o Mara.
Cierto que el culto tributado a Mara, dice el roma-
nismo, es inferior al ofrendado a Cristo. Por eso lo lla-
man
de "hiperdula". Pero, volvemos a insistir, dentro
del Evangelio
y
del cuadro de la iglesia primitiva no
hay dos ni tres cultos. No existe ms que un solo culto:
aquel que va dirigido expresamente a Dios. Lo contrario
es caer en la idolatra. El Cristianismo es, ha sido
y
ser
siempre monotesta. No admitir jams divinidades gran-
des ni pequeas ni por tanto cultos grandes ni pequeos.
Quien, por consiguiente, establezca diversos cultos, en
un mayor o menor grado de adoracin, irremisiblemente
se hace idlatra. Slo a Dios el alma debe adorar. Slo
a Dios el corazn debe darse. Slo a Dios el espritu debe
rendir homenaje de adoracin, gratitud
y
obediencia.
58 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
EL POR QU DE LA EXALTACIN DE MARA
El romanismo
y
especialmente el jesuitismo, dentro de
sus filas, se ha apoyado en varios hechos de tipo psico-
lgico, para basar la exaltacin de Mara. Cualquier ne-
fito puede darse cuenta de esto: quien realmente sostie-
ne con su fe
y
su piedad, con su asistencia
y
su amor
el culto religioso, en todas las religiones,
es, sin duda, la
mujer. Bien sea por su mayor sensibihdad, bien por su
necesidad ms grande de Dios, bien por su intuicin
y
credulidad manifiestas, la mujer ha sido quien ha ocupa-
do un puesto central en el desarrollo del ideal rehgioso.
Mujeres fueron, en todos los cultos, quienes conservaron
ardiendo la llama de la fe dentro
y
fuera de los templos
y
ellas siguen siendo, dentro del cristianismo tambin, las
auxiliares ms eficaces
y
las almas mejor dispuestas para
el sacrificio
y
el servicio.
El romanismo, al echar sus cuentas sobre el poder de
su doctrina no ha pasado por alto este hecho. "Cuenta
con la mujer, se ha dicho para s,
y
tendrs junto a ti
una fuerza invencible, capaz de llevarte a la victoria sin
gran trabajo. . . pero, para alcanzar esa amistad per-
durable, esa alianza sin reservas, halaga a la mujer". Por
desgracia, todos sabemos, las mujeres tambin, que su
lado flaco es la vanidad. No es que ste sea un defecto
nico
o
propio nada ms de la mujer, el hombre tambin
es vanidoso
y,
en ocasiones, sin por qu no
para qu.
Para halagar a la mujer nada mejor que elogiar sus vir-
tudes, ensalzar sus mritos, ponderar la belleza de su
espritu. Y qu mujer podra ser elogiada con ms ra-
zn por parte de la Iglesia con ese fin? Ninguna, sino
Mara. Ella representara a la mujer santa, devota, pia-
dosa, toda abnegacin
y
sacrificio, toda humildad
y
ter-
MARIOLATRA 59
nura. Ella, Mara, sera la que, ocupando el puesto de
honor, convertida en diosa, podra sin trabajo alguno
atraer sobre s la mirada, la comprensin, la devocin de
la mujer creyente.
Adase a esto que la situacin de la mujer, an den-
tro del cristianismo primitivo, no ha sido muy airosa. La
mujer ha ocupado un segundo lugar dentro de la iglesia.
La culpabilidad del pecado original recae sobre ella con
toda su fuerza. Si ella no se hubiera dejado seducir, se-
gn
el
criterio del dogma cristiano la Humanidad hoy se-
ra mucho mejor de lo que es. La sombra del pecado ori-
ginal se proyecta sobre la mujer, en general. El roma-
nismo, an conservando contra ella todos sus prejuicios
tradicionales, sin embargo, ha sabido congraciarse con
ella mostrndola un ejemplo, un modelo nico de gracia
y
de gloria en la persona de Mara. La ha hecho creer
que sin Mara el cristianismo adolece de dureza, de in-
gratitud, de indiferencia para con la mujer. La ha hecho
ver en Mara la meta a la cual la mujer puede
y
debe
llegar con la ayuda de Dios. Ms todava, la ha hecho
comprender esta espantosa blasfemia: lo que ni el mismo
Dios te pueda conceder, t puedes conseguirlo por la
mediacin de Mara, por la defensa acalorada que de ti
pueda hacer. "Ella simpatiza contigo porque es mujer.
Ella te comprende mejor que Cristo, porque es mujer.
Ella es siempre una aliada tuya
y
dado su infinito poder
jams te dejar ni te abandonar".
El romanismo ha conseguido escindir la religin
y
abatir el dogma con estas sutilezas. Pero ha logrado una
gran victoria. El catolicismo tiene de su parte a la mu-
jer al menos hasta que la mujer se d cuenta de esta
gran verdad: que Dios no ha propuesto un Redentor pa-
ra los hombres
y
otro para las mujeres. Que es contrario
a la razn
y
a la verdad creer que Cristo, el nico ca-
60 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
mino, la nica verdad
y
la nica vida para el creyente
cristiano, haya hecho distincin alguna entre hombres
y
mujeres. Que Cristo ha venido para ayudar, para con-
solar, para interceder, para salvar lo mismo al hombre
que a la mujer. Que no es necesario, por tanto, tener fren-
te a s otro ejemplo ni otro modelo ni otra mediacin ni
intercesin que la de (^^risto. Si Cristo no fuera para to-
dos. Dios no le hubiera dado "toda potestad" sobre los
cielos
y
la tierra. Ni hubiera aconsejado predicar el Evan-
gelio en su nombre
y
la fe en su persona
y
en sus mri-
tos. Ni hubiera tampoco pronunciado a las palabras san-
tas. "Venid a m todos los que estis trabajados
y
car-
gados que yo os har descansar".
Cristo es de por s
y
en s el objetivo
y
la meta, el
valle
y
la montaa, la aurora
y
el crepsculo, el alfa
y
el omega. Y fuera de l no hay ni salvacin ni gracia ni
perdn.
El da en que la mujer, dentro del romanismo, se d
cuenta de que Cristo es no solamente amable, sino per-
fectamente adorable, sus ojos se abrn abierto
y
no que-
rr para s otra cosa que a Cristo en la vida
y
en el
camino, en la muerte
y
ms all de la muerte.
Tampoco el romanismo ha descuidado la posicin que
ocupa la
mujer dentro del hogar
y
la familia Cristiana.
Ella es el alma de esa clula fundamental para la so-
ciedad. Su ejemplo de honradez, su constante laboriosi-
dad, su influencia decisiva sobre los hijos
y
sobre el
esposo no pueden ser puestos en tela de juicio. La espo-
sa
y
ms an la madre, ejercen una tutela a veces deci-
siva sobre todo los componentes del hogar. La vida mo-
derna, con sus exigencias de lucha
y
trabajo fuera del ho-
MARiLATRA 61
gar han reservado para la esposa
y
ms an para la ma-
dre, el papel de mayor transcendencia, dentro del mismo.
Ella no es solo la guardiana de la casa, sino la adminis-
tradora ideal de las vidas que se desarrollan en su seno.
Hemos de reconocer que, gracias a su fe, a su piedad,
a su sentido de responsabilidad, la mayora de los cre-
yentes hemos llegado a serlo por el ejemplo piadoso, por
la oracin santa, por el consejo acertado
y
persistente de
nuestra madre.
El romanismo no desconoce ese poder femenino de in-
calculable valor. Y si elevando a Mara la Madre del Se-
or, consigui atraer a la mujer en un sentido general,
ms an alcanzara para su provecho el conquistar a la
madre o la esposa. Detrs de ellas, con mejor o peor bue-
na voluntad, marchan todos los dems. Las esposas
y
las
madres creyentes harn siempre todo lo imposible por
acercar a la Iglesia a los seres que de ella dependen
y
a
ella tributan un justo homenaje de respeto
y
amor. Con-
quistando, pues, a la esposa o la madre, el botn de almas
para la Iglesia es seguro.
El mtodo seguido por Roma es de positivo valor. Mara
para
el romanismo seguir siendo el filn inextinguible del
que cosechar siempre abundantsimo fruto. No importa
que el endiosamiento de Mara se salga de la verdad evan-
glica. No importa que el cristianismo nico, el de Cristo,
an con los mximos respetos
y
honores, considere a Mara
solamente como el vaso de honra en cuyo seno naci un
pedazo de cielo para la Humanidad. No importa que la tra-
dicin cristiana, ajustndose al programa trazado por Dios,
repruebe "el Mtodo Mariano" del catolicismo. Lo nico
importante para el romanismo no es la posesin de la ver-
dad, la fidelidad hacia el Evangelio, la honra divina que
Cristo nicamente merece,
la conservacin del culto en
espritu
y
sinceridad. Al romanismo no le interesa ms que
62 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
ser en la tierra un poder para conquistar reinos, atesorar
riquezas
y
obtener pinges ganancias. Lo dems, si algo
le interesa, lo sabe disimular.
Juzgar del final de romanismo sin espritu de profeca
es cosa fcil. La torpeza de un ideal semejante no puede
conducir sino al alejamiento de Dios
y
a la ruina total de la
Iglesia ,Es cierto. Hoy puede repetirse la ancdota, que se-
gn cuentan, se desarroll entre el "ngel de las escuelas",
Santo Toms de Aquino
y
el Sumo Pontfice romano, cuan-
do ste mostraba a aquel los tesoros incalculables almace-
nados para sostenimiento del clero
y
del culto romanista.
"He ah, deca el Papa al autor de la "Suma Teolgica",
mira cuntas riquezas atesoramos en nuestro favor para
promover la potencia de la Iglesia! Ya no tenemos por qu
decir como Pedro dijo al paraltico del templo. "No tengo
plata ni oro. .
."
A lo que replic Toms de Aquino; "Dice
bien vuestra Santidad; la Iglesia ya no puede, como Pedro,
decir al paraltico que pedia de l una limosna: "No tengo
plata ni oro". . . puesto que las riquezas de la Iglesia son
fabulosas. . . pero, tambin es cierto que la Iglesia no podr
decir a nadie, como Pedro dijo al paraltico: "Levntate
y
anda". . . Y el paraltico se levant
y
anduvo. .
."
Quien tiene odos para or, oiga.
III.^PAPISMO
FUNDAMENTOS DE LA IGLESIA
CRISTIANA
La Iglesia Cristiana tuvo, desde sus comienzos
y
por
mandato expreso de su Fundador, un carcter
democrtico
perfectamente definido.
Cristo,
con el verbo prodigioso de su palabra clara, un-
gida de luz
y
amor, dict la naturaleza
de su Iglesia. Ha-
bra de ser sta una Institucin de origen divino, para lo
cual tendra que arrancar de la voluntad de Dios
y
apo-
yarse sobre el cimiento inconmovible de una gran Roca,
con el rostro vuelto hacia la eternidad. Esa Roca incom-
parable e insustituible sera su propio Fundador:
Cristo.
As lo reconocieron aquellos que recibieron de sus ma-
nos el apostolado. El viejo pescador Pedro, con el corazn
convencido por la verdad, grit a todos los vientos: "Cris-
to es la Piedra Viva". El gran sembrador de Tarso, San
Pablo, llam tambin a Cristo: "La principal Piedra del
ngulo", sobre cuya compacta estructura se levanta todo
el edificio de la Iglesia. Y aadi enfticamente. "Y nadie
puede poner otro fundamento que el que est puesto, el
cual es Jesucristo". Y en este "nadie", Pablo condena con
su ndice de fuego toda pretensin humana, capaz de inten-
tar borrar, por ambicin o ignorancia, la estabilidad
y
per-
manencia de la Iglesia. (Sn. Pablo a los
Corintios
1^ carta;
cap.
3; vers. 11).
41 X .
Porque lo
fundamental en la naturaleza de la Iglesia
es su
fundamento. De tal suerte que si este es endeble, fal-
66
CLAUDIO GUTIRREZ
MARN
SO, movedizo
pone siempre en peligro la vida misma. La
Iglesia es comparada a un edificio construido
sobre una ro-
ca. Si en lugar de roca el cimiento es arena, a los pri-
meros embates
de los elementos
desencadenados
caer. S-
lo el cimiento rocoso es capaz de mantener el peso de la
construccin sin fragilidades
perniciosas.
El cimiento,
pues,
da a la Iglesia, a la casa
y
a la vida la seguridad, la re-
ciedumbre, la solidez de la victoria.
El fundamento de la Iglesia cristiana es Cristo, es de-
cir la naturaleza divina
y
humana de Cristo:
la persona
de Cristo; la personaliTad de Cristo, la vida ejemplar de
Cristo; la muerte redentora de Cristo. Lo esencial para la
vida de la Iglesia es que esta sea de Cristo, dejndose
gobernar por su Espritu para poder mostrar al mundo la
exquisita excelencia de su luz admirable.
Ahora bien, la Iglesia comenz a construirse, desde el
principio, as: primero, Cristo; despus las otras piedras
importantes, pero secundarias; los apstoles. Cada piedra
con su nombre. Cada piedra con su carcter; pero las do-
ce iguales, con el mismo valor, elegidas por Dios con el
mismo amor
y
para el mismo fin.
Sobre estas doce piedras los dems creyentes. No antes
que los apstoles ni mucho menos antes que Cristo, sino
despus. Solamente los ignorantes se atreven a colocarse
antes; pero los cristianos verdaderos se colocan siempre
despus. Hoy, millones de millones de almas fieles forman
ese gigantesco
y
simblico edificio que es la Iglesia de
Cristo, la Iglesia Cristiana. Y cada da aumenta en canti-
dad hasta casi opacar la luz del sol, porque Dios est cada
da aadiendo a su Iglesia las almas que han de salvarse.
Dentro de ese gigantesco palacio espiritual, infinita-
mente ms hermoso que los templos ms encantadores an-
tiguos
y
modernos; que los palacios ms fantsticos por la
fastuosidad de sus ornamentos
y
sus riquezas, imper siera-
PAPISMO
67
pre o mejor dicho siempre debi imperar el espritu de una
santa igualdad, no estimndose los unos superiores a los
otros, porque en igualdad Dios form las almas; en igual-
dad Cristo eligi a sus primeros seguidores; en igualdad
reparti a cada quien como l quiso
y
en igualdad recibie-
ron todos la promesa de la vida
y
la gloria de la eternidad.
Igualdad cristiana, igualdad bendita que excluye toda je-
rarqua, abate toda supremaca, mata toda soberbia
y
cor-
ta
de raz toda ambicin. No hay en la Iglesia de Cristo
patricios
y
plebeyos, burgueses
y
proletarios, reyes
y
sb-
ditos, ni siquiera hombres
y
mujeres, siervos o libres, na-
cionales o extranjeros pues todos son llamados "una sola
cosa" en Cristo, el nico prncipe
y
seor de todo el re-
bao celestial. Igualdad divina que imprime a la Iglesia
cristiana su temple de acero
y
su admirable e inverosmil
sencillez.
Y si alguna distincin debiera existir para provecho de
la Iglesia, sera la de la responsabihdad en el servicio
y
en
el trabajo. De tal suerte que el honor, el respeto
y
la con-
sideracin de toda la Iglesia fuera en torno de aquellos
que siendo iguales, sin embargo se hicieron diferentes a
fuerza
de servir a la comunidad
y
de trabajar por la pros-
peridad material
y
espiritual de la Iglesia. Honor s
y
hon-
ra merecida por el trabajo
y
el ser\acio no por la categora
social, ni cultural, ni racial, sino por el
valor que da el
valer, por la grandeza que da la utilidad
y
por el sacrifi-
cio que da el amor hacia la Iglesia.
Esta igualdad cristiana conduce necesariamente a la
fraternidad cristiana. Este es otro de los caracteres intrn-
secos en la naturaleza de la Iglesia. La fraternidad que es
seal manifiesta del Espritu de Cristo; sello evidente de la
posesin del Espritu Santo; imagen precisa del amor de
Dios viviendo dentro del corazn. Que ya Cristo hubo de
asegurar. "Y en esto conocern todos que sois mis dis-
68 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
cpulos, si tuvireis amor los unos por los otros". "Y
este es mi mandamiento: que os amis los unos a los otros,
como
yo os he amado". Y San Pablo,
el iluminado de
Damasco, escribiendo a los Corintios les fij la meta di-
cindoles: "Yo os mostrar un camino ms excelente. Si yo
hablase lenguas humanas
y
anglicas
y
no tengo amor ven-
go a ser como metal que resuena
y
cmbalo que retie". . .
Y
Juan, en su salmo del amor: "El que ama a Dios, ame
tambin a su hermano". El amor cristiano que enlaza las
almas con cuerdas indestructibles mucho ms permanentes
que los de la misma carne. El amor cristiano que constrie
el espritu
y
lo transforma en vaso de alabastro aromado de
nardo, para rociar con l los pies
y
los cabellos de Cristo,
hasta llenar de exquisita fragancia a toda la Humanidad.
El amor cristiano que iguala
y
engrandece
y
presta alas po-
tentes al corazn acompandole en su viaje hacia Dios,
todos los das.
Divino amor ese que fue sal
y
luz de la tierra en los pri-
meros aos de la Iglesia,
y
tambin "pan de cada da" ca-
paz de alimentar a todos los creyentes. Amor de Dios que
supo dar el testimonio unnime de los fieles unidos por un
slo sentimiento
y
un slo corazn. Lmpara verdadera
que ardiendo ante el mundo le obliga a reconocer la exce-
lencia de la doctrina
y
la virtud poderosa de la Palabra.
Al cerrar los ojos ante la realidad de la Iglesia, en el
presente, para dejar al espritu volar por s mismo haca
aquellas hermosas playas del amor divino donde los pro-
pios ngeles tienen su alegra, deseemos con fe seguir por
esa misma ruta, demostrando por el amor la igualdad
y
a
fraternidad. Y si es
preciso mostrar al mundo la grandeza
de la Iglesia, mejor ser simbolizarlo con una bandera des-
plegada al viento de la maana
y
en la cual, mecindose
al cielo, se
vieran escritas estas tres sublimes expresiones
PAPISMO 69
del sentimiento cristiano: "Amor, Igualdad
y
Fraterni-
dad, , . "para que el mundo crea". .
.
*
Si la Iglesia de Roma hubiere sido fiel al dictado de la
fe verdadera
y
a la nica tradicin contenida en las Sa-
gradas Escrituras, no hubiera ido tan lejos en sus continuas
innovaciones
y
extraos errores. Porque las Escrituras han
sido, son
y
sern siempre para los cristianos la nica lm-
para espiritual.
Mas le ha parecido mejor dejarse gobernar por opinio-
nes humanas
y
tradiciones paganas, cerrando sus ojos a la
verdad, tan clara como la luz del medioda, sobre todo en
aquellas cosas fundamentales que afectan a la salvacin.
De esta manera le ha parecido mejor al romanismo "crear"
una Iglesia que "sujetarse" a la Iglesia fundada por Jesu-
cristo
y
propagada por sus apstoles. Pocas pruebas tan
convincentes sobre el particular como la institucin del
papado, donde la Iglesia de Roma ve
y
sostiene todo lo
contrario a lo promulgado por los Evangelios, el libro de
los Hechos
y
a las Cartas Apostlicas, nicos documentos
fidedignos para la Iglesia Cristiana Universal.
PERSONALIDAD DEL APSTOL PEDRO
La ponderacin hasta la hiprbole mantenida por Roma
acerca de algunos personajes histricos del Cristianismo,
vuelve a hacer su triste aparicin. Si al referirse a Mara
afirmamos que Roma desfigur totalmente su
apasionada
y
romntica personalidad, elevndola a la categora de dio-
sa
y
enfrentndola a su propio hijo. Nuestro Seor Jesu-
cristo, al pretender fundamentar en algo su innovacin pa-
70 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
pista fija sus ojos en otro nombre: Pedro, posiblemente el
ms anciano
y
el ms humano de todos.
Roma, en efecto, hace resaltar las virtudes del apstol
y
de tal modo le desliga del cuadro histrico del apostolado
que llega a convertirle en hroe
y
en dolo, en director es-
piritual
y
en base firme de la Iglesia
y
de la fe, hasta el
punto de afirmar sacrilegamente que "donde est Pedro es-
t la Iglesia", en lugar de atenerse a la tradicin evang-
lica, que dice: "Donde est Cristo est la Iglesia".
Si examinamos detenidamente
y
sin pasin la figura del
apstol Pedro, nos daremos cuenta inmediatamente de que
su naturaleza humana
y
carnal
y
su fe
y
espiritualidad
son las menos apropiadas para situarle como jerarca nico
y
supremo del "colegio apostlico".
Pedro es el ms vehemente
y
el menos prudente de los
apstoles. Su carcter presenta las desigualdades ms es-
pantosas. En ocasiones aparece ungido de un valor
y
un
fervor digno del mejor elogio. Otras veces, por el contra-
rio, se hace acreedor a las censuras ms custicas
y
justifi-
cadas salidas de los labios del Maestro. Tan pronto se per-
fila como un hroe de leyenda como se sumerge en las som-
bras del ms desalentador paisaje espiritual. Pedro, como
todos los creyentes, tiene alas
y
con ellas alcanza a esca-
lar todas las cimas ms altas, perdidas entre las nubes ms
distantes, pero no siempre su vuelo es
caudal. Tambin
las agita al ras de tierra, tan cerca de la tierra que corre
peligro de quebrarlas. Si yo tuviera que elegir la figura
ms humana, ms imperfecta, ms contradictoria de entre
todos los apstoles, elegira a Pedro. Su simpata es des-
bordante. La tragedia
y
la comedia, el humorismo
y
el pe-
simismo se
hermanan en l con la placidez de la luz
y
las sombras en un encantador paisaje. Creo que, en cierto
sentido, el gigantesco mundo de los
creyentes lleva en su
espritu cristiano un
80%
del carcter del apstol Pedro.
PAPISMO 71
Porque la naturaleza humana, como es, sin hipocresas re-
pugnantes, encuentra una expresin, casi exacta, en la
personalidad del viejo discpulo.
Estos mismos datos generales nos hacen pensar en que
el menos apropiado para representar
y
para fundamentar
la Iglesia de Cristo es precisamente Pedro. Porque Pedro
carece del espritu prctico
y
definido de un Santiago; del
misticismo encantador de un Juan; de la energa
y
fide-
lidad santa de un Pablo; de la tenacidad elocuente de un
Judas,
hermano de Cristo. . . Pedro es simple
y
sencilla-
mente un buen hombre, un discpulo aventajado, un alma
indefinida, un apstol ms. Quien pretenda ver en l otras
cosas capaces de convertirle en un semidis deber lim-
piarse bien los cristales empaados de sus ojos.
Y precisamente es Pedro en quien fue a fijarse el ro-
manismo para presentarle al mundo, nada menos que como
el primero de todos los apstoles
y
como la piedra funda-
mental donde la Iglesia de Cristo debe reposar. Y es Pe-
dro, precisamente, aquel a quien el romanismo elige como
el primer Papa de la tierra. No somos nosotros quienes por
este error tan serio hemos de lanzar la primera piedra con-
tra Roma. Dejemos que lo haga el propio apstol Pedro,
quien a travs de los escritos sagrados sabr
y
querr de-
cir toda la verdad.
PRIMACA APOSTLICA
El romanismo establece categricamente que el apstol
Pedro recibi de manos de Cristo una cierta autoridad so-
bre sus dems compaeros de ministerio, ocupando el pri"
mer lugar entre todos. Este principio de autoridad hara
de l un caso excepcional dentro del Evangelio. Le situara
en un plano superior
y
rompera, de ser cierto, el espritu
72 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
de igualdad
y
fraternidad impuesto por el mismo Seor a
todos sus seguidores. En Cristo no hay contradiccin po-
sible. En el romanismo
s. Pese a la infalibilidad papal, de
los Concilios, de la tradicin consagrada por la costumbre
en el romanismo hay muchas contradicciones. Una de ellas
es, precisamente, sta. No obstante es posible que la su-
premaca apostlica, mantenida por la Iglesia romana, obe-
dezca a una interpretacin errnea de los hechos. Es muy
posible que el romanismo haya confundido, lamentable-
mente, una cierta distincin
y
hasta preferencia de Cristo
en determinadas circunstancias para con el apstol, con esa
supremaca apostlica. Preferencia motivada, sin duda, por
el carcter de Pedro, no por un partidismo injusto de
Cristo.
Sabemos, en efecto, como Pedro siempre tuvo el defec-
to vituperable de anticiparse a los dems
y
hablar en nom-
bre de ellos. No es que sus compaeros le eligieran para
eso. La libertad de expresin, dentro del grupo apretado
de los discpulos, fue siempre un hecho. Cristo jams im-
puso mordaza alguna al pensamiento ni a la diccin de los
suyos. Pudo reprenderles por su falta de comprensin, de
fe o de espritu cristiano, pero les dej decir cuanto pen-
saban
y
crean con toda libertad. El Evangelio est lleno
de estos incidentes. Pedro, insistimos, provoc muchas ve-
ces por su actitud irreflexiva estos lamentables apartes.
En ellos no existe distincin estudiada. En la mayora de
las ocasiones Pedro recibi advertencias solemnes
y
repro-
ches justos por sus constantes intromisiones. Dentro, pues,
del estrecho e ntimo crculo de los elegidos, Pedro jams
se vio asistido por el
homenaje o
acatamiento de sus com-
paeros, que si algo respetaron en l sin duda fue la edad
y
el
compaerismo.
Dnde ha visto por tanto la supremaca del apstol
Pedro la Iglesia de
Roma?. . .
Quizs en el
llamamiento
PAPISMO
73
apostlico? Digamos rotundamente que en el llamamien-
to no hubo primaca en favor de Pedro. Segn el Evangelio
de San Mateo, Cristo vio a dos hermanos pescando en las
aguas del Tiberiades
y
les dijo: "Venid en pos de M. .
."
El llamamiento de Cristo fue por igual a los dos. Uno de
ellos se llamaba Andrs
y
el otro Pedro. Ambos eran dis-
cpulos de Juan el Bautista. Segn el Evangelio de San
Juan, Cristo llam primero a Andrs
y
ste, a su vez, in-
vit a Pedro, su hermano, para que viniera a Cristo. La
primaca le correspondera, pues, a Andrs,
y
no a Pedro.
*
Habr primaca en el discipulado? Tampoco. Cristo
concede a todos por igual el ttulo de "hermanos", hacin-
doles notar contra todo intento de hegemona, entre ellos
mismos, que el "mayor no es aquel que ms es servido
por los dems sino aquel que "ms sirve" a los dems.
Cuando
Juan
y
Santiago pretendieron ocupar lugares pre-
ferentes junto a Cristo, en el establecimiento de su Reino,
todos los que se enteraron de tal pretensin afearon la con-
ducta de los dos discpulos
y
Cristo mismo hubo de ha-
cerles comprender la verdad. Es decir, entre los doce es-
cogidos hubo el convencimiento exacto de igualdad
fta-
ternaL Pedro fue, entre ellos, uno de ellos
y
nada ms.
Acaso encontraremos la primaca de Pedro en el orden
de la predicacin, de la salvacin o de la sanidad? Los
Evangelios nos declaran que no. Cristo envi a los doce
con la misma misin evanglica, como envi despus a los
setenta. l les dio el mensaje por igual a todos, no dejan-
do punto alguno en la doctrina a merced exclusiva de uno
74 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
slo. Todos recibieron por igual la orden de predicar, de
sanar
y
de indicar el camino de la salvacin. La despedida
del Seor, en las afueras de Jerusalem, en el maravilloso
da de la Ascensin, hizo descender, por igual, la bendi-
cin de Cristo sobre todos ellos
y
su mandato es idntico
para todos. "Id
y
predicad el Evangelio. . No sabemos
de un solo caso en que Cristo diera su doctrina redentora,
en algn punto especial, a uno slo de sus seguidores. La
doctrina hermtica o secreta no existi para Cristo. Su ver-
bo encendido en amor
y
en piedad fue escuchado por mul-
titudes hambrientas
y
sedientas del pan
y
del agua de la
vida. As fue tambin en su vida diaria ntima. Cuando l
habla a los suyos no descarta a Judas
ni entroniza a Pe-
dro. "Uno es vuestro Maestro, el Cristo,
y
todos vosotros
sois hermanos". nicamente el romanismo desigual
y
des-
herman la herencia preciosa legada por Cristo al mundo.
Tampoco existe primaca de ninguna especie en la re-
compensa personal de los elegidos. Pedro, al igual que los
dems, recibe la promesa: "Os sentaris sobre doce tro-
nos". "En la Casa de mi Padre muchas moradas hay; voy,
pues, a preparar lugar para vosotros".
Juan ve los cielos abiertos
y
contempla la gloria excel-
sa de la nueva Jerusalem asentada sobre doce piedras, los
doce apstoles,
y
no seala en la visin distincin alguna,
sino hace patente la igualdad ms absoluta,
A los
doce. Cristo, concede el mismo poder de predi-
car la remisin de pecados o el camino santo del perdn.
Los doce reciben, por igual
y
al mismo tiempo, el de-
rramamiento del Espritu en la gran fiesta de las almas
nuevas, en el da celestial de
Pentecosts.
Cuando los
Evangelios o Epstolas nombran a los aps-
PAPISMO 75
toles no colocan el nombre de Pedro siempre en el primer
lugar.
Una vez organizada la Iglesia en Jerusalem, Pedro no
es quien preside el
primer Concilio sino Santiago
y
ste
es quien da las conclusiones.
Cuando esta Iglesia, la primera del mundo Cristiano,
enva a algunos apstoles a predicar no lo hace por man-
dato de Pedro, ni la carta de presentacin, llevada por
los predicadores a las Iglesias locales, est dada nom-
bre de Pedro sino a toda la Iglesia "madre" de Jeru-
salem.
Esta misma Iglesia encarga al apstol Pedro la pre-
dicacin evanglica entre los judos, as como al apstol
Pablo le comisiona para que predique a los gentiles.
La Iglesia pide cuentas a Pedro acerca del resultado de
sus viajes, lo mismo que a los dems apstoles.
Se ve que, en todos estos casos
y
muchos otros ms, no
es Pedro quien imparte su autoridad sobre la Iglesia, sino
al contrario, es la Iglesia la que ejerce su tutela
y
super-
visin entre los apstoles. No hay primaca apostlica al-
guna en favor de Pedro en la vida de los primeros aos
de la Iglesia cristiana. La nica autoridad es la de la Igle-
sia presidida por Santiago, por ser ste "hermano del
Seor".
El apstol San Pablo, por su parte, nos hace saber
por sus cartas el lugar ocupado por Pedro entre los ada-
lides de la Iglesia primitiva.
l
considera iguales a todos
los apstoles. Reprende a Pedro por su "hipocresa". Ve
en la Iglesia histrica a tres columnas indiscutibles repre-
sentadas por Santiago, Pedro
y
Juan,
nombrando en pri-
mer trmino a Santiago
y,
cuando despus de su grandiosa
76
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
conversin visita a los apstoles se dirige, no a Pedro sino
a Santiago
y
a Pedro.
Finalmente, es el propio apstol Pedro quien, al escri-
bir su primera carta a todos los creyentes, se hace llamar
a si mismo "anciano entre los dems", igualndose
en je-
rarqua a todos sus compaeros de ministerio.
Todos estos textos son ms que suficientes para pro-
bar la verdad sobre la pretendida primaca del apstol
Pedro.
*
Si Roma se hubiera dejado guiar por la luz de las Es-
crituras jams hubiera rodeado de una falsa aureola al
ms humano de todos los apstoles. Y Pedro hubiera que-
dado en su lugar, ni ms alto ni ms bajo. Y la Iglesia
hubiera quedado ms satisfecha
y
gozosa, porque no hay
cosa peor ni ms daina para la persona
y
para la Igle-
sia que la alabanza inmerecida
y
la gloria falseada.
PEDRO . . . "LA PIEDRA" DE LA IGLESIA?
"T eres Pedro
y
sobre esta piedra edificar mi Igle-
sia" (Sn. Mateo cap. 16:18). Esta afirmacin de Cristo
responde a la cuestin suscitada por una pregunta dirigida
por el Seor a sus discpulos. "Quin dicen los hombres
que yo soy?" Los discpulos le contestan atestiguando el
juicio popular sobre la persona de Cristo. Este vuelve a pre-
guntar: "Y vosotros, quin decs que soy?" La pregunta,
ahora, es directa
y
exige una contestacin personal. No
sabemos lo que aquel grupo de escogidos pudiera respon-
der categricamente; mas parece que fue Pedro quien supo
interpretar la opinin de sus compaeros al decir: "T
PAPISMO
77
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Cristo reconoce
en la respuesta de Pedro la inspiracin divina. La vehe-
mencia de la respuesta no corresponde a una sabidura
humana. La conviccin sincera del apstol es conmove-
dora. Cristo, agradablemente impresionado por estas pa-
labras del viejo apstol, dice "Bienaventurado eres, Si-
mn, hijo de Jons; porque no te lo revel carne ni san-
gre, mas mi Padre que est en los cielos. Mas yo tam-
bin te digo, que t eres Pedro,
y
sobre esta piedra edi-
ficar mi Iglesia."
El romanismo ve en la sentencia de Cristo, dirigida
directamente a Pedro, un argumento decisivo en favor de
la 'Supremaca de ste sobre todos. Ve ms todava: la
naturaleza
y
el fundamento de la Iglesia cristiana des-
cansando sobre Pedro, Esa "Piedra", dicen, no puede ser
otra que Pedro. La Iglesia cristiana se cimenta sobre Pe-
dro,
y
por tanto, Pedro bien puede ser llamado prncipe
de los apstoles, roca viva
y
eterna del cristianismo
y
cabeza de la Iglesia universal. Aclaremos esto.
* *
Para el ms lego en teologa es sabido que el trmino
empleado por Cristo
y
traducido al griego correctamente
tiene un significado completamente distinto a aquel in-
terpretado por el romanismo. La palabra empleada para
designar el
nombre de Pedro es "petros", cuyo valor exac-
to es: '"piedra pequea", o
"
piedrecita", mientras que la
utilizada por Cristo para sealar el fundamento de la
Iglesia es "petra'\ equivalente a: "piedra grande" o
"roca
de un gran tamao". Son, pues, dos trminos diferentes
relacionados con dos substancias diferentes. Una, la per-
sona de Pedro, "petros"
y
otra, la naturaleza de la Igle-
sia "petra". Confundir ambas o hacer de ellas una sola
es ignorancia
o
mala fe.
78 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Si Cristo hubiese querido indicar
que su Iglesia ten-
dra como fundamento eterno a Pedro no habra dicho
sobre "esta piedra" la edificar, sino "sobre ti",
puesto
que a Pedro se diriga
y
acababa de nombrar.
Ese tr-
mino "sta" no puede referirse a una persona sino a algo
dicho anteriormente, independiente de todo otro sujeto.
As fue realmente. El "esa piedra" (no petros sino petra)
de Cristo, guarda relacin con la con[esin inspirada del
apstol Pedro. "T eres el Cristo, el Hijo de Dios".
Esa es la verdadera piedra sobre la que levanta su
cabeza la Iglesia eterna del Evangelio, tan fuerte
y
po-
derosa como para desafiar
y
vencer a todas las potencias
infernales. Una Iglesia cimentada, enraizada, sostenida
sobre la declaracin santa de Pedro. "T eres el Cristo,
el Hijo de Dios." Una Iglesia con fundamento divino, de
naturaleza, potencia e inspiracin divina. Lo contrario hu-
biera sido humanizar la Iglesia
y
hacerla vulnerable a to-
dos los ataques del adversario. Debilitarla hasta el punto
de confundirla con cualquier sociedad de tipo humano.
Exponerla al vituperio del mundo por su imperfeccin
y
al sarcasmo de las gentes por su pecado. Y eso no es la
Iglesia de Cristo. Ese no es su origen ni su objetivo sobre
la tierra.
Porque conviene no confundir la Iglesia como institU'
cin divina
y
la Iglesia como Asamblea
o sociedad de cre-
yentes. La primera es un principio, un fermento de colo-
sal potencia, un arma de Dios viva
y
eterna, incapaz de
error o de pecado. La segunda es un conglomerado hu-
mano de almas unidas por la misma fe en Cristo como
Salvador, pero imperfecta, pasajera, terrena
y,
por des-
gracia, dbil para poderse sostener en pie sin el socorro
de Dios
y
la
bendicin de Dios. Esta es una Iglesia visible
y
aquella una Iglesia invisible. Esta es una Iglesia hu-
mana
y
aquella una Iglesia divina. Esta es una Iglesia
PAPISMO 79
pequea
y
aquella es una Iglesia gigantesca dentro de la
cual estn, no solamente los creyentes sino muchas otras
ovejas que no son del mismo redil, pero que se encuen-
tran en paz con Dios
y
buscan la eternidad por Cristo.
Esta Iglesia terrena est llamada a morir despus de una
lenta
y
espantosa agona; pero la otra Iglesia, la invisi-
ble, no puede morir jams, porque est integrada por las
almas que poseen ya la vida eterna
y
viven para siem-
pre junto a Dios en su infinita Casa de bondad
y
de amor.
Pedro no es ni puede ser el fundamento de una ni de
otra Iglesia. Ni Pedro so con serlo jams. Pedro jams
pudo ambicionar cosa tan excelsa, manjar tan sublime o
categora tan luminosa. Pedro
es una de las doce piedras
de la Iglesia, fundada, sostenida, dirigida
y
alimentada
por Cristo. Cristo lo es todo; porque l es el Hijo de Dios,
el Redentor del mundot el Salvador del alma, el Mdico
de la vida, el Santo de Dios, el mismo Dios hecho carne
y
agonizando en la carne para dar vida al espritu hu-
mano infundindole valor, optimismo, esperanza, amor,
humildad
y
fe.
Pedro mismo se escandalizara si pudiera saber hasta
qu grado la ignorancia o fatuidad de los hombres le eleva-
ron. l, quien segn la tradicin legendaria, se neg a mo-
rir con los ojos clavados en el cielo para poder mirar ms
de cerca, en un acto de suprema humildad, a la pobre tie-
rra sobre la que su cuerpo en cruz agonizaba
y
mora!
Pedro, que jams podra borrar de su corazn el recuerdo
de su llanto de arrepentimiento cuando, hombre al fin,
quiso borrar con su triple negacin el inmenso valor de
Cristo
y
su gran amistad con
el
Maestro!
Pedro, que alocado por el dolor espantoso de la Cruz,
80 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
quiso apartar a Cristo del camino del Calvario
y
tuvo que
inclinar avergonzado su cabeza al escuchar la ms terrible
reprensin de su Seor: "Aprtate de m, Satans, porque
me eres escndalo . .
.!"
Pedro, que rechaz ser lavado por Cristo en la noche
tormentosa de Jerusalem, cuando ya las lanzas
y
escudos
de Roma se afilaban
y
emboscaban entre las sombras de
la tragedia del Glgota,
y
hubo al fin de someterse al im-
perio amable de Jess, permitiendo que ste ejerciera en
l su obra de servicio agnico en un acto de perfecta
y
santa humillacin, para ejemplo de todos los creyentes!
Pedro . ,
.
, el apstol arrebatado por el fuego de Mal-
dad, que intent defender a Cristo a golpes de espada en
la lucha contra las tinieblas de Getseman, sin darse cuen-
ta de que Cristo se puede defender a s mismo de las
mordeduras ponzoosas del mundo sin apelar a medios de
violencia extrema, ms propios de los hijos del Diablo
que de los Hijos de Dios!
Pedro, "el hombre de poca fe", que intent acercarse
a Cristo caminando sobre las aguas turbulentas del mar
sin medir sus pasos temblorosos ni sus fuerzas tan peque-
as ...
y
hubo de gritar desesperadamente: "Slvame por-
que perezco"! . .
.
Pedro, en fin. el ms humilde de corazn, por haber
sido el ms zarandeado por los
embates de Satn,
y
el
ms humillado por la vara de la justicia de Cristo ... no
podr ser nunca lo que el romanismo ha querido hacer
de l!
Sus espaldas son demasiado dbiles para soportar so-
bre ellas el peso tremendo de la gloria que en s encierra
la Iglesia de
Dios.
PAPISMO
81
As lo entendieron todos los apstoles para quienes
jams Pedro fue considerado como el fundamento de la
Iglesia. San Mateo, recordando el Salmo 118 asegura que:
"La piedra que desecharon los edificadores fue hecha ca-
beza de ngulo." Y esa piedra, para Mateo, no era Pe-
dro sino Cristo: la piedra desechada" la "piedra angu-
lar", divina
y
eterna.
Y Pablo remacha esta idea al afirmar en su carta a los
Efesios. "La principal piedra del ngulo es Jesucristo
mismo/'
Y para zanjar de una vez por todas el supuesto debate
sobre el fundamento de la Iglesia, el mismo apstol de-
clara enfticamente: "Y nadie puede poner otro funda-
mento que el que est puesto: el cual es Jesucristo."
S, pues. Cristo es el fundamento nico, Pedro, como
fundamento es una impostura
y
una contradiccin.
Pero no solamente fueron los iluminados historiadores
del cristianismo primitivo quienes, de comn acuerdo por
poseer una fe comn, dieron al mundo creyente la pauta
de la fe verdadera, sino tambin los comnmente llama-
dos Padres de la Iglesia. Ochenta
y
cinco grandes lum-
breras del pensamiento cristiano opinaron sobre el signi-
ficado del texto bblico, referente a la "piedra" simblica.
16 opinan que la
"piedra" es Cristo, 44, entre ellos Cri-
sstomo, Ambrosio, Hilario, Jernimo,
y
Agustn, dicen
que la "piedra" es la confesin de Pedro, Otros 17 ase-
guran que la piedra, no es la persona de Pedro, sino Pe-
dro confesando la
fe:
"T eres el Cristo, el Hijo de Dios".
8 ms creen que la "piedra" son los doce apstoles, siendo
Pedro la primera por haber confesado, por revelacin, la
fe
y,
por ltimo, un pequeo grupo admite que la "pie-
82
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
dra" son todos los creyentes.
Aceptando la opinin de la
mayora, como vlida,
nos encontramos con que la "piedra"
es la "confesin de [e hecha por Pedro
y
no Pedro como
discpulo ni como apstol.
LAS LLAVES DEL REINO
Otro texto bblico alegado por el romanismo en favor
de la primaca apostlica de Pedro es aquel que dice as:
"A ti dar las llaves del Reino de los cielos." (San Ma-
teo, cap. 16; vers. 19).
Salgamos, ante todo, al paso de la absurda leyenda
segn la cual San Pedro figura como el 'portero" de los
cielos. El cielo no necesita porteros. Cristo no emple la
palabra "cielos", sino Reino de los Cielos, entendiendo
por ello el reinado de Dios en las almas o el reinado de
Cristo sobre la tierra. Un reinado extrictamente simb-
lico
y
de carcter espiritual, no terreno. Las almas, des-
pus de la muerte del cuerpo no necesitan permiso de na-
die para comparecer ante Dios
y
si el fallo de la justicia
divina les es favorable no necesitan de visado alguno para
reunirse con los salvados por la misericordia
y
gracia
divina.
En cuanto al famoso "poder de las llaves", otorgado
nicamente a Pedro, conviene poseer su significado sim-
blico. A travs de las Escrituras, el gran profeta Isaas
dice refirindose a Heliacim: "Pondr la llave de la casa
de David sobre su hombro
y
abrir
y
nadie cerrar." El
Evangelio de San Lucas habla de la "llave de la ciencia",
que los doctores de la Ley haban escondido o perdido c
impedan a las almas alcanzar el conocimiento de la
verdad.
El
significado de las "llaves" est, pues, sujeto al
PAPISMO
83
simbolismo cuyo sentido exacto es el de "abrir o cerrar"
alguna cosa, en este caso "el Reino de los Cielos" o "de
Dios". Por tanto, el hecho de entregar Cristo a Pedro
"las llaves del Reino", equivale a conceder a Pedro
la autoridad o el poder de anunciar el Reino de Dios
o abrir el Reino de Dios a las almas por medio de la pre-
dicacin cristiana. Esta potestad fue usada por Pedro, por
primera vez, cuando anunci el Evangelio a los judos
y
an a los gentiles. Ciertamente l fue el primero en usar
el poder de "las llaves" para salvacin de quienes haban
de creer
y
confusin de quienes haban de negar la fuer-
za redentora de Cristo. Este poder conferido a Pedro por
el propio Cristo fue restringido por la Iglesia, quien le
orden anunciar el Evangelio nicamente a los judos in-
conversos. Pedro, sometido a la disciplina de la Iglesia
acat este fallo.
A su vez, la Iglesia encarg a Pablo de la predicacin
evanglica entre los gentiles o paganos. Pablo acept la
voluntad de la Iglesia
y
"lo llen todo del conocimiento
de Cristo".
Podemos aadir que este mismo poder de "las llaves"
fue otorgado por Cristo a todos sus apstoles al ordenarles
"que anunciasen el Evangelio a toda criatura".
Hoy, este poder ha pasado a los ministros del Evan-
gelio, a los misioneros cristianos
y,
en general, a todo cre-
yente obligado por su fe a difundir la verdad cristiana.
No podemos ver en este poder o autoridad en favor
de
Pedro sino el privilegio del apstol de ser el primero
en lanzar al mundo la simiente redentora de la Cruz. El
poder de "las llaves" empieza con Pedro, en efecto, pero
no acaba con l. El poder de "las llaves" es ejercitado
libremente por Pedro, pero esto no quiere decir que sea
l
quien nicamente disfrutase de esta autoridad. "Las
84 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
llaves"
del Reino son una herencia preciosa de Cristo para
toda su Iglesia, sin excepcin alguna.
Lo nico que debe anhelarse de corazn
es la recti-
tud en el empleo de las mismas, para que las almas pue-
dan salvarse por la fe, testificada por las obras. La en-
trada en el Reino guarda relacin, no solamente con el
poder de "las llaves", sino con el poder de Dios sobre
las almas. "Si por la locura de la predicacin", como dice
Pablo puede salvarse la Humanidad, no es menos cierto
que la obra del Espritu Santo, aunando sus energas con
las del Evangelio, completan la obra redentora. Si es
por el "or
y
por or la Palabra de Dios" como nace la
fe en los corazones, el nacimiento de la fe en ellos depende,
en mucho, del poder del Espritu Santo, quien despierta
en las almas sed de oir
y
sed de comprender
y
de seguir
el Evangelio, Sin ese poder divino no hay predicacin
evanglica que pueda salvar. La palabra o la letra, por
s misma, no tienen fuerza suficiente sino est con ellas el
poder de Dios tocando las conciencias
y
abriendo los ojos
de las gentes. Los hombres no han recibido jams de las
manos de Cristo el poder de la salvacin sino nicamente
el de indicar la senda de la salvacin por la predicacin
del Evangelio. "Yo plant
y
Apolos reg, dice Pablo,
pero Dios ha dado el crecimiento."
El obrero que traza bien la palabra de la verdad tie-
ne ya mucho terreno ganado para la conquista de las al-
mas. Y la "palabra de Dios no volver vaca". El cre-
yente ha recibido de arriba el
privilegio de ensear al
mundo a mirar hacia arriba
y
de caminar hacia arriba.
Cuando lo pone en prctica con honradez, con valor, con
fe
y
ardor espiritual el Reino se engrandece
y
las almas
comienzan a entrar en l, porque detrs de todo esfuer-
zo humano encaminado hacia ese noble fin. Dios est ha-
ciendo la obra por medio de su Santo Espritu.
PAPISMO 85
LAS TRES PREGUNTAS CAPITALES
(Sn.
Juan
cap. 21; vers. 15 al
19)
Pedro neg a Cristo. Le neg tres veces. Y no slo
le neg sino que reneg de l. Y blasfem afirmando no
conocerle. No quiso fijarse en que Cristo delante de l
tena las manos atadas. Tena el rostro sealado por las
bofetadas de los sayones romanos
y
los fariseos corrom-
pidos. No quiso fijar sus ojos en la dulzura apagada de
los ojos divinos, siempre abiertos al horizonte claro del
futuro. Pedro no quiso pensar en nada ni en nadie ms
que en s mismo, en su vida
y
en su muerte. Antes que
el gallo cantase por tercera vez Pedro habra repetido su
cobarda. A dnde qued su bravata: ''Aunque todos
te abandonaren yo no te dejar jams"? A dnde qued
el: "ir
contigo hasta la muerte"? ... Y a dnde se que-
da su primaca apostlica? Si Pedro fue el primero en
afirmar solemnemente "Tu eres el Cristo, el hijo de
Dios", fue tambin el primero en negar a su Maestro.
Primaca de revelacin
y
primaca de temor. Con cul
nos podemos quedar? . .
.
Pero, despus que Cristo descendi las gradas marti-
rizantes del palacio de Caifs
y
de Ans
y
pas ante el
viejo apstol,
y
le dirigi una mirada. . . solamente una
mirada. . . Dios mo, qu rayo de luz tan cegadora fue
el que vibr relampagueante en los ojos del Seor, al me-
terse hasta lo ms hondo de la conciencia del desventu-
rado apstol! Acaso no fue una mirada de reprensin ni
de menosprecio, sino de inmensa ternura
y
bondad. Y
mirar as, con esa infinita compasin es quebrantar el
espritu del pecador ms endurecido. Pedro sinti hasta
lo ms ntimo de su alma el amor entristecido de aquella
mirada
y
su conciencia se levant en pie
y
se retorci de
86 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
dolor, de angustia, de vergenza. . . Y el anciano apstol
de la triple negacin, "saliendo fuera, llor amargamen-
te". . . como un nio sorprendido en un acto vergonzoso,
como un hombre bueno alcanzando en un momento malo
del camino. . . Pedro llor
y
se alej, mientras el Maestro
querido, el Seor adorable, entre la turba enloquecida
de homicidas se apartaba tambin de l para seguir
su camino, sin volver el rostro una sola vez, sin mirar
ms al viejo amigo que, por miedo, ofendi la bondad
eterna de Dios. .
.
*
Haban de sucederse las escenas trgicas del Glgota;
el silencio augusto del sepulcro
y
la clarinada radiante de
la resurreccin. La cobarda de Pedro fue sabida por los
dems discpulos. La herida abierta en el corazn de Pe-
dro segua abierta
y
sangrante. Pedro ya no era el aps-
tol atrevido, audaz
y
hasta temerario de antes. La fren-
te baja
y
los ojos huidizos declaraban su agona inte-
rior. l saba que su negacin triple le haba destronado
de la gracia
y
del amor de Dios. Recordaba las palabras
terribles del Seor: "El que me negare delante de los
hombres tambin yo le negar delante de mi Padre";
y
aquellas otras: "Apartaos de m obreros de maldad". . .
Sera posible que Cristo le negare delante del Padre
santo, justo
y
sabio? Sera posible que l perdiera en
unos minutos lo que haba conseguido, alcanzar junto al
Maestro en tantos meses de aprendizaje?
Cristo, despojado para siempre del velo de la muer-
te, se apareci a varios de los discpulos incrdulos
y
acobardados. La vida volva a ellos junto con el Seor
y
con la
vida otra vez la fe, el entusiasmo por el Reino,
la codicia por la ganancia santa de las almas. . . Y tam-
PAPISMO 87
bin se apareci a Pedro, cuando estaba con los dems.
Entonces, dirigindose a l expresamente, Cristo le pre-
gunt: "Simn, hijo de Jons, (no le llama Pedro el de
la fe, el de la revelacin, sino Simn "el hijo de Jons")
me amas? . . . ms que stos? Por tres veces Cristo pre-
gunt
y
por tres veces Pedro, contest: "S, Seor. . .
"
y
finalmente, muy triste, con una tristeza propia del alma
que siente sobre s la pena del pecado cometido, se atre-
vi a decir: "Seor, t sabes todas las cosas. T sabes
que te amo". No se atreve a decirlo en voz alta, no se
atreve a asegurar que su amor por l es mayor que el de
los otros. El pecado de la triple negacin estaba a la puer-
ta gritndole: "Cobarde, cobarde, cobarde!" . . .
Pedro
siente ganas de llorar otra vez, de aadir dolor al dolor
de haber llorado mucho.
Y Cristo, el Cristo bueno, el Cristo de las almas do-
loridas por el arrepentimiento, vuelve con su amor a un-
gir de luz al viejo apstol. . .
"Apacienta mis ovejas. .
.
Apacienta mis corderos." Y as, por un acto de grandeza
espiritual, por una gracia redentora en favor del discpu-
lo cado en desgracia. Cristo vuelve a conceder a Pe-
dro, no el primer lugar, que nunca tuvo entre los
dems,
sino un lugar al que no tena derecho por causa de su
apostasta. Pedro vuelve al apostolado perdonado por
Cristo.
Esta es toda la historia verdadera de la triple nega-
cin de Pedro
y
de la triple pregunta de Cristo a Pe-
dro. No hay en ella otra cosa que un pecado, por parte
de Pedro,
y
un perdn misericordioso, por parte de Cris-
to. No hay
en ella un puesto de honor para Pedro, sino
simplemente una restauracin al apostolado, tristemente
ultrajado por el apstol. De dnde puede deducir el ro-
manismo un texto peor para probar la primaca apost-
lica de Pedro? No lo sabemos! Lo que s sabemos es que
88 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
sin este acto de bondad de Cristo, Pedro hubiera sido ba-
rrido de la comunidad cristiana
y
apostlica como lo fue
Judas. ste vendi a Cristo por dinero
y
Pedro le vendi
por temor, por cobarda. Lo mismo da una cosa que otra.
Negar a Cristo es vender a Cristo
y
vender a Cristo es
negar a Cristo. La misma sentencia, la misma culpa. La
salvacin es cosa de Dios
y
la soberana pertenece a
Cristo. Sin ambos nada es posible en el camino de la fe.
PEDRO EL PRIMER PAPA DE ROMA? . .
.
Afirma el romanismo que el apstol Pedro, su primer
papa, estuvo en la ciudad de Roma, fund la Iglesia de
aquella gran metrpoli
y,
a su muerte, dej sucesores con-
siderados asimismo como papas del catolicismo-romano.
En cuanto a la presencia del apstol en la ciudad, mal
llamada "eterna", porque nada es por ventura eterno en
la tierra, los datos histricos parecen sostener la afirma-
cin, contraria, es decir, la de que Pedro nunca estuvo en
Roma
y
por tanto, mal pudo fundar la Iglesia cristiana
en aquella ciudad
y
mucho menos aun dejar all a sus
pretendidos sucesores.
El primer dato histrico en contra de la afirmacin
romanista lo hallamos en el hecho de que, la propia Igle-
sia romana confiesa paladinamente que ignora el ao
y
no sabe cmo ni por qu camino el apstol lleg a la ca-
pital del imperio. Esta ignorancia supina, en un hecho de
tanta trascendencia para el romanismo, es de por s harto
elocuente.
El segundo dato lo encontramos en el impenetrable
silencio que, sobre el particular, guarda el libro de los
Actos o
Hechos de los
apstoles, libro rigurosamente
his-
trico
y
abundante en detalles nimios sobre el desarrollo
PAPISMO
89
de la Iglesia
y
los viajes misioneros de los apstoles. En
ese libro se habla de algunos viajes llevados a cabo por
Pedro, mas no se menciona un solo viaje de este apstol
a la capital romana. Este silencio es tambin de una
elocuencia arrebatadora.
El tercero, ms explcito an, lo hallamos en el via-
je del apstol Pablo a la citada ciudad romana. Ese via-
je, con todos sus accidentes peligrosos
y
memorables para
la Iglesia, est descrito con lujo de detalles por el evan-
gelista San Lucas. Pues bien, Lucas dice que cuando San
Pablo lleg a Roma se encontr con un grupo de cre-
yentes sin pastor alguno. Estos creyentes dijeron a Pa-
blo que no haban recibido cartas de nadie sobre l
y
deseaban saber qu es lo que l pensaba sobre la doctri-
na cristiana "contradicha en todas partes". Si Pedro hu-
biera estado all
y
fundado la Iglesia; cmo es que es-
tos creyentes nada saban de Pablo, ya clebre entre los
apstoles, ni conocan los fundamentos de la fe, ni nom-
braron a Pedro como su primer pastor? Para ellos, pa-
rece que este ltimo apstol o era totalmente descono-
cido
o no tenan porqu nombrarle suponindole en
Je-
rusalem o en alguna otra parte de Asia, pero nunca en
Roma.
Cuarto.San Pablo escribi varias cartas, entre ellas,
la dirigida a los "romanos", cristianos de la ciudad de
Roma, nombrando a una gran cantidad de "hermanos"
radicados all. En su nombre enva saludos a todos los
creyentes de diversas partes de la tierra. . .
y,
sin em-
bargo, entre esos nombres no se encuentra ni una sola vez
el del apstol Pedro. Cmo es que Pablo no menciona a
Pedro? Olvido, descortesa del apstol? No lo creemos.
Ms bien hecho indubitable de que Pedro no se encon^
traba ni se encontr jams entre los creyentes de la ciu-
dad imperial.
90 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Quinto.^Sabemos que Pablo fue llevado a Roma para
comparecer ante los tribunales romanos,
por ser ciudada-
no romano
y
haber apelado al Csar en su defensa, ante
el gobernador Festo. Pablo compareci ante el tribunal
romano,
y
escribiendo a su joven discpulo Timoteo dice
claramente: "En mi primera defensa nadie me ayud",
Preguntmonos. Si Pedro
se
encontraba en Roma, cmo
no acudi en ayuda
y
defensa de su compaero Pablo?
Por cobarda, otra vez, o porque no se hallaba en la ciu-
dad? Para bien del apstol es mejor desear esto ltimo.
Sexto.' Durante dos aos, Pablo permaneci preso
en la ciudad de Roma, aun cuando disfrut de una pri-
sin atenuada. Las autoridades romanas le permitieron
vivir en una casa de alquiler en calidad de prisionero.
Estando all escribi sus Cartas a los Glatas, Efesios,
Filipenses, Colosenses, la segunda a Timoteo
y,
quizs,
la dirigida a los Hebreos
y
a los Romanos. En todo este
enorme documental sagrado para la fe cristiana no hay
una so/a referencia a Pedro, como pastor de ta Iglesia
romana, ni siquiera como habitante de la ciudad, Igno-
rancia deliberada de Pablo? Indiferencia hacia Pedro?
Falta de memoria disculpable? Nada de eso. Pablo no
cita a Pedro, escribiendo desde Roma, porque saba que
Pedro se encontraba en Antioquta, probablemente pas-
toreando la Iglesia de aquella localidad.
Y si
de la prueba histrico-teolgica pasamos a la
prueba cronolgica nos encontraremos con muchos ms
datos contrarios a la tesis romanista, segn la cual no
slo estuvo Pedro en Roma
y
fue el fundador de la Igle-
sia, sino que
pastore su rebao espiritual en la
ciudad
por espacio de 25 aos consecutivos.
PAPISMO 91
Para derribar esta creencia, puramente imaginativa,
aceptemos el dato, segn el cual, el romanismo asegura
que desde la muerte
de Cristo a la de Pedro transcurrie-
ron 37 aos.
Pues bien, por los datos biogrficos del apstol Pa-
blo, podemos acercarnos a la verdad. Cuando el proto-
mrtir Esteban fue muerto a pedradas en las afueras de
Jerusalem, Pablo, que entonces era un joven, asisti al
espantoso suplicio del hroe
y
Pedro estaba en Jerusalem,
Desde este hecho hasta la conversin de Pablo pasaron
tres
o
ms aos. Inmediatamente de su conversin, Pablo
fue primero a Arabia, volvi a Damasco
y
pasados tres
aos visit Jerusalem. All, dice l, vio al apstol Pedro
y
a Santiago. Con ellos estuvo unos quince das. En
el transcurso de todos estos acontecimientos debieron pa-
sar, por lo menos, 6 aos. Durante esos 6 aos, Pedro no
sali de ferisalem.
Pablo pas despus a Siria
y
Cicilia, volviendo final-
mente a Jerusalem, 14 aos ms tarde. All, dice el aps-
tol
que "le dieron la diestra de compaa o compaeris-
mo Santiago, Pedro
y
Juan.
Por consiguiente, Pedro es-
tuvo 20 aos en Jerusalem, despus de la conversin de
Pablo.
Sabemos que Pedro se dirigi a Antioqua, abando-
nando Jerusalem. All permaneci 7 aos predicando, se-
gn testimonio de Gregorio o 25 segn afirma Euse-
bio. S fueron 7 ya tenemos a Pedro 27 aos sin salir de
Palestina
y,
si damos crdito a Eusebio, 45 aos sin sa-
lir del Asia Menor.
Si aceptamos la tesis romanista de que Pedro muri 37
aos despus de Cristo
y
de esos 37, 27 los pas en Asia,
cmo pudo, en caso de haber aprovechado los 10 aos
restantes, haber estado en Roma como pastor
y
fundador
de la Iglesia nada menos que 25 aos? Y si aceptamos
92 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
la opinin
de Eusebio de que Pedro permaneci 25 aos
predicando en Antioqua, cmo es que tuvo tiempo de
ir a Roma?
Los romanistas se vern siempre en un verdadero
apuro para demostrar lo indemostrable. La opinin ms
sensata sustentada por la mayora de las Iglesias de la
Reforma
y
de la Iglesia Ortodoxa
es la de que Pedro
no estuvo nunca en Roma, ni
fund all alguna Iglesia,
ni
fue
considerado jams como primer papa de la cristian-
dad. Pedro muri en Antioqua
o
en Jerusalem, sin visi-
tar una sola vez la ciudad imperial.
La Iglesia, en la capital del imperio romano se debi
a la obra audaz
y
persistente de Pablo. l supo unir a
los miembros dispersos, a pesar de su prisin. Supo, sobre
todo, captarse su simpata
y
cario
y
conquistar para la
fe hasta ciertos servidores del Csar. Cuando su cabeza
rod para siempre, despus de su segunda
y
ltima con-
dena, la muerte no pudo deshacer la obra titnica del
gran mensajero de Dios. La Iglesia cristiana en Roma
dio repetidas pruebas del enorme valor
y
verdad de su
fe
y
sus mrtires sealaron con sangre inocente el des-
pertar del Cristianismo en el mundo occidental.
LA IGLESIA EN ROMA "MADRE Y SEORA"
El romansmo tambin se esfuerza por demostrar al
mundo que la capital eclesistica del Cristianismo, debe
ser
y
es Roma, a quien pomposamente da el ttulo de
"Madre
y
Seora de todas las Iglesias cristianas del mun-
do".
Por qu piensa as el catolicismo romano? Por qu
ha de ser necesariamente Roma la Madre de la Iglesia
Universal?
PAPISMO
93
Fueron cinco, histricamente, las principales Iglesias
de la Cristiandad durante los tres primeros siglos del
cristianismo: Jerusalem, la verdadera Iglesia "madre",
puesto que fue fundada en primer lugar por los apsto-
les; Antioqua, la segunda Iglesia integrada por la pre-
dicacin del apstol Pedro; Constantinopla, por ser la ca-
pital del imperio, bajo el mando de Constantino; Roma,
fundada probablemente por el apstol Pablo
y
Alejan-
dra, en quinto lugar, por ser la cuna religiosa de la cul-
tura teolgica-cristiana en el siglo iii.
Realmente no hubo jams espritu de supremaca en-
tre estas cinco grandes Iglesias, todas ellas ubicadas en
grandes ncleos de poblacin. El pastor u obispo de la
Iglesia romana jams se consider distinto en autoridad
y
poder a los dems ministros regentes de las otras
cuatro grandes iglesias. Tampoco recab para s ttulo
diferente al de los dems pastores. Nunca apareci ante
los dems como obispo universal, ni apeteci otra cosa
que mantener el espritu de fraternidad universal
y
de
igualdad cristiana.
Pero, en el siglo vii, Bonifacio, obispo de Roma, inten-
t en el ao 605,
aplicarse, por vez primera, el ttulo de
"obispo universal". Antes de l, Juan, obispo de Cons-
tantinopla, capital nica del imperio, quiso ser llamado
as tambin, encontrndose con la oposicin violenta de
Pelagio
2*?
y
de Gregorio I. El primero de stos escri-
bi lo siguiente: "No hagis caso del nombre "universal"
que ilegalmente ha usurpado para s Juan:
Ninguno de
los patriarcas us jams nombre tan profano". Y el se-
gundo, public lo siguiente: "Mi con-sacerdote Juan
pre-
tende ser llamado "obispo universal".
"Esto me obliga a exclamar: oh, tiempos; oh, costum-
bres! Los ministros pretenden para s nombres de vani-
dad
y
se gloran con nuevos
y
profanos vocablos. Nin-
94 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
guno de mis predecesores consinti
en usar tan profano
nombre, porque si en realidad un obispo se hace llamar
"universal" quita a los dems
el nombre de obispos. Pero
lejos est de la mente cristiana querer apropiarse para
s lo que parezca disminuir en lo ms mnimo
el honor
de sus "hermanos". En verdad, digo confiadamente que,
cualquiera que se llame a s mismo "sacerdote universal",
o desee ser llamado as, procede del Anticristo en su or-
gullo, porque soberbiamente se antepone a los dems".
A pesar de esta opinin contra un antecesor suyo, el
obispo de Roma insisti en recabar para s tal ttulo. Cons-
tantinopla cedi su lugar a Roma
y,
desde entonces, esta
ciudad fue considerada como sede imperial. Por su parte,
la conversin de Constantino, estableciendo el Cristia-
nismo como rehgin del imperio, convirti automtica-
mente la pequea Iglesia de Roma, en la ms importante
Iglesia de la nueva doctrina. Por razn natural, el pastor
u obispo que gobernaba dicha Iglesia, creci en impor-
tancia, aunque no en autoridad eclesistica. Sin embargo,
las disensiones de las distintas Iglesias iban a parar a
sus manos para su resolucin o al menos su consejo. El
dinero, que a raudales comenz a surgir de las mltiples
congregaciones religiosas, fue camino de la Iglesia de
Roma. En una palabra, sin necesidad de demostrarlo por
su parte, el obispo o pastor de la Iglesia ubicada en la
capital del imperio fue acrecentando su importancia
y
su
influencia. La idea concebida por Bonifacio VIII, pastor
de aquella grey, tom cuerpo
y
forma por s misma
y
aun
cuando las protestas de oriente
y
occidente llovieron con-
tra la pretensin del obispo remano, la Iglesia de Roma
fue reconocida por todos como la Iglesia ms importante,
y
sus ministros como los de mayor autoridad. De ah al
"papado" no haba ms que un paso. ste lo dio final-
mente el
Concilio de Trento, que en el ao 1564 decret.
PAPISMO 95
como artculo de fe, que el ttulo de "Madre de Todas
las Iglesias" le correspondiese a la Iglesia establecida en
Roma
y
que, a su pastor se le llamase "Padre de todos los
pastores" o "Papa".
Otras opiniones basadas en distintos hechos alegados
por el romanismo para demostrar la supremaca de la
Iglesia establecida en Roma, sobre todas las dems Igle-
sias del mundo, carecen de fuerza probatoria. Por ejem-
plo, algunos afirman que Roma debe ser la Iglesia Ma-
dre
y
su Pastor, Prncipe de los Pastores, porque en Ro^
ma muri Pedro. Ya dijimos que si Pedro jams estuvo
en Roma, menos aun pudo morir all. Pero., aun cuando
as hubiera sido, la lgica del hecho partira de un ab-
surdo, como hace notar muy bien Nilo, patriarca de Ale-
jandra, quien dice textualmente: "Si porque Pedro mu-
ri en Roma se cuenta como gran sede a la Iglesia de
Roma, Jerusalem sera mucho mayor en grandeza por ha-
ber tenido all lugar la muerte vivificadora de Cristo".
Es un lamentable error el del romanismo,
el
fijar,
para la eternidad un punto de la tierra como asiento de
mxima autoridad eclesistica. La cada del imperio ro-
mano
y
la aparicin de las nacionalidades modernas des-
troza el argumento bsico de esa medida. Hoy Roma no
es la capital del mundo imperial. Hoy no hay imperios
ms que en la mente de unos cuantos idealistas. Hoy Ro-
ma no es ms que una modestsima capital de la pennsula
Italiana, sin ms trascendencia para el mundo que su
propia existencia. Italia no es la primera potencia mun-
dial en el orden econmico, militar, industrial, etc. Roma,
por tanto, ya no ocupa el lugar de privilegio que tu-
viera en pocas pasadas. Y si por el lugar ha de medirse
96 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
la importancia, Roma est, como Iglesia, frente a un ro-
tundo fracaso. Hoy su capital podra ser Londres, Nueva
York, Pars u otra ciudad cualquiera, con ms derechos
que ella. Por otra parte, el hecho de considerar a Roma
como centro de la fe cristiana ha obhgado a la Iglesia
Catlica a llevar sobre s el ttulo de romana. Este ttulo
limita su universalidad. Si es romana no es cristiana, por-
que el cristianismo es universal. Si es romana est pen-
diente del criterio
y
sentencia de la autoridad religiosa
all reconocida como Suprema, autoridad que no debe
salir jams de ese lugar, porque dejara de llamarse ro-
mana.
El camino de las otras dos ramas del cristianismo es
ms acertado. La Iglesia de la Reforma, mal llamada Pro-
testante, no vincula su nombre con el de ninguna locali-
dad, por muy importante que sta fuere, sino que se hace
llamar
y
es, en efecto. Iglesia Cristiana Universal, La
Iglesia Ortodoxa, por su parte, tampoco lleva sobre s
otro ttulo limitativo. nicamente admite,
y
no en sentido
eclesistico, la denominacin de la nacin en donde su
patriarcado tiene jurisdiccin, pero carece de
un centro
oficial eclesistico determinado. Todos los patriarcas o
Jefes de la Iglesia son iguales en jerarqua
y,
natural-
mente, lo mismo que la Iglesia de la Reforma, no reco-
noce ningn pontfice Supremo, ni a Roma como "Madre
de todas las Iglesias".
Ambas Iglesias, lo mismo que la Romana, son uni-
versales, es decir, son catlicas (katholics: universal),
porque las tres tienen esparcidas por toda la tierra mul-
titud de Iglesias
y,
adems, el carcter
y
naturaleza de
su doctrina es de dominio universal.
Abrogarse el ttulo de "catlico" el
romanismo,
con
exclusin de las otras dos ramas histricas del Cris-
tianismo nos parece lamentable. La verdad debe ser res-
PAPISMO 97
petada
y
la verdad es que tanto el romanismo como el
Protestantismo
y
el Ortodoxismo son universales.
TTULOS PAPALES
Sobre la personalidad del Prncipe de la Iglesia roma-
na, recaen alrededor
de 15 ttulos diferentes, cada uno
con su caracterstico significado. No intentamos rebatirlos
todos. Sera una prdida lamentable de tiempo
y
una fal-
ta de espacio considerable. Veamos algunos de los prin-
cipales o ms estimados entre los romanistas.
l^^PAPA. Esta palabra significa literalmente "Pa-
dre". Cristo prohibi aplicar este ttulo espiritual a hom-
bre alguno, por muy piadoso
y
santo que fuese.
He aqu su orden: "Y vuestro padre no llamis a na-
die en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el cual es-
t en los cielos". (Sn. Mateo cap. 23; vers.
9).
l mismo nos dej el ejemplo cuando en repetidas
ocasiones, al dirigirse a Dios, le llam con este bondadoso
nombre: Padre.
l
ense a los suyos a utilizarlo en sus
relaciones ntimas
y
directas con Dios. Cuando orreis
decid: "Padre nuestro. . .
"
"Padre", porque l es quien
nos engendr, por su Palabra santa
y
su Espritu divino,
para que furamos por la fe
y
la gracia hijos suyos. "Pa-
dre", porque su amor providencial vela por la vida de sus
hijos con una fidelidad maravillosa. "Padre", porque l,
en su paternidad gloriosa, ha creado todo un universo
de seres vivos
y
en su sabidura infinita les ha entre-
gado armas suficientes para su conservacin
y
perpetua-
cin. "Padre", porque l, con su hlito de poder, lo lle-
na todo de majestad, belleza, maravilla
y
amor. "Padre"
slo es Dios, el Dios santo
y
misericordioso, ante quien
los creyentes de
todas las razas
y
de todos los tiempos
98
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
deben inclinar
su frente
y
doblegar su corazn. l solo
es el "Padre" espiritual
de la Humanidad
y
por eso l
quiere, busca
y
desea ardientemente la redencin del al-
ma humana
y
la glorificacin de su nombre sobre la tie-
rra. "Santo es su nombre"
y
"santificado" debe serlo
siempre. Cuando en un sentido espiritual el romanismo
obliga a sus devotos a llamar "padre" a hombres imper-
fectos, est ofendiendo a Dios
y
desobedeciendo a Cristo.
Por eso jams encontramos escrita esta palabra apli-
cndose a los profetas, apstoles, evangelistas, etc., en las
pginas escriturarias. Hasta el cuarto siglo no comenz a
generalizarse la costumbre de llamar "Padre" al ministro
o sacerdote. Y despus de esa fecha, cuando gobernaba
la Iglesia Gregorio VII, obispo de Roma, se diferenci
esta palabra de la de "Papa", siendo en reahdad la mis-
ma, con objeto de designar con esta ltima nicamente
al obispo de Roma, elevado a la categora de "Padre de
la Cristiandad".
Existen otros ttulos bondadosos que pueden ser apli-
cados a los ministros del Seor, sin necesidad de usurpar
a Dios lo que solamente a Dios corresponde.
l^^SUMO PONTFICE: "Pontfice" significa lite-
ralmente: "constructor de puentes". Fue el ttulo que lle-
varon los sacerdotes paganos de Roma porque oficiaban
sobre el puente del ro Perusa
y
tambin de aquellos otros
que construyeron un puente sobre el ro Tber. Despus
pas a poder de reyes
y
emperadores, como puede verse
en las inscripciones de algunas monedas romanas. Es,
pues, un ttulo de origen pagano.
Cierto que Pablo emplea la misma palabra aplicada a
Cristo, aunque su traduccin verdadera es la de "Sacer-
PAPISMO 99
dote o Sacrificador". Sin embargo, notemos que es a Cris-
to
y
no ningn sacerdote a quien Pablo distingue con
este nombre. l dice literalmente: "Porque tal pontfice
nos convena; santo, inocente, limpio, apartado de los
pecadores
y
hecho ms sublime que los cielos". (Sn. Pa-
blo a los Hebreos cap. 7; vers.
26).
Cristo es el
nico Pontfice de la Iglesia por estas
razones:
1^
l es el Sacerdote eterno, propuesto por Dios
al mundo creyente.
2^^1
tiene poder para salvar a todos
los que por su mediacin se allegan a Dios.
3*'
l es
el Mediador o Intercesor nico entre Dios
y
los hombres.
4^^
l es perfecto
y
S**l se ofreci una sola vez en
sacrificio redentor. Por tanto. l solamente es acreedor a
este glorioso ttulo.
As lo entendieron los primitivos cristianos para quie-
nes slo Cristo fue el "Pontfice Mximo". El puente
construido por Cristo para que por l las almas lleguen
a Dios, es el nico puente salvador
y
eterno. Y ese puen-
te est construido con el precio de una sangre derrama-
da en un sacrificio augusto. nicamente, dice Juan,
"la
sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado".
Cuando el obispo de Roma hace gala de tal ttulo,
est contradiciendo las Sagradas Escrituras
y
preten-
diendo ocupar, en la Iglesia, el lugar que nicamente a
Cristo corresponde.
S^^VICARIO DE CRISTO, Acaso sea ste el t-
tulo ms apreciado por el romanismo
y
el que peores con-
secuencias ha motivado para la Iglesia. La palabra "vi-
cario" quiere decir substituto, representante
o
el que hace
las veces de otro.
Ya exista este nombre en el imperio romano. Es de
significado
representativo. Segn l, el papa ostenta toda
autoridad,
espiritual
y
religiosa, sobre la Iglesia, sus mi-
nistros, el
dogma
y
la moral.
100 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
nicamente a Cristo concedi el Padre: "toda potes-
tad sobre los cielos
y
la tierra". Insistimos, nicamente a
Cristo, El Papa, al ser substituto de Cristo, hace osten-
tacin del mismo poder. Investido, segn el romanismo,
con la potencia del Espritu Santo, su santidad, su sa-
bidura, su infalibilidad radican en l de un modo perma-
nente
y
exclusivo.
Es cierto que Cristo dej como representantes suyos
en la tierra a sus discpulos. As l dijo: "El que os re-
cibe a vosotros, a m recibe;
y
el que a m recibe, recibe
al que me envi". Y tambin: "El que a vosotros oye, a
m oye;
y
el que a vosotros desecha a m desecha". (Sn.
Mateo, cap. 10:40).
Or, recibir
o
rechazar a uno de sus enviados equivale
a hacer lo mismo con Cristo. Sin embargo, la afirmacin
de Cristo no se refiere a uno solo, sino a todos los aps-
toles. De tal suerte que, recabar para s, uno solo
y
no
todos, esta potestad significa limitar
y
hacer intil la ase-
veracin cristiana.
Tambin Cristo seal a sus representantes en la tie-
rra por medio de una vigorosa parbola, conocida vulgar-
mente bajo el nombre de "Parbola del Juicio Final".
En ella Cristo dice: "Todo cuanto hicisteis a uno de estos
mis hermanos pequeitos, a M lo hicisteis". Quines
eran estos hermanos pequeitos? La parbola lo aclara:
los hambrientos, los sedientos, los solitarios, los desnu-
dos, los enfermos, los prisioneros. stos, dice l, son sus
representantes, de tal modo que hacer por ellos alguna
cosa es hacerlo por el mismo Cristo. Servirles, sacri-
ficarse por ellos, hacerles un bien es hacrselo al mismo
Cristo. De este modo, al identificarse Cristo con la Hu-
manidad sufriente, lanza audazmente un reto a la mente
cristiana, invitndola a realizar, por amor a l, toda
clase de beneficios al mundo.
PAPISMO 101
Jams pas por el pensamiento de Cristo instituir a
una persona con este privilegio de representante suyo en
la tierra.
Jams
pronunci la menor alusin sobre el par-
ticular hacia uno de sus apstoles. Siempre, al destacar
esta representacin habl en trminos generales, incluyen-
do a todos los creyentes
y
a todos los necesitados. Hu-
biramos querido encontrar un solo texto bblico que con-
tuviera estas palabras: "En ti delego mi autoridad, mi sa-
bidura, mi poder". No lo
hallaremos por parte alguna
de la Escritura. . . ni siquiera en la tradicin, fuera de
la Escritura. Porque si hubiera existido algn cristiano
ungido con esa gracia sobrenatural, la Iglesia Cristiana
Universal lo hubiera reconocido como tal
y
se hubiera in-
clinado ante l.
Por esto, nada tiene de extrao que para llegar a la
posesin del ttulo de "Vicario de Cristo" hayan teni-
do que pasar 15 siglos
y
esperar a que el Concilio de
Florencia lo decretara as en favor del obispo de Roma.
El obispo de Constantinopla
se
levant violentamente
contra el decreto, indicando claramente que no poda tran-
sigir con tal dictadura religiosa.
No podemos concebir cmo existe un hombre en la
tierra capaz de cargar con la responsabilidad de "repre-
sentar a Cristo" entre los hombres. Conociendo la verdad
de la naturaleza humana, tan imperfecta, tan insegura,
tan enferma no podemos creer que alguien, sea quien
fuere, se atreva a presentarse ante el mundo
diciendo:
"Yo soy el substituto de Cristo, de aquel Cristo inocen-
te, limpio, puro, santo, divino, Hijo Unignito de Dios
y
redentor del mundo".
nicamente la soberbia o la ceguera espiritual han podido
102 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
volcar sobre un so/o hombre todo el peso enorme de se-
mejante responsabilidad.
49^5Zi SANTIDAD. He aqu otro de los ttulos
exclusivamente papales. Est, por supuesto, tomado del
judaismo. El Sumo Sacerdote judo llevaba sobre su fren-
te, como parte de su atavo religioso, una placa de oro
en la que poda leerse este rtulo: "Santidad a Jehowa".
Tales palabras hacan de l una especie de tab sagrado,
intocable
y
santo.
El papa, como Sumo Pontfice de la Iglesia o Sumo
Sacerdote judo, no lleva sobre sus vestiduras nada se-
mejante, pero s es saludado
y
reconocido como compen-
dio
y
suma de todas las virtudes, como nico represen-
tante de la santidad ms absoluta.
Precisamente por esta aureola de santidad es por lo
que recibe acatamientos
y
homenajes semejantes a aque-
llos que, de vivir entre los hombres, recibira el mismo
Cristo. Y, sin embargo, no es posible borrar el conte-
nido solemne de la Escritura cuando nos afirma que: "por
cuanto todos pecamos todos estamos destituidos de la glo-
ria
de Dios". . . "Y el que se dijere sin pecado es men-
tiroso
y
hace a Dios mentiroso". . . "Que no hay hombre
que haga siempre el bien
y
nunca peque". . . "Que somos
nacidos
y
concebidos en pecado"
y
solamente la fe
y
la
misericordia divina pueden librarnos del peso enorme de
la culpa
y
de la herencia. . . "Que el pecado est en nos-
otros"
y
no es posible la salvacin de criatura alguna
si no aceptare el perdn concedido por Dios en Cristo.
La propia historia eclesistica lo demuestra. El ro-
manismo reconoce, en parte, que la santidad pontifical
siempre relativa, no ha residido sino en un pequeo n-
mero de papas quienes supieron destacarse por sus vir-
tudes
y
su piedad. El romanismo reconoce las manchas
PAPISMO
103
terribles que recayeron sobre la Iglesia por culpa de hom-
bres elevados a la categora papal porque no supieron,
no pudieron o no quisieron mantenerse dentro de los l-
mites extrictos de la moralidad cristiana. No queremos
lanzar anatemas contra nadie. Nosotros somos tambin
hombres
y
por tanto contaminados de pecado. Nuestra
miseria espiritual, nuestra impotencia para vencer el pe-
cado son bien manifiestas. No podemos arrojar la piedra
contra nadie. No debemos hacerlo. Cristo es el que juz-
ga. Pero s lamentamos esta ceguera romanista
y
lamen-
tamos, ms an, que el Sumo Pontfice romano, sabedor
como lo es de la teologa cristiana, acepte, sobre s t-
tulo tan glorioso como inmerecido.
La santidad no estuvo ni estar jams en criatura hu-
mana. La pureza del ngel ha sido negada al hombre.
Slo Dios es Santo, slo Dios lleva sobre s, en justicia
y
verdad, el ttulo precioso de "Su Santidad". Fuera de
Dios, la relativa santidad humana, tan lejos de la per-
feccin, obliga a toda criatura a inclinarse sobre el polvo
de la tierra
y
a gritar con el humilde Publicano de la
parbola de Cristo: "Oh, Dios, s propicio a m, peca-
dor*'.
DE LA INFALIBILIDAD PAPAL
Cerramos estos breves comentarios con la tristeza de
quien siente la obligacin de anteponer la verdad evan-
glica a la utopa romanista. La verdad difcil
y
dura de
lanzar, pero necesaria para limpieza del espritu.
El novsimo dogma romanista sobre la
Infalibilidad
papal nos obliga a ello. Este dogma fue proclamado como
tal en el ao 1870.
Entendemos por infalibilidad el ^'privilegio de no en-
104
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
ganarse a s mismo ni engaar en lo que se ensea a los
dems," As lo define la Iglesia de Roma.
Segn esto, el papa no se equivoca nunca en cuestio-
nes de dogmas o disciplina, siempre que cuando ensee,
ordene
o dogmatice lo haga ocupando la "Silla de San
Pedro",
es decir, "exctedra"
o desde la ctedra sagrada.
La Iglesia supone, desde luego, que el papa no slo
es el sucesor de San Pedro, sino tambin el sucesor del
espritu de Pedro, en cuanto a la revelacin cristiana. El
papa hered, nos aseguran, no slo el lugar de Pedro,
sino tambin todo aquello que en el apstol pudiera ha-
ber de divino dentro de lo humano.
No es necesaria mucha argumentacin para demostrar
lo contrario. La Historia de los Concilios
y
en general de
la Iglesia demuestran, hasta la saciedad, que los papas
se han contradicho innumerables veces
y,
por tanto, que
la expresin de sus declaraciones u rdenes disciplina-
rias en materia de fe han estado expuestas al error. Por
lo dems, es de sentido comn para cualquier cristiano
el reconocer que el espritu humano est sujeto a enga-
os repetidos, porque para no equivocarse nunca sera
menester poseer la sabidura perfecta, el conocimiento per-
fecto
y
esto es cosa de Dios solamente. Pretender apare-
cer ante el mundo con ese privilgio sobrenatural es, cuan-
do menos, exponerse a ocupar audazmente el lugar de
Dios.
He aqu algunos de los argumentos presentados por
el catolicismo en contra de este nuevo dogma. Saheron
de la pluma agresiva, pero bien orientada, del famoso
jesuta Bossuet. Este clebre predicador
y
escritor dijo
lo siguiente:
PAPISMO
105
1^
Que en el Concilio general de Constanza
se de-
cidi que: "En calidad de Concilio ecumnico represen-
taba a la Iglesia catlico-romana, recibiendo su autoridad
inmediatamente de Jesucristo, a cuya autoridad todo el
mundo estaba obligado a someterse, sin exceptuar al mis-
mo papa, en las cosas que pertenecen a la fe, extirpacin
del cisma
y
reforma de la Iglesia de Dios, tanto en su
cabeza como en sus miembros". "Este decreto, sigue di-
ciendo Bossuet, fue confirmado en los mismos trminos
por el Concilio de Basilea, que no ha sido contradicho
por los decretos de concilios posteriores".
2^
'"Por las actas de los Concilios generales, comen-
zando por el de Jerusalem, celebrado por los apstoles,
hasta el de Trento, a fuerza de las decisiones era sacada
nica
y
unnimemente de la pluralidad de votos
y
no del
papa por s mismo o sus delegados, ni siquiera porque el
papa confirmase los decretos con su autoridad. Que en los
cuatro Concilios generales
no
existi tal confirmacin pa-
pal, an en el caso de que el papa hubiese manifestado su
parecer
y
fijado su doctrina, quedando sta supeditada
a la opinin de los obispos".
S^'"Que muchas decisiones hechas por los papas
fue-
ron despus reformadas
y
hasta condenadas por los Con-
cilios generales. Estas decisiones papales tuvieron carc-
ter dogmtico".
4^
"Que la autoridad de los papas no es
superior a
la de los Concilios",
5^
"Que en muchos casos de disputas sobre la fe,
no se crey que el juicio papal fuese suficiente
para de-
terminar la cuestin, sino que fue precisa la intervencin,
con autoridad, de un Concilio, siendo los
mismos papas
de esta misma opinin desconfiando
as de su propio
juicio".
106 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
6^
"Que muchos papas ensearon, en efecto, errores
en sus Cartas decretales",
y. .
.
7^
"Que la Infalibilidad de los papas no es necesa-
ria para poner a la fe a cubierto de peligro".
No pueden enumerarse ms verdades en menos l-
neas.
Aadimos, no obstante, que el mismo papa no es ne-
cesario para la vida de la fe
y
de la Iglesia cristiana. Por-
que stas tienen por base nica: las Escrituras, la reve-
lacin escrita, definitiva
y
eterna de la voluntad divina;
y
a Jesucristo, cabeza invisible; pero real
y
nica de la
Iglesia quien, por medio de su Palabra
y
del poder del
Espritu Santo, puede conducir
y
conduce de hecho a su
Iglesia por caminos infalibles de verdad
y
de amor. "El
Espritu Santo, dice Juan, transcribiendo las palabras de
Cristo, os conducir a toda verdad". l es infalible, por-
que es Dios mismo inspirando a su pueblo escogido. Y
la posesin del Espritu no es de uno, en particular, sino
de todos los que son de Cristo,
Cuando la Iglesia cristiana obedece al mandato de
las Escrituras, puede asegurar que se encuentra en el
camino de Dios, el cual no ha legado a su Iglesia un Li-
bro de enseanzas oscuras, hermticas, sino una "Lm-
para" viva, de claridad manifiesta para que aquel que de-
jndose guiar por su luz, encuentra al Seor
y
su vo-
luntad buena, adorable
y
perfecta.
La Iglesia cristiana que cierra sus ojos a los tres
caminos propuestos por Dios: Cristo, como cabeza de la
Iglesia; el Espritu Santo, como gua infalible,
y
las Sa-
gradas Escrituras, se expone, por lo menos, a extraviarse
alejndose de la verdad de Dios.
PAPISMO 107
Quisiramos, de verdad, que la Iglesia
de
Roma, mar-
chando por la senda de la humildad
y
del arrepentimien-
to verdadero, abandonase de una vez
y
para siempre estos
errores fundamentales
y
volvindose hacia Dios, encon-
trase nicamente en Cristo el perdn
y
la paz que tanto
necesita.
IV. EUNUQUISMO
CRECED Y MULTIPLICAOS
(Libro del Gnesis cap. 1; vers. 28)
Ley de Dios es que la naturaleza humana encuentre
una legitima expresin en la unin de los seres de dis-
tinto sexo
y
que se sujeten a dicha ley todos los organis-
mos vivos.
"Creced
y
multiplicaos*', fue la voz que dio expresin
a este mandato divino
y
salirse de su disciphna equivale
a intentar evadir el plan de Dios. Por eso, dciles al
imperio de la naturaleza
y
a la inefable influencia de
esta orden, todos los seres vivos, desde el principio de
los tiempos, la han obedecido. . .
y
la tierra, antes tan des-
ordenada
y
vaca, ha visto crecer
y
desarrollarse, pro-
gresivamente, hombres, animales
y
plantas hasta cubrirla
casi totalmente.
Con la procreacin de los seres vivos se convirti en
hermosa realidad la civilizacin
y
el arte; el derecho, la
propiedad
y
la libertad. El hombre, que solitario nica-
mente hubiera servido para convertirse en el servidor de
s mismo, encerrado en la obligada crcel de su propio
egosmo, ha podido ocupar el trono de la creacin, gra-
cias a la existencia de la gran colmena humana quien,
pese a sus imperfecciones, contina construyendo el mun-
do paulatinamente, a costa de su propio esfuerzo
y
su
propio sacrificio.
Cuando Dios vio la enorme tristeza del primer hom-
bre, a quien no poda bastarle la maravilla inmensa de
un
paraso, ni la presencia de los animales ms corpu-
112 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
lentos
y
domsticos, ni la tarea necesaria de laborar la
tierra para hacerla producir. . . dijo: "harle una ayuda
idnea para l"
y
cre a la mujer, de la misma substan-
cia del hombre
y
semejante a l en todo.
Dios la cre como ayuda
y
compaera para el hombre,
buscando que entre ambos no existiera ni an el orgullo
de la primaca, sino ms bien la igualdad en todas las
cosas.
Y asi fue como al descorrerse el teln, cuyo fondo des-
cubra la hermosura pacfica de un paraso, el hombre
y
la mujer, creados el uno para el otro, supieron encontrar
en la belleza de su ternura
y
en la expresin de su amor,
el cumplimiento exacto de la ley natural
y
divina. Y acer-
taron a comprender la eterna
y
buena voluntad de Dios,
quien les dio forma
y
vida para que se comprendieran
y
ayudaran mutuamente
y
para que, por la ardiente llama
del cario sincero
y
puro, pudieran perpetuarse.
"No es bueno que el hombre est solo", dijo Dios.
No lo ser nunca. La soledad puede a veces servir para
escudar el dolor
y
el desengao; para hacer soar
y
me-
ditar, pero cuando se prolonga demasiado engendra el
hasto
y
produce la tristeza, forja el hbito de la rutina
y
presenta ante los ojos abiertos un horizonte sin obje-
tivo ni esperanzas. Pero, cuando el hombre encuentra en
la mujer el complemento necesario para su vida, cuando
acierta a sentir en ella como el eco de s mismo
y
de su
soada felicidad, por fuerza ha de acatar con jbilo la
decisin divina
y
ha de aplaudir, sin reservas, la gran
sabidura de la
determinacin eterna.
Aadamos a esto que, por el cumplimiento de esa
voluntad superior, hombres
y
mujeres se tornan en crea-
dores de hogares, en cuyo seno se escucha el
palpitar de
la carne hecha flor en las sonrisas
y
en el gemido in-
fantil de los hijos
y
se crea con ellos la familia, primera
EUNUQUISMO
113
clula social sin la cual el mundo humano dejara de ser.
Y con el hogar
y
la familia, el ansia noble de darse a los
dems en un rasgo de sublime desprendimiento en pro
de la Humanidad.
El hombre, al permanecer solitario, debera sentirse
sumamente pequeo en su grandeza, contemplando la so-
ledad de su vida no como una caricia sino como un cas-
tigo, porque el hombre naci para ser sociable, para vivir
en sociedad, compartiendo su pan
y
su esperanza, su
ilusin
y
su dolor con los dems, dejando de su paso una
estela de sanos recuerdos entre aquellos que le hicieron
sentirse hombre, esposo
y
padre.
EN TODOS ES HONROSO EL MATRIMONIO
(Sn. Pablo a los Hebreos cap. 13:4)
El estado de matrimonio es, pues, consecuencia impe-
rativa de una ley biolgica
y
moral. Cuando
se
pretende
substituirla o anularla se atenta contra la naturaleza
y
contra Dios. Cuando se inculca en el nimo de las gentes
la idea bastarda de que el matrimonio encierra la llama
desvastadora del "pecado", se contradice a la moral
y
se traiciona a la vida. No puede haber pecado en una
institucin de carcter divino. El matrimonio es una ley,
no un capricho; una necesidad, no un instinto desenfre-
nado.
Por eso el apstol Pablo escribi esta frase lapidaria:
"En todos es honroso el matrimonio". Y al decir esto
pens en s mismo, tanto como en toda la Humanidad.
No olvid que Cristo san a la madre de la esposa de
Pedro cuando sta, adolorida por la fiebre, yaca en ca-
ma. Al apstol Santiago fue acompaado de "su esposa"
en sus
continuas peregrinaciones
y
an el mismo apstol
114
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
San Pablo reclama para s la potestad de llevar consigo
una "hermana mujer", argumentado
de este modo: "No
tengo yo, dice Pablo, tambin la potestad de llevar con-
migo una "hermana mujer", como Pedro
y
Santiago?". .
.
* *
A travs de las pginas sagradas observamos la vida
matrimonial de los grandes patriarcas No, Abraham,
Ja-
cob, Moiss. . . quienes supieron crear familias numero-
sas, cuya piedad religiosa resplandeci maravillosamente...
Y as lo entendi siempre la Humanidad anterior
y
posterior a Cristo, demostrando la experiencia que el ma-
trimonio ha sido no solamente un acto lcito sino necesa-
rio. Si en algunos casos este vnculo sagrado
y
social no
obtuvo resultados apetecibles se debi, no al carcter de
la institucin divina, sino al hecho nefasto de la imper-
feccin humana. No es ciertamente por culpa del matri-
monio por lo que existen hogares, familias o
individuos
desgraciados, sino porque el mvil matrimonial no fue
el amor o bien, a lo largo del camino, el "pecado" sa-
li al encuentro de las almas
y
desterr de ellas la pu-
reza de la virtud con son aletazos de maldad. En verdad
que los detractores del matrimonio suelen hablar ms por
vanidad o petulancia que
por lgica
y
sinceridad.
"En todos es honroso el matrimonio", es decir, el ma-
trimonio no deshonra a nadie, ni arroja maldad sobre los
contrayentes, ni deforma el carcter, ni paraliza el dina-
mismo de la vida, ni lanza por la borda las ilusiones
y
esperanzas.
Cuando se sujeta a los fines para los que
fue
creado, se
convierte en fuente inagotable de dicha
y
de paz. Cierto que es tan delicado como el cristal
y
tan
frgil como la flor, de ah que a veces se quiebre al me-
nor
soplo
de viento contrario
y
su rostro se empae por
EUNUQUISMO 115
las salpicaduras del cieno. Su naturaleza exquisita no
resiste por mucho tiempo los descalabros de las malas
artes,
Por desgracia vivimos en una poca en donde no se
concede al matrimonio la seriedad
y
la trascendencia que
debiera
y
por ello anda en lenguas del descrdito pbli-
co
y
a su costa se lanzan, sin motivo, dicterios
y
anate-
mas. Por otra parte, la vida cada da ms compleja, con
sus apremiantes problemas de ndole econmica, obligan
a quienes se encuentran en la edad adecuada para con-
traerlo, a considerarlo como peligroso
y
tal vez innece-
sario, sin querer darse cuenta de que en l descansa, pre-
cisamente, la solucin inmediata de un sinnmero de pro-
blemas importantsimos, tanto para el hombre como para la
mujer. Aadamos, en fin, que la crisis actual por la que
pasa esta sagrada institucin es sintomtica de una frial-
dad en el sentimiento del amor humano
y,
por lo tanto,
de un exceso de egosmo personal a todas luces repro-
bable,
Insistimos: el matrimonio es una escuela universal,
adecuada para instruir en la disciplina del deber, de la
abnegacin, del sacrificio
y
del am.or verdadero. Por eso
el apstol tiene toda la razn al asegurar que es "hon-
roso para todos".
As lo crey en un principio la Iglesia romana al ele-
varlo nada menos que a la categora de "sacramento",
cometiendo bajo este punto de vista un nuevo error doc-
trinal, porque el matrimonio, como argumenta Casander,
"no
confiere la gracia del Espritu Santo a los contrayen-
116 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
tes". De esta misma opinin fue Durando, quien afirm
que el matrimonio "ni confiere ni aumenta la gracia de
quienes lo contraen". Durante quince siglos crey la Igle-
sia romana esta verdad
y
la mantuvo en su doctrina has-
ta llegar al Concilio de Florencia en el ao 1439, en que
admiti la existencia de siete sacramentos, en lugar de dos,
y
entre ellos el del matrimonio. Con anterioridad a esta
fecha el matrimonio nicamente fue considerado como una
"institucin divina" por su origen, digna de todo respeto
y
honra, pero nada ms.
Los apstoles Pablo
y
Pedro escriben mucho sobre el
particular
y
aconsejan sabiamente a los contrayentes ha-
cindoles saber sus deberes recprocos
y
mltiples para el
buen gobierno del hogar
y
de la familia.
Cristo mismo santific con su presencia el matrimonio
celebrado en Cana de Galilea, donde realiz su primer
milagro en favor de los contrayentes
y
sus convidados.
Siempre la presencia de Cristo en el matrimonio cristiano
ser garanta inmediata de santificacin, en cuanto al
vnculo matrimonial se refiere; pero no de santificacin
constante para los contrayentes, porque la presencia de
Cristo en el hogar
y
en la familia est condicionada a la
buena voluntad
y
al esfuerzo personal de los desposados
y
de sus familiares. En el hogar de los creyentes piadosos
Cristo siempre est bendiciendo con su presencia espiri-
tual a la familia, as como deja de estar en los hogares
en donde por carencia de fe o frialdad de espritu, la
familia prefiere orientar sus vidas por otros caminos ale-
jados de la voluntad divina. En los hogares donde el
amor lo es todo, la gracia de Dios abunda
y
an sobre-
abunda. En los hogares donde el cieno del "pecado" en-
loda la vida conyugal o familiar, la gracia de Dios se
ausenta por incompatibilidad. De modo es que el matri-
EUNUQUISMO 117
monio no confiere por s mismo la gracia, aun cuando la
fe
y
el amor sean la base primordial del vnculo.
Tambin Cristo, reconociendo el origen divino del ma-
trimonio
y
la absoluta unidad manifestada por el hecho
matrimonial, decreta su indisolubilidad, afirmando que so-
lamente la muerte de uno de los cnyuges anula el vncu-
lo. Otro motivo, aparte del hecho de la muerte, capaz de
producir la disolucin matrimonial la establece Cristo en
el caso del adulterio comprobado. Para el cristianismo
no existen, pues, ms que dos causas capaces de romper
"lo que
Dios uni": la muerte
y
el adulterio.
El divorcio tan en boga en nuestro tiempo, no es
lcito bajo el punto de vista cristiano, salvo en el caso
de adulterio comprobado. Las leyes civiles modernas lo
permiten por un sinnmero de causas, a veces despro-
vistas de razn
y
buena fe. Es mucho ms moral
y
siem-
pre mucho ms cristiana la separacin de cuerpos entre
los esposos que el divorcio, con vistas, sobre todo, a un
nuevo matrimonio, creador casi siempre de problemas
innecesarios
y
enojosos.
Este rigor de Cristo para con el vnculo matrimonial
debiera hacer pensar a quienes lo contraen, sabiendo que
lo hacen para toda la vida,
y
por tanto, es de convenien-
cia personal
y
social el no proceder desconsideradamente,
ni presentarse ante Dios con promesas fingidas, ni acer-
carse al altar con miras interesadas o egostas, debiendo,
en todo momento, contraerlo por amor
y
con la esperan-
za cierta de la bendicin de Dios.
Quedan, pues, bien sentados estos puntos principales:
primero, que el matrimonio es honroso para todos,
y
se-
gundo, que la Iglesia, al reconocer su origen divino lo
sanciona
y
reconoce como un precepto dado por Dios a
toda la Humanidad.
118 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
PORQU ROMA LO PROHIBE A SUS
SACERDOTES Y
MONJES
Siendo esto as por qu razn prohibe el romanis-
mo contraer matrimonio a sus sacerdotes
y
monjes?
En el canon 21 del Primer Concilio Lateranense, ao
de 1123, se decret lo siguiente: "Prohibimos contraer
matrimonio
a los presbteros, diconos, subdiconos
y
monjes
y
juzgamos que los matrimonios contrados por
los tales deben ser anulados
y
los individuos llamados al
arrepentimiento." La confirmacin de este decreto tuvo
lugar
en el ao 1139, en el segundo Concilio Lateranense.
Para llegar a este acuerdo tuvieron que pasar muchos
aos. El papa Gregorio VII, en el ao 1070, trat de im-
poner el celibato obligatorio a los clrigos
y
monjes se-
parndotos de sus legtimas esposas, habiendo sido sancio-
nado su matrimonio por la propia Iglesia,
y
conmin, bajo
pena de excomunin, a los tales, para que hicieran voto
de continencia
y
castidad.
Este intento papal fue recibido con la ms dura re-
probacin por parte del clero, hasta el punto de que la
vida del arzobispo que presidi el Concilio de Maguncia,
en 1075, corri serio peligro. Ms, a pesar de la justa ira
del clero
y
del alarido razonable de las esposas legtimas
y
de los hijos habidos en el matrimonio cannico
y
hasta
sacramental; a pesar de la protesta de la conciencia reli-
giosa, contra toda la tradicin observada por el roma-
nismo durante nueve siglos, acab por imponerse la vo-
luntad papal hasta el
da de hoy.
He aqu la gran paradoja del romanismo: por un lado
admite la
legitimidad de la ley divina
y,
repetimos, has-
ta se atreve a
convertir en sacramento el matrimonio
y,
por otro, lo
repudia, lo
anatematiza, lo proscribe a sus
EUNUQUISMO
119
sacerdotes
y
monjes, casados muchos de ellos legalmente
ante Dios, la Iglesia
y
los hombres. Si Pablo acierta al
afirmar "que en todos es honroso
el matrimonio", el ro-
manismo se atreve a rechazar esta opinin apostlica, con-
siderndolo deshonroso para sus sacerdotes
y
monjes. Si
Dios ordena a la Humanidad: "creced
y
multiplicaos",
dotando a todo hombre
y
mujer, salvo contadas excep-
ciones, de los medios factibles para ello, el romanismo
ordena que desacaten este mandamiento sus sacerdo-
tes
y
sus monjes. Por qu? Acaso estas personas con-
sagradas al servicio de la Iglesia no son dignas de con-
traerlo? Quiz su constitucin fsica los sita, sin excep-
cin, en un orden humano para quien sea absurdo o impo-
sible cumplir las exigencias del vnculo matrimonial? La
realidad ha probado en demasa que los sacerdotes
y
los
monjes son personas de carne
y
hueso, como las dems,
sujetos como todos a las exigencias sabias de una Hu-
manidad creada por Dios en una absoluta igualdad. En-
tonces, por qu lo que se
considera normal para unos no
ha de serlo tambin para los dems? Y si todos los seres
humanos nacieron ya con la determinacin divina de su
sexo, por qu el romanismo intenta anular lo que Dios
determin que fuera as? En otros trminos ms claros:
si
el matrimonio
es de Dios, por qu el romanismo lo
prohibe? ...
y
si no es de Dios, por qu lo bendice? . .
.
Se nos alega un argumento de muy poco valor. Se
nos dice que en la Escritura Sagrada se recomienda
y
se
bendice la continencia. No lo creemos. Dios est a favor
de los hogares, de las familias
y
de los hijos. En Dios
no hay contradiccin. Si l ordena el
matrimonio, no pue-
de ordenar ni bendecir la continencia
y
la soltera, ni
120 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
mucho menos el celibato impuesto contra toda razn
y
justicia. Cierto que
el apstol Pablo aconseja, pero no
impone, que "es bueno a los solteros permanecer como l
en soltera"
y
aade: "bueno es al hombre no tocar mu-
jer"; pero enseguida advierte: "Si tomares mujer no pe-
caste
y
si la doncella se casare no pec"; aadiendo: "que
las jvenes se casen, que cren hijos, que gobiernen bien
su casa para que no den ocasin al adversario para mal-
decir" ... Y en cuanto a los ministros, sacerdotes, direc-
tores espirituales de la Iglesia, el mismo apstol enfatiza
diciendo: "Conviene, pues, que el obispo (pastor, ancia-
no sacerdote, etc.), sea irreprensible, marido de una sola
mujer . . . que gobierne bien su casa, que tenga hijos en
sujecin, con toda honestidad, porque el que no sabe go-
bernar su casa cmo cuidar de la Iglesia de Dios?" (Sn.
Pablo a Timoteo, cap. 3; vers. 2 al
5).
Y el apstol tiene mucha razn al aconsejar esto. La
razn apostlica est en estas palabras:
"
. . .si no tienen
don de continencia, csense; porque mejor es casarse que
quemarse" ... Si no tienen don de continencia ... es de-
cir, si no poseen ese don divino de no necesitar para nada
el matrimonio, csense,
y
cuanto antes mejor, para evitar
torturas innecesarias
y
murmuraciones siempre molestas.
He aqu nuestra pregunta: Todos los sacerdotes
y
to-
dos los monjes romanistas han sido dotados por Dios con
ese maravilloso don de la continencia? Si no es as: por
qu la Iglesia los expone, al exigirles el celibato obliga-
torio, a colocarse en situaciones violentas de las que, por
lo general el nico ganancioso es el Diablo? Ignora la
Iglesia romana que al empujar al
celibato forzoso a sus
hombres
y
mujeres, consagrados al servicio divino, les
fuerza a cometer, contra teda ley natural, delitos deshon-
rosos para ellos mismos, para Dios
y
para la Iglesia? Pues
qu no sabe el romanismo que el homosexualismo, la
EUNUQUISMO 121
sodoma, la pederasta
y
multitud de aberraciones sexua-
les, pueden hacer
y
hacen pasto en esas pobres criaturas,
atormentadas bajo el yugo insoportable, arrancndoles la
promesa de
castidad que no pueden cumplir? Por qu
el romanismo, apartndose de todo lo divino
y
humano,
intenta vanamente colocar frente a la Humanidad, como
hroes
y
mrtires de la santidad, a infinidad de criaturas
torturadas sin necesidad para que pequen por necesidad?
EUNUQUISMO
Acostumbra el romanismo a recordar ciertas palabras
de Cristo en pro de su celibato obligatorio. Las palabras
son estas: "Hay eunucos, porque nacieron as del vientre
de su madre;
y
hay eunucos que son hechos eunucos por
los hombres;
y
hay eunucos que se hicieron a s mismos
eunucos por causa del reino de los cielos; el que puede
ser capaz de esto, salo." (Sn. Mateo, cap. 19; vers. 12.)
Cristo reconoce, en efecto, tres clases de eunucos.
Primeramente, los que por defecto orgnico o herencia
congnita vinieron al mundo incapacitados para la pro-
creacin.
Sobre estos casos lamentables nada tenemos que de-
cir, a no ser que no afecta a la casi totalidad de sacerdo-
tes, frailes
y
monjas catalogados dentro de las filas del
romanismo. Salvo alguna contadsima excepcin,
y
algu-
nos bien lo han sabido demostrar, han venido al mundo
en condiciones fisiolgicas normales. No han nacido eu-
nucos. Sin embargo, hoy la ciencia puede resolver este
caso de eunuquismo.
El segundo grupo de eunucos, afirma Cristo, que obe-
dece a la crueldad humana, disfrazada bajo ciertos con-
ceptos de seguridad de las mujeres en los harenes o por
122 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
la ley de guerra, es decir, para que los vencidos conver-
tidos en eunucos se conviertan asimismo en esclavos al
servicio de los vencedores, perdiendo con esta mutilacin
su personalidad de hombres.
Tampoco en este grupo quedan comprendidos los
sacerdotes
y
monjes romanistas. No sabemos de ningn
caso en que la Iglesia, celosa de la castidad sacerdotal
o monjil haya procedido a la esterihzacin de sus minis-
tros o de sus frailes
y
monjas. Si hubiera decidido esta
mutilacin creeramos ms en su acalorada defensa so-
bre la pureza carnal de su objetivo. Pero, repetimos, la
Iglesia de Roma no ha recurrido jams a estos procedi-
mientos.
Queda el tercer caso: el eunuquismo terico. Es, sin
duda, ste el caso del romanismo relacionado con el voto
de castidad, o abstinencia total de los apetitos carnales.
El matrimonio pasa a la categora de pecado. Por qu?
Existe alguna necesidad fundamental para ello? Ordena
el Evangelio algo parecido? Cristo no dice ms que
"el
que sea capaz de hacerse eunuco por causa del reino de
los cielos que se
haga". No obliga a nadie. No impone a
nadie semejante yugo. El que sea capaz de un sacrificio
parecido que se sacrifique
y
nada ms.
Cristo ro considera que el eunuquismo pueda salvar
al mundo ni servir de ejemplo a la Humanidad, l
jams
forz a los suyos para que se abstuvieran del matrimonio,
ni aconsej jams el seguir parecida senda a los
hombres.
Cristo, el
Prncipe de los libertadores, no poda encadenar
al mundo creyente con cadenas de oprobio
y
oscuridad.
Cristo no dese jams una
Humanidad mutilada ni des-
provista de aquellos atributos naturales con que Dios
mismo la cre. Antes por el
contrario. l comparti su
pan
y
su vino con unos
y
con otros, sin considerar si
quienes le seguan o le
necesitaban eran solteros o casa-
EUNUQUISMO 123
dos. Lanse las condiciones por l impuestas a sus dis-
cpulos. Son muchas, pero ni una de ellas guarda relacin
con la vida sexual de hombres
y
mujeres. l se complaci
en compadecer a los padres
y
a las madres en afliccin
por causa de sus familiares; en bendecir a los nios
y
en
inculcar en la mente de todos los deberes ms respetuo-
sos para con la familia
y
en especial entre las mujeres
para bendicin de su propio hogar, sin que por eso su
maternidad fuera obstculo a su pureza
y
su matrimonio
con
Jos,
hombre justo fuera condenado por Dios. Y
creemos con todo el corazn que Mara, la madre de Cris-
to, fue verdaderamente santa.
Por otra parte en qu se puede fundar el romanismo
para imponer el celibato obligatorio a sus sacerdotes, frai-
les monjas? En qu, como dice el apstol Pablo "el sol-
tero tiene cuidado de las cosas que son del Seor . . . em-
pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo
y
en
cmo ha de agradar a su mujer"? . . . Ese no es un argu-
mento! Cierto que la preocupacin del hogar es inevita-
ble para quien se casa. No slo el hombre ha de
cuidar
de su mujer si no que cuando en el hogar los hijos aparecen
estos cuidados aumentan
y
con ellos las preocupaciones e
inquietudes . . . pero acaso esto no es tambin cosa del
Seor? . . . Servir a los familiares, desvivirse por el hogar,
sacrificar tiempo, dinero, salud
y
vida por causa seme-
jante, podr desagradar a Dios?
La buena monja Teresa de
Jess supo decir que; "tam-
bin entre los pucheros est Dios" ...
y
no dijo ningn
disparate. S, Dios est en el hogar
y
su amor se refleja
en cada hijo que viene al mundo. Si
l nos ha dado el
privilegio maravilloso de ser padres
y
madres por qu
hemos de pensar que nos hurtamos a su servicio dedican-
do parte de nuestros esfuerzos al cultivo de los hogares
124 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
y
de los seres queridos que en el hogar conviven con
nosotros?
Pero se nos objeta que eso puede ir en menoscabo
del servicio de la Iglesia. Creo que es un error demostra-
ble por todos aquellos que estando casados
y
con familia
han dedicado sus esfuerzos mximos a servir a Dios den-
tro de su Iglesia. El mismo apstol Pablo dice: "para go-
bernar bien la Iglesia se debe comenzar por gobernar
bien el hogar". Eso es indiscutible. La Iglesia es al fin
y
al cabo un hogar, el hogar de la famiha de Dios
y
aque-
llos que estn llamados al servicio de la Iglesia vern
siempre en ella como una continuacin
de su propio ho-
gar. Dentro de la Iglesia, en efecto, los problemas, las
inquietudes, las enfermedades, los pleitos se presentan
con la misma
y
frecuente naturahdad que en los hogares.
Si hemos empezado por encauzar
y
resolver los proble-
mas familiares seguro que tendremos mucho camino ade-
lantado para administrar debidamente la Iglesia. Todo
depende de la consagracin del corazn a Dios.
Y si se nos aduce la [alta de tiempo para compaginar
el servicio de la Iglesia con el servicio del hogar respon-
deramos con el captulo 3 del libro del Eclesists, en
donde se afirma que "hay tiempo para todo cuanto se
quiere debajo del sol".
En una palabra, no podemos ver causa alguna justi-
ficante del celibato obligatorio impuesto por el romanismo.
Acaso se
pretenda hacer resaltar la pureza moral del
estado de soltera sobre el estado del matrimonio, consi-
derando como exponente de mayor santidad la situacin
del soltero que la del casado. Tal cosa sera un descono-
cimiento total de lo que
implica la verdadera
santidad.
EUNUQUISMO 125
El matrimonio ni impide ni priva de la santidad. An-
tes bien, existe mayor santidad en el esposo fiel
y
en el
padre honrado que en cualquier clibe impenitente. Por-
que la santidad en s no depende del celibato o del matri-
monio, sino de la consagracin de la vida a Dios
y
esta
consagracin puede lograrla cualquier hombre o mujer
sin imposicin de ninguna clase ni sacrificios estriles.
La doncella o la casada pueden servir al Seor, lo mismo
dentro que fuera
de la Iglesia
y
conservar la honestidad
de
espri!^, lo mismo haciendo que no haciendo voto de
castidad. Si honramos justamente el nombre de madre,
en su sentido literal, es porque sabemos que en ella se
dan las excelsas virtudes de amor, humildad, abnegacin
y
castidad mucho ms abundantemente que en las mujeres
que no lo son.
Y bendecimos ms justamente, al padre honrado, tra-
bajador, cuya vida es un dechado de sacrificio que al hom-
bre, quien por el hecho de conservarse soltero, vive para
s, aunque se diga vivir totalmente para el Seor,
Si el matrimonio fuera causa de impureza tendramos
que culpar a Dios por haberlo instituido; tendramos que
renegar de nuestros padres por habernos trado al mun-
do; tendramos que abominar de la Humanidad por estar
formada, no por ngeles, sino por hombres
y
mujeres
creados para vivir en sociedad complementndose los
unos con los otros.
* *
El voto de castidad obligatorio corta sus alas al amor
humano, lo ms hermoso que existe sobre a tierra. Rasga
la virilidad del hombre
y
le sepulta en los antros de la
desesperacin. Hunde a la mujer entre las sombras de una
dicha improbable a cambio de la ternura de su cario na-
126 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
tural
y
ancestral. Porque en toda mujer existe el sentido
de lo maternal, que lejos de ser vergenza para la Hu-
manidad es orgullo
y
dignidad para la raza.
Los escrpulos romanistas hacia el matrimonio ni tie-
nen razn de ser ni pueden alcanzar la aprobacin de
Dios, por ser contrarios a su voluntad.
PAPAS Y PADRES CONTRA EL CELIBATO
OBLIGATORIO
Por esto mismo, obispos tan respetables como Hilario,
Gregorio, Niceno, Gregorio Nicianceno
y
Basilio fueron
casados
y
el obispo de Tolemaida Synesio, en el siglo v,
fue tambin casado. Por eso en el ao 692
y
en el VI
Concilio General se orden que: "fueran depuestos los
que intentaran privar a los sacerdotes
y
diconos, despus
de haber recibido la.s rdenes, de la compaa de sus es-
posas
y
que si alguno se apartara de su esposa bajo pre-
texto de mayor santidad
fuera
depuesto
y
excomulgado"
.
Por eso el papa Po
2, en el 1458, despus de haberle
impuesto el celibato a los sacerdotes
y
monjes escribi:
"Quizs no fuera lo peor que muchos sacerdotes estuvie-
sen casados, pues de esta manera pudieran salvarse en el
matrimonio sacerdotal los que ahora, en el
celibato sacer-
dotal, son condenados." Y aadi: "Como el matrimonio
ha sido prohibido por razones de peso, atendiendo a con-
sideraciones de ms peso an parece que debera devol-
vrseles."
El piadoso San Bernardo afirm: "Quitad del sacer-
docio el
matrimonio honrado
y
lo llenaris de guardadores
de concubinas." Y recordando una mejor poca para la
Iglesia dijo: "Mientras los sacerdotes engendraron hijos
legtimos, la Iglesia floreci con una legin feliz de hom-
EUNUQUISMO
127
bres; vuestros papas fueron ms santos, vuestros obispos
ms inocentes
y
vuestros sacerdotes
y
diconos ms ho-
nestos
y
ms castos." Y al referirse al voto de castidad
obligatorio escribe: "Esta castidad forzada est tan lejos
de 'Sobrepujar a la cantidad conyugal que ningn otro
crimen ha trado ms desprecio al santo orden, ms pe-
ligro para la religin, ms pesar a todos los hombres que
la deshonra producida en el clero por su lujuria. Por esto
sera en inters, tanto del cristianismo como del santo or-
den, que el derecho de matrimonio pblico [uere devuelto
al clero,"
Para que ms comentarios? Si los propios jerarcas del
romanismo consideran que ha sido un nefasto error im-
poner el celibato al clero
y
a las rdenes monacales, nada
ms tenemos que aadir.
Pero volvamos la atencin hacia Cristo.
l
apel va-
rias veces al simbolismo de la parbola para elogiar el
matrimonio. Ya los msticos del siglo xvi, vieron en las
maravillosas pginas del Cantar de los Cantares, la figura
piadosa de Cristo como el esposo de la Iglesia. Una de
las ms bellas parbolas se refiere a una boda. Otra, al
hogar de un buen padre de familia cuyos hijos siguen ca-
minos diferentes. En su mtodo de enseanza, descrip-
tivo
y
realista. l ensalza las virtudes de los hogares
y
advierte a la
Humanidad de los peligros de la vida soli-
taria. Su discpulo Juan, en su libro de la revelacin o
Apocalipsis, habla de la
"bienaventuranza" de cuantos se
hallen presentes en las bodas del Cordero de Dios
y
gus-
ta, as mismo, de presentar a la Iglesia bajo la forma ale-
grica de una esposa buena, fiel, honrada
y
piadosa . .
.
Si iodo esto no es un homenaje de Dios hacia el matrimo-
nio qu es? . .
.
128 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
CONCLUSIN
Creemos que el romanismo ha cometido un tremendo
error al imponer
el celibato a sus sacerdotes
y
monjes.
Creemos que este error se hace ms patente cuando se
enfrentan las tres ramas histricas del cristianismo: la
Iglesia Romana, la Iglesia de la Re[orma
y
la Iglesia Or-
todoxa, porque en estas dos ltimas, los ministros
y
todos
los dems servidores de la Iglesia, quedan en completa
libertad para contraer o no matrimonio ...
y
la historia
demuestra que en esta libertad se haya no slo la vo-
luntad de Dios sino tambin la dignidad de la propia
Iglesia.
Rectificar el romanismo? Puede hacerlo! Tenemos
la seguridad de que el da en que lo hiciere as ser un
da de fiesta para todos sus servidores
y
la simpata del
mundo
y
el agrado de Dios, lo acompaaran para siempre.
TRADICIONALISMO
La Tradicin!
... Me aqu una vlvula de escape para
el romanismo. Apoyndose en ella, como sobre el puente
de una gigantesca muleta de hierro, pretende justificar
todas sus inovaciones elevadas a la categora de dogmas
y
todos sus desafueros rayanos en la locura. La polmica,
la exgesis, la apologtica son imposibles frente a la Igle-
sia romana si se esgrime como arma sagrada la Escritura
de Dios. No importa que la tradicin proceda de das o de
siglos ... si es tradicin, para el romanismo lo es todo.
No importa que sea extrada de materiales borrados por
el tiempo ... si es tradicin, an cuando su origen se en-
cuentre en el mito o la leyenda paganos, para el romanismo
contiene la verdad.
Tremendo
y
fatal error capaz de llevar a la Iglesia
romana, como la est llevando, hacia la lejana ms lejana
de la verdadera verdad. Error que encierra una pauta
insana dentro del camino de la fe. Error que coloca sobre
la visin luminosa del cristianismo un cendal de bruma
y
de fraude.
No porque el respeto
y
aun el amor por lo tradicional
religioso sea en s mismo condenable, sino porque la tra-
dicin, a veces, acierta a borrar con una pincelada de
sombra la claridad maravillosa del Evangelio, que ilumina
y
que salva . . .
Existen dos tradiciones, una que es siempre verdadera
y
otra que puede no serlo,
y
no lo es en infinidad de casos
considerados por el romanismo como artculos de fe.
132 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
LA VERDADERA TRADICIN
A semejanza de los grandes Maestros de la Humani-
dad, Cristo nada escribi por s mismo. Una sola vez se
inclin a tierra para dibujar con su dedo enrgico, sobre
las losas del templo de Jerusaln, algunas palabras jus-
ticieras
y
arrojar con ellas puados de verdad cegadora
sobre los ojos de los injustos acusadores de una pobre
mujer cada en desgracia. Esa fue la nica vez en que
Cristo dej escritas algunas palabras, esparcidas para
siempre por las pisadas inquietas de los hombres. Tal fue
tambin la costumbre de algunos grandes sabios de la an-
tigedad. Los Maestros nada escribieron, pero sus disc-
pulos s. Ah estn los cuatro venerados Evangelistas:
Mateo, Marcos, Lucas
y
Juan. Mateo, Marcos
y
Juan con-
vivieron con Cristo
y
oyeron su voz retumbante como el
trueno o cariosa como
el
silbo apacible del profeta. Con-
versaron con l, pblica
y
privadamente,
y
en sus cora-
zones
y
en sus vidas la palabra viva
y
santa imprimi su
huella eterna. Despus, en el transcurso del tiempo, lo
que l les dijo fue transcrito por ellos mismos
y
estam-
pado para siempre en las pginas maravillosas de sus
Evangelios.
Lucas, por su parte, no slo escribi su Evangelio, su-
jetndolo a su propia mentalidad griega de artista con-
sumado, sino adems el precioso libro de los Hechos o
Actos apostlicos. En l describe los primeros tiempos de
la Iglesia baados en Luz, con sus problemas, sus inquie-
tudes, sus temores
y
su gran sacrificio heroico e increble.
Moja la punta de su pluma en su propio corazn
y
es-
condido, como si temiera ensombrecer la recia personali-
dad del apstol Pablo, nos resea la gesta heroica de esa
TRADICIONALISMO 133
gran lumbrera de la fe en sus combates apotesicos
y
en
su agona redentora.
Todava los discpulos del Crucificado van ms lejos.
No se contentan con trasladar a las pginas de los Evan-
gelios lo que vieron
y
oyeron, sino que algunos de entre
ellos escribieron, comentando por su cuenta, los ms her-
mosos
y
preciosos datos de aquella palabra divina que el
Sembrador de Estrellas fue derramando' sobre el mundo.
As aparecen las Cartas apostlicas, ungidas con el Es-
pritu de Cristo. Pablo, Santiago, Pedro,
Juan
y
Judas re-
dactan sus Epstolas encerrando en ellas el ms grande
tesoro del pensamiento cristiano. Esas Cartas han dado
varias veces la vuelta al mundo
y
hoy, como entonces, son
bendecidas por millones de creyentes. Y cerrado el ciclo
de las cartas apostlicas,
Juan,
nuevamente, desterrado
en Patmos, pero con los ojos vueltos hacia Dios, redacta
la oracin ms cautivadora que puedan or los hombres
sobre la tierra. Una plegaria cuya visin abarca a toda
la Humanidad, con tono de ardiente profeca. El apoca-
lipsis
o
Revelacin, oracin
y
cntico de esperanza, salmo
de redencin
y
splica ardiente de misericordia. Un pe-
dazo de cielo
y
una franja, a veces sombra
y
a veces
luminosa, de la Humanidad pasada, presente
y
futura.
Todo ello ha sido, es
y
ser la tradicin religiosa ni-
ca para los cristianos verdaderos. Nada ms
y
nada menos
que eso. As lo comprendieron los primitivos creyentes,
cuyas miradas se hallaron siempre fijas en la Escritura
del Antiguo
y
del Nuevo Testamento. Y no necesitaron
otra cosa sino esa: la tradicin escrita, contenida en los
documentos sagrados del Antiguo Testam'ento
y
en las
pginas encantadoras e inspiradas de los 4 Evangelios, el
Libro de los Hechos, las Cartas Apostlicas
y
el
libro del
Apocalipsis, Y no se atrevieron a aadir ni a quitar nada
de lo escrito en esos libros. Y creyeron que su contenido
134 uLAUDIO GUTIRREZ MARN
fue siempre suficiente para guiar a las almas por el cami-
no de la divina verdad.
Esa tradicin encierra en s todos !os dogmas
delni-
tivos
y
eternos; todas las soluciones
a los problemas de
la tierra
y
del cielo; todas las seguridades contra las in-
quietudes personales
y
colectivas de los creyentes; toda
la respuesta nica, santa
y
gloriosa de Dios a la Huma-
nidad. No hay problema Humano, en ningn orden de la
vida, que no est contenido en esta tradicin, con la solu-
cin necesaria para verlo esclarecido por su luz. Ni aun
los problemas de los tiempos modernos escapan a su eterna
visin de lo presente. Porque el corazn humano sigue
siendo el mismo, aunque la vida parezca orientarse por
caminos diferentes.
Retamos al romanismo
y
a los credos nuevos para que
se atrevan a afirmar que es necesaria una nueva revela-
cin, un nuevo Evangelio o un nuevo Cristo, Retamos a
los "snobitas" para que nos presenten un slo problema
de hoy que no haya sido tambin un problema en los tiem-
pos antiguos. Las leyes morales contenidas en la tradi-
cin cristiana siguen siendo el apoyo de la Humanidad
que desea vivir en paz con Dios
y
con los hombres. Los
mismos valores espirituales que engrandecieron a los hom-
bres hace veinte siglos pueden hoy engrandecerlos tam-
bin.
El dogma completo est, asimismo, en esa tradicin.
La verdad fundamental para la salvacin sigue siendo la
misma. La necesidad urgente de Cristo est todava en
pie. La existencia universal del pecado contina siendo la
triste sombra proyectndose sobre el barro. Y el
camino
del perdn
y
la paz sigue siendo el
mismo para todos.
La Verdad Dogmtica no ha cambiado en el seno del
cristianismo verdadero ni tiene por qu cambiar. La fe
cristiana que salv al mundo antiguo permanece como una
TRADICIONALISMO 135
invitacin actual para el mundo de hoy. Cristo no ha
cambiado. l es el mismo "hoy, ayer,
y
por los siglos".
Y la verdad, que es Cristo, es tan suficiente hoy como
antao para abrir los ojos a los ciegos, hacer andar a los
paralticos, sanar a los leprosos
y
resucitar a los muertos.
Permanecer fieles a esta tradicin escrituraria es per--
manecer fieles a la verdad de Dios.
EL TESTIMONIO DE LA IGLESIA
Pedro,
el anciano siervo de Cristo, repeta gritando
ante una multitud: "Arrepentios
y
creed al Evangelio."
Nada ms que eso? Nada ms! Pablo, declaraba sin ro-
deos: "Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos
sino a Cristo Crucificado." Nada ms? Nada ms! Y
cuando escribi a su discpulo Timoteo recalc esta frase:
"Y t, persiste en lo que has aprendido conforme a las
Escrituras." nicamente conforme a las Escrituras? Slo
conforme a las Escrituras! Y
Juan,
cierra casi su Evan-
gelio santo con estas palabras: "Y estas cosas estn es-
critas para que creis
y
para que creyendo tengis vida
en su nombre." En qu nombre? En
el
de Cristo! Con
qu fe? Con la que busca solamente
y
solamente se apoya
en lo que est escrito, en los Evangelios.
Esta afirmacin cristiana es la misma sostenida por
todas las grandes figuras religiosas de los primeros si-
glos. As, Eusebio, refirindose a Ireneo, predicador del
ao
70, dice: "l exhortaba a las Iglesias a adherirse fir-
memente a la tradicin de los apstoles, la cual para ma-
yor seguridad, consideraba necesario atestiguar confin-
dola al escrito." El mismo Ireneo, en su lucha ideolgica
contra los paganos, afirmaba: "Las Escrituras son per-
fectas, como dictadas por la Palabra de Dios
y
su Santo
136 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Espritu" ...
y
aade: "No he conocido la dispensacin
de nuestra salud sino por aquellos por quienes el Evan-
gelio vino a nosotros, cuyo Evangelio ciertamente predi-
caron entonces, pero despus, por la voluntad de Dios,
transmitieiron en las Escrituras, lo que haba de ser el
fundamento
y
columna de nuestra fe." Famosa es tam-
bin la frase de Tertuliano, quien al argumentar contra
los paganos en el ao 194 del cristianismo, dijo: "Si no
est escrito, teman a aquel ayllanzado centra los que
aaden o quitan algo de la Palabra de Dios."
En el Concilio de Nicea
(379)
Eusebio, en nombre
de los 318 obispos all reunidos, se expresaba as: "Crean
las cosas que estn escritas: las cosas que no estn es-
critas ni pensis en ellas ni las examinis," Y Gregorio,
obispo de Nicea, deca en ese mismo ao: "Dejad que un
hombre se persuada de la verdad que lleva el sello del
testimonio escrito." As tambin Cirilo, Obispo de Jeru-
saln,
en el ao 386, afirmaba: "Ni aun el incienso de los
santos
y
divinos misterios de la fe debe ser transmitido
sin las divinas Escrituras..' 'Wo me deis
fe
de lo que ha-
blo, si no tenis la prueba de ello por las Sagradas Es-
crituras
"
Tefilo, obispo de Alejandra, mucho ms enr-
gicamente aun, escribi en el ao 412: "Es obra de un
espritu diablico seguir los sofismas de las falsedades hu-
manas
y
pensar cosa alguna como divina que no est auto-
rizada por las Santas Escrituras." Y en el siglo xvi, el
Cardenal Gabriel Biel, dijo: "Slo las Escrituras nos en-
sean todo lo necesario para la salvacin."
Est, pues, fuera de toda duda, que los cristianos ver-
daderos no admitieron jams como artculo de fe sino el
contenido de la tradicin apostlica, escrita
y
transmitida
a la Iglesia en aos posteriores. A esa tradicin no hay
cristiano sincero que no responda con un amn. Pablo,
esgrimi como arma contra los enemigos de la Cruz las
TRADICIONALISMO 137
Sagradas Escrituras. Cristo mismo apel a ellas repetidas
veces para llevar al convencimiento de la verdad a sus
ms encarnizados enemigos. Ellas fueron el manantial
inagotable, la palanca eficaz, la espada aguzada
y
el mar
tillo quebrantador empleado por los creyentes de todos los
tiempos contra quienes negaron por ignorancia, por con-
veniencia o por maldad la
verdad nica
y
santa de Dios.
Esa palabra de Dios que, como Cristo afirma: "limpia*'
el corazn. Esa palabra de Dios que, segn David, es
"lmpara en el camino de la vida". Esa palabra de Dios,
a quien el profeta Jeremas hace semejante a la lluvia
que fertiliza
y
al man del cielo que alimenta. Esa palabra
de Dios que permanecer, aun cuando los cielos
y
la tie-
rra pasaren,
y
seguir siendo para todos la divina simiente
arrojada a los surcos del mundo por la mano piadosa
y
dulce del Hijo de Dios.
LA TRADICIN NO ESCRITA DEL ROMANISMO
El romanismo, que s
admite como tradicin la con-
servada por los documentos autnticos del Antiguo
y
Nue-
vo Testamento, mantiene, sin embargo, con la misma au-
toridad "la tradicin no escrita". Segn el romanismo. Cris-
to predic a los suyos lo que estos escribieron
y
muchas
otras cosas que no fueron escritas. Aaden que tales doc-
trinas recibidas como artculo de fe por los sucesores de
los apstoles, tienen el carcter de verdades dogmticas
y
algunas consideradas de mucho ms valor que
las que
se hallan escritas en el canon sagrado de las Escrituras.
A tal punto llega la osada del romanismo sobre el
particular que no duda en afirmar lo siguiente: "La exce-
lencia de la Palabra no escrita sobrepuja a la misma Es-
138 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
critura que los apstoles nos dejaron escrita en pergami-
nos . , , La Escritura es letra muerta, escrita en papel o
pergamino, la cual puede ser raspada o forzada al capri-
cho; pero la tradicin no escrita en los corazones no puede
ser alterada. La tradicin no escrita es el intrprete de
todas las Escrituras, el juez de todas las controversias, la
removedora de todos los errores
y
de cuyo juicio no de-
bemos apelar a ningn otro juez . . . ms aun, todos los
jueces estn obligados a guardar
y
seguir este juicio".
De esta manera el Romanismo concede mayor impor-
tancia a lo no escrito que a lo escrito, desautorizando,
con su modo de pensar, la verdad eterna sellada por Dios
en sus Sagradas Escrituras. Como si aquello que no est
escrito, aunque s practicado en alguna forma, pudiera
poseer el sello de la verdad originaria
y
la sancin del
Espritu Santo. Como si aquello que no est escrito, pero
s practicado, sin otro apoyo que su propia presencia, pu-
diera tener en s; de un modo indudable, la aprobacin de
Dios. Como si todas las tradiciones no escritas, pero te-
nidas como artculos de fe por el romanismo, estuvieran
acordes con lo que est escrito
y
ha sido sancionado, no
slo por al canon sino por la misma tradicin verdadera
durante veinte siglos.
Roma no podr negar que muchas de sus tradiciones
orales estn en abierta contradicin con la tradicin e^-
crita
y
sostenida por las Sagradas Escrituras. Roma sabe
que muchas de esas tradiciones, opuestas al contenido sa-
grado de la Palabra escrita, no solamente conducen al
error en el camino de la fe, sino que apartan de la salva-
cin a muchas almas. Y si eso no es peligroso para la
Iglesia, entonces dnde podr hallarse algn otro peligro
ms serio para ella? Es cierto que el evangelista
Juan
afir-
ma que Cristo hizo "muchas otras seales
y
cosas que no
estn escritas en las pginas de su Evangelio"
y
aade.
TRADICIONALISMO 139
"que los hechos
y
las palabras de Cristo no cabran en
una biblioteca extensa". Creemos que hay algo de exage-
racin en la afirmacin del evangelista, aunque, en efecto,
la vida ministerial de Cristo abund en hechos
y
palabras
mucho ms de lo que los mismos discpulos nos dejaron
saber por sus Evangelios, Cartas apostlicas
y
dems li-
bros de fe . . . pero quin nos puede garantizar de la ver-
dad de esas palabras
y
de esos hechos no contenidos en
los documentos sagrados de la fe cristiana? Y si no fue-
ran ciertos? Y si no encerrasen el verdadero sentido que
Cristo les dio?
El problema, pues, sigue siendo el mismo. Cuando por
la tradicin oral, es decir no escrita, se nos relata algo
que est en abierta oposicin con lo que est escrito, qu
es lo que debe ser admitido por la fe, la verdad de las
Escrituras o la verdad anunciada por la tradicin? No
hay
un slo cristiano sensato que no admita en un primer
trmino la verdad Escrituraria, por lo tanto, no puede ser
jams la tradicin oral la que nos conduzca a la verdad,
sino la tradicin escrita,
Al "magister dixit" del romanismo, nosotros oponemos
el "Cristus dixit", o sea, a la tradicin oral del romanismo
nosotros preferimos la tradicin escrita de la Palabra de
Dios. Roma no debe olvidar que puede recaer sobre ella
la condenacin hecha por Cristo hacia aquellos judos
que impusieron la tradicin falsa a las escrituras verda-
deras, dicindoles: "Habis invalidado la verdad de Dios
con vuestra tradicin." Y eso es grave
y
eso es peligroso,
porque supone retar a Dios
y,
sobre todo, expone a una
derrota cierta
y
espantosa de la que no pueden surgir sino
lamentos tardos
y
arrepentimientos sin esperanza. Siga
el romanismo imponiendo al mundo de sus fieles tradi-
ciones, sin tener en cuenta para nada la luz de Dios que
resplandece con vigor de antorcha eterna en su Palabra.
140 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Algn da, es posible, que Roma reconozca su error
y
al
verse tan apartada de la lumbrera de la fe, gima con es-
panto ante su propia soledad.
LA RELIGIN DE NUESTROS PADRES
Apoyndose en la tradicin, como sobre una piedra
de afilar, el romanismo aguza su espada secular preten-
diendo envolver, a su sabor, a las almas temerosas de su
poder ya que no convencidas por su razn. Y el arma
del romanismo para intentar disuadir a los creyentes de
otra doctrina que no sea la suya es: el respeto a la [e de
los mayores, la apelacin a la
fe
de los padres.
Este argumento jesutico carece de razn. El hecho de
que nuestros progenitotres hayan credo de una manera
determinada
no puede ser jams un argumento que prue-
be la verdad de su creencia. Ni tampoco un argumento
para estabilizar la fe, sea esta cual fuese. Lo demuestra
el hecho mismo de la vida.
Nuestros padres vivieron de un modo muy distinto a
como vivimos nosotros hoy,
y
posiblemente nuestros hijos
vivirn
de una manera diferente a como nosotros vivimos
en la actualidad, sin que por este solo hecho menospre-
ciemos u ofendamos a quienes nos dieron el ser. Lo mis-
mo sucede en el terreno cientfico o cultural. Los conoci-
mientos de nuestros padres tampoco son nuestros conoci-
mientos. Ellos vivieron en una poca en donde la ciencia
no resplandeci con el poder maravilloso con que hoy nos
deslumhra. El aprovechamiento de estos conocimientos,
abandonando los mtodos antiguos, no supondr nunca
una falta de respeto o de amor hacia nuestros progenitores.
En el camino de la fe acontece igual. El oscurantismo en
que, por desgracia, vivieron nuestros antepasados, suje-
TRADICIONALISMO 141
tos a la frula absurda del romanismo cuando este fue
dueo
y
seor de almas
y
vidas,
no les hace ser respon-
sables de su error o su ignorancia; pero tampoco les con-
vierte en rbitros infalibles
y
exigentes de la fe en sus
descendientes. Ellos creyeron a su modo
y
admitieron co-
mo verdad lo que su Iglesia les ense. Ellos son ni-
camente responsables de s mismos, como nosotros lo so-
mos de nosotros mismos. Yo no me salvar o condenar
por la fe de mis padres, sino por mi propia fe. Es preciso
que todos comprendan esto: la fe es personal, lo mismo
que la conciencia, la salvacin, la condenacin
y
la vida
misma. Si pues la fe es un asunto privado, le corresponde
al sujeto examinar la verdad
y
pureza de su contenido,
aceptndolo o rechazndolo segn su criterio, su juicio
propio, su experiencia ntima, su estudio detenido sin fi-
jarse en si esa decisin suya est o no de acuerdo con el
camino seguido por los dems.
No ofendemos a nuestros antepasados pensando, cre-
yendo, sintiendo o viviendo de un modo diferente al suyo.
No les abandonamos al olvido cuando acertamos a
vivir
de otro modo distinto al suyo. Ni siquiera Ies criticamos
ni vituperamos en su modo de pensar, sentir o creer. Les
dejamos simplemente con su responsabilidad
y
con su
poca
y
bendecimos a Dios, porque l nos despert en
medio de otros horizontes de fe ms puros, ms verdade-
ros
y
ms suyos. Creemos que si nuestros antepasados
hubieran conocido a fondo el
romanismo
y
su discrepancia
evidente con la verdadera fe, como nosotros hemos llegado
a comprenderlo
y
a saberlo, ellos no seguiran siendo ro-
manistas. Lo fueron por no conocer otra cosa mejor, por
no poder abrir sus ojos a un cielo ms prometedor
y
ms
santo. Porque, a pesar de la opinin nefasta del
romanis-
mo sobre quienes no siguen el mandamiento de su tra-
dicin, nosotros podemos decir con el apstol Pablo:
142 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
"Conforme a aquel camino que llaman hereja (secta)
as sirvo al Dios de mis padres." Claro que Pablo, el aps-
tol, serva a Dios mucho mejor
y
ms sensatamente que
sus padres, puesto que lo haca desde el camino cristiano.
Sin embargo,
el apstol no cree posible, a pesar de ese
cambio en su fe o mejor en su manera de sentir la fe,
ofender a sus padres, sino por el contrario, cree honrar
su memoria
y
ensalzar su nombre. Pablo serva a Dios,
sin duda mejor desde el punto de vista cristiano que ju-
do. Lo mismo pensamos
y
sentimos nosotros: creemos
servir mucho mejor a Dios desde la Iglesia Cristiana Uni-
versal, que desde el seno raqutico
y
empobrecido del ro-
manismo pagano.
Por lo dems, si furamos a utilizar este argumento de
fidelidad hacia la tradicin, tendramos que remontamos
en el camino de la fe no a nuestros antepasados ms cer-
canos, como lo son nuestros padres, sino a aquellos otros
que pasearon su mirada por las cavernas milenarias o los
templos del paganismo ms desacertado
y
antimoral.
Tendramos que retroceder a los primeros tiempos de la
humanidad, porque es all donde estn nuestros padres
tambin. Tendramos que arrojar por la borda la revela-
cin cristiana
y
fundirnos, para nuestra desgracia, con los
cultos primarios de animismo ms intenso o del fetichis-
mo ancestral ms irreligioso. Y todo por seguir la tra-
dicin.
La tradicin nos merece profundo respeto, en todo
aquello que guarda como herencia sublime el bien
y
la
justicia, la
verdad
y
la libertad; pero en aquellas otras co-
sas que no
encierran sino supersticiones, paganas
y
ofen-
sas a la
voluntad de Dios, la tradicin
se nos antoja como
TRADICIONALISMO 143
un espantapjaros denigrante ante el que no caben incli-
naciones respetuosas sino anhelos de destruccin defini-
tiva. En la fe hay que buscar ante todo la verdad, la ex-
presin exacta de la voluntad divina
y
esa verdad, el
propio romanismo afirma que se encuentra contenida en
las Sagradas Escrituras. Sigamos, pues, ese credo here-
dando la fe de Cristo transmitida fielmente por aquellos
que tuvieron el privilegio de compartir fsicamente con l
el pan de la vida
y
el vino generoso del amor.
Sabemos cunto ha daado a muchos el seguir ciega-
mente, por conveniencia, temor o inercia irresistible el ca-
mino trillado de las pasadas generaciones. Sabemos cmo
la misma ciencia se ha visto asediada en su lucha difcil,
una
y
mil veces, por la tradicin religiosa decadente
y
enfermiza. La ciencia, como el hombre, no puede vivir sin
libertad. La ciencia necesita libertad para investigar, li-
bertad para expresarse, libertad para mostrar sus descu-
brimientos. Ya pas a la historia la triste frase de Don
Quijote, cuando al tropezar en su camino con una pro-
cesin hubo de ordenar a Sancho su escudero: "Con la
Iglesia hemos tropezado, amigo Sancho" ... "Y bueno
ser volvernos por otro camino."
Vivimos en una poca en donde la libertad personal
y
colectiva debe ser
y
tiene que ser profundamente respeta-
da. Basta ya de mordazas ridiculas
y
esclavizantes. Que
cada conciencia siga la senda que le dicte su propio co-
nocimiento
y
su propia fe. Que cada alma, sin temores ni
odios, se pueda acercar al altar de la verdad
y
colocarse
al servicio de lo bueno
y
de lo justo, de lo noble
y
de lo
santo sin tener que sentir a su espalda el hlito de la
tirana religiosa o del anatema infamante.
Sea Dios quien hable a cada alma
y
despierte en cada
conciencia. Sea Dios quien dicte al mundo el camino de la
verdadera fe.
144 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
BREVE SUMARIO DE TRADICIONES
ROMANIS^
TAS EN DESACUERDO
CON LA VERDAD
CRISTIANA
Para responder debidamente a quienes dudan o igno-
ran, presentamos esta suscinta lista de verdaderas inno-
vaciones religiosas romanistas opuestas a la verdad cris-
tiana, seguidas de un brevsimo comentario.
Ao llS.^Se introduce el uso del agua bendita, debido
a una determinacin del papa Alejandro I. (El agua
bendita es de origen pagano, oriental,
y
jams fue
conocido
su uso en la Iglesia primitiva.)
Ao 140.Se instituye
el ayuno de Cuaresma. (Burda
imitacin del ayuno observado por Cristo en el de-
sierto. No existi en la Iglesia primitiva ni lo exige
el Evangelio. El nmero 40 es simblico
y
no significa
otra cosa que "largo perodo de tiempo".)
Ao 160.Aparecen las primeras oraciones para los di-
funtos, la intercesin de estos
y
el sacrificio de la Mi-
sa. (Nada de estas tres cosas se encuentra en la Es-
critura, ni an en la tradicin de los tres primeros
siglos. El nico sacrificio verdadero
y
redentor fue
hecho de una vez
y
para siempre por Cristo en el
Calvario,
y
no se puede repetir por nadie. Cuando
se habla de ese sacrificio incruento, es decir, sin san-
gre, se comete una torpeza peligrosa.)
Ao 257.' Consagracin de las vestiduras sacerdotales
y
ornamentos religiosos. (Supersticin religiosa que
se remonta a los primeros tiempos de la Humanidad.
En el Cristianismo jams se consagraron sino las vi-
das, los trabajos, los buenos propsitos, todo lo que
dependa del espritu
y
conduca a
Dios. Se desco-
noci esta prctica supersticiosa durante la edad de
TRADICIONALISMO
145
oro de la Iglesia cristiana. Los ritos de consagracin
de vestiduras, templos, ornamentos son siempre de
origen pagano.)
Ao 260.'Aparece por vez primera la vida monstica
y
la seal de la Cruz. (Lo primero procede del budismo
y
es opuesto al sentir social del Evangelio;
y
lo se-
gundo no es ms que una torpe supersticin, ideal pa-
ra divertir al Diablo
y
satisfacer la piedad de los cr-
dulos.
)
Ao
290.'
Se instituyen las rdenes sacerdotales. (Imi-
tacin del sacerdocio judo
y
de las jerarquas sacer-
dotales indes, persas etc. Al crear las clases sacer-
dotales se crea tambin la casta sacerdotal o "clero",
totalmente contrario en su significado
y
constitucin
al sacerdocio eterno de Cristo
y
a la vida sacrificial
del pueblo creyente.)
Ao 300.^Aparecen los primeros altares consagrados; el
culto de las reliquias
y
la consagracin de los templos
y
ceremonias religiosas. (El rito de la consagracin
de los altares o "lugares altos" con destino al culto
o a la invocacin de algn hecho religioso es de ori-
gen pagano. El que lea las ceremonias de consagra-
cin de los templos egipcios, budistas, griegos
y
ro-
manos ver cmo coinciden con estas mismas consa-
graciones romanistas. En cuanto a las reliquias de los
santos, bstenos decir que en su inmensa mayora ni
son reliquias ni pertenecen a los santos a quienes se
les atribuye. Las reliquias de lugares, objetos, etc.,
son siempre muy discutibles por su autenticidad
y,
sobre todo, no conducen sino a convertir en "tabes"
lo que jams fue otra cosa que un poco de materia
perecedera
y
sin poder sagrado alguno. Estas cos-
tumbres
y
el fetichismo ancestral son una sola cosa.)
Ao
325.Se declara el viernes santo como da de ayuno
146 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
obligatorio. (El romanismo, teatral siempre, procura
por hechos teatrales demostrar su fe
y
su sentimien-
to religioso. Al proclamar el ayuno obligatorio el da
de viernes santo, se quiere obligar a sentir el dolor
por la agona
y
muerte del Seor. Quizs tambin el
dolor del arrepentimiento. Sin embargo, este rito o
im{X)sicin religiosa fue totalmente desconocido en la
poca primitiva del Cristianismo, en donde el gozo de
la resurreccin de Cristo llenaba las almas. El Cristia-
nismo verdadero mira siempre hacia arriba, buscando
en todo a un Cristo vivo, intercesor
y
eterno. El ro-
manismo adora un Cristo muerto
y
sangrante, ms pa-
recido a una vctima digna de lstima que a un Dios
digno de adoracin
y
alabanza. Pero, la teatrahdad
heredada del paganismo invade la fe
y
la mente romana
impidindola escuchar las palabras del propio Cris-
to: "Toda potestad me ha sido dada en los cielos
y
en la tierrra",
y
"Yo estoy con vosotros (vivo) todos
los das hasta el fin del mundo."
Ao 386.' Primer decreto sobre el
celibato obHgatorio.
(Vase este asunto en las pginas de este libro.)
Ao 390.Aparecen las primeras confesiones
auriculares.
(Leer lo escrito sobre el
particular en el captulo Con-
fesionismo.)
Ao
400.El obispo de Roma se hace llamar por vez pri-
mera "papa". (Vase el captulo sobre el Papismo.)
Ao
431.
Se
promulga la ley de asilo en las Iglesias.
Aparece el
origen de las llaves, como
emblema papal.
(Sobre lo
primero, debemos reconocer que, bajo el
punto de vista moral, esta imposicin en contra de la
justicia
y
de la ley, cay
rpidamente sancionada
por
la
sociedad
sensata
y
moral, pero, de todos modos,
esta innovacin fue un atentado contra la
santidad
del templo
y
una
complicidad manifiesta con los de-
TRADICIONALISMO 147
lincuentes.
Jams la Iglesia romana pudo descender
ms bajo que al prestar sus propias iglesias como asilo
para los asesinos
y
gentes de mal vivir, reclamados
por la ley
y
la justicia.)
(En cuanto a las llaves vase el captulo referente
al Confesionismo.)
Ao 470.^Invocacin de los santos. (De origen total-
mente pagano.)
Ao 536.
-^Se exime al clero de la jurisdiccin civil. (Es-
te lamentable error del romanismo cre una atms-
fera
de inquietud
y
desconfianza social muy justifi-
cable
y
deslig de la justicia comn
y
ordinaria a hom-
bres
y
mujeres, como los dems, estableciendo una
penosa desigualdad. Al mismo tiempo, el romanismo
declar su competencia en materia legal al nombrar
sus propios tribunales, salindose de su funcin reli-
giosa
y
desobedeciendo el ejemplo de Cristo que siem-
pre se someti a la ley, aunque imperfecta, de la jus-
ticia humana. Por fortuna, hoy, en la mayora de los
pueblos del mundo civilizado los religiosos quedan
sujetos, como ciudadanos que son, a los tribunales de
justicia sin excepcin. Esta es una medida saludable
y
por su higiene social absolutamente necesaria.)
Ao 600.El papa Gregorio I compuso el oficio de la
misa. (Origen pagano. La misa no conserva su uni-
dad sino hasta fechas muy recientes. En realidad fue
compuesta por varios autores hasta llegar a su forma
actual. El simbolismo
y
ritual de la misa es muy se-
mejante a ciertos actos de adoracin comunes al paga-
nismo. No es tampoco un sacrificio verdadero. Sola-
mente el sacrificio de Cristo lo fue
y
ese sacrificio so-
bre la verdadera Cruz ni puede ser representado ni
repetido ni confundido con otro. Su carcter divino
y
148 CLAUDIO GUTIRREZ
MARN
perfecto le excluye de todos los dems. Cristo fue ofre-
cido una sola vez
y
para siempre.)
Este mismo papa orden la uncin sacerdotal, los
hbitos pontificales
y
el uso del incienso. (Todas es-
tas cosas, derivadas
del pantesmo griego
y
del pri-
mitivo judaismo, carecen de autoridad cristiana.)
Ao 604.Se ordena mantener encendidas las lmparas
de los templos. (Esta fue una costumbre egipcia que
pas a Grecia
y
Roma, donde el fuego sagrado en los
altares se conservaba siempre para alejar, segn la
supersticin, a los malos espritus de los recintos sa-
grados.)
Ao 607.'El obispo de Roma se nombra a s mismo
cabeza de la Iglesia
y
soberano universal. (Leer el
captulo sobre el papismo.)
Ao 610.El papa Bonifacio IV substituye en el panten
romano las imgenes paganas por las de algunos san-
tos cristianos. (Paganismo puro. Este mismo papa
ordena la tonsura sacerdotal, imitando a los sacer-
dotes budistas
y
a otras sectas sacerdotales de oriente.
)
Ao 617.Se invoca por primera vez a los santos. (Con-
tra toda Escritura
y
toda verdad religiosa. nicamen-
te el nombre de Cristo, como intercesor nico
y
pode-
roso es citado en la Iglesia primitiva. No hay otro
intercesor ms que Cristo en quien los hombres de-
ban confiar para salvarse. l mismo orden invocar
su santo nombre para la obtencin de cuanto se an-
hele recibir de Dios.)
Ao 666.Se ordena el uso del latn como lengua oficial
y
nica para el culto pblico. Decret tal cosa el obis-
po de Roma, Vitelio. (Cuando el latn fue la lengua
viva del imperio romano tal medida tuvo su razn de
ser. Hoy que el latn es lengua muerta
y
comprendida
por muy pocos, esta orden resulta perjudicial. El ro-
TRADICIONALISMO 149
manismo, por conservar su pseudo-unidad,
no vacila
en caer en los ms espantosos anacronismos. San Pa-
blo dice que prefiere hablar 10 palabras en lengua
inteligible que 10 mil en lengua extraa. La edifica-
cin
y
la adoracin de los creyentes no puede conse-
guirse ni con pantomimas teatrales de mal gusto ni
por medio de un idioma extrao que escapa al comn
de los fieles.)
Ao 752.El Papa Esteban II es llevado por primera vez
en andas procesionales a semejanza de los hroes
y
divinidades paganas. (Sin comentario.)
Ao 769.El Concilio romano decreta la veneracin de
las imgenes. (Lase el captulo sobre la Iconolatra.)
Ao 850.Se eleva a sacramento la extremauncin. (Ele-
var a misterio lo ms sencillo
y
razonable siempre fue
la mana del romanismo. La extremauncin fue admi-
nistrada como rito en la Iglesia primitiva, pero jams
como sacramento. La uncin de aceite acompaada de
la oracin, jams perteneci al exorcismo supersticioso
practicado frecuentemente por la Iglesia de Roma.)
Ao 855.Se decreta la festividad de la Asuncin de la
Virgen Mara. (Este nuevo dogma romanista, sancio-
nado por el actual papa Po XII, carece de base escri-
turaria
y
tradicional. El silencio sobre su contenido es
absoluto durante los 7 primeros siglos de cristianismo.
Esta es la mejor prueba en su contra.)
Ao 965.Por vez primera se bautizan las campanas,
bajo la advocacin de un santo
y
siguiendo el ritual
del bautismo infantil. (No necesitamos comentar este
sacrilegio. Si el bautismo es un sacramento que da
gracia no podremos nunca explicarnos cmo puede
aplicarse a un objeto de metal. El romanismo se equi-
para, al aceptar esta ceremonia, con el fetiquismo ms
irracional
o el animismo ms decadente.)
150 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Ao 1003. 'Siguiendo la costumbre de las festividades
paganas se ordena la fiesta de las nimas, con el con-
siguiente derroche de supersticiones
y
de fbulas in-
fantiles.
Ao 1022.' Se establece que los ricos pueden salvarse
por su dinero.
(El romanismo halag siempre al cap-
tahsmo por amor al dinero,
y
el amor al dinero "es la
raz de todos los males".)
Ao 1023.El papa Gregorio VII establece categrica-
mente que nicamente el obispo de Roma lleve el t-
tulo de "papa". (Vase "Papismo".)
Ao 1073.' Se impone el celibato a los sacerdotes
y
mon-
jes. (Vase "Eunuquismo".)
Ao 11 60. 'El papa Alejandro ordena la canonizacin
de los santos, siguiendo la tradicin pagana respecto
a las divinidades falsas, a los hroes
y
a los semidioses.
Ao 1215.Se exige la confesin auricular. (Vase Con-
fesionismo.)
Ao 1277.El papa Honorio III instituye la elevacin
y
adoracin de la hostia, antiguo smbolo del sol ado-
rado por algunos pueblos. (La pretendida transubs-
tanciacin defendida contra razn
y
tradicin escritu-
raria es una de las ms peligrosas idolatras en que el
romanismo ha cado. Leer sobre el particular "La Cena
del Seor", en este libro.)
Ao 1229.' El Concilio
de
Tolosa prohibe leer la Biblia
al Pueblo. (Por qu? Sin duda porque al leerla el
pueblo, ste puede descubrir el sin nmero de errores
en que la Iglesia romana ha incurrido
y
al romanismo
no le conviene tal cosa. Por lo dems, la historia de
las persecuciones del romanismo contra las Sagradas
Escrituras siempre ser el testimonio ms firme de su
gran menosprecio por la verdad cristiana.)
Ao 1230.El papa Gregorio introduce el uso de la cam-
TRADICIONALISMO
151
panilla en los templos. (Innovacin pueril que a nada
conduce, como no sea a fomentar aun ms la teatra-
lidad religiosa de la iglesia romana.)
Ao 1264.Se instituye la festividad del Corpus-Christi.
(La Escritura seala categricamente quin es
y
dn-
de est
el verdadero
y
simblico cuerpo de Cristo.
Pablo dice: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo." La
iglesia es el nico cuerpo simblico de Cristo. En cuan-
to a su cuerpo transformado, la propia iglesia romana
cree
y
hace creer que est junto al Padre en los cie-
los. La imagen del cuerpo de Cristo en la hostia es una
innovacin idoltrica
y
por tanto peligrosa.)
Ao 1362.El papa Urbano V usa, por vez primera, la
triple corona. (Cristo llev solamente sobre su cabeza
una corona de espinas. El papa, segn el romanismo
afirma, como "vicario" de Cristo, luce sobre la suya
una triple corona adornada con piedras preciosas de
un valor incalculable. A la humildad
y
pobreza santa
de Cristo, quien no tuvo dnde reclinar su cabeza,
opone su pretendido Vicario el ultraje de una riqueza
mundana incompatible con la verdadera fe cristiana.)
Ao 1390.
El papa Bonifacio IX vende las indulgencias.
(Uno de los mayores escndalos pblicos dados por
la iglesia romana en el mundo ha sido ste. El pecado
de simona o venta de las cosas sagradas es un grave
pecado. Si el perdn tiene precio estipulado por el ro-
manismo, los cristianos que saben que
nicamente la
sangre de Cristo es el perdn por sus pecados quedan
desplazados de la fe
y
la salvacin se
encuentra ni-
camente a disposicin de los ricos. Preguntamos qu
ha hecho la iglesia de Roma sobre uno de los objetivos
mximos del mensaje de Cristo: "a los pobres es anun-
ciado el Evangelio?" . .
.).
Ao 1414.El Concilio de Constanza priva de
la parti-
152 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
cipacin del vino en la Comunin a todos los laicos.
(Otra innovacin peligrosa. Por ella se destruye el
sacramento
y
su gracia consiguiente. No sirve de nada
la defensa en favor de esta innovacin hecha por el
romanismo, porque si en la hostia est, segn ella, el
cuerpo completo de Cristo, es decir, su carne
y
su
sangre por qu el sacerdote participa del vino cuando
comulga? La institucin de la Cena del Seor o Co-
munin cristiana hasta el siglo 15, se conserv en casi
toda su pureza. Los creyentes participaron, junto con
los ministros, del pan
y
del vino de la Comunin.
Con qu derecho la iglesia romana invalida la ense-
anza aposthca?)
Ao 1439.^El Concilio de Florencia declara que son sie-
te los sacramentos. (Frente a esta posicin novsima,
la Escritura nos ensea que los sacramentos son dos:
el bautismo
y
la Comunin, instituidos por Cristo.
Quin tendr la razn?)
Ao 1470.Se inventa
y
ordena el uso del rosario. (El
rosario es de invencin budista
y
fue inventado cien-
tos de aos antes del cristianismo. Clara prueba de
que el romanismo no es otra cosa que una mezcolanza
perjudicial de paganismo
y
cristianismo.)
Ao 1476.El papa Sixto V decreta la fiesta de la In-
maculada Concepcin. (Vase sobre este asunto el
captulo "Mariolatra".)
Ao 1478.Se establece la Inquisicin, bajo el nombre
del Santo Tribunal de la fe. (No por el amor sino
por sufrimiento
y
el terror el romanismo quiso impo-
ner al mundo su fe. A semejanza de otros credos
dspotas
y
sanguinarios, el romanismo ha soado siem-
pre con un imperialismo clerical, con una teocracia
falsa. Los millares de vctimas humanas sacrificadas
por la Inquisicin claman a Dios, como la sangre de
TRADICIONALISMO
153
Abel, desde la tierra. Una iglesia que se vanagloria
de mostrar al mundo las manos llenas de sangre no
puede ser la iglesia humilde, servicial
y
tolerante que
Cristo vino a fundar entre los hombres. Los fanticos
defensores de la fe, a golpes de espada, tienen sobre
s la sentencia pronunciada por Cristo contra Pedro:
"Los que a hierro matan a hierro tambin morirn".)
Ao 1546.^Se concede a la tradicin la misma autoridad
que a las Escrituras. (Vase el captulo sobre "Tra-
dicionalismo*'.)
Ao 1563.El Concilio de Trento confirma la doctrina
del purgatorio. (Invencin romanista muy productiva
para la iglesia de Roma. Totalmente desconocida por
la Iglesia Cristiana
y
la tradicin hasta el siglo xiii.
Es siempre lamentable explotar la buena fe de los vi-
vos, pero comerciar con los vivos a costa de los muer-
tos, solamente se le ocurre a una iglesia del mal. El
Evangelio, contrario totalmente a esta enseanza, re-
pudia con voz clara
y
potente la astucia pagana de
una iglesia entregada, casi por completo, al poder del
dinero.
)
Ao 1870.--El papa Po IX declara la infalibilidad pa-
pal. (Vase el captulo sobre el
Papismo.)
Ao de . . .En preparacin, el nuevo dogma sobre la me-
diacin universal de la Virgen Mara. (Esperamos en
Dios poder combatir esta nueva forma de Mariolatra.)
No hemos anotado todas las innovaciones romanistas.
Creemos sinceramente que tampoco podramos ponerle un
punto final, sino nicamente puntos suspensivos . . .
por-
que mientras exista el romanismo, la fbrica de las inno-
vaciones religiosas no cristianas estar siempre abierta.
154 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Lo dicho, sin embargo,
es ms que suficiente para
probar que la Iglesia de Roma no slo "vara" sino que
est constantemente variando. Y si la frase de Bosuet,
mal aplicada a la Iglesia de la Reforma, tiene todava
valor afirmando que lo que vara no posee la verdad, en-
tonces el romanismo con harta razn, carece de la misma.
Si Roma busca un dogma perfecto
y
confiesa con sus
innovaciones que an no lo posee, nuestro consejo es que
retorne a las Sagradas Escrituras
y
permanezca fiel a su
contenido, porque en la Escritura s est el dogma com-
pleto.
Ojal que algn da el romanismo dejara de ser ro-
manismo para ser simplemente Cristianismo. Tenemos la
seguridad que en ese retorno suyo hacia la fe inmutable
y
verdadera acabaramos por encontrarnos todos.
VI. CONFESIONISMO
EL SANTUARIO DE LA CONCIENCIA
El hombre posee, como joya de inestimable valor, el
santuario de su propia conciencia, en cuyo altar oficia
diariamente el sacerdote del deber
y
bajo sus naves pasea
su amplia tnica la responsabilidad personal.
El hombre guarda para s la llave nica que da acce-
so a este lugar sagrado, aunque la luz de Dios pueda pe-
netrar en l a travs de las maanas alegres
y
los das
tristes, sin que nada ni nadie pueda impedrselo.
En ese santuario se halla encerrado
y
escrito el libro
de la vida. En sus pginas se mezclan el pasado
y
el
presente, lo bueno
y
lo
malo, lo triste de recordar
y
lo
agradable de evocar, el aplauso del triunfo
y
el estruen-
do de la derrota. Lo que el ser humano es, all est ence-
rrado
y
aun lo que el ser humano podr ser, tambin; por-
que el surco abierto hoy por la reja del arado ser quien,
con su trazo recto o quebrado, indique el camino del fu-
turo.
Y si la conciencia es santuario de la vida, debe com-
prenderse que su secreto a nadie pertenece, sino al hom-
bre mismo. Por eso, cuando, por la violencia se pretende
asaltarlo o avasallarlo se comete un delito moral inca-
lificable.
La conciencia es libre. Cuando se la encarcela
y
se la
fuerza a ser algo distinto a lo que es la personalidad hu-
mana sufre una deformacin. Por ser la conciencia como
es, nadie, sino su propio dueo tiene potestad para juz-
garla en bien o en mal, porque el nico juez suyo no
158 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
puede ser otro
que su poseedor, sin necesidad de tribu-
nales humanos; porque la expresin de la justicia de
Dios en la conciencia humana se expresa siempre por un
dolor profundo o una alegra sin lmites.
As lo interpretaron los primitivos cristianos que se
sintieron libres "con la libertad con que Cristo los hizo
libres"
y
no desearon, desde entonces, caer bajo el yugo
de servidumbres extraas. Solamente el de Cristo les
fue agradable, porque es un yugo ligero, fcil
y
por l
la carga de la vida se hace menos penosa
y
menos pe-
sada. Se sintieron libres del juicio
y
de la sentencia hu-
mana, admitiendo nicamente el juicio de su Seor como
verdadero, infalible, santo
y
justo. Y a l abrieron el
santuario de sus almas
y
le dejaron penetrar bien aden-
tro, hasta el ltimo rincn en sombras, para que l, con
su luz las disipase
y
con su presencia lo llenase todo de
paz
y
de bondad.
Jams los cristianos de los primeros tiempos se des-
pojaron de esos dos tesoros que caminan juntos: concien-
cia
y
libertad. Y cuando el furor diablico del paganismo
les golpe sin piedad prefirieron morir antes que vender-
los a los mercaderes de Satans. Y ellos, que no posean
nada, murieron poseyndolo todo
y
muchos supieron can-
tar en la hora suprema frente al poder de la pagana el
gran himno del apstol San Pablo: . .atribulados en
todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desespe-
rados; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas
no perecemos. . . (Sn. Pablo a los Corintios,
2^
Carta;
cap. 4; vers.8
y
9).
"Si somos muertos con l, tambin viviremos con l".
"Si negsemos. l tambin nos negar".
"S fusemos infieles, l permanece fiel". . . (Sn. Pa-
blo a
Timoteo,
2*
Carta, cap. 2, vers. 11 al 13).
CONFESIONISMO 159
LA CONFESIN AURICULAR OBLIGATORIA
Por desgracia el romanismo ha olvidado esto
y
ha pre-
tendido uncir la conciencia humana no solamente al yugo
de la religin sino tambin al juicio, siempre falible, de
sus representantes. El romanismo ha violentado la con-
ciencia descerrajando las puertas del santuario; violando
la vida ntima del alma al obligar a los fieles a postrar-
se a los pies de un hombre para confesarle, por la fuer-
za, lo ntimo de su vida, que slo a Dios
y
al hombre
mismo pertenece.
El
romanismo ha instituido la confesin auricular obli-
gatoria
y
para darle mayor pujanza la ha elevado nada
menos que al nivel altsimo de un sacramento.
Al hojear las pginas de la historia podremos darnos
cuenta de que no fue sino hasta el siglo xiii, siglo de os-
curantismo
y
despotismo clerical, cuando la Iglesia de
Roma, en su Concilio celebrado en Letrn
y
en el ao
1215,
impuso como obligacin, bajo pena de excomu-
nin, la confesin auricular. En su Canon 21 leemos esto:
. . todo creyente de cualquier sexo, despus de llegar
a la edad de la discrecin, bajo pena de pecado mortal,
debe confesar al sacerdote, a lo menos una vez al ao".
Antes de esa fecha no existe un solo ejemplo ni un
solo caso de este tipo de
confesin hecha al odo del sacer-
dote, con el carcter de obligacin imprescindible para
escapar de la
condenacin eterna.
Es pues una innovacin ms
y
una innovacin peli-
grossima, tanto para el confesor como para el confesa-
do. Para el
primero, porque est obligado a escuchar cier-
tas cosas
desordenadas que pueden arrastrarle a l
mismo
a la
tentacin;
y
para el confesado, porque desposita su
160 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
vida secreta en manos de un hombre que puede hacer
o no buen uso de la misma.
El roraanismo sabe cuantos escndalos han surgido,
dentro de la Iglesia, por culpa del confesionario. El ro-
manismo sabe cmo, por causa de la confesin auricular
obligatoria, infinidad de almas, profunda
y
sinceramen-
te piadosas, han abandonado la fe romana prefiriendo la
libertad frente a Dios a la esclavitud frente a los hom-
bres, revestidos de cierta santidad
y
autoridad religiosa,
pero siempre falibles, siempre imperfectos, siempre tan
necesitados como el propio confesado del perdn
y
de la
gracia de Dios. El romanismo sabe que la inmensa mayo-
ra de sus fieles se niega a practicar la confesin auricular
ante el temor de escuchar preguntas ofensivas o incorrec-
tas de parte de los poco prudentes padres confesores.
El romanismo sabe que el camino para penetrar, no slo
en el santuario de la conciencia personal, sino en la vida
de sus fieles, no es otro que la confesin auricular
y
sta, no es tanto una necesidad imperiosa para la fe co-
mo un medio bien estudiado para alcanzar la sujecin
total de los fieles. El romanismo sabe que el confesionario
lejos de ser, como se titula,
el Santo Tribunal de la Pe-
nitencia, en multitud de ocasiones no ha sido otra cosa
que un arma poltica, social
y
hasta inmoral para obli-
gar a los devotos a. decidirse por sta o la otra manera
de actuar en conformidad con el ideario de la Iglesia. El
romanismo sabe, en fin, que esta clase de confesin ja-
ms se dio en el siglo primero ni en los doce primeros
siglos de la Iglesia
y
que su imposicin ha sido, es
y
ser siempre un tremendo fracaso para la misma.
EL SECRETO DE CONFESIN
Cierto que, para salir al paso de los temores o preocu-
CONFESIONISMO
161
paciones de los fieles, se les hace saber que el secreto de
confesin es una imposicin
y
un deber para
el sacerdote,
y
que ste, antes se dejar matar
y
martirizar que reve-
lar lo que el penitente haya podido comunicarle al odo
en el confesionario.
Para demostrar esta verdad sacerdotal el romanismo
no ha dudado en pregonar a los cuatro vientos, alguno
que otro caso de herosmo sacerdotal
y
hasta de martirio
sacerdotal, por causa del espantoso secreto de confesin.
Esto puede ser tan cierto como innecesario. Porque quin
les oblig a ello? El Evangelio? El Evangelio ni ordena
la confesin auricular, ni impone el secreto de confesin,
ni empuja hacia el martirio, por complicidad en ciertos
hechos de mayor o menor gravedad. El romanismo ha en-
cerrado a sus confesores bajo esa disciplina absurda
y
a todas luces antievanglica. Porque algunas veces ha
sido
el
hecho de respetar el secreto de confesin la causa
de que la justicia haya cargado la culpabilidad,
y
aun
haya quitado la vida, a personas inocentes que hubieran
podido ser salvadas con una sola palabra del sacerdote
confesor. Si el secreto de confesin equivale al secreto
profesional, en determinadas actividades del saber huma-
no, jams debe ligar a quien lo posee a desgracias mu-
cho mayores que podran ser fcilmente evitadas revelan-
do la verdad de los hechos. Esto en lgica cristiana es
un atentado grave contra la moral
y
contra la piedad. Ha-
cer, pues, del secreto confesional, un herosmo est fuera
de toda razn.
No creemos que sea ese el camino propuesto por Dios
a sus
ministros. Si es cierto que por educacin o
corte-
sa debemos no denunciar los hechos que en secreto se
nos revelen, esta medida debe quebrantarse siempre que
el
mantenimiento de un secreto suponga contra alguien
peores
consecuencias
en cualquier orden de la vida. Los
162 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
ministros
de Dios se deben a la verdad siempre
y
por
la verdad s estn llamados a sufrir
y
an a morir, pero
no por ocultar la verdad amparando con el silencio he-
chos incahficables que por la verdad pueden muy bien
ser corregidos. El secreto confesional obligatorio es, pues,
otro de los lamentables errores del romanismo.
LA CONFESIN EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO
Negar que la confesin de pecados se encuentre en las
Escrituras, nica fuente de valor para la /e cristiana, es
negar la verdad. La confesin s existe dentro del Libro
Sagrado
y
no slo en el Nuevo Testamento sino tambin
en el Antiguo, pero practicada de un modo totalmente
diferente a como el romanismo la ha establecido.
Hallamos dos tipos de confesin en las pginas Sa-
gradas del Antiguo Testamento: La confesin personal
y
secreta,
y
la confesin pblica
y
colectiva. La primera
practicada por las almas sedientas de perdn
y
de justi-
cia, turbadas por el remordimiento o torturadas por las
consecuencias de su pecado. Estas almas, contemplndose
a s mismas en su inmensa pobreza, han confesado su
fragihdad
y
vanidad, deseando ser revestidas de aquella
alta naturaleza superior
y
divina, apetecible por todos los
corazones bien inspirados. Desde la figura de Adn, pa-
dre de la humanidad
y
Eva, madre del mundo, hasta la
del hombre que pis con un solo pie los umbrales del
Evangelio, Juan, el profeta, toda una teora de almas ha
sentido la necesidad imperiosa de confesar sus pecados
a alguien, de no ocultar la miseria de sus almas o el deseo
vehemente de sus corazones ante alguien capaz de com-
prenderlos
y
de santificarlos con su perdn. Y quin
CONFESIONISMO
163
puede ser ese alguien? Un hombre, un sacerdote, un pon-
tfice? Hombres, sacerdotes
y
pontfices hubo en el pue-
blo de israel por centenares de aos, pero a ninguno de
ellos invocaron las almas en pecado, porque saban que
el pecado humano comprende a todos los hombres sin
excepcin
y
que su pecado no iba contra ellos, ni en ellos
poda residir la potestad para perdonar el delito que
contra ellos no se haba cometido. Las almas pecadoras
acudieron siempre con su pecado personal a Dios. Direc^
tamente a Dios, "el nico que puede perdonar pecados";
el nico que puede comprender la naturaleza del pecado
y
dar la paz al alma por medio del perdn; el nico que,
por ser Dios, sabe
y
puede juzgar con infalibilidad ab-
soluta
e
imponer, si lo estima necesario, la sentencia jus-
ta, que no lastime hasta quebrantar sino que eduque has-
ta extirpar de raz el mal; el nico que sabe cuando el
alma dice la verdad
y
conoce hasta qu punto el arrepen-
timiento es verdadero; el nico que ama con un amor
de padre al pecador
y
"no desea que ste muera sino que
se arrepienta
y
tenga vida**.
Ningn caso tan palpable de esta confesin personal
como aquella que David nos ofrece a lo largo de todo su
encantador libro de los Salmos. En ese libro maravilloso,
l descubre toda la bajeza
y
toda la grandeza de su alma
pecadora e invita al alma para que entre por ese camino
que no avergenza, porque todo l est lleno de la bon-
dad de Dios. Invitacin clara, ferviente para acudir a Dios
con la carga dolorosa del pecado personal. Exhortacin
ferviente para encontrar en Dios la paz santa que l da
por gracia
y
por amor. Splica a las almas para que sa-
cien su sed de quietud en el manantial divino de donde
fluye, sin cesar, el agua de la vida eterna. . .
A Dios . .
.
Solamente a Dios!
Y no se necesita para ello un lugar especial dentro o
64 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
fuera del templo. El alma
que ora como Natanael debajo
de la higuera o como el rey David en las naves solitarias
del templo o en la cmara ostentosa de su palacio; en el
campo o en el hogar; en la fbrica
o
en la crcel; en el
estudio o en la oficina, si lo hace con dolor de arrepen-
timiento
y
deseo de no volver a pecar, ser
odo
y
perdo-
nado por Dios, l, silenciosamente, amorosamente oir des-
de su trono, que llena todos los espacios,
y
har que su
paz, "la que el mundo ni sabe ni puede dar", descienda
al corazn del penitente. Abrir el corazn a Dios, sola-
mente a Dios
y
gemir con la conciencia arrodillada besan-
do en el mutismo de la agona la tnica blanca
y
sin cos-
tura de Dios, 65 alcanzar la verdadera paz por el perdn
divino.
La confesin colectiva
y
pblica de pecados, la que
el pueblo de israel desde el tabernculo del desierto o
los atrios
y
naves del templo salomnico, hasta las are-
nas inhospitalarias de la esclavitud babilnica supo diri-
gir a Dios con silicio
y
ayuno, revolcndose en la ceniza
de su impiedad
y
en el estercolero de su pobreza misera-
ble, es la nica confesin colectiva de pecados que apa-
rece estampada en las pginas del Libro Santo. Y el ge-
mido de todo un pueblo supo conmover las entraas mi-
sericordiosas de Dios
y
Dios aplac, en su amor, el la-
mento justificado de su pueblo. Y en nombre del pue-
blo creyente, los jueces, profetas
y
sacerdotes, hablando
en nombre de la comunidad, gritando a todos los vientos
la maldad unnime de todos, incluyndose ellos mismos,
confesaron sus pecados personales
y
nacionales, a Dios.
Nada ms que a
Dios; porque la religin judaica, arran-
cada de la revelacin verdadera, siempre mantuvo en pie
CONFESIONISMO 165
esta solemne interrogacin; "Quin puede perdonar pe-
cados sino Dios? ... Y qu Dios hay como nuestro Dios,
tan amplio en perdonar?". . .
Esta fue la confesin privada
y
pblica en
el
Antiguo
Testamento. En ella, ni una sola vez ni en una sola cir-
cunstancia se menciona la confesin auricular secreta en
el confesionario sacerdotal.
LA CONFESIN EN EL EVANGELIO
Y si pasamos a las pginas maravillosas del Evange-
lio, tambin all encontramos un gran nmero de confesio-
nes personales dirigidas no a los sacerdotes, ni mucho
menos al odo de stos, sino a Aqul que por estar re-
vestido de toda potestad en los cielos
y
en la tierra, tena
y
tiene poder para perdonarlos: Cristo, el Hijo de Dios,
Y a l se acercaron confesando sus pecados hombres
y
mujeres, rameras
y
publcanos, mercaderes
y
doctores, sa-
nos
y
enfermos, en una inmensa plegaria de fe
y
de arre-
pentimiento. Y en Cristo encontraron la paz
y
el perdn,
porque para poder perdonar
y
saber perdonar hay que
conocer a fondo la naturaleza humana,
y
la potencia del
Diablo,
y
la miseria
y
el raquitismo espiritual del barro
humano. . . Hay que comprender por qu el hombre
y
la
mujer fueron capaces de pecar
y
por qu el hombre
y
la
mujer no pueden vivir con la conciencia turbada
y
nece-
sitan, ms que el aire que respiran
y
el sol que les da
vida, la paz interior, sin la cual no es posible ninguna
clase de felicidad. Para poder perdonar hay que poseer
por parte del que perdona un corazn tan inmenso en
amor como los mismos cielos. Hay que tener no un co-
razn de carne sino un corazn tan luminoso, tan fuera
de lo humano que por fuerza ha de empaparse de la na-
166 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
turaleza divina. Y Cristo, slo l, tuvo el conocimiento
suficiente para comprenderlo todo
y
el corazn suficiente
para perdonarlo todo.
Por eso, quienes por creer que nicamente Dios puede
perdonar el pecado se asombraron al or exclamar a Cris-
to, no una sino muchas veces: "Vete en paz. Tus peca-
dos te son perdonados", se asombraron porque no co-
nocan a Cristo: porque para ellos l no fue nunca sino
el hijo del pobre carpintero
Jos, el artesano de Naza-
ret, el rabino excelso venido de Dios por Maestro o al-
guno de los profetas redivivos.
. . Pero nada ms. Y si
Cristo pblicamente se atrevi a perdonar lo que ni la
Iglesia ni el Sumo Sacerdote eran capaces de atreverse a
hacer, para no ofender a Dios, es que l se haca igual
a Dios o usurpaba el puesto de Dios entre los hombres.
Y Cristo respondi a su asombro categricamente: "Qu
pensis que es ms fcil decir: tus pecados te son per-
donados o decir a este hombre paraltico levntate
y
an-
da? . . . Pues para que veis que tengo poder para per-
donar pecados, a ti te digo: levntate, toma tu lecho
y
vete a tu casa". Y se hizo el milagro. El gran milagro.
El hombre se levant
y
anduvo
y
carg sobre sus espal-
das entumidas el lecho de su miseria
y
corrupcin
y
se
lanz por las calles
y
plazas gritando: "l me ha sa-
nado
.y
l me ha perdonado". . . Cristo tuvo
y
tiene poder
para perdonar el pecado humano, porque no es un hom-
bre sabio, ni bueno, ni bondadoso. . . l es
mucho ms,
l
siempre es mucho ms. .
. l se escapa del mundo de
los vivientes para convertirse en el Dios que hizo los
cielos
y
la tierra. . . en el Cristo vivo
y
eterno, abogado
nico e intercesor nico de la Humanidad. . . "Uno con
Dios", desde la eternidad
y
hasta la eternidad.
Hoy tambin hay que acudir a Cristo. A l slo. Por-
que l solo tiene el poder de
perdonar el
pecado
y
de
CONFESIONISMO
167
dar con su perdn misericordioso esa paz divina, no hu-
mana, que no tiene fin. No mirando a la altura del pe-
cado, ni a la bajeza de la cada. . . ni a nada en torno
nuestro, ni siquiera dndonos cuenta de que acaso la Hu-
manidad vengativa o la Humanidad justiciera crispe sus
puos amenazando nuestra libertad
y
an nuestra vida. .
.
No mirando a nada ni a nadie. . . sino a l solamente.
No olvidemos que l vino para todos los enfermos, para
todos los desnudos, para todos los hambrientos, para to-
dos los leprosos, para todos los perdidos. . .
y
l sola-
mente les pudo decir: "Vete en paz, hijo. . . Vete en
paz, hija. . . tus pecados te son perdonados". .
.
Cristo es
y
debe ser siempre el Confesor nico en la
tierra
y
para la tierra. El mismo, que an sin or las pa-
labras del arrepentimiento, perdona
y
salva.
Y tambin Cristo nos ense a dirigirnos a Dios, el
Padre, en busca de la paz para nuestra conciencia, al de-
cirnos: "Y vosotros oraris as: Padre Nuestro que ests
en los cielos. . . Perdona nuestras deudas, as como nos-
otros perdonamos a nuestros deudores". . .
Padre nues-
tro! . .
.
Perdnanos! S, Padre nuestro, al Padre comn
de la Humanidad
y
nosotros sus hijos, aunque no me-
rezcamos ese ttulo bendito, aunque seamos muy malos
hijos, aunque a veces hasta desconozcamos o no quera-
mos reconocer que l es nuestro Padre. . . porque no te-
nemos otro escudo para dirijirnos a l que ese: el ttulo
de "hijos"
y
con ese ttulo podemos hablarle
y
clamar a
l
y
rogarle con el corazn que nos perdone
y
que nos
sane espiritualmente. Porque nuestro pecado contra el
hermano hombre es tambin una ofensa, una deuda con-
tra Dios; porque al abofetear al hermano hombre le ofen-
demos a l.
l es el Padre de toda la familia Humana
y
atentando contra uno de sus
miembros atentamos con-
tra el amor
y
la buena voluntad divina. Le hemos ofen-
168 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
dido
y
tenemos que pedirle perdn. Sin ese perdn de
Dios no habr paz en el alma jams. .
.
Y Cristo indica al mismo tiempo una condicin indis-
pensable: el que haya en nosotros ese mismo espritu de
perdn hacia los dems. Si le confesamos nuestros peca-
dos para conseguir el perdn en nombre de su infinito
amor hacia nosotros, es preciso que exista en nosotros
ese mismo amor para perdonar a los dems. La parbola
abre sus amphas alas
de diamante: "El reino de los cielos
es semejante a un hombre rey, que quiso hacer cuentas
con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue
presentado uno que le deba diez mil talentos. Mas ste,
no pudiendo pagar, mand su seor venderle,
y
a su mu-
jer e hijos, con todo lo que tena,
y
que se le pagase. En-
tonces aquel siervo, postrado,
le
adoraba diciendo: Se-
or, ten paciencia conmigo,
y
yo te lo pagar todo. El
seor, movido a misericordia de aquel siervo, le solt
y
le perdon la deuda.
Y saliendo aquel siervo, hall a uno de sus consier-
vos, que le deba cien denarios;
y
trabando de l, le aho-
gaba diciendo: "Pgame lo que me debes". Entonces su
consiervo, postrndose a sus pies, le rogaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo,
y
yo te pagar todo". Mas l
no quiso; sino fue
y
le ech en la crcel hasta que pagare
la deuda.
Y viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecie-
ron mucho,
y
viniendo declararon a su seor todo lo que
haba pasado.
Entonces llamndole su seor, le dice: "Siervo malva-
do, toda aquella deuda te perdon porque me rogaste.
No te convena tambin a ti tener misericordia de tu con-
siervo como tambin yo tuve misericordia de ti?
Entonces, su seor, enojado, le
entreg a los verdu-
gos hasta que pagase todo lo que deba.
CONFESIONISMO
169
As tambin har con nosotros mi Padre Celestial, si
no perdonaris de vuestros corazones cada uno a su her-
mano sus ofensas." (Sn. Mateo, cap. 18; vers. 23
y
sigs.)
Y s|:. cierra el ciclo parablico con esta otra inmensa
parbola plena de verdad
y
de ternura: Cristo nos pre-
senta a un joven hijo prdigo, insensato en su alocada
juventud, soberbio en su condicin de poderoso, necio en
su desconocimiento de la vida . . . gritando desde la por-
queriza donde se alimentaba de algarrobas, la comida ideal
para todos los puercos del mundo . . . "Me levantar e ir
a mi padre
y
le dir: Padre, he pecado contra
el
cielo
y
contra ti
..."
Y el hijo prdigo, derrotado, agarrndose
a una tabla de esperanza emprendi el retorno, llevando a
flor de labio la confesin personal de su fracaso. Cuando
se encontr frente al padre ultrajado por su conducta
diablica, dolorido por el injusto pago a su gran amor,
comenz a balbucear su confesin sincera . . . "Padre . .
.
he pecado contra el cielo . .
.";
pero el padre no le dej
acabar. En su corazn, todo amor, no haba ms que ale-
gra inmensa de ver ante s a su hijo querido, andrajoso,
miserable, con el rostro baado por el polvo del camino
y
las lgrimas del arrepentimiento . . el gozo infinito que
le hizo clamar al cielo: "Este es mi hijo que estaba muerto
y
ha revivido; se haba perdido
y
es hallado . . . Comamos
y
hagamos fiesta..." (Sn. Lucas, cap. 15; vers. 11
y
sigs.).
Confesin suprema del alma derrotada, una
y
mil ve-
ces, por los zarpazos del len rapante
y
rugiente; piso-
teada por las pezuas hediondas de Satans. "He pecado
contra el cielo", es decir contra Dios
y
contra ti, es decir,
contra su padre en la tierra. Doble pecado, doble ofensa
y
por lo tanto doble confesin necesaria. Primero a Dios,
a Dios, el eterno ofendido injustamente, al buen Padre
170 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Celestial a quien de mil maneras distintas ofendemos to-
dos los das, aun los ms santos de la tierra ...
y
des-
pus al padre terreno,
al hombre, a nuestro padre o ma-
dre, hermano o hermana, conocido
o desconocido, a quien
hemos faltado con el pensamiento,
con la palabr^ o con
los hechos
. . . Esos dos seres son quienes deben perdo-
narnos
y
a ellos hemos de confesar nuestro pecado, por-
que fuera de ellos no hay nadie ms que tenga derecho
de oir nuestra confesin ni tenga potestad para perdo-
narnos . . . Dios nos perdonar si le confesamos nuestros
pecados cometidos contra l, como perdon amphamente
el padre de la parbola al hijo prdigo arrepentido, es-
peranzado
y
lleno de angustia
y
miseria ...
y
tambin el
hombre, el hermano, debe perdonarnos, porque es su de-
ber, porque si no nos perdonase "hasta setenta veces
siete", tampoco Dios le perdonar.
Esta es la confesin cristiana, la nica confesin que
debe ser practicada por nuestras conciencias arrodilla-
das. Implorar el perdn de Dios
y
el perdn de la per-
sona a quien hemos causado un dao irreparable por culpa
de nuestros pensamientos desorientados, de nuestras pa-
siones envilecidas, de nuestra maldad congnita que traji-
mos al mundo
y
que, como un pesado fardo, nos acompaa
y
nos obliga a claudicar tantas veces para desgracia
nuestra.
Esta fue la predicacin de Juan el bautista en las
orillas del Jordn, cuando se acercaron a l
toda clase
de gentes confesando sus pecados, no al odo del profeta
ni para recibir su absolucin sino para poner en prctica
la palabra de fuego del bautista: "Arrepentios, porque el
reino de los cielos se ha acercado ... Y eran bautizados
CONFESIONISMO 171
de
l confesando sus pecados"... al aire de la tarde,
apualados de dolor, para que el viento los llevase a Dios,
y
del cielo descendiese el maravilloso perdn divino como
desciende la luz de las estrellas sobre las sombras tupidas
de la noche.
Y esta fue tambin la actitud del gran apstol Pe-
dro, en aquel famoso da de Pentecosts, cuando frente
al pueblo congregado en la ciudad santa de Jerusaln:
gritaba: "Arrepentios
y
bautcese cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo, para perdn de sus pecados/'
Y como tres mil almas que escucharon su voz bajo aquel
cielo inmenso
y
en aquel da glorioso, sintieron el dolor
tremendo de su pecado
y
lo confesaron, no a Pedro sino
a Dios, en silencio
o a gritos, recibiendo el perdn, la paz
y
el poder del Espritu Santo, no de labios de Pedro, sino
de labios del mismo Dios a quien sus mentes invocaron
y
sus almas se entregaron.
Y lo mismo sucedi con el apstol de los gentiles Pa-
blo, cuando en Efeso, dice el libro de los Hechos que,
algunas almas acudieron a l no en demanda de su per-
dn, porque a Pablo no le haban ofendido, sino en c/e-
manda del perdn de sus pecados
y
Pablo, que nada te-
na que perdonarles
y
nada les perdon, tambin les pre-
dic "el arrepentimiento, para perdn de pecados . .
."
el
arrepentimiento para con Dios capaz de obtener el perdn
de Dios.
Si queremos oir otra confesin, probablemente la ms
inquietante de todas
y
la que ms tardamente acudi,
como una necesidad, al corazn de un pecador, tendremos
que aproximarnos a la cima del Calvario, para oir de la-
bios de uno de los malhechores, justamente condenado a
morir en la Cruz, sus palabras llenas de fervor
y
de es-
peranza, al mismo tiempo que de justo reproche contra
s mismo . . . All es donde acertamos a comprender no
172 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
slo la necesidad de la confesin, sino tambin la urgen-
cia de dirigirse nicamente a Dios en demanda del per-
dn. Cuando el ladrn sinti acercarse su ltimo instante
clam: "Acurdate de m cuando vinieres en tu reino."
Y la confesin de su pecado fue hacia Cristo
y
el deseo
de paz
y
de perdn
se vio cumplido, cuando Cristo le
respondi: "De cierto te digo que, hoy mismo, estars
conmigo en el paraso." El perdn fue una realidad para
l,
como lo ser para todos los que reconociendo la ver-
dad de su pecado
y
la necesidad de su paz, acudan a
Dios sohcitando con humildad
y
arrepentimiento el per-
dn de sus almas.
EL PERDN FRATERNAL
Santiago el Apstol escribe: "Confesaos vuestras fal-
tas los unos a los otros." Habla en plural. No dice "con-
fesad vuestras faltas a uno de entre vosotros", sino tos
unos
a los otros. (Santiago, cap. 5; vers. 16.) Confesin
fraternal necesaria para la armona
y
paz dentro de la
Iglesia. Confesin urgente
y
perdn deseable entre los
hermanos en la fe, para evitar murmuraciones perniciosas
y
pleitos innecesarios. El hermano que pec contra el her-
mano debe reconocer
y
confesar su falta, no al sacerdote
o ministro, que nada tienen que ver con ello, sino al her-
mano contra quien se pec
y
ste, a su vez, debe aceptar
la confesin
y
entregar el perdn, que puede
y
debe dar
en nombre de
Cristo. Ya el apstol Pablo hace mencin
de esta clase de confesin cuando dice que los cristianos
"deben perdonarse entre s, como tambin Dios les per-
don en Cristo." Regla de fe
y
regla de oro verdadera,
capaz de zanjar resquemores anticristianos entorpecedores
de la buena marcha de la Iglesia.
CNFESIONISMO 173
Cristo dice a los creyentes: "Si tu hermano hubiere
pecado siete veces contra ti
y
siete veces se volviere a ti
diciendo psame ... t perdonars a tu hermano." Siete
veces! El nmero simblico de expresin perfecta. Pedro,
el anciano siervo de Cristo, no lo entendi muy bien cuan-
do pregunt a ste: "Hasta cuntas veces perdonar a
mi hermano, hasta siete? Y Cristo solamente hubo de re-
phcarle: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces
siete." Con lo que afirm, el hijo de Dios, el amplio es-
pritu de perdn que debe existir en
el
corazn del cre-
yente. "Setenta veces siete", es decir, siempre, porque ese
es el espritu del cristianismo, espritu de perdn, no de
venganza, ni odio, ni exterminio. Y el que sabe
y
puede
perdonar hasta "setenta veces siete", puede asimismo de-
cirse que su naturaleza humana ya "fue crucificada con
Cristo
y
que l no vive, sino Cristo es quien vive en l."
Claro est que la paz interior no se consigue plena-
mente sino cuando el pecador confiesa su pecado, reco-
noce su culpa
y
est dispuesto con toda humildad a ad-
mitir el castigo merecido. Y la confesin debe ir acom-
paada de la sinceridad, arrepentimiento
y
el buen prop-
sito de no volver a incurrir en el mismo o parecido pecado,
voluntariamente.
Tambin el pecado se puede perdonar aun sin confe-
sin. Basta con que aquel que recibi la ofensa la consi-
dere como no recibida, perdonando en el acto al ofensor,
aun cuando ste, en su necio orgullo o su ignorancia
cierta,
no quiera reconocer la culpabilidad. Mas para la
paz de la conciencia mejor es confesarse culpable
y
es-
perar en el amor de Dios la justicia divina, que, por ve-
nir de l, aun siendo concedida por una criatura humana,
lejos de agravar el mal dar al corazn, con el perdn, el
nimo suficiente para no reincidir. Que no hay mejor
174 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
lenitivo contra el mal obrar o el
mal hacer que ste de
vencer, como dice Pablo, "con el bien, el mal" recibido.
EL PODER DE PERDONAR TRANSMITIDO
A LOS APSTOLES?
Encerrados en la estrecha crcel de su soberbia, el
romanismo se obstina en arrojar a la cara de los verda-
deros cristianos la falsa interpretacin de estos dos textos
bblicos. El primero se relaciona con el poder de "atar o
desatar" lo espiritual. Las palabras de Cristo son stas:
"Todo lo que vosotros atareis o desatareis en la tierra,
ser ligado o desatado en los cielos." (Sn. Mateo, cap.
18; vers.
18).
No se necesita poseer ciencia doctoral para interpre-
tarlas en su verdadero sentido. Los trminos "atar"
y
"desatar", en el lenguaje hebreo, significaron siempre
"permitir o prohibir",
y
jams se relacionaron con la con-
ducta personal de los creyentes sino con las enseanzas
doctrinales de la Iglesia. En trminos rabnicos, de donde
estn tomadas, se deca, por ejemplo: "La escuela de Sha-
mai
lo
ata", es decir, lo prohibe, o "la escuela de Hillel
lo desata", o sea, lo permite.
Interpretando, pues, el texto evanglico, sin sofismas,
observamos cmo los apstoles lo aplicaron por ejemplo a
la circuncisin, prohibindola; o sobre las viandas ofreci-
das a los dolos, prohibindolas igualmente, as como es-
tablecieron ritos nuevos con potestad para hacerlo as.
Y aun esta misma potestad estuvo siempre condicio-
nada a las instrucciones de Cristo
y
a la direccin le Es-
pritu Santo.
Jams
los apstoles, por capricho u otra cau-
sa, trataron de prohibir o de permitir algo sin sujetarse
al poder
y
al
mandamiento divino. Por eso no hay una
CONFESIONISMO 175
sola cosa "atada o desatada" por ellos, que est en con-
traposicin con la voluntad de Dios.
No tienen, pues, nada que ver las palabras "atar"
y
"desatar" con las de absolver o condenar de la confesin,
mantenida contra viento
y
marea por el romanismo.
El segundo texto s guarda relacin directa con el per-
dn de los pecados
y,
por lo tanto, con la confesin del
pecado. Las palabras textuales, dichas por Cristo, fueron
stas: "Recibid el Espritu Santo; los pecados sern per-
donados a quienes vosotros los perdonreis
y
sern rete-
nidos a quienes vosotros los retuvireis." (Sn. Juan, ca-
ptulo 20; vers. 22),
Dio, pues. Cristo a los apstoles el poder de perdonar
o no los pecados? Aclaremos este punto. No debe olvi-
darse que esta potestad fue dada a todos los discpulos
despus de haber recibido el Espritu Santo
y,
por lo
tanto, en condiciones especiales de sabidura, santidad
y
amor. El hecho del apostolado no reconoce como base sino
el llamamiento
y
la aceptacin; pero no la posesin del
Espritu Santo, que a su vez, es comn a la mayora del
pueblo creyente, porque nadie puede llamar a Jess "Se-
or" sino por el Espritu. Sera, por tanto, sta, una potes-
tad dada no slo a los apstoles, como tales, sino a todos
los creyentes, los unos para con los otros, en la seguridad
de que el perdn para ellos concedido sera aprobado en
los cielos, as como el perdn negado por ellos sera ne-
gado en los cielos. Y bajo esta potestad. Cristo ordena
a todo su pueblo que perdone los pecados cometidos con-
tra ellos mismos.
En segundo lugar, no vemos en parte alguna del Libro
de los
Hechos Apostlicos, un solo caso en donde un aps-
176 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
tol O varios apstoles absuelvan de sus pecados personales
a ningn creyente. Qu prueba esto si no que los aps-
toles entendieron las palabras
de Cristo, no en el sentido
de que ellos, por s mismos, se erigieran en jueces de los
creyentes, perdonndoles o no, sino en que indicasen a
los creyentes, sus hermanos, las condiciones esenciales
apara obtener el perdn de sus pecados? As observamos
que los apstoles, dirigindose al pueblo creyente, repi-
ten esta clase de condiciones, diciendo: "Arrepentios
y
creed al Evangelio
y
vuestros pecados os sern perdona-
dos." Ni uno solo de entre ellos se erige en juez de los
dems. "Arrepentios
y
bautcese cada uno de vosotros en
el nombre del Seor Jesucristo, para perdn de los peca-
dos." Esta es su potestad
y
no otra. La de indicar el ca-
mino del perdn al mundo, no la de perdonar el pecado
del mundo.
Por eso el apstol Juan
dice al pueblo creyente: "S
confesamos nuestros pecados. l es fiel
y
justo para que
nos perdone nuestros pecados
y
nos limpie de toda mal-
dad." Quin es ese
l? El apstol, el ministro, el sacer-
dote? . . . No, es Cristo, el justo
y
el fiel, el santo de Dios,
el que por ser uno con Dios, recibi la potestad absoluta
de perdonar los pecados del mundo.
EL PECADO IMPERDONABLE
Los creyentes de todos los tiempos saben que no exis-
te ms que un solo pecado imperdonable, es decir mortal.
El pecado contra el Espritu Santo. Cristo mismo lo es-
tablece as: "Todo pecado
y
toda blasfemia ser perdo-
nada a los hombres, ms la blasfemia contra el
Espritu
Santo no ser perdonada a los hombres." (Sn. Mateo,
cap. 12; vers. 31
y
32.)
CONFESIONISMO 177
Este pecado consiste en negar la divinidad de Cristo,
as como tambin en manifestar una conciencia endure-
cida por el mal e incapacitada para el arrepentimiento,
sin el cual es imposible el perdn. Quienes pecan contra
el Espritu Santo se burlan de todo lo divino, hacen es-
carnio de la voluntad de Dios
y
viven entregados al po-
der de las tinieblas, sin que en sus conciencias quede el
ms pequeo rayo de luz capaz de engendrar el remordi-
miento ni el deseo de un cambio en
su
vida moral.
Sobre este pecado escribi el apstol del amor di-
ciendo: "Hay un pecado de muerte, sobre el cual yo no
digo que se ruege."
Queda, por tanto, excluida la nefasta divisin roma-
nista del pecado en venial
y
mortal. No existen dos clases
de pecado, porque todos los pecados pueden ser perdo-
nados, menos uno: la blasfemia contra el Espritu Santo.
Realmente, como dice Juan: "Toda maldad es pecado."
No existe pecado "grande"
y
pecado "chico": "Toda
maldad
es
pecado",
y
toda maldad puede ser perdonada
por el arrepentimiento
y
la fe, as como toda "maldad"
puede no ser perdonada, es decir, "mortal", si el alma se
obstina en no reconocerse como culpable negndose a con-
fesar su maldad con espritu de arrepentimiento.
LA CONFESIN AURICULAR DIVINIZA
AL SACERDOTE
El admitir, como lo hace el romanismo, que el sacer-
dote, sucesor de los apstoles, haya recibido el poder de
absolver o condenar, eleva a ste a la categora de Dios,
colocndole en el lugar de Dios,
As lo ensea el Concilio de Trento, quien en su Se-
sin 14 dice: "Los sacerdotes son rectamente llamados
178
CLAUDIO GUTIRREZ
MARN
no slo ngeles sino dioses,
porque poseen entre nosotros
la fuerza
y
el poder del Dios inmortal."
Posiblemente de todas las herejas
sustentadas por el
romanismo sta sea la mayor. Hacer dioses a los hombres
nos parece el colmo del paganismo. Y aun cuando no
falte de entre el nmero de sacerdotes romanistas quie-
nes se nieguen rotundamente a aceptar tal innovacin
y
se
sigan creyendo solamente hombres
y
hombres imperfectos
y
pecadores, la afirmacin tridentina suena a sacrilegio.
Este encumbramiento sacerdotal, contrario totalmen-
te a la razn
y
a las Escrituras, anula o tiende a anular
la verdad sobre el verdadero sacerdocio cristiano. Cristo
es el nico Sacerdote eterno,
y
los creyentes, sin excep-
cin son sacerdotes del altar de Cristo, como Pedro afir-
ma llamando al pueblo de Dios "real sacerdocio", porque
conforme al criterio de
Pablo, "estn ofreciendo el sacri-
ficio vivo, diariamente", sacrificio de vida, para ofrecerlo
a Dios en el nombre de Cristo. Este espritu de sana de-
mocracia cristiana
y
de verdad escrituraria es negado
totalmente por el romanismo, quien al sentar en el Tri-
bunal de la penitencia al sacerdote para que ocupe el lu-
gar de Dios, perdonando o absolviendo, lo convierte en
un dolo, desplazndole de su misin
y
de su buen oficio.
El sacerdote est llamado nicamente a practicar su
labor mediadora cuando el pueblo, por su conducto, p-
blicamente confiesa su pecado e incluyndose el mismo
ministro
y
hablando en plural frente a Dios, siente con
el pueblo el dolor de su pecado,
y
confundido en humil-
dad con la masa creyente, se somete humildemente ante
Dios, para recibir, junto con el pueble, el perdn
y
la paz.
As Pablo supo escribir esta frase lapidaria: "De todos
los pecadores, yo soy el primero", afirmando que el pe-
cado estaba en
l
y
que nicamente la victoria sobre el
pecado personal
y
colectivo puede obtenerse "por medio
CONFESIONISMO 179
de Cristo." Cmo puede entonces un sacerdote, por muy
santo que fuere, atreverse a ocupar el lugar de Dios, todo
santidad, justicia
y
amor? Con qu carcter sagrado pue-
de el sacerdote romanista presentarse ante Dios sin re-
mordimiento de conciencia, sabiendo que por obra de los
hombres, en una de sus funciones sacerdotales, ocupa el
propio lugar de Dios ante los fieles? Adonde quedan la
humildad
y
la verdad cristiana de las que el sacerdote
siempre debe ser portaestandarte
y
adalid?
El romanismo
lo
ha desquiciado todo. El papel del
sacerdote, el significado del sacramento, el lugar de Dios,
el sacerdocio de Cristo . . . todo. El ministro est para
aconsejar, si es consultado; para alentar a las almas en
sus tribulaciones
y
socorrerlas en sus necesidades; para
excitar sus conciencias
y
hacerlas sentir el peso
y
el do-
lor del pecado; para invitarlas, en nombre de Cristo, a
confesar sus pecados ante Aquel que tiene el poder de
absolver al pecador. El sacerdote debe esforzarse por lla-
mar a tiempo
y
a desatiempo a las almas por la senda
penosa, pero santa, del arrepentimiento. El sacerdote debe
considerarse a s mismo como el "hermano mayor" en
responsabihdad
y
el "hermano menor" en la virtud. Eso
debe ser el ministro cristiano, pero nunca el usurpador
de las funciones de Dios
y
de la mediacin
de Cristo.
Siendo as, el creyente ver en l no slo al pastor que
encamina su vida por senderos de justicia
y
junto a las
aguas de reposo, sino tambin al "hermano", digno de
honra
y
alabanza por el servicio de su ministerio;
y
al
buen amigo
y
consejero, capaz de comprender, en nom-
bre de Cristo, las flaquezas de la carne
y
el horror santo
del pecado.
180 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Los resultados de la confesin auricular han sido ma-
los para los creyentes, porque les fuerza a creer en una
paz falsa; malos para el sacerdocio, porque crea en el
sacerdote la mala pasin de la vanidad; malos para la
verdad de Dios, porque por culpa de los confesionarios
y
creyendo que se ajustan a la Palabra de Dios, impulsan
a los incrdulos a toda suerte de burlas
e
indiferencias
justificadas contra la religin;
y
malos para los pueblos en
general, porque donde esta costumbre se ha establecido
por mandato de la Iglesia, ha cundido la inmoralidad
y
la hipocresa.
Si en lugar de confesar obligatoriamente al creyente,
se le hubiera educado en el camino del deber, despertando
en el su sentido de responsabilidad, el romanismo habra
hecho una labor netamente cristiana. Pero al no hacerlo
as, para el mundo no creyente, la Iglesia Romana est
dando la impresin de que el pecado es como un pasa-
tiempo licito, sin gravedad alguna para el alma, cuando
en verdad -l es la fuente de toda desdicha
y
la causa de
toda muerte espiritual.
VOLVAMOS A LA PALABRA
Admitamos como artculo de fe la santa alegra del
piadoso David, cuando escribi estas palabras: "T. Se-
or, eres bueno
y
pcrdonador
y
grande en misericordia
para con todos los que te invocan." Creaemos en este
pensamiento cierto: "Dios es quien perdona todas tus ini-
quidades." Digamos amn a las palabras de Isaas: "Deje
el impo su camino
y
el hombre inicuo sus pensamientos
y
vulvase a Dios, el cual tendr misericordia,
y
al Dios
nuestro el cual ser amplio en perdonar."
Y con el
profeta Daniel, en su Confesin pblica de
CONFESIONISMO 181
pecados, admitamos que: "de Dios es el tener misericor-
dia
y
el perdonar".
Y una vez ms hagamos nuestras las palabras santas
del apstol del amor: "La sangre de Jesucristo nos limpia
ie todo pecado." (San Juan,
1*
Carta, cap. 1; vers.
7).
Ojal que el romanismo comprenda el error de su fe
extraviada
y
volvindose a Dios, encuentre en l el per-
dn que salva; el perdn que devuelve la paz al
alma,
el verdadero perdn divino, el nico perdn que puede
satisfacer ampliamente las necesidades, sin lmite, del al-
ma pecadora.
VIL SOBRE LA CENA DEL SEOR
LA PASCUA CRISTIANA
.
Es un hecho histrico de singular importancia, porque
en l
y
por l la Iglesia Cristiana eleva su espritu en un
acto de chda fraternidad. Su institucin, al modo nuevo
de la fe, transporta el alma en un vuelo mstico hacia la
ciudad llamada santa
y
en ella hacia el Aposento Alto,
donde Cristo, por ltima vez, comparti con los suyos el
pan
y
el vino de la vieja Pascua.
Vieja Pascua en verdad, plena de rancio sabor israe-
lita, vieja fiesta nacional
y
patritica de todo un pueblo
elegido por el mismo Dios, como depositario de la verdad
revelada
y
de cuyo tronco espeso
y
potente surgi la rama
nueva
y
eterna: el Hijo de David, Cristo, el Seor.
Vieja Pascua de Israel celebrada por vez primera en
el hogar judo con los ojos clavados en el horizonte de
una gran promesa: la posesin del nuevo hogar en la
vieja tierra de la antigua Canan. La familia de pie, en
torno a la mesa comn, sobre la que humeaba
el
sacrificio
iel cordero pascual, sin mancha, de un ao de edad, te-
niendo las vestiduras como para emprender un largo via-
je, saludaba la aurora de un nuevo da con alborozo en el
pensamiento
y
gratitud en el corazn.
Vieja Pascua juda que sonaba
y
sigue resonando con
ecos de algaraba celestial en el corazn de todos los is-
raelitas piadosos, porque el da de la liberacin llamaba
a todas las puertas de los esclavos hebreos oprimidos por
la gigantesca raza egipcia . . . mientras Dios, terriblemen-
te justiciero, esgrima por medio de su ngel extermina-
186 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
dor al primognito de toda criatura viviente
y
ordenaba
sealar con la sangre del Cordero inmolado, el dintel
de las puertas para librar a sus moradores de la muerte. .
.
Vieja Pascua juda, que Cristo, reclinado sobre los sua-
ves divanes
de la casa de Juan Marcos, en Jerusaln,
celebr por ltima vez con los suyos, los nuevos mensaje-
ros de su Causa Divina. Por ltima vez! ... l lo dijo
y
se cumpli! Por ltima vez hasta que de nuevo se vieran
todos en su Reino, que no es de este mundo ni puede
contener de este mundo ms que todo aquello que se es-
capa de l para vivif en una santa
y
preciosa libertad.
Y porque en efecto, era la ltima vez que Cristo co-
ma con los suyos aquel cordero de un ao, sin mancha,
aquel pan sin levadura
y
beba con ellos de la copa nica,
el vino del sacrificio redentor, al recuerdo de la alegre
fiesta
de la Pascua juda.
l
quiso dar al mundo de la fe
una nueva visin de las cosas
y
del poder de Dios.
Y dice el evangelista Mateo: "Y como fue la tarde
del da se sent con los doce a la mesa ... Y comiendo
ellos tom. Jess el
pan
y
lo parti
y
dio a sus discpulos
diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando
el vaso
y
hechas gracias, les dio, diciendo: Bebed de l
todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual
es derramada por muchos para remisin de los
pecados.
Y os digo que desde ahora no beber ms de este fruto
de la vid, hasta aquel da, cuando lo
tengo de beber de
nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre." (Sn. Ma-
teo, cap. 26; vers. 20
y
sigs.)
Lucas altera algo el texto, aadiendo: "Haced esto
en memoria de m." (Sn. Lucas, cap. 22; vers. 14 al 20.)
Pablo, recordando la institucin repite
y
enfatiza esta fra-
se (Sn. Pablo a los Corintios,
1*
Carta; cap. 11;
vers.
23 al 25.)
SOBRE LA CENA DEL SEOR 187
El simbolismo de la Pascua juda no pierde su valor.
Al contrario, se eleva en un simbolismo audaz
y
verda-
dero. El pan sin levadura que Cristo ordena comer a
sus discpulos es el emblema de su cuerpo roto en la Cruz.
El vino, del que participan todos sus apstoles, es el sim-
bolismo de su sangre derramada en el augusto sactificio
redentor de la Cruz. Su cuerpo
y
su sangre son entrega-
dos en un sacrificio voluntario
y
generoso para perdn
de los pecados. El antiguo cordero pascual, sacrificado
en la cena juda, es sustituido por "el Cordero de Dios",
Cristo, "que quita los pecados del mundo". Y as como
la sangre de ese cordero pascual sobre el dintel de las
puertas judas sealaba la liberacin de la esclavitud
y
de la muerte ante el paso del ngel exterminador, as
tambin "la sangre de Cristo", vctima propiciatoria de
una Humanidad sin redencin posible, libera al alma cre-
yente de la esclavitud del mal
y
del poder del pecado
y
de la muerte. Juan supo interpretarlo al decir: "la sangre
de Jesucristo nos limpia de todo pecado";
y
Pablo sinte-
tiza todo el inmenso valor simblico del rito cristiano,
diciendo: "Cristo, nuestra pascua, fue sacrificada por
nosotros." Por lo que en una esttica exclamacin de j-
bilo escribe el apstol del amor en su libro de la Reve-
lacin
o
Apocalipsis: "Bienaventurados los que son lla-
mados a la Cena del Cordero."
*
La Iglesia primitiva conserv el rito durante todo el
primer siglo
y
lo observ como "un acto recordatorio" de
la pasin
y
muerte redentora de Jess". "Haced esto en
memoria de m", dijo l,
y
los suyos, cada vez que cele-
braban el rito, lo hacan teniendo bien presente en sus
mentes que Cristo fue sacrificado para redencin de las
188 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
almas
y
limpieza del pecado. Recordando, como dice Pe-
dro: "Que haban sido comprados o rescatados, no con
oro ni con plata, sino con la sangre preciosa de Cristo."
La solemnidad del rito
o ceremonia se conserv pura
en toda su
sencillez
y
en todo su magnfico valor. Los
creyentes acostumbraron a reunirse "para partir el pan",
es decir, para participar de los dos smbolos del cuerpo
y
la sangre de Cristo. El acto era precedido de una co-
mida o cena fraternal llamada "gapa o gape", que sig-
nifica "amor o caridad". Despus de esta comida o cena
fraternal todos los presentes participaban del pan comn
y
de la copa comn, llena de vino. No haba sacerdotes
que presidieran el acto, porque todos lo eran bajo la pre-
sencia de Dios. No se consagraban los manjares, porque
todo lo que vena de Dios estaba ya consagrado por su
voluntad
y
su poder. Estas "gapas" terminaban con el
beso de paz
o
beso fraternal.
Lentamente conenzaron a separarse los dos actos cris-
tianos. La comida fraternal desapareci, acaso por ser
algunas veces motivo de escndalo. El rito pascual co-
menz a celebrarse nicamente los Domingos
y
das fes-
tivos. Los ministros fueron los nicos encargados de
dis-
tribuir el pan
y
el
vino. Se consagraron por la oracin
estos dos elementos. El vino se mezcl con agua, quizs
para evitar abusos. De este modo, el rito camin hacia
el sacramento. Tertuliano fue el primero que dio a la Cena
del Seor o comunin cristiana este nombre. El acto me-
morial, cuyo significado claro se desprende sin trabajo
alguno de los evangelios, pasa a ser considerado como
sacramental. Al pan
y
al vino Justino (138) les
llama ya
"sacrificio"
y
este mismo autor comienza a sembrar la si-
miente contraria al Evangelio al decir: "As como el
pan
que es
producto de la tierra, deja de serlo cuando sobre
l ha sido
invocado el nombre de Dios, para transfor-
SOBRE LA CENA DEL SEOR 189
maise en Eucarista, as nuestros cuerpos, cuando parti-
cipan del sacramento, ya no son corruptibles sino que pue-
den esperar la resurreccin para la eternidad."
Este j>aso atrevido envolvi al sencillo recordatorio
de la muerte de Cristo, en un misterio religioso, pasando
el acto en s a serlo por completo durante los siglos si-
guientes. Fue precisamente esta manera de pensar, tan
distinta al rito primitivo, la que dio lugar a la fe en la
transuhstanciacin romanista, contra la que levant su
protesta unnime la Iglesia patrstica
y,
ms tarde, la
Iglesia Ortodoxa
y
la Iglesia de la Reforma, los dos ms
peligrosos cismas cristianos para el romanismo.
LA TRANSUBSTANCIACIN
El dogma romano sobre la transubstanciacin es as:
Despus de pronunciadas ciertas palabras de consagracin
por el sacerdote, sobre el pan
y
el vino de la Comunin
o Eucarista, estos elementos se convierten real
y
verda-
deramente en el cuerpo
y
la sangre de Cristo, no que-
dando nada en absoluto de los elementos, es decir, ni su
dimensin, ni su figura, ni su olor, color o sabor. El pan
y
el vino dejan de existir
y,
un "Cristo completo", con
cuerpo, sangre, huesos, nervios, alma
y
divinidad toman
su lugar. Aaden que es el mismo cuerpo que fue cruci-
ficado, sepultado, ascendido
y
recibido arriba en los cie-
los. La doctrina dogmtica de la transubstanciacin ro-
manista cree, pues, en la transformacin real
y
literal
del pan
y
el vino empleados en la Comunin, en 'el cuerpo
y
la sangre de Cristo.
El cardenal Belarmino, romanista, dice textualmente:
"Decimos que verdadera
y
propiamente se quita, se le-
vanta
y
se pone el cuerpo de Cristo, colocado en la pa-
190 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
tena o sobre el altar
y
llevado de la mano a la boca
y
de
sta al estmago." En cualquier Catecismo romanista pue-
den leerse estas preguntas
y
respuestas: "Estn el cuerpo
y
la sangre de Cristo bajo las apariencias del pan
y
el
vino?" "S: Cristo entero, verdadero Dios
y
verdadero
hombre, est bajo la apariencia de nntreambos."
No necesitamos apelar a ms testimonios. La doctrina
de la fransubstanciacin es propia del romanismo
y
total-
mente extraa al Evangelio
y
aun a la fe de la Iglesia
Cristiana primitiva. De dnde nudo obtenerla el roma-
nismo? Simplemente de la interpretacin literal de las pa-
labras pronunciadas por Cristo al distribuir el pan
y
el
vino en su Cena: "Esto -e^ mi cuerpo
y
esto es mi sangre."
El verbo ser ha cegado al romanismo. El verbo ser,
aceptado como ser, para no ser la verdad . . . porque si el
pan que Cristo tuvo en sus manos en la Cena era su pro-
pio cuerpo, nos encontraremos con que Cristo tuvo a la
.vez dos cuerpos materiales al mismo tiempo: uno el suyo
y
otro, tambin suyo, en su
propia mano. Y si al tener
entre sus manos la copa del vino, ese vino era su propia
sangre. Cristo, sin perder una sola gota de su sangre, te-
na tambin toda su sangre dentro de aquella copa . . .
Absurdo lamentable!
Adems, si el pan
y
el vino de la Comunin son real-
mente el
cuerpo
y
la sangre de Cristo, cuando ste es
tomado en la comunin, nos encontraremos con tantos
Cristos como fieles comulgan. He aqu el problema de la
ubicuidad resuelto por el romanismo.
Por otra parte, si el pan
y
el vino de la comunin son^
realmente el
cuerpo
y
la sangre de Cristo
y
ste es inge-
rido por los fieles
y
despus, lgica
y
fisiolgicamente,
expulsado de l . . . en qu lugar quedan la
divinidad
y
la eternidad de Cristo?
Aadamos an: si el pan
y
el
vino de la comunin
SOBRE LA CENA DEL SEOR 191
son verdaderamente el cuerpo
y
la sangre de Cristo . . .
cmo explica el romanismo que ese cuerpo de Cristo se
encuentre al mismo tiempo a la diestra del Padre en los
cielos?
Si el pan
y
el vino de la comunin son verdaderamente
el cuerpo
y
la sangre de Cristo . . . cmo es que pueden
corromperse
y
se corrompen de hecho, pese a toda la con-
sagracin sacerdotal? No dice la Escritura que
el
cuerpo
real de Cristo no vio corrupcin? . , .
* *
Misterio, nos dice el romanismo. Absurdo anticristia-
no, decimos nosotros; falsa interpretacin de las palabras
literales de Cristo. No hay razn para que no apliquemos
ese mismo sentido literal a las mismas palabras relacio-
nadas con el verbo ser, utilizados por Cristo repetidas
veces. Cristo, en efecto, emple repetidas veces el verbo
ser, para dar a entender algunas de sus enseanzas. As
l dijo: "Yo 'Soy la puerta", "Yo soy la vid verdadera".
"Lo soy la luz del mundo", "Yo soy el buen pastor", "Yo
soy el camino, la verdad
y
la vida", etc. etc. Por qu
al romanismo no se le ha ocurrido decir
y
creer que Cristo
era realmente todo eso que l
dijo?
El propio San Agustn sale al paso de la interpreta-
cin equivocada del romanismo al decir: "No aparece
nada en el Evangelio que nos obligue a entender las pa-
labras de Cristo propiamente; aun ms, nada hay en el
texto que nos impida tomar estas palabras, "esto es m
cuerpo", en un sentido metafisico, como igualmente estas
palabras del apstol: "la piedra era Cristo": que las pa-
labras de cualquiera de las dos proposiciones bien pueden
ser
verdad, aun cuando no se entiendan las cosas que se
hablan aqu en un sentido propio sino metafisico"
,
192
CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Para Agustn, las palabras rituales
o sacramentales:
"sto es mi cuerpo; sta es mi sangre" deben ser tomadas
en un sentido espiritual. As pensaron tambin numerosos
padres de la Iglesia, como por ejemplo, Ireneo, obispo
de Lyon
(178),
quien escribi: "La oblacin de la Euca-
rista, tampoco es carnal sino espiritual
y
en este sentido
pura." Clemente de Alejandra,
(190): "La Escritura ha
llamado al vino un smbolo mstico de la santa sangre."
Tertuliano
(195):
"Tomando
el pan
y
distribuido a sus
discpulos lo hizo su cuerpo diciendo: "Esto es mi cuer-
po", es decir, la figura de mi cuerpo". Ensebio, obispo de
Cesrea
(325) : "Cristo mismo dio los smbolos de la eco-
noma divina a sus propios discpulos . . . Les seal el
uso del pan como .smbolo de
"Su propio cuerpo." Cii
de Jerusaln,
(363).
"Participamos con toda confianza,
como si fuera del cuerpo
y
sangre de Cristo; porque en el
tipo del pan te es dado el cuerpo
y
en el tipo de vino te
es dada la sangre." Macario de Egipto (371): "En la
Iglesia se ofrecen pan
y
vino, antitipo de la carne
y
san^
gre de Cristo
y
los que participan del pan visible comen
la carne del Seor espiritualmente." Jernimo de Roma
(390):
"Como tipo de su sangre no ofreci agua sino
vino." Agustn de Hipona (400): "El Seor no dud en
decir: "esto es mi cuerpo", cuando daba el signo de su
cuerpo." "Estos son sacramentos en los cuales debe en-
tenderse no a lo que son sino a lo que
representan; porque
son signos de las cosas, siendo una
y
significando otra."
Teodorete de Siria (424):
"Los smbolos msticos, des-
pus de la consagracin, no salen de su propia naturaleza."
Gelasio, papa (596)
: "Ciertamente la imagen
y
semejanza
del cuerpo
y
la sangre de
Cristo se celebran con la accin
de los
misterios" . .
.
SOBRE LA CENA DEL SEOR 193
EL COMENTARIO DE CRISTO
Dejando a un lado estas opiniones, bueiio ser buscar
en el propio Evangelio la interpretacin dada por el Se-
or. Si abrimos el Evangelio de
Juan en su captulo 6
vers. 53 al 56, encontraremos estas palabras alusivas a la
Santa Cena: "Y
Jess les dijo: De cierto de cierto os
digo: si no comireis la carne del Hijo del Hombre
y
bebiereis su sangre no tendris vida en vosotros. El que
come mi carne
y
bebe mi sangre, tiene la vida eterna;
y
yo le resucitar en el da postrero. Porque mi carne es
verdadera comida
y
mi sangre verdadera bebida. El que
come mi carne
y
bebe m sangre en m permanece
y
yo
en l."
No cabe duda que estas palabras tomadas en su sen-
tido literal, tal
y
como el romanismo lo hace al interpre-
tar las frases: "Esto es mi cuerpo
y
esta es mi sangre",
encierran en s mismas no slo algo imposible de realizar
sino que contradicen al sentido lgico de la doctrina cris-
tiana. Cristo no puede en modo alguno empujar a nadie
hacia el canibalismo, ni mucho menos insinuar la absurda
idea de que lo material se baste
y
sobre para alimentar lo
espiritual.
Precisamente los oyentes de Cristo, al or pronunciar
estas palabras
e
interpretarlas sin meditacin, literalmente,
se escandalizaron. Los apstoles tambin. Comer la carne
y
beber la sangre, materialmente, equivale a una monS"
truosida. sin precedente. Cristo se dio cuenta de la pe-
queez de aquellas mentes aterrorizadas por su dicho
y
procur disipar sus dudas rpidamente, dicindoles: "El
espirita es el que da la vida. La carne nada aprovecha.
Las palabras que os he hablado son
espritu
y
son vida"
(Juan 6:63.)
194 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
He aqu, pues, la declaracin rotunda de Cristo, ca-
paz de derribar, totalmente, el monstruoso significado da-
do por el romanismo a la Comunin o Cena del Seor.
No se trata, dice
Jess, de "comer ni de beber mi carne
y
mi sangre, porque eso, aunque pudirais hacerlo, de
nada os servira o aprovechara." Tomad mis palabras en
un sentido espiritual
y
veris que s es
posible, entonces,
comer mi carne
y
beber mi sangre. En otros trminos,
Cristo mismo seala el simbolismo, la figura, la imagen
o el tipo que encierran sus palabras de vida eterna." Co^
mer mi carne
y
beber mi sangre" significar posesionarse
de su vida, puesto que el cuerpo
y
la sangre son los fun-
damentos de la vida fsica, pero en un sentido simblico
y
espiritual, Y eso es realmente la Comunin cristiana:
La aceptacin, la asimilacin de la vida
y
la muerte de
Cristo. La fe es el medio para ello
y
por eso, participar
en la Comunin sin fe, no es provechoso o, como Pablo
indica, "es pecado".
Cristo seala el resultado fecundo de la comunin
espiritual con l, al decir que el que come su carne
y
bebe
su sangre tiene vida eterna;
y
la promesa de la resurrec-
cin feliz;
y
la unin mstica entre el alma creyente
y
su
Seor. Tres maravillosas realidades para aquel que por
la fe ha hecho de su propia vida, la vida de Cristo, pu-
diendo decir con el apstol Pablo: "Yo ya no vivo, sino
Cristo vive en m."
Estas verdades tienen su manifestacin tangible en el
hecho de la Comunin cristiana, siendo absolutamente
precisos los dos elementos para mejor discernimiento del
creyente. Esto nos obliga a rechazar la tradicin romana
con la supresin del vino a los comulgantes. En un prin-
SOBRE LA CENA DEL SEOR 195
cipio ni la copa era usada nicamente por el ministro o
anciano que presida, ni tampoco se mezclaba el vino con
el agua.
De la misma manera los elementos fueron siempre
pan
y
vino,
y
no la oblea
u
hostia utilizada, para comul-
gar, por el romanismo. Es ms, el significado correcto de
la Comunin se rompe con tales innecesarias innovacio-
nes. Pablo hace nfasis en el hecho de que los creyentes,
al participar del mismo pan
y
beber de las misma copa,
son hechos una sola cosa con Cristo
y
su fe comn queda
demostrada prcticamente por el simbolismo. Los creyen-
tes, al participar del mismo pan
y
de la misma copa, dice
l, se hacen como partes de un todo simblico, puesto que
participan de la misma sangre
y
de la misma carne del
Seor. El cuerpo mstico de Cristo, es as ingerido por
los creyentes formando la Iglesia verdadera de Dios.
Tampoco est de acuerdo con la Escritura ni con la
tradicin primitiva el hecho de exigir el ayuno al partici-
par de la Comunin. Esta es una supersticin ms del ro-
manismo. Bien claro est que la Comunin se tomaba des-
pus de haber cenado. As la instituy Cristo
y
as la
practicaron los primeros creyentes. El hecho de suponer
que el alimento material pueda contaminar el smbolo,
nos parece a todas luces supersticioso.
El romanismo, que tantas cosas fundamentales para la
fe ha olvidado, pretendiendo cubrir de misterio aquello
que jams lo fue, ha convertido el cristianismo en una ca-
dena de absurdos anticristianos, incapaces de ayudar al
fortalecimiento de la fe sencilla en los creyentes
y
de
producir la fe en los incrdulos.
Cuando Pablo aconseja que nadie aparte a los cre-
yentes de la
"sencillez** que est en Cristo,
se refiere
tanto a la vida de los fieles como a la doctrina del Se-
or. La sencillez lo es todo en el Evangelio
y
solamente
196
CLAUDIO GUTIRREZ
MARN
un afn sin razn, por parte del romanismo,
ha podido
privar al cristianismo de la claridad
de Dios con la que
fue ungido por el propio Cristo.
LA VID Y LOS SARMIENTOS
La grandeza de la parbola vuelve de nuevo para abrir
los ojos de los ciegos. Y Cristo dijo: "Yo soy la vid
vosotros los pmpanos:
el que est en m
y
yo en
l
ste
lleva mucho fruto; porque sin m, nada podis hacer
..."
(Sn. ]uan, cap. 15; vers. 1 al 10.)
*
Vuelve la unin en comn: comunin, ante todo, con
Cristo,, por la fe personal en l, en su ejemplo, en su
vida,
en su muerte
y
en su doctrina. Ese es el gran cliz
del Seor. Ese es el cuerpo mstico de Cristo. Esa es la
copa del vino rojo que alegra el corazn de los creyentes.
El cliz, no de amargura. El cliz, no de la pasin sino
del amor
y
de la paz, de la vida
y
de la bienaventuranza.
El verdadero cliz que levanta el
alma
y
la sumerge en
el plano divino rumbo a la eternidad. Ese es tambin el
pan de vida: Cristo, ofrecindose a s
mismo a todos los
hambrientos
y
sedientos,
y
llamndoles amorosamente pa-
ra que participen de l; para que coman
y
beban de su
espritu
y
sean con l una sola cosa, como l lo fue
siempre con Dios.
La comunin es eso: la unin de fodos con Cristo,
Como los pmpanos unidos la vid. Y si se
desprenden
de la vid, mueren, pierden su hermosura
y
su poder
y
son
cortados
y
hechados en el horno por
intiles. As los cre-
yentes estn unidos a Cristo
y
as deben siempre estarlo
SOBRE LA CENA DEL SEOR 197
para que no se
rompa la fuente de la vida que corre sin
cesar de la vid a los pmpanos. Porque no son los pm-
panos quienes sostienen la vida de la cepa, sino al revs.
No son los cristianos quienes sostienen a Cristo, sino
Cristo quien sostiene a los cristianos. Y la vida de los
creyentes depender siempre de esa unin simblica con
su Seor
y
Maestro.
LA COMUNIN CRISTIANA
La comunin cristiana es [e comn. Todos participan
del pan
y
de la sangre. Todos participan por tanto de la
naturaleza de Cristo. De su naturaleza espiritual, no car-
nal. El materialismo decadente del romanismo, no podr
subsistir por mucho tiempo. El Cristianismo que se ma-
terializa est avocado a desaparecer. Ese es el mayor
pecado del romanismo: haber hecho de lo sencillo un
complicado misterio, pretendiendo espiritualizar lo que ya
de por s es sencillamente espiritual.
La fe comn, es la comunin. No por el lugar. No por
el templo. No por la hora. No por el ministro. No por
la liturgia. La fe comn, la que une a todos los creyentes
en un lazo espiritual que sobrepasa en poder
y
en reali-
dad a una fecha, a un lugar
y
a un ritual. La fe comn
que une de verdad
y
no la que separa. Y esa fe, para que
sea comn dentro del cristianismo, debe enraizarsc en
Cristo, no en otra u otras cosas. Esa es de verdad la fe
que sirve de testimonio para engendrar otra fe. Como la
vid
y
los pmpanos juntos producen el fruto, as los
cristianos con Cristo. Cristo slo puede hacer milagros;
pero los verdaderos milagros, dentro del cristianismo ver-
dadero, estn hechos por Cristo
y
por los cristianos. Por-
que estos toman de Cristo el poder
y
la sabidura,
y
198 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
Cristo se vale de ellos, como de instrumentos, para esta-
blecer la obra de Dios en el mundo. Y es precisamente
esa fe comn de los creyentes la que puede hoy realizar
el gran milagro de los milagros: hacer que el mundo crea.
La comunin es amor. La unin de las almas creyen-
tes con Cristo tiene que ser una unin eucarstica: es de-
cir, de amor. El amor es tambin el pan
y
la sangre de
Cristo. Por amor
l
da su cuerpo
y
su sangre para que
todos aquellos que comulgan con su vida, con su doctrina
y
con su muerte se amen entre s. Ese amor fraternal es
un exponente claro de la verdadera comunin con Cristo.
Mas me atrevo a decir: sino existe ese amor, capaz de
unir a unos creyentes con otros,
y
a todos con Cristo, la
comunin cristiana agoniza
y
muere por faltarle el apoyo
necesario. Como la vid est unida a los pmpanos: por
amor, por necesidad de amor. "Para que el mundo crea"
se necesita, pues, esta comunin de amor. Es intil el sm-
bolo si en l no hay fuerza de unin
y
ningn lazo de
unin ms potente entre las almas que el amor. Lo que
no sea amor ser distancia. Lo que no sea amor no ser
de Dios; porque el que no ama no conoce a Dios, ni pue-
de tener comunin con Dios, porque "Dios es Amor".
Al participar de la comunin simblica, el creyente sabe
que debe hacerlo por la fe
y
con amor. Si no hay una
y
otra cosa todo es en vano. El smbolo, sin perder su valor,
quedar como la palmera en el desierto, floreciendo para
el viento
y
secndose para el sol.
Comunin es fraternidad. Todos formando parte de
SOBRE LA CENA DEL SEOR 199
un solo cuerpo. No hay ni puede haber en la comunin
cristiana desavenencia. Cada creyente es
como un peda-
cito del pan de Cristo, como una minscula gota de su
sangre. Y todos, en conjunto, un solo cuerpo. Esta fra-
ternidad cristiana se basa en una mstica igualdad. El
brazo no dir a la mano; "no te necesito"; ni la cabeza
dir a los pies: "no tengo necesidad de vosotros". Por-
que en el cuerpo todos los miembros son necesarios. As
Pablo, sembr en el mundo esta parbola. Y todos los
miembros son hermanos,
y
se aman
y
creen como herma-
nos. Quitad el espritu de fraternidad
y
de igualdad es-
piritual de la Casa del Seor
y
veris que el smbolo se
pierde, como el guila entre las nubes o como la luz entre
la enramada.
*
La comunin es tambin esperanza. Una esperanza
que jams se cansa de esperar. Los creyentes, al parti-
cipar del cuerpo
y
de la sangre de Cristo, hacen suya la
esperanza de Cristo, Cristo fue siempre el eterno espe-
ranzado. Hasta cuando vio levantarse su Cruz. "Entonces,
dice l, a todos traer a m mismo." Cristo esper en una
Humanidad unida. Y los creyentes, al participar de la
Comunin fraternal, saben que tienen que seguir espe-
rando. Una fe sin esperanza no es una fe que valga la
pena. Si creemos en Cristo, hemos de esperar en Cristo
y
hemos de creer que la fe en Cristo unir al mundo.
Tambin debemos esperar en el triunfo del bien
y
del
amor, de la justicia
y
de la santidad. Comulgar en Cristo
y
con Cristo ser siempre: esperar en algo mejor para el
mundo
y
en algo mejor para la Iglesia. Los tinieblas pue-
dan hacer llorar
y
a travs de las lgrimas el cielo se ve
siempre nublado. La luz hace brillar los ojos
y
la mirada
200 CLAUDIO GUTIRREZ MARN
iluminada busca siempre horizontes amplios donde posar-
se. Los creyentes que comulgan con Cristo son almas
esperanzadas en lo mejor. Y mirando hacia arriba pue-
den ver un cielo claro
y
despejado;
y
mirando hacia abajo
pueden distinguir, no un mundo en agona
y
prximo a
hundirse sin remedio entre las turbias olas de un ocano
agitado; sino un mundo que puede
y
sabe
y
quiere cami-
nar con la frente en alto buscando la luz que redime
y
el
amor que salva.
Esta es la comunin cristiana: un acto simblico
de
fe,
de amor, de fraternidad
y
de esperanza, Y esta es,
despus de todo, la nica comunin perfecta que puede
salvar al mundo.
NDICE
NDICE
Pg.
A quien leyere
7
I. ICONOLATRA
9
El Escenario de la ley
11
Valor eterno de la ley
13
El romanismo oculta la verdad
18
El paganismo, causa de la iconolatra 22
Batalla contra las imgenes 26
Triunfo de la iconolatra 27
El "por qu" del mandamiento 30
Tres rplicas cristianas contra la iconolatra 35
Conclusiones 38
II. MARIOLATRA 39
Bienaventurada entre las mujeres 41
Incienso
y
anatema 43
Mara "la madre del Seor" 46
La inmaculada 48
Ms dogmas sobre Mara 51
Nuevamente el paganismo 55
El por qu de la exaltacin de Mara 58
IIL PAPISMO 63
Fundamentos de la iglesia cristiana 66
Personalidad del apstol Pedro 69
Primaca apostlica 71
Pedro . . . La piedra de la iglesia? 76
Las llaves del reino 82
Las tres preguntas capitales 85
Pedro el primer Papa de Roma? 88
La iglesia en Roma "Madre
y
Seora" 92
204 NDICE
Pflf.
Ttulos papales 97
De la infalibilidad papal 103
IV. EUNUQUISMO 111
Creced
y
multiplicaos 111
En todos es honroso el matrimonio 113
Por qu Roma lo prohibe a sus sacerdotes
y
monjes? .... 118
Eunuquismo 121
Papas
y
padres contra el celibato obhgatorio 126
Conclusin 128
V. TRADICIONALISMO 129
La verdadera tradicin 132
El testimonio de la iglesia 135
La tradicin no escrita del romanismo 137
La religin de nuestros padres 140
Breve sumario de tradiciones romanistas en desacuerdo
con la verdad cristiana 144
VL CONFESIONISMO 155
El santuario de la conciencia 157
La confesin auricular obligatoria 159
El secreto de confesin 160
La confesin en el Antiguo Testamento 162
La confesin en el evangelio 165
El perdn fraternal
172
El poder de perdonar, transmitido a los apstoles? 174
El pecado imperdonable
176
La confesin auricular diviniza al sacerdote 177
Volvamos a la palabra 180
VIL SOBRE LA CENA DEL SEOR
183
La pascua cristiana
185
La transubstanciacin
189
El comentario de Cristo
193
La Vid
y
los sarmientos
196
La comunin cristiana
197
Obras del mismo autor 205
OBRAS DEL MISMO AUTOR
(Publicadas en Mxico)
Historia de la Reforma en Espaa. (Edicin agotada.)
Msticos Espaoles del siglo 16.
La Vida es ms ... {2* edicin.)
La Humanidad Arrodillada.
Ms All de la Muerte.
Errores Fundamentales del Romanismo.
Traducciones (Del ingls)
La Voluntad de Dios.
Los desterrados Redactan las Escrituras.
Folletos
La Mujer Ideal (3* edicin.)
El hogar
y
la familia de Jess
(Todas estas obras pueden ser adquiridas en la Casa Unida de
Publicaciones. Repblica de Chile 24-C)
En preparacin:
Errores Fundamentales del Protestantismo.
La Unidad de la Iglesia.
La Evolucin Religiosa en Mxico.
Este libro se termin de imprimir el
da 13 de diciembre de 1957 en los
talleres linotipogrficos de la Edito-
rial Jkez, calle de Gonzlez Boca-
negra 80, Mxico 2, D. F. Consta
la edicin de 3,000 ejemplares
y
se
utilizaron tipos Medieval de 10
y
8
puntos.
_ f