POLO - Planteamiento de La Antropología Trascendental
POLO - Planteamiento de La Antropología Trascendental
POLO - Planteamiento de La Antropología Trascendental
Esta exposición tiene que atender a dos objetivos: por una parte, hay que tener en cuenta
sus intereses como oyentes; pero por otra a mí me gustaría decir algo más de lo que he
dicho en las publicaciones o cursos de doctorado que he dedicado a esta materia1.
Sobre todo, porque me parece que la filosofía es siempre un camino abierto. Yo lo suelo
expresar, de una manera un poco paradójica, diciendo que donde se equivocan los filósofos
es en su última palabra, si es que la consideran como última. La filosofía siempre puede ir
1
Cfr., por ejemplo, Quién es el hombre (Rialp, Madrid 1991) y Presente y futuro del hombre (Rialp,
Madrid 1993); especialmente el c. 7 de éste último: Por qué una antropología trascendental. Y también
Libertas trascendentalis “Anuario filosófico” Pamplona XXVI-3 (1993) 703-16.
adelante, porque la verdad es inagotable. Por muchos que sean los logros, las adquisiciones
que se hacen a lo largo de la historia de la filosofía, acerca de una temática tan amplia como
le corresponde -la filosofía se ocupa de muchos asuntos-; por mucho que se adelante, digo,
la filosofía no se puede acabar nunca. Por eso se llama filo-sofía: no hay una última
palabra, o una última averiguación.
En la postura clásica el hombre es un ser segundo, una causa segunda, se dice a veces;
precisamente porque lo primario de la realidad es el fundamento. El carácter primordial de
la realidad se enfoca así: de un modo fundamental; a lo que le corresponde ser primario, y
eso sería lo propia o lo primariamente trascendental, es al fundamento. No al hombre,
porque el hombre es un ser fundado, y la relación entre el fundamento y lo fundado
determina el puesto de los temas. Si al hombre se lo estudia temáticamente como tal, lo
estudiará una filosofía segunda; no se puede estudiar propiamente hablando como tema
primario. El hombre no es el fundamento, sino que es un ser fundado, causado, dependiente
de...; un ente finito en definitiva. Este es el planteamiento clásico; en él no cabe una
antropología trascendental, sino que a lo sumo cabe hablar de que la antropología es una
filosofía segunda. A mi modo de ver hay una cortedad en esta formulación, de la que de
alguna manera también son conscientes sus mismos autores. Es decir, hay además un
intento como de romper esa ubicación, de romper los límites que le asignan al hombre los 3
griegos, para ir más allá; pero no se acierta, y al final se desiste.
2
Cfr. Fenomenología del espíritu, prólogo II, 1.
evidente que eliminamos su dependencia del fundamento como ser fundado; por lo tanto
tampoco hay que decir que la antropología sea una filosofía segunda. Mas, por otra parte, al
decir que es primordial, pero no en sentido fundamental, se deja a salvo el carácter
primordial del fundamento. Cierto que no le corresponde al hombre, pero aunque no sea
propio del hombre, o precisamente por ello, el fundamento es un sentido primordial del ser,
o un sentido de la primordialidad. Y a esto es a lo que yo suelo llamar ampliación. La
propuesta de una antropología trascendental es en rigor una ampliación de los
trascendentales, o una ampliación del planteamiento trascendental.
Pero no hay ni un empate, ni una lucha por ver quién es lo primero: el fundamento o el
hombre. Porque si se dice que el hombre es primero en términos de fundamento, realmente 4
lo único que se ha hecho es desplazar la noción de fundamento, lo cual tiene además
notables insuficiencias. Ya digo que, como se trata de una propuesta, se respetan las otras
posturas; pero al mismo tiempo hay que marcar las discrepancias, aunque sin apurar el tono
crítico. Pero es que me parece obvio: ¿qué se gana diciendo que el fundamento es el
hombre en lugar de ser otro que el hombre? Respecto al conocimiento del hombre ¿qué
lleva eso consigo? Nada. Y, sobre todo, respecto del progreso o ampliación del saber
filosófico, como averiguación de algo nuevo, no se gana nada; en todo caso, nos habíamos
equivocado: es una cuestión puramente de ubicación. ¿Qué es el fundamento: algo de lo
que nosotros dependemos como seres segundos, o el fundamento somos nosotros, y en
consecuencia nosotros somos los seres independientes de los que depende todo?.
Esta inversión se puede ver claramente entre Newton y Kant. Para Newton el espacio del
universo es sensorium Dei; en el fondo se parece mucho a un atributo de Spinoza, es la
infinitud en que Dios crea al universo: el universo es una isla en el espacio; por eso el
espacio no es creado, es divino: sensorium Dei. ¿Qué hace Kant? Pues dice no: el espacio
es sensorium hominis; realmente ¿Kant ha ganado algo respecto de Newton? ¿No se trata
simplemente de un distinto sujeto de atribución para una misma noción? Con el cambio de
sujeto de atribución ¿se ha conseguido algo, una nueva averiguación?, ¿hemos llevado la
investigación más adelante? Parece claro que no.
La libertad trascendental.
Y ¿qué es lo que puede ser no fundamental y sin embargo trascendental? ¿De qué
manera podemos colocar a la antropología como un saber trascendental sin apoderarnos con
eso de la metafísica, dejando a la metafísica en su sitio? Pues distinguiendo un sentido de lo
trascendental cuyo estudio corresponde a la metafísica, y otro sentido de lo trascendental
que corresponde estudiar a la antropología, no a la metafísica. Por tanto habrá
trascendentales que si no atendemos al hombre no los descubrimos como tales, como
trascendentales.
Esto es lo que ahora habría que decir: que lo que se recaba al hablar de la antropología
trascendental es el carácter trascendental de la libertad; pero a la vez su distinción respecto
del fundamento: la libertad no funda. Pero que no funde no significa que no sea primaria, lo
que significa es que el carácter primario del fundamento no es un monopolio: el
fundamento no monopoliza la noción de prioridad, o de radicalidad. Se puede ser
radicalmente libre, o la libertad puede ser radical, sin que la libertad sea fundamento de
nada, sin que la libertad sea un tema que corresponda estudiar a la metafísica. A la libertad,
evidentemente, quien la tiene que estudiar es la antropología; porque ¿dónde descubrimos
la libertad? En el ser humano. Partiendo del ser humano podemos también decir que Dios
es libre, pero primero tenemos que considerar al ser humano. No podemos, para hablar de
libertad, partir del fundamento tal como la consideración del universo nos permite llegar a
él: el fundamento del universo, y en tanto que fundamento del universo -que es como lo
descubrimos-, no se puede decir que sea libre.
Por eso, aquel desplazar el fundamento para atribuirlo al sujeto humano, lleva a posturas 6
tan oscilantes como la de Kant. Y es que para Kant el sujeto trascendental es fundamento
de dos maneras, lo cual ya empieza a resultar sospechoso. Fundamento como ratio essendi
de una ratio cognoscendi que es el imperativo categórico. La libertad es ratio essendi:
ratio, fundamento del imperativo categórico; y en consecuencia autonomía de la moral,
autonomía de la voluntad. Pero hay otro sentido del trascendental en Kant, que es un
trascendental que desciende, un trascendental que no se mantiene en su propio nivel; y es el
sujeto trascendental en su uso teórico. Allí el sujeto trascendental va hacia abajo, es el
punto de partida de una deducción que termina en última instancia en el fenómeno, en la
sensibilidad. Kant sospecha, y lo dice claramente, que en ese sentido la aprioridad del
sujeto es mala; y no solamente mala, sino radicalmente mala. Cuando Kant habla de mal
radical se está refiriendo justamente a esto: a que un sujeto termine en lo sensible; si un
sujeto trascendental termina en lo sensible, entonces tenemos una conversio ad creaturas,
y por lo tanto el mal radical, porque es el pecado en términos luteranos quien tiene este
carácter radical. Es curioso, porque entonces para Kant, lo mismo que para Lutero, conocer
es un mal radical; y eso porque se supone que conocer es conocer objetivamente,
temáticamente, el mundo sensible; o conocer llenándose de contenidos sensibles, conocer
un objeto lleno de contenidos sensibles, lo que Kant llama objeto de experiencia. Pues bien,
admitir esos dos sentidos de la trascendentalidad del sujeto tiene sus aporías; pero el sujeto
kantiano, insisto, es trascendental de esas dos maneras: es trascendental en su sentido real
pero no objetivo, el de la Crítica de la razón práctica, y es trascendental respecto de
objetos, pero no con sentido real, en la Crítica de la razón pura.
Pero aún más: yo diría que la libertad, en cuanto que se vierte, o en cuanto que aparece
en el nivel de la esencia humana, y por lo tanto también en el nivel de los actos humanos,
tiene un sentido peculiar que es más que el mero no dejar que el determinismo lo invada
todo; porque ya digo que el determinismo no invade nada, puesto que hoy no se sabe lo que
quiere decir determinismo. La libertad hace algo más: la libertad lo que hace es intervenir
en procesos. Y entonces no es que cause los procesos, sino que la eficacia de la libertad, la
libertad esencial o la libertad en la acción, consiste en poner fin: cerrar un futuro, anular un
futuro, y abrir otro; eso es intervenir en procesos. Pero intervenir en procesos de tal manera
que lo que iba a ser no será nunca, y será lo que sin la libertad no sería nunca. ¿Eso quiere
decir que lo cause? No, no lo causa; lo que pasa es que abre otro proceso. La libertad, en
sentido moral y en sentido práctico, es como una capacidad de discernimiento de futuros,
de anulación de un futuro y apertura de otro; pero naturalmente esos futuros son como
direcciones de procesos en los que al interferir la libertad cambian de sentido; de esta
manera se podría decir que la libertad es creadora; pero ¿es fundamento? Fundamento, en
sentido metafísico, que es el auténtico sentido de la palabra fundamento, no.
Me he entretenido en estas cuestiones, que parcialmente son preliminares, justamente
porque mi planteamiento es una propuesta; y por lo tanto estas consideraciones
preliminares son inherentes, por cuanto ante todo hay que determinar el exacto valor que yo
le atribuyo a la propuesta. Yo propongo que se puede hacer una antropología trascendental,
pero no a costa de nada, sino en forma de una ampliación, en el modo de una ampliación.
No a costa de nada quiere decir no en la forma de una oscilación, o de una simetrización;
porque entonces en rigor no ha habido una ganancia cognoscitiva. Cuando se dice que la
libertad es ratio essendi, en rigor lo que pasa es que no se entiende lo que es el amor, no se
entiende lo que es la libertad. Y cuando se confunden intelección y verdad, en rigor no se
sabe lo que es la verdad ni lo que es la intelección, etc.
8
Los trascendentales humanos.
Si ahora atendemos un poco más a la filosofía clásica, habría que decir que también ellos
se quedaron cortos respecto de la libertad, o respecto de la antropología; y sin embargo si
uno le da vueltas a las cosas que dicen acerca de los trascendentales, entonces algunas
sugerencias se podrían aprovechar y decir que hay trascendentales personales,
trascendentales humanos, o trascendentales que sólo se descubren estudiando al hombre. La
palabra trascendental es acuñada por primera vez, aunque con fuertes precedentes griegos,
en la Edad Media. Trascendental, en el sentido clásico, se refiere justamente a las nociones
más amplias; es decir, trascendental significa, estrictamente desde Aristóteles,
metacategorial: lo que está más allá de las categorías. Posteriormente, la noción de
trascendental ha tenido en la Edad Moderna una serie de inflexiones, algunas de ellas
implícitas en lo que les estoy diciendo acerca de la simetrización; y por mi parte ha
experimentado otra; veamos.
Cuando los medievales hablan, por ejemplo, de la verdad como trascendental y del bien
como trascendental dicen que son trascendentales relativos, es decir, que no hay verdad si
no hay intelección, y no hay bien si no hay voluntad. Ahora bien, si la verdad es
trascendental y el bien también, entonces ¿cómo no decir que son trascendentales sus
correlativos? La intelección tiene que ser tan trascendental por lo menos como la verdad, y
la voluntad también. Pero la trascendentalidad de la inteligencia no se puede confundir con
la de la verdad, como ocurriría al decir que lo que se piensa es verdadero justamente porque
se piensa; eso sería otra vez simetría. No: se trata más bien de una trascendentalidad
correlativa; relativa dicen los clásicos, pero se puede decir correlativa: la inteligencia está
abierta a la verdad, puesto que sin inteligencia no hay verdad. ¿Eso quiere decir que la
inteligencia funde la verdad? La intelección no funda la verdad, tiene una prioridad propia
lo mismo que la verdad tiene también su propia prioridad; y lo mismo pasa con el amor, es
decir, con el bien y la voluntad, ¿qué corresponde en la voluntad al bien? Pues algo tan
trascendental, por lo menos, como el bien: el amor; el amor también es un trascendental,
pero es un trascendental personal. Kant también dice algo al respecto: el hombre es lo
verdaderamente bueno; lo santo es una buena voluntad3. Pero ¿se puede hablar de
trascendentalidad de la voluntad en términos de bondad, o hay que hablar de
3
Cfr. Crítica de la razón práctica I, II, p. 94.
trascendentalidad de la voluntad en términos de correspondencia con el bien? Y entonces
esa correspondencia con el bien ya no será el bien, sino el amor. El amor es primordial
respecto del bien, aunque también el bien es primordial en su orden.
Yo creo que los trascendentales se convierten entre sí; y que eso se puede sostener, pero
no mostrar, respecto de los trascendentales metafísicos. En metafísica la convertibilidad
hay que verla tan sólo como orden; es decir, que para afirmar que los trascendentales se
convierten entre sí lo que hay que decir ante todo es con qué orden: cuál es el primero, cuál
es el segundo, cuál el tercero -supuesto que los trascendentales sean tres, el ser, la verdad y
la bondad, que es lo que a mí me parece; y además el uno, que es trascendental pero de un
modo peculiar-; esto en lo que respecta a los trascendentales metafísicos. En cambio
cuando se trata de los trascendentales personales, o de esa ampliación que es la
antropología trascendental, ahí me parece que sí: que la convertibilidad es más claramente
advertible. A mí me parece que intellectus y libertad se convierten, y que libertad y amor
se convierten. Un amor no libre no se puede llamar propiamente amor, o no es
trascendental; sería deseo, sería ser atraído por..., etc., pero no amor en el sentido fuerte de
la palabra, que es donal, donatio. Creo que es más fácil ver que son convertibles los
trascendentales personales que los trascendentales metafísicos. Cierto que no puede haber
un ser sin que sea verdadero, sí; pero ¿cómo el ser es verdadero? Sólo... según cierto orden,
habría que decir. Una cosa es ver la necesidad de la conversión, entendiendo por conversión
que no pueda ser uno sin el otro, y otra mostrar la conversión. No puede darse una verdad
que no sea la verdad del ser, y tampoco es un ser que sea enteramente extraño a la verdad, o
al bien, etc. En ese sentido se dice que en última instancia hay que hablar de
convertibilidad; pero en metafísica me parece que no se ve tan claramente cómo es la
convertibilidad. En cambio en el caso de los trascendentales humanos, eso se ve más claro;
que libertad e intelección, y que libertad y amor son trascendentalmente convertibles, yo
creo que sí se ve.
La unidad trascendental.
Y creo también que la cuestión del trascendental uno, la trascendentalidad del uno, es
muy difícil, y que no está resuelta por ninguna filosofía; pero ante todo no está resuelta por 10
quien la sacó a la luz, que en rigor fue Platón. Aunque Platón no habla de trascendentales,
sin embargo la doctrina de la unidad, de que la unidad es trascendental, se la debemos a
Platón. ¿Cómo el uno es trascendental? Porque si hay un trascendental que es
especialmente afectado por la propuesta de ampliación es éste, ya que proponemos una
distinción entre los trascendentales metafísicos y los trascendentales humanos; ¿qué decir
entonces de la unidad?. La importancia del uno, incluso la primordialidad del uno, o la
identificación entre uno y fundamento, está bastante clara en Platón, sobre todo en el último
Platón; y está directamente retenida por Plotino. La discusión sobre si el uno o el ser son lo
primero, es decir, sobre si al fundamento hay que llamarlo ser antes que uno, o hay que
llamarlo uno antes que ser; o que si se le llama uno ya no se le puede llamar ser, y si se le
llama ser ya no se le puede llamar uno, etc. ha desencadenado una larga discusión, una
larga polémica. Las polémicas filosóficas son siempre fecundas, entre otras cosas porque
cuando se polemiza en filosofía, si realmente la polémica es seria, se traen a colación, y la
mente se ocupa de asuntos muy importantes; y como son asuntos muy importantes, de la
discusión se puede esperar, y seguramente puede ocurrir, que se logre alguna averiguación.
Una de las averiguaciones que me parece lograda acerca del uno, y a la que yo también
me apunto, por decirlo de alguna manera, y además tengo que aprovechar precisamente
para proponer la ampliación del trascendental, es que la unidad, el uno, es trascendental
siempre que uno no signifique único, que no signifique monon, o no signifique todo.
Recuerden ustedes lo que dice Parménides cuando habla de que el ser es uno, y además el
ser es todo; pero es uno en el sentido de que no hay más que ser; ahí uno se puede traducir
por único, de donde procede el famoso problema de la unidad y la pluralidad: ¿cómo hacer
compatible la pluralidad con la unidad y la unidad con la pluralidad? Asunto largamente
discutido y largamente examinado durante muchos siglos.
Es curiosa esta capacidad que tienen los grandes filósofos de ocuparse siempre de los
mismos asuntos, sin llegar a aclararlos y sin embargo no por ello cejando. La capacidad
para conseguir mantener la mente en un asunto que no se acaba de dominar, pero cuya
importancia se percibe, se nota claramente, o se experiencia intelectualmente. Ese es uno de
los grandes méritos del filósofo, de la mente que se dedica a la filosofía; la filosofía enseña
a eso, a no desistir. La vida práctica más bien invita, muchas veces, a desistir: cuando las
cosas no salen bien, o cuando se tuercen, entonces se dejan; cuando un problema parece
4
Cfr. De veritate 1,1; De natura generis 2.
insoluble, no se acaba de ver con toda claridad, pues entonces... la zorra y las uvas: como
no podía hacerse con ellas, dijo que estaban verdes y se marchó; ésa es la postura práctica,
pero no es una postura estrictamente teórica, no es la postura filosófica. El filósofo es
capaz, y el que no lo sea es un filósofo sólo a medias, de mantenerse; cuanto más difícil sea
un asunto, mejor; cuanto más le cueste a uno resolverlo, mejor; cuantos más siglos se haya
tardado en madurar un problema, mejor. Con frecuencia se dice que los filósofos siempre
están con peloteras, pegándose entre sí, y que eso es señal de que no saben nada cierto; a
veces los científicos argumentan de esa manera. Pero el filósofo no puede aceptar esa
argumentación, la debe invertir: estamos dirimiendo largamente un asunto porque no
acabamos de verlo; y no se acaba de ver porque es un tema que merece la pena, capaz de
poner en marcha, de tensar, todos los recursos de la mente humana. 11
En este asunto de la unidad, yo no creo que haya acabado de verlo -eso sería una última
palabra-, sino que más bien he despejado un poco la cuestión: uno no puede significar
monon. Y eso es lo que estaba subyaciendo y hacía insoluble el secular problema de lo uno
y lo múltiple. Se intentó alguna solución, como hablar de analogía, o hablar de koinonía,
etc.; pero siempre tenía algo como de solución lógica, o de una solución arbitrada ad
casum. Ya que había que hacer compatible la pluralidad y la unidad, pues se acudía a una
cierta compatibilidad. Pero no: lo que hay que decir es que la ampliación del trascendental
elimina la confusión entre uno y único, o entre uno y todo. Esa confusión permanece
también en la filosofía moderna. Hegel lo formula así: lo verdadero es el todo5. La filosofía
de Hegel es una filosofía de la totalidad, y esa totalidad es el uno. La dialéctica es una
solución al problema del uno y lo múltiple, pero una solución de compromiso, en la que el
uno simplemente se hace cargo de lo múltiple, lo engloba, y de esa manera se constituye
como totalidad sintética, como begriff abarcante.
Repito que al que afecta más, o con el que tiene más que ver, la noción de ampliación es
justamente al trascendental uno. El uno tiene mucho prestigio, aunque hoy hayamos como
renunciado a él; pero yo creo que hemos renunciado al uno en gran parte por
desmoralización: nos hemos desmoralizado. Hay filósofos, y siento decirlo porque son
contemporáneos míos, o más jóvenes que yo, que están desmoralizados; y están
desmoralizados precisamente por este asunto del uno, que se les hace indigesto. Renuncian
al uno como todo, y no saben resolver el problema del uno y lo múltiple. Y renunciando a
la unidad, hablan de pluralismo: el puro pluralismo, la aceptación de la pura diferencia
como insoluble, diferencias cuya convocatoria o cuya unidad no hay manera de encontrar.
Que haya que aceptar definitivamente el pluralismo, provoca a veces una fuerte reacción en
el plano político que es el llamado fundamentalismo; por ejemplo, el fundamentalismo
islámico, que es el rechazo total del pluralismo. El uno tiene que ser compatible con la
diferencia, es decir, el uno tiene que ser compatible con la ampliación; no se puede hablar
del uno como un bloque. También por esto digo que se trata de una propuesta; decir que se
propone algo, si se es coherente, si realmente lo que se presenta se presenta como
propuesta, evidentemente elimina el dogmatismo. Porque, en definitiva, el dogmatismo, y
ahora me parece que podemos decirlo, es el absolutismo del uno, es decir la confusión del
5
Cfr. Enciclopedia de las ciencias filosóficas § 14.
uno con lo único, o con el todo. Pero evitar esta confusión no conlleva negar que el uno sea
trascendental; simplemente, no es trascendental de esa manera, tiene que serlo de otra.
Es decir, el sentido trascendental del uno tiene que librarse de esa connotación de
totalidad o unicidad, y eso es una solución que es enteramente solidaria con que la
ampliación del trascendental sea una propuesta, no se si lo ven ustedes. Pero es manifiesto
que si hay que ampliar los trascendentales es porque la prioridad no tiene un único sentido:
no es sólo el fundamento. No es que no sea fundamento, pero no es sólo fundamento. Y
entonces el uno tampoco puede ser sólo fundante de lo múltiple, como si lo plural estuviese
por debajo del uno, como a veces se suele decir. Hegel lo dice también; para él lo plural
tiene que ser atrapado en el uno, y salvado de su particularidad, que lo hace falso. Salvado 12
por la unidad es totalización; pues no. Ultima palabra, no. En rigor, si el uno es el todo es la
última palabra; y les había dicho que la última palabra es falsa siempre.
Esta es una actitud coherente con lo que vengo diciendo: que la antropología
trascendental es una propuesta. La filosofía temáticamente propone, y por lo mismo, va
ampliando; hay un planteamiento, y entonces ahora propongo ampliarlo; evidentemente
propongo añadirle: he averiguado algo distinto, he avanzado. Así la filosofía sigue su
marcha, es coherente con ella misma, no se paraliza, no se esclerotiza en formulaciones que
se consideran definitivas. No; en filosofía las formulaciones no son definitivas; se pueden
mantener, y muchas de ellas se deben mantener porque son verdaderas, pero eso no quiere
decir que sean lo último, aquello más allá de lo cual no se puede ir. Estoy siendo algo
reiterativo, pero la expresión reiterativa me parece que es la única manera de formular un
pensamiento que intenta ser coherente consigo mismo.
Pues bien, a esa unicidad yo la llamo el límite del pensar; de manera que para poder
formular la propuesta encontrando un método según el cual esa propuesta vaya adelante, es
menester abandonar el límite, es decir, es menester pensar pero no objetivamente. La
metafísica, los temas metafísicos, tampoco se puede pensar objetivamente; si se piensa
objetivamente lo primero, lo primario en términos de fundamento, no se piensa
adecuadamente, o se piensa mal; y naturalmente, si se piensa sólo objetivamente entonces
no se puede conocer tampoco el carácter trascendental de la libertad, ni de la intelección, ni
del amor, que son los grandes trascendentales humanos.
6
Curso de teoría del conocimiento. Eunsa, Pamplona; v.I: 1984; v.II: 1985; v.III: 1988; v.IV-1ª parte:
1994.
7
El acceso al ser. Universidad de Navarra, Pamplona 1964.
8
Cfr. De anima 425 b 27; Metafísica 1037 b 25; Parva naturalia 447 b 18.
Unicidad y fundamento.
Hay un estudio mío que se llama El conocimiento habitual de los primeros principios9 en
que intento hacer ver esto respecto del fundamento; y los primeros principios son lo
primario en términos de fundamento. Ya si se habla de primeros principios se evita la
unicidad, porque son discernibles los primeros principios, no un único primer principio,
sino varios primeros principios. Yo trato de demostrar allí que toda formulación objetiva de
los primeros principios cae en aporías insolubles; y que sólo si logramos pensar más allá, si
abandonamos el límite, es decir, si no objetivamos los primeros principios, podemos
conocerlos en cuanto discernibles. Es decir, el conocimiento de los primeros principios no
es objetivo sino que es habitual; no corre a cargo de una operación cognoscitiva, que es la 14
objetivante según lo que Aristóteles llamaba praxis teleia, o energeia, sino que corre a
cargo de un hábito: el hábito de los primeros principios; sólo entonces se puede excluir el
monismo que siempre amenaza a la metafísica.
Los primeros principios yo creo que son tres; por lo menos dos de ellos son muy
claramente primeros principios, el principio de contradicción y el principio de identidad; el
principio de identidad sería realmente el trascendental uno, pero no como único. Hay
también un primer principio que es el principio de causalidad; se pueden admitir esos tres
primeros principios, pero al menos dos están muy claros, la identidad y la contradicción. El
primer principio de identidad se distingue del primer principio de contradicción; pero
objetivamente no se los puede distinguir, objetivamente los dos se mezclan. Si se es no
contradictorio, o para ser no contradictorio, es menester ser idéntico; por otra parte así es
como en el libro gamma propone Aristóteles el principio de contradicción, aunque no lo
propone solamente así. No se puede decir y no decir lo mismo de lo mismo a la vez, es
decir, objetivamente; no se puede decir perro es blanco, y decir perro no es blanco, porque
blanco es una mismidad y no blanco otra mismidad. Pero entonces la mismidad es ahí la
9
El conocimiento habitual de los primeros principios. Servicio de publicaciones de la universidad de
Navarra, Pamplona 1993.
10
El ser I: la existencia extramental. Universidad de Navarra, Pamplona 1966.
identidad, y está vinculada al principio de contradicción. A no es no A, porque es A; y A es
A, porque no es no A. A eso yo lo suelo llamar la macla, la conjunción de dos primeros
principios. Por lo menos el principio de identidad y el principio de contradicción son
primeros principios, pero son principios diferentes. Sólo si se puede abandonar el límite, es
decir, si se pueden conocer inobjetivamente esos dos primeros principios, sólo entonces se
los conoce como diferentes. Con ello se elimina la unicidad del fundamento.
Fíjense ustedes que cuando se produce esa simetrización del fundamento que es
característica del pensamiento moderno se hace extraordinariamente difícil estudiar la
pluralidad principial. Si el principio es el sujeto, queda pendiente el problema de la
intersubjetividad; el sujeto trascendental kantiano no es intersubjetivo, sino que es 15
unisubjetivo. Y entonces se le acusa de subjetivismo, pero no es propiamente subjetivismo,
sino monismo. Por otra parte esto también Husserl empezó a adivinarlo; intentó abordar el
tema y no le salió: después de estudiar el ego trascendental tenemos que estudiar la
intersubjetividad; pero aquí nos encontramos otra vez con el problema. ¿Tiene sentido
hablar de un ser personal, un ser libre, inteligente y amante, aislado? Un ser libre es una
persona; se le puede llamar también sujeto, pero como la noción de persona es anterior
conviene utilizarla. Y ¿cabe una persona única? Ya he dicho que un primer principio único
no cabe, lo que ocurre es que cuando objetivamos el principio de identidad y el principio de
contradicción los mezclamos; y entonces oscilamos entre uno y otro. Todas las
formulaciones objetivas de los primeros principios los estropean, justamente porque no
caben en el objeto; como el objeto los unifica, en el sentido de intentar verlos como únicos,
es decir, si se consideran los dos, ambos tienen que ser lo mismo, pues entonces se desiste
en orden a su discernimiento. O se logra una tematización no objetiva de los primeros
principios o no se pueden considerar netamente cada uno de ellos. Conocer netamente cada
uno de ellos es conocerlos justamente como discernibles, como no mezclados.
Unicidad y persona.
Pero cuando se trata de la persona el asunto se hace todavía más serio: ¿se puede hablar
de unicidad de la persona? De unicidad del objeto sí: hay unicidad en el objeto porque el
objeto es el límite; pensamiento objetivo es pensamiento limitado: ésa es la propuesta
metódica. Pero ¿se puede hablar de una sola persona?, ¿no es la noción de persona única un
absurdo? Yo creo que esto se ve con mayor claridad incluso que la imposibilidad de
unicidad de los principios. Los tres primeros principios, ¿son el mismo primer principio?
No. Y ¿un único primer principio? No. Ni son el mismo, ni son un único principio. Pero
para conocer eso hay que conocerlo inobjetivamente, y eso se consigue con el conocimiento
habitual o experiencial. Yo también le llamo experiencial, porque es experiencia de la
realidad; es el llamado por la tradición hábito de los primeros principios. En la filosofía
tradicional hay muchas piezas que, cuando uno las lee, puede recoger. Luego, lo que pasa
es que cuando vamos a ver cómo interpretan el conocimiento habitual, entonces no puedo
estar de acuerdo con ellos; porque lo entienden simplemente como una preparación para el
pensamiento operativo u objetivo, y eso me parece que es una equivocación. Lo respeto
porque, insisto, esto es una propuesta; no se trata de destruir a nadie, ni de meterse en la
cabeza de alguien y tratar de cincelarla; eso es una estupidez, y además es inhumano. Eso
sería creer que uno es la única persona, que los otros no son personas; o querer hacer a los
otros personas desde uno, fundarles; pero ¿la persona funda la persona? La persona
humana, desde luego, no funda a la persona humana. La persona humana puede ser
procreada, pero no fundada; y además no por una persona sino por dos. La noción de
persona humana única es un contrasentido.
¿Por qué Husserl no lo podía resolver? Pues porque si se parte de que la persona es cada
persona, la intersubjetividad se podrá sentar en todo caso como una relación accidental, o
como una relación que tiene lugar de hecho, puesto que hablamos unos con otros, nos
relacionamos afectivamente, etc.; pero eso no es trascendental, ni es primordial. Pero la
intersubjetividad es primordial; ninguna persona es la que es ella sola, ninguna. El carácter
único en la persona es la soledad; y la soledad es la tragedia personal, la tragedia
nietzscheana en definitiva. La filosofía de Nietzsche es una filosofía trágica porque es una
filosofía de la soledad. Recuerden esa frase del Zaratustra que aparece en el Ecce homo:
todo sol es frío para otro sol11; es la negación del ser personal en coexistencia, o como
coexistencia. La coexistencia es otro de los temas que sin abandonar el límite no hay
manera de formular. Porque, insisto, coexistencia no significa que uno primero sea uno
mismo y después se relacione con otros; coexistencia significa que la persona es de índole
dialógica, no monológica sino dialógica. La persona está abierta radicalmente a otras, y en
definitiva está abierta a Dios personal.
Dios en cuanto personal ¿puede ser unipersonal? Es evidente que la metafísica no puede
plantearlo; a lo sumo llega a decir que Dios es la identidad por encima del uno como único,
pero no puede decir más. Pero desde el punto de vista de la antropología, que nos descubre
el ser personal, un Dios unipersonal sería un Dios condenado a la soledad; un teísmo
trágico, como el del Dionisos nietzscheano. Otra cosa es que esto lo podamos terminar de
entender; desde luego, no: es un misterio, el de la Santísima Trinidad; pero, en todo caso,
11
“Frío para con los soles, así camina cada sol” Ecce homo: Así habló Zaratustra 7. Cfr. Así habló
Zaratustra II: La canción de la noche. Cfr. también La gaya ciencia IV, 279: Amistad de las estrellas.
desde donde podemos entrever esto es desde la antropología trascendental. Si no
establecemos la noción de persona, y no la establecemos como intrínsecamente
coexistencial, no podemos abrirnos al tema de la(s) persona(s) divina(s). Dios puede ser
primer principio, pero de ahí no se conoce que sea persona; se averigua en consideración al
ser humano. Además así es como ha sido históricamente elaborada la noción, porque la
primera elaboración de la noción de persona es justamente referida a Cristo, hombre y Dios.
¿Cuál es su unidad? La persona divina. ¿Dónde subsisten las dos naturalezas? En su
persona. La persona fue inicialmente un tema teológico. Respecto del hombre yo creo que
no se han aprovechado todas las virtualidades que tiene. Ante todo ésta: una persona sola es
imposible, absolutamente imposible; una persona humana sola desde luego es imposible.
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Cuando se narra en el Génesis la creación de Adán, supuesto que Adán fuera antes que
Eva, porque naturalmente se trata de una narración, ¿qué era en tal situación? Y dijo Dios:
no es bueno que el hombre esté solo12; el hombre no puede estar solo, porque no es ser solo,
sino que es ser con, es coexistencia. Y esto, si no se abandona la objetividad, la mismidad,
la unicidad, no se puede pensar; de manera que una antropología trascendental bien
formulada requiere también aludir a su dimensión metódica; porque es una propuesta, pero
no una mera proclama, y hay que desarrollarla coherentemente. Por otra parte tenemos una
cierta experiencia de que la soledad al ser humano le sienta muy mal, y de que un ser
humano separado de todo ser humano en la infancia no llega a ser hombre, no se hace un
hombre pleno nunca, y si pasa un cierto tiempo aparecen problemas de reversión. El
famoso asunto de los niños lobos, de los que hay por lo menos cuarenta y tantos casos
documentados; niños que han crecido al margen de toda civilización, que han podido
subsistir al margen de toda relación con seres humanos; pero que no tienen reacciones
humanas. La coexistencia tiene que ver con la familia, porque de ella depende el desarrollo
del sistema nervioso. Y el aprender a hablar, porque ¿cómo se puede aprender a hablar si no
se aprende de otros? En suma, el hombre no está hecho para ser solitario, el hombre no es
un ser monádico; pero si lo objetivamos, si conociéramos estrictamente al ser humano de
modo meramente objetivo, tendríamos que decir que el ser humano es único: es eso y nada
más que eso; pero el ser humano no es eso y nada más que eso, sino que está
constitutivamente abierto. Esa apertura lo hace a él mismo trascendental, trascendens; y
ese trascender no es hacia el imperativo categórico, porque el imperativo categórico es
impersonal; ¿cómo es posible que yo me conozca en el imperativo categórico? Yo sólo me
conozco si me conozco como coexistente; si no, no me conozco, porque soy coexistente.
12
Cfr. Génesis 2, 18.