A Tiro Limpio - Boris Vian PDF

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BORIS VIAN

A TIRO LIMPIO
Traduccin de Juan
Manuel Salmern



Ttulo original: Trouble dans les andains
1. edicin: diciembre de 2009
Socit Nouvelle des ditions Pauvert,
1979, 1996 y 1998. Librairie Arthme
Fayard, para la edicin de las Obras
completas
de la traduccin: Juan Manuel
Salmern Arjona, 2009
Diseo de la coleccin: Guillemot-
Navares
Reservados todos los derechos de esta
edicin para
Tusquets Editores, S.A. - Cesare Cant, 8
- 08023 Barcelona
www.tusquetseditores.com
ISBN: 978-84-8383-198-4
Depsito legal: B. 45.150-2009
Fotocomposicin: Pacmer, S.A. - Alcolea,
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ndice
1. Adelfn que viste y calza 7
2. El amarillo es un color 8
3. Psicologa 9
4. Retrato de Adelfn 10
5. La llegada a la fiesta 11
6. Retrato de Serafinio 12
7. La fiesta 14
8. Quo non ascendam...? 16
9. La explicacin 18
10. A oscuras 19
11. Conjeturas 21
12. La fauna de las tinieblas
23
13. Consejo de sabios 24
14. Refuerzos 26
15. El mayor Loostil 27
16. Resumen 29
17. Plan 30
18. Trampas? 31
19. Antioquo 33
20. Antioquo en camino 35
21. Peritaje 37
22. Carretera y manta 39
23. Sudamrica 41
24. El gato volante 42
25. Stano 43
26. La bestia 45
27. El manuscrito 47
28. Lectura del manuscrito 48
29. Continuacin del
manuscrito 50
30. Sigue la continuacin del
manuscrito 52
31. Ms manuscrito 53
32. An ms manuscrito 56
33. El manuscrito no ha
acabado 58
34. Interludio 59
35. Unas pginas ms... 62
36. Otras pginas ms 63
37. Se acab 65
38. En busca del barn
perdido 68
39. Vase el ttulo del captulo
anterior 69
40. Morosidades 72
41. En busca del mayor
perdido... 74
42. Las pistas del barn y del
mayor Loostil convergen 75
43. Reaparece Delnudo 77
44. ...... 79

Captulo I
Adelfn que viste y
calza
El conde Adelfn de Belfulano estaba
ponindose una camisa blanca ante su
espejo de aumento con luz Brot, que
irradiaba mil rayos convergentes. Esa noche
haba gran sarao en casa de la baronesa de
Cantorina, y Adelfn, deseoso de lucirse,
haba mandado a Delnudo, su mayordomo
modelo, que le preparara el frac nmero
uno, que slo se pona en ocasiones
especiales. El traje, azul oscuro, yaca sobre
un ancho sof cubierto con una piel de oso
de peluche que Adelfn haba comprado
durante un viaje de exploracin a la
Repblica de Andorra. Las solapas de seda
mate despedan un suave brillo y el
cordoncillo del pantaln recorra todo a lo
largo las perneras impecablemente
planchadas. No haba olvidado Delnudo
traerle una ligera pajarita, flamante, cuya
inminente colocacin haba de dar el ltimo
toque a un aseo refinado pero no exento de
esa sencillez que slo es tolerable en
individuos bien formados y en contrahechos
de cartera abultada.
Y, as vestido, calzaba Adelfn zapatos
amarillos.
Captulo II
El amarillo es un color
Platn, en un famoso panfleto publicado
hacia 1792, formula en unas cuantas frases
bien pensadas su concepcin del universo.
Segn l, ste se reduce a una suerte de
pantalla de cine en la que se proyectan unas
sombras animadas que algunos toman por la
realidad, la cual en realidad se halla detrs
de ellos. Partiendo de una idea anloga,
Adelfn se haba dicho: por qu no calzar
zapatos amarillos, y dejarme ver slo a
contraluz? Y, dicho y hecho, decidi no
dejarse ver ms que a contraluz, cosa
relativamente sencilla si se piensa que por
estas latitudes la mitad del tiempo falta la
luz del da, un fenmeno al que
comnmente denominamos noche y por el
que luz y contraluz alternan con regularidad.
Por lo dems, los zapatos, aunque amarillos,
armonizaban a la perfeccin con el resto del
atuendo del conde, quien se tocaba la
pelirroja cabeza con una gorra gris a lunares
malvas e iba envuelto en una amplia capa de
terciopelo carmes (por dentro) orlada de
pieles y forrada (por fuera) de un vulgar
pao negro que en nada se diferenciaba del
pao negro de que estn hechos los miles de
capas que por las noches visten miles de
hombres de mundo. Con esta capa estaba
Adelfn de muy buen ver. Por ltimo tom
un bastn de puo de brezo elctricamente
patinado y, agachndose de pronto, recogi
de debajo de la cama un pasador de cuello
que se le haba cado al desvestirse dos das
antes.
Captulo III
Psicologa
Bien poda ser que Adelfn se hubiese
acordado sin ms ni ms de este pasador
olvidado haca dos das. Pero no es as. La
causa profunda de su acto no premeditado
reside en el complejo fenmeno interno que
los grandes filsofos denominan asociacin
de ideas, y que se produjo cuando Adelfn
fue a abrocharse el cuello de la camisa y, con
notable capacidad de respuesta, advirti la
falta del pasador. Nada ms se necesita
saber para arrojar luz deslumbrante sobre el
mvil de un acto que, sin el brillante anlisis
que constituye el objeto de este captulo y
que nicamente la ciencia de los filsofos ha
hecho posible, sin duda habra quedado
oscuro y a merced de cuantas conjeturas
pudiera concebir el capricho de una mente
no iniciada.

Captulo IV
Retrato de Adelfn
Adelfn, nacido haca treinta aos, se
preciaba con justo ttulo de tener un cuerpo
que muchos monitores de gimnasia
normalmente constituidos le habran
envidiado si hubieran sido vctimas de tres
accidentes de automvil consecutivos y de
varias explosiones bien controladas. Un fino
bigote entreverado se extenda
sinuosamente por debajo de una nariz del
ms puro estilo barroco y dimensiones
dignas de las tijeras de una Parca, y
gravitaba sobre el abultado belfo, flor
olorosa semejante a cierto rannculo
venenoso. Los pmulos salientes formaban
bajo los ojos color carmn un leve seno en el
que uno se imaginaba que deba desembocar
un verdadero ro de lgrimas, por lo muy
propenso o habra que decir prolloro?
que pareca a tales efusiones humorales. La
frente, ancha y surcada de abruptos
pliegues, atajaba bruscamente la expansin
de una lujuriante mata de pelo rojo que daba
a la noble testa de Adelfn cierto aire
leonino. ste era el aspecto que presentaba
la cabeza del conde en su treintaal
esplendor. El cuerpo no le iba en zaga. Un
cuello extremadamente gracioso cuyo
azulado arranque se hunda entre las
montaosas protuberancias de los
omplatos, un torso velludo, cilndrico y
marcado por unas costillas prominentes
como esas ondas que la marea forma en la
arena cuando lentamente se repliega a sus
posiciones, unas caderas anchas y bien
equilibradas, cinco miembros graciosos y
elegantes slo comparables a juncos de
verdes marismas, componan un todo
armonioso y aun surrealista, al cual muchas
damas del barrio se complacan a menudo
en rendir un homenaje destapado.
As se vea el conde en su espejo de
aumento con luz Brot.
Captulo V
La llegada a la fiesta
Cuando acab de arreglarse, Adelfn
abri despacio la puerta de su habitacin y,
mirndose por ltima vez en el cristal
azogado, se encamin con pasos deslizantes
hacia la escalera de mrmol, cuyo caracol,
alfombrado de lana de color azul grisceo,
cerraba el horizonte inmediato de los
reflejos de la barandilla niquelada.
Baj como a disgusto los pocos escalones
que lo separaban del nivel comn y subi al
ligero coche elctrico que minutos antes
haba aparcado Delnudo ante la escalinata
de la casa.
Belfulano, por coquetera, conduca
personalmente, cosa muy deportiva.
Vibraron nerviosamente los zapatos
amarillos sobre los pedales y el coche
arranc con un ruido de cuco que echara a
volar. Casi se poda or el eco de las pesas del
cuco contra las fachadas.
Adelfn conduca bien. Era admirable
cmo giraba rasando los bordillos y
planeaba, por as decirlo, a unos milmetros
de la calzada. Tena una manera muy suya de
tocar el claxon con su dedo ndice en forma
de esptula, arrancndole bocinazos muy
curiosos y personales, caracterstico de su
seductora personalidad.
En la plaza de la Concorde, Adelfn fren
ante el hotel Crillon. Un hombre sali de la
sombra y se acerc al descapotable.
Eres t? dijo Adelfn.
Yo soy contest el otro, que subi al
tiempo que el coche arrancaba.
Minutos despus los dos hombres
llamaban a la puerta de la baronesa de
Cantorina.
Captulo VI
Retrato de Serafinio







El acompaante de Adelfn se llamaba
por qu seguir ocultndolo? Serafinio
Alvaraide. Alto, de hombros que
abullonaban el bien cortado traje, pareca
hecho a patadas en el culo. Una fisonoma
dura y un fiero mirar le daban un carcter
original y ardiente que le atraa la compaa
de las mujeres de intensa libido. Gracias a
sabios ejercicios, este hombre de risa
maravillosamente sutil y que rezumaba
sexualidad por todos los poros de su piel
haba desarrollado tanto su resistencia fsica
que poda cubrir tan campante a una
percherona de un metro setenta y cinco de
alzada. Su aspecto de centauro desbocado le
permita resistir con toda tranquilidad las
miradas concntricas de la multitud.
Siempre arrebatado y vibrante, pareca un
silbato que produjera dos sonidos: uno
brutal y otro cosmtico. Al verlo, los
guardias se quitaban el casco y los nios
dejaban de berrear.
Serafinio y Adelfn se conocieron una
hermosa tarde de verano de haca unos aos
en la playa de John-les-Pins. Serafinio yaca
boca abajo (por respeto a las conveniencias)
sobre la arena de un dorado plido. Adelfn,
que andaba distrado mirando las lejanas
cerleas donde nacen y mueren las
esperanzas de regreso, tropez con el cuerpo
tendido de Serafinio. De aquel primer
contacto naci una larga amistad, nunca
desmentida (por quin?) pese a las
profundas diferencias entre estas dos
naturalezas de vanadio.
Aadamos que Alvaraide y Belfulano
slo se vean de tiempo en tiempo y nos
haremos una idea bastante exacta de su
relacin.
Captulo VII
La fiesta
No bien se detuvo el descapotable
elctrico, acudi a abrirles la portezuela un
peripuesto mayordomo vestido con una
librea sobria, negra y sin ninguna fantasa
que la alegrara. Los dos amigos se apearon
por el lado opuesto, pues aborrecan a los
metomentodos. Subieron por una escalera
de imponentes dimensiones en la que haba
unas grandes macetas de beriberi florido
que daban al recinto apariencia de palacio
tropical. Adelfn arranc de paso una vaina
de beriberi; el fuerte olor a almizcle le
produjo mareo y rojas imgenes de lujuria
desfilaron ante sus ojos azules y serenos
mientras suba aquellos escalones recorridos
por efluvios afrodisacos. Por estas latitudes,
el beriberi va que ni pintado para dar a la
existencia ese sabor picante que los
exploradores encuentran en los pases
sexticos.
En lo alto de la escalera les sali al
encuentro, para liberarlos de sus prendas de
abrigo, una linda y estilizada sirvienta rubia,
menuda, de ojos pintados y perversas
caderas, que tom la capa y la gorra de
Belfulano y la gabardina de Serafinio y
desapareci por un pasillo iluminado con
una luz violeta de tintes rosados. Los dos
hombres hicieron entonces su entrada en la
antecmara de la baronesa de Cantorina.
Era una fiesta a lo grande. Ms de once
personas se apiaban en torno al exuberante
cuerpo de la baronesa, la cual, enfundada en
un ajustadsimo vestido de ltex autntico y
muy escotado, el pelo teido de color caoba,
rea desenfrenada e incontinentemente.
Observaba a los que iban llegando tras sus
impertinentes, pero no precisamente por
impertinencia, sino por miopa. Dedic una
encantadora sonrisa a Adelfn, al que
reconoci, pero no hizo caso de Serafinio. Y
ste fue el punto de partida de la extraa
aventura en la que iban a embarcarse estos
dos quijotes sin mancha cuya historia
estamos contando...
Serafinio, ante ese desaire, palideci.
Pero Adelfn, con un gesto, le devolvi su
color natural. Preludiaba la orquesta. Una
armnica cromtica desgran la meloda de
un lnguido fox. Reconociendo una sptima
disminuida, Serafinio tom por el talle a una
robusta pelirroja y, sin encontrar resistencia,
la arrastr al girar espasmdico que era su
manera de bailar. Adelfn sac a la baronesa
y las parejas empezaron a contonearse con
voluptuosidad al ritmo escabroso de la
msica, que perlaba de gotas hialinas las
axilas de las damas.
Captulo VIII
Quo non ascendam...?
Aprovechando una pausa en los furores
armnicos de la orquesta, formada por dos
msicos, uno de los cuales lea en voz alta la
partitura que su colega ciego ejecutaba,
Adelfn se llev a su amigo al buf.
Qu pasa?
T no puedes comprenderlo...
contest Serafinio.
No corrobor Adelfn, sin
comprender.
Esa mujer..., la baronesa...
Qu?
Ah! rugi Serafinio, le entran a
uno ganas de decir...
Calma, amigo dijo Adelfn.
Vayamos a un rincn apartado, donde
podamos hablar tranquilos.
Buena idea! gru el otro
sordamente.
Y cogiendo discretamente cinco botellas
de champn y varios platos de dulces,
Adelfn condujo a su aclito a las regiones
superiores.
Subieron un centenar de escalones y se
detuvieron en el rellano del primer piso,
tenuemente iluminado por un plafn de
cristal ambarino que representaba con todo
detalle el seno izquierdo de Pentesilea, el
que se mutil para poder disparar con el
arco.
Tras echar un vistazo a esta obra de arte,
Serafinio tom del brazo a Adelfn, que
perdi diecisiete mazapanes y cuatro
bizcochos borrachos, y lo condujo a una
puerta de aspecto anodino por debajo de la
cual no se filtraba ninguna rendija de luz, lo
que muy probablemente indicaba que la
estancia estaba vaca.
Con el ndice izquierdo libre, Adelfn
accion el picaporte y la puerta se abri sin
ruido. Gracias a la claridad que entraba del
rellano, vio una mesa de bridge, deposit en
ella el botn, sali por los dulces que haba
perdido y los tir por el hueco de la escalera,
y los dulces fueron a caer sobre el pulido
crneo de un ex miembro de la Guardia
Republicana que estaba enjugndose el
cogote con papel secante. Se reuni entonces
con Serafinio en el cuarto que haban
decidido ocupar y cerr la puerta con dos
vueltas de llave.
El ex guardia haba cogido ms papel
secante.
Captulo IX
La explicacin
Esa mujer dijo Serafinio, que nunca
se andaba con rodeos me ha partido el
corazn. No es una mujer, es una gaita
olvidada en la Tierra por un scubo
prendado de una estrella. Me ha puesto en
ridculo. Me vengar!
A ver... Explcate... dijo Adelfn.
Ah! exclam Serafinio.
Imposible! T y yo no somos de la misma
sangre... Pero qu pasa?
Las luces empezaron a apagarse; el fondo
de la sala estaba ya completamente a
oscuras.
Nada... dijo Adelfn, sigue.
No he notado continu Serafinio
que su cuerpo vibrara en mi presencia,
puedes crertelo?
Es grave confes Adelfn,
limpindose con el dorso de la mano restos
de nata del bigote y emitiendo un sonoro
regeldo.
Slo quedaban encendidas dos bombillas
pequeas... La oscuridad se adensaba.
Me han humillado... repuso Serafinio
a modo de conclusin.
Tienes razn... asinti el conde, y las
dos ltimas luces se extinguieron.
Captulo X
A oscuras
Un vago temor invadi al conde cuando
reflexion en las evidentes desventajas de la
situacin. Serafinio canturreaba una vieja
cancin espaola que le ense su madre y
cuyo significado haba olvidado haca
mucho. Le acuda a la mente en los
momentos de viva emocin. Adelfn, que no
ignoraba este detalle, le pas varias veces la
mano por el lomo para apaciguarlo.
Serafinio enmudeci. Pero las velludas
piernas le temblaban. Nunca haba podido
soportar la visin de la nada.
Adelfn se registr el bolsillo del chaleco
y sac el mechero Dunhill baado en oro
que la duquesa Admahye de Chivocornio le
regal el da que gan la carrera al trote en
dieciocho hoyos del Gran Premio de los
Deportistas de Saint-Germain. Maldijo para
sus adentros pensando que el mechero no se
encendera, y al darle a la ruedecilla el
mechero no se encendi. Dedujo entonces
que le faltaba gasolina.
Serafinio! dijo a media voz.
S, Adelfn?
Tienes gasolina?
S, Adelfn!
Dame.
S, Adelfn.
Y Serafinio le dio a Adelfn un bidn
medio lleno de gasolina con el que acababa
de tropezar.
Instantes despus, un tenue resplandor
nimbaba la sombra grotesca y oscilante que
los dos hombres proyectaban en las
paredes.
As est mejor dijo suspirando el
conde. Dnde estamos?
Ojal lo supiera rezong Serafinio.
Yo dira que estamos en un apuro, pero es un
punto de vista que no te obligo a adoptar.
De pronto Adelfn se meti la mano en el
bolsillo derecho del pantaln negro;
palideci, los dientes le rechinaron, la cara
se le ti de un color entre el de la perla y el
de un hermoso cielo mediterrneo, y en voz
baja bram:
Serafinio! Me han robado el BARBARN
BFIDO!
Todo se aclara! exclam Serafinio...
pues la luz haba vuelto de pronto.
Captulo XI
Conjeturas
El problema es sencillo dijo Adelfn
. Estaba oscuro y ahora hay luz. Yo tena el
barbarn y ahora no lo tengo. Slo hay que
hallar el nexo lgico entre estos dos hechos
que, por lo dems, pueden ser
concomitantes sin estar realmente
relacionados, lo que planteara un segundo
problema. Resumiendo: quin me ha
robado el barbarn?
Yo no he sido dijo Serafinio
asustado, pues el conde haba puesto una
cara que daba miedo y emita sordos
gruidos guturales.
Bruto! dijo Adelfn, sbitamente
calmado. Tendra gracia!
Y solt una risotada de gigante
derribado. Pero su ataque de risa dur poco
y, tomando a Serafinio del brazo, lo llev al
fondo de la pieza.
En la pared, a la derecha de una
monumental chimenea con frontn
renacentista del ms puro estilo gtico,
haba una puerta baja. Adelfn pas de largo
y se intern unos pasos en el hueco grande y
renegrido de la chimenea. La pantalla de
hierro colado y flordelisado que deba
guardar el calor de fuegos nunca encendidos
pareca colocada de una manera extraa.
Tom carrerilla y solt una formidable
patada a la pantalla, que salt hecha
pedazos, dejando a la vista una abertura por
la que apenas cabra un caballo sin jinete.
Adelfn se detuvo, como asaltado por una
repentina sospecha, y dijo a Serafinio:
Ve a ver! Viene alguien!
Lo huelo dijo Serafinio olfateando el
aire con inspiraciones lbricas.
Y sin hacer ruido se dirigi a la puerta y
la abri bruscamente.
La sirvienta rubia de las caderas
cimbreas, que estaba escuchando con la
oreja pegada, perdi el equilibrio y cay
dentro del cuarto. Instantes despus la
puerta estaba de nuevo cerrada, con llave
pero esta vez sin vueltas, y Serafinio,
balbuciendo palabras incoherentes, se
entregaba a toda clase de excesos
lamentables sobre el cuerpo de la joven. A
los cinco minutos ella perdi el
conocimiento. Serafinio se compuso la ropa
y se reuni con Adelfn.
Listo.
Ya se haban adentrado un buen trecho
en el pasadizo descubierto por el conde.
Captulo XII
La fauna de las
tinieblas
Fabre, en sus criticadsimas y muy mal
entendidas obras, describe la cucaracha en
los trminos siguientes: Es un bicho
repulsivo que pone los huevos en primavera
y se reproduce en las cloacas. No se
equivoca. La prueba es que los pasillos
largos y oscuros estn llenos de estos
insectos. Sin embargo, el que recorran
Adelfn y su adltere estaba muy bien
alumbrado, y por eso no podan verificar la
notable exactitud de la observacin de Fabre.
Pero no nos hagamos ilusiones: Fabre nunca
yerra. Todos los bilogos convienen en
reconocer la precisin de sus observaciones,
excepto aquellos que disienten de l, que son
legin.
El pasillo desembocaba en un pozo
profundo del que ascenda una neblina
hmeda y tibia mezclada de emanaciones
hediondas. Fijos a la pared haba unos
barrotes de hierro viscosos y oxidados que
franqueaban el paso a quien, bien provisto
del fortificante licor de menta Ricqls,
quisiera comprobar hasta qu punto los
mapas geolgicos de Schrader y Vivien de
Saint-Martin se ajustan a la naturaleza del
terreno en el que se haba excavado aquel
pozo.
Los dos hombres, que empezaban a
amilanarse, decidieron ascender. Cuando
levantaban la tapadera de hierro colado que
cerraba la boca del pozo de la alcantarilla
mejor dicho, pues eso era, todo empez a
temblar. Result que sobre sus cabezas
pasaba un autobs. Adelfn se asi del eje
trasero del vehculo y desapareci de la vista
de Serafinio, que se esper al prximo
autobs. En el preciso instante en que se
aferraba con sus tendinosas corvas a ambos
brazos del eje trasero, retumb una sorda
explosin y una fortsima corriente de aire
despidi hacia lo alto un aluvin de aguas
inmundas, propulsadas sin duda por una
onda expansiva. La residencia de la baronesa
Cantorina acababa de volar por los aires.
Pero el autobs ya haba pasado.
Captulo XIII
Consejo de sabios
Cuando el autobs pasaba ante la casa de
Adelfn, Serafinio se agarr a un adoqun
sobresaliente y se solt del vehculo.
Decmetros detrs del autobs circulaba el
vehculo de un repartidor de frutas y
verduras y Serafinio se agach para evitarlo,
y despus, puesto al fin de pie y con un aire
de lo ms natural, toc al timbre de la casa
del conde.
Acudi a abrirle Delnudo en persona,
que lo condujo a la biblioteca, donde su
amo, que se haba enfundado una bata color
salmn claro con ribetes verde botella,
fumaba una pipa de Navy Cut humedecido
en aceite de colza.
Llamaron la atencin de Serafinio una
pequea garrafa de whisky llena en sus tres
cuartas partes, dos vasos y una cubitera, y
limpindose discretamente la nariz en la
manga dijo:
Podras pedirme un vaso de agua?
Claro, sintate contest el conde,
como si estuvieras en tu casa.
Serafinio se sent y se masturb un
momento, luego se levant y bebi de un
trago el vaso de agua helada que Delnudo le
ofreci. Por fin se volvi hacia Adelfn:
Habla! le dijo.
Adelfn no contest. Busc en el bolsillo
derecho y alarg a Serafinio un pequeo
objeto.
Dios mo! exclam Serafinio,
cogindolo. As que lo tienes t? Y qu
es?
So tonto! repuso Adelfn. Es el...
Son una detonacin y una bala le sell
los labios.
Rpido! A la ventana!
Fuera todo estaba sumido en una opaca
oscuridad. Asomados a la ventana, atisbaron
un bulto que escalaba la tapia y desapareca
en la calle...
Es el barbarn... concluy Adelfn
sentndose, cuando de nuevo la luz
iluminaba la estancia.
Y dnde lo has encontrado?
En el bolsillo de mi traje de diario.
Lo que no comprendo dijo Serafinio
es cmo ha tenido tiempo el ladrn de
robrtelo all y volver aqu antes que
nosotros para dejarlo en tu traje de diario...
Yo tampoco repuso Adelfn.
Entonces puede que te lo dejaras aqu
olvidado...
Qu ms da? dijo Adelfn con un
suspiro. El caso es que alguien lo rob.
Pero si lo tienes ah!
He dicho que me lo robaron. En
subjuntivo replic Adelfn con una risa
sardnica.
Perdona dijo Serafinio
sonrojndose.
Devulveme el barbarn.
Toma!
Y Serafinio le tendi la mano...
...vaca!
Ves como me lo han robado, cretino?
dijo framente el conde, y vaci contra
Serafinio el cargador de un revlver.
Como disparaba fatal, el otro ni se dio
cuenta, y el conde se tranquiliz.
Me lo han robado... murmur
Serafinio.
Y se desmay.
Te pones muy nervioso mascull el
conde, y cogi el barbarn del silln del
amigo, donde se haba deslizado cuando les
dispar el desconocido.
Captulo XIV
Refuerzos
Por lo dems concluy Adelfn
minutos despus, mientras Serafinio, para
reponerse, se beba un vaso entero de
whisky, el barbarn es falso. Aunque ya
ves que no tiene ninguna importancia.
Al ver que Serafinio no lo escuchaba,
toc el timbre.
Delnudo! Acompae un momento a
mi amigo al otro cuarto.
Cuando volvi, Serafinio traa mala cara.
Qu basto, tu Delnudo! dijo de
buen humor. Calzoncillos de setenta
francos! Hera su amor propio el que su
brbara naturaleza hubiera cedido al fro
positivismo de un simple mayordomo.
El caso dijo de pronto Adelfn es
que hay que acabar con esa banda.
Tom el flordelisado receptor que penda
balancendose de un cordn de seda roja y
marc un nmero compuesto de no menos
de once cifras.
S? Es la polica? Pngame con el
mayor Loostil. Y mientras en la cara de
Serafinio Alvaraide se pintaban todos los
signos de una beatitud pluscuamperfecta, el
conde entabl una conversacin locuaz con
su invisible interlocutor.
Captulo XV
El mayor Loostil
El 7 de enero de 1464, una partida de
mercenarios rebeldes atac la villa de San-
Martn-Sangrante. Cuando la tropa, formada
por un barn venido a menos, un antiguo
caballero de la orden de la Jarretera, siete
soldados suizos y once ingleses tocados con
el tpico casco en forma de baca, se dispona
a cruzar la pasarela sobre el coqueto ro,
blanco agua arriba, rojo agua abajo, que dio
nombre al lugar, una especie de bandolero,
vestido con cueros y sin ms arma que el
rabo de un toro recin sacrificado, surgi de
entre los rboles y arremeti contra los
soldados con tanto arrojo que los puso en
fuga.
Los sigui, y cuando se replegaban
desbandados, uno a uno los arroj al ro,
menos a los cadveres.
Los tir, los tir al agua! decan los
paisanos que acudieron a despojar a los
muertos cuando todo hubo acabado.
Con ese nombre, Lostir, se qued.
Deformado por la melodiosa pronunciacin
de los nios de aquella regin de las Landas,
el nombre pas a ser Lustir y luego Lustil.
Un lejano antepasado del mayor lo llev a
las Amricas, donde se convirti en Loostil
O'Connor, que sonaba mejor. El abuelo del
mayor era biznieto de Loostil O'Connor.
De nuevo afrancesado, el apellido se
escriba Loostil.
Pues bien, el mayor se llamaba Jacques,
Jacques Loostil, claro. Usaba tarjetas de
visita con el nombre de Jean Dupont, pero
eran robadas; requisadas, mejor dicho, ya
que l era polica; polica en la reserva, desde
luego: una especie de detective privado con
poderes de comisario multiplicacionario de
la polica judicial.
Fsicamente pareca un perfecto idiota:
frente baja, pelo greudo, un ojo torvo y el
otro de cristal, labios finos de rictus
satnico. Vesta con prendas largas,
conservaba todos los dientes y profesaba un
amor desmedido por el tinto pelen.
En lo moral podemos decir que el mismo
magma volcnico pareca fro comparado
con el candente fuego de su mente genial.
Rara vez, sin embargo, deca lo que
pensaba.
Concluyamos aadiendo que era virgen y
practicaba jiu-jitsu... o yudo, como se dice
ahora.
Captulo XVI
Resumen
El mayor Loostil, reclinado
perezosamente en un hondo silln de piel,
con un gran vaso de whisky en la mano,
fumaba con indolencia un Gold Flake
escuchando muy atento el relato de Adelfn.
Su mirada experta escrutaba los recovecos
de la faz impasible y escultural del conde
tratando de adivinar los verdaderos
pensamientos que se ocultaban tras el hueso
frontal.
Serafinio, arrellanado en un sof,
permaneca en silencio, resistiendo el acoso
de una galga de magnfica estampa a la que
ponan en celo los efluvios de super-macho
que desprenda aquel cuerpo masculino.
Delnudo, el mayordomo, apareca de rato
en rato y, sombra sigilosa sobre suelas de
crep, llenaba los vasos y desapareca de
nuevo.
Cuando el conde concluy su informe, el
mayor Loostil pronunci una palabra, una
sola, un comentario, un resumen. La palabra
clave, en fin. Dijo:
Bien. Y tras un silencio aadi:
Aunque es posible que me equivoque.
Se levant y sali de la estancia.
Cruz el vestbulo y pregunt a Delnudo,
que pasaba por all:
El bao?
Captulo XVII
Plan
De vuelta en la estancia, el mayor
Loostil encendi otro cigarrillo.
Ese da llevaba una chaqueta de hombros
muy holgados, larga, a cuadros circulares
rosas y amarillos, muy bonita por cierto. Se
notaba en el tejido la impronta del buen
fabricante, con un efecto muy original:
pareca manchado.
Usted, Alvaraide dijo de pronto,
escndase detrs de esa cortina. Y usted,
conde, dentro de ese arcn. Usted, Delnudo,
retrese. Yo me ocultar all.
Y se desliz dentro de un gran armario
en el que se guardaban las prolongaciones
de la mesa cuando no se usaban, es decir,
cuando haba menos de once comensales.
Se respiraba una gran tensin.
De pronto la puerta de hierro y cristal del
vestbulo chirri sordamente y los tres
hombres se crisparon en sus escondites, lo
que hizo que la cortina se agitara y el arcn
crujiese. El armario era macizo y no se
estremeci ms de lo que se estremece un
tocn; un tocn, entindase, situado a
razonable distancia de esas regiones de
Sudamrica donde con frecuencia se
producen estremecimientos de tocones
causados por sacudidas que algunos llaman
ssmicas porque se las registra con
sismgrafos (los cuales no deben
confundirse con los chismgrafos, aparatos
con muy distinta funcin).
En fin, que el armario no se estremeci.
Delnudo abri la puerta e introdujo a la
Extraa.
Se llamaba Amlie Serrn. Como su
padre era carpintero, a la pregunta: A qu
se dedica su padre?, contestaba con
agudsimo ingenio la seorita Serrn: A
serrar. Y todo el mundo rea la gracia de tan
encantadora respuesta.
Cuando el mayor Loostil sali de su
escondite, vio que se hallaba ante una
desconocida.
Quin es usted? murmur. Qu
ha hecho con Amlie?
Captulo XVIII
Trampas?
Amlie? repuso la Extraa. No s
quin es.
El mayor Loostil se dio entonces una
palmadita en la frente y dijo:
Contine, seorita, la escucho.
Me llamo Arielle Casquivant y nac en
el bulevar Sbastopol el 16 de mayo de 1926
a las once de la maana. He servido en casa
del financiero Chupapela, del barn
Lacampana y del nuncio del Papa. Cuento
con excelentes credenciales. Cree que tengo
alguna posibilidad?
El mayor Loostil toc el timbre y cuando
acudi el mayordomo le dijo:
Delnudo, ocpese de la seorita; es por
el puesto de criada. Y cuando la joven se
hubo ido: Suerte que he encontrado este
pretexto para librarme de ella. Serafinio,
Adelfn, salgan de sus escondites.
El conde se pase penosamente por la
estancia frotndose con fuerza los riones
para recuperar su habitual agilidad.
Serafinio haba desaparecido.
Dnde se habr metido? pregunt
el conde.
Es ms raro que un perro verde
coment el mayor Loostil.
Que un perro verde? Nunca mejor
dicho! murmur irnicamente Adelfn.
Y emiti un silbido con los dedos, y acto
seguido se los limpi en el respaldo de un
silln porque salivaba malva. Apareci la
galga, seguida de cerca por Serafinio.
Me has salvado dijo Alvaraide.
Estos perros son insaciables.
Basta! bram el mayor Loostil.
Estamos aqu para trabajar. Enseme el
barbarn.
Cuando tuvo en la mano el precioso
artefacto, la cara se le ilumin.
Lo saba. Es falso. No hay que ser muy
listo para adivinar quin... Descolg el
telfono. S? Antioquo Timbratimbres?
Hola, querido amigo. Coge el Cadillac y
nuestras dos metralletas y vente para ac...
Dnde? Pues aqu, burro, dnde va a ser?
Colg y dijo: Es cuestin de horas. Seor
conde, y usted, Serafinio, pnganse ropa de
viaje.
Captulo XIX
Antioquo
A los trece aos, cuando Antioquo
Timbratimbres iba al instituto, llevaba la
cartera sin asa bajo el brazo izquierdo.
Bajo el brazo izquierdo y no en la mano
izquierda, porque sta debe quedar libre
para sostener el guante diestro que uno se
quita cuando ha de estrecharle la mano a un
conocido, o para descubrirse si se trata de
una seora o de un anciano.
En el pequeo bolsillo externo que suelen
tener las chaquetas en la parte superior del
lado izquierdo, Antioquo guardaba su
bonotrn: as poda echar mano de l
fcilmente con la diestra, que, aun
enguantada, es hbil para pasar por la
abertura del gabn abotonado a la derecha
(Antioquo era de sexo masculino).
En el bolsillo grande interior del mismo
lado izquierdo, poda alcanzar tambin
cmodamente el bolgrafo, que es el objeto
que ms cogen y dejan los colegiales,
mientras que en el del lado derecho, menos
accesible porque, para alcanzarlo, era
preciso:
1. cambiarse la cartera de mano,
2. quitarse el guante de la siniestra,
guante que, por ser menos puesto y
quitado, se adhera estrechamente a las
falanges, mientras que en el bolsillo del
lado derecho, decamos, poda echar
mano del billetero.
Los colegiales, con todo, slo en contadas
ocasiones se sirven de este ltimo
adminculo, y cuando lo hacen es para
ensearles a sus compaeros la foto de la
novia: estn entonces en el recreo o en clase,
y no llevan ni guantes ni abrigo, lo que
explica la lgica eleccin de ese
emplazamiento, ms seguro por el hecho de
que las capas de chaqueta y gabn vedan su
acceso al siempre posible ladrn.
Antioquo, que, digmoslo de paso, no
gastaba chaleco, guardaba al azar otros
accesorios de uso menos corriente en los
dems bolsillos de la chaqueta.
Reservaba el bolsillo derecho del
pantaln para el pauelo, que debe sacarse
con prontitud y manejarse con habilidad, y
en el bolsillo exterior izquierdo del abrigo,
que es, en ltima instancia, tambin
accesible para la mano derecha, guardaba
otro pauelo: dado que la diestra,
desprovista frecuentemente de guante por
los motivos sociales ya mencionados (no
olvidemos que Antioquo viajaba en tren),
debe, con no menos frecuencia, alojarse de
manera temporal en el bolsillo derecho del
abrigo, el ms cmodo a tal efecto, la
coincidencia y yuxtaposicin en dicho
bolsillo de pauelo y mano, dos volmenes
ms bien esfricos, habra originado un
abultamiento deforme y enojoso, y
Antioquo era muy mirado para estas cosas.
De adulto modific ligeramente estas
costumbres:
1) El pauelo del pantaln pas al
bolsillo izquierdo del mismo pantaln,
cediendo el puesto al manojo de llaves,
menos manejable que el pauelo, el cual, de
cohabitar ambos, se enganchara en los
dientes de las llaves y sera extrado cada vez
que abriera la puerta.
1. El billetero de la chaqueta se
desdobl, por as decirlo.
Uno se convirti en monedero y fue a
parar al bolsillo trasero del pantaln, que no
exista cuando Antioquo iba al instituto.
El otro sigui en su sitio, sobre el pulmn
derecho, y pas a contener un cuaderno de
anillas repleto de papeles peridicamente
renovados.
1. El bonotrn, que Antioquo ya no
necesitaba por haber dejado de vivir en
las afueras, lo reemplaz, segn los
casos, por:
Un peine en estuche de cuero que tena el
inconveniente de caerse cada vez que
Antioquo inclinaba mucho el tronco.
Una agenda de bolsillo, a partir de enero,
que, vista su inutilidad, desapareca hacia el
mes de marzo.
Un pauelo de adorno en tonos ms o
menos suaves.
Sola acompaar a estos objetos algn
que otro botn de diversos puntos del
atuendo que, amenazando con
desprenderse, Antioquo arrancaba y
guardaba all de manera temporal.
Ahora, cuando tomaba el tren, guardaba
el billete en el bolsillo derecho del grasiento
impermeable que sola vestir, en el que su
mano hbil poda encontrarlo al apearse.
Por la misma poca reemplaz la cartera
que llevaba en el brazo por una mujer,
preferentemente rubia y no muy delgada.
Este captulo, tan ilustrativo de la
fecundidad mental y claro entendimiento de
Antioquo, debe su enjundia al hecho
innegable de que era diestro, y por ende
mucho ms capaz de servirse de la mano
derecha que de la izquierda.
Captulo XX
Antioquo en camino
Antioquo y el mayor Loostil vivan en
un palacete del barrio de Auteuil, barrio
donde an quedan rboles. El edificio, de
piedra sillar primorosamente labrada con
escoplo y cubierta de orificios rellenos con
chicle densificado,
1

y de tejado de pizarra
color amarillo anaranjado, era de lo ms
coqueto. Un porche monumental de dos
metros de altura daba acceso al vestbulo.
Esta pieza, por cierto, no presentaba nada
raro, como tampoco las dems, y sin
embargo era el comedor. Del mismo modo
estaba camuflada toda la casa.
Guardaban el Cadillac en un garaje
subterrneo cerrado por una trampa
disimulada bajo un macizo de clquicos y
rboles de levas. Para que estos ltimos no
cayeran, la trampa no se abra girando sobre
goznes, sino levantndose verticalmente, y
entonces descubra la rampa por la que el
cochazo entraba y sala de su soterrao
retiro.
El garaje comunicaba por tneles
excavados en el subsuelo de la capital con
varias localidades del departamento de
Seine-et-Oise en las que Antioquo y el
mayor Loostil posean algunas residencias
secundarias.
No tenan servidumbre porque no les
gustaban los importunos. Todo en su casa
funcionaba con electricidad.
Ronrone quedamente el motor del
Cadillac blanco. Antioquo encendi y apag
los faros tres veces. Rojearon las clulas
fotoelctricas que activaban la abertura de la
trampilla y el vehculo super la rampa de
salida en menos que tarda un pjaro en
reproducirse. La trampilla se cerr con un
zumbido sordo y haciendo estremecerse
ligeramente la cabeza de los clquicos. Con
el mismo mtodo abri Antioquo el cancel
y, haciendo rechinar los cinco neumticos
pues llevaba uno de repuesto, sali
disparado hacia la carretera.
Poco despus llegaba a la casa de
Adelfn. Delnudo, fiel a su deber, no estaba
donde deba. Preparaba pastas para el viaje.
Antioquo toc el timbre. La verja se
abri. Subi de nuevo al automvil,
describi una graciosa curva de tercer grado
y se detuvo ante la ruinosa escalinata de
mrmol. Se ape, cerr con cuidado las
portezuelas del coche y se reuni con los
otros tres en la biblioteca.
Captulo XXI
Peritaje
Have a drink! said the mayor Loostil
while Antioquo was bursting into the room.
Sorta seems to suit me like a Persian rug
said Antioquo.
Then came Delnudo with a tray on which a
big glass was standin', half full with rye
2


Antioquo tom el vaso y lo apur de un
trago.
Un poco ms dijo a Delnudo.
Estoy seco. Se volvi hacia el mayor
Loostil: Qu, viejo zorro, ests listo?
Andando contest Loostil.
El conde y Alvaraide bajaban en ese
momento del primer piso vestidos con
elegantes trajes de tweed lila a cuadros
amarillos. Adelfn llevaba una boina blanca
encasquetada hasta las orejas, y Serafinio,
ms viril, un sombrero de fieltro ornado con
una airosa pluma de plumero roja, inclinada
sesenta grados respecto de la horizontal y de
la cabeza.
Llevis vuestros revlveres?
pregunt el mayor Loostil.
S! contest Serafinio.
Ddmelos!
El mayor Loostil quit los cargadores de
las armas, comprob que no haba balas en
los caones y las devolvi a sus dueos.
Antioquo coment:
Menos peligroso.
Los otros dos asintieron.
Los cuatro hombres tomaron asiento en
el lujoso automvil y Antioquo franque la
verja marcha atrs a ciento diez kilmetros
por hora; un rpido viraje y el vehculo se
lanz bulevar adelante. A los cinco minutos
pregunt Antioquo:
Adnde vamos?
Aqu! contest el mayor Loostil.
Hemos llegado.
El coche se detuvo ante un edificio de
ocho plantas que bulla de gente.
Cuando el mayor Loostil, el nico que
se ape, entraba en el portal, bajaba la
escalera de cemento armado una asistente
social de uniforme. l no le hizo caso y subi
al quinto piso.
En una puerta de chapa ondulada haba
una placa de cartn de tabaco en la que se
lea la siguiente inscripcin:

ISAAC LAQUEDEM
ANTIGEDADES

El mayor Loostil dio una fuerte patada a
la puerta, que cay en desuso, y entr en el
apartamento.
Isaac estaba leyendo una traduccin algo
verde del Talmud, pues vea rojo y padeca
daltonismo.
Hola! dijo el mayor Loostil.
Qu hay? contest Isaac.
Cunto vale este barbarn?
pregunt el mayor Loostil.
Ahora mismo te lo digo gru el
otro.
Rpido, que llevo prisa.
Es falso dijo al rato Isaac con un
suspiro. No valdr ms de once millones.
De dlares? pregunt Jacques.
No! De libras esterlinas. Si me lo
vendes, yo te doy cincuenta francos.
Muchas gracias gru tambin el
mayor Loostil. Pero ni una palabra a
nadie.
Tranquilo.
Permites? dijo el mayor Loostil
sacando su metralleta. Me quedar ms
tranquilo.
Y descarg el arma contra Isaac, que
balbuci algo y luego enmudeci.
Adis, viejo dijo el mayor Loostil
saliendo.
Captulo XXII
Carretera y manta
Arranca! dijo el mayor Loostil al
subir al Cadillac.
Antioquo arranc con la marcha puesta
y el automvil dio una sacudida antes de
salir zumbando.
Tenemos que estar en Bayona esta
noche aadi Loostil. Son las once de
la maana. Vamos.
Llegaremos respondi, lacnico,
Antioquo.
Seis horas despus llegaban a Chartres
con muy poco retraso sobre la hora prevista,
ya que haban hecho un alto de cinco horas
cuarenta y dos minutos exactos para picar
algo.
Tomaban la carretera de Orlans cuando
un avin de combate apareci en el
horizonte. Era un caza ltimo modelo que
los alcanz en unos segundos.
Antioquo pis el acelerador y el coche
fren porque los pedales haban sido
invertidos para confundir a los ladrones, de
los que nunca hay que fiarse.
El avin pas rasando la carretera y
dispar una rfaga de ametralladora que
impact en el grueso tronco de un nudoso
roble y grab profundamente en la corteza
las letras P.A., tras lo cual remont el vuelo y
empez a describir crculos sobre el
automvil.
El mayor Loostil tom la palanca de la
bocina y emiti unas seales en morse que
parecieron incomprensibles a Adelfn, quien
por lo dems no saba morse. La bocina del
Cadillac era un artilugio de una potencia
extraordinaria y fcilmente cubri el ruido
de la pipa de Serafinio, que babeaba como l
mismo.
Al poco el avin dej de dar vueltas y,
ganando altura, se desvaneci rpidamente
entre las nubes.
Haca un da esplndido. El cielo estaba
perfectamente lmpido y era de un azul
verdoso insoportable. Por eso slo Adelfn,
que era miope, lo notaba. Para los otros tres
era un da normal. Se oa el balido de las
abejas en los corrales y el zumbido de las
ovejas en los panales, o quizs era al revs.
Antioquo Timbratimbres se decidi por
fin a hablar, y para que pudieran orlo
levant el pie del acelerador, que dej de
chirriar, y susurr:
Era Popotepec...
Breve leccin de historia! anunci el
mayor Loostil volvindose hacia sus
compaeros.
Captulo XXIII
Sudamrica
Como habris supuesto prosigui el
mayor Loostil, se trata del clebre
Popotepec Atlazotl.
Y call para sumirse en recuerdos
inolvidables. Rememor la pequea ciudad
de los Andes en la que Popotepec, a lomos
de una muleta, reuna en torno a s a sus
innumerables tropas cantando el himno de
los antiguos aztecas.
Era un inca...lificable. Haba salido por la
maana y a la noche regresaba victorioso
con las cabezas de ciento once enemigos de
la nacin. Antioquo y el mayor Loostil
haban participado en la batalla y tuvieron
que abandonar la regin poco despus, pero
Popotepec los tena informados.
Como le pareca imposible transmitir
estos gloriosos recuerdos con simples
palabras, el mayor Loostil se limit a
concluir:
Eso es todo.
Adelfn y Serafinio lo comprendieron.
Hay presencias para las que sobran las
palabras.
Captulo XXIV
El gato volante
A las nueve de la noche, la criada del
seor Bisutierre, rico joyero de la calle
Daranatz, se asom a la ventana para ver si
Jacopo Bdarritz, su novio, estaba
esperndola en el lugar convenido, el cuarto
guardacantn de la calle. Y no haba hecho
ms que asomarse cuando, estirando el
brazo, atrap al vuelo y por la piel del cuello
a un gato callejero y de color pardo, pues
ya era de noche al que el parachoques de
un lujoso automvil blanco acababa de
lanzar por los aires sin ms perjuicio que un
leve erizamiento de las plumas del rabo.
El gato era un hbrido de Mirus Premier y
de un lejano vstago del amor entre la
gallina y el conejo que Raumur describe en
sus Pginas escogidas (coleccin dirigida por
Jean Rostand). Todos los gatos de esta
familia tenan plumas en el rabo. Joyce
(Ulises, pgina 985) afirma que esta
deformacin procura a los miembros de
dicha familia un gratsimo cosquilleo en la
base de la espina dorsal cuando se ponen en
posicin de defecar, si bien hasta ahora no
hemos podido corroborar esta asercin, muy
caracterstica por cierto del genio irlands.
La criada (que se llamaba Mara) ofreci
al gato una taza de manzanilla, que el animal
acept con entusiasmo, y baj a reunirse con
su amante, que la recibi con no menos
entusiasmo.
El mayor Loostil y sus compaeros
pues ellos eran atravesaron a toda mecha
las calles tortuosas y mal pavimentadas de la
localidad, rodearon la iglesia, tomaron un
camino casi desierto y se detuvieron ante
una puerta baja primorosamente ornada de
bandos municipales.
Captulo XXV
Stano
Los cuatro hombres se apearon en
silencio y cruzaron raudos la puerta, que se
haba abierto sin ruido ante las intimaciones
del mayor Loostil. El Cadillac los sigui
solo, llevado de la querencia de sus caballos.
Cuando hubieron recorrido unos metros la
puerta se cerr con un golpe sordo.
Antioquo busc en la oscuridad y dio con
una cadena. Tir de ella y empez a sonar
una msica de fondo. Era la cadena musical.
Tent de nuevo y dio con otra cadena. Esta
vez era la buena: tir de ella, son un leve
chasquido y el piso cedi bajo los pies de los
cuatro amigos, que se precipitaron al vaco.
La cada dur poco, pero el choque con el
pavimentado suelo de un stano oscuro
result eficaz: Adelfn perdi su boina
blanca, y eso que la llevaba calada hasta las
orejas, como sola. El mayor Loostil, por su
parte, reaccion con la mayor de las
energas, como tena por principio, y
sacndose una granada del bolsillo la lanz
al fondo del stano. Se produjo una
explosin sorda y... una lluvia de cascotes
cay sobre Serafinio, que no haba tenido
valor para permanecer cuerpo a tierra.
Adelfn extrajo a tientas las piedras ms
grandes del ojo izquierdo de su amigo.
Antioquo se crey en el deber de tomar las
riendas de la situacin; sac una potente
linterna y pase un haz de luz
deslumbradora por las tinieblas
circundantes, que se desvanecieron en el
acto.
Era un lugar siniestro. Colgaduras azul
oscuro cubiertas de salitre pendan de la
bveda derruida por la explosin y
arrastraban por el suelo cubierto de toda
suerte de desechos: cubreteteras, saxfragas,
muones... En un rincn incluso haba un
saxofn de juguete en el que haban criado
las cucarachas. Era un recinto rectangular
construido con piedras filosofales.
La granada lanzada por el mayor Loostil
haba volado parte de la bveda y el lienzo
superior de una de las paredes ms bajas del
stano. Por el boquete abierto no se vea ms
que una profunda oscuridad. Entre los
escombros remolineaban volutas de humo
azul.
De repente, mientras Antioquo
iluminaba los bordes de la brecha, se vio
asomar de las tinieblas un bulto blanquecino
que volvi a desaparecer rpidamente tras el
muro.
De inmediato apag la linterna y solt un
cuesco en sol mayor para advertir a sus
compaeros del peligro.
Serafinio, que sodomizaba
distradamente al conde, se irgui y fue con
sigilo a refugiarse tras la alta persona del
mayor Loostil, que se volvi, receloso,
aunque no protest, porque nada vea.
A ciegas, Antioquo lanz otra granada al
agujero. Se oy un bramido inhumano y un
raudal de lquido caliente embisti a los
cuatro hombres, que retrocedieron
horrorizados, pues haban reconocido el olor
de la sangre de sapo.
Captulo XXVI
La bestia
Se oa ahora, al otro lado de la pared, un
ruido sordo acompaado de un chapoteo
repulsivo, como el que hara un gibn
chapoteando en un pur de patatas muy
lquido. Antioquo, armndose de valor,
dirigi el haz de la linterna hacia el boquete,
que se vio ahora algo ms ancho y con los
bordes teidos de un rojo salmn. Asom
entonces una mano, que se agit un
momento y se agarr al borde, y despus
una cabeza de luengusimas barbas, seguida
del cuerpo flaco de un sexagenario de
estatura gigantesca que llevaba bajo el brazo
diestro un rollo de hojas amarillentas.
He venido en barca... dijo anhelante
. Navegando en la sangre de Juliano...
Pobre Juliano... Lo habis matado... Le
gustaba tanto la sopa juliana!...
Quin es Juliano? pregunt
Serafinio, que era prontsimo de
entendederas.
Pues Juliano! contest el viejo. Un
Rhizostomus gigantea azurea oceanensis
adulto... capturado hace tiempo... En
Malikopi... Ah! Me muero de sed!...
Tuvo una convulsin extraa y pareci
encogerse bruscamente.
El manuscrito... Lanlo... balbuci.
Yo ahora me voy.
Desfalleca.
Vamos, abuelo dijo el mayor Loostil
. Tranquilo! No nos dejar usted as... No
tema...
S... suspir el viejo. Me voy
porque... tengo cagalera...
Y soltando el manuscrito dio una
formidable voltereta para caer al otro lado
del agujero. Se oy un ruido de remos y una
voz cascada que cantaba a voz en cuello Los
remeros del Volga, tras lo cual se hizo el
silencio... slo turbado por el siniestro
borboteo de la sangre de Juliano que
empezaba a manar al pie del muro.
Muchachos, manos a la obra! dijo el
mayor Loostil. No vamos a ahogarnos
como tontos en este stano.
Empez a arrancar de las paredes
colgaduras que amonton junto con
maderos entre los pilares.
Sus compaeros lo ayudaban con afn
sin preguntarle nada. Al rato, el rebujo
llegaba casi a la altura del boquete y tena un
espesor de dos metros. El mayor Loostil
sac el encendedor y prendi fuego al
cmulo de objetos heterogneos.
Se coagular y dejar de fluir
concluy.
Antioquo haba comprendido haca rato,
pero los otros dos intercambiaron una
mirada admirativa.
Pero nos asfixiaremos con el humo
objet Adelfn.
No. Ventilemos esto! repuso el
mayor Loostil, y ni corto ni perezoso lanz
una tercera granada al stano de Juliano.
El resto de la bveda se derrumb con
estrpito y ya slo tuvieron que escalar el
montn de piedras para salir al pasillo del
que haban cado.
Tendramos que apagar el fuego dijo
Antioquo, palpndose el bolsillo para
cerciorarse de que llevaba el manuscrito.
Dios proveer contest el mayor
Loostil, y condujo a los otros a los pisos
superiores, no sin antes arrancar a Serafinio
de los brazos de un paragero que haba
atrado poderosamente su atencin.
Captulo XXVII
El manuscrito
Me gustara saber dijo el mayor
Loostil quin ha osado poner trampas en
mi casa y meterme un Rhizostomus en el
stano. Este recinto era uno de sus
muchos retiros, hbilmente habilitado por
un misterioso encargado. Me ha
destrozado el stano, me ha obligado a
prender fuego a mis tapices, nos ha hecho
caer por una trampilla. Es un canalla.
Antioquo, qu tienes que decir en su
defensa?
Seguramente es pariente mo
contest Antioquo. Leamos el
manuscrito.
Pero y el fuego? record Serafinio.
Se apagar solo dijo Loostil. Las
colgaduras son rigurosamente
incombustibles y los maderos son de yeso
pintado.
Ms tranquilos, los amigos tomaron
confortablemente asiento en sillas cojas e
incmodas y se dispusieron a escuchar la
lectura del manuscrito.
Si estuviera aqu mi mayordomo
Delnudo... dijo suspirando Adelfn de
Belfulano. l pondra un poco de orden.
Paciencia! repuso el mayor Loostil
. Ya vendr. Est avisado. Escuchemos.
El manuscrito constaba de unas treinta
hojas amarillentas cosidas con hilo de voz y
llenas de manchas. Faltaba la primera
pgina, aunque daba igual porque el texto
comenzaba en la segunda.
Era una especie de novela...
Captulo XXVIII
Lectura del manuscrito
... Jef Dubois abri con ademn resuelto
la puerta del ascensor Roux-Conciliabuzier
en el que haba subido a la sexta planta y
enfil el largo corredor con suelo de linleo
al que daban las oficinas.
En la primera puerta a mano derecha
haba una placa en la que deca: INFORMACIN.
Jef la abri tan resueltamente como haba
abierto la del ascensor y pregunt:
Barn Visi?
Antioquo interrumpi la lectura y
coment:
Es su estilo, no hay duda.
El del barn Visi? pregunt el
mayor Loostil.
S contest Antioquo. Era mi
padre.
La segunda puerta a mano izquierda
contest la empleada, que adems de
informar haca las veces de telefonista.
Jef le dio las gracias con una sonrisa y se
dirigi a la segunda puerta de la izquierda.
En sta no haba placa, sino un nmero, el
19, que saltaba a la vista a un metro sesenta
y cinco centmetros del suelo.
Vacil tres segundos y llam.
Adelante! respondi una voz
enrgica y bien timbrada.
Era la voz de un hombre que ha sido
operado de amgdalas a los veintitrs aos.
Barn Visi? pregunt Jef
entrando.
El mismo contest el otro, y al
ponerse airosamente en pie para recibir al
visitante se dio un golpe tremendo con la
rtula en el borde del cajn central del
escritorio.
El barn Visi meda un metro ochenta y
siete. Era rubio y plido y tena unos ojos
azules de prpados siempre entornados que
daban la impresin de un hondo trabajo
cerebral. Inteligente? Idiota rematado?
Poca gente poda presumir de saberlo. Una
frente alta y abombada, casi de genio,
coronaba el conjunto, tpico en ms de un
sentido.
El barn se frot la rtula gruendo
entre dientes e indic un asiento al
visitante.
Jef Dubois?
Lo ha adivinado contest ste, y
ech una ojeada al sobre azul que haba
enviado por correo dos das antes
anunciando su visita.
El barn, con un ademn elegante,
escamote el sobre de la mesa, cruz las
piernas apoyando delicadamente la parte
externa de la pantorrilla derecha sobre la
rodilla izquierda y dijo con voz decidida:
Son dos millones de francos, ni un
cntimo menos...
Apurado, Dubois se rasc la cabeza con
una mano cuyas uas, pulqurrimas en
apariencia, se vean plagadas de bultitos
amarillos que delataban un uso inmoderado
del digestivo Rennie.
No pensaba superar el milln
novecientos ochenta y siete mil... Lo tendra
difcil.
Parece usted saber muy bien lo que
vale dijo el barn sonriendo con malicia.
Aada setecientos ms y trato hecho.
Si no hay ms remedio... dijo Jef
suspirando. Un cheque?
Como quiera contest el barn,
sacndose un talonario del bolsillo y
extendiendo el documento.
Los dos hombres se estrecharon la
mano y Jef se fue con el taln.
Una vez solo, el barn se enjug la
frente con ademn escolstico y llam a su
secretaria.
Era una bonita rubia de nariz
respingona.
Azor le dijo el barn, archive esta
carta y le tendi el sobre azul y trigame
el expediente siete mil quinientos nueve.
Para dar a su empresa la debida
magnificencia, el barn numeraba los
expedientes empezando por el 7.508, sistema
que, desde haca ms de un ao, funcionaba
a su entera satisfaccin.
El barn Visi ejerca el artstico oficio de
chantajista. Jef Dubois era su ltima vctima;
de natural amable y bonachn, gastaba
alfiler de corbata de mercurio ondulado y no
haba opuesto resistencia alguna a verse as
desplumado, ms que nada porque la cosa
cuyo rescate pagaba poda comprometer
seriamente una carrera que prometa ser
brillante.
Al da siguiente, el mayordomo de Jef,
que como todas las maanas fue a tomar con
l un anisete, lo encontr muerto en su
silln, sosteniendo con manos crispadas el
vaso que se dispona a beber cuando lo
sorprendi la muerte. Se haba suicidado de
un certero cachiporrazo.
En su guarida, el barn sonrea, y era
una sonrisa feroz, que dejaba a la vista el
canino izquierdo, en cuya parte superior le
haba hecho haca tiempo un hbil empaste
una dentista de Svres llamada Henriette.
Luego desapareci durante siete aos
en los bajos fondos...
Captulo XXIX
Continuacin del
manuscrito
En este punto de la lectura, Antioquo
alz la cabeza. Una sonrisa anglica
iluminaba sus bien dibujados rasgos.
Cerdo! murmur, y en sus labios
granadinos el insulto sonaba acariciante.
Prosigui:
Haba llovido todo el da. Una lluvia
sucia con olor a azufre y ozono, una lluvia
pegajosa que pareca desprenderse a
disgusto de los cristales verdosos por los que
las gotas glaucas chorreaban, perezosas,
para reunirse en las cavidades de la piedra,
producto de la paciente usura del viento y
del hiprico, ese pequeo insecto del que
hay abundantes fsiles en la caliza de Pars.
El geranio de la ventana, mustio haca meses
lunares, estremeca a ratos sus hojas
amarillas, para caer nuevamente en un
sueo casi vegetal.
Atardeca. Las sombras de la noche iban
adensndose en la puerta oeste, prontas a
envolver la ciudad en su hipcrita suavidad
malva.
Un taxi perdido, que daba lstima ver en
medio de aquella agua plida que haca
resaltar lo oxidado de sus nqueles y el
deterioro galopante de su abollada
carrocera, pas a poca velocidad salpicando
las paredes, los cristales y el viejo
guardacantn cerca del cual un limpiabarros
semicircular, gastado y pulido por sus largos
servicios y una educacin esmeradsima,
brillaba apagado bajo el farol que lo
alumbraba.
Mujeres con abrigos de piel, cuya
decadencia incipiente manifestaban las
comisuras de los ojales y los bordes de las
mangas, pateaban las calles disimulando sus
ruinosas fisonomas con afectaciones de
jovialidad y una espesa capa de tierra
refractaria: empezaba el cuadragsimo sexto
ao de guerra y los polvos de arroz
escaseaban.
Cay la noche. La puerta que haba a la
derecha del guardacantn se entreabri sin
ruido y por el intersticio asom despacio un
rostro alargado, nervioso y astuto en el que
se pintaba una expresin de maldad
csmica. Una mano alargada y blanca de
dedos huesudos se pos, rozndolo apenas,
sobre el timbre, y tras un instante de
vacilacin lo oprimi bruscamente.
Nada se oy. No haba electricidad.
Con un grito de rabia, el hombre se
irgui en el umbral cuan largo era y con los
pies juntos salt sobre el limpiabarros. Son
una detonacin sorda y la casa se desplom
con estruendo de cristales rotos y vigas
partidas. Un crter oscuro humeaba ahora
en lo que segundos antes haba sido un
inmundo tugurio.
La cosa no pareca sorprender a nadie.
Ms que nada porque no haba nadie, y
porque casi todas las casas del vecindario
tenan su propio limpiabarros.
De pronto, en medio de la oscuridad
surcada por fuliginosos resplandores, se oy
una voz ebria que canturreaba una
antiqusima cancin de jazz, y pasos pesados
e inciertos que hacan retemblar el mojado
pavimento. Era un borracho que se recoga.
Desde que las bebidas alcohlicas tenan
otra vez 15 grados, los casos de embriaguez
se multiplicaban de manera alarmante.
Cantaba el hombre:

La luz a m viene por
doquiera...
Hay un amor en la red
central...
Taln... Taln... en mi hora
postrera...
Tendr... Taln... la piel de
un animal.

No caba duda. Era el barn Visi, que
haba estado de fiesta y no recordaba la
letra.
Captulo XXX
Sigue la continuacin
del manuscrito
Cuando estuvo ante el nmero 7, que
instantes antes colgaba de una casa hecha y
derecha, la borrachera pareci pasrsele de
pronto. Se enderez y adopt de nuevo la
actitud furtiva y flexible del justillo en la
jungla birmana.
Se detuvo en medio de la oscuridad,
alarg la mano hacia el timbre y no puls
sino el vaco, que no respondi.
Ah! maldijo. Esto es cosa de
Caruso!
A la danzarina luz de su potente
linterna elctrica pudo ver el caos de
escombros humeantes.
Busque usted ah dentro un albarn!
dijo suspirando. Un albarn... o lo que
sea... aadi entre dientes.
Apag la linterna y se dirigi a la casa
vecina.
A la enrgica patada que dio en la
puerta acudi a abrirle una joven descotada,
de cara redonda en torno a la cual caan
revueltos mechones pelirrojos. Efluvios de
vicio manaban de aquella criatura perdida...
no para todos.
Tienes un lugar donde dormir? le
pregunt el barn.
Aqu! contest ella abrindose la
bata.
Ah voy repuso el barn aspirando
el olor a hembra que suba de las
profundidades, mientras una serie de
imgenes lbricas pasaban por su mente
monacal.
Captulo XXXI
Ms manuscrito
Al alba, agotada, la joven falleci. El
barn adecent el cadver y lo arroj a las
ascuas que desde el da anterior ardan en
las ruinas de la casa vecina. Toc entonces la
campanilla.
Acudi una vieja harapienta.
Buenos das, Jacob dijo el barn
amablemente. Y Caruso?
Est muerto contest la vieja.
Tonta, ya lo s! replic el barn Visi
. Y Tarugo?
Muerto.
Y Totor?
Tomando algo en casa del Cenobita.
Ve a buscarlo...
La vieja sali arrastrando sus viejas
zapatillas, una de las cuales llevaba un
remiendo casi invisible.
Diez segundos despus se presentaba
Totor. El barn le estrech la mano sin decir
nada.
Totor, un joven de unos veinte aos,
vesta un traje azul marino impecable, una
corbata de twill azul celeste, un sombrero
flexible y unos guantes de piel roja. Su
aspecto no dejaba lugar a dudas: pareca
salido del clebre instituto parisino Janson-
de-Sailly, es decir, chanson de saillie o
"cancin de monta", como llaman los
criadores de caballos franceses a los
relinchos que emiten los briosos sementales
cuando montan a las yeguas para que stas
no pasen miedo por la noche, solas en el
establo...
En realidad, tena sesenta y tres aos
pero se cuidaba muy bien de ocultarlo. El
barn utilizaba sus servicios en asuntos que
requeran tacto y finura: lo mandaba
entonces a provincias y as l poda actuar
con toda libertad, sin temer que lo molestara
la necedad de aquel lamentable aclito.
Totor dijo el barn, treme el
expediente nmero 7.510.
Totor extendi el brazo hacia un mueble
Luis XV de caoba segueteada que haba al
fondo de la alcoba en la que el barn haba
retozado toda la noche. Hizo girar sobre sus
goznes el tercer cajn y sac una delgada
libreta de papel higinico de excelente
calidad.
Le basta esto? pregunt.
S... contest el barn guardndolo
en el bolsillo derecho del pantaln. Y
ahora dame las joyas.
Todo ha salido bien dijo Totor
presentando al barn un puado de rubes,
el ms pequeo de los cuales pesaba, como
mnimo, sesenta y dos quilates.
Me quedo con ste dijo el barn
guardndose uno.
Totor se acerc a la ventana y lanz lejos
los otros ciento cuarenta y nueve rubes.
No pensaras engaarme, verdad?
pregunt el barn clavando en el sonrosado
rostro de Totor una mirada penetrante.
No seas bobo contest Totor.
Qu parte me corresponde?
Con un salto de puma, el barn se
arroj sobre Totor y de un certero puetazo
lo tumb a sus pies.
Para que aprendas! dijo con calma.
Segundos despus, Totor abri
penosamente los ojos y murmur:
Olvidaba decirle, jefe... El Cenobita
quiere hablar con usted...
Y perdi el conocimiento. El barn
sonri, contento de ver hasta qu punto su
sola presencia animaba a sus subordinados.
Tom un pauelo de seda negra del segundo
cajn del mueble, ech mano del sombrero,
descolg un ligero impermeable y baj la
escalera montado en la barandilla, cuyo
pomo inferior, de cobre sinttico, se dobl al
llegar l abajo. Y en dos graciosas zancadas
salv la distancia que lo separaba del cabar
de mala fama en el que el innoble personaje
al que llamaban Cenobita preparaba
innombrables ccteles tras una barra de
madera de gaita.
Al entrar el barn, las risas y las
chuscadas que atronaban las paredes del
angosto stano cesaron de golpe. Se oyeron
murmullos de admiracin, pues la
gigantesca estatura de aquel curioso
individuo impresionaba hasta a las
naturalezas menos sensibles.
Tienes algo que decirme, barn?
dijo el Cenobita para desviar las sospechas.
S, ven aqu dijo el barn
siguindole la corriente.
Tomaron asiento en un rincn, junto a
una pared en la que una mano torpe haba
dibujado, con un carbn a guisa de
carboncillo, el ahorcamiento del duque de
Guisa en los Estados Generales de 1789.
Y all, mientras las conversaciones de
alrededor se reanudaban, el Cenobita
expuso el Plan...
En el preciso instante en que el barn
iba a recibir la informacin crucial sin la cual
la empresa estaba abocada a un fracaso
seguro, un estampido reson bajo la bveda
y el Cenobita entreg su vil alma al diablo, al
tiempo que su cadver rodaba al suelo.
El barn sac el revlver y dispar a la
bombilla de mil vatios que iluminaba la
horrorosa escena, tras lo cual, saltando por
encima de los confusos bultos que se
agitaban en la oscuridad, en medio de voces
y gritos, sali a la calle y se perdi en la
noche, pues siete horas haban transcurrido
desde que entrara en el bar...
Captulo XXXII
An ms manuscrito
Brisavion, el famoso detective, estaba
fumndose su centsimo sptima pipa diaria
sentado a una mesa revestida de palisandro
multicopiado cuando son un timbrazo
imperioso. Sin dejar la pipa, levant con
cuidado la tapa de un archivador que tena a
su derecha sobre la mesa.
Aparecieron una serie de esferas de
reloj y una lucecita verde parpade tres
veces. Algunas manecillas se detuvieron.
Brisavion escribi algo rpidamente y apret
un botoncito blanco que not bajo el dedo
ndice. Al grito que dio, pues era un
panadizo, se present un criado.
Que entre, Sarcopto.
S, amo dijo Sarcopto saludando
reglamentariamente.
Haba militado en las filas de los
barrenderos municipales y de entonces
conservaba hbitos paramilitares y un
marcado odio por perros y caballos.
Al cabo de unos segundos entr el
barn Visi.
Es usted el famoso Brisavion?
pregunt con una voz cortante.
El mismo..., barn Visi contest el
detective.
El barn esboz una leve sonrisa y dijo
en tono burln:
Y ahora me dir sin duda lo que mido,
centmetro ms, centmetro menos...
Un metro ochenta y siete repuso
Brisavion ruborizndose levemente.
Veo que sus aparatitos funcionan bien
concluy el barn. As pues, no hace
falta que me diga que peso ochenta y cinco
kilos, mido un metro veintids de pecho y
calzo un cuarenta y tres. Todo eso ya lo s. Lo
que quiero es que me diga quin mat al
Cenobita.
Y se qued mirando los verdes rboles
de fuera, que brillaban bajo el sol matutino.
Brisavion tena siempre la ventana abierta.
Lo siento murmur Brisavion. Ha
sido un error... Era a usted a quien Sarcopto
deba matar...
Y con brusco ademn accion una
palanquita que sobresala apenas de la
pulida superficie de la mesa. La araa de
bronce de ciento tres kilos que oscilaba de
su tela sobre la cabeza del visitante se
estrell contra el suelo, pues el barn se
haba echado a un lado.
No le ser fcil se limit a decir,
enjugndose el sudor rojizo que por la rabia
le perlaba las sienes.
Hubo unos instantes de silencio. Los
dos hombres se observaban sin decir nada.
Parece usted un tipo duro concluy
Brisavion. Asocimonos.
Y present al barn un fajo de billetes
que sumaban al menos veinte millones de
rupias. Era la moneda legal desde que, por
miedo a Gandhi Noviolencia, todo el
mundo se haba convertido al budismo.
Trato hecho! dijo el barn,
guardndose el dinero. Quiere llamar a
Sarcopto?
Desde luego! contest el detective
. El caso es que quera cambiar de criado.
Toc el timbre. Apareci Sarcopto y se
puso firme.
Sarcopto! dijo Brisavion.
Cuelgue la araa.
El otro lo hizo con gran trabajo.
Y ahora santguate.
Apenas el criado haba bajado el brazo
cuando la bala lo alcanz en pleno corazn.
Con un alarido extrao que recordaba el
canto del autillo, cay de bruces.
Que se lo lleven dijo el barn. Y
ahora al grano. Dnde est?
Conoce usted el archipilago de
Tuamotu?
Como la palma de mi mano.
Pues bien, no est all. Lstima. Est
en Borneo, a doscientos metros al sudoeste
del pico Malikopi.
Justo en el centro de la isla coment
el barn.
S dijo Brisavion, pero dispondr
usted de cigarrillos y de una lancha motora.
Perfecto concluy el barn. Salgo
maana mismo.
Demasiado tarde!
Por qu?
Vandenbuic est ya en el caso
confes Brisavion.
Captulo XXXIII
El manuscrito no ha
acabado
Ah, ya veo! murmur el barn.
Cosa seria!, eh?
Y quin es Vandenbuic?
Mi antiguo socio.
Eran socios?
Hasta hace diez minutos contest
Brisavion. Pero usted me gusta ms.
Lo entiendo dijo el barn
envanecindose.
Es un bestia! Me ha destrozado una
araa. Qu cabeza ms dura!
Claro! aprob el barn. La del
vestbulo, imagino.
La misma dijo Brisavion, pero no
deja de pesar cincuenta kilos.
Me gustara conocer al tal
Vandenbuic... murmur el barn. Me
gustara sacarle las tripas a ese cerdo
seudoholands dipsmano.
Maana lo ver, irn en el mismo
hidroavin.
Eso ser muy cmodo admiti el
barn. Pero usted dispense, he de pensar
en mi partida.
Le estrech la mano al detective y
sali.
Captulo XXXIV
Interludio
En este punto, el mayor Loostil, que
escuchaba atentamente, se levant para
buscar a Serafinio, que haba salido
momentos antes. Sin vacilar se dirigi a una
estancia en la que saba que haba ratas y all
lo encontr, boca abajo, presa de espasmos
convulsivos.
Algo estrecho el agujero le dijo.
No es eso repuso Serafinio, es que
dentro quedaba una rata y no quiere
soltarme. Un minuto ms y la ahogo.
Cuando hubo terminado volvieron juntos
y Antioquo, que los esperaba, prosigui la
lectura:
... El barn Visi baj la escalera que
llevaba al embarcadero y salt a la barca
naranja con la que los viajeros llegaran al
hidroavin clandestino, que descansaba
muellemente sobre sus largos flotadores.
Una leve brisa arrancaba silbidos meldicos
a los cabos del mstil de la manga
catavientos. El follaje verdigris de los sauces
pona una nota melanclica en el paisaje. El
ro discurra perezoso y las aguas del vasto
remanso temblaban levemente acariciadas
por el aire juguetn. El sol ya calentaba.
Cuando la barca se aproximaba al
hidroavin, el barn se zambull de repente
en las claras aguas y, casi al mismo tiempo,
la embarcacin explot y se hundi.
El hombre que haba lanzado la granada
fue pronto vctima del puo implacable del
barn, que, surgido de improviso, lo tumb,
desnucado, sobre el flotador del hidroavin.
Maldito! murmur Visi
sacudindose el agua.
Sac la automtica y uno tras otro, como
en una barraca de tiro, abati al piloto, al
observador y al radiotelegrafista, que
sucesivamente haban asomado la cabeza
por la portezuela de la cabina.
De repente una bala le pas rozando la
mejilla izquierda y se incrust con un ruido
seco en el fuselaje.
Aj! murmur el barn
resguardndose tras las barras metlicas que
sustentaban el flotador. Vandenbuic inicia
las hostilidades.
No se vea nada. De entre las ramas de
un sauce ascendi una nubecilla de humo.
Pobre Vandenbuic! dijo riendo el
barn. No volvers a montar en un
hidroavin!
Con pasmosa agilidad salt al otro
flotador y, protegido por el fuselaje, alcanz
la puerta del aparato.
Los cadveres de los ocupantes cayeron
con sendos plaf siniestros en las aguas del
remanso, donde los gimnotos y los tiburones
los devoraron al instante.
La azafata de vuelo descansaba
recostada en un sof con la rubia cabeza
reclinada; el barn, sin despertarla, la bes
en los labios y not que el carmn saba a
estreptococo. Ocup el asiento del piloto.
Despeg el aparato con un ronroneo
casi imperceptible.
"Vandenbuic no estaba a la altura!", se
dijo el barn, que esperaba al menos una
rfaga de metralleta y vea que nada ocurra.
A dos mil metros de altura, repar de
pronto en un caza gris plata que se acercaba
velozmente. Puls un timbre que tena a la
derecha.
Florence le dijo a la azafata, que se
haba despertado, trigame un cctel.
La azafata le llev un zumo de tomate.
El barn bebi de un trago y cuando llevaba
la mitad se atragant.
Est fuerte!
Es que es de antes de la toma de
Alesia por Judas Macabeo repuso
Florence, que se levant la falda y empez a
ajustarse una media.
El barn sigui pilotando con una mano
y empez a meterle la otra a la azafata.
Agrrate, querida. Voy a soltar lastre
para escapar de ese inoportuno.
Cuando hubo dejado caer veinte sacos
de arena, el hidroavin remont con impulso
portentoso hasta la estratosfera, en la que
vuelan los litros salvajes y los alisios de
brillante plumaje.
El pequeo avin de caza pareci
despistado un momento, pero pronto
reapareci en el campo visual del barn.
Lo atacaremos dijo ste por ltimo
. Ya me est cansando el tal Vandenbuic...
Se llama Vandenbuic? pregunt
Florence.
S. Aunque seguramente pilota uno
de sus hombres. Pero pronto se llamar
cadver... dijo el barn, con una risilla tan
siniestra que la rubia azafata tuvo un
sobresalto, aunque de inmediato la
tranquilizaron los tocamientos que el barn
supo aplicar en los correspondientes centros
nerviosos.
Con una rapidez inesperada, el
hidroavin vir en redondo y se coloc
frente al caza enemigo. Los flotadores
colisionaron con las alas del avin y ste,
cual oruga borracha, cay vertiginosamente,
mientras las alas, describiendo curiosos
giros, descendan perezosas en espiral. El
plateado fuselaje se hundi silenciosamente
en las nubes.
Bien hecho dijo Florence trayndole
otro cctel, que el barn, en seal de alegra,
arroj fuera.
El hidroavin, un modelo antiguo,
volaba a unos ochocientos kilmetros por
hora. La temperatura interior, mantenida
por radiadores de gas intestinal, era
agradable. El barn pilotaba con gran
destreza.
El da transcurri sin incidentes. La
radio tena informado al barn de las
ltimas novedades de la guerra. Haca
tiempo que los receptores incorporaban un
dial especial que bastaba girar para or los
comunicados ms recientes, que se
renovaban cada hora. Para las personas con
problemas cardiacos haba emisoras
concertadas que daban noticias optimistas y
anunciaban la paz todos los das a medioda.
As los oyentes estaban satisfechos.
Hacia las siete de la tarde dijo el barn,
no sin cierta vulgaridad:
Yo papeara algo!
Y engull la oppara comida que le
prepar Florence, tras lo cual se acurruc en
el sof y se qued plcidamente dormido, no
sin antes haber ajustado los mandos para no
tener que ocuparse de ellos.
Captulo XXXV
Unas pginas ms...
Cuando, ya en pleno da, avist Borneo,
el barn puso rumbo al pico Malikopi, cuya
alta cima rocosa descollaba puntiaguda
sobre la fronda lujuriante de una jungla
catica.
Empez a sobrevolarlo en amplios
crculos. Al poco se abrieron dos paracadas,
seguidos de un tercero, al que iban sujetas
las pesadas maletas del barn, que el da
anterior haba cargado a hurtadillas en el
aparato. No tard ste en caer en picado y
estrellarse contra el suelo, entre restos
vegetales y championes llenos de
acetileno.
Aterrizaron el barn y Florence y se
desenmaraaron de los pliegues de ligera
seda de los paracadas. Cuando se hubo
orientado, el barn se intern en una tupida
espesura, donde desvisti a su acompaante
y la someti a los ltimos y repetidos abusos
deshonestos, tras lo cual sac el revlver y la
remat. Fue entonces a buscar sus maletas,
que haban quedado colgando de las ramas
bajas de un confitero enano.
Captulo XXXVI
Otras pginas ms
A ambos lados del hoyo se elevaban
sendos montculos de tierra rojiza. Dos das
seguidos llevaba el barn excavando y haba
profundizado treinta y nueve metros sin
hallar lo que buscaba.
El sudor le corra por la frente ya tostada
por el implacable sol tropical. Tena los
musculosos brazos cubiertos de roja tierra
hasta el codo. Las gotas de sudor le
resbalaban por sienes y mejillas y caan al
suelo, donde haban formado ya un pequeo
barrizal. Como haba olvidado traer una
pala, se haba hecho una con un fragmento
del fuselaje del hidroavin; la improvisada
herramienta haca maravillas por el impulso
de sus bceps formidables.
Cuando iba por la cota -45 metros, el
metal dio en piedra con un ruido seco.
Rpidamente despej el barn la superficie y
apareci una anilla de acero que amarilleaba.
La asi con ambas manos, estir con fuerza y
se qued con ella en la mano. Por el agujero
resultante introdujo el dedo ndice y levant
la pesada losa, dejando al descubierto una
abertura por la que se entrevean unos
peldaos de mangle barnizado que
conducan a oscuras profundidades ignotas.
"Es una trampa para tontos", pens el
barn. "Pero no me cazarn tan fcilmente",
se dijo, aunque empezaba a desalentarse.
Y arroj su gozo al pozo. Un cuarto de
hora despus se oy el ruido ahogado del
impacto en el agua.
"Me equivocaba", se anim el barn.
"All vamos."
Arroj las dos maletas por la estrecha
boca y, antes de emprender el descenso,
prendi una mecha que tena preparada en
el fondo del hoyo. Volvi a colocar
rpidamente la losa sobre su cabeza y de
quince a veinte toneladas de tierra blanda
cayeron, con un estruendo ensordecedor,
sobre la losa, debajo de la cual el barn
avanzaba ya hacia las profundidades.
Llevaba abrochada a la cintura una
potente lmpara de gasgeno que, pese a su
poco peso slo diecisiete kilos, produca
humo en cantidad suficiente para ocultar
una flota de once buques de setecientas
toneladas de la vista de un observador de
submarino ciego y poco entrenado. No tard
en desabrochrsela y lanzarla a lo alto, de
donde instantes despus le cay en la
cabeza.
Al cabo de menos de una hora lleg el
barn al final de la escalera y qued
suspendido de las manos sobre el vaco. No
lo dud: ejecutando a pulso una voltereta, se
remont en el aire y se col, pies por
delante, en un estrecho conducto que haba
dos metros ms arriba del ltimo travesao.
Con una risilla satisfecha se puso en pie,
ech a correr y se dio un violento cabezazo
contra un tabique de ladrillos macizos, pues
el conducto doblaba bruscamente en ngulo
recto.
El barn se frot el chichn con
linimento Sloan, se lo espolvore con harina
de mostaza y reanud su carrera reptilnea.
No haba llegado a los diecinueve aos sin
cultivar sus aptitudes, y como tena ms de
diecinueve, vea en la oscuridad como un
lince adulto, con lo que avanzaba con gran
rapidez.
A los nueve kilmetros se detuvo. Su
mano, que llevaba detrs para tantear el
terreno, dio con un objeto que al instante
reconoci: era una antorcha hecha con la
resinosa madera del mata-hari. La encendi
con el mechero consular y prosigui su
camino precedido de una viva claridad.
"Ya falta poco...", se dijo, pues un
sptimo sentido le deca que se acercaba al
objetivo....
Captulo XXXVII
Se acab
En este punto se interrumpa el
manuscrito. Las ltimas pginas, ilegibles,
cubiertas de manchas rojas que los cuatro
amigos enseguida identificaron como jugo
de chinche, dejaban ver retazos de frases
incompletas... y a unos centmetros por
encima del borde inferior de la ltima,
Antioquo ley con sobresalto: ...do el
barbarn como regalo de ...das a la ...rida
...lde de Belfulano... rompi enseguida...
se fue con... infame rival... venganza... hijo...
engar a su padre....
Hubo un silencio. Adelfn estaba plido,
ms blanco que su boina, cuyo pezn se
inclinaba a un lado como implorando
perdn.
Est claro! dijo el mayor Loostil.
Adelfn, no lleva usted el apellido de su
madre?
S contest Adelfn, y recit: Mi
padre, ese hroe de sonrisa dulcsima...,
como dijo aqul, la dej cuando tena
sesenta y siete aos...
Quin tena sesenta y siete aos, l?
No, ella.
Se comprende que la dejara dijo
Loostil, sobre todo si su madre se pareca
a usted. De modo que, al morir su madre,
sta le leg a usted el barbarn?
S... murmur Adelfn de Belfulano.
Y nunca se le ocurri preguntarle de
quin era?
Yo lo saba todo! replic Adelfn,
cuyos ojos extraviados daban vertiginosas
vueltas en las rbitas huecas, con el mismo
ruido que hara una canica en un plato.
Y saba tambin que Antioquo
Timbratimbres era hijo del barn Visi, que
fue novio de su madre de usted, Adelfn?
Eso no! exclam Adelfn
enrojeciendo. Le juro que no! De haberlo
sabido, lo habra matado en el acto...
Y por qu su madre no le devolvi el
barbarn al barn Visi? prosigui el mayor
Loostil, que pareci no or la exclamacin
de Adelfn pero se llev la mano al bolsillo
derecho de la chaqueta.
Porque era un barbarn muy bonito y
quiso quedrselo contest Adelfn riendo
con sarcasmo. Es ms: mi madre intent
envenenar al barn Visi... Y yo tambin,
cuando fui mayor..., a los seis aos... Quise
hacerle comer chocolatinas de cianuro de
pedasio...
As que lo vea a menudo?
Saba dnde encontrarlo... contest
Adelfn. Bastaba poner un anuncio en
L'Ami du Peuple, el diario de Marat.
Entiendo dijo Antioquo. Perdi el
rastro de mi desgraciado padre cuando
L'Ami du Peuple dej de aparecer.
En aquel momento una bala, disparada
desde las honduras del silln en el que
desde haca unos momentos pareca
dormitar el mayor Loostil, atraves el ojo
izquierdo de Adelfn y se aloj en un ala del
esfenoides, paralizando por completo los
msculos cricoaritenoideos y privando al
conde Adelfn de Belfulano del uso de la
palabra. Lo cual, como haba muerto,
importaba poco.
Se ha hecho justicia! dijo Serafinio.
Semejante canalla no mereca vivir
concluy el mayor Loostil. Y ahora,
Antioquo, hemos de encontrar a tu padre.
A propsito dijo Serafinio,
podrais decirme quin era la baronesa
Cantorina?
Una antigua amante del barn, desde
luego contest el mayor Loostil.
Y el Rhizostomus?
Trado de Borneo contest Antioquo
. En una bolsa de hielo. Entonces era muy
pequeo. Curioso animal. Y yo que lo crea
muerto haca tiempo... Son duros, los
Rhizostomus. Pero por qu diablos fue mi
padre a Bayona?
Eso digo yo! dijo Serafinio, que no
siempre lo entenda todo. Entonces, el
viejo de las volteretas...?
Era el barn Visi! dedujo el mayor
Loostil. Vayamos en su busca.
Serafinio tena una expresin
preocupada.
Te pica el escroto? le pregunt
educadamente Antioquo.
No! respondi Serafinio Alvaraide
. Es que tengo que deciros una cosa: mi
madre se llamaba Katrina Vandenbuic... Era
hermana de Vandenbuic...
El hijo de la hermana del enemigo de
mi padre! exclam Antioquo. Lo mato!
Ay! suspir Serafinio. Enemigo...
Tampoco le hizo tanto... Era el del
avioncito..., mi pobre tito... El espanto lo
haca chochear.
Los cndidos ojos de Antioquo
Timbratimbres lanzaban destellos verdes y
mil demonios se agitaban bajo su bveda
craneal. De pronto alarg las manos con los
dedos crispados y agarr por el cuello a
Serafinio Alvaraide, le hundi el dedo ndice
izquierdo en un ojo y, horror!, se lo sac por
el otro y, sujetando al desgraciado por el
puente nasal, a zarpazos con la diestra mano
le desgarr el vientre y las ingles.
Por ltimo, de un estirn, le arranc la
virilidad, se la embuti en la boca y arroj
lejos el cadver... Y all qued el cuerpo sin
vida, con el puro en la boca. Los gritos de la
vctima seguan resonndole en los odos al
mayor Loostil mientras vomitaba en un
jarrn.
nimo dijo Antioquo. Era un
golfo.
Lo s repuso el mayor Loostil,
pero es que estoy acordndome de los
aperitivos que nos daba el marica ese de
Adelfn.
Ahora hay que encontrar a mi padre.
Captulo XXXVIII
En busca del barn
perdido
Los dos amigos se lavaron las manos en
un aguamanil de caramelo tallado que haba
sobre un aparador estilo Imperio color rojo
chilln y se las secaron con jirones de la
camisa de Alvaraide que haba dispersos por
toda la estancia. Cargaron luego con los
cadveres, cada cual con uno, y se dirigieron
a la cocina, donde haba una picadora
elctrica ltimo modelo. Trocearon
finamente los cuerpos, los echaron a la taza
del vter y tiraron de la cadena.
Esta prctica era corriente y ms efectiva
que los anticuados mtodos de la fosa de cal
y la caldera. Las caeras de los vteres
contaban con mirillas de cristal templado
que permitan controlar el normal descenso
de la carnaza.
Hecha esta buena obra, el mayor Loostil
y Antioquo bajaron al stano.
Captulo XXXIX
Vase el ttulo del
captulo anterior
O mejor dicho, quisieron bajar al stano.
Pues la sangre del Rhizostomus, una masa
lquida algo grumosa y fuertemente ftida,
inundaba el recinto. El espectculo
desolador de las colgaduras medio hundidas
en aquel lquido negruzco hiri
profundamente la sensibilidad del mayor
Loostil, quien bajo su exterior de acero
posea un alma delicada; retrocedi
tambalendose y Antioquo lo agarr del
brazo justo a tiempo. Como el brazo
aguantaba, la catstrofe pudo evitarse. El
mayor Loostil no saba nadar en sangre de
Rhizostomus.
Volvamos arriba le propuso
Antioquo. Buscaremos una bomba para
vaciar el stano, un albail para reparar las
paredes y una lancha motora para buscar a
pap...
Si vaciamos el stano protest el
mayor Loostil, no necesitaremos ninguna
lancha.
Y cuando pasemos al otro stano?
repuso Antioquo. Ten en cuenta que
estar lleno agua, si no, cmo habra
podido vivir el Rhizostomus?
La prueba de lo infundado de tu
razonamiento es que el bicho est muerto
contest el mayor Loostil con notable mala
fe.
Accedi, pese a todo, y los dos se
dirigieron a la puerta por la que haban
entrado poco antes con el Cadillac, que
segua esperndolos en el pasillo.
Haca un tiempo esplndido. En las vidas
de Antioquo y Loostil siempre llova sobre
mojado, pero no sobre Bayona, que goza de
un clima ms clemente. Las clemtides se
aclimatan como clementinas en estas
latitudes trpico-mediterrneas donde
soplan sin cesar brisas ocenicas que traen
de Canarias clidos soplos de dulce hogar. El
sol pegaba fuerte en los adoquines del
puerto, que se hundan poco a poco... o
quizs era la marea que suba.
Hermosos barcos blanqusimos de velas
negrsimas y marineros encorvadsimos se
balanceaban muellemente en el agua verde
en la que los cangrejos de Japn, salidos de
los botes de hojalata (con etiqueta roja) que
son su morada habitual, cortejaban a las
cangrejitas indgenas. Ha de hacer un
tiempo excepcional para que los cangrejos
de Japn salgan de sus botes, y este solo
hecho basta para demostrar que haca
efectivamente un tiempo excepcional.
En el puerto haba poca animacin pero
bastante ajetreo, porque diecinueve vapores
de la compaa britnica Peninsular and
Oriental Steam Navigation, a los que la
tempestad haba expulsado del golfo de
Gascua, se haban refugiado en sus
tranquilas aguas, y los pasajeros descendan
a tierra y, como no encontraban t, volvan a
embarcarse enseguida, causando no poco
disturbio.
Antioquo y el mayor Loostil,
acostumbrados a las multitudes, se abrieron
paso entre la compacta masa de transentes
a codazo limpio. Decidieron descansar antes
de emprender las pesquisas y buscaban un
rincn tranquilo o, como haban odo decir
que se llamaba, una balsa de paz, o era un
remanso de aceite?
Llam su atencin una barca de color
verdemar. Pareca confortable y estaba
dotada de una serie de cojines de velludo
depilado que parecan dignos del favor de
sus traseros. De la proa penda una cadena
amarrada a una anilla fija al deleznable
granito del muelle.
Cerca de all dormitaba un anciano
marinero belga, greudo, enfundado en un
saco de patatas con bordados de plata fina.
Una fuerte patada en el labio superior lo
hizo incorporarse sonriendo.
Est en venta tu barca? pregunt el
mayor Loostil.
Carajo! gru el belga. Hasta la
vista de mujer con corazn! Muy bien, seor,
dos pesetas!
3


El mayor Loostil, que hablaba belga,
comprendi que el hombre haba vivido
mucho tiempo en Estados Unidos y le
contest prontamente en el mismo idioma.
Diez minutos largos tardaron en cerrar el
trato y el mayor Loostil hubo de
desembolsar la elevada suma. Como llevaba
la cartera de Adelfn, no torci el gesto hasta
comprobar que estaba vaca, lo que ocurri
algn tiempo despus.
Arrellanados en los cojines de la barca,
Antioquo y el mayor Loostil se turnaban al
timn, y la brisa hinchaba la vela. Por
prudencia haban permanecido amarrados a
la anilla del muelle.
Hacia las seis de la tarde, Antioquo baj
a tierra firme en busca de am, alimento
sano y sustancioso, cuando hay en cantidad
suficiente. Deba agenciarse tambin un
motorcito de cuarenta o cincuenta caballos,
porque el mayor Loostil tema que el viento
amainara.
En la tienda de Salomon Ton, un ship
chandler, Antioquo hall lo que buscaba.
Regres con siete kilos de am y doce
bidones de combustible.
Lo acompaaba Salomon en persona, que
traa el motor fueraborda elctrico que
Antioquo le haba comprado tirado de
precio.
Los tres hombres instalaron el motor en
la barca, con cuidado de colocarlo lo
bastante alto para que la frgil hlice de
bronce no tocara el agua, que la oxidara.
Hecho esto, Antioquo y el mayor Loostil,
puestos de acuerdo con un guio, arrojaron
a Salomon a las cenagosas aguas del puerto,
para vengar los insultos que recibi
Napolen de los ingleses durante su exilio
en la torre de Nesle. El agua era poco
profunda y all lo dejaron chapoteando, pues
para sacarlo habran necesitado toda una
seora gra, y por all se vea de todo, pero
seoras ni una.
Cuando logr salir, Antioquo y el mayor
Loostil, con malignas burlas, le explicaron
por qu haban actuado as.
Pero si yo no soy ingls! protest el
otro, sacndose del bolsillo derecho un
puado de esos moluscos a los que llaman
conchas protectoras o suspensorios.
Entonces dijo astutamente el mayor
Loostil, metindose con aire ingenuo el
dedo en la nariz, por qu se hace llamar
ship chandler?
Pero si no es eso lo que dice en mi
tienda! replic el desventurado Salomon
Ton, el rtulo dice ARTCULOS PARA BARCOS...
Entonces insisti el mayor Loostil
, es casualidad que diga eso el da en que
en el puerto hay diecinueve barcos de una
compaa inglesa? Es casualidad que diga:
ARTCULOS PARA BARCOS? Para barcos ingleses,
no? Canalla! Vendido!
Son ustedes bonapartistas?
pregunt Salomon vivamente interesado.
Por qu? Yo no he hablado de
Bonaparte! Adems, me importa usted un
pito concluy el mayor Loostil soltando
una risilla brbara, como sola hacer.
Salomon Ton no insisti, les dio las
gracias con efusin y se volvi a su tienda.
Antioquo y su aclito pusieron todo en
orden y, sin ms dilacin, se acostaron bajo
los bancos, habiendo antes cubierto la barca
con la remendada vela para disuadir a los
curiosos, que as podran tomarla por una
simple tienda de campaa.
Captulo XL
Morosidades
A la maana siguiente despert al mayor
Loostil el canto estridente de las escotillas
que, chirriando al viento, desplegadas las
alas, acechaban los tapones de corcho que
flotaban alegremente en las ondas. De
cuando en cuando una de ellas se abata
como una flecha y remontaba el vuelo
llevando en el pico a un desdichado tapn
que, incapaz de resistir el contacto con el
aire puro, mora en el acto. El mayor Loostil
tir de los pies a Antioquo y, para acabar de
despertarlo, lo arroj al agua. Encendi
luego una lumbre en un extremo de la barca
para que su amigo se secase cuando saliera a
flote, lo que no tard en ocurrir por ser
inferior a 1 la densidad de Antioquo.
Qu tenemos para desayunar?
pregunt ste una vez seco.
Esa gran escotilla contest el mayor
Loostil, y de un tiro de revlver abati un
hermoso espcimen que pas a apenas
sesenta metros de altura por encima de sus
cabezas.
El ave fue a ensartarse por el pecho en
una varilla de madera que haba tallado
previamente en la esquirla de un obs en
prcticas, recogido sin duda por el anterior
propietario de la barca. La cabeza de las
escotillas pesa mucho ms que el trasero, el
cual slo contiene aires, y fue esta
peculiaridad la que aprovech Loostil, muy
puesto en los hbitos de los mamferos.
El mayor Loostil dispuso el pincho
sobre la lumbre, que alimentaba vertiendo
combustible por un tubo unido a un bidn
de gasolina, lo que le permita mantener el
bidn alejado del fuego.
Tres horas despus, cuando estuvo asada,
el ave ech a volar y el mayor Loostil hubo
de conformarse con comer moluscos, de los
que el casco de la barca estaba
afortunadamente bien surtido. Antioquo
prefiri am y tom cuatro gruesas lonchas
que le sentaron como un tiro.
Cuando hubieron desayunado, los dos
amigos soltaron la cadena de la anilla a la
que la barca estaba amarrada y se hicieron a
la mar. Esa maana soplaba una brisa
sudnordeste muy dbil. Para hinchar la vela
con viento fresco, el mayor Loostil dirigi la
hlice del fueraborda hacia ella, asi con
ambas manos los polos del motor elctrico y
Antioquo empez a golpearlo con fuerza en
los huesos de la risa, lo que gener
calambres bastantes para que el motor
arrancara a la primera. Era de vital
importancia economizar combustible, que,
utilizado como lastre, impedira que la barca
se hundiese.
Horas despus, el mayor Loostil y
Antioquo se hallaron a doscientos metros
de la costa y pudieron contemplar la ciudad
y el puente del ferrocarril, una preciosa obra
de orfebrera. Luego se dejaron arrastrar por
la corriente y cinco minutos despus
arribaron a una calita arenosa protegida por
arrecifes coralinos que algn guarro debi
de dejarse all olvidados. Antes de atracar
sondearon la profundidad con los remos y
no se convencieron de que haran pie hasta
que hubieron roto dos. Entonces salt el
mayor Loostil y a punto estuvo de
ahogarse, pues tuvo la mala suerte de caer
en una poza que se extenda a todo lo largo y
ancho de la playa.
Cuando por fin pisaron tierra firme, los
dos amigos se desvistieron hasta quedarse
en calzoncillos de seda verde y gafas negras.
El sol pegaba fuerte y confiaban en tostarse.
El mayor Loostil parti a explorar y dos
horas despus an no haba vuelto; eran las
cinco de la tarde y Antioquo Timbratimbres
empezaba a preocuparse. Se visti y fue a
buscar a su amigo.
Captulo XLI
En busca del mayor
perdido...
La playa de fina arena se elevaba tierra
adentro en suave pendiente, pero, como la
tierra no es transparente, apenas se notaba.
Ms all se alzaba de pronto un acantilado
rocoso, erizado de picos y crestas ms que
afiladas, cortantes, verdadera fortificacin
natural, cuajada de excrementos de aves
marinas y espuma y con trazas de esperma
de ballena reveladoras de las terribles luchas
nocturnas que libraban los cachalotes en la
baha. Aqu y all se vean restos de navo:
un samovar descolorido proveniente del
naufragio del Pinostroff de Odesa, ladrillos
reducidos a un polvo impalpable que se
mezclaba tan ntimamente con la arena que
pasaban desapercibidos... Los pasos de
Antioquo dejaban en el esponjoso suelo
pequeas huellas simtricas. Se diriga al
acantilado.
No tard en descubrir la cueva y en ella
se intern sin titubear.
Captulo XLII
Las pistas del barn
y del mayor Loostil
convergen
Tras recorrer tres kilmetros a tientas,
Antioquo decidi hacer un alto y se sent
en un bloque liso de esquisto. Quera
meditar un rato sobre su situacin.
Sac el mechero, lo encendi frotndolo
con fuerza contra una piedra de slex y a la
luz humeante de la yesca inspeccion el
lugar.
Se hallaba a la misma vera de una vasta
caverna en la que su respiracin produca
ecos confusos. El suelo, erizado de
estalagmitas tan espesas como pelos de
alfombra, causaba al pisarlo la curiosa
impresin de caminar sobre caones de
barba. La bveda era una mezcla de estilo
cavernario clsico y del neopaleoltico creado
por Cipotensis, el clebre troglodita,
incomprendido en su tiempo y cuyas obras,
sumamente decorativas, ornaban las paredes
de las cuevas de Croman. Su nombre
mismo ha sido hoy olvidado, felizmente,
pues no es para que lo pronuncien labios
inocentes como los de las artistas.
A los pies de Antioquo se extenda un
lago cuyas aguas quietas, negras y brillantes
como la tinta, parecan cubrir Dios sabe qu
horrores putrefactos.
El aire ola a almizcle y a especias indias.
Antioquo arroj al agua un tronco que yaca
olvidado en un rincn oscuro e
intrpidamente lo mont a horcajadas.
Remaba con las manos y avanzaba
velozmente. Senta en los dedos el agua
caliente como el seno de una muerta y sutil
como el ter. El corazn le palpitaba con
fuerza en el pecho invulnerable, con las
narices entonaba un canto guerrero a la vez
que canturreaba.
4


El lago se dilataba hasta perderse de
vista. Verdad es que Antioquo apenas vea a
ms de un metro, pues la oscuridad era
densa y el mechero se le haba apagado.
De pronto, el tronco choc contra algo
que flotaba delante. Antioquo se detuvo en
seco y oy una voz, la del mayor Loostil,
susurrar unas palabras que no entendi.
Dej de cantar y entonces comprendi lo
que el mayor Loostil deca:
Cuidado, que hay gente!
Antioquo extendi los brazos, tante un
momento y asi al mayor Loostil por la
cabellera, que segua llevando pegada al
crneo. Ayud al amigo a subir al tronco y le
ofreci su pauelo para que se secara. No
haca falta: aquella agua era milagrosa y se
secaba al instante por s sola.
Has venido hasta aqu nadando? le
pregunt Antioquo en voz baja.
S! susurr el mayor Loostil. Y he
visto a tu padre...
De veras? bram sordamente
Antioquo.
Esta gruta comunica con el stano de
mi casa. Huele! Empezaba a percibirse el
olor penetrante de la sangre del Rhizostomus
. Los dos lquidos no se mezclan dijo el
mayor Loostil. Y como no puedo nadar
en la sangre del rizo, te he esperado...
Busquemos a mi padre! concluy
Antioquo.
Captulo XLIII
Reaparece Delnudo
Ahora dos pares de manos impulsaban la
improvisada balsa. A medida que avanzaban,
el mayor Loostil y Antioquo notaban que
el lquido se espesaba y que unos grumos
pegajosos se les colaban entre los dedos. El
Rhizostomus era sin duda un magnfico
ejemplar... o, mejor dicho, lo haba sido.
El mayor Loostil refiri a Antioquo que,
nadando en las oscuras aguas del lago, haba
avistado a lo lejos la barquichuela del barn,
al que haba reconocido porque iba cantando
Los remeros del Volga. Se alumbraba con un
farol y cada once metros daba una voltereta.
Al parecer eso forma parte de su
manera de ser aadi el mayor Loostil.
Pobre pap! gimi Antioquo. La
muerte de Juliano lo ha trastornado.
Siguieron remando. Al poco el tronco
choc contra un muro de piedras filosofales,
como adivin Antioquo al palparlo en la
oscuridad.
Hemos llegado! susurr el mayor
Loostil. Enciende el mechero.
Apareci una puerta enorme, de once
metros de ancho por dos de alto, de madera
de Bardamu esterilizada, con clavos de
plomo, pintada de amarillo. No se abra
girando sobre goznes, sino presionando el
marco de cierta manera, como el mayor
Loostil pronto comprob.
Salvado el obstculo, se hallaron en el
stano contiguo al de la casa del mayor
Loostil, donde estaba el cadver del
Rhizostomus. El pobre animal yaca sobre el
costado derecho y presentaba un aspecto
lamentable. Del rabo, que la granada del
mayor Loostil haba desgarrado, segua
manando un hilo de sangre que a la luz del
mechero de Antioquo se vea verde oscuro.
Tena los ojos entornados, las largas
pestaas blancas extendidas sobre los
carrillos, el morro alzado como queriendo
beber por ltima vez un trago de agua
Badoit, y las patas levantadas al cielo en
actitud de splica. Bajo la piel, granujienta
como la de un carbonario, se le marcaban las
ciento catorce costillas, y en las comisuras de
la boca pululaban ya los gusanos.
El mayor Loostil y Antioquo apartaron
los ojos de aquel espectculo horrible y se
dirigieron al boquete por el que el barn Visi
apareci la primera vez. Subindose al
cadver de Juliano, escalaron el muro, que
en aquel punto tena once centmetros de
altura, y se encontraron sobre el cmulo de
objetos erigido en las circunstancias que ya
conocemos. Con un ltimo impulso
accedieron al pasillo en el que el Cadillac,
sooliento, segua esperndolos.
Bordearon el boquete del que acababan
de salir y subieron la escalera con gran
sigilo. Al llegar al rellano cay sobre ellos
una red que los aprision, y un cachiporrazo
certero los mand, uno tras otro, a or salir a
las polillas de sus huevos en la alfombra,
donde quedaron sumidos en la ms
profunda de las inconsciencias.
Captulo XLIV
El mayor Loostil, cuyo cuerpo, curtido
por la intemperie y los excesos, era fuerte
como un viejo Ford, volvi en s el primero y
descubri que no poda moverse.
Aprovech para ponerse a dar gritos, que
despertaron a Antioquo de su profundo
sueo. Antioquo estaba atado como el
mayor Loostil, con una cuerda de piano de
rafia de Japn. Aprovecharon para
intercambiar aforismos ingeniosos acerca de
las mujeres y el amor.
El amor es muy curioso dijo
Antioquo.
Tienes razn contest el mayor
Loostil. Nunca lo haba pensado.
Las mujeres son como los gatos dijo
Antioquo.
S contest el mayor Loostil,
chillan cuando joden.
No, no me refera a eso repuso
Antioquo. Quera decir que son suaves
superficialmente.
Lo dirs porque tienen el pelo por
fuera, no? aprob el mayor Loostil.
Eso mismo concluy Antioquo,
contento de la pronta comprensin de sus
teoras.
Interrumpi este interesante coloquio la
aparicin de un risueo personaje a quien
los dos amigos reconocieron: Delnudo.
Llevaba en la mano el cabo de un largo
cordel que arrastraba por el suelo y
desapareca por la puerta entreabierta.
Ajaj! exclam con un destello de
locura en los ojos, inyectados de suero
antirrbico del Instituto Pasteur.
Conocen al barn Visi?
Dio un tirn de la cuerda y apareci un
anciano envuelto en lo que pareca un
antiguo peplo.
Pap! exclam Antioquo
retorcindose las manos, lo que no le
resultaba fcil, maniatado como estaba.
El mismo! bram Delnudo. Se
niega a decirme dnde est el barbarn. El
autntico! As que voy a torturarlo ante
vuestros ojos... si no accede a
entregrmelo...
Miserable pednculo! rugi el
mayor Loostil. Que se te hagan once
nudos en las tripas y los chacales devoren
tus podridos restos! No le sacars nada!
Deja en paz al pobre viejo!
El barn Visi se rascaba la barba con aire
ausente y pareca completamente ajeno a la
situacin.
Muy bien, lo dejo en paz consinti
Delnudo. Os torturar a vosotros...
At la cuerda a la falleba de una ventana
de manera que el valeroso anciano no tena
para moverse ms que unos cincuenta
centmetros. El barn miraba a Antioquo y
de los ojos hundidos le caan lagrimones.
Delnudo sali de la estancia y se oyeron
sus pasos alejarse por el pasillo.
Va al taller! susurr el mayor
Loostil. Siempre he pensado que un
berbiqu es un buen instrumento de tortura.
Espero que lo pruebe primero contigo. Y
solt una risotada.
Lo mismo digo: t primero repuso
Antioquo, que tena un gran corazn.
Ante tamaa muestra de abnegacin, el
mayor Loostil rompi a llorar y Antioquo,
contagiado, reg profusamente el suelo con
el producto de su llanto.
El barn se agitaba ahora al cabo de la
cuerda y soltaba gemidos conmovedores,
como si presintiera lo que iba a ocurrir.
Salvo que estuviera sordo, sin duda haba
odo las siniestras amenazas del infame
Delnudo.
Pero pasaba el tiempo y Delnudo no
volva.
En sas se oy un ruido ensordecedor:
era un caza que se precipitaba en picado
sobre la casa del mayor Loostil.
Cuando estaba a cien metros de la casa,
remont el vuelo bruscamente y se despleg
un paracadas. Segundos despus el
paracaidista cay en el tejado, que atraves
sin dificultad, debido a la altsima velocidad
adquirida.
Ni el mayor Loostil ni Antioquo se
daban mucha cuenta de lo que suceda.
Oyeron con expectacin las pisadas que
sonaban arriba, subsiguientes al estrpito de
tejas causado por la inopinada cada del
aviador.
Los pasos bajaron la escalera desde el
segundo... y se alejaron hacia el taller.
Volvi a hacerse el silencio... turbado slo
por el llanto de los tres hombres que
lloraban al mismo tiempo por la suerte
recproca...
Delnudo regres entonces. Dominado
por su afn homicida, no se haba enterado
de nada. Traa un cepillo de carpintero cuya
cuchilla, bien afilada, sobresala ms de un
centmetro.
Qu me dices, mi querido Jacques?
dijo Delnudo moviendo la herramienta ante
la cara del mayor Loostil.
Que es madera de serbal! contest
framente Loostil. Qu te crees, necio,
que yo compro cualquier cosa?
Delnudo, desconcertado por la respuesta,
dio un paso atrs... y entonces el barn Visi
dijo con voz temblorosa:
No les hagas nada... Te dir dnde est
el barbarn... En el pomo de la escalera.
Instantes despus son un estampido y
apareci Popotepec Atlazotl con una pistola
humeante entre los dientes. La bala haba
atravesado el apotegma de Delnudo, quien
yaca en el suelo muerto... o al menos eso
pareca.
Pues cuando Popotepec, sonriendo a sus
dos amigos, se inclin sobre Delnudo, ste,
con sus ltimas fuerzas, se incorpor de
repente enarbolando el cepillo y lo dej caer
sobre la cabeza del azteca: la cuchilla
penetr hasta el cerebro, tan voluminoso
que rozaba la pared craneal.
Delnudo se desplom de nuevo, bien
muerto esta vez. Los sesos de Popotepec
caan en la cara del ex mayordomo a chorros
anaranjados.
Muertos los dos! dijo el mayor
Loostil. Y repar en que la bala que
acababa de matar a Delnudo haba cortado
la cuerda que le ataba las manos. Bien por
Popotepec! Si no es por l, a estas horas no
lo contbamos...
Se desat deprisa, con una navaja cort la
cuerda de Antioquo y ambos estuvieron un
rato haciendo estiramientos.
Tras lo cual, olvidando al barn, echaron
a correr hacia la escalera...
Desenroscaron el pomo... y apareci el
precioso barbarn, el autntico.
Antioquo se acord entonces de su
padre e, interrumpiendo su contemplacin,
subi corriendo al primer piso.
Cuando el mayor Loostil se reuni con
l, vio que su amigo haba ahorcado al barn
arrojando su consumido cuerpo por la
ventana; la cuerda que Delnudo le haba
atado al cuello se vea tensa y vibraba con
dbiles sacudidas.
As nos quedamos con el barbarn
dijo Antioquo y no le debemos nada a
nadie.


... El Cadillac circulaba por la costa...
Cuando pasaban al borde del acantilado
Antioquo fren... El sol estaba alto... Las
aguas del ocano ondeaban blanqusimas...
Las escotillas glugluteaban... El mayor
Loostil abri la portezuela del coche y se
ape. A paso lento se acerc al vaco y, con
un brusco ademn, lanz muy lejos el
barbarn, que desapareci bajo las olas con
un ting tong plaf! El mayor Loostil subi de
nuevo al coche y ste, con un ronroneo sordo
como una tapia, tom la curva de la carretera
y desapareci... aunque el ojo de Dios segua
vindolo.


1. Me refiero a esa piedra caliza con agujeros
de cuyo caracterstico nombre no me acuerdo.
(N. del A.)
2. Tmate un trago dijo el mayor
cuando Antioquo irrumpi en la sala.
Me sentar tan bien como un tapiz persa
replic Antioquo.
Entonces apareci Delnudo llevando en
una bandeja un gran vaso medio lleno de
whisky rye. Para escribir este pasaje hemos
contado con la colaboracin de Lord Byron. (N.
del A.)

3. En espaol en el original. (N. del T.)
4. He aqu lo que cantaba:

Ah!
Ah!
Ah! Ah! Ah!
Ah!
Ah!
Ah! Ah! Ah! Ah!
Ah!
Ah!
Oh?

Y la msica:


(N. del A.)

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