Pierre Bourdieu Meditaciones PDF
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pascalianas
Pierre Bourdieu
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ANAGRAMA
Coleccin Argumentos
Introduccin . Ttulo d la edicin original:
Mditatons pascaliennes
ditions du Seuil Pars, 1997
Portada:
Julio Vivas
Ilustracin: Nagelrelef, Gnther Hecker, 1969,
Aachen, Neue Galerie, col. Ludwig
EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1999 Pedr de la
Creu, 58 08034 Barcelona
ISBN: 84-339-0572-4 Depsito Legal: B. 6016-1999
Printed in Spain
Liberduplex, S.L., Constituci, 19, 08014 Barcelona
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:
He tomado la decisin de exponer una serie de cuestiones que
hubiera preferido dejar a la filosofa porque me ha parecido que, pese
a ser tan inquiridora, no las propone; y tambin porque no cesa de
plantear, en particular a propsito de las ciencias sociales, ciertos
interrogantes que no me parecen obvios y, al mismo tiempo, se
guarda muy mucho de hacerse preguntas acerca de las razones, y ms
an de las causas, a menudo muy poco filosficas, de esas
interrogaciones suyas. Me propona, en efecto, llevar la crtica (en el
sentido kantiano) de la razn sapiente hasta un punto que los
cuestionamientos no suelen tocar y tratar de expcitar los pre-
supuestos inscritos en la situacin de schol, de ocio, tiempo libre y
liberado de las urgencias del mundo que posibilita una relacin lbre y
liberada con esas urgencias y ese mundo. Porque hay filsofos que, no
contentos con introducir estas presuposiciones en su prctica, como
otros profesionales del pensamiento, las han llevado al orden del
discurso no tanto para analizarlas como para legitimarlas.
Habra podido, para justificar una investigacin que espera fa-
cilitar el acceso a unas verdades que la filosofa contribuye a hacer
difciles de alcanzar, aducir el ejemplo de ciertos pensadores, como
Wttgenstein, que los filsofos no andan lejos de considerar enemigos
de la filosofa porque le otorgan, como primera misin, la de disolver
ilusiones y, en particular^ las que la tradicin filosfica produce y
reproduce. Pero tena diversas razones, de lo que espero convencer al
lector, para colocar estas reflexiones bajo la gida de
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Pascal. Desde hace ya tiempo ha sido mi costumbre, cuando me
preguntan, generalmente con mala intencin, por mis relaciones con
Marx, responder que, llegado el caso de no tener ms remedio que
afiliarme, me dira ms bien pascalano: pensaba, en concreto, en lo que
se refiere l poder simblico, aspecto en el que la afinidad es ms
aparente, y en otros aspectos de la obra, menos evidentes, cmo la
renuncia la ambicin de establecer principios. Pero, ms que nada,
siempre haba agradecido a Pascal, tal y como yo lo entenda, su
solicitud, desprovista de cualquier ingenuidad populista, por el
comn de los hombres y las opiniones sanas del pueblo; y tambin
su propsito, indisodable de ella, de indagar siempre la razn de los
efectos, la razn de ser de los comportamientos humanos
aparentemente ms inconsecuentes o ms irrisorios -como pasarse el
da corriendo tras una liebre- en vez de indignarse por ello o burlarse,
como hacen los listillos, siempre dispuestos a hacerse los filsofos
o a tratar de asombrar con sus asombros fuera de lo comn a propsito
de la vanidad de las opiniones de sentido comn.
Convencido de que Pascal tena razn cuando deca que la
verdadera filosofa se mofa de la filosofa, he lamentado a menudo
que las reglas de la correccin escolstica me impidieran tomar al pie
de la letra ese lema: en ms de una ocasin he tenido ganas de emplear,
contra la violencia simblica qe se ejerce a menudo en nombre de la
filosofa, y en primer lugar sobre los propios filsofos, las armas ms
comnmente utilizadas para contrarrestar los efectos de esa violencia:
la irona, el remedo o la parodia. Cmo no envidiar la libertad de los
escritores (la evocacin por Thmas Bernhard del kitsch heideggeriano,
o por Elfriede Jeliek de las fuliginosas brumas de los idealistas
alemanes), o la de los artistas que, de Duchamp a Devautour, no han
cesado de poner en juego, en su prctica habitual, la fe en el arte y los
artistas?
La vanidad de atribuir a la filosofa, y a las palabras de los in-
telectuales, efectos tan colosales como inmediatos me parece el ejemplo
por antonomasia de lo que Schopenhauer llamaba lo cmico pedante,
entendiendo por ello el ridculo en el que se incurre cuando se realiza
una accin que no est comprendida en su concepto, como un caballo
que al intervenir en una obra de teatro llenara de boigas el escenario.
Si algo comparten nuestros filsofos, modernos o posmodernos,
ms all de los conflictos que los enfrentan, es ese exceso de confianza
en los poderes del discurso. Ilusin tpica de lector, profesor, capaz de
tomar el comentario acadmico por un acto poltico o la crtica de los
textos por una manifestacin de resistencia, y de vivir las revoluciones
en el orden de las palabras como revoluciones radicales en el orden d
las cosas.
Cmo evitar sucumbir a este sueo de omnipotencia, ideal para
suscitar impulsos de identificacin arrebatada con los grandes papeles
heroicos? Creo que lo que importa, en primer lugar, es reflexionar no
slo sobre los lmites del pensamiento y sus poderes, sino tambin
sobre las condiciones de su ejercicio, que inducen a tantos pensadores a
superar los lmites de una experiencia social por fuerza parcial y local,
en lo geogrfico y en lo social, y circunscrita a una exigua parcela,
siempre la misma, del universo social, e incluso intelectual, como pone
de manifiesto la cerrazn de las referencias invocadas, a menudo
reducidas a una disciplina y una tradicin nacional. La atenta
observacin del discurrir del mundo debera, sin embargo, inclinar ^
una mayor humildad, pues es patente que los poderes intelectuales
nunca resultan ms eficientes que cuando se ejercen en la direccin que
sealan las tendencias inmanentes del orden social, ya que multiplican
entonces de forma indiscutible, por la omisin o el compromiso, los
efectos de las fuerzas del mundo, que asimismo se expresan a travs de
ellos.
No ignoro que lo que tengo que decir aqu, y que durante mucho
tiempo he querido dejar, por lo menos en parte, en lo implcito de un
sentido prctico de las cosas tericas, se fundamenta en las experiencias
singulares, y singularmente limitadas, de una existencia particular; y
que los acontecimientos del mundo, o las peripecias de la vida
universitaria, pueden afectar muy profundamente las conciencias y los
inconscientes. Significa ello que mi propsito tenga que estar
particularizado o relativizado? Se ha relacionado el inters quedos
caballeros de Port-Royal manifestaron siempre por la autoridad y la
obediencia, y el empecinamiento de que hicieron gala para establecer
los principios de ambas, con el hecho de que, aunque muy
privilegiados, en especial desde un punto de vista cul
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tural, casi todos pertenecan a la aristocracia burguesa de los
goli- Uas categora social todava muy distinta, para las demas y para
si, de la nobleza, cuyas insolencias soportaba con irritacin. Aunque su
particular lucidez respecto a los valores aristocrticos y los fun-
damentos simblicos de la autoridad, en especial la nobiliaria, pudo
deberse en parte a esa situacin ambigua que los predispona a las
actitudes crticas hacia los poderes temporales, de la Iglesia o del
Estado, no por ello pierden un pice de su validez las verdades que esa
particular lucidez Ies permiti descubrir.
Hay que repudiar los vestigios de moralismo, religioso o poltico,
que inspiran veladamente numerosas interrogaciones de apariencia
epistemolgica. En el mbito del pensamiento, no hay, como recordaba
Nietzsche, inmaculada concepcin; pero tampoco hay pecado original.
Y aunque se pudiera demostrar que quien hall la verdad tena inters
en hacerlo, su descubrimiento no quedara devaluado por ello. Quienes
desean creer en el milagro del pensamiento puro debern resignarse
a admitir que el amor a la verdad o la virtud, como cualquier otra
disposicin del nimo, es necesariamente tributario de las condiciones
en las que se ha formado, es decir, de una posicin y una trayectoria
sociales. Por mi parte, estoy convencido de que, a la hora de tratar de
pensar las cosas de la vida intelectual, donde tantas de nuestras inver-
siones estn colocadas y donde, por consiguiente, el rechazo del
saber, e incluso el odio a la verdad, de los que habla Pascal, son
particularmente intensos y estn particularmente extendidos (aunque
sea en la forma invertida de la falsa lucidez perversa del resentimiento),
un poco de inters personal por hallar la verdad (que fcilmente ser
denunciado como denuncia) no est, ni mucho menos, de ms.
Pero la vulnerabilidad extrema de las ciencias histricas, las
primeras en quedar expuestas al peligro de relativizacin que ellos
mismos provocan, no carece de ventajas. Y podra invocar la vigilancia
particular respecto a las imposiciones o las seducciones de las modas o
las distracciones intelectuales que por fuerza inspira el hecho de
tomarlas permanentemente por objeto; y, sobre todo, la labor de critica,
comprobacin y elaboracin, en una palabra, de sublimacin, a la que
he sometido los impulsos, las sublevaciones o las indignaciones de las
que pudiera surgir tal cual intuicin, sta o aquella anticipacin.
Cuando someta a examen, sin miramientos, el mundo del cual formaba
parte, no poda ignorar que necesariamente me someta a mis propios
anlisis, y que haca entrega de unos instrumentos que se podan
utilizar contra m: pues la comparacin con el cazador cazado, que se
suele emplear en casos semejantes, designa, sencillamente, una de las
formas, muy eficaz, de la introspeccin tal como la concibo, es decir,
como una empresa colectiva.
Consciente de que el privilegio de que gozan quienes se en-
cuentran en situacin de jugar seriamente, segn la expresin de
Platn, porque su estado (u, hoy en da, el Estado) les facilita los
medios para hacerlo, poda orientar o limitar mi pensamiento, siempre
he exigido de los instrumentos de conocimiento ms descarnadamente
objetivantes de los que pudiera disponer que fueran asimismo
instrumentos de conocimiento de m mismo; y, en primer lugar, como
sujeto conociente. De este modo he aprendido mucho de dos trabajos
de investigacin que, llevados a cabo en universos socialmente muy
alejados la aldea de mi infancia y las universidades parisienses-, me
han permitido explorar, en tanto que observador objetivista, algunas de
las regiones ms oscuras de mi subjetividad.
1
* Estoy convencido, en
efecto, de que una empresa de objetivacin liberada de la indulgencia y
la complacencia particulares que suele exigirse y concederse a las
evocaciones de la aventura intelectual es lo nico que puede permitir
descubrir, con el propsito de superarlos, determinados lmites del
pensamiento, especialmente aquellos que tienen como principio el
privilegio.
Siempre me han causado cierta impaciencia las palabras am-
pulosas, como dice Pascal, y la afirmacin categrica de tesis ina-
pelables, mediante las cuales suelen significarse las grandes ambiciones
intelectuales; y, sin duda, un poco por reaccin contra la aficin por las
condiciones previas epistemolgicas y tericas, o por los comentarios
interminables de los autores cannicos, nunca he querido escurrir el
bulto ante las tareas consideradas ms humildes del oficio de etnlogo
o de socilogo: observacin directa,
* Las notas estn agrupadas al final de la obra, a partir de la pgina 325.
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entrevista! codificacin de los datos o anlisis estadstico- Sin caer en el
culto inicitico del trabajo de campo o el fetichismo de los data, tena,
no obstante, la sensacin de que, por su propio contenido, ms modesto
y ms prctico, y por las salidas al mundo que implicaban, estas
actividades que no requieren menos inteligencia que otras, dicho sea
de paso- eran una de las posibilidades que se me ofrecan para escapar
del aislamiento escolstico de gente de gabinete, de biblioteca, de
cursos y de discursos que mi vida profesional me obligaba a frecuentar.
Por lo tanto, podra acompaar casi cada una de mis actuaciones en lo
que se refiere a dichas actividades con las referencias a las
investigaciones empricas, algunas separadas por ms de treinta aos
del momento en que escribo, que me han permitido sentirme
autorizado a formular, sin aportar cada vez todas las pruebas
justificativas y en un tono que puede parecer, en algunos casos,
demasiado abrupto, las proposiciones generales que presuponan o me
haban permitido establecer,
2
El socilogo tiene la particularidad, que no constituye, ni mucho
menos, un privilegio, de ser aquel cuya tarea consiste en expresar las
cosas del mundo social, y en expresarlas, en la medida de lo posible,
como son; no hay en ello nada de anormal, e incluso puede
considerarse trivial. Lo que hace que su situacin se vuelva paradjica,
insostenible a veces, es el hecho de estar rodeado de personas que o
bien ignoran (activamente) el mundo social y no lo mencionan y sera
el ltimo en reprochar a los artistas, los escritores, los cientficos, que se
vuelquen por entero en sus quehaceres-, o bien se preocupan y hablan
de l, a veces mucho, pero sin saber lo suficiente (lo que ocurre incluso
entre los socilogos profesionales): no es infrecuente, cuando se asocia
con la ignorancia, la indiferencia o el desprecio, que la obligacin de ha-
blar que imponen la seduccin de una notoriedad rpidamente
adquirida o las modas y los modelos del juego intelectual induzca a
hablar en todas partes del mundo social, pero como si no se hablara de
l, o como si slo se hablara de l para olvidarlo mejor y hacerlo
olvidar; en una palabra, negndolo.
De este modo, cuando, sencillamente, hace lo que tiene que hacer,
el socilogo rompe el crculo mgico de la negacin colectiva: al
empearse en la recuperacin de lo inhibido, al tratar de comprender y
dar a conocer lo que el universo del saber prefiere ignorar, en particular
sobre s mismo, asume el riesgo de que los dems lo vean un poco
como el traidor que se va de la lengua. Pero con quin se va a ir de la
lengua si no es justamente con aquellos con los que, al hacerlo, se
desolidariza y por parte de quienes no puede esperar ningn
reconocimiento por sus descubrimientos, sus revelaciones o sus
confesiones (por fuerza algo perversos, hay que reconocerlo, puesto
que tambin valen, por extensin, para todos sus iguales)?
S muy bien a qu se expone quien se esfuerza por combatir la
represin, tan poderosa en el mundo puro y perfecto del pensamiento,
de todo lo que atae a la realidad social. S que tendr que vrmelas
con la indignacin virtuosa de los que recusan, incluso como hiptesis
de trabajo, el esfuerzo de objetivacin: ora porque, en nombre de la
irreducribilidad del sujeto, de su inmersin en el tiempo, que lo
condena al cambio incesante y la singularidad, identifican cualquier
tentativa para convertirlo en objeto de ciencia con una especie de
usurpacin de un atributo divino (Kierkegaard, ms claro sobre este
punto que muchos de sus seguidores, habla, en sus diarios, de
blasfemia); ora porque, convencidos de que son seres excepcionales,
slo ven en semejante esfuerzo una especie de denuncia, inspirada
por el odio hacia el objeto al que se aplica: filosofa, arte, literatura,
etctera.
Resulta tentador (y rentable) actuar como si el mero recuerdo de
las condiciones sociales de la creacin fuera la expresin de una
voluntad de reducir lo nico a lo genrico, lo singular a lo uniforme;
como si dar constancia de que el mundo social impone obligaciones y
lmites incluso al pensamiento ms puro, el de los cientficos, los
artistas y los escritores, fuera consecuencia de un propsito deliberado
de denigrar; como si el determinismo, que tanto le reprochan al
socilogo, fuera, al igual que el liberalismo o el socialismo, o cualquier
otra preferencia, esttica o poltica, una cuestin de creencia o incluso
una especie de causa respecto a la cual resultara forzoso tomar
posicin, para combatirla o defenderla; como si el compromiso
cientfico fuera, en el caso de la sociologa, algo partidista, inspirado
por el resentimiento contra todas las buenas causas intelectuales, la
singularidad y la libertad, la transgresin y la subversin, la diferencia
y la disidencia, lo abierto y lo diverso, y as sucesivamente.
A menudo be llegado a lamentar, ante las denuncias fariseas de
mis denuncias, no haber seguido los pasos de Mallarm, quien,
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negndose a efectuar, en pblico, el impo derribo de la ficcin y,
consecuentemente, del mecanismo literario, para mostrar el meollo de
la obra o su inanidad,
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optaba por salvar la ficcin, y la creencia
colectiva en la fantasa, y enunciaba ese principio negativo
exclusivamente como negacin. Pero no me senta, por otra parte,
satisfecho con la respuesta que daba Mallarm a la cuestin de saber si
hay que exponer pblicamente los mecanismos constitutivos de
fantasas sociales tan rodeadas de prestigio y misterio como las del arte,
la literatura, la ciencia, el derecho o la filosofa, depositarias, adems,
de los valores comnmente considerados ms universales y ms
sagrados. Optar por conservar el secreto, o por descubrirlo tan slo de
forma estrictamente velada, como hace Mallarm, significa prejuzgar
que slo unos pocos grandes iniciados son capaces de la lucidez heroica
y la generosidad decisoria necesarias para afrontar en su verdad el
enigma de la ficcin y el fetichismo.
Consciente de todas las expectativas que estaba obligado a
contrariar, de todos los dogmas indiscutidos de la conviccin hu-
manista y la fe artstica que estaba obligado a desafiar, a menudo he
maldecido el sino (o la lgica) que me forzaba a tomar, con pleno
conocimiento de causa, un partido tan poco agradecido, a iniciar,
nicamente con las armas del discurso racional, un combate tal vez
perdido de antemano contra fuerzas sociales tan desproporcionadas
como el peso de los hbitos de pensamiento, los intereses creados
alrededor de la cultura, las creencias culturales legadas por siglos de
culto literario, artstico o filosfico.
Un sentimiento tanto ms paralizante cuanto que mientras escriba
sobre la schol, y todas esas cosas, no poda dejar de sentir los efectos
del rechazo de mi discurso. Jams haba sido consciente con tanta
intensidad de lo inslito de mi propsito, especie de filosofa negativa
expuesta a parecer autodestructora. En otras ocasiones, para tratar de
adormecer la angustia o la ansiedad, me he asignado, a veces
explcitamente, el papel de escritor pblico y he intentado convencerme
y tambin a quienes arrastraba conmigo- de la certeza de ser til al
decir unas cosas que no son dichas, pero merecen serlo. Ahora bien,
dejando de lado esas fundones de servicio pblico, por as decirlo,
qu otras justificaciones podra aducir?
Nunca me he sentido verdaderamente justificado por existir en
tanto que intelectual. Y siempre he intentado -y tambin aqu
exorcizar todo lo que, en mi pensamiento, pueda vincularse con ese
status, como e intelectualismo filosfico. Nunca he querido ser un
intelectual, y todo lo que pueda sonar, en mis escritos, a
antiintelectualismo va dirigido, sobre todo, contra lo que queda en m,
pese a todos mis esfuerzos, de intelectualismo o intelectual lidad, como
la dificultad, tan tpica de los intelectuales, que tengo para aceptar de
verdad que mi libertad tiene sus lmites.
Para dar por concluidas estas consideraciones preliminares,
quisiera pedirles a mis lectores, incluso a los animados por la mejor
disposicin hacia m, que dejen en suspenso las ideas preconcebidas o
las prevenciones que puedan tener acerca de mi labor y, ms
generalmente, de las ciencias sociales, las cuales me obligan a veces a
volver sobre cuestiones que creo haber dejado zanjadas desde hace
tiempo, como tambin har aqu, con unas puntuali- zaciones que no
hay que confundir con las vueltas atrs y las recuperaciones impuestas
por los progresos, a menudo inapreciables, de la investigacin. Tengo,
en efecto, la sensacin de haber sido bastante mal comprendido, sin
duda, por una parte, a causa de la idea que la gente suele hacerse de la
sociologa, a partir de difusos recuerdos escolares o desdichados
encuentros con los representantes ms conocidos de la corporacin, que
slo pueden, lamentablemente, reforzar la imagen poiticoperiodstica
de la disciplina: el menguado status de esta ciencia paria inclina y
autoriza a los miopes a pensar que superan lo que a veces los supera y
a los malvolos a fabricar una imagen deliberadamente reductora sin
exponerse a las sanciones que suelen ir de la mano de las
transgresiones demasiado flagrantes del principio de caridad. Esas
prevenciones se me antojan tanto ms injustas o impropias por cuanto
parte de mi labor ha consistido en derribar buen nmero de modos de
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pensar de uso corriente en el anlisis del mundo social (empezan-
do por los vestigios de una vulgata marxista que, ms all de las
filiaciones polticas, ha enturbiado y oscurecido las mentes de ms de
una generacin). Los anlisis y los modelos que propuse Rieron
aprehendidos, con frecuencia, a travs de las categoras de pensamiento
que, como las grandes alternativas inherentes al pensamiento dualista
(mecanicismo/finalsmo, objetivismo/subjetivis- mo,
holism/individualismo, etctera), eran precisamente lo que se
revocaba.
Pero no olvido todo lo que dependa de m, de m dificultad para
explicar o mis reticencias a la hora de explicarme; ni el hecho de que tal
vez los obstculos para la comprensin, sobre todo, como observa
Wittgenstein, cuando se trata de cosas sociales, no surgen tanto en el
campo del entendimiento como en el de la voluntad. Me asombro a
menudo del tiempo que he necesitado y, sin duda, seguir
necesitando para comprender de verdad algunas de las cosas que
expresaba desde haca tiempo con la sensacin de saber perfectamente
lo que deca. Y si con frecuencia doy vueltas y ms vueltas a los mismos
temas, retomo una y otra vez los mismos objetos y los mismos anlisis,
siempre lo hago, o eso me parece, trazando un movimiento de espiral
que permite alcanzar cada vez un grado superior de explicitacin y
comprensin, as como descubrir relaciones inadvertidas y propiedades
ocultas. No puedo juzgar mi obra, deca Pascal, mientras la estoy
haciendo. Es menester que haga como los pintores y me aleje de ella,
pero no demasiado.
4
He procuradora mi vez, encontrar el punto a
partir del cual pudiera aprehenderse con una sola mirada el conjunto
de mi obra, libre de las confusiones o las oscuridades que descubra
en ella mientras la estaba haciendo y en las que uno se detiene
cuando la mira desde una cercana excesiva. Al ser propenso a dejar las
cosas en el estado prctico, he tenido que convencerme de que no
malgastab mi tiempo y mi esRierzo tratando de ex- picitar los
principios del modus operandi que he utilizado en mi labor, as como la
idea del hombre que, inevitablemente, ha influido en mis elecciones
cientficas. No s si lo he conseguido, pero, en cualquier caso, he
llegado a la conviccin de que el mundo social se conocera mejor, y el
discurso cientfico sobre este particular se comprendera tambin mejor,
si se llegara al convencimiento de que hay pocos objetos ms difciles
de conocer, especialmente porque obsesiona las mentes de quienes se
esfiierzan en analizarlo y oculta bajo las apariencias ms triviales, las de
banalidad cotidiana para la prensa diaria, accesible a cualquiera, las
revelaciones ms inesperadas sobre lo que menos queremos saber de lo
que somos.
1. Crtica de la razn escolstica
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El hecho de que estemos implicados en el mundo es la causa de
lo que hay de implcito en lo que pensamos y decimos acerca de l.
Para liberar al pensamiento de este constreimiento, no basta con esa
Vuelta sobre s mismo del pensamiento pensante que suele asociarse
con la idea de introspeccin; slo la ilusin de la omnipotencia del
pensamiento puede hacer creer que la duda ms radical tenga la
virtud de dejar en suspenso los presupuestos, relacionados con
nuestras diferentes filiaciones, pertenencias, implicaciones, que
influyen en nuestros pensamientos. Lo inconsciente es la historia: la
historia colectiva, que ha producido nuestras categoras de
pensamiento, y la historia individual, por medio de la cual nos han
sido inculcadas; por ejemplo, de la historia social de las instituciones
de enseanza (la ms trivial de todas y, sin embargo, ausente en la
historia de las ideas, filosficas u otras) y de la historia (olvidada o
reprimida) de nuestra relacin singular con esas instituciones cabe
esperar unas cuantas revelaciones verdaderas sobre las estructuras
objetivas y subjetivas (clasificaciones, jerarquas, problemticas,
etctera) que siguen orientando, mal que nos pese, nuestro
S
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pensamiento.
LA IMPLICACIN Y LO IMPLCITO
Al renunciar a la ilusin de la transparencia de la conciencia para
s misma y a la representacin de la introspeccin comn-
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25
mente admitida entre los filsofos (y hasta aceptada por algunos
socilogos, como Alvin Gouldner, que designa con este trmino una
exploracin intimista de la contingencia de las experiencias personales),
1
hay que resignarse a admitir, dentro de la tradicin tpicamente
positivista de la crtica de la introspeccin, que la reflexin ms eficaz es
la que consiste en objetivar al sujeto de la objetivacin; con ello quiero
decir aquella que priva al sujeto conociente del privilegio que
habituaimente suele otorgarse a s mismo y recurre a todos los
instrumentos de objetivacin disponibles (encuesta estadstica,
observacin etnogrfica, investigacin histrica, etctera) para sacar a la
luz los presupuestos que aqul debe a su inclusin en el objeto de
conocimiento.
2
Estos presupuestos pertenecen a tres rdenes diferentes. Para
empezar, partiendo de lo ms superficial, los que van asociados a la
ocupacin de una posicin en el espacio social y la trayectoria particular
que conduce a ella, as como a la pertenencia a uno u otro sexo (que
puede afectar de diversas maneras la relacin con el objeto, en la medida
en que la divisin del trabajo sexual se inscribe en las estructuras, tanto
sociales como cognitivas, y orienta, por ejemplo, la eleccin del objeto).
3
Vienen despus los que son constitutivos de la dxa propia de cada uno
de los diferentes campos (religioso, artstico, filosfico, sociolgico,
etctera) y, ms exactamente, los que cada pensador particular debe a su
posicin en un campo. En ltimo lugar, figuran los presupuestos
constitutivos de la dxa genricamente asociada con la schol, con el ocio,
que es la condicin de la existencia de todos los campos del saber.
Al contrario de lo que suele afirmarse, en especial cuando se
muestra preocupacin por la neutralidad tica, no son los primeros
presupuestos, y en particular los prejuicios religiosos o polticos, los ms
difciles de aprehender y dominar. Como dependen de la particularidad
de unas personas o unas categoras sociales, diferentes, por lo tanto, de
un individuo a otro y de una categora a otra, tienen pocas posibilidades
de librarse de la crtica interesada de aquellos animados por prejuicios o
convicciones distintos.
No sucede lo mismo con las distorsiones relacionadas con la
pertenencia a un campo y la adhesin, unnime dentro de los lmites de
ese campo, a la dxa que propiamente lo define. Lo implcito, en este
caso, es lo que est implicado en el hecho de tomarse el juego en serio, es
decir, en la Musi como creencia fundamental en el inters del juego y el
valor de lo qu se ventila en l que es inherente a esa pertenencia. El
ingreso en un universo escolstico supone dejar en suspenso algunos
presupuestos del sentido comn y una adhesin para-djica a un conjunto
ms o menos radicalmente nuevo de presupuestos, y, de modo
correlativo, el descubrimiento de apuestas y exigencias desconocidas e
incomprendidas por la experiencia habitual. Cada campo se caracteriza,
en efecto, por la persecucin de un fin especfico, propio para propiciar
unas inversiones exactamente igual de absolutas para todos (aquellos y
slo para ellos) que poseen las disposiciones requeridas (por ejemplo, la
libido sciendi). Participar de la Musi cientfica, literaria, filosfica, o
cualquier otra, significa tomarse en serio (a veces hasta el punto de
convertirlas, en este caso tambin, en cuestiones de vida o muerte) unas
apuestas que, surgidas de la propia lgica del juego, fundamentan su
seriedad, aun cuando puedan pasrseles por alto, o parecer
desinteresadas y gratuitas, a quienes a veces se califica de
profanos, o a quienes estn comprometidos en otros campos (pues la
independencia de los diferentes campos implica cierto grado de
incomunicabilidad entre ellos).
La lgica especfica de un campo se funda en la mentalidad que
conlleva en forma de habitus especfico, o, ms exactamente, de sentido
del juego, al que, por lo comn, se designa como un espritu o un
sentido (filosfico, literario, artstico, etctera), el cual casi nunca
se plantea ni se impone de forma explcita. Dado que se lleva a cabo de
forma imperceptible, es decir, gradual, progresiva e inapreciable, la
conversin ms o menos radical (en funcin de la distancia) a partir del
habitus original que exigen el ingreso en el juego y la adquisicin del
habitus especfico, pasa esencialmente inadvertida.
Si las implicaciones de la inclusin en un campo estn condenadas a
permanecer implcitas, es porque no tiene nada que ver con un
compromiso consciente y deliberado, con un contrato voluntario. La
inversin original no tiene origen, porque siempre se antecede a s
misma y porque, cuando deliberamos sobre nuestro ingreso en el juego,
la apuesta ya est ms o menos decidida. Estamos embarcados, como
dice Pascal. Hablar de una decisin de comprometerse en la vida
cientfica o artstica (como en cualquiera de las dems inversiones
fundamentales de la vida -vocaciones, pasiones, devociones, adhesiones)
es, ms o menos, tan absurdo, y el propio Pascal lo sabe perfectamente,
como creer posible provocar la decisin de creer, como hace l, sin
26 27
grandes ilusiones, mediante el argumento de la apuesta: para que fuera
posible inducir al descredo a decidirse a creer demostrndole, por
medio de razones coercitivas, que quien apuesta por la existencia de Dios
se juega una inversin finita para ganar, unos beneficios infinitos, sera
necesario que aqul estuviera dispuesto a creer lo bastante en la razn
para ser sensible a las razones de esa demostracin. Pero, como dice muy
bien el propio Pascal: ... somos tan autmatas como espritus. Y de ah
proviene que no sea slo la demostracin el instrumento para lograr la
persuasin. Qu pocas cosas son demostradas! Las pruebas slo
convencen al espritu; la costumbre hace de nuestras pruebas las ms
fuertes y las ms admitidas. Inclina al autmata, el cual, sin darse cuenta,
arrastra al espritu.
4
Pascal recuerda de este modo la diferencia, que la
existencia escolstica hace olvidar, entre lo que est implicado de modo
lgico y lo que ocurre de manera prctica, siguiendo las vas del hbito,
que sin violencia, sin arte, sin argumento, nos hace creer en las cosas.
5
La
creencia, incluso la que es fundamento del universo cientfico, pertenece
al orden del autmata, es decir, del cuerpo, que, como recuerda Pascal
constantemente, tiene sus razones que la razn desconoce.
LA AMBIGEDAD DE LA DISPOSICIN ESCOLSTICA
Pero no hay, sin duda, nada ms difcil de aprehender, por parte de
quienes estn inmersos en universos donde se da por sentada, que la
disposicin escolstica, exigida por esos universos; nada hay que le
cueste ms pensar al pensamiento puro que la schol, la primera y ms
determinante de todas las condiciones sociales de posibilidad de ese
pensamiento puro, as como la disposicin escolstica que inclina a
dejar en suspenso las exigencias de la situacin, las coerciones de la
necesidad econmica y social, y las prioridades que impone o los fines
que propone. Austin habla de pasada, en Sense and Sensibilia* de visin
escolstica (scholastic view), e indica, a modo de ejemplo, el hecho.de
inventariar y examinar todos los sentidos posibles de una palabra, al
margen de cualquier referencia al contexto inmediato, en vez de
aprehender o utilizar, simplemente, el sentido de esta palabra que es
directamente compatible con la situacin.
6
Cabe, a partir de lo que est implicado en el ejemplo de Austin,
decir que, muy cerca del juego y del hacer ver que permite a los nios
abrir mundos imaginarios, la postura del como si es, segn muestra
Hans Vaihinger en Die Philosophie des Ah ob> lo que hace posibles todas
las especulaciones intelectuales, hiptesis cientficas, experiencias del
pensamiento, mundos posibles o variaciones imaginarias.
7
Es lo que
incita a penetrar en el mundo ldico de la conjetura terica y la
experimentacin mental, a plantear problemas por el mero placer de
resolverlos y no porque surgen de la presin de la necesidad, o a tratar el
lenguaje no como instrumento, sino como objeto de contemplacin,
delectacin, investigacin formal o anlisis.
Al no establecer la relacin, que sugiere la etimologa, entre el
punto de vista escolstico y la schol, consagrada filosficamente por
Platn (mediante la oposicin, que se ha convertido en cannica, entre
quienes, comprometidos con la filosofa, producen discursos en paz y
tranquilidad, y quienes, en los tribunales, hablan siempre con prisas
porque el agua-[de la clepsidra] fluye y no espera),
8
Austin omite
plantear la cuestin de las condiciones sociales de posibilidad de ese
particularsimo punto de vista acerca del mundo y, ms exactamente, del
lenguaje, el cuerpo, el tiempo o cualquier otro objeto de pensamiento.
Ignora, por lo tanto, que lo que hace que se vuelva posible esa mirada
indiferente al contexto y a los fines prcticos, esa relacin distante y
distintiva con las palabras y con las cosas, no es ms que la schol. Este
tiempo liberado de las ocupaciones y las preocupaciones prcticas del
que la
* Versin castellana: Sentido y percepcin, trad. de Alfonso Garca Surez, Tecnos.
Madrid, 1981. (N. del T.)
29
J' una vez ms) constituye una forma privilegiada,
:||^SSo^es la condicin del ejercicio escolar y las activi- ddes iustradas
a la necesidad inmediata, como el deporte, el juego, la produccin y la
contemplacin de obras de arte y todas las formas de especulacin
gratuita, sin ms fin que s mismas. (Baste con mencionar aqu -volver
sobre el particular- que, por no deducir todas las implicaciones de su
intuicin de la visin escolstica, Austin no supo ver en la schol y el
juego de lenguaje escolstico el principio de muchos de los errores
tpicos del pensamiento filosfico que trataba, siguiendo los pasos de
Wittgenstein y con otros filsofos del lenguaje corriente, de analizar y
exorcizar.)
La situacin escolstica (de la que el orden escolar representa la
forma institucionalizada) es un lugar y un momento de ingravidez social
en el que, desafiando la alternativa comn entre jugar (pazein) y estar
serio (spoudzein), se puede jugar en serio (spou- datos pazein), como
dice Platn para caracterizar la actividad filosfica, tomar en serio
apuestas ldicas, ocuparse en serio de cuestiones que la gente seria
ignora porque, sencillamente, est ocupada y preocupada por los
quehaceres prcticos de la existencia cotidiana. Y si la relacin entre el
modo de pensamiento escolstico y el modo de existencia que constituye
la condicin de su adquisicin y su puesta en prctica pasa inadvertida,
no slo se debe a que quienes podran pensarla se encuentran como pez
en el agua en la situacin de la que sus disposiciones son fruto, sino
tambin a que lo esencial de lo que se transmite en y por medio de esa
situacin es un efecto oculto de la propia situacin.
En efecto, los aprendizajes, y especialmente los ejercicios escolares
como trabajo ldico, gratuito, realizado en clave de hacer ver, sin
apuesta (econmica) real, significan la ocasin de adquirir por aadidura,
adems de todo lo que se proponen transmitir explcitamente, algo
esencial: la disposicin escolstica y el conjunto de los presupuestos
inscritos en las condiciones sociales que los hacen posibles. Estas
condiciones de posibilidad, que son condiciones de existencia, actan, en
cierto modo, de manera negativa, por defecto, y, por lo tanto, de forma
invisible, en particular porque en lo esencial son negativas, como la
neutralizacin de las necesidades y los fines prcticos y, ms
exactamente, el hecho de ser liberado por un tiempo ms o menos
prolongado del trabajo y el mundo del trabajo, de la actividad seria,
sancionada por una remuneracin en dinero, o, ms ampliamente, de
estar ms o menos a cubierto de todas las experiencias negativas
asociadas a la privacin o la incertidumbre del porvenir. (Comprobacin
casi experimental: el acceso ms o menos prolongado al status de
estudiante de segunda enseanza y al tiempo suspendido entre las
actividades ldicas de la infancia y el trabajo del adulto, que hasta ahora
estaba reservado a las adolescencias burguesas, determina, en muchos
hijos d familias obreras, una ruptura del ciclo de reproduccin de las
disposiciones que preparaban para aceptar el trabajo en la fbrica.)
9
La
disposicin escolstica que se adquiere, sobre todo, en la experiencia
escolar puede perpetuarse aun cuando las condiciones de su ejercicio
hayan desaparecido ms o menos del todo (con la insercin en el mundo
del trabajo). Pero slo llega a realizarse de verdad mediante la inclusin
en alguno de los campos sapientes, muy especialmente cualquiera de los
que, al quedar circunscritos casi por completo al universo escolar, como
el filosfico y muchos de los cientficos, ofrecen condiciones propicias
para su desarrollo pleno.
Los presupuestos inscritos en esta disposicin -derecho de entrada
exigido por todos los universos escolsticos y condicin imprescindible
para descollar en ellos- constituyen lo que llamar, mediante un
oxmoron idneo para despertar a los filsofos de su sueo escolstico, la
dxa epistmica. Nada hay ms dogmtico, paradjicamente, que una
dxa, conjunto de creencias fundamentales que ni siquiera necesitan
afirmarse en forma de dogma explcito y consciente de s mismo. La
disposicin libre y pura que propicia la schol implica la ignorancia
(activa o pasiva) no slo de lo que sucede en el mundo de la prctica (y
que pone de manifiesto la ancdota de Tales y la criada tracia) y, ms
exactamente, en el orden de la polis y la poltica, sino tambin de lo que
significa existir, sencillamente, en ese mundo. Implica asimismo, y sobre
todo, la ignorancia, ms o menos absoluta, de dicha ignorancia y las
condiciones econmicas y sociales que la hacen posible.
Hay una contrapartida de la autonoma de los campos esco-
lstieos.y un coste de la ruptura, social que favorece la ruptura eco-
nmica: Aunque se viva como libre y electiva, la independencia respecto
a todas las determinaciones slo se adquiere y se ejerce si hay un
d*
<fanr
*
3m
i
ent0
efectivo respecto a la necesidad econmica y social y por
medio; de ese distanciamiento (por lo que se halla estrechamente
vinculada a la ocupacin de posiciones privilegiadas en la jerarqua
sexual y social). La ambigedad jundamental de los universos escolsticos y
todas sus producciones -adquisiciones universales que han sido posibles
gracias a un privilegio exclusivo- se basa en el hecho de que la ruptura
30 31
escolstica con el mundo de la produccin es a la vez ruptura liberadora
y separacin, desconexin, que contiene la virtualidad de una
mutilacin: si haber dejado en suspenso la necesidad econmica y social
es lo que autoriza la emergencia de campos autnomos, a modo de
rdenes (en el sentido de Pascal) que slo conocen y reconocen la ley
que les es propia, tambin es lo que, salvo vigilancia especial, amenaza
con encerrar al pensamiento escolstico dentro de los lmites de presu-
puestos ignorados o reprimidos, lo que implicara el retiro fuera del
mundo.
Por lo que no queda ms remedio que reconocer que, aunque no
posean el monopolio de la condicin escolstica, slo quienes ingresen
en los universos escolsticos estarn en disposicin de realizar
plenamente esa posibilidad antropolgica universal. La conciencia de
semejante privilegio impide condenar a la inhumanidad o la barbarie a
quienes, por no beneficiarse de l, no estn en condiciones de realizar
todas sus potencialidades humanas; impide tambin olvidar los lmites
que imponen al pensamiento escolstico las condiciones especialsimas
de su emergencia, lmites que hay que explorar metdicamente para
tratar de liberarlo de ellos.
GNESIS DE LA DISPOSICIN ESCOLSTICA
La etnologa y la historia dan fe de que las diferentes disposiciones
respecto al mundo natural y al mundo social, as como las diversas
maneras de construir el mundo desde un punto de vista antropolgico,
mgicas o tcnicas, emocionales o racionales, prcticas o tericas,
instrumentales o estticas, serias o ldicas, etctera, son muy
desigualmente probables porque estn estimuladas y recompensadas de
modo muy desigual en las diferentes sociedades, segn el grado de
libertad respecto a la urgencia de las necesidades inmediatas que
garantiza el estado de las tcnicas y ios recursos econmicos y culturales
disponibles; as como, en el seno de una determinada sociedad, segn la
posicin ocupada en el espacio social. Aun cuando nada permita
suponer que no est aleatoriamente repartida entre las diferentes
sociedades y entre las diferentes condiciones sociales dentro de las
sociedades diferenciadas, la posibilidad antropolgica de entrar en la
relacin laxa, gratuita, ldica, con el mundo que presuponen la mayora
de las prcticas consideradas las ms nobles encuentra ocasiones de reali-
zarse muy desigualmente propicias en esas sociedades y en esas
condiciones. Lo mismo sucede con la propensin a adoptar una actitud
mgica respecto al mundo, mucho ms improbable para un filsofo
francs de los aos cincuenta, como Jean-Paul Sartre, que alude a una
experiencia semejante en su Esquisse dune thorie des motions,* que para
un hombre o una mujer de las islas Tro- briand de los aos treinta, tal
como los describe Malinowski: mientras que, en el primer caso, esa
manera de aprehender el mundo slo surge como excepcin, como
accidente, suscitada por una situacin crtica, en el segundo se encuentra
estimulada y favorecida en todo momento, tanto por la incertidumbre y
la im- prevsibilidad extrema de las condiciones de existencia como por
las respuestas socialmente aprobadas a esas condiciones, entre las cuales
figura en primer lugar lo que se llama la magia, relacin prctica con el
mundo que se instituye en unos ritos colectivos y en las disposiciones de
unos agentes, y, por ello, se constituye en elemento normal del
comportamiento del ser humano normal de esa sociedad.
Por lo tanto, hay que relacionar las diferentes especies de
worldmaking, de construccin del mundo, con las condiciones
econmicas y sociales que las posibilitan; es decir, hay que superar
* Versin castellana: Bosquejo de una teora de las emociones, trad. de Mnica
Acheroff, Alianza Editorial, Madrid, 1987. (N. delT)
32 33
la filosofa de las formas simblicas, en el sentido de Cassirer, y
pasar a una antropologa, diferencial de las formas simblicas, o, dicho de
otro modo, prolongar el anlisis durkheimiano de la gnesis social de las
formas de pensamiento mediante el anlisis de las variaciones de las
disposiciones cognitivas respecto al mundo segn las condiciones
sociales y las situaciones histricas. A medida que uno se va alejando de
las regiones inferiores del espacio social, caracterizadas por la crudeza
extrema de las coerciones econmicas, las incertidumbres se reducen y
las presiones de la necesidad econmica y social se suavizan; en
consecuencia, unas posiciones definidas de forma menos estricta y con
mayor libertad de juego ofrecen la posibilidad de adquirir disposiciones
ms distanciadas de las necesidades prcticas, los problemas que hay
que resolver y las ocasiones que hay que explotar; es como si estuvieran
ajustadas de antemano a las exigencias tcitas de los universos
escolsticos. De las ventajas que van unidas a la cuna, una de las menos
visibles estriba en la disposicin despreocupada y distante -ilustrada,
entre otras cosas, por lo que Erving Goffman llama la distancia respecto
a la funcin- que se adquiere en una temprana experiencia
relativamente liberada de la necesidad; esta disposicin contribuye en
una parte esencial, junto con el capital cultural heredado al que va
asociada, a propiciar el acceso a la escuela y el xito en los ejercicios
escolsticos, sobre todo, los ms formales, que exigen la capacidad de
participar de manera simultnea o sucesiva en diferentes espacios
mentales, como dice Giles Faucon- nier, y, por ello, hace posible el
ingreso final en los universos escolsticos.
Pese a que no hay aprendizaje, incluso en el reino animal, que no
reserve un espacio (y cada vez mayor, a medida que se progresa en la
evolucin) para el juego, slo con la escuela se instituyen las condiciones
especialsimas que deben darse para que los comportamientos que se
han de ensear puedan cumplirse, al margen de las situaciones en que
son pertinentes, en forma de juegos serios y ejercicios gratuitos,
acciones vacas, carentes de sentido, sin referencia directa a un efecto til
y sin consecuencias peligrosas.
10
El aprendizaje escolar que, al estar
liberado de la sancin directa de lo real, puede proponer retos, pruebas,
problemas, como las situaciones reales, pero dejando abierta la
posibilidad de buscar y probar soluciones en condiciones de riesgo
mnimo, significa la ocasin de adquirir por aadidura, con el hbito, la
disposicin permanente para llevar a cabo la distandadn de lo real
directamente percibido que constituye la condicin de la mayor parte de
las elaboraciones simblicas.
LA GRAN REPRESIN
Pero la disposicin escolstica debe sus rasgos ms significativos al
proceso de diferenciacin mediante el cual los diferentes campos de
produccin simblica se autonomizaron y constituyeron como tales al
tiempo que se distinguan as del universo econmico, tambin en vas
de constitucin. Un proceso inseparable de la verdadera revolucin
simblica mediante la cual las sociedades europeas han conseguido
superar poco a poco la negacin de lo econmico sobre la cual se
fundamentaban las sociedades precapitalistas y reconocer explcitamente
a las acciones econmicas, en una especie de confesin ante s mismas,
los fines econmicos en funcin de los cuales desde siempre se haban
orientado.
(El campo filosfico es, sin lugar a dudas, el primer campo es-
colstico que se constituy, al autonomizarse respecto al campo religioso,
en la Grecia del siglo V antes de nuestra era; y la historia de este proceso
de autonomizacin y de la instauracin de un universo de discusin
sometido a sus propias reglas es inseparable de la historia del proceso
que llev de la razn analgica la del mito y el rito- a la razn lgica -la
de la filosofa-: la reflexin sobre la lgica de la argumentacin, mtica
primero en particular con la interrogacin sobre la analoga, retrica
y lgica despus, va pareja a la constitucin de un campo de
competencia, liberado de las prescripciones de la sabidura religiosa sin
estar dominado por las coerciones de un monopolio escolar; en este
campo, cada cual sirve de pblico a los dems, est constantemente
atento a los dems y determinado por lo que stos dicen, en una
confrontacin permanente que poco a poco se va tomando a s misma
como objeto, y se lleva a cabo mediante una investigacin de las reglas
de
34 35
la lgica inseparable de una investigacin de las reglas de la comu-
nicacin y el acuerdo intersubjetivo.
Este prototipo del mundo escolstico presenta en forma de tipo
ideal todos los rasgos de la ruptura escolstica: por ejemplo, los mitos y
los ritos dejan de ser actos prcticos de creencia sometidos a una lgica
prctica que empieza a resultar difcil de entender-, para transformarse
en objetos de asombro e interrogacin tericos o en apuestas de
rivalidades hermenuticas, en particular con la introduccin de desfases
ms o menos sutiles en la interpretacin de la cultura consagrada o la
reintroduccin distintiva de mitos abandonados, como los de Hcate o
Prometeo. Se asiste tambin al nacimiento de problemas tpicamente
escolsticos, como la cuestin de saber si se puede ensear la excelencia.
Con la tercera generacin de sofistas y la institucionalizadn de la
escuela surgen el juego intelectual gratuito, la erstica, y el inters por el
discurso considerado en s mismo, en su forma lgica o esttica.
Pero las consecuencias de la institucionalizadn de la schol en un
orden escolar -precisamente las mismas que registra el uso corriente, y
peyorativo, del adjetivo escolstico- se presentan con claridad meridiana
en la Edad Media, por ejemplo, cuando la filosofa, al dejar de constituir
un modo de vida, se convierte en una actividad puramente terica y
abstracta, y cada vez ms reducida a un discurso, articulado en un
lenguaje tcnico reservado de modo exclusivo a los especialistas.
Cuando, en la Italia del Renacimiento, vuelve a surgir, tras un
prolongado eclipse, un campo escolstico en el que se reinicia el proceso
de diferenciacin de la religin y la ciencia, de la razn analgica y la
razn lgica, de la alquimia y la qumica, de la as- trologa y la
astronoma, de la poltica y la sociologa, etctera,
11
ya se esbozan las
primeras grietas, que no dejarn de ampliarse hasta el desgaj amiento
completo de los campos cientficos, literario y artstico, y se perfila un
proceso de autonomizacin de esos diferentes campos en relacin con el
campo filosfico, que queda as desposedo de lo esencial de sus objetos
y se ve obligado a redefinirse sin cesar, en particular en su relacin con
los dems campos y con el conocimiento que tienen de su objeto.)
Slo al cabo de una lenta evolucin tendente a despojar de su
aspecto propiamente simblico a los actos y las relaciones de produccin
ha podido constituirse la economa como taL en la objetividad de un
universo separado, regido por sus leyes propias, las del clculo
interesado, la competencia y la explotacin; y tambin, pero mucho ms
tarde, en la teora econmica (pura) que registra, inscribindola
tcitamente en la base de su construccin de objeto, la ruptura social y la
abstraccin prctica cuyo producto es el cosmos econmico. Pero, a la
inversa, slo a costa de una ruptura tendente a reprimir en el mundo
inferior de la economa el aspecto econmico de los actos y las relaciones
de produccin propiamente simblicos han podido constituirse los
diferentes universos de produccin simblicos en tanto que microcosmos
estancos y separados, donde se llevan a cabo unas acciones simblicas de
cabo a rabo, puras y desinteresadas (desde el punto de vista de la econo-
ma econmica), basadas en la negacin o la represin de la parte de
trabajo productivo que implican. (El proceso de autonomizacin y
purificacin de los diferentes universos est, por lo dems, lejos de
haber concluido, tanto en lo referente a la economa, que todava otorga
un lugar considerable a los hechos y los efectos simblicos, como en lo
que atae a las actividades simblicas, que siempre tienen una
dimensin econmica que les es negada.)
Para comprender esa doble ruptura no basta con tener en cuenta
sta o aqulla de las transformaciones sociales que han ido parejas con el
desarrollo de la economa propiamente econmica, ya se trate de la
aparicin de los especialistas del conocimiento prctico ingenieros,
tcnicos, contables, juristas, mdicos-, que, como sugiere Sartre en su
Plaidoyer pour les intellectuels, estaran predispuestos, gracias a una
misteriosa correspondencia expresiva, a asumir la funcin de
intelectuales orgnicos de la burguesa;
12
o del advenimiento de una
corporacin de los hombres de letras, propensos a extender a lo
poltico el principio del debate pblico y crtico que haban instaurado en
la repblica de las letras, como indica Habermas en su anlisis de las
transformaciones estructurales del espacio pblico.
13
De hecho, todos
estos nuevos agentes sociales respecto a los cuales no resulta
equivocado decir que, cada cual a su manera, contribuirn a la invencin
de lo uni
36 39
actividad puramente simblica al negar sus condiciones materiales de
posibilidad, muestra una manifiesta afinidad con el proceso de
diferenciacin del trabajo productivo y el trabajo simblico que se
desarrolla de modo paralelo. La emergencia de universos que, como
los mundos escolsticos, presentan posiciones en las que uno puede
sentirse con fundamento para aprehender el mundo como
representacin, como espectculo, paira contemplarlo de lejos y desde
las alturas y organizado como un conjunto destinado al mero
conocimiento, favoreci, sin duda, el desarrollo de una nueva
disposicin o, si se prefiere, de una visin del mundo, en el sentido
verdadero, que hallar su expresin tanto en los primeros mapas
geogrficos cientficos como en la representacin galilea- na del
mundo o la perspectiva pictrica.
(Gracias a una relectura reciente de LEvolution pdagogique en
France he rememorado la esplndida evocacin que hace Durk- heim
del descubrimiento, por los hombres cultos del siglo XVI, de la visin
del mundo que llamo escolstica: Parece, pues, que, de forma
general, en el siglo XVI, por lo menos en toda la amplitud de esa
sociedad culta cuyas ideas y sentimientos han llegado hasta nosotros a
travs de la literatura [...], se concibi como realizable, como
realizndose incluso, una vida liberada de todas esas coerciones y esas
servidumbres, un estilo de vida en el que la actividad no se vera
obligada a subordinarse a fines estrechamente utilitarios, a
canalizarse, a acompasarse para adaptarse a lo real, sino en el que, por
el contrario, la vida se prodigara por el mero placer de prodigarse,
por la gloria y la belleza que se autoconcede cuando se despliega con
total libertad, sin necesidad de tener en cuenta la realidad y sus
exigencias. Durkheim vincula la sensacin de poder, de autonoma,
de independencia, de actividad no sujeta a trabas que experimentan
los hombres del Renacimiento, la cual se manifiesta de modo especial
en unas teoras pedaggicas que han perdido de vista las
necesidades inmediatas de la vida y la urgencia de poner
anticipadamente al nio en condiciones de hacerles frente, con el
surgimiento de un nuevo estilo de vida, a su vez vinculado a unas
condiciones de existencia nuevas, y ve perfectamente que, ms all de
las diferencias que los separan, los distintos sistemas pedaggicos,
humanistas o eruditos, que son fruto de esas condi-
versal 7-que, a travs de los filsofos de las luces, se convertirn
incluso en sus portavoces slo han podido cumplir esta funcin
histrica porque estaban prisioneros de unos campos relativamente
1
autnomos cuya necesidad, al advenimiento de la cual contribuan,
resultaba evidente para ellos.
Al serles posible liberarse paulatinamente de las preocupaciones
materiales, en particular gradas a los beneficios proporcionados por la
venta directa o indirecta de conocimientos prcticos a las empresas
comerciales o al Estado, e ir acumulando durante ese proceso, merced a
su trabajo y por medio de l, unas competencias (adquiridas inicialmente
en la escuela) capaces de funcionar como capital cultural, han tenido
cada vez ms proclividad -y tambin cada vez ms capacidad- para
afirmar su autonoma individual y colectiva respecto a los poderes
econmicos y polticos que tenan necesidad de sus servicios (y respecto
a las aristocracias basadas en el linaje, a las que oponen las justificaciones
del mrito y tambin, cada vez ms a menudo, del don). Pero, a cambio,
fue la lgica de los campos cientficos en vas de constitucin, la de la
competencia interna que resultaba posible gracias a la ruptura social con
el universo de la economa y el mundo de la prctica, lo que, al obligarlos
a movilizar en cada momento, en sus nuevas luchas, los recursos
especficos acumulados en el transcurso de las luchas anteriores, los
impuls a crear las reglas y las regularidades especficas de microcosmos
regidos por una lgica social favorable a la sistematizacin y la
racionalizacin, as como a hacer progresar las diferentes formas
(jurdica, cientfica, artstica, etctera) de racionalidad y universalidad.
La represin de las determinaciones materiales de las prcticas
simblicas es particularmente visible en los momentos iniciales del
proceso de autonomizacin del campo artstico: mediante la
confrontacin permanente entre artistas y mecenas la actividad pictrica
se afirma poco a poco como actividad especfica, irreductible a un mero
trabajo de produccin material susceptible de valoracin segn el mero
valor del tiempo empleado y los colores utilizados, y reivindica, por ello,
el status otorgado a las actividades intelectuales ms nobles.
14
Este lento y
doloroso proceso de sublimacin, mediante el cual la prctica pictrica se
afirma como
39
38
inc hilos de UM
dones, tienen en comn
el he
^n^ dificultades de la vida no
aristocracia privilegiada, ^
existen.)
15
w histrica, constituye, sin u a,
La perspectiva, en su defina supone, en e ecto,
la realizacin ms cabal de ^
V1S1
lo tant0, la adopcin de una un punto
de vista nico y hj ^ . JG el un punto (de vista) , y postura de espectador
inmvil inst ^ circunscribe y abs-
tambin la utilizacin de un marco qu ^ Q nrovil. (Resulta
trae el espectculo mediante un i Oelo de la visin, Descartes
significativo que, para elaborar un otorga a la intuicin en-
-es bien sabido el papel privilegiad
q
L, en la imagen de
tendida como visin- se apoye
eri
aHrede en una ventana en e
un ojo situado en un agujero
ec
tr0 la cmara oscura,
fondo del cual el observador, sita pintura que represen-
ver, tal vez no sin admiracin y P todos los objetos que es
tar de forma harto veraz y en p
ers
P tambin suponer univers
ten fuera.)
16
Aunque singular, ca ^ <<sujet0S> que estn inclu- este punto
de vista, puesto que to ^rada, y P
or lo t
^
nt
dos en l, cuerpos reducidos a ja seguridad, como e su-
iijsignificantes e intercambia es, objetiva, la de la represen-
jeto kantiano, de tener la misma vi simblica de .una o -
racin perspectiva, que, en tanto q panofsky, lleva a cabo a
jetivacin de lo subjetivo, como
objetivacin. . e un punto de vista sobre e
De este modo la perspectiva s p un pUnto de vista que,
cual no se adopta ningn punto
e
pintores que siguieron
como la ordenacin de los cua ros ^ qUe se ve (per-spi-
las doctrinas de Alberti, es aque
0
rnnseeuir una visin de este cere),
pero que no se ve. Y solo ca ^ ^ perspectiva histrica,
punto ciego poniendo la P
e
^P cojnprender completamente e como hace
Panofsky. Pero pa mirada distante y altiva, e proceso de elaboracin
social
e S
s ]a mirada escolstica, esta verdadera invencin histrica
con el conjunto de las
habra que establecer su correspon qUe acompaan a a
transformaciones de la relacin con e ^ rdenes simblicos,
diferenciacin entre el orden
e
^
n
\ ej anlisis que hace Er-
De este modo, si se traspone (libremen
nest Schachtel del proceso que, en el desarrollo del nio, tiende a conferir
de modo progresivo prioridad a los sentidos de distancia, la vista y el
odo, capaces de fundamentar una visin objetiva y activa del mundo, en
detrimento del tacto y el gusto, orientados hacia los placeres o los
desplaceres inmediatos,
18
se podra anticipar la hiptesis de que la
conquista de la visin escolstica, objetivada en la perspectiva, va pareja
con un alejamiento respecto a los placeres relacionados con los sentidos
de proximidad. Alejamiento que se traduce, en el orden de la
ontognesis individual, privilegiado por Ernest Schachtel, en una
represin progresiva y, sin duda, ms o menos radical, segn los
ambientes, de la primera infancia y sus placeres, considerados
vergonzosos. Incluso cabe, como sostn de esta hiptesis, aducir algunas
observaciones histricas: por ejemplo, las de Luden Febvre, que en su
libro sobre Ra- belais hace notar el predominio, en la poesa del siglo XVI,
de los sentidos del olfato, el gusto y el tacto, y la escasez relativa de las
referencias visuales, y, asimismo, las de Bakhtne, que dan fe de la
presencia triunfante del cuerpo y sus funciones en la fiesta popular
premoderna.
19
La conquista colectiva e individual de la mirada soberana, que ve
lejos, en sentido espacial, pero tambin temporal, y aporta de este modo
la posibilidad de prever y actuar en consecuencia, a costa de una
inhibicin de los apetitos ms inmediatos o un aplazamiento de su
satisfaccin (por medio de un ascetismo idneo para proporcionar una
intensa sensacin de superioridad sobre el comn de los mortales
condenados a vivir al da), tiene como contrapartida un divorcio
intelectualista, sin equivalente en ninguna de las grandes civilizaciones:
20
un divorcio entre el intelecto, considerado superior, y el cuerpo, tenido
por inferior; entre los sentidos ms abstractos, la vista y el odo (con las
artes correspondientes, la pintura, cosa mental, y la msica, cuya
racionalizacin, analizada por Max Weber, se acelera entonces, as
como su diferenciacin respecto a la danza), y los sentidos ms sensi-
bles;
21
entre la aficin pura por las artes puras, es decir, purificadas
por unos procesos sociales de abstraccin, tales como la perspectiva o el
sistema tonal, y la aficin por la lengua y el gaznate de la que hablar
Kant; en pocas palabras, entre lo que se re-
38 39
dones, tienen en comn el hecho de dirigirse a los hijos de una aristocracia
privilegiada, para quienes las dificultades de la vida no existen.)
15
La perspectiva, en su definicin histrica, constituye, sin duda, la
realizacin ms cabal de la visin escolstica: supone, en efecto, un punto de
vista nico y fijo -por lo tanto, la adopcin de una postura de espectador
inmvil instalado en un punto (de vista)-, y tambin la utilizacin de un
marco que destaca, circunscribe y abstrae el espectculo mediante un lmite
riguroso e inmvil. (Resulta significativo que, para elaborar un modelo de la
visin, Descartes -es bien sabido el papel privilegiado que otorga a la
intuicin entendida como visin- se apoye, en La Dioptrique, en la imagen de
un ojo situado en un agujero hecho adrede en una ventana en el fondo del
cual el observador, situado dentro de la cmara oscura, ver, tal vez no
sin admiracin y placer, una pintura que representar de forma harto veraz
y en perspectiva todos los objetos que estn fuera.)
16
Aunque singular, cabe
tambin suponer universal este punto de vista, puesto que todos los
sujetos que estn incluidos en l, cuerpos reducidos a una mera mirada, y,
por lo tanto, insignificantes e intercambiables, tienen la seguridad, como el
sujeto kantiano, de tener la misma visin, objetiva, la de la representacin
perspectiva, que, en tanto que forma simblica de una objetivacin de lo
subjetivo,
17
como dice Panofsky, lleva a cabo la objetivacin.
De este modo la perspectiva supone un punto de vista sobre el cual no
se adopta ningn punto de vista; un punto de vista que, como la ordenacin
de los cuadros de los pintores que siguieron las doctrinas de Alberti, es
aquello a travs de lo que se ve (per-spi- cere), pero que no se ve. Y slo cabe
conseguir una visin de este punto ciego poniendo la perspectiva en
perspectiva histrica, como hace Panofsky. Pero para comprender
completamente el proceso de elaboracin social de esta mirada distante y
altiva, de esta verdadera invencin histrica que es la mirada escolstica,
habra que establecer su correspondencia con el conjunto de las
transformaciones de la relacin con el mundo que acompaan a la
diferenciacin entre el orden econmico y los rdenes simblicos. De este
modo, si se traspone (libremente) el anlisis que hace Er- nest Schachtel del
proceso que, en el desarrollo del nio, tiende a conferir de modo progresivo
prioridad a los sentidos de distancia, la vista y el odo, capaces de
fundamentar una visin objetiva y activa del mundo, en detrimento del tacto
y el gusto, orientados hacia los placeres o los desplaceres inmediatos,
18
se
podra anticipar la hiptesis de que la conquista de la visin escolstica,
objetivada en la perspectiva, va pareja con un alejamiento respecto a los
placeres relacionados con los sentidos de proximidad. Alejamiento que se
traduce, en el orden de la ontognesis individual, privilegiado por Ernest
Schachtel, en una represin progresiva y, sin duda, ms o menos radical,
segn los ambientes, de la primera infancia y sus placeres, considerados
vergonzosos. Incluso cabe, como sostn de esta hiptesis, aducir algunas
observaciones histricas: por ejemplo, las de Luden Febvre, que en su libro
sobre Ra- belais hace notar el predominio, en la poesa del siglo XVI, de los
sentidos del olfato, el gusto y el tacto, y la escasez relativa de las referencias
visuales, y, asimismo, las de Bakhtine, que dan fe de la presencia triunfante
del cuerpo y sus funciones en la fiesta popular premoderna.
19
La conquista colectiva e individual de la mirada soberana, que ve lejos,
en sentido espacial, pero tambin temporal, y aporta de este modo la
posibilidad de prever y actuar en consecuencia, a costa de una inhibicin de
los apetitos ms inmediatos o un aplazamiento de su satisfaccin (por medio
de un ascetismo idneo para proporcionar una intensa sensacin de
superioridad sobre el comn de los mortales condenados a vivir al da), tiene
como contrapartida un divorcio intelectualista, sin equivalente en ninguna
de las grandes civilizaciones:
20
un divorcio entre el intelecto, considerado
superior, y el cuerpo, tenido por inferior; entre los sentidos ms abstractos,
la vista y el odo (con las artes correspondientes, la pintura, cosa mental, y
la msica, cuya racionalizacin, analizada por Max Weber, se acelera
entonces, as como su diferenciacin respecto a la danza), y los sentidos ms
sensibles;
21
entre la aficin pura por las artes puras, es decir, puri-
ficadas por unos procesos sociales de abstraccin, tales como la perspectiva o
el sistema tonal, y la aficin por la lengua y el gaznate de la que hablar
Kant; en pocas palabras, entre lo que se re-
40 41
]an
nna
yrdaderamente con el orden de la cultura, sede de cualesquiera
sublimaciones y fundamento de cualesquiera distinciones, y lo que
pertenece al orden de la naturaleza, femenina y popular.
22
Estas oposiciones,
que se manifiestan con claridad meridiana en el dualismo cardinal del alma
y el cuerpo (o del entendimiento y la sensibilidad), arraigan en la divisin
social entre el mundo econmico y los universos de produccin simblica. El
poder de apropiacin simblica del mundo que asegura la visin
perspectiva al reducir lo diverso sensible a la unidad ordenada de una
sntesis en que la perspectiva lineal define las condiciones de realizacin-, se
asienta, como si fuera un zcalo invisible, sobre el privilegio social que
constituye la condicin de la emergencia de los universos escolsticos y la
adquisicin y el ejercicio de las disposiciones correspondientes.
Todo lo cual queda particularmente de manifiesto con la invencin, en
la Inglaterra del siglo XVII, del parque natural, tal como la analiza Raymond
Williams: el nuevo ordenamiento que constituye la campia inglesa en
paisaje sin campesinos, es decir, en mero objeto de contemplacin esttica,
basado en el culto de lo natural y la bsqueda de la lnea curva, se inscribe
en la visin del mundo de una burguesa agraria ilustrada que, al mismo
tiempo que emprende una transformacin de la explotacin agrcola,
pretende crear un universo visible totalmente limpio de cualquier vestigio
de trabajo productivo y cualquier referencia a los productores: el paisaje
natural.
23
De este modo, la anamnesis histrica, incluso apenas esbozada,
recuerda la represin original constitutiva del orden simblico, que se
perpeta en una disposicin escolstica que implica la represin de sus
condiciones econmicas y sociales de posibilidad (condiciones que trae a la
memoria, por excepcin, la perplejidad que el museo suscita entre sus
visitantes que carecen de los medios para satisfacer sus exigencias tcitas -y
que Zola evoca de forma harto realista, aunque un tanto idealizada por la
estilizacin literaria, en las pginas de LAssommoir1 que dedica a la visita al
Louvre de la pandilla de Gervaise-,
24
o el rechazo asqueado y a veces in-
dignado que las obras nacidas de la disposicin artstica suscitan entre
aquellos cuyo gusto no ha sido formado en condiciones escolsticas).
25
EL PUNDONOR ESCOLSTICO
Quienes estn inmersos, y algunos lo estn desde la cuna, en los
1 Versin castellana: La taberna, trad. de Francisco Caudet, Ctedra, Madrid, 1986.
(N.delT.)
universos escolsticos fruto de un largo proceso de autonomi- zacin, tienen
tendencia a olvidar las circunstancias histricas y sociales de excepcin que
hacen posible una visin del mundo y las obras culturales basada en las
condiciones creadas por la evidencia y lo natural. La adhesin maravillada al
punto de vsta escolstico se enraza en la sensacin, propia de las lites
escolares, de la eleccin natural por el don: uno de los efectos menos evi-
dentes de los procedimientos escolares de formacin y seleccin que
funcionan como ritos de institucin consiste en instaurar una frontera
mgica entre los elegidos y los excluidos fomentando la represin de las
diferencias de condicin, que constituyen la condicin de la diferencia que
producen y consagran. Esta diferencia garantizada socialmente, ratificada y
autentificada por el ttulo escolar, sirve como ttulo (burocrtico) de nobleza
y fundamenta, sin duda, como antao la diferencia entre el hombre libre y el
esclavo, la diferencia de naturaleza o de esencia (se podra hablar, a
modo de escarnio, de la diferencia ontolgica) que el aris- tocratismo
escolstico introduce entre el pensador y el hombre de la calle, absorto en
las preocupaciones triviales de la existencia cotidiana. Este aristocratismo
debe su xito al hecho de ofrecer a los habitantes de los universos
escolsticos una teodicea de su privilegio perfecta, una justificacin
absoluta de esa forma de olvido de la historia, el olvido de las condiciones
sociales de posibilidad de la razn escolstica, que, a pesar de lo que en
apariencia los separa, el humanismo universalista de la tradicin kantiana
comparte con los profetas desencantados del olvido del ser.
26
As es como Heidegger ha podido convertirse para muchos filsofos,
ms all de las divergencias filosficas y las oposiciones
42 43
(N. del T.)
polticas, en una especie de garante del pundonor de la profesin filosfica
al asociar la reivindicacin del dstanciamiento del filsofo respecto al
mundo corriente con su altivo dstanciamiento respecto a las ciencias
sociales, ciencias parias cuyo objeto es indigno y vulgar (es bien sabido que
estaba, literalmente, obsesionado por las investigaciones de pensadores del
mundo social como Rickert, que durante un breve perodo fue su maestro,
Dilthey y Max Weber).
27
La evocacin de la relacin inautntica que el
Dasein comn, o, ms eufemsticamente, en el estado comn de lo
Impersonal, das Man2 mantiene con el mundo ambiente y comn
cotidiano (alltdgUche Um-und Mitwelt), campo de accin impersonal y
annimo del lo Impersonal, est en el centro (y, sin duda, en el principio)
de una antropologa filosfica que puede comprenderse como un verdadero
rito de expulsin del mal, es decir, de lo social y la sociologa.
28
Poner en tela de juicio lo pblico, el mundo pblico (lugar de las
habladuras ociosas por antonomasia) y el tiempo pblico significa
afirmar la ruptura del filsofo con la trivialidad de la existencia
inautntica, con el mbito vulgar de los quehaceres humanos en tanto que
lugar de la ilusin y la confusin, con el reino de la opinin (pblica) y la
dxa, as como con las ciencias, las histricas en particular: mediante su
pretensin de alcanzar unas interpretaciones dotadas de validez universal
(Allgemeingl- tigkeit), que Heidegger considera una de las formas ms
sutiles de perversin de la finitud, estas ciencias plebeyas aceptan tcita-
mente el presupuesto de la interpretabilidad pblica del mundo y el tiempo
pblicos, accesibles en cualquier momento a cualquiera por decreto, es decir,
al hombre pblico, das Man, en tanto que ser intercambiable.
29
En contra de lo que puedan tener de democrtico, o incluso de
plebeyo (ya Cicern denunciaba la philosophia plebeia), la rei
2 En la complejsima terminologa de Heidegger, das Man (que podra traducirse por
lo Impersonal) significa la estructura que envuelve al hombre cuando ste, al sumergirse
en las cosas hasta el punto de quedar absorto en ellas, se deja llevar y es incapaz de regir su
vida de acuerdo con su propia voluntad.
vindicacin de la objetividad y la universalidad, y la consiguiente
afirmacin, inherente, segn Heidegger, a la ciencia, de la accesibilidad de la
verdad a un sujeto cualquiera e impersonal, el filsofo autntico profesa
los presupuestos aristocrticos que implica una adhesin sin estados de
nimo al privilegio de la sckol, y ofrece as renovadas justificaciones a la
larga tradicin del desprecio filosfico por la polis, la poltica y la dxa, a la
que ya aluda Husserl en la Krisis.
30
Considerando que la experiencia del
Dasein singular como Ser-para-la-muerte es la nica va de acceso au-
tntico al pasado, Heidegger afirma que el filsofo, con la fuerza que le da su
lucidez nica sobre el papel de las preconcepciones (Vorgriffe) del
historiador en el desvelamiento del sentido del pasado, es el nico que se
halla en condiciones de alcanzar el xito all donde los mtodos
convencionales de las ciencias histricas estn abocados a un fracaso
forzoso, y garantizar una reapropiacin autntica del sentido original del
pasado.
Mediante una proeza rayana en el malabarismo, Heidegger se basa en
el modo de pensamiento privativo de las ciencias sociales para emprender la
lucha antirracionalista contra las ciencias, y muy especialmente contra las
propias ciencias sociales: en efecto, basa su crtica de los lmites del
pensamiento cientfico en que, como hace notar, los criterios de racionalidad
dependen de una historicidad de la verdad cuyo dominio no poseen las
ciencias. Pero, simultneamente, toma sus distancias respecto a las ciencias
histricas, que, al estar vinculadas a una imagen particular del mundo
(Weltbild) y no aceptar ms verdad que la que se conoce mediante mtodos
de explicacin humanos, olvidan los lmites de la reflexin humana y la
opacidad del Ser. Slo la ontologa fundamental de la existencia finita est en
condiciones de conferir una nueva unidad a unas ciencias histricas presa de
la anarqua y es capaz de hacer notar que las preconcepciones de dichas
ciencias no se originan en los valores culturales (como crean Dilthey o
Weber), sino en la historicidad esencial del historiador, condicin de
posibilidad del desvelamiento del sentido de un pasado que de otro modo
permanecera irremediablemente oculto.
As, tal vez porque se enfrentaba a unas ciencias histricas par-
ticularmente activas y, sobre todo, particularmente bien pertrecha
43 43
44 45
s^as desde el punto de vista filosfico (ni Rickert, ni Dxlthey, nx
menos an Weber, se haban quedado cortos a la hora de reflexionar
sobre los lmites de las ciencias histricas), y tal vez tambin porque su
posicin y su trayectoria lo inclinaban a ello, Heidegger presenta, en especial
en sus obras de juventud, una manifestacin particularmente aguda de la
hybris del pensamiento sin lmites. A costa de mucha ignorancia, y de
algunas inconsecuencias, da una formulacin especialmente taxativa de la
conviccin ntima que a menudo experimentan los filsofos de estar en
condiciones de pensar las ciencias histricas mejor de lo que stas se piensan
a s mismas, de adoptar sobre su objeto y sobre su relacin con el objeto un
punto de vista ms lcido, ms profundo y ms radical, e incluso de
producir, sin ms armas que las de la reflexin pura y solitaria, un
conocimiento superior al que puedan proporcionar las investigaciones
colectivas y los instrumentos plebeyos de la ciencia, cuyo smbolo por
antonomasia encarna, sin duda, la estadstica (explcitamente mencionada en
el conocido fragmento sobre das Man), que anula en la mediocridad de la
media la singularidad radical del Dasein, la del nico Dasein autntico,
evidentemente: a quin le preocupa la del das Man?
Estas estrategias, a las que Heidegger recurra en su lucha contra las
ciencias sociales de su poca, y en particular la que consiste en volver contra
las ciencias sus propias adquisiciones, son las que la vanguardia de la
filosofa francesa recuper o reinvent varias veces durante los aos sesenta.
Las ciencias sociales, fuertemente arraigadas, desde Durkheim, en la
tradicin filosfica, debido, en especial, a la necesidad en que se encontraban
de hacer frente a la filosofa, a veces en su propio terreno, para afirmar su
autonoma y su especificidad contra sus pretensiones hegemnicas, haban
conseguido por aquel entonces ocupar una posicin dominante, con obras
como las de Lvi-Strauss, Dumzil, Braudel o incluso Lacan, confusamente
agrupadas con la etiqueta periodstica de estructuralismo, en el conjunto
del campo universitario y hasta del campo intelectual. Todos los filsofos del
momento tuvieron que definirse respecto a ellas en una relacin de
antagonismo de tendencia anexionista de la que no estaba exento cierto
doble juego, consciente o inconsciente, que a veces llegaba hasta la doble
pertenencia (para lo que se recurra, sobre todo, al efecto -logia:
arqueologa, gramatologa, etctera, as como a otros efectos de ciencia),
y reproduca, sin la ms mnima necesidad de ser hei- deggeriano para ello,
unas estrategias de superacin bastante parecidas a las que Heidegger
empleaba contra esas ciencias.
RADICALIZAR LA DUDA RADICAL
As pues, slo a condicin de asumir el riesgo de poner realmente en
tela de juicio -a menos que se recurra a las representaciones de la subversin
radical, que siempre han resultado tan gratas al academicismo
antiacadmico el juego filosfico al que va unida su existencia en tanto
que filsofos, o su reconocida participacin en ese juego, podran asegurarse
los filsofos las condiciones de una verdadera libertad respecto a todo
aquello que los autoriza y los fundamenta para decirse y pensarse filsofos y
que, como contrapartida de este reconocimiento social, los encierra en unos
presupuestos inscritos en la postura y el puesto de filsofo. Slo, en efecto,
una crtica empeada en explicitar las condiciones sociales de posibilidad de
lo que se designa, en cada momento, como filosfico podra hacer que
fueran visibles las causas de los efectos filosficos implicados en esas
condiciones. Slo una crtica semejante permitira el pleno cumplimiento de
la intencin de liberar el pensamiento filosfico de los presupuestos inscritos
en la posicin y las disposiciones de aquellos, que. estn en condiciones de
dedicarse a la actividad de pensamiento designada con el nombre de
filosofa. En efecto, conviene recordar, sin nimo de menospreciarlo, que el
filsofo, al que complace pensarse como topos, sin lugar, inclasificable, est,
como todo el mundo, comprendido en el espacio que pretende comprender.
Este recordatorio no slo no implica menosprecio, sino que trata de ofrecerle
la posibilidad de una libertad respecto a las coerciones y las limitaciones
inscritas en el hecho de que est situado en un lugar del espacio social, ante
todo, y tambin en un lugar de uno de esos subespacios que son los campos
escolsticos.
Si alguien me preguntara por qu y, sobre todo, con qu dere-
46 47
cho, puede recurrirse a semejante liberacin de la filosofa, le contestara,
en primer lugar, que es necesario liberar la filosofa para liberar las ciencias
sociales de la crtica reacdonal -por no decir reaccionaria que las enfrenta
sin cesar aun limitndose, las ms de las veces, a orquestar, sin saberlo, la
visin ms comn de esas ciencias. As, al volver contra las ciencias sociales
la filosofa de la sospecha que le suelen atribuir, casi todos los filsofos lla-
mados posmodernos coinciden a la hora de denunciar la ambicin
cientfica que las ciencias sociales afirman por definicin: propensos a ver en
cualquier aserto tan slo un mandamiento o una orden disfrazada, en la
lgica una polica de las mentes, en la pretensin a la cientificidad o un
mero efecto de verdad, destinado a suscitar la obediencia, o una
pretensin velada a la hegemona inspirada por la voluntad de poder -
cuando no llegan incluso a transformar la sociologa, disciplina ms bien
indisciplinada, en disciplina disciplinada, autoritaria, hasta totalitaria y
aviesamente policial-, pueden, en contradiccin a veces con sus opiniones
polticas conscientes y proclamadas, dar una nueva forma filosfica y
polticamente aceptable a las acusaciones y las condenas ms oscurantistas
que la crtica espiritualista (y conservadora) nunca ha dejado de dirigir
contra las ciencias y, en particular, contra las sociales, en nombre de los
valores sagrados de la persona y los derechos imprescriptibles del sujeto.
Pero, asimismo, tengo la conviccin de que no hay actividad ms
filosfica, aunque est condenada a parecer escandalosa a cualquier
espritu filosfico normalmente constituido, que el anlisis de la lgica
especfica del campo filosfico y las disposiciones y creencias socialmente
reconocidas en un momento concreto del tiempo como filosficas que en
l se engendran y se llevan a cabo como consecuencia de la ceguera de los
filsofos ante su propia ceguera escolstica. El acuerdo inmediato entre la
lgica de un campo y las disposiciones que suscita y supone, hace que todo
lo que pueda contener de arbitrario tienda a ocultarse bajo el disfraz de la
evidencia intemporal y universal. El campo filosfico no es ajeno a esta
regla. La crtica sociolgica no es, pues, un simple prolegmeno que slo
servira para introducir una crtica propiamente filosfica ms radical y ms
especfica: conduce al principio
de la filosofa de la filosofa, que est inscrita de manera tcita en la
prctica social que se designa en un lugar y una poca determinados
como filosfica.
Como en la actualidad el filsofo es ms o menos siempre un homo
acadmicas, su espritu filosfico est moldeado por y para un campo
universitario e impregnado de la tradicin filosfica particular que ste
vehicula e inculca: autores y textos cannicos sutilmente jerarquizados que
proporcionan al pensamiento ms puro los referentes y los faros por los
que debe guiarse (en este mbito, como en los dems, los programas
nacionales, escritos o no, producen cerebros programados de modo
nacional);
31
problemas fruto de debates nacidos en un momento histrico y
perennizados por la reproduccin escolar; grandes oposiciones recurrentes,
a menudo condensadas en pares de trminos antitticos, en los que hay
quien ha querido ver, recurriendo al adecuado estilo grandilocuente, las
oposiciones binarias de la metafsica occidental, y que remiten, ms
trivialmente, a la estructura dualista segn la cual el campo filosfico, como
cualquier otro, tiende a organizarse (en particular, en el caso de Francia, con
la oposicin constante entre un polo prximo a la ciencia, aplicado a la
epistemologa, la filosofa de las ciencias y la lgica, y otro prximo al arte y
la literatura por su objeto y forma de expresin, y dirigido hacia la esttica y
el esteticismo, como el posmodernismo actual); conceptos que, pese a su
aparente universalidad, son siempre indisociables de un campo semntico
situado y fechado y, a travs de l, de un campo de luchas a menudo
limitado, a su vez, a las fronteras de una lengua y una nacin; teoras ms o
menos mutiladas y fosilizadas por la rutina de una transmisin escolar que
las eterniza al precio de sacarlas de un contexto histrico y real, etctera.
Creo que la duda radical que implica la evocacin de las condiciones
sociales de la actividad filosfica, en particular mediante la libertad que
puede garantizar respecto a las conveniencias, las convenciones y los
conformismos de un universo filosfico que tambin tiene su sentido comn,
podra hacer que se tambaleara el sistema de defensa que la tradicin
filosfica ha erigido contra la toma de conciencia de la ilusin escolstica
(del que los famosos
48 49
textos de Platn sobre a scholy la caverna, o de Heidegger sobre das
Mam constituyen las piezas maestras). La filosofa implcita de la
filosofa que arraiga en esa ilusin, apoyada y estimulada, sin duda,
por la seguridad o la ambicin hegemnica relacionadas con el
disfrute de una posicin elevada (sobre todo, en Francia) en el campo
universitario, se manifiesta particularmente en unos pocos grandes
presupuestos comunes: el olvido electivo, la denegacin de la historia
o, lo que viene a ser lo mismo, el rechazo de cualquier aproximacin
gentica y cualquier verdadera historiciza- cin;
32
la ilusin del
fundamento, que resulta de a pretensin de adoptar respecto a las
otras ciencias un punto de vista que stas no pueden adoptar acerca
de s mismas, de fundamentarlas (tericamente) y de no estar
fundamentado por ellas (histricamente); el rechazo de toda
objetivacin del sujeto objetivados descalificada como
reduccionismo, con su prolongacin, el integrismo esttico.
Pero una duda radical fundamentada en una crtica de la razn
escolstica podra tener, sobre todo, el efecto de mostrar que los
errores de la filosofa, de los que los filsofos del lenguaje co-
rriente, esos aliados irremplazables, quieren liberarnos, tienen a
menudo la schol y la disposicin escolstica como raz comn. Es lo
que sucede, me parece, por no aducir ms que algunos ejemplos de
errores que me vienen de inmediato a la memoria, cuando
Wittgenstein denuncia la ilusin segn la cual comprender una
palabra y aprender su sentido constituye un proceso mental que
implica la contemplacin de una idea o la visin de un conte-
nido, o cuando Moore recuerda que, cuando vemos el color azul, la
conciencia de lo azul se nos escapa. De igual modo, cuando Ryle
distingue entre knowingthaty knowinghow, el conocimiento terico y el
dominio prctico (de un juego, de una lengua, etctera), o cuando
Wittgenstein, una vez ms, recuerda que formular juicios no es ms
que una de las maneras posibles de utilizar el lenguaje y que I am in
pain no es necesariamente un aserto, sino que puede ser tambin una
manifestacin de dolor, o, asimismo, cuando Strawson reprocha a los
lgicos el haber concentrado su atencin en frases relativamente
independientes del contexto, o cuando Toulmin invita a diferenciar
el uso corriente de la expre-
sin de la probabilidad del uso de los enunciados probabilistas en la
investigacin cientfica: todos se refieren a unas tendencias del pensamiento
que pertenecen al juego de lenguaje escolstico y que, precisamente por
ello, amenazan con ocultar la lgica de la prctica, a la que la exploracin del
lenguaje corriente puede introducir.
Es decir, cabe, como siempre he tratado de hacer, apoyarse en los
anlisis que la filosofa del lenguaje corriente, y tambin el pragmatismo, con
Peirce y Dewey en particular, hacen de estas tendencias genricas de la
filosofa acerca de las cuales Austin observa que nada tienen que ver con
debilidades personales de tal o cual filsofo en particular- para conferir toda
su generalidad y su fuerza a la crtica de la razn escolstica. Inversamente,
cabra, sin duda, encontrar en un anlisis de la posicin y la disposicin
escolsticas el principio de una radicalizacn y una sistematizacin de la
crtica del uso filosfico corriente del lenguaje y los paralogismos que
propicia, y tambin de la crtica del desfase entre las lgicas escolsticas y la
lgica de la prctica de la que todo impulsa a suponer que se expresa mejor
en el uso corriente, no escolstico, del lenguaje que en el uso socialmente
neutralizado y controlado que se emplea en los universos escolsticos.
PRIMER CASO PRCTICO: CONFESIONES IMPERSONALES
Para mitigar en parte la descamada objetivacin del anlisis que he
esbozado aqu del habitus filosfico de una generacin de filsofos franceses
que tiene la particularidad de haber impuesto sus particularidades a todo el
universo, y, tal vez, eliminar as algunas renuencias, creo intil proceder a
un ejercicio de introspeccin que trate de evocar a grandes rasgos mis anos
de aprendizaje de la filosofa. No tengo la menor intencin de hacer pblicos
esos recuerdos llamados personales que forman el teln de fondo grisceo
de las autobiografas universitarias: encuentros maravillados con maestros
eminentes, elecciones intelectuales que se entrelazan con las elecciones
profesionales. Lo que recientemente se ha presentado con la etiqueta de ego
histrico me parece todava muy lejano de una verdadera sociologa
reflexiva: los universitarios felices (los nicos a los que se pide este ejercicio
escolar...) no tienen historia, y pedirles que cuenten sin mtodo unas vidas
sin historia no significa necesariamente hacerles un favor, ni tampoco a la
historia.
50 51
As pues, hablar muy poco de m, de este yo, singular en cualquier
caso, que Pascal tacha de aborrecible. Y si, de todos modos, no paro de
hablar de m, se tratar de un yo impersonal que las confesiones ms
personales silencian, o que niegan, por su propia impersonalidad.
33
Paradjicamente, nada parece, sin duda, ms aborrecible hoy en da que este
yo intercambiable que ponen al descubierto el socilogo y el socioanlisis (y
asimismo, aunque de modo menos aparente y, por ello, mejor tolerado, el
psicoanlisis). Cuando precisamente todo nos prepara para entrar en el in-
tercambio regulado de los narcisismos, cuyo cdigo qued establecido, en
particular, por una tradicin literaria muy concreta, el esfuerzo de
objetivacin de este sujeto que tendemos a creer universal porque es algo
que tenemos en comn con todos aquellos que son fruto de las mismas
condiciones sociales tropieza con violentas renuencias. Quien se toma la
molestia de romper con la complacencia de las evocaciones nostlgicas para
explicitar la intimidad colectiva de las experiencias, las creencias y los
esquemas de pensamiento comunes -es decir, eso en que hasta cierto punto
no se piensa y que casi inevitablemente falta incluso en las autobiografas
ms sinceras porque, como cae por su propio peso, pasa inadvertido y
porque, cuando aflora a la conciencia, es reprimido como algo indigno de
publicacin se expone a herir el narcisismo del lector que se siente
objetivado a su pesar, por sentirse aludido, y de forma tanto ms cruel,
paradjicamente, cuanto ms cerca est, en su persona social, del
responsable de esa labor de objetivacin. A menos que el efecto de catarsis
que produce la toma de conciencia se exprese, como sucede a veces, por
medio de una risa liberada y liberadora.
Tengo que decir primero, y ser mi nica confidencia, que es
probable que si puedo plantearme hoy, con alguna posibilidad de xito,
restituir la visin del mundo universitario y el mundo intelectual que tena
en los aos cincuenta, no en lo que pudiera tener de ilusoriamente nica,
sino en lo que tena de ms banalmente comn, hasta en su ilusin de la
singularidad, es porque no he sabido complacerme mucho tiempo en el
maravillado asombro del oblato curado de modo milagroso. Experiencia
harto inslita, aunque no nica, ni mucho menos (la he encontrado en Nizan,
en particular gracias al hermossimo prefacio de Sartre a Aden Arable)* que
inclinaba, sin duda, a una distancia objetivante -los buenos informadores
suelen estar hechos de esta madera- respecto a los engaosos hechizos del
alma mter.
Apoyndome en esta experiencia voy a tratar de reconstruir el
* Versin castellana: Aden Arabia, trad. de Enrique Sordo, Plaza & Janes, Barcelona,
1990. (N. de T.)
52 53
espado de lo posible tal como se le presentaba al miembro que era yo
de una categora especial de adolescentes, los filsofos norma- liens3 que
compartan la posesin de todo un conjunto de propiedades comunes,
relacionadas con el hecho de estar situados en el corazn y la cumbre de la
institucin escolar y separados entre s, por lo dems, por diferencias
secundarias, asociadas, en particular, a su trayectoria social. A la manera de
un iniciado que, como el autor de Soleil hopi, narra su experiencia a un
etnlogo, deseara evocar, por lo menos a grandes rasgos, los ritos institucio-
nales idneos para suscitar la dosis de conviccin ntima y adhesin
inspirada que, alrededor de los aos cincuenta, era la condicin de ingreso
en la tribu de los filsofos. Y tratar de determinar por qu y cmo se volva
uno filsofo, palabra cuya ambigedad permite a cualquier profesor de
filosofa otorgarse el status de filsofo en el sentido pleno del trmino y que
contribua a propiciar en el aprendiz de filsofo la ambigedad de las
ambiciones y la ingente sobreinversin que excluyen unas elecciones mejor
determinadas y ms ajustadas a las posibilidades reales, como las de los
candidatos a profesor de dibujo, poco estimulados a pensarse como
artistas.
No puedo recordar aqu toda la mecnica de la eleccin que, del
concurso general4 al curso preparatorio para el examen de ingreso, lleva a
los elegidos (y muy en particular a los curados milagrosamente) a elegir la
escuela que los ha elegido, a reconocer los criterios de eleccin que los han
constituido en lite.
34
La lgica segn la cual se determinaba la vocacin de
filsofo no era, sin duda, muy diferente: uno no haca ms que someterse a
la jerarqua de las disciplinas orientndose, y, sin duda, tanto ms a menudo
cuanto ms haba sido galardonado, hacia lo que Jean-Louis Fabiani llama la
disciplina del galardn.
35
(Hasta los aos cincuenta, la filosofa era la
disciplina que ms prestigio tena, y la eleccin de la opcin de filosofa, en
los ltimos cursos del bachillerato y ms all, en detrimento de la opcin de
mates elementales, no constitua necesariamente una eleccin negativa
determinada por un xito menor en ciencias.) Para que se me comprenda
mejor, y aun asumiendo el riesgo de escandalizar a una profesin que niega
tener semejantes disposiciones jerrquicas, dir que, sin tener el mismo rigor
mecnico, la eleccin de la filosofa no era tan diferente, en cuanto al
principio que la inspiraba, de la que determina a los mejor clasificados en
cualquier concurso general a optar por la cole des mines o la Inspection des
3 En Francia, por antonomasia, los que se han formado en la cole nrmale
suprieure, la ms prestigiosa del pas. (N. del T.)
4 Concurso en el que participan los mejores alumnos de todos los institutos de
segunda enseanza de Francia, y que permite a los que obtienen la puntuacin ms alta
presentarse al examen de ingreso en los centros de formacin superior de mayor
prestigio del pas. (N, del T.)
finances. Uno se haca filsofo porque haba sido consagrado, y uno se
consagraba asegurndose la identidad prestigiosa de filsofo.
La eleccin de la filosofa era una manifestacin de la seguridad en el
propio status que reforzaba la seguridad (o la arrogancia) en el propio
status. Y ello ms que nunca en una poca en que el campo intelectual estaba
dominado por la figura de Jean-Paul Sar- tre y las khgnes,* en particular con
jean Beaufret, destinatario de la Briefber den Humanismus de Heidegger, e
incluso el propio examen de ingreso en la cole nrmale suprieure, con su
tribunal compuesto por Maurice Merleau-Ponty y Vladimir Janklvitch,
eran o podan parecer cumbres de la vida intelectual.
La khgne era el ncleo del aparato de produccin de la ambicin
intelectual a la francesa en su forma ms elevada, es decir, filosfica. El
intelectual total, figura que acababa de inventar e imponer Sartre, se senta
atrado por la enseanza de la khgne, que ofreca un amplio abanico de
disciplinas (filosofa, literatura, historia, lenguas antiguas y modernas) y
estimulaba, a travs del aprendizaje de la disertacin de omni re scibili, centro
de todo el dispositivo, una confianza en s mismo rayana a menudo en la in-
consciencia de la ignorancia triunfante. La creencia en la omnipotencia de la
invencin retrica slo poda salir reforzada con las exhibiciones sabiamente
teatralizadas de la improvisacin filosfica: pienso en maestros como Michel
Alexandre, discpulo tardo
* Khgne: Curso preparatorio para ingresar en la cole nrmale suprieure. (N.
delT.) de Alain, que disimulaba con poses profticas las debilidades de un
discurso filosfico reducido al recurso nico de una reflexin sin base
histrica, o Jean Beauffet, que iniciaba a sus maravillados alumnos en los
arcanos del pensamiento de Heidegger, ms prximo de lo que parece, en
tanto que encamacin ejemplar del -aris- tocratismo docente, de la vieja
tradicin alainiana (muchos de los filsofos formados en las khgnes de
los anos cincuenta han unido el fervor por Heidegger con la admiracin por
Alexandre).
Resumiendo, la khgne era el lugar donde se constitua la legitimidad
basada en el status de una nobleza escolar socialmente reconocida. Al
mismo tiempo, inculcaba el sentido de la altura que impone al filsofo
digno de este nombre las ms elevadas ambiciones intelectuales y le prohbe
rebajarse dedicndose a ciertas disciplinas o ciertos objetos, en particular, los
que tocan los especialistas de las ciencias sociales: ser necesario, por
ejemplo, el choque de 1968 para que los filsofos formados en las khgnes de
mediados de los aos cuarenta (Deleuze y Foucault, en especial) se
enfrenten, pero slo de un modo altamente sublimado, al problema del
54 55
poder y la poltica.
De igual modo que, como observa Elias, el noble sigue siendo noble
aunque sea un psimo espadachn (mientras que el mejor espadachn no por
ello se convertir en noble), el filsofo socialmente reconocido est
separado de los no filsofos por una diferencia de esencia que puede no ir
asociada en modo alguno con una diferencia de competencia (cuya definicin,
por cierto, vara segn las pocas y las tradiciones nacionales). Este sentido
de la dignidad de casta implica un sentido de la inversin (entendido en el
sentido del deporte y la bolsa de valores) que se manifestaba
particularmente en las preferencias intelectuales -pues los ms ambiciosos se
consagraban con predileccin a textos y autores esotricos, oscuros, incluso,
como en el caso de Husserl y Heidegger, prcticamente inaccesibles a falta
de traducciones (las obras mayores de Husserl y Heidegger no se traducirn
al francs hasta los aos sesenta, es decir, cuando ya haba remitido el fervor
que los envolva)-. Lo mismo cabe decir respecto a la eleccin de los temas
de tesina o de tesis y de los profesores encargados de dirigirlas, orientada
por un conocimiento prctico del espacio de lo posible y, ms exactamente,
por un sentido de las jerarquas entre los maestros y entre los futuros a la
vez temporales y espirituales que a travs de ellos se anuncian.
36
El sentido del juego es lo que permite poder prescindir del cinismo: el
anlisis, al hacer explcito lo que habitualmente permanece en estado
implcito, incluso en las biografas, estimula una visin finalista y
calculadora de las estrategias de inversin universitaria. A menudo inscrita
en el punto de vista de Tersites,* en el que se basan tantos discursos sobre
los intelectuales, esta visin re- ductora, sin duda, nunca resulta ms falsa
que cuando se impone en apariencia de la forma ms indiscutible, es decir,
en el caso de los grandes xitos intelectuales y universitarios. De hecho, los
verdaderos iniciados no necesitan escoger para hacer la buena eleccin, y sa
es una de las razones por la que resultarn elegidos: en efecto, por la extraa
adhesin, a la vez total y distante, ilustrada y ciega, de la docta ignorancia
que es inherente al sentido del juego es por lo que se suele reconocer las
vocaciones verdaderas, ajenas a los clculos mezquinos de la ambicin
profesional (el lector habr comprendido que no hablo en mi nombre, sino
que slo trato de evocar el tono y el tenor propios del discurso dominante).
La iniciacin lograda, la que da acceso a esta especie de casta dentro de la
casta que es la tribu de los filsofos norma- liens> garantiza el mayor
privilegio de cualquier persona bien nacida: una adaptacin al juego tan
inmediata y total que tiene los visos de lo innato y proporciona a quienes
gozan de ella la ventaja suprema de no tener que calcular para alcanzar los
ms excepcionales beneficios prometidos por el juego.
Pero esta casta es tambin un cuerpo cuyos miembros estn unidos por
unas solidaridades de intereses y afinidades de habitus que fundamentan lo
que no queda ms remedio que llamar un espritu de cuerpo, por muy
extraa que pueda parecer la expresin cuando se aplica a un conjunto de
individuos convencidos de su absoluta insustituibilidad. Una de las
funciones de los ritos de iniciacin consiste, en efecto, en crear una
comunidad y una
* Personaje de a Iliada. Deforme, cobarde y envidioso, critica y difama a todos
cuantos ocupan cargos importantes o son superiores a l. (N, del T.)
56 57
comunicacin de los inconscientes que posibiliten los conflictos
amortiguados entre adversarios ntimos, los prstamos ocultos de temas o
ideas que cada cual,,con-total sinceridad, puede atribuirse puesto que son
fruto de. esquemas de invencin parecidos a los propios, las referencias
tcitas y las alusiones inteligibles slo para un reducido crculo de allegados.
Basta con leer teniendo esto presente lo que se ha escrito desde los aos
sesenta para descubrir, bajo el fulgor engaoso de las diferencias
proclamadas, la homogeneidad profunda de los problemas, los temas y los
esquemas de pensamiento: por poner un ejemplo extremo, slo la
transfiguracin producida por el cambio completo de contexto terico impi-
de reconocer en el lema derrdiano de la deconstruccin una variacin
muy libre sobre el tema bachelardiano, convertido en topos escolar, de la
ruptura con las preconstrucciones, inherente a la construccin del objeto
cientfico, que se ha orquestado simultneamente en el polo cientfico o
cientificista del campo de la filosofa (de modo particular en Althusser) y
las ciencias sociales.
A partir de este acuerdo profundo sobre el lugar y el rango del filsofo
y la filosofa se definen las divergencias que fundamentarn las trayectorias
que conducen a las posiciones opuestas del campo filosfico durante los
aos setenta y que se refieren, en primer lugar, a la manera de situarse en
relacin con el estado anterior del campo, y de reivindicar la sucesin: ora en
la continuidad para quienes se proponen ocupar unas posiciones de poder
temporal dentro del campo universitario, ora en la ruptura para quienes se
orientan hacia unas posiciones prestigiosas en el campo intelectual, donde el
status de sucesor slo puede adquirirse mediante la subversin
revolucionaria. La complejidad de la relacin entre ambas generaciones y las
complicidades subterrneas entre miembros de una misma generacin se
ponen de manifiesto en el reconocimiento casi universal del que es objeto
Georges Cangu- hem. Condiscpulo en la Ecole nrmale suprieure de
Sartre y Aron, de quienes lo separa un origen popular y provinciano, Can-
guilhem podr ser reivindicado a la vez por los ocupantes de posiciones
opuestas en el campo universitario: en tanto que homo aca- demicus ejemplar -
ha desempeado durante mucho tiempo, y con la rigurosidad ms extrema,
las funciones de inspector general de la enseanza secundaria-, servir de
emblema a unos profesores que en las instancias de reproduccin y
consagracin del cuerpo ocupan posiciones absolutamente equiparables a
las suyas; pero en tanto que defensor de una tradicin de historia de las
ciencias y epistemologa que, en la poca del triunfo del existencialismo, re-
presentaba el refugio hertico de la seriedad y el rigor, ser consagrado, con
Gastn Bachelard, como maestro del pensamiento por los filsofos ms
alejados del ncleo de la tradicin universitaria, por ejemplo, Althusser,
Foucault y algunos otros; es como si su posicin a la vez central y menor en
el campo universitario y las disposiciones absolutamente inslitas, hasta
exticas, que lo haban predispuesto a ocuparla lo hubieran predestinado
para representar el papel de emblema totmico para todos aquellos que se
proponan romper con el modelo dominante y se constituan en colegio
invisible alinendose junto a l.
La dominacin de Sartre, en efecto, nunca se ejerci sin oposicin, y
quienes (entre los cuales me contaba) se proponan resistir al
existencialismo en su forma mundana o escolar podan apoyarse en un
conjunto de corrientes dominadas: una historia de la filosofa muy
estrechamente vinculada a la historia de las ciencias, cuyos prototipos
estaban representados por dos grandes obras (Dynamique et Mtaphysique
leibniziennes} de Martial Guroult, ex alumno de la cole nrmale suprieure
y profesor en el Collge de France, y Physique et Mtaphysique kantiennes, de
Jules Vuille- min, entonces joven profesor no numerario en la Sorbona y
colaborador de Les Temps modernes, que, ex alumno tambin de la Ecole
nrmale suprieure, ser el sucesor de Guroult en el Collge de France), y
una epistemologa y una historia de las ciencias representadas por autores
como Gastn Bachelard, Georges Can- guilhem y Alexandre Koyr. A
menudo de extraccin popular y provinciana, o de origen extranjero y ajenos
a las tradiciones escolares francesas, y adscritos a instituciones universitarias
excntricas, como la Ecole des hautes tudes o el Collge de France, estos
autores marginales y temporalmente dominados (habra que aadir a ric
Weil a la lista), ocultos a la percepcin comn por el fulgor de los
dominantes, ofrecan un apoyo a quienes, por razo
58 59
nes diversas, pretendan reaccionar contra la imagen a la vez fascinante
y rechazada del intelectual total, presente en todos los frentes del
pensamiento.
El afn de seriedad y rigor que induca a alejarse de las admiraciones
mundanas (y que impulsaba a muchos profesores de filosofa a oponer a
Sartre un Heidegger al que apenas haban ledo) tambin poda llevar a
buscar otro antdoto contra las facilidades del existencialismo, a menudo
identificado con una exaltacin literaria y un poco boba de la vivencia, en
la lectura de Husserl (traducido por Paul Ricoeur o por Suzanne Bachelard,
hija del filsofo e historiadora de las ciencias) o entre los fenome- nlogos
ms propensos a concebir la fenomenologa como una ciencia rigurosa,
como Maurice Merleau-Ponty, que tambin presentaba una apertura hacia
las ciencias humanas. En este contexto, la revista Critique, dirigida por
Georges Bataille y ric Weil, emblemticos de los dos polos de una oposicin
secundaria entre quienes volvan sus miradas hacia el polo dominado del
campo filosfico, ofreca asimismo unas salidas, facilitaba el acceso a una
cultura internacional y transdisciplinaria y permita escapar del efecto de
encastillamiento que ejerce toda escuela de lite. (El lector habr
comprendido que, en esta evocacin del espado de lo posible filosfico tal
como se presentaba entonces, se expresan las admiraciones, con frecuencia
muy entusiastas y siempre vivaces, de mis veinte aos, y el punto de vista
particular a partir del cual se engendr mi representacin del campo
universitario y la filosofa.)
Es posible, as, producir a voluntad las apariencias de la continuidad o
la ruptura entre los aos cincuenta y los setenta segn se tenga en cuenta o
no a los dominados de los aos cincuenta sobre los cuales se han apoyado
algunos de los cabecillas de la revolucin antiexistencialista en filosofa. Pero
del mismo modo que -exceptuando a Bachelard, que salpicaba sus escritos
de comentarios irnicos a propsito de las afirmaciones perentorias, particu-
larmente en materia de ciencia, de los maestros existendalistas los
dominados de los aos cincuenta traslucan, tanto en su vida como en su
obra, numerosos indicios de sumisin al modelo filosficamente dominante,
los nuevos dominantes de los aos setenta no llevarn, sin duda, hasta el
final la revolucin que emprendieron contra el fundamento de la
dominacin del filsofo total: incluso en sus obras ms liberadas del influjo
acadmico subsisten an huellas de la jerarqua, inscrita a la vez en la
estructura objetiva de las instituciones, con, por ejemplo, la oposicin entre
la gran tesis, donde se llevan a cabo los desarrollos ms ambiciosos, ms
originales y ms brillantes, y la pequea tesis, que antao se escriba en
latn, condenada a los trabajos humildes de la erudicin o las ciencias del
hombre, huellas evidentes, asimismo, en las estructuras cognitivas, en forma
de oposicin entre lo terico y lo emprico, lo general y lo especializado.
Su afn por mantener y marcar sus distancias respecto a las ciencias
sociales, tanto ms firme cuanto ms amenazaban su hegemona y ms se
apropiaban discretamente de muchas de sus adquisiciones, ha contribuido,
sin duda, a ocultar a los filsofos de los aos setenta y a sus lectores que la
ruptura que llevaban a cabo con las ingenuidades bienpensantes del
humanismo personalista no haca ms que conducirlos nuevamente a la
filosofa sin sujeto que las ciencias sociales (durkheimianas) ya defendan
desde principios de siglo. Lo que ha permitido a la insignificante polmica
de los aos ochenta tratar de volver a poner en marcha el pndulo de la
moda profesando una vuelta al sujeto contra aquellos que, en los aos
sesenta, a su vez haban anunciado la filosofa sin sujeto contra los
existendalistas, quienes, como Sartre y el primer Aron (el de la Introduction
a la philosophi de lhis- toire), se haban sublevado, a su vez, en los aos
treinta y en la inmediata posguerra, contra el imperio totalitario de la
filosofa objetivista de las ciencias del hombre...
No puedo concluir esta confesin impersonal sin evocar la propiedad
que me parece ms importante, pero tambin ms invisible, del universo
filosfico de este lugar y este momento y puede que de todos los tiempos
y de todos los pases, es decir, el retiro escolstico, que, aunque caracterice
tambin a otros lugares sealados de la vida universitaria, Oxford o
Cambridge, Yale o Harvard, Heidelberg o Gotinga, manifiesta, sin duda, una
de sus formas ms ejemplares en la cole nrmale suprieure (y la khg- ne).
Se ha hablado a menudo, para glorificarlo, del privilegio de
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ese mundo cerrado, aislado, abada de Tldeme5 liberada de las vicisitudes
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dd mundo real, donde se formaron, alrededor de los aos cincuenta, la
mayora de los filsofos franceses cuyo mensaje inspira hoy el campus
radicalism estadounidense.
(E, indudablemente, no es por casualidad. Las universidades
americanas, sobre todo las ms prestigiosas y exclusivas, son la schol
convertida en institucin. Con frecuencia situadas fuera y lejos de las
grandes urbes, como Princeton, totalmente aislada de Nueva York y
Filadelfia, o en unos suburbs sin vida, como Harvard en Cambridge, o,
cuando estn dentro de la ciudad como Yale en New Haven, Columbia en
el lmite con Harlem, o la Universidad de Chicago, colindante con un
inmenso gueto-, aisladas por completo de ella, en particular por la
proteccin policial de que gozan, tienen una vida cultural, artstica, incluso
poltica, que les es propia -por ejemplo, con su peridico estudiantil que
habla de los sucesos acaecidos en el campus- y que, con su ambiente de
estudio y apartado del mundanal ruido, contribuye a aislar a profesores y
estudiantes de la actualidad y la poltica, de todos modos muy lejana,
geogrfica y socialmente, y percibida como si estuviera en otra dimensin.
Tipo ideal, la Universidad de California en Santa Cruz, lugar destacado del
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posmodernismo, archipilago de colegios dispersos en un bosque que slo
se comunican por Internet, fue construida en los aos sesenta, en lo alto de
una colina, cerca de un balneario para jubilados acomodados, sin industrias:
cmo no creer que el capitalismo se ha disuelto en un flujo de significantes
separados de sus significados, que el mundo est poblado por cyborgs,
cybernetic organisms, y que uno ha entrado en la era de la informatics of
domination, cuando se vive en un pequeo paraso social y comunicacional,
del que ha sido eliminado cualquier vestigio de trabajo y explotacin?)
Los efectos del aislamiento escolstico, multiplicados por los de la
eleccin escolar y la cohabitacin prolongada de un grupo socialmente muy
homogneo, por fuerza han de propiciar un dis-
tanciamiento intelectualocntrico respecto al mundo: la brecha social y
mental nunca resulta tan manifiesta, paradjicamente, como en los intentos,
a menudo patticos y efmeros, por volver a unirse al mundo real, sobre
todo, mediante unos compromisos polticos (estalinismo, maosmo, etctera)
cuyo utopismo irresponsable y radicalidad irrealista dan fe de que todava
constituyen una manera de negar las realidades del mundo social.
Sin duda, la distancia que poco a poco he ido tomando respecto a la
filosofa se debe en gran parte a lo que se suele llamar las casualidades de la
vida, en particular una estancia forzada en Argelia, de la que cabra decir
que, sin ir ms lejos, origin mi vocacin de etnlogo, y luego de
socilogo. Pero no habra sido sensible a la llamada para comprender y
testimoniar qu sent entonces si no hubiera experimentado desde haca
mucho tiempo una insatisfaccin indudable respecto al juego filosfico,
hasta en su forma ms severa y ms rigurosa, que me impeda entregarme
por completo a l. Y, para evitar tener que claudicar, yo tambin, y acabar
cayendo en la confidencia, en definitiva, me limitar a citar un fragmento de
la correspondencia de Ludwig Wittgenstein que Jacques Bouveresse,
maravilloso intrprete, me ha hecho descubrir, y que expresa bastante bien
buena parte de mis sentimientos a propsito de la filosofa: Qu inters
puede tener el estudio de la filosofa, si todo lo que hace por uno es darle la
capacidad de expresarse de forma relativamente plausible sobre algunas
abstrusas cuestiones de lgica, etctera, si no mejora la forma de pensar
sobre las cuestiones importantes de la vida de cada da, si no hace a uno ms
consciente que un periodista cualquiera respecto a la utilizacin de las
expresiones peligrosas que las personas de esa clase usan para sus propios
fines?
62 63
SEGUNDO CASO PRCTICO: EL OLVIDO DE LA
HISTORIA
En Der Streit der Facultaten, Kant toma como punto de parth da la
constatacin de que, a diferencia de las facultades superiores (teologa,
derecho, medicina), cuya autoridad est directamente garantizada y
controlada por los poderes temporales, la facultad inferior (matemticas,
filosofa, historia, etctera) no tiene ms fundamento que la razn propia
del pueblo sabio. Privada de cualquier delegacin temporal, la filosofa se
ve obligada de este modo a hacer de necesidad histrica virtud terica: al re-
chazar el fundamento en razn social que de todos modos le es negado,
pretende fundamentarse a s misma en razn (pura), a costa de una
acrobacia terica digna del barn de Mnchhausen, y ofrecer de este modo a
las otras facultades el nico fundamento que vale en su opinin, es.decir,
respecto a la razn, y del cual, sin saberlo, estaran desprovistas, con el
consiguiente, y grave, problema para ellos.
El rechazo del pensamiento de la gnesis y, por encima de todo, del
pensamiento de la gnesis del pensamiento constituye, sin duda, uno de los
principios mayores de la resistencia que los filsofos oponen, ms o menos
universalmente, a las ciencias sociales, sobre todo cuando se atreven a tomar
como objeto la institucin filosfica y, por ende, al filsofo mismo, figura por
antonomasia del sujeto, y le niegan de este modo el status de
extraterritorialidad social que l mismo se concede, y cuya defensa pretende
organizar. La historia social de la filosofa, que pretende vincular la historia
de los conceptos o los sistemas filosficos a la historia social del campo
filosfico, parece negar en su misma esencia un acto de pensamiento que se
considera irreductible a las circunstancias contingentes y anecdticas de su
aparicin.
Puntillosos defensores de su monopolio de la historia de la filosofa, as
liberada de la ciencia histrica, los sacerdotes del culto filosfico someten
unos textos cannicos eternizados por el olvido del proceso histrico de
canonizacin del que son fruto a una lectura deshistorizante que, sin
siquiera tener necesidad de afirmar la creencia en la irreductibilidad del
discurso filosfico a cualquier determinacin social, deja de lado todo lo que
relaciona el texto con un campo de produccin y, por medio de l, con una
sociedad histrica.
El propsito de absolutizar las obras deshistoricizndolas se afirma
tambin de modo patente en las diferentes soluciones filosficas de la
contradiccin, tan vieja como la enseanza de la filosofa, que pone de
manifiesto la existencia de una pluralidad de visiones filosficas que afirman
su pretensin al dominio exclusivo de una verdad cuya unicidad profesan.
Si se deja de lado la creencia en una philosophia perennis, capaz de
perpetuarse, siempre idntica a s misma, mediante formas de expresin que
se renuevan sin cesar, o la conviccin eclctica y, por ello, tpicamente
acadmica que consiste en considerar las filosofas del pasado como conjun-
tos autosuficientes a la vez intrnsecamente necesarios (en tanto que
sistemas formalmente coherentes, merecedores de un anlisis
estrictamente interno) y no exclusivos, que haran las veces de
representaciones artsticas (como en Martial Guroult), o incluso
complementarios, en tanto que expresiones de axiomticas diferentes (como
en Jules Vuillemin), dichas soluciones pueden reducirse a tres filosofas de la
historia de la filosofa, asociadas a los nombres de Kant, Hegel y Heidegger.
Ms all de sus diferencias, comparten la aniquilacin de la historia, en
cuanto tal, haciendo coincidir alfa y omega, arch y tlos, pensamiento pasado
con pensamiento presente que lo piensa mejor de lo que se pens a s mismo,
segn la frmula de Kant que todo historiador de la filosofa reinventa
espontneamente en cuanto pretende dotar de sentido su propsito.
La visin arqueolgica de la historia de la filosofa que propo
64 65
ne Kant espera de la historia filosofante de la filosofa que sustituya la
gnesis emprica, atentatoria contra la dignidad del sujeto pensante, por la
gnesis trascendental; que reemplace el orden cronolgico de los libros
por el orden natural de las ideas que sucesivamente deben desarrollarse a
partir de la razn humana. Con esta condicin, en efecto, puede la historia
de la filosofa manifestarse en su verdad de historia de la razn, de devenir
lgico por medio del cual adviene a la existencia la verdadera filosofa, es
decir, el criticismo en tanto que superacin del dogmatismo y el
escepticismo.
37
La filosofa realizada, terminada, se presenta a s misma como
lo que permite pensar de manera filosfica, es decir perfectamente
ahistrica, todas las filosofas del pasado, y aprehenderlas como opciones
esenciales, basadas en la naturaleza misma del espritu humano, de las que
la filosofa crtica deduce la posibilidad.
As queda justificada una historia a priori que slo puede escribirse a
posteriori cuando ha surgido, como ex nihilo, la filosofa final y ltima que
cierra, concluye y corona, sin por ello deberle nada, toda la historia emprica
de las filosofas anteriores a las que supera al tiempo que permite
comprenderlas en su verdad: Las dems ciencias pueden ir creciendo poco
a poco gracias a una serie de esfuerzos conjugados y de adiciones. La
filosofa de la razn pura ha de ser establecida [entworfen] de una vez por
todas porque aqu se trata de determinar la naturaleza misma del
conocimiento, sus leyes generales y sus condiciones, y no de intentar
juzgarlo al buen tuntn.
38
La filosofa no tiene, ni puede tener, gnesis: aun-
que no advenga hasta el final, es un comienzo radical, puesto que surge de
golpe en su totalidad: Una historia filosfica de la filosofa no es posible
emprica ni histricamente, sino racionalmente, es decir, a priori. Pues pese a
establecer hechos de razn, no los toma prestados del relato histrico, sino
que los saca de la razn humana, en tanto que arqueologa filosfica.
39
La significacin social de la brecha entre lo emprico y lo
trascendental, entre la experiencia como hecho y las formas que se
manifiestan en ella y que la reflexin trascendental convierte en condiciones
de la objetividad inscritas en el sujeto del conocimiento, nunca se hace
patente de forma ms clara que en la distincin entre la vulgar historia de las
filosofas y la arqueologa filosfica como historia a priori que establece
unos hechos de razn que no saca, contra toda apariencia, de los hechos
brutos de la experiencia histrica, sino slo de la razn humana, hasta el
punto de que no queda ms remedio que preguntarse si, de forma ms
general, de igual modo que la arqueologa filosfica, historia
deshistoricizada por la sublimacin filosfica, lo trascendental no es siempre
una especie de emprico filosficamente transfigurado y, por ello, negado.
Slo en Hegel alcanza su pleno desarrollo la filosofa propiamente
filosfica de la historia de la filosofa: la ltima de las filosofas es,
efectivamente, la filosofa ltima, el trmino y objetivo de todas la filosofas
anteriores, el fin de la historia y de Ja historia de la filosofa. La filosofa
cabal, la actual, la ltima, contiene todo el producto del trabajo de milenios;
es el resultado de todo lo que la ha precedido. Este desarrollo de la filosofa,
considerado histricamente, es la historia de la filosofa.
40
El fin de la
historia de la filosofa es la propia filosofa que se hace al hacer la historia
filosfica de esa historia, para sacar a la luz la Razn: La filosofa tiene su
origen en la historia de la filosofa, y a la inversa. La filosofa y la historia de
la filosofa son la imagen la una de la otra. Estudiar esta historia es estudiar
la filosofa en s y, en particular, la lgica.
41
Pero si se identifica la filosofa
con su historia no es para reducirla a la historia histrica de la filosofa, y
menos an a la historia a secas, sino para incorporar la historia a la filosofa
y convertir el curso de la historia en un inmenso curso de filosofa: El
estudio de la historia de la filosofa es el estudio de la filosofa en s y no
puede ser de otro modo.
42
Nunca habamos estado ms cerca, al menos en
apariencia, de una historia banalmente histrica de la filosofa, y nos
quedamos, sin embargo, separados de ella toto coelo, como sola decir el
filsofo, puesto que esta historia absolutamente particular es, de hecho,
ahistrica.
El orden cronolgico del desarrollo de las filosofas es tambin un
orden lgico, y el necesario hilo conductor entre las filosofas, que es el del
Espritu al desarrollarse segn su propia ley, tiene primaca sobre la relacin
secundaria entre las diferentes filosofas y las sociedades donde han surgido:
La relacin de la historia pol-
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i
tica con la filosofa no consiste en ser la causa de la filosofa.
43
La historia
filosfica de la filosofa es una reapropriacin que se efecta en y por medio
de una toma de conciencia selectiva y unifica- dora que supera y conserva
los principios de todas la filosofas del pasado; en tanto que Erinnerung, es
redencin terica, teodicea, que salva el pasado al integrarlo en el
presente ltimo y, por consiguiente, eterno del saber absoluto. Slo
como una sucesin fundamentada en razn de unos fenmenos que
contienen y desvelan lo que es la razn se revela esta historia como algo
razonable [...]. Y precisamente a la filosofa le corresponde reconocer que,
en la medida en que su propio fenmeno forma parte de la historia, sta
slo se halla determinada por la Idea.
44
Las filosofas del pasado, con
todas las determinaciones que deben a su arraigo en una poca
determinada de la historia, son tratadas como meras etapas del desarrollo
del Espritu, es decir, de la filosofa: La historia no nos presenta el
devenir de cosas ajenas, sino nuestro devenir, el devenir de nuestra
ciencia.
45
Y uno acaba preguntndose si, al menos en el caso de quien
fue una de las encarnaciones supremas del profesor (alemn) de filosofa, la
historia filosfica de la filosofa no habr sido el fundamento de la filosofa
de la historia.
Queda la teora del regreso al origen, que convierte al filsofo (o al
profesor de filosofa) en custodio e intrprete de los textos sagrados de la
filosofa -papel a menudo reivindicado tambin por los fillogos-, y le asigna
la misin de desvelar lo que se entreg en su verdad en el comienzo. Este
modelo de la historia de la filosofa como elucidacin de la verdad revelada
en el origen (arch) alcanza su pleno desarrollo con la teora heideggeriana
de la verdad como des-velamiento y anamnesis, que confiere su justifica-
cin ms alta a una de las formas ms prestigiosas de la prctica tpicamente
docente del comentario: autoriza y estimula al lector a pensarse como
autntico ductor,; profeta o heresiarca que, por medio de un regreso a la
pureza de los orgenes (griegos), ms all de la era de la metafsica y de
Platn, que la inaugura, revela a sus contemporneos la verdad, largo
tiempo obnubilada y olvidada, de una revelacin de verdad, inscrita en una
historia que nada tiene de accidental, sino que pertenece a la historia del
Ser.
As, la ambicin de ser uno mismo su propio fundamento es
inseparable del rechazo a levantar acta de la gnesis emprica de esta
ambicin y, ms generalmente, del pensamiento y sus categoras. Est claro,
en efecto, que la resistencia a la historicizacin arraiga no slo en los hbitos
de pensamiento de todo un cuerpo, adquiridos y reforzados por el
aprendizaje y el ejercicio rutinarios de una prctica ritualzada, sino tambin
en los intereses relacionados con una posicin social. Tanto es as, que para
combatir este olvido de la historia (digno del olvido del Ser heideggeria-
no), que, como se fundamenta en la fe, es poco accesible a los argumentos de
la razn, me siento tentado a oponer la autoridad a la supersticin y remitir
a los adeptos de la hermenutica filosfica, lectura estrictamente filosfica
de los textos consagrados por la tradicin como filosficos, a los diferentes
pasajes del Tractatus donde Spinoza define el programa de una verdadera
ciencia de las obras culturales. Pide, en efecto, a los intrpretes de los libros
pro- fticos que rompan con la rutina de las exgesis hermenuticas para
someter esas obras a una investigacin histrica con el propsito de
determinar no slo la vida y las costumbres del autor de cada libro, el fin
que se propona, quin fue, en qu ocasin, en qu poca, para quin y, para
terminar, en qu lengua escribi, sino tambin [el libro] en qu manos
cay [...], quines decidieron admitirlo en el canon, cmo los libros
reconocidos como cannicos fueron reunidos en un cuerpo.
46
Este
programa magnficamente sacrilego, que apenas empieza ahora a ser
aplicado en el mbito del anlisis de los textos filosficos, contradice punto
por punto todos los presupuestos de la lectura litrgica, la cual, por otra
parte, en cierto sentido no es tan absurda como podra parecer desde el
punto de vista de una razn un poco estrecha, puesto que permite asegurar a
los textos cannicos la falsa eternizacin de un embalsamamiento ritual.
2. Las tres formas del error escolstico
71
5
!!
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1
Si hay que recordar las condiciones sociales de la formacin de la
disposicin escolstica, no es con un propsito estril y fcil (por ser
siempre algo placentero) de denuncia. No se trata de enjuiciar esa
situacin de retraimiento o de retiro desde un punto de vista tico o
poltico -como se ha hecho con frecuencia en el pasado al condenar
sta o aquella tradicin, el idealismo alemn, por ejemplo, como
filosofa de profesores-, y menos an de denigrar o condenar el
modo de pensamiento que la hace posible, fruto de un prolongado
proceso histrico de liberacin colectiva y que ha propiciado las
conquistas ms excelsas de la humanidad. Se trata tan slo de intentar
determinar si y en qu medida afecta al pensamiento que la hace
posible y, en consecuencia, a la forma y el contenido mismos de lo que
pensamos. La lgica en que se sita esta evocacin es la de la
interrogacin epistemolgica, no la del cuestionamento poltico (que
casi siempre ha permitido obviar la primera): interrogacin
fundamental, puesto que hace hincapi en la postura epistemolgica
en s y en los presupuestos inscritos en el hecho de estar en
disposicin de retirarse del mundo para pensarlo.
A pesar de ello, el anlisis de las consecuencias que conlleva la
ignorancia de los efectos de la universalizacin inconsciente de la
visin del mundo asociada a la condicin escolstica no es un ejercicio
gratuito de mera especulacin: el autmata escolstico que es el
producto de la asuncin (y, con ello, del olvido) de los cons-
treimientos de la condicin escolstica es un principio sistemti-
1 = [
71
72 73
co de error, y ello en el orden del conocimiento (o de la ciencia), en el de
la tica (o del derecho, y la poltica) y en el de la esttica, tres mbitos de
la prctica que se han constituido en campos al liberarse de las
urgencias del mundo prctico y disociarse asimismo de la filosofa. Las
tres formas de error, al estar basadas en un mismo principio, la
universalizacin de un caso particular, es decir, de la visin del mundo
que propicia y autoriza una condicin social particular, y en el olvido o
la inhibicin de esas condiciones sociales de posibilidad, se hallan
unidas por un parentesco de familia y se sostienen y caucionan
mutuamente, lo que las vuelve ms robustas y capaces de resistir la
crtica.
EL EPISTEMOCENTRISMO ESCOLSTICO
Tras haber tomado buena nota de la diferencia, ignorada o re-
primida, entre el mundo corriente y los mundos doctos, puede uno
dedicarse, sin nostalgia primitivista ni exaltacin populista, a la
tarea de pensar verdaderamente lo que sigue siendo casi inaccesible a
todo pensamiento escolstico digno de este nombre: la lgica de la
prctica; y ello tratando de llevar hasta el final el anlisis que incluso los
ms intrpidos filsofos detienen a menudo a medio camino, es decir,
en el momento en que se topara con lo social. Para lograrlo, hay que
volver del revs el movimiento que exalta el mito de la caverna,
ideologa profesional del pensador profesional, y regresar al mundo de
la existencia cotidiana, pero pertrechado con un pensamiento cientfico
lo suficientemente consciente de s mismo y de sus lmites para ser
capaz de pensar la prctica sin aniquilar su objeto. En trminos menos
negativos, se trata de comprender, en primer lugar, la comprensin
primera del mundo que va vinculada a la experiencia de la inclusin en
este mundo; despus la comprensin, casi siempre errnea y de-
formada, que el pensamiento escolstico tiene de esta comprensin
prctica, y, por ltimo, la diferencia, esencial, entre el conocimiento
prctico, la razn razonable, y el conocimiento docto, la razn
razonante, escolstica, terica, que se engendra en los campos
autnomos.
Los efectos de la distorsin escolstica son tanto ms importantes y
ms ruinosos cientficamente cuanto ms alejados estn de los
universos escolsticos, en sus condiciones de existencia, aquellos
objetos que la ciencia toma como objeto, tanto si se trata de los
miembros de las sociedades tradicionalmente estudiadas por la
etnologa (que, al no objetivar su inconsciente escolstico, a menudo
est menos liberada de lo que parece, y lo que cree, de los presupuestos
esencahstas de la evocacin que hace Lvy-Bruhl de la mentalidad
primitiva) como de los ocupantes de las posiciones inferiores del
espado social. En efecto, en cuanto se dispensa del anlisis de la postura
terica que adopta frente a su objeto, de las condiciones sociales que
la hacen posible, y del desfase entre estas condiciones y las que
constituyen la base de las prcticas que analiza, o, ms sencillamente,
cuando olvida que, como recuerda Bachelard, el mundo en el que se
piensa no es el mundo en el que se vive, el etnlogo encerrado en su
etocentrismo escolstico puede vislumbrar una diferencia entre dos
mentalidades, dos naturalezas, dos esencias, como Lvy-Bruhl y
otros, ms discretamente, despus de l, all donde, en realidad, slo
se enfrenta a una diferencia entre dos modos, socialmente construidos,
de construccin y comprensin del mundo: el primero, escolstico, que
tcitamente erige en norma; el segundo, prctico, que comparte con
unos hombres y unas mujeres al parecer muy alejados de l en el
tiempo y el espacio social, y en el que no sabe reconocer el modo de
conocimiento prctico (a menudo mgico, sincrtico, en una palabra,
prelgico) que tambin es el suyo en los actos y las vivencias (las de los
celos, por ejemplo) ms corrientes de la existencia corriente. El
etnocentrismo escolstico lleva a anular la especificidad de la lgica
prctica, ora asimilndola a la lgica escolstica, pero de forma ficticia y
puramente terica (es decir, sobre el papel y sin consecuencias
prcticas), ora remitindola a la alteri- dad radical, a la no existencia y
al no valor de lo brbaro o lo vulgar, que, como oportunamente
recuerda la nocin kantiana de gusto brbaro, no es ms que lo
brbaro de lo interior.
En las elecciones no efectuadas de la prctica cientfica corriente,
ms que en las profesiones de fe epistemolgicas o deon- tolgicas (que,
sobre todo cuando se es etnlogo, prohben cualquier manifestacin de
altavoz social), es donde se manifiesta el inconsciente escolstico, y la
teora del conocimiento de espectador, que, como dice Dewey,
implica: al poner en cierto modo su pensamiento pensante en la mente
74 75
de los agentes actuantes, el investigador da por bueno que el mundo tal
como l lo piensa (es decir, como objeto de contemplacin, de
representacin, de espectculo) es el mundo tal como se presenta para
aquellos que no tienen la libertad (o el deseo) de retirarse de l para
pensarlo; coloca en la base de las prcticas de dichos agentes actuantes,
es decir, en su conciencia, sus propias representaciones, espontneas
o elaboradas, o, peor an, los modelos que ha tenido que elaborar (a
veces en contra de su propia experiencia sincera) para dar razn de
dichas prcticas.
En este aspecto, estamos tan separados de nuestra propia ex-
periencia prctica como de la de los dems. En efecto, por el mero
hecho de detenernos a pensar en nuestra prctica, de volvernos hada
ella para considerarla, para describirla, para analizarla, en cierto modo,
nos distanciamos de ella y tendemos a sustituir el agente actuante por el
sujeto reflexionante, el conocimiento prctico por el conocimiento
cientfico que selecciona los rasgos significativos y los indicios
pertinentes (como en los relatos autobiogrficos) y, ms
profundamente, provoca en la experiencia una alteracin esencial
(aquella que, segn Husserl, separa la retencin del recuerdo, la
protensin del proyecto). El olvido de esta transmutacin inevitable, y
de la frontera que establece entre el mundo en el que se piensa y el
mundo en el que se vive, es tan natural, tan profundamente
consustancial al pensamiento pensante, que resulta poco probable que
alguien que est inmerso en el juego del lenguaje escolstico pueda
ser capaz de recordar que el hecho mismo de pensar y discurrir sobre la
prctica nos separa de ella. Hace falta, por ejemplo, toda la energa
subversiva de un Wittgenstein para sugerir que el enunciado I am in
pain, incluso cuando se presenta en forma de aserto, no es, sin duda,
ms que una variedad de comportamiento de dolor, como el gemido o
el grito.
Lo cual significa claramente que la ciencia no ha de proponerse
como fin la recuperacin por cuenta propia de la lgica prctica, sino la
reconstruccin terica de esa lgica incluyendo en la teora la distancia
entre la lgica prctica y la terica, o incluso entre una teora prctica,
folk knowledge o folk theory, como dicen Schtz, y los etnometodlogos
despus de l, y una teora cientfica. Y ello mediante un esfuerzo
constante de introspeccin, nico medio, asimismo escolstico, de luchar
contra las inclinaciones escolsticas. Se suele ignorar, en efecto, que la
descripcin de las descripciones o las teoras espontneas supone, a su
vez, una ruptura escolstica con la actividad registrada que hay que
inscribir en la teora; y que formas aparentemente humildes y sumisas
de la labor cientfica, como la thick description, llevan implcito e impo-
nen a lo real un modo de construccin preconstruido que no es ms que
la visin escolstica del mundo: resulta claro, en efecto, que en su
descripcin rigurosa de una pelea de gallos, Geertz atribuye
generosamente a los balneses una mirada hermenutica y esteta que
no es otra que la suya. Y resulta despus normal que, por no haber
inscrito explcitamente en su descripcin del mundo social la
hteraturizadn a la que su descripcin lo ha sometido, lleve hasta sus
ltimas consecuencias su error por omisin al afirmar, en contra de
toda razn, en su prefacio a The Interpre- tation of Culture, que el mundo
social y el conjunto de las relaciones y los hechos sociales tan slo son
textos.
1
A semejanza de la razn que, segn Kant, tiende a situar el
principio de sus juicios no en s misma sino en la naturaleza de sus
objetos, el epistemocentrismo escolstico engendra una antropologa
totalmente irreal (e ideal): al imputar a su objeto lo que pertenece, de
hecho, a la manera de aprehenderlo, proyecta en la prctica, como la
rational action theory, una relacin social impensada que no es ms que
la relacin escolstica con el mundo. Al adoptar formas diversas segn
las tradiciones y los mbitos de anlisis, sita un metadiscurso (la
gramtica, producto tpico del punto de vista escolstico, como en
Chomsky) en el origen del discurso, o lo metaprctico (el derecho, como
en numerosos etnlogos, siempre propensos al juridicismo, o las reglas
de parentesco, gracias a los juegos de palabras acerca de los diferentes
significados de la palabra regla, que Wittgenstein nos ense a
distinguir, como en Lvi-Strauss) en el origen de las prcticas.
76 77
Como ignora qu la define propiamente, el cientfico imputa a los
agentes su propia visin, y, en particular, un inters de conocimiento
puro y comprensin pura que, salvo excepciones, les resulta ajeno. Esto
se traduce en el filologismo, que, segn Bakh- tine, impulsa a tratar
todas las lenguas como lenguas muertas, hechas tan slo para ser
descifradas, o en el intelectualismo de los semilogos estructuralistas,
que consideran el lenguaje ms como un objeto de interpretacin o de
contemplacin que como un instrumento de accin y poder. Y tambin
en el epistemocentrismo de la teora hermenutica de la lectura (o, a
fortiori, de la teora de la interpretacin de las obras de arte concebida
como lectura): mediante una indebida universalizacin de los
presupuestos inscritos en el status de lector y la schol escolar, condicin
de posibilidad de esta forma muy particular de lectura que,
profusamente efectuada, y casi siempre repetida, est orientada de
manera metdica hacia la extraccin de un significado intencional y
coherente, se tiende a concebir cualquier comprensin, incluso prctica,
como una interpretacin, es decir, como un acto de desciframiento
consciente de s mismo (cuyo paradigma es la traduccin).
Al someterse a una forma injustificable de proyeccin propia en
los otros, como solan decir los fenomenlogos, que se fundamenta en
el mito profesional de la lectura como recreacin, se lee a los ductores
del presente o del pasado como lo hacen los lectores. El modo en que se
presenta la obra, es decir, como opus opera- tum totalizado y canonizado
en forma de obra completa, desgajada de la poca en que se elabor y
susceptible de ser recorrida en todos los sentidos, oculta la manera
como se elabor la obra y, sobre todo, el modus operandi del que es fruto;
lo que lleva a obrar como si la lgica que desprende la lectura
retrospectiva, totalizante y destemporalizante, del lector hubiera estado
en el origen de la accin creadora del ductor, y ello desde el principio. Se
ignora as la lgica especfica del proceso de invencin, que, incluso en
el caso de las investigaciones ms formales, es siempre la aplicacin de
una disposicin del sentido prctico que slo se descubre y se
comprende cuando se desvela a s misma en la obra en la que se lleva a
cabo.
2
Lgicas prcticas
La visin escolstica prescinde de la interrogacin metdica acerca
de la diferencia entre los puntos de vista terico y prctico que se
impone, al margen de cualquier intencin de especulacin pura, en la
forma de plantear las operaciones ms concretas de la investigacin en
ciencias sociales: maneras de conducir una entrevista, descripcin de
una prctica, establecimiento de una genealoga, etctera. Para llevar a
cabo la conversin de la mirada que exige una correcta comprensin de
la prctica captada en su lgica propia, hay que adoptar un punto de
vista terico sobre el punto de vista terico y sacar todas las
consecuencias tericas y metodolgicas del hecho, en cierto sentido
demasiado evidente, de que el cientfico (etnlogo, socilogo,
historiador) no est, frente a la situacin y a los comportamientos que
observa y analiza, en la posicin de un agente actuante, implicado en la
accin, metido en el juego y sus apuestas: por ejemplo, ante tal o cual
matrimonio registrado en las genealogas que recopila, no est en la
posicin de un padre o una madre que desea casar, y bien, a su hijo o su
hija. Pero es infrecuente que esta diferencia en los puntos de vista, y en
los intereses asociados a ellos, sea tenida en cuenta en el anlisis. Y ello
incluso en el caso del etnlogo, a quien, sin embargo, no faltan motivos
para considerarse excluido del juego, por su condicin de extranjero, y,
por consiguiente, condenado, quiralo o no, a un punto de vista casi
terico (aunque tal vez encuentre un estmulo para olvidar los lmites
inherentes a su punto de vista en sus esfuerzos ms o menos
afortunados para participar y, sobre todo, en la complicidad de que le
hacen sentirse partcipe a menudo sus informadores sobre todo los
ancianos- cuando les impone, sin saberlo, el punto de vista
escolstico, en particular mediante preguntas que los inclinan y los
estimulan a adoptar un punto de vista terico sobre su propia prctica).
Y la experiencia de la alteridad ajena, tan poderosa y fascinante, es, sin
duda, lo que le lleva a olvidar, en la complacencia literaria del exotismo,
que l no es menos ajeno a su propia prctica que a las prcticas
extraas que observa o, mejor dicho, que su propia prctica no le
resulta menos ajena, en su verdad de prctica, que las prcticas
78 79
ajenas ms extraas, como los comportamientos rituales, con los
que comparte esa cosa esencial, pero tan difcil de pensar, en su
evidencia trivial, que es la lgica de la prctica.
Basta situarse con el pensamiento, gracias a un esfuerzo terico y
emprico (y no mediante la magia de alguna forma de intuicin o
participacin afectiva), en el punto de vista del agente implicado de
manera prctica en unos universos donde lo esencial de la circulacin
del capital econmico y, sobre todo, simblico pasa por los
intercambios matrimoniales para que sea posible pensar que
comportamientos como las prcticas asociadas al matrimonio, desde las
negociaciones iniciales hasta el ritual final, estn orientados por
estrategias (y no por reglas) pensadas para optimizar los beneficios
materiales y simblicos que proporciona dicha institucin. La misma
conversin terica de la mirada terica lleva a descubrir que la accin
ritual (al igual que la recitacin mtica), que la antropologa objetivista
sita del lado de la lgica y el lgebra, est mucho ms cerca, en
realidad, de una gimnasia o un baile que saca partido de todas las
posibilidades que ofrece la geometra corporal, derecha/izquierda,
arriba/abajo, delante/detrs, encima/debajo, etctera, y orientada
hacia fines muy serios y a menudo muy acuciantes. Platn recordaba
que el filsofo es mitlogo; pero tambin resulta cierto que el
mitlogo (en el sentido de analista de los mitos) es a menudo filsofo, lo
que le lleva a olvidar que los sistemas simblicos, como la prctica
ritual, son co-. herentes y significantes, pero slo hasta cierto punto;
porque deben someterse a una doble condicin: poner de manifiesto,
por una parte, una constancia determinada en el uso de los smbolos y
los operadores mticos y, por otra, seguir siendo prcticos, es decir,
econmicos, fciles de manejar y orientados hacia fines prcticos, hacia
la realizacin de deseos, de anhelos, con frecuencia vitales, para el
individuo y, sobre todo, para el grupo.
As que hasta que no se ha conseguido, a costa de un aprendizaje
de los otros y su prctica que, todo hay que decirlo, no funciona sin
un aprendizaje de uno mismo y su propia prctica, prestar ms
atencin y ser ms receptivo a la prctica tal como se practica, no se
tiene alguna posibilidad de observar y registrar ciertos rasgos de los
comportamientos rituales que el logicismo es- tructuralista, apoyado
por toda la lgica social del universo escolstico, empapado de lgica
lgica, de modelos -matemticos preferentemente, llevara a ignorar o
descartar como meros errores o fallos, carentes de sentido e inters, del
lgebra mtica. Se trata de actos ambiguos, de objetos polismicos,
subdeterminados o indeterminados, de dobletes autorizados por la
indeterminacin relativa de los actos y los smbolos, por no mencionar
las contradicciones parciales y la irresolucin fruto de la abstraccin
incierta que anima todo el juego y le confiere su coherencia prctica, es
decir, tambin su flexibilidad, su apertura; en pocas palabras, todo
aquello que hace que el juego resulte prctico y, por lo tanto, est
predispuesto a responder con el mnimo costo (particularmente en
investigacin lgica) a los apremios de la existencia y la prctica.
3
Aunque hay multitud de ejemplos, slo mencionar las ambi-
gedades del ritual de la ltima gavilla de los bereberes de la Cabi- lia.
Dicho ritual, como si se dudara entre un ciclo de la resurreccin de la
simiente y un ciclo de la muerte y la resurreccin del campo, trata la
ltima gavilla, segn los lugares, como personificacin femenina del
campo (se habla entonces de la novia y se invoca, para que caiga
encima de ella, a la lluvia, masculina, a veces personificada con el
nombre de Anzar), o como smbolo masculino, flico, del espritu del
grano, condenado a regresar durante un tiempo a la sequa y la
esterilidad antes de iniciar un nuevo ciclo de vida al derramarse en
forma de lluvia sobre la tierra sedienta. Y, asimismo, las ambigedades
que rodean a la lluvia, que, por su origen celeste, forma parte de la
masculinidad solar a la vez que evoca, en otro aspecto, la feminidad
hmeda y terrestre, de modo que puede ser tratada, segn las
circunstancias, como fecundante o fecundada. Lo mismo sucede con un
operador como el esquema de la hinchazn, que tanto se asocia a la
virilidad flica y la simiente, que provocan la hinchazn, como a la
tierra o el vientre de la mujer, que se hinchan, al igual que las habas o el
trigo en la olla.
Entre las condiciones prcticas del funcionamiento de la lgica
prctica, una de las ms determinantes estriba, sin duda, en el hecho de
que las acciones, hasta las ms ritualzadas y repetitivas,
80 81
estn necesariamente vinculadas al tiempo por su movimiento y su
duracin. Ahora bien, por no percatarse de que la coherencia econmica
que conviene a unos comportamientos necesariamente sometidos al
apremio de los fines prcticos resulta posible gracias al hecho de que se
desarrollan en el tiempo, la hermenutica obje- tivista destroza esta
lgica mediante la elaboracin de esquemas y modelos que chocan de
frente con los momentos sucesivos de la prctica (por ejemplo, el
obsequio y el contraobsequio): considera monotticamente, por
utilizar la terminologa de Husserl, es decir, en la simultaneidad, unas
concatenaciones de prcticas simblicas que desarrollan
politticamente, es decir, en la sucesin y la discontinuidad, unos
smbolos miticorrituales polismicos, resguardados as de la
confrontacin y la contradiccin con las que uno se topa en cuanto
procede a una recopilacin sistemtica (por ejemplo, al tratar de
reconstituir el calendario de las prcticas y los ritos agrarios, culinarios,
etctera), y que juegan con las connotaciones y los armnicos de los
smbolos en funcin de los apremios y las exigencias de la situacin,
para lo que sacan partido de las libertades lgicas que proporciona el
escalonamiento en el tiempo (lo que suprime la sincronizacin terica,
la misma que utilizaba Scrates como arma para conseguir que sus
interlocutores incurrieran en contradicciones).
En cuanto al principio de esta coherencia mnima, slo puede ser la
prctica analgica basada en la transferencia de esquemas, que se efecta
sobre la base de equivalencias adquiridas que facilitan la sustituibilidad
y la sustitucin de un comportamiento por otro y permite dominar,
mediante una especie de generalizacin prctica, todos los problemas
semejantes que puedan plantearse en situaciones nuevas. Este buen uso
de la polisemia, de. lo difuso, de lo vago, de lo aproximativo, y este arte
de enlazar unas prcticas vinculadas por un parentesco familiar ms
o menos demostrado no son, por lo dems, exclusivos de los mundos
arcaicos. A riesgo de sorprender a ms de uno, podra mncionar aqu
ciertas formas de la lgica prctica a las que, aunque no las tomemos en
consideracin en nuestras teoras, a menudo nos sometemos, particular-
mente en el orden de la poltica por ejemplo, cuando utilizamos
conjuntos difusos de metforas imprecisas y conceptos aproxima- tivos:
liberalismo, liberacin, liberalizacin, flexibilidad, adaptabilidad,
desregulacin, etctera-, pero tambin en el orden intelectual, donde
han prosperado y siguen prosperando pensamientos sincrticos,
plasmados mediante una dosificacin variable segn los receptores,
las circunstancias, las ocasiones-, de temas y esquemas adoptados de
diferentes pensadores como entre los revolucionarios
conservadores alemanes de los aos treinta: degeneracin,
descomposicin, totalidad, etctera, que ofrecen a cada uno de sus
usuarios la posibilidad de proyectar sus pulsiones o sus intereses ms
corrientes hacindose la ilusin de ser tremendamente original.
La barrera escolstica
Al igual que la investigacin etnolgica, la sociolgica produce
distorsiones que no son ms que una forma particular de los
malentendidos estructurales que se instauran cada vez que un pro-
fesional, abogado o mdico, catedrtico o ingeniero, se relaciona con un
profano, ajeno a la visin escolstica, sin tener conciencia de enfrentarse
no slo a un lenguaje diferente, sino a otro modo de elaboracin de lo
que est en juego (el litigio o el malestar, por ejemplo), lo que supone la
puesta en marcha de un sistema de disposiciones profundamente
distinto. Muchos de los fracasos que ocurren entonces en la
comunicacin son imputables a la dificultad que hay para pasar de la
nocin dependiente de la prctica cotidiana a la nocin sabia, jurdica,
mdica o matemtica, es decir, para adoptar la disposicin que supone
su utilizacin adecuada en el campo considerado y que lleva a acentuar
determinadas connotaciones de los trminos exigidos por ese campo (la
connotacin matemtica, sociolgica o artstica que puede tener, por
ejemplo, la palabra conjunto) e incluso a darles carcter absoluto.
Cuando esos lenguajes (que, como los del derecho o la filosofa, slo
son parcialmente independientes respecto al lenguaje corriente) vayan
dirigidos a oyentes y usuarios preparados para adoptar, aun sin
saberlo, el principio de seleccin entre las diferentes connotaciones que
est en vigor en el campo (y que se enuncia en las tautologas
fundadoras: hay que leer filosficamente los textos filos- feos, hay que
contemplar estticamente -y no religiosa o erticamente, etctera las
obras de arte, etctera), no liara falta precisar en qu sentido se han de
toman
Pero el desfase reaparece en cuanto este acuerdo de las disposi-
ciones ya no est garantizado: por ejemplo, cuando se trata de convertir
82 83
una queja, entendida como mera expresin del dolor, la insatisfaccin o
el descontento, en denuncia en el sentido jurdico, en exposicin de un
perjuicio o una injusticia ante una institucin jurdica o en
reivindicacin universal ante un delegado, un diputado o un portavoz.
La decepcin que experimentan a menudo los pobres cuando acuden a
los tribunales no es ms que la manifestacin de la frustracin
estructural a la que estn condenados en sus relaciones con las
instituciones burocrticas. La dificultad no es menor, aunque no lo
parezca, cuando una necesidad, una expectativa o una vaga aspiracin
tienen que exponerse respetando las formas, como una solicitud formal,
ante un organismo de ayuda social o cualquier otra institucin
asistencial. Y qu decir de la transformacin, aparentemente tan banal,
que supone la plasma- cin en forma jurdica de una promesa? Por
ejemplo, la que se lleva a cabo, en cierto modo por su propia inercia, y
casi al margen de los interesados, por mediacin de un agente jurdico
como el notario, garante de la conformidad a las reglas de las
formalidades obligadas, de la escritura del contrato, del registro y la
autenrifica- cin de las firmas, del sellado y rubricado del documento,
de la exposicin casi sacramental de las clusulas, etctera. Como el sa-
cerdote en su esfera, el funcionario pblico es el agente de una
transformacin misteriosa y arriesgada que confiere la categora de
derecho a un acto singular, coyuntural, y lo convierte as en acto
jurdico para que a partir de ese momento sea considerado (en
particular por aquellos agentes jurdicos que tengan que tomar co-
nocimiento de l) capaz de producir todos los efectos jurdicos
vinculados con la categora de actos en la que formalmente ha sido
inscrito (arrendamiento, compra, venta, etctera).
Lo que est en juego, en todos estos casos (y lo mismo valdra para
la relacin entre el enfermo y el mdico), no es slo el dominio de un
lenguaje docto y, especialmente, de un vocabulario: es tambin la
profunda transformacin que exige imperativamente el hecho de cruzar
la frontera escolstica. Transformacin que, aunque ignorada por la
reflexin epistemolgica y metodolgica, est presente, en mayor o
menor grado, en la relacin entre el investigador y el investigado.
Sucede con mucha frecuencia que, por no haber cuestionado el
cuestionario o, ms profundamente, la posicin de quien lo redacta o lo
evala alguien que est en disposicin de liberarse de las evidencias
de la existencia ordinaria para plantearse cuestiones extraordinarias o
para plantear de manera extraordinaria cuestiones ordinarias-, se pide a
las personas interrogadas que sean sus propios socilogos y se les
plantean de buenas a primeras las cuestiones que los socilogos se
plantean respecto a ellas. (Estoy pensando en preguntas que han sido
hechas y aprobadas cientos de veces, por lo menos tcitamente, por los
guardianes de la ortodoxia metodolgica, del tipo: Cree que existen
las clases sociales? o Cuntas clases sociales hay, en su opinin?)
Peor an, habr encuestadores (ms bien entre los especialistas en son-
deos) capaces de plantear preguntas a las que los encuestados siempre
pueden responder con una respuesta mnima s o no-, pero que no se
haban planteado nunca antes de que se las impusieran y slo podran
plantearse realmente (es decir, producir por sus propios medios) si
estuvieran dispuestos y preparados por sus condiciones de existencia
para adoptar acerca del mundo social y de su propia prctica el punto
de vista escolstico a partir del cual han sido producidas; es decir, si
fueran algo por completo distinto de lo que son, cuando es lo que son,
precisamente, lo que se trata de comprender. Y la trampa que las
preguntas escolsticas tienden a quien las plantea con absoluta
ingenuidad positivista resulta tanto ms temible por cuanto a veces
pueden recibir, aparentemente, respuestas (un s o un no), las cuales,
sin embargo, cuando no son meras concesiones de la indiferencia o los
buenos modales, a menudo son fruto de las disposiciones prcticas del
habitus, desencadenadas por la referencia tcita a una situacin que por
su singularidad es personal (una pregunta de alcance general sobre el
porvenir de la formacin profesional puede, por ejemplo, recibir una
respuesta concebida en funcin de los problemas directamente
encontrados en ese campo por el hijo o la hija de la persona in-
terrogada).
4
84 85
La reflexin sobre la prctica de las entidades que realizan sondeos
ha representado una gran ayuda para m, as como el anlisis de las
condiciones del acceso a la postura escolstica, para tomar conciencia
de los efectos del desfase entre la intencin del encuestador y las
preocupaciones extraescolsticas de los encuesta- dos, que es la fuente
de las distorsiones que lleva a cabo la interrogacin ciega de por s de
los doxsofos (sabios aparentes de las apariencias que slo engaan a
otros listillos, periodistas o polticos, porque se engaan a s mismos).
El mtodo adoptado en la encuesta cuyos resultados se presentan en La
Misre du monde se propona, en primer lugar, tratar de neutralizar, a
costa de un esfuerzo permanente de introspeccin, las distorsiones que
el desfase estructural inherente a determinadas formas de la relacin de
encuesta puede introducir en la comunicacin. Preocupados por evitar
obrar como si fuera universal la disposicin para contemplar la
experiencia y la prctica propias como un objeto de conocimiento acerca
del cual es posible pensar y hablar, nos impusimos la tarea de integrar
en el orden del discurso, es decir, de elevar a un status casi terico, las
experiencias vividas por personas que no tienen acceso a las
condiciones en las que se adquiere la disposicin escolstica; y no slo
tratando de no introducir un sesgo escolstico mediante preguntas
epistemocntricas que remitieran a la disposicin escolstica, sino
tambin asesorando a los encuestados ms alejados de la condicin
escolstica en un esfuerzo de comprensin y conocimiento de s mismos
que, como la preocupacin por la propia persona que presupone,
suele estar reservado al mundo de la schol.
He tomado estos ejemplos ms de la etnologa y la sociologa que
de la lingstica y, sobre todo, de la economa, en la que la ilusin
escolstica se impone de modo apabullante gracias al olvido de las
condiciones econmicas de la obediencia a las leyes del mundo
econmico, que la teora erige de este modo en norma universal de las
prcticas. Bastarn, creo, para poner de manifiesto que la inconsciencia
de todo lo que est implicado en el punto de vista escolstico lleva al
error que consiste en meter a un sabio dentro de la mquina
(parodiando un ttulo famoso de Ryle) al atribuir a los agentes la razn
razonante del sabio razonante a propsito de sus prcticas (y no la
razn prctica del sabio que obra en la existencia cotidiana); o, con
mayor precisin, haciendo como si las elaboraciones (teoras, modelos o
reglas) que hay que producir para que las prcticas o las obras se
vuelvan inteligibles para un observador que slo puede percibirlas
desde fuera y a pos- teriori (gracias a unos instrumentos del pensamiento
cuya utilizacin requiere tiempo, como las genealogas o la estadstica)
constituyeran el principio efectivo y eficiente de esas prcticas.
DIGRESIN. CRTICA DE MIS CRTICOS
He dudado mucho antes de evocar aqu las lecturas equivocadas
que con frecuencia se hacen de mi obra. Y si he superado la tentacin de
ignorarlas, por ms que el partidismo que las anima me haya parecido a
menudo tan evidente y capaz de denunciarse a s mismo que no ha de
pasar inadvertido para ningn lector de buena fe, ha sido, sobre todo,
por llegar hasta el fin en mi afn de explicar y de explicarme.
He tratado de mostrar en qu condiciones y a costa de qu es-
fuerzo se puede poner en prctica realmente el famoso principio de
caridad (que preferira llamar principio de generosidad) en la
confrontacin con un autor del presente o el pasado.
5
Y como estoy
convencido de que todo productor cultural, sin distincin, tiene
derecho a un trato igualitario, me siento autorizado a reivindicarlo para
mi propia obra (generosidad no significa en modo alguno
complacencia, y las crticas ms descarnadas, cuando se fundamentan
en un conocimiento y una comprensin verdaderos, son, sin duda, las
ms fecundas, y si no temiera, a mi vez, dejarme llevar por la
complacencia, me gustara nombrar a todos aquellos que mediante sus
crticas, privadas o pblicas, me han ayudado a descubrir -y, creo yo, a
superar- los lmites de mi investigacin). Procedentes a menudo de
aspirantes ansiosos por promocionarse que, como en todos los campos,
ven en la interpelacin de los competidores ms consagrados, a veces
reducida a alguna forma de difamacin (por ejemplo, mediante insultos
que encasillan, como marxista, holista, determinista, etctera),
una especie
i;
86 87
de atajo ms cmodo para darse a conocer que la produccin de
una obra propia, las crticas que buscan el mayor menoscabo parten casi
siempre de dos principios: la desreal ilacin teoricista asociada a la
visin escolstica de lector y la deshistoricizacin resultante de la
incapacidad para situar un pensamiento en el espado de los posibles
respecto al cual se ha elaborado, o la negativa a hacerlo.
La lectura de lector se empea en encontrar fuentes, siempre
parciales, y a menudo imaginarias (que recuerdan a esos historiadores
del arte que transponen ciertas actitudes relativas a la representacin de
las imgenes a pocas en las que ya no se justifican y rivalizan a ver
quin hace mayor alarde de cultura e imaginacin en la enumeracin de
las referencias -a la pintura clsica, a las imgenes populares
contemporneas, a las fotografas de poca, etctera que evoca para
ellos tal cuadro de Manet), con la intencin, tan tpica de la acadmica
mediocritas, de asimilar lo desconocido a lo ya conocido, variante
acadmica del manido nada nuevo bajo el sol tan caro al pensamiento
conservador, y convertir a los autores conocidos en simples lectores,
como todos ellos, poco innovadores y no siempre honrados, de otros
autores conocidos. (Pienso en quienes se las han ingeniado para
inventariar los usos anteriores de la nocin de habitus, no con el afn de
destacar la originalidad de su ltimo uso -principio, sin embargo, de su
intervencin, sino de menospreciarlo, a los que me gustara recordar
la respuesta, citada a menudo, que Pascal -aunque muy crtico, como es
sabido, con Descartes daba a quienes pretendan atribuir el cogito a
San Agustn: En verdad, estoy muy lejos de afirmar que Descartes no
sea su autntico autor, incluso aunque lo hubiera aprendido de la
lectura de ese gran santo; pues s cunta diferencia hay entre escribir
una palabra a la aventura, sin mayor ni ms amplia reflexin, y
descubrir en esa palabra una sucesin admirable de consecuencias, que
prueba la distincin de las naturalezas material y espiritual, y
convertirla en principio firme y duradero de una fsica entera, que es lo
que Descartes pretendi hacer. Pues, sin examinar si ha alcanzado
eficazmente su propsito, supongo que lo ha hecho, y a partir de este
supuesto afirmo que esa palabra tiene en sus escritos un sentido muy
diferente que en los de otros que la han dicho como de pasada, tan
diferente como un hombre lleno de vida y fuerza de un hombre
muerto.
6
Una manera muy elegante de recordar que ciertas crticas no
son ms que una forma irreprochable de asesinato.)
Pero la tergiversacin ms manifiesta nace del hecho de que la
lectura de lector es para s misma su propio fin y se interesa por los
textos, as como por las teoras, los mtodos o los conceptos que
vehiculan, no para hacer algo con ellos, es decir, para hacerlos entrar,
como instrumentos tiles y perfectibles, en un uso prctico, sino para
glosarlos, relacionndolos con otros textos (ocasional- mente, con el
pretexto de la epistemologa o la metodologa).
7
As pues, con esa
lectura se esfuma lo esencial, es decir, no slo los problemas que los
conceptos propuestos trataban de sealar y resolver -comprender un
ritual, explicar las variaciones de los comportamientos en materia de
crdito, ahorro o fecundidad, dar cuenta de ndices diferenciales de
xito escolar o frecuentacin de los museos, etctera-, sino tambin el
espacio de los posibles tericos y metodolgicos que ha facilitado que
esos problemas puedan ser planteados en ese momento preciso y en
esos trminos (por ejemplo, la alternativa del objetivismo y el
subjetivismo encarnada, en un momento concreto, por tal o cual
representante ejemplar del estructuralismo y la fenomenologa), espacio
que es imprescindible reconstruir medante una labor histrica, en
particular porque puede que haya sido transformado por las nuevas so-
luciones que los textos sometidos a la crtica han aportado a esos
problemas.
La propia lgica del comentario, que somete el opus operatum,
totalidad definitivamente totalizada y siempre casi postuma, a una
sincronizacin y una descontextualizadn artificiales, lleva a ignorar, o
incluso a anular, el movimiento y el esfuerzo mismos de la
investigacin, con sus titubeos, sus esbozos, sus arrepentimientos, y la
lgica especfica de un sentido prctico de la orientacin terica (o, si se
prefiere, de un habitus cientfico) que, en cada momento, lanza, con una
mezcla de intrepidez y de prudencia, conceptos provisionales,
condenados a construirse precisndose y corrigindose a travs de los
hechos que permitirn producir, y todo ello de modo insensible,
mediante retoques y revisiones su
88 89
cesivos y sin necesidad de proceder a autocrticas tan clamorosas
como los errores que pretenden corregir.
El mejor ejemplo estribara, sin duda, en la nocin de estrategia,
que para m prevaleci cuando buscaba soluciones para problemas muy
concretos de etnologa (las estrategias matrimoniales) y sociologa (las
estrategias de reproduccin), y que ha desempeado un papel
determinante en el progreso de los estudios histricos dedicados al
parentesco en las sociedades europeas al sealar una clara ruptura con
el lxico estructuralista de la regla y la teora de la accin como
ejecucin que vehiculaba. Cmo habra podido ignorar que
introduciendo una de las palabras clave de la teora de los juegos y la
visin intendonalista de la accin en un paradigma diametralmente
opuesto iba a convertirme en blanco de todas las interrogaciones
crticas suscitadas por un concepto desplazado, y por ende inestable,
incierto, y siempre como en falso? Pienso que una lectura ms
prctica, por ser guiada por la necesidad de los instrumentos de
investigacin que mis textos proponan, y al mismo tiempo ms
exigente y a la vez ms indulgente que la crtica magistral, habra
podido apoyarse, paradjicamente, en esa ambigedad consciente y
controlada para superar la alternativa de la conciencia y la
inconsciencia, y tratar de analizar las formas especficas de
conocimiento e incluso de reflexin que implica la prctica.
Pero qu hace, en definitiva, la lectura escolstica? Al ignorar, en
beneficio de genealogas estriles, el espacio de los posibles respecto al
cual un concepto se ha afirmado, y que proporcionara una idea ms
ajustada de su funcin terica, acenta, hasta el lmite, hasta el absurdo,
el aspecto que ya haba tenido que acentuar, a veces de modo algo
excesivo, para romper con la representacin dominante (o las
representaciones dominantes) llevando el agua al propio molino. En
contra de la ilusin escolstica que tiende a situar un objetivo
intencional en el fundamento de cada accin, y en contra de las teoras
socialmente ms poderosas del momento que, como la economa
neomarginalista, aceptan sin la menor discusin esa filosofa de la
accin, el concepto de habitus tiene como funcin principal la de hacer
hincapi en que nuestras acciones se fundamentan ms a menudo en el
sentido prctico que en el clculo racional, o en que, en contra de la
visin discon- tinuista y actualicista que comparten las filosofas de la
conciencia (con la excepcin paradigmtica de la obra de Descartes) y
las filosofas mecanicistas (con el binomio estmulo-respuesta), el
pasado sigue presente y activo en las disposiciones que ha producido; o
tambin en que, en contra de la visin atomstica que propone una
psicologa experimental concreta, empeada en analizar unas aptitudes
o unas actitudes separadas (estticas, afectivas, cogniti- vas, etctera), y
en contra de la representacin (autentificada por Kant) que opone los
gustos nobles, llamados puros, a los gustos elementales, o
alimentarios, los agentes sociales tienen, ms a menudo de Lo que cabra
esperar, unas disposiciones (unos gustos, por ejemplo) ms sistemticos
de lo que se podra pensar.
Basta con exagerar estos rasgos hasta el lmite extremo, pre-
sentando el habitus como una especie de principio monoltico (cuando
en numerosas ocasiones he hecho mencin, particularmente a propsito
de los subproletarios argelinos, de la existencia de habitus escindidos,
desgarrados, que muestran en forma de tensiones y contradicciones la
huella de las condiciones de formacin contradictorias de las que son
fruto), inmutable (cualesquiera que sean los grados de refuerzo o
inhibicin que haya recibido), fatal (que confiere al pasado el poder de
determinar todas las acciones futuras) y exclusivo (que en ningn caso
deja el menor resquicio a la intencin consciente), para ponerse ios
guantes con los que derrotar sin esfuerzo al adversario caricaturesco
que uno mismo ha dibujado. Cmo no ver que el grado respecto al
cual un habitus es sistemtico (o, por el contrario, est dividido, es
contradictorio) y constante (o fluctuante y variable) depende de las con-
diciones sociales de su formacin y su ejercicio, y que puede y, por lo
tanto, debe ser calibrado y explicado empricamente? G que uno de los
puntos de inters de la teora del habitus estriba en recordar que la
probabilidad de acceso a una accin racional, lejos de poderse
determinar a priori mediante la imposicin de cualquiera de las teoras
simplificadas de la accin cuya confrontacin hace las delicias del homo
acadmicas, depende de unas condiciones sociales susceptibles de
investigacin emprica, es decir, de las condiciones sociales de
produccin de las disposicio
90 91
nes y las condiciones sociales, orgnicas o crticas, de su ejercicio?
En cualquier caso, esta crtica de los crticos y sus crticas pone de
manifiesto lo difcil que resulta discernir, en las mencio- nadas
tergiversaciones, lo imputable a la malevolencia intencional, que una
mirada superficial llevara sin duda a sobrestimar, y lo que incumbe a
las tendencias inherentes a la lgica de la compe' tencia dentro de un
campo o a las todava ms fuertes que conllevan la situacin escolstica
y las disposiciones profundamente arraigadas de la visin escolstica
del mundo. De lo que cabra concluir que la introspeccin crtica puede,
tambin en este caso, aportar no slo un conocimiento mayor, sino
tambin algo as como un inicio de sabidura.
EL MORALISMO COMO UNIVERSALISMO EGOSTA
Multitud de profesiones de fe universalistas o de prescripciones
universales son slo fruto de la universalizacin (inconsciente) del caso
particular, es decir, del privilegio constitutivo de la condicin
escolstica. Si no va acompaado de una evocacin de las condiciones
econmicas y sociales excluidas del acceso a lo universal y de una
accin (poltica) que trate de universafizar prcticamente estas
condiciones, dicha universalizacin puramente terica conduce a un
universalismo ficticio. Otorgar a todos, pero de manera meramente
formal, la humanidad significa excluir, con apariencias de
humanismo, a todos aquellos que carecen de los medios para realizarla.
As, la representacin de la vida poltica que propone Haber- mas,
a partir de una descripcin del nacimiento del espacio pblico tal
como surgi en las grandes naciones europeas en el siglo xviii, con las
diversas instituciones (peridicos, clubs, cafs, etctera) que acompaan
el desarrollo de una cultura cvica y lo sostienen, oculta y excluye la
cuestin de las condiciones econmicas y sociales que deberan
cumplirse para que se instaurara la deliberacin pblica propia que
condujera a un consenso racional, es decir, a un debate en que todos los
intereses particulares que compiten merecieran la misma consideracin
y los participantes, sometindose a un modelo ideal de actuacin
comunicacional, trataran de comprender el punto de vista de los
dems y otorgarle el mismo peso que al suyo.
8
Cmo ignorar, en
efecto, que, incluso en el mbito de los mundos escolsticos, los
intereses de conocimiento arraigan en unos intereses sociales,
estratgicos o instrumentales, que la fuerza de los argumentos carece de
eficacia contra los argumentos de la fuerza (o incluso contra los deseos,
las necesidades, las pasiones y, sobre todo, las disposiciones) y que en
unas relaciones sociales de comunicacin la dominacin siempre est
presente?
Pero temera exponerme a faltar al principio de generosidad si me
limitara a una crtica, necesariamente rpida y superficial, de un
pensamiento complejo, en constante evolucin y enraizado en una larga
tradicin histrica, al que, para hacerle justicia, habra que considerar
sin prisas (como la teora de la deliberacin pblica, teorizada ms
tarde como razn comunicativa, que conserva una variante de la
distincin, tan cara a Kant y a Rousseau-, entre Willkr, o voluntad
general, y Wille, o voluntad de todos, como agregacin de
voluntades particulares, distincin ampliada por Rousseau, quien
insista en el carcter argumentativo de la elaboracin de la voluntad
general). Por este motivo, prefiero tratar de aclarar lo que, a mi
parecer, constituye la frmula generadora del pensamiento de Habermas
en materia poltica, con el fin de hacerla merecedora no de un
comentario o una crtica tericos, sino de una confrontacin con la
experiencia, a la que, todo hay que decirlo, no se presta
espontneamente. Me parece, en efecto, que, prximo en este aspecto de
la ilusin caracterstica de la filosofa alemana tal como la describi
Marx,
9
Habermas somete las relaciones sociales a una doble reduccin
o, lo que viene a ser lo mismo, a una doble despolitizacin, que lleva,
sin que lo parezca, a replegar la poltica al terreno de la tica: Habermas
reduce las relaciones de fuerza polticas a relaciones de comunicacin (y
a la fuerza sin violencia del discurso argumentadvo que permite
conseguir el entendimiento y suscitar el consenso), es decir, a re-
laciones de dilogo a las que ha vaciado prcticamente de las
relaciones de fuerza, que tienen lugar en ellas de una forma trans-
figurada.
10
El anlisis de esencia del lenguaje y la intercompren
92 93
sin, entendida como el tlos que lgicamente le sera inmanente,
se lleva a cabo en una teora llamada sociolgica de la comunicacin
no violenta (zwanglos) y en una etica comunicacional que, mera
reformulacin del principio kantiano de la universalizacin del juicio
moral, ya nada tiene que ver con lo que descubre una sociologa de las
relaciones de poder simblico y, sobre todo, implica, lisa y llanamente,
la desaparicin de la cuestin de las condiciones que han de cumplirse,
tanto en el orden de las relaciones interindividuales como en el orden
poltico, para que pueda instaurarse el verdadero reino de los fines
(Reich der Zwecke, como dice Kant en Grundlegung zur Metaphysik der
Sitien)6 que se describe con el nombre de actuacin comunicacional*
Y basta entonces con volver al espacio pblico tal como es en
realidad para comprender que la ilusin epistemocntrica que lleva a
convertir la universalidad de la razn y la existencia de intereses
universalizables en fundamento del consenso racional se basa en la
ignorancia (o el rechazo) de las condiciones de acceso a la esfera
poltica, as como de los factores de discriminacin (por ejemplo, el sexo,
la instruccin o los ingresos) que limitan dichas posibilidades de acceso
no slo, como se afirma a menudo -y refirindose, en especial a las
mujeres, a unas posiciones en el campo poltico, sino, ms
profundamente, a la opinin poltica articulada (opinar [doxzein]
significa hablar, deca Platn) y, por ende, al campo poltico.
En efecto, si, considerando los sondeos como una ocasin de
aprehender empricamente las condiciones de acceso a la opinin
pblica, se muestra inters no slo por las respuestas, como suele
hacerse habitualmente, sino tambin por las posibilidades de dar o no
una respuesta, sea sta la que sea, y por sus variaciones en funcin de
diferentes criterios, se descubre que la capacidad de adoptar la postura
necesaria para responder de forma verdaderamente pertinente a la
problemtica escolstica que imponen, sin saberlo, los encuestadores
no est, al contrario de lo que cabra pensar, repartida al azar -o por un
igual-, sino que depende de diferentes factores, como el sexo, la
profesin o el grado de instruccin. La propensin y la aptitud para
responder (sobre todo a preguntas complejas, prximas a las que se
plantean los comentaristas polticos y los pohtlogos), siempre
6 Versin castellana: Fundamentacin de la metafsica de las costumbres, trad.
de Luis Martnez Velasco, Madrid, Espasa-Calpe, 1990. (N. del T.)
netamente ms reducidas entre las mujeres, tienden a disminuir, en
beneficio de la abstencin y el abandono, a medida que se desciende en
la jerarqua de las profesiones, los ingresos y los grados de instruccin.
11
Este hecho, como se ve, plantea un problema tan decisivo para la
ciencia como para la poltica, aunque es ignorado olmpicamente por la
ciencia poltica (sin duda porque el descubrimiento de esta especie de
censo invisible choca con la buena conciencia democrtica o, ms
profundamente, con la creencia en los valores sagrados de la
persona): el problema de las condiciones econmicas y sociales del
acceso a la opinin poltica en su definicin legtima (y escolstica) de
discurso articulado y general sobre el mundo.
Resulta profundamente escandaloso comprobar que la propensin
y la aptitud para expresar con palabras los intereses, las experiencias y
las opiniones, para formular juicios coherentes y fundamentarlos en
principios explcitos y explcitamente polticos, depende en primer
lugar del capital escolar (y, de modo secundario, del peso relativo del
capital cultural en relacin con el capital econmico). Y mi nico temor
estriba en que quienes estn apegados a sus hbitos de pensamiento
democrticos, o incluso igualitarios, y no saben diferenciar una
constatacin de un deseo, un aserto verificativo de un juicio de
actuacin, interpreten estos anlisis que hacen justicia a los desposedos
-al reconocerles, por lo menos, el hecho de su desposesin-, como
sutiles atentados conservadores contra el pueblo, sus luchas y su
cultura.
12
La desigualdad, clamorosa, en las posibilidades de acceso a
la opinin llamada personal vulnera la buena conciencia democrtica, la
buena voluntad tica de aquellos que obran ms por ostentacin que
por verdadero altruismo y tambin, ms profundamente, el uni-
versalismo intelectualista que es el ncleo fundamental de la ilusin
escolstica. Acaso hay algn filsofo que en su afn de humanidad y
humanismo no acepte el dogma central de la fe racionalista y la
creencia democrtica, el de que la facultad de
94 95
juzgar correctamente, como deca Descartes, es decir, de discernir el
bien del mal, lo verdadero de lo falso, mediante un sentimiento
interior, espontneo e inmediato, es innata y tiene aplicacin
universal?
Elaboradas en el siglo XVIII en contra de la Iglesia en tanto que
institucin que pretenda el monopolio de la produccin legtima de
juicios sobre el mundo, las ideas de opinin y tolerancia -que es
solidaria de aqulla en cuanto afirma que todas las opiniones,
cualesquiera que sean sus productores, son equivalentes- expresaban,
en primer lugar, la reivindicacin del derecho a la produccin libre
para los nuevos pequeos productores culturales independientes que eran
los escritores y los periodistas, cuyo papel creca de modo paralelo a la
formacin de campos especializados y al desarrollo de un mercado
para los productos culturales nuevos, primero, y para la prensa y los
partidos, despus, como instancias de produccin de las opiniones
propiamente polticas. Slo entre algunos de los fundadores de la III
Repblica, en Francia, la idea de opinin personal, herencia del Siglo
de las Luces, est asociada de modo explcito a la de instruccin laica y
obligatoria, presuntamente necesaria para dar un fundamento real a la
universalidad del acceso al juicio que se supone que se expresa
mediante el sufragio universal. Esta relacin entre la instruccin y la
opinin, que al principio resultaba evidente tanto para los partidarios
como para los detractores del sufragio universal, se ha ido olvidando,
o reprimiendo, paulatinamente.
Los presupuestos inscritos en esta gnesis sobreviven en Ja dxa
democrtica que sostiene el pensamiento y la prctica polticos. Esta
dxa hace de la eleccin poltica un juicio, y un juicio puramente poltico,
al utilizar principios explcitamente polticos -y no los esquemas
prcticos del thos por ejemplo- para dar una respuesta articulada a un
problema entendido como poltico, lo que equivale a suponer que
todos los ciudadanos poseen en un mismo grado el dominio de los
instrumentos de produccin poltica, instrumentos necesarios para
identificar la cuestin poltica como tal, comprenderla y responder a
ella conforme a sus intereses polticos y mediante una respuesta
congruente con el conjunto de las elecciones engendradas a partir de
los principios polticos
ajustados a esos intereses. El sondeo de opinin, que exige de todas las
personas encuestadas, sin distincin, que produzcan una opinin
personal (como muestran los Segn usted, En su opinin, Y qu
piensa usted? que salpican los cuestionarios) o que elijan por sus
propios medios, sin ninguna ayuda, entre varias opiniones
preestablecidas, pone de manifiesto los presupuestos constitutivos de la
dxa politolgica (dxa tan profundamente protegida por su evidencia
que cualquier cuestionamiento terico de los presupuestos del
inconsciente democrtico corre el peligro de ser inmediatamente
tachado de atentado contra la democracia). Y permite observar, de
acuerdo con las variaciones de los ndices de no respuesta segn
diferentes variables econmicas y, sobre todo, culturales, los efectos
simblicos de desconocimiento que se producen, sin necesidad de
desearlo, o de saberlo, al reconocer a todos un mismo derecho a la
opinin personal sin proporcionar a todos los medios reales de ejercer
ese derecho formalmente universal.
La ilusin intelectualista, propiamente escolstica, que sostiene el
pensamiento y la accin polticos se ve acrecentada, en este caso, por los
efectos del culto y la cultura escolares de lo personal y la persona. Y
no me costara nada demostrar que la oposicin entre lo que se supone
personal ideas personales, estilo personal, opiniones
personales- y todo lo que es impersonal el das Man heideggeriano,
lo corriente, lo trivial, lo colectivo, lo tomado prestado- est en el centro
mismo de la dxa tica y esttica que fundamenta los juicios escolares, y
que dicha dxa se inscribe con toda naturalidad en el sistema de
oposiciones paralelas que, con otro conjunto organizado en torno a la
oposicin entre lo rico y lo pobre, sirven de base para todo el orden
simblico, con la divisin entre lo raro, lo distinguido, lo selecto, lo
nico, lo exclusivo, lo diferente, lo original, lo incomparable, por un
lado, y lo corriente, lo vulgar, lo banal, lo insustancial, lo ordinario, lo
mediocre, lo comn, por otro, as como para las divisiones afines entre
lo brillante y lo mortecino, lo fino y lo basto, lo refinado y lo tosco, lo
elevado y lo bajo. No slo en literatura, como deca Gide, nada vale
salvo lo personal. As pues, ignorando las sutilezas (analizadas en otro
lugar) de las diferentes formas, en particu
95 95
96 97
lar burguesas y pequeburguesas, que adopta la pretensin a la
opinin personal, quisiera, sencillamente, indicar que el univer-
salismo intelectualista, mediante el cual el pensador universal atribuye
a todos los humanos el acceso a lo universal, arraiga de modo muy
profundo, en este caso, en la fe, extremadamente elitista, en la opinin
personal, que slo puede coexistir con la creencia en la universalidad
del acceso al juicio ilustrado a costa de un colosal rechazo de las
condiciones de acceso a esa opinin distintiva y distinguida.
13
(Basta con relacionar este descubrimiento, que afecta a la vez a la
realidad social y a la ciencia y su inconsciente, con el que hice en mis
primeras investigaciones sobre Argelia, al principio de la dcada de los
sesenta, para ver que, como el acceso a la opinin, el acceso a la eleccin
econmica ilustrada, en el acto de compra, prstamo o ahorro, tiene
unas condiciones econmicas de posibilidad, y que la igualdad en
libertad y racionalidad es igual de ficticia en ambos casos. En efecto,
establec empricamente que, por debajo de determinado nivel de
seguridad econmica, proporcionado por la estabilidad del empleo y la
posesin de un mnimo de ingresos regulares, capaces de garantizar un
mnimo de poder sobre el presente, los agentes econmicos no pueden
concebir ni ejecutar la mayor parte de los comportamientos que
suponen un esfuerzo para ejercer algn poder sobre el futuro, como la
gestin razonada de los recursos en el tiempo, el ahorro, la utilizacin
mesurada del crdito o el control de la fecundidad. Hay, pues, unas
condiciones econmicas y culturales de acceso al comportamiento
econmico considerado racional. Aunque se trate de un problema
tpicamente econmico, la ciencia econmica, al no plantear de forma
sencilla el problema de estas condiciones, considera algo natural, como
un don universal de la naturaleza, la disposicin prospectiva y
calculadora respecto al mundo y el tiempo, la cual, como sabemos, es
fruto de una historia individual y colectiva absolutamente particular.)
14
Deben darse unas condiciones histricas para que surja la razn. Y
toda representacin, con pretensiones cientficas o sin ellas, que se base
en el olvido o la ocultacin deliberada de esas condiciones tiende a
legitimar el monopolio ms injustificable, es decir, el monopolio de lo
universal. Por lo tanto, aun a costa de exponerse a su fuego cruzado,
hay que enfrentarse tanto a los partidarios de un universalismo
abstracto que silencia las condiciones del acceso a lo universal los
privilegiados desde el punto de vsta del sexo, la etnia o la posicin
social, que, adems de detentar, de hecho, el monopolio de las
condiciones de apropiacin de lo universal, se otorgan el derecho de
legitimar su monopolio -como a los defensores de un relativismo cnico
y desencantado. Tanto en las relaciones entre las naciones como dentro
de stas, el universalismo abstracto sirve a menudo para justificar el
orden establecido, el reparto vigente de los poderes y los privilegios
es decir, la dominacin del hombre, heterosexual, euroamericano
(blanco), burgus-, en nombre de las exigencias formales de un
universal abstracto (la democracia, los derechos del hombre, etctera)
disociado de las condiciones econmicas y sociales de su realizacin
histrica o, peor an, en nombre de la condena ostentatoriamente
universalista de cualquier reivindicacin de un particularismo y, al
mismo tiempo, de todas las comunidades establecidas de acuerdo
con una particularidad estigmatizada (mujeres, homosexuales, negros,
etctera) y sospechosas o acusadas de excluirse de las unidades sociales
ms globalizadoras (nacin, humanidad). Por su parte, el repudio
escptico o cnico de cualquier forma de creencia en lo universal, en los
valores de verdad, de emancipacin, de Aufklarung,* en una palabra, as
como de cualquier afirmacin de verdades y valores universales, en
nombre de una forma elemental de relativismo que tacha todas las
profesiones de fe universalistas de trampas farisaicas destinadas a
perpetuar una hegemona, constituye una forma en cierto sentido
ms peligrosa, porque puede darse aires de radicalismo- de aceptar las
cosas como son.
No hay contradiccin, pese a las apariencias, en luchar a la vez
contra la hipocresa engaosa del universo abstracto y a favor del acceso
universal a las condiciones de acceso a lo universal, objetivo primordial
de todo autntico humanismo y que tanto la predicacin universalista
como la (falsa) subversin nihilista olvi-
* Ilustracin. (N. del T.)
98 99
dan. Condicin de una ufklarung permanente de la Aufklarung la
crtica de la crtica formalmente universalista se impone de modo tanto
ms imperativo cunto que la propensin a la universalizacin del caso
particular, que constituye el fundamento de cualquier forma de
etnocentrismo, presenta, en este caso, todas las apariencias de la
generosidad y la virtud. El imperialismo de lo universal implcito en la
anexin asimiladora del universalismo verbal, puede ejercerse en las
relaciones de dominacin en el seno de una nacin mediante una
universalizacin de las exigencias escolsticas que no va acompaada
de una universalizacin semejante de los medios para satisfacerla. La
institucin escolar, en la medida en que es capaz de imponer el
reconocimiento casi universal de la ley cultural aun cuando est muy
lejos de ser capaz de repartir con la misma amplitud el conocimiento de
la suma de saberes universales necesario para someterse a ella,
proporciona un fundamento falaz, pero socialmente muy poderoso, a la
sociodicea
15
epistemocrtica.
La violencia anexionista tambin puede ejercerse en las relaciones
de dominacin simblica entre los Estados y las sociedades con acceso
desigual a las condiciones de produccin y recepcin de lo que las
naciones dominantes estn en disposicin de imponerse a s mismas (y,
por lo tanto, a sus dominados), y de imponer a los dems, como
universal en materia de poltica, derecho, ciencia, arte o literatura. En
ambos casos, la manera de ser dominante, tcitamente erigida en
norma, en realizacin cabal de la esencia de la humanidad (todos los
racismos son esencialismos), tiende a afirmarse con apariencias de
naturalidad mediante la universalizacin que erige ciertas
particularidades fruto de la discriminacin histrica (las masculinas,
blancas, etctera) en atributos no marcados, neutros, universales, y
relega las otras a la condicin de naturalezas negativas,
estigmatizadas. Definidas como carencias vinculadas a una
mentalidad (primitiva, femenina, popular), es decir a una
naturaleza (a veces reivindicada como tal, de manera insensata, por las
vctimas de esta naturalizacin) o a una cuasinaturaleza cuyo carcter
histrico est estigmatizado, las propiedades distintivas del dominado
(negro, particularmente rabe, en la actualidad) dejan de parecer
imputables a las particularidades de una historia colectiva e individual
marcada por una relacin de dominacin.
Y, mediante una mera inversin de las causas y los efectos, ,se
puede as culpar a la vctima imputando a su naturaleza la res-
ponsabilidad de las desposesiones, las mutilaciones o las privaciones a
las que se la somete. Entre miles de ejemplos, los ms notorios son, sin
duda, los que generaba la situacin colonial; destacaremos una perla
que tomamos de Otto Weininger, quien, en una obra que invoca la
autoridad de la filosofa kantiana, describe a los judos y las mujeres
como las encarnaciones ms perniciosas de la amenaza de heteronomia
y desorden a la que est expuesto el proyecto de Aufklarung:
considerando el apellido y el apego a ste como una dimensin
necesaria de la personalidad humana, reprocha a las mujeres la
facilidad con que abandonan el suyo y toman el de su marido, para
concluir, con toda soberbia, que la mujer carece de apellido por esencia
porque carece, por naturaleza, de personalidad.
16
Nos encontramos
aqu ante el paradigma de todos los paralogismos del odio racista, de
los que se pueden encontrar ejemplos a diario en los discursos y las
prcticas respecto a todos los grupos dominados y estigmatizados
mujeres, homosexuales, negros, inmigrantes, menesterosos-, a los que
de este modo se declara responsables del destino al que se les somete o
se les llama al orden de lo universal en cuanto se movilizan para
reivindicar los derechos a la universalidad que, de hecho, se les niegan.
Pascal nos pone en guardia contra dos excesos: excluir la razn,
admitir slo la razn.
17
La poca razn que, al cabo de dilatadas luchas
histricas, se ha instituido en la historia ha de ser defendida sin tregua,
en primer lugar, mediante una crtica incesante del fanatismo de la
razn razonadora y los abusos de poder que sta justifica y que, como
apuntaba Hegel, engendran el irracionalismo; luego, y sobre todo,
mediante las luchas de una Realpolitik de la razn que, para resultar
eficaces, no pueden, como veremos, limitarse a los enfrentamientos
codificados de un dilogo racional, que no conoce ni reconoce ms
fuerza que la de los argumentos.
100 101
LAS CONDICIONES IMPURAS DE UN PLACER PURO
La tercera dimensin de la ilusin escolstica es el universalismo
esttico, cuya expresin ms pura formul Kant en una interrogacin
sobre las condiciones de posibilidad del juicio esttico que silencia las
condiciones sociales de posibilidad de este juicio: las que a todas luces
supone el juego desinteresado de la sensibilidad o el ejercicio puro
de la facultad de sentir; en pocas palabras, el llamado uso
trascendental de la sensibilidad. El placer esttico, ese placer puro que
todo hombre lebe poder experimentar, como dice Kant, es el
privilegio de quienes tienen acceso a las condiciones en las que la
disposicin llamada pura puede constituirse. Ms concretamente, se
fundamenta en dos conjuntos de condiciones: por un lado, la aparicin,
al cabo de una dilata evolucin, de un universo autnomo, el campo
artstico, liberado de las trabas econmicas y polticas, y sin sujecin a
otra ley que la que l mismo se ha autoprescrito, es decir, la del arte sin
ms fin que el propio arte; por otro lado, la ocupacin, en el seno del
mundo social, de posiciones en las que la disposicin pura que da
acceso al placer puro, es decir, puramente esttico, puede formarse,
especialmente mediante la educacin familiar o escolar, y en las que,
una vez formada, puede ejercerse y, al mismo tiempo, cultivarse y
perpetuarse.
(Podra decirse exactamente lo mismo, dicho sea de paso, de la
eleccin econmica racional o ilustrada, que supone, por un lado, la
existencia de un cosmos econmico adecuado para posibilitar el clculo
y la previsin y estimular el desarrollo y el ejercicio de las disposiciones
para el clculo y para la previsin, que son la condicin de su
funcionamiento, y, por otro lado, el acceso a las condiciones en las que
las disposiciones prospectivas y calculadoras pueden formarse,
ejercerse y, por lo tanto, fortalecerse.)
En efecto, toda reflexin esttica ha de adoptar como punto de
partida la estadstica, sin duda algo trivial, segn la cual la esperanza
matemtica de tener acceso al museo est estrechamente vinculada con
el nivel de instruccin, o, para ser ms exactos, con el nmero de aos
pasados en la escuela, la cual, como es sabido, slo reserva, por lo
menos en Francia, un espacio muy reducido a la educacin artstica
propiamente dicha, lo que obliga a suponer la existencia de un efecto
especfico de la situacin escolstica. La funcin de este datum
indiscutible es recordarnos que la propensin a buscar y experimentar
un goce esttico ante unos objetos consagrados como obras de arte por
su exposicin en esos espacios separados, sagrados y sacralizadores que
llamamos museos, y que son como la institu- tionalizacin desde el
punto de vista constituyente (nomos) del campo artstico, nada tiene de
natural ni de universal. Por ser fruto de unas condiciones particulares,
esta propensin es, de hecho, monopolio de unos pocos privilegiados
(aunque nada autorice a reservar para unos pocos, con el mito del
ojo, una capacidad potencial de reconocer la belleza y experimentar el
placer esttico que puede hallar o no sus condiciones sociales de
realizacin).
En el extremo opuesto de la tradicin abiertamente aristocrtica
que, desde Platn a Heidegger, ratifica de modo terico la diferencia
entre los elegidos y los excluidos en materia de pensamiento, arte o
moral y la legtima mediante una sociodicea ms o menos explcita, el
humanismo universalista reconoce en apariencia el derecho de todos a
la suma de saberes universales de la humanidad; pero eso slo significa
que toma por una caracterizacin del sujeto en su universalidad una
analtica de la experiencia del sujeto sapiente en su particularidad
(cientfica, tica o esttica); por lo tanto, ratifica tambin la diferencia,
pero ms disimuladamente, por la mera omisin de las condiciones
sociales que la hacen factible, y al mismo tiempo convierte en norma de
toda prctica posible a aquella que se ha beneficiado de esas
condiciones olvidadas o ignoradas. Y hay muy pocas posibilidades de
que esta ratificacin sea discutida: por fuerza ha de satisfacer a aquellos
que, al tener como particularidad la universalidad (en este mbito o en
otro), se consideran con derecho a sentirse universales y a exigir el
reconocimiento universal de este universal que encarnan con tanta
perfeccin y que a menudo justifican, en particular ante sus propios
ojos, mediante un pro- selitismo cultural que, por lo dems, puede
coexistir con un anhelo por marcar o mantener la diferencia; pero esta
ratificacin tambin ser aceptada, paradjicamente (quirase o no, hay
muy poca resistencia en estos temas), por todos aquellos que, como
estn exclui
102 103
dos de las condiciones de acceso a lo universal, han interiorizado,
a menudo con suficiente profundidad, la ley vigente, constituida
(particularmente gracias a la accin de la escuela) en norma universal y,
por lo tanto, generadora de exigencias y carencias, para sentirse, si no
privados, desposedos, por lo menos en algunas ocasiones, o incluso
mutilados y, en cierto modo, disminuidos.
Recordar las condiciones sociales de posibilidad muy particulares
de este juicio que aspira a la validez universal que es, segn Kant, el
juicio esttico obliga a limitar sus pretensiones a la universalidad y, al
mismo tiempo, las de la esttica kantiana. Si bien cabe conceder a esta
esttica una validez limitada, a ttulo de anlisis cuasifenomenolgico
de la experiencia esttica accesible a determinados sujetos cultos de
determinadas sociedades histricas, debe aadirse inmediatamente que
la universalizacin inconsciente del caso particular que lleva a cabo al
olvidar sus propias condiciones histricas de posibilidad, es decir, sus
propios lmites, tiene el efecto de convertir una experiencia particular
de la obra de arte (o del mundo) en norma universal de toda
experiencia esttica posible, as como de legitimar tcitamente a quienes
tienen el privilegio de vivirla.
El esteticismo populista que induce a atribuirle al pueblo una
esttica o una cultura popular es otro efecto, el ms inesperado, sin
duda, de la ilusin escolstica: lleva a cabo una universalizacin tcita
del punto de vista escolstico que no va acompaada por ninguna
intencin real de unlversalizar sus condiciones de posibilidad. Al no
tener en cuenta las condiciones sociales de la suspensin de los
intereses prcticos que supone un juicio esttico puro, se concede, por
implicacin tcita, a todo el mundo pero de forma ficticia y slo sobre el
papel, el privilegio econmico y social que hace posible el punto de vista
esttico. En efecto, no se puede, sin contradiccin, exponer (o
denunciar) las condiciones de existencia poco humanas a que se sujeta
ciertas personas y al mismo tiempo suponer que quienes las padecen
pueden lograr la realizacin plena y real de unas potencialidades
humanas como la capacidad de adoptar la postura gratuita y
desinteresada que tcitamente asociamos, porque va asociada
socialmente, a nociones como las de cultura o esttica.
Es comprensible, y loable, el afn de rehabilitar: sin duda, era ese
afn el que me inspiraba cuando, por ejemplo, trat de demostrar que
las instantneas, de apariencia convencional y estereotipada, que suelen
tomar los aficionados a la fotografa con menos recursos, en particular
para solemnizar los momentos culminantes de la existencia familiar, o
los juicios sorprendidos o indignados que hacen acerca de las
fotografas con pretensiones artsticas, obedecen a unos principios
coherentes, pero diametralmente opuestos a los de la esttica kantiana
(lo que no autoriza a considerarlos una esttica, a menos que se ponga
entre comillas).
18
El mismo afn mova a William Labov en su esfuerzo
por demostrar que el lenguaje de los adolescentes de los guetos negros
puede conllevar anlisis teolgicos tan refinados como el discurso
sabiamente verboso y eufemstco, a veces voluntariamente oscuro, de
los estudiantes de Harvard.
19
Pero ello no debe hacernos olvidar, por
ejemplo, que, a diferencia del discurso de los alumnos de las escuelas
de lite, el lenguaje imaginativo y subido de tono -y, por lo tanto,
adecuado para proporcionar intensas satisfacciones estticas- de los
adolescentes de Harlem sigue careciendo totalmente de valor en los
mercados escolares y en la mayora de las situaciones sociales,
empezando por las entrevistas a la hora de buscar empleo. El mundo
social, con sus jerarquas que se resisten a dejarse relatvzar tan
fcilmente, no es relativista...
El culto de la cultura popular no es, a menudo, ms que una
inversin verbal, ineficaz y, por lo tanto, falsamente revolucionaria, del
racismo de clase que reduce las prcticas populares a la barbarie o la
vulgaridad: del mismo modo que determinadas celebraciones de la
feminidad no hacen ms que reforzar la dominacin masculina, esta
manera, en definitiva muy cmoda, de respetar al pueblo y aparentar
exaltarlo, pero que en realidad lo que hace es encerrarlo o hundirlo an
ms, al convertir la privacin en eleccin o en manera libremente
elegida de realizarse, proporciona todos los beneficios de una
ostentacin de generosidad subversiva y paradjica y deja las cosas
como estn: a unos con su cultura (o su lengua) autnticamente culta y
capaz de absorber su propia subversin distinguida, y a los otros con su
cultura o su lengua carentes de cualquier valor social o sujetas a
brutales devaluaciones
104
105
(como el broken english del que habla Labov), por mas que se las
rehabilite de forma ficticia mediante inoperantes escritos tericos.
Lo cual significa que las polticas culturales dirigidas a los ms
desfavorecidos estn condenadas a vacilar entre dos formas de
hipocresa (como pone de manifiesto el trato que reciben en la ac-
tualidad las minoras tnicas, en particular los inmigrantes): por un
lado, en nombre de un respeto a la vez condescendiente y sin
consecuencias hacia unas particularidades y unos particularismos
(culturales) en buena parte impuestos y padecidos, que de este modo
acaban convertidos en algo elegido -pienso, por ejemplo, en el empleo
que hace determinado conservadurismo del respeto a la diferencia, o
en ese invento inimitable de determinados especialistas americanos en
guetos, la nocin de cultura d la pobreza-, se encierra a los
desposedos en su estado y se omite ofrecerles los medios reales para
realizar sus posibilidades mutiladas; por otro lado, se imponen
universalmente (como hace la institucin escolar en la actualidad) unas
mismas exigencias sin preocuparse por distribuir con idntica
universalidad los medios de satisfacerlas, lo que contribuye a legitimar
la desigualdad, que, simplemente, se registra y se ratifica ejerciendo
para colmo, y a partir de la escuela, la violencia simblica asociada a los
efectos de la desigualdad real dentro de la igualdad formal.
(Una comprobacin bastante descorazonadora, en verdad, cuando
se sabe que, por lo menos en los Estados modernos, la posibilidad de
que los dominados recuperen algo de su cultura propia con el propsito
de enaltecerla est totalmente excluida debido al efecto de las fuerzas
de imposicin cultural y desculturizacn, entre las cuales figura en
primer lugar la institucin escolar, bastante eficiente a la hora de
destruir las tradiciones culturales marginales -con la colaboracin de los
medios de comunicacin de masas-, pero incapaz de facilitar un amplio
acceso a la cultura central.)
De este modo, el olvido de las condiciones sociales de posibilidad -
ignoradas o rechazadas- de la experiencia de lo bello, as como de las
condiciones de su universalizacin real, basta por s mismo para poner
de manifiesto la adhesin tcita del pensador universalista a las
condiciones sociales, muy particulares, y privilegiadas, de su
experiencia esttica con pretensin universal. Pero de la Critikder
Urteilskrafi* se desprende otra confesin, ms directa: la construccin
arquitectnica rigurosa de la teora del juicio esttico, la nica que el
comentario espontneamente cmplice de los lectores es capaz de
vislumbrar, oculta un discurso soterrado, el del inconsciente escolstico,
en el que se proclama la aversin por el gusto brbaro, gusto de la
lengua, el paladar y la garganta que es la anttesis puramente sensible
del gusto puro, dotado de todos los atributos de la universalidad. Y
tal vez haya que reconocer que subyace una confesin similar y
aparentemente igual de paradjica en quienes empiezan a preocuparse
por la defensa del universalismo slo cuando surgen movimientos
eficaces de protesta contra las contradicciones ms escandalosas del
universalismo, inmediatamente denunciados como disidencias
particularistas.
LA AMBIGEDAD DE LA RAZN
El mero hecho de recordar las condiciones sociales del desarrollo
de los universos en los que se engendra lo universal no permite caer en
el optimismo ingenuamente universalista de la temprana Aufklarung: el
desarrollo de la razn es inseparable de la progresiva autonomizacin
de microcosmos sociales basados en el privilegio, en los que
paulatinamente se han ido inventando modos de pensamiento y de
accin tericamente universales, pero en la prctica monopolizados por
unos pocos. La ambigedad resultante de ello explica que se pueda caer
de modo simultneo o alternativo en el desprecio aristocrtico de lo
vulgar, considerado una barbarie domstica, o en un moralismo
universalista y mostrar una generosidad sin condiciones hacia una
humanidad sin condicin, extica o domstica.
Se observa la misma ambigedad en la relacin entre las naciones
dominantes y las dominadas -o las provincias y las regiones
anexionadas al Estado central, a su lengua, a su cultura, etctera.
* Versin castellana: Crtica del juicio, Madrid, Espasa-Calpe, 1990. (N. del T)
106 107
As, quienes elevaron al Estado (francs) a un grado de universalidad
superior al de la mayora de las naciones contemporneas (con el Cdigo
Civil, el sistema mtrico, la moneda decimal y tantos otros inventos
racionales), los revolucionarios de 1789, ofrecieron inmediatamente su
fe universalista a un imperialismo de lo universal puesto al servicio de
un Estado nacional (o nacionalista) y sus dignatarios. De modo que
pudieron suscitar unas reacciones tan opuestas, aunque igualmente
comprensibles, como el entusiasmo universalista de quienes -Kant, por
ejemplo- prestaban atencin al aspecto luminoso del mensaje o el
nacionalismo surgido como rechazo, cuyo terico fue Herder. Y se
comprende mejor, en cualquier caso, la mstica reaccionaria de la nacin,
en su aspecto ms antiptico para la conviccin universalista, as como el
nfasis irracionalista que a menudo la acompaa, s se es capaz de
vislumbrar en ello una rplica distorsionada a la ambigua agresin que
representa el imperialismo de lo universal (rplica cuyo homlogo
podra ser hoy da cierto integrismo islamista).
El oscurantismo de las Luces puede adoptar la forma de un fetichismo
de la razn y un fanatismo de lo universal cerrados a todas las
manifestaciones tradicionales de creencia y que, como pone de
manifiesto, por ejemplo, la violencia refleja de algunas denuncias del
integrismo religioso, son de naturaleza tan oscura y opaca para s
mismos como lo que denuncian. Pero, sobre todo, en la medida en que
resulta posible gracias al privilegio, un privilegio que se ignora, la razn
contiene en s la virtualidad de un abuso de poder: producida en unos
campos (jurdico, cientfico, etctera) basados en la schol e implicados
objetivamente (en particular a travs de sus vnculos con la institucin
escolar) en la divisin de la labor de dominacin, posee una extraa
virtualidad que hace que siempre tienda a funcionar como capital
(cultural o informacional), y tambin, en la medida en que las
condiciones econmicas y sociales de su produccin no ven reconocido
su justo valor, como capital simblico; por lo tanto, es a la vez fuente de
beneficios materiales y simblicos e instrumento de dominacin y
legitimacin. Ofrece incluso la forma de legitimacin por antonomasia,
con la racionalizacin (en el doble sentido de Freud y Weber) o, mejor an,
la universalizacin, sociodcea suprema: la formalizacin, jurdica o
matemtica, que materializa la fractura escolstica mediante una barrera
de simbolismo opaco y necesario, y permite formular proposiciones
vlidas para un x cualquiera, universal, puede prestar a los contenidos
ms arbitrarios la apariencia de la ms irresistible universalidad.
(Pese al respeto que pueda despertar en el Homo scholasticus que
yace dentro de m la construccin terica de John Rawls, no puedo
adherirme a un modelo formal en el que las cosas de la lgica ocultan o
aplastan de forma demasiado manifiesta la lgica de las cosas.
20
Cmo
no ver, en efecto, que, segn se ha sugerido muchas veces, el carcter
dogmtico de la argumentacin de Rawls a favor de la prioridad de las
libertades de base se explica por el hecho de que atribuye tcitamente a
los interlocutores en la posicin original un ideal latente que no es otro
que el suyo, el de un Homo scholasticus apegado a una visin ideal de la
democracia estadounidense?
21
Y cmo olvidar, sobre todo, las
condiciones que han de cumplirse para que el autor y sus lectores
puedan aceptar los presupuestos escolsticos de este anlisis de los
presupuestos del contrato social, en particular, el que consiste en privar a
los contratantes de cualquier informacin respecto a las propiedades
sociales respectivas, es decir, en reducirlos al estado de individuos
intercambiables, segn el modelo de las teoras neoclsicas? Cmo
prestar algo ms que una adhesin decisoria y cuasildica a esta especie
de experiencia mental tpicamente escolstica que, como en Habermas -
muy prximo a Rawls, pese a los desacuerdos aparentes, imputables en
lo esencial al desfase entre las tradiciones tericas-, tiende a reducir una
cuestin de poltica, bastante irreal por lo dems, a un problema de tica
racional: imaginar que tratamos de organizar unas instituciones sociales
y econmicas con unas personas cuyo acuerdo debemos obtener, pero
planteando como hiptesis que nada sabemos de las aficiones, talentos e
intereses de ambas partes, de la posicin social que unos y otros van a
ocupar ni de la sociedad en la que van a vivir? Y es difcil no pensar que
lo que Rawls llama el velo de ignorancia, es decir, la idea de que una
teora de la justicia debe decir cules seran nuestros derechos y nuestras
reglas de cooperacin en la hiptesis de que ignorramos todo lo que
habitualmente se opone a la impar-
108 109
-I
!
i
cialidad perfecta, es una evocacin muy bella, muy til a fin de cuentas,
de la abstraccin en la que se basa, siempre sin saberlo, la ortodoxia
econmica cuyo modo de pensar adopt John Rawls.)
La nobleza de Estado encuentra en la escuela y los ttulos aca-
dmicos supuestas garantas de su competencia, el principio de su
sociodicea. La burguesa del siglo XIX basaba su legitimidad y su buena
conciencia en la distincin entre los pobres que hacan mritos para ser
ayudados (deserving poor) y los otros, condenados moralmente por su
imprevisin y su inmoralidad. La nobleza de Estado tambin tiene sus
pobres (o, como se dice ahora, sus excluidos), que, expulsados del
trabajo, fuente de medios de subsistencia pero tambin de justificaciones
para existir, estn condenados (a veces tambin a sus propios ojos) en
nombre de lo que supuestamente ha de determinar y justificar de ahora
en adelante la eleccin y la exclusin segn unas vas racionales y univer-
sales, es decir, la competencia, razn de ser y razn de estar en el poder
que, supuestamente, slo la escuela garantiza. El mito del don natural
y el racismo de la inteligencia ocupan el centro de una sociodicea, vivida
ntimamente por todos los dominantes, ms all de las diferencias en los
compromisos ticos o polticos proclamados, que erige la inteligencia
(medida escolarmente) en principio supremo de legitimacin y ya no
imputa la pobreza y el fracaso en una civilizacin de los resultados,
en la que hay que tener xito en todo- a la pereza, la imprevisin y el
vicio, sino a la estupidez.
Cualquier proyecto de reforma del entendimiento, si slo cuenta con
la fuerza de la predicacin racional para hacer progresar la causa de la
razn, sigue prisionero de la ilusin escolstica. Por lo tanto, no queda
ms remedio que recurrir a una Realpolitik de lo universal, forma
especfica de lucha poltica orientada a defender las condiciones sociales
del ejercicio de la razn y las bases institucionales de la actividad
intelectual, y a proporcionar a la razn los instrumentos que constituyen
la condicin de su realizacin en la historia. Una poltica de estas
caractersticas que tome buena nota del desigual reparto de las
condiciones sociales del acceso a lo universal, desafo o desmentido a la
predicacin humanista, puede proponerse impulsar por doquier, y por
cualquier
medio, el acceso de todos a los instrumentos de produccin y consumo
de los logros histricos que la lgica de las luchas internas de los campos
escolsticos erige en un momento dado del tiempo como universales
(procurando no convertirlos en fetiches, as como liberarlos, mediante
una crtica implacable, de todo lo que deben nicamente a su funcin
social de legitimacin).
Tambin puede tratar de rehabilitar la razn prctica y subvertir, en
las representaciones y los comportamientos, la divisin social entre la
teora y la prctica. Esta oposicin, profundamente arraigada en el
inconsciente escolstico, domina todo el pensa- .miento. Dado que
funciona como un principio de divisin absoluto, impide descubrir, por
ejemplo, que, como recuerda Dewey, la prctica adquirida (hablar una
lengua o montar en bicicleta) es un conocimiento e incluso contiene una
forma absolutamente particular de reflexin. Se impone al pensamiento y
la prctica mediante las jerarquas a las que sirve de base, incluso en la
vida intelectual y artstica (las distinciones entre lo puro y lo aplica-
do, lo cientfico y lo tcnico, lo artstico y lo decorativo,
etctera) y tambin mediante numerosas dicotomas del discurso docto,
como la distincin kantiana entre el entendimiento y la sensibilidad, que
impide ver que no hay uso de la sensibilidad que no implique el ejercicio
de las capacidades intelectuales.
Esta oposicin, constantemente reforzada por el pundonor es-
colstico, que, con todas las formas del logicismo y la accin racional,
inscribe, por ejemplo, la razn razonante en la universalidad de una
naturaleza, es lo que obstaculiza la elaboracin de un racionalismo
ampliado y realista de lo razonable y lo prudente (en el sentido
aristotlico de phronsis), capaz de defender las razones especficas de la
razn prctica sin caer en la exaltacin de la prctica y la tradicin que
cierto populismo irracionalista y reaccionario enfrenta al racionalismo, y
capaz tambin de imponer el reconocimiento efectivo (es decir,
sancionado escolarmente) de la pluralidad de las formas de
inteligencia, as como de combatir por todos los medios el autntico
efecto de destino que ejercen a diario unos veredictos escolares basados
nicamente en el reconocimiento de las formas ms formales de esta
capacidad polimorfa.
111
DIGRESIN. UN LMITE HABITUAL DEL PENSAMIENTO PURO
Para que se note lo difcil que resulta superar esa frontera entre la
teora y la prctica que impide producir un conocimiento adecuado del
conocimiento prctico y fundamentar una teora de la razn capaz de
darle cabida, quisiera citar aqu un texto de Husserl donde queda claro el
reto que este conocimiento sin conciencia representa para los filsofos
mejor predispuestos y preparados para reconocer la lgica especfica de
la experiencia primera: Nuestro mundo de vida es, en esa originariedad
misma que slo puede ponerse de manifiesto mediante la destruccin de
estas capas de sentido, no slo un mundo que resulta de operaciones
lgicas, no slo el lugar donde primero se fundamentan los objetos como
sustratos posibles de juicios, como temas posibles de la actividad
cognitiva, sino tambin el mundo de la experiencia en el sentido
plenamente concreto que va ligado a la palabra experiencia. Y este
sentido corriente no est en modo alguno ligado lisa y llanamente al
comportamiento cognitivo; tomado en su mayor generalidad, ms bien
est ligado a una habitualidad [Habitualitdt] que garantiza a quien la
posee, a quien tiene experiencia, la seguridad en la decisin y la accin
en las situaciones corrientes de la vida [...] al mismo tiempo que,
mediante esta expresin, tambin sentimos que nos conciernen los
progresos individuales de la experiencia mediante la cual se adquiere
esa habitualidad. As, este sentido comn, familiar y concreto de la
palabra experiencia designa un modo de comportamiento ms prctico
y evaluativo que especficamente cognitivo y judicatvo.
22
Pese
a.reconocer la especificidad de lo que, en otra tradicin, se llama
knowwedge by acquaintance, y de la experiencia que proporciona, y a
vincularla explcitamente a la Habitualitdt (pero tal vez precisamente por
esta razn), Husserl le niega el estatuto de conocimiento: hay que
considerarlo, en su opinin, un modo de comportamiento ms
prcticamente activo y evaluativo que cognitivo y judicativo. Es
como si la aceptacin inconsciente de la oposicin entre la teora y la
prctica y, sobre todo, tal vez, el rechazo del modo de explicacin
trivialmente gentico fueran ms poderosos que su voluntad de volver
sobre las cosas en s y le prohibieran traspasar el lmite sagrado.
Con lo que nos vemos abocados a preguntarnos si la causa de que
sean, sobre todo, pensadores conservadores y hostiles a la tradicin
racionalista, como Hedegger, Gadamer y, eri otra tradicin, Michael
Oakeshott,
23
los que han podido enunciar algunas de las propiedades del
conocimiento prctico, con un propsito de rehabilitacin de la tradicin
contra la fe exclusiva en la razn, no ser que los movan a ello pulsiones
sociales lo suficientemente fuertes para darles motivo para superar la
repulsin respecto a todo lo que va asociado con lo prctico. El inters
del pensamiento de Oakeshott estriba en que establece explcitamente el
vnculo, por lo general oculto o tcito, entre el inters por el conocimiento
prctico y la hostilidad poltica a la tendencia racionalista a devaluar las
tradiciones prcticas en beneficio de las teoras explcitas lo que l
llama ideologas-, o a considerar superior lo conscientemente planificado
y con deliberacin ejecutado a lo que se ha ido estableciendo de modo
inconsciente con el transcurso del tiempo.
LA FORMA SUPREMA DE LA VIOLENCIA SIMBLICA
Mediante oposiciones como la de la teora y la prctica todo el
orden social est presente en el pensamiento de dicho orden. De ah que
las ciencias antropolgicas estn condenadas a proponerse como fin no
slo el conocimiento de un objeto, como las ciencias de la naturaleza, sino
el conocimiento del conocimiento, prctico o docto, de este o aquel objeto
de conocimiento, e incluso de cualquier objeto de conocimiento posible.
Lo que no significa que con ello pretendan, al modo de una filosofa, que
suele asignarse una misin de esta ndole, ocupar una posicin absoluta,
sin ms all, de modo que no puedan a su vez convertirse en objetos de
conocimiento, sobre todo, para una forma particular de conocimiento
histrico. No tienen ms eleccin que esforzarse por conocer unos modos
de conocimiento y por conocerlos histricamente, historicizndolos, al
someter a la crtica histrica el conocimiento que les aplican.
La racionalidad, a la que las ciencias histricas dicen pertene-
112 115
cer al reivindicar el status de ciencia y al distinguirse del status de mero
discurso (ai que el propio Foucault pretenda reducirlas), es,
lgicamente, un reto crucial de las luchas histricas, y lo es porque la
razn, o, por lo menos, la racionalizacin, tiende a convertirse en una
fuerza histrica cada vez ms decisiva: la forma por antonomasia de la
violencia simblica es el poder que, ms all de la oposicin ritual entre
Habermas y Foucault, se ejerce por medio de las vas de la comunicacin
racional es decir, con la adhesin (forzada) de aquellos que, por ser los
productos dominados de un orden dominado por las fuerzas que se
amparan en la razn (como las que actan mediante los veredictos de la
institucin escolar o las imposiciones de los expertos econmicos), no
tienen ms remedio que otorgar su consentimiento a la arbitrariedad de
la fuerza racionalizada.
Habr que movilizar, sin duda, cada vez ms justificaciones y
recursos tcnicos y racionales para dominar, y los dominados tendrn
que utilizar cada vez ms la razn para defenderse de las formas cada
vez ms racionalizadas de dominacin (pienso, por ejemplo, en la
utilizacin poltica de los sondeos como instrumentos de demagogia
racional). Las ciencias sociales, las nicas en disposicin de
desenmascarar y contrarrestar las estrategias de dominacin
absolutamente inditas que ellas mismas contribuyen a veces a inspirar y
desplegar, tendrn que elegir con mayor claridad que nunca entre dos
alternativas: poner sus instrumentos racionales de conocimiento al
servicio de una dominacin cada vez ms racionalizada, o analizar
racionalmente la dominacin, en especial la contribucin que el
conocimiento racional puede aportar a la monopolizacin de hecho de
los beneficios de la razn universal. La conciencia y el conocimiento de
las condiciones sociales de esta especie de escndalo lgico y poltico que
es la monopolizacin de lo universal indican de forma inequvoca los
fines y los medios de una lucha poltica permanente por la
universalizacin de las condiciones de acceso a lo universal.
CASO PRCTICO: CMO LEER A UN AUTOR?
Sospecho que mi crtica de la lectura de lector puede ser vctima de
la neutralizacin desrealizadora que, precisamente, esa lectura lleva a
cabo. Y, a sabiendas de que en este punto me enfrento al ncleo
fundamental de la creencia escolstica, no slo me gustara hacer
comprender, o demostrar, sino hacer sentir, experimentar, y vencer de
este modo las rutinas, u obviar las renuencias, utilizando, como una
especie de parbola, el caso de Baudelaire, que, de lectura en relectura,
ha sido vctima, ms que nadie, de los efectos de la canonizacin,
eternizacin que deshistoriciza, y desrealiza, al tiempo que impide
volver a aprehender la inimitable grandeza de los comienzos, de la
que hablaba, a propsito de algo completamente distinto, Claude Lvi-
Strauss.
Nos encontramos, con Baudelaire, ante un problema de an-
tropologa histrica tan difcil como los que plantea al historiador o el
etnlogo descifrar una sociedad desconocida. Pero, debido a una falsa
familiaridad, fruto de un dilatado trato acadmico, no lo sabemos. Uno
de los tpicos ms manidos del discurso de celebracin de los clsicos,
que tiene como efecto relegarlos al limbo, como si estuvieran fuera del
tiempo y el espacio, muy lejos, en cualquier caso, de los debates y los
combates del presente, estriba paradjicamente en describirlos como
nuestros contemporneos y nuestros prjimos ms allegados; tan
contemporneos y prximos que ni por un instante ponemos en duda la
comprensin en apariencia inmediata (en realidad, mediatizada por toda
nuestra formacin) que pensamos tener de sus obras.
112 113
cer al reivindicar el status d ciencia y al distinguirse del status de mero
discurso (al que el propio Foucault pretenda reducirlas), es,
lgicamente, un reto crucial de las luchas histricas, y lo es porque la
razn, o, por lo menos,'la racionalizacin, tiende a convertirse en una
fuerza histrica cada vez ms decisiva: la forma por antonomasia de la
violencia simblica es el poder que, ms all de la oposicin ritual entre
Habermas y Foucault, se ejerce por medio de las vas de la comunicacin
racional es decir, con la adhesin (forzada) de aquellos que, por ser los
productos dominados de un orden dominado por las fuerzas que se
amparan en la razn (como las que actan mediante los veredictos de la
institucin escolar o las imposiciones de los expertos econmicos), no
tienen ms remedio que otorgar su consentimiento a la arbitrariedad de
la fuerza racionalizada.
Habr que movilizar, sin duda, cada vez ms justificaciones y
recursos tcnicos y racionales para dominar, y los dominados tendrn
que utilizar cada vez ms la razn para defenderse de las formas cada
vez ms racionalizadas de dominacin (pienso, por ejemplo, en la
utilizacin poltica de los sondeos como instrumentos de demagogia
racional). Las ciencias sociales, las nicas en disposicin de
desenmascarar y contrarrestar las estrategias de dominacin
absolutamente inditas que ellas mismas contribuyen a veces a inspirar y
desplegar, tendrn que elegir con mayor claridad que nunca entre dos
alternativas: poner sus instrumentos racionales de conocimiento al
servicio de una dominacin cada vez ms racionalizada, o analizar
racionalmente la dominacin, en especial la contribucin que el
conocimiento racional puede aportar a la monopolizacin de hecho de
los beneficios de la razn universal. La conciencia y el conocimiento de
las condiciones sociales de esta especie de escndalo lgico y poltico que
es la monopolizacin de lo universal indican de forma inequvoca los
fines y los medios de una lucha poltica permanente por la
universalizacin de las condiciones de acceso a lo universal.
CASO PRCTICO: CMO LEER A UN AUTOR?
Sospecho que mi crtica de la lectura de lector puede ser vctima de la
neutralizacin desrealizadora que, precisamente, esa lectura lleva a cabo.
Y, a sabiendas de que en este punto me enfrento al ncleo fundamental
de la creencia escolstica, no slo me gustara hacer comprender, o
demostrar, sino hacer sentir, experimentar, y vencer de este modo las
rutinas, u obviar las renuencias, utilizando, como una especie de
parbola, el caso de Baudelare, que, de lectura en relectura, ha sido
vctima, ms que nadie, de los efectos de la canonizacin, eternizacin
que deshistoriciza, y desrealiza, al tiempo que impide volver a
aprehender la inimitable grandeza de los comienzos, de la que
hablaba, a propsito de algo completamente distinto, Claude Lvi-
Strauss.
Nos encontramos, con Baudelare, ante un problema de antropologa
histrica tan difcil como los que plantea al historiador o el etnlogo
descifrar una sociedad desconocida. Pero, debido a una falsa
familiaridad, fruto de un dilatado trato acadmico, no lo sabemos. Uno
de los tpicos ms manidos del discurso de celebracin de ios clsicos,
que tiene como efecto relegarlos al limbo, como si estuvieran fuera del
tiempo y el espacio, muy lejos, en cualquier caso, de los debates y los
combates del presente, estriba paradjicamente en describirlos como
nuestros contemporneos y nuestros prjimos ms allegados; tan
contemporneos y prximos que ni por un instante ponemos en duda la
comprensin en apariencia inmediata (en realidad, mediatizada por toda
nuestra formacin) que pensamos tener de sus obras.
Pero, sin saberlo, somos absolutamente ajenos al universo social en
el que estaba inmerso Baudelaire, y muy particularmente al mundo
intelectual en el que se form y contra el que se form, y al que, a cambio,
transform profundamente, revolucion incluso, al contribuir a producir
el campo literario, mundo radicalmente nuevo, pero que, para nosotros,
resulta obvio. Ignorando nuestra ignorancia, obviamos lo ms
extraordinario de la vida de Baudelaire, es decir los esfuerzos que tuvo
que hacer para que se hiciera realidad algo extra-ordinario: el
microcosmos literario como mundo (econmico) invertido. Como
Manet, otro gran here- siarca, Baudelaire ha sido vctima del xito de la
revolucin que llev a cabo: las categoras de percepcin que aplicamos a
sus acciones y sus obras, las cuales son producto del mundo surgido de
esa revolucin, hacen que nos parezcan normales, naturales, evidentes,
de modo que las rupturas ms heroicas se han convertido en privilegios
114 115
heredados por una casta y actualmente estn al alcance de cualquier
plumfero que se las da de transgresor o de cualquier servidor del culto
acadmico del antiacademicismo, por mediocre que sea.
Por ms que esto sea, efectivamente, lo que ocurre, la sociologa (la
historia social), a la que siempre se acusa de ser reductora y de destruir
la originalidad creadora del escritor o el artista, puede, por el contrario,
hacer justicia a la singularidad de las grandes rupturas que la
historiografa corriente anula: la historia, reducida a una rapsodia de
detalles nimios reunidos sin principio de pertinencia, queda dispensada
del ingente esfuerzo necesario para elaborar el universo social de
relaciones objetivas respecto a las cuales el escritor ha tenido que definirse
para elaborarse, relaciones que no se reducen por fuerza a las que
registra la historiografa, es decir, a las interacciones reales, con escritores y
artistas que realmente ha conocido y tratado, pues Hugo, Gautier o
Delacroix tienen tanta importancia en este espacio como Charles
Asselineau, Ban- vlle, Babou, Champfleury o Pierre Dupont.
Esta exhortacin a una autntica antropologa histrica de
Baudelaire puede defenderse con un texto del propio Baudelaire, quien
en su primer artculo sobre la Exposicin Universal de 1855 escribi: [...]
le pregunto a todo hombre de buena fe, siempre que haya pensado y
viajado un poco, qu hara,- qu dira un Winckelmann moderno (los
hay a montones, abundan en el pas, a los perezosos les encantan), qu
dira frente a un producto chino, producto extrao, curioso, de forma
sinuosa, de intenso colorido y, a veces, de una delicadeza que produce
vrtigo. Se trata de una muestra de la belleza universal, sin duda; pero,
para comprenderla, el crtico, o el espectador, debe llevar a cabo dentro
de s una transformacin harto misteriosa y, mediante un fenmeno de la
voluntad que se ejerce sobre la imaginacin, ha de aprender por s mismo
a integrarse en el medio que ha alumbrado tan inslita floracin. Pocos
hombres poseen al completo esta gracia divina del cosmopolitismo; pero
todos pueden adquirirla en grados diversos. Los ms dotados al respecto
son los viajeros solitarios [...]. Ningn filtro escolar, ninguna paradoja
universitaria, ninguna utopa pedaggica se ha interpuesto entre ellos y
la compleja verdad. Conocen la admirable, la inmortal, la inevitable
relacin entre la forma y la fundn. No critican: contemplan, estudian. Si,
en vez de un pedagogo, tomo a un hombre de mundo, a un ser
inteligente, y lo traslado a una comarca lejana, estoy seguro de que,
aunque no salga de su extraeza y su asombro tras desembarcar, aunque
tarde ms o menos en acostumbrarse, y esta adaptacin resulte ms o
menos laboriosa, la simpata tarde o temprano acabar siendo tan fuerte,
tan penetrante, que crear dentro de l un mundo nuevo de ideas,
mundo que formar parte integrante de su propio ser y lo acompaar,
en la forma de recuerdos, hasta la muerte. Esas formas arquitectnicas
que al principio contrariaban su mirada acadmica (todo pueblo es
acadmico cuando juzga a los dems, todo pueblo es brbaro cuando es
juzgado), [...] todo ese mundo de armonas nuevas entrar poco a poco
dentro de su ser, lo impregnar pacientemente[...].
24
Baudelaire, el auctor por antonomasia, formula con claridad los
principios de una lectura que debera incitar a los lectores que siempre
somos a proceder, aunque sea a trancas y barrancas, a un anlisis
reflexivo de la posicin social de lector y a convertir la crtica de la
mirada acadmica en algo previo a cualquier lectura, y, muy
especialmente, a la de los ductores}
5
El lector nunca se halla tan expuesto
al contrasentido cultural como cuando se las tiene
116 117
que ver con el auctor auctorm, con el escritor que ha inventado al
escritor. En este caso, los efectos de la ignorancia de la distancia histrica
y cultural entre el mundo literario que Baudelaire encontr y el que nos
leg se yen multiplicados por los efectos de la distancia social entre el
lector y el auctor: la desreaizacin, la des- historicizacin y la
banalizacin, como dice Max Weber, a propsito del tratamiento
sacerdotal del carisma proftico, que son consecuencia de la repeticin
rutinaria y programada del comentario escolar, tienen el efecto de
convertir en soportable lo que sera insoportable, de hacer aceptar
universalmente lo que sera inaceptable; para algunos, por lo menos.
A ttulo de ilustracin prctica de lo que podra ser el efecto de
resurreccin (los bereberes de la Kabilia dicen que citar es resucitar)
producido por una verdadera hstoricizacin, me gustara proponer un
modo de lectura algo particular de un texto de Baudelaire sacado de un
comentario del Pmmthe dlivr de Senneville (seudnimo de Louis
Mnard): -Esto es poesa filosfica. -Qu es la poesa filosfica? -Qu
es el seor Edgar Quinet? -Filsofo? -Ejem! Ejem! -Poeta? -Oh! Oh!
26
Basta, para reactivar la violencia, absolutamente extraordinaria, de este
texto, con trasladarlo a la actualidad (como en los ejercicios de los viejos
libros de gramtica en los que haba que poner en presente tal o cual
frase), con un poco de intuicin de las homologas. -Esto es poesa
filosfica. -Qu es la poesa filosfica? -Qu es el seor X (ponga el
lector aqu el nombre de un poeta filsofo de hoy) o el seor Y (un
filsofo poeta o un filsofo periodista contemporneo)? Filsofo? -
Ejem! Ejem! -Poeta? -Oh! Oh! El efecto de desbanalizacin resulta
sobrecogedor; hasta el punto de que no podra citar los nombres propios
que estn en la mente de todos sin parecer un poco escandaloso o
grosero. De este modo, la actualizacin entendida como el hecho de
volver presente, actual que lleva a cabo la hstoricizacin estructural
constituye una verdadera reactivacin: contribuye a proporcionar al texto
y a su autor una forma de transhistoricidad cuyo efecto, al contrario que
la desrealizacin asociada a la eternizacin por medio del comentario
acadmico, estriba en volverlos activos y eficientes, y disponibles,
llegado el caso, para nuevas aplicaciones, en especial las que efecta el
auctor, capaz de resucitar- en la prctica un modus operandi prctico, para
producir un opus operatum sin precedente.
Pero cmo se distingue una lectura de estas caractersticas de la
proyeccin salvaje, basada en vagas analogas supuestas, en la que cae
tan a menudo el lector (sobre todo cuando quiere drselas de auctor y
piensa y vive su lectura como una segunda creacin)? El esfuerzo para
ponerse en el lugar del autor slo est fundamentado si se dispone de los
medios para establecer ese lugar como lo que es, es decir, como una
posicin, un punto (principio d un punto de vista) en un espado social
que no es ms que el campo literario dentro del cual est situado el autor.
Entonces, en palabras de Baudelaire, el crtico, el espectador, est en
disposicin de llevar a cabo dentro de s una transformacin harto
misteriosa y, mediante un fenmeno de la voluntad que se ejerce sobre
la imaginacin, puede aprender a integrarse en el medio que ha alumbrado
tan inslita floracin. Incluso puede, como he hecho en mi ejercicio de
gramtica socio-lgica, enunciar-denundar una estrategia que puede
observarse en estados diferentes de los campos de produccin cultural, y
que consiste en tratar de acumular, jugando con dos barajas, las
propiedades y los beneficios asociados a la pertenencia a dos campos
diferentes (el filosfico y el literario, o el filosfico y el periodstico,
etctera) sin reunir las competencias ni asumir los costes
correspondientes (lo que expresan de una manera terriblemente lacnica
el Ejem! Ejem! y el Oh! Oh! de Baudelaire).
De este modo, para estar en disposicin de comprender efec-
tivamente la obra de Baudelaire y poder participar activamente, sin
verdadera o falsa modestia de lector, en la actividad creadora, hay que
dotarse de los medios de integrarse en el medio que ha alumbrado tan
inslita obra, es decir, en el universo literario en el cual y contra el cual se
ha formado el proyecto creador y, ms concretamente, en el espacio de
las posibilidades artsticas (poticas) propuestas objetivamente por el
campo en el momento en que el autor se ocupa de definir su propsito
artstico. Momento inaugural, en el que se tienen ms posibilidades de
aprehender los principios histricos de la gnesis de la obra, que, una vez
haya in
119
118
ventado y afirmado su diferencia, se desarrollara, segn su lgica
interna, ms independiente de las circunstancias.
El campo en el cual y contra el cual se form Baudelaire est
dominado, a mi parecer, por una oposicin principal, segn el grado
de autonoma respecto a las demandas externas, particularmente
ticas: por un lado, una poesa pura, muy autnoma, que afirma su
indiferencia respecto ai compromiso poltico y moral o al lirismo
personal de las experiencias ntimas, como en Thophile Gautier
(especialmente con el prefacio de Mademoiselle de Maupin y Emaux et
cames), as como su rechazo de las efusiones lricas o la expresin de
las preocupaciones seglares, como en Leconte de Lisie; en el otro
extremo, una poesa ms abierta al mundo, con los espiritualistas,
vates moralizadores de la naturaleza, como Vctor de Laprade, poeta
lamartiniano y cristiano convertido en adorador pantesta del
mundo,
27
y, en el polo opuesto de los anteriores, y en segundo
trmino, la escuela moderna, asociada al nombre de Mxime Du
Camp (y a la Revue de Pars), que, en sus Chants modernes, ensalza la
industria, el progreso, etctera, y rechaza explcitamente el culto a la
forma y los efectos pictricos de Thophile Gautier.
Baudelaire se opone a esas dos posiciones extremas, sin dejar por
ello de tomar de cada una de ellas, de modo consciente, aquello que la
enfrenta ms directamente a la otra: en nombre del culto a la forma
pura, que lo sita en el ala radical de la literatura autnoma, rechaza la
sumisin a unas funciones externas y el respeto a las normas oficiales,
tanto si se trata de los preceptos moralizadores del orden burgus para
los poetas espiritualistas como del culto al trabajo para la escuela
moderna. Pero, del mismo modo, tambin rechaza el repliegue social
de los sectarios defensores de la forma pura (a los que hay que aadir
la escuela pagana o el poeta griego, el seor de Banvlle) en
nombre de la exaltacin de la funcin mgica de la poesa, de la
imaginacin crtica, de la complicidad entre la poesa y la vida, y del
sentimiento moderno, como dice Asselneau.
Mediante esta combinacin indita de tomas de posicin so-
cialmente exclusivas, alumbra, en un lugar de alta tensin, una posicin
hasta entonces imposible, fruto de la unin de los van-
guardismos esttico y tico, dos posturas disociadas e incluso casi
inconciliables. Y, como si quisiera vivir dolorosamente su dificultad de
vivir, se niega tanto a convertirla en un propsito esttico deliberado, al
estilo de los romnticos, o peor an, de la bohemia, como a huir de ella
refugindose en la contemplacin serena de las formas divinas, que era
lo que hacan los poetas del Parnaso; rechaza tanto la huida que hace
abandonar el presente y la realidad a los muy doctos anticuarios (entre
ellos el pintor Grme, espritu curioso del pasado y vido de
instruirse, que prefiere la diversin de una pgina erudita a los deleites
de la pintura pura)
28
como el anhelo de ensear y, al igual que Hugo,
la expresin de verdades morales, la hereja moderna capital, segn
Edgar Alian Poe.
29
Del mismo modo habra que mostrar todo el mbito de las
relaciones consideradas negativas, caracterizadas por rechazos y rabietas
y dirigidas a menudo contra dos escritores a la vez, contra dos ideas
irreconciliables de la poesa, el arte, la literatura; dobles rechazos que, por
la coincidencia de los opuestos que implican, resultan tanto ms
violentos e incomunicables, inaceptables, incomprensibles, para aquel que
los formula y los experimenta, y que se ve obligado a pensarse y sentirse
como una especie de anomala anormal o bien hay que encontrar un
lenguaje demonaca. (Lo que quiero decir es que el arte moderno
tiene una tendencia esencialmente demonaca.)
30
Todo ello, me objetarn, es de sobra conocido. Cmo iba a ser de
otro modo despus de tantsimos comentarios, de tantsimas santas
lecturas y de pos lectores? Pero se trata slo de una cuestin de
lectura, como plantea en principio el lector, que presupone que los
autores y los lectores plantean cuestiones de lectura, y no de vida y
muerte? En parte porque su modesto status de humilde servidor
intercambiable de la palabra proftica (tal es la definicin weberiana del
sacerdocio) se lo prohbe, y en parte porque tambin sus disposiciones y
la lgica de la competencia con sus pares lo inclinan a las prudentes
minucias de una erudicin, que, incapaz de aprehender como tal el campo
de batalla, disuelve la virulencia de los enfrentamientos desesperados y
dolorosos de la creacin en la enumeracin infinita de las rencillas
121
120
mezquinas y los altercados menores, el lector por fuerza ha de olvi-
dar que, para Baudelaire, la cuestin de la poesa, de la vida, del arte
de vivir del poeta, es objeto de una entrega absoluta, total, sin
reservas; es una empresa a la que uno se lanza en cuerpo y alma, a
sabiendas de que corre el peligro de perderse. Lo cual plantea la
cuestin de la perdicin controlada, de la cautela en la perdicin, y, en
especial, por lo que se refiere al uso de las drogas, smbolo e
instrumento de una nueva relacin entre el arte y la existencia. Esta
nueva relacin se afirma en la transgresin tica como realizacin de
un arte que rechaza la ejemplaridad moral y slo reconoce sus
propias leyes, o en el talento tenebroso y desolado
31
de aquellos
artistas que, como Edgar Alian Poe, van a la bsqueda de un ideal
extrao.
32
Y habra que reconsiderar en este punto toda la crtica artstica y
literaria de Baudelaire, en la cual, y por medio de la cual, el auctor
auctorum se empea en producirse (cabe decir, por una vez, en crearse)
como auctor, y en la que los lectores, incluso cuando hablan de crtica
de autor (con bastante condescendencia), no han sabido ver ms que
una crtica de lector. Lo que supondra que se pudiera reconstruir, para
volver a situar en l a Baudelaire, el campo de la crtica que estaba en
proceso de constitucin, por un lado con la crtica acadmica, que
consideraba la pintura mero pretexto para una escritura orientada
hacia la exhibicin del saber, y por otro lado con los pequeos
plumferos polgrafos sin especialidad (Le Petit Journal), que, por
encima de todo, pretendan agradar a la burguesa, aunque fuera
recurriendo al sarcasmo y la burla. Baudelaire seala* a partir de 1846,
una ruptura radical con los presupuestos tcitos de este universo cuyas
disensiones aparentes ocultaban un profundo consenso. Ruptura a la
vez, e inseparablemente, prctica (Baudelaire no se limita a hablar del
arte, vive el personaje del artista) y terica: pide a la crtica que se
someta a la lgica interna de la obra, que trate de comprender sin
prejuicios la intencin profunda de cada pintor y que restituya me-
diante una evocacin especfica el lenguaje especfico -el de las formas
y los colores- de la pintura, en vez de tratar de asombrar utilizando
medios ajenos al arte en cuestin. Sera intil tratar de averiguar, para
poderlo afirmar, si, con ello, transpone y generaliza
la idea de la poesa autnoma que est en trance de inventar (como
podra hacer creer su reivindicacin del derecho del escritor a juzgar a los
grandes pintores y los grandes msicos: me pareca que esa msica [la
de Wagner] era la ma) o si busca, y encuentra, en la obra y la vida de los
artistas, y en los anlisis que de stas hace, la justificacin y, sobre todo,
la inspiracin de su esfuerzo heroico para construir el personaje del
artista como creador.
Prisionero de su aversin por la temtica histrica o filosfica de la
pintura acadmica, as como de su no menor aversin por la
representacin lisa y llana de la realidad al estilo de Courbet y los
paisajistas o de la pintura de gnero, se esfuerza intilmente por
imaginar, a costa de muchas contradicciones y confusin, una superacin
de esa alternativa. Esa superacin, que no poda hallar en el mbito de la
pintura, donde, pese a su deseo de identificarse con el punto de vista del
auctor, se vea reducido al status de lector, la encontrar en una poesa
despojada de los ornamentos y de los preciosismos del neoacademicismo
parnasiano y capaz de librarse, por su intensa sencillez, tanto del rococ
del romanticismo como de las trivialidades de las evocaciones realistas
o sentimentales.
De este modo, contra la deshistoricizacin que produce, para-
djicamente, la erudicin histrica, la reconstruccin histrica, apenas
esbozada aqu, de la estructura del espacio literario, as como de las
posibilidades e imposibilidades que ste propone, pone de manifiesto la
posicin imposible en que Baudelaire se coloca a s mismo, por razones, sin
duda, debidas en parte a los padecimientos, a la vez psicolgicos y
sociales, que le caus con su experiencia del microcosmos familiar,
condensada en su relacin con su madre, origen de su actitud haca la
institucin familiar y, ms ampliamente, hacia todo el orden social. El es
el autor, incluso cabe decir el inventor, de esa posicin generadora de
una extraordinaria tensin y una increble violencia al enfrentarse a posi-
ciones enfrentadas y tratar de unir, sin concesiones conciliadoras,
propiedades y propsitos profundamente enfrentados y socialmente
incompatibles.
Si, como creo, este modelo resulta vlido para todos los autores de
grandes revoluciones simblicas, ello se debe, sin duda, a que comparten la
circunstancia de encontrarse ante un espacio de lo
122
posible ya establecido que, para ellos, y solo para ellos, designa, por
defecto, un posible por hacer. Los autores procuran hacer existir este
imposible posible, , a la vez rechazado y requerido por ese espacio que lo
define, pero como vaco, como carencia, y ello a pesar y en contra de
todas las renuencias que el surgimiento de lo posible excluido
estructuralmente provoca en la estructura que lo excluye y entre quienes
se han asegurado la posesin de las posiciones constitutivas de esa
estructura y no desean verse despojados de ellas.
3. Los fundamentos, histricos de la razn
125
No se cierne sobre el socilogo la amenaza de una especie de
esquizofrenia, en la medida en que est condenado a explicar la
historicidad y la relatividad mediante un discurso que pretende la
universalidad y la objetividad, a proclamar la certidumbre mediante
un anlisis que implica la suspensin de cualquier adhesin ingenua,
a someter la razn escolstica tanto a una crtica inevitablemente
escolstica, tanto en sus condiciones de posibilidad como en sus
formas de expresin, es decir a echar por tierra, al menos en
apariencia, la razn con una argumentacin racional, a la manera de
esos pacientes que comentan lo que dicen o lo que hacen mediante un
metadiscurso que lo contradice? O se trata slo de una ilusin, fruto
de la repugnancia a aceptar la historicidad de la razn, cientfica o
jurdica?
Tradicionalmente, historizar significa relativizar, y, de hecho,
histricamente, la historicizacin ha sido una de las armas ms efi-
caces en todas las luchas de la Aufkldrung contra el oscurantismo, el
absolutismo y, de forma ms general, cualquier forma de abso-
lutizacin o naturalizacin de los principios histricos y, por lo
tanto, contingentes y arbitrarios-, de un universo social particular.
Ahora bien, paradjicamente, tal vez someter la razn a la prueba de
la historicizacin ms radical, en particular echando por tierra la
ilusin del fundamento al recordar lo arbitrario del origen y mediante
la crtica histrica y sociolgica de los instrumentos de la propia
ciencia histrica y sociolgica, sea la manera de liberarla de la
arbitrariedad y la relativizacin histrica. Sobre todo, tratan-
126 127
do de modo especial de comprender cmo, y en qu condiciones,
pueden instituirse en las cosas y los cuerpos las reglas y las regula-
ridades de unos juegos sociales capaces de obligar a las pulsiones y los
intereses egostas a superarse en el conflicto reglado y por medio de l.
LA VIOLENCIA Y LA LEY
La costumbre es la ley por la sencilla razn de que ha sido
heredada: sta es el fundamento mstico de su autoridad. Quien trata de
averiguar su principio, la aniquila. Nada hay ms falible que esas leyes
que reparan las faltas. Quien las obedece porque son justas, obedece a la
justicia que l imagina, pero no a la esencia de la ley. sta se halla
replegada sobre s misma. Es ley, y nada ms. Quien quiera examinar el
motivo, lo encontrar tan dbil y tan frgil que, si no est acostumbrado
a contemplar los prodigios de la imaginacin humana, se admirar de
que el mundo la haya tratado con tanta pompa y reverencia. El arte de
atacar a los Estados, de socavar sus cimientos, consiste en hacer aicos
las costumbres establecidas llegando hasta su raz, para sealar su falta
de autoridad y de justicia [...]. Conviene que [el pueblo] no sienta la ver-
dad de la usurpacin; al haber sido introducida antiguamente sin razn,
ha llegado a ser razonable. Es preciso hacerla pasar por autntica,
eterna, y ocultar su origen, si no se quiere que llegue pronto a su fin.
1
De este modo, el fundamento posible de la ley slo puede buscarse
en la historia que, precisamente, aniquila cualquier forma posible de
fundamento. En el principio de la ley no hay ms que arbitrariedad y
artificosidad, la verdad de la usurpacin, la violencia sin
justificacin. La amnesia del gnesis, producto de la habituacin a la
costumbre, oculta lo que se enuncia en la tautologa brutal: La ley es la
ley, y nada ms. Quien quiera examinar el motivo, la razn de ser, y
profundizar en ella hasta la raz, es decir, fundamentar la ley
remontndose hasta sus inicios, como hacen los filsofos, jams
descubrir otra cosa que esa especie de principio de sinrazn suficiente.
En el origen no hay ms que costumbre, es decir, la arbitrariedad
histrica de la institucin histrica que se hace olvidar en tanto que tal
tratando, de fundarse en razn mtica, con las teoras del contrato,
verdaderos mitos de origen de las religiones democrticas (que con A
Theory ofjustice, de John Rawls,
2
han recibido su lustre de racionalidad),
o, ms banalmente, naturalizndose, y consiguiendo as un
reconocimiento arraigado en el desconocimiento: Qu son nuestros
principios naturales, sino nuestros principios acostumbrados? [...]
3
No
hay nada ms vano, por,lo tanto, en estas materias, que la ambicin de
la razn que pretende fundamentarse a s misma procediendo por
rigurosa deduccin a partir de principios: [...] Los filsofos han
pretendido, sin embargo, llegar hasta ella, y es ah donde todos han
fracasado. Es lo que ha dado lugar a esos ttulos tan corrientes, De los
principios de las cosas, De los principios de la filosofa, y otros parecidos, tan
fastuosos en sus efectos, aunque menos en apariencia, como este otro
que agrede a los ojos: De omni sdbili.A
Pascal, a todas luces, piensa en Descartes. Sin embargo, al
establecer una divisin estricta entre el orden del conocimiento y el de
la poltica, entre la escolstica contemplacin de la verdad
(contemplatio veritatis) y el uso de la vida (usus vitae), el autor de los
Principia philosophiae, por lo dems tan intrpido, reconoce que, fuera
del primer mbito, la duda no es de recibo: al estilo de todos los
sectarios modernos del escepticismo, desde Montaigne a Hume,
siempre se abstuvo, para pasmo de sus comentaristas, de extender a la
poltica sabemos con qu prudencia habla de Maquiavelo- el modo de
pensamiento radical que haba inaugurado en el orden del saber. Tal
vez porque presenta que se habra visto condenado, al igual que le
ocurri a Pascal, al descubrimiento final, ideal para echar por tierra la
ambicin de fundamentarlo todo en la razn, de que la verdad de la
usurpacin; [...]introducida antiguamente sin razn ha llegado a ser
razonable.
Pero la fuerza de la costumbre nunca anula completamente la
arbitrariedad de la fuerza, sostn de todo el sistema, que siempre
amenaza con manifestarse. De este modo, la polica recuerda por su
mera existencia la violencia extralegal sobre la que se basa el or-
den-legal-'(y que los filsofos del derecho, en particular Kelsen, con su
teora de la ley fundamental, pretenden ocultar). Ocurre lo mismo,
aunque de forma mas insidiosa, con las rupturas criticas en el curso sin
historia del orden de las sucesiones que introducen los golpes de
Estado, acciones extremas de violencia extraordinaria que rompen el
ciclo de la reproduccin del poder, o, de modo ms trivial, los
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momentos inaugurales en los que un agente socialmente destinado al
ejercicio legtimo de la violencia fsica o simblica (rey, ministro,
magistrado, profesor, etctera) es investido (con un nuevo mandato).
Con el golpe de Estado, tanto entendido en el sentido clsico (que
recuerda Louis Marin al comentar a Naud) de accin excepcional a la
que un gobierno recurre para garantizar lo que concibe como la
salvacin del Estado, o en el sentido moderno, ms restringido, de
iniciativa violenta mediante la cual un individuo o un grupo se apodera
del poder o cambia la constitucin, la violencia y la arbitrariedad del
origen y, al mismo tiempo, la cuestin de la justificacin del poder
resurgen en el estallido, la violencia, el choque del absoluto de la
fuerza, como asimismo dice Louis Marin; es la ruptura con el ejercicio
legtimo del poder en tanto que representacin de la fuerza capaz de
hacerse reconocer por el mero hecho de darse a conocen de mostrarse sin
ejercerse.
5
La exhibicin de la fuerza en el desfile militar, pero tambin
en el ceremonial judicial -tal como lo analiza E. P. Thompson,
6
implica, en efecto, una exhibicin del dominio de la fuerza, que se
mantiene as en el status de fuerza en potencia, que se podra utilizar,
pero que no se utiliza: mostrarla significa que se es lo suficientemente
fuerte y se est lo suficientemente seguro de sus efectos para obviar el
paso a la accin. Es una denegacin (en el sentido verdadero de
Vemeinung) de la fuerza, una afirmacin de la fuerza que es a la vez su
negacin; eso es precisamente lo que define una fuerza de polica
civilizada, capaz de olvidarse y hacer olvidar en tanto que fuerza y
convertida as en fuerza legtima, desconocida y reconocida, en
violencia simblica. (S, como el golpe de Estado, las violencias
policiales provocan el escndalo, tal vez se deba a que ponen en
peligro la creencia prctica que constituye la fuerza publica, fuerza
reconocida como legtima porque es capaz de ejercerse en particular
no ejer- cindose en realidad- precisamente en favor de aquellos que la
padecen.)
EL NMOS Y LA ILLUSIO
La arbitrariedad est asimismo en el origen de todos los campos,
hasta los ms puros, como los mundos artstico y cientfico: cada uno
tiene su ley fundamental, su nomos (palabra que suele traducirse por
ley, aunque sera mejor decir constitucin, que recuerda mejor el
acto de institucin arbitraria, o principio de visin y divisin, ms
prximo de su etimologa).
7
Nada hay que decir de esta ley, salvo, como
Pascal, que la ley es la ley, y nada ms. Slo se enuncia, cuando tal
cosa excepcionalmente sucede, en forma de tautologas. Irreductible e
inconmensurable con cualquier otra ley, tampoco cabe relacionarla con
la ley de otro campo ni con el rgimen de verdad que ste impone: ello
resulta particularmente evidente en el caso del campo artstico, cuyo
nomos, tal como se afirm en la segunda mitad del siglo XIX (el arte por
el arte), es la inversin del campo econmico (los negocios son los
negocios). Se da la misma incompatibilidad, como seala Bache- lard,
8
entre el espritu jurdico y el espritu cientfico, el rechazo de
cualquier aproximacin, el propsito de abolir a toda costa la
imprecisin, generadora de litigios, que pueden llevar, por ejemplo, al
jurista a evaluar el precio de un solar determinando su valor hasta el
ltimo cntimo, cosa que resulta absurda para el cientfico.
Lo que significa que una vez se ha aceptado el punto de vista
constitutivo de un campo, no cabe adoptar un punto de vista exterior:
tesis que, como jams se plantea como tal, no puede contradecirse, el
nmos carece de anttesis; principio de divisin legtima que puede
aplicarse a todos los aspectos fundamentales de la existencia, como
define lo pensable y lo impensable, lo prescrito y lo proscrito, slo
puede permanecer impensado; crisol de todos los planteamientos
pertinentes, no puede producir los planteamientos capaces de
replantearlo.
Cada campo, como el orden pascaliano, encierra as a los
130 131
agentes en sus envites propios que, a partir de otro punto de vista, es
decir, desde el punto de vista de otro juego, se vuelven invisibles o,
por lo menos, insignificantes o incluso ilusorios: Todo el esplendor
de las grandezas no significa nada para la gente que se ocupa en las
bsquedas del espritu. La grandeza de la gente de espritu es
invisible a los reyes, a los ricos, a los capitanes, a todos los grandes por
la carne. La grandeza de la sabidura [...] es invisible a los carnales y a
las gentes de espritu. Son tres rdenes diferentes de gnero.
9
Basta,
para comprobar las proposiciones pascalianas, con observar dnde
dejan de ser perceptibles y atractivos los envites y los beneficios
propuestos por cada uno de los diferentes campos (sa es una de las
maneras de comprobar sus lmites): por ejemplo, las ambiciones
profesionales del alto funcionario pueden dejar al cientfico
indiferente, y las inversiones a fondo perdido del artista o la lucha de
los periodistas por acceder a la portada resultan prcticamente
ininteligibles para el banquero (las dificultades de los artistas y los
escritores hijos de padre burgus no son un mero tpos de la
hagiografa) y tambin, sin duda, para todas las personas ajenas al
campo, es decir, a menudo, para los observadores superficiales.
DIGRESIN. EL SENTIDO COMN
De lo que resulta que el mundo del sentido comn merece, en
efecto, su nombre: es el nico lugar verdaderamente comn donde
pueden encontrarse, por excepcin, y hallar, como suele decirse,
mbitos de entendimiento, los que ya estn instalados en l, a falta de
tener acceso a la disposicin escolstica y a las conquistas histricas de
los mundos cientficos, y los que forman parte de uno u otro de los
universos escolsticos (y a los cuales ofrece, adems, el nico referente
y el nico lenguaje comunes para hablar entre ellos de lo que sucede
dentro de cada uno de esos universos aislados por su idiosincrasia y
su idiolecto). El sentido comn es un fondo de evidencias compartidas
por todos que garantiza, dentro de los lmites de un universo social,
un consenso primordial sobre el sentido del mundo, un conjunto de
lugares
comunes (en sentido lato), tcitamente aceptados, que posibilitan la
confrontacin, el dilogo, la competencia, incluso el conflicto, y entre
los cuales hay que reservar un lugar para los principios de clasificacin
tales como las grandes oposiciones que estructuran la percepcin del
mundo.
Estos esquemas clasificadores (estructuras estructurantes) son, en
lo esencial, producto de la incorporacin de las estructuras de las
distribuciones fundamentales que organizan el orden social (estructuras
estructuradas). Al ser, por consiguiente, comunes al conjunto de los
agentes insertados en este orden, son lo que posibilita el acuerdo dentro
del desacuerdo de agentes situados en posiciones opuestas (altas/bajas,
visibles/oscuras, raras/comunes, ricas/ pobres, etctera) y
caracterizados por unas propiedades distintivas, a su vez diferentes u
opuestas en el espado social. Dicho de otro modo, son lo que permite
que todos puedan referirse a las mismas oposiciones (por ejemplo,
alto/bajo, disringuido/vulgar, raro/ comn, ligero/pesado,
rico/pobre, etctera) para pensar el mundo y su posicin en este
mundo, y al mismo tiempo conferir a veces signos y valores opuestos a
los trminos que oponen, ya que unos modales libres pueden ser
percibidos por unos como descaro, mala educacin, grosera, y por
otros como desenvoltura, sencillez, informalidad, franqueza.
El sentido comn es, en gran parte, nacional porque hasta la fecha
la mayora de los grandes principios de divisin han sido inculcados o
consolidados por las instituciones escolares, cuya misin principal
consiste en construir la nacin en tanto que poblacin dotada de unas
mismas categoras y, por lo tanto, de un mismo sentido comn. La
profunda perplejidad que se experimenta en un pas extranjero, y que
no se supera del todo ni aun dominando la lengua, se debe en gran
parte a los innumerables pequeos desfases entre el mundo como se
presenta en cada momento y el sistema de disposiciones y expectativas
constitutivo del sentido comn. La existencia de campos
transnacionales (cientficos, en particular) crea sentidos comunes
especficos que ponen en tela de juicio el sentido comn nacional y
propician que surja una visin escolstica del mundo (ms o menos)
comn a todos los scholars de todos los pases.
132 133
UNOS PUNTOS DE VISTA INSTITUIDOS
El proceso de diferenciacin del mundo social que conduce a la
existencia de campos autnomos concierne a la vez al ser y al conocer:
al diferenciarse, el mundo social produce la diferenciacin de los modos
de conocimiento del mundo; a cada campo le corresponde un punto de
vista fundamental sobre el mundo que crea su objeto propio y que baila
en su propio seno los principios de comprensin y explicacin
convenientes a este objeto. Decir, como Saussure, que el punto de vista
crea el objeto es decir que -una misma realidad es objeto de una
pluralidad de representaciones socialmente reconocidas, pero en parte
irreductibles unas a otras -como los puntos de vista socialmente
instituidos en el campo del que son fruto-, aunque tengan en comn su
pretensin a la universalidad, (Debido a que cada campo, en cuanto
forma de vida, es sede de un juego de lenguaje que permite el
acceso a aspectos diferentes de la realidad, cabe interrogarse sobre la
existencia de una racionalidad general, que trascienda las diferencias
regionales, y, por muy intensa que pueda ser la nostalgia de la reu-
nificacin, no queda, sin duda, ms remedio que renunciar, como
Wittgenstein, a la busca de algo as como un lenguaje de todos los
lenguajes.)
Los principios de visin y divisin, y el modo de conocimiento
(religioso, filosfico, jurdico, cientfico, artstico, etctera) en uso en un
campo, en asociacin con una forma especfica de expresin, slo
pueden conocerse y comprenderse en relacin con la legalidad
especfica de ese campo como microcosmos social. Por ejemplo, el
juego de lenguaje que llamamos filosfico slo puede ser descrito y
explicado en su relacin con el campo filosfico en cuanto forma de
vida dentro de la cual est en uso. Las estructuras del pensamiento del
filsofo, el escritor, el artista o el cientfico, y, por lo tanto, los lmites de
lo que se les plantea como pensable o impensable, siempre dependen en
parte de las estructuras y su campo, es decir, de la historia de las
posiciones constitutivas de este campo y las disposiciones que stas
propician. El inconsciente epstmico es la historia del campo. Se
comprende as que para dotarse de alguna posibilidad de saber en
propiedad lo que se hace, hay que tratar de desarrollar lo que se halla
implcito en las diferentes relaciones de implicacin en las que el
pensador y su pensamiento estn contenidos, es decir, los presupuestos
que implica y las inclusiones o las exclusiones que lleva a cabo sin sa-
berlo.
Cada campo es la institucionaizacin de un punto de vista en las
cosas y los habitus. El habitus especfico, que se impone a los recin
llegados como un derecho de entrada, no es ms que un modo de
pensamiento especfico (un eidos), principio de una elaboracin
especfica de la realidad, basado en una creencia prerre- flexiva en el
valor indiscutido de los instrumentos de elaboracin y los objetos
elaborados de este modo (un thos). (En realidad, lo que el recin
llegado tiene que adquirir con el juego no es el habitus que se exige
tcita o explcitamente en l, sino un habitus compatible en la prctica,
tanto como sea posible, y, sobre todo, moldeable y susceptible de ser
convertido en habitus conforme o, en pocas palabras, congruente y
dcil, es decir, abierto a la posibilidad de una reestructuracin. Por este
motivo las operaciones de cooptacin prestan tanta atencin a los
signos de competencia como a indicios apenas perceptibles, las ms de
las veces corporales: comportamiento, actitud, modales, disposiciones
para ser y, sobre todo, para convertirse en lo que sea, ya se trate de
seleccionar a un jugador de rugby, un profesor, un alto funcionario o un
polica.)
Por citar un nico ejemplo, la disposicin esttica, tcitamente
exigida por el campo artstico (y sus productos), e inculcada por sus
estructuras y su funcionamiento, que hace que se propenda a
aprehender las obras de arte como stas lo requieren, es decir, est-
ticamente, en tanto que obras de arte (y no en tanto que meros objetos
del mundo), es inseparable de una competencia especfica: al funcionar
como un principio de pertenencia, sta lleva a discernir y a tratar como
distintos unos rasgos ignorados o tratados como idnticos por otros
principios de elaboracin, as como a descubrir unas propiedades
comunes en unas realidades diferentes y, por lo tanto, a proclamar
equivalentes las realidades caracterizadas por estas propiedades, con lo
que se definen unas clases de equivalencia definidas, ms o menos
rigurosamente, como los es
134 135
gen de la relacin con la posicin antagnica, de la que a veces tan slo
constituye la inversin racionalizada. Es lo que ocurre, a todas luces,
con multitud de pares de oposiciones actualmente vigentes en las
ciencias sociales: individuo y sociedad, consenso y conflicto,
consentimiento e imposicin, o, entre los anglosajones, structure and
agency, y, de forma ms manifiesta an, con las divisiones en
escuelas, movimientos o corrientes: estructura- lismo y
constructivismo, modernismo y posmodernismo, etiquetas con
apariencia de conceptos que apenas tienen ms autonoma respecto a
unas oposiciones entre posiciones sociales que las divisiones de las
mismas caractersticas en uso en el campo literario o artstico (como,
en el literario, a finales del siglo pasado, la oposicin entre naturalismo
y simbolismo).
La disposicin constitutiva a la vez arbitraria, o incluso fuera
de lugar e irrisoria, desde el punto de vista de otro campo, y necesaria,
por lo tanto imperativamente exigida (so pena de grosera, ridculo,
etctera), desde el punto de vista de la legalidad especfica del campo
considerado- es esa adhesin tcita al nomos, esa forma particular de
creencia, la illusio, que exigen los campos escolsticos y que supone la
suspensin de los objetivos de la existencia corriente en beneficio de
nuevas apuestas, planteadas y producidas por el propio juego. Como
pone de manifiesto el escndalo que suscita cualquier contestacin de
las evidencias fundadoras, esta creencia primordial est mucho ms
profundamente arraigada, es ms visceral y, debido a ello, resulta
ms difcil de desarraigar que las creencias explcitas y explcitamente
profesadas en el campo (religioso, por ejemplo).
Las filosofas de la sabidura tienden a reducir todas las especies
de illusio, hasta las ms puras, como lalibido sciendi, a meras ilusiones
de las que hay que liberarse para tener acceso a la libertad espiritual
en relacin con las apuestas mundanas que proporciona una
suspensin de las formas de inversin. Lo mismo hace Pascal cuando
condena como diversin las formas de concupiscencia asociadas a
los rdenes inferiores, de la carne o el espritu, porque producen el
efecto de apartar de la nica creencia verdadera, la que se engendra en
el orden de la caridad.
La illusio como adhesin inmediata a la necesidad de un cam-
tilos (gtico, rococ), las escuelas (impresionistas, simbolistas) o las
caractersticas estilsticas de un artista. (La descripcin, asimismo,
podra aplicarse al habitus religioso,
10
periodstico, mdico,
11
pugilstico,
12
cientfico: Kuhn habla, en The Structure ofScientific
Revolutions, 7 de disciplinary matrix, constelacin de creencias, valores,
tcnicas, etctera, que comparte una comunidad.)
Como el campo artstico, cada universo docto tiene su dxa
especfica, conjunto de presupuestos inseparablemente cognitivos y
evaluativos cuya aceptacin resulta, implcita por el hecho de
pertenecer a l. Como en el caso de las grandes oposiciones obligadas,
que, paradjicamente, unen lo que oponen, puesto que hay que
compartir el hecho de admitirlas para estar en condiciones de oponerse
a ellas, o por medio de ellas, y de producir as unas tomas de posicin
inmediatamente reconocidas como pertinentes y sensatas por aquellos
mismos a los que se oponen y que se oponen a ellas. Estos pares de
oposiciones especficas (epistemolgicas, artsticas, etctera), que,
asimismo, son pares de oposiciones sociales entre adversarios cmplices
en el seno del campo, delimitan, incluso en poltica, el espacio de
discusin legtima y excluyen como absurdo, eclctico o, lisa y
llanamente, impensable cualquier intento de producir una posicin no
prevista (trtese de la intrusin absurda o fuera de lugar del cndido,
el aficionado o el autodidacta, o de la gran innovacin subversiva del
heresiarca, religioso, artstico o incluso cientfico). Son las oposiciones
ms fundamentales, y ms profundamente arraigadas, las que
subvierten o destruyen los autores de las grandes revoluciones
simblicas; como Manet, por ejemplo, que revoca las oposiciones
cannicas de la pintura acadmica entre antiguo y contemporneo,
entre boceto y acabado.
Las oposiciones consagradas acaban por parecer implcitas en la
naturaleza de las cosas, aun cuando el ms mnimo examen crtico,
sobre todo si se lleva a cabo con conocimiento del campo (elaborado
como tal), obliga a descubrir a menudo que cada una de las posiciones
opuestas carece totalmente de contenido al mar-
7 Versin castellana: La estructura de las revoluciones cientficas, trad. de Au-
gusto Contn, FCE, Madrid, 1990. (N del T)
136 137
po tiene posibilidades tanto menores de aflorar a la conciencia
cuanto ms a cubierto queda, en cierto modo, de la discusin: a ttulo de
creencia fundamental en el valor de las apuestas de la discusin y en los
presupuestos implcitos en el hecho mismo de discutir, constituye la
condicin indiscutida de la discusin. Para plantear la discusin de los
argumentos, hay que creer que son dignos de ser discutidos, as como
creer, en cualquier caso, en las bondades de la discusin. La illttsio no
pertenece al orden de los principios explcitos, de las tesis que se .
plantean y se defienden, sino a la accin, la rutina, las cosas que se
hacen, y se hacen porque se hacen y porque siempre se han hecho as.
Todos los que estn implicados en el campo, partidarios de la ortodoxia
o la heterodoxia, comparten la adhesin tcita a la misma dxa que
posibilita su competencia y asigna a sta su lmite (el hereje no es ms
que un creyente que predica la vuelta a formas de fe ms puras): esa
dxa prohbe, de hecho, cuestionar los principios de la creencia, lo que
pondra en peligro la existencia misma del campo. A los planteamientos
sobre las razones de la pertenencia y la implicacin visceral en el juego
los participantes nada tienen que responder, en definitiva, y los
principios que cabe invocar en un caso semejante no son ms que
racionalizaciones post festum para justificar, tanto ante s mismo como
ante los dems, una inversin injustificable.
DIGRESIN. DIFERENCIACIN DE LOS PODERES Y
CIRCUITOS DE LEGITIMACIN
A medida que se constituyen unos campos relativamente au-
tnomos, nos alejamos de la indiferenciacin poltica y la solidaridad
mecnica entre poderes intercambiables (como los ancianos de las
unidades cinicas o los notables de las sociedades aldeanas), o de una
divisin de la tarea de dominacin reducida a un exiguo nmero de
funciones especializadas, incluso a un par de poderes antagnicos,
como los guerreros, bellatores, y los sacerdotes, oratores. Al dejar de
encarnarse en personas o instituciones especializadas, el poder se
diferencia y se dispersa (segn parece, eso es lo que pretenda sugerir
Michel Foucault, en contra, sin duda, de la visin marxista del aparato
centralizado y monoltico, con la metfora algo imprecisa de la
capilaridad): slo se realiza y se manifiesta a travs de un conjunto de
campos unidos por una verdadera solidaridad orgnica y, por lo tanto,
diferentes e interdependientes a la vez. Ms precisamente, se ejerce, de
forma invisible y annima, mediante acciones y reacciones, anrquicas
en apariencia, pero, de hecho, impuestas estructuralmente, de agentes e
instituciones incluidos en campos a la vez competidores y comple-
mentarios, como, por ejemplo, el econmico y el escolar, e implicados
en circuitos de intercambios legitimadores cada vez ms dilatados y
complejos y, por lo tanto, cada vez ms eficaces simblicamente, pero
que asimismo dejan, en medida creciente, cada vez ms espacio, al
menos en potencia, a los conflictos de poder y autoridad.
Una forma de separacin de poderes, harto diferente de la que
preconizaba Montesquieu, se halla implcita en los hechos en forma de
diferenciacin de los microcosmos y de los conflictos actuales o
potenciales entre los poderes separados que resultan de ellos. Por una
parte, los poderes que se ejercen en los diferentes campos (en particular,
aquellos en que est en juego una especie particular de capital cultural,
como el mdico, o el jurdico) pueden, sin duda, resultar opresivos
desde un punto de vista determinado y en el orden que les es propio y,
por lo tanto, aptos para suscitar renuencias legtimas, pero disponen de
una autonoma relativa en relacin con los poderes polticos y
econmicos, gracias a lo cual ofrecen la posibilidad de una libertad
respecto a ellos. Por otra parte, aunque quienes ocupan posiciones
dominantes en los diferentes campos estn unidos por una solidaridad
objetiva basada en la homologa entre esas posiciones, tambin estn
enfrentados, en el seno del campo del poder, por relaciones de
competencia y conflicto, en particular, a propsito del principio de
dominacin dominante y el tipo de cambio entre las diferentes
especies de capital en las que se basan las diferentes especies de poder.
De lo que resulta que los dominados siempre pueden sacar provecho o
beneficio de los conflictos entre los poderosos, que, con frecuencia, ne-
cesitan su colaboracin para triunfar. Muchos de los grandes en
138 139
frentamientos histricos considerados momentos culminantes de
la lucha de clases no han sido, de hecho, ms que la extensin,
mediante la lgica de las. alianzas con los dominados, de luchas entre
los dominantes en el seno del campo del poder, luchas que, porque se
dotan, con fines de legitimacin o movilizacin, de estrategias de
universalizacin simblica de los intereses particulares, pueden, sin
embargo, hacer progresar lo universal y, debido a ello, el
reconocimiento, al menos formal, de los intereses de los dominados.
Los progresos en la diferenciacin de los poderes son otras tantas
protecciones contra la imposicin de una jerarqua nica y unilineal
basada en una concentracin de todos los poderes en manos de una
nica persona (como en el cesaropapismo) o de un nico grupo y, ms
generalmente, contra la tirana entendida como una intrusin de los
poderes asociados a un campo en el funcionamiento de otro campo: La
tirana consiste en el deseo de dominacin universal y fuera de orden.
[...] La tirana consiste en querer conseguir por un medio aquello que
slo se puede conseguir por otro. Se rinden diferentes homenajes a los
distintos mritos: homenaje de amor al consentimiento, homenaje de
temor a la fuerza, homenaje de fe a la ciencia.
13
Hay tirana, por
ejemplo, cuando el poder poltico o el econmico intervienen en el
campo cientfico o el literaro3 directamente por medio de un poder
ms especfico, como el de las academias, los editores, las comisiones o
el periodismo (que en la actualidad cada vez tiende ms a ejercer su
dominacin sobre diferentes campos, en particular el poltico, el
intelectual, el jurdico y el cientfico), para imponer sus jerarquas y
reprimir la afirmacin de los principios de jerar- quizacin especficos.
14
Las ambiciones tirnicas, que tratan de absolutizar uno de los
principios de visin y divisin y constituirlo en fundamento ltimo e
insuperable de todos los dems, son, paradjicamente, reivindicaciones
de legitimidad, a veces inconsecuentes. De este modo la fuerza no
puede afirmarse como tal, como violencia sin frases, como arbitrariedad
que es lo que es, sin justificacin; y la experiencia demuestra que slo
puede perpetuarse en forma de derecho, ya que la dominacin slo
puede imponerse de modo duradero en la medida en que consigue
obtener el reconocimiento, que no es ms que el desconocimiento de la
arbitrariedad de su principio. Dicho de otro modo, desea estar
justificada (y, por lo tanto, reconocida, respetada, honrada,
considerada), pero slo tiene alguna posibilidad de conseguirlo si
renuncia a ejercerse (cualquier recurso a la fuerza con el propsito de
obtener su reconocimiento slo puede aportar un incremento,
simblicamente autodestrucrivo, de la arbitrariedad). De lo que resulta
que unos poderes basados en la fuerza (fsica o econmica) slo pueden
esperar alcanzar su legitimacin de unos poderes de los que no quepa
la sospecha de que obedecen a la fuerza; y que la eficacia legitimadora
de un acto de reconocimiento (homenaje, muestra de deferencia,
manifestacin de respeto) vara en funcin de la independencia, mayor
o menor, de quien lo otorga, agente o institucin, respecto de quien lo
recibe (y tambin del reconocimiento del que goce de por s). Es casi
nula en el caso de la autoconsagra- cin (Napolen al coger la corona d
manos del Papa para coronarse) o la autocelebracin (un escritor que
hiciera su propio panegrico); es escaso cuando los actos d
reconocimiento los llevan a cabo mercenarios (la claque en el teatro, los
publicitarios, los propagandistas), cmplices o incluso personas
prximas o allegadas, sobre cuyos juicios pesa la sospecha de que son
fruto de alguna forma de complacencia egosta o ceguera afectiva, o
cuando esos actos entran en unos circuitos de intercambios condenados
a ser tanto ms transparentes cuanto ms directos son y ms corto es el
intervalo temporal que media entre ellos (los hoy por ti, maana por
m entre autores de reseas, por ejemplo). En el otro extremo, el efecto
de legitimacin alcanza su punto mximo cuando toda relacin real o
visible de inters material o simblico entre las instituciones o los
agentes implicados desaparece y el autor del acto de reconocimiento
cuenta a su vez con un amplio reconocimiento.
As pues, no hay ms remedio que utilizar la fuerza para reducir la
fuerza a sus justos lmites y conseguir que se produzca esa fuerza
justificada que es el derecho. La eficacia simblica de la tarea de
legitimacin se halla estrechamente relacionada con el grado de
diferenciacin de dicha tarea y, por lo tanto, con el peligro
140 141
de desviacin resultante. l prncipe slo puede obtener de sus
poetas, sus pintores o sus juristas un servicio simblico de legitimacin
realmente eficaz en tanto que les concede la autonoma (relativa) que es
la condicin de un juicio independiente, pero que tambin puede ser
fuente de un cuestionamiento crtico. En efecto, aunque una autonoma
aparente o una dependencia no reconocida puedan tener los mismos
efectos que una independencia real, la eficacia simblica, que requiere
cierta independencia de la instancia legitimadora respecto de la
legitimada, presenta como contrapartida prcticamente inevitable un
riesgo proporcional de que dicha instancia desve en beneficio propio
su poder delegado de legitimacin. As, ya desde el nacimiento de un
cuerpo de juristas profesionales, en la Bolonia del siglo XII, asistimos al
establecimiento de una ambigedad en la relacin entre el poder
temporal y el cultural (como en otros tiempos entre bellatores y oratores):
la autonomizacin del campo jurdico proporciona al prncipe, como
mostr Kantorowicz, unos poderes de nuevo cuo, y ms legtimos,
porque se basan en la autoridad que el cuerpo jurdico ha conquistado y
afirmado contra l; pero tambin da pie a las reivindicaciones que los
juristas le oponen y a las luchas de poder en las que quienes detentan el
monopolio de la manipulacin legtima de los textos pueden invocar la
autoridad especfica del derecho en contra de la arbitrariedad del poder
del prncipe.
De igual modo, las artes y la literatura pueden, sin duda, ofrecer a
los dominantes unos instrumentos de legitimacin muy poderosos, de
manera directa, mediante la glorificacin que otorgan, o indirecta, en
particular por medio del culto del que son objeto y que, asimismo,
consagra a sus oficiantes. Pero tambin puede suceder que artistas y
escritores sean, directa o indirectamente, fuente de revoluciones
simblicas de gran alcance (como, en el siglo XIX, el estilo de vida de los
artistas, hoy en da, las provocaciones subversivas de los movimientos
feminista y homosexual), capaces de trastocar las estructuras ms
profundas del orden social, como las familiares, mediante la
transformacin de los principios de divisin fundamentales de la visin
del mundo (como la oposicin masculi- no/femenino) y el
cuestionamiento correlativo de las evidencias del sentido comn.
15
A medida que el campo del poder se diferencia y, correlativa-
mente, los circuitos de intercambios legitimadores se van volviendo
cada vez ms largos y ms complejos, el coste en energa social
empleada de la labor de legitimacin aumenta, y tambin se incre-
mentan las amenazas de crisis. El progreso en la eficacia simblica que
lleva aparejada la creciente complejidad de los circuitos de legitimacin
y, muy especialmente, la intervencin de mecanismos tan complejos y
ocultos como los de la institucin escolar, tiene como contrapartida un
considerable incremento de las posibilidades de desviacin subversiva
del capital especfico asociado a la pertenencia a uno u otro de los
campos surgidos del proceso de diferenciacin (por ejemplo, los
factores de transformacin vinculados al sistema de enseanza, desde la
insatisfaccin individual y colectiva engendrada de modo particular
por el descenso de posicin estructural resultante de la devaluacin
de los ttulos acadmicos y los desfases entre el ttulo y el puesto
conseguidos, hasta los grandes movimientos subversivos, como el de
1968).
Los profesionales del discurso, capaces de expresar el mundo y dar
forma (religiosa, jurdica, etctera) a experiencias prcticas a menudo
difciles de explicar (malestares, indignaciones, rebeliones), as como de
llevar a cabo una determinada universalizacin de lo que expresan por
el mero hecho de hacerlo pblico, con lo que le dan una suerte de
reconocimiento oficial y una apariencia de razn y razn de ser (con,
por ejemplo, la cuasisistematizacin proftica), son propensos
estructuralmente a una desviacin basada en la absolutizacn de una
razn social entre otras (dominacin tecnocrtica, repblica de los
jueces, teocracia, etctera).
UN HISTORICISMO RACIONALISTA
Pero las ciencias histricas no estn condenadas a la mera ase-
veracin (pascaliana), en s salutfera y liberadora, de la arbitrariedad
original. Tambin pueden tomar sobre s la tarea de comprender y
explicar su propia gnesis y, ms generalmente, la gnesis de los
campos escolsticos, es decir, los procesos de desarrollo (o de
autonomizacin) de que son fruto, as como la gnesis de las dis
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posiciones que se han ido inventando a medida que los campos se
constituan, y que han ido penetrando paulatinamente en los cuerpos en
el transcurso del proceso de aprendizaje. A estas ciencias corresponde
propiamente fundar no en razn, sino, por as decirlo, en historia, en
razn histrica, la necesidad o la razn de ser propiamente histrica de
los microcosmos separados (y privilegiados) donde se elaboran unos
enunciados con pretensin universal sobre el mundo. El conocimiento
as alcanzado contiene la posibilidad de un dominio reflexivo de esa.
historia doble, individual y colectiva* y de los efectos no deseados que
puede ejercer sobre el pensamiento.
Si admitimos que la razn cientfica es un producto de la historia y
que siempre se afirman ms y ms a medida que se incrementa la
autonoma relativa del campo cientfico respecto a imposiciones y
determinaciones externas, es decir, a medida que este campo impone
con mayor soberana sus leyes de funcionamiento especficas, en
particular en materia de discusin, de crtica, etctera, nos vemos
abocados a recusar los dos trminos de la alternativa habituamente
admitida: el absolutismo logidsta, que pretende dar fundamentos
lgicos a priori al mtodo cientfico, y el relativismo historicsta o
psicologista, que, en la formulacin que le da Quine, por ejemplo,
sostiene que el fracaso del intento de reducir las matemticas a la lgica
no permite ms salida que la de naturalizar la epistemologa
relacionndola con la psicologa.
16
Tampoco hay que escoger entre los dos trminos de la nueva
alternativa simbolizada hoy da por los nombres de Habermas y
Foucault, a su vez hroes epnimos de dos movimientos, llamados
moderno y posmoderno: por un lado, la concepcin juri-
dicodiscursiva de Habermas, que, al afirmar la fuerza autnoma del
derecho, entiende basar la democracia en la institucionaliza- cn legal
de las formas de comunicacin necesarias para la formacin de la
voluntad racional; por el otro, la analtica foucauldiana del poder, que,
atenta a las microestructuras de dominacin y las estrategias de lucha
por el poder, conduce a excluir los universales y, en particular, la
bsqueda de cualquier especie de moralidad universalmente aceptable.
De igual modo, si hay que repudiar la ilusin objetivista de la
viewfrom nowhere (como dice Thomas Nagel), certeza precrtica que
acepta sin discusin la objetividad de un punto de vista no objetivado,
no es para caer en la ilusin de ubicuidad de la view from everywhere
que pretende la introspeccin narcisista en su forma posmoderna,
crtica del fundamento que oculta la cuestin del fundamento (social)
de la crtica, desconstruccin que omite desconstruir al
desconstructor. En incesante movimiento, sobrecogedor e inasible, el
filsofo sin lugar ni entorno, topos, pretende librarse, segn la metfora
nietzscheana de la danza, de cualquier localizacin, cualquier punto de
vista fijo de espectador inmvil y cualquier perspectiva objetivista, y
afirma ser capaz de adoptar, frente al texto sometido a la
desconstruccin, un nmero infinito de puntos de vista inaccesibles
tanto para el autor como para el crtico; siempre volando al acecho para
dejarse caer por sorpresa, cazador inaprensible, que slo en apariencia
ha renunciado al sueo de trascendencia, maestro en el juego del
cazador cazado, en particular con las ciencias sociales, que absorbe para
desafiarlas mejor, para superarlas y denostarlas, siempre est seguro
de cuestionar los cuestionamientos ms radicales y, cuando ya nada
ms le queda a la filosofa, de dar fe de que nadie puede desconstruir
mejor la filosofa que el propio filsofo.
Es propio de esas alternativas, que no son ms que la proyeccin
de las ideas de las divisiones sociales de los campos, crear la ilusin
de que el pensamiento est encerrado sin remisin en una eleccin
absolutamente arbitraria. Si tengo que escoger entre dos males, deca
Karl Kraus, no escojo ninguno. Tanto de un lado como del otro, el
esfuerzo de pensamiento (y de pensamiento del pensamiento) alcanza
su lmite en el hecho que, vctima de una forma de hybris aristocrtica,
nicamente puede concebirse como el propsito solitario de un
pensador que slo espera su salvacin intelectual de su lucidez
singular. Y no es ste el nico rasgo comn que esas visiones tericas en
apariencia totalmente opuestas deben a su comn pertenencia a los
supuestos escolsticos. As, de igual modo que es difcil no reconocer el
fetichismo lingstico del lector en la teora de la accin
comunicacional, transfigura
144 145
cin legitimadora de la relacin escolstica con el lenguaje, el feti-
chismo tpicamente escolstico del texto autonomizado impulsa a
muchos de los que se incluyen en la lista de los posmodernos a
conferir a todas las realidades culturales, y al propio mundo social, el
status de textos autosufcientes y autoengendrados, merecedores de una
crtica estrictamente interna: es lo que ocurre, por ejemplo, con una
crtica feminista concreta que tiende a convertir el cuerpo femenino, la
condicin femenina o el status inferior de la mujer en un mero producto
de la construccin social ejecutiva, y que, olvidando que no basta con
cambiar el lenguaje, o la teora, para cambiar la realidad, segn la
ilusin tpica del lector.; otorga sin discusin a la crtica textual una
eficacia poltica. Pero aunque no est de ms recordar que el sexo, la
nacin, la etnia o la raza son construcciones sociales, es ingenuo y, por
lo tanto, peligroso, creer y dejar creer que basta con deconstruir estos
artefactos sociales, en una celebracin meramente ejecutiva de la
resistencia, para destruirlos; significa, en efecto, ignorar que, aunque la
catego- rizacn segn el sexo, la raza o la nacin es, sin duda, un
invento racista, sexista, nacionalista, est arraigada en la objetividad
de las instituciones, es decir, de las cosas y los cuerpos. Como ya in-
dicaba Max Weber, no hay mayor peligro para un movimiento, obrero o
de cualquier otro tipo, que el de los objetivos enraizados en el
desconocimiento de las relaciones reales. Y, en cualquier caso, cabe la
duda acerca de la realidad de una resistencia que hace abstraccin de la
resistencia de la realidad.
LAS DOS GARAS DE LA RAZN CIENTFICA
Aunque prohba superar, ficticiamente, los lmites insuperables de
la historia, una visin realista de la historia lleva a examinar cmo y en
qu condiciones histricas pueden extraerse de la historia verdades
irreductibles a la historia. Hay que admitir que la razn no cay del
cielo, como un don misterioso y condenado a permanecer inexplicable,
y, por lo tanto, que es histrica de cabo a rabo; pero no estamos
obligados en modo alguno a llegar a la conclusin, como suele hacerse,
de que es reductible a la historia.
En la historia, y slo en ella, hay que buscar el principio de la in-
dependencia relativa de la razn respecto a la historia de la que es fruto;
o, con mayor precisin, en la lgica propiamente histrica, pero
absolutamente especfica, segn la cual se han instituido los universos
de excepcin donde se lleva a cabo la historia singular de la razn.
Estos universos basados en la schol y la distancia escolstica
respecto a la necesidad y la urgencia, en particular econmicas,
propician unos intercambios sociales en los que las imposiciones
sociales adoptan la forma de imposiciones lgicas (y viceversa). Si
resultan propicios para el desarrollo de la razn, es porque para hacerse
valer en ellos hay que hacer valer unas razones; para triunfar en ellos,
hay que hacer triunfar unos argumentos, unas demostraciones o unas
refutaciones. Los mviles patolgicos de los que habla Kant, y de los
que los agentes comprometidos en los universos puros del
pensamiento escolstico no estn, en modo alguno, exentos (como
ponen de manifiesto, por ejemplo, los plagios o los robos de
descubrimientos en el universo cientfico), slo pueden resultar eficaces
en esos universos si se someten a las reglas del dilogo metdico y la
crtica generalizada.
Pero que nadie se llame a engao: estamos tan lejos en este caso de
la visin irnica, invocada por Habermas, de un intercambio intelectual
sometido a la fuerza del mejor argumento (o de la descripcin
mertoniana de la comunidad cientfica) como de la representacin
darwiniana o nietzscheana de la ciudad docta que, en nombre del
eslogan power/knowledge, en el que con demasiada frecuencia suele
condensarse la obra de Foucault, reduce drsticamente todas las
relaciones de sentido (y de ciencia) a relaciones de fuerza y luchas de
intereses. Cabe perfectamente afirmar la especificidad y la autonoma
del discurso cientfico sin salir de los lmites del mbito cientfico y sin
necesidad de recurrir a las diferentes especies de deus ex machina que
tradicionalmente suelen invocarse en casos semejantes. Los campos
cientficos, esos microcosmos que, desde una perspectiva concreta, son
mundos sociales como los dems, con concentraciones de poder y
capital, monopolios, relaciones de fuerza, intereses egostas, conflictos,
etctera, tambin son, desde una perspectiva distinta, universos de ex
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cepcin, algo milagrosos, donde la necesidad de la razn est im-
plcita en grados diversos en la realidad de las estructuras y las
disposiciones. No existen universos transhistricos de la comunicacin,
como pretenden Apel o Habermas, pero s formas social- mente
instituidas y garantizadas de comunicacin, las cuales, al igual que las
que se imponen de hecho en el campo cientfico, confieren su eficacia
plena a mecanismos de universalizacin como los controles mutuos que
la lgica de la competencia impone ms eficazmente que cualquier
exhortacin a la imparcialidad o la neutralidad tica.
De este modo, el campo cientfico, en su dimensin genrica,
contradice la visin hagiogrfica que rinde culto a la ciencia como
excepcin a las leyes comunes de una teora general de los campos o de
la economa de las prcticas. La competicin cientfica presupone y
produce una forma especfica de inters que slo parece desinteresada
por comparacin con los intereses corrientes, que buscan, sobre todo, el
poder y el dinero, la cual est dirigida a la conquista del monopolio de
la autoridad cientfica, en la que competencia tcnica y poder simblico
se confunden de modo inextricable. Pero, en su dimensin cientfica, se
distingue de los dems campos (en grados diferentes segn su nivel de
autonoma, que vara de acuerdo con las especialidades, las sociedades
y las pocas) por la forma organizada y reglamentada que en l adopta
la competicin, por las imposiciones lgicas y experimentales a las que
sta se halla sometida y los fines de conocimiento que persigue. En
consecuencia, un poco al estilo de las imgenes ambiguas de la teora
de la forma, se presta, debido a su dualidad intrnseca, a dos lecturas
simultneas: la bsqueda de la acumulacin de saberes y conocimientos
es, inseparablemente, bsqueda del reconocimiento y el deseo de
hacerse un nombre; la competencia tcnica y el conocimiento cientfico
funcionan de manera simultnea como instrumentos de acumulacin
de capital simblico; los conflictos intelectuales tambin son siempre
conflictos de poder, las polmicas de la razn, luchas de rivalidad
cientfica, etctera.
Quienes se basan en que una proposicin es la conclusin de un
proceso de desarrollo histrico para poner en tela de juicio su contenido
de verdad o quienes, como Rorty,
17
afirman que las relaciones de fuerza
epistmicas se reducen a relaciones de fuerza polticas, que la ciencia no
difiere de las dems formas de conocimiento desde el punto de vista
epistemolgico, sino, sobre todo, por su capacidad de imponer sus
definiciones medante la persuasin retrica, y que, en una palabra, lo
que determina la verdad de tal o cual forma de conocimiento es el mero
poder que, al estructurar los juegos de lenguaje, orienta nuestras
preferencias hacia unas metforas concretas, y no hacia otras, olvidan lo
esencial: es indudable que cualquier proposicin que tenga
pretensiones cientficas sobre el mundo fsico es una construccin que
se afirma en contra de otras, y que las diferentes visiones confrontadas
de este modo en el seno de los campos cientficos deben parte de su
fuerza relativa, incluso en los campos ms autnomos, a la fuerza social
(o la posicin) de quienes las defienden y a la eficacia simblica de sus
estrategias retricas. Lo que no quita que, pese a todo, la lucha siempre
se desarrolla bajo el control de las normas constitutivas del campo y
slo con las armas autorizadas en l y que, al pretender aplicarse a las
propiedades de las propias cosas, a sus estructuras, sus efectos, etctera,
y al reivindicar, por lo tanto, el estatuto de verdades, las proposiciones
implicadas en esa lucha se reconocen de forma tcita o explcita como
susceptibles de la prueba de la coherencia y el veredicto de la
experiencia. Con lo que la mera observacin de un mundo cientfico,
donde la defensa de la razn queda en manos de una labor colectiva de
confrontacin crtica y colocada bajo el control de los hechos, obliga a
adherirse a un realismo crtico y reflexivo, en ruptura a la vez con el
absolutismo epistmico y el relativismo irracionalista.
CENSURA DEL CAMPO Y SUBLIMACIN CIENTFICA
No hay gran cosa que ganar, salvo algunos beneficios simblicos
de dudoso valor, si se pasa de la visin hagiogrfica a otra re-
duccionista (llamada a veces programa fuerte en sociologa de la
ciencia) que, al insistir sobre el hecho, indiscutible, de que los universos
sociales estn construidos sin cesar por definiciones eje- altivas y
operaciones de clasificacin, reduce los intereses y las estrategias de
conocimiento a estrategias e intereses de poder y hace desaparecer as,
lisa y llanamente, una de las dos caras, indisocia- bles, de la realidad de
los campos escolsticos. Por ello, tras plantear con claridad esa dualidad
intrnseca del universo de la ciencia y todo lo que participa de l, hay
148 149
que acentuar la dimensin especfica, hay que mostrar cmo la pulsin
especfica engendrada por el campo es llevada a sublimarse para que se
pueda realizar dentro de los lmites y bajo la coercin de la censura del
campo.
El enfrentamiento anrquico de las inversiones y los intereses
individuales slo se transforma en dilogo racional en la medida (y slo
en la medida) en que el campo es lo suficientemente autnomo (y, por
lo tanto, cuenta con barreras de entrada lo suficientemente difciles de
franquear) para excluir la introduccin de armas no especficas,
polticas o econmicas en particular, en las luchas internas, es decir, en
la medida en que los participantes se ven obligados a recurrir slo a
instrumentos de discusin o verificacin conformes a las exigencias
cientficas de la materia (como el principio de caridad) y, por lo tanto,
obligados a sublimar su libido dominandi en una libido sciendi que slo
puede triunfar enfrentando una refutacin a una demostracin, un
hecho cientfico a otro hecho cientfico.
Las imposiciones capaces de inducir acciones que contribuyan al
progreso de la razn no tienen, las ms de las veces, que adoptar la
forma de reglas explcitas: estn implcitas en los procesos ins-
titucionalizados que regulan la entrada en el juego (seleccin y
cooptacin), en las condiciones del intercambio (forma y espacio de la
discusin, problemtica legtima, etctera), en los mecanismos del
campo, que, al funcionar como un mercado, aplica sanciones, positivas
o negativas, a las producciones individuales segn unas leyes
absolutamente especficas, irreductibles a las que rigen los universos
econmico o poltico, y, por ltimo, y sobre todo, en las disposiciones
de los agentes fruto de este conjunto de efectos, ya que la propensin y
la aptitud para llevar a cabo la ruptura epistemolgica estn
implcitas, por ejemplo, en la lgica del funcionamiento del campo
autnomo, capaz de plantear sus propios problemas en vez de
recibirlos, ya planteados, del exterior.
(En el caso de las ciencias sociales, la instauracin de las con-
diciones sociales de ruptura y autonoma resulta particularmente
necesaria y particularmente difcil. Debido a que su objeto y, por lo
tanto, lo que dicen al respecto es una apuesta poltica -lo que las pone
en situacin de competencia con todos aquellos que pretenden hablar
con autoridad sobre el mundo social: escritores, periodistas, polticos,
religiosos, etctera-, estn particularmente expuestas al peligro de
politizacin: siempre es posible introducir o imponer en el campo
fuerzas y formas externas, generadoras de heteronomia y capaces de
contrarrestar, neutralizar y, a veces, aniquilar los logros de la
investigacin liberada de los presupuestos.)
As, a medida que crecen los recursos cientficos acumulados
colectivamente y, de modo correlativo, se eleva el derecho de entrada
en el campo, con lo que se excluye, de derecho o de hecho, a los
pretendientes desprovistos de la competencia necesaria para participar
con eficacia en la competencia, los agentes y las instituciones
comprometidos en la competencia siempre tienden cada vez ms a
tener slo como destinatarios o clientes potenciales a sus
competidores ms temibles: las reivindicaciones de validez (validity
claims) se ven obligadas a enfrentarse a reivindicaciones competidoras,
tan bien dotadas cientficamente como ellas, para obtener el
reconocimiento; los autores de descubrimientos slo tienen
posibilidades de ser comprendidos y reconocidos por aquellos de sus
colegas que son a la vez ms competentes y menos propensos a las
complicidades complacientes y, por consiguiente, los ms aptos y ms
inclinados a comprometer los recursos especficos acumulados en el
decurso de la historia del campo en una crtica de esos descubrimientos
adecuada para hacer que la razn progrese mediante refutaciones,
correcciones o aadidos.
La lucha cientfica es una contienda entre adversarios que poseen
armas tanto ms poderosas y eficaces cuanto ms importante es el
capital cientfico acumulado colectivamente en y por el campo (y, por lo
tanto, asimilado por cada uno de los agentes) y estn de acuerdo, por lo
menos, en aceptar, como una especie de arbitraje final, el veredicto de la
experiencia, es decir, de lo real. Esta realidad objetiva, a la que todo
el mundo se refiere de forma explcita o tcita, no es ms, en definitiva,
que lo que los investiga
150 151
dores implicados en el campo en un momento determinado del
presente coinciden en considerar como tal, y slo se manifiesta en el
campo mediante las representaciones que dan de ella quienes invocan su
arbitraje. Puede que tambin se d el caso en otros campos, como el
religioso o el poltico, en los que, en particular, los adversarios luchan
para imponer unos principios de visin y de divisin del mundo social,
unos sistemas de clasificacin en clases, regiones, naciones, etnias,
etctera, y no cesan de poner por testigo, en cierto modo, al mundo
social, de llamarlo a declarar para pedirle que confirme o invalide sus
diagnsticos o sus pronsticos, sus visiones y sus previsiones. Pero la
especificidad del campo cientfico estriba en que los competidores
coinciden en unos principios de comprobacin de la conformidad con lo
real, en unos mtodos comunes de validacin de las tesis y las
hiptesis, es decir, en el contrato tcito, inseparablemente poltico y
cognitivo, que fundamenta y rige la labor de objetivacin. Por ende, lo que
se enfrenta en el campo son construcciones sociales competidoras,
representaciones (con todo lo que la palabra implica de exhibicin
teatral pensada para hacer ver y hacer valer una manera de ver), pero
representaciones realistas, que pretenden estar basadas en una realidad
dotada de los medios para imponer su veredicto por medio de un
arsenal de mtodos, instrumentos y tcnicas de experimentacin
acumulados y empleados colectivamente, bajo la coercin de las
disciplinas y las censuras del campo y tambin gracias al poder
invisible de la orquestacin de los habitus.
Lo que significa que el campo es la sede de un rgimen de ra-
cionalidad instituido en forma de imposiciones racionales que,
objetivadas y manifestadas en una estructura determinada del in-
tercambio social, suscitan la complicidad inmediata de las disposiciones
que los investigadores han adquirido, en gran parte, gracias a la
experiencia de las disciplinas de la comunidad cientfica. Estas
disposiciones los sitan en estado de construir el espacio de los posibles
especficos implcitos en el campo (la problemtica) en forma de un
estado de la discusin, de la cuestin, del saber, encarnado a su vez por
agentes e instituciones, figuras destacadas, conceptos terminados en -
ismo, etctera. Estas disposiciones les permiten hacer que funcione el
sistema simblico propuesto por el campo de conformidad con las
reglas que lo definen, las cuales se les imponen con toda la fuerza de
una imposicin a la vez lgica y social La experiencia de la trascendencia
de los objetos cientficos, matemticos sobre todo, que invocan las
teoras esencialistas es una forma particular de Musi que surge de la
relacin entre agentes dotados del habitus socialmente exigido por el
campo y sistemas simblicos capaces de imponer sus exigencias a
quienes los aprehenden y los hacen funcionar y que estn dotados de
una autonoma estrechamente vinculada a la del campo (as se explica
que el sentimiento de necesidad trascendente sea tanto ms agudo
cuanto mayor es el capital de recursos acumulados y ms elevado el
derecho de entrada).
(Quienes describen los objetos culturales, y muy particularmente
las entidades matemticas, como esencias trascendentes, preexistentes a
su aprehensin -descrita entonces, al estilo de las ciencias naturales,
como un descubrimiento, olvidan que la fuerza coercitiva de los
procesos matemticos o de los signos con los que se expresan
procede, por lo menos en parte, del hecho de que se aceptan, adquieren
y utilizan en y por medio de disposiciones duraderas y colectivas: la
necesidad y la evidencia de esos seres trascendentes slo se impone,
en efecto, a quienes han adquirido, tras largo aprendizaje, las aptitudes
necesarias para recibirlos la historia social de la mstica, tal como la
describe Jac- ques Maitre, mtiestra que ese principio tambin es vlido,
y por razones parecidas, para la experiencia de los seres
sobrenaturales de la religin, que tambin supone unas disposiciones
adquiridas, al menos en parte, en un campo que posee una tradicin
especfica- A la vez intemporales e histricos, trascendentes e inmanen-
tes, ios signos matemticos, como los smbolos religiosos, los cuadros o
los poemas, slo adquieren vida y actividad pero de acuerdo con su
legalidad especfica, que se impone como un sistema de exigencias, y,
por lo tanto, con una pretensin de existir segn un modo de existencia
determinado: esttico, jurdico, matemtico, etctera en relacin con
un espacio de agentes a la vez propensos y aptos para dar vida activa a
este espacio simblico autnomo y hacerlo funcionar segn las reglas
que lo definen.
De este modo la historicizacin libera de esa forma de feti
152 153
chismo que es la ilusin platnica de la autonoma del mundo de
las ideas -matemticas, en particular, pero tambin jurdicas o literarias-
y que se expresaren formas ms o menos idnticas, en los diferentes
campos. Esta ilusin se inscribe en la experiencia de la necesidad que
surge del encuentro, siempre un poco milagroso, entre un universo de
smbolos, de operadores, de reglas, y un agente que los ha incorporado
y al que se imponen imponindole los usos que cabe hacer de ellos y,
por lo tanto, los productos, a veces inesperados, de su funcionamiento.
No hay un ms all de la historia, y, aun a costa de provocar la
desesperacin de quienes han volcado en las obras artsticas, literarias
o, a veces, incluso cientficas su nostalgia de absoluto, las ciencias
sociales han de seguir buscando en la lgica especfica de los campos
escolsticos -mundos paradjicos, que son capaces de imponer e
inspirar los intereses ms desinteresados el principio de la
existencia de las obras artsticas, cientficas o literarias en lo que tienen
de histrico, pero tambin de transhistrico.)
LA ANAMNESIS DEL ORIGEN
Las ciencias sociales, ciencias sin fundamento, obligadas a
aceptarse como histricas de cabo a rabo, echan por tierra cualquier
ambicin fundadora y obligan a aceptar las cosas como son, es decir,
surgidas por entero de la historia. Recordar que todo es histrico
incluidas las disposiciones cognitivas comunes que, producto de las
coerciones que las regularidades del mundo han impuesto, durante
milenios, a un ser vivo obligado a adaptarse para sobrevivir, hacen que
el mundo sea inmediatamente cognoscible no significa, como se
afirma a veces sin reflexionar, profesar un reduccionismo historicista o
sociologista. Significa negarse a reemplazar el Dios creador de las
verdades y los valores eternos por el Sujeto creador y devolver a la
historia, y a la sociedad, lo que se ha atribuido a una trascendencia o un
sujeto trascendental. Significa, ms precisamente, renunciar a la
mitologa del creador increado, del que Sartre ha dado una
formulacin ejemplar con la nocin autodestructiva de proyecto
original,
18
expresin del deseo de ser causa sui que va parejo con el
horror del pensamiento gentico, y admitir que el verdadero sujeto
de las obras humanas ms cabales no es ms que el campo en el que, es
decir gracias al que y contra el que, alcanzan su realizacin (o, lo que
viene a ser lo mismo, una posicin particular en ese campo, asociada a
una constelacin particular de disposiciones, que pueden formarse
parcialmente en otro lugar que no sea dicho campo). Es correcto afirmar
que el arte nace de la imposicin, pero de la que ejerce la estructura
objetiva de las posibilidades y las imposibilidades implcitas en un
campo o que, para ser ms preciso, surgen de la relacin ntre un
habitus y un campo.
As, por un lado, contra el fetichismo platonizante que se cierne
sobre cualquier pensamiento escolstico, la ciencia social trata de
establecer la genealoga de las estructuras objetivas de los campos
escolsticos (y, en particular, del cientfico) y las estructuras cognitivas
que son, a la vez, fruto y condicin de su funcionamiento: analiza la
lgica especfica de los diferentes espacios sociales donde se producen
sistemas simblicos que pretenden la validez universal, as como las
estructuras cognitivas correspondientes, y vincula las leyes,
consideradas absolutas, de la lgica con las imposiciones inmanentes de
un campo (o una forma de vida) y, en particular, con la actividad
socialmente regulada de discusin y justificacin de los enunciados. Por
otro lado, en contra del reduccionismo relativista, demuestra que,
aunque no se distinga de forma absoluta de los dems campos por las
motivaciones que lo impulsan a obrar, el campo cientfico se separa
completamente de ellos desde el punto de vista de las imposiciones (por
ejemplo, el principio de contradiccin, implcito en la necesidad de
someterse a la prueba de la controversia) a las que hay que plegarse
para que triunfen en l las pasiones o los intereses propios, por ejemplo,
las de la censura impuesta por el control cruzado que se ejerce mediante
la competencia armada. Una necesidad absolutamente especfica que a
su vez es fruto de una historia absolutamente especfica en la lgica casi
teleolgica de su desarrollo.
El largo proceso de emergencia histrica en el transcurso del cual
se afirma de modo progresivo la necesidad especfica de cada
154 155
campo no es una especie de partenognesis continuada de la razn
que se fecunda a s misma, reducible (retrospectivamente) a una larga
retahila de razones que imagina la visin ntelectualsta (7 la historia de
las ideas, en particular, la de las cientficas o filosficas). Pero tampoco
se reduce a una mera concatenacin de casualidades, como sugiere a
veces Pascal para combatir mejor la arrogancia de la razn triunfante.
Debe su lgica especfica, propiamente sociolgica, al hecho de que las
acciones que se producen en un campo estn doblemente determinadas
por la necesidad especfica de este campo: en cada momento, la
estructura del espacio de las posiciones que resulta de toda la historia
del campo, cuando es percibida por unos agentes condicionados en sus
disposiciones por las exigencias de esa estructura, se les presenta como
un espacio de los posibles capaz de orientar sus expectativas y sus
proyectos gracias a sus solicitaciones e incluso de determinarlas, por lo
menos negativamente, por sus imposiciones, lo que propicia acciones
adecuadas para contribuir al desarrollo de una estructura ms
compleja. El artista, el escritor, el cientfico, todo el mundo, cuando
pone manos a la obra, se encuentra como el compositor ante el piano,
que ofrece a la invencin, mediante la escritura -y en la ejecucin-, unas
posibilidades en apariencia ilimitadas, pero que le impone tambin las
coerciones y los lmites inherentes a su estructura (por ejemplo, la
extensin del teclado impone cierta tesitura), estructura determinada, a
su vez, por su factura; imposiciones y lmites que tambin estn
presentes en las disposiciones del artista, a su vez tributarias de las
posibilidades del instrumento, aunque sean ellas las que ponen de
manifiesto y las hacen existir de forma ms o menos completa.
La opacidad de los procesos histricos se debe a que las acciones
humanas son el producto no aleatorio y, sin embargo, nunca
racionalmente dominado de innumerables encuentros oscuros de por s
entre habitus condicionados por la historia de la que son fruto y
universos sociales (en particular, campos) en los que realizan sus
potencialidades, pero, bajo la coercin de la estructura de esos
universos, reciben de esa doble necesidad su lgica especficamente
histrica, a medio camino entre la razn lgica de las verdades de
razn y la contingencia pura de las verdades de hecho, la cual no se
deja deducir, pero puede resultar comprensible e incluso necesaria.
Llegados a este punto, me objetarn, sin duda, que me salgo por
arte de birlibirloque de la antinomia entre lo positivo y lo normativo y
propongo una descripcin prescriptiva del campo cientfico que, en tanto
que explicacin de la verdad de su funcionamiento, permite un
conocimiento de la necesidad objetiva de dicho campo que ofrece la
posibilidad de una libertad respecto a dicha necesidad y, por lo tanto,
de una tica prctica que se propone incrementar esa libertad. Y, de
hecho, no hay aserto consta- tativo referido a ese campo que no pueda
ser objeto de una lectura normativa: es el caso de la observacin de que,
en ciertas condiciones, la competicin propicia el progreso del
conocimiento; o de la constatacin de que la apuesta del juego cientfico
es, a su vez, una apuesta del juego cientfico y, por consiguiente, no hay,
en el campo, jueces que no sean tambin partes (lo que se pone
especialmente de manifiesto cuando ocurren rupturas revolucionarias:
quin ser competente para juzgar una teora o un mtodo que ponen
en tela de juicio la definicin establecida de la competencia terica o
metodolgica?). Acaso esta visin performativa* no reintroduce una
forma de normarividad al plantear que la verdad y la objetividad son el
producto obligado de un mecanismo social de lucha no violenta, pero
no desinteresada? Acaso, al exponerla, el sujeto de esta
representacin performativa no se sita, en cierto modo, fuera del
juego, que aprehende como tal, a partir de una posicin exterior y-
superior, y-afirma con ello la posibilidad de un punto de vista
soberano, totalizador, objetivo, el del espectador neutral e imparcial?
No se abandona con tanta facilidad la lgica performativa del
lenguaje, que, como no he dejado de recordar, contribuye siempre a
hacer (o a hacer existir) lo que afirma, en particular por medio de la
eficacia constructiva inseparablemente cognitiva y poltica de las
clasificaciones. No se puede negar que el anlisis introspectivo
sociohistrico de la ciencia tiende a producir y a imponer, de for-
* Del ingls performative: Enunciado que constituye simultneamente el acto
al que se refiere. (N. del T.)
156 157
ma absolutamente circular, sus propios criterios de cientificidad.
Pero se puede salir sin recurrir a un leus ex machina de un crculo
que existe en la realidad, y no slo en el anlisis? Es, en efecto, la
autonomizacin del campo cientfico lo que hace posible la instauracin
de leyes especficas, que, a cambio, contribuyen al progreso de la razn
y, con ello, a la autonomizacin del campo.
Y, para acabarlo de complicar, cmo evitar (suponiendo que ello
sea realmente deseable) que la descripcin de estados ms avanzados,
es decir, ms autnomos, del campo cientfico parezca contener una
crtica de estados menos avanzados^ y muy particularmente del campo
de las ciencias sociales, en el que se engendra? Es indudable que el
conocimiento de las grandes tendencias de la evolucin cientfica
elevacin progresiva de los derechos de entrada, incremento de la
homogeneidad entre los competidores, disminucin de la distancia
entre las estrategias de conservacin y las de subversin, sustitucin de
las grandes revoluciones peridicas por mltiples pequeas
revoluciones permanentes, liberadas de las causas y los efectos polticos
externos, etctera- implica e induce una definicin normativa de la ley
fundamental de un campo realmente cientfico, es decir, el consenso
sobre los objetos legtimos del disenso y los medios legtimos de
zanjarlo. Resulta igual de indudable que propone un verdadero criterio
de la diferencia entre los falsos acuerdos de una ortodoxia religiosa,
filosfica o poltica (o de una falsa ciencia), que se basan en una com-
plicidad a priori y unas formas socialmente preestablecidas de
validacin (la communis doctorum opinio), y los verdaderos desacuerdos,
que pueden calificarse de cientficos porque se basan en un acuerdo
limitado a la apuesta del desacuerdo y a los medios de zanjarlo, y que
pueden, por lo tanto, conducir a un autntico acuerdo, por lo dems,
necesariamente provisional.
No hay ms verdad, si existe alguna, que la que afirma que la
verdad nace de la lucha. Y ello es as incluso en el campo cientfico. Pero
las luchas que se desarrollan en l tienen su lgica propia, que las libera
del juego de espejos que se reflejan hasta el infinito de un
perspectivismo radical. La objetivacin de estas luchas, y el modelo de
la correspondencia entre el espacio de las posiciones y el de las tomas
de posicin que pone al descubierto su lgica, son fruto de una labor
que cuenta con instrumentos de totalizacin y anlisis (como la
estadstica) y va dirigida hacia la objetividad, horizonte postrero, pero
que se aleja sin cesar, de un conjunto de prcticas colectivas que cabe
describir, con Gastn Bachelard, como un esfuerzo constante de
desubjetivacin.
INTROSPECCIN Y DOBLE HISTORICIZACIN
La opcin de la introspeccin no procede de una intencin
puramente terica, que constituira un fin de por s, sino de dos
convicciones, validadas por la experiencia: en primer lugar, el principio
de los errores o las ilusiones ms graves del pensamiento antropolgico
(tan corrientes entre los especialistas en ciencias sociales -historiadores,
socilogos, etnlogos como entre los filsofos), y, en particular, la
visin del agente como individuo (o sujeto) consciente, racional e
incondicionado, reside en las condiciones sociales de la produccin del
discurso antropolgico, es decir, en la estructura y el funcionamiento de
los campos donde se produce el discurso sobre el hombre; en
segundo lugar, es posible que un pensamiento de las condiciones
sociales del pensamiento ofrezca a ste la posibilidad de una verdadera
libertad respecto a esas condiciones.
La exploracin y la explidtacin de todas las adhesiones y las
adherencias asociadas a los intereses y los hbitos de pensamiento
vinculados a la ocupacin de una posicin (por conquistar o por
defender) en un campo son tareas, en realidad, infinitas. Creer en la
posibilidad de adoptar un punto de vista absoluto sobre el punto de
vista propio sera caer, una vez ms, en una forma de la ilusin
escolstica de la omnipotencia del pensamiento. El imperativo de
introspeccin no es una especie de pundonor algo vano, propio del
pensador que se pretendiera capaz de ocupar un punto de vista
trascendente respecto a los puntos de vista empricos de los agentes
corrientes y sus competidores en el mundo intelectual, y se sintiera
separado de forma radical y definitiva, como por una fractura inicitica,
de su propio punto de vista emprico de agente emprico, implicado en
los juegos y las apuestas de su universo.
158 159
Asimismo, son sus hbitos y sus ambiciones de pensamiento lo que
impulsa a algunos filsofos a denunciar en el anhelo de introspeccin la
ambicin de alguien que pretende acceder al lugar inexpugnable de un
saber absoluto y asegurarse la posicin inatacable de una razn
autoritaria, detentadora exclusiva de la verdad. En realidad, la
introespeccin incumbe al conjunto de quienes estn implicados en el
campo cientfico; y se realiza, por medio del juego de la competencia
que los une y los enfrenta, cuando se cumplen las condiciones para que
esta competencia se someta a los imperativos de la polmica racional y
cada uno de ios participantes est interesado en subordinar sus
intereses egostas a las reglas de la confrontacin dialogstica.
No hay conquista individual de la introspeccin (por ejemplo, el
descubrimiento de la ilusin escolstica) que no est condenada por la
lgica de la competencia a convertirse en un arma en la lucha cientfica
y a imponerse as a todos los que estn implicados en ella. Nadie puede
forjar unas armas que puedan ser utilizadas contra sus adversarios sin
exponerse a que sean esgrimidas inmediatamente contra l, por ellos o
por otros, y as hasta el infinito. De esta lgica, propiamente social, y no
de cualquier deontologa ilusoria y farisaica, cabe esperar un progreso
hacia una mayor introspeccin, impuesto por los efectos de la
objetivacin mutua y no por un mero retorno, ms o menos narcisista,
de las subjetividades sobre s mismas. De este modo la explicacin cien-
tfica de la lgica del funcionamiento del campo cientfico puede
contribuir, al volverla ms consciente y sistemtica, al establecimiento
de la vigilancia mutua que se ejerce dentro del campo y a reforzar as su
eficacia, lo que no excluye la posibilidad de utilizaciones cnicas del
conocimiento as ofrecido.
Practicar la introspeccin significa poner en tela de juicio el
privilegio de un sujeto conocedor arbitrariamente excluido de la labor
de objetivacin. Significa tratar de dar cuenta del sujeto emprico de
la prctica cientfica en los propios trminos de la objetividad elaborada
por el sujeto cientfico en particular, al situarlo en un punto
determinado del espacio-tiempo social- y de dotarse con ello de una
conciencia ms aguda y de un dominio ms amplio de las imposiciones
que pueden ejercerse sobre el sujeto cientfico por medio de los
vnculos que lo unen con el sujeto emprico y sus intereses, sus
pulsiones, sus presupuestos, y que tiene que romper para constituirse.
Cmo no reconocer, en efecto, que las elecciones del sujeto libre
y desinteresado que exalta la tradicin nunca son totalmente
independientes de la mecnica del campo y, por lo tanto, de la historia
de la que es resultado y que permanece grabada en sus estructuras
objetivas y, por medio de ellas, en sus estructuras cognitivas, sus
principios de visin y divisin, sus conceptos, sus teoras y los mtodos
que utiliza, nunca totalmente independientes de la posicin que ocupa
en ese campo y los intereses que se solidarizan con ella?
Ya no cabe limitarse a buscar en el sujeto, como ensea la fi-
losofa clsica (kantiana) del conocimiento (o, an hoy, la etno-
metodologa o el idealismo construcrivista en todas sus formas), las
condiciones de posibilidad y los lmites del conocimiento objetivo. Hay
que buscar en el objeto elaborado por la ciencia (el espacio social o el
campo) las condiciones sociales de posibilidad del sujeto y su
actividad de elaboracin del objeto (y por ende, de la scholy toda la
herencia de problemas, conceptos, mtodos, etctera) y revelar de este
modo los lmites sociales de sus actos de objetivacin. Con lo cual se
puede renunciar al absolutismo del objetivismo clsico sin condenarse
al relativismo: en efecto, a cualquier progreso en el conocimiento de las
condiciones sociales de produccin de los sujetos cientficos
corresponde un progreso en el conocimiento del objeto cientfico, y
viceversa. Ello nunca resulta ms manifiesto que cuando la
investigacin se propone como objeto el propio campo cientfico (por
ejemplo, aquella cuyos resultados he proporcionado en Homo
acadmicas), es decir, el verdadero sujeto del conocimiento cientfico: a
nadie se le escapa que las condiciones de posibilidad del conocimiento
cientfico y su objeto son una misma cosa.
As pues, aunque las ciencias histricas echen por tierra la ilusin
de la trascendencia de una razn transhistrica y transpersonal, sea en
la forma clsica que le daba Kant o en la forma renovada que le da
Habermas cuando incluye en el lenguaje las formas universales de la
razn, permiten prolongar y radicalizar la intencin crtica del
racionalismo kantiano y dotar de toda su eficacia al esfuerzo por
separar la razn de la historia y contribuir a establecer sociolgicamente
el ejercicio libre y generalizado de una crtica epistemolgica de todos
por todos, que emana del propio campo, es decir, de la cooperacin
conceptual, pero reglamentada, que la competencia impone en l.
No hay nada desesperante, ms bien todo lo contrario, en el hecho
160 161
de tener que esperar las verdades y los valores llamados eternos no de
una forma de revelacin ms o menos hbilmente secularizada, sino de
una especie muy particular de lucha en la que cada cual puede y debe,
para triunfar, implicar las mejores armas producidas por y para el
estado anterior de la lucha y que, al proponerse como apuesta decir la
verdad acerca del mundo -y acerca del propio mundo donde se
desarrolla-, acepta como arbitraje la sancin misma de lo real, al que los
partidarios de posiciones diferentes pueden y deben referirse. Al tomar
nota de este hecho y tratar de poner de manifiesto las condiciones
histricas y sociales de posibilidad, individuales y colectivas, de la
produccin y la recepcin de las obras culturales, con los lmites que les
son correlativos, las ciencias histricas no pretenden, en modo alguno,
desacreditar a esas producciones reducindolas a la contingencia o al
absurdo; pretenden, por el contrario, incrementar y fortalecer los
medios de sacarlas de esa situacin haciendo descubrir los efectos
cientficamente indeseables de las imposiciones econmicas y sociales
que pesan sobre los campos de produccin cultural. Al volver contra s
mismas, y, en particular, contra los universos sociales en los que los
producen, los instrumentos de conocimiento que producen, las ciencias
histricas se dotan de los medios para librarse, al menos en parte, de los
efectos de los determinismos econmicos y sociales que sacan a la luz,
as como para conjurar la amenaza de relativizacin historicista que
hacen pesar en primer lugar sobre s mismas.
Lejos de ser, como a veces se finge creer, una denuncia polmica
con el fin de desvalorizar la razn, el anlisis de las condiciones en las
que se lleva a cabo la labor del pensamiento es un instrumento
privilegiado de la polmica de la razn. Al tratar de intensificar la
conciencia de los lmites que el pensamiento debe a sus condiciones
sociales de produccin y desarraigar la ilusin de la ausencia de lmites
o de la existencia de una libertad respecto a todas las determinaciones
que deja al pensamiento sin defensa contra esas determinaciones, se
est esforzando en ofrecer la posibilidad de una libertad real respecto a
las determinaciones que pone de manifiesto. En efecto, hacer progresar
el conocimiento realista de la comunidad cientfica, con sus relaciones
de fuerza, sus efectos de dominacin, sus tiranas y sus clientelas, es
hacer progresar al mismo tiempo los medios tericos y prcticos para
dominar los efectos de las imposiciones, tanto externas (por ejemplo, las
que se producen hoy en da por mediacin del periodismo) como
internas, que asumen el relevo de su eficacia (como las de la
competencia por la notoriedad, pero tambin por los presupuestos, los
contratos, pblicos o privados, etctera), y que tambin pueden,
paradjicamente, debilitar la capacidad de resistencia a la heteronomia.
As, paradjicamente, precisamente hoy, cuando parece que
proporcionan sus mejores armas a una denuncia irracionalista de la
ciencia que se disfraza de denuncia del cientificismo y el positivismo,
unas ciencias sociales que asumieran abiertamente la historicidad
radical de la razn y estuvieran templadas por la prueba de la
historicizacin permanente podran convertirse en el sostn ms seguro
de un racionalismo historicista o un historidsmo racionalista. Una vez
repudiada la bsqueda ilusoria de un fundamento ontolgico cuya
nostalgia todava se manifiesta en su nihilismo antirracionalista, la labor
colectiva de introspeccin crtica tendra que permitir a la razn
cientfica controlarse cada vez mejor a s misma, en y mediante la
cooperacin conflictiva y la crtica mutua, e irse aproximando as, poco
a poco, a la independencia total respecto a unas imposiciones y unas
contingencias, a una especie de focus imaginarias, como deca Kant, al
que aspira y con el que se mide la conviccin racionalista.
LA UNIVERSALIDAD DE LAS ESTRATEGIAS DE UNIVERSALIZACIN
La lgica est, sin duda, inmersa en una relacin social de dis-
cusin reglada, posible gracias a la referencia a unos referentes co
162 163
mues, o, mejor n, mediante un intercambio racional basado en
la adopcin por todos ios participantes de un mismo punto de vista,
constitutivo de l pertenencia al universo, y, por lo tanto, asimismo de
las divergencias y las convergencias que se expresan en l. Lo que no
significa, sin embargo, que la ideal speech situa- tion, en la que todos los
participantes tienen unas mismas posibilidades de defender su
posicin, iniciar o proseguir la discusin, exponer libremente sus
sentimientos y sus juicios, pedir explicaciones y justificaciones, se
instaure siempre y en todas partes nicamente mediante su propia
fuerza. Y el propio Grice, que formul el principio de cooperacin
(Que tu contribucin a la conversacin sea, en el momento de
intervenir, acorde con el objetivo o la direccin aceptados del
intercambio verbal en el que ests implicado), observa que ste casi
nunca es respetado (cabra decir lo mismo del principio propuesto por
Habermas, segn el cual, el consenso se ha de alcanzar nicamente
mediante la fuerza de los argumentos). Lo que significa que la mxima
de Grice, lejos de ser una ley sociolgica que da cuenta del
comportamiento efectivo de unos interlocutores reales realmente
implicados en una conversacin, es, de hecho, una especie de
presupuesto implcito de toda conversacin, variante especfica del
principio de reciprocidad, que, pese a estar sometido a una transgresin
constante, puede ser invocado en todo momento, contra el hecho
mismo de la transgresin, a ttulo de recuerdo del orden ideal
tcitamente admitido, o de referencia implcita a lo que ha de ser una
conversacin para ser un verdadero dilogo.
Pero, al aparentar decir lo que una cosa es en realidad, lo que es en
verdad, siempre se expone uno a decir lo que ha de ser para ser
realmente lo que es; y, al mismo tiempo, a deslizarse de lo positivo a lo
normativo, del ser al deber ser. Hay que tomar nota de la universalidad
del reconocimiento oficialmente otorgado a los imperativos de
universalidad, especie de pundonor espiritualista de la humanidad:
imperativos de universalidad cognitiva que imponen la negacin de lo
subjetivo, lo personal, en beneficio de lo transpersonal y lo objetivo;
imperativos de universalidad tica que requieren la negacin del
egosmo y el inters particular en beneficio del desinters y la
generosidad. Pero tambin hay que tomar nota de la universalidad de la
transgresin efectiva de esas normas. Y hay que sustituir el anlisis de
esencia por el histrico, nico capaz de describir ese mismo proceso
cuyo resultado registra, sin saberlo, el anlisis de esencia, es decir, el
movimiento segn el cual el deber ser progresa a travs del desarrollo
de universos capaces de imponer prcticamente las normas de
universalidad tica y cognitiva y conseguir de modo real los
comportamientos sublimados conformes al ideal lgico y moral.
Si lo universal avanza, es porque existen microcosmos sociales
que, pese a su ambigedad intrnseca, ligada a su encastillamiento en el
privilegio y el egosmo satisfecho de una separacin gracias a su status,
son la sede de luchas cuya apuesta es lo universal y en las que agentes
que poseen, en grados diferentes segn su posicin y su trayectoria, un
inters particular en lo universal en la razn, la verdad, la virtud,
intervienen utilizando como armas tan slo las conquistas ms
universales de las luchas anteriores. As sucede en el campo jurdico,
sede de luchas cuyas apuestas no son, ni mucho menos, siempre
conformes al derecho, pero que, precisamente cuando pretenden
transformar las reglas del derecho (como, en la actualidad, en el mbito
del derecho mercantil), han de hacerlo segn esas reglas.
19
As, los juristas, que, mediante una labor colectiva de siglos, han
inventado el Estado, slo han podido crear, verdaderamente ex nihilo,
un conjunto de conceptos, procesos, procedimientos y formas de
organizacin aptas para servir al inters general, al pblico, a la cosa
pblica, en la medida en que, al hacerlo, se hacan a s mismos, en tanto
que ostentadores o depositarios de los poderes asociados al ejercicio de
la funcin pblica, y se aseguraban as una forma de apropiacin
privada del servicio pblico que no se basaba en la cuna, sino en la
instruccin y el mrito. En otras palabras, la ascensin luminosa de la
razn y la epopeya liberadora que culmin con la Revolucin Francesa,
encabezaba por la visin jacobina, tiene un reverso oscuro, el auge
progresivo de los detentadores de capital cultural, y en particular de las
gentes de toga, quienes, desde los canonistas medievales hasta los
tecncratas contemporneos, pasando por los abogados y los
catedrticos del siglo XIX, han conseguido, gracias a la Revolucin, en
particular,
164 165
mero episodio de una lucha prolongada e incesante, ocupar el lu-
gar de l antigua nobleza y convertirse en nobleza de Estado*
La ambigedad de la usurpacin civilizadora, monopolizacin
uriiversalizadora, se reproduce en cada uno de los usos del derecho que
implica que se privilegie, al menos en apariencia, la deduccin (a partir
de principios o precedentes) en detrimento de la induccin, y la
afirmacin pura de los principios de la tica universal en detrimento
de la transaccin realista (sociolgica, cabra decir) con las realidades. Y
la prudencia extrema de los juristas sobre todo, en las ms altas
instancias- procede de que no pueden olvidar que cada acto jurdico
contribuye a sentar jurisprudencia al crear un precedente y que nunca
cesan, en cierto modo, de vincularse con sus decisiones y, en particular,
con la parte de racionalidad universal con la que las han de adornar,
con las racionalizaciones de apariencia deductiva que esgrimen a
posteriori para justificarlas, pero que podrn convertirse en el principio
de decisiones absolutamente opuestas a las que han justificado.
La unificacin y la universalizacin relativas que van asociadas al
desarrollo del Estado son inseparables de la monopolizacin por unos
pocos de los recursos universales que ste produce y proporciona
(Weber, como Elias tras l, han ignorado el proceso de constitucin de
un capital estatal y el proceso de monopolizacin de este capital por la
nobleza de Estado que ha contribuido a producirlo, o, mejor dicho, que
se ha producido como tal producindolo). Pero este monopolio de lo
universal slo puede obtenerse a costa de una sumisin (por lo menos
aparente) de quienes lo ostentan a las razones de la universalidad, es
decir a una representacin universalista de la dominacin. Aquellos
que, como Marx, invierten la imagen oficial que la burocracia de Estado
pretende dar de s misma y describen a los burcratas como
usurpadores de lo universal, que actan en tanto que propietarios
privados de los recursos pblicos, no andan equivocados. Pero ignoran
los efectos absolutamente reales de la referencia obligada a los valores
de neutralidad y entrega desinteresada al bien pblico que se impone
con una fuerza creciente a los funcionarios del Estado a medida que
progresa la historia de la dilatada labor de elaboracin simblica, al
trmino de la cual se inventa e impone la representacin oficial del
Estado como encarnacin de la universalidad y el servicio del inters
general.
As, el escndalo poltico, igual que la revelacin, por la prensa, de
una transgresin tica llevada a cabo por una personalidad eminente,
recuerda la regla de la entrega al inters general, es decir, del
desinters, que se Impone a todos los personajes designados para ser la
encarnacin oficial del grupo. Como si el privilegio de encarnar la cosa
pblica implicara la renuncia a todo lo que protege el secreto de la vida
privada, la divulgacin de informaciones privadas sobre los hombres
llamados pblicos es tolerada (mientras que, cuando se trata de
personas privadas, es condenada, en grados diversos segn las
tradiciones jurdicas). En particular, cuando ha quedado demostrado
que, dedicados y tericamente entregados a lo pblico, han
transgredido la frontera entre lo privado y lo pblico al poner medios
pblicos al servicio de fines . privados, dado que el secreto sobre lo
privado ha servido, de hecho, para ocultar un uso privado de lo
pblico.
Hay universos, como el campo poltico y, sobre todo, el buro-
crtico, que exigen con mayor insistencia la sumisin, por lo menos
externa, a lo universal, aunque no sea posible ignorar el desfase entre la
norma oficial que impone la obligacin de desinters y la realidad de la
prctica, con las infracciones a esta obligacin que son los casos de
utilizacin privada del servicio pblico, de desvo de bienes o
servicios pblicos, de corrupcin o trfico de influencias, de
favoritismos de tolerancias administrativas, de derogaciones, de
Recomendaciones, todo ello encaminado a sacar provecho de la no
aplicacin del derecho o la transgresin de sus normas. Debido a su
lgica paradjica, estos universos (como los campos de produccin
cultural) propician la aparicin de disposiciones desinteresadas
mediante las recompensas que otorgan al inters en el desinters.
Lo universal es objeto de un reconocimiento universal y el
reconocimiento universal otorgado al sacrificio de los intereses egostas
(muy en especial econmicos) favorece universalmente, mediante los
beneficios simblicos indiscutibles que proporciona, las estrategias de
universalizacin. No hay nada que los grupos reconozcan y
recompensen de modo ms incondicional y exijan de
166 167
manera ms imperativa que la manifestacin incondicional del
respeto respecto al grupo en tanto que grupo (que se afirma, sobre todo
en los rituales, en apariencia perfectamente anodinos, de la religin
civil), y por ello confieren un reconocimiento social al reconocimiento,
aunque sea simulado e hipcrita, de la regla que implican las estrategias
de universalizacin. Los beneficios de universalidad representan una de
las mayores apuestas de las luchas simblicas, en las que la referencia a
lo universal constituye el arma por excelencia: ponerse en regla,
regularizar (una situacin de hecho), significa tratar de ponerse al
grupo de su parte al afirmar el propio reconocimiento de la regla del
grupo y, por lo tanto, de ste; y la sumisin al orden del grupo es
asimismo el origen de las estrategias, sinceras o hipcritas, tendentes a
unlversalizar prcticas que pueden tener principios muy poco
universales mediante la formulacin de frmulas universales (son las
racionalizaciones), el disimulo y la represin de los intereses y los
beneficios privados, la invocacin de principios, de razones o de
motivos supuestos, ms o menos ficticios, pero que impliquen la
renuncia a la afirmacin arbitraria de la arbitrariedad, maneras de
actuar que los grupos, en su realismo, saben reconocer en su justo valor
y recompensar en tanto que piadosas hipocresas y honores que el
vicio rinde a la virtud.
Y se tiene la tentacin de decir, contra el moralismo ejemplarizante
de la intencin pura, que est bien que as sea. Ya nadie puede creer que
la historia tiene la razn por principio; y si la razn progresa, por poco
que sea, y tambin lo. universal, tal vez se deba a que hay beneficios de
racionalidad y universalidad y las acciones que hacen progresar la
razn y lo universal favorecen al mismo tiempo los intereses de quienes
las realizan.
En cuanto se acepta reconocer, dejando de negar la evidencia
histrica, que la razn no est arraigada en una naturaleza antihistrica
y, en tanto que invento humano, slo puede afirmarse en relacin con
unos juegos sociales aptos para propiciar su aparicin y su ejercicio, es
posible utilizar las condiciones histricas de su desarrollo para tratar de
fortalecer todo lo que por naturaleza favorece, en cada campo, el reino
exclusivo de su lgica especfica, es decir, la independencia respecto a
cualquier clase de poder o autoridad extrnsecos: tradicin, religin,
Estado, fuerzas del mercado. As, desde esta perspectiva, cabra tratar la
descripcin realista del campo cientfico como una especie de utopa
razonable de lo que podra ser un campo poltico conforme a la razn
democrtica. G, ms exactamente, como un modelo que, por la
confrontacin con la realidad observada, permitira deducir los
principios de una accin encaminada a promover en el seno del campo
poltico el equivalente de lo que se observa en el cientfico en sus formas
ms autnomas, es decir, una competicin regulada, que no se controla
a s misma mediante la intervencin de una deontolo- ga, especie de
coartada de la buena conciencia, invocada ritual- mente en los coloquios
y las llamadas a la reflexin, sino por medio de la mera lgica
inmanente, a travs de los mecanismos sociales capaces de obligar a los
agentes a comportarse de modo racional y a sublimar sus pulsiones.
Si se pretende ir ms all de la predicacin, hay que llevar a la
prctica, en efecto, recurriendo a los medios corrientes de la accin
poltica creacin de asociaciones y movimientos, manifestaciones y
manifiestos, etctera- la Realpolitik de la razn a fin de instaurar o
fortalecer, en el seno del campo poltico, los mecanismos capaces de
imponer las sanciones, a ser posible automticas, adecuadas para
desalentar las infracciones a la norma democrtica (como la corrupcin
de los mandatarios) y estimular o imponer los comportamientos
conformes con ella, lo cual favorece tambin la instauracin de
estructuras sociales de comunicacin no distorsionadas entre quienes
detentan el poder y los ciudadanos, en particular mediante una lucha
constante contra el control de los instrumentos de produccin y
difusin de la informacin a gran escala.
No ignoro lo decepcionante que puede resultar la filosofa moral
que sustenta esta Realpolitik, y me temo que a todos los que proclaman
sin cesar su fe en el dilogo democrtico, la tica de la comunicacin y
el universalismo racional Ies falte tiempo para denunciar el realismo
cnico de una descripcin de los funcionamientos reales sobre la cual,
pese a que no implica ni la ms remota forma de resignacin, pesa la
sospecha de ratificar lo que denuncia. En realidad, so pena de caer, en el
mejor de los casos,
168
4. El conocimiento por cuerpos
en un utopismo irresponsable, que con frecuencia carece de otro fin y
efecto que el de proporcionar la euforia pasajera de las hermosas
esperanzas humanistas, casi siempre tan breve como la adolescencia,
y que tiene efectos tan funestos en la vida de la investigacin como en
la vida poltica, hay que volver, creo, a una visin realista de los
universos donde se engendra lo universal. Limitarnos, como
podramos estar tentados de hacer, a conferir a lo universal el status
de idea reguladora, apta para sugerir principios de accin,
significara olvidar que hay universos donde se convierte en principio
constitutivo, inmanente, de regulacin, como el campo cientfico y,
en menor medida, el burocrtico y el jurdico. Y que, ms
generalmente, en cuanto se expresan y se proclaman oficialmente
unos principios que aspiran a la validez universal (los de la
democracia, por ejemplo), ya no hay situacin social donde no puedan
emplearse, por lo menos como armas simblicas en las luchas de
inters o como instrumentos de crtica por quienes estn interesados
en la verdad o la virtud (como, actualmente, quienes, en particular en
el seno de la pequea nobleza de Estado, tienen intereses en los logros
universales asociados al Estado o al derecho).
Todo lo que acabamos de exponer se aplica de manera prioritaria
ai Estado, que, como todos los logros histricos vinculados a la
historia ms o menos autnoma de los campos escolsticos, se
caracteriza por una profunda ambigedad: puede ser descrito y
tratado a un mismo tiempo como transmisor, relativamente aut-
nomo, sin duda, de unos poderes econmicos y polticos__poco
preocupados por los intereses universales, y como una instancia
neutral que, por el hecho de conservar, en su propia estructura, las
huellas de las luchas anteriores cuyos logros registra y garantiza, es
capaz de ejercer una especie de arbitraje, siempre un poco sesgado, sin
duda, pero menos desfavorable, en definitiva, para los intereses de los
dominados, y para lo que cabe llamar la justicia, que lo que exaltan,
enarbolando la falsa bandera de la libertad y el liberalismo, los
partidarios de dejar que las cosas sigan su curso, es decir, del ejercicio
brutal y tirnico de la fuerza econmica.
Se plantea la cuestin del sujeto debido a la propia existencia de
las ciencias que toman como objeto lo que suele llamarse el sujeto,
ese objeto para el que hay objetos, ciencias que implican, precisamente
por ello, unos presupuestos filosficos opuestos por completo a los
que propugnan las filosofas del sujeto. Siempre habr, incluso
entre los especialistas en las ciencias sociales, quien niegue el derecho
de objetivar otro sujeto, de producir su verdad objetiva. Y sera
ingenuo creer que quepa tranquilizar a los partidarios de los derechos
sagrados de la subjetividad dando garantas de cientificidad y
haciendo observar que los asertos de las ciencias sociales, que se basan
en una labor especfica, provista de mtodos e instrumentos
especialmente elaborados, y sometida al control colectivo, no tienen
nada en comn con los veredictos perentorios de la existencia
cotidiana, basados en una intuicin parcial e interesada, habladuras,
insultos, calumnias, rumores, halagos, que son moneda corriente
hasta en la vida intelectual. Muy al contrario. Es la propia intencin
cientfica lo que se rechaza como una intromisin insoportable, una
usurpacin tirnica del derecho imprescriptible a decir la verdad que
todo creador reivindica por definicin para s -sobre todo, cuando el
objeto no es otro que l, en su singularidad de ser irreemplazable, o
sus semejantes (como muestran los gritos surgidos de la solidaridad
herida que provoca cualquier intento de someter a escritores, artistas
o filsofos a la investigacin cientfica en su forma corriente). En
determinadas regiones del mundo intelectual, puede incluso suceder
que quie-
172 173
nes se muestran ms preocupados por la dimensin espiritual de la
persona, tal vez porque confunden los procesos metdicos de la
objetivacin con las estrategias retricas de la polmica, el panfleto o,
peor an, la difamacin o la calumnia, no dudan en considerar los
enunciados del socilogo como denuncias que se creen en el derecho
y el deber de denunciar, o como juicios que ponen de manifiesto una
pretensin propiamente diablica de usurpar un poder divino y
convertir el juicio de la ciencia en el juicio final.
De hecho, aunque algunos a veces lo olviden y se dejen llevar por
las facilidades del proceso retrospectivo, los historiadores o los
socilogos slo pretenden establecer unos principios de explicacin y
comprensin universales, vlidos para cualquier sujeto, incluso,
evidentemente, para quien los enuncia, quien no puede ignorar que
podr ser sometido a la crtica en nombre de esos principios:
expresiones de la lgica de un campo sometido a la dialctica
impersonal de la demostracin y la refutacin, sus exposiciones
siempre estarn sujetas a la crtica de los competidores y la prueba de lo
real, y, cuando se aplican a los propios mundos cientficos, todo el
movimiento del pensamiento cientfico se realiza gracias a ellas, en este
retorno sobre s mismo y por medio de l.
Dicho lo cual, soy perfectamente consciente de que el propio
propsito de definir objetivamente, mediante categoremas por fuerza
categricos, y, peor an, de explicar, y explicar genticamente, aunque
sea con todas las prudencias metodolgicas y lgicas del razonamiento
y el lenguaje probabilistas (por desgracia, con frecuencia muy mal
comprendido), est condenado a parecer especialmente escandaloso
cuando se aplica a los mundos escolsticos, es decir, a unas personas
que se sienten fundadas por su status ms para fundar que para ser
fundadas, ms para objetivar que para ser sometidas a la objetivacin, y
que no ven razn alguna para delegar lo que perciben como un poder
discrecional de vida y muerte simblicas (que, por lo dems, les parece
normal ejercer, de modo cotidiano, sin las cautelas que proporciona la
disciplina cientfica). Se comprende que los filsofos siempre hayan
estado en los puestos de vanguardia en el combate contra la ambicin
cientfica de explicar, cuando se trata del hombre, y hayan limitado
las ciencias del hombre, segn la vieja distincin de Dthey, a la
comprensin, ms comprensiva, en apariencia, con su libertad y su
singularidad, o la hermenutica, que, por las tradiciones vinculadas a
sus orgenes religiosos, se adapta mejor al estudio de los textos
sagrados de la produccin escolstica.
1
Para salir de este debate interminable, basta con adoptar como
punto de partida una constatacin paradjica, condensada en una
hermosa frmula pascaliana, que lleva ms all de la alternativa entre
objetivismo y subjetivismo: [...] por el espado, el universo me
comprende y me absorbe como un punto; por el pensamiento, yo lo
comprendo.
2
El mundo me comprende, me incluye como una cosa
entre las cosas, pero, cosa para la que hay cosas, un mundo, comprendo
este mundo; y ello, hay que aadir, porque me abarca y me comprende:
en efecto, mediante esta inclusin material a menudo inadvertida o
rechazada y lo que trae como corolario, es decir, la incorporacin de
las estructuras sociales en forma de estructuras de disposicin, de
posibilidades objetivas en forma de expectativas y anticipaciones,
adquiero un conocimiento y un dominio prcticos del espacio
circundante (s confusamente lo que depende y lo que no depende de
m, lo que es o no es para m, o no es para personas como yo, lo
que es razonable para m hacer, esperar, pedir). Pero slo puedo
comprender esta comprensin prctica si comprendo lo que la define
propiamente, por oposicin a la comprensin consciente, cientfica, y
las condiciones (ligadas a unas posiciones en el espacio social) de estas
dos formas de comprensin.
El lector habr comprendido que he ampliado tcitamente la
nocin de espacio para hacer caber en ella, adems del fsico, en el que
piensa Pascal, lo que yo llamo el espacio social, sede de la coexistencia
de posiciones sociales, de puntos mutuamente exclusivos que, para sus
ocupantes, originan puntos de vista. El yo que comprende en la
prctica el espacio fsico y el espacio social (sujeto del verbo
comprender, no es necesariamente un sujeto en el sentido de las
filosofas de la conciencia, sino ms bien un habi- tus, un sistema de
disposiciones) est comprendido, en un sentido completamente
distinto, es decir, englobado, inscrito, implicado, en este espacio: ocupa
en l una posicin, de la que sabemos (mediante el anlisis estadstico
de las correlaciones empricas) que habitualmente est asociada a
ciertas tomas de posicin (opiniones, representaciones, juicios, etctera)
acerca del mundo fsico y el social.
174 175
De esta relacin paradjica de doble inclusin pueden deducirse
todas las paradojas que Pascal reuna bajo el epgrafe de la miseria y la
grandeza, y sobre las cuales deberan meditar quienes siguen presos de
la alternativa escolar entre determinismo y libertad: determinado
(miseria), el hombre puede conocer sus determinaciones (grandeza) y
esforzarse por superarlas. Paradojas que se originan en el privilegio de
la introspeccin: [...] el hombre sabe que es miserable. Es, pues,
miserable, porque lo es; pero es grande, porque lo sabe.
3
Y aun dice
ms: [...] la debilidad del hombre es ms evidente en quienes no saben
que son dbiles que en quienes lo saben.
4
En efecto, no cabe, sin duda,
esperar grandeza, por lo menos cuando se trata del pensamiento, si no
es del conocimiento de la miseria. Y, tal vez, segn la misma
dialctica, tpicamente pascaliana, de la inversin del pro y el contra, la
sociologa, forma de pensamiento denostada por los pensadores
porque abre el acceso al conocimiento de las determinaciones sociales
que pesan sobre ellos y, por lo tanto, sobre su pensamiento, est capa-
citada para ofrecerles, mejor que las rupturas de apariencia radical que,
a menudo, dejan las cosas como estaban, la posibilidad de escapar de
una de las formas ms comunes de la miseria y la debilidad a las que la
ignorancia o el altivo rechazo del saber condenan tan a menudo al
pensamiento.
ANALYSIS SITUS
En tanto que cuerpo y que individuo biolgico, estoy, con el
mismo ttulo que las cosas, situado en un lugar y ocupo un sitio en los
espacios fsico y social. No estoy topos, sin lugar, como deca Platn de
Scrates, o sin ataduras ni races como dice, un poco a la ligera, quien
es considerado a veces uno de los fundadores de la sociologa de los
intelectuales, Karl Mannheim. Tampoco estoy dotado, como en los
cuentos, de la ubicuidad fsica y social (con la que soaba Flaubert) que
me permitira hallarme en varios lugares y varias pocas a la vez,
ocupar simultneamente varias posiciones, fsicas y sociales. (El lugar,
topos, puede definirse absolutamente como el espacio donde una cosa o
un agente tiene lugar, existe, en una palabra, como localizacin o,
relacionalmen- te, topolgicamente, como una posicin, un rango
dentro de un orden.)
La idea d individuo separado se basa, de forma absolutamente
paradjica, en la aprehensin ingenua de lo que, como dice Heidegger
en una leccin de 1934, es percibido de nosotros desde fuera, y se
puede coger y es slido, es decir, el cuerpo: Nada nos resulta ms
familiar que la impresin de que el hombre es un ser vivo individual
entre otros y que la piel es su lmite, que su espacio mental es la sede de
las experiencias, que tiene experiencias del mismo modo que tiene
estmago y que est sometido a influencias diversas a las que, por su
parte, responde. Este materialismo espontneo, el ms ingenuo, el que,
como en Platn, slo quiere conocer lo que puede ser tocado con
ambas manos (das Handgreifliche, como dice Heidegger), podra
explicar la tendencia al flsicalismo que, al tratar el cuerpo como una
cosa que se puede medir, pesar, contar, pretende transformar la ciencia
del hombre, como cierta demografa, en ciencia de la naturaleza. Pero
tambin podra explicar, ms paradjicamente, a la vez la creencia
personalista en la unicidad de la persona, fundamento de la
oposicin, cientficamente devastadora, entre individuo y sociedad, y la
propensin al mentalismo, que es incorporado a la teora husserliana
de la intencionalidad como noesis, acto de conciencia, que contiene
noemas, contenidos de conciencia.
(Que el personalismo sea el principal obstculo a la construccin
de una visin cientfica del ser humano y uno de los focos de la
resistencia, pretrita y presente, a la imposicin de una visin de esta
ndole, se debe, sin duda, a que es un compendio de todos los prejuicios
tericos mentalismo, espiritualismo, individualismo, etctera- de la
filosofa espontnea ms comn, por lo menos, en las sociedades de
tradicin cristiana, y, en especial, en las regiones ms favorecidas de
estas sociedades. Y tambin a que
176 177
cuenta con la complicidad Inmediata de todos los que, empeados
en pensarse como creadores nicos de singularidad, estn siempre
dispuestos a entonar nuevas variaciones sobre la antigua melopea
conservadora de lo cerrado y lo abierto, el conformismo y el
anticonformismo, o a reinventar, sin saberlo, la oposicin, elaborada
por Bergson contra Durkheim, entre las rdenes impuestas por unas
exigencias sociales impersonales y los llamamientos hechos a la
conciencia de cada uno por determinadas personas, santos, genios,
hroes.
5
Dirigidos desde un principio, a menudo a costa de
mutilaciones indiscutiblemente cientificistas, contra la visin religiosa
del mundo, las ciencias sociales han llegado a constituirse en baluarte
central del campo de las Luces en particulr, con la sociologa de la
religin, ncleo central del propsito dur- kheimiano y de las
reticencias que ha suscitado- en la lucha poltico-religiosa a propsito
de la visin del hombre y su destino. Y la mayor parte de las
polmicas en las que peridicamente se enzarzan no hacen ms que
extender a la vida intelectual la lgica de las luchas polticas. Por este
motivo surgen en ellas todos los temas de las viejas luchas en las que se
enzarzaron, en el siglo pasado, los escritores, los Barres, Pguy o
Maurras, pero tambin Bergson, o los jvenes reaccionarios airados,
como Agathon, seudnimo de Henri Massis y Alfred de Tarde, contra
el cientificismo de Taine y Renn y la Nueva Sorbona de Durkheim
y Seignobos.
6
Bastara con cambiar los apellidos para que esa
incombustible cantinela sobre el determinsmo y la libertad, sobre la
irreductibilidad del genio creador a cualquier explicacin de tipo
sociolgico, o aquel grito del alma de Claude -Por fin sala del
mundo repugnante de un Taine o un Renn, de esos horribles
mecanismos gobernados por leyes inflexibles que, para colmo, se
pueden conocer y aprender!-, pudieran ser atribuidos a uno u otro de
quienes, hoy en da, se erigen en defensores de los derechos del hombre
o en profetas inspirados del retorno al sujeto.)
La visin mentalista, que es inseparable de la creencia en el
dualismo del alma y el cuerpo, el espritu y la materia, se fundamenta
en un punto de vista casi anatmico y, por lo tanto, tpicamente
escolstico, sobre el cuerpo como exterioridad. (Del mismo modo que la
visin perspectiva se encarnaba en la camera obscura de la Dioptrique
cartesiana, este punto de vista se materializa, en cierto modo, en el
anfiteatro circulan dispuesto alrededor de una mesa de diseccin para
las clases de anatoma, que se puede visitar en la Universidad de
Uppsala.) Un hombre es un agente, escribi Pascal, pero si se lo
anatomiza, ser ese agente la cabeza, el corazn, las venas, cada vena,
un trozo de vena, la sangre, cada humor de la sangre? Este cuerpo-
cosa, conocido desde fuera como mera mecnica, cuyo lmite es el
cadver que se va a diseccionar, desguace mecanidsta, o el crneo de
rbitas vacas de las vanidades pictricas, y que se opone al cuerpo
habitado y olvidado, sentido desde el interior como apertura, impulso,
tensin o deseo, y tambin como eficiencia, connivencia y familiaridad,
es fruto de la extensin al cuerpo de una relacin de espectador con el
mundo. El intelectualismo, esa teora del conocimiento de espectador
escolstico, tiene as que plantear al cuerpo, o a propsito del cuerpo,
unos problemas de conocimiento, como los filsofos cartesianos que,
sintindose en la imposibilidad de dar cuenta de la eficacia ejercida
sobre el cuerpo, de tener un conocimiento intelectual de la accin
corporal, se ven obligados a atribuir la accin humana a una
intervencin divina; y la dificultad crece con el lenguaje: cada acto de
lenguaje, en tanto que sentido incorporal expresado mediante sonidos
materiales, constituye un autntico milagro, una especie de
transubstanciacin.
Por otra parte, la evidencia del cuerpo aislado, distinguido, es lo
que impide tomar nota del hecho de que este cuerpo funciona
indiscutiblemente como un principio de individuacin (en la medida en
que localiza en el tiempo y el espacio, separa, asla, etctera), ratificado
y fortalecido por la definicin jurdica del individuo en tanto que ser
abstracto intercambiable, sin cualidades, es tambin, en tanto que
agente real, es decir, en tanto que habitus, con su historia, sus
propiedades incorporadas, un principio de colectivizacin
(Vergesellschajiung), como dice Hegel: al tener la propiedad (biolgica)
de estar abierto al mundo y, por lo tanto, expuesto al mundo y, en
consecuencia, susceptible de ser condicionado por el mundo, moldeado
por las condiciones materiales y culturales de existencia en las que est
colocado desde el origen, se halla sometido a un proceso de
socializacin cuyo fruto es la pro
178 179
pa individualizacin, ya que la singularidad del yo se forja en
las relaciones sociales y por medio de ellas. (Se podra hablar como hace
E F. Strawson, pero en un sentido que tal vez no sea exactamente el
suyo, de subjetivismo colectivista.)
7
EL ESPACIO SOCIAL
Mientras que el espacio fsico se define, segn Strawson,
8
por la
exterioridad recproca de las posiciones (otra manera de denominar el
orden de las coexistencias, del que hablaba Leibniz), el espacio social
se define por la exclusin mutua, o la distincin, de las posiciones que lo
constituyen, es decir, como estructura de yuxtaposicin de posiciones
sociales (a su vez definidas, segn veremos, como posiciones en la
estructura de la distribucin de las diferentes especies de capital). Los
agentes sociales, y tambin las cosas, en la medida en que los agentes se
apropian de ellas y, por lo tanto, las constituyen como propiedades, estn
situados en un lugar del espacio social, lugar distinto y distintivo que
puede caracterizarse por la posicin relativa que ocupa en relacin con
los otros lugares (por encima, por debajo, en situacin intermedia, et-
ctera) y por la distancia (llamada a veces respetuosa: e longin- quo
reverentia) que lo separa de ellos. Por ello, son susceptibles de un
analysis situs, de una topologa social (aquello precisamente que
constitua el objeto de mi obra titulada La Distinction, 8 y que est muy
alejado, como vemos, de la interpretacin poco comprensiva que,
aunque se desmienta de antemano, se ha dado a menudo a ese libro, a
partir, sin duda, del mero ttulo, y segn la cual la bsqueda de la
distincin sera el principio de todos los comportamientos humanos).
El espacio social tiende a reproducirse, de manera ms o menos
deformada, en el espacio fsico, en forma de una determinada
combinacin de los agentes y las propiedades. De lo que resulta que
todas las divisiones y las distinciones del espacio social (arri- ba/abajo,
izquierda/derecha, etctera) se expresan real y simblicamente en el
espacio fsico apropiado como espacio social codificado (por ejemplo,
con la oposicin entre los barrios elegantes, call del Faubourg-Saint-
8 Versin castellana: La distincin, trad. de Mara del Carmen Ruiz de Elvira,
Tauros, Madrid, 1991. (N. del T.)
Honor o Quinta Avenida, y los barrios populares y los suburbios).
Este espacio se define por la correspondencia, ms o menos estrecha,
entre un orden determinado de coexistencia (o de distribucin) de los
agentes y un orden determinado de coexistencia (o de distribucin) de
las propiedades. Por lo tanto, no hay nadie que no est caracterizado
por el lugar donde est situado de forma ms o menos permanente (no
tener casa ni hogar o domicilio fijo significa carecer de existencia
social; ser de la alta sociedad significa ocupar los niveles ms altos
del mundo social). Se caracteriza tambin por la posicin relativa y, por
lo tanto, por la rareza, generadora de rentas materiales o simblicas, de sus
localizaciones temporales (por ejemplo, los lugares de honor y las
precedencias en todos los protocolos) y, sobre todo, permanentes
(domicilios particular y profesional, sitios reservados, buenas vistas,
exclusivas, prioridades, etctera). Y, por ltimo, se caracteriza por la
extensin, por el espacio que ocupa (por derecho) en el espacio gracias
a sus propiedades (casas, tierras, etctera), que son ms o menos
devoradoras de espacio (space con- suming).
LA COMPRENSIN
Lo que est comprendido en el mundo es un cuerpo para el cual
hay un mundo, que est incluido en el mundo, pero de acuerdo con un
modo de inclusin irreductible a la mera inclusin material y espacial.
La illusio es una manera de estar en el mundo, de estar ocupado por el
mundo, que hace que el agente pueda estar afectado por una cosa muy
alejada, o incluso ausente, pero que forma parte del juego en el que est
implicado. El cuerpo est vinculado a un lugar por una relacin directa,
de contacto, que no es ms que una de tantas maneras de relacionarse
con el mundo. El agente est vinculado a un espacio, el del campo, den
180 181
tro del cual la proximidad no se confunde con la proximidad en el
espado fsico (incluso, aunque, por lo dems, todas las cosas per-
manezcan iguales, hay siempre una especie de privilegio prctico de lo
que se percibe directamente). La Musi que constituye el campo como
espacio de juego es lo que hace que los pensamientos y las acciones
puedan resultar afectados y modificados al margen de cualquier
contacto fsico e incluso de cualquier interaccin simblica, en
particular, en la relacin de comprensin y por medio de ella. El mundo
es comprensible, est inmediatamente dotado de sentido, porque el
cuerpo, que, gracias a sus sentidos y su cerebro, tiene la capacidad de
estar presente fuera de s, en el mundo, y de ser impresionado y
modificado de modo duradero por l, ha estado expuesto largo tiempo
(desde su origen) a sus regularidades. Al haber adquirido por ello un
sistema de disposiciones sintonizado con esas regularidades, tiende a
anticiparlas y est capacitado para ello de modo prctico mediante
comportamientos que implican un conocimiento por el cuerpo que
garantiza una comprensin prctica del mundo absolutamente
diferente del acto intencional de desciframiento consciente que suele
introducirse en la idea de comprensin. Dicho de otro modo, el agente
tiene una comprensin inmediata del mundo familiar porque las
estructuras cognitivas que pone en funcionamiento son el producto de
la incorporacin de las estructuras del mundo en el que acta, porque
los instrumentos de elaboracin que emplea para conocer el mundo
estn elaborados por el mundo. Estos principios prcticos de
organizacin de lo dado se elaboran a partir de la experiencia de
situaciones encontradas a menudo y son susceptibles de ser revisados y
rechazados en caso de fracaso reiterado.
(No ignoro la crtica, ritual y, por lo tanto, ideal para facilitar
grandes beneficios simblicos a cambio de un bajo coste de reflexin, de
los conceptos relacionados con las disposiciones. Pero, en el caso
particular de la antropologa, no se ve cmo se podra, sin negar la
evidencia de los hechos, evitar tener que recurrir a estas nociones:
hablar de disposicin significa, lisa y llanamente, tomar nota de una
predisposicin natural de los cuerpos humanos, la nica, segn Hume
de acuerdo con la lectura de Deleuze-,
9
que una antropologa rigurosa
est autorizada a presuponer, la condicionabilidad como capacidad
natural de adquirir capacidades no naturales, arbitrarias. Negar la
existencia de disposiciones adquiridas significa, hablando de seres
vivos, negar la existencia del aprendizaje como transformacin selectiva
y duradera del cuerpo que se lleva a cabo por reforzamiento o
debilitamiento de las conexiones sinpticas.)
10
Para comprender la comprensin prctica hay que situarse ms
all de la alternativa de la cosa y la conciencia, el materialismo
mecanicista y el idealismo constructivista; es decir, con mayor
exactitud, hay que despojarse del mentalismo y del intelectualis- mo
qe inducen a concebir la relacin prctica con el mundo como una
percepcin y esta percepcin como una sntesis mental, y ello sin
ignorar, por lo dems, la labor prctica de elaboracin que, como
observa Jacques Bouveresse, pone en funcionamiento formas de
organizacin no conceptuales
11
y que nada deben a la intervencin del
lenguaje.
En otras palabras, hay que elaborar una teora materialista capaz
de rescatar del idealismo, siguiendo el deseo que expresaba Marx en las
Thesen ber Feuerbach, el aspecto activo del conocimiento prctico que
la tradicin materialista ha dejado en su poder. sta es, precisamente, la
funcin de la nocin de habitus, que restituye a la gente un poder
generador y unificador, elaborador y clasificador, y le recuerda al
mismo tiempo que esa capacidad de elaborar la realidad social, a su vez
socialmente elaborada, no es la de un sujeto trascendente, sino la de un
cuerpo socializado, que invierte en la prctica de los principios
organizadores -socialmente elaborados y adquiridos en el decurso de
una experiencia social situada y fechada.
DIGRESIN SOBRE LA CEGUERA ESCOLSTICA
Que todas estas cosas tan sencillas sean, en definitiva, tan difciles
de pensar se debe, en primer lugar, a que los errores descartados, que
habra que recordar en cada fase del anlisis, van por pares (slo nos
libramos del mecanicismo gracias a un constructivismo sobre el cual
pesa la amenaza inmediata de caer en el idea
182 183
lismo), y a que las tesis opuestas, que hay que recusar, siempre es-
tn dispuestas a renacer de sus cenizas, resucitadas por los intereses
polmicos, porque corresponden a posiciones opuestas en el campo
cientfico y el espacio social; tambin se debe, en parte, a que estamos
dominados por una larga tradicin terica sostenida y reactivada de
modo permanente por la situacin escolstica, que se perpeta
mediante una mezcla de reinvencin y reiteracin y, en lo esencial, no
es ms que una laboriosa teorizacin de la filosofa semicientfica de
la accin- Veinte siglos de difuso platonismo y lecturas cristianizadas
del Fedn inclinan a considerar el cuerpo no como un instrumento del
conocimiento, sino como un obstculo para el conocimiento, y a ignorar
la especificidad del conocimiento prctico, tratado ora como un mero
obstculo para el conocimiento, ora como una ciencia que todava est
en mantillas.
La raz comn de las contradicciones y las paradojas que el
pensamiento banalmente escolstico cree descubrir en una descripcin
rigurosa de las lgicas prcticas no es ms que la filosofa de la
conciencia que implica, la cual no puede concebir la espontaneidad y la
creatividad sin la intervencin de una intencin creadora, la finalidad
sin la proyeccin consciente de fines, la regularidad al margen de la
obediencia a unas reglas, la significacin en ausencia de intencin
significante. Una dificultad suplementaria de esta filosofa es que se
apoya en el lenguaje corriente y sus giros gramaticales dispuestos de
antemano para la descripcin finalista, as como en las formas
convencionales de narracin, por ejemplo, la biografa, el relato
histrico o la novela, que, en los siglos XVIII y XIX, se identifica,
paulatina y completamente, como observa Michel Butor, con la
narracin de las aventuras de un individuo, y que casi siempre adopta
la forma de concatenaciones de acciones individuales decisivas,
precedidas por una deliberacin voluntaria, que se determinan unas a
otras.
12
La idea de deliberacin voluntaria, que ha dado lugar a tantas
disertaciones, lleva a suponer que toda decisin concebida como
eleccin terica entre posibles tericos constituidos como tales supone
dos operaciones previas: primero, establecer la lista completa de las
elecciones posibles; despus, determinar las consecuencias de las
diferentes estrategias y valorarlas comparativamente. Esta
representacin totalmente irrealista de la accin corriente, que implica
de modo ms o menos explcito a la teora econmica y se basa en la
idea de que toda accin va precedida de un propsito premeditado y
explcito, es, sin duda, particularmente tpica de la visin escolstica, de
este conocimiento que se desconoce porque ignora el privilegio que lo
inclina a privilegiar el punto de vista terico, la contemplacin
desinteresada, alejada de las preocupaciones prcticas y, segn la
expresin de Heidegger, liberada de s misma como estando en el
mundo.
HABITUS E INCORPORACIN
Una de las funciones mayores de la nocin de habitus consiste en
descartar dos errores complementarios nacidos de la visin escolstica:
por un lado, el mecanicismo, que sostiene que la accin es el efecto
mecnico de la coercin por causas externas; por otro lado, el finalismo,
que, en particular con la teora de la accin racional, sostiene que el
agente acta de forma libre, consciente, y, como dicen algunos
utilitaristas, with jull understanding, ya que la accin es fruto de un
clculo de las posibilidades y los beneficios. En contra de ambas teoras
hay que plantear que los agentes sociales estn dotados de habitus,
incorporados a los cuerpos a travs de las experiencias acumuladas:
estos sistemas de esquemas de percepcin, apreciacin y accin
permiten llevar a cabo actos de conocimiento prctico, basados en la
identificacin y el reconocimiento de los estmulos condicionales, y
convencionales a los que estn dispuestos a reaccionar, as como
engendrar, sin posicin explcita de fines ni clculo racional de los
medios, unas estrategias adaptadas y renovadas sin cesar, pero dentro
de los lmites de las imposiciones estructurales de las que son producto
y que los definen.
El lenguaje de la estrategia, que nos vemos obligados a emplear
para designar las secuencias de acciones objetivamente dirigidas hacia
un fin que se observan en todos los campos, no debe llamar a engao:
las estrategias ms eficaces, sobre todo en campos dominados por
valores de desinters, son las que, al ser fruto de disposiciones
moldeadas por la necesidad inmanente del campo, tienden a ajustarse
184 185
espontneamente, sin propsito expreso ni clculo, a esta necesidad. Lo
que significa que el agente no es nunca del todo el sujeto de sus
prcticas: mediante las. disposiciones y la creencia que originan la
implicacin en el juego, todos los presupuestos constitutivos de la
axiomtica del campo (la dxa epist- mica, por ejemplo) se introducen
incluso en las intenciones en apariencia ms lcidas.
El sentido prctico es lo que permite obrar como es debido (os dei,
deca Aristteles) sin plantear ni ejecutar un debe ser (kantiano), una
regla de comportamiento. Las disposiciones que actualiza, maneras de
ser resultantes de una modificacin duradera del cuerpo llevada a cabo
por la educacin, pasan inadvertidas mientras no se convierten en acto,
y tampoco entonces, debido a la evidencia de su necesidad y su
adaptacin inmediata a la situacin. Los esquemas del habitus,
principios de visin y divisin de aplicacin muy general que, al ser
fruto de la incorporacin de las estructuras y las tendencias del mundo,
se ajustan, por lo menos de forma burda, a stas, permiten adaptarse
sin cesar a contextos parcialmente modificados y elaborar la situacin
como un conjunto dotado de sentido, en una operacin prctica de
anticipacin casi corporal de las tendencias inmanentes del campo y los
comportamientos engendrados por los babitus isomorfos con los que,
como en un equipo bien conjuntado o una orquesta, estn en comuni-
cacin inmediata porque espontneamente estn en sintona con ellos.
----------------------
(No es infrecuente que los defensores de la teora de la accin
racional reivindiquen alternativamente, en un mismo texto, la visin
mecanicista, que est implicada en el recurso a modelos tomados de la
fsica, y la visin finalista, ambas arraigadas en la alternativa escolstica
de la conciencia pura y el cuerpo-cosa pienso en Jon Elster,
13
que
tiene el mrito de decir claramente que identifica la racionalidad con la
lucidez consciente y considera cualquier ajuste de los deseos a las
posibilidades mediante oscuras fuerzas psicolgicas como una forma
de irracionalidad-); de este modo puede explicarse la racionalidad de
las prcticas, indistintamente, mediante la hiptesis de que los agentes
actan bajo la coercin directa de causas que el sabio est en
disposicin de desentraar, o mediante la hiptesis, en apariencia
absolutamente opuesta, de que los agentes actan, por as decirlo, con
conocimiento de causa y son capaces de hacer por s mismos lo que el
sabio hace en su lugar en la hiptesis mecanicista.
Si resulta tan fcil pasar de una a otra de estas posiciones opuestas,
ello se debe a que el determinismo mecanicista externo, por las causas,
y el determinismo intelectual, por las razones -del inters bien
entendido-, se unen y se confunden. Lo que vara es la propensin del
sabio, calculador casi divino, a atribuir o no a los agentes su
conocimiento perfecto de las causas o su conciencia clara de las razones.
Para los fundadores de la teora utilitarista, en particular Bentham, cuya
obra principal se titula An Introduction to the Principies of Moris and
Legislation, la teora de la economa de los placeres era explcitamente
normativa. En la' rational action theory tambin lo es, pero se cree
positiva: toma un modelo normativo de lo que el agente debe ser si
quiere ser racional -en el sentido del sabio- por una descripcin del
principio explicativo de lo que hace realmente.
14
Ello es inevitable
cuando no se quiere reconocer como principio de las acciones
razonables ms que la intencin racional, el propsito -purpose-, el
proyecto, cuando no se acepta ms principio explicativo de las propias
acciones que la explicacin mediante razones o causas que son
eficientes en tanto que razones, ya que el inters bien entendido y la
funcin de utilidad no es, en rigor, ms que el inters de la gente tal
como se le presenta a un observador imparcial o, lo que viene a ser lo
mismo, a un agente que obedezca a unas preferencias absolutamente
prudentes,
15
es decir, absolutamente informado.
Este inters bien entendido no est tan lejos, como se ve, del
inters objetivo que invoca una tradicin terica en apariencia
radicalmente opuesta y que sustenta la idea de conciencia de clase
imputada fundamento de la idea, igual de fantasiosa, de falsa
conciencia- tal como la expresa Lukcs, es decir, las ideas, los
sentimientos, etctera, que los hombres, en una situacin determinada,
tendran si fueran capaces de captar esa situacin en su conjunto [es
decir, desde un punto de vista escolstico...], as como
186 187
los intereses que se derivan de esa situacin, los cuales conciernen
a la vez a la accin inmediata y a la estructura de la sociedad que
correspondera a esos intereses.
16
De lo que se deduce que los in-
tereses escolsticos no necesitan ser unos intereses bien entendidos para
ser moneda corriente entre los scholars...)
Podramos, haciendo un juego de palabras heideggeriano, decir
que la disposicin es exposicin. Y ello es as porque el cuerpo est (en
grados desiguales) expuesto, puesto en juego, en peligro en el mundo,
enfrentado al riesgo de la emocin, la vulneracin, el dolor, la muerte, a
veces, y, por lo tanto, obligado a tomar en serio el mundo (y no hay
cosa ms seria que la emocin, que llega hasta lo ms hondo de los
dispositivos orgnicos). Por ello est en condiciones de adquirir
disposiciones que tambin son apertura al mundo, es decir, a las
estructuras mismas del mundo social del que son la forma incorporada.
La relacin con el mundo es una relacin de presencia en el
mundo, de estar en el mundo, en el sentido de pertenecer al mundo, de
estar posedo por l, en la que ni el agente ni el objeto se plantean como
tales. El grado en el que se invierte el cuerpo en esta relacin es, sin
duda, uno de los determinantes principales del inters y la atencin que
se implican en l y de la importancia -mensurable por su duracin, su
intensidad, etctera- de las modificaciones corporales resultantes. (Cosa
que olvida la visin inte- lectualista, directamente relacionada con el
hecho de que los universos escolsticos tratan el cuerpo y todo lo
relacionado con l, y, en particular, la urgencia vinculada con la
satisfaccin de las necesidades y la violencia fsica, efectiva o potencial,
de tal modo que en cierta forma queda fuera de juego.)
Aprendemos por el cuerpo. El orden social se inscribe en los
cuerpos a travs de esta confrontacin permanente, ms o menos
dramtica, pero que siempre otorga un lugar destacado a la afectividad
y, ms precisamente, a las transacciones afectivas con el entorno social.
Evidentemente, sobre todo despus de la obra de Mi- chel Foucault, el
lector pensar en la normalizacin ejercida por la disciplina de las
instituciones. Pero no hay que subestimar la presin o la opresin,
continuas y a menudo inadvertidas, del orden ordinario de las cosas,
los condicionamientos impuestos por las condiciones materiales de
existencia, por las veladas conminaciones y la violencia inerte (como
dice Sartre) de las estructuras econmicas y sociales y los mecanismos
por medio de los cuales se reproducen.
Las conminaciones sociales ms serias no van dirigidas al inte-
lecto, sino al cuerpo, tratado como un recordatorio. Lo esencial del
aprendizaje de la masculinidad y la feminidad tiende a inscribir la
diferencia entre los sexos en los cuerpos (en particular, mediante la
ropa), en forma de maneras de andar, hablar, comportarse, mirar,
sentarse, etctera. Y los ritos de institucin no son ms que el lmite de
todas las acciones explcitas mediante las cuales los grupos se esfuerzan
en inculcar los lmites sociales o, lo que viene a ser lo mismo, las
clasificaciones sociales (la divisin masculino/ femenino, por ejemplo),
en naturalizarlas en forma de divisiones en los cuerpos, las hxis
corporales, las disposiciones, respecto a las cuales se entiende que son
tan duraderas como las inscripciones indelebles del tatuaje, y los
principios de visin y divisin colectivos. Tanto en la accin
pedaggica diaria (ponte derecho, coge el cuchillo con la mano
derecha) como en los ritos de institucin, esta accin psicosomtica se
ejerce a menudo mediante la emocin y el sufrimiento, psicolgico o
incluso fsico, en particular, el que se inflige inscribiendo signos
distintivos, mutilaciones, escarificaciones o tatuajes, en la superficie
misma del cuerpo. El fragmento de In der Strafkolonie donde Kafka
cuenta que graban en el cuerpo del transgresor todas las letras de la ley
que ha transgredido radicaliza y literaliza con una brutalidad
grotesca, como sugiere E. L. Santner,
17
la cruel mnemotcnica a la que,
como trat de mostrar, recurren a menudo los grupos para naturalizar
lo arbitrario y -otra intuicin kafkiana (o pascaliana) conferirle de ese
modo la necesidad absurda e insondable que se oculta, sin ms all, tras
las instituciones ms sagradas.
UNA LGICA EN ACCIN
El desconocimiento, o el olvido, de la relacin de inmanencia a un
mundo que no se percibe como mundo, como objeto coloca
188 189
do ante un sujeto perceptor consciente de s mismo, en tanto que
espectculo o representacin susceptible de ser aprehendido de un
vistazo, constituye, sin duda, la forma elemental, y original, de la
ilusin escolstica. El principio de la comprensin prctica no es una
conciencia conocedora (una conciencia trascendente, como en Husserl,
o incluso un Dasein existencial, como en Heidegger), sino el sentido
prctico del habitus habitado por el mundo que habita, pre-ocupado por
el mundo donde interviene activamente, en una relacin inmediata de
implicacin, tensin y atencin, que elabora el mundo y le confiere
sentido.
El habitus, manera particular, pero constante, de entablar relacin
con el mundo, que implica un conocimiento que permite anticipar el
curso del mundo, se hace inmediatamente presente, sin distancia
objetivadora, al mundo y al porvenir que se anuncia en l (lo que lo
distingue de una mens momentnea sin historia). Expuesto al mundo, a la
sensacin, el sentimiento, el sufrimiento, etctera, es decir, implicado en
el mundo, empeado y en juego en el mundo, el cuerpo (bien)
dispuesto respecto al mundo est, en la misma medida, orientado hacia
el mundo y hacia lo que se ofrece inmediatamente en l a la vista, la
sensacin y el presentimiento; es capaz de dominarlo ofrecindole una
respuesta adaptada, de influir en l, de utilizarlo (y no de descifrarlo)
como un instrumento que se domina, que se tiene por la mano (segn el
famoso anlisis de Heidegger) y que, jams considerado como tal, es
traspasado, como si fuera transparente, por la tarea que permite llevar a
cabo y hacia la que est orientado.
El agente implicado en la prctica conoce el mundo, pero con un
conocimiento que, como ha mostrado Merleau-Ponty, no se instaura en
la relacin de exterioridad de una conciencia conocedora. Lo
comprende, en cierto sentido, demasiado bien, sin distancia
objetivadora, como evidente, precisamente porque se encuentra
inmerso en l, porque forma un cuerpo con l, porque lo habita como si
fuera un hbito o un hbitat familiar. Se siente como en casa en el
mundo porque el mundo est, a su vez, dentro de l en la forma del
habitus, necesidad hecha virtud que implica una forma de amor de la
necesidad, de amor fati.
La accin del sentido prctico es una especie de coincidencia
necesaria lo que le confiere la apariencia de la armona preesta-
blecida- entre un habitus y un campo (o una posicin en un campo):
quien ha asumido las estructuras del mundo (o de un juego particular)
se orienta inmediatamente, sin necesidad de deliberar, y hace surgir,
sin siquiera pensarlo, cosas que hacer (asuntos, prgmata) y que hacer
como es debido, programas de accin que parecen dibujados
mediante trazos discontinuos en la situacin, a ttulo de
potencialidades objetivas, de urgencias, y que orientan su prctica sin
estar constituidos en normas o imperativos, claramente perfilados por
la conciencia y la voluntad y para ellas. Para estar en condiciones de
utilizar un instrumento (u ocupar un puesto), y de hacerlo, como suele
decirse, felizmente -una felicidad a la vez subjetiva y objetiva, tan
caracterizada por la eficacia y la soltura de la accin como por la
satisfaccin y la felicidad de quien la lleva a cabo-, hay que haberse
adaptado a l mediante un uso prolongado o, a veces, mediante un
entrenamiento metdico, haber adoptado los fines que le son propios,
como un modo de empleo tcito; en pocas palabras, haberse dejado
utilizar, incluso instrumentalizar, por el instrumento. Con esta
condicin puede alcanzarse la destreza de la que hablaba Hegel y que
hace que se acierte sin tener que calcular, haciendo exactamente lo que
es debido, como es debido y en el momento debido, sin gestos intiles,
con una economa de esfuerzos y una necesidad a la vez sentidas
ntimamente y perceptibles desde fuera. (Cabe pensar en lo que Platn
describe como orth dxa, la opinin correcta, docta ignorancia que
acierta, sin deberle nada al azar, mediante una especie de ajuste con la
situacin no pensado ni propuesto como tal: Gracias a ella, dice, los
hombres de Estado gobiernan las ciudades con xito; en lo que a la
ciencia se refiere, en nada difieren de los profetas y los adivinos, pues
stos dicen a menudo la verdad, pero sin saber de lo que hablan.)
18
En tanto que es fruto de la incorporacin de un nomos, un principio
de visin y divisin constitutivo de un orden social o un campo, el
habitus engendra prcticas inmediatamente ajustadas a este orden y,
por lo tanto, percibidas y valoradas, por quien las lleva a cabo, y
tambin por los dems, como justas, correctas, hbiles, adecuadas, sin
ser en modo alguno consecuencia de la obe
190 191
diencia a un orden en el sentido de imperativo, a una norma o a las
reglas del derecho. Esta intencionalidad prctica, que no obedece a
ninguna tesis, que nada tiene en comn con una cogitatio (o una noesis)
conscientemente orientada hacia un cogitatum (un noema), arraiga en
una manera de mantener y llevar el cuerpo (una hxis), una manera de
ser duradera del cuerpo duraderamente modificado que se engendra y
se perpeta, sin dejar de transformarse, continuamente (dentro de
ciertos lmites), en una relacin doble, estructurada y estructuradora,
con el entorno. El habitus elabora el mundo mediante una manera
concreta de orientarse hacia l, de dirigir hacia l una atencin que,
como la del adeta que se concentra, es tensin corporal activa y
constructiva hacia l porvenir inminente (la albdxia, error que se
comete cuando, esperando a alguien, se cree reconocerlo en todos los
que llegan, da una idea correcta de esta tensin).
(El conocimiento prctico se exige y es necesario de forma muy
desigual, pero tambin es suficiente, y se adapta, de forma muy
desigual, segn las situaciones y los mbitos de actividad. A la inversa
de los mundos escolsticos, algunos universos, como los del deporte, la
msica o la danza, requieren una implicacin prctica del cuerpo y, por
lo tanto, una movilizacin de la inteligencia corporal, adecuada para
determinar una transformacin, e incluso una inversin, de las
jerarquas ordinarias. Y habra que recopilar metdicamente las
anotaciones y las observaciones dispersas, en particular en la didctica
de esas prcticas corporales, los deportes, por supuesto, y, muy
especialmente, las artes marciales, pero tambin las actividades
teatrales y la prctica de los instrumentos de msica, que aportaran
valiosas contribuciones a una ciencia de esa forma de conocimiento. Los
entrenadores deportivos tratan de encontrar medios eficaces para
hacerse entender por el cuerpo, en las situaciones, que todo el mundo
ha experimentado, en las que se comprende con una comprensin
intelectual el gesto que hay que hacer o no hay que hacer, sin estar en
condiciones de hacer efectivamente lo que se ha comprendido, por no
haber alcanzado una verdadera comprensin por el cuerpo.
19
Y muchos
directores teatrales y cinematogrficos recurren a prcticas pedaggicas
que comparten el hecho de tratar de determinar la suspensin de la
comprensin intelectual y discursiva y conseguir que el actor, mediante
una larga serie de ejercicios, segn el modelo pascaliano de la
produccin de la creencia, encuentre de nuevo unas posturas
corporales que, rebosantes de experiencias mnemnicas, sean capaces
de despertar pensamientos, emociones, imaginaciones.)
De igual modo que no es ese ser instantneo, condenado a la
discontinuidad cartesiana de los momentos sucesivos, sino, en el
lenguaje de Leibniz, una vis insita que asimismo es lex insita, una fuerza
dotada de una ley y, por lo tanto, caracterizada por constantes y
constancias (a menudo reiteradas por principios explcitos de fidelidad
a uno mismo, constantict sibi, como los imperativos de honor), el habitus
no es, de ninguna manera, el sujeto aislado, egosta y calculador de la
tradicin utilitarista y los economistas (y, siguiendo sus huellas, los
individualistas metodolgicos). Es sede de las solidaridades
duraderas, de las fidelidades incoercibles porque se basan en leyes y
vnculos incorporados, las del espritu de cuerpo (del que el espritu de
familia es un caso particular), adhesin visceral de un cuerpo
socializado al cuerpo social qu lo ha formado y con el que forma un
cuerpo. Por ello, constituye el fundamento de una colusin implcita
entre todos los agentes que son fruto de condiciones y
condicionamientos semejantes, y tambin de una experiencia prctica
de la trascendencia del grupo, de sus formas de ser y hacer, pues cada
cual encuentra en el comportamiento de sus iguales la ratificacin y la
legitimacin (se hace as) de su propio comportamiento que, a
cambio, ratifica y, llegado el caso, rectifica el comportamiento de los
dems. Acuerdo inmediato en las maneras de juzgar y actuar que no
supone la comunicacin de las conciencias ni, menos an, una decisin
contractual, esta collusio fundamenta una intercomprensin prctica,
cuyo paradigma podra ser la que se establece entre los jugadores de un
mismo equipo y tambin, pese al antagonismo, entre el conjunto de
jugadores implicados en un partido.
El principio de cohesin ordinaria que es el espritu de cuerpo
alcanza su mximo con los adiestramientos disciplinarios que imponen
los regmenes despticos mediante ejercicios y rituales formalistas o la
uniformizacin, con el fin de simbolizar el cuerpo
(social) como unidad y diferencia, pero tambin de dominarlo
imponindole un uniforme determinado (por ejemplo, la sotana,
recordatorio permanente de la condicin eclesistica), o tambin
mediante las grandes manifestaciones de masas, como los espectculos
192 193
gimnsticos o los desfiles militares. Estas estrategias de manipulacin
pretenden moldear los cuerpos para hacer de cada uno de ellos un
componente del grupo (Corpus corporatum in cor- pore corporato, como
decan los canonistas) e instituir entre el grupo y el cuerpo de cada uno
de sus miembros una relacin casi mgica de posesin, de
complacencia somtica, una sujecin mediante la sugestin que
domina los cuerpos y hace que funcionen como una especie de
autmata colectivo.
Unos habitus espontneamente armonizados entre s y ajustados
por anticipado a las situaciones en las que funcionan y de las que son
fruto (caso particular, pero particularmente frecuente) tienden a
producir conjuntos de acciones que, al margen de cualquier acuerdo o
coneertacin voluntarios, estn, a grandes rasgos, sintonizadas entre s
y son conformes a los intereses de los agentes implicados. El ejemplo
ms sencillo es el de las estrategias de reproduccin que producen las
familias privilegiadas, sin concertarse y sin deliberar al respecto, es
decir, por separado y a menudo en competencia subjetiva, con el
propsito de contribuir (con la colaboracin de mecanismos objetivos
tales como la lgica del campo jurdico o el campo escolar) a la
reproduccin de las posiciones adquiridas y el orden social.
La armonizacin de habitus que, por ser fruto de unas mismas
condiciones de existencia y unos mismos condicionamientos (con
ligeras variaciones, ligadas a las trayectorias singulares), producen
espontneamente comportamientos adaptados a las condiciones
objetivas y adecuados para satisfacer los intereses individuales
compartidos, permite, de este modo, dar cuenta, sin recurrir a actos
conscientes y deliberados y sin dejarse llevar por el funcionalismo de lo
mejor o lo peor, de la apariencia de teleologa que se observa a menudo
a nivel de las colectividades y que se suele imputar a la voluntad (o la
conciencia) colectiva, o incluso a la conspiracin de entidades
colectivas personalizadas y tratadas como sujetos que plantean
colectivamente sus fines (la burguesa, la clase dominante,
etctera): pienso, por ejemplo, en las estrategias de defensa del cuerpo
que, efectuadas a ciegas y a ttulo estrictamente individual, sin
propsito expreso ni coneertacin explcita, por los catedrticos de
enseanza superior franceses, en un perodo de crecimiento
espectacular de la poblacin escolariza- da, han permitido reservar el
acceso a las posiciones ms elevadas del sistema de enseanza a recin
llegados que estuvieran lo ms conformes posible con los principios de
reclutamiento antiguos, es decir, lo menos diferentes posible del ideal
del normalien, agr- g* y varn.
20
Y tambin es la armonizacin de los
habitus lo que permite no caer en las paradojas, inventadas de cabo a
rabo por el individualismo utilitarista, como el Jree rider dilemma: la
inversin, la creencia, la pasin, el amor fati, que se inscriben en la rela-
cin entre el habitus y el mundo social (o el campo) del que es fruto,
hacen que haya cosas que no se pueden hacer en situaciones
determinadas (no se hace as) y otras que no pueden no hacerse (todo
lo que impone el principio nobleza obliga podra constituir el
ejemplo por antonomasia de ello). Entre esas cosas hay toda clase de
comportamientos que la tradicin utilitarista es incapaz de explicar,
como las lealtades o las fidelidades respecto a personas o grupos, y,
ms ampliamente, todos los comportamientos de desinters, cuyo
lmite es el pro patria mor, analizado por Kan- torowicz, el sacrificio del
ego egosta, reto absoluto para todos los calculadores utilitaristas.
LA COINCIDENCIA
Por imprescindible que sea para romper con la visin escolstica
de la visin corriente del mundo, la descripcin fenomenol- gica,
aunque acerque a lo real, amenaza con convertirse en un obstculo para
la comprensin completa de la comprensin prctica y la propia
prctica, porque es totalmente antihistrica e incluso antigentica. Por
lo tanto, hay que rehacer el anlisis de la presencia en el mundo, pero
historicizndolo, es decir, planteando
* Catedrtico por oposicin de instituto o universidad. (N. del T.)
194 195
el problema de la elaboracin social de las estructuras o los esque-
mas que el agente pone en funcionamiento para elaborar el mundo (y
que excluyen tanto una antropologa trascendente de tipo kantiano
como una eidtica a la manera de Husserl y Schtz y, tras ellos, la
etnometodologa, o incluso el anlisis, por lo dems muy ilustrativo, de
Merleau-Ponty), y examinando despus el problema de las condiciones
sociales absolutamente particulares que hay que cumplir para que sea
posible la experiencia del mundo social en tanto que mundo evidente
que la fenomenologa describe sin dotarse de los medios para dar razn
de l.
La experiencia de un mundo donde todo parece evidente supone
el acuerdo entre las disposiciones de los agentes y las expectativas o las
exigencias inmanentes al mundo en el que estn insertos. Pero esta
coincidencia perfecta de los esquemas prcticos y las estructuras
objetivas slo es posible en el caso particular de que los esquemas
aplicados al mundo sean fruto del mundo al que se aplican, es decir, en
el caso de la experiencia ordinaria del mundo familiar (por oposicin a
los mundos extraos o exticos). Las condiciones de un dominio
inmediato de estas caractersticas permanecen invariables cuando nos
alejamos de la experiencia del mundo del sentido comn, que supone el
dominio de instrumentos de conocimiento accesibles a todos y
susceptibles de ser adquiridos mediante la prctica comente del mundo
-por lo menos, hasta cierto punto-, para dirigirnos hacia la experiencia
de los mundos escolsticos o los objetos que se producen en ellos, como
las obras artsticas, literarias o cientficas, los cuales no resultan in-
mediatamente accesibles para cualquiera.
El indiscutible encanto de las sociedades estables y poco dife-
renciadas, sede por antonomasia, segn Hegel, que tuvo sobre el
particular una intuicin muy penetrante, de la libertad concreta como
estar-en-casa (bei sich sein) en lo que es,
21
se basa en la coincidencia
casi perfecta entre los habitus y el hbitat, entre los esquemas de la
visin mtica del mundo y la estructura del espacio domstico,
organizado segn las mismas oposiciones,
22
o, tambin, entre las
expectativas y las posibilidades objetivas de llevarlas a cabo. En las
propias sociedades diferenciadas, toda una serie de mecanismos
sociales tienden a garantizar el ajuste de las disposiciones con las
posiciones y ofrecen con ello a quienes se benefician de ellas una
experiencia vana (o engaosa) del mundo social. Se observa as que, en
universos muy diferentes (patronal, episcopado, universidad, etctera),
la estructura del espacio de los agentes distribuidos segn las
propiedades adecuadas para caracterizar unos habitus (origen social,
formacin, ttulos, etctera) vinculados a la persona social corresponde
bastante estrechamente a la estructura del espacio de las posiciones o
los puestos (empresas, obispados, facultades y disciplinas, etctera)
distribuidos segn sus caractersticas especficas (por ejemplo, para las
empresas, el volumen de negocio, el nmero de empleados, la
antigedad, el status jurdico).
As pues, siendo el habitus, como el propio trmino indica, el
producto de una historia, los instrumentos de elaboracin de lo social
que invierte en el conocimiento prctico del mundo y la accin estn
socialmente elaborados, es decir, estructurados, por el mundo que
estructuran. De lo que resulta que el conocimiento prctico est
informado por partida doble por el mundo que informa: est
coaccionado por la estructura objetiva de la configuracin de
propiedades que le presenta; tambin est estructurado por l a travs
de los esquemas, fruto de la incorporacin de sus estructuras, que
utiliza en la seleccin o la elaboracin de estas propiedades objetivas.
Lo que significa que la accin no es meramente reactiva, segn la
expresin de Weber, ni meramente consciente y calculada. Por medio
de las estructuras cognitivas y moti- vadoras que pone en juego (y que
siempre dependen, en parte, del campo, que acta como campo de
fuerzas formadoras, del que es fruto), el habitus contribuye a
determinar las cosas que hay o no hay que hacer, las urgencias, etctera,
que desencadenan la accin. As, para dar cuenta del impacto
diferencial de un acontecimiento como la crisis de Mayo del 68 tal como
lo registran unas estadsticas que se refieren a mbitos muy diversos de
la prctica, estamos abocados a suponer la existencia de una
disposicin general que podemos caracterizar como sensibilidad al
orden y el desorden (o a la seguridad), y que vara segn las
condiciones sociales y los condicionamientos sociales asociados. Esta
disposicin hace que unos cambios objetivos a los que otros
permanecen insensibles
196 197
(crisis econmica, medida administrativa, etctera) puedan tradu-
cirse en determinados agentes en modificaciones de los comporta-
mientos en diferentes mbitos de la prctica (hasta en las estrategias de
fecundidad).
23
Se podra extender as a la explicacin de los comportamientos
humanos una propuesta de Gilbert Ryle: de igual modo que no hay que
decir que la copa se ha roto porque una piedra la ha golpeado, sino que
se ha roto, cuando la piedra la ha golpeado, porque era rompible,
tampoco hay que decir, como se ve de forma particularmente
manifiesta cuando un acontecimiento insignificante, en apariencia
fortuito, desencadena enormes consecuencias, capaces de parecer
desproporcionadas a todos aquellos que estn dotados de habitus
diferentes, que un acontecimiento histrico ha determinado un
comportamiento, sino que ha tenido ese efecto determinante porque un
habitus susceptible de ser afectado por ese acontecimiento le ha
conferido esa eficacia. La attribution theory establece que las causas que
una persona asigna a una experiencia (y que, cosa que la teora no dice,
dependen de su habitus) son uno de los determinantes importantes de
la accin que va a emprender como respuesta a esa experiencia (por
ejemplo, tratndose de una mujer maltratada, volver con su marido en
unas condiciones que quienes la asesoran consideran intolerables). Lo
que no ha de llevar a decir (como Sartre, por ejemplo) que el agente
elige (con mala fe) lo que lo determina, pues, si cabe decir que se
determina, en la medida en que elabora la situacin que lo determina,
queda claro que no ha elegido el principio de su eleccin, es decir, su
habitus, y que ios esquemas de elaboracin que aplica al mundo
tambin han sido elaborados por el mundo.
Siguiendo la misma lgica, tambin se podra decir que el habitus
contribuye a determinar lo que lo transforma: si admitimos que el
principio de la transformacin del habitus estriba en el desfase,
experimentado como sorpresa positiva o negativa, entre las
expectativas y la experiencia, hay que suponer que la amplitud de este
desfase y la significacin que se le asigne dependern del habitus, ya
que la decepcin de uno puede significar la satisfaccin inesperada de
otro, con los efectos de refuerzo o inhibicin correspondientes.
Las disposiciones no conducen de manera determinada a una
accin determinada: slo se revelan y se manifiestan en unas cir-
cunstancias apropiadas y en relacin con una situacin. Puede, por lo
tanto, suceder que permanezcan siempre en estado virtual, como el
valor del soldado en perodo de paz. Cada una de ellas puede
manifestarse mediante prcticas diferentes, incluso opuestas, segn la
situacin: por ejemplo, la misma disposicin aristocrtica de los obispos
de origen noble puede expresarse mediante prcticas en apariencia
opuestas en contextos histricos diferentes, como el de Meaux, pequea
ciudad de provincias, en los aos treinta, y el de Sairit-Denis, en el
cinturn rojo de Pars, en los aos sesenta. Dicho lo cual, la existencia
de una disposicin (como lex insita) permite prever que, en todas las
circunstancias concebibles de una especie determinada, un conjunto
determinado de agentes se comportar de una forma determinada.
El habitus como sistema de disposiciones a ser y hacer es una
potencialidad, un deseo de ser que, en cierto modo, trata de crear las
condiciones de su realizacin y, por lo tanto, de imponer las
condiciones ms favorables para lo que es. Salvo un trastorno de
consideracin (un cambio de posicin, por ejemplo), las condiciones de
su formacin son tambin las de su realizacin. Pero, en cualquier caso,
el agente hace todo lo que est en su mano para posibilitar la
actualizacin de las potencialidades de que est dotado su cuerpo en
forma de capacidades y disposiciones moldeadas por unas condiciones
de existencia. Y muchos comportamientos pueden comprenderse como
esfuerzos para mantener o producir un estado de mundo social o un
campo que sea capaz de ofrecer a tal o cual disposicin adquirida -el
conocimiento de una lengua muerta o viva, por ejemplo- las
posibilidades y la ocasin de actualizarse. Constituye ste uno de los
principios mayores (con los medios de realizacin disponibles) de las
elecciones cotidianas en materia de objetos o personas: impulsado por
las simpatas y las antipatas, los afectos y las aversiones, los gustos y
las repulsiones, uno se hace un entorno en el que se siente en casa y
donde puede llevar a cabo esa realizacin plena del deseo de ser que se
identifica con la felicidad. Y, de hecho, se observa (en forma de una re-
lacin estadstica significativa) una sintona, llamativa, entre las
198 199
caractersticas de las disposiciones (y las posiciones sociales) de los
agentes y las de los objetos de los que se rodean casas, mobiliario,
ajuar domstico,, etctera- o las personas con las que s asocian ms o
menos duraderamente -cnyuges, amigos, conocidos.
Las paradojas del reparto de la felicidad, cuyo principio enunci
La Fontaine en la fbula del zapatero y el financiero, se explican
bastante bien: como el deseo de realizacin est, a grandes rasgos,
adaptado a las posibilidades de realizacin, el grado de satisfaccin
ntima que experimentan los diferentes agentes no depende tanto como
se podra creer de su poder efectivo en cuanto capacidad abstracta y
universal de satisfacer necesidades y deseos abstractamente definidos
para un agente indeterminado; depende, ms bien, del grado en que el
modo de funcionamiento del mundo social o del campo en el que estn
insertos propicia el pleno desarrollo de su habitus.
EL ENCUENTRO DE DOS HISTORIAS
El principio de la accin no es, por lo tanto, ni un sujeto que se
enfrentara al mundo como lo hara con un objeto en una relacin de
mero conocimiento, ni tampoco un medio que ejerciera sobre el
agente una forma de causalidad mecnica; no est en el fin material o
simblico de la accin, ni tampoco en las imposiciones del campo.
Estriba en la complicidad entre dos estados de lo social, entre la historia
hecha cuerpo y la historia hecha cosa, o, ms precisamente, entre la
historia objetivada en las cosas, en forma de estructuras y mecanismos
(los del espacio social o los campos), y en historia encarnada en los
cuerpos, en forma de habitus, complicidad que establece una relacin
de participacin casi mgica entre estas dos realizaciones de la historia.
El habitus, producto de una adquisicin histrica, es lo que permite la
apropiacin del logro histrico. De igual modo que la letra slo
abandona su estado de letra muerta por medio del acto de lectura, que
supone una aptitud adquirida para leer y descifrar, la historia
objetivada (en unos instrumentos, unos monumentos, unas obras, unas
tcnicas, etctera) slo puede convertirse en historia actuada y actuante
si la asumen unos agentes que, debido a sus inversiones anteriores,
tienen tendencia a interesarse por ella y estn dotados de las aptitudes
necesarias para reactivarla.
En la relacin entre el habitus y el campo, entre el sentido del
juego y el juego, se engendran las apuestas y se constituyen unos fines
que no se plantean como tales, unas potencialidades objetivas que, pese
a no existir fiiera de esa relacin, se imponen, dentro de ella, con una
necesidad y una evidencia absolutas. El juego, para quien est metido
en l, absorto en l, se presenta como un universo trascendente, que
impone sin condiciones sus fines y sus normas propios: si lo sagrado
slo existe para el sentido de lo sagrado, ste, no obstante, lo asume con
plena trascendencia, y la Musi slo es ilusin o diversin, como
sabemos, para quien aprehende el juego desde fuera, desde el punto de
vista del espectador imparcial.
Dicho esto, la correspondencia que se observa entre las posiciones
y las tomas de posicin nunca tiene carcter mecnico y fatal; en un
campo, por ejemplo, slo se establece mediante estrategias prcticas de
agentes dotados de habitus y capitales especficos diferentes y, por lo
tanto, de un dominio desigual de las fuerzas de produccin especficas
legadas por las generaciones precedentes y capaces de aprehender el
espacio de las posiciones como espacios de posibles ms o menos
abiertos donde se anuncian, de forma ms o menos imperativa, las
cosas que se imponen como por hacer. (A quienes traten de imputar
esta constatacin a una especie de prejuicio determinista, quisiera
expresarles solamente la sorpresa, siempre renovada, que he
experimentado en mltiples ocasiones ante la necesidad que la lgica
de la investigacin me llevaba a descubrir; y ello no para disculparme
por alguna imperdonable infraccin contra la libertad, sino para animar
a quienes se indignan ante tamaa determinacin por poner de
manifiesto ciertos determinismos que llevan a abandonar el lenguaje de
la denuncia metafsica o la condena moral, a que se siten, en la medida
de lo posible, en el terreno de la refutacin cientfica.)
El cuerpo est en el mundo social, pero el mundo social est en el
cuerpo (en forma de hxis y de eidos). Las propias estructuras
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del mundo estn presentes en las estructuras (o, mejor an, en los
esquemas cognitivos) que los agentes utilizan para comprenderlo:
cuando una misma historia concurre en el habitus y el hbitat, en las
disposiciones y la posicin, en el rey y su corte, en el empresario y su
empresa, en el obispo y su dicesis, la historia, en cierto modo, se
comunica consigo, se refleja en s misma. La relacin dxica con el
mundo natal es una relacin de pertenencia y posesin en la que el
cuerpo posedo por la historia se apropia de forma inmediata de las
cosas habitadas por la misma historia. Slo cuando la herencia se ha
apropiado del heredero puede ste apropiarse de aqulla. Y esta
apropiacin del heredero por la herencia, condicin de la apropiacin
de sta por aqul (que nada tiene de fatal), se lleva a cabo por el efecto
combinado de los condicionamientos inherentes a la condicin de
heredero y la accin pedaggica de los predecesores, propietarios
apropiados.
El heredero heredado, apropiado a la herencia, no necesita querer,
es decir deliberar, elegir y decidir conscientemente para hacer lo
apropiado, lo conveniente para los intereses de la herencia, de su
conservacin y su incremento. En realidad, no puede saber lo que hace
ni lo que dice y, sin embargo, no puede hacer ni decir nada que no sea
conforme a las exigencias de la perpetuacin de la herencia.
(Sin duda, as se explica el lugar que ocupa la herencia profesional,
en particular mediante los procedimientos, en gran parte oscuros para
s mismos, de cooptacin de los cuerpos -en el sentido de grupos
organizados: el habitus heredado y, por lo tanto inmediatamente
ajustado, y la coercin que ejerce el cuerpo por medio de l, es el aval
ms seguro de una adhesin directa y total a las exigencias, a menudo
implcitas, de los cuerpos sociales. Las estrategias de reproduccin que
engendra constituyen una de las mediaciones gracias a las cuales se
lleva a cabo la tendencia del orden social para perseverar en el ser, es
decir, lo que podra llamarse su conatus.)
Luis XIV est tan plenamente identificado con la posicin que
ocupa en e campo de gravitacin cuyo sol es, que resultara tan vano
tratar de determinar lo que, entre todas las acciones que surgen en el
campo, es o no es fruto de su voluntad como, en un concierto,
distinguir lo que es obra del director de orquesta y lo que lo es de los
msicos. Su propia voluntad de dominar es fruto del campo que
domina y que hace que todo redunde en su beneficio: Los
privilegiados, apresados en las redes que se echaban mutuamente, se
mantenan, por as decirlo, en sus posiciones unos a otros, aunque slo
soportaran el sistema a regaadientes. La presin que los inferiores o
los menos privilegiados ejercan sobre ellos les obligaba a defender sus
privilegios. Y viceversa: la presin de los de arriba incitaba a los de abajo
a librarse de ella imitando a quienes haban aleatorizado una posicin
ms favorable; en otras palabras, entraban en el crculo vicioso de la
rivalidad de rango.
24
As, un Estado que se ha convertido en el smbolo del absolutismo
y presenta en su grado ms alto, para el propio monarca (El Estado
soy yo), el ms directamente interesado en esa representacin, las
apariencias del Aparato, oculta, en realidad, un campo de luchas en
el que el detentador del poder absoluto tiene que implicarse, por lo
menos lo suficiente, para favorecer y explotar las divisiones y movilizar
as en beneficio propio la energa engendrada por el equilibrio de las
tensiones. El principio del movimiento perpetuo que agita el campo no
estriba en un primer motor inmvil en este caso el Rey Sol, sino en
la propia lucha que, producida por las estructuras constitutivas del
campo, tiende a reproducir sus estructuras, sus jerarquas. Reside en las
acciones y las reacciones de los agentes: stos no tienen ms eleccin
que luchar para conservar o mejorar su posicin, es decir, conservar o
aumentar el capital especfico que slo se engendra en el campo; de este
modo contribuyen a imponer a los dems las coerciones, a menudo
experimentadas como insoportables, fruto de la competencia (salvo,
claro est, si se excluyen del juego mediante una renuncia heroica que,
desde el punto de vista de la Musi, es la muerte social y, por lo tanto,
una opcin impensable). En resumen, nadie puede aprovecharse del
juego, ni siquiera los que lo dominan, sin implicarse en l, sin participar
en l: es decir, no habra juego sin la adhesin (visceral, corporal) a l,
sin el inters en l como tal que origina los intereses diversos, incluso
opuestos, de los diferentes jugadores, as como de las voluntades y las
expectativas que los estimulan, las cuales, producidas por el juego,
dependen de la posicin que ocupan en l.
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De este modo, la historia objetivada slo se convierte en actuada y
actuante si el puesto, ms o menos institucionalizado, con el programa
de accin, ms menos codificado, que contiene, encuentra, como si
fuera una prenda de vestir, una herramienta, un libro o una casa, a
alguien a quien le resulte til y se reconozca en l lo suficiente para
hacerlo suyo, utilizarlo, asumirlo y, al mismo tiempo, dejarse poseer
por l. El camarero no juega a ser camarero, como pretenda Sartre.
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AI
ponerse el uniforme, concebido para expresar una forma
democratizada y casi burocrtica de la dignidad servicial del criado de
casa seorial, y realizar el ceremonial de la diligencia y la solicitud, que
puede ser una estrategia para ocultar retrasos u olvidos, o endosar un
producto de mala calidad, no se convierte en cosa (o en s). Su
cuerpo, donde figura inscrita una historia, se funde con su funcin, es
decir, con una historia, una tradicin, que slo ha visto hasta entonces
encarnada en cuerpos, o, mejor dicho, en esas prendas de vestir
habitadas por un habitus concreto que se suele llamar camarero. Lo que
no significa que haya aprendido a ser camarero imitando a otros ca-
mareros, constituidos as en modelos explcitos. Se mete en la piel del
personaje del camarero no como un actor que interpreta un papel, sino
ms bien como un nio que se identifica con su padre y adopta, sin
siquiera necesitar hacer ver, una manera de fruncir los labios al
hablar o de desplazar los hombros al caminar que le parece constitutiva
del ser social del adulto hecho y derecho. Ni siquiera cabe decir que se
toma por camarero: est metido tan de lleno en la funcin a la que
socio-lgicamente estaba abocado -en tanto que, por ejemplo, hijo de
tendero que ha de ganar lo suficiente para instalarse por su cuenta-. En
cambio, basta con colocar a un estudiante en su posicin (como se vea
a veces despus del 68, en algunos restaurantes de vanguardia) para
ver cmo marca, de mil maneras, la distancia que pretende mantener,
simulando precisamente interpretarla como un papel, respecto a una
funcin que no corresponde a la idea (socialmente constituida) que
tiene de su ser, es decir, de su destino social, o sea, respecto a una
profesin para la qu no se siente nacido, y en la que, como dice el
consumidor sartriano, no piensa dejarse atrapar.
Y como prueba de que el intelectual no toma mayor distancia
que el camarero respecto a su puesto, y a lo que lo define propiamente
en tanto que intelectual, es decir, la ilusin escolstica de la distancia
respecto a todos los puestos, basta leer como un documento antropolgico
el anlisis mediante el cual Sartre prolonga y unlversaliza la famosa
descripcin: Por mucho que realice las funciones de camarero, slo
puedo serlo de modo neutralizado, como el actor es Hamlet, haciendo
mecnicamente los gestos tpicos de mi estado y tratando de verme como
camarero imaginario a travs de estos gestos tomados como anlogn.
Lo que trato de realizar es un ser en s de camarero, como si no
estuviera en mi poder conferir su valor y su urgencia a mis obligaciones
y mis derechos de estado, como s no dependiera de mi libre albedro
levantarme todas las maanas a las cinco o quedarme en la cama,
aunque me despidieran. Como si por el hecho de dar vida a este papel
no lo trascendiera por todas partes, no me constituyera como un ms
all de mi condicin. Sin embargo, no hay duda de que soy, en un sen-
tido, camarero: si no, no podra de igual modo llamarme diplomtico,
o periodista?
26
Habra que detenerse en cada palabra de esta especie de producto
milagroso del inconsciente social que, aprovechando el doble juego (o
el doble yo) autorizado por un empleo ejemplar del yo fenomenolgico
y la identificacin comprensiva con el otro (Sartre la ha practicado
mucho), proyecta una conciencia de intelectual en una prctica de
camarero, o en el anlogon imaginario de esta prctica, y produce una
especie de quimera social, un monstruo con cuerpo de camarero y
cabeza de filsofo: hay que tener, acaso, la libertad de quedarse en la
cama sin ser despedido para aprehender a quien se levanta a las cinco
de la madrugada para barrer los locales y poner en marcha la cafetera
antes de la llegada de los clientes como liberndose (libremente?) de la
libertad de quedarse en la cama, aunque lo despidan? El lector habr
reconocido la lgica, la de la identificacin con una entelequia, segn la
cual otros, tomando la relacin intelectual con la condicin obrera
por la relacin del obrero con esa condicin, han podido producir un
obrero comprometido por entero en las luchas o, por el contrario, por
mera inversin, como en los mitos, desesperadamente resignado a no
ser ms que lo que es, a su ser en s de
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N
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De este modo, la historia objetivada slo se convierte en actuada
y actuante si el puesto, ms o menos institucionalizado, con el
programa de accin, ms o menos codificado, que contiene, encuentra,
como si fuera una prenda de vestir, una herramienta, un libro o una
casa, a alguien a quien le resulte til y se reconozca en l lo suficiente
para hacerlo suyo, utilizarlo, asumirlo y, al mismo tiempo, dejarse
poseer por l. El camarero no juega a ser camarero, como pretenda
Sartre.
25
Al ponerse el uniforme, concebido para expresar una forma
democratizada y casi burocrtica de la dignidad servicial del criado de
casa seorial, y realizar el ceremonial de la diligencia y la solicitud,
que puede ser una estrategia para ocultar retrasos u olvidos, o endosar
un producto de mala calidad, no se convierte en cosa (o en s). Su
cuerpo, donde figura Inscrita una historia, se funde con su funcin, es
decir, con una historia, una tradicin, que slo ha visto hasta entonces
encarnada en cuerpos, o, mejor dicho, en esas prendas de vestir
habitadas por un habitus concreto que se suele llamar camarero. Lo
que no significa que haya aprendido a ser camarero imitando a otros
camareros, constituidos as en modelos explcitos. Se mete en la piel
del personaje del camarero no como un actor que interpreta un papel,
sino ms bien como un nio que se identifica con su padre y adopta,
sin siquiera necesitar hacer ver, una manera de fruncir los labios al
hablar o de desplazar los hombros ai caminar que le parece
constitutiva del ser social del adulto hecho y derecho. Ni siquiera cabe
decir que se toma por camarero: est metido tan de lleno en la funcin
a la que socio-lgicamente estaba abocado -en tanto que, por ejemplo,
hijo de tendero que ha de ganar lo suficiente para instalarse por su
cuenta-. En cambio, basta con colocar a un estudiante en su posicin
(como se vea a veces despus del 68, en algunos restaurantes de
vanguardia) para ver cmo marca, de mil maneras, la distancia que
pretende mantener, simulando precisamente interpretarla como un
papel\ respecto a una funcin que no corresponde a la idea
(socialmente constituida) que tiene de su ser, es decir, de su destino
social, o sea, respecto a una profesin para la que no se siente nacido, y
en la que, como dice el consumidor sartriano, no piensa dejarse
atrapar.
Y como prueba de que el intelectual no toma mayor distancia
que el camarero respecto a su puesto, y a lo que lo define propiamente
en tanto que intelectual, es decir, la ilusin escolstica de la distancia
respecto a todos los puestos, basta leer como un documento antropolgico
el anlisis mediante el cual Sartre prolonga y unlversaliza la famosa
descripcin: Por mucho que realice las funciones de camarero, slo
puedo serlo de modo neutralizado, como el actor es Hamlet, haciendo
mecnicamente los gestos tpicos de mi estado y tratando de verme
como camarero imaginario a travs de estos gestos tomados como
andlogn. Lo que trato de realizar es un ser en s de camarero, como si
no estuviera en mi poder conferir su valor y su urgencia a mis
obligaciones y mis derechos de estado, como si no dependiera de mi
libre albedro levantarme todas las maanas a las cinco o quedarme en
la cama, aunque me despidieran. Como si por el hecho de dar vida a
este papel no lo trascendiera por todas partes, no me constituyera
como un ms all de mi condicin. Sin embargo, no hay duda de que
soy, en un sentido, camarero: si no, no podra de igual modo llamarme
diplomtico, o periodista?
26
Habra que detenerse en cada palabra de esta especie de producto
milagroso del inconsciente social que, aprovechando el doble juego (o
el doble yo) autorizado por un empleo ejemplar del yo fenomenolgico
y la identificacin comprensiva con el otro (Sartre la ha practicado
mucho), proyecta una conciencia de intelectual en una prctica de
camarero, o en el anlogon imaginario de esta prctica, y produce una
especie de quimera social, un monstruo con cuerpo de camarero y
cabeza de filsofo: hay que tener, acaso, la libertad de quedarse en la
cama sin ser despedido para aprehender a quien se levanta a las cinco
de la madrugada para barrer los locales y poner en marcha la cafetera
antes de la llegada de los clientes como liberndose (libremente?) de
la libertad de quedarse en la cama, aunque lo despidan? El lector habr
reconocido la lgica, la de la identificacin con una entelequia, segn la
cual otros, tomando la relacin intelectual con la condicin obrera
por la relacin del obrero con esa condicin, han podido producir un
obrero comprometido por entero en las luchas o, por el contrario,
por mera inversin, como en los mitos, desesperadamente resignado a
no ser ms que lo que es, a su ser en s de
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obrero, carente de la libertad que confiere el hecho de contar entre sus
propios posibles unas posiciones como la de diplomtico o periodista.
LA DIALCTICA DE LAS DISPOSICIONES Y LAS POSICIONES
En los casos de coincidencia ms o menos perfecta entre la
vocacin y la misin, entre las expectativas colectivas, como dice
Mauss, inscritas las ms de las veces de manera implcita en la posicin,
y las expectativas o las esperanzas introducidas en las disposiciones,
entre las estructuras objetivas y las estructuras cog- nitivas mediante
las cuales son aprehendidas, resultara vano tratar de buscar, de
distinguir, en la mayora de casos, lo que, en las prcticas, se debe al
efecto de las posiciones y lo que es fruto de las disposiciones que los
agentes aportan a ellas, las cuales rigen su relacin con el mundo y, en
particular, su percepcin y su valoracin de la posicin; por lo tanto,
rigen tambin su manera de ocuparla y, por ende, la realidad misma
de esa posicin.
Slo hay accin, e historia, y conservacin o transformacin de las
estructuras* porque hay agentes que no se reducen a lo que el sentido
comn, y tras l el individualismo metodolgico, introducen en la
nocin de individuo y que, en tanto que cuerpos socializados, estn
dotados de un conjunto de disposiciones que implican a la vez la
propensin y la aptitud para entrar en el juego y jugar a l con ms o
menos xito.
Slo recurriendo a las disposiciones se puede comprender
realmente, sin establecer la hiptesis devastadora del clculo racional
de todos los pormenores de la accin, la comprensin inmediata que
los agentes se dan a s mismos del mundo al aplicarle unas formas de
conocimiento procedentes de la historia y la estructura del propio
mundo al que las aplican; slo este recurso permite dar cuenta de ese
sentimiento de evidencia que, de modo paradjico, oculta de forma
particularmente eficaz, incluso para quienes lo describen mejor, como
Husserl y Schiitz, las condiciones particulares (y, sin embargo,
relativamente frecuentes) que lo posibilitan.
Pero los casos de ajuste de las disposiciones a las situaciones
constituyen, adems, una de las demostraciones ms sobrecogedo- ras
de la inanidad de la oposicin preelaborada entre el individuo y la
sociedad o entre lo individual y lo colectivo. Que esta oposicin
pseudocientfica sea tan resistente a las refutaciones se debe a que la
sostiene la fuerza meramente social de las rutinas de pensamiento y los
automatismos de lenguaje; la sostiene la lgica de las oposiciones
escolares que subyacen en los temas de disertacin y las lecciones
magistrales (Tarde -o Weber- contra Durkheim, conciencia individual
contra conciencia colectiva, individualismo metodolgico contra
hofismo, RATS -partidarios de la Rational Action Theory~ contra CATS -
partidarios de la Collective Action Theory-, etctera); la sostiene la
tradicin literariofilosfica de la disidencia libertaria contra los poderes
sociales y, en particular, contra el Estado; finalmente, y sobre todo, la
sostiene la fuerza y constancia de las oposiciones polticas subyacentes
(liberalismo contra socialismo, capitalismo contra colectivismo), que los
tericos poco sagaces y poco escrupulosos se apresuran a asumir ha-
cindolas suyas en forma, a veces, apenas eufemizada.
27
La nocin de habitus permite liberarse de esta alternativa letal y,
al mismo tiempo, superar la oposicin entre el realismo, para el cual
slo existe el individuo (o el grupo como conjunto de individuos), y el
nominalismo radical, para el cual las realidades sociales no son ms
que palabras. Y ello, sin hipstasiar lo social en una entidad como la
conciencia colectiva durkheimana, falsa solucin a un problema real:
en cada agente, es decir, en el estado individuado, existen disposiciones
supraindividuales que son capaces de funcionar de forma armonizada
y, si se quiere, colectiva (la nocin de habitus permite, como hemos
visto, dar cuenta de procesos sociales colectivos y dotados de una
especie de finalidad objetiva como la tendencia de los grupos
dominantes a asegurar su propia perpetuacin- sin recurrir a colectivos
personificados que plantean sus propios fines, ni a la agregacin
mecnica de las acciones racionales de los agentes individuales, ni a
una conciencia o una voluntad central, capaz de imponerse por
mediacin de una disciplina).
Debido a que lo social se instituye tambin en los individuos
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biolgicos, hay, en cada individuo socializado, una parte de lo co-
lectivo y, por lo tanto, unas propiedades vlidas para toda una clase de
agentes, que gradas a la estadstica se pueden conocer. El ha- bitus
entendido como individuo o cuerpo biolgico socializado, o como ente
social biolgicamente individuado a travs de la encarnacin en un
cuerpo, es colectivo, o transindividual, y, por lo tanto, es posible
elaborar clases de habitus caracterizables estadsticamente. Por ello, el
habitus est en condiciones de intervenir eficazmente en un mundo
social o un campo con el que est ajustado genricamente.
Pero no por ello la colectivizacin del individuo biolgico que
lleva a cabo la socializacin hace desaparecer todas las propiedades
antropolgicas relacionadas con el soporte biolgico. Tambin hay que
tomar nota de todo lo que lo social incorporado pinsese, por
ejemplo, en el capital cultural en estado incorporado- debe al hecho de
estar ligado al individuo biolgico y, por lo tanto, de ser dependiente
de las debilidades y los fallos del cuerpo: el deterioro de las facultades,
mnemnicas en particular, o la posible imbecillitas del heredero de la
corona, o la muerte. Y tambin todo lo que debe a la lgica especfica
del funcionamiento del organismo, que no es la de un mecanismo
sencillo, sino la de una estructura basada en la integracin de niveles
de organizacin cada vez ms complejos, y a la que hay que recurrir
para dar cuenta de algunas de las propiedades ms caractersticas del
habitus, como la tendencia a la generalizacin y la sistematicidad de
sus disposiciones.
la relacin entre las disposiciones y las posiciones no siempre
adopta la forma del ajuste casi milagroso y, por ello, condenado a pasar
inadvertido, que se observa cuando los habitus son fruto de estructuras
variables, precisamente aquellas en las que se actualizan; en este caso,
al estar los agentes abocados a-vivir en un mundo que no es
radicalmente diferente del que ha moldeado su habitus primario, la
armonizacin se efecta sin dificultad entre la posicin y las
disposiciones de quien la ocupa, entre la herencia y el heredero, entre el
puesto y su detentador. Debido en particular a transformaciones
estructurales que suprimen o modifican determinadas posiciones, y
asimismo a la movilidad nter o intragene- racional, la homologa entre
el espacio de las posiciones y el de las disposiciones nunca es perfecta y
siempre existen agentes en falso, desplazados, a disgusto en su lugar y
tambin, como suele decirse, dentro de su piel. De la discordancia,
como les ocurra a los caballeros de Port-Royal, puede surgir una
disposicin a la lucidez y la crtica que lleva al rechazo de aceptar como
evidentes las expectativas o los requerimientos del puesto y, por
ejemplo, a cambiar el puesto de acuerdo con las exigencias del habitus
en vez de ajustar el habitus a las expectativas del puesto. No hay caso
ms ilustrativo de la dialctica entre las disposiciones y las posiciones
que'el'de las posiciones situadas en zonas de incertidumbre del espacio
social, como las profesiones todava mal definidas, tanto por sus
condiciones de acceso como por sus condiciones de ejercicio (educador,
animador cultural, asesor de comunicacin, etctera). Debido a que
estos puestos mal delimitados y mal garantizados, pero abiertos y,
como se dice a veces, con mucho porvenir, dejan a sus ocupantes la
posibilidad de definirlos introduciendo la necesidad incorporada que
es constitutiva de su habitus, su futuro depender mucho de lo que
hagan sus ocupantes, o, por lo menos, aquellos que, en las luchas
internas de la profesin y las confrontaciones con las profesiones
prximas y competidoras, consigan imponer la definicin de la
profesin ms favorable para lo que son.
Pero los efectos de la dialctica entre las inclinaciones inscritas en
los habitus y las exigencias implicadas en la definicin del puesto no
son de menor importancia en los sectores ms regulados y rgidamente
estructurados de la estructura social, como las profesiones ms
antiguas y mejor codificadas de la funcin pblica. As, lejos de ser un
producto mecnico de la organizacin burocrtica, algunos de los
rasgos ms caractersticos del comportamiento de los pequeos
funcionarios, la tendencia al formalismo, el fetichismo de la
puntualidad o la rigidez en la relacin con el reglamento constituyen la
manifestacin, en su situacin particularmente favorable a su
actualizacin, de un sistema de disposiciones que se expresa tambin,
al margen de la situacin burocrtica, en todas las prcticas de la
existencia, y que bastara para predisponer a los miembros de la
pequea burguesa para las cualidades
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requeridas por el orden burocrtico y exaltadas por la ideologa
del servicio pblico: probidad, minuciosidad, rigorismo y pro-
pensin a la indignacin moral. La tendencia del campo burocrtico,
espacio relativamente autnomo de relaciones (de fuerza y lucha) entre
unas posiciones explcitamente constituidas y codificadas (es decir,
definidas en su rango, su competencia, etctera), a degenerar y
convertirse en institucin total que exige la identificacin completa y
mecnica del funcionario con su funcin y la ejecucin estricta y
mecnica de las regas de derecho, reglamentos, directrices, circulares,
no va mecnicamente ligada a los efectos morfolgicos que la estatura y
el nmero pueden ejercer sobre las estructuras (por ejemplo, mediante
las coerciones impuestas a la comunicacin): slo puede realizarse en la
medida en que cuenta con la complicidad de las disposiciones.
Cuanto ms nos alejamos del funcionamiento habitual de los
campos para dirigimos hacia los lmites, jams alcanzados, sin duda,
donde, con la desaparicin de toda lucha y toda resistencia a la
dominacin, el espacio de juego se hace ms rgido y se reduce a una
institucin total en el sentido de Goffman o, ahora en un sentido
riguroso, a un aparato, ms tiende la institucin a consagrar a unos
agentes que todo lo dan a la institucin (al partido, a la iglesia o a la
empresa, por ejemplo), y que efectan esta oblacin con mayor facilidad
cuanto menos capital poseen al margen de la institucin (los
detentadores de diplomas de la casa, por ejemplo) y, por lo tanto,
menos libertad tienen respecto a ella y respecto al capital y los beneficios
especficos que la institucin ofrece. El appardtchik que lo debe todo al
aparato es el aparato hecho hombre, dispuesto a darlo todo a un
aparato que le ha dado todo: se pueden poner en sus manos, sin temor,
las ms altas responsabilidades, puesto que nada puede hacer para
hacer progresar sus intereses sin que, precisamente por eso mismo,
satisfaga tambin las expectativas y los intereses del aparato; como el
oblato, est predispuesto a defender la institucin, con plena
conviccin, de las amenazas que representan para ella las desviaciones
herticas de aquellos a los que un capital adquirido al margen de la
institucin permite tomar distancias respecto a las creencias y las
jerarquas internas, o incluso los inclina a hacerlo.
DESFASES, DISCORDANCIAS y FALLOS
El hecho de que las respuestas que engendra el habitus sin clculo
ni propsito parezcan, las ms de las veces, adecuadas, coherentes e
inmediatamente inteligibles, no ha de llevar a convertirlos en una
especie de instinto infalible, capaz de producir al instante milagrosas
respuestas ajustadas a todas las situaciones. La concordancia anticipada
entre el habitus a las condiciones objetivas es un caso particular,
particularmente frecuente, sin duda (en los universos que nos son
familiares), pero que no hay que unlversalizar.
(Sin duda, a partir del caso particular de la concordancia entre el
habitus y la estructura se ha entendido con frecuencia como un
principio de repeticin y conservacin un concepto que, como el de
habitus, se me impuso inicialmente como el nico medio de dar cuenta
de los desfases que se observaban en una economa como la de la
Argelia de los aos sesenta -y que todava se observa en muchos pases
considerados en vas de desarrollo entre las estructuras objetivas y
las incorporadas, entre las instituciones econmicas importadas e
impuestas por la colonizacin -o impuestas por el mercado en la
actualidad- y las disposiciones econmicas introducidas por unos
agentes procedentes directamente del mundo precapitalista. Esta
situacin casi experimental produca el efecto de hacer que aparecieran
en negativo, en todos los comportamientos que solan describirse
entonces como quebrantamientos de la racionalidad y resistencias a
la modernidad, y que solan imputarse a misteriosos factores
culturales, como el islam, las condiciones ocultas del funcionamiento
de las instituciones econmicas, es decir, las disposiciones econmicas
que los agentes han de poseer para que las estructuras econmicas
puedan funcionar armoniosamente, tan armoniosamente que hasta esa
condicin misma de su buen funcionamiento pase inadvertida, como
en las sociedades donde las instituciones y las disposiciones
econmicas han seguido un desarrollo paralelo.
Me vi as abocado a poner en tela de juicio la universalidad de las
disposiciones econmicas llamadas racionales y, al mismo tiempo, a
plantear el problema de las condiciones econmicas y
210 211
culturales- de acceso a estas disposiciones, problema que, oh pa-
radoja!, los economistas omiten plantear, con lo que aceptan como
universales antihistricos nociones que, como las de accin racional o
preferencias, de hecho, se determinan econmicamente y se moldean
socialmente* No menos paradjico resulta que pueda recurrirse a
Bergson para recordar una evidencia histrica que la deshistoricizacin
asociada a la familiaridad suele hacer olvidar: Hacen falta siglos de
cultura para producir un utilitarista como Stuart Mili,
28
es decir, lo que
los economicistas que se remiten al fundador del utilitarismo
consideran como una naturaleza universal. Lo mismo cabra decir de
todo lo que el racionalismo primario inscribe en la razn. La lgica es el
inconsciente de una sociedad que ha inventado la lgica. La accin
lgica, en la definicin que de ella da Pareto, o la accin racional, segn
Weber, es una accin que, al tener el mismo sentido para quien la lleva
a cabo y para quien la observa, no tiene exterior, carece de excedente de
sentido, salvo que ignora las condiciones histricas y sociales de esa
transparencia perfecta para consigo misma.)
El habitus no est necesariamente adaptado ni es necesariamente
coherente. Tiene sus grados de integracin, que corresponden, en
particular, a grados de cristalizacin del status ocupado. Se observa
as que a posiciones contradictorias, aptas para ejercer sobre sus
ocupantes dobles coerciones estructurales, corresponden a menudo
habitus desgarrados, dados a la contradiccin y la divisin contra s
mismos, generadora de sufrimiento. Adems, aunque las disposiciones
puedan deteriorarse o debilitarse debido a una especie de desgaste
relacionado con la ausencia de actualizacin (correlativa, n particular,
con un cambio de posicin y condicin social), o debido al efecto de
una toma de conciencia asociada a una labor de transformacin (como
la correccin de los acentos, de los modales, etctera), hay una inercia
(o una histresis) de los habitus que tienen una tendencia espontnea
(inscrita en la biologa) a perpetuar unas estructuras que corresponden
a sus condiciones de produccin. En consecuencia, puede ocurrir que,
segn el paradigma de don Quijote, las disposiciones estn en de-
sacuerdo con el campo y las expectativas colectivas que son
constitutivas de su normalidad. Sucede, en particular, cuando un
campo experimenta una crisis profunda y sus regularidades (incluso
sus reglas) resultan profundamente trastocadas. A la inversa de lo que
ocurre en las situaciones de concordancia, cuando la evidencia unida al
ajuste hace que se vuelva invisible el habitus que lo posibilita, el
principio de legalidad y regularidad relativamente autnomo que
constituye el habitus surge entonces con claridad meridiana.
Pero, ms generalmente, la diversidad de las condiciones, la
diversidad correspondiente de los habitus y la multiplicidad de los
desplazamientos intra e intergeneracionales de ascensin o declive
hacen que los habitus puedan encontrarse enfrentados, en muchos
casos, a condiciones de actualizacin diferentes de aquellas en las que
fueron producidos: as ocurre, particularmente, en todos los casos en
que los agentes perpetan disposiciones que se han vuelto obsoletas
debido a las transformaciones de las condiciones objetivas
(envejecimiento social), o que ocupan posiciones que requieren
disposiciones diferentes de aquellas que deben a su condicin de
origen, sea de modo duradero, como los nuevos ricos, o coyun- tural,
como los ms necesitados cuando tienen que afrontar situaciones
regidas por las normas dominantes, como determinados mercados
econmicos o culturales.
Los habitus cambian sin cesar en funcin de las experiencias
nuevas. Las disposiciones estn sometidas a una especie de revisin
permanente, pero que nunca es radical, porque se lleva a cabo a partir
de las premisas instituidas en el estado anterior. Se caracterizan por
una combinacin de constancia y variacin que cambia segn los
individuos y su grado de agilidad o rigidez: si, recuperando la
distincin de Piaget a propsito de la inteligencia, la adaptacin se
impone demasiado, surgen habitus rgidos, cerrados sobre s mismos y
demasiado integrados (como ocurre con los ancianos); si lo que se
impone es la acomodacin, el habitus se disuelve en el oportunismo de
una especie de mens momentnea, y es incapaz de conectar con el mundo
y tener un sentimiento integrado de s mismo.
En las situaciones de crisis o cambio drstico, y, en particular, las
que se observan en los casos de contactos de civilizacin relacionados
con la situacin colonial o los desplazamientos muy rpidos en el
espacio social, los agentes tienen, a menudo, dificultades para
mantener unidas las disposiciones asociadas a estados o etapas
diferentes, y algunos, con frecuencia los que, precisamente, estaban
mejor adaptados al estado anterior del juego, tienen dificultades para
ajustarse al nuevo orden establecido: sus disposiciones se vuelven
212 213
disfuncionales, y los esfuerzos que pueden hacer para perpetuarlas
contribuyen a hundirlos ms profundamente en el fracaso. Es el caso de
los herederos de grandes familias bearne- sas que estudi durante los
aos sesenta, los cuales, impulsados por antiguas disposiciones y
estimulados por madres protectoras y apegadas a un orden en vas de
extincin, se condenaban al celibato y una especie de muerte social;
29
tambin es el caso de los elegidos de las escuelas de lite que, siempre
durante los aos sesenta, perpetuaban, de forma insensata, una imagen
de la realizacin universitaria, en particular a propsito de la tesis de
doctorado, que los condenaba a ceder su sitio a los recin llegados, a
menudo con mucho menos currculum acadmico, pero que saban
adoptar los nuevos cnones, menos exigentes, del rendimiento acad-
mico o abandonar la va real para tomar atajos (dirigindose por
ejemplo hacia el CNRS -Centre national de la recherche scientifi- que,
la Escuela de altos estudios o las nuevas disciplinas).
30
Resultara fcil
extraer de la historia innumerables ejemplos de aristcratas que, por no
querer, o no poder, rebajarse (habtus -de nobleza obliga), dejaron
que su privilegio se convirtiera en desventaja en la competencia con
grupos sociales menos linajudos.
De manera ms general, el habitus tiene sus fallos, sus momentos
crticos de desconcierto y desfase: la relacin de adaptacin inmediata
queda en suspenso en un instante de vacilacin en el que puede
insinuarse una forma de reflexin que nada tiene que ver con la del
pensador escolstico y que, por medio de los movimientos del cuerpo
(por ejemplo, el que calibra con la mirada o el ademn, como un tenista
que repite una jugada fallida, los efectos del movimiento realizado o el
desfase entre ste y el movimiento que hay que realizar), mantiene la
mirada puesta en la prctica y no en quien la realiza.
Hay que plegarse a los hbitos de pensamiento que, como la
dicotoma de lo consciente y lo inconsciente, abocan a plantear el
problema de la parte que corresponde, en la determinacin de las
prcticas, a las disposiciones del habitus o a los propsitos conscientes?
Leibniz daba, en Monadologia,* una respuesta extraa, que tiene el
mrito de otorgar un espacio, de importancia, a la razn prctica:
Los hombres obran como los animales, en tanto que las consecuciones
de sus percepciones slo se logran por medio de la memoria; se
parecen a los mdicos empricos, que tienen una mera prctica sin
teora; y slo somos empricos en las tres cuartas partes de nuestras
acciones.
31
Pero, en realidad, la distincin no es fcil, y muchos de los
que han reflexionado sobre lo que significa seguir una regla han
observado que no hay regla que, por precisa y explcita que sea (como
la regla jurdica, o la matemtica), pueda prever todas las condiciones
posibles de su ejecucin y, por lo tanto, no deje, inevitablemente, cierto
margen de juego o interpretacin, reservado a las estrategias prcticas
del habitus (cosa que debera plantear algunos problemas a quienes
postulan que los comportamientos regulados y racionales son necesa-
riamente resultado de la voluntad de someterse a reglas explcitas y
reconocidas). Pero, a la inversa, las improvisaciones del pianista o las
figuras llamadas libres del gimnasta nunca se producen sin cierta
presencia de espritu, como suele decirse, cierta forma de pensamiento
o incluso de reflexin prctica, reflexin en situacin y accin que es
necesaria para valorar en el acto la accin o el gesto realizado y corregir
una mala posicin del cuerpo, rehacer un movimiento imperfecto (a
fortiori, lo mismo vale para las conductas de aprendizaje).
Adems, el grado en el que cabe dejarse llevar por los automa-
tismos del sentido prctico vara, evidentemente, segn las situaciones
y los mbitos de actividad, pero tambin segn la posicin ocupada en
el espacio social: es probable que aquellos que estn en su lugar en el
mundo social puedan dejarse llevar ms y ms completamente o fiarse
de sus disposiciones (la famosa soltura de las personas de buena
familia) que los que ocupan posiciones
* Versin castellana: Monadologia, trad. de Pere Arnau e Hilari Monraner,
Madrid, Alhmbra, 1989. (N. delT.)
5. Violencia simblica y luchas polticas
214
en falso, como los nuevos ricos o quienes han descendido de categora
social; pero stos tienen ms posibilidades de tomar conciencia de lo
que, para otros, resulta evidente, pues estn obligados a controlarse y
a corregir de modo consciente los primeros movimientos de un
habitus generador de comportamientos poco adaptados o
desplazados.
5. Violencia simblica y luchas polticas
214
en falso, como los nuevos ricos o quienes han descendido de cate-
gora social; pero stos tienen ms posibilidades de tomar conciencia
de lo que, para otros, resulta evidente, pues estn obligados a
controlarse y a corregir de modo consciente los primeros movi-
mientos de un habitus generador de comportamientos poco
adaptados o desplazados.
217
.
La adquisicin del habitus primario en el seno de la familia no
tiene nada que ver con un proceso mecnico de mera inculcacin,
anlogo a la impresin de un carcter impuesta por la coercin.
1
Lo
mismo sucede con la adquisicin de las disposiciones especficas
exigidas por un campo, que se lleva a cabo en la relacin entre las
disposiciones primarias, ms o menos alejadas de las que suscita el
campo, y las imposiciones inherentes a la estructura de ste: la labor
de socializacin especfica tiende a favorecer la transformacin de la
libido original, es decir, de los afectos socializados constituidos en el
campo domstico, en alguna de las formas de la libido especfica, para
lo que saca provecho, en particular, de la transferencia de esa libido a
unos agentes o instituciones que pertenecen al campo (por ejemplo,
en el campo religioso, a las grandes figuras simblicas, como
Jesucristo o la Virgen, en sus diferentes figuras histricas).
LIBIDO E ILLUSIO
Los recin llegados aportan al campo disposiciones constituidas
con anterioridad en el seno de un grupo familiar socialmente situado
y que, por lo tanto, ya estn ms o menos ajustadas (en particular,
debido a la autoselecdn, experimentada como vocacin, o a la
herencia profesional) a las exigencias expresas o tcitas de aqul, a sus
presiones o sus solicitaciones, y son ms o me-
218 219
'
'i
1
nos sensibles a los signos de reconocimiento y consagracin que
implican una contrapartida de reconocimiento respecto al orden que
los otorga. Slo mediante una serie de transacciones imperceptibles,
compromisos serriconscientes y operaciones psicolgicas (proyeccin,
identificacin, transferencia, sublimacin, etctera) estimuladas,
sostenidas, canalizadas e incluso organizadas socialmente, estas
disposiciones se transforman poco a poco en disposiciones especficas,
al cabo de innumerables ajustes infinitesimales necesarios para estar a
la altura o, por el contrario, bajar el listn que van parejos con las
desviaciones infinitesimales o bruscas y traumticas que constituyen
una trayectoria social. En este proceso de transmutacin, los ritos de
institucin, y muy en especial los que prev la institucin escolar, como
las pruebas iniciricas de preparacin y selectividad, en todo similares
en su lgica, y sus efectos, a las de las sociedades arcaicas, cumplen un
papel determinante al propiciar la inversin inicial en el juego.
Tambin podra decirse, a este respecto, indiferentemente, que los
agentes sacan partido de las posibilidades que ofrece un campo para
expresar o saciar sus pulsiones, sus deseos o, incluso, sus neurosis, o
que los campos utilizan los impulsos de los agentes para obligarlos a
someterse o sublimarse a fin de plegarse a sus estructuras, as como a
los fines que les son inmanentes. De hecho, ambos efectos se observan
en cada caso, en proporciones desiguales, sin duda, segn los campos y
los agentes; desde esta perspectiva, podra describirse cada forma
singular de habitus especfico (de artista, escritor o cientfico, por
ejemplo) como una formacin de compromiso (en el sentido de
Freud).
El proceso de transformacin por el que alguien se convierte en
minero, campesino, msico, profesor o empresario es largo, continuo e
imperceptible, y, precisamente porque est sancionado por ritos de
institucin (como, en el caso de la nobleza escolar, la larga separacin
preparatoria y la prueba mgica de la oposicin), excluye, salvo
excepciones, las conversiones repentinas y radicales: se inicia desde la
infancia, a veces incluso antes del nacimiento (en la medida en que,
como se aprecia con particular claridad en lo que se llama a veces las
dinastas -de msicos, empresarios, investigadores, etctera-, implica
el deseo -socialmente elaborado-
del padre, la madre o, a veces, todo un linaje) y se desarrolla, las ms
de las veces, sin crisis ni conflictos. Ello no significa que no haya
sufrimientos morales o fsicos, los cuales, en tanto que pruebas, forman
parte de las condiciones del desarrollo de la illusio; en cualquier caso,
nunca resulta posible determinar si es el agente el que escoge la
institucin, o viceversa, es decir, si el buen alumno escoge la escuela o
sta le escoge a l, porque todo en su comportamiento dcil revela que
l la escoge.
La forma original de la tllusio es la inversin en el espacio do-
mstico, sede de un complejo proceso de socializacin de lo sexual y
sexualizacn de lo social. Y la sociologa y el psicoanlisis deberan
aunar sus esfuerzos (aunque para ello habran de superar sus
prevenciones mutuas) a fin de analizar la gnesis de la inversin en un
campo de relaciones sociales, constituido as en objeto de inters y
preocupacin, en el que el nio se encuentra cada vez ms implicado y
que constituye el paradigma, as como el principio, de la inversin en
el juego social. Cmo se efecta el paso, que describe Freud, de una
organizacin narcisista de la libido, en la que el nio se toma a s
mismo (o a su cuerpo) como objeto de deseo, a otro estado en el que se
orienta hacia otra persona y entra de este modo en el mundo de las
relaciones de objeto, en forma de un microcosmos social original, y
se convierte en uno de los protagonistas del drama que se representa
en l?
Cabe suponer que, para obtener el sacrificio del amor propio en
beneficio de otro objeto de inversin, e inculcar as la disposicin
duradera a invertir en el juego social-que es uno de los requisitos
previos de todo aprendizaje, la labor pedaggica, en su forma
elemental, se basa en uno de los motores que figurarn en el origen de
todas las inversiones ulteriores: la bsqueda del reconocimiento. La
inmersin feliz, sin distanciamiento ni desgarro, en el campo familiar
puede describirse como una forma extrema de realizacin o, por el
contrario, como una forma absoluta de alienacin: perdido, por as
decirlo, en los dems, perdido de los dems, el nio slo podr
descubrir a los dems como tales a condicin de descubrirse a s mismo
como sujeto para el que existen objetos que tienen la
particularidad de poder considerarlo, a su vez, objeto. De hecho, est
continuamente abocado a adoptar acerca
220 221
de s mismo el punto de vista de los dems, a adoptar el punto de vista
de los otros para descubrir y evaluar de antemano cmo lo van a
considerar y definir: su ser es un ser percibido, un ser condenado a
ser definido en su verdad por la percepcin de los dems.
Esta podra ser la raz antropolgica de la ambigedad del capital
simblico gloria, honor, crdito, reputacin, notoriedad, principio
de una bsqueda egosta de las satisfacciones del amor propio que,
simultneamente, es bsqueda fascinada de la aprobacin de los
dems: La mayor bajeza del hombre es la bsqueda de la gloria, pero,
al mismo tiempo, es la mayor seal de su excelencia; porque, sea cual
sea la posesin que tenga en la tierra, sea cual sea su salud y
comodidad esencial, no le satisface si no es apreciado por los
hombres.
2
El capital simblico proporciona formas de dominacin que
implican la dependencia respecto a aquellos que permite dominar: en
efecto, slo existe en y por medio de la estima, el reconocimiento, la fe,
el crdito y la confianza de los dems, y slo puede perpetuarse
mientras logra obtener la fe en su existencia.
El motor principal de la accin pedaggica inicial, en especial
cuando sta trata de desarrollar la sensibilidad a una forma particular
de capital simblico, estriba en esta relacin original de dependencia
simblica: La gloria. La admiracin echa a perder todo desde la
infancia. Oh, qu bien dicho est eso!, qu bien hecho!, qu sabio es!,
etctera. Los nios de Port-Royal, a los que no se les da ese aguijn de
deseo y de gloria, caen en la indolencia.
3
La labor de socializacin de
las pulsaciones se basa en una transaccin permanente en la que el
nio acepta renuncias y sacrificios a cambio de manifestaciones de
reconocimiento, consideracin o admiracin (Qu bien se porta!), a
veces explcitamente solicitadas (Pap, mrame!). Este intercambio,
en la medida en que implica el compromiso total de ambos partcipes,
sobre todo del nio, por supuesto, pero tambin de los padres, tiene
una carga muy alta de afectividad. El nio incorpora lo social en forma
de afectos, pero con un contenido de color y calificacin social, ya que,
sin duda, las rdenes, las prescripciones o las condenas paternas estn
particularmente indicadas para ejercer un efecto de
Edipo (utilizando una expresin de Popper)
4
cuando proceden, como
en un caso analizado por Francine Pariente,
5
de un padre ingeniero de
la Escuela Politcnica que, por su propio xito, haba quedado relegado
al status de personaje inaccesible e inimitable. Pero los efectos sociales
del fatum familiar, entendido como el conjunto de juicios, positivos o
negativos, emitidos sobre el nio, exposiciones performativas del ser
del nio que hacen que exista lo que exponen, , de manera ms sutil, y
ms aviesa, el conjunto de las censuras silenciosas impuestas por la
propia lgica del orden domstico como orden moral, no seran tan
poderosos, ni tan dramticos, si no contuvieran una carga exagerada
de deseo y si, propiciados por la represin, no estuvieran sepultados en
lo ms profundo del cuerpo donde estn grabados en forma de
culpabilidades, de fobias, o, en una palabra, de pasin.
6
(Dado que, en el estado actual de la divisin del trabajo entre los
sexos, todava suelen proponerse prioritariamente a los chicos apuestas
simblicas tales como el honor, la gloria o la celebridad, sobre ellos se
ejerce de forma privilegiada la accin educativa destinada a agudizar
la sensibilidad a estas apuestas; especialmente estimulados para
adquirir la disposicin para entrar en la illmio original cuya sede es el
universo familiar, al mismo tiempo sern ms sensibles al hechizo de
los juegos sociales que les estn socialmente reservados y que tienen
como apuesta una u otra de las diferentes formas posibles de
dominacin.)
UNA COERCIN POR CUERPOS
El anlisis del aprendizaje y la adquisicin de las disposiciones
conduce al principio propiamente histrico del orden poltico. Del
descubrimiento de que en el origen de la ley no hay ms que
arbitrariedad y usurpacin, de que es imposible fundamentar el
derecho en la razn y el derecho y de que la constitucin, lo que ms se
parece, sin duda, en el orden poltico, a un primer fundamento
cartesiano, no es ms que una ficcin fundadora pensada para ocultar
el acto de violencia fuera de la ley que constituye el principio de la
instauracin de la ley, Pascal saca una conclusin
222 223
tpicamente maquiavlica: ya que es imposible hacer partcipe al
pueblo de la verdad liberadora sobre el orden social (veritatem qua
liberetur), porque ello slo podra poner en peligro o echar a perder
ese orden, hay que engaarlo, ocultarle la verdad de la
usurpacin, es decir, la violencia inaugural en la que se basa la ley,
haciendo que la considere autntica, eterna.
De hecho, no hace falta ninguna accin engaosa de esa ndole,
como creen quienes an imputan la sumisin a la ley y el
mantenimiento del orden simblico a una accin deliberadamente
organizada de propaganda o a la eficacia (sin duda, nada despreciable)
de aparatos ideolgicos de Estado puestos al servicio de los
dominantes. Por lo dems, el propio Pascal observa tambin que la
costumbre hace toda la autoridad, adems de recordar sin cesar que el
orden social no es ms que el orden de los cuerpos: la habituacin a la
costumbre y la ley que la ley y la costumbre producen por sus propias
existencia y persistencia basta en lo esencial, y al margen de cualquier
intervencin deliberada, para imponer un reconocimiento de la ley
basado en el desconocimiento de la arbitrariedad que preside su
origen. La autoridad que el Estado est en condiciones de ejercer se
halla, sin duda, reforzada por el augusto aparato que despliega, en
particular mediante la institucin judicial; pero la obediencia que
obtiene se debe en una parte esencial a las disposiciones que inculca
por medio del propio orden que establece (y asimismo, ms
especficamente, por medio de la educacin escolar). De modo que los
problemas ms fundamentales de la filosofa poltica slo pueden
plantearse y resolverse realmente volviendo a las observaciones
triviales de la sociologa del aprendizaje y la educacin.
A diferencia del mando, accin sobre una mquina o un autmata
que funciona por vas mecnicas, susceptibles de un anlisis fsico, la
orden slo se vuelve eficiente por mediacin de quien la ejecuta; lo que
no significa que suponga necesariamente, por parte del ejecutante, una
eleccin consciente y deliberada, que implicara, por ejemplo, la
posibilidad de la desobediencia. Las ms de las veces, puede basarse en
lo que Pascal llama el autmata, es decir, en unas disposiciones
preparadas para reconocerla prcticamente, lo que le confiere su
apariencia automtica y puede inclinar a interpretarla desde un
punto de vista mecanicista. La fuerza simblica, como la de un
discurso performativo y, en particular, una orden, es una forma de
poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos y de un modo que
parece mgico, al margen de cualquier coercin fsica; pero la magia
slo funciona si se apoya en disposiciones previamente constituidas,
que lanza como muelles. Lo que significa que slo es una excepcin
aparente de la ley de la conservacin de la energa (o del capital): sus
condiciones de posibilidad, y su contrapartida econmica (en un
sentido amplio del trmino), residen en la ingente labor previa que
resulta necesaria para llevar a cabo una transformacin duradera de los
cuerpos y producir las disposiciones permanentes que la accin
simblica despierta y reactiva. (Esta accin transformadora resulta
tanto ms poderosa en cuanto se ejerce, en lo esencial, de forma
invisible e insidiosa, mediante la familiarizacin con un mundo fsico
estructurado simblicamente y la experiencia precoz y prolongada de
interacciones caracterizadas por las estructuras de dominacin.)
Fruto de la incorporacin de una estructura social en forma de una
disposicin casi natural, a menudo con todas las apariencias de lo
innato, el habitus es la vis insita, la energa potencial, la fuerza
durmiente y el lugar de donde la violencia simblica, en particular la
que se ejerce mediante los performativos, deriva su misteriosa eficacia.
Asimismo, constituye el fundamento de una forma particular de
eficacia simblica, la influencia (de una persona -las malas
influencias-, un pensamiento, un autor, etctera), a la que a menudo
se adjudica el papel de virtud dormitiva, pero que pierde todo su
misterio en cuanto se relacionan sus efectos casi mgicos con las
condiciones de produccin de las disposiciones que predisponan a
padecerla.
De manera general, la eficacia de las necesidades externas se
apoya en la eficacia de una necesidad interna. As pues, al ser el re-
sultado de la implantacin en el cuerpo de una relacin de dominacin,
las disposiciones son el verdadero principio de los actos tcticos de
conocimiento y reconocimiento de la frontera mgica entre los
dominantes y los dominados que la magia del poder simblico, que
acta como un gatillo, no hace ms que disparar. El reconocimiento
prctico a travs del cual los dominados contribu
224 225
yen, a menudo sin saberlo y, a veces, contra su voluntad, a su pro-
pia dominacin al aceptar tcitamente, por anticipado, los lmites
impuestos, adquiere a menudo la forma de la emocin corporal
(vergenza, timidez, ansiedad, culpabilidad), con frecuencia asociada a
la impresin de regresar hacia relaciones arcaicas, las de la infancia y el
universo familiar. Se revela en manifestaciones visibles, como el
sonrojo, la turbacin verbal, la torpeza, el temblor..., otras tantas
maneras de someterse, incluso a pesar de uno mismo y contra lo que le
pide el cuerpo, al juicio dominante, otras tantas maneras de
experimentar, a veces en el conflicto interior y la fractura del yo, la
complicidad oculta que un cuerpo que se sustrae a las directrices de la
conciencia y la voluntad mantiene con la violencia de las censuras
inherentes a las estructuras sociales.
Todo esto queda perfectamente reflejado en la lectura de la si-
guiente cita de James Baldwin, en la que evoca las meditaciones por
medio de las cuales el nio negro aprende y comprende la diferencia
que hay entre los blancos y los negros y los lmites que stos tienen
asignados: Antes de que el nio negro haya percibido esa diferencia, y
mucho antes an de que la haya comprendido, ha empezado a
reaccionar a ella, a estar dominado por ella. Todos los esfuerzos de sus
padres para prepararlo para un destino del que no pueden protegerlo
lo determinan secretamente, en el temor, a empezar a esperar, sin
saberlo, su castigo misterioso e inexorable. Ha de ser bueno, no slo
para complacer a sus padres y evitar que ellos lo castiguen; ms all de
la autoridad de sus padres, hay otra, annima e impersonal,
infinitamente ms difcil de satisfacer y de una terrible crueldad. Y ello
se insina en la conciencia del nio por medio del tono de la voz de sus
padres cuando le exhortan, lo castigan o lo miman; en el tono de
miedo, repentino e incontrolable, que trasluce la voz de su padre o su
madre cuando se extrava ms all de un lmite cualquiera. No sabe
dnde est ese lmite ni en qu consiste, lo cual ya de por s es
atemorizados pero el miedo que nota en la voz de sus padres resulta
ms atemorizador todava.
7
La violencia simblica es esa coercin que se instituye por me-
diacin de una adhesin que el dominado no puede evitar otorgar ai
dominante (y, por lo tanto, a la dominacin) cuando slo dispone, para
pensarlo y pensarse o, mejor an, para pensar su relacin con l, de
instrumentos de conocimiento que comparte con l y que, al no ser ms
que la forma incorporada de la estructura de la relacin de
dominacin, hacen que sta se presente como natural; o, en otras
palabras, cuando los esquemas que pone en funcionamiento para
percibirse y evaluarse, o para percibir y evaluar a los dominantes
(alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro, etctera), son fruto de
la incorporacin de las clasificaciones, que as quedan naturalizadas,
cuyo fruto es su ser social.
Por lo tanto, slo cabe pensar esta forma particular de domi-
nacin si se supera la alternativa de la coercin que ejercen unas juerzas
y el consentimiento a unas razones, de la coercin mecnica y la
sumisin voluntaria, libre, deliberada. El efecto de la dominacin
simblica (de un sexo, una etnia, una cultura, una lengua, etctera) no
se ejerce en la lgica pura de las conciencias cogniti- vas, sino en la
oscuridad de las disposiciones del habitus, donde estn inscritos los
esquemas de percepcin, evaluacin y accin que fundamentan, ms
ac de las decisiones del conocimiento y los controles de la voluntad,
una relacin de conocimiento y reconocimiento prcticos
profundamente oscura para s misma. As pues, slo puede
comprenderse la lgica paradjica de la dominacin masculina, forma
por antonomasia de la violencia simblica, y la sumisin femenina,
respecto a la cual cabe decir que es a la vez, y sin contradiccin,
espontnea y extorsionada, si se advierten los efectos duraderos que el
orden social ejerce sobre las mujeres, es decir, las disposiciones
espontneamente concedidas a este orden que la violencia simblica
les impone.
El poder simblico slo se ejerce con la colaboracin de quienes lo
padecen porque contribuyen a establecerlo como tal. Pero no ir ms all
de esta constatacin (como el constructivismo idealista,
etnometodolgico, o de otro tipo) podra resultar muy peligroso: esa
sumisin nada tiene que ver con una relacin de servidumbre
voluntaria y esa complicidad no se concede mediante un acto
consciente y deliberado; la propia complicidad es el efecto de un poder,
inscrito de forma duradera en el cuerpo de los dominados, en forma de
esquemas de percepcin y disposiciones (a respetar, a admirar, a amar,
etctera), es decir, de creencias que vuelven
226 227
sensible a determinadas manifestaciones simblicas, tales como las
representaciones pblicas del poder. Estas disposiciones, es decir, ms
o menos, todo lo que Pascal engloba en el concepto de imaginacin,
son las que, como tambin dice, distribuyen la reputacin y la
gloria, otorgan el respeto y la veneracin a las personas, las obras,
las leyes, los grandes. Son las que confieren a las togas rojas y los
armios, a los palacios de los magistrados y las flores de lis, a
las sotanas y las muas de los mdicos, a los bonetes cuadrados
y las togas demasiado amplias de los doctores, la autoridad que
ejercen sobre nosotros;
8
pero, para producirlas, ha sido necesaria la
accin prolongada de innumerables poderes que todava nos siguen
gobernando a travs de ellas. Y Pascal recuerda claramente, para
animarnos a neutralizarlos, que los efectos de imaginacin que
producen el aparato augusto y la autntica ostentacin que por
fuerza van parejos con el ejercicio de todos estos poderes (los ejemplos
a los que alude son otros tantos cargos u oficios detentados por la
nobleza de escuela o de Estado) remiten a la costumbre, es decir, a la
educacin y el adiestramiento del cuerpo.
Estamos muy lejos del lenguaje de lo imaginario que se utiliza a
veces hoy, un poco sin ton ni son, y que nada tiene que ver, a pesar de
la coincidencia verbal, con lo que Pascal incluye en el trmino de
imaginacin (o de opinin), es decir, a la vez el soporte y el efecto
en los cuerpos de la violencia simblica: esta sumisin, que por lo
dems el cuerpo puede reproducir simulndola, no es un acto de
conciencia dirigido a un correlato mental, una mera representacin
mental (de las ideas que uno tiene), susceptible de ser combatida por
la mera fuerza intrnseca de las ideas verdaderas, o lo que se suele
englobar en el concepto de ideologa, sino una creencia tcita y
prctica que se ha vuelto posible gracias a la habituacin fruto del
adiestramiento del cuerpo. Y tambin es efecto de la ilusin escolstica
describir la resistencia a la dominacin en el lenguaje de la conciencia -
como hace la tradicin marxista, y tambin esas tericas feministas
que, dejndose llevar por los hbitos de pensamiento, esperan que la
liberacin poltica surja del efecto automtico de la toma de
conciencia- gnorando, a falta de una teora disposicional de las
prcticas, la
extraordinaria inercia que resulta de la inscripcin de las estructuras
sociales en ios cuerpos. Si bien la explicacin puede ayudar, slo una
autntica labor de contraadiestramiento, que implique la repeticin
de los ejercicios, puede, como el entrenamiento del atleta,
transformar duraderamente los habitus.
EL PODER SIMBLICO
La dominacin, incluso cuando se basa en la fuerza ms cruda, la
de las armas o el dinero, tiene siempre una dimensin simblica, y los actos de
sumisin, de obediencia, son actos de conocimiento y reconocimiento que, como
tales, recurren a estructuras cognitivas susceptibles de ser aplicadas a todas las
cosas del mundo y, en particular, a las estructuras sociales. Estas estructuras es-
tructurantes son formas histricamente constituidas, arbitrarias, en el sentido de
Saussure y Mauss, cuya gnesis social puede reconstruirse. Generalizando la
hiptesis durdieimiana segn la cual las formas primitivas de clasificacin
corresponden a las estructuras de los grupos, cabe indagar su origen en el efecto
de la incorporacin automtica de las estructuras sociales, multiplicada por la
accin del Estado, que, en las sociedades diferenciadas, est en condiciones de
inculcar de manera universal, a escala de un determinado mbito territorial, un
principio de visin y divisin comn, unas estructuras cognitivas y evaluativas
idnticas o parecidas: constituye por ello el fundamento de un conformismo l-
gico y un conformismo moral (las expresiones son de Durk- heim), de un
consenso prerreflexivo, inmediato, sobre el sentido del mundo, que constituye el
origen de la experiencia del mundo como mundo del sentido comn. Lo que
significa que la teora del conocimiento del mundo social es una dimensin
fundamental de la teora poltica y que es posible, a condicin de poner en
suspenso la suspensin de la dimensin poltica que la preten- 1; sin
de aprehender la esencia universal de la experiencia original
f de lo social les induce a efectuar, apoyarse en los anlisis fenome-
> nolgicos de la actitud natural, es decir, de la aprehensin pri
mera del mundo social como algo que cae por su propio peso, na-
228 229
tural, evidente, para recordar la extraordinaria adhesin que el orden
establecido logra obtener, en grados diferentes, sin duda, segn las
formaciones sociales y la fase (orgnica o crtica) en que se encuentran,
con efectos polticos diferentes segn los fundamentos de ese orden y los
principios de su perpetuacin. Recordarlo resulta tanto ms necesario
cuanto que el voluntarismo y el optimismo decisorios que definen la
visin populista del pueblo como lugar de subversin o, por lo menos,
de resistencia se anan, para relegar las constataciones realistas, con el
pesimismo, a veces apocalptico, de la visin conservadora de las
masas como fuerza bruta y ciega de la subversin.
El anlisis fenomenolgico, tan bien neutralizado polticamente
que cabe leerlo sin extraer ninguna consecuencia poltica, tiene la virtud
de volver visible todo lo que todava concede al orden establecido la
experiencia poltica ms para-djica, ms crtica, en apariencia, la ms
resuelta a efectuar la epoch de la actitud natural, como deca Schtz
(es decir, a llevar a cabo la suspensin de la suspensin de la duda sobre
la posibilidad de que el mundo social sea diferente que est implicada
en la experiencia del mundo como algo que cae por su propio peso).
Como las disposiciones son fruto de la incorporacin de las estructuras
objetivas y las expectativas tienden a ajustarse a las posibilidades, el
orden instituido tiende siempre a dar la impresin, incluso a los ms
desfavorecidos, de que cae por su propio peso, de que es necesario, evi-
dente, ms necesario, ms evidente, en cualquier caso, de lo que cabra
creer desde el punto de vista de aquellos que, al no haber sido formados
en condiciones tan crudas, por fuerza han de sentirlas espontneamente
insoportables e indignantes. Desde este enfoque, la relectura del anlisis
fenomenolgico (como, en un registro completamente distinto, la del
anlisis spinozista del obse- quium, esa voluntad constante, producida
por el condicionamiento mediante el cual el Estado nos moldea a su
conveniencia y que le permite conservarse) tiene la virtud de recordar
lo que ms particularmente se ignora o se inhibe, sobre todo en
universos donde la gente suele concebirse como libre de los
conformismos y las creencias, es decir, la relacin de sumisin, a menudo
insuperable, que une a todos los agentes sociales, les guste o no, al
mundo social del que son fruto para lo mejor y lo peor. Y si'hay que
hacer hincapi en esta verdad, incluso con la exageracin necesaria para
despertar del letargo dxico llevando el agua al propio molino, no es
para negar, por supuesto, la existencia de estrategias de resistencia,
individual o colectiva, ordinaria o extraordinaria, ni para excluir la
necesidad de un anlisis sociolgico diferencial de las relaciones con el
mundo social o, ms precisamente, de las variaciones de la extensin del
rea de la dxa -en relacin con el rea de las opiniones, ortodoxas o
heterodoxas, expresadas, constituidas, explcitadas- segn las sociedades
(y, en particular, segn su grado de homogeneidad y su estado, orgnico
o crtico) y segn las posiciones ocupadas en esas sociedades.
Pero, incluso en las sociedades ms diferenciadas y ms sometidas
al cambio, los presupuestos de la dxa por ejemplo, aquellos que
amparan la eleccin de las frmulas de cortesa no se reducen a un
conjunto de tesis formales y universales como las que enuncia Schtz:
En la actitud natural, considero que cae por su propio peso que los
dems, existen y actan sobre m como yo acto sobre ellos, que la
comunicacin y la comprensin mutuas pueden establecerse entre
nosotros por lo menos en cierta medida-, todo ello gracias a un
sistema de signos y smbolos y en el marco de una organizacin y de
instituciones sociales que no son obra ma.
9
Se podra mostrar sin
dificultad que lo que tcitamente se impone al reconocimiento por
medio de la violencia inerte del orden social va mucho ms all de
estas pocas constataciones antropolgicas generales y antihistricas,
como demuestran las innumerables manifestaciones (malestar,
culpabilidad o silencio vergonzante) de la sumisin ante la cultura y la
lengua legtimas. La creencia poltica primordial es un punto de vista
particular, el de los dominantes, que se presenta y se impone como
punto de vista universal. Es el punto de vista de quienes dominan
directa o indirectamente el Estado y, por medio de l, han constituido su
punto de vista en punto de vista universal, al cabo de luchas contra
visiones rivales. Lo que se presenta hoy en da como evidente, asumido,
establecido de una vez por todas, fuera de discusin, no siempre lo ha
estado y slo se ha ido imponiendo como tal paulatinamente: la
evolucin histrica es lo que tiende a abolir la histo-
230 231
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..!
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i
ros que se ejercen mediante el funcionamiento del sistema escolar,
que instaura, entre los elegidos y los eliminados, diferencias sim-
blicas duraderas, a menudo definitivas, y universalmente recono-
cidas dentro de los lmites de su mbito.
La construccin del Estado va pareja con la elaboracin de una
especie de sublimacin histrica comn que, al cabo de un dilatado
proceso de incorporacin, se vuelve inmanente a todos sus sujetos.
Por medio del marco que impone a las prcticas, el Estado instituye e
inculca formas simblicas de pensamiento comunes, marcos sociales
de la percepcin, el entendimiento o la memoria, formas estatales de
clasificacin o, mejor an, esquemas prcticos de percepcin,
evaluacin y accin. (Al multiplicar deliberadamente, como hago
aqu, y en otras partes de este texto, las formulaciones equivalentes,
salvo en lo que a la tradicin terica se refiere, quisiera contribuir a
derribar las falsas fronteras entre universos tericos artificialmente
separados -por ejemplo, la filosofa neokantiana de las formas
simblicas propuesta por Cas- sirer, y la sociologa durkheimiana de
las formas primitivas de clasificacin- y matar as dos pjaros de un
tiro, acumular sus logros y aumentar al mismo tiempo las
posibilidades de ser comprendido.)
Por esta va, el Estado crea las condiciones de una sintonizacin
inmediata de los habitus que constituye a su vez el fundamento de un
consenso sobre este conjunto de evidencias compartidas que son
constitutivas del sentido comn. As por ejemplo, los ritmos del
calendario social y, en particular, los de las vacaciones escolares, que
determinan las grandes migraciones estacionales de las sociedades
contemporneas, garantizan, a la vez, referentes objetivos comunes y
principios de divisin subjetivos armonizados que aseguran, ms all
de la irreductibilidad de los tiempos vividos, unas experiencias
internas del tiempo lo suficientemente concordantes para posibilitar
la vida social. Otro ejemplo es la divisin en disciplinas del mundo
universitario, que se inscribe en forma de habitus disciplinarios
generadores de un acuerdo entre los especialistas responsable incluso
de sus desacuerdos y la forma en que se expresan, y que tambin
implica todo tipo de limitaciones y mutilaciones en las prcticas y las
represen-
na, en particular al remitir al pasado, es decir, al inconsciente, los
posibles laterales que han sido descartados y hacer olvidar de este modo
que la actitud natural de la que hablan los fenomeno- gos, es decir,
la experiencia primera del mundo como algo que cae por su propio peso,
constituye una relacin socialmente elaborada, como los esquemas
perceptivos que la posibilitan.
Los fenomenlogos, que han explicitado esta primera experiencia,
y los etnometodlogos, cuyo proyecto consiste en describirla, no se
dotan de los medios para dar razn de ella: por mucho que tengan razn
al recordar, en contra de la visin mecanicista, que los agentes sociales
elaboran la realidad social, omiten plantear el problema de la
elaboracin social de los principios de elaboracin de esa realidad que
los agentes emplean en dicha labor de elaboracin, individual y tambin
colectiva, y asimismo interrogarse sobre la contribucin del Estado a esa
elaboracin. En las sociedades poco diferenciadas, mediante la
organizacin espacial y temporal de la organizacin de la vida social, y
tambin mediante los ritos de institucin que establecen diferencias
definitivas entre quienes se han sometido al rito (por ejemplo, la
circuncisin) y aquellos (o aquellas) que no se han sometido (las
mujeres), se instituyen en los cuerpos, en forma de esquemas prcticos
(ms que de categoras), los principios de visin y divisin comunes
(cuyo paradigma es la oposicin entre lo masculino y lo femenino). En
nuestras sociedades, el Estado contribuye en una parte determinante a la
produccin y la reproduccin de los instrumentos de elaboracin de la
realidad social. En tanto que estructura organizadora e instancia
reguladora de las prcticas, ejerce de modo permanente una accin
formadora de disposiciones duraderas, mediante las imposiciones y las
disciplinas a las que somete uniformemente al conjunto de los agentes.
Impone en particular, en la realidad y las mentes, los principios de
clasificacin fundamentales sexo, edad, competencia, etctera
medante la imposicin de divisiones en categoras sociales como
activos/inacrivos- que son fruto de la aplicacin de categoras
cognitivas, de este modo cosificadas y naturalizadas, y constituye el
fundamento de la eficacia simblica de todos los ritos de institucin, por
ejemplo, de los que constituyen el fundamento de la familia, y tambin
de
232 233
raciones, as como de distorsiones en las relaciones con los repre-
sentantes de otras disciplinas.
Pero, para comprender realmente la sumisin inmediata que logra
el orden estatal, hay que romper con el intelectualismo de la tradicin
kantiana y percibir que las estructuras cognitivas no son formas de la
conciencia, sino disposiciones del cuerpo, esquemas prcticos, y que la
obediencia que otorgamos a los preceptos estatales no puede
comprenderse como sumisin mecnica a una fuerza ni como
consentimiento consciente a una orden. El mundo social est sembrado
de llamadas al orden que slo funcionan como tales para los individuos
predispuestos a percibirlas, y que, como la luz roja al frenar, ponen en
funcionamiento disposiciones corporales profundamente arraigadas sin
pasar por las vas de la conciencia y el clculo. La sumisin al orden
establecido es fruto del acuerdo entre las estructuras cognitivas que la
historia colectiva (filognesis) y la individual (ontognesis) han inscrito
en los cuerpos y las estructuras objetivas del mundo al que se aplica: si
la evidencia de los preceptos del Estado se impone con tanta fuerza, es
porque ha impuesto las estructuras cognitivas segn las cuales es
percibido.
Pero hay que superar la tradicin neokanriana, incluso en su forma
durkheimiana, en otro punto. Indudablemente, al privilegiar el opus
operatum, el estructuralismo simblico como el de Lvi-Strauss o del
Foucault de Les Mots et les Choses) se condena a ignorar la dimensin
activa de la produccin simblica, mtica en particular, es decir, la
cuestin del modus operandi, de la gramtica generativa, en el lenguaje
de Chomsky, y, sobre todo, de su gnesis y, por lo tanto, de sus
relaciones con unas condiciones sociales de produccin particulares.
Pero tiene el inmenso mrito de tratar de poner de manifiesto la
coherencia de los sistemas simblicos, considerados como tales. Y es que
esa coherencia constituye uno de los principios esenciales de su eficacia
especfica, como se ve con toda claridad en el caso del derecho, donde es
buscada de modo deliberado, pero tambin en el del mito y la religin:
en efecto, el orden simblico se basa en la imposicin al conjunto de los
agentes de estructuras estructurantes que deben parte de su consistencia
y su resistencia al hecho de que son, en apariencia, al menos, coherentes
y sistemticas, y se ajustan a las estructuras objetivas del mundo social
(es el caso, por ejemplo, de la oposicin entre lo masculino y lo
femenino, atrapada en la tupida red de oposiciones del sistema
miticorritual, a su vez inscrito en los cuerpos y las cosas). Este ajuste
inmediato y tcito (en todo opuesto a un contrato explcito) fundamenta
la relacin de sumisin dxica que nos liga al orden establecido
mediante las ataduras del inconsciente, es decir, de la historia que se
ignora como tal. El reconocimiento de la legitimidad no es, como cree
Max Weber, un acto libre de la conciencia clara, sino que arraiga en el
ajuste inmediato entre las estructuras incorporadas, convertidas en
esquemas prcticos, cmo los que organizan los ritmos temporales (por
ejemplo, la divisin en horas, absolutamente arbitraria, de la agenda
escolar), y las estructuras objetivas.
En cuanto se abandona la tradicin intelectualista de las filosofas
de la conciencia, la sumisin dxica de los dominados a las estructuras
objetivas de un orden social de las que son fruto sus estructuras
cognitivas deja de ser un profundo misterio y se aclara de repente. En la
nocin de falsa conciencia, a la que recurren algunos marxistas para
dar cuenta de los efectos de la dominacin simblica, lo que sobra es
conciencia, y hablar de ideologa es situar en el orden de las
representaciones, susceptibles de ser transformadas por esa conversin
intelectual que llamamos toma de conciencia, lo que se sita en el
orden de las creencias, es decir, en lo ms profundo de las disposiciones
corporales.
(Cuando se trata de dar razn del poder simblico y la dimensin
propiamente simblica del poder estatal, el pensamiento marxista
representa ms bien un obstculo que una ayuda. Cabe, por el contrario,
recurrir a la contribucin decisiva que Max Weber aport, en sus escritos
sobre la religin, a la teora de los sistemas simblicos, al reintroducir los
agentes especializados y sus intereses especficos. En efecto, aunque,
como Marx, demuestra menor inters por la estructura de los sistemas
simblicos -que, por cierto, no denomina as que por su funcin, Max
Weber tiene el mrito de llamar la atencin sobre los productores de
estos productos particulares los agentes religiosos, en el caso que le in-
teresa y sobre sus interacciones conflicto, rivalidad, etctera-. A
diferencia de los marxistas, que, aunque quepa invocar algn texto de
Engels a propsito del cuerpo de juristas, tienden a silenciar la existencia
de agentes especializados de produccin, recuerda que, para
comprender la religin, n basta con estudiar las formas simblicas de
tipo religioso, como Cassirer o Durkheim, y ni siquiera la estructura
inmanente del mensaje religioso o el corpus mitolgico, como los
estructuralistas: dedica su atencin a los productores del mensaje
religioso, los intereses especficos que los impulsan, las estrategias que
emplean en sus luchas, como la excomunin.
Al aplicar, mediante una nueva ruptura, el modo de pensamiento
estructuralista -que es del todo ajeno a Max Weber- no slo a las obras y
234 235
las relaciones entre las obras -como el estructu- ralismo simblico-, sino
tambin a las relaciones entre los productores de bienes simblicos,
puede establecerse en cuanto tal no slo la estructura de las
producciones simblicas o, mejor an, el espacio de las tomas de posicin
simblicas en un mbito de la prctica determinada -por ejemplo, los
mensajes religiosos-, sino tambin la estructura del sistema de los
agentes que los producen -por ejemplo, los sacerdotes, los profetas y ios
brujos- o, mejor an, el espacio de las posiciones que ocupan -lo que llamo
el campo religioso, por ejemplo- en la rivalidad que los enfrenta: nos
dotamos as del medio para comprender esas producciones simblicas, a
la vez, en su funcin, su estructura y su gnesis, sobre la base de la
hiptesis, validada empricamente, de la homologa entre ambos
espacios.)
El ajuste prerreflexivo entre las estructuras objetivas y las in-
corporadas, y no la eficacia de la propaganda deliberada de los aparatos,
o el lbre reconocimiento de la legitimidad por los ciudadanos, explica la
facilidad, en definitiva realmente asombrosa, con la que, a lo largo de la
historia, y exceptuando contadas situaciones de crisis, los dominantes
imponen su dominacin: Nada resulta ms asombroso para quienes
consideran los asuntos humanos con mirada filosfica que ver la
facilidad con la que la mayora (the many) es gobernada por la minora
(thefew) y observar la sumisin implcita con que los hombres revocan
sus propios sentimientos y pasiones en beneficio de sus dirigentes.
Cuando nos preguntamos por qu medios se lleva a cabo esta cosa tan
singuiar, encontramos que, como la fuerza siempre est del lado de los
gobernados, los gobernantes no cuentan con ms apoyo que la opinin.
Por lo tanto, el gobierno se basa nicamente en la opinin, y esta
mxima es extensible tanto a los gobiernos ms despticos y militares
como a los ms libres y populares.
10
El asombro de Hume plantea el problema fundamental de toda
filosofa poltica, problema que se suele ocultar, paradjicamente,
planteando un problema escolstico que nunca se plantea realmente
como tal en la existencia corriente: el de la legitimidad. En efecto, lo que
plantea un problema es que, en lo esencial, el orden establecido no
plantea ningn problema; que, al margen de situaciones de crisis, el
problema de la legitimidad del Estado, y el orden que instituye, no se
plantea. El Estado no necesita por fuerza dar rdenes, ni ejercer una
coercin fsica, o disciplinaria, para producir un mundo social ordenado,
al menos mientras est en condiciones de producir estructuras
cognitivas incorporadas que se ajusten a las estructuras objetivas y
garantizar as la sumisin dxica al orden establecido.
(Ante este vuelco, tan tpicamente pascaliano, de la visin no del
todo sabia, que se equivoca al asombrarse de lo que se asombra, cmo
no citar a Pascal? El pueblo tiene opiniones muy sanas [...]. Los no del
todo sabios se burlan de ellas y triunfan, pues con ello muestran la
locura del mundo; pero, por una razn que no alcanzan a ver, tiene
razn.
11
Y la verdadera filosofa se burla de la filosofa de aquellos
que, entre estos dos extremos, [...] se hacen los entendidos y se burlan
del pueblo, so pretexto de que no se asombra lo suficiente de tantas
cosas muy dignas de asombro. A falta de interrogarse sobre ia razn de
los efectos que suscitan sus asombros, contribuyen al desvo de las
realidades ms dignas de provocar asombro, como la sumisin
implcita con la que los hombres revocan sus sentimientos y pasiones en
beneficio de sus dirigentes -o, en el lenguaje del 68, la docilidad con
que sacrifican sus deseos a las exigencias represivas del orden do-
minante-. Muchas reflexiones de apariencia radical sobre lo poltico y el
poder arraigan en las rebeliones de adolescentes estetas que hacen
calaveradas para denunciar las coerciones del orden social, identificadas,
las ms de las veces, con la familia Familias,
236 237
os aborrezco! o con el Estado con la temtica izquierdista de
la represin que a todas luces inspir a los filsofos franceses,
despus de 1968 No son ms que una manifestacin entre otras
muchas de esa impaciencia ante los lmites, de la que hablaba Claudel,
que no predispone demasiado a adentrarse en la comprensin realista y
atenta -sin por ello ser resignada- de las coerciones sociales* Y puede
leerse como un programa de trabajo cientfico y poltico el famoso texto
sobre la razn de los efectos: Cambio continuo del pro al contra. Y
hemos demostrado, pues, que el hombre es vano por la estima que tiene
de cosas que no son en absoluto esenciales, Y todas esas opiniones han
sido destruidas. Hemos demostrado despus que todas esas opiniones
son muy sanas, y que, por lo tanto, al estar todas esas vanidades
perfectamente fundadas -estamos aqu muy cerca de la definicin
durkhei- miana de la religin como delirio bien fundado, el pueblo
no es tan vano como se dice. Y as hemos destruido la opinin que
destrua la del pueblo. Pero ahora es preciso destruir esta ltima
proposicin y demostrar que sigue siendo verdad que el pueblo es vano,
aunque sus opiniones sean sanas, ya que no ve dnde est la verdad, y,
al ponerla donde no est, sus opiniones son siempre muy falsas y muy
malsanas.)
12
LA DOBLE NATURALIZACIN Y SUS EFECTOS
Las pasiones del habitus dominado (desde el punto de vista del
sexo, la cultura o la lengua), relacin social somatizada, ley del cuerpo
social convertida en ley del cuerpo, no son de las que pueden
suspenderse mediante un mero esfuerzo de la voluntad, basado en una
toma de conciencia liberadora. Quien es vctima de la timidez se siente
traicionado por su cuerpo, que reconoce prohibiciones y llamadas al
orden paralizadoras donde otro, fruto de condiciones diferentes, vera
incitaciones o conminaciones estimulantes. Resulta del todo ilusorio
creer que la violencia simblica puede vencerse slo con las armas de la
conciencia y la voluntad: las condiciones de su eficacia estn
duraderamente inscritas en los cuerpos en forma de disposiciones que,
particularmente en los casos de las relaciones de parentesco y otras
relaciones sociales concebidas segn este modelo, se expresan y se
sienten en la lgica del sentimiento o el deber, a menudo confundidos en
la experiencia del respeto, la devocin afectiva o el amor, y que pueden
sobrevivir mucho tiempo despus de la desaparicin de sus condiciones
sociales de produccin.
Y en ello estriba, asimismo, la vanidad de las tomas de posicin
religiosas, ticas o polticas que consisten en esperar una verdadera
transformacin de las relaciones de dominacin (o de las disposiciones
que son, por lo menos en parte, su producto) de una mera conversin
de los espritus (de los dominantes o los dominados), fruto de la
predicacin racional y la educacin o, como a veces piensan de forma
ilusa los maestros, de una amplia logoterapia colectiva cuya
organizacin correspondera a los intelectuales. Es conocida la vanidad
de todas las acciones que tratan de combatir nicamente con las armas
de la refutacin lgica o emprica tal o cual forma de racismo -de etnia,
clase o sexo- que, en el polo opuesto, se nutre de los discursos capaces
de halagar las disposiciones y las creencias (a menudo relativamente
indeterminadas, susceptibles de diversas explicaciones verbales y
oscuras para s mismas) al dar la sensacin o crear la ilusin de
expresarlas. El habitus, indudablemente, no es un destino, pero la accin
simblica no puede, por s sola, y al margen de cualquier transformacin
de las condiciones de produccin y fortalecimiento de las disposiciones,
extirpar las creencias corporales, pasiones y pulsiones que permanecen
por completo indiferentes a las conminaciones o las condenas del
universalismo humanista (que, a su vez, por lo dems, tambin arraigan
en disposiciones y creencias).
Pinsese, por ejemplo, en la pasin nacionalista, que puede
manifestarse, en formas diversas, en los ocupantes de las dos posiciones
opuestas de una relacin de dominacin, irlandeses protestantes o
catlicos, canadienses anglfonos o francfonos, etctera. La verdad
primera, a la que se aferran los protagonistas y que resultar
demasiado fcil considerar un error primero, una mera ilusin de la
pasin y la ceguera, estriba en que la nacin, la raza o la identidad,
como se dice ahora, estn inscritas en las cosas en forma de
estructuras objetivas, segregacin de hecho, econ
238 239
mica, espacial, etctera- y en los cuerpos -en forma de gustos y
aversiones, simpatas y antipatas, atracciones y repulsiones, a veces
tachadas de viscerales-. Nada ms fcil, para la crtica objetiva (y
objetivista), a la hora de denunciar la visin naturalizada de la regin o
la nacin, con sus fronteras naturales, sus unidades lingsticas, y
dems, y tampoco le cuesta mostrar que todas esas entidades
sustanciales no son ms que elaboraciones sociales, artefactos histricos
que, a menudo fruto de luchas histricas anlogas a las que
supuestamente han de zanjar, no son reconocidos como tales, sino
equivocadamente aprehendidos como datos naturales.
Pero la crtica del esencialismo nacionalista (cuyo lmite es el
racismo), amn de constituir a menudo un medio de afirmar a bajo costo
la propia distancia respecto a las pasiones comunes, sigue siendo del
todo ineficaz (y, por lo tanto, susceptible de ser legtimamente
sospechosa de obedecer a otras motivaciones). Denunciadas,
condenadas, estigmatizadas, las pasiones mortales de todos los racismos
(de etnia, sexo o clase) se perpetan porque estn insertas en los cuerpos
en forma de disposiciones y tambin porque la relacin de dominacin
de la que son fruto se perpeta en la objetividad y refuerza
continuamente la propensin a aceptarla que, salvo ruptura crtica (la
que lleva a cabo el nacionalismo reactivo de los pueblos dominados,
por ejemplo), es tan fuerte entre los dominados como entre los
dominantes.
Si paulatinamente he acabado por eliminar el empleo del trmino
ideologa, no es slo por su polisemia y los equvocos resultantes. Es,
sobre todo, porque, al hacer referencia al orden de las ideas, y de la
accin por medio de las ideas y sobre las ideas, tiende a olvidar uno de
los mecanismos ms poderosos del mantenimiento del orden simblico,
a saber, la doble naturalizacin que resulta de la inscripcin de lo social en
las cosas y los cuerpos (tanto de los dominantes como de los dominados,
segn el sexo, la etnia, la posicin social o cualquier otro factor
discriminador), con los efectos de violencia simblica resultantes. Como
recuerdan nociones del lenguaje corriente tales como las de distincin
natural o don, la labor de legitimacin del orden establecido se ve ex-
traordinariamente facilitada por el hecho de que se efecta de forma casi
automtica en la realidad del mundo social.
Los procesos que producen y reproducen el orden social, tanto en
las cosas, los museos, por ejemplo, o los mecanismos objetivos que
tienden a reservar el acceso a ellos a los mejor provistos de capital
cultural heredado, por ejemplo, como en los cuerpos, mediante los
mecanismos que garantizan la transmisin hereditaria de las
disposiciones y su olvido, proporcionan a la percepcin abundantes
evidencias tangibles, a primera vista indiscutibles, ptimas para conferir
a una representacin ilusoria todas las apariencias de un fundamento en
lo real. En pocas palabras, el orden social, en lo esencial, produce su
propia sociodicea. De modo que basta con dejar que acten los
mecanismos objetivos, o que acten sobre nosotros, para otorgar al
orden establecido, sin siquiera saberlo, su ratificacin. Y quienes salen en
defensa del orden simblico amenazado por la crisis o la crtica, pueden
limitarse a invocar las evidencias del sentido comn, es decir, la visin
de s mismo que, salvo que ocurra una incidencia extraordinaria, el
mundo social logra imponer. Podra decirse, haciendo un chiste fcil,
que si el orden establecido est tan bien defendido, es porque basta con
un tonto para defenderlo.
(En esto estriba, por ejemplo, la fuerza social, casi insuperable, de
los doxsofos y sus sondeos basados en un prejuicio, ni siquiera
consciente, de dejarse guiar, en la eleccin y la formulacin de las
preguntas, en la elaboracin de las categoras de anlisis o la
interpretacin de sus resultados, por los hbitos de pensamiento y las
evidencias del sentido comn.)
La ciencia social, que est condenada a la ruptura crtica con las
evidencias primeras, no dispone de mejor arma para llevar a cabo esta
ruptura que la historicizacin que permite neutralizar, en el orden de la
teora, por lo menos, los efectos de la naturalizacin y, en particular, la
amnesia de la gnesis individual y colectiva de un dato que se presenta
con todas las apariencias de la naturaleza y exige ser aceptado sin
discusiones, taken for granted. Pero y en ello estriba la dificultad
extrema de la investigacin antropolgica el efecto de naturalizacin
tambin se ejerce, no hay que olvidarlo, sobre el propio pensamiento
pensante: la incorporacin del orden escolstico en forma de
disposiciones puede, como hemos visto, imponer al pensamiento
presupuestos y limitaciones
240 241
que, por haberse hecho cuerpo, estn enterrados y ocultos al mar-
gen de las tomas de conciencia.
En la existencia corriente, las operaciones de clasificacin mediante
las cuales los agentes sociales elaboran el mundo tienden a hacerse
olvidar como tales al realizarse en las unidades sociales que producen
familia, tribu, regin, nacin, las cuales cuentan con todas las
apariencias de las cosas (como la trascendencia y la resistencia). De igual
modo, en los campos de produccin cultural, los conceptos que
empleamos (poder, prestigio, trabajo) y las clasificaciones que
implicamos explcita (mediante las definiciones y las nociones) o
tcitamente (en particular, mediante las divisiones en disciplinas o
especialidades), nos utilizan tanto como los utilizamos, y la
automatizacin es una forma especfica de represin que remite al
inconsciente los propios instrumentos del pensamiento. Slo la crtica
histrica, arma capital de la introspeccin, puede liberar el pensamiento
de las imposiciones que se ejercen sobre l cuando, dejndose llevar por
las rutinas del autmata, trata como si fueran cosas unas construcciones
histricas cosificadas. Hasta este punto puede resultar funesto el rechazo
de la historici- zacin que, para muchos pensadores, es constitutivo del
propio propsito filosfico y deja el campo libre a los mecanismos hist-
ricos que simula ignorar.
SENTIDO PRCTICO Y LABOR POLTICA
As pues, slo puede describirse realmente la relacin entre los
agentes y el mundo a condicin de situar en su centro el cuerpo, y el
proceso de incorporacin, que tanto el objetivismo fisicaista como el
subjetivismo marginalista ignoran. Las estructuras del espacio social (o
de los campos) moldean los cuerpos al inculcarles, por medio de los
condicionamientos asociados a una posicin en ese espacio, las
estructuras cognitivas que dichos condicionamientos les aplican. Ms
precisamente, el mundo social, debido a que es un objeto de
conocimiento para quienes estn incluidos en l, es, en parte, el
producto, cosificado o incorporado, de todos los actos de conocimientos
diferentes (y rivales) de los que es objeto;
pero esas tomas de posicin sobre el mundo dependen, en su contenido
y su forma simblica, de la posicin que quienes las producen ocupan en
l, y slo el analysis situs permite establecer esos puntos de vista como
tales, es decir, como visiones parciales tomadas a partir de un punto
(situs) en el espacio social. Y ello sin olvidar que esos puntos de vista
determinados tambin son determinantes: contribuyen, en grados
diferentes, a hacer, deshacer y rehacer el espacio, en la lucha de los
puntos de vista, las perspectivas, las clasificaciones (pinsese, por
ejemplo, en la lucha por las distribuciones o, con mayor precisin, por
la igualdad en las distribuciones n tais dianomas, como deca
Aristteles, para definir la justicia distributiva).
El espado social no se reduce, pues, a un mero awareness con- text
(contexto de conciencia), en el sentido del interaccionismo, es decir, a un
universo de puntos de vista que se reflejan unos a otros
indefinidamente.
13
Es el espacio, relativamente estable, de la coexistencia
de los puntos de vista, en el doble sentido de posiciones en la estructura
de la disposicin del capital (econmico, de la informacin, social) y los
poderes correspondientes, pero tambin de reacciones prcticas a ese
espacio o representaciones de ese espacio, producidas a partir de esos
puntos mediante los habitus estructurados, y doblemente informadas
por la estructura del espacio y la de los esquemas de percepcin que se
le aplican.
Los puntos de vista, en el sentido de tomas de posicin estruc-
turadas y estructurantes acerca del espacio social o un campo particular,
son, por definicin, diferentes, y rivales. Para explicar que todos los
campos son espado de rivalidades y conflictos, no hace falta invocar una
naturaleza humana egosta o agresiva, o vaya usted a saber qu
voluntad de poder: adems de la inversin en las apuestas que define
la pertenencia al juego y que, comn a todos los jugadores, los opone y
los implica en la competencia, es la propia estructura del campo, es
decir, la estructura de la distribucin (desigual) de las diferentes
especies de capital, la que, al engendrar la excepcionalidad de
determinadas posiciones y los beneficios correspondientes, propicia las
estrategias que tienden a destruir o reducir esa excepcionalidad,
mediante la apropiacin de las posiciones excepcionales, o a conservarla,
mediante la defensa de esas posiciones.
242 243
El espacio social, es decir, la estructura de las distribuciones, es, a la
vez, el fundamento de las tomas de posicin antagonistas sobre el
espacio, es decir, en particular, sobre la distribucin, y una apuesta de
luchas y confrontacin entre los puntos de vista (que, hay que decirlo y
repetirlo hasta la saciedad para no caer en la ilusin escolstica, no son
necesariamente representaciones, tomas de posicin explcitas, verbales):
esas luchas por imponer la visin y la representacin legtimas del
espacio, la orto-doxia, que, en el campo poltico, recurren a menudo a la
profeca o la previsin, tratan de imponer unos principios de visin y
divisin et- nia, regin, nacin, clase, etctera que, mediante el
efecto de self fitlfillingprophecy, pueden contribuir a formar grupos.
Tienen un efecto inevitable, sobre todo, cuando se instituyen en un
campo poltico (a diferencia, por ejemplo, de las luchas soterradas entre
los sexos de las sociedades arcaicas): el de permitir el acceso a la
explicacin, es decir, al estado de opinin constituida, de una fraccin
ms o menos amplia de la dxa sin conseguir jams, incluso en las
situaciones ms crticas de los universos sociales ms crticos, el
desvelamiento total que constituye el propsito de la ciencia social, es
decir la suspensin total de la sumisin dxica al orden establecido.
Cada agente tiene un conocimiento prctico, corporal, de su
posicin en el espacio social, un sense of one's place, como dice
Goffman, un sentido de su lugar (actual y potencial) convertido en un
sentido de la colocacin que rige su propia experiencia del lugar ocupado,
definido absoluta y, sobre todo, reladonalmente, como puesto, y los
comportamientos que ha de seguir para mantenerlo (conservar su
puesto), y mantenerse en l (quedarse en su lugar, etctera). El
conocimiento prctico que proporciona este sentido de la posicin
adopta la forma de la emocin (malestar de quien se siente desplazado,
o sensacin de bienestar asociada a la conviccin de estar en el lugar que
corresponde), y se expresa mediante comportamientos como evitar o
ajustar de modo inconsciente ciertas prcticas, por ejemplo, cuidar la
elocucin (en presencia de una persona de rango superior) o, en
situaciones de bilingismo, elegir la lengua adaptada a la situacin. Este
conocimiento orienta las intervenciones en las luchas simblicas de la
existencia cotidiana que contribuyen a la elaboracin del mundo social
de forma menos visible, pero igual de eficaz, que las luchas propiamente
tericas que se desarrollan en el seno de los campos especializados
(poltico, burocrtico, jurdico y cientfico, en particular), es decir, en el
orden de las representaciones simblicas, las ms de las veces
discursivas.
Pero, en tanto que sentido prctico, este sentido de la colocacin
actual y potencial est, como hemos visto, disponible para mltiples
explicaciones. De ello se deriva la independencia relativa, respecto a la
posicin, de la toma de posicin explcita, la opinin enunciada
verbalmente que abre la va para la accin propiamente poltica de
representacin: accin de portavoz, que eleva al orden de representacin
verbal o, por as decirlo, teatral la experiencia supuesta de un grupo y
puede contribuir a su existencia al presentarlo como el que habla (con
una sola voz) por medio de su voz, o incluso puede hacerlo visible en
cuanto tal por el mero hecho de exigirle que se manifieste en una
exhibicin pblica -comitiva, procesin, desfile o, en la poca moderna,
manifestacin y que proclame de este modo ante todos su existencia,
su fuerza (ligada al nmero), su voluntad.
14
El sense of ones place es un sentido prctico (que nada tiene que ver
con lo que se suele incluir en la nocin de conciencia de clase), un
conocimiento prctico que no se conoce a s mismo, una docta
ignorancia que, en tanto que tal, puede ser vctima de esa forma
singular de desconocimiento, de allodxia, que consiste en reconocerse
equivocadamente en una forma particular de representacin y
explicitacin pblica de la dxa. El conocimiento que proporciona la
incorporacin de la necesidad del mundo social, en especial en forma
del sentido de los lmites, es perfectamente real, como la sumisin que
implica y que se expresa a veces en los asertos imperativos de la
resignacin: Eso no es para nosotros (o para gente como nosotros) o,
ms comnmente, Es demasiado caro (para nosotros). Hasta contiene
(como trat de poner de manifiesto al interrogar a los trabajadores
argelinos sobre las causas del desempleo) los primeros rudimentos de
una explicitacin o incluso de una explicacin.
15
Y no excluye-cmo
puede pensarse lo contrario?- las formas de resistencia, ora pasiva e inte
244 245
lio (es decir, por el derecho a imponer el propio principio de visin), y
arrebata as cierto numero de divisiones y principios de divisin a esa
lucha. Pero, al mismo tiempo, convierte al propio Estado en una de las
mayores apuestas en la lucha por el poder simblico. En efecto, el
Estado es, por antonomasia, el espacio de la imposicin del nomos,
como principio oficial y eficiente de elaboracin del mundo, por
ejemplo, mediante los actos de consagracin y homologacin que
ratifican, legalizan, legitiman, regularizan situaciones o actos de
unin (matrimonio, contratos varios, etctera) o de separacin
(divorcio, ruptura de contrato), elevados de este modo del estado de
mero hecho contingente, oficioso, incluso oculto (un lo amoroso), al
status de hecho oficial, conocido y reconocido por todos, publicado y
pblico.
La forma por antonomasia del poder simblico de elaboracin
socialmente instituido y oficialmente reconocido es la autoridad
jurdica, pues el derecho es la objetivacin de la visin dominante
reconocida como legtima o, si lo prefieren, de la visin del mundo
legtima, de la orto-doxia, avalada por el Estado. Una manifestacin
ejemplar de este poder estatal de consagracin del orden establecido
es el veredicto, ejercicio legtimo del poder de decir lo que es y hacer
existir lo que enuncia, en un aserto performativo universalmente
reconocido (por oposicin al insulto, por ejemplo); o, asimismo, las
partidas (de nacimiento, de matrimonio, de defuncin), otro aserto
creador, anlogo al que lleva a cabo un intuitos originarios divino, que,
como el poeta de Mallarm, fija los nombres, pone fin a la discusin
sobre la manera de nombrar al asignar una identidad (el carn de
identidad) o, a veces, incluso un ttulo, principio de constitucin de un
cuerpo constituido.
Pero aunque el Estado reserve para sus agentes directamente
acreditados este poder de distribucin y redistribucin legtima de las
identidades, mediante la consagracin de las personas o las cosas (con
los ttulos de propiedad, por ejemplo), puede delegarlo en formas
derivadas, como el certificado, escolar o mdico, de aptitud,
incapacidad, invalidez, poder social reconocido que da acceso
legtimo (entitlement to) a ventajas o privilegios, o el diagnstico, acta
clnica de identificacin cientfica que puede estar dotada de eficacia
jurdica por medio de la prescripcin mdica y participar
rior, ora activa y, a veces, colectiva, en especial, mediante las estra-
tegias que intentan escapar de las formas ms desagradables del trabajo
o la explotacin (reduccin del ritmo de trabajo, despilfarro de
materiales, sabotaje). Pero permanece expuesto a la desviacin simblica,
debido a la obligacin de someterse a los portavoces, responsables
exclusivos de esa especie de salto ontolgico que supone el paso de la
prxis al lgos, del sentido prctico al discurso, de la visin prctica a la
representacin, es decir, el acceso al orden de la opinin propiamente
poltica.
La lucha poltica es una lucha cognitiva (prctica y terica) por el
poder de imponer la visin legtima del mundo social, o, ms
precisamente, por el reconocimiento, acumulado en forma de capital
simblico de notoriedad y respetabilidad, que confiere autoridad para
imponer el conocimiento legtimo del sentido del mundo social, su
significado actual y la direccin en la que va y debe ir. La labor de
worldmaking que, como observa Nelson Goodman, consiste en separar y
unir, a menudo a un mismo tiempo,
16
en unir y separar, tiende, cuando
se trata del mundo social, a elaborar e imponer los principios de divisin
adecuados para conservar o transformar ese mundo transformando la
visin de sus divisiones y, por lo tanto, de los grupos que lo componen y
sus relaciones. Se trata, en cierto sentido, de una poltica de la
percepcin con el propsito de mantener o subvertir el orden de las
cosas transformando o conservando las categoras mediante las cuales es
percibido, mediante las palabras con las que se expresa: el esfuerzo por
informar y orientar la percepcin y el esfuerzo por explicitar la
experiencia prctica del mundo van parejos, puesto que una de las
apuestas de la lucha simblica es el poder de conocimiento, es decir, el
poder sobre los instrumentos incorporados de conocimiento, los
esquemas de percepcin y evaluacin del mundo social, los principios
de divisin que, en un momento dado del tiempo, determinan la visin
del mundo (rico/pobre, blanco/negro, nacional/extranjero, etctera), y
el poder de hacer ver y hacer creer que este poder implica.
La institucin del Estado como detentador del monopolio de la
violencia simblica legtima pone, por su propia existencia, un lmite a la
lucha simblica de todos contra todos por ese monopo-
246 247
en la distribucin social de los privilegios, con lo que establece una
frontera social, la que discrimina a los derechohabientes. (Habra que
detenerse en este punto para reflexionar sobre el aserto sociolgico
por ejemplo, este que estoy haciendo que, aunque reivindique el
status de protocolo experimental, corre el peligro de ser percibido como
una ratificacin, una homologacin, es decir, un aserto subrepticiamente
performativo que, con la apariencia de decir sencillamente lo que es,
tiende a decir de modo tcito, y por aadidura, que lo que es debe ser.
Ambigedad que se expresa de modo particular en el aserto estadstico:
ste registra -segn unas categoras estatales, cuando se trata de
estadsticas oficiales- unas distribuciones que a su vez no hacen ms que
registrar el resultado de las luchas por la determinacin de la
redistribucin legtima, es decir, si se trata de la seguridad social, por
ejemplo, por la definicin o la redefinicin de la incapacidad legtima.)
El mundo social es, pues, fruto y apuesta, a la vez, de luchas
simblicas, inseparablemente cognitivas y polticas, por el conocimiento
y el reconocimiento, en las que cada cual persigue no slo la imposicin
de una representacin ventajosa de s mismo, como las estrategias de
presentacin de s mismo tan esplndidamente analizadas por
GofFman, sino tambin el poder de imponer como legtimos los
principios de la elaboracin de la realidad social ms favorables a su ser
social (individual y colectivo, con las luchas acerca de los lmites de los
grupos, por ejemplo), as como a la acumulacin de un capital simblico
de reconocimiento. Estas luchas se desarrollan tanto en el orden de la
existencia cotidiana como en el seno de los campos de produccin
cultural que, aunque no estn orientados hacia ese nico fin, como el
poltico, contribuyen a la produccin y la imposicin de principios de
elaboracin y evaluacin de la realidad social.
La accin propiamente poltica de legitimacin se ejerce siempre a
partir de este logro fundamental que es la adhesin original al mundo
tal como es, y la labor de los guardianes del orden simblico, que van de
la mano con el sentido comn, consiste en tratar de restaurar, en el
modo explcito de la orto-doxia, las evidencias primitivas de la dxa. Por
el contrario, la accin poltica de movilizacin subversiva trata de liberar
la fuerza potencial de rechazo que neutraliza el desconocimiento al
efectuar, aprovechando una crisis, un desenmascaramiento crtico de la
violencia fundadora ocultada por el ajuste entre el orden de las cosas y
el orden de los cuerpos.
La labor simblica necesaria para liberarse de la evidencia silenciosa
de la dxa y enunciar y denunciar la arbitrariedad que sta oculta supone
unos instrumentos de expresin y crtica que, como las dems formas de
capital, estn desigualmente distribuidos. En consecuencia, todo induce
a creer que no resultara posible sin la intervencin de profesionales de
la labor de explicita- cin, las cuales, en determinadas coyunturas
histricas, pueden convertirse en portavoces de los dominados sobre la
base de solidaridades parciales y alianzas de hecho basadas en la
homologa entre una posicin dominada en tal o cual campo de
produccin cultural y la posicin de los dominados en el espacio social.
Aprovechando una solidaridad de estas caractersticas, no carente de
ambigedad, puede llevarse a cabo una transferencia de capital cultural,
por ejemplo, con los sacerdotes que colgaron la sotana durante los
movimientos milenaristas de la Edad Media, o con los intelectuales
(proletaroides, como dice Weber, u otros) de los movimientos
revolucionarios de la poca moderna, que permite a los dominados el
acceso a la movilizacin colectiva y la accin subversiva contra el orden
simblico establecido, y que tiene como contrapartida la virtualidad de
la desviacin que est inscrita en la coincidencia imperfecta entre los
intereses de los dominados y los de aquellos entre los dominantes-
dominados que se convierten en portavoces de sus reivindicaciones o
sus sublevaciones, sobre la base de una analoga parcial entre
experiencias diferentes de la dominacin.
LA DOBLE VERDAD
No podemos limitarnos a la visin objetivista, que conduce al
fisicalismo, y para la que existe un mundo social en s, que puede
tratarse como una cosa, pues el investigador est en condiciones de
tratar los puntos de vista, necesariamente partidistas y parcia
248 249
les, de los agentes como meras ilusiones. Tampoco podemos de-
clararnos satisfechos con la visin subjetivista, o marginalista, para la
cual el mundo social no es ms que el producto de la suma de todas las
representaciones y todas las voluntades. La ciencia social no puede
reducirse a una objetivacin incapaz de dar cabida cabalmente al
esfuerzo de los agentes para elaborar su representacin subjetiva de s
mismos y del mundo, a veces a pesar de todos los datos objetivos; no
puede resumirse en una recopilacin de las sociologas espontneas y las
folk theortes, demasiado presentes en el discurso cientfico, donde se
cuelan de rondn.
De hecho, el mundo social es un objeto de conocimiento para
quienes forman parte de l, y que, comprendidos en l, lo comprenden,
y lo producen, pero a partir del punto de vista que en l ocupan. No
cabe, por lo tanto, excluir el percipere y el percipi, el conocer y el ser
conocido, el reconocer y el ser reconocido, que constituyen el origen de
las luchas por el reconocimiento y el poder simblico, es decir, por la
imposicin de los principios de divisin, conocimiento y
reconocimiento. Pero tampoco puede ignorarse que, en estas luchas
propiamente polticas para modificar el mundo modificando sus
representaciones, los agentes toman posiciones que, lejos de ser
intercambiables, como pretende el perspectivismo fenomenista,
dependen siempre, en realidad, de su posicin en el mundo social del
que son fruto y que, sin embargo, contribuyen a producir.
Incapaces de declararnos satisfechos con la primera visin, y
tampoco con aquella a la que da acceso la labor de objetivacin, slo
podemos tratar de mantener unidos, para integrarlos, tanto el punto de
vista de los agentes implicados en el objeto como el punto de vista sobre
ese punto de vista que la labor de anlisis permite alcanzar al relacionar
las tomas de posicin con las posiciones desde donde se han tomado. Sin
duda porque la ruptura epistemolgica supone siempre una ruptura
social que, sobre todo cuando permanece ignorada, puede inspirar una
forma de desprecio del iniciado por el conocimiento comn, tratado
como un obstculo que hay que destruir y no como un objeto que hay
que comprender, es demasiado fuerte la tentacin -y muchos caen en
ella de no ir ms all del momento objetivista y la visin parcial del
listillo que, llevado por el malvolo placer d desengaar, omite
introducir en su anlisis la primera visin, la verdad del pueblo sana,
como dice Pascal, contra la que se han alzado sus elaboraciones. De
modo que las renuencias que la objetivacin cientfica suscita a menudo,
y que se experimentan y se expresan con una intensidad particular en
los mundos de la investigacin, preocupados por defender el monopolio
de su propia comprensin, no son todas ni siempre totalmente
injustificadas.
Los juegos sociales son, en todo caso, muy difciles de describir en su
doble verdad. En efecto, a los implicados no les interesa demasiado la
objetivacin del juego, y quienes no lo estn a menudo se encuentran
mal situados para experimentar y sentir aquello que slo se aprende y
comprende si se participa en l, de modo que sus descripciones, en las
que la evocacin de la experiencia maravillada del creyente brilla por su
ausencia, tienen muchas posibilidades de pecar, en opinin de los
participantes, de triviales y sacrilegas a la vez. El listillo, ensimismado
en el placer de desmitificar y denunciar, ignora que aquellos a los que
cree desengaar, o desenmascarar, conocen y rechazan a la vez la
verdad que pretende revelarles. No puede comprender, y tenerlos en
cuenta, los juegos dt self deception, que permiten perpetuar la ilusin
sobre uno mismo y salvaguardar una forma tolerable, o soportable, de
verdad subjetiva frente a los llamamientos a las realidades y al
realismo, a menudo con la complicidad de alguna institucin (la cual -la
universidad, por ejemplo, no obstante su aficin a las clasificaciones y
las jerarquas ofrece siempre a los amores propios satisfacciones
compensatorias y premios de consolacin que sirven para trastornar la
percepcin y la valoracin de uno mismo y los dems).
Pero las defensas que los individuos oponen al descubrimiento de
su verdad no son nada comparadas con los sistemas de defensa
colectivos desplegados para ocultar los mecanismos ms fundamentales
del orden social, por ejemplo, los que rigen la economa de los
intercambios simblicos. As, los descubrimientos ms incontrovertibles,
como la existencia de una poderosa correlacin entre el origen social y el
xito escolar, o entre el nivel de instruccin y las visitas a los museos, o,
tambin, entre el sexo y las
250 251
la prctica, y para tratar de adoptar un punto de vista singular, ab-
solutamente inaccesible en la prctica: el punto de vista doble, bifocal,
de quien, al haberse reapropiado su experiencia de sujeto emprico,
comprendido en el mundo y por ello capaz de comprender el hecho
de la implicacin y todo lo quede es implcito, trata de inscribir en la
reconstruccin terica, inevitablemente escolstica, la verdad de
aquellos que no tienen ni el inters, ni la oportunidad, ni los
instrumentos necesarios para empezar a apropiarse de la verdad
objetiva y subjetiva de lo que hacen y lo que son.
probabilidades de alcanzar las posiciones ms valoradas de los uni-
versos cientfico o artstico, pueden rechazarse en tanto que con-
traverdades escandalosas a las que se replicar con contraejemplos que
se plantean como irrefutables (El hijo de mi portera estudia letras, o
Conozco a hijos de titulados superiores que son unos zotes) o con
negaciones que brotan, como lapsus, en las conversaciones elegantes y
los escritos pretenciosos, y que esta luminosa sentencia, cuyo autor es un
miembro de edad provecta de la ms distinguida burguesa, expresa en
su forma cannica: La educacin, seor, es algo innato. En la medida
en que su labor de objetivacin y descubrimiento lo lleva en mltiples
ocasiones a producir la negacin de una denegacin, el socilogo tiene que
contar con que sus descubrimientos van a ser a la vez anulados o rebaja-
dos en tanto que asertos triviales, conocidos desde tiempos inme-
moriales, y violentamente combatidos, por la misma gente, como errores
notorios sin ms fundamento que la malevolencia polmica o el
resentimiento envidioso.
Dicho lo cual, no ha de escudarse en esas renuencias, muy pa-
recidas a las que tan bien conoce el psicoanlisis, pero tal vez ms
poderosas, porque las sostienen mecanismos colectivos, para olvidar que
la labor de represin y las elaboraciones ms o menos fantasmagricas
que produce forman parte de la verdad, con el mismo ttulo que lo que
tratan de ocultar. Recordar, como hace HusserI, que la arch originaria
Tierra no se mueve no significa una invitacin a rechazar el
descubrimiento de Coprnico para sustituirlo, sin ms ni ms, por la
verdad directamente experimentada (como hacen ciertos
etnometodlogos, y dems defensores constructivistas de sociologas
de la libertad, que rechazan los logros de cualquier labor de
objetivacin, con el aplauso inmediato de todos los nostlgicos del
regreso del sujeto y el fin, tan esperado, de lo social y las ciencias
sociales). Significa tan slo incitar a mantener unidos el aserto de la
objetivacin y el aserto, igual de objetivo, de la experiencia primera, que,
por definicin, excluye la objetivacin. Se trata, ms precisamente, de
imponerse sin tregua ni descanso la labor necesaria para objetivar el
punto de vista escolstico que permite al sujeto objetivador adoptar un
punto de vista sobre el punto de vista de los agentes implicados en
252
PRIMER CASO PRCTICO: LA DOBLE VERDAD DEL
OBSEQUIO
Sin duda, no hay caso en que se imponga de modo ms imperativo
esta doble mirada que el de la experiencia del obsequio, que
forzosamente ha de llamar la atencin por su ambigedad: por un lado,
el obsequio se siente (o se pretende sentirlo) como rechazo del inters,
del clculo egosta, y exaltacin de la generosidad gratuita y sin
reciprocidad; por otro lado, nunca excluye del todo la conciencia de la
lgica del intercambio ni, por ende, el reconocimiento de los impulsos
reprimidos que lo acompaan ni, intermitentemente, la asuncin de otra
verdad, denegada, del intercambio generoso: su carcter coercitivo y
gravoso. De donde surge la cuestin, central, de la doble verdad del
obsequio y las condiciones sociales que posibilitan lo que podra
describirse (de forma harto inadecuada) como autoengao, individual y
colectivo.
El modelo que propuse en Esquisse dune thorie de lapratique y Le
Sens pratique
17
9 toma nota y da cuenta del desfase existente entre esas
dos verdades y, paralelamente, entre la visin que Lvi- Strauss,
pensando en Mauss, llama fenomenolgica (en un sentido bastante
particular), y la visin estructuralista: el intervalo temporal entre el
obsequio y el contraobsequio permite ocultar la contradiccin entre la
verdad pretendida del obsequio como acto generoso, gratuito y sin
reciprocidad, y la verdad que se desprende del modelo, la que lo
convierte en un momento de una relacin de intercambio trascendente a
los actos singulares de intercambio. En otras palabras, el intervalo que
permite vivir el intercambio objetivo como una serie discontinua de
actos libres y generosos es lo que vuelve viable y psicolgicamente
vivible el intercambio de objetos al facilitar y favorecer el autoengao,
9 Versin castellana: El sentido prctico, trad. de Alvaro Pazos, Madrid, Taurus,
1991. (N. del T.)
condicin de la coexistencia del conocimiento y el desconocimiento de la
lgica del intercambio.
Pero es patente que el autoengao individual slo es posible
porque se sostiene en un autoengao colectivo: el obsequio es uno de
esos actos sociales cuya lgica social no puede convertirse en commo
knowledge, como dicen los economistas (se dice que una informacin es
common knowledge cuando todo el mundo sabe que todo el mundo sabe...
que todo el mundo la posee); o, ms exactamente, no puede hacerse
pblica y convertirse en public knowledge, en verdad oficial, proclamada
en pblico, como los grandes lemas republicanos, por ejemplo. Este
autoengao colectivo slo es posible porque la represin que lo
fundamenta (y cuya condicin de posibilidad prctica es el intervalo
temporal) est inscrita, a ttulo de Musi, en el fundamento de la
economa de los bienes simblicos: esta economa antieconmica (en el
sentido restringido y moderno del trmino econmico) se basa en la
negacin (Vemeinung) del inters y el clculo, o, ms precisamente, en
una labor colectiva de mantenimiento del desconocimiento con el
propsito de perpetuar una fe colectiva en el valor de lo universal, que
no es ms que una forma de mala fe (en el sentido sartriano de
autoengao) individual y colectiva. Dicho de otro modo, se basa en una
inversin permanente en unas instituciones que, como el intercambio de
obsequios, producen y reproducen la confianza y, ms profundamente,
la confianza en el hecho de que la confianza, es decir la generosidad, la
virtud, privada o cvica, ser recompensada. Nadie ignora, en realidad,
la lgica del intercambio (aflora de modo constante a la explicitacin,
por ejemplo, cuando nos preguntamos si el presente ser considerado
insuficiente), pero nadie se niega a someterse a la regla del juego que
consiste en hacer como si se ignorara la regla. Cabra hablar de common
miscognition (desconocimiento compartido) para designar este juego en
el que todo el mundo sabe -y no quiere saber que
255
todo el mundo sabe -y no quiere saber la verdad del intercambio.
Que los agentes sociales puedan dar la impresin de engaar y ser
engaados a la vez, que pueda parecer que engaan y se engaan a s
mismos acerca de sus (generosas) intenciones, se debe a que su
engao (del que tambin puede decirse, en un sentido, que no engaa a
nadie) est seguro de contar con la complicidad de los destinatarios
directos de su acto, as como con la de los terceros que lo observan. Y
ello es as porque han estado, tanto los unos como los otros, inmersos
desde siempre en un universo social donde el intercambio de obsequios
est instituido en forma de una economa de los bienes simblicos. Esta
economa absolutamente particular se basa, a la vez, en unas estructuras
objetivas especficas y en unas estructuras incorporadas, unas
disposiciones, que esas estructuras presuponen y producen al presentar
las condiciones de su realizacin. Lo que significa, concretamente, que el
obsequio como acto generoso slo es posible para unos agentes sociales
que han adquirido, en universos donde son esperadas, reconocidas y
recompensadas, disposiciones generosas ajustadas a las estructuras
objetivas de una economa capaz de garantizarles una recompensa (no
slo en la forma de contraobsequios) y un reconocimiento, es decir, si
me permiten una expresin aparentemente tan reductora, un mercado.
Este mercado de los bienes simblicos se presenta en forma de un
sistema de probabilidades objetivas de beneficio (positivo o negativo) o,
hablando como Marcel Mauss, de un conjunto de expectativas
colectivas con las que se puede contar y hay que contar.
18
En un
universo de estas caractersticas, el que obsequia sabe que su acto
generoso tiene todas las posibilidades de ser reconocido como tal (en vez
de parecer una ingenuidad o un absurdo, un disparate) y obtener el
reconocimiento (en forma de contraobsequio o gratitud) del beneficiario,
en particular, porque los dems agentes implicados en ese mundo y
moldeados por su necesidad tambin esperan que las cosas sucedan de
ese modo.
En otras palabras, en la base de la accin generosa, del obsequio
inaugural (aparente) de una serie de intercambios, no est la intencin
consciente (calculadora o no) de un individuo aislado, sino esa
disposicin del habitus que es la generosidad, la cual tiende, sin propsito
explcito y expreso, a la conservacin o el incremento del capital
simblico: como el sentido del honor (que puede ser el punto de partida
de una sucesin de crmenes sometidos segn la misma lgica que el
intercambio de obsequios), esta disposicin se adquiere bien por la
educacin expresa (como en el caso del joven aristcrata mencionado
por Norbert Elias, que devuelve a su padre, intacta, la bolsa de monedas
que le haba entregado, y su progenitor reacciona tirndola por la
ventana), bien por el trato precoz y prolongado con universos donde
constituye la ley iridiscutida de las prcticas. Para quien cuenta con las
disposiciones ajustadas a la lgica de la economa de los bienes simbli-
cos, el comportamiento generoso no es fruto de una eleccin de la
libertad y la virtud, de una decisin libre realizada al cabo de una
deliberacin que incluye la posibilidad de actuar de otro modo: se
presenta como lo nico que puede hacerse.
Slo cuando, poniendo entre parntesis la institucin -y la labor,
sobre todo pedaggica, de la que es fruto, se olvida que tanto quien
obsequia como quien recibe estn preparados, gracias a la labor de
socializacin, para entrar sin intencin ni clculo de beneficio en el
intercambio generoso, para conocer y reconocer el obsequio por lo que
es, es decir, en su doble verdad, y slo entonces, existe la posibilidad de
hacer que surjan las paradojas, tan sutiles como insolubles, de una
casustica tica. Basta, en efecto, con adoptar el punto de vista de una
filosofa de la conciencia e interrogarse acerca del sentido intencional del
obsequio, y proceder de este modo a una especie de examen de
conciencia a fin de dilucidar si el obsequio, concebido como una
decisin libre de un individuo aislado, es un obsequio verdadero, es de
verdad un obsequio o, lo que viene a ser lo mismo, si es conforme a lo
que el obsequio es en su esencia, es decir, en definitiva, a lo que tiene
que ser, para que surjan unas antinomias insuperables y sea forzoso
concluir que el obsequio gratuito resulta imposible.
Pero s se llega incluso a afirmar que la intencin de obsequiar
destruye el obsequio, que lo anula como tal, es decir como acto
desinteresado, es porque, sucumbiendo a una forma particularmente
aguda de la perspectiva escolstica, y del error intelectuahs-
256 257
ta solidario con ella, se concibe a los dos agentes implicados en el
obsequio como a dos calculadores que se proponen el proyecto subjetivo
de hacer lo que hacen objetivamente (segn el modelo lvi-straussiano),
es decir, un intercambio sometido a la lgica de la reciprocidad. Dicho
de otro modo, se coloca en la conciencia de los agentes el modelo que la
ciencia ha tenido que elaborar para dar razn de su prctica (aqu, el del
intercambio de obsequios). Lo que equivale a producir una especie de
monstruo terico, efectivamente imposible, la experiencia
autodestructiva de un obsequio generoso, gratuito, que englobara el
proyecto consciente de obtener el contraobsequio, planteado como fin
posible.
19
As pues, slo puede comprenderse el obsequio si se abandonan la
filosofa de la conciencia, que sienta como base de toda accin una
intencin consciente, y el economicismo, que no conoce ms economa
que la del clculo racional y el inters reducido al inters econmico. De
las consecuencias del proceso mediante el cual el campo econmico se
ha constituido como tal, una de las ms nocivas, desde el punto de vista
del conocimiento, es la aceptacin tcita de un determinado nmero de
principios de divisin cuya aparicin se correlaciona con la elaboracin
social del campo econmico en tanto que universo separado (sobre la
base del axioma Los negocios son los negocios), tales como la
oposicin entre las pasiones y los intereses, principios que, porque se
imponen de manera subrepticia a todos los que estn, desde la cuna,
inmersos en las fras aguas de la economa econmica, tienden a gober-
nar la ciencia econmica, producto, a su vez, de esta separacin.
20
(Sin
duda, es porque aceptan, no siempre a sabiendas, la oposicin
histricamente fundamentada, enunciada de modo explcito en la distincin
fundadora de Pareto entre las acciones lgicas y las no lgicas,
residuos o derivaciones, por lo que los economistas tienden a
especializarse en el anlisis del comportamiento motivado nicamente
por el inters: Muchos economistas, deca Samuelson, tienden a
distinguir la economa de la sociologa basndose en la distincin entre
comportamiento racional e irracional.)
21
La economa del obsequio, a diferencia de la del toma y daca, se
basa en una negacin de lo econmico (en sentido restringido), en un
rechazo de la lgica de la optimizacin del beneficio econmico, es decir,
de la mentalidad calculadora y la bsqueda exclusiva del inters
material (por oposicin al inters simblico), rechazo que est inscrito en
la objetividad de las instituciones y las disposiciones. Se organiza con el
fin de acumular capital simblico (como capital de reconocimiento,
honor, nobleza, etctera), cosa que se realiza, en especial, mediante la
transmutacin del capital econmico efectuada por la alquimia de los
intercambios simblicos (intercambios de obsequios, palabras, desafos y
rplicas, asesinatos, mujeres, etctera) y accesibles slo a los agentes
dotados de las disposiciones adaptadas a la lgica del desinters.
La economa del toma y daca es fruto de una revolucin simblica
que se ha efectuado progresivamente, en las sociedades europeas, por
ejemplo, como consecuencia de los procesos insensibles de
descubrimiento y rechazo de los tapujos, de los que quedan huellas en el
vocabulario de las instituciones indoeuropeas, analizado por
Benveniste, los cuales han conducido del rescate (del prisionero) a la
compra, del precio (por una proeza) al salario, del reconocimiento moral
al reconocimiento de una deuda, de la fe al crdito, de la obligacin
notarial vlida a la obligacin ejecutoria ante un tribunal de justicia:
22
esta revolucin grande y venerable slo pudo desvincular la sociedad
de la economa del obsequio -respecto a la cual Mauss observa que era,
en el fondo, en aquella poca, antieconmica suspendiendo poco a
poco la denegacin colectiva de los fundamentos econmicos de la
existencia humana (salvo en algunos sectores que quedaron al margen,
la religin, el arte, la familia) y haciendo as posible la emergencia del
inters puro y la generacin del clculo y la mentalidad de clculo
(propiciada por la invencin del trabajo asalariado y la utilizacin de la
moneda).
La posibilidad que se ofrece as de someter toda suerte de acti-
vidades a la lgica del clculo (En los negocios no caben los sen-
timientos) tiende a legitimar esta especie de cinismo oficial que se
manifiesta particularmente en el derecho (por ejemplo, con los contratos
que prevn las eventualidades ms pesimistas e inconfesables) y la
teora econmica (que, en su origen, contribuy a hacer esta economa,
como los tratados de los juristas sobre el Estado contribuyeron a hacer el
Estado que describen en apariencia, los cuales hoy se leen a menudo
como tratados de filosofa poltica). Esta economa, que demuestra ser
altamente econmica porque, en particular, permite prescindir de los
efectos de la ambigedad de las prcticas y los costos de transaccin
que gravan de forma tan pesada la economa de los bienes simblicos
(basta con pensar en la diferencia entre un regalo personalizado, que se
constituye as en mensaje personal, y un cheque de un importe
equivalente), desemboca en la legitimacin de la utilizacin del clculo
hasta en los mbitos ms sagrados (la compra de indulgencias o los
cilindros de oraciones) y la generalizacin de la disposicin calculadora,
anttesis perfecta de la disposicin generosa, que va pareja con el
desarrollo de un orden econmico y social caracterizado, como dice
258 259
Weber, por la calculabilidad y la previsibilidad.
La dificultad particular con que nos topamos para pensar el
obsequio es consecuencia de que, a medida que la economa del
obsequio tiende a no ser ms que un islote en el ocano de la economa
del toma y daca, su significado cambia (la tendencia de cierta etnografa
colonial a considerarla tan slo una forma de crdito no es ms que el
lmite de una propensin a la reduccin et- nocntrica cuyos efectos an
son visibles en los anlisis en apariencia ms reflexivos): dentro de un
universo econmico basado en la oposicin entre la pasin y el inters (o
el amor loco y el matrimonio de conveniencia), entre lo gratuito y lo
retribuido, el obsequio pierde su sentido verdadero de acto situado ms
all de la distincin entre la coercin y la libertad, entre la eleccin
individual y la presin colectiva, entre el desinters y el inters, y acaba
convirtindose en mera estrategia racional de inversin orientada hacia
la acumulacin de capital social, con instituciones como las relaciones
pblicas o el obsequio de empresa, o incluso en una especie de hazaa
tica imposible en la medida en que debe ajustarse al ideal del obsequio
verdadero, entendido como acto perfectamente gratuito y gracioso,
concedido sin obligacin ni espera, sin razn ni fin, a cambio de nada.
Para acabar de una vez con la visin etnocntrica,' en la que se
basan las interrogaciones del economicismo y la filosofa escolstica,
habra que examinar cmo la lgica del intercambio de obsequios
conduce a producir unas relaciones duraderas que las teoras
econmicas basadas en una antropologa ahistrica no pueden
comprender. Llama la atencin que los economistas que redescubren de
nuevo el obsequio
23
olvidan, como siempre, plantear el problema de las
condiciones econmicas de esos actos antieconmicos (en el sentido
restringido del adjetivo) e ignoran la lgica especfica de la economa de
los intercambios simblicos que los posibilitan. As pues, para explicar
cmo puede surgir la cooperacin entre individuos supuestamente
(por naturaleza) egostas, cmo hace la reciprocidad que surja la
cooperacin entre individuos considerados per definitionem slo
motivados por el inters, la economa de las convenciones, esta
interseccin vacua de la economa y la sociologa slo puede invocar la
convencin, artefacto conceptual que debe, sin duda, su xito entre los
economistas a que, como las construcciones de Tycho Brahe cuando tra-
taba de salvar el modelo tolemaico mediante remiendos conceptuales,
permite prescindir de un cambio radical de paradigma (una
regularidad es una convencin si todo el mundo la acepta y todos
esperan que los dems hagan lo mismo; la convencin es el resultado
de una deliberacin interior, que establece el equilibrio entre unas reglas
de accin moral y unas reglas de accin instrumental), Esta virtud
dormitiva no puede dar verdadera cuenta de la cohesin social, ni en las
economas del obsequio, en las que nunca se basa exclusivamente en la
sintonizacin de los habitus y siempre deja espacio para unas formas
elementales de contrato, ni en las economas del toma y daca, en las que,
aunque se base en gran medida en las coerciones del contrato, descansa
tambin en buena parte en la sintonizacin de los habitus, as como en
un ajuste de las estructuras objetivas y cognitivas (o las disposiciones)
adecuado para fundamentar la concordancia de las anticipaciones
individuales y las expectativas colectivas.
La ambigedad de una economa orientada hacia la acumulacin
del capital simblico se debe al hecho de que la comunicacin,
indebidamente privilegiada por la visin estructuralista,
260
constituye una de las vas de la dominacin. El obsequio se expresa
mediante el lenguaje de la obligacin: obligado, obliga, hace quedar
obligado, crea, como se dice, obligaciones; instituye una dominacin
legtima: Y ello, entre otras razones, porque instituye el tiempo, al
constituir el intervalo que separa el obsequio del contraobsequio (o el
delito de la venganza) en expectativa colectiva del contraobsequio o el
reconocimiento, o, con mayor claridad, en dominacin reconocida,
legtima, en sumisin aceptada o amada. Eso es lo que expresa La
Rochefoucauld, cuya posicin en el linde entre la economa del toma y
daca y la del obsequio le proporcion (como a Pascal) una lucidez
extrema, que ignora la etnologa estructuralista, sobre las sutilezas del
intercambio simblico: La premura excesiva en saldar una obligacin
constituye una suerte de ingratitud.
La premura, habitualmente indicativo de sumisin, es aqu seal de
impaciencia de la dependencia y, por lo tanto, casi ingratitud, a causa de
la urgencia y la prisa que expresa; prisa por cumplir, por quedar en paz,
por redimirse de la dependencia (sin verse forzado, como les ocurra a
algunos khammh -aparceros a la quinta parte-, a recurrir a una huida
vergonzosa), por librarse de una obligacin, de un reconocimiento de
deuda; prisa por reducir el intervalo de tiempo que distingue el
intercambio de obsequios generoso del grosero toma y daca y que hace
que uno est obligado, mientras se sienta obligado a devolver, y por
reducir as a la nada, al mismo tiempo, la obligacin que empieza a
correr desde el momento en que el acto inicial de generosidad se ha
llevado a caboqi que slo puede ir en aumento a medida que el
reconocimiento de deuda, siempre susceptible de ser saldada, se va
transformando en reconocimiento incorporado, en inscripcin en los
cuerpos -en forma de pasin, amor, sumisin, respeto- de una deuda
imposible de saldar y, como se dice a menudo, eterna.
Las relaciones de fuerza simblicas son relaciones de fuerza que se
instauran y se perpetan mediante el conocimiento y el reconocimiento,
lo que no quiere decir mediante actos de conciencia intencionales: para
que la dominacin simblica se instituya, es necesario que los
dominados compartan con los dominantes los esquemas de percepcin y
valoracin segn los cuales son percibid dos por ellos y segn los cuales
los perciben, es decir, es necesario que se perciban como son percibidos.
En otras palabras, es necesario que su conocimiento y su reconocimiento
se fundamenten en disposiciones prcticas de adhesin y sumisin que,
como no pasan por la deliberacin y la decisin, escapan a la alternativa
del consentimiento y la coercin.
Hemos alcanzado el punto central de la transmutacin que
fundamenta el poder simblico, en tanto que poder que se crea, se
acumula y se perpeta por mediacin de la comunicacin, del in-
tercambio simblico: porque, en cuanto tal, la comunicacin introduce l
orden del conocimiento y el reconocimiento (lo que implica que slo
puede llevarse a cabo entre agentes capaces de comunicar, de
comprenderse, que estn dotados, por lo tanto, de los mismos esquemas
cognitivos, y son propensos, por lo tanto, a comunicar, a reconocerse
mutuamente como interlocutores legtimos, iguales en honor, a aceptar
hablarse, a estar en speaking terms), y convierte las relaciones de fuerza
bruta, siempre inseguras y susceptibles de ser suspendidas, en
relaciones duraderas de poder simblico por medio de las cuales se est
obligado y a las que uno se siente obligado; transfigura el capital
econmico en capital simblico, la dominacin econmica en
dependencia personal (por ejemplo, con el paternalismo), incluso en
devocin, piedad (filial) o amor. La generosidad es posesiva, y, sin duda,
tanto ms cuanto ms es y parece, como en los intercambios afectivos
(entre padres e hijos, o incluso entre enamorados), ms sincera- mente
generosa. Es injusto que alguien se adhiera a m, aunque lo haga
placentera y voluntariamente. Engaara a aquellos en quienes hiciera
nacer ese deseo, porque no soy el fin de nadie y no tengo con qu
satisfacerlos. No estoy llamado a morir? Y as el objeto de su afecto
morir. As pues, del mismo modo que sera culpable de hacer creer una
falsedad, aunque persuadiera suavemente a hacerla creer, y aunque
fuera creda con gusto, y aunque ello me complaciera, soy culpable de
hacerme amar.
24
(Las crisis, siempre particularmente trgicas, de la
economa del obsequio coinciden con la ruptura del hechizo que rebaja
la lgica del intercambio simblico al orden del intercambio econmico:
Despus de todo lo que hemos hecho por ti...)
1
262
Una vez ms, el tiempo desempea un papel decisivo. El acto
inaugural que instituye la comunicacin (al dirigir la palabra, ofrecer un
obsequio, hacer una invitacin, retar a un desafo, etctera) siempre tiene
algo de intrusin o incluso de cuestionamiento (lo que implica que no se
efecta sin precauciones interrogativas, como observaba Bally: Puedo
permitirme pedirle la hora?). Adems, conlleva siempre, quirase o no,
la potencialidad del sometimiento, de la obligacin. Se me objetar que,
a la inversa de lo que cabra pensar del modelo mecnico de los
estructuralistas, contiene una incertidumbre y, por lo tanto, ofrece una
va de escape temporal: siempre puede optarse por no responder a la
interpelacin, la pregunta, la invitacin o el desafo, o por no responder
inmediatamente, por dilatar, por dejar en la incertidumbre. Lo que no
quita que la falta de respuesta tambin sea una respuesta y que uno no
se libre tan fcilmente del cuestionamiento inicial, que acta como una
especie dt fatum, de destino: sin duda, el sentido de la respuesta positiva,
rplica vivaz, contraobsequio, contestacin inmediata, es inequvoco, en
tanto que afirmacin de reconocimiento de la igualdad en honor que
puede considerarse el punto de partida de una larga serie de
intercambios; por el contraro, la falta de respuesta es esencialmente
ambigua y siempre puede ser interpretada, por quien ha tomado la
iniciativa del intercambio o por los terceros, como una negativa a
responder y una especie de desprecio, o como una forma de escurrir el
bulto por impotencia o cobarda, que cubre de oprobio a quien incurre
en ella. .................. .. ........ ....
El carcter extico y extra-ordinario de los objetos a los que se han
aplicado los anlisis del intercambio, como el potlatch, nos ha llevado a
olvidar, en efecto, que las relaciones de intercambio ms gratuitas y
menos gravosas en apariencia, como tratar con solicitud o amabilidad,
prestar atencin o dar consejos, por no hablar de los actos de
generosidad sin devolucin posible, como la carir dad, cuando se
establecen en condiciones de disimetra duradera (en particular porque
aquellos a quienes unen estn separados por: distancias econmicas o
sociales insuperables) y excluyen la posir bilidad de contrapartida, la
esperanza misma de una reciprocidad activa, condicin de posibilidad
de una verdadera autonoma, suer len crear por su propia naturaleza
relaciones de dependencia duraderas, variantes eufemizadas de la
esclavitud por deudas de las sociedades arcaicas; tienden, en efecto, a
inscribirse en los cuerpos en forma de fe, confianza, afecto, pasin, y
cualquier tentativa de transformarlas mediante la conciencia o la
voluntad choca con las impvidas resistencias de los afectos y las tenaces
llamadas al orden de la culpabilidad.
Aunque en apariencia todo ios oponga, el etnlogo estructu- ralista,
que convierte el intercambio en el principio creador del vnculo social, y
el economista neomarginalista, que se interroga con desesperacin sobre
los principios propiamente econmicos de la cooperacin entre agentes
reducidos al estado de tomos aislados, comparten su ignorancia de las
condiciones econmicas y sociales en las que se producen y reproducen
unos agentes histricos dotados (por su aprendizaje) de disposiciones
duraderas que hacen que sean aptos para introducirse en unos
intercambios, iguales o desiguales, generadores de relaciones duraderas
de dependencia, y que estn inclinados a hacerlo: tanto si se trata de la
philct que, por lo menos idealmente, rige las relaciones domsticas como
de la confianza otorgada a una persona o una institucin (una marca
famosa, por ejemplo), estas relaciones de confianza o crdito no se
fundamentan necesariamente en un clculo econmico racional ni por
medio de l (como suele suponerse cuando se trata de explicar la
confianza otorgada a las empresas ms antiguas por el prolongado
perodo de pruebas crticas que han temido que superar), y siempre
pueden deber algo a la dominacin duradera que establece la violencia
simblica.
Habra que analizar desde esta perspectiva todas las formas de
redistribucin, necesariamente ostentosas, mediante las cuales ciertos
individuos (casi siempre los ms ricos, por supuesto, como en el caso del
evergetismo griego, analizado por Paul Veyne,
25
o de la largueza real o
principesca), o las instituciones o empresas (con sus grandes
fundaciones), o incluso el propio Estado, tienden a instaurar relaciones
disimtricas duraderas de reconocimiento (en ;el doble sentido del
trmino) basadas en el crdito otorgado a la beneficencia. Habra que
analizar tambin el dilatado proceso mediante el cual el poder
simblico, cuya acumulacin se realiza pri
264 265
mero en beneficio de una sola persona, como en el potlatch deja poco
a poco de ser principio de poder personal (por medio de la apropiacin
personal de una clientela, mediante el reparto de obsequios, prebendas,
cargos y honores, como en la monarqua en la era del absolutismo) para
convertirse en principio de una autoridad impersonal, estatal, por medio
de la redistribucin burocrtica que, pese a obedecer en principio a la
regla de el Estado no hace regalos (a personas privadas), no excluye
nunca del todo, con la corrupcin, ciertas formas de apropiacin
personal y clien- telismo. As pues, mediante la redistribucin, el
impuesto entra en un ciclo de produccin simblica en el que el capital
econmico se transforma en capital simblico: como en el potlatch, la
redistribucin resulta necesaria para garantizar el reconocimiento de la
distribucin. Se tiende, evidentemente, como pretende la lectura oficial,
a corregir las desigualdades de la distribucin, y asimismo, y sobre todo,
se tiende tambin a producir el reconocimiento de la legitimidad del
Estado, una de las muchas cosas que olvidan en sus clculos miopes los
adversarios del Estado del bienestar.
Lo que se recuerda mediante el intercambio de obsequios, hi-
pocresa colectiva con la cual, y por medio de la cual, la sociedad rinde
homenaje a su sueo de virtud y desinters, es el hecho de que la virtud
es algo poltico, que no est, ni puede estar abandonada, sin ms recurso
que una vaga deontologa, en manos de los esfuerzos singulares y
aislados de las conciencias o las voluntades individuales, o los exmenes
de conciencia de una casustica de confesionario. La exaltacin del xito
individual, econmico, sobre todo, que ha ido de la mano de la
expansin del neolibera- lsmo ha hecho olvidar en estos tiempos en
que, como si se quisiera proporcionarse con mayor fundamento un
medio para censurar a las vctimas, se tiende ms que nunca a
plantear en trminos morales los problemas polticos- la necesidad de
invertir colectivamente en las instituciones que producen las condiciones
econmicas y sociales de la virtud. O, con otras palabras, en las
instituciones que hacen que las virtudes cvicas de desinters y ab-
negacin, como obsequio hecho al grupo, sean estimuladas y re-
compensadas por el grupo. Hay que sustituir la cuestin, puramente
especulativa y tpicamente escolstica, de saber si la generosidad y el
desinters son posibles, por la cuestin poltica de los medios que se
deben utilizar para crear universos en los que, como en las economas
del obsequio, los agentes y los grupos tengan inters en el desinters y la
generosidad; o, mejor an, puedan adquirir una disposicin duradera
respecto a esas formas universalmente respetadas de respeto de lo
universal.
266 267
SEGUNDO CASO PRCTICO: LA DOBLE VERDAD DEL
TRABAJO
Al igual que el obsequio, el trabajo slo puede comprenderse en su
doble verdad, en su verdad objetivamente doble, si se lleva a cabo la
segunda inversin que hace falta para romper con el error escolstico que
consiste en omitir incluir en la teora la verdad subjetiva con la que se
ha tenido que romper, en una primera inversin para-djica, para
elaborar el objeto del anlisis. La coercin objetivadora que ha sido
necesaria para constituir el trabajo asalariado en su verdad objetiva ha
hecho olvidar que esta verdad tuvo que conquistarse en contra de la
verdad subjetiva, que, como ndica el propio Marx, slo puede
convertirse en verdad objetiva s se dan unas situaciones de trabajo
excepcionales:
26
la inversin en el trabajo y, por lo tanto, el
desconocimiento de la verdad objetiva del trabajo como explotacin, que
conduce a encontrar en l un beneficio intrnseco, irreductible a la mera
ganancia en dinero, forma parte de las condiciones reales de la
realizacin del trabajo, as como de la explotacin.
La lgica de llevar las cosas hasta el lmite (terico) hace olvidar
que esas condiciones se dan en contadsimas ocasiones y la situacin en
que el trabajador slo espera obtener un salario de su trabajo se vive a
menudo, por lo menos en ciertos contextos histricos (por ejemplo, en
Argelia durante los aos sesenta), como algo profundamente anormal.
La experiencia del trabajo se sita entre dos lmites: el trabajo forzado,
que est determinado por una coercin externa, y el trabajo escolstico,
cuyo lmite es la actividad casi ldica del artista o el escritor; cuanto ms
nos alejamos de dicha coercin externa, menos directamente trabajamos
por dinero y ms aumenta el inters del trabajo, la gratificacin
inherente al hecho de realizar un trabajo, al igual que el inters ligado a
los beneficios simblicos asociados al renombre de la profesin o el sta-
tus profesional, as como a la calidad de las relaciones de trabajo, que
suelen ir parejas con el inters intrnseco de ste. (Como el trabajo
proporciona, en s mismo, un beneficio, la prdida del empleo implica
una mutilacin simblica, imputable tanto a la prdida del salario como
a la prdida de las razones de ser asociadas al trabajo y al mundo del
trabajo.) Los trabajadores pueden contribuir su propia explotacin por
medio del esfuerzo que llevan a cabo para apropiarse su trabajo, el cual
los vincula a l a travs de las libertades, a menudo nfimas y casi
siempre funcionales, que les son permitidas y por efecto de la
competencia fruto de las diferencias -respecto a los obreros
especializados, los inmigrantes, los jvenes, las mujeres- constitutivas
del espacio profesional que funciona como campo.
27
Eso es lo que
sucede, en particular, cuando disposiciones como las que Marx
denomina prejuicios de vocacin profesional (conciencia
profesional, respeto por las herramientas de trabajo, etctera), que se
adquieren en condiciones concretas (mediante la herencia profesional,
especialmente), encuentran las condiciones de su actualizacin en unas
caractersticas determinadas del propio trabajo, ya se trate de la
competencia en el seno del espacio profesional, representada, por
ejemplo, por las primas o los privilegios simblicos, o de la concesin de
un margen de maniobra determinado en la organizacin de las tareas
que permite que el trabajador se reserve unos espacios de libertad e
invierta en su trabajo todo ese sobrante no previsto en el contrato de
trabajo que la huelga de celo trata precisamente de negar y retirar.
Por lo tanto, es lcito suponer que la verdad subjetiva estar tanto
ms alejada de la verdad objetiva cuanto mayor sea el dominio del
trabajador sobre su trabajo (as, en el caso de los artesanos
subcontratados o los campesinos que trabajan pequeas parcelas y estn
sometidos a las industrias agroalimentarias, la explotacin puede
adoptar la forma de la autoexplotacin), y que lo mismo ocurre, y en
tanto mayor medida, cuanto ms funciona el lugar de
trabajo (oficina, servicio, empresa, etctera) como un espacio de
competencia donde se generan apuestas irreductibles a su dimensin
estrictamente econmica, apuestas aptas para producir inversiones
desproporcionadas en relacin con los beneficios econmicos recibidos
a cambio (por ejemplo, mediante las nuevas formas de explotacin de
los detentadores de capital cultural, en la investigacin industrial, la
publicidad, los medios de comunicacin modernos, etctera, as como
mediante las diversas formas de pago en beneficios simblicos, poco
costosos econmicamente, ya que una prima al rendimiento puede
actuar tanto por su efecto distintivo como por su valor econmico).
268 269
Por ltimo, el efecto de estos factores estructurales depende,
evidentemente, de las disposiciones de los trabajadores: la propensin
a invertir en el trabajo y desconocer su verdad objetiva es, sin duda,
tanto mayor cuanto ms completamente sintonizan las expectativas
colectivas inscritas en el puesto de trabajo con las disposiciones de sus
ocupantes (por ejemplo, en el caso de los funcionarios de control
subalternos, la buena voluntad, el rigorismo, etctera). De este modo,
lo ms subjetivo y lo ms personal en apariencia forman parte
integrante de la realidad cuyo anlisis ha de dar cuenta en cada caso
mediante modelos capaces de integrar las representaciones de unos
agentes que, unas veces realistas, a menudo ficticias, otras fantasiosas,
pero siempre parciales, son siempre parcialmente eficientes.
En las situaciones de trabajo ms coercitivas, como el trabajo en
cadena, la inversin en el trabajo tiende a variar en razn inversa de la
coercin xtrri sobre el trabajo. De lo que se deduce que, en muchas
situaciones de trabajo, el margen de libertad que se deja al trabajador (la
parte difusa en la definicin de las tareas que da alguna posibilidad de
juego) representa una apuesta primordial: introduce el riesgo de
haraganera o incluso de sabotaje, despilfarro, etctera, pero tambin
posibilita la inversin en el trabajo y la autoexplotacin. Ello depende,
en gran parte, de la forma en que se perciba, se valore y se comprenda
(y, por lo tanto, de los esquemas de percepcin y, en particular, de las
tradiciones profesionales y sindicales, y tambin del recuerdo que se
tenga de las condiciones en las que se adquiri o se conquist, y de la
situacin
anterior). Paradjicamente, porque se la percibe como una conquista
(por ejemplo la libertad de fumar un pitillo, de desplazarse, etctera), o
incluso un privilegio (otorgado a los ms antiguos, o a los ms
calificados), es por lo que puede contribuir a disimular la coaccin
global que le confiere todo su valor. Esa nadera a la que tanta
importancia se da hace olvidar todo lo dems (as, en los asilos, las
pequeas ventajas de los veteranos hacen que se olvide el asilo y
desempean en el proceso de asilacin, de adaptacin progresiva al
asilo, tal como lo describe Goffman, un papel parecido al de las
pequeas conquistas, individuales o colectivas, en el proceso de
fabrilizacin). Las estrategias de los dominantes pueden ampararse en
lo que cabra llamar el principio de las cadenas de Scrates, que consiste
en alternar el incremento de la coaccin y la tensin con la relajacin
parcial, lo que hace que el regreso al estado anterior parezca un
privilegio, y el mal menor un bien (y que coloca a los ms veteranos, y a
los dirigentes sindicales, guardianes del recuerdo de esas alternancias y
sus efectos, en una posicin ambigua, generadora de tomas de posicin
en apariencia, a veces, conservadoras).
28
As pues, la libertad de juego que se garantizan los agentes (y que
las teoras llamadas de la resistencia aplauden con entusiasmo, en un
afn rehabilitado r, como muestras de inventiva) puede significar la
condicin de su contribucin a su propia explotacin. Amparndose en
este principio, la moderna gestin de empresas, aun velando por la
conservacin del control de los instrumentos de beneficio, deja en manos
de los trabajadores la libertad de organizarse el trabajo, con lo que
contribuye a aumentar su bienestar, pero tambin a desplazar su inters
del beneficio externo del trabajo (el salario) hacia el beneficio interno.
Las nuevas tcnicas de gestin de empresas, y, en particular, todo lo que
se incluye en la denominacin de management participativo, pueden
comprenderse como un intento por sacar provecho de forma metdica y
sistemtica de todas las posibilidades que la ambigedad del trabajo
ofrece objetivamente a las estrategias patronales. En oposicin, por
ejemplo, al carisma burocrtico que permite al jefe de negociado obtener
que sus subordinados se autoexploten forzando su productividad, las
nuevas estrategias de manipulacin -enri
270 271
quecimiento de las tareas, estimulo de la innovacin y la comuni-
cacin de la innovacin, crculos de calidad, evaluacin permanente,
autocontrol-, qu se proponen favorecer la inversin en el trabajo, estn
enunciadas explcitamente y elaboradas conscientemente de acuerdo con
estudios cientficos, generales o aplicados a la empresa particular.
Pero la ilusin, que a veces cabra albergar, de que, por lo menos
en algunos sitios, debe haberse conseguido realizar la utopa del
dominio total del trabajador sobre su propio trabajo no ha de hacer
olvidar las condiciones ocultas de la violencia simblica ejercida por la
gestin de empresas moderna. Aunque excluya el recurso a las
coerciones ms brutales y ms visibles de los modos de gestin
anteriores, esta violencia suave sigue basndose en una relacin de
fuerza que aflora en la amenaza del desempleo y el temor, ms o menos
sabiamente alimentado, relacionado con la precariedad de la posicin
ocupada. De ah que surja una contradiccin, cuyos efectos eran
sobradamente conocidos por el personal dirigente desde hace tiempo,
entre los imperativos de la violencia simblica, que imponen una labor
de ocultacin y transfiguracin de la verdad objetiva de la relacin de
dominacin, y las condiciones estructurales que posibilitan su ejercicio.
Una contradiccin que resulta an ms evidente porque el recurso a las
supresiones de empleos como tcnica de ajuste comercial y financiero
tiende a poner de manifiesto la violencia estructural.
media, entre ellos. Este conocimiento de tercer orden no es, ni mucho
menos, un conocimiento absoluto impartido a unos pocos seres
escogidos. Es una conquista progresiva, y colectiva, cuyo sujeto, si
no hay ms remedio que emplear este lenguaje, no es un ego singular -
por muy irremplazable que pueda ser el papel de los grandes
fundadores-, sino la lgica de un campo cientfico que ha alcanzado
cierto grado de acumulacin y realizacin y se enriquece en cada
momento con todos sus logros anteriores, mediante la relacin de
complicidad conflictual entre las imposiciones, cada vez ms rigurosas,
que impone por el efecto mismo de su funcionamiento y las
disposiciones de los agentes a los que moldea y provee conforme a sus
exigencias de cada momento. Las ciencias sociales, aunque su ansiedad
por quedar relativizadas les impida casi siempre sacar el mximo
provecho de l, tienen el privilegio de poder utilizar lo que han
adquirido en el conocimiento del objeto (en particular, de la teora de
la relacin entre el habitus y el campo) para conocer mejor al sujeto
conocedor y, por lo tanto, para dominar mejor los lmites (en especial,
escolsticos) de sus operaciones de conocimiento del objeto. Por ello,
estas ciencias, que las filosofas del sujeto consideran la peor
amenaza para un status del sujeto supuestamente universal e
inmediatamente concedido a todos, son, sin duda, las ms capaces de
producir y ofrecer los instrumentos de conocimiento del mundo y de s
mismo que permitan llevar a cabo una aproximacin real a lo que ge-
neralmente se engloba con el trmino de sujeto.
EL CONOCIMIENTO DE LOS MODOS DE CONOCIMIENTO
La labor realizada en un campo cientfico permite liberarse tanto
del conocimiento de primer grado, conocimiento inmediato (que no
se conoce) del sentido del mundo, como del conocimiento de segundo
grado -subjetivista, en especial con la fenomenologa de la experiencia
primera, u objetivista, con el anlisis de las estructuras y las
regularidades estadsticas-, para alcanzar un conocimiento de tercer
grado, capaz de integrar las dos primeras formas de conocimiento
basndose en el conocimiento de la lgica propia de esos dos modos
de conocimiento y la diferencia que
I
6. El ser social, el tiempo y el sentido
de la existencia
275
I
La situacin escolstica implica, por definicin, una relacin
particularmente libre con lo que se suele llamar el tiempo, ya que, en
tanto que suspensin de la urgencia, la prisa y la presin de las cosas
por hacer, de los negocios, inclina a considerar el tiempo como algo
con lo que se mantiene una relacin de exterioridad, de sujeto frente a
objeto. Visin reforzada por los hbitos del lenguaje corriente, que
convierten el tiempo en algo que se tiene, se gana o se pierde, de lo
que se carece, con lo que no se sabe qu hacer, etctera. Como el
cuerpo-cosa de la visin idealista a la manera cartesiana, el tiempo-
cosa, tiempo de los relojes o tiempo de la ciencia, es fruto de un punto
de vista escolstico que ha encontrado su expresin en una metafsica
del tiempo y la historia que considera el tiempo como una realidad
preestablecida, en s, anterior y exterior a la prctica, o como el marco
(vaco), a priori, de cualquier proceso histrico. Se puede romper con
este punto de vista restableciendo el punto de vista del agente que
acta, de la prctica como temporalizacin, y poner de manifiesto
de este modo que la prctica no est en el tiempo, sino que hace el
tiempo (el tiempo propiamente humano, por oposicin al tiempo
biolgico o astronmico).
No se puede constituir una realidad an inactual como centro de
inters actual, presentificara, como dice Husserl, sin despre-
senrificar lo que se acaba de actualizar, devolvindolo a lo inactual, al
estado de segundo trmino inadvertido, de teln de fondo, dentro de
los mrgenes tratados y que podrn tratarse de nue-
276 277
vo.
1
En consecuencia, interesarse, constituir cualquiera realidad en centro
de inters, significa poner en movimiento el proceso de presentificacin-
despresentificacin, actualizacin-inactua- lizacin, inters-desinters,
es decir, temporalizarse, hacer el tiempo, en una relacin con el presente
directamente percibido que nada tiene que ver con un proyecto. Por
oposicin a la indiferencia que aprehende el mundo como carente de
inters, de importancia, la illusio (o el inters por el juego) es lo que da
sentido (en el doble sentido) a la existencia al llevar a invertir en un juego y
en su porvenir, en las lusiones,
2
las posibilidades, que propone a quienes
estn inmersos en el juego y esperan alguna cosa de l (lo que confiere un
fundamento a la creencia de que basta con constituir la illusio como ilusin,
con suspender el inters, y la huida hacia adelante, en la diversin, que
determina, para suspender el tiempo).
Y, para estar en condiciones de restituir en su verdad la experiencia
corriente de la pre-ocupacin y la inmersin en un porvenir donde el
tiempo pasa inadvertido, tambin hay que poner en tela de juicio la visin
inteectualista de la experiencia temporal que lleva a no reconocer ms
relacin con el futuro que el proyecto consciente, que se propone fines o
posibles planteados como tales. Esta representacin tpicamente escolstica
se basa, como siempre, en la sustitucin de la visin prctica por una visin
reflexiva. Husserl, en efecto, estableci claramente que el proyecto, como
propsito consciente de futuro en su verdad de futuro contingente, no ha
de confundirse con la protensin, propsito prerre- flexivo de un porvenir
que se presenta como un cuasipresente dentro de lo visible, como las caras
ocultas de un cubo, es decir, con el mismo status de creencia (la misma
modalidad dxica) de lo que se percibe directamente; y slo cuando es
recuperada en la reflexin escolstica puede parecer la pro tensin,
retrospectivamente, un proyecto, lo que no es de verdad en la prctica
(todas las paradojas a propsito de los futuros contingentes son fruto del
hecho de que se plantean a la prctica unos problemas de verdad -lo que
maana ser verdadero o falso ha de ser ya verdadero o falso hoy que se
plantean al observador, pero que, salvo en las situaciones de crisis en las
que el proceso de actualizacin- inactualizacin se suspende, permanecen
ignorados por el agente cuyo sentido del juego se ajusta inmediatamente al
porvenir del juego).
3
El porvenir inminente est presente, inmediatamente visible, como
una propiedad presente de las cosas, hasta el punto de excluir la
posibilidad de que no advenga, posibilidad que existe, en teora, mientras
no haya advenido. Ello se pone particularmente de manifiesto en la
emocin, el miedo, por ejemplo, que, como prueban las reacciones del
cuerpo, en particular las secreciones internas, parecidas a las que
provocara la situacin anticipada, vive el porvenir inminente, el perro
amenazador, el automvil que surge de improviso, como algo que ya est
aqu, irremediable (Estoy listo!, Estoy muerto!).
4
Pero, excepto en estas
situaciones lmite en las que, al estar realmente en peligro en el mundo, el
cuerpo es engullido por el porvenir del mundo, lo que nos proponemos con
la accin corriente no es un futuro contingente: el buen jugador es aquel
que, segn el ejemplo pascaliano, coloca mejor la pelota o, en vez de
situarse donde est la pelota, se sita donde va a caer. En ambos casos, el
porvenir respecto al cual se determina el buen jugador no es un posible que
puede suceder o no, sino algo que est ya en la configuracin del juego y las
posiciones y las posturas presentes de sus compaeros y sus adversarios.
LA PRESENCIA EN EL PORVENIR
As pues, la experiencia del tiempo se engendra en la relacin entre el
habitus y el mundo social, entre unas disposiciones a ser y hacer y las
regularidades de un cosmos natural o social (o de un campo). Se instaura,
ms precisamente, en la relacin entre las expectativas o las esperanzas
prcticas que son constitutivas de una illusio como inversin en un juego
social, y las tendencias inmanentes a ese juego, las probabilidades de
realizacin que ofrecen a esas expectativas o, con mayor precisin, la
estructura de las esperanzas matemticas, lusiones, que es caracterstica del
juego considerado. La anticipacin prctica de un porvenir inscrito en el
presente inmediato, protensin, pre-ocupacin, es ia forma ms comn de
la experiencia del tiempo, experiencia paradjica, como la de la evidencia
del mundo familiar, puesto que en ello el tiempo no se percibe y pasa, en
cierto modo, inadvertido (cuando uno ha estado absorto en alguna
ocupacin, dice a veces: Ha pasado el tiempo sin darme cuenta.)
El tiempo (o, por lo menos, lo que llamamos as) slo se percibe
realmente cuando quiebra la coincidencia casi automtica entre las
esperanzas y las posibilidades, la Musi y las lusiones, las expectativas y el
mundo que las cumple: se experimenta entonces directamente la ruptura de
la colusin tcita entre el curso del mundo, entendido como movimientos
278 279
astronmicos (como el ciclo de las estaciones) o biolgicos (como el
envejecimiento), o procesos sociales (como los ciclos de vida familiares o la
carrera burocrtica), sobre los cuales se tiene poco o ningn poder, y los
movimientos internos que se refieren a ellos (Musi). Del desfase entre lo
que se anticipa y la lgica del juego respecto al cual se ha formado esa
anticipacin, entre una disposicin subjetiva (lo que no significa interior,
mental) y una tendencia objetiva, nacen relaciones con el tiempo como la
espera o la impaciencia -situacin en la que, como dice Pascal, anticipamos
el futuro como algo que tarda demasiado en llegar, como para apresurar su
curso, el lamento o la nostalgia sentimiento experimentado cuando ya
no contamos con la presencia de lo deseado, o corre el peligro de
desaparecer, y cuando recordamos el pasado para retenerlo como algo
demasiado fugaz-,
5
el tedio o el descontento, en el sentido de Hegel (en
la lectura de ric Weil), insatisfaccin causada por el presente que implica
la negacin del presente y la propensin por esforzarse a superarlo.
(La inmersin en el porvenir como presencia en el futuro que no se
experimenta como tal se opone a determinadas formas de la experiencia del
tiempo libre -particularmente apreciadas por los ejecutivos estresados,
como la que consiste en vivir la schol temporal de las vacaciones como una
existencia liberada del tiempo, en cuanto liberada de la Musi, de la pre-
ocupacin, mediante la suspensin de la insercin en el campo -se suele
hablar de cambiar el ambiente o de desconectar- y, llegado el caso,
mediante la insercin en un universo sin competencia, como la familia o de-
terminados clubs de vacaciones, universos sociales ficticios, que se suelen
vivir como liberados y liberadores porque en ellos se juntan desconocidos
sin apuestas comunes, despojados de sus inversiones sociales, y no slo de
sus vestidos y sus atributos jerrquicos, como pretende la visin
periodstica. De hecho, salvo empeo especial, el tiempo libre
difcilmente consigue sustraerse a la lgica de la inversin en las cosas que
hay que hacer, la cual, aunque no llegue al anhelo explcito de conseguir
que las vacaciones sean un xito, segn los preceptos de las revistas
femeninas, prolonga la competencia por la acumulacin de capital sim-
blico en diversas formas: bronceado, recuerdos que contar o ensear,
fotografas pelculas, monumentos, museos, paisajes, lugares por visitar o
por descubrir o, como se dice a veces, hacer en el sentido de recorrer
Hemos hecho Grecia siguiendo las sugestiones imperativas de las guas
tursticas.)
Lo que pretende la pre-ocupacin del sentido prctico, presencia
anticipada a lo pretendido, es un porvenir ya presente en el presente
inmediato y no constituido como futuro. El proyecto, por el contrario, o la
premeditacin, plantea el fin como tal, es decir, como un fin escogido entre
todos los dems y tributario de la misma modalidad, la del futuro
contingente, que puede ocurrir o no ocurrir. Si se acepta la demostracin
hegeliana segn la cual el propsito, el proyecto (Vorsatz), supone la
representacin (Vorste- llung), y la intencin (Absichtj, que, a su vez, supone
la abstraccin, la separacin del sujeto y el objeto, se ve perfectamente que
estamos en el orden de lo consciente y lo pensado, de la accin que se
piensa en su verdad objetiva de actualizacin de un posible.
6
El presente es el conjunto de aquello en lo que se est presente, es
decir, interesado (por oposicin a indiferente, o ausente). As pues, no se
reduce a un instante puntual (que slo surge, creo, en los momentos crticos
en que el porvenir est suspendido, cuestionado, objetiva o
subjetivamente): engloba las anticipaciones y las retrospecciones prcticas
que estn inscritas como potencialidades o huellas objetivas en aquello que
se hace inmediatamente presente al espritu, sin construccin ni
elaboracin. El habitus es esa
280 281
presencia del pasado en el presente que posibilita la presencia en el
presente del porvenir. De lo que resulta, en primer lugar, que, al contener
en s mismo su lgica y su dinmica (vis) propias, no est sometido
mecnicamente una causalidad externa, por lo que permite cierta libertad
respecto a la determinacin directa e inmediata por las circunstancias
presentes, en contra del instanta- nesmo mecanicista. La autonoma
respecto al acontecimiento inmediato, desencadenante ms que
determinante, que confiere el hab tus (y que salta por los aires cuando un
estmulo, fortuito o insignificante, como la media parda de To the Lighthouse
10 suscita una reaccin desproporcionada)
7
es correlativa de la dependencia
respecto al pasado que introduce, la cual orienta hacia un cierto porvenir
concreto: el habitus engloba en un mismo propsito un pasado y un
porvenir que tienen en comn que no se plantean como tales. El porvenir
ya presente slo puede leerse en el presente a partir de un pasado que
nunca es propuesto como tal (puesto que el habitus como experiencia del
pasado es presencia del pasado o en el pasado- y no memoria del
pasado).
La capacidad de anticipar y ver por adelantado que se adquiere con la
prctica y la habituacin a un campo, y por medio de ellas, no tiene nada
que ver con un conocimiento susceptible de ser movilizado
deliberadamente a costa de un esfuerzo de la memoria: slo se manifiesta
cuando se da la situacin, y va unida como por una relacin de solicitacin
mutua a la ocasin que la suscita y la hace existir como posibilidad que hay
que coger al vuelo (cuando otros la dejaran pasar inadvertida). El inters
toma la forma de un encuentro con la objetividad de las cosas llenas de
inters. Estamos repletos de cosas que nos empujan hacia fuera, dice
Pascal. El instinto nos dice que debemos buscar la felicidad fuera de
nosotros. Nuestras pasiones nos empujan hacia fuera aun cuando no haya
objetos que se ofrezcan para excitarlas. Los objetos externos nos tientan por
s mismos y nos llaman, aunque no pensemos en ellos. Por eso, por ms que
los filsofos no se cansan de decir: Recogeos en vuestro interior,
encontraris en l vuestro bien, nadie los cree, y quienes lo creen son los
ms vacos y los ms necios.
8
Las cosas que hay que hacer, los asuntos
(pragmata) que son el correlato del conocimiento prctico, se definen en la
relacin entre la estructura de las esperanzas o las expectativas
constitutivas de un habitus y la estructura de las probabilidades, que es
constitutiva de un espacio social. Lo que significa que las probabilidades
objetivas slo se vuelven determinantes para un agente dotado del sentido
10 Versin casrellana: Al faro, trad. de Jos Luis Lpez Muoz, Alianza, Madrid,
1993. (N.delT.)
del juego como capacidad de anticipar el porvenir del juego. (Esta
anticipacin se basa en una pre-cate- gorizacin prctica fundada en el
funcionamiento de los esquemas del habitus que, fruto de la experiencia de
las regularidades de la existencia, estructuran las contingencias de la vida
en funcin de la experiencia anterior y permiten anticipar de modo prctico
los porvenires probables previamente clasificados como fastos o nefastos,
portadores de satisfacciones o frustraciones. Este sentido prctico del
porvenir nada tiene que ver con un clculo racional de las posibilidades
como evidencian los desfases entre la apreciacin explcita de las
probabilidades, y la anticipacin prctica, mucho ms precisa y rpida, o las
famosas observaciones de Amos Tversky y Daniel Kahneman, o la
experiencia, tan comn, de la sensacin de sorpresa que sentimos cuando
un ascensor, en vez de bajar hasta la planta baja, se detiene en el primer
piso porque alguien lo ha llamado, lo que pone de manifiesto que tenemos
una medida incorporada de la duracin habitual del trayecto, una medida
imposible de expresar con exactitud en segundos, aunque sea muy precisa,
puesto que el desfase entre el primer piso y la planta baja es de unos
segundos tan slo.) El sentido del juego es este sentido del porvenir del
juego, de lo que hay que hacer (Era lo nico que caba hacer, o Ha hecho
lo que deba) a fin de que advenga el porvenir que se anuncia en l para
un habitus predispuesto a anticiparlo, este sentido de la historia del juego,
que slo se adquiere mediante la experiencia del juego, por lo cual la inmi-
nencia y la preeminencia del porvenir tienen como condicin una
disposicin que es fruto del pasado. Las estrategias orientadas por el
sentido del juego son anticipaciones prcticas de las tendencias inmanentes
del campo, nunca expresadas en forma de previsiones explcitas, y menos
an de normas o reglas de comportamiento;
282 283
sobre todo en los campos donde las estrategias ms eficaces son las que
parecen ms desinteresadas. El juego, que suscita y supone a la vez la
inversin en el juego, el inters por el juego, produce el porvenir para quien
espera algo del juego. Inversamente, la inversin, o el inters, que supone la
posesin de un habitus, o de un capital, susceptible de garantizar unos
beneficios mnimos, es lo que le hace entrar en el juego y el tiempo que le es
propio, es decir, el porvenir y las urgencias que propone. Sigue los avatares
del capital como fuente potencial de beneficios, y se anula cuando las
posibilidades de apropiacin bajan por debajo de un umbral determinado.
(Como el porvenir, el pasado es fruto de la inversin en el presente, es
decir, en el juego y las apuestas constitutivas de un campo. Lo que de
verdad debera sorprendernos, no es que un objeto cultural del pasado -
monumento, mueble, texto, cuadro, etctera- se conserve en su
materialidad, como los fsiles, las ruinas o los archivos olvidados en los
desvanes, sino que haya sido rescatado de la muerte simblica, del estado
de letra muerta, y sea mantenido con vida, es decir en ese status ambiguo
que define al objeto histrico, a la vez fuera de uso, desgajado de su uso
inicial, de su campo original -como las herramientas, las mquinas o los
objetos de culto convertidos en piezas de museo, y, sin embargo,
continuamente utilizado y reactivado en tanto que objeto de contemplacin
y especulacin (en los dos sentidos), de disertacin o meditacin. Hay que
reconocerle a Heidegger el mrito de haber planteado este problema en el
anlisis de lo que hace que las antigedades que se conservan en los
museos sean pistas. Aunque si aborda la cuestin de saber si esos objetos
son histricos en tanto que objetos de un inters historiogrfico de la
arqueologa y la etnologa, es para descartarla inmediatamente con uno de
esos vuelcos tan suyos, que le permite situarse, como siempre, ms all de
la antropologa ingenua: no es el inters presente de los historiadores por
la historia lo que hace el objeto histrico, sino que es la historicidad del
Dasein, objeto propio del anlisis existencial, lo que hace la historicidad y el
inters histrico. De hecho, como recuerda la creencia de los bereberes de la
Kabilia en que las posibilidades que tiene un hombre de sobrevivir a su
desaparicin fsica dependen del nmero y la calidad de los descendientes
que haya producido y de que recuerden su nombre, para de este modo
resucitarlo al decirlo, es en el presente donde reside el principio de la
supervivencia selectiva del pasado: los objetos tcnicos o culturales slo
pueden alcanzar el status de obras antiguas, merecedoras de ser
conservadas y duraderamente admiradas, en la medida en que se
convierten en la apuesta de la competencia por el monopolio de la
apropiacin, material o simblica, interpretacin, lectura, ejecucin,
considerada como legtima en un momento determinado del tiempo. As
pues, los escritos heredados -trtese de textos esotricos cuya supervivencia
se debe exclusivamente a los conflictos de especialistas o de grandes obras
profticas, religiosas o polticas, capaces de movilizar a los grupos al
modificar los esquemas perceptivos y, con ello, las prcticas, en nombre de
la fe que se les otorga- nunca constituyen las causas reales ni los pretextos
puros de los conflictos que suscitan, aunque siempre se acte como si el
valor de la apuesta no estuviera fundamentado en el juego, sino en las
propiedades intrnsecas de la apuesta.)
As pues, los agentes sociales se temporalizan con la prctica por
medio de la prctica, gracias a la anticipacin prctica que implica. Pero
slo pueden hacer el tiempo en la medida en que estn dotados de
habitus ajustados al campo, es decir, del sentido del juego (o la inversin)
como capacidad de anticipar de forma prctica unos porvenires que se dan
en la estructura misma del juego, 0, dicho de otro modo, en la medida en
que hayan sido constituidos de este modo, en que estn dispuestos a
aprehender en la estructura presente unas potencialidades objetivas que se
les imponen como cosas que hay que hacer. El tiempo, como pretenda
Kant, es, efectivamente, fruto de un acto de elaboracin, que, sin embargo,
no atae a la conciencia pensante, sino a las disposiciones y la prctica.
EL ORDEN DE LAS SUCESIONES
La inversin va asociada a la incertidumbre, pero a una incertidumbre
limitada y, en cierto modo, regulada (lo que explica la
284 285
pertinencia de la analoga con el juego). En efecto, para que se instaure
esta relacin particular entre las expectativas subjetivas y las posibilidades
objetivas que define la inversin, el inters, la Musi, es necesario que las
posibilidades objetivas se siten entre la necesidad absoluta y la
imposibilidad absoluta, que el agente disponga de posibilidades de ganar
que no sean cero (siempre se pierde) ni absolutas (siempre se gana), o,
dicho de otro modo, que nada sea seguro y que, no obstante, todo sea
posible. Es necesario que haya en el juego una parte de indeterminacin, de
contingencia, de juego, pero tambin cierta necesidad en la contingencia
y, por lo tanto, la posibilidad de un conocimiento, de una forma de
anticipacin razonable, la que garantiza la costumbre o, en su defecto, la
regla de las decisiones, que Pascal trat de elaborar, y que permite, como
dice, trabajar para lo incierto. (Y, de hecho, el orden social se sita entre
dos lmites: por un lado, el determi- nismo radical, logicista o fisicalista, que
no deja espacio para lo incierto; por otro lado, la indeterminacin total,
credo, fustigado por Hegel
9
con el nombre de atesmo del mundo moral,
de aquellos que, en nombre de la distincin cartesiana entre lo fsico y lo
mental, niegan al mundo social la necesidad que conceden al mundo
natural, como Donald Davidson, por no citar ms que un ejemplo entre mil,
que afirma que slo puede haber leyes estrictas y predicciones precisas
basadas en un determinismo serio, en el mbito fsico.)
10
Slo en la relacin con las tendencias inmanentes de un universo
social, y con las probabilidades inscritas en sus regularidades y sus reglas, o
en los mecanismos que garantizan la estabilidad de las distribuciones y los
principios de redistribucin y, por lo tanto, de las posibilidades de ganar en
los diferentes mercados, pueden constituirse las disposiciones (las
preferencias, las aficiones) a la vez no indiferentes al juego y capaces de
establecer diferencias en l, y slo en esa relacin pueden engendrar tales
disposiciones esperanzas o desesperanzas, expectativas o impaciencias, as
como las dems experiencias mediante las cuales experimentamos el
tiempo. Ms precisamente, el habitus puede garantizar una adaptacin
mnima al curso probable de este mundo, por medio de las anticipaciones
razonables, ajustadas a grandes rasgos (al margen de cualquier clculo) a
las posibilidades objetivas, y adecuadas para contribuir al reforzamiento
circular de esas regularidades (y dotar de este modo de los visos de un
fundamento a los modelos, econmicos, en particular, basados en la
hiptesis de la accin racional)
11
porque es fruto de una confrontacin
duradera con n mundo social que presenta unas regularidades
indiscutibles.
El mundo social no es un juego de azar, una serie discontinua de
jugadas perfectamente independientes, como las de la ruleta (cuyo atractivo
se explica, como sugiere Dostoievski en El jugador* por el hecho de que
permite pasar en un instante de lo ms bajo a lo ms alto de la escala social).
Quienes hablan de igualdad de posibilidades olvidan que los juegos
sociales, como el econmico, pero tambin los culturales (campo religioso,
campo jurdico, campo filosfico, etctera), no son fair games\ sin estar
propiamente amaada, la competencia recuerda una carrera con handicaps
que se corriera desde hace generaciones, o a unos juegos en los que cada
jugador dispusiera de las ganancias positivas o negativas de todos sus
antecesores, es decir de los tanteos acumulados por sus antepasados. As
que ms valdra compararlos con juegos en que los jugadores acumulan
progresivamente beneficios positivos o negativos, es decir, un capital ms o
menos importante que, con las tendencias (a la prudencia, la audacia,
etctera) inherentes a su habitus y relacionadas, en parte, con el volumen de
su capital, orienta sus estrategias del juego.
El juego social tiene una historia y, por ello, es sede de una dinmica
interna, independiente de las conciencias y las voluntades de los jugadores,
de una especie de conatus vinculado a la existencia de mecanismos que
tienden a reproducir la estructura de las probabilidades objetivas, o, ms
precisamente, la estructura de la distribucin del capital y las posibilidades
de beneficio correlativas. Hablar de tendencia o conatus significa que, como
Popper, se consideran los valores que toman las fundones de probabilidad
como medidas de la intensidad de la propensin a producirse de los
acontecimientos correspondientes (lo que Leibniz llamaba su
* Versin castellana, trad. de Juan Lopez-Morillas, Madrid, Alianza, 1993- ( N. MT )
286 287
pretentio ad xistendum). Por ello, para designar la lgica temporal de este
cosmos social, cabra hablar de orden de las sucesiones: en efecto,
gradas al doble sentido del trmino sucesin, la definicin leibniziana
del tiempo evoca tambin la lgica de la reproduccin social, las
regularidades y las reglas de la transmisin de los poderes y los
privilegios que es la condicin de la permanencia del orden social como
distribucin regular de las Imiones, las probabilidades o las esperanzas
objetivas.
Qu es lo que determina esta redundancia del mundo social y que,
al limitar el espacio de los posibles, hace que sea habitable, susceptible de
ser previsto prcticamente mediante la induccin prctica del habtus? Se
trata, por una parte, de las tendencias inmanentes a los agentes en forma
de habitus (en su mayor parte) coherentes y (relativamente) constantes
(en el tiempo) y (ms o menos precisamente) orquestados que tienden
(estadsticamente) a reconstituir las estructuras de las que son fruto; y,
por otra parte, de las tendencias inmanentes a los universos sociales, en
particular a los campos, que son fruto de mecanismos independientes de las
conciencias y voluntades, o de reglas o cdigos explcitamente establecidos
con el fin de garantizar la conservacin del orden establecido (pues las
sociedades precapitalistas dependen, sobre todo, de los habitus para su
reproduccin, mientras que las sociedades capitalistas dependen
principalmente de mecanismos objetivos, como los que tienden a asegurar
la reproduccin del capital econmico y cultural, a ios que hay que
sumar todas las formas de coerciones organizacionales -pinsese en el
funcionario de correos que evoca Alfred Schtz-
12
y codificaciones de las
prcticas -costumbres, convenciones, derecho, algunas de las cuales
han sido expresamente establecidas, como observa Max Weber, con el fin
de garantizar la previsibilidad y la calculablidad).
LA RELACIN ENTRE LAS ESPERANZAS Y LAS POSIBILIDADES
He razonado hasta el momento como si las dos dimensiones
constitutivas de la experiencia temporal, las esperanzas subjetivas y las
posibilidades objetivas (es decir, ms precisamente, el poder ac
tual o potencial aplicable a las tendencias inmanentes del mundo social que
rige las posibilidades me gustara decir las potencias- vinculadas a un
agente -o a su posicin-, fueran idnticas para todos; como si, en otras
palabras, todos los agentes tuvieran a la vez unas mismas posibilidades de
beneficio material y simblico (y, por lo tanto, en cierto modo, dependieran
del mismo mundo econmico y social) y unas mismas disposiciones que
invertir. Pero los agentes tienen unos poderes (definidos por el volumen y
la estructura de su capital) muy desiguales. En cuanto a sus expectativas y
aspiraciones, tambin se hallan muy desigualmente repartidas (pese a los
casos en que se va por delante de las capacidades de satisfaccin), en virtud
de la ley que establece que, por mediacin de las disposiciones del habitus
(a su vez ajustadas, las ms de las veces, a las posiciones), las esperanzas
tienden universalmente a acomodarse a las posibilidades obj etivas.
Esta ley tendenciai de los comportamientos humanos, merced a la cual
la esperanza subjetiva de beneficio tiende a guardar proporcin con la
probabilidad objetiva de beneficio, rige la propensin a invertir (dinero,
trabajo, tiempo, afectividad, etctera) en los diferentes campos. De este
modo la propensin de las familias y los nios a invertir en educacin (que
constituye, a su vez, uno de los factores importantes del xito escolar)
depende del grado en que dependen del sistema de enseanza para la
reproduccin de su patrimonio y su posicin social, y de las posibilidades
de xito a las que pueden aspirar esas inversiones partiendo del volumen
de capital cultural que poseen, pues ambos conjuntos de factores se
acumulan y determinan las considerables diferencias en las actitudes
respecto a la escuela y el xito escolar (las que separan, por ejemplo, al hijo
de un profesor del hijo de un obrero, o incluso al hijo de un maestro del hijo
de un tendero).
Siempre llama la atencin ver hasta qu punto se ajustan las
voluntades a las posibilidades, los deseos al poder de satisfacerlos, y
descubrir que, al contrario de lo que afirman los tpicos, la pleo- nexa, el
deseo de tener siempre ms, del que hablaba Platn, constituye la excepcin
(excepcin que puede, por lo dems, comprenderse, como veremos, en
funcin de la ley fundamental); y ello en unas sociedades en las que, con la
generalizacin de la es
288 289
colaridad, generadora de una prdida de posicin estructural vinculada a la
devaluacin de los ttulos escolares, y la generalizacin de la inseguridad
salarial, el desajuste entre esperanzas y posibilidades resulta ms frecuente.
Cada vez que las disposiciones que las producen son, a su vez, fruto de
condiciones idnticas o parecidas a aquellas en las que se ejercen, las
estrategias que los agentes emplean para defender su posicin actual y
potencial en el espacio social y, en sentido ms general, su Imagen de s
mismos -siempre mediatizada por los dems- estn objetivamente ajustadas
a esas condiciones, lo que no significa que sean los ms conformes a los
intereses de sus autores. Por ello, las disposiciones realistas, incluso
resignadas o fatalistas, que llevan los miembros de las clases dominadas a
conformarse con unas condiciones objetivas susceptibles de ser
consideradas intolerables o indignantes por agentes con otras disposiciones,
slo tienen la apariencia de la finalidad si se olvida que, mediante una
paradjica contra-finalidad de la adaptacin a lo real, contribuyen a
reproducir las condiciones de la opresin.
As pues, el poder (es decir, el capital, la energa social) gobierna las
potencialidades que objetivamente se ofrecen a cada jugador, sus
posibilidades y sus imposibilidades, sus grados de ser en potencia, de
potencia de ser, y, con ello, su deseo de potencia, que, fundamentalmente
realista, se ajusta, grosso modo, a sus potencias. La insercin precoz y
duradera en una condicin definida por un grado determinado de poder
tiende, mediante la experiencia de las posibilidades ofrecidas o rechazadas
por esa condicin, a instituir de modo duradero en los cuerpos unas
disposiciones a medirse (tendencalmente) con esas potencialidades. El
habitus es ese poder ser que tiende a producir prcticas objetivamente
ajustadas a las posibilidades, en especial, orientando la percepcin y la
evaluacin de las posibilidades inscritas en la situacin presente.
Para comprender el realismo de este ajuste, hay que tener en cuenta el
hecho de que a los efectos automticos de los condicionamientos impuestos
por las condiciones de existencia se suman las intervenciones propiamente
educativas de la familia, el grupo de iguales y los agentes escolares
(valoraciones, exhortaciones, conminaciones, consejos), que tienden de
modo deliberado a propiciar el ajuste de las aspiraciones a las
oportunidades, de las necesidades a las posibilidades, as como la
anticipacin y la aceptacin de los lmites visibles o invisibles, explcitos o
tcitos. Al disuadir de tener aspiraciones dirigidas a objetivos inaccesibles,
que de este modo quedan constituidos en pretensiones ilegtimas, esas
llamadas al orden tienden a multiplicar o anticipar las sanciones de la
necesidad, y a orientar las aspiraciones hacia objetivos ms realistas, es
decir, ms compatibles con las posibilidades inscritas en la posicin
ocupada. El principio de toda educacin moral se enuncia de este modo: en
lo que eres (y lo que tienes que ser) socialmente, haz lo que debes hacer, lo
que te incumbe o te pertenece propiamente -el t auto prttein platnico-,
autntico deber ser que puede inducir a la superacin de s mismo (Noble-
za obliga) o a recordar los lmites de lo razonable (Eso no es para ti).
Los ritos de institucin, donde la manipulacin social de las
aspiraciones se manifiesta con toda claridad, porque est menos disimulada
por las funciones de aprendizaje tcnico, no son ms que el lmite de todas
las acciones de sugestin, en el sentido represivo del trmino, que el grupo
familiar tiende a ejercer. En tanto que arrestos domiciliarios y solemnes
advertencias, otorgan una forma colectiva y publica a un acto reformativo
extraordinario de institucin (del muchacho en tanto que muchacho, por
ejemplo, con la circuncisin) que condensa en una intervencin discontinua
de grandsima intensidad social todas las intervenciones continuas,
infinitesimales y, a menudo, inadvertidas que el grupo ejerce
colectivamente sobre sus nuevos miembros; me estoy refiriendo, en
particular, a las conminaciones y los vetos por ejemplo, los que estn
implicados en todos los actos de nominacin, trminos de referencia o
trminos de habilidad- que, implcitos, insinuados o, sencillamente,
inscritos en el estado prctico en las interacciones, se dirigen al nio y
contribuyen a determinar su representacin de su propia capacidad
(genrica o individual) de actuar, de su valor, de su ser social.
290 291
DIGRESIN. ALGUNAS ABSTRACCIONES ESCOLASTICAS MS
Slo mediante una abstraccin capaz de impedir la comprensin real
de los mecanismos implicados se puede hablar, como Max Weber, de
posibilidades tpicas o medias (cosa que, por lo menos, tiene el mrito
de explicitar muchos de los postulados que la teora econmica utiliza
tcitamente, en particular, cuando plantea que las inversiones tienden a
ajustarse a los ndices de beneficio esperados o realmente alcanzados en el
perodo anterior). Plantear la hiptesis de que existe una relacin inteligible
de causalidad entre las posibilidades genricas medias existentes objeti-
vamente y las expectativas subjetivas
13
significa suponer, en primer
lugar, que se puede prescindir de las diferencias entre los agentes y los
principios que los determinan, y en segundo lugar, que los agentes actan
de modo racional o juicioso es decir, refirindose a lo que es
objetivamente vlido
14
o como si hubieran tenido conocimiento de todas
las circunstancias, y de todas las intenciones de los participantes,
15
como
hace el investigador, que es el nico en condiciones de establecer mediante
el clculo y, en general, slo a posteriori el sistema de las posibilidades
objetivas respecto a las cuales debera ajustarse una accin realizada con
pleno conocimiento de causa.
La definicin weberiana de la accin racional como respuesta
racional de un agente intercambiable e indeterminado respecto a unas
ocasiones potenciales por ejemplo, los ndices medios de beneficio que
ofrecen los diferentes mercados- constituye, en mi opinin, un ejemplo
tpico de irrealismo escolstico: cmo negar, en efecto, que los agentes no
estn prcticamente nunca en condiciones de reunir toda la informacin
sobre la situacin que requerira una decisin racional, y que, en cualquier
caso, cuentan con unas disposiciones en la materia muy desiguales? No
basta, para salir del paso, con apuntalar el paradigma que se resquebraja
hablando, como Herbert Simn, de bounded rationality, de racionalidad
constreida por la incertidumbre e imperfeccin de la informacin
disponible y los lmites de la capacidad de clculo de la mente humana
(siempre en general...), y redefiniendo a la baja, como bsqueda de
mnimos aceptables, la intencin de maximizar.
Tampoco cabe aceptar la teora de las anticipaciones racionales, pues,
aunque a primera vista parezca ms prxima a los hechos porque plantea la
correspondencia entre las anticipaciones y las probabilidades, sigue siendo
irreal y abstracta: al ignorar que las expectativas y las posibilidades estn
desigualmente repartidas y que este reparto corresponde a la distribucin
desigual del capital, en sus diferentes especies, no hace ms que
unlversalizar, sin saberlo, el caso particular del investigador, que est lo
suficientemente liberado de la necesidad para hallarse en condiciones de
afrontar de modo racional un mundo econmico caracterizado por un alto
grado de correspondencia entre las estructuras y las disposiciones
econmicas. De igual modo, aunque en apariencia est muy cerca de la
teora del habitus como fruto de los condicionamientos que predisponen a
reaccionar ante unos estmulos convencionales y condicionales, la teora
bayesiana
16
de la decisin, segn la cual cabe interpretar la probabilidad
como un grado racional de creencia individual, no atribuye ningn efecto
duradero a la condicionalizacin (entendida como asimilacin de la
nueva informacin por la estructura de la creencia);
17
supone que los grados
racionales de creencia -las probabilidades subjetivas- atribuidos a diferentes
acontecimientos cambian de modo continuo (lo que no es errneo) y por
completo (lo que nunca es del todo cierto) en funcin de los nuevos hechos.
Y aunque se reconozca que la accin depende de la informacin y que sta
no puede ser completa, que la accin racional queda limitada por los lmites
de la informacin disponible y que slo la accin racional bien informada
merece ser llamada accin prudente Prudential-, ello no quita que se
piense la accin racional, entendida como la que hace ms probables las
mejores consecuencias, como fruto de una decisin basada en una
deliberacin y, por lo tanto, en el examen de las posibles consecuencias de la
eleccin entre las diferentes posibilidades de accin y la evaluacin de los
mritos de las diferentes acciones desde el punto de vista de sus conse-
cuencias.
Como siempre, ante elaboraciones semejantes slo cabe interrogarse
sobre el status que conviene darles: Se trata de una teora normativa
(cmo hay que tomar una decisin?) o de una teora des
291 291
292 293
criptiva (cmo deciden los agentes?) Se trata de una regla en el
sentido de regularidad (sucede habitualmente que) o en el sentido de
norma (la regla es)? Y no basta, para solucionar el problema, con invocar el
inconsciente o una misteriosa intuicin: El problema no estriba en
dilucidar si la gente manipula de modo consciente todo un aparato de
teora formal de la decisin cuando decide algo. De igual modo que una
aprehensin intuitiva e inconsciente de las leyes de la mecnica sostiene la
habilidad del ciclista o el funmbulo, una comprensin inconsciente e
intuitiva de los principios de la teora de la decisin puede sostener las de-
cisiones humanas.
18
Es en este caso, principalmente, cuando cabra hablar,
me parece, de virtud dormitiva... Pero, ante todo, mientras que Max Weber,
ai hablar de modo explcito el lenguaje de las posibilidades medias, tena,
por lo menos, el mrito de tomar en cuenta de manera tcita la desigualdad
de las posibilidades, que situaba en el centro de su teora de la
estratificacin, la teora, tpicamente escolstica, de la decisin racional
ignora las desigualdades del capital econmico y cultural y las
desigualdades resultantes, tanto por lo que se refiere a las probabilidades
objetivas y las creencias como a la informacin disponible. De hecho, las
estrategias no son respuestas abstractas a una situacin abstracta, como un
estado del mercado del trabajo o un ndice de beneficio medio: se definen
respecto a unas solicitaciones, inscritas en el propio mundo en forma de
indicios positivos o negativos que no se dirigen a cualquiera, sino que slo
son elocuentes (por oposicin a todo lo que no les dice nada) para unos
agentes caracterizados por la posesin de un capital y un habitus determi-
nados.
UNA EXPERIENCIA SOCIAL: HOMBRES SIN PORVENIR
As se olvidan, por lo general, las condiciones econmicas y sociales
que posibilitan el orden corriente de las prcticas, en particular, las del
mundo econmico. Ahora bien, en el mundo social existe una categora, la
del subproletariado, que recuerda estas condiciones al hacer aflorar lo que
sucede cuando la vida se transforma en juego de azar (qmar), como deca
un parado argelino, y el deseo de potencia limitada que es el habitus se
anula, en cierto modo, ante la experiencia ms o menos duradera de la ms
absoluta impotencia: los psiclogos han observado que la prdida de las
posibilidades asociada a las situaciones de crisis implica el hundimiento de
las defensas psicolgicas, y en el caso que nos ocupa ello se traduce en una
especie de desorganizacin generalizada y duradera del comportamiento y
el pensamiento vinculada al desmoronamiento de cualquier objetivo
coherente relacionado con el porvenir. As pues, mejor que cualquier
variacin imaginaria, este analizador obliga a romper con las evidencias
del orden corriente al hacer aflorar los presupuestos tcitamente implicados
en la visin escolstica del mundo (que comparten tanto el anlisis
fenomenolgico como las teorizaciones de la rational action theory o el
bayesianismo).
Los comportamientos a menudo desordenados, incluso incoherentes, y
contradichos sin cesar por el discurso, de estos hombres sin porvenir,
abandonados a lo que les depare el da a da y abocados a la alternancia del
onirismo y la abdicacin, de la huida en lo imaginario y la sumisin
fatalista a los veredictos inapelables de la realidad, son la prueba de que, de
este lado de cierto umbral de posibilidades objetivas, la disposicin
estratgica, que supone la referencia prctica a un porvenir, a veces muy
alejado, como en el control de la natalidad, no puede constituirse. La
ambicin efectiva de dominar prcticamente el porvenir (y, et fortiori, el
proyecto de pensar y perseguir racionalmente lo que la teora de las antici-
paciones racionales llama la subjective expected utility) se ajusta, de hecho, de
manera proporcional al poder efectivo de dominar ese porvenir, es
decir/en primer lugar, el presente. De modo que, en vez de desmentir la ley
de la correspondencia entre las estructuras y los habitus, o entre las
posiciones y las disposiciones, las ambiciones soadas y las esperanzas
mlenaristas que expresan a veces los ms menesterosos ponen de
manifiesto, una vez ms, que, a diferencia de esa demanda imaginaria, la
demanda efectiva empieza, y tambin acaba, en el poder efectivo. Se
descubre, en efecto, al escuchar a los subproletarios, sean parados argelinos
de los aos sesenta o adolescentes sin porvenir de los grandes suburbios de
los
294 295
aos noventa, hasta qu punto la impotencia, al destruir las po-
tencialidades, destruye la inversin en apuestas sociales y estimula que
nazcan toda clase de ilusiones. El vnculo entre el presente y el futuro
parece roto, como ponen de manifiesto esos proyectos completamente
desconectados del presente e inmediatamente desmentidos por l: soar
con que llegue a la universidad una chiquilla que ya ha abandonado la
escuela, o crear un club de ocio en Extremo Oriente cuando no se tiene
dinero ni para el viaje...
19
Con el trabajo, los parados pierden tambin toda esa serie de
nimiedades por medio de las cuales se realiza y se manifiesta de modo
concreto una juncin socialmente conocida y reconocida, es decir, el
conjunto de los fines planteados de antemano, al margen de cualquier
proyecto consciente, en forma de exigencias y urgencias -citas
importantes, trabajos que hay que entregar, cheques que hay que enviar,
presupuestos que hay que preparar-, y todo el porvenir visible ya en el
presente inmediato, en forma de plazos, fechas y horarios que hay que
respetar: autobuses que hay que tomar, ritmos de rendimiento que hay que
conservar, trabajos que hay que terminar... Privados de este universo
objetivo de incitaciones e indicaciones que orientan y estimulan la accin y,
por ello, toda la vida social, los parados slo pueden experimentar el tiem-
po libre del que disponen como tiempo muerto, tiempo para nada, carente
de sentido. Esta impresin de que el tiempo se diluye se debe a que el
trabajo asalariado constituye el soporte, cuando no el principio, de la mayor
parte de los intereses, las expectativas, las exigencias, las esperanzas y las
inversiones en l presente, y tambin en el porvenir o el pasado que
implica; en pocas palabras, es uno de los principales fundamentos de la
ilusio como implicacin en el juego de la vida, en el presente, como
inversin primordial que -todas las sabiduras as lo han enseado siempre
al identificar el quedar fuera del tiempo con el abandono del mundo- hace
el tiempo, es el propio tiempo.
Excluidos del juego, esos hombres desposedos de la ilusin vital de
tener una funcin o una misin, de deber ser o deber hacer algo, pueden,
para escapar del no-tiempo de una vida en la que nada sucede y de la que
nada se puede esperar, y sentirse existir, recurrir a actividades que, como
las quinielas, el totocaltio, el jogo do bicho y todos los juegos de azar de todos
los barrios de chabolas y todas las favelas del mundo, permiten salir del
tiempo anulado de una vida sin justificacin y, sobre todo, sin inversin
posible, al recrear el vector temporal, y reintroducir momentneamente,
hasta el final de la partida o hasta el domingo por la noche, la espera, es
decir, el tiempo finalizado, que es de por s fuente de satisfaccin. Y para
tratar de librarse de la sensacin, que tan bien expresaban los
subproletarios argelinos, de ser el juguete de imposiciones externas (Soy
como basura arrastrada por el agua), y tratar de romper con la sumisin
fatalista a las fuerzas del mundo, tambin pueden, sobre todo los ms
jvenes, buscar en unos actos de violencia que tienen ms o igual valor
en s mismos que los beneficios que proporcionan, o en los juegos con la
muerte que permiten el coche y, sobre todo, la moto, un medio desesperado
de existir ante los dems y para los dems, de alcanzar una forma
reconocida de existencia social, o, lisa y llanamente, de hacer que suceda
algo que rompa la monotona.
De este modo, la experiencia lmite de quienes, como los sub-
proletarios, estn excluidos del mundo (econmico) corriente presenta las
virtudes de una especie de duda radical: obliga a plantear la cuestin de las
condiciones econmicas y sociales que posibilitan el acceso a la experiencia
del tiempo como algo tan habitual que pasa inadvertido. Es indudable, en
efecto, que la experiencia escolstica, que, por principio, implica una
relacin muy particular con el tiempo, basada en una libertad constituyente
respecto a la lgica corriente de la accin, no predispone en modo alguno a
la comprensin de experiencias diferentes del mundo y el tiempo, ni a la
comprensin de s misma en su particularidad, temporal, en especial.
La extrema desposesin del subproletario tanto si ya est en edad
de trabajar como si permanece todava en esa especie de lugar
indeterminado entre la vida escolar y el desempleo o el subempleo al que,
con frecuencia por largas temporadas, se ve reducido gran nmero de
adolescentes de las clases populares- hace aflorar la evidencia de la relacin
entre el tiempo y el poder al poner de manifiesto que la relacin prctica
con el porvenir, en la que se engendra la experiencia del tiempo, depende
del poder, y de las
296 297
posibilidades objetivas que abre. Puede comprobarse as, estadsti-
camente, que la inversin en el porvenir del juego supone unas
posibilidades mnimas en el juego y por lo tanto, de poder sobre el juego,
sobre el presente del juego. Y que la aptitud para regular las prcticas en
funcin del futuro depende estrechamente de las posibilidades efectivas de
dominar el porvenir que estn inscritas en las condiciones presentes. En
pocas palabras, la adaptacin a las exigencias tcitas del cosmos econmico
slo es accesible a quienes tienen un mnimo de capital econmico y
cultural, es decir, un mnimo de poder sobre los mecanismos que deben
dominar. Recordarlo resulta tanto ms necesario por cuanto al efecto de la
condicin escolstica, que, a la manera de la gravedad, afecta a todo lo que
pensamos aun permaneciendo invisible, se suma el efecto propio del
tiempo pblico. Definido en trminos matemticos o fsicos, este tiempo
astronmico est naturalizado, deshis- toricizado, desocializado, y se
convierte en algo externo que fluye por s mismo y debido a su
naturaleza, como deca Newton; contribuye de este modo a ocultar bajo las
apariencias del consenso que contribuye a producir los vnculos entre el
poder y los posibles.
LA PLURALIDAD DE LOS TIEMPOS
De hecho, para romper de verdad con la ilusin universalista del
anlisis de esencia (a la que he tenido que someterme en. parte en la
descripcin de la experiencia temporal que he opuesto a la visin
intelectualista de la decisin racional), habra que describir, refirindolas a
sus condiciones econmicas y sociales de posibilidad, las diferentes
maneras de temporalizarse. El tiempo vaco que hay que matar se opone al
tiempo lleno (o bien aprovechado) de quien est sumido en sus quehaceres,
y, como suele decirse, no se da cuenta de que el tiempo pasa, mientras que,
paradjicamente, la impotencia, que rompe la relacin de inmersin en lo
inminente, hace tomar conciencia del paso del tiempo, al igual que la es-
pera. Pero se opone asimismo a la schol, tiempo empleado libremente para
fines libremente escogidos y gratuitos que, para el intelectual o el artista,
por ejemplo, pueden ser los de un trabajo, pero liberado, en su ritmo, su
momento y su duracin, de cualquier imposicin externa y, en particular,
de la que se impone mediante la sancin monetaria directa. Cuando se
produce la invencin de la vida del artista en tanto que vida de bohemia,
como prolongacin de la vida del aprendiz de artista o el estudiante, es
cuando se elabora esa temporalidad de marcos difusos, de ritmos
nictemerales invertidos, que ignora los horarios y la urgencia (excepto la
autoimpuesta), relacin con el tiempo encarnada en la disposicin potica
como mera disponibilidad al mundo basada, en realidad, en la distancia
respecto al mundo y las mediocres preocupaciones de la existencia
corriente de la gente corriente. Y, desde esta misma perspectiva, cabra
mostrar que las garantas temporales que son constitutivas de la nocin de
carrera, especie de esencia leibniziana que contiene el principio del
desarrollo de toda una existencia sin sorpresas e, idealmente, sin
acontecimientos, pueden propiciar la experiencia por completo paradjica
del tiempo que permite la condicin universitaria, en particular, con la di-
fuminacin de la divisin habitual entre el trabajo y el ocio. Experiencia
singular, que puede relacionarse con uno de los efectos ms constantes de
la ilusin escolstica, la suspensin del tiempo, correlativa a su vez, de la
tendencia a transformar la privacin nacida de la exclusin del mundo de la
prctica en privilegio cogniti- vo mediante el mito del espectador
imparcial -o el extrao, segn Simmel, beneficiario exclusivo del
acceso al punto de vista sobre los puntos de vista que abre perspectivas
sobre el juego en tanto que juego.
Comparadas con esos tiempos casi libres o con el tiempo anulado de
los subproletarios, experiencias tan diferentes como la del obrero, el
funcionario subalterno, el camarero o el ejecutivo estre- sado tienen algo en
comn: suponen, adems de unas condiciones generales, de las que ya
hemos hablado, como la existencia de tendencias constantes en el orden
econmico o social en el cual uno est inserto, y con el que puede contar,
unas condiciones particulares, como el hecho de tener un empleo estable y
ocupar una posicin social que implica un porvenir asegurado, o incluso
seguir una carrera como trayectoria previsible. Este conjunto de cerd-
298 299
ciumbres, de cauciones, de garantas, que por sus propios efectos se
ocultan a la mirada, son la condicin de la constitucin de esa relacin
estable y ordenada con el porvenir que constituye el fundamento de todos
los comportamientos llamados razonables, incluidos aquellos que se
proponen la transformacin, ms o menos radical, del orden establecido. La
posesin de esas garantas mnimas respecto al presente y al porvenir,
inscritas en el hecho de tener un empleo permanente y las seguridades
asociadas a l, es, en efecto, lo que confiere a los agentes que cuentan con
ello las disposiciones necesarias para afrontar activamente el porvenir, bien
entrando en el juego con unas aspiraciones que, a grandes rasgos, se ajustan
a sus posibilidades, bien incluso tratando de dominarlo, a escala individual,
mediante un plan de vida, o, a escala colectiva, mediante un proyecto
reformista o revolucionario, fundamentalmente diferente de un estallido de
revelacin milena- rsta.
20
Cuando los poderes estn desigualmente repartidos, el mundo
econmico y social no se presenta como un universo de posibles igualmente
accesibles a todo sujeto posible -puestos que ocupar, estudios que hacer,
mercados que conquistar, bienes que consumir, posesiones que
intercambiar, etctera-, sino ms bien como un universo sealizado, lleno
de conminaciones y prohibiciones, de seales de apropiacin y exclusin,
de direcciones prohibidas o barreras infranqueables y, en una palabra,
profundamente diferenciado, en particular, en funcin del grado segn el
cual propone posibilidades estables y adecuadas para propiciar y cumplir
expectativas estables. El capital, en sus diferentes especies, constituye un
conjunto de derechos preferentes sobre el futuro; garantiza a unos pocos el
monopolio de una serie de posibles, no obstante estar garantizados
oficialmente a todos (como el derecho a la educacin). Los derechos
exclusivos que consagra el derecho son slo la forma visible, y
explcitamente garantizada, de ese conjunto de posibilidades apropiadas y
posibles objeto de derecho preferente que, por lo tanto, quedan convertidos,
para los dems, en prohibiciones de derecho o imposibilidades de hecho, y
de ah que las relaciones de fuerza presentes se proyecten en el futuro al
tiempo que orientan las disposiciones presentes.
As pues, que la descripcin de la experiencia temporal como inversin
inmediata en el porvenir del mundo sea cierta para todos aquellos que, a
diferencia de los subproletarios, se dedican a sus quehaceres en el mundo
porque tienen cosas que hacer en l, que se implican en el porvenir porque
tienen porvenir, no es bice para que esa experiencia se especifique segn la
forma y el grado de la urgencia con la que se imponen las necesidades del
mundo. El poder sobre las posibilidades objetivas rige las aspiraciones y,
por lo tanto, la relacin con el futuro. Cuanto ms poder se tiene sobre el
mundo, ms aspiraciones ajustadas a sus posibilidades de realizacin se
tienen, aspiraciones razonables, as como estables y poco sensibles a las
manipulaciones simblicas. Por el contrario, ms ac de un umbral
determinado, las aspiraciones parecen flotar, estn desconectadas de la
realidad y a veces resultan algo insensatas, como si, cuando nada es
verdaderamente posible, todo pareciera posible, como si todos los discursos
sobre el porvenir, profecas, adivinaciones, predicciones, proclamas
milenaristas, no tuvieran ms finalidad que colmar una de las necesidades,
sin duda, ms dolorosas: la falta de porvenir.
En el extremo opuesto de los subproletanos que, como su tiempo no
vale nada, tienen un dficit de bienes y un excedente de tiempo, los
ejecutivos estresados tienen una sobreabundancia de bienes y un
extraordinario dficit de tiempo. Los primeros tienen tiempo para vender y
regalar, y a menudo lo malgastan en chapuzas, ingeniosas hasta el
absurdo, a las que se dedican a fin de prolongar a toda costa la
duracin de los objetos o a producir esos sustitutos hbilmente apaados de
productos manufacturados que se pueden ver en las calles o ios mercados
de muchos pases pobres. Los segundos, por el contrario, paradjicamente,
siempre van cortos de tiempo y estn condenados a vivir de modo perma-
nente en la ascbola, la prisa, que Platn opona a la schol filosfica, y se ven
desbordados por unos productos y unos servicios que superan sus
capacidades de consumir, productos y servicios que malgastan, en
particular al renunciar a las labores de mantenimiento y reparacin. Ello
sucede porque tienen tantas y tan rentables ocasiones de invertir, debido al
valor econmico y simblico de su tiempo (y su persona) en los diferentes
mercados, que adquieren un sentido prctico de la escasez del tiempo que
orienta toda su experiencia.
La escasez de tiempo de una persona y, por lo tanto, el valor que se le
otorga y, muy especialmente, el valor que se otorga al tiempo que esa
persona otorga, que es el don ms valioso que puede otorgar, porque es el
ms personal -nadie puede otorgarlo en su lugar, y otorgar el propio
tiempo significa, en verdad, entregarse personalmente, es una
dimensin fundamental del valor social de esa persona. Valor que se
recuerda sin cesar, por una parte, mediante las solicitudes, las esperas y los
ruegos, y, por otra, mediante contrapartidas como, evidentemente, el valor
otorgado al tiempo de trabajo, adems de contraprestaciones simblicas,
por ejemplo, las muestras de diligencia, forma de deferencia que se concede
a las personas importantes, las cuales, como es sabido, tienen prisa, y su
tiempo es precioso.
300 303
Los efectos del crecimiento de la escasez y el valor del tiempo que va
parejo con el aumento del valor del trabajo (relacionado, a su vez, con el
crecimiento de la productividad) se multiplican a causa de uno de los
efectos directos del aumento de los beneficios resultante, a saber: el
crecimiento de las posibilidades ofrecidas al consumo (de bienes y
servicios), lo que tambin exige tiempo, pues el lmite de la omnipotencia
social, que permitira tenerlo todo inmediatamente, es la incapacidad
biolgica de consumirlo todo. As se explica la paradoja del estrs de los
privilegiados: cuanto ms crece el capital econmico y cultural, tanto ms
crecen las posibilidades de xito en los juegos sociales y, por consiguiente,
tanto ms crece la propensin a invertir en ellos tiempo y energa y tanto
ms difcil resulta mantener dentro de los lmites de un tiempo biolgico no
extensible todas las posibilidades de produccin y consumo material y
simblico.
Este modelo tambin permite dar cuenta, de forma muy simple, de
muchos de los cambios sociales que las filosofas conservadoras imputan a
la degradacin de las costumbres y a diversas causas morales, como la
desaparicin del estilo de vida heidegge- riano de los campesinos de
antao, con sus productos hechos a mano y su uso contenido de la
palabra, o la decadencia de un sistema de intercambios sociales basados
ms en el arte de dedicar tiempo a los nios, los ancianos, los vecinos, los
compaeros de trabajo, los amigos, etctera- que en dar bienes -es decir,
obsequios, o incluso dinero,
21
cuando resulta ms sencillo y expeditivo-, La
dedicacin al mantenimiento de las relaciones sociales entre iguales, o
incluso entre desiguales, no puede menos que ir menguando, porque
supone un gasto considerable de tiempo el que hace falta para unir y
mantener la unin de modo duradero, mediante sentimientos de afecto,
reconocimiento, gratitud, fraternidad, etctera-, a medida que se
incrementa, en el conjunto de la sociedad o en una categora particular, el
precio del tiempo (y se desarrollan medios ms econmicos de crear
relaciones duraderas, como la coercin econmica o el contrato). Y los que
hablan de retorno al individualismo, como si se tratara de una fatalidad,
una moda o una ruptura electiva y universal con el aborrecible
colectivismo, podran indagar si no es el incremento de los recursos
disponibles la causa del deterioro progresivo de buen nmero de
solidaridades prcticas y habituales, as como de compromisos
cooperativos o colectivos pensados para garantizar el reparto de los bienes
o los servicios, que se observa, de manera general, a medida que aumentan
los recursos, monetarios, en especial, de los individuos y los grupos.
TIEMPO Y PODER
El poder puede ejercerse sobre las tendencias objetivas del mundo
social, las que calibran las probabilidades objetivas, y, de ah, sobre las
aspiraciones o las expectativas subjetivas. Suele olvidarse, en efecto, por
evidente, que el poder temporal es un poder de perpetuar o transformar las
distribuciones de las diferentes especies de capital por el hecho de
mantener o transformar los principios de redistribucin. Un mundo basado
en principios de redistribucin estables es un mundo previsible, con el que
se puede contar, incluso en el riesgo. Por el contrario, la arbitrariedad abso-
luta es el poder de hacer que el mundo se vuelva arbitrario, loco (por
ejemplo, con la violencia racista del nazismo, cuya culminacin es el campo
de concentracin, donde todo resulta posible); la quieren un sentido
prctico de la escasez del tiempo que orienta toda su experiencia.
La escasez de tiempo de una persona y, por lo tanto, el valor que se le
otorga y, muy especialmente, el valor que se otorga al tiempo que esa
persona otorga, que es el don ms valioso que puede otorgar, porque es el
ms personal -nadie puede otorgarlo en su lugar, y otorgar el propio
tiempo significa, en verdad, entregarse personalmente-, es una dimensin
fundamental del valor social de esa persona. Valor que se recuerda sin
cesar, por una parte, mediante las solicitudes, las esperas y los ruegos, y,
por otra, mediante contrapartidas como, evidentemente, el valor otorgado
al tiempo de trabajo, adems de contraprestaciones simblicas, por ejemplo,
las muestras de diligencia, forma de deferencia que se concede a las
personas importantes, las cuales, como es sabido, tienen prisa, y su
tiempo es precioso.
Los efectos del crecimiento de la escasez y el valor del tiempo que va
parejo con el aumento del valor del trabajo (relacionado, a su vez, con el
crecimiento de la productividad) se multiplican a causa de uno de los
efectos directos del aumento de los beneficios resultante, a saber: el
crecimiento de las posibilidades ofrecidas al consumo (de bienes y
servicios), lo que tambin exige tiempo, pues el lmite de la omnipotencia
social, que permitira tenerlo todo inmediatamente, es la incapacidad
biolgica de consumirlo todo. As se explica la paradoja del estrs de los
privilegiados: cuanto ms crece el capital econmico y cultural, tanto ms
crecen las posibilidades de xito en los juegos sociales y, por consiguiente,
tanto ms crece la propensin a invertir en ellos tiempo y energa y tanto
ms difcil resulta mantener dentro de los lmites de un tiempo biolgico no
extensible todas las posibilidades de produccin y consumo material y
simblico.
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Este modelo tambin permite dar cuenta, de forma muy simple, de
muchos de los cambios sociales que las filosofas conservadoras imputan a
la degradacin de las costumbres y a diversas causas morales, como la
desaparicin del estilo de vida heidegge- riano de los campesinos de
antao, con sus productos hechos a mano y su uso contenido de la
palabra, o la decadencia de un sistema de intercambios sociales basados
ms en el arte de dedicar tiempo -a los nios, los ancianos, los vecinos, los
compaeros de trabajo, los amigos, etctera- que en dar bienes es decir,
obsequios, o incluso dinero,
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cuando resulta ms sencillo y expeditivo.
La dedicacin al mantenimiento de las relaciones sociales entre iguales, o
incluso entre desiguales, no puede menos que ir menguando, porque
supone un gasto considerable de tiempo el que hace falta para unir y
mantener la unin de modo duradero, mediante sentimientos de afecto,
reconocimiento, gratitud, fraternidad, etctera-, a medida que se
incrementa, en el conjunto de la sociedad o en una categora particular, el
precio del tiempo (y se desarrollan medios ms econmicos de crear
relaciones duraderas, como la coercin econmica o el contrato). Y los que
hablan de retorno al individualismo, como si se tratara de una fatalidad,
una moda o una ruptura electiva y universal con el aborrecible
colectivismo, podran indagar si no es el incremento de los recursos
disponibles la causa del deterioro progresivo de buen nmero de
solidaridades prcticas y habituales, as como de compromisos
cooperativos o colectivos pensados para garantizar el reparto de los bienes
o los servicios, que se observa, de manera general, a medida que aumentan
los recursos, monetarios, en especial, de los individuos y los grupos.
TIEMPO Y PODER
El poder puede ejercerse sobre las tendencias objetivas del mundo
social, las que calibran las probabilidades objetivas, y, de ah, sobre las
aspiraciones o las expectativas subjetivas. Suele olvidarse, en efecto, por
evidente, que el poder temporal es un poder de perpetuar o transformar las
distribuciones de las diferentes especies de capital por el hecho de
mantener o transformar los principios de redistribucin. Un mundo basado
en principios de redistribucin estables es un mundo previsible, con el que
se puede contar, incluso en el riesgo. Por el contrario, la arbitrariedad abso-
luta es el poder de hacer que el mundo se vuelva arbitrario, loco (por
ejemplo, con la violencia racista del nazismo, cuya culminacin es el campo
de concentracin, donde todo resulta posible); la imprevisibilidad total crea
un terreno propicio para todas las formas de manipulacin de las
aspiraciones (como los rumores), y el desconcierto absoluto de,las
anticipaciones que impone propicia esas estrategias del desespero (como el
terrorismo) que rompen, por exceso o por defecto, con las condiciones
razonables del orden ordinario.
El poder absoluto es el poder de volverse imprevisible y prohibir a los
dems cualquier anticipacin razonable, de instalarlos en la incertidumbre
absoluta, sin dejar asidero alguno a su capacidad de prever. Un lmite jams
alcanzado, salvo en la imaginacin teolgica, con la omnipotencia injusta
del Dios malvado, que libera a quien posee ese poder de la experiencia del
tiempo como impotencia. El todopoderoso es aquel que no espera y, por el
contrario, hace esperar.
La espera es una de las maneras privilegiadas de experimentar el
poder, as como el vnculo entre el tiempo y el poder, y habra que
inventariar, analizar, todas las conductas asociadas ai ejercicio de un poder
sobre el tiempo de los dems, tanto por parte del poderoso (dejar para ms
tarde, dar largas, dilatar, entretener, aplazar, retrasar, llegar tarde; o, a la
inversa, precipitar, sorprender) como del paciente, como suele decirse en
el universo mdico, uno de los paradigmas de la espera ansiosa e
impotente. La espera implica sumisin: propsito interesado de algo
particularmente deseado, modifica de manera duradera, es decir, durante
todo el tiempo que dura la expectativa, la conducta de quien, como suele
decirse, est pendiente de la decisin esperada. De lo que resulta que el arte
de tomarse su tiempo, de dar tiempo al tiempo, como dice Cervantes,
22
de hacer esperar, de diferir dando esperanzas, de aplazar, pero sin
decepcionar por completo, lo que tendra como consecuencia matar a la
propia espera, forma parte integrante del ejercicio del poder. Y muy
especialmente cuando se trata de poderes que, como el universitario, se
basan en gran medida en la fe del paciente y se ejercen sobre las
aspiraciones y por medio de ellas, sobre el tiempo y por medio de l, por
medio del dominio del tiempo y la cadencia de cumplimiento de las
expectativas (tiene tiempo, es joven o demasiado joven, puede es-
perar, como dicen a veces, sin pararse en barras, algunos veredictos
universitarios): arte de desestimar sin desalentar, de mantener en vilo sin
desesperar.
23
En Der Prozess* de Kafka puede leerse el modelo de un universo social
dominado por un poder absoluto e imprevisible de esa ndole y capaz de
llevar a su paroxismo la ansiedad, al condenar a una fortsima inversin
asociada a una inseguridad muy fuerte. Pese a su apariencia de mundo
extraordinario, el mundo social que evoca esa novela podra no ser ms que
302 303
el paroxismo de muchos estados corrientes del mundo social corriente o de
situaciones particulares dentro de ese mundo, como la de algunos grupos
estigmatizados -los judos del lugar y la poca de Kafka, los negros de los
guetos estadounidenses o los inmigrantes ms necesitados en muchos
pases o aislados socialmente, a merced de la arbitrariedad absoluta de
un jefe, grande o pequeo, que suelen darse, ms a menudo de lo que se
cree, en el seno de las empresas privadas o incluso pblicas. (El anlisis de
Joachim Unseld,
24
que demuestra que el editor, cuyo veredicto es lo nico
que puede hacer que una obra llegue a publicarse, es decir, a la existencia
pblica, ocupa en el proceso y el desarrollo de produccin literaria una
posicin anloga a la del juez, incita tambin a considerar Der Prozess como
un modelo muy realista de los campos de produccin cultural, donde se
ejercen poderes que, como los del orden universitario, tienen como
principio el poder sobre el tiempo de los dems.)
K, ha sido calumniado; al principio, hace como si no le afectara; luego
empieza a preocuparse y contrata a un abogado. Entra en el juego y, por lo
tanto, en el tiempo, la espera, la ansiedad. Ese juego se caracteriza por un
grado muy elevado de imprevisibilidad: uno no puede fiarse de nada. El
contrato tcito de que las cosas sigan su curso sin complicaciones, de que
todo permanezca constante, aquello que, precisamente, en la teologa
cartesiana, est garantizado por el Dios veraz, queda en suspenso. No hay
seguridad ni certidumbre objetiva, y, por lo tanto, tampoco hay cer-
tidumbre subjetiva, ni remisin posible de uno mismo. Cabe es-
* Versin castellana: El proceso, trad. de Isabel Hernndez, Ctedra, Madrid, 1989.
(N. delT.)
304 305
perarlo todo; lo peor nunca est excluido. No es ninguna casualidad
que la institucin habitualmente habilitada para limitar la arbitrariedad, el
tribunal, sea aqu el espacio por antonomasia de la arbitrariedad, que se
afirma como tal, sin siquiera tomarse la molestia de disimular. Por ejemplo,
reprocha al acusado su retraso cuando el propio tribunal siempre va
retrasado, escarneciendo el principio segn el cual la regla tambin se
aplica a quien la promulga, fundamento tcito de toda norma universal.
Resumiendo, instituye la arbitrariedad y, por lo tanto, el azar, en el
fundamento mismo del orden de las cosas.
El poder absoluto no tiene reglas, o, ms exactamente, tiene como
regla no tenerlas. O, peor an, tiene la de cambiar de regla a cada ocasin, o
segn le plazca, o en funcin de sus intereses: cara, yo gano, cruz, t
pierdes. En contraposicin con la banca, espacio de una actividad razonable
y eficaz, con procedimientos metdicamente organizados encaminados a
fines definidos con claridad, el tribunal tiene un funcionamiento por
completo opaco, aleatorio, tanto en sus procedimientos como en sus efectos:
se rene en cualquier momento y hace cualquier cosa; como los empleados
de la banca, sus miembros no tienen ms que nombres genricos, pero, en
su caso, el empleo de esos nombres es tab, y cuando K. le pregunta a
Titorelli el nombre del juez que se ha puesto a dibujar, le responde que no
est autorizado a decirlo.
Frente a este desorden instituido, qu puede hacer K., quien,
indiferente al principio, pero paulatinamente cada vez ms implicado, va
descubriendo la extrema incertidumbre del juego? El abogado, como la
mayora de los personajes, es alguien que, en nombre de su supuesto
dominio del juego, manipula las esperanzas y las expectativas de K., lo
adormece con difusas esperanzas y lo atormenta con imprecisas amenazas.
(Reducido de este modo al estado de esbozo, el abogado constituye el
paradigma de una clase muy amplia de agentes que, como los veteranos y
el personaje subalterno de todas las instituciones que son un mundo en s
mismas -internado, prisin, asilo, cuartel, fbrica, campo de con-
centracin, o, ms ampliamente, todos esos intermediarios informados
que, en nombre de una presunta familiaridad con una institucin a la vez
poderosa y amenazadora escuela, hospital, burocracia, etctera,
pueden ejercer una influencia y una dominacin a la medida de la ansiedad
experimentada por el paciente, dndole una de cal y una de arena, ora
preocupndolos ora tranquilizndolos, y multiplicando as la inversin en
el juego y la incorporacin de las estructuras inmanentes del juego.)
En las situaciones extremas, en las que la incertidumbre y la inversin
son llevadas simultneamente a su grado mximo, porque, como en un
rgimen desptico o un campo de concentracin, ya no hay lmites a la
arbitrariedad y la imprevisibilidad, todas las apuestas ltimas, incluidas la
vida y la muerte, estn implicadas en todo momento: cada cual est
expuesto sin defensa (como K. o los subproletarios) a las formas ms
brutales de manipulacin de los temores y las expectativas. El poder de
actuar sobre el tiempo, mediante el poder de modificar las posibilidades
objetivas (por ejemplo, al tomar medidas susceptibles de anular o reducir
las posibilidades impartidas a toda una categora de personas, como una
devaluacin monetaria, la instauracin de numerus clausus o de lmites de
edad, o cualquier otra decisin encaminada a transformar las socially
expected durations, como dice Mer- ton),
25
hace posible (y probable) un
ejercicio estratgico del poder basado en la manipulacin directa de las
aspiraciones.
Al margen de las situaciones de poder absoluto, los juegos con el
tiempo a los que se juega all donde haya poder (entre el editor que demora
su decisin sobre un manuscrito y sus autores, entre el director de una tesis
que retrasa su decisin sobre la fecha de su presentacin y el doctorando,
entre el jefe burocrtico y sus subordinados que esperan un ascenso,
etctera) slo pueden instaurarse con la complicidad (extorsionada) de la
vctima y su inversin en el juego. En efecto, slo se puede tener cogida a
una persona duraderamente (lo que otorga a quien lo consigue la po-
sibilidad de hacerla esperar, en ambos sentidos de la palabra, etctera) en la
medida en que est atrapada por el juego y que se pueda contar, en cierto
modo, con la complicidad de sus disposiciones.
306 307
RETORNO A LA RELACIN ENTRE LAS EXPECTATIVAS Y LAS
POSIBILIDADES
La causalidad de lo probable, que tiende a propiciar el ajuste de las
expectativas a las posibilidades, constituye, sin duda, uno de los factores
ms poderosos de la conservacin del orden social. Por una parte, facilita la
sumisin incondicional de los dominados al orden establecido que implica
la relacin dxica con el mundo, adhesin inmediata que pone las
condiciones de existencia ms intolerables (desde el punto de vista de un
habitus constituido en condiciones diferentes) a cubierto del
cuestionamiento y la contestacin. Por otra parte, propicia la adquisicin de
disposiciones que, al estar ajustadas a unas posiciones desfavorecidas, en
declive, en peligro de extincin o superadas, preparan mal para afrontar las
exigencias del orden social, especialmente en cuanto alientan diferentes
formas de autoexplotacin (pienso por ejemplo, en los sacrificios que han
tenido que hacer los empleados subalternos o los mandos intermedios que,
a base de costosos crditos, han conseguido ser propietarios de un piso o
una casa).
26
Los dominados estn siempre mucho ms resignados de lo que la
mstica populista cree e incluso de lo que permitira suponer la mera
observacin de sus condiciones de existencia y, sobre todo, de la expresin
organizada, y mediatizada por las instancias polticas o sindicales, de sus
reivindicaciones. Gomo estn resignados a las exigencias del mundo
quedos ha moldeado, aceptan como algo natural y que cae por su propio
peso la mayor parte de su existencia. Adems, debido, en especial, a que el
orden establecido, incluso el ms penoso, proporciona unos beneficios de
orden que no suelen sacrificarse a la ligera, la indignacin, la sublevacin y
las transgresiones (en el inicio de una huelga por ejemplo) resultan siempre
difciles y dolorosas y, por lo general, muy costosas, material y
psicolgicamente.
Y ello, al contrario de lo que podra parecer, ocurre incluso entre los
adolescentes, a los que cabra creer en ruptura radical con el orden social a
juzgar por su actitud respecto a los viejos, tanto en el hogar como en la
escuela o la fbrica.
27
As pues, pese a subrayar, con toda la razn, los actos
de resistencia, con frecuencia anrquicos y prximos a la delincuencia, que
los adolescentes de las clases dominadas oponen a la institucin escolar, y
tambin a sus mayores, y, por medio de ellos, a las tradiciones y los
valores populares, Paul E. Willis (cuyas investigaciones han acabado enca-
silladas en el bando de la resistencia, en cuanto trmino antagonista de
reproduccin, en uno de esos pares de oposiciones a los que tan
aficionado es el pensamiento escolar) tambin evoca la rigidez de ese
mundo duro y dedicado al culto de la dureza y la virilidad (las mujeres slo
existen en l por medio de los hombres y reconocen su subordinacin).
28
Muestra perfectamente cmo este culto de la fuerza viril, que culmina en la
exaltacin de los duros (otro crisol de la mitologa populista, sobre todo,
en materia de lenguaje), se basa en la afirmacin de un mundo slido,
estable, constante, garantizado de manera colectiva por la banda o el gru-
po y, sobre todo, profundamente encastillado en sus propias evidencias y
agresivo respecto a lo que es diferente. Como pone de manifiesto un habla
profundamente rgida, que rechaza la abstraccin en beneficio de lo
concreto y el sentido comn, sostenida y subrayada emocionalmente por
imgenes de gran impacto, por interpelaciones ad hominem y por reniegos
de dramatizadn, y tambin por todo un ritual trminos de interpelacin
estereotipados, apodos, peleas simuladas, empujones, etctera-, esta visin
del mundo es de lo ms conformista, en particular en puntos tan esenciales
como todo lo que se refiere a las jerarquas sociales, y no slo entre los
sexos. (Y cabra sacar condusiones completamente similares de las
investigaciones -sobre todo las de Lo'ic Wacquant a propsito de los
negros de los guetos estadounidenses.)
29
La sublevacin, cuando se expresa,
se detiene en los lmites del universo inmediato e, incapaz de ir ms all de
la insubordinacin, la bravata frente a la autoridad o el insulto, suele
aplicarse contra las personas y no contra las estructuras.
30
Para evitar naturalizar las disposiciones, hay que relacionar esas
maneras de ser duraderas pienso, por ejemplo, en la franqueza o la
rudeza y la brusca llaneza, tan conmovedora, de los momentos de emocin-
con las condiciones de su adquisicin. Los habitus de necesidad son un
mecanismo de defensa contra la necesidad, que tiende, paradjicamente, a
liberarse de los rigores
308 309
de la necesidad, anticipndola y contribuyendo con ello a su eficacia.
Al ser fruto de un aprendizaje impuesto por las sanciones o las
conminaciones de un orden social que acta tambin como orden moral,
esas disposiciones profundamente realistas (y cercanas, a veces, al
fatalismo) tienden reducir las disonancias entre las anticipaciones y las
realizaciones mediante una renuncia ms o menos total a cualquier
horizonte. La resignacin es el efecto ms comn de esta forma de karning
by doing, que constituye na formacin impartida por el propio orden de las
cosas al chocar sin intermediarios con la naturaleza social (en especial, en
forma de las sanciones del mercado escolar o el mercado de trabajo), en
relacin con la cual las acciones intencionales de adiestramiento ejercidas
por ios aparatos ideolgicos del Estado tienen un peso ms bien escaso.
Y la actual ilusin populista que se alimenta de una retrica simplista
de la resistencia induce a ignorar uno de los efectos ms trgicos de la
condicin de los dominados: la propensin a la violencia que engendra la
exposicin precoz y continua a ella; hay una ley de conservacin de la
violencia, y las investigaciones mdicas, sociolgicas y psicolgicas ponen de
manifiesto que el hecho de estar sometido a malos tratos en la infancia (en
especial, a las palizas de los padres) se halla significativamente vinculado a
unas posibilidades mayores de ejercer a su vez la violencia sobre los dems
(y, a menudo, sobre los propios compaeros de infortunio), mediante
crmenes, robos, violaciones, incluso atentados, y tambin sobre s mismo,
en particular, mediante el alcoholismo y la toxicomana. Por ello, si de veras
se pretende reducir esas formas de violencia visible y visiblemente
reprensible, no hay ms camino que reducir la cantidad global de violencia,
en la que no suele repararse, y que tampoco suele sancionarse, que se ejerce
de modo cotidiano en las familias, las fbricas, los talleres, los bancos, las
oficinas, las comisaras, las crceles o, incluso, los hospitales y las escuelas,
y que es, en ltimo anlisis, fruto de la violencia inerte de las estructuras
econmicas y los mecanismos sociales, fuente de la violencia activa de los
hombres. Los efectos de la violencia simblica, y, en especial, la que se
ejerce sobre poblaciones estigmatizadas, no son siempre, como parecen
creer los amantes de las pastorales humanistas, propiciar el florecimiento
de realizaciones cabales del ideal humano. Y, sin embargo, los agentes
siempre consiguen oponer a la degradacin impuesta por unas condiciones
degradantes unas defensas, individuales y colectivas, puntuales o
duraderas -duraderas en cuanto inscritas de modo duradero en los habitus,
como la irona, el humor o lo que Alf Ldtke llama Ei- gensinn, el
empecinamiento obstinado, y tantas otras formas menospreciadas de
resistencia.
31
(Por eso resulta tan difcil hablar de los dominados de una
manera justa, y realista, sin exponerse a dar la impresin de que se es
hunde o se les exalta, sobre todo, a ojos de esos apstoles bienintencionados
que, inducidos por una decepcin o una sorpresa a la medida de su
ignorancia, interpretarn como condenas o alabanzas unas tentativas
informadas de decir las cosas como son.)
UN MARGEN DE LIBERTAD
Pero hay que guardarse muy mucho de llegar a la conclusin de que el
crculo de las expectativas y las posibilidades no puede romperse. Por un
lado, la generalizacin del acceso a la educacin con el consiguiente
desfase estructural entre los ttulos conseguidos, y, por lo tanto, las
posiciones esperadas, y los puestos obtenidosy la inseguridad profesional
tiende a multiplicar las situaciones de desajuste, generadoras de tensiones y
frustraciones.
32
Aquellos universos en que la coincidencia casi perfecta de
las tendencias objetivas y las expectativas converta la experiencia del
mundo en una continua concatenacin de anticipaciones confirmadas se
han acabado para siempre. La falta de porvenir, otrora reservada a los
condenados de la tierra, es una experiencia cada vez ms extendida, y,
por ende, contingente. Pero tambin hay que contar con la autonoma
relativa del orden simblico que, en todas las circunstancias y, sobre todo,
en los perodos en que las expectativas y las posibilidades se desajustan,
puede permitir cierto margen de libertad a una accin poltica que se
proponga reabrir el espacio de los posibles. Capaz de manipular las
expectativas y las esperanzas, en especial, mediante una exposicin
performati-
310 311
va ms o menos inspirada y exaltadora del porvenir -profeca,
pronstico o previsin-, el poder simblico puede introducir algo de juego
en la correspondencia entre las expectativas y las posibilidades y abrir un
espacio de libertad por medio del planteamiento, ms o menos voluntarista,
de posibles ms o menos improbables, utopa, proyecto, programa o plan,
que la mera lgica de las probabilidades inducira a considerar
prcticamente excluidos.
Sin duda, la fuerza del proceso de incorporacin que tiende a
constituir el babitus en un esse in futuro, principio duradero de inversiones
duraderas, reforzado por las intervenciones explcitas y expresas de la
accin pedaggica, hace que las acciones simblicas, incluso las ms
subversivas, tengan que contar, so pena de condenarse al fracaso, con las
disposiciones y, por lo tanto, con las limitaciones que stas imponen a la
imaginacin y la accin innovadoras. En efecto, slo pueden alcanzar el
xito en la medida en que, actuando como disparadores o, mejor an, como
detonantes simblicos capaces de mostrar la licitud de unos malestares o
unos descontentos difusos, de unos deseos ms o menos confusos insti-
tuidos socialmente, y de ratificarlos, mediante la explicitacin y la
publicacin, sean capaces de reactivar unas disposiciones que las acciones
de inculcacin anteriores han depositado en los cuerpos.
Pero comprobar que el poder simblico slo puede operar en la
medida en que las condiciones de su eficiencia estn inscritas en las propias
estructuras que trata de conservar o transformar, no significa negarle por
completo la independencia respecto a esas estructuras: al llevar unas
experiencias difusas a la plena existencia de la publicacin, en cuanto
oficializacin, este poder de expresin, de manifestacin, interviene en ese
lugar inseguro de la existencia social donde la prctica se convierte en
signos, smbolos, discursos, e introduce un margen de libertad entre las
posibilidades objetivas, o las disposiciones implcitas que se. ajustan tcita-
mente a ellas, y las aspiraciones explcitas, las representaciones, las
manifestaciones.
Un lugar donde se da una doble incertidumbre: a parte objec- ti, e 1
lado del mundo, cuyo sentido, porque sigue abierto, como el porvenir del
que depende, se presta a diversas interpretaciones; a parte subjecti, del lado
de los agentes, cuyo sentido del juego puede expresarse o ser expresado de
diversas maneras o reconocerse en expresiones diferentes. En este margen
de libertad se basa la autonoma de las luchas a propsito del mundo social,
de su significacin, su orientacin y su devenir, as como su porvenir, una
de las apuestas principales de las luchas simblicas: la creencia de que tal o
cual porvenir, deseado o temido, es posible, probable o inevitable, puede,
en determinadas coyunturas, movilizar a todo un grupo y contribuir de este
modo a propiciar o impedir el advenimiento de ese porvenir.
Mientras que la hereja (lo dice la propia palabra, que implica la idea
de eleccin), y todas las formas de profeca crtica, tienden a abrir el
porvenir, la ortodoxia, discurso de mantenimiento del orden simblico,
trata, por el contrario, como se aprecia perfectamente en los perodos de
restauracin que siguen a las crisis, de detener, en cierto modo, el tiempo, o
la historia, y volver a cerrar el abanico de los posibles para intentar hacer
creer que ya est todo decidido para siempre y anunciar, mediante un
aserto per- formativo disfrazado de verdad absoluta, el fin de la historia, in-
versin tranquilizadora de todas las utopas milenaristas. (Esta forma de
fatalismo puede presentarse como un sociologismo que hace de las leyes
sociolgicas leyes frreas, casi naturales, o un pesimismo esencialista,
basado en la creencia en una naturaleza humana inmutable.)
Estas acciones simblicas no hacen ms que multiplicar las
operaciones, confiadas a menudo a rituales, que tratan, en cierto modo, de
inscribir el porvenir en los cuerpos, en forma de habitus. Es conocida la
importancia, capital, que se otorga, de forma generalizada, a los ritos de
institucin por medio de los cuales los grupos o, ms precisamente, los
cuerpos (constituidos) tratan de imprimir desde muy temprano, y para toda
la vida, en los cuerpos de aquellos a quienes erigen, a menudo de por vida,
en miembros reconocidos, un pacto irrevocable de adhesin inmediata a
sus exigencias. Estos ritos, que, en lo esencial, no hacen ms que reiterar la
accin automtica de las estructuras, utilizan casi siempre la relacin con el
tiempo y tratan de fomentar el anhelo de la integracin hacindola esperar.
Adems, al investir solemnemente de un derecho y una dignidad a quien
consagran, incitan al beneficiario de ese trato excepcional (incluso cuando
ello conlleva padecimientos, a veces extremos) a dedicar toda su energa
psicolgica a esa dignidad, ese derecho o ese poder, o a mostrarse a la
altura de la dignidad conferida con esa investidura (nobleza obliga).
Dicho de otro modo, garantizan un status social (dgnitasj duradero a cam-
bio del compromiso duradero simbolizado por los rituales de in- ceptio,
de incorporacin (en todos los sentidos del trmino)- de asumir con la
mayor dignidad las obligaciones explcitas y, sobre todo, implcitas del
cargo (cuyo mejor aval.es, como resulta evidente, un habitus conforme,
precisamente lo que tratan de detectar las operaciones de cooptacin).
Pero la dependencia de toda accin simblica eficaz respecto a unas
disposiciones preexistentes se recuerda, una vez ms, en los discursos o las
acciones de subversin que, como las provocaciones y todas las formas de
ruptura iconoclasta,
33
tienen la funcin y, en cualquier caso, el efecto de
312 313
poner de manifiesto, en la prctica, que es posible transgredir los lmites
impuestos y, en particular, los ms inflexibles, los que estn inscritos en las
mentes; y ello en la medida en que, atentos a las posibilidades reales de
transformar la relacin de fuerza, son capaces de actuar para llevar las
aspiraciones ms all de las posibilidades objetivas a las que tienden a
ajustarse espontneamente, pero sin superar el umbral a partir del cual em-
pezaran a volverse irreales o peligrosas. La transgresin simblica de una
frontera social tiene un efecto liberador porque, en la prctica, hace realidad
lo impensable. Pero slo resulta posible, y simblicamente eficiente, y no
acaba siendo rechazada como un simple escndalo que, como se suele decir,
recae sobre su propio autor, si se cumplen ciertas condiciones objetivas.
Para que un discurso o una accin (iconoclasia, terrorismo, etctera) que
tratan de poner en tela de juicio las estructuras objetivas tengan alguna
posibilidad de ser reconocidos como legtimos (cuando no como
razonables) y ejercer un efecto de ejemplaridad, es necesario que las
estructuras cuestionadas de ese modo estn a su vez en un estado de
incertidumbre y de crisis que favorezca la incertidumbre respecto a ellas y
la toma de conciencia crtica de su arbitrariedad y su fragilidad.
EL PROBLEMA DE LA JUSTIFICACIN
Hay que volver a K. Su incertidumbre respecto del porvenir constituye
tan slo otra forma de la incertidumbre respecto de lo que es, de su ser
social, de su identidad, como se dira hoy; desposedo del poder de dar
sentido a su vida en el doble sentido de expresar la significacin y la
direccin de su existencia, est condenado a vivir en un tiempo orientado
por los dems, alienado. ste es, exactamente, el destino de todos los
dominados, obligados a esperarlo todo de los dems, poseedores del poder
sobre el juego y sobre la expectativa objetiva y subjetiva de ganancias que
puede ofrecer, y, por lo tanto, dueos de jugar con la angustia que nace
inevitablemente de la tensin entre la intensidad de la espera y la
improbabilidad de la satisfaccin.
Pero cul es, en realidad, la apuesta de ese juego, sino el problema de
la razn de ser, la justificacin, de la existencia humana, no en su
universalidad, sino en su singular particularidad, que se da cuenta de que
ha sido cuestionada en su ser social mediante la calumnia inicial, especie de
pecado original sin origen, como los estigmas racistas? La cuestin de la
legitimidad de una existencia, del derecho de un individuo a sentirse
justificado de existir como existe, es una cuestin inseparablemente
escatolgica y sociolgica.
Nadie puede proclamar realmente, ante los dems y, sobre todo, ante
s mismo, que prescinde de toda justificacin. Pero, si Dios ha muerto, a
quin pedirle esta justificacin? A quin, sino al juicio de los dems,
principio de tremenda .incertidumbre e inseguridad, pero asimismo, y sin
contradiccin, de certidumbre, seguridad, consagracin? Nadie -excepto
Proust, pero en un registro menos trgico- ha sido capaz de evocar como
Kafka la confrontacin de puntos de vista inconciliables, de juicios
particulares que pretenden todos la universalidad, el enfrentamiento
permanente de la sospecha y el desmentido, de la maledicencia y la ala-
banza, de la calumnia y la rehabilitacin, terrible juego de sociedad donde
se elabora el veredicto del mundo social, producto inexorable del juicio
multiforme de los dems.
En esta especie de juego de la verdad, cuyo modelo propone Der
Prozess, Joseph K., inocente calumniado, busca encarnizada-
T
314 313
:
S i :
i
?
i-
i/.
i V
t.
;
.
t
i
mente el punto de vista de los puntos de vista, el tribunal supremo, la
ltima instancia. Recurdese la escena en que Block le explica que su
defensor comn se equivoca al incluirse entre los grandes abogados:
Cualquiera puede, naturalmente, calificarse de grande, si eso le
complace, pero en esta cuestin lo que decide son los usos del tribunal. Y
la cuestin del veredicto, juicio solemne promulgado por una autoridad
capaz de decirle a cada uno qu es en verdad, vuelve al final de la novela
a travs de las ltimas preguntas de Joseph K.: Dnde estaba el juez al
que nunca haba visto? Dnde estaba el tribunal supremo al que nunca
haba llegado?
Existe juego ms vital, ms total, que la lucha simblica de todos
contra todos cuya apuesta es el poder de nominacin o, si se prefiere, de
categorizacin, donde cada cual pone su ser en juego, su valor, la idea que
tiene de s mismo? Puede objetarse que nada obliga a tomar parte en la
carrera, que hay que prestarse al juego para tener posibilidades de
participar era l. Como muestra la relacin que mantiene K. con cada uno
de sus informadores, el abogado, el pintor, el comerciante, el sacerdote, que
son a la vez sus intercesores, y tratan de ejercer un poder sobre l
hacindole creer que tienen poder y sirvindose de su presunto
conocimiento para animarlo a continuar cuando muestra deseos de
abandonar, el mecanismo slo puede ponerse en funcionamiento
mediante la relacin entre una expectativa, una inquietud, y la
incertidumbre objetiva del porvenir deseado o temido: como si su funcin
principal no estribara en defender a K., sino en impulsarlo a invertir en su
proceso, el abogado se las ingenia para adormecerlo con nebulosas
esperanzas y atormentarlo con imprecisas amenazas. Si la esperanza o el
temor, asociados a la incertidumbre objetiva y subjetiva sobre el resultado
del juego, son la condicin de la adhesin a ste, Block es el cliente ideal de
la institucin judicial: No se puede pronunciar una frase sin que mires a la
gente como si fuera a dictarse tu veredicto definitivo. Est tan adaptado
al juego, que anticipa las sanciones del juez. El reconocimiento absoluto
que le otorga fundamenta el poder absoluto que la institucin tiene sobre
l. De igual modo, K. slo da pie a que el aparato de justicia haga mella en
l en la medida en que se interesa por su proceso, en
que se preocupa por l. Al retirar a su'abogado la tarea de defenderlo,
desbarata las estrategias mediante las cuales su defensor trataba de suscitar
su inversin en el juego y hacerlo depender de l.
Pero, por bueno que sea recordar que el poder del tribunal se debe al
reconocimiento que se le otorga, no se trata de hacer creer que uno puede
evitar los juegos cuya apuesta consiste en la vida y la muerte simblicas.
Como en Der Prozess, donde la calumnia aparece ya en la primera frase, los
categoremas ms categricos estn presentes desde el origen, desde el
ingreso en la vida, que Kafka, judo de Praga, lo sabe perfectamente se
inicia con una asignacin de identidad que destina a una categora, una
clase, una etnia, un sexo o, para la mirada racista, una raza. El mundo
social es esencialista, y uno tiene tantas menos posibilidades de evitar la
manipulacin de las aspiraciones y las expectativas subjetivas cuanto ms
privado simblicamente, menos consagrado o ms estigmatizado est y,
por lo tanto, peor situado en la competencia por la estima de los hombres,
como dice Pascal, y condenado a la incertidumbre sobre el propio ser social,
presente y futuro, que constituye la medida del poder o la impotencia. Con
la inversin en el juego y el reconocimiento que puede aportar la
competicin cooperativa con los dems, el mundo social ofrece a los
humanos aquello de lo que ms totalmente desprovistos estn: una
justificacin para existir.
En efecto, no es posible comprender la atraccin que ejercen casi
umversalmente los sonajeros simblicos -condecoraciones, medallas,
honores o bandas- y los actos de consagracin que marcan y perpetan
dichos honores, o incluso los sustentculos ms corrientes de la inversin
en el juego social mandatos o misiones, ministerios o magisterios-, sin
tomar nota de un dato antropolgico que los hbitos de pensamiento
inducen a remitir al orden de la metafsica, a saber: la contingencia de la
existencia humana y, sobre todo, su finitud, respecto a la cual Pascal
observa que, aunque sea la nica cosa cierta en la vida, hacemos todo lo que
est en nuestra mano para olvidarla entregndonos a la diversin o refu-
gindonos en la sociedad: Nos complace reposar en la sociedad de
nuestros semejantes: miserables como nosotros, impotentes como nosotros,
no nos ayudarn. Moriremos solos. Es preciso,
314 313
316 317
pues, hacer como si estuviramos solos. Y entonces construiramos
casas soberbias, etctera? Buscaramos la verdad sin vacilar. Al rechazar
hacerlo, demostramos valorar ms la estima de los hombres que la
bsqueda de la verdad.
34
De este modo puede establecerse, sin someterse a la exaltacin
existencial del S.-zum-Tode un vnculo necesario entre tres hechos
antropolgicos indiscutibles e indisociables: el hombre es y se sabe mortal,
el pensamiento de que va a morir le resulta insoportable o imposible y,
condenado a la muerte, fin (en el sentido de trmino) que no puede ser
tomado como fin (en el sentido de objetivo)y puesto que representa, segn la
sentencia de Heidegger, la posibilidad de la imposibilidad, es un ser sin
razn de ser, posedo por la necesidad de justificacin, legitimacin,
reconocimiento. Pero, como sugiere Pascal, en esa busca de justificaciones
para existir, lo que llama el mundo, o la sociedad, es la nica instancia
capaz de rivalizar con el recurso a Dios.
35
Se comprende, gracias a esta equivalencia, que lo que Pascal describe
como miseria del hombre sin Dios, es decir sin razn de ser, quede
rubricado desde el punto de vista sociolgico en forma de la miseria
propiamente metafsica de los hombres y las mujeres sin razn de ser social,
abandonados a la insignificancia de una existencia sin necesidad, a merced
de su absurdidad. Y se comprende tambin, a contrario, el poder casi divino
de liberar de la contingencia y la gratuidad que es patrimonio, quirase o
no, del mundo social, y que se ejerce, en particular, mediante la institucin
estatal: en. tanto que banco central del capital simblico, el Estado est en
condiciones de otorgar esa forma de capital cuya particularidad consiste en
contener en s misma su propia justificacin.
EL CAPITAL SIMBLICO
Por medio de los juegos sociales que propone, el mundo social
proporciona algo ms, y algo diferente, que las apuestas aparentes: la caza,
recuerda Pascal, cuenta tanto como la presa, si no ms, y hay en la accin
una felicidad que supera los beneficios pa-
ternes (salario, precio, recompensa) y consiste en el hecho de salir de la
indiferencia (o la depresin), de estar ocupado, proyectado hacia unos
fines, y de sentirse dotado, objetivamente y, por lo tanto,
subjetivamente, de una misin social. Ser esperado, requerido, estar
agobiado por las obligaciones y los compromisos, no significa slo
evitar la soledad o la insignificancia, sino tambin experimentar, de la
forma ms continua y ms concreta, la sensacin de contar para los
dems, de ser importante para ellos y, por lo tanto, en s, y encontrar en
esta especie de plebiscito permanente que constituyen las muestras
incesantes de inters ruegos, solicitudes, invitaciones una especie
de justificacin continuada de existir.
Pero para poner de manifiesto, de manera tal vez menos negativa, y
ms convincente, el efecto de consagracin, capaz de evitar - el sentimiento
de insignificancia y contingencia que provoca una existencia sin necesidad,
al conferir una funcin social conocida y reconocida, se podra, releyendo
Le Suicide
!6
* donde Durkheim, en su fe cientificista, llega incluso a la
exclusin de la cuestin de la razn de ser de un acto que plantea, en grado
supremo, la cuestin de la razn de existir-, observar que la propensin a
acabar con la propia vida vara en razn inversa a la importancia social
reconocida y que, cuanto ms dotados estn los agentes sociales de una
identidad social consagrada, la de cnyuge, padre o madre de familia,
etctera, tanto menos expuestos estn a poner en cuestin el sentido de su
existencia (es decir, que los casados lo estn menos que los solteros, los
casados con hijos menos que los casados sin hijos, etctera). El mundo
social confiere aquello que ms escasea, reconocimiento, consideracin, es
decir, lisa y llanamente, razn de ser. Es capaz de dar sentido a la vida y a
la propia muerte, al consagrarla como sacrifico supremo.
De todas las distribuciones, una de las ms desiguales y, sin duda, en
cualquier caso, la ms cruel, es la del [capital simblico,^ es decir, de la
importancia social y las razones para vivir. Y es sabido, por ejemplo, que
incluso los cuidados y las atenciones que las ^ instituciones y los agentes
hospitalarios dispensan a los moribun-
* Versin castellana: El suicidio, trad. de Lorenzo Daz Snchez, Akal, To- rrejn
de Ardoz, Madrid, 1992. (N. delT.)
dos estn en proporcin, de modo ms inconsciente que consciente, de su
importancia social.
37
En la jerarqua de las dignidades y las indignidades,
que nunca puede superponerse del todo a la jerarqua de las riquezas y los
poderes, el noble, en su variante tradicional o su forma moderna lo que
llamo la nobleza de Estado-, se opone al paria estigmatizado que, como el
judo en la poca de Kafka o, en la actualidad, el negro de los guetos, o el
rabe o el turco de los suburbios obreros de las ciudades europeas, lleva la
maldicin de un capital simblico negativo. Todas las manifestaciones del
reconocimiento social que conforman el capital simblico, todas las formas
del ser percibido que conforma el ser social conocido, visible (dotado de
visibiity), famoso (o afamado), admirado, citado, invitado, querido^
318 321
etctera, son otras-tamas-mahi- festacies de \z ^^^ (cFdnsma) ^u& evita a
aquellos (o a aquellas) a los que toca la angustia de la existencia sin
justificacin y les confiere no slo una teodicea de su privilegio, como la
religin, segn Max Weber -lo que no sera, ciertamente, poca cosa-, sino
tambin una teodicea de su existencia.
A la inversa, no hay peor desposesin ni peor privacin, tal vez, que la
de los vencidos en la lucha simblica por el reconocimiento, por el acceso a
un ser social socialmente reconocido fes decirren una palabra, a la
humanidad. Esta lucha no se reduce a un-combate gofrmaniano para dar
una representacin favorable de s mismo: es una competencia por un
poder que slo puede obtenerse de otros rivales que compiten por el mismo
poder, un poder sobre los dems que debe su existencia a los dems, a su
mirada, a su percepcin y su evaluacin (al hacer que no haya que escoger
entre el homo homini lupus de Hobbes y el homo homini Deus de Spinoza), y,
por lo tanto, un poder sobre un deseo de poder y sobre el objeto de este
deseo. Pese a ser fruto de actos subjetivos de donacin de sentido (que no
implican necesariamente la conciencia y la representacin), este poder
simblico, hechizo, seduccin, carisma, parece como dotado de una
realidad objetiva, como si determinara las miradas que lo producen (como
la fides tal como la describe Benveniste o el carisma tal como lo analiza Max
Weber, vctima, a su vez, de los efectos de la fetichizacin y la trascendencia
fruto de la agregacin de las miradas y, sobre todo, de la
concordancia de las estructuras sociales y las estructuras incorpo-
radas).
Toda especie de capital (econmico, cultural, social) tiende (en
diferentes grados) a funcionar como capital simblico (de modo que tal vez
valdra ms hablar, en rigor, de efectos simblicos & del capital) cuando
obtiene un reconocimiento explatoTTpracti- cdfeTde un habitus
estructurado segn las mismas estructuras que
el espacio en que se ha engendrado. En otras palabras, el capital ------------
simblico (el honor masculino de las sociedades mediterrneas, la
honorabilidad del notable o el mandarn chino, el prestigio del escritor
famoso, etctera) no es una especie particular de capital, sino aquello
en lo que se convierte cualquier especie de capital cuando no es
reconocida en tanto que capital, es decir, en tanto que fuerza,
poderlTcapacdad de explotacin (actual o potencial) )V^or-
lcuantOHreG0noda-mmoTegrma. Ms precisamente, el
capiTd~e:^ simblico (proporcionando be
neficios, como expresa, por ejemplo, el aserto-precepto honesty is the
bestpolicy) en la relacin con un habitus predispuesto a percibirlo como
signo y como signo de importancia, es decir, a conocerlo y reconocerlo
en funcin de estructuras cognitivas aptas y propensas a otorgarle el
reconocimiento porque concuerdan con lo que es. Fruto de la
transfiguracin de una relacin de fuerza en relacin de sentido, el
capital simblico saca de la insignificancia en cuanto carencia de
importancia y sentido. >.
..
Contar con el conocimiento y el reconocimiento significa tambin
tener el poder de reconocer, consagrar, decir, con xito, lo que merece ser
conocido y reconocido, y, ms generalmente, de Y decir lo que es, o mejor
an, en qu consiste lo que es, qu hay que pensar de lo que es, mediante
un decir (o un predecir) perfor- mativo capaz de hacer que lo dicho sea
conforme al decir (poder del que la variante burocrtica consiste en el acto
jurdico y la variante carismtica en la intervencin proftica). Los ritos de
insri- tucin, actos de investidura simblica destinados a justificar al ser
consagrado de ser lo que es, de existir como existe, completan literalmente
la creacin de aquel al que se aplican al evitarle el ejercicio ilegal, la ficcin
delirante del impostor (cuyo lmite sera el loco que se toma por Napolen)
o la imposicin arbitraria del
320
321
e
Pretende ser, que esta icgn JI a habilitado para entrar en la
funcin, ficcin o impostura H
uc
*
111
ser publicamente proclamada
ante todos como merece ora e re conocimiento universal, se convierte
en una impostura legitima, segn la formulacin de Austin,
38
es
decir, menospreciada, negada como tal por todos, empezando por el
propio impostor.
Al imponerle solemnemente el nombre o el ttu o que o e i ne
mediante una ceremonia inaugural de entronizacin, inceptio del maestro
medieval, ordenacin del sacerdote, acto en el que se arma al caballero o
se corona al rey, leccin inaugural, sesin de apertura del tribunal,
etctera, o, en un orden completamente distinto, circuncisin o boda,
estos actos de magia per ormativa per miten y prescriben, a la vez, que el
recipiendario se convierta en lo que es, es decir, en lo que tiene que ser,
que entre, en cuerpo y alma, en su funcin, es decir, en su ficcin soda,
que asuma imagen o la esencia social que le es conferida en orma e nona
bres, ttulos, diplomas, puestos u honores, y que a encarne en tanto que
persona moral, miembro ordinario o extraordinario de un grupo, a cuya
existencia tambin contribuye al conferirle una
encarnacin ejemplar.
El rito de institucin, aunque parezca impersonal, siempre es muy
personal: ha de cumplirse en persona, en presencia de la persona (no se
puede, salvo excepcin extraordinaria, mandar a alguien en representacin
a una ceremonia de consagracin), y quien est instalado en la dignidad, de
la que se dice que nunca muere (dignitos non moritur), para significar que
so revivir a cuerpo de quien lo ostenta, tiene, en efecto, que asumirla en
todo ^ ser, es decir, con su cuerpo, con temor y temblor con el sufrimiento
preparatorio o la prueba olorosa. Ha de implicarse personalmente en su
investidura, es decir, comprometer su devocin, su
r
e> su cuerpo, darlos en
prenda, y atestar, con su comportamiento
r s
u discurso -en eso estriba la
funcin de las palabras rituales de ^conocimiento-, su fe en la funcin y el
grupo que la otorga, y Jue slo le confiere esa seguridad descomunal a
condicin e con ar tambin a su vez con una seguridad total. Esta identidad
ga- antizada conmina a dar a cambio garantas de identidad (noble-
za obliga), de conformidad con el ser que la definicin social pre-
suntamente produce, el cual ha de ser mantenido mediante una
labor individual y colectiva de representacin que ha de hacer
existir al grupo en tanto que grupo, ha de producirlo dndolo a
conocer y hacindolo reconocer.
En otras palabras, el rito de investidura existe para tranquilizar al
impetrador sobre su existencia en tanto que miembro de pleno derecho
del grupo, sobre su legitimidad, pero tambin para tranquilizar al
grupo sobre su propia existencia como grupo consagrado y capaz de
consagrar, as como sobre la realidad de las ficciones sociales que
produce y reproduce, nombres, ttulos, honores, y que el recipiendario
hace existir al aceptar recibirlos^ La representacin, mediante la cual el
grupo se representa, no puede incumbir exclusivamente a unos agentes
que, por estar encargados de simbolizar al grupo al que representan en
un sentido teatral, pero tambin en sentido jurdico, a ttulo de
mandatarios dotados de la procurado ad omnia faciendo-, han de estar
comprometidos con su cuerpo y dar garantas de un habitus
ingenuamente invertido en una creencia incondicional. (Mientras que
una disposicin reflexiva, en particular a propsito del ritual de
investidura y lo que instituye, constituira una amenaza para la buena
circulacin del poder simblico y la autoridad, o incluso una especie de
desviacin del capital simblico en beneficio de una subjetividad
irresponsable y peligrosa.)
39
En tanto que personas biolgicas, los
plenipotenciarios, los mandatarios, los delegados, los portavoces, estn
expuestos a la imbecilidad o la pasin, y son mortales. En tanto que
representantes, forman parte de la eternidad y la ubicuidad del grupo a
cuya existencia contribuyen en tanto que grupo permanente,
omnipresente, trascendente, y al que encarnan temporalmente
hacindolo hablar por su boca y representndolo con su cuerpo,
convertido en smbolo y emblema moviiizador.
Como demuestra Eric L. Santner a propsito del caso, consa-
grado por el anlisis de Freud, del presidente Daniel Paul Schre-
ber, que fue presa de un acceso de delirio paranoico en el momento
de su nombramiento, en junio de 1893, como Senatsprasident,
presidente de la sala tercera del Tribunal Supremo de Apelacin, la
posibilidad, o la amenaza, de una crisis siempre est potencal-
320 321
usurpador. Y ello proclamando pblicamente que es, en efecto, lo que
pretende ser, que est legitimado para ser lo que pretende, que est
habilitado para entrar en la funcin, ficcin o impostura que, al ser
pblicamente proclamada ante todos como merecedora del re-
conocimiento universal, se convierte en una impostura legtima,
segn la formulacin de Austin,
38
es decir, menospreciada, negada como
tal por todos, empezando por el propio impostor.
Al imponerle solemnemente el nombre o el ttulo que lo define
mediante una ceremonia inaugural de entronizacin, inceptio del
maestro medieval, ordenacin del sacerdote, acto en el que se arma al
caballero o se corona al rey, leccin inaugural, sesin de apertura del
tribunal, etctera, o, en un orden completamente distinto, circuncisin
o boda, estos actos de magia performativa permiten y prescriben, a la
vez, que el recipiendario se convierta en lo que es, es decir, en lo que
tiene que ser, que entre, en cuerpo y alma, en su funcin, es decir, en
su ficcin social, que asuma la imagen o la esencia social que le es
conferida en forma de nombres, ttulos, diplomas, puestos u honores, y
que la encarne en tanto que persona moral, miembro ordinario o
extraordinario de un grupo, a cuya existencia tambin contribuye al
conferirle una encarnacin ejemplar.
El rito de institucin, aunque parezca impersonal, siempre es
muy personal: ha de cumplirse en persona, en presencia de la persona
(no se puede, salvo excepcin extraordinaria, mandar a alguien en
representacin a una ceremonia de consagracin), y quien est
instalado en la dignidad, de la que se dice que nunca muere (dignitas
non moritur), para significar que sobrevivir al cuerpo de quien lo
ostenta, tiene, en efecto, que asumirla en todo su ser, es decir, con su
cuerpo, con temor y temblor, con el sufrimiento preparatorio o la
prueba dolorosa. Ha de implicarse personalmente en su investidura, es
decir, comprometer su devocin, su fe, su cuerpo, darlos en prenda, y
atestar, con su comportamiento y su discurso -en eso estriba la funcin
de las palabras rituales de reconocimiento, su fe en la funcin y el
grupo que la otorga, y que slo le confiere esa seguridad descomunal a
condicin de contar tambin a su vez con una seguridad total. Esta
identidad garantizada conmina a dar a cambio garantas de identidad
(nobleza obliga), de conformidad con el ser que la definicin social
presuntamente produce, el cual ha de ser mantenido mediante una
labor individual y colectiva de representacin que ha de hacer existir
al grupo en tanto que grupo, ha de producirlo dndolo a conocer y
hacindolo reconocer.
En otras palabras, el rito de investidura existe para tranquilizar al
impetrador sobre su existencia en tanto que miembro de pleno
derecho del grupo, sobre su legitimidad, pero tambin para
tranquilizar ai grupo sobre su propia existencia como grupo con-
sagrado y capaz de consagrar, as como sobre la realidad de las fic-
ciones sociales que produce y reproduce, nombres, ttulos, honores, y
que el recipiendario hace existir al aceptar recibirlos. La
representacin, mediante la cual el grupo se representa, no puede
incumbir exclusivamente a unos agentes que, por estar encargados de
simbolizar al grupo al que representan en un sentido teatral, pero
tambin en sentido jurdico, a ttulo de mandatarios dotados de la
procurado ad omnia facienda, han de estar comprometidos con su cuerpo
y dar garantas de un habitus ingenuamente invertido en una creencia
incondicional. (Mientras que una disposicin reflexiva, en particular a
propsito del ritual de investidura y lo que instituye, constituira una
amenaza para la buena circulacin del poder simblico y la autoridad,
o incluso una especie de desviacin del capital simblico en beneficio
de una subjetividad irresponsable y peligrosa.)
39
En tanto que
personas biolgicas, los plenipotenciarios, los mandatarios, los
delegados, los portavoces, estn expuestos a la imbecilidad o la pasin,
y son mortales. En tanto que representantes, forman parte de la
eternidad y la ubicuidad del grupo a cuya existencia contribuyen en
tanto que grupo permanente, omnipresente, trascendente, y al que
encarnan temporalmente hacindolo hablar por su boca y
representndolo con su cuerpo, convertido en smbolo y emblema
movilizador.
Como demuestra Eric L. Santner a propsito del caso, consagrado
por el anlisis de Freud, del presidente Daniel Paul Schre- ber, que fue
presa de un acceso de delirio paranoico en el momento de su
nombramiento, en junio de 1893, como Senatsprasident, presidente de la
sala tercera del Tribunal Supremo de Apelacin, la posibilidad, o la
amenaza, de una crisis siempre est potendal-
322 323
mente presente, en especial en los momentos inaugurales, cuando
se hace ms patente la arbitrariedad de la institucin.
40
Que ello sea
posible se debe a que la apropiacin de la funcin del impetrador es
asimismo apropiacin del impetrador por la funcin: el titular slo
entra en posesin de su funcin si acepta dejarse poseer por sta en su
cuerpo, como le exige el rito de investidura, que, al imponer la
adopcin de una indumentaria -con frecuencia, un uniforme-, un
lenguaje -a su vez estandarizado y estilizado, como un uniforme- y
una hxis corporal adecuada, trata de amarrarlo duraderamente a una
forma de ser impersonal y manifestar mediante esa suerte de cada en
el anonimato que acepta el sacrificio, a veces desorbitado, de la
persona privada. Sin duda porque se la presiente (o porque se la
descubre de repente, en la arbitrariedad del inicio) esta apropiacin
por la herencia, imprescindible para tener derecho a heredar, no
resulta evidente. Y los ritos de institucin, que estn all, condensados
de todas las acciones y todas las palabras, innumerables,
imperceptibles e invisibles, porque a menudo son nfimos,
infinitesimales, tienden a llamar a cada cual al orden, es decir, al ser
social que el orden social le asigna (Es tu hermana, Eres el
primognito), el de hombre o mujer, el de primognito o benjamn, y
a garantizar as el mantenimiento del orden simblico regulando la
circulacin del capital simblico entre las generaciones, dentro de la
familia primero y en las instituciones de todo tipo despus. Al
entregarse, en cuerpo y alma, como suele decirse, a su funcin y, por
medio de ella, al cuerpo constituido que la pone entre sus manos,
universitas, collegium, so- cietas, como dicen los canonistas, el sucesor
legtimo, dignatario o funcionario, contribuye a garantizar la eternidad
de la funcin que le preexiste y le sobrevivir, y del cuerpo mstico que
encarna, y del que forma parte, y por ello forma parte de su eternidad.
Los ritos de institucin dan una imagen aumentada, particu-
larmente visible, del efecto de institucin, ser arbitrario que tiene el
poder de evitar la arbitrariedad, de conferir la razn de ser entre las
razones de ser, la que constituye la afirmacin de que un ser
contingente, vulnerable a la enfermedad, la invalidez y la muerte, es
digno de la dignidad trascendente e inmortal, como el orden social,
que se le imparte. Y los actos de nombramiento, desde los ms triviales
del orden burocrtico corriente, como la concesin de un carn de
identidad o un certificado de enfermedad o invalidez, hasta los ms
solemnes, que consagran las noblezas, conducen, al cabo de una
especie de regresin al infinito, hasta esta especie de realizacin de
Dios en la tierra que es el Estado, el cual garantiza, en ltima instancia,
la serie infinita de los actos de autoridad que certifican por delegacin
la validez de los certificados de existencia legtima (en tanto que
enfermo, invlido, profesor o sacerdote). Y la sociologa acaba
convirtindose, as, en una especie de teologa de la ltima instancia:
investido, como el tribunal de Kafka, de un poder absoluto para dictar
veredictos y una percepcin creadora, el Estado, semejante al intuitus
originarius divino, segn Kant, hace existir nombrando y
distinguiendo. Durk- heim, por lo que se ve, no era tan ingenuo como
pretenden hacemos creer cuando deca, tal como hubiera podido hacer
Kafka, que la sociedad es Dios.
NOTAS
INTRODUCCIN
1. E Bourdieu, Clibat et condition paysanne, tudes rurales, 5-6,
abril-septiembre de 1962, pgs. 32-136; Homo acadmicas, d. de
Minuit, Pars, 1984.
2. Tanto s se trata de mis propios trabajos como de los de otros in-
vestigadores que me han resultado tiles, me he limitado aqu a
las referencias que me han parecido imprescindibles para
quienes quisieran ampliar por su cuenta la investigacin; soy
perfectamente consciente de que el camino de en medio que he
escogido, tras muchas vacilaciones, entre las largas
enumeraciones de nombres de filsofos, etnlogos, historiadores,
economistas, psiclogos, etctera, que habra podido y tal vez
hubiera debido invocar en cada momento, y la ausencia total de
referencias no es, evidentemente, ms que un remedio para salir
del paso.
3. S. Mallarm, La musique et les lettres, CEuvres completes, ed. de
H. Mondor y G. Jean-Aubry, Gallimard, Bibliothque de la
Pliade, Pars, 1970, pg. 647. He propuesto un anlisis de este
texto, que dar escalofros a los pos servidores del poeta serfico
de la ausencia, que lo ven a travs de una nube, en P. Bourdieu,
Les Regles de Van. Gense et structure du champ littraire, Ed. du
Seuil, Pars, 1992, pgs. 380-384. (P. Bourdieu, Las reglas del arte.
Gnesis y estructura del campo literario, trad. de Th. Kauf,
Anagrama, Barcelona, 1995, pgs. 406-410.)
NOTAS
4. Pascal, Penses et Opuscules, d. Brunscvicg, Hachette, Pars,
326 327
1912, 114. (Pascal, Pensamientos, trad. J. Llans, Alianza, Madrid,
1981.)
CAPTULO 1
1. Vase A. W! Gouldner, The Corning Crisis of Western Society, Basic
Books, Nueva York, 1970
2. La sociologa de la educacin, la de la produccin cultural y la del
Estado, a las que me he dedicado sucesivamente, han repre-
sentado de ese modo para m tres momentos de una misma tarea
de reapropiacin del inconsciente social que no se reduce a las
tentativas proclamadas de autoanlisis, como la que se presenta
aqu: Primer caso prctico: confesiones impersonales; o en un
antiguo ensayo de objetivacin reflexiva: vase P. Bourdieu y J.-C.
Passeron, Sociology and Philosophy in France since 1945; Death
and Resurrection of a Philosophy without Subject, Social Research,
XXXIX, 1, primavera de 1967, pgs. 162-212.
3. E. F. Keller, Reflections on Gender and Science, Yale University Press,
New Haven, 1985 (la oposicin entre las ciencias llamadas duras
y las disciplinas llamadas suaves, y, en particular, el arte y la
literatura, todava corresponde, bastante estrechamente, a la
divisin entre los sexos).
4. Pascal, Penses, Br., 252.
5. dem.
6. J. L. Austin, Sense and Sensibilia, Oxford University Press, Lon- dres-
Oxford-Nueva York, 1962, pgs. 3-4. (J. L. Austin, Sentido y
percepcin, trad. de Alfonso Garca Surez, Tecnos, Madrid, 1981.)
7- H. Vaihinger, Die philosophie des Ais ob, System der theoretischen,
praktischen und religisen Fiktionen der Menschheit aufGrund cines
idealistischen Positivismos. Mit einem Anhang ber Kant und
Nietzsche, 2, Flix Meiner Verlag, Leipzig, 1924.
8. Platn, Teeteto, 172-176c. Al distinguir a quienes, criados en la
libertad y el ocio, ignoran desde la juventud el camino del
gora, de quienes han sido criados para la mentira y el inter-
cambio de injusticias, o, como los pastores, son unos bastos o
unos ignorantes por falta de ocio, puede parecer que Platn re-
laciona los modos de pensamiento que distingue con unos modos
de vida o de formacin o incluso unas condiciones de existencia; lo
que no le impide oponer unas virtudes, libertad, desinters, y unos
vicios, egosmo, mentira, injusticia, basados en una jerarqua social
naturalizada, con lo que anticipa los anlisis que, como los de
Heidegger, versarn sobre las condiciones de existencia y los
modos de vida (autnticos o inautnticos) como si se tratara
de artes de vivir electivos.
9. Para un anlisis ms preciso de este efecto de estudianrizacin,
vase P. Bourdieu y P. Champagne, Les exclus de lintrieur, en
P. Bourdieu (dir.), La Misre du monde, Ed. du Seuil, Pars, 1993,
pgs. 597-603.
10. Sobre este punto, y en particular sobre el hecho de que el lugar
otorgado a la interaccin didctica y la libertad de la que dispone
van creciendo a medida que se va avanzando en la evolucin de
las especies animales, vase j. S. Bruner, Toward a Theory of
Instruccin, Harvard University Press, Cambridge, 1996; Poverty
and Childhood, Merrill-Palmer Institute, Detroit, 1970; LeDve-
loppement de Tenfant: savoir faire, savoir dire, PUF, Pars, 1987 (2.
a
edicin).
11. Proceso esplndidamente descrito en E. Cassirer, Individu et
Cosmos, d. de Minuit, Pars, 1983.
12. j.-P. Sartre, Plaidoyer pour les intellectuels, Gallimard, Pars, 1972.
13. J. Habermas, Strukturwandel der Ojfentlichkeit. Untersuchungen zu
einer Kategorie der brgerlichen Gesellschafi, Hermann Luch- terhand
Verlag, Neuwied am Rhein-Berlin, 1965. (LEspace pu- blic.
Archologie de la publicit comme dimensin constitutive de la socit
bourgeoise, trad. de M. B. de Launay, Pars, Payot, pgs. 157-198.)
14. Vase, en especial, M. Baxandall, Painting and Experience in Fif
teenth Century Italy: A Primer in the Social History of Pictorial Style,
Clarendon, Oxford, 1972 (CEildu Quattrocento, trad. de Y.
Delsaut, Gallimard, Pars, 1985); M. Biagioli, Galilea Cou- rrier: The
Practice of Science in the Culture of Absolutism, The University of
Chicago Press, Chicago, 1993-
328 329
15. . Durkheim, UEvolution pdagogique en Frunce, PUF, Pars, 1938 (2.
a
edicin, Quadrige, 1990), pgs. 252-253.
16. Descartes, CEuvres et Lettres, Gallimard, Bibothque de la
Pliade, Pars, 1953, pgs. 205-216 y, especialmente, pg. 207.
17. E. Panofsky, La Perspective comme forme symbolique, Ed. de Mi- nuit,
Pars, 1975.
18. E. G. Schachtel, Metamo rphosis, On the Development of Affect,
Perception, Attention, and Memory, Basic Books, Nueva York, 1959.
19. L. Febvre, Le Probleme de Pincroyance au XVl
e
sicle, la religin de
Rabelais, Albin Michel, Pars, 1942; M. Bakhtine, VCEuvre de
Franqois Rabelais et la culture populaire au Moyen Age et sous la
Renaissance, Pars, Gallimard, 1970.
20. Sobre la solidaridad y la interdependencia entre el cuerpo y el es-
pritu en la tradicin china, vase J. Gernet, LLntelligence de la
Chine, le social et le mental, Gallimard, Pars, 1994, pg. 271. (Fan
Shen, hacia el ao 500 de nuestra era, afirma la solidaridad
completa del cuerpo y el espritu: mis manos y todas las otras
partes de mi cuerpo [...] son otras tantas partes de mi espritu. J.
Gernet, op. cit., pgs. 273-277.)
21. M. Weber, Die rationalen und sozilogischen Grundlagen der Mu- sik,
UTB/Mohr-Siebeck, Tubinga, 1972.
22. Sobre la repugnancia hacia lo fcil y las satisfacciones orales (y
sexuales) como fundamento de la esttica kantiana, vase P.
Bourdieu, La Distinction. Critique sacale du jugement de got, d. de
Minuit, Pars, 1979, pgs. 566-569. El propio Durkheim, como
buen kantiano, identifica la cultura con la ascesis, con la disciplina
del cuerpo, del deseo, de los apetitos, presociales y femeninos
(vase . Durkheim, Les Formes lmentaires de la vie religieuse, PUF,
Pars, 7.
a
edicin, 1985, pgs. 450-452).
23. R. Williams, Plaisantes perspectives, Invention du paysage et
abolition du paysan, Actes de la recherche en Sciences sociales, 17- 18,
noviembre de 1977, pgs. 29-36.
24. Como pone de manifiesto la estadstica de la frecuentacin de los
museos, la aptitud para aprehender las obras de arte y, ms
generalmente, las cosas del mundo, como un espectculo, una
representacin, una realidad sin ms fin que el de ser contempla-
da, est repartida de modo muy desigual. Al depender estrecha-
mente de unas condiciones de adquisicin determinadas, fami-
liares y escolares, y de unas condiciones de ejercicio determinadas,
como la prctica turstica (inventada por la aristocracia y la
burguesa inglesas, con la gran gira por las capitales artsticas),
esta disposicin universalmente exigida a los visitantes de los
museos nada tiene de universal (vase P. Bourdieu, LAmour de
Vart. Les muses dart europens et leur public, Ed. de Minuit, Pars,
1966).
25- Las reacciones escandalizadas que suscitan, tanto entre los obreros
como entre los campesinos, determinadas fotografas de arte,
violentamente rechazadas y condenadas por su carcter gratuito y
su falta de significacin y funciones sociales reconocidas e in-
mediatamente reconocibles, se basan en un gusto que se puede
llamar funcionalista y que habitualmente se expresa en las pre-
ferencias de la existencia cotidiana por lo prctico y lo subs-
tancial.
26. Vase P. Bourdieu, UOntologie politique de Martin Heidegger, Ed. de
Minuit, Pars, 1988.
27. Puede leerse al respecto la obra de Jeffrey Andrew Barash, Hei-
degger et son secle. Temps de Pitre, temps de Phistoire (PUF, Pars,
1995), que evoca ms concretamente el primersimo perodo del
pensamiento de Heidegger y el enfrentamiento del autor de Sein
und Zeit, especialmente en sus clases de los aos veinte, con las
ciencias histricas y el problema de la historia; o tambin el an-
lisis pormenorizado de los textos (sobre todo de las clases) ante-
riores a Sein und Zeit que propone Theodore Kiesiel, The Gnesis of
Heidewers Beim and Time (University of California Press, Berkeley,
1995).
28. Se podra mostrar, como Louis Pinto (comunicacin oral), que
aquellos a los que l llama los hermeneutas de lo cotidiano, y
cuyo primer representante fue Henri Lefebvre, momentneamente
seducido, como otros, por el Heidegger de Briefber den
Humanimus (vase P. Bourdieu, LOntologie politique de Martin
Heidegger, op. cit., pgs. 107-108), han encontrado, en el anlisis
de la sociedad de consumo un medio de reanudar el vnculo con
un aristocratismo basado en la condena de las falsas necesidades,
insaciables (es el tema platnico de la pkonexb) y anrquicas, del
330 331
pueblo y en la pretensin a la lucidez desencantadora de quienes
saben descubrir unos signos en lo que para los dems slo es
engao.
29. La identificacin de lo universal con lo inautntico se expresa de
forma particularmente clara en la correspondencia con Elisa- beth
Blochmann: La vida nueva que queremos, o, mejor dicho, que
quiere germinar dentro de nosotros, ha renunciado a ser
universal, es decir no autntica, y extensiva (extensa superficial-
mente) (vase M. Heidegger, Correspondance avec Karl Jaspers,
suivi de Correspondance avec Elisbaseth Blochmann, trad. de Pascal
David, Gallimard, Pars, 1996, pgs. 216-217 y tambin 267-268).
30. E. Husserl, La Crise des Sciences europennes et la phnomnologie
trascendantale, trad. e introduccin de G. Granel, Gallimard, Pars,
1976, pg. 142.
31. C. Souli, Anatomie du got philosophique, Actes de brecher- che
en Sciences sociales, 109, octubre de 1995, pgs. 3-28; y tambin R.
Rorty, J. B. Schneewind y Q. Skinner (eds.), Phibsophy in History:
Essays on the Historiography of Philosophy, Cambridge University
Press, Cambridge, 1984.
32. Sobre la deshistorlcizacion de la historia de la filosofa, vase: Se-
gundo caso prctico: el olvido de la historia.
33- Louis Marn, a quien dedico este caso prctico, ha desarrollado
magnficamente, a propsito de Pascal, la cuestin de saber
quin es yo? (vase Louis Marn, Pascal et Port-Royal, PUF,
Pars, 1997, especialmente, pg. 92 y siguientes).
34. He llevado a cabo esta labor en La Noblesse dEtat. Grandes cobs et
esprit de corps, d. de Minuit, Pars, 1989, pgs. 19-182.
35. J.-L. Fabiani, Les Phibsophes de la Rpublique, d. de Minuit, Pars,
1988, pg. 49-
36. Se encontrarn precisiones sobre este punto en P. Bourdieu, Homo
acadmicas, op> cit., pg. 120 y siguientes, y C. Souli, op. cit.
37- Sobre este particular, vase la excelente obra de Lucien Braun,
Histoire de Vhistoire de b phibsophie, Ed. Ophrys, Pars, 1973, pgs.
205-224; y tambin Iconographie et phibsophie. Essai et d- finition d
un champ de recherche, Presses Universitaires de Stras- bourg,
Estrasburgo, 1996, 2 vols.
38. B. Erdmann, Reflexionen Kants zur Kritik der reinen Vernunft,
Leipzig, 1882-1884, citado por L. Braun, op. cit., pg. 235 y si-
guientes.
39. Vase Reike, Lose Blatter aus Kants Nachbss, ll, pg. 278, citado por
L. Braun, op. cit., pg. 215. Sobre la distincin entre el orden lgico
y el cronolgico de los acontecimientos producidos por la
causalidad emprica como fundamento de una historia a priori de
la filosofa en Johann Chrisran Grohmann, vase tambin L.
Braun, op. cit., pg. 235 y siguientes.
40. G. W. F. Hegel, Leqons sur Vhistoire de b phibsophie, Introduc- tion:
systeme et histoire de b phibsophie, trad. de J. Giblein, Gallimard, 8.
a
edicin, Pars, 1954, pg. 109.
41. Ibid., pg. 110.
42. Ibid., pg. 40.
43. Ibid., pg. 44.
44. Ibid., pg. 41.
45. Ibid, pg. 30.
46. Spinoza, Autorits thologiques et polirques, en CEuvres, Ga-
llimard, Bibliothque de la Piade, Pars, pgs. 716-717 y 725-
726.
CAPTULO 2
1. C. C. Geertz, The Interpretation of Culture. Sebcted Essays, Basic
Books, Nueva York, 1973, y Bali. Interprtation dune culture, trad.
de D. Paulmey L. Evrard, Gallimard, Pars, 1983, pgs. 165-215.
2. Vase: Caso prctico: Cmo leer a un autor?
3. Tan slo evoco aqu unos anlisis que ya desarroll pormenoriza-
damente en Le Sens pratique, d. de Minuit, Pars, 1980, espe-
cialmente, pgs. 333-439.
4. Como he podido comprobar sometiendo a una segunda interro-
gacin sobre el sentido de sus respuestas a personas sometidas
previamente a un ejemplo estndar de interrogacin escolstica
(un cuestionario SOFRES).
332 333
5. Vase P. Bourdieu, La reglas del arte, op. cit., y, en este libro, Caso
prctico: Cmo leer a un autor?
6. Pascal, Art de persuader, Br., pg. 193.
7. Siempre lamentar que la reflexin epistemolgica sobre las
ciencias sociales est, en lo esencial, limitada a los propios espe-
cialistas en estas disciplinas, que no siempre poseen la competen-
cia especfica y la serenidad necesarias, y que, salvo contadas y
notables excepciones pienso, por ejemplo, en Jean-Claude Pa-
riente-, los filsofos se hayan mantenido al margen, por lo menos
en Francia, sin duda, porque la barrera de casta entre las dis-
ciplinas es ms alta.
8. J. Habermas, Thorie de lagir communicationnel, Fayard, Pars, 1987;
Connaissance et intret, Gallimard, Pars, 1976.
9. Es imposible no pensar, al leer las descripciones habermasianas de
la situacin ideal de discurso y la tica comunicacional que se
engendra en ellas como por milagro, en las pginas que Marx
dedica, en el Manifiesto del Partido Comunista, a los filsofos
alemanes y al consumado arte con el que tranformaron las
medidas mediante las cuales se manifestaba la voluntad de la
burguesa francesa revolucionaria en una expresin de las leyes
de la voluntad pura, de la voluntad como debe ser, de la voluntad
verdaderamente humana (K. Marx, Le Manifest du Parti
Communiste, en CEuvres, Gallimard, Bibliothque de la Plia-
de, Pars, 1963, pgs. 185-186). La analoga es forzada y dema-
siado burda, y, como tal, simplificadora. Pero es indudable que,
aunque nunca se pueda reducir un pensamiento a sus usos y sus
efectos sociales, la obra de Habermas debi parte de su audiencia
universal al hecho de que otorgaba el marchamo de la gran filo-
sofa alemana a las pas consideraciones sobre el dilogo demo-
crtico, marcadas de modo demasiado evidente por las ingenui-
dades del humanismo cristiano (A. Wellmer, Ethik und Dialog.
Elemente des moralischen Urteils bei Kant in der Diskursetbik,
Suhrkamp, Frankfurt, 1986).
10. He profundizado esta crtica en Ce que parler veut dire. Lcono- mie
des changes lingistiques, Fayard, Pars, 1982, y, sobre todo, en
Language and Symbolic Power, Polity Press, Cambridge, 1991.
11. He analizado con mayor precisin estas variaciones estadsticas en
Lopinin publique n existe pas, en Questions 'de sociologie, d. de
Minuit, Pars, 1980, pgs. 222-235.
12. Comprobar que los ms desposedos tambin carecen de los
medios de produccin polticos, en contra de todas las ilusiones
populistas, significa negar a las leyes de bronce de las oligar-
quas la validez universal que les confiere el pensamiento con-
servador: la concentracin del poder en las manos de los
gobernantes es consecuencia de la desposesin y la dejacin in-
condicional del propio ser que propicia, y, por lo tanto, est con-
denada a disminuir a medida que se generaliza, con la difusin de
la educacin, el acceso a los instrumentos de produccin de la
opinin poltica.
13. Sobre las diferentes filosofas espontneas de la opinin, vase P.
Bourdieu, Questions de politique, Actes de la recherche en Sciences
sociales, 16, septiembre de 1977, pgs. 55-89.
14. P. Bourdieu et al., Travail et travailleurs en Algrie, Mouton, Pars- La
Haya, 1964.
15. En el sentido de justificacin de la sociedad, del orden establecido.
16. Vase O. Weininger, Geschlecht und Charakter, Eine prinzipielle
Untersuchung, Matthes & Seitz, Munich, 1980, citado por E. L.
Santner, My Own Prvate Germany, Daniel Paul Schrebers Secret
History of Modemity, Princeton University Press, Princeton, 1996,
pgs. 141-142.
17. Pascal, Penses, Br., 253.
18. Vase P. Bourdieu et ai, Un art moyen. Essai sur les usages sociaux de
la photographie, Ed. de Minuit, Pars, 1965 (2.
a
edicin, 1970).
19. W. Labov, Le Parler ordinaire. La langue dans les ghettos noirs des
tats-Unis, trad. de A. Kihm, d. de Minuit, Pars, 1978.
20. J. Rawls, A Theory ofjustice, Harvard, Cambridge, Massachu- setts,
1971 (Thorie de la justice, trad. de C. Audard, d. du Seuil, Pars,
1987). Para hacerse una idea de la afinidad profunda que, ms all
de las diferencias que manifiestan, une a Rawls y a Habermas,
puede leerse J. Habermas, Reconciliacin through the Public Use
of Reason-Remarks on Political Libera- lism, Journal ofPhilosophy,
n. 3, 1995, pgs. 109-131.
334 335
21. Vase H. L. A. Hart, Rawls on Liberty and its Priority, en N.
Daniels (ed.), Reading Rawls, Basic Books, 1975, Nueva York, pgs.
238-259. -
22. E. Husserl, Erfahrung und Urteil Untersuchungen zur Geneahgie der
Logik, Flix Meiner Verlag, Hamburgo, 1972, pg. 51 y siguientes.
(Exprience etjugement. Recherches dune gnalogie de la logique,
Pars, PUF, 1991, pgs. 60-61.) Hay que poner de manifiesto que,
en sus ltimos trabajos, Husserl siempre oscil entre una teora
trascendente del ego puro, en cuyo caso el habitus no es ms que
una especie de constantia sibi del sujeto puro, capaz de plantear
objetivos persistentes, constantes, y una teora antropolgica
del ego emprico como HabitualitaP. los trminos habitus y
Habitualitdt, tal como l los emplea, son el espacio propio de la
tensin suscitada por los esfuerzos, algo desesperados, que
despliega para salvar al sujeto puro de la reduccin a lo
emprico, es decir a lo gentico y lo histrico: En el interior de
un flujo de conciencia mondica absoluto se presentan ahora
ciertas formaciones de unidad, que son, no obstante, completa-
mente diferentes de la unidad intencional del ego real y sus pro-
piedades. A este tipo pertenecen unidades como, por ejemplo, los
objetivos persistentes de un nico y mismo sujeto. Cabe
llamarlos, en cierto sentido,habituales, aunque no se trate de un
habitus que remita al hbito propiamente dicho, como si se tratara
del sujeto emprico que, por su parte, puede adquirir unas
disposiciones reales que llamamos habituales. El habitus del que
se trata aqu no pertenece al ego emprico, sino al ego puro (E.
Husserl, Idees directrices pour une phnomnologie et une phi- losopkie
phnomnologique purs. Livre second. Recherches phno- mnologiques
pour la constitution, PUF, Pars, 1982, pgs. 164- 165).
23- M. Oakeshott, Rationalism in Politics and Other Essays, Methuen and
Co., Londres, 1967.
24. C. Baudelaire, Exposition Universelle de 1885, 1, CEuvres
completes, II, ed. de C. Pichois, Gallimard, Bibliothque de la
Pliade, Pars, 1985, pg. 576 y siguientes.
25- Cabra, sin duda, encontrar numerosas muestras de esta crtica de la
crtica profesoral. Por ejemplo, en el mismo texto sobre la
Exposicin Universal, hay una condena de la pedantera y la
erudicin (C. Baudelaire, op. cit., pg. 579) de los profesores
jurados que ya apareca en los tudes sur Poe: Pero a los pro-
fesores jurados no se Ies ha ocurrido que, en el movimiento de la
vida, puede presentarse semejante complicacin, semejante com-
binacin, de modo totalmente inesperado para su sabidura de
aprendices (C. Baudelaire, tudes sur Poe, op. cit., pg. 320). Y
es sabido que Baudelaire conden en repetidas ocasiones el di-
dacticismo, as en la pintura como en la crtica artstica (vase, por
ejemplo, C. Baudelaire, op. cit., pg. 640).
26. C. Baudelaire, CEuvres completes, op. cit., II, pg. 9-
27. Habra que citar aqu la carta de 1855 a Desnoyers sobre la na-
turaleza, en la que Baudelaire rechaza la singular religin nueva
en nombre de la verdadera espiritualidad (para todo ser es-
piritual) (C. Pichois y J. Ziegler, Baudelaire, Julliard, Pars, 1987,
pgs. 301-303).
28. C. Baudelaire, op. cit., II, pg. 640.
29. Ibid., II, pgs. 336-337.
30. Ibid, II, pg. 168.
31. Ibid., II, pg. 250.
32. Ibid., II, pg. 337.
CAPTULO 3
1. Pascal, Pensamientos, Br., 294.
2. J. Rawls, A Theory ofjustice, op. cit.
3. Pascal, Pensamientos, Br., 92.
4. Pascal, Pensamientos, Br., 72.
5. L. Marin, Pour une thorie baroque de Faction politique, prlogo
a G. Naud, Considrations politiques sur les coups dtat, Les
ditions de Pars, Pars, 1989, pgs. 7-65, especialmente, pgs. 19-
20.
6. E. P. Thompson, Modes de domination et rvolutions en An-
gleterre, Actes de la recherche en sciencies sociales, 2-3, 1976, pgs.
133-151.
7. Pienso exponer prximamente de forma ms sistemtica la teo
336 337
ra de los campos en una obra. Mientras tanto pueden consultar mi
libro Las reglas del arte, op. cit., pgs. 270-276.
8. G. Bachelard, Le Nouvel esprit identifique, Librairie Flix Alean,
Pars, 1934.
9. Pascal, Penses, Br., 793-
10. C. Suaud, La vocatin, Ed. de Minuit, Pars, 1978.
11. J. Cassell, Expected Miracles. Surgeons at Work, Temple University
Press, Filadelfia, 1991.
12. L. Wacquant, Corps et ame. Notes ethnographiques dun ap-
prenti boxeur, Actes de la recherche en Sciences sociales, 80, 1989,
pgs. 33-67.
13. Pascal, Penses, Br., 332.
14. He descrito esta influencia en el caso de la televisin en Sur la t-
lvision, Liber-Raisons dAgir, Pars, 1966 (Sobre la televisin, trad.
deTh. Kauf, Anagrama, Barcelona, 1997).
15- R- S. Halvorsen y A. Prieur, Le droit 1indifFrence: le mariage
homosexuel, Actes de la recherche en Sciences sociales, 113, junio
1996, pgs. 6-15.
16. Vase W. V. O. Quine, Epistemology Naturalized, en Ontolo- gical
Relativity and Other Essays, Columbia University Press, Nueva
York, 1969 (Relativit de Vontologie et quelques autres essais, trad. de
J. Largeault, Aubier, 1977, Pars, pgs. 83-105).
17- R. Rorty, Feminism and Pragmatism, Radical Philosophy, 59, 1991,
pgs. 3-14.
18. J.-P. Sartre, Utre et le nant, Gallimard, Pars, 1943, pg. 648 y
siguientes. (El ser y la nada, trad., de Juan Valmar, Alianza, Ma-
drid, 1989.)
19- Vase Y. Dezalay y B. Garth, Merchants of Law as Moral En-
trepreneurs: Constructing International Justice out of the Com-
petition for Transnational Business Disputes, Law and Society
Review, 29(1), pgs. 27-64.
CAPTULO 4
1. Como demuestra Grnbaum, en una crtica cruel de las filosofas
llamadas hermenuticas, resulta curioso que, en nombre
de una definicin estrechamente positivista, puesto que se basa en
distinciones, tpicas del positivismo, entre teora y observacin
emprica, entre razones y causas, entre mental y fsico, etctera, y
de una representacin a menudo un poco simplista de las ciencias
de la naturaleza, los partidarios del particularismo her- menutico
condenen a las ciencias sociales, que con menos ya se daran por
satisfechas, a un status de excepcin y con ello cuelguen el
sambenito infernante de positivismo a cualquier forma de esas
ciencias que rechace ese status (vase A. Grnbaum, The
Foundation of Psychoanalysis. A Philosophical Critique, Berkeley,
California University Press, 1984, pgs. 1-94).
2. Pascal, Penses, Br., 348.
3. Pascal, Penses, Br., 416.
4. Pascal, Penses, Br., 376.
5. H. Bergson, Les Deux sources de la morale et de la religin, PUF, Pars,
1948 (58.
a
edicin), pg. 85.
6. Vase F. K. Rnger, Fields of Knowledge: Academic Culture in
Comparative Perspective, Cambridge University Press, Cambridge,
1992.
7. P. F. Strawson, Skepticism and Naturalism. Some Varieties, Methuen
and Co., Londres, 1985-
8. P F. Strawson, Les Lndividus. Essai de mtaphysique descriptive, trad.
de A. Shalom y P. Drong, Ed. du Seuil, Pars, 1973, especialmente,
pgs. 135-139 y 147-148.
9. G. Deleuze, Empirismo et subjectivit, PUF, Pars, 1953, pg. 2.
10. J.-R Changeux, EHomme neuronal, Fayard, Pars, 1983.
11. J. Bouveresse, La Demande philosophique. Que veut la phiksophie et que
peut-on vouloir delle?, Ed. de lEclat, Pars, 1996, pg. 36.
12. M. Butor, Rpertoire, II, d. de Minuit, Pars, 1964, pg. 214.
13. J. Elster, Le Laboureur et ses enfants. Deux essais sur la limite de la
rationnalit, trad. de A. Gerschenfeld, Ed. de Minuit, Pars, 1987.
14. Vase J. Coleman, Foundations of Social Theory, Harvard University
Press, Cambridge, Massachusetts, 1991.
15. R. H. Har, Ethical Theory and Utlltarianism, en A. Sen y B.
Williams, Utilitarianism and Beyond., Cambridge University Press,
Londres-Cambridge, 1977-
338 339
16. G. Lukcs, Histoire et cmeteme de classe, d. de Minuit, Pars, 1960.
17. E. L. Santner, op. cit
18. Platn, Menn, 98c.
19. Vase L. Wacquant, Pugs at Work: Bodily Capital and Bodily
Labour Among Professional Boxers, Body and Society, 1-1, marzo
de 1996, pgs. 65-94.
20. A falta de poder evocar aqu pormenorizadamente, tal y como
habra que hacerlo, la sutileza, que el anlisis estadstico pone de
manifiesto, de las estrategias de sustitucin que se emplean, re-
mito a Homo academicus, op. cit, especialmente, pgs. 180-198.
21. Vase B. Bourgeois, Hegel a Francfort ou Judaisme, Christianisme,
Hglianisme, Pars, Vrin, 1970, pg. 9.
22. Vase P. Bourdieu, La maison (kabyle) ou le monde renvers, en
Le Sem pratique, op. cit., pgs. 441-461.
23. Vase P. Bourdieu y A. Darbel, La fin dun malthusianisme, en
Darras, Le Partage des bnfices, Ed. de Minuit, Pars, 1966.
24. N. Elias, La socit de cour, Calmann-Lvy, Pars, 1974, pgs. 75-76.
Se podra, mutatis mutandis, sustituir a Luis XIV en su relacin con
su corte por Sartre en su relacin con el campo intelectual en los
aos cincuenta.
25. J--P. Sartre, op. cit., pg. 100.
26. J.-P. Sartre, ib id, pg. 242.
27. De este modo, en un texto particularmente ejemplar, Fran^ois
Bourricaud describa el mundo cientfico como dividido en dos
campos cuya designacin misma, realismo totalitario y libera-
lismo individualista, pone claramente de manifiesto que la lgi-
ca en la que los pensaba era tan poltica, por lo menos, como
cientfica (vase F. Bourricaud, Contre le sociologisme: une cri-
tique et des propositions, Revue franqaise de sociologie, suplemento
de 1975, pgs. 583-603).
28. H. Bergson, Les Deux sources de la morale et dla religin, op. cit, pg.
126.
29. Vase P. Bourdieu, Cfibat et condition paysanne, loe. cit,
Reproduction interdite, Etudes rurales, 113-114, enero-junio de
1989, pgs. 15-36.
30. Vase P. Bourdieu, Homo academicus, op. cit.
31. Leibniz, Monadologia, 28.
CAPTULO 5
1. El hecho de que la nocin de habitus haya sido pensada mediante
una representacin mecanicista del aprendizaje ha sido la causa,
sin duda, de que se la haya considerado una variante social de lo
que se entenda por carcter, un destino socialmente consti-
tuido, fijado y petrificado de una vez y para siempre.
2. Pascal, Pensamientos, Br., 404.
3. Pascal, Pensamientos, Br., 151.
4. K. Popper, Misere de Phistoricisme, Pin, Pars, 1956, pg. 10.
5. Francine Pariente, comunicacin oral
6. Puede leerse, en cuanto documento ejemplar para un socioanl-
sis de una determinada educacin burguesa, Fritz Zorn, Bajo el
signo de Marte, trad. de Susana Spiegler, Anagrama, Barcelona,
1992.
7- J. Baldwin, The Fire Next Time, Vintage International, Nueva York,
1993, pg. 26.
8. Pascal, Penses, Br., 82.
9. A. Schtz, Collected Papers. I. The Problem of Social Reality, Mar-
tinus Nijhoff, La Haya, s. d., pg. 145.
10. D. Hume, On the First Principies of Government (1758), en
Political Essays, ed. K. Haakonssen, Cambridge University Press,
Cambridge, 1994, pgs. 16-19.
11. Pascal, Penses, Br., 324 y tambin 327-
12. Pascal, Penses, Br., 328.
13- B. G. Glaser y A. Strauss, Awareness ofDying, Aldine, Chicago, 1965,
pgs. 274-285.
14. Vase P. Champagne, Paire lopinion, Ed. de Minuit, Pars, 1990.
15. P. Bourdieu, Travail et travailleurs en Algrie, segunda parte, op. cit.,
pg. 303 y siguientes; Algrie 60, d. de Minuit, Pars,
1977, pg. 77 y siguientes.
16. N. Goodman, Ways ofWorldmaking, The Harvester Press, Has-
socks, 1978, pg. 7.
340 341
17. P. Bourdieu, Esquisse d'une thorie de la pratique, Droz, Ginebra,
1972; Le Sens pratique, op. cit.
18. Vase M. Mauss, CEuvres, d. de Minuit, Pars, 1974, II, pg. 117:
En la sociedad, todos estamos a la espera de ste o aquel
resultado.
19. Al plantearse la cuestin del obsequio verdadero, el obsequio que
es verdaderamente un obsequio como la cuestin del respeto
verdadero de la regla, que exige ir ms all de ella-, Jacques
Derrida formula en trminos nuevos el viejo problema kantiano
del deber y la posibilidad de descubrir oculto algn impulso se-
creto del amor propio tras el mayor sacrificio, aquel que uno cree
haber realizado por mero deber cuando slo ha sido realizado de
forma conforme al deber. (Hay pruebas histricas de in-
terrogaciones de esta ndole entre los salos bizantinos que vivan
con el temor de que sus acciones ms santas pudieran estar ins-
piradas por los beneficios simblicos asociados a la santidad:
vase G. Dagron, Lhomme sans honneur ou le saint scanda-
leux, Anuales ESC, julio-agosto de 1990, pgs. 929-939). Si se
rechaza como meramente conforme con la generosidad cual-
quier accin basada en una disposicin generosa, se est conde-
nando a negar la posibilidad de una accin desinteresada, del
mismo modo que Kant, en nombre de una filosofa similar de la
conciencia o la intencin, no puede concebir ninguna accin
conforme al deber respecto a la cual no quepa la sospecha de que
obedece a determinaciones patolgicas (vase J. Derrida, Pas-
sions, Galile, Pars, 1993, pgs. 87-89; sobre el obsequio -ver-
dadero como deber ms all del deber, ley y obligacin sin
deber, vase J. Derrida, Donner le temps, 1. La fausse monnaie,
Galile, Pars, 1991, pg. 197).
20. Sobre la separacin que se lleva a cabo, en los siglos XVII y XVIII,
entre las pasiones y los intereses, o los motivos exclusivamente
econmicos, vase A. Hirschman, The Passions and the Interests,
Princeton University Press, Princeton, 1977.
21. P. A. Samuelson, Foundations of Economical Analysis, Harvard
University Press, Cambridge, Massachusetts, 1947, pg. 90.
22. E. Benveniste, Le vocabulaire des institutions indo-europennes, d. de
Minuit, Pars, 1969-
23. Vase P Batifoulier, L. Cordonnier e Y. Zenou, Lemprunt de la
thorie conomique la tradition sociologique, le cas du don
contre-don, Revue conomique, 5, septiembre de 1992, pgs. 917-
946.
24. Pascal, Penses, Br., 471.
25. P Veyne, Le pain et le cirque. Sociologie historique dun pluralisme
politique, d. du Seuil, Pars, 1976, especialmente, pgs. 185-373.
26. La nivelacin de las disparidades entre los ndices de beneficio
supone la movilidad de la fuerza de trabajo, lo que a su vez su-
pone, entre otras cosas, la indiferencia del obrero respecto al
contenido [Inhalt] de su trabajo; la reduccin, llevada lo ms lejos
posible, del trabajo a mero trabajo, en todos los mbitos de la
produccin; el abandono, por parte de los trabajadores, de todos
los prejuicios de vocacin profesional (K. Marx, Le capital, III,
seccin 2.
a
, cap. X, Gallimard, Bibliothque de la Pliade, II,
Pars, 1985, pg. 988).
27. Tambin cabe observar, a contrario, las consecuencias de la ausencia
del conjunto de las condiciones sociales de la experiencia del
trabajo como valorado y valorador (vase L. Duroy, Embau- ch
dans une usine, Actes de la recherche en Sciences sociales, 115,
diciembre de 1996, pgs. 38-47).
28. El mismo principio se aplica a nivel del colectivo de los asalaria
dos de una empresa mediante las amenazas de reducciones de
plantilla (hay que suprimir treinta mil empleos), que hacen que
los despidos reales (cinco mil empleos, por ejemplo) parezcan un
favor o una conquista. ................................
CAPTULO 6
1. E. Husserl, Ides directrices pour une phnomnologie, trad. de P.
Ricoeur, Gallimard, Pars, 1950, pg. 141 y siguientes.
2. Lusiones es, con casus, alea, sors> fortuna, una de las palabras ms
utilizadas por Huyghens para designar las posibilidades (vase I.
Hacking, The Emergence of Probability. A Phibsophical Study of Early
Ideas about Probability, Introduction and Statistical Infe- rence,
Cambridge University Press, Cambridge, 1975).
342 343
3. Vase J. Vuillemin, Ncessit ou contingence, Vaporie de Diodore et les
systemesphilosophiques, d. de Minuit, Pars, 1988.
4. Dado que no la trata como protensin, anticipacin dotada de la
modalidad dxica de la percepcin, sino como proyecto con vistas
a un futuro contingente, Sartre no puede fundamentar la seriedad
de una emocin como el miedo, reducida de ese modo a una
forma, de mala fe.
5. Pascal, Penses, Br., 172.
6. G. W. F. Hegel, Principes de la pbilosophie du droit, trad. de A. Kaan,
Gallimard, Pars, edicin de 1940, pgs. 106-108.
7. V. Worlf, To The Lighthouse; y E. Auerbach, Mimesis, la representacin
de la realidad en la literatura occidental, trad. de I. Villa- nueva y E.
Imaz, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1950, 2.
a
reimpresin,
1993, pg. 493 y siguientes.
8. Pascal, Penses, Br., 464.
9. G. W. F. Hegel, Principes de la pbilosophie du droit, op. cit., pg. 24.
10. D. Davidson, Essays on Actions and Events, Oxford University Press,
Oxford, 1980.
11. Es ste uno de los casos en los que se pone ms de manifiesto la
lgica segn la cual los mecanismos sociales, lejos de desvelarse
por s mismos, se ocultan tras ilusiones de finalidad, racionalidad
o incluso libre albedro. Pues la ilusin escolstica conduce a
registrar mediante una descripcin inocente las realidades sociales
tal como se presentan a una mirada a su vez cautiva, sin saberlo,
de los mecanismos.
12. A. Schtz, op. cit., II, pg. 45-
13. Vase M. Weber, Essais sur la tborie de la science, trad. de J. Freund,
Pin, Pars, 1965, pg. 348.
14. M. Weber, op. cit., pgs. 335-336.
15. M. Weber, conomie etsocit, Pin, Pars, 1967,1, pg. 6.
16. Vase P. Suppes, La Logique du probable, Flammarion, Pars, 1981.
17. Vase Ellery Eells, Rational Decisin and Causality, Cambridge
University Press, Cambridge, 1982.
18. R. C. Jeffrey, Ethics and the Logic of Decisin, The Journal of
Philosophy, 62, 1965, pgs. 528-535-
19. E Bourdieu, Travail et travailleurs en Algrie, op. cit., pgs. 352- 361;
La misre du monde, op. cit., pgs. 607-611.
20. No voy a volver aqu sobre el anlisis que hice de la diferencia que
media entre aquellos a los que cabe calificar de subproletarios
(trabajadores inestables, desempleados) y los trabajadores que
cuentan con un empleo fijo y, ello en todos los mbitos de la
prctica y, en particular, respecto a la poltica (P. Bourdieu, Travail
et travailleurs en Algrie, op. cit.; Algrie 60, op. cit.).
21. V. Zelizer, The Meaning of Money, Basic Books, Nueva York, 1994.
22. M. de Cervantes, Novelas ejemplares, Espasa-Calpe, Madrid, 17.
a
edicin, 1990.
23- Vase P. Bourdieu, Homo acadmicas, op. cit., pgs. 116-140.
24. J. Unseld, Franz Kafka. Une vie dcrivain. Histoire de sespublica- tions,
Gallimard, Pars, 1982 {Franz Kafka. Una vida de escritor. Historia de
sus publicaciones, trad. de J. M. Mnguez, Anagrama, Barcelona,
1989).
25. R. Merton, Socially Expected Durations: A Case Study of Con-
cept Formation in Sociology, en W. Powell y R Robbins, Con-
census and Conflict, The Free Press, Nueva York, 1984, pgs. 262-
283.
26. Vase E Bourdieu et al., Lconomie de la maison, Actes de la
recherche en Sciences sociales, 81-82, marzo de 1990.
27- M. Pialoux, Jeunes sans avenir et travail intrimaire, Actes de la
recherche en Sciences sociales, 26-27, 1979, pgs. 19-47.
28. P. E. Willis, Profane Culture, Routledge & Kegan, Londres, 1978;
Lcole des ouvriers, Actes de la recherche en Sciences sociales, 24,
noviembre de 1978, pgs. 50-61.
29. Vase Lo'c Wacquant, The Zone: le mtier de hustler dans le
ghetto noir amricain, Actes de la recherche en Sciences sociales, 93,
junio de 1992, pgs. 38-58.
30. Entre los subproletarios argelinos observ la misma propensin a
denunciar o condenar ms a las personas que a las instituciones o
los mecanismos.
31. A. Ldtke, Ouvriers, Eigensinn et politique dans lAllemagne du
XX
e
sicle, Actes de la recherche en Sciences sociales, 113, junio de
1996, pgs. 91-101.
344 345
32. P. Bourdieu, La Distinction, op. cit., pgs. 109-185.
33. Vase O. Chrisdn, Une rvolution symbolique. Ltconoclasme hu-
guenot et a reconstruccin catholique, d. de Miriuit, Pars, 1991.
34. Pascal, Penses, Br., 211.
35. Por ello, hablando como moralista, describe las consolaciones o las
consagraciones mundanas como un refugio falaz contra el de-
samparo y la soledad y una argucia de la mala fe para evitar el
enfrentamiento a cara descubierta con la verdad de la condicin
humana.
36. E. Durkheim, Le Suicide. tude de sociologie, PUF, Pars, 1981.
37. Vase B. G. Glasser y A. Strauss, Awareness of Dying, op. cit.; Time
for Dying, Aldine, Chicago, 1968.
38. J. L. Austin, Quand dire, cestfaire, trad. G. Lae, d. du Seuil, Pars,
1970, pg. 40.
39. Vase P. Bourdieu, Legn sur la legn, d. de Minuit, Pars, 1982.
40. E. L. Santner, op. cit.
NDICE TEMTICO11
11
E
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t
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n
d
i
c
e
,
y
e
l
o
n
o
m
s
t
i
c
o
345 345
237, 258, 260-261; propio,
219, 249.
amorfati, 188, 193. anamnesis, 40,
152. anticipacin (vase tambin ex-
pectativas; esperanzas), 180, 184,
188, 192, 209, 259, 278-285,289,
291,308. antropologa histrica,
114. aparato, 208.
arbitrario (vase tambin violencia),
125-126, 129, 138,
141, 166, 187, 222; abso-
luta, 301-305; ~ del inicio,
322.
arte (vase tambin campo artsti-
co), 16, 39, 140, 152, 154, 194,
297.
auctor, 115-116, 120-121.
autoanlisis (vase tambin intros-
peccin; objetivacin), 13.
q
u
e
l
o
s
i
g
u
e
,
h
a
n
s
i
d
o
c
o
n
f
e
c
c
i
o
n
a
d
o
s
p
o
r
P
a
u
l
accin (racional), 88-90, 184, 205, 210, 213, 285, 290- 292.
adaptacin, vase ajuste. adhesin (al orden establecido, a la
dominacin) (vase tambin autoexplotacin; reconocimiento;
reproduccin), 223-228, 232-233, 242-243, 247, 260, 288, 305-306.
agente (vase tambin habitus), 74, 78, 89, 139, 177-179, 185, 188, 197-
199, 218, 275-276, 286-287.
ajuste (acuerdo) (vase tambin desfase, esperanzas), 32, 52, 55, 184,
189, 192, 194, 206, 209-211,217-218, 228, 232- 233, 242, 287-280.
allodxia, 190, 243. amor (vase tambin familia),
D
r
k
x
.
346 347
autoexplotacin, 266-270, 306.
autonoma, autonomzacin (vase
tambin campo; emergencia), 29,
33, 34-37, 132, 136,140,142, 167.
autoridad, 11, 66, 126, 146, 222.
borroso, 79, 80.
calendario, 80, 231. campo, 24-26,
72, 129, 132- 137,166-167, 179-
180,
183, 208, 218, 242, 286;
artstico, 34-37, 100, 130,
133-135, 153; - burocrtico,
165, 168, 208; - del poder, vase
poder; - econmico, 35, 129-
130, 137, 256;-escolar, vase
escolar; familiar,
domstico, vase familia;
- filosfico, 29, 34, 46, 56, 58,
63, 132, 285; - intelectual (vase
tambin intelectual), 44, 53, 56;
- jurdico (vase tambin
derecho), 140, 163, 168, 285; -
literario, 34, 114, 117, 135;-pe-
riodstico, 130; - poltico,
33, 92, 150, 165, 167, 241- 243;
- religioso, 33, 150, 217, 233-
234, 285; universitario, 44,
47-48, 56, 303; campos
cientficos, 29,
34, 142, 145-151, 154-156,
158-159, 167-168, 270-271;
campos de produccin cul
tural, 32, 34, 165, 246, 303;
campos doctos, escolsticos,
25, 29-30, 32-38, 45, 106, 130,
135, 141, 153, 172, 194; campos
transnacionales, 131; doble
necesidad del -, 154.
capital, 149, 178, 208, 241, 282, 285-
288, 291-292, 298; - cultural
(informacional), 32,
36, 93, 106, 137, 286-287; -
econmico, 78, 93, 286; escolar,
93; - especfico, 201, 208; - estatal,
164; - simblico, 78, 95, 146, 220,
259, 316, 319, 321; efecto simblico
del ,319. categoras, vase
esquemas, censura, 147, 153, 221,
224. ciencias, vase introspeccin;
objetivacin; objeto de las
histricas, 44, 141, 160; objeto de
las - sociales, 42, 56, 153,248.
cinismo, 55, 158, 167, 257.
clasificacin (vase tambin es-
quemas), 155.
coercin (vase tambin cuerpo),
135, 154, 217, 224, 268;
artstica, 152; cientfica,
150; - externa (versus interna),
27, 32, 161; - por cuerpos, 222;
coerciones sociales y
coerciones lgicas, 145; doble
, 210.
coincidencia, 193-194, 204.
colusin (collusio)> 191.
competencia, 108, 133; - cientfica,
146, 149.
comprensin (vase tambin co-
nocimiento), 172. conatus, 200, 285.
conciencia (vase tambin delibe-
racin; eleccin; proyecto;
voluntad), 11, 25, 88, 136,
184, 205, 232, 236, 255; - de
clase, 185, 243; buena 108,
167; falsa - 185,
233.
confianza, 11, 220, 253, 263.
conocimiento (vase tambin cuer-
po; razn; reconocimiento), 260,
270, 284; cientfico, 146-147;
del , 111; - prctico (versus
consciente, docto),
54, 73, 110, 173, 180-184, 188,
190, 194, 205, 242; - puro, 64.
consentimiento, vase coercin,
conservacin, vase reproduccin;
subversin, constructivismo (vase
tambin estructuralismo), 135, 159,
181,225, 250.
contraobsequio, vase obsequio,
contrato (social), 107, 127.
convenciones (economa de las),
259.
cooperacin (conflictual, crtica),
145-148, 158-159, 161, 167, 172,315-
316. costumbre, 26, 126, 226.
creencia (vase tambin illusio), 25-
26, 29, 51, 125, 136, 183,
220, 234, 237-238; - artstica,
10, 16; - colectiva, 16; - filosfica,
46; -prctica, 128. cuerpo (vase
tambin habitas; incorporacin), 26,
39, 126, 144, 174-179, 183-187, 197,
204, 221, 277, 320-321; -
constituido, 311; cuerpo- cosa, 177,
184, 275; coercin por , 221-226;
conocimiento por-, 180, 187, 190;
espritu de -, 55, 191; historia he-
cha -, 198, 202.
deconstruccin, 143-144.
deliberacin (vase tambin con-
ciencia; eleccin; proyecto;
voluntad), 90-91, 182, 189, 192, 200,
255, 291. denuncia, 12, 15-16, 71,
106,
117, 161,172, 199, 249.
dependencia (vase tambin de-
nominacin), 220, 263. derecho
(vase tambin campo jurdico), 16,
72, 75, 82,
138-139, 142, 163, 168, 232, 245,
257, 298; - y razn, 221.
desconocimiento (vase tambin
reconocimiento), 95, 127, 139, 187-
188, 222, 319- 320; - compartido,
253. desempleo (vase tambin
tiempo; trabajo), 267, 292-295.
desfase, discordia, 209-212, 278.
deshistoricizacin, 48, 63, 65, 86,
113, 116, 121,210.
348 349
desinters (vase tambin inters;
obsequio), 25, 35, 102, 164, 184,
193, 257, 264; - cientfico,
escolstico, 146. desrealizacin,
vase deshistorici- zacin.
determinismo, 15, 174, 176, 197,
199, 284.
diferenciacin, vase autonomi-
zacin; campo; emergencia; - del
orden econmico y los rdenes
simblicos, 38-39; de los
poderes, 136. disciplinas(s), 11, 53-
54, 150, 231,240.
disposicin, 13, 25, 89, 131- 132,
151, 180, 186, 194, 210, 217-218,
222-223; - artstica, 41, 132; -
cientfica, 148-150, 152-153; - es-
colstica; vase escolstico;
filosfica, 46; - general, co-
lectiva, 195, 206; - generosa (vase
tambin obsequio), 254, 258;
originaria, primaria, 217, 221; -
pura, 100. distincin (vase
tambin capital;
estrategia), 40, 178.
docta ignorancia, 55, 189, 243.
dominacin (vase tambin resis-
tencia), 91, 137-138, 220- 223,
224-227, 268-269; - masculina,
103, 224-225; - simblica, 224,
227, 260; adhesin de los
dominados a la , vase
adhesin.
dxa, 24, 29, 42, 134, 136, 229, 242-
243, 246-247; - democrtica,
94; epistemtica,
29, 184; - escolar, 95.
doxsofos, 84, 239.
dualidad intrnseca (de los campos
escolsticos), 146-147.
dualismo: vase pensamiento dua-
lista.
duda radical, 23, 45, 47, 295.
economicismo, 256-258, 262.
eidos, 133, 199.
eleccin (vase tambin conciencia;
deliberacin; proyecto;
voluntad), 24, 55, 103, 143,
159, 182-183, 200, 255, 291; -
econmica, 96; poltica, 94.
emergencia (de los campos) (vase
tambin autonomizacin;
campo), 30, 37, 94, 105, 153-
154.
emocin (afecto, sentimiento),
30, 186-188, 220, 224, 242,
263, 277, 307. .......... .. . .. .......
erstico, 34.
escndalo (vase tambin subver-
sin), 46, 93, 112, 135, 165, 172,
250,312.
escolar, 29, 32, 41; sistema, insti-
tucin, mercado - (vase tam-
bin escuela), 23, 28-29, 52, 98,
103, 104, 106, 112, 131, 137,
141, 219, 287-288, 307; ttulo
, vase ttulo.
escolstico: vase lector; schol;
ambigedad del pensamiento
(razn) , 30, 105-106; aris-
tocratismo , 41-42; barrera
escolstica, 81 -82; campos,
universos escolsticos, vase
campo; disposicin escolsti-
ca, 26-33, 40, 48-49, 71,84, 89-
90, 130; encierro ceguera
escolstica, 14, 30, 46, 59-60,
181; epistemocentris- mo -, 72-
73, 75, 92; error 71-72, 266;
ilusin escolstica, 47, 158,
188, 203, 226, 242, 255-256, 297;
pensamiento , razn
escolstica,
9, 28, 30, 41, 48, 84-85, 153;
pundonor , 41, 109, 157, 162;
punto de vista -, postura
escolstica, visin escolstica, 27,
30, 37-38, 75, 81, 85, 132, 275-276;
ruptura escolstica, 30, 34, 107.
escuela (vase tambin sistema es-
colar), 28, 32, 34, 36, 52, 102, 108.
espacio social (y espacio fsico),
. 173-174, 178-181. esperanzas
(y posibilidades) (vase tambin
ajuste; expectativas; inters), 174,
194, 204, 277, 281, 284, 286-287,
300,304-306,315. esquemas, 51, 56,
80, 131, 183, 194.
Estado, 12, 36, 104, 128, 163- 165,
168, 201, 205, 222, 227-231,
234-235, 244-245,
257, 318; - y nomos, 245;
dominacin (simblica) entre
Estados, 98, 105-106.
esteticismo populista: vase uni-
versalismo esttico.
estrategia, 44, 78, 183, 213, 281,
285, 288, 292; - de co-
nocimiento, 148; - de repro-
duccin, 88, 192, 200; de
superacin, 45-
estrs (vase tambin desempleo,
tiempo), 278, 297, 299.
estructuralismo (vase tambin
constructivismo), 44, 78-79, 88,
135,232-233, 252, 260- 263.
estructuras: cognitivas, estruc-
turantes (versus objetivas, so-
ciales, estructuradas), 23-24,
59,131,153,159,173,180, 194,
204, 209, 227, 232, 240; de
las distribuciones, 241.
thos, 94, 133.
etnometodologa, 75, 159, 194,
225,230,250 ............
existir (justificacin de), 313, 315-
318.
expectativas (vase tambin espe-
ranzas; inters), 131-132,
153-154, 194, 207, 228, 277,
281-282, 284, 290, 304-306, 309,
314; - colectivas, 204, 210, 254,
259, 268.
explotacin: vase dominacin,
violencia.
350 351
exposicin (vase tambin dispo-
sicin), 180, 186-188, 308.
fallo (vase tambin desfase), 212.
familia, 121, 140, 192, 217-221, 224,
230-231, 235-236, 240,
279,287,288,322. feminismo, 140,
143, 226. fenomenologa, 58, 76, 87,
193, 228, 230, 252, 293. fetichismo,
14, 16, 151-152; - de la razn, 106;
escolstico, 143-144, 153.
ficcin (social), 16, 221, 319- 321.
filosofa (vase tambin campo fi-
losfico), 9-10, 16, 33-34, 44-45, 52,
55, 62-67, 71, 78, 81, 143, 240; -
implcita de la -, 48. finitud, 42,
315-
fuerza, 11, 15-16, 91, 127, 138- 139,
319; - econmica, 168; -
simblica, 223.
generosidad, vase obsequio,
gusto, 39-40; puro (versus
brbaro, elemental), 39, 89, 105.
habitus (vase tambin agente), 83,
86, 88, 133, 150, 173, 177, 181,
183-184, 188-193, 194-200, 205-
207, 209-213, 223, 237, 280-282,
284- 288, 291-292, 311; - cient-
fico, 151; - conforme, 312; -
de necesidad, 307; desga-
rrado, estratificado, 89, 210; -
disciplinario, 231; - especfico,
25, 133, 218; - filosfico, 50; -
originario, primario, 25, 206;
encuentro, relacin entre - y
campo, 153-154, 189, 199, 277;
histresis de los -, 210;
sintonizacin de los campos,
184, 192, 206, 231,259.
herencia, 200, 212, 322.
heterodoxia: vase ortodoxia. hxis,
187, 190, 199, 322. hipocresa (vase
tambin obsequio), 104, 166, 264.
historicismo, 141, 152, 161.
historicizacin (vase tambin
deshistoricizacin, objetivacin,
resistencia), 48, 111, 116, 151,
157,194,240. homologa, 56, 116,
137, 207, 234, 247.
honor, 220, 221, 255, 321.
ideologa, 226, 233, 238.
Iglesia, 12, 94.
illusio (vase tambin creencia;
inversin; nomos), 25, 135-
136, 179-180, 201, 219, 276-278,
284, 294; - cientfica, 151; -
originaria, 219, 221.
implicacin, vase implcito,
implcito, 11, 23-25, 55, 102, 133.
impostura legtima, 320.
incertidumbre, 29, 283, 302, 304,
310, 312-315.
inconsciente, inconsciencia (vase
tambin conciencia), 11, 23,
132.
incorporacin (vase tambin
cuerpo; naturalizacin; olvi-
do), 71, 131, 173, 180, 183, 185,
189, 223, 227, 231, 240, 310;
de las estructuras de
dominacin, 223; del
grupo, 191.
indiferencia (vase tambin inters),
129, 276, 279, 284, 317.
individuo (y sociedad) (vase
tambin pensamiento dualis-
ta), 204.
inhibicin, 15, 24, 32, 35, 96, 166,
173, 220-221, 240, 250; de
las condiciones de acceso, de
posibilidad, 92, 104; -
originaria, 39-41.
institucin (vase tambin escolar;
rito), 23, 107, 136, 139, 144,
186, 208, 218, 255, 304, 322.
intelectual, 10-11, 17, 35, 55, 203,
237, 297; - total, 53, 58,59.
intelectualismo, 17, 39, 76, 95, 154,
177, 181, 186, 233, 255-256,
276.
inters (vase tambin esperanzas;
inversin), 126, 139, 208, 219,
257-258, 280, 284; - de los
dominados, 138; en
el desinters, 165; - escols-
tico, 185-186; poltico, 94.
intervalo (vase tambin tiempo),
252-253, 259-260. introspeccin
(vase tambin resistencia), 13, 23,
50, 75, 84, 90, 143, 157-158, 161,
174, 240.
inversin (vase tambin esperan-
zas; inters), 25, 135-136, 199,
241, 279, 282, 284, 294-295; -
absoluta, extrema, 120, 304;
en el trabajo, 268-269; - en la
vida intelectual, 12; inicial,
25,
219.
irresolucin, 79.
juristas, 140, 163, 234, 258.
lector (vase tambin schol), 11, 66,
76, 86, 87, 105, 115- 121, 143;
lectura del-, 113- legitimacin
(legitimidad), 9, 106, 135, 136-138,
233- -234, 321; circuitos de , 136-
141.
lengua, 47, 131, 225. ley, 126, 129,
221. libertad (margen de), 309-310.
libido, vase illusio; inters;
dominandi, 148; especfica, 217;
inicial, 217; - sciendi, 25, 135,
148; transferencia de-, 217, 219.
lmites (vase tambin campo;
nomos), 24, 130, 132, 148,
351 351
352 353
154, 183, 187, 208; - del
pensamiento, 11, 13, 160- 161.
literatura (vase tambin campo
literario), 16, 140, 152, 154, 194.
lgica, 210; - cientfica, terica, 74-
75; - (de la) prctica, 72, 74-75,
77-78, 80.
lucha (vase tambin campo), 36, 47,
201; - cientfica, 148- 149, 156,
158, 160; - simblica, 155, 166,
242-246, 248,311,314,318.
lusiones (posibilidades), 277-278,
286.
magia, 30, 73, 78, 155, 192, 198, 223,
320.
malentendido, 81, 87-88.
matrimonio, 77-78, 245, 258, 320.
mediacin (vase tambin campo;
habitus), 113, 120.
mrito, 36.
modernismo, vase posmodernis-
mo.
moralismo, 12, 90, 166; uni-
versalista, 105.
nacin, tradicin nacional, 11,
47, 54, 98, 105, 131, 237- 238,
240.
nacionalismo, 105-106, 144, 237.
naturalizacin (vase tambin in-
corporacin) , 98, 125-126, 134,
187, 230; - de la domi
nacin, 225; doble , 236, 238-
239.
negacin, 14-15, 128, 250; de lo
econmico, 33, 253, 256. nobleza,
164, 318, 323; de espada, 12; - de
Estado, 108, 164, 168, 226, 318;
habitus de , 212; ttulo de ,
vase ttulo.
nominacin: vase poder. nomos,
101, 129, 132-133, 135,
189.
obediencia, 11, 139, 182, 189-
190, 222, 227, 232.
objetivacin (vase tambin his-
toricizacin; introspeccin;
resistencia), 12-13, 23, 51, 150,
156, 171-172, 250; objetivar la
-, 24, 48, 158-159, 248-249.
objetivismo (vase tambin pen-
samiento dualista), 12, 18,
87, 143, 173, 238, 240, 247-
249,270. obligacin, 257, 259-260.
obsequio (vase tambin desinters;
inters), 36, 80, 253, 254-265; doble
verdad del -, : 252-255.
obsequium, 228. ocio, vase schol.
olvido (de la historia), 23, 41, 48,
62, 67.
opinin, 94, 235; - personal, 94, 96;
- poltica, 92-93, 243; -
pblica, 42.
oposiciones (pares de), 47, 95, 134-
135.
ortodoxia (vase tambin dxa), 136,
156, 189, 229, 242, 246,311.
pasado, vase habitus; porvenir,
paternalismo, 261. periodismo,
130, 138, 161. pensamiento:
dualista, 17, 40, 176, 181-185; -
escolstico, vase escolstico;
puro, 12, 15, 26, 47, 110; - sin
lmites (vase tambin lmites), 44.
performativo, 155, 221, 223, 245,
309,311,320. personalismo, 175.
perspectiva, 38-40. phrnesis, 109.
placer, 38; - puro, 100. poder
(vase tambin capital), 54, 112, 128,
136-141, 225, 235, 287-288;
absoluto, 301-305, 314; - de
nominacin, 314; simblico, 10,
92, 146, 225, 227, 233, 245, 248, 261,
317-318, 321; campo del 137, 141;
tiempo y , vase tiempo, poltica,
54, 71, 90-93, 156, 167, 221, 227-228,
235-236. popular (cultura): vase
universalismo esttico.
porvenir (vase clculo; inversin),
188, 190, 276-282, 292, 294-295,
298-299.
posibilidades (vase tambin espe
ranzas; lusiones), 298; igualdad
de las , 284-285. posibles
(espacio de los), vase campo.
posicin, 12, 23, 31, 44, 131, 178;
correspondencia entre espacio
de posiciones y espacio de
tomas de , 156-157, 174, 199,
234, 241-242;
dialctica de las disposiciones
y las posiciones, 204-208, 213-214,
234, 267, 293. posmodernismo, 11,
46-47, 60, 135, 142-144.
prctica, vase accin; conoci-
miento; lgica; razn; sentido, pre-
ocupacin, 188, 219, 276.
presente,
vase habitus; porvenir,
presupuestos, vase esquemas; im-
plcito; principio de visin y
divisin.
principio de caridad, 17, 85,
148.
principio de visin y divisin
(vase tambin esquemas; es-
tructuras cognitivas; nomos), 129-
131, 138, 140, 159, 184, 187, 189,
227, 242. privilegio, 13, 105-106,
271. probabilidad, 31, 277, 281,
283- 287, 291,301.
profeca, 67, 116, 119, 141, 242, 299,
309,311.
protensin (vase tambin pro-
yecto), 74, 276.
proyecto (vase tambin conciencia;
deliberacin; eleccin;
354 355
voluntad), 74, 154, 185, 276,
279.
pulsin, 126, 148, 218, 220, 237.
punto de vista, 58, 241; - constitutivo
de un campo, vase nmos;
de Tersites, 55; - prctico
(versus terico), 77; - sobre el -,
247-250.
racional, racionalidad (vase tambin
razonable), 30, 36, 112, 132, 164,
184,210.
racionalizacin, 106, 164; - de la
dominacin, 112.
racismo (vase tambin sexismo), 99,
144, 301, 3 1 5 ; - de clase, 103,
237-238; de etnia, 237; - de la
inteligencia, 108.
razn, 26, 67, 99, 144-145, 167,
210; analgica (versus lgi-
ca), 33-34, 62, 64; - cientfica,
142, 144, 147; - de ser, vase
existir (justificacin de); -
escolstica, docta, vase
escolstica; prctica, 109, 213;
pura, vase pensamiento
puro; social, 62; Realpolitik
de la , 99, 167.
razonable (vase tambin racional),
126-127, 173, 1 8 5 , 284, 290,
299; racionalismo de lo -, 109.
reconocimiento (vase tambin co-
nocimiento; desconocimien
to; legitimacin), 95, 109, 127,
138-141, 218, 220- 221, 260,
314-321; - absoluto, 314;
cientfico, 146, 149.
reflexin (prctica), 213. regin,
vase nacin, regla (versus
regularidad), 36, 75, 126, 151, 163,
182, 211, 213, 284, 292, 304.
relativismo, 97, 142, 147, 153, 159.
religin (vase tambin campo re-
ligioso; Iglesia), 151, 232, 237.
representacin, 37, 74, 150, 233,
242; - poltica, 242. reproduccin
(del poder, del orden establecido)
(vase tambin adhesin; reconoci-
miento), 128, 286, 307.
resentimiento, 12, 15, 250.
resistencia, 11, 137, 144, 228; - a la
dominacin, 226, 228, 244, 306,
308; a la hetero- nomia, 161; - a
la objetivacin, 50-51, 62, 67, 114,
248-249; - colectiva, 250. retomo de
lo inhibido (vase tambin
inhibicin; negacin; olvido), 14-
15. revolucin, vase simblico,
rito, ritual, 31, 33, 78-80, 166; - de
expulsin de lo social, 42; - de
iniciacin, 55; de institucin, 41,
52, 187, 218, 230, 289,311,319-323.
ruptura: - constitutiva del campo
econmico, 34-35; econ-
mica, 30; - epistemolgica,
248; escolstica, vase esco-
lstico; social, 36, 60-61.
scho (vase tambin escolstico),
9, 16, 24, 26-29, 34, 43, 48, 60,
76, 84, 145, 159, 278, 296,299.
sentido: - comn, 25, 130-131, 194,
204; - de la inversin, 54, 242-
243, 277; - del juego, 25, 55,
199, 276, 281, 283, 309-310; -
prctico, 11, 88-89, 183-184,
188- 189,213, 243, 279.
sexismo (vase tambin racismo),
144, 237-238.
sexual (sexo), 24, 92, 219, 225, 233,
307, 315; heterosexual,
homosexual, 97, 140.
simblico: lucha simblica, vase
lucha; poder , vase poder;
revolucin simblica, 10-11,
33, 114, 121, 134, 140; violencia
simblica, vase violencia.
socializacin, vase incorporacin.
sociedad (e individuo), vase in-
dividuo; pensamiento dua-
lista.
socioanlisis, 50.
sociodicea, 98, 101, 106-108,
239.
sociologa, 13-16, 50, 114, 125, 171-
177, 250; - y economa,
256, 259; - y filosofa, 46- 47,
60-61; y psicoanlisis, 50-51,
219, 250; - y teologa, 323; imagen
de la-, 17* sociologismo, 152, 311.
solidaridad (vase tambin ho-
mologa), 247-
sondeos, 83-84, 92, 95, 112, 239.
subjetivismo, vase objetivismo,
sublimacin, 12, 40, 218; - artstica,
36-37; cientfica, 147-148, 167;
filosfica, 65; - histrica, 231.
subproletarios, 89, 292-295, 297-
300, 305.
subversin (vase tambin escn-
dalo), 16, 45, 56, 97, 103, 134, 156,
228,247,312. sucesiones (orden de
las), 128, 283, 286.
sufrimiento, 121, 186-188, 210, 219,
320.
tiempo, 80, 231, 259-262, 275- 286,
297, 313; anulado, 294-295, 297;
- en el campo artstico, 36;
pblico, 42, 296; y poder, 295,
301- 302, 305; obsequio del , 300;
tiempo-cosa, 275. tirana, 138,
ttulo, 245, 309, 320-321; - de
nobleza, 41; escolar, 41,
108,141,288.
tolerancia (vase tambin opinin),
94.
356 357
trabajo 29, 108; - asalariado, 256,
266, 294; - de dominacin, 106,
136; doble verdad del 266-270.
trayectoria, 12, 24, 44, 192, 218.
universal (universalidad), 35-36,
101, 161-168, 172, 264; acceso a
lo , 90, 108, 112, 209-210;
imperialismo de lo , 96-97,
106; invencin de lo 35-36;
monopolio de lo , 96-97,
112, 164; punto de vista ,
vase punto de vista
escolstico; Realpolitik de lo ,
108.
universalismo, 90, 105; esttico
(vase tambin gusto; placer),
99-105; - intelectuasta, abs-
tracto, 93-97; - racional, 167.
universalizacin (del inters par-
ticular), 72, 90, 97-98, 101,
106, 141, 164, 229, 291; efectos
de -, 71; estrategias de-, 138, 161,
166. verdad (doble) (vase tambin
obsequio), 247-251.
violencia (vase tambin arbitra-
riedad; poder), 116, 119- 121,
127; - legtima, 128, 138-139,
244; - original, 128, 221-222; -
simblica, 10, 104, 111, 128,
187, 223-224, 229,
236-237,
270, 308; ley de conservacin
de la , 308. visin, vase
esquemas; principio de visin y
divisin; representacin; visin
escolstica, voluntad (vase tambin
conciencia; deliberacin; eleccin;
proyecto), 18, 25, 182, 189, 192, 205,
213, 236, 285; de poder, 241.
NDICE ONOMSTICO
Acheroff, Mnica, 31n.
Agathon, 176.
Agustn, San, 86.
Alain, 54.
Alexandre, M., 53, 54.
Althusser, L., 56, 57.
Apel, O., 146.
Aristteles, 184, 241.
Arnau, Pere, 213n.
Aron, R., 56, 59.
Asselineau, C., 114, 118. Auerbach,
E., 280n.
Austin, J. L., 27, 27n, 49, 320, 320n.
Babou, H., 114.
Bachelard, G., 56, 57, 58, 73, 129,
129n, 157.
Bachelard, S., 58, 129, 129n, 157.
Bakhtine, M., 39, 39n, 76. Baldwin,
J., 224, 224n.
Bally, C., 262.
Banville, T. de, 114, 118.
Barash, J. A., 42n.
Barres, M., 176.
Bataille, G., 58.
Batifoulier, P., 259n.
Baudelaire, C., 113, 114, 115, 115n,
116, ll6n, 117n, 118, 118n, 119n,
120, 120n, 121. Baxandall, M., 36n.
Beaufret, J., 53, 54.
Bentham, J., 185.
Benveniste, ., 257, 257n, 318.
Bergson, H., 176, 176n, 210, 210n.
Bernhard, T., 10.
Biagioli, M., 36n.
Blochmann, E., 42n.
Bonaparte, Napolen, 139, 319
Bourgeois, B., 194n.
Bourricaud, F., 205n.
Bouveresse, J., 6ln, 181, 181n.
Brahe, T., 259.
Braudel, E, 44.
Braun, L., 64n.
Bruner, J. S., 32n.
Butor, M., 182, 182n.
358 359
r
Canguilhem, G., 56, 57.
Cassel, J., 134n.
Cassirer, E., 32, 34n, 231, 234.
Caudet, F., 40n.
Cervantes, M. de, 302, 302n.
Champagne, P., 29n, 243n.
Champfleury, 114.
Changeux, J. -P., 18In.
Chomsky, N., 75, 232.
Christin, O., 312n.
Cicern, 42.
Claudel, P., 176, 236.
Coleman, J., 185n.
Contn, A., 134n.
Coprnico, N., 250.
Cordonnier, L., 259n.
Courbet, G., 121.
Dagron, G., 256n.
Daniels, N., 107n.
Darbel, A., 196n.
Darwin, C., 145.
Davidson, D., 284, 284n. Delacroix,
E., 114.
Deleuze, G., 54, 180, 180n. Derrida,
J., 56, 256n.
Descartes, R., 38, 38n, 86, 89,
94,127,177 191.
Desnoyers, F., 118n.
Devautour, 10.
Dewey, J., 49, 74, 109.
Dezalay, Y., I63n.
Daz Snchez, L., 317n.
Dilthey, W., 42, 43, 44, 173.
Dostoievski, F. M., 285.
Du Camp, M., 118.
Duchamp, M., 10.
Dumzil, G., 44.
Dupont, P., 114.
Durkheim, ., 32, 37, 38n, 40n, 44,
59, 176, 205, 227, 231, 232, 234,
236, 317, 317n, 323.
Duroy, L., 267n.
Eells, E., 291n.
Elias, N., 54, 164, 201n, 255. Elster,
J., 184, 184n.
Engels, F., 234.
Erdmann, B., 64n.
Fabiani, J. -L., 52, 52n.
Fan Shen, 39n.
Fauconnier, G., 32.
Febvre, L., 39, 39n.
Flaubert, G., 175.
Foucault, M., 54, 57, 112, 137, 145,
186,232.
Freud, S., 106,218,219, 321.
Gadamer, H. -G., 111.
Garca Surez, Alfonso, 27n.
Garth, B., I63n.
Gautier, T., 114, 118.
Geertz, C. C., 75, 75n.
Gernet, J., 39n.
Grome, J. -L., 119.
Gide, A., 95.
Glaser, B. G., 24ln., 318n. Goffman,
E., 32, 208, 242, 269. Goodman, N.,
244, 244n. Gouldner, A. W., 24,
24n.
Grice, H. P., 162.
Grohmann, J. C., 331.
Grnbaum, A., 173n.
Guroult, M., 57, 63.
Haakonssen, K., 235n.
Habermas, J., 35, 35n, 90, 91, 91n,
107n, 112, 142, 146, 159, 162.
Hacking, I., 276n.
Halvorsen, R. S., I40n.
Har, R. A, 185n.
Hart, H. L. A., 107n.
Hegel, G. W. F., 63, 65, 65n, 66n,
99, 177, 189, 194, 278, 279,
279n, 284, 284n.
Heidegger, M., 10, 27n, 41, 4ln,
42n, 43, 44, 45, 48, 53, 54, 58,
63, 67 95, 101, 111, 175, 183,
188, 282, 316.
Herder, J. G., 106.
Hernndez, I., 303n.
Hirschman, A., 256n.
Hobbes, T., 318.
Hugo, V, 114, 119.
Hume, D., 127, 180, 235, 235n.
Husserl, E., 43, 43n, 54, 58, 74, 80,
110, llOn, 188, 194, 204, 250,
275, 275n.
Huyghens, C., 276n.
Janklvitch, Vi, 53.
Jean-Aubry, G., 16n.
Jeffrey, R. C., 292n.
Jelinek, E., 10.
Kafka, F., 187, 303, 313, 315, 318,
323.
Kahneman, D., 281.
Kant, I., 9, 38, 39, 40n, 62, 63, 64,
75, 89, 91, 92,100,102, 106, 145, 159,
161, 231, 232, 256n, 283, 323.
Kantorowicz, E. H., 140, 193.
Kelsen, H., 128.
Keller, E. F., 24n.
Kierkegaard, S. A., 15.
Kiesiel, T., 42n.
Koyr, A., 57.
Kraus, K., 143.
Kuhn, T. S., 134.
Labov, W., 103, 103n, 104. Lacan,
J., 44.
La Fontaine, J. de, 198.
La Rochefoucauld, F. de, 260.
Laprade, V. de, 118.
Leconte de Lisie, 118.
Lefebvre, H., 42n.
Leibniz, W. G., 178, 213, 213n, 285,
297.
Lvi-Strauss, C., 44, 75, 113, 232,
252, 256.
Lvy-Bruhl, L., 73. Lpez-Morillas,
J., 285n.
Lpez Muoz, j. L., 280n. Ldtke,
A, 309, 309n.
Lukcs, G., 186, 186n.
Maitre, J., 151.
Malinovski, B. K., 31.
Mallarm, S., 16, 16n, 245. Manet,
., 86, 114, 134. Mannheim, K.,
174.
Maquiavelo, N., 127, 222.
360 361
Marn, L., 50n, 128, 128n;
Martnez Velasco, Luis, 92n.
Marx, K., 10, 18, 91, 91n, 164, 181,
233, 266, 266n, 267.
Massis, H., vase Agathon.
Maurras, C., 176.
Mauss, M., 204, 227, 252, 254, 254n,
257.
Merleau-Ponty, M., 53, 58, 188,
194.
Merton, R., 145, 305, 305n.
Mili, S., 210.
Mondor, H., I6n.
Montaigne, M. de, 127-
Montaner, Hilari, 213n.
Montesquieu, 137-
Moore, 48.
Nagel, T., 143.
Naud, G., 128, 128n.
Newton, I., 296.
Nietzsche, F., 12, 143, 145.
Nizan, P., 51.
Oakeshott, M., 111, llln.
Panofsky, E., 38, 38n.
Pareto, V., 210, 256.
Pariente, F., 221, 221n.
Pariente, J.-C., 87n.
Pascal, B., 10, 12, 13, 18, 18n, 26,
26n, 30, 48, 50, 86, 87n, 99,
99n, 126n, 127, 127n, 129,
130n, 138n, 154, 173, 173n,
174, 174n, 187,
220n, 221, 222, 226, 226n,
235, 235n, 236n, 249, 260,
26ln, 278, 278n, 280, 281n,
284, 315, 316, 3l6n. Passeron, J.-C.,
24n.
Pazos, A., 252n.
Pguy, C., 176.
Peirce, C. S., 49-
Pialoux, M., 306n.
Pichois, C., 115n, 118n.
Pinto, L., 42n.
Platn, 13, 27, 27n, 28, 78, 92, 101,
174, 175, 189, 189n, 287, 289,
299.
Poe, E., 119, 120.
Popper, K., 221, 221n, 285. Powell,
W., 305n.
Prieur, A., l40n.
Proust, M., 313-
Quine, W. V. O., 142, I42n. Quinet,
E., 116.
Rabelais, F., 39, 60n.
Rawls, J., 107, 107n, 108, 127, 127n.
Reke, 64n.
Renn, E., 176.
Rickert, H., 42, 44.
Ricoeur, P., 58.
Rnger, F. K., 176n.
Robbins, R., 305n.
Rorty, R., 147, I47n.
Rousseau, J.-J., 91.
Ruiz de Elvira, M. del C., 178n.
Ryle, G., 48, 84, 196. Samuelson, P.
A., 256, 256n.
Santner, E. L., 99n, 187, 187n, 321,
322n.
Sartre, J.-P., 28, 35, 35n, 51, 53, 56,
57, 58, 59, 152, 152n, 187, 196,
202, 202n, 203n.
Saussure, F. de, 132, 227.
Schachtel, E. G., 38, 39, 39n.
S chope nhauer, A., 10.
Schreber, D. P., 321.
Schtz, A., 75, 194, 204, 228 229,
229n, 286, 286n. Seignobos, C., 176.
Sen, A., 185n.
Senneville, 116.
Simmel, G., 297-
Simn, H., 290.
Scrates, 174, 269.
Sordo, Enrique, 51 n.
Souli, C., 47n, 55n.
Spinoza, B., 46, 46n, 228, 318
Strauss, A., 24ln, 318n. Strawson,
P. E, 48, 178, 178n. Suaud, C., 134n.
Suppes, P., 291n.
Taine, H., 176.
Tarde, A. de, vase Agathon.
Tarde, G., 205.
Thompson, E. P., 128, 128n.
Toulmin, S. E., 48.
Tversky, A., 281ri.
Unseld, J., 303, 303n.
Vaihinger, H., 27, 27n.
Veyne, P., 263, 263n.
Vuillemin, J., 57, 63, 277n.
Wacquant, L., 134n, 190n, 307,
307n.
Wagner, R., 121.
Weber, M., 39, 39n, 42, 43, 44, 106,
116, 164, 195, 205, 210, 233, 234,
247, 258, 286, 290, 290n, 292n, 318.
Weil, ., 57, 58, 278.
Weininger, O., 99, 99n.
Wellmer, A., 91n.
Williams, B., 185n.
Williams, R., 40, 40n.
Willis, P. E., 307, 307n.
Winckelmann, J. J., 115-
Wittgenstein, L., 9, 18, 28, 48, 6ln,
74, 75, 132.
Woolf, V., 280n.
Zelizer, V., 301n.
Zenou, Y., 259n.
Ziegler, J., 118n.
Zola, ., 40.
Zorn, F., 221n.
NDICE
Introduccin ...................................................................................................... 7
1. CRTICA DE LA RAZN ESCOLSTICA
La implicacin y lo implcito ................................................. 23
La ambigedad de la disposicin escolstica ...................... 26
Gnesis de la disposicin escolstica ................................................. 30
La gran represin .................................................................................. 33
El pundonor escolstico ...................................................................... 41
Radicalizar la duda radical ................................................................. 45
Primer caso prctico: Confesiones impersonales..................... 50
Segundo caso prctico: El olvido de la historia ....................... 62
2. LAS TRES FORMAS DEL ERROR ESCOLSTICO
El epistemocentrismo escolstico ...................................................... 72
Digresin. Crtica de mis crticos ........................................... 85
El moralismo como universalismo egosta ........ ................. 90
Las condiciones impuras de un placer puro ........................ 100
La ambigedad de la razn .................................................... 105
Digresin. Un lmite habitual del pensamiento puro 110
La forma suprema de la violencia simblica ....................... 111
Caso prctico: Cmo leer a un autor? ...................... ........... 113
3- LOS FUNDAMENTOS HISTRICOS DE LA RAZN
La violencia y la ley ............................................................................ 126
El nmos y la illusio .................................................................... 129
Digresin. El sentido comn ............................................................. 130
Unos puntos de vista instituidos ....................................................... 132
Digresin. Diferenciacin de los poderes y circuitos
de legitimacin ...... ............................................................................. 136
Un historicismo racionalista .............................................................. 141
Las dos caras de la razn cientfica . . ......... ........................ 144
Censura del campo y sublimacin cientfica ........................ 147
La anamnesis del origen ....... ............................... ...... 152
Introspeccin y doble historicizacin ............................................... 157
La universalidad de las estrategias de universalizacin .
16
1
4. EL CONOCIMIENTO POR CUERPOS
Analysis situs .................................................................................. 174
El espacio social ................................................................................... 178
La comprensin .................................................................................. 179
Digresin sobre la ceguera escolstica .............................................. 181
Habitus e incorporacin...................................................................... 183
Una lgica en accin ............................................................................ 187
La coincidencia..................................................................................... 193
El encuentro de dos historias ............................................................ 198
La dialctica de las disposiciones y las posiciones . . . .
20
4
Desfases, discordancias y fallos ......................................................... 209
5. VIOLENCIA SIMBLICA Y LUCHAS POLTICAS
Libido e illusio ................................................................................. 217
Una coercin por cuerpos .................................................. ...... .
............................................................................................... 221
El poder simblico ............................................................................... 227
La doble naturalizacin y sus efectos ................... ................ 236
Sentido prctico y labor poltica ........................................................ 240
La doble verdad .................................................................................. 247
Primer caso prctico: La doble verdad del obsequio ................
.................................................................................................... 252
Segundo caso prctico: La doble verdad del trabajo ................
.................................................................................................... 266
El conocimiento de los modos de conocimiento ..................
.................................................................................................... 270
6. EL SER SOCIAL, EL TIEMPO Y EL SENTIDO DE LA
EXISTENCIA
La presencia en el porvenir................................................................. 277
El orden de las sucesiones ............................................................. 283
La relacin entre las esperanzas y las posibilidades . . .
28
6
Digresin. Algunas abstracciones escolsticas ms . . . . 2 9 0
Una experiencia social: hombres sin porvenir ................ 292
La pluralidad de los tiempos .... ................................................. 296
Tiempo y poder ........................................................................... 301
Retorno a la relacin entre las expectativas
y las posibilidades .................................................................... 306
Un margen de libertad . . . ...... ........... ......................... 309
El problema de la justificacin ................................................... 313
El capital simblico ...................................................................... 316
Notas .............................................................................................. 325
Indice temtico ................................................................................ 345
Indice onomstico ........................................................................... 357
Las ciencias humanas, a partir del nivel de realizacin alcanzado, tienen la
obligacin de desvelar la idea del hombre que est implicada en su proceder y
en los resultados conseguidos, pero que permanecej en su mayor parte, en
estado implcito. Es ste un descubrimiento que resulta necesario tanto para .
mejorar la posibilidad de hacer ciencia como para mejorar su comprensin y su
aceptacin.
Los cuestionamientos ms radicales del pensamiento dejan en efecto
impensada una condicin oculta o reprimida de todas las obras del espritu:
saber que se producen en estado de skhol, es decir de ocio, de distancia
respecto al mundo y a la prctica. Pero esta situacin es fuente de errores,
sistemticos, epistemolgicos, ticos o estticos, que hay que someter a una
crtica metdica.
Y cabe efectuar dicha crtica colocndola bajo la tutela de Pascal porque su
reflexin antropolgica versa sobre unos rasgos de la existencia humana que la
mirada escolstica no puede ignorar: fuerza, hbito, autmata, cuerpo,
imaginacin, contingencia, probabilidad; y porque proporciona la palabra clave
de una especie de revolucin simblica que las ciencias humanas han de llevar
a cabo para completar su emancipacin: La verdadera filosofa se mofa de la
filosofa.
Las ciencias humanas desembocan en efecto en una filosofa negativa que pone
en tela de juicio los presupuestos ms fundamentales, en especial el de un
sujeto libre y transparente para s mismo, y que renueva, gracias asimismo a
unos filsofos herticos como Wittgenstein, Austin, Dewey o Pierce, las
interrogaciones tradicionales sobre la violencia, el poder, el tiempo, la historia, lo
universal, y hasta el sentido de la existencia. De lo que se desprnde una
imagen del hombre que sorprender, sin duda, que tal vez chocar, porque es
rupturista respecto a la visin espontnea, una visin que la visin sabia ratifica
mucho ms de lo que cree.
Un libro mayor, sin duda ninguna, uno de estos libros de ios que se sabe de
inmediato que van a convertirse en libros de referencia -de inspiracin, de
debates, de crticas- a escala internacional y para toda una generacin... Una
sntesis de los trabajos que Bourdeu ha emprendido desde hace cuarenta
aos y una tentativa de profundizar y sistematizar la teora d la sociedad y
del hombre en sociedad que haba ya esbozado en obras anteriores (Didier
Eribon, Le Nouvel Observateur).
Se puede leer Meditaciones pascalianas como un libro balance, pero no
como un punto final Sino como un esfuerzo para reunir y precisar los logros de
una obra que, desde hace treinta aos, conmociona, literalmente, el mbito de
las ciencias sociales... Un verdadero trabajo de ruptura, una crtica radical del
punto de vista escolstico (Bastien Frangois, Les Inrockuptibles). Pierre
Bourdieu es profesor de sociologa en el Collge de France y director de
estudios de la cole des Hautes tudes en Sciences Sociales. Dirige la revista
Actes de la recherche en Sciences sociales y la coleccin de opsculos Liber-
Raisons dAgir. En esta coleccin se han publicado Las reglas del arte,
Razones prcticas, Sobre la televisin, Meditaciones pascalianas y
Contrafuegos.