El Amor Más Puesto A Prueba

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EL AMOR MS PUESTO A PRUEBA [1]

Por Michel Feher[2]



Los trovadores celebran los innombrables desafos y pruebas que jalonan la pasin
amorosa. Retrato del amante como guerrero.
Andr le Chapelain, terico del amor corts, y los mdicos de su tiempo, coinciden en una
cosa: el amor es un afecto violento que reclama un tratamiento vigoroso. Producido por una
mujer, a menudo inconscientemente, este efecto penetra en el amante por los sentidos, en
particular por la vista, y va a alojarse en el corazn. Desde all, llega al cerebro y al sexo
que, con el corazn, forman los tres estadios en el hombre.
Pero ms all de esta descripcin del enamoramiento, lo ertico-corts y la medicina
medieval se separan en cuanto al tipo de tratamiento que conviene aplicar; mientras que los
mdicos buscan los medios de erradicar y evacuar esta afeccin, que juzgan
extremadamente perjudicial para la salud de sus pacientes- se tratara incluso de una
enfermedad mortal-, Andr le Chapelain y los trovadores entre los que se incluye, dedican,
por su parte, cuerpo y alma a la perpetuacin y a la intensificacin de una tal pasin. Segn
ellos, el efecto bruto debe no solamente ser considerado sino tambin cultivado por el
amante que, para disfrutarlo, es decir, para que la dama contine prodigndoselo, debe
merecerlo.
Dicho de otro modo: el amor no puede ser verdaderamente probado si no es
suficientemente puesto a prueba, y si no hace del hombre un amante perfecto.
Contra el apaciguamiento de la pasin propuesto por el mdico- por medio del
razonamiento cuando sube a la cabeza del paciente y por el acto sexual, cuando desciende
hasta su sexo- el amor corts reclama su exaltacin, pero una exaltacin que,
contrariamente al eros platnico y a sus avatares rabe e italiano, rehusa toda sublimacin:
es de la mujer y de ella sola que procede el amor, no de la Belleza ideal de la que la mujer
amada no sera ms que un reflejo.
En su gran libro Lo ertico de los trovadores, Ren Nelli ha mostrado que lo ertico que se
elabora en el pas de Oc desde fines del siglo XI hasta la mitad del siglo XIII se sita junto
con otras dos artes de amar: el amor caballeresco, que aparece en las novelas de caballera-
llamado material de Bretaa pero que caracteriza la mayora de las aristocracias
guerreras; y el amor de los poetas rabes de Andaluca, de inspiracin neoplatnica. El
amor caballeresco es una moral del guerrero: la vida del caballero est jalonada de desafos
a enfrentar y, a ese ttulo, la conquista de una bella y noble mujer constituye una empresa
de eleccin, sobre todo si la ruta que lleva a la dama est poblada de emboscadas (el
caballero choca con un padre posesivo, un marido celoso o, lo que es peor an, con la
virtud inflexible de la dama. Un tal desafo estimula la locura del caballero- su fervor
guerrero-. Esta audacia es la sustancia misma de su honor y que lo empuja a seguir los
caminos necesarios para la conquista de la dama-fotaleza.
La posesin de este trofeo vivo alimenta la gloria del caballero a sus propios ojos y l, lo
supone, a los de la dama conquistada, pero sobre todo asegura su prestigio ante sus pares,
que son los verdaderos jueces de su valor. Se trata, entonces de un erotismo de maravilla
en todo el sentido de la palabra; hay que maravillar a la dama cueste lo que cueste,
encantndola si es posible, o raptndola si es necesario. De all que los caballeros pasen
constantemente, y sin contradiccin desde su punto de vista, de la ms absoluta dedicacin
y del ms grande coraje- se pelean por ella, arriesgan su vida para satisfacer sus mnimos
deseos- a la violencia ms cruel- que no excluye el rapto ni la violacin. El honor del
guerrero consiste en superar el desafo encarnado por la mujer; las pruebas del amor
caballeresco son los juegos deportivos y militares necesarios para su conquista, y si
descuenta que su coraje le valdr el amor de la amada, no es menos cierto que es su
posesin lo que persigue.
Otra cosa completamente distinta es lo ertico-mstico de los rabes de Espaa. Ibn Arabi
distingue tres tipos en el amor: primeramente, el amor natural entre las criaturas humanas
que tiende hacia la posesin del objeto del deseo sin preocupacin de reciprocidad. En
segundo lugar, el amor espiritual entre esas mismas criaturas que no tiene otro motivo sino
satisfacer al ser amado, y, finalmente, el amor divino que, a su vez, se subdivide en tres
estadios o momentos: es ante todo el amor de Dios por su propia belleza; luego el amor de
Dios por sus criaturas en tanto que proceden de l y reflejan su esplendor, y, por ltimo, el
amor de Dios por l mismo a travs de sus criaturas. Ellas, porque en sus almas son la
emanacin de la divinidad, se revelan capaces de pasar del amor natural al espiritual;
despus, del espiritual al divino desde que se dan cuenta de que un ser humano no es
amable sino es amado por Dios. Tambin un amante llega a amar a Dios a travs de la
criatura que ama y por ella da su amor al Creador.
El amor espiritual de un hombre por una mujer, que corresponde a la fase corts de lo
ertico rabe, se declara tan pronto como le parece al amante que la unin carnal con la
mujer que ama no calmar su sed de comunin total con ella. Comprender, entonces, que
esta sed tan intensa es debida al hecho de que sus almas estaban unidas- es decir,
completamente fusionadas, compenetradas, antes de que ocuparan sus respectivos cuerpos.
Entonces, el amante comprende que los cuerpos hechos de materia densa y opaca, lejos de
proporcionar instrumento adecuado a la reunin de los amantes separados, significa su
separacin misma, que esas prisiones de carne constituyen el ms terrible obstculo para su
comunin.
El amor debe, entonces, permanecer casto, bien que esta castidad no sea aquella de los
Padres de la Iglesia, es decir, un renunciamiento a la carne y al amor de las criaturas por el
amor de Dios, sino un medio para llegar al amor espiritual de la mujer amada, a reencontrar
a Dios a travs de ella.
Los ritos y pruebas dictados por lo ertico-andaluz comprenden el cambio simblico de los
corazones que sella el comienzo del amor espiritual, pasa enseguida por el renunciamiento
a la unin carnal, a todo contacto fsico, incluso a todo encuentro entre los amantes, para
optar por una opcin soada que es una anticipacin de la reunin de sus almas; llegan a la
muerte por amor del amante, de la cual las crnicas nos aseguran que no fue slo una
metfora: es, en efecto, despus de la muerte, fuera del cuerpo y en Dios que las almas
amantes podrn al fin reunirse.
Heredero del realismo caballeresco y del idealismo rabe, lo ertico de los trovadores del
Languedoc resulta, por lo tanto, irreductible a las corrientes en las que se inspira. Nace en
el siglo XII en la corte y bajo la pluma del duque Guillermo IX de Aquitania. Sin
preocuparse demasiado por su efecto mstico va a introducirlo en la corte con un cierto
nmero de prcticas tomadas de la cultura rabe de Andaluca y con el fin de
condimentar los juegos erticos que se mantienen, sin embargo, en el marco del amor
caballeresco.
Va a afectar as una actitud sumisa de las damas que busca seducir; por sobre todo, promete
una serie de pruebas que subrayen el proceso de seduccin, donde el amante debe no slo
demostrar su coraje, como lo requiere el cdigo caballeresco, sino tambin su talento de
retrico y de poeta. Finalmente y ms importante an, Guillermo eleva a la paciencia al
grado de virtud cardinal para un amante, lo cual parece oponerse al culto de la audacia,
furor o folor, en occitano. Guillermo justifica esa inversin, desde un punto de vista
caballeresco, haciendo el sacrificio de su impaciencia a la dama que desea. En
consecuencia, esa lentitud impresa al apetito de conquista, junto con la audacia, van a
hacerle descubrir el goce (joi) que se convertir en la expresin del finamors, sea del amor
satisfecho, segn los trovadores de la segunda mitad del siglo.
El joi de Guillermo- que se distingue del simple placer fsico y de la pequea gloria de la
conquista- consiste slo en la alegra de estar enamorado: emocin que precede y sigue a la
unin carnal. Guillermo parece, adems, el primer sorprendido en sentir esta emocin; l,
que slo conoca los placeres de la caza y la conquista y le atribuye enseguida virtudes
mgicas que lo conducen a su mundo caballeresco: el goce permite al amante
reencontrarse con su juventud y redoblar su coraje en el combate. Pero lo que descubre ms
profundamente el duque de Aquitania es esa sed de la amada que no entraa los placeres de
la carne. Sin embargo, mientras el erotismo andaluz deduca que la unin de los cuerpos era
inadecuada al amor espiritual, Guillermo ve una invitacin a hacer el amor y a cantar la
emocin que subsiste. El goce del que habla el duque de Aquitania es un afecto que
transporta y lo transforma en un caballero ms valeroso an. La idea del amor como afecto
poderoso pero en el que el amante debe de ser digno y que lo intima a un largo trabajo de
perfeccionamiento tico y ertico- concepcin que definir el arte de amar de los
trovadores clsicos- no ha recorrido an todo su camino, ya que alrededor del duque de
Aquitania, la atmsfera jovial en que se viva era tambin sangunea, y los grandes
seores cortejaban pero seducan por igual a las damas de su rango. Ren Nelli dice que el
refinamiento que aporta Guillermo IX a las costumbres de la corte no est desprovisto de
ciertas reticencias sociales. Se trata de cerrar el crculo de gentes que saben amar, de
excluir de l a la pequea nobleza y a los burgueses, y sobre todo, a los jvenes sin fortuna.
En cambio, las generaciones siguientes de trovadores- las de Jauffr, Rudel, Marcabru,
Cercamon- pertenecen a esta clase de jvenes dejado a un lado por la nobleza. Bajo su
pluma, el amor corts va a perder su aspecto sanguneo para tomar un tono netamente
melanclico. No sin amargura se quejan a su vez de los barones que reservan sus esposas y
amantes, y de las damas interesadas que prefieren a los seores ricos y poderosos a los
jvenes sin dinero.
Sobre el plano terico, los trovadores de la segunda generacin denuncian la naturaleza
caballeresca a la vez egosta y sensual de lo ertico de sus mayores, y suplican a las damas
de la corte preferir el amor espiritual y puro que ofrecerse a la concupiscencia apenas
disfrazada de los barones. Pero como sus pedidos no obtienen xito alguno, los trovadores
se sumen en la melancola y se ven reducidos a cantar a una dama ideal en trminos
prximos: la Virgen.
En la segunda parte del Siglo XI, esta derivacin mstica ser sin embargo conjurada, al
menos provisoriamente, ya que algunos decenios ms tarde aparecer para dar el golpe de
gracia a la cultura occitana. El enriquecimiento del Languedoc permite el acceso a los
jvenes y burgueses a la corte y a sus juegos y, si las grandes damas permanecen
inaccesibles, no lo parecen de ningn modo a los jvenes trovadores[3]. Es en ese momento
que lo ertico de Oc llega a su plena madurez. Para medir toda su originalidad pueden
compararse sus rasgos especficos a los de las dos artes de amar de las cuales procede pero
de las que se distingue completamente:
1.La atraccin ejercida por la dama sobre el trovador no est tomada por l ni como un
desafo que una presa salvaje o muy bien guardada lanza al caballero conquistador, ni como
el recuerdo de una unin prenatal de su alma con la de su dama, sino como ese afecto que
emana del ser todo de la mujer y que atraviesa los sentidos del amante y se fija en su
corazn.
2.Un tal afecto no tiene por objetivo el de despertar un cdigo de honor cuyo resorte
esencial consista en realzar todos los desafos y no revela solamente un camino de
iniciacin, sino que, de etapa en etapa requiere una desencarnacin del amor en nombre de
su perfeccionamiento. La pasin que abrasa al trovador pide ser absorbida progresivamente.
Para que el amor no se extinga, para que la dama acceda a prodigarlo, debe ser cultivado
por el amante gracias a un trabajo de purificacin y de intensificacin, en el cual la
continencia, al menos relativa, es el motor; no porque el cuerpo sea vil o como lo
consideran los neoplatnicos rabes, porque haya que superar el amor carnal, sino porque la
intensidad misma del afecto ordena al amante a arder siempre ms para sentirlo
adecuadamente.
En consecuencia, el fuego del amor que desde su corazn ha ganado su cerebro y su sexo
corre riesgo de extinguirse, sea por lo alto- en la sublimacin, el gozo sereno de la belleza
ideal o divina, ms all de la mujer amada-, sea por lo bajo- a travs del sexo, lo cual tiene
el riesgo de enfriar al amante. ste puede perder su ardor o peor an: el amor mismo
puede ser evacuado por el sexo. Es lo que tranquiliza a los mdicos pero aterroriza a los
trovadores, muy preocupados por la tristeza posterior a la unin carnal. Oponindose a ella
se perfila el gozo, nocin que desde Guillermo IX ha ganado en densidad. Es la emocin
que explica la absorcin del afecto amoroso y que crece a medida que el amante cultiva y
afina su pasin.
Esta pasin ardiente, que hay que mantener sin cesar, no se mantiene a fuerza de hazaas
ms o menos guerreras ni por un renunciamiento progresivo a todo lo carnal. Las pruebas a
las que se somete el amante corts son inherentes al amor. Se ordenan en un proceso
ritualizado que los trovadores llaman el servicio de amor. Conduce a la culminacin del
amor o finamors y comprende cuatro etapas:
1) El amante es, al principio, fenhedor (suspirante), es decir, tocado por el amor de la dama
pero an no notado por ella. En ese estadio, l debe, esencialmente, hacer prueba de
humildad, que es, por as decirlo, su virtud de base, la que implica todas las otras. El
amante humilde da a entender, por su misma humildad, que ama verdaderamente por
oposicin a la arrogancia del seductor caballeresco, que slo tiende a conquistar. Fuerte en
su humilde sinceridad, descuenta que su dama lo notar.
2) Una vez autorizado a cortejarla, el trovador se vuelve precador (suplicante) y a ese ttulo
su virtud principal es la paciencia. Debe estar preparado para suplicar indefinidamente a su
dama, o mejor, a proclamarse feliz de cantar su amor sin esperar otra retribucin que ser
escuchado.
3) Si es escuchado, se vuelve entendedor, amante platnico. Esta promocin se acompaa
de una pequea ceremonia en la que el trovador recibe su primer beso. En tanto que amante
aceptado, su condicin ser la discrecin: ella testimonia que el amante desea gozar de sus
favores- todava castos- de su amada por ellos mismos y no para adquirir prestigio ante
sus pares.
4) Al fin, se convertir en amante carnal, drut[4], cuando haya pasado con xito la ltima
prueba, lasag, que consiste en permanecer toda una noche junto a su amada desnuda,
besarla y abrazarla pero contenindose sexualmente. Esta es la ltima prueba de amor y, a
pesar de ella, debe permanecer en la mesura que se opone a la folor, es decir, a la audacia
impaciente del caballero.
Pero ms que de la moderacin o el control de s, la mesura significa la sumisin del
trovador al placer de la dama. Ms an, esta virtud suprema testimonia que el amante ha
asimilado tan bien el amor prodigado por la amada que, como ella se ha vuelto todo
amor, s es capaz de gozar como ella, es decir, continuamente, sin los triunfos ni las
tristezas que para el trovador caracteriza el erotismo caballeresco o el masculino cuando no
es cultivado. Dicho de otro modo, el perfecto amante no desea si no lo que su amada
desea.
La finalidad del tratamiento del amor-afecto no es, por consiguiente, ni la gloria- que para
el caballero atae el rapto de la dama- ni el acceso al amor de Dios a travs del amor
espiritual de la amada, sino la transformacin del amante por y para el amor que se expresa
por el joi, gozo, del trovador, y los cantos (canciones) que lo registran. En otros trminos,
el erotismo de Oc no se termina ni con la posesin de la dama codiciada ni con la
sublimacin del deseo, sino que culmina con la paradoja que evocan las palabras cubiertas
de A. le Chapelain y la novela de Flamenca: cuando el trovador ha pasado la prueba de
lasag con xito y se vuelve un amante impecable, est totalmente transido de amor y slo
un cambio de miradas con su dama es suficiente para transportarlo de joi, gozo. Pero por
esta razn misma, la culminacin total de la unin no le est mas prohibida, ya que su amor
es tan ardiente que no corre el riesgo de extinguirse con el acto sexual.


[1] Artculo perteneciente al dossier Passiones fatales, Magazine Litteraire, N 267-268,
1989, p. 18-21. Traduccin y compaginacin: Martha Fawler, 1992.
[2] Redactor de la revista americana Zone.
[3] Arnaut de Mareuil, Arnaut Daniel y Bernard de Ventadour.
[4] O, tambin, drutz.

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