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PARADOJAS DEL MIEDO
ENCUENTROS CON LA AMBIGEDAD,
LA INCERTIDUMBRE Y EL ABSURDO UNIVERSIDAD AUTNOMA DE LA CIUDAD DE MXICO Av. Divisin del Norte nm. 906, Col. Narvarte Poniente, Delegacin Benito Jurez, C. P. 03020, Mxico, D. F. Tel: 1107.0280 DIFUSIN CULTURAL Y EXTENSIN UNIVERSITARIA Av. Divisin del Norte nm. 906, 8vo piso Col. Narvarte Poniente, Delegacin Benito Jurez, C. P. 03020, Mxico, D. F. Tels: 1107.0280, ext. 16802 Paradojas del miedo Encuentros con la ambigedad, la incertidumbre y el absurdo Editor Francisco Pamplona COLECCIN: REFLEXIONES
Primera edicin, 2009 D.R. Francisco Pamplona Paradojas del miedo. Encuentros con la ambigedad, la incertidumbre y el absurdo D.R. Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico Av. Divisin del Norte nm. 906, Col. Narvarte Poniente, Delegacin Benito Jurez, C. P. 03020, Mxico, D. F. Publicaciones: Eduardo Mosches Cuidado de la edicin: Felipe Vzquez Diseo: Alejandra Riba Portada: Gunther Gerzso, Cabeza, 1956 ISBN: 978-968- Hecho e impreso en Mxico / Made and printed in Mexico NDICE Introduccin Francisco Pamplona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR (los miedos del ltimo hombre) Pere Saborit . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR O de la separacin y dispersin del nosotros derivado de la interrupcin de los miedos Ma. Concepcin Delgado Parra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD Ren Milln . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 UNA TICA DEL MIEDO Alberto Constante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA. POLTICAS DEL RIESGO, GESTIN DE INCERTIDUMBRES Raymundo Mier G. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO Daniel Gerber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO Marco A. Jimnez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES Edgar Sandoval . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA Francisco Pamplona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO Mara Teresa Favela Fierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL. Anlisis funcionalista del culto de la Santa Muerte en Tepito Frdric Saliba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE: DESEMPLEO, PENSIONES Y VULNERABILIDAD SOCIAL Edith Pacheco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369 9 INTRODUCCIN Francisco Pamplona Este libro trata sobre el miedo. Los textos aqu reunidos son producto de un coloquio en el que se pudo dialogar sobre los mltiples aspectos que atraviesan este senti- miento humano que, siendo parte constante de nuestra experiencia, no es fcilmente denible ms all de sta, por medio de conceptos que aclaren su sentido y pro- fundidad. Spinoza vincul este afecto a otro, igualmente dif- cil de ubicar en la vida: la esperanza; ambos miedo y esperanza, nos los presenta como afectos de la alegra y la tristeza, pero con una cualidad de inconstantes; as, en su denicin, escribe: El miedo es una tristeza inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretrita, de cuya efectividad dudamos de algn modo. Y al dar la explicacin subraya: De estas deniciones se sigue que no hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza. 1 Aqu, la esperanza y el miedo son algo que 10 MANUEL DE JESS CORRAL CORRAL sostiene el afecto alegre o triste de que una cosa suceda o no, de que haya una efectiva realizacin de algo es- perado. Al miedo como pura emocin, Spinoza agreg su singularidad como afecto y en esa medida se puede establecer el alcance del mismo en la experiencia propia, pero tambin en la experiencia social. Trminos como incertidumbre, angustia, ries- go, melancola y otros, tienen en comn abrir en la conciencia del sujeto que los padece a la indetermina- cin (son inconstantes); y otros, como absurdo, am- bigedad, crueldad, se maniestan ms bien desde el pasmo o la incredulidad, a los que es preciso tratar de encontrar explicacin. As, el miedo es una parte de la experiencia y de la capacidad que tenemos para imaginar en la realidad cosas inexistentes o que creemos posibles, pero no por ello menos penetrantes. El miedo inducido desde el poder tiene otros compo- nentes, pues ah, la voluntad que trata de ser disminuida o destruida, se maniesta, ya sea como pura pasividad, como huida, o como accin que trata de salir del maras- mo y de la violencia iningida, lo cual no signica en ninguno de los casos que la reaccin al miedo no pueda reservarse para una ocasin futura. Aqu, el miedo es compartido y los autores convienen en llamarle temor; el temor es una experiencia que puede compartirse e inclu- so que permite tener esperanza comn en vencerlo. El miedo es entonces, una experiencia singular y co- lectiva paradjica; signica para quien lo tiene, diversas emociones que son su sustancia ms supercial, pero que est arraigado ah en el abismo del ser, incluso como preocupacin tal como ha sido explicada por Heidegger 11 INTRODUCCIN y otros autores. Los ejemplos de las cualidades parad- jicas del miedo abundan en los textos que componen este libro; adelantamos dos de ellas, por su especial im- portancia: una, por lo que signica tener miedo a vivir y otra, porque ayuda a denir con claridad el carcter de la poca actual y sus miedos. SIN MS COMPAA QUE EL MIEDO Este desolador y extraordinario verso de Malcolm Lo- wry 2 que se inscribe a manera de una larga pregunta en trece lneas, maniesta de forma irrecusable una de las paradojas ms extraas del miedo. El ebrio Lowry se en- cuentra en una cantina (otra entre tantas), y en su extra- vo se pregunta por el comienzo de todo, es decir, de esta otra, nueva borrachera, pero tambin del original, del perdido all, en la sima del tiempo. A qu le tiene miedo Lowry? A lo bello, a la luz, a la alegra, al posible viaje, al lamento de las aves, a las muchachas que saltan con el viento en el rostro. La alegra de la vida es enemiga suya en horas muertas de soledad, las que slo acompaa el miedo prjimo, que es espanto y temblor, ese miedo, el de la vida misma. Una gran inte- rrogante se le abre (y nos abre) a este hombre que observa, aquilata y resiste a aquello que podra ser, que sera incluso suyo si quisiera; eso s, con algo ms que voluntad, y po- dra ir hacia el mar, la montaa, caminar entre los otros sin ser un fantasma embriagado que provoca risa o lstima. Podra leer y asimilar con suciencia lo que dice el cartel a la entrada del paraso: Le gusta este jardn que 12 MANUEL DE JESS CORRAL CORRAL es suyo? Evite que sus hijos lo destruyan, en lugar de caer en el volcn que truena, calcina, engulle. El miedo de Lowry es paradjico: ha advenido contra el libre albe- dro y un destino indica sus pasos, implacable. No inten- ta retener la vida pero tampoco se fuga hacia la muerte. Signica estar en solitario, en ese lugar srdido, en la embriaguez sin n y sin comienzo, en el escalofro y el mareo que produce nusea: la idea del da siguiente. La pregunta de Lowry es un parntesis si se quiere, entre copa y copa, pero da en el blanco pues se aleja del mie- do coherente, propietario de un nico temblor del ser, del exabrupto arrojado al rostro que gesticula sorpresa o desafa valiente. Su miedo es uno entre muchos concebi- bles, pero es al n, un acompaante. EL MIEDO Y LA DEFORME SOCIEDAD El arte de Picasso puede servir para subrayar el carcter de la sociedad actual que l descubri hace ya un siglo, y que se le present con toda su brutalidad hace ms de setenta aos, plasmndola, ante el pasmo de todos amigos y extraos, enemigos y prjimos en su ver- sin de la humanidad en ruinas en Guernica. Muestra asimismo, otra de las paradojas del miedo, en la que el curso seguido es la deformacin de lo real para llegar a l, en una aventura donde las guras atemorizantes son las cosas mismas: las que provienen de nuestra profunda proclividad por la destruccin y su contrario. 3 El arte de Picasso fue y sigue siendo desafo ms all de Guernica y la monstruosidad que expresa: de lo que 13 INTRODUCCIN somos capaces. Si bien el desafo expresivo tiene que ver con aspectos concretamente creativos, tales como el cubismo, el geometrismo o la abstraccin, tambin fue un desafo el de conciliar lo bello y lo feo, lo claro y lo ambiguo, lo procaz y lo exquisito En la tela, en los materiales de sus esculturas, Picasso se enfrent con la posibilidad de modicar la percepcin del mundo y ha- cerla patente. Sus logros en ese camino han sido larga- mente estudiados y referidos. El nfasis que quiero hacer aqu es otro. En su obra realizada en los aos treinta y cuarenta se encuentran todos esos esfuerzos por encontrar la forma de la sociedad contempornea, ulterior a la modernidad ilus- trada y romntica, acomodaticia y rebelde. La nueva so- ciedad o ms especcamente, la de entreguerras, estuvo marcada por la persecucin ideolgica, el autoritarismo extremo, el militarismo, la demagogia poltica y tambin, por el desarrollo y cada de las vanguardias artsticas. El arte dictatorial triunfante fue por aspiracin y coherencia con sus valoresrgido, escueto, grandilo- cuente, maniaco, fue el opuesto al que venan subrayan- do personalidades tan distantes como Klee, Kandinsky, Mattisse, Picasso, Braque, Gris y muchos otros en pintu- ra; pero tambin en las expresiones fundamentales de la literatura, la msica, la arquitectura, la danza, el teatro, y en los ya consolidados artes de la fotografa y el cine. Cul era entonces el carcter de poca? Las ruinas que se iban acumulando por la guerra civil espaola, las ntas y las acometidas del nazismo eran hacia 1937 ao de la presentacin de Guernica una realidad que espeluznaba y que haba de proseguir hasta 14 MANUEL DE JESS CORRAL CORRAL nes de los aos cuarenta. El gran reto creativo del Pi- casso de los treinta y los cuarenta coincide con la destruc- cin del hombre como acto poltico y como verdad ideolgica. Cmo expresar esa deformidad de lo destruido y de lo porvenir ruinoso? Guernica fue la culminacin (no en el sentido de acabamiento, sino en el de llegar a un pun- to elevado) de esa tarea iniciada si es preciso creer a Gombrich de regresar a una expresin infantil. La deformacin as lograda en la pintura, puede apre- ciarse en mltiples obras de distinto rango: est presente en La crucixin (1930), El osario (1945), La mujer frente al espejo (1932), El homicidio (1934) y muchas otras. Esa deformacin plasmada en las telas y las esculturas, ex- presaban o interpretaban? Eran simultneamente el signo y el signicante del miedo, de la angustia, de la furia, de la ambigedad, eran son una muestra palmaria de la reunin de la esttica, la tica y la poltica. Incluso en las obras con aspectos discernibles, como en La mujer frente al espejo, en la que muestra el doble de la mujer, un lado claro, otro oscuro, pero superponiendo los planos, dando entender as, la indisolubilidad del existente. 4 Si los cuadros de Picasso nos parecen parodias de lo real, deformaciones de cuanto existe, es que lo que exis- te, es como parodia o como ser deforme, que lo niegan y que son negados como tales por el poder y por las per- sonas que se han acostumbrado demasiado a un real presentado a partir de lo cticio y a lo falso que es inadvertidamente real. Los miedos, las incertidumbres, las ambigedades y los absurdos actuales, haran patente esta tesis de la im- posibilidad de disolver en guras ms amables lo que se 15 INTRODUCCIN nos presenta. En el mundo de la sociedad lquida, del riesgo, del control, posmoderna en sntesis, las guras de lo real fueron sustituidas en lo propio real para elaborar una hiprbole de lo mismo y sus representaciones. Picasso sigue siendo subversivo pues se le quisiera quitar el poder que tiene de mostrar la realidad no solo desnuda, sino des-anudada, libre de cadenas visuales; lo propio del poder prevaleciente y de sus seguidores es intentar recomponer a las guras picasianas, hacerlas inteligibles. 5 Evitar que esto ocurra, que se regrese a lo formal, al progresivo estndar existencial dentro del gusto kitsch, a los presupuestos de la vida como cosa inspida y minimalista que despus de elogiarse, se edul- cora con productos light, es tarea del presente y de los presentes: un desafo para nosotros, los que habitamos el mundo de la primera dcada del siglo XXI. EN COMPAA DE OTROS MIEDOS Otros miedos acompaan este libro, aparte de los ya co- mentados; est escrito con plumas varias, bagajes diver- sos y perspectivas mltiples. Es un libro collage, en torno a un solo propsito: hablar del miedo que est entre no- sotros. El miedo en el individuo y la sociedad, como si efectivamente ambos territorios estuvieran escindidos y un gigantesco (o diminuto) escalpelo hubiera seccionado de un tajo (o namente, micra a micra) a estas entidades hoy irreconocibles, deformadas. Se trata de una contribucin, palabra casi olvidada pero que indica la modestia de la crtica, aqulla que slo se 16 MANUEL DE JESS CORRAL CORRAL atiene a lo descubierto o encontrado despus de realizar un esfuerzo del pensar sin concesiones. El tema que es convocatoria, no es sin embargo pre- texto para hablar del miedo; se trata ms bien ya del texto que intenta desbrozar los diversos caminos en los que se encuentra uno con los miedos, los propios y los de los dems. Es en esa tesitura en la que se debe entender la va- riedad de las contribuciones y no en el equilibrio, por otra parte siempre precario, siempre falaz, de lo homogneo. Cada uno de los textos aqu compilados convoca a ms indagacin, a ms bsqueda. No quieren dejarse atrapar por la circunstancia aunque slo hablen a n de cuentas de ella. Y esa circunstancia es poltica y es econmica. Afecta a todos de manera desigual. La composicin reunida aqu es adems un diorama; a travs de l descubrimos los mltiples rostros del mie- do que estn ya aqu y otros que se insinan a la manera de un teatro de sombras. Cada texto es distinto en expre- sin, en extensin, en profundidad; algunos requirieron de un extenso aparato crtico que se hace explicito en multitud de citas; otros apenas dan indicaciones de las referencias que marcaron su trayectoria; algunos son en- sayos, otros ms acusan la forma de artculo e incluso de crnica periodstica. El resultado que habr de apreciar el lector, es para quienes participamos, ya un avance y sobre todo la muestra de un entendimiento en la discre- pancia y una controversia en el acuerdo. El miedo poltico y social, explicado e interpretado en la mayora de los textos, ha sido referido de manera ma- gistral por el poeta yugoslavo Vasko Popa, 6 poema que sirva de advertencia ante lo inadvertido: 17 INTRODUCCIN LECTURA DEL MIEDO Con miedo abro la carta De un conocido del extranjero La primera en treinta aos Con miedo an mayor leo Nos parece que nada Se mueve aqu Pero tambin as Se puede vivir Slo que nosotros no lo sabamos Y nos moramos de miedo NOTAS 1 Spinoza, tica demostrada segn el orden geomtrico. Madrid: Alianza, 1987, pp. 238-239. 2 Malcolm Lowry, Sin ms compaa que el miedo en Un trueno sobre el Popocatpetl, traduccin de Rafael Vargas. Mxi- co: ERA, 2000, p. 63. Los versos en ingls son doce (Not company but fear). 3 Hablando de la distorsin de los objetos que haca Picasso en la poca en que pint Guernica, Gombrich, expresa una opi- nin que vale la pena referir: Deseaba alejarse de lo que amena- zaba con convertirse en un estereotipo fcil; deseaba aprender a dibujar como los nios. Su furia y su dolor por la destruccin de su pas podran haberle exigido algo autntico, ms intenso que una repeticin de un smbolo, por conmovedor que fuera. 18 MANUEL DE JESS CORRAL CORRAL [] Pero del mismo modo que el gran actor puede chillar o decir a gritos sin perder el control de sus facultades, Picasso dio rienda suelta a su furia sin perder su capacidad de expresin. E. H. Gombrich, Lo primitivo y su valor en el arte, en Gombri- ch esencial. Textos escogidos sobre arte y cultura. Madrid: Debate, 1997, pp. 327-328. 4 El interesante estudio de Carla Gottlieb Mujer frente al espejo de Picasso, describe as la obra: La tela muestra a una muchacha joven y bella que se examina ante un espejo oval, que reeja su imagen de manera deformada: alarga su nariz mientras abrevia su mejilla y su quijada; [sic] colorea el rostro en tonos lilas; reemplaza la forma almendrada del ojo con un crculo marrn; transforma el rubor de la mejilla en una hoz anaranjada; cubre la frente y la parte superior de la nariz con un spero matiz carmn de rojo. Este reacondicionamien- to da a la imagen reejada una condicin sombra: fantasmal y atemorizadora como la de un ser humano. Al espectador se le recuerdan las temibles vanidades en las que una mujer, mirando su rostro en un espejo, no se ve a s misma como es, sino como vieja y arrugada o como esqueleto. Vase V. Com- balia Dexeus (ed.), Estudios sobre Picasso. Barcelona: Gustavo Gili, 1981, pp. 175-176. 5 Podra utilizarse a manera de comparacin, el deseo del poder de reestructurar Guernica con piezas de rompecabezas, unas que pudieran unirse de tal forma para arreglar la defor- midad y brutalidad que signica. La realidad puede entender- se en el sentido de la frase de Picasso que le declara a Brassa al comentar el libro de ste Grafti, hablando precisamente del rostro: Dos agujeros son muy abstractos si se piensa en la complejidad del hombre. Lo ms abstracto es quiz el colmo de la realidad. Vase Brassa, Conversaciones con Picasso. Madrid: Turner / Fondo de Cultura Econmica, 2002, p. 288. 6 Traduccin al espaol de Dubravka Suzjnevik. 19 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR (LOS MIEDOS DEL LTIMO HOMBRE) Pere Saborit* LOS EXTREMOS NO SE TOCAN La gura del ngel exterminador, que ana la mxi- ma pureza o indeterminacin y la mxima contundencia o determinacin, expresa de forma inmejorable las dos vertientes del resentimiento: la huda y la destruccin. Se produce un alejamiento de la realidad, pero slo para tomar empuje y poderla golpear mejor. Si slo se da un movimiento de alejamiento lo que es denitorio del alma bella de la que hablaba Hegel, o del ideal asc- tico, en trminos nietzscheanos, lo que hay que la- * Pere Saborit es doctor en losofa por la Universidad de Barcelona. Profesor de la Universitat Oberta de Catalunya. Su libro ms reciente Universitat Oberta de Catalunya. Su libro ms reciente es Vidas adosadas. El miedo a los semejantes en la sociedad contempornea, publicado por Anagrama en 2006. 20 PERE SABORIT mentar es que se entrega, dcilmente, la gestin de la realidad al pensamiento conservador, pues el afn de pureza menosprecia indiscriminadamente todas las ma- nifestaciones de lo real (equiparando, por ejemplo, en el orden poltico la democracia con la dictadura, porque ambas proyectan sombras). Sin embargo, lo habitual no ha sido que el proceso de alejamiento o abstraccin desembocase en una suerte de volatilizacin, sino que se ha detenido el proceso cuando uno cree haber obtenido ya suciente cobertura ideolgica, como para arremeter contra aquello que se desprecia, revelando que casi todos los ngeles aspiran, tarde o temprano, a ser ngeles exterminadores. De he- cho, los denominados lsofos de la sospecha hallan su raz comn en esta denuncia de los odios e intereses ocultos tras los supuestos ideales defendidos: la nocin (marxista) de ideologa, la (nietzscheana) de genealo- ga, o la (freudiana) de ilusin acaban desembocando en este mismo mar. Cabra aqu distinguir entre la for- ma que tradicionalmente ha dominado de negacin o menosprecio de lo real, la cual, a travs de la seleccin, abstraccin e inversin a conveniencia de las caractersti- cas de lo existente, se cree capaz de describir el supuesto mundo sobrenatural al que se accedera (que en realidad, como deca Nietzsche, es un conglomerado de lo inexis- tente: lo inmaterial, innito, etc.), y que se desplegara institucionalmente; y la forma ms espordica propia de pocas, como la nuestra, en las que no domina una cosmovisin ja y cerrada, en la que el supuesto acce- so a lo trascendente se realiza mediante una va de orden ms personal y mstico. De todas maneras ambas formas 21 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR de negacin se complementan perfectamente, a pesar de que a menudo se presenten como incompatibles como en el caso paradigmtico del episodio de El Gran Inqui- sidor en Dostoievsky, como si uno se viese obligado a elegir entre una u otra, olvidando que existe la opcin previa de una actitud laica y armativa. Entre todas las religiones, aquellas en las que esta vincu- lacin entre afn de pureza y fanatismo intransigente se expresa de forma ms maniesta es en las llamadas del Libro (la Biblia), dados sus rasgos comunes como son la creacin desde la nada, el monotesmo o el mesianismo. Con todo, cualquier religin pretende hallar el sentido de esta vida dando la vuelta a travs de otra, median- te una trayectoria que describe un crculo en el que los extremos (de la vida y la muerte) acaban por tocarse o re-ligarse. Ello conllevara trampas intelectuales ms especcas como la de presentar como bsqueda lo que en realidad es una huda, o de considerar la vida coti- diana como la versin atemperada de la vida superior a la que se accedera a travs del proceso de abstraccin o negacin y vuelta a empezar! Negando lo que hay, se accedera a una realidad superior, que servira para dar cuenta de lo que hay. Pero la nada, nada puede. El nfa- sis que se ha puesto durante los ltimos decenios en un tipo de crtica, propia de las losofas de la sospecha, que se dedica sobre todo a rastrear y poner en evidencia los intereses ocultos y los azares que anidan tras los grandes valores explcitos, seguramente ha llevado a descuidar formas ms clsicas de crtica, aunque no menos rele- vantes, como la indicacin de falta de correspondencia con los hechos empricos de lo armado sobre el mun- 22 PERE SABORIT do, o la mostracin de incoherencias. As como es irra- cional defender que se pueda captar la presencia de un espectro o fantasma de naturaleza supuestamente inma- terial con la vista o algn artilugio del todo materiales, o que el mismo espritu pueda atravesar paredes y a la vez que el suelo le sostenga, pues se supone que en ningn caso la materia le ofrece resistencia al tratarse de un ser puramente espiritual; de igual modo un ser que se aleja o desprende de lo material concreto, en lugar de mayor potencia, lo que desarrolla es una incapacidad de interac- tuar o engranar con lo real. A mayor naturaleza anglica, mayor impotencia e inexistencia, por tanto. Frente a esta posible objecin, sin embargo, se suele argir que el ngel exterminador no es ms que una imagen o recurso gurativo para expresar un cono- cimiento profundo. Ms en concreto se tratara de un oxmoron o paradoja para aludir a la capacidad del ser puro e indeterminado de intervenir sobre lo material. Pero antes que otra cosa, lo que ello pone de manies- to es el intento de desactivar el poder de las paradojas, desplazando interesadamente su sentido al de simples contradicciones aparentes que revelaran coincidencias inesperadas una vez ms se ataran cabos, y los extre- mos se tocaran. En realidad, el inmenso poder de las paradojas con- siste en lo contrario, esto es en mostrar cmo lo desco- nocido y sorprendente emerge en el corazn de lo que dbamos por solventado, hacindonos desviar de los caminos trillados y abocndonos a lo indeterminado. Es muy sintomtico, en este sentido, la incapacidad de comprender la paradoja de Epimnides el cretense, por 23 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR parte de san Pablo (en la Epstola a Tito 1, 12-13.), que expresa muy bien el dilogo de sordos entre la inves- tigacin intelectual libre y la cerrazn de las religiones o cualquier otra cosmovisin que culpabiliza o menos- precia el intento de salirse por la tangente. Lo habitual, sin embargo, ha sido intentar neutralizar lo paradjico o indeterminado en tanto que simple escollo, transitorio y superable, que renovara y reforzara la apariencia de control intelectual de la existencia. DEL SACERDOTE AL INTELECTUAL, Y DEL INTELECTUAL AL Los personajes del sacerdote (en la antigedad) y del in- telectual (en la modernidad reciente) hallan su razn de ser en la gura del ngel exterminador, en tanto que modelo inspirador ltimo. Ms all de la supuesta in- compatibilidad entre ambos, los dos tienen mucho en comn. Bien en tanto que garantes y guardianes del Es- pritu, en el caso de los sacerdotes, o de la Razn, en el caso de los intelectuales, unos y otros seran los nicos capaces de elevarse hasta las cimas del pensamiento puro para desde la pretensin de poseer un conocimiento universal poder ponticar y dirigir la transformacin de la humanidad: bien hacia otra vida superior, bien ha- cia un mundo utpico futuro, respectivamente. Por otra parte, el doble movimiento de aparente distanciamiento y una vuelta que revela el afn de juzgar y condenar, en el caso del sacerdote y el intelectual se da en un sentido casi fsico, en tanto que hombres de letras que usual- mente se desvinculan de la compaa de sus semejantes 24 PERE SABORIT (al optar por la lectura o la reexin), pero slo como medio para retornar triunfantes, una vez que hubieran hallado la clave explicativa de la conducta de los dems. En la tradicin del pensamiento losco, la conti- nuidad existente entre el personaje del sacerdote y el del intelectual 1 ha sido puesta de maniesto por parte de au- tores como Nietzsche o Heidegger. En cuanto al primero, fue quien denunci esas sombras de Dios, como el Su- jeto, la Razn o el Progreso, que presupone la tarea del intelectual. Y por lo que respecta a Heidegger, estableci una conexin entre la metafsica antigua y la tcnica o el humanismo modernos, metindolos todos en el mismo saco de la pretensin onto-teolgica de reducir el Ser a entes cognoscibles y manipulables. En cuanto al desarrollo histrico de los acontecimien- tos, existe cierto consenso a la hora de considerar que el acta de nacimiento de la gura de los intelectuales se produjo durante los aos de la Revolucin francesa, en tanto que seran los destinados a llenar el vaco dejado por la prdida de inuencia de los sacerdotes a la hora de guiar a la poblacin. El trmino intelectual parece que fue usado por primera vez por Saint-Simon en 1821. Y como momento emblemtico de auge de los intelec- tuales, cabe referirse al denominado caso Dreyfus, a nales del siglo XIX, en el que tuvo un papel destacado el recurso al maniesto, el cual acab asocindose di- rectamente con la tarea de los intelectuales a la hora de concienciar y arengar a la poblacin. Por lo que respecta al acta de defuncin del personaje del intelectual, se sue- le relacionar con la desaparicin del ltimo gran matre penser J. P. Sartre. 2 Posteriormente, a pesar de la pre- 25 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR visible pervivencia de la denominacin, en realidad se ha considerado, y se siguen teniendo por intelectuales a quienes en realidad no seran ms que una manifestacin del canto del cisne de este personaje. FIGURAS EPIGONALES DEL INTELECTUAL Los diferentes intentos de prolongar, de forma articial, la vida del intelectual dejan a las claras, ms all de deseos y nostalgias, que se habra quebrado su ncleo identi- cador, esto es la pretensin de hablar desde un punto de vista universal sobre la realidad y, a la vez, de transfor- mar la humanidad. Ms bien lo que hallamos hoy en da son los restos o pecios de este naufragio. En cuanto a haber desistido de una visin aglutinadora de todo lo que existe, se maniesta, por un lado, en la cre- ciente especializacin de la tarea crtica. De este modo, ha- bra que optar por la cuestin del feminismo, la ecologa o la crtica de la tecnologa. Y, por otro lado, tambin lo da a entender la aparicin de la gura de los tertulianos que, aunque suelan ponticar sobre cualquier cosa, asumen de facto que lo hacen en pie de igualdad con otros tertulianos como ellos, desistiendo por tanto de la pretensin de que su punto de vista sea el nico posible. Cabe recordar, en este contexto, las crticas que en su momento ya realiz Julian Benda a los intelectuales por haber abandonado la causa de los valores universales y haber optado por inte- reses ms concretos, sobre todo los de orden nacional o patritico. Aunque cabra matizar que seguramente Julian Benda estaba haciendo de la necesidad defecto en el sen- 26 PERE SABORIT tido de que entra a valorar como actitud personal critica- ble, lo que de hecho era manifestacin de todo un cambio histrico de gran calado. Y en relacin con la renuncia al proyecto de trans- formar la humanidad, es signicativa la aparicin de los llamados analistas, que asumen implcitamente que, como mximo, se pueden comprender los acontecimien- tos una vez han transcurrido, es decir a posteriori. O en todo caso, a lo nico que se aspirara es a cambiar el status de la propia vida! De hecho una de las notas denitorias del cnico moderno del que habla Peter Slo- terdijk consiste precisamente en la competicin por te- ner un discurso lo ms radical posible, pero sin arriesgar nunca las comodidades personales convenientemente puestas a resguardo, tras la posible descalicacin de recurrir a una falacia ad hominem ante cualquier atisbo de denuncia en este sentido, a diferencia del cinismo an- tiguo que era mucho ms coherente en este aspecto. Se seguir invocando el compromiso uno de los rasgos denitorios del intelectual, sino el que ms, que prolon- gaba el supuesto sacricio personal de los sacerdotes al consagrarse a una vida al servicio de Dios, pero slo tras limarle aristas y asperezas. As, por ejemplo, uno se comprometer contra la guerra o la pobreza en abstracto, o se dedicar a lo que podramos llamar el metacompro- miso, o anlisis crtico del papel jugado en determinado momento del pasado por parte de ciertos intelectuales, como en el caso de Gnter Grass o Milan Kundera. Se trata, en denitiva, de un compromiso light, acorde con los tiempos en que vivimos en los que la gente no lucha por una causa, sino que a lo sumo simpatiza con la mis- 27 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR ma, o las relaciones personales se plantean en trminos de conexin, como si se estableciesen con un ordena- dor, reservndose la posibilidad de desconectar si las cosas van mal dadas. Pero ms all de la prdida de relevancia de la gura especca del intelectual, y la posible expectativa de que una gura anloga la venga a sustituir en el futuro, cabe ampliar la perspectiva y darse cuenta de que la sacudida ha sido mucho ms radical, afectando a toda la tradicin que simboliza el ngel exterminador, es decir la pre- tensin de que las palabras o ideas dirijan el mundo lo que Paul Valry denomin la poltica del espritu. 3
CRNICA DE UNA DEFUNCIN Las distintas razones por las cuales ha entrado en crisis esta tradicin se pueden sintetizar en la idea de que la constatacin progresiva de la complejidad del mundo prolongando y acrecentando el alcance de las denomi- nadas heridas narcisistas, ha acabado desbordando a quien pretenda comprenderlo y transformarlo, y ello por todos lados: Por abajo, los descubrimientos en el campo de la f- sica, desde hace un siglo, y en el de la biologa, ms recientemente, han introducido unas dimensiones (la de los tomos y la de los genes, simplicando), que escapan a los parmetros usuales de inteleccin de la vida cotidiana. 28 PERE SABORIT Por los lados, habra afectado doblemente. Desde del punto de vista cultural, la emergencia de otras cultu- ras, primero con el mundo poscolonial, y con la globa- lizacin, en la actualidad, ha hecho replantear sin duda los valores occidentales dominantes. Y desde el punto de vista del resto de individuos, la elevacin del nivel educativo y de bienestar econmico, ha hecho que, al sentirse mucho ms autnomas, las personas hayan desistido de buscar quien los represente o deenda sus intereses globalmente. Con los sistemas democrticos, adems, los representantes polticos o el progresivo mayor peso de la opinin pblica han ido asumiendo esta tarea. Por arriba, la exploracin del cosmos o los efectos imprevisibles del cambio climtico dicultan el es- tablecimiento de unos lmites claros del puesto del hombre en el mundo. Por el interior, la emergencia y valoracin del mundo inconsciente no ha cesado de revelar lo inhspito (das Unheimliche), en el corazn mismo del ser humano. Por delante, la revolucin industrial primero y la ace- leracin imparable de las nuevas tecnologas, como las de la informacin y la comunicacin o las biotecnolo- gas, han conllevado que, una y otra vez, los hechos avancen mucho ms rpido que las explicaciones. Por atrs, el papel histrico de los lderes ideolgi- cos se ha puesto en cuestin al poner de maniesto 29 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR su responsabilidad en los movimientos totalitarios del siglo pasado, con una movilizacin de las masas que desemboc en las guerras mundiales. Visto lo visto, cuando alguien se empecina en seguir ejerciendo el rol tradicional de intelectual, como si nada hubiese pasado, la imagen que se da es algo pat- tica. De hecho, supone una buena ilustracin de lo que se ha dado en llamar Sndrome de Casandra, pues al igual que la palabra de esta profetisa dej de ser tenida en cuenta, tras el castigo del dios Apolo, las palabras de quienes pretenden seguir explicando y transformando el mundo en su conjunto, suenan vacuas y giran en el vaco, al haber perdido el apoyo o viento favorable de determinados poderes fcticos o condiciones histrico- culturales.
LOS MIEDOS DEL LTIMO HOMBRE La consciencia de la prdida de conanza en la posi- bilidad de hallar una verdad que d cuenta de lo que existe, desde la cual poder deducir unas pautas claras de comportamiento en el orden tico y poltico, supone la aparicin de lo que Nietzsche dio en llamar la gura del ltimo hombre, que edicar su existencia sobre la desorientacin y el miedo. Tras la docilidad de la ac- titud simbolizada por el camello o asno, y la rebelda simbolizada por el len, aparecera el ltimo hom- bre, que se siente perdido sin la existencia de Dios, al cual ya ni siquiera tendra sentido seguir atacando. Este 30 PERE SABORIT ltimo hombre piensa que sin Dios la vida ya no tie- ne sentido, con lo que caera en la trampa de echar al nio junto con el agua sucia por el desage de la baera, lo que a su vez ser la principal razn de sus miedos. En lugar de celebrar, de forma adulta, que no exista un Sentido denitivo que determine su vida, su identica- cin entre ausencia de Dios y vaco existencial o entre incertidumbre y miedo, si se preere, no deja de ser una batalla ganada por este Dios muerto, anlogamente a lo que se deca del Cid campeador. El hecho es que el ltimo hombre reaccionar replegndose, acortando su horizonte vital, pero tampoco demasiado, para no acabar descubriendo lo desconocido en s mismo. Para proveerse de valores volver su mirada al pasado, mez- clando convenientemente pequeas dosis de tradicin (denitoria del sacerdote) y de crtica (caracterstica del intelectual). Y en cuanto a su relacin con los dems, se basar en el recelo continuo. Buscar la calidez de la proximidad (pues ya se sabe que cuando el barco se tambalea, los tripulantes reaccionan amontonndose en el centro), pero tampoco sin acercarse demasiado, para evitar que aore el temido conicto, pues junto con el Fundamento explicativo tambin habra desaparecido la posibilidad de clasicar y etiquetar a los seres humanos que uno va tratando (dividindolos entre buenos y ma- los, sabios e ignorantes, o locos y cuerdos), convirtin- dose en seres inquietantes al no saber cmo reaccionar ante ellos. En el libro Vidas adosadas 4 habamos tratado especcamente distintos tipos de relacin social, ca- ractersticos de nuestra poca, en los que se busca un equilibrio entre las ganas de establecer una vinculacin 31 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR con otros seres humanos, y la desorientacin que con- lleva el no saber exactamente a qu atenerse en el trato con los mismos. En el orden lingstico, ello se mani- festara claramente en el dominio de la correccin po- ltica, o la mayor valoracin del gnero narrativo en detrimento del argumentativo, pues de esta forma uno evita pronunciarse de forma tajante, con el consiguiente peligro de colisionar con los dems, dado que lo narra- tivo permite introducir las actitudes vitales o las ideas de forma menos frontal e indiscreta. Y en otros mbi- tos de relacin social, tambin ejemplicaran el afn de eludir el temido enfrentamiento, el progresivo recurso a la legislacin a la hora por ejemplo de establecer los espacios reservados para los fumadores o la distribu- cin del tiempo para estar con los hijos, en el caso de padres separados; o la paulatina implantacin de lo ldico como modelo de actuacin, ms all del mundo de la infancia o de las actividades de ocio, hasta acabar usndolo en manifestaciones para reivindicar mejoras laborales o para protestar contra los conictos blicos. En relacin a la gura del ngel exterminador y lo que representa, el ltimo hombre experimentar una relacin ambivalente. Por un lado, para justicar o ra- cionalizar su propia cobarda o pusilanimidad, el ltimo hombre tiende a condenar por demasiado fanticas o agresivas las actitudes de defensa radical de las propias ideas, primando siempre, frente a ello, los comporta- mientos ms cautos y menos estridentes. En este con- texto, cabe aprovechar para distinguir entre los peligros de la pureza destructora, y las actitudes enrgicas, no slo a la hora de reaccionar defensivamente ante lo in- 32 PERE SABORIT tolerable (en trminos foucaultianos), sino tambin a la hora de compartir y expandir el gozo de la aceptacin del carcter frgil de nuestra existencia. Y esto frente al intento de imponer determinados valores o formas de vida concretos, condenando y persiguiendo a quienes no se avienen a ello. Por otro lado, el ltimo hombre no puede evitar sen- tirse atrado por la gura del ngel exterminador, en tanto que compensacin de su propia debilidad. Lo cual, por cierto, es un claro ejemplo de que creer que los ex- tremos se tocan es expresin de la aspiracin por parte del extremo dbil de conectar con el extremo fuerte, el cual suele mostrarse indiferente frente a la suerte de los menos favorecidos (con la belleza, el poder o la inte- ligencia). Y para satisfacer, al menos simblicamente ya que los tiempos no estn para prolongar sin ms la gura del sacerdote o del intelectual, se recurrir a una serie de sucedneos para seguir hacindose la ilusin de que la pureza o inexistencia dispone la capacidad de imponerse de forma contundente, sin que nada o nadie le ofrezca resistencia. SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR (O EL SUPUESTO CONTACTO ENTRE LO INDETERMINADO Y LO DETERMINADO) Entre estos sucedneos destacaremos la gura del nio dspota, la de la mujer fatal, y la del terrorista puro de corazn. Las tres comparten, anlogamente al ngel exterminador, una sorprendente conjuncin de poder nacido de cierta carencia de realidad: la inmadurez del 33 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR nio, la falta de atributos fuertes por parte de la idea tradicional de mujer, y el carcter brbaro o ausencia de los rasgos propios de la civilizacin, en el caso del te- rrorista. Adems, estas debilidades, en el sentido de fal- ta de plenitud de las caractersticas propias del modelo antropolgico que tradicionalmente ha dominado el ser humano adulto, varn y representante satisfecho de los valores occidentales, seran los habitualmente ya asociados al hombre de letras, en tanto que tildado, res- pectivamente, de inmaduro, afeminado y amargado. En cuanto al nio dspota, cabe recordar que es a partir del Romanticismo, con algn precedente como el Emilio de Rousseau, cuando se empieza a forjar la ima- gen del infante en tanto que ser puro y angelical, que supondra una reserva de sentido frente al mundo adulto y corrompido. Hasta entonces los nios eran tenidos por adultos incompletos, con la consiguiente obligacin de tener una actitud sumisa y obediente. De hecho, incluso durante el siglo XIX, mientras se iba abriendo paso la miticacin de la infancia, an era usual abandonar a los nios a su suerte, o condenarlos a trabajos dursimos en la naciente revolucin industrial. Hoy en da, por el contrario, son considerados el rey de la casa (por ejem- plo se empieza por ellos a la hora de servir la comida, a diferencia de lo que se haca antao), y en las escuelas se trata de adaptarse a sus desvelos e inquietudes, en lugar de ser ellos los que se tiene que adaptar a la fuerza a los valores de los adultos (en este sentido David Riesman ya hizo notar, a mediados del siglo pasado, que en las paredes de las aulas iban adquiriendo protagonismo las ilustraciones o murales realizados por los propios alum- 34 PERE SABORIT nos, en lugar de carteles o retratos ociales). La infancia ha pasado a ser la edad decisiva con lo cual todos nos hemos vuelto freudianos, y la edad adulta se ha pasa- do a considerar una represin o atroa de la pureza y las potencialidades de la infancia. Por su lado, la gura de la mujer fatal, que se ha visto muy potenciada a travs del mundo cinematogrco en pelculas como El ngel azul (1930) de Josef von Sternberg o Perdicin (1944) de Billy Wilder, simboliza tambin un tipo de pureza o aparente fragilidad que acabar revelan- do una gran capacidad de destruccin. Literariamente, se suele considerar la obra El Renacimiento (1875), de Walter Pater, una referencia clave a la hora de establecer el canon de la mujer fatal, a partir de los poderes que emanaran de la sonrisa impenetrable de la Gioconda. Otros textos des- tacables seran Lul (1914) de Frank Wedekind, o Lolita (1955) de Nabokov, donde adems se anan la condicin femenina con la etapa infantil. Cabe subrayar, de todas formas, cmo la gura de la mujer fatal pone claramente de maniesto cmo el supuesto poder que nacera de la indeterminacin, en realidad nace de una causa determi- nable o concreta, como sera la belleza seductora de las fminas en cuestin (al igual que el ngel exterminador no sera nada sin la creencia previa en el Dios bblico y el poder de la Iglesia). Y por lo que respecta a la gura del terrorista puro de corazn, se puede considerar tambin un sucedneo del ngel exterminador en la medida que al atribuir como por ejemplo en el caso del 11-S una irracionalidad ab- soluta a sus actos, o calicndolos de totalmente inhu- manos, se les acaba revistiendo de un aire sobrenatural, 35 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR propio de un Dios que acta ciega e indiscriminadamen- te. De hecho en la fascinacin innegable que experimen- tan ciertos sectores de la poblacin de Occidente hacia los actos terroristas, y ms especcamente los causados por el islamismo radical, sin duda interviene el compo- nente de la atraccin por la determinacin con la que se ejecutan estos actos, tan alejada de la debilidad o cautela propia de los ciudadanos occidentales, para quienes hoy en da es impensable que alguien mate y no digamos ya que se suicide! por sus ideas. En denitiva, guras como la del nio dspota, la mu- jer fatal o el terrorista puro de corazn, son exponentes de la misma ilusin de que se puede seguir conando en la existencia de seres puros e incontaminados con la ca- pacidad de cambiar el mundo de forma drstica, impo- niendo una suerte de justicia potica, a pesar del fracaso de la palabra en este empeo. MISTICISMO POR PARTES (O EL SUPUESTO CONTACTO ENTRE LOS EXTREMOS DE CADA DETERMINACIN) En un clebre artculo, titulado El nuevo misticismo, 5 J. P. Sartre denunci el intento, por parte de autores como G. Bataille, de reintroducir el espiritualismo a travs de la reivindicacin del no saber, la transgresin o el silen- cio. Ms all de la simple crtica a las negaciones que supone todo proyecto (histrico, discursivo...), en tan- to que conlleva el aplazamiento de la existencia para ms tarde, se reivindicara la pureza o inefabilidad de una experiencia, que se asemejara sospechosamente 36 PERE SABORIT a una vivencia religiosa o trascendente, que permitira escapar de las limitaciones que comporta la existencia humana. De esta forma, nuestra vida hallara un sentido o justicacin, no a travs de un mundo sobrenatural o del ideal de un mundo utpico futuro, sino en esta misma existencia a travs de una experiencia de pleni- tud, a la que anlogamente a la tradicin nihilista (re- ligiosa o racionalista) se accedera por va negativa, al dejar atrs aquello que determina o limita la vida de los hombres. Pero ello no dejara de ser otra modalidad del intento de crear un efecto de armacin a partir de un conjunto de negaciones, cuya incoherencia es tan mani- esta que si logra ser creble es porque se alimenta del deseo ilusorio previo de escapar de la nitud humana. Hoy en da, sin embargo, la vigencia de estas conside- raciones crticas cabe modularla o reajustarla en funcin del hecho de que el ltimo hombre, dada su pusila- nimidad, difcilmente se creer capaz de acometer una experiencia global y radical de bsqueda de plenitud a travs de la anulacin general de sus circunstancias vita- les. Ms bien optar por una suerte de misticismo por partes, segn el cual el supuesto efecto de positividad superior, a travs de un proceso de negacin, se aplicar slo a alguna de nuestras dimensiones existenciales. As, se proclamar el acceso al Lenguaje a travs del silencio, al Saber mediante el no saber, a la Felicidad a travs del sufrimiento, o a la Belleza a travs de la fealdad. Lo que tendrn en comn estos planteamientos, al margen de dejar en evidencia distintos escondrijos del resentimien- to, es el hecho de ser un trasunto, a escala limitada o parcial, del intento de disfrazar la huda de la existencia 37 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR como bsqueda de una entidad superior. Y para que sea ms verosmil la idea de que un alejamiento de la pre- sencia de una caracterstica determinada del ser humano (lenguaje, felicidad...) acaba conduciendo al estado ms puro y germinal de esa misma caracterstica, se evitar denominar el estado carencial de estas determinaciones en trminos negativos (el silencio como falta de lengua- je, o el sufrimiento como ausencia de felicidad), a n de ocultar precisamente que se trata simplemente de eso, es decir de una negacin de aquello que nos constituye, en lugar de propiciar el acceso a un estado antropolgico u ontolgico superior. Al Lenguaje a travs del silencio. Es difcil no estar de acuerdo con quienes inciden en las limitaciones del len- guaje, desde su imposibilidad de expresar la estricta sin- gularidad (pues todo trmino es universal en potencia, como ya seal Aristteles), hasta la facilidad con la que puede ser manipulado, al servicio de actitudes fascistas o estados totalitarios (como ilustra paradigmticamente la obra 1984 de George Orwell), pasando por la brecha que inevitablemente abre entre el sujeto de enunciado y el sujeto de enunciacin, en trminos de Lacan, o su linealidad que contribuye a generar un efecto ilusorio de avance o progreso. Todo ello sin duda es necesario asumirlo, procurando a la vez contrarrestar en lo posible las sombras o malen- tendidos que generan estas limitaciones. Pero otra cosa es pretender que la progresiva eliminacin del uso del lenguaje, o inmersin paulatina en los dominios del si- lencio, nos servira como va de acceso a un Lenguaje 38 PERE SABORIT ms puro y superior que el usual. Pues bien, la fasci- nacin contempornea por obras como La carta de Lord Philip Chandos (a Sir Francis Bacon) de Hugo von Hof- mannsthal, o Bartleby, el escribiente de Melville parecen apuntar en esta direccin. En una sutil y hbil transicin se pasa de alabar las bondades del silencio, frente a las perversiones del lenguaje, a tomarlo como gua para iniciarnos en un Lenguaje de un orden superior, del que el habitual no sera ms que, no ya un plido reejo ex- terior, sino directamente una degeneracin, con lo cual se cerrara el circuito del sentido por lo que respecta a la dimensin lingstica. De este modo, tal como la muer- te terrenal nos pondra supuestamente en contacto con una Vida superior donde se hallara el origen de la nuestra, asimismo el silencio nos abrira las puertas al Lenguaje primigenio. En La carta de Lord Philip Chandos se nos habla de una lengua en la que las cosas mudas me hablan y en la que quiz un da en la tumba tendr que rendir cuentas a un juez desconocido. 6 Una analoga entre la invoca- cin a un Lenguaje ms puro y a la trascendencia, que las lecturas aparentemente inmanentes, materialistas o armativas del texto suelen pasar por alto, pues pone en evidencia lo que hay de negacin de lo real tras este nuevo misticismo aplicado al lenguaje. Y en cuanto al Bartleby, sera considerado una ilustracin de esas gu- ras extremas de la nada de las que procede toda creacin y que son, al mismo tiempo, las ms implacables reivin- dicaciones de esta nada: una Nada que algunos imaginan de una excepcional blancura, y otros entre los que me encuentro como una potencia autnoma, pura y abso- 39 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR luta, en palabras de Enrique Vila Matas, 7 defensor y a la vez claro exponente del proceder que denunciamos en relacin a esta mstica del lenguaje.
Al Saber a travs del no saber. Hay que reconocer que quienes promulgan el no saber como va de acceso a un Saber de orden superior, al menos no recurren a un subterfugio lingstico para intentar camuar lo que en denitiva no es ms que la negacin de una dimensin humana fundamental (a diferencia de quienes en lugar de ausencia de lenguaje preeren siempre hablar de si- lencio, o en vez de falta de belleza optan por referirse a la fealdad, como si se tratase de algo radicalmente dis- tinto y con consistencia propia). Y ello a pesar de no ser coherentes con el ms clebre precedente de este plan- teamiento, que no sera otro que la docta ignorantia de Nicols de Cusa. En realidad no es casual que uno de los inspiradores de este esquema intelectual sea un autor del Renacimiento, pues, como ya sealamos anteriormente, comparte con la poca contempornea el tratarse de uno de esos periodos en los que se tambalean las grandes cosmovisiones o, si se preere, los grandes relatos, y es usual que se considere que por donde es ms fcil acometer el acceso a la trascendencia es por la va de una experiencia personal, de orden mstico e inefable, des- conando de las grandes construcciones intelectuales, y de su correlato institucional, como forma de perfeccio- namiento y elevacin espiritual. Se trata de asumir, sin duda, que el pensamiento ra- cional-cientco, en tanto que modelo de conocimien- to ms seguro o riguroso, tiene innumerables dcits o 40 PERE SABORIT limitaciones (recordemos a propsito lo armado por Schopenhauer: pensar hasta cierto punto, detenerse y no ir ms all: en esto consiste el racionalismo). Pero otra cosa muy distinta es plantear que cuanto ms se aparte uno de los criterios de valoracin propios del co- nocimiento racional, ms se estar aproximando a un tipo, no ya de conocimiento ms slido, sino de sabidu- ra vital que nos redimira de las dudas y miserias de la vida cotidiana. Nos guste o no, adems de seres abiertos a lo indeterminado, los seres humanos tambin somos seres determinados, y por tanto engarzados o conectados con lo real y tangible. Y es justamente este engarce lo que justica que, en trminos de conocimiento de lo real, sea aconsejable ser el a los criterios de la correspondencia emprica o la coherencia lgica de lo armado, a pesar de que uno pueda prescindir completamente de ellos en el terreno, por ejemplo, de la imaginacin literaria. De he- cho, incluso quienes deenden la existencia de otras for- mas de conocimiento, alternativas al racional (como la Fe, la Autoridad o la Intuicin), asumen implcitamente que ste es el ms slido, pues acaban por recurrir al mismo para poder legitimarse. As, en el caso de la Fe o creencia religiosa, el recurso al pensamiento racional servira para poder diferenciarla de las creencias (an ms) absurdas (por ello se argumentara que es lgico creer que existe Dios en tanto que creador del mundo, apelando al esquema causa-efecto, a diferencia de creer en la existencia de, pongamos por caso, una zanahoria de cien metros de altura); en el caso de la Autoridad de un experto uno se limitara a arse de otro ser humano que es considerado capaz de entender o comprobar ra- 41 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR cionalmente aquello de lo que nosotros somos incapaces (por ejemplo citamos a Einstein porque pensamos que lo que arma es coherente o se puede comprobar); y por lo que respecta a la Intuicin, siempre presupone un cierto conocimiento racional previo, por mucho que se pretenda que se trata de una capacidad extra-racional (por ejemplo, cuando alguien dice que intuye que un amigo suyo est enfadado, es porque se basa en algo que ha visto o le han dicho). En denitiva, la sabidura ciertamente no se reduce al conocimiento, pero tampoco se llega a ella renunciando al mismo, al igual que la ceguera no nos permite acceder a una visin ms pura, por mucho que nos lo quieran hacer creer quienes se dejan deslumbrar por guras mitolgicas como la del sacerdote Tiresias. A la Felicidad a travs del sufrimiento. A veces interesa re- marcar que, de noche, no todos los gatos son igualmente pardos. As, en el contexto de la buena fama de que goza hoy en da la melancola (al menos en medios acad- micos), es usual distinguirla de una tristeza o depresin cualquiera: Por supuesto, una lnea muy delgada separa lo que yo llamo melancola de lo que la sociedad llama depresin. Para m, lo que separa a las dos es el grado de actividad. Ambas son formas de tristeza ms o menos crnica que conduce a una incomodidad duradera con el estado de cosas, sentimientos persistentes de que, tal y como est, el mundo no est bien y es un lugar donde ani- dan el sufrimiento, la estupidez y el mal. Frente 42 PERE SABORIT a esta incomodidad, la depresin (al menos tal y como yo la veo) causa apata, un letargo que se aproxima a la parlisis absoluta, una incapacidad para sentir gran cosa a propsito de nada en un sentido o en otro. Por el contrario, la melancola (en mi opinin) genera en relacin con la misma ansiedad un sentimiento hondo, una turbulencia en el corazn que desemboca en un cuestiona- miento activo del presente, en un deseo perpe- tuo por crear nuevas formas de ser y de ver. 8
En realidad, ms que dos tipos de malestar o apata exis- tencial, lo que habra en juego sera dos maneras distin- tas de valorar el mismo malestar o sufrimiento. Por un lado, cabra hablar de (vulgar) depresin cuando el pro- ceso paulatino de prdida de estmulos vitales desemboca en una honda tristeza resultado del vaco existencial; y por otro, cabra hablar de melancola lo que otorgara un sello distintivo de superioridad sobre el comn de los mortales cuando uno se da cuenta de que el sufrimien- to es un tnel transitorio que nos permitira acceder a la creatividad artstica o a un estado anmico de mayor ple- nitud. Nos hallamos por tanto, de nuevo, ante una forma de transubstanciacin, en un contexto aparentemente no trascendente, que transforma la ausencia en plenitud. Y como apoyo erudito a esta reivindicacin de la melan- cola, como va de acceso a un orden intelectual y anmico superior, se recurrir a la tradicin que une cierto pasaje de Aristteles con la obra de Marsilio Ficino: En el Renacimiento resurgi la melancola, gra- cias entre otros a Marsilio Ficino, traductor y 43 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR comentador de Platn y Plotino, protegido por Cosme de Mdicis, conocido como jefe de la del neoplatonismo orentino, mdico-lsofo fascinado por la astrologa y que public De Tri- plici Vita, manual de higiene fsica y moral de uso exclusivo para los intelectuales. En una sntesis extraordinaria, se juntan al menos cuatro tradi- ciones: la mdica que, desde Hipcrates ve el cuerpo humano como un compuesto de sangre, ema, melancola y bilis amarilla; la platnica, que pone en relacin la poesa y el furor; la as- trolgica, que sita el temperamento melancli- co bajo el signo de Saturno y, nalmente, la que procede del texto atribuido a Aristteles (por qu los hombres que se han distinguido en la losofa, la vida pblica, la poesa y las artes son todos melanclicos?), que establece entre el ge- nio y la melancola una relacin que seguimos plantendonos. 9
Una genealoga de la melancola que es la que domina hoy en da, en la que sin duda se abusa de establecer una relacin cronolgica y de causa-efecto entre la tristeza vital y el genio creativo, incurriendo en la falacia de se- parar y conectar causalmente lo que no son ms que dos sntomas de un mismo fenmeno. La cuestin sera dar a entender que, al igual que los agujeros negros conten- dran la mxima intensidad de luz en el orden fsico, por su parte el humor negro de la melancola nos abrira las puertas a una vivencia de plenitud en el orden psicol- gico, dejando atrs las limitaciones usuales y vulgares de la existencia humana. 44 PERE SABORIT A la Belleza a travs de la fealdad. En palabras de Javier Montes, quiz el error de las vanguardias fue creer o ngir creer que la belleza era un concepto pequeobur- gus y obsoleto que el tiempo se encargara de barrer. 10
Y es que la ontologa no se reduce a la poltica, a pesar de las pretensiones del hombre moderno, que se cree el responsable ltimo de su existencia. As, por ejemplo, en relacin al cuerpo humano asoman algunos rasgos que se hallan presentes en todas las concepciones de la be- lleza, ms all de las convenciones sociales o culturales, tales como la vitalidad o juventud, o la proporcionali- dad, empezando por la simetra (aunque sin necesidad de llegar al extremo de creer haber hallado la proporcin urea en cualquier pliegue o membrana corporal!). Pero ello cuesta asumir, porque nos vuelve dependientes de algo que no hemos establecido nosotros, a diferencia del discurso relativista que busca consuelo en la idea de que slo es cuestin de proponrselo que algo o alguien sea considerado el summum de la belleza. Incluso lo que tra- dicionalmente ha sido tenido por feo, se pretende que, si se ja uno bien, en lugar de carencia de lo bello, cabe interpretarlo como la puerta de entrada a la Belleza en estado ms puro. El xito del libro de Umberto Eco. His- toria de la fealdad, 11 o el de varias exposiciones sobre lo monstruoso, al igual que el fenmeno de los freakys en los medios de comunicacin, parecen apuntar en la mis- ma direccin. Si el concepto de belleza es difcil de investigar (in- telectualmente), o los cuerpos bellos no son accesibles (fsicamente), por qu no proclamar que las apetecibles uvas estn verdes, y cambiar el sentido del recorrido por 45 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR la parra, armando a la vez que lo realmente apetitoso son las oscuras y sucias races...? Nos hallamos clara- mente, por tanto, ante una reedicin del viejo discurso del resentimiento y la inversin de valores, por mucho que se disfrace de relativismo o de justicia histrica, y se plantee en un plano horizontal en lugar del vertical tra- dicional (propio de la religin o la metafsica). Al nal, de lo que parece tratarse es simplemente de la dicultad de aceptar que, segn lo que ya sentenci Hesodo en su momento de forma demasiado cruda, eso s, para los odos polticamente correctos del hombre contempo- rneo, El que es bello es amado, el que no es bello no es amado. En todo caso de lo que se tratara es de evitar aadir mrito o privilegios al don gratuito de la belleza, que quien ha nacido con el mismo tiene todo el derecho del mundo a celebrar y disfrutar sin sentirse culpable. Y en cuanto a quienes no han, o no hemos, sido agraciados con ese don, cabe reivindicar la dignidad de las ranas o los patitos feos, sin menospreciarlos en tanto que sim- ples estados transitorios, antes de metamorfosearse en prncipes o cisnes. EL ARTE DE MANTENER LOS CABOS SUELTOS Si la gura del ngel exterminador es creble, en buena medida es debido a que no deja de ser una exteriori- zacin y objetivacin de la oscilacin, continua y coti- diana, que el ser humano experimenta en relacin a sus circunstancias vitales. La tendencia ambivalente de iden- ticacin y, a la vez, de distanciamiento en relacin con 46 PERE SABORIT el cuerpo, los otros, la tcnica o el lenguaje, se exorciza con la compensacin ilusoria de imaginar un ser con la mxima indeterminacin y a la vez la mxima determi- nacin. En lugar de ello, se trata de asumir esta mezcla inquietante de determinacin e indeterminacin que nos constituye, como nico garante de una vida tica arma- tiva, y una poltica radicalmente el al espritu democr- tico. Es decir se trata de aceptar nuestras circunstancias o determinaciones, como el cuerpo o el lenguaje, y a la vez el fondo azaroso que las envuelve. Una vez que ha entrado en crisis la idea de la demo- cracia como conquista tico-poltica, inherente a la idea de Progreso dados los condicionantes sociopolticos, o de cambio azaroso de mentalidad, que han puesto en en- tredicho su supuesta necesidad o universalidad, se re- velan dos nuevas formas de fundamentar la democracia, ante la0s cuales uno se ve obligado a posicionarse. Por un lado, la democracia es entendida al modo del ltimo hombre, en tanto que reaccin defensiva, o mal menor, ante la desorientacin general y la desconanza hacia los dems. De este modo se hace de la necesidad virtud, proclamando las bondades de la tolerancia y el civismo. Y por otro lado la democracia se entiende en tanto que fundamentada paradjicamente en la ausencia de Fun- damento, y la armacin de la existencia, a pesar de los diversos conictos: con la naturaleza, con uno mismo, y, sobre todo, con los dems. En relacin con ello, cabe realizar un par de aclaraciones: 1. Cuando se fundamenta la democracia slo en la ausencia de una Verdad ltima, se corre el pe- 47 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR ligro de menospreciarla en tanto que lugar vaco, ante el cual cabra agradecer a los distintos dog- matismos que lo llenen de valores slidos. El t- pico del gora, o espacio pblico de la democra- cia, como espacio vaco ha propiciado muchos malentendidos en este sentido. 2. El primer conicto que, de hecho, hay que asumir y afrontar es en relacin con la actitud resentida que simboliza la gura del ngel ex- terminador es decir, la de creer que es posible una comprensin del sentido de la existencia y una transformacin a conveniencia de la misma. La actitud de armacin existencial y de radicalidad de- mocrtica conlleva unos valores ms especcos, que de entrada coinciden con aquellos con los que espont- neamente nos identicamos en la poca contempornea (libertad, igualdad y fraternidad), aunque con matices decisivos. En primer lugar la fraternidad pasara a ser prioritaria, y adems cabe aadir a la lista tambin el valor de la seguridad, del que sin duda se olvidaron los revolucionarios, a causa de las prisas y las ganas de desmarcarse del Antiguo Rgimen, como si ste tuviese el monopolio de este valor. Con relacin a la fraternidad, hay que sealar que difcilmente se puede construir la convivencia si no se da una actitud armativa previa, no ya en relacin con los dems, sino con el hecho de existir. As, la fraterni- dad o solidaridad emana o se desprende de la armacin de la mezcla de determinaciones e indeterminacin que nos constituye pues la alegra de vivir es expansiva y 48 PERE SABORIT busca ser compartida, en lugar de deducirse, en tanto que imperativo moral, a partir de una Verdad o Funda- mento ltimo. En cuanto a la libertad, habra que valo- rarla sobre todo en el sentido de libertad de accin, o potenciacin de las propias caractersticas, siempre que se asuma simultneamente el carcter azaroso de las mis- mas, frente a los debates estriles e inacabables sobre la libertad de eleccin, que parecen pensados para refrenar la accin en lugar de espolearla. Por otro lado, hablar de presuncin de inocencia, que se tornara agran- te culpabilidad en determinados casos, no deja de ser una reedicin de la gura del ngel exterminador, en el sentido de que lo que inicialmente slo era pureza se convertira en maldad destructora. Ms bien, habra que asumir la duda continua sobre la responsabilidad ltima de nuestros actos, a partir de la cual, frente a los actos antisociales, cabra desarrollar una justicia callada, que permita evitar la repeticin de actos criminales, pero sin el habitual aadido pretencioso, por parte de jueces, psi- clogos o periodistas, de pretender estar en condiciones de explicar las razones ltimas del comportamiento hu- mano. De la igualdad, hay que matizar que pasa a ser entendida en tanto que todos los seres humanos somos, antes que anda, manifestacin de una misma existencia, maravillosa aunque incomprensible, y por tanto el azar tiene siempre ms peso que el mrito. Por ello mismo, estara de ms recompensar con ms dinero u honores determinadas actividades en detrimento de otras, ms all de la suciente compensacin que habra de repor- tar la posibilidad de desarrollarlas eso s con todas las garantas. Y lo que tiene de especco el valor de la se- 49 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR guridad, una vez liberado de las garras del pensamiento conservador que pretende monopolizarlo, es que segu- ramente se trata del valor que cuesta ms de distinguir de los hechos, cuestionando de esta forma la pretensin moderna de que el ser humano sea el artce absoluto de su existencia. Como si uno pudiese elegir comer, dor- mir, o satisfacer otras necesidades bsicas. Y es que la escala de valores ms slida o bellamente construida del mundo, no sirve de nada si no hay un suelo rme que la sostenga, y la seguridad engarza el uno con la otra, en una zona intermedia entre los hechos y los valores. 12 Una seguridad existencial mnima que ha de ser considerada la base o trampoln para poder impulsarse hacia arriba, en lugar de ser el lmite superior o techo al que abocan el resto de aspiraciones, segn el planteamiento propio del pensamiento conservador. En denitiva, frente al modelo del ngel extermina- dor o resentimiento de un ser puro destructor, ha- bra que sustituir el ngel por el ser humano material de carne y hueso, aunque dotado de alas, eso s, para expre- sar la capacidad de asumir la condicin oscilante de ser determinado (el cuerpo) e indeterminado (las alas). Una indeterminacin que nos envuelve y atraviesa inevitable- mente por mucho que se intente neutralizar en tanto que segmento ms del crculo del sentido en el que los extre- mos se tocan (la ignorancia sera un escollo transitorio en el camino hacia el Saber superior, o el sufrimiento una prueba o escaln para acceder a la Felicidad plena), en lugar de permanecer sueltos o libres. Y por lo que se reere al papel de exterminador, habra que recuperar el sentido originario del trmino (proviene de ex-terminus, 50 PERE SABORIT es decir alejamiento o destierro), para aplicarlo precisa- mente a lo que simboliza la gura tradicional del ngel exterminador, valga la paradoja. NOTAS 1 A pesar de que en este contexto nos interesa sobre todo desta- car lo compartido por el sacerdote y el intelectual, cabe sealar que, puestos a elegir, lgicamente es preferible el segundo al primero, al hallarse vinculado a valores como la libertad o la tarea crtica. Quien exagera lo comn, prescindiendo de lo que les distingue, incurre sin duda en la actitud propia del alma bella, mencionada anteriormente, que lo acaba condenando todo por igual, al no estar a la altura de su afn de pureza. 2 Este modo de entender a los intelectuales, que aparecen como una voz sacerdotal, o representativa de una opinin p- blica cualicada, tiene apenas un siglo de existencia, Juan R. Capella, Entrada en la barbarie. Madrid: Trotta, 2007, p. 94. 3 Vid. Wolf Lepenies, Qu es un intelectual europeo? Barce- lona: Galaxia Gutenberg, 2008. 4 Pere Saborit, Vidas adosadas. Anagrama: Barcelona, 2006. 5 Vid. Jean Paul Sartre, El hombre y las cosas (Situations I). Buenos Aires: Losada, 1965, pp. 107 y ss. 6 Hugo von Hofmannsthal, Una carta de Lord Philip Chan- dos a Sir Francis Bacon. Valencia: Pre-Textos, 2008, p. 135. 7 Vid. Enrique Vila Matas, Un hroe de nuestro tiempo, en El Pas, 17 de abril, 2006, p.13. 8 Eric G. Wilson, Contra la felicidad. Madrid: Taurus, 2008, pp. 16-17. 9 Rosa de Diego y Lydia Vzquez, Humores negros. Madrid: Biblioteca Nueva, 1998, p. 24. 51 SUCEDNEOS DEL NGEL EXTERMINADOR 10 Javier Montes, Bellezas renovables, en Suplemento cul- tural de ABC, 5 de enero, 2007, p. 35. 11 Eco, Humberto, Historia de la fealdad. Barcelona: Lumen, 2007. 12 Sin duda es muy difcil establecer en abstracto los bienes necesarios a la hora de garantizar un mnimo de seguridad, a partir del cual poder plantearse cualquier proyecto vital. Con todo, se podra arriesgar el siguiente (paradjico) criterio: si uno se halla en condiciones de poder reexionar en calma y metdicamente sobre si ya dispone de este mnimo, es que efectivamente ya disfruta del mismo, pues si no se hallara pre- cisamente ocupado en intentar lograrlo de forma perentoria. BIBLIOGRAFA CAPELLA, Juan R., Entrada en la barbarie. Madrid: Trotta, 2007. DIEGO, Rosa de y Lydia VZQUEZ, Humores negros. Madrid: Bi- blioteca Nueva, 1998. HOFMANNSTHAL, Hugo von, Una carta de Lord Philip Chandos a Sir Francis Bacon. Valencia: Pre-Textos, 2008. LEPENIES, Wolf, Qu es un intelectual europeo? Barcelona: Ga- laxia Gutenberg, 2008. SABORIT, Pere, Vidas adosadas. Anagrama: Barcelona, 2006. SARTRE, Jean Paul, El hombre y las cosas (Situations I). Buenos Aires: Losada, 1965. ECO, Humberto, Historia de la fealdad. Barcelona: Lumen, 2007. WILSON, Eric G., Contra la felicidad. Madrid: Taurus, 2008. 52 PERE SABORIT HEMEROGRAFA MONTES, Javier, Bellezas renovables, en Suplemento cultural de ABC, 5 de enero, 2007. VILA MATAS, Enrique, Un hroe de nuestro tiempo, en El Pas, 17 de abril, 2006. 53 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR 1 O DE LA SEPARACIN Y DISPERSIN DEL NOSOTROS DERIVADO DE LA INTERRUPCIN DE LOS MIEDOS Ma. Concepcin Delgado Parra* Luego del fracaso epocal de todos los comu- nismos y de la miseria de todos los indivi- dualismos, no hay nada ms necesario que un pensamiento de la comunidad ROBERTO ESPOSITO, Communitas COMENZAR CON UNA CITA supone reconocer que nunca co- menzamos solos. Acogemos la voz del otro, acaso vivo, acaso muerto hace tiempo Nunca se comienza, nunca es uno quien comienza. Ya todo comenz hace tiempo. Otros lo comenzaron, hicieron su tiempo all para luego * Doctora en Ciencias Polticas y Sociales. Profesora-investigadora del Posgrado en Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico y Profesora en la Facultad de Ciencias Polticas y Sociales de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. 54 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA donrnoslo aqu. Para ellos, fue un tiempo por venir mar- cado por el acontecimiento, para nosotros es una heren- cia que nos llama a la responsabilidad. Y es precisamen- te, el legado de esta responsabilidad, el que me permite continuar conversando, no slo con Roberto Esposito a quien convoco a travs del epgrafe que apertura este texto, sino con toda una tradicin del pensamiento de la comunidad por venir. 2 Siguiendo esta huella, rastrear la antinomia que su- pone el miedo frente al acontecimiento de la comunidad por venir. 3 Si bien el miedo ha sido estructurado desde su negatividad, por lo menos en la lgica racional del Esta- do entendido como la gura de la comunidad moderna por excelencia, lo que propongo aqu, es la indagacin del miedo como generador de potencias singulares que mantienen entre s relaciones interrumpidas, alteradas, y cuya implosin impide el encerramiento de la comuni- dad, abriendo de este modo, su posibilidad a lo por venir. 4 La primera dicultad que enfrento para realizar esta reexin se reere al trmino de la comunidad por ve- nir. Hasta hoy, slo hemos conocido el proyecto de la comunidad amparado en el ideal general del ser-comn denido por la suma de las partes, donde cada uno pier- de su rasgo singular para convertirse en lo mismo, y representado por la gura del soberano. 5 Las comuni- dades polticas, desde los griegos hasta nosotros, a pesar de sus diferencias, tienen al menos un rasgo en comn: siempre han recurrido a una u otra forma de amistad, 6
pensada metafsicamente, para fundamentar la comuni- dad poltica extraa palabra si analizamos que den- tro de los conceptos polticos tradicionales no aparece 55 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR el trmino de amistad. En todos los casos, esa comu- nidad de amigos, de iguales, es una delimitacin de lo que se incluye y, por lo tanto, de lo que se excluye. Remite al establecimiento de una frontera idealmente impermeable, pero que en realidad dene el atributo so- bre aquellos que estn dentro y los que estn fuera. La formacin de la comunidad tradicional es, entonces, la decisin sobre qu o a quines se va a excluir. Nos preguntaremos entonces qu es una decisin y quin de- cide. Si pretendiramos responder a esta cuestin, sera preciso establecer una demarcacin idealmente perfecta, algo as como el equivalente poltico de la identidad, de la sustancia en el sentido metafsico o, en otra variante, de la destruccin y borramiento de una comunidad en benecio de otra, como la que llev a cabo el Estado alemn con el pueblo judo. 7 En este sentido, valdra la pena recordar que el exterminio acometido por los nazis fue perpetrado en nombre de la comunidad. Sin duda, esta obra mortal puso trmino a toda posibilidad de re- posar sobre ningn dato el ser-comn. La comunidad no es una sustancia ni un sujeto, no es un ser-en-co- mn que pueda ser el designio y el cumplimiento de un proceso, ni mucho menos de un progreso. La comuni- dad poltica es un ser-con, que solamente acaece, o como escribiera Nancy, es el acaecimiento mismo; por ello, la comunidad es ms un acontecimiento que un ser. 8 En esta preocupacin inscribo mi inters por abordar hoy el estar-con, la comunidad por venir, allende el ser pensado como identidad. El proyecto Humanista de la Ilustracin perdi su razn al abrir una profunda grieta entre el nosotros 56 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA excluyente y un ustedes colocado bajo el signo de la sospecha, el estigma y el rechazo. Dio vuelta a la pgina y sign una comunidad preocupada por delinear la re- presentacin de un nosotros, atrincherado bajo la lgica de la identidad que se apropiaba del destino de todos los hombres, incluido el que conduca al exterminio. A la sombra de esta miseria, lo por venir de la comunidad, de vivir juntos, no puede estar marcado por un nosotros que suponga el derecho a la propiedad del futuro, pues desde que hay lo Uno, hay asesinato, herida y trauma- tismo, 9 sino por la llamada a no-contenerse-en-s, por el anuncio de la experiencia que vibra donde la comu- nidad se ala y des-une, ensambla y disloca, des-unin que se mantiene por el origen siempre pospuesto, por la ausencia de condiciones de pertenencia que impiden la exclusin, por el carcter no representativo de realidad alguna. El origen no se da sino en la forma del propio apartarse, el primer origen siempre va seguido de cual- quier otra cosa que lo origina, como defecto del origen. Es al mismo tiempo, origen y no-origen, dira Derrida. Es un continuo presentarse que nunca puede presentarse a s mismo. Es, precisamente, lo irrepresentable. Por ello, un rasgo de la comunidad por venir, de su imposibili- dad, est anclado en esta apora que desfonda el lmite de la representacin: Cuntos somos? Cuenta eso? Y cmo calcular? As se anuncia la comunidad anacortica de aque- llos que aman alejarse. La invitacin os viene de aquellos que no aman ms que separndose a lo lejos. No es eso todo lo que aman pero no aman y no aman el amar, no aman amar, de amor o de 57 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR amistad, a no ser con la condicin de esa retirada. [] Quiz eso es imposible, precisamente. Quiz lo imposible es la nica ocasin posible para algu- na novedad [] Quiz la amistad, si es que la hay, debe dar legitimidad a lo que parece imposible. 10 Cuando la comunidad representa a la unin mediante un vnculo mtico que toma como fundamento de su ser- en-comn, 11 otorgndose un clculo, un nombre propio, termina por denirse como la suma y presentacin de sus miembros y niega el exceso que ella misma contie- ne. 12 Sucede un proceso de secularizacin donde el gesto cvico queda aturdido por su propia misticidad haciendo fracasar la intimidad en el momento en que intenta ser revelada. Su nombre propio es oscurecido al sintetizar el acuerdo de voluntades libres en un vnculo, en torno al cual se asimilan los espritus en la grandeza de un cuerpo, convirtindose en obra de falsarios. A esta forma de co- munidad se adhiere un segundo sentido del vnculo, liga o unin: el contrato. Esta alianza impele a la conanza anticipada, la creencia devenida en crdito, la fe puesta en conjunto. El articio creado en esta representacin de la pertenencia ya no es mstico, sino que su enigma es el secreto de la conanza y este secreto es la conanza mis- ma. 13 Lo que aqu establece el vnculo, es la observancia y guarda de este secreto incomunicable que compromete a sus miembros a asegurar el hermetismo de la conden- cia que deviene en segregacin. Sin embargo, la ilusin de esta comunidad inmanente, receptculo del sujeto verdadero, se ve enfrentada, una y otra vez, al exceso. Un exceso que le impide fundirse en la unidad, que viene a 58 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA conrmar sus lmites, que es donacin, inicio inapropia- ble e irrecuperable de todo sentido; abertura que se opo- ne a lo concluido. En este enfrentamiento con el exceso, la comunidad tradicional retorna a s misma ensayando dispositivos como el miedo para re-unicar a sus partes, pone en juego los vnculos msticos y contractuales de unin con rostros habitados por la angustia y el miedo. Pero, al nal, slo consigue una comunidad re-unida por el estallido de una risa que se burla del estrechamiento insoportable de la prdida de todo lmite. 14 Despus de todo, la vida en comn no puede circuns- cribirse a sistemas cerrados, asignados desde la raciona- lidad de los lmites. Hay una energa, una potencia que sacude estos lmites del abandono, del aislamiento, y hace detonar remolinos que agitan a las fuerzas ordena- das liberndolas de aquello que las haba sujetado. 15 El ser-con no es otra cosa ms que la enunciacin de la irre- presentabilidad. A fuerza de mirar, de sentir y percibir, la energa excedente nos toma por sorpresa. Disimulada, destruida, prohibida o reprimida, escamotea las mrge- nes de la representacin idealizada de la comunidad. El miedo, la indiferencia, la apata, el aburrimiento, son tan slo algunos sntomas donde se percibe que aquello que me une al otro es la cercana de la distancia surgida entre los dos, las dicultades que renacen cada vez, la amena- za de ruptura entre nosotros, el deseo que nos permite ir ms all de lo que el corazn soporta, la sospecha insi- diosa de la traicin, el miedo a sufrir un desgarramiento incesante, todo ello hace de cada hora una mezcla de pnico, de espera, de audacia, de angustia ante el pre- sentimiento de un principio de insuciencia de la comu- 59 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR nidad tradicional. La comunidad no radica, pues, en los lmites que la contienen, sino en el desmembramiento de sus partes. 16 Y esto es lo que abre la oportunidad para imaginar otra forma de la comunidad, una que permanece abierta a lo por venir y que es precisamente a la que quiero refe- rirme en esta reexin. Dir, tentativamente, que lo por venir remite a una condicin abierta al acontecimiento. Y, tomando en prstamo la nocin de acontecimiento en Heidegger, lo describir como aquello que se encuentra anclado a la experiencia pero que, a su vez, se resiste a ser plenamente comprendido y apropiado. 17 Un aconte- cimiento nos coloca frente a situaciones en las que somos incapaces de apropiarnos plenamente de lo que sucede. Y ste es el sentido que se pone en juego en lo por venir de la comunidad. No se trata de una comunidad futura, sino del acontecimiento de la comunidad. Lo retirado en el sentido de retirarse y en el de reparar del rasgo original. 18 En este trayecto es hacia donde propongo aventurarme con el arcaico nombre de la comunidad como comunidad por venir. Mi hipoteca, y este es el prstamo, la deuda que habita a mi hiptesis, es que los miedos, instru- mentados desde la comunidad tradicional que incluye excluyendo, tornan como fuerza, como potencia, como exceso, para poner en juego el viejo y nuevo nombre del ser-con. Quizs estas palabras inquieten a quienes pretenden salvaguardar la comunidad mediante el ale- gato de la certidumbre y la seguridad, de la opresin y de la violencia totalitaria. Sin embargo, slo basta observar la naturaleza para darse cuenta de que las cosas no ocu- 60 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA rren de un modo predecible. A pesar del progreso, es imposible prever terremotos, huracanes, deslaves, que todo el tiempo nos muestran que la seguridad y la cer- tidumbre que deseamos, no existe. La naturaleza todo el tiempo abre puntos de fuga para romper sus propios lmites. Siguiendo una lectura nietzscheana, diramos que la naturaleza se constituye en la sustraccin de todo nal. Nunca repite su fuerza creadora; cuando interrum- pe sus ciclos, simultneamente, construye y destruye, a la vez que muestra su nitud. Y, en este trayecto, nunca deja de armarse en su propia muerte. Queda desvincula- da de toda lgica binaria para abrirse a la experiencia de la des-creacin, para utilizar la nocin de Simone Weil que establece la ausencia en el centro mismo de la crea- cin, expresada en la parbola de Arjuna donde Krishna dice: Debes saber que, aunque soy su autor (kartram), soy no-actuante (akartram), inmutable [] Los actos no me pertenecen; porque no deseo sus frutos (phala). 19
La naturaleza se maniesta, entonces, en el sentido de una deconstruccin teolgica empujada al extremo de vol- verse su propio opuesto. Encuentra la potencia en la pa- sividad: pasividad para la potencia. Y sta, no es ms que otra forma de enunciar la potencia de la comunidad por venir. Acepcin del lmite, esto es, divisin que separa y a la vez une; aspecto unicador que no une menos de lo que separa: une justamente lo que separa. Y aprovecho esta pausa para convocar la contigidad esencial entre estado de excepcin y soberana estable- cida por Carl Schmitt para indicar cmo se modica lo planteado lneas atrs, cuando los lmites se instrumen- tan desde el articio de la racionalidad de la comunidad 61 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR tradicional (el Estado). Schmitt concibe a la soberana del Estado como una unidad indivisible y absoluta. Sin embargo, donde se expresa el alcance de la soberana poltica es en el derecho que asiste a todo Estado para determinar al enemigo y combatirlo en casos concretos y por la fuerza de una decisin propia no hay que ol- vidar que la lucha real slo se hace patente en la medida en que se da la agrupacin poltica extrema segn ami- gos-enemigos, y es precisamente, la unidad suprema, la que marca la pauta del caso decisivo. 20 Esta nocin de soberana perla la denicin de lo poltico como una decisin constitutiva y polmica. Constitutiva porque su nueva forma exige la conguracin innita de los pue- blos alrededor de una identidad (en la esfera pblica), para oponerse y construirse frente a otros pueblos; y, polmi- ca, porque en ella se establece una agrupacin, dentro y fuera de las arenas estatales, con vistas a un antagonismo concreto entre amigos y enemigos que se maniesta en una relacin de hostilidad. 21 Lo poltico deja de ser mo- nopolio del Estado. En este proceso de dislocacin de lo poltico-estatal se observa un salto de la estructura cerra- da a una no cerrada en la que se ubica un centro que no escapa al juego innito de las diferencias. 22 Lo poltico, paradjicamente, estar dentro del terreno institucional del Estado pero tambin fuera de l. 23 La posibilidad de sealar al enemigo y de decidir cundo y bajo qu cir- cunstancias es necesario luchar contra l, implica que el Estado tiene la atribucin de decidir sobre la vida y la muerte de los hombres. Por ello, la soberana absoluta se maniesta, entre otras cosas, en el derecho que le asiste al soberano sobre la vida y la muerte de los sbditos. 62 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA Esta posibilidad de establecer el lmite entre quin es el enemigo, y combatirlo, incluso hasta su desaparicin f- sica, es lo que le otorga la soberana a un pueblo y si renuncia a esta facultad, dejar de constituir una unidad poltica. Por lo tanto, un soberano podr, o mejor an, deber decidir, al menos en el caso extremo, acerca de la distincin amigo/enemigo, en eso radica la esencia de su soberana y de su existencia poltica. En su Teologa poltica, Schmitt dene a la soberana como aquella que otorga el derecho de interrumpir al de- recho. El soberano interrumpe el derecho apelando a la defensa y proteccin del Estado. Suspende la norma y revela en absoluta pureza un elemento formal espec- camente jurdico: la decisin. 24 El soberano interpone un Estado de excepcin toda vez que decide interrumpir la norma para salvaguardar el poder. Estar-fuera y sin embargo pertenecer: sta es la estructura topolgica del Estado de excepcin y en la medida en que el soberano decide sobre la excepcin, sobre la interrupcin de la norma, se articula, al igual que la topologa estatal, a partir del oxmoron xtasis-pertenencia. 25 La norma puede ser suspendida sin cesar con ello de permanecer su vigen- cia. 26 En esta circunstancia, el soberano, apoyado en un estado de ley que no aplica la norma, pero que al mis- mo tiempo la hace permanecer vigente, introduce una zona de anomia 27 para hacer posible la normacin efec- tiva de lo real interrumpido: el Estado de derecho. En este trayecto, como seala Agamben, el estado de ex- cepcin deviene en la forma corriente de nuestras socie- dades contemporneas. Articio del articio del Estado moderno, donde se rompe el equilibrio entre el derecho 63 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR pblico y el hecho poltico para dar lugar a otro articio: el Estado de excepcin. 28 Accin jurdica y demanda sobre la distribucin equi- tativa del poder, binomio irreconciliable que pone en cuestin la estabilidad de la comunidad moderna, del Es- tado. Frente a esta ruptura, varios dispositivos inmunita- rios se escancian a favor de la supuesta seguridad de los ciudadanos que permiten legitimar un estado de excep- cin que se presenta como alternativa al desequilibrio. Es lcito armar que, tomando algunos elementos de la mortfera experiencia nazi, somos testigos de la normati- vizacin absoluta de la vida a travs de la superposicin de lo biolgico con lo jurdico. 29 El control jurdico y, por lo tanto poltico, sobre los cuerpos sanos o enfermos, au- menta radicalmente y en esta va se va produciendo una mutacin entre la relacin paciente, mdico, Estado. El mdico no asume su responsabilidad frente al paciente, sino con el Estado. Mientras que en el paciente queda depositado el temor y el miedo a perder la vida. En este mecanismo, la vida parece llenar todo el escenario de la existencia y el Estado se instaura como nica entidad capaz de salvaguardarla, pero tambin para decidir sobre ella, incluso, para interrumpirla. Sin embargo, la vida es ms fuerte que el poder como lo demuestra la naturaleza en el sentido de su deconstruccin teolgica: nunca re- pite su fuerza creadora, y nunca deja de armarse en su propia muerte. Y es quiz, por ello, que el soberano no descansa en asediar la vida de sus sbditos mediante el miedo y el horror. Paradjicamente, la comunidad por venir slo existe cuando se interrumpe la estabilidad articial creada por 64 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA el soberano bajo la promesa de liberarnos del miedo y del horror a perder la vida. Al margen de esta interrup- cin, no hay comunidad. No hay ms que el orden de la dominacin, la estabilidad impuesta por un soberano que suspende los derechos de sus ciudadanos para pro- tegerse a s mismo. El acontecimiento de la comunidad ocurre en la exposicin a lo abierto y sta es la hip- tesis que contina rondando en mi planteamiento, en el hueco que se abre en la diferencia entre lo Mismo y lo otro, no es lo Mismo y lo otro, ni lo Mismo o lo otro, sino el entre que une a la vez que separa. Es el vaco que ota. El lmite siempre tenue, frgil y poroso, borrado en el mismo instante en el que se dibuja. Por ello, slo po- niendo en juego a la comunidad por venir, erigida sin proyecto, ni soberana ser posible imaginar otra cara de los miedos contemporneos. Abordar los miedos como potencia de la comunidad por venir, slo tiene pertinencia al interior de un mundo relacional signado por la deformacin de las palabras, del tiempo, del sentir. Es indudable que esa deformacin adquiere el gesto de un peligro inminente al romper con la normalidad y la regla al igual que lo hace el sobera- no para mantener su poder, pero en otro registro. No se trata ya de individuos atemorizados y esperanzados de que los peligros puedan ser alejados y retirados por ellos mismos, sino de la propia dinmica del aconteci- miento que supone la comunidad por venir donde se revierte la lgica individualista frente al miedo a travs de la ruptura de lo conocido, de lo esperado. Lo poltico aqu no se separa de la pasin ni tampoco de la reexin terica sobre la historia, la cultura y la justicia. Por el 65 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR contrario, un anlisis profundo aclara la intencionalidad de sus actos, sus manifestaciones, sus discursos, sus es- trategias. Todo aquello que remite a un camino sin n, a un trayecto siempre por hacerse, a la imposibilidad de decir cmo y cundo concluye la existencia compartida; nos arroja a la inseguridad y al miedo, al lmite de la exis- tencia, al extremo opuesto del peligro gnstico, abriendo un espacio al pensamiento de la comunidad que escapa a la prediccin. Acaso podramos tener tranquilidad si conociramos la fecha y las condiciones de nuestra muer- te? La vida slo existe en el acontecimiento de la muerte. Sin la muerte no habra ms que contacto, contigidad y contagio, pero nunca tacto, propagacin cancerosa de la vida y, en consecuencia, no sera ya la vida; o bien, sera slo la vida, no la existencia. La muerte abre la relacin con el cuerpo vivo. 30 Y esto es algo que escapa al sobe- rano convirtindose en una oportunidad para nosotros. Precisamente porque el poder de los contendientes in- dividuales nunca es absoluto, e incluso quien en forma provisional pierde, siempre tiene la posibilidad de hacer valer sus propias fuerzas remanentes, su resto. La lucha nunca concluye con una victoria denitiva ni con una rendicin incondicional. 31 Ni simetra ni asimetra, sim- plemente lo incalculable. Posibilidad e imposibilidad, amenaza y oportunidad, oportunidad y amenaza, anti- nomias que han acompaado hasta aqu, la cuestin de la alteridad radical, esa que nos arroja a pensar de otro modo que ser a la comunidad por venir; a escudriar una experiencia otra de la responsabilidad tico-poltica; a desprendernos de las amarras de la certidumbre; a com- prender que nadie puede salvarse sin los otros; a recibir 66 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA al que llega a casa incondicionalmente; a la armacin innita de la justicia; a acceder a un ser-comn de otro modo que ser. Antes de todo, hay por venir de la comu- nidad. Pero, un por venir que rebasa toda pretensin de destino y nalidad del ser en comn, es un por venir que se nos da como la experiencia del vivir aqu, es un lugar abierto donde lo poltico retorna y se anida como sensacin en la piel, en el cuerpo. Cuerpo enigmtico, denostado, que est ah para ser descubierto en su expo- sicin, en su extensin. Corporeidad poltica que toma la palabra para asir un discurso mudo y hacerlo resonar como experiencia de la comunidad, sin sustancia, ni or- den, ni origen, slo enmarcado por la tica de la genero- sidad y la interminable apertura que llama y hace venir el llamamiento de un acontecimiento que se resiste a ser plenamente comprendido y apropiado. El rumor de una razn por venir que, ciertamente, no es esperanza teleolgica, no es espera de algo, es el rechazo de esperar nada. Es el instante lleno del pasado y preado de lo por venir. Ni previsin ni impaciencia. Es el llamamiento, no ajeno al otro, ni ajeno al adis, ni ajeno a la justicia, solamente es, todava es, un por venir rebelde al olvido del otro. Llega el tiempo de escribir y pensar la comunidad y su forma paradigmtica de repre- sentacin como el cuerpo desde el alejamiento innito que lo hace nuestro, el cuerpo expuesto en su extensin a la intrusin del otro. 32 Corporeidad sometida constan- temente a la disminucin de la inmunidad para hacer ms hospitalaria la llegada del husped. Sin embargo, la extraeza constitutiva del otro que, supuestamente, nos deja sin defensa en el interior del cuerpo, al igual que 67 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR los virus instalados desde siempre en el organismo, no habita tambin desde siempre en la idea de comunidad? Tal vez, lo que todas las comunidades tienen en comn es la unidad de un fuera de s. Exterioridad que no recurre al poder; a la posesin: slo es relacin de in- terrogacin hacia el otro, dualidad irreducible que nos permite ser-estar-juntos. 33 En este sentido, la comunidad por venir es ya una condicin de lo incalculable por carecer de deniciones a priori, por esbozarse en ese fuera de s, y en ese con- texto, es errneo imaginar que el miedo slo puede ser utilizado como sistema de operacin para adaptar pro- cedimientos de regulacin a las necesidades de unos cuantos. El acontecer de la comunidad, interrumpe los dispositivos creados por las instituciones estatales que sirven para homogenizar los miedos y estimula vncu- los sociales otros, que surgen de la necesidad de seguir viviendo juntos. La comunidad por venir empuja a la amistad a un mandamiento que no manda nada rasgo angustioso y afortunado; no intenta invertir un mun- do viejo, alude a la repugnancia visceral de todo arraigo, a la pertenencia sin proyecto, a la comprensin antes del juicio que anula, a la interrogacin que interrumpe lo dado, al rechazo de todo domicilio jo, a toda soli- dicacin del ser que quiere seguir siendo. El aconte- cimiento de la comunidad nos impele a pensarla desde otra parte, quiz, desde la memoria que arriba a noso- tros para cuestionar lo dicho, como interpelacin, como cuestionamiento, como responsabilidad, como el afuera imposible de articular bajo la Ley de lo nico, por ser portadora de un exceso de sentido. La comunidad deja 68 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA de ser para nalmente ser lo que es: una comunidad por venir y, en este sentido, abierta a todas sus posibilidades, incluso, a lo imposible. 34 Los miedos instrumentados desde la comunidad tradi- cional (estatal), comportan la realizacin extrema del po- der humano, expresada en la jacin nica de sentido, en el borramiento de cualquier gesto de interpelacin. Es el equilibrio quieto entre las partes, derivado del equilibrio con el todo. El resultado de esta explosin desmedida del poder de lo Uno, es que el hombre, de pronto, se encuen- tra abandonado a la indignidad y al sometimiento ciego de una Ley nacida bajo la promesa ilustrada del dere- cho, la igualdad y la justicia que mut en esperpento. Cuando despert, tena la gura de un animal: una ma- ana, despus de un sueo intranquilo, Gregorio Samsa se despert convertido en un monstruoso insecto. 35 Sin embargo, en este despertar del sueo de la razn, los mie- dos tejidos por la comunidad tradicional son impelidos por el resurgimiento de otras potencias, nacidas del propio miedo. Potencias que aparecen, no para restituir su modo original, sino para ponerlo en cuestin. Tales fuerzas in- quieren una relacin que no se realiza como necesidad ni como poder a diferencia del soberano que requie- re de los miedos para restablecer la armona al interior del Estado, como si nos atrajeran hacia un punto en el cual, agotado el aire de lo posible, brindaran una relacin desnuda que no es un poder, sino que precede incluso a toda posibilidad de relacin. 36 Retornan para cuestionar aquella idea de la comunidad donde los intereses del individuo y la comunidad, nalmente se reconciliaban. Uno y otro miedos, habitantes de la comunidad, in- 69 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR terrumpen el vertiginoso movimiento circular de la Ley del retorno de lo Mismo, 37 arrojndonos a una relacin otra, construida en la juntura, donde convergen la uida pesadez, la dualidad irreducible e irreconciliable; la trans- parente densidad; el ritmo innitamente variado; liados a un tiempo destructor que desanuda todas las ilusiones y los falsos consuelos humanos. La comunidad slo puede estar anclada al enigma de lo por venir por ser un no-lugar donde se escamotea a los miedos, pues, puede haber miedos en un lugar inexis- tente? Al igual que el pasado, el futuro se disputa una imagen de ausencia, una ausencia cautiva de una ausencia cautivada. 38 Por venir puesto sobre una pgina en blanco que no inscribe sino su nombre en blanco. Saturacin del vaco que nos dej la ausencia, silencio del blanco que no autoriza reposo por mantener al hombre perma- nentemente frente a la muerte, convertida en la nica va para expresarse. La muerte no est aqu vencida, en el sentido que la religin se apresura a dar a esa palabra, la muerte pone en juego a una comunidad poltica fuera de toda propiedad, sin atributo, a la comunidad de los que no tienen comunidad (Bataille); a la Comunidad anacoreta de los que aman alejarse (Derrida); a la Co- munidad inconfesable (Blanchot); a la Comunidad des- obrada (Nancy); para conrmar Otro modo que ser de la comunidad por venir (Levinas). La comunidad deja de ser aquello que sus miembros tienen en comn, de lo que son propietarios, no es ms un territorio que se deba defender y separar de los que no son parte suya; deja de pensarse como un cuerpo, una corporacin, donde los individuos se fundan en un individuo ms grande, 70 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA en tanto se acepta que no hay una interioridad que se relaciona con una exterioridad, sino que es una fuerza en constante transformacin; no se entiende ms como un reconocimiento recproco intersubjetivo en el que to- dos se reejan conrmando su identidad, sino que arroja a la tensin constante entre lo uno y lo mltiple, entre lo mismo y lo diferente, entre lo singular-plural; para devenir en una experiencia siempre por hacerse, en un entrecruzamiento de fuerzas que, sin duda, pertenece a la comunidad. Se trata a la vez de una conjuncin y de una oposicin, de un adelantarse a s mismo para desa- arse y ponerse a prueba, para dividirse en su ser con una separacin que es tambin la condicin de este ser. Comunidad que por su calidad de inasible se torna pe- ligrosa y temible para los detentadores del poder al no dejarse aprehender, al ser tanto la disolucin del hecho social como la obstinacin reacia a reinventarlo con una soberana que la ley no puede circunscribir, puesto que ella la recusa al mantenerse como su fundamento. 39 Re- frendo permanente con mltiples liaciones que impiden identicar un origen, un padre, un testador, refrendar es rmar otra cosa, la misma cosa y otra cosa para hacer que advenga otra cosa. 40 La comunidad deviene por ser un cuestionamiento que hacemos al otro, al ausente y al que est por venir, es una liacin que nunca puede mos- trarse como nica. Si no es mltiple no es liacin. Es el abandono supremo de la nada a la nada misma; abando- no de eso que nunca fue en la claridad o en la oscuridad sino simplemente en la armacin perentoria. En este contrapunto, los miedos arriban en una doble va 41 para cuestionar los lmites de la comunidad tradi- 71 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR cional y, abrir el lugar a la comunidad por venir. Parado- ja de la paradoja, el lugar de defensa de la seguridad y certidumbre, que no es ms que el encerramiento de la comunidad tradicional, deviene en su apertura puesta en juego por un proceso de inmunizacin de los miedos. La comunidad tradicional, con su complejo equilibrio de poderes, es concebida para funcionar desde la normali- dad. En tiempos de crisis, es preciso articular medidas que neutralicen el peligro para que de este modo, vuelva a la tranquilidad. Este es un circuito al que no se puede volver ms que en forma rotativa: el gobierno tendr ms poder y los ciudadanos menos derechos. 42 En este tra- yecto, la inmunidad es una respuesta de proteccin ante el peligro y la compensacin el resultado de la misma, es como vendar una lastimadura como seala Esposi- to. La herida es cubierta, enmascarada, para ser medicada. La medicacin la atena, la calma (despus de todo la compensacin tiene una funcin de consuelo), ayuda a su cicatrizacin, pero al mismo tiempo la destaca y le conere otra realidad. Pero, por otra parte, toda mscara desenmascara. En otras palabras, la cosa que compensa otra cosa opera su mutacin: querindola esconder, la ex- hibe y la instala en la diferencia misma. Y es aqu, preci- samente donde los miedos se sedimentan a travs de un mecanismo compensatorio de sustraccin. Los miedos son vencidos no cuando se expulsan de la comunidad sino cuando de algn modo llegan a formar parte de ella, pues se naturalizan al asumirse como parte de la vida cotidiana. Del mismo modo que el estado de excepcin ha devenido en regla, los dispositivos temporales del miedo mutaron en mecanismos durables y permanentes 72 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA para protegerse de tal imposicin. La comunidad parece hoy estar inmunizada, atrada y engullida por completo en la forma de su opuesto. 43 Esta dialctica homeoptica entre conservacin y des- truccin, entre cura y herida, resulta ruinosa para la co- munidad tradicional toda vez que pretende guardarse en s misma. An ms, es contraproducente respecto de la exigencia en la cual, no obstante, se origina. Y no porque la terapia no mejore la situacin, sino porque se trata de una mejora que al mismo tiempo tambin potencia la enfermedad, ya que est por completo incluida dentro de ella. Esta persistencia de lo negativo en la forma de su cura es exactamente el punto de cruce inmunitario entre los miedos creados por la comunidad tradicional que tra- baja para salvaguardar el poder del soberano y los miedos fraguados en el acontecimiento de la comunidad. La socie- dad se inmuniza contra sus propios miedos. Poco a poco, los individuos comienzan a intuir que las incertidumbres provienen de la incapacidad del soberano para prescribir una accin efectiva y, en este camino, la semntica de la compensacin (del consuelo), se desliza hacia aquella, ms compleja, de la inmunizacin. Cuando se alude a la autorregulacin interna del organismo por medio del in- tercambio de funciones entre partes sanas y enfermas, ya no se trata simplemente de equilibrar algo negativo con algo positivo, sino de la positivizacin de lo nega- tivo mismo. No est ya en juego una medida, o una pon- deracin, sino un entramado y una superposicin entre fuerza y debilidad: un debilitamiento de fuerza funcional para el fortalecimiento de una debilidad y viceversa. En este caso, los miedos no slo se equiparan con lo negativo, 73 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR sino que son puestos en juego para neutralizar la decisin del soberano. Por esto, en contra de todo clculo poltico, social o econmico, los miedos no se reducen a la instauracin de una estrategia de control y regulacin social de lo Uno. Los miedos, en el acontecer de la vida, de la comu- nidad por venir, articulan otras formas de fraternidad y solidaridad, invisibles al soberano que intenta tener una mirada panptica de sus sbditos, pues, en el momento en que se realizan, desaparecen. La mutacin de los mie- dos, deviene en potencia viviente alejada del temor a la muerte. La muerte aqu se inscribe como esa potencia de vida. Si la muerte slo es potencia y nunca instrumento para manipular la existencia, podr entonces anunciar el surgimiento de lo indisponible, de lo otro. Pero, si nada est aqu disponible, es imposible apoderarse de algo. Los cuerpos slo pueden ser tocados en su alejamiento, en la misma distancia (nos toca desde y con la distancia). Esta es la potencia de los miedos otros, simplemente exponen (re-velan) cmo es el ausentarse mismo, el ale- jamiento mismo al que no se puede pensar en tocar (en someter), puesto que son ellos, y slo ellos, quienes nos tocan en lo ms vivo: en el punto de muerte. De ah el carcter inmunolgico de los miedos instaurados por el soberano, no se pueden constituir en los dominadores de los actos y de las ideas ya que se tornan vulnerables a las fuerzas de los otros. No hay clculo seguro de fuer- zas porque el azar, las contingencias y los otros, impiden toda seguridad. 44 Este acontecer de la comunidad, puesto en juego con la inmunizacin de los miedos devenidos en potencia, 74 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA nos arroja a una exigencia poltica de inscribir el noso- tros en una resistencia innita y de mantener viva nues- tra deuda con el derecho, la libertad, la igualdad y la justicia. De interrumpir el articio de una comunidad que slo trabaja para salvaguardar el poder del sobera- no. Surge entonces aqu un pensamiento inquietante a propsito de la deuda. Lo que se escapa o se excluye del encerramiento de s, puede ser rememorado por la deuda de otro. Aceptar el olvido es tambin aceptar que la comunidad no puede contenerlo todo en s misma. Y, como tal, slo por la palabra de otros es posible recordar. Justamente, 45 lo que impide que palidezcan las imgenes del pasado es la mirada y la voz del otro, guardin de la memoria que preserva la cara oculta de las cosas, del pa- sado desdeado por muchos que retorna cuando todas nuestras lgrimas parecan haberse agotado para decir- nos que an somos capaces de llorar. La mejor parte del nosotros est depositada en el otro. Quiz, por ello, lo que convoca a la comunidad es el fuera de s, 46 la juntura habitada por la comunidad de quienes no tienen comuni- dad, el espacio inasible porque no se deja apropiar, no es de nadie y, a la vez, es de todos. El fuera de s, impregnado de una especie de carcter lunar, es el sol que hace brillar por reejo a la comunidad; es el uno que permanece siendo otro para los dems; es la ausencia de todo centro que resiste a la inmanencia de la comunin, pero no a la responsabilidad por el otro, a lo por venir. Comunidad por venir, deudora de Nietzsche en la que el nico lazo posible es el de la no-pertenencia, el de la comunidad anacortica de aquellos que aman alejarse, donde los modos de pensar la poltica transitan el camino 75 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR del des-enlace que impide el cierre de las guras del s mismo y, con ello, permite la apertura a la otredad. Es reconocer que nunca comenzamos solos NOTAS 1 Este texto es de armacin incondicional a la presencia ausen- te de Nietzsche, Derrida, Levinas, Blanchot, Maffesoli, Bataille, Nancy, Duras, Foucault, Esposito, Agamben... Es la amistad, para con el desconocido sin amigos, para el afuera que, mientras ms se retira, cuanto ms est ausente de su existencia, tanto ms se traza en nosotros. Presencia real, absolutamente lejana, cente- lleante, invisible. Palabra de acogida. 2 Maurice Blanchot, La comunidad inconfesable, Arena, Ma- drid, 2002; Emmanuel Levinas, Totalidad e innito, Sgueme, Salamanca, 1999; Jacques Derrida, El otro cabo. La democracia, para otro da, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1992; Georges Bataille, Lo imposible, Arena Libros, Madrid, 2001; Jean-Luc Nancy, La comunidad desobrada, Arena Libros, Madrid, 2001; Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos, Valencia, 2003; Robert Antelme, La especie huma- na, Arena Libros, Madrid, 2001; Marguerite Duras, El dolor, Alba, Barcelona, 1999; entre otros. Estos pensadores nutren mi escritura con su legado toda vez que proponen re-tornar, una vez y cada vez, a la reexin sobre el tema ya viejo, pero an nuevo y problemtico, de la comunidad que nos impele a imaginarla a travs del gesto de la alteridad radical siempre fundado en la irrupcin del yo, en la deuda con el otro; en la relacin con el otro. Gesto que resiste y persiste a toda comu- 76 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA nidad sustancial basada en la propiedad y la plenitud, como huella de su borramiento. 3 Lo por venir de la comunidad se reere a dejar abierta e incompleta su denicin de modo que pueda continuar la argumentacin y la discusin. La comunidad como lugar (no- lugar) abierto al acontecimiento. 4 Las potencias singulares a las que me reero estn en deuda con ciertos giros planteados en la tica levinasiana que muestran esta experiencia como la abertura misma de la vio- lencia de un rostro permanentemente expuesto al y lo otro. (Cfr. Emmanuel Levinas, tica e innito. Madrid: La Balsa de la Medusa, 2000, pp. 72, 83). Visitacin del rostro que pone en cuestin el egosmo del Yo. Cfr. Emmanuel Levinas, La huella del otro. Mxico: Taurus, 2001, p. 72. 5 Jacques Derrida, Canallas. Madrid: Trotta, 2005, p. 31. 6 Jacques Derrida, Polticas de la amistad. Valladolid: Trotta, 1998, pp. 17-42. 7 Susana Ralsky, sobreviviente del Ghetto de Kovno, narra cmo los jerarcas del nacionalsocialismo hicieron lo posible por destruir toda evidencia de su impunidad. Los informes de Heinrich Himmler, jefe de los comandos de la SS, eran contun- dentes: stas constituyen pginas no escritas que jams de- beran ser escritas sobre las glorias de nuestra historia. El ob- jetivo, borrar todo vestigio de memoria. Lo fundamental eran los logros y no los medios para alcanzarlos. Cfr. Susana Ralsky Cimet, Sobre la historia oculta del Ghetto de Kovno en Acta Sociolgica, nm. 26-27. Mxico: Facultad de Ciencias Polticas y Sociales, UNAM, mayo-diciembre, 1999, pp. 93-94. 8 Jean-Luc Nancy, La comunidad desobrada, p. 177. 9 Jacques Derrida, Confesar lo imposible. Retornos, arre- pentimiento y reconciliacin, La losofa despus del holocaus- to. Barcelona: Riopiedras, 2002, p. 86. 10 Jacques Derrida, Resistencias del psicoanlisis. Buenos Ai- res: Paids, 1998, pp. 53-53. 77 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR 11 Esto no signica que la comunidad sea un mito. Como seala Nancy, implica que lo que le da su fuerza y la funda es este vnculo mtico y, por lo tanto, no podra haber comu- nidad fuera del mito. All donde hubo mito, si es que hubo tal cosa o si podemos saber lo que eso quiere decir, hubo, necesariamente comunidad, y recprocamente. Pero enton- ces la interrupcin del mito es tambin, necesariamente, la interrupcin de la comunidad. Cfr. Jean-Luc Nancy, La co- munidad desobrada, p. 109. 12 El exceso de la comunidad le impide fundirse en la uni- dad, viene a conrmar sus lmites, es la abertura que se opone a lo concluido. Es signicatividad, esto es, apertura, donacin, inicio inapropiable o irrecuperable de todo sentido. El exceso es el viraje del rostro levinasiano expresado en la alteridad radical que se establece a travs de la responsabilidad por el otro, en una tica otra, una, en la que el yo tiene siempre una responsabilidad de ms que los otros. Cfr. Emmanuel Levinas, La huella del otro, pp. 82-83. 13 Nancy Jean-Luc, La comunidad afrontada, postfacio en Maurice Blanchot, La comunidad inconfesable. Madrid: Arena, 2002, p. 118. 14 La risa rueda la rueda hacia la razn ulterior haciendo tor- nar la sinrazn de las cosas que poco a poco se haban empapado de razn. (Cfr. Friedrich Nietzsche, Aurora. Madrid: EDAF, 1986, p. 11). Bataille, en Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, se reere a la risa como el gesto orgistico que no se subordina y se burla de toda nalidad, sea material o moral. Cfr. Georges Bataille, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte. Madrid: Taurus, 1979, p. 10. 15 Georges Bataille, La part maudite (prcd de la notion de dpense). Lonrai: Les ditions de Minuit, 2003, p 17. 16 Bataille, Lo imposible, p. 19; Blanchot, La comunidad in- confesable, p. 18. 17 Es la nocin de acontecimiento (Ereignis), desarrollada a lo largo de la obra de Heidegger sobre todo, en las dos 78 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA ltimas dcadas de su vida, cuando las asocia a la esencia de la poesa, el lenguaje y el pensar la que pretendo poner en juego en el abordaje de la comunidad por venir. Cfr. Martin Heidegger, El ser y el tiempo. Mxico: Fondo de Cultura Eco- nmica, 1997, pp. 271-282; Martin Heidegger, Qu es me- tafsica? en Hitos. Madrid: Alianza, 2000, pp. 93-108. 18 Roberto Esposito, Categoras de lo impoltico. Buenos Ai- res: Katz, 2006, p. 23. 19 Baghavad Gt, IV, 13-14. Traduccin tomada de Roberto Esposito, Categoras de lo impoltico, pp. 224-225. 20 Carl Schmitt, El concepto de lo poltico. Madrid: Alianza, 1998, p. 73. 21 Enrique Gmez Serrano, Consenso y conicto. Schmitt, Arendt. Mxico: Centro de Estudios de Poltica Comparada, 1998, p. 52. 22 Jacques Derrida, La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, 1989, p. 385. 23 Concepcin Delgado, El criterio amigo-enemigo en Carl Schmitt. El concepto de lo poltico como una nocin ubi- cua y desterritorializada en Cuaderno de Materiales, Revista de Filosofa de la Universidad Complutense de Madrid, nm. 14, marzo, 2001. Web: <www.losoa.net/materiales/num/ num14/n14d.htm> [Consulta: 15 de abril, 2009]. 24 Carl Schmitt, Teologa poltica. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2001, p. 28. 25 Giorgio Agamben, Estado de excepcin. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2004, p. 75. 26 Carl Schmitt, La dictadura. Madrid: Alianza, 1985, p. 137. 27 Vale recordar que la esencia del judeocristianismo reque- ra un protagonista adulto, fuerte y racional para acceder a la Ciudad de Dios agustiniana. En este trayecto fue preciso borrar toda gura anmica que hiciera emerger el aspecto pagano, ldico y desordenado de la existencia. De esta manera, el bien se convirti en la base, o justicacin ltima del mesia- 79 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR nismo judeocristiano, sobre la que se instauraron las teoras de emancipacin y del universalismo, fundamento del Estado moderno. Todo lo que se opone a esta esencia del bien es arrojado a los connes del mal y destruido justicadamente. Es as que, en su nombre, se realizaron y continan reali- zndose los colonialismos, etnocidios y genocidios que son la marca de identidad del mundo occidental. Cfr. Michel Ma- ffesoli, La part du diable. Manchecourt: Champs Flammarion, 2002, p. 12; Du nomadisme (Vagabondages initiatiques). Paris: Le Livre de Poche, 1997, pp. 126-134. 28 Actualmente existe una opinin muy difundida en tr- minos de que el estado de excepcin constituye un punto de desequilibrio entre derecho pblico y hecho poltico que abre un espacio de incertidumbre y ambigedad entre el mbito poltico y jurdico. Cfr. Franois Saint-Bonnet, Ltat dexception. Pars: PUF, 2001, pp. 16-17. 29 Roberto Esposito, Bos. Biopoltica y losofa. Buenos Ai- res: Amorrortu, 2006, p. 222. 30 Jean-Luc Nancy, Noli me tangere. Ensayo sobre el levanta- miento del cuerpo. Madrid: Trotta, 2006, pp. 71-72. 31 Roberto Esposito, Categoras de lo impoltico, p. 19. 32 Jean-Luc Nancy, La communaut desouevre. Pars: Bour- gois, 2000; Roberto Esposito, Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires: Amorrortu, 2003, p. 94 y ss; Cristina Peretti, La otra escritura del corpus in-mundo, en Anthropos, nm. 205, octubre-diciembre, 2004, pp. 70 y ss. 33 Concepcin Delgado, El fuera de s, en Len Emma (edit.), Los rostros del otro. Barcelona: Anthropos, 2009, p. 133. 34 Dice Bataille: Para captar algo posible en el seno de una evidente imposibilidad, me ha sido preciso representarme primero la situacin inversa. Cfr. Georges Bataille, Lo impo- sible, p. 152. 35 Franz Kafka, La metamorfosis. Mxico: Grupo Editorial Tomo, 2002, p. 11. 80 MA. CONCEPCIN DELGADO PARRA 36 Maurice Blanchot, El libro por venir. Madrid: Trotta, 2005, pp. 50-51. 37 Siguiendo a Cragnolini en su lectura de Nietzsche, se- alar que el eterno retorno es una decisin, no una idea que se lee, es una hiptesis paradjica en la que la armacin es la negacin del contenido de lo que se arma. Cfr. Mnica B. Cragnolini, Moradas nietzscheanas. Del s mismo, del otro y del entre. Buenos Aires: La Cebra, 2006, p. 25. 38 Edmond Jabs, Un tranger avec, sous le bras, un livre de petit format. Pars : Gallimard, 1989, p. 12. 39 Maurice Blanchot, La comunidad inconfesable, p. 59. 40 Jacques Derrida, La hospitalidad. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2001, p. 47. 41 Planteo la doble va en trminos de la propuesta derri- diana. 42 in time of crisis a democratic, constitutional govern- ment must be temporarily altered to whatever degree is ne- cessary to overcome the peril and restore normal conditions. This alteration invariably involves government of a stronger character; that is, the government will have more power and the people fewer rights. Cfr. Clinton Rossiter, Constitutional Dictatorship: Crisis Government in the Modern Democracies. London: Princeton University Press, 1948, p. 5. 43 Roberto Esposito, Immunitas. Proteccin y negacin de la vida. Buenos Aires: Amorrortu, 2005, p. 19. 44 Mnica B. Cragnolini, Moradas nietzscheanas, p 25. 45 La palabra justicia no es utilizada slo como un conec- tivo para unir la estructura de la frase. Particularmente, me interesa subrayar que la justicia no slo implica un llamado a la obligacin de hacer cumplir la ley sino que la justicia trasciende la esfera de la negociacin social y la deliberacin poltica; se sita ms all de las fronteras de la poltica, como su exigencia inagotable. Al respecto, Derrida apunta: El de- recho no es la justicia. El derecho es el elemento del clculo y 81 EL MIEDO Y LA COMUNIDAD POR VENIR es justo que haya derecho; la justicia es lo incalculable, exige que se calcule con lo incalculable; y las experiencias aporti- cas son experiencias tan improbables como necesarias en la justicia, es decir, momentos en que la decisin entre lo justo y lo injusto no est jams asegurada por una regla (Cfr. Jacques Derrida, Fuerza de ley. El fundamento mstico de la autoridad. Madrid: Tecnos, 1997, p. 39). De ah, que la justicia haga venir al gesto de la responsabilidad y la deuda asumida como aquella que responde del y por el otro. 46 Michel Foucault, El pensamiento del afuera. Valencia: Pre- Textos, 2004. BIBLIOGRAFA AGAMBEN, Giorgio, Estado de excepcin. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2004. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos, 2003. ANTELME, Robert, La especie humana. Madrid: Arena Libros, 2001. BATAILLE, Georges, La part maudite (prcd de la notion de d- pense). Lonrai: Les ditions de Minuit, 2003. Lo imposible. Madrid: Arena Libros, 2001. Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte. Madrid: Taurus, 1979. BLANCHOT, Maurice, El libro por venir. Madrid: Trotta, 2005. La comunidad inconfesable. Madrid: Arena Libros, 2002. CRAGOLINI, Mnica B., Moradas nietzscheanas. Del s mismo, del otro y del entre. Buenos Aires: La Cebra, 2006. DELGADO, Concepcin, El fuera de s, en Len Emma (edit.), Los rostros del otro. Barcelona: Anthropos, 2009. 82 MA. 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Actualmente es miembro de la Junta de Gobier- no de esta casa de estudios. 86 REN MILLN moderna. Debido a que en su origen, esta fue considerada un producto de la Ilustracin y de la accin consciente de los hombres, su discusin remite irremediablemente a los procesos de racionalizacin social, a las formas de inte- raccin humana y a los recursos con que contamos para construir un futuro ordenado y ms justo; remite, es decir, a los males que necesitamos erradicar y a los medios que precisamos incorporar para mantener de manera relativa- mente articulada o por lo menos fuera de un punto de colisin racionalidad, convivencia social y tiempo. Desde luego, el grado de exigencia sobre esa articula- cin est mediado por aspiraciones de muy distinto tipo y por visiones econmicas, religiosas, morales o incluso parroquiales. Esas mediaciones generan reacciones con- trastantes, ambiguas y hasta encontradas. Hay sociedades no occidentales que aceptan de buen grado el desarro- llo de enormes estructuras urbanas y la promocin del automvil como signos de modernidad y sin embargo registran con alarma cualquier seal de emancipacin de la mujer porque la consideran un acto atentatorio a cier- tas tradiciones. En otras partes del mundo, en cambio, se muestran preocupadas por el desorden urbano y la irra- cionalidad del uso del automvil; encuentran asimismo inadmisible la situacin de las mujeres musulmanas pero se reservan cierta tolerancia ante la que priva entre las que habitan en sus localidades. En estas mismas socieda- des conviven dimensiones cientcas insospechadas con pensamientos mgicos o religiosos. No obstante esa clara ambigedad, a la variedad de manifestaciones sociales que resultan de la modernizacin, se les exige un consi- derable grado de articulacin y coherencia. 87 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD Reexivamente, esa demanda de coherencia es plau- sible slo si se apoya en caprichosos cortes temporales: a la modernidad se le compara con el pasado, o se le contrasta con un futuro todava inexistente, pero muy pocas veces se le entiende como un punto de conexin entre esos dos tiempos. Esa desconexin temporal pro- picia que quien observa con horror el presente y el futuro que puede contener valorice nostlgicamente el pasado; y quien aprecia el presente sostenga una vi- sin romntica del maana. Para unos, el presente es el rompimiento abrupto de las posibilidades contenidas en el pasado; para otros, es un antecedente innegable de un futuro mejorado. Por eso, la modernidad puede ser leda con un optimismo atroz o con una nostalgia corro- siva. Es comprensible, entonces, que el debate sobre ella convoque por igual a optimistas y apocalpticos que a crticos y apologticos. La incertidumbre es una visin sobre la modernidad. Aunque no son sinnimos, ni trminos intercambiables, el miedo y el riesgo pueden implicar incertidumbre o al menos remitir a ella. Tambin ellos son formas de ob- servar lo moderno. Todos son, desde luego, reales y su importancia para comprender la vida de hoy es incues- tionable. Sin embargo, por su naturaleza no pueden ser observados de la misma manera que un pavo real o un terremoto. Al ncarse como claves de lectura de la mo- dernidad, encuentran el espacio para convertirse en una crtica estructural de la misma. Y en ese espacio se en- trecruzan, como he dicho, visiones que tien el anlisis de rasgos brillantes e ingenuos; conservadores y crticos; nostlgicos y apocalpticos; todo, en un ujo argumen- 88 REN MILLN tativo que no distingue siempre la diferencia entre un polo y el otro. Al menos en parte, esa confusin obedece a que normalmente razonamos como si la sociedad, la comunidad y el individuo estuvieran parados en medio de un mar innitamente abierto, fuente inagotable de incertidumbre y riesgo, de miedo. Solos y totalmente desamparados. No obstante, todos entendemos que una situacin semejante sera insoportable. En ese marco, esta disertacin propone tres alegatos centrales: a) salvo casos excepcionales, de manera aso- ciada a su crecimiento se generan mecanismos sociales que disminuyen, as sea relativamente, la intensidad del efecto disruptivo que provocan la incertidumbre, el riesgo o el miedo. Los mecanismos pueden tener distin- ta naturaleza: cultural, interactiva, cientca, simblica. Como es obvio, la diversidad de naturalezas no implica que exista una especie de covarianza perfecta entre in- cremento y reduccin de dicho efecto. Ms bien pueden registrarse grandes desfases. b) Esa cara de la moder- nidad viene en ocasiones olvidada, suspendida de la ar- gumentacin, porque se le analiza desde ciertos ngulos que dan una visin romntica del pasado. c) Bajo esa nostalgia, razonan como si no existiese ninguna solucin de continuidad entre las dicotomas que han marcado a la modernidad, por ejemplo, individuo-colectividad, so- lidaridad-inters, inseguridad-seguridad. Estos alegatos deberan quedar establecidos en el desarrollo que sigue. 89 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD EL RESURGIMIENTO DE LA INCERTIDUMBRE Ms all del paraso, la humanidad ha vivido acompaa- da por la incertidumbre. Podemos imaginar el estupor del primitivo ante la inmensidad de un mundo que lo transgrede y amenaza, ncado en reglas que no com- prende. Podemos imaginar tambin sus tibios intentos por dominar al menos el espacio inmediato donde ha- bita. Bajo una imagen semejante de desamparo, Freud arma que el sufrimiento humano y la angustia que produce surge del reconocimiento de la supremaca de la naturaleza, de la implacable caducidad de nuestro cuerpo y de la limitada eciencia que mostramos al re- gular las relaciones humanas, agrupadas en mbitos fa- miliares o ms amplios como el Estado. Una sensacin semejante de incertidumbre proviene tambin del saber- se solos o de la conciencia de la muerte. Hay un fuerte vinculo entre tiempo e incertidumbre, y a ese vinculo lo hemos designado como futuro. Sociolgicamente, la incertidumbre su percepcin y experiencia es producto de la conciencia de que no controlamos el mundo. Se presenta en la inmediata rela- cin entre el individuo, colegiado o no, y sus entornos. Su redescubrimiento como clave de lectura de nuestro tiempo al igual que el del riesgo obedece al registro de una nueva etapa de la modernidad. En el mbito de la retorica de esa etapa, las perspectivas conservadoras y progresistas parecen coincidir en que se distingue, al menos, por dos caractersticas: de un lado, nos encontra- mos habitando una sociedad pos-industrial, posmo- derna, compleja, global o como se designe que ha dado 90 REN MILLN evidencia del fracaso de los fundamentos del proyecto iluminista, 1 ncado en la razn, la tcnica y la ciencia o, en tal caso, los ha vuelto incapaces de conducirnos, por ellos mismos, en la agobiante tarea del progreso, la justi- cia y la seguridad. Del otro al parecer se han deshe- cho las grandes estructuras producto de la primera mo- dernidad, los slidos colectivos sociales, institucionales y axiolgicos, que permitan sostener amplios campos de convivencia e interaccin solidaria, construir decisiones colectivas que generaban seguridad y ponan lmites a la mera racionalidad tcnica o mercantil. Es una nueva conciencia de nuestra fragilidad. El presente es inseguro y el futuro se ha vuelto, como nunca, incierto. En este sentido, Son la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban nuestros temores ms profundos e insoportables. La inseguridad y la incertidumbre nacen, a su vez, de la sensacin de impotencia: parece que hemos dejado de tener el control como individuos, como grupos y como colectivo. 2 En esas condiciones parece ser comprensible que: El pro- greso, en otro tiempo la manifestacin ms extrema del optimismo radical y promesa de una felicidad universal- mente compartida, se ha desplazado hacia el otro lado Ahora el progreso representa la amenaza de un cambio implacable. 3 De una manera similar a como en el si- glo XIX la modernizacin disolvi la sociedad agraria y elabor la imagen estructural de la sociedad industrial, la modernizacin disuelve hoy los contornos de la so- ciedad industrial, y en la continuidad de la modernidad surge otra gura social. 4 Es, como se sabe, la sociedad del riesgo: 91 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD En la modernidad desarrollada, que haba surgi- do para eliminar las debilidades del nacimiento y permitir que los seres humanos obtuvieran me- diante su propia decisin y actuacin un lugar en el tejido social, aparece un nuevo destino ads- criptivo de peligro este destino se encuentra bajo el signo del miedo y es un producto de la modernidad, y adems de su estado mximo de desarrollo. 5
Los medios cognitivos, sociales, tcnicos y cientcos que antes remaban en nuestro favor nos han colocado hoy en una situacin permanente de riesgo. La velocidad y la complejidad de la tecnologa impiden a la ciencia trazar un cuadro explicati- vo coherente y completo, y dar un respuesta a problemas aplicados: qu sucede si tomo el me- dicamento? Nuestra capacidad de actuar, pro- duciendo cambios duraderos e irreversibles, est hoy ms desarrollada que la capacidad de prever los efectos de nuestras intervenciones. Se navega sin brjula La naturaleza del riesgo asume as connotaciones nuevas e inquietantes. 6
Habra, pues, una zona opaca e innegable en el ejercicio aplicado del conocimiento: el reverso de la na- turaleza socializada es la socializacin de las destrucciones de la naturaleza. 7
La incertidumbre de la nueva modernidad contrasta con las promesas de seguridad y autocontrol del futuro que nos ofrecieron el Iluminismo y la sociedad industrial clsica. Para Bauman podemos ms o menos reconciliar- nos con nuestra fragilidad frente al cuerpo o la natura- 92 REN MILLN leza pero no con la desdicha que tiene origen social, debido a la simple premisa de que cualquier cosa hecha por seres humanos puede ser rehecha por seres huma- nos. 8 Para l, esa conviccin hace insoportable la in- certidumbre. La profunda sensacin de inseguridad de nuestro tiempo no proviene, como podra pensarse, de una falta de proteccin sino de lo incierto que resulta su ex- tensin y ecacia. 9 Es una sensacin semejante a la del usuario de seguro que no conoce bien la profundidad y calidad de la cobertura que contrata. Esa conciencia genera enorme inquietud en un mundo que se ha orga- nizado en torno a la bsqueda innita de proteccin y al anhelo frentico de seguridad. En otros trminos, pese a ser un rasgo estructural de la vida contempornea, la incertidumbre su experiencia es tambin relativa: depende de nuestros estndares y de nuestros anhelos de una vida con calidad. Es incontrovertible que la moder- nidad socializ frente al pasado la idea de que era posible una sociedad que cumpliese con las expectativas ms altas de seguridad y proteccin. Pero algo ha suce- dido, una nueva etapa se ha hecho presente.
LO NUEVO Y LAS VISIONES DE LA SOCIEDAD La relacin entre nueva modernidad e incertidumbre se expresa claramente en tres visiones distintas sobre la so- ciedad: la lquida, la del riesgo y la compleja. Para Bauman, la nueva sociedad representa el paso de la fase slida de la modernidad a la lquida. Ese paso supone el ingreso a una condicin en la que las estruc- 93 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD turas sociales pierden solvencia, se vuelven lbiles. Las estructuras que delimitan las elecciones individuales, las instituciones que garantizan la transmisin de valores, que encadenen culturalmente generaciones, los par- metros de comportamiento que facilitaban interacciones comprometidas con los otros, as como las estructuras polticas que daban seguridad ya no pueden mantener su forma porque no cuentan con el tiempo necesario para asumirla. La globalizacin y la expansin de los pro- cesos de racionalidad conforme al mercado, fuertemente asociados a ella, resultan ser sin mediacin la causa de todos esos males. Esa asociacin nca mbitos de ac- cin supranacionales e impone a las distintas sociedades una dimensin temporal absolutamente vertiginosa, ca- paz de desquiciar sus instituciones locales y sus ritmos. De la nueva velocidad del tiempo brota incertidumbre aguda. Bajo ese principio general, Bauman dene la fase lquida mediante cinco caractersticas. 1. La improbabilidad de la permanencia de estructuras. Dada su escasa esperanza de vida, las actuales estruc- turas no pueden operan como marcos de referencia para denir estrategias de largo plazo, para construir un proyecto coherente y consistente. Esa imposibi- lidad se verica tanto en la vida general como en la de cada individuo. 2. La separacin entre poder y poltica. En la etapa sli- da su unidad se daba bajo el Estado-nacin. En cam- bio, gran parte del poder que se requiere hoy para actuar con eciencia se ha desplazado al espacio glo- 94 REN MILLN bal. En la medida en que segn las percepciones clsicas la poltica se realiza slo en el espacio del Estado y su institucionalidad, lo global aparece como polticamente incontrolable. De un lado, los poderes globales, ausentes de control poltico, se convierten en una fuente inagotable de profundas y, en princi- pio, indomables incertidumbres; del otro, el vacia- miento de poder que el mbito local sufre, conduce a una creciente prdida de importancia de las institu- ciones polticas. En tales condiciones, el Estado tiende a desentenderse de sus tareas de proteccin social y a delegar esas obligaciones en otras instancias. 3. La reduccin de los seguros pblicos y la dilucin de la comunidad. Sin el sostenimiento del Estado y sin esos seguros, que cubran el fracaso y la mala fortuna individual, [se] priva a la accin colectiva de su antiguo atractivo y [se] socava los funda- mentos de la solidaridad. La palabra comunidad suena cada vez ms vaca de contenido Los vncu- los humanos devienen cada vez ms frgiles y se aceptan como provisionales. La exposicin de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes, suscita y promueve la divisin y no la unin. 10 Ante la muerte de la comunidad, la socie- dad se representa como una red y no como una estructura, como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un nmero innito de permutaciones posibles. Resultara, entonces, que sin unidad comunitaria, sin solidaridad, no habra sociedad slida. Es en este presupuesto que 95 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD Bauman basa gran parte de su interpretacin de la modernidad contempornea. 4. El colapso de la planeacin a largo plazo. El debili- tamiento de las estructuras imposibilita el ejercicio del pensamiento, la accin y la proyeccin de lar- go plazo, reduce la historia poltica de la sociedad y la biografa de los individuos a un serie innita de episodios, uno tras otro, resistentes a ser articulados bajo un sentido general, claro y conexo. En esa frag- mentacin de la vida, cada evento nca, en principio, una serie de oportunidades ante las cules se precisa poner en marcha nuevas habilidades y reorganizar los recursos con que se cuenta (materiales y afectivos). En ese ujo, la incertidumbre radica en que el apro- vechamiento de un evento no garantiza el xito en el siguiente; el cual, adems, ya est ah. As, olvidar, improvisar, puede resultar ms ventajoso que repetir jugadas pasadas o guiarse por estrategias aprendidas. El corto plazo nos propone que el aprendizaje previo vive bajo la amenaza de ser rpidamente obsoleto. 5. La debilidad del individuo frente a sus elecciones. En medio de un mundo extremadamente voltil, el indi- viduo no est en grado de asumir la responsabilidad que le han impuesto: soportar, l solo, las consecuen- cias de sus elecciones. Los riesgos de cada eleccin estn ms all de la capacidad de accin individual. Ante esa fragilidad, la virtud socialmente reconoci- da es la rapidez para ajustar tcticas, para abandonar compromisos y lealtades, para aprovechar oportuni- 96 REN MILLN dades en vez de actuar conforme a las preferencias personales. El oportunista, en una palabra, es el nue- vo prototipo del individuo moderno. Estos cinco puntos que describen casi grcamente la liquidez de la sociedad de hoy, adelantan algunos ele- mentos clave del cdigo de interpretacin de Bauman. Su cdigo le determina una declarada nostalgia por la re- presentacin romntica de la primera modernidad y de la sociedad industrial, y lo induce a conducir el anlisis como si no hubiese delimitacin alguna para el miedo o la incertidumbre, no obstante que le resulte indiferente especicarles su intensidad y extensin. Cmo la mayora de los cdigos, el suyo procede mediante distinciones que aqu, sin embargo, son consideradas como polarizaciones no reconciliables. La primera de ellas es slido-lquido. Lo slido es la estructura (y viceversa), es lo estable y persis- tente. Como no existe un concepto para designar la no- estructura, lo lquido permanece obstinadamente como lquido, es lo uido o lo efmero, o cualquier otra metfo- ra similar. La no-estructura es indesignable. Quizs no exista mejor ejemplo de la liquidez que el agua, la cual no obstante su naturaleza se agrega y se fusiona median- te una estructura molecular precisa y persistente. Pocas cosas son tan efmeras como las burbujas de jabn y de todos modos se conforman mediante un diseo estructu- ral bien denido. La estructura de las gurillas de papel es extremadamente dbil pero innegable. El lenguaje y la comunicacin suelen ser uidos y reeren a estructuras semnticas compartidas, comunitarias. No hay razn para pensar que toda estructura es, por s, estable y persistente 97 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD en el tiempo, como no lo hay para volver irreconciliables lo lquido y lo slido. La importancia que Bauman concede a las grandes estructuras, macizas y tangibles, surge del hecho de que para l de manera muy cercana al determinismo slo ellas, porque acotan posibilidades, son capaces de ncar un sistema que oriente el actuar y el decidir (agre- garamos, de manera correcta). Esa atribucin, de cierto tono conservador, rige la aparente virtud analtica de las restantes dicotomas: Estado-mercado, comunidad-indi- viduo, solidaridad-infortunio individual. El argumento es igualmente simple: slo un Estado slido nca una comunidad robusta, sin ella, a su vez, no hay solidari- dad ni consecuentemente proteccin para los individuos, ni estmulos para la accin colectiva. Es vulgar referir el dato de que sobran evidencias empricas, en diversos tiempos y lugares del planeta, para constar que los es- tados por ms estructuras que sean no promueven siempre buenas comunidades ni se dedican a cultivar la solidaridad y la valoracin de los vnculos humanos. Esas mismas evidencias se encuentran tambin en es- tructuras ms pequeas: sindicatos, instituciones polti- cas, iglesias, 11 familias. El trmino solidaridad tiene un tono extremada- mente emotivo en Bauman y lo introduce como si fuese una incuestionable negacin de todo comportamien- to a n al mercado, al intercambio y al inters propio. Moln ha demostrado que la solidaridad tiene distintas estructuras de reciprocidad, no siempre en equilibrio. 12
Adems, est plenamente constatado que la solidaridad implica intercambio (como en el don) y admite compor- 98 REN MILLN tamientos racionales y calculados en trminos de tasas de retorno. 13 La maa es un ejemplo de eso y, adems, una inquietante prueba de que no toda comunidad so- lidaria es fuente de virtudes inagotables. Para decirlo en trminos ms precisos: la comunidad y la solidaridad no son siempre los mejores indicadores de una cohesin so- cial deseable. El extendido prejuicio que identica la in- dividualizacin con la pura y llana disgregacin social, se apresura a olvidar que aquella tambin produce grados de libertad, en el actuar y en el decidir, 14 y que bajo esas nuevas adquisiciones se puede reconstruir la relacin in- dividuo colectivo en diversas comunidades familias, grupos de pares. 15 No hay, entonces, ninguna dicotoma insalvable, y a priori, entre individuo y colectividad. La interpretacin de las anteriores distinciones como dicotomas irreconciliables, evita cualquier complicacin en el anlisis: la estructura slida, el Estado, protege, inte- gra, solidariza y orienta, da certeza. En cambio, lo lquido, es decir el mercado, dispersa, desampara, individuali- za, es incertidumbre pura. La certeza est en el marco de la nacin, la incertidumbre en el de la globalidad. Como se aprecia, el esquema tiene todos los elementos que for- man parte de la retrica de la crtica al neoliberalismo y que fascinan a ciertos sectores polticos e intelectuales. La preeminencia que Bauman otorga a la seguridad suspende el problema de la libertad individual en la medida que la considera una imposibilidad factual. Del mismo modo que Bauman est pensando en el periodo neoliberal ligado al ciclo de reformas al Estado y a la seguridad pblica, Beck tiene en mente a Chernobil y otras tragedias cuando reexiona sobre la sociedad del 99 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD riesgo. La sociedad del riesgo tiene dos distinciones b- sicas con la industrial. La primera reere, precisamente, al lugar que ocupa el riesgo: mientras en la industrial la lgica de la produccin de riqueza domina la lgica de produccin de riesgos, en la sociedad del riesgo se in- vierte esa relacin. La otra a su distribucin: los riesgos de hoy no se limitan a lugares y grupos, sino que contie- nen una tendencia a la globalizacincon lo cual surgen amenazas globales. 16 Cinco caractersticas conguran la nueva sociedad: 1. Los riesgos son una percepcin social y tienen una dependencia respecto del saber. Los riesgos que se generan en el ms avanzado desarrollo productivo, no son identicables por la mera percepcin huma- na, tal y como sucede con las partculas en el aire o la radioactividad. Por eso, el dao asociado a ellos es impreciso, est sujeto a interpretaciones no obstan- te que pueden tener consecuencias irreparables. En ese sentido, slo se establecen en el saber cient- co o no, es decir, en el estar enterados sobre ellos. Los riesgos pueden ser dramatizados o disminuidos, pero estn agudamente expuestos a procesos sociales de denicin, dependen de su signicacin social. Mientras que la educacin, los ingresos, son para el individuo bienes consumibles, el reparto de riesgos siempre est mediado argumentativamente. 17 De esa manera, las alertas sobre cualquier peligro nunca son reducibles a meras armaciones sobre hechos. Con- tienen constitutivamente tanto un compromiso te- rico como normativo. 18 Por ello, el riesgo precisa ser 100 REN MILLN entendido causalmente como un producto del modo industrial de produccin y como un efecto sistem- tico de la modernidad. De esa manera, su reconoci- miento social reere a los los actores y a las instan- cias del proceso de modernizacin. 19 Una mujer que da leche contaminada de DDT est en relacin directa con la industria qumica y con el comercio agrcola. 2. La denicin de riesgos rompe la racionalidad cien- tca. La racionalidad social implcita en su identi- cacin rompe con la ciencia como nico criterio de veracidad. El inters de los diversos grupos, sus percepciones y preferencias, intervienen en la de- nicin social de los riesgos. Slo mediante esa lgica se pueden trazar lmites a lo que es daino o no: cunto plomo podemos soportar? Ante tales pregun- tas, la ciencia no puede objetivamente determinar el riesgo del riesgo, el dao, y eso la debilita ante la racionalidad social. La ciencia acierta slo a indicar posibilidades y mediante esa imprecisin se vincula informalmente con la poltica, la economa y la mo- ral. Tal situacin precisa una referencia axiolgica para la delimitacin de los daos posibles. 3. El saber adquiere un nuevo signicado poltico. La condicin estructural de peligro de la sociedad mo- derna, institucionaliza un cierto saber sobre los ries- gos que sin embargo revela el conicto en torno a la precisin de los mismos. El efecto social de las deniciones de riesgo no depende de su consisten- cia cientca. 20 De esa manera, se llega a una super- 101 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD produccin de riesgos que en parte se relativizan, en parte se disputan mutuamente la supremaca. 21
Mientras que determinados grupos argumentan la lnea causal entre produccin e industrial, del otro lado se generan bomberos de la argumentacin que apagan esas cadenas causales. A esa lucha se agrega una variedad innita de posiciones individuales. En tales condiciones, aquello que corresponde se hace impreciso, el bien comn se torna confuso. Sin embargo, la pluralidad de interpretaciones queda so- brepasada por un hecho: los gobiernos con el apoyo de la ciencia expiden permisos para la produccin de venenos no peligrosos. 22
4. Se politiza la naturaleza. La superacin de las causas del riesgo, llevan a considerar a la naturaleza con una dimensin poltica. En ese contexto, la opinin pbli- ca y la poltica misma estn en posibilidad de inuir en el mbito de decisiones de las empresas, en la pla- nicacin de la produccin, en el tipo de materiales y equipamiento. En la politizacin de la naturaleza se hace claro que el centro de la pugna es establecimien- to de lo que viene asumido como riesgo. Se trata, en otras palabras, no solo de la salud de la naturaleza y del ser humano, sino de los efectos econmicos, sociales y polticos. De ese modo surge el potencial poltico de la catstrofe, de su anuncio. La sociedad del riesgo es una sociedad catastrca. 23
5. Los riegos universalizan situaciones de peligro. Ellas pueden seguir la disparidad de clases pero en general 102 REN MILLN tienden a imponer una lgica distinta: afectan tam- bin a quien los produce. El peligro se universaliza mediante una especie de efecto bumerang. La ex- tensin del riesgo representa peligros no slo para la salud, sino tambin para otros factores clave de la so- ciedad: la propiedad, la ganancia y la legitimidad. La desvalorizacin de la ecologa, entonces, est sistem- ticamente en contradiccin con el sistema mercantil que impulsa la industrializacin. Al mismo tiempo, la distribucin de los riesgos produce nuevas desigual- dades internacionales. 6. El riesgo tiene una tica implcita. Su vivencia, su po- sibilidad, presupone que el horizonte de seguridad que la modernidad haba prometido se ha disuelto. Su presencia desquebraja la conanza en el modo de vida y nos pregunta: cmo deberamos vivir? Desde luego la respuesta no es fcil. Beck se mueve en un delicado equilibrio entre los riesgos que implican el sostenimiento de la sociedad moderna, la salud y las po- sibilidades de desarrollo. En esa lgica, reconoce que la atribucin de riesgos es una signicacin poltica, sujeta a la racionalidad social (pugnas por la denicin) ms que al fundamento cientco. La catstrofe como didctica de la alarma, tiene sin duda claros efectos preventivos pero tambin enormes imprecisiones. Pese a que es innegable la presencia de riesgos, su extensin y escala es impreci- sa, de otro modo nadie saldra a la calle. Esa ambigedad hace compleja la cuestin, de manera que no es fcil pos- tular una simple dicotoma entre ciencia y sociedad; entre 103 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD produccin y seguridad. En todo caso, sabemos que no siempre corren conjuntamente, que la ciencia sola no bas- ta pero una solucin satisfactoria podr darse sin ella? Dos aspectos requieren ser precisados en la posicin terica de Beck. Su anlisis se desliza, bajo la lgica de la reproduccin del capital, en un eje casi lineal: produc- cin industrial-tecnologa naturaleza-riesgo para la produccin (y la salud). Esa secuencia tiene como referen- cia la relacin entre sociedad y naturaleza como espacio del riesgo y asume que ese se constituye como tal en la me- dida en que hay un perceptor activo. No obstante que Beck los dene como una construccin social, se aleja de la teora cultural de los riesgos. Esa teora no se origin como resultado de la preocupacin por la tecnologa o los desastres naturales, sino por la contaminacin ritual (ritual dilement); es decir, los atentados a la sobreviven- cia de grupos o comunidades. Cualesquiera que sean los riesgos, postula esa teora, la organizacin social enfatiza aquellos que tienen el efecto de reforzar el orden mo- ral, poltico o religioso, aquellos que mantiene junto al grupo. 24 Es, en el ejemplo de Merton, la tribu que danza ante la sequa, no para que llueva sino para mantener cohesionado al grupo. Es una seleccin ritual y simblica de riesgos (el narcotrco pero no la contaminacin). La pugna por denicin social del riesgo, con su exper- tos asociados, su discusin pblica, poltica y cientca, puede tambin funcionar ante la imprecisin que los rodea como un ritual dilement, como un mecanismo de reduccin de incertidumbre. El segundo aspecto lo indico as: Beck identica riesgo con peligro. No hay, como ha dicho Luhmann, un con- 104 REN MILLN cepto de riesgo que satisfaga plenamente. Por ello, no es prudente proceder como si existiera un objeto, preciso e incuestionable, llamado riesgo, que est ah y slo hay que descubrir. La conceptualizacin constituye aquello de lo que se habla. 25 A diferencia del riesgo, el peligro parece ser ms evidente. Sera un poco frvolo decir que un hombre al que se le ha roto el paracadas y va en cada libre desde dos mil metros est en riesgo de morir. El riesgo tiene en s mismo algo de incertidumbre porque ve diversas posibilidades en el tiempo, de un momento a otro. De ah, que en la opinin comn (como en la antigedad) se reera al riesgo bajo la mxima de que si no se pone en juego algo no se logra ninguna ganancia o ventaja. El riesgo se hace presente en el espacio del fu- turo incierto, inmediato o lejano. Pero el futuro se labra mediante decisiones. De ese modo, como ha sostenido Luhmann, 26 indicamos algo como riesgo slo cuando se toma una decisin sin la cual podra ocurrir un dao. Lo importante es que la decisin se tome frente a un dao que podra evitarse. En ese sentido, la negacin de un riesgo aumenta las posibilidades de dao en el futuro. Negar los riesgos eleva la probabilidad del riesgo. La distincin riesgo-peligro, supone que hay una in- seguridad sobre los daos futuros. Se presentan enton- ces dos posibilidades. Al considerar que el posible dao es una consecuencia de la decisin hablamos de riesgo y, precisamente, del riesgo de la decisin. Si entendemos que el posible dao es provocado externamente, es decir, se le atribuye al medio ambiente o al entorno, hablamos de peligro. 27 Por extensin, sera valido armar que mien- tras una decisin puede signicar un riesgo para quien la 105 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD toma, puede ser un peligro para quien resulte afectado por ella. El drama es que no existen decisiones exentas de riesgo. Del mismo modo que no existe seguridad ab- soluta, los riesgos no se pueden evitar del todo. Adems, tienen una vinculacin con la innovacin social. En esa lnea, Giddens le imputa un lado positivo: el riesgo es la dinmica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo a la religin, la tradicin o los caprichos de la naturaleza. 28 Sin embargo, la disposicin a aceptar el ries- go o negarlo es de naturaleza claramente social. Esa naturaleza plantea la cuestin de quin y bajo qu criterios ha de decidir si un riesgo debe o no ser considerado. O si debe ser tomado en cuenta slo como peligro. En ltimo caso, el problema que radica en el fondo no es slo el de su denicin, sino sobre todo el de su seleccin: cules deberamos rechazar y cuales aceptar? La teora de la complejidad sobre todo en Luh- mann se rige por una distincin: sistema-entorno. Un sistema es un orden de relaciones que tiene capacidad para constituir sus propios elementos (una clula, una institucin o una funcin social como la poltica). El en- torno es todo lo que no es l, aunque ah estn presentes otros sistemas. Hay tambin eventos que operan sistmi- camente. Observar una conversacin podra ayudarnos a entender esta armacin. Toda conversacin se integra por los presentes (por los que estn interactuando) y por los temas que la articulan. La dinmica de la comuni- cacin y no cada quien va deniendo esos temas, de manera que la comunicacin misma constituye sus elementos. En ella participan algunos y no todos (los de 106 REN MILLN al lado en el restaurante o en la esta) por lo que se deli- mita, se diferencia del entorno. Adems, se habla de algo y no de todo: la conversacin en acto selecciona sus temas y diferencia su espacio comunicativo (de las conversacio- nes del entorno). Si ha de lograrse en algn grado, lo que se comunica normalmente remite al tema que se ha planteado (por lo que en general, no se contesta manzanas dulces al inters que alguien muestra por nuestra salud). La co- municacin se reere a s misma para seguir comuni- cando. Llamamos a ese fenmeno autorreferencia. Ante la innita posibilidad de conexiones de sentido, ante esa complejidad, el conversar es un sistema que mediante la diferenciacin, la autorreferencia y la seleccin hace posible que algunas de esas conexiones, y slo algunas, se rea- licen. Sin esos medios no habra manera de actualizar sentido alguno. Desde luego, toda conversacin puede cambiar de tema, puede tener giros insospechados y ser interrumpida. De hecho, la posibilidad de discrepan- cias se incrementa en la medida que crece el nmero de participantes y los temas se hacen ms complejos: las opiniones tienden a coincidir ms selectivamente en los intercambios de sentido. La conversacin puede incluso romperse. Es, en otras palabras, altamente contingente. Existe un vnculo fuerte entre complejidad y contin- gencia. Por complejidad se entiende hoy no slo el au- mento de los elementos de un sistema y el incremento exponencial de sus relaciones, sino sobre todo el hecho de que ellas pueden ser enlazadas slo selectiva y tempo- ralmente. 29 En un entorno complejo digamos el pol- tico estn presentes una cantidad de comunicaciones, 107 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD eventos, conictos, demandas, intercambios, interaccio- nes que ofrecen posibilidades de enlace mayores que la que el sistema (poltico) puede procesar o legitimar en un momento determinado. Esa abundancia obliga a la seleccin. La complejidad distingue entre sistemas que estn en grado de vincular todos o la mayora de sus elementos y aquellos que slo tienen posibilidades de relacionarlos selectivamente. En la medida en que no se pueden articular todos los elementos, tampoco se pueden controlar todos los eventos. As, por complejidad se entiende que existe un nmero mayor de posibilidades de aquellas que son inmediatamente actuables; por contingencia, el incremento de posibilidades de que lo esperado calculado ocurra en un modo diverso. La sociedad compleja es estructuralmente contingente. Sus rasgos principales son: 30 1. La diferenciacin de los sistemas es una respuesta a la complejidad del entorno. La diferenciacin ocurre porque los sistemas sociales necesitan tiempo para identicar problemas, procesar informacin y elabo- rar decisiones. Al crecer la complejidad nanciera o electoral, por ejemplo, se precisa un (sub)sistema que atienda, en sus trminos, esos mbitos y quede espe- cicado como tal. Slo mediante esas delimitaciones que la diferenciacin induce es posible responder de manera selectiva, y ms o menos ordenada, a la mul- tiplicidad de eventos desordenados en el mundo o la sociedad. Paradjicamente, el nuevo sistema al redu- cir la complejidad de un campo, y facilitar conexio- nes de sentido, no reduce la de la sociedad toda. De hecho, puede incrementarla porque aumenta el n- 108 REN MILLN mero de sus elementos, posibilidades de interaccin y requerimientos de seleccin. 2. No existe primado funcional ni complementariedad entre sistemas. Las complejas son sociedades diferen- ciadas por sistemas funcionales (economa, poltica, derecho, educacin). La diferenciacin de la sociedad moderna conlleva la especicacin funcional: cada sistema realiza, atiende un problema particular de la sociedad y slo ese (la salud pero no la justicia). Con la especicacin, cada sistema se asume como prio- ritario: todos reivindican su competencia como im- prescindible y central para el orden social (el poltico, el econmico, el jurdico). No hay, por tanto, condi- ciones para que, en trminos de operaciones estndar de la sociedad, un sistema adquiera primaca sobre los dems. Los sistemas no trabajan juntos. De esa manera, se reduce drsticamente la complementarie- dad sistmica. No hay una lnea de coherencia que los oriente y coordine centralmente, en todo y por todo. 3. Las interdependencias entre sistemas aumentan pero de manera segmentada. El incremento de gradientes de complejidad ampla el horizonte posible de interde- pendencias entre sistemas. Pero ellas no se realizan punto por punto, sino de manera especicada y seg- mentada. El carcter mltiple de las interdependen- cias entre sistemas hace que no sean susceptibles de ser calculadas y ordenadas bajo un solo principio (ley, equidad, justicia). 109 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD 4. La sociedad se descentra y se vuelve ms heterognea social y estructuralmente. El vnculo entre diferencia- cin y complejidad favorece, porque no est regido bajo un nico principio de orden, la expresin activa de la diversidad social y radicaliza la heterogeneidad estructural de la sociedad. 5. La posibilidad de experiencias diversas se ampla pero se agudiza el carcter inconmensurable de las mismas. La complejidad social se maniesta como la variedad y discontinuidad semntica de los lengua- jes, entendimientos, tcnicas y valores que se utilizan en cada subsistema y sus diferenciaciones ulteriores; se maniesta como diferenciacin de experiencias. La complejidad es propensa al pluralismo: en lugar de una sociedad que carga con [...] principios univer- sales e inmutables, hay una pluralidad de espacios regulados por criterios contingentes y exibles. 31 La sociedad compleja consiente un mayor politesmo moral y poltico. Dicotomas como tradicin-moder- nidad, colectivo-individual, secular-religioso, dere- cha-izquierda pueden convivir exiblemente.
6. Diversicacin de mbitos de seleccin. Las socieda- des que se complejizan conllevan una diferenciacin ms clara entre personas, roles y funciones. Mediante ese proceso comportan tambin el incremento de m- bitos donde es preciso ejercer elecciones, decisiones indivi- duales o colectivas. 110 REN MILLN 7. La complejidad implica tambin diferenciaciones no sistmicas. Las diferenciaciones sistmicas impulsan, en efecto, otro tipo de diferenciaciones (gustos, roles, terminologas). Al diferenciarse familia y subjetividad, por ejemplo, se hizo posible que cierta emotividad fuese tratada como amor pasional y estuviese ncada en elecciones de orden afectivo y bajo el dominio del individuo. Al distinguirse entre corporalidad y gne- ro, se ampla el horizonte de posibilidades de lo que puede elegirse como identidad; y, al mismo tiempo, se dispone de una nueva dimensin de equidad que debe ser tratada socialmente.
Bajo los puntos anteriores es fcil comprender por qu la sociedad moderna de hoy es profundamente contin- gente y, por eso, plena de incertidumbre. A diferencia de un anlisis centrado exclusivamente en ella, la unidad conceptual entre complejidad y contingencia permite incorporar en la argumentacin mecanismos sociales y culturales que la reducen en mbitos especicados, si bien permanecen como una condicin estructural de la nueva sociedad moderna. La incertidumbre, el miedo y el riesgo no caen como una tormenta en medio del desierto de golpe y homogneamente en todos los m- bitos de experiencia y actividad de la vida humana. La incertidumbre y el miedo (e incluso el riesgo) no rondan con la misma intensidad por todas partes. Un modo de acotar complejidad es la diferenciacin y todas las sociedades han elaborado, desde siempre, frmu- las para reducir contingencia. Dios es una de ellas. Esas frmulas permiten suspender simblicamente la contin- 111 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD gencia presente en la conexin de sentido en el tiempo y en la experiencia cotidiana. 32 De un lado, median entre la codicacin general de signicados (el mercado es productor de oportunidades) y la experiencia concre- ta (los desempleados crecen exponencialmente) de manera que la diferencia entre ambas queda signicada a partir de la codicacin general. Del otro, permiten tratar lo indeterminado como si estuviese determinado (dios tendr sus razones). Porque est aqu, el presen- te nos aparece como determinado, el futuro en cambio es en s mismo indeterminado porque puede acontecer de diversas maneras, es contingencia abierta. Se reduce contingencia si el futuro se hace depender de la deter- minacin del pasado (con ms Estado, como antes, nos ira bien). Si al realizarse el futuro genera resultados no deseados, sus costos pueden ser signicados a travs del alegato del bien comn. Entonces, lo no contemplado aparece como efecto ponderado de la bsqueda persis- tente de un n que garantiza el bien comn y, por lo tanto, dotado de sentido a travs de ese n (en cierto umbral, la contaminacin ambiental es una consecuen- cia contemplada de la bsqueda del desarrollo general). En una palabra, las frmulas de contingencia reducen incertidumbre y miedo. Ellas son relevantes frente a pos- turas como las de Bauman, quien deni a este ltimo como temblores existenciales. En el marco de lo nuevo de la sociedad moderna, parece haber una buena cantidad de palabras para desig- nar algo semejante: incertidumbre, miedo, riesgo, con- tingencia. Su diversidad es expresin de modos distintos que observan esta etapa de la modernidad. Sin embargo, 112 REN MILLN convendra precisar qu se designa y establecer su rango analtico. Con toda imprecisin, por ejemplo, Bauman dice: Incertidumbre es miedo. El carecer de la menor idea sobre el posible sexo del hijo que espera, no coloca a la madre en una crisis de terror. Aunque bajo cierta intensidad es fuente aguda de angustia, la incertidumbre reere al desconocimiento de la resolucin de un even- to que no necesariamente implica la posibilidad de un dao. En cambio, el miedo presume esa posibilidad. Es una reaccin emocional, individual o colectiva, frente al riesgo o el peligro. En este sentido, el riesgo muestra una mayor dimensin analtica que la incertidumbre. Am- bos, sin embargo, estn en relacin con eventos espec- cos independientemente de que su magnitud sea la ms trgica: el n del planeta o el universo. La contingencia adquiere una dimensin ms estruc- tural porque remite al tiempo y de ah al conjunto de experiencias y operaciones que un sistema social nece- sita para realizarse. En ese sentido, puede comprehen- der la incertidumbre y el riesgo. Como este ltimo, la contingencia acompaa tambin el proceso de toma de decisiones y se expresa en la tensin insalvable entre racionalidad y expectativas sociales, de un lado, y la di- mensin temporal de la vida en sociedad, por el otro. Dado que un dao presupuesto lo mismo se verica que no, el riesgo da por sentado 33 la posibilidad de que dos situaciones de contingencia sucesos y daos se acoplen rmemente como contingentes (y no como hechos). De ah, por ltimo, que la opinin sobre lo que es riesgoso est sujeta al cambio de opinin y a la argumentacin, sea contingente. 113 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD En realidad, la contingencia tiene una extensin ana- ltica mayor que la incertidumbre y el riesgo. No obstan- te, permanece el dato de que la representacin del riesgo y de la incertidumbre, como claves de lectura de la mo- dernidad, tiene una ventaja clara sobre la contingencia: alertan de manera ms eciente a la sociedad. LAS DIMENSIONES DE LA INCERTIDUMBRE Entre los enterados, hay una especie de catlogo de alar- mas que han llegado con el nuevo ciclo de la moder- nidad: crisis del estado social y dcit en la proteccin colectiva, excesiva mercantilizacin e individualizacin, crecimiento exponencial de la exclusin social, migra- cin a escala planetaria, aqueza del Estado-nacin ante la globalidad y fenmenos como el narcotrco, el terro- rismo, o el comercio internacional de personas y rga- nos, toxinas en los alimentos y las aguas, dimensiones del conocimiento cientco que arriesgan la vida tal y como la conocemos, mutaciones inducidas a la natura- leza por citar solo algunos. Todo mundo concuerda en que el cuadro es absolutamente inquietante. Se discrepa, sin embargo, sobre su intensidad y sus causas. De manera destacada se discute sobre su carcter estructural o no, sobre cmo deberan ser ponderados en el marco de una valoracin profunda de la modernidad. La ponderacin es importante no slo por la gravedad del cuadro de alarmas, sino tambin porque l no con- templa todo el paisaje de la vida moderna y su comple- jidad: persisten igualmente procesos de racionalizacin 114 REN MILLN social, poltica, cientca, tcnica y cultural, acertados y consolidados. Lo que parece irritar al conjunto de las posiciones, es la innegable evidencia de que cada da registramos ms consecuencias no deseadas de nuestras decisiones y de las reglas que nos hemos dado. De ah tambin el desconcierto sobre si las soluciones se en- cuentran en el pasado y en el recuerdo de las buenas sociedades que parecan habitar en l o, por decirlo as, en el paradigma del propio presente. Lo nuevo de la modernidad est cambiando la ma- nera en que vivimos juntos, formamos lazos e interactua- mos con los dems. Dentro de sus innitas dimensiones, es imprescindible observar cmo se percibe el efecto de ese cambio en la incertidumbre (y el miedo); lo es, tan- to por razones existenciales como de convivencia social. Para la sociedad del riesgo, la consecuencia ms inme- diata es que ha ocurrido una recolocacin del conicto estructural de la sociedad y ha adquirido una dimensin realmente universal. El reparto de riesgos, a diferencia de la riqueza, se acumula abajo pero eso no reproduce la l- gica de clases: los ricos pueden comprar la seguridad [y] ser til en relacin con algunos alimentos; pero en el aprovisionamiento de agua todas las capas dependen de la misma conduccin; las barreras de clase caen ante el veneno que contiene el aire. 34 El carcter universal de la amenaza asienta el hecho de que el entero sistema de normas sociales fracasa en relacin a la seguridad pro- metida ante los peligros desatados por la toma de deci- siones. 35 Los cdigos de legitimacin que regulaban la relacin entre clases, la produccin, as como el vnculo entre ciudadanos y gobierno pierden vigencia. Se vuel- 115 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD ven inciertos y nos conminan a redenir los fundamen- tos de la vida en sociedad y de los modos de producir los bienes para ella. En trminos gruesos, los fanticos a la naturaleza lquida de la modernidad advierten sobre el resurgimiento de la incertidumbre en dos mbitos: la disminucin de la proteccin colectivamente generada y la volatilidad de los lazos sociales. En especial sobre esa lnea podemos observar brevemente las dimensio- nes de la incertidumbre en el marco de la sociedad, la ciudad y el individuo. La sociedad en general. Es en esta dimensin donde los adeptos a la teora de la naturaleza lquida de la mo- dernidad, sustituyen la distincin slido-lquido por la dicotoma cerrado-abierto. La estructura es cerrada y s- lida. En esa perspectiva, como he dicho, la globalizacin es la fuente del mal que habita en las entraas de la segunda modernidad. El mal radica en la disolucin o debilidad del Estado-nacin porque, se nos sugiere, la proteccin y la calidad de los lazos sociales dependen di- rectamente de su fortaleza. El extremismo que hace de- pender del Estado todas las esferas de vida y proteccin y no de la complejidad social e institucional podra ser fcilmente contestado con la mera referencia a los pueblos indgenas, los clanes o tribus de distintas po- cas. La proteccin y la vida asociada son un poco ms antiguas que nuestros venerados estados. Sin embargo, ese extremismo es atractivo porque evoca una tradicin aristotlica que, errneamente, concibe a la poltica como el fundamento de la sociedad, y porque la metfora de la apertura como mal nos ahorra esfuerzo reexivo como todo el lenguaje religioso. Una sociedad abierta 116 REN MILLN dice Bauman es una sociedad expuesta a los golpes del destino evoca la experiencia aterradora de una po- blacin heternoma, desventurada y vulnerable, abru- mada. 36 Por simplista, es inadmisible la idea de que una sociedad cerrada es control puro del futuro, cancelacin absoluta de la incertidumbre, espacio en el que sus ha- bitantes e instituciones sienten que controlan sus vidas y el efecto de sus decisiones sin ningn riesgo o grado de contingencia. (Myanmar podra ser un buen ejemplo?). El atractivo radica, sin embargo, en que nos ofrece la certeza de que la incertidumbre viene de lo externo. En cambio, su peligro radica en que es de hecho como en gran parte del pensamiento conservador una invoca- cin a reducir drstica y abruptamente la complejidad social, del mismo modo que las identidades fundamenta- listas encuentran su seguridad en el rechazo del mundo y lo mundano. Es verdad que la tarea primaria del Estado era la segu- ridad 37 y en ese sentido tena y tiene la funcin de reducir riesgos. Es verdad que los estados no han cumplido satis- factoriamente con esa tarea, como lo es tambin que las polticas que abatieron el estado de bienestar (o social) han minimizado las coberturas de proteccin pblicas e incrementado la pobreza y la incertidumbre. Es induda- ble, como dira Danilo Zolo, que nos encontramos en un momento en que estamos redeniendo los valores de seguridad, los riesgos que el Estado debe asumir. 38 En contraste, es absolutamente cuestionable que los Estados- nacin se han evaporado y con ellos todas las instancias pblicas, jurdicas, privadas o del tercer sector que ofre- cen proteccin. Son absolutamente insucientes pero no 117 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD representan un salto al vaco de la incertidumbre sin red alguna. El supuesto efecto de la globalidad en la debili- dad de los estados no es homogneo: basta comparar los pases escandinavos con Paraguay o Cuba, o Inglaterra y Mxico, o Alemania y Estados Unidos. Encontraremos combinaciones diversas entre intervencin del Estado y coberturas sociales: diferencias que obedecen a fortale- zas de las instituciones locales, a valores de seguridad bien arraigados y a dinmicas polticas. Profesar la im- postergable necesidad de que el Estado extienda derechos y garantice universalmente ciertas coberturas, no nos autoriza a presumir que su debilidad ante varios proble- mas globales lo imposibilita, estructuralmente, a operar como un dique de contencin a una exposicin total- mente abierta a la incertidumbre y el riesgo. Y lo mismo podra decirse de algunas otras instituciones. Mary Douglas 39 demostr con su anlisis de grid-group que las sociedades elaboran (inevitablemente) clasica- ciones de instituciones como buenas o peligrosas. La va- riable group indica niveles de cohesin social en trmi- nos de redes, interacciones, actividades comunes y lneas de divergencia o fronteras. Grid (red, reja) describe la naturaleza de las interacciones en trminos de exigencias de accountability, asignacin de roles y recursos. El cruce entre grupos y red revela que ms all de los riesgos reales que se encarnan en algunas instituciones, lo que se pelea es la vigencia de ciertas normas sociales y valo- res. Esa mecnica social procede de manera paradjica: al mismo tiempo que indica el riesgo, nca una dinmica de reduccin de incertidumbre porque se abre la posibi- lidad del cambio de norma y con ello la percepcin sobre 118 REN MILLN ciertas instituciones tambin. La asuncin de la contin- gencia de normas que regulan la cohesin y la vida social es usada como un mecanismo de certidumbre. Es algo semejante al tratamiento de riesgos frente a la naturaleza: independientemente de la ecacia de los interminables debates para la formacin de polticas efectivas de prevencin, su recurrencia ha servido para abrir camino a la idea de que la aceptacin social de un riesgo no depende de las apreciaciones cientcas de su posibilidad, sino tambin de convicciones ticas y de juicios de valor y polticos. 40 Ponernos de acuerdo sobre lo que un riesgo signica, no supone que ese se compor- te realmente conforme al acuerdo: ayuda slo a reducir incertidumbre. La democracia misma, en la medida en que deja abierto el resultado de cada eleccin, utiliza la contingencia como un mecanismo para dar certeza: tanto en la validacin de preferencias como en la posibi- lidad de que el resultado pueda cambiar en el prximo evento electoral; es decir, en su propia contingencia. Quizs una de las acusaciones ms incisiva (y ms imprecisa) que se le han hecho a esta etapa de la moder- nidad, es que diluy los vnculos entre seres humanos. El individuo moderno se confronta con un contexto fragmentado en el cual se desvanece el sentido de la vida socialmente construida. 41 Se tratara de un in- dividuo solo y aislado, sin comunidad, carente de un espacio (pblico-poltico) para representarla como tal y sentirse parte de ella, sin posibilidades de construir un proyecto de largo, largo plazo. Un individuo para- lizado por el miedo, impotente ante la vida que tiene enfrente, ahogado en las confusiones y en las angustias 119 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD existenciales. Si esa descripcin fuese del todo cierta, cualquier actividad coordinada, por muy modesta que fuese, sera simplemente imposible. Cmo, entonces, he recibido el peridico esta maana? Es inimaginable que individuos agregados, particularmente en cierta escala, no generen lazos e interacciones. Esos vncu- los pueden estar desprendidos de cargas emocionales y desenvolverse de acuerdo a pautas fuertemente some- tidas a procesos de racionalidad, pero expresan formas de articulacin social. Que unas sean mejores que otras, es una discusin distinta. Entonces: de qu manera se nos ha convencido de que esa imposibilidad (la del aislamiento individualista) es el estado de lo social hoy? Para decirlo en trminos de tradiciones tericas: confundiendo comunidad con sociedad. En su celebrada distincin entre comunidad y socie- dad, Tonnes analiza el proceso de la primera moderni- dad como una disolucin de la solidaridad instituciona- lizada y de sus valores ticos como regidores de la inte- gracin social. La perspectiva lquida de la modernidad repite ese esquema pero sustituye las fuentes de solidari- dad, y el plano tico, por lo que llamaramos las grandes centralidades de la sociedad industrial: Estado, fbrica, sindicato, asociaciones. Unas representan la proteccin o solidaridad institucional, las otras la proteccin social, ambas el permetro de pertenencia del individuo. Para ella, a diferencia del pasado pre-moderno, las redes de proteccin sociales de la sociedad industrial fueron crea- das por el Estado o se dieron espontneamente. Ellas: son propias de la fase slida de la modernidad. Son ejemplo de la primera categora las prestacio- 120 REN MILLN nes asistenciales los servicios sanitarios gestio- nados o asistidos por el Estado, la educacin y vi- vienda, adems de la legislacin laboral que pro- tega el bienestar y los derechos adquiridos por los empleados. El principal ejemplo de la segunda fue la solidaridad entre los trabajadores, sindicatos y profesionales, que oreci en el entorno mode- radamente estable de la fbrica fordista, encar- nacin perfecta del escenario de la modernidad slida ese tipo de fbrica result ser un refugio seguro para conar en el futuro y, por tanto, para la bsqueda de una vida consensuada. Gracias a unas trayectorias laborales bien denidas, a ruti- nas agotadoras pero tranquilizadoramente estables la incertidumbre quedaba mitigada... en vez de satu- rar el curso de la vida. 42
Como he dicho: aunque los lmites son importantes, el ncarse como imperativo la reduccin drstica de la incertidumbre o contingencia, genera visiones romnti- cas del pasado, nostalgias corrosivas del presente. Pese a que es incuestionablemente cierto (e indeseable) que la exibilidad laboral genera angustia, Richard Sennet radicaliza el argumento y asegura que cuando el sistema productivo era rgido, 43 todo giraba en torno al traba- jo; los das eran similares y la gente saba cunto dinero tendra a n de mes. Una rutina aburrida, quizs, pero que conduca a los individuos a considerar que tenan el control de sus vidas. Como en el paraso, se tratara de un mundo donde no exista incertidumbre. Esta idea romntica acenta fuertemente la metfora de lo lqui- do, construida sobre el argumento de la disolucin de instituciones (Estado) y redes (sindicatos) de solidaridad 121 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD y proteccin. Es ese contraste, efecto de la nostalgia, el que hace creble la imposibilidad de ausencia de vncu- los sociales. Es claro y aterrador que un individuo sin esos soportes sera devorado por el miedo, ntido y profundo. Por ms proteccin estatal que hubiese, sin las redes sociales que la interaccin entre los seres humanos genera no se podra administrar el miedo social, la in- certidumbre o el riesgo. Cualquier Estado o institucin fracasara en ese empeo. Pero estamos realmente en medio de ese vaco? Para quien entienda que s, que ese es el grado y nivel en el que nos encontramos, la conclusin es obvia: si no se puede construir una seguridad existencial colectivamente garantizada [no se ofrecen] en consecuencia alicientes para las acciones solidarias [se estimula] el centrarse en la propia proteccin personal [y el] slvese quien pue- da! 44 En otros trminos, la implicacin es que no existi- ra la menor posibilidad para coordinar acciones y mucho menos de tipo colectivo. No habra, en una palabra, co- operacin social. La aparente credibilidad de este absur- do, resulta del hecho de que la accin social est exclusi- vamente situada en el marco de una de las centralidades de la sociedad industrial: los sindicatos. Desde luego, hoy en da no planicamos revoluciones como hace algunas dcadas, pero ese supuesto puede ser contestado median- te algunos ejemplos simples, particularmente si se deja de lado el equvoco de que los sindicatos cubren, o cubran, la totalidad de las relaciones y mbitos de interaccin hu- mana que requieren, o requeran, proteccin. El primero de ellos es el ms evidente: salgamos a la calle y veamos si el mundo todava est ah; compremos un caf o tomemos 122 REN MILLN un autobs. Ya D. North demostr que las instituciones facilitan la cooperacin y reducen contingencia. E. Os- trom dio evidencia de los amplios ejercicios cooperativos que se realizan para la resolucin de conictos de distinto tipo; otros autores (Melucci, Touraine) han mostrado la importancia de los nuevos movimientos sociales, unos globales y otros basados en la identidad, como nuevas for- mas de accin colectiva en mbitos ms all de la fbrica. Putnam ha atestiguado que en EU, pese a la tendencia de- clinatoria, el grado de asociacin cvica es alto. Se trata de asociaciones voluntarias para el trabajo en el barrio, la salud y otras actividades de benecio comn. Al parecer, ms all de toda duda, seguimos interactuando, proyecta- mos objetivos y coordinamos acciones. Nadie arma que esos empeos sean sucientes para cubrir las necesidades o para cancelar del todo el miedo o la incertidumbre. Los problemas nos abruman. Deci- mos slo que por su naturaleza, la coordinacin social, en el nivel en que ocurra, los acota relativamente. De otro modo, el mundo y la vida no podran experimen- tarse en ningn sentido. En realidad sugerimos algo de mayor peso: reparar sobre el riesgo que est presente, el miedo y la incertidumbre de nuestra modernidad, no presupone construir metforas de mundos ideales, va- cios o lquidos: basta con asumir seriamente el desfase entre los mecanismos y procesos de reduccin e incre- mento de contingencia que todas esas formas contienen. No hace falta mirar ni orientarnos por el pasado. La ciudad y el espacio urbano. Tradicionalmente se consideraba que la relacin entre cuerpo y espacio fsi- co mediaba el grado de incertidumbre de la experiencia 123 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD humana. De ah que el espacio fuese considerado nor- malmente como seguro y en cambio el tiempo como incierto. El incremento de la incertidumbre en la ciudad se debe a que la modernidad ha quebrado los lmites de esa distincin. Para no pocos, el resultado es que los fac- tores e instituciones que aseguraban la comunicacin y la administracin del miedo se han tambin disuelto. El espacio urbano aparece como sometido a fuerzas (glo- balizacin) que no controla, completamente segmenta- do y del mismo modo que la sociedad no puede coor- dinar acciones, en l priva la incomunicacin ante la fragmentacin espacial y temporal que lo domina. Pun- tualmente, ese cuadro puede apreciarse mediante dos dimensiones urbanas: el espacio y su fragmentacin, lo local y lo global. Entre otros, la ciudad fue un invento social para prote- gernos de la contingencia y sus riesgos. Los peligros y los extranjeros quedaban fuera. Hoy, en cambio, ambos estn dentro. Como nunca, convivimos en el mismo espacio con un mundo de extraos y ese dato es en s mismo inquie- tante. El miedo y la inseguridad que registran nuestras ciu- dades modernas son resultado y, al mismo tiempo, acen- tan segmentaciones del espacio urbano. Como nuestros conciudadanos, ese nos aparece como amenazante. Las grandes ciudades estn llenas de murallas que delimitan espacios y personas. Hay que identicarse para ingresar a cualquier edicio, los que pueden se retiran a fracciona- mientos aislados de la ciudad, o viajan en carros blinda- dos o en vehculos que recuerdan tanques. Todo eso nos advierte de que quien transita o habita el espacio urbano, pblico o privado, est en riesgo. 124 REN MILLN El miedo a la inseguridad construye una esttica ur- bana particular. Como la materializacin de esa esttica requiere objetos que cubren necesidades, el miedo se vuelve un negocio y un factor de clculo en las ms diversas transacciones comerciales (qu casa, cul carro, que gas lacrimgeno). Pero sobre todo, opera con una lgica paradjica: quien instala una puerta a prueba de todo robo, resignica su espacio inmediato como de alto riesgo y en apariencia deja a los vecinos en una situacin de desproteccin relativa. Estos, a su vez, pueden optar por una estrategia de camuaje ante la distincin que la puerta del vecino signica, volvindose en apariencia menos atractivos. En cualquier caso, resulta que la es- ttica de la seguridad, por un lado, incrementa la percep- cin de riesgo y por el otro y ms all de todo clculo racional, reduce incertidumbre en el plano existencial e ntimo. Pero el miedo no est slo ligado a una esttica: la inseguridad es real. Aunque tambin es relativa. Ella, y el riesgo que comporta, no se distribuyen por igual entre barrios y personas. La homologacin del miedo y de la percepcin de inseguridad es una produccin comuni- cativa y poltica. Cuando estn en grado, los gobiernos usan esa homologacin como un mecanismo simple de legitimidad al identicar un objeto de intervencin p- blica como impostergable. Es en ese sentido que varios autores consideran que se ha registrado en diversos pa- ses un cambio de funcin del Estado: ha pasado de la proteccin social a la proteccin contra la criminalidad. 45
Incluso al asumir ese paso un poco drstico resulta evidente que la capitalizacin poltica del miedo opera 125 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD bajo la paradoja que hemos indicado: lo sobreestima para mostrar que reduce las condiciones que lo pro- vocan. No obstante, es inconveniente negar que, bajo ciertas dimensiones, el crimen organizado violenta los elementos clave de seguridad y eso requiere intervencio- nes claras de los gobiernos. El problema es que la inter- vencin contra la inseguridad no genere, a su vez, ms inseguridad y miedo. Precisamente el narcotrco o el terrorismo han sido usados como ejemplo de la tensin que se da entre lo local y lo global. En particular, se destaca que ante esa tensin la poltica (el Estado) no alcanza a responder sa- tisfactoriamente, se ve imposibilitada para planicar y coordinar acciones de largo plazo. Para algunos, la razn obedece a que los poderes fcticos globales arrasan la dimensin formal e institucional de lo local. En trmi- nos generales, lo que en realidad expresa esa tensin es el hecho de que, por as decir, en una misma dimensin espacial se da una marcada pluralidad temporal. No slo por la globalidad sino por sus procesos de diferenciacin interna, la modernidad acarrea, en efecto, una multipli- cidad de tiempos sociales y subjetivos. 46 El tiempo de los actores globales, de los locales, de las elecciones, el de los barios, el las medidas econmicas, el de los opera- tivos policiacos, los personales y laborales, no se acom- pasan necesariamente. Esa asimetra da al espacio urba- no una alta cualidad contingente. La manera en que el tiempo estructura la experiencia del espacio queda clara cuando se analizan, por ejemplo, la dinmica social y co- mercial en la navidad 47 o, para poner otro ms cercano, una contingencia sanitaria. 126 REN MILLN La asimetra temporal hace fatigar a la poltica. Ms que revelar su incompetencia para resolver problemas y construir proyectos de largo plazo, lo que se muestra es la enorme dicultad que radica en la tarea que hoy de facto tiene asignada: la funcin de organizar el tiempo social. Coordinar tiempos no es sencillo. Desde luego, la solven- cia institucional, cultural y organizativa internas, facilitan u obstruyen esa coordinacin. Por eso, la globalidad no tiene un efecto homogneo en las capacidades locales y nacionales de los distintos pases. En otros trminos, las experiencias institucionales, culturales y organizativas propician que el tiempo no se reproduzca slo a una esca- la mundial, sino que se armen temporalidades locales, a escala y a la mano, bajo el soporte de interacciones coti- dianas en diversos planos: existenciales, laborales, polti- cos. 48 Es en ese sentido, que la rearmacin de identida- des ligadas al territorio y a tradiciones culturales no se realiza tanto, o slo, como una especie de operativo de resistencia al avance de la globalidad, sino como un meca- nismo de seleccin y coordinacin de tiempos. Es decir, como un proceso de reduccin de incertidumbre. De ah que se pueda transitar de mbitos regidos por pautas locales, parroquiales, a dimensiones espaciales ms amplias como el internet. De hecho, podramos armar que esa variedad temporal favorece contextos relacionales y comunicativos inditos que rompen el estrecho vnculo sostenido por la primera modernidad entre espacio y acotamiento de ex- periencias posibles. Identidad y pluralidad cultural. Sobre la identidad in- dividual pesan enormes cargas de incertidumbre. Pero esas cargas no provienen mayoritariamente del implaca- 127 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD ble paso de la globalidad, ni tampoco de la prdida de centralidad de los tpicos ejes de articulacin social de la modernidad industrial. Si acaso, se corresponden slo con ese evento. Sin embargo, no todo mundo piensa as: En el trabajo se nota cmo algunos factores exibi- lidad, desregulacin, n de la rutina impiden que el individuo pueda sostener una historia coherente de s mismo. 49 La idea de que el trabajo, y sobre todo el jo y rutinario, es el referente principal para dotar de sentido la propia vida, choca con una sociedad plural y cultu- ralmente diversa; contradice asimismo la complejidad de la identidad. Ya Turner demostr que la asignacin de signicado a la propia experiencia dependa sobre todo del haber cumplido con las distintas etapas biogrcas segn estndares culturales establecidos (el haber traba- jo, ms que el trabajo). Los socilogos relacionales consi- deran que la identidad se forma en funcin de los grupos de referencia (compaeros de trabajo, padres o amigos) en un complicado juego de interacciones. 50 El error de considerar al trabajo como el eje de la iden- tidad queda al descubierto cuando se advierte el carcter extremadamente restrictivo de esa proposicin. Es ab- surdo asumir, por ejemplo, que hay un catlogo de iden- tidades equivalente al nmero de ocios o tipos de traba- jos. Es absurdo sostener que quien nunca ha trabajado, como algunos jvenes, amas de casa, enfermos, o ciertos personajes como el prncipe Carlos de Inglaterra o las hi- jas de algunos pudientes dedicadas exclusivamente a la vida social y la moda, no tengan identidad. Pero el carc- ter restrictivo se aprecia mejor en la explosin cultural de identidades y de los estilos de vida que acompaan a 128 REN MILLN la sociedad de hoy: feministas, ecologistas, darks, emos, fundamentalistas, mahometanos, catlicos, democrti- cos, republicanos, comunitarios, gays, transexuales En la segunda modernidad, la identidad muestra una diversidad de ejes de agregacin. Por eso mismo, la con- tingencia que pesa sobre ella obedece a que hoy en da se presenta como un problema. Esa condicin problemtica se sintetiza a partir de dos dimensiones: la diferenciacin simblica y la excedencia cultural. A diferencia de las sociedades con grandes y centra- lizados referentes para la adscripcin de la identidad (sindicatos, partidos, familia, ideologas, trayectorias biogrcas acotadas), la excedencia cultural expresa algo semejante a la complejidad: socialmente est disponible un amplio repertorio de opciones polticas, culturales, simblicas, ideolgicas, estticas; es decir, una oferta de mens mayor a la que es posible asumir simultnea e individualmente. La diferenciacin simblica alude al hecho de que hoy en da transitamos por universos de signicado 51 divergentes y hasta contradictorios. En mbitos de baja diferenciacin, quien va a misa, luego al restaurante y ms tarde a la feria del pueblo, transita en un misma provincia nita de signicado como deca Schutz. Hoy en da la experiencia de nuestra vida cotidiana est marcada por una radical diferenciacin de esas provincias o mbitos de interaccin. El mundo la- boral puede estar absolutamente desligado de los cdi- gos de signicacin de la esfera familiar, de la recreacin con los amigos, de la adscripcin poltica o religiosa. La excedencia y la diferenciacin simblica, constrien al individuo a forjarse una representacin del s en medio 129 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD de mltiples parmetros de referencia: hacen electiva la identidad. En consecuencia, ante la complejidad social est obligado a seleccionar conscientemente o no di- mensiones de signicacin entre un mar de ofertas. De otro modo no podra orientarse. Pero ese acto constric- tivo es altamente contingente, podra ser de otra mane- ra. La identidad se expresa tambin en estilos de vida que recortan determinadas formas de experimentar el mundo (y eso es independiente de que esas sean total, parcial o nulamente elegidas). La vericacin constante, cotidiana, de esa diversidad de estilos nos confronta con el nuestro: podemos aferrarnos a l por voluntad, o por constreimiento, pero sabemos que podra ser de otra manera; que es slo un modo entre otros. En este senti- do, la identidad moderna es frgil porque se conforma de frente a la incertidumbre de la diversidad. Precisa- mente por eso, la identidad no es una etiqueta a la ma- nera que uno puede decir yo soy obrero o zapatero. Sin embargo, dada la complejidad que la excedencia cultural y la diferenciacin entraan, la identidad moderna es un mecanismo de reduccin de contingencia (aunque ella misma sea contingente). Se realiza mediante una selec- cin de horizontes de signicado (la libertad s, la derecha no, tal partido s, el aborto). Ese horizonte permite seleccionar qu y cmo se hace experiencia, proporciona una clave para construir una narrativa particular de la propia biografa. El contexto contemporneo, complejo y simblica- mente plural, dota de exibilidad a la identidad y relaja las viejas dicotomas que, en relacin con ella, fueron pensadas como insalvables en el marco de la sociedad 130 REN MILLN industrial. Se puede ser socialista y cristiano, liberal y de derecha; religioso y asumir pautas de control natal; de izquierda y empresario; preferir un partido pero votar diferenciadamente. 52 La identidad de la segunda modernidad tiende a conciliar principios que antes per- manecan en tensin; hoy en da no puede entenderse, segn los grandes sujetos histricos, como una enti- dad unitaria y coherente (en todo y por todo) toma la forma de un s plural. 53 En trminos estndar, relati- vos niveles de incoherencia son social (y moralmente) aceptados. En este sentido, la identidad es exible por- que slo as puede responder a la complejidad social y cultural, o es fundamentalista porque la negacin drstica de esa complejidad es otra va. Ambos son mecanismos disponibles para disminuir contingencia. El individuo contemporneo ha sido descrito bajo la imagen de un pndulo. El pendular transita en- tre una variedad de mbitos de signicado: del barrio al espacio laboral; de la intimidad al tono religioso de la familia propia o el de la pareja; del descaro de los par- tidos polticos a la ccin comunitaria del futbol; y en ese trnsito se rige por una especie de neutralidad afec- tiva: no todo puede ser emocionalmente envuelto. Esa caracterstica del pendular se expresa como indiferencia o como una seleccin provisional, hasta la prxima lla- mada, debido a que nadie est en grado de ocuparse de todo. An quien vive plenamente bajo el sndrome de la conciencia pblica precisa seleccionar sus tems de atencin: la sobrevivencia del koala o de las ballenas; el trco de personas o el genocidio en el Congo; la conta- minacin del agua o los derechos humanos; la violencia 131 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD contra las mujeres o la pobreza local.La selectividad de la identidad evita al menos relativamente que la incertidumbre inconmensurable del mundo no nos pa- ralice, nos sofoque del todo. Bien visto el asunto, nos obliga, en parte, a conar en los dems. De otro modo, la vida nos resultara insoportable. NOTAS 1 M. Rampazzi (a cura), Lincertezza Quotidiana: poltica, lavo- ro, relazioni nella societ del rischio. Guerini e Associati, 2002. 2 Z. Bauman, Tiempos lquidos. Mxico: Tusquets, 2008, p. 42. 3 Ibid., pp. 21-22. 4 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva moder- nidad. Barcelona: Paids, 1986, p. 16 5 Ibid., p. 12. 6 G. O. Longo, Homo Technologicus. Roma: Meltemi, 2001, p. 26. 7 Ulrich Beck, op. cit., p. 13. 8 Bauman, Tiempos lquidos, p. 83. 9 R. Castel, La inseguridad social: Qu es estar protegido? Buenos Aires: Manantial, 2004, p. 8. 10 Bauman, Tiempos lquidos, p. 9. 11 Como curiosidad: el 21 de mayo de 2009, El Universal report en primera plana que 35 000 nios y nias haban sido abusados sexual y fsicamente por sacerdotes y monjas en Irlanda de 1930 a 1990. Es innegable que la iglesia catlica es una estructura de lo ms estable y persistente. 12 Linda Moln, Building Solidarity Through Generalized Exchange: A Theory of Reciprocity, en American Journal of Sociology, nm. 1, july, 2007, pp.502-542. 132 REN MILLN 13 A. Komter, Social Solidarity and the Gift. Cambridge Uni- versity Press, 2005. 14 G, Germani, Alcune considerazioni sulle citt moderne e il loro futuro en Francesco Alberoni / Centro Nazionale di Prevenzione e Difesa Sociale, La societ industriale metropolitana e i problemi dellarea milanese. Miln: Franco Angeli, 1981. 15 Ulrich Beck y Elizabeth Bechk-Gersheim, La individua- lizacin. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y polticas. Barcelona: Paids, 2002, cap. 6. 16 Ulrich Beck, La teora de las sociedad del riesgo, en An- thony Giddens, Josetxso Beriain y Celso Snchez Capdequ (comps.), Las consecuencias perversas de la modernidad: moderni- dad, contingencia y riesgo. Barcelona: Anthropos, 1996, p. 19. 17 Beck, La sociedad del riesgo, p. 32. 18 Ibid., p. 33. 19 Ibid., p. 33. 20 Ibid., p. 38. 21 Ibid., p. 37. 22 Ibid., p. 38. 23 Ibid., p. 30. 24 Steve Rayner, Cultural Theory and Risk Analysis, en Sheldon Krimsky y Dominic Golding, Social Theories of Risk. CT: Westport, 1992, pp. 83-115. 25 Luhmann, Sociologa del riesgo. Guadalajara: Universidad Iberoamericana / Universidad de Guadalajara, 1992, p. 48. 26 Ibid., pp. 60-65. 27 Ibid., p. 65. Esta denicin coincide con la distincin, he- cha aos despus por A. Giddens, Un mundo desbocado. Madrid: Taurus, 1999, p. 38, entre riesgo externo y manufacturado. 28 Giddens, Un mundo desbocado, p. 36. 29 Niklas Luhmann, Introduccin a la teora de sistemas. Mxico: Universidad Iberoamericana, 1996, p. 185. 30 R. Milln, Complejidad y nuevo orden en la sociedad mexi- cana. Mxico: IIS-Porra, 2008. 133 INCERTIDUMBRE Y MIEDO: VISIONES SOBRE LA MODERNIDAD 31 D. Zolo, Democracia y complejidad. Buenos Aires: Nueva Visin, 1992, pp. 20-21. 32 Milln, Complejidad y nuevo orden en la sociedad mexicana, pp. 90-91. 33 Luhmann, Sociologa del riesgo. Guadalajara: Universidad Iberoamericana / Universidad de Guadalajara, 1992, p. 60. 34 Beck, La sociedad del riesgo, p. 38. 35 Ulrich Beck, La teora de las sociedad del riesgo, en An- thony Giddens, Josetxso Beriain y Celso Snchez Capdequ (comps.), Las consecuencias perversas de la modernidad: moderni- dad, contingencia y riesgo. Barcelona: Anthropos, 1996, p. 206. 36 Bauman, Tiempos lquidos, p. 16. 37 Ibid., p. 86. 38 Zolo, Democracia y complejidad. 39 Mary Douglas, Natural Symbols: Explorations in Cosmology. Kindle Editor, 1970. 40 G. O. Longo, Homo Technologicus. Roma: Meltemi, 2001, p. 62. 41 Rampazzi (a cura), Lincertezza Quotidiana, p. 19. 42 Bauman, Tiempos lquidos, pp. 86-87, subrayado mo. 43 Richard Sennet, Respect in a Word of Inequality. Hardcover Eds., 2004. 44 Bauman, Tiempos lquidos, p. 26. 45 Loic Wacquant, The New Urban Color Line: the state and fate of the ghetto in postfordist American, en Craing Col- houn (ed), Social Theory and the Politics of Identity. Londres: Black-Well, 2004. 46 G. Gurvitch, La molteplicit dei tempi sociali en Lewis A. Coser y Simonetta Tabboni (compiladores), Tempo e societ. Miln: Franco Angeli, 1985. 47 A. APPADURAI, La modernidad desbordada. Mxico: FCE / Trilce, 2001. 48 Ren Milln, De la difcil relacin entre Estado y sociedad. Problemas de coordinacin, control y racionalidad social en Perles Latinoamericanos, nm. 6, junio, 1995. 134 REN MILLN 49 Rampazzi (a cura), Lincertezza Quotidiana. 50 L. Sciolla, La forza dei valori, en Ressegna Italiana di Sociologia, nm. 1, 2008. 51 Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralis- mo y crisis de sentido. Barcelona: Paids, 1997. 52 Milln, Complejidad y nuevo orden en la sociedad mexicana, p. 148. 53 L. Sciolla, Complessit sociale e identit. Miln: Franco An- geli, 1983, p. 41. BIBLIOGRAFA APPADURAI, A., La modernidad desbordada. Mxico: FCE / Trilce, 2001. BAUMAN, Z., Tiempos lquidos. Mxico: Tusquets, 2008. BECK, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva moderni- dad. Barcelona: Paids, 1986. La teora de las sociedad del riesgo, en Anthony Giddens, Josetxso Beriain y Celso Snchez Capdequ (comps.), Las consecuencias perversas de la modernidad: modernidad, contin- gencia y riesgo. Barcelona: Anthropos, 1996. 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PAUL VIRILIO, Ville panique 1 DESDE SIEMPRE EL MIEDO ha formado parte de esa geografa pasional que es la piel de nuestra vida. Los griegos vean en el miedo un castigo de los dioses y por ello diviniza- ron a Deimos (el Temor) y a Phobos (el Miedo). A esos * Doctor en Filosofa. Profesor de la Facultad de Filosofa y Letras en la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. 138 ALBERTO CONSTANTE dioses homricos correspondi las divinidades romanas de Pallor y Pavor. Pero en Europa dice Delumeau el verdadero terror colectivo fue la triloga pestes, hambrunas y guerras. Durante cuatro siglos (entre 1348 y 1720) las epidemias diezmaron Europa. Brotes aislados haban aparecido en siglos anteriores, pero en el XIV, desde Gnova hasta Mosc la muerte negra haba acabado se deca con la tercera parte del mundo. El arte empieza a evocar lo macabro y se registran cambios en el equilibrio emocional de Europa. Hay adems modicaciones profun- das en las conductas sociales y en la vida privada que llegaron hasta hoy. 2
El terror a la muerte y la agresividad colectiva van tam- bin asociados. La historia del miedo podra seguir de largo en cada estacin, en cada singladura, en cada reco- do de la historia de las culturas pues los antiguos vieron en el miedo un poder ms fuerte que los hombres y que, no obstante, podan exorcizarlo mediante ofrendas para que se desviara sobre los enemigos. Esto represent la comprensin del papel que jugaba el temor en los desti- nos individuales y colectivos. Hay algo que se desprende de ese temor ancestral, de ese miedo que se aferra a nuestras gargantas porque es ah donde se anudan las palabras. La palabra escondida tras las palabras, el miedo convertido en mscara, como dice Caillois: Mscara y miedo, mscaras y pnico estn cons- tantemente presentes juntos, inextricablemente 139 UNA TICA DEL MIEDO apareados [el hombre] ha albergado detrs de esa cara segunda su xtasis y sus vrtigos, y sobre todo el rasgo que tiene en comn con todo lo que vive y quiere vivir, el miedo, siendo la mscara al mismo tiempo traduccin del miedo, defensa contra el miedo y medio de difundir el miedo. 3
Esa turbacin, ese temblor que est desde siempre, en ese lugar sin nombre, sin espacio ni tiempo y como si de l se desprendiera el nuestro, el espacio de nuestra fragilidad, el anuncio de nuestra no necesariedad, de la precaria existencia que domina nuestro ser. El miedo no es una novedad. Pero, ya lo ha escrito Delumeau, nada es ms difcil de analizar que el miedo. 4
Siempre hay una escena que se repite, el sacricio y el exceso, la ruptura del lmite como condicin de la sub- jetividad. La imagen anticipa pero concluye, y otorga la diferencia. Es la construccin de una tica del miedo que se muestra como el eplogo de la tica del sacricio; no es uno antes que el otro, ms bien es la construccin de una nueva subjetividad, como condicin de la vctima del miedo. El temor arremete con fuerza, intrpidamente. Cuando el sacricio se impona en las mentalidades, lo que podamos encontrar era una metfora cristiana alrede- dor del sacricio. Pero cuando es el miedo el sujeto de la accin, cul es la metfora que se abre paso entre el mie- do y el espanto? Al parecer, el reto ante esta ola inmensa de sospecha por la inseguridad reinante, nos obliga a ser los lectores criminales que leemos el texto de la criminalidad para hacer un uso desviado de l, hacernos hermeneutas que quieran descifrar toda lectura malvada, rencorosa para 140 ALBERTO CONSTANTE hacer un uso prdo de la letra. Porque los medios en este caso son como la lectura enemiga, una lectura que slo provoca el desplazamiento de sometimientos. Se tiene que leer todo como una trampa, una maqui- nacin sombra de una secta oscura, una secta que oculta un secreto inicial con el que se dibuja slo una super- cie blanca por donde se pueden deslizar las conciencias nunca inocentes. El miedo es esa metfora de la negacin de la ignorancia, o es la armacin de un saber que de- lata el subterfugio de la mentira, de lo velado, de lo que se dej de decir, y que ahora se enuncia como un grito ahogado. El miedo es un martillo con el que se golpea, se rompe, se provoca el dolor y el llanto, es la manifes- tacin de la creencia en juego. Por qu tenemos miedo? Precisamente porque el miedo es redituable, hay en l una utilidad. Cuanto ms miedo exista, ms atrapados y sujetos es- tamos a la ola de inseguridad que se produce en la socie- dad; cuanto ms inseguridad existe, ms miedo tendr la poblacin y cuanto ms miedo en la poblacin, ms aceptable y deseable se vuelven los sistemas de control. La existencia de ese pequeo peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qu en los peridicos, en la radio, en la televisin, en todos los pases del mundo sin ninguna excepcin, se concede tanto espacio al terror que nos sorprende, como si se tratase de una novedad cada nuevo da. Es cierto que el miedo est ah, presente, como mar- co de accin, como fuerza pujante que atenaza y que co- rrompe, que amenaza e impacta en nuestras vidas. Porque 141 UNA TICA DEL MIEDO el miedo es una emocin-choque, frecuentemente prece- dida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro presente y agobiante que [] amenaza nuestra conservacin. 5 La historia da cuenta de cmo los hombres y las mujeres se han hecho conscientes de la fragilidad del mundo que los rodeaba mucho antes de la aparicin de las llamadas sociedades modernas. La fragilidad de este mundo radica en la propia debili- dad e inestabilidad de las deniciones, que el ser huma- no ha utilizado para denir su confuso (des)equilibrio. Desde antiguo hasta nuestros das, las condiciones bsi- cas de temor o por las que podemos sentir temor, pni- co, miedo, no se han visto sustancialmente modicadas hasta hoy. Heidegger mismo ya haba sealado en Ser y tiempo que Tenemos miedo siempre ante este o aquel ente determinado, que nos amenaza en este o en aquel aspecto determinado. El miedo ante (vor) algo es tam- bin siempre miedo por (um) algo determinado. 6 Ya se habr advertido que el miedo posee tambin una utilidad econmica; la retraccin de la sociedad, su des- plazamiento hacia zonas en las que slo se tiene miedo es perfectamente proporcional a la cantidad de trcos per- fectamente lucrativos e inscriptos en el lucro capitalista que pasan por la industria, la delincuencia y la prostitu- cin. El trco de frmacos, de medios de produccin, el trco de armas, el trco de drogas, en suma, toda una serie de trcos que por una u otra razn no pueden ser legal y directamente realizados en la sociedad pueden serlo por la delincuencia, que los asegura. Al leer por todos lados ese miedo infernal que nos atenaza parece que estamos a punto de repetir la historia 142 ALBERTO CONSTANTE de don Quijote: llevar a cabo en la realidad aquello que se lee. Leemos la repeticin, lo que vuelve, el retorno de lo reprimido, el dolor acallado, la muerte blanca, quiz, como dice Piglia, Habra que hacer una historia de la lectura como venganza. El Miedo en las calles, aferrado en cada grieta del piso, en todo lo que podemos leer como signos omino- sos que anuncian nuestra destruccin, seales que se ad- vierten en cada esquina, en el sonido lejano que nos trae el miedo siempre presente no contina una tradicin, ni se asemeja a otras tradiciones en las que se justican el mal como causa del bien, lo que este miedo perverso in- augura es una nueva forma de pensar, un nuevo camino que va del signo al orculo, del orculo a la venganza. No es la justicacin del mal, apenas su esbozo. Pero el miedo es poco ms o menos que un signo, l se opone a un universo en el que la analoga ha dejado de ser impe- rativa para abrirse paso al silencio de la representacin, a esa otra forma de articular un mundo y de dejar las cifras sometidas al espanto. Todos los signos juegan ah un papel fundamental pues ellos encierran las cadenas a las que los sistemas de orde- namiento, de control someten a la poblacin. Ah estn las cifras del destino, la suerte de los ciudadanos atrapados por estas redes de miedo. Una red de desplazamientos y de vacilaciones son todas las acusaciones del miedo que alarma y nos hace temer por nuestra precaria vida. La iconografa contempornea incluyendo en ella el cine, la televisin y los videojuegos dejan traslucir una verdadera Edad del Miedo. El diablo est presente, el Mal vuelve a corporizarse como antao para justi- 143 UNA TICA DEL MIEDO car un morboso gusto por la sangre y la violencia, que hasta en los dibujos animados son evidentes. Magos, hechiceros, nigromantes, adivinadores, videntes y bru- jos, avatares, extraterrestres o ngeles guardianes han decidido, en este siglo XXI, abandonar sus guaridas y luminosas nubes para auxiliarnos. Nuestro desamparo es inconmensurable. El progreso tcnico no ha venido acompaado con adelantos morales y ticos, y la sociedad actual est lejos de haber alcanzado ese mundo ideal soado por algu- nos optimistas del siglo XVIII. El hambre sigue matando a diario a miles de seres humanos, el asesinato no ha deja- do un solo centmetro de ganar terreno, la impunidad es ms brutal cada da, el hombre no ha olvidado la guerra como supuso en su da Condorcet y la contamina- cin, as como las viejas y nuevas enfermedades vuelven, como lo reprimido que vuelve y vuelve, pero, adems, un renovado racismo, la exclusin del otro, parece ser sntoma de que la razn ha dejado de ser un instrumento vlido para controlar y entender la realidad. Fundamentalismos de distinto rango u origen re- nuevan una concepcin excepcional del universo, en donde lo sobrenatural repite su sombra, habla de lo imposible, de los sueos precarios de inmortalidad o de socavar ese miedo que dilata los poros y se convierte en solucin y regla del confuso mundo en que vivi- mos. No es novedad que lo que hoy cierra el espacio de nuestras miradas es el encierro en el que el miedo contemporneo nos ha sumido. El encierro que analiz Foucault est presente, 7 slo que a partir de ahora a una escala global y ecolgica. La compresin tempo- 144 ALBERTO CONSTANTE ral hace que esas sensaciones de enclaustramiento, de claustrofobia, de encarcelamiento, puedan convertirse, para las prximas generaciones, en un fenmeno ate- rrador. 8 El mundo es demasiado pequeo. El problema no es el de un mundo superpoblado, sino que la Tierra est reducindose a nada. Hoy da, cuando la experiencia directa con todo lo que rodea a la inseguridad ya no es algo excepcional, to- dos recibimos la imagen del miedo ofrecida por los me- dios de comunicacin. 9 La incertidumbre que se conoce a travs de los medios es precisamente la ms anecdti- ca, la menos real: los actos de violencia entre personas desconocidas. As, los medios de comunicacin de ma- sas crean una criminalidad difusa, una perplejidad irreal e incomprensible para la mayor parte de los mortales 10
con la nalidad de inquietar o fascinar a su pblico. Pero adems, crean la impresin de que esa vacilacin violen- ta, cercana a la ccin cinematogrca, est experimen- tando un importante aumento, lo que lleva a las perso- nas a sentir la necesidad de protegerse. 11 La creciente inseguridad y su difcil respuesta ciuda- dana contrasta con un elemento visible, perfectamente identicado y presentado a diario como una amenaza real: el miedo. Y al criminal alguien diferente, con importantes dcits psicolgicos y/o sociales, insensible, sin escrpulos, un autntico enemigo interno como encarnacin de todos los males de la sociedad. As, ba- sndose en hechos aislados se van conformando entida- des como la criminalidad, la droga o el terrorismo, que sirven para explicar casi todas las inseguridades sociales. De esta forma, la seguridad y proteccin frente al todo lo 145 UNA TICA DEL MIEDO que nos aparece como amenazante aparezca como equi- valente, sin matices, sin formas diferenciadas. Toda vio- lencia, como todo miedo, es igual. Un miedo perturbador recorre todo el espacio de nues- tro mundo: el espacio oscuro, la pantalla de oscuridad que impide la entera visibilidad de las cosas, las sombras omi- nosas que presagian dolor, las gentes que se miran en ese mbito que se queda en las orillas y nos quiebra la mirada, las verdades que apenas son slo interpretaciones. Disolver los fragmentos de noche que se oponen a la luz, hacer que no existan ms zonas oscuras en la socie- dad, demoler esas cmaras negras en las que se fomenta la arbitrariedad de las acciones, los caprichos de los po- lticos, las supersticiones religiosas, los complots de los tiranos y los frailes vocingleros, las ilusiones de ignoran- cia, las exclusiones cvicas, sociales, la fragilidad siempre presente, el dolor siempre punzante quiz hoy se ha con- vertido en un sueo, en el lugar del deseo imposible. Alguna vez la construccin de la polis constituy el lugar, el espacio no slo de lo poltico sino tambin de la civitas, de la civilizacin. La Zeitgeist era slo la comarca donde el aire de la ciudad liberaban, y eso es lo que se muda, se trastoca, se invierte: la ciudad entonces slo es una estratagema de guerra, una estrategia fatal, el foco de la crisis de lo poltico y de lo blico, porque lo militar y lo poltico estn unidos. El espanto se apodera de la ciudad. Nuestra ciudad es el territorio del miedo, el es- pectculo de la sinrazn, el lugar donde la aglomeracin ya no tiene rostro ni escala humana. La desregulacin y la desrealizacin han penetrado en la ciudad. Y se ha operado una inversin: la ciudad, que 146 ALBERTO CONSTANTE alguna vez fue el corazn de nuestra civilizacin, se ha vuelto el corazn de la desestructuracin de la humani- dad. La ciudad se ha convertido en la caja de resonancia de todas nuestras acciones, ya sean mediticas o estrat- gicas. Paul Virilio ha hablado de claustrpolis Pasamos de la cosmpolis, la ciudad abierta, a la claus- trpolis, la ciudad cerrada En Estados Unidos hablan de gated communities: hay 30 millones de norteamerica- nos que viven encerrados entre muros... Pero tambin es el caso de San Pablo y sus cinturones urbanos. O de una simple torre. Porque la torre no comunica: es un callejn sin salida, un ghetto vertical. Y no hay nada ms protec- tor que una torre. Hoy se observan dos tendencias en la ciudad: la bunkerizacin y la babelizacin. 12
El estremecimiento moderno del miedo, que no es sino una profunda experiencia del lmite que se desplaza entre lo familiar y lo extrao. Esa experiencia fue estu- diada por Freud como sentimiento de lo siniestro (Un- heimlich). En Freud la relacin heimlich/unheimlich, que da la explicacin de lo siniestro, como lo que debiendo quedar oculto se ha manifestado, describe con exactitud esa experiencia de la alteridad, que no se da en trminos excluyentes (como tal vez ocurra con los terrores de la Edad Media y, contemporneamente, con cierta literatu- ra del terror, como en algunos textos de Lovecraft). Cmo ha sucedido que, con un lento pero inexora- ble camino, al cabo de pocos decenios estemos inmersos en el miedo y la inseguridad? Hoy imaginamos ence- rrados en nuestra fortaleza vaca que nos asedian los desechos humanos, es decir la gente que es considerada superua, excluida, fuera de juego; verdaderos exceden- 147 UNA TICA DEL MIEDO tes humanos. Bauman nos hace comprender que ese es un trmino nuevo. Hace 50 aos apenas se utilizaba. La gente hablaba de desempleados, lo que conlleva un matiz de provisionalidad. Pero ahora se usa el trmino excedente, lo que signica que la gente es superua, innecesaria. No podemos dejar de desestimar que cuan- to menos trabajadores empleados, ms eciente es la economa. Este es el progreso econmico. Y la gente ya no es funcional desde un punto de vista productivo. El residuo es, a la vez, el problema ms angustioso y el se- creto mejor guardado de nuestros tiempos. Son las nue- vas tendencias las que marcan el desarrollo de lo social y determinan sus cambios. El miedo entonces tiene cara de progreso. La aceleracin de la vida, el avance tecnolgico, un sis- tema centrado en el consumo, etc., el sueo del xito a cualquier precio conforma una red que afecta el mundo que nos toc vivir. La estrategia que interpreta las res- puestas ante las demandas de ese entorno tan complejo se resume en la obsolescencia precoz, porque, qu o quines quedan incluidos en esta categora? Bauman 13 se ha preguntado con desesperacin: Qu pasara si el resi- duo fuera una metfora para develar algo ms profundo que alcanza tambin a los seres humanos? Qu sucedera si comenzramos a pensar en residuos humanos? Con la globalizacin, la construccin del orden social tiene lugar la produccin de residuos humanos: Refu- giados, desocupados, semidesocupados, pobres, inmi- grantes ilegales, emigrantes econmicos, solicitantes de asilo, desempleados son los cuerpos visibles de la hu- manidad residual y a los que se podran unir los vagos, 148 ALBERTO CONSTANTE los haraganes, los indolentes, los desheredados, los ne- cesitados, desterrados, expatriados y un largusimo etc., con el que podramos englobar a una buena parte de la poblacin mundial. Todos ellos conforman este grupo socialmente excluido y rechazado. Pero no hay orden sin residuo. La nocin misma de orden es la que requiere que algo se recorte, se determine, y se excluya. El proble- ma es que ahora nadie se siente realmente seguro. Nadie sabe en qu momento puede ser exactamente aquello que ahora puede an ver como en un espejo. Pero nada de lo dicho para aqu. Hay un hecho incon- trovertible que nos lo hizo ver Bauman: 14 ya no hay lugares vacos donde arrojar los desperdicios humanos. Ahora to- dos los pases, todas las regiones, son modernas, de modo que producen gente excedente, estn tambin obsesiona- dos con la construccin de este orden. Otro resultado de esta industria de produccin de deshechos humanos que es la globalizacin son los refugiados, vctimas de guerras tribales en frica en busca de su espacio, y tambin en Europa, como hemos visto en la antigua Yugoslavia. 15 Por ejemplo, en el Congo, despus del genocidio de Ruanda, hay campos de refugiados que funcionan desde hace 15 aos, que tienen ms gente que las provincias vecinas, pero no salen en los mapas, son las utopas mo- dernas, los reinados de ninguna parte. Estn en ningn sitio, viven en un no lugar. Es gente excedente que va, literalmente, a ningn sitio. Hay seres humanos que ya nacen siendo refugiados y mueren refugiados, que no tienen futuro ni posibili- dad de movilidad; no tienen nada. Como dijo Sartre, no tienen proyecto de vida. Ellos encarnan todo lo que te- 149 UNA TICA DEL MIEDO memos y, especcamente, las tremendas y misteriosas fuerzas globales que deciden las reglas de un juego en el que todos nosotros migrantes y nativos de igual mane- ra somos meras piezas. 16
El miedo es una inoculacin de muerte que mantie- ne el cuerpo en condicin de emergencia. El miedo que sentimos tambin traspasa los cuerpos, siempre adopta formas diferentes. De hecho nuestro miedo viene de lo ms difuso, impreciso, generalizado e indeterminado de todo lo que nos rodea; proviene de ningn lugar y apun- ta a nadie en concreto, cruza todos los espacios y no se detiene en nada, no se representa tampoco, ni se asoma en formas reconocibles. Los miedos actuales tienden a ser imprecisos, mviles, elusivos, modicables, difciles de identicar y situar con exactitud. Bauman ha seala- do que Tenemos miedo sin saber de dnde viene nues- tra ansiedad y cules son exactamente los peligros que lo provocan. Podemos armar que nuestros temores vagan en busca de las causas que queremos desesperadamente encontrar para poder estar a la altura de hacer algo al respecto o para exigir que se haga alguna cosa. 17 Hay pues un gesto que domina la escena de la vida y, en la escena, el sentimiento dominante es lo que los alemanes llaman Unsicherheit. Ese trmino nos habla de: incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad. Incluso, s extremamos las cosas, podra decir que l expresa la extrema precariedad de nuestro ser, como deca Mara Zambrano, sentimiento que se asocia inexorablemente a ese impresin de fragilidad y de miedo. Hace tiempo Deleuze haba escrito que No es preci- so apelar a la ccin cientca para concebir un meca- 150 ALBERTO CONSTANTE nismo de control capaz de proporcionar a cada instante la posicin de un elemento en un medio abierto, ya sea un animal dentro de una reserva o un hombre en una empresa (collarn electrnico). 18 Sabemos que l no lleg a ver la materializacin de su sospecha. Pero esa percepcin de los nuevos tiempos vaticinaba el surgi- miento de las sociedades de control o sociedades de la hipervigilancia? Esas que vendran a reemplazar a las sociedades disciplinarias, de las que habl Foucault, sustentadas y fortalecidas en los grandes espacios de encierro: la familia, la escuela, la fbrica, el cuartel, el hospital, la prisin. Espacios por los que se desplazaban los individuos (regularmente por algunos, de manera eventual o especca, por otros), para su identicacin y moldeamiento. 19
Si Vigilar y castigar se adentra en el universo carce- lario es para estudiar el surgir y la extensin de las for- mas de disciplina en cuanto que tecnologas polticas, en cuanto que tcnicas que permiten la produccin de una determinada subjetividad. En contraste con el enfo- que negativo que reduce el estudio de las instituciones punitivas a la represin del cuerpo (o la mente) de los individuos, Foucault plantea un anlisis en el que los procedimientos disciplinarios lejos de reducir o anular a la individualidad, la producen de forma concertada y di- versa, recortando el perl del individuo, singularizando su evolucin (en el seno de evoluciones colectivas). En este sentido ha de entenderse que el poder disciplinario es una estrategia de normalizacin. 20 Deleuze sugera la crisis de esos encierros, de los mu- ros que excluyen y sitian las subjetividades que ya son en 151 UNA TICA DEL MIEDO s mismas como pesados plomos. Nuestro lsofo lo que haca era augurar su transformacin. Lo cerrado se abri- ra, lo duro se exibilizara, lo perpetuo se hara nito, la pesadez se hara ligereza. La disciplina, el dominio de los cuerpos sera sustituida por el control, no ms dolor ni territorio del sufrimiento. El vaticinio se sujet a su pro- pio tiempo, como deca Hegel. Deleuze no poda estar por encima de su propia poca y sus anlisis estaban acordes con esa sociedad de principios de los aos 90. Lo cual quiere decir que no cambia, que la estacin violenta de la Zeitgeist de esa poca es la que domina la nuestra. La dcada de los 90 fue la de los grandes corpora- tivos, esos enormes dispositivos que estn enfocados a suplantar a las fbricas y que fueron los primeros indi- cios de la capacitacin perpetua opacando con ello la jerarqua de la escuela. Los ciudadanos que se haban acostumbrado a someterse a la prdida de sus nombres hoy ya no son slo nmeros, entre ellos asoman los cdi- gos de barras, el chip, el identicador. Las sociedades de control que anunciaba Deleuze tenan que ver con estos tiempos inauditamente tecnolgicos y con la consecuen- te necesidad de facilitar la administracin de un mundo tan annimo como complejo. Deleuze lo que sostiene es que Foucault estuvo acer- tado en el anlisis de los centros de encierro como la f- brica, la prisin, la escuela, los hospitales. El problema es que la sociedad actual dej de ser aquella analizada por Foucault. Todos los centros de encierro atraviesan una cri- sis generalizada y la constante reforma de esos espacios es justo lo que anuncia su desahucio. Solamente se pretende gestionar su agona y mantener a la gente ocupada mien- 152 ALBERTO CONSTANTE tras se instalan esas nuevas fuerzas que ya estn llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que estn sustituyendo a las disciplinarias. Foucault haba centrado su anlisis en instituciones que se caracterizaban por ser lugares a los que los sujetos se vean obligados a ingresar e impedidos de salir por cierto tiempo. Instituciones en las que, ms all de los objetivos explcitos brindar conocimientos, cuidar la salud, proporcionar empleo, lo que se pretenda era disciplinar a los individuos de modo que pudieran re- sultar tiles al sistema. A travs de dispositivos en los que se atenda a la individuacin, al mismo tiempo que a la inclusin de esos individuos en mbitos masivos, se formaban sujetos fuertes pero dciles y obedientes. Si bien cada una de estas instituciones operaba de un modo semejante. El paso de una a otra implicaba siempre un comienzo desde cero, el individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro. Foucault analiz muy bien el proyecto ideal de los lugares de encierro, particularmente visible en la fbrica: Concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Aunque cabra la posibilidad de poder dis- tinguir las relaciones de poder como juegos estratgicos entre libertades juegos estratgicos que dan lugar a que algunas personas traten de determinar las conductas de otras de los estados de dominacin, que son lo que ordinariamente llamamos poder. Y entre ambos, entre los juegos de poder y los estados de dominacin, guran las tecnologas gubernamentales. 153 UNA TICA DEL MIEDO Control es el nombre que Burroughs propone para designar al nuevo monstruo. Y que Foucault reconoca como nuestro futuro prximo. Paul Virilio no deja de analizar las formas ultrarrpidas de control al aire libre, ellas reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duracin de un sistema cerrado, no se trata de invocar las producciones farmacuticas extraordinarias, las for- maciones nucleares, las manipulaciones genticas, aun- que estn destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No se trata de preguntar cul rgimen es ms duro, o ms tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan las liberaciones y las servidumbres. En las sociedades de disciplina siempre se estaba em- pezando de nuevo (de la escuela al cuartel, del cuartel a la fbrica), mientras que en las sociedades de control nunca se termina nada. La empresa, la formacin, el servicio son los estados metastables y coexistentes de una misma mo- dulacin, como un deformador universal. Kafka, que se instalaba ya en la bisagra entre ambos tipos de sociedad, describi en El proceso las formas jurdicas ms temibles: El sobreseimiento aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos encierros), la moratoria ilimitada de las socie- dades de control (en variacin continua), son dos modos de vida jurdica muy diferentes, y si nuestro derecho est dubitativo, en su propia crisis, es porque estamos dejando uno de ellos para entrar en el otro. Es posible que los ms duros encierros lleguen a pa- recernos parte de un pasado feliz y benvolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan, a diferencia de lo que suceda en la sociedad discipli- naria, en las actuales sociedades de control el acento no 154 ALBERTO CONSTANTE se coloca en impedir la salida de los individuos de las instituciones. Al contrario, se fomenta la formacin on- line, el trabajo en casa, sin horarios, sin nadie que est vigilando, se controla, no se vigila, se doma no se ata. Las sociedades disciplinarias tienen dos polos: la r- ma, que indica el individuo, y el nmero de matrcula, que indica su posicin en una masa. Porque las disciplinas nunca vieron incompatibilidad entre ambos, y porque el poder es al mismo tiempo masicador e individualizador. Es decir, que constituye en cuerpo a aquellos sobre los que se ejerce y moldea la individualidad de cada miembro del cuerpo. En las sociedades de control, por el contrario, lo esen- cial no es ya una rma ni un nmero, sino una cifra. La cifra es una contrasea, el password, mientras que las so- ciedades disciplinarias son reglamentadas por consignas (tanto desde el punto de vista de la integracin como desde el de la resistencia), el lenguaje numrico del con- trol est hecho de cifras, que marcan el acceso a la infor- macin, o el rechazo, uno debe tener tantos passwords como accesos a las distintas formas del internet, incluso se exige reconocimiento de aquel que quiere abrir una pgina. Y el password debe ser como un atad, hermti- camente cerrado, una clave con combinatorias innitas para su desciframiento. Estamos en el mundo virtual desde el que podremos desarrollar nuestra existencia porque ya no somos ese viejo hombre del que Foucault dio cuenta, esa cons- titucin del ser humano como objeto de una serie de ciencias (y sus consiguientes discursos) positivas, la ar- queologa que encara los vestigios intentando discernir 155 UNA TICA DEL MIEDO la verdad y el sujeto que a travs de ellos se estructura, yendo ms all del propio documento, son los momen- tos, inacotables completamente bajo un solo ttulo, de la muerte del hombre, del intento de acabar con el an- tropocentrismo sobre el que se erigen y apoyan tanto la concepcin unitaria y teleolgica de la historia, como las ciencias humanas en general. Momentos de crtica feroz a una racionalidad moderna cimentada sobre un mito: el del sujeto soberano. Hemos entrando en sociedades de control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un con- trol continuo y una comunicacin instantnea. Todo es exible. Todo es lquido, todo se resuelve con entradas a ese mundo virtual en el que aparecen las tarjetas de crdito, los mails, los podcast, los videocast, el sinnmero de sociedades virtuales a las que todos juegan creando su sin city, pero cada vez que usamos la tarjeta, cada vez que enviamos un e-mail o que miramos una pgina de inter- net vamos dejando rastros, huellas, vestigios, trazas, ah decimos qu consumimos, con qu nos entretenemos, qu opinin poltica cultivamos, qu es lo que desea- mos, cules son nuestros sueos y nuestras perversiones ms ocultas, y cuanto ms dentro del grupo de pertenen- cia est un individuo, ms se multiplican sus rastros, sus pistas, el recorrido que certica la formacin de una sub- jetividad cerrada a la sociedad que lo forma. Todo eso es parte de un enorme archivo virtual que permite, entre otras cosas, orientar nuestra vida y nuestro consumo. Quiz este era el ingrediente que faltaba: el miedo. Siempre ha estado ah, pero no de la manera en la que hoy lo vivimos. Estamos ante una heurstica del temor: don- 156 ALBERTO CONSTANTE de lo que nos toca es tomar nota de los peligros, calcular los avances del mal y actuar en consecuencia, una tica del temor, una tica del sometimiento. Me parece que ni Deleuze ni Jonas pudieron imaginar que el mal y el miedo podan alcanzar las dimensiones que alcanzaron. El ejemplo ms impactante lo da un documento pre- sentado en la XXIII Conferencia Internacional sobre Pro- teccin de la Informacin y Privacidad, recientemente celebrada, segn el cual Gran Bretaa es la sociedad ms vigilada de Occidente, con 4.2 millones de cmaras. Se calcula que cada britnico es captado por las cmaras unas 300 veces por da. Una vasta red de sistemas inteligentes interconectados permite, actualmente, seguir el mnimo comportamiento de millones de personas en el tiempo y en el espacio. Y se va por ms. El pronstico es, por cierto, escalofriante. En un tiempo no muy lejano, todos los ciu- dadanos de esta aldea global estaremos siendo vigilados en nuestros hbitos cotidianos, preferencias alimenti- cias, conversaciones, confesiones, intimidades amatorias, encuentros y desencuentros. Al parecer y hasta nuevo aviso slo los pensamientos no expresados podrn res- guardarse de semejante panoptismo, al igual que en la esclavitud. Lo aterrador es el error de clculo que se pueda cometer en un sistema saturado de informacin, que monitorean los dispositivos del miedo: los atentados terroristas, la criminalidad, los mega accidentes que se asemejan tanto a los atentados, el estado de amenaza sostenida, espec- tralmente amenazante en los interregnos de la calma o el bioterrorismo sea de Estado o de otra singladura. Se ejerce sobre el conjunto de la poblacin, considerada sta 157 UNA TICA DEL MIEDO como un organismo sometido a los ms diversos avatares biolgicos. Foucault lo llama biopoder y su forma ge- neral es la biopoltica. 21 En este esquema, las discipli- nas analizadas en Vigilar y cstigar seran una variante del biopoder, circunscritas a la correccin y normalizacin de los organismos individuales, en pro del refuerzo del organismo colectivo. Es el mbito de la anatomopolti- ca. Junto a sta, otra forma de poder reside, o se plasma, en mecanismos reguladores no disciplinarios. Y entre los mecanismos disciplinarios y los mecanismos reguladores del biopoder estara eso que hemos llamado el bioterro- rismo. 22
Con esto el mundo vuelve a convertirse en un espacio de encierro angustiante y descomunal. Por el momento, lo nico vericable es que la libertad est siendo sacri- cada en aras de una seguridad aun inconquistable. Una tica del temor, una tica del miedo sostiene todo aque- llo que queremos y que deseamos, ella es quiz la causa de que volvamos a recordar aquella frase de Los misera- bles de Vctor Hugo: Los miserables buscan a otros ms miserables para sentirse menos miserables. 158 ALBERTO CONSTANTE NOTAS 1 Paul Virilio, Ville Panique. Pars: Galile, 2004. 2 Jean Delumeau, El miedo en Occidente. Madrid: Taurus, 1989, prlogo. 3 Citado en Jean Delumeau, op. cit., p.25. 4 Jean Delumeau, op. cit., p. 26. 5 Ibid, p. 28. 6 Martin Heidegger, El ser y el tiempo, trad., Jos Gaos. Mxico: FCE, 1951. Sein und Zeit, en Gesamtausgabe, volu- men 2, ed. F.-W. von Herrmann, 1977, XIV, 586 pp. 7 Las disciplinas ilustradas se ocupan del dominio de al- guna zona de la vida humana. El poder se advierte mucho ms cuando tiene manifestaciones espaciales, como en el sis- tema carcelario que analiz Foucault, pero son tan sutiles los hilos del poder en la actualidad, que quienes buscan auto- rrealizarse quiz son los ms manejables de todos. Foucault ya sostena esa idea atributiva del poder: Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organizacin; el jue- go que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte, los apoyos que dichas re- laciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aslan a unas de otras, las estrategias, por ltimo, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalizacin institucional toma forma en los aparatos es- tatales, en la formulacin de la ley, en las hegemonas socia- les. Ms adelante seala que Ms precisamente, no hay que imaginar un universo del discurso dividido entre el discurso aceptado y el discurso excluido o entre el discurso dominante y el dominado, sino como una multiplicidad de elementos discursivos que pueden actuar en estrategias diferentes. Cf. 159 UNA TICA DEL MIEDO Michael Foucault, Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI, 1980. Y Michael Foucault, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI, 1980, pp. 112 y ss. 8 Chistian Ferrer (comp.), El lenguaje libertario 1. El pensa- miento anarquista contemporneo. Montevideo: Nordan-Comu- nidad (Coleccin Piedra Libre), 1990, pp. 21-41. 9 Mckibben cuando arma: la era de la informacin nos est llevando a la ruptura con nuestro entorno inmediato, [...] a una desconexin con la vida real. Vivimos ciertamente en un mo- mento de profunda ignorancia. Bill Mckibben, The Age of Mis- sing Information. Nueva York: Random House, 1992. Ah mismo se plantea la siguiente cuestin: Tener acceso a ms informa- cin que nunca signica que conocemos ms que nunca? 10 H. J. Schneider, La criminalit et sa reprsentation par les mass medias en Revue Internationale de Criminologie et de Police Technique, nm. 2, Paris, 1995. 11 Cfr. Mara Naredo Molero, Espaa, junio de 2001. Web: <http://habitat.aq.upm.es/boletin/n22/amnar.html> 12 Paul Virilio, entrevista en <www.pagina12.com.ar/diario/ suplementos/radar/9-1494-2004-06-20.html>. Y cfr. a Thierry Paquot, Ville panique. Ailleurs commence ici, Paul Virilio, Re- vue Urbanisme, Villes-Socits-Culture, nm. 336, mai/juin, 2004. Ah, seala Paquot, la claustropolis remplace la metropolis avec ses enclaves prives, sa vidosurveillance, sa sgrgation douce 13 Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas la modernidad y sus parias. Paids, Buenos Aires, 2005, p. 47 y ss. 14 Ibid., p. 65 y ss. 15 El nmero de refugiados y desplazados internos en todo el mundo ha alcanzado a nales del ao pasado la cifra rcord de 37.4 millones, segn un informe presentado en Londres por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, el portugus Antonio Guterres. Cf. El Pas.com, 17/06/2008. 16 Araceli Caballero y Sheila Vilaseca, entrevista a Zygmunt Bauman, Ya no hay lugares vacos donde arrojar los desper- 160 ALBERTO CONSTANTE dicios humanos. Web: <www.almeriware.net/almediam/noti- cias/Noticias_197.htm> 14-10- 03. 17 Zygmunt Bauman, entrevista en la pgina web: <http:// theparapanda.blogspot.com/2008/06/zygmunt-bauman-en- metiendo-bulla.html> 18 Gilles Deleuze, 17. Post-scriptum sobre las sociedades de control, en Conversaciones 1972-1990. Valencia: Pre-Textos, 1999, p. 277 y ss. En la argumentacin subsecuente, sigo de cerca estas consideraciones de Deleuze. 19 Citado en B. Hyndess, Disertaciones sobre el poder. De Hobbes a Foucault. Madrid: Talasa, 1997, pg. 100. 20 Algo que realiz Foucault fue el anlisis de esa gura drstica que es el examen como procedimiento disciplina- rio la forma de saber y tcnica de poder que se localiza en esta funcin individualizadora. Es precisamente un estilo de poder-saber que permite la aparicin del individuo como objeto registrable, descriptible... ordenable. Este individuo es el objeto de las ciencias humanas. Es por ello que el anlisis genealgico del dispositivo de poder diseado por la discipli- na permite dar cuenta de la aparicin de estas ciencias. No signica esto que sus conceptos y teoras deriven directa y nicamente de las tcnicas de poder; s, que el dominio sobre el que se aplican unos y otras, los modos de produccin de verdad, de objetivacin, son efecto de dichas tcnicas. 21 No podra quedar de lado el hecho de que el biopoder fundamentalmente puede presentarse bajo a forma de una se- rie de postulados generales como son los de propiedad, loca- lizacin, subordinacin, modo de accin o legalidad. 22 Un biopoder autntico administrador y gestor de la sa- lud, la higiene, el sexo, la educacin, el bienestar... de los su- jetos, pero en su forma aglutinante del miedo como dispositi- vo de control y de sometimiento. 161 UNA TICA DEL MIEDO BIBLIOGRAFA BAUMAN, Zygmunt, Vidas desperdiciadas la modernidad y sus parias. Paids, Buenos Aires, 2005. DELEUZE, Gilles, 17. Post-scriptum sobre las sociedades de control, en Conversaciones 1972-1990. Valencia: Pre- Textos, 1999. DELUMEAU, Jean, El miedo en Occidente. Madrid: Taurus, 1989. 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PGINAS DE INTERNET BAUMAN, Zygmunt, entrevista en la pgina web: <http://the- parapanda.blogspot.com/2008/06/zygmunt-bauman- en-metiendo-bulla.html> CABALLERO, Araceli y Sheila VILASECA entrevista a Zygmunt Bauman, Ya no hay lugares vacos donde arrojar los 162 ALBERTO CONSTANTE desperdicios humanos. Web: <www.almeriware.net/ almediam/noticias/Noticias_197.htm> 14-10- 03. NAREDO MOLERO, Mara, Espaa, junio de 2001. Web: <http:// habitat.aq.upm.es/boletin/n22/amnar.html> VIRILIO, Paul, entrevista en <www.pagina12.com.ar/diario/ suplementos/radar/9-1494-2004-06-20.html>. Y cfr. a Thierry Paquot, Ville panique. Ailleurs commence ici, Paul Virilio, Revue Urbanisme, Villes-Socits-Culture, nm. 336, mai/juin, 2004. 163 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA POLTICAS DEL RIESGO, GESTIN DE INCERTIDUMBRES Raymundo Mier G.* LA DOBLE GNESIS DEL MIEDO: LA EXPERIENCIA DE LA DESAPARICIN, EL ACONTECIMIENTO Y LA NORMA En su clebre reexin sobre el modo de consolidacin del poder monrquico, Maquiavelo haba reconocido en el miedo la pasin fundamental capaz de sustentar y preservar el ejercicio del gobierno. Una pasin sustenta- da en estrategias e instituciones pero diseminada entre * Profesor-investigador, miembro del Departamento de Educacin y Comunicacin y profesor del Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Autnoma MetropolitanaXochimilco. Profesor de Teora antropolgica y Filosofa del lenguaje en la Escuela Nacional de Antropologa e Historia. 164 RAYMUNDO MIER G. los sujetos, arraigadas en su intimidad, que modela sus vidas y sus identidades, que perla proyectos y dene memorias y delidades. La experiencia del miedo se de- linea tcitamente en el juego de regulaciones sociales, en los regmenes y saberes instituidos, en los hbitos y con- vicciones, en el dominio de tabes o prescripciones. Sin embargo, su alcance y su ecacia como pasin poltica se ncan en sus impulsos primordiales, en sus resonan- cias ntimas, en las condiciones de gnesis y degradacin de la identidad y en el enrarecimiento de los vnculos. Ambas facetas discordantes aunque concurrentes su relevancia poltica y su raz pulsional se anclan de una manera constitutiva en la experiencia del tiempo: espe- ra y memoria, hbito y acontecer, identidad y derrum- be del mundo simblico, pero tambin en un rgimen de afecciones: las modalidades del dolor, la impronta de las desapariciones, la desesperacin o el desaliento de la amenaza, la inhibicin o las desesperaciones. El miedo es una afeccin del tiempo: memoria y anti- cipacin se conjugan en la comprensin del peligro, del riesgo, de lo que es capaz, por su mera posibilidad de apa- ricin, por su pura virtualidad, de perturbar el sentido y la identidad de los sujetos, su forma de vida y su espacio simblico. Pero el miedo emerge tambin de la sombra de la amenaza y la sospecha de la transgresin. Surge de los pliegues de la forma jurdica y las formas larvadas de la creencia. Freud haba advertido que la experien- cia temprana de desvalimiento, surgida del eclipse del objeto primordial de amor, de la experiencia constitutiva del abandono, se conrma simblicamente como prdi- da, como sentido de la nitud; pero tambin consolida el 165 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA sentido de la relevancia moral del vnculo con el otro, ex- periencia primordial de la obligatoriedad y la transgresin que anticipa y sustenta la constitucin del sujeto a partir del vnculo y sus ritmos, sus momentos de eclipse, la sere- nidad de la solidaridad. Las modalidades del miedo emer- gen de la relacin particular entre el sujeto y los objetos o eventos potencialmente devastadores. De ah la extraa y mltiple calidad que toman las nociones y experiencias distintas del miedo en la modernidad. Lo que hemos dado en llamar la modernidad conlle- va un dislocamiento de las experiencias sustantivas de tiempo, espacio y cuerpo; pero tambin la intensica- cin de las formas de control jurdico y las convicciones cognitivas de la anticipacin, la implantacin de estrate- gias impersonales de control. Supone una signicacin histrica de la proximidad y la distancia, de los ritmos de la presencia del otro y su desaparicin, de las lgicas involucradas en las modalidades psquicas y corporales del dolor, pero tambin de las pautas y la reiteracin de su interferencia en la continuidad de los hbitos. La ex- periencia del miedo involucra una tensin irresoluble en todas estas facetas de la experiencia individual y colec- tiva, que se expresa como un enrarecimiento de la ex- periencia de s. Pone en entredicho la continuidad y la transformacin de la identidad. Anticipa la extincin de s como secuela de la extincin del otro. Dilogo de las afecciones surgidas de la implantacin del vnculo en el lo de la desaparicin. El miedo como experiencia, como modo de concebir y asumir la dinmica de las afecciones, revela una gura determinante en la constitucin primordial del sujeto. En 166 RAYMUNDO MIER G. consonancia con el desamparo, el miedo pone en relie- ve la fractura de los vnculos, la perturbacin oscura de las identicaciones, implica la intensicacin de la ex- periencia de la extincin inminente de s y del otro, y el derrumbe simblico del mundo expresado como incerti- dumbre, como vacilacin de los hbitos y alianzas, como disipacin de los esquemas corporales. La experiencia del miedo revela una dinmica singular de los patrones y per- les inherentes a la conformacin de la subjetividad. Freud reexion tempranamente sobre la experiencia del desamparo y el desvalimiento primordiales, surgidos de la tensin originaria entre el dolor y el placer, su carcter al mismo tiempo consustancial e inconmensurable. Dolor y placer dan cabida a una primera comprensin de s en relacin con el otro, modelan la identidad del s mismo, inciden en la constitucin del sujeto a partir de marcar con las intensidades afectivas la dinmica de los vnculos. La relacin del miedo con la prdida remite al complejo proceso del duelo, supone una actitud respecto del dolor, fsico y psquico. Toda experiencia del miedo se da sobre el teln de fondo de la muerte, la muerte del otro que anuncia y devela la necesidad de la muerte propia: es esa anticipacin de la muerte, propia y del otro que arrastra al sujeto sin alcanzar una comprensin lo que preserva las resonancias del miedo. El miedo toma su fuerza devastadora de la insigni- cancia de la muerte, de su imposibilidad de arraigarse en la experiencia: de su consustancial vnculo con la incerti- dumbre. Incertidumbre sobre la experiencia insondable de la muerte y sobre los tiempos del morir, sobre el mis- terio de su advenimiento. De ah, advierte Freud, la tarea 167 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA de nombrar repetida, interminablemente la amenaza y la experiencia dolorosa, como un recurso para paliar el dolor y el vaco simblico que involucra. Es la tentativa para incorporar en una trama simblica, en redes narra- tivas y de lenguaje, la ausencia. Simbolizar la muerte, la desaparicin, la raz absoluta del dolor es el funda- mento pulsional de la repeticin. No hay experiencia de la muerte propia. La muerte permanece ms all de la signicacin. Su intensidad no radica en la experiencia vivida de la propia extincin, sino en la radical impo- sibilidad de esa experiencia. Surge de la certeza de su advenimiento, de su inminencia, de su necesidad. Tam- poco es posible asumir como propia la experiencia de la muerte del otro, slo su desaparicin, la prdida en el presentimiento de lo absoluto. La comprensin de la muerte, propia o ajena, es siem- pre exorbitante e impracticable, una incertidumbre cardi- nal, sin cura, pero constitutiva de nuestra identidad con- formada plenamente en la experiencia de la desaparicin: momentnea, duradera o absoluta, la desaparicin modela nuestras vidas. El trnsito entre desaparicin y extincin est siempre marcado por lo indenido, el umbral y los mrgenes de la presencia. La disolucin del vnculo como garanta de presencia y la anticipacin de otro vnculo, el de la fuerza de la reminiscencia, la revocacin o el olvido. El miedo apela as a modalidades de la memoria entre las cuales se vacila sin expectativa de resolucin. Tensin irresoluble, sentido indecidible de las modalidades de advenir de las huellas de lo ausente. Modos de irrumpir en la vida de las sombras de la presencia, sobrevienen al juego de certeza e incertidumbre de la extincin. Es el 168 RAYMUNDO MIER G. vrtigo temporal de la inminencia de las desapariciones el que conere al miedo su violencia fundamental y su carcter de experiencia primordial, constitutiva. El miedo aparece como faceta inherente, potencial, en la conformacin de la vida. En la modernidad la gura dominante es la vacilacin, la transicin errtica; se pre- cipita sobre experiencias difusas, permanente, de la au- sencia y de la prdida, del fracaso de las solidaridades, de la exacerbacin de los mecanismos de la individuacin. La muerte nombra ese horizonte del miedo. Suscita esa vacilacin ante la destruccin o la extincin, hace paten- te ese umbral de la vida, informulable, que se constituye como referencia primordial para la experiencia del mie- do. Es imposible hacer cesar esa vacilacin y ese vrtigo: el miedo a la muerte, se sabe, carece de referencia alguna a la experiencia. No hay relatos desde el territorio de los muertos. Lo que priva en su nombre es la desolacin extrema, el desahucio. Es en ese momento en el que la primaca del miedo indiferenciado, migrante, generaliza- do, se implanta como faceta inherente de la vida, cobra naturalidad, se integra plena, transversalmente en todos los dominios de la vida: desde los espacios pblicos has- ta los estremecimientos de la intimidad. DOLOR Y DESOLACIN: EXPERIENCIAS CARDINALES EN LA RAZ DEL MIEDO El miedo, anclado en el devenir ausente de la presen- cia, en la irrupcin degradante y mortfera del otro, en la reminiscencia del dolor o la fantasa que anticipa la 169 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA extincin, carece de un anclaje determinante. Nombra la experiencia misma del desvalimiento y el abandono. Hanna Arendt se reere a la desolacin como la experien- cia radical de la individuacin y la condicin extrema de una modernidad erigida sobre la extincin de la me- moria, sobre la pretensin incesantemente desmentida de la calculabilidad del futuro y sobre la ruptura de las solidaridades. La experiencia de la desolacin, en el mar- co de la institucionalidad moderna, se revela capaz de reemplazar el vnculo de solidaridad por una racionali- dad de la ecacia y la gura solipsista de la responsabi- lidad: una responsabilidad equvoca, paradjica, desde la negacin del otro. Cancelacin de la tica, exigencia de accin eciente y vnculos mecnicos y especulares; alianzas estratgicas fundadas en la tica intangible el vaco tico de los ordenamientos jurdicos, denidos por el sometimiento a la regulacin sin sujeto, ajenos a la intimidad con el otro. La experiencia del desarraigo se conjuga con la de la desolacin. Se intensica la im- plantacin potencial del miedo en esa diseminacin y multiplicacin del riesgo. La desolacin se confunde con las guras del abando- no. Suscita una experiencia singular del dolor que emerge de la catstrofe de s y del quebrantamiento del mun- do simblico ncada en una gura primordial: un dolor sin representacin, sin lenguaje, que se reere al germen temprano de la experiencia del desvalimiento. Involucra una afeccin devastadora de la memoria, una reminiscen- cia sin imgenes constituida por la violencia inhibidora de una pura intensidad afectiva. La desolacin aparece como un dolor psquico sin objeto, sin destino. Un dolor 170 RAYMUNDO MIER G. psquico que surge de la tensin inquietante entre sus races subjetivas en la experiencia de desvalimiento y la conformacin de s a partir de las dependencias respecto de los rdenes de intercambio, jurdicos e institucionales en ausencia de todo vnculo de solidaridad. La moder- nidad nca en la intensicacin del dolor psquico de la desolacin y la necesidad de su rechazo la ecacia de los regmenes de control. Los umbrales de la desaparicin de s, la insignicancia del propio linaje como referencia de vncu- los, alianzas y solidaridades, indica la desintegracin de la fuerza cohesiva de las formas de vida. La extincin de la relevancia o el sentido de los vnculos. Freud haba sealado esta participacin del dolor de la gnesis de s. El surgimiento del sujeto en la estela de este desastre primordial que es el dolor del abandono, la prdida del objeto de amor primordial: el desvalimiento como faceta inaugural de la experiencia, constitutiva del deseo en la estela expansiva del impulso de vida. Miedo y dolor estn estrechamente vinculados en esta gnesis primordial de s. El dolor psquico como intensicacin de una atencin extrema y sin referencia, un dolor errante equiparable a la angustia, una obnubilacin experimen- tada como incertidumbre sin interrogante, sin ansiedad, sin deseo. Una masa de intensidades psquicas crecientes y sin destino. El dolor psquico surge en el momento de la extincin de la presencia del otro y de s mismo; como una percepcin sin ms sensacin que la certeza de la di- solucin de los perles de s, la inquietud sin objeto, la anticipacin y desenlace de la propia desaparicin como gura, como destino y fuente de la afeccin y el vnculo, como rgimen de sentido. El miedo, por su parte, arraiga 171 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA su afeccin en la gura de un objeto, pero no es el objeto mismo el que provoca el miedo, sino la reaparicin de la experiencia primordial de desvalimiento, que no es otra cosa que la de extincin permanente o transitoria del vnculo asumiendo que toda desaparicin tempo- ral del otro es potencialmente absoluta y fatal. Esta aprehensin de la desaparicin potencialmente absoluta del otro lo constituye como objeto. El otro est marcado intrnseca, necesariamente, por su propia desaparicin potencial, irreparable, siempre inminente e ineludible. Ese desaparecer del otro, el extinguirse de su vnculo es un acontecimiento que, imaginariamente, dene consti- tutivamente al otro como presencia. El otro se constitu- ye as como fuente enigmtica de dolor, como seal de un acontecimiento el desastre por advenir, pero esa desaparicin no est en el futuro, sino en el pasado, en el presente. Constituye al sujeto y se proyecta sobre su presente, se expresa como guracin del futuro, como certeza de la propia nitud. Pero la raz del miedo subsiste. Ms all de perder su violencia perturbadora, el miedo preserva en la intimi- dad el aura de lo intempestivo, foco de desasosiego, la fuerza de la amenaza de desarraigo y de catstrofe. Y se intensica en la modernidad con la disipacin o inclu- so extincin de las redes de solidaridad: aparece como una vacuidad del yo, pero se integra dcilmente a la vida cotidiana, alienta una nitud confortable. Ah es donde quiz el miedo adquiere su valor paradjico y lo acenta. Freud caracteriz, en El yo y el ello, la formacin del yo, la conformacin del carcter, a partir de las huellas de lo perdido, las trazas de la identicacin: el carcter del 172 RAYMUNDO MIER G. yo es una precipitacin [Niederschlag] de las investiduras de objeto rechazadas [aufgegebenen] y contiene la histo- ria de estas elecciones de objeto. 1 Freud subraya en este proceso el lugar de la identicacin y la introyeccin del objeto perdido, su consecuencia en el acrecentamiento del dolor, pero tambin en la constitucin del ncleo yoico de la identidad. Aparece ntidamente aqu la a- nidad entre este proceso de modelacin y conformacin de la identidad del yo con los procesos de la melanco- la, con las afecciones de dolor y tambin anuncia los sustentos del carcter constitutivo de la angustia como respuesta a las prdidas marcadas con fuerte carga de in- vestidura libidinal. La propia constitucin del yo emerge de las afecciones de la desaparicin, de la composicin de las huellas de la prdida, de las trazas del dolor y de las exigencias del duelo, como gura de la restauracin del rgimen simblico ms all de la catstrofe. El miedo se revela as como el desenlace de diversos procesos de conformacin de la subjetividad: en su fun- damento y en su acontecer, en su desempeo estratgico y en su rgimen constitutivo, en su sometimiento a las prescripciones y prohibiciones sociales y en su confron- tacin negativa frente a los imperativos de lo instituido. Esta compleja trama de dependencias se expresa, sin embargo, irnicamente, no en el reconocimiento de la incertidumbre, sino en fervores inquebrantables, en formas de conocimiento derivadas de creencias inamovi- bles, modos de certidumbre que se enlazan y se confun- den con los saberes y se expresan en formas colectivas de la vida social. Dene tambin un repertorio y matices de la afeccin puesta en juego en un amplio mbito de 173 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA actitudes. Estas respuestas emergen como sntesis yoica, como experiencia de la identidad propia; se expresan as como hbitos, como formas de vida, como horizon- tes de expectativa, como expresin simblica del deseo incorporada en las pautas de accin recproca. As, el miedo no es contingente al sujeto. Por el con- trario, participa en la conformacin misma de la sub- jetividad. Freud hace intervenir en la constitucin del sujeto, de manera cardinal, una modalidad discordante del miedo, la angustia, la afeccin que emerge de la conjugacin entre la forma del deseo y el quebranta- miento del lenguaje, la fuerza y la intensidad de los impulsos, el presentimiento del derrumbe, el eclipse de la signicacin. Miedo y angustia, aun diferenciados, se conjugan, se confunden en la conformacin de las formas de vida. Concurren en la aparicin de regme- nes fantasmales, que se proyectan sobre lo incierto de la vida cotidiana, sobre la extraeza de los hbitos en la experiencia social. Suscitan modos narrativos y enso- aciones de resonancias alucinatorias, formaciones de- lirantes. El miedo y la angustia se anudan en el cuerpo, apare- cen no slo como afecciones psquicas, tambin corpora- les, inscritas en un juego espectral del cuerpo propio, en su orbe de las fantasmagoras que dan forma a la sexua- lidad y a los esquemas y perles de la gestualidad y el comportamiento; troquelan el cuerpo con esos residuos de la intensidad afectiva, lo despliegan como lugar y ma- teria misma de expresin, con una raz y una resonancia ntimas. Signos de dos vertientes: las fuentes ntimas del miedo, sus races intransferibles en la angustia y sus re- 174 RAYMUNDO MIER G. sonancias incomunicables. Se hace patente un dualismo de sentido en ese impulso surgido ese juego de resonan- cias entre miedo y angustia, en ese nudo de tensiones a partir de la virtual aparicin de un objeto imaginario o real, o a su desaparicin amenazante, a la persistencia misma de una amenaza vaga y abstracta, surgida desde la propia condicin, afecto interno, o bien, desde el entor- no, la situacin, la conformacin de un episodio vivido, amenazante. La amenaza externa reclama una lucidez exacta, inmediata, la amenaza interna una respuesta al desasosiego sin anclaje, sin otra posibilidad que la propia edicacin de las alucinaciones forjadas en la estela del deseo y proyectadas sobre lo percibido. Pero una des- pierta resonancias en la otra, se apuntalan mutuamente, se agudizan las tensiones y las formas equvocas de las identicaciones imaginarias. No obstante, surgen tensiones incalculables: se mani- esta como potencia de engendramiento, como impulso a la accin, como resonancia de una afeccin creadora; pero tambin, y de manera predominante, como replie- gue, como huida y como connamiento, como experien- cia de inhibicin, como cancelacin de toda pretensin de inteligibilidad. Este dualismo se conjuga con otro, la conjugacin de dos experiencias: la expectativa de satis- faccin y el sufrimiento, la experiencia de dolor. Freud sita la conformacin de la subjetividad en la tensin de estas dos experiencias primordiales discordantes e irre- ductibles una a la otra: la memoria alucinatoria de una satisfaccin primordial, traducida en expectativa de sa- tisfaccin futura y la experiencia de dolor desencadenan procesos de signicacin sin equiparacin posible. La 175 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA fuerza impulsiva del deseo dene sus trayectorias, sus expresiones, a partir de esa tensin primordial entre la ex- periencia de satisfaccin y la experiencia del dolor. El miedo surge de la imposibilidad de satisfaccin y de las vicisitudes del dolor cifradas en una experiencia de sn- tesis disyuntiva: el desvalimiento, la nitud de los recur- sos para lograr una la satisfaccin o para suprimir el otro el dolor; ambas constitutivas de la propia subjetividad y de su realizacin y conformacin en la dinmica de los vnculos. El miedo participa as de una expresin negativa de estas experiencias y de la tensin que ambas suponen una respecto de la otra. Al miedo cobra as su sentido ambivalente: impulsa e inhibe, reclama su ntida inscrip- cin en la conciencia y la inmersin en las races oscuras ms all de toda signicacin, en los umbrales del sin- sentido. Participa de la extraa nitud que surge de los lmites de la satisfaccin, de su precariedad, de su fulgor ocasional, y de la insistencia y la perseverancia del dolor y el rechazo que se experimenta al encararlo. La ambi- valencia del miedo lo inscribe as, plenamente, en una posicin indeterminada pero denitiva respecto a estas dos experiencias. No obstante, el miedo no es nunca, nicamente un enfrentamiento contra un objeto o contra los impulsos fatales, inasibles de s mismo. En la medida en que involucra la nitud de las acciones, el desvali- miento, la impotencia, el fracaso de la satisfaccin com- promete el sentido de un vnculo con el otro. El miedo supone la afeccin recproca y su asimetra ms que una pura aprehensin de s en los sentidos o la huella de un dolor ntimo. Miedo ante la potencial accin destructiva 176 RAYMUNDO MIER G. del otro, pero quiz ms relevante, constitutivo, el dolor inigido por la desaparicin real o potencial del otro. Esa gura ambivalente de la otredad: su potencia de destruc- cin a partir de su intervencin o de su extincin, de su agresin o de su ausencia, de la agresin de su ausencia, de su ausencia como agresin. Cada una de estas facetas reclama una respuesta alucinatoria, corporal o puramen- te psquica, acompaada de la esfera de acciones, realiza- cin de vnculos, modos narrativos de expresin afectiva y alternativas de inteligibilidad delirante o no. Alucina- cin y composicin imaginaria expresada en los esque- mas corporales y en las signicaciones de los hbitos. El dolor aparece como aquella experiencia que al alcanzar un umbral de tolerancia afectiva, marca el horizonte de la conducta. Dene el marco de las acciones en trminos necesariamente negativos: obliga al sujeto a buscar sus- traerse de la degradacin que el dolor acarrea. Suprimir, cancelar el dolor, eludirlo, evitarlo, integrarlo en la apre- hensin sinttica de la propia conciencia. Incorporarlo en el dominio de s mismo como su condicin y como su destino privilegiado, ineludible. LA EXPRESIN SIMBLICA DEL DOLOR. POLTICAS DEL MIEDO, GESTIN CORPORAL Y SIMBLICA DEL DOLOR-PLACER El miedo, se revela como una formacin en el tiempo de un juego de proyecciones del dolor, supone as la tentati- va incesante de nombrarlo. No puede conformarse como experiencia sino situndose en el tiempo: en la memoria o la espera, la conmocin presente, la exigencia ante la 177 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA nitud. Cobra entonces una relevancia y una forma sim- blicas: se expresa asimismo en patrones de accin, en la bsqueda de un desenlace que sustente un modo de aprehender simblicamente las mutaciones del entorno, las intensidades mutables de presencias y ausencias, de la intensicacin de ritmos y seales de la desaparicin o la interferencia. Revela tambin las modalidades de la regulacin y la adecuacin de los procesos simblicos para responder a la amenaza, asumida tambin en su sentido, en su relevancia, en sus secuelas anticipables. El miedo seala una posicin del sujeto ante la extra- eza inherente a las guras de lo que adviene, revela el sustrato simblico de la condicin pasional del yo. Pero la mera experiencia del dolor suscita no slo una nomi- nacin sino tambin una expresin, a la denominacin responde tambin una accin simblica, un relato, una guracin. El dolor se atena al ser nombrado. Su in- tensidad desciende con la repeticin. Esta relacin entre dolor y lenguaje surge del carcter repetitivo del smbo- lo, su composicin en patrones, la inscripcin de su sig- nicado en el mbito de la conciencia, su inscripcin en un dominio de identidades. El miedo cobra contornos asimilables, invoca guras, establece correlatos, toma un lugar tangible en el mundo al transitar por el lenguaje. Dolor y miedo amortiguan su intensidad en la trama de palabras, al participar en estrategias para atribuirle objeto, identidad, aprehenderlo en su origen y en su des- tino. De ah la exigencia ntima de la repeticin del dolor exacerbado y sin anclaje, sin tiempo: innito en tiempos y en espacios, capaz de impregnar el cuerpo entero. In- vadir el existir con una intensidad que desborda la tole- 178 RAYMUNDO MIER G. rancia del sujeto. Repetir para armar la posibilidad del control, para inscribir la fuente del dolor en el dominio de la vida, para disipar en cada retorno la violencia del desbordamiento. Repetir para conjurar la perturbacin indcil del dolor. Hay en el dolor los ecos inhspitos de la fatalidad, una amenaza intrnseca de intensicacin, de degradacin; una comprensin latente del destino. Pero el dolor acompaa la vida. Le es inherente. La moder- nidad busca excluir de la mirada la expresin del dolor como destino al mismo tiempo inadmisible y universal. Busca transformarla en espectculo distante en el que la ccin sofoca toda experiencia testimonial, la acalla. Lo conna ms all de lo visible, para dejar traslucir bajos vestigios de esa experiencia, las vicisitudes acotadas, de infortunios individuales, para el olvido, insignicantes. El miedo despliega un repertorio de seales, de sm- bolos, modos de darse de la alarma que se proyecta sobre el entorno hasta teir y calicar presencias, ausencias, vnculos, y engendrar un universo de signos. La accin simblica transforma la angustia en miedo, miedo en angustia, seala o desmiente un agente, identica la re- ferencia o la torna ambigua, irreconocible, conere al espacio y al tiempo una orientacin, una referencia, ins- cribe al cuerpo del miedo en coordenadas nombrables, inventa el entorno como escenario de la agresin o como el lugar de la extincin misma de los signos. Por otra parte, las fuentes colectivas del miedo surgen de los pro- pios saberes y los rdenes normativos. Son los regmenes de accin simblica y las concepciones instituidas, los mbitos de validez de las prescripciones, las estrategias de la prohibicin los que engendran la fuerza de ley y 179 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA la orientacin del miedo a la accin ecaz. El miedo se engendra, como forma social, de la concrecin simblica de los imperativos institucionales, da lugar a una semi- tica como expresin de las propias afecciones, semitica ntima y de lo ntimo, comunicable nicamente median- te juegos arborescentes de sentido, desplazamientos ret- ricos, derivaciones incesantes de la signicacin, certezas vacilantes, exorbitantes. Da lugar as un espectro de signicacin pasional, expresin pura de intensidades, desde un estremecimiento que perturba la experiencia del cuerpo como punto de referencia del sentido del en- torno. Dene as la experiencia del cuerpo como mate- ria y consciencia autnoma de las intensidades afectivas como seal de la nitud. Seala sus diferentes momentos y territorios como mbitos de expresin propio y de con- crecin expresiva de las formas sociales formas de sentido y escenicacin, segn la propuesta de Lefort. El dolor participa en esta semitica como faceta consti- tutiva no slo de la subjetividad, sino de la forma misma de lo social intensicacin afectiva de la escenicacin y de la accin simblica que seala la fuerza potencial de la prdida y lo ausente en el dominio institucional. La metamorfosis del dolor y del placer en dominios pblicos de la mirada, ajenos a su conformacin estra- tgica y sometidos a generalidad normativa, ahonda dos experiencias inquietantes: la de un olvido del dolor, una insignicancia de la muerte prescritos por fuerza de ley, involuntarios, impersonales, surgidos de un velo y un des- conocimiento instituidos, y la gnesis de un miedo y de un dolor impuesto por la incertidumbre engendrada por la propia fuerza de ley, por su realizacin caprichosa, por su 180 RAYMUNDO MIER G. manifestacin siempre contingente; la exclusin del dolor ntimo y la implantacin de una fuente indiferente del do- lor intenso de la exclusin, la negacin de s y la vacuidad de la propia singularidad. Un dolor surgido de la norma- tividad misma, suplementario, aadido al dolor mismo, el dolor surgido de la desestimacin y marginalidad del dolor y los dolientes. Esta creacin de zonas de exclusin alcanza tambin a las expresiones de placer. Dolor y placer erigidos como seal intolerable de la suspensin y aban- dono de la rutina; como el testimonio de un desasosiego ante las secuelas de las formas de vida implantadas en la celebracin de la indiferencia. De ah que la relevancia particular que tienen en la modernidad las polticas del miedo, constituidas en un rgimen estratgico de orden simblico. Disuasin y ame- naza, conjugados con la seduccin y las escenicaciones erigidos como forma de gobernabilidad. Maquiavelo puso un acento particular sobre el vnculo entre gobernabili- dad, control ecaz, polaridades de las estrategias de poder a partir de la composicin pasional: miedo y amor como polaridades en juego para la consolidacin y conjugacin de las facetas heterogneas de la gobernabilidad, consoli- dadas en formas particulares de la experiencia social, de la vida poltica. El miedo como la dimensin cardinal cons- titutiva de lo poltico. El rgimen del miedo se revelaba, en el horizonte de Maquiavelo, como la pasin denitiva del ejercicio de poder, una modalidad de vnculo capaz de garantizar al mismo tiempo persistencia y ecacia de las estrategias, capaz, asimismo, de movilizar otro juego de pasiones capaces de consolidar tramas afectivas para consolidar las exigencias del poder central. 181 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA La gobernabilidad exhibi sus lazos ntimos con la incidencia y control de las estrategias pasionales. Conju- gar el miedo, el amago, el despliegue visible de la cruel- dad, su inteligibilidad capaz de conjurar el odio revela algo ms que una intervencin en el despliegue de las escenicaciones, de las alternativas para intervenir en lo pblico o lo privado. Es hacer del juego de equilibrios pasionales una forma de intervenir transversalmente en las tramas de accin simblica, de tal forma que se pro- duzca una resonancia entre las transformaciones en los espacios pblico y privado, las facetas de la intimidad y los mecanismos sobre los que se erigen los modos de darse de la subjetividad. El apego vinculado con el amor, la piedad seala Maquiavelo tiene no slo una re- levancia especca en el desenlace de las estrategias de poder, sino tambin una fuerza modeladora en la expe- riencia y la identidad subjetiva. El miedo aparece entonces como este impulso de vnculo que participa de mltiples procesos perifricos del control; una manera de incidir en una incitacin y una concurrencia pasional en la conformacin misma de los sujetos, en su modalidad particular de experi- mentar, asumir y expresar sus afecciones, de orientar sus vnculos, de constituir los horizontes y la teleologa de sus acciones. El miedo modela entonces sus apegos, los alcances del rgimen potencial real o imaginario de la accin. Reconocemos el miedo en su capacidad para revelar la zona de articulacin entre subjetividad y es- trategias de poder, de poder pblico. Esta zona tiene su correspondencia en una experiencia sustantiva del deseo: la prdida del objeto, la inhibicin de la accin 182 RAYMUNDO MIER G. privada de teleologa, de destino, de valor; la experien- cia singular de desvalimiento. La comprensin del desvalimiento como rgimen constitutivo de la experiencia en la composicin de de- seo y accin fue puesta en relieve en la obra temprana de Freud. As, en el Proyecto de psicologa para neurlo- gos, texto que constituir el sustrato de sus reexiones posteriores sobre la gnesis del lugar del otro en la con- formacin de las identidades subjetivas, establece la re- lacin de la posicin de vnculo con la experiencia del devenir y la desaparicin del otro. Deriva de ello la ins- tauracin del rgimen de deseo y la experiencia de la prdida de su objeto, la respuesta alucinatoria y la snte- sis primordial de las pautas de satisfaccin acciones, sensaciones, percepciones en el germen de esquemas primarios de la fantasa. Pero acaso, una clave cardinal surge de la relacin que establece tanto entre el deve- nir presencia del otro y del vnculo moral, como de la experiencia primordial de desvalimiento [hilossigkeit] en clara consonancia con la experiencia de dolor y la raz del miedo. Este complejo de sensaciones, pasiones y experiencias revelan la trama constitutiva y las resonan- cias del miedo en la conformacin misma de la propia identidad enfrentada a la separacin del otro, a la ausen- cia del otro. Las condiciones morales y la acotacin del vnculo surgidas del desvalimiento acompaan al miedo y le coneren sus resonancias polticas ms marcadas. Ms an, el sujeto se constituye, en esa experiencia l- mite de desvalimiento, en el foco en el que se articulan la experiencia de satisfaccin, la experiencia del dolor, pero tambin el reconocimiento del otro como aquello 183 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA que desaparece. Es cuando se constituye la experiencia de satisfaccin alucinatoria del deseo movilizada y articu- lada por las resonancias del desvalimiento y el miedo. Las guras del deseo pueblan las evocaciones fantasma- les, las imagineras, relatos y resguardos simblicos en la satisfaccin alucinatoria del deseo; tienen su sustrato oscuro en el miedo a la ausencia, a la prdida, a la propia desaparicin anunciada y vivida anticipadamente en la de- saparicin del otro. El miedo participa intrnsecamente en el trazo de los perles del deseo, en la anticipacin de sus impacien- cias, sus decaimientos, sus fracasos; en su intensicacin y en la disolucin de sus horizontes, orienta las dinmi- cas y la intensidad de los afectos ante la presencia o las exigencias normativas del apego. El miedo tambin par- ticipa de modalidades de la certeza: su estrecha relacin con las pautas de la creencia, con sus referencias norma- tivas, con sus apuntalamientos institucionales. El miedo se sustenta as, en la fuerza de obligatoriedad inherente a los procesos simblicos y que se expresa colectivamente, de modo ubicuo, generalizado, omnipresente en las ex- presiones del riesgo, en el repertorio de sus seales, en las estrategias que responden a su intensicacin, en la bsqueda colectiva de su conjuro. MIEDO Y RIESGO: LOS TIEMPOS DE LA AFECCIN, EL ACONTECER Y LOS TIEMPOS ESTRATGICOS DEL CONTROL El miedo reclama, como resonancia afectiva, como impul- so oscuro de la accin, responder a la inminente catstrofe 184 RAYMUNDO MIER G. de las signicaciones, a la metamorfosis, la degradacin o la extincin de su relevancia. Esta anticipacin afectiva del fracaso de lo simblico, siempre inminente, exige, sin embargo, una atencin, una estrategia de inteligibilidad, patrones de percepcin y de accin involucrados en las formas instituidas de la certeza. Es el mbito del riesgo: la incesante realizacin simblica de fuerza imperativa de la anticipacin que alienta en el miedo. Miedo y riesgo, inconmensurables entre s, se alimentan uno al otro. El riesgo como nombre de la anticipacin de una catstrofe nombrable, identicable, calculable. Una catstrofe cuyo nombre da lugar a estrategias, a tejidos de control. Surge de los intersticios de la trama normativa que denen el espacio pblico, pero conlleva la promesa de conjurar su fatalidad. Da cabida a un saber precario, a clasicaciones y estrategias, supone una modalidad no menos precaria del clculo: la certeza del miedo es otra, la de la fuerza de destruccin. El estremecimiento del mie- do surge de la evidencia latente de su raz inaprehensible. Esa incertidumbre alimenta la intensidad de sus afectos, su fuerza de movilizacin y diseminacin, su capacidad de contagio, pero seala tambin sus lmites. Ante el miedo caben la huida, la destruccin de lo amenazante, la negacin, el desconocimiento: formas inquietantes de una imaginera que da presencia a las fantasmagoras que surgen de la perturbacin del deseo en el miedo. El riesgo, por el contrario, permite aprehender, dar nombre y relevancia simblica a lo que se vislumbra en los um- brales de la normatividad y ms all; pretende revelar, aprehender esa exterioridad, hacerla visible, someter su aparicin a condiciones de control, restringir o anular 185 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA su incidencia y sus efectos devastadores en la vida pblica o privada y en las inexiones afectivas de la intimidad. El riesgo aparece como el sentido atribuido a la potencia anticipada, objetivada, de una aniquilacin posible; da cabida a saberes y estrategias destinadas a anticipar y su- turar las fracturas de la causalidad, al perl imaginario del acontecer que acarreara el derrumbe de lo dado. El riesgo arraiga en la signicacin de lo presente el eclipse de la certeza y la rmeza de la calculabilidad. Traslada a la experiencia primordial del desvalimiento ante lo in- aprehensible del futuro. Permite dar cuerpo y plasmar escnicamente las fantasas que fraguan la insatisfaccin inherente a la fuerza del deseo. Las proyectan en el aqu y ahora y constituyen desde la conformacin dramtica del presente, el horizonte del tiempo en la estela de la desaparicin. Transforman en un hbito la prdida que conlleva la extincin irreparable, absoluta, del vnculo y la catstrofe de todo rgimen de deseo. El miedo, no obstante, reclama necesariamente la ex- pectativa de su propia extincin: la huida o modalidades del enfrentamiento con el agente del miedo para can- celar su amenaza. Eclipse, alejamiento o disipacin de la presencia, tangible o imaginaria de lo amenazante. La transformacin del miedo en tpico pblico, generaliza- ble, convencional, da lugar a fantasmagoras del riesgo, rgimen de control estratgico que supone la incitacin programada del miedo, el clculo de su reaparicin, la permanencia de la amenaza. El miedo se sustenta o bien en la persistencia obsesiva de la fantasa o en su perma- nente metamorfosis, en la migracin de sus objetos y sus agentes, en las inmediaciones del delirio. La disipacin 186 RAYMUNDO MIER G. de un riesgo o de un miedo se encadena con la gnesis y la presencia de otros miedos. El miedo engendra sus propias metamorfosis, su diseminacin, pero tambin su transformacin en riesgo. Transitar de un miedo al otro como afecciones que conmueven todas las esferas de la vida da cabida a su uso instrumental como medio de sometimiento y de control; su incorporacin en estrate- gias de control, hacer participar el riesgo en hbito, en la edicacin de las formas de vida. Ms all de la presencia del agente, la transformacin del miedo en condicin estratgica requiere una persis- tencia instituida, ser objeto de saberes: es necesario pre- servarlo en el relato, en las imgenes, en la fantasa, en los modelos de causalidad, en las escenicaciones de las relaciones sociales. Mirar el desempeo cotidiano como amenaza inextinguible capaz de multiplicar y diversi- car sus avatares. Reclama la institucionalizacin de una atmsfera de seales y un juego de interpretaciones, una invencin real o articial del delirio. Anticipaciones de la desaparicin, propia, del otro, del vnculo mismo. Es tambin una afeccin degradante del deseo situado ms all de la captura en la identicacin especular; im- plica su inhibicin o incluso su sofocacin radical, su clausura, su cada abismal en la exacerbacin narcisis- ta. Es la extincin, por consecuencia, de toda guracin propia de la intimidad concebida como la aprehensin de s en la singularidad de sus vnculos. En esta extincin de la intimidad y en la devastacin del deseo se sustenta la incorporacin de la experiencia del miedo a las for- mas de vida y su integracin como clculo o gestin del riesgo en las estrategias de control, en las pautas de so- 187 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA metimiento. Estas pautas de lo pblico revelan al mismo tiempo la exacerbacin de las escenicaciones narcisistas y el abatimiento de los impulsos vitales. La estrategia del miedo como modo de incidir sobre lo pblico explora y ahonda sus secuelas y sus transformaciones: la aprehen- sin reexiva de la nitud y la angustia, la forma radical del desastre del vnculo, la forma radical del abandono, la desolacin narcisista. Se abren al juego ambivalente del vrtigo. El riesgo nombra, signica, naturaliza, rutiniza un re- pertorio particular de suras en el ordenamiento colec- tivo, lneas de quebrantamiento potenciales en la con- formacin del proceso simblico. Mary Douglas, en su reexin y anlisis de la gnesis de formaciones rituales y su repercusin en la instauracin de dependencias ins- titucionales, identica las pautas cognitivas involucradas en la denicin de los perles simblicos del riesgo. Reco- noce dos impulsos privilegiados de estas respuestas ante el derrumbe de lo simblico: por una parte, el impulso a la restauracin de los ordenamientos simblicos, es de- cir, una expresin ritual, una corroboracin de alianzas e identidades, una restauracin normativa de los meca- nismos por los cuales se nombran, se denen estados y procesos, esferas de acciones, valores y nalidades, pres- cripciones y prohibiciones que denen los umbrales del mundo. Se consolida ritualmente el universo reconocible y el sentido de los objetos, se caracteriza y se sustenta el re- conocimiento de las identidades y, con ello, las relaciones sociales e institucionales. Se nca la fuerza e intensidad de los vnculos. Por la otra, la respuesta simblica ritual anti- cipa y pretende conjurar la fuerza perturbadora del acon- 188 RAYMUNDO MIER G. tecimiento, prepara su inteligibilidad, inscribe en la trama de lo admisible los perles conjeturables y la respuesta de las imaginarias del augurio ante la irrupcin de lo impre- visible o lo intolerable. Lo simblico aparece como un rgimen ordenador, pero revela tambin en su realizacin, en las alternativas de la accin simblica, las fragilidades, los umbrales, las lneas de fractura, los quebrantamientos de su propia racionalidad; hace visible el juego dialgico entre las certezas y la fuerza de los apegos, y el dilogo de las transguraciones de la imaginacin, permanentemente en movimiento, en un trabajo de reconstitucin que abre las vas para las guras del riesgo. El riesgo hace patente que el rgimen simblico no puede pensarse simplemente como un repertorio de taxonomas estables, de transformaciones conservadoras, de estamentos y jerarquas claras, denidas, ntidamente ordenadas y ordenadoras. Tampoco en un recurso de no- minacin y atribucin determinante de las identidades. Si bien el rgimen simblico se objetiva mediante procesos y lgicas heterogneas en ciertas tramas institucionales, estos andamiajes normativos estn sometidos a procesos de transformacin drsticamente diferenciados. No estn por consiguiente exentos de paradojas, contradicciones, tensiones irreductibles, zonas difusas, mltiples ambiva- lencias y zonas de indenicin, anacronismos, prcticas vacas, inerciales, territorios de silencio, intransitables, inabarcables. El miedo revela la mltiple exterioridad de lo sim- blico y sus densas regiones de enrarecimiento: pero tambin seala un modo potencial de darse de las acti- tudes. Modos de encarar el tiempo y los acontecimien- 189 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA tos; disponibilidades y lmites. El miedo emerge de esta exterioridad interior este vaco, estas zonas de silen- cio, los lmites inherentes a toda normatividad de las prescripciones, las prohibiciones y los tabes, pero tam- bin de lo impensable en el dominio de lo simblico, lo incalicable, lo intempestivo, lo que quebranta toda res- puesta posible, la diseminacin social del pasmo. De ah las semillas del miedo y, eventualmente, del terror que minan toda forma institucional, que acotan la eciencia de ciertos mecanismos de control instituido, pero alienta la implantacin brutal de otros, ms intransigentes, que suspendan la experiencia de lo incierto y la vacilacin. Se abre as esa tensin entre las formas reguladoras y las estrategias de control y de dominacin, las vicisitudes de las confrontaciones de poder y ciertos marcos disciplina- rios que modelan y coneren estabilidad en las prcticas y las relaciones. Esta indeterminacin del vnculo entre la experiencia y expresin simblica se maniesta en la gama de afec- ciones del sujeto, maniestas en una exigente ambiva- lencia: al mismo tiempo jbilo, entusiasmo asumido en sus resonancias kantianas, pero tambin angustia, ansiedad, miedo, incluso terror ante el sbito desdibuja- miento de las identidades, la insignicancia de las normas, la disipacin de la fuerza normativa y la fuerza imperativa de todo rgimen. La irrupcin del acontecimiento, asu- mido como fuerza de perturbacin radical de la experien- cia devela en el mbito de lo simblico, una devastacin del sentido, revela la fragilidad de toda la esfera de las identidades y mina la rmeza de las alianzas y las reci- procidades: la anomia revela esta fertilidad ambivalente, 190 RAYMUNDO MIER G. destruccin y apertura, derrumbe y exaltacin ante la aprehensin sbita de una potencia sin umbrales. Ambas fuentes diferenciadas del miedo: la desolacin y el abati- miento se conjugan con la intensicacin de la potencia y la conmocin de lo sublime. Ahondamiento de la ambi- valencia de una individuacin exacerbada derivada de una necesidad de preservacin de una esfera de lo propio, de una identidad constituida por la consolidacin del vnculo con otro, de reconocimiento, aunada a la degrada- cin de s por la intensicacin del desvalimiento que se conjuga con una sbita intensicacin de la experiencia de una potencia inaudita de s, sin objeto, sin destino, sin el sustento de la reciprocidad, transformada as en la pri- maca de las fantasmagoras del yo. POLTICAS DEL MIEDO Y DESTINOS DEL DESEO: LOS PLIEGUES DE LA INDIVIDUACIN Y EL REPLIEGUE NARCISISTA; LA MORAL CNICA. ESPECTACULARIDAD Y BIENESTAR COMO ESTRATEGIAS DE OLVIDO La experiencia propia sustenta en los procesos de sim- bolizacin la conformacin de la creencia, las certezas, los saberes, pero tambin los hbitos, las rutinas, las expresiones de la repeticin. Las vicisitudes del vnculo y la interaccin, la irrupcin de los afectos y la inesta- bilidad y movilidad de los deseos quebrantan, dislocan incesantemente el rgimen estable y regular en aparien- cia de estos procesos. Deseo y afeccin acogen la irrupcin del acontecimiento. La irrupcin del acontecimiento re- vela la indeterminacin del deseo, sus mutaciones, sus migraciones incesantes, sus decaimientos y su destino a 191 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA la repeticin innita. Como ha claricado el psicoanli- sis contemporneo, la condicin del deseo no es jams su satisfaccin que sera equiparable a la cesacin y acaso la muerte del deseo sino su insatisfaccin, su reiteracin, su perseverancia; pero esta dislocacin entre los deseos y sus objetos conlleva un desasosiego, pero tambin una vacilacin, incluso un jbilo; suscita una perturbacin y no pocas veces un dolor que acompaa al quebrantamiento y la fractura del rgimen de las identi- dades. Pero, al mismo tiempo, exige un nuevo trabajo de simbolizacin, desplazamiento de los umbrales del con- trol propio y del entorno, una ampliacin de la potencia misma del sujeto. Se revela en su propia corporalidad, en las calidades de su propia accin, en la de sus posibi- lidades. El fracaso de este reclamo supone el abatimiento de la fuerza anmica del sujeto y el ahondamiento de su desvalimiento. La fuerza de la desolacin, inherente a las polticas del miedo en la modernidad y al peso que ella asume la gestin del dolor, supone la intensicacin del deseo orientado de manera narcisista, un trayecto en el olvido del dolor, pero supone tambin la violencia inconmen- surable de su fracaso. Su fuerza retroactiva y la presin restrictiva sobre la creacin potencial de los vnculos a partir del rgimen solipsista del yo. El dolor se disipa y se acrecienta, elude su anclaje en un objeto privilegia- do o una representacin. Se sustrae de la exigencia de investidura signicativa de la experiencia. As, la inten- sicacin del dolor emana no slo de la brutal insatis- faccin del deseo, exacerbado en la modernidad por el quebrantamiento del rgimen de solidaridades y la ruti- 192 RAYMUNDO MIER G. na objetiva de las relaciones, sino por la respuesta aluci- natoria exorbitante en las inmediaciones del delirio, en los mbitos de la paranoia y su radical imposibilidad de aprehensin simblica de vnculos y experiencias. La individuacin se sita necesariamente ante la inmi- nencia de las polaridades de la anomia: la disipacin de la fuerza de obligatoriedad de todo rgimen normativo. Un mbito anmico privilegia tres desenlaces alternati- vos para la forma de vida: el recrudecimiento narcisista, la disolucin radical del vnculo social y la extincin de los horizontes simblicos (la muerte social, el suicidio, la extincin del deseo), y la gnesis de una creacin de inteligibilidad normativa y esttica de la esfera de los vnculos, de las formas de reciprocidad del don. De estas tres alternativas, la modernidad ha privilegiado aquellas que apuntalan las formas desmoralizadas del control simblico: la desaparicin de los perles, la muerte sim- blica. La anestesia ante la extincin, la transformacin de lo pblico en simulacro espectacular como disfrute en el dominio privado. La circunscripcin de la experiencia a los vnculos y reconocimiento de captura especular. La individuacin involucra la creacin de pautas mltiples y complejas de la estigmatizacin, la exclusin, la des- posesin, la estraticacin intransigente del consumo y la desaparicin de ste como forma de la reciprocidad colectiva. La supervivencia derivada de las latitudes del control a su vez apuntaladas en saberes administrativos. Si bien, como se ha dicho, Hanna Arendt advierte en esta implantacin generalizada de la desolacin en la mo- dernidad el germen del totalitarismo, es preciso subrayar su relacin con el miedo. Miedo y terror revelan dos caras 193 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA ntimamente vinculadas de la experiencia de la desolacin, pero tambin la tensin irresoluble que surge entre ellos. Miedo como pasin de la subordinacin es una perturba- cin de los apegos: un extravo de la sntesis afectiva de la fragilidad de los vnculos, una respuesta ante la experien- cia ntima de la nitud y la muerte. El terror tiene los aci- cates del vrtigo, la deliberada entrega a la muerte a partir de la fascinacin de la exaltacin narcisista, se cede a la seduccin de la propia desaparicin en la exaltacin de- lirante de la miticacin y la escenicacin yoicas. Juego de la muerte, propia y del otro. Vrtigos de la aniquilacin como jbilo exultante de la supremaca de un yo tallado en el delirio. La conjugacin de la fantasa de identidad llevada al paroxismo, de una fusin de masas, de una exal- tacin de la potencia propia a partir de una intensicacin descomunal del miedo. Las satisfacciones hipnticas, alu- cinantes de la escenicacin con el despliegue manierista de smbolos, claves y discursos de la identidad. La pa- radoja de transgurar la individuacin exacerbada en la alianza teatral, en la escenicacin gloricada de las masas y los emblemas de identidad. El miedo es quiz una pasin ordinaria, inherente al r- gimen simblico, a lo humano mismo. Es ajena a los furo- res hiperblicos del totalitarismo. Es una afeccin ntima de los lmites, una seal de los umbrales. Experimentar el miedo es una conjugacin de experiencias incompatibles: se est plenamente en el mundo y en su periferia, es un re- clamo de respuesta y una evidencia de exilio, desvalimien- to; es desafo y puesta en juego de una potencia, reclamo de reconocimiento y la asuncin de algo que amenaza desbordar toda capacidad de respuesta. 194 RAYMUNDO MIER G. La ambivalencia y la condicin limtrofe del miedo, su afeccin en los connes de las identidades y el desva- limiento ante la exigencia del acontecimiento marcan su posicin frente a la normatividad colectiva y la fuerza de las alianzas y las reciprocidades, un dualismo irresoluble: tirana de las identidades y su vaciamiento, experiencia de una potencia exacerbada de s y primaca del desva- limiento, preeminencia del vrtigo con la desestimacin de s y la desmesura de la referencia yoica y el impulso a la preservacin y exaltacin de la propia integridad, un furor melanclico y un abandono a las seducciones del delirio, una degradacin de la propia identidad y la desmesura teatral de las egies yoicas, herosmo e im- potencia, inhibicin y desafo, avidez y desasimiento de los vnculos. Momentos simultneos y movimientos pendulares, pendientes de mutacin degradante o de in- tensicacin entre tensiones extremas, irreductibles en las fronteras de la simbolizacin, ante la desaparicin ra- dical del sentido. De ah la propensin del miedo a la in- tensicacin hasta mutar en pnico disgregar la masa, quebrantar las alianzas, desconocer toda normatividad y apelar a las formas extremas de preservacin de s a cos- ta de la integridad vital de todos, o bien confundirse en la identidad vacua de la masa disgregacin de s, ahondar en el extravo especular de la alianza, reclamar para s la omnipotencia normativa, reconocer la propia potencia en la potencia teatral y espectacular de la masa en su despliegue sublime. En el paroxismo del miedo, ste se disipa, experi- menta una metamorfosis catastrca. Pnico o terror, la transformacin involucra ya una particular extincin 195 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA de la propia subjetividad. Un impulso de fusin y de abandono de s, un eclipse de lo propio de los vncu- los, del mundo, del universo simblico asumida como condicin de sobrevivencia. El miedo llevado hasta el punto extremo en el que sus afecciones alcanza el paro- xismo extinguen el propio miedo, provocan el extravo, la negacin, la inhibicin radical; se extingue asimismo la sensacin de riesgo emanada de la vigencia de las for- mas institucionales. El miedo extremo conlleva, con la desaparicin de las condiciones de intercambio y los imperativos institucionales, la disolucin del otro. Es la desaparicin del sentido mismo, de s y del otro, del r- gimen de duracin y de los umbrales de la accin, el derrumbe del apuntalamiento de valores y nalidades. Es acaso la experiencia radical del derrumbe de la esfera simblica, la extincin de s como sujeto. Pero esta con- dicin extrema no es menos incierta y ambigua: exacerba el impulso autnomo del deseo, deseo de preservacin sin objeto, deseo de preservacin liberado de los mrge- nes restrictivos de la identidad. Disposicin de s como mero acontecer, como deseo potencialmente abierto sin connes ni orientacin. La experiencia de una potencia pura, en s misma, sin destino prescrito ni pregurado. Durkheim haba ya atisbado este modo de extincin del sentido: de situarse en los territorios ajenos a la exi- gencia de identidad, de la norma, de toda instituciona- lidad: la anomia; en este momento de la disolucin de la fuerza imperativa de la norma, la experiencia de una disolucin de s, y la emergencia de una aprehensin de s como potencia y como extincin de s mismo, muerte antes de morir, en una extrao impulso de armacin 196 RAYMUNDO MIER G. de la potencia innita de s mismo. Disponer de la pro- pia vida, al margen de los vnculos, indiferente a todo, entregado a la potencia propia, sometido a ella hasta el lmite de la propia extincin. El momento de la extincin del miedo, adentrarse en el paroxismo del miedo ante la extincin de los horizontes simblicos y los marcos de regulacin. Un miedo como potencia propia ms all del riesgo, como su suplemento, como su excedente, que de alguna manera pregura el suicidio. Pero si bien la reexin de Durkheim arroja una cierta luz sobre el acto limtrofe del suicidio, no esclarece su contraparte: en condiciones anmicas, en las que se ha- bita en los connes del paroxismo del miedo, que es lo que impide el suicidio. Acaso una tensin entre un im- pulso al repliegue a las zonas primordiales de la memoria de una identidad constituida, o bien la preeminencia de una fuerza vital exorbitante capaz de crear condiciones de una visibilidad indita, de una realizacin de la propia potencia, la expresin misma del deseo en la realizacin de su propio objeto. Entre estos dos polos, el enigma de la sobrevivencia: vivir ms all de la extincin de la vida. Acaso, en la sombra de la anomia, ms all de la violen- cia brutal del suicidio como expresin de la disipacin de los marcos colectivos de la identidad, como resonan- cia de la desaparicin de los umbrales de sentido, queda la interrogacin acerca de la sobrevivencia. Se hacen patentes dos facetas de la sobrevivencia: so- brevivir a la guerra, a la masacre, a las luchas devastado- ras por la supremaca, o sobrevivir ante el desastre, el de- rrumbe del mundo propio. Dos modalidades inconmen- surables de la sobrevivencia: como la consecuencia de una 197 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA forma velada y perversa de la guerra, y como la secuela de la extincin del intercambio inherente a la anomia. sta sobrevivencia annima ante la anomia no es equiparable a ese sobrevivir a la masacre blica sobre la que reexiona Canetti, esa sbita consciencia de prevalecer sobre el ene- migo, derrotarlo en su vocacin mortfera; no haber sido alcanzado por la muerte que aniquil a todos los semejan- tes al trmino de la guerra y que supone la conjugacin de las egies heroicas y la paradoja de la omnipotencia en la melancola de quien escapa a la muerte de todos sus allegados y semejantes, quien vive ms all del exterminio de todos sus vnculos. Los sobrevivientes de la anomia asumen la rutina del desarraigo, se sustraen a la primaca de horizontes cir- cunscritos a la exigencia de bienestar, a la desaparicin del espacio pblico, o su transguracin en la expresin misma de lo amenazante; se sobreponen a la condena al progresivo agotamiento de los vnculos, a la disolucin de todo rgimen de don, al enmudecimiento del entorno y la extincin de la experiencia. La sobrevivencia en la anomia no elude el miedo, lo involucra plenamente, o bien lo transforma en recrudecimiento regresivo o bien lo transforma en impulso vital. El miedo emerge as apa- rejado con la sobrevivencia, como una faceta constitutiva de esa restriccin de la potencia vital: pero es un miedo anmalo, dual: privado de objeto, difuso, omnipresente y permanente, sin relieves escnicos; o bien acogerse a la catstrofe de la esfera misma del simbolismo, al deterioro o el mayor empobrecimiento de la esfera de lo privado, ante la proscripcin tcita de lo pblico; o bien asumir el trabajo de invencin y edicacin de la propia esfera de 198 RAYMUNDO MIER G. simbolismo, de inteligibilidad en la recreacin incesante de nuevas alternativas de inteligibilidad. La extincin de lo pblico coincide as con facetas anmicas de la modernidad y la exigencia de sobrevivir en el hbito del miedo: la gobernabilidad ha asumido y transformado la reexin de Maquiavelo. La preserva- cin de un miedo, de un afn de mera sobrevivencia, se transforma en una lgica de extenuacin de lo pblico, y la incitacin al repliegue a las formas primordiales de la identidad. El primado de una familiarizacin sin solidaridades. Lo pblico se transforma as es esa esfera permanentemente presente aunque vedada, restringida en su acceso, acotada en su relevancia, el territorio por excelencia del peligro, del acontecer, de la interferencia capaz de trastocarlo todo; lo abierto se convierte en el lugar del miedo, alienta las afecciones paradjicas de las atmsferas paranoicas; agota el dominio de la ex- periencia y el advenimiento es solo la posibilidad de la degradacin y la devastacin. El miedo como ndice de lo intolerable, de la destruccin misma; el miedo como exigencia de inteligibilidad y como demanda de crea- cin desaparece; se preserva una sola vertiente del mie- do, el impulso al repliegue en el dominio de la creencia, en el rgimen de los hbitos, en las ceremonias cerradas de la rutina. El repliegue a la primaca de lo privado en el velo de lo pblico aparece al mismo tiempo como una condicin limtrofe, sintomtica, de ese miedo amorfo, sofocante, sin perles que impregna la vida cotidiana en el eclipse de lo pblico. Ese miedo involucra la condena a toda posibilidad de autonoma y la clausura tica del sujeto. 199 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA Surge con ello, con este impulso al repliegue, una nor- matividad local, familiar, restringida y fuertemente res- trictiva que se acrecienta no como un mayor reclamo de decisin y lucidez, sino como un abandono de s. Nue- vamente otra faceta paradjica del miedo: la bsqueda intransigente de la preservacin de la esfera de lo priva- do empeada en la consagracin de la identidad se reve- la como la renuncia radical a la fuerza de lo propio como rgimen de reciprocidades abierta a la experiencia. Se hace patente el vnculo estrecho entre el juego de incertidumbres, de quebrantamientos, de guraciones del tiempo, de vislumbres de la desaparicin incorporados como facetas estratgicas en el uso poltico del miedo. El control como una forma de operar sobre las condiciones de la desolacin en el dominio de la contemporaneidad. La invencin y la implantacin de acciones y discursos que objetivan las fantasmagoras del miedo, se ofrecen como vislumbres de los futuros diseminados como ame- nazas patentes y latentes, marcan los umbrales de las for- mas de vida, seala los connes de los vnculos destina- dos a la inhibicin de su expansin potencial. El miedo como inhibicin del vnculo, como quebrantamiento de las condiciones ampliadas de accin simblica, aparecer en esta zona de incertidumbre particular derivada del de- caimiento de la exigencia y la fuerza normativa, la vague- dad de sus horizontes de validez. Seala por consiguiente un quebrantamiento catastrco de la tica. Abre la va al cinismo como contraparte positiva de la desolacin. La anomia y la extincin de lo pblico, la incertidum- bre de las clasicaciones y las taxonomas, se propagan a los saberes, pero se conjugan tambin con la degradacin 200 RAYMUNDO MIER G. de los vnculos y, con ello, la corrosin de los hbitos y las prcticas. La disolucin de la fuerza normativa que revela la nitud, la transitoriedad de las relaciones entre los sujetos, revela tambin la fragilidad de la experiencia en los valores, disuelve tambin las teleologas y las na- lidades y sume al sujeto en una regresin profunda; lo conduce a las formas ms radicales de una individuacin connada en las zonas primarias de los vnculos. Lo encie- rra en los mbitos restringidos del parentesco, en la res- triccin extrema del espacio pblico. Las condiciones de la persistencia de la forma de vida, de las identidades, los mbitos de reconocimiento reclaman un recrudecimien- to de pautas particulares de armacin de s mismo. Aparece entonces una extraa alianza, el miedo como secuela y factor decisivo del quebrantamiento de lo simblico y de la trama normativa de las instituciones e identidades, conduce a la primaca de los vnculos de identicacin especular. Repercute as, de una mane- ra aparentemente paradjica, en una consolidacin del narcisismo, en la reconstitucin de la esfera del sentido del mundo; impone una clausura ante los desafos de la diferencia del otro, desplegada como condicin de lo p- blico. La captura especular al mismo tiempo acenta el cinismo, extingue la exigencia de reciprocidad solidaria que reclama necesariamente la fuerza constitutiva del reconocimiento del otro y permite la armacin de es- feras de valores excluyentes: consolida al mismo tiempo las formas delirantes de la identidad, las estructuras de exclusin despticas y la intensicacin de las afecciones de la desolacin. Es la paradjica consolidacin de las identidades y las esferas simblicas a costa de una ma- 201 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA yor fragilidad de los intercambios simblicos, cancelar la evidencia del miedo apuntalando las condiciones que lo acrecientan. La armacin de s que se produce a partir de la clausura simblica, engendra otra aprehensin parad- jica: la generalizacin de la clausura, la consolidacin de las esferas restringidas de reconocimiento como formas de vida generales, la extincin de la solidaridad como ho- rizonte tico. SEGMENTACIN RADICAL, INDIVIDUACIN Y NARCISISMO: VERTIENTES DE LA GESTIN MODERNA DEL MIEDO. ESTRATEGIAS LOCALES Y MORAL CNICA El miedo asume expresiones y papeles histricos dife- renciados; en la modernidad aparece con un conjunto de notas caracterstico derivados de la mltiple fragmen- tacin y la vigencia simultnea de universos simblicos y tramas institucionales simultneas, discordes e incluso contradictorias. La desaparicin de pautas de articula- cin centrales, multiplicacin de los polos de ordena- miento simblico, esferas discordantes de valores y focos estratgicos diferenciados como condicin de la gober- nabilidad multiplican tambin los focos, calidades y rele- vancia de los umbrales y las zonas de incertidumbre. Los miedos adquieren desempeos simblicos diferenciados. No hay un rgimen de accin simblica privilegiado, no hay orden instituido de las identidades que rija las pautas de interaccin en ninguno de los mbitos de las formas de vida. Predominan las elecciones situacionales y estrat- gicas. La modernidad parte esencialmente de la gestin 202 RAYMUNDO MIER G. del control en condiciones de fragmentacin abismal de los universos simblicos. Esta fragmentacin abismal tiene un lmite perturba- dor, que se expresa privilegiadamente en formas de vida y pautas de subjetivacin. Involucra el desplazamiento tajante de la reciprocidad, conformada por la deslocali- zacin de los mercados y las instancias normadas jurdi- camente. El individualismo radical, surgido y apuntalado por estas instancias de intervencin simblica deslocali- zada mercado e institucin jurdica se funda en la intervencin simblica institucionalizada y reguladora a partir de condiciones estratgicas orientadas por la con- jugacin de horizontes de mercado y ordenamientos ju- rdicos no consistentes. La moral cnica consagra en tr- minos normativos prescriptivos y prohibitivos en sus diversas modalidades, ticos, la segmentacin abismal de los universos simblicos. La modernidad desde nes del siglo XVIII hasta fecha, ha recrudecido el proceso de segmentacin de lo social y al mismo tiempo que ahonda las exigencias particulariza- das de creacin de identidades. Las ha conducido hasta la individuacin extrema que se enlazan con la exaltacin de las pautas de subjetivacin narcisista. Es en este momento del proceso de civilizacin cuando podemos hablar pro- piamente de polticas del miedo, y su integracin en estra- tegias abstractas de gobernabilidad. El miedo se apuntala en la experiencia de desolacin, la experiencia rutinaria de la amenaza y de la prdida que impregna las formas de vida hasta consolidar el hbito e incluso la invisibilidad de la nitud, el exterminio el dolor y lo transitorio, y la imposi- bilidad de aprender este hbito de la abyeccin como un 203 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA modo particular de conformar corporal y espacialmente el rgimen del riesgo. Las polticas del miedo cristalizan en los hbitos de la muerte como espectculo, sustrados a la experiencia colectiva, y manejados por las polticas del velo y la omnipresencia del riesgo. Hay un manejo sutil de las polticas del riesgo: su fusin con la diseminacin de la incertidumbre. La genealoga del cinismo en la modernidad surge de una conjugacin de vertientes de la transformacin cul- tural: la recomposicin material, corporal, territorial y de identidades que conguran la esfera pblica, de manera permanente e institucionalizada desde el siglo XVIII: in- volucra las grandes migraciones en estricto correlato con las mutaciones de regmenes de propiedad y de trabajo, la conformacin de procesos demogrcos, recomposi- cin radical de los ordenamientos urbanos, mercantiles y fabriles, la recomposicin de los protocolos de recono- cimiento y las pautas de identidad, la transformacin de las vas simblicas de intercambio, las rutinas de control y los modos de visibilidad. Pero tambin una gestin del miedo como recurso pblico de control. Una paradoja suplementaria: la diseminacin pblica del miedo y las imagineras del riesgo como instrumento para el control y, eventualmente, la extenuacin de lo pblico. El siglo XVIII da cabida, con estas transformaciones, a modalidades escnicas y escenogrcas de la interaccin colectiva, erigidas sobre el vaco de los reconocimien- tos colectivos y las sanciones rituales. Acota y al mismo tiempo transforma el lugar de la palabra y de las distintas estrategias de intercambio simblico que expande has- ta integrar vastos sistemas y redes de creacin simbli- 204 RAYMUNDO MIER G. ca annimos, deslocalizados, industrializados; implanta como formas de vida colectiva modos particulares de la escenicacin sin historia, sin origen y sin otro horizonte que la ecacia, hasta llevarla a convertirse en el eje de la accin simblica instituida: la implantacin de la espec- tacularidad como una forma privilegiada de lo social. La modernidad alienta as, por sus propias condicio- nes, una moralidad referida a la validez de las acciones individuales en patrones de alianza estratgica. Acota con ello los alcances de la reciprocidad y la heteronoma tica del vnculo y la somete a la exigencia de la primaca racional de las nalidades. As, la moral cnica conforma el dualismo miedo-riesgo para encontrar el valor tico de las acciones en trminos del xito o el fracaso, la ecien- cia o la ineciencia locales, de una estrategia especca. Desempeo local, yoico y situacional, que surge de la conformacin abismal de las esferas simblicas. Esta caracterizacin de la modernidad entendida como segmentacin abismal de identidades, mbitos normati- vos y mbitos de validez para las acciones simblicas, tie- ne una correspondencia en el orden institucional. No so- lamente se multiplican las esferas institucionales, sino que esta multiplicacin engendra por s misma mbitos locales de validez normativa. Con ello, cada mbito institucional genera su propio entorno de validez normativa respon- diendo a sus propias exigencias estratgicas en un entorno singular de confrontaciones de poder. El sujeto se inscri- be en un mundo de normatividades heterogneas, que inciden simultneamente con fuerza de obligatoriedad variable en la conformacin de las relaciones. Son tramas normativas marcadas todas por su preeminencia instru- 205 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA mental, y orientadas por racionalidades disyuntivas. Se conforma un mbito simblico en el cual la concurren- cia de mltiples instituciones, el involucramiento de mltiples esferas normativas, no permite sino acciones ecaces localmente, no permite establecer continuida- des ni contigidades normativas, ni remite a valores, nalidades u horizontes ampliados y generales. La concurrencia de normatividades con fuerzas im- perativas desiguales y disyuntivas involucra el debilita- miento de la conviccin, formas particulares y equvocas de comprender el mundo y modos frgiles, inciertos de orientar la accin. Acrecienta as la signicacin patente del riesgo, de la incertidumbre. Apela al miedo para cir- cunscribir el espacio otorgado al acontecer. A la segmentacin abismal entre los universos sim- blicos corresponde esta multiplicidad inabarcable de regmenes normativos, institucionales, marcos de inte- raccin, formas ticas que solamente puede encontrar su cohesin y su racionalidad en una referencia a un sujeto individualizado, a la conformacin de una esfera yoica, dominada por mximas morales orientadas a lograr su bienestar propio. Se trata de una tica paradjica: susten- tada sobre la exigencia de disolver toda pretensin tica no instrumental o estratgica. La modernidad supone este enlazamiento de paradojas que cancela toda posibi- lidad de tica, privando al sujeto de ordenamientos que rebasen los marcos de accin local o incluso institucio- nal. Supone la suspensin estratgica y la desestimacin circunstancial de la fuerza imperativa de las institucio- nes. Se da cabida, incluso aliento, en el propio orden institucional, a este marco de ticas frgiles, mutables, 206 RAYMUNDO MIER G. estratgicas, que recurren para su validacin a las con- frontaciones de poder erigidas sobre la explotacin de los riesgos, los miedos, los repliegues y las exaltaciones narcisistas del sujeto. En estas condiciones de fragilidad local y de disipacin relativa de la fuerza imperativa de las normas no es posible instaurar la gobernabilidad sino sobre el control estratgico de la experiencia permanente del riesgo, que reclama alternativa o simultneamente las expresiones y las sensaciones de miedo y la angustia. Con esta perspectiva, la modernidad multiplica las imagineras del riesgo, multiplica asimismo las prdidas y la amenaza del despojo, de la miseria y la violencia de la exclusin o las muertes; disemina el riesgo y amor- tigua su exigencia: lo hace tolerable, lo inscribe en los hbitos cotidianos que asumen su cuota de vigilancia y de control intrnseca. El riesgo tie la vida pblica y amenaza la vida privada, enturbia la intimidad. Asume una lgica autnoma riesgos laborales, de salud, de violencia, institucionales, jurdicos, morales, de desem- peo, de reconocimiento, de exclusin, de connamien- to, impregna con ellas los relatos, las fantasmagoras cotidianas que trazan las fronteras de lo decible, pero tambin de lo realizable. Esas fantasmagoras del ries- go sealan territorios denen lo habitable y lo inha- bitable, lo tolerable y lo intolerable: tasan y sealan los cuerpos, los espacios, los cuerpos, los vnculos, sellan fronteras, jan los plazos y petrican las disciplinas y las rutinas, cifran las identidades y trazan rutas indelebles en las expectativas de la vida cotidiana. El riesgo asume en la modernidad, paradjicamen- te, vela la fuerza perturbadora del acontecimiento: cada 207 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA riesgo se codica, da lugar a estrategias, planes, clcu- los, programaciones; genera normas, induce hbitos y rutinas especcos, da lugar a industrias, produccin, mercancas, est sometido a precios y a transacciones, alimenta la especulacin y la circulacin de capital en los vrtigos de la bolsa de valores: seguros y artefactos de seguridad, especulacin y cinismo saturan la vida cotidiana. El riesgo deja de sealar una estrategia ante el advenimiento para inscribirse como un repertorio de facetas ordinarias en las formas de vida y en la institucio- nalizacin de los hbitos. La angustia se revela as como una condicin constitutiva del desempeo institucional. De ah la ecacia particular del riesgo como un modo de gestin, como un rgimen de gobernabilidad, como una calidad fundamental de un rgimen de control. Si en la gura cardinal, central de El prncipe, Maquia- velo reconoca la encarnacin de un rgimen pasional, de una voluntad deliberada de transgurar la pasin del miedo en contrato de delidad y subordinacin, la mo- dernidad disloca esa gura contractual, la disipa, la con- vierte en una impregnacin indiferente, sin lugar, sin origen, sin sujeto y sin voluntad. El miedo abandona su calidad pasional. Sin sujetos, sin alianzas ntidas, disemi- nado, incitado por la vacilacin normativa lo impregna todo. Se decanta en la vida como gura abstracta de la gobernabilidad. Si Maquiavelo revela, en la atmsfera re- nacentista, esta humanizacin del poder a partir de la ex- ploracin instrumental de la pasin en la consolidacin de las subordinaciones, en la modernidad el miedo deja de constituirse como una pasin puramente corprea para engendrarse como un efecto de estrategias simblicas sin 208 RAYMUNDO MIER G. origen y sin sujeto, se articula en estrategias de control al margen de cuerpos especcos, destinos identicables, focos: un miedo otante, deslocalizado que se confunde con el ser de lo social mismo, se naturaliza, se implanta como faceta inherente a la sobrevivencia en los marcos restringidos del simulacro de lo pblico y la intensica- cin de lo privado. La presencia casi intangible difusa pero patente del miedo en las distintas vertientes de la experiencia compromete vnculos, entornos, territorios, hbitos, desempeos, trabajo, naturaleza, participa as de la propia denicin de la identidad y satura el domi- nio de lo propio, lo sura, lo quebranta. Si, como podra desprenderse de las tesis de Mary Douglas, el riesgo pudiese designar la indenible e in- nita fragilidad de la constitucin subjetiva fragilidad biolgica, anmica, cognitiva, pragmtica, normativa revelada en la irrupcin efectiva o potencial del aconte- cer, su visibilidad se hace posible solamente a partir de la conformacin de los universos normativos. Es en esa exterioridad de la norma, hecha visible por la norma misma donde se hace patente la relevancia del riesgo. As, ante una fragilidad humana potencialmente in- nita, las instituciones conforman un modo particular de identicacin del riesgo perlado a partir de meca- nismos de relevancia, de signicacin, de saber de s, del otro, de la colectividad como capacidad de accin individual y conjunta. Cada institucin, cada nudo normativo engendra una particular percepcin del riesgo, al hacerlo objetiva la innitud potencial del miedo y la modela segn el rgi- men normativo. Acota el sentimiento de una inminente 209 MIEDO: GOBERNABILIDAD Y FORMAS DE VIDA devastacin o la amenaza omnipresente de la extincin, restringe la experiencia de fragilidad y de lo transitorio al conferir un perl material y un soporte gurativo y narrativo a las fantasmagoras del riesgo. Surge as una exigencia indita para el control como condicin de go- bernabilidad: controlar el riesgo mismo, incorporar la gestin del miedo como componentes de las estrategias de gobernabilidad. Incitar con ello formas de vida que apelan a la urgencia de bienestar como recurso para miti- gar la omnipresencia del riesgo. La urgencia del bienestar asume tambin un papel paradjico: una vez instaurada como el recurso contra el miedo y contra el riesgo, se constituye en foco de una nueva y ms urgente y om- nipresente experiencia del riesgo. El miedo a perder el bienestar que se tiene o a no tenerlo jams, perder as el nico contrapeso, como nico paliativo frente a la pri- maca de la angustia, del miedo, la supremaca de la diso- lucin. Perder, con condicin de bienestar la certeza de la transitoriedad. La modernidad conforma con la serie de experiencias paradjica del miedo y la incertidum- bre modos particulares institucionalizacin de polticas y formas de gobierno, de legitimacin de las condiciones sustentadas en estrategias propias de control y vigilancia que radican cardinalmente en la operacin simblica. 210 RAYMUNDO MIER G. NOTA 1 Sigmund Freud, Das Ich und das Es, en Gesammelte Werke, 20 vols., ed. Anna Freud, E. Bibring, W. Hoffer, E. Kriss, O. Isakower. Frankfurt: Fischer, 1999; XIII, p. 257. BIBLIOGRAFA ARENDT, Hannah, The Origins of Totalitarianism. Nueva York: Schocken, 2004. CANNETTI, Elias, Mass und Macht. Frankfurt: Fischer, 1991. DOUGLAS, Mary, Purity and Danger. Londres: Routledge, 1991. DURKHEIM, mile, Le suicide, 10. ed. Pars: Presses Universitai- res de France, 1999. FREUD, Sigmund, Gesammelte Werke, 20 vols., ed. Anna Freud, E. Bibring, W. Hoffer, E. Kriss, O. Isakower. Frankfurt: Fischer, 1999. MACHIAVELLI, Niccolo, Il Principe, ed. bilinge. Pars: Gallimard, 1995. RISK. Acceptability According to Social Sciences. Londres: Routledge and Kegan Paul, 1986. How Institutions Think. Londres: Routledge and Kegan Paul, 1987. 211 ANGUSTIA Y FOBIA UN ENFOQUE PSICOANALTICO Daniel Gerber* El tema de la angustia ha sido objeto de una amplia y profunda reexin losca desde hace varios siglos. Puede decirse que la existencia de la angustia es inheren- te a la condicin humana misma, a la vulnerabilidad del ser humano, a su desamparo, a su saber de lo inevitable de la muerte. En este terreno el psicoanlisis ha formulado, a partir de Freud, algunas otras consideraciones sobre este fe- nmeno que ha vinculado al miedo o fobia. Esta ltima puede considerarse como un sntoma que algunos suje- tos pueden padecer y que puede denirse como un mie- do intenso asociado a ciertos objetos como animales * Psicoanalista y profesor en diversas universidad de Amrica Latina y Mxico; autor de varios libros. 212 DANIEL GERBER o instrumentos punzocortantes o situaciones, como espacios abiertos o cerrados, lugares elevados, etctera. Existe una relacin estrecha entre la angustia y las fobias, que intentaremos desarrollar en algunos de sus aspectos importantes. Es ampliamente conocido que, a lo largo de su obra, Freud formul dos teoras acerca de la angustia. La primera, surgida de los primeros trabajos anteriores a 1900, llega a su elaboracin ms acabada alrededor de 1915 en los Trabajos sobre metapsicologa y experimenta algunos agregados en 1919 en Lo siniestro. La segunda, que corresponde a Inhibicin, sntoma y an- gustia, de 1925, lleva la huella de las nociones de la se- gunda tpica introducidas con El yo y el ello. En su primera teora, Freud concibe la angustia como una transformacin de la libido reprimida, es decir un signo del pasaje efectuado por la pulsin del incons- ciente a lo consciente, burlando la represin. Pero sta acta de todas maneras tiendo de displacer la descarga libidinal. Por esto la represin es la causa de la angustia en tanto mantiene a la pulsin insatisfecha: su repre- sentante deviene inconsciente, mientras que el quantum de afecto cualquiera que sea su naturaleza original: amor, odio, etctera es transformado en angustia. El representante de la pulsin es reprimido por el peligro que representa: lo que el sujeto teme no proviene de una amenaza externa sino de su propia libido. En la segunda teora, la de Inhibicin, sntoma y angustia, este proceso lgico se invierte: no es la represin quien causa la angustia sino la angustia la que causa la represin. Freud concibe entonces la angustia como una seal que se produce en el yo para advertirlo del peligro que re- 213 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO presenta el avance de la libido del ello y convocarlo a la represin de sta. Ahora bien, no obstante las diferencias entre ambas visiones, hay un elemento comn: sea causada por la re- presin o sea su causa, la angustia se relaciona con la castracin, ms precisamente con la amenaza de castra- cin que pende sobre el sujeto ante la posibilidad de ma- nifestacin del deseo que es, nalmente, el deseo edpico incestuoso. La angustia es as angustia de castracin, mo- delo y matriz en Freud de toda angustia. Es la tesis que se encuentra en el anlisis de El hombre de los lobos, as como en los ejemplos de Lo siniestro, lo que signica que la nocin misma de angustia remite en Freud a la idea de una prdida que concierne al falo. La tradicin freudiana ha tomado partido en general por la segunda de estas teoras y la armacin de que toda angustia es, en ltima instancia, angustia de castracin se volvi un lugar comn psicoanaltico. Sin embargo, Freud no dej de mantener algunas reservas al respecto y as lo da a entender siete aos despus de Inhibicin, sntoma y angustia en la 32 de las Nuevas conferencias de introduccin al psicoanlisis titulada Angustia y vida pulsional. Esta confe- rencia se sita en lo fundamental en la lnea del texto an- terior pero, en relacin con una objecin que se hace a l mismo, se ve conducido a introducir nuevos desarrollos, o al menos a indicar el esbozo de stos. Es as como, despus de haber vuelto a sealar el fe- nmeno de la angustia bsica como angustia de castra- cin, observa que este lazo no puede ser vlido en esos trminos para las mujeres, que si bien pueden bien tener un complejo de castracin, no pueden presentar la angus- 214 DANIEL GERBER tia de castracin: La angustia de castracin no es, desde luego, el nico motivo de la represin; ya no tiene sitio alguno en las mujeres, que por cierto poseen un complejo de castracin pero no pueden tener angustia ninguna de castracin. 1 En las mujeres la angustia bsica sera enton- ces la angustia de la prdida de amor, que, segn Freud, es una continuacin de la angustia del lactante cuando echa de menos a su madre. 2 El problema que le presenta esta diferencia segn el sexo lleva a Freud a retomar la cues- tin de la angustia originaria del nacimiento, as como la asociada con el fantasma de retorno al seno materno. Por esto, Freud ya no se opone aqu de manera frontal a Rank en la concepcin del trauma del nacimiento que ste formul; al contrario, va a armar que el nacimiento es el arquetipo del estado de angustia 3 pero precisa que no es el nacimiento en s el que puede ser considerado como un dao, sino el hecho de que provoca una excita- cin psquica, una tensin, que no puede ser descargada por la accin del principio de placer. La angustia es enton- ces asociada con un factor traumtico ante el cual fracasan los empeos del principio de placer destinados a lograr su elaboracin. A esta angustia Freud la llama real, por opo- sicin a la angustia neurtica, que resulta de la amenaza de reaparicin de dicho factor traumtico. Habra entonces, de acuerdo con este texto, dos tipos de angustia y dos orgenes de ella; dualidad enteramente correspondiente con las dos clases de represin que operan en el sujeto: la represin originaria y las represiones posteriores. Con estas armaciones, la angustia ya no puede ser considerada, al menos exclusivamente, como angustia de castracin, an cuando en textos posteriores Freud 215 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO vuelva a concebirla de este modo. Esto signica que, en lo que concierne a esta cuestin, la teora freudiana est lejos de resolver el problema e incluso de mantener plena coherencia entre sus postulados. Es lo que Lacan va a sealar en el inicio de su seminario sobre la angustia de 1962/63, donde advierte que, en la medida en que no existe ninguna posibilidad de conciliar la Metapsicologa con Inhibicin, sntoma y angustia, ser necesario hacer una eleccin. La suya ser la toma de partido por la pri- mera teora freudiana contra la segunda: En el discurso de Inhibicin, sntoma y angustia se habla de todo salvo de la angustia. 4 De este modo, comienza por impugnar la concepcin de la angustia como un fenmeno del yo, una seal que lo pondra en alerta contra el deseo inconscien- te o contra la pulsin reprimida. Sin embargo, en esta eleccin entre las dos teoras freudianas, Lacan slo va a retener de la primera la existencia de un lazo directo entre la angustia y la libido con el n de elaborar una concep- cin completamente original del fenmeno. La originalidad del planteamiento de Lacan sobre la angustia consistir en buscar un fundamento diferente del complejo de castracin freudiano. Para l, la angustia de castracin no puede ser el modelo y la matriz de la angustia; por el contrario, no se trata ms que de una ex- presin lateral de ella, desviada y ms bien engaosa. Sin duda esto implicar un viraje en la teora pues hay una reinterpretacin de lo que se entiende por castracin, al punto que la signicacin de sta cambia radicalmente. Para Freud, la castracin constituye ante todo una ame- naza que recae sobre el rgano masculino y la angustia de castracin es, en consecuencia, la angustia ante la po- 216 DANIEL GERBER sibilidad de prdida de este rgano con las consecuen- cias que sta implica para la identidad y el narcisismo del sujeto. Para Lacan, en cambio, la castracin se sita mu- cho ms all de la eventualidad de esa prdida y de la re- lacin imaginaria con el padre como el agente que puede ejecutar dicho acto, de tal modo que el temor de perder el pene no puede tomarse como la causa de la angustia; debe situarse ms bien en el contexto de la relacin del sujeto con el goce. En este sentido, el hecho de que el miembro masculino pueda estar presente o ausente o, ms simplemente, que est condenado por las leyes de la siologa a la detumescencia que lo pone fuera de jue- go despus de que el sujeto alcanza el mayor placer que le es posible es, para Lacan, mucho ms importante que la idea de que el rgano pueda ser cortado. La amenaza te lo voy a cortar, que en Freud est ligada a la mastur- bacin infantil, no es para Lacan lo que verdaderamente dene a la castracin, pues no es ms que un fantasma de mutilacin, una representacin en el plano imagi- nario de lo que constituye un corte esencial, un corte cuya importancia slo puede ser apreciada en el orden de lo simblico y ms concretamente de las relaciones de lo simblico con lo real. Lacan sostiene que la nocin de amenaza de castra- cin como aparece en Freud oculta algo mucho ms fun- damental: lo que podra llamarse un deseo de castracin. De este modo, la amenaza de castracin que aterra al yo no es sino una especie de deformacin superyoica de un deseo de castracin que sostiene al sujeto, la supo- sicin de que su castracin podra ser una condicin para el goce del Otro. As, en la sesin del 5 de diciembre 217 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO de 1962 del seminario citado, seala: La apertura que les propongo consiste en esto [] que no es de ningu- na manera la angustia de castracin en s misma lo que constituye el impasse ltimo del neurtico [.] Eso ante lo cual el neurtico retrocede no es ante la castracin, es hacer de su castracin, la suya, lo que falta al Otro, A, es hacer de su castracin algo positivo que es la garanta de esta funcin del Otro [] Consagrar su castracin a esta garanta del Otro, es ah ante esto que el neurtico se detiene. 5 Para ampliar esta idea, Lacan va a evocar las primeras elaboraciones de Freud que aparecen en los manuscritos de su correspondencia con Fliess. All enlaza la emergen- cia de la angustia con la prctica del coito interrumpido o con la impotencia en el hombre: la angustia surgira ante la imposibilidad de alcanzar el goce. Pero en sentido opuesto a Freud, Lacan sostendr que esta posibilidad de cada, cada del falo que se produce inevitablemente en el momento de detumescencia, lejos de desvalorizar- lo es la razn por la cual ste adquiere lo esencial de su valor. En otros trminos, es precisamente porque puede faltar, fallar, desfallecer, que el falo es tan importante. La funcin primordial del falo es entonces para Lacan una funcin de desvanecimiento, de insuciencia respecto del goce, al menos del goce tal como es soado, fanta- seado: como una satisfaccin absoluta, total. Esta concepcin surge de la necesaria distincin entre el falo como signicacin y el signicante flico. La sig- nicacin flica es la parte de goce integrada en el orden simblico sostenido por la funcin del padre. Esta signi- cacin est asociada al falo como smbolo de la virili- 218 DANIEL GERBER dad, del poder penetrante, la fecundacin, la fertilidad. El falo como signicante, en cambio, representa el precio que el sujeto masculino tiene que pagar para acceder a esa signicacin. Por esto el falo es el signicante de la castracin; no acta por lo tanto como el rgano-smbolo de la sexualidad denido por su potencia, sino como el signicante y/o en su caso el rgano de la desexualiza- cin que inevitablemente acompaa a toda sexualizacin en tanto sta es efecto del pasaje de lo orgnico puro a lo simblico que impone el lmite y la regulacin. De este modo, en la detumescencia que afecta inevi- tablemente al pene Lacan ubica una materializacin or- gnica de la estructura del sujeto en su relacin con el Otro: el falo que desaparece es el smbolo del sujeto que, buscando su lugar en el Otro, no encuentra ah sino una falta, una ausencia. Esta falta en el Otro del signicante, que sera el sujeto como tal y le jara su lugar en el universo de las signicaciones, tiene su repercusin en el nivel orgnico porque aqu falta el rgano que pueda asegurar al sujeto una relacin continua y no desfalle- ciente con su goce. Ahora bien, puede decirse que esta falta es de algn modo saludable pues hace de lmite al goce y sostiene as al deseo. Sin embargo, lo que obsta- culiza al sujeto no es tanto la limitacin del rgano sino la del Otro al que quiere creer completo para que el goce que su fantasma formula sea total. Por esto, lo que Freud llama angustia de castracin no concierne al deseo sino al goce, contexto en el cual el falo es la encarnacin de la impotencia del sujeto para inscribir en el Otro su relacin con el goce. La escritura ( ) con que Lacan lo repre- senta expresa esa falta. 219 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO El falo deviene as, a nivel genital, el rgano de la falta, de una falta que es propiamente simblica. Sin embargo, lo esencial para situar la raz de la angustia es que, en su relacin con el goce, el sujeto no puede representarse. La cuestin que se le plantea entonces es saber lo que l es en esta relacin. Una ilustracin propuesta por Lacan bajo la forma de un aplogo lo puede aclarar: imagina que, despus de haber sido disfrazado y sin que haya podido ver con qu mscara, es empujado al escenario donde lo espera una gigantesca mantis religiosa; se en- cuentra pues frente al insecto monstruoso sin tener ni si- quiera el recurso de captar el reejo de su imagen en una de las mltiples facetas del ojo de la mantis, es decir, sin recursos en el nivel imaginario. Tal es la imagen que pue- de mostrar la situacin del sujeto enteramente ofrecido al deseo del Otro, sin saber si por azar no encarna exac- tamente eso con lo que este Otro glotn podra satisfa- cerse. Qu me quiere l?, es la pregunta que est en el fondo de la angustia porque se puede decir que soy algo para el Otro, pero de ese algo no tengo radicalmente nin- guna imagen, ninguna representacin. Y si nada puede asegurarme que no soy simplemente una falla, una falta, qu puede darme la certeza de que el deseo del Otro respecto de m conocer algn lmite? La angustia alude esencialmente a esto: no s qu objeto a * soy para el Otro * Con la nalidad de no confundir al lector con la preposicin uni- versal a, con la letra a (en itlicas) que utiliza Gerber, siguiendo a Lacan, hemos decidido subrayar a, para aludir a su condicin de objeto. (Nota del editor) 220 DANIEL GERBER desde el momento en que este se sita respecto a m en una relacin otra que la de semejante a semejante. Lacan dir entonces que la angustia es la sensacin del deseo del Otro, la reaccin ante esta sensacin. Por esto mismo, no es sin objeto, pero este objeto no es sino a, causa del deseo, el objeto perdido, el resto de la cons- titucin del sujeto en el campo del Otro que puede de- nirse tambin como su reverso. Objeto cuya paradig- ma es el objeto anal que, mientras es demandado por el Otro como don de amor y permanece en el interior del cuerpo del nio tiene el valor de un objeto precioso, pero cuando es cortado por el esfnter se convertir en el objeto nauseabundo, horroroso, con el cual el sujeto rechazar identicarse aunque no podr dejar de girar en torno a l como el ncleo ms verdadero de su ser. De este modo, para completar al Otro, el sujeto se ofrece l mismo en ese objeto que es su reverso. Este ofrecimiento tiene a la angustia como su trasfondo porque en el acto mismo de responder al deseo del Otro hay una pregunta que agobia: qu objeto (a) soy para l en relacin con el desecho que yo podra devenir? Inevitablemente cuando el deseo del Otro interviene un objeto cae. El acto sexual ilustra claramente esta cada: en su momento de clmax, con el orgasmo, se produce la puesta fuera de juego del instrumento de goce, el pene. ste se eleva primero a la dignidad de la signicacin del falo, pero cuando pierde su turgencia va a convertirse en el resto cado, el objeto a, lo perdido de la signicacin flica que despus de encarnar momentneamente en el rgano deja otra vez su lugar al signicante falo como signicante de la castracin. 221 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO La intervencin del deseo del Otro impone as la exi- gencia de abandonar un pedazo del propio cuerpo; pro- duce una fractura en la investidura narcisista del cuerpo, en la imagen yo donde me reconozco. Ese momento de prdida, cuando no s qu objeto soy para el Otro, es el momento de la angustia que por esto no es sin objeto. No es sin objeto porque, si bien en ese momento la falta de objeto est de mi lado, del lado de mi imagen, de mi nar- cisismo, del otro lado hay algo extrao, inquietante, algo que fascina y repugna a la vez: el objeto a. Este objeto que falta de mi lado aparece frente a m como un puro desecho para mostrarme mi ser en toda su horrorosa dimensin de ser un resto cado del Otro. El momento de la angustia es aquel en que paradjicamente no s qu objeto soy en el deseo opaco del Otro porque s que slo soy desecho. Entonces la angustia no surge de una falta, surge cuando la falta falta, cuando el sujeto confronta la mancha negra del Otro y ya no se ve ah, no hay signicante que lo repre- sente: lo que falta en el Otro es l mismo faltando. La angustia es el signo de lo real inalcanzable, im- posible, lmite interior de lo simblico. Los efectos de este real se maniestan all donde no me veo, donde no tengo representacin en el Otro. La angustia no engaa porque est ligada a lo real, al retorno de lo mismo que el sistema signicante nunca podr cernir. Coloca as al sujeto ante la inminencia de ese real de la aparicin de aquello que, siendo a la vez familiar e ntimo, es radical- mente extrao. Si se la dene como seal de peligro, esto slo puede entenderse en el sentido de que la angustia es seal de un peligro interior, de la emergencia de eso ms ntimo del sujeto mismo. 222 DANIEL GERBER Por esto Lacan arma que la angustia no est corre- lacionada a una prdida o a la amenaza de una prdida sino, al contrario, a una presencia, una presencia inminen- te en la cual la dimensin de la falta no llega a instituirse. Es la manifestacin del deseo del Otro como tal, en tanto que yo encarno el objeto causa de este deseo, pues el de- seo del Otro, el Otro como deseante y no simplemente como deseable me interroga en la raz de mi ser como objeto a causa de ese deseo sin que ninguna represen- tacin me permita en ese momento ausentarme de esta posicin. As lo muestra el fenmeno de lo Unheimlich, lo siniestro, cuando en el relato de El hombre de arena, Nathaniel, en posicin de voyeur, reducido a una mirada puesta sobre la escena, ve al Otro dirigirse a l deseando. Deseando qu? Sus ojos, la carne misma de su ser en ese momento. Para Lacan, el fenmeno de lo Unheimlich muestra, en esta relacin de extraa familiaridad, la rela- cin del sujeto con su ser, con lo que l es como objeto a: lo que le es ms ntimo, el corazn mismo de su ser, y al mismo tiempo lo que no puede representarse en una imagen tranquilizante. Y cuando ese objeto perdido para la representacin, rechazado fuera de la escena, viene a ha- cer irrupcin en ella, es decir, cuando la falta viene a faltar, la angustia estalla. Es la razn por la cual la angustia no es sin objeto y la angustia es lo que no engaa. Esto ltimo es as por- que, a diferencia de los otros afectos, no est ligada a un semblante a eso que constituye el engao inherente a toda representacin, sino ms bien a lo que est ms all de toda representacin del sujeto, a su ser mismo. En la angustia el lugar del sujeto en el Otro ya no est 223 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO vacante, como habitualmente ocurre por efecto de la cas- tracin; ahora el sujeto ya no est representado por algo que causa falta, que se ausenta, por el signicante falo. Por el contrario, su lugar aparece sbitamente ocupado por un objeto seno, excremento, mirada o voz que viene a colmar la falta y en este momento el sujeto ya no puede escapar al designio del Otro. Se puede advertir as que al situar de esta manera la angustia, sta tiene una relacin muy estrecha con la cues- tin del origen o de la causa del sujeto. Precisamente eso de donde sale el sujeto su casa, su lugar natal, como dice Freud en Lo siniestro es lo que se hace claramente presente en ella en la medida en que no se puede decir que el sujeto simplemente sale de su madre, del cuerpo materno. En el caso del organismo, evidentemente ste sale del vientre de la madre en el momento del naci- miento; pero el sujeto sale ms bien del Otro, esto es, de una cierta relacin con la madre en la cual el padre interviene en la que primero es objeto entregado al goce del Otro. Es esto lo que al sujeto, puntualmente, le regresa en la angustia y justica retomar la idea del traumatismo del nacimiento. No cabe duda de que la salida al mundo causa al nio un sufrimiento real, pero no es esto lo que esencialmente tiene valor traumtico. Al respecto, la observacin de La- can es muy clara: el traumatismo de nacimiento se debe menos a la separacin de la madre que a la intrusin de la atmsfera en el cuerpo del nio. No es ocasionado entonces por la prdida de algo sino, al contrario, por el llenado, el demasiado lleno que invade al sujeto: Que la angustia haya sido de alguna manera es Freud quien 224 DANIEL GERBER nos lo indica aqu elegida como una seal de algo, no es porque debemos reconocer en ella el rasgo esencial de esta intrusin radical de algo tan otro al ser humano viviente que es ya el paso a la atmsfera? Ah est el rasgo esencial por el cual el ser humano viviente, que emerge a este mundo donde debe respirar es primero literalmente sofocado, sofocado por lo que se ha llamado el trauma no hay otro, el trauma del nacimiento que no es separacin de la madre sino aspiracin en s por este me- dio esencialmente otro. 6
Ubicar as el trauma del nacimiento como el proto- tipo de toda angustia implica un acuerdo de Lacan con Freud, aunque slo en apariencia, pues lo que sostiene Lacan es que lo traumtico del nacimiento no es tanto la separacin como la invasin que el nio sufre de algo que lo llena hasta el extremo de sofocarlo: el deseo del Otro que nos pone en el mundo comienza por inar- nos los pulmones de aire, antes incluso de llenarnos el estmago con su leche, las orejas con su voz y los ojos con su mirada. Y a este llenado va a corresponder un deseo de destete, del mismo modo que al plantearse la cuestin del falo como signicacin responder un deseo de castracin. Es evidente que ese destete, en lo que concierne a la respiracin, es realizado automticamente por la siologa de la funcin respiratoria, que implica la extraccin seguida de la inspiracin; pero en lo que se reere a los otros aspectos implicados por la castracin, exigir la intervencin de una funcin simblica. En el trauma del nacimiento, es decir en ese pasaje del cuerpo a la atmsfera, la angustia original si se pue- de utilizar este calicativo aparece como lgicamente 225 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO anterior a toda demanda del Otro. Pero en este momen- to absolutamente primario, previo a toda simbolizacin, aparece ya un elemento que no tomar todo su alcance sino mucho ms tarde, en el seno de las relaciones ms elaboradas del sujeto con el Otro, el grito. En el mo- mento en que el lactante se llena de aire, es decir, en el momento en que es aspirado por la atmsfera, grita: la emergencia ms radical de su voz se produce de manera simultnea a la angustia original. Este grito que en s es nada porque nada demanda pero nada tambin porque est destinado a instituirla en relacin con el todo de la atmsfera que lo llena va a devenir algo porque el Otro, la madre en este caso, va a responder a l, a descifrar ah un mensaje para convertirlo en llamada a recibir algn objeto. As, en este grito primordial tal vez se encuentra ya la expresin de un deseo de destete, si se toma en cuenta que cuando el nio grita, expulsa un objeto: el aire que lo invade. Claro que la madre, desde su fantas- ma, entender otra cosa y aqu puede ubicarse el punto de inicio del gran malentendido: ella cree que el nio grita porque llama a su amor, interpreta el grito como una demanda. Del grito al mensaje: as podra denirse en la medida en que se efecta por la conuencia de estas dos vertientes el nacimiento del sujeto. En el grito no hay sino una pura voz como respuesta al deseo del Otro que ha puesto al nio en el mundo; pero desde el momento en que ese grito es escuchado por este ltimo como un mensaje o una demanda, toma el valor de signicante y, en consecuencia, implica ya un sujeto, al menos un sujeto supuesto por el Otro que descifra este mensaje. 226 DANIEL GERBER Entre estas dos vertientes tambin pasa el destete, que no dene simplemente la separacin del seno materno sino la del sujeto con este origen, donde l no era sino el objeto entregado al capricho del Otro. En este sentido, es cierto que el grito es llamada, pero slo si se lo escucha como tal, porque en un nivel ms radical no es ms que tentativa de escansin, de corte con un goce invasor que implica para el sujeto el riesgo de desaparecer. Este trauma fundamental muestra que la angustia se- ala la proximidad del goce, la aparicin en lo real del objeto a como consecuencia de una falla en la funcin del fantasma que es una respuesta forjada por el sujeto a la pregunta por lo que el Otro quiere de l. Se debe recordar que hay siempre una dimensin traumtica en el encuen- tro con el deseo del Otro porque el carcter enigmtico del mensaje que el sujeto recibe de ste no puede nunca ser enteramente asimilado de modo que, ms all del sentido que puede tomar, queda siempre un ncleo excesivo, re- sistente a toda simbolizacin: a, lo real de un encuentro traumtico inasimilable, de un enigma que resiste a la sim- bolizacin. En este punto el fantasma vela ese ncleo duro porque provee al sujeto de una respuesta a la pregunta por lo que el Otro quiere de l. Es entonces a la vez un tapn para la falta del Otro y un sostn para el deseo que va a constituirse como defensa ante el deseo del Otro. Esta institucin del fantasma es obra del Nombre del Padre que dene a la signicacin como flica, es decir, que signica el deseo del Otro como deseo sexual. Sin em- bargo, en tanto signicante, el Nombre del Padre no basta para signicar todo el goce; queda un resto: lo real de un goce que insiste porque no se deja capturar por el signi- 227 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO cante. El fantasma instituye as un Otro tal que el sujeto sabe lo que l es y puede entonces repetir indenidamente la misma respuesta creando una y otra vez un escenario similar. El sujeto se protege de este modo del encuentro con el deseo del Otro porque el fantasma le permite ofre- cerse l mismo como el objeto que puede tapar su vaco central. Pero puede ocurrir que en algn momento el Otro presente ante el sujeto ese ncleo duro, inasimilable, de su ser bajo la forma del objeto real que retorna. Entonces el fantasma no es suciente para asegurar la signicacin. Este es el momento la angustia, efecto del encuentro del sujeto con un goce que desconoce y es a la vez lo ms nti- mo de l. La angustia indica entonces la falla del fantasma que es tambin la del Nombre del Padre, imposibilidad de encauzar todo el goce por los carriles del signicante. Esta aparicin de la angustia es la causa de la produccin del sntoma, que viene a constituir un intento de suplencia, de reparacin de la falla del Nombre del Padre, tal como puede observarse en las diferentes neurosis: En la neurosis obsesiva, el sujeto toma a su cargo el incumplimiento del padre para asegurarle as el cum- plimiento de la funcin de dominio. Por esto, ante el deseo del Otro, vive en el terror de que ste se sirva del dominio que l asegura para gozar de l. De ah su espera eterna de la muerte del Otro como lo que le permitir nalmente gozar. Pero como en su fantasma slo el Otro puede gozar, nada puede valer para l y le ser imposible incluir algn elemento de goce en sus realizaciones. Es la razn del sentimiento de fastidio que impregna su vida. 228 DANIEL GERBER En la histeria, el sujeto no se resigna enteramente a la primaca flica impuesta por la ley del padre; quiere un Otro al que no le falte el signicante de su goce, el de ella; un Otro que pueda gozar y le posibilite a ella gozar ms all del irrisorio goce flico. Aqu est la causa de esa irrefrenable atraccin que el perverso ejerce sobre la histrica, tan dispuesta a tomar el pa- pel de su vctima, y tambin de su posicin desde la cual interroga al amo, sobre el que quiere reinar, para hacerlo producir ese saber sobre el goce. Ahora bien, como ese saber no podr elaborarse sino por medio del signicante, ser incapaz de nombrar el objeto de goce y esto motivar la reiterada decepcin hacia el amo. Finalmente, en el caso de la fobia, sta tomar la for- ma de una plataforma giratoria donde el objeto f- bico es llamado como signicante destinado a suplir el defecto del Nombre del Padre, es decir, a hacer de muralla al goce. Esta nocin de plataforma giratoria indica el momento lgicamente anterior al posiciona- miento del sujeto que nalmente elegir la histeria, la neurosis obsesiva o, eventualmente, alguna forma de perversin. En este sentido, en la fobia verdadera no hay fantasma, por esto Lacan la llama neurosis ra- dical: 7 ante el deseo del Otro, el fbico se encuentra confrontado con su propia insuciencia para satisfa- cerlo y esta falta de respuesta suciente se debe a la insuciente constitucin del fantasma. De este modo, el mecanismo para la formacin del ob- jeto fbico consiste en la produccin de un sustituto de 229 ANGUSTIA Y FOBIA. UN ENFOQUE PSICOANALTICO aquello que se maniesta en lo real como falla del pa- dre, un sustituto que con frecuencia toma la forma de retorno totmico. Como lo seala Lacan, el objeto fbico es un signicante para todo uso, para subsanar la falta del Otro 8 un signicante/objeto que sostiene la metfora paterna en tanto restaura al padre a la vez que lo invoca. En este sentido se distingue del objeto fetiche, denido como objeto percibido en el recorte del signicante 9 es decir, como el objeto que llena el hueco del Otro y per- mite concebirlo sin falta. El sntoma fbico restaura al padre en su funcin de limitar el goce porque all el objeto tiene la funcin de servir de arma en el puesto-avanzado fbico contra la amenaza de la desaparicin del deseo. 10 El fetiche en cambio es condicin absoluta del deseo: 11 es un objeto absoluto, separado, desprendido de los otros, exterior a la dimensin simblica, para un sujeto que no puede desear sin la presencia de ste y cuyo deseo se confunde con la perspectiva de producir el goce. Llamar signicante para todo uso al objeto fbico implica designarlo como equivalente de la falta del Otro. En este aspecto puede ser concebido portador de la ame- naza de castracin, amenaza que no es lo temido como tal en la fobia sino un efecto imaginario del orden simb- lico que oculta la angustia en su dimensin ms radical: ese afecto que indica que el sujeto puede desaparecer ante la proximidad del goce del Otro. 230 DANIEL GERBER NOTAS 1 Sigmund Freud, Angustia y vida pulsional. Obras comple- tas, tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, p. 80. 2 Ibid., p. 81. 3 Ibid., p. 86. 4 Jacques Lacan, La angustia, sesin del 14 de noviembre de 1962. 5 Ibid., sesin del 5 de diciembre de 1962. 6 Ibid., sesin del 3 de julio de 1963. 7 Jacques Lacan, Subversin del sujeto y dialctica del de- seo en el inconsciente freudiano en Escritos 2. Mxico: Siglo XXI, 1994, p. 803. 8 Lacan, Jaques, La direccin de la cura y los principios de su poder, en Escritos 2, op. cit., p. 590. 9 Ibid., p. 590. 10 Jacques Lacan, Observacin sobre el informe de Daniel Lagache, en op. cit., p. 661. 11 Ibid., p. 661. BIBLIOGRAFA FREUD, Sigmund, Angustia y vida pulsional. Obras completas, tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 1979. LACAN, Jacques, Subversin del sujeto y dialctica del deseo en el inconsciente freudiano, La direccin de la cura y los principios de su poder y Observacin sobre el informe de Daniel Lagache en Escritos 2. Mxico: Siglo XXI, 1994. 231 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO Marco A. Jimnez* La Ilustracin ha perseguido siempre el objetivo de quitar el miedo a los hombres y de convertirlos en amos. Pero la tierra enteramente iluminada resplandece bajo el signo de una triunfal desventura. HORKHEIMER Y ADORNO El da que yo nac mi madre pari dos gemelos: yo y mi miedo HOBBES GLOBALIZACIN E IMPERIO Entre las promesas que la modernidad ha hecho, quizs una de ellas sea la de iluminar, con la certidumbre de * Doctor en Ciencias Polticas y Sociales. Profesor de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores de Acatln de la Universidad Na- cional Autnoma de Mxico y profesor del Posgrado en Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico. 232 MARCO A. JIMNEZ que slo la razn puede brindar, los ms nos y oscu- ros intersticios de nuestras vidas. Sin embargo, hoy que casi hemos alcanzado un desarrollo tecnolgico capaz de protegernos como nunca frente a los avatares de la naturaleza, cuando se ha hecho posible enfrentar cier- tas enfermedades que antao diezmaban a poblaciones enteras, hoy que se ha prolongado la esperanza de vida, ahora que la ciencia anuncia con displicencia sus gen- micas verdades, an persisten pueblos en la miseria to- tal, donde la nica ley que impera es la de siempre. La concentracin de la riqueza y la gran corrupcin son emblemticas de lo que se ha dado en llamar globa- lizacin. Pero qu habra de extraarnos si el capitalismo fue prohijado bajo un rgimen de explotacin voraz. Lo que ahora sorprende es la presentacin de este estado de cosas como nico, inmutable y eterno, lo que hace del imperialismo un imperio. 1 Junto con esto se ha reforza- do la vieja ideologa de la democracia hasta convertirla en un valor, en un mito fundador e inapelable de nuestras sociedades. O qu acaso hay algo distinto y mejor que hacer en esta poca que consumir en una plaza comercial y depositar de vez en cuando un voto? Como en todo, hay quienes se suman a esto con cinismo, ingenuidad, indife- rencia, o activamente en contra, 2 aunque por supuesto no falta quien, con una buena dosis de afecto y concien- cia, participa convencido de cumplir responsablemente con su papel histrico y ciudadano. Pero qu sucede cuando la historia universal se di- suelve en el abismo insalvable de una globalizacin que desconoce el pasado y renuncia al futuro, para concen- trarse en s misma como la nica certidumbre posible 233 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO de un ahora y un aqu sin huida ni retorno, donde cual- quier sospecha o malestar se percibe como violento re- sentimiento o como un insensato nimo de venganza. Por el contrario, como garanta de la paz perpetua que esta modernidad ofrece, la violencia y la venganza slo son atributos exclusivos de los corporativos que diri- gen al mundo, nunca de los individuos. Hctor, Priamo, Paris y Aquiles, con sus acciones, miedos, venganzas y resentimientos, han quedado desterrados para siempre. Las disputas se establecen entre intereses econmicos o polticos abstractos, nunca entre individuos; si stos son afectados, slo se trata de daos colaterales, siempre reparables. QU ES LA HISTORIA HOY? Historia es el mito del nacimiento del sistema mundo, que slo podra narrarse correctamente como epopeya heroica de la globalizacin terrestre, como la novela de la unilateralidad exitosa que los agentes europeos dictaron a sus cronistas. Esta cancin heroica va mucho ms all de la acostumbrada complicidad entre los hroes y sus cantores. En tanto es cantada, se desarrolla como la gran narracin inenarrable de la autoprovocacin de la humanidad. Por muchas veces que se vare, siempre se mantendr a la altura de las circunstancias. 3
El dinamismo de las grandes teoras, sociales o libera- les, que apostaban por el pueblo o por el individuo, no encuentra sentido en una democracia globalizadora que slo busca representarse a s misma, ya no hay guras 234 MARCO A. JIMNEZ sociales ni humanas o naciones a las que referir, el mito econmico y democrtico de la globalizacin se auto-re- eja, ineludiblemente, en todo lo existente. Como bien seala Sloterdijk al citar a Heidegger: La esencia de la Edad Moderna es la conquista del mundo como imagen. La palabra imagen signica ahora: la gura del producir representante. 4 Se sola decir: no es lo mismo el mapa que el territorio en realidad la modernidad actual slo se reconoce en el mapa, como red de relaciones cibern- ticas, porque estar en el mundo es pertenecer al sistema de redes bancarias, de comunicacin e informacin, lo dems queda fuera. La globalizacin no es, pues, una fase superior del capitalismo, ni un modo de produccin distinto en el mundo, no se trata de un estadio, un eslabn ms de la cadena denominada historia universal; es ante todo un modo diferente de existir en el mundo, donde es hora de decir adis a la tragedia para dar paso al melodrama como forma de vnculo global. Es, como propone Sloterdijk, la sustitucin de la tica de la accin, por la tica de la res- ponsabilidad en donde esta ltima funge como ilusin al hacer creer a los individuos que cumplen en lo local con las tareas universales (votar, por ejemplo) a pesar de que sus asuntos particulares no sean tomados en cuenta, a quienes por lo menos en su frustracin les queda la po- sibilidad de llamar irresponsables a quienes no cumplen con sus funciones. Como bien se seala, una versin posmoderna del imperativo categrico de la tica de la responsabilidad podra ser: Ejecuta en cualquier momento slo aque- llas acciones que, bajo consideracin de todos los mo- 235 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO tivos razonables de omisin, desde tu punto de vista personal y desde tu lugar funcional no puedan quedar incumplidas. 5
El imperio como globalizacin no slo es ticamente corrupto, sino que lo es fundamentalmente en trminos jurdico-polticos, como arman Hardt y Negri siguiendo a Montesquieu y Gibbon: cuando las diferentes formas de gobierno no estn rmemente asentadas en la rep- blica, se pone ineluctablemente en marcha el ciclo de la corrupcin y la comunidad inevitablemente se desga- rra. 6 Corrupcin que tambin devala la relacin entre los intereses de los individuos y la comunidad, anulando el valor de su realizacin al no encontrar una satisfaccin comn en sus propsitos. Bajo el principio de la implicacin mutua de todas las relaciones sociales, se dio paso a una forma de autocon- trol que super todos los regmenes disciplinarios que el capitalismo experiment en su devenir, logrando con ello una de sus mximas aspiraciones. Mientras la disci- plina buscaba hacer trabajar y garantizar la obediencia de los individuos, sobre todo a travs de instituciones como la escuela, la familia, la fbrica, las prisiones, los hospitales, etctera, la sociedad de autocontrol pretende enraizarse en todos los mbitos de la vida social e indi- vidual, en la conciencia, el pensamiento y el cuerpo de todos y cada uno de los sujetos, en el conjunto de las prcticas sociales. Por eso lo que antao podra mirarse como una extraa obsesin hoy resulta lo ms frecuente, pero ya no como una compulsin a la repeticin sino con la conanza y la seguridad plenas de que lo que se hace tiene que ser as y de ninguna otra manera, no hay lazo 236 MARCO A. JIMNEZ social. Lo que actualmente persiste es una red irracional que atrapa a los cuerpos, sus conciencias y sus afectos. Globalizacin e imperio, un solo prisma a travs del cual mirar nuestra condicin pos-histrica 7 ms all de la crtica melanclica a la historia universal que cono- cemos, si bien todo imperio tiende a representarse a s mismo como total y absoluto; hoy, por primera vez, acu- dimos a una forma de globalizacin que nos revela un mundo distinto, con fuerzas sociales y tecnolgicas ini- maginables, no se trata de un asunto periodstico ni mu- cho menos de partidos polticos, la cuestin toca nuestra humanidad misma, ahora est en juego la especie. Augu- rar una catstrofe o todo lo contrario, un mejor porvenir, no es tarea del pensamiento, ms all de que nuestras sensaciones nos indiquen una u otra cosa. De lo que se trata es de pensar y sentir la situacin, no para describirla o simplemente para juzgarla, sino para signicar socialmente nuestro mundo, para dotar de sentido la existencia, y esto slo ha sido posible con otros, nunca una labor individual ajena al mundo. Los imperios romano y chino no amenazaron con cancelar la vida humana, al menos no en su totalidad; el imperio global parece colocarnos frente a esa posibilidad. Probablemente suene tautolgico decir imperio global, o en todo caso por qu no globalizacin imperial; no am- pliar esta discusin para que slo quepa decir, con nes prcticos, que la globalizacin es un estado de conciencia y afectivo que nos invade a todos, mientras que el imperio es una estrategia de saber-poder, o mejor dicho de biopo- der 8 que despliega mltiples formas de dominacin y cuya caracterstica principal es el autocontrol de los individuos 237 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO y las sociedades. El imperio es como una mquina que tra- baja ininterrumpidamente, mientras que la globalizacin es el combustible que le proporciona energa. La globali- zacin es una gran narracin, y el imperio su narrador. El escenario anterior constituye una especie de circo romano en donde se producen variadas formas de mie- do; precisamente el hecho de considerar la situacin ac- tual como eterna e inmutable hace que los temores se constituyan en forma distinta. Por ejemplo, ya nadie se alarmara frente a una invasin extraterrestre transmi- tida por la radio o televisin. Pudiera ser que, como lo denuncia Baudrillard, 9 en la supuesta revolucin rumana que derroc a Ceausescu, los habitantes de aquel pas miraron sin la mayor accin, subieron o bajaron el vo- lumen de sus televisores, vieron cmo en las principales calles y avenidas de su localidad se llevaba a cabo un en- frentamiento armado, cuando en realidad todo esto era virtual; suceda slo en la pantalla del televisor. Sera, en el caso de existir, su miedo real o virtual? Hoy, casi todos, en Rumana, estn convencidos de que hubo una revolucin en su pas, hay monumentos y panteones a los hroes cados, a lo mejor nosotros nunca nos entera- mos de esa famosa revuelta de n de siglo por no com- partir con los rumanos la misma suscripcin de cable, o nos pas desapercibido el noticiario de la CNN. MIEDO Y ANGUSTIA El miedo siempre es algo por venir, algo que puede suce- der, aquello que nos podemos representar simblicamen- 238 MARCO A. JIMNEZ te o sentir; se trata de la percepcin de un peligro o de que cosas malas o dainas pueden ocurrirnos. Segn algunas deniciones, 10 el miedo remite a experiencias considera- das como buenas y malas que ya ha tenido el sujeto. Se puede decir que el miedo es algo que proviene de fuera, incluso cuando alguien dice temer de s mismo es como hablar de algn otro externo que amaga a mi yo interno. El miedo es eso que amenaza y nos puede ocurrir, en nuestra propia persona o en lo que consideramos nuestro, quere- mos o necesitamos. El miedo es un modo de gurarnos el futuro, de contener lo probable, de nombrarlo, hacerlo consciente o sentirlo; por ejemplo, un suceso del pasado puede provocar miedo, no tanto por lo que fue sino por lo que pudiera ser. El miedo siempre es aprendido, repre- senta una de las enseanzas esenciales de toda cultura. Miedo e incertidumbre suelen tomarse como sinni- mos, aunque realmente son sentimientos muy diferentes. El primero se excita aun con lo desconocido, y cuando menos lo puede signicar como algo ignorado o ajeno. La incertidumbre, como la propia palabra lo indica, es la ausencia o aqueza en las certezas o verdades que nos hacemos, no del mundo en su conjunto, sino de algunas experiencias particulares. Se puede tener incertidumbre con respecto a la bolsa de valores, sobre todo por lo que pudiera implicar a nuestra economa; ante la posibili- dad de acreditar un examen, o si se puede ser objeto de despido en el trabajo. Incluso la incertidumbre puede transformarse en miedo. No saber qu ser de uno en una relacin o no relacin, sea amorosa o institucional, en un plazo breve o largo, genera incertidumbre, es decir falta de certeza. La incertidumbre va en busca de res- 239 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO puestas, de plenitud. De forma diferente, el miedo pro- duce ciertas certezas, aun cuando se trata de algo ajeno o desconocido; el miedo es una certeza, la incertidumbre es falta de certeza. Por ejemplo, tengo miedo de que algo me pueda suceder frente a tal situacin. Se est cierto de que tal situacin produce miedo. Por lo contrario, si ten- go incertidumbre de que algo me afecte frente a alguna circunstancia, se est incierto, se carece de verdad, no necesariamente hay miedo, sino duda, expectativa. La incertidumbre siempre lo ser en el mbito de lo fun- cional, de la correspondencia. El miedo se eslabona, por senderos muy distintos, con la angustia, es decir, con el inconsciente, como sucede con las fobias. Por as decirlo, se tiene miedo para no angustiarse. La incertidumbre es del orden de lo consciente, de aquello que nos puede ser til o por lo menos garantizar o producir cierta verdad. Aunque tambin tenemos miedo a lo ignoto, a aquello que nunca hemos experimentado; sin embargo, cuando algo nos inquieta y produce malestar y ni siquiera so- mos capaces de representarlo como desconocido, sino que simplemente nos perturba sin saber por qu, ya no estamos frente al miedo sino ante la angustia. Miedo y angustia son muy diferentes: el primero tiene un objeto 11
y la segunda carece de l. La angustia, todo lo contrario del miedo, pertenece al pasado, a un ayer irrepresentable e inobjetable; esto ltimo, en su doble acepcin de innegable pero al mis- mo tiempo en su condicin de sin objeto. La angustia no es aprendida, no se puede ensear a nadie a sentir angustia, no obstante que sta se constituye en el m- bito de la cultura. 240 MARCO A. JIMNEZ Decir que el miedo es algo que conocen todas las cria- turas vivas o los animales, como lo seala Bauman, puede contribuir para comprender el carcter universal de ese sentimiento humano; sin embargo, tambin obstaculiza su interpretacin, pues resulta que los seres humanos signican ese sentimiento, mientras que los animales no, ya sea que estos ltimos respondan de acuerdo con su naturaleza o que hayan aprendido a reconocer ciertas se- ales de peligro o amenaza, pero nunca sern capaces de elaborar simblicamente el miedo; por eso lo que para un individuo puede representar un peligro, para otro no; lo que puede producir miedo a uno, a otro no. Es verdad que bajo ciertas circunstancias se puede provocar miedo de manera generalizada. Por ejemplo, un evento natural, un maremoto o un incendio; sin embargo, las reaccio- nes, los efectos y los afectos que esto puede causar son muy diversos. Dicho de otra manera, el miedo humano, en su origen y en sus nes, se elabora cultural y social- mente, aun cuando persistan ciertos elementos universa- les, tales como el miedo a la naturaleza, a lo desconocido e incontrolable que sta pudiera provocar; el miedo a la enfermedad, el envejecimiento y la muerte o el miedo a s mismo y a los otros. No creo que Freud, quien en El malestar en la cultura seala dichos miedos, deduzca que son iguales para cualquier sociedad y en cualquier po- ca. No obstante, de modo universal seguimos hablando del miedo. Las ciencias sociales y las humanidades con frecuencia excluyen las aproximaciones anteriores en su anlisis, ya sea porque de modo inmediato remiten al miedo como una experiencia social a la que hay que describir, conta- 241 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO bilizar, calicar, o porque omiten o desconocen el carc- ter inconsciente que la angustia tiene para comprender el miedo como sentimiento. El miedo es un mecanismo de proteccin pero no frente al objeto que seala o instituye, como suele creer- se, sino ante la angustia; por eso quizs los nios, desde esa especie de prelenguaje 12 que los constituye, tienen miedos tan distintos a los adultos o los signican de modo muy diverso; una sombra, por ejemplo, puede ser totalmente aterradora, mientras que un terremoto puede pasar inadvertido. Se puede tener miedo a la libertad, a la guerra, a la violencia, a la pobreza, a la muerte pero no padecer angustia de la libertad, ni de la guerra, ni de la muerte. Pero entonces de qu o por qu nos angustiamos? La angustia es la sensacin de prdida total, que como caos u orden absoluto se apodera de nosotros; es una fuerza incontrolable que nos impele a volver a un estado de mnada psquica 13 del que provenimos, de unidad ab- soluta e inquebrantable con el todo, situacin a la que con frecuencia los individuos se aproximan, ya sea en forma sublime o psicticamente, es decir, siendo crea- tivos y compartiendo con los dems o en la ruptura de todo lazo social, fuera del orden simblico. Lo cual no indica que la angustia sea un paso previo para sublimar o enloquecer. Pero sin duda el sentimiento de angustia siempre es vital y profundo. De modo alguno el miedo es una forma de falsa con- ciencia; todo lo opuesto, el miedo permite instituir, de cierto modo, nuestra relacin social; sin embargo, la an- gustia intimida esa posibilidad, pone en riesgo constante 242 MARCO A. JIMNEZ la signicacin imaginaria del mundo; la angustia carco- me el orden simblico instituido, por eso el miedo aparece como una capa protectora, envolvente de lo angustioso, a n de recuperar, otorgar sentido, y por as decirlo, recom- pensar al sujeto y al grupo en sus relaciones. De modo tal que es preferible tener ciertas certezas o negar todo que simplemente sospechar de nosotros mismos y de la realidad, pues esta ltima posicin nos sita frente a un abismo que pone en tela de juicio los recursos, las seguri- dades, las garantas que tenemos para protegernos. El que asume al mundo como un conjunto de certe- zas intenta recubrir con un sentido positivo y optimista su horizonte; siempre hay un plan previsto en su sentir y en su quehacer. El universo es un cosmos positivo, trazado por el buen dios. Aquel que no cree en nada, se aanza en la negacin constante del mundo que lo ro- dea, igual que para el anterior hay un plan, pero en esta ocasin pleno de calamidades y malestares perfectamen- te previsibles e irrenunciables. Un cosmos maligno; si hay dios, ste es vengativo. Pero el que sospecha no busca raticar ni negar ninguna ley, se contenta con desmentir, con cuestionar las certezas positivas o negativas de los otros, mostrando siempre el fondo catico, la fuerza del destino sobre los hombres, pero nunca como una deter- minacin fatal o como un premio divino, sino siempre como un agonismo, una imperecedera lucha por tomar el destino en las propias manos, de asumir, ms all de la responsabilidad, sino mediante la accin lo que a cada quien le corresponde. Y qu es aquello que a cada quien le corresponde? Sencillamente, lo que cada hombre es capaz de desear, actuar y por lo que est dispuesto a lu- 243 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO char. El universo es caos y cosmos, no hay plan, y lo divino puede ser tan bueno como malo. Sospechar crticamente no es sinnimo de angustia; el no creer, el no aceptar que las cosas del mundo son eter- nas e irreformables, es una conexin con el sin sentido de la vida, que impulsa a la accin por la vida misma, al pensamiento y al afecto, a dejar uir lo que de alegra y sufrimiento nos procura el vivir, porque efectivamente, la vida no vive, sino que hay que vivirla, con sus miedos y angustias, que entre otros son provocados o consecuen- cia de sentimientos como la envidia, la venganza, la ira, y todo lo que pudiera atribursele al resentimiento perso- nal o colectivo. Deshacernos de ellos ha sido un prop- sito de la Ilustracin, cmo? Mediante la conciencia y la razn; sin embargo, aparecen y reaparecen en uno y otro individuo y colectivo, por ms que los excomulguemos o conjuremos en su calidad de sentimientos, destructivos, perversos y malignos. El miedo produce verdades diversas, se sustenta en rumores y expectativas crecientes que movilizan o inmo- vilizan a los individuos. Quizs uno de los miedos cons- titutivos es el que se tiene de Dios o de lo que de la Ley pudiera desprenderse en contra de uno mismo. Por eso el miedo se coloca como una fuerza que instituye, como un modo de saber-poder que permite intercambiar en nues- tra sociedad, y simultneamente, el miedo es un modo de sentir de afectar la vida propia y la de los dems. Sin duda, aquello que se encuentra en el origen del miedo es la frustracin, es decir la incapacidad de lo- grar la satisfaccin de lo que se anhela. La frustracin y el placer son experiencias constitutivas del individuo, 244 MARCO A. JIMNEZ se producen en los primeros aos de su existencia y ambas dejarn una huella ineluctable para el resto de su vida. Es as que desde el malestar y la bsqueda de bienestar, en ocasiones consciente y en otras tantas in- consciente, los sujetos establecen sus relaciones en un mundo simblico que los atraviesa de modo acuciante. El miedo constituye un malestar social e individual del que no podemos desprendernos. Cuando ste se trans- forma en una constante ineludible, cuando no hay modo de enfrentarlo, el individuo suele angustiarse, es decir, no encontrar los motivos de su malestar ni mucho me- nos alguna alternativa. En sntesis, mientras el miedo es un modo de instituir subjetividades individuales y colectivas frente a ciertas situaciones, la angustia se padece de manera singular, no logra instituir algn tipo de relacin comn, tiende a desarticular, a destruir cualquier posibilidad de accin singular o conjunta. El miedo es identicable, aun como algo desconocido, por lo que permite simbolizarlo, ins- tituirlo de un modo u otro. La angustia es irreconocible, inesperada e incontrolable, con lo que pone al descubierto la imposibilidad de plenitud. Por lo tanto, si no se puede encontrar placer en la vida, se puede tener miedo, eso al menos es algo con qu contar. De ah que antes de su- poner que el miedo anule cualquier accin social, cabra pensar en las estrategias prcticas que ste produce, ha- cia dnde suele dirigir la institucin de lo social, cules son sus anidades tico-polticas. 245 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO Sentimiento esencial, constante histrica, pasin o jus- ticacin personal o colectiva, emocin vergonzosa, po- tencia movilizadora y fuerza paralizante de las acciones tico-polticas, es sin duda el miedo. Quin, por temor a dios, hara o dejara de hacer un bien o un mal? Pero igualmente, quin en la actualidad dirige sus acciones bajo la gida divina? De no ser en el mundo musulmn, donde Al es un referente continuo, en Occidente pocos perdern el sueo ante la furia de algn titn. Agazapados y temblorosos de miedo, sobreviven la mayora de los burcratas y polticos profesionales en el mundo, temen perder su estatus, sus ingresos econmicos o a sus huestes, al ser vctimas de los medios de comu- nicacin o de alguna circunstancia impredecible que los desgure. Antao se tema perder la vida poltica por alguna decisin del prncipe, hoy todo depende de un no y adecuado ajuste funcional con el sistema para per- manecer o ser excluido. Esta actitud, esas personalidades y costumbres se han vuelto principios ticos inexpug- nables, bajo comportamientos polticamente correctos, asertivos, propositivos, proactivos, etctera. Es verdad que hoy los intereses polticos deambulan por caminos ajenos a las burocracias. Estas ltimas sue- len ser eles a cualquier amo como antao, con la nica diferencia de que ahora su amo es una funcin produ- cida por el sistema, no hay ideas, no hay propsitos po- lticos denidos, sino simplemente rutinas que realizar eternamente; las instituciones sirven al sistema y ste se sirve a s mismo; los hombres de gris son slo eso, lerdas 246 MARCO A. JIMNEZ guras plmbeas que cumplen con su responsabilidad. Los polticos, por su parte, han conformado una clase distinta que se nutre y sirve al sistema de modo distinto, son por decirlo as sus voceros, hablan por el sistema, lo denen, lo acotan, lo adulan, lo cuestionan, lo acusan, pero siempre dentro de un compromiso slido que arti- cula sus acciones, regularmente a travs de los medios. Razones o sinrazones, pero hace tiempo haba circuns- tancias, personajes, cosas claras para ubicar socialmente los orgenes del miedo que nos atormentaba, o al menos eso se crea. Ahora, para ilustrar la situacin, podramos recortar un poema de Rilke: Todos los miedos perdidos estn otra vez aqu. El miedo de que un hilito de lana que sale del borde de la colcha sea duro, y agudo como una aguja de acero; el miedo de que ese botoncito de mi camisa de noche sea mayor que mi cabeza, grande y pesado; el miedo de que esta miguita de pan que ahora se cae de mi cama, sea de cristal y se rompa abajo, y el miedo opresor de que con eso se rompa todo, todo para siempre; el miedo de que la tira del borde de una carta desgarrada sea algo prohibido que nadie debiera ver, algo in- descriptiblemente precioso, para lo cual no hay lugar bastante seguro en el cuarto; el miedo de que si me duermo me trague el trozo de carbn que hay delante de la estufa; el miedo a que em- piece a crecer cierto nmero en mi cabeza hasta que no tenga ya sitio en m; el miedo de que me pueda traicionar y decir todo aquello de que tengo miedo, y el miedo de que no pueda decir nada, porque es todo inestable, y los otros miedos Los miedos. 14
247 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO Es verdad, como dice Bauman, que el miedo frente a una amenaza o peligro suele conducirnos a la huida o a la agresin; 15 sin embargo, tambin dice l que el miedo se produce como un sentimiento adicional; un temor de segundo grado que obedece a la sociedad y la cultura. Entonces, de acuerdo con Bauman, tenemos un miedo biolgico o natural, de primer orden, y otro social, de segundo nivel; a este ltimo lo denomina mie- do derivativo, es decir, aquel sentimiento que surge de las circunstancias concretas de una experiencia con una amenaza o peligro. La cuestin es que las amenazas o peligros, en el caso de los seres humanos, son siempre construcciones, ela- boraciones particulares o colectivas, no estn dadas de antemano. No hay un a priori del miedo. Con esto slo quisiera ilustrar que existe una anidad tico-poltica del miedo que remite a una especie de realismo material. Es decir, tenemos miedo porque se han producido ciertas condiciones materiales de existencia y una determinada conciencia (derivativa) que nos hace tener dicho senti- miento. Hasta aqu, y bajo ciertos cnones sociolgicos, lo anterior parece una verdad irrefutable; el miedo es producto de las condiciones materiales de existencia y de la conciencia de ello. Sin embargo, se padece miedo cuando se carece de bie- nes, tanto cuanto se los posee. Es verdad que esta moder- nidad le ha negado sus benecios a una parte importan- te de la sociedad, pero a otra; a aquella que habita dentro del Palacio de cristal, dentro del Invernadero (segn Sloterdijk) goza, sin duda, de una gran cantidad de mer- cancas, productos y servicios, entre ellos: los Seguros 248 MARCO A. JIMNEZ de vida, de enfermedad, de desempleo, etctera, y no por ello ha dejado de tener miedo. En nuestra sociedad, tanto miedo padece el que come como el que ayuna. Por ejemplo, el desempleo resulta frustrante, suele paralizar, aunque cuando el hambre desespera cualquier semejante aparece como un exquisito manjar, incluso la bota desgarrada, como en La Quimera del oro de Cha- plin; se pueden comer galletas de lodo, como en Hait, e incluso hasta cadveres humanos, antes de morir de hambre. De todo esto y ms sabemos; sin embargo, del estado de insignicancia, de indiferencia humana actual, hay pocas referencias. La frustracin provoca miedo pero ste no es sinnimo de indiferencia; puede haber parlisis, desnimo, desin- ters, pero cuando el miedo generalizado se conjuga con la indiferencia generalizada, entonces se produce un tipo distinto de sujeto. Quizs los campos de concentracin nazi ensayaron, hasta el extremo, el modelo de socie- dad que hoy se perla. Cnicos, psicticos, oportunis- tas, indiferentes y sobrevivientes, pululan en los actuales Invernaderos. Ahora sin necesidad de fusilamientos u hornos crematorios, hay recursos sucientes y seguros dentro del Palacio de cristal para entretener, para ofrecer una paz perpetua a sus moradores; de los que quedan fuera, nada se sabe, no cuentan con seguros, crditos, ni estn en el sistema, en todo caso frente a alguna adversi- dad son considerados como prdidas previstas. La revolucin francesa, la sovitica y la mexicana; con la guillotina una, otra con sus juicios populares y la l- tima con su mtalos en caliente sembraron el terror, la violencia y el crimen. Se ha dicho que el miedo es un 249 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO instrumento de la poltica: del miedo se sirve el poder para actuar. Pero al revs, qu sucede cuando prevalece el miedo y la poltica parece ser su instrumento? O dicho de otro modo, cuando el n de la poltica es precisamente mantener el miedo como estrategia permanente de con- trol. Cuando el miedo es poder y el poder es miedo. Si el miedo es un medio para alcanzar un n poltico, qu sucede cuando el medio y el n son la misma cosa? Hitler y Stalin no aparentaron tener miedo en la toma y ejecucin de sus decisiones y mucho menos los que lanzaron la bomba atmica en Hiroshima. Los burs po- lticos de los partidos comunistas de la Europa oriental no lo padecan cuando aplicaban sus planes econmicos, aunque es verdad que durante dcadas buena parte de su poblacin vivi amedrentada y temerosa, pero nun- ca indiferente, resignada y sumisa. La insignicancia, el miedo y la ignorancia son el cctel caracterstico de esta poca globalizada, de la informacin ciberntica y tal parece que a ms informacin, mayor ignorancia, que cuanto ms nos informamos ms miedos tenemos, y que todo esto carece de signicado alguno. No hay que olvidar el ingenio popular caracterstico de los regmenes totalitarios, no slo para inventar chistes, mecanismos de resistencia, rutas de escape, experiencias amorosas, etctera. Algo de lo que actualmente carecemos en esta edad global del capitalismo, pues si la ecacia del chiste reside en hacer evidente lo obvio, sin decirlo, en una poca como la nuestra, donde todo es transparente y se presenta en megapantallas digitales, qu necesidad de contar chistes?, de quin o para qu? Para eso estn los reality shows y los noticieros. Como dicen Hardt y Negri: 250 MARCO A. JIMNEZ El temor a la violencia, la pobreza y el desem- pleo es nalmente la fuerza primaria e inme- diata que crea y mantiene estas nuevas segmen- taciones. Lo que sustenta las diversas polticas de las nuevas segmentaciones es una apoltica de la comunicacin [] el contenido fundamental de la informacin que presentan las enormes empresas de comunicacin es el miedo. El mie- do constante a la pobreza y la angustia ante el futuro son las claves para crear una lucha entre los pobres por obtener trabajo y para mantener el conicto en el seno del proletariado imperial. El temor es la garanta ltima de las nuevas seg- mentaciones. 16
El miedo como garanta ltima y primera, como esencia del quehacer poltico, como sustancia de las funciones burocrticas, un temor que paraliza en la indiferencia y la ignorancia manipuladora de los medios, un miedo que garantiza su reproduccin eterna, que lo mismo se asusta con un crimen que con una epidemia o con un desastre natural, con el desempleo, con una guerra nuclear y al mismo tiempo con la contaminacin del agua Noticias de todos los das y cada segundo, en las que se informa sobre inundaciones, corrupcin, narcotrco, diabetes, nuevos virus, violencia familiar y escolar; noticias que inventa y se regodea con la nota del da un mundo lleno de miedo para provocar miedo. Creer que el miedo puede ser bueno, que nalmente nos protege frente al peligro deja al hombre expuesto a sus pasiones tristes, a sus afecciones, tanto como a los animales que reaccionan de acuerdo con su sensibilidad. El miedo viene de fuera como la muerte, como podemos 251 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO leer desde Spinoza. El valor, la valenta tambin es una pasin, una afeccin; una perra puede ser valiente al de- fender a sus cachorros, pero sin duda reacciona ante el embate externo, nunca ser un afecto propio: su natura- leza se lo ordena. Para enfrentar el miedo la conciencia no suele ser la mejor consejera, pues a mayor conciencia ms comple- jidad racional del miedo, tanta hasta volverse irracional. Para enfrentar al miedo hace falta pensar y tener afectos. Poseer una actitud tica frente al miedo implica reconocer que las asimetras, las diferencias no inclusivas, jabono- sas, de nuestra existencia se encuentran en aquellos tra- mos de lo cotidiano, de lo intil. Hoy las asimetras, lo que nos hace particulares pero que por eso tambin nos aproxima a los otros, lo que llamamos buenos afectos, donde la lucha contra el miedo se fragua, empieza en lo domstico, ni siquiera en el gora, mucho menos al nivel de las grandes instituciones, stas se estn trans- formando en grandes maquinarias tecnolgicas, hechas por expertos para que se auto-repliquen eternamente sin la intervencin del hombre, excepto, y por ahora, para algn mantenimiento cosmtico. No cabe duda de que el mejor antdoto contra el mie- do es la alegra, no la esperanza de ser felices, eso es tan slo una esclavitud que nos ancla a la conciencia, a las pasiones. La alegra no es un estado de nimo, no es slo un rayo fulgurante que ilumina la oscuridad por un ins- tante; la sospecha no es melancola, ni resentimiento: es la mecha que incendia, no es simple curiosidad, ni senti- miento de culpa, es accin que convoca a la vida; por eso se puede ser un alegre y triunfal sospechoso, amante de 252 MARCO A. JIMNEZ la vida, sin ceder un pice a relativismos posmodernos ni a ancianos universalismos. Por eso no es lo mismo dejarse llevar por la ira, por el placer, por la venganza, por el miedo, que afectivamente servirse de esos sentimientos, con lo que ciertamente no estamos hablando de su erradicacin o dominio racional y democrtico, sino de que los afectos y los pensamientos se contraponen no slo por medio de la razn y la concien- cia, antes al contrario: son un esfuerzo de calibracin de nuestros cuerpos entre lo bueno y lo malo. No se trata de la moralina entre el bien y el mal, entre el deber ser y la responsabilidad, histrica y social, entre la conveniencia de aceptar lo real, ni de la graciosa huida slo para luego, con mayor vuelo arremeter contra las reales bondades del sistema, contra lo realmente existente. Se trata de luchar contra una vida morticante y ngida, llena de responsabilidades acuciantes que no permiten pensar ni elaborar nuestras sensaciones, que nos obli- ga a autocontrolar, no a nuestras pasiones si no a los afectos, que nos hace obedientes de nuestra conciencia, tanto que hoy, muchos y muchas podrn presumir que son capaces de conducirse con su propia razn y que por lo tanto son enteramente autnomos, habiendo logrado el mximo propsito de la Ilustracin. Pero quizs, hoy ms que nunca, los padres le te- men ms al hijo obediente que al rebelde, pues en el primero es de temerse despus la reversibilidad de las leyes de manera absoluta sobre los propios padres, y en esta poca, cuando cualquier tamiz social ha tendido a desaparecer, puede ser sinnimo de psicosis y hasta de crimen. En el hijo desobediente, en la oveja negra, 253 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO en el chivo expiatorio sobre todo queda la conviccin de que resisti. Probablemente, y de nueva cuenta, el mejor ejemplo nos lo puede ofrecer Naranja mecnica, excelente lm en el que se muestra una expresin clsi- ca de la violencia que cierta tecnologa educativa puede producir.
CONCLUSIN Globalizacin e imperio son un solo concepto expresado en dos palabras; la primera remite al mito y la segunda a sus instituciones; la primera a una creencia y la segunda a las leyes y normas para su aseguramiento. La historia universal perteneci al campo de la pica, la epopeya, la poiesis, la tragedia y la aventura. La poshistoria pertene- ce al tiempo del clculo, los seguros, los sistemas ciber- nticos, la precisin, la especialidad, el virtuosismo y el melodrama, lugar en el cual se ha desterrado la tica de la accin por la tica de la responsabilidad. El imperio se presenta como eterno y como resultado no de conquis- tas, sino de condiciones y determinaciones metafsicas. Por lo anterior, el miedo poshistrico no puede ser sino algo distinto a los miedos histricos; se trata de una condicin de princeps para que las funciones del imperio puedan operar y simultneamente de atizar la creencia de su existencia eterna como garante de una paz per- petua y de un modo de ser de las cosas inamovible. No hay nada que lo fundamente en el pasado ni nada que lo niegue en el futuro, por lo que el miedo garantiza la ne- cesidad de la seguridad. El miedo hace patente el riesgo 254 MARCO A. JIMNEZ y las compaas de seguros limitan ese riesgo y ofrecen seguridades de diversa ndole y costo. Miedo y angustia van de la mano. En esta poca tener miedo es un bien. Vivir asustado da resultados, est uno menos propenso a perder el empleo o a contagiarse de alguna enfermedad y si esto sucediera al menos se podr decir: se los dije, ya lo saba. El miedo es un producto indispensable en esta vida ngida. Preferible el miedo a la angustia, con todo y que sta no deja de asomarse con frecuencia en nuestra poca, para bien y para mal. Es cierto: cuando nace uno nace con su miedo. Soy yo y mi miedo, sin duda. Pero tambin soy yo y mi alegra. El primero nos es enseado, lo aprendemos sobre la base de la frustracin o la educacin. Pero la segunda, la ale- gra no se puede ensear, nadie puede esperar ser alegre; es verdad que la alegra puede venir de afuera, de algo externo; en tal sentido es una pasin, pero tambin es cierto que esa alegra reactiva se puede convertir en ale- gra activa, interna, afectiva, elaborada en la tensin de nuestro cuerpo con otros cuerpos. 255 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO NOTAS 1 El concepto de imperio se caracteriza principalmente por la falta de fronteras: el dominio del imperio no tiene lmites. Ante todo, pues, el concepto de imperio propone un rgimen que efectivamente abarca la totalidad espacial o que ms precisa- mente gobierna todo el mundo civilizado. Ninguna frontera territorial limita su reino. En segundo lugar, el concepto de im- perio no se presenta como un rgimen histrico que se origina mediante la conquista, sino antes bien como un orden que efec- tivamente suspende la historia, y en consecuencia ja el estado de cosas para toda la eternidad [] En tercer lugar, el dominio del imperio no slo gobierna un territorio y a una poblacin, tambin crea el mismo mundo que habita. No slo regula las interacciones humanas, adems procura gobernar directamen- te toda la naturaleza humana. El objeto de su dominio es la vida social en su totalidad; por consiguiente el imperio presen- ta la forma paradigmtica del biopoder. Finalmente, aunque la prctica del imperio est continuamente baada en sangre, el concepto de imperio siempre est dedicado a la paz: una paz perpetua y universal, que trasciende la historia, Michael Hardt y Antoni Negri, Imperio. Barcelona: Paids, 2005, pp. 16-17. 2 En este mismo sentido, dice Baudrillard que en la socie- dad actual todo lo que est contra acaba por asegurar la per- manencia del por es decir, termina estando a favor. Jean Baudrillard, Ficha sobre Peter Sloterdijk, en <www.nietzschea- na.com.ar/sloterdijk.htm> [Consulta: noviembre 1, 2005]. 3 Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital. Para una teo- ra losca de la globalizacin. Madrid: Siruela, 2007, p. 190. 4 Ibid., p. 46. 5 Ibid., p. 225. 6 Michael Hardt y Antoni Negri, op. cit., p. 40. 7 Por pos-historia podemos entender, slo en apariencia, un concepto histrico losco en realidad lo que represen- 256 MARCO A. JIMNEZ ta es un concepto tcnico asegurador ya que Pos-histricas se llaman aquellas circunstancias en que son inadmisibles acciones histricas (fundacin de religiones, cruzadas, re- voluciones, guerras de liberacin, lucha de clases, junto con sus promesas correspondientes) a causa de su riego no ase- gurable, pos-humano. Peter Sloterdijk, op. cit., p. 118. 8 Permtaseme ilustrar la nocin de Biopoder con esta nota de Foucault: La vieja potencia de la muerte, en la cual se sim- bolizaba el poder soberano, se halla ahora (desde mediados del siglo XVIII) cuidadosamente recubierta por la administra- cin de los cuerpos y la gestin calculadora de la vida. Desa- rrollo rpido durante la edad clsica de diversas disciplinas escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparicin tambin en el campo de las prcticas polticas y las observaciones econ- micas, de los problemas de natalidad, longevidad, salud pbli- ca, vivienda, migracin; explosin, pues, de tcnicas diversas y numerosas para obtener la sujecin de los cuerpos y el control de las poblaciones. Se inicia as la era de un biopoder. [] Ese biopoder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; ste no pudo armarse sino al pre- cio de la insercin controlada de los cuerpos en el aparato de produccin y mediante un ajuste de los fenmenos de pobla- cin a los procesos econmicos. Michel Foucault, Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber. Mxico: Siglo XXl, 1982, pp. 169-171. 9 Vase Jean Baudrillard, La degollina de Timisoara, en La ilusin del n o la huelga de los acontecimientos. Barcelona: Anagrama, 1997, pp. 86-97. 10 Jos Antonio Marina y Marisa Lpez Penas, Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama, 1999. 11 Aunque no sigo los planteamientos de Lacan, no cabe duda que el anlisis hecho por l en sus Seminarios es indis- pensable para el tema que aqu se aborda. Vase Jacques Lacan, Seminario 4, La relacin de objeto. Buenos Aires: Paids, 1999. 257 LAS AFINIDADES TICO-POLTICAS DEL MIEDO 12 Se alude a la reexin hecha por Merleau-Ponty con re- lacin a la importancia del prelenguaje en la infancia. Vase Maurice Merleau-Ponty, Elogio de la losofa. Buenos Aires: Nueva Visin, 2006. 13 Mnada psquica: Es el primer estrato de la psique, su ncleo. La psque se autorrepresenta, no establece ninguna diferenciacin entre ella y el mundo, entre representacin y percepcin. Ms que de narcisismo se trata de autoerotismo. Paradigma de este estrato es la inclusin totalitaria que la m- nada lleva a cabo a partir de su omnipotencia; hay un crculo de indiferenciacin, en el cual se es en todas partes. El de- seo del cual se trata no es a causa de un objeto perdido sino que es el deseo de un estado: es lo que Castoriadis rescata de Freud como soy el pecho, unidad fusional de piel-calor-le- che-olor-sonido, etctera, que habla de una protoidenticacin. El principio que rige esta fase es el del placer, y hay una indi- ferenciacin representacin-deseo-afecto. El paso siguiente es el de la alienacin en el deseo del otro. Esto se produce por las presiones de lo biolgico y de ese otro. La socializacin impone la ruptura de la mnada como primer trabajo para la psque. Vase Y. Franco, Magma, Cornelius Castoriadis: psicoa- nlisis, losofa, poltica. Buenos Aires: Biblos, 2003, p.180 14 Jos Antonio Marina y Marisa Lpez Penas, op. cit., p. 244. 15 Zygmunt Bauman, Miedo lquido. La sociedad contempor- nea y sus temores. Barcelona: Paids, 2007. 16 Michael Hardt y Antoni Negri, op. cit., p. 360. BIBLIOGRAFA BAUMAN, Zygmunt, Miedo lquido. La sociedad contempornea y sus temores. Barcelona: Paids, 2007. DIEL, Paul, El miedo y la angustia. Mxico: FCE, 1986. 258 MARCO A. JIMNEZ FOUCAULT, Michel, Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber. Mxico: Siglo XXl, 1982, pp. 169-171. FRANCO, Y., Magma, Cornelius Castoriadis: psicoanlisis, losofa, poltica. 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Hace pblico los deseos, las admiraciones, pero tambin las repulsiones y los temores que sobre l recaen. Con las reglas propias de los temores a la enfermedad, la locura, la debilidad, el contacto, el rechazo, crea acciones. Del cuerpo abominable se desprenden acciones como la limpieza, las dietas, las distancias, las vestimentas; apare- ce, con ello, un control y un orden anclado en los cuerpos. * Profesor-Investigador en la Academia de Filosofa e Historia de las Profesor-Investigador en la Academia de Filosofa e Historia de las Ideas. Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico. Coordinador del Centro de Estudios en Interpretacin y Signicacin, UACM. 260 EDGAR SANDOVAL Quiz es esta gobernabilidad de los cuerpos, que se gesta con los griegos, se exaspera con los modernos y se man- tiene an, la que suscita el miedo, lo exhibe en temores al contacto, a la debilidad, al secuestro, al envejecimiento, a la perversin, a la violacin, a la locura o la enferme- dad, a la soledad, a la muerte misma. Se crea, para evitar este temor, refugio, escape, contencin, seguridad en las ciudades. Aparicin de seguros de vida, de secuestro, de enfermedad, mecanismos de pensin, creacin de clubes, crculos y sociedades son algunas de las consecuencias visibles. Pero este miedo tiene un fundamento extrao e indito: no se trata de un cuerpo lleno de temores rea- les, visibles, no es una experiencia; este cuerpo no tiene ninguna de estas experiencias y, sin embargo, se aleja de todas ellas, como si fuesen actuales o naturales, cuando son todas en potencia y articiales. Con esa virtualidad, el cuerpo desaparece, no se siente, no se mira, no es algo que se padezca, no es tampoco el mediador de las inte- racciones; en su lugar es la huella, la palabra, la imagen del cuerpo la que genera el miedo. La ciudad cre el mie- do no como un efecto o como una experiencia; lo cre como una imagen y al mismo tiempo como una norma. La relacin entre imagen y norma provoc interacciones especcas: rechazo, gusto, goce, placer sin necesidad de la intervencin fsica del cuerpo. La norma se disemin en la visibilidad de las ciudades; en stas no existen cuerpos obesos, dbiles, enfermos, repugnantes, grotescos, mons- truosos. Lo que impera son cuerpos delgados, fuertes, vi- riles, bellos, pero no en presencia, sino en ausencia, no en la imagen propia, sino en la imagen que de ella pro- viene. Una exigencia sobre la imagen en las ciudades que 261 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES separa un grupo de otro, una condicin de otra, permite establecer jerarquas; tambin marca identidades y crea aspiraciones. Tocamientos, roces, contactos cancelados por los tra- yectos, por las actividades, propias de las ciudades. Estos mecanismos aniquilan al cuerpo, crean distancia, cdigos de conductas, de vestimenta, reglas de sexualidad; todos stos, modalidades de la norma depositados en un cuerpo. Esta norma que recae en el cuerpo tiene diversas formas: repulsin, asco, dolor, placer, pero se trata de una sola for- ma, la ms inquietante, el estigma. Esta forma suprime la experiencia del cuerpo y conrma la imagen de ste. Pero la norma no se detiene all, es ms severa, tambin aparece en tres tipos de discursos: 1) docilidad, 2) sexualidad y 3) utopa; con ello el cuerpo se transforma y contiene los te- mores actuales. La norma aparece ms implacable cuando se traslada al roce y al contacto y adquiere una autono- ma en ste, de tal modo que los medios de las ciudades como las plazas, sus mercados exigen la evitacin del roce. Estas tres normas, que se inscriben en el cuerpo, crean orden y temor en l; lo mismo se presentan en trminos de estigmas, de discursos y de imagen. Su estudio est en las tesis elaboradas por Goffman, Foucault y Sennett, quienes encontraran la presencia de ellas en los griegos y en los modernos, en especco en las ciudades que se construyen bajo un imperativo: diferencia. Diferencia de raza, de gnero, de grupo, de etnia, de actividades e incluso de condicin siolgica. Atenienses frente a extranjeros, hombres frente a mujeres, amos frente a esclavos, desnu- dos frente a vestidos; los primeros con una superioridad a los segundos, con privilegios, con libertades. Estos tres 262 EDGAR SANDOVAL autores, en sus estudios, en especial en Estigma. La identi- dad deteriorada, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisin e Historia de la sexualidad, as como en Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizacin occidental, abordan estas consecuencias. Los tres con extraordinarios paralelis- mos, en particular Foucault con Sennett, quienes son amigos y crean proyectos comunes, entre ellos este l- timo libro, que por la muerte de Foucault tendr un giro diferente. Quiz el primero, Goffman, se aparte de los otros dos, porque sus anlisis estn presentes en un mbito muy especco, el de las interacciones cara a cara. Sin embargo, entre Goffman y Foucault van a exis- tir semejanzas en sus perspectivas por las instituciones, por las normas que stas van a depositar en el encierro y a extender hacia fuera mediante un mecanismo de vi- sibilidad de ste. En lo que sigue se abordan estas tres normas, cada una en un apartado. CUERPOS Y ESTIGMAS: LAS FIGURAS DEL TEMOR Temor y miedo aparecen quiz provocados por mar- cas, huellas, cicatrices malformaciones, olores, volunta- des, que se construyen en los cuerpos. Esta construccin del cuerpo est dada por signos, que son en s mismos culturales, articiales. Desde este presupuesto quiz es importante preguntarse: por qu aparecen estos sig- nos? Cmo aparecen? Cules son los mecanismos de diseminacin de estos signos? Cmo se construyen unos signos negativos y otros positivos? Cmo surge un cuerpo estigmatizado? 263 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES Los signos que marcan al cuerpo nacen de distintas formas: de la exageracin de un rasgo, supresin de otro, omisin de una parte, presencia reiterante de sta. Esto nos indica que los signos son mltiples, y su carcter negativo no es constitutivo del rasgo, marca, huella, pre- sencia o ausencia de stas. Seala, por el contrario, que es un mecanismo por el cual se establece diferencia. Se crean signos negativos frente a signos positivos en el inte- rior de una norma. Signos negativos necesarios para n- car dominio, control, jerarqua, sometimiento. Goffman calic a estos signos como estigmas y los situ como una condicin social e individual de diferenciacin que est presente desde los griegos hasta nosotros. 1
Diferencia social es el resultado de estos signos. Omi- sin: estatura; exageracin: obesidad; color de piel: ne- gro, moreno, amarillo, blanco; al mismo tiempo hacen intervenir voluntades y libertades, es decir, volicin, de- bilidad de carcter, apata. El estigma es un modo ecaz de instaurar el orden porque, en lugar de la fuerza fsica, aparece el temor y el miedo a un cuerpo obeso, bajo, moreno, amarillo; el temor, tambin, a un cuerpo del- gado, alto y blanco. La polaridad es la caracterstica de los estigmas; el miedo puede ser suscitado por un color, un tamao o una forma dentro de una norma. Pero tam- bin ese mismo cuerpo puede causar seguridad en otra norma. Signos positivos frente a signos negativos son relativos, estn condicionados a situaciones. La norma siempre est en relacin con la situacin. Este carcter de la norma pareciera ser una contradiccin, porque, como es sabido, lo propio de la situacin es la regla y no la norma; sta es, por el contrario, propia de la institucin. 264 EDGAR SANDOVAL Goffman se sita a contracorriente de lo que se denomi- n la macrosociologa; 2 con ello inscribe a la norma en la situacin y ampla el carcter restrictivo y restringido de sta. Su anlisis est presente con base en este carcter situacional de la norma. El carcter de la norma es de- nitivo en la constitucin del cuerpo depsito del miedo, as como expositor de los temores. La norma se sita entonces en trminos espaciales y temporales; ambos, en la presencia de la situacin. La norma no es ambigua, deja claro su carcter y seala el rumbo de la interaccin entre los individuos; tambin marca las pautas que se expresan en el intercambio de la conversacin o bien en la modulacin de un gesto, de una seal que indica los factores propios del mismo tiem- po y espacio, que se establecen en el actuar con los otros. Ese acto no es ajeno a las normas que sitan a los actores en posiciones de ventaja o desventaja en la situacin, a tal punto de encarnar la norma en el cuerpo propio y ajeno. La encarnacin de la norma es su realizacin total, a tal punto que norma y cuerpo son la misma cosa. La ambigedad de la norma desaparece y da lugar a su visi- bilidad en esos cuerpos estigmatizados o normales. Entonces, el miedo, el repudio y la marginacin al cuerpo moreno, obseso y bajo se da frente al cuerpo del- gado, blanco, alto, que se disemina en las ciudades, en su publicidad, sus calles, sus sillas, sus asientos de cine, en el mismo contenido de ste, as como en la ciudad en general; en los restaurantes y sus mens, en los centros comerciales y sus pasillos, sus productos. Este miedo y temor estn dirigidos directamente al cuerpo de los suje- tos que se someten a estas exigencias, no pueden escapar 265 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES de ellas, dada la condicin de visibilidad que imponen las ciudades. Visibilidad que se convierte, ms que en control social, en control individual. Operaciones al cuerpo bajo sus distintas modalidades, partes, fragmentos, cualidades de ste, es decir cirugas, dietas, sometimientos a la piel para rechazar un color, una protuberancia. Impregnacin de perfumes, desodorantes, lociones, aromas, mentas, para cubrir, marginar y, en algunas ocasiones, suprimir el sudor, el aliento y las expresiones del cuerpo activo. Este mecanismo crea un cuerpo pasivo, en donde ste se somete a la exigencia de una identidad homognea. Este cuerpo pasivo entorpecer su situacin y su inscrip- cin en lo social al punto de obligarlo a interactuar bajo un rol y una categora inferior a la de los dems. Con esto, este cuerpo se encuentra en desventaja, en esa di- nmica social que es el acto con los otros. Este cuerpo, autnomo en s mismo, se ver obligado a huir del trato con los dems y ser el ejemplo de lo que un cuerpo no debe ser. Expulsar el temor de los otros en l. Tambin ser una norma para los deberes y queha- ceres que han sido dados para aquellos que tienen es- tos estigmas. Profesiones, ocios y quehaceres margi- nales sern atribuidos a estos cuerpos. Vendedores de comida rpida, seguridad social en las calles, intenden- tes, comerciantes ambulantes, entre otros trabajos, se- rn asignados a estos sujetos estigmatizados, no por sus capacidades mentales o por su educacin, sino por su condicin corporal. En las ciudades, la norma y el cuer- po estigmatizado son visibles, se encuentran presentes en las calles, en sus banquetas, sus semforos: policas de trnsito, limpiadores de parabrisas, vendedores de 266 EDGAR SANDOVAL dulces, y otras muchas actividades, que exhiben ese es- tigma. Los cuerpos no estigmatizados se encuentran en- cerrados en las ocinas, centros comerciales, gimnasios, entre otros espacios de interaccin. Estas caractersticas y modalidades de las ciudades que exhiben el estigma son mviles, porque la condicin del estigma no es el rasgo o signo negativo, sino su situacin. La situacin es lo que marca el estigma y lo convierte en un mecanismo de defensa, exclusin, identidad y control. El normal y el estigmatizado escribe Goffman no son personas, sino, ms bien, perspectivas. Agrega: stas se generan en situaciones sociales durante contactos mixtos, en vir- tud de normas no vericadas que probablemente juegan en el encuentro. 3 El temor se inscribe, en ese sentido, en los cuerpos bajo una doble amenaza: marginacin real y virtual; la primera es una condicin que hace posible la interaccin social; la segunda es tal vez una condicin que pregura una identidad. Sin embargo, los cuerpos pueden resistir a estos estigmas creados por una serie de relaciones al es- tablecer otras en que la obesidad, la estatura, el color de piel no son mal vistos y con ello crean una posibilidad de interactuar en trminos normales. El propio Goffman establece que el color de piel, la estatura, la falta de un miembro del cuerpo, en s mismos, no son los estigmas; son, por el contrario, las relaciones en que se establece esa condicin de normalidad y anormalidad, es decir, el estigma es un criterio grupal, relacional, situacional, en suma, normativo. En palabras de Goffman: Y puesto que lo implicado son roles de interaccin, no individuos concretos, no resultar sorprendente que en muchos ca- 267 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES sos aquel que tiene una cierta clase de estigma exhiba sutilmente todos los prejuicios normales dirigidos contra aquellos que tienen otra clase de estigmas. 4 El miedo y el temor, entonces, no son al atributo cor- poral mismo, porque stos signican slo dentro de un marco, llamado tambin sistema o bien situacin social o grupo. El miedo es quiz ante la marginacin del gru- po, es decir, el no encontrar cabida para esos signos, el temor a que no existan relaciones de stos con otros sig- nos. Es un temor del cuerpo a no entrar en ningn grupo social y estar en una situacin de no reconocimiento. Este no reconocimiento, esta ausencia de liacin, este nulo vnculo y extraa identidad harn que el cuerpo se colapse al punto de crear un nuevo miedo, que ya no es de una exigencia social impuesta para la jerarquizacin y la organizacin social. Es un miedo virtual de un cuerpo que no se reconoce en un grupo y que se gura dentro de otro al cual no pertenece; es entonces un temor indi- vidual y no social. Con este control individual y social producto del mie- do y el temor al cuerpo estigmatizado y sus expresiones, consideradas por la cultura de forma negativa, se cons- truye un cuerpo articial, que se sita como un objeto de deseo. Se desea la apariencia, es decir, una imagen y se oculta el cuerpo bajo el discurso de lo decente, bello, sano, perfecto. Esta consideracin discursiva la aborde- mos a continuacin. 268 EDGAR SANDOVAL CUERPOS Y DISCURSOS: DOCILIDAD, SEXUALIDAD, UTOPA Los cuerpos, adems de estar constituidos por estigmas, es decir, marcados por situaciones y normas, estn atra- vesados por discursos. Estos discursos tambin producen temor y miedo en trminos sociales e individuales; estn presentes en los cuerpos, los atraviesan, los moldean, los construyen, los erigen como espacio de contencin, explosin y cuidado. Discursos inscritos en los cuerpos que aniquilan la sensacin de ste: dolor, goce, placer: le son ajenos. El cuerpo se somete al temor y al miedo de la enfermedad, de la debilidad, del envejecimiento y de la locura. Discursos que han eliminado la experien- cia, la vivencia, el goce, el placer, el azar, la aventura, el contacto, el roce; en su lugar, han sometido al cuerpo a la disciplina y la mirada del mdico, de los otros, de s mismo que cuida y vigila esa fatalidad propia del cuerpo: su muerte, su debilidad, su desorden, su perturbacin. Se trata, por tanto, de un mbito discursivo que Foucault encuentra como caracterstica de nuestro tiempo presen- te, pero que es una herencia de los griegos transformada por el cristianismo primero y por la modernidad des- pus. 5 Estos tres momentos histricos, sociales y cultu- rales marcan el discurso bajo una norma extraa que se inscribe en los cuerpos, pero que en cada momento van a tener consecuencias distintas. Lo que hizo el cristia- nismo y la modernidad es acentuar estas consecuencias, generalizarlas, volver as el cuerpo abominable. El cuerpo, con el discurso que lo domina, se somete al miedo a la enfermedad, a la debilidad, al espacio que se le escapa, al tiempo y su velocidad. El cuerpo deja de ser 269 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES actual, para convertirse en potencia. Pero slo cierto cuer- po, el que se somete a la disciplina. En los griegos, el cuerpo todava es actual, pero slo en los hombres libres. La potencia siempre ha gobernado al cuerpo. El discurso somete al cuerpo a una exigencia perpetua, permanente, constante, duradera, por la vigilancia, el cuidado, la ob- servacin, el examen. Un cuerpo que se ha domesticado, disciplinado, civilizado, que ha abandonado un estado natural, silvestre, brbaro. 6 En suma, un cuerpo dcil, sexuado y utpico. Estos tres discursos han tenido cam- bios signicativos. Sin embargo, sus aspectos principales se conservan y se relacionan entre s. El primer discurso, el cuerpo dcil, seala las transfor- maciones del castigo y el depsito de ste en los rganos, en la vida, en el tiempo del cuerpo. Foucault escribe: en nuestras sociedades, hay que situar los sis- temas punitivos en cierta economa poltica del cuerpo: incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los mto- dos suaves que encierran o corrigen, siempre es del cuerpo del que se trata del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribucin y de su emisin 7
Foucault distingue dos tipos de castigos, los cuales tienen como objeto el cuerpo. El primer castigo opera sobre el cuerpo en trminos de agelacin; el segundo opera en el cuerpo en trminos de encierro. Con el primer castigo se crea un temor y un miedo explcito, claro, abierto, se disemina en la ciudad al hacer de l un acto pblico. Se 270 EDGAR SANDOVAL crean mecanismos y modalidades por los cuales el castigo se convierte en individual y social al mismo tiempo. Si este castigo tiene tal modalidad es porque los cuerpos de- jan de tener un sujeto y se convierten en meras guras en donde est contenida la norma del rey. Se castiga, enton- ces, no al sujeto que transgrede a otro, que roba un objeto o bien que irrumpe e inquieta a otros sujetos. En su lugar, el castigo es para un cuerpo que es el cuerpo del rey en el sujeto. Es mecanismo elaborado, sosticado, con muchos laberintos; en especial, con muchos saberes que harn que el cuerpo propio no sea del sujeto, sino una extensin del cuerpo del rey. Por esa razn, el castigo al cuerpo del otro es el castigo al cuerpo del rey y ste lo sufre, lo mismo que el otro. Este mecanismo se desplazar a otro tipo de castigo, pero no desaparecer del todo; lo cierto es que en la norma dejar de estar presente en el rey se trasladar a la madre, al maestro, al mdico u otra gura moderna, que contenga su propio cuerpo en el otro. En el segundo castigo, se da una disciplina, se somete al cuerpo a la mirada, a la vigilancia y al cuidado constante. El miedo, as como el temor, aqu, son implcitos, no se ven, no se pueden observar directamente. No existe la plaza pblica para contemplarlo. En su lugar, lo que existe es una construccin que insina un castigo; lo har visible a travs, primero, de la propia construccin; despus, de los medios de comunicacin, que lo mis- mo exhiban las crceles que los hospitales, o bien los manicomios, lugares donde opera este segundo castigo. Sufrimiento, lamento, suplicio, propios de la anatomo- poltica, son cambiados por la disciplina, propia de la biopoltica. El miedo, en la biopoltica, es un ejercicio, 271 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES se ejerce en los cuerpos; stos lo experimentan en las instituciones mencionadas. Una diferencia ms de la forma que cobra el miedo, de cmo se ejerce, se experimenta, se da de este modo: en el primer castigo, el miedo opera en los cuerpos de los individuos; en el segundo, el miedo opera en los cuerpos de una poblacin. Aqu, el discurso sobre el cuerpo es un discurso biolgico, trata sobre la vida, su cuidado, su contencin, su alargamiento, su bienestar. Este discurso sobre el cuerpo es claramente opuesto en uno y en otro rgimen; en la anatomopoltica el miedo es a la agelacin; en la biopoltica, el miedo es a la vida misma y a sus peligros, sus accidentes, sus potencias: peligrosidad, enfermedad, locura. Estos discursos son en potencia. La nocin misma de peligrosidad, intrnseca a la de criminalidad, sita este carcter potencial y no actual de los discursos. El criminal es un individuo peli- groso no slo por el acto que cometi: transgresin a la norma; lo es por el acto que puede cometer. 8 La poten- cia es cambiada por el cuerpo del rey, intrnseco en la anatomopoltica; sus consecuencias son mayores porque el encierro, producto de la peligrosidad, es generalizado en nombre del bienestar de una poblacin. La poblacin, algunas veces bajo la forma de sociedad, sustituye al rey y la reparacin del dao es directa, aunque no lo redime ste. Su bsqueda no es reparar el dao, sino cancelar el futuro dao. Con ello, se establece una vigilancia a partir de la instauracin de la mirada generalizada al cuerpo de quien transgredi el orden social o poblacional. El cuerpo se convierte en una imagen sostenida por una mirada que obliga, somete, vigila, dociliza, es decir, el 272 EDGAR SANDOVAL discurso es un constructor de mirar uno mismo el cuerpo propio y el de los dems a travs de un dispositivo que obliga a ceirse a la norma. Para Foucault, los discursos se materializan en el cuerpo, crean un cuerpo dcil. El miedo por eso es constante y real, aparece en las miradas, as como en lo que stas producen: desprecio, aceptacin, envidia, deseo, disciplina. Esta mirada, que atraviesa, construye, moldea a los cuerpos, est presente en el segundo castigo. La mirada cobra fuerza, ecacia con la administracin y generalizacin que hace posible el panptico, dispositi- vo que sirve para mirar sin ser mirado. ste se generaliza en la ciudad, que est construida con estos mismos nes. Parques, plazas comerciales, hospitales, escuelas, fbricas, casas, estn diseadas arquitectnicamente para extender la mirada y con ello docilizar al cuerpo, disciplinarlo. La ciudad construye una experiencia sobre el cuerpo; ste no vive en la ciudad; por el contrario, vive en las exigencias de ella, en la mirada annima, siempre perpetua, siempre continua, amenazante, sospechosa, inesperada. Se extien- de la mirada al interior del cuerpo, ese que no tiene ms que la propia y al mismo tiempo la ajena en el sexo que articula su conducta, dirige sus deseos y hace hablar a sus inquietudes. Tambin aqu se da una norma y, por tanto, un discurso. El segundo discurso, el cuerpo sexuado, aparece bajo la gura de la perturbacin, la inquietud, el temor y el miedo al control de esta condicin. Miedo y temor estn ncados, tal vez, por el discurso de la prohibicin, del uso de los placeres y goces propios del cuerpo. Aparece en occidente una ciencia del sexo; desaparece, as, en algunos momentos, un arte del sexo, es decir, el erotis- 273 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES mo se cancela. Se instaura una formacin del sexo frente a un saber de ste. El discurso aqu construye un saber sobre la sexualidad y sus manifestaciones, contencio- nes, perturbaciones. A este saber Foucault lo denomina dispositivo de sexualidad, posibilidad de contener la sexualidad desde la infancia hasta la vejez, que sta sir- va para la reproduccin; quiz tambin para la salud, la identidad, la raza, el gnero, etctera, y no para el goce y el placer. Con ello, asistiremos hasta hoy a una ciencia del sexo y no a la experiencia de ste. Las preguntas de Foucault en Historia de la sexualidad son relevantes para este cuerpo sometido por la ciencia, sus discursos, sus cuidados, su afn de confesin: Por qu se ha hablado de la sexualidad, qu se ha dicho? Cules eran los efectos de poder in- ducidos por lo que de ella se deca? Qu lazos existan entre esos discursos, esos efectos de po- der y los placeres que se encontraban invadidos por ellos? En suma, se trata de determinar, en su funcionamiento y razones de ser, el rgimen de poder-saber-placer que sostiene en nosotros al discurso sobre la sexualidad humana. De ah el hecho de que el punto esencial (al menos en pri- mera instancia) no sea saber si al sexo se le dice s o no, si se formulan prohibiciones o autoriza- ciones, si se arma su importancia o si se niegan sus efectos, si se castigan o no las palabras que lo designan, el punto esencial es tomar en conside- racin el hecho de que se habla de l, quines lo hacen, los lugares y puntos de vista desde donde se habla, la instituciones que a tal cosa incitan y 274 EDGAR SANDOVAL que almacenan y difunden lo que se dice, en una palabra, el hecho discursivo global, la puesta en discurso del sexo. 9 Esta ciencia, que contiene discursos autorizados por el mecanismo mismo de la verdad, sealar al sexo como una condicin en la que el cuerpo tendr que tomar control: dietas, descansos, sueos, deseos, son dirigi- dos a una nalidad clara y general: la aniquilacin de la imaginacin individual. En su lugar, gobierna un saber sobre el sexo. Se instaura una norma que hace aparecer a la imaginacin, as como a la ambigedad del sexo algo anormal; se crean las perversiones: masturbacin, homosexualidad, adulterio, entre otras. Estas perversio- nes son el depsito del miedo, de nuevo a sus potencias, esta vez, la carne. Se cancela la carne en este rgimen de anormalidad y de perversin, se le mira con descon- anza, se le atiende como un acto de enfermedad y se crean discursos para evitarla, e incluso para referirla. La aparicin de un control del discurso, de una polica de los enunciados, de una poltica del lenguaje que rige relaciones en lo social, lo mismo entre hermanos, en- tre padres e hijos, maestros y alumnos. Jerarquizacin de palabras, autorizacin de stas, espacios para hablar del sexo, sealar sus perturbaciones para controlarlas, evitarlas, en la mayora de los casos, suprimirlas. No se nombra directamente el sexo, la va indirecta, lar- ga, confusa: invencin de palabras, nuevo vocabulario para nombrar, no al sexo mismo, sino sus efectos, se reduce a la confesin del pecado, de la carne, del des- vo de sta. 275 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES Se instaura un rgimen de confesin. La confesin se convierte en regla, norma, en ley para salir del sexo il- cito, prohibido, desviado, oculto, ese que no tiene como nalidad la procreacin; ms bien, de ese sexo que se dirige a la bsqueda, a la exploracin, a la detencin, el alargamiento de los placeres, su n no es claro, su objeto tampoco lo es. La imaginacin reina aqu, sus posibili- dades, sus lugares, sus resultados son el placer, el goce, la experiencia. Pero tambin la amenaza de los sexos, de sus relaciones, de sus afueras. Se sabe, desde los griegos hasta ahora, que el sexo no necesita un afuera: se basta a s mismo. La ciencia lanza al sexo hacia afuera, lo rela- ciona con otro objeto, lo ja, lo determina, lo agota en un acto. Tambin lo posibilita a hablar de l como un logro, como una adquisicin; lo convierte, en suma, en una mer- canca. La familia es producto de ese sexo del afuera. El cuerpo se condena, as, a la bsqueda, siempre incesan- te, siempre cambiante de un objeto. Es ese sexo el que se corrige en el discurso y en la confesin. Se plantea escribe Foucaut un imperativo: no slo confesar los actos contrarios a la ley, sino intentar convertir el deseo, todo el deseo, en discurso. 10
Este afn de hacer hablar al sexo no slo es moral, tambin es racional, administracin del sexo es la nali- dad de la ciencia, del Estado, de la iglesia, entes en apa- riencia distintos, en disputa. En el fondo encontramos alianzas para hacer hablar al sexo y aprisionar al cuerpo al temor constante del placer. El placer, el goce, la expe- riencia, son cambiados por la felicidad del objeto. Ese objeto que est en la carne, pero no en ella misma, no en sus consecuencias, en sus transformaciones, ms bien 276 EDGAR SANDOVAL en su fragmentacin. El cuerpo se convierte en un frag- mento, en una parte con este discurso. El sexo es slo ese lugar del cuerpo intercambiado de vez en cuando por otro objeto. El miedo a la explosin del cuerpo, a sus pasiones, a sus impulsos; el rechazo de stos, la evitacin por medio de cdigos de vestimenta, de distancias en las interacciones aniquilan no slo el roce corporal, tambin el contacto fsico, evitan la mirada. En su lugar, instau- ran la mirada disciplinaria. La proximidad se vuelve en- fermedad. Construccin de ciudad para el intercambio de las miradas, pero no esas lascivas: sas son un temor ms. Por el contrario, intercambio de miradas de lo que est alrededor del sexo, sus diferencias construidas con base a una administracin de la reproduccin. Se instaura una polica del sexo que tiene como na- lidad regular el discurso de ste y hacerlo pblico. Con tal aparicin, la mirada de la polica del sexo no est dirigida hacia el individuo, de esa se encarga la iglesia, sino que est dirigida a la poblacin que aparece justo con la admi- nistracin del cuerpo sexuado y su cuidado, proteccin, regulacin. Se da una regulacin fsica parecida a la que sucede en el panptico que disciplina el cuerpo del crimi- nal; aqu hay una ortopedia del sexo que lo obliga a callar. El silencio no es un acto de rebelda, es una imposicin de eso que no se puede decir por la dinmica misma del discurso que hace al mismo tiempo hablar, crea un voca- bulario para ello, y crea un silencio que corre paralelo. Finalmente, el tercer discurso, el cuerpo utpico, si- ta un lugar inevitable que se desdibuja en una escena que no transcurre en este tiempo y en este espacio. Sin embargo, es su condicin no tener ms que la sensacin 277 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES de un cuerpo que no es vivido. Foucault seala: Mi cuer- po es el lugar al que estoy condenado sin recurso. 11 En esta condena, el cuerpo es un lugar de fantasa, de ima- ginacin, de espera; en suma, es una promesa. En este cuerpo aparece una relacin con el lenguaje, en la que ste permite esconder o mostrar una cualidad construida sobre el cuerpo, cualidad articial que opera ms como una promesa que como un hecho. Sita al cuerpo bajo la exigencia, el temor constante de lograr algo que es in- cumplido en su totalidad. Cuando se trata de conseguirlo, el espacio de la utopa y el lenguaje de sta cambian. El cuerpo se sita bajo la extraeza de estar siempre en otro lugar. Foucault escribe: Mi cuerpo, de hecho, est siempre en otra parte, vinculado con todos los all que hay en el mun- do; y, a decir verdad, est en otro lugar que no es precisamente el mundo, pues es alrededor de l que estn dispuestas las cosas; es en relacin a l, como si se tratara de un soberano, que hay un arriba, un abajo, una derecha, una izquierda, un delante, un detrs, un cerca y un lejos: el cuer- po es el punto cero del mundo, all donde los caminos y los espacios se encuentran. El cuerpo no est en ninguna parte: est en el corazn del mundo, en ese pequeo ncleo utpico a partir del cual sueo, hablo, avanzo, percibo las cosas en su lugar, y tambin las niego en virtud del poder indenido de las utopas que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol: no tiene lugar, pero a partir de l surgen e irradian todos los lugares posibles, reales o utpicos. 12
278 EDGAR SANDOVAL Experiencias como el amor o la enfermedad, a decir del propio Foucault, sitan el cuerpo en un lugar, despus de esa ambigedad, de esa suerte de estar en todas par- tes a la vez y en ninguna en particular. Sin embargo, esa experiencia del amor y la enfermedad, como la nica po- sibilidad que tiene el cuerpo de estar en algn lugar, es rechazada, cercada, paralizada por los dos primeros dis- cursos: el de la docilidad y el de la sexualidad. El amor y la enfermedad que se corresponden, en trminos comu- nes, bajo la gura de la perdicin, del extraamiento, de la fugacidad, del dolor, son evitadas por estas modalida- des de un discurso que lo han puesto en un lugar equvo- co y han evitado estas experiencias. Amor y enfermedad son, por el contrario, experiencias que crean certeza, dominio, vnculo, seguridad de que el cuerpo existe en el presente, de que no es una promesa, de que no es un riesgo, de que se puede vivir en l y sentir sus intensida- des, olores, placeres, goces, perturbaciones, inquietudes. Sentir el cuerpo es amar y enfermar. En la literatura esta relacin est presente, no as en las ciudades; stas evitan amar y evitan enfermar. Tambin en la literatura amor y enfermedad es subversin, es belicosidad, es riesgo; no as en la ciudad, en donde esta relacin, adems de evi- tarse, se castiga. Polica que hace callar al cuerpo no de las palabras que rompen la norma, sino del cuerpo que con el amor y la enfermedad desvanecen los no espacios, propios de las ciudades, y hacen aparecer espacios jos, reales, concretos. Estas relaciones marcan el devenir del cuerpo, lo someten a la situacin. Cuando sta se debi- lita por la experiencia del amor y la enfermedad, la nor- ma misma aparece ms severa, ms rgida, perturba al 279 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES cuerpo a una situacin de encierro, soledad, aislamiento. Este espacio que aniquila la experiencia de vivir aqu y ahora, se vuelve ms severo, siniestro, cruel que los dos primeros discursos. Por eso, el cuerpo utpico es el ms importante y quiz el menos explorado en la literatura sobre Michel Foucault, pese a que da lugar a uno de los libros ms importantes sobre el cuerpo escrito en la se- gunda mitad del siglo XX por Richard Sennett. Un libro que en principio fue pensado junto con Foucault, pero con la muerte de ste se transform. CUERPOS E IMAGEN: ROCE, CONTACTO, RIESGO No slo est presente el temor inscrito en los cuerpos. Bien bajo las formas de estigmas, con una repulsin o alejamiento explcito como modalidad de una norma so- cial; bien bajo discursos que atraviesan los cuerpos y los disciplina a travs de un dispositivo que hace explcita una serie de temores. Existe tambin desde los griegos hasta los modernos un tercer temor que se inscribe en el cuerpo, en los roces de stos, en la imagen de l que se construye como mecanismo de la visibilidad que da lugar en las ciudades y sus medios de comunicacin. Ri- chard Sennett es quien da cuenta de este tercer temor. 13
Sennett escribe: Hace algunos aos fui con un amigo a ver una pelcula que proyectaban en un centro comer- cial situado en un suburbio cercano a Nueva York. Durante la guerra de Vietnam una bala 280 EDGAR SANDOVAL haba destrozado la mano izquierda de mi amigo y los cirujanos militares se haban visto obliga- dos a amputrsela por encima de la mueca. Ahora llevaba un artefacto mecnico dotado de dedos y pulgar de metal que le permita utilizar cubiertos y escribir a mquina. La pelcula que vimos result ser una epopeya blica particular- mente sangrienta a lo largo de la cual mi amigo permaneci impasible, ofreciendo de manera ocasional comentarios tcnicos. Cuando con- cluy, salimos y nos quedamos fumando en el exterior a la espera de que llegaran otras per- sonas Los espectadores haban pasado dos horas viendo cuerpos destrozados y despanzu- rrados, aplaudiendo de manera especial las es- cenas ms espectaculares y disfrutando a fondo de la sangre. La gente que sala pasaba a nuestro lado, contemplaba con desazn la prtesis de metal y se apartaba. Enseguida nos convertimos en una isla en medio de ellos. 14 Las ciudades diseminan cuerpos abominables y mons- truosos, pero al mismo tiempo controlan sus formas de exhibicin. Son soportables con la condicin que apa- rezcan en medio de escenas, que sean lo ms lejanas en tiempo y espacio. No lo son cuando se trata del prjimo cercano. Esta condicin de la ciudad cancela la expe- riencia del cuerpo, crea distancia y repulsin al cuerpo ajeno, pero tambin al cuerpo propio.
De la misma manera escribe Sennet que a pocos soldados les gustan las pelculas con pro- fusin de cuerpos despanzurrados, las imgenes 281 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES lmadas de placer sexual tienen muy poco que ver con la experiencia sexual de amantes reales. Pocas pelculas muestran a dos ancianos hacien- do el amor o a personas gordas desnudas. El sexo cinematogrco es estupendo la primera vez que las estrellas se van a la cama. En los medios de masas, se establece una divisin entre lo repre- sentado y la experiencia vivida. 15 Las ciudades actuales, con sus trayectos, as como con sus medios de comunicacin, exhiben slo una forma peculiar del cuerpo, lo dotan de caractersticas que no tiene, pero que tendr segn la exigencia personal e in- dividual. Someten al cuerpo a la vivencia a travs del cuerpo-velocidad, del cuerpo-imagen. Tambin le impo- nen una velocidad que no le permite vivir en un aqu y ahora: no hay un sentir de los cuerpos. En su lugar, lo que tiene el cuerpo es la experiencia de un espacio y de un tiempo que pasa demasiado rpido, que se acelera, que no le da certeza sobre su condicin fsica. La ciu- dad, su diseo, sus ritmos, sus medios de comunicacin desvanecen al cuerpo en imgenes que ste se construye, no a partir de su experiencia, sino a partir de las imge- nes que recupera de la televisin, de los anuncios de los diarios o de los espectaculares. Distancias que recorrer en las ciudades, carreteras, centros comerciales, escuelas, trabajo, clubes, para crear esa extraa distancia entre los cuerpos. Al mismo tiempo, crear un rechazo al contacto y a la cercana. Las ciudades son el lugar del anonimato y del refugio para aquellos que no tienen cuerpo. Sennett as lo indica: El viajero, como el espectador de televi- 282 EDGAR SANDOVAL sin, experimenta el mundo en trminos narcticos. El cuerpo se mueve pasivamente, desensibilzado en el es- pacio, hacia destinos situados en una geografa urbana fragmentada y discontinua. 16 Liberacin de la resistencia es el nombre que Sen- nett usa para designar esta creacin del ingeniero y del realizador de televisin. Esta creacin cancela la expe- riencia del cuerpo propio y ajeno; en su lugar est un cuerpo virtual en la carretera que conecta las ciudades, as como en las imgenes que proyectan los televisores. Con ello, se evita el roce y el contacto social de grupos diferentes. La construccin de la ciudad, de los que ha- bitan en ella, se vuelve una suerte de intriga cuando sus calles, sus escuelas, as como sus espacios de trabajo y de esparcimiento estn alejados de la muchedumbre. Es la muchedumbre la que se ve amenazada por el diseo de las grandes ciudades. En palabras de Sennett: Mediante el sentido del tacto corremos el riesgo de sentir algo o a alguien como ajeno. Nuestra tecnologa nos permite evitar el riesgo. 17 El contacto del cuerpo ajeno con el propio, en las ciudades, se convierte en el mayor riesgo que sta trata de evitar a partir de alejar las zonas residenciales de los centros de trabajo, por ejemplo. Sennett es claro cuando escribe: Hoy en da, el orden signica falta de contacto. 18
Orden que hace posible la realizacin del consumo; evita, por tanto, no slo el contacto de los cuerpos, adems evita el cultivo de stos. La muchedumbre es conducida por pasillos, por espacios abiertos, visibles, llenos de re- glas, de situaciones que le quitan la experiencia de tener un cuerpo y le dan la imagen en el cuerpo del otro que 283 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES encuentra en el aparador, en los anuncios, en los escapa- rates. En la multitud moderna la presencia fsica de los otros seres humanos es sentida como algo amenazante. 19
Esta amenaza se agudiza en las ciudades actuales, sus centros comerciales, sus escuelas, sus centros de trabajo han cancelado el roce, el contacto. Han creado cuerpos no slo desensibilzados; adems han creado cuerpos virtua- les. Las actividades de entretenimiento, de trabajo, de juego han sido depositadas en un ordenador y con ello se ha evitado el riesgo al contacto fsico con los otros. Las transformaciones de los cuerpos desnudos a los vestidos, los cambios sobre los espacios abiertos fren- te a los cerrados, las modalidades de roce de las multi- tudes y las muchedumbres, reunidas todas en un solo lugar para conversar, a la dispersin para el consumo individual y generalizado a cada quien lo suyo pero lo mismo han tenido consecuencias importantes sobre la experiencia del cuerpo. Un cuerpo imagen es el re- sultado de estas transformaciones, un cuerpo que, lejos de cultivarse a s mismo, se cultiva en trminos virtua- les, visto en los medios y sus diferentes modalidades. Cancelacin de cuerpos perfectos, de cuerpos fuertes, de cuerpos viriles, olvido de las capacidades del cuerpo y su contactos, consecuencia de ellos: calor, alegra, esta, placer. Aparicin de un cuerpo dbil, enfermo, infame, en suma, insoportable para el roce social que busca de manera perpetua ese cuerpo que la ciudad y sus vas, sus medios le ofrecen, pero que nunca encontrar porque es una imagen creada por una produccin. 284 EDGAR SANDOVAL CONCLUSIN El temor es, entonces, un hecho, una realidad inscrita en los cuerpos, es permanente y constante. En tanto que no podemos escaparnos del cuerpo, el miedo est o den- tro de uno o fuera de uno. Pero siempre est, adems es visible. Se presenta, bien bajo la forma de estigmas, bien bajo la forma de discursos o bien bajo la evitacin de los roces y el contacto. stos tienen un carcter co- mn: estn en relacin con una norma, la construyen, la preservan y desprenden la relacin misma que articula nuestros cuerpos y temores. Sin relacin, quiz podamos decir: no hay cuerpo. El cuerpo existe en tanto que hay una relacin; esta relacin establece la forma del cuerpo, sus expresiones, sus modalidades. El cuerpo que se sita como normal ser envuelto por las exigencias de las imgenes, por esa civilidad de la ima- gen que es el reconocimiento en otras imgenes. Por esa diseminacin de las imgenes en sitios pblicos, as como en sitios virtuales hasta reconocer una comunidad en don- de la imagen del cuerpo gure como mecanismo de socia- lizacin. Esta imagen es el resultado de una norma, que hace posible la irrupcin del estigma como un desvo a dicha norma. El estigma, presente desde los griegos hasta los modernos, que vale en los primeros para identicar y distinguir a los esclavos, y que en los segundos vale para identicar al delincuente del decente, entre otras identida- des, se presenta como consecuencia del debilitamiento de la norma, de su irrupcin que hace surgir cuerpos dbiles y repugnantes al trato social. Esa norma que nca una iden- tidad al cuerpo, lo obliga a someterse a un criterio grupal. 285 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES Algo anlogo sucede con los discursos; stos someten al cuerpo al cuidado, pero en los griegos este cuidado tena como intencin la perfeccin del cuerpo, mientras que en los modernos tendr como propsito el respeto de la norma bajo la gura de la potencialidad; as peli- grosidad, locura, enfermedad son los modos en que el miedo surge en estas sociedades. Tambin establece la mirada como dispositivo mismo del miedo. Generaliza- cin, administracin, uso de la mirada, se dan como una condicin moderna. Como mirada, el miedo se convier- te en una poltica, en un control individual y social. Se justica la presencia de la polica, del mdico, del psi- quiatra, y con ello surge como condena una condicin antigua: el cuidado de s. Este cuidado deja de ser per- sonal y se convierte tambin en una poltica, es decir, el cuidado ya no es tarea de uno mismo, diferente en cada sujeto. Por consecuencia, ahora es una actividad guber- namental igual en todos. Polticas de sanidad, control de natalidad. La experiencia del cuerpo enfermo y del cuidado propio, la experiencia del sexo y su intensidad se convierten en algo a lo que hay que evitar, justo por un criterio de cuidado y temor. Transformacin en esencia del cuerpo, pero cambio no indito, slo actualizacin de una ciudad que viene desde los griegos y que slo se acenta en nuestras socie- dades. En stas no slo se agudiza la velocidad, presente en la antigedad para los esclavos; tambin se agudiza el silencio, y tambin para stos. Una modalidad distin- ta en nuestras ciudades donde los esclavos desaparecen para dar lugar a los miles de trabajadores que circulan con mayor celeridad, que callan, no porque se les obli- 286 EDGAR SANDOVAL gue, como a los primeros, para embrutecerlos, sino por- que el lenguaje que circula en estas sociedades es de otro orden: lo mismo es una imagen. Un lenguaje icnico que elimina la conversacin, las preguntas, el susurro; en su lugar slo est la mirada de aquello que indica un lugar, un estacionamiento, un restaurante, por ejemplo. Pero que dentro de estos lugares no se da el contacto ni la conversacin. El peligro, el riesgo, en nuestras sociedades es al igual que en las antiguas, pero ms drstico el contacto, el roce de los cuerpos. 287 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES NOTAS 1 La propuesta de Goffman aparece con una clara reexin y estudio de la presencia de estos signos y de las normas que los constituyen en estigmas. Vase Erving Goffman, Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu, 2001; tam- bin Erving Goffman, Los momentos y sus hombres. Barcelona: Paids, 1991. 2 La macrosociologa considera, a decir de Collins, la presen- cia de la norma en la institucin y no en la situacin. Vase Ran- dall Collins, Cuatro tradiciones sociolgicas. Mxico: UAM, 1996. 3 Erving Goffman, Estigma. La identidad deteriorada, en Edgar Sandoval, Enfoques sistmicos. Autores clsicos. Antologa. Mxico: UACM, 2005, p. 198. 4 Idem. 5 Foucault desarroll estos discursos en varios libros y cur- sos en el Colegio de Francia. Entre stos es importante men- cionar los siguientes: Michel Foucault, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisin. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002; Michel Foucault, Los anormales, Curso 1974-1975. Buenos Aires: FCE, 2000; Michel Foucault, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Mxico: Siglo XXI, 1991. 6 La oposicin entre un cuerpo natural frente a uno cul- tural, de un cuerpo brbaro frente a un cuerpo civilizado, por mencionar dos contrastes, es una relacin que depende del contexto histrico. La nocin de civilizacin es extraor- dinariamente cambiante y mvil desde los griegos hasta la modernidad. Pero cualquiera que sea su signicado es til la polaridad porque permite sealar el papel de los cuerpos y las normas que los crean. 7 Michel Focault, Vigilar y castigar, p. 34. 8 La norma aqu aparece con una modalidad distinta a la que se seal en el primer apartado. Para Goffman, la norma apunta a la instauracin de la situacin, mientras que para 288 EDGAR SANDOVAL Foucault la norma est presente en el discurso mismo; tam- bin est en alianza con la verdad que permite su fundamento y al mismo tiempo su diseminacin. En este sentido, los plan- teamientos de Goffman y Foucault tienen una clara distancia, parten de presupuestos distintos, tradiciones diferentes, obje- tos ajenos. Sin embargo, el cuerpo, en ambos, es el depsito, de los temores, aunque en diferentes y variadas formas. 9 Michel Foucault, Historia de la sexualidad, pp. 18-19. 10 Ibid., p. 29. 11 Michel Foucault, Topologas, en Fractal. Revista trimestral. En lnea: <www.fractal.com.mx/RevistaFractal- 48MichelFoucault.html> 12 Idem. 13 Richard Sennett, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizacin occidental. Madrid: Alianza, 1997. 14 Ibid., p. 18. 15 Ibid., p. 19. 16 Ibid., pp. 20-21. 17 Ibid., p. 23. 18 Idem. 19 Ibid., p. 24. FUENTES CONSULTADAS COLLINS, Randall, Cuatro tradiciones sociolgicas. Mxico: UAM, 1996. FOUCAULT, Michel, Los anormales, Curso 1974-1975. Buenos Ai- res: FCE, 2000. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisin. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002. Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Mxi- co: Siglo XXI, 1991. 289 LOS TEMORES EN EL CUERPO: ESTIGMAS, DISCURSOS Y ROCES Topologas, en Fractal. Revista trimestral. En l- nea: <www.fractal.com.mx/RevistaFractal48Michel- Foucault.html> GOFFMAN, Erving, Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Ai- res: Amorrortu, 2001. Los momentos y sus hombres. Barcelona: Paids, 1991. Estigma. La identidad deteriorada, en Edgar San- doval, Enfoques sistmicos. Autores clsicos. Antologa. Mxico: UACM, 2005. SENNETT, Richard, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizacin occidental. Madrid: Alianza, 1997. 291 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA Francisco Pamplona* MIEDO s. Sensacin de la depravacin total del futuro inmediato. Ambrose Bierce, El diccionario del diablo EL TEXTO QUE SIGUE HA SIDO escrito desde la precaucin a que llama el especialista en el anlisis literario, pero que es impulsado por el deseo y por el placer, el del lector y el del escritor. Sigo a Umberto Eco cuando escribe que de las obras literarias es posible hacer diversos discur- sos: sociolgicos, histricos, psiquitricos, moralizan- * Maestro en sociologa. Profesor-investigador en el Posgrado en Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autnoma de la Ciudad de Mxico y profesor de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. 292 FRANCISCO PAMPLONA tes Pero es un gran pero el que se discurra sobre la literatura no signica que se entre en la crtica lite- raria, cuyos requisitos son arduos y deben ser tomados en serio; no es mi pretensin entrar en ese mundo del especialista, escrutador de textos literarios; cito a Eco, para establecer desde el zagun una mejor compren- sin: Ahora bien, todos estos modos discursivos son legtimos en s, a no ser porque, en el momento mismo en que se plantean, suponen, implican, sugieren, remi- ten, a un juicio crtico-esttico que alguien distinto, o el mismo autor en otro mbito, debera haber pronun- ciado ya. 1 Tampoco es mi pretensin elaborar digresiones en torno a los metalenguajes que puede acarrear todo dis- curso, en este caso el literario, o a suplantar de manera arbitraria y con una supuesta intertextualidad capaz de forzar en su interpretacin insaciable de novedad el producto de quien ha escrito su obra alternando en su destino el silencio y la muerte posible. Simplemente es- toy interesado en compartir con el lector algunas obser- vaciones sobre el miedo, la ambigedad y el absurdo en la literatura que me sugieren ciertas obras de autores que por diversas razones y emociones, he seguido du- rante aos y an me siguen y me perturban. Incipit I Los primeros das del mes de octubre de 1911, Franz Kafka tuvo insomnio; el da 4, despus de escribir ardua- mente sobre su insomnio y sobre su tristeza, concluye un 293 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA prrafo con una frase realmente desoladora: Tal vez si pu- diera hallar en mi interior una rmeza oculta. En su des- velo, Kafka pergeaba historias, realizaba descripciones detalladas de su propio cuerpo y del entorno, encontraba matices a la oscuridad reinante, lea a Dickens, escriba. En ese ao remata un relato que haba emprendido en 1909, Ser infeliz, publicado despus, en 1913. Se inicia con la ambigedad de quien cuenta una historia ya empe- zada en su propio pensamiento: Cuando ya esto se haba vuelto insoportable una vez al atardecer, en noviembre, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, en- contr no obstante un nuevo objetivo, y grit, solamente por or el grito a que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no pue- de cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abri la puerta hacia fuera as de rpi- do porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e inclusive los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, ha- biendo expuesto los cuellos, se hubiesen enfure- cido en la batalla. 2 Entonces una aparicin: una nia cual pequeo fan- tasma (en otras traducciones se habla de un nio, as, genrico?) quien desde el corredor tendr un dilogo extrao con quien relata. Este personaje pide a la nia 294 FRANCISCO PAMPLONA que entre, que no se quede ah (de hecho la esperaba) y entra; ya en la habitacin en penumbra, el dilogo con- tina en su absurdidad; ella le reclamar sus amenazas y su tristeza y l le reclamar su audacia para hablar. Le pregunta la nia: Sabe usted cmo ser despus? a lo que l responde: Nada s yo. En su inquietud, el que habla se sienta, enciende una vela, se para, se pone el abrigo y sale; al salir choca con un silln pues est oscuro y ya en las escaleras, tropieza con un vecino: ste subiendo y l bajando; establecen un dilogo sobre los fantasmas; quien habla le dice que acabo de recibir un fantasma en mi pieza. El desquiciado dilogo va hacia si se cree o no en fantasmas; el vecino dice: Lo que debe hacer es no tener ms miedo si un fantasma viene realmente a su pieza, a lo que responde: S, pero se es el miedo secundario. El verdadero miedo es miedo a la causa de la aparicin. Y ese miedo permanece, y lo tengo en gran forma dentro de m [subrayado mo]. Ya distantes de la mirada uno del otro, contina el dilogo: qu problema si el fantasma es mujer, dice el vecino, a lo que el relator contesta que romper relaciones con l si le quita su fantasma, a lo que el vecino replica que es una broma; el que habla, en lugar de salir al paseo, regresa a su habi- tacin: como me sent tan desolado prefer subir, y me ech a dormir. El relincho de los caballos en la calle anuncia la pre- sencia de algo desconocido, sobrenatural, que en el relato es la aparicin sbita de la nia-fantasma; pero lo ines- perado no se produce en quien relata ninguna inquie- tud, excepto la aquella grave y ya reexiva, que habita como miedo primario. Un miedo de soledad. Gritarle al 295 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA espejo, encontrase con un fantasma nia (en la espera), pensar en la causa de la aparicin y no saberlo. La nica certeza: que el grito al que nada responde es un grito que crece, que nada detiene hasta convertirse quizs en una mueca, en la grotesca manera de ser infeliz espe- rando algn fantasma que consuele. El segundo relato al que quiero referirme fue escrito alrededor de 1917 y no fue publicado en vida de Kafka. Aqul ao, comienza su diario el 6 de abril; es el ao en que escribe En la colonia penitenciaria y hace alusio- nes directas a la guerra, a la imbecilidad de la guerra. El 18 de septiembre escribe una sola frase, tajante, incon- mesurable: Desgarrarlo todo. Y el 22 escribe: Nada. Para qu abrir el diario y escribir nada? Fue el ao de rupturas con Felice, de su estancia en Zrau (en donde escribi sus aforismos); y el 25 del mismo mes una re- exin agotadora, Camino del bosque. Lo has destruido todo sin haberlo posedo realmente. Cmo vas a recom- ponerlo? Qu fuerzas le quedan an al espritu errante para tan inmenso trabajo? 3 Aun as, Kafka suea y observa la belleza de un da so- leado, y piensa en F. [Felice], en sus destinos; diferencia su novelstica de la de Dickens, de quien se dice imita- dor, pero lo critica; se declara epgono, pero uno que ha de volar por los aires las digresiones intiles de Dickens. Dije que suea con su padre el 20 de septiembre, y con la Batalla de Tagliamento; este ltimo sueo lo cuenta el 10 de noviembre. 4 En realidad suea con la derrota de las tropas austriacas, en la huida de los soldados; en donde hay ro lo quita, los soldados bordean la nada y estupe- factos quieren salir de ah; Kafka suea y reexiona: Al 296 FRANCISCO PAMPLONA parecer, las cosas van mal. Resulta adems incomprensible que puedan ir bien, cmo puede un simple ser humano dominar jams a otros seres humanos que tienen la vo- luntad de defenderse? 5 Mientras, la guerra la Gran Guerra tocaba fondo y Masaryk era amnistiado por otro Carlos (ste, Carlos I), el rey que haba sucedido a Francisco Jos; el Imperio Austro-Hngaro se desmoronaba. Adems, se prepara- ba el nacimiento de una nueva nacin: Checoslovaquia, nacida de dos pueblos contiguos, primos de lengua y compaeros en el destino del siglo XX; los judos alema- nes habitantes del viejo reino de Bohemia, una minora, tendran tambin su lugar en ese nuevo espacio. Al parecer, el invierno de 1917 fue particularmente fro, o as se pregura en el relato de Kafka Jinete en un cubo. Este pequeo y misterioso relato fantstico viene de la trmula, escalofriante y esperanzadora visin de un moribundo, o de un muerto si se quiere, de un muerto de fro. Sin carbn, vaco el cubo; sin sentido la pala; la estufa espirando fro; la habitacin llena de un hli- to helado; ante la ventana los rboles ateridos; el cielo transformado en un escudo de plata para quien implore su ayuda. Necesito conseguir carbn; no debo todava congelarme. 6
Audaz, el moribundo-muerto decide tomar el cubo como cabalgadura, ir a la casa del carbonero y suplicarle que le d carbn de ado, pues dinero no tiene; in- cluso, al partir en esa cabalgadura ligera y extravagante, est seguro de que el carbonero no podr negarse, pues no podra contradecir el mandamiento de no matars. All, subido en el cubo, nuestro jinete llega atravesan- 297 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA do las heladas calles al hogar del carbonero y grita su peticin; el anciano pregunta a su compaera si escucha algo, pues l conjetura que tiene que ser un cliente an- tiguo, muy antiguo, para que pueda tocarme as el cora- zn. Desde la altura, el jinete insiste pues los viejos no escuchan, slo lo presienten y l implora: Pero yo estoy sentado aqu sobre el cubo grito, y lgrimas insensibi- lizadas por el fro me caen de los ojos Por favor miren hacia arriba! Al intento del viejo para ver si observa o escucha algo con claridad, se interpone la mujer con palabras rmes y decide ir ella a ver si hay alguien. No, no hay nadie, slo la calle vaca y helada. Pero despeja la duda con su delantal y ahuyenta al jinete que en cabalgadura tan liviana lo hace volar an ms alto; mientras, este extravagante jinete grita Mala! Te ped una palada del peor [carbn] y no me lo diste! / Y as diciendo me elevo a las regiones de las cordi- lleras de hielo y me pierdo hasta nunca ms ver. Si el relato acongoja, subvierte la certidumbre; es por la sordera de los vivos para con los muertos, como con los moribundos, y ms all, con los necesitados; el relato, una parbola de la indiferencia hacia el otro, es tambin escalofriante por su resolucin metafsica: all va el jinete, en una cabalgadura inusitada, hacia las alturas, despedido como insecto, venido de la muerte (de ah la sordera de los viejos) o venido a la muerte (de ah su vuelo sin n) . Una observacin ms: al presentir lo fantasmal, el alma se acongoja y quiere recordar, pero el odo duro, la imposi- bilidad de ver, hacen de la muerte de ese viajero peculiar un estremecimiento, y al miedo a lo desconocido, a lo no aclarado, se le espanta con un delantal! 298 FRANCISCO PAMPLONA Sobre la obra de Kafka se ha escrito y escrito; se ha dilucidado hasta la ltima minucia de su obra, ntima- mente ligada a su vida y por tanto se ha desmenuzado hasta el detalle circunstancial y vano (al menos as se ha hecho, como dice Blanchot: es a l al que buscamos en su obra). Lo anterior no debe desalentarnos, pero s ha- cernos precavidos frente a las interpretaciones excesivas, las que traicionan el valor de sus cciones para relacio- narlas de manera forzada con su vida, como el que se pretenda ver en l a Gregorio Samsa, o al K. de El proceso, o al agrimensor de El castillo Adems, Kafka se ha convertido en una mercanca, en algo vendible pero no fcilmente asimilable en su pro- fundidad de criticar lo existente de su poca y que con el transcurrir de los aos, lo visto por l se ha exacerba- do: la alienacin del hombre, la soledad, la muerte en la guerra, la vida de la muerte, lo absurdo y el temor incomprensible; como escribe Karel Kosik, En los aos sesenta (conferencia de Libice), la obra de Kafka era una ocasin y un pretexto para la crtica y el anlisis del pre- sente. La poca actual [1993] ha comprendido que Ka- fka es un artculo de reclamo para turistas, y se comporta en consecuencia. 7 II He citado a otro autor peculiar que ha analizado en pro- fundidad la obra de Kafka y que de algn modo es su he- redero: Maurice Blanchot. De las obras de ccin de este autor hablar ms adelante, pero ahora tomar dos de 299 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA sus pensamientos sobre Kafka y lo kafkiano. Se puede entender la literatura de Kafka? El relato es el pensamiento hecho de una suce- sin de acaecimientos injusticables e incom- prensibles y el signicado que obsesiona al relato es el mismo pensamiento que prosigue a travs de lo incomprensible como sentido comn que lo invierte. El que le queda a la historia penetra en algo opaco de los que no se da cuenta y quien se atiene al signicado no puede alcanzar la os- curidad de la que ste es luz denunciadora. 8
De hecho, la verdadera lectura sigue siendo imposible, arma categricamente Blanchot. La dicultad, desde mi punto de vista, es mayor, pues habra que pregun- tar entonces para qu el esfuerzo de interpretar, si cada lector ser un mentiroso junto con Kafka pero no se atreve a decir su verdadero vnculo con aquello que se presenta como mentira en la vida, no en la obra, lo cual deja de ser prescindible. No se trata, como Blanchot in- sina siguiendo a Starobinski, que no puede haber una ltima palabra. No, no puede haberla al tratarse de las interpretaciones de las obras artsticas, pero sin duda hay algunas ms plausibles que otras. O, en qu reside la imposibilidad de realizar una verdadera lectura? Estos textos reejan la dicultad de una lectura que trate de conservar el enigma y la solucin, el malentendido y la expresin de ese malentendido, la posibilidad de leer en la imposibilidad de inter- pretar esa lectura. Ni siquiera la ambigedad es 300 FRANCISCO PAMPLONA un subterfugio que capta la verdad segn el modo del deslizamiento, del paso, pero la verdad que espera a esos escritos tal vez sea nica y simple. 9
Pero malentendido y ambigedad son cosas distintas; se puede introducir un malentendido en la trama de la obra, en su contenido, con la nalidad de que el lector se esfuerce en entender, y otra cosa es relatar con ambi- gedad con el n de introducir algn efecto dramtico (a la manera de los dos breves relatos de Kafka reseados arriba). Las interpretaciones dan pie sin duda a malen- tendidos, pero eso es harina de otro costal, pues lo que se pone en juego no es tanto la verosimilitud del relato o el poema o el concierto o la pintura; lo que se pone en juego es la plenitud con que la obra habr de disfrutarse y entenderse. En contra de aquella armacin de Paul de Man de que slo hay falsas lecturas, se debe confrontar las interpretaciones en curso, sopesarlas con vista gene- rosa y desprejuiciada. La verdad, por otro lado, es pro- bable que no sea ms que aquello que Clement Rosset llama objeto singular. 10 A mi parecer, lo que Blanchot ha procurado es llevar hasta sus ltimas consecuencias su propia potica, o si se quiere, su propia esttica. En un ensayo extraor- dinario publicado en 1947, La literatura y el derecho a la muerte (en el que sigue muy de cerca los pasos de Heidegger, y se confronta con Hegel, en momentos para darle la razn), escribe: la literatura es el lenguaje que se hace ambigedad. La lengua corriente no es clara por necesidad, no siempre dice lo que dice, tambin el mal- entendido es uno de sus camino. 11 An ms: 301 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA No slo que cada momento del lenguaje pue- da ser ambiguo y decir algo distinto de lo que dice, sino que el sentido general del lenguaje es incierto, de l no se sabe si expresa o si repre- senta, si es una cosa o si la signica; si est all para ser olvidado o si slo se hace olvidar para que lo vean; si es transparente a causa del poco sentido de lo que dice o claro por la exactitud con lo que dice, oscuro porque dice demasia- do, opaco porque no dice nada. La ambigedad est por doquier. 12 En ese camino, desde ese mirador, Blanchot ha inter- pretado de manera ejemplar y profunda (aunque cierta- mente polmica pues as hay que enfrentar la lectura como l propone, como inconmensurable o simplemen- te como otra lectura ms, con otra interpretacin entre muchas), las obras literarias de escritores importantes; a Mallarm, a Kafka, a Char, a Baudelaire, a Rimbaud, a Nietszche de manera sorprendente a SartreY he aqu una dicultad, una traicin si se quiere en su agona con el texto. De la obra La nusea, dice que Sartre pide poco a la tcnica y sin embargo consigue apartar de su obra cualquier amenaza de intencin abstracta. Lo que no ocurre con otras de sus obras; Blanchot no rechaza que la obra tenga una moral, una tesis, pero la novela no tiene nada que temer de una tesis, a condicin de que la tesis acepte no ser nada sin la novela. Ya que la novela tiene su moral propia, que es la ambigedad y el equvoco. Tiene su realidad propia, que es el poder de descubrir el 302 FRANCISCO PAMPLONA mundo en lo irreal y lo imaginario. Y, nalmen- te, tiene su verdad, que la obliga a no armar nada sin intentar corregirlo y a no lograr nada sin preparar su fracaso, de modo que cualquier tesis que triunfa en la novela deja tambin de ser verdadera. 13
Pero, es as? La nusea sostiene una tesis que se traicio- na al quererla trasponer al mundo de lo real, a la accin mundana, o al revs, se traiciona al mundo por traspo- ner una tesis a una obra literaria? La tesis muere al po- nerla en un mbito o en otro? Se mantiene gracias a una ambigedad intrnseca? O es esta rbrica de Blanchot un pretexto (en el sentido fuerte del trmino) para soste- ner su propio concepto de literatura, su propia posicin frente a la que se levantan otras? Me he detenido en estas consideraciones de Blanchot, pues su obra de imaginacin literaria reside completa- mente en llevarnos por ese camino de lo incierto, de lo ambiguo, de lo que dice sin decir, durante un largo tre- cho hasta la muerte, hasta cumplir con el derecho a la muerte a travs de la literatura. Largo trecho, pues sus obras no concluyen, uyen de manera interminable, y de manera paradjica (o si se quiere conrmatoria), el largo trecho que el propio Blanchot hubo de recorrer en su vida hasta su muerte a los 95 aos de edad. Para hablar de sus obras, es indispensable que me reera a otra de sus amistades (ya vimos la de Kafka), a otra amistad, que le inuye y a la que inuye, con quien sostuvo un largo dilogo sobre el mal, la muerte, los excesos. 303 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA III En el ao de su muerte 1962 Georges Bataille reedit su libro Lo imposible, 14 cuya primera edicin se haba hecho en 1947 con el ttulo de El odio de la poesa. El cambio de nombre responde a la necesidad de Bataille de ahondar en la ambigedad primera: si bien era cierto que El odio de la poesa se prestaba a distintas interpre- taciones, stas podan ser equvocas en relacin con su intencin original; por otra parte, Lo imposible remita a una ambigedad en la que lo incierto se acrecentaba. Tres aos antes de El odio de la poesa, Bataille haba publicado el segundo volumen de su Summa ateolgi- ca, El culpable. 15 En este libro desgarrado prosegua su esfuerzo de desmenuzamiento de su yo en lo profundo de su ser como ente; La experiencia interior 16 el primer volumen de su Summa haba subrayado el carcter mstico y exttico de la experiencia ntima, en breve, el carcter religioso de lo ertico y de las experiencias orgisticas. En El culpable, aquel punto de partida se apartar slo un poco del camino, pues aqu la soledad del diario y de lo diario habrn de ser el motivo de las reexiones de Bataille; a medio camino entre literatura y confesin, el culpable es Bataille, pero es tambin aquel que deja en manos de la turba a la muchedumbre que har del mun- do una carnicera, mientras que en su solipsismo, el culpable encontrar en la satisfaccin sexual, en la huida hacia el tedio y la fatiga su propio desmembramiento; su desgarradura total. Al abrir las piernas de la prostituta, el culpable se encontrar en el xtasis con el otro, pero tam- 304 FRANCISCO PAMPLONA bin encontrar un rostro ms del miedo y de la muerte. Un hombre, una mujer, atrados el uno hacia el otro, se unen por la lujuria. La comunicacin que les mezcla depende de la desnudez de sus desgarraduras. Su amor signica que no ven uno en el otro su ser, sino su herida, y la necesidad de perderse: no hay deseo mayor que el del herido por otra herida. 17 El culpable tiene un cmplice (o muchos); ese cm- plice no tiene un rostro, ni siquiera una voz que se com- prenda: es un impulso, un vmito, un miedo srdido. Con la pasin y la lucidez malvada de que soy capaz, he querido, en m, que la vida se desnude. Desde que hay estado de guerra escribo este libro, todo el resto est va- co a mis ojos. No quiero ms que vivir: alcohol, xtasis, existencia desnuda como una mujer desnuda y turba- da. 18 Y ebrio, sin serenidad (l lo aclara), maniesta la peticin denitiva: Lo que hay que pedir al ser amado: ser presa de lo imposible. Bataille sabe que la vida no es lo que las palabras enuncian: El mundo de las palabras es risible. Las amenazas, la violencia, el poder que he- chiza, pertenecen al silencio. La profunda complicidad no es expresable en palabras. Y un poco ms: Traigo la amistad cmplice. En la edicin de 1961 de El culpable, Bataille agreg un texto escrito originalmente en 1947: El aleluya. Ca- tecismo de Dianus; este peculiar texto de consejos de un libertino a una prostituta es una confesin de xtasis y locura, una invitacin ardiente al erotismo del amante a la amada. En el fragmento VIII, escribe: 305 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA Quiero ahora hablarte de m. Los caminos que he mostrado son los que he recorrido. Cmo representar las fatigas en que me hun- do. Deja en m hablar a la fatiga. Mi cabeza est tan hecha al miedo, mi corazn est tan cansado, la ruina lo ha conquistado tantas veces, que me- jor podra contarme entre los muertos. 19
Cmo no habran de encontrarse, en esta amistad, las almas de Bataille y de Blanchot? No sera slo la admi- racin mutua, sino la coincidencia en el entendimiento, el traer la amistad cmplice ac del lado de la muerte en la literatura. Y la ambigedad, la incertidumbre que el genio de la lengua revela: no hay deseo mayor que el del herido por otra herida. Hay que decir que esta ambige- dad no es la ambigedad natural del lenguaje del que ya se habl, sino la buscada, entresacada de la reexin en las palabras. Bataille en El culpable haba citado largamente el Ami- nadab de Blanchot, a propsito de la suerte; las citas son reveladoras. Para citarlo, Bataille hace la siguiente pre- cisin: Imaginad una mujer incomparablemente bella y muerta: no es un ser, no es nada aprehensible. Nadie est en la habitacin. Dios no est en la habitacin. Y la habitacin est vaca. 20 Un prrafo adelante se pregun- ta: Cmo reconocer la suerte sin haber dispuesto para ella un amor que se oculte? / Un amor insensato la crea, lanzndose de cabeza en silencio. Bataille cita Aminadab: es triste llegar cerca de la meta sin poder alcanzarla. Estoy seguro de que si alcanzase esos ltimos escalones comprendera por qu he lucha- 306 FRANCISCO PAMPLONA do en vano buscando algo que no he encontrado. Es una mala suerte y muero por ella. [Ntese el intertexto de El castillo]. Despus, cita a la joven que previene al perso- naje Toms: Evidentemente como no has podido impedir que muchos recuerdos se hiciesen desvados, t ests todava, respecto a m, como si mil leguas nos separasen. Apenas distingo e imagino que un da sabr quin eres. Pero pronto estaremos denitivamente unidos. Me tumbar con los brazos abiertos, te enlazar, rodear contigo al corazn de los grandes secretos. Nos perderemos y volveremos a encontrarnos. Ya nada lograr se- pararnos Lstima que no puedas asistir a esta felicidad! 21 Qu extrae de ello Bataille? En el amor sin lmites de la suerte no hay nada que no est en juego. La misma razn est en juego. Si la facultad discursiva interviene, el lmi- te de lo posible es el nico lmite. Antes haba escrito: Ponerse en juego uno mismo o ponerse en cuestin. Por coherencia creo, habra que ser consecuente: pensar en degollar a otro, o dejarse degollar. 22 El juego es un juego intertextual, por supuesto, en donde los autores pierden por momentos su propia identidad a cambio del encuentro con las frases precisas con las que habra que encontrarse y separarlas minu- ciosamente. A quin pertenece tal idea? Cmo ha sido expresada? Segn el modo o el estilo. En el caso de Bataille, por medio de frases que irrum- pen tajantes, incisivas; en Blanchot, por medio de largos 307 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA rodeos, interludios, ascensos hacia lo indecible y el pas- mo. Veamos algo que es ms que una coincidencia; en su novela El ltimo hombre, Blanchot hace que el narra- dor exprese: Yo no saba que hera, ni en qu consista esa herida: ella no poda ser compartida por nadie, ni cicatrizar en alguien distinto, sera llaga hasta el n. 23
En Lo imposible, Bataille hace que el personaje rasgue con esta frase: S que mi llaga es incurable. 24 As que la amistad los llev lejos, a una comunidad de mutua admi- racin y de mutuo estupor. Quin es el ltimo hombre? Es el personaje nietzs- cheano, temeroso de vivir, apocado desde sus miedos, es el mediocre que conjunta en s la cercana y la distan- cia, la tradicin y la crtica? 25 Desde el inicio, Blanchot aclara: La verdad sea dicha, casi nada lo distingua de los dems. 26 Pero su misterio y su atraccin residan en cmo los dems se acercaban a l, y ms an, de qu manera el ltimo hombre, el profesor, aceptaba la proximidad; Blanchot emplea una extraa metfora de movimiento y reposo en el pensamiento para explicar tal acercamiento, pues el narrador supone que el ltimo hombre le hubiera dicho algo, cosas: l dice que no puede pensar en s mismo: en los dems todava, en tal otro, pero todo ello es como una echa lanzada desde demasiado lejos, que no alcanzara su objetivo, y no obs- tante cuando se detiene y cae, el objetivo, en la lejana se estremece y viene a su encuentro. Cmo responder? dice el narrador Quin no se detendra, al escuchar eso, impresin de ese objetivo? 27
308 FRANCISCO PAMPLONA El ltimo hombre es un muerto que vive, o al menos esa es la certeza que el narrador tiene, certeza de enso- acin o de recuerdo. En rigor, los tres personajes de la novela, el narrador, la joven y el profesor van a morir, estn ah, en ese lugar, en ese edicio rodeado de jar- dines esperando la muerte. No es una carrera hacia la muerte, pero transcurren en el sobresalto de imaginar quin podra morir, en lo irreal, en lo no verdadero, en la nulidad de la accin. El narrador quiere a la joven, y ha de pasar noches con ella, de insomnio, es preciso aclarar, en las que el miedo y la incertidumbre de saber algo sobre el ltimo hombre se apodera de ellos, los lastima, los interroga en su propia agona y los somete a la discrepancia, a la separacin, y a la joven, a las lgrimas. An, el ltimo hombre a veces viene como aparicin, como presencia que es preciso atender, en- tender, subrayar. La proximidad de la muerte lleva a otras certidumbres vagas: Pero el pensamiento de que en l estbamos muertos desde hace mucho tiempo sola ser el ms fuerte: no bajo esa forma precisa en la cual hubiera sido fcil acoger, sino bajo ese reejo que yo lea con incertidumbre, con resentimien- to, sobre nuestros rostros, en el que entonces, nosotros tambin, habamos dejado que perecie- ra en nosotros lo que hubiera debido apoyarse en nosotros, no solamente nosotros mismos, sino de nuestro propio porvenir, el de todos los hombres y tambin el del ltimo. Pensamiento que todava no se dejaba pensar. 28
309 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA En la ambigedad obstinada de la narracin, poco sabe- mos de los personajes, del lugar, del tiempo que trans- curre. Bataille en un esplndido comentario que hizo de esta novela de Blanchot, 29 explica la trama, o cuando menos explica la trama de la primera parte, en la que es posible seguir algn rastro. De la segunda, slo se reere a ella con frases elogiosas, utiliza la palabra sublime y la verdad es que el lirismo potico que alcanza esa parte del ltimo hombre hace superuo el querer encontrar una trama. Lo que sabe el lector es que la joven mue- re (Cuando ella muri, dio la impresin consoladora, desesperante, de que mora para recordarlo); aqu, el oximorn sirve a Blanchot para impedir que el lector su- ponga emociones claras en los personajes, pues eso hara confusa la ambigedad. El vuelo lrico que emprende Blanchot en esta segunda parte utiliza la reiteracin en el inicio de varios prrafos para insistir en la vaguedad, en la extraeza, en el dolor que prximo se aleja y lejano se aproxima. Dice: Calma, calma Extrao, extrao Amargo, amargo A mi parecer, su vuelo es un dilogo con quien muere o ha muerto, qu importa, all est para escucharlo, para abrir los ojos imaginariamente. En ese dilogo que se convierte en grito (en el que la nada contesta) con el ltimo hombre: Has de saber que deseo que las cosas no se pro- longuen. No estoy fatigado, al contrario, carezco de fatiga, de la obstinacin que hay en la fatiga. Pegado a ti, que slo eres desapego. Ligero de ese peso con el que me cargars. Bien se que de cual- 310 FRANCISCO PAMPLONA quier manera no existes, y que ah est lo que nos rene. Pero en eso es donde corro el riesgo tambin de unirme a ti, sin sueo y sin imagen, por un movimiento cuyas viejas astucias recuer- do. Filo de la claridad vaca, por la que velas: no es preciso alterarla. 30 Consuela: No hay que temer. Lo que nos separa es de cualquier manera nmo: un momento de calma, un mo- mento de pavor, pero de calma. La muerte y el recuerdo son el mismo instante; la muerte recuerda: De qu se acuerda? De ella, de la muerte como recuerdo. Recuerdo inmenso donde uno muere. Ante todo olvidar. Recordar solamente ah donde uno no se acuerda de nada. Olvidar: acor- darse de todo como por olvido. Hay un punto profundamente olvidado de donde irradia todo recuerdo. Todo se exalta en memoria a partir de algo que se olvida, detalle nmo, sura mins- cula donde completamente todo pasa. 31
La muerte es quizs una pequea punta losa que une el recuerdo y el posible olvido. Y est tambin el sufri- miento, el que no se quiere, el de la vida; entonces, a qu se teme? En la ruptura narrativa que provocan las lgrimas de la joven en la noche aciaga que la distancia del narrador y la apega al profesor, ella dice: Morir, creo que podra hacerlo, pero sufrir, no, no lo puedo. Tie- ne miedo de sufrir? La atraves un escalofro: No tengo miedo, no lo puedo, no lo puedo. 32
311 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA Me he detenido en El ltimo hombre con la certidum- bre de que la narrativa de Blanchot ha de ser, con absoluta sinceridad, coherente con ese plan sobre lo ambiguo y lo incierto en el trabajo literario. Otras de sus novelas conrman meridianamente este propsito, como en Thomas el oscuro. 33
En esta novela, el personaje se sumerge en las aguas del mar durante un atardecer; a su regreso, dicultoso, se ha transformado profundamente en su interior, en su exterior?, he ah que comienza la ambigedad y lo in- cierto: no sabemos si se ahog o no. Como en el inerno dantesco, Thomas habr de pasar ya de noche un jardn para l desconocido, una selva oscura, que habr de ser su sino, su espejo. Regresar al mundo desde la profundidad del mar convertido en un espectro o en un fantasma; en cualquier caso ya no ser el mismo, no ser l mismo. Todo habr cambiado para l y l habr cam- biado del todo. Se har cada vez ms sombro; su mis- terio ser cada vez ms insondable. Estar como muer- to en vida, como dormido despierto. Ha desaparecido Thomas? Al menos para s mismo pues la ausencia que el presente trae recuerda los mundos, el de los vivos que a veces por pensar en los muertos piensan en su pro- pia desaparicin, en ese acontecimiento nal y, por tanto, nico: Despus, a la larga, los vivos asimilan completa- mente a los desaparecidos. Pensar en los muer- tos pensando en uno mismo se convierte en la frmula de la paciencia. Se los ve entrar triun- falmente en la existencia. Los cementerios se 312 FRANCISCO PAMPLONA vacan. La ausencia sepulcral vuelve a ser invi- sible. Se desvanecen las extraas contradiccio- nes. Y es en un mundo donde todos continan viviendo, inmortales hasta el nal. 34
Uno de los mejores amigos de Blanchot, Emmanuel Le- vinas ha escrito en referencia a Thomas el oscuro y a La espera el olvido, que La muerte es vivida como un acon- tecimiento de la vida: son vividos el enterramiento del cuerpo, su consumacin en la podredumbre, su reduc- cin al estado de esqueleto o su diseccin en un antea- tro. La muerte, que deba ser ensombrecimiento de la vida, conrma el ser de la vida en su generalidad de puro ser y participa de l. 35
De hecho, la muerte en Blanchot se entrega como un don; pero quin hace esa donacin? El que muere, el que permanece vivo? La vida es vivida como sufrimien- to, como dureza ante la angustia, es una nada de amor. Anne sinti como un vaco inmenso la ausencia de todo sentimiento, y la angustia la atenaz. 36
IV En la exposicin precedente se sostiene que el miedo en la literatura no es slo un gnero, o una forma de lo fantstico o lo realista, una subespecie literaria, ubicada de manera ambivalente en ese vasto territorio. La litera- tura tampoco trata de explotar las formas sociales exis- tentes de miedo, o por el contrario, infundirlas, con la pretensin delirante de que la literatura crea el mundo o 313 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA de que simplemente lo reeja. La situacin es ms bien de otro orden. En la literatura, el miedo (y los dems senti- mientos y emociones que lo acompaan: incertidumbre, angustia, ambigedad, turbacin, terror) es un recur- so rico en implicaciones que permite al narrador o al poeta afrontar el hecho creativo introduciendo elemen- tos en lo que lo desconocido, lo indeterminado como sustancia existencial, juega el papel preponderante. No se trata slo de si los muertos caminan o si, de manera desapercibida, estn aqu, entre nosotros, tratando de decir algo. Como sentimiento o pasin (aqu los autores no se po- nen de acuerdo), el miedo es lo que no se deja ni se puede agarrar fcilmente. Carlos Gurmndez, que ha escrito pginas memorables sobre los sentimientos bsicos de la vida, escribe que El miedo es el primer encuentro con el mundo en su totalidad imprecisa. 37
Gurmndez distingue el miedo del temor; mientras que el primero siempre es determinado, el temor es universal, pues abarca todos los posibles daos que provienen del mundo. Ahora bien, la generalidad del temor, es decir, el hecho de que vivamos atemoriza- dos por algo signica encontrarnos de pronto con lo concreto, y llegamos al miedo como emocin, algo que crece en las entraas y que implica darnos explicacio- nes, aunque todas sean especulativas o simplemente fantasiosas. Gurmndez sostiene que el peor miedo es aquel cuya concrecin est en otro miedo ms inten- so: un miedo al miedo, algo as como el argumento de Kafka sobre el desconocimiento de la causa del miedo supercial o secundario. 314 FRANCISCO PAMPLONA Amenaza riesgo, peligro, terror pnico son slo algunos nombres para enunciar lo indeterminado, lo impreciso, lo que, estando en la experiencia, la rebasa y pone leos quemantes (o requiescat in pace) al cuadro magnco de la vida. Y el absurdo? El absurdo est asociado a los abismos del alma; encuentra su lugar en el desasosiego y en la desorientacin bsica. Como un llanto fuera de lugar, como una risa impropia. Es una des-ubicacin existencial que nos somete al mundo de lo ilgico, lo incoheren- te, lo perdido. Las paradojas son un ejemplo de que se puede caer en el absurdo al querer alejarnos de lo trilla- do; el oximorn, la declaracin sin sentido. El absurdo deja estupefacta a nuestra razn porque en s mismo es irracional, como el miedo. El absurdo nos hace pensar en nosotros como fuente del error o incmodos por no entender. Karel Kosik, despus de una cita del libro de Jaroslav Haek (Las aventuras del valeroso soldado Schwejk), en la que el absurdo consiste en rernos de la muerte de una persona, escribe lo siguiente: Este pasaje, que no es ni atpico ni nico, evoca en el lector emociones encontradas: le hace rer, pero al mismo tiempo le produce escalofros. Es gracioso, pero tambin es vergonzoso. Evoca sentimientos que la gente preere evitar, senti- mientos que la gente no quiere reconocer, o a los que no concede ninguna importancia, o que hace a un lado por ser excepcionales y acciden- tales. [] De lo que la gente quiere ser prote- gida, lo que evita, de lo que quiere deshacerse, no es de los ritos nales, o de la muerte, o de la 315 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA tristeza, sino ms bien del absurdo. No podemos orientarnos con propiedad en el absurdo; per- demos la conanza en nosotros mismos; somos incapaces de ver relaciones causales. 38 Estos encuentros con el miedo, el absurdo, la ambi- gedad y lo incierto en la literatura permiten esbozar algunas coincidencias de perspectiva entre la literatura con la losofa, la poltica o la sociologa en torno al miedo y a la incertidumbre que son maniestas antes que implcitas. As, en el famoso cuento de Guy de Maupassant, se dice lo siguiente: El miedo (y hasta los hombres ms osados pueden tener miedo) es algo espantoso, una sensacin atroz, como una descomposicin del alma, un horrible espasmo del pensamiento y del corazn, cuyo mero recuerdo produce estremecimientos de angustia. Pero eso no se produce, cuando uno es valiente, ni ante un ataque, ni ante la muer- te inevitable, ni ante todas las formas conocidas de peligro; se produce en ciertas circunstancias anormales, bajo ciertas misteriosas inuencias, frente a riesgos vagos. El verdadero miedo es algo as como una reminiscencia de los terrores fantsticos de otros tiempos. [] Entonces, durante una hora, el perro aull sin moverse; aull como en la angustia de un sueo; y el miedo, un espantoso miedo me penetraba. Miedo a qu? Acaso lo se? Era el miedo y eso es todo. 39
316 FRANCISCO PAMPLONA Por su parte, el socilogo Zygmunt Bauman encuen- tra un tipo de miedo en la sociedad lquida, que compar- te esa forma material: Existe tambin una tercera (la ms terrorca de todas, quizs): una zona gris, insensibilizadora e irritante al mismo tiempo, para la que todava no tenemos nombre y de la que manan miedos cada vez ms densos y siniestros que amenazan con destruir nuestros hogares, nuestros lugares de trabajo y nuestros cuerpos por medio de de- sastres diversos (desastres naturales aunque no del todo; humanos, aunque no por completo; naturales y humanos a la vez, aunque diferentes tanto de los primeros como de los segundos). 40 Habr de insistirse que en el cuento de Maupassant la forma es tpica: la de anteponer el miedo a la valenta, pues aunque uno est muerto de miedo, la valenta surge y contrapesa aquella emocin. En el caso de la sociologa de Bauman, las expresiones aunque no del todo, aun- que no por completo, simplemente aluden al hecho de que en esta sociedad habremos de contender con los miedos como si nada pasara; ms que contender, convivir, aceptarlos. Inmunizados del miedo, de las incertidumbres y de los riesgos: es as como vivimos, como ha sostenido Esposito. 41 Una vez aceptados no hay retorno posible. La consecuencia que es preciso extraer de la teoriza- cin de Bauman (y de una manera diferente, con otro nfasis en la de Esposito), es que al convivir con nuestros miedos, edulcoloramos la trama de las emociones; agri- surndolas, hacemos light nuestras reservas afectivas. El 317 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA costo es ya enorme, pues hemos naturalizado la violen- cia e incluso la ensalzamos en sus manifestaciones ms grotescas; convertimos el peligro real en aventura imagi- nada; el riesgo autntico, en irresponsabilidad aventurera; el miedo autntico, en temor a todo. Quizs por eso escritores excepcionales como los que aqu se han expuesto quisieron ahondar en las profun- didades de lo absurdo, de lo incierto y de lo ambiguo a n de separarse de los estndares del miedo literario que amenazaba (y an con la enorme produccin de best seller del gnero, casi todos para la hoguera del tiempo) con desvalorar el contenido existencialmente profundo de los temblores y temores del ser. As como se puede morir de amor, tambin y en qu residira la diferencia? se puede morir de miedo: Juro que ante el ruido del disparo que no me esperaba, sent tal angustia en el corazn, el alma y el cuerpo, que me sent desfallecer, a punto de morir de miedo. 42 318 FRANCISCO PAMPLONA NOTAS 1 Umberto Eco, Sobre el estilo, en Sobre literatura. Capellades: Ocano / RqueR, 2002, pp. 174-175. 2 Franz Kafka, Ser infeliz, en Relatos completos. Buenos Aires: Losada, 2003, p. 26. 3 Franz Kafka, Diario, 1914-1923. Barcelona: Lumen, 1975, pp. 176, 179 y 179. 4 En esta batalla, las tropas de Napolen se enfrentan con- tra las del Archiduque Carlos de Austria, el 16-17 de marzo de 1797; Tagliamento es una pequea poblacin cerca de Friuli y Venecia, ro de mismo nombre. 5 Franz Kafka, Diario, pp. 183-184. 6 Franz Kafka, Jinete en un cubo, en Relatos completos, p. 269 y ss. 7 Karel Kosik, El hombre, medida de todas las cosas. En- trevista con Antonio Casstuti, en Revista Leviatn, 53/54, Ma- drid, 1993, p. 54. 8 Maurice Blanchot, La lectura de Kafka, en De Kafka a Kafka. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2006, p. 84. 9 Ibid., p. 86. 10 George Steiner ha escrito un vigoroso alegato en contra de las interpretaciones arbitrarias, sean stas de orden poltico o simplemente conspicuas. Ver: George Steiner, Una lectu- ra bien hecha, en Vuelta, nm. 226, Mxico, 1995, pp. 6-12. Ver de Clment Rosset, El objeto singular. Madrid: Sexto Piso, 2007. De este mismo autor: El principio de crueldad. Valencia: Pre-Textos, 2008. La polmica de cmo debe hacerse una lec- tura de Kafka es ardua y remite a diversos desencuentros entre los autores; de hecho, se pueden mencionar casos al respecto; as, Michael Lowy en su reciente Franz Kafka, soador insumiso (Mxico: Taurus, 2007) no cita en su bibliografa los textos de Blanchot sobre Kafka. En el ya clsico de Deleuze y Guattari, Kafka, por una literatura menor (Mxico: Era, 1975), la referen- 319 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA cia a Blanchot es ms bien marginal. Y ya en los aos 40, Sartre haba denunciado a Bataille como un nuevo mstico, y Blanchot haba tratado con desprecio la literatura de Sartre, etctera. 11 Maurice Blanchot, La literatura y el derecho a la muerte, en De Kafka a Kafka, p. 73. 12 Ibid., p. 74. 13 Maurice Blanchot, Las novelas de Sartre, en La parte del fuego. La literatura y el derecho a la muerte. Madrid: Arena Libros, 2007, p. 188. 14 Georges Bataille, Lo imposible. Mxico: Coyoacn, 1996. 15 Georges Bataille, El culpable. Seguido de El aleluya. Ma- drid: Taurus, 1981. 16 Georges Bataille, La experiencia interior. Seguida de mtodo de meditacin. Madrid: Taurus, 1984. 17 Georges Bataille, El culpable, p. 40. 18 Ibid., p. 50. 19 Ibid., p. 183. 20 Ibid., p. 93. 21 Ibid., p. 95. Existe versin en espaol de Aminadab: Maurice Blanchot, Aminadab. Madrid: Alfaguara, 1979. 22 Hago alusin aqu a la propuesta hecha por Bataille a los miembros de la revista Acphale de que, para ser con- secuentes con sus posiciones msticas y polticas, alguien se dejara degollar; el elegido que por supuesto se neg fue Roger Caillois. El juego de xtasis y consecuencia vital de Bataille tena obviamente un lmite el que se imponan su propios amigos y l mismo (no pens en que la vctima propiciatoria fuera l, por decirlo as). Hay edicin de los cinco nmeros de la revista que aparecieron entre 1936 y 1939: Acphale. Religin, Sociologa, Filosofa. Buenos Aires: Caja Negra, 2006. 23 Maurice Blanchot, El ltimo hombre. Madrid: Arena Li- bros, 2001, p. 13. 24 Georges Bataille, Lo imposible, p. 29. 320 FRANCISCO PAMPLONA 25 Vase en este mismo volumen el ensayo de Pere Saborit, Sucedneos del ngel exterminador (los miedos del ltimo hombre). En cualquier caso, es difcil que Blancot no haya conocido y reexionado sobre el Zarathustra de Nietzsche, y que por tanto al poner nombre a su libro no lo haya conside- rado. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas y el persona- je blanchotiano es ms bien elusivo a una caracterizacin, es por as decir, una sombra, penltima 26 Maurice Blanchot, El ltimo hombre, p. 9. 27 Ibid., p. 10. 28 Ibid., p. 40. 29 Georges Bataille, Este mundo en que morimos, en El ltimo hombre de Maurice Blanchot, pp. 99-110. 30 Maurice Blanchot, El ltimo hombre, p. 90. 31 Ibid., p. 94. 32 Ibid., p. 62. 33 Maurice Blanchot. Thomas el oscuro. Valencia: Pre-Tex- tos, 2002. 34 Ibid., p. 77. 35 Emmanuel Levinas, Ejercicios sobre la locura del da, en Sobre Maurice Blanchot. Madrid: Trotta, 2000, p. 82. 36 Maurice Blanchot, Thomas el oscuro, p. 65. 37 Carlos Gurmndez, Sentimientos bsicos de la vida huma- na. Madrid: Libertarias Prodgu, 1994, p. 21. 38 Karel Kosik, Haek and Kafka and the World of the grotesque, en The Crisis of Modernity. Essays and Observations from de 1968 Era, edited by James Satterwhite. USA: Rowman & Littleeld Publishers, 1995, pp. 80-81. La traduccin al espaol es de Eduardo Rabasa. 39 Guy de Maupassant, El miedo, en El horla y otros cuen- tos fantsticos. Madrid: Alianza, 2001, p. 32 y 37. 40 Zygmunt Bauman, Miedo lquido. La sociedad contempor- nea y sus temores. Barcelona: Paids, 2007, pp. 13-14. 321 MORIR DE MIEDO: SOBRE EL ABSURDO Y LO AMBIGUO EN LA LITERATURA 41 Roberto Esposito, Immunitas. Proteccin y negacin de la vida. Buenos Aires: Amorrortu, 2005. 42 Guy de Maupassant, El miedo, p. 38. BIBLIOGRAFA BATAILLE, Georges, Este mundo en que morimos, en Maurice Blanchot, El ltimo hombre. Madrid: Arena Libros, 2001, pp. 99-110. El culpable. Seguido de El aleluya. Madrid: Taurus, 1981. La experiencia interior. Seguida de mtodo de meditacin. Madrid: Taurus, 1984. 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STEINER, George, Una lectura bien hecha, en Vuelta, nm. 226, Mxico, 1995. 323 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO Mara Teresa Favela Fierro* [] sobre el cuerpo se encuentra el estigma de los sucesos pasados, de l nacen los deseos, los desfa- llecimientos y los errores: en l se entrelazan y de pronto se expre- san, pero tambin en l se desatan, entran el lucha, se borran unos a otros y continan su inagotable conicto. M. FOUCAULT HAGAMOS UNA DISTINCIN bsica. Lo primero que pensamos al observar aquellas obras de arte que representan al cuer- po humano como un espacio del miedo y como un objeto esttico es, como lo ha analizado Roman Ingarden, que * Investigadora, Centro Nacional de Investigacin, Documentacin e Informacin de Artes Plsticas, INBA. 324 MARA TERESA FAVELA FIERRO son cualidades emocionales como amenazante, dra- mtico o trgico; pero tambin existen cualidades, que en contraposicin, las encontramos como interesante, agudo, profundo, 1 slo por nombrar algunas. Podemos dividir estas cualidades emocionales en dos grupos principales: 1) las que son estticamente valio- sas en sentido positivo o negativo tanto en s mismas cuando aparecen en un objeto esttico como cuan- do se asocian con otras cualidades de esta clase. 2 A este respecto, Freud armaba que en el miedo la atencin est dirigida precisamente hacia un objeto; 2) despus, se encuentran las cualidades que en s mismas son neu- tras con respecto al valor esttico pero que adquieren ese valor cuando se presentan asociadas con otras cualida- des estticamente valiosas. 3 Para ilustrar esta situacin, Ingarden pone como ejemplo lo siguiente: si una persona est triste debido a una prdida dolorosa, ese sentimiento que se impone a la experiencia corriente es estticamente neutro. Pero el carcter de tristeza que surge de la msica de Chopin est provocado exclusivamente por medios musicales; 4 es decir, las imgenes provocarn una emocin de miedo de acuerdo con la relacin que se haga con una expe- riencia personal. De tal suerte que depender de qu parte de la obra nos afecta, ya sea por experiencias vividas a lo largo de nuestra vida, o bien desde dnde se encuentra el men- saje de la obra: grupo religioso, grupo social civil o del mismo artista. Entonces, cul es el propsito de la representacin del miedo en las artes plsticas, si es que existe? No es 325 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO que el miedo sea esttico, ni que la esttica provoque miedo por s, sino por su signicado intrnseco. El cuerpo es la substancia de la identidad humana, y a partir de la percepcin, de las capacidades del entendi- miento y de su voluntad interacta con los otros. De esta manera, la corporeidad es una totalidad; en el territorio del cuerpo todo es exterior e interior al mismo tiempo: la frontera es la piel. 5 De lo anterior, se desprende que el concepto que te- nemos del cuerpo crea diversas formas de poder, mani- pulacin y sugestin, y el hombre toma conciencia de ello y asume su cuerpo como una unidad. Resulta nece- sario referirnos a la concepcin que tenemos del cuerpo en general y de las representaciones que se hacen en este caso en el arte mexicano. Esta nocin no es la misma que el que pensamos, el que percibimos o el que presentamos. Por tal motivo, la condicin fsica est de- terminada por las condiciones histricas especcas en que se lleva a cabo, 6 y estas situaciones revelan que el miedo, como sentimiento, gusto y pensamiento colectivo e individual vara a lo largo del tiempo; es decir, se deses- tabiliza el orden acostumbrado y se ponen en evidencia las necesidades de nuevos modos de entendimiento y la aceptacin de la transgresin al cuerpo. Se reacciona con miedo, se connota afectivamente del objeto atemorizante y reemplazo del objeto por una imagen de ste cargado del sentimiento. A lo largo de la historia, se ha tomado al cuerpo como medida de belleza, atendiendo a la forma de connotarlo y de aduearse de ste. As, existen el cuerpo morboso, el cuerpo espiritual que abarcan el mstico, psicolgico o 326 MARA TERESA FAVELA FIERRO religioso, el cuerpo en el espejo, el cuerpo poltico, el cuerpo mercanca, el cuerpo fetiche, el cuerpo fragmen- tado o el cuerpo como simple pretexto para la creacin de territorios estticos. 7 Adems, se podra agregar el cuerpo ertico, el cuerpo torturado y el cuerpo enfermo de la carne o del alma.
A todos estos cuerpos les llamaremos cuerpo argu- mental, y ste se encuentra colmado de mensajes, con lenguajes simblicos aprehensibles al grupo religioso, social o del artista que los crea. I Dentro de un brevsimo recorrido que se har por el arte plstico mexicano desde el prehispnico hasta nues- tro das se abordan los diferentes propsitos que han guardado esos ncleos de fuerza religiosos, sociales y de los artistas; la manera en que fue concebido y trasmitido el miedo al observador y su nalidad. El arte azteca es esencialmente escultrico, ligado a la arquitectura, pero es ms tenebroso y lgubre que las otras artes prehispnicas. De formas mrbidas y vigoro- sas de apariencia naturalista, pero compleja como obje- to, y en sus concepciones simblicas, asombrosamente magnicente. Expresa elmente el mundo espiritual y fsico de un pueblo poltico, guerrero y religioso. Para el historiador Paul Westheim, los dioses son severos, horrendos y des- piadados, dioses sanguinarios, que comen corazones de los hombres y beben su sangre. Su mundo es a la vez 327 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO terrible y sublime, y no hay ninguna posibilidad de so- breponerse a l. 8 Gran parte de la temtica prehispnica gira alrededor de la muerte, y as, las ideas de temor y miedo predominan sobre las expresiones de belleza. Son representaciones de lo divino y lo trascendente, del mie- do a lo desconocido, del miedo a las fuerzas divinas o naturales. Un ejemplo de ello es la Coatlicue Mayor (cuerpo es- piritual demoniaco) (Ils.1) del periodo Posclsico Tardo. Es una gura de piedra volcnica, de complejidad abs- tracta, en la que se sintetizan diversos signicados. Es un sentimiento de terribilidad petricada: monstruosa, lo monstruoso monumentalizado hasta lo sublime. Una de las guras ms demoniacas del Olimpo azteca, diosa de la Tierra, representa el principio de la generacin primi- genia. En su seno se origin todo ser, todo lo que vive y respira, todo lo que tiene forma: los dioses, los hombres, los animales y las plantas, el sol, las estrellas Sus formas terribles impactan porque contienen sm- bolos que se traducen en muerte al modo occidental. Pero la imagen original, a juzgar por lo dibujos de los cdices y por las mltiples descripciones, debi de ser mucho peor. Segn las creencias aztecas, la peregrinacin del difun- to al reino de los muertos, el Mictln, duraba nueve tra- bajosos aos, a travs de los diferentes inernos (no fue ste otro purgatorio, como en el cristianismo?) y su representacin era el dios de la muerte, del inframundo, llamado Mictlantecuhtli (Clsico Tardo) (Il. 2) de la cul- tura Totonaca. 328 MARA TERESA FAVELA FIERRO II Tanto los conquistadores como los evangelizadores uti- lizaron los medios que ofreca el arte para difundir las doctrinas religiosas. Esa temtica religiosa dependi siempre de la iconografa catlica europea, inclinndose a los modelos alegoras, emblemas e imgenes que trajeron inicialmente esas personas; despus fueron los funcionarios eclesisticos y civiles, artistas y artesanos. El culto por la imgenes, tanto pictricas como escul- tricas de la Pasin de Cristo, se exacerb en la Nueva Espaa por un turbador sadismo hacia la sangre y los cuerpos martirizados al mezclarse con viejos atavismos de la culturas prehispnicas, y el dolor provocado por la agelacin resultaba demasiado exhibicionista. Todo el odio, convertido en violencia de las ms s- dicas, convierte al personaje de la obra Cristo azotado al pie de la columna (cuerpo espiritual o religioso) (Ils.3), pintada por Nicols Enrquez, 9 en un despojo humano. Su espalda carece de piel; los huesos se asoman como smbolo de dolor y muerte. No ser sino hasta el siglo XVIII que se represente como en la escultura annima titulada Cristo atado a la columna (cuerpo espiritual o religioso) (Il. 4), una cruen- ta gura completa, puesto que, con anterioridad, no se acostumbraba hacerlo por una sencilla razn: los indge- nas recordaran en la imagen de Jesucristo crucicado y herido, su antiguo culto a la sangre. Por otra parte, el temor a la condena eterna, pero so- bre todo el esforzarse en cumplir obligaciones protocola- rias de ritos sancionados por la iglesia y el Estado, hacan 329 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO del hecho de morir un acontecimiento memorable. Pero el inerno descrito por Dante no tuvo comparacin en Mesoamrica; por tal razn, el miedo a eternos tormen- tos aterroriz a los indgenas. Desde la visin grca, la estructura del universo cristiano es vertical: el cielo arri- ba, el inerno abajo, y el bajo mundo en medio. Con los aos se invent el purgatorio, para cancelar algn tipo de esperanza de salvacin a los pecadores. Las torturas de los condenados es una demostracin del mal, que oscila entre lo diablico, como en el mural pintado por Miguel Antonio Martnez Pocasangre, Un ngel escribe el nombre de los bienaventurados. Las torturas de los condenados (Il. 5), ubicado en el Santuario dedica- do a Jess de Nazaret en Atotonilco, Guanajuato. En l se muestran, cmo lo ha estudiado Elisa Garca Barragn, las dobles sendas por las que el alma deambula, seran vehculo ideal que redimira el lugar [] se representa a los opuestos universos, el celestial y el terrorco que es el inframundo. 10 En otro sitio del Santuario se encuentra el mural Un demonio escribe los nombres de los rprobos. Tortura de los condenados (IIS. 6); es una representacin del miedo al inerno que por siglos fue un argumento poderoso de la evangelizacin. Los diablos tenan cuerpos aterrorizan- tes; con ello lograron alterar a miles de creyentes. III En otro rubro, en el periodo llamado de la Escuela mexicana de pintura, escultura y grabado, destacaron 330 MARA TERESA FAVELA FIERRO tres artistas: Leopoldo Mndez, David Alfaro Siqueiros y Francisco Goitia. La produccin del grabado y la litografa tuvo un auge durante la creacin y consolidacin del Taller de Grca Popular. A esta agrupacin perteneci Leopoldo Mndez. Sus propsitos principales fueron sacar a ote en sus temas plsticos con un profundo dramatismo propaganda con denuncias sobre la situacin poltica, religiosa y social de nuestro pas, y en relacin con el resto del mundo. En el grabado en madera de este artista, llamado Lo que puede venir o Amenaza sobre Mxico (cuerpo poltico) (Il. 7), de 1945, resume una parte de la zozobra por la eminente amenaza fascista y sobre sus contemporneos. En primer plano, se encuentra el mismo Mndez pro- tegido por el nopal del escudo nacional, pero el guila que representa nuestra nacionalidad mexicana ago- niza ensartada en una cruz con cuatro navajas de guadaa, que consideramos que es la parte ms contundente de la composicin. Adems, la serpiente que en esta escena cambia por ser victimaria rob sus plumas, y se pre- para para escapar, con unas fauces colosales, y sta se enla para seguir la procesin que a su paso deja hogue- ras con personas sacricadas. La marcha est encabezada por fanticos con estandartes; se convierte en una la del ejrcito nazi que recibe, desde el fondo, la bendicin de jerarcas de la Iglesia catlica y se dirige a conquistar la Ciudad de Mxico. Otra denuncia poltica fue hecha por David Alfaro Si- queiros. A principios de 1937, el muralista fue a Espaa durante la Guerra civil y de esa experiencia surgi la pin- tura El eco del llanto, de 1937 (cuerpo poltico) (Ils.8). En 331 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO esta obra da vida a una de las ms dramticas premoni- ciones que un artista haya pintado. La gura del nio llorando tuvo su origen directamente en un documento fotogrco. La fuerza impresionante de la imagen transmite el miedo del infante de raza negra, y se reproduce como un eco, el cual lo ha repetido exactamente, pero cada vez ms engrandecido. La imagen-voz es una tragedia inminente y el nio se encuentra entre escombros que ha provocado la guerra. El tema de la Revolucin de 1910 fue captado pls- ticamente por varios artistas que participaron en ella. Este caso lo encontramos en Francisco Goitia, 11 en el leo Paisaje con ahorcados, sin fechar. (cuerpo espiritual o cuerpo religioso) (Ils.9). Los colgados estn secos por el sol, son ahora cadveres annimos. Exalta los estra- gos que estaba provocando la gesta revolucionaria y a l mismo como testigo, y sobre todo, de sus emociones y sentimientos atormentados: la miseria, lo tenebroso y, sobre todo, el dolor y el miedo que azotaban a los mili- tares y a la poblacin en general. No plasm lo social o lo militar de la lucha armada, sino el miedo a la muerte y al sufrimiento. Todo lo anterior tiene un antecedente en su fanatismo religioso, ya que Goitia perteneci a la Orden de los Ter- ciarios Franciscanos. Otra pintura que impacta y transmite el miedo de su autor es La bruja, de 1916 (cuerpo espiritual o religioso) (Il. 10), de un profundo vigor; ms que un rostro hu- mano, es la calavera en la que apenas se distinguen sus facciones; en los ojos y en su boca encontramos un peli- 332 MARA TERESA FAVELA FIERRO gro, un miedo, un pavor, emite un gemido profundo, parece que lo escuchamos implorando piedad; es la des- gracia de una alma atormentada como la de Goitia. IV El atvico miedo que ha sentido el ser humano ante el universo ha sido representado por Runo Tamayo en Terror csmico, de 1954 (cuerpo espiritual y espejo) (Il. 11). El artista se ha sentido innitamente solo en l, y ese aturdimiento del pnico ante lo desconocido lo plasm con formas que adquieren violencia y expresan esa cons- ternacin. Deca Tamayo que el hombre es el centro de mi pintura y entre el cielo y la tierra est el hombre con su ansia de innito. Por lo tanto, el hombre es nito y alberga un miedo a lo desconocido que es la muerte. V El hecho de estar consciente del sufrimiento propio fue un tema recurrente en la produccin plstica de Frida Kahlo. Represent al cuerpo femenino normalmente el suyo sufriendo de dolores fsicos o de muerte real. Ella insista en que nosotros, los espectadores de sus pin- turas, tuviramos en cuenta y estuviramos actualizados de sus nuevas enfermedades. En la pieza Unos cuantos piquetitos, de 1935 (cuerpo psicolgico) (Il. 12), estuvo inspirada en un reportaje periodstico. El hecho fue que ante el juez, el asesino re- 333 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO clam no haber propinado a la mujer 20 pualadas, sino slo unos cuantos piquetitos. La vctima se desangr a manos del macho que vesta un sombrero, al parecer, un proxeneta. La sangre no slo se encuentra representada sobre la tela sino se extiende al marco de madera, y adems ste tiene verdaderas huellas de incisiones inferidas por Frida. Llama la atencin el contraste de un hecho violento con la presencia de las palomas y el tono rosa de la pared. Po- siblemente surgi este tema porque en 1934 Frida estu- vo hospitalizada tres veces por una apendicetoma y por el mal estado del pie derecho y, al mismo tiempo, Rivera haba comenzado una aventura con Cristina, hermana de Frida. Pero tambin el sufrimiento ajeno es un hecho que ha llamado la atencin de artistas como el fotgrafo Manuel lvarez Bravo, quien en su obra Obrero en huelga asesinado, de 1934 (cuerpo poltico y espiritual) (Il. 13), capt con su lente a la gente, su trabajo, el paisaje, la religin, y en este caso, la presencia de la muerte. En este ltimo tema, se entrecruza, como lo asevera Judith Gmez del Campo, el registro de una imagen de la realidad inmediata con la mayor fuerza expresiva del arte. 12 Esta fotografa la capt en Tehuantepec mientras trabajaba en el proyecto de su primero y nico largometraje. Cinco aos ms tarde, An- dr Bretn opinara que con esta foto lvarez Bravo haba elevado su arte a lo que Baudelaire llam estilo eterno. Del indicio deformador de una gran violencia y sta fue sistemticamente dirigida hacia la corporeidad, entonces, surgen dos violencias: la de la muerte y la de la sociedad. Y nos preguntamos: qu sucedi con este jo- 334 MARA TERESA FAVELA FIERRO ven desconocido? Ya nada ms uye en este hombre, est mudo y cerrado en s, mxime si tiene los ojos cerrados. Ahora el cuerpo est vencido, apaciguado, convirtindo- se, nalmente, en un objeto quieto. El cuerpo victimado, sacricado, disolvi la identidad corporal. De acuerdo con Roland Barthes, las fotografas trauma- tizantes, como incendios, naufragios, catstrofes, muertes violentas que estn captadas en vivo, son aquellas sobre las cuales no hay ms que decir. 13 VI El gusto por posesionarse, por interpretar y por rein- ventar el sentido universal del mito en una obra de arte ha sido practicado por diferentes artistas alrededor del mundo y en diferentes pocas. En el caso de Arturo Rivera, se sirvi de Marsas el desollado, de 1987 (cuer- po espejo, cuerpo fetiche y cuerpo fragmentado) (Il. 14) para llevar a cabo su interpretacin. Se aventura a pintar la belleza de lo terrible y su fas- cinacin por la muerte. El personaje tiene el rostro de un mstico espaol de la poca Barroca, que bien podra ser el autorretrato del artista. Mutilado de una parte de la pierna y del brazo, termina en un corte que tal parecera a la de una escultura ms que a un cuerpo humano. El mismo hombre se encuentra parcialmente representado atrs, con un lienzo blanco cubriendo la que corresponde a la cabeza. A la derecha, se encuentra un animal desollado. Una extraa maquinaria en forma de embudo y una taza de bao complementan la composicin del lado izquier- 335 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO do. La atmsfera de la morgue es de una tremenda y apabullante soledad que coadyuva a, que sea una obra inslita que rompe con las representaciones conocidas de Marsas. Arturo Rivera la ha transgurado en su psique. En la mitologa griega nos encontramos que se le considera como un fauno que desa al dios Apolo en un concurso de auta. Apolo, despus de haberlo vencido, le at a un olivo y lo desoll vivo; en la representacin de los sti- ros, la liebre era su emblema ms fuerte. 14
Con esa misma obsesin por la representacin de la muerte, aquella que se encuentra en la morgue, Martha Pacheco pint una serie que llam Los muertos, de 1995- 1996 (cuerpo indecente o morboso, fetiche, violentado y agredido) (Il. 15 y 16). Los cuerpos desnudos, frescos, chorreando sangre, o cosidos como un costal, son de un realismo conceptual. En una entrevista que concedi la artista, arm que utilizo a los modelos perfectos, los que no se mueven, los que adems nadie reclama, los que estn en el Servicio mexicano forense. 15 Toda la declaracin anterior hizo que Pacheco nos aterrara, nos provocara un miedo inusitado. Cmo puede pensar as, con tal desenfado de un cadver, y ms an, ser un tema de representacin en su expresin plstica? Creemos que la respuesta es que un arte de cho- que, de catarsis, marca profundamente nuestra psique, y sta no olvidar tan fcilmente esas imgenes tan im- pactantes, y precisamente ese es su propsito. Por ms que tengamos la intencin de describir sus obras, las palabras salen sobrando: qu se puede decir de un cadver? Se puede decir mucho sobre una autop- 336 MARA TERESA FAVELA FIERRO sia, en cuanto a las formas de muerte, las condiciones, las circunstancias El inters de esta artista radica en mostrar la imagen clara, aunque exista una deformacin que se da en la vista. Ella explica cmo es el proceso de sus pinturas al armar que manipulo un poco la foto antes de trabajar- la, y al hacerlo ya salen distorsiones o limitaciones de la mano, que a veces en fotografa es ms exacto. 16 Otros artistas preeren recurrir al performance para representar la transgresin de los principios morales y ticos. A veces sus eventos efmeros resultan ldicos; en otros, nos invade el miedo ante la situacin inverosmil. Csar Martnez plasma, en Madre naturaleza, de 2000 (cuerpo morboso y cuerpo fetiche) (Il. 17), una escul- tura con formas de hombres, inable y desinable para mostrar qu tan efmera es la carne y la existencia del ser humano; adems, describe una condicin social, cultu- ral y biolgica. Otra derivacin de la produccin plstica de Csar Martnez son las gelatinas corporales comesti- bles de sabor durazno. En Escultura como forma huma- na, de 1996 (cuerpo indecente, cuerpo morboso, cuer- po fetiche y cuerpo fragmentado) (Il. 18), supone una participacin por parte del pblico para la conclusin del objetivo que tiene la obra. A su modo de ver, Itzel Vargas lo considera como un rito sacrlego, los cdigos son reelaborados e interpretados por el artista como cr- tica ritual del sistema. 17 Martnez comparte su cuerpo simblicamente entre los asistentes como en la ltima Cena, donde el cuerpo espiritual de Cristo fue repartido entre los hombres, y podemos concluir que resulta ser una especie de antropofagia. 337 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO Al igual que Csar Martnez, Javier Marn encuentra en el cuerpo humano motivos de reexin. Sus preocu- paciones existenciales y sus intenciones erticas salen a ote en Cuerpos suspendidos, de 1996 (cuerpo morboso, cuerpo ertico y cuerpo espiritual) (Il.19), as como las dudas, las falsas esperanzas y las inestabilidades de una sociedad decadente. En las supercies inacabadas, ras- posas y erosionadas de los cuerpos de sus hombres, permean los sufrimientos desgarradores; en los rostros, deja percibir un leve destello de deseo y de vida, o ms bien diramos, un ltimo hlito de existencia que lleva a la muerte. La posicin de sus pies alude a la tortura de Cristo cuando fueron clavados en la cruz. Los seres hu- manos se encuentran suspendidos por cordones que semejan tteres, y estn fragmentados y ensamblados con engobes con el propsito de acentuar el estado de deterioro de sus cuerpos. Por ltimo, el escultor Reynaldo Velzquez invita y provoca al espectador a reexiones y sentimientos que remiten a la realidad fuera del objeto. En la pieza Inessesis, sin fechar (cuerpo fetiche y espiritual) (Il. 20), su perso- naje est en una posicin forzada e inslita, si no es que violenta, con un sentido trgico, que remite a un mundo extravagante y a veces terrible. Cuando construye su ob- jeto esttico, y de acuerdo con Jorge Alberto Manrique, nos hace enfrentarnos a esa otra parte de nosotros a la que accedemos por la fuerza de estas formas. 18 338 MARA TERESA FAVELA FIERRO VII Las constantes en las obras que fueron analizadas es que muestran la miseria, la deformidad, la muerte, el abando- no, la soledad, el dolor, la amenaza, la incertidumbre, no solamente del cuerpo material, sino tambin del cuerpo interior del ser humano. De esas interpretaciones que cada artista hizo en su poca han elevado el miedo a la categora de arte. Los cuerpos se han transformado en escenarios de miedo al miedo, porque se puede temer a objetos o a contextos del mundo circundante.
339 EL CUERPO COMO TERRITORIO DEL MIEDO Y COMO OBJETO ESTTICO NOTAS 1 Roman Ingarden, Valor artstico y valor esttico en Ha- rold Osborne, Esttica. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1976, p. 93. 2 Ibid., p. 94. 3 Idem. 4 Idem. 5 Getseman Barajas, El cuerpo transgredido. Atentamente todas, en Solario, nm. 12, Mxico, mayo-junio, 2007. 6 Kim Edgardo Ganado, Transgresiones del cuerpo en el catlogo de la exposicin Transgresiones del cuerpo. Arte con- temporneo de Mxico. Mxico: Museo de Arte Contempor- neo Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil / INBA, 1997, p. 13. 7 Gonzalo Velez, Ttem y tab en los tiempos del des- encanto, en el catlogo de la exposicin Transgresiones del cuerpo. Arte contemporneo de Mxico. Mxico: Museo de Arte Contemporneo Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil / INBA, 1997, p. 41. 8 Paul Westheim, Arte antiguo de Mxico. Mxico: Era, 1970, p. 82. 9 El nico dato que se tiene de Nicols Enrquez es que estuvo activo entre 1730 y 1780. 10 Elisa Garca Barragn, Senderos celestiales del barroco. Mxico: Direccin General de Publicaciones / Conaculta (Co- leccin de Arte), 2003, p. 26. 11 Vid., Mara Teresa Favela Fierro, Francisco Goitia. Pintor del alma del pueblo mexicano. Mxico: Fondo Editorial de la Plstica Mexicana, 2000. 12 Judith Gmez del Campo, La coleccin de fotografas de Manuel lvarez Bravo en La coleccin del INBA. Mxico: Landucci / Conaculta / INBA, 2006, p. 180. 13 Roland Barthes, Le message photographique en Comu- nication, nm. 1, Pars, 1961, p. 199. 340 MARA TERESA FAVELA FIERRO 14 Jos Antonio Prez-Rioja, Diccionario de smbolos y mitos. Madrid: Tecnos, 1997, pp. 292, 381. 15 Marcela Machuca Garca, Encuentro con el Arte/ Mar- tha Pacheco: La obsesin por la muerte. (Viva), en El Norte, Mxico, 12 de octubre, 1996. 16 Ricardo Ibarra, Martha Pacheco, muy personal, en La Gaceta, Mxico, 19 de junio, 2006. 17 Itzel Vargas, Disertaciones sobre el sentido de la prcti- ca escultrica. Del geometrismo a los discursos actuales, en Escultura mexicana. De la Academia a la instalacin. Mxico: Amrico Arte / Conaculta / INBA / Landucci, 2001, p. 350. 18 Jorge Alberto Manrique, Reynaldo Velzquez: ms all de la escultura, en Revista de la Universidad de Mxico, nm. 515, Mxico, UNAM, diciembre, 1993, p. 35. BIBLIOGRAFA BARTHES, Roland, Le message photographique en Comunica- tion, nm. 1, Pars, 1961. FAVELA FIERRO, Mara T., Francisco Goitia. Pintor del alma del pueblo mexicano. Mxico: Fondo Editorial de la Plstica Mexicana, 2000. GANADO, Kim Edgardo, Transgresiones del cuerpo en el catlogo de la exposicin Transgresiones del cuerpo. Arte contempo- rneo de Mxico. Mxico: Museo de Arte Contemporneo Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil / INBA, 1997. 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As la Santa Muer- te nos mira implacable desde su vitrina. Cada primero de mes en el barrio de Tepi- to, miles de devotos se renen para rezar juntos a su Santa, no reconocida por la iglesia catlica * Socilogo y periodista francs. Vive en Mxico desde hace varios aos y ha dedicado su esfuerzo a desentraar el culto a la Santa Muerte en el barrio de Tepito. 344 FRDRIC SALIBA As comienza un reportaje en la radio 1 hecho por la pe- riodista Vernica Basurto, quien me ayud a descubrir en 2006 el culto de la Santa Muerte en Tepito. Esta in- vestigacin sigue en proceso y representa la visin de un socilogo y periodista extranjero sobre este fenmeno re- ligioso. Desde hace un ao, trabajo en la preparacin de un documental sobre la vida de la guardiana de la Santa Muerte en Tepito y la historia de su sincretismo como un fenmeno social en el barrio bravo del Distrito Federal. El proyecto est en proceso de produccin. Visit varios altares de la Santa Muerte en el DF, en Puebla, en Oaxaca y en el norte del pas, pero centrar en mi documental la historia y la vida de Enriqueta Romero Romero, a quien vieron en el corto. Doa Queta, como la llaman los devotos. En un estudio de campo, el socilogo difcilmente puede ocultar el anlisis de los efectos de la situacin analizada sobre s mismo. Estos efectos provocan resis- tencias propias que afectan la produccin de conoci- miento. Este trabajo de socioanlisis es denido por el socilogo francs Pierre Bourdieu 2 como trabajo de reexibilidad. Aunque la visin de la muerte de los latinos es menos dramtica o ms humorista que la visin de los euro- peos, todos tenemos miedo de morir. Miedo de no sa- ber exactamente lo que nos espera del otro lado. La conciencia de vivir implica la conciencia de que nuestra existencia tiene un nal anunciado. La muerte es una de las metforas o alegoras del miedo; es el miedo al mas all, a la desaparicin, a la hora de la verdad. Para el comn de los hombres, encontrarse con el nal de su 345 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL ciclo de vida provoca miedo. De hecho, pese a que la presencia de la muerte es comn, tratamos de huir de sta, de su inujo. El antroplogo Louis Vincent Thomas, 3 especialista en cultura africana, compar los efectos de la cultura sobre el respeto que la gente tiene a la muerte. Este in- vestigador distingue las sociedades que dan a la muerte un lugar en su manera de vivir de las que, como en Oc- cidente, orientadas fundamentalmente hacia la compe- tencia y la bsqueda de ganancia, la expulsan, la niegan o la esconden, porque la muerte es vivida como la prueba de un fracaso o de lo absurdo. En el Mxico de hoy, la idea de la muerte es una rea- lidad ominipresente por el papel de los medios y la rele- vancia que se ha dado al combate contra el narcotrco. A diario, los medios de comunicacin destacan estadsticas altas de muerte por violencia. En el ao 2008 sumaron de 5 300 decesos; y en los primeros meses de 2009, ese nmero ya haba rebasado las mil defunciones. Adems de las victimas inocentes en esta lucha, tambin acecha la muerte asociada a la pobreza, la miseria y las enferme- dades, que pesan sobre millones de personas altamente vulnerables. Un fenmeno social que est cobrando importancia en la cultura popular del Mxico de hoy es la devocin a la Santa Muerte; este culto se ha calicado de extrao o de satnico por muchos y ha sido condenado por la iglesia tradicional. El culto a la muerte naci en la era prehispnica. Pero el fenmeno religioso que se est de- sarrollando en el pas es un sincretismo, pasado ya por el tamiz de la colonizacin. Es el culto a una imagen 346 FRDRIC SALIBA nica, con un simbolismo que analizar ms adelante. Clandestino durante un tiempo indenido, el culto a la Santa Muerte es pblico desde hace siete aos en Tepito, el barrio bravo de Mxico, en el que se ha erigido un altar y lugares en donde se reza y se siguen diversos ri- tuales. De la misma forma, tambin se pueden observar altares en calles de Zacatecas e Hidalgo. Las estimaciones hechas sobre los seguidores de este culto son limitadas. Se dice que rene actualmente a dos millones de devotos a lo largo del pas. Solamente en el Distrito Federal, exis- ten alrededor de 800 altares dedicados a la Santa Muerte. Este culto popular crece cotidianamente. Los devotos consideran su imagen de la muerte como a una Santa, a la que otorgan ofrendas: puros, veladoras, chocolate, ores, entre otros objetos. Para los devotos, esta imagen tiene la virtud de hacer milagros y proporcionar proteccin a quienes la piden con fervor. Las entrevistas que he realizado y las investigaciones sobre este fenmeno social revelan que los devotos consideran la Santa Muer- te como justiciera vengadora y provoca el miedo por ser respetada. Frente a un fenmeno religioso creciente, algunas de las preguntas que surgen son: quines son los devotos y por qu los creyentes catlicos son al mismo tiempo eles a la Santa Muerte, una prctica no reconocida por la iglesia tradicional? Por qu este culto naci en Tepito, el barrio bravo del Distrito Federal? Ser que este culto popular a la Muerte, exhumado del pasado colonial, es una alegora que simboliza en la sociedad postmoderna la reverencia al miedo al presente y al futuro? 347 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL El estudio de campo realizado para el documental en proceso, y que aqu se comenta, asocia la historia de la guardiana de la Santa Muerte en Tepito, su biografa, a la explicacin del culto. El simbolismo de ste y de su fun- cin social 4 en el Mxico de hoy atestiguan una prdida de credibilidad en la religin catlica frente a una coti- dianidad hecha de robo, violencia, prostitucin, o tan slo el miedo de sufrir una muerte inesperada. Ser que la fe en la Santa Muerte ocupa una funcin social en el Mxico de hoy, regulando los actos y la mo- ral de los mexicanos de las clases que se han sumado al orden de los informales, los que ya no estn autorrepre- sentados en la ley?
HERENCIA SOCIOLGICA La sociologa de las religiones estudia el fenmeno de la fe y las creencias colectivas. As, los mtodos de investi- gacin de dos clsicos de la sociologa, mile Durkheim 5
o Max Weber, 6 nos ayudan a entender la funcin del culto de la Santa Muerte en la sociedad mexicana, en la que la violencia del crimen organizado crece y ha desbordado los lmites conocidos. mile Durkheim estudi las variables que explican la cohesin de las sociedades modernas. Para l, la fe o la religin son una especie de denominador comn extra- polable a todas las sociedades. Los individuos perciben la existencia de una fuerza ms poderosa que sus pro- pias individualidades. Esa fuerza es la dimensin social a la que los individuos atribuyen un rostro sobrenatural. 348 FRDRIC SALIBA Esto les conduce a expresarse religiosamente de manera colectiva, externando a su vez un poder simblico. La religin sera as la expresin de la conciencia colectiva, o si se quiere, la fusin de nuestras conciencias indivi- duales en un ritual colectivo. En su obra Formas elementales de vida religiosa, 7
Durkheim dene la religin en los trminos siguientes: Una religin es un sistema solidario de creencias y de prcticas referidas a las cosas sagradas, es decir, separadas, interdictas, creencias y prcticas que unen en una misma comunidad moral llamada Iglesia, a todos los que se ad- hieren a ella. Esta denicin es de tipo funcional, en el sentido que explica el papel de la religin en la vida social, esencialmente como unicadora de los grupos sociales. Para Durkheim, la religin tiene una funcin de in- tegracin social por la participacin de los individuos en un ritual colectivo y en una creencia comn. La uti- lizacin de su modelo en el estudio del culto a la Santa Muerte nos permite asegurar que sta es una visin de la condicin humana a la que los devotos atribuyen un rostro sobrenatural y al mismo tiempo esta creencia les permite comprender lo que en trminos acadmicos se denomina anomia social, en breve, la destruccin del lazo social que une un individuo con la sociedad derivada de la prdida de valores comunes y, en ltima instan- cia, del sentido de la vida. Esta destruccin puede orillar incluso al suicidio a los individuos. 8
En este sentido, el culto es la expresin de la concien- cia colectiva de una clase de individuos para quienes la Santa Muerte tiene una funcin simblica de unir por medio de un lazo social libremente elegido. Es posible 349 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL que la Santa Muerte permita a los devotos superar juntos el miedo de morir? La Santa Muerte ayuda a los devotos a aceptar los miedos de la vida? Para el socilogo alemn Max Weber, un grupo reli- gioso o un individuo est sujeto a mltiples inuencias, pero si pretende actuar en nombre de una creencia reli- giosa, se debe entender su accin primeramente desde el punto de vista religioso en s mismo. Para Weber, la religin construye la representacin que un individuo se hace del mundo donde vive. En su libro La tica pro- testante y el espritu del capitalismo, 9 Weber relaciona el desarrollo del capitalismo con la cultura religiosa. As, la representacin religiosa afecta a su vez la percepcin de los intereses de un individuo o de una comunidad y en denitiva el curso de sus acciones. Para Weber, los valores religiosos orientan los comportamientos cotidia- nos de los actores sociales (comportamientos econmi- cos, sociales, culturales). Algunas formas de prcticas religiosas ms afectivas pueden ser, por ejemplo, la resis- tencia a la racionalizacin del mundo. Para l, la raciona- lizacin del mundo es un movimiento ineluctable, y al mismo tiempo, un movimiento de desencanto del mun- do en el sentido del uso de lo mgico y lo sobrenatural para imponer un cierto tipo de racionalidad. Si seguimos su mtodo para estudiar el fenmeno en cuestin, vemos cmo la fe en la Santa Muerte puede conciliarse con la imperfeccin del mundo creado por Dios. El estudio de campo y las entrevistas a los devotos revelan que, en trminos prcticos, la mayora necesita comprender por qu viven en condiciones de existencia en las que hay injusticia y violencia. Un mundo en el que 350 FRDRIC SALIBA la muerte est en acecho de manera cotidiana, directa o indirectamente. Max Weber distingue los aspectos emocionales, irracio- nales entonces, de las conductas sociales, de los aspectos tradicionales y racionales legales. Esta tipologa ensea el desencanto del mundo en la modernidad y acta como rechazo a las exigencias emocionales o tradicionales de las conductas. Asimismo, la cultura de la racionalidad ma- terial en la que vivimos busca eliminar estas expresiones irracionales que aparecen en los individuos marginales y dan de ese modo un sentido a su vida. Utilizando el enfoque de Weber para estudiar al culto de la Santa Muerte, vemos que ste puede tener inuencia sobre aspectos de la vida social como la identidad del gru- po social. Se observa tambin cmo el culto inuye en su manera de actuar, de percibir su vida. Cmo inuye en sus reglas morales o sociales, pero tambin en la visin del mundo donde viven. A travs del culto de la Santa Muer- te, se descubre la voluntad de los devotos de romper con el movimiento de racionalizacin del mundo. As, la Santa Muerte puede ser estudiada con el enfo- que de una confrontacin de identidad y de un esquema de valores para los discriminados u olvidados de la so- ciedad mexicana. El socilogo francs Yves Lambert 10 propone una de- nicin de la religin y de la fe que se basa en tres crite- rios: el primer criterio dene a la religin por su nfasis en la creencia de la existencia de una realidad que va ms all de la realidad emprica, es decir ms all de los lmi- tes objetivos de la naturaleza del ser humano, tales como son concebidos por la ciencia. El segundo criterio agrega 351 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL al primero que la religin forma un lazo entre la exis- tencia del ser humano con una realidad supra-emprica por intermedio de medios simblicos como los rosarios, oraciones u ofrendas. El tercer criterio dene la religin, con sus formas rituales colectivas, como un sistema de creencias y prcticas con respecto a realidades supra-em- pricas relativas al ser humano por medios simblicos, lo que da forma a comunidades de devotos. A partir de una profunda investigacin sobre la reali- dad francesa, Yves Lambert muestra que, al igual que en otras sociedades modernas, la religin ocial tiene una importante cada, y al contrario, el creer sigue activo y se desarrolla en los mrgenes de lo instituido por las religiones ociales. Danile Hervieux-Lger 11 es parte de los socilogos 12
que reexionaron sobre la cuestin de la conservacin de lo religioso en un contexto de laicizacin propia de la mo- dernidad occidental. Sus anlisis se apoyan en estudios sobre los nuevos movimientos religiosos. Esta investi- gadora pone en cuestin el principio desarrollado por los socilogos clsicos, quienes ven la modernidad caracteri- zada por un descenso de lo religioso y lo espiritual. As, nuevos movimientos religiosos aparecen en Fran- cia despus de la poca de los treinta gloriosos* con el desarrollo de una forma de vida en la que se increment * Etapa de auge econmico de los pases europeos, entre 1945 y 1973. La expresin se debe a Jean Fourasti, quien tom la expre- sin de las jornadas de julio de 1830 en las que se derroc a Carlos X de Francia. (Nota del editor) 352 FRDRIC SALIBA el tiempo libre, el consumo y tuvieron su expansin las formas y concepciones de vida individualistas. Estas nuevas manifestaciones atestiguan una nueva relacin con la religin. En la concepcin individualista, cada uno establece una cierta relacin particular con la religin y las creencias que implica. Las sociedades ac- tuales, sometidas al riesgo y a la incertidumbre, instituyen la exigencia de las creencias y de los rituales individua- listas incluso fuera de las normas establecidas, pero al mismo tiempo resultan muy integradoras. Si el motivo de la religin es dar sentido a la vida cotidiana, aqulla se confronta con la tristeza, con los problemas de a diario. Cada uno busca un sentido, su propia relacin con lo sa- grado chapuceando (en francs: en bricolant, segn la terminologa de Claude Levi-Strauss). LA GUA Soy devota de la Santa Muerte hace 48 aos. Ella lleg a mi casa por un hijo que me la re- gal hace ms de siete aos. La saqu a la calle un 31 de octubre, al lado de mi departamento de la calle Alfarera en la colonia Morelos. Lo hice a las 12 de la noche porque vena el da primero que es el da de los muertos. La gente empez a llegar a dejarle ores, veladoras Enriqueta Romero, guardiana de la Santa Muerte, mejor conocida como Doa Queta. En 2001, esta comerciante de 62 aos fue la primera en hacer pblico el culto a la Santa Muerte en Tepito, el 353 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL barrio bravo del Distrito Federal. Ella cree en la Santa Muerte desde su infancia. Tena una pequea imagen, impresa sobre papel, regalo de su ta, mucho antes de que uno de sus siete hijos le regalara una estatua de cera de tamao humano. En la versin de su historia, el acto de exponer a la Santa Muerte fue espontneo. Segn este relato, ella puso la gura en la calle y los devotos empe- zaron a depositar ofrendas de manera espontnea. Al sa- car esta gura de cera de la clandestinidad, doa Queta se ha convertido en la guardiana de la Santa Muerte, en uno de los lugares ms violentos de la Ciudad Mxico. Siete aos despus, cientos de devotos vienen a rezarle y depositan ofrendas cada da. EL LUGAR La capilla de la Santa Muerte mide alrededor de cuatro metros cuadrados. Est ubicada al lado de la vivienda de doa Queta. Del lado derecho hay una vitrina donde est la imagen de altura humana, vestida con una t- nica de color blanco, o rosa, o verde, atuendo que se cambia cada mes. Alrededor, hay veladoras, pinturas y guras con su egie. Abajo del altar hay ofrendas: ores, bebidas alcohlicas, pan, frutas, tabaco, marihuana Del lado izquierdo, hay una tiendita en la que se venden ofrendas, estatuas y libros sobre el culto. Existen otros 800 altares en la capital, miles en el pas. El altar de doa Queta es el ms antiguo y el ms impor- tante de la capital. Cada mes, miles de devotos se renen en el rosario organizado por doa Queta, la guardiana. 354 FRDRIC SALIBA LOS ORGENES DEL CULTO Nadie sabe con exactitud cundo naci el culto a la Santa Muerte. El hecho de que este culto fuera clandestino du- rante aos hace que haya una polmica sobre su historia y sus orgenes. Algunos investigadores dicen que tiene 60 aos; otros que existi desde hace siglos. Lo seguro es que en casi todas las antiguas culturas prehispnicas haba un culto a la muerte (olmecas, mayas, toltecas, otomies, totonacas, mixtecos, aztecas). Tenan la cos- tumbre de concebir a la muerte como un ciclo necesario representado en guras humanas descarnadas. Para los Aztecas, exista un lugar bajo tierra llamado Mictln, adonde iban las almas de los muertos. Este in- framundo estaba gobernado por una pareja de dioses de la muerte, Mictecachuatl y Mictlantecuhtli, quienes eran representados por crneos humanos. Los muertos tenan que pasar varios obstculos para llegar con ofrendas a presentarse frente de los dueos del inframundo. Mic- tecachuatl y Mictlantecuhtli eran evocados tambin por los vivos para pedirles favores. Tenan su templo, llama- do Tlalxico, en la Ciudad de Mxico Tenochtitlan. La Santa Muerte tiene sus orgenes en estas creencias prehispnicas, pasadas por el tamiz de la colonizacin y de la modernidad. La imagen de la muerte exista en la poca medieval en Europa. Entre los siglos XIV y XVI, haba un culto de la muerte como ngel de Dios, quien vena a buscar a los que iban a morir. La Muerte se sim- bolizaba con una tnica larga y guadaa. Esta imagen desapareci con los aos, pero en la actualidad es su imagen ms comn. 355 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL La colonizacin espaola en Mxico cambi el mundo antiguo con la imposicin de la religin cristiana. Pero si los dioses prehispnicos desaparecieron visualmente, no desaparecieron de la mente del mexicano. Se escondie- ron bajo los cultos catlicos. Algunas imgenes no des- aparecieron. En Chiapas, por ejemplo, qued la fe en un esqueleto de madera que representa al de San Pascualito, quien va por los humanos despus de su muerte. La me- moria colectiva del mexicano hace que su cultura haya mantenido una representacin de la muerte, ligada a su pasado prehispnico. Todava en el Mxico de hoy se co- necta el mundo de los familiares fallecidos con el mundo de los vivos para convivir juntos. Un ejemplo de esta mezcla espiritual es el Da de Muertos, que conjunta rituales y ofrendas prehispni- cos, coloniales, propios de Amrica y Mxico con los europeos: calaveritas de azcar o de chocolate, alimen- tos, dulces o veladoras... Estos smbolos estn presentes tambin en el arte mexicano. Al nal del siglo XIX, Jos Guadalupe Posada cre a la popular Catrina, que pro- pag la imagen de la calavera y el esqueleto con atuendos caractersticos de su poca y en actividades de los vivos; se ha fusionado as el arte popular de la muerte con las expresiones artsticas propias de la alta cultura. En el Mxico colonial, la primera noticia del culto de la Santa Muerte viene de Zacatecas. Los mineros rezaban a la Santa Muerte para que ella los protegiera en su peli- groso trabajo. Desde la independencia de Mxico, el cul- to a la muerte se mantuvo vigente de manera clandestina hasta nuestro siglo.
356 FRDRIC SALIBA Para otros investigadores, el culto lleg a Mxico con los primeros esclavos africanos que poblaron Cuba, Ja- maica, Puerto Rico y Brasil. Para estos estudiosos, el ori- gen de la Santa Muerte est en la Santera, en la divinidad Oya, diosa de la centellas, los temporales y los vientos. O tambin Yewa. Podra ser que la devocin a la Santa Muerte se fuera construyendo a partir de un sincretismo religioso que entreteji las creencias y los rituales prehispnicos y el culto catlico con algunos elementos de la santera. Lo cierto es que la imagen de la muerte constituye para los mexicanos un smbolo colectivo de representacin so- cial conectada a una realidad histrica comn. La cultura mexicana ha mantenido esta relacin ntima y reveren- te por la muerte. Despus de aos de clandestinidad, el culto a la Santa Muerte es pblico. En su libro La Santa Muerte, biografa y culto, 13 Juan Ambrosio habla de tres guardianas de la Santa Muerte, quienes fueron las primeras en hacer pblico el culto. La primera es una indgena Otom de 80 aos de Tepate- pec, en el Estado de Hidalgo (San Bernardo). La segunda, doa Nati, tiene 72 aos y vive en el Estado de Zacatecas, en el municipio de Sombrerete. A 167 km de la capital del estado, doa Nati resguarda el culto de la Santa Muer- te y del santo Entierro en las minas de Zacatecas. Doa Queta en el DF es la tercera. Las tres sacaron el culto de la clandestinidad casi en la misma poca. 357 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL LOS SMBOLOS Y SUS SIGNIFICADOS La gura de la Santa Muerte se representa como la ima- gen descarnada de una mujer. El hecho de que la muerte sea un esqueleto tiene una fuerza simblica enorme para el ser humano, debido principalmente a la expresin de los restos humanos como vivientes. Su gnero ilustra tambin el papel predominante de la mujer en una socie- dad matriarcal como Mxico. Las mujeres en la sociedad mexicana representan las gerentes, las protectoras de la unidad familiar. Su papel es el de cuidar y proteger sin juzgar. As, la mujer es funcional para su grupo social. De la misma manera que la virgen de Guadalupe es pro- tectora y dadora incondicional. EL VESTIDO. Del tamao de una persona, la Santa Muer- te est vestida con una tnica larga que la cubre de la cabeza a los pies. Esta tnica puede ser de varios colo- res: blanco, rojo, hueso, verde, dorado o negro. Cada color tiene un signicado: el dorado para lo econmico; el hueso para la paz y la armona; el rojo para el amor; el blanco indica la puricacin, limpia las energas nega- tivas; el verde para la resolucin de problemas legales o de justicia; el negro para la proteccin total de la casa o del negocio contra la magia negra. La tnica representa tambin la forma en que ocultamos nuestra verdadera apariencia, as como el ser humano oculta el interior de su cuerpo con su carne. LA GUADAA. Este instrumento de labranza infunde el miedo a la mayora de la gente. Es el instrumento de la 358 FRDRIC SALIBA muerte. Signica tambin el ciclo de la vida, iniciado al nacer y que se cierra con la muerte implacable. La guadaa es una alegora de la ley universal de la vida en un sentido de equidad y de justicia. Todos caen al nal bajo su lo. EL MUNDO. La Santa Muerte sostiene al mundo sobre la palma de la mano izquierda. Esto signica que la Santa Muerte no tiene fronteras ni lmites fsicos, de raza o de estatus social. No hay diferencias para la Santa Muerte entre los hombres que viven sobre la tierra en cualquier lugar. Todo es su reino. LA BALANZA. Es una alusin a la equidad o a la imparcia- lidad con que la Santa juzga los actos de los humanos. Una forma de justicia divina. En esta lgica simblica, la muerte no distingue edad, sexo, religin, posicin social o econmica. Como entidad espiritual universal, la muer- te no discrimina: toca a todos los seres humanos, tanto a humildes como a poderosos, policas o rateros, justos e injustos, sin discriminar. En este sentido, la muerte es una forma de justicia social que nos hace igua- les a todos. QUINES SON LOS DEVOTOS Aqu viene de todo. Gente econmicamente mal, gente muy bien, nonos, ancianos, nar- cortracates, rateros, pues vienen de todos, vienen prostitutas tambien. Porque todos te- nemos ganas de creer en algo. Enriqueta Romero 359 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL Cada mes, doa Queta organiza un rosario; se renen miles de devotos para rezarle juntos a la Santa Muerte sin discriminacin: travestis, contrabandistas, ladrones, narcotracantes, pandilleros, quienes piden a su Santa una bendicin, como librarles de un enemigo, de la poli- ca o de la crcel. Es fcil tambin encontrar devotos que viven al lado de la ley, como militares o policas, quie- nes hacen peticiones de proteccin antes de confrontarse con la realidad violenta. En la comunidad de los devotos hay tambin gente de todas las profesiones, tipos socia- les y edad: taxistas, madres de familia, nios o abuelos, comerciantes, estudiantes... Incluso miembros de la elite poltica o empresarial. La mayora es gente humilde que viene de barrios populares, de los sectores excluidos de la sociedad, trabajadores del mercado informal Todos ellos tienen un comn denominador: viven en contacto diario con la muerte y la incertidumbre de manera direc- ta o indirecta. Para Homero Aridjis, 14 dos Mxicos con- curren ante el culto de la Santa Muerte: El de la gente que pide favores o milagros para tener trabajo, salud o comida, y el de los hombres del poder econmico, po- ltico o criminal, quienes curiosamente le solicitan ven- ganzas o muertes. Los devotos tienen una relacin muy cercana con su Santa, a quien nombran con cario con el uso de apo- dos, tales como la Nia blanca, la Flaca, la Bonita o la Seora. La fe es lo que mueve todo. Pidiendo a la Nia Blanca todo se puede conseguir. Patricia, 25 aos, estudiante. 360 FRDRIC SALIBA Nos ha ido bien porque yo de joven me meta al vicio y todo. Ca en la crcel y ahorita, pues, tengo aos que tengo un buen trabajo, me recib y todo. Ya gracias a la Santa. Carlos, 38 aos, albail. Salv a mi hija cuando iba a nacer. Le he prometi- do tatuarme todo el brazo y una parte del pecho con su imagen. Fluvio, 42 aos, comerciante. La mayora de los devotos son catlicos. No son muy re- ligiosos, pero tampoco ateos. Para los devotos, la Santa Muerte es un emisario de Dios con el poder de quitar la vida. Un ngel de Dios. Ellos abonan a la supersticin y a la chamanera. Tienen su culto religioso y usan cdigos que nutren su identidad y prcticas cotidianas. La Santa Muerte es una deidad funcional para ellos, acorde con sus actividades profesionales, en que la vida y la muerte estn unidas. La mayora de la gente que viene aqu somos cre- yentes y yo, lo personal, vaya a la iglesia, me meto y le pido gracias a Dios para todo lo que me ha dado y me salgo de la iglesia muy contenta, muy feliz, y cuando regreso a mi casa le digo ya vine, mi Flaquita, bendito sea dios. Enriqueta Romero. Para los creyentes, la Santa Muerte es el cobijo que les protege. Se acercan a ella para quitarse el miedo de morir. Pero tambin para pedir proteccin, milagros o vengan- 361 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL za. La Santa Muerte es una vengadora que tiene el poder de la justicia divina. Un da la vi. Estaba bajo el efecto de drogas. Me senta muy mal. Y vi una luz blanca, vi su imagen como te veo. No tuve miedo; al contrario, sent una tranquilidad, una paz. Despus, le promet de dejar las drogas. Hace cinco aos que no tomo nada de drogas. Me proteja contre mis enemigos. Castiga mis enemigos. Emilio, 37 anos, comerciante. El culto de la Santa Muerte revela una plurifuncionalidad religiosa. Se trata particularmente de una devocin popular de sectores excluidos de la sociedad, muchos de ellos son actores que viven al margen de la ley. Su culto crea cdigos propios de organizacin social que legitima los actos condenados por la sociedad o por la iglesia catlica. EL ALTAR Y SUS SIGNIFICADOS Constitutivamente su misa se escucha, se prende su veladora, se le deja en su altar. Alfredo, 27 aos, mecnico y devoto desde hace dos aos. Compartamos con la Santa Muerte todos los pla- ceres de la vida como msica, comida, chocolates, drogas, marihuana, alcohol etc Raymundo, 56 aos, taxista y devoto desde hace15 aos. 362 FRDRIC SALIBA En todas las religiones hay altares en donde se encuentran los adornos, las ofrendas, los objetos y las representaciones que ilustran la devocin. Es un lugar simblico que ali- menta espiritualmente a los devotos. Aparte de la gura de la Santa Muerte, hay velas de varios colores y ofrendas. Una vez al mes, los seguidores llevan sus guras al altar de doa Queta para que la Santa Muerte las cargue de energa espiritual. El altar es rodeado por distintas ofren- das (arreglos orales, vinos, monedas, frutas, inciensos, dulces, velas, etctera), que tienen la nalidad de home- najear y alimentar a la Santa Muerte. Nunca debe faltar luz, agua, incienso, puros, frutas, pan o licores, como lo mencion el escritor Homero Aridjis. Muchos devotos llegan a erigir su propio altar en casa para rezar y sentirse protegidos por su Santa en la inti- midad del hogar. Por lo general, estos altares personales suelen consistir en una pequea estatua, cuyas medidas van de 10 centmetros hasta el tamao humano. EL NEGOCIO DE LA SANTA MUERTE En el altar de doa Queta hay una caja de limosnas. Ella tambin tiene una tiendita de artculos dedicados al culto: veladoras, libros de oraciones, guras, anillos Todos es- tos productos se venden. As, el culto en la Santa Muerte es un negocio familiar. Para ella, este dinero sirve para cui- dar la capilla. Ella tiene una responsabilidad moral por el culto. Sin embargo, es evidente que el culto ha producido la creacin de un negocio redituable; en el mercado de Sonora o en un tianguis de la Cuidad de Mxico vemos el 363 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL alto consumo de artculos relacionados con el culto, junto con las imgenes de los santos tradicionales del catolicis- mo. En este sentido, el culto de la Santa Muerte, como el culto catlico, es un comercio lucrativo. Se venden libros de oraciones y rezos para pedir a la Santa Muerte favores, fundiendo el culto en una especie de sincretismo con la religin catlica. Las oraciones o rituales pueden ser personales o para otros. Hay oracio- nes dedicadas a todo los aspectos de la vida: alejar a las malas amistades de una pareja, ligar o alejar o dominar al amante o al novio, proteger el negocio o la casa de energa negativa, para incrementar las ventas de un negocio, para tener salud, para que se pague una deuda, para socorrer a quienes estn presos, resolver problemas legales, prote- gerse de los accidentes de automvil, echar al vecino, que los hijos no abandonen los estudios, que un matrimonio no se realice, contra la magia negra, etctera. Las oraciones hacen referencia al culto catlico. Por ejemplo, los devotos piden a Dios el permiso para invo- car a la Santa Muerte. Dicen: en nombre del padre, del hijo y del espritu santo Pero el resto de la oracin es una creacin personal, con el mismo ritmo que las oraciones catlicas. Y sobre todo, con la misma estructu- ra. Las oraciones que se rezan durante el rosario que se organiza cada mes frente al altar de doa Queta fueron creadas por ella y sus familiares. 364 FRDRIC SALIBA CATLICOS Y DEVOTOS El culto de la Santa Muerte entreteje races prehispnicas con rituales catlicos. Pero a diferencia de la religin ca- tlica, el culto de la Santa Muerte no est escrito. Apenas existen textos escritos, no hay muchos libros dedicados a este tema, y sus rituales no estn denidos por una insti- tucin ocial. Aparte de David Romo, quien se autopro- clam arzobispo primado de la Iglesia Catlica Apostlica Tradicional Mxico-USA, que le profesa culto en su santua- rio, ubicado en la calle Bravo n 5 de la Ciudad de Mxico, la iglesia de la Santa Muerte no es reconocida por las instituciones religiosas ni polticas (sealadamente por la iglesia catlica y por la Secretara de Gobernacin). El culto de la muerte se caracteriza por su losofa de libertades. Hay muchas pautas jas o rituales, pero en la liturgia dedicada a la Santa Muerte no hay obligaciones para los devotos. Por ejemplo, no hay coherencia en el tema de los colores y sus signicados: las velas rojas se utilizan generalmente para asuntos amorosos, las azules para los estudios, las amarillas para el dinero, etctera. Pero si un devoto quiere cambiar este signicado es libre de hacerlo. Cada uno de los devotos genera su propia manera de rezarle. Cada uno es libre de crear una rela- cin personal con su Santa, con su Muerte. Eso no signi- ca que no haya reglas claras de cmo rezar o qu llevar de ofrendas a la Santa, pero existe un espacio de libertad ms grande que en el culto catlico. Como institucin burocratizada, la iglesia catlica acta bajo una forma de racionalizacin del mundo que pone reglas de vida y de fe con pretensin de ser univer- 365 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL sales. El sacerdote puede ser visto como un burcrata (funcionario de la fe) por el hecho de que en Mxico, en Francia o en frica, leer la misma oracin el mismo da del ao. Frente a esta exigencia de racionalidad y de actitud reglamentada y denida por la institucin dominante, el culto de la Santa Muerte es una prctica religiosa ms afectiva y espontnea. El culto de la Santa Muerte es de- nido por los devotos mismos y se ha sostenido hasta ahora en el hecho de que no existe una institucin o- cial que regula su culto de manera unicada. Podramos decir que es un culto que viene de abajo hacia arriba, a diferencia de la religin catlica. Por eso, el culto est en continua y rpida evolucin. Sus races prehispnicas otorgan una naturaleza afectiva y marginal que contrasta con la religin predominante. As, para los devotos, la Santa Muerte ocupa un espa- cio vaco dejado por la iglesia catlica, que ha perdido su credibilidad. Con sus preceptos milenarios e inamo- vibles, la religin catlica no se adapt a las complejas estructuras sociales urbanas. No da respuesta a las ne- cesidades de fe de muchos pobladores de las sociedades modernas. Un ladrn, una prostituta o un mujer que abort han pecado para la iglesia catlica. Con la Santa Muerte, no. Es tambin interesante de apuntar que la Santa Muerte es un culto urbano ms que rural, aunque ah tambin tenga presencia. Su existencia marcadamen- te urbana responde a un fenmeno de anomia social de las ciudades que han sido afectadas por un creciente in- dividualismo y una profunda discriminacin social. Los devotos de la Santa Muerte van al altar que escogieron, 366 FRDRIC SALIBA se reconocen entre ellos a travs de sus smbolos: colla- res, anillos o tatuajes con la imagen de su Santa. El culto de la Santa Muerte es local, aproxima a la gente, la hace prjima, y permite expresar una suerte de individualidad compartida. Los rituales no se correspon- den con los rituales catlicos, que son menos afectivos, ms institucionales, lo que implica ms distancia fsica entre los creyentes. Tampoco se corresponden con las condiciones de vida de los devotos, segn los preceptos de la religin catlica de no robar, no matar o no usar la violencia. La religin catlica no da respuestas a los mie- dos, a las necesidades de proximidad del individuo en el Mxico de hoy. De tal forma, el culto de la Santa Muerte sirve a los devotos, que de esa forma se integran y en- cuentran una aceptacin del mundo en el que viven. CATALIZADOR DE LA DEVOCIN EN TIEMPOS DE CRISIS En este sentido, el culto a la Santa Muerte es una devo- cin homeoptica. Se puede observar como un exutorio que se traduce en una losofa de la vida y del destino. La fe en la Santa Muerte ayuda a aceptar el sufrimiento, la crueldad, la injusticia o la desigualdad social que se vi- ven en los barrios populares de Mxico. La Santa Muerte da proteccin, venganza o justicia. Su importancia es tal para los devotos que algunos se tatan su imagen sobre la piel. Muchos, en el pecho o en la espalda. El culto ilustra la voluntad del ser humano por con- tener el miedo a la muerte. Se le pide, por ejemplo, pro- teccin en la vida cotidiana o retrasar la muerte en el 367 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL tiempo. Por su profesin o su orientacin sexual, los devotos han sido estigmatizados por la sociedad o por la Iglesia. En tiempos de crisis personal o colectiva, los devotos no encontraron en la religin tradicional las res- puestas a sus miedos y la realidad de su vida. Ellos buscan en la Santa Muerte una ayuda y una fe que la religin catlica no les da. Vctimas del colapso de las estructuras sociales cl- sicas, construyen nuevos lazos sociales alrededor de un culto popular, condenado por la iglesia y las instancias tradicionales que les discriminan. Buscan tambin justi- cia divina por encima de las leyes y de las instituciones tradicionales, como el gobierno, la iglesia, o la polica, que no les protegen y que no se corresponden con sus condiciones de vida. La Nia Blanca es para todos, independiente de clases sociales, preferencias sociales. Es igual que Dios. Es pareja. Antes de ella todos somos iguales. Aqu hay una diferencia con la religin catlica. Por ejemplo, los sacerdotes dicen que s; todos pueden entrar en la iglesia, pero cuando entramos nosotros se quedan mirndonos de manera des- prestigiosa, nos juzgan con su mirada. Como si no valiramos. La Santa Muerte va independiente de la religin catlica porque la religin catlica no le ha aceptado. Fernando, 28 aos, travesti y devoto de la Santa Muerte desde hace cinco aos. Aqu, todos son bienvenidos, todos tenemos la necesidad de creer en algo. Enriqueta Romero. 368 FRDRIC SALIBA LA COMUNIDAD DE LOS DEVOTOS Al compartir una creencia y una prctica religiosa que los identica, los devotos forman una comunidad urbana solidaria y un lazo social fuerte. Dicha comunidad est reforzada por las acciones realizadas durante los rosarios. Por ejemplo, hay un ritual de intercambio de dones entre los devotos en los rosarios. Se reparten dulces, pan o imgenes de la Santa. Al nal del rosario, los devotos ha- cen una cadena humana. Se dan la mano hasta el altar de la Santa. Estas prcticas crean un lazo social muy fuerte entre los devotos, quienes se reconocen como miembros de una comunidad con cdigos sociales propios. Hay una relacin slida que une a los eles. Por ejemplo, un narcotracante puede rezar al lado de un polica sin que se forme algn altercado entre ellos. Al contrario, a travs de una misma creencia, entremezclando una historia ms- tica y condiciones de vida comunes, comparten juntos un momento. Durante un rosario, el polica se quita su identi- dad social para vestirse en su papel de creyente, igual que el ratero o el narcotracante. No hay buenos ni malos. As, la Santa Muerte acta contra la anomia social. Este culto reeja un estado de necesidad de un nuevo elemen- to mstico, para solventar un estado de marginalizacin y de prdida de sentido vital en las ciudades. Es tambin una fuente de orgullo y de lazo social dentro de la comu- nidad de los devotos. La realidad pragmtica de la muer- te corresponde a la realidad pragmtica de la vida en los barrios pobres y violentos de Mxico. La fe en la Santa Muerte es una ventana abierta a la cultura de los barrios populares de Mxico, como el de Tepito. 369 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL VENTANA SOBRE TEPITO Aunque no todos los devotos son de Tepito, no es ca- sualidad que el culto se desarrollara al principio en el barrio bravo de Mxico. En el llamado barrio bravo de Mxico, sinnimo para muchos de narcotrco, pirate- ra y delincuencia organizada; la muerte es un personaje digno de respeto para quien la ha visto de cerca. Ubicado en el centro del Distrito Federal, Tepito es un barrio constituido por su esencia cultural y su historia re- belde, reforzadas por sus propias estrategias sociales con- tra el estigma delincuencial. Desde la poca prehispnica, Tepito es un lugar de negocio y delincuencia. A tal punto que hoy, esta memoria se congura como ethos de los habitantes de Tepito. Algunos de ellos se dicen aztecas, como marca de diferenciacin con los mexicanos mes- tizos. En este sentido, el fenmeno religioso de la Santa Muerte corresponde a las condiciones de vida y la cultura de Tepito. UN COMBATE DE IDENTIDAD La relacin que une a los eles da un orgullo identitario a los devotos, discriminados por el resto de la sociedad. No es fcil en la sociedad mexicana para un individuo decir: vengo de tepito por la mala fama que acompaa este origen. Adems, el barrio bravo de Mxico vive en estado de resistencia comunitaria contra las expropiacio- nes y las represiones de las autoridades polticas o contra los jueces de la iglesia tradicional. En oposicin al orden 370 FRDRIC SALIBA establecido, el culto de la Santa Muerte, como la cultura del barrio, no sigue las reglas de las instituciones tradicio- nales, pero cuenta con las propias. Los habitantes tienen cdigo de honor o de comportamiento no escrito, pero activo entre sus habitantes. Le pide de ayudarme a dejar el alcohol. Y le pro- met que ir a su rosario cada mes para llevarle ores y ofrendas. Deje de beber entonces estoy aqu cada mes. Octavio, 37 aos, comerciante de piratera. As, los devotos piden un favor a su Santa y le hacen una promesa. Le prometen que van a hacer una accin dedica- da a ella para agradecerle su favor. En ese sentido, el culto regula sus actos, pone reglas en su vida. REGULADOR SOCIAL Segn Max Weber, la religin tradicional participa de la racionalizacin del mundo moderno con una visin uni- versal y distante de los individuos. Los marginales de la sociedad, como los ladrones, asesinos, prostitutas, nar- cotracantes, pero tambin los pobres, los analfabetos, los humildes, etctera, son excluidos del juego y de los cdigos de la racionalidad moderna, que se apoya sobre la cultura escrita, los estudios, el trabajo formal y el res- peto a las leyes. Los devotos son catlicos, pero se sienten frustrados en este mundo racional. Encuentran en el culto de la Santa Muerte un modo de comunicacin oral, afectivo 371 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL y de proximidad. Se construyen una identidad de proxi- midad por el hecho de compartir una fe comn, aparte de la que proporciona la institucin religiosa tradicional, basada sobre una losofa que no tiene cabida en su vida cotidiana. La comunicacin interhumana y la proximidad que permite el culto de la Santa Muerte les deja manifestar su individualidad redescubriendo una tradicin mexicana. El culto acta como un catalizador de frustraciones. La prueba de esto es el papel social que ocupa la guar- diana de la Santa Muerte en Tepito. Doa Queta no es solamente la guardiana de la Santa Muerte. Su papel va mucho ms all: ella media para arreglar conictos entre vecinos, da consejos a una pareja o a una madre de fami- lia. Acta como directora espiritual de conciencia de los devotos. Es una gura emblemtica de Tepito, respetada por la gente del barrio. Tiene una responsabilidad social y moral en el barrio. Adems, doa Queta participa en el desarrollo del culto. Tambin participa en la construccin de identidad del tepiteo y del devoto de la Santa Muerte. Pasa mucho tiempo con periodistas, para explicarles, por ejemplo, que el culto no es satnico. Realiza un trabajo de pe- dagoga sobre el culto para que ste se desarrolle en la poblacin mexicana. Con su fe, los devotos aceptan las diferencias sociales en un contexto invadido por mltiples presiones sociales y por la discriminacin persistente. El culto de la Santa Muerte les ayuda a superar sus condiciones de vida y a asumir su otra moral y sus reglas sociales, marginales como ellos. En una poca de reestructuracin social y 372 FRDRIC SALIBA de individualismo, apoyada por la economa de mercado y por el ultraconsumismo, el culto permite a la gente humilde crear lazos sociales afectivos que no encuentran en este mundo de racionalidad incomprensible y de dis- tancia econmica y social insalvable. Por eso, cada da el culto de la Santa Muerte gana nuevos adeptos. Cuando comenc mi investigacin en 2007, se hablaba de la cifra de un milln de devotos. En un ao ha pasado a ser de dos millones. Ser que el desarrollo tan acelerado del culto corresponde a estas caractersticas excluyentes de las ciudades mexicanas? 373 LA SANTA MUERTE COMO REGULADOR SOCIAL NOTAS 1 Vernica Basurto, Santa Muerte, reza por nosotros, colec- cin personal F. Saliba, Mxico, 2007. 2 Cf. Pierre Bourdieu, Esquisse pour une auto-analyse. Pars: Raisons dAgir, 2004. 3 Thomas Louis-Vincent, Anthropologie de la mort. Pars: Payot, 1980. 4 Para la escuela funcionalista en sociologa, un hecho so- cial, como la fe en la Santa Muerte, por ejemplo, ocupa fun- ciones explicitas que revela concisamente los actores, pero tambin funciones implcitas, que ellos no perciben y que el investigador debe revelar por la anlisis. As, el mecanismo de regulacin social activo en el culto de la Santa Muerte fun- ciona sin que sus participantes sepan los efectos y las razones del ritual que ponen en acta. Para descubrir estos elementos implcitos del mecanismo social, se necesita integrar el hecho estudiado en el contexto social, histrico y global, que le da un sentido. En el caso de la Santa Muerte, el pasado colonial acta de manera importante. 5 Emile Durkheim, Les formes lmentaires de la vie religieuse. Pars: PUF, 1960. 6 Max Weber, Sociologie des religions. Pars: Gallimard, 1996. 7 Emile Durkheim, op. cit. Aqu se ha utilizado la tra- duccin de Ramn Ramos: Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Akal, 1982, p. 42. 8 Emile Durkheim, Le suicide. tude de sociologie. Pars: Alcan, 1897. 9 Weber, Max, La tica protestante y el espritu del capitalis- mo. Barcelona: Pennsula, 1975. 10 Yves Lambert, La naissance des religions. De la prhistoire aux religions universalistes. Pars: Arman Colin, 2007. 11 Danile Hervieu-Leger, Le plerin et le converti, la religion en mouvement. Pars: Flammarion, 1999. 374 FRDRIC SALIBA 12 Lenoir, Frdric, Religion, croyance et spiritualit, en lEtat de la France. Pars: La Dcouverte, 2004, pp. 146-152; Jean-Paul Willaime, Sociologie des religions. Paris: PUF, 1995. 13 Juan Ambrosio, La Santa Muerte. Biografa y culto. Mxico: Planeta, 2003. 14 Homero Aridjis, La Santa Muerte: Sexteto del amor, las mujeres, los perros y la muerte. Mxico: Alfaguara, 2003. BIBLIOGRAFA AMBROSIO, Juan, La Santa Muerte. Biografa y culto. Mxico: Pla- neta, 2003. ARIDJIS, Homero, La Santa Muerte: Sexteto del amor, las mujeres, los perros y la muerte. Mxico: Alfaguara, 2003. BOURDIEU, Pierre, Esquisse pour une auto-analyse. Pars: Raisons dAgir, 2004. DURKHEIM, Emile, Les formes lmentaires de la vie religieuse. Pars: PUF, 1960. Traduccin espaola de Ramn Ra- mos: Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Akal, 1982. Le suicide. tude de sociologie. Pars: Alcan, 1897. HERVIEU-LEGER, Danile, Le plerin et le converti, la religion en mouvement. 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Paris: PUF, 1995. 377 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE: DESEMPLEO, PENSIONES Y VULNERABILIDAD SOCIAL Edith Pacheco* INTRODUCCIN LA DINMICA DEL MERCADO DE trabajo mexicano se enmar- ca en un contexto de transformaciones mundiales. Un comunicado de prensa de la Organizacin Internacional del Trabajo sostuvo abiertamente que la globalizacin no estaba creando empleos nuevos ni de calidad, ni tam- poco se estaba reduciendo la pobreza. 1 Aunque el orga- nismo aclaraba que esta situacin no era generalizable para todas las regiones del mundo, ya que en algunas zonas de Asia la expansin econmica estaba promo- viendo un crecimiento del empleo y algunas mejoras en * Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios de Po- Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios de Po- blacin. Profesora-Investigadora en el Centro de Estudios Demogr- cos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de Mxico. 378 EDITH PACHECO las condiciones de vida, pero en otras zonas como frica y Amrica Latina se observaba un nmero creciente de personas que trabajaban en condiciones mucho menos favorables. Y, de manera, especial, en otro de los reportes se indicaba que los casi 2000 millones de desempleados en el mundo en el ao 2003 slo representaban la punta del iceberg del problema de dcit de trabajo decente, ya que un nmero siete veces mayor de personas tenan empleo pero vivan en situacin de pobreza. 2 Hay mltiples factores que pueden explicar esta situa- cin. Sin querer simplicar la discusin que se ha dado durante los ltimos 25 aos, podramos decir que sta se puede agrupar en dos grandes ejes de anlisis. Uno de ellos es el eje vinculado al tema de los cambios en las formas de produccin; 3 el otro se relaciona con el hecho indiscutible de un contexto histrico productivo y la- boral heterogneo, pero tambin, directamente, con las formas de exibilizacin recientes del trabajo, producto de la apertura comercial en muchos pases. 4 En cuanto al primer eje, la investigacin ha producido una diversidad de trabajos que indica que la bsqueda por la acumulacin de capital vinculada a los mercados cada vez ms globalizados ha provocado cambios en el paradigma de produccin; sin embargo, este proceso se ha dado a la par de una erosin de la relacin laboral tra- dicional. As, frente a las relaciones asalariadas estables hay una creciente heterogeneidad de formas de empleo dependiente, llamadas atpicas (contratos a plazo jo, temporales, a honorarios, trabajo suministrado, nuevas formas de trabajo a domicilio y trabajo parcial). 5
379 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE En relacin con el segundo eje, diversos trabajos so- bre Amrica Latina ya han hecho tradicin en la inves- tigacin; al respecto, Prez Sinz 6 indicaba que previo al proceso de reestructuracin productiva de los aos ochenta, ya haba consenso sobre el hecho de que se es- taba ante una estructura heterognea que se entenda en aquellos tiempos principalmente en trminos de la dis- tincin formal-informal.
As, teniendo como antecedente una estructura heterog- nea y una reestructuracin productiva que lleva ya prcti- camente ms de veinte aos, Amrica Latina presenta un panorama laboral de gran precariedad. La misma Organi- zacin Internacional del Trabajo (OIT) ha mencionado que el aumento del empleo en Amrica Latina de los ltimos 15 aos ha estado acompaado por cambios que se han producido a travs de procesos de privatizacin, terciari- zacin, informalidad y precarizacin de los trabajadores. 7
380 EDITH PACHECO Para cerrar este apartado valdra la pena sealar que las explicaciones en torno a la dinmica del mercado la- boral han partido de diferentes marcos tericos y distin- tos ejes analticos; el esquema presenta, de una manera sinttica, la evolucin de dicho proceso. Ahora bien, la idea de este artculo es contar con un panorama general sobre lo que est cambiando, pero tambin sobre lo que permanece y no ha cambiado, en el gran marco de la heterogeneidad laboral, atendiendo aspectos tales como los niveles de participacin econ- mica, la estructura ocupacional y las condiciones de tra- bajo en Mxico. EVOLUCIN DE LA PEA EN MXICO: 1900-2006 Un primer aspecto por conocer sobre la evolucin de la poblacin econmicamente activa (PEA) es su ritmo de crecimiento, el cual ha ido en ascenso paulatinamente a lo largo del siglo, a diferencia de lo que ha ocurrido con el ritmo de crecimiento poblacional, y es slo entre 1991 y 1995 que se observa un descenso en la tasa de crecimiento de la PEA, pero hasta el ao 2006 se sigue apreciando que el ritmo de crecimiento de la PEA es ma- yor al del crecimiento poblacional (vase cuadro). Esta diferenciacin entre los ritmos de crecimiento poblacio- nal y de la PEA se debe, slo en parte, al desfasamiento que puede haber entre la poblacin en edad de trabajar y la poblacin total. Pero fundamentalmente los cambios en la PEA se han visto asociados a diferentes estilos de desarrollo, como a continuacin se podr apreciar. 381 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE En los primeros 30 aos de este siglo, aos que se en- cuentran inmersos en un momento econmico considera- do de estancamiento, predominaba la actividad econmica en el sector agropecuario, que lleg a representar cerca del 70% de la poblacin ocupada en 1930. En la dcada de los treinta se pone en marcha un estilo de desarrollo orien- tado al mercado interno, caracterizado por una fuerte par- ticipacin estatal. Y es entre 1930 y 1970, periodo que se encuentra inmerso en lo que se ha denominado la etapa expansiva del crecimiento econmico, cuando se observa un aumento de trabajadores en el sector manufacturero, de tal suerte que de representar el 17% de la poblacin ocupada en 1930 alcanza cerca del 30% en 1970. Este proceso se ve acompaado de una creciente participacin del trabajo asalariado y de una clara reduccin del trabajo por cuenta propia y del trabajo familiar no remunerado. A la par, los obreros, los trabajadores en servicios y los trabajadores agropecuarios son los que predominan en la estructura ocupacional al nalizar este periodo. El estilo de desarrollo, denominado sustitucin de im- portaciones, mostr sus lmites a comienzos de los aos setenta; as, en esta dcada se observa un incremento en el sector terciario, acompaado de una recuperacin del trabajo no asalariado. No obstante, no es sino hasta el ao de 1982, bajo el contexto de la crisis de la deuda ex- terna, que el Estado se propone una transicin hacia un nuevo estilo de desarrollo, caracterizado por una orien- tacin hacia el mercado externo, con una tendencia a limitar la participacin estatal; esta transicin se enmarca en lo que se ha denominado, a nivel internacional, la globalizacin. 382 EDITH PACHECO En los ltimos 22 aos se han puesto en marcha di- versos programas de ajuste y reestructuracin econmi- ca propiciando momentos de recuperacin parcial, pero es bajo este contexto que se desencadena la ms fuerte y reciente crisis econmica. En la esfera del trabajo, hasta mediados de la dcada de los noventa, la ocupacin agropecuaria an represen- ta una cuarta parte de la ocupacin total; sin embargo, para el ao 2006 esta proporcin se haba reducido al 15%, es decir, el proceso secular de reduccin de traba- jo agropecuario se acelera especialmente en el ltimo, el periodo de crecimiento haca afuera. La manufactura perdi importancia en trminos de absorcin de mano de obra durante los primeros 15 aos de la puesta en prctica del nuevo modelo de crecimiento; sin embargo, a principios del siglo XXI hay indicios de una ligera recu- peracin, pero con una tendencia al estancamiento. Ahora bien, en esta etapa econmica, el proceso de ter- ciarizacin es el que gana la partida, en el sentido de que agrupa a ms del 60% de la poblacin ocupada en 2006. Adems, en este periodo la permanencia del trabajo no asalariado es evidente (30%) y se conforma un claro pro- ceso de polarizacin ocupacional: crecimiento del empleo en las unidades de mayor tamao en comercio y servicios y, a la par, proliferacin de pequeos negocios individuales o familiares. Esta situacin se maniesta, por una parte, en un incremento de trabajadores profesionistas y tcnicos, generalmente semicalicados o calicados y, por otra, en la permanencia de trabajo agropecuario bsicamente de autoconsumo y en el incremento de comerciantes mino- ristas, tradicionalmente mucho menos calicados. 383 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE Un cambio importante en trminos de la PEA es el aumento de la participacin femenina en los ltimos 25 aos. Adems, en aos recientes, se da una mayor incorporacin de mujeres con mayores responsabilida- des domsticas (entre 20 y 25 aos, y sobre todo entre 25 y 35 aos). Otro elemento que ha caracterizado a las trabajadoras es su participacin en la industria maqui- ladora, a la par de su mayor presencia en ocupaciones no asalariadas en el comercio minorista y en los esta- blecimientos de pequea escala. Destaca en este ltimo rubro el incremento del trabajo no remunerado. Pese a estos cambios, la participacin femenina an se carac- teriza por un fenmeno de segregacin ocupacional y discriminacin salarial; adems, vale la pena sealar que la importancia de las mujeres en trabajo a tiempo parcial se debe en gran parte al hecho de que ellas combinan el trabajo extradomstico con el trabajo domstico y el cuidado de los hijos. La participacin masculina ha registrado dos tenden- cias. Entre 1930 y 1979, los niveles de participacin tan altos que tradicionalmente alcanzaban los hombres se vieron contarrestados por su mayor permanencia en el sector escolar. Sin embargo, entre 1979 y 2006, au- mentaron las tasas de participacin de hombres, pero a menor ritmo que las mujeres. Adems, tambin se ha observado una mayor presencia de hombres en el comer- cio minorista y en los establecimientos de pequea escala, aunque no tan marcada como la presencia femenina. Y destaca el alto nivel alcanzado por la participacin masculina no asalariada a principios de los noventa, a la par que una incorporacin de hombres en la industria 384 EDITH PACHECO maquiladora, pero que por nada ha alcanzado los nive- les de participacin femenina. Ahora bien, en pases donde existe seguro de desem- pleo, las estadsticas de desempleo constituyen buenos indicadores de la problemtica laboral. En Mxico, este no es el caso; por lo tanto, para conocer la problemtica en su totalidad se hace absolutamente necesario el anli- sis de las condiciones concretas del trabajo. Al respecto, en esta ocasin, interesa resaltar algunas caractersticas en los ltimos quince aos, ya que en este periodo se puede observar cmo se profundizan las tendencias reportadas por la crisis de la dcada de los ochenta y es posible vis- lumbrar los primeros efectos de los cambios econmicos recientes. La precariedad se muestra claramente al observar que en el primer lustro de la dcada de los noventa al- rededor del 60% de la poblacin ocupada reciba hasta dos salarios mnimos o no reciba ingresos, pero a prin- cipios de este siglo, esta proporcin se reduce, aunque cabe mencionar que el poder adquisitivo de un salario mnimo se ha mermado ampliamente. Por otro lado, la informacin indica que el trabajo en pequeos esta- blecimientos ha sido la salida para un nmero impor- tante de trabajadores ms del 50% de la poblacin ocupada. Adems, el trabajo a tiempo parcial tambin se ha incrementado, lo que representa una cuarta par- te de la poblacin ocupada. Finalmente, es claro que las prestaciones no estn al alcance del conjunto de los trabajadores, puesto que ms del 60% de la poblacin ocupada no recibe ninguna prestacin. 385 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE Por ltimo, a lo largo del siglo XX la PEA se ha trans- formado continuamente, pero vale la pena sealar que en trminos de condiciones de trabajo fue en el periodo de estabilizacin econmica cuando se incrementaron las remuneraciones reales de los trabajadores y cuando el incremento del trabajo asalariado y el trabajo en el sector terciario se vio estrictamente vinculado al crecimiento econmico. Por el contrario, el panorama de los aos re- cientes puede llevar a concluir que no existe perspectiva positiva, a corto y mediano plazo, para que la poblacin tenga acceso a un empleo bien remunerado. UN ACERCAMIENTO A LAS CONDICIONES DE TRABAJO DESDE LA MIRADA DE LAS DESIGUALDADES POR GNERO Uno de los grandes cambios en el mercado de trabajo ha sido el incremento constante de la participacin femenina, por lo que considero que un eje de reexin sobre las condiciones laborales debe ser atendido desde la pers- pectiva de las diferencias entre hombres y mujeres. Ahora bien, existe una serie muy amplia de temticas que pu- diramos atender; sin embargo, me limitar a tratar tres ejes centrales de discusin en este tema: las jornadas la- borales, las remuneraciones al trabajo y las prestaciones. Considerando la idea de atender las rupturas y conti- nuidades, me parece necesario establecer la hiptesis de una fuerte continuidad en cuanto a las condiciones la- borales de hombres y mujeres en el mercado de trabajo. Pero, por otro lado, en este apartado me interesa mucho ms aproximarme al tema de la desigualdad, en especial 386 EDITH PACHECO porque sostengo que en la medida en que la desigualdad social sea una constante en nuestra realidad, ser muy dif- cil resolver el problema de las desigualdades por gnero. Uno de los aspectos que caracteriza la participacin femenina es su insercin en trabajos de tiempo parcial. Se ha mencionado que las mujeres participan en este tipo de actividades porque ello les permite compatibilizar las responsabilidades familiares y domsticas con el trabajo extradomstico; sin embargo, algunas autoras sealan que el mercado tambin construye actividades de tiempo parcial y demanda mano de obra femenina; 8 un ejemplo de ello en nuestro pas es la ocupacin de maestra, en el caso de que no se labore dos o ms turnos. Ahora bien, a partir de informacin de la OIT se puede constatar que la proporcin de mujeres es mucho ms elevada que la proporcin de hombres en trabajos de tiempo parcial (en este caso el referente es 20 horas a la semana), puesto que mientras los porcentajes de hom- bres generalmente se ubican por debajo del 6%, en el caso de las mujeres los porcentajes uctan entre el 5 y el 25%. Por lo que podemos decir que el tiempo parcial s est ms relacionado con las actividades femeninas. Sin embargo, cabe hacer algunas aclaraciones. En algu- nos pases europeos el trabajo de tiempo parcial se encuen- tra absolutamente institucionalizado, de tal suerte que el tiempo parcial femenino puede llegar a representar el 35% de la mano de obra femenina, con la caracterstica de que puede no ser de alta vulnerabilidad. En otros pases, el trabajo de tiempo parcial se conforma como una de las es- trategias de exibilizacin laboral, lo cual puede conllevar cierto proceso de vulnerabilidad. Pero en otros pases, una 387 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE parte importante del trabajo de tiempo parcial tiene que ver con ocupaciones por cuenta propia y por ende con condiciones mucho menos favorables para el bienestar de los trabajadores; este es el caso de lo que acontece muy probablemente en muchos pases de Amrica Latina. Cmo es la jornada laboral en el caso mexicano? La mayor parte de los trabajadores labora jornadas entre los 35 y 45 horas semanales y esta situacin es comn tanto para hombres como para mujeres. Pero tambin destaca lo indicado en prrafos anteriores: la participacin ms elevada de mujeres en jornadas de tiempo parcial, pues- to que alrededor del 35% de las mujeres labora con estas jornadas de trabajo. Por otro lado, cabe mencionar que existe un porcentaje importante de hombres y mujeres que realiza actividades ocupando ms de 48 horas a la semana, y si bien en el caso de los hombres el porcentaje es de alrededor de 27%, la proporcin de mujeres no es nada despreciable (ms del 15% en el ao 2004). Ahora bien, regresando al tema de las continuidades, este es un aspecto de gran continuidad. El patrn de ho- ras trabajadas en 1991 es muy similar al de 2004, de tal suerte que cambios sustantivos no se han presentado. Yo dira que los procesos de exibilizacin en nuestro pas atraviesan por otras rutas y que nuestras jornadas de tiempo parciales tienen sus antecedentes en actividades por cuenta propia, las cuales han coexistido con el traba- jo asalariado a lo largo del tiempo. Ahora tratemos uno de los temas ms discutidos en relacin con las desigualdades de gnero en el merca- do de trabajo: las remuneraciones al trabajo. Cuando se habla de discriminacin salarial se busca poner en claro 388 EDITH PACHECO que las mujeres an no han podido encontrarse en un mercado que las retribuya de la misma manera que a los hombres bajo iguales condiciones de calicacin. Para Amrica Latina la relacin entre el ingreso promedio del trabajo por hora de las mujeres comparado con el de los hombres siempre es menor a 100, de tal suerte que las mujeres obtienen mximo slo el 83% de los salarios que obtienen los hombres. En el caso mexicano, me pareci importante ubicar el ingreso por hora trabajada segn ocupacin realizada. En todas las ocupaciones el ingreso por hora trabajada femenino es menor al masculino; adems, las brechas ms importantes se ubican en ocupaciones de alto nivel (profesionistas o funcionarios y directivos), pero tambin en ocupaciones de menor calicacin (como puede ser la ocupacin de obreros o de comerciantes). Adems, no podemos dejar de mencionar que las brechas entre los ingresos de unas ocupaciones y otras son amplsimas, lo cual nos remite al tema de las desigualdades sociales, cuya existencia, como seal en prrafos anteriores, se tradu- ce en una barrera importante para resolver los problemas concretos de las desigualdades por gnero en el mercado de trabajo. Para terminar este apartado, quisiera cerrar enfatizan- do un dato contundente, en cuanto a las condiciones laborales precarias en que se ubica Mxico. Como ya se haba comentado arriba, en Mxico cerca del 60% de la mano de obra no tiene derecho a la seguridad social, y esto se presenta por igual en el caso de los hombres que en el de las mujeres. Una primera pregunta que nos haramos es por qu si una parte importante de nues- 389 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE tra mano de obra es asalariada, existe un porcentaje tan elevado de trabajadores que no tiene posibilidad de este derecho? Pues bien, un poco ms del 40% de los asala- riados se encuentra en relaciones laborales exibles en las que no hay posibilidad de la seguridad social. Por otro lado, cabe mencionar que si en el caso de las remuneraciones las mujeres mostraron en todas las ocu- paciones ingresos inferiores, en cuanto a las prestaciones los hombres son los que presentan una condicin ms desfavorable. Esto bsicamente se debe a que en ocu- paciones tpicamente masculinas existe casi nula po- sibilidad de contar con prestaciones; este es el caso de la agricultura o de actividades relacionadas con la cons- truccin o el transporte. Lo cual tambin nos remite al tema de que los condicionamientos sociales en cuanto a ser hombre o mujer producen situaciones de desventaja para uno o para otro sexo, segn sea el caso. Como podemos concluir de esta breve revisin de condiciones de trabajo, no es posible olvidar la diada clase, gnero, es decir, los anlisis ms nos requeri- rn una mirada multidimensional para dar cuenta de la situacin de hombres y mujeres en el trabajo. Y a prop- sito del trabajo, no debemos terminar una revisin de las condiciones de trabajo de las mujeres sin dar cuenta de la esfera familiar, por ello nalizaremos este captulo con una breve discusin del tema, en el entendido de que ambas esferas estn absolutamente interrelacionadas. La divisin sexual del trabajo ha marcado el actuar de hombres y mujeres en el mundo a lo largo de la histo- ria de la humanidad. Por supuesto que esta divisin no es esttica: cambia de contexto a contexto y de periodo 390 EDITH PACHECO histrico a periodo histrico. Sin embargo, un aspecto que s es claro es el relacionado con el hecho de que la sociedad (hombres y mujeres en conjunto) ha asigna- do tradicionalmente a las mujeres las tareas de la esfera domstica y del cuidado de los hijos. En el caso de las mujeres mexicanas, una parte muy reducida (menos del 3%) de las mujeres que trabajan extra domsticamente se puede dedicar de manera exclusiva a esta actividad; casi todas tienen responsabilidades domsticas y del cui- dado de los hijos. Si bien los hombres tambin declaran realizar trabajo domstico, vale la pena ubicar su nivel de participacin: mientras las mujeres dedican cerca de 60 horas a la semana al trabajo domstico, los hombres participan con 10 horas. Dada esta situacin, nos debe quedar claro por qu las identidades laborales femeninas atraviesan por la esfera familiar. UNA BREVE REFLEXIN La estructura heterognea del mercado de trabajo mexica- no siempre ha estado presente, y los cambios de modelo econmico a lo largo de ms de un siglo han impactado en la estructura ocupacional conformando nuevos ac- tores en el camino; sin embargo, recuperando la idea de continuidades, un aspecto central es el hecho de que las condiciones de trabajo en Mxico muestran serias dicul- tades y todo parece indicar que no existe una posibilidad de revertir la dicultad de construir un mercado que ma- nieste calidad en el empleo. La incertidumbre laboral es, por supuesto, parte de la poca, y no es la nica. 391 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE EVOLUCIN DE LA POBLACIN TRABAJADORA EN MXICO 1900-2006 1900 1930 1950 1970 1979 1991 1995 2000 2006 POBLACIN TOTAL 13,607 16,552 25,791 48,225 64,773 82,888 91,158 98,658 104,748 (crecimiento pob.) (0.65) (2.22) (3.13) (3.28) (2.06) (2.38) (1.58) (1.00) POBLACIN DE 12 AOS Y MS 7,965 10,063 16,879 29,699 41,318 58,053 64,688 72,137 74,575 (crecimiento 12-+) (0.78) (2.59) (2.83) (3.67) (2.83) (2.71) (2.18) (0.55) POBLACIN ECON- MICAMENTE ACTIVA 4,195 5,352 8,272 13,873 18,784 31,088 35,951 40,162 43,575 (crecimiento PEA) (0.81) (2.18) (2.59) (3.37) (4.20) (3.63) (2.22) (1.36) TASA NETA DE PARTICIPACIN MASCULINA - - 88.0 70.1 71.3 77.7 78.2 76.8 78.7 TASA NETA DE PARTICIPACIN FEMENINA - - 13.1 17.6 21.5 31.5 34.5 36.4 40.7 DISTRIBUCIN PORCENTUAL POR SECTOR DE LA ECONOMA Agropecuario Secundario Terciario 100.0 62.5 14.6 16.2 100.0 67.8 16.7 15.6 100.0 58.3 20.0 21.7 100.0 39.4 28.6 32.0 100.0 28.9 27.5 43.1 100.0 26.8 23.0 49.5 100.0 24.7 21.3 53.1 100.0 18.6 26.7 54.8 100.0 14.3 25.6 60.1 DISTRIBUCIN % POR SITUACIN EN EL TRABAJO Asalariado Cuenta Propia Fam no remunerado Patrones - - 100.0 46.3 41.1 11.8 0.8 100.0 62.2 25.1 6.5 6.2 100.0 62.9 25.4 8.3 3.4 100.0 55.3 23.4 13.0 7.9 100.0 57.2 25.3 13.0 4.3 100.0 64.0 22.4 9.3 4.0 100.0 65.4 22.8 7.0 4.9 392 EDITH PACHECO EVOLUCIN DE LA POBLACIN TRABAJADORA EN MXICO 1900-2006 1900 1930 1950 1970 1979 1991 1995 2000 2006 DISTRIBUCIN PORCENTUAL POR OCUPACIN PRINCIPAL Profesionistas y tcnicos Directivos Ocinistas Comerciantes Trab. en la industria Trab. en servicios Trab. agro. - - 100.0 2.5 0.7 4.7 7.9 19.0 7.2 58.4 100.0 5.7 2.5 7.5 7.5 21.4 12.0 38.2 100.0 7.6 2.7 8.7 11.0 25.4 16.0 28.6 100.0 9.7 1.8 8.5 13.6 23.2 16.3 26.7 100.0 9.3 2.1 8.4 17.1 22.9 16.7 23.9 100.0 9.6 2.2 8.7 15.9 27.5 17.9 18.1 100.0 11.7 2.1 9.2 18.1 26.3 19.4 13.2 POBLACIN OCUPADA EN ESTABLECIMIENTOS PEQUEOS - - - - - 53.4 58.7 53.4 55.0 Poblacin Ocupada a Tiempo Parcial - - - - 15.7 25.4 26.6 22.4 27.8 Poblacin Ocupada sin Prestaciones Sociales - - - - - 61.2 60.3 61.5 63.3 Pob. Ocupada que no recibe ingresos o recibe hasta dos salarios mnimos - - - - - 66.2 63.0 55.0 41.8 NOTAS: a) El dato poblacional es censal y para 1979 y 1991 slo se recorre al ao de las encuestas; b) la poblacin de 12 aos y ms y la PEA se calculan multiplicando la pro- porcin de estas poblaciones en las encuestas por el dato censal; c) la poblacin activa de 1900 y 1930 se reere a la ocupacin habitual y de 15 y ms aos. Fuentes: de 1895 a 1950: censos Generales de Poblacin 1930 y 1950, Direccin General de Estadstica e INEGI-INAH, Estadsticas Histricas de Mxico, INEGI-INAH, Mxico, 1990. De 1970 a 1991: STPS, El mercado de Trabajo en Mxico (1970-1992), STPS, Mxico, 1994; Rendn y Salas, DEMOS 1989 y Garca, Brgida, DEMOS, 1992, 1995 y 1996. Para 1995 y el ao 2000, STPS-INEGI, ENE 1995 y 2000. Y para 2006 STPS-INEGI, ENOE. 393 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE NOTAS 1 OIT, La globalizacin no est creando empleos nuevos y de calidad ni reduciendo la pobreza, Comunicado de Prensa, 9 de diciembre, 2005 (OIT/05/48). 2 OIT, La mitad de los trabajadores del mundo viven por debajo de la lnea de pobreza de 2 dlares diarios, Comuni- cado de Prensa, 7 de diciembre, 2005 (OIT/04/57). En 2003, 2 800 millones de personas tenan empleos en todo el mun- do, sin embargo la mitad de ellos, 1 400 millones, vivan con menos del equivalente a dos dlares por da, y 550 millones vivan por debajo de la lnea de pobreza de 1 dlar al da. 3 Vase por ejemplo: Enrique de la Garza, La exibilidad del trabajo en Amrica Latina, en Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo, ao 3, nm. 5, 1997; Helena Hirata, Divi- sin internacional del trabajo y taylorismo: Brasil, Francia y Ja- pn, en H. Hirata y D. Kergoat (comps.), La divisin sexual del trabajo. Permanencia y cambio. Buenos Aires: Asociacin Trabajo y Sociedad, 1997; Mara Eugenia de la O, Flexibilidad, trabajo y mujeres: ausencia y presencia en los estudios del trabajo en Mxico, 1988-1998, en Regin y Sociedad. Revista de El Colegio de Sonora, vol. XII, nm. 19, 2000; Mara Eugenia de la O y Ro- co Guadarrama, Gnero, trabajo y exibilidad laboral en Amrica Latina. Mimeo, 2004. 4 Vase por ejemplo: Vctor Tokman, El sector informal: quince aos despus, en El Trimestre Econmico, vol. LIV, nm. 215. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, julio-sep- tiembre, 1987; Brgida Garca, Desarrollo econmico y absorcin de la fuerza de trabajo en Mxico 1950-1980. Mxico: El Colegio de Mxico, 1988; Juan Pablo Prez Sinz, Neoinformalidad en Centroamrica. Costa Rica: Flacso, 1996; Bruno Lautier, Por uma sociologia da heterogeneidade do trabalho, en Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo, ao 5, nm. 9. Bra- sil, Asociacin Latino-Americana de Sociologia do Trabalho 394 EDITH PACHECO (ALAST), 1999; Edith Pacheco, Ciudad de Mxico heterognea y desigual. Un estudio del mercado de trabajo. Mxico: El Colegio de Mxico, 2004. 5 Rosalba Todaro y Sonia Yez, El trabajo se transforma. Re- laciones de produccin y relaciones de gnero. Santiago de Chile: CEM Ediciones, 2004; citadas en Stecher et al., Relaciones de produccin y relaciones de gnero en un mundo en transfor- macin, en Leonardo Schvarstein y Luis Leopold (comps.), Trabajo y subjetividad. Entre lo existente y lo necesario. Buenos Ai- res: Paids, 2005. 6 Juan Pablo Prez Sinz, op. cit. 7 OIT, Panorama laboral 2003. Amrica Latina y El Caribe, Lima, OIT, 2003. De tal suerte que en trminos de tenden- cias se ha acentuado el proceso de privatizacin del empleo considerando que de cada 100 nuevos ocupados, 94 se in- sertan en el sector privado durante el periodo 1990-2002 Prosigue el proceso de informalizacin del empleo durante los aos noventa como consecuencia del estancamiento o contraccin del crecimiento en el sector formal, 66 de cada 100 nuevos ocupados son informales, [en consecuencia] el por- centaje de ocupados informales o la informalidad en el empleo total de la regin se eleva desde 42.8% en 1990 a 46.5% en 2002... [Adems] la informalidad trae aparejado un aumen- to de la terciarizacin del empleo, dado que la estructura del sector informal est concentrada en los servicios, particular- mente en aquellos que son menos productivos por carecer de vnculos con los sectores modernos, [los aumentos ma- yores de esta terciarizacin] correspondieron al comercio [A la par] la mayor precarizacin del empleo se debe tanto al aumento de la informalidad, como a la disminucin de la proteccin social del trabajo. Este ltimo proceso se mani- esta en la reduccin del porcentaje de asalariados que coti- zan en la seguridad social, que ha pasado de 66.6% en 1990 a 63.7% en 2002. Cf. OIT, La mitad de los trabajadores del 395 SOBRE LA INSEGURIDAD QUE VIENE mundo viven por debajo de la lnea de pobreza de 2 dlares diarios, pp. 33-35. 8 D. Comas DArgemir, Trabajo, gnero, cultura. La cons- truccin de las desigualdades entre hombres y mujeres. Barcelona: Icaria, 1995. BIBLIOGRAFA COMAS DARGEMIR, D., Trabajo, gnero, cultura. 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